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LA RUEDA DEL TIEMPO Volumen 2 EL DESPERTAR DE LOS HÉROES

dragonrenacido.files.wordpress.com · Web viewVolumen 2. EL DESPERTAR. DE LOS HÉROES. Robert Jordan. Diseño de cubierta: Víctor Viano. Ilustración de cubierta: Ciruelo Cabral

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La Rueda del Tiempo. EL DESPERTAR DE LOS HROES

LA RUEDA DEL TIEMPO

Volumen 2

EL DESPERTAR

DE LOS HROES

Robert Jordan

Diseo de cubierta: Vctor Viano

Ilustracin de cubierta: Ciruelo Cabral

Ttulo original: The Great Hunt

Traduccin: Dolors Gallart

@ 1990 by Robert Jordan

Este libro est dedicado a Lucinda Culpin, Al Dempsey, Tom Doherty, Susan England, Dick Gallen, John Jarrold, los Johnson City Boys (Mike Leslie, Kenneth Loveless, James D. Lund, Paul R. Robinson), Karl Lundgren, los Montana Gang (Eldon Carter, Ray Grenfeli, Ken Miller, Rod Moore, Dick Schmidt, Ray Sessions, Ed Wildey, Mike Wildey y Sherman Williams), William McDougal, Louisa Cheves, Popham Rabul, Ted y Sydney Rigney, Bryan y Sharon Webb y Heather Wood.

Todos ellos acudieron en mi ayuda cuando Dios camin sobre las aguas y el verdadero Ojo del Mundo pas por encima de mi casa.

Robert Jordan

Charlestn

Febrero de 1990

Y llegar a acaecer que lo que los hombres han

construido se har pedazos y la Sombra se cernir sobre el

Entramado de las Eras, y el Oscuro abatir de nuevo su

mano sobre el mundo humano. Las mujeres sollozarn y

los hombres se arredrarn cuando la tierra se desgarre

como una tela gastada. Nada permanecer en

pie ni nada perdurar...

Pero habr uno que nacer para enfrentarse a la

Sombra, nacer como naci antes y nacer otra vez, en el

correr del tiempo infinito. El Dragn renacer, y habr

gemidos y rechinar de dientes en la hora de su renacer.

Con sayales y cenizas vestir a la gente y con su venida

volver a desmembrarse el mundo y romper todas las

ataduras y vnculos. Como el alba desencadenada nos

cegar y quemar, y, sin embargo, ser el Dragn

Renacido quien pelee con la Sombra en la ltima Batalla

y ser su sangre la que nos traer la Luz. Derramad

vuestras lgrimas, oh pueblos del mundo. Llorad

por vuestra salvacin.

Del Ciclo Kareathon,

Las Profecas del Dragn,

segn traduccin de Ellaine Marise'idin Alshinn, Gran

Bibliotecaria de la Corte de Arafell, realizada en Ao

de Gracia 231 de la Nueva Era, en la Tercera Edad.

En la Sombra

El hombre que se autodenominaba Bors, al menos en aquel lugar, esboz una sonrisa despreciativa al advertir los quedos murmullos que recorran la abovedada estancia, similares al parloteo atropellado de los gansos. Su mueca qued oculta, sin embargo, bajo la mscara de seda negra que le cubra el rostro, una mscara idntica a la que velaba el centenar de caras presentes en la sala y el centenar de pares de ojos que trataban de percibir lo que se extenda ante ellos.

A primera vista, hubirase dicho que aquella enorme habitacin perteneca a un palacio, con sus altas chimeneas de mrmol, sus lmparas doradas, que colgaban de un techo en forma de cpula, sus abigarrados tapices e intrincados diseos en el mosaico del suelo. Aqulla era, no obstante, la primera sensacin, pues si uno se detena a examinar con ms atencin descubra inslitos detalles. Las gruesas llamas que danzaban en los hogares no despedan ningn calor. Las paredes que tapaban las colgaduras, y los techos, situados a una altura muy superior a la de las lmparas, eran de tosca piedra casi negra. No haba ventanas y slo se advertan dos puertas, una a cada extremo de la estancia. Era como si alguien hubiera intentado imitar el aspecto de una sala de recepcin de un palacio pero sin preocuparse ms que en algunos rasgos esenciales.

El hombre que se autodenominaba Bors ignoraba el sitio donde estaba ubicada aquella habitacin y no crea que los dems estuvieran mejor informados que l. En realidad no le agradaba plantearse preguntas acerca del lugar donde poda hallarse. Ya era suficiente con que lo hubieran citado all. Tampoco le gustaba pensar en aquello, pero, a pesar de la naturaleza de aquella reunin, haba aceptado asistir a ella.

Movi su capa, congratulndose de que los fuegos estuvieran fros, pues de lo contrario hubiera hecho demasiado calor para llevar puesta la prenda de lana negra que lo arropaba de pies a cabeza. Todos sus ropajes eran negros. Los amplios pliegues de la capa encubran los hombros que encorvaba para disimular su altura y alimentaban la confusin acerca del verdadero tamao de su cuerpo. No era l el nico de los presentes en ir tan cubierto.

Contempl en silencio a sus compaeros. La paciencia haba sido una constante a lo largo de la mayor parte de su vida. Si aguardaba y observaba durante el tiempo suficiente, siempre haba alguien que indefectiblemente cometa un error. Seguramente la mayora de hombres y mujeres reunidos all profesaran la misma filosofa; miraban y escuchaban en silencio a quienes deban hablar. Algunas personas no eran capaces de soportar la espera ni el silencio y acababan revelando ms de lo que ellos mismos tenan conciencia.

Esbeltos y jvenes criados de cabellos dorados circulaban entre los invitados, ofreciendo vino con una reverencia y una sonrisa. Doncellas y muchachos llevaban indistintamente ceidos pantalones blancos y blancas camisas de holgados faldones. Y varones y hembras por igual se movan con una gracia impecable. Cada uno de ellos pareca una imagen calcada de los dems, en la cual la belleza de los chicos no desmereca en nada la hermosura de las doncellas. Dudaba de su capacidad de distinguir uno de otro, y ello a pesar de ser persona que distingua y retena los rostros con facilidad.

Una sonriente muchacha le acerc una bandeja con copas de cristal. Tom una, resuelto a no beber su contenido; tal vez seria interpretado como una muestra de recelo -o algo peor, lo cual poda tener consecuencias mortales all- que la rehusara de plano, pero quin saba lo que podan agregar a una bebida? Estaba seguro de que algunos de sus acompaantes no tendran inconveniente en ver menguar el nmero de sus rivales en el acceso al poder.

Se pregunt distradamente si se desharan de los sirvientes despus de la reunin. Los sirvientes lo oyen todo. Cuando la criada se irgui tras inclinarse cortsmente, mir aquellos ojos que se revelaban sobre su dulce sonrisa: ojos inexpresivos y vacos, los ojos de una mueca, ms apagados que la propia muerte.

Se estremeci mientras la muchacha se alejaba con grciles movimientos y se llev la copa a los labios antes de recobrar el aplomo. Lo que le horrorizaba no era lo que haban hecho con la joven, sino la comprobacin de que, en cada ocasin que crea detectar alguna debilidad en sus amos actuales, notaba como si se le hubieran adelantado, atajando la supuesta debilidad con una ruda precisin que lo suma en la perplejidad. Y en la preocupacin. La primera norma de su vida haba sido siempre buscar los puntos flacos, pues cada uno de ellos era un resquicio que le permita tantear, obtener informacin y adquirir mayor influencia. Si sus amos actuales, sus amos del momento, posean vigor equiparable en todos los flancos...

Frunciendo el entrecejo tras la mscara, examin a sus compaeros. Al menos en stos adverta mltiples seales de debilidad. Su nerviosismo los traicionaba, incluso a aquellos que tenan el suficiente juicio como para mantenerse callados. Una rigidez en la apostura de uno, una torpeza en la manera de sostener las faldas de otra.

Ms de una cuarta parte de ellos, segn sus estimaciones, no se haba preocupado en disfrazarse ms que con la mscara. Su atuendo mostraba claros indicios de su identidad. Una mujer situada de pie ante un tapiz de tonos dorados y carmes hablaba en voz baja con alguien, cuyo sexo le era imposible determinar, tapado con capa y capucha grises. Era evidente que haba escogido aquel lugar para que sus ropajes resaltaran con ms fuerza sobre los colores de la colgadura. Resultaba doblemente insensato atraer la atencin sobre s, dado que su vestido escarlata, de generoso escote y dobladillo elevado, que dejaba visibles unos escarpines dorados, denunciaba su procedencia illiana y su condicin de seora adinerada, de noble estirpe tal vez.

A poca distancia de la illiana, haba otra mujer, sola y admirablemente silenciosa. Con un cuello de cisne y una lustrosa melena negra cuyas ondulaciones le llegaban hasta la cintura, daba la espalda a la pared de piedra, observndolo todo. No haba nerviosismo all, sino un sereno dominio de s. Aquello era, en efecto, muy loable, pero su piel cobriza y su traje largo de color crema, que no dejaba al descubierto ms que sus manos, ceido y de tela apenas opaca que insinuaba sus formas sin revelarlas era una marca patente de su pertenencia a la alta aristocracia de Arad Doman. Y, a menos que el hombre que se haca llamar Bors anduviera totalmente desencaminado en sus suposiciones, el macizo brazalete de oro que luca en su mueca izquierda tena grabadas las enseas de su casa. Sin duda, haba de ser de su propia familia; ningn domani de alta alcurnia seria capaz de doblegar su orgullo llevando las insignias de otra casa. Aquella ostentacin era una absoluta temeridad.

Un hombre vestido con una chaqueta shienariana de cuello alto y tonalidad azul cielo pas ante l dedicndole una recelosa mirada que lo recorri de pies a cabeza. Su porte lo identificaba como soldado, y la postura de sus hombros, su manera de mirar sin posar la vista ms de unos instantes en un lugar, y su mano, aparentemente dispuesta a empuar rpidamente una espada que no llevaba en el cinto, no hacan ms que corroborar tal apreciacin. El shienariano apenas desperdici un minuto en el hombre que se autodenominaba Bors; sus hombros encorvados no expresaban ninguna amenaza.

El individuo que se haca llamar Bors esboz una mueca de desdn mientras el shienariano prosegua su camino, con la mano derecha cerrada en un puo y los ojos escrutando a alguien ms para detectar su peligrosidad. l era capaz de desenmascararlos a todos, desde su clase social a su pas de origen. Mercaderes y guerreros, plebeyos y nobles. De Kandor y Cairhien, Saldaea y Ghealdan: de cada una de las naciones y de casi todos los pueblos existentes. Arrug la nariz, presa de una sbita aversin. Incluso haba un gitano, ataviado con pantalones de color verde chilln y una escandalosa chaqueta amarilla. Llegado el Da, podremos prescindir de sos.

Los que disimulaban conscientemente su apariencia no salan, en la mayora de los casos, mejor parados, a pesar de ir envueltos en capas y telas. Advirti, bajo el borde de una tnica oscura, las botas adornadas con plata de un gran seor de Tear, y, bajo otra, la imagen fugaz de unas espuelas con la cabeza dorada de un len, que nicamente utilizaban los oficiales de alto rango de la guardia de la reina de Andor. Un sujeto esbelto, cuya delgadez era patente bajo su hbito negro que barra el suelo y una annima capa gris abrochada con un anodino broche de plata, escudriaba desde las sombras de su profunda capucha. Aqul poda ser cualquiera, proceder de cualquier pas.... salvo por la estrella de seis puntas tatuada entre el pulgar y el ndice de su mano derecha. Por consiguiente era un Marino y una mirada a su mano izquierda proclamara las marcas de su clan y estirpe. El hombre que se autodenominaba Bors no se molest en tratar de averiguar cules eran.

De pronto entrecerr los ojos, fijndolos en una mujer rebujada en negro, que no mostraba ms que los dedos. En su mano derecha haba un anillo con la forma de una serpiente que se morda la cola. Aes Sedai o, como mnimo, una mujer que haba recibido las enseanzas de las Aes Sedai en Tar Valon. Nadie ms llevara tal joya. Para l, ambas cosas se reducan a lo mismo. Apart la mirada de ella antes de que notara que la observaba y casi de inmediato distingui otra mujer completamente arropada en negro que tambin luca el anillo con la Gran Serpiente. Las dos brujas no daban muestras de conocerse entre s. En la Torre Blanca se sentaban como araas en medio de una telaraa, tendiendo los hilos en los que danzaran reyes y reinas, entrometindose en asuntos ajenos. Malditas sean hasta la eternidad! Cay en la cuenta de que estaban rechinndole los dientes. Si el nmero de adeptos haba de disminuir -y en efecto, as deba suceder antes del Da-, haba ciertos elementos cuya desaparicin sera an ms ansiada que la de los gitanos.

Son un tintineo, compuesto de una sola nota vacilante que, procedente a un tiempo de todas direcciones, ataj bruscamente cualquier otro ruido con la precisin del filo de un cuchillo.

Las imponentes puertas del fondo de la sala se abrieron, para dar paso a dos trollocs con mallas negras que les llegaban hasta las rodillas, decoradas con pas. Todos los presentes, incluso el hombre que se haca llamar Bors, retrocedieron.

Con una estatura que superaba en uno o dos palmos a la de los ms altos hombres congregados all, eran una repulsiva mezcolanza de hombre y animal, con unas caras deformes y alteradas. Uno tena un macizo y acerado pico en lugar de boca, y plumas donde debera haberle crecido el cabello. El otro caminaba sobre pezuas, su cara terminaba en un prominente y peludo hocico y en su cabeza despuntaban unos cuernos de cabra.

Haciendo caso omiso de los humanos, los trollocs se volvieron hacia la puerta y realizaron una profunda reverencia, en actitud servil y acobardada. Las plumas de uno de ellos se irguieron formando una enhiesta cresta.

Cuando un Myrddraal avanz entre ellos, se postraron de rodillas. ste iba ataviado con unas prendas negras cuya intensidad haca aparecer, por contraste, claras las mallas de los trollocs y las mscaras de los humanos. Su atuendo se mantena inalterable, sin una arruga, mientras se mova con la agilidad de una vbora.

El hombre que se autodenominaba Bors not cmo los labios se le separaban para esbozar un rictus, el cual reflejaba en parte una amenaza y por otra un temor, que le avergonzaba confesarse incluso a s mismo. El Fado tena al descubierto su plida faz de hombre, carente de ojos y con la lisura de un huevo, semejante a un gusano.

El terso semblante blanco gir, al parecer mirndolos a todos, uno por uno. Un visible escalofro los recorri bajo el peso de aquella mirada en la que no mediaban ojos. Sus finos y exanges labios se arquearon en una especie de sonrisa al tiempo que los personajes enmascarados intentaban retroceder para fundirse entre la multitud y evitar as aquel escrutinio. La mirada del Myrddraal los hizo desplegarse formando un semicrculo encarado haca la puerta.

El hombre que se haca llamar Bors trag saliva. Llegar un da, Semihombre, cuando el Gran Seor de la Oscuridad llegue de nuevo, en que elegir a sus Nuevos Seores del Espanto y t te humillars ante ellos. Te humillars ante los hombres. Ante m! Por qu no dices nada? Deja de mirarme y habla!

-Vuestro amo va a entrar. -La rasposa voz del Myrddraal recordaba el sonido de una piel seca de serpiente restregada- Postraos boca abajo, gusanos! Arrastraos, no sea que su relumbre os ciegue y os queme!

El individuo que responda al nombre de Bors se sinti rebosar de rabia, tanto por el tono empleado como por las palabras pronunciadas, pero entonces el aire suspendido sobre el Myrddraal comenz a brillar y ello suprimi sbitamente su acceso de furia. No es posible! No es posible que ...! Los trollocs ya se haban pegado al suelo como si quisieran esconderse en l.

Sin aguardar a ver si los dems se movan, el supuesto Bors se postr con el rostro inclinado, gruendo al golpearse contra la piedra. A sus labios afluyeron las palabras de un encantamiento para prevenir el peligro -el encantamiento era una pobre defensa contra lo que tema- y oy un centenar de voces, jadeantes a causa del miedo, que lo acompaaban murmurando la misma frmula.

-El Gran Seor de la Oscuridad es mi seor y yo lo sirvo de todo corazn hasta la ltima fibra de mi alma. -En lo ms recndito de su mente oa una voz empavorecida. El Oscuro y todos los Renegados estn confinados ... Estremecindose, la silenci. Haca mucho tiempo que haba dejado de escuchar aquella voz- He aqu que mi seor es el Seor de la Muerte. Sin pedirle nada lo sirvo en espera del Da de su Advenimiento y, sin embargo, lo sirvo con la firme confianza de la vida eterna. -... confinados en Shayol Ghul, encerrados por el Creador en el momento de la creacin. No, ahora me hallo al servicio de un amo distinto- Sin duda los fieles sern exaltados en la tierra, exaltados sobre los paganos, elevados por encima de tronos, pero yo sirvo humildemente en espera del Da de su Advenimiento. -La mano del Creador nos resguarda a todos y la Luz nos protege de la Sombra. No, no! Un amo distinto-. Se acerca veloz el Da del Retorno. Se aproxima veloz el Gran Seor de la Oscuridad para guiarnos y gobernar el mundo por los siglos de los siglos.

El hombre que se haca llamar Bors finaliz su profesin de fe sin resuello, como si hubiera corrido diez kilmetros. El sonido de la respiracin trabajosa de los dems le indic que stos se encontraban en similar estado.

-Levantaos. Levantaos todos.

Aquella voz meliflua lo tom por sorpresa. Era evidente que ninguno de sus compaeros, tumbados boca abajo con sus enmascarados rostros pegados a las baldosas, habra osado hablar, pero aqulla no era la voz que esperaba en... Con cautela, irgui levemente la cabeza para mirar con un ojo.

La figura de un hombre flotaba en el aire por encima del Myrddraal, con una tnica del color rojo de la sangre cuyo borde mediaba un palmo de la cabeza del Semihombre. La mscara del rostro tena tambin el mismo tono sanguinolento. Era factible que el Gran Seor de la Oscuridad se personara ante ellos como un hombre? Y enmascarado adems? El Myrddraal, con la mirada llena de terror, temblaba y casi doblegaba el cuerpo bajo la sombra de la figura. El hombre autodenominado Bors se afanaba en hallar una respuesta que su mente pudiera albergar sin estallar. Uno de los Renegados, tal vez.

Aquel pensamiento era menos angustiante. Aun as, el hecho de que uno de los Renegados estuviera libre representaba que el da del retorno del Oscuro se encontraba prximo. Los Renegados, treinta de los ms destacados poseedores del Poder nico en una era plagada de potentes esgrimidores, haban sido encarcelados en Shayol Ghul junto con el Oscuro, apresados por unos sellos creados por Lews Therin y los Cien Compaeros, que los mantenan desterrados del mundo de los hombres. El contraataque producido por aquella accin haba contaminado la parte masculina de la Fuente Verdadera; y todos los varones Aes Sedai, aquellos malditos esgrimidores del Poder, enloquecieron y desmembraron el mundo, lo hicieron aicos como una taza de cermica aplastada contra las rocas, y pusieron as fin a la Era de Leyenda antes de morir, descomponindose an en vida. Una muerte adecuada para Aes Sedai, a su juicio. Demasiado benigna para ellos. Su nico pesar era que las mujeres no se hubieran visto afectadas por igual suerte.

Lenta y dolorosamente, se esforz por ahuyentar el pnico de su mente, por confinarlo en lo ms recndito y retenerlo all a pesar de sus forcejeos por salir a la luz. Era todo cuanto poda hacer. Ninguno de los que estaban postrados en el suelo se haba incorporado y slo unos cuantos se haban atrevido a levantar la cabeza.

-Levantaos. -La voz de la figura enmascarada de rojo son como un restallido esta vez. Gesticul con ambas manos- De pie!

El hombre que responda al nombre de Bors se enderez con torpeza, pero vacil cuando ya estaba casi erguido. Aquellas manos estaban horriblemente quemadas, cuarteadas por negras fisuras entre las que se perciba una carne al vivo tan rojiza como los ropajes que vesta aquel personaje. Acaso el Oscuro aparecera de aquella manera? 0 incluso uno de los Renegados? Los orificios visuales de aquella mscara de color sangre lo recorrieron lentamente y l se apresur a terminar de incorporarse. Tena la impresin de que de aquella mirada emanaba el mismo calor de un horno abierto.

Los dems obedecieron a la orden tan desmaada y temerosamente como l. Cuando todos se encontraron de pie, la figura flotante tom la palabra.

-Se me han otorgado muchos nombres, pero vosotros me conoceris por el de Ba'alzemon.

El hombre que se haca llamar Bors apret los dientes para evitar que le castaetearan. Ba'alzemon. En la lengua de los trollocs, significaba Corazn de la Oscuridad, e incluso los infieles saban que se era el nombre trolloc para designar al Gran Seor de la Oscuridad, Aquel Cuyo Nombre No Debe Pronunciarse. No era su verdadero nombre, Shai'tan, pero aun as pesaba sobre l una prohibicin. Entre los congregados all y otras personas de sus mismas tendencias, era una blasfemia mancillar cualquiera de las dos designaciones con la lengua humana. Su aliento silbaba al atravesar las ventanas de su nariz y a su alrededor escuchaba a otros que jadeaban tras las mscaras. Los criados haban desaparecido, al igual que los trollocs, aun cuando l no los hubiera visto marcharse.

-El lugar donde os hallis se encuentra a la sombra de Shayol Ghul. -Al or aquella afirmacin, ms de uno exhal un lamento; el hombre que se autodenominaba Bors no estaba seguro de si l no haba gemido tambin. Ba'alzemon incorpor a su voz un matiz de algo muy similar a la burla mientras extenda los brazos- No temis, pues el da de la ascensin de vuestro amo sobre el mundo est a nuestro alcance. El Da del Retorno se acerca. No os lo indica el hecho de que yo est aqu, