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Lo antisocial a la luz de las concepciones psicoanalíticas sobre el ideal del yo Juan José Ricárdez López Enero, 2016. Oaxaca, Oaxaca.

Lo antisocial a la luz de las concepciones psicoanalíticas sobre el ideal del yo

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Lo antisocial a la luz de las concepciones

psicoanalíticas sobre el ideal del yo

Juan José Ricárdez López

Enero, 2016.

Oaxaca, Oaxaca.

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“Todo ser humano, sea el más criminal del mundo, tiene algo de angélico”

Salvador Dalí

Entrevista A fondo con Joaquín Soler Serrano

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Índice

Introducción, 4

PRIMERA PARTE: Características conductuales, emocionales, relacionales y

emocionales de la personalidad antisocial, 5

SEGUNDA PARTE: Etiología de la personalidad antisocial, 8

TERCERA PARTE: El ataque al ideal del yo como explicación psicoanalítica

de la expresión antisocial, 14

CUARTA PARTE: La intervención con sujetos de características antisociales,

18

Conclusiones, 21

Referencias, 22

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Introducción

El peligro principal de abordar la personalidad antisocial es el de tomar una

postura reduccionista en la que se entienda por antisocial todo aquello que atenta

contra la legislación oficial y moral de algún contexto espacio-temporal específico.

En el terreno de la salud mental habrá que saber que en esos términos –los

puramente sociales- es complicado establecer puntos de partida y de intervención.

En el presente trabajo se intenta ofrecer una panorámica general –aunque

ciertamente reducida- de la manera de pensar a los sujetos antisociales desde

diferentes ópticas como son la de la American Psychiatric Association (2014), la

de Freud (1979a), la de un psicoanalista intersubjetivista como Sullivan (1977),

uno de enfoque más bien yoico como Kernberg (1990), y uno cercano a las

teorizaciones de Melanie Klein como Winnicott (1981a, 1981b, 1981c), para

después de ahí, revisar propuestas de explicación etiológica en los términos que

algunos psicoanalistas han propuesto, siempre siguiendo los desarrollos

freudianos referentes al yo, al narcisismo y al ideal del yo como precursor teórico

del superyó

Finalmente, se ofrecen consideraciones personales con respecto a la

experiencia clínica con estas personas en base a las dificultades particulares que

sus condiciones presentan.

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PRIMERA PARTE: Características conductuales, emocionales, relacionales y

emocionales de la personalidad antisocial

Lo antisocial en este trabajo es entendido como las manifestaciones conductuales

a través de las cuales un sujeto daña a otro con la plena intención de hacerlo,

tomando como máxima expresión de esta condición al homicidio. Para enmarcar

mejor esta cuestión a continuación se comparten las propuestas de clasificación

que se han intentado en el campo de la salud mental a fin de tener un panorama

claro de la condición que ahora intentamos abordar.

Propuesta descriptiva: American Psychiatric Association

La American Psychiatric Association (APsA) (2014, p. 363-364) incluye al

Trastorno de la personalidad antisocial entre los trastornos de la personalidad

correspondientes al grupo B1 (junto al Trastorno de la personalidad límite, el

Trastorno de la personalidad histriónica y el Trastorno de la personalidad

narcisista); y propone los siguientes criterios para su diagnóstico:

A. Patrón dominante de inatención y vulneración de los derechos de los demás, que se produce desde los 15 años de edad, y que se manifiesta por tres (o más) de los hechos siguientes:

1. Incumplimiento de las normas sociales respecto a los comportamientos legales, que se manifiesta por actuaciones repetidas que son motivo de detención.

2. Engaño, que se manifiesta por mentiras repetidas, utilización de alias o estafa para provecho o placer personal.

3. Impulsividad o fracaso para planear con antelación.

4. Irritabilidad y agresividad, que se manifiesta por peleas o agresiones físicas repetidas.

5. Desatención imprudente de la seguridad propia o de los demás.

6. Irresponsabilidad constante, que se manifiesta por la incapacidad repetida de mantener un comportamiento laboral coherente o cumplir con las obligaciones económicas.

1 También es citado en el apartado referente a los trastornos “externalizadores” de la conducta titulado Trastornos del control de impulsos y de la conducta del manual de la APsA (2014).

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7. Ausencia de remordimiento, que se manifiesta con indiferencia o racionalización del hecho de haber herido, maltratado o robado a alguien.

B. El individuo tiene como mínimo 18 años.

C. Existen evidencias de la presencia de un trastorno de la conducta con inicio antes de los 15 años.

D. El comportamiento antisocial no se produce exclusivamente en el curso de la esquizofrenia o de un trastorno bipolar.

Sin embargo, este cuadro clínico ha sido estudiado desde hace muchos años y

algunos autores han propuesto su ubicación dentro de algunas categorías

nosológicas adecuadas a sus teorizaciones.

Patrones de desorden mental: Sullivan

El psicoanalista Harry Stack Sullivan (1977) propone una clasificación de las

desviaciones de la personalidad2 entre las que se encuentran la personalidad

psicopática, los epilépticos o patológicamente adictos, los seriamente fatigados,

los hipotiroideos, los enérgicos sin deficiencia tiroidea, los hipertensos, los

desmoralizados, los deteriorados y los ciclotímicos. Sólo la primera desviación se

ubica en el interés de este trabajo.

Según este autor, las características de las personas con esta condición podría

resumirse en:

Lo que piensan como posible en el campo de las relaciones

interpersonales, sólo puede ser considerado como fantástico.

Cuando hablan de su pasado, suelen narrarlo en términos de hechos

excepcionalmente gloriosos o dolorosos, pero detrás de este relato se

encuentra –cuando el entrevistador consigue penetrar a datos más

objetivos- una historia de abusos sobre otras personas: uno inmediato al

otro. 2 Es importante puntualizar en este punto que Sullivan (1977) no pretende ofrecer una clasificación definitiva. Para el autor es importante dejar claro que la propuesta de Sullivan (1977) es construida a partir de su experiencia como entrevistador psiquiátrico, y con ella sólo pretende guiar al profesional que se dedica a entrevistar. Además, en más de una ocasión, en su texto aclara que no ha encontrado en algún paciente psiquiátrico características que no estén presentes en una persona sana. La diferencia radica en el grado.

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Suelen emplear un lenguaje estructurado pero no necesariamente acorde

con la realidad, y este patrón se ha instalado tras la experiencia de los

beneficios que este tipo de comunicación le trae.

Nunca parecen ser capaces de ponerse a la altura de una verdadera

oportunidad.

Parecen tener un restringido contacto habitual con la realidad.

Los que sólo cumplen con la primera característica pueden beneficiarse de

una psicoterapia, los sociópatas (resto de características) no.

Narcisismo patológico y personalidad antisocial: Kernberg

Otro psicoanalista que se ha ocupado de este tema es el doctor Otto Kernberg,

quien es reconocido por sus valiosos aportes referentes a los procesos de

integración del yo y sobre todo en el terreno de las psicopatologías derivadas de

integraciones no consolidadas.

En su texto Desórdenes fronterizos y narcisismo patológico (1990) Kernberg

analiza por separado estas dos constelaciones patológicas: la organización

fronteriza y la personalidad narcisista. Nos centraremos en el segundo rubro por

ser el que implica el aspecto antisocial.

Kernberg (1990) propone, de inicio una revista general a las características

observables en los sujetos con personalidad narcisista. Estas consideraciones

están hechas, básicamente, en términos de las relaciones con el otro:

En un plano superficial, [los sujetos con personalidad narcisista] no exhiben desórdenes serios de conducta; su comportamiento social suele ser satisfactorio (…). Las interacciones de estos pacientes están referidas a sí mismos en medida inusual; sienten gran necesidad de ser amados y admirados y presentan una curiosa contradicción entre un concepto muy elevado de sí mismos y una desmedida necesidad de homenaje por parte de los demás. Su vida emocional carece de hondura; experimentan escasa empatía hacia los sentimientos de otras personas (…). En general, sus relaciones con otras personas son netamente explotadoras y a veces parasitarias. Es como si sintieran el derecho de controlar y poseer a los demás y explotarlos sin culpa [cursiva agregada]; detrás de una fachada de encanto y simpatía se llega a percibir su naturaleza fría y despiadada. (Kernberg, 1990, pp. 205-206)

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Destacamos a través de cursivas los aspectos de la personalidad narcisista

que definen a su vez al comportamiento antisocial. Más adelante, Kernberg (1990,

p. 206) especifica: “la personalidad antisocial constituye un subgrupo de la

personalidad narcisista; presenta las características ya mencionadas, a las que se

agrega una severa patología superyóica [cursiva agregada]”.

Consideramos ahora que este breve bosquejo de la composición antisocial

pensada desde tres trincheras –la APsA, el psicoanálisis intersubjetivista

(Sullivan), y la psicología del yo (Kernberg)- nos será de utilidad para formarnos

una idea del asunto que ahora tratamos. Ahora entremos a terrenos menos

cómodos intentado rastrear los orígenes de estos rasgos en ciertos individuos.

SEGUNDA PARTE: Etiología de la personalidad antisocial

El yo, el yo ideal, el ideal del yo y el superyó: Freud3

La noción del yo se asoma desde que Freud comienza a sospechar la existencia

de una parte de la mente a la que sólo era posible acceder a través de ciertos

métodos como la hipnosis. Influenciado por el pensamiento de Charcot y por los

resultados obtenidos por su amigo Breuer cuando trataba pacientes histéricas,

Freud comienza un camino de indagación del inconsciente que nunca terminaría.

En 1914, con una estructura teórica sólida producto de 20 años de trabajo,

Freud publica Introducción del narcisismo (1979a), trabajo en el que aborda la

existencia de dos tipos de pulsiones: las libidinales y las del yo; propuesta que le

servirá además para explicar el surgimiento de padecimientos como las neurosis,

la hipocondría y las psicosis.

No obstante, lo que a este trabajo interesa particularmente es la propuesta

de un par de conceptos que consideramos cruciales en la comprensión de la

personalidad antisocial: el yo ideal y el ideal del yo; además de sus

consideraciones en términos de narcisismo patológico.

3 El yo no es abordado en este trabajo a partir de lo que Freud concibe como tal en su segunda tópica, sino como es abordado en trabajos previos a 1923, principalmente Introducción del narcisismo.

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Para explicar estos conceptos partiremos de la existencia de un yo real y un

yo ideal. El yo real es el yo en términos objetivos; el yo ideal es la imagen de

omnipotencia infantil conservada y vivida en algunos sujetos como yo real. El

narcisista, conservaría la vivencia permanente de ese yo ideal sin percatarse del

yo real. De esta distorsión surgiría la estima exagerada hacia sí mismo y la

devaluación del otro. Freud explica:

Y sobre este yo ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real. El narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas (Freud, 1979a, p. 25)

Existe pues una idealización de este yo infantil que lo erige como yo ideal.

Con respecto al ideal del yo resultará ilustrativo tomar las palabras exactas de

Freud:

Si una instancia así existe, es imposible que su descubrimiento nos tome por sorpresa; podemos limitarnos a discernir sus rasgos y nos es lícito decir que lo que llamamos nuestra conciencia moral satisface esa caracterización. (…) Los enfermos que se quejan de que alguien conoce todos sus pensamientos, observa y vigila sus acciones; son informados del imperio de esta instancia por voces que, de manera característica, les hablan en tercera persona (…)

La incitación para formar el ideal del yo, cuya tutela se confía a la conciencia moral, partió en efecto de la conciencia crítica de los padres, ahora agenciada por las voces, y a la que en el curso del tiempo se sumaron los educadores, los maestros y, como enjambre indeterminado e inabarcable, todas las otras personas del medio (los prójimos, la opinión pública). (Freud, 1979a, p. 25)

Lo que Freud plantea entonces como explicación de la función y el

surgimiento del ideal del yo, es lo que a la postre, en El yo y el ello (1979b) será

nombrado superyó; y será entendido como la herencia moral del Complejo de

Edipo que en Introducción del narcisismo (1979a) es insinuada cuando se habla

de la influencia de los padres.

Imágenes ideales y reales del sí mismo y los objetos en el narcisismo:

Kernberg

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Kernberg (1990) conserva la terminología del Freud (1979a, 1979b) y emprende

una explicación interesante para explicar la etiología de las personalidades

narcisistas. Para este autor, es determinante, para la integración del sí mismo, una

clara diferenciación entre el yo y el superyó con sus respectivos aspectos.

Cuando esta diferenciación no se logra, algunos aspectos del superyó como son

las prohibiciones paternales internalizadas, “conservan no obstante características

primitivas, agresivas y distorsionantes, debido a que no están integrados con los

aspectos amorosos del superyó” (Kernberg, 1990, p. 209).

Según Kernberg (1990), existen imágenes surgidas de la etapa de

conformación del yo ideal que son idealizadas; no obstante –y quizás este es el

agregado más importante a los conceptos iniciales de Freud (1979a)- también

existen imágenes idealizadas de los objetos (entendiendo a estos objetos como

los padres, y quizá producto de la etapa previa al Complejo edípico) y la

integración de éstas partes es necesaria para la integración del sí mismo en los

sujetos sanos; no obstante, en los pacientes con personalidad narcisista, estas

imágenes ideales del sí mismo y los objetos están ausentes.

En un sentido más ambiental, Kernberg opina: “el predominio de una figura

materna crónicamente fría, narcisista y al mismo tiempo sobreprotectora parece

ser el principal elemento etiológico en la psicogénesis de esta patología”

(Kernberg, 1990, p. 245). Si seguimos a nuestro autor en la idea de que la

personalidad antisocial es un derivado de la narcisista, cobra particular sentido el

hecho de que un vínculo inicial frío derive en un aislamiento social.

El sentimiento de culpabilidad, el verdadero y falso sí mismo: Winnicott

Un asunto de bastante interés –por lo menos en la opinión de quien ahora escribe-

implicado en el tema de las personalidades y conductas antisociales, es el asunto

de la falta de capacidad que evidencian estas personas para experimentar

empatía con respecto a los demás. En este sentido, es importante revisar si la

capacidad de experimentar culpabilidad –entendida como manifestación empática-

es inherente a los seres humanos, o es una capacidad adquirida. En ambos

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casos, los resultados nos conducirán la comprensión de la culpabilidad en los

antisociales.

Winnicott (1981a) –en una clara línea kleiniana- propone que en la primera

etapa de la vida, la culpabilidad surge del choque entre el amor y el odio

experimentado por el bebé. En el mismo texto, Winnicott explica la necesidad de

un “acuerdo” entre el yo y el superyó –lo cual es bastante similar a lo explicado por

Kernberg-; acuerdo necesario para que la angustia surgida de la relación primitiva

entre las dos instancias evolucione en culpabilidad.

Siguiendo por la línea kleiniana, la madurez propia de la posición depresiva

–en franco contraste con la desorganización de la esquizoparanoide- deriva en el

pleno reconocimiento del otro y en la tendencia a la reparación (Winnicott, 1981b):

Gradualmente, a medida que el niño se va dando cuenta de que la madre sobrevive a los ataques y acepta sus gestos restitutorios, él mismo se va capacitando para aceptar la responsabilidad de la fantasía total derivada del impulso instintivo, que antes era simplemente despiadado. La crueldad da paso a la compasión; la indiferencia, a la inquietud. (Winnicott, 1981a, p. 24)

Esta capacidad de culpa, de experimentar compasión, y de desear reparar

el daño, está ausente en las personas antisociales, y esta incapacidad puede

rastrearse en los primeros momentos de la vida: “las personas que carecen de

sentido moral son las mismas que, en las primeras fases del desarrollo, carecieron

del marco emocional y material que hubiese permitido la formación de la

capacidad para el sentimiento de culpabilidad” (Winnicott, 1981a, p. 26).

En lo que respecta al papel del ser verdadero y el falso; podemos proponer

la hipótesis –siguiendo las consideraciones de Winnicott (1981c) referentes a que

la función del falso self es proteger al verdadero; y que es gracias a aquel que el

sujeto logra la socialización, sacrificando al self verdadero y manteniéndolo

oprimido dentro suyo- que en los sujetos antisociales no ha ocurrido la formación

de un falso self que funja como intermediario entre el self verdadero –digamos

antisocial- y las exigencias de la sociedad. De ahí que el sujeto antisocial no

consiga –o mejor dicho no desee- integrarse a ella, sino atacarla.

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Para la formación del self verdadero el bebé requiere de una madre buena

que dé sentido a la omnipotencia del bebé; en cambio, la madre no

suficientemente buena, que no responde a esta omnipotencia infantil, promueve

en el bebé el surgimiento de un self falso producto de su incapacidad para

interpretar las necesidades del bebé (Winnicott, 1981c). Si el primer vínculo del

bebé no le brinda la sensación de comprensión, seguramente el adulto que será

tiene la certeza de que nadie, ninguna persona, ninguna sociedad, es capaz de

comprenderle. Una coincidencia clara con esta conclusión y las ideas de Winnicott

y Kernberg la encontramos en Spitz (2012), quien indica que un bebé que no

recibió en la primera infancia los cuidados necesarios, desarrolla una tendencia a

la agresión social.

Del aprendizaje social a lo antisocial: Sullivan

Más allá de la dotación natural de pulsiones destructivas en el ser humano desde

su nacimiento, condición denominada por Freud con el nombre de pulsión de

muerte y retomada por gran número de psicoanalistas, ahora diremos –sin

despegarnos de lo que Freud (2011a, 2011b) plantea en términos de que la

supresión de pulsiones, o su transformación a través de mecanismos psíquicos es

necesaria para el surgimiento y mantenimiento de las civilizaciones; es decir, que

tanto lo biológico como lo social operan para el funcionamiento social- que la

cultura cumple una función fundamental en el paso de la naturaleza asocial a la

social. Sullivan (1977) propone que hasta la era juvenil –que el ubica a partir de

que el niño experimenta la necesidad de un compañero- la cultura y la noción de lo

que es correcto o no le ha sido transmitida básicamente por dos o tres personas:

su familia. De ahí que para cuando el niño con una enseñanza distorsionada en

términos de moral entabla contacto con otros niños, este contacto puede favorecer

el reconocimiento en él de lo que está bien y lo que no:

Muchos de los errores en la enseñanza del niño, que han existido porque en su hogar existía un torcimiento peculiar, son corregidos por el contacto con otros de su misma edad, que también tiene ideas sobre lo que está bien y es apropiado de cuanto aprendieron en sus hogares. (Sullivan, 1977, p. 162)

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Si bien Sullivan y sus seguidores (Fromm, 1991; Fromm-Reichmann, 1983;

Thompson, 1983) se han destacado por conceder especial importancia a la

influencia que la cultura tiene en la constelación de la personalidad, -aspecto que

a momentos consideramos exagerado- es importante hacer notar que entonces,

un adolescente o un adulto que evidencia una tendencia a destruir al otro ha

atravesado por la niñez sin que la influencia de sus compañeros de juego resulte

suficiente para su integración a la expectativa social y moral; es más, resulta

destacado entonces que el sujeto antisocial no sólo no fue introducido en la

dinámica social prevaleciente, sino que en algún momento asumió un papel de

ataque hacia ella.

Sullivan (1977) continúa su exposición referente al desarrollo, y concluye

que en la preadolescencia y la adolescencia el interés en relacionarse con el otro

es fundamental; es incluso esta tendencia la que inaugura la preadolescencia, y

lleva a muchos jóvenes a manifestar intereses filantrópicos en la adolescencia

temprana. Continuamos preguntándonos: ¿Qué es lo que pasó con el sujeto

antisocial si al parecer, la tendencia social de las personas suele determinar un

rumbo distinto al que tomó?

Sullivan (1977, p. 183) concluye al respecto de las manifestaciones

antisociales que ahora nos ocupan:

El espíritu pendenciero y belicoso son, más o menos, grados de lo mismo y constituyen, en lo que a mí se refiere, sugestiones perfectamente definidas de que la personalidad no está excelentemente integrada [cursiva agregada], y no ha alcanzado un alto grado de desarrollo en la adolescencia posterior.

En realidad, la teoría que aventuramos a este respecto sin duda requiere de

la importancia de algunas mociones constitucionales individuales, y para ello

retomamos la noción de Freud (1979a) respecto del ideal del yo y de manera

seguida la conclusión.

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TERCERA PARTE: El ataque al ideal del yo como explicación psicoanalítica

de la expresión antisocial

El caso Aimée4

En 1932 el pensador francés Jacques Lacan publica la tesis doctoral que realizó

en el campo de la psiquiatría. Hoy por hoy, ese documento es pensado como el

tránsito de Lacan desde la psiquiatría hasta el psicoanálisis. El título de este texto

es De la psicosis paranoica: “Es la historia de una empleada de correos que sueña

con otra vida, que comete una tentativa de asesinato sobre la persona de una

célebre actriz5 de la época, (…) y que fracasa en su intento” (Roudinesco, en

Kapnist, 2001).

Sobre este caso, Lacan describe:

El 10 de abril de 193..., a las ocho de la noche, la señora Z., una de las actrices más apreciadas del público parisiense, llegaba al teatro en que esa noche iba a actuar. En el umbral de la entrada de los artistas fue abordada por una desconocida que le hizo esta pregunta: "¿Es usted la señora Z" La mujer que hacía la pregunta iba vestida correctamente; llevaba un abrigo con bordes de piel en el cuello y en los puños, y guantes y bolso. En el tono de su pregunta no habla nada que despertara la desconfianza de la actriz. Habituada a los homenajes de un público ávido de acercarse a sus ídolos, respondió afirmativamente y, deseosa de acabar pronto, se disponía a pasar adelante. Entonces, según declaró la actriz, la desconocida cambió de rostro, sacó rápidamente de su bolso una navaja ya abierta, y, mientras la miraba con unos ojos en que ardían las llamas del odio, levantó su brazo contra ella. Para detener el golpe, la señora Z. cogió la hoja con toda la mano y se cortó dos tendones flexores de los dedos. Ya los asistentes hablan dominado a la autora de la agresión. (Lacan, sf, p. 38)

Aquella mujer, Aimée, que había intentado atacar a la famosa actriz, fue

confiada al cuidado de Lacan en un hospital psiquiátrico. Sobre la declaración de

Aimée, en la misma página Lacan explica:

Declaró que desde hacía muchos años la actriz venía haciendo "escándalo" contra ella; que la provocaba y la amenazaba; que en estas persecuciones

4 “Aimée (la amada) es el nombre ficticio de Marguerite Pantaine (1892-1981), una mujer que provenía de una familia católica de Mauriac en el centro de Francia” (Velosa, 2010, p. 51) 5 Su nombre era Huguette Duflos según Velosa (2010).

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estaba asociada con un académico, P. B., famoso hombre de letras, el cual, "en muchos pasajes de sus libro, revelaba cosas de la vida privada de ella”.

Como el título del texto lo indica, Lacan está interesado en la condición

paranoica y en este sentido comienza a pensar el caso que ahora se le presenta.

Interesado desde siempre en el discurso de pacientes paranoicos como método

de investigación, no será un medio distinto el que emplee con Aimée.

Entre los antecedentes clínicos de Aimée al momento del internamiento a

cargo de Lacan, se encuentra un internamiento anterior y diferentes diagnósticos.

En los certificados se obtienen frases que ella ha dicho a diferentes personas, y en

todas ellas parece quejarse de juicios externos y responder protegiéndose de

ellos: “No vayan a creer que envidio a las mujeres que dan de qué hablar (…)

Muchas veces me juzgan por otra de la que soy” (Lacan, sf, p. 39) y más.

Si bien la descripción de Lacan y el análisis de la detallada información que

tiene sobre su paciente son de gran utilidad para la comprensión de la psicosis

paranoica, lo que a nosotros interesa en este trabajo es la interesante conclusión

que de este caso se desprende en términos de manifestaciones antisociales,

particularmente la tentativa de homicidio: “En el fondo, lo que Lacan muestra en

esta historia de paranoia de autocastigo, es que al atacar a la actriz, ella estaba

atacando su ideal del yo [su superyó], aquél con el que más se identificaba”

(Roudinesco, en Kapnist, 2001).

Manifestaciones antisociales fundidas con aspectos paranoides y

narcisistas

Ataque a figuras públicas

En este punto, y tras la conclusión recién citada a propósito de un caso en el que

clínicamente el interés suele recaer en el tema de la psicosis paranoica;

consideramos importante subrayar la relación entre tres estados psíquicos como

son el narcisismo, la paranoia y la personalidad antisocial.

En casos destacados de la historia han podido notarse configuraciones de

personalidad que presentan por lo menos dos de los estados que ahora

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comentamos. Quizás uno de los más emblemáticos es el de Adolf Hitler6.

Partiendo como lo hemos hecho de que el homicidio es, en nuestra opinión, la

manifestación máxima de la intencionalidad antisocial; encontramos que Hitler

cumple a cabalidad con la condición antisocial por los millones de asesinados bajo

el régimen nazi por determinación suya. No obstante, el aspecto más evidente en

él era un temor paranoico. Vegetariano7 y promotor de nacionalismo a prueba de

dudas, el dictador no comía salchicha el día que la celebración alemana

demandaba esto de los habitantes. Sin ahondar en el simbolismo de la salchicha,

la preocupación por la venganza8 del animal devorado sin duda estaba presente

en él. No tenemos argumentos para afirmar que Hitler considerara a la raza judía

“peligrosa”; pero sin duda el hecho de haber luchado por su exterminio confirma

esta idea: Hitler pretendió exterminar a una raza por la misma razón que cualquier

homicida tiene para cometer su delito: por miedo. Anticipando el ataque –en este

caso contundente y definitivo- el asesino se pone a salvo del daño que supone le

haría su víctima de continuar con vida; un poco al estilo del cazador que debe

aproximarse a grados verdaderamente peligrosos a su presa para matarla:

La espía: tú, cuando aprendes las huellas de un animal, de un enemigo, ese enemigo está muerto; o sea, si conoces los hábitos de un venado ya el venado está muerto, y si lo ves primero que él te vea a ti ya está muerto; si él te ve a ti no lo vas ni a ver nunca más. (da Jandra, 2010, en desconocido, 2011)

Tenemos pues información acerca de los aspectos paranoides y

antisociales de Hitler. El aspecto narcisista en este personaje resulta de difícil

ubicación para alguien que no conoce a fondo su biografía –como es el caso de

quien ahora escribe-; no obstante, sí existen elementos teóricos que nos permiten

suponerlo. En su texto Grandeza y limitaciones del pensamiento de Freud (1991),

Erich Fromm analiza el concepto de transferencia a la luz de la observación social,

y postula que la transferencia que los psicoanalistas observan en sus consultorios

6 Nos declaramos desconocedores absolutos de la biografía de Adolf Hitler, y sólo nos serviremos en este punto de algunos aspectos significativos de su personalidad para generar hipótesis que, en todo caso, no harán daño a nadie. 7 Consideramos que, en general, la convicción del vegetariano es estimulada por ansiedades paranoides, independientemente de que el argumento sea el cuidado de la salud o la preservación de la fauna. 8 Algunos psicoanalistas denominan a esto retaliación.

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dentro de la situación analítica también es observable a nivel masivo; y para

ejemplificarlo, explica cómo los líderes se valen de ella para lograr la atención de

sus escuchas o seguidores. En este tenor, esta es una característica de todos los

mandatarios o representantes de masas cuando desean comunicarse con sus

seguidores; pero seguramente no cualquier persona, aun con la transferencia más

amorosa por parte de sus escuchas, se atrevería a llevar a cabo discursos. Hitler

lo hacía, y entre las cosas que mayormente se le reconoces era la capacidad para

convencer a las masas de sus propias ideas (y ansiedades) y para hacerlas partes

de su lucha personal. Sin duda este detalle es el que nos muestra el narcisismo de

Hitler.

Pero el de Hitler no es un caso aislado en términos de psicología de la

personalidad antisocial sino por la característica masiva de sus consecuencias.

Existe por parte del sujeto un ataque al superyó o ideal del yo, aquella

representación material de las voces interiores que prohíben la satisfacción de las

pulsiones; voces que alguna vez fueron las de los padres. El caso Aimée (Lacan,

sf), sin duda puede brindar mucha luz en torno a tentativas de homicidio

consumados de figuras públicas por parte de seguidores de las víctimas como el

de John Lennon o Selena.

Ataques cotidianos

A diario es posible escuchar noticias referentes a alguna manifestación antisocial

en la sociedad: algún político desviado recursos, algún conductor pasándose un

semáforo en rojo y arrollando a alguna persona, alguna persona dañando objetos

históricos parte del patrimonio de la humanidad o de alguna nación.

Todos, cotidianos como son, representan ataques al superyó, a los padres,

a la ley (del padre), a la prohibición (la incestuosa y la homicida). Un ataque que a

la vez es identificación con aquello que se ataca; un ataque a algo que representa

en el exterior las prohibiciones propias; un ataque al disgusto y a la falta de amor

en fases iniciales; por eso el antisocial no siente: no es cariñoso por amor ni

agresor por odio; ataca por incapacidad, por una incapacidad para experimentar

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plenamente al otro, porque cuando él necesitó –como todos necesitamos- a otro

que a su vez le mostrara delimitada su existencia, nadie apareció.

CUARTA PARTE: La intervención con sujetos de características antisociales

Las personas con características antisociales (psicopáticas o sociopáticas según

el autor) tienen un pronóstico desfavorable frente a la intervención

psicoterapéutica:

Las personalidades narcisistas que funcionan en un nivel francamente fronterizo y que además presentan fuertes rasgos antisociales tienen un pronóstico muy desfavorable. Así ocurre en especial con las personalidades antisociales propiamente dichas, que además de las extremas distorsiones y el deterioro de las funciones superyoicas y las relaciones objetales, presentan las típicas estructuras defensivas del narcisismo. (Kernberg, 1990, p. 294)

Quien ha trabajado con estas personas –e independientemente de su edad-

ha tenido que toparse con la sensación de traición por parte de estos pacientes

cuando, después de una o algunas sesiones de aparente compromiso con el

tratamiento, el sujeto simplemente lo abandona.

En base a la experiencia personal en el trabajo grupal con sujetos

antisociales que además contaban con antecedentes de adicción a alguna

sustancia, puede compartirse que estos sujetos tienen una capacidad peculiar y

envolvente para convencer al profesional (y a cualquier persona) de que

experimentan empatía y compromiso. Lo que en realidad buscan son cómplices

para sus planes (aquí aparece el lado narcisista), y pueden confundir la actitud

empática del profesional con una disposición total a ser esos cómplices. Cuando

eso sucede incluso aceptan el encuadre; no obstante, cuando el terapeuta

muestra rigor en este encuadre, el paciente antisocial se molesta, lo acusa, lo

ataca o simplemente abandona el trabajo (aquí aparecen los rasgos paranoides al

sentirse atacado o suponer un ataque por parte del terapeuta).

En una ocasión me fue asignado un joven con antecedentes adictivos y

delincuenciales bastante severos. La primera parte de la entrevista inicial

(alrededor de una hora) se dedicó a pormenorizar sus agresiones sociales y a

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contar con especial entusiasmo las veces que se había encontrado a punto de

morir o de matar en peleas callejeras entre pandillas que usan armas y que

negocian con drogas. La segunda parte (alrededor de 40 minutos) la dedicamos a

hablar del encuadre y de los compromisos que ambos asumíamos en ese trabajo.

Aceptó visiblemente conmovido, yo creí eso. A la mañana siguiente, al llegar a la

clínica, me informaron que la tarde anterior se había fugado.

Lo mismo sucedió con un paciente joven que llegó al consultorio por

adicción a la marihuana y conductas delictivas. La interrupción se dio después de

la tercera sesión, en la que, justamente, había comentado su gusto por tener

relaciones sexuales con prostitutas de gran edad y en la que había sido

particularmente enfático en su solicitud de que yo no comentara nada de esto a

sus padres (ansiedades paranoicas: sentía que yo podía hacerle daño). En

entrevista con la familia, fue evidente el papel dominante de la madre para con

todos. En general este chico era amable, respetuoso, inteligente y con un léxico

formal. Sólo mostró su enojo a través de ademanes, gestos y ofensas contra su

padre; quien a su vez se quejaba de que por más que le daba consejos para que

no cometiera errores, el joven no lo respetaba ni escuchaba. En una de las

sesiones, el chico comentó que estaba enojado con sus padres por haberlo

abandonado con su abuela cuando tenía ocho meses; pero advertía: “a mi mamá

la entiendo porque después regresó, pero mi papá no sé para qué se fue, si de

todas formas no encontró trabajo” (los padres habían ido a Estados Unidos a

trabajar).

¿Qué hacer entonces con el antisocial?

Sin duda esta clínica representa una dificultad particular. En general, el

descubrimiento de las mociones profundas con respecto a un malestar o alguna

conducta y su abordaje y acompañamiento durante el tratamiento genera

resultados favorables; quizás la complicación con estos pacientes es que la

clarificación no surte efectos. Por lo tanto, será adecuado, en primero término,

establecer un diagnóstico dinámico que tome en cuenta los aspectos narcisistas y

paranoides del sujeto antisocial, para, posteriormente, valerse de todos los

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elementos que posibles para marcar un encuadre sólido dentro y fuera del

consultorio; a saber: derechos, reglas y sanciones clínicas, institucionales y

sociales en general.

Quizás también resulte favorable emprender la empresa con la consciencia

de que lo más probable es que se fracase –si se piensa en lograr cambios

radicales o una adaptación social absoluta-; y experimentar cada encuentro como

una oportunidad de dejar ir al paciente menos ansioso que como llega a la sesión;

lo que pasará mañana no se sabe.

La actitud será de disciplina comprensiva pero determinante, y el terapeuta

deberá analizar permanentemente su contratransferencia para no trabajar

prejuiciosamente con su paciente; así como para no idealizar el objeto, el vínculo,

su propio yo y los alcances del tratamiento.

En fin que si algún trabajo debe hacerse con el antisocial ha de ser el de

respetarlo; y es que, aunque uno sabe que a diferencia de otras condiciones en

este caso la empatía y la sanidad del vínculo transferencial-contratransferencial no

servirán para restituir el yo del paciente; es importante tener presente que el que

no experimenta al otro es él, el antisocial, y no quien está en frente suyo. Habrá

que experimentarlo como otro particular que, en un marco social definido es un

agresor, y que seguramente en otras condiciones sociales encontraría el modo de

continuar siéndolo; y esto servirá para estar ahí, para recibir los ataques y obtener

algo de ellos, para permanecer sin abandonarlo, aun cuando él, tarde o temprano,

se irá como llegó.

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Conclusiones

Sin duda el presente trabajo pecaría de ingenuo si considerara que en su

contenido se han abarcado todas las vertientes posibles para tratar el tema de la

personalidad antisocial; pero al no haber sido ése el objetivo nos ahorramos los

remordimientos.

Se ha pretendido más bien, relacionar las propuestas tanto de clasificación

psicopatológica como las referentes a la etiología de la condición antisocial para

intentar comprender su particular naturaleza. Son pues la teoría y la experiencia

clínica las que nos han conducido a proponer una serie de consideraciones al

momento de intervenir que más allá de tener como meta la cura, la readaptación o

el restablecimiento; pone de relieve la precaución del terapeuta en la interacción

profesional con sujetos antisociales.

Pensamos pues que si este trabajo funciona como catalizador de ideas

nuevas en el terreno que hemos tratado, que sobre todo se alejen de la tendencia

actual a clasificar, medicar y recluir (prácticas que no descartamos sino cuando

son llevadas a cabo sin el mínimo necesario de reflexión teórica), y pongan el

acento en la tarea del conocimiento sincero del otro, entonces habremos cumplido

con nuestro cometido.

El trabajo con pacientes antisociales representa una experiencia particular

con el otro; en este caso, un otro que no conoce las implicaciones de la existencia

de otro; un otro que mentirá, que atacará, y que terminará abandonando;

abandonará sin enterarse de que ese otro que lo escucha le creerá, lo respetará, y

estará allí aunque él no se dé cuenta.

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