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Gracias a todos nuestros maravillosos lectores que nos han acompañado a lo largo de Vampire Academy y ahora con Bloodlines. A cada una de las personas que participaron en la Traducción de Bloodlines. Moderadoras de Traducción y Corrección, Traductoras, Correctoras y Diseñadoras. Esperamos puedan disfrutar de este libro tanto como nosotras.
Bloodlines Moderadora:
CyeLy DiviNNa
Traductoras:
Caty
CyeLy DiviNNa Susanauribe
LizC Niii Sheilita Belikov
†DaRk BASS†
Paaau
Roo Andresen
Emii_Gregori Paovalera Dani
flochi Vannia Pimienta
elamela bautiston masi
kathesweet Liseth_Johana Abril.
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Correctoras:
Niii
CyeLy DiviNNa Dani
TwistedGirl kathesweet masi
†DaRk BASS†
Paaau
Pimienta
Emii_Gregori Paovalera Anne_Belikov
Selene Vannia V!an*
Camille Akanet ~NightW~
Agradecimiento Especial a: masi
Por su valiosa contribución en la corrección de este libro.
Recopilación y Revisión:
Niii
Diseñadoras:
CyeLy DiviNNa y Caty
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Indice:
Sinopsis
Pág: 6
Capítulo 15 Pág: 200
Capítulo 1
Pág: 7
Capítulo 16 Pág: 213
Capítulo 2
Pág: 22
Capítulo 17 Pág: 228
Capítulo 3
Pág: 35 Capítulo 18 Pág: 244
Capítulo 4
Pág: 48
Capítulo 19 Pág: 262
Capítulo 5
Pág: 64 Capítulo 20 Pág: 277
Capítulo 6
Pág: 81
Capítulo 21 Pág: 291
Capítulo 7
Pág: 95
Capítulo 22 Pág: 306
Capítulo 8
Pág: 107
Capítulo 23 Pág: 318
Capítulo 9
Pág: 122
Capítulo 24 Pág: 332
Capítulo 10
Pág: 138
Capítulo 25 Pág: 344
Capítulo 11
Pág: 150
Capítulo 26 Pág: 359
Capítulo 12
Pág: 166
Capítulo 27 Pág: 372
Capítulo 13
Pág: 177
Richelle Mead Pág: 387
Capítulo 14
Pág: 185
The Golden Lily Pág: 388
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Sinopsis
Traducida por CyeLyDiviNNa
Corregida por Niii
uando a la alquimista Sydney le es ordenado proteger la vida de la princesa
Moroi Jill Dragomir, el último lugar al que espera ser enviada es una escuela
privada para humanos en Palm Springs, California. Pero en su nueva
escuela, el drama sólo acaba de comenzar.
Poblada con nuevas caras y algunas familiares, Bloodlines explora toda la amistad,
romance, batallas y traiciones que hicieron del tan adictivo Vampire Academy el #1 en
la lista de los mejores libros del New York Times... está vez el escenario es en parte
vampírico, en parte humano donde las apuestas son incluso más altas y todos saldrán
por sangre.
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Capítulo 1
Traducido por Caty y CyeLyDiviNNa
Corregido por Dani
o podía respirar.
Había una mano cubriendo mi boca y otra sacudiendo mi hombro.
Sacándome de un sueño profundo. Mil pensamientos asustados invadieron mi mente
en el espacio de un simple latido de corazón. Estaba ocurriendo. Mi peor pesadilla
estaba haciéndose realidad.
¡Ellos están aquí! ¡Han venido por mí!
Mis ojos parpadearon, buscando desesperadamente por toda la habitación hasta que
lograron enfocar el rostro de mi padre. Me quedé quieta, totalmente confundida. Me
soltó, y retrocedió para observarme con frialdad. Me senté en mi cama, mi corazón
aún acelerado.
—¿Papá?
—Sydney. No podías despertarte.
Naturalmente, esa fue su única disculpa por darme un susto de muerte.
—Tienes que vestirte y arreglarte para que estés presentable —continuó—, rápido y en
silencio. Reúnete conmigo abajo en el estudio.
Sentí mis ojos agrandarse, pero no dudé al responder. Sólo había una respuesta
aceptable.
—Sí, señor. Por supuesto.
—Iré a despertar a tu hermana. —Se dirigió hacia la puerta y salté de la cama
—¿Zoe?—exclamé—. ¿Para qué la necesitas?
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—Silencio —me dijo—. Apúrate y arréglate. Y recuerda, se silenciosa. No despiertes a
tu madre.
Cerró la puerta sin otra palabra, dejándome mirándola fijamente. El pánico que sólo
había disminuido comenzó a surgir dentro de mí otra vez. ¿Para qué necesitaba a Zoe?
Una visita a esta hora sólo podía significar que se trataba de asuntos de alquimistas, y
ella no tenía nada que ver con ellos. Técnicamente, tampoco yo, no desde que había
sido suspendida indefinidamente por mal comportamiento este verano. ¿Y qué pasaba
si de eso se trata todo esto? ¿Qué pasaba si finalmente me iban a llevar a un centro de
re-educación y Zoe iba a reemplazarme?
Por un momento, el mundo se movió a mí alrededor, y me sostuve de mi cama para
mantenerme estable. Centros de re-educación. Eran los protagonistas de las pesadillas
de jóvenes alquimistas como yo, misteriosos lugares dónde aquellos que se acercaban
demasiado a los vampiros eran llevados para corregir sus errores. Qué pasaba
exactamente en ellos era un secreto, uno que nunca quise descubrir. Estaba bastante
segura que “re-educación” era una forma agradable de decir “lavado de cerebro”. Sólo
había visto a una persona regresar de allí, y honestamente, había parecido como media
persona después de eso. Se comportaba casi como un zombi, y ni siquiera quería
pensar qué podrían haberle hecho para que terminara de esa manera.
La urgencia de mi padre para que me apurara hizo eco en mi mente y traté de
deshacerme de mis miedos. Recordando su otra advertencia, también me aseguré de
moverme silenciosamente. Mi madre tenía un sueño muy liviano. Normalmente, no
importaría si nos atrapaba saliendo a hacer recados para los alquimistas, pero
últimamente, no se estaba sintiendo tan amable hacía los empleadores de su esposo (y
de sus hijas). Terribles discusiones habían tenido lugar entre mis padres, y mi hermana
Zoe y yo, a menudo nos encontrábamos escondiéndonos de ellos.
Zoe.
¿Por qué necesita a Zoe?
La pregunta quemaba a través de mí mientras me las arreglaba para estar lista. Sabía lo
que significaba “estar presentable”. Lanzarme dentro de unos vaqueros y una camiseta
estaba fuera de cuestión. En lugar de ello, me puse un pantalón gris y una reluciente
camisa de botones. Un chaleco de un color gris carbón más oscuro sobre ellos, el que
sujeté cuidadosamente en mi cintura con un cinturón negro. Una pequeña cruz de oro,
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la que siempre llevaba alrededor de mi cuello, era el único accesorio que me molestaba
en usar.
Mi pelo era un problema ligeramente más grande. Incluso después de sólo dos horas
de sueño, iba en todas las direcciones. Lo alisé lo mejor que pude y luego lo cubrí con
una gruesa capa de laca para cabello con la esperanza que me llevara a través de lo que
estaba por venir. Una fina capa de polvo fue el único maquillaje que me puse. No tenía
tiempo para nada más.
El proceso completo me llevo cerca de seis minutos, lo que debió haber sido un nuevo
récord para mí. Corrí por las escaleras en completo silencio, teniendo cuidado, de
nuevo, para evitar despertar a mi madre. La sala estaba oscura, pero un poco de luz
salía de la puerta entrecerrada del estudio de mi padre. Tomando eso como una
invitación, abrí la puerta y me deslicé al interior. Una conversación en susurros se
detuvo con mi entrada. Mi padre me observó de la cabeza hasta los pies y mostró su
aprobación hacia mi apariencia de la mejor forma que conocía: simplemente
conteniendo sus críticas.
—Sydney —dijo bruscamente—. Creo que conoces a Donna Stanton.
La formidable alquimista estaba cerca de la ventana, de brazos cruzados, viéndose tan
fuerte y en forma como recordaba. Había pasado mucho tiempo con Stanton
recientemente, aunque no podría decir que fuéramos amigas, especialmente desde que
ciertas acciones mías terminaron dejándonos a ambas en la “versión vampírica de
arresto domiciliario”. Si tenía algún resentimiento contra mí, ni siquiera lo demostró.
Asintió hacia mí, saludándome educadamente, su rostro totalmente enfocado en los
negocios.
Otros tres alquimistas estaban también allí, todos hombres. Ellos se presentaron como
Barnes, Michaelson y Horowitz. Barnes y Michaelson tenían la misma edad que mi
padre y Stanton. Horowitz era más joven, a mitad de sus veinte, y estaba organizando
las herramientas para un tatuaje. Todos ellos estaban vestidos como yo. Con ropa
casual de negocios, en colores neutros. Nuestro objetivo era siempre lucir agradables y
no llamar la atención. Los alquimistas habían estado jugando a Los Hombres de Negro
durante siglos, mucho antes de que los humanos soñaran con la vida en otros mundos.
Cuando la luz alcanzaba sus rostros en la manera correcta, cada alquimista mostraba
el tatuaje de un lirio, idéntico al mío.
De nuevo, mis miedos crecieron. ¿Esto era algún tipo de interrogatorio? ¿Una
evaluación para determinar si mi decisión de ayudar a una chica renegada mitad-
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vampiro significaba que mis lealtades habían cambiado? Crucé mis brazos sobre mi
pecho y adopté una expresión neutral, esperando verme calmada y confiada. Si todavía
tenía una oportunidad de defender mi caso, intentaría presentar un argumento sólido.
Antes de que alguien más pudiera pronunciar otra palabra, entró Zoe. Cerró la puerta
detrás de ella y miro alrededor aterrorizada, sus ojos muy abiertos. El estudio de
nuestro padre era enorme —construyó un ala adicional en nuestra casa para este— y
todos sus ocupantes cabíamos cómodamente. Pero mientras observaba a mi hermana
tratar de comprender la escena ante sus ojos, sabía que se sentía ahogada y atrapada.
Encontré sus ojos y traté de enviarle un silencioso mensaje de solidaridad. Debió haber
funcionado porque se acercó a mi lado, luciendo sólo un poco menos asustada.
—Zoe —dijo mi padre. Dejó su nombre colgando en el aire de esa forma en que solía
hacerlo, dejándonos perfectamente claro que estaba decepcionado. Inmediatamente
pude adivinar por qué. Ella vestía vaqueros, una vieja camiseta y su cabello castaño
estaba recogido en dos lindas pero descuidadas trenzas. Para los estándares de
cualquier otra persona, hubiera estado “presentable”, pero no para él. La sentí
acobardarse a mi lado, e intenté parecer más alta y protectora. Después de asegurarse
de que su condenación se hizo sentir, nuestro padre presentó a Zoe con los demás.
Stanton le dio el mismo asentimiento educado que a mí, y entonces se giró hacia mi
padre.
—No entiendo, Jared —dijo Stanton—. ¿A cuál de ellas vas a usar?
—Bueno, ese es el problema —dijo mi padre—. Zoe fue solicitada… pero no creo que
esté lista. De hecho, sé que no lo está. Sólo ha recibido el más básico de los
entrenamientos, pero en vista a las recientes… experiencias de Sydney…
Mi mente inmediatamente comenzó a unir las piezas. Primero, y más importante,
parecía que no iba a ser enviada a un centro de re-educación. Aún no, por lo menos.
Esto se trataba de algo más. Mis sospechas de antes estaban en lo correcto. Había
alguna misión o tarea en marcha, y alguien quería involucrar a Zoe en ello, porque, a
diferencia de otros miembros de su familia, no tenía un historial de traición hacia los
alquimistas. Mi padre tenía razón, ella tan solo había recibido la instrucción básica.
Nuestros trabajos eran hereditarios, y yo había sido escogida años atrás como la
siguiente alquimista de la familia Sage. Mi hermana mayor, Carly, había sido pasada
por alto, ahora estaba en la Universidad y era demasiado mayor. Él le había enseñado
a Zoe como reserva en mi lugar, por si algo me pasaba a mí, como un accidente
automovilístico o un enfrentamiento con un vampiro.
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Me puse de pie, sin saber qué era lo que iba a decir hasta que lo dije. La única cosa de
la que estaba segura es que no podía dejar que Zoe fuera succionada por los esquemas
de los alquimistas. Temía más por su seguridad que por terminar en un centro de re-
educación, y estaba bastante aterrorizada por eso.
—Hablé ante el comité acerca de mis acciones después de que ocurrieron —dije—.
Tenía la impresión de que comprendían las razones de por qué hice las cosas que hice.
Estoy ampliamente calificada para servir en lo que sea que necesiten, mucho más que
mi hermana. Tengo experiencia en el mundo real. Conozco este trabajo por dentro y
por fuera.
—Un exceso de experiencia en el mundo real, si tu memoria funciona —dijo Stanton
secamente.
—A mí personalmente me gustaría escuchar estas “razones” de nuevo —dijo Barnes,
usando sus dedos para dibujar comillas en el aire—. No me emociona exponer una
chica medio entrenada allí afuera, pero también encuentro difícil creer que alguien que
ayudo a un vampiro criminal esté “totalmente calificado para servir.” —Más comillas
pretenciosas en el aire.
Sonreí agradablemente es respuesta, enmascarando mi rabia. Si mostraba mis
verdaderas emociones, no ayudaría en mi caso.
—Lo comprendo, señor. Pero Rose Hathaway fue eventualmente declarada inocente
de los crímenes de los que estaba acusada. Así que, técnicamente no estaba ayudando
a un criminal. Mis acciones eventualmente ayudaron a encontrar al verdadero asesino.
—Sea como sea, nosotros, y tú, no sabíamos que era “inocente” en ese momento
—dijo.
—Lo sé —dije—. Pero yo creía en su inocencia.
Barnes resopló.
—Y ahí está el problema. Deberías haber creído lo que los alquimistas te dijeron, no
salir con tus propias conclusiones inverosímiles. Por lo menos, deberías haber
presentado cualquier evidencia que tuvieras a tus superiores.
¿Evidencia? ¿Cómo podía explicar que no había sido ninguna evidencia lo que me
había hecho que ayudara a Rose, sino un sentimiento en mis entrañas que me
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aseguraba que estaba diciendo la verdad? Pero eso era algo que sabía que nunca
entenderían. Todos nosotros estábamos entrenados para asumir lo peor de su especie.
Decirles que había visto verdad y honradez en ella no ayudaría en mi causa aquí.
Decirles que había sido chantajeada por otro vampiro obligándome a ayudarla era
incluso una peor explicación. Había sólo un argumento que los alquimistas podían
posiblemente comprender.
—No… no le dije a nadie porque quería obtener todo el crédito por ello. Estaba
esperando poder conseguir un ascenso y una mejor asignación.
Tomó cada onza de mi autocontrol decir esa mentira con un rostro sereno, me sentía
humillada al hacer ese tipo de admisión. ¡Como si la ambición realmente me llevara a
tal extremo comportamiento! Me hacía sentir sucia y superficial. Pero, como
sospechaba, era algo que los demás alquimistas podrían comprender.
Michaelson resopló.
—Mal enfocado, pero no totalmente inesperado para su edad.
Los otros hombres compartieron iguales miradas condescendientes, incluso mi padre.
Sólo Stanton lucía dubitativa, pero entonces, ella había sido más parte del fiasco de lo
que los demás habían sido.
Mi padre los observó de unos a otros, esperando más comentarios. Cuando no llegó
ninguno, se encogió de hombros.
—Si nadie tiene más objeciones, entonces, preferiría que usáramos a Sydney. A pesar
de que sigo sin comprender por completo para qué la necesitan. —Había un tono
ligeramente acusador en su voz por no haber sido informado totalmente aún. A Jared
Sage no le gustaba quedar fuera de la información.
—No tengo ningún problema con usar a la chica mayor —dijo Barnes—. Pero mantén
a la menor alrededor hasta que los otros lleguen aquí, en caso que hubiera alguna
objeción. —Me pregunté cuántos “otros” se unirían a nosotros. El estudio de mi padre
no era un estadio. Además, cuanta más gente viniera, más importante era el caso. Mi
piel se enfrió y me pregunté qué clase de asignación podría ser. Había visto a los
alquimistas cubrir grandes desastres con sólo una o dos personas. ¿Cuán colosalmente
grande tendría que ser para que requiriera tanta ayuda?
Horowitz habló por primera vez.
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—¿Qué quieres que haga?
—Vuelve a tatuar a Sydney —dijo Stanton decisivamente—. Incluso si no la eligen, no
nos hará daño reforzar su hechizo. No tiene sentido tatuar a Zoe hasta que sepamos
qué vamos a hacer con ella.
Mis ojos se desviaron hacia las notablemente desnudas —y pálidas— mejillas de mi
hermana. Sí. Mientras en su rostro no hubiera ningún lirio, estaba libre. Una vez que el
tatuaje estaba sobre tu piel, no había vuelta atrás. Le pertenecías a los alquimistas.
La realidad de esto sólo me había golpeado en el último año o así. Realmente nunca
me di cuenta mientras crecía. Mi padre me había enseñado desde muy pequeña la
importancia de nuestro deber. Aún creía en la justicia de ello, pero desearía que
también hubiera mencionado hasta qué punto consumiría mi vida.
Horowitz estaba organizando una mesa plegable al otro lado del estudio de mi padre.
La señaló y me dio una sonrisa amigable.
—Súbete aquí —me dijo—. Toma tu boleto.
Barnes le disparó una mirada de desaprobación.
—Por favor. Podrías mostrar un poco más de respeto por este ritual, David.
Horowitz simplemente se encogió de hombros. Me ayudó a recostarme, y aunque
seguía aterrorizada por los demás alquimistas para sonreírle en respuesta, esperaba que
mi gratitud se reflejara en mis ojos. Otra sonrisa suya me dijo que entendía. Girando
mi cabeza, observé como Barnes de forma venerante ponía un maletín negro en un
costado de la mesa. Los otros alquimistas se reunieron alrededor y tomaron sus manos
en frente de ellos. Debía de ser un ministro, me di cuenta. La mayor parte de lo que los
alquimistas hacíamos estaba basado en la ciencia, pero algunas cosas requerían
asistencia divina. Después de todo, nuestra misión principal de proteger a la
humanidad se basaba en la creencia de que los vampiros eran antinaturales e iban
contra el plan de Dios. Es por eso que los ministros, nuestros sacerdotes, trabajaban
codo a codo con nuestros científicos.
—Oh Señor —dijo, cerrando sus ojos—. Bendice estos elixires, limpia estos
implementos del mal que llevan consigo, para que tu luz y poder brillen puros hacia
nosotros, tus sirvientes.
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Él abrió su maletín y sacó cuatro pequeños viales, cada uno lleno con un líquido rojo
oscuro. Etiquetas que no podía leer marcaban cada uno de ellos. Con una mano
experta y ojos prácticos, Barnes vertió cantidades precisas de cada uno en un recipiente
más grande. Cuando vertió el cuarto, produjo un pequeño paquete de poder que vació
en el resto de la mezcla. Sentí un hormigueo en el aire y el contenido de la botella se
convirtió en oro. Le entregó la botella a Horowitz, quien estaba preparado con la
aguja. Todos se relajaron, la parte ceremonial estaba completa.
Me giré obedientemente, exponiendo mi mejilla. Un momento después, la sombra de
Horowitz estaba sobre mí.
—Esto va a doler un poco, pero nada como cuando recibiste el primero. Es sólo un
retoque —explicó amablemente.
—Lo sé —dije, había sido retocada antes—. Gracias.
La aguja atravesó mi piel, y traté de no hacer una mueca de dolor. Dolía, pero como él
había dicho, Horowitz no estaba creando un tatuaje nuevo. Simplemente estaba
inyectando pequeñas cantidades de tinta en mi tatuaje existente, recargando su poder.
Lo tomé como una buena señal. Zoe podía no estar fuera de peligro aún, pero
seguramente no se tomarían la molestia de re-tatuarme si sólo iban a enviarme a un
centro de re-educación.
—¿Puedes decirnos que está ocurriendo mientras esperamos? —dijo mi padre—. Todo
lo que me dijeron fue que necesitaban a una chica adolescente. —La manera en que lo
dijo lo hacía sonar como un papel desechable. Luché con una ola de ira hacía mi
padre. Eso era todo lo que éramos para él.
—Tenemos una situación. —Oí decir a Stanton. Finalmente obtendríamos algunas
respuestas—. Con los Moroi.
Respiré un pequeño suspiro de alivio. Mejor ellos que los Strigoi. Cualquier
“situación” a la que nos enfrentáramos los alquimistas siempre involucraba a una de
las razas de vampiros y tomaría a los vivos, no-asesinos cualquier día. Ellos casi
parecían humanos a veces —sin embargo nunca le diría eso a alguien aquí—, y vivían
y morían como nosotros. Los Strigoi, por su parte, eran retorcidos fenómenos de la
naturaleza. No muertos, asesinos de vampiros creados cuando un Strigoi forzaba a una
víctima a beber su sangre o cuando un Moroi tomaba la vida de alguien a propósito
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mientras bebía su sangre. Una situación que con los Strigoi usualmente terminaba con
alguien muerto.
Todo tipo de escenarios posibles jugaban a través de mi mente mientras consideraba
qué problema había requerido la acción de los alquimistas esta noche: un humano que
había visto a alguien con colmillos, un alimentador que había escapado y hecho
público todo, un Moroi amenazado por doctores humanos… Todos esos eran el tipo
de problemas que los alquimistas enfrentaban en su mayoría, algunos para los cuales
había sido entrenada para manejar y ocultar con facilidad. Por qué necesitaban a una
“chica adolescente” para cualquiera de ellos, como sea, era un misterio.
—Saben que eligieron una nueva reina el mes pasado —dijo Barnes. Prácticamente
podía verlo poniendo sus ojos en blanco.
Todos en la habitación murmuraron afirmativamente. Por supuesto que sabían sobre
eso. Los alquimistas ponían cuidadosa atención a cualquier desarrollo importante
relacionado con los Moroi. Saber lo que los vampiros estaban haciendo era crucial
para mantenerlos escondidos del resto de la humanidad, y para mantener al resto de la
humanidad a salvo de ellos. Ese era nuestro propósito, proteger a nuestra raza. Conoce
al enemigo era tomado muy en serio por nosotros. La chica que los Moroi habían
elegido como reina, Vasilisa Dragomir, tenía 18 años, al igual que yo.
—No te tenses —dijo Horowitz amablemente.
No me había dado cuenta de que lo estaba haciendo. Traté de relajarme pero pensar en
Vasilisa Dragomir, me hacía pensar en Rose Hathaway. Inquieta, me pregunté si
quizás no debería haber asumido tan rápidamente que estaba fuera de problemas.
Piadosamente, Barnes simplemente siguió con su historia, sin mencionar mi relación
indirecta con la reina y sus asociados.
—Bueno, tan sorprendente como es para nosotros, ha sido impresionante para alguna
de su propia gente. Ha habido muchas protestas y desobediencia civil. Nadie ha
tratado de atacar a la chica Dragomir, pero eso se debe probablemente a lo bien
vigilada que está. Sus enemigos, al parecer, han encontrado otra forma de atacarla: su
hermana.
—Jill —dije, hablando antes de poder detenerme. Horowitz me regañó por moverme e
inmediatamente me arrepentí por atraer la atención hacia mí misma y mi
conocimiento sobre los Moroi. Aun así, una imagen de Jillian Mastrano invadió mi
mente: alta y anodinamente delgada como todos los Moroi, con grandes ojos color
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verde pálido que siempre parecían nerviosos. Y tenía una buena razón para estarlo. A
los 15, Jill había descubierto que era la hermana ilegítima de Vasilisa, convirtiéndose
en el único otro miembro de la línea de su familia real. También estaba relacionada
con el desastre en el que me involucré durante el verano.
—Conocen sus leyes —continuó Stanton, después de un momento de incómodo
silencio. Su tono transmitía que nosotros sabíamos todo acerca de las leyes Moroi. ¿Un
monarca electo? Eso no tenía ningún sentido para mí, pero ¿qué más puede uno
esperar de seres anti naturales, como los vampiros?—. Y Vasilisa debe tener un
miembro de la familia para mantener su trono. Por lo tanto, sus enemigos han
decidido que si no pueden sacarla directamente, van a sacar a su familia.
Un escalofrío me recorrió la columna por el significado implícito, y comenté una vez
más sin pensar.
—¿Le pasó algo a Jill? —Esta vez, por lo menos había elegido un momento en que
Horowitz iba a llenar su aguja, por lo que no había peligro de estropear el tatuaje.
Me mordí el labio para evitar decir nada más, imaginando el castigo en los ojos de mi
padre. Mostrar preocupación por un Moroi era la última cosa que quería hacer,
teniendo en cuenta mi estado de incertidumbre. No tenían ningún apego fuerte hacia
Jill, pero la idea de que alguien intentara matar a una chica de quince años —la misma
edad que Zoe— era horroroso, sin importar a qué raza perteneciera.
—Eso es lo que no está claro —reflexionó Stanton—. Fue atacada, sabemos eso, pero
no podemos decir si recibió alguna lesión real. De todos modos, está bien ahora, pero
el ataque sucedió en su propia Corte, indicando que tienen traidores a altos niveles.
Barnes resopló con disgusto.
—¿Qué podemos esperar? Cómo su ridícula raza ha logrado sobrevivir tanto tiempo
como lo han hecho sin necesidad de volverse el uno contra el otro es algo que no
puedo comprender.
Hubo murmullos de asentimiento.
—Ridículo o no, sin embargo, no podemos tener una guerra civil —dijo Stanton—.
Algunos Moroi han actuado en señal de protesta, suficientes para que hayan llamado
la atención de los medios de comunicación humanos. No podemos permitir eso.
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Necesitamos que su gobierno sea estable, y eso significa garantizar la seguridad de esta
chica. Tal vez no pueden confiar en sí mismos, pero pueden confiar en nosotros.
No tenía sentido señalar que los Moroi no confiaban totalmente en los alquimistas.
Pero, dado de que nosotros no teníamos ningún interés en acabar con el monarca
Moroi o su familia, nos hacía más confiables que otros, supongo.
—Tenemos que hacer desaparecer a la chica —dijo Michaelson—. Por lo menos hasta
que los Moroi puedan deshacer la ley que hace que el trono de Vasilisa sea tan
precario. Ocultar a Mastrano con su propia gente no es seguro por el momento, por lo
que necesitamos ocultarla entre los seres humanos. —Goteaba desdén en sus
palabras—. Pero es imprescindible que también permanezca oculta de los humanos.
Nuestra raza no puede saber que ellos existen.
—Después de consultar con los guardianes, hemos elegido un lugar que todos creemos
será seguro para ella, tanto de los Moroi y Strigoi —dijo Stanton—. Sin embargo, para
estar seguros de que ella, y que aquellos que la acompañen, no sean detectados, vamos
a necesitar una mano de los alquimistas, dedicados exclusivamente a sus necesidades
en caso de que llegue a presentarse cualquier complicación.
Mi padre se burló.
—Eso es un desperdicio de nuestros recursos. Por no hablar de insoportable para quien
tenga que quedarse con ella.
Tenía un mal presentimiento sobre lo que se avecinaba.
—Aquí es donde entra Sidney —dijo Stanton—. Nos gustaría que fuera uno de los
alquimistas que acompañen a Jillian en la clandestinidad.
—¿Qué? —exclamó mi padre—. No pueden estar hablando en serio.
—¿Por qué no? —El tono de Stanton era calmado y nivelado—. Son casi de la misma
edad, por lo que estar juntas no levantará sospechas. Y Sidney ya conoce a la chica.
Sin duda, pasar tiempo con ella, no será tan "insoportable", como podría ser para otros
alquimistas.
El trasfondo era claro y fuerte. Yo no estaba libre de mi pasado, todavía no. Horowitz
se detuvo y levantó la aguja, lo que me dio la oportunidad de hablar. Mi mente corría.
Buscando alguna respuesta adecuada. No quería sonar demasiado molesta por el plan.
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Necesitaba recuperar mi buen nombre entre los alquimistas y mostrar mi disposición a
seguir órdenes. Dicho esto, tampoco quería sonar como si estuviera demasiado
cómoda con los vampiros o sus equivalentes mitad humanos, los dhampir.
—Pasar tiempo con alguno de ellos nunca es divertido —dije con cuidado,
manteniendo la voz fría y altanera—. No importa lo mucho que lo haga. Pero haré lo
que sea necesario para mantenernos, y a todos los demás, seguros. —No tenía
necesidad de explicar que "todos" significaba los humanos.
—Ahí, ¿lo ves, Jared? —Barnes parecía satisfecho con la respuesta—. La chica sabe
que es su deber, hemos hecho una serie de arreglos que deben hacer que las cosas
funcionen bien, y ciertamente no la enviaría allí, sola, sobre todo porque la chica
Moroi no estará sola tampoco.
—¿Qué quieres decir? —Mi padre aún no sonaba contento con nada de esto, y me
pregunté qué le molestaba más. ¿Acaso realmente creía que yo podría estar en peligro?
¿O era que simplemente le preocupaba que pasar más tiempo con los Moroi cambiara
mis lealtades aún más?
—¿Cuántos de ellos están viniendo?
—Están enviando a un dhampir —dijo Michaelson—. Uno de sus guardianes,
realmente no tengo problemas con él. El lugar que hemos elegido debería ser libre de
Strigoi, pero si no es así, es mejor que ellos luchen contra los monstruos que nosotros.
—Los guardianes eran dhampirs especialmente entrenados y que se desempeñaban
como guardaespaldas.
—Ahí está —me dijo Horowitz, dando un paso atrás—. Puedes sentarte.
Obedecí y resistí el impulso de tocar mi mejilla. Lo único que sentía de su trabajo era
la picadura de la aguja, pero conocía la poderosa magia que estaba trabajando su
camino a través de mí, la magia que me daría un sistema inmunológico sobrehumano
y me impediría hablar de asuntos de vampiros a los humanos ordinarios. Traté de no
pensar en la otra parte, acerca de dónde provenía esa magia. Los tatuajes eran un mal
necesario.
Los otros seguían en pie, sin prestarme atención, bueno, a excepción de Zoe. Ella
todavía se veía confusa y asustada y no dejaba de mirar con ansiedad en mi dirección.
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—También puede que venga otro Moroi —añadió Stanton—. Honestamente, no sé
por qué, pero fueron muy insistentes en que debía estar con Mastrano. Les dijimos que
la menor cantidad de ellos por ocultar era mejor, pero... bueno, parecían pensar que
era necesario y les dijimos que haríamos los arreglos para él ahí. Creo que es algún
Ivashkov. Irrelevante.
—¿Dónde es ahí? —preguntó mi padre—. ¿A dónde quieren mandarla?
Excelente pregunta. Me había estado preguntando lo mismo. Mi primer trabajo de
tiempo completo con los alquimistas me había enviado a mitad de camino en todo el
mundo, a Rusia. Si los alquimistas tenían la intención de ocultar a Jill, no se sabía a
qué lugar remoto la iban a enviar. Por un momento, me atreví a esperar que podría
terminar en mi ciudad de ensueño: Roma. Legendarias obras de arte y comida Italiana
parecía una buena manera de compensar el papeleo y los vampiros.
—Palm Springs —dijo Barnes.
—¿Palm Springs? —repetí. Eso no era lo que había estado esperando. Cuando pensaba
en Palm Springs, pensaba en estrellas de cine y campos de golf. No exactamente una
fiesta romana, pero tampoco el Ártico.
Una pequeña sonrisa irónica tiró de los labios de Stanton.
—Está en el desierto y recibe mucha luz del sol. Totalmente indeseable para los
Strigoi.
—¿No sería indeseable para los Moroi también? —le pregunté, pensando en el futuro.
Un Moroi no se incinera al sol como un Strigoi, pero una exposición excesiva todavía
volvía a los Moroi débiles y enfermos.
—Bueno, sí —admitió Stanton—. Pero un poco de incomodidad vale la pena por la
seguridad que ofrece. En tanto que el Moroi pase la mayor parte de su tiempo dentro,
no será un problema. Además, va a desalentar a otros Moroi de ir y venir...
El sonido de una puerta de un coche abriéndose y golpeando fuera de la ventana llamó
la atención de todos.
—Ah —dijo Michaelson—. Ahí están los otros. Voy a dejarlos entrar.
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Se deslizó fuera del estudio y, presumiblemente, se dirigió hacia la puerta de entrada
para dejar pasar a los que habían llegado. Momentos más tarde, oí a una nueva voz
hablando mientras Michaelson regresaba con nosotros.
—Bueno, papá no pudo hacerlo, así que me envió a mí —decía la nueva voz.
La puerta del estudio se abrió, y mi corazón se detuvo.
No, pensé. Cualquiera excepto él.
—Jared —dijo el recién llegado, al ver a mi padre—. Me alegro de verte de nuevo.
Mi padre, quien apenas me había dado un vistazo en toda la noche, sonrió.
—¡Keith! Me he estado preguntando dónde has estado.
Los dos se estrecharon las manos, y una ola de indignación se deslizó a través de mí.
—Este es Keith Darnell —dijo Michaelson, presentándolo a los demás.
—¿El hijo de Tom Darnell? —preguntó Barnes, impresionado. Tom Darnell fue un
legendario líder entre los alquimistas.
—El mismo —dijo Keith alegremente. Él era unos cinco años mayor que yo. Con el
pelo rubio un tono más claro que el mío. Conocía a un montón de chicas que pensaban
que era atractivo. ¿Yo? Lo encontraba vil. Era casi la última persona que esperaba ver
aquí.
—Y creo que conoces a las hermanas Sage —agregó Michaelson.
Keith volvió sus ojos azules primero hacia Zoe, ojos que eran sólo marginalmente
diferentes uno de otro en color. Uno de sus ojos, el de vidrio, se quedó mirando hacia
adelante y no se movió en absoluto. El otro le hizo un guiño mientras su sonrisa se
ampliaba.
Todavía puede guiñar, pensé furiosamente. ¡Qué molesto, estúpido, guiño condescendiente!
Pero entonces, ¿por qué no lo haría? Todos habían oído sobre el accidente que había
tenido este año, un accidente que le había costado un ojo. Todavía había sobrevivido
con uno bueno, pero de alguna manera, en mi mente, pensaba que la pérdida de un ojo
detendría ese exasperante guiño.
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—¡Pequeña Zoe! Mírate, has crecido —dijo con cariño. No soy una persona violenta,
no por cualquier medio, pero de repente quería pegarle por mirar a mi hermana de esa
manera.
Ella esbozó una sonrisa para él, claramente aliviada al ver una cara familiar aquí.
Cuando Keith se volvió hacia mí, sin embargo, toda la alegría y simpatía se
desvaneció. El sentimiento era mutuo.
El ardiente, y oscuro odio que se construía dentro de mí fue tan abrumador que me
tomó un momento formular cualquier tipo de respuesta.
—Hola, Keith —le dije secamente.
Keith ni siquiera intentó igualar mi forzada cortesía. De inmediato se volvió hacia los
alquimistas de alto nivel.
—¿Qué está haciendo ella aquí?
—Sabemos que solicitaste a Zoe —dijo Stanton con voz nivelada—, pero tras el
examen, se decidió que sería mejor si Sidney cumplía esta función. Su experiencia
eclipsa cualquier preocupación por sus acciones pasadas.
—No —dijo Keith rápidamente, volviendo esa acerada mirada azul de regreso a mí—.
No hay forma en que pueda venir, no hay manera de que confié en que una retorcida
amante de los vampiros no está jodiendo esto para todos nosotros. Llevaremos a su
hermana.
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Capítulo 2
Traducido por Susanauribe
Corregido por ~NightW~
n par de personas jadearon, sin duda gracias al hecho de que Keith
usara el término “Amante de los Vampiros”. Las palabras no eran tan
terribles por sí solas, pero juntas… bien, representaban una idea que era
básicamente un anatema para todo lo que los Alquimistas defendían. Luchábamos por
proteger a los humanos de los vampiros. Estar en asociación con esas criaturas era la
cosa más malvada de la que pudiéramos ser acusados. Incluso durante mi
interrogatorio anterior, los otros alquimistas habían sido muy cuidadosos con la
elección de su lenguaje.
El tratamiento de Keith era casi obsceno. Horowitz parecía furioso en mi nombre y
abrió la boca como si estuviera a punto de hacer una réplica mordaz. Luego de una
rápida mirada a Zoe y a mí, pareció reconsiderarlo y se quedó en silencio. Michaelson,
sin embargo, no pudo evitar murmurar—: Protégenos a todos. —Luego hizo la señal
contra el demonio.
Sin embargo, no eran los insultos de Keith lo que en realidad me molestaba (aunque
ciertamente lograban estremecerme). Era el anterior comentario descortés de Stanton
lo que lo hacía. Sabemos que solicitaste a Zoe.
¿Keith había solicitado a Zoe para ésta tarea? Mi decisión de mantenerla fuera de esto
crecía a pasos agigantados. La idea de ella alejándose con él me hacía apretar los
puños. Todos aquí podían pensar que Keith Darnell era alguna clase de chico de
portada, pero yo sabía que no era así. Ninguna chica —mucho menos mi hermana—
debería quedarse a solas con él.
—Keith —dijo Stanton, con una amable advertencia en su voz—. Puedo respetar sus
sentimientos, pero no estás en la posición de tomar esa decisión.
Él se ruborizó.
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—¡Palm Springs es mi lugar! Tengo todo el derecho de decidir lo que sucede en mi
territorio.
—Puedo entender por qué te siente de esa manera —dijo mi padre. Increíble. Si Zoe o
yo hubiéramos cuestionado su autoridad como Keith lo había hecho, nuestro padre no
hubiera dudado en decirnos nuestros “derechos”… o más bien, nos hubiera dicho que
no teníamos ninguno. Keith se había quedado con mi familia durante un verano —los
jóvenes alquimistas hacían eso algunas veces mientras entrenaban— y mi padre había
empezado a considerarlo como el hijo que nunca había tenido. Incluso entonces, había
habido un doble estándar entre Keith y nosotros. El tiempo y la distancia
aparentemente no habían acabado con eso.
—Palm Springs puede ser tu lugar —dijo Stanton—, pero ésta tarea viene de lugares en
la organización que van mucho más allá de tu alcance. Eres esencial para la
coordinación, sí, pero de ninguna manera eres la autoridad de éste lugar. —A
diferencia de mí, sospechaba que Stanton había golpeado a algunas personas en su día
y creo que ahora quería hacer eso con Keith. Era divertido que se volviera mi
defensora, ya que estaba bastante segura que no se creía del todo mi historia de usar a
Rose para avanzar en mi carrera.
Keith se había calmado visiblemente, de forma sabia se había dado cuenta que una
rabieta infantil no lo llevaría a ningún lado.
—Entiendo. Pero simplemente estoy preocupado por el éxito de ésta misión. Conozco
a las dos chicas Sage. Incluso antes del “incidente” de Sydney, tenía serias
preocupaciones sobre ella. Sin embargo, supuse que crecería lejos de ellas, de manera
que no me molesté en decir nada en ese entonces. Ahora veo que estaba equivocado.
En ese entonces, de verdad pensé que Zoe hubiera sido una elección mucho mejor para
la posición de la familia. Sin ofender, Jared. —Le dio a mi padre lo que se suponía que
debía ser una sonrisa encantadora.
Mientras tanto, se me hacía más y más difícil esconder mi incredulidad.
—Zoe tenía once años cuando te quedaste con nosotros —dije—. ¿Cómo podrías
haber sacado esas conclusiones? —No creí ni por un instante el hecho de que se
hubiera “preocupado” por mí en ese entonces. No, tachen eso. Probablemente se había
preocupado el último día que estuvo con nosotros, cuando lo confronté por un oscuro
secreto que había estado escondiendo. El cual, estaba casi segura, estaba relacionado
con todo esto. Él quería que me quedara callada. Mis aventuras con Rose eran
simplemente una excusa para sacarme de su camino.
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—Zoe siempre fue adelantada para su edad —dijo Keith—. Algunas veces
simplemente podías darte cuenta de eso.
—¡Zoe nunca ha visto a un Strigoi, y mucho menos un Moroi! Probablemente se
congelaría si lo hiciera. Es lo que sucede con la mayoría de los alquimistas —señalé—.
A quien sea que envíes tiene que ser capaz de estar alrededor de ellos, y sin importar lo
que pienses de mis razones, estoy acostumbrada a ellos. No me agradan, pero sé cómo
tolerarlos. Zoe no ha tenido nada salvo las instrucciones más básicas… y todo eso ha
sido en casa. Todos siguen diciendo que es una tarea seria. ¿De verdad quieres
arriesgar el resultado por la inexperiencia y temores sin comprobar?
Terminé, orgullosa de mí misma por mantenerme calmada y construir un argumento
tan razonable.
Barnes se movió inquietamente.
—Pero si Keith tenía dudas hace algunos años…
—El entrenamiento de Zoe probablemente sea lo suficiente como para sobrevivir
—dijo mi padre.
¡Hace cinco minutos, mi padre había aprobado que fuera yo en su lugar! ¿Había
siquiera alguien aquí que estuviera escuchándome? Es como si fuera invisible ahora
que Keith estaba aquí. Horowitz había estado ocupado limpiando y guardando sus
instrumentos de tatuajes pero tuvo tiempo de levantar la mirada para burlarse del
comentario de Barnes.
—Tú dijiste las palabras mágicas: “hace años”. Keith no pudo haber sido mucho más
viejo de lo que estas chicas son ahora. —Horowitz cerró su caja de herramientas y se
inclinó casualmente contra la pared, con los brazos cruzados—. No dudo de ti, Keith.
No exactamente. Pero no estoy completamente seguro de que puedas basar tu opinión
sobre ella en recuerdos de cuando eran niños.
Si entendía la lógica de Horowitz, estaba diciendo que yo seguía siendo una niña, pero
no me importaba. Él había expuesto sus comentarios de una manera muy sencilla y sin
mayores esfuerzos, sin embargo, había dejado a Keith luciendo como un idiota. Keith
también lo sabía, y se puso de un rojo brillante.
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—Yo coincido —dijo Stanton, que claramente se estaba volviendo impaciente—.
Sydney de verdad desea esto y sólo unos pocos consideran que esto significa que ella
realmente tendrá que vivir con un vampiro.
¿Desearlo de verdad? No exactamente. Pero sí quería proteger a Zoe a cualquier precio
y restablecer mi credibilidad. Si eso significaba frustrar a Keith Darnell, entonces que
se…
—Esperen —dije, repitiendo las palabras de Stanton—. ¿Dijiste vivir con un vampiro?
—Sí —dijo Stanton—. Aunque se esté escondiendo, la chica Moroi aún debe guardar
la apariencia de una vida normal. Supuse que mataríamos dos pájaros de un solo tiro y
la pondríamos en un internado privado. Haciéndonos cargo de su educación y
alojamiento. Haremos arreglos para que sea tu compañera de habitación.
—¿Eso no significaría...eso no significaría que tendría que ir a la escuela? —pregunté,
sintiéndome ahora un poco confundida—. Ya me gradué. —Al menos de la
preparatoria. Le había dejado claro muchas veces a mi padre que me encantaría ir a la
universidad. Él también ha dejado en claro que sentía que eso no era necesario.
—¿Ven? —dijo Keith, saltando ante la oportunidad—. Ella es muy vieja. Zoe tiene
mayores oportunidades gracias a la edad.
—Sydney puede hacerse pasar por una estudiante de último año. Tiene la edad
adecuada. —Stanton me echó un vistazo—. Además, fuiste educada en casa, ¿verdad?
Esta será una nueva experiencia para ti. Puedes ver lo que te estabas perdiendo.
—Probablemente será fácil para ti —dijo mi padre a regañadientes—. Tu educación
fue superior a cualquiera que puedan ofrecer. —Bonito cumplido ambiguo, papá.
Tenía miedo de demostrar cuán preocupada me tenía este trato. Mi determinación
para velar por Zoe y por mí no había cambiado, pero las complicaciones sólo seguían
creciendo. Repetir la preparatoria. Vivir con un vampiro. Mantenerla en protección de
testigos. Y aunque había hablado de cuán cómoda me sentía alrededor de los
vampiros, el pensamiento de compartir la habitación con uno —incluso con uno
aparentemente benigno como Jill— era desconcertante. Otra aflicción se me ocurrió.
—¿Serás tú un estudiante encubierto también? —le pregunté a Keith. La idea de
prestarle mis notas de clases me regresó la sensación de nauseas.
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—Por supuesto que no —dijo él, sonando ofendido—. Soy muy viejo. Seré el Enlace de
Misión del Área Local. —Estaba dispuesta a apostar que se había inventado ese título en
este momento—. Mi trabajo es ayudar a coordinar las tareas y reportarlo a nuestros
superiores. Y no voy a hacerlo si ella es la que esté allí. —Miró de rostro en rostro
mientras pronunciaba esa última línea, pero no había dudas de quién era ella. Yo.
—Entonces no lo hagas —dijo Stanton rotundamente—. Sydney irá. Esa es mi
decisión y lo discutiré con cualquier autoridad superior que usted desee. Si está tan en
contra de su ubicación, Sr. Darnell, yo personalmente veré que sea transferido de Palm
Spring y no tenga que tratar con ella en absoluto.
Todos los ojos se volvieron hacia Keith y él vaciló. Ella lo había hecho caer en un una
trampa, me di cuenta. Tenía que imaginarme que con su clima, Palm Spring no veía
mucha actividad vampírica. El trabajo de Keith probablemente era muy fácil, mientras
que cuando yo trabajaba en St. Petersburgo, constantemente tenía que estar realizando
control de daños. Ese lugar era el cielo de los vampiros, igual que otros lugares en
Europa y Asia que mi padre me había llevado a visitar. Ni siquiera me hagan
comenzar con Praga. Si Keith era transferido, correría el riesgo no sólo de obtener una
mayor cantidad de trabajo sino que también estaría ubicado en una posición peor.
Porque a pesar de que Palm Spring no fuera deseable para los vampiros, sonaba
asombroso para los humanos.
El rostro de Keith confirmó la mayor parte. No quería dejar Palm Springs.
—¿Qué tal si ella va y tengo razones para volver a sospechar de su traición?
—Entonces la reportas —dijo Horowitz, moviéndose incómodo. Obviamente no
estaba impresionado con Keith—. Igual que cómo harías con cualquiera.
—Puedo aumentar algo del entrenamiento de Zoe mientras tanto —dijo mi padre, casi
como una disculpa hacia Keith. Era obvio de qué lado estaba mi padre. Y no era el
mío. Ni siquiera el de Zoe, en realidad—. De forma que, si encuentras fallas con
Sydney, podemos reemplazarla.
Todo el vello se me erizó ante la idea de que fuera Keith quien decidiera si tenía fallas,
pero eso no me molestaba tanto como el hecho de pensar que Zoe seguía atada a esto.
Si mi padre la estaba teniendo en espera, significaba que ella aún no estaba fuera de
peligro. Los alquimistas podrían seguir teniendo sus anzuelos sobre ella… al igual que
Keith. Prometí entonces que sin importar lo que costara, incluso si tenía que
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alimentarlo con uvas una por una, me aseguraría de que Keith no tuviera motivos para
dudar de mi lealtad.
—Bien —dijo él, la palabra parecía causarle mucho dolor—. Sydney puede ir… por
ahora. Pero te estaré vigilando. —Dirigió su mirada a mí—. Y no voy a cubrirte. Serás
responsable de mantener a esa chica vampira a raya y llevarla a sus alimentaciones.
—¿Alimentaciones? —pregunté sin expresión. Por supuesto. Jill necesitaría sangre. Por
un momento, toda mi seguridad flaqueó. Era fácil hablar sobre salir con vampiros
cuando ninguno estaba alrededor. Más fácil aun cuando no pensabas en lo que
convertía a los vampiros en quienes eran. La sangre. Esa necesidad terrible y
antinatural que llenaba su existencia. Un terrible pensamiento se apareció en mi
mente, desvaneciéndose tan rápido como llegó. ¿Se supone que debo darle mi sangre? No.
Eso era ridículo. Esa era la línea que los alquimistas nunca cruzarían. Tragando, traté
de superar mi breve momento de pánico—. ¿Cómo planean alimentarla?
Stanton asintió hacia Keith.
—¿Podrías explicar? —Creo que ella le estaba dando la oportunidad de sentirse
importante, como una forma de remediarlo por su previa derrota. Él lo siguió.
—Sólo sabemos de un Moroi viviendo en Palm Springs —dijo Keith. Mientras
hablaba, noté que su cabello rubio despeinado estaba prácticamente cubierto de gel.
Esto le daba un pequeño brillo que no pensé que fuera atractivo en absoluto. Además
no confiaba en ningún chico que usara más productos para el estilo que yo. Y si me lo
preguntas, creo que él está loco. Pero es inofensivamente loco… en la medida en que
cualquiera de ellos pueda ser inofensivo—. Él es este anciano recluso que vive en las
afueras de la ciudad. Cortó relaciones con el gobierno Moroi y no está asociado con
ninguno de ellos, así que no le dirá a nadie que ustedes están aquí. Pero más
importante aún, tiene un alimentador que está dispuesto a compartir.
Fruncí el ceño.
—¿Realmente queremos que Jill esté cerca de alguien que está en contra del gobierno
Moroi? Todo el propósito de esto es mantenerlos estables. Si le presentamos un
rebelde, ¿cómo sabemos que no tratará de usarla?
—Ese es un excelente punto —dijo Michaelson, pareciendo sorprendido de admitirlo.
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No había tenido la intención de socavar a Keith. Mi mente simplemente había saltado
adelante en la manera que lo había hecho, detectando un problema potencial y
señalándolo. Por la mirada que me dirigió, sin embargo, era como si hubiera tratado
de desacreditar su declaración a propósito y lo hubiera hecho lucir mal.
—No le diremos quién es, obviamente —dijo, con un destello de ira en sus ojos—. Eso
sería estúpido. Y él no es parte de ningún grupo. No es parte de nada. Está convencido
de que los Moroi y sus guardianes lo decepcionaron, de manera que no quiere tener
nada que ver con ellos. Le he transmitido la historia de cómo la familia de Jill tiene los
mismos sentimientos antisociales, por lo que se mantiene comprensivo.
—Tienes razón al ser precavida, Sydney —dijo Stanton. Hubo una mirada de
aprobación en sus ojos, como si estuviera complacida de haberme defendido. Esa
aprobación significaba mucho para mí, considerando cuán feroz parecía siempre—.
No podemos asumir nada de ellos. Aunque también verificaremos a este Moroi con
Abe Mazur, quién coincidirá en si es lo suficientemente inofensivo o no.
—¿Abe Mazur? —se mofó Michaelson, rascándose su barba gris—. Sí. Estoy seguro de
que es un experto en decir quién es inofensivo y quién no.
Mi corazón se sacudió con el nombre, pero intenté no demostrarlo. No reacciones, no
reacciones, le ordené a mi rostro. Después de una profunda respiración, pregunté muy,
muy cuidadosamente.
—¿Es Abe Mazur el Moroi que estará con Jill? Lo conozco de antes… pero pensé que
habían dicho que era un Ivashkov quien la acompañaría. —Si Abe Mazur estaba de
residente en Palm Springs, podría alterar las cosas significativamente.
Michaelson bufó.
—No. Nunca te enviaríamos con Abe Mazur. Él simplemente ha estado ayudando con
la organización del plan.
—¿Qué es eso tan malo sobre Abe Mazur? —preguntó Keith—. No sé quién es él.
Estudié a Keith muy de cerca mientras hablaba, buscando algún rastro de decepción.
Pero, no. Su rostro era toda inocencia, abiertamente curioso. Sus ojos azules —o mejor
dicho, su ojo— sostenía una extraña mirada de confusión, contrastando con la usual
arrogancia de sabelotodo. El nombre de Abe no significaba nada para él. Exhalé una
respiración que no sabía que hubiera estado conteniendo.
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—Un bribón —dijo rotundamente Stanton—. Él sabe mucho sobre cosas de las que no
debería saber. Es útil, pero no confío en él.
¿Un bribón? Eso era una descripción insuficiente. Abe Mazur era un Moroi cuyo
apodo en Rusia —Zmey, la serpiente— lo decía todo. Abe me había hecho un montón
de favores, unos que había pagado a un riesgo considerable para mí misma. Parte de
esa retribución había sido ayudar a escapar a Rose. Bueno, él lo llamaba retribución,
yo lo llamaba chantaje.
No tenía intenciones de volverme a cruzar con él, principalmente porque estaba
preocupada de lo que pediría a continuación. La parte frustrante era que no había
nadie a quién pudiera acudir por ayuda. Mis superiores no reaccionarían bien al saber
eso, en adición a todas mis otras actividades a solas con vampiros, ya que me
encontraba haciendo tratos con ellos.
—No se debe confiar en ninguno de ellos —señaló mi padre. Luego hizo el signo
alquimista contra el mal, dibujando una cruz en su hombro izquierdo con su mano
derecha.
—Sí, bueno, Mazur es peor que la mayoría —dijo Michaelson. Ahogó un bostezo,
recordándonos a todos que era media noche—. Entonces, ¿estamos todos listos?
Hubo murmullos de asentimiento. La tormentosa expresión de Keith mostraba cuán
descontento estaba por no salirse con la suya, pero no hizo ningún otro intento por
evitar que fuera.
—Supongo que ahora podemos marcharnos en cualquier momento —dijo.
Me tomó un segundo darme cuenta de que “nosotros” significaba él y yo.
—¿Ahora mismo? —pregunté incrédula.
Él se encogió de hombros.
—Los vampiros pronto estarán en camino. Necesitamos asegurarnos de que todo esté
listo para ellos. Si conducimos ahora, podremos estar allí mañana en la tarde.
—Estupendo —dije secamente. Un viaje por la carretera con Keith. Ugh. ¿Pero qué
más podía decir? No tenía elección sobre esto, e incluso si la tuviera, no estaba en
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posición de negarme a nada que los alquimistas me pidieran. Jugué con cada carta que
tenía esta noche y tenía que creer que estar con Keith era mejor que un centro de re-
educación. Además, acababa de pelear una fuerte batalla para probarme a mi misma y
liberar a Zoe. Tenía que seguir demostrando que estaba dispuesta a todo.
Mi padre me envió a empacar con la misma vivacidad que me había ordenado que me
pusiera presentable anteriormente. Dejé a los demás hablando y me escurrí
calladamente hacia mi habitación, todavía consciente de mi madre dormida. Era una
experta en empacar rápida y eficientemente, gracias a los viajes sorpresa a los cuales
mi papá me había llevado durante toda mi infancia. De hecho, siempre tenía una bolsa
con artículos de aseo lista para salir. El problema no era tanto la velocidad si no
preguntarme cuánto debía empacar. La duración de esta tarea no había sido
especificada y tenía el inquieto sentimiento de que en realidad nadie lo sabía.
¿Estábamos hablando de unas cuantas semanas? ¿Un año escolar entero? Había
escuchado a alguien mencionar que los Moroi querían revocar la ley que ponía en
peligro a Jill, pero eso parecía como el tipo de proceso legal que tomaría un tiempo.
Para hacer las cosas aún peor, ni siquiera sabía qué ponerme para la escuela. De la
única cosa que estaba segura era que el clima sería cálido. Y terminé empacando diez
de mis atuendos más ligeros y que esperaba pudiera ser capaz de lavar.
—¿Sydney?
Estaba guardando mi laptop en un bolso de mensajero cuando Zoe apareció en mi
puerta. Había rehecho sus trenzas por lo que estaban más pulidas y me pregunté si
había sido un intento por impresionar a nuestro padre.
—Hey —dije sonriéndole. Se deslizó dentro de la habitación y cerró la puerta detrás de
ella. Estaba agradecida de que hubiera venido a decir adiós. La extrañaría y quería que
supiera que…
—¿Por qué me hiciste eso? —preguntó antes de que yo pudiera hablar—. ¿Sabes cuán
humillada estoy?
Estuve desconcertada, sin palabras durante un momento.
—Yo… ¿de qué estás hablando? Estaba tratando de…
—¡Me hiciste sonar incompetente! —dijo ella. Estaba atónita al ver el atisbo de
lágrimas en sus ojos—. ¡Dijiste que no tenía experiencia y que no podía manejar lo que
papá y tú hacían! Parecía una idiota en frente de todos esos alquimistas. Y Keith.
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—Keith Darnell no es alguien que tengas que preocuparte por impresionar —dije
rápidamente, tratando de controlar mi temperamento. Viendo su tormentoso rostro,
suspiré y rememoré la conversación en el estudio. No había tratado de hacer lucir mal
a Zoe tanto como trataba de hacer todo para asegurarme de que fuera a mí a la que
enviaran. No sabía que ella se lo tomaría de este modo—. Mira, no estaba tratando de
avergonzarte. Estaba tratando de protegerte.
Soltó una risa hosca, y el odio sonó extraño viniendo de alguien tan gentil como Zoe.
—¿Así es cómo lo llamas? ¡Incluso dijiste que estabas tratando de obtener un ascenso!
Hice una mueca. Si, lo había dicho. Pero difícilmente podría decirle la verdad. Ningún
humano sabía la verdad sobre por qué ayudé a Rose. Estar mintiéndole a mi propia
especie —especialmente a mi hermana— me afligía, pero no había nada que pudiera
hacer. Como siempre, me sentí atrapada en el medio. Así que, evadí el comentario.
—Nunca tuviste intenciones de ser un alquimista —dije—. Hay mejores cosas para ti
allá fuera.
—¿Porque no soy tan inteligente como tú? —preguntó—. ¿Porque no hablo cinco
idiomas?
—Eso no tiene nada que ver —espeté—. Zoe, eres maravillosa, ¡y probablemente serías
una alquimista grandiosa! Pero créeme, la vida de un alquimista… no quieres ser parte
de esto. —Quería decirle que lo odiaría. Quería decirle que nunca sería responsable de
su futuro o de volver a tomar decisiones por sí misma. Pero mi sentido del deber me
prevenía, de manera que permanecí callada.
—Lo haría —dijo ella—. Ayudaría a protegernos de los vampiros… Si papá quisiera
que lo hiciera. —Su voz se quebró un poco y de repente me pregunté qué estaba
alimentando realmente su deseo de ser alquimista.
—Si quieres acercarte a papá, busca otro modo. Los alquimistas pueden ser buenos al
principio, pero una vez que estás dentro, te poseen. —Deseaba poder explicarle cómo
se sentía—. No quieres esta vida.
—¿Porque la quieres toda para ti? —preguntó. Ella era unas cuantas pulgadas más
pequeña que yo, pero estaba tan llena con tanta ira y ferocidad en este momento que
parecía poseer la habitación.
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—¡No! Yo no… tú no entiendes —dije finalmente, quería tirar mis manos con
exasperación pero me contuve, como siempre.
La mirada que ella me dirigió casi me convierte en hielo.
—Oh, creo que entiendo perfectamente. —Se volteó abruptamente y se apresuró a la
puerta, logrando moverse silenciosamente. Su miedo por nuestro padre superaba su
enojo contra mí.
Miré a dónde ella había estado y me sentí terrible. ¿Cómo podía pensar que en realidad
estaba tratando de robarle toda su gloria y hacerla lucir mal? Porque eso es exactamente lo
que dijiste, me señaló una voz en mi interior. Supuse que era cierto, pero nunca esperé
que se ofendiera. No sabía que ella tenía algún interés en volverse alquimista. Incluso
ahora, me pregunté si su deseo era más por ser parte de algo y probarse a sí misma ante
nuestro padre, que por su deseo de ser escogida para esta tarea.
Cualquiera que fueran sus razones, ahora no había nada que hacer. Puede que no me
gustara la forma ruda en que los alquimistas habían tratado conmigo, pero seguía
creyendo ferozmente en lo que ellos estaban haciendo para proteger a los humanos de
los vampiros. Y definitivamente creía en mantener a Jill a salvo de su propia gente si
eso significa evitar una guerra civil masiva. Podía hacer este trabajo y podía hacerlo
bien. Y Zoe… ella sería libre para perseguir lo que sea que quisiera para su vida.
—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó mi padre en el momento en que regresé al
estudio. Mi conversación con Zoe me había retrasado un par de minutos, para él, dos
minutos era demasiado. No traté de responderle.
—Estoy lista para irme cuando sea que tú lo estés —me dijo Keith. Su humor debió
haber cambiado mientras estuve arriba. Ahora la simpatía brotaba de él, tan fuerte que
era una maravilla que nadie más notara lo falsa que era. Aparentemente había decido
intentar tener una actitud más agradable a mi alrededor, tal vez con la esperanza de
impresionar a los otros o de lamerme el trasero con tal de que no revelara lo que sabía
de él. Incluso mientras usaba esa sonrisa plástica, había una rigidez en su postura y en
la forma cómo cruzaba sus brazos que me decía —si nada más— que no estaba más
feliz que yo con respecto al hecho de estar juntos—. Incluso puedo manejar la mayor
parte del tiempo.
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—No me importa hacer mi aporte —dije, tratando de evitar hacer contacto con su ojo
de vidrio. Tampoco estaba muy cómoda al ser conducida por alguien con una
profunda y defectuosa percepción.
—Me gustaría hablar con Sydney en privado antes de que se vaya, si eso está bien
—dijo mi padre.
Nadie tuvo un problema con eso por lo que me guió hacia la cocina, cerrando la puerta
detrás de nosotros. Nos quedamos en silencio durante un momento, simplemente
mirándonos el uno al otro con los brazos cruzados. De repente me atreví a tener
esperanza de que tal vez me dijera cuánto sentía cómo habían salido las cosas entre
nosotros los dos últimos meses, que me perdonaba y me amaba. Honestamente,
hubiera sido feliz si simplemente hubiera querido una despedida privada y fraternal.
Me miró detenidamente, sus ojos cafés tan idénticos a los míos. Esperaba que los míos
nunca tuvieran una mirada tan fría en ellos.
—No tengo que decirte cuán importante es esto para ti, para todos nosotros.
Mucho afecto paternal.
—No, señor —dije—. No tiene que hacerlo.
—No creo que puedas deshacer la desgracia que trajiste cuando huiste con ellos, pero
este es un paso en la dirección correcta. No estropees esto. Estás siendo probada. Sigue
tus órdenes. Mantén a la chica Moroi fuera de problemas. —Suspiró y pasó una mano
por su cabello rubio oscuro, el cual yo también había heredado. Extraño, pensé, que
tuviéramos tantas cosas en común… y sin embargo fuéramos completamente
diferentes—. Gracias a Dios que Keith está contigo, sigue su ejemplo. Él sabe lo que
está haciendo.
Me puse tensa. Una vez más, había una nota de orgullo en su voz, como si Keith fuera
la cosa caminante más grandiosa del mundo. Mi padre había visto que mi
entrenamiento era meticuloso, pero cuando Keith se había quedado con nosotros, mi
padre lo había llevado a él a las lecciones y viajes a los que yo nunca había ido. Mi
hermana y yo habíamos estado furiosas. Siempre sospechamos que nuestro padre se
arrepentía de haber tenido solamente hijas y esa había sido la prueba. Pero no eran
celos los que ahora hacían que mi sangre hirviera y mis dientes se apretaran.
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Por un momento, pensé, ¿Qué tal si le digo lo que sé? ¿Qué pensaría entonces de su chico
dorado? Pero mirando a los ojos de mi padre, respondí mi propia pregunta: Nadie me
creería. Eso fue inmediatamente seguido por el recuerdo de otra voz y una niña
asustada, un rostro suplicante mirándome con sus ojos grandes y marrones: No lo digas,
Sydney. Sin importar lo que hagas, no reveles lo que hizo Keith. No le digas a nadie. No podía
traicionarla de esa forma.
Mi padre seguía esperando por una respuesta. Tragué y asentí.
—Sí, señor.
Él alzó sus cejas, claramente complacido y me dio una fuerte palmada en el hombro.
Era lo más cercano a lo que había llegado en cuanto a verdadero afecto. Me encogí,
ambos sorprendidos por cuán rígida estaba yo con frustración.
—Bien. —Se movió hacia la puerta de la cocina y luego se detuvo para mirarme—. Tal
vez aún haya esperanza para ti.
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Capítulo 3
Traducido por LizC
Corregido por Paovalera
anejar a Palm Springs fue una agonía.
Estaba agotada por haber sido sacada de la cama, e incluso cuando
Keith se hizo cargo del volante, no pude conciliar el sueño. Tenía demasiadas cosas en
mi mente: Zoe, mi reputación, la misión en la que estábamos... Mis pensamientos
giraban en círculos. Sólo quería arreglar todos los problemas en mi vida. La manera de
conducir de Keith no hizo nada para que estuviera menos ansiosa.
Estaba molesta también porque mi padre no me había dejado despedirme de mi
madre. Había mencionado una y otra vez que debería dejar que durmiera, pero yo
sabía la verdad. Tenía miedo de que si ella hubiera sabido que me iba, hubiera tratado
de detenernos. Ella había estado furiosa después de mi última misión: me había ido al
otro lado del mundo por mi cuenta, sólo para regresar sin tener ni idea de lo que mi
futuro aguardaba. Mi mamá había pensado que los alquimistas me habían utilizado y
le había dicho a mi padre que también parecían haber terminado conmigo. No sé si
realmente podría haberse interpuesto en el camino de los planes de esta noche, pero no
quería correr el riesgo en caso de que Zoe fuera enviada en mi lugar. Ciertamente no
había esperado una despedida cálida y confusa de él, pero se sentía raro irme en tales
condiciones inestables con mi hermana y madre.
Cuando llegó el amanecer, tornando brevemente el paisaje del desierto de Nevada en
un mar resplandeciente de color rojo y cobre, me di por vencida completamente al
tratar de dormir y decidí simplemente seguir adelante con energía, me compré una taza
de veinticuatro onzas de café en una estación de servicio y le aseguré a Keith que podía
conducir el resto del camino. De buena gana me cedió el volante, pero en lugar de
dormir, compró café también y charló conmigo durante las horas restantes. Él seguía
insistiendo con su nueva actitud de somos amigos, casi haciéndome desear su
animosidad anterior. Estaba decidida a no darle ningún motivo para dudar de mí, así
que trabajé duro en sonreír y asentir adecuadamente. Era un poco difícil de hacer ya
que constantemente apretaba mis dientes.
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Parte de la conversación no fue tan mala. Podría soportar la charla sobre negocios, y
teníamos un montón de detalles aún por trabajar. Me dijo todo lo que sabía acerca de
la escuela, y digerí su descripción de mi futuro hogar. La Preparatoria Amberwood era
aparentemente un lugar prestigioso, y ociosamente me pregunté si tal vez podría
tratarla como pretender ir a la universidad. Para los estándares de los alquimistas,
sabía todo lo que necesitaba para mi trabajo, pero algo en mí siempre ardía por más y
más conocimiento. Tuve que aprender a contentarme con mi propia lectura e
investigación, pero aun así, la universidad —o incluso estar cerca de aquellos que
sabían más y tenían algo que enseñarme— había sido una de mis fantasías desde hace
mucho tiempo.
Como una “estudiante de último año”, tendría privilegios para estar fuera del campus,
y uno de nuestros primeros asuntos en el negocio —después de conseguir documentos
de identidad falsos— era conseguirme un coche. Saber que no me quedaría atrapada
en el colegio hacía que las cosas fueran un poco más soportables, aunque era obvio que
la mitad del entusiasmo de Keith por conseguirme mi propio medio de transporte era
para asegurarse de que podría asumir cualquier trabajo que viniera junto con la misión.
Keith también me ilustró acerca de algo que no me había dado cuenta; pero
probablemente debería haberlo hecho.
—Tú y esa chica Jill están inscritas como hermanas —dijo.
—¿Qué? —Fue una demostración de mi autocontrol que mi dominio del coche nunca
vacilara. Vivir con un vampiro era una cosa… ¿pero estar emparentada con uno?—.
¿Por qué? —exigí.
Lo vi encogerse de hombros en mi periferia.
—¿Por qué no? Esto explica por qué estarás cerca de ella tanto tiempo; y es una buena
excusa para que puedan ser compañeras de cuarto. Normalmente, la escuela no
empareja a estudiantes que son de diferentes edades, pero, bueno, tus “padres”
prometieron una gran donación que les hizo cambiar su política estándar.
Estaba tan aturdida que ni siquiera tuve mi habitual reacción visceral de darle una
bofetada, cuando concluyó con su risa contenida satisfecho de sí mismo. Sabía que
estaríamos viviendo juntas, ¿pero hermanas? Eso era... raro. No, no sólo eso. Era
extravagante.
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—Eso es una locura —dije al final, todavía demasiado conmocionada para llegar a una
respuesta más elocuente.
—Es sólo en papel —dijo.
Cierto. Pero algo en ser llamada una pariente de vampiro lanzaba todo mi control por el
piso. Yo me enorgullecía de la forma en que había aprendido a comportarme alrededor
de los vampiros, pero parte de eso venía de la estricta creencia de que era una
desconocida, un socio de negocios inequívoco y remoto. Interpretar ser la hermana de
Jill destruía esas líneas. Traía una familiaridad para la que no estaba segura de estar
preparada.
—Vivir con uno de ellos no debería ser tan difícil para ti —comentó Keith,
tamborileando sus dedos contra la ventana de una manera que ponía mis nervios de
punta. Algo acerca de la forma demasiado informal en la que hablaba me hizo pensar
que me estaba guiando hacia una trampa—. Estás acostumbrada a ello.
—Apenas —dije, escogiendo mis palabras con cuidado—. Estuve con ellos durante
una semana como máximo. Y de hecho, la mayor parte de mi tiempo lo pasaba con
dhampirs.
—Es lo mismo —respondió con desdén—. En todo caso, los dhampirs son peores. Son
abominaciones. No son humanos, pero tampoco vampiros por completo. Productos de
uniones innaturales.
No respondí de inmediato y en su lugar fingí estar profundamente interesada en la
carretera. Lo que decía era cierto, según la enseñanza Alquimista. Yo había crecido
creyendo que las dos razas de vampiros, los Moroi y Strigoi, eran oscuras y malas.
Necesitaban sangre para sobrevivir. ¿Qué tipo de persona bebía de otra? Era
repugnante, y sólo pensar en cómo pronto estaría transportando a un Moroi para su
alimentación me hacía enfermar.
Pero los dhampirs... eran un asunto más complicado. O por lo menos, lo eran para mí
ahora. Los dhampirs eran mitad humanos y mitad vampiros, creados en un momento
en que las dos razas se habían mezclado libremente. A través de los siglos, los
vampiros se habían alejado de los humanos, y ambas razas hoy en día estaban de
acuerdo en que ese tipo de uniones eran un tabú. La raza dhampir ha persistido a pesar
de todo, sin embargo, a pesar del hecho de que los dhampirs no podrían reproducirse
entre sí. Podían hacerlo con los Moroi o los humanos, y un montón de Moroi se
habían dado a la tarea.
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—¿Cierto? —preguntó Keith.
Me di cuenta que me estaba mirando, esperando a que estuviera de acuerdo con él
sobre los dhampirs siendo abominaciones; o tal vez esperaba que no estuviera de
acuerdo. De todos modos, había estado en silencio durante demasiado tiempo.
—Cierto —dije. Reuní el estándar de la retórica alquimista—. De alguna manera, son
peores que los Moroi. Su raza nunca debió existir.
—Me asustaste por un segundo —dijo Keith. Yo estaba viendo la carretera pero tenía
la sospecha de que acababa de guiñarme un ojo—. Pensé que ibas a defenderlos.
Debería haberlo sabido mejor antes de creer las historias sobre ti. Puedo entender
totalmente por qué que querías arriesgarte por la gloria; pero hombre, eso tiene que
haber sido duro, tratando de trabajar con uno de ellos.
No podía explicar cómo una vez que hubieras pasado un poco de tiempo con Rose
Hathaway, era fácil olvidar que era una dhampir. Incluso físicamente, los dhampirs y
los humanos eran prácticamente indistinguibles. Rose estaba tan llena de vida y de
pasión que a veces parecía más humana que yo. Rose, sin duda, no habría aceptado
mansamente este trabajo con una sonrisa tonta y un, “Sí, señor”. Como yo.
Rose ni siquiera había aceptado estar encerrada en la cárcel, con el peso del gobierno
Moroi en su contra. El chantaje de Abe Mazur había sido un catalizador que me
impulsó a ayudarla, pero nunca había creído tampoco que Rose hubiera cometido el
asesinato del que se le había acusado. Eso sin duda, junto con nuestra frágil amistad,
me había llevado a romper las reglas alquimistas para ayudar a Rose y a su novio
dhampir, el formidable Dimitri Belikov, a eludir las autoridades. A lo largo de todo,
había visto a Rose con una especie de asombro mientras luchaba con el mundo. No
podía envidiar a alguien que no fuera humano, pero ciertamente podría envidiar su
fuerza… y la negativa a dar marcha atrás, sin importar qué.
Pero de nuevo, difícilmente podía decirle algo de eso a Keith. Y todavía no creía ni por
un instante, que a pesar de su acto amigable, de pronto estuviera bien conmigo por
sacarlo a relucir.
Di un pequeño encogimiento.
—Me pareció que valía la pena el riesgo.
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—Bueno —dijo, al ver que no iba a ofrecer algo más—. La próxima vez que decidas ir
de bribona con los vampiros y dhampirs, consigue refuerzos para que así no te metas
en tantos problemas.
Me mofé.
—No tengo intención de andar de bribona de nuevo. —Eso, al menos, era la verdad.
Llegamos a Palm Springs en la tarde y nos pusimos a trabajar inmediatamente en
nuestras asignaciones. Me moría de ganas de dormir en ese momento, y hasta Keith
—a pesar de su locuacidad— se veía un poco arrastrado a su límite. Pero habíamos
recibido la noticia de que Jill y su séquito llegarían mañana, dejando muy poco tiempo
para poner los detalles restantes en su lugar.
Una visita a la Preparatoria Amberwood reveló que mi “familia” se estaba
expandiendo. Al parecer, el dhampir que venía con Jill estaba inscrito también y
estaría interpretando a nuestro hermano. Keith también iba a ser nuestro hermano.
Cuando le pregunté sobre eso, explicó que necesitábamos a alguien local para que
actuara como nuestro tutor legal en caso de que Jill o cualquiera de nosotros
tuviéramos que ser retirados de la escuela o nos concibieran algún privilegio. Dado que
nuestros padres ficticios vivían fuera del estado, obtener resultados de él sería más
rápido. No podía culpar a la lógica, aun cuando encontraba estar relacionada con él
más repulsivo que tener a un dhampir o un vampiro en la familia. Y eso era decir
mucho.
Más tarde, una licencia de conducir de un acreditado fabricante de identificaciones
falsas declaraba que ahora era Sidney Katherine Melrose, de Dakota del Sur. Elegimos
Dakota del Sur, porque nos dimos cuenta de que las personas del lugar no veían
demasiadas licencias de ese estado y no serían capaces de detectar algún defecto en
ella. No es que esperara que lo hicieran. Los alquimistas no se asocian con personas
que hacen trabajos de segunda categoría. También me gustaba la imagen del Monte
Rushmore en la licencia. Era uno de los pocos lugares en los Estados Unidos en el que
nunca había estado.
El día concluyó con lo que yo más había estado esperando: un viaje a un concesionario
de automóviles. Keith y yo hicimos casi tanto regateo entre nosotros como lo hicimos
con el vendedor. Había sido educada para ser práctica y mantener mis emociones bajo
control, pero amaba los coches. Ese era uno de los pocos legados que había heredado
de mi madre. Ella era una mecánica, y algunos de mis mejores recuerdos de la infancia
eran de estar trabajando en el garaje con ella.
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Sobre todo tenía una debilidad por los coches deportivos y coches de época, del tipo
con grandes motores que sabía que eran malos para el medio ambiente, pero que
amaba culpablemente de todos modos. Sin embargo, esos estaban fuera de cuestión
para este trabajo. Keith argumentó que necesitaba algo con lo que pudiera llevar a todo
el mundo, así como también cualquier carga y que no atrajera mucho la atención. Una
vez más, reconocí su razonamiento como una buena pequeña alquimista.
—Pero no veo por qué tiene que ser una camioneta —le dije.
Nuestra compra nos había llevado hasta un nuevo Subaru Outback que reunía la
mayor parte de sus requerimientos. Mi instinto sobre coches me dijo que el Subaru
haría lo que necesitaba. Que manejaría bien y tenía un motor decente, para lo que
importa. Y sin embargo...
—Me siento como una madre de fútbol1 —le dije—. Soy demasiado joven para eso.
—Las madres de fútbol manejan furgonetas —me dijo Keith—. Y no hay nada malo
con el fútbol.
Fruncí el ceño.
—¿Siquiera tiene que ser marrón?
Lo sería, a menos que quisiera un auto usado. Por mucho que me hubiera gustado algo
azul o rojo, la novedad tomó prevalencia. A mi naturaleza exigente no le gustaba la
idea de conducir el coche de “otra persona”. Quería que fuera mío... brillante, nuevo y
limpio. Por lo tanto, hicimos el acuerdo, y yo, Sydney Melrose, me convertí en la
orgullosa propietaria de una camioneta marrón. Le llamé Latte, esperando que mi
amor por el café pronto se trasladara al coche.
Una vez que nuestras diligencias estuvieron hechas, Keith me dejó en su apartamento
en el centro de Palm Springs. Se ofreció para que me quedara allí también, pero lo
había rechazado cortésmente y conseguido una habitación de hotel, agradecida por los
profundos bolsillos de los alquimistas. Sinceramente, hubiera pagado con mi propio
dinero para salvarme de dormir bajo el mismo techo que Keith Darnell.
1 Madre del Fútbol: Término referido a aquellas mujeres de clase media-alta que viven en los suburbios
y que emplean gran parte de su tiempo en llevar a sus hijos en edad escolar a sus actividades deportivas.
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Pedí una cena ligera en mi habitación, disfrutando del tiempo a solas después de todas
esas horas en el coche con Keith. Luego me cambié a mi pijama y decidí llamar a mi
madre. A pesar de que estaba contenta de estar libre de la desaprobación de mi padre
por un tiempo, echaría de menos tenerla a mí alrededor.
—Esos son buenos coches —me dijo después de que comenzara la llamada
explicándole mi viaje a la concesionaria. Mi madre siempre había sido un espíritu
libre, lo que era una pareja poco probable para alguien como mi padre. Mientras que él
me estaba enseñando ecuaciones químicas, ella me enseñaba a cambiar yo misma el
aceite. Los alquimistas no tenían que casarse con otros alquimistas, pero estaba
desconcertada por esa fuerza desconocida que había arrastrado a mis padres juntos.
Tal vez mi padre había sido menos tenso cuando era más joven.
—Supongo —dije, sabiendo que sonaba triste. Mi madre era una de las pocas personas
con las que podía ser cualquier cosa menos que perfecta o contenta en todo. Era una
gran defensora de dejar que tus sentimientos afloren—. Creo que estoy molesta porque
no tuve mucho que decir en esto.
—¿Molesta? Estoy furiosa de que él ni siquiera hablara conmigo al respecto
—resopló—. ¡No puedo creer que te haya contrabandeado de esa manera! Tú eres mi
hija, no una mercancía que simplemente pueden mover por ahí. —Por un momento,
mi madre me recordó extrañamente a Rose; ambas poseían esa tendencia firme de
decir lo que estaba en sus mentes. Esa habilidad parecía extraña y exótica para mí,
pero a veces, cuando pensaba en mi propia naturaleza cuidadosamente controlada y
reservada, me preguntaba si tal vez yo era la rara.
—Él no sabía todos los detalles —dije, automáticamente defendiéndolo. Con el
temperamento de mi padre, si mis padres estaban enojados entre sí, entonces la vida en
el hogar sería desagradable para Zoe... por no hablar de mi madre. Mejor era asegurar
la paz—. No le habían dicho todo.
—Los odio a veces. —Hubo un gruñido en la voz de mi madre—. A veces lo odio a él
también.
No estaba segura de qué decir a eso. Me molesta mi padre, claro, pero él seguía siendo
mi padre. Muchas de las decisiones difíciles que había hecho fueron a causa de los
alquimistas, y yo sabía que sin importar cuán sofocada me sintiera a veces, el trabajo
de los alquimistas era importante. Los humanos tenían que ser protegidos de la
existencia de los vampiros. El saber que los vampiros existían crearía pánico. Peor aún,
podría conducir a algunos humanos de voluntad débil a convertirse en esclavos de los
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Strigoi a cambio de la inmortalidad y la corrupción eventual de sus almas. Ocurría con
más frecuencia de lo que nos gustaba admitir.
—Está bien madre —le dije con dulzura—. Estoy bien. Ya no estoy en problemas, e
incluso estoy en los Estados Unidos. —En realidad, no estaba segura de si es que la
parte de los “problemas” era verdad, pero creo que lo último la calmaría. Stanton me
había dicho que mantuviera nuestra posición en Palm Springs en secreto, pero
diciéndole que estábamos en el interior no afectaría demasiado y podría hacerle pensar
a mi madre que tenía un trabajo fácil por delante, más de lo que probablemente era.
Ella y yo hablamos un poco más antes de colgar, y me dijo que había oído de mi
hermana Carly. Todo estaba bien con ella en la universidad, lo que era un alivio de
escuchar. Quería saber desesperadamente sobre Zoe, así como también me resistía a
pedir hablar con ella. Tenía miedo de que si ella se pusiera al teléfono, descubriría que
todavía estaba enojada conmigo. O, peor aún, que no me hablara en absoluto.
Me fui a la cama sintiéndome melancólica, deseando poder derramarle todos mis
miedos e inseguridades a mi madre. ¿No era eso lo que las madres e hijas normales
hacían? Sabía que ella le hubiera dado la bienvenida. Yo era la que tenía problemas
con dejarme ir, estaba demasiado envuelta en los secretos de los alquimistas como para
ser una adolescente normal.
Después de un largo sueño, y con el sol de la mañana entrando por mi ventana, me
sentí un poco mejor. Tenía un trabajo que hacer, y teniendo un propósito dejé de sentir
lástima por mí misma. Recordé que estaba haciendo esto por Zoe, por los Moroi y los
humanos por igual. Me permití centrarme y empujar a un lado mis inseguridades… al
menos, por ahora.
Recogí a Keith alrededor del mediodía y nos conduje fuera de la ciudad para
encontrarnos con Jill y el Moroi recluido que nos estaría ayudando. Keith tenía mucho
que decir sobre el sujeto, cuyo nombre era Clarence Donahue. Clarence había vivido
en Palm Springs durante tres años, desde la muerte de su sobrina en Los Ángeles, lo
que al parecer había tenido un buen efecto traumático en el hombre. Keith lo había
visto un par de veces en trabajos anteriores y seguía haciendo chistes sobre el tenue
control que Clarence tenía de su cordura.
—Es unas pintas menos que un banco de sangre, ¿sabes? —dijo Keith, riéndose entre
dientes de él mismo. Apuesto a que había estado esperando días para utilizar esa línea.
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Los chistes eran de mal gusto —y estúpidos para comenzar— pero a medida que nos
acercamos más y más a la casa de Clarence, Keith llegó a estar muy callado y nervioso.
Se me ocurrió algo.
—¿Cuántos Moroi has conocido? —pregunté mientras salíamos del camino principal y
girábamos a un camino largo y tortuoso. La casa parecía sacada de una película gótica,
cuadrada y hecha de ladrillos grises que estaban completamente en desacuerdo con la
mayoría de la arquitectura de Palm Springs que habíamos vislumbrado. El único
recuerdo de que estábamos en el sur de California eran las palmeras en todas partes
alrededor de la casa. Era una yuxtaposición extraña.
—Suficientes —dijo Keith evasivamente—. Puedo soportar estar cerca de ellos.
La confianza en su tono sonaba forzada. Me di cuenta de que a pesar de su descaro
sobre este trabajo, sus comentarios sobre las razas de los Moroi y dhampir, y su juicio
sobre mis acciones, Keith estaba realmente muy, muy incómodo con la idea de estar
cerca de los no-humanos. Era comprensible. La mayoría de los alquimistas lo estaban.
Una gran parte de nuestro trabajo ni siquiera implicaba la interacción con el mundo
vampírico… era el mundo de los humanos el que necesitaba atenderse. Había registros
que tenían que ser cubiertos, testigos sobornados. La mayoría de los alquimistas tenían
muy poco contacto con nuestros objetivos, lo que significaba que la mayoría del
conocimiento de los alquimistas venía de las historias y las enseñanzas transmitidas a
través de las familias. Keith había dicho que había conocido a Clarence pero no hizo
mención de pasar tiempo con otros Moroi o dhampirs, y desde luego no con un grupo,
como estábamos a punto de enfrentar.
No estaba más entusiasmada de pasar el tiempo alrededor de vampiros que él, pero me
di cuenta de que no me asustaban tanto como alguna vez lo hubiera hecho. Rose y sus
compañeros me habían convertido en una chica dura. Incluso había estado en la Corte
Real Moroi, un lugar que pocos alquimistas habían visitado alguna vez. Si me había
alejado del corazón de su civilización intacta, estaba segura de que podía manejar
cualquier cosa que estuviera dentro de esta casa. Es cierto que hubiera sido un poco
más fácil si la casa de Clarence no se pareciera tanto a una casa embrujada
espeluznante de una película de terror.
Caminamos hasta la puerta, presentando un frente unido en nuestro atuendo elegante,
y formal alquimista. Sean cuales sean sus defectos, Keith era aseado también. Vestía
pantalones de color caqui con una camisa de botones blanca y una corbata azul marino
de seda. La camisa tenía mangas cortas, aunque dudaba de que estuviera ayudando
mucho con el calor. Estábamos a principios de septiembre, y la temperatura se había
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estado elevando a los noventa cuando salí de mi hotel. Estaba igual de acalorada en
una falda marrón, medias, y una blusa de mangas abombadas salpicada con flores de
color canela.
Tardíamente, me di cuenta de que en cierto modo hacíamos juego.
Keith alzó la mano para llamar a la puerta, pero se abrió antes de que pudiera hacer
algo. Me estremecí, un poco nerviosa a pesar de las garantías que me había estado
dando.
El chico que abrió la puerta parecía tan sorprendido como nosotros de vernos. Sostenía
un paquete de cigarrillos en una mano como si estuviera dirigiéndose a fumar afuera.
Hizo una pausa y nos echó un vistazo.
—Así que. ¿Están aquí para convertirme o venderme revestimiento?
El encantador comentario fue suficiente como para ayudarme a sacudir mi ansiedad.
El que hablaba era un chico Moroi, un poco mayor que yo, con el cabello marrón
oscuro que había sido sin duda cuidadosamente labrado para lucir desarreglado. A
diferencia de los intentos ridículamente excesivos con gel de Keith, este chico lo había
acomodado de una manera que se veía bien. Al igual que todos los Moroi, era pálido y
tenía una alta, y delgada contextura. Unos ojos verdes esmeralda nos estudiaban a
partir de una cara que podría haber sido esculpida por uno de los artistas clásicos que
tanto admiraba. Sorprendida, rechacé la comparación tan pronto como apareció en mi
cabeza. Este era un vampiro, después de todo. Era ridículo admirarlo en la forma en
que haría con un sujeto humano guapo.
—Sr. Ivashkov —dije educadamente—. Es bueno verlo de nuevo.
Frunció el ceño y me estudió a partir de su altura superior.
—Yo te conozco. ¿Cómo te conozco?
—Nos... —iba a decir “conocimos” pero me di cuenta de que eso no era del todo
cierto ya que no habíamos sido presentados oficialmente la última vez que lo había
visto. Él simplemente había estado presente cuando Stanton y yo habíamos sido
llevadas a la Corte Moroi para ser interrogadas—. Nos encontramos el mes pasado. En
tu Corte.
El reconocimiento iluminó sus ojos.
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—Cierto. La alquimista. —Él pensó por un momento y luego me sorprendió cuando
sacó a relucir mi nombre. Con todo lo demás que había sucedido cuando estaba en la
Corte Moroi, no había esperado hacer una impresión—. Sydney Sage.
Yo asentí, tratando de no verme aturdida ante el reconocimiento. Entonces me di
cuenta que Keith se había congelado a mi lado. Él había afirmado que podría
“soportar” estar cerca de los Moroi, pero al parecer, eso significaba verse boca abierto
y sin decir una palabra. Manteniendo una sonrisa agradable, dije:
—Keith, este es Adrian Ivashkov. Adrian, este es mi colega, Keith Darnell.
Adrián le tendió la mano, pero Keith no la apretó. Ya sea porque Keith todavía estaba
conmocionado o porque simplemente no quería tocar a un vampiro, no podía decirlo.
A Adrian no pareció importarle, dejó caer su mano y sacó un encendedor, dando un
paso por delante de nosotros mientras lo hacía. Asintió hacia la puerta.
—Ellos están esperando por ustedes. Entren. —Adrian se acercó al oído de Keith y
habló con una voz siniestra—. Si. Te. Atreves. —Empujó el hombro de Keith y le dio
un “Muahahaha” del tipo de risa monstruosa.
Keith saltó casi tres metros en el aire. Adrián se rió entre dientes y se encaminó hacia
un sendero del jardín, encendiendo su cigarrillo mientras caminaba. Miré detrás de él;
pensando que había sido un poco gracioso; y le di un codazo a Keith hacia la puerta.
—Vamos —dije. La frescura del aire acondicionado rozó contra mí.
Sin nada más, Keith parecía haber vuelto a la vida.
—¿Qué fue eso? —exigió a medida que entrábamos en la casa—. ¡Casi me atacó!
Cerré la puerta.
—Se trataba de ti viéndote como un idiota. Y él no te hizo nada. ¿Podrías haber
actuado de forma más miedosa? Ellos saben que no nos gustan, y tú parecía que
estabas dispuesto a salir corriendo.
Es cierto, me gustaba en parte ver a Keith tomado por sorpresa, pero la solidaridad
humana no dejaba dudas acerca de qué lado estaba.
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—No lo hice —argumentó Keith, a pesar de que estaba avergonzado, obviamente.
Caminamos por un pasillo largo con pisos de madera oscura y adornos que parecían
absorber toda la luz—. Dios, ¿qué está mal con estas personas? Ah, ya sé. Ellos no son
personas.
—Silencio —dije, un poco sorprendida por la vehemencia de su voz—. Están justo allí
dentro. ¿No los escuchas?
Pesadas puertas francesas nos recibían en el final del pasillo. El vidrio era esmerilado y
mate, ocultando lo que había dentro, pero aún se podía oír un murmullo de voces.
Llamé a la puerta y esperé hasta que una voz nos dijo que entráramos. El enojo en el
rostro de Keith se desvaneció mientras que ambos intercambiamos breves miradas,
compadeciéndonos. Esto era. El comienzo.
Pasamos a través de las puertas.
Cuando vi quién estaba dentro, tuve que evitar que mi mandíbula cayera como la de
Keith había hecho antes.
Por un momento, no pude respirar. Me había burlado de Keith por tener miedo en
torno a los vampiros y dhampirs, pero ahora, cara a cara con un grupo de ellos, de
repente me sentía atrapada. Las paredes amenazaban con cerrarse sobre mí, y todo en
lo que podía pensar era en los colmillos y la sangre. Mi mundo se tambaleó… y no
sólo por el tamaño del grupo.
Abe Mazur estaba aquí.
Respira, Sidney. Respira, me dije. Sin embargo, no era fácil hacerlo. Abe representaba
mil miedos para mí, mil enredos en los que me había metido.
Poco a poco, mi entorno se cristalizó, y recuperé el control. Abe no era el único aquí,
después de todo, y me obligué a centrarme en los demás y hacer caso omiso de él.
Tres personas estaban sentadas en la sala con él, dos de los cuales reconocí. El
desconocido, un Moroi anciano con poco cabello y un gran bigote blanco, tenía que
ser nuestro anfitrión, Clarence.
—¡Sydney! —Esa era Jill Mastrano, sus ojos iluminados con deleite. Me agradaba Jill,
pero no había pensado que hubiera hecho lo suficiente de una impresión en la chica
como para justificar tal bienvenida. Jill casi parecía como si pudiera correr y
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abrazarme, y rogué porque no lo hiciera. No necesitaba que Keith viera eso. Más
importante aún, no necesitaba que Keith informara acerca de eso.
Al lado de Jill estaba un dhampir, que conocía de la misma manera que conocía a
Adrian... es decir, que lo había visto pero nunca había sido presentada. Eddie Castile
también estuvo presente cuando fui interrogada en la Corte Real y, si mi memoria no
fallaba, había estado en algún problema por su propia cuenta. Para todos los efectos y
propósitos, parecía humano, con un cuerpo atlético y un rostro que había pasado
mucho tiempo en el sol. Su cabello era de un marrón arenoso, y sus ojos color avellana
me miraban y a Keith en una manera amistosa... pero cuidadosa. Así es como era con
los guardianes. Siempre estaban en alerta, siempre atentos por la próxima amenaza.
En cierto modo, me pareció reconfortante.
Mi estudio de la sala de pronto regresó a Abe, quien había estado observando y parecía
divertido por mi evasión obvia de él. Una sonrisa maliciosa se esparció por sus rasgos.
—¿Por qué, Señorita Sage… —dijo lentamente—… no viene a saludarme?
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Capítulo 4
Traducido por Niii
Corregido por V!an*
be tenía el tipo de apariencia que podía dejar a alguien sin habla, incluso si
no supieran nada sobre él.
Inconsciente del calor del exterior, el hombre Moroi estaba vestido en un traje
completo y corbata. El traje era blanco, por lo menos, pero aun así se veía como si
fuera caluroso. Su camisa y corbata eran púrpuras, al igual que la rosa metida en su
bolsillo. Oro brillaba en sus orejas y garganta. Él era oriundo de Turquía y tenía más
color que la mayoría de los Moroi aunque seguía siendo más pálido que los humanos
como Keith y yo. La tez de Abe me recordaba en realidad a una persona bronceada
que había estado enferma durante un tiempo.
—Hola —dije rígidamente.
Su pequeña sonrisa se transformó en una sonrisa en toda regla.
—Es tan agradable verte otra vez.
—Siempre es un placer. —Mi mentira sonó robótica, pero, agradecidamente, eso era
mejor que sonar asustada.
—No, no —dijo él—. El placer es todo mío.
—Si usted lo dice —dije. Esto lo divirtió incluso más.
Keith se había congelado otra vez, así que dirigí hacia el anciano Moroi y extendí mi
mano hacia él para que al menos pareciera que uno de nosotros tenía buenos modales.
—¿Es usted el Sr. Donahue? Soy Sydney Sage.
Clarence sonrió y estrechó mi mano en la suya arrugada. No me encogí, a pesar de que
la urgencia estaba ahí. A deferencia de la mayoría de los Moroi que había conocido, él
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no ocultaba sus colmillos cuando sonreía, lo que casi hizo caer mi fachada. Otro
recordatorio de que sin importar cuán humanos parecieran ellos a veces, todavía eran
vampiros.
—Estoy tan feliz de conocerte —dijo él—. He oído cosas maravillosas sobre ti.
—¿Oh? —pregunté, arqueando una ceja y preguntándome quién habría estado
hablando sobre mí.
Clarence asintió enfáticamente.
—Eres bienvenida en mi casa. Es encantador tener tanta compañía.
Las presentaciones fueron hechas para todos los demás. Eddie y Jill fueron un poco
reservados, pero ambos amistosos. Keith no sacudió ninguna mano, pero al menos
dejó de actuar como un idiota baboso. Tomó una silla cuando le fue ofrecida y
adquirió una expresión arrogante, que probablemente se suponía debiera demostrar
confianza. Esperaba que él no nos avergonzara.
—Lo siento —dijo Abe, inclinándose hacia adelante. Sus ojos oscuros brillaban—.
¿Dijiste que tu nombre era Keith Darnell?
—Sí —dijo Keith. Estudió a Abe con curiosidad, sin duda recordando la conversación
de los Alquimistas allá en Salt Lake City. A pesar del Keith brabucón que estaba
intentado interpretar, pude ver una grieta de incomodidad. Abe tenía ese efecto—.
¿Por qué?
—Por ningún motivo —dijo Abe. Sus ojos destellaron hacia mí y luego hacia Keith—.
Sólo suena familiar, eso es todo.
—Mi padre es un hombre muy importante entre los alquimistas —dijo Keith
pretenciosamente. Se había relajado un poco, probablemente pensando que las
historias sobre Abe estaban sobrevaloradas. Tonto—. Indudablemente habrá oído de
él.
—Indudablemente —dijo Abe—. Estoy seguro de que es eso. —Habló tan casualmente
que nadie sospecharía que no estaba diciendo la verdad. Sólo yo sabía la verdadera
razón por la que Abe sabía quién era Keith, pero ciertamente no quería que eso fuera
revelado. Tampoco quería a Abe dejando caer más pistas, lo que sospechaba estaba
haciendo sólo para irritarme.
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Intenté cambiar de tema… y obtener algunas respuestas para mí misma.
—No era consciente de que usted se nos uniría, Sr. Manzur. —La dulzura en mi voz
igualando la suya.
—Por favor —dijo él—. Sabes que puedes llamarme Abe. Y no me quedaré,
desafortunadamente. Simplemente vine hasta aquí para asegurarme que este grupo
llegara a salvo… y para conocer a Clarence en persona.
—Eso es muy amable de su parte —dije secamente, sinceramente dudando que los
motivos de Abe fueran tan simples como esos. Si había aprendido algo, es que las
cosas nunca eran simples cuando Abe Manzur estaba involucrado. Él era de la clase
manipuladora. No sólo quería observar las cosas, también quería controlarlas.
Sonrió confiadamente.
—Bueno, siempre estoy intentando ayudar a aquellos en necesidad.
—Sí —dijo repentinamente una nueva voz—. Eso es exactamente lo que se me viene a
la mente cuando pienso en ti, viejo.
No había pensado en nadie que pudiera sorprenderme más que Abe, pero estaba
equivocada.
—¿Rose? —El nombre salió como una pregunta de mis labios, aunque no había duda
de quién era esta nueva persona que había llegado. Sólo había una Rose Hathaway,
después de todo.
—Hola, Sydney —dijo ella, dándome una pequeña, sonrisa torcida mientras entraba a
la habitación. Sus brillantes ojos oscuros eran amistosos, pero también evaluaban todo
en la habitación, de manera muy parecida a los de Eddie. Era una cosa de guardianes.
Rose era casi de mi altura y vestía de manera muy casual en unos vaqueros y una
camiseta de tirantes roja. Pero, como siempre, había algo exótico y peligroso sobre su
belleza que la hacía resaltar de todo el resto. Era como una flor tropical en esta oscura,
y abarrotada habitación. Una que podría matarte. Nunca había visto a su madre, pero
era fácil deducir que parte de su apariencia provenía de la influencia Turca de Abe,
como su largo cabello café oscuro. En la luz tenue, ese cabello parecía casi negro. Sus
ojos se posaron en Keith, y asintió educadamente—. Hola, otro alquimista.
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Keith la miró con sus ojos completamente abiertos, pero si esa era una reacción a que
nosotros éramos superados en número o simplemente una respuesta a la naturaleza
extraordinaria de Rose, no podría decirlo.
—So-Soy Keith —tartamudeó él finalmente.
—Rose Hathaway —le respondió ella. Sus ojos se abrieron incluso más al reconocer el
nombre. Ella avanzó dando zancadas a través de la habitación, en dirección a
Clarence, y noté que la mitad de su atracción radicaba en la forma en que dominaba
sus alrededores. Su expresión se suavizó mientras se acercaba al hombre mayor—.
Revisé el perímetro de la casa como pidió. Es casi tan segura como puede llegar a
serlo, aunque la cerradura de su puerta trasera probablemente debería ser reemplazada.
—¿Estás segura? —preguntó Clarence con incredulidad—. Es casi nueva.
—Tal vez lo era cuando la casa fue construida —pronunció una nueva voz. Mirando
hacia la puerta, me di cuenta de que alguien más había estado con Rose cuando llegó,
pero había estado demasiado sorprendida para notarlo. Otra vez, esa era una cosa de
Rose. Siempre atraía toda la atención—. Ha estado oxidada desde que nos mudamos
aquí.
Este recién llegado era un Moroi, lo que me empujó al borde otra vez. Eso establecía el
contador en cuatro Moroi y dos dhampir. Estaba intentando con todas mis fuerzas no
adoptar la actitud de Keith —especialmente dado que ya conocía a algunas de las
personas de aquí— pero era difícil sacudirme esa abrumadora sensación de “Nosotros”
y “Ellos”. Los Moroi envejecían igual que los humanos, y como conjetura, pensaba
que este chico nuevo estaba cercano a mi edad, como mucho a la de Keith. Tenía
facciones agradables, supuse, con cabello negro rizado y ojos grises. La sonrisa que
ofrecía parecía sincera, a pesar de que había una pequeña sensación de incomodidad
en la forma en que se mantenía de pie. Su mirada estaba fija en Keith y en mí,
intrigada, y me pregunté si tal vez él no pasaba un montón de tiempo con los
humanos. La mayoría de los Moroi no lo hacían, a pesar de que no compartían los
mismos miedos sobre nuestra raza que nosotros teníamos sobre la suya. Pero por
supuesto, nosotros no los utilizábamos como comida.
—Soy Lee Donahue —dijo, extendiendo su mano. Una vez más, Keith no la tomó,
pero yo sí lo hice y nos presenté.
Lee miró una y otra vez entre Keith y yo, con su cara llena de asombro.
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—¿Alquimistas, verdad? Nunca había conocido a uno de ustedes. Los tatuajes que
tienen son hermosos —dijo, observando el lirio dorado en mi mejilla—, he oído sobre
lo que pueden hacer.
—¿Donahue? —preguntó Keith. Deslizó su mirada entre Keith y Clarence—. ¿Ustedes
son parientes?
Lee le dio una mirada indulgente a Clarence.
—Padre e hijo.
Keith frunció el ceño.
—Pero tú no vives aquí, ¿verdad? —Estaba sorprendida de que esta, de todas las cosas,
lo sacara de su ensimismamiento. Tal vez no le gustaba la idea de que esta
intervención fuera defectuosa. Era un alquimista de Palm Springs, después de todo, y
él creía que Clarence era el único Moroi en el área.
—No regularmente, no —dijo Lee—. Voy a la universidad en LA, pero mi horario es
sólo de medio tiempo este semestre. Así que quiero intentar pasar más tiempo con mi
papá.
Abe miró a Rose.
—¿Viste eso? —dijo—. Ahora, eso sí que es devoción. —Ella le puso los ojos en
blanco.
Keith parecía tener más preguntas sobre el tema, pero la mente de Clarence todavía
estaba en la conversación anterior.
—Podría jurar que hice reemplazar esa cerradura.
—Bueno, yo puedo reemplazarla para ti pronto si lo quieres —dijo Lee—. No puede
ser tan difícil.
—Pienso que está bien. —Clarence se puso de pie con dificultad—. Iré a darle un
vistazo.
Lee se apresuró a su lado y nos disparó una mirada de disculpa.
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—¿Tiene que ser justo ahora? —Cuando pareció que sí debía serlo, Lee dijo—: Iré
contigo. —Tuve la impresión de que Clarence frecuentemente seguía sus caprichos, y
que Lee estaba acostumbrado a ello.
Utilicé la ausencia de los Donahue para obtener algunas de las respuestas que estaba
muriendo por saber. Me giré hacia Jill.
—¿No tuviste ningún problema para llegar aquí, verdad? No más, um, ¿incidentes?
—Nos encontramos con un par de disidentes antes de dejar la corte —dijo Rose, una
nota peligrosa en su voz—. Nada que no pudiéramos manejar. El resto pasó sin
incidentes.
—Y va a continuar de esa manera —dijo Eddie como si fuera un hecho. Cruzó los
brazos sobre su pecho—. Al menos si yo tengo algo que ver al respecto.
Los miré a ambos, intrigada.
—Se me dijo que nos acompañaría un dhampir… ¿decidieron enviar dos?
—Rose se invitó sola —dijo Abe—. Sólo para asegurarse que el resto de nosotros no
pasara por alto nada. Eddie será quien los acompañará a Amberwood.
Rose frunció el ceño.
—Yo debería ser quien se quedara. Yo debería ser la compañera de habitación de Jill.
Sin ofender, Sydney. Te necesitamos para el papeleo, pero yo soy quien pateará el
trasero de quien sea que le dé problemas a Jill.
Ciertamente no iba a discutir contra eso.
—No —dijo Jill, con intensidad sorprendente. Ella había estado en silencio y vacilante
la última vez que la había visto, pero sus ojos se volvieron más feroces ante el
pensamiento de ser una carga para Rose—. Tú necesitas permanecer con Lissa y
mantenerla a salvo. Tengo a Eddie, y además, nadie sabe que estoy aquí. Nada más va
a ocurrir.
La mirada en los ojos de Rose decía que estaba escéptica. También sospechaba que
ella no creía realmente que alguien pudiera proteger a Vasilisa o a Jill tan bien como
ella. Eso era algo que decir, considerando que la joven reina estaba rodeada de
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guardaespaldas. Pero ni siquiera Rose podía estar en todos los lugares al mismo
tiempo, y tenía que escoger. Sus palabras me hicieron regresar mi atención hacia Jill.
—¿Qué fue lo que pasó? —pregunté—. ¿Te hirieron? Oímos historias sobre un ataque
pero nada fue confirmado.
Hubo una pesada pausa en la habitación. Todos con excepción de Keith y yo parecían
incómodos. Bueno, nosotros estábamos incómodos… pero por otras razones.
—Estoy bien —dijo finalmente Jill, luego de una mirada afilada de parte de Rose—.
Hubo un ataque, sí, pero ninguno de nosotros fue herido. Quiero decir, no seriamente.
Estábamos en medio de una cena real cuando fuimos atacados por unos Moroi… más
bien, unos Moroi asesinos. Ellos lo hicieron parecer como si estuvieran yendo por
Lis… por la reina, pero en su lugar vinieron a por mí. —Ella dudó y bajó los ojos,
dejando que su largo, cabello café rizado cayera hacia adelante—. Fui resguardada, sin
embargo, y los guardianes los redujeron. —Había una energía nerviosa en Jill que
recordaba de antes. Era adorable y la hacía parecer mucho más como la tímida
adolescente que era.
—Pero no creemos que se hayan retirado del todo, que es por lo que debemos
mantenernos alejados de la Corte —explicó Eddie. Incluso mientras dirigía sus
palabras a Keith y a mí, irradiaba protección hacia Jill, retando a cualquiera a desafiar
a la chica que estaba a su cargo para mantenerla segura—. No sabemos en cuáles de
nuestras propias clasificaciones están los traidores. Así que, hasta entonces, aquí es
donde todos estamos.
—Ojalá no por demasiado tiempo —dijo Keith. Le di una mirada de advertencia, y él
pareció notar que su comentario podía ser percibido de manera brusca—. Quiero decir,
este lugar no puede ser tan divertido para todos ustedes chicos, con lo del sol y todo
eso.
—Es seguro —dijo Eddie—. Eso es lo que importa.
Clarence y Lee regresaron, y no hubo más comentarios de la seguridad de Jill o el
ataque. Hasta donde padre e hijo sabían, Jill, Eddie y Adrian simplemente habían
enfadado a un importante Moroi de la realeza y estaban exiliados aquí. Los dos
hombres Moroi no sabían quién era Jill en realidad y creían que los alquimistas
estaban aquí para ayudarla por la influencia de Abe. Era una red de mentiras, pero una
necesaria. Incluso si Clarence estaba en un exilio autoimpuesto, no podíamos
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arriesgarnos a que él —o ahora Lee— accidentalmente dejaran saber a forasteros que
la hermana de la reina estaba escondida allí.
Eddie dirigió su mirada hacia el anciano Moroi.
—Usted dijo que jamás había oído de algún Strigoi estando por los alrededores,
¿verdad?
Los ojos de Clarence se desenfocaron por un momento mientras sus pensamientos se
volvían introspectivos.
—No… pero hay cosas peores que un Strigoi…
Lee gimió.
—Papá por favor. Eso no.
Rose y Eddie estuvieron sobre sus pies en un instante, y fue todo un logro que no
sacaran sus armas.
—¿De qué está hablando? —demandó Rose.
—¿Qué otros peligros hay aquí? —preguntó Eddie, su voz dura como el acero.
Lee realmente se sonrojó.
—De nada… por favor. Es una alucinación, eso es todo.
—¿Alucinación? —preguntó Clarence, estrechando sus ojos hacia su hijo—. ¿Fue
asesinada tu prima por una alucinación? ¿Es el hecho de que esos acomodados de la
Corte dejaran el crimen contra Tamara pasar sin un castigo una alucinación?
Mi menté vagó de regreso a la conversación que había tenido con Keith en el coche.
Le di a Clarence lo que esperaba fuera una mirada tranquilizadora.
—¿Tamara era su sobrina, verdad? ¿Qué fue lo que le ocurrió a ella, señor?
—Fue asesinada —dijo él. Hubo una pausa dramática—. Por cazadores de vampiros.
—Lo siento, ¿por quienes?
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—Cazadores de vampiros —repitió Clarence. Todos en la habitación parecían tan
sorprendidos como yo me sentía, lo que era un pequeño alivio. Incluso algo de la
fiereza de Rose y Eddie disminuyó—. Oh, no encontrarán eso en ninguna parte… ni
siquiera en sus registros. Estábamos viviendo en Los Ángeles cuando ellos la
capturaron. Lo reporté a los guardianes, exigí que cazaran a los culpables. ¿Saben lo
que ellos dijeron? —Miró a cada persona de una en una—. ¿Lo saben?
—No —dijo Jill dócilmente—. ¿Qué dijeron? —Lee suspiró y pareció miserable.
Clarence bufó.
—Dijeron que no existía tal cosa. Que no había evidencias que apoyaran mi petición.
Lo etiquetaron como un asesinato a manos de los Strigoi y dijeron que no había nada
que pudieran hacer, que debería estar agradecido de que ella no hubiera sido
convertida.
Miré a Keith, quien nuevamente parecía sorprendido por esta historia. Aparentemente
no conocía a Clarence tan bien como había declarado. Keith había sabido que el
anciano tenía un problema que involucraba a su sobrina, pero no la extensión de él.
Keith me dio un pequeño encogimiento de hombros que parecía decir, ¿Ves? ¿Qué te
dije? Loco.
—Los guardianes son muy minuciosos —dijo Eddie. Su tono y palabras fueron
claramente escogidas con cuidado, esforzándose por no ofender. Se volvió a sentar
junto a Jill—. Estoy seguro de que tuvieron sus razones.
—¿Razones? —preguntó Clarence—. Si consideras negación y vivir una vida de
alucinaciones como razones, entonces supongo que sí. Ellos simplemente no quieren
aceptar que esos cazadores están ahí afuera. Pero dime esto. Si mi Tamara fue
asesinada por los Strigoi, ¿por qué cortaron ellos su garganta? Fue cortada limpiamente
con una cuchilla. —Hizo el gesto de una cuchillada bajo su barbilla. Jill se encogió y se
amilanó en su silla. Rose, Eddie, y Abe también parecían desconcertados, lo que me
sorprendió porque no pensé que algo pudiera hacer que ese grupo se preocupara—.
¿Por qué no usar los colmillos? Hace que beber sea más fácil. Le señalé eso a los
guardianes, y ellos dijeron que dado a que cerca de la mitad de su sangre había sido
bebida, el culpable había sido obviamente un Strigoi. Pero yo digo que un cazador de
vampiros fue el responsable y lo hizo parecer como si hubiera tomado su sangre. Un
Strigoi no hubiera tenido razones para usar un cuchillo.
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Rose comenzó a hablar, se detuvo, luego comenzó otra vez.
—Sí es extraño —dijo con calma. Tenía la sensación de que probablemente había
estado a punto de resaltar cuán ridícula era esta teoría de la conspiración, pero que lo
había pensado mejor—. Pero estoy segura que hay otra explicación, Sr. Donahue.
Me pregunté si mencionar que los alquimistas no tenían registros de cazadores de
vampiros —no desde hace varios siglos, al menos— sería de ayuda o no. Keith
repentinamente dirigió la conversación hacia una dirección inesperada. Encontró la
mirada de Clarence levemente.
—Puede parecer extraño para un Strigoi, pero ellos hacen toda clase de cosas
depravadas sin ningún motivo. Lo sé por experiencia personal.
Mi estómago se retorció. Oh no. Todos los ojos se volvieron hacia Keith.
—¿Oh? —preguntó Abe, alisando su perilla negra—. ¿Qué sucedió?
Keith apuntó hacia su ojo de vidrio.
—Fui atacado por los Strigoi hace un tiempo durante este año. Ellos me golpearon y
arrancaron mi ojo. Luego me abandonaron.
Eddie frunció el ceño.
—¿Sin beber ni matar? Eso es realmente extraño. No suena como el comportamiento
normal de los Strigoi.
—No estoy seguro de que realmente debas esperar que los Strigoi hagan algo “normal”
—apuntó Abe. Apreté mis dientes, deseando que él no involucrara a Keith en esto. Por
favor no preguntes sobre el ojo, pensé. Déjalo estar. Eso era mucho esperar, por supuesto,
porque la siguiente pregunta de Abe fue—: ¿Sólo tomaron un ojo? ¿No lo intentaron
con ambos?
—Discúlpenme. —Me puse de pie antes de que Keith pudiera responder. No podía
permanecer sentada a través de esta conversación y escuchar a Abe acosar a Keith,
simplemente por la diversión de atormentarme. Necesitaba escapar—. Yo… no me
siento muy bien. Voy a tomar algo de aire.
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—Por supuesto, por supuesto —dijo Clarence, viéndose como si quisiera ponerse de
pie también—. ¿Debería pedirle a mi ama de llaves que te busque algo de agua? Puedo
tocar la campana…
—No, no —dije, moviéndome hacia la puerta—. Yo sólo… sólo necesito un minuto.
Me apresuré a salir y escuché a Abe decir:
—Que sensibilidades tan delicadas. Pensarías que ella no sería tan quisquillosa,
considerando su profesión. Pero tú, joven, parece que tú sí puedes manejar el hablar
sobre sangre…
La adulación de Abe funcionó, y Keith se lanzó de cabeza en una historia que
definitivamente no quería escuchar. Volví al oscuro pasillo y emergí al exterior. El aire
fresco era bienvenido, incluso si estaba veinte grados más caliente que aquel del que
había venido. Tomé una profunda, tranquilizadora inspiración, forzándome a
mantenerme calmada. Todo iba a estar bien. Abe se iría pronto. Keith regresaría a su
propio apartamento. Yo regresaría a Amberwood con Jill y Eddie, quienes en realidad
no parecían malos acompañantes, considerando con quién pude haber terminado.
Sin un destino real en mente, decidí caminar alrededor y dan un vistazo al hogar de
Clarence… que era más una finca, en realidad. Elegí un lado de la casa al azar y
caminé alrededor, admirando el detallado diseño del exterior de la casa. Aunque
estuviera indiscutiblemente fuera de lugar en el paisaje del sur de California, todavía
era impresionante. Siempre había amado el estudio de la arquitectura —algo que mi
padre pensaba no tenía sentido— y estaba impresionada por lo que me rodeaba.
Mirando alrededor, noté que los terrenos no coincidían con el resto de los que
habíamos atravesado para llegar hasta aquí. Un montón de las áreas en esta región se
habían secado por el verano y la falta de lluvia, pero Clarence claramente había
gastado una fortuna para mantener su jardín exuberante y verde. Árboles no nativos
—hermosos y llenos de flores— estaban artísticamente arreglados para formar
senderos y patios.
Luego de varios minutos de mi paseo por la naturaleza, me giré y me dirigí
nuevamente hacia el frente de la casa. Me detuve cuando oí a alguien.
—¿Dónde estás? —preguntó una voz. Abe. Genial. Me estaba buscando.
—Por aquí. —Escuché decir a Adrian, apenas. Su voz provenía desde un lugar lejano
de la casa, del lado opuesto de donde me encontraba. Escuché a alguien caminar a
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través del camino de entrada de gravilla, las pisadas deteniéndose cuando alcanzaron
lo que suponía debía ser la puerta trasera, donde Abe se encontraba de pie.
Mordí mi labio y me quedé donde estaba, oculta por la casa. Casi tenía miedo de
respirar. Con su audición, los Moroi podrían escuchar hasta el más pequeño detalle.
—¿Ibas a regresar en algún momento? —preguntó Abe, divertido.
—No vi el punto. —Fue la lacónica respuesta de Adrian.
—El punto no tiene sentido. Podrías haber hecho un esfuerzo por conocer a los
alquimistas.
—Ellos no quieren conocerme. Especialmente el chico. —Había una risa oculta en la
voz de Adrian—. Debiste haber visto su rostro cuando me encontré con él en la puerta.
Ojalá hubiera tenido una capa. Al menos la chica tiene algo de valor.
—Eso no importa, ellos juegan un rol crucial en tu estadía aquí… y la de Jill. Sabes
cuán importante es mantenerla a salvo.
—Sí, entiendo eso. También entiendo por qué está ella aquí. Lo que no entiendo es por
qué estoy yo aquí.
—¿No lo haces? —preguntó Abe—. Había asumido que sería obvio para Jill y para ti.
Tienes que permanecer cerca de ella.
Hubo una pausa.
—Eso es lo que todo dicen… pero no estoy seguro de que sea necesario. No creo que
ella me necesite cerca, sin importar lo que Rose y Lissa afirmen.
—¿Tienes algo mejor que hacer?
—Ese no es el punto. —Adrian sonaba molesto, y estaba feliz de no ser la única en
quien Abe causaba ese efecto.
—Ese es exactamente el punto —dijo Abe—. Estabas malgastando el tiempo en la
Corte, ahogándote en tu propia autocompasión… entre otras cosas. Aquí, tienes la
oportunidad de ser útil.
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—Para ti.
—Para ti mismo también. Esta es una oportunidad para que hagas algo de tu vida.
—¡Excepto que tú no me dirás lo que se supone que tengo que hacer! —dijo Adrian
irritado—. A parte de lo de Jill, ¿cuál es esta gran tarea que tienes para mí?
—Escuchar. Escuchar y observar. —Me podía imaginar perfectamente a Abe
acariciando su barbilla en esa forma intelectual suya otra vez mientras hablaba—.
Observar a todos… Clarence, Lee, los alquimistas, Jill y Eddie. Prestar atención a cada
palabra, cada detalle, y reportármelo después. Puede que todo sea útil.
—No creo que eso aclare las cosas realmente.
—Tienes potencial, Adrian. Demasiado potencial para desperdiciarlo. Lamento
mucho lo que sucedió con Rose, pero tienes que superarlo. Tal vez las cosas no tengan
sentido ahora, pero lo tendrán después. Confía en mí.
Casi me sentí mal por Adrian. Abe me había dicho que confiara en él una vez también,
y mira cómo habían resultado las cosas.
Esperé hasta que los dos Moroi regresaron al interior y los seguí un minuto después.
En la sala, Keith todavía mostraba su actitud engreída pero pareció aliviado de
tenerme de regreso. Discutimos más detalles y trabajamos en el horario para las
alimentaciones, uno que yo estaba a cargo de mantener ya que sería quién conduciría a
Jill —y Eddie, dado que no quería dejarla fuera de su vista— de ida y vuelta a la casa
de Clarence.
—¿Cómo van a conseguir alimentadores? —le pregunté a Adrian. Luego de escuchar
su conversación con Abe, estaba más curiosa que nunca sobre su papel aquí.
Adrian estaba de pie contra la pared, en el extremo opuesto de la habitación. Sus
brazos estaban cruzados defensivamente, y había una rigidez en su postura que se
contradecía con la sonrisa ociosa que mostraba. No podía estar segura, pero parecía
como si estuviera posicionándose a propósito tan lejos de Rose como fuera posible.
—Caminando por el vestíbulo.
Notando mi mirada desconcertada, Clarence explicó:
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—Adrian estará quedándose aquí conmigo. Será agradable tener a alguien más entre
estas antiguas paredes.
—Oh —dije. Para mí misma, murmuré—: Muy Jardín Secreto.
—¿Hmm? —preguntó Adrian, inclinando su cabeza hacia mí.
Me encogí. Su audición era muy buena.
—Nada. Sólo estaba pensando en un libro que leí.
—Oh —dijo Adrian desestimando el comentario, mirando en otra dirección. La forma
en que dijo la palabra parecía ser una condena para todos los libros.
—No me olvides —dijo Lee, sonriendo a su padre—. Te dije que estaré más por aquí.
—Tal vez el joven Adrian te mantendrá alejado de los problemas, entonces —declaró
Clarence.
Nadie respondió nada a eso, pero vi a los amigos de Adrian intercambiar un par de
miradas divertidas.
Keith no parecía tan asustado como cuando habíamos llegado, pero había un nuevo
aire de impaciencia e irritabilidad en él no lograba terminar de entender.
—Bien —dijo, luego de aclarar su garganta—. Necesito volver a casa y hacerme cargo
de algunos asuntos. Y ya que tú eres mi chofer, Sydney…
Dejó las palabras colgando pero me miró significativamente. Por lo que había
aprendido, estaba más convencida que nunca que Palm Springs era el área menos
activa de vampiros de cualquier lugar. Honestamente no podía imaginar de qué
“asuntos” tendría que encargarse Keith, pero teníamos que irnos tarde o temprano.
Eddie y Jill fueron a reunir su equipaje, y Rose uso la oportunidad para apartarme a un
lado.
—¿Cómo has estado? —preguntó en voz baja. Su sonrisa era genuina—. He estado
preocupada por ti, desde… bueno, tú sabes. Nadie me dijo qué te había ocurrido. —La
última vez que la había visto, había estado siendo mantenida prisionera en un hotel
por los guardianes mientras los Moroi intentaban descubrir cuál había sido mi papel en
el escape de Rose.
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—Estuve en algunos problemas al principio —dije—. Pero eso ya pasó. —¿Qué era
una pequeña mentira entre amigas? Rose era tan fuerte que no podía soportar el
pensamiento de parecer débil frente a ella. No quería que supiera que aún vivía con
miedo de los alquimistas, obligada a hacer lo que fuera para volver a estar en buenos
términos con ellos.
—Me alegra —dijo ella—. Ellos me dijeron que originalmente era tu hermana quien
iba a estar aquí.
Esas palabras le recordaron que Zoe podría reemplazarme en cualquier momento.
—Fue un malentendido.
Rose asintió.
—Bueno, me siento un poco mejor contigo aquí, pero es difícil… todavía siento como
si yo debiera proteger a Jill. Pero necesito proteger a Lissa también. Ellos piensan que
Jill es el blanco más fácil, pero seguirán yendo tras Lissa. —El conflicto interno brilló
en sus ojos oscuros, y sentí una punzada de lástima. Era esto lo que tenía tantos
problemas para explicarles a los otros alquimistas, cómo los dhampir y los vampiros
podían parecer tan humanos algunas veces—. Ha sido una locura, sabes. ¿Desde que
Lissa subió al trono? Pensé que finalmente lograría relajarme con Dimitri. —Su sonrisa
se amplió—. Debí haber sabido que nada jamás será simple con nosotros. Hemos
pasado todo nuestro tiempo cuidando de Lissa y Jill.
—Jill estará bien. Siempre que los disidentes no sepan que ella está aquí, todo debería
estar tranquilo. Aburrido, incluso.
Ella todavía estaba sonriendo, pero su sonrisa se atenuó un poco.
—Eso espero. Si sólo supieras lo que ha ocurrido… —Su expresión cambió mientras
algún recuerdo la embargaba. Comencé a insistir en que me dijera lo que había
sucedido, pero cambió de tema antes de que pudiera hacerlo—. Estamos trabajando en
cambiar la ley… la que dice que Lissa necesita un miembro de su familia como
requisito para poder permanecer como reina. Una vez que esté hecho, ella y Jill estarán
fuera de peligro. Pero eso sólo significa que aquellos que quieren tomar a Jill están más
desesperados que nunca, porque saben que el reloj está corriendo.
—¿Cuánto tiempo? —pregunté—. ¿Cuánto tiempo tomará cambiar la ley?
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—No lo sé. ¿Un par de meses, tal vez? Los asuntos legales… bien, no son lo mío. No
los detalles de ellos, al menos. —Ella sonrió brevemente y luego volvió a su rigidez de
batalla. Empujo su cabello sobre uno de sus hombros—. ¿Personas locas que quieren
lastimar a mis amigos? Eso es lo mío, y créeme, sé cómo lidiar con ello.
—Lo recuerdo —dije. Era extraño. Pensaba en Rose como una de las personas más
fuertes que conocía, y aún así parecía como si ella necesitara mi confirmación—. Mira,
tú has lo que haces, y yo haré lo que hago. Me aseguraré de que Jill de mezcle. Ustedes
la sacaron sin que nadie lo supiera. Ahora está fuera de los radares.
—Eso espero —repitió Rose, con voz sombría—. Porque si no lo está, tu pequeño
grupo aquí no tiene ninguna oportunidad contra esos rebeldes locos.
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Capítulo 5
Traducido por Sheilita Belikov
Corregido por masi
con ese comentario, Rose me dejó para poder decirle adiós a los
demás.
Sus palabras me dejaron helada. Durante medio segundo, quise
exigir una revaluación de esta misión. Quise insistir en que enviaran
a no menos de una docena de guardianes aquí con Jill, en caso de que sus atacantes
regresaran. Pronto, descarté ese pensamiento. Una de las piezas clave de este plan de
trabajo era simplemente no llamar la atención. Mientras su paradero fuera secreto, Jill
estaría más segura si se mezclaba. Un escuadrón de guardianes difícilmente sería
discreto y podría atraer la atención de la comunidad Moroi más grande. Estábamos
haciendo lo correcto. Siempre y cuando nadie supiera que estábamos aquí, todo estaría
bien.
Seguramente si me lo decía con bastante frecuencia, se convertiría en realidad.
Sin embargo, ¿por qué la fatídica declaración de Rose? ¿Por qué la presencia de Eddie?
¿Esta misión realmente había dado un salto de "inconveniente" a "de vida o muerte"?
Sabiendo cuán cercanas eran Jill y Rose, en cierto modo esperaba que su despedida
fuera más emotiva. En cambio, fue Adrian a quien Jill tuvo la mayor dificultad en
dejar. Se arrojó sobre él en un gran abrazo, con los dedos aferrándose a su camisa. La
joven Moroi había permanecido callada durante la mayor parte de la visita,
simplemente observando al resto de nosotros de esa manera curiosa y nerviosa suya.
Lo más que la había oído hablar fue cuando Lee había intentado hacerla hablar más
temprano. Su manifestación de despedida pareció sorprender también a Adrian,
aunque la mirada sarcástica que había llevado en su rostro se suavizó en algo parecido
a afecto cuando le palmeó torpemente el hombro.
—Vamos, cálmate, Jailbait. Nos veremos muy pronto.
—Me gustaría que vinieras con nosotros —dijo ella en voz baja.
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Él le dio una sonrisa torcida.
—No, no. Tal vez el resto de ellos puedan salirse con la suya interpretando el papel de
regreso a la escuela, pero yo sería expulsado en mi primer día. Por lo menos aquí, no
corromperé a nadie. . . a no ser que sea a Clarence y su gabinete de licores.
—Estaré en contacto —prometió Jill.
Su sonrisa se crispó, y le dio una mirada de complicidad que era tanto divertida como
triste.
—También lo haré yo
Este pequeño momento entre ellos era extraño. Con el carácter frívolo y arrogante de
él y la dulce timidez de ella, parecían una improbable pareja de amigos. Sin embargo,
era evidente que había afecto entre ellos. No parecía romántico, pero tenía una
intensidad definida que realmente no podía entender. Me acordé de la conversación
que había oído entre Abe y Adrian, donde Abe había dicho que era imperativo que
Adrian permaneciera cerca de Jill. Algo me decía que había una conexión entre eso y
lo que estaba presenciando ahora, pero no tenía información suficiente como para atar
cabos. Guardé este misterio para más tarde.
Estaba triste por dejar a Rose pero contenta de que nuestra partida significara separar
caminos con Abe y Keith. Abe se fue con sus comentarios típicamente crípticos y una
mirada de complicidad hacia mí que no aprecié. Dejé a Keith en su casa antes de ir a
Amberwood, y me dijo que me mantendría informada. Sinceramente, me preguntaba
sobre qué exactamente tenía que mantenerme informada, puesto que yo estaba
haciendo la mayor parte del trabajo aquí. Por lo que podía decir, él realmente no tenía
nada que hacer salvo holgazanear en su apartamento en el centro. Aun así, valió la
pena deshacerse de él. Nunca pensé que estaría tan feliz de marcharme con un vampiro
y un dhampir.
Jill todavía parecía atribulada durante el viaje en coche a la escuela. Eddie, sintiendo
esto, trató de calmarla. Él la miró desde el asiento del pasajero.
—Veremos a Adrian pronto.
—Lo sé —dijo con un suspiro.
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—Y nada más malo va a suceder. Estás a salvo. No pueden encontrarte aquí.
—Eso también lo sé —dijo.
—¿Qué tan malo fue? —pregunté—. El ataque, quiero decir. Nadie entró en detalles.
—Por el rabillo del ojo, vi a Eddie mirar de nuevo a Jill.
—Lo bastante malo —dijo él sombríamente—. Pero todo el mundo está bien ahora,
eso es lo que importa.
Ninguno de los ellos dijo nada más, y rápidamente capté la indirecta de que no había
más detalles por venir. Actuaban como si el ataque no hubiera sido gran cosa, que
había terminado y estaba en el pasado, pero estaban siendo demasiado evasivos. Había
ocurrido algo que yo no sabía, que los Alquimistas probablemente no sabían, algo que
estaban trabajando en mantener en secreto. Mi suposición era que tenía que ver con
Adrian estando aquí. Él había mencionado una "razón obvia" para venir a Palm
Springs, y entonces Abe había hecho alusión a otro motivo oculto del que el propio
Adrian no sabía nada. Todo eso era un poco fastidioso, ya que yo estaba arriesgando
mi vida aquí. ¿Cómo esperaban que hiciera adecuadamente mi trabajo si insistían en
hacer de éste una maraña de secretos?
Los Alquimistas tratan con secretos, y a pesar de mi pasado difícil, todavía era lo
suficientemente Alquimista como para resentirme al serme negadas las respuestas.
Afortunadamente, también era lo suficientemente Alquimista para cazar esas
respuestas por mí misma.
Por supuesto, sabía que interrogar a Jill y Eddie en este momento no me llevaría a
ninguna parte. Necesitaba actuar amistosamente y conseguir que se relajaran a mi
alrededor. Podrían no albergar la creencia secreta de que los humanos eran criaturas de
la oscuridad, pero eso no significaba que confiaran en mí todavía. No los culpaba.
Después de todo, ciertamente no confiaba en ellos tampoco.
Era bien entrada la noche cuando llegamos a Amberwood. Keith y yo habíamos
revisado a fondo la escuela antes, pero Eddie y Jill la miraron con los ojos muy
abiertos. Considerando que la casa de Clarence había lucido anticuada, la escuela era
luminosa y moderna, constando de edificios de estuco que eran tan típicos de
California y la arquitectura del suroeste. Palmeras bordeaban exuberantes prados
verdes. Bajo la luz mortecina, los estudiantes seguían paseando, en parejas y grupos, a
lo largo de muchos senderos para caminar que había a través de los jardines.
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Habíamos comprado comida rápida en el camino, pero la hora tardía significaba que
Jill y yo teníamos que separarnos de Eddie. A los dieciocho años, con un coche y
"permiso de los padres", yo había tenido mucha libertad para ir y venir, pero tenía que
responder al toque de queda como todo el mundo cuando la noche llegaba. Eddie se
sentía inquieto por dejar a Jill, sobre todo cuando se dio cuenta de qué tan lejos de ella
estaría.
Los extensos terrenos de la Preparatoria Amberwood estaban divididos en tres
campus: Este, Oeste y Central. El Campus Este alojaba el dormitorio de las chicas,
mientras que el Oeste albergaba el de los chicos. El Central, el más grande de los tres,
era el lugar donde estaban las instalaciones administrativas, académicas y recreativas.
Los campus estaban aproximadamente a una milla de distancia el uno del otro y les
prestaba servicio un autobús de enlace que los recorría durante todo el día, a pesar de
que caminar siempre era una opción para aquellos que podían soportar el calor.
Eddie tenía que haber sabido que no podía quedarse en el dormitorio de las chicas,
aunque sospechaba que si hiciera lo que quería, habría dormido al pie de la cama de
Jill como un perro fiel. Mirarlos a los dos era en cierta medida increíble. Nunca había
observado a una pareja guardián-Moroi antes. Cuando estuve con Rose y Dimitri, ellos
habían estado simplemente tratando de mantenerse con vida, además, ambos eran
dhampirs. Ahora, era finalmente capaz de ver el sistema en acción y entender por qué
los dhampirs entrenaban tan duro. Tendrías que, permanecer tan alerta. Incluso en los
momentos más mundanos, Eddie siempre vigilaba nuestro entorno. Nada escapaba de
su atención.
—¿Qué tan bueno es el sistema de seguridad aquí? —exigió cuando entró al dormitorio
de las chicas. Había insistido en verlo antes de ir al suyo. El vestíbulo estaba en silencio
a esta hora, y sólo un par de estudiantes vagaban por ahí con cajas y maletas mientras
terminaban de instalarse a último minuto. Nos miraron con curiosidad cuando
pasaron, y tuve que apaciguar el nudo de ansiedad creciente en mí. Teniendo en
cuenta todo lo demás que me había pasado, la vida social de la preparatoria no debería
asustarme, pero lo hacía. Los Alquimistas no incluían eso en sus lecciones.
—La seguridad es lo suficientemente buena —dije, manteniendo la voz baja cuando
me volví hacia Eddie—. Ellos no están preocupados por vampiros asesinos, pero sin
duda quieren que sus alumnos estén seguros. Sé que hay guardias de seguridad que
patrullan las instalaciones por la noche.
Eddie miró a la matrona del dormitorio, una robusta mujer de cabello canoso que
supervisaba el vestíbulo desde su escritorio.
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—¿Crees que tiene algún tipo de entrenamiento de combate? ¿Crees que podría
someter a un intruso?
—Apuesto a que podría derribar a un chico que se meta a escondidas en la habitación
de una chica —bromeó Jill. Apoyó una mano en su brazo, haciéndolo saltar—.
Relájate. Este lugar es seguro.
En cierto modo, la preocupación de Eddie era reconfortante y me hacía sentir segura.
Al mismo tiempo, no podía dejar de volver a pensar en por qué estaba tan alerta. Él
había estado allí durante el ataque del que nadie me hablaba. Conocía las amenazas
porque las había visto de primera mano. Si estaba tan nervioso, incluso ahora,
entonces ¿en cuánto peligro estábamos todavía? Los Alquimistas me habían llevado a
pensar que una vez que estuviéramos escondidos aquí en Amberwood, todo estaría
bien y que solamente se convertiría en un juego de espera. Había tenido esa misma
conversación con Rose y había tratado de convencerla de lo mismo. La actitud de
Eddie era preocupante.
El dormitorio que compartía con Jill era pequeño para mis estándares. Siempre había
tenido mi propio cuarto al crecer y nunca tuve que preocuparme por compartir espacio
o closets. Durante mi estancia en San Petersburgo, incluso había tenido mi propio
apartamento. Sin embargo, nuestra ventana tenía una vista panorámica del patio
trasero del dormitorio. Todo dentro de la habitación estaba bien ventilado y luminoso,
con muebles con acabado de arce que parecían nuevos: camas, escritorios, y cómodas.
No tenía experiencia con dormitorios, pero tan sólo por la reacción de Jill podía
asumir que habíamos conseguido uno bueno. Ella juró que la habitación era más
grande que la que había tenido en su escuela Moroi, la Academia St. Vladimir, y
estaba muy feliz.
Me medio preguntaba si ella pensaba que nuestra habitación era grande simplemente
porque teníamos tan poco que poner en ella. Ninguno de nosotros había sido capaz de
empacar mucho con semejante salida repentina. Los muebles daban todo un ambiente
cálido y dorado, pero sin adornos personales u otros detalles, la habitación podría
haber salido directamente de un catálogo. La matrona del dormitorio, la Sra.
Weathers, había quedado asombrada al vernos a nosotras y a nuestro mínimo
equipaje. Las chicas que había observado instalándose más temprano habían llegado
con coches llenos a reventar. Esperaba que no nos viéramos sospechosas.
Jill se detuvo a mirar por la ventana mientras nos preparábamos para la cama.
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—Es tan seco aquí —murmuró, más para sí misma que para mí—. Mantienen el
césped verde, pero es tan extraño no sentir la humedad en el aire. —Echó un vistazo
hacia mí tímidamente—. Soy un usuario de agua.
—Lo sé —dije, sin saber qué más añadir. Se refería a las habilidades mágicas que todos
los Moroi poseían. Cada Moroi se especializaba en uno de los elementos, cualquiera
de los cuatro físicos —tierra, aire, agua, y fuego— o en el elemento del espíritu más
intangible y psíquico. Casi nadie ejercía este último, aunque había oído que Adrian era
uno de los pocos. Si Jill no podía acceder a su magia con facilidad, yo no iba a estar
decepcionada. La magia era una de esas cosas, como el beber sangre, que servía como
una bofetada-en-la-cara de recordatorio de que estas personas con las que estaba riendo
y comiendo no eran humanas.
Si aún no estuviera agotada del viaje con Keith, probablemente hubiera permanecido
despierta sufriendo por el hecho de que estaba durmiendo cerca de un vampiro. Al
principio cuando conocí a Rose, ni siquiera había sido capaz de permanecer en la
misma habitación con ella. Nuestra frenética huida juntas había cambiado un poco
eso, y al final, había sido capaz de bajar la guardia. Ahora, algunos de los viejos
miedos volvieron en la oscuridad. Vampiro, vampiro. Severamente, me dije que sólo era
Jill. No tenía nada de qué preocuparme. Eventualmente, el cansancio venció al miedo,
y me dormí.
Cuando llegó la mañana, no pude evitar mirarme en el espejo para asegurarme de no
tener marcas de mordedura u otra señal de daño vampírico. Cuando terminé,
inmediatamente me sentí estúpida. Con la dificultad que Jill estaba actualmente
teniendo para despertar, no tenía sentido imaginármela acercándose sigilosamente a
mí en la noche. Tal y como estaba, me costó mucho sacarla del dormitorio a tiempo
para la orientación. Estaba aturdida, con los ojos inyectados en sangre, y no dejaba de
quejarse de un dolor de cabeza. Supuse que no tenía que preocuparme por ataques
nocturnos por parte de mi compañera de cuarto.
Sin embargo, se las arregló para levantarse y movilizarse. Salimos de nuestro
dormitorio y encontramos a Eddie, reunido con otros estudiantes nuevos cerca de una
fuente en el Campus Central. La mayor parte del grupo parecía ser estudiantes de
primer año como Jill. Sólo unos pocos tenían la misma edad que Eddie y yo, y me
sorprendió verlo conversar fácilmente con quienes lo rodeaban. Con lo alerta que
había estado el día anterior, hubiera esperado que estuviera más en guardia, menos
competente en las normas de interacción social, pero él encajaba completamente. A
medida que nos acercamos, sin embargo, lo atrapé mirando desapercibidamente a su
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entorno. Podría estar representando a un estudiante, como yo, pero seguía siendo un
dhampir.
Justamente estaba diciéndonos que todavía no había conocido a su compañero de
habitación cuando un chico sonriente, con brillantes ojos azules y pelo rojizo se acercó
a nosotros.
—Hola —dijo. De cerca, pude ver un puñado de pecas—. ¿Eres Eddie Melrose?
—Sí, soy yo… —Eddie se dio la vuelta con esa eficiencia de guardián, dispuesto a
enfrentar esta amenaza potencial. Cuando vio al recién llegado, Eddie se quedó
completamente inmóvil. Sus ojos se abrieron un poco, y lo que había estado a punto de
decir se desvaneció.
—Soy Micah Vallence. Soy tu compañero de cuarto, también el líder de su
orientación. —Inclinó la cabeza hacia los demás estudiantes y sonrió—. Pero quise
venir a saludar primero ya que acabo de llegar esta mañana. Mi mamá prolongó
nuestras vacaciones al límite.
Eddie seguía mirando a Micah como si hubiera visto un fantasma. Estudié a Micah
también, preguntándome que me estaba perdiendo. Parecía normal para mí. En lo que
estuviera pasando, Jill también estaba al margen porque estaba mirando a Micah con
una expresión perfectamente normal también, sin alarma o sorpresa.
—Encantado de conocerte —dijo Eddie al fin—. Estas son mis, uh, hermanas, Jill y
Sydney.
Micah nos sonrió a cada una de nosotras por turno. Había un aire en él que me hacía
sentir cómoda, y pude ver por qué había sido reclutado como líder de orientación. Me
preguntaba por qué Eddie estaba reaccionando tan extrañamente.
—¿En qué grados están? —nos preguntó.
—Último —dije. Recordando nuestra tapadera, agregué—: Eddie y yo somos gemelos.
—Soy de primer año —dijo Jill.
Echándole un vistazo a nuestra "familia", noté que Eddie y yo probablemente
podríamos pasar por hermanos con bastante facilidad. Nuestro color de piel era
similar, y por supuesto, estaba el hecho de que ambos parecíamos humanos. Aunque
un humano no necesariamente miraría a Jill y diría "¡vampiro!" ella aún poseía ciertas
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características que la señalaban como inusual. Su complexión y palidez estaban en
contraste definitivo con Eddie y conmigo.
Si Micah notó la falta de parecido familiar, no lo dejó ver.
—¿Nerviosa por empezar la preparatoria? —le preguntó a Jill.
Ella sacudió la cabeza y le devolvió la sonrisa.
—Estoy lista para el reto.
—Bueno, si necesitan algo, avísenme —dijo—. Por ahora, tengo que hacer que esta
reunión comience. Hablaré con ustedes más tarde.
Por la manera en que su atención estaba centrada solamente en ella, era obvio que el
"si necesitan algo" estaba dirigido a Jill, y su rubor demostró que también lo sabía. Ella
sonrió, sosteniendo su mirada un momento, y luego la apartó con timidez. Lo
encontraría lindo, si no fuera por la alarmante perspectiva que presentaba. Jill estaba
en una escuela llena de humanos. Era absolutamente impensable que saliera con uno,
y chicos como Micah no podían ser alentados. Eddie no pareció preocuparse por el
comentario, pero parecía ser más porque todavía estaba preocupado por Micah en
general.
Micah llamó la atención de nuestro grupo y comenzó la orientación. La primera parte
se trataba simplemente de un tour de las instalaciones. Lo seguimos a todas partes,
dentro y fuera de aire acondicionado, mientras nos mostraba los edificios importantes.
Explicó el sistema de transporte, y fuimos en él al Campus Oeste, que era casi un
reflejo del Este. Los chicos y las chicas tenían permitido entrar a los dormitorios del
otro, con limitaciones, y explicó esas reglas tan bien, que provocó algunas quejas.
Recordando a la imponente Sra. Weathers, sentí pena por cualquier chico que tratara
de romper las reglas de su dormitorio.
Ambos dormitorios tenían sus propias cafeterías, donde cualquier estudiante era
bienvenido a comer, y nuestro grupo de orientación había almorzado mientras aún
estábamos en el Campus Oeste. Micah se nos unió a mis "hermanos" y a mí, haciendo
un gran esfuerzo por hablar con cada uno de nosotros. Eddie respondió cortésmente,
asintiendo con la cabeza y haciendo preguntas, pero sus ojos seguían pareciendo
vagamente angustiados. Jill fue tímida al principio, pero una vez que Micah comenzó
a bromear con ella, finalmente comenzó a simpatizarle.
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Qué divertido, pensé, que fuera más fácil para Eddie y Jill adaptarse a esta situación de
lo que era para mí. Ellos estaban en un ambiente extraño, con una especie diferente,
pero a pesar de eso entre cosas familiares, como cafeterías y casilleros. Se metieron
directamente en sus papeles y procedimientos sin ninguna dificultad. Mientras tanto, a
pesar de haber viajado y vivido en todo el mundo, me sentía fuera de lugar en lo que
era para todos los demás un lugar común.
Independientemente de eso, no me tomó mucho tiempo averiguar cómo funcionaba la
escuela. Los Alquimistas eran entrenados para observar y adaptarse, y aunque la
escuela era ajena a mí, aprendí rápidamente la rutina. No tenía miedo de hablar con la
gente tampoco, estaba acostumbrada a entablar conversaciones con extraños y explicar
mis soluciones a situaciones. Una cosa, que de cualquier forma, sabía que tendría que
funcionar.
—He oído que su familia podría estar mudándose a Anchorage.
—Estábamos en el almuerzo de orientación, y un par de chicas de primer año sentadas
cerca de mí estaban hablando de una amiga suya que no se había presentado hoy.
Los ojos de la otra chica se abrieron como platos.
—¿En serio? Me moriría si tuviera que vivir allí.
—No sé —reflexioné, moviendo la comida alrededor de mi plato—. Con todo el sol y
los rayos UV que hay aquí, parece que Anchorage podría en realidad proporcionar una
vida más larga. No se necesita tanto protector solar, así que es una opción más
económica también.
Pensé que mi comentario era útil, pero cuando levanté la mirada, me encontré con
expresiones boquiabiertas. Era obvio por las miradas que las chicas me estaban dando
que no podría haber elegido un comentario más extraño.
—Creo que no debo decir todo lo que me viene a la mente —murmuré a Eddie. Estaba
acostumbrada a ser directa en situaciones sociales, pero se me ocurrió que decir
simplemente "¡Sí, totalmente!" habría sido probablemente la respuesta correcta. Tenía
pocos amigos de mi edad y estaba fuera de práctica.
Eddie me sonrió.
—No sé, hermana. Eres bastante entretenida como eres. Sigue así.
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Después del almuerzo, nuestro grupo volvió al Campus Central, donde nos separamos
para reunirnos con los asesores académicos y el plan de nuestros horarios de clases.
Cuando me senté con mi asesora, una alegre mujer joven llamada Molly, no me
sorprendió ver que los Alquimistas habían enviado expedientes académicos de una
escuela ficticia en Dakota del Sur. Incluso concordaban bastante con lo que yo había
estudiado en mi educación en casa.
—Tus calificaciones y exámenes te han puesto en nuestras clases de Matemáticas e
Inglés más avanzadas —dijo Molly—. Si te va bien en ellas, puedes recibir crédito
universitario. —Lástima que no hay posibilidad de que vaya a la universidad, pensé con un
suspiro. Hojeó un par de páginas en mi archivo—. Ahora, no veo ningún registro de
lengua extranjera aquí. En Amberwood es un requisito que todos aprendan al menos
un idioma.
Oops. Los Alquimistas se habían equivocado en eso al falsificar mi expediente. De
hecho había estudiado varios idiomas. Mi padre se había asegurado de que tuviera
lecciones desde temprana edad, ya que un Alquimista nunca sabía dónde él o ella
podrían terminar. Revisando la lista de idiomas que Amberwood ofrecía, dudé y me
pregunté si debía mentir. Entonces decidí que realmente no quería sentarme a aguantar
conjugaciones y tiempos que ya había aprendido.
—Ya los sé todos —le dije a Molly.
Molly me miró con escepticismo.
—¿Todos? Hay cinco idiomas ahí.
Asentí con la cabeza y añadí amablemente: —Pero sólo estudié japonés durante dos
años. Así que supongo que podría aprender más.
Molly todavía no parecía creerlo.
—¿Estarías dispuesta a tomar pruebas de aptitud?
Y de este modo, terminé pasando el resto de mi tarde trabajando en lenguas
extranjeras. No era como quería pasar el día, pero supuse que me produciría beneficios
después, las pruebas fueron pan comido.
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Cuando finalmente terminé los cinco idiomas tres horas más tarde, Molly me apresuró
a ir a mi prueba de uniforme. La mayoría de los demás alumnos nuevos ya la habían
tenido, y me preocupaba que ya no pudiera alcanzar a la mujer que hacía las pruebas.
Me moví tan rápido como pude sin correr por los pasillos y casi choqué contra dos
chicas que doblaban una esquina.
—¡Oh! —exclamé, sintiéndome como una idiota—. Lo siento, voy tarde a mi prueba…
Una de ellas se rió amablemente. Era de piel oscura con complexión atlética y pelo
negro ondulado. —No te preocupes por eso —dijo—. Acabamos de pasar por la
habitación. Ella todavía está ahí.
La otra chica tenía pelo rubio un tono más claro que el mío que llevaba en una coleta
alta. Ambas tenían la seguridad natural de quienes conocían su camino en este mundo.
No eran nuevas estudiantes.
—La Sra. Delaney siempre se toma más tiempo del que piensa con las pruebas —dijo
la rubia a sabiendas—. Cada año, está… —Se quedó boquiabierta, sus palabras
congeladas por unos momentos—. ¿Dónde. . . dónde conseguiste eso?
No tenía idea de a qué se refería, pero la otra chica pronto reparó en ello y se acercó
más a mí.
—¡Es increíble! ¿Es ese el que están haciendo este año?
—Tu tatuaje —explicó la rubia. Debo haber seguido pareciendo despistada—. ¿Dónde
lo conseguiste?
—Oh. Eso. —Mis dedos tocaron distraídamente mi mejilla—. En, eh, Dakota del Sur.
De donde vengo.
Ambas chicas parecieron decepcionadas.
—Me imagino que por eso nunca lo he visto —dijo la chica de cabello oscuro—. Pensé
que Nevermore estaba haciendo algo nuevo.
—¿Nevermore? —pregunté.
Las chicas intercambiaron miradas silenciosas, y algún mensaje pasó entre ellas.
—Eres nueva, ¿verdad? ¿Cuál es tu nombre? —preguntó la chica rubia—. Yo soy Julia.
Y ella es Kristin.
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—Sydney —dije, todavía desconcertada.
Julia volvió a sonreír.
—Almuerza con nosotros mañana en el Este, ¿de acuerdo? Te lo explicaremos todo.
—¿Todo acerca de qué? —pregunté.
—Es una larga historia. Por ahora sólo ve con Delaney —agregó Kristin, comenzando
a alejarse—. Se quedará hasta tarde, pero no para siempre.
Cuando se fueron, seguí mi camino, mucho más lentamente, preguntándome de que se
había tratado eso. ¿Acababa de hacer amigas? Realmente no estaba segura de cómo se
hacía una en una escuela como esta, pero todo ese intercambio había parecido bastante
raro.
La Sra. Delaney estaba sólo empacando cuando llegué.
—¿Qué talla usas, querida? —preguntó, al verme en la puerta.
—Dos.
Una serie de artículos fueron sacados: faldas, pantalones, blusas y suéteres. Dudaba
que los suéteres fueran a recibir mucho uso, a no ser que una inusitada ventisca
apocalíptica golpeara Palm Springs. Amberwood no era particularmente exigente en
cuanto al conjunto que los estudiantes usaran, siempre y cuando proviniera del fondo
de moda aprobado. Los colores eran burdeos, gris oscuro y blanco, los que realmente
me parecía que lucían bien juntos.
Mirándome abotonar una blusa blanca, la Sra. Delaney chasqueó la lengua: —Creo
que necesitas una talla cuatro.
Me quedé paralizada a medio botón.
—Uso una dos.
—Oh, sí, puedes caber en ella, pero mira los brazos y la longitud de la falda. Creo que
estarás más cómoda en una cuatro. Pruébate esto. —Me entregó una nueva pila y
luego se rió—. ¡No estés tan mortificada, muchacha! Una cuatro no es nada. Sigues
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siendo una ramita. —Se acarició su amplio vientre—. ¡Podrías caber tres veces en mi
ropa!
A pesar de mis muchas protestas, fui despedida con ropa de la talla cuatro. Volví a mi
dormitorio, abatida, y encontré a Jill acostada en su cama leyendo. Se incorporó a mi
llegada.
—Oye, me preguntaba qué te había sucedido.
—Me retrasé —dije con un suspiro—. ¿Te sientes mejor?
—Sí. Un poco. —Jill vio que arrumbé los uniformes—. Son muy espantosos, ¿verdad?
No teníamos uniformes en St. Vladimir. Va a ser muy aburrido usar la misma ropa
todos los días. —No quise decirle que como Alquimista, podría tener que usar un
conjunto como este de todos modos.
—¿Qué talla obtuviste? —pregunté, para cambiar de tema. Era un poco masoquista.
—Dos.
Una punzada de molestia me atravesó cuando colgué mi uniforme en el closet junto al
suyo. Me sentía enorme en comparación. ¿Cómo eran los Moroi tan flacos? ¿Genética?
¿Dieta de sangre baja en carbohidratos? Tal vez era sólo porque todos eran muy altos.
Todo lo que sabía era que cada vez que pasaba tiempo cerca de ellos, me sentía
desgarbada y desaliñada, y quería comer menos.
Cuando terminé de acomodar, Jill y yo comparamos horarios. No fue sorpresa,
teniendo en cuenta la diferencia de grado, que no tuviéramos casi nada en común. Lo
único que compartíamos era una clase multigrado de educación física. Todos los
estudiantes estaban obligados a tomarla cada semestre, ya que el buen estado físico era
considerado parte de la experiencia completa de un estudiante. Tal vez podría perder
algunos kilos y volver a mí talla normal.
Jill sonrió y me devolvió mi horario.
—Eddie fue y exigió estar en nuestra clase de educación física, ya que es prácticamente
la única que podremos compartir. Sin embargo, entra en conflicto con su clase de
Español, y no se lo permitieron. No creo que pueda manejar pasar toda la jornada
escolar sin ver que estoy viva. Ah, y Micah está con nosotros en educación física.
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Había andado hacia mi cama, todavía irritada por los uniformes. Las palabras de Jill
capturaron mi atención.
—Oye, ¿sabes por qué Eddie parecía extraño alrededor de Micah?
Jill negó con la cabeza.
—No, no he tenido la oportunidad de preguntar, pero me di cuenta también,
especialmente al principio. Más tarde, mientras estabas haciendo pruebas, y nosotros
estábamos esperando los uniformes, Eddie pareció relajarse. Un poco. De vez en
cuando, sin embargo, lo veía dándole una mirada extraña a Micah.
—Crees que él piensa que Micah es peligroso, ¿verdad?
Jill se encogió de hombros.
—A mí no me pareció peligroso, pero no soy guardián. Si Eddie hubiera pensado que
era algún tipo de amenaza, me da la impresión de que se habría comportado de
manera diferente. Más agresivo. En general parecía nervioso alrededor de Micah. Casi,
pero no del todo, temeroso. Y eso es lo más extraño de todo, porque los guardianes
nunca se ven temerosos. No es que Eddie sea técnicamente un guardián. Pero sabes lo
que quiero decir.
—Lo sé —dije, sonriendo a pesar de mi pretensión de mal humor. Esa naturaleza linda
y vaga me animó un poco—. ¿Qué quieres decir con que Eddie no es técnicamente un
guardián? ¿No está asignado a protegerte aquí?
—Sí, lo está —dijo Jill, jugueteando con uno de sus rizos castaño claro—. Pero. . .
bueno, es un poco extraño. Se metió en problemas con los guardianes por ayudar a
Rose y por, um, matar a un hombre.
—Mató a un Moroi que atacó a Vasilisa, ¿verdad? —Eso había salido a relucir en mi
interrogatorio.
—Sí —dijo Jill, perdida en sus propios recuerdos—. Fue en defensa propia, bueno, y
en defensa de Lissa, pero a todo el mundo le conmocionó que él matara a un Moroi.
Los guardianes no tienen que hacer eso, pero sabes, por otra parte, no se supone que
los Moroi se ataquen entre sí tampoco. De todos modos, fue puesto en suspensión.
Nadie sabía qué hacer con él. Cuando fui. . . atacada, Eddie ayudó a protegerme.
Luego, Lissa dijo que era una tontería mantenerlo fuera de servicio cuando podía ser
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útil y que teniendo en cuenta que los Moroi estaban detrás de este ataque también, les
dijo a todos que iban a tener que acostumbrarse a la idea de Moroi siendo el enemigo.
Hans, el guardián a cargo en la Corte, finalmente accedió y envió a Eddie aquí
conmigo, pero creo que oficialmente, Eddie no está restituido todavía. Es extraño. —
Jill había dado todo el discurso sin hacer una pausa y ahora se detuvo para recuperar el
aliento.
—Bueno, estoy segura de que se resolverá —dije, tratando de ser tranquilizadora—. Y
parece que ganará puntos por mantener a una princesa con vida.
Jill me miró bruscamente.
—No soy una princesa.
Fruncí el ceño y traté de recordar la complejidad de la ley Moroi. —El príncipe o
princesa es el miembro más viejo de una familia. Dado que Vasilisa fue coronada
reina, el título pasa a ti, ¿verdad?
—En teoría —dijo Jill, mirando a otro lado. Su tono era difícil de interpretar, una
extraña mezcla de lo que parecía ser amargura y tristeza—. No soy una princesa, no
realmente. Sólo soy una persona que pasa a estar relacionada con la reina.
La madre de Jill había sido brevemente amante de Eric Dragomir, el padre de Vasilisa,
y había mantenido la existencia de Jill en secreto durante años. Se había hecho pública
recientemente, y yo había jugado un papel importante en ayudar a Rose a localizar a
Jill. Con todas las consecuencias en mi propia vida, así como el énfasis en la seguridad
de Jill, no había pasado mucho tiempo preguntándome cómo se había adaptado ella a
su nueva estatus. Que tenía que ser un serio cambio de estilo de vida.
—Estoy segura de que hay más que eso —dije suavemente. Me preguntaba si iba a
pasar mucho tiempo jugando a terapeuta de Jill durante esta asignación. Actualmente
la perspectiva de consolar a un vampiro todavía me parecía muy extraña—. Quiero
decir, obviamente eres importante. Todo el mundo ha pasado por un montón de
problemas para mantenerte a salvo.
—Pero, ¿es por mí? —preguntó Jill—. ¿O es para ayudar a que Lissa mantenga el
trono? Ella apenas me habla desde que se enteró que somos hermanas.
Esta conversación estaba dirigiéndose a aguas incómodas, a asuntos interpersonales
que realmente no sabía cómo tratar. No me podía imaginar estando ni en el lugar de
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Vasilisa ni en el de Jill. De lo único que estaba segura era que no podía ser fácil para
ninguna de ellas.
—Estoy segura de que se preocupa por ti —dije, aunque no muy segura en absoluto—.
Pero es probable que sea extraño para ella, especialmente con todos los otros cambios
en su vida también. Dale tiempo. Concéntrate en las cosas importantes primero,
permanecer aquí y mantenerte con vida.
—Tienes razón —dijo Jill. Se recostó en su cama y se quedó mirando el techo—. Estoy
nerviosa por mañana, de estar alrededor de todo el mundo, en clases durante todo el
día. ¿Qué pasa si se dan cuenta? ¿Qué pasa si alguien descubre la verdad acerca de mí?
—Lo hiciste muy bien en la orientación —le aseguré—. Simplemente no muestres tus
colmillos. Y además, soy bastante buena en convencer a la gente de que no vieron lo
que piensan que vieron.
La expresión de gratitud en su rostro me recordó incómodamente a Zoe. Eran tan
similares en muchos aspectos, tímidas e inseguras, pero intensamente fuertes y
queriendo desesperadamente demostrar su valía. Había tratado de proteger a Zoe, y
sólo fallé ante sus ojos. Ahora, estando aquí para Jill me hacía sentir en conflicto. De
alguna manera, podría compensar lo que no había sido capaz de hacer por Zoe. Sin
embargo, aunque pensé eso, una voz interior seguía decidiéndome: Jill no es tu hermana.
Es un vampiro. Estos son negocios.
—Gracias, Sydney. Me alegro de que estés aquí. —Sonrió, y la culpa se retorció aún
más dentro de mí—. Sabes, estoy un poco celosa de Adrian. Él piensa que es muy
aburrido en la casa de Clarence, pero no tiene que preocuparse por conocer gente
nueva o acostumbrarse a una nueva escuela. Sólo tiene que pasar el rato, ver televisión,
jugar al billar con Lee, dormir hasta tarde. . . parece increíble. —Suspiró.
—Supongo —dije, un poco sorprendida ante los detalles—. ¿Cómo sabes todo eso?
¿Has. . . has hablado con él desde que nos fuimos? —A pesar de que dije eso, la idea
parecía poco probable. Había estado con ella la mayor parte del día.
La sonrisa abandonó su cara.
—Oh, no. Quiero decir, sólo imaginé lo que está pasando. Mencionó algo de eso
antes, eso es todo. Lo siento. Estoy siendo melodramática y divagadora. Gracias por
escucharme. . . eso realmente me hace sentir mejor.
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Sonreí rigurosamente y no dije nada. Todavía no podía superar el hecho de que estaba
empezando a sentirme tan afectuosa hacia un vampiro. ¿Primero Rose, ahora Jill? No
importa qué tan agradable fuera ella. Tenía que mantener nuestra relación profesional,
para que los Alquimistas no pudieran acusarme de apegarme. Las palabras de Keith
hicieron eco en mi cabeza: amante de los vampiros...
Eso es ridículo, pensé. No había nada malo en ser amable con quienes estaban a mi
cuidado. Era normal, nada que ver con "acercarse demasiado" a ellos. ¿Verdad?
Empujando mis preocupaciones a un lado, me concentré en terminar de desempacar y
en pensar en nuestra nueva vida aquí. Sinceramente esperaba que el día de mañana
transcurriera tan sin problemas como le había asegurado a Jill.
Desafortunadamente, no fue así.
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Capítulo 6
Traducido por DaRk Bass
Corregido por Paaau
ara ser justos, el día empezó genial.
Los rayos del sol entraban a través de la ventana cuando nos
despertamos, y ya podía sentir el calor aunque era temprano por la mañana. Escogí el
conjunto más ligero de la selección de uniformes: una falda gris, combinada con una
blusa blanca de manga corta. La “joyería simple” estaba permitida, así que mantuve la
cruz de oro. Mi pelo estaba teniendo uno de esos días difíciles, lo que parecía ocurrir
más seguido que nunca en este nuevo clima. Deseaba poder ponerlo en una cola de
caballo como lo hacía Jill, pero tenía demasiadas capas como para que quedara bien.
Mirando hacia el punto en que los mechones de diferentes longitudes tocaban mis, me
pregunté si ya era tiempo de dejarlo crecer.
Después de un desayuno en el que ninguna de nosotras comió realmente, nos subimos
al autobús hacia el Campus central, el cual estaba repentinamente lleno de gente. Sólo
un tercio de los estudiantes estaban internados. El resto eran locales, y habían
aparecido todos hoy. Jill apenas habló a lo largo del viaje, y parecía estar enferma otra
vez. Era difícil de decir, pero pensé que se veía más pálida de lo usual. Sus ojos estaban
enrojecidos una vez más y tenía grandes ojeras. Me había levantado una vez en la
noche, y la había visto dormir profundamente, así que no sabía bien cuál era el
problema. Esas ojeras eran, en realidad, la primera falla que veía en la piel de un
Moroi… ésta siempre era perfecta, como de porcelana. No era de extrañar que, por lo
general, pudiera dormir hasta tarde. Ella no tenía que preocuparse por el polvo, ni por
el corrector que yo usaba.
A medida que la mañana avanzaba, Jill continuó mordiendo su labio y luciendo
preocupada. Tal vez sólo estaba preocupada por sumergirse en un mundo poblado
completamente por humanos. No parecía muy preocupada por la logística de llegar a
los salones correctos y terminar el trabajo. Ese era el aspecto que más me asustaba.
Sólo ve de una clase a otra, me dije a mi misma. Eso es todo lo que tienes que hacer.
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Mi primera clase era Historia Antigua. Eddie también estaba en ella, y prácticamente
corrió hacia mí cuando me vio.
—¿Está bien? ¿La has visto?
—Bueno, compartimos una habitación, así que sí. —Nos sentamos en escritorios
vecinos. Le sonreí a Eddie—. Relájate. Ella está bien. Parecía nerviosa, pero realmente
no puedo culparla.
Asintió con la cabeza, pero aún lucía desconcertado. Puso toda su atención al frente
del salón cuando apareció la profesora, pero había una agitación en él mientras se
sentaba ahí, como si apenas pudiera evitar saltar e ir en busca de Jill.
—Bienvenidos, Bienvenidos. —Nuestra instructora era una mujer alrededor de los
cuarenta, de cabello negro y canas, con suficiente energía como para rivalizar con
Eddie, y si su taza gigante de café era una indicación, no era difícil descubrir el por
qué. También estaba un poco celosa, y deseaba que se nos permitiera tener bebidas en
clase, ya que en la cafetería no servían café. No sabía cómo iba a sobrevivir los
próximos meses libre de cafeína. Su guardarropa favorecía el estilo de los rombos.
—Soy la señora Sra. Terwilliger, su ilustre guía en el maravilloso viaje que es la
historia antigua —dijo con una voz profunda y solemne, que hizo que algunos de mis
compañeros soltaran unas risitas. Hizo un gesto a un joven que estaba estado tras de
ella, cerca del gran escritorio. Había estado observando la clase con una expresión
aburrida, pero cuando ella se giró hacia él, se animó inmediatamente.
—Y este es mi ayudante, Trey, a quien creo que algunos de ustedes ya conocen. Trey
será mi asistente para este periodo, así que estará en su mayoría merodeando por las
esquinas y llenando papeles. Pero deberán ser agradables con él, pues podría ser él
quien ponga sus calificaciones en mi computadora.
Trey dio un pequeño saludo y sonrió a algunos de sus amigos. Tenía la piel
profundamente bronceada y cabello negro, cuya longitud bordeaba el límite del código
de vestimenta.
El bien planchado uniforme de Ambrewood, daba la ilusión de que era todo un
hombre de negocios, pero había un brillo travieso en sus ojos que me hacía creer que
realmente no se tomaba en serio el ser un ayudante.
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—Ahora —continuó la señora Terwilliger—. La historia es importante, porque nos
enseña sobre el pasado. Y aprendiendo sobre el pasado, se llega a entender el presente,
de forma que así, puedan tomar decisiones inteligentes en el futuro.
Hizo una pausa dramática para dejar que esas palabras se filtraran. Una vez que estuvo
convencida que las habíamos acogido, se movió hacia una computadora portátil que
estaba conectada a un proyector. Oprimió algunas teclas, y una imagen de un edificio
con columnas blancas apareció en la pantalla en la parte delantera de la habitación.
—Ahora, ¿alguien puede decirme que es esto?
—¿Un templo? —dijo alguien.
—Muy bien, ¿señor…?
—Robinson —respondió el chico.
La Sra. Terwilliger sacó un portapapeles y revisó la lista.
—Ah, ahí está. Robinson Stephanie.
—Stephan —corrigió el chico, sonrojándose cuando sus amigos se rieron.
La Sra. Terwilliger empujó sus gafas hacia abajo y entorno los ojos.
—Muy cierto. Gracias a Dios. Estaba pensando cuán difícil debe ser su vida con ese
nombre. Mis disculpas. Rompí mis lentes en un extraño accidente en un juego de
croquet esta semana, lo que me forzó a traer los viejos hoy. Así que, Stephan-no-
Stephanie, tiene razón. Es un templo. ¿Puede ser más específico?
Stephan negó con la cabeza.
—¿Alguien más puede ofrecer una idea?
Cuando la Sra. Terwilliger sólo encontró silencio, respiré hondo y levanté la mano.
Hora de ver cómo se sentía ser un verdadero estudiante. Ella hizo un asentimiento con
su cabeza.
—Es el Partenón, señora.
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—De hecho, lo es —dijo ella—. ¿Y su nombre es?
—Sydney.
—Sydney… —Comprobó en el portapapeles y levantó la mirada, asombrada—.
¿Sydney Melbourne? Mi Dios, no suena como una australiana.
—Er, es Sydney Melrose, señora —la corregí.
La señora Terwilliger frunció el ceño, y le entregó el portapapeles a Trey, quien parecía
creer que mi nombre era la cosa más graciosa del mundo.
—Encárguese usted Señor Juarez, sus jóvenes ojos son mejores que los míos. Si sigo
haciendo esto, seguiré cambiando a los hombres por mujeres, y a las perfectas y
amables señoritas en descendientes de criminales. Entonces. —La señora Terwilliger se
enfocó de nuevo en mí—. El Partenón. ¿Sabes algo sobre ello?
El resto me estaba observando, la mayoría con curiosidad amigable, pero aún sentía la
presión de ser el centro de atención. Enfocándome únicamente en la Sra. Terwilliger,
dije: —Es parte de la Acrópolis, señora. En Atenas. Fue construido en el siglo quinto.
a.C.
—No necesita llamarme señora —me dijo la Sra. Terwilliger—. Aunque es refrescante
tener un poco de respeto de vez en cuando. Y respondió brillantemente.
Observó al resto del salón.
—Ahora, díganme esto. ¿Por qué en la tierra debería importarnos Atenas, o cualquier
cosa que se llevó a cabo hace mil quinientos años? ¿Cómo puede ser relevante para
nosotros hoy en día?
Más silencio e intercambio de miradas. Cuando el insoportable silencio se prolongó
durante lo que parecieron horas, comencé a levantar mi mano de nuevo. La Sra.
Terwilliger no lo notó y miró hacia Trey, quien descansaba sus pies sobre el escritorio
de la profesora. El chico instantáneamente bajó las piernas, y se enderezó.
—Señor Juarez —declaró la Sra. Terwilliger—, hora de ganar su manutención. Tomó
esta clase el año pasado. ¿Puede decirme por qué los eventos de la antigua Atenas son
relevantes para nosotros hoy? Si no lo sabe, entonces, tendré que llamar a la señorita
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Melbourne de nuevo. Ella luce como si supiera la respuesta, y piense lo vergonzoso
que sería para usted.
Los ojos de Trey destellaron en mi dirección y luego se fijaron otra vez en la profesora.
—Su nombre es Melrose, no Melbourne. Y la democracia fue fundada en Atenas en el
siglo sexto. Muchos de los procedimientos que establecieron están, de hecho, en vigor
en nuestro actual gobierno.
La Sra. Terwilliger puso su mano sobre su corazón dramáticamente.
—¡Así que estabas prestando atención el año pasado! Bueno, casi. Su fecha está
equivocada. —Su mirada cayó en mí—. Apuesto a que sabe la fecha en la que
comenzó la democracia en Atenas.
—En el siglo quinto —respondí inmediatamente.
Eso hizo que me ganara una sonrisa por parte de la profesora y una mirada de Trey. El
resto de la clase continuó de la misma manera. La Sra. Terwilliger siguió con su estilo
extravagante, detallando un número importante de épocas y lugares que íbamos a
estudiar con más detalle. Descubrí que podía responder cualquier pregunta que hiciera.
Una parte de mi decía que debía racionarme un poco, pero no podía evitarlo. Si nadie
sabía la respuesta, me sentía obligada a proporcionarla. Y cada vez que lo hacía, la
Sra. Terwilliger decía: —Trey, ¿sabías eso?
Hice una mueca. No quería hacer enemigos en mi primer día. Los otros estudiantes me
observaban curiosamente cuando hablaba, lo que me hizo un poco auto-consciente.
También vi a algunos de ellos intercambiar miradas cada vez que respondía, como si
tuvieran alguna clase de secreto en donde yo no entraba. Eso me preocupó más que
irritar a Trey. ¿Sonaba como si necesitara destacar? Estaba demasiado insegura de las
políticas sociales aquí, como para saber qué era normal y qué no lo era. Esta era una
escuela competitiva en lo académico, ¿seguramente no era algo malo ser educada?
La Sra. Terwilliger nos dejó de tarea leer dos capítulos de nuestro libro de texto. El
resto se quejó, pero yo estaba emocionada. Amaba la historia, específicamente la
historia del arte y la arquitectura. Mi educación en casa había sido agresiva y bien
encaminada, pero mi padre no había pensado que necesitara pasar demasiado tiempo
en esa materia. Tenía que estudiarla en mi tiempo libre, y era sorprendente y
sofisticado pensar que ahora tenía una clase donde el único propósito era aprender, y
donde mi conocimiento sería evaluado, al menos por la profesora.
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Me separé de Eddie después de eso y fui a la clase de Química. Mientras estaba
esperando que la clase comenzara, Trey se deslizó en un escritorio junto al mío.
—Así que, señorita Melbourne —dijo imitando la voz de la Sra. Trewilliger—.
¿Cuándo empezarás tu propia clase de historia del arte?
Lamentaba que la Sra. Trewilliger se hubiera ensañado con él, pero no me gustaba su
tono.
—¿En realidad estás tomando esta clase? ¿O vas a perder el tiempo un poco más y
pretender que ayudas a la profesora?
Esto trajo una sonrisa a su cara.
—Oh, estoy en esta, desafortunadamente. Y fui el mejor estudiante de la Sra.
Terwilliger el año pasado. Si eres tan buena en química como lo eres en historia, voy a
atraparte como mi compañera de laboratorio. Podré abandonar el semestre.
Química era una parte crucial del comercio de los Alquimistas, y dudaba que hubiera
algo en esta clase que ya no supiera. Los Alquimistas habían surgido de la Edad Media
como Los científicos mágicos al tratar de convertir el plomo en oro. De esos primeros
experimentos, pasaron a descubrir las propiedades especiales de la sangre de vampiro y
cómo reaccionaba con otras sustancias, y eventualmente, transformaron la cruzada
para mantener a los vampiros y a los seres humanos separados. Ese primer trasfondo
científico, y nuestro actual trabajo con la sangre de vampiro, hizo de la química una de
las principales materias de mi educación cuando niña.
Recibí mi primer juego de química cuando tenía seis años. Cuando otros niños
practicaban el alfabeto, mi padre me interrogaba con tarjetas de memoria sobre ácidos
y bases.
Incapaz de confesarle todo eso a Trey, desvié la mirada y aparté casualmente el pelo de
mi cara.
—Soy buena en ello.
Si mirada se movió hacia mi mejilla y una mirada de comprensión cayó sobre él.
—Ah, así que es eso.
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—¿Qué es qué? —pregunté.
El apunto hacia mi cara
—Tu tatuaje. Eso es lo que es, ¿huh?
Al mover mi cabello, había revelado el lirio dorado.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—No tienes que jugar a ser tímida conmigo —dijo rodando sus ojos negros—. Lo
entiendo, quiero decir, para mí es como hacer trampa, pero supongo que no todo el
mundo se preocupa por su reputación. Debes tener bastantes agallas para ponerlo en tu
cara, aunque están en contra el código de vestimenta, ya sabes… aunque eso no
detiene a nadie.
Me moví y deje que mi cabello volviera a su lugar.
—Lo sé. Quise ponerme maquillaje y lo olvidé. Pero, ¿a qué te refieres con eso de
hacer trampa?
Él simplemente sacudió la cabeza de una manera que dejó claro que había sido
rechazada. Me senté ahí sintiéndome impotente, preguntándome qué había hecho mal.
Pronto, mi confusión fue reemplazada por consternación mientras nuestro profesor nos
daba una introducción a la clase y a los elementos que usaríamos. Tenía un juego de
química en mi habitación que era más grande que el de Amberwood. Oh, bien.
Supongo que un repaso básico no me haría daño.
Mis otras clases progresaron de la misma manera. Estaba en la cima de todas mis
clases, y me encontré respondiendo todas las preguntas. Esto hizo que me llevara bien
con los profesores pero no podía calibrar la reacción del resto de mis compañeros. Aún
veía muchas cabezas moviéndose y expresiones intrigadas, pero sólo la de Trey me
condenaba. No sabía si debía contenerme o no.
Me encontré con Kristin y Julia un par de veces, y me recordaron unirme a ellas en el
almuerzo. Las encontré sentadas en una mesa en la esquina de la cafetería este. Me
saludaron, y mientras pasaba por las filas de mesas, hice un rápido escaneo, esperando
ver a Jill. No me había encontrado con ella en todo el día, pero eso no era tan
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sorprendente, considerando nuestros horarios. Supuse que estaba comiendo en la otra
cafetería, tal vez con Eddie o Micah.
Kristin y Julia eran amigables, charlaban conmigo sobre cómo me había ido en mi
primer día, y me daban consejos sobre ciertos profesores que habían tenido antes. Ellas
eran de último año al igual que yo y compartíamos un par de clases. Pasamos la mayor
parte del almuerzo compartiendo información básica. No fue sino hasta que el
almuerzo llegó a su fin, que llegué a obtener respuestas a las preguntas que habían
estado molestándome todo el día. Aunque requería pasar por algunas otras preguntas
primero.
—Entonces —dijo Kristin, inclinándose sobre la mesa—. ¿Te da una súper memoria?
O es como, no lo sé, ¿cambia tu cerebro y te hace más inteligente?
Julia rodó los ojos.
—No puede hacerte más inteligente. Tiene que ser memoria. Lo que quiero saber es,
¿cuánto tiempo dura?
Miré varias veces de una a la otra, más confundida que nunca.
—De lo que sea que estén hablando no puede hacerme más inteligente, porque estoy
demasiado perdida en este momento.
Kristin se rió ante eso.
—Tu tatuaje. Te escuché respondiendo las preguntas más difíciles en matemáticas. Y
una amiga mía está en tu clase de historia, y dijo que ahí también habías aplastado al
resto. Estamos tratando de averiguar cómo te ayuda el tatuaje.
—¿Me ayuda… a contestar preguntas? —pregunté. Sus rostros lo confirmaron—. No
lo hace. Eso es… eso sólo es, bueno, yo. Sólo sé las respuestas.
—Nadie es tan inteligente —argumentó Julia.
—No es tan loco. No soy un genio. Supongo que sólo he aprendido mucho, fui
educada en casa un tiempo, y mi papá era realmente… estricto —agregué, pensando
que podría ayudar.
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—Oh —dijo Kristin, jugando con su larga trenza. Noté que llevaba su cabello de
maneras muy prácticas, mientras Julia llevaba siempre su cabello rubio alborotado—.
Creo que podría ser eso… pero entonces, ¿qué hace tu tatuaje?
—No hace nada —dije. Incluso mientras decía las palabras, sentí un cosquilleo leve en
mi piel. El tatuaje tenía alguna clase de magia que impedía hablar sobre cualquier cosa
relacionada con los Alquimistas, con aquellos que no formaban parte del círculo
privado. Este era el tatuaje impidiéndome decir demasiado, algo que no fuera
necesario—. Sólo pensé que era genial.
—Oh —dijo Julia. Ambas chicas lucían inexplicablemente decepcionadas.
—¿Por qué en la tierra piensan que el tatuaje me hace inteligente? —pregunté.
La campana interrumpió la conversación, recordándonos que era hora de ir a nuestras
clases. Hubo una pausa mientas Kristin y Julia consideraban algo. Kristin parecía ser
la líder de las dos, porque fue la que dio el asentimiento de cabeza decisivo. Tuve la
clara sensación de que estaba siendo evaluada.
—De acuerdo —dijo ella finalmente, dándome una gran sonrisa—. Te informaremos
de más cosas después.
Fijamos una hora para salir el sábado, luego nos separamos. Mi impresión fue, que
habría más sociabilización que estudio, lo que estaba bien conmigo, pero hice una nota
mental para hacer mi tarea primero. El resto del día pasó rápidamente, y en una de las
clases recibí una nota de Molly, la asesora. Como esperaba, había pasado todos mis
cursos de idiomas, y quería que fuera y discutiera sobre las materias durante el último
período, cuando técnicamente no tenía clases. Eso significaba que mi día de escuela se
terminaba oficialmente con Educación Física.
Me cambié a mi ropa de gimnasia —shorts y una camiseta de Ambewood— e hice una
caminata bajo el caliente sol hacia donde se encontraba el resto. Sentí un poco de calor
mientras salía y entraba de clases, pero no fue hasta que pude estar afuera por un largo
tiempo, que realmente noté que estábamos en el desierto. Mirando a mis compañeros,
quienes eran chicos y chicas de todos los grados, vi que no era la única sudando. Rara
vez me quemaba, pero recordaba haber traído protector solar para estar segura. Jill
también lo necesitaría.
¡Jill!
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Mire a mí alrededor. Casi había olvido que Jill debería estar en mi misma clase.
Excepto que, ¿dónde estaba? No había señal de ella. Cuando nuestra instructora, la
Señorita Carson, pasó la lista, ni siquiera dijo el nombre de Jill. Me preguntaba si
había habido un cambio de horario de último minuto. La Señorita Carson creía en
entrar directamente a la acción. Fuimos divididos en dos equipos para jugar voleibol, y
me encontré de pie junto a Micah. Su tez pecosa se estaba volviendo rosada, y casi
quería ofrecerle protector solar. Me dio una de sus sonrisas amables.
—Hey —dije—. ¿No has visto a mi hermana hoy? ¿O sí?
—No —dijo él. Un ceño levemente fruncido cruzó su frente—. Eddie estaba
buscándola en el almuerzo. Pensó que estaba comiendo contigo en el dormitorio.
Sacudí mi cabeza, una sensación de náuseas se apoderó de mí. ¿Qué estaba pasando?
Escenarios de pesadilla pasaron por mi mente. Pensaba que Eddie estaba exagerando
con la vigilancia, pero ¿le habría pasado algo a Jill? ¿Era posible que, a pesar de
nuestro plan, alguno de los enemigos de Jill se hubiera colado y la hubiera raptado?
¿Tendría que decirles a los Alquimistas —y a mi padre— que habíamos perdido a Jill
el primer día? El pánico me atravesó. Si antes no estaba a punto de ser enviada a un
centro de re-educación, en este momento, estaba definitivamente en mi camino.
—¿Estás bien? —preguntó Micah, estudiándome—. ¿Está bien Jill?
—No lo sé —dije—. Discúlpame.
Rompí la formación de mi equipo, y corrí hacia donde la Srta. Carson estaba
supervisando.
—¿Si? —me preguntó.
—Lamento molestarla, señora, pero estoy preocupada por mi hermana. Jill Melrose.
Soy Sydney. Se suponía que estaría aquí. ¿Sabe usted si cambió las clases?
—Ah, sí. Melrose. Recibí una nota de la oficina, justo antes de la clase, diciendo que
ella no asistiría hoy.
—¿Dijeron por qué?
La Señorita Carson negó con la cabeza en forma de disculpa, y le gritó a un chico que
estaba quedándose atrás. Me reuní de nuevo con el equipo, con mi mente girando.
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Bueno, al menos alguien había visto a Jill hoy, pero ¿por qué en la tierra no asistiría a
clases?
—¿Está bien? —me preguntó Micah.
—Yo… supongo. La Señorita Carson parecía saber que no estaría en clase, pero no
sabe por qué.
—¿Hay algo que pueda hacer? —preguntó él—, ¿para ayudarla? Eh, ¿ayudarlos?
—No gracias, es amable de tu parte preguntar. —Deseaba que hubiera un reloj
alrededor—. Iré a buscarla tan pronto como la clase termine. —Un pensamiento
apareció de forma repentina en mi mente—. ¿Pero Micah? No le digas nada a Eddie
Micha me dio una mirada curiosa.
—¿Por qué no?
—Él es sobreprotector. Se preocuparía, cuando probablemente no es nada.
También destruiría la escuela buscándola. Cuando la clase terminó, rápidamente me
duché y me cambié de ropa antes de ir al edificio administrativo. Estaba desesperada
por correr primero a los dormitorios y ver si Jill estaba ahí, pero no podía llegar tarde a
la cita. Mientras caminaba por el pasillo hacia la oficina de Molly, pasé por el pasillo
principal, y una idea vino a mí. Me detuve para hablar con la secretaria de asistencia
antes de dirigirme a mi reunión.
—Jill Melrose —dijo la secretaria asintiendo—. Fue enviada de vuelta al dormitorio.
—¿Enviada de vuelta? —exclamé—. ¿Qué significa eso?
—No estoy en libertad de decirlo. —¿Demasiado melodramática?
Molesta y más confusa que nunca me dirigí a la oficina de Molly, tomando consuelo
en el hecho de que, incluso si la ausencia de Jill era misteriosa, al menos estaba
avalada por la escuela. Molly me dijo que podía tomar una clase electiva, o participar
en algún tipo de estudio independiente en lugar de un idioma si lograba que un
profesor me patrocinara. Una idea me vino a la cabeza.
—¿Puedo informarle mañana? —pregunté—. Necesito hablar con alguien primero.
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—Seguro —dijo Molly—. Sólo decídete pronto. Puedes volver a tu dormitorio ahora,
pero no podemos tenerte paseando por aquí todos los días a esta hora.
Le aseguré que tendría una respuesta pronto y me dirigí afuera. El bus no pasaba muy
seguido durante las clases, así que caminé esa milla de regreso. Sólo me tomó quince
minutos, pero se sintió como el doble bajo el sol. Cuando finalmente llegué a la puerta
del dormitorio, me llené de alivio. Pasando el rato en la habitación como si nada
hubiera pasado, estaba Jill.
—¡Estás bien!
Jill estaba acostada en la cama, leyendo su libro de nuevo. Levantó la vista
malhumorada.
—Sí, más o menos.
Me senté en mi propia cama y me quité los zapatos.
—¿Qué pasa? Tuve un ataque de pánico cuando no apareciste en clase. Si Eddie
supiera…
Jill se sentó de golpe.
—No, no le digas a Eddie. Enloquecería.
—De acuerdo, de acuerdo. Pero dime que pasó. ¿Dijeron que te habían enviado de
vuelta?
—Sí. —Jill hizo una mueca—. Porque fui expulsada de mi primera clase.
Me quedé sin palabras. No podía imaginar qué habría echo la dulce y tímida Jill para
merecer eso. Oh Dios, esperaba que no hubiera mordido a nadie. Yo era la persona de la
que se esperaba que tuviera problemas ajustándose a un horario escolar, Jill debería ser
una profesional.
—¿Por qué te expulsaron?
Jill suspiró.
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—Por tener resaca.
Más estupefacción.
—¿Qué?
—Estaba enferma. La señora Chang, mi profesora, me dio un vistazo y dijo que podía
detectar una resaca a un kilómetro de distancia. Me envió a la oficina por romper las
reglas de la escuela. Les dije que sólo estaba enferma, pero ella continuaba diciendo
que ella sabía. El director finalmente dijo que no había forma de probar que esa fuera la
razón por la que estaba enferma, así que no fui castigada, pero no me permitieron
asistir al resto de las clases. Tuve que quedarme aquí el resto de la jornada escolar.
—¡Eso… eso es estúpido! —Ordené a mis pies levantarse y comencé a caminar. Ahora
que me había recuperado de mi incredulidad inicial, estaba simplemente indignada—.
Estuve contigo anoche. Dormiste aquí. Yo lo sé. ¿Cómo la Señora Chang pudo hacer
una acusación como esa? ¡No tenía pruebas! La escuela tampoco. No tenían derecho
de sacarte de clase. ¡Debería ir a la oficina ahora mismo! No, voy a hablar con Keith y
con los Alquimistas y haré que nuestros “padres” llenen una queja.
—No, espera Sydney. —Jill saltó y atrapó mi brazo, como si temiera que me fuera a
marchar en ese momento—. Por favor no lo hagas, déjalo pasar. No quiero causar más
problemas. No tuve ninguna puntuación negativa. No fui realmente castigada.
—Estás atrasada en tus clases —dije—. Eso es suficiente castigo.
Jill negó con la cabeza, sus ojos muy abiertos. Tenía miedo, me di cuenta, pero no
tenía idea por qué no me quería decir. Ella era la victima aquí.
—No, está bien, me pondré al día. No hay consecuencias a largo plazo. Por favor, no
hagas un gran lío de esto. Los otros profesores seguramente pensaron que estaba
enferma. Probablemente ni siquiera sepan de las acusaciones.
—Sin embargo, no está bien —gruñí—. Puedo hacer algo sobre esto. Es por eso que
estoy aquí, para ayudarte.
—No —dijo Jill rotundamente—. Por favor déjalo ir. Si realmente quieres ayudar… —
Desvió la mirada.
—¿Qué? —pregunté, aún llena de una ira justificada—. ¿Qué necesitas? Dilo.
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Jill volvió a mirarme.
—Necesito… necesito que me lleves con Adrian.
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Capítulo 7
Traducido por Roo Andresen y Paaau
Corregido por masi
drian? —dije con sorpresa—. ¿Qué tiene que ver él en todo esto?
Jill simplemente sacudió la cabeza y me miró con urgencia.
—Por favor. Solo llévame hasta él.
—Pero vamos a ir en un par de días para tu alimentación.
—Lo sé —dijo Jill—. Pero necesito verlo ahora. Es el único que va a entenderme.
Eso me costaba creerlo.
—¿Estás diciendo que yo no? ¿Y tampoco Eddie?
Ella gruñó.
—No. No se lo puedes decir a Eddie. Se va a pondrá como un loco.
Traté de no fruncir el ceño mientras pensaba. ¿Por qué Jill necesitaría ver a Adrian
después del incidente en la escuela? Adrian no podía hacer nada que yo no pudiera
hacer. Como Alquimista, estaba en la mejor postura para rellenar una planilla de
queja. ¿Jill quería apoyo moral?
Recordé como Jill había abrazado a Adrian al despedirse y de repente me pregunté si
estaba enamorada de él. Porque de seguro, si Jill necesitaba sentirse protegida por
alguien, entonces Eddie sería un mejor recurso. ¿No? Eddie era quien tiraría escritorios
por el aire con su ira. Mantener esto alejado de él quizás no era tan mala idea.
—Está bien —dije finalmente—. Vámonos.
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Firmé para hacer un viaje fuera del campus, lo cual llevó una pequeña artimaña. La
señora Weathers fue rápida en señalar que Jill había sido castigada para quedarse en su
cuarto por el resto del día escolar. Pero fui rápida en remarcar que las clases ya casi
terminaban, es decir que técnicamente el día escolar ya terminaba. La señora Weathers
no podía negar esa lógica pero aun así nos hizo esperar los diez minutos enteros hasta
que sonó la última campana. Jill se había quedado sentada allí, golpeando la silla con
su pie ansiosamente.
Conducimos la media hora que llevaba llegar hasta la casa de Clarence en las colinas,
sin decir mucho. No sabía realmente qué clase de charla comenzar.
—¿Cómo fue tu primer día de escuela? —Difícilmente era un tema apropiado. Y de
todos modos, cada vez que lo pensaba, me ponía más furiosa. No podía creer que
algún maestro pudiera tener la audacia de acusar a Jill de beber y tener una resaca. No
había manera de probar eso, y además, cualquiera podría decir después de pasar cinco
minutos con ella que eso era imposible.
Una mujer de mediana edad nos atendió en la puerta. Su nombre era Dorothy, y era el
ama de llaves de Clarence y alimentadora. Dorothy era bastante agradable, quizás algo
distraída, y llevaba un vestido gris con un cuello alto para tapar las mordidas en su
cuello.
Le sonreí y mantuve mi expresión profesional, pero no pude evitar que me diera
escalofríos pensar en lo que ella era. ¿Cómo podría alguien hacer eso? ¿Cómo alguien
podía ofrecer su sangre a voluntad? Mi estómago daba vueltas, y me di cuenta de que
me mantenía distante de ella. Ni siquiera quería rozar accidentalmente su brazo al
momento de pasar.
Dorothy nos escoltó hasta la habitación en donde nos habíamos sentado el día
anterior. No había señales de Clarence, pero Adrian estaba tirado en un sillón de felpa
verde, mirando la tele, la cual había estado dentro de un gabinete de madera la última
vez. Cuando nos vio, apagó la tele con el mando y se sentó. Dorothy se excusó y se
marchó cerrando las puertas francesas detrás de ella.
—Bien, que grata sorpresa —dijo él. Nos miró. Jill se había cambiado a su vestimenta
normal durante su insolación, pero yo todavía llevaba en uniforme de Amberwood—.
Sage, ¿no se supone que tienen uniformes? Eso luce como lo que usualmente llevas.
—Qué lindo —dije, suprimiendo las ganas de poner en blanco los ojos.
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Adrian me hizo una mueca burlona.
—Cuidado. Casi sonríes. —Extendió la mano para alcanzar una botella de brandy
apoyada en una mesa cercana. Había pequeños vasos asentados a su alrededor, y se
sirvió una cantidad considerable para él mismo—. ¿Quieren uno?
—Estamos a mitad de la tarde —dije con incredulidad. No porque me importara la
hora del día.
—Tengo una horrible resaca —declaró, haciéndonos un brindis—. Esto es justo lo que
necesito para curarla.
—Adrian, necesito hablarte —dijo Jill seriamente.
Él la miró, su sonrisa desapareciendo.
—¿Qué pasa, Jailbait?
Jill me miró intranquila.
—Te importaría…
Entendí lo que quería decir y traté de no mostrar cuán irritada estaba por tantos
secretos.
—Claro. Simplemente iré… saldré fuera otra vez. —No me gustaba la idea de que me
echaran, pero de ninguna manera iba a deambular por los pasillos de la casa.
Enfrentaría el calor.
No había llegado tan lejos cuando alguien se cruzó delante de mí. Dejé escapar un
pequeño grito y casi salté un metro en el aire. Un latido de corazón después, me di
cuenta de que era Lee… no es que eso me dejara más tranquila. No importaba cuán
notoriamente amistosa fuera con este grupo, mis viejas defensas se ponían en acción al
estar sola con un nuevo vampiro. Chocarme con él tampoco ayudaba porque mi
cerebro lo procesaba como ¡un ataque!
Lee se quedó parado mirándome. Por la expresión de su rostro estaba igual de
sorprendido por encontrarme en su casa, aunque quizás no tan alarmado como yo.
—¿Sydney? —preguntó Lee—. ¿Qué estás haciendo aquí?
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Al poco tiempo, mi miedo se transformó en vergüenza, como si hubiera sido
descubierta merodeando.
—Oh… estoy aquí con Jill. Tuvo un mal día y necesitaba hablar con Adrian. Quería
darles privacidad y estaba a punto… eh, de ir afuera.
La confusión de Lee se transformó en una sonrisa.
—No tienes que hacerlo. No hay necesidad de que te vayas. Vamos, estaba yendo a la
cocina a por algo de comer. —Mi rostro debió haber mostrado puro horror porque él
se rió—. No del tipo humano.
Me sonrojé y lo seguí.
—Lo siento —dije—. Es instinto.
—No hay problema. Ustedes los Alquimistas son un poco neuróticos, ya sabes.
—Sí —me reí incómoda—. Lo sé.
—Siempre quise conocer a alguno de ustedes, pero ciertamente no son lo que esperaba.
—Abrió la puerta a una cocina muy espaciosa. El resto de la casa podría ser anticuada
y oscura, pero aquí adentro, todo era brillante y moderno—. Si te hace sentir mejor, tú
no estás tan mal como Keith. Estuvo aquí más temprano y estaba muy nervioso,
miraba por encima de su hombro literalmente. —Lee se detuvo pensativo—. Creo que
debe haber sido porque Adrian seguía riéndose como un científico loco con esas
películas en blanco y negro que estaba viendo.
Me detuve abruptamente.
—¿Keith estuvo aquí… hoy? ¿Para qué?
—Tendrás que preguntarle a papá. Con él es con quien habló más. —Lee abrió la
nevera y sacó una lata de Coca—. ¿Quieres una?
—Yo… eh, no. Demasiado azúcar.
Sacó otra lata.
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—¿Light?
Dudé sólo un momento antes de tomarla.
—Seguro. Gracias. —No había tenido intención de comer o beber algo en esta casa,
pero la lata parecía lo suficientemente segura. Estaba sellada y parecía haber sido
traída de un mercado humano, y no de alguna especie de caldero vampírico. La abrí y
tomé un sorbo mientras mi mente daba vueltas.
—¿No tienes idea de qué se trataba?
—¿Huh? —Lee agregó una manzana a su menú y se subió en el mostrador—. Oh,
¿Keith? No. Pero si tuviera que adivinar diría que por mí. Como si estuviera tratando
de averiguar si me voy a quedar aquí o no. —Dio un gran mordisco a la manzana, y
me pregunté si el hecho de tener colmillos lo hacía más difícil.
—Simplemente le gusta tener sus datos al día —dije naturalmente. Tanto como
detestaba a Keith, todavía quería un frente humano unificado. Aunque no me dejaba
engañar. Estaba bastante segura de que Keith se sentía minado al saber que había un
Moroi extra en “su territorio” y ahora se estaba asegurando de tener todo bajo control.
Parte de ello era el trabajo de un buen Alquimista, claro, pero la mayoría era
probablemente el orgullo herido de Keith.
Lee no parecía pensar mucho en ello y seguía masticando la manzana, aunque podía
sentir sus ojos estudiándome.
—¿Dijiste que Jill tuvo un mal día? ¿Está todo bien?
—Sí, eso creo. Es decir, no lo sé. Ni siquiera sé cómo las cosas se pusieron así. Ella
quería ver a Adrian por alguna razón. Quizás él pueda ayudar.
—Es un Moroi —dijo Lee pragmático—. Quizás es algo que solo él puede entender…
algo que tú y Eddie no. Sin ofender.
—No me ofendes —dije. Era natural que Jill y yo tuviéramos diferencias distintivas, yo
era humana, y ella un vampiro, después de todo. No podríamos ser más diferentes si lo
intentábamos, y de hecho, lo prefería de esa manera—. Vas a la universidad… ¿en Los
Ángeles? ¿Un colegio humano? —No era un comportamiento extraño para los Moroi.
Algunas veces se agrupaban en sus propias comunidades; algunas veces trataban de
encajar en ciudades humanas más grandes.
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Lee asintió.
—Sip. Y fue difícil al principio. Quiero decir, incluso si los demás no saben que eres un
vampiro… bueno, hay como un sentido de alteridad del que siempre te das cuenta.
Eventualmente me adapté… pero sé por lo que está atravesando.
—Pobre Jill —dije, repentinamente dándome cuenta que había pensado todo mal.
Mayormente mi energía había estado enfocada en la escuela creyendo que Jill se sentía
mal por una resaca. Me debería haber enfocado en por qué se sentía mal en primer
lugar. La ansiedad por este nuevo cambio de vida se habría asentado. Yo había
batallado mis propias dificultades, tratando de descifrar amistades y señales de
sociabilidad… pero por lo menos estaba tratando con mi propia raza—. Realmente no
pensé mucho por lo que estaría pasando.
—¿Quieres que hable con ella? —preguntó Lee. Dejó el tallo de la manzana a un
lado—. No estoy seguro de que tenga tanta sabiduría para compartir.
—Cualquier ayuda viene bien —dije honestamente.
Un silencio se produjo entre nosotros, y comencé a sentirme incómoda. Lee parecía
muy amistoso, pero mis viejos miedos arraigaban. Parte de mi sentía como si él no
quisiera conocerme sino estudiarme. Los Alquimistas claramente eran una novedad
para él.
—¿Te importa si te pregunto sobre… el tatuaje? ¿Te da poderes especiales verdad?
Era casi una repetición de las conversaciones en la escuela, excepto que Lee sabía la
verdad detrás de ello. Distraídamente me toqué la mejilla.
—No poderes, exactamente. Hay coacción que nos frena de hablar sobre lo que
hacemos. Y de ello saco un buen sistema inmune. ¿Pero el resto? No soy nada especial.
—Fascinante —murmuró. Desvié la mirada y traté de volver a poner mi cabello sobre
el rostro.
Adrian asomó su cabeza en ese momento. Todo su humor se había desvanecido.
—Ah, ahí estás. ¿Puedo hablarte en privado por un momento?
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La pregunta era para mí, y Lee se bajó del mostrador.
—Voy a tomar la indirecta. ¿Jill sigue en el estudio?
Adrian asintió, y Lee me miró.
—¿Quieres que…?
Asentí.
—Sería genial. Gracias.
Lee se marchó, y Adrian me miró con curiosidad.
—¿Qué fue eso?
—Oh, creíamos que Lee podría ayudar a Jill con sus problemas —expliqué—. Puesto
que puede relacionarse con lo que le pasa.
—¿Problemas?
—Sí, ya sabes. Adaptarse a vivir con humanos.
—Oh —dijo Adrian. Sacó un paquete de cigarrillos y, para mi completo asombro, lo
encendió frente a mí—. Eso. Sí. Supongo que está bien. Pero eso no es de lo que quería
hablarte. Necesito que me saques de aquí.
Estaba sorprendida. ¿No se trataba de Jill?
—¿Fuera de Palm Springs? —pregunté.
—¡No! Lejos de este lugar. —Hizo señas a su alrededor—. ¡Es como vivir en un hogar
de ancianos! Clarence está tomando una siesta ahora, y come a las cinco. Es muy
aburrido.
—Sólo estuviste aquí durante dos días.
—Y eso es más que suficiente. La única cosa que me mantiene vivo es que tiene
suministros de licor a mano. Pero al paso que voy, se va a acabar para el fin de
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semana. Jesucristo, estoy que trepo por las paredes. —Sus ojos se posaron en la cruz de
mi cuello—. Oh. Lo siento. Sin ofender a Jesús.
Estaba aún atontada por el inesperado tema como para sentirme ofendida.
—¿Qué hay de Lee? Vive aquí, ¿no?
—Sí —acordó Adrian—. A veces. Pero está ocupado con… demonios, no sé. Cosas de
la escuela. Volverá a Los Ángeles mañana, y esa será otra noche aburrida para mí.
Además… —Miró a su alrededor con conspiración—. Lee es agradable, pero no es…
bueno, no le gusta mucho divertirse. No como a mí.
—Eso podría ser algo bueno —señalé.
—Sin sermones de moral, Sage. Y, hey, como dije, me agrada, pero no está mucho
aquí. Cuando está, se mantiene apartado. Siempre se está mirando en el espejo, incluso
más que yo. Lo escuché preocuparse por tener el pelo gris el otro día.
No me importaban las excentricidades de Lee.
—¿Y a dónde querrías ir? No querrás… —Un pensamiento no muy alentador vino a
mi mente—. ¿No querrás inscribirte en Amberwood, o si?
—¿Qué, y jugar a 21 Jump Street2 con el resto de ustedes? No, gracias.
—¿Veintiuno… qué?
—No importa. Mira… —Apagó el cigarrillo —en el mesón— lo cual pensé que era
ridículo puesto que apenas había fumado. ¿Por qué molestarse con tal inmundo hábito
si no ibas a usarlo?—. Necesito mi propio lugar ¿Está bien? Ustedes hacen que las
cosas sucedan. ¿No puedes conseguir alguna buena residencia para solteros como la
que tiene Keith, para así poder enfiestarme con los demás turistas ricos? Beber solo es
triste y patético. Necesito gente. Incluso humanos.
—No —dije—. No estoy autorizada para hacer eso. No eres… bueno, no eres
realmente mi responsabilidad. Solamente nos estamos haciendo cargo de Jill—y
Eddie, ya que es su guardaespaldas.
2 21 Jump Street: También llamada Comando Especial. Serie de drama policiaca de los años 1987 a
1991, protagonizada por Johnny Depp
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Adrian frunció el ceño.
—¿Y un coche? ¿Puedes hacer eso?
Negué con la cabeza.
—¿Y qué hay de tu coche? ¿Qué pasa si las dejo en la escuela y luego lo tomo prestado
por un tiempo?
—No —dije rápidamente. Esa era probablemente la sugerencia más loca que él podría
hacer. Latte era mi bebé. Ciertamente no iba a entregárselo a un bebedor,
especialmente no a uno que también era un vampiro. Si había un vampiro que se veía
particularmente irresponsable, ese era Adrian Ivashkov.
—¡Me estas matando, Sage!
—No estoy haciendo nada.
—Ese es mi punto.
—Mira —dije, cada vez más irritada—. Te lo dije. No eres mi responsabilidad. Habla
con Abe si quieres que las cosas cambien. ¿No es esa la razón de que estés aquí?
La molestia de Adrian, y su autocompasión, pasaron a cautela.
—¿Qué sabes de eso?
Cierto. Él no sabía que yo había oído su conversación.
—Quiero decir, él es quien los trajo aquí e hizo los arreglos con Clarence, ¿cierto? —
Esperé que eso fuera lo suficientemente convincente, y quizás me daría un poco de
información de cuál era el plan maestro de Abe.
—Sí —dijo Adrian, tras muchos segundos de mirarme intensamente—. Pero Abe
quiere que me quede en esta tumba. Si obtengo mi propio lugar, tendríamos que
mantenérselo en secreto.
Me burlé.
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—Entonces definitivamente no voy a ayudar, incluso si pudiera. No puedes pagarme
para enfadar a Abe.
Podía ver a Adrian prepararse para dar otro argumento, y decidí hacer mi salida.
Volviendo mi espalda hacia él y a cualquier protesta, salí de la cocina y volví a la sala
de estar. Ahí, encontré a Jill y a Lee hablando, y ella tenía la primera sonrisa genuina
que había visto en un tiempo. Se rió ante un comentario que él hizo y luego levantó la
vista cuando entré.
—Hola, Sydney —dijo ella.
—Hola —dije—. ¿Estás lista para irte?
—¿Ya es hora? —preguntó ella. Ambos se veían decepcionados, pero luego ella
respondió su propia pregunta—. Supongo que sí. Probablemente tienes tarea, y
probablemente Eddie ya está preocupado.
Adrian entró al cuarto detrás de mí, viéndose malhumorado. Jill lo miró, y por un
momento, su mirada se volvió vacía, como si su mente se hubiera ido a otro lugar.
Luego se volvió hacia mí.
—Sí —dijo ella—, deberíamos irnos. Espero que podamos hablar después, Lee.
—Yo también —dijo él, levantándose—. Voy a estar por aquí, de vez en cuando.
Jill le dio un abrazo de despedida a Adrian, claramente reacia a dejarlo también. Con
Lee, ella se veía como si estuviera triste por dejar algo que comenzaba a ponerse
interesante. Con Adrian, el sentimiento era como si no estuviera segura de cómo iba a
sobrevivir. Su próxima comida estaba programada para dos días después, y Adrian
estaba alentándola, diciéndole que era lo suficientemente fuerte como para pasar el
siguiente día de escuela. A pesar de lo mucho que él me molestaba, estaba conmovida
por la compasión que mostraba por la chica. Cualquiera que fuese tan amable con Jill,
no podía ser tan malo. Estaba comenzando a sorprenderme.
—Te ves mejor —le dije mientras conducíamos hacia Vista Azul.
—Hablar con Adrian… con los dos… fue útil.
—¿Crees que estarás bien mañana?
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—Sí. —Jill suspiró, y se inclinó contra el asiento—. Sólo eran nervios. Eso, y que no
desayuné mucho.
—Jill. —Me mordí el labio, dudando en seguir adelante. La confrontación no era mi
fuerte, sobre todo con asuntos personales difíciles—. Tú y Adrian…
Jill me dirigió una mirada cautelosa.
—¿Qué pasa con nosotros?
—¿Hay algo… ? Quiero decir… ¿Están ustedes…?
—¡No! —Por la esquina de mi ojo, vi a Jill sonrojarse. Era el máximo de color que
había visto en la cara de un vampiro—. ¿Por qué dirías eso?
—Bueno. Estabas enferma esta mañana. Y luego estabas muy determinada en ver a
Adrian. Siempre te pones triste al dejarlo…
Jill estaba boquiabierta.
—¿Crees que estoy embarazada?
—No exactamente —dije, dándome cuenta que era una especie de respuesta sin
sentido—. Quiero decir, quizás. No lo sé. Simplemente estoy considerando todas las
posibilidades…
—Bueno, ¡no consideres esa! No pasa nada entre nosotros. Nada. Somos amigos. Él
nunca estará interesado en mí —lo dijo con una triste certeza, y quizás con un poco de
nostalgia.
—Eso no es verdad —dije, buscando a tientas para reparar el daño—. Quiero decir,
eres más joven, sí, pero eres linda… —Sí, esta era una conversación terrible. Ahora
sólo estaba balbuceando.
—No —dijo Jill—. No me digas que soy amable, y linda, y que tengo mucho para
ofrecer. O lo que sea. Nada de eso importa. No cuando todavía está colgado por ella.
—¿Ella? Oh. Rose.
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Casi lo olvido. El viaje a la Corte, había sido la primera vez que había visto a Adrian
en persona, pero la verdad es que lo había visto antes en las cámaras de seguridad
cuando había estado en el casino con Rose. Ellos dos habían salido, aunque no estaba
del todo segura de cuán seria había sido la relación. Cuando ayudé a Rose y a Dimitri
a escapar, la química entre esos dos estaba por las nubes, incluso si ambos lo negaban.
Incluso yo había sido capaz de verlo a una milla, y sabía casi nada de romance. Viendo
como Rose y Dimitri eran una pareja oficial ahora, asumía que las cosas con Adrian
no habían terminado bien.
—Sí, Rose. —Jill suspiró y miró hacia adelante—. Ella es todo lo que ve cuando cierra
los ojos. Ojos negros, y un cuerpo lleno de fuego y energía. No importa lo mucho que
traté de olvidarla, no importa lo mucho que beba… ella siempre está ahí. No puede
escapar de ella.
La voz de Jill desprendía una amargura sorprendente. Lo podría haber descrito como
celos, excepto de que hablaba como si hubiera sido personalmente ofendida por Rose
también.
—¿Jill? ¿Estás bien?
—¿Huh? Oh. —Jill sacudió su cabeza, como si estuviera sacudiendo las telarañas de
un sueño—. Sí, estoy bien. Lo siento. Ha sido un día extraño. Estoy un poco fuera de
mí. ¿No dijiste que podíamos escoger algunas cosas? —La señal para la próxima
salida, anunciaba un centro comercial.
Acepté el cambio de tema, agradecida por alejarme de los asuntos personales, aunque
aún estaba bastante confundida.
—Uh, sí. Necesitamos protector solar. Y quizás podamos conseguir una pequeña
televisión para la habitación.
—Eso sería genial —dijo Jill.
Lo dejé, y tomé la siguiente salida. Ninguna de las dos habló de Adrian durante el
resto de la noche.
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107
Capítulo 8
Traducido por Emii_Gregori
Corregido por Vannia
e comerás eso? —preguntó Eddie.
Eddie podría no saber acerca de todas las bromas que sucumbieron a
Jill durante el primer día de clases, pero no verla en todo el día lo había desconcertado.
Así que cuando ella y yo bajamos las escaleras en nuestro segundo día, lo encontramos
esperando en la antesala del dormitorio, listo para ir con nosotras a desayunar.
Le empujé mi plato y la mitad de un panecillo a través de la mesa. Él ya había comido
un panecillo por su parte, también panqueques y tocino, pero se apresuró a aceptar mi
oferta. Tal vez él fuera una criatura híbrida antinatural, pero por lo que se podía decir,
su apetito era igual al de cualquier chico humano adolescente.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó él a Jill, una vez que se hubo tragado el panecillo de
un bocado. Ya que él tarde o temprano se enteraría que ella no había asistido a clases,
simplemente le dijimos a Eddie que Jill se había enfermado ayer por los nervios. Las
acusaciones de resaca todavía me enfurecían, pero Jill insistió en dejarlo pasar.
—Bien —dijo ella—. Mucho mejor.
No hice ningún comentario sobre eso, pero en secreto tenía mis dudas. Esta mañana,
Jill lucía realmente mejor, pero difícilmente había tenido una noche de sueño sólida. De
hecho, se había despertado en mitad de la noche, gritando.
Yo había saltado de mi cama, esperando a no menos de un centenar de asesinos Strigoi
o Moroi irrumpiendo a través de nuestra ventana. Pero cuando eché un vistazo, sólo
había estado Jill, golpeando y gritando en su sueño. Me apresuré a ella y finalmente la
desperté con cierta dificultad. Ella se sentó jadeando, empapada de sudor, y apretando
su pecho. Una vez que se calmó, me dijo que sólo era una pesadilla, pero había algo en
sus ojos... el eco de algo real. Lo sabía porque me recordó a las muchas veces en que yo
—¿T
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me había despertado pensando que los Alquimistas iban a llevarme a los centros de re-
educación.
Ella insistió en que estaba bien, y cuando la mañana llegó, el único reconocimiento
que dio de su pesadilla, fue insistir en que no se lo mencionáramos a Eddie.
—Sólo le traerá preocupación —dijo—. Y además, no es gran cosa.
Cedí en ese momento, pero cuando traté de preguntarle sobre lo que había sucedido,
me ignoró y no quiso hablar de ello.
Ahora, en el desayuno, había una clara limitante para ella, pero hasta donde yo sabía,
tenía más que ver con que finalmente se enfrentaría a su primer día en una escuela de
humanos.
—Todavía no puedo creer lo diferente que soy de todos —dijo en voz baja—. Quiero
decir, en primer lugar, ¡soy más alta que casi todas las chicas aquí! —Eso era cierto.
No era raro para las mujeres Moroi alcanzar los dos metros de altura. Jill no llegaba a
tanto, pero con su larga y delgada complexión daba la ilusión de ser más alta de lo que
era—. Y estoy realmente huesuda.
—No lo estás —dije.
—Estoy demasiado delgada… comparada con ellas —argumentó Jill.
—Todo el mundo tiene algo —contestó Eddie—. Esa chica de allá tiene toneladas de
pecas. Ese tipo se rapó la cabeza. No hay tal cosa como “normal”. —Jill todavía
parecía poco convencida, pero se fue obstinadamente a clases cuando la primera
campana de advertencia sonó, prometiendo encontrarse con Eddie para el almuerzo y
conmigo en educación física.
Llegué a mi clase de historia unos minutos antes. La Sra. Terwilliger estaba en su
escritorio, revolviendo algunos papeles a su alrededor, y me acerqué tímidamente.
—¿Señora?
Ella me dio un vistazo, empujando sus lentes hasta lo alto de su nariz.
—¿Hmm? Oh, me acuerdo de ti. Señorita Melbourne.
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—Melrose —corregí.
—¿Estás segura? Podría haber jurado que fuiste nombrada por algún lugar de
Australia.
—Bueno, mi primer nombre es Sydney —le dije, sin estar segura de si debía alentarla.
—Ah. Entonces no estoy loca. Todavía no, por lo menos. ¿Qué puedo hacer por ti,
señorita Melrose?
—Quería preguntarle... bueno, verá, tengo un hueco en mi horario porque me
sobrepasé los requisitos en idioma. Me preguntaba si tal vez necesitaba otro
ayudante... como Trey. —El mencionado Trey ya estaba allí, sentado en el escritorio
que le correspondía y comparando papeles. Alzó la vista a la mención de su nombre y
me miró con cautela—. Es el último período, señora. Así que, si hay algún trabajo
extra que necesite...
Sus ojos me estudiaron por un momento antes de responder. Hoy, me aseguré de
cubrir mi tatuaje, pero sentía como si ella lo estuviera mirando directamente.
—No necesito otro ayudante —dijo sin rodeos. Trey sonrió satisfactoriamente—. El
Sr. Juarez, a pesar de sus muchas limitaciones, es más que capaz de clasificar todas
mis pilas de papel. —La sonrisa de él desapareció con el elogio de doble intención.
Asentí y comencé a darme la vuelta, decepcionada.
—Está bien. Lo entiendo —dije.
—No, no. No creo que lo hagas. Verás, estoy escribiendo un libro. —Hizo una pausa y
noté que ella esperaba que estuviera impresionada—. Sobre la religión herética y la
magia en el mundo Greco-Romano. He dado conferencias sobre ello en la Universidad
de Carlton. Es un tema fascinante.
Trey ahogó una tos.
—Ahora, me vendría muy bien un asistente de investigación que me ayude a localizar
cierta información, hacer recados por mí, ese tipo de cosas. ¿Estarías interesada en eso?
Me quedé boquiabierta.
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—Sí, señora. Lo estaría.
—Para que puedas obtener crédito por un estudio independiente, tendrías que hacer
algún proyecto con ello... investigar y documentar por tu cuenta. No de la misma
longitud de mi libro, por supuesto. ¿Hay algo de esa época que te interese?
—Eh, sí. —Me costaba creerlo—. El arte clásico y la arquitectura. Me encantaría
estudiarlo más.
Ahora ella parecía impresionada.
—¿En serio? Entonces parece que somos el equipo perfecto. O, bueno, casi. Lástima
que no sabes latín.
—Bueno… —Aparté mis ojos—. Yo, uhm, en realidad... puedo leer en latín. —Me
arriesgué a darle un vistazo. En lugar de impresionada, en su mayor parte lucía
atontada.
—Bien, entonces. Qué te parece. —Ella me dirigió una lamentable sacudida de
cabeza—. Tengo miedo de preguntar sobre el griego. —Sonó la campana—. Adelante,
toma asiento, y luego ven a verme al final del día. El último período también es mi
período de planificación, así que tendremos mucho tiempo para hablar y llenar el
papeleo apropiado.
Volví a mi escritorio y recibí un golpe de puño aprobatorio de parte de Eddie.
—Buen trabajo. No tienes que tomar una verdadera clase. Por supuesto, si ella te
recibió para leer latín, tal vez será peor que una verdadera clase.
—Me gusta el latín —dije con absoluta seriedad—. Es divertido.
Eddie sacudió su cabeza y dijo en voz realmente baja:
—No puedo creer que pienses que nosotros somos los extraños.
Los comentarios de Trey hacia mí en mi siguiente clase fueron menos elogiosos.
—Wow, seguro que tienes a Terwilliger comiendo de tu mano. —Él asintió hacia
nuestra instructora de química—. ¿Le dirás que divides átomos en tu tiempo libre?
¿Tienes un nuevo reactor en tu habitación?
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—No hay nada malo con… —me interrumpí, sin saber qué decir. Casi había dicho
“ser inteligente”, pero eso sonaba egocéntrico—. No hay nada de malo en saber cosas
—dije finalmente.
—Claro —aceptó él—. Cuando el conocimiento es legítimo.
Recordé la loca conversación con Kristin y Julia ayer. Ya que había tenido que llevar a
Jill con Adrian, me había perdido la sesión de estudio y no pude seguir con mis
preguntas de los tatuaje. Sin embargo, por lo menos ahora sabía de dónde venía el
desprecio de Trey, aun cuando parecía absurdo. Nadie más en la escuela había
mencionado específicamente que mi tatuaje era especial, pero unas cuantas personas
ya se me habían acercado, preguntándome dónde lo había conseguido. Estuvieron
decepcionados cuando dije que había sido en Dakota del Sur.
—Mira, no sé de dónde viene esta idea sobre que mi tatuaje me hace inteligente, pero
si eso es lo que piensas, bueno… no lo hagas. Es sólo un tatuaje.
—Es de oro —argumentó.
—¿Y? —pregunté—. Es sólo una tinta especial. No entiendo por qué la gente cree que
tiene algunas propiedades místicas. ¿Quién cree en esas cosas?
Él resopló.
—La mitad de esta escuela lo hace. ¿Cómo es que eres tan lista, entonces?
¿Realmente era tan extraña cuando se trataba de lo académico como para que la gente
tuviera que recurrir a explicaciones sobrenaturales? Fui con mi respuesta estándar.
—Fui educada en casa.
—Oh —dijo Trey pensativamente—. Eso lo explicaría todo.
Suspiré.
—Sin embargo, apuesto a que tu educación en casa no hizo mucho con educación
física —agregó—. ¿Qué vas a hacer con tu requerimiento de deportes?
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—No lo sé, no había pensado en eso —dije, sintiéndome un poco incómoda. Podría
manejar las clases de Amberwood en mientras incluso mientras estuviera dormida.
¿Pero sus deportes? Poco probable.
—Bueno, mejor decide pronto; ya viene la fecha límite. No te preocupes tanto —
agregó—. Tal vez te dejen comenzar un club de latín en su lugar.
—¿Qué se supone que significa eso? —pregunté, sin que me gustara su tono—. He
practicado deportes.
Él se encogió de hombros.
—Si tú lo dices. No pareces del tipo atlético. Pareces demasiado... aseada.
No estaba del todo segura de si eso era un cumplido o no.
—¿Cuál es tu deporte? —pregunté.
Trey levantó su barbilla, luciendo muy satisfecho consigo mismo.
—Fútbol. Un verdadero deporte de hombres.
Un chico sentado cerca de él lo escuchó por casualidad y miró hacia atrás.
—Qué lástima que no serás mariscal, Juarez. Estuviste tan cerca el año pasado. Parece
que te vas a graduar sin cumplir otro sueño.
Pensé que yo no le agradaba a Trey, pero cuando él dirigió su atención hacia el otro
chico, fue como si la temperatura bajara diez grados. Noté en ese momento que a Trey
sólo le gustaba darme malos ratos. ¿Pero a este otro tipo? Trey lo despreciaba por
completo.
—No recuerdo ni siquiera que comenzaras a competir, Slade —respondió Trey,
mirándolo severamente—. ¿Qué te hace pensar que vas a conseguirlo este año?
Slade —no estaba segura si ese era su primer nombre o su apellido— intercambió
miradas cómplices con un par de amigos.
—Sólo una corazonada. —Ellos se marcharon, y Trey frunció el ceño.
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—Genial —murmuró—. Slade finalmente consiguió dinero para uno. ¿Quieres saber
sobre los tatuajes? Habla con él.
Mi impresión de treinta segundos de Slade me dijo que no era alguien a quien debiera
dirigirme, pero Trey no proporcionó ninguna explicación adicional. La clase pronto
comenzó, pero mientras trataba de concentrarme en la lección, todo lo que podía
pensar era en la aparente obsesión de Amberwood con los tatuajes. ¿Qué significaba
eso?
Cuando llegó educación física, me sentí aliviada al ver a Jill en el vestuario. La chica
Moroi me dio una sonrisa cansada mientras salíamos.
—¿Cómo estuvo tu día? —pregunté.
—Bien —dijo Jill—. Nada genial. Nada terrible. En realidad no he llegado a conocer a
mucha gente. —Ella no lo dijo, pero estaba implícito en el tono de Jill—. ¿Ves? Te dije
que iba a destacar.
Sin embargo mientras la clase comenzaba, noté que el problema era que Jill no
destacaba. Evitaba el contacto visual, dejando que sus nervios opacaran lo mejor de
ella, y no hacía ningún esfuerzo por hablar con las personas. Nadie la evitaba
abiertamente, pero con las vibraciones que emitía, nadie iba a su encuentro para hablar
tampoco. Desde luego, yo no era la persona más sociable en el mundo, pero seguía
sonriendo y trataba de hablar con mis compañeros de clase mientras hacíamos más
ejercicios de voleibol. Era suficiente para fomentar las chispas de la amistad.
Además, enseguida noté otro problema. La clase se dividió en cuatro equipos, jugando
dos partidos simultáneos. Jill estaba en el otro juego, pero de vez en cuando todavía la
miraba. A los diez minutos, parecía miserable y cansada, sin siquiera haber hecho
mucho en el juego. Su tiempo de reacción era demasiado malo. Unas cuantas pelotas
pasaron por delante de ella, y aquellas en las que se fijaba las atrapaba con maniobras
torpes. Algunos de sus compañeros intercambiaban miradas frustradas a sus espaldas.
Regresé a mi propio juego, preocupada por ella, cuando el equipo contrario lanzó la
pelota a una zona que no estaba bien vigilada por mi equipo. Yo no tenía el tiempo de
reacción que, digamos, un dhampir tenía, pero en esa fracción de segundo, mi cerebro
supo que podría bloquear el balón si hacía un movimiento fuerte y rápido. Hacerlo
también iba en contra de mis instintos naturales, los que decían: No hagas nada que te
perjudique ni te ensucie. Siempre había razonado cuidadosamente mis acciones, sin
actuar por impulso. Pero esta vez no. Iba a detener esa pelota. Me zambullí hacia ella,
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golpeándola hacia el rango de movimiento de otro compañero de equipo de modo que
fuera capaz de repuntarla de nuevo sobre la red y saliera de peligro. El voleo me
empujó a un duro aterrizaje sobre mis rodillas. Fue desgarbado y sacudió mis dientes,
pero logré que el otro equipo no anotara. Mis compañeros de equipo empezaron a
aplaudir, y me sorprendió encontrarme a mí misma riendo. Siempre fui entrenada para
que todo lo que hiciera tuviera un propósito práctico superior. Los deportes eran una
especie de antítesis de la forma de vida de un Alquimista, porque eran sólo por
diversión. Pero tal vez la diversión no era tan mala de vez en cuando.
—Genial, Melrose —dijo la señorita Carson, paseándose cerca—. Si quieres aplazar tu
deporte hasta el invierno y estar en el equipo de voleibol, ven a hablar conmigo
después.
—Bien hecho —dijo Micah, y me ofreció su mano. Sacudí mi cabeza y me puse de pie
por mi cuenta. Estaba consternada al ver un rasguño en una de mis piernas, pero
seguía sonriendo de oreja a oreja. Si alguien me hubiera dicho hace dos semanas que
sería feliz revolcándome en el suelo, no lo hubiera creído—. Ella no da elogios muy a
menudo.
Era cierto. La señorita Carson ya había estado sobre Jill en varias ocasiones y ahora
estaba deteniendo nuestro juego para corregir la forma descuidada de un compañero.
Aproveché la pausa para ver a Jill, cuyo juego todavía estaba en acción. Micah siguió
mi mirada.
—No corre en la familia, ¿eh? —preguntó simpáticamente.
—No —murmuré. Mi sonrisa se desvaneció. Sentí una punzada de culpa en mi pecho
al exaltarme tanto por mi propio triunfo cuando Jill obviamente estaba luchando. No
me parecía justo.
Jill todavía lucía exhausta, y su cabello rizado estaba empapado de sudor. Manchas
rosadas habían aparecido en sus mejillas, dándole una mirada febril, y parecía tomarle
todo su esfuerzo permanecerse en posición vertical. Era extraño que Jill tuviera tantas
dificultades. Había oído casualmente una breve conversación en la que ella y Eddie
habían hablado de movimientos de combate y defensivos, dándome la impresión de
que Jill era bastante atlética. Ella y Eddie habían hablado sobre practicar más tarde esa
noche y…
—El sol —gemí
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—¿Huh? —preguntó Micah.
Había mencionado mi preocupación por el sol a Stanton, pero ella la desechó. Ella le
había aconsejado a Jill que tuviera cuidado de permanecer en el interior, lo cual estaba
haciendo. Excepto, por supuesto, cuando las necesidades de la escuela le hicieran
tomar una clase que la mantuviera en el exterior. Obligarla a practicar deportes en
plena luz del sol en Palm Springs era cruel. Era un milagro que aún estuviera en pie.
Suspiré, haciendo una nota mental para llamar a los Alquimistas más tarde.
—Tendremos que conseguirle una orden del doctor.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Micah. El juego estaba había comenzado otra
vez, y cambió de posición a mi lado.
—Oh. Jill. Ella es… es sensible al sol. Algo así como una cosa alérgica.
Como si fuera una indirecta, escuchamos a la señorita Carson exclamar desde la otra
cancha:
—¡Melrose Junior! ¿Estás ciega? ¿No ves que viene directo hacia ti? —Jill se balanceó
sobre sus pies, pero tomó la crítica dócilmente.
Micah las miró con el ceño fruncido, y tan pronto como la señorita Carson estuvo
metiéndose con alguien más, él se lanzó fuera de la formación y corrió hacia el juego
de Jill. A toda prisa traté de cubrir tanto su posición como la mía. Micah corrió hacia
un chico junto a Jill, le susurró algo, y señaló hacia mí. Poco después, el chico corrió
hacia mi equipo y Micah tomó el lugar junto a Jill.
Mientras la clase continuaba, me di cuenta de lo que estaba sucediendo. Micah era
bueno en voleibol, muy bueno. Tanto así que fue capaz de defender su puesto y el de
Jill. Sin ver errores flagrantes, la señorita Carson mantuvo su atención en otra parte, y
el equipo de Jill se volvió menos hostil con ella. Cuando el juego terminó, Micah
agarró del brazo de Jill y rápidamente la llevó a un lugar sombreado. Por la forma en
que ella se tambaleaba, parecía que él era lo único que la mantenía de pie.
Estaba a punto de unirme a ellos cuando oí voces a mi lado.
—Lo conseguiré esta noche. El chico con quien hablé jura que será rudo. —Era Slade,
el tipo que antes había discutido con Trey. No me había dado cuenta por el sol en
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mitad del juego, pero él era el jugador con quien Micah había intercambiado
posiciones—. Más vale que lo sea—continuó Slade—, por lo mucho que me cobra.
Dos de los amigos de Slade se unieron a él mientras comenzaban a dirigirse hacia el
vestuario.
—¿Cuándo son las pruebas, Slade? —preguntó uno de sus amigos. En química, había
aprendido que el primer nombre de Slade era Greg, pero todo el mundo parecía
referirse a él por su apellido, incluso los profesores.
—El viernes —dijo Slade—.Voy a matar. Los destruiré por completo. Extraeré la
columna vertebral de Juarez y haré que se la coma.
Qué encantador, pensé, observándolos marcharse. Mi evaluación inicial de Slade había
sido correcta. Me giré hacia Jill y hacia Micah y vi que él había conseguido una botella
de agua para ella. Ellos parecían estar bien por el momento, así que llamé la atención
de la señorita Carson cuando pasaba por allí.
—Mi hermana se enferma con el sol —le dije—. Esto es muy duro para ella.
—Muchos chicos tienen problemas con el calor al principio —dijo la señorita Carson a
sabiendas—. Sólo necesitan endurecerse. Tú te manejas bien.
—Sí, bueno, ella y yo somos muy diferentes —dije secamente. Si sólo supiera—. No
creo que vaya a “endurecerse”.
—No puedo hacer nada —dijo la señorita Carson—. Si la dejo sentarse, ¿tienes alguna
idea de cuántos chicos de repente se sentirán “cansados por el sol”? A menos que
consiga una orden del doctor, tendrá que aguantar.
Le agradecí y fui a encontrarme con Jill y Micah. Mientras me acercaba, escuché a
Micah diciendo:
—Aséate y te acompañaré a tu próxima clase. No podemos permitir que te desmayes
en los pasillos. —Hizo una pausa y reconsideró—. Desde luego, estaré totalmente feliz
de atraparte si te desmayas.
Jill estaba naturalmente aturdida pero mantuvo la cordura lo suficiente como para
darle las gracias. Ella le dijo que pronto se encontraría con él y se acercó al vestuario
de chicas conmigo. Miré la sonrisa en el rostro de Micah, y un pensamiento
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inquietante surgió. Jill parecía lo suficientemente estresada, así que decidí no decir
nada, pero mi preocupación creció cuando fuimos al último período. Micah caminó
con Jill, como había prometido, y le dijo que más tarde, cuando llegara la noche, le
enseñaría voleibol si quería.
Mientras dábamos un paso fuera del aula de clases, una chica con un largo cabello rojo
y actitud arrogante pasó por delante nuestro, seguida por un séquito de otras chicas.
Ella se detuvo cuando vio a Micah y echó su cabello sobre un hombro, mostrándole
una gran sonrisa.
—Hola, Micah.
Micah estaba absorto con Jill y apenas miró en dirección a la otra chica.
—Oh, hola, Laurel. —Él se alejó, y Laurel lo observó irse, con su expresión
volviéndose oscura. Ella lanzó una mirada peligrosa hacia Jill, su larga cabellera se
batió por encima de su hombro, y salió furiosa.
Uh-oh, pensé mientras la miraba andar majestuosamente por el pasillo. ¿Volverá y nos
perseguirá eso? Era uno de esos momentos en los que podría haber utilizado una lección
de códigos sociales.
Después, fui a la sala de clase de la Sra. Terwilliger y pasé la mayor parte de esa
reunión inicial estableciendo los objetivos del semestre e indicando lo que estaría
haciendo por ella. Estaba destinada a realizar una gran cantidad de lecturas y
traducciones, lo cual me venía muy bien. También parecía como si la mitad de mi
trabajo fuera ayudarla a mantenerse organizada, otra cosa en la que me destacaba. El
tiempo pasó volando, y tan pronto como estuve libre, me apresuré a buscar a Eddie. Él
estaba esperando con un grupo de chicos en el servicio de transporte para regresar a sus
dormitorios.
Cuando me vio, su respuesta fue la habitual:
—¿Está bien Jill?
—Bien... bueno, algo así. ¿Podemos hablar en algún lugar?
La cara de Eddie se oscureció, sin duda pensando que había una legión de Strigoi en
camino para cazar a Jill. Caminamos de regreso a los edificios académicos,
encontrando sillas en un rincón privado que gozaba de toda la fuerza del aire
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acondicionado. Le di una rápida actualización sobre Jill y sus asoleadas desventuras en
educación física.
—No pensé que fuera a ser tan malo —dijo Eddie con gravedad, repitiendo mis
pensamientos—. Gracias a Dios Micah estaba allí. ¿Hay algo que yo pueda hacer?
—Sí, tenemos que ser capaces de obtener algo de nuestros “padres” o de un doctor. —
Por mucho que odiara hacerlo, añadí—: Keith podría ser capaz de acelerarlo.
—Bien —dijo Eddie con ferocidad—. No podemos permitir que se esté agotando por
allí. Hablaré con esa profesora yo mismo, si eso es lo que se necesita.
Oculté una sonrisa.
—Bueno, espero que no lleguemos a eso. Pero hay algo más... nada peligroso —
corregí rápidamente, al ver la mirada de guerrero atravesando su cara de nuevo—.
Sólo algo... —Traté de no decir las palabras que aparecieron en mi mente. Horrible.
Malo—. Preocupante, creo que... creo que a Micah le gusta Jill.
La cara de Eddie se quedó muy quieta.
—Por supuesto que le gusta. Ella es linda. Él es agradable. Le gusta todo el mundo.
—Eso no es lo que quiero decir, y lo sabes. Le gusta. En la forma de más-que-amigos.
¿Qué vamos a hacer al respecto? —Eddie miró en la dirección del pasillo por unos
momentos antes de volverse hacia mí
—¿Por qué tenemos que hacer algo?
—¿Cómo puedes preguntar eso? —exclamé, sorprendida por la respuesta—. Sabes por
qué. ¡Los humanos y los vampiros no pueden estar juntos! Es asqueroso e incorrecto.
—Las palabras volaron de mi boca antes de que pudiera detenerlas—. Incluso un
dhampir como tú debe saber eso.
Él sonrió con tristeza.
—¿“Incluso un dhampir como yo”?
Supuse que había sido un poco insultante, pero no pude evitarlo. Los Alquimistas —
incluyéndome— no creíamos que los dhampirs y los Moroi se preocuparan lo
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suficiente acerca de los mismos problemas que nosotros. Ellos podrían reconocer un
tabú como éste, pero los años de entrenamiento decían que sólo nosotros, los seres
humanos, lo tomábamos realmente en serio. Por eso el trabajo de Alquimista era tan
importante. Si no cuidáramos de estos asuntos, ¿quién lo haría?
—Quiero decir —le dije—, esto es algo en lo que todos estamos de acuerdo.
Su sonrisa se desvaneció.
—Sí, lo es.
Incluso Rose y Dimitri, quienes tenían una alta tolerancia a la locura, se habían
sobresaltado al conocer a los Vigilantes, esos Moroi que se mezclaron libremente con
dhampirs y seres humanos. Era un tabú que los tres compartíamos, y habíamos
trabajado duro para tolerar esos hábitos mientras habíamos estado con los Vigilantes.
Vivían escondidos en las Montañas Apalaches y nos habían dado un refugio excelente
cuando Rose se escapó. Ignorar sus formas salvajes había sido un precio aceptable para
la seguridad que nos habían ofrecido.
—¿Puedes hablar con él? —pregunté—. No creo que Jill tenga sentimientos fuertes.
Tiene muchas otras cosas en mente. Probablemente lo sabe mejor de todos modos...
pero aun así sería mejor si pudieras disuadirlo a él. Podemos detener esto antes de que
ella se involucre.
—¿Qué esperas que diga? —preguntó Eddie. Sonaba perplejo, lo cual me pareció
divertido, teniendo en cuenta que había estado listo para hacer todo tipo de demandas
a la señorita Carson en nombre de Jill.
—No lo sé. Jugar la carta del hermano mayor. Actuar de forma protectora. Dile que
ella es demasiado joven.
Esperaba que Eddie estuviera de acuerdo, pero una vez más desvió la mirada.
—No sé si deberíamos decir algo.
—¿Qué? ¿Estás loco? ¿Crees que está bien…?
—No, no —suspiró—. No lo estoy defendiendo. Pero lo veo de esta manera. Jill está
atascada en una escuela llena de seres humanos. No es justo que se le prohíba salir con
algún chico.
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—Creo que Micah quiere hacer algo más que salir.
—Bueno, ¿por qué ella no debería conseguir una cita de vez en cuando? ¿O ir a un
baile? Ella debería hacer todas las cosas normales que una chica de su edad hace. Su
vida ya fue radicalmente cambiada. No deberíamos hacerla más difícil.
Lo miré con incredulidad, tratando de entender por qué otra vez se había puesto así
por esto. Es cierto, él no afrontaba las mismas consecuencias que yo. Si mis superiores
se enteraban de que estaba “alentando” a un humano y a un vampiro a salir, sería más
evidencia contra mí y mi supuesta dualidad. Después de todo, mi reputación todavía
no estaba restaurada con los Alquimistas. Aun así, sabía que a la gente de Eddie
tampoco le gustaba la idea de salir. Entonces, ¿cuál era el problema? Una extraña
respuesta se me ocurrió de repente.
—Siento como si no quisieras enfrentar a Micah.
Eddie me miró directamente.
—Es complicado —dijo. Algo en su rostro me dijo que había dado en el blanco—.
¿Por qué no hablas tú con Jill? Ella conoce las reglas. Entenderá que puede estar con él
sin que se vuelva algo serio.
—Creo que es una mala idea —dije, todavía incapaz de creer que él estuviera tomando
esta postura—. Estamos creando una zona gris que eventualmente causará confusión.
Debemos mantenerlo en blanco y negro y prohibirle salir mientras esté aquí.
Aquella risa irónica regresó.
—Todo es blanco y negro con ustedes los Alquimistas, ¿no es cierto? ¿Crees que
realmente puedes impedirle hacer algo? Deberías saberlo mejor. Incluso tu infancia no
pudo haber sido así de anormal.
Con esa bofetada en la cara, Eddie se marchó, dejándome estupefacta. ¿Qué había
sucedido? ¿Cómo podría Eddie, quien era tan inflexible cuando se trataba de hacer lo
correcto para Jill, estar bien con que ella estuviera saliendo casualmente con Micah?
Había algo extraño aquí, algo relacionado con Micah, aunque no podía entender el
qué. Bueno, me rehusaba a dejar pasar este asunto. Era demasiado importante.
Hablaría con Jill y me aseguraría de que diferenciara el bien del mal. Si era necesario,
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también hablaría con Micah, aunque todavía sentía que esa conversación sería mejor si
procedía de Eddie.
Y, me di cuenta, pensando en cómo haría para conseguir la constancia de un doctor,
que había una fuente más a la que podía apelar, una que tenía gran influencia sobre
Jill. Adrian.
Parecía que tendría que hacerle otra visita.
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Capítulo 9
Traducido por Paovalera
Corregido por Akanet
onsiderando que se suponía que yo sólo visitaría a Clarence dos veces a la
semana para alimentación, estaba un poco intrigada por el hecho de que
parecía estar aquí prácticamente cada día. No sólo eso, esta era la primera
vez que visitaba la finca yo sola. Antes, había estado con Keith o Jill y tenía un
objetivo muy bien definido. Ahora, estaba por mí cuenta. No me había dado cuenta de
lo mucho que me perturbaría eso hasta que me estaba acercando a la casa, que se veía
un poco más intimidante y oscura de lo que usualmente lo hacía.
No hay nada que temer, me dije. Haz estado con un vampiro y un dhampir toda la semana.
Deberías estar acostumbrada. Además, realmente, la cosa más intimidante del asunto era
la casa misma. Clarence y Lee no eran tan intimidantes, y Adrian… bueno, Adrian era
el vampiro menos tenebroso que hubiera conocido. Era demasiado malcriado como
para que yo sintiera miedo alguno, y la verdad… por mucho que odiaba admitirlo, de
alguna manera esperaba verlo. No tenía sentido, pero algo sobre su naturaleza
exasperante me hacía olvidar mis otras preocupaciones. Extrañamente, sentía que me
podía relajar cuando estaba junto a él.
Dorothy me acompañó al interior, y esperaba que me llevara hasta la sala de estar de
nuevo. En su lugar, el ama de llaves me llevó por pasillos oscuros de la casa, cruzando
y girando, para finalmente llegar a una sala de billar que parecía como si pudiera haber
sido sacada de Clue3. Más madera oscura bordeaba la habitación, y ventanas con vidrio
opacado filtraban la luz solar. La mayor parte de la iluminación de la habitación venía
de una lámpara colgando justo en el centro sobre una mesa verde de billar. Adrian se
estaba preparando para golpear mientras yo cerraba la puerta detrás de mí.
—Oh —dijo, llevando la bola roja a uno de los hoyos—. Eres tú.
3 Clue: Juego de mesa, que consiste en resolver un misterio.
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—¿Esperabas a alguien más? —pregunté—. ¿Interrumpo tu calendario social? —Miré
alrededor de la habitación vacía—. No quiero alejarte de la multitud de fans
derribando tu puerta.
—Oye, un chico puede tener esperanza. Es decir, no es imposible que un coche lleno
de chicas de una hermandad vistiendo poca ropa se pueda quedar varado afuera y
necesiten mi ayuda.
—Eso es cierto —dije—. Quizás pueda poner un cartel en el frente que diga;
“ATENCIÓN A TODAS LAS CHICAS: AYUDA GRATIS AQUÍ.”
—“ATENCIÓN A TODAS LAS CHICAS CALIENTES” —corrigió, enderezándose.
—Bien —dije, tratando de no virar mis ojos—. Eso es un punto importante.
Me señalo con el palo de billar.
—Hablando de caliente, me gusta ese uniforme.
Esta vez, sí hice rodar mis ojos. Después de que Adrian me hubiera molestado la
última vez porque mi uniforme lucía como mi ropa normal, me aseguré de
cambiármelo antes de venir hoy. Ahora tenía vaqueros oscuros y una blusa con
estampado en blanco y negro de cuello arrugado. Tendría que haber sabido que el
cambio de ropa no me iba a salvar de sus comentarios
—¿Eres el único aquí? —pregunté, notando su juego en solitario.
—Nah. Clarence está alrededor haciendo… no sé. Cosas de viejos. Y creo que Lee está
arreglando esa cerradura antes de irse a LA. Es gracioso. Parece estar molesto por
tener que usar herramientas. Él sigue pensando que la fuerza en sus manos debería ser
más que suficiente.
No pude evitar sonreír.
—¿Supongo que tú no le ofreciste ayuda?
—Sage —declaró Adrian—. Estas manos no hacen labores manuales. —Él llevó otra
bola al hoyo—. ¿Quieres jugar?
—¿Qué? ¿Contigo?
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—No, con Clarence. —Él suspiró al ver mi expresión boquiabierta—. Sí, claro que
conmigo.
—No. Necesito hablar contigo sobre Jill.
Estuvo callado por un momento y luego volvió al juego como si nada hubiese pasado.
—Ella no estaba enferma hoy —dijo con seguridad, aunque había algo divertido y
agridulce en sus palabras.
—No. Bueno, no en ese sentido. Se enfermó afuera en el sol durante Educación Física.
Veré a Keith después de esto para ver si podemos conseguir un permiso médico. —De
hecho había tratado de llamarlo más temprano, sin suerte—. Pero no es por eso por lo
que estoy aquí. Hay un chico que está atraído por Jill… un chico humano.
—Haz que Castile lo borre.
Me apoyé contra la pared y exhalé.
—Esa es la cosa. Se lo pedí. Bueno, no que lo borrara exactamente. Es el compañero
de habitación de Eddie. Le dije a Eddie que le dijera que se aleje y se inventara una
razón para mantenerlo lejos de ella, algo como que ella es demasiado joven. —
Temiendo que Adrian fuera tan como estricto con eso como Eddie, le pregunté—;
¿Entiendes por qué es importante esto verdad? ¿Lo de un Moroi y humano saliendo?
Él estaba mirando la mesa, no a mí.
—Sip, estoy contigo en eso, Sage. Pero sigo sin ver el problema.
—Eddie no lo hará. Él dice que no cree que a Jill se le debiera negar la oportunidad de
salir e ir a bailes. Que está bien si ella y Micah salen, mientras no se vuelva serio.
Adrian era bueno escondiendo sus emociones, pero eso parecía haberlo tomado por
sorpresa. Se enderezó y puso la punta del palo de billar en el piso mientras pensaba.
—Eso es extraño, es decir, entiendo la lógica, y hay algo en ello. Ella no debería ser
forzada al aislamiento mientras esté aquí. Sólo estoy sorprendido de que eso lo haya
dicho Castile.
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—Sí, pero ese es un concepto con el cual es difícil vivir. ¿Dónde dibujas la línea de lo
casual? Honestamente, creo que Eddie no quería confrontar a Micah, su compañero de
habitación. Lo que es loco, porque Eddie parece el tipo de persona que no le teme a
nada. ¿Qué tiene Micah que hace que Eddie se comporte así?
—¿Micah es algún tipo grande?
—No —dije—. Él tiene buen porte, supongo. Bueno en deportes. Amistoso y
agradable… no el tipo al que le tendrías miedo si tienes que decirle que se aleje de tu
hermana.
—Entonces tú puedes hablar con él. O hablar con Jailbait y explicarle las cosas. —
Adrian parecía satisfecho de haber resuelto el problema mientras golpeaba la última
bola.
—Ese era mi plan. Sólo quería asegurarme de que tú me respaldarías. Jill te escucha, y
pensé que sería más fácil si supiera que tú estás de acuerdo conmigo. No es que yo
sepa cómo se siente. Por todo lo que sé, esto está de más.
—No puede herir ser muy cuidadoso con ella —dijo Adrian. Miró hacia otro lado,
perdido en sus propios pensamientos—. Y le haré saber lo que pienso al respecto.
—Gracias —dije, muy sorprendida por lo fácil que había sido.
Sus ojos verdes bailaron traviesamente.
—¿Ahora jugarás una ronda conmigo?
—Yo realmente no…
La puerta se abrió, y Lee entró en la habitación, vestido casualmente con unos
vaqueros y una camiseta. Sostenía un destornillador.
—Hey, Sydney. Pensé que había visto tu coche afuera. —Miró alrededor—. ¿Está, uh,
Jill contigo?
—Hoy no —dije. Un nuevo entendimiento me golpeó mientras recordaba que Lee iba
a una universidad en Los Ángeles—. Lee, ¿has salido alguna vez con una chica
humana en tu universidad?
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Adrian arqueó una ceja.
—¿Lo estás invitando a salir, Sage?
Fruncí el ceño.
—¡No!
Lee se volvió pensando.
—No, no realmente. Tengo algunos amigos humanos, y salimos como un grupo a
pasar el rato… Pero nunca he hecho más que eso. LA es un lugar grande, sin embargo.
Hay chicas Moroi alrededor, si sabes dónde buscar.
Adrian se animó.
—¿Oh?
Mi esperanza de que Lee le dijera a Jill que tenía que evitar salir, se desvaneció. —
Bueno, eso haría que tu situación con las citas fuera mucho más fácil que la de Jill.
—¿A qué te refieres? —preguntó a Lee.
Recapitulé todo lo de Micah y Eddie. Lee asintió todo el tiempo muy atento.
—Esto es complicado —admitió.
—¿Podemos volver a la parte de chicas Moroi frecuentando LA? —preguntó Adrian
esperanzado—. ¿Podrías dirigirme a algunas de las… oh, digamos, chicas más
liberales?
La atención de Lee estaba en mí, de todas formas. Su sonrisa creció dudosa, y miró
hacia sus pies.
—Esto podría parecer un poco extraño… pero quiero decir, no me molestaría invitar a
Jill a una cita.
Adrian ya estaba respondiéndole antes de que yo pudiera pensar en una respuesta.
—¿A qué te refieres con invitarla a una cita? ¡Hijo de perra! Ella sólo tiene quince años.
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Nunca habrías adivinado que él era el mismo que estaba hablando de chicas Moroi
fáciles hace unos momentos.
—Adrian —dije—. Creo que la definición de Lee sobre citas es diferente a la tuya.
—Lo siento Sage. Tienes que confiar en mí cuando se trata de definiciones de citas. La
última vez que revisé, no eras experta en asuntos sociales. Es decir, ¿Cuándo fue la
última vez que tuviste una cita? —Era otra de esas salidas inteligentes con las que salía
tan fácilmente, pero me molestaba un poco. ¿Mi falta de experiencia social era así de
obvia?
—Pero —agregué, ignorando la pregunta de Adrian—. Hay mucha diferencia de edad.
—Honestamente no tenía la menor idea de qué edad tenía Lee. Que estuviera en la
universidad me dio una pista, pero Clarence parecía terriblemente viejo. Tener un hijo
tarde en la vida no era muy extraño, la verdad, para humanos o Morois.
—Si la hay —dijo Lee—. Tengo 19 años. No mucho, pero si suficiente. No debí haber
dicho nada. —Parecía avergonzado, y me sentí mal por él y confundida. Hacer parejas
no estaba en el libro de los Alquimistas.
—¿Por qué querrías invitarla a salir? —pregunté—. Es decir, ella es genial. ¿Pero lo
harías sólo para distraerla de Micah y darle una alternativa segura? ¿O, um, te gusta?
—Claro que le gusta —dijo Adrian, rápidamente para defender el honor de Jill.
Tenía el presentimiento de que no había forma de que Lee diera un buena respuesta en
este punto. Si él expresaba su interés en ella, los instintos bizarros de Adrian iban a
salir. Si Lee no estaba interesado, Adrian no dudaría en preguntar por qué Lee no
quería casarse con ella entonces. Era uno de esos fascinantes —pero extraños—
deslices de la personalidad de Adrian.
—Me gusta —dijo Lee francamente—. Sólo he hablado con ella un par de veces,
pero… bueno, me gustaría llegar a conocerla mejor.
Adrian se mofó, y le lancé una mirada.
—Una vez más —dije—. Creo que ustedes tienen diferentes definiciones para la misma
palabra.
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—No es cierto —dijo Adrian—. Todos los chicos se refieren a lo mismo cuando dicen
que quieren “conocer mejor” a una chica. Eres una jovencita bien educada, así que
entiendo que eres muy inocente como para entender. Es bueno que me tengas a mí
para interpretar las cosas.
Me volteé hacia Lee, sin molestarme en responderle a Adrian.
—Creo que está bien que salgas con ella.
—Asumiendo que ella esté interesada —dijo Lee, luciendo dudoso.
Recordé su sonrisa cuando él se detuvo para hablarle ayer. Eso parecía muy
prometedor. Pero entonces, su entusiasmo con Micah era así.
—Apuesto a que sí.
—¿Entonces la dejarás ir sola? —preguntó Adrian, dándome una mirada que decía que
no lo cuestionara. Esta vez, su preocupación era legítima. Yo la compartía. Jill estaba
en Palm Springs para estar segura. Estaba matriculada en Amberwood porque también
era seguro. De repente, dejarla salir con un chico que apenas conocíamos no cumplía
con el protocolo de los guardianes o los Alquimistas.
—Bueno, ella no puede dejar el campus —dije, pensando en voz alta—. No sin mí.
—Whoa —dijo Adrian—. Si tú puedes ir como chaperona, yo también.
—Si ambos lo hacemos, entonces Eddie también querrá —señalé—. No suena como
una cita.
—¿Y? —El momento de seriedad y preocupación de Adrian se había desvanecido en lo
que él veía como diversión social. ¿Cómo podía alguien cambiar de humor tan
rápidamente?—. Piensa en eso como en algo menos como una cita y más como en una
familia saliendo. Algo que me mantendrá entretenido mientras protejo su virtud.
Puse mis manos en mis caderas y me volteé hacia él. Eso parecía divertirlo incluso
más.
—Adrian, no estamos enfocando en Jill. No es para tu entretenimiento personal.
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—No es cierto —dijo, sus ojos verdes brillando—. Todo es sobre mi entretenimiento
personal. El mundo es mi escenario. Mantente así… te estás convirtiendo en una actriz
más del show.
Lee nos miró con una cómica e indefensa mirada.
—¿Quieren estar solos chicos?
Me ruboricé.
—Lo siento. —Adrian no se disculparía, por supuesto.
—Mira —dijo Lee, que parecía comenzar a arrepentirse de decir todo lo que había
dicho—. Ella me gusta. Si eso significa traer a todo su grupo para poder estar con ella,
entonces está bien.
—Quizás es mejor de esta manera —murmuré—. Quizás si hacemos más cosas como
un grupo —aparte de sus alimentaciones— ella no estará en peligro de querer salir con
un chico humano. —Lo que no sabíamos con seguridad era si ella estaba interesada en
eso. Tampoco sabíamos si estaba interesada en Lee. Estábamos siendo muy estrictos
con su vida amorosa, me di cuenta.
—Esto es más o menos lo que quería antes —me dijo Adrian—. Un poco más de vida
social.
Pensé en la conversación de ayer, en la que él había demandado que le encontrara
alojamiento.
—Eso no es realmente lo que pediste.
—Si quieres salir un poco más —dijo Lee—, deberías regresar conmigo a LA esta
noche. Regresaré aquí después de clases mañana de todas formas, así que será un viaje
corto.
Adrian se había emocionado tanto que me preguntaba si Lee había sugerido eso sólo
para tratar de relajar cualquier tensión pendiente sobre su interés en Jill.
—¿Me presentarás a esas chicas? —preguntó Adrian.
—Increíble —dije. El doble estándar de Adrian era ridículo.
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No me di cuenta que la puerta se estaba abriendo hasta que Keith estuvo dentro de la
habitación. Nunca estaba exactamente feliz por verlo, pero era buena suerte que él de
repente estuviera aquí, justo cuando necesitaba hablar con él sobre Jill y sus problemas
con Educación Física. Mi mejor plan había sido aparecerme en su apartamento y
esperar encontrármelo allí. Me había ahorrado problemas.
Keith nos miró a los tres, pero no compartió nuestras sonrisas. Sin guiños ni encanto
de chico lindo hoy.
—Vi tu coche afuera Sydney —dijo con severidad, volteándose hacia mí—. ¿Qué estás
haciendo aquí?
—Tenía que hablar con Adrian —dije—. ¿Recibiste mi mensaje? Traté de llamarte más
temprano.
—He estado ocupado —dijo chocantemente. Su expresión era dura, su tono enfriando
la habitación. Adrian y Lee habían perdido sus sonrisas, y ambos lucían confundidos
mientras trataban de descubrir por qué Keith estaba tan molesto. Compartía esa
curiosidad—. Hablemos. En privado.
De repente me sentía como una niña traviesa sin saber por qué.
—Seguro —dije—. Yo… yo ya me iba de todas formas. —Me moví para acompañar a
Keith en la puerta.
—Espera —dijo Lee—. ¿Qué hay sobre… —Adrian lo golpeo con su codo y negó con
la cabeza, murmurando algo que no pude escuchar. Lee se calló.
—Nos vemos por ahí —dijo Adrian alegremente—. No te preocupes, recordaré lo que
hablamos.
—Gracias —dije—. Los veo luego chicos.
Keith se fue sin una palabra, y lo seguí fuera de la casa hacia el calor de la tarde. La
temperatura había bajado desde el accidente de la clase de Educación Física, pero no
demasiado. Keith camino a través de la acera, hasta llegar a un lado de Latte. Su coche
estaba estacionado cerca.
—Eso fue grosero —le dije—. Ni siquiera te despediste.
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—Lamento mucho si no he sido lo suficientemente educado con los vampiros —cortó
Keith—. No soy tan cercano a ellos como tú.
—¿Qué se supone que signifique eso? —demandé, cruzando mis brazos. Mirándolo
fijamente, sentí que toda mi animosidad había estallado. Era difícil de creer que había
estado riendo hace sólo un minuto.
Keith hizo una mueca.
—Sólo que parecías terriblemente cómoda con ellos allí… pasando el rato, un buen
momento. No sabía que aquí era donde pasabas el tiempo libre después de la
preparatoria.
—¡Cómo te atreves! Vine aquí por unos asuntos —gruñí.
—Seh, eso se notaba.
—Lo hice. Tenía que hablar con Adrian sobre Jill.
—No recuerdo que él fuera un guardián.
—Él se preocupa por ella —discutí—. Justo como cualquiera de nosotros lo haría por
un amigo.
—¿Amigo? Ellos no son como nosotros de ninguna manera —dijo Keith—. Ellos no
son impíos e innaturales, y tú no tienes ningún asunto para ser amiga de ellos.
Quería gritarle en respuesta que, por lo que había observado, Lee era cien veces una
persona más decente de lo que Keith alguna vez seria. Incluso Adrian era más decente.
Fue sólo en el último minuto que mi entrenamiento había vuelto a mi mente. No armes
un escándalo. No contradigas a tus superiores. No importaba cuanto lo odiara, Keith estaba
a cargo aquí. Respiré profundamente.
—Apenas estaba fraternizando. Simplemente fui a hablar con Adrian, y Lee resultó
estar allí. No era como si hubiésemos planeado una gran fiesta. —Mejor no mencionar
el plan de cita grupal.
—¿Por qué no simplemente llamaste a Adrian si tenías una pregunta? Me llamaste a
mí.
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Porque estar cara a cara con él es menos repugnante que estar a tu alrededor.
—Era importante. Y cuando no pude contactarte, supuse que tenía que conducir hasta
tu lugar de todas formas.
Esperando escaparme de mi “mal comportamiento” me aventuré y recapitulé todo lo
que había pasado hoy, incluyendo la exposición de Jill al sol y las atenciones de
Micah.
—Por supuesto que no puede salir con él —exclamó, después de explicarle el asunto de
Micah—. Tienes que detener eso.
—Estoy intentándolo. Y Adrian y Lee me dijeron que me ayudarían.
—Oh, bueno, me siento mucho mejor ahora. —Keith negó con la cabeza—. No seas
tonta, Sydney. Te lo dije. Ellos no se preocupan por esto tanto como nosotros.
—Creo que si lo hacen —discutí—. Adrian parecía entenderlo, y él tiene mucha
influencia sobre Jill.
—Bueno, él no es tras quien irán los Alquimistas y a quien enviaran a re-educación por
estar jugando con vampiros cuando debería estar disciplinándolos.
Solo podía mirar fijamente. No estaba segura de qué parte de lo que había dicho era
más ofensivo: la insinuación de que yo era una “amante de los vampiros” o que yo era
capaz de disciplinar a alguno de ellos. Debí haber sabido que su falsa amistad no
duraría mucho.
—Estoy haciendo mi trabajo aquí —dije, manteniendo el volumen de mi voz—. Y por
lo que veo, estoy haciendo más trabajo que tú, ya que soy la única que ha estado
apagando incendios toda la semana.
Sabía que era una ilusión, ya que un ojo de vidrio verdaderamente no podía mirar,
pero sin embargo, sentía que me estaba mirando con ambos ojos.
—Estoy haciendo lo suficiente. Ni siquiera pienses en criticarme.
—¿Qué estabas haciendo tú aquí? —pregunté, dándome cuenta de repente lo raro que
era. Me acusó de “socializar” pero él nunca explicó sus motivos.
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—Tenía que ver a Clarence, no es que sea tu problema.
Quería más detalles pero él se negó a satisfacer mi curiosidad. Había estado aquí ayer
también, según Lee.
—¿Llamarás a la escuela mañana y conseguirás que saquen a Jill de Educación Física?
Keith me lanzó una larga y pesada mirada. —No.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—Porque estar en el sol no la matará.
De nuevo, me tragué mi rabia e intenté con la diplomacia con la que me educaron.
—Keith, tu no la viste. Quizás no la mate, pero fue miserable para ella. Estaba en
agonía.
—De verdad no me importa si ellos son miserables o no —dijo Keith—. Y a ti
tampoco debería. Nuestro trabajo en mantenerla viva. No mencionaron nada de
asegurarnos de que estuviera feliz y cómoda.
—No creería que nadie tuviera que decírnoslo —dije, horrorizada. ¿Por qué estaba tan
molesto?—. Pensaría que por ser humanos sensibles, simplemente podríamos hacerlo.
—Bueno, ahora tú puedes. Puedes conseguir a alguien sobre nosotros que haga una
nota para la escuela o puedes darle duchas de hielo después de la clase. Realmente no
me importa lo que hagas, pero quizás te mantenga lo suficientemente ocupada para
que dejes de venir aquí sin avisar y lanzarte a ti misma a las criaturas de la oscuridad.
Que no me entere que esto ocurrió de nuevo.
—Eres increíble —dije. Estaba muy molesta y sin palabras como para manejar algo
más elocuente.
—Estoy cuidando tu alma —dijo idealizado—. Es lo menos que puedo hacer por tu
padre. Qué pena que no seas más como tus hermanas.
Keith me dio la espalda y abrió la puerta de su coche sin una palabra más. Entró y se
fue, dejándome mirando. Las lágrimas amenazaban en mis ojos, y me las tragué. Me
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sentí como una idiota, no por sus acusaciones. No creí ni por un instante que hubiera
hecho algo mal por venir aquí. No, estaba molesta —conmigo misma— porque dejé
que se fuera con la última palabra porque no tuve el coraje de responderle. Me quedé
callada, justo como todos me han dicho que lo hiciera.
Pateé la gravilla por la rabia, enviando un poco al aire. Un par de rocas pequeñas
golpearon mi coche, e hice una mueca de dolor.
—Lo siento.
—¿Te acusará de malvada por hablar con un objeto inanimado?
Me di vuelta, mi corazón a toda velocidad. Adrian estaba apoyado contra la casa,
fumando.
—¿De dónde saliste? —demandé. Aunque sabía todo lo que podía saber sobre
vampiros, era difícil sacarse los miedos supersticiosos sobre ellos apareciendo de la
nada.
—Otra puerta —explicó—. Salí a fumar y oí casualmente el alboroto.
—Es de mala educación espiar —dije, sabiendo que sonaba terriblemente remilgada
pero incapaz de detenerme a mí misma.
—Es de mala educación ser así de idiota. —Adrian asintió hacia el caminó por donde
se había ido Keith—. ¿Serás capaz de sacar a Jill de esa clase?
Suspiré, sintiéndome cansada de repente.
—Sí, debería ser capaz. Sólo que me tomará más tiempo mientras consigo a algún otro
Alquimista que sea nuestro padre falso. Habría sido más rápido si Keith lo hubiera
hecho.
—Gracias por cuidar de ella, Sage. Estás bien. Para un humano.
Casi reí.
—Gracias.
—Puedes decir eso también, sabes.
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Caminé hacia Latte y me detuve. —¿Decir qué?
—Que estoy bien… para ser vampiro —explicó.
Negué con mi cabeza, aun sonriendo.
—Te tomará mucho para que un Alquimista admita eso. Pero puedo decir que estas
bien para ser un chico fiestero irreverente con momentos ocasionales de brillantez.
—¿Brillante? ¿Crees que soy brillante? —Extendió sus manos al cielo—. ¿Mundo,
escuchas eso? ¡Sage dice que soy brillante!
—¡Eso no es lo que dije!
El tiró el cigarrillo y lo pisó, dándome una sonrisa de quizás-al-diablo-le-importe.
—Gracias por subirme el ego. Le voy a decir a Clarence y a Lee tu gran opinión de mí.
—Oye, yo no…
Pero él ya se había ido. Mientras conducía de regreso, decidí que los Alquimistas
necesitaban todo un departamento devoto para controlar a Adrian Ivashkov.
Cuando llegué a mi habitación, encontré a Jill rodeada de libros y hojas,
indudablemente tratando de ponerse al día.
—Wow —dije, pensando en la tarea que me esperaba a mí también—. Tienes todo un
centro de comando armado.
En vez de sonreír a mi broma, Jill miró hacia arriba con una mirada fría.
—Crees —dijo—, que la próxima vez que intentes meterte con mi vida amorosa,
¿podrías hablar conmigo primero?
Estaba sin habla. Adrian había dicho que hablaría con Jill. Simplemente no me había
dado cuenta que sería tan rápido.
—No puedes ir detrás de mí y tratar de mantenerme lejos de Micah —agregó—, no soy
estúpida. Sé que no puedo salir con humanos.
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Así que Adrian aparentemente le había dicho mucho.
—Y —continuó Jill, aún con ese tono frio—, no tienes que arreglarme una cita con el
único Moroi elegible en cien millas solo para mantenerme fuera de problemas.
Okey… Adrian aparentemente le había dicho todo. Habría esperado más discreción de
su parte, especialmente en cuanto a lo de Lee.
—No… no estábamos tratando de arreglarte una cita —dije penosamente—. Lee
quería invitarte a salir de todas formas.
—Pero en lugar de hablar conmigo, ¡les pidió permiso a ustedes! Ustedes no controlan
mi vida.
—Sé eso —dije—. ¡No estábamos tratando de hacerlo! —¿Cómo había explotado todo
esto justo frente a mí?—. Lee actuó por su propia cuenta.
—Justo como hiciste tú cuando fuiste a hablar con Adrian a mis espaldas. —Sus ojos
brillaban con lágrimas de rabia, retándome a negarlo. No podía y justo ahora me había
dado cuenta lo mal que estaba lo que había hecho. Desde que se enteró que era parte
de la realeza, Jill había visto como otras personas trataban de controlar su vida. Quizás
mis intenciones de hacer que Adrian hablara con ella sobre Micah eran buenas, pero
todo lo había hecho de la peor manera.
—Tienes razón —dije—. Siento haber…
—Olvídalo —dijo, poniéndose un par de audífonos—. No quiero escuchar nada más.
Me hiciste parecer una estúpida frente a ambos, Adrian y Lee. Ahora ellos no pensaran
dos veces sobre mí en Los Ángeles esta noche. —Sacudió una mano hacia mí y miró
hacia el libro que estaba bajo ella—. Terminé contigo.
O ella no podía escucharme por la música o había decidido simplemente ignorarme,
no lo podía saber. Todo lo que sabía era que una vez más me encontré a mí misma
comparándola con Zoe. Justo como con Zoe, había tratado de hacer algo bueno por
Jill, y me había salido mal. Justo como con Zoe, había terminado hiriendo y
humillando a la que había tratado de proteger.
Lo siento Sage. La última vez que revisé, tú no eras una experta en asuntos sociales.
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Esa, pensé amargamente, era la parte más triste de todo… que Adrian Ivashkov tenía
razón.
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Capítulo 10
Traducido por Dani
Corregido por masi
i teléfono sonó justo en ese momento, salvándome de la
incomodidad de descubrir qué hacer con Jill. Respondí sin
molestarme en comprobar quién llamaba.
—¿Señorita Melbourne? Se necesitan sus servicios inmediatamente.
—¿Señora? —pregunté sorprendida. La frenética voz de la Sra. Terwilliger no era lo
que había estado esperando—. ¿Qué está mal?
—Necesito que me consigas un cappuccino con salsa de caramelo de Spencer’s. No
hay absolutamente ninguna forma de que pueda terminar de traducir este documento si
no lo haces.
Había un millón de respuestas que podía responder a eso, ninguna de las cuales sería
muy educada, así que decidí probar con el punto obvio de lógica.
—No creo que pueda —dije.
—Tienes privilegios para salir del campus, ¿no es así?
—Bueno, sí, señora, pero es casi el toque de queda del campus. No sé dónde queda
Spencer’s, pero no creo que pueda regresar a tiempo.
—Tonterías. ¿Quién está a cargo de tu residencia universitaria? ¿Esa mujer Weathers?
La llamaré y te conseguiré una excepción. Estoy trabajando en una de las oficinas de la
biblioteca. Reúnete conmigo allí.
A pesar de mi personal devoción por el café, conseguir una “excepción” del toque de
queda de la escuela me parecía un poco excesivo para un recado como éste. No me
gustaba romper las reglas. Por otro lado, era la asistente de la Sra. Terwilliger. ¿Esto no
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era parte de la descripción de mi trabajo? Todos los antiguos instintos de Alquimista de
seguir órdenes me golpearon.
—Bueno, sí, señora, supongo que yo…
Ella colgó, y me quedé mirando fijamente el teléfono, asombrada.
—Me tengo que ir —le dije a Jill—. Afortunadamente estaré de regreso pronto. Tal vez
muy pronto dado que me sorprendería si se acordara de llamar a la Srta. Weathers. —
Ella no levantó la vista. Con un encogimiento de hombros, guardé mi portátil y algo de
tarea, sólo en caso de que la Sra. Terwilliger pensara en algo más para que hiciera.
Con la palabra café en la frase, la memoria de mi profesora era buena, y encontré que
efectivamente tenía la autorización para salir cuando bajé. La Srta. Weathers incluso
me dio la dirección a Spencer’s, una tienda de café que estaba a unas pocas millas de
distancia. Conseguí el cappuccino, preguntándome si me sería reembolsado, y tomé
algo para mí misma también. El personal de la biblioteca de Amberwood me dio un
difícil momento acerca de llevar bebidas cuando regresé, pero cuando les expliqué mi
recado, me llevaron hacia las oficinas de atrás. Aparentemente la adicción de la Sra.
Terwilliger era bien conocida.
La biblioteca estaba sorprendentemente ocupada, y rápidamente deduje la razón.
Después de cierta hora cada noche, a chicos y chicas les estaba prohibido estar juntos
en los dormitorios. La biblioteca estaba abierta hasta más tarde, así que este era el
lugar donde pasaban el rato con el sexo opuesto. También, montones de personas
estaban allí simplemente para estudiar, incluyendo a Julia y Kristin.
—¡Sydney! ¡Por aquí! —gritó Kristin en un susurro teatral.
—Libérate de Terwilliger —añadió Julia—. Puedes hacerlo.
Levanté el café mientras las pasaba.
—¿Están bromeando? Si no consigue su cafeína pronto, no habrá forma de escaparse
de ella. Volveré si puedo.
Mientras continuaba caminando, vi un pequeño grupo de estudiantes reunidos
alrededor de alguien, y escuché una familiar y molesta voz. La de Greg Slade.
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Curiosa a pesar de mi misma, caminé hacia el borde de la multitud. Slade estaba
mostrándoles algo en la parte superior de su brazo: un tatuaje.
El diseño por sí mismo no era nada especial. Era un águila volando, el tipo de arte
genérico que todas las tiendas de tatuajes tenían disponibles y que copiaban en masa.
Lo que captó mi atención fue el color. Estaba todo hecho en un rico plateado metálico.
Los colores metálicos como ese no eran fáciles de utilizar, no con ese brillo e
intensidad. Sabía las sustancias químicas que iban en mi propio tatuaje dorado, y la
fórmula era compleja y compuesta por varios ingredientes raros.
Slade hizo un desganado esfuerzo para mantener su voz baja, los tatuajes estaban
prohibidos por aquí, después de todo, pero estaba claro de que estaba disfrutando de la
atención. Observé en silencio, feliz de que los otros estuvieran haciendo algunas de mis
preguntas por mí. Desde luego, esas preguntas sólo me dejaban con más preguntas.
—Ese es más brillante que los que suelen hacer —señaló uno de sus amigos.
Slade ladeó su brazo para que la luz lo captara.
—Algo nuevo. Dijeron que estos son mejores que los del año pasado. No estoy seguro
de si eso es verdad, pero no fue barato, puedo decirles eso.
El amigo que había hablado sonrió ampliamente.
—Lo descubrirás en las pruebas.
Laurel, la chica pelirroja que había estado interesada en Micah, extendió su pierna al
lado de Slade, revelando un tobillo delgado adornado con un apagado tatuaje de
mariposa. No había colores metálicos ahí.
—Tal vez haga que retoquen el mío, quizás para el baile de bienvenida, si puedo
conseguir el dinero de mis padres. ¿Sabes si los celestiales son mejores este año
también? —Retiró su cabello hacia atrás mientras hablaba. De lo que había observado
en mi breve tiempo en Amberwood, Laurel era muy vanidosa con su cabello y se
aseguraba de moverlo al menos cada diez minutos.
Slade se encogió de hombros.
—No pregunté.
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Laurel me notó observando.
—Oh, hey. ¿No eres la hermana de la chica vampiro?
Mi corazón se detuvo.
—¿Vampiro?
—¿Vampiro? —repitió Slade.
¿Cómo lo había descubierto? ¿Qué iba a hacer? Acababa de comenzar a hacer una lista de
los Alquimistas que tenía que llamar cuando el amigo de Laurel rió disimuladamente.
Laurel los miró y rió altaneramente, entonces se giró hacia mí.
—Así es como hemos decidido llamarla. Ningún humano podría posiblemente tener
una piel tan pálida.
Casi me caigo de alivio. Era una broma, una que golpeaba dolorosamente cerca de la
verdad, pero, sin embargo, todavía una broma. Aun así, Laurel no parecía alguien con
quien quisiera cruzarme, y sería mejor para nosotros si fuera una broma prontamente
olvidada. Dejé escapar el primer comentario de distracción que me vino a la mente.
—Hey, cosas extrañas han pasado. Cuando te vi por primera vez, no creía que alguien
pudiera tener el cabello tan largo o tan rojo. Pero no me escuchas hablando sobre
extensiones o tintes.
Slade casi se dobló de la risa.
—¡Lo sabía! ¡Sabía que era falso!
Laurel se sonrojó de un color casi tan rojo como su cabello.
—¡No lo es! ¡Es real!
—¿Srta. Melbourne?
Me sobresalté ante la voz detrás de mí y encontré que la Sra. Terwilliger estaba allí,
mirándome desconcertada.
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—No vas a conseguir créditos por conversar, especialmente cuando mi café está
involucrado. Vamos.
Traté de irme pasando desapercibida, a pesar de que difícilmente alguien se dio cuenta.
Los amigos de Laurel estaban divirtiéndose mucho molestándola. Esperaba haber
diseminado las bromas de vampiros.
Mientras tanto, no podía quitar la imagen del tatuaje de Greg de mi mente. Dejé que
mis pensamientos vagaran hacia el misterio de que componentes serían necesarios para
ese color plateado. Casi lo había descubierto —al menos, tenía una posibilidad de
descubrirlo— y deseaba tener el acceso a los ingredientes de los Alquimistas para hacer
algunos experimentos. La Sra. Terwilliger tomó el café con agradecimiento cuando
alcanzamos un pequeño taller.
—Gracias a Dios —dijo, después de tomar un largo sorbo. Asintió hacia mí—. ¿Ese es
uno de reserva? Excelente forma de pensar.
—No, señora —dije—. Es el mío. ¿Quiere que empiece con esos? —Un familiar
montón de libros estaban situados sobre la mesa, unos que había visto en su sala de
clases. Eran las partes centrales de su investigación, y me había dicho que
eventualmente tendría resumir y documentarlos para ella. Tomé el de más arriba, pero
me detuvo.
—No —dijo, moviéndose hacia un largo maletín. Revolvió papeles y suministros de
escritorios variados, finalmente sacando un viejo libro de cuero—. Haz este en su
lugar.
Tomé el libro.
—¿Puedo trabajar allí afuera? —Estaba esperando que si pudiera regresar al área de
estudio principal, podría hablar con Kristin y Julia.
La Sra. Terwilliger lo consideró.
—La biblioteca no te dejará conservar el café. Probablemente deberías dejarlo aquí.
Vacilé, debatiendo si mi deseo de hablar con Kristin y Julia superaba a la probabilidad
de que la Sra. Terwilliger se bebiera mi café antes de que regresara. Decidí arriesgarme
y ofrecer a mi café una dolorosa despedida mientras acarreaba mis libros y volvía a la
biblioteca.
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Julia observó al estropeado libro de la Sra. Terwilliger con desdén.
—¿Eso no está en internet en algún lado?
—Probablemente no. Supongo que nadie ni siquiera lo ha mirado desde antes de que el
internet fuera inventado. —Abrí la cubierta. El polvo revoloteó fuera—. Desde mucho
antes.
Kristin tenía la tarea de matemáticas abierta en frente de ella, pero no lucía
particularmente interesada en ella. Daba golpecitos con su pluma, ausentemente,
contra la cubierta del libro de texto.
—Entonces, ¿viste el tatuaje de Slade?
—Difícil no haberlo visto —dije, sacando mi portátil. Eché un vistazo a la pantalla—.
Todavía lo está mostrando.
—Ha querido uno durante mucho tiempo pero nunca había tenido el dinero —explicó
Julia—. El año pasado, todos los grandes atletas los tenían. Bueno, excepto Trey
Juarez.
—Trey casi no necesita uno —señaló Kristin—. Él es así de bueno.
—Lo hará ahora, si quiere mantenerse al mismo nivel que Slade —dijo Julia.
Kristin negó con su cabeza.
—Aun así no lo hará. Está en contra de ellos. Trató de reportarlos con el Sr. Green el
año pasado, pero nadie le creyó.
Miré de una a otra, más perdida que nunca.
—¿Todavía estamos hablando sobre tatuajes? ¿Sobre Trey “necesitando” uno o no?
—¿Realmente no lo has descubierto todavía? —preguntó Julia.
—Es mi segundo día —señalé con frustración. Recordando que estaba en la biblioteca,
hablé más suavemente—. La única persona con quien realmente he hablado sobre ellos
es con Trey y ustedes chicas, y ustedes no han dicho mucho de nada.
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Al menos, tuvieron la gracia de lucir avergonzadas por eso. Kristin abrió su boca, se
detuvo, y entonces pareció cambiar lo que iba a decir.
—¿Estás segura de que el tuyo no hace nada?
—Segura —mentí—. ¿Cómo eso es incluso posible?
Julia lanzó una mirada por toda la biblioteca y se giró en su silla. Subió su camiseta un
poco, exponiendo la parte baja de su espalda, y un desteñido tatuaje de una golondrina
volando. Satisfecha de que lo hubiera visto, se dio la vuelta.
—Lo conseguí en las últimas vacaciones de primavera, y fueron las mejores vacaciones
de primavera que he tenido.
—¿A causa del tatuaje? —pregunté escépticamente.
—Cuando lo conseguí, no lucía así. Era metálico… no como el tuyo. O el de Slade.
Más como el de…
—Cooper —proporcionó Kristin.
Julia pensó sobre eso y asintió.
—Sí, como rojo-dorado. El color sólo duró una semana, y mientras estaba así, fue
asombroso. Como, nunca me había sentido tan bien. Era como inhumanamente bien.
Lo mejor que me ha pasado.
—Lo juro, hay algún tipo de droga en esos celestiales —dijo Kristin. Estaba tratando
de sonar desaprobadora, pero pienso que detecté una nota de envidia.
—Si tuvieras uno, lo entenderías —le dijo Julia.
—Celestiales… oí a esa chica de allí hablar sobre ellos —dije.
—¿Laurel? —preguntó Julia—. Sí, así es como llaman a los de cobre. Porque te hacen
sentir fuera de este mundo. —Lucía casi avergonzada por su entusiasmo—. Estúpido
nombre, ¿huh?
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—¿Eso es lo que hace el de Slade? —pregunté, aturdida por lo que se estaba revelando
ante mí.
—No, él consiguió uno de acero —dijo Kristin—. Esos te dan un gran empuje atlético.
Como que, eres más fuerte, más rápido. Cosas como esas. Esos duran más que los
celestiales, más de dos semanas. A veces tres, pero los efectos se desvanecen. Supongo
que los llaman de acero porque son fuertes. Y tal vez porque tienen acero en ellos.
Nada de acero, pensé. Un compuesto de plata. El arte de usar metal para ligar ciertas
propiedades en la piel era uno que los Alquimistas habían perfeccionado hace mucho
tiempo. El oro era absolutamente el mejor, ese es el por qué lo usábamos. Otros
metales —cuando se formulaban en las formas apropiadas— lograban efectos
semejantes, pero ni la plata ni el cobre podían adherirse de la forma en que el oro
podía. El tatuaje de cobre era fácil de entender. Un gran número de sustancias para
sentirse bien o drogas, podían ser combinadas con eso para un efecto a corto término.
La plata era más difícil para mí de entender, o mejor dicho, los efectos de un tatuaje de
plata. Lo que estaban describiendo sonaba como alguna clase de esteroide para atletas.
¿Podría la plata contener eso? Tendría que investigar.
—¿Cuántos personas tienen de esos? —les pregunté, impresionada. No podía creer que
tatuajes tan complicados fueran tan populares aquí. También estaba comenzando a
darme cuenta de cómo de rico, realmente, era el cuerpo estudiantil de aquí. Sólo los
materiales costarían una fortuna, dejando de lado cualquiera de los supuestos efectos
secundarios.
—Todos —dijo Julia.
Kristin frunció el ceño.
—No todos. Casi he conseguido ahorrar lo suficiente, sin embargo.
—He dicho que al menos la mitad de la escuela ha intentado con un celestial —dijo
Julia, disparándole a su amiga una mirada consoladora—. Puedes conseguir que te los
vuelvan a retocar después, pero aun así cuesta dinero.
—¿La mitad de la escuela? —repetí con incredulidad. Miré alrededor, preguntándome
cuantas camisetas y pantalones ocultaban tatuajes—. Esto es una locura. No puedo
creer que un tatuaje pueda hacer algo de eso. —Esperaba estar haciendo un buen
trabajo escondiendo cuánto sabía realmente.
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—Hazte un celestial —dijo Julia con una sonrisa—. Entonces lo creerás.
—¿Dónde los consiguen?
—Es un lugar llamado Nevermore —dijo Kristin—. Son selectivos, sin embargo, y no
los dan fácilmente. —No tan selectivos, pensé, si la mitad de la escuela los tenía—. Se
pusieron mucho más cuidadosos después de que Trey tratara de delatarlos. —Ahí
estaba el nombre de Trey otra vez. Ahora tenía sentido que hubiera sido tan despectivo
sobre mi tatuaje cuando nos conocimos. Pero me preguntaba por qué le importaba
tanto, lo suficiente para tratar de detenerlos. Eso no era sólo un desacuerdo casual.
—¿Supongo que piensa que es injusto? —brindé diplomáticamente.
—Creo que simplemente está celoso por qué no puede costearse uno —dijo Julia—.
Tiene un tatuaje, sabes. Es un sol en su espalda. Pero es sólo uno negro normal, no
uno dorado como el tuyo. Nunca había visto algo como el tuyo.
—Así que, ¿ese es el por qué pensaron que el mío me hacía inteligente? —dije.
—Eso podría haber sido realmente útil durante los exámenes finales —dijo Julia
melancólicamente—. ¿Estás segura de que ese no es el por qué sabes tanto?
Sonreí, a pesar de lo espantada que estaba por lo que acababa de averiguar.
—Ojalá. Tal vez haría que avanzara más rápido en este libro. Con el cual —añadí,
echando un vistazo al reloj—, debería comenzar. —Iba de sacerdotes Greco-Romanos
e ilusionistas, una clase de grimorio detallando los tipos de hechizos y rituales con los
que trabajaban. No era un horrible material de lectura, pero era largo. Había pensado
que la investigación de la Sra. Terwilliger estaba más concentrada en las religiones
dominantes en esa era, así que el libro parecía una extraña elección. Tal vez estaba
esperando incluir una sección de prácticas mágicas alternativas. A pesar de todo,
¿quién era yo para cuestionarla? Si ella me lo pedía, lo haría.
Me quedé más tiempo que Kristin y Julia en la biblioteca, dado que tenía que
quedarme tanto como la Sra. Terwilliger se quedara, lo que era hasta que la biblioteca
cerrara. Parecía complacida de que hubiera llegado tan lejos con las notas y me dijo
que le gustaría que terminara todo el libro en tres días.
—Sí, señora —dije automáticamente, como si no tuviera otras clases en esta escuela.
¿Por qué siempre estaba de acuerdo sin pensarlo?
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Regresé al Campus Este, con la vista nublada por todo el trabajo que había hecho y
exhausta por el pensamiento de la tarea pendiente. Jill dormía profundamente, lo que
tomé como una pequeña bendición. No tendría que encarar su acusadora mirada o
descubrir cómo manejar el incómodo silencio. Me preparé para irme a la cama rápida
y silenciosamente, y caí dormida casi tan pronto como golpeé la almohada.
Me desperté alrededor de las tres por el sonido de alguien llorando. Sacudiéndome la
neblina soñolienta, pude distinguir a Jill sentada en su cama, su rostro enterrado en sus
manos.
Grandes sollozos sacudían y atormentaban su cuerpo.
—¿Jill? —pregunté con inseguridad—. ¿Qué está mal?
En la débil luz que venía desde afuera, vi a Jill levantar su cabeza y mirarme. Incapaz
de responder, negó con la cabeza y comenzó a llorar una vez más, está vez más fuerte.
Me levanté y fui a sentarme al borde de su cama. No podía realmente llevarme a mí
misma a abrazarla o tocarla para consolarla. Sin embargo, me sentía terrible. Sabía que
esto tenía que ser culpa mía.
—Jill, lo siento tanto. Nunca debería haber ido a ver a Adrian. Cuando Lee te
mencionó, simplemente debería haberme detenido ahí y haberle dicho que hablara
contigo si estaba interesado. Simplemente debería haber hablado contigo en primer
lugar… —Las palabras salieron a tropel. Cuando la miré, todo en lo que podía pensar
era en Zoe y sus terribles acusaciones la noche que me había ido. De algún modo, mi
ayuda siempre era contraproducente.
Jill respiró ruidosamente y se las arregló para soltar algunas palabras antes de
desmoronarse otra vez.
—No es… no es eso…
Miré impotentemente sus lágrimas, frustrada conmigo misma. Kristin y Julie pensaban
que era sobrehumanamente lista. Aun así garantizaba que una de ellas hubiera sido
capaz de consolar a Jill cien veces mejor de lo que yo podía. Estiré mi mano y casi
toqué su brazo, pero me eché para atrás en el último momento. No, no podía hacer
eso. Esa voz Alquimista en mí, la voz que siempre me advertía de que mantuviera mi
distancia de los vampiros, no me dejaría tocar a uno en esa forma que era tan personal.
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—Entonces ¿qué es? —le pregunté al final.
Negó con su cabeza.
—No es… no puedo decirlo… no lo entenderías.
Con Jill, pensé, un gran número de cosas podría estar mal. La inseguridad de su estatus de
la realeza. Las amenazas contra ella. Ser enviada lejos de toda su familia y amigos,
atrapada entre humanos en un perpetuo sol. Realmente no sabía dónde empezar.
Anoche, había habido un escalofriantes terror desesperado en sus ojos cuando
despertó. Pero esto era diferente. Esto era tristeza. Esta era desde el corazón.
—¿Qué puedo hacer para ayudar? —pregunté al final.
Tomó varios minutos que se tranquilizara.
—Ya lo estás haciendo en abundancia —se las arregló para decir—. Lo apreciamos, de
verdad. Especialmente después de lo que Keith te dijo. —¿No había nada que Adrian
no le hubiera dicho?—. Y lamento… lamento haber sido tan perra contigo más
temprano. No te merecías eso. Sólo estabas tratando de ayudar.
—No… no te disculpes. Lo arruiné.
—No tienes que preocuparte, sabes —añadió—. Sobre Micah. Lo entiendo. Sólo
quiero ser su amiga.
Estaba bastante segura de que todavía no estaba haciendo un buen trabajo haciéndola
sentir mejor. Pero tenía que admitir que disculpándome, al menos, parecía estar
distrayéndola de lo que sea que la hubiera despertado con tanto dolor.
—Lo sé —dije—. Nunca debería haberme preocupado por ti.
Me aseguró otra vez que estaba bien, sin más explicación sobre porqué se había
despertado llorando. Sentía como si debería haber hecho más para ayudar, pero en
cambio, hice mi camino de regreso a mi cama. No escuché más sollozos durante el
resto de la noche, pero una vez, cuando desperté un par de horas más tarde, eché un
vistazo a hurtadillas hacia ella. Sus facciones apenas eran distinguibles en la luz de la
mañana. Yacía ahí, con los ojos abiertos de par en par y mirando hacia la nada, con
una mirada atormentada en su cara.
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Capítulo 11
Traducido por Paaau
Corregido por masi
ntes de clase, el día siguiente, le dejé un mensaje a alguien de la oficina
de Alquimistas, diciéndoles que necesitaba que “El Sr. y la Sra.
Melrose” enviarán una nota excusando a Jill de Educación Física, o al
menos de las actividades al aire libre. Esperaba que se movieran rápido con esto. Los
Alquimistas eran rápidos cuando querían serlo, pero a veces tenían ideas extrañas de lo
que tenía prioridad. Esperaba que no tuvieran la misma actitud hacia la miseria de Jill
como la que tenía Keith.
Pero sabía que no debía esperar acciones ese día, así que Jill debía sufrir otra clase de
Educación Física, y yo tenía que sufrir por verla sufrir a ella. Lo que era realmente
terrible, era que Jill no se había quejado ni había tratado de escaquearse de nada. Ni
siquiera mostró ningún signo de descomposición la noche anterior. Vino con
determinación y optimismo, como si éste fuera el día en que el sol no la afectaría. Sin
embargo, en poco tiempo, comenzó a decaer justo como lo había hecho la última vez.
Se veía enferma y cansada, y mi propio rendimiento había flaqueado un poco porque
seguía observándola, asustada de que se desmayara.
Micah era la gracia salvadora. Una vez más, cambió sin temor los equipos, esta vez
desde el comienzo de la clase. La cubrió justo como lo hizo la última vez,
permitiéndole escapar de la atención de su profesora y sus compañeros, excepto de la
de Laurel, quien parecía notar —y molestarse por— todo lo que él hacía. Los ojos de
ella pasaban enojados de él a Jill, y continuaba arrojando su cabello sobre su hombro
para llamar la atención de él. Me entretenía notar que la atención de Micah se
mantenía únicamente en mantener el balón lejos de Jill.
Micah también saltó a su lado inmediatamente después de que la clase terminara con
una botella de agua, la cual ella aceptó agradecidamente. Yo también estaba
agradecida, pero ver la preocupación que tenía por ella, desenterraba todas mis
antiguas preocupaciones. Sin embargo, ella cumplió su palabra. Respondió a sus
atenciones de una forma amistosa, pero definitivamente no podías considerar que
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fuera coqueteo. Aunque él no escondía sus intenciones, y yo aún estaba preocupada de
que sería mejor si no tuviera que lidiar con ellas. Lo decía en serio cuando dije que
confiaba en ella, pero no podía dejar de pensar que sería mejor para todos si él desistía
de sus avances. Esto requeriría Una Conversación.
Temiendo lo que tenía que hacer, alcancé a Micah fuera de los vestuarios. Ambos
estábamos esperando a que Jill terminara, y tomé ventaja de mi tiempo a solas con él.
—Hey, Micah —dije—, necesito hablar contigo…
—Hey —respondió él alegremente. Sus ojos azules estaban muy abiertos y llenos de
entusiasmo—. Tengo una idea que quería comentarte. Si ustedes chicos no pueden
conseguir una nota para ella, ¿quizás podrías ver si pueden cambiar su horario? Si
toma Educación Física en el primer periodo, no hará tanto calor afuera. Quizás no
será tan complicado para ella. Quiero decir, parece que le gustaría participar en alguna
de estas cosas.
—Le gustaría —dije lentamente—. Y es realmente una buena idea.
—Conozco a algunas personas que trabajan en la oficina. Les diré que vean algunas
opciones, y que vean si es posible con el resto de sus clases. —Fingió un puchero—.
Me dará tristeza no tenerla en clases, pero valdrá la pena saber que no se siente tan
miserable.
—Sip —respondí débilmente, sintiendo de pronto una pérdida. Realmente había
tenido una buena idea. Incluso era lo suficientemente poco egoísta como para
renunciar a la oportunidad de estar con ella en orden de promover un buen común.
¿Cómo podría tener con él “la charla” ahora? ¿Cómo podría decir de repente “deja a
mi hermana en paz” cuando estaba siendo tan amable? Era tan mala como Eddie
evitando la confrontación con Micah. Este chico era demasiado agradable para su
propio bien.
Antes de poder responder algo, Micah fue en una dirección inesperada.
—Sin embargo, realmente deberías conseguirle un doctor. No creo que tenga una
alergia al sol.
—¿Oh? —pregunté sorprendida—. ¿No la has visto sufrir durante las clases cada día?
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—No, no, créeme, a ella definitivamente le pasa algo con el sol —me aseguró
rápidamente—, pero quizás la diagnosticaron mal. Leí sobre las alergias al sol, y a la
gente por lo general le sale sarpullido. Esta debilidad general que ella tiene… no lo sé.
Creo que podría ser algo más.
Oh, no.
—¿Cómo qué?
—No lo sé —murmuró—. Pero seguiré buscando teorías y te lo haré saber.
Maravilloso.
Educación Física también me permitió echar mi primer vistazo a uno de los tatuajes
metálicos de Amberwood en acción. Era imposible no mirar a Greg Slade durante la
clase, y yo no era la única que se distraía. Justo como Kristin y Julia habían dicho, él
realmente era fuerte y rápido. Hacía saltos ante los que nadie más era capaz de
reaccionar. Cuando golpeaba la pelota, era un milagro que no escuchásemos una
explosión sónica después. Esto le valió elogios al comienzo, pero pronto, me di cuenta
de algo. Había un margen poco riguroso en su juego. Estaba lleno de habilidad, sí,
pero a veces estaba desenfocada. Esos poderosos bateos no siempre servían, porque
tiraba la bola fuera de los límites. Y cuando corría para hacer un tiro, apenas notaba a
los que estaban alrededor de él. Cuando un chico de mi clase de Inglés fue derribado
sobre su espalda, simplemente por estar en el camino de Slade y la bola, la señorita
Carson detuvo el juego y gritó su desagrado ante la agresión de Slade. Él lo asumió
con una mueca malhumorada.
—Que mal que Eddie no esté en esta clase —dijo Jill después de un rato—. Sería un
oponente ideal para Slade.
—Quizás es mejor que nadie lo note —señalé. Por lo que había oído, Eddie ya era una
estrella brillante en su clase de Educación Física. Era parte del atletismo natural de los
dhampir, y sabía que estaba trabajando duro para no ser demasiado bueno en todo.
Me presenté ante la Sra. Terwilliger, feliz de encontrar a mi profesora totalmente
surtida de su propio café. Pasé casi todo el periodo examinando el libro y tomando
notas en mi portátil. A la mitad, ella vino para revisar mi trabajo.
—Eres muy organizada —dijo, mirando sobre mi hombro—. Títulos, subtítulos, y
encabezados.
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—Gracias —dije. Jared Sage había sido muy particular al enseñarles a sus hijas
técnicas de investigación.
La Sra. Terwilliger tomó un sorbo de café y continuó leyendo la pantalla.
—No registraste el ritual ni los pasos de los hechizos —dijo ella momentos después—.
Sólo los resumiste en un par de líneas.
Bueno, sí, ese era el punto de tomar apuntes.
—Cité todos los números de las páginas —dije—. Si necesita comprobar los
componentes reales, hay una referencia fácil.
—No… hazlo de nuevo y pon todos los pasos y los ingredientes en tus notas. Quiero
ser capaz de tenerlo todo en el mismo lugar.
Lo tiene en un mismo lugar, quise decir. En el libro. Los apuntes eran para condensar el
material, no repetir el texto original palabra por palabra.
Pero la Sra. Terwilliger ya se había alejado, mirando su archivador distraídamente,
mientras murmuraba para ella misma acerca de una carpeta fuera de lugar. Con un
suspiro, retrocedí hasta el comienzo del libro, tratando de no pensar en cómo esto me
iba a retrasar. Al menos sólo estaba haciendo esto por créditos y no por una nota.
Me quedé después del último toque de la campana, en un esfuerzo por recuperar el
tiempo perdido. Cuando regresé a mi dormitorio, tuve que despertar a Jill que estaba
profundamente dormida después de su agotador día.
—Buenas noticias —le dije mientras ella pestañeaba con ojos de sueño—. Es día de
alimentación.
Definitivamente eran palabras que jamás pensé decir.
Tampoco pensé que estaría entusiasmada por eso. Y ciertamente no estaba
emocionada por la idea de Jill mordiendo el cuello de Dorothy. Estaba, sin embargo,
sintiéndome bastante mal por Jill, y estaba aliviada de que obtuviera algo de sustento.
Estar tan limitada a un suplemento de sangre, debía hacer las cosas doblemente
difíciles para ella.
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Nos encontramos con Eddie escaleras abajo cuando fue tiempo de irnos. Miró a Jill
preocupado.
—¿Estás bien?
—Estoy bien —dijo ella con una sonrisa. No se veía ni de cerca tan mal como lo hacía
anteriormente. Me estremecí al pensar en qué habría hecho Eddie si hubiera estado en
nuestra clase, y hubiera visto lo mal que ella estaba.
—¿Por qué está todavía ocurriendo? —me preguntó él—. ¿No ibas a hablar con Keith?
—Sufrimos un retraso —dije evasivamente, llevándolos hasta el estacionamiento de
estudiantes, donde estaba estacionado Latte—. Haremos que pase. —Si los
Alquimistas no venían con una nota, iba a tratar de usar la sugerencia de Micah, y
lograr que la cambiaran a la clase de Educación Física de la mañana.
—Sabemos que lo harás —dijo Jill. Apenas podía distinguir la simpatía en su voz,
recordándome que ella sabía de mi pelea de ayer con Keith. Esperaba que no lo
mencionara en frente de Eddie, y sentí alivio cuando cambió a un tema al azar y
sorprendente—. ¿Crees que podemos recoger una pizza por el camino? Adrian no
quiere más de la comida de Dorothy.
—Que terrible para él —remarcó Eddie, subiéndose al asiento trasero y dejando que
Jill viajara adelante—. Tener un chef personal dispuesto a hacerle lo que él quiera. No
sé cómo se las arregla.
Me reí, pero Jill parecía indignada en nombre de Adrian.
—¡No es lo mismo! Ella cocina cosas verdaderamente gastronómicas.
—Aún espero el problema —dijo Eddie.
—También trata de hacerlo muy saludable. Dice que es mejor para Clarence. Así que
nunca hay sal, ni pimienta, ni mantequilla. —Dios, ¿qué tan a menudo hablaban ella y
Adrian?—. No hay sabor ni nada. Lo está volviendo loco.
—Parece que todo lo está volviendo loco —comenté, recordando su petición por un
nuevo alojamiento—. Y no puede ser tan malo. ¿No fue a Los Ángeles anoche? —La
única respuesta de Jill fue fruncir su ceño.
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Sin embargo, tenía la sensación de que estaríamos en la casa de Clarence por un
tiempo, y, personalmente, no quería comer nada preparado en esa casa. Así que fue
más por egoísmo que estuve de acuerdo en parar en algún lugar de comida para llevar,
y comprar algunas pizzas. La cara de Adrian estaba radiante cuando entramos en la
sala de estar, la cual —aparte de la sala de billar— parecía ser el lugar donde más
tiempo pasaba en la casa de Clarence.
—Jailbait —declaró, saltando—. Eres una santa. Una diosa, incluso.
—Hey —dije—. Yo pagué por ellas.
Adrian llevó una de las cajas pizzas al sofá, para consternación de Dorothy. Se
apresuró a salir, murmurando acerca de platos y servilletas. Adrian me dio un
asentimiento conciliador.
—Tú también estas bien, Sage —dijo.
—Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? —Clarence entró tambaleante al cuarto. No lo
había notado antes, pero usaba un bastón para caminar. Tenía una serpiente de cristal
en la parte superior, que era a la vez impresionante y espantosa. Justo la clase de cosa
que te imaginas para un viejo vampiro—. Parece una fiesta.
Lee estaba con él, saludándonos con sonrisas y asentimientos de cabeza. Sus ojos
permanecieron brevemente en Jill, y eligió un lugar para sentarse junto a ella, pero no
muy cerca. Jill se animó más de lo que había estado en días. Todos estaban
comenzando a sumergirse en la pizza, cuando Dorothy apareció en la puerta con un
nuevo invitado. Sentí que mis ojos se ampliaban. Era Keith.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, manteniendo mi voz neutral.
Él guiñó.
—Vine a chequearlos a todos y asegurarme que todo está bien. Ese es mi trabajo:
cuidarlos a todos.
Keith estaba alegre y amistoso mientras se dirigía a la pizza, sin ningún indicio de la
pelea que tuvimos la última vez. Él sonreía y hablaba con todos como si fueran
mejores amigos, dejándome totalmente desconcertada. Nadie más parecía pensar que
su comportamiento fuera extraño, pero ¿por qué lo harían? Ninguno de ellos tenía la
historia que yo tenía con Keith.
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No, eso no era del todo verdad. A pesar de estar enfrascado en una conversación con
Eddie, Adrian hizo una pausa para dirigirme una curiosa mirada, silenciosamente
preguntándome por la pelea de ayer. Miró hacia Keith y luego hacia mí. Me encogí de
hombros, sin poder hacer nada, dejándole saber que yo estaba igual de confundida por
el cambio de actitud. Quizás Keith se arrepentía de su arranque de ayer. Por supuesto,
eso habría sido mucho más fácil de aceptar si hubiera venido con, oh, una disculpa.
Mordisqueé un trozo de pizza de queso, pero en general observé a los otros. Jill estaba
contándole animadamente sus primeros días a Adrian, evidentemente dejando las
cosas malas a un lado. Él al escuchaba indulgentemente, asintiendo con la cabeza e
interviniendo con ocasionales bromas ingeniosas. Algunas de las cosas que ella le dijo
eran bastante básicas, y me sorprendía que no las hubiera nombrado en sus
conversaciones por teléfono. Quizás él tenía tanto que decir esas veces, que no había
tiempo para ella. Él tampoco mencionó ni su aburrimiento ni sus quejas.
Clarence ocasionalmente charlaba con Eddie y con Lee, pero sus ojos constantemente
se iban hacia Jill. Había una mirada triste en sus ojos, y recordé que su sobrina había
sido sólo un poco más mayor que Jill. Me pregunté si quizás parte de la razón de que
estuviera tan dispuesto a recibirnos, era en esfuerzo por reclamar parte de esa vida
familiar que había perdido.
Keith se había sentado cerca de mí, al principio incomodándome, pero luego dándome
una razón para hurgar en su cerebro. Viendo a los otros enfrascados en
conversaciones, le pregunté suavemente: —¿Alguna vez has escuchado de una
imitación de los tatuajes de los Alquimistas en la población en general?
Él me dirigió una mirada de asombro en respuesta.
—Ni siquiera sé lo que eso significa.
—En Amberwood, hay esta tendencia. Aparentemente, hay un lugar en la ciudad que
hace tatuajes de metal que dan características especiales, como las nuestras. Algunos
sólo drogan de alguna manera. Otros tienen una especie de efecto de esteroides.
Frunció el ceño.
—No están vinculados con el oro, ¿verdad?
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—No. Plata y cobre. Así que no duran. Probablemente de esa forma las personas que
los hacen ganan más dinero.
—Pero no pueden ser como los nuestros entonces —argumentó él—. No hemos
usados esos metales para los tatuajes en siglos.
—Sí, pero quizás alguien esté usando tecnología de los Alquimistas para crear estos.
—¿Sólo para que la gente se drogue? —preguntó—. Ni siquiera sé cómo reaccionará
eso con los agentes metálicos.
—Tengo algunas ideas —dije.
—Y déjame adivinar. Involucran mezclas de narcóticos. —Cuando asiento, él suspira
y me lanza una mirada como si tuviera 10 años—. Sydney, es más probable que
alguien haya encontrado un método de tatuar vulgar parecido al nuestro, pero que no
tiene conexión. Si es así, no hay nada que podamos hacer al respecto. Las drogas
suceden. Cosas malas pasan. Si no tiene que ver con los asuntos de los Alquimistas,
entonces no es asunto nuestro.
—Pero, ¿y si está conectado con los asuntos de los Alquimistas? —pregunté.
Él gimió.
—¿Ves? Por esto me preocupaba que vinieras, por esta tendencia que tienes de salirte
por la tangente y tener teorías salvajes.
—Yo no…
—Por favor no me avergüences —siseó, lanzándole una mirada al resto—. No con
ellos, no con nuestros superiores.
Su reproche me hizo callar, en su mayoría por la sorpresa. ¿Qué había querido decir
con “esta tendencia” que yo tenía? ¿De verdad estaba sugiriendo que me había
analizado psicológicamente años atrás? La idea de que yo pudiera avergonzarlo era
ridícula… aun así sus palabras plantaron una semilla de duda en mí. Quizás los
tatuajes de Amberwood eran una moda no relacionada.
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—¿Cómo estuvo Educación Física? —Las palabras de Adrian me sacaron de mis
pensamientos. Aún estaba escuchando el resumen de la escuela con Jill. Ella hizo una
mueca ante la pregunta.
—No muy bien —admitió, dando un resumen de los peores momentos. Eddie me
dirigió una mirada significativa, parecida a la de antes.
—No puedes seguir así —exclamó Lee—. El sol de aquí es brutal.
—Estoy de acuerdo —dijo Keith, de todos—. Sydney, ¿por qué no me dijiste lo malo
que era?
Creo que mi mandíbula golpeó el suelo.
—¡Lo hice! Es por esto que estaba tratando de que te pusieras en contacto con la
escuela.
—No me diste la historia completa. —Le dirigió una de sus sonrisas dulces a Jill—. No
te preocupes. Me haré cargo de esto por ti. Me pondré en contacto con los funcionarios
de la escuela, y con los Alquimistas.
—Ya hablé con ellos —argumenté.
Pero bien podría no haber dicho nada. Keith ya había cambiado de tema y estaba
hablando con Clarence de algo irrelevante. ¿De dónde había venido este cambio
rotundo? Ayer, el malestar de Jill había sido de baja prioridad. Hoy, Keith era su
caballero de brillante armadura. Y en el proceso, él había sugerido que yo lo había
arruinado. Ese es su plan, me di cuenta. No me quiere aquí. Nunca me ha querido aquí. Y
luego, algo peor se me ocurrió.
Él va a usar esto para comenzar a construir un caso contra mí.
A través del cuarto, Adrian atrapó mi mirada de nuevo. Él lo sabía. Había estado
escuchando cuando hablé con Keith en la entrada. Adrian comenzó a hablar, y sabía
que iba a exponer a Keith en su mentira. Era galante, pero no lo que quería. Podía
lidiar con Keith yo misma.
—¿Cómo estuvo Los Ángeles? —pregunté rápidamente, antes de que Adrian tuviera
oportunidad de decir algo. Me miró curiosamente, sin duda preguntándose por qué no
lo había dejado ser un testigo en mi caso—. Fuiste ahí con Lee anoche, ¿verdad?
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Adrian pareció confuso, pero una sonrisa suavizo su cara.
—Sí —dijo al final—. Fue genial. Lee me mostró la vida universitaria.
Lee se rió.
—No iría tan lejos. No sé dónde estuviste la mitad de la noche.
Adrian tenía esta mirada en su cara, que era de cierto modo encantadora pero que a la
vez me hacía querer golpearlo.
—Dividimos caminos. Fui a conocer a alguno de los otros Moroi en el área.
Incluso Eddie no pudo quedarse callado ante eso.
—Oh, ¿así es como lo llamas?
Jill se levantó abruptamente.
—Voy a conseguir mi sangre ahora. ¿Está bien?
Hubo un momento de extraño silencio, en gran parte porque no creo que nadie supiera
a quién le estaba pidiendo permiso.
—Por supuesto, querida —dijo Clarence, poniéndose en su rol de anfitrión—. Creo
que Dorothy está en la cocina.
Jill dio un pequeño asentimiento de cabeza, y se apresuró a salir del cuarto. El resto de
nosotros intercambiamos miradas.
—¿Algo está mal? —preguntó Lee, viéndose preocupado—. ¿Debería… debería ir a
hablar con ella?
—Aún está estresada —dije, sin atreverme a mencionar los episodios de llanto y gritos.
—Pensé en algo que puede ser divertido para ella… para todos nosotros —dijo él
tentativamente. Miró a su alrededor, y luego detuvo su mirada en mí. Supongo que era
la mamá designada aquí—. Si crees que está bien. Quiero decir… es un poco tonto,
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pero pensé que podríamos jugar al mini golf en la tarde. Tienes todas estas fuentes y
estanques, de hecho. Ella es usuaria del agua, ¿verdad? Debe estar extrañándolo.
—Lo hace —dijo Eddie, frunciendo el ceño—. Lo mencionó ayer.
Me estremecí. Keith había estado enviado un mensaje de texto desde su teléfono y se
congeló. Sin importar nuestras diferencias, compartíamos una base de entrenamiento
similar, y los dos nos sentíamos intranquilos con la idea de la magia de los Moroi.
—Eso probablemente le guste mucho —dijo Adrian. Sonaba reacio a admitirlo. Creo
que aún estaba intranquilo con la idea de que a Lee le interesara Jill, sin importar lo
amigos que ellos fueran. La idea de Lee era a la vez inocente y concienzuda. Era difícil
encontrar defectos en ella.
Lee inclinó su cabeza, pensativo.
—Tienen un toque de queda tardío los fines de semana, ¿verdad? ¿Quieren ir esta
noche?
Era viernes, lo que nos daba una hora extra fuera del dormitorio.
—Yo juego —dijo Adrian—. Literal y figurativamente.
—Si Jill está ahí, yo estoy ahí —dijo Eddie.
Ellos me miraron. Estaba atrapada. Quería volver y ponerme al día con el trabajo. Sin
embargo, decir eso sonaba patético, y supuse que tenía que actuar como la
acompañante femenina de Jill. Además, me recordé, esta asignación no era sobre mí y
mis notas, sin importar lo mucho que pretendiera que sí lo era. Era sobre Jill.
—Puedo ir —dije lentamente. Pensando que esto sonaba bastante a estar fraternizando
con vampiros, miré intranquila hacia Keith. Había vuelto a escribir en su teléfono
móvil ya que esa magia no estaba en discusión.
—¿Keith? —le pregunté a modo de permiso.
Levantó la vista.
—¿Huh? Oh, no puedo ir. Tengo que estar en un lugar.
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Traté de no hacer una mueca. Me había mal entendido y creyó que lo estaba
invitando. Por otro lado, tampoco se oponía a que el resto de nosotros fuéramos.
—Ah, que agradable —dije Clarence—. Una salida para la gente joven. ¿Quizás
compartirían primero una copa de vino conmigo? —Dorothy entró con una botella de
vino tinto, Jill arrastrándose detrás de ella. Clarence sonrió a Adrian—. Sé que te
gustaría una copa.
La expresión de Adrian decía que definitivamente le gustaría. En cambio, tomó un
poco de aire y negó con la cabeza.
—Más vale que no.
—Deberías —dijo Jill gentilmente. Incluso después de beber sólo un poco de sangre, se
veía llena de vida y energía.
—No puedo.
—Es fin de semana —le dijo ella—, no es gran cosa. Especialmente si eres cuidadoso.
Se miraron mutuamente y al final, él dijo: —Está bien. Ponme una copa.
—También una para mí, por favor —dijo Keith.
—¿De verdad? —le pregunté—. No sabía que bebías.
—Tengo veintiún años —respondió.
Adrian aceptó la suya de Dorothy.
—De alguna forma, pienso que esa no es la preocupación de Sage. Pensé que los
Alquimistas evadían el alcohol de la misma forma en que evaden los colores primarios.
Miré hacia abajo. Estaba usando gris. Keith estaba usando marrón.
—Una copa no hará daño —dijo Keith.
No discutí con él. No era mi trabajo cuidar a Keith. Y los Alquimistas no tenían reglas
contra el consumo en sí. Teníamos fuertes creencias religiosas sobre lo que significaba
vivir un buen y puro estilo de vida, y la bebida era considerada en general con
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desprecio. ¿Estaba prohibida? No. Era una costumbre, una que yo consideraba
importante. Si no lo hacía, supuse que era su elección.
Keith estaba llevando la copa a sus labios cuando Adrian dijo: —0 Rh+4, mi favorita.
Keith escupió el vino que había tomado e inmediatamente comenzó a toser. Estaba
aliviada de que nada hubiera caído sobre mí. Jill rompió en risas, y Clarence miró a su
copa interrogativamente.
—¿Lo es? Pensé que era cabernet sauvignon.
—Lo es —dijo Adrian, imperturbable—. Mi error.
Keith le dirigió a Adrian una sonrisa tirante, como si también pensara que era una
broma graciosa, pero a mí no me engañaba. Keith estaba enfadado de que se hubieran
burlado de él, y no importaba lo amistoso que pretendiera ser con todos, sus puntos de
vista contra los vampiros y los dhampir eran tan duros como siempre lo habían sido.
Por supuesto, probablemente Adrian no estaba ayudando. Honestamente, pensaba que
era muy gracioso, y trabajé en esconder mi sonrisa para que Keith no se enojara
conmigo de nuevo. Era difícil hacerlo porque, poco después, Adrian me lanzó una
sonrisa secreta, conocedora, que decía, Eso es una venganza por lo de antes.
Eddie miró a Jill.
—Me alegra de que tuvieras tu sangre hoy. Sé que quieres aprender algunos
movimientos de defensa, pero quería esperar hasta que tuvieras tus fuerzas de regreso.
Jill se iluminó.
—¿Podemos hacerlo mañana?
—Por supuesto —dijo él, viéndose tan encantado por esto como lo hacía ella.
Keith frunció el ceño.
—¿Por qué tiene que aprender a pelear cuando te tiene a ti alrededor?
Eddie se encogió de hombros.
4 Rh+: Grupo sanguíneo.
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—Porque ella quiere, y debería tener cada habilidad que pudiera conseguir. —No
mencionó exactamente los atentados contra su vida, no en frente de Lee y Clarence,
pero el resto de nosotros entendimos.
—Pensé que los Moroi no eran buenos peleando —dijo Keith.
—En su mayoría porque no están entrenados para eso. No son tan fuertes como
nosotros, claro, pero sus reflejos son mejores que los tuyos —explicó Eddie—. Es sólo
cuestión de aprender las habilidades y tener un buen profesor.
—¿Cómo tú? —bromeé.
—No soy malo —dijo modestamente—. Puedo entrenar a cualquiera que quiera
aprender. —Le dio un codazo a Adrian, quien estaba alcanzando el vino y rellenando
su copa—. Incluso a este chico.
—No, gracias —dijo Adrian—. Estas manos no se ensucian con la lucha.
—O con trabajo manual —comenté, recordando comentarios anteriores suyos.
—Exactamente —dijo él—, pero quizás deberías dejar que Castile te mostrara como
lanzar un puñetazo, Sage. Podría ser útil. Parece una habilidad que una valiente mujer
joven como tú debe poseer.
—Bueno, gracias por el voto de confianza, pero no estoy segura de cuándo lo
necesitaría —dije.
—¡Por supuesto que necesita aprender!
La exclamación de Clarence nos tomó a todos por sorpresa. Realmente pensaba que
estaba dormitando, ya que tenía sus ojos cerrados hace unos momentos. Pero ahora,
estaba inclinado hacia adelante con una expresión entusiasta. Me encogí ante la
intensidad de su mirada.
—¡Debes aprender a protegerte! —me apuntó, luego se movió hacia Jill—. Y tú.
Prométeme que aprenderás a defenderte. Prométemelo.
Los luminosos ojos verdes de Jill se ampliaron con shock. Trató de darle una sonrisa
tranquilizadora, a pesar de que estaba teñida de inquietud.
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—Por supuesto, Sr. Donahue. Estoy en ello. Y hasta entonces, tengo a Eddie para
protegerme de los Strigoi.
—¡No de los Strigoi! —Su voz se convirtió en un susurro—. Los cazadores de
vampiros.
Ninguno de nosotros dijo nada. Lee se veía mortificado.
Clarence apretó su copa de vidrio tan fuerte que me preocupé de que pudiera
romperse.
—Nadie hablaba sobre esto entonces, acerca de protegernos. Quizás si Tamara hubiera
aprendido a defenderse no la habrían matado. No es tarde para ti, ni para ti tampoco.
—Papá, ya hemos hablado de esto —dijo Lee.
Clarence lo ignoró. La mirada del hombre cambiaba entre Jill y yo, y me pregunté si
acaso él sabía que yo era humana. O quizás no importaba. Quizás sólo tenía un
trastornado instinto protector hacia todas las niñas de la misma edad de Tamara.
Como que esperaba que Keith, falto de tacto, dijera que no había tal cosa como los
cazadores de vampiros, pero estaba inusualmente callado. Eddie fue quien finalmente
habló, sus palabras suaves y amables. A menudo daba la impresión de ser un guerrero
de vida o muerte, pero fue sorprendente darme cuenta de que en verdad era bastante
compasivo.
—No se preocupe —dijo Eddie—. Yo ayudaré. Las mantendré a salvo y me aseguraré
de que nada malo les pase, ¿está bien?
Clarence aún se veía agitado, pero enfocado en el optimismo de Eddie.
—¿Lo prometes? ¿No dejarás que maten a Tamara de nuevo?
—Lo prometo —dijo Eddie, sin indicar de ninguna manera lo extraña que era la
petición.
Clarence estudió a Eddie unos pocos segundos más y luego asintió con la cabeza.
—Eres un buen chico. —Alcanzó la botella de vino y llenó su copa—. ¿Más? —le
preguntó a Adrian como si nada hubiera pasado.
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—Sí, por favor —dijo Adrian, sosteniendo su copa.
Continuamos la conversación como si nada hubiera pasado, pero la sombra de las
palabras de Clarence continuaba cerniéndose sobre mí.
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Capítulo 12
Traducido por flochi
Corregido por Caamille
uando salimos a nuestra cita grupal o excursión familiar, o cómo sea que se
llame, Lee no pudo dejar de disculparse por su padre.
—Lo siento —dijo, desplomándose miserablemente en el asiento trasero de Latte—.
No se puede razonar con él. Intentamos decirle que Tamara fue asesinada por un
Strigoi, pero no lo cree. No quiere hacerlo. No puede vengarse de un Strigoi. Son
inmortales. Invencibles. ¿Pero una especie de humano cazador de vampiros? De
alguna manera en su cabeza, eso es algo tras lo que puede ir. Y si no puede, entonces,
puede concentrar su energía en la razón por la que los guardianes no van tras estos
inexistentes cazadores de vampiros.
Apenas escuché el murmullo de Eddie.
—Los Strigoi no son invencibles.
En el espejo retrovisor, vi el rostro de Jill llenarse de compasión. Estaba sentada entre
Lee y Eddie.
—Incluso si es una fantasía, tal vez sea mejor de esta manera —sugirió ella—. Le da
cierto consuelo. Quiero decir, algo. Tener algo tangible que odiar para superarlo. De lo
contrario acabaría cayendo en la desesperación. No va a herir a nadie con sus teorías.
Creo que es dulce. —Contuvo la respiración en esa manera en que lo hacía cuando
decía mucho a la vez.
Mis ojos regresaron a la carretera, pero pude jurar que Lee estaba sonriendo.
—Eso es lindo de tu parte —le dijo—. Sé que le gusta tenerte cerca. Gira hacia la
derecha aquí.
Eso fue para mí. Lee me había estado dando indicaciones desde que dejamos la casa
de Clarence. Estábamos en las afueras de Palm Springs propiamente tal, llegando al
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bastante impresionante Campo de Golf y Centro Turístico Dioses del Desierto.
Nuevas direcciones nos llevaron al Centro Mega-Fun Mini-Golf, que se encontraba
adyacente al centro turístico. Busqué un lugar para estacionar y escuché a Jill dar un
grito ahogado cuando apareció a la vista un poco del máximo atractivo del campo de
golf. Allí, en el centro de un grupo de llamativos y decorados hoyos verdes, había una
enorme y falsa montaña con una cascada artificial expulsando agua desde su parte
superior.
—¡Una cascada! —exclamó—. Es impresionante.
—Bueno —dijo Lee—, no iría tan lejos. Está hecha de agua que está siendo bombeada
una y otra vez, y sólo Dios sabe qué hay ahí. Lo que quiero decir es que no intentaría
beberla o nadar en ella.
Antes de que incluso detuviera el coche, Adrian estaba saliendo por la puerta,
encendiendo un cigarrillo. Nos habíamos metido en una discusión en el camino, pese a
que le dije tres veces que Latte era un cocho estrictamente de no fumadores. Pronto, el
resto de nosotros también salió, y me pregunté a qué me había apuntado cuando
deambulamos hacia la entrada.
—Nunca he estado en un mini-golf —puntualicé.
Lee se detuvo y me miró fijamente.
—¿Nunca?
—Nunca.
—¿Cómo sucedió eso? —preguntó Adrian—. ¿Cómo es posible que nunca hayas
jugado mini-golf?
—Tuve una inusual infancia —dije finalmente.
Incluso Eddie parecía no creerlo.
—¿Tú? Fui prácticamente criado y aislado en medio de ninguna parte de Montana, e
incluso yo he jugado mini-golf.
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Decir que fui educada en casa no era una excusa en este momento, así que lo dejé ir.
En serio, fui limitada a tener una infancia más enfocada en ecuaciones químicas que
en diversión y recreación.
Una vez que empezamos a jugar, pronto le encontré el truco. Mis primeros intentos
fueron bastante malos, pero pronto pude comprender el peso del palo de golf y cómo
se podían maniobrar los ángulos de cada recorrido. Desde ese momento, fue bastante
simple calcular las distancias y la fuerza para asegurar los tiros.
—Increíble. Si hubieras jugado desde que eras niña, en este momento serías
profesional —me dijo Eddie cuando mi bola golpeó la boca abierta de un dragón. La
bola rodó por el fondo, bajó un tubo, rebotó en una pared, y entró en el hoyo—.
¿Cómo lo hiciste?
Me encogí de hombros.
—Es simple geometría. No eres tan malo tampoco —señalé, mirándolo hacer su tiro—
. ¿Cómo lo haces tú?
—Sólo lo alineo y lo golpeo.
—Muy científico.
—Simplemente confío en el talento natural —dijo Adrian, paseándose hasta la entrada
de la Guarida del Dragón—, cuando uno tiene abundante de ello de donde sacar, el
peligro viene de tener demasiado.
—Eso no tiene ningún sentido —dijo Eddie.
La respuesta de Adrian fue hacer una pausa y sacar una petaca de plata del bolsillo
interior de su abrigo. La desenroscó y tomó un rápido trago antes de inclinarse para
alinear su tiro.
—¿Qué fue eso? —exclamé—. No puedes tomar alcohol aquí afuera.
—Escuchaste a Jailbait antes —contestó—. Es fin de semana.
Alineó su bola y tiró. La bola fue directamente a los ojos del dragón, rebotó en ellos, y
se lanzó de regreso hacia Adrian. Rodó y fue a detenerse a sus pies, cerca de donde
había empezado.
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—Talento natural, ¿eh? —preguntó Eddie.
Me incliné hacia adelante.
—Creo que rompiste el ojo del dragón.
—Al igual que el de Keith —dijo Adrian—. Pensé que lo agradecerías, Sage.
Le di una mirada cortante, preguntándome si había algún significado oculto detrás de
eso. En su mayor parte, Adrian parecía divertido por su propio ingenio. Eddie
confundió mi expresión.
—Eso fue inapropiado —le dijo a Adrian.
—Lo lamento, papá. —Adrian lanzó nuevamente y consiguió no mutilar ninguna
estatua esta vez. Un par de tiros más y metió una bola—. Aquí vamos. Tres.
—Cuatro —dijimos Eddie y yo al unísono.
Adrian nos miró sin poder creerlo.
—Fueron tres.
—Estás olvidando el primer intento —dije—. Aquel que cegó al dragón.
—Ése fue sólo el calentamiento —discutió Adrian. Sonrió de una manera que creo que
esperaba que me deslumbrara—. Vamos, Sage. Entiendes cómo funciona mi mente.
Dijiste que era brillante, ¿recuerdas?
Eddie me miró sorprendido.
—¿Lo hiciste?
—¡No! Nunca dije eso. —La sonrisa de Adrian era exasperante—. Deja de decirles eso
a las personas.
Dado que estaba a cargo de las puntuaciones, su juego fue registrado como cuatro, a
pesar de sus numerosas protestas. Empecé a avanzar, pero Eddie levantó una mano
para detenerme, sus ojos avellana mirando sobre mi hombro.
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—Detente —dijo—. Tenemos que esperar a Jill y Lee.
Seguí su mirada. Estaban metidos en una profunda conversación desde que llegamos,
tanto que se habían retrasado y quedado detrás de nosotros. Incluso durante las
bromas conmigo y Adrian, Eddie había seguido vigilándola, y a nuestros alrededores.
Era impresionante la manera que tenía de hacer varias cosas a la vez. Hasta ahora, Jill
y Lee había estado a solamente un hoyo detrás nuestro. Ahora eran cerca de dos, y eso
era casi demasiado lejos para que Eddie la mantuviera en su vista. Entonces,
esperamos mientras la inconsciente pareja hacía su camino hacia la Guarida del
Dragón.
Adrian tomó otro sorbo de su petaca y sacudió la cabeza con asombro.
—No tienes nada de qué preocuparte, Sage. Ella fue directamente hacia él.
—No gracias a ti —espeté—. No puedo creer que le contaras cada detalle de mi visita
esa noche. Se enojó tanto porque interferí a sus espaldas contigo, Lee y Micah.
—Apenas le dije algo —sostuvo Adrian—. Sólo que se mantuviera alejada de ese chico
humano.
Eddie pasó su vista de uno a otro.
—¿Micah?
Me removí incómoda. Eddie no sabía acerca de cómo me había puesto proactiva.
—¿Recuerdas cuando quise que le dijeras algo? ¿Y tú no querías? —Proseguí a contarle
cómo entonces había buscado la ayuda de Adrian y descubierto el interés de Lee por
Jill. Eddie se horrorizó.
—¿Cómo no me contaste nada de esto? —exigió.
—Bueno —dije, preguntándome si todo lo que hacía iba a resultar en la ira de un
Moroi o un Dhampir—, no te incumbía.
—¡La seguridad de Jill sí! Si algún chico se interesa en ella, necesito saberlo.
Adrian rió.
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—¿Sage debería haberte mandado una nota en clases?
—Lee está bien —dije—. Obviamente la adora, y no es como si fuera a estar a solas
con él.
—No sabemos con certeza si está bien —dijo Eddie.
—¿Considerando que Micah está un cien por ciento bien? ¿Hiciste una averiguación de
antecedentes o algo así? —pregunté.
—No —dijo Eddie, pareciendo avergonzado—. Simplemente lo sé. Es un sentimiento
que tengo con respecto a él. No hay problema en que pase el tiempo con Jill.
—Salvo que es humano.
—Ellos no irían en serio.
—No lo sabes.
—Suficiente, los dos —interrumpió Adrian. Jill y Lee finalmente habían alcanzado el
inicio de la Guarida del Dragón, lo que significaba que podíamos seguir. Adrian bajó
su voz—. Su discusión es inútil. Es decir, mírenlos. Ese chico humano ni siquiera se
entera de ello.
Observé. Adrian tenía razón. Jill y Lee estaban claramente cautivados el uno del otro.
Una parte de culpabilidad me hizo preguntarme si debería estar haciendo un mejor
trabajo en cuidar a Jill. Estaba tan aliviada que estuviera interesada en un Moroi que
no me detuve a preguntarme siquiera si debería salir con alguien. ¿Quince años era lo
bastante mayor? Yo no había salido a los quince. En realidad, bueno, nunca había
salido.
—Hay una diferencia de edad entre ellos —admití, más para mí misma.
Adrian se mofó.
—Créeme, he visto diferencias de edades. La suya no es nada.
Se marchó, y unos cuantos momentos después, Eddie y yo nos unimos a él. Eddie
mantuvo su vigilancia simultánea sobre Jill, pero esta vez, tuve la impresión de que
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estaba más atento por lo que estaba junto a ella. La risa de Adrian resonó delante de
nosotros.
—¡Sage! —llamó—. Tienes que venir a ver esto.
Eddie y yo alcanzamos el siguiente césped y miramos asombrados. Entonces, me eché
a reír.
Habíamos llegado al Castillo de Drácula.
Un castillo enorme y varias torres negras guardaban el hoyo a cierta distancia. Un
túnel estaba recortado en el centro con un puente estrecho destinado a que la bola
pasara. Si la bola caía por los costados antes de atravesar el castillo, era devuelta al
punto de partida. Un Conde Drácula animatrónico se situaba al costado del castillo.
Era de un blanco puro, con ojos rojos, orejas puntiagudas, y cabello alisado hacia
atrás. Mantenía sus brazos levantados para lucir una capa estilo murciélago. Cerca de
allí, un parlante emitía una espeluznante música de órgano.
No pude dejar de reír. Adrian y Eddie me miraron como si nunca me hubieran visto
antes.
—Creo que nunca la había oído reír —le dijo Eddie.
—Ciertamente no es la reacción que esperaba —reflexionó Adrian—. Había contado
con un completo terror, a juzgar por el pasado comportamiento de Alquimista. No
creía que te gustaran los vampiros.
Todavía riendo, observé a Drácula levantar y bajar su capa.
—Esto no es un vampiro. No uno real. Y eso es lo que lo hace tan gracioso. Es un
campo de Hollywood. Los verdaderos vampiros son aterradores y antinaturales. ¿Esto?
Esto es divertido.
Estaba claro por sus expresiones que realmente ninguno de los dos entendía el por qué
esto me causaba tanta gracia. Adrian, sin embargo, se ofreció a sacarme una foto con
mi teléfono celular cuando se lo pedí. Posé junto a Drácula y puse en mi rostro una
gran sonrisa. Adrian logró ajustar el disparo justo cuando Drácula estaba levantando
su capa. Cuando vi la foto, estuve complacida de ver que había salió a la perfección.
Incluso mi cabello lucía bien.
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Adrian le dio a la foto un asentimiento de aprobación con la cabeza antes de
entregarme el teléfono.
—Bien, incluso debo admitir que es bastante linda.
Me encontré a mí misma analizando el comentario. ¿Qué quiso decir con que incluso
debía admitirlo? ¿Qué era linda para ser una humana? ¿O qué satisfacía alguna clase de
criterio de Adrian de chica sexy? Momentos después, me forcé a dejar de pensar en
ello. Déjalo pasar, Sydney. Es un cumplido. Acéptalo.
Jugamos a través del resto de las canchas, finalmente terminando en la cascada misma.
Era un hoyo particularmente desafiante, y tomó mi tiempo alinear el tiro, no es que lo
necesitara. Estaba batiendo todos con bastante facilidad. Eddie era el único que estaba
cerca. Era claro que Jill y Lee ni siquiera tenían su atención puesta en el juego, en
cuanto a Adrian y su talento natural… bueno, se encontraban sólidamente en el último
lugar.
Eddie, Adrian, y yo estábamos todavía adelantados de los otros dos, por lo que
esperamos en la cascada. Jill prácticamente corrió cuando tuvo la oportunidad,
alzando la vista hacia la cascada con ojos encantados.
—Es maravilloso. No he visto semejante cantidad de agua en días.
—Recuerda lo que dije acerca de la toxicidad —bromeó Lee. Pero era claro que
encontraba su reacción atractiva. Cuando miré a los otros dos chicos, vi que ellos
compartían las mismas sensaciones. Bueno, no exactamente las mismas. El afecto de
Adrian era claramente fraternal. ¿El de Eddie? Era difícil leerlo, una mezcla de los
otros dos. Quizás era una especie de cariño de guardián.
Jill hizo un gesto hacia la cascada, y súbitamente, parte de ella se separó de la caída del
agua. El bloque tomó la forma de una trenza, luego se retorció muy alto en el aire,
haciendo espirales antes de romperse en un millón de gotas, golpeándome y
dejándome sorprendida.
—Jill —dije en una voz que apenas reconocí como la mía—. No lo hagas de nuevo.
Jill, con los ojos brillantes, apenas me dio una mirada cuando hizo que otro trozo de
agua danzara en el aire.
—Nadie está alrededor mirando, Sydney.
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Eso no era lo que me había molestado tanto. Eso no era lo que me llenaba de tanto
pánico que apenas podía respirar. El mundo estaba haciendo esa cosa donde empezaba
a girar, y me preocupó que fuera a desmayarme. Un miedo crudo y frío me atravesó,
miedo a lo desconocido. Lo antinatural. Las leyes de mi mundo se habían roto. Esto
era magia de vampiro, algo extraño e inaccesible para los humanos, inaccesible debido
a que estaba prohibido, algo en lo que ningún mortal estaba destinado a profundizar.
Sólo había visto una vez utilizar magia, cuando dos usuarios de espíritu lo habían
devuelto uno al otro, y nunca había querido verlo de nuevo. Uno había obligado a las
plantas de la tierra a hacer su voluntad mientras el otro arrojó objetos
telequineticamente con la intención de matar. Había sido aterrador, y aunque no había
sido el objetivo, me sentí atrapada y abrumada ante tal demostración de poder. Era un
recordatorio de que éstas no eran personas divertidas y tranquilas con las que pasar el
tiempo. Éstas eran criaturas completamente diferentes a mí.
—Detenlo —dije, sintiendo el pánico elevarse. Tenía miedo de la magia, miedo de que
me tocara, miedo de lo que podría hacerme—. ¡No lo hagas más!
Jill ni siquiera me escuchó. Le sonrió a Lee.
—Eres aire, ¿verdad? ¿Puedes crear niebla sobre el agua?
Lee metió su manos en los bolsillos y alejó la vista.
—Ah, bueno, probablemente no sea una buena idea. Quiero decir, estamos en un lugar
público…
—Vamos —rogó—. No te toma ningún esfuerzo en absoluto.
Pareció verdaderamente nervioso.
—Nah, no ahora.
—No tú también —rió. Sobre y delante de ella, ese demonio de agua todavía estaba
girando, girando, girando…
—Jill —dijo Adrian, una nota más dura en su voz de lo que había escuchado hasta
ahora. De hecho, no podía recordar que se dirigiera a ella por su verdadero nombre—.
Detente.
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Fue todo lo que dijo, pero fue como si una ola de algo atravesara a Jill. Se estremeció,
y las espirales de agua desaparecieron, cayendo en la distancia como gotas.
—Bien —dijo, pareciendo confundida.
Hubo un momento de incomodidad, y después Eddie dijo:
—Deberíamos apresurarnos. Vamos a estar pisando el toque de queda.
Lee y Jill se dispusieron a hacer sus tiros y pronto estuvieron riendo y coqueteando
nuevamente. Eddie continuó observándolos en su manera preocupada. Sólo Adrian
me prestaba atención. Él era quien realmente entendía lo que había pasado, me di
cuenta. Sus ojos verdes me estudiaron, con ningún rastro de su usual humor ácido.
Aunque no era tonta. Supe que tenía que estar por venir algún chiste ingenioso,
burlándose de mi reacción.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja.
—Estoy bien —dije, dándome la vuelta. No quería que viera mi rostro. Ya había visto
bastante, visto mi temor. No quería que ninguno supiera cuán aterrada de ellos estaba.
Lo escuché dar unos cuantos pasos hacia mí.
—Sage…
—Déjame sola —espeté. Me apresuré hacia la salida del campo, segura de que no me
seguiría. Estuve en lo cierto. Esperé que terminaran el juego, usando el tiempo en
solitario para calmarme. Para el momento en que me alcanzaron, estaba bastante
segura de que habían desaparecido la mayoría de la emociones de mi rostro. Adrian
todavía me miraba con preocupación, lo que no me gustaba, pero al menos no dijo
nada más de mi crisis nerviosa.
Sin sorpresas para nadie, el marcador final mostró que había sido la vencedora y que
Adrian había terminado último. Lee había llegado tercero, lo que pareció molestarlo.
—Solía ser mejor —murmuró, frunciendo el ceño—. Solía ser perfecto en este juego.
—Considerando que había pasado la mayor parte del tiempo prestando atención a Jill,
pensé que tercero era un rendimiento bastante respetable.
Los dejé primero a él y a Adrian, y después a Eddie, Jill y yo volvimos apenas a
tiempo a Amberwood. Para entonces ya había vuelto más o menos a la normalidad,
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igual nadie lo habría notado. Jill estaba flotando como una nube cuando entramos al
cuarto de nuestro dormitorio, hablando sin parar de Lee.
—¡No tenía idea que había viajado tanto! Quizás ha estado en más lugares que tú,
Sydney. Sigue diciendo que me llevará a todos ellos, que pasaremos el resto de
nuestras vidas viajando y haciendo lo queramos. Y está tomando todo tipo de clases en
la universidad debido a que no está muy seguro de lo que quiere estudiar. Bueno, no de
todo tipo este semestre. Tiene un calendario más ligero para poder pasar más tiempo
con su padre. Y eso es bueno para mí. Para nosotros quiero decir.
Sofoqué un bostezo y asentí cansada.
—Eso es fantástico.
Dejó de buscar su pijama en su vestidor.
—Lo lamento, por cierto.
Me congelé. No quería una disculpa por la magia. Ni siquiera quería recordar lo
ocurrido.
—Por gritarte la otra noche —continuó—. No pretendías que me gustara Lee. Nunca
debí haberte acusado de interferir. Realmente me ha gustado todo el tiempo y,
bueno… es realmente fantástico.
Dejé escapar el aliento que había estado conteniendo e intenté mostrar una débil
sonrisa.
—Estoy contenta de que seas feliz.
Volvió a su tarea alegremente y a hablar de Lee hasta que la dejé para ir al baño. Antes
de cepillar mis dientes, me paré en frente del lavamanos, y limpié mis manos y brazos
una y otra vez, frotando tan fuerte como pude para lavar las gotas de agua mágica que
juro que todavía podía sentir sobre mi piel.
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Capítulo 13
Traducido por Susanauribe
Corregido por CyeLy DiviNNa
i móvil sonó al romper el amanecer la mañana siguiente. Yo ya estaba
despierta, siendo una madrugadora, pero Jill rodó sobre su cama y
puso su almohada encima de su cabeza.
—Haz que pare —gruñó ella.
Respondí y encontré a Eddie al otro lado de la línea.
—Estoy abajo —dijo él—. Listo para practicar un poco de autodefensa antes de que se
ponga muy caluroso.
—Vas a tener que hacerlo sin mí —dije. Tenía el presentimiento de que Eddie estaba
tomando muy seriamente su promesa a Clarence sobre entrenarnos. No sentía esa
obligación—. Tengo toneladas de tarea que hacer. Eso, y estoy segura de que la Srta.
Terwilliger va a hacerme dar una carrera por café hoy.
—Está bien, entonces envía a Jill abajo —dijo Eddie.
Miré hacia el capullo de sábanas en su cama. —Eso podría ser más fácil de decir que
de hacer.
Sorprendentemente, ella fue capaz de despertarse lo suficiente para cepillar sus dientes,
tomar una aspirina para el dolor de cabeza y ponerse a lo loco unas ropas para hacer
ejercicio. Ella se despidió de mí y prometió reunirse conmigo después. No mucho
después de eso, la Sra. Terwilliger llamó con su exigencia por café, y me preparé para
otro día de tratar de encajar su trabajo con el mío. Pasé por encima de Spencer y ni
siquiera noté a Trey hasta que estuvo de pie frente a él.
—¿Sra. Terwilleger? —preguntó él, señalando al cappuccino de salsa de caramelo.
—¿Uh? —miré hacia arriba. Trey era mi cajero—. ¿Trabajas aquí?
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Él asintió.
—Tengo que hacer el dinero que gasto de alguna manera.
Le di dinero, no es como si él me fuera a dar la mitad de precio.
—No tomes esto de mala manera, pero no luces tan bien —le dije. Él lucía cansado y
alterado. Una inspección más de cerca mostraba cortadas y moretones también.
—Sí, bueno, ayer tuve un día duro.
Dudé. Ese era un comentario a seguir, pero no había nadie detrás de mí en la fila.
—¿Qué sucedió? —pregunté, sabiendo que esperar.
Trey frunció el ceño.
—Ese imbécil de Greg Slade causó estragos en las audiciones para fútbol ayer. Es
decir, los resultados todavía no están, pero es bastante obvio que él va a ser el mariscal
de campo. Él es como una máquina, sólo derribando chicos. —Extendió su mano
izquierda, la cual tenía algunos dedos vendados—. Se paró en mi mano también.
Me estremecí, recordando el atletismo fuera de control de Slade en educación física.
Las políticas del fútbol de la secundaria y quién era mariscal no eran importantes para
mí. Es cierto, sentía lástima por Trey, pero era la fuente detrás los tatuajes era lo que
me intrigaba. Las advertencias de Keith sobre no causar problemas volvieron a mí,
pero era incapaz de detenerme.
—Sé sobre los tatuajes —dije—. Julia y Kristin me contaron sobre ellos. Y ahora
entiendo por qué estabas sospechando de mí, pero no es lo que piensas. En verdad.
—Eso no es lo que he escuchado. La mayoría de las personas piensan que solamente
estás diciendo eso porque no quieres decir dónde los obtuviste.
Estaba un poco desconcertada por eso. Estaba segura de que Kristin y Julia me creían.
¿Estaban ellas en verdad divulgando lo contrario?
—No tengo idea.
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Él se encogió de hombros, una sonrisa en sus labios.
—No te preocupes. Yo te creo. Hay alguna clase de encanto ingenuo en ti. No pareces
como de las que hacen trampa.
—Hey —regañé—. No soy ingenua.
—Era un cumplido.
—¿Hace cuánto tienen esos tatuajes? —pregunté, decidiendo que era la mejor
movida—. Escuché que desde el año pasado.
Él me entregó mi café, pensando.
—Sí, pero fue al final del año pasado. Del año escolar, quiero decir.
—¿Y son de un lugar llamado Nevermore?
—Hasta dónde sé —Trey me miró sospechosamente—. ¿Por qué?
—Solamente curiosidad —dije dulcemente.
Un par de chicos universitarios vestidos como ricos vagabundos hicieron fila detrás de
mí y nos miraron impacientes.
—¿Podemos tener servicio aquí?
Trey les dio una rígida sonrisa y rodó sus ojos hacia mí mientras me movía.
—Te veo luego, Melbourne.
Me dirigí hacia Amberwood y entregué el café de la Srta. Terwilleger. No estaba de
ánimo para quedarme pegada a ella todo el día, así que le pregunté si podía ir a otro
lugar si tenía mi móvil a mano. Ella estuvo de acuerdo. La librería tenía mucha
actividad e, irónicamente, mucho ruido para mi hoy. Quería la soledad de mi
habitación.
Mientras estaba cruzando el césped para agarrar el puente, divisé algunas figuras
familiares detrás de un grupo de árboles. Cambié la dirección y encontré a Jill y Eddie
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mirándose frente a un pequeño claro. Micah sentado con las piernas cruzadas en el
suelo, mirando ávidamente. Él me saludó mientras me acercaba.
—No sabía que tu hermano era un maestro del kung-fu —remarcó.
—No es kung-fu —dijo Eddie bruscamente, nunca apartando sus ojos de Jill.
—Da igual —dijo Micah—. Sigue siendo muy jodido.
Eddie fintó como si fuera a lanzarse a un lado de Jill. Ella respondió equitativamente
con un bloqueo rápido, aunque no lo suficientemente rápido para enfrentarlo. Si él lo
hubiera hecho en serio, la habría golpeado. Aunque, él parecía complacido con su
respuesta a tiempo.
—Bien. Eso desvió algo del golpe, aunque aún podrías sentirlo. Mejor es si puedes
agacharte y esquivar al mismo tiempo, pero eso toma un poco más de trabajo.
Jill asintió obedientemente.
—¿Cuándo podemos trabajar en eso?
Eddie la miró con orgullo. Esa expresión se suavizó con unos cuantos momentos de
estudiarla.
—No hoy. Demasiado sol.
Jill comenzó a protestar y luego se detuvo. Ella tenía ese aspecto de “llevo mucho
tiempo en el sol” de nuevo y estaba sudando fuertemente. Ella miró al cielo por un
momento, como si estuviera pidiendo que se cubriera de nubes. No obtuvo respuesta, y
asintió hacia Eddie.
—Está bien. ¿Pero mañana vamos a hacerlo a esta misma hora? O tal vez más
temprano. ¡O tal vez ésta noche! ¿Podemos hacer ambas? ¿Practicar esta noche cuando
el sol esté cayendo y de nuevo mañana temprano? ¿Te importaría?
Eddie sonrió, impactado por su entusiasmo.
—Lo que quieras.
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Sonriendo de nuevo, Jill se sentó junto a mí, obteniendo tanta sombra como pudiera.
Eddie me miró expectante.
—¿Qué? —pregunté.
—¿No se supone que debes aprender cómo golpear?
Bufé. —No. ¿Cuándo necesitaría eso?
Jill me golpeó con los nudillos.
—¡Hazlo, Sydney!
A regañadientes, permití que Eddie me diera una rápida sesión de lanzar golpes sin
herir mi mano en el proceso. Presté poca atención y sentía que principalmente estaba
aportando diversión a los demás.
Cuando Eddie terminó conmigo, Micah preguntó: —Oye, ¿te molestaría mostrarme
algunos movimientos ninjas también?
—No tienen ninguna relación con ninjas —protestó Eddie, todavía sonriendo—. Sube.
Michael se puso de pie, y Eddie le enseñó algunos movimientos rudimentarios. Más
que nada, parecía como si Eddie estuviera midiendo a Micah y sus habilidades.
Después de un rato, Eddie se sintió más cómodo y dejó que Micah practicara algunos
movimientos ofensivos para deshacerse del atacante.
Eddie fue atrapado suficientemente fuera de guardia para que Micah en verdad
pudiera golpearlo. Eddie le dirigió un respeto a regañadientes y luego le dijo a Jill: —
Eso fue diferente.
—¿Por qué soy una chica? —Ella demandó—. Nunca te contuviste con Rose.
—¿Quién es Rose? —preguntó Micah.
—Otra amiga —explicó Eddie. Para Jill, él dijo—: Y Rose ha tenido muchos más años
de experiencia que tú.
—Ella ha tenido más que Micah también. Fuiste fácil conmigo.
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Eddie se ruborizó y mantuvo sus ojos en Micah.
—No lo fui —dijo él.
—Sí, si lo fuiste —murmuró ella. Y los chicos entrenaron de nuevo, ella me dijo en voz
baja—: ¿Cómo voy a aprender alguna vez si él está asustado de quebrarme?
Miré a los chicos, analizando lo que sabía de Eddie hasta ahora.
—Creo que es más complicado que eso. Creo que él sólo cree que tú no deberías tomar
ese riesgo, que sí está haciendo bien su trabajo, no tendrás que defenderte por ti
misma.
—Él está haciendo bien su trabajo. Deberías haberlo visto en el ataque. —Su rostro
tuvo esa mirada traumatizada que tenía cuando mencionaban el ataque que la había
llevado a esconderse—. Pero necesito aprender. —Ella bajó su tono de voz aún más—.
En verdad quiero aprender a cómo usar mi magia para pelear también, no es que vaya
a practicar mucho en el desierto.
Me encogí de hombros, reviviendo su imagen de la noche anterior.
—Habrá tiempo —dije vagamente.
Me puse de pie, diciendo que necesitaba hacer un trabajo. Micah le preguntó a Eddie y
a Jill si querían ir a almorzar. Eddie dijo sí inmediatamente. Jill me miró por ayuda.
—Es solamente el almuerzo —dijo Eddie elocuente. Sabía que él seguía pensando que
Micah era inofensivo. No lo sabía, pero después de ver cuán encaprichada Jill estaba
con Lee, supuse que Micah tendría que hacer unos movimientos muy agresivos para
llegar a alguna parte.
—Estoy segura que está bien —dije.
Jill parecía aliviada, y se dirigió al grupo. Pasé el resto del día terminando esos
miserables libros para la Srta. Terwilliger. Seguía pensado que tener una copia de los
encantamientos arcaicos y de los discursos textuales era una pérdida de tiempo. El
único punto que podía ver para eso era que si ella alguna vez necesitara referirse a ellos
para su búsqueda, tendría un fácil archivo para revisar y no correría riesgos de dañar
un libro antiguo.
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Era de tarde cuando terminé esa y mí otra tarea. Jill todavía no había regresado, y
decidí aprovechar la oportunidad para revisar algo que me había estado molestando.
Antes en el día, Jill había mencionado a Eddie defendiéndola en el ataque. Había
sentido desde el principio que había algo extraño sobre el ataque inicial, algo que no
me estaban diciendo. Así que, me metí a la red de los Alquimistas y revisé todo lo que
tuviéramos de los Moroi rebeldes.
Naturalmente, todo estaba documentado. Teníamos que mantener registro de los
sucesos importantes entre los Moroi, y este estaba calificado muy alto. De algún modo,
los Alquimistas tenían fotos de la Corte Moroi, con protestantes alineados fuera de uno
de los edificios administrativos. Los guardianes dhampir eran fáciles de reconocer
mientras se mezclaban y seguían órdenes. Para mi sorpresa, reconocí a Dimitri
Belikov, el novio de Rose, entre esos haciendo control de multitud. Él era fácil de
encontrar ya que era casi el más alto entre todos quienes se encontraban a su alrededor.
Los dhampir lucían muy humanos, e incluso podía admitir que él era muy apuesto.
Había una hermosura de facciones duras, e incluso en una fotografía, podía ver una
ferocidad mientras miraba la multitud. Otras fotos de la protesta confirmaban lo que ya
sabía. Hasta ahora, la mayoría de las personas apoyaban a la joven reina. Esos en
contra de ella, eran una minoría, pero una ruidosa y peligrosa. Un video de un
noticiero humano en Denver mostraba a dos chicos Moroi cerca de involucrarse en
una pelea de discoteca. Se estaban gritando sobre reinas y justicia, lo cual no tendría
mucho sentido para un observador humano. Lo que hacía especial este video era el
chico que lo había filmado, algún humano con una cámara del móvil, alegando que
había visto colmillos en ambos hombres durante la discusión. El filmador había
filtrado su video alegando que había sido testigo de una pelea de vampiros, pero nadie
le había dado mucha credibilidad. Estaba muy pixeleado para mostrar algo. Sin
embargo, era un recordatorio de lo que podía suceder si la situación Moroi se salía de
control.
Una revisión de estado me mostraba que la Reina Vasilisa estaba tratando de que
aprobaran una ley para que su gobierno no dependiera de la existencia de al menos
otra persona en su familia real. Los Alquimistas expertos habían adivinado que
tomaría tres meses, lo cual era lo que Rose había dicho. El número dominó mis
pensamientos como el tictac del tiempo de una bomba. Y por tres meses, los enemigos
de Vasilisa tratarían con más fuerza que nunca conseguir a Jill. Si Jill moría, el reinado
de Vasilisa terminaría, junto con sus intentos de arreglar el sistema.
Sin embargo, nada de esto era lo que me había dirigido a investigar. Quería saber sobre
el ataque inicial de Jill, del que nadie hablaba. Lo que encontré no era de mucha
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ayuda. Ningún Alquimista había estado allí en ese momento, así que nuestra
información estaba basada en lo que las fuentes Moroi habían reportado. Todo lo que
sabíamos era “la hermana de la reina ha sido severa y ferozmente atacada, pero ha
tenido una recuperación total”. Por lo que observaba, eso era realmente cierto.
Jill no mostraba signos de heridas, y el ataque había ocurrido una semana antes de que
viniera a Palm Springs. ¿Eso era tiempo suficiente para curarse de un “severo y feroz”
ataque? ¿Y era un ataque como eso suficiente para hacerla despertar gritando? No lo
sabía pero todavía no podía sacudir mis sospechas. Cuando Jill vino a casa después,
ella estaba de tan buen ánimo que no fui capaz de interrogarla. También recordé muy
tarde que tenía intención de revisar el caso de la sobrina de Clarence y su bizarra
muerte por degollamiento. La situación de Jill me había distraído. Lo dejé pasar y
decidí acostarme más temprano.
Mañana, pensé soñolienta. Lo haré mañana.
Mañana llegó mucho más rápido de lo que esperé. Me desperté de un pesado sueño
con alguien sacudiéndome, y por un segundo, la vieja pesadilla estuvo ahí, la de los
Alquimistas llevándome lejos en la noche.
Reconociendo a Jill, apenas me detuve de gritar.
—Oye, oye —la regañé. Había luz afuera, pero era purpurea. Poco después del
amanecer—. ¿Qué pasa? ¿Cuál es el problema?
Jill me miró, su rostro lúgubre y ojos con miedo.
—Es Adrian. Tienes que rescatarlo.
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Capítulo 14
Traducido por Vannia y Niii
Corregido por CyeLy DiviNNa
e sí mismo?
No pude evitarlo. La broma estuvo fuera antes de que pudiera
detenerla.
—No. —Ella se sentó sobre el borde de la cama y mordió su labio inferior—. Tal vez
“rescate” no es la palabra correcta. Pero tenemos que ir a buscarlo. Está atrapado en
Los Ángeles.
Froté mis ojos mientras me incorporaba y luego esperé unos momentos, sólo en caso
de que todo esto fuera un sueño. Nop. Nada cambió. Recogí mi celular de la mesita de
noche y gruñí cuando leí la pantalla.
—Jill, ni siquiera son las seis todavía. —Empecé a preguntarme si Adrian siquiera
estaba despierto tan temprano pero luego recordé que él probablemente tenía un
horario nocturno. Siguiendo sus propios metabolismos, los Moroi iban a la cama
alrededor de lo que era mediodía para el resto de nosotros.
—Ya sé —dijo ella en voz baja—. Lo siento. No te lo pediría si no fuera importante. Él
consiguió un taxi anoche porque quería ver a esas… a esas chicas Moroi otra vez. Se
supone que Lee estaba en Los Ángeles también, así que Adrian se imaginó que podría
conseguir regresar a casa. Es sólo que, él no pudo encontrar a Lee, y ahora no puede
regresar. Adrian, quiero decir. Él está varado y con resaca.
Comencé a acostarme de nuevo.
—No tengo demasiada simpatía con eso. Tal vez él aprenda una lección.
—Sydney, por favor.
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Puse un brazo sobre mis ojos. Tal vez si me veía como que estaba dormida, ella me
dejaría en paz. Una repentina pregunta surgió en mi cabeza, y estiré mi brazo.
—¿Cómo es que sabes esto? ¿Él te llamó? —Yo no era de sueño ligero, pero aun así
habría escuchado sonar el teléfono.
Jill desvió la vista. Frunciendo el ceño e irguiéndose.
—¿Jill? ¿Cómo es que sabes esto?
—Por favor —susurró ella—. ¿No podemos ir simplemente a buscarlo?
—No hasta que me digas qué es lo que está pasando. —Un extraño sentimiento estaba
arrastrándose a lo largo de mi piel. Había sentido por un momento que estaba siendo
excluida de algo importante, y ahora, de pronto sabía que estaba cerca de descubrir lo
que la Moroi había estado ocultándome.
—No puedes decirlo —dijo ella, encontrándose finalmente con mi mirada otra vez.
Toqué mi tatuaje en mi mejilla ligeramente—. Difícilmente puedo decirle algo a
alguien debido a esto.
—No, a nadie. No a los Alquimistas. No a Keith. Ni a ningún otro Moroi o dhampir
que no lo sepa ya.
¿No decirles a los Alquimistas? Eso sería un problema. Entre todas las otras locuras en mi
vida, sin importar lo mucho que me enfurecían mis tareas o el tiempo que había
pasado con los vampiros, nunca me había cuestionado hacia quien era mi lealtad.
Tenía que decirles a los Alquimistas si algo sucedía con Jill y los otros. Mi deber era
hacia ellos, a la humanidad.
Por supuesto, una parte de mi deber hacia los Alquimistas era cuidar de Jill, y lo que
sea que la estuviera atormentando ahora estaba obviamente relacionado con su
bienestar. Por medio segundo, consideré mentirle e inmediatamente descarté la idea.
No podía hacerlo. Si iba a mantener su secreto, lo mantendría. Si no iba a mantenerlo,
entonces se lo dejaría saber por adelantado.
—No les diré —dije. Creo que las palabras me sorprendieron tanto a mí como a ella.
Ella me estudió bajo la tenue luz y debió haber decidido finalmente que estaba
diciendo la verdad.
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Ella asintió lentamente.
—Adrian y yo estamos vinculados. Como, con un vínculo espiritual.
Sentí mis ojos abrirse de par en par por la incredulidad. —¿Cómo fue que… —De
repente todo hizo clic encajando, las piezas perdidas—. El ataque. Tú… tú…
—Morí —dijo Jill sin rodeos—. Hubo demasiada confusión cuando los asesinos Moroi
vinieron. Todos pensaron que ellos venían por Lissa, así que la mayoría de los
guardianes estuvieron a su alrededor. Eddie fue el único que vino por mí, pero él no
fue lo suficientemente rápido. Este hombre, él… —Jill tocó un punto en el centro de su
pecho y se estremeció—. Él me apuñaló. Él… me mató. Ahí fue cuando Adrian llegó.
Usó al espíritu para curarme y traerme de regreso, y ahora nosotros estamos
vinculados. Todo pasó demasiado rápido. Nadie siquiera se dio cuenta de que él lo
hizo.
Mi mente estaba dando vueltas. Un vínculo espiritual. El espíritu era un elemento
inquietante para los Alquimistas, principalmente porque nosotros teníamos muy pocos
registros sobre él. Nuestro mundo era la documentación y el conocimiento, así que
cualquier vacío nos hacía sentir débiles. Las señales del uso del espíritu habían sido
registradas a lo largo de los siglos, pero nadie comprendía realmente lo que era el
elemento en sí. Aquellos eventos habían sido descritos como un fenómeno mágico al
azar. Fue sólo recientemente, cuando Vasilisa Dragomir se había expuesto a sí misma,
que el espíritu había sido re-descubierto, junto con sus innumerables efectos psíquicos.
Ella y Rose habían tenido un vínculo espiritual, el único caso moderno que se había
documentado. La curación era uno de los atributos más notables del espíritu, y Vasilisa
había traído de regreso a Rose de un accidente de carro. Se había forjado una conexión
psíquica entre ellas, una que sólo se había destrozado cuando Rose casi había muerto
por segunda vez.
—Puedes ver dentro de su cabeza —exhalé—. Sus pensamientos. Sus sentimientos.
—Así, mucho comenzaba a encajar. Como el hecho de que Jill siempre sabía todo
acerca de Adrian, incluso cuando él afirmaba que no se lo había dicho a ella.
Ella asintió con la cabeza.
—No quiero hacerlo. Créeme. Pero no puedo evitarlo. Rose dijo que con el tiempo,
aprenderé a controlarlo para mantener sus sentimientos fuera, pero no puedo hacerlo
ahora. Y él tiene demasiados, Sydney. Demasiados sentimientos. Él siente todo con
intensidad; amor, dolor, ira. Sus emociones van de arriba para abajo, por todas partes.
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Lo que pasó entre él y Rose… lo destrozó. Es difícil concentrarme en mí algunas veces
con todo lo que pasa en él. Por lo menos sólo es algunas veces. Realmente no puedo
controlarlo cuando sucede.
No lo dije pero me preguntaba si algunos de aquellos inestables sentimientos eran parte
de la tendencia del espíritu a conducir a sus usuarios hacia la locura. O tal vez sólo era
parte de la innata personalidad de Adrian. Todo irrelevante, por ahora.
—Pero él no puede sentirte, ¿cierto? ¿Es sólo en una dirección? —pregunté. Rose era
capaz de leer los pensamientos de Vasilisa y ver sus experiencias de la vida diaria, pero
no al revés. Asumí que ahora era lo mismo, pero con el espíritu, uno no podía dar
nada por sentado.
—Cierto —coincidió ella.
—Así es como… así es como siempre sabes cosas acerca de él. Como mis visitas. Y
cuando él quiere pizza. Ese es el por qué está aquí, por lo que Abe lo quería aquí.
Jill frunció el ceño.
—¿Abe? No, fue una especie de elección colectiva que Adrian viniera. Rose y Lisa
pensaron que sería mejor si nosotros estábamos juntos mientras nos acostumbrábamos
al vínculo, y yo lo quería cerca también. ¿Qué te hizo pensar que Abe estaba
involucrado?
—Eh, nada —dije. Abe instruyendo a Adrian para permanecer con Clarence no debió
ser algo de lo que Jill observó—. Sólo estaba confundida por algo.
—¿Podemos ir ahora? —suplicó ella—. Respondí tus preguntas.
—Déjame asegurarme de que entiendo algo en primer lugar —dije—. Explica cómo es
que terminó en Los Ángeles y por qué está estancado.
Jill entrelazó sus manos y volvió a desviar la mirada, un hábito que estaba
comenzando a asociar a que ella tenía información que sabía que no iba ser bien
recibida.
—Él, uhm, dejó a Clarence anoche. Porque estaba aburrido. Pidió aventón en la
ciudad, a Palm Springs, y terminó de fiesta con algunas personas que estaban yendo
hacia L.A. Así que él fue con ellos. Y cuando estaba en un club, encontró a esas
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chicas, unas chicas Moroi, y entonces fue a casa con ellas. Y luego él pasó la noche y
como que se desmayó. Ahora está despierto. Y quiere ir a casa. Con Clarence.
Con toda esta plática de vida nocturna y chicas, un pensamiento inquietante se estaba
construyendo en mi mente.
—Jill, ¿cuánto de lo que hizo realmente experimentaste?
Ella todavía estaba evitando mi mirada.
—No es importante.
—Lo es para mí —dije. La noche que Jill había despertado llorando… había sido
cuando Adrian estaba con esas chicas también. ¿Ella estaba viviendo su vida
sexual?—. ¿Qué estaba pensando? Sabe que tú estás ahí, que estás viviendo todo lo que
él hace, pero nunca se detiene… oh Dios. El primer día de clases. La Sra. Chang
estaba en lo cierto, ¿no es así? Tú tenías resaca. Indirectamente, al menos. —Y casi
todas las otras mañanas, ella despertaba sintiéndose media enferma, porque Adrian
tenía resaca también.
Jill asintió.
—No había nada físico que pudiera probarlo, como sangre o algo así, para demostrar
que lo estaba, pero sí. Bien podría ser que tuviera una. Ciertamente me sentía así. Fue
horrible.
Estiré mi mano y giré su rostro hacia mí, así que ella tuvo que mirarme.
—Y ahora también lo estás. —Había más luz en la habitación mientras el sol se
elevaba, y pude ver las señales de nuevo. La palidez enfermiza y los ojos inyectados de
sangre. No habría estado sorprendida si es que también le dolían la cabeza y el
estómago. Dejé caer mi mano y sacudí mi cabeza disgustada—. Él puede quedarse ahí.
—¡Sydney!
—Se lo merece. Sé que sientes… algo… por él. —Si era una afección fraternal o
romántica, no importaba realmente—. Pero no puedes cuidarlo y correr hacía él a cada
necesidad y petición que te envíe él.
—No me lo pide, no exactamente —dijo—. Simplemente puedo sentir que lo quiere.
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—Bueno, él debió haber pensado en eso antes de irse a meter en este lío. Puede
resolver por su cuenta cómo regresar.
—Su móvil murió.
—Puede pedir prestado uno a sus nuevas “amigas”.
—Está agonizando —dijo ella.
—Así es la vida —dije.
—Yo estoy agonizando.
Suspiré. —Jill…
—No, lo digo en serio. Y no sólo es por la resaca. Quiero decir, sí, en parte es por la
resaca. Y mientras él esté enfermo y sin tomar nada, ¡entonces yo también lo estoy!
Además… sus pensamientos. Ugh. —Jill apoyó la frente en sus manos—. No puedo
librarme de lo infeliz que es. Es como… como un martillo golpeteando en mi cabeza.
No puedo escapar de ello. ¡No puedo hacer nada más excepto pensar en lo miserable
que él es! Y eso me hace miserable. O creer que soy miserable. No lo sé —suspiró—.
Por favor, Sydney. ¿Podemos ir?
—¿Sabes dónde está? —pregunté.
—Sí.
—Está bien, entonces. Yo iré. —Me deslicé sobre el borde de la cama. Ella se levantó
conmigo.
—También iré.
—No —dije—. Tú regresa a la cama. Toma una aspirina y ve si puedes sentirte mejor.
—También tenía un par de cosas que quería decirle a Adrian en privado. Ciertamente,
si ella estaba constantemente conectada con él, ella “escucharía” nuestra conversación,
pero sería mucho más fácil decirle lo que quería cuando ella no estaba realmente allí en
carne y hueso, mirándome con aquellos grandes ojos.
—¿Pero cómo vas a…
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—No quiero que te enfermes en el carro. Sólo llámame si cambia algo o si él se va, o lo
que sea.
Las nuevas protestas de Jill fueron poco entusiastas, ya sea porque no se sentía bien
para hacerlas o porque simplemente estaba dispuesta a agradecer cualquier “rescate”
para Adrian. Ella no tenía una dirección exacta, pero tenía una descripción muy clara
de los apartamentos en los que él estaba, lo cual era justo al lado de un notable hotel.
Cuando lo busqué, vi que el hotel estaba en realidad en Long Beach, lo que significaba
que tendría que ir más allá de Los Ángeles en sí. Tenía dos horas de viaje por delante.
El café sería necesario.
Era un lindo día, al menos, y casi no había tráfico tan temprano en un domingo.
Viendo al sol y al cielo azul, me quedé pensando acerca de lo agradable que sería si
estuviera conduciendo en un convertible, con la capota abajo. También sería agradable
si hubiera estado manejando por alguna otra razón además de la de recuperar a un
atascado chico vampiro fiestero.
Todavía estaba teniendo dificultades para adaptar a mi mente la idea de que Jill y
Adrian estuvieran atados por el espíritu. La idea de alguien trayendo a otra persona de
regreso a la vida no era algo que encajaba bien con mis creencias religiosas. Era igual
de preocupante como otra de las hazañas del espíritu: la restauración Strigoi.
Teníamos dos casos documentados de que eso también había ocurrido, dos Strigoi
cambiados mágicamente por usuarios del espíritu de regreso a su forma original. Una
era una mujer llamada Sonya Karp. Otro era Dimitri Belikov. Entre eso y todo lo de la
resurrección, el espíritu realmente estaba comenzando a asustarme. Tanto poder
simplemente no parecía correcto.
Llegué a Long Beach justo a tiempo y no tuve problemas para encontrar el complejo
de condominios. Estaba justo atravesando la calle desde un hotel frente al mar llamado
Cascadia. Dado que Jill no había llamado con algún cambio de ubicación, asumí que
Adrian todavía estaba oculto. Encontrar estacionamiento en la calle fue fácil a esta
hora del día, y me detuve afuera para ver fijamente el extenso azul grisáceo del
Pacífico en el horizonte occidental. Era impresionante, especialmente después de mi
primera semana en el desierto de Palm Springs. Casi deseaba que Jill hubiera venido.
Tal vez al estar cerca de tanta agua le hubiera hecho sentirse mejor.
Los condominios estaban en un edificio de estuco color durazno, con tres pisos, y dos
apartamentos por cada piso. De los recuerdos de Adrian, Jill lo recordaba subiendo a
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lo alto del edificio y girando a la derecha. Anduve unos pasos y llegué a una puerta
azul con un pesado picaporte de latón. Lo hice sonar.
Cuando no hubo respuesta después de casi un minuto, lo intenté de nuevo con más
fuerza. Estaba casi por hacer el tercer intento cuando escuche el clic del seguro
abriéndose. La puerta se entreabrió, y una chica se asomó.
Claramente era una Moroi, con una complexión delgada de modelo de pasarela y una
pálida y perfecta piel que parecía particularmente irritante hoy, considerando que yo
estaba muy segura de un granito que pronto iba a salir en mi frente. Ella era de mi
edad, tal vez un poco más grande, con liso cabello negro y profundos ojos azules. Se
veía como alguna muñeca de otro mundo. También estaba medio dormida.
—¿Sí? —Ella me examinó—. ¿Estás vendiendo algo? —Junto a ésta alta y perfecta
Moroi, repentinamente me sentí cohibida y desaliñada con mi falda de lino y mi blusa
abotonada hasta arriba.
—¿Está Adrian aquí?
—¿Quién?
—Adrian. Alto. Cabello castaño. Ojos verdes.
Ella frunció el ceño. —¿Te refieres a Jet?
—Yo… no estoy segura. ¿Él fuma como una chimenea?
La chica asintió, reconociéndolo.
—Sip. Debes referirte a Jet —miró hacia atrás y gritó—: ¡Oye, Jet! Hay una vendedora
aquí que quiere verte.
—Envíala aquí afuera —gritó una voz familiar.
La Moroi abrió más la puerta y me hizo señas para que entrara.
—Está en el balcón.
Caminé a través de una sala que servía como advertencia de lo que ocurriría si alguna
vez Jill y yo perdiéramos el sentido de la limpieza y nuestro respeto propio.
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El lugar era un desastre. El desastre de una chica. La ropa sucia ocupaba el piso, y
platos sucios cubrían cada esquina que no estaba cubierta de botellas de cerveza vacías.
Una frasco volteado de esmalte para uñas había dejado una mancha rosa chicle sobre
la alfombra. Sobre el sofá, enredada en las mantas, una chica Moroi me miró
somnolienta y luego volvió a dormir.
Sorteando todo, hice mi camino hasta Adrian a través de una puerta de patio. Él
estaba de pie en un balcón, apoyado contra su barandal, dándome la espalda. El aire
de la mañana estaba cálido y limpio, así que naturalmente, él estaba intentando
arruinarlo fumando.
—Respóndeme esto Sage —dijo, sin voltearse para mirarme—. ¿Por qué demonios
pone alguien un edificio cerca de la playa pero no tiene balcones con vista hacia el
agua? Todos fueron construidos para enfrentar las colinas detrás de nosotros. A menos
que los vecinos comiencen a hacer algo interesante, estoy listo para declarar esta
construcción un desperdicio total.
Crucé mis brazos y miré su espalda.
—Estoy tan contenta de tener tu valiosa opinión sobre eso. Me aseguraré de apuntarlo
cuando presente mi queja hacia el ayuntamiento por sus inadecuadas vistas al océano.
Él se giró, la insinuación de una sonrisa torciendo sus labios.
—¿Qué estás haciendo aquí? Me imaginé que estarías en la Iglesia o algo así.
—¿Qué crees? Estoy aquí por lo ruegos de una chica de quince años que no se merece
todo aquello por lo que la has hecho pasar.
Cualquier rastro de sonrisa se desvaneció.
—Oh. Te lo dijo. —Se volvió a girar.
—Sí, ¡y tú deberías habérmelo dicho antes! Esto es serio… monumental.
—Y sin duda es algo que a los Alquimistas les encantaría estudiar. —Podía imaginar
perfectamente su desprecio.
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—Le prometí que no lo diría. Pero aun así debiste habérmelo dicho. Es una
información importante a tomar en cuenta ya que soy yo quien está haciendo de niñera
para todos ustedes.
—Niñera es una especie de término extremo, Sage.
—¿Considerando el escenario actual? No, no realmente.
Adrian se mantuvo en silencio, y lo evalué rápidamente. Usaba unos jeans desgastados
de buena calidad y una camisa de algodón roja con la que debía de haber dormido, a
juzgar por las arrugas. Sus pies estaban descalzos.
—¿Trajiste un abrigo? —pregunté.
—No.
Volví a entrar y realicé una búsqueda entre el desorden. La chica Moroi rubia estaba
dormida, y la que me había dejado entrar yacía sobre una cama desecha en otra
habitación. Finalmente encontré los calcetines y zapatos de Adrian tirados en un
rincón. Me apresuré a recuperarlos, luego me dirigí de regreso al exterior y los arrojé
junto a él en el balcón.
—Póntelos. Nos vamos.
—No eres mi mamá.
—No, la tuya está cumpliendo una condena por perjurio y robo, si mal no recuerdo.
Era una cosa mala, cruel para decir, pero también era la verdad. Y capté su atención.
Su cabeza giró bruscamente. Ira brillaba en las profundidades de sus ojos verdes, era la
primera vez que realmente veía eso en él.
—Nunca la menciones otra vez. No tienes idea de lo que estás hablando.
Su ira era un poco intimidante, pero me mantuve firme.
—En realidad, yo fui quien estuvo a cargo de rastrear los archivos que ella robó.
—Tuvo sus razones —dijo él a través de sus dientes apretados.
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—Estás tan dispuesto a defender a alguien que fue condenada por un crimen, pero aun
así no tienes ninguna consideración por Jill… quien no ha hecho nada.
—¡Tengo mucha consideración por ella! —Se detuvo para encender un cigarrillo con
manos temblorosas, y sospeché que también estaba intentando mantener bajo control
sus emociones—. Pienso en ella todo el tiempo. ¿Cómo podría no hacerlo? Ella está
ahí… no puedo sentirla, pero ella siempre está ahí, siempre escuchando cosas en mi
cabeza, escuchando cosas que ni siquiera yo quiero escuchar. Sintiendo cosas que no
quiero sentir —aspiró el humo del cigarrillo y se giró para apreciar la vista, a pesar de
que dudaba que la estuviera viendo realmente.
—Si eres tan consciente de ella, entonces ¿por qué haces cosas como esta? —gesticulé a
nuestro alrededor—. ¿Cómo pudiste beber cuando sabes que le afecta también? ¿Cómo
pudiste hacer… —hice una mueca—… lo que sea que hicieras con esas chicas,
sabiendo que ella podía “verlo”? Tiene quince años.
—Lo sé, lo sé —dijo—. No sabía sobre lo de la bebida… al principio no. Cuando ella
vino a verme luego de la escuela y me lo dijo, me detuve. Realmente lo hice. Pero
luego… cuando ustedes vinieron el viernes, ella me dijo que lo hiciera ya que era fin de
semana. Supongo que no estaba preocupada por sentirse mal. Así que, me dije a mí
mismo: “Sólo tomaré un par de tragos”. Sólo anoche, se volvieron más que eso. Y
luego las cosas se pusieron un poco locas, y terminé aquí y… ¿qué estoy haciendo? No
tengo que justificarte mis acciones.
—No creo que puedas justificarlas ante nadie. —Estaba furiosa, mi sangre ardía.
—Tú no eres nadie para hablar, Sage —apuntó un dedo acusador—. Al menos yo
actúo. ¿Tú? Tú dejas que el mundo avance sin ti. Te quedas de pie ahí mientras ese
imbécil de Keith te trata como la mierda y sólo sonríes y asientes. No tienes agallas.
No peleas. Incluso el viejo Abe parece manipularte. ¿Tenía razón Rose en eso de que él
tiene algo en tu contra? ¿O es sólo alguien más contra quien no vas a pelear?
Me costó no dejarle saber cuán profundo me habían golpeado esas palabras.
—Tú no sabes nada de mí, Adrian Ivashkov. Yo peleo mucho.
—Podrías haberme engañado.
Le di una sonrisa tensa.
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—Simplemente no hago un espectáculo de mí misma cuando lo hago. Se llama ser
responsable.
—Seguro. Lo que sea que te ayude a dormir por las noches.
Levanté mis manos.
—Bueno, ésa es la cosa: no duermo más por la noche porque tengo que venir a salvarte
de tu propia idiotez. ¿Podemos irnos ahora? ¿Por favor?
Como respuesta, dejó a un lado el cigarrillo y comenzó a ponerse los calcetines y
zapatos. Miró hacia mí mientras lo hacía, la ira había desaparecido por completo. Sus
estados de ánimo cambiaban con la misma facilidad que cuando apretabas un
interruptor de la luz.
—Tienes que sacarme de ahí. Sacarme de la casa de Clarence. —Su voz era grave y
nivelada—. Es un tipo lo suficientemente agradable, pero me volveré loco si me quedo
en ese lugar.
—¿A diferencia de tu excelente comportamiento cuando no estás ahí? —Volví a mirar
hacia el interior del condominio—. Tal vez tus dos groupies tienen espacio para ti.
—Oye, muestra algo de respeto. Son personas reales y con nombre. Carla y Krissy.
—Frunció el ceño—. ¿O era Missy?
Suspiré.
—Ya te lo dije antes, no tengo ningún control sobre los arreglos de tu vivienda. ¿Qué
tan difícil es para ti buscar tu propio lugar? ¿Por qué me necesitas?
—Porque casi no tengo dinero, Sage. Mi viejo me rebajó los montos. Me da un
subsidio que apenas es suficiente para los cigarrillos.
Consideré sugerir que dejara de fumar, pero probablemente ese no sería un giro útil en
la conversación.
—Lo siento. Realmente. Si se me ocurre algo luego, te lo haré saber. Además, ¿no es
Abe quien quiere que permanezcas aquí? —Decidí deshacerme de culpas—. Los oí
hablando el primer día. Cómo quería que hicieras algo para él.
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Adrian se enderezó, zapatos asegurados.
—Sí, no sé de qué iba todo eso. ¿Escuchaste cuán totalmente vago fue también? Creo
que sólo está intentando molestarme, mantenerme ocupado porque en alguna parte de
ese arruinado corazón suyo, se siente mal por lo que pasó con…
Adrian cerró la boca, pero pude escuchar el nombre que no fue pronunciado: Rose.
Una tristeza terrible cruzó sus facciones, y sus ojos parecieron perdidos y
atormentados. Recordé cuando había estado en el coche con Jill, y ella se había
lanzado en una diatriba sobre Rose, sobre cómo su recuerdo atormentaba a Adrian.
Sabiendo lo que sabía sobre el vínculo, tenía la sensación de que había habido muy
poco de Jill en esas palabras. Esa había sido una línea directa de Adrian. Mirándolo,
apenas podía comprender el alcance de ese dolor, y tampoco sabía cómo ayudar. Sólo
sabía que repentinamente entendía un poco mejor por qué quería tanto ahogar sus
penas, no es que eso lo hiciera más saludable.
—Adrian —dije incómodamente—, lo…
—Olvídalo —dijo—. No sabes cómo se siente amar a alguien de esa forma, y que
luego te arrojen ese amor a la cara…
Repentinamente un grito ensordecedor atravesó el aire. Adrian se estremeció más que
yo, demostrando el lado malo de la audición de los vampiros: los sonidos molestos
eran mucho más molestos.
Como uno, nos apresuramos otra vez hacia el interior del condominio. La chica rubia
estaba sentada con la espalda recta sobre el sofá, tan sorprendida como nosotros. La
otra chica, la que me había dejado entrar, se encontraba de pie en la puerta del
dormitorio, pálida como la muerte, un celular aplastado firmemente en su mano.
—¿Cuál es el problema? —pregunté.
Ella abrió su boca para hablar y luego se fijó otra vez en mí, pareciendo recordar que
era humana.
—Está bien, Carla —dijo Adrian—. Sabe sobre nosotros. Puedes confiar en ella.
Eso fue todo lo que Carla necesitó. Se lanzó hacia los brazos de Adrian y comenzó a
llorar incontrolablemente.
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—Oh, Jet —dijo entre sollozos—. No puedo creer lo que le ocurrió. ¿Cómo pasó esto?
—¿Qué pasó? —preguntó la otra chica Moroi, poniéndose de pie con dificultad. Al
igual que Adrian, parecía que había dormido con sus ropas puestas. Me atreví a tener
la esperanza de que Jill no hubiera sido testigo de tanta indecencia como había
imaginado originalmente.
—Dinos lo que pasó, Carla —dijo Adrian con una voz suave que sólo le había
escuchado utilizar con Jill.
—Soy Krissy. —Ella sorbió por la nariz—. Y nuestra amiga…. Nuestra amiga. —Se
secó los ojos a medida que más lágrimas se agolpaban en ellos—. Acabo de recibir la
llamada. Nuestra amiga —otra Moroi que va a nuestra universidad— ella está muerta.
—Krissy miró hacia la otra chica, quien ahora suponía, era Carla—. Era Melody. Fue
asesinada por los Strigoi anoche.
Carla jadeó y comenzó a llorar, lo que provocó más lágrimas de parte de Krissy.
Encontré la mirada de Adrian, ambos estábamos horrorizados. Aunque no tenía idea
de quién era esta Melody, un asesinato Strigoi siempre era una cosa terrible, trágica.
Inmediatamente, mi mente Alquimista saltó a la acción. Necesitaba asegurarme de que
la escena del crimen estuviera segura y que el asesinato se mantuviera en secreto para
los humanos.
—¿Dónde? —pregunté—. ¿Dónde ocurrió?
—West Hollywood —dijo Carla—. Detrás de algún club.
Me relajé un poco, aunque todavía estaba impresionada por lo trágico de todo esto.
Esa era una región muy poblada y ocupada, una que definitivamente estaría en los
radares de los Alquimistas. Si cualquier humano lo hubiera descubierto, los
Alquimistas ya se habrían ocupado de ellos hace bastante tiempo.
—Por lo menos no la convirtieron —dijo tristemente Carla—. Puede descansar en paz.
Por supuesto, esos monstruos no podían descansar sin mutilar su cuerpo.
La miré fijamente, sintiéndome completamente fría.
—¿A qué te refieres?
Ella frotó su nariz contra la camisa de Adrian.
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—Melody. Ellos no sólo bebieron de ella. Cortaron su garganta también.
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Capítulo 15
Traducido por Pimienta
Corregido por TwistedGirl
drian durmió mucho en el camino de regreso a Palm Springs. Al parecer, la
noche de fiesta con Carla y Krissy lo había hecho descansar muy poco.
Pensar en ello me hizo sentir incómoda. Pensar en Jill experimentándolo a
través de él me hizo sentir mal.
Habría sido poco lo que podía hacer por Carla y Krissy excepto ofrecerles nuestras
simpatías. El ataque Strigoi sucedió. Fue trágico y terrible, pero la única manera en la
que mayoría de los Moroi podían protegerse era actuar con cautela, mantener seguro
su paradero, y quedarse con sus guardianes, si era posible. Para los Moroi no reales,
vivirían e irían a la escuela como Carla y Krissy lo hacían, los guardianes no eran una
opción. Un montón de Moroi estaban así, por lo que simplemente debían tener
cuidado.
Ambas pensaban que las circunstancias que rodearon la muerte de su amiga eran
horribles. Eso era cierto. Lo eran. Pero ninguna chica pensó mucho más allá de eso, o
sentía que había algo extraño en su muerte. Yo tampoco lo haría si no hubiera oído
hablar a Clarence sobre la muerte de su sobrina.
Traje de vuelta a Adrian a Amberwood conmigo y lo tomaron en breve en calidad de
invitado, pensando que Jill se sentiría mejor al verlo en carne y hueso. Efectivamente,
ella ya estaba esperándonos en el dormitorio cuando llegamos. Ella lo abrazó y me
lanzó una mirada de agradecimiento. Eddie estaba con ella, y aunque no dijo nada,
había una mirada de desesperación en su cara que me decía que no era la única que
pensaba que Adrian se había comportado ridículamente.
—Estaba muy preocupada —dijo Jill.
Adrian agitó su cabello, que parecía solaparse.
—No hay nada de qué preocuparse, Jailbait. Siempre y cuando las arrugas salgan de
esta camiseta, no hay ningún daño.
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Ningún daño, pensé, sintiendo encenderse la ira dentro de mí. Ningún daño, excepto Jill
teniendo que ver a Adrian enrollándose con otras chicas y soportar sus borracheras. No
importaba si Lee había suplantado a su amor platónico por Adrian. Ella era demasiado
joven para presenciar algo así. Adrian había sido egoísta.
—Ahora —Adrian continuó—, si Sage es tan amable de seguir jugando al chofer,
podría llevarlos a todos a comer.
—Pensé que no tenías dinero —le señalé.
—Dije que no tenía mucho dinero.
Jill y Eddie intercambiaron miradas.
—Nosotros, eh, nos íbamos a reunir con Micah para el almuerzo —dijo Jill.
—Tráiganlo —dijo Adrian—. Así puede conocer a la familia.
Micah se presentó poco después y estuvo feliz de conocer a nuestro otro "hermano".
Estrechó la mano de Adrian y sonrió.
—Ahora veo cierto parecido de familia. Estaba empezando a preguntarme si Jill fue
adoptada, pero ustedes dos como que se parecen.
—Lo mismo sucedía con nuestro cartero de Dakota del Norte —dijo Adrian.
—Sur —corregí. Afortunadamente, para Micah no parecía que hubiera nada extraño
en el deslizamiento.
—Correcto —dijo Adrian. Él estudió a Micah pensativo—. Hay algo familiar en ti.
¿Nos conocemos?
Micah negó con la cabeza.
—Yo nunca he estado en Dakota del Sur.
Estaba bastante segura de que oí a Adrian murmurar.
—Eso hace a dos de nosotros.
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—Tenemos que irnos —dijo Eddie rápidamente, moviéndose hacia la puerta de
nuestro dormitorio—. Tengo unas cuantas tareas en las que ponerme al día después.
Fruncí el ceño, desconcertada por el cambio de actitud. Eddie no era un mal
estudiante, de ningún modo, pero había sido evidente para mí, desde que llegó a
Amberwood, que no tenía el mismo interés en la escuela que yo. Este era un año de
repetición para él, y se contentaba sólo con jugar y hacer lo necesario para mantenerse
en buen estado.
Si alguien más pensó que su comportamiento era extraño, no lo demostró. Micah ya
estaba hablando con Jill acerca de algo, y Adrian todavía parecía que estaba tratando
de colocarlo.
La generosa oferta de Adrian de comprar el almuerzo sólo se extendía a comida
rápida, por lo que nuestra cena fue rápida. Después de una semana de alimentos de
residencia, sin embargo, me gustó el cambio, y hacía tiempo que Adrian había dejado
claro su punto de vista sobre el tema de comida "saludable" que Dorothy cocinaba.
—Deberías haber pedido el menú infantil —me dijo Adrian, señalando a mi
hamburguesa y papas fritas a medio de comer—. Me podrías haber ahorrado mucho
dinero. Y habrías conseguido un juguete.
—Mucho es una especie de exageración —le dije—. Además, ahora tienes sobras para
ti.
Puso los ojos en blanco y se robó una patata de mi plato.
—Tú eres la que debe tomar las sobras. ¿Cómo se puede funcionar con tan poca
comida? —exigió—. Uno de estos días, te va a llevar el viento.
—Ya basta —le dije.
—Simplemente, las cosas como son —dijo encogiéndose de hombros—, podrías
permitirte ganar alrededor de cinco kilos.
Lo miré con incredulidad, también sorprendida para conseguir incluso una respuesta.
¿Qué sabía un Moroi sobre el aumento de peso? Ellos tenían unas figuras perfectas. No
sabían lo que era mirarse al espejo y ver insuficiencia, no sentirte nunca
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suficientemente bueno. Era fácil para ellos, mientras que yo, sin importar lo duro que
trabajase, nunca me parecía ni de cerca a su perfección inhumana.
Los ojos de Adrian derivaron hacia el lugar donde Jill, Eddie, y Micah estaban
animadamente hablando de practicar más la defensa personal en grupo.
—Son lindos —dijo Adrian en voz baja sólo para mis oídos. Jugó con su popote,
mientras estudiaba al grupo—. Tal vez Eddie buscaba algo más con eso de permitirle
tener citas en la escuela.
—Adrian —gemí.
—Estoy bromeando —dijo—. Lee probablemente lo retaría a un duelo. Él no podía
dejar de hablar de ella, ya sabes. Cuando regresamos del mini golf, Lee seguía con
"¿Cuándo podemos todos salir de nuevo?" Y, sin embargo, desapareció de la faz de la
tierra cuando estaba en Los Ángeles y yo lo necesitaba.
—¿Habías hecho planes para reunirse? —le pregunté—. ¿Había estado de acuerdo en
llevarte a su casa?
—No —admitió Adrian—. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer?
En ese momento, un hombre de pelo gris que pasaba, golpeó la silla de Jill mientras
equilibrada una bandeja de hamburguesas y refrescos. Nada se derramó, pero Eddie se
puso de pie a la velocidad del rayo, listo para volar sobre la mesa y defenderla. El
hombre retrocedió y murmuró una disculpa.
Adrian sacudió la cabeza con asombro.
—Sólo envíalo como chaperón con quienquiera que salga con ella, y nunca tendremos
que preocuparnos.
Sabiendo lo que sabía ahora acerca de Adrian y Jill, fui capaz de ver la relación
protectora de Eddie con una luz diferente. Ah, claro, yo sabía que en su formación de
guardián se lo había inculcado, que estaba en su naturaleza, pero siempre parecía ser
algo un poco más fuerte con ella. Algo casi… personal. Al principio, me preguntaba si
tal vez se debía a que Jill era sólo una parte de su círculo más grande de amigos, al
igual que Rose. Ahora, pensaba que podría ir más lejos que eso. Jill dijo que Eddie
había sido el único en tratar de protegerla la noche del ataque. Había fallado,
probablemente debido al tiempo y no a la falta de habilidad.
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Pero, ¿qué tipo de marca debió dejar en él? Se trataba de alguien cuyo único propósito
en la vida era defender a otros y que había tenido que ver a alguien morir en su
guardia. Ahora que Adrian la había traído de vuelta a la vida, ¿era casi como una
segunda oportunidad para Eddie? ¿Una oportunidad para redimirse? Tal vez por eso
estaba tan atento.
—Te ves confundida —dijo Adrian.
Negué con la cabeza y suspiré.
—Creo que estoy pensando demasiado las cosas.
Él asintió con solemnidad.
—Es por eso que trato de no hacerlo.
Una pregunta anterior me vino a la cabeza.
—Oye, ¿por qué le dijiste a las chicas que te llamabas Jet?
—La práctica habitual si no quieres encontrarte a las muchachas más tarde, Sage.
Además, pensé que estaba protegiendo nuestras operaciones aquí.
—Sí, pero ¿por qué Jet? ¿Por qué no… No sé… Travis o John?
Adrian me dio una mirada que decía que estaba perdiendo el tiempo.
—Debido a Jet suena a alguien de mal humor.
Después del almuerzo, llevamos a Adrian donde Clarence, y el resto de nosotros
volvió a Amberwood. Jill y Micah fueron a hacer sus propias cosas, y convencí a
Eddie a ir a la biblioteca conmigo. Allí, nos situamos en una mesa, y yo saqué mi
computadora portátil.
—Por lo tanto, descubrimos algo interesante cuando recogí a Adrian hoy —le dije a
Eddie, manteniendo mi voz suave de biblioteca.
Eddie me dio una mirada irónica.
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—Supongo que toda la experiencia de recoger Adrian fue interesante, al menos por lo
que Jill me dijo.
—Podría haber sido peor —especulé—. Por lo menos estaba vestido cuando llegué. Y
sólo había otros dos Moroi. No tropecé con una residencia estudiantil llena de ellos, ni
nada.
Lo hizo reír.
—Es posible que hubieras tenido más dificultad para salir de allí que Adrian si ese
fuera el caso.
La pantalla de mi portátil volvió a la vida, y me puse con el complicado proceso de
registro de la mega-base de datos segura de los Alquimistas.
—Bueno, cuando nos íbamos, las chicas con las que estaba descubrieron que una
amiga de ellas había sido asesinado por un Strigoi la noche anterior.
Todo el humor desapareció de la cara de Eddie. Sus ojos se pusieron serios.
—¿Dónde?
—En Los Ángeles, no aquí —añadí. Debería haber sabido que no era la mejor forma
de abrir una conversación, sin establecer claramente de antemano que no era necesario
buscar Strigoi en el campus—. Por lo que sabemos, todo está bien. Los Strigoi no
quieren pasar el rato en Palm Springs.
Eddie se puso un uno por ciento menos tenso.
—Aquí está la cosa —continué—. Esta chica Moroi… su amiga… fue asesinada igual
que la sobrina de Clarence.
Eddie se levantó las cejas.
—¿Degollada?
Asentí con la cabeza.
—Eso es raro. ¿Estás segura de lo que sucedió… a los dos? Es decir, sólo sabemos lo
que dice el informe de Clarence, ¿verdad? —Eddie tamborileó un lápiz contra la mesa
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mientras reflexionaba sobre esto—. Clarence es bastante agradable, pero vamos. Todos
sabemos que no va más allá.
—Por eso te he traído aquí. Y por qué quería comprobar esta base de datos. Haremos
un seguimiento de la mayoría de las muertes relacionadas con Strigoi.
Eddie miró por encima de mi hombro, mientras yo abría una entrada de Tamara
Donahue de hace cinco años. Efectivamente, había sido hallada con la garganta
cortada.
Otra búsqueda de Melody Croft, amiga de Krissy y Carla, también tenía un informe de
la noche anterior. Mi gente había estado en la escena y rápidamente registraron la
información. Melody también tenía la garganta cortada. Había habido otros asesinatos
reportados de Strigoi en Los Ángeles, era una gran ciudad, después de todo, pero sólo
dos coincidían con este perfil.
—¿Sigues pensando en lo que dijo Clarence sobre cazadores de vampiros? —me
preguntó Eddie.
—No sé. Sólo pensé que valía la pena comprobarlo.
—Los guardianes intervienen en ambos casos —dijo Eddie, apuntando a la pantalla—.
También los declararon ataques Strigoi, ya que la sangre de las chicas había sido
tomada. Eso es lo que hace un Strigoi. No sé cómo lo hace un cazador de vampiros,
pero yo no veo beber sangre como parte de su objetivo.
—No lo creo tampoco. Pero ninguna de estas niñas fue drenada.
—Los Strigoi no siempre terminan de beber de sus víctimas. Sobre todo si son
interrumpidos. Esta chica murió cerca de un club, ¿verdad? Quiero decir, si su asesino
oyó que alguien se acercaba, simplemente se largó.
—Supongo. Pero ¿qué pasa con el degüello?
Eddie se encogió de hombros.
—Tenemos toneladas de casos de Strigoi haciendo cosas dementes. Basta con mirar a
Keith y su ojo. Están mal. No se puede aplicar la lógica con ellos.
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—Um, vamos a dejar su ojo fuera de esto. —Keith no era un caso del que yo quisiera
saber. Me senté en mi silla y suspiré—. Simplemente hay algo que me molesta acerca
de todos los asesinatos. La mitad de la bebida. El degüello. En los dos están ocurriendo
cosas extrañas. Y no me gustan las cosas extrañas.
—Entonces estás en la profesión equivocada —dijo Eddie, su sonrisa regresó.
Le devolví la sonrisa, mi mente seguía girando sobre todo.
—Supongo que sí.
Cuando yo no dije nada, él me miró sorprendido.
—Tú no estás en realidad… no creo que haya cazadores de vampiros, ¿verdad?
—No, no realmente. No tenemos ninguna evidencia para pensar que existan.
—Pero… —dijo Eddie.
—Pero —dije—, ¿no es la idea de un monstruo fuera de lo común? Quiero decir, ahora
mismo, ya sabes a quién buscar. Otros Moroi. Strigoi. Se distinguen. ¿Pero un cazador
de vampiros humano? —Hice un gesto hacia los estudiantes reunidos y trabajando en
la biblioteca—. No sabes quién es una amenaza.
Eddie negó con la cabeza.
—Es muy fácil, en realidad. Debes tratar a todos como una amenaza.
Yo no podía decidir si me hizo sentir mejor o no.
Cuando regresé a mi dormitorio más tarde, la señora Weathers me hizo señales.
—La Sra. Terwilliger dejó algo para ti.
—¿Me trajo algo? —le pregunté con sorpresa—. No es dinero, ¿verdad?
Hasta ahora, ninguna de mis compras de café se había reembolsado.
A modo de respuesta, la señora Weathers me entregó un libro con cubierta de cuero.
Al principio, pensé que era el que yo acababa de dejar. Luego miré con más atención la
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portada y leí Volumen 2. Una nota amarilla pegajosa se unía al libro con lo que había
escrito la Sra. Terwilliger en él: Siguiente. Suspiré y le di las gracias a la señora
Weathers. Yo haría cualquier tarea que mi profesor me pidiese, pero tenía una especie
de esperanza de que me asignara un libro que fuera más un relato histórico que recetas
de hechizos.
Cuando estaba caminando por el pasillo, oí una exclamación de alarma desde el otro
extremo. Pude ver una puerta abierta y algunas personas apiñados en torno a ella.
Pasé por delante de mi habitación, me fui a ver cuál era el problema. Era la habitación
de Julia y de Kristin. Aunque no estaba segura de si realmente tenía derecho, me abrí
paso entre algunos de los espectadores asustados. Nadie me detuvo.
Encontré a Kristin acostada en su cama, con espasmos violentos. Ella estaba sudando
profundamente, y sus pupilas eran tan grandes, casi no se apreciaba su iris. Julia se
sentaba cerca de ella en la cama, al igual que un par de chicas que no conocía muy
bien. Ella me miró, con el rostro lleno de temor.
—¿Kristin? —grité—. Kristin, ¿estás bien? —Cuando no hubo respuesta, me dirigí a los
demás—. ¿Qué pasa con ella?
Julia volvió a doblar con ansiedad un paño húmedo y lo colocó en la frente de Kristin.
—No lo sé. Ella ha estado así desde esta mañana.
La miré con incredulidad.
—¡Entonces necesita ver a un médico! Tenemos que llamar a alguien ahora. Voy a
buscar a la señora Weathers…
—¡No! —Julia saltó y se agarró de mi brazo—. No puedes. La razón de que esté así…
es, creemos que es debido a un tatuaje.
—¿Tatuaje?
Una de las otras chicas agarró de la muñeca de Kristin y la giró para que yo pudiera
ver el interior. Allí, tatuado en tinta brillante cobriza en su piel oscura, había una
margarita. Me acordé de Kristin suspirando por un tatuaje celestial, pero la última vez
que supe de ello, no se lo podía permitir
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—¿Cuándo se ha hecho esto?
—Esta mañana —dijo Julia. Parecía avergonzada—. Yo le presté el dinero.
Me quedé mirando la flor brillante, tan bonita y aparentemente inofensiva. No tenía
duda de que era lo que estaba causando esto. Lo que habían mezclado con la tinta para
proporcionar el brillo no estaba reaccionando bien con su sistema.
—Necesita un médico —dije con firmeza.
—No se puede. Vamos a tener que contarle lo de los tatuajes —dijo la chica que había
movido la mano de Kristin—. Nadie creyó a Trey, pero si ven algo como esto… así,
todo Nevermore podría ser cerrado.
¡Bien!, pensé. Pero para mi asombro, sus palabras fueron recibidas con asentimientos
con la cabeza de las otras chicas que se habían reunido allí. ¿Estaban locas? ¿Cuántas
de ellas tenían el ridículo tatuaje? ¿Y protegerse era realmente más importante que la
vida de Kristin?
Julia tragó y volvió a sentarse en el borde de la cama.
—Teníamos la esperanza de que esto se pasara. Tal vez necesite un poco de tiempo
para adaptarse.
Kristin se quejó. Una de sus piernas temblaban como si tuviera un espasmo muscular y
murmuró entonces. Sus ojos y sus pupilas dilatadas miraban fijamente fuera, y su
respiración era superficial.
—¡Ella ha estado así todo el día! —señalé—. Chicas, ella podía morir.
—¿Cómo lo sabes? —Preguntó Julia con asombro.
No, no sabía a ciencia cierta. Pero de vez en cuando, los tatuajes Alquimistas no eran
bien tomados. En el noventa y nueve por ciento de los casos, los cuerpos humanos
aceptaban la sangre de vampiro utilizada en el tatuaje Alquimista, permitiendo a sus
propiedades influir en nuestra propia especie, como un dhampir de bajo grado.
Hemos ganado una buena resistencia y larga vida, aunque no teníamos la increíble
capacidad física que los dhampirs recibían. La sangre se diluía demasiado para eso.
Aun así, siempre había personas que ocasionalmente enfermaban por un tatuaje
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Alquimista. La sangre envenenaba. Lo que se veía agravado debido a que el oro y
otros productos químicos trabajaban para mantener la sangre infundida en la piel, para
que nunca tuviera la oportunidad de salir. Los que no eran tratados, morían.
La sangre de vampiro no causaba una gran euforia, así que no creía que hubiera
ninguna en este tatuaje. Sin embargo, el tratamiento que utilizaban para los tatuajes
Alquimistas requería que rompieran los componentes metálicos del tatuaje con el fin
de liberar la sangre, permitiendo que el cuerpo se limpiara, naturalmente. Tuve que
asumir que el mismo principio trabajaba aquí. Sólo que no sabía la fórmula exacta
para el compuesto Alquímico y ni siquiera estaba segura de que rompiera el cobre de la
forma en que lo hacía con el oro.
Me mordí el labio, pensando, y finalmente tomé una decisión.
—Ahora vuelvo —les dije, corriendo a mi habitación. Al mismo tiempo, una voz
interior me castigó por hacer una tontería. No tenía por qué tratar de hacer lo que
estaba a punto de hacer. Debía ir directamente a la Sra. Weathers.
En cambio, abrí la puerta de mi habitación y encontré a Jill con su computadora
portátil.
—Hola, Sydney —dijo ella, sonriendo—. Estoy en mensajería instantánea con Lee y...
—Ella hizo una pausa—. ¿Qué pasa?
Me volví hacia mi propio ordenador portátil y lo puse sobre la cama. Mientras
arrancaba llegué hasta una maleta de metal pequeña que cuidadosamente había
preparado, pero esperaba nunca tener que utilizar.
—¿Puedes ir a buscar un poco de agua? ¿Rápido?
Jill vaciló un momento antes de asentir.
—Vuelvo enseguida —dijo, saltando de su cama.
Mientras que ella se fue, abrí la caja con una clave que siempre mantenía conmigo.
En su interior había pequeñas cantidades de docenas de compuestos Alquímicos, el
tipo de sustancias que se mezclaban y utilizaban como parte de nuestro trabajo. Había
algunos ingredientes —como los que se utilizaban para disolver los cuerpos Strigoi—
de los que tenía un montón. Otros, de los que tenía sólo una muestra. Mi portátil
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terminó de arrancar, y me conecté a la base de datos Alquimista. Hice algunas
búsquedas y pronto tenía la fórmula para el tratamiento anti-tatuaje.
Jill volvió entonces, llevando una taza llena de agua.
—¿Es esto suficiente? Si estuviéramos en cualquier otro clima, yo podría haberlo traído
directamente desde el aire.
—Está bien —le dije, contenta de que el clima hubiera impedido la magia.
Recorrí la fórmula, haciendo el análisis de los ingredientes. Mentalmente fui borrado
los que estaba segura de que eran específicas para oro. Un par ni siquiera lo eran, pero
estaba bastante segura de que eran simplemente para la comodidad de piel y no eran
necesarios. Empecé a sacar los ingredientes de mi equipo, midiendo cuidadosamente,
aunque todavía los movía tan rápido como era posible a otra taza. Hice sustituciones
cuando fue necesario y añadí un ingrediente que estaba segura de que bajaría el cobre,
a pesar de que la cantidad requerida era sólo una conjetura de mi parte. Cuando
terminé, tomé el agua de Jill y añadí la misma cantidad que había en las instrucciones
originales. El resultado final fue un líquido que me recordó al yodo.
Me levanté y me sentí un poco como un científico loco. Jill me había mirado sin hacer
comentarios durante todo el tiempo, sintiendo mi urgencia. Su rostro se llenó de
preocupación, pero mordía todas las preguntas que yo sabía que tenía. Me siguió
cuando salí de la habitación y me dirigí a Kristin. El mismo número de niñas de antes
estaba allí, y era de verdad una maravilla que la señora Weathers no escuchara el
ruido. Para un grupo tan empeñado en proteger sus tatuajes preciosos, no estaban
siendo particularmente disimuladas.
Volví a la cama de Kristin, buscando cambios.
—Enséñame la muñeca otra vez, y mantén su brazo lo más quieto posible para mí. —
No me dirigí a nadie, sólo puse la fuerza suficiente en ello sintiéndome segura de que
alguien me obedecería. Y estaba en lo cierto—. Si esto no funciona, tendremos que
buscar un médico. —Mi voz no daba lugar a argumento.
Julia parecía más pálida que Jill, pero hizo un débil gesto de aceptación. Tomé la
toalla que había estado utilizando y la sumergí en mi taza. En realidad nunca había
visto hacer esto y tuve que adivinar cómo se aplicaba. Hice una oración en silencio y
luego presioné la toalla contra el tatuaje en la muñeca de Kristin.
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Dejó escapar un grito ahogado, y todo su cuerpo se resistió. Un par de chicas cercanas
ayudaron instintivamente a mantenerla en el suelo. Zarcillos de humo se formaron
donde yo estaba sosteniendo la toalla, y olía algo fuerte y a acre. Esperando lo que
suponía fuera una cantidad aceptable de tiempo, finalmente quité la toalla.
La margarita poco a poco fue mutando ante nuestros ojos. Sus líneas limpias
comenzaron a correrse y desenfocarse. El color cobrizo comenzó a cambiar,
oscureciéndose en un color verde azulado. En poco tiempo, el diseño era irreconocible.
Era una mancha amorfa. En torno a ella, ronchas rojas aparecieron en su piel, parecía
ser sólo de una irritación superficial, para nada grave.
Sin embargo, todo se veía muy mal, y observé fijamente con horror. ¿Qué había
hecho?
Todo el mundo estaba en silencio, sin que nadie supiera qué hacer. Un par de minutos
pasaron, pero parecieron horas. De repente, Kristin dejó de dar espasmos. Su
respiración parecía aún costosa, pero parpadeó y sus ojos enfocaron como si de pronto
viera el mundo por primera vez. Sus pupilas eran enormes, pero se las arregló para
mirar a su alrededor y por último se enfocó en mí.
—Sydney —jadeó Kristin—. Gracias.
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Capítulo 16
Traducido por elamela y Dani
Corregido por Emii_Gregori
raté de explicar mi experimento en química diciendo que era sólo una
sustancia que tuve en la mano desde el momento en que recibí mi tatuaje,
en caso de que tuviera una reacción alérgica. Desde luego, no le dejé saber
que lo había mezclado yo misma. Creo que habrían comprado ese tema de portada, si
no fuera por el hecho de que unos días más tarde, era capaz de controlar una fórmula
que ayudó a tratar las quemaduras químicas de la piel de Kristin. La mezcla no hizo
nada con la mancha de tinta —que parecía ser permanente, excepto por algún láser de
eliminación de tatuajes— pero sus verdugones se desvanecieron un poquito.
Después de eso, se difundió la palabra de que Sydney Melrose era la nueva
farmacéutica del lugar. Porque me había sobrado mucho de Kristin, le di el resto de la
crema para la piel a una chica con acné severo ya que funcionaba en eso también. Lo
que probablemente no me hizo ningún favor. La gente se acercaba a mí para todo tipo
de cosas e incluso se ofrecían a pagarme. Algunas pedidos no tenían sentido, como la
cura para los dolores de cabeza. A aquellas personas simplemente les dije que se
compraran una aspirina. Otros pedidos estaban fuera de mi poder y nada con lo que
quería tratar, como el control de natalidad.
Aparte de las peticiones extrañas, en realidad no me importaba el incremento de mi
cotidiana interacción social. Estaba acostumbrada a que las personas necesitaran cosas
de mí, de modo que era un territorio familiar. Algunas personas sólo querían saber más
cosas sobre mí, como persona, lo que era nuevo y más agradable de lo que había
esperado. Y otras todavía querían... diferentes cosas de mí.
—Sydney.
Estaba esperando que mi clase de inglés empezara y me sorprendió ver a uno de los
amigos de Greg Slade estando de pie junto a mi escritorio. Su nombre era Bryan, y
aunque no sabía mucho sobre él, nunca lo había encontrado tan detestable como
Slade, lo cual era un punto a favor de Bryan.
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—¿Sí? —dije, preguntándome si quería pedirme prestados los apuntes.
Tenía el cabello marrón y enredado, que parecía estar crecido a propósito de forma
descuidada, y en realidad era un poco guapo. Se pasó una mano sobre él mientras
escogía sus palabras.
—¿Sabes algo sobre las películas mudas?
—Claro —dije—. Las primeras se desarrollaron a finales del siglo XIX y algunas veces
tenían un acompañamiento de música en vivo, aunque no fue hasta 1920 que el sonido
se incorporó verdaderamente a las películas, eventualmente haciendo a las películas
mudas obsoletas en el cine.
Bryan se quedó boquiabierto, como si eso fuera más de lo que se había estado
esperando.
—Oh. Bien. Bueno, um, hay un festival de cine mudo en el centro la próxima semana.
¿Crees que te gustaría ir?
Negué con la cabeza.
—No, no creo. Lo respeto como una forma de arte, pero en realidad no voy mucho a
verlas.
—Huh. Está bien. —Se alisó su cabello hacia atrás otra vez, y casi pude verle buscar a
tientas algunas ideas. ¿Por qué diablos estaba preguntándome sobre películas
mudas?—. ¿Qué hay acerca de Starship 305? Se estrena el viernes. ¿Quieres ver esa?
—En realidad tampoco me gusta la ciencia ficción —le dije. Era verdad, las
encontraba completamente inverosímiles.
Bryan parecía a punto de arrancarse el enmarañado cabello.
—¿Hay alguna película de por allí que quisieras ver?
Recorrí mentalmente una lista de entretenimiento actual.
5 Starship 30: Nombre de una película. Significa nave espacial.
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—No. En realidad no. —Sonó la campana, y con un movimiento de cabeza, Bryan se
escabulló de vuelta hacia su escritorio—. Eso fue raro —murmuré—. Tiene mal gusto
en películas. —Echando un vistazo a mi lado, me sorprendió ver a Julia con su cabeza
inclinada sobre su escritorio mientras se estremecía con una risa silenciosa—. ¿Qué?
—Eso —jadeó—. Eso fue muy divertido.
—¿Qué? —dije de nuevo—. ¿Por qué?
—Sydney, ¡te estaba pidiendo salir!
Reproduje la conversación.
—No, no lo estaba. Me estaba preguntando sobre el cine.
Se estaba riendo tanto que tuvo que enjugarse una lágrima.
—¡Para que el pudiera averiguar lo que querías ver y llevarte!
—Bueno, ¿y por qué simplemente no dijo eso?
—Eres tan adorablemente inocente —dijo—. Espero estar cerca el día en que
realmente te des cuenta de que alguien está interesado en ti. —Continué estando
desconcertada, y ella se pasó el resto de la clase estallando espontáneamente con una
risa ahogada.
Mientras yo me convertía en un objeto de fascinación, la popularidad de Jill decaía.
Parte de eso era su propia timidez. Estaba todavía tan consciente y preocupada de ser
diferente que dio por hecho que los demás eran conscientes también de su tapadera.
Continuó reprimiendo el conectar con la gente por temor, haciéndole dar la impresión
de ser distante. Sorprendentemente, haciendo esto peor, “la nota del doctor” de Jill
había llegado finalmente de los Alquimistas. La escuela no la pondría en una opción
diferente de la que ya estaba. A los estudiantes de primer año no les estaba permitido
ser ayudantes de profesor como Trey. Después de consultar con la Srta. Carson,
finalmente habían decidido que Jill participara en todas las actividades interiores de
educación física e hiciera “tareas alternativas” cuando estuviéramos al aire libre. Esto
usualmente significaba escribir informes sobre cosas como la historia del futbol. Por
desgracia, el sentarse la mitad del tiempo sola lograba contener más a Jill.
Micah seguía mimándole demasiado, incluso frente a la adversidad.
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—Lee me envió un mensaje esta mañana —me dijo ella en el almuerzo un día—.
Quiere llevarme a cenar este fin de semana. ¿Crees que...? Quiero decir, sé que
tendríais que venir también... —Miró indecisa entre Eddie y yo.
—¿Quién es Lee? —preguntó Micah. Se acababa de sentar con nuestro grupo.
Pasaron unos minutos de incómodo silencio.
—Oh —dijo Jill, desviando su mirada—. Es este, eh, chico que conocemos. No viene
aquí. Va a la universidad. En Los Ángeles.
Micah lo procesó.
—¿Te pidió salir en una cita?
—Sí... de hecho salimos antes. Supongo que estamos, bueno, en cierto modo saliendo.
—No en serio —lo puso al corriente Eddie. No estaba segura de si es que estaba
diciendo esto para no herir los sentimientos de Micah, o de si era alguna forma
protectora de detener que Jill se acercara demasiado a alguien.
Micah era bueno ocultando sus emociones, tenía que otorgarle eso. Después de pensar
un poco más, finalmente le dio a Jill una sonrisa que parecía un poco forzada.
—Bueno, eso es genial. Espero que puedas reunirte con él. —Después de eso, la
conversación giró en torno al próximo partido de fútbol, y nadie mencionó a Lee otra
vez.
Me di cuenta que Lee cambiaba la forma en que Micah actuaba en torno a Jill, pero él
todavía permanecía con nosotros todo el tiempo. Tal vez era con la esperanza de que
Lee y Jill romperían. O podría simplemente haber sido porque Micah y Eddie pasaban
mucho tiempo juntos, y Eddie era uno de los pocos amigos de Jill. Pero el problema no
era Micah. Era Laurel.
No creía que Micah hubiera estado interesado en Laurel, aun cuando Jill no había
estado en la foto, pero Laurel todavía veía a Jill como una amenaza —y se salía de su
camino para hacerla miserable. Laurel difundió unos rumores sobre ella e hizo unos
señalados comentarios en los pasillos y durante las clases sobre la piel pálida de Jill, su
altura y su delgadez… las mayores inseguridades de Jill.
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Una o dos veces, oí el nombre de chica vampiro susurrado en los pasillos. Me heló la
sangre, no importa cuántas veces me recordé a mí misma que era una broma.
—Jill no es lo que está manteniendo a Laurel y a Micah separados —le comenté a
Julia y a Kristin un día. Ellas se divertían con mis continuos esfuerzos por aplicar la
lógica y la racionalidad a las conductas sociales en la escuela—. No lo entiendo.
Simplemente no le gusta Laurel.
—Sí, pero es más fácil para ella pensar que Jill es el problema, cuando en realidad,
Laurel es sólo una perra y Micah lo sabe —explicó Julia. Desde el encuentro torpe con
Bryan, ella y Kristin habían asumido el intentar educarme en las formas “normales” en
que los seres humanos se comportaban.
—Además, a Laurel sólo le gusta tener a alguien con quien meterse —dijo Kristin.
Raramente hablaba sobre el tatuaje, pero había estado seria y sobria desde entonces.
—Bueno —dije, tratando de seguir la lógica—, pero fui yo quien le anunció que su
cabello se estaba muriendo. Y apenas me ha dicho ni una palabra.
Kristin sonrió. —No es divertido meterse contigo. Contestas. Jill no se defiende mucho
y no tiene mucha gente que dé la cara por ella tampoco. Es un blanco fácil.
Una cosa positiva ocurrió, por lo menos. Adrian estaba permaneciendo en buen
comportamiento después del contratiempo de Los Ángeles, aunque tenía que
preguntarme cuánto tiempo duraría. En base a lo que se entendía de Jill, todavía
estaba aburrido e infeliz. El horario de Lee era errático, y no era su trabajo cuidar de
Adrian de todos modos. No parecía haber ninguna buena solución para ella, en
realidad. Si Adrian cedía ante sus vicios, ella sufría los efectos de sus resacas y sus
“escapadas románticas”. Si no lo hacía, entonces él se sentía miserable, y esa actitud
lentamente se deslizaba en ella también. La única esperanza que tenían era que Jill
finalmente aprendiera el control para sacarlo de su mente, pero por lo que Rose le
había dicho, eso podría llevarle un tiempo muy largo.
Cuando la siguiente alimentación llegó, me decepcionó ver el coche de Keith aparcado
en el camino de acceso de Clarence. Si no iba a hacer en realidad nada activo para
ayudar en esta tarea, en cierto modo deseaba que simplemente se mantuviera alejado
de ella por completo. Al parecer, pensaba que “supervisar” estas visitas contaba como
trabajo y seguía justificando su presencia. Excepto que cuando nos encontramos con
Adrian en la sala de estar, Keith no estaba a la vista. Y tampoco estaba Clarence.
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—¿Dónde están? —le pregunté a Adrian.
Adrian estaba recostado en el sofá y dejó un libro que había estado leyendo. Tuve la
sensación de que leer era una actividad poco común en él y casi me sentí mal por la
interrupción. Reprimió un bostezo. No había alcohol a la vista, pero sí vi lo que
parecían ser tres latas vacías de bebida energética.
Se encogió de hombros.
—No lo sé. Afuera, hablando en algún lugar. Tu amigo tiene un agrio sentido del
humor. Creo que está alimentando la paranoia de Clarence sobre los cazadores de
vampiros.
Miré con inquietud a Lee, quien había comenzado de inmediato a hablar con Jill.
Ambos estaban tan ensimismados el uno con el otro, que ni siquiera se dieron cuenta
de que el resto de nosotros estaba discutiendo. Sabía cuánto le incomodaba la charla de
cazadores de vampiros a Lee. No apreciaría que Keith la fomentara.
—¿Sabe Clarence sobre el asesinato en Los Ángeles? —preguntó Eddie. No había
ninguna razón para que Keith no lo hiciera, desde que estaba abierto al conocimiento
Alquimista, pero no estaba segura de si es que habría hecho la conexión a Clarence o
no.
—No lo ha mencionado —dijo Adrian—. Juro que Keith simplemente lo está
haciendo porque esta aburrido o algo así. Aún no he caído tan bajo.
—¿Eso es lo que has estado haciendo en su lugar? —pregunté. Me senté frente a él y
señalé hacia las bebidas energéticas.
—Hey, no es vodka o brandy o... bueno, nada bueno. —Adrian suspiró y puso boca
abajo una lata, bebiendo las últimas gotas—. Así que denme algo de crédito.
Eddie miró hacia las latas.
—¿No dijo Jill que tenía problemas para dormir anoche?
—Adrian —dije con un gemido. Eddie estaba en lo cierto. Me había dado cuenta de
Jill sacudiéndose y dando vueltas constantemente. La cafeína sin duda lo explicaría.
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—Hey, lo estoy intentando —dijo Adrian—. Si pudieras sacarme de aquí, Sage,
entonces no me vería obligado a ahogar mis penas en taurina y ginseng.
—Ella no puede, Adrian, y lo sabes —dijo Eddie—. ¿No puedes...? No lo sé.
¿Encontrar un pasatiempo o algo así?
—Ser encantador es mi pasatiempo —dijo Adrian obstinadamente—. Soy el alma de
una fiesta… incluso sin beber. No estoy hecho para estar solo.
—Podrías conseguir un trabajo —dijo Eddie, instalándose en la silla de la esquina.
Sonrió, divertido por su propio ingenio—. Resuelve tus dos problemas… ganar algo de
dinero y estar rodeado de gente.
Adrian frunció el ceño.
—Cuidado, Castile. Sólo hay un comediante en esta familia.
Me incorporé.
—Eso en realidad no es una mala idea.
—Es una idea terrible —dijo Adrian, mirando entre mí y Eddie.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿Es ésta la parte en la que nos dices que tus manos no
hacen trabajo manual?
—Se parece más a la parte donde no tengo nada que ofrecer a la sociedad —contestó.
—Podría ayudarte —ofrecí.
—¿Vas a hacer el trabajo y darme el cheque de pago? —preguntó Adrian
esperanzado—. Porque eso en realidad podría ayudar.
—Puedo darte un paseo hacia tus entrevistas —dije—. Y te puedo hacer un currículum
vitae que te conseguiría cualquier trabajo. —Lo miré y lo reconsideré—. Bueno, dentro
de lo razonable.
Adrian se recostó de nuevo.
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—Lo siento, Sage. Simplemente no lo siento.
Clarence y Keith entraron en ese momento. La cara de Clarence era exuberante.
—Gracias, gracias —estaba diciendo—. Es muy agradable hablar con alguien que
entiende mi preocupación por los cazadores.
No me había dado cuenta de que Keith entendía algo, excepto por su propia
naturaleza egoísta. La cara de Lee se ensombreció cuando se dio cuenta de que Keith
estaba fomentando la irracionalidad del viejo hombre. Sin embargo, los Moroi
refrenaban los comentarios que sin duda él quería que hicieran. Era la primera vez que
había visto algún tipo de oscura emoción en la cara de Lee. Parecía que Keith podía
reducir hasta la persona más alegre.
Clarence estaba feliz de vernos, como lo estaba Dorothy. Los seres humanos que
daban sangre a los vampiros no eran simplemente desagradables, debido al acto en sí.
Lo que también era terrible era la adicción que daba lugar. Los vampiros soltaban
endorfinas en aquellos en los que bebían, las endorfinas que creaban un alto placer.
Los alimentadores humanos que vivían entre los Moroi se pasaban todos los días en
ese subidón, llegando a ser muy dependientes de él. Alguien como Dorothy, que había
vivido sólo con Clarence durante años, no había experimentado las suficientes
mordidas como para realmente volverse adicta. Ahora, con Jill y con Adrian
alrededor, Dorothy estaba consiguiendo una creciente cantidad de endorfinas en su
vida diaria. Sus ojos se iluminaron cuando vio a Jill, mostrando que estaba deseosa de
más.
—Hey, Sage —dijo Adrian—. No quiero una entrevista, pero ¿crees que podrías darme
un paseo para conseguir algunos cigarrillos?
Empecé a decirle que no iba a ayudarle con semejante hábito sucio y entonces me di
cuenta de que él miraba significativamente a Dorothy. ¿Estaba tratando de sacarme de
aquí? Me pregunté. ¿Darme una excusa para no estar cerca de la alimentación? Por lo
que entendía, los Moroi normalmente no ocultaban su alimentación a los otros. Jill y
Dorothy simplemente solían salir de la habitación para mi consuelo. Sabía que
probablemente lo haría de nuevo, pero decidí que aprovecharía la oportunidad de
escapar. Por supuesto, miré a Keith para su confirmación, esperando que protestara.
Simplemente se encogió. Parecía como si fuera la última cosa en su mente.
—Bueno —dije, levantándome—. Vamos.
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En el coche, Adrian se volvió hacia mí.
—Cambié de opinión —dijo—. Te tomaré la palabra de ayudarme a conseguir un
trabajo.
Casi me desvié en el inminente tráfico. Pocas cosas de él me podrían haber
sorprendido más… y decía unas cosas bastantes sorprendentes de forma regular.
—Eso fue rápido. ¿Hablas en serio?
—Tanto como lo siempre lo hago. ¿Todavía me ayudaras?
—Supongo que sí, aunque no hay mucho en lo que pueda hacer. En realidad no puedo
conseguirte el trabajo. —Recorrí mentalmente mi lista de lo que sabía acerca de
Adrian—. ¿No creo que tengas alguna idea de lo que realmente te gustaría hacer?
—Quiero algo divertido —dijo. Pensó un poco más—. Y quiero hacer mucho dinero…
pero haciendo el menor trabajo posible.
—Encantador —murmuré—. Eso lo reduce.
Llegamos al centro de la ciudad, y logré un perfecto trabajo de aparcamiento en
paralelo que no le impresionó ni de cerca tanto como debería haberlo hecho.
Estábamos justo en frente de una tienda de ultramarinos, y yo me quedé afuera
mientras él entraba. Las sombras de la noche estaban cayendo. Estaba fuera de la
escuela todo el tiempo, pero hasta ahora, mis viajes habían sido todos hasta Clarence,
cursos de mini golf, y acompañados con comida rápida. Resultó ser que la ciudad de
Palm Springs era muy bonita. Boutiques y restaurantes se alineaban en las calles, y
podía haber pasado horas observando a la gente. Jubilados ataviados con ropa de golf
se paseaban junto a los jóvenes glamurosos de la sociedad. Sabía que muchas
celebridades venían aquí también, pero no estaba suficientemente en sintonía con el
mundo del entretenimiento para saber quién era quién.
—Hombre —dijo Adrian, al salir de la tienda—. Elevaron el precio de mi marca
normal. Tuve que comprar alguna mierda.
—Ya sabes —dije—. Dejar de fumar también sería realmente una gran manera de
ahorrar un poco de…
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Me congelé cuando vi algo abajo de la calle. A tres bloques de distancia, a través de las
hojas de algunas palmeras, apenas podía divisar un cartel en el que se leía Nervermore
en unas adornadas letras góticas. Ese era el lugar. La fuente de los tatuajes
extendiéndose sin parar por Amberwood. Desde el incidente de Kristin, había querido
profundizar más en esto, pero no había estado segura de cómo. Ahora tenía mi
oportunidad.
Durante un momento, me acordé de Keith diciéndome que no me involucrara con
ninguna cosa que pudiera llamar la atención o causar problemas. Entonces pensé en la
forma en que Kristin se había visto durante su sobredosis. Esta era mi oportunidad de
realmente hacer algo. Tomé una decisión.
—Adrian —dije—. Necesito tu ayuda.
Tiré de él hacia el salón de tatuajes, poniéndolo al tanto de la situación. Durante un
momento, parecía tan interesado en la alta inducción de los tatuajes que pensé que
querría uno. Cuando le hablé de Kristin, sin embargo, su entusiasmo se desvaneció.
—Incluso si no es Tecnología Alquimista, todavía están haciendo algo peligroso —
expliqué—. No sólo para Kristin. Lo que Slade y esos chicos están haciendo —utilizar
los esteroides para ser mejores en el fútbol— simplemente está muy mal. La gente está
saliendo herida. —Pensé, de repente, en los cortes y en las contusiones de Trey.
Un pequeño callejón separaba el salón de tatuajes de un restaurante cercano, y nos
detuvimos justo delante de él. Una puerta se abrió en el interior del callejón, en el lado
del salón de tatuaje, y un hombre salió y encendió un cigarrillo. Había dado sólo dos
pasos cuando otro hombre sacó su cabeza por la puerta lateral y gritó: —¿Cuánto
tiempo vas a estar fuera? —Pude ver los estantes y las mesas detrás de él.
—Sólo bajaré hasta la tienda —dijo el hombre con el cigarrillo—. Volveré en diez
minutos.
El otro chico volvió adentro, cerrando la puerta. Unos minutos más tarde, lo vimos a
través de la ventana en la parte delantera de la tienda, poniendo en orden algo en el
mostrador.
—Tengo que volver allí —le dije a Adrian—. Por esa puerta.
Arqueó una ceja.
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—¿Qué, entrando a escondidas? ¡Muy elegante de ti! Y oh, sabes… peligroso y tonto.
—Lo sé —dije, sorprendida de lo tranquila que sonaba mientras admitía eso—. Pero
tengo que saber algo, y esta puede ser mi única oportunidad.
—Entonces iré contigo en caso de que ese hombre vuelva —dijo con un suspiro—.
Que no se diga que Adrian Ivashkov no ayuda a damiselas en apuros. Además, ¿lo
viste? Parecía un motorista loco. Ambos lo parecían.
—No quiero que… espera. —La inspiración me golpeó—. Habla con el chico del
interior.
—¿Huh?
—Ve por la parte delantera. Distráelo para que así pueda mirar alrededor. Habla con él
sobre... No lo sé. Ya pensarás en algo.
Rápidamente trazamos un plan. Envié a Adrian hacia su camino, mientras me metía
en el callejón y me acercaba a la puerta. Tiré del pomo y la encontré… cerrada.
—Por supuesto —murmuré. ¿Qué negocio dejaría una puerta alejada como está
expuesta y abierta? Mi brillante plan comenzó a desmoronarse hasta que recordé que
tenía mis “instrumentos esenciales” de Alquimista en mi bolso.
Mi kit completo se necesitaba en raras ocasiones, las crisis de acné del instituto a un
lado, por lo que usualmente se quedaba en casa. Pero los Alquimistas estaban siempre
disponibles, sin importar dónde estuvieran, para cubrir los avistamientos de vampiros.
Así que, siempre teníamos un par de cosas con nosotros en todo momento. Una era la
sustancia que podía disolver un cuerpo de un Strigoi en menos de un minuto. La otra
era casi igual de eficaz disolviendo metal.
Era un tipo de ácido, y lo guardaba en un vial protector en mi bolso. Rápidamente, lo
saqué y desenrosqué la tapa. Un olor amargo me golpeó y me hizo arrugar la nariz.
Con el cuentagotas de cristal del bote, con mucho cuidado lo incliné y puse unas gotas
en el centro de la cerradura. Inmediatamente di un paso hacia atrás mientras una
niebla blanca se elevaba del sitio de contacto. En unos treinta segundos, se había
disipado todo, y había un agujero en el centro del pomo de la puerta. Una de las cosas
buenas de este material, el cual llamábamos fuego rápido, era que su reacción se
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producía muy rápidamente. Ahora estaba inactivo y no representaba ningún peligro
para mi piel. Empuje hacia abajo el pomo, y se soltó.
Sólo abrí un poco la puerta, lo justo para comprobar que no había nadie más
alrededor. No. Vacío. Me deslicé adentro y en silencio cerré la puerta detrás de mí,
fijando un cerrojo interno para asegurarme que permaneciera cerrada. Como había
visto desde el exterior, el lugar era un trastero, lleno de todo tipo de herramientas de
trabajo de tatuajes. Tres puertas me rodeaban. Una llevaba a un cuarto de baño, una a
un cuarto oscuro, y otra al frente de la tienda y al mostrador principal. La luz se
derramaba desde esa puerta, y podía oír la voz de Adrian.
—Mi amigo tiene uno —estaba diciendo—. Lo he visto, y me dijo que este es el lugar
donde lo consiguió. Vamos, no juegues conmigo.
—Lo siento —fue la brusca respuesta—. No tengo ni idea de lo que estás hablando.
Lentamente empecé a escanear los armarios y los cajones, a leer las etiquetas y a
buscar algo sospechoso. Había un montón de suministros y no mucho tiempo.
—¿Es una cuestión de dinero? —preguntó Adrian—. Porque tengo suficiente. Sólo
dime cuánto cuesta.
Hubo una larga pausa, y esperé que a Adrian no le pidieran que mostrara el dinero en
efectivo ya que lo último de su dinero se había ido promocionando el cáncer.
—No lo sé —dijo el hombre al fin—. Si fuera capaz de hacer este tatuaje de cobre del
que estás hablando —y no estoy diciendo que pueda— probablemente no te lo podrías
permitir.
—Te estoy diciendo —dijo Adrian—. Sólo dime el precio.
—¿Qué es lo que te interesa exactamente? —preguntó el hombre lentamente—. ¿Sólo
el color?
—Creo que ambos sabemos —dijo Adrian astutamente—. Quiero el color. Quiero los
“efectos extra”. Y quiero verme rudo. Probablemente ni siquiera puedas hacer el
diseño que quiero.
—Esa es la menor de tus preocupaciones —dijo el tipo—. He estado haciendo esto por
años. Puedo dibujar cualquier cosa que quieras.
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—¿Si? ¿Puedes dibujar un esqueleto conduciendo una motocicleta con llamas saliendo
de ella? Y quiero un sombrero pirata sobre el esqueleto. Y un loro sobre su hombro.
Un esqueleto pirata. O ¿tal vez un esqueleto pirata ninja? No, eso sería excesivo. Pero
sería genial si el esqueleto motorista pudiera estar disparando a algún ninja estrellas
voladoras. Que estén ardiendo.
Mientras tanto, todavía no había visto señales de lo que necesitaba, pero había
millones de rincones y grietas que quedaban por explorar. El pánico empezó a elevarse
en mí. Iba a quedarme sin tiempo. Entonces, viendo una habitación a oscuras, me
apresuré hacia allí. Con una rápida mirada hacia el frente de la tienda, encendí la luz y
aguanté la respiración. Nadie debe haber notado nada porque la conversación
continuaba dónde había quedado.
—Esa es la cosa más ridícula que he escuchado jamás —dijo el tatuador.
—Eso no es lo que las señoritas van a decir —dijo Adrian.
—Mira, niño —dijo el tipo—. Eso ni siquiera sobre dinero. Es sobre disponibilidad. Es
mucha tinta de la que estás hablando, y no tengo tanta disponible.
—Bueno, ¿cuándo entregan tu próximo suministro? —preguntó Adrian.
Miré con admiración lo que había encontrado: estaba en la habitación dónde hacían
los tatuajes. Había una silla reclinable —mucho más cómoda que la mesa dónde había
recibido mi tatuaje— y una pequeña mesa lateral cubierta con lo que parecía ser
implementos recientemente usados.
—Ya tengo a algunas personas en lista de espera antes que tú. No sé cuándo habrá
más.
—¿Puedes llamarme cuando sepas? —preguntó Adrian—. Te daré mi información. Mi
nombre es Jet Steele.
Si no fuera por mi propia situación de tensión, hubiera gruñido. ¿Jet Steele? ¿En serio?
Antes de que pudiera pensar mucho sobre eso, finalmente encontré lo que había estado
buscando.
La pistola para tatuar sobre la mesa tenía su propio contenedor de tinta, pero estaba
cerca de varios pequeños frasquitos. Todos ellos estaban vacíos, pero algunos todavía
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tenían suficientes residuos metálicos de sus ingredientes anteriores para decirme lo que
necesitaba. Sin siquiera pensarlo dos veces, rápidamente empecé a juntarlos y meterlos
en mi bolso.
Cerca, noté algunos frasquitos sellados llenos de líquido oscuro. Me congelé por un
momento. Con cuidado, tomé uno, lo abrí, y tome una inhalación.
Era lo que había temido.
Le volví a poner la tapa y añadí esos frasquitos a mi bolso.
En ese momento, oí un zumbido detrás de mí. Alguien estaba tratando de abrir la
puerta trasera. Había echado el cerrojo detrás de mí, sin embargo, y no cedía. Aun así,
quería decir que mi tiempo para fisgonear se había acabado. Acababa de cerrar mi
bolso cuando oí que se abría la puerta principal.
—Joey, ¿por qué la puerta de atrás está cerrada? —demandó una enfadada voz.
—Siempre está cerrada.
—No, está echado el cerrojo. Desde adentro. No lo estaba cuando me fui.
Es la señal para mi salida. Apagué la luz y empecé a apresurarme de regreso por la sala
de almacenamiento.
—¡Espera! —exclamó Adrian. Había una nota ansiosa en su voz, como si estuviera
tratando de conseguir la atención de alguien. Tenía la preocupante sensación de que
los dos tipos que trabajaban aquí estaban dirigiéndose hacia la parte de atrás del
mostrador para investigar—. Tengo que saber algo más sobre el tatuaje. ¿Puede el loro
estar usando un sombrero de pirata? Como, ¿uno miniatura?
—En un minuto. Tenemos que revisar algo. —La voz era más fuerte que antes. Más
cercana.
Mis manos temblaban cuando destrabé el cerrojo. Me las arreglé y abrí la puerta,
saliendo apresuradamente justo cuando oí las voces detrás de mí. Sin detenerme para
echar una mirada hacia atrás, cerré la puerta y corrí por el callejón y por la calle, más
atrás donde había aparcado. Estaba bastante segura de que los tipos no habían
conseguido un buen vistazo de mí. Creo que sólo había visto una figura saliendo como
una flecha por la puerta. Aun así, estaba agradecida por las multitud de personas en la
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calle. Fui capaz de mezclarme mientras cambiaba mi atención hacia mi coche y
desbloqueé la puerta. Mis manos estaban sudorosas y temblaban mientras peleaba
torpemente con las llaves.
Quería desesperadamente mirar detrás de mí pero tenía miedo de atraer la atención de
los dos hombres, si estuvieran afuera buscando por la calle. Mientras no tuvieran razón
para sospechar de mí…
Una mano repentinamente tomó mi brazo y me alejó de un tirón. Jadeé.
—Soy yo —dijo una voz.
Adrian. Suspiré con alivio.
—No mires hacia atrás —dijo calmadamente—. Sólo métete en el coche.
Obedecí. Una vez que ambos estuvimos a salvo en su interior, tomé una inhalación
profunda, agobiada por los latidos de mi corazón. La adrenalina nacida del miedo
surgía en mi pecho, tan fuerte que dolía. Cerré mis ojos y me eché hacia atrás.
—Eso estuvo demasiado cerca —dije—. Y, a propósito, lo hiciste bien.
—Lo sé —dijo con orgullo—. Y de hecho, como que quiero hacerme un tatuaje ahora.
¿Encontraste lo que estabas buscando?
Abrí mis ojos y suspiré.
—Lo hice. Y mucho más.
—Entonces, ¿qué es? ¿Están poniendo drogas en los tatuajes?
—Peor —dije—. Están usando sangre de vampiro.
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Capítulo 17
Traducido por Bautiston
Corregido por DaRk Bass
i descubrimiento llevó el problema del tatuaje a un nivel
completamente nuevo. Antes, sólo pensaba que estaba luchando contra
las personas que utilizaban técnicas similares a los métodos de los Alquimistas para
exponer Amberwood a las drogas. Había sido una cuestión moral. Ahora, con la
sangre en juego, era un problema de los Alquimistas. Nuestro propósito era proteger a
los seres humanos de la existencia de los vampiros. Si alguien ilícitamente estaba
poniendo la sangre de vampiro en seres humanos, habrían cruzado la línea en la que
trabajábamos duramente, todos los días, para mantener.
Sabía que debía informar esto de inmediato. Si alguien tenía en sus manos sangre de
vampiro, los Alquimistas necesitaban enviar fuerzas aquí a investigar. Si siguiera la
cadena de mando normal, supongo que la cosa seria decirle a Keith y dejarlo que le
dijera a nuestros superiores. Si lo hacía, sin embargo, no tenía ninguna duda de que
tomaría todo el crédito por descubrir esto. No podía dejar que eso ocurriera, y no
porque quisiera la gloria para mí. Muchos Alquimistas creían, erróneamente, que
Keith era una persona honrada. Yo no lo creía.
Pero antes de hacer algo, necesitaba calcular el resto de los contenidos de los viales.
Podría hacer conjeturas sobre los residuos metálicos, pero no estaba segura de si es
que, al igual que la sangre, venían directamente desde el catálogo de los Alquimistas o
eran sólo imitaciones. Y si tenían nuestras fórmulas, no sería evidente a simple vista.
El polvo de plata en un vial, por ejemplo, podría tener unos pocos compuestos
diferentes a los Alquimistas. Tenía los medios para hacer algunos experimentos y
calcular, pero una sustancia se me escapaba. Este líquido claro y ligeramente espeso no
tenía ningún olor perceptible. Mi conjetura era que era el narcótico que se utilizaba en
los tatuajes celestiales. La sangre de vampiro no podía causar ese incremento, a pesar
de que explicaría absolutamente el loco atletismo de los autollamados tatuados de
acero. Por lo tanto, comencé a hacer los experimentos que pude, mientras seguía con
las rutinas normales de la escuela.
Estábamos jugando baloncesto en Educación Física esta semana, por lo que Jill estaba
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participando y era objeto de los comentarios mordaces de Laurel. La escuchaba decir
cosas como: —Uno pensaría que sería mucho mejor ya que es tan alta. Casi puede
tocar la canasta sin saltar. Tal vez debería convertirse en un murciélago y volar hasta
allí.
Hice una mueca. Tuve que mantenerme diciendo que no me tomara muy enserio las
bromas, pero cada vez que oía una, el pánico se apoderaba de mí. Tenía que
esconderlo, sin embargo. Si quería ayudar a Jill, necesitaba detener las burlas en su
totalidad, no sólo las cosas de vampiros. Prestar más atención a esos comentarios no
ayudaba.
Micah trató de consolar a Jill después de cada ataque, lo que claramente enfureció más
a Laurel. Los comentarios de Laurel no eran los únicos comentarios en llegar a mis
oídos. Desde mi incursión en la tienda de tatuajes, había escuchado una buena
cantidad de información interesante de Slade y sus amigos.
—Bueno, ¿dijo cuándo? —La Sra. Carson tomaba asistencia, y Slade estaba
interrogando a un tipo llamado Tim acerca de un reciente viaje a la tienda.
Tim negó con la cabeza.
—No. Están teniendo algunos problemas con su envío. Parece que el proveedor lo
tiene, pero no quiere entregarlo por el mismo precio.
—Maldita sea —gruñó Slade—. Necesito un retoque.
—Hey —dijo Tim—, ¿y yo qué? Ni siquiera tengo el primero.
No era el primer comentario que había escuchado de alguien que ya tenía un celestial y
necesitaba un retoque. La adicción en acción.
La cara de Jill era dura cuando terminó Educación física, y tuve la sensación de que
estaba tratando de no llorar. Intente hablar con ella en el vestuario, pero simplemente
negó con la cabeza y se dirigió a las duchas. Estaba a punto de ir allí cuando oí un
grito. Los que estábamos aún por las taquillas corrimos hacia el cuarto de baño para
ver lo que estaba sucediendo.
Laurel arrancó la cortina de su puesto y salió corriendo, haciendo caso omiso al hecho
de que estaba desnuda. Me quede boquiabierta. Su piel estaba cubierta de una fina
capa de hielo. Las gotas de agua de la ducha se habían congelado en su piel y en su
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pelo, aunque en el calor húmedo del resto de la habitación, ya estaban empezando a
derretirse. Le eché un vistazo a la propia ducha y me di cuenta de que el agua que salía
del grifo también estaba congelada.
Los gritos trajeron corriendo a la Sra. Carson, en shock como el resto de nosotras ante
lo que parecía imposible que acabábamos de presenciar. Finalmente declaró que era
algún tipo de problema con las tuberías y el calentador de agua. Eso era típico de mis
compañeros humanos. Siempre llegaban a inverosímiles explicaciones científicas antes
que profundizar en lo fantástico.
Pero no tuve ningún problema con eso. Hacia mi trabajo más fácil.
La Sra. Carson trató de que Laurel fuera a una ducha diferente para quitarse el hielo,
pero se negó. Esperó a que se derritiera y luego se secó.
Su pelo estaba atroz, cuando finalmente fue a su próxima clase, sonreí. Supuse que no
habría sacudida de pelo hoy.
—Jill —dije, al verla tratando de mezclarse con el grupo de chicas que abandonaban el
vestuario. Miró con aire de culpabilidad por encima del hombro, pero no reconoció de
ninguna manera que me había escuchado. La seguí muy de cerca—. ¡Jill! —llamé de
nuevo. Definitivamente me evitaba.
En la sala, Jill vio a Micah y corrió hacia él. Inteligente. Sabía que no iba hacer
preguntas peligrosas a su alrededor.
Se las arregló para evitarme el resto del día, pero me quedé fuera de nuestra habitación,
hasta que finalmente llegó a casa, justo antes del toque de queda.
—Jill —exclamé en cuanto entró por la puerta—. ¿Qué estabas pensando? —Tiró los
libros y se volvió hacia mí. Tuve la sensación de que no era la única que había estado
preparando un discurso.
—Estaba pensando que estoy harta de escuchar a Laurel y a sus amigos hablar de mí.
—¿Así que congelaste la ducha? —pregunté—. ¿Y eso cómo va a detenerla? No es
como si pudieras reclamar el crédito por ello.
Jill se encogió de hombros.
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—Me hizo sentir mejor.
—¿Esa es tu excusa? —No me lo podía creer. Jill siempre había parecido tan
razonable. Había sobrevivido a convertirse en una princesa y morir con la cabeza
clara. Esto la quebró—. ¿Sabes que estás en riesgo? ¡Estamos tratando de no llamar la
atención aquí!
—La Sra. Carson no piensa que sea algo raro.
—¡La Sra. Carson encontró una débil excusa para tranquilizarse! Eso es lo que hace la
gente. Todo lo que le necesita hacer algún conserje sería investigar y decir que las
tuberías no se congelan al azar y ¡sobre todo en Palm Springs!
—¿Y qué? —demando Jill—. ¿Entonces, que? ¿Su siguiente suposición será decir que
se trataba de magia vampiro?
—Por supuesto que no —le dije—. Pero la gente va a hablar. Levantarás sospechas.
Me miró con atención.
—¿Es eso lo que realmente te molesta? ¿O que he usado la magia?
—¿No es lo mismo?
—No. Quiero decir, te angustia que utilice la magia porque no te gusta la magia. No te
gusta nada que tenga que ver con los vampiros. Creo que esto es personal. Sé lo que
piensas de nosotros.
Me quejé. —Jill, tú me caes bien. Tienes razón con lo de que la magia me hace sentir
un poco incómoda. —Bueno, muy incómoda—. Pero mis sentimientos personales no
son los que van a hacer a la gente preguntarse qué pudo haber causado que el agua se
congelara de esa manera.
—¡No es justo que ella pueda seguir haciendo eso!
—Lo sé. Pero tienes que ser mejor que ella.
Jill se sentó en la cama y suspiró. Así de simple, su ira pareció fundirse en la
desesperación. —Odio este lugar. Quiero volver a St. Vladimir. O a la Corte. O a
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Michigan. A cualquier otro lugar. —Me miró suplicante—. ¿No has tenido ninguna
noticia acerca de cuándo puedo volver?
—No —dije, incapaz de decirle que podría pasar un largo tiempo.
—Todo el mundo está pasándola muy bien aquí —dijo—. Tú lo amas. Tienes
toneladas de amigos.
—Yo no…
—A Eddie también le gusta. Tiene a Micah y otros chicos en su dormitorio para pasar
el rato. Además, me tiene a su cargo, lo cual le da un propósito. —Nunca lo había
pensado así, pero me di cuenta de que tenía razón—. ¿Pero yo? ¿Qué tengo? Nada más
que este vínculo estúpido que me hace sentir más deprimida porque tengo que
escuchar a Adrian sintiendo lástima de sí mismo.
—Estoy llevando a Adrian a buscar empleo mañana —le dije, no segura de si eso
realmente ayudaría.
Jill asintió con expresión sombría.
—Lo sé. Su vida probablemente será grandiosa ahora también.
Se estaba hundiendo en el melodrama y su propia auto-compasión, pero a la luz de
todo, sentía como si tuviera derecho a ello en estos momentos.
—Tienes a Lee —le dije.
Su cara brilló.
—Lo sé. Es genial. Me gusta mucho, y no puedo creer… Quiero decir, que
simplemente parece una locura que también le guste.
—No es tan loco.
Su brillo se desvaneció.
—¿Sabías que Lee me dijo que cree que puedo ser modelo? Dice que tengo la figura
humana que a los diseñadores de moda les gusta y sabe que los diseñadores del centro
están buscando modelos. Pero cuando le dije a Eddie, respondió que era una idea
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terrible, porque no puedo correr el riesgo de que me tomen una foto. Dijo que si se
filtraba, otros me podían encontrar.
—Eso es verdad —le dije—. Pero lo otro es verdad también. Tienes la figura de una
modelo, pero hacerlo sería demasiado peligroso.
Suspiró, viéndose derrotada.
—¿Ves? Nada funciona para mí.
—Lo siento, Jill. Realmente lo hago. Sé que es duro. Todo lo que puedo pedirte es que
trates de mantenerte fuerte. Lo has hecho muy bien hasta ahora. Sólo aguanta un poco
más, ¿de acuerdo? Sólo mantente pensando en Lee.
Mis palabras sonaban huecas, incluso para mí. Casi me pregunté si debía llevarla con
Adrian, pero finalmente decidí no hacerlo. Pensé que Adrian no necesitaba ningún
tipo de distracción. Tampoco estaba segura de lo interesante que sería para ella. Si
realmente estaba tan ansiosa por ver a Adrian pasar por una entrevista de trabajo,
podía "escuchar" a través de la conexión.
Me encontré con Adrian después de la escuela al día siguiente, y por primera vez en
mucho tiempo, ni Lee ni Keith estaban alrededor de la vieja casa. Sin embargo,
Clarence si y casi me atropelló cuando entré.
—¿Escuchaste? —Exigió—. ¿Escuchaste acerca de esa pobre chica?
—¿Qué chica? —pregunté.
—La que murió en Los Ángeles hace un par de semanas.
—Oh, sí —dije, aliviada de que no hubiera sido una nueva muerte—. Fue trágico.
Tenemos suerte de que no haya Strigoi aquí.
Me dio una mirada sorprendentemente conocedora.
—¡No fueron los Strigoi! ¿No has prestado atención? Eran ellos. Los cazadores de
vampiros.
—Pero bebieron su sangre, señor. ¿No dijo que los cazadores de vampiros son
humanos? Ningún ser humano tendría ninguna razón para beber sangre Moroi.
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Se alejó de mí y se paseó por la sala de estar. Miré a mí alrededor, preguntándome
dónde estaba Adrian.
—¡Todo el mundo dice eso! —dijo Clarence—. Como si no lo supiera. No puedo
explicar por qué hacen lo que hacen. Son muy extraños. Adoran al sol y tienen
creencias raras sobre el mal y el honor… incluso más inusuales que tus creencias. —
Bueno, eso ya era algo. Por lo menos sabía que yo era un ser humano. A veces no
estaba segura—. También tienen puntos de vista extraña de los vampiros que deben
morir. Matan a todos los Strigoi, sin duda. Con Moroi y dhampirs, son más selectivos.
—Sabe mucho acerca de ellos —le dije.
—Hice mis investigaciones, desde Tamara. —Suspiró y de repente parecía muy, muy
viejo—. Por lo menos Keith me cree.
Mantuve mi rostro inexpresivo.
—¿Ah, sí?
Clarence asintió con la cabeza.
—Es un buen joven. Deberías darle una oportunidad.
Mi control se deslizó, y sabía que estaba con el ceño fruncido. —Lo intentaré, señor.
—Adrian entró en ese momento, para mi alivio. Estar a solas con Clarence era
suficientemente extraño como para tenerlo alabando a Keith Darnell.
—¿Listo? —le pregunté.
—Por supuesto —dijo Adrian—. No puedo esperar a ser un miembro productivo para
la sociedad.
Mire su conjunto una vez más y tuve que comerme los comentarios. Era agradable,
pero por supuesto, su ropa siempre lo era. Jill había dicho que tenía un vestuario caro,
pero Adrian iba mucho más lejos de eso. Llevaba jeans negro y una camisa Burdeos
con botones. La camisa parecía que una especie de mezcla de seda y la llevaba suelta y
desabotonada. Su pelo estaba cuidadosamente peinado para que pareciera que acababa
de levantarse de la cama. Lástima que no tenía la textura de mi pelo. Mi cabello lo
hacía sin ningún estilo en absoluto.
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Tuve que admitir, que se veía bien, pero no parecía que fuera a una entrevista de
trabajo. Parecía que estaba a punto de salir de fiesta. Esto me puso en una clase de
conflicto. Me encontré admirándolo, y recordé una vez más la impresión que tenía de
él, a veces, como si fuera una especie de obra de arte. Era un poco desconcertante,
sobre todo desde que tenía que decirme a mí misma que los vampiros no eran
atractivos de la misma manera que los seres humanos. Afortunadamente, la parte
práctica de mí pronto tomó el poder, diciéndome que no importaba si se veía bien o
no. Lo que importaba era que se veía inadecuado para las entrevistas de trabajo. Sin
embargo, no debería haberme sorprendido. Este era Adrian Ivashkov.
—Así que ¿Cuál es la agenda? —me preguntó una vez que estuvimos en camino—.
Realmente creo que “Presidente Ivashkov" suena bien.
—Hay una carpeta en el asiento trasero con nuestro itinerario, Presidente.
Adrian giró y sacó la carpeta. Después de un análisis rápido de la misma, declaró —:
Consigues puntos por variedad, Sage. Pero no creo que ninguno de estos vaya a
ayudar a mantener el estilo de vida al que estoy acostumbrado.
—Tu currículum está atrás. Hice lo que pude, pero aquí estamos operando dentro de
parámetros limitados.
Pasó a través de los papeles y encontró el currículum.
—Wow. ¿Era un asistente de educación en San Vladimir?
Me encogí de hombros.
—Era lo más cercano que tenías a un trabajo.
—Y Lissa era mi supervisor, ¿eh? Espero que me haya dado buenas referencias.
Cuando Vasilisa y Rose estaban todavía en la escuela, Adrian había vivido ahí y
trabajado con Vasilisa en el aprendizaje del espíritu. "Asistente educativo" era una
especie de estiramiento, pero lo hacía sonar como si pudiera realizar múltiples tareas y
presentarse a trabajar a tiempo.
Cerró la carpeta, se recostó en el asiento y cerró los ojos. —¿Cómo está Jailbait?
Parecía deprimida la última vez que la vi.
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Consideré mentirle, pero pensé que probablemente iba a enterarse de la verdad con el
tiempo, ya sea directamente de ella, o a través de sus propias deducciones. El juicio de
Adrian podría ser cuestionable, pero había descubierto que era excelente en la lectura
de las personas. Eddie decía que venía de ser un usuario espíritu y había mencionado
algo sobre el aura, pero no estaba muy segura de creerle. Los Alquimistas no tenían
pruebas fehacientes de que fueran reales.
—No está bien —le dije, dándole el informe completo mientras nos dirigíamos.
—Esa cosa de la ducha fue muy graciosa —dijo cuando terminé.
—¡Fue irresponsable! ¿Por qué nadie puede ver eso?
—Pero la perra se lo merecía.
Suspiré.
—¿Ustedes han olvidado por qué están aquí? ¡Tú de todas las personas! La viste morir.
¿No entiendes lo importante que es para que ella este a salvo, mantener un perfil bajo?
Adrian se quedó callado por unos momentos, y cuando me miró, su cara estaba
inusualmente seria.
—Lo sé. Pero no quiero ser miserable tampoco. Ella… ella no se lo merece. No como
el resto de nosotros.
—No creo que lo merezcamos.
—Tal vez no —dijo con una sonrisa—. Con tu estilo de vida puro y absoluto. No sé.
Jill es tan... inocente. Es por eso que la salve, ya sabes. Es decir, en parte.
Me estremecí.
—¿Cuando murió?
Asintió con la cabeza, una mirada de preocupación en sus ojos.
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—Cuando la vi allí, cubierta de sangre y sin moverse... no pensé en las consecuencias
de lo que estaba haciendo. Sólo sabía que tenía que salvarla. Que tenía que vivir.
Actué sin dudar, sin saber a ciencia cierta si lo podía hacer.
—Fue valiente de tu parte.
—Tal vez. No lo sé. Sé que ha pasado por mucho. No quiero que pase por más.
—Yo tampoco —Me conmovió la preocupación. No dejaba de sorprenderme de
maneras extrañas. A veces era difícil imaginar a Adrian realmente preocupándose por
algo, pero un lado más suave surgía cuando hablaba de Jill—. Haré lo que pueda. Sé
que debería hablar más con ella... ser más una amiga o una hermana falsa. Es que...
Me miró.
—¿Es realmente tan terrible estar a nuestro alrededor?
Me sonrojé.
—No —dije—. Pero... es complicado. Me han enseñado ciertas cosas durante toda mi
vida. Son difíciles de evitar.
—Los cambios más grandes en la historia han llegado porque las personas fueron
capaces de deshacerse de lo que otros les dijeron que hicieran. —Miró lejos de mí, por
la ventana.
La declaración me molestó. Sonaba bien, por supuesto. Era el tipo de cosa que la gente
dice todo el tiempo sin comprender realmente las consecuencias. Sé tú mismo, ¡lucha
contra el sistema! Pero la gente que lo dice, gente como Adrian, no ha vivido mi vida.
No se ha criado en un sistema de creencias tan rígidas, que era como estar en prisión.
No se ha visto obligada a renunciar a su capacidad de pensar por sí mismos o tomar
sus propias decisiones. Sus palabras no sólo me molestaban, me di cuenta. Me hacían
enojar. Me hacían sentir celos.
Me burlé y eché un comentario digno de él.
—¿Debo agregar orador motivacional a tu currículum?
—Si mejora la paga, estoy dentro. Oh. —Se enderezó—. Finalmente lo ubiqué. Ese
tipo Micah, por el que estás tan preocupada.
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—¿Lo ubicaste?
—Sí. Por qué se ve tan familiar. Micah es la viva imagen de Mason Ashford.
—¿Quién?
—Un dhampir que fue a San Vladimir. Salió con Rose por un tiempo —se burló
Adrian y apoyó su mejilla contra el cristal—. Bueno, en la medida que cualquiera
pudiera salir con ella. Estaba loca por Belikov, incluso entonces. Al igual que lo estaba
cuando salimos. No sé si Ashford lo sabía o si fue capaz de engañarlo todo el tiempo.
Espero que sí. Pobre diablo.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué dices eso?
—Él murió. Bueno, fue asesinado, debería decir. ¿Sabías eso? Un grupo de ellos fueron
capturados por Strigoi el año pasado. Rose y Castile lograron salir. Ashford no lo hizo.
—No —dije, haciendo una nota mental para echarle un vistazo a eso—. No lo sabía.
¿Eddie también estaba allí?
—Así es. Físicamente, por lo menos. Los Strigoi se mantuvieron alimentándose de él,
así que era inútil para ellos. ¿Quieres hablar sobre daño emocional? No busques más.
—Pobre Eddie —dije. De repente, mucho acerca del dhampir estaba empezando a
tener sentido para mí.
Llegamos al primer lugar, una firma de abogados que estaba buscando un asistente de
oficina. El título parecía más atractivo de lo que realmente era y, probablemente,
implicaría una gran cantidad de las mismas diligencias que Trey y yo hacíamos para la
Sra. Terwilliger. Pero de los tres empleos que había encontrado, ésta también tenía el
mayor potencial para avanzar en el futuro.
La firma iba, obviamente, bien, a juzgar por la recepción en la que esperábamos. Había
orquídeas gigantes, bien colocadas en floreros, e incluso había una fuente en el centro
de la habitación. Otros tres esperaban en el hall de entrada con nosotros. Uno de ellos
era una mujer muy bien vestida en sus cuarenta. Frente a ella estaba un hombre de la
misma edad, sentado con una mujer mucho más joven que usaba una blusa de corte
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bajo, que hubiera provocado su expulsión de Amberwood. Cada vez que la miraba,
quería cubrir su escote con un suéter. Los tres obviamente se conocían entre sí, debido
a que mantenían el contacto visual y las miradas de negocios.
Adrian estudió a cada uno de ellos de forma individual y luego se volvió hacia mí.
—Esta firma de abogados —dijo en voz baja—, se especializa en divorcios, ¿no?
—Sí —dije.
Asintió con la cabeza y tomó unos minutos para procesar la información. Entonces,
para mi horror, se inclinó sobre mí y le dijo a la mujer de más edad: —Él es un tonto,
claro. Usted es una mujer impresionante, con clase. Sólo tiene que esperar. Se va a
arrepentir.
—Adrian —exclamé.
La mujer se estremeció de sorpresa, pero no se veía totalmente ofendida. Mientras
tanto, en el otro lado de la habitación, la joven se incorporó de donde había estado
abrazada contra el hombre.
—¿Perdón? —exigió—. ¿Qué se supone que significa eso?
Quería que la tierra me tragara y me salvara. Afortunadamente, la siguiente mejor cosa
fue cuando la recepcionista llamó al trío para reunirse con un abogado.
—¿En serio? —le pregunté cuando se fueron—. ¿Tenías que decir eso?
—Digo lo que pienso, Sage. ¿No crees en decir la verdad?
—Por supuesto que sí. ¡Pero hay un momento y lugar! No con extraños que están,
evidentemente, en una mala situación.
—Lo que sea —dijo, pareciendo muy satisfecho de sí mismo—. Mejoré totalmente el
día de esa señora.
En ese momento, una mujer con un traje negro y zapatos de tacón muy alto salió de
una oficina interior.
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—Soy Janet McCade, la directora de la oficina —dijo. Miró entre los dos de nosotros
con incertidumbre, y luego se decidió por mí—. Tú debes ser Adrian.
El error de nombre era comprensible, pero la confusión no presagiaba nada bueno para
él. Mi valoración de su equipamiento de fiestas había sido correcta. Mi falda marrón y
blusa marfil aparentemente parecía más apropiado para una entrevista.
—Este es Adrian —le dije, señalándolo—. Sólo soy su hermana, estoy aquí como el
apoyo moral.
—Es usted muy amable —dijo Janet, un poco perpleja—. Bien, entonces. ¿Vamos a
hablar, Adrian?
—Por supuesto —dijo, de pie. Comenzó a seguirla, y salté.
—Adrian —le susurré, capturándole la manga—. ¿Quieres decir la verdad? Hazlo ahí.
No embellezcas o hagas locas afirmaciones de que eras un fiscal de distrito.
—Lo tengo —dijo—. Esto va a ser una brisa.
Si por brisa quería decir rápido, entonces tenía razón. Salió de la puerta de la oficina
cinco minutos más tarde.
—No creo —le dije, una vez que estábamos en el coche—, que sólo te diera el trabajo
basada en tu aspecto.
Adrian tenía la mirada perdida, pero me dedicó una gran sonrisa.
—Por qué, Sage, dulce charlatana.
—¡Eso no es lo que quise decir! ¿Qué pasó?
Se encogió de hombros.
—Le dije la verdad.
—Adrian.
—Lo digo en serio. Me preguntó cuál era mi mayor fortaleza. Dije que llevarme bien
con la gente.
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—Eso no es malo —admití.
—Entonces preguntó cuál era mi mayor debilidad era. Y dije, ¿Dónde debo comenzar?
—¡Adrian!
—Deja de decir mi nombre así. Le dije la verdad. Para el momento en que estaba en la
cuarta, me dijo que me podía ir.
Gemí y resistí la tentación de golpear mi cabeza en el volante.
—Debería haberte entrenado. Esa es una pregunta con trampa estándar. Se supone que
debes responder con cosas como “soy demasiado dedicado a mi trabajo" o "Soy un
perfeccionista".
Soltó un bufido y se cruzó de brazos.
—Eso es una mierda total. ¿Quién iba a decir algo así?
—Las personas que consiguen trabajo.
Ya que teníamos más tiempo ahora, hice mi mejor esfuerzo para prepararlo con las
respuestas antes de la próxima entrevista. De hecho era en Spencer's, había conseguido
que Trey me hiciera un favor. Mientras que Adrian estaba entrevistándose atrás, me
dieron una mesa y algo de café. Trey me vino a visitar después de unos quince
minutos.
—¿Es realmente tu hermano? —exigió.
—Sí —dije, esperando parecer convincente.
—Cuando dijiste que estaba buscando un trabajo, me imaginé a una versión masculina
de ti. Pensé que querría vasos de cappuccino o algo así.
—¿Cuál es tu punto? —Le pregunté.
Trey negó con la cabeza.
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—Mi punto es que es mejor seguir buscando. Estaba allí y lo vi hablando con mi jefa.
Ella estaba explicándole la limpieza tendría que hacer cada noche. Entonces él dijo
algo sobre sus manos y el trabajo manual.
No era el tipo de persona que maldecía, pero en ese momento, me hubiera gustado
serlo.
La última entrevista era en un bar de moda del centro. Lo había tomado con la fe de
que Adrian probablemente sabía todas las bebidas en el mundo y había formado una
credencial falsa del currículo, afirmando que había tomado una clase de coctelería. Me
quedé en el coche y lo envié solo, pensando que tenía la mejor oportunidad aquí. Por
lo menos, su equipo sería adecuado. Cuando salió en diez minutos, estaba
horrorizada.
—¿Cómo? —exigí—. ¿Puedes haberlo jodido?
—Cuando entré, me dijeron que el gerente estaba en el teléfono y que debería esperar
unos minutos. Por lo tanto, me senté y pedí un trago.
Esta vez, incline la frente contra el volante.
—¿Qué ordenaste?
—Un Martini.
—Un Martini. —Levanté la cabeza—. Pediste un Martini antes de una entrevista de
trabajo.
—Es un bar, Sage. Me imaginé que estaría bien con eso.
—¡No, no! —Exclamé. El volumen de mi voz nos sorprendió, y él se encogió un
poco—. ¡No eres estúpido, no importa lo mucho que pretendas serlo! Sabes que no
puedes hacer eso. Lo hiciste para joderla con ellos. ¡Lo hiciste para joderla conmigo!
Eso es lo que todo esto ha sido. No has tomado nada de esto en serio. Hiciste perder el
tiempo a estas personas y el mío, ¡sólo porque no tenías nada mejor que hacer!
—Eso no es cierto —dijo, aunque sonó incierto—. Yo quiero un trabajo… sólo que no
estos puestos de trabajo.
—No estás en condiciones de escoger y elegir. ¿Quieres salir de lo de Clarence? Estas
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eran tus salidas. Deberías haber sido capaz de obtener cualquiera de ellos si ponías un
poco de esfuerzo. Eres encantador cuando quieres. Podrías haber hablado de ti en un
mismo trabajo. —Arranqué el coche—. He terminado con esto.
—No entiendes —dijo.
—Entiendo que estás pasando por un momento difícil. Entiendo que estás sufriendo.
—Me negué a mirarlo y le di toda mi atención a la carretera—. Pero eso no te da
derecho a jugar con la vida de otras personas. Trata de cuidar de la tuya para variar.
No respondió hasta que estuvimos en lo de Clarence, y aun así, no quería oírlo.
—Sage… —comenzó.
—Sal —le dije.
Dudó como si pudiera estar en desacuerdo, pero finalmente asintió con un gesto
rápido. Dejó el coche y se dirigió hacia la casa, encendiendo un cigarrillo mientras se
iba. La furia y la frustración ardían dentro de mí. ¿Cómo podía una persona enviarme
continuamente a esos altibajos emocionales? Cada vez que me estaba empezando a
sentir a gusto y sentir como si tuviéramos en realidad una conexión, iba y hacía algo
como esto. Era una tonta por permitirme empezar a sentir amistad hacia él.
¿Realmente antes pensaba que era una obra de arte? Más bien una pieza de trabajo.
Mis sentimientos estaban agitados cuando llegué a Amberwood. Particularmente me
encogí ante la idea de encontrarme con Jill en nuestra habitación. No tenía duda de
que sabía todo lo que había pasado con Adrian, y no tenía ganas de oírla
defendiéndolo.
Pero cuando iba hacia mi dormitorio, nunca llegue más allá de la recepción. La Señora
Weathers estaba en el vestíbulo, junto a Eddie y un oficial de seguridad del campus.
Micah rondaba cerca, la cara pálida. Mi corazón se detuvo. Eddie corrió hacia mí, el
pánico escrito sobre él.
—¡Ahí estás! No podía ponerme en contacto contigo o con Keith.
—M-mi teléfono estaba apagado. —Miré a la señora Weathers y al oficial y vi la
misma preocupación en sus rostros que en el de él—. ¿Qué pasa?
—Es Jill —dijo Eddie con gravedad—. Está desaparecida.
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Capítulo 18
Traducido por masi y LizC
Corregido por Niii
qué te refieres con “desaparecida”? —pregunté.
—Se suponía que debía reunirse con nosotros hace un par de horas —
dijo Eddie, intercambiando miradas con Micah—. Pensé que tal vez ella estaba con
ustedes.
—No he vuelto a verla desde Educación Física. —Estaba tratando de no entrar en
modo de pánico todavía. Había demasiadas variables en juego y ninguna evidencia
suficiente para empezar a pensar en una locura de que disidentes Moroi la habían
secuestrado—. Este es un lugar realmente grande… quiero decir tres campus. ¿Están
seguros de que no está simplemente encerrada, estudiando en alguna parte?
—Hemos hecho una búsqueda bastante exhaustiva —dijo el oficial de seguridad—. Y
los profesores y los trabajadores están alerta buscándola. Ningún avistamiento todavía.
—Y ella no contesta a su teléfono móvil —añadió Eddie.
Finalmente dejé que el miedo real me alcanzara, y mi cara debe haberlo demostrado.
La expresión del funcionario se suavizó.
—No te preocupes. Estoy seguro de que aparecerá. —Era el tipo de cosa conciliadora
que las personas de su profesión tenían que decir a los miembros de la familia—. Pero,
¿tienes alguna otra idea de dónde podría estar?
—¿Qué pasa con tus otros hermanos? —preguntó Micah.
Había estado temiendo que sucediera eso. Yo estaba casi al cien por cien segura de que
ella no estaba con Keith, pero aun así él debería ser informado de su desaparición. No
era algo que considerara en el futuro próximo, porque sabía que habría una charla en
ello para mí. También sería un signo de mi fracaso a los ojos de otros Alquimistas. Me
debería haber quedado al lado de Jill. Ese era mi trabajo, ¿verdad? En cambio,
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tontamente, había estado ayudando a alguien a hacer recados. No simplemente
alguien… a un vampiro. Así es como los Alquimistas lo verían. Amante de los Vampiro.
—Estuve con Adrian —dije lentamente—. Supongo que podría haber ido de alguna
forma a casa de Clarence y esperarle. En realidad no entré.
—Intenté llamar a Adrian —dijo Eddie—. Ninguna respuesta.
—Lo siento —dije—. Estábamos haciendo sus entrevistas, por lo que debe haber
silenciado su teléfono. ¿Quieres intentarlo de nuevo? —Yo, ciertamente, no quería
hacerlo.
Eddie se hizo a un lado para llamar a Adrian, mientras yo hablaba con la Señora
Weathers y el oficial. Micah se paseaba con aire preocupado, y me sentía culpable por
querer siempre mantenerlo lejos de Jill. El asunto de la raza era un problema, pero él
realmente se preocupaba por ella. Le dije al oficial todos los lugares que a Jill le
gustaba frecuentar en el campus. Ellos confirmaron que ya habían revisado todos.
—¿Conseguiste hablar con él? —pregunté cuando Eddie regresó.
Él asintió con la cabeza.
—No está allí. Me siento un poco mal, sin embargo. Él está bastante preocupado. Tal
vez deberíamos haber esperado para decírselo.
—No... de hecho, podría ser una buena cosa. —Me reuní con los ojos de Eddie y vi
una chispa de comprensión. Las emociones de Adrian parecían introducirse en Jill
cuando eran fuertes. Si él se asustaba lo suficiente, ella, esperanzadoramente, se daría
cuenta de que la gente estaba preocupada y se mostraría. Eso asumiendo que ella
estuviera escondida en algún lugar o se hubiera ido a alguna parte donde no
pudiéramos encontrarla. Traté de no considerar la alternativa: que algo había pasado
por lo que ella no podía contactar con nosotros.
—A veces los estudiantes simplemente se escabullen —dijo el oficial—. Es inevitable.
Por lo general, tratan de colarse a hurtadillas de nuevo antes del toque de queda.
Esperemos que esto justo sea el caso de ahora. Si no se presenta entonces, bueno,
entonces llamaremos a la policía.
Se alejó hablando por radio con el resto de la seguridad para una comprobación del
estado, y nosotros le dimos las gracias por su ayuda. La Señora Weathers volvió a la
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recepción, pero era evidente que estaba preocupada y agitada. Daba la impresión de
ser brusca a veces, pero yo tenía la sensación de que ella, verdaderamente, se
preocupaba por sus alumnos. Micah nos dejó para encontrar a algunos amigos suyos
que trabajaban en el campus, en caso de que hubieran visto algo.
Eso nos dejó a Eddie y a mí. Sin argumentar, nos giramos hacia las sillas en el
vestíbulo. Como yo, creo que él quería apostarse en la puerta para ver a Jill en el
instante en que apareciera.
—No debería haberla dejado —dijo él.
—Tenías que hacerlo —dije, razonablemente—. No puedes estar con ella en sus clases
o en su habitación.
—Este lugar era una mala idea. Es demasiado grande. Demasiado difícil de asegurar.
—Suspiró—. No puedo creerme esto.
—No... fue una buena idea. Jill necesita algo parecido a una vida normal. Se la podría
haber encerrado en una habitación en algún lugar y anularla de toda interacción, pero,
¿de qué serviría eso? Tiene que ir a la escuela y estar con gente.
—No ha hecho mucho de eso, sin embargo.
—No —admití—. Ha pasado un mal momento con ello. Mantuve la esperanza de que
mejorara.
—Sólo quería que fuera feliz.
—Yo también. —Me enderecé cuando algo alarmante me golpeó—. No creerás... no
crees que ella haya huido y regresado con su mamá, ¿verdad? ¿O a la Corte o a alguna
parte?
Su rostro se volvió aún más sombrío.
—Espero que no. ¿Crees que las cosas han sido tan malas?
Pensé en nuestra pelea después del incidente de la ducha.
—No lo sé. Tal vez.
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Eddie se cubrió la cara con sus manos.
—No puedo creerme esto —repitió—. Fallé.
Cuando se trataba de Jill, Eddie era por lo general todo temor e ira. Yo nunca lo había
visto tan cerca de la depresión. Yo había estado viviendo con el miedo de mi propio
fracaso desde que llegué a Palm Springs, pero sólo ahora me daba cuenta de que Eddie
estaba también al límite. Recordé las palabras de Adrian sobre Eddie y su amigo
Mason, de cómo Eddie se sentía responsable. Si Jill no regresaba, ¿esta historia se
repetiría? ¿Ella sería alguien más que él había perdido? Había pensado que esta misión
podría ser la redención para él. Pero por el contrario, podría recordarle a Mason una y
otra vez.
—No fallaste —dije—. Has sido el encargado de protegerla, y los has hecho. No
puedes controlar su felicidad. En todo caso, yo tengo la culpa. Le di una charla por el
incidente de la ducha.
—Sí, pero yo destruí sus esperanzas cuando le conté que la idea de modelar de Lee no
iba a funcionar.
—Pero tenías razón sobre… ¡Lee! —jadeé—. Eso es. Ahí es donde está. Ella está con
Lee, estoy seguro de ello. ¿Tienes su número?
Eddie se quejó.
—Soy tan idiota —dijo, sacando su teléfono celular y buscando el número—. Debería
haber pensado en eso.
Toqué la cruz que rodeaba mi cuello, diciendo una silenciosa oración de que todo esto
se resolviera fácilmente. Con tal de que significara que Jill estaba viva y bien, yo podría
haber manejado su fuga y a Lee.
—Hey, ¿Lee? Soy Eddie. ¿Está Jill contigo?
Hubo una pausa mientras Lee respondía. El lenguaje corporal de Eddie respondió a la
pregunta antes de que yo escuchara una palabra más. Su postura se relajó, y el alivio
inundó su rostro.
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—Está bien —dijo Eddie unos momentos después—. Bueno, que vuelva aquí. Ahora.
Todo el mundo la está buscando. —Otra pausa. La cara de Eddie se endureció—.
Podemos hablar de eso más adelante. —Colgó y se volvió hacia mí—. Ella está bien.
—Gracias a Dios —suspiré. Me puse de pie, sólo entonces dándome cuenta de lo tensa
que había estado—. Enseguida vuelvo.
Encontré a la señora Weathers y al oficial de seguridad y le retransmití la noticia. El
oficial de inmediato hizo correr la voz a sus colegas y pronto se marchó. Para mi
sorpresa, la señora Weathers casi parecía estar al borde de las lágrimas.
—¿Está bien? —pregunté.
—Sí, sí. —Ella se puso nerviosa, avergonzada por haberse puesto tan emocional—. Yo
estaba muy preocupada. Yo… No quise decir nada y asustar a todos, pero cada vez
que un estudiante desaparece... Bueno, hace unos años, otra niña desapareció.
Pensamos que simplemente salió furtivamente… como Matt dijo, que ocurrió. Pero
resultó... —La Señora Weathers hizo una mueca y miró hacia otro lado—.Yo no
debería estar contándote esto.
Como si ella pudiera parar con esa clase de introducción.
—No, por favor. Cuénteme.
Ella suspiró.
—La policía la encontró un par de días después, muerta. Había sido secuestrada y
asesinada. Fue terrible, y nunca atraparon a su asesino. Ahora sólo pienso en ello
cuando alguien desaparece. Nunca ha vuelto a ocurrir, por supuesto. Sin embargo,
algo así te deja cicatrices.
Podía imaginarme eso. Y cuando regresé a Eddie, pensé en él y en Mason de nuevo.
Parecía que todo el mundo llevaba equipaje de eventos pasados. Yo ciertamente lo
hacía. Ahora que la seguridad de Jill no era una preocupación, todo en lo que seguía
pensando era: ¿Qué dirán los Alquimistas? ¿Qué dirá mi padre? Eddie estaba colgando su
teléfono otra vez cuando me acerqué.
—Llamé a Micah para decirle que todo está bien —explicó—. Estaba muy
preocupado.
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Todos los signos de trauma del pasado de la señora Weathers se desvanecieron en el
instante en que Jill y Lee entraron por la puerta. Jill, en realidad, parecía optimista,
hasta que vio todos nuestros rostros. Se detuvo a mitad de un paso. A su lado, Lee ya
parecía triste. Creo que él sabía lo que venía.
Eddie y yo nos precipitamos hacia adelante, pero no tuvimos la oportunidad de hablar
de inmediato. La señora Weathers inmediatamente exigió saber dónde habían estado.
En lugar de ocultarlo, Jill confesó y dijo la verdad: que ella y Lee habían salido del
campus, hacia Palm Springs. Tuvo la precaución de asegurarse de que Lee no fuera
acusado de los cargos de secuestro, jurando que él no sabía que ella sólo podía salir
con miembros aprobados de la familia. Confirmé esto, a pesar de que Lee estaba,
difícilmente fuera del contexto, en mi opinión.
—¿Esperarás fuera? —le pregunté amablemente—. Me gustaría hablar contigo en
privado más tarde.
Lee comenzó a obedecer, dirigiendo a Jill una mirada de disculpa. Él rozó,
ligeramente, su mano en señal de despedida y se alejó. Fue la Señora Weathers quien
lo detuvo.
—Espera —dijo, mirándolo con curiosidad—. ¿Te conozco?
Lee pareció sorprenderse.
—No lo creo. Nunca he estado aquí antes.
—Hay algo familiar en ti —insistió. Su ceño se profundizo uno momento más. Al
final, se encogió de hombros—. No puede ser. Debo estar equivocada.
Lee asintió con la cabeza, miró con simpatía a los ojos de Jill nuevamente, y se fue.
La Señora Weathers no había acabado con Jill. Ella comenzó una charla sobre lo
peligroso e irresponsable que habían actuado.
—Si vas a escaparte y romper las reglas, podrías haber, al menos, confiado en tus
hermanos. Ellos han estado muy asustados por ti. —Fue casi divertido, su
asesoramiento sobre “sé responsable”—“rompiendo las reglas”. Teniendo en cuenta lo
presa del pánico que había estado, no pude encontrar nada divertido en ese momento.
También le dijo a Jill que sería reportada y castigada.
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—Por ahora —dijo la señora Weathers—, estás confinada en tu habitación para el
resto de la noche. Ven a verme después del desayuno, y averiguaremos si el director
cree en autorizar esta suspensión.
—Perdóneme —dijo Eddie—. ¿Podemos tener unos minutos a solas con ella aquí,
antes de que se vaya arriba? Me gustaría hablar con ella.
La Señora Weathers vaciló, aparentemente queriendo que el castigo de Jill se
cumpliera inmediatamente. A continuación le dio a Eddie una doble mirada. La
expresión de su rostro era seria y enojada, y creo que la Señora Weathers sabía que
había un castigo de otro tipo que vendría del hermano mayor de Jill.
—Cinco minutos —dijo la Señora Weathers, golpeando con el dedo su reloj—.
Entonces, se irá arriba.
—No —dijo Jill, al instante en que estuvieron solos. Su rostro era una mezcla de temor
y desafío—. Yo sé que lo que hice estuvo mal. No necesito un sermón de ustedes.
—¿No lo necesitas? —pregunté—. ¡Porque si supieras que estaba mal, no lo habrías
hecho!
Jill se cruzó de brazos sobre el pecho.
—Tenía que salir de aquí. En mis propios términos. Y no con ustedes.
El comentario me resbaló. Sonaba joven y mezquina. Pero para mi sorpresa, Eddie
realmente parecía herido.
—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó él.
—Significa que sólo quería estar lejos de este lugar sin que siempre me estén diciendo lo
que estoy haciendo mal. —Eso fue dirigido a mí—. Y acechando en cada sombra. —
Eso, por supuesto, era para Eddie.
—Yo sólo quiero protegerte —dijo, pareciéndose herido—. No estoy tratando de
atosigarte, pero no puedo dejar que algo te ocurra. No de nuevo.
—¡Estoy en mayor peligro de Laurel que de cualquier asesino! —exclamó Jill—.
¿Sabes lo que hizo hoy? Estábamos trabajando en el laboratorio de ordenadores, y ella
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"accidentalmente" se tropezó con mi cable de alimentación. He perdido la mitad de mi
trabajo y no terminé a tiempo, así que ahora voy a tener una nota baja.
Una lección sobre hacer copia de seguridad del trabajo probablemente no sería útil en
ese momento.
—Mira, eso es realmente terrible —dije—. Pero no está en la misma categoría que
conseguir que te maten. Ni de lejos. ¿Dónde fueron exactamente?
Por un momento, ella parecía como si no fuera a dar la información. Finalmente, dijo:
—Lee me llevó a Salton Sea. —Al ver nuestras miradas en blanco, agregó—: Es un
lago a las afueras de la ciudad. Fue maravilloso. —Una expresión casi soñadora cruzó
su rostro—. No he estado alrededor de esa cantidad de agua en mucho tiempo. Luego
fuimos al centro y simplemente dimos una vuelta, hicimos algunas compras y
comimos helado. Me llevó a esa boutique, con el diseñador que está buscando modelos
y…
—Jill —interrumpí—. No me importa lo maravilloso que fue tu día. Nos asustaste. ¿No
lo entiendes?
—Lee no debería haber hecho esto —gruñó Eddie.
—No le culpes —dijo Jill—. Yo le hablé de ello, le hice pensar que a ustedes no les
importaría. Y él no sabe la verdadera razón por la que estoy aquí o del peligro.
—Quizás salir fue una mala idea —murmuré.
—Lee es lo mejor que me ha pasado aquí —dijo enfadada—. Merezco ser capaz de
salir y divertirme como ustedes.
—¿Diversión? Eso es un poco exagerado —dije, recordando mí tarde con Adrian.
Jill necesitaba un objetivo para su frustración, y me gané el honor.
—A mí no me lo parece. Tú siempre estás desaparecida. Y cuando no es así,
simplemente me dices lo que estoy haciendo mal. Es como si fueras mi madre.
Había estado vadeando a través de todo esto con calma, pero de repente, algo sobre ese
comentario me hizo saltar. Mi control finamente controlado se destrozó.
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—¿Sabes qué? Lo siento de esa manera también. Porque hasta donde yo sé, yo soy la
única en este grupo que se comporta como una adulta. ¿Crees que estoy por ahí
divirtiéndome? Todo lo que estoy haciendo es ser la niñera de ustedes y limpiar su
desorden. Pasé mi tarde conduciendo con Adrian por los alrededores para que pudiera
salir de las entrevistas que preparé. Entonces llego aquí y tengo que afrontar las
consecuencias de tu "excursión al campo”. Comprendo que Laurel es un incordio,
aunque tal vez si Micah hubiera sido advertido desde el principio, estos problemas con
ella nunca habrían ocurrido. —Dirigí ese último comentario a Eddie—. No entiendo
por qué soy la única que ve lo serio que es todo. De vampiros-humanos saliendo. Tu
vida está en la cuerda. ¡Estas no son el tipo de cosas con las que hay que arriesgarse! Y,
sin embargo... de alguna manera, todos ustedes todavía lo hacen. Me dejan hacer las
cosas difíciles, para recoger después... y al mismo tiempo, tengo que tener a Keith y a
los otros Alquimistas respirando en mi cuello, esperando a que yo meta la pata, porque
nadie confía en mí desde que ayudé a tu amiga Rose. ¿Crees que esto es divertido?
¿Que quiero vivir mi vida? Entonces hazlo. Reforzaré esa creencia, y tú empieza a
tomar la responsabilidad en mi lugar.
No había gritado, pero mi volumen ciertamente había ido subiendo. Más o menos
expuse mi discurso sin respirar, y ahora paré en busca de un poco de oxígeno.
Eddie y Jill se me quedaron mirando, con los ojos muy abiertos, como si no me
reconocieran.
La Señora Weathers regresó con nosotros en ese momento.
—Eso es suficiente por esta noche. Tienes que subir ahora —le dijo a Jill.
Jill asintió con la cabeza, todavía un poco aturdida, y se alejó sin decir adiós a ninguno
de nosotros. La Señora Weathers la acompañó hasta la escalera, y Eddie se volvió
hacia mí.
Su rostro estaba pálido y solemne.
—Tienes razón —dijo—. No he estado haciendo mi parte.
Suspiré, de repente sintiéndome cansada.
—No eres tan malo como ellos.
Él negó con la cabeza.
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—Aun así. Puede que tengas razón sobre Micah. Tal vez pueda mantener cierta
distancia si hablo con él, y entonces Laurel deje en paz a Jill. Se lo preguntaré esta
noche. Pero... —Frunció el ceño, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Trata de
no ser demasiado dura con Adrian y Jill. Esto es muy estresante para ella, y a veces
pienso que un poco de la personalidad de Adrian se filtra en ella a través de la unión.
Estoy seguro de que es por eso que se escapó hoy. Es algo que él haría en su situación.
—Nadie la obligó a hacerlo —digo—. Mucho menos Adrian. El hecho de que ella
convenciera a Lee y no nos dijera nada, muestra que sabía que estaba mal. Eso es el
libre albedrío. Y Adrian no tiene tantas excusas.
—Sí… pero es Adrian —dijo Eddie sin convicción—. A veces no sé cuánto de lo que
hace es él y cuánto es el espíritu.
—Los usuarios del espíritu pueden tomar antidepresivos, ¿no? Si está preocupado
porque se convierta en un problema, entonces necesita intervenir y hacerse cargo. Él
tiene una opción. No es impotente. No hay víctimas aquí.
Eddie me estudió durante varios segundos.
—Y pensé que tenía una visión dura de la vida.
—Tienes una vida dura —le corregí—. Pero la tuya se basa en la idea de que siempre
tienes que cuidar de otras personas. Fui criada para creer que eso es necesario a veces,
pero que aun así todo el mundo tiene que tratar de cuidar de sí mismo.
—Y sin embargo aquí estás.
—Dímelo a mí. ¿Quieres venir a hablar con Lee conmigo?
Toda disculpa desapareció del rostro de Eddie.
—Sí —dijo con fiereza.
Encontramos a Lee sentado en una banca afuera, viéndose miserable. Se levantó cuando nos acercamos.
—¡Chicos, lo siento mucho! No debería haberlo hecho. Ella sonaba tan triste y tan perdida que quise…
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—Ya sabes cómo somos de protectores con ella —dije—. ¿Cómo podrías no haber
pensado que esto nos preocuparía?
—Y ella es menor de edad —dijo Eddie—. ¡No te la puedes llevar y hacer lo que
quieras con ella!
Lo admito, me sorprendió un poco que la amenaza a la virtud de Jill fuera lo que él
eligió para sacar a relucir. No me malinterpreten; también era consciente de su edad.
Pero después de que él la vio morir literalmente, parecía que Eddie se preocupaba más
de la cuenta.
Los ojos grises de Lee se abrieron como platos.
—¡No pasó nada! Nunca le haría algo así a ella. ¡Lo prometo! Nunca me aprovecharía de alguien tan confiada. No puedo arruinar esto. Ella significa para mí más que
cualquier otra chica con la que he salido. Quiero que estemos juntos para siempre.
Pensé que “juntos para siempre” era extremo para sus edades, pero había una
sinceridad en sus ojos que era conmovedora. Todavía no lo excusaba por lo que había
hecho.
Él tomó nuestras diatribas en serio y prometió que nunca se repetiría.
—Pero, por favor... ¿aún puedo verla cuando estés cerca? ¿Podemos todavía hacer cosas en grupo?
Eddie y yo nos miramos.
—Si siquiera se le permite salir de la escuela después de esto —dije—. Realmente no
sé qué va a pasar.
Lee se fue después de una cuantas disculpas más, y Eddie también regresó a su
dormitorio. Estaba escaleras arriba cuando sonó mi teléfono. Al mirar hacia abajo, me
sorprendí al ver el número de mis padres en Salt Lake City en el identificador de
llamadas.
—¿Hola? —pregunté. Por un momento desesperada, esperaba que fuera Zoe.
—Sydney.
Mi padre. Mi estómago se llenó terror.
—Tenemos que hablar sobre lo que ha sucedido.
El pánico se disparó a través de mí. ¿Cómo se había enterado ya de la desaparición de Jill? Keith saltaba como el culpable obvio. Pero, ¿cómo lo había descubierto Keith?
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¿Había estado con Clarence cuando Eddie llamó a Adrian? A pesar de sus defectos, no
me podía imaginar a Adrian diciéndole a Keith lo que había sucedido.
—¿Hablar sobre qué? —pregunté, tratando de ganar tiempo.
—Tu comportamiento. Keith me llamó ayer por la noche, y debo decir que, estoy muy decepcionado.
—¿Ayer por la noche? —Esto no era por la desaparición de Jill. Entonces, ¿de qué se
trataba?
—Se supone que coordinarías los esfuerzos para que esa chica Moroi se mezcle. ¡No se
supone que debas socializar con ellos y pasar un buen rato! No me lo podía creer
cuando Keith me dijo que los llevaste a los bolos.
—¡Fue al mini-golf, y Keith le dio el visto bueno! Le pregunté primero.
—Y luego escuchó que estás ayudando a todos estos otros vampiros en los recados y
otras cosas. Tu deber es sólo para la chica, y eso es hacer sólo lo necesario para su
supervivencia; lo que también escuché que no estás haciendo. ¿Keith me dijo que hubo
un incidente en el que no manejaste debidamente sus dificultades en el sol? —¡Reporté eso inmediatamente! —grité. Debí haber sabido que Keith estaba planeando
usar eso en mí contra—. Keith… —Hice una pausa, pensando en la mejor forma de manejar esto—. Malinterpretó mi informe inicial. —Keith había volado mi primer
informe, pero decirle a mi padre que su protegido había mentido sólo pondría las
defensas de mi padre en alto. No me creería—. ¡Y qué me dices de Keith! Él siempre
está saliendo con Clarence y no dice por qué.
—Probablemente, para asegurarse de que se mantenga estable. Entiendo que el viejo
no está del todo allí.
—Está obsesionado con los cazadores de vampiros —le expliqué—. Él piensa que hay
humanos por ahí que mataron a su sobrina.
—Bueno —dijo mi padre—, hay algunas personas por ahí que son vigilantes del
mundo de los vampiros, aquellos a quienes no pudimos disuadir. Difícilmente
cazadores. Keith está haciendo su deber enfocándose en Clarence. Tú, sin embargo, estás equivocada.
—¡Eso no es una comparación justa!
—Honestamente, me culpo a mí mismo —dijo. De alguna manera lo dudaba—. No
debería haberte dejado ir. No estabas preparada; no después de lo que pasó. Estar con
estos vampiros está confundiéndote. Es por eso que te estoy retirando.
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—¿Qué?
—Si por mí fuera, se haría en estos momentos. Por desgracia, Zoe no estará lista hasta dentro de dos semanas. Los Alquimistas quieren que ella se someta a algunas pruebas
antes de que obtenga su tatuaje. Una vez que lo haga, vamos a enviarla en tu lugar y
así obtendrás... un poco de ayuda.
—¡Padre! Esto es una locura. Estoy muy bien aquí. Por favor, no envíes a Zoe…
—Lo siento, Sydney —dijo—. No me has dejado otra opción. Por favor, no te metas en problemas en el tiempo restante.
Él colgó, y me quedé de pie en el pasillo, mi corazón hundiéndose. ¡Dos semanas! En
dos semanas y ellos estarían enviando a Zoe. Y yo… ¿a dónde me enviarían? No quería pensar en eso, pero lo sabía. Tenía que evitar que esto sucediera. Las ruedas ya estaban en marcha. Los tatuajes, pensé de pronto. Si pudiera terminar mis pruebas sobre
las sustancias robadas y encontrar información sobre la fuente de la sangre, ganaría el respeto de los Alquimistas; esperaba que lo suficiente para quitar la mancha que Keith
había puesto sobre mí.
¿Y por qué lo había hecho? ¿Por qué ahora? Sabía que él nunca me había querido aquí a lo largo de esto. Tal vez sólo había estado esperando el momento oportuno,
construyendo las pruebas en mí contra hasta que consiguiera expulsarme de un solo
golpe. Sin embargo, no se lo permitiría. Sacaría a relucir este caso del tatuaje y demostraría quién era el Alquimista estelar. Tenía pruebas suficientes ahora para
llamar su atención y simplemente se convertiría en todo lo que tenía, si nada nuevo
salía a la luz dentro de una semana.
La decisión me llenó de resolución, pero todavía tenía problemas para dormir cuando
me fui a la cama más tarde. La amenaza de mi padre se cernía sobre mí, al igual que el
miedo de los centros de reeducación.
Después de una hora de dar sacudirme y dar vueltas finalmente me dormí. Pero
incluso eso fue irregular y problemático. Me desperté después de sólo unas pocas horas
y luego tuve que quedarme dormida de nuevo.
Esta vez, soñé.
En el sueño, yo estaba en la sala de Clarence. Todo estaba limpio y en su lugar, la
madera oscura y los muebles antiguos le proporcionaban al espacio su sensación
ominosa de costumbre. Los detalles eran sorprendentemente vivos, y era como si
incluso pudiera oler los libros polvorientos y el cuero en los muebles.
—Huh. Funcionó. No estaba seguro de si lo haría con un humano.
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Me di la vuelta y encontré a Adrian apoyado contra la pared. Él no había estado allí
hace un momento, y tuve un destello de ese miedo infantil por los vampiros
apareciendo de la nada. Entonces me recordé que esto era un sueño, y este tipo de cosas no pasan.
—¿De qué no estabas seguro? —le pregunté.
Hizo un gesto a su alrededor.
—De si lograría alcanzarte. Trayéndote aquí en este sueño. —No acababa de seguir lo que quería decir por lo que no dije nada. Él arqueó una ceja—. No lo sabes, ¿verdad?
¿En dónde estás?
—En donde Clarence —dije razonablemente—. Bueno, en realidad estoy durmiendo en mi cama. Esto es sólo un sueño.
—Estás medio en lo cierto —dijo—. Este es un sueño espiritual. Esto es real.
Fruncí el ceño. Un sueño espiritual. Dado que la mayoría de nuestra información
sobre el espíritu era incompleta, teníamos casi nada acerca de los sueños espirituales.
Había aprendido la mayoría de lo que sabía acerca de ellos de Rose, quien había sido visitada con frecuencia por Adrian en ellos. Según ella, el soñador y el usuario del
espíritu estaban realmente juntos, en una reunión de sus mentes, comunicándose a
través de largas distancias. Fue difícil para mí entender plenamente eso, pero había visto a Rose despertarse con información que de otra manera no tendría. Sin embargo,
no tenía ninguna evidencia para sugerir que estaba realmente en un sueño espiritual
ahora.
—Este es sólo un sueño regular —respondí.
—¿Está segura? —preguntó—. Mira a tu alrededor. Concéntrate. ¿No se siente
diferente? Como un sueño... pero no como un sueño. No del todo como en la vida real
tampoco. Llámalo como quieras, pero la próxima vez que nos veamos entre sí en el
mundo de la vigilia, voy a ser capaz de decirte exactamente lo que ocurrió aquí.
Miré alrededor de la habitación, estudiándola como lo había sugerido. Una vez más,
me llamó la atención por la viveza de los más pequeños detalles. Ciertamente se sentía
real, pero los sueños frecuentemente lo hacían... ¿cierto? Por lo general nunca sabías que estabas soñando hasta que despertabas. Cerré los ojos y respiré hondo, tratando de
aquietar mi mente.
Y así como así, lo sentí. Entendí lo que quería decir. No del todo como un sueño. No
del todo como en la vida real. Mis ojos se abrieron.
—Detente —exclamé, alejándome de él—. Haz que se termine. Sácame de aquí.
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Porque aceptando que esto realmente era un sueño espiritual, tenía que reconocer otra
cosa: estaba rodeada de la magia de los vampiros. Mi mente estaba atrapada en ella.
Me sentí claustrofóbica. La magia estaba presionándose sobre mí, aplastando el aire.
—Por favor. —Mi voz se hizo cada vez más frenética—. Por favor, déjame ir.
Adrian se incorporó, viéndose sorprendido.
—Vaya, Sage. Cálmate. Estás bien.
—No. No lo estoy. No quiero esto. No quiero que la magia me toque.
—No te hará daño —dijo él—. No es nada.
—Está mal —susurré—. Adrian, basta.
Alargó la mano, como si fuera a tratar de consolarme, y luego se lo pensó mejor.
—No te hará daño —repitió—. Sólo escúchame, y luego voy a disolverlo. Te lo
prometo.
Incluso en el sueño, mi pulso estaba acelerado. Envolví mis brazos alrededor de mí y
me recosté contra la pared, tratando de hacerme pequeña.
—Está bien —susurré—. Date prisa.
—Sólo quería decir... —Él se metió las manos en los bolsillos y desvió la mirada
incómodamente antes de mirar de nuevo hacia mí. ¿Eran sus ojos más verdes aquí que en la vida real? ¿O era sólo mi imaginación? — Quería... quería disculparme.
—¿Por qué? —pregunté. No podía procesar nada más allá de mi propio terror.
—Por lo que hice. Tenías razón. Desperdicié tu tiempo y tu trabajo hoy.
Obligué a mi mente a sacar a relucir los recuerdos de esta tarde.
—Gracias —dije simplemente.
—No sé por qué hago estas cosas —agregó—. Simplemente no puedo evitarlo.
Todavía estaba aterrorizada, todavía sofocándome en la magia que me rodeaba. De
alguna manera, logré hacerme eco de mi anterior conversación con Eddie.
—Puedes tomar el control de ti mismo —dije—. No eres una víctima.
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Adrian había estado contemplando apagado, preocupado por sus pensamientos. De
repente alzó la mirada hacia mí.
—Justo como Rose.
—¿Qué?
Adrian tendió su mano, y una roja rosa espinosa se materializó de repente. Di un grito
ahogado y traté de respaldarme más lejos. Giró el tallo alrededor, con cuidado de no
pincharse los dedos.
—Ella dijo eso. Que estaba jugando a ser la víctima. ¿Soy realmente tan patético?
La rosa se marchitó y arrugó frente a mis ojos, convirtiéndose en polvo y luego desapareciendo por completo. Hice la señal contra el mal en mi hombro y traté de
recordar lo que estábamos hablando.
—Patético, no es la palabra que yo usaría —le dije.
—¿Qué palabra usarías?
Mi mente estaba en blanco.
—No sé. ¿Confundido?
Sonrió.
—Eso es un eufemismo.
—Voy a revisar un diccionario cuando me despierte y te aviso. ¿Puedes por favor
terminar esto?
La sonrisa se desvaneció a una expresión de asombro.
—¿De verdad estás muy asustada, ¿cierto? —Dejé que mi silencio respondiera por mí—. Bien, una cosa más, entonces. Pensé en otra manera para salir de donde
Clarence y conseguir algo de dinero. Estaba leyendo acerca de la universidad y la
ayuda financiera. Si tomara clases en alguna parte, ¿crees que podría conseguir lo suficiente para vivir?
Esta era una pregunta concreta que podía manejar.
—Es posible. Pero creo que es demasiado tarde. Las clases han comenzado en todas
partes.
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—Encontré un sitio en internet. Carlton. Una universidad al otro lado de la ciudad que
aún no ha comenzado. Pero aún tendría que actuar con rapidez, y... eso es lo que no sé
cómo hacer. El papeleo. Los procedimientos. Pero esa es tu especialidad, ¿no?
—Es triste pero cierto —dije. Una parte de mí pensaba que Carlton sonaba familiar,
pero no podía ubicarla.
Tomó una respiración profunda.
—¿Me ayudarás? Sé que te convertiría en niñera de nuevo, pero no sé por dónde empezar. Sin embargo, te prometo que nos encontraremos a mitad de camino. Dime lo
que tengo que hacer, y lo haré.
Niñera. Había hablado con Jill o Eddie o ambos. Aunque, eso era razonable. Él querría
saber que ella estaba bien. Sólo podía imaginar cómo mi diatriba había sido
parafraseada.
—Estabas en la universidad antes —le dije, recordando sus antecedentes. Los recorrí a
la hora de armar la funesta hoja de vida—. La abandonaste.
Adrian asintió con la cabeza.
—Lo hice.
—¿Cómo sé que no lo harás esta vez? ¿Cómo sé que no vas a malgastar mi tiempo otra
vez?
—No lo sabes, Sage —admitió—. Y no te culpo. Todo lo que puedo pedirte es que me des otra oportunidad. Que trates de creerme cuando digo que voy a seguir adelante.
Que creas que lo digo en serio. Que confíes en mí.
Largos momentos se extendieron entre nosotros. Me relajé un poco, sin darme cuenta
de ello, aunque me mantuve contra la pared. Lo estudié, deseando que fuera mejor
leyendo a las personas. Sus ojos eran así de verde en la vida real, decidí. Sólo que por
lo general no los miraba tan de cerca.
—Está bien —le dije—. Confío en ti.
Una completa impresión llenó sus características. —¿En serio?
No era mejor leyendo a las personas de lo que había sido hace diez segundos, pero en
ese momento, de repente adquirí un destello de comprensión en el misterio que era Adrian Ivashkov. Las personas no creían en él muy a menudo. Tenían pocas
expectativas de él, así como él la tenía también. Incluso Eddie en cierto modo lo había dicho: Es Adrian. Como si no hubiera nada que hacer por él.
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También me di cuenta de que, por improbable que pareciera, Adrian y yo teníamos
mucho en común. Ambos estábamos constantemente encasillados por las expectativas
de los demás. No importaba que las personas esperaran todo de mí y nada de él. Estábamos siendo lo mismo, ambos constantemente tratando de salir de las líneas que
otros habían definido para nosotros y ser nuestra propia persona. Adrian Ivashkov; el
frívolo, vampiro chico fiestero; era más para mí que cualquier otra persona que conociera. La idea fue tan sorprendente que ni siquiera pude responderle de inmediato.
—En serio —dije finalmente—. Te ayudaré. —Me estremecí. El miedo por el sueño
regresó, y sólo quería que esto terminara. Hubiera acordado cualquier cosa por estar de vuelta en mi cama no mágica—. Pero no aquí. Por favor… ¿me enviarás de vuelta? ¿O
terminarás esto? ¿O lo que sea?
Él asintió lentamente, todavía viéndose atónito. La habitación comenzó a desvanecerse, sus colores y líneas fusionándose como una pintura dejada bajo la lluvia.
Pronto, todo se volvió negro, y me encontré despertando en mi cama del dormitorio. Mientras lo hacía, apenas capté el sonido de su voz en mi mente: Gracias, Sage.
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Capítulo 19
Traducido por Paaau
Corregido por CyeLy DiviNNa
i antes tenía problemas para dormir, los sueños de Adrian sólo lo hacían
peor. A pesar de que estaba sana y salva en mi cama, no podía sacudirme
la sensación de violación. Imaginé que mi piel hormigueaba con la
suciedad de la magia. Había estado tan ansiosa por salirme del sueño, que sólo estaba
medio consciente de lo que había aceptado hacer. Aceptaba el deseo de Adrian de ir a
la Universidad, pero ahora, me preguntaba si realmente debería estar ayudando con
eso, después del sermón de mi padre acerca de “ponerse amistoso” con los vampiros.
No estaba con el mejor humor cuando me levanté unas horas más tarde. La tensión en
nuestro cuarto era espesa, mientras Jill y yo nos preparábamos para la escuela. La
rebeldía que JIll tenía ayer se había ido, y seguía mirándome nerviosamente cuando
creía que no me daba cuenta. Al comienzo, creí que mi arranque de la noche anterior
la había dejado inquieta. Pero mientras salíamos del cuarto para desayunar, sabía que
había más que eso.
—¿Qué? —pregunté francamente, rompiendo al fin el silencio—. ¿Qué quieres
preguntarme?
Jill me dio otra mirada cautelosa, mientras nos uníamos a la carrera de las chicas que
bajaban la escalera.
—Uhm, ¿pasó algo anoche?
Muchas cosas pasaron ayer, pensé. Ese era mi yo cansado y ácido hablando, y sabía que
no era eso a lo que ella iba.
—¿Por ejemplo? —pregunté.
—Bueno… había comenzado a decirte cómo Lee me llevó a esa tienda. ¿Esa boutique
de ropa donde él conocía a la dueña? Su nombre es Lia DiStefano. Hablamos y ella,
uh, me ofreció un trabajo. Algo así.
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—¿Trabajo como modelo? —Llegamos a la fila de comida de la cafetería, aunque yo
no tenía mucha hambre. Elegí un yogurt, que se veía solo y triste en el medio de mi
bandeja vacía—. Hablamos de eso. No es seguro.
Aun así, era irónico que una visita al azar pudiera conseguirle un trabajo a Jill, cuando
tres entrevistas formales habían fallado para Adrian.
—Aunque no es para posar en fotos que podrían salir en revistas o algo así. Es un
desfile de diseñadores locales. Le contamos esta historia de que somos parte de una
religión que tiene reglas acerca de las fotos y la identidad. Lia dijo que ella estaba
pensando en que sus modelos usaran máscaras. ¿Cómo las que usas en un baile de
máscaras? Entre eso, la iluminación y el movimiento… bueno, sería difícil
identificarme si sale alguna foto. Es un evento único, pero tengo que verla antes para
los accesorios… y para practicar. Me pagará, pero necesito aventones para llegar ahí, y
un permiso de mis padres.
Nos sentamos, y pasé una cantidad innecesaria de tiempo batiendo mi yogurt mientras
reflexionaba sus palabras. Podía sentir su vista en mí mientras pensaba.
—Es un poco tonto, supongo —continuó cuando no respondí—. Quiero decir, no
tengo experiencia. Y ni siquiera sé por qué ella me quiere. Quizás es algún truco que
va a hacer. Modelos extrañas o algo así.
Finalmente comí un poco de yogurt, y luego levanté la vista hacia ella.
—No eres extraña, Jill. Realmente tienes el cuerpo ideal para el modelaje. Es difícil de
encontrar. Para los humanos, al menos. —Una vez más, traté de no pensar en lo difícil
que era para nosotros, los humanos, estar a la altura de la perfección de los Moroi.
Traté de no pensar en cómo, años atrás, mi papá había criticado mi figura y había
dicho: “Si esos monstros pueden hacer eso, ¿por qué tú no?”
—Pero aun así piensas que es una idea terrible —dijo ella.
No respondí. Sabía lo que Jill quería, pero no podía preguntármelo directamente. Y yo
no podía dárselo fácilmente todavía. Aún estaba muy molesta por lo de ayer, y no me
sentía amable para hacer ningún favor. Por otra parte, tampoco podía decirle que no.
No aún. Sin importar cuan irresponsablemente había actuado, sus palabras de lo
miserable que era su vida aquí me golpearon duro. Esto era algo positivo y bueno que
podría llenar su tiempo. También era un necesario impulso de ego. Laurel había
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mejorado en usar las características poco comunes de Jill en su contra; le haría bien ver
que otros la veían de forma positiva. Tenía que darse cuenta de que era especial y
hermosa. No sabía si agradecerle o maldecir a Lee por esta oportunidad.
—No creo que podamos decidir nada hasta que no hablemos con la Sra. Weathers —le
dije al final. Miré un reloj cercano—. De hecho, tenemos que reunirnos con ella ahora.
Tomé un poco más de mi yogurt antes de lanzarlo lejos. Jill tomó una dona para
llevar. Cuando regresamos a nuestro pasillo, descubrimos que una entrega había
llegado para Jill: un arreglo de perfectas rosas rojas, y una nota de disculpa de Lee. Jill
se derritió, su cara llenándose de adoración ante el gesto. Incluso yo admiraba lo
romántico de eso, aunque mi parte sarcástica, decía que quizás Lee debería haberme
enviado flores a mí o a Eddie. Nosotros éramos con quienes debía disculparse.
A pesar de todo, las flores fueron rápidamente olvidadas cuando nos sentamos en la
oficina de la Sra. Weathers y dictó el veredicto de Jill.
—Hablé con el Director. No serás suspendida —le dijo a Jill—. Pero por el próximo
mes, estarás restringida a tu dormitorio cuando no estés en clases. Tienes que
reportarte conmigo inmediatamente luego de que terminen las clases, así sabré que
estás aquí. Puedes ir a la cafetería para las comidas, pero sólo a las de tu dormitorio.
No a las del Campus Oeste. Las únicas excepciones para esta política son si una tarea
o un profesor requieren que vayas a cualquier lugar fuera del horario escolar, como por
ejemplo, a la biblioteca.
Las dos asentimos con la cabeza, y, por un momento, estuve simplemente aliviada de
que Jill no fuera expulsada o algo parecido. Luego, el problema real me golpeó como
una bofetada en la cara. Le dije a Jill que esta reunión impactaría cualquier decisión
sobre el modelaje, pero había algo mucho peor.
—Si está restringida a su dormitorio, entonces, no puede dejar la escuela —dije.
La Sra. Weathers me dio una sonrisa torcida.
—Sí, Señorita Melrose. Eso es lo que generalmente significa estar “castigada”.
—Ella tiene que, Señora —argumenté—. Tenemos reuniones familiares dos veces a la
semana. —Idealmente son más veces, pero tenía la esperanza de que un número bajo
podía comprarnos la libertad. Era absolutamente indispensable que Jill obtuviera
sangre, y dos veces a la semana era el mínimo con el que un vampiro podía sobrevivir.
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—Lo siento. Las reglas son las reglas, y al romperlas, tu hermana ha perdido el
privilegio de funciones como esas.
—Ellos son religiosos —dije. Odié usar la carta de la religión, pero la escuela podría
pasar un mal rato luchando contra eso. Y oye, aparentemente había funcionado con la
diseñadora de modas—. Vamos a la Iglesia como familia esos días, nosotras y nuestros
padres.
La cara de la Sra. Weathers me mostró que, de hecho, yo había ganado terreno.
—Necesitamos una carta firmada por tus padres —dijo finalmente.
Genial. Eso había funcionado tan bien en educación física.
—¿Qué hay de nuestro hermano? Es nuestro tutor legal aquí. —Seguramente ni
siquiera Keith podía arrastrar sus pies en esto, no con sangre en la línea.
Ella consideró esto.
—Sí. Eso podría ser aceptable.
—Lo siento —le dije a Jill cuando caminamos hacia afuera para tomar el autobús—.
Por lo del modelaje. Vamos a pasar un tiempo difícil obteniendo tu permiso para salir
y alimentarte.
Jill asintió, sin hacer ningún esfuerzo por ocultar su decepción.
—¿Cuándo es el desfile? —pregunté, pensado que podría hacerlo una vez que hubiese
terminado el castigo.
—En dos semanas.
Hasta aquí llegó esa idea.
—Lo siento —repetí.
Para mi sorpresa, Jill se rió.
—No tienes razón para sentirlo. No después de lo que hice. Yo soy la que lo lamenta.
Y lo siento por Adrian también… por las entrevistas.
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—No hay razón para que te lamentes por eso. —Me di cuenta una vez más, la
facilidad con la que todos daban excusas por él. Ella probó esto con su próximo
comentario.
—No puede evitarlo. Así es él.
No puede evitarlo, pensé. En cambio, dije: —Sólo aguanta, ¿está bien? Haré que Keith
firme nuestras experiencias religiosas.
Sonrió.
—Gracias, Sydney,
Por lo general, nosotras tomábamos caminos diferentes cuando el autobús llegaba al
Campus Central, pero se frenó una vez que nos bajamos. De nuevo me daba cuenta de
que quería decirme algo, pero le costaba reunir el coraje.
—¿Sí? —le pregunté.
—Yo… yo sólo quiero decirte que de verdad lo siento por causarte tanto dolor. Haces
mucho por nosotros. De verdad. Y que estés molesta, es porque… bueno, sé que te
importa. Lo que es mucho más de lo que puedo decir de la gente en La Corte.
—Eso no es verdad —dije—. Ellos se preocupan. Tuvieron muchos problemas al
traerte aquí y mantenerte a salvo.
—Aún siento que fue más por Lissa que por mí —dijo tristemente—. Y mi mamá no
peleó mucho cuando dijeron que me enviarían lejos.
—Quieren que estés segura —le dije—. Eso significa hacer decisiones difíciles, difíciles
para ellos también.
Jill asintió con la cabeza, pero no sabía si me creía. Le di a Eddie el reporte de la
mañana cuando llegué a Historia. Su rostro mostraba una gama de emociones con
cada nueva revelación de la historia.
—¿Crees que Keith escribirá la nota? —preguntó en voz baja.
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—Tiene que. El punto de que nosotros estemos aquí es para mantenerla viva. Hacerla
morir de hambre como que derrota el propósito.
No me moleste en decirle a Eddie que tenía problemas con mi padre y los Alquimistas,
y que en dos semanas, había una buena probabilidad de que yo no estuviera por aquí.
Eddie ya estaba molesto por la situación de Jill, y no quería que tuviera otra cosa por
la que preocuparse.
Cuando me reuní con la Sra. Terwilliger al final del día, me volví en la última de las
notas que había hecho para ella en los libros antiguos. Mientras me ubicaba en un
escritorio, noté una carpeta de artículos sobre una mesa. En letras doradas con relieve
estaba escrito Universidad Carlton. Ahora recordé por qué el nombre me había resultado
familiar cuando Adrian la nombró en el sueño.
—Sra. Terwilliger, ¿no dijo usted que conocía gente en la Universidad Carlton?
Levantó la vista de su computadora.
—¿Uhm? Oh, sí. Eso creo. Jugué póker con la mitad de la Facultad de Historia.
Incluso les di clases en el verano. Historia. No póker.
—No creo que conozca a alguien en Admisión, ¿o sí? —pregunté.
—No muchos. Supongo que conozco gente, que conoce gente que trabaja ahí.
—Volvió a poner su atención en la pantalla. No dije nada, y después de mucho
tiempo, volvió a mirarme—. ¿Por qué preguntas?
—Por ninguna razón.
—Por supuesto que hay una razón. ¿Quieres ir ahí? Dios sabe que obtendrías más ahí
que aquí. Mi clase sería la excepción, por supuesto.
—No, Señora —dije—, pero mi hermano quiere ir. Escuchó que las clases aún no
comenzaban, pero no está seguro de si puede entrar en tan poco tiempo.
—Es “muy” poco tiempo —estuvo de acuerdo la Sra. Terwilliger. Me miró
detenidamente—. ¿Te gustaría que hiciera algunas averiguaciones?
—Oh. Oh no, Señora. Sólo esperaba poder obtener algunos nombres para contactar.
Nunca le pediría que hiciera algo así.
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Sus cejas se levantaron.
—¿Por qué no?
Estaba perdida. Era tan complicada de entender algunas veces.
—Porque… usted no tiene razón para hacerlo.
—Lo haría como un favor para ti.
No podía lograr una respuesta para eso y simplemente la miré. Ella sonrió, y subió sus
anteojos hasta su nariz.
—Es imposible que lo creas, ¿cierto? Que alguien te haga un favor.
—Yo… bueno, eso es… —me callé, aún insegura sobre qué decir—. Usted es mi
profesora. Su trabajo es, bueno, enseñarme. Eso es.
—Y tu trabajo —dijo ella—, es reportarte en este cuarto durante el último periodo para
cualquier tarea rutinaria que tenga para ti, y luego, convertirlas en un documento para
el final del semestre. No se te necesita para que me traigas café, o te presentes después
del horario, organices mi vida, o que reorganices completamente la tuya para realizar
mis ridículas peticiones.
—No… no me importa —dije—. Y todo necesita hacerse.
Se rió entre dientes.
—Sí. Y tú te empeñas en ir más allá de tus tareas, ¿cierto? Sin importar que tan
inconveniente sea para ti.
Me encogí de hombros.
—Me gusta hacer un buen trabajo, Señora.
—Haces un excelente trabajo. Mucho mejor de lo que lo tendrías que hacer. Y lo haces
sin quejarte. Por lo tanto, lo mínimo que puedo hacer es realizar algunas llamadas de
tu parte —se rió de nuevo—. Eso te sorprende, ¿verdad? Tener a alguien que te alabe.
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—Oh no —dije débilmente—. Quiero decir, sucede.
Se sacó sus lentes para mirarme más intensamente. La risa se había ido.
—No, creo que no. No conozco tu situación en particular, pero he conocido muchos
estudiantes como tú, a los que sus padres los envían fuera. Aunque agradezco la
preocupación por una mejor educación, encuentro muy a menudo que una gran
cantidad de estudiantes vienen aquí porque sus padres simplemente no tienen tiempo
ni ganas de involucrarse con, o incluso prestarle atención a la vida de sus hijos.
Estábamos hablando de una de esas áreas personales que me hacían sentir incómoda,
particularmente porque había verdad en ellas.
—Es más complicado que eso, Señora.
—Estoy segura que sí —replicó ella. Su expresión se volvió fiera, haciéndola ver tan
diferente de la diseminada profesora que conocía—. Pero escúchame cuando digo esto.
Eres una mujer excepcional, talentosa y brillante. Nunca dejes que nadie te haga sentir
que vales menos. Nunca dejes que nadie te haga sentir invisible. No dejes que nadie, ni
siquiera un profesor que te envía constantemente a buscar café, te presione. —Volvió a
ponerse sus anteojos, y comenzó a levantar trozos de papel al azar. Finalmente,
encontró un lápiz y sonrió triunfante—. Entonces, ahora. ¿Cuál es el nombre de tu
hermano?
—Adrian, señora.
—Correcto, entonces —tomó un papel y escribió el nombre cuidadosamente—. Adrian
Melbourne.
—Melrose, Señora.
—Claro, por supuesto. —Tachó su error y murmuró para sí misma—: Me alegra que
su nombre no sea Hobart. —Cuando terminó, se inclinó casualmente hacia atrás en su
silla—. Ahora que lo mencionas, hay una cosa que me gustaría que hicieras.
—Dígalo —dije.
—Quiero que hagas uno de esos hechizos del primer libro.
—Lo siento. Dijo usted, ¿hacer un hechizo?
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La Sra. Terwilliger movió una mano.
—Oh, no te preocupes. No te estoy pidiendo que agites una varita, o que hagas un
sacrificio animal. Pero estoy realmente intrigada por lo complejas que eran algunas
fórmulas y pasos de los hechizos. Tengo que preguntar, ¿de verdad la gente las sigue
tan minuciosamente? Algunos son un poco complicados.
—Lo sé —dije secamente—. Los escribí todos.
—Exactamente. Así que, quiero que hagas uno. Que sigas los pasos. Ver cuánto
tiempo te toma. Ver si la mitad de las medidas que piden aún son posibles. Luego
escribe la información en un reporte. Sé que esa parte es una en la que destacas.
No sabía que decir. La Sra. Terwilliger no me estaba pidiendo exactamente que usara
magia, ciertamente no de la misma manera en que lo hacían los vampiros. Eso ni
siquiera era posible. La magia no era de la jurisdicción de los humanos. No era
natural, e iba en contra de las formas del universo. Lo que los Alquimistas hacían,
estaba basado en la ciencia y en la química. Los tatuajes tenían magia, pero era para
que doblegáramos la magia de los vampiros a nuestra voluntad… no para utilizarla a
nuestro favor. Lo más cercano que llegábamos a lo sobre natural, eran las bendiciones
que decíamos en nuestras pociones. Ella sólo quería que recreara un hechizo. No era
real. No había daño. Y aun así… ¿por qué me sentía tan inquieta? Sentía que me
estaban pidiendo que robara o mintiera.
—¿Cuál es el problema? —preguntó ella.
Por un momento, consideré usar de nuevo la religión, pero luego lo rechacé. Esa
excusa había salido mucho hoy, aunque ahora, en realidad era semi-legitima.
—Nada, Señora. Sólo me parece extraño.
Tomó el primer libro de cuero y lo abrió por la mitad.
—Aquí. Has este: la incineración de un amuleto. Es complicado, pero al menos tendrás
un proyecto de artes y artesanías cuanto termines. La mayoría de estos ingredientes
deberían ser fáciles de encontrar.
Tomé el libro y lo escaneé.
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—¿Dónde voy a encontrar Ortiga?
—Pregúntale al Sr. Carnes. Tiene un jardín fuera de su salón de clases. Estoy segura de
que puedes comprar el resto. Y sabes, puedes darme los recibos. Te pagaré cuando te
envié fuera a buscar algo. Debes gastar una fortuna en café.
Me sentí un poco mejor cuando vi lo aleatorios que eran los ingredientes. Ortiga.
Ágata6. Un trozo de seda. No había nada realmente inflamable. Esto no tenía sentido.
Con un asentimiento de cabeza, le dije que empezaría pronto.
Mientras tanto, escribí una carta oficial para Amberwood en nombre de Keith. Expliqué
que nuestras creencias religiosas requerían que nuestra familia fuera a la Iglesia dos
veces a la semana, y que Jill necesitaba ser excusada de su castigo durante ese tiempo.
También prometí que Jill pasaría a ver a la Sra. Weathers antes de salir y después de
llegar de los viajes familiares. Cuando terminé, estaba satisfecha con mi trabajo, y sentí
que había hecho que Keith sonara mucho más elocuente de lo que se merecía.
Lo llamé cuando la escuela terminó, y le di un breve resumen de lo que había pasado
con Jill. Naturalmente, yo tuve la culpa.
—¡Se supone que mantengas un ojo sobre ella, Sydney! —exclamó Keith.
—También se supone que esté de incognito como estudiante aquí, y no puedo estar
con ella cada segundo del día. —No valía la pena mencionar que había estado fuera
con Adrian cuando Jill escapó, no que Keith pudiera hacerme algo más. Él ya había
hecho su daño.
—Así que yo tengo que sufrir las consecuencias —dijo en un tono de “cansado del
mundo”—, yo soy al que sacarán por tu incompetencia.
—¿Sacarte? No tienes que hacer nada más aparte de firmar la carta que escribí por ti.
¿Estás en casa ahora? ¿O lo estarás? Manejaré para ir a dejártela.
Imaginé que saltaría ante la oferta, viendo lo molesto que estaba por el problema. Así
que estaba sorprendida cuando dijo: —No, no tienes que hacer esto. Yo iré.
6 Ortiga Ágata: No es un mineral específico, sino un conjunto de variedades micro-cristalinas
del cuarzo.
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—No es ningún problema. Puedo estar en tu casa en menos de diez minutos. —No
quería que tuviera más razones que las necesarias para que siguiera diciendo como lo
molestaba, o molestaba a los Alquimistas.
—No —dijo Keith, con una sorprendente intensidad—. Yo iré. Voy ahora mismo.
¿Nos encontramos en la oficina principal?
—De acuerdo —dije, totalmente perpleja ante el cambio de corazón. ¿Quería
comprobarme o algo? ¿Demandar una inspección?—. Te veo pronto.
Ya estaba en el Campus Central, así que me tomó muy poco tiempo llegar a la oficina
principal. Me senté afuera en un banco de piedra adornada, con una buena vista de los
estacionamientos de las visitas, y esperé. Estaba cálido afuera, como siempre, pero
estar en la sombre lo hacía placentero. El banco estaba puesto en un claro lleno de
flores, y un signo que decía: El Jardín Conmemorativo de Kelly Hayes. Se veía nuevo.
—¡Oye Sydney!
Kristin y Julia caminaban fuera del edificio y me saludaban con la mano. Llegaron, se
sentaron, y me preguntaron qué estaba haciendo.
—Estoy esperando a mi hermano.
—¿Es lindo? —preguntó Kristin esperanzada.
—No —dije—. Para nada.
—Sí, sí lo es —respondió Julia—. Lo vi en tu dormitorio el fin de semana pasado.
Cuando salieron todos a comer.
Me tomó un momento darme cuenta que se refería a Adrian.
—Oh. Otro hermano. No tienen mucho en común.
—¿Es cierto que tu hermana está en grandes problemas? —preguntó Julia.
Me encogí de hombros.
—Sólo un poco. No puede dejar el Campus, excepto para asuntos de la familia. Podría
haber sido peor. Aunque… le costó un trabajo de modelaje, así que está triste por eso.
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—¿Modelar para quién? —preguntó Kristin.
Sacudí mi cerebro.
—Lia DiStefano. Hay un show en dos semanas, y quería a Jill en el. Pero Jill no puede
practicar porque tiene que estar aquí.
Sus ojos se ampliaron.
—¡La ropa de Lia es increíble! —dijo Julia—. Jill tiene que hacerlo. Puede que tenga
cosas gratis.
—Te lo dije. No puede.
Kristin inclinó su cabeza, pensativa.
—¿Qué pasa si fuera para la escuela? ¿Cómo una carrera o algo vocacional? —Se giró
hacia Julia—. ¿Aún hay un club de costura?
—Creo que sí —dijo Julia, asintiendo con entusiasmo—. Es una buena idea. ¿Jill tiene
una actividad? —Además del deporte, Amberwood también requiere que sus estudiantes
participen en pasatiempos y actividades fuera de clases—. Hay un club de costura al
que puede unirse, y puedo apostar que trabajar con Lia puede contar como una especie
de búsqueda especial.
En un intento por fijar un hilo suelto de su chaqueta el otro día, Jill casi deshizo toda
su chaqueta.
—No creo que eso sea para Jill.
—No importa —dijo Kristin—. La mayoría de la gente en él tampoco puede coser.
Pero cada año el club ayuda a los diseñadores locales. La Señorita Yamani la dejará
desfilar como voluntaria. Ella “ama” a Lia DiStefano.
—Y tienen que dejarla ir —dijo Julia, su cara llena de triunfo—, porque es mejor para
la escuela.
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—Interesante —dije, preguntándome si hay alguna posibilidad de que funcione—. Le
diré a Jill. —Un familiar coche azul se estacionó en la entrada, y me levanté—. Aquí
está.
Keith se estacionó y se bajó, buscándome alrededor. Kristin dio un pequeño sonido de
aprobación.
—No está mal.
—Créeme —dije, caminando hacia adelante—, no quieres tener nada que ver con él.
Ketih les dio a las chicas lo que se supone que sería una sonrisa encantadora, e incluso
me guiñó. Cuando ellas se fueron, su sonrisa desapareció.
Irradiaba impaciencia, y fue un milagro que no subiera y bajara su pie.
—Hagamos esto rápido —dijo él.
—Si estás tan apurado, deberías haberme dejado ir cuando tuvieras más tiempo
—saqué una carpeta que contenía la carta, y se la entregué junto con un lápiz. Keith la
firmó sin mirarla, y me la volvió a entregar.
—¿Necesitas algo más? —preguntó.
—No.
—No lo arruines de nuevo —dijo, abriendo la puerta del coche—. No tengo tiempo
para seguir haciendo tu trabajo.
—¿Importa? —lo desafié—. Ya has hecho todo lo que puedes para deshacerte de mí.
Me dio una sonrisa fría.
—No deberías haberte cruzado conmigo. No ahora, no entonces. —Con un guiño, se
giró y comenzó a irse. Lo miré fijamente, sin poder creer la audacia. Era la primera vez
que él se refería directamente a lo que había pasado años atrás.
—Bueno, así es —le grité mientras se alejaba—. No me crucé contigo en ese entonces.
Tú te bajaste fácilmente. No va a pasar de nuevo. ¿Crees que me preocupo por ti? Tú
eres el que debería estar asustado por mí.
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Keith se detuvo, y se giró lentamente, su cara inundada con incredulidad. No lo
culpaba. Incluso yo me sorprendía de mí. No podía recordar cuando le había
respondido tan abiertamente a alguien con una posición superior en autoridad, y
ciertamente no a alguien que tenía tanto poder como para afectar mi situación.
—Cuidado —dijo al final—. Puedo hacer tu vida miserable.
Le di una sonrisa gélida.
—Ya lo has hecho, y esa es la razón de por qué tengo la ventaja. Has hecho lo peor,
pero aún no has visto lo que yo puedo hacer.
Era un gran farol de mi parte, especialmente porque estaba segura de que él podía
hacerlo peor. Para todo lo que sabía, podía traer a Zoe de aquí mañana. Podía
enviarme a un centro de re-educación en un latido de corazón.
¿Pero si yo caía? Él también.
Me miró fijamente por algunos segundos más, perplejo. No sabía si lo había asustado,
o si había decidido no responderme nada, pero finalmente se giró, y se fue. Furiosa,
entré para dejar la carta en la oficina. La secretaria, la Sra. Dawson, la estampó, y
luego me hizo una copia para entregarle a la Sra. Weathers. Mientras me la entregaba,
pregunté: —¿Quién es Kelly Hayes?
La cara de la Sra. Dawson, que por lo general tenía hoyuelos, se puso triste.
—Esa pobre chica. Fue una estudiante aquí hace unos años.
Mi memoria hizo clic.
—¿Es la que mencionó la Sra. Weathers? ¿La que estuvo perdida?
La Sra. Dawson asintió.
—Fue terrible. Era una chica tana adorable. Tan joven. No merecía morir así. No
merecía morir para nada.
Odiaba preguntar, pero tenía que hacerlo.
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—¿Cómo murió? Quiero decir, sé que la asesinaron, pero nunca escuché los detalles.
—Probablemente sea así. Es bastante espantoso. —La Sra. Dawson miró alrededor,
como si pensara que podía meterse en problemas por chismosear con una estudiante.
Se inclinó sobre el mostrador hacia mí, su cara oscura—. La pobre chica se desangró
hasta morir. Le cortaron la garganta.
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Capítulo 20
Traducido por kathesweet
Corregido por Paovalera
asi pregunté, ¿Habla en serio? Pero seamos realistas: esa probablemente no era
la clase de asunto sobre el que ella bromearía, especialmente considerando la
gravedad que se veía en su cara. Otras preguntas aparecieron en mi cabeza,
pero también las contuve. No eran tan extrañas, pero no quería atraer la
atención sobre mí por mostrar un interés inusual en un asesino espeluznante. En su
lugar, simplemente le agradecí a la Sra. Dawson por su ayuda con la carta y regresé al
Campus Este.
La Sra. Weathers estaba en su escritorio cuando entré en el dormitorio. Le entregué la
carta, que leyó dos veces antes de ponerla en su archivador.
—Todo bien —dijo—. Simplemente asegúrate de que tu hermana firme las entradas y
salidas cada vez.
—Lo haré, señora. Gracias —Vacilé, entre irme o hacerle unas preguntas que la Sra.
Dawson había provocado. Decidí quedarme—. Sra. Weathers… desde que Jill
desapareció, sigo pensando en esa chica de la que usted me habló. La que murió. Sigo
pensando que podría haber sido Jill.
La cara de la Sra. Dawson se suavizó.
—Jill está bien. No debería haberte dicho eso. No quería asustarte.
—¿Es cierto que la garganta de esa chica fue cortada?
—Sí. —Sacudió la cabeza tristemente—. Terrible. Simplemente terrible. No sé quién
hace esa clase de cosas.
—¿Alguna vez averiguaron por qué sucedió? Quiero decir, ¿había algo inusual en ella?
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—¿Inusual? No, no realmente. Quiero decir, era una chica encantadora. Inteligente,
bonita, popular. Una buena atleta, no, una atleta magnífica. Tenía amigos, un novio.
Pero nada podría hacerla destacar como un objetivo específico. Por supuesto, personas
hacen cosas horribles como esa probablemente sin necesitar una razón.
—Cierto —murmuré.
Caminé hacia mi habitación, deseando que la Sra. Weathers hubiera detallado un poco
más lo bonita que era Kelly. Lo que realmente quería saber era si Kelly había sido
Moroi. Si lo fue, había esperado que la Sra. Weathers pudiera comentar sobre lo alta o
pálida que era. Por ambos reportes de Clarence y los Alquimistas, no había Moroi en
el registro que hubieran vivido en el área de Palm Springs. Sin embargo, eso no quería
decir que alguien no pudiera deslizarse a través de las grietas. Había encontrado la
respuesta por mí misma. Si Kelly hubiera sido Moroi, entonces teníamos tres jóvenes
Moroi asesinadas de la misma manera en el sur de California dentro de lapso de
tiempo relativamente corto. Clarence argumentaría a favor de su teoría del cazador de
vampiros, pero para mí, este patrón gritaba Strigoi.
Jill estaba en nuestra habitación, cumpliendo su arresto domiciliario. Cuanto más
tiempo pasaba, menos enojo sentía hacia ella. Tener el problema de alimentación
arreglado ayudaba. Hubiera estado mucho más molesta si hubiéramos sido incapaces
de sacarla del campus.
—¿Qué está mal? —me preguntó, mirando hacia arriba de su computador.
—¿Por qué crees que algo está mal?
Sonrió.
—Has tenido esa mirada. Ese pequeño ceño entre tus cejas cuando estás tratando de
averiguar algo.
Sacudí mi cabeza.
—No es nada.
—Ya sabes —dijo—, con todas esas responsabilidades que tienes no estaría tan mal si
las cuentas y pides ayuda de otras personas.
—No es tan así. Es sólo algo que estoy tratando de resolver.
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—Dime —suplicó—. Puedes confiar en mí.
No era cuestión de confianza. Era cuestión de preocuparse innecesariamente de Jill.
La Sra. Weathers había temido que pudiera asustarme, pero si alguien estaba matando
chicas Moroi, yo no estaba en peligro. Mirando a Jill y su mirada inquebrantable,
decidí que si podía soportar vivir con el conocimiento de que su propia gente estaba
tratando de matarla, podría soportar esto. Le di un breve resumen de lo que sabía.
—Sin embargo, no sabes si Kelly era Moroi —dijo, una vez terminé.
—No. Esa es una pieza crucial aquí. —Me senté con las piernas cruzadas sobre mi
cama con mi propio computador—. Voy a revisar nuestros registros y los periódicos
locales para ver si puedo encontrar una foto de ella. Todo lo que aprendí de la Sra.
Weathers es que Kelly era una atleta estrella.
—Lo que puede significar que no es una Moroi —dijo Jill—. Quiero decir, recuerda lo
terrible que me desempeño en este sol. ¿Qué sucede si no lo es? Tienes un montón de
teorías vinculándola como Moroi. ¿Pero qué si fue humana? ¿Qué pasa entonces?
¿Podemos ignorarlo? Todavía podría ser la misma persona… ¿pero qué significaría si el
asesino ha matado a dos Moroi y una humana?
Jill tenía un punto.
—No lo sé —dije.
Mi búsqueda no tomó tanto tiempo. Los Alquimistas no tenían registro del asesinato,
pero luego, ellos no sabían si Kelly había sido humana. Muchos de los periódicos
tenían historias sobre ella, pero no podía encontrar ninguna foto.
—¿Qué hay de un anuario? —preguntó Jill—. Alguien debe mantenerlos por aquí.
—Esa en realidad es una idea brillante —dije.
—¿Ves? Te dije que soy útil.
Le sonreí y entonces recordé algo.
—Oh, he obtenido buenas noticias para ti. Tal vez. —Recapitulé brevemente el “plan”
de Julia y Kristin sobre que Jill se uniera al club de costura.
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Jill se alegró pero siguió siendo cautelosa.
—¿De verdad crees que eso funcionaría?
—Sólo hay una manera de averiguarlo.
—Nunca he tocado una máquina de coser en mi vida —dijo.
—Supongo que esta es tu oportunidad de aprender —le dije—. O quizás las otras
chicas estarán felices simplemente de mantenerte alrededor como su modelo en-clase.
Jill rió.
—¿Cómo sabes que sólo las chicas firman para eso?
—No lo sé —admití—. Simplemente juega fuera de los estereotipos del género,
supongo.
Mi celular sonó, y el número de la Srta. Terwilliger parpadeó en la pantalla. Contesté,
preparándome para una corrida de café.
—¿Srta. Melbourne? —dijo—. Si usted y su hermano pueden estar en Carlton dentro
de una hora, puede hablar con alguien en la oficina de registro antes de que cierren.
¿Puede arreglarlo?
Pensé momento y asumí que Adrian no estaba haciendo nada importante. —Um, sí.
Si, por supuesto, señora. Gracias. Muchas gracias.
—El hombre con el que hablará se llama Wes Regan. —Se detuvo—. ¿Y podría
traerme un cappuccino en su camino de vuelta?
Le aseguré que lo haría y luego llamé a Adrian con instrucciones para estar listo para
mi llegada. Rápidamente, me cambié el uniforme y me puse una blusa y una falda de
sarga. Mirando mi reflejo, me di cuenta que él tenía razón. Realmente no había mucha
diferencia entre el atuendo de Amberwood y mi guardarropa normal.
—Desearía ir —dijo Jill con nostalgia—. Me gustaría ver a Adrian de nuevo.
—¿No lo ves todos los días, de alguna manera?
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—Cierto —dijo—. Sin embargo no siempre puedo meterme en su cabeza cuando
quiero. Sólo pasa al azar. Y de cualquier manera, no es lo mismo. Él no puede
responderme a través del vínculo.
Casi respondí que eso sonaba mejor que estar al lado de él en persona, pero adiviné
que eso no sería de utilidad.
Adrian estaba listo para salir cuando llegue a casa de Clarence, emocionada y ansiosa
por la acción.
—Acabas de eludir a un amigo —dijo mientras se metía en Latte.
—¿Quién?
—Keith.
Hice una mueca.
—Él no es realmente mi amigo.
—Oh. ¿Lo crees? La mayoría de nosotros averiguamos eso el primer día, Sage.
Me sentí un poco mal por eso. Alguna parte de mí sabía que no debería dejar que mis
sentimientos personales por Keith se mezclaran con los negocios. Éramos co-
trabajadores de alguna forma y deberíamos haber estado presentando una unidad, un
frente profesional. Al mismo tiempo, estaba de alguna manera feliz de que estas
personas, incluso si eran vampiros y dhampirs, no pensaran que estaba siendo
amistosa con Keith. No quería que pensaran que él y yo teníamos mucho en común.
Ciertamente no quería tener mucho en común con él.
El sentido completo de las palabras de Adrian repentinamente me golpeó.
—Espera. ¿Estuvo aquí?
—Hace media hora.
Él debió haber venido directamente de la escuela. Era afortunada de haberlo eludido.
Algo me decía que no aprobaría que yo fomentara la educación de Adrian.
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—¿Por qué estaba aquí?
—No lo sé. Creo que estaba verificando a Clarence. El viejo no había estado
sintiéndose bien. —Adrian sacó un paquete de cigarrillos de su bolsillo—. ¿Te
importa?
—Sí —respondí—. ¿Qué está mal con Clarence?
—No lo sé, pero estaba descansando mucho, lo que hace las cosas incluso más
aburridas. Quiero decir, él no es el conversador más grandioso, pero algunas de sus
historias locas eran interesantes. —Adrian se giró con nostalgia—. Especialmente con
whisky escocés.
—Mantenme al día sobre cómo lo está haciendo —murmuré. Me preguntaba si quizás
esa era la razón por la cual Keith había estado tan apurado más temprano. Si Clarence
estaba seriamente enfermo, íbamos a tener que hacer arreglos con un doctor Moroi.
Eso complicaría nuestro plan aquí en Palm Springs porque, o nos tendríamos que
mudar con Clarence o traer a alguien. Si Keith estaba trabajando en eso, entonces no
debería haberme preocupado… pero simplemente no confiaba en que él hiciera un
buen trabajo con algo.
—No sé cómo lo aguantas —dijo Adrian—. Solía pensar que eras débil y que no
luchabas… pero ahora, honestamente, creo que en realidad eres bastante fuerte. Toma
un infierno de mucha fuerza no quejarse y arremeter. No tengo ese autocontrol.
—Has entendido más de lo que crees —dije, un poco sonrojada por el halago. Estaba
tan abatida por lo que veía como no retroceder a veces, que nunca se me había
ocurrido que tuviera fuerza propia. Incluso estaba muy sorprendida que Adrian lo
tomara para resaltármelo—. Siempre estoy caminando en la línea. Mi papá, y los
Alquimistas, son realmente buenos en obediencia y en seguir órdenes de sus
superiores. Estoy como en un callejón sin salida porque estoy en un terreno inestable
con ellos, así que es muy importante para mí no hacer un escándalo.
—¿Por Rose? —Su tono estaba cuidadosamente controlado.
Asentí. —Síp. Lo que hice fue equivalente a traición a sus ojos.
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—No sé lo que significa “equivalente7”, pero suena muy serio. —Podía verlo
estudiándome por el rabillo de su ojo—. ¿Valió la pena?
—Hasta el momento. —Era fácil decirlo ya que Zoe todavía no tenía un tatuaje y yo
no había visto un centro de re-educación. Si estas cosas cambiaban, lo podrían hacer
mis respuestas—. Fue lo correcto por hacer. Supongo que eso justificó la acción
dramática.
—También rompí un montón de reglas para ayudar a Rose —dijo, con un tono
molesto en su voz—. Lo hice por amor. Amor equivocado, pero amor en todo caso.
No sé si eso es tan noble como tus razones, ya que particularmente ella estaba
enamorada de alguien más. La mayoría de mis “acciones dramáticas” no han sido por
ninguna causa. La mayoría de ellas han sido para enojar a mis padres.
En realidad me encontraba un poco celosa de eso. No podía sondear deliberadamente
para tratar de obtener una reacción de mi papá, aunque ciertamente lo quería.
—Creo que el amor es una razón noble —le dije. Estaba hablando objetivamente, por
supuesto. Nunca había estado enamorada y realmente no había punto de referencia
para juzgar. Basada en lo que había observado en otros, asumía que era algo
sorprendente… pero por ahora, estaba demasiado ocupada como para notar su
ausencia. Me preguntaba si debería estar decepcionada por eso—. Y creo que tienes
demasiado tiempo para hacer otras cosas nobles.
Él rió.
—Nunca creí que mi mayor animadora sería alguien que pensaba que yo era malvado
e innatural.
Eso nos hacía dos de nosotros.
Vacilante, me atreví a hacer una pregunta que había estado quemándome en el
interior.
—¿Todavía la amas? ¿A Rose? —Junto con no saber qué se sentía estar enamorado,
tampoco sabía lo que se demoraba recuperarse del amor.
La sonrisa de Adrian se desvaneció. Su mirada se volvió hacia su interior.
7 Equivalente: En el original la palabra es “tantamount”, que no es muy conocida ni muy usada, pero el sentido se pierde con la traducción (N. de T.)
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—Sí. No. Es difícil superar a alguien así. Ella tuvo un gran efecto en mí, de buena y
mala manera. Es difícil dejarlo atrás. Trato de no pensar en ella en términos de amor y
odio. Principalmente estoy tratando de seguir con mi vida. Con resultados mezclados,
infortunadamente.
Pronto alcanzamos la universidad. Wes Regan era un hombre grande con barba de sal-
y-pimienta que trabajaba en la oficina de registro en Carlton. La Sra. Terwilliger le
había enseñado gratis a la sobrina de Wes durante el verano, y Wes sentía que le debía
un favor.
—Aquí está el trato —dijo una vez estuvimos sentados al otro lado de él. Adrian
estaba vistiendo unos pantalones caqui y una camisa de abotonar color salvia que
había sido genial para entrevistas de trabajo. Un poco tarde—. No puedo simplemente
inscribirte. Las aplicaciones para la universidad son largas y requieren expedientes, y
no hay manera de que puedas traer una en dos días. Lo que puedo hacer es que te
nombren como oyente.
—¿Como con el IRS8? —preguntó Adrian.
—No. La audición significa que estás atendiendo las clases y haciendo trabajos pero
no obteniendo una calificación por ello.
Adrian abrió su boca para hablar, y sólo podía imaginar qué comentario tenía sobre
hacer trabajos para ningún crédito. Rápidamente lo interrumpí.
—¿Y luego qué?
—Luego, si puedes juntar una aplicación en, oh, una semana o dos, y es aceptada,
puedo retroactivamente cambiarte a la condición de estudiante.
—¿Qué hay de la ayuda financiera? —preguntó Adrian, inclinándose hacia adelante—.
¿Puedo conseguir algo de dinero por esto?
—Sí calificas —dijo Wes—. Pero realmente no puedes clasificar hasta que hayas sido
aceptado.
8 Servicio de Impuestos Internos. Adrian lo pregunta porque tiene una confusión con la palabra “auditor”,
ya que él cree que se refiere a un auditor y no un oyente (N. de T.)
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Adrian se dejó caer hacia atrás, y fui capaz de adivinar sus pensamientos. Si la
inscripción tomaría un par de semanas, indudablemente habría un retraso también en
la presentación de la ayuda financiera. Adrian estaba contemplando un mes o más de
vivir con Clarence, y probablemente eso era optimista. Medio esperaba que Adrian se
levantara y echara por la borda todo. En su lugar, una expresión resuelta cruzó su cara.
Asintió.
—Muy bien. Vamos a empezar con la cosa esa de la audición.
Estaba impresionada.
También estuve celosa cuando Wes sacó el catálogo del curso. Había sido capaz de
adormecerme hasta la alegría con las clases en Amberwood, pero mirar las ofertas
reales de una universidad me mostraba que las dos escuelas eran mundos diferentes.
Las clases de historia eran más centradas y profundas de lo que podría haber
imaginado. Sin embargo, Adrian no tenía interés en ésas. Él de inmediato se enfocó en
el departamento de arte.
Terminó firmando por dos cursos introductorios de pintura con óleo y acuarelas. Se
reunían tres veces a la semana y estaban convenientemente espalda-a-espalda.
—Será más fácil si estoy en el transporte escolar —explicó mientras nos estábamos
yendo.
Le di una mirada sorprendida.
—¿Vas a tomar el autobús?
Él parecía divertido por mi asombro.
—¿Cuál otro? Las clases son durante el día. No puedes llevarme.
Pensé en la lejana casa de Clarence.
—¿Dónde en la tierra tomarías el bus?
—Hay una parada a media milla. Te transfiere a otro autobús que va a Carlton. El
viaje entero toma una hora.
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Lo confieso, eso me dejó muda. Estaba asombrada de que Adrian hubiera investigado
tanto, y mucho menos que estuviera dispuesto a pasar por todos estos problemas. Sin
embargo, en el camino de vuelta, nunca pronunció una palabra de queja sobre lo
inconveniente que sería o lo mucho que tendría que esperar para mudarse de la casa de
Clarence.
Cuando volví a Amberwood, estaba emocionada por decirle a Jill la noticia del éxito
universitario de Adrian, no es como si ella necesitara que le dijera. Con el vínculo,
probablemente sabría más que yo. Sin embargo, siempre estaba preocupada por él e
indudablemente estaría complacida de ver que algo bueno le pasaba.
Jill no estaba en nuestra habitación cuando regresé, pero una nota me informaba que
estaba estudiando en algún otro lugar del dormitorio. La única parte brillante de su
castigo era que éste la limitaba a dónde estaría siempre en cualquier momento. Decidí
usar esta oportunidad para hacer el loco amuleto de la Srta. Terwilliger. Había
acumulado la mayoría de los ingredientes necesarios, y junto con la conformidad de la
profesora de Biología, la Srta. Terwilliger me había asegurado el acceso a uno de los
laboratorios de química. Nadie estaba allí a esta hora de la noche, y eso me daba
mucho espacio y tranquilidad para hacer la mezcla.
Como lo habíamos anotado, las instrucciones eran extremadamente detalladas y, en
mi opinión, superfluas. No era suficiente para medir las hojas de ortiga. Las
instrucciones llamadas por ellos “dejar descansar por una hora”, tiempo durante el
cual se suponía que debía decirles, “en ti, llama impregno” cada diez minutos.
También tenía que hervir la piedra de ágata “para infundirle calor”. El resto de las
instrucciones eran similares, y sabía que no había manera de que la Srta. Terwilliger en
realidad pudiera saber si seguí todo al pie de la letra, particularmente los cantos. Sin
embargo, el propósito entero de esta maniobra era informar lo que era ser un
profesional antiguo. Así que, seguí todo obedientemente y concentrada tan fuerte en
realizar cada paso perfectamente que pronto caí en una calma donde nada existía
excepto el hechizo.
Terminé dos horas después y estaba sorprendida por lo exhausta que me sentía. El
resultado final ciertamente no parecía justificar toda la energía que había gastado. Me
quedé con una cuerda de cuero de la que colgaba una bolsa de cuero llena de hojas y
piedras. La llevé con mis notas de vuelta a mi habitación, intentando escribir mi
reporte para la Srta. Terwilliger, y así podría dejar atrás esta asignatura. Cuando llegué
a la habitación, jadeé cuando vi la puerta. Alguien había tomado pintura roja y había
dibujado murciélagos y caras con colmillos sobre toda ésta. Garabateado en el frente,
con grandes bloques de letras, estaban las palabras:
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VAMPIRESA
Llena de pánico, entré en la habitación. Jill estaba allí, junto con la Sra. Weathers y
otra profesora que no conocía. Estaban revisando todas nuestras cosas. Observé con
incredulidad.
—¿Qué está pasando? —pregunté.
Jill sacudió la cabeza, su cara mortificada, y no pudo responder. Aparentemente había
llegado al final de la búsqueda porque la Sra. Weathers y su asociada pronto
terminaron y se acercaron a la puerta. Estuve feliz por haber llevado mis suministros
Alquimistas conmigo al laboratorio esta noche. El kit contenía algunas herramientas
de medición que había pensado que podría necesitar. Ciertamente no quería explicarles
a las autoridades del dormitorio por qué tenía una colección de químicos.
—Bueno —dijo la Sra. Weathers severamente—. No parece haber nada aquí, pero
puedo hacer otro espacio para revisar más tarde, así que no te hagas ilusiones. Ya estás
en suficientes problemas sin agregar todavía otro cargo a esto. —Suspiró y sacudió su
cabeza hacia Jill—. Estoy muy decepcionada, Srta. Melrose.
Jill palideció.
—Le estoy diciendo, ¡todo esto es un error!
—Eso esperamos —dijo la Sra. Weathers ominosamente—. Eso esperamos. Casi he
decidido hacerla limpiar ese vandalismo de afuera, pero a la luz de ninguna prueba
sólida… bueno, dejaremos que el conserje se encargue de eso mañana.
Una vez nuestras visitantes se fueron, inmediatamente demandé.
—¿Qué sucedió?
Jill colapsó sobre su cama y gimió.
—Laurel sucedió.
Me senté. —Explícame.
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—Bueno, llamé a la biblioteca para ver si tenían algunos anuarios, ¿los de Kelly
Hayes? Resulta que normalmente los tienen, pero todos han sido revisados por el
equipo del periódico para alguna edición de aniversario de Amberwood. Y nunca
creerás quien está liderando ese proyecto: Laurel.
—Tienes razón —dije—. Nunca habría adivinado eso. ¿No está en Inglés de primer
año? —Laurel era estudiante de último año.
—Síp.
—Supongo que todos necesitan una actividad —murmuré.
Jill asintió. —De cualquier manera, la Srta. Yamani estaba en el edificio, así que fui a
pedirle unirme al club de costura y trabajar para Lia. Estaba realmente emocionada y
dijo que haría que sucediera.
—Bueno, eso es algo —dije cautelosamente, todavía insegura de cómo esto nos llevaba
al vandalismo y la revisión de nuestra habitación.
—Mientras estaba regresando, pasé a Laurel en el pasillo. Decidí tomar una
oportunidad… Me acerqué y dije mira, sé que hemos tenido nuestras diferencias pero
realmente podría usar algo de ayuda. Entonces expliqué que necesitaba los anuarios y
pregunté si podía pedirlos prestados sólo por esta noche y que los devolvería justo
después.
Hasta aquí, no dije nada. Ciertamente era algo noble y valiente que Jill lo hiciera,
particularmente después de que la había alentado a ser mejor que Laurel.
Desafortunadamente, no pensé que Laurel sería recíproca con la conducta adulta.
Estaba en lo cierto.
—Ella me dijo en… bueno, en términos muy explícitos que nunca obtendría esos
anuarios —Jill frunció el ceño—. Me dijo otras cosas también. Entonces yo, um, la
llamé perra rabiosa. Probablemente no debí hacerlo, pero, bueno, ¡se lo merecía! De
cualquier manera, fue dónde la Sra. Weathers con una botella de… no sé qué. Creo
que era licor de frambuesa. Ella dijo que se lo vendí y que tenía más en mi habitación.
La Sra. Weathers no podía castigarme sin evidencia más sólida, pero después de la
acusación de resaca de la Srta. Chang el primer día, la Sra. Weathers decidió que era
suficiente para una revisión en la habitación.
Sacudí mi cabeza en incredulidad, la ira creciendo dentro de mi pecho.
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—¡Para ser un lugar de élite y prestigio, esta escuela se apresura a saltar sobre cualquier
acusación que se presente! Quiero decir, creen cualquier cosa que alguien diga sobre ti.
¿Y de dónde vino la pintura de afuera?
Lágrimas de frustración brillaban en sus ojos.
—Oh, de Laurel, por supuesto. O, bien, de alguna de sus amigas. Sucedió mientras
Laurel estaba hablándole a la Sra. Weathers, así que por supuesto ella obtuvo una
coartada. No crees… no le crees nada a nadie ¿cierto? Dijiste antes que sólo es una
broma… y los humanos ni siquiera creen en nosotros… ¿correcto?
—Correcto —dije automáticamente.
Pero estaba empezando a preguntármelo. Desde la llamada telefónica de con mi padre,
cuando él había mencionado que había humanos que sospechaban y no serían
silenciados, me había preguntado si había sido demasiado rápida descartando la broma
de Laurel. ¿Ella simplemente encontró un chiste cruel que usar? ¿O era una de esos
humanos que sospechaba sobre el mundo vampírico y podría hacer mucho estruendo
sobre ello? Dudaba que alguien pudiera creerle, pero no podíamos arriesgarnos en
atraer la atención de alguien que sí pudiera.
¿Es posible que realmente crea que Jill es un vampiro?
La expresión de abandono de Jill se convirtió en ira.
—Quizás yo debería hacer algo con respecto a Laurel. Hay otras maneras de vengarme
de ella además del agua congelada.
—No —dije rápidamente—. No te rebajes a eso. La venganza es mezquina y eres
mejor que eso —Además, pensé, cualquier otra actividad sobrenatural, y Laurel podría darse
cuenta de que sus pullas tienen más soporte de lo que originalmente pensaba.
Jill me dio una sonrisa triste.
—Sigues diciendo eso. ¿Pero no crees que se necesite hacer algo con Laurel?
Oh sí. Definitivamente. Esto había llegado muy lejos, y había estado equivocada al
dejarlo a un lado. Jill tenía razón que había otras maneras de vengarse de alguien. Y
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yo tenía razón en que la venganza era mezquina y nada con lo que Jill debiera
ensuciarse. Esa es la razón por la que yo iba a hacerlo.
—Me encargaré de eso —le dije—. Haré que el problema de los Alquimistas sea una
queja de nuestros padres.
Ella lucía dudosa.
—¿Crees que eso arreglará las cosas?
—Positivo —dije. Porque esa queja iba a cargar un golpe extra. Una mirada al tiempo
me dijo que era demasiado tarde para volver al laboratorio. No había problema.
Simplemente pondría mi alarma más temprano, con la intención de levantarme y
volver allí antes de que empezaran las clases.
Había un experimento más en mi futuro, y Laurel iba a ser mi conejillo de indias.
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Capítulo 21
Traducido por kathesweet y CyeLy DiviNNa
Corregido por masi
ezclar lo que necesitaba fue fácil. Ponerlo donde lo necesitaba tomó
un par de días. Primero tuve que prestar atención a qué clase de
champú usaba Laurel en las duchas de educación física. La escuela
proveía champú y acondicionador, por supuesto, pero ella no confiaría su precioso
cabello a algo tan vulgar. Una vez que supe la marca, busqué hasta dar con una tienda
de suministros de belleza local y vacié su caro contenido en el desagüe. Llené botellas
con mi brebaje casero en su lugar.
El siguiente paso fue cambiarla con la propia botella de Laurel. Recluté a Kristin para
esto. Su casillero estaba al lado del de Laurel en educación física, y estuvo más que
dispuesta a ayudarme. Parte de esto era porque compartía nuestra aversión hacia
Laurel. Pero también, desde que la había salvado de la reacción del tatuaje, Kristin
había dejado claro que estaba en deuda conmigo y cubriría mi espalda en cualquier
cosa que necesitara. No me gustaba la idea de que me debiera algo, pero su ayuda era
útil. Encontró un momento cuando Laurel alejó la vista de su casillero desbloqueado y
encubiertamente hizo el cambio. Luego simplemente teníamos que esperar por la
siguiente vez que Laurel usara el champú para ver el resultado de mi obra.
Mientras tanto, mi otro experimento de laboratorio no estaba recibiendo la reacción
que había esperado. La Srta. Terwilliger aceptó mi informe pero no el amuleto.
—No tengo ningún uso para eso —remarcó, alzando la vista de los papeles que le
había entregado.
Bajó los papeles.
—¿Todo esto es cierto? ¿Seguiste cada paso con precisión? Ciertamente no tendría
manera de saber si tú, ah, esquivaste alguno de los detalles.
Sacudí mi cabeza.
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—Nop. Seguí cada paso.
—Muy bien, entonces. Parece que tienes un encanto para hacer fuego.
—Señora —dije, a modo de protesta.
Ella sonrió.
—¿Qué dicen las instrucciones? ¿Tíralo y recita el último conjuro? ¿Lo conoces?
—En llamas, en llamas —dije inmediatamente. Después de haber escrito el hechizo
inicialmente para sus notas y luego recrearlo, era difícil no haberlo aprendido. De
acuerdo con el libro, que era una traducción inglesa del texto en latín, el lenguaje no
importaba tanto mientras el significado de las palabras fuera claro.
—Bueno, aquí tienes. Dale una oportunidad uno de estos días y ve qué pasa. Sólo no
prendas fuego a ninguna propiedad de la escuela. Porque eso no es seguro.
Levanté el amuleto de la cadena.
—Pero esto no es real. Esto no tiene sentido. Es un montón de basura reunida en una
bolsa.
Ella se encogió de hombros.
—¿Quiénes somos nosotros para cuestionar a los antiguos?
Me quedé mirándola, tratando de averiguar si estaba bromeando. Había sabido que era
una excéntrica desde el primer día, pero siempre había parecido una erudita seria.
—No puedo creer eso. La magia como esa… no es real. —Sin pensar, agregué—:
Incluso si lo fuera, señora, no es para que los humanos jueguen con los poderes de esa
manera.
La Srta. Terwilliger estuvo en silencio por un largo momento.
—¿De verdad crees eso?
Toqué la cruz alrededor de mi cuello.
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—Es como fui criada.
—Entendido. Bueno, entonces, puedes hacer lo que quieras con el amuleto. Tíralo,
dónalo, experimenta con él. A pesar de todo, este informe es lo que necesito para mi
libro. Gracias por entregarlo a tiempo, como siempre, has hecho más que lo que había
pedido.
Puse el amuleto en mi bolso cuando me fui, sin estar realmente segura de qué hacer.
Este amuleto era inútil… y sin embargo, también me había costado mucho tiempo.
Estaba decepcionada porque no iba a tener un propósito más significativo en su
investigación. Todo este esfuerzo echado a perder.
Sin embargo, el último de mis proyectos mostró desarrollo el día siguiente. En
Química Avanzada, Greg Slade y algunos de sus amigos se apresuraron a entrar a
clase justo cuando la campana sonó. Nuestro profesor les dirigió una mirada de
advertencia, pero ellos ni siquiera la notaron. Slade estaba limpiando su tatuaje de
águila, descubriéndolo para que todo el mundo lo viera. La tinta estaba brillando de
color plateado de nuevo. Al lado de él, uno de sus amigos también estaba mostrando
orgullosamente otro tatuaje plateado. Era una par de dagas estilizadas cruzadas, que
era sólo ligeramente menos vulgares que el águila. Este era el mismo amigo quien
había estado preocupado a comienzos de esta semana porque no sería capaz de tener
un tatuaje. Aparentemente, las cosas habían funcionado con el proveedor. Interesante.
Parte de esperar la presentación de informes a los Alquimistas había sido ver si
Nevermore repondría lo que yo había robado.
—Es sorprendente —dijo el amigo de Slade—. La rapidez.
—Lo sé. —Slade le dio un puñetazo—. Justo a tiempo para mañana.
Trey estaba observándolos, su expresión oscura.
—¿Qué pasa mañana? —le susurré.
Los miró desdeñosamente por un largo momento antes de girarme hacia mí.
—¿Vives bajo una piedra? Nuestro primer partido local.
—Por supuesto —dije. Mi experiencia en la secundaria no estaría completa sin el
bombo por excelencia de que era el fútbol.
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—Mucho bien que me hará —murmuró.
—Tus vendajes están fuera —señalé.
—Sí, pero el entrenador todavía me hace tomármelo despacio. Además, soy algo así
como un peso muerto ahora. —Asintió hacia Slade y su amigo—. ¿Cómo no se meten
en problemas por eso? No están haciendo mucho esfuerzo por ocultarlos. La escuela
ya no tiene disciplina. Prácticamente estamos en anarquía.
Sonreí.
—Prácticamente.
—Tu hermano debería estar en el equipo, lo sabes. Lo he visto en educación física.
Podría ser un atleta estrella si se molestara en intentarlo.
—A él no le gusta llamar la atención —expliqué—. Pero probablemente irá a ver el
partido.
—¿Y tú vas a ir a ver el partido?
—Probablemente no.
Trey arqueó una ceja.
—¿Una cita caliente?
—¡No! Pero estoy… bueno, no veo muchos deportes. Y siento como si debiera
quedarme con Jill.
—¿Ni siquiera vas a ir a animarme?
—No necesitas mi ánimo.
Trey me dirigió una mirada decepcionada como respuesta.
—Tal vez sea mejor así —dijo—. Ya que realmente no me verías rindiendo mi nivel
completo de genialidad.
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—Eso es una lástima —agregué.
—Oh, detén ya el sarcasmo —suspiró—. Mi papá va a ser el más molesto. Existen esas
expectativas familiares.
Bueno, eso es algo con lo que podía identificarme.
—¿También es un jugador de fútbol?
—No, es menos por el fútbol en sí que por mantenerte en un estado físico bueno.
Excelente. Listo para ser llamado en cualquier momento. Ser el mejor del equipo ha
sido una manera de mantenerlo orgulloso, hasta que esto de los tatuajes empezó.
—Lo haces bien sin la ayuda de ningún tatuaje. Todavía debería estar orgulloso —dije.
—No conoces a mi padre.
—No, pero creo que conozco a alguien como él. —Sonreí—. Sabes, quizás tenga que ir
al partido de fútbol después de todo.
Trey simplemente me sonrió, y la clase empezó.
El día pasó calmadamente, pero Jill corrió hacia mí tan pronto como entré en los
vestuarios para educación física.
—¡Lia contactó conmigo! Me preguntó si podría ir esta noche. Ha tenido prácticas
regulares con otras modelos, pero pensó que podría hacer una sesión especial para mí
ya que no tenía ninguna experiencia. Por supuesto, la cosa es que, yo… ya sabes,
necesito un aventón. Crees que… Quiero decir, podrías…
—Seguro —dije—. Es para lo que estoy aquí.
—¡Gracias, Sydney! —Lanzó sus brazos a mí alrededor, para mi gran asombro—. Sé
que no tienes ninguna razón para ayudarme después de lo que he hecho, pero…
—Está bien, está bien —dije, incómodamente palmeándola en el hombro. Inhalé para
tranquilizarme. Piensa en esto como que es Jill quien está abrazándote. No como que un
vampiro está abrazándote—. Estoy feliz de ayudar.
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—¿Les gustaría a ambas estar solas? —se burló Laurel, caminando con su séquito—.
Siempre supe que había algo extraño sobre tu familia.
Jill y yo nos separamos, y ella se sonrojó, lo que las hizo reír más.
—Dios, las odio —dijo en el momento en que estuvieron fuera del alcance del oído—.
Realmente quiero vengarme.
—Paciencia —murmuré—. Van a recibir lo que se merecen algún día. —Mirando el
casillero de Laurel, pensé que ese “algún día” podría llegar más pronto que más tarde.
Jill sacudió su cabeza en asombro.
—No sé cómo puedes ser tan indulgente, Sydney. Todo simplemente te da igual.
Sonreí, preguntándome lo que pensaría Jill si supiera la verdad, que no era tan
“indulgente” como parecía. Y no sólo cuando se trataba de Laurel. Si Jill quería pensar
en mí de esa manera, así sería. Por supuesto, mi fachada como una persona benévola
del tipo pone-la-otra-mejilla estaría rota cuando el grito de Laurel hubiera llenado el
vestuario al final de la clase una hora después.
Fue casi una repetición del incidente del hielo. Laurel salió disparada de la ducha,
envuelta en una toalla. Corrió hacia el espejo con horror, sosteniendo su cabello en
alto.
—¿Qué está mal? —preguntó una de sus amigas.
—¿No puedes verlo? —Lloriqueó Laurel—. Esto está mal… no se siente bien. Es
aceite… ¡o no sé! —Sacó un secador y secó una sección mientras el resto de nosotras
observábamos con interés. Después de unos minutos, las largas hebras estaban secas,
pero era difícil decirlo. Realmente era como si su cabello estuviera cubierto de aceite o
grasa, como si no lo hubiera lavado en semanas. El cabello normalmente brillante y
activo ahora colgaba en ondas lacias y feas. El color también estaba un poco apagado.
El rojo brillante y flameante ahora tenía un matiz amarillo enfermizo.
—También huele raro —exclamó.
—Lávalo otra vez —sugirió otra amiga.
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Laurel hizo eso, pero no fue de ayuda. Incluso cuando averiguó que su champú estaba
causando el problema, la cosa que yo había hecho no iba a salir tan fácilmente de su
cabello. El agua continuaría avivando la reacción, e iba a tomar muchas, muchas
refregadas antes de que arreglara el problema.
Jill me dirigió una mirada de asombro.
—¿Sydney? —susurró, un millón de preguntas en mi nombre.
—Paciencia —le aseguré—. Esto es sólo el primer acto.
Esa noche, llevé a Jill a la boutique de Lia DiStefano. Eddie fue con nosotras, por
supuesto, Lia era sólo unos años mayor que yo y casi treinta centímetros más baja. A
pesar de su figura pequeña, había algo grande y con fuerza en su personalidad mientras
nos confrontaba. La tienda estaba llena con trajes y vestidos elegantes, sin embargo
ella se vestía súper-casual, en vaqueros rasgados y una blusa campesina de gran
tamaño. Cambió el letrero de la puerta a cerrado y nos confrontó con las manos en sus
caderas.
—Así que, Jillian Melrose —empezó—. Tenemos menos de dos semanas para
convertirte en modelo. —Sus ojos cayeron sobre mí—. Y tú vas a ayudar.
—¿Yo? —exclamé—. Sólo soy el transporte.
—No si quieres que tu hermana brille en mi espectáculo. —Miró a Jill, la diferencia en
sus alturas era casi cómica—. Tienes que comer, beber y respirar modelaje si vas a
lograr esto. Y tienes que hacerlo todo… en esto.
Con un ademán, Lia agarró la caja de zapatos más cercana y sacó un par de zapatos
púrpuras brillantes con tacones que tenían que ser de al menos doce centímetros de
altura. Jill y yo nos quedamos mirando.
—¿No es ya lo suficientemente alta? —pregunté al fin.
Lia bufó y empujó los zapatos hacia Jill.
—Estos no son para el espectáculo. Pero una vez manejes esto, estarás lista para
cualquier cosa.
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Jill los tomó cautelosamente, sosteniéndolos y estudiándolos. Los tacones me
recordaron a las estacas plateadas que Eddie y Rose usaban para matar Strigoi. Si Jill
realmente quería estar preparada para cualquier situación, simplemente podría
mantenerlos cerca. Consciente de nuestro escrutinio, finalmente se quitó sus zapatos
planos marrones y sujetó las correas muy elaboradas de los zapatos púrpuras. Una vez
que estuvieron ajustadas, lentamente se levantó, y casi se cayó. Precipitadamente salté
para atraparla.
Lia asintió en aprobación.
—¿Ves? Esto es de lo que estaba hablando. El trabajo fraternal… depende de ti
asegurarte de que no se caiga y se rompa el cuello antes del espectáculo.
Jill me lanzó una mirada de pánico que sospeché que era reflejo de mi propia cara.
Empecé a sugerir que Eddie fuera el observador de Jill, pero él discretamente se movió
a un lado de la tienda para ver y parecía haber escapado de la atención de Lia.
Aparentemente, sus servicios protectores eran limitados.
Mientras Jill simplemente intentó no caerse, ayudé a Lia a hacer espacio en el centro
de la tienda. A continuación, Lia pasó la siguiente hora o así demostrando cómo
caminar adecuadamente para el desfile, haciendo énfasis en la postura y el paso en
orden de exhibir la ropa en su mejor efecto. Sin embargo, la mayoría de los detalles se
estaban perdiendo en Jill, que luchaba simplemente para caminar por la habitación sin
caer. Gracia y belleza no eran preocupaciones tanto como permanecer en posición
vertical.
Sin embargo, cuando miré a Eddie, él estaba observando a Jill con esa mirada
extasiada en su cara, como si cada paso que estuviera dando fuera magia pura.
Atrapando mi mirada, él inmediatamente volvió a su cara de guardián protector y
cauteloso.
Hice lo mejor que pude para ofrecerle a Jill palabras de aliento, y sí, la detuve de caer y
romperse el cuello. A medio camino de la sesión, escuchamos un golpe en la puerta de
vidrio. Lia miró con un ceño y luego reconoció la cara al otro lado de la puerta. Se
alegró y fue a abrirla.
—Sr. Donahue —dijo, dejando a Lee entrar—. ¿Vienes a ver cómo lo está haciendo tu
estrella?
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Lee sonrió, sus ojos grises instantáneamente buscando a Jill. Jill encontró su mirada,
sonriendo ampliamente. Lee no había estado alrededor en la última alimentación, y sin
embargo hablaban constantemente por teléfono y online, sabía que ella había estado
suspirando por verlo. Una mirada en la cara de Eddie me mostró que él no estaba tan
encantado por la presencia de Lee.
—Ya sabes cómo lo está haciendo —dio Lee—. Es perfecta.
Lia bufó.
—No iría tan lejos.
—Oye —dije, la inspiración sorprendiéndome—. Lee, ¿quieres ser el encargado de
evitar que Jill se rompa el cuello? Tengo que hacer un recado. —Como era de esperar,
Lee estaba más que dispuesto, y yo sabía que no tenía por qué temer por su seguridad,
con Eddie observando.
Los dejé, dándome prisa en llegar dos calles más allá a Nevermore. Desde que había
oído a Slade y a sus amigos confirmar que los tatuadores estaban en el negocio de
nuevo, había querido visitarlos en persona. Sin cubierta, sin embargo. Mis bienes
robados ya habían dado su testimonio. Excepto por el líquido claro, había identificado
todas las otras sustancias en los viales. En todos los metálicos encontraba
coincidencias exactas para compuestos Alquimistas, lo que significa que estas personas
o bien tenían una conexión con los Alquimistas o los habían robado. De cualquier
manera, mi caso se volvía cada vez más sólido. Esperaba que fuera suficiente para
redimirme y mantener a Zoe fuera de aquí, especialmente porque el reloj seguía
corriendo hacia su llegada. Estábamos a casi una semana del momento en que mi
padre había dicho que ella llegaría para reemplazarme.
Mi plan era ver qué tan dispuestos estaban en Nevermore para hacerme un tatuaje. Yo
quería saber cuáles advertencias —si las había— daban ellos y cómo de fácil era, en
primer lugar. La conversación con Adrian no me había dado mucha información, pero
probablemente su tatuaje de un esqueleto motociclista con fuego y un loro no había
hecho mucho para ayudar a su credibilidad. Estaba armada con dinero en efectivo hoy,
lo que esperaba que me llevara a alguna parte.
Así fue, ni siquiera necesité parpadear. Tan pronto como entré, el hombre detrás del
mostrador, el mismo que había hablado con Adrian, pareció aliviado.
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—Gracias a Dios —dijo—. Por favor, dime que tienes más. Estos niños me están
volviendo loco. Cuando nos metimos en esto... No tenía idea de que iba a ser tan
grande. El dinero es bueno, pero Cristo. Es una locura seguir el ritmo.
Mantuve mi confusión fuera de mi cara, preguntándome de qué demonios estaba
hablando. Actuaba como si estuviera en mi plan estar aquí, lo que no tenía sentido.
Pero entonces, sus ojos brillaban hacía mi mejilla, y de repente, entendí.
Mi tatuaje de lirio.
Estaba descubierto, ya que la escuela había terminado. Y supe, con absoluta certeza,
que quien estaba trabajando para conseguir los suministros era también un Alquimista.
Él había asumido que mi tatuaje me hacía una aliada.
—No tengo nada conmigo —le dije.
Su cara decayó.
—Pero la demanda…
—Perdiste el otro lote —dije que con arrogancia—. Dejaste que lo robaran justo
delante de tus narices. ¿Sabes cuántos problemas vamos a tener por esto?
—¡Ya se lo he explicado a tu amigo! —exclamó—. Él dijo que lo entiende. Dijo que se
haría cargo del problema y que no teníamos que preocuparnos más.
Había una sensación de hundimiento en mi boca del estómago.
—Sí, bueno, él no habla por todos nosotros, y no estamos seguros de que queramos
seguir. Tú nos comprometiste.
—Somos muy cuidadosos —argumentó—. ¡Ese robo no fue culpa nuestra! Ahora,
vamos. Tienes que ayudarnos. ¿Acaso no te lo dijo? Hay una enorme demanda para
mañana, porque los chicos de la escuela privada tienen un partido. Si somos capaces
de entregarlo, vamos a hacer el doble de dinero.
Yo le dirigí mi mejor sonrisa helada.
—Vamos a discutir entre nosotros y estaremos en contacto contigo.
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Con eso, me di la vuelta y empecé a salir.
—Espera —gritó. Le disparé una mirada altiva—. ¿Puedes hacer que esa persona deje
de llamar?
—¿Qué persona? —le pregunté, preguntándome si se refería a algún persistente
estudiante de Amberwood.
—El de la voz extraña, quien se mantiene preguntando si algunas personas altas,
pálidas, están apareciendo por aquí. Los que se parecen a los vampiros. Pensé que era
alguien que conocías.
¿Las personas altas y pálidas? No me gustaba el sonido de eso, pero mantuve mi cara
en blanco.
—Lo siento. No sé de qué estás hablando. Debe haber sido una broma.
Me fui, haciendo una nota mental para investigar eso más a fondo. Si alguien estaba
preguntando acerca de las personas que se parecían a los vampiros, eso era un
problema. No era, sin embargo, el problema inmediato. Mi mente ya procesaba es
resto de lo que el tatuador me había dicho. Era un Alquimista quien suministraba a
Nevermore. De alguna manera, no debería ser una sorpresa. ¿Cómo, iban a ponerse en
contacto con la sangre de vampiro y todos los metales necesarios para sus tatuajes? Y
al parecer, este bribón Alquimista "se había ocupado del cuidado del problema" que
conducía al robo de sus suministros. ¿Cuándo había llamado mi padre diciendo que
iba a ser reemplazada por los informes de Keith?
Justo después de que hubiera irrumpido en Nevermore.
Yo sabía quién era el bribón Alquimista.
Y yo sabía que yo había sido "el problema". Keith se había ocupado de mí, por lo que
se movía para sacarme de Palm Springs y traer a alguien nuevo y sin experiencia que
no interfiriera con su negocio de tatuajes ilícitos. Es por eso que él había querido a Zoe
en primer lugar.
Estaba horrorizada. No tenía una gran opinión de Keith Darnell, de ninguna manera.
Pero nunca, nunca hubiera pensado que pudiera rebajarse a este nivel. Él era una
persona inmoral, pero aun así había sido educado con los mismos principios que yo
tenía sobre los humanos y los vampiros. Para él, abandonar esas creencias y exponer a
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personas inocentes a los graves efectos secundarios de la sangre de vampiro para su
propio beneficio material... bueno, era más que una traición a los Alquimistas. Era una
traición a todo el género humano.
Mi mano estaba en mi teléfono móvil, lista para llamar a Stanton. Eso es todo lo que
tomaría. Una llamada con el tipo de noticias que tenía, y los Alquimistas se lanzarían
en picado sobre Palm Springs y Keith. ¿Pero qué pasa si no eran pruebas contundentes
para conectar a Keith? Era posible que otro Alquimista pudiera entrar y jugar el mismo
juego yo había hecho, consiguiendo que el tatuador pensara que ellos eran parte del
equipo de Keith. Keith era al que yo quería reventar, sin embargo. Quería asegurarme
de que no había manera de que saliera de esto.
Tomé mi decisión, y en lugar de a los Alquimistas, llamé a Adrian.
Cuando llegué de regreso a la tienda de Lia, me encontré que la sesión de
entrenamiento estaba por terminar. Lia estaba dando a Jill algunas instrucciones de
última hora, mientras que Eddie y Lee se mantenían cerca. Eddie echó un vistazo a mi
cara y al instante supo que algo andaba mal.
—¿Qué te pasa?
—Nada —le dije suavemente—. Sólo un problema que voy a arreglar pronto. Lee, ¿te
importaría llevar a Jill y a Eddie de nuevo a la escuela? Tengo un par de recados que
hacer.
Eddie frunció el ceño.
—¿Estás bien? ¿Necesitas a alguien que te proteja?
—Voy a tener a alguien. —Lo reconsideré, ya que estaba a punto de encontrarme con
Adrian—. Bueno, algo así. De todos modos, no estoy en problemas. Tu trabajo es
mantener un ojo sobre Jill, ¿recuerdas? Gracias, Lee —añadí, al verlo asentir. Un
pensamiento de repente me llamó la atención—. Espera... Pensé que éste era uno de
los días en que tenías clases por la noche. ¿Estamos reteniéndote... o... Bueno, ¿qué
días tienes clases?
No había pensado mucho en ello, sólo dándome cuenta de que algunos días Lee estaba
alrededor de nosotros y otros días estaba en Los Ángeles. Sin embargo, al mirar atrás,
no había un patrón real. Vi el rostro de Eddie cambiar, al darse cuenta también.
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—Eso es verdad —dijo, mirando a Lee con recelo—. ¿En qué tipo de programa estás?
Lee abrió su boca, y me di cuenta de que una historia venía lista. Entonces se detuvo y
echó una mirada inquieta hacia Jill, que seguía hablando con Lia. Su cara se
derrumbó.
—Por favor no se lo digas —susurró.
—¿Decirle qué? —le pregunté, manteniendo la voz baja también.
—No estoy en la Universidad. Quiero decir, lo estaba. Pero no en este semestre.
Quería un poco de tiempo libre, pero... no quiero decepcionar a mi papá. Por lo tanto,
le dije que sólo iba a tiempo parcial, por lo cual estoy más alrededor.
—¿Qué haces en LA durante todo ese tiempo, entonces? —preguntó Eddie. Esa era
una excelente pregunta, me di cuenta.
—Todavía tengo amigos allí, y tengo que mantener mi tapadera —suspiró Lee—. Es
estúpido, lo sé. Por favor, déjame ser el que se lo diga. Me moría de ganas de
impresionarla y demostrarle como soy a ella. Ella es maravillosa. Simplemente me
atrapó en un mal momento.
Eddie y yo nos miramos.
—No se lo voy a decir —le dije—. Pero realmente deberías hacérselo saber. Quiero
decir, creo que no hay daño hecho... pero no debería haber ese tipo de mentiras entre
ustedes.
Lee se mostró miserable.
—Lo sé. Gracias.
Cuando él se hizo a un lado, Eddie negó con la cabeza hacia mí.
—No me gusta que mienta. Nada, en absoluto.
—Lee tratando salvar las apariencias es lo menos raro por aquí —le dije.
Me encontré entonces con que Jill podía caminar de un lado de la tienda hacia el otro
y viceversa, sin caerse. No era mucho, pero era un comienzo. Ella todavía estaba muy
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lejos de parecerse a algo similar a las modelos de pasarela que veía en la televisión,
pero teniendo en cuenta que no había sido capaz de permanecer firme en el lugar en un
primer momento, supuse que había hecho un progreso considerable. Ella comenzó a
quitarse los tacones, pero Lia la detuvo.
—No. Te lo dije. Tienes que usar estos zapatos todo el tiempo. Práctica, práctica,
práctica. Llévalos a casa. Llévalos a todas partes. —Ella se volvió hacia mí—. Y tú…
—Lo sé. Me aseguró de que ella no se rompa el cuello —le dije—. Ella no va a ser
capaz de usar esos todo el tiempo, sin embargo. Nuestra escuela tiene un código de
vestimenta.
—¿Y si estuvieran en un color diferente? —preguntó Lia.
—No creo que sea sólo el color —dijo Jill en tono de disculpa—. Creo que es la parte
de la aguja. Pero te prometo que los llevaré fuera de clase y practicaré en nuestra
habitación.
Eso era lo suficientemente bueno para Lia, y después de unas pocas palabras más de
consejos, nos envió a continuar nuestro camino. Nos comprometimos a practicar y
volver en dos días. Le dije a Jill que me encontraría con ella más adelante, pero no sé si
se enteró. Estaba tan absorta ante la idea de Lee llevándola a casa que casi todo lo
demás pasaba de largo para ella.
Pasé sobre la puerta de Clarence y me encontré con Adrian.
—Wow —le dije, impresionada por su iniciativa—. No esperaba que estuvieras listo
tan rápido.
—No lo estoy —dijo—. Necesito que veas algo en este momento.
Fruncí el ceño.
—Está bien. —Adrian me internó más en el interior de la casa, más allá de donde
habitualmente iba, lo que me puso nerviosa—. ¿Estás seguro de que esto no puede
esperar? Esto que tenemos que hacer es una especie de urgencia...
—También lo es esto. ¿Cómo lucía Clarence la última vez que lo viste?
—Raro.
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—¿Pero en lo que ha salud se refiere?
Pensé en ello.
—Bueno, sé que ha estado cansado. Pero por lo general lucía bien.
—Sí, bueno, él no está "bien" ahora. Esto ha ido más allá del cansancio. Está débil,
mareado, y confinado en su cama. —Llegamos a una puerta de madera cerrada, y
Adrian se detuvo.
—¿Sabes cuál fue la causa? —pregunté, alarmada. Había estado preocupada por las
complicaciones de un Moroi enfermo pero no esperaba tratar con ello tan pronto.
—Tengo una muy buena idea —dijo Adrian, con sorprendente ferocidad—. Tu chico
Keith.
—Deja de decir cosas como esa. No es “mi chico” —exclamé—. ¡Está arruinando mi
vida!
Adrian abrió la puerta, dejando al descubierto una gran cama adornada con dosel. El
entrar en un dormitorio Moroi no era algo con lo que estuviera cómoda, pero la
mirada dominante de Adrian era demasiado poderosa. Lo seguí y quedé sin aliento
cuando vi a Clarence acostado en la cama.
—No sólo la tuya —dijo Adrian, señalando al anciano.
Los ojos de Clarence parpadearon ante el sonido de nuestras voces y luego se cerraron
de nuevo cuando pasó al sueño. Sin embargo, no fueron sus ojos lo que me llamó la
atención. Era la palidez mortal, enfermiza de su piel y la herida sangrante en el cuello
de Clarence. Era pequeña, hecha con un solo pinchazo, como si hubiera venido de un
instrumento quirúrgico. Adrian me miró expectante.
—¿Bueno, Sage? ¿Tienes alguna idea de por qué Keith drena la sangre de Clarence?
Tragué saliva, casi no podía creer lo que estaba viendo. Aquí estaba la última pieza.
Sabía que Keith había sido el proveedor de los tatuadores, y ahora sabía de dónde
estaba obteniendo sus "suministros".
—Sí —dije, por fin, mi voz casi un susurro—. Tengo una muy buena idea.
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Capítulo 22
Traducido por masi
Corregido por Selene
larence no quiso hablar con nosotros sobre lo que había sucedido. De hecho,
él negó firmemente que algo anduviera mal, alegando que se había arañado el
cuello mientras se había afeitado.
—Sr. Donahue —dije tan suavemente como pude—, esto fue hecho por un
instrumento quirúrgico. Y esto no sucedió hasta que Keith vino de visita.
—No, no —se las arregló para decir Clarence con voz débil—. No tiene nada que ver
con él.
Dorothy asomó la cabeza en ese justo momento, con un vaso de zumo. La habíamos
llamado poco después de mi llegada de esta noche. Para la pérdida de sangre, los
remedios son los mismos para Moroi que humanos: azúcar y líquidos. Ella le ofreció el
vaso con una pajita, su cara arrugada llena de preocupación. Continúe mis súplicas
mientras él bebía.
—Díganos cuál es el trato —le supliqué—. ¿Cuál es el acuerdo? ¿Para que le esté
dando su sangre? —Cuando Clarence permaneció en silencio, intenté otra táctica—.
Hay gente que está siendo lastimada. Él está distribuyendo su sangre
indiscriminadamente.
Eso consiguió una reacción.
—No —dijo Clarence—. Él está usando mi sangre y saliva para curar a la gente. Para
curar a los seres humanos enfermos.
¿Saliva? Estuve a punto de gemir. Por supuesto. El misterioso líquido claro. Ahora
sabía lo que hacía a los tatuajes celestiales tan altamente adictivos. Era intolerable.
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Adrian y yo intercambiamos miradas. El curar era ciertamente un uso de la sangre de
vampiro. El tatuaje que yo llevaba era una prueba de ello, y los Alquimistas habían
trabajado mucho tratando de duplicar algunas de las propiedades de la sangre para un
mayor uso medicinal. Hasta el momento, no había manera de reproducirla
sintéticamente, y el uso de sangre real, simplemente, no era práctico.
—Él mintió —respondí—. La está vendiendo a adolescentes ricos para ayudarles con
los deportes. ¿Qué le prometió por ello? ¿Una parte del dinero?
Adrian miró a su alrededor, a la opulenta habitación.
—Él no necesita dinero. Lo único que necesita es lo que los guardianes no le darían.
Justicia para Tamara, ¿verdad?
Sorprendida, me volví a girar hacia Clarence y vi que las palabras de Adrian se
confirmaban en el rostro del viejo Moroi.
—Él… él ha estado investigando a los cazadores de vampiros por mí —dijo
lentamente—. Dice que está cerca. Cerca de descubrirlos.
Negué con la cabeza, con ganas de patearme a mí misma por no haber descubierto
antes el que Clarence era la fuente de sangre. Ello explicaba el por qué Keith siempre
estaba inesperadamente aquí y por qué se alteraba tanto cuando me presentaba sin
avisar. Mi “confraternización con vampiros” no tenía nada que ver con eso.
—Señor, le garantizo que lo único que él está investigando es cómo gastar el dinero
que ha estado consiguiendo.
—No… no… él va a ayudarme a encontrar a los cazadores que mataron a Tamara…
Me puse de pie. No podía soportar escuchar nada más.
—Dele un poco de comida real, y asegúrese de que se la coma —le dije a Dorothy—.
Si sólo está débil por la pérdida de sangre, sólo necesita tiempo.
Asentí con la cabeza para que Adrian me siguiera afuera. Mientras caminábamos hacia
la sala de estar, comenté: —Bueno, hay un lado bueno y otro malo en esto. Al menos
podemos estar seguros de que Keith ha conseguido un nuevo suministro de sangre para
que lo atrapemos infraganti. Sólo lamento que Clarence tenga que recibir un golpe
tan…
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Me quedé helada cuando entré en la sala de estar. Yo, simplemente, había querido ir
allí porque sería un lugar familiar para discutir nuestros planes, uno que fuera menos
espeluznante que el dormitorio de Clarence. Teniendo en cuenta cuán a menudo mi
imaginación se volvía salvaje, mientras estaba en esta casa antigua, había encontrado
que sólo unas pocas cosas me sorprendían. Pero nunca en mis más salvajes sueños
había imaginado que la sala estaría transformada en una galería de arte.
Caballetes y lienzos estaban instalados alrededor de la habitación. Incluso la mesa de
billar estaba cubierta por un rollo grande de papel. Las imágenes variaban
desatinadamente en su contenido.
Algunas simplemente tenían salpicaduras de color atravesándolas. Algunas poseían
representaciones asombrosamente realistas de objetos y de personas. Un surtido de
acuarelas y pinturas al óleo estaban colocadas por todas partes, en medio del arte.
Por un momento, todos los pensamientos de Clarence y Keith desaparecieron de mi
cabeza.
—¿Qué es esto?
—Tareas —dijo Adrian.
—¿Tú no... no acababas de empezar tus clases? ¿Cómo pueden haberte asignado esta
enorme cantidad?
Él caminó hacia un lienzo que mostraba el remolino de una línea roja trazada sobre
una nube negra y ligeramente puesta la probó para ver si la pintura estaba seca.
Estudiándolo, traté de decidir si realmente estaba viendo una nube. Había algo casi
antropomórfico al respecto.
—Por supuesto que no nos dieron tanto, Sage. Pero tenía que asegurarme de que
acertaba con mi primera tarea. Me llevó un montón de intentos antes de llegar a la
perfección. —Hizo una pausa para reconsiderar eso—. Bueno, excepto por mis padres.
Ellos lo lograron en el primer intento.
No pude evitar una sonrisa. Después de observar que los estados de ánimo de Adrian
oscilaban tan salvajemente en las últimas dos semanas, era agradable verlos mejorar
notablemente.
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—Bueno, esto es algo increíble —admití—. ¿Qué son? Quiero decir, capto eso. —
Señalé hacia una pintura de los ojos de una mujer, marrones y con largas pestañas y a
continuación hacia otro de rosas—. Pero los otros están abiertos a, umm, una
interpretación un poco más creativa.
—¿Lo están? —preguntó Adrian, girando la pintura plasmada con la raya roja—.
Pensé que era obvio. Esta es Amor. ¿No lo ves?
Me encogí de hombros.
—Tal vez no tengo una mente lo suficientemente artística.
—Tal vez —concordó él—. Una vez que destrocemos a tu amigo Keith, discutiremos
sobre mi genialidad en el arte todo lo que quieras.
—Bien —dije, poniéndose seria otra vez—. Necesitamos registrar su casa en busca de
pruebas. Pensé que la mejor manera de hacerlo es si yo lo atraigo y tú entras mientras
él viene de camino. Para atravesar la cerradura…
Adrian sacudió su mano haciéndome callar.
—Puedo abrir una cerradura. ¿Cómo crees que logré entrar en el mueble-bar de mis
padres en la escuela secundaria?
—Debería haberlo supuesto —dije con sequedad—. Asegúrate de buscar por todas
partes, no sólo en los lugares obvios. Podría tener compartimentos ocultos en las
paredes o en los muebles. Necesitas encontrar viales de sangre o de líquido metálico, o
incluso la herramienta que perforó a Clarence.
—¡Lo tengo! —Discutimos a fondo unos cuantos detalles más —incluyendo a quién
debería él llamar cuando encontrara algo— y estábamos a punto de irnos cuando él
preguntó—: Sage, ¿por qué me escogiste para ser tu compañero de crimen en todo
esto?
Pensé en ello.
—Proceso de eliminación, supongo. Jill se supone que tiene que mantenerse fuera de
problemas. Eddie sería una buena baza9, pero necesitaba volver con ella y con Lee.
9 Una buena baza: un buen capital o una buena adquisición, debido a su entrenamiento dhampir.
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Además, yo ya sabía que tú no tenías ningún escrúpulo moral sobre el allanamiento de
morada.
—Esa es la cosa más bonita que has dicho de mí alguna vez —declaró con una sonrisa.
Después de eso nos dirigimos a la casa de Keith. Todas las luces estaban encendidas en
el primer piso de su edificio, frustrando la esperanza de último minuto que había
tenido, de que quizás no tendría que persuadirle para que bajara. Realmente, me
hubiera gustado ayudar con la búsqueda. Me separé de Adrian y luego conduje hacia
un restaurante de veinticuatro horas que estaba a las afueras, en el otro lado de la
ciudad. Pensé que sería perfecto para mantener a Keith lejos de su casa. El tiempo de
conducción por si solo le proporcionaría a Adrian tiempo de búsqueda extra, a pesar
de que significaba que Adrian tenía que esperar afuera durante un rato hasta que Keith
saliera. Una vez que finalmente llegué, conseguí una mesa, pedí un café, y marqué el
número de Keith.
—¿Hola?
—Keith, soy yo. Necesito hablar contigo.
—Pues habla —dijo. Sonaba engreído y confiado, sin duda, feliz por conseguir la venta
de un tatuaje de última hora.
—No por el teléfono. Necesito que te reúnas conmigo.
—¿En Amberwood? —preguntó, sonando sorprendido—. ¿No ha pasado la hora de
visita? —Era cierto, pero eso era un problema para tratar después.
—No estoy en la escuela. Estoy en Margaret’s Diner, ese lugar de carretera.
Un largo silencio. Entonces: —Bueno, si ya te has saltado el toque de queda, entonces
simplemente ven aquí.
—No —dije con firmeza—. Ven tú a mí.
—¿Por qué debería hacerlo?
Dudé brevemente antes de jugar la carta que sabía que lo conseguiría, lo único que le
haría conducir hasta aquí y no levantaría sospechas acerca de los tatuajes.
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—Es sobre Carly.
—¿Qué pasa con ella? —preguntó después de un momento de pausa.
—Sabes exactamente el qué.
Después de una segunda pausa, Keith cedió y colgó. Me di cuenta de que tenía un
correo de voz desde más temprano en el día que no había oído entrar. Llamé y
escuché.
—Sydney, soy Wes Regan de Carlton College. Sólo quería revisar un par de cosas
contigo. En primer lugar, me temo que tengo malas noticias. No parece que vaya a ser
capaz de reconocer retroactivamente a tu hermano de condición de oyente. Puedo
matricularle para el próximo semestre a ciencia cierta si se mantiene con buena
reputación, pero la única manera de que pueda seguir tomando clases ahora es si
continúa haciéndolo como oyente. No será capaz de obtener ayuda financiera como
resultado de ello, y de hecho, tú realmente necesitas pagar la cuota de oyente pronto, si
él va a permanecer en las clases. Si quiere dejarlo por completo, podemos hacerlo
también. Sólo llámame y déjame saber lo que quieres hacer.
Me quedé mirando el teléfono con consternación cuando el mensaje se hubo
terminado. Llevándose consigo nuestros sueños de inscribir plenamente a Adrian en
toda su condición de estudiante, por no hablar de sus sueños de obtener ayuda
financiera y mudarse de la casa de Clarence. El próximo semestre, probablemente se
comenzaría en enero, por lo que Adrian se enfrentaría a cuatro meses más en la casa
de Clarence. Adrian también se enfrentaría a cuatro meses más de viajes en autobús y
tomar clases sin crédito universitario.
Pero, ¿eran los créditos y la ayuda financiera realmente las cosas más importantes
aquí? Recordé lo emocionado que Adrian había estado después de sólo un par de
clases, cómo se había dedicado plenamente hacia el arte. Su rostro había sido radiante
cuando él estuvo parado ante su “galería”. Las palabras de Jill también se hicieron eco
en mi mente, de cómo el arte le había dado algo para canalizar sus sentimientos y crear
el vínculo más fácil para hacerle frente a ella. Estas clases eran buenas para ambos.
¿Cuánto costaba una cuota de oyente? No estaba segura, pero sabía que no era tanto
como la matrícula. También era un gasto de una sola vez que, probablemente, podría
caer dentro de mis gastos sin atraer la atención de los Alquimistas. Adrian necesitaba
esas clases, de eso estaba segura. Si él supiera que la ayuda financiera no era una
opción en este semestre, había una buena probabilidad de que simplemente lo dejara
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todo por completo. No podía permitir eso. Él había sabido que podría haber un
“retraso”, mientras que la ayuda financiera se arreglaba. Si yo pudiera mantenerlo
lejos del camino de Carlton un poco más de tiempo, entonces tal vez él habría
invertido lo suficiente en el arte para poder quedarse, incluso cuando se supiera la
verdad.
Era algo furtivo para hacer, pero sería beneficioso para él —y Jill— al fin y al cabo.
Marqué de vuelta el teléfono de la oficina de Wes Regan, sabiendo que obtendría su
buzón de voz. Le dejé un mensaje diciendo que dejaría un cheque por la cuota de
oyente y que Adrian permanecería hasta que pudiera ser inscrito el próximo semestre.
Colgué el teléfono, diciendo una oración silenciosa para que pasara un tiempo hasta
que Adrian averiguara algo de esto.
La camarera me siguió echando mala cara por sólo tomar un café, así que finalmente
pedí un pedazo de pastel para llevar. Ella acababa de poner la caja de cartón sobre la
mesa cuando un irritado Keith entró en el restaurante. Se quedó parado en la puerta,
mirando a su alrededor con impaciencia, hasta que me vio.
—Está bien, ¿qué está pasando? —preguntó, haciendo un gran espectáculo al
sentarse—. ¿Qué es tan importante para que sintieras la necesidad de romper las reglas
escolares y arrastrarme por media ciudad?
Por un momento, me quedé congelada. Mirando en los ojos de Keith —el real y el
artificial— desencadenando todos los sentimientos contradictorios que había tenido
sobre él el año pasado. El miedo y la ansiedad sobre lo que estaba tratando de
conseguir guerreando con el profundo odio con el que había cargado mucho tiempo.
Mis instintos más bajos querían hacerlo sufrir, arrojarle algo. Como el pastel. O una
silla. O un bate de béisbol.
—Yo…
Antes de que pudiera decir otra palabra, mi teléfono sonó. Miré hacia abajo y leí un
mensaje de texto de Adrian: LO TENGO. LLAMADA REALIZADA. UNA HORA.
Deslicé el teléfono en mi bolso y exhalé. A Keith le había llevado veinte minutos
llegar hasta aquí, y durante ese tiempo, Adrian había estado, obedientemente,
registrando el apartamento. Aparentemente, había tenido éxito. Ahora dependía de mí
entretener a Keith hasta que los refuerzos se presentaran. Una hora era, realmente,
mucho menos tiempo de lo que había esperado. Yo le había dado a Adrian el número
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de teléfono de Stanton, y ella habría enviado a cualquiera de los Alquimistas que
estuvieran más cerca. Me imaginé que se trataría de Los Ángeles, pero era difícil de
decir con la extensión de nuestros trabajos. Si hubiera Alquimistas en el lado este de la
ciudad, habrían llegado aquí muy rápidamente. También era posible que ellos
pudieran reducir el tiempo simplemente volando en un jet privado.
—¿Qué es eso? —preguntó Keith irritado—. ¿Un mensaje de texto de uno de tus
amigos vampiros?
—Puedes dejar ya la actuación —dije—. Sé que, realmente, no te preocupa que yo esté
demasiado cerca de ellos. —No tenía intención de que este fuera el tema que le
distrajera, pero lo utilizaría.
—Por supuesto que lo hago. Me preocupa tu alma.
—¿Es por eso que llamaste a mi padre? —pregunté—. ¿Es esa la razón de que quisieras
que me fuera de Palm Springs?
—Es por tu propio bien —dijo, poniendo esa cara de más santo que nadie—. ¿Sabes
cómo de equivocado fue, incluso, el que quisieras este trabajo en primer lugar? Ningún
Alquimista lo haría. Pero tú… prácticamente rogaste por ello.
—Sí —dije, sintiendo que mi ira aumentaba—. Así Zoe no tendría que hacerlo.
—Di eso para ti misma si quieres. Yo sé la verdad. Te gustan estas criaturas.
—¿Por qué tiene que ser o blanco o negro? En tu opinión, bien tengo que odiarlos o
estar asociada con ellos. Hay un término medio, sabes. Todavía puedo ser leal a los
Alquimistas y estar en términos amistosos con vampiros y dhampirs.
Keith me miró como si yo tuviera diez años.
—Sydney, eres muy inocente. No entiendes los caminos del mundo como lo hago yo.
—Yo sabía todo acerca de sus “caminos del mundo” y lo habría dicho si la camarera
no hubiera venido a tomar su orden de bebida en ese momento. Cuando ella se fue,
Keith continuó con su perorata—: Quiero decir, ¿cómo sabes, si quiera, que lo que
estás sintiendo es realmente la forma en que lo haces? Los vampiros pueden obligar, ya
sabes. Usan el control mental. Los usuarios de espíritu como Adrian son muy buenos
en ello. Por lo que sabemos, él ha estado usando sus poderes para hacerse querer por ti.
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Pensé en todas las veces en que quise cambiar algún sentimiento hacia Adrian.
—No ha hecho un buen trabajo, entonces.
Discutíamos una y otra acerca de esto, y por una vez, me alegré de la obstinación de
Keith y su negativa a entrar en razón. Cuanto más tiempo discutiera conmigo, más
tiempo tenían los Alquimistas para llegar a su apartamento. Si Stanton le había dicho a
Adrian una hora, eso era probablemente lo que fuera. Aun así, era mejor asegurarse.
Mi punto álgido llegó cuando Keith dijo: —Deberías estar contenta de que esté
velando por ti de esta manera. Esto va más allá que de vampiros, ya sabes. Te estoy
enseñando lecciones de vida. Memorizas libros, pero no entiendes a la gente. No sabes
cómo conectar con ellos. Vas a llevar esta misma actitud ingenua contigo hacia el
mundo real, creyendo que todo el mundo tiene buenas intenciones, y alguien —un
tipo, probablemente— simplemente se aprovechará de ti.
—Bueno —le espeté—, sabes mucho acerca de eso, ¿no?
Keith soltó un bufido.
—No tengo ningún interés en ti, estate tranquila.
—¡No estoy hablando de mí! Estoy hablando de Carly. —Genial. Aquí estaba. El
propósito original de nuestro encuentro.
—¿Qué tiene que ver ella con todo esto? —Keith mantuvo su tono de voz firme, pero
yo lo vi. El más leve atisbo de ansiedad en sus ojos.
—Yo sé lo que pasó entre ustedes. Sé lo que le hiciste.
Él se interesaba mucho en meter el dedo en la llaga.
—Yo no le hice nada. No tengo ni idea de qué estás hablando.
—¡Sabes exactamente de lo que estoy hablando! Ella me lo contó. Ella vino a mí
después de eso. —Me incliné hacia delante, sintiéndome confiada—. ¿Qué crees que
haría mi padre si lo averiguara? ¿Qué harías tú?
Keith levantó la mirada bruscamente.
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—Si estás tan segura de que algo terrible sucedió, entonces ¿por qué no lo sabe ya tu
padre? ¿Eh? Tal vez porque sabe que lo que Carly dice no son más que chismes. Todo
lo que hicimos, ella quiso hacerlo, créeme.
—Eres un mentiroso —susurré—. Sé lo que hiciste. La violaste. Y nunca sufrirás lo
suficiente por ello. Deberías haber perdido ambos ojos.
Él se puso rígido ante la referencia a sus ojos.
—Eso es cruel. Y no tiene nada que ver con nada de esto. ¿Qué diablos te ha pasado,
Sydney? ¿Cómo te convertiste en una perra? Quizás asociarte con los vampiros y los
dhampirs ha causado más daño del que creímos. Mañana a primera hora, llamaré a
Stanton y pediré que te trasladen ahora. No hay que esperar hasta el final de la
semana. Necesitas estar lejos de esta influencia oscura. —Sacudió la cabeza y me
dirigió una mirada tanto condescendiente como compasiva—. No, necesitas ser re-
educada, y punto. Debería haber ocurrido hace mucho tiempo, tan pronto como te
vincularon a ese asesinato.
—No cambies de tema. —Hablé con arrogancia, a pesar de que, de nuevo, él había
despertado un rayo de miedo en mí. ¿Qué pasaba si Adrian y yo fallábamos? ¿Qué
pasaba si los Alquimistas escuchaban a Keith y me arrastraban lejos? Él nunca tendría
que preocuparse por mí nuevamente en un centro de re-educación—. Esto no es sobre
mí. Estábamos hablando de Carly.
Keith puso los ojos blanco, con disgusto.
—Ya he terminado de hablar sobre tu hermana cachonda.
Fue entonces cuando mi impulso anterior de lanzarle algo, ganó. Por suerte para él,
era sólo mi café y no una silla. También por suerte para él: el café se había enfriado
considerablemente. Todavía había un montón en la taza, y se las arregló para salpicar
por todas partes, empapando su desafortunada elección de una camisa blanca. Me
miró con asombro, farfullando para conseguir que sus palabras salieran.
—¡Tú, perra! —dijo, poniéndose de pie.
A medida que comenzaba a moverse hacia la puerta, me di cuenta de que mi
temperamento podría haber echado a perder mi plan. Me acerqué rápidamente y
agarré su brazo.
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—Espera, Keith. Yo… lo siento. No te vayas.
Él sacudió su brazo para liberarme y me miró fijamente.
—Es demasiado tarde para ti. Tuviste tu oportunidad y la echaste a perder.
Le agarré de nuevo.
—No, no. Espera. Todavía hay mucho de lo que tenemos que hablar.
Él abrió su boca con algún comentario insolente y luego rápidamente la cerró. Me
estudió durante varios segundos, su cara poniéndose seria.
—¿Estás intentando mantenerme aquí? ¿Qué está pasando? —Cuando no pude formar
una respuesta, él se apartó y salió por la puerta. Corrí rápidamente a la mesa y lancé
un billete de veinte sobre ella. Agarré el pastel y le dije a la desconcertada camarera
que se quedara el cambio.
El reloj de mi coche me dijo que tenía veinte minutos hasta cuando los Alquimistas se
suponía que estarían en la casa de Keith. Ese era también el tiempo que se tardaría en
regresar allí. Conduje justo detrás de él, sin hacer ningún esfuerzo por ocultar mi
presencia. Ahora no era ningún secreto que algo estaba pasando, algo por lo que le
había atraído fuera de casa. Bendije cada luz roja que nos hacía parar, rezando para
que él no llegara demasiado pronto. Si lo hacía, Adrian y yo íbamos a tener que
retrasarlo.
No sería imposible, pero tampoco era algo que quisiera hacer.
Finalmente llegamos. Keith se precipitó hacia el aparcamiento de su pequeño edificio,
y yo me estacioné descuidadamente en una zona de salida de incendios, en la fachada.
Estaba a sólo unos pasos detrás de él mientras él corría hacia la puerta, pero él no
pareció darse cuenta. Su atención estaba en las ventanas iluminadas de su edificio y las
siluetas oscuras apenas perceptibles más allá de las densas cortinas. Él irrumpió a
través de la puerta, y yo le seguí un momento después, casi chocando con él cuando se
quedó completamente parado.
No conocía a los tres hombres trajeados que estaban allí con Adrian, pero sabía que
eran Alquimistas. Ellos tenían esa sensación helada y esmerada que todos se
esforzaban en tener, y sus mejillas estaban adornadas con lirios de oro. Uno de ellos
estaba examinando los armarios de la cocina de Keith. Otro tenía un bloc de notas y
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estaba hablando con Adrian, quien estaba apoyado contra la pared y fumando. Sonrió
cuando me vio.
El tercer Alquimista estaba arrodillado en el suelo de la sala de estar, cerca de un
armario pequeño en la pared. Una pintura de mal gusto, de la espalda de una mujer,
estaba descansando cerca, la cual al parecer había sido utilizada para ocultar el
compartimiento. Su puerta de madera había sido claramente forzada para abrirla, y los
distintos contenidos estaban esparcidos al azar por alrededor, con algunas excepciones.
El Alquimista estaba, con gran esfuerzo, ordenando un montón de objetos: tubos de
metal y agujas para drenar sangre, junto con viales de sangre y pequeños paquetes de
polvo plateado. Levantó la mirada hacia nuestra entrada repentina y fijó en Keith una
sonrisa fría.
—Ah, me alegro de que esté aquí, Sr. Darnell. Teníamos la esperanza de que
pudiéramos hacerle algunas preguntas.
El rostro de Keith se hundió.
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Capítulo 23
Traducido por Liseth_Johanna
Corregido por kathesweet
ué hiciste?
Estaba sentada al final de una fila de asientos en el desfile de modas
de Jill casi una semana después, en el centro de Palm Springs, esperando que todo
empezara. Ni siquiera había sabido que Trey estaba en el desfile y estuve sorprendida
por encontrarlo repentinamente arrodillándose a mi lado.
—¿A qué te refieres exactamente? —le pregunté—. Hay aproximadamente un millón
de cosas por las que podría tomar el crédito.
Se mofó y mantuvo la voz en un grado bajo, lo que no era exactamente demasiado
necesario con el rugido sordo de conversaciones a nuestro alrededor. Muchos cientos
se habían girado para ver el desfile.
—Estoy hablando de Slade y sus amigos, y lo sabes —dijo Trey—. Han estado
realmente molestos por algo esta semana. Siguen quejándose sobre esos estúpidos
tatuajes. —Me miró significativamente.
—¿Qué? —pregunté, poniendo cara de inocencia—. ¿Por qué crees que esto tiene que
ver conmigo?
—¿Estás diciendo que no es así? —preguntó, sin bromear ni un poco.
Pude sentir una sonrisa traicionera jugando en mis labios. Después de asaltar el
apartamento de Keith, los Alquimistas se habían asegurado que sus compañeros
tatuadores ya no tuvieran medios para administrar tatuajes ilícitos. Tampoco había
habido más conversaciones sobre Zoe reemplazándome. Había tomado días antes de
que Slade y sus amigos se hubieran dado cuenta que su conexión con la tinta de realce
ya no existía. Había observado sus conversaciones furtivas con maravilla esta semana
pero no me había dado cuenta de que Trey también lo había notado.
—¿Q
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—Sólo digamos que puede que Slade pronto no sea más la superestrella que ha sido —
dije—. Espero que estés listo para dar un paso adelante y tomar su lugar.
Trey me estudió unos momentos más, aparentemente esperando que agregara algo
más. Cuando no lo hice, simplemente sacudió la cabeza y sonrió burlonamente.
—En cualquier momento que necesites café, Melbourne, ven a verme.
—Anotado —dije. Hice gestos hacia el público que aún crecía—. ¿Qué estás haciendo
aquí, de todas formas? No me di cuenta que estabas interesado en la moda más
caliente de ahora.
—No lo estoy —Estuvo de acuerdo—. Pero tengo un par de amigas trabajando en el
desfile.
—¿Amigas? —pregunté maliciosamente.
Puso los ojos en blanco.
—Amigas que son chicas. No tengo tiempo para tontas distracciones femeninas.
—¿En serio? Imaginé que por eso te hiciste tu tatuaje. He oído que las mujeres van
detrás de ese tipo de cosas.
Trey se mofó.
—¿De qué estás hablando?
Me acordé que Kristin y Julia habían mencionando lo raro que era que Trey tuviera su
propio tatuaje y después Eddie había mencionado haberlo visto en la parte baja de la
espalda de Trey en el vestuario. Eddie había dicho que lucía como un sol multi-rayado
hecho de una tinta ordinaria. Había estado esperando una oportunidad para tomarle el
pelo a Trey por eso.
—No te hagas el tímido. Se sobre tu rayito de sol. ¿Cómo es que siempre me lo haces
pasar tan mal, huh?
—Yo…
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De verdad estaba perdido. Más que eso. Parecía incomodo, preocupado; como si esto
fuera algo que no quería que supiera. Eso era extraño. No era tan importante. Estaba a
punto de interrogarlo más, cuando Adrian de repente se abrió paso por el público hacia
nosotros. Trey echó un vistazo a la cara tormentosa de Adrian e inmediatamente se
puso de pie. Podía entender su reacción. La expresión de Adrian también me habría
intimidado.
—Bueno —dijo Trey inquietamente—. Gracias de nuevo. Te veré después.
Murmuré un adiós y observe mientras Adrian me pasaba desapercibido. Micah se
sentó a mi lado, luego Eddie y después dos asientos vacíos que habíamos guardado.
Adrian se sentó en uno de ellos, ignorando el saludo de Eddie. Momentos después,
Lee vino apresurándose y tomó el otro puesto. Parecía preocupado por algo pero se las
arregló para ser más amistoso que Adrian. Adrian miró glacialmente hacia adelante y
mi buen humor se esfumó. De alguna manera, sin saber por qué, tenía el
presentimiento de que yo era la razón para su humor oscuro.
Sin embargo, no tuvimos tiempo para discutirlo. Las luces se atenuaron y el desfile
comenzó. Era presentado por un locutor local, que presentó a los cinco diseñadores de
la noche. El diseñador de Jill fue el tercero, y observar a los demás ir antes que ella
hizo la anticipación mucho más intensa. Esto estaba a un mundo de distancia de las
sesiones de práctica que había visto antes. Las luces y la música llevaban todo a un
nivel más profesional y las otras modelos parecían mucho más viejas y
experimentadas. Empecé a compartir la anterior ansiedad de Jill, de que tal vez ella
estaba fuera de su liga.
Luego el turno de Lia DiStefano llegó. Jill era una de sus primeras modelos y emergió
usando un fluido vestido plateado hecho de algún tipo de tela que parecía desafiar la
gravedad. Una media-mascara de perlas y plata cubría parte de su rostro, oscureciendo
su identidad a aquellos que no la conocían bien. Había esperado que atenuaran sus
facciones vampíricas un poco, para posiblemente darle un poco más de color humano.
En su lugar, habían acentuado su apariencia inusual, poniendo un polvo luminiscente
sobre su piel que realzaba la palidez de una forma que la hacía lucir como de otro
mundo. Cada rizo había sido puesto en su lugar, cayendo con maña a su alrededor y
adornado con pequeñas joyas brillantes.
Su caminar había mejorado vastamente desde aquella primera práctica. Ella
prácticamente había dormido con esos tacones y había ido más allá de simplemente no
caerse. Había una nueva confianza y propósito que no había estado allí antes. Una que
otra vez, había captado un débil vistazo de nerviosismo en sus ojos o un ajuste en sus
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zancadas mientras se las ingeniaba para manejar los altos tacones plateados. Sin
embargo, dudaba que alguien más se hubiera dado cuenta de esas cosas. Cualquier que
no supiera de Jill y sus intentos no vería más que una fuerte y etérea mujer caminando
por la pasarela. Asombrosa. Si pudiera transformarse en esto sin más que un poco de
valentía, ¿qué quedaba por venir?
Mirando a los chicos a mi lado, vi sensaciones similares reflejarse en sus caras. La de
Adrian estaba llena con ese orgullo de hermano que normalmente tenía por ella, todas
las huellas de su anterior mal humor desaparecidas. Micah y Lee exponían pura e
infiltrada adoración. Para mi sorpresa, la expresión de Eddie era de adoración
también, junto con algo más. Era casi… de veneración. Era eso, me di cuenta. Al salir
como esta hermosa-criatura-como-una-diosa, Jill estaba encarnando todas las fantasías
ideales y protectoras de Eddie. Era la princesa perfecta ahora, con su obediente
caballero esperando servirla.
Ella apareció dos veces más en la línea de Lia, sorprendente en cada momento, aunque
nunca igualando aquel debut inicial con el vestido plateado. Observé el resto del desfile
a medias. Mi orgullo y afecto por Jill eran muy distractores y, honestamente, la
mayoría de la ropa que vi esta noche, eran muy llamativas para mi gusto.
Había una recepción después del desfile, donde invitados, diseñadores y modelos
podían mezclarse y tomar refrescos. Mi pequeño grupo encontró una esquina cerca de
los entremeses para esperar a Jill, que todavía tenía una aparición que hacer. Lee
cargaba un enorme ramo de lirios blancos. Adrian observaba a una mesera caminar
con una bandeja llena de copas de champaña. Sus ojos estaban llenos de nostalgia,
pero él no hacia ningún movimiento para detenerla. Estaba orgullosa y aliviada. Jill,
balance y alcohol no eran cosas que él quisiera mezclar.
Cuando la mesera se fue, Adrian se giró hacia mí y finalmente vi aquella rabia anterior
regresar. Y, como había sospechado, estaba dirigida a mí.
—¿Cuándo ibas a decirme? —preguntó.
Era tan enigmático como Trey lo había sido en la fila de apertura, anteriormente. —
¿Decirte qué?
—¡Que la ayuda financiera no se dará! Hablé con la oficina de admisiones y dijeron
que tú lo sabías.
Suspiré.
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—No te lo estaba ocultando, exactamente. Sólo que no tuve la oportunidad de
decírtelo. Había muchas otras cosas sucediendo. —De acuerdo, de hecho había estado
posponiéndolo, exactamente por esta razón. Bueno, no precisamente. No había
anticipado que él se pondría tan nervioso por ello.
—Aparentemente tuviste suficiente tiempo para pagar la cuota de audición. Y
suficiente dinero. Pero no suficientes fondos para un nuevo alojamiento.
Creo que lo que más me molestaba del tema, era la insinuación de que yo había, de
alguna forma, elegido actuar de una manera que le conviniera a él. Como si me
hubiera puesto a propósito en esto si hubiera habido una forma de evitarlo.
—Un pago único es fácil de hacer —le dije—. ¿Un alquiler mensual? No tanto.
—¿Entonces por qué molestarse en absoluto? —exclamó—. ¡El punto de esto era
conseguir dinero para salir de casa de Clarence! No estaría tomando estas clases
estúpidas de otra manera. ¿Crees que quiero ir en el bus por horas, cada día?
—Esas clases son buenas para ti —contraataqué, sintiendo mi propio temperamento
elevarse. No había querido perder el control, no aquí y ciertamente, no con nuestros
amigos siendo testigos de todo. Aun así, estaba consternada por la reacción de Adrian.
¿No podía ver lo bueno que era para él hacer algo útil? Había visto su cara cuando me
mostró sus pinturas. Le había dado un canal de sanación para lidiar con Rose, por no
mencionar un sentido de propósito para sí mismo. Y además, me mataba ver cómo
casualmente sólo tiraba a un lado aquellas clases “estúpidas”. Era otro recuerdo de la
injusticia del mundo, yo no podía tener lo que otros ya daban por hecho.
Él frunció el ceño.
—¿Buenas para mí? ¡Vamos, deja de ser mi madre de nuevo! No es tu trabajo decirme
cómo vivir mi vida. Si quiero tu consejo, lo pediré.
—Correcto —dije, poniéndome las manos en las caderas—. No es mi trabajo decirte
cómo vivir tu vida, solo es mi trabajo hacerla tan fácil como sea posible para ti. Porque
Dios sabe que no puedes sufrir cualquier cosa que sea un poco inconveniente. ¿Qué
sucedió con todas esas cosas que me dijiste? ¿Acerca de ser serio y mejorar tu vida?
¿Cuando me pediste que creyera en ti?
—Vamos, chicos —dijo Eddie, incómodamente—. Este no es el lugar ni el momento.
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Adrian lo ignoró.
—No tienes problema haciendo la vida de Jill tan fácil como sea posible.
—Ese es mi trabajo —gruñí en respuesta—. Y ella aún es una niña. ¡No pensaría que
un adulto como tú necesitaría ser cuidado de la misma manera!
Los ojos de Adrian estaban llenos de fuego esmeralda mientras me observaba y su
mirada se enfocaba en algo detrás de mí. Me giré y vi a Jill acercándose. Estaba de
vuelta con el vestido plateado, su expresión llena de radiante felicidad, felicidad que
cayó en picado cuando se acercó y se dio cuenta que había una discusión tomando
lugar. Para cuando estuvo a mi lado, toda la emoción de hace un momento había sido
reemplazada por angustia y preocupación.
—¿Qué está pasando? —preguntó, mirando entre Adrian y yo. Por supuesto, ya lo
tenía que saber por el vínculo. Era una maravilla que los oscuros sentimientos de él no
se hubieran entrometido con su presentación.
—Nada —dije rotundamente.
—Bueno —dijo Adrian—. Depende de cómo definas “nada”. Es decir, si consideras
que mentir y…
—¡Detenlo! —chillé, elevando la voz a pesar de mis esfuerzos. La habitación estaba
llena de ruido como para notarlo, pero un par de personas cerca de nosotros, giraron la
mirada con curiosidad—. Sólo detenlo, Adrian. ¿Puedes, por favor, no arruinarle esto?
¿No puedes simplemente pretender por una noche que hay otras personas en el mundo
que importan, además de ti?
—¿Arruinarle esto? —exclamó él—. ¿Cómo demonios puedes decir eso? ¡Sabes lo que
he hecho por ella! ¡He hecho todo por ella! ¡Lo he dado todo por ella!
—¿En serio? —pregunté—. Porque por lo que puedo decir, no parece como si…
Obtuve un vistazo del rostro de Jill e inmediatamente me detuve.
Tras la máscara, sus ojos se habían ampliado con consternación por las acusaciones
que Adrian y yo no estábamos lanzando el uno al otro. Le acababa de decir a Adrian
que era un egoísta y no había pensado en Jill, aun así aquí estaba yo, teniendo esta
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conversación con él en su gran noche, en frente suyo y de nuestros amigos. No
importaba si yo tenía razón, y estaba segura de que así era. Este no era momento para
tener esta discusión. No debí haber caído en el anzuelo de Adrian sobre esto y si él no
tenía el sentido para detener las cosas antes de que empeoraran, entonces yo lo haría.
—Me voy —dije. Forcé una sonrisa tan sincera como podía para Jill, que miró con las
lágrimas casi derramándose—. Estuviste asombrosa esta noche. En serio.
—Sydney…
—Está bien —le dije—. Tengo cosas que hacer. —Me devané los sesos pensando en
cuáles podrían ser—. Tengo que, um, limpiar las cosas que Keith dejó. ¿Pueden traerla
de vuelta, junto con Eddie, a Amberwood? —Aquello estaba dirigido a Micah y Lee.
Sabía que uno de ellos daría un paso al frente. No sentí la necesidad de hacer algún
tipo de provisión para el caso de Adrian. Honestamente no me importaba lo que
pasara con él esta noche.
—Por supuesto —dijeron Lee y Micah al unísono. Después de un momento, sin
embargo, Lee frunció el ceño—. ¿Por qué tienes que limpiar las cosas de Keith?
—Una larga historia —murmuré—. Solo digamos que dejó la ciudad y no regresará en
un futuro cercano. Tal vez nunca. —Inexplicablemente, Lee pareció enojado por esto.
Tal vez durante todo el tiempo que Keith había pasado en casa de Clarence, los dos se
habían vuelto amigos. Si era así, Lee me debía.
Jill aun lucía alterada.
—¿Pensé que íbamos a ir todos a celebrar?
—Puedes hacerlo si quieres —dije—. Mientras Eddie esté contigo, en realidad no me
importa —Me acerqué torpemente a Jill. Casi quería abrazarla, pero estaba tan
arreglada y magnifica con su ropa y maquillaje que temía arruinarlo. Me decidí por
una palmada de corazón en el hombro—. Lo digo en serio. Estuviste impresionante.
Me apresuré en irme, medio asustada de que Adrian o yo pudiéramos explotar y decir
algo estúpido hacia otro. Tenía que salir de allí. Mi esperanza ahora era que Adrian
tuviera suficiente sentido para dejar ir el tema y no hacer esta noche peor para Jill. No
sabía por qué la pelea me molestaba tanto. Él y yo habíamos estado riñéndonos casi
desde que nos conocimos. ¿Qué era otra pelea? Es porque nos habíamos estado
llevando bien, me di cuenta. Aún no pensaba en él en términos humanos, pero en
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algún punto en el camino, me había puesto a considerarlo como algo menos que un
monstruo.
—¿Sydney?
Me detuve por una voz inesperada: Laurel. Había tocado mi brazo mientras pasaba
por un grupo de chicas de Amberwood. Debía haber lucido realmente molesta cuando
posé mi mirada sobre ella, porque de hecho se estremeció. Eso tenía que ser un
principio.
—¿Qué? —pregunté.
Ella tragó y caminó lejos de sus amigas, sus ojos amplios y desesperados. Un fedora
cubría la mayor parte de su cabello, que, había escuchado, aún no había podido
restaurar a la normalidad.
—Escuché… escuché que quizás puedas ayudarme. Con mi cabello. —dijo ella.
Ese era otro favor que Kristin me había hecho. Después de dejar a Laurel sufrir por
unos días, había hecho que Kristin dejara rodar el rumor que Sydney Melrose, con su
habitación farmacéutica, podía ser capaz de arreglar lo que estaba mal. También me
había asegurado, sin embargo, que se entendiera que Laurel no era mi persona favorita
y que tomaría mucho convencerme.
—Quizá —dije. Intenté mantener mi rostro duro, lo que no era difícil dado que aún
estaba enojada por Adrian.
—Por favor —dijo—. ¡Haré lo que quieras si me ayudas! He intentado todo con mi
cabello y nada funciona. —Para mi sorpresa, me mostró algunos anuarios—. Aquí.
Querías estos, ¿cierto? Tómalos. Toma lo que sea que quieras.
De hecho, otros cinco días de restregarse con detergente fuerte la arreglarían, pero
ciertamente no le iba a decir eso. Tomé los anuarios.
—Si te ayudo —dije—, tienes que dejar en paz a mi hermana. ¿Lo entiendes?
—Sí —dijo rápidamente.
—No creo que lo hagas. No más trucos, maltratos o hablar de ella a sus espaldas. No
tienes que ser su mejor amiga, pero no quiero que interfieras más con ella. Quédate
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fuera de su vida. —Hice una pausa—. Bueno, excepto para ofrecer una disculpa.
Laurel estaba asintiendo a cada cosa que decía.
—¡Sí, sí! ¡Me disculparé ahora mismo!
Levanté mis ojos hacia donde Jill estaba con sus admiradores, las flores de Lee en sus
manos.
—No. No hagas más rara esta noche para ella. Mañana será suficiente.
—Lo haré —dijo Laurel—. Lo prometo. Solo dime qué hacer. Cómo arreglar esto.
No había esperado que Laurel se acercara a mí esta noche, pero había estado
esperándola uno de estos días. Así que ya tenía una pequeña botella de antídoto lista
en mi bolso. La recuperé y sus ojos casi se salieron de su cabeza mientras yo la sostenía
frente a ella.
—Una dosis es todo lo que necesitas. Úsala como si fuera shampú. Luego tendrás que
re-tinturarlo. —Se estiró por la botella y de un tirón la tomé de vuelta—. Lo digo en
serio. El acoso que tienes con Jill se termina ahora. Si te doy esto, no escucharé más
palabras sobre ti haciéndola pasar un mal rato. No más dolor si habla con Micah. No
más bromas vampíricas. Ni más llamadas a Nevermore preguntando por personas
altas y pálidas.
Se quedó boquiabierta.
—¿No más qué? ¡Nunca llamé a nadie!
Dudé. Cuando el tatuador había mencionado la llamada de alguien preguntado por
personas que lucían como vampiros, había asumido que era Laurel haciendo la broma
de los vampiros.
Por la mirada perpleja en su rostro ahora, ya no pensaba que eso fuera cierto.
—Bueno, si oigo de alguna de las otras cosas sucediendo una vez más, entonces lo que
le pasó a tu cabello no será nada en comparación con lo que pasará después. Nada.
¿Me entiendes?
Asintió inestablemente.
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—P-perfectamente.
Le entregué la botella.
—No lo olvides.
Laurel empezó a girarse y luego lanzó otra mirada incomoda hacia mí.
—Sabes, puedes ser horripilante como el infierno algunas veces.
Me pregunte si los Alquimistas habían tenido idea de lo que había estado haciendo
cuando se trataba de este trabajo. Al menos esto aseguraba una cosa. La desesperación
de Laurel me convenció que las bromas vampíricas solo habían sido una táctica. Ella
en realidad no creía que fueran reales. Lo que sí era cierto, sin embargo, es que esto
traía una desconcertante pregunta sobre quien había preguntado por vampiros en
Nevermore.
Cuando finalmente estuve fuera del edificio y me dirigí a mi coche, decidí que en
verdad iría a casa de Keith. Alguien necesitaba revisar sus pertenencias y parecía como
una forma segura de evadir a los demás. Todavía tenía un par de horas antes del toque
de queda en Amberwood.
El apartamento de Keith no había sido ocupado desde la incursión de los Alquimistas.
Las señales reveladores de antes estaban allí, donde habíamos descubierto sus alijos de
sangre de Clarence y suministros de plata. Los Alquimistas habían hecho menos que
rescatar las cosas esenciales que necesitaban y habían dejado el resto de pertenencias
atrás. Mi esperanza al venir esta noche había sido conseguir sus otros ingredientes,
aquellos que no se usaban para manufacturar tatuajes ilícitos. Siempre era útil tener
cantidades extra de esos químicos a mano, fuera para destruir cuerpos Strigoi o para
hacer experimentos de habitación.
No tuve tanta suerte. Incluso si sus otros suministros no hubieran sido ilegales, los
Alquimistas aparentemente habían decidido confiscar todos los químicos e
ingredientes. Sin embargo, dado que estaba aquí, decidí ver si alguna de sus otras
posesiones eran artículos que pudieran servirme. Ciertamente Keith no se había
detenido en usar fondos ilegales para amoblar el apartamento con cada comodidad de
casa. Borra eso. Dudaba que su casa tuviera algo como esto: una cama tamaño king de
California, un televisor de pantalla gigante plana, una valioso sistema home-theater y
suficiente comida para hacer fiestas cada noche por el próximo mes. Espié entre
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armario y armario, desconcertada por cuánta de esa comida era comida chatarra. Aun
así, tal vez valdría la pena tomar algo de ello para Jill y Eddie, así que empaqué los
dulces más portables para ellos, organizándolos por color y tamaño.
Me preguntaba también sobre la practicidad de arrastrar el televisor de vuelta a
Amberwood. Parecía como una perdida dejárselo al equipo de Alquimistas, aunque ya
podía imaginarme la expresión de la Sra. Weathers si nos veía bajándolo por las
escaleras. Ni siquiera estaba segura si Jill y yo teníamos una pared lo suficientemente
grande para sostenerlo. Me senté en la silla reclinable de Keith para ponderar el tema
del televisor. Incluso la silla era de la más alta calidad. El lujoso cuero se sentía como
mantequilla y prestamente me hundí en los cojines. Que mal que no había espacio para
esto en la habitación de la Sra. Terwilliger. Podía verla relajándose en ella mientras
bebía cappuccino y leía viejos documentos.
Bueno, lo que sea que pasara con el resto de las cosas de Keith, iba a requerir el
alquiler de un camión de mudanza porque Latte ciertamente no podía con el televisor,
la silla o la mayoría de las otras cosas. Una vez que estuvo decidido, no había razón
para que me quedara más esta noche, pero odiaba regresar. Temía ver de nuevo a Jill.
No había reacción de ella a la que yo le fuera a dar la bienvenida. Si aún estaba triste
por la discusión, eso me haría sentir culpable. Si intentaba defender a Adrian, aquello
me enojaría también.
Suspiré. Esta silla era tan ridículamente cómoda que, también podría disfrutarla un
rato más. Busqué en mi bolso, buscando tareas y recordé los anuarios. Kelly Hayes.
Casi no había tenido tiempo para pensar en ella o en los asesinatos, no con todo el
drama rodeando a Keith y a los tatuajes. Kelly había estado en su penúltimo año
cuando murió y yo tenía el anuario de cada año suyo en Amberwood.
Incluso como una novata, Kelly tenía muchos lugares en el anuario. Recordé a la Sra.
Weathers diciendo que Kelly era buena atleta. Sin bromear. Kelly había participado en
casi todos los deportes que Amberwood ofrecía y había sido excepcional en cada uno.
Había estado en equipos universitarios en su primer año y ganado todo tipo de
premios. Una cosa que también descubrí de inmediato fue que Kelly definitivamente
no era una Moroi. Eran tan obvios, incluso a blanco y negro, y se confirmaba en el
anuario de segundo año que estaba a color en el medio. Tenía una contextura muy
humana y piel bronceada que claramente amaba el sol.
Estaba pasando la mirada por el índice del anuario de penúltimo año cuando escuché
un golpe en la puerta. Por un momento, no quise responder. Por todo lo que sabía, era
algún amigo perdedor que Keith había venido aquí, buscando comerse su comida y
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mirar la televisión. Luego me preocupó que pudiera ser algo relacionado con el
Alquimista. Encontré la sección de tributo a Kelly, que había estado buscando, y puse
el anuario abajo antes de acercarme tentativamente a la puerta. Viendo por la mirilla,
atrapé un vistazo de una cara familiar.
—¿Lee? —pregunté, abriendo la puerta.
Me lanzó una mirada avergonzada.
—Hey. Lamento molestarte.
—¿Qué estás haciendo aquí? —exclamé, haciéndole señas para que entrara—. ¿Por
qué no estás con los demás?
Me siguió hacia la sala.
—Yo… necesitaba hablar contigo. Cuando dijiste que ibas a venir aquí, me pregunté si
lo que mi padre había dicho era cierto, ¿que Keith ya no está aquí?
Me senté una vez más en la reclinable. Lee tomo lugar en el sofá doble que estaba
cerca.
—Sip. Keith se ha ido. Fue, uh, reasignado. —Keith estaba en otro lugar siendo
castigado y yo decía: ¡Por fin!
Lee miró alrededor, tomando en consideración el amoblado costoso.
—Este es un lugar agradable. —Sus ojos cayeron en el gabinete que había guardado los
suministros químicos. Su puerta aun colgaba precariamente de las bisagras y no me
había molestado en arreglar donde los Alquimistas habían limpiado sus otros
contenidos.
—¿Fue este… —Lee frunció el ceño— …fue este lugar forzado?
—No exactamente —dije—. Keith, um, solo necesitaba encontrar algo de prisa antes
de que se fuera.
Lee se estrujó las manos y miro alrededor un poco más antes de girarse hacia mí.
—¿Y no va a regresar?
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—Probablemente no.
La cara de Lee cayó, lo que me sorprendió. Siempre había tenido la impresión de que a
él no le gustaba Keith.
—¿Otro Alquimista lo reemplazará?
—No lo sé —dije. Todavía había debate sobre ello. Entregar a Keith me había evitado
el ser reemplazada por Zoe, y Stanton ahora estaba considerando ponerme como la
Alquimista local dado que los deberes eran ligeros—. Si alguien lo hace, puede que
pase en un tiempo.
—Así que eres la única Alquimista en el área —repitió, sonando aún más triste.
Me encogí de hombros.
—Hay algunos en Los Ángeles.
Inexplicablemente, eso lo reanimó un poco.
—¿En serio Puedes decirme su…
Lee se detuvo mientras su atención caía al anuario abierto que estaba a mis pies.
—Oh —dije, levantándolo—. Es solo un trabajo de investigación que estoy haciendo
sobre…
—Kelly Hayes. —La mirada animada se había ido.
—Sí. ¿Has oído de ella? —Me estiré para alcanzar un pedazo de papel cercano,
pretendiendo usarlo como marcador de libro para la sección del tributo.
—Podrías decir eso —respondió él.
Empecé a preguntarme qué había querido decir y fue cuando lo vi.
El despliegue que habían hecho en honor a Kelly tenía fotos de todas las partes de su
vida en la preparatoria. Poco sorpresivamente, la mayoría de las imágenes eran de ella
jugando algún deporte. Había unas cuantas de otras áreas de su mundo académico y
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social, incluyendo una de ella en el baile. Usó un hermoso vestido de satén azul que
estilizaba la mayor parte de su figura atlética y le estaba dando a la cámara una gran
sonrisa mientras envolvía un brazo alrededor de su elegante cita, que estaba vestido
con esmoquin.
Lee.
Levanté la cabeza de un tirón y miré a Lee, quien ahora estaba observando con una
expresión indescifrable. Regresé a la fotografía, escrutándola cuidadosamente. Lo que
era notable no era que Lee estuviera en la foto, aunque, créeme, no había descubierto
qué sucedía con eso todavía. Lo que me tenía colgada era el tiempo. Este libro era de
hace cinco años. Lee habría tenido catorce para entonces y el chico mirándome al lado
de Kelly ciertamente no era tan joven. El Lee en la imagen lucía exactamente como el
chico de diecinueve años sentado en frente mío, lo que era imposible. Los Moroi no
tenían inmortalidad especial. Envejecían como los humanos. Miré hacia arriba de
nuevo, preguntándome si debería preguntarle si tenía un hermano.
Sin embargo, Lee me salvó del interrogatorio. Simplemente me observó con una
mirada triste y sacudió la cabeza.
—Mierda. No había querido que esto sucediera así.
Y luego, sacó un cuchillo.
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Capítulo 24
Traducido por Roo Andresen
Corregido por masi
s raro como uno reacciona en momentos de peligro inmediato. Parte de
mí era puro pánico, completado con el corazón y la respiración a mil por
hora. Ese sentimiento de vacío, como si un hueco se hubiera abierto en mi pecho,
volvió. Otra parte de mi era capaz de, aún, inexplicablemente, pensar según la lógica,
algo así como, Síp, esa es la clase de cuchillo que podría cortar una garganta. ¿El resto de mí?
Bueno, el resto de mi solo estaba confundido.
Me quedé donde estaba y mantuve mi voz baja y tranquila.
—Lee, ¿qué está pasando? ¿Qué es esto?
Él sacudió la cabeza.
—No finjas. Sé que lo sabes. Eres demasiado lista. Sabía que lo descubrirías, pero no
esperaba que lo hicieras tan pronto.
Mi mente daba vueltas. Una vez más, alguien pensaba que era más lista de lo que era.
Supongo que debería estar halagada por su fe en mi inteligencia, pero la verdad era
que, todavía no sabía qué estaba pasando. No sabía si negarlo me ayudaría o lo
empeoraría. Decidí seguirle la corriente por tanto tiempo como fuera posible.
—Ese de la imagen eres tú —dije, con cuidado de no decirlo como una pregunta.
—Por supuesto —dijo.
—No envejeciste. —Me atreví a mirar la imagen, solo para asegurarme. Todavía me
desconcertaba. Sólo los Strigoi permanecían siempre jóvenes, permaneciendo
inmortales a la edad en la que habían sido transformados—. Eso… eso es imposible.
Eres un Moroi.
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—Oh, he envejecido —dijo con amargura—. No mucho. No tanto como para que
puedas distinguirlo, pero créeme, lo he hecho. Solo que no como solía ser antes.
Aún estaba despistada, no estaba segura de cómo habíamos llegado al punto en que
Lee —con los ojos brillantes y enfermo de amor por Jill— de repente me estaba
amenazando con un cuchillo. Tampoco entendía cómo lucía exactamente igual a la
imagen de cinco años atrás. Solo había una terrible cosa de la cual estaba empezando a
sentirme segura.
—Tú… mataste a Kelly Hayes. —El miedo en mi pecho se intensificó. Levanté mi
mirada de la cuchilla hacia sus ojos—. Pero seguramente… seguramente no a
Melody… ni a Tamara…
Él asintió.
—Y Dina. Pero no la conoces ¿verdad? Era una humana, y ustedes no siguen rastro de
muertes humanas. Solo de vampiros.
Era difícil no mirar el cuchillo nuevamente. Todo en lo que pensaba era cuán filoso era
y cuán cerca estaba de mí. Un solo golpe, y terminaría como esas otras chicas, mi vida
desangrándose. Fui a tientas, desesperadamente, en busca de algo que decir, deseando
otra vez haber aprendido las habilidades sociales que eran tan comunes para otros.
—Tamara era tu prima —alcancé a decir—. ¿Por qué matarías a tu propia prima?
Un momento de arrepentimiento cruzó sus facciones.
—No quise… es decir, quise… pero, bueno, no era yo mismo cuando regresé. Solo
sabía que tenía que ser despertado otra vez. Tamara estaba en el lugar y momento
equivocado. Fui a por el primer Moroi que pude conseguir… pero no funcionó. Ahí
fue cuando lo intenté con las otras. Pensé que seguramente una de ellas funcionaría.
Humana, dhampir, Moroi… ninguna funcionó.
Había desesperación en su voz, y a pesar de mi miedo, una parte de mi quería
ayudarlo… pero había perdido la esperanza.
—Lee, lo siento, pero no entiendo, ¿por qué necesitarías “intentarlo con otras”?. Por
favor, baja el cuchillo, y hablemos. Quizás pueda ayudarte.
Él me dirigió una sonrisa triste.
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—Puedes. Aunque, no quería que fueses tú. Quería que fuese Keith. Él es quien
ciertamente merece morir más que tú. Y Jill… bueno, a Jill le agradas. Quería respetar
eso y dejarte libre.
—Todavía puedes —dije—. Ella… ella no querría que hicieras esto. Se molestaría si
supiera…
De repente, Lee se abalanzó hacia mí, acorralándome en la silla con el cuchillo en mi
garganta.
—¡No lo sabes! —gritó—. Ella no lo sabe. Pero lo hará, y estará contenta. Me lo
agradecerá, y seremos jóvenes y estaremos juntos para siempre. Eres mi oportunidad.
Las otras no funcionaron, pero tú… —recorrió mi tatuaje con el filo del cuchillo—.
Eres especial. Tu sangre es mágica. Necesito a un Alquimista, y tú eres mi única
oportunidad ahora.
—¿De qué… oportunidad… estás hablando? —dije.
—¡Mi oportunidad para la inmortalidad! —gritó—. Dios, Sydney. No puedes ni
siquiera imaginarlo. Lo que es tener eso y luego perderlo. Tener fuerza y poder
infinito… no envejecer, saber que vivirás para siempre. Y luego ¡Nada! Me lo quitaron.
Si alguna vez encuentro a ese maldito usuario de espíritu que me hizo esto, lo mataré.
Lo mataré y beberé de él, después de esta noche, estaré completo una vez más. Seré
despertado de nuevo.
Un escalofrío bajó por mi espalda. Debido a todo, pensarías que ya estaba al máximo
nivel de terror. Nop. Al parecer había más por venir. Porque con esas palabras, empecé
a formar una teoría de lo que estaba hablando.
—Despertado… —Era un término usado en el mundo vampírico, bajo circunstancias
especiales—. Solías ser un Strigoi —susurré, ni siquiera segura de creerlo yo misma.
Se alejó un poco, sus ojos grises bien abiertos y brillando fervientemente.
—¡Solía ser un dios! Y volveré a serlo. Lo juro. Lo siento, de verdad. Lamento que
seas tú y no Keith. Lamento que descubrieras lo de Kelly. Si no lo hubieras hecho,
podría haber encontrado a otro Alquimista en L.A. ¿Pero no lo ves? Ahora no tengo
otra opción… —El cuchillo todavía estaba en mi garganta—. Necesito tu sangre. No
puedo seguir así… no como un Moroi mortal. Tengo que ser cambiado otra vez.
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Un golpe sonó en la puerta.
—Ni una palabra —susurró Lee—. Se irán.
Segundos después, el golpe se repitió, seguido por: —Sage, sé que estás ahí. Vi tu
coche. Sé que estás molesta, pero simplemente escúchame.
Dindong, distracción llamando a la puerta.
—¡Adrian! —grité, saltando de la silla. No hice ningún intento en desarmar a Lee. Mi
única meta era la seguridad. Lo empujé antes de que pudiera reaccionar, yendo hacia
la puerta, pero él estaba más preparado de lo que había esperado. Se abalanzó hacia mí
y me placó hacia el suelo, apuñalándome en el brazo mientras caía. Grité de dolor al
sentir el filo en mi piel. Forcejeé, pero solo logré que el cuchillo se clavara aún más en
mí.
La puerta de repente se abrió, y estuve agradecida de haberla dejado sin cerrojo
después de dejar entrar a Lee. Adrian entró, deteniéndose al mirar la escena.
—No te acerques —advirtió Lee, poniendo el cuchillo en mi garganta otra vez. Podía
sentir sangré cálida saliendo de mi brazo—. Cierra la puerta. Después… siéntate y pon
tus manos detrás de la cabeza. La mataré si no lo haces.
—Lo va a hacer de todos modos… ¡ahh! —Mis palabras fueron interrumpidas
mientras el cuchillo traspasaba mi piel, no tanto como para matarme pero lo suficiente
como para causarme dolor.
—Está bien, está bien —dijo Adrian levantando sus manos. Lucía más sombrío y serio
de lo que jamás había visto. Cuando se sentó, con las manos detrás de la cabeza, dijo
despacio—: Lee, no sé que estás haciendo, pero tienes que parar ahora antes de que
llegue demasiado lejos. No tienes un arma. No puedes tenernos aquí bajo amenaza con
un cuchillo.
—Funcionó antes —dijo Lee. Manteniendo el cuchillo en mí, buscó en el bolsillo de su
abrigo con su otra mano y sacó un par de esposas. Eso era inesperado. Las deslizó
hacia Adrian—. Ponte esto. —Cuando Adrian no reaccionó de inmediato, Lee hundió
el cuchillo hasta que grité—. ¡Ahora!
Adrian se puso las esposas.
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—Las tenía para ella, pero que hayas venido quizás sea bueno —dijo Lee—.
Probablemente tenga hambre una vez que haya vuelto a despertar.
Adrian levantó una ceja.
—¿Vuelto a despertar?
—Solía ser un Strigoi —alcancé a decir—. Mató a chicas —cortando sus gargantas—
para tratar de volver a serlo.
—Cállate —espetó Lee.
—¿Por qué cortarías sus gargantas? —preguntó Adrian—. Tienes colmillos.
—¡Porque no funcionó! Usé mis colmillos. Bebí de ella… pero no funcionó. No volví a
despertar. Entonces tuve que cubrir mi huella. Los guardianes pueden distinguirlas,
sabes. Mordidas de Moroi y Strigoi. Necesitaba el cuchillo para dominarlas de todas
formas, así que corté sus gargantas para no dejar marcas… haciéndolos pensar que era
un loco Strigoi. O un cazador de vampiros.
Podía ver a Adrian procesándolo todo. No sabía si lo creía o no, pero tenía el potencial
para seguir ideas locas.
—Si las demás no funcionaron, entonces Sydney tampoco lo hará.
—Tiene que hacerlo —dijo Lee fervientemente. Se movió para así tenerme boca arriba,
aún acorralada por su peso—. Su sangre es especial. Sé que lo es. Y si no… buscaré
ayuda. Buscaré ayuda para ser despertado, y después despertaré a Jill para poder estar
juntos para siempre.
Adrian se levantó, lleno de furia.
—¿Jill? ¡No la lastimarás! ¡Ni siquiera la toques!
—Siéntate —ladró Lee. Adrian obedeció—. No la lastimaría. La amo. Por eso voy a
asegurarme de que quede de la misma forma que es. Por siempre. La despertaré
después de que me despierten.
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Traté de hacer contacto visual con Adrian, preguntándome si podría pasar algún
mensaje silencioso. Si ambos arremetíamos contra Lee —incluso con Adrian
esposado— quizás tendríamos una oportunidad para someterlo. Lee estaba a segundos
de cortarme la garganta, estaba segura, con la esperanza de… ¿Qué? ¿De beber mi
sangre y convertirse en Strigoi?
—Lee —dije en una voz muy baja. Demasiado movimiento en mi garganta provocaría
una dentellada del cuchillo—. No funcionó con las otras chicas. No creo que ser una
Alquimista importe. Lo que fuera que haya hecho ese usuario de espíritu para
salvarte… no puedes volver atrás ahora. No importa la sangre de quién bebas.
—¡No me salvo! —gruñó Lee—. Arruinó mi vida. He estado tratando de volver
durante seis años. Estaba casi listo para el último recurso… hasta que tú y Keith
vinieron. Y aún me queda esa opción. Aunque no quiero que llegue a eso. Por nuestro
bien.
¿Yo no era su último recurso? Honestamente, no veía como otros planes alternativos
pudieran ser peor para mí. Mientras tanto, Adrian seguía sin mirarme, lo cual me
frustraba… hasta que me di cuenta de lo que trataba de hacer.
—!Esto es un error! —le dijo a Lee—. Mírame, y dime que realmente quieres hacerle
esto.
Esposado o no, Adrian no tenía la rapidez y la fuerza de un dhampir, alguien que
pudiera arremeter y desarmar a Lee antes de que el cuchillo pudiera hacer daño.
Adrian tampoco tenía el poder de manipular un elemento físico, digamos, como fuego,
uno que pudiera ser usado como un arma clara. Adrian, sin embargo, tenía la
habilidad de la coacción. La coacción era una habilidad innata que todos los vampiros
tenían y una en la que los usuarios de espíritu, particularmente, eran expertos.
Desafortunadamente, funcionaba mejor con el contacto visual, y Lee no caía en la
trampa. Su atención estaba fija en mí, bloqueando los intentos de Adrian.
—Tomé mi decisión hace mucho tiempo —dijo Lee. Con su mano libre, tocó la sangre
de mi brazo. Subió sus dedos a los labios, con una mirada de resignación en su rostro.
Lamió la sangre de su mano, lo cual no era tan asqueroso como hubiera sido en otras
circunstancias. Con tantas cosas pasando, honestamente no era más terrible que lo
demás y simplemente lo dejé pasar.
Una mirada de shock y sorpresa cruzó las facciones de Lee… pronto volviéndose
asqueado.
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—No —jadeó. Repitió la acción, lamiendo más sangre de su mano—. Hay algo… hay
algo que está mal…
Inclinó su boca hasta mi cuello, solté un gemido, temiendo lo inevitable. Pero no
fueron sus dientes lo que sentí, solo el roce de sus labios y lengua en la herida que
había creado, como una especie de beso pervertido. Se alejó de inmediato, mirándome
con horror.
—¿Qué pasa contigo? —murmuró—. ¿Qué pasa con tu sangre? —Hizo un tercer
intento de probar mi sangre pero fue incapaz de terminar. Frunció el ceño—. No
puedo hacerlo. No lo puedo soportar, nada de ella. ¿Por qué?
Ni Adrian ni yo teníamos una respuesta. Lee se hundió en la derrota por un momento,
y de pronto me permití pensar que se rendiría y terminaría con esta locura. Con una
respiración profunda, se enderezó, con una nueva resolución en sus ojos. Me tensé,
esperando a medias que dijera que bebería de Adrian ahora, incluso a pesar de que una
Moroi —dos, si contabas a Melody— había estado aparentemente en su menú de
fracasos.
Por el contrario, Lee sacó su teléfono móvil del bolsillo, aun manteniendo el cuchillo
en mi garganta Y previniéndome de intentar algún tipo de escape. Marcó un número y
esperó.
—¿Dawn? Soy Lee. Sí… sí, lo sé. Bueno, tengo dos para ustedes, listos y esperando.
Un Moroi y una Alquimista. No… el viejo no. Sí. Sí, aún vive. Tiene que ser esta
noche. Saben sobre mí. Puedes quedártelos… pero sabes el trato. Sabes lo que quiero…
sí. Uh-huh. Está bien. —Lee les dio nuestra dirección y colgó. Una sonrisa complacida
cruzó su rostro—. Tenemos suerte. Están al este de L.A., así que no les tomará mucho
tiempo llegar… especialmente puesto que no les importan mucho los límites de
velocidad.
—¿Quiénes son? —preguntó Adrian—. Recuerdo que llamaste a una chica llamada
Dawn en L.A. Pensé que era una de tus candentes compañeras de universidad.
—Son las creadoras del destino —dijo Lee soñadoramente.
—Cuán encantadoramente enigmático y sin sentido —murmuró Adrian.
Lee lo miró y lo estudió.
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—Quítate la corbata.
Me di cuenta que había pasado mucho tiempo con Adrian ahora, ya que esperaba un
comentario como: —Oh, me alegra saber que las cosas ya no son tan formales.
Aparentemente, la situación era lo suficientemente terrible —el cuchillo en mi
garganta era lo suficientemente grave— por lo que Adrian no discutió. Él había
esposado sus manos delante de él y después de algunas maniobras con ellas,
finalmente pudo desatar el nudo de la corbata que había llevado en el show de Jill. Se
la lanzó.
—Cuidado —dijo Adrian—. Es seda. —Bueno, no había evitado por completo su
sarcasmo.
Lee me hizo rodar sobre mi estómago, finalmente librándome del cuchillo, pero sin
darme tiempo para reaccionar. Con una habilidad remarcable, pronto ató mis manos
detrás de la espalda con la corbata de Adrian. Eso requirió que sujetara y restringiera
mis brazos, lo cual dolía después de haber sido apuñalada. Se alejó cuando terminó,
permitiéndome sentarme, pero hacer un experimental tirón de la corbata me mostró
que no me iba a librar de esos nudos muy fácilmente. Inquietamente me pregunté a
cuantas chicas habría atado antes de su enfermizo intento de volverse un Strigoi.
Un raro y extraño silencio cayó mientras esperábamos que las “creadoras del destino”
de Lee se presentaran. Los minutos pasaban, y frenéticamente trataba de pensar en qué
hacer.
¿Cuánto tiempo tendríamos hasta que las personas que Lee había llamado aparecieran?
Por lo que había dicho, suponía que una hora. Sintiéndome atrevida, finalmente
intenté hacer comunicación con Adrian, nuevamente esperando que pudiéramos
unirnos para arremeter contra Lee, incluso si nuestra tasa de éxito se hubiera vuelto
más baja al tener nuestras manos atadas.
—¿Cómo conseguiste llegar aquí siquiera? —pregunté.
La mirada de Adrian estaba fija en Lee, aun esperando hacer contacto visual, pero me
dirigió una rápida y burlesca mirada.
—Del mismo modo que voy a todos lados, Sage. El autobús.
—¿Por qué?
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—Porque no tengo un coche…
—¡Adrian! —Increíble. Incluso con nuestras vidas en riesgo, aún podía enfurecerme.
Levantó sus hombros y volvió su atención a Lee, aunque obviamente sus palabras eran
para mí.
—Para disculparme. Porque fui un idiota contigo en el show de Jill. Cuando te
marchaste, supe que tenía que encontrarte. —Se calló elocuentemente y miró a su
alrededor—. Ninguna buena acción queda sin castigo, supongo.
Repentinamente me sentí perdida. Que Lee se volviera un psicópata no era mi culpa,
pero me sentía mal por el hecho de que Adrian estuviera en esta situación por haber
venido a disculparse.
—Está bien. No fuiste… um, tan malo —dije lamentablemente, esperando hacerlo
sentir mejor.
Una pequeña sonrisa cruzó sus labios.
—Eres una terrible mentirosa, Sage, pero estoy conmovido de que lo hicieras a mi
favor. Tienes un diez por el esfuerzo.
—Bueno, sí, lo que pasó allá parece algo pequeño, teniendo en cuenta nuestra
situación actual —murmuré—. Es fácil de perdonar.
El ceño de Lee se fruncía cada vez más mientras nos escuchaba.
—¿Los demás saben que están aquí? —le preguntó a Adrian.
—No —contestó—. Dije que iba a casa de Clarence.
No sabía si estaba mintiendo o no. Por un momento, no pensé que importara. Los
demás me habían oído decir que vendría aquí, pero ninguno tendría razón para venir a
buscarme.
Ninguna razón, excepto el vínculo.
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Sostuve mi aliento y me encontré con los ojos de Adrian. Él desvió la mirada, quizás
por miedo a que echara a perder lo que había descubierto.
No importaba si los demás no sabían dónde estaba. Si Jill estaba conectada a Adrian,
entonces ahora lo sabría. Y sabría que estábamos en problemas. Pero eso era
asumiendo que se tratara de uno de esos momentos en que ella podía entrar en su
mente. Ambos habían admitido que era de forma inconsistente y que las emociones
altas podían producirlo. Bueno, si esto no contaba como una situación donde las
emociones estuvieran altas, entonces no sabía qué podría serlo. Incluso si se daba
cuenta de lo que estaba sucediendo, había un montón de “que tal si” en juego. Jill
tendría que venir hasta aquí, y no podía hacerlo sola. Llamar a la policía podría ser la
respuesta más rápida, pero podría dudar si pensaba que esto se trataba de algún asunto
vampírico. Necesitaría a Eddie. ¿Cuánto tiempo le llevaría encontrarlo si estaban de
vuelta en sus dormitorios?
No lo sabía. Solo sabía que debíamos mantenernos vivos porque si lo hacíamos, de
una manera u otra, Jill traería ayuda. Solo que, ya no sabía cuáles eran nuestras
posibilidades de supervivencia. Adrian y yo estábamos confinados, atrapados con un
chico que no tenía miedo de matar con un cuchillo y quien desesperadamente quería
convertirse en un Strigoi nuevamente.
Era una mala combinación, y amenazaba con volverse peor…
—¿Quién está en camino, Lee? —pregunté—. ¿A quién llamaste? —Cuando no
contestó, hice la siguiente lógica conjetura—. Strigoi. Esperas que vengan Strigoi.
—Es la única manera —dijo, pasando el cuchillo de mano a mano—. La única manera
que queda. Lo lamento. Ya no puedo seguir así. No puedo ser mortal. Ya ha pasado
suficiente tiempo.
Por supuesto, los Moroi podían convertirse en Strigoi de dos maneras. Una era
bebiendo la sangre de otra persona y matarla en el proceso. Lee había intentado eso,
usando cada combinación de víctimas que pudiera atrapar, y había fallado. Eso lo
dejaba con la última opción desesperada: conversión por otro Strigoi. Usualmente,
pasaba a la fuerza, cuando un Strigoi mataba a alguien y después lo alimentaba con su
propia sangre. Eso era lo que Lee quería que le hicieran, intercambiando nuestras vidas
a los Strigoi que lo convertirían. Y luego quería hacérselo a Jill, por una especie de
amor retorcido…
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—Pero no lo vale —dije, la desesperación y el miedo volviéndome atrevida—. No vale
el costo de matar inocentes y poner en peligro tu alma.
La mirada de Lee cayó sobre mí, y tenía tal mirada de indiferencia que me costaba
conectar esta persona delante de mí con aquella a la que yo había sonreído al ver como
cortejaba a Jill.
—¿No lo es, Sydney? ¿Cómo lo sabrías? Te has privado a ti misma de diversión toda tu
vida. Eres distante a los demás. Nunca te permitiste ser egoísta, y mira dónde te ha
dejado. Tus “éticas” te dejaron con una pequeña y estricta vida. ¿Puedes decirme
ahora, justo antes de morir, que no desearías quizás haberte permitido un poco más de
diversión?
—Pero el alma inmortal…
—¿Y qué me importa eso? —demandó—. ¿Por qué molestarme en vivir una vida
miserable en este mundo, con la esperanza de que quizás nuestras almas vayan a un
reino celestial, cuando puedo tomar el control ahora, asegurarme de vivir por siempre
en este mundo, con todos sus placeres, fuerte y joven por siempre? Eso es real. Eso es
algo en lo que puedo poner mi fe.
—Está mal —dije—. No lo vale.
—No dirías eso si hubieras vivido lo que yo. Si hubieras sido Strigoi, no hubieras
querido perder eso tampoco.
—¿Cómo lo perdiste? —preguntó Adrian—. ¿Qué usuario de espíritu te salvó?
Lee resopló.
—Querrás decir, me robó. No lo sé. Todo pasó muy rápido. Pero tan pronto como lo
encuentre lo… ¡ahh!
Un anuario no era la mejor arma, particularmente no uno del tamaño del de
Amberwood, pero en un aprieto —y con sorpresa— lo era.
Me había dado cuenta antes de que no podría desatarme los nudos muy pronto. Eso
era cierto. Me había llevado todo ese tiempo, pero lo había logrado finalmente. Por
alguna razón, manejar nudos era una habilidad útil en el currículum de los
Alquimistas, una habilidad la cual había practicado con mi padre. En cuanto me libré
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de la corbata de Adrian, tomé lo primero que pude: el anuario de Kelly. Lo levanté y lo
arrojé a la cabeza de Lee. Se trastabilló hacia atrás por el impacto, soltando el cuchillo
en el proceso, y usé esa oportunidad para apurarme hacia la sala y agarrar el brazo
Adrian. Él no necesitó mi ayuda y ya se estaba levantando de la silla.
No llegamos muy lejos antes de que Lee estuviera sobre nosotros. El cuchillo se había
deslizado en algún lugar para nada visible, y simplemente se valía de su fuerza. Me
agarró, y me alejó del agarre de Adrian, con una mano en la herida de mi brazo y otra
en mi cabello, causando que me tropezara.
Adrian volvió a por nosotros, haciendo su mejor esfuerzo por golpear a Lee, incluso
con las manos atadas. No éramos las fuerzas más eficientes, pero si solo pudiéramos
retrasar a Lee momentáneamente, había una oportunidad de que quizás pudiéramos
salir de aquí.
Lee estaba distraído por ambos, tratando de defenderse y someternos a la misma vez.
Espontáneamente, la lección que me había dado Eddie vino a mi mente, como un
golpe bien dado podía causar un serio daño a alguien más fuerte que tú. Calculando la
situación en segundos, decidí que tenía una oportunidad. Cerré mi puño de la forma en
que me había enseñado Eddie, posicionando mi cuerpo de una manera que distribuiría
el peso eficientemente. Y ataqué.
—¡Ow!
Grité de dolor mientras mi puño hacía contacto. Si esta era la forma “segura” de dar
un golpe, no podía imaginar cómo uno riguroso debería doler. Afortunadamente,
parecía que había causado igual —e incluso más— dolor para Lee. Cayó hacia atrás,
golpeando la silla de manera que perdió el equilibrio y colapsó en el suelo.
Estaba asombrada de lo que acababa de hacer, pero Adrian aún estaba atento. Me
apresuró hacia la puerta, tomando ventaja de la temporal distracción de Lee.
—Vamos, Sage. Esta es nuestra oportunidad.
Corrimos hasta la puerta, listos para escapar mientas Lee nos gritaba blasfemias.
Extendí mi mano hacia la perilla, pero la puerta se abrió antes de que pudiera tocarla.
Y entraron dos Strigoi.
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Capítulo 25
Traducido por Vannia
Corregido por Pimienta
e había burlado de Keith cuando llegamos por primera vez a Palm
Springs, molestándolo por paralizarse cerca de los Moroi. Pero
mientras estaba ahí ahora, frente a frente con el objeto de mis
pesadillas, sabía exactamente cómo se sintió él. No tenía derecho a juzgar a nadie por
perder todo pensamiento racional cuando se enfrentaba a sus mayores temores.
Dicho eso, si Keith estuviera aquí, creo que él podría haber entendido por qué los
Moroi ya no eran gran cosa para mí. ¿Porque en comparación con los Strigoi? Bueno,
repentinamente las pequeñas diferencias entre los humanos y los Moroi se volvían
insignificantes. La única diferencia importante, era la diferencia entre los vivos y los
muertos. Esa línea que nos divide, la línea en la que Adrian y yo estábamos juntos
firmemente de un lado, enfrentando a aquellos que estaban del otro lado.
Había visto a Strigoi antes. En ese entonces, no había estado amenazada
inmediatamente por ellos. Además, tenía a Rose y a Dimitri a la mano, listos para
protegerme. ¿Ahora? No había nadie aquí para salvarnos. Sólo nosotros mismos.
Sólo eran dos de ellos, pero bien podrían haber sido doscientos. Los Strigoi operan a
un nivel tan diferente del resto de nosotros, que no toma mucho de ellos el favorecer
sus posibilidades. Había dos mujeres, y parecía como si hubieran sido convertidas en
Strigoi cuando tenían veinte años. Hace cuánto fue eso, no podría adivinarlo. Lee
había ido celosamente una y otra vez acerca de cómo ser Strigoi significa que estabas
“siempre joven”. Aun así, viendo a estos dos monstruos, realmente no pensé en ellas
de esa manera. Seguro, tenían una apariencia superficial de juventud, pero estaba
empañada por la maldad y la decadencia. Su piel podría estar libre de arrugas, pero era
de un color blanco enfermizo, mucho más blanca que la de cualquier Moroi. Los ojos
enrojecidos que nos miraban maliciosamente no brillaban con vida y energía, sino que
más bien con una terrible especie de reanimación. Estas personas no estaban bien. No
eran normales.
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—Encantador —dijo una, su cabello rubio con un corte pixie. Su estructura facial me
hizo pensar que ella había sido una dhampir o humana antes de ser convertida. Estaba
viéndonos de la misma forma a como yo muchas veces había visto al gato de mi
familia observar a las aves—. Y exactamente según lo descrito.
—Ellos son taaaan bonitos —canturreo la otra, con una sonrisa lasciva en su rostro. Su
altura decía que ella había sido una vez una Moroi—. No sé cuál quiero para empezar.
La rubia dio una mirada de advertencia.
—Compartiremos.
—Como la última vez —coincidió la otra, lanzando un mechón de cabello negro y
rizado sobre su hombro.
—No —dijo la primera—. La última vez tú mataste a ambos. Eso no es compartir.
—Pero te dejé alimentarte de ambos más tarde.
Antes de que ella pudiera contrarrestar, Lee de pronto se recuperó y se tambaleó hacia
la Strigoi rubia.
—Espera, espera. Dawn. Me lo prometiste. Prometiste que me despertarías antes de
que hicieras cualquier cosa.
Las dos Strigoi dirigieron su atención a Lee. Yo estaba paralizada, aún incapaz de
moverme o reaccionar mientras estaba tan cerca de estas criaturas del infierno. Pero de
alguna manera, a través del espeso y aplastante terror rodeándome, todavía lograba
sentir una pequeña e inesperada lástima por Lee. Había un poco de odio también ahí,
por supuesto, considerando la situación. Pero principalmente sentí una terrible lástima
por alguien que de verdad creía que su vida no tenía sentido a menos que sacrificara su
alma por una inmortalidad vacía. No sólo eso, sentí pena de él por realmente pensar
que podía confiar en que estas criaturas le darían lo que quería. Porque mientras las
estudiaba, estaba perfectamente claro para mí que ellas estaban decidiendo si hacían o
no de esto una comida de tres platillos. Lee, sospeché, era el único que no se deba
cuenta.
—Por favor —dijo él—. Lo prometiste. Sálvame. Devuélveme a cómo estaba.
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Tampoco pude evitar darme cuenta de la pequeña mancha roja sobre su rostro en
dónde yo le habían pegado. Me permití sentir un poco de orgullo por eso pero no fui lo
suficientemente arrogante como para pensar que poseía alguna habilidad destacable
para pelear y salir de esta situación. Las Strigoi estaban demasiado cerca, y nuestras
salidas eran muy pocas.
—Sé dónde hay más —añadió él, comenzando a verse inquieto de que sus
“salvadoras” no estuvieran saltando inmediatamente para hacer sus sueños realidad—.
Uno es joven… un dhampir.
—No he tenido un dhampir desde hace tiempo —dijo la Strigoi de cabello rizado, casi
nostálgicamente.
Dawn suspiró.
—Realmente no me importa, Jacqueline. Si quieres despertarlo, ve a por él. Yo sólo
quiero a estos dos. Él no me importa.
—Tengo al dhampir todo para mí, entonces —advirtió Jacqueline.
—Bien, bien —dijo Dawn—. Sólo apresúrate.
Lee se volvió demasiado radiante, demasiado feliz… era repugnante.
—Gracias —dijo él—. ¡Muchas gracias! He estado esperando mucho tiempo por esto
que no puedo creer que sea… ¡ahh!
Jacqueline se movió tan rápido que difícilmente vi lo que pasó en absoluto. Un
momento ella estaba parada en la entrada, al siguiente tenía a Lee inmovilizado contra
el sillón. Lee dio un grito semi-ahogado mientras ella mordía su cuello, un grito que
pronto se silenció. Dawn empujó la puerta y nos dio un codazo hacia adelante. Su
toque me estremeció.
—Bien —dijo ella con diversión—. Vamos a conseguir una buena vista.
Ni Adrian ni yo respondimos. Simplemente entramos a la sala de estar. Me atreví a
echarle un vistazo a él pero pude percibir muy poco. Él por lo general era demasiado
bueno ocultando sus verdaderos sentimientos, por lo que supuse que no debería
sorprenderme que pudiera enmascarar el terror con la misma facilidad. No me ofreció
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ningún aliento ya sea en su expresión o con palabras, lo cual en realidad encontré del
tipo refrescante. Porque realmente no veía ningún buen final para esta situación.
Más de cerca, forzada a observar el ataque de Jacqueline, podía ver ahora la expresión
de felicidad que se había apoderado del rostro de Lee. Era la cosa más horrible que
jamás hubiera presenciado. Quería apretar mis ojos para cerrarlos o desviar la vista,
pero alguna fuerza más allá de mí me mantuvo mirando fijamente al espeluznante
espectáculo. Nunca había visto a un vampiro alimentarse, Moroi o Strigoi, pero ahora
entendía por qué los alimentadores como Dorothy podían alistarse voluntariamente a
su estilo de vida. Las endorfinas estaban siendo liberadas en el torrente sanguíneo de
Lee, endorfinas demasiado fuertes que lo dejaron ciego al hecho de que su vida estaba
siendo drenada. En lugar de eso él existía en un estado alegre, perdido en una alta
sustancia química. O tal vez él simplemente estaba pensando acerca de lo feliz que
sería una vez que fuera Strigoi de nuevo, si es que fuera posible tener algún tipo de
pensamiento consciente bajo estas circunstancias.
Perdí la noción de cuánto tiempo tomo drenar a Lee. Cada momento era agonizante
para mí, como si estuviera tomando el dolor que Lee debería haber estado sintiendo.
El proceso pareció durar una eternidad, y sin embargo, hubo también una extraña
sensación de velocidad en el mismo. Se sentía mal que le cuerpo de alguien pudiera ser
drenado en tan corto tiempo. Jacqueline bebió constantemente, pausándose sólo una
vez para comentar: —Su sangre no es tan buena como esperaba.
—Entonces para —sugirió Dawn, que estaba empezando a verse aburrida—. Sólo
deja que muera y ten a estos dos conmigo.
Jacqueline se veía como si estuviera considerándolo realmente, recordándome
nuevamente lo tonto que había sido Lee al poner su confianza en estas dos. Después
de unos minutos, ella se encogió de hombros.
—Ya casi termino. Y realmente quiero que me consiga ese dhampir.
Jacqueline continuó bebiendo, pero tal como había dicho, no le tomó mucho tiempo
más. Para este punto, Lee estaba casi tan pálido como las Strigoi, y había una extraña
cualidad extendiéndose por su piel. Estaba perfectamente inmóvil ahora. Su rostro
parecía congelado en una mueca que era casi tanto de sorpresa como de alegría.
Jacqueline levantó su rostro y limpió su boca, observando a su víctima con placer.
Entonces ella se levantó las mangas de su camisa y puso sus uñas sobre su muñeca.
Antes de que pudiera arrancar su propia carne, de alguna forma, divisó algo.
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—Ah, mucho más limpio —Ella dio un paso atrás y se agachó, recuperando el cuchillo
de Lee. Se había deslizado bajo el sillón de dos plazas con nuestro altercado.
Jacqueline lo tomó y sin esforzarse se cortó la muñeca, provocando que la sangre de
un rojo intenso saliera. Una parte de mi cerebro no pensaba que su sangre debería lucir
tan similar a la mía. Debería ser negra. O ácida.
Ella colocó su sangrante muñeca contra la boca de Lee e inclinó la cabeza de él hacia
atrás para que la gravedad pudiera ayudar al flujo de la sangre. Cada horror que había
presenciado esta noche había sido peor que el anterior. La muerte era terrible, pero
también era parte de la naturaleza. ¿Esto? Esto no formaba parte del plan de la
naturaleza. Estaba a punto de presenciar el pecado más grande del mundo, la
corrupción del alma a través de la magia negra para reanimar a los muertos. Me hacía
sentir sucia por todas partes, y deseaba poder correr lejos. No quería ver esto. No
quería ver al chico que una vez había considerado como algo parecido a un amigo
levantarse de pronto como alguna perversión de la naturaleza.
Un toque en mi mano me hizo saltar. Era Adrian. Sus ojos estaban sobre Lee y
Jacqueline, pero su mano había agarrado la mía y la apretaba a pesar de que todavía
estaba esposado. Me sorprendió la calidez de su piel. Aun cuando sabía que los Moroi
estaban tan vivos y con sangre caliente como yo, mis temores irracionales siempre
esperaban que ellos estuvieran fríos. Igualmente estaba sorprendida por el repentino
confort y conexión en ese contacto. No era un contacto del tipo que decía: Hey, tengo
un plan, así que aguanta porque vamos a salir de esto. Era más como el tipo de contacto que
simplemente decía: No estás sola. Realmente era la única cosa que él podía ofrecer. Y en
ese momento, era suficiente.
Luego, algo extraño pasó. O mejor dicho, no pasó.
La sangre de Jacqueline estaba derramándose de forma constante dentro de la boca de
Lee, y mientras que nosotros no teníamos muchos casos documentados de las
conversiones Strigoi, conocía lo básico. La sangre de la víctima era drenada, y luego el
Strigoi alimentaba con su sangre nuevamente a la persona fallecida. No sabía
exactamente cuánto tiempo tardaba en funcionar, ciertamente no requería toda la
sangre del Strigoi, pero en cierto momento, Lee debería agitarse y levantarse como uno
de los muertos vivientes.
Jacqueline estaba fría, la expresión de suficiencia comenzó a cambiar a una de
curiosidad y luego se convirtió en absoluta confusión. Ella le echó un vistazo
interrogante a Dawn.
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—¿Qué es lo que te está tomando tanto tiempo? —preguntó Dawn.
—No lo sé —dijo Jacqueline, girándose hacia Lee nuevamente. Con su mano libre, dio
un codazo en el hombro de Lee como si eso pudiera servir como una llamada de
atención. Nada pasó.
—¿Habías hecho esto antes? —preguntó Dawn.
—Por supuesto —espetó Jacqueline—. No había tomado tanto tiempo. Él debería
levantarse y moverse. Algo está mal. —Recordé las palabras de Lee, describiendo
cómo todos sus desesperados intentos al tomar vidas inocentes no lo habían convertido
de nuevo. Sabía muy poco acerca del espíritu, y menos aún acerca de la restauración
Strigoi, pero algo me dijo que no había fuerza sobre la tierra que convirtiera a Lee en
Strigoi nuevamente.
Otro largo minuto pasó mientras observábamos y esperábamos. Finalmente,
disgustada, Jacqueline se apartó del sillón reclinable y enrolló su manga. Miró
ferozmente al cuerpo sin movimiento de Lee.
—Algo está mal —repitió ella—. Y no quiero perder más sangre averiguando lo que es.
Además, mi corte ya se está curando.
No quería nada más que Dawn y Jacqueline olvidaran que yo existía, pero las
siguientes palabras se deslizaron fuera de mi boca antes de que pudiera detenerme. La
científica en mí estaba demasiado inmersa en la revelación.
—Él fue restaurado… y eso lo afectó permanentemente. La magia del espíritu dejó
algún tipo de marca, y ahora no puede convertirse de nuevo.
Ambas Strigoi me miraron. Me estremecí bajo aquellos ojos rojos.
—Nunca creí alguna de esas historias del espíritu —dijo Dawn.
Jacqueline, sin embargo, todavía estaba claramente perpleja por su fracaso.
—Había algo mal con él, sin embargo. No puedo explicarlo… pero todo el tiempo, él
no se sintió bien. No sabía bien.
—Olvídalo —dijo Dawn—. Él tuvo su oportunidad. Consiguió lo que él quería, y
ahora yo voy a seguir adelante.
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Vi la muerte en sus ojos y trate de alcanzar mi cruz.
—Dios protégeme —dije, justo cuando ella se lanzó hacia adelante.
Contra toda posibilidad, Adrian estuvo allí para detenerla, o, bueno, para tratar de
detenerla. Principalmente, se puso en su camino. Él no tenía la velocidad o tiempo de
reacción para bloquearla eficazmente y se encontraba entorpecido, especialmente por
sus manos esposadas. Creo que él sólo había visto lo que yo, que ella iba a atacar, y se
había movido de forma preventiva frente a mí en un noble pero desafortunado intento
de protección.
Y fue desafortunado. Con un suave movimiento, ella lo empujó a un lado de una
forma que pareció realizar sin esfuerzo pero lo derribó al otro lado de la habitación. Mi
respiración se cortó. Él golpeó el suelo, y comencé a gritar. Repentinamente, sentí un
fuerte dolor contra mi garganta. Sin detenerse, Dawn me había agarrado y casi
levantado para conseguir acceso a mi cuello. Reuní otra frenética oración cuando el
dolor se extendió, pero en cuestión de segundos, la oración y el dolor desaparecieron
de mi cerebro. Fueron reemplazados por una dulce, dulce sensación de alegría, dicha y
asombro. No tenía pensamientos, excepto que estaba repentinamente existiendo en el
más feliz y más exquisito estado imaginable. Quería más. Más, más, más. Quería
ahogarme en ello, olvidarme a mí misma, olvidar todo a mí alrededor…
—Ugh —grité cuando caí de repente e inexplicablemente al suelo. Todavía en esa
bruma de felicidad, no sentí dolor… aún.
Tan rápidamente como ella me había agarrado, Dawn me había dejado caer y me
había empujado lejos. Instintivamente, estiré un brazo para amortiguar la caída pero
fallé. Estaba demasiado débil, desorientada y tirada sin gracia sobre la alfombra. Los
dedos de Dawn estaban tocando sus labios, una mirada de indignación torciendo sus
ya de por sí horribles facciones.
—¿Qué —demandó ella— fue eso?
Mi cerebro todavía no estaba funcionando apropiadamente. Había tenido únicamente
un breve sabor de endorfinas, pero eran todavía suficientes como para dejarme
aturdida. No tenía respuesta para ella.
—¿Qué está mal? —exclamó Jacqueline, caminando hacia adelante. Miró de mí hacia
Dawn confusa.
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Dawn frunció el ceño y luego escupió en el suelo. Era rojo debido a mi sangre.
Repugnante.
—Su sangre… era terrible. Incomible. Viciada. —Escupió de nuevo.
Los ojos de Jacqueline se abrieron de par en par.
—Justo como el otro. ¿Ves? te lo dije.
—No. —Dawn sacudió su cabeza—. No hay forma de que pudiera ser lo mismo.
Nunca habría sido capaz de beber tanto de ella. —Escupió otra vez—. No sólo el sabor
era raro o malo… era como si estuviera contaminada. —Viendo la mirada escéptica de
Jacqueline, Dawn le dio un puñetazo en el brazo—. ¿No me crees? Inténtalo tú misma.
Jacqueline dio un paso hacia mí, dudando. Luego Dawn volvió a escupir, y creo que
de alguna forma convenció a la otra Strigoi porque no quiso saber nada de mí.
—No quiero otra comida mediocre. Maldita sea. Esto se está volviendo absurdo. —
Jacqueline le echó un vistazo a Adrian, que estaba perfectamente quieto—. Al menos
todavía lo tenemos a él.
—Si es que él no está estropeado también —murmuró Dawn.
Mis sentidos estaban regresando a mí, y por medio segundo, me pregunté si había
alguna loca forma de que pudiéramos sobrevivir a esto. Tal vez las Strigoi nos
descartarían como malas comidas. Pero no. Incluso mientras me permitía esperar eso,
también sabía que aunque no se alimentaran de nosotros, no íbamos a salir de aquí con
vida. Ellas no tenían razón para simplemente alejarse. Ellas nos matarían por diversión
antes de irse.
Con esa misma velocidad extraordinaria, Jacqueline se lanzó hacia Adrian.
—Tiempo de averiguarlo.
Grité mientras Jacqueline clavaba a Adrian contra la pared y mordía su cuello. Ella lo
hizo tan sólo unos segundos, sólo para obtener un sabor. Jacqueline levantó su cabeza,
deteniéndose y saboreando la sangre. Una lenta sonrisa se extendió sobre su rostro,
mostrando sus colmillos ensangrentados.
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—Éste es bueno. Muy bueno. Compensa lo otro. —Recorrió con sus dedos la mejilla
de él—. Es una lástima, sin embargo. Él es muy lindo.
Dawn avanzó hacia ellos.
—¡Déjame probar antes de que lo tomes todo!
Jacqueline la ignoró y se inclinó nuevamente hacia Adrian, quien tenía los ojos
vidriosos. Mientras tanto, yo estaba lo suficientemente libre de endorfinas que pensaba
con claridad nuevamente. Nadie estaba prestándome atención. Traté de levantarme y
sentí el movimiento del mundo. Manteniéndome baja, logré arrastrarme a mi bolso,
descansando olvidado cerca de la orilla de la sala de estar. Jacqueline bebía
nuevamente de Adrian, pero sólo un poco antes de que Dawn la apartara y demandara
su turno para que ella pudiera limpiar el sabor de mi sangre de su boca.
Sorprendida por la rapidez con que me moví, abrí mi cavernoso bolso, buscando
desesperadamente cualquier cosa que pudiera ayudar. Una parte fría y lógica de mí,
me dijo que no había forma de que pudiéramos salir de esto, pero tampoco había
forma de que yo pudiera simplemente sentarme y observarlas drenando a Adrian.
Tenía que luchar. Tenía que tratar de salvarlo, igual que como él había tratado por mí.
No importaba si fallaba en el esfuerzo o moría. De algún modo, tenía que intentarlo.
Algunos Alquimistas llevaban armas, pero yo no. Mi bolso era enorme, lleno de más
cosas de las que necesitaba pero nada de lo que contenía se parecía a un arma. Incluso
si la hubiera, la mayoría de las armas eran inútiles contra los Strigoi. Una pistola los
frenaría pero no los mataría. Únicamente una estaca de plata, la decapitación, y el
fuego podía matar a un Strigoi.
Fuego…
Mi mano se cerró alrededor del amuleto que había hecho para la Sra. Terwilliger. Lo
había metido en mi bolsa cuando ella me lo dio, insegura de lo que debía hacer con
ello. Únicamente podía asumir que la pérdida de sangre y los dispersos pensamientos
me hicieron sacarlo ahora y considerar la posibilidad de usarlo. Incluso la idea era
ridícula. ¡No podías usar algo que no funcionaba! Era una baratija, una bolsa sin valor
de rocas y hojas. No había magia aquí, y era una tonta al pensar siquiera en ese
sentido.
Y aun así, era una bolsa de piedras.
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No una pesada, pero sin duda lo suficiente para conseguir la atención de alguien si
golpeaba en su cabeza. Era lo mejor que tenía. La única cosa que tenía para atrasar la
muerte de Adrian. Retrocediendo mi brazo, apunté a Dawn y lancé, recitando el tonto
encantamiento como un grito de guerra: —¡En llamas, en llamas!
Fue un buen tiro. La señorita Carson se hubiera sentido orgullosa. Pero no tenía
oportunidad de admirar mis habilidades atléticas porque estaba demasiado distraída
por el hecho de que Dawn estaba atrapada por el fuego.
Estaba boquiabierta mientras miraba fijamente lo imposible. No era un gran incendio.
No era como si su cuerpo entero estuviera envuelto en llamas. Pero donde el amuleto
la había golpeado, incendió una pequeña llama, extendiéndose rápidamente por su
cabello. Ella gritó y comenzó a darse frenéticas palmadas en su cabeza. Los Strigoi
temían al fuego, y por un momento, Jacqueline retrocedió. Luego, con siniestra
determinación, liberó a Adrian y agarró una manta. La envolvió alrededor de la cabeza
de Dawn, sofocando las llamas.
—¿Qué demonios? —demandó Dawn cuando reapareció. Inmediatamente comenzó a
caminar hacia a mí con ira. Supe entonces que la única cosa que había logrado era
acelerar mi propia muerte.
Dawn me agarró y golpeó mi cabeza contra la pared. Mi mundo se tambaleó, y sentí
nauseas. Ella me alcanzó de nuevo pero se congeló cuando de repente la puerta se
abrió de golpe. Eddie apareció en el umbral, con una estaca de plata en su mano.
Lo que fue verdaderamente sorprendente a continuación fue la velocidad. No hubo
pausa, ni largos momentos para evaluar la situación, ni burla sarcástica entre los
combatientes. Eddie avanzó y fue por Jacqueline. Jacqueline respondió con igual
rapidez, apresurándose al encuentro de su único digno enemigo aquí.
Despues de que ella lo había liberado, Adrian cayó al suelo, todavía en la agonía de las
endorfinas Strigoi. Manteniéndome abajo en el suelo, me apresuré a su lado y lo ayudé
arrastrándolo de regreso a la “seguridad” del otro lado de la sala de estar mientras
Eddie se enfrentaba con las Strigoi. Les lancé únicamente un vistazo, sólo lo suficiente
para ver la danza mortal igual que la naturaleza de sus maniobras. Ambas Strigoi
estaban tratando de conseguir un agarre sobre Eddie, probablemente esperando
romperle el cuello, pero estaban cuidadosas de permanecer alejadas del pinchazo de la
estaca de plata.
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Bajé la vista hacia Adrian, que estaba peligrosamente pálido y cuyas pupilas se habían
reducido al tamaño de pequeños puntos. Únicamente tenía una idea vaga de cuánto
había bebido Jacqueline de él y no sabía si el estado de Adrian era más por la falta de
sangre o por las endorfinas.
—Estoy bien, Sage —murmuró él, parpadeando como si la luz le lastimara—. En lo
alto, sin embargo. Hace que las cosas que suelo hacer parezcan pornografía ligera —
Parpadeó, como luchando por despertar. Sus pupilas se dilataron a un tamaño más
normal y entonces parecieron enfocarse en mí—. Buen Dios. ¿Tú estás bien?
—Lo estaré —dije, comenzando a ponerme de pie. Aún incluso mientras hablaba, una
oleada de vértigo me golpeó, y me tambaleé. Adrian hizo su mejor esfuerzo por
sostenerme, aunque era algo difícil con sus manos atadas. Nos apoyamos el uno contra
el otro, y casi me reí de lo ridícula que era la situación, ambos tratando de ayudar al
otro cuando ninguno de los dos estaba en condición para hacerlo. Luego algo capturó
mi atención que alejó todos los otros pensamientos.
—Jill —susurré.
Adrian inmediatamente siguió mi mirada hacia donde Jill acababa de aparecer en la
entrada de la sala de estar. No me sorprendí al verla. La única forma de que Eddie
pudiera estar aquí era si Jill le había dicho lo que estaba pasándole a Adrian a través
del vínculo espiritual. De pie allí, con sus ojos resplandecientes, ella se veía algo feroz,
la diosa lista para la batalla mientras observaba a Eddie hacer fintas con los Strigoi.
Era inspirador y aterrador. Adrian compartía mis pensamientos.
—No, no, Jailbait —murmuró él—. No hagas nada estúpido. Castile necesita manejar
esto.
—Ella sabe cómo pelear —dije.
Adrian frunció el ceño.
—Pero ella no tiene un arma. Sin una, es sólo un peso pluma en esto.
Él estaba en lo cierto, por supuesto. Y mientras yo ciertamente no quería poner la vida
de Jill en peligro, no podía evitar pensar que si ella estuviera equipada adecuadamente,
podría ser capaz de hacer algo. Al menos, una distracción que podría ser una ventaja.
Eddie estaba manteniendo su terreno muy bien contra las dos Strigoi, pero no estaba
haciendo algún progreso contra ellas tampoco. Podía usar ayuda. Y nosotros
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necesitábamos estar seguros de que Jill no se apresuraría a esto con únicamente sus
ingenio para defenderse.
La inspiración me golpeó, logré mantenerme en pie. El mundo estaba girando incluso
más que antes pero, a pesar de las protestas de Adrian, conseguí tambalearme a la
cocina. Apenas fui capaz de llegar al fregadero y abrí la llave antes de que mis piernas
cedieran bajo de mí. Me agarré del borde del mostrador, usándolo para mantenerme
derecha.
—¡Jill! —grité.
Ella se giró al escuchar mi grito, vio el agua correr, y al instante supo lo que tenía que
hacer. Levantó su mano. El flujo proveniente de la llave se desplazó repentinamente,
saliendo disparado del fregadero y atravesando la sala de estar. Fue hacia Jill, que
colectó una gran cantidad entre sus manos y mágicamente obligó al agua a juntarse en
una forma cilíndrica. Flotó en el aire de esa forma, un ondulante pero aparentemente
sólido palo de agua. Dominándolo, ella se apresuró hacia la pelea y blandió su arma de
agua en la espalda de Jacqueline. Gotas salieron volando del “palo”, pero se mantuvo
en con la rigidez suficiente para que ella consiguiera un segundo golpe antes de que
explotara completamente en un rocío de agua.
Jacqueline se dio media vuelta, su mano agitándose para atacar a Jill. Jill había
esperado más y se dejó caer al suelo, esquivando exactamente de la misma forma en
que había visto a Eddie enseñándole. Se escurrió hacia atrás, fuera del camino de
Jacqueline, y la Strigoi la siguió, dejándole a Eddie un golpe sobre su espalda expuesta.
Eddie tomó la oportunidad, evadiendo a Dawn, y hundiendo su estaca en la espalda
de Jacqueline. Nunca me había dedicado a pensar mucho en ello antes, pero si
empujaba con fuerza suficiente, una estaca podría perforar el corazón de alguien tan
fácilmente desde la espalda como por el pecho. Jacqueline se puso rígida, y Eddie
sacudió su estaca hacia afuera, justo moviéndola para evitar la fuerza del ataque de
Dawn. Ella todavía lo alcanzó un poco y él se tambaleó brevemente antes de recuperar
rápidamente el equilibrio y dirigiendo su mirada hacia ella. Jill quedó olvidada y se
apresuró hacia nosotros en la cocina.
—¿Están bien? —exclamó ella, viéndonos a los dos. Esa mirada feroz se había ido.
Ahora era sólo una chica ordinaria preocupada por sus amigos—. Oh Dios mío.
Estaba muy preocupada por ustedes. Las emociones eran demasiado fuertes. No podía
conseguir fijarme en lo que estaba pasando, sólo que algo estaba terriblemente mal.
Arrastré mi mirada hacia Eddie, que estaba danzando alrededor con Dawn.
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—Tenemos que ayudarlo…
Di dos pasos alejándome del mostrador y comencé a caer. Jill y Adrian se estiraron
para sostenerme.
—Jesús, Sage —exclamó él—. Estás en malas condiciones.
—No tan mal como tú —protesté, todavía preocupada por ayudar a Eddie—. Ellas
bebieron más de ti…
—Sí, pero no tengo una herida sangrando en mi brazo —señaló él—. O una posible
contusión.
Era verdad. Con toda la emoción, estaba tan llena de adrenalina que había olvido
dónde me había apuñalado Lee. No era extraño que estuviera tan mareada. O tal vez
eso era por el golpe que conseguí en mi cabeza contra la pared. Nadie sabía a este
punto.
—Aquí —dijo Adrian gentilmente. Alcanzó mis brazos con sus manos esposadas—.
Puedo ocuparme de esto.
Una lenta y cálida sensación de hormigueo se propagó por mi piel. Al principio, el
contacto de Adrian era reconfortante, como un abrazo. Sentí mi tensión y mi dolor
comenzando a disminuir. Él estaba en control. Cuidando de mí.
Estaba usando su magia sobre mí.
—¡No! —grité, alejándome de él con una fuerza que no sabía que tenía. El horror y el
entender completamente lo que estaba pasándome era demasiado potente—. ¡No me
toques! ¡No me toques con tu magia!
—Sage, te sentirás mejor, créeme —dijo él, estirándose hacia mi otra vez.
Retrocedí, aferrándome al borde del mostrador para apoyarme. El recuerdo fugaz de la
calidez y el confort estaba siendo eclipsado por el terror que había tenido mi vida
entera a la magia de los vampiros.
—No, no, no. ¡Magia no! ¡No en mí! ¡El tatuaje me curará! ¡Soy fuerte!
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—Sage…
—Para, Adrian —dijo Jill. Ella se acercó tímidamente a mí—. Está bien, Sydney. Él
no va a curarte. Lo prometo.
—Magia no —susurré.
—Por el amor de Dios —gruñó Adrian—. Esto es una tontería supersticiosa.
—Sin magia —dijo Jill firmemente. Ella se quitó el botón superior de su camisa que
había estado usando sobre su playera—. Ven aquí, y usaré esto para envolverlo y así
no pierdas más sang…
Un chillido ensordecedor nos sacudió de regreso a la sala de estar. Eddie había hecho
su matanza, conduciendo su estaca directo en medio del pecho de Dawn. En mi
pequeña pelea con Adrian y Jill, Dawn debió haber obtenido algunos golpes sobre
Eddie porque había una gran marca roja sobre un lado de su rostro, y su labio estaba
sangrando. La expresión en sus ojos era dura y triunfante, no obstante, cuando él sacó
la estaca y observó a Dawn caer.
A través de toda la confusión y el horror, los instintos básicos de Alquimista tomaron
el control. El peligro se había ido. Había procedimientos que necesitaban ser seguidos.
—Los cuerpos —dije—. Tenemos que destruirlos. Hay un frasco en mi bolso.
—Espera, espera —dijo Adrian mientras él y Jill me refrenaban—. Quédate dónde
estás. Castile puede conseguirlo. El único lugar a donde vas a ir es a un doctor.
No me moví pero inmediatamente discutí esa última afirmación.
—¡No! Sin doctores. Al menos, tú tienes que… tienes que conseguir un Alquimista. Mi
bolso tiene los números…
—Ve por su bolso —le dijo Adrian a Jill—, antes de que sufra un ataque. Yo vendaré
el brazo. —Le di una mirada de advertencia—. Sin magia. Lo cual, por cierto, podría
hacer esto diez veces más fácil.
—Me sanaré por mi propia cuenta —dije, observando como Jill recuperaba mi bolso.
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—Date cuenta —agregó Adrian—, de que vas a tener que superar tu fijación de la dieta
y consumir algo más de calorías para luchar contra la pérdida de sangre. Azúcar,
líquidos, igual que Clarence. Menos mal que alguien embolsó todos estos dulces sobre
el mostrador.
Eddie camino hacia Jill, y ella se detuvo cuando él le preguntó si estaba bien. Le
aseguró que lo estaba, y aunque Eddie se veía como si pudiera matar cerca de
cincuenta Strigoi más, había también una mirada en sus ojos de… algo que no podía
creer que no hubiera notado antes. Algo que me iba a dar en qué pensar.
—Maldita sea —dijo Adrian, peleándose con los vendajes—. Eddie, ve a buscar el
cuerpo de Lee y ve si hay una llave para estas malditas esposas.
Jill había estado hablando con Eddie pero se paralizo al escuchar las palabras “cuerpo
de Lee”. Su rostro se puso pálido, ella podría haber sido una de los muertos. Con toda
la confusión, ella no había notado el cuerpo de Lee en la silla. Había habido
demasiado movimiento con los Strigoi, demasiada distracción por la amenaza que
representaban. Ella dio unos pasos hacia la sala de estar, y fue entonces cuando lo vio.
Su boca se abrió, pero ningún sonido salió. Luego ella se apresuró hacia adelante y
agarró sus manos, gritando.
—No —gritó ella—. No, no, no —Lo sacudió, como si eso fuera a despertarlo. En un
instante, Eddie estaba a su lado, sus brazos alrededor de ella murmurando cosas sin
sentido para tranquilizarla. Ella no lo escuchó. Todo su mundo era Lee.
Sentí lágrimas brotando de mis ojos y odié que estuvieran allí. Lee había tratado de
matarme y luego había llamado a otros para matarme. Él había dejado un rastro de
inocentes a su paso. Debería estar contenta de que él se hubiera ido, pero aun así, sentí
tristeza. Él amaba a Jill, a su loco modo, y por el dolor en el rostro de ella, era claro
que ella también lo había amado. El vínculo del espíritu no le había mostrado su
muerte o su rol en nuestra captura. Justo ahora, ella simplemente pensaba que él era
una víctima más de los Strigoi. Pronto, aprendería la verdad acerca de los motivos de
él. No sabía si eso aliviaría su dolor o no. Supuse que no.
Extrañamente, una imagen de la pintura de Amor de Adrian regresó a mí. Pensé en la
irregular línea roja, recortando a través de la oscuridad, rasgándola. Viendo a Jill y su
dolor inconsolable, comprendí de pronto el arte de él un poco mejor.
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Capítulo 26
Traducido por Abril.
Corregido por Anne_Belikov
e tomó días entender toda la historia, sobre Lee y sobre cómo Eddie y
Jill habían ido al rescate esa noche.
Una vez que tuve a Lee como la pieza faltante, fue fácil conectar los asesinatos de
Tamara, de Kelly, de Melody, y de Dina, la chica humana que él había mencionado.
Todas habían sido asesinadas dentro de los últimos cinco años, en Los Ángeles o en
Palm Springs, y muchas tenían evidencia documentada de conocerlo. No eran víctimas
escogidas al azar. Lo poco que podemos encontrar de la historia de Lee proviene de
Clarence, aunque incluso eso era confuso. De acuerdo con nuestras mejores
conjeturas, Lee había sido convertido forzosamente en un Strigoi hace casi quince años
atrás. Pasó así diez años hasta que un usuario del espíritu lo restauró, para disgusto de
Lee. Clarence no había tenido todo su sano juicio incluso en ese entonces y no había
preguntado cómo su hijo había regresado a casa después de diez años, sin envejecer. Él
evadió responder nuestras preguntas sobre Lee siendo un Strigoi, y no supimos si
Clarence simplemente no lo sabía o se negaba. Del mismo modo, tampoco estaba claro
si Clarence sabía que su propio hijo estaba detrás de la muerte de Tamara. La
descabellada teoría del cazador de vampiros era, probablemente, más fácil de enfrentar
para él que la sanguinaria verdad sobre su hijo.
Investigaciones dentro de la universidad de Lee en Los Ángeles mostraron que, de
hecho, no había estado inscrito allí desde antes de convertirse en Strigoi. Cuando se
convirtió en Moroi otra vez, él había usado la universidad como una excusa para
quedarse en Los Ángeles, donde podría acechar más fácilmente a sus víctimas, y
sospechamos que había más de las que teníamos registradas. De lo que habíamos
observado, aparentemente, trató de beber de algunas de cada raza, con la esperanza de
que una de ellas fuera la que lo convirtiera en Strigoi otra vez.
Otras investigaciones sobre Kelly Hayes habían descubierto algo que yo debería haber
sabido de inmediato. Ella era una dhampir. Lucía humana, pero ese récord de deportes
estelar era lo que la delataba. Lee se había topado con ella mientras visitaba a su padre
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hace cinco años. Conseguir la caída de una dhampir no era fácil, por eso Lee parecía
haber hecho el esfuerzo de salir con ella y atraerla.
Ninguno de nosotros sabía algo sobre el “bastardo usuario del espíritu” que lo había
convertido, aunque eso era de interés de ambos, Alquimistas y Morois. Había muy
pocos usuarios del espíritu en la historia, y aun habiendo tantos sin saber sobre sus
poderes, todos querían aprender más. Clarence insistía en que no sabía nada sobre este
misterioso usuario del espíritu, y yo le creía.
Los Alquimistas entraron y salieron de Palm Springs toda la semana, limpiando el
desorden y entrevistando a todos los que habían estado involucrados. Me reuní con
varios de ellos, contando mi historia una y otra vez, y finalmente tuve mi último
interrogatorio con Stanton durante el almuerzo un sábado. Yo tenía una clase de
perverso interés en saber qué le había pasado a Keith pero decidí no sacar el tema a
colación. Él no estaba aquí, lo cual era lo único que me importaba.
—La autopsia de Lee no reveló nada fuera de lo normal para un Moroi, de acuerdo
con sus doctores —me dijo Stanton entre mordiscos de linguini a la carbonara.
Aparentemente, comer y discutir sobre cuerpos muertos no era mutuamente
exclusivo—. Pero entonces, algo… probablemente mágico, de todas formas, no
aparecería.
—Pero debe haber algo especial sobre él —dije. Solamente movía mi propia comida
por todo el plato—. El hecho de que su envejecimiento se detuviera era prueba
suficiente, pero ¿el resto? Quiero decir que él bebió de muchas víctimas. Y luego vi lo
que Jacqueline le hizo a él. Eso debió haber funcionado. Todos los procedimientos
correctos fueron seguidos.
Me sorprendió que pudiera hablar tan clínicamente respecto a esto, que pudiera sonar
tan objetiva. Aunque, en realidad, era sólo la segunda naturaleza del modo de los
Alquimistas de tomar el control. Dentro de mí, los eventos de esa noche habían dejado
una marca permanente. Cuando cerraba mis ojos a la hora de dormir, seguía viendo la
muerte de Lee y a Jacqueline alimentándolo con sangre. Lee, quien le trajo flores a Jill
y nos llevó al mini-golf.
Stanton asintió pensativamente.
—Lo que sugiere que todos esos que han sido restaurados después de ser convertidos
en Strigoi, son inmunes a convertirse otra vez.
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Nos sentamos en silencio por un momento, dejando que el peso de esas palabras se
asentara sobre nosotras.
—Eso es enorme —dije, finalmente. Hablando sobre una subestimación. Lee
representaba un número de misterios. Él había empezado a envejecer una vez que se
convirtió en Moroi otra vez, pero a un ritmo mucho más lento. ¿Por qué? No
estábamos seguros, pero sólo eso, ya era un descubrimiento monumental, como
también lo era mi sospecha de que tampoco podía usar magia Moroi. Había estado tan
enloquecida como para darme cuenta de algo extraño en el comportamiento de Lee
cuando Jill le había pedido crear niebla mientras estábamos jugando al golf, pero
mirando hacia atrás, se me ocurrió que, de hecho, había lucido nervioso sobre su
petición. Y el resto... ¿El hecho de que algo había cambiado en él, lo protegía, pero
contra su voluntad, de convertirse en un Strigoi? Sí. “Enorme” era una subestimación.
—Mucho —acordó Stanton—. La mitad de nuestra misión es detener a los humanos
de elegir sacrificar sus almas a cambio de inmortalidad. Si hubiera una forma de
aprovechar esa magia, de saber qué lo protegía... bueno. Los efectos serían de largo
alcance.
—También para los Moroi —señalé. Sabía que para ellos y los dhampirs, ser
convertidos en Strigoi forzosamente era considerado un destino peor que la muerte. Si
había una forma mágica de protegerse, significaría mucho, ya que habían encontrado
muchos más Strigoi que nosotros. Podríamos estar hablando de alguna especie de
vacuna mágica.
—Por supuesto —dijo Stanton, aunque su tono implicaba que no le importaban
demasiado los beneficios de la raza—. Quizás, hasta sea posible prevenir la futura
creación de todos los Strigoi. También está el misterio de tu sangre. Dijiste que al
Strigoi no le gustó. Eso también puede ser un tipo de protección.
Me estremecí ante el recuerdo.
—Quizás. Todo pasó tan rápido... es difícil de decir. Y ciertamente, no es protección
del Strigoi queriendo romper mi cuello.
Stanton asintió.
—Es, ciertamente, algo para estudiar eventualmente. Pero primero, tenemos que
descubrir qué fue lo que le pasó a Lee exactamente.
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—Bueno —dije—, El espíritu tiene que ser un jugador clave, ¿no? Lee fue restaurado
por un usuario del espíritu.
Un mesero se acercó, y Stanton alejó su plato.
—Exacto. Desafortunadamente, tenemos una cantidad muy limitada de usuarios del
espíritu para trabajar. Vasilisa Dragomir, difícilmente, tiene el tiempo para
experimentar con sus poderes. Sonya Karp se ofreció para ayudar, lo cual es una
noticia excelente, especialmente, desde que ella misma es una ex Strigoi. Por lo menos,
podemos observar la disminución de su envejecimiento de primera mano. Ella sólo
está disponible por poco tiempo, y los Moroi todavía no han respondido mi petición de
otros individuos útiles. Pero si tuviéramos a otro Usuario del Espíritu a mano, uno sin
obligaciones que lo distraigan para que nos ayude a tiempo completo...
Ella me miró significativamente.
—¿Adrian? —pregunté.
—¿Crees que nos ayudará a investigar esto? ¿Alguna forma mágica para proteger
contra la conversión de los Strigoi? Como dije, entre Sonya y los otros, él tendría que
ayudar —añadió rápidamente—. He hablado con los Moroi, y están reuniendo un
grupo pequeño con expertos en Strigoi. Planean mandarlos pronto. Sólo necesitamos
que Adrian ayude.
—Wow. Ustedes se mueven rápido —murmuré.
Con las palabras “Adrian” e “investigación,” mi mente había puesto juntas imágenes
de él en un laboratorio, usando una bata blanca, inclinado sobre tubos y vasos de
precipitado. Sabía que la investigación actual no buscaba nada como eso, pero era una
imagen difícil de borrar. También era difícil imaginarme a Adrian seriamente
concentrado en cualquier cosa. Excepto que, seguía teniendo ese pensamiento
persistente de que Adrian sólo se concentraría si era algo digno de preocupación. ¿Era
esto lo suficientemente importante?
No estaba realmente segura. Era muy difícil saber qué propósito podría ser lo
suficientemente noble como para llamar la atención de Adrian. Pero estaba bastante
segura de que conocía algunos beneficios no tan nobles que lo harían subir a bordo.
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—Si le consiguen su propio lugar, podría apostar a que lo hará —dije finalmente—.
Quiere estar fuera de la casa Clarence Donahue con bastante ahínco.
Las cejas de Stanton se alzaron. No había esperado esto.
—Bueno. Esa no es una gran petición, supongo. Y de hecho, ya estamos pagando la
factura del viejo departamento de Keith desde que tomó un año de arrendamiento. El
Sr. Ivashkov sólo tendrá que mudarse allí, excepto que...
—¿Excepto que qué?
Stanton se encogió, apenas, de hombros.
—Te lo iba a ofrecer a ti. Después de mucha discusión, decidimos, simplemente,
hacerte la Alquimista a cargo aquí, debido a la desafortunada… partida de Keith.
Puedes dejar Amberwood, mudarte a su departamento, y simplemente revisar las
actividades desde allí.
Fruncí el ceño.
—Pero pensé que querían a alguien con Jill todo el tiempo.
—Sí. Y, de hecho, encontramos una mejor opción, sin ofender. Los Moroi fueron
capaces de localizar a una chica dhampir de la misma edad de Jill, quien no sólo puede
servir como la compañera de cuarto de Jill, sino que también como guardaespaldas.
Ella se unirá a los investigadores que ya están saliendo. No tendrás que pasar como
una estudiante más.
El mundo se tambaleó. Los Alquimistas proyectaban y planeaban, siempre en
movimiento. Parecía como si muchas cosas hubieran sido decididas en esta semana.
Consideré lo que eso significaba. No más tareas, no más políticas de preparatoria.
Libertad para ir y venir a donde quisiera. Pero también significaba separarme de los
amigos que había hecho: Trey, Kristin, Julia. Seguiría viendo a Eddie y a Jill, pero no
de la misma forma. Y si estaba por mi cuenta, ¿los Alquimistas —o mi padre—
ayudarían a las clases del fondo universitario? Poco probable.
—¿Tengo que irme? —le pregunté a Stanton—. ¿Puedo darle el departamento a Adrian
y quedarme en Amberwood por un tiempo? ¿Por lo menos hasta que sepamos si
podemos conseguirme otro lugar?
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Stanton no se molestó en esconder su sorpresa.
—No esperaba que quisieras quedarte. Me imaginé que estarías feliz porque no
tendrías que compartir un cuarto con un vampiro.
Y así como eso, todos los miedos y las presiones que enfrenté antes de venir a Palm
Springs descendieron sobre mí. Amante de los vampiro. Era una idiota. Debería haber
saltado ante la oportunidad de alejarme de Jill. Cualquier otro Alquimista lo haría. Al
ofrecer quedarme, probablemente, me estaba poniendo bajo sospecha otra vez. ¿Cómo
podía explicar que había más en mi decisión que sólo un cambio de compañero?
—Oh —dije, manteniendo un rostro neutral—. Cuando dijiste que le habías
conseguido a Jill una dhampir de su misma edad, pensé que ella iba a ser su
compañera de cuarto y que yo, ya no lo sería más. Pensé que tendría mi propia
compañera en el dormitorio.
—Eso, probablemente, se puede arreglar...
—Y honestamente, después de las cosas que han pasado, me sentiría mejor si sigo
manteniendo un ojo sobre Jill. Será más fácil si estoy en la escuela. Además, si se
necesita un departamento para hacer feliz a Adrian y que trabaje en el misterio de los
Strigoi, entonces, eso es lo que necesitamos hacer. Puedo esperar.
Stanton me estudió por varios largos segundos, rompiendo el silencio sólo cuando el
mesero dejó la cuenta.
—Eso es algo muy profesional de tu parte. Miraré en los acuerdos.
—Gracias —dije. Un sentimiento de felicidad brotó en mí, y casi sonreí,
imaginándome el rostro de Adrian cuando supiea de su nuevo lugar.
—Sólo hay una cosa más que no entiendo —remarcó Stanton—. Cuando investigamos
el departamento, vimos algunos daños de incendio. Pero ninguno de ustedes que
estuvieron allí, reportó algo.
Hice una mueca falsa.
—Honestamente... todo eso se ve casi nublado con la sangre perdida y la mordida...
No estoy muy segura. Keith tenía algunas velas. No sé si alguna estaba encendida... o
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no lo sé. En lo único en que puedo pensar es en esos dientes y qué tan terrible fue la
mordida...
—Sí, sí —dijo Stanton. Mi excusa era débil, pero incluso ella no era del todo
impermeable ante la idea de alimentar a un vampiro. Era, prácticamente, la peor
pesadilla de un Alquimista, y yo tenía derecho a mi trauma—. Bueno, no te preocupes
por eso. El fuego es la menor de nuestras preocupaciones.
No era la menor de mis preocupaciones. Y cuando regrese al campus ese día,
finalmente lo afronté y aceché a la Sra. Terwilliger en una de las oficinas de la librería
donde estaba trabajando.
—Usted sabía —dije, cerrando la puerta. Todos los pensamientos del protocolo entre
profesor-estudiante se desvanecieron de mi mente. Había estado sentada sobre mi ira
por una semana y ahora podía dejarla salir finalmente. Había pasado mi vida
enseñándome a respetar a las fuentes de autoridad, pero ahora una de esas me había
traicionado—. Todo lo que me ha hecho hacer... copiar esos libros de hechizos, ¡hacer
ese amuleto “sólo para ver cómo es”! —sacudí mi cabeza—. Todo era una mentira.
Usted sabía... sabía que era... real.
La Sra. Terwilliger se quitó sus gafas y me miró cuidadosamente.
—Ah, así que ¿supongo que lo intentaste?
—¿Cómo pudo hacerme eso? —exclamé—. ¡No tiene idea de cómo me siento con la
magia y lo sobrenatural!
—Oh —dijo ella secamente—. De hecho, sí. Sé todo sobre tu organización. —Ella
golpeó su mejilla, reflejando donde estaba mi tatuaje—. Sé porque tu “hermana” fue
excusada de las actividades al aire libre y porque tu “hermano” sobresale en deportes.
Estoy muy informada sobre las variadas fuerzas de trabajo en nuestro mundo, esas
escondidas de casi todos los ojos humanos. No te preocupes, querida. Ciertamente, no
se lo diré a nadie. Los vampiros no son de mi interés.
—¿Por qué? —pregunté, decidida a no reconocerle que sabía todo ese por lo que había
luchado mantener en secreto—. ¿Por qué yo? ¿Por qué me hizo hacer eso,
especialmente si dice saber cómo me sentía?
—Mmm... Un par de razones. Los vampiros, como sabes, ejercen una clase de magia
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interna. Se conectan con los elementos a un nivel básico, casi sin esfuerzo. Los
humanos, de todas formas, no tienen tal conexión.
—Se supone que los humanos no deben usar magia —dije fríamente—. Me ha hecho
hacer algo que viola mis creencias.
—Para que los humanos hagamos magia… —continuó ella, como si yo no hubiera
hablado—, debemos arrancarla de la tierra. No viene tan fácil. Seguro, los vampiros
usan hechizos e ingredientes ocasionalmente, pero nada se compara con lo que
debemos hacer. Su magia va desde adentro hacia afuera. La nuestra viene de fuera
hacia dentro. Requiere tanto esfuerzo, tanta concentración y calculación exacta...
bueno, muchos de los humanos no tienen la paciencia o las habilidades. Pero ¿alguien
como tú? Has sido criada con esas cuidadosas técnicas desde que aprendiste a hablar.
—Así que ¿eso es lo que se necesita para hacer magia? ¿Una habilidad para organizar y
medir? —No me molesté en ocultar mi desdén.
—Por supuesto que no. —Rió ella—. Hay un cierto talento natural que también se
necesita. Un instinto que se combina con la disciplina. Lo siento en ti. Verás, yo
misma tengo algunos conocimientos. Me da estatus en el aquelarre, pero sigue siendo,
relativamente, pequeño. ¿Tú? Puedo sentir una fuente de poder en ti, y también lo
prueba mi pequeño experimento.
Volví a sentir frío.
—Esa es una mentira —dije—. Los vampiros usan magia. No los humanos. No yo.
—Ese amuleto no encendía fuego solo —dijo ella—. No niegues lo que eres. Y ahora
que determinamos todo esto, podemos seguir. Tu poder innato quizás sea más grande
que el mío, pero yo puedo hacerte empezar en el entrenamiento de magia básica.
No podía creer que estuviera oyendo eso. No era real. Era como algo de alguna
película porque de ninguna manera, esto era mi vida.
—No —exclamé—. Está... ¡Usted está loca! ¡La magia no es real, y yo no la tengo! Es
anormal e incorrecta. No pondré en peligro mi alma.
—Tanta negación para tan buena científica —musitó.
—Estoy hablando en serio —dije, apenas reconociendo mi propia voz—. No quiero
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nada con sus estudios ocultos. Estoy feliz con ir y tomar notas y comprarle café, pero si
sigue teniendo estos estados de locura y demanda... Iré a la oficina y demandaré que
me cambien con otro profesor. Créame, cuando se trata de trabajar con el staff de
burocracia y administración, en eso, es en lo que tengo poder innato.
Ella casi sonrió, pero luego se esfumó.
—Quisiste decir eso. ¿Realmente rechazas este sorprendente potencial —este
descubrimiento— que tienes?
No respondí.
—Por lo tanto. —Suspiró ella—. Es una pérdida. Y un desperdicio. Pero tienes mi
palabra de que no traeré el tema a colación otra vez a menos que tú lo hagas.
—Eso —dije vehementemente—, no va a pasar.
La Sra. Terwilliger sólo se encogió de hombros a modo de respuesta. —Bueno,
entonces. Ya que estás aquí, quizás quieras ir a comprarme un café.
Me moví hacia la puerta y luego pensé algo.
—¿No era usted la que llamaba a Nevermore y preguntaba sobre vampiros?
—¿Por qué haría eso? —preguntó ella—. Ya sé dónde encontrarlos. —
Genial, pensé. Otro misterio.
Llegué a la cafetería más tarde ese día, justo al mismo tiempo en que Eddie, Jill, y
Micah estaban terminando de cenar. Jill estaba teniendo, comprensivamente, un
momento difícil para ajustarse a la muerte de Lee y a todas las revelaciones que
descubrimos, incluyendo su deseo de hacerla a ella su reina muerta. Eddie y yo
habíamos hablado, tanto como pudimos, con ella, pero Micah parecía tener el mejor
efecto calmante sobre ella. Creo que porque él nunca abordó el tema abiertamente. Él
sabía que Lee había muerto pero pensaba que era un accidente y, naturalmente, no
sabía nada de las conexiones con los vampiros. Mientras Eddie y yo tratábamos,
constantemente, nuestras manos al ser psicólogos aficionados, Micah sólo trataba de
distraerla y hacerla feliz.
—Tenemos que irnos —dijo, disculpándose, cuando me senté—. Rachel Walker va a
darnos una lección en las máquinas de coser.
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Eddie sacudió su cabeza hacia él.
—Sigo sin saber porque te anotaste en ese club. —Eso no era verdad, por supuesto.
Ambos sabíamos exactamente porque Micah se había unido.
El rostro de Jill llevaba la grave mirada que había tenido desde la muerte de Lee —una
mirada que ella tendría por un largo tiempo, sospechaba— pero el fantasma de una
sonrisa se vio en sus labios.
—Creo que Micah tiene las cualidades de un verdadero diseñador de modas. Quizás
modele en uno de sus desfiles algún día.
Sacudí mi cabeza, ocultando mi propia sonrisa.
—Nada de modelaje de cualquier tipo, por lo menos, por un tiempo. —Después del
desfile, Lia y otros diseñadores se habían puesto en contacto, y todos querían volver a
trabajar con Jill. Tuvimos que rechazarlo para proteger su identidad aquí, pero eso
había puesto triste a Jill.
Jill asintió.
—Lo sé, lo sé. —Ella se levantó con Micah—. Te veré en nuestro cuarto, más tarde,
Sydney. Me gustaría hablar un poco más.
Asentí.
—Por supuesto.
Eddie y yo miramos cuando se fueron. Suspiré.
—Eso va a ser un problema —le dije.
—Quizás —dijo—. Pero ella sabe lo que puede y no puede hacer con él. Es inteligente.
Será responsable.
—Pero él no lo sabe —dije—. Siento que Micah se ha enamorado demasiado de ella.
—Miré a Eddie cuidadosamente—. Como otras personas.
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Eddie seguía mirando a Micah y a Jill, así que le tomó un momento entender lo que
dije. Me miró.
—¿Eh?
—Eddie, no voy a proclamar ser una experta en romance, pero incluso yo puedo ver
que estás loco por Jill.
Inmediatamente, miró hacia otro lado, aunque su rubor lo traicionó.
—Eso es mentira.
—Lo he visto todo el tiempo, pero no fue hasta esa noche en lo de Keith que realmente
entendí qué estaba viendo. Vi cómo la mirabas. Sé la forma en que te sientes. Así que,
lo que quiero saber es: ¿Cómo es que tenemos que seguir preocupándonos por Micah?
¿Por qué no sólo la invitas a salir tú y nos ahorras un montón de problemas?
—Porque es mi hermana —dijo irónicamente.
—¡Eddie! Hablo en serio.
Él hizo una mueca, respiró profundamente y luego se giró hacia mí.
—Porque puede ser mejor que yo. ¿Quieres hablar sobre reglas sociales? Bueno, en el
lugar del que venimos, los Moroi y los dhampirs no tienen relaciones serias.
—Sí, pero eso tiene que ver con la clase —dije—. No es lo mismo que humanos y
vampiros.
—Quizás no, pero con ella, lo es. No es sólo cualquier Moroi. Es de la realeza. Una
princesa. ¡Y tú has visto cómo es! Inteligente, fuerte y hermosa. Está destinada para
grandes cosas, y una de ellas no es estar involucrada con un guardián controversial
como yo. Su linaje es real. Diablos, yo ni siquiera sé quién es mi padre. Salir con ella,
no es ni siquiera posible. Mi trabajo es protegerla. Mantenerla a salvo. Es allí donde
tienen que estar todas mis atenciones.
—Y entonces ¿crees que ella se merece estar con humanos en cambio? —le pregunté
incrédulamente—. ¿Basarse sobre la línea de un tabú sostenido por nuestras razas?
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—No es lo ideal —admitió—. Pero puede tener una divertida vida social y...
—¿Y qué si fuera otro chico? —le interrumpí—. ¿Y qué si otro humano la invita a salir,
y salen en una cita casual? ¿Estarías bien con eso?
Él no respondió, y supe que mi corazonada era correcta.
—Esto es más que no sentirte lo suficiente para Jill —dije—. También es sobre Micah,
¿no? Como él te recuerda a Mason.
Eddie palideció.
—¿Cómo sabes de eso?
—Adrian me lo dijo.
—Maldito —dijo Eddie—. ¿Por qué no puede ser tan ajeno como pretende ser?
Sonreí.
—No le debes nada a Micah. No le debes nada a Jill. Él no es Mason, sin importar qué
tanto se parezcan.
—Son más que parecidos —dijo Eddie, pareciendo más pensativo—. También es la
forma en la que actúan. Micah es igual: extrovertido, optimista, emocionado. Así era
Mason. Hay pocas personas como ellos en el mundo: personas que son
genuinamente buenas. Mason se fue de este mundo demasiado pronto. No dejaré que
eso le pase a Micah.
—Micah no está en peligro —dije gentilmente.
—Pero se merece buenas cosas. E incluso si es humano, sigue siendo una de las
mejores opciones que conozco para Jill. Se merecen. Ambos merecen cosas buenas.
—Y entonces, ¿vas a sufrir como resultado? ¿Porque estás tan enamorado de Jill y
convencido de que se merece un príncipe que tú no puedes ser? ¿Y porque sientes que
es tu deber apoyar a todos los Mason del mundo? —Sacudí mi cabeza—. Eddie, eso es
demente. Incluso tú tendrías que ver eso.
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—Quizás —admitió—. Pero siento que es lo correcto.
—¿Correcto? ¡Es la cosa más masoquista! Estás alentando a la chica que quieres a estar
con uno de tus mejores amigos.
—Quiero que ella sea feliz. Vale la pena sacrificarme.
—No tiene sentido.
Eddie me dio una pequeña sonrisa y un golpe gentil en el brazo antes de girarse hacia
un autobús acercándose. —¿Recuerdas cuando dijiste que no eras una experta en el
romance? Bueno, tenías razón.
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Capítulo 27
Traducido por CyeLy DiviNNa y DaRk Bass
Corregido por Niii
reo que Adrian habría aceptado cualquier cosa por conseguir su propio
lugar. No perdió el tiempo en mover sus escasas pertenencias al viejo
apartamento de Keith, para consternación de Clarence. Tuve que admitir,
me sentí un poco mal por el viejo. Se había encariñado con Adrian, y la pérdida de él
justo después de Lee fue particularmente duro. Clarence continuó abriendo su casa y
alimentando a nuestro grupo, pero se negó a creer cualquier cosa que hablara de Lee y
Strigoi. Incluso una vez que aceptó que Lee había muerto, Clarence continuó culpando
a los cazadores de vampiros.
Poco después de su traslado, fui a buscar a Adrian. Habían llegado a nosotros palabras
de que el "grupo de investigación" de los Moroi tenía previsto llegar a la ciudad ese
día, y habíamos decidido reunirnos con ellos antes de llevar a Jill y Eddie. Al igual que
antes, Abe aparentemente escoltaba a los recién llegados, entre los se incluían Sonya y
la nueva compañera de piso de Jill. Tuve la impresión de que podría haber otros con
ellos, pero no había oído hablar de los detalles todavía.
—Wow —dije, cuando Adrian me dejó entrar en su apartamento.
Él sólo había estado allí un par de días, pero la transformación era asombrosa. Con la
excepción de la televisión, ninguno de los muebles originales se mantuvo. Todo era
diferente, e incluso el diseño del apartamento había cambiado. El esquema de
decoración era nuevo también, y el olor a pintura fresca colgaba con fuerza en el aire.
—Amarillo, ¿eh? —pregunté, mirando a las paredes del salón.
—Se llama “Caña dorada” —corrigió—. Y se supone que debe ser alegre y relajado.
Empecé a señalar que los dos rasgos no parecían ir juntos, pero luego decidí no
hacerlo. El color, por poco desagradable que fuera, transformaba por completo la sala
de estar. Entre eso y las persianas que habían reemplazado las pesadas cortinas de
Keith, el cuarto estaba lleno de color y la luz recorría un largo camino para oscurecer
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la memoria de la batalla. Me estremecí, recordándolo. Incluso si el apartamento no
hubiera sido necesario para comprar la ayudar de Adrian, no estaba segura de que
pudiera haber aceptado y mucho menos quedarme en este lugar. El recuerdo de la
muerte de Lee, y las dos mujeres Strigoi, era demasiado fuerte.
—¿Cómo compraste muebles nuevos? —le pregunté. Los Alquimistas le habían dado
el lugar, pero no hubo otros estipendios involucrados.
—He vendido las cosas viejas —dijo Adrian, pareciendo muy contento por esto—. Ese
sillón reclinable... —Él vaciló, una mirada perturbada brevemente cruzando sus
facciones. Me preguntaba si él también podía imaginar la vida de Lee desangrándose
en esa silla—. Esa reclinable valía mucho. Era terriblemente cara, incluso para mis
estándares. Pero creo que tengo suficiente para que sustituya el resto. Es usado, pero
¿qué otra opción me quedaba?
—Es bueno —le dije, pasando la mano a lo largo de un mullido sofá a cuadros. Se veía
horrible con las paredes, pero parecía estar en buena forma. Además, al igual que el
brillo del amarillo, el con que con los muebles ayudaba a disminuir los recuerdos de lo
que había sucedido—. Debes haber hecho algunas compras inteligentes. Supongo que
no compraste un montón de cosas usadas.
—Nunca pruebes —dijo—. No tienes idea de las cosas a las que he tenido que
rebajarme. —Su sonrisa era de satisfacción atenuada mientras me miraba con
atención—. ¿Cómo lo llevas?
Me encogí de hombros.
—Bien. ¿Por qué no habría de estarlo? Lo que me pasó no es tan malo como lo que le
pasó a Jill.
Se cruzó de brazos.
—No lo sé. Jill no vio morir a un hombre delante de ella. Y no nos olvidemos de que
ese mismo tipo te quería matar a sólo unos momentos antes con el fin de resucitar de
entre los muertos.
Eran cosas que definitivamente habían estado mucho en mi mente en la última
semana, cosas que me iban a tomar un tiempo para conseguir que desaparecieran. A
veces, no sentía nada en absoluto. Otras veces, la realidad de lo que había pasado
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descendía sobre mí con tanta rapidez y en gran medida de que no podía respirar.
Pesadillas con Strigoi habían reemplazado a las de los centros de re-educación.
—En realidad estoy mejor de lo que podrías pensar —dije lentamente, mirando a la
nada de particular—. Como, es terrible acerca de Lee y lo que hizo, pero creo que
puedo superarlo con el tiempo. ¿Sabes en que más no dejo de pensar, sin embargo?
—¿Qué? —preguntó Adrian suavemente.
Las palabras parecían salir sin mi control. No me esperaba decirlas a nadie, ni desde
luego a él.
—Lee me dijo que estaba perdiendo mi vida y manteniéndome alejada de las personas.
Y luego, durante la última reunión con Keith, él me dijo que era ingenua, que no
entendía el mundo. Y es verdad hasta cierto punto. Quiero decir, no lo que dijo sobre
ustedes siendo malos... pero bueno, yo era una ingenua. Debería haber sido más
cuidadosa con Jill. Creía lo mejor de Lee, cuando debería haber sido más cautelosa.
No soy un peleador como Eddie, pero yo soy una observadora del mundo... más o
menos eso me gusta pensar. Pero no lo soy. No soy buena con la gente.
—Sage, tu primer error en todo esto es escuchar lo que sea que Keith Darnell diga. El
tipo es un idiota, un cabrón, y una docena de palabras que no son adecuadas para una
mujer como tú.
—¿Ves? —le dije—. Tú solo admitiste eso, que yo soy una especie de intocable, alma
pura.
—Yo no he dicho tal cosa —contestó—. Mi punto es que estás por encima de las ligas
de Keith, y lo que ocurrió con Lee… sin palabras, fue la ridícula mala suerte. Y
recuerda, ninguno de nosotros lo vio venir tampoco. No estabas sola. No arrojes
ninguna reflexión en ti. O… —Sus cejas se levantan—. Tal vez lo haces. ¿No dijiste
que Lee consideraba matar a Keith por la sangre de Alquimista?
—Sí... pero Keith nos dejó demasiado pronto.
—Bueno, ahí lo tienes. Incluso un psicópata reconocía tu valor lo suficiente como para
querer matar a otra persona primero.
No sabía si reír o llorar.
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—Eso no me hace sentir mejor.
Adrian se encogió de hombros.
—Mi punto anterior se mantiene. Eres una persona sólida, Sage. Eres agradable a la
vista, aunque un poco flaca, y tu habilidad para memorizar información inútil te va a
enganchar por completo a un chico. Pon a Keith y Lee fuera de tu cabeza porque no
tienen nada que ver con tu futuro.
—¿Flaca? —pregunté, esperando no sonrojarme. También esperaba que si sonaba
bastante indignada, no se daría cuenta hasta qué punto el otro comentario me había
desarmado. Agradable a la vista. No es exactamente lo mismo que decir que era ardiente
o tan magnífica como para caer muerto. Pero después de una vida de tener mi
apariencia juzgada como "aceptable", este era un tremendo cumplido… especialmente
viniendo de él.
—Acabo de decir las cosas como son.
Casi me reí.
—Sí. Sí, lo haces. Ahora háblame acerca de un tema diferente, por favor. Estoy
cansada de esto.
—Por supuesto —Adrian me enfurecía a veces, pero tenía que admitirlo, me encantaba
su capacidad de atención. Lo hizo esquivando temas incómodos a otros mucho más
fáciles. O eso creía yo—. ¿Hueles eso?
Una imagen de los cuerpos apareció en mi cabeza, y por un momento, lo único que
podía pensar era que quería decir el olor de la descomposición. Entonces olí más a
fondo.
—Yo huelo la pintura, y. . . espera. . . ¿eso es pino?
Él quedó impresionado.
—Malditamente correcto. Limpiador con aroma a pino. Lo que indica que de hecho,
limpié. —Hizo un gesto a la cocina de forma espectacular—. Con estas manos, estas
manos que no hacen el trabajo manual.
Me quedé mirando a la cocina.
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—¿En que lo usaste? ¿Los armarios?
—Los armarios están bien. Limpié el suelo y el mostrador. —Debía parecer más
perpleja que sorprendida porque, agregó—: Incluso me puse de rodillas.
—¿Utilizaste limpiador de pino en el suelo y los mostradores? —le pregunté. El suelo
era de baldosas de cerámica, los mostradores eran de granito.
Adrian frunció el ceño.
—¿Sí, y?
Parecía tan orgulloso de haber fregado algo por una vez en su vida que no me atreví a
decirle que el limpiador de pino se usaba generalmente en la madera. Le di una sonrisa
alentadora.
—Bueno, se ve muy bien. Necesito que vengas a limpiar mi habitación nueva ahora.
Está cubierta de polvo.
—De ninguna manera, Sage. Limpiar mi propia casa es bastante malo.
—¿Pero vale la pena? Si te hubieras quedado con Clarence, habrías vivido cocinando y
limpiando.
—Eso, definitivamente, vale la pena. Nunca he realmente, verdaderamente tenido mi
propio lugar. Tenía algo en la Corte... pero bien podría haber sido un dormitorio sobre-
glorificado. ¿Esto? Esto es muy bueno. Incluso con la limpieza de la casa. Gracias.
La mirada cómica de horror que había llevado al examinar la limpieza de la casa había
sido cambiada por la seriedad absoluta ahora que los ojos verdes me sopesaban. De
repente me sentí incómoda bajo la mirada y recordé el sueño espiritual, donde me
pregunté si realmente sus ojos eran tan verdes en la vida real.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Por esto, sé que debes tener retorcido algunos brazos de Alquimista. —No le había
dicho que en realidad había pasado a ocupar el lugar que estaba destinado para mí—.
Y por todo lo demás. Por no renunciar a mí, incluso cuando yo fui un gran imbécil. Y,
sabes, por esta cosa de salvar mi vida.
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Miré hacia otro lado.
—Yo no hice nada. Esos fueron Eddie y Jill. Ellos son los que te salvaron.
—No estoy seguro que hubiera estado vivo para su rescate si no hubieras encendido
con fuego a esa perra. ¿Cómo lo hiciste?
—No fue nada —protesté—. Sólo una, eh, reacción química de la bolsa de trucos
Alquimista.
Esos ojos me volvieron a estudiar, sopesando la verdad de mis palabras. No estoy
seguro de que me creyera, pero lo dejó ir.
—Bueno, a partir de la mirada en su cara, tu objetivo era el correcto. Y luego tienes
obtienes un revés por eso. Cualquier persona que recibe un golpe por Adrian Ivashkov
merece algo de crédito.
Me volví de espaldas a él, todavía tímida con la alabanza y nerviosa por la referencia
del fuego y me acerqué a la ventana.
—Sí, bueno, puedes estar tranquilo de que se trataba de un acto egoísta. No tienes idea
de lo doloroso que es presentar el papeleo para un Moroi muerto.
Él se rió, y fue una de las pocas veces que lo había oído reír con humor y calidez
genuinos, y no por algo torcido o sarcástico.
—De acuerdo, Sage. Si tú lo dices. Ya sabes, eres mucho más valiente que cuando te
conocí.
—¿En serio? Todos los adjetivos disponibles en el mundo ¿y eliges "valiente"? —
Bromas que podía manejar. Siempre y cuando centrara en eso, no tenía que pensar
sobre el significado de las palabras o cómo habían aumentado un poco los latidos de
mi corazón—. Para que lo sepas, eres un poco más estable que cuando te conocí.
Se acercó, quedándose de pie junto a mí.
—Bueno, no le digas a nadie, pero creo que alejarme de la Corte fue una cosa buena.
Este clima apesta, pero Palm Springs podría ser bueno para mí, eso y todas las
maravillas que contiene. Ustedes. Las clases de arte. Limpiador de pino.
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No pude evitar una sonrisa y lo miré. Yo había estado medio bromeando, pero era
cierto: había cambiado notablemente desde que nos conocimos. Todavía había un
hombre herido adentro, quien tenía las cicatrices de lo que Rose y Dimitri le habían
hecho, pero podía ver los signos de la curación. Él era más estable y más fuerte, y si
podía continuar manteniendo el curso, sin más crisis durante un tiempo, una notable
transformación, podía ocurrir realmente.
Me tomó varios segundos de silencio darme cuenta de que había estado mirándolo
fijamente mientras mi mente se salía de mis pensamientos. Y, en realidad, él me
miraba fijamente, con una mirada de asombro.
—Dios mío, Sage. Tus ojos. ¿Cómo nunca me di cuenta de ellos?
Esa sensación incómoda se extendía sobre mí otra vez.
—¿Qué pasa con ellos?
—El color —suspiró—. Cuando estás en la luz. Son asombrosos. . . como el oro
fundido. Yo podría pintar eso... —Extendió su mano hacía mí, pero luego se retiró—.
Son muy hermosos. Eres hermosa.
Algo en la manera en que me miraba me congeló e hizo que mi estómago diera
volteretas, aunque no podía explicar por qué. Sólo sabía que se veía como si él me
estuviera viendo por primera vez... y me asusté. Había sido capaz de sacudir con
facilidad sus cumplidos en broma, pero la intensidad era algo completamente diferente,
algo a lo que no sabía cómo reaccionar. Cuando me miraba así, yo creía que él pensaba
que mis ojos eran hermosos, que yo era hermosa. Era más que para lo que estaba
preparada. Nerviosa, di un paso atrás, fuera de la luz solar, necesitaba alejarme de la
energía de su mirada. Había oído que el espíritu podía enviarlo por una extraña
tangente, pero no tenía idea de si eso era lo que pasaba. Estuve a salvo de salir con uno
de mis débiles intentos de realizar un comentario ingenioso cuando golpearon la puerta
y ambos dimos un salto.
Adrian parpadeó y un poco de ese escape momentáneo a la oscuridad se desvaneció.
Sus labios se torcieron en una de sus sonrisas ocultas, y fue como si no hubiera pasado
nada raro. —Hora del espectáculo, ¿eh?
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Asentí, tambaleándome con una confusa mezcla entre alivio, nerviosismo, y…
emoción. Excepto que no estaba del todo segura si esos sentimientos eran por Adrian o
por nuestros inminentes visitantes.
Todo lo que sabía era, que repentinamente, podía respirar con mayor facilidad de lo
que había sido capaz hace un momento.
Él caminó a través del salón y abrió la puerta con una reverencia. Abe entró, en un
resplandeciente traje gris y amarillo que combinaba muy bien con la Pintura de
Adrian.
Una amplia sonrisa apareció sobre el rostro del viejo Moroi.
—Adrian, Sydney… que agradable verlos de nuevo. ¿Creo que ya conocen a esta
jovencita?
Se movió hacia nosotros, revelando a una pobre niña con cabello castaño y grandes
ojos azules llenos de sospecha.
—Hola, Angeline —dije.
Cuando me dijeron que Angeline Dawes iba a ser la nueva compañera de Jill, pensé
que era lo más ridículo del mundo. Angelina era una de las guardianas del grupo
separatista de Moroi, Dhampirs y humanos que Vivian en el bosque de West Virgina.
No tenían nada que ver con la “civilización” o ninguna de nuestras carreras y además
tenían un número de costumbres bizarras, por no decir abominables en cuanto a
tolerar el romance interracial.
Más tarde, cuando pensé en ello, decidí que Angeline podría no ser tan mala opción.
Tenía la misma edad que Jill, dándole posiblemente una conexión más cercana de lo
que yo podía manejar. Aunque Angeline no estaba entrenada de la manera en que
Eddie lo estaba, aun podía sostener su posición en una batalla. Si alguien venia por Jill
tendrían que trabajar duro para pasar a través de Angeline.
Y con la aversión que la gente de Angeline tenía hacia los Moroi “contaminados” no
tendría razones para promover sus políticas.
A medida que la estudiaba a ella y a su raída ropa, me preguntaba sin embargo si se
adaptaría adecuadamente a estar lejos de los Vigilantes. Tenía la misma mirada
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arrogante que había visto cuando visité su comunidad, pero aquí pude ver un poco de
nerviosismo cuando se fijó en la casa de Adrian.
Después de vivir su vida entera en los bosques, este pequeño apartamento con
televisor y sofá con tapizado de rombos era probablemente el tope de lo moderno y
lujoso.
—Angeline —dijo Abe—. Este es Adrian Ivashkov
Adrian extendió su mano, cambiando a su encanto natural.
—Un placer.
Ella tomo su mano después de un momento de duda.
—Gusto en conocerlo —dijo en su extraño acento sureño. Lo estudió por unos
segundos más—. Luce demasiado bonito para ser útil.
A mi pesar di un grito ahogado. Adrian rió y sacudió su mano.
—Nunca se habían dicho palabras más ciertas—dijo él.
Abe me miró. Tenía probablemente una mirada de terror en mi rostro porque ya estaba
imaginando el control de daños que tendría que hacer con Angeline diciendo o
haciendo algo completamente equivocado en Amberwood.
—Indudablemente Sydney querrá… orientarte sobre qué esperar antes de que
comiences la escuela —dijo Abe diplomáticamente.
—Indudablemente —repetí.
Adrian se había Alejado de Angeline pero aún estaba sonriendo. —Dejemos que
Jailbait lo haga. O mejor aún Castile. Será bueno para él.
Abe cerró la puerta pero no antes que tuviera un vistazo del pasillo vacío.
—¿No son solo los dos cierto? —pregunté— Escuche que había otros. ¿Sonya es una,
cierto?
Abe asintió.
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—Ya vienen. Están estacionando el coche. Por acá es terrible estacionar en la calle.
Adrian me miró, asombrado por la revelación.
—¿Hey también puedo heredar el coche de Keith?
—Me temo que no —dije—. Pertenecía a su padre. Se lo llevó de vuelta. —La
expesión de la cara de Adrian decayó.
Abe metió sus manos en sus bolsillos y caminó casualmente por la sala. Angeline
permaneció donde estaba. Creo que todavía estaba dimensionando la situación.
—Ah, sí —reflexionó Abe—. El último gran señor Darnell, ese chico realmente ha
sido acosado por la tragedia ¿no es cierto? Qué vida tan difícil. —Se detuvo y miró a
Adrian—. Pero al menos tú pareces haberte beneficiado de su caída.
—Hey —dijo Adrian—. Me gané esto, así que no me des ninguna queja sobre el
rescate de Clarence. Sé que querías que me quedara aquí por alguna extraña razón,
pero…
—Y lo hiciste —dijo Abe simplemente.
Adrian frunció el ceño.
—¿Huh?
—Hiciste exactamente lo que quería. Sospeché que algo raro estaba sucediendo con
Clarence Donahue, que podría estar vendiendo su sangre. Esperaba que tenerte a la
mano descubriera la trama. —Abe acaricio su barbilla de esa brillante manera tan
típica de el—. Por supuesto, no tenía idea que el señor Darnell estaba involucrado,
tampoco esperaba que tú y la joven Sydney se unieran para desentrañar todo.
—Difícilmente llegué tan lejos —dije secamente. Un extraño pensamiento se me
ocurrió—. ¿Por qué te importo que Keith y Clarence estuvieran vendiendo sangre de
vampiro? Quiero decir, nosotros los Alquimistas tenemos razones para no querer
eso… ¿pero por qué te sentirías de esa manera?
La sorpresa brilló en los ojos de Adrian, seguida por un pensamiento.
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—Tal vez porque no quiere competencia.
Mi barbilla casi cae abierta. Para nadie era un secreto, alquimistas o Moroi que Abe
Mazur traficaba con mercancías ilegales. Que estuviera moviendo grandes cantidades
de sangre de vampiro para humanos nunca se me había ocurrido. Pero mientras más lo
estudiaba, me di cuenta que debería haberlo hecho.
—Ahora, ahora —dijo Abe, sin empezar si quiera a sudar—, no necesitamos hablar de
temas desagradables.
—¿Desagradable? —exclamé— ¿Si estas involucrado en algo que…?
Abe levanto una mano para detenerme.
—Suficiente, por favor. Porque esa oración terminará contigo diciendo que le contaras
a los Alquimistas, lo que significaría que tendríamos que llamarlos y tendríamos que
discutir unos cuantos misterios. Por ejemplo cómo el señor Darnell perdió su ojo.
Me congelé.
—Lo hicieron los Strigoi —dijo Adrian impacientemente.
—Oh, vamos —dijo Abe con una sonrisa torcida en sus labios—. Mi fe en ti ha sido
restaurada, ¿desde cuándo los Strigoi hacen mutilaciones tan precisas? Una mutilación
muy ingeniosa debo decir. No es que alguien lo vaya a notar alguna vez. Un talento
desperdiciado, te lo digo.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Adrian horrorizado— ¿No fue un Strigoi? ¿Me
estás diciendo que alguien cortó su ojo a propósito? ¿Estás diciendo que tu…?
Las palabras le fallaron, y el simplemente miro entre Abe y yo. —Eso es, ¿verdad? Tu
trato con el Diablo. ¿Pero, por qué?
Me encogí cuando tres pares de ojos se quedaron mirándome, pero no había manera
de que reconociera lo que Adrian estaba empezando a comprender. Tal vez pudiera
haberle dicho si hubiéramos estado solos. Tal vez.
Pero no podía decirle. No mientras Abe lucía tan petulante y ciertamente con una
extraña como Angeline ahí.
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No podía decirle a Adrian cómo hace algunos años había encontrado a mi hermana
Carly, después de haber salido con Keith. Fue cuando todavía vivía con nosotros y
justo antes que se fuera a la universidad. Ella no había querido ir con él, pero nuestro
padre amaba a Keith y había insistido. Keith era su chico dorado y no era capaz de
hacerle daño a nadie.
Keith también lo creía, por lo que no había sido capaz de aceptar un no por respuesta
cuando él y Carly estuvieron solos. Después en la noche, ella había venido a mí,
arrastrándose hasta mi habitación y lloró en mis brazos.
Mi reacción instantánea fue decirles a nuestros padres, pero Carly había tenido mucho
miedo… especialmente de nuestro padre. Yo era joven, tan asustadiza como ella y lista
para aceptar todo lo que ella quisiera.
Carly me había hecho prometer que no le diríamos a nuestros padres, así que hundí
mis esfuerzos en asegurarle que no había sido su culpa.
Me dijo que todo el tiempo Keith se la había pasado diciéndole cuán hermosa era y
cómo no le había dejado opción, que era imposible alejar sus ojos de ella.
Finalmente la convencí de que ella no había hecho nada mal, que no lo había
provocado… pero aun así me hizo mantener la promesa de quedarme en silencio.
Fue uno de los mayores arrepentimientos de mi vida. Odiaba mi silencio pero no tanto
como odiaba a Keith por creer que podía violar a alguien tan dulce y gentil como Carly
y salirse con la suya.
No fue hasta tiempo después, cuando tuve mi primera asignación y conocí a Abe
Mazur, que me di cuenta que había otras maneras de hacer pagar a Keith conservando
mi promesa.
Así que hice mi trato con el diablo. Sin importarme a lo que me estaba sujetando, o
que estaba inclinándome a barbáricos niveles de venganza.
Abe había montado un falso ataque de Strigoi y cortado uno de los ojos de Keith a
principios de ese año. A cambio me convertí en la especie de “Alquimistas de reserva”
de Abe.
Era parte de lo que me había llevado a ayudar a Rose con su escape de la cárcel.
Estaba en deuda con él.
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En cierto modo, reflejaba amargura, tal vez le había hecho un favor a Keith. Tal vez
con el ojo que le quedaba no encontraría tan “imposible” en el futuro alejarse de
jóvenes desinteresadas.
No, ciertamente no le diría a Adrian nada de eso, pero el aún me estaba mirando con
un millón de preguntas en su rostro mientras trataba averiguar qué en el mundo me
había reducido a contratar a Abe como asesino a sueldo.
Las palabras de Lauren repentinamente volvieron a mí.
¿Sabes?, puedes ser horripilante como el infierno algunas veces.
Tragué saliva.
—¿Recuerdas cuando me pediste que confiara en ti?
—Sí… —dijo Adrian.
—Necesito que hagas lo mismo por mí.
Un largo silencio se instaló. No me atreví a mirar a Abe porque sabía que estaría
sonriendo.
—“Valiente” era algo que ya sabía —dijo Adrian después de lo que pareció una
eternidad—. De acuerdo confió en ti, Sage. Confió en que hayas tenido buenas
razones para hacer lo que hiciste.
No hubo broma, ni sarcasmo. Estaba mortalmente serio, y por un momento me
pregunté cómo pude haberme ganado su confianza profundamente. Tuve un extraño
recuerdo de los momentos antes que Abe hubiera llegado, cuando Adrian había
hablado de pintarme y mis sentimientos habían sido un revoltijo.
—Gracias —dije.
—¿De qué —demandó Angeline— están hablando ustedes?
—De nada interesante te lo aseguro —dijo Abe, quien realmente estaba disfrutando
esto—. Lecciones de vida, desarrollo del carácter, deudas sin pagar. Esa clase de cosas.
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—¿Sin pagar? —Me sorprendí dando un paso adelante y mirándolo fijamente—. He
pagado esa deuda cientos de veces. Ya no te debo nada. Ahora mi lealtad es
únicamente hacia los Alquimistas. No hacia ti. Hemos terminado.
Abe aún estaba sonriendo, aunque vaciló un poco. Creo que al haberme exaltado lo
pillé con la guardia baja.
—Bueno eso me recuerda… ah. —Más golpes.
—Aquí está el resto de nuestra fiesta. —Se apuró hacia la puerta.
Adrian dio unos pasos hacia mí.
—Nada mal, Sage. Creo que acabas de asustar al viejo Mazur.
Sentí como una sonrisa comenzaba a formarse.
—No lo sé, pero se sintió bien.
—Deberías contestarle a la gente más seguido —dijo él.
Nos sonreímos y mientras él me observaba, sentí de nuevo un sentimiento de ansiedad.
Probablemente él no lo estaba experimentando exactamente, pero tenía un humor tan
brillante y relajado. Raro… y a la vez muy atractivo.
Asintió hacia donde Abe estaba abriendo la puerta.
—Es Sonya.
Los usuarios del espíritu podían sentirse entre sí cuando estaban lo suficientemente
cerca, incluso entre puertas cerradas. Y efectivamente cuando la puerta se abrió, Sonya
Karp entro como una reina, alta y elegante. Con su pelo rojo atado en un moño, la
mujer Moroi podría haber sido la hermana mayor de Angeline.
Sonya nos sonrió, aunque no pude evitar un escalofrió cuando recordé la primera vez
que la había visto. En ese entonces no había sido ni tan bonita ni tan amable. Había
tenido ojos rojos y había tratado de matarnos.
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Sonya era un Strigoi que había sido transformada de nuevo a un Moroi, lo que la hacia
la elección ideal para trabajar con Adrian con el fin de averiguar cómo usar el espíritu
para prevenir a la gente de ser convertida.
Sonya abrazó a Adrian y caminó hacia mí cuando alguien más apareció en la puerta.
En retrospectiva, no debería haberme sorprendido al ver quién era. Después de todo, si
queríamos averiguar qué magia especial del espíritu en Lee había impedido que fuera
convertido de nuevo, necesitaríamos toda la información posible.
Y si un Strigoi transformado era bueno, dos eran mejor.
Adrian palideció y se quedó completamente quieto cuando vio al recién llegado, y en
ese momento, todas mis grandes esperanzas sobre él se vinieron abajo.
Antes había estado segura que si Adrian sólo pudiera alejarse de su pasado y cualquier
evento traumático, sería capaz de encontrar un propósito y mantenerse estable.
Bueno, parecía que su pasado lo había encontrado, y si esto no se consideraba un
evento traumático, no sabía que lo era.
El nuevo compañero de investigación de Adrian entró por la puerta, y supe que la
precaria paz que acabábamos de establecer en Palm Springs estaba a punto de
romperse.
Dimitri Belikov había llegado.
Fin del Libro
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Richelle Mead.
Nacida el 12 de Noviembre de 1976, Richelle es una autora de libros
mejor vendidos de fantasía urbana.
Se graduó como Licenciada en Asuntos Generales por la Universidad
de Michigan, para más adelante hacer una maestría en enseñanza y
otra en Comparación de Religiones.
Ha participado escribiendo en diversas antologías, pero es más
conocida por sus series Georgina Kincaid,. Dark Swan, Vampire
Academy y Bloodlines, siendo las dos últimas las que más éxito le han
traído a su carrera.
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The Golden Lily. La dura e inteligente Alquimista Sydey Sage y la princesa Moroi de
mirada perdida Jill Dragomir, se encuentran escondidas en un
internado humano en la soleada... y glamurosa Palm Springs
(California).
Los estudiantes, de familias ricas y poderosas, siguen con sus vidas
en una feliz ignorancia mientras Sydney, Jill, Eddie y Adrian hacen
todo lo posible por mantener su secreto a salvo.
Pero con romances prohibidos, inesperadas alianzas con espíritus y
la amenaza de los Strigoi, que están cada vez más cerca, ocultar la
verdad resulta más difícil de lo que imaginaban.
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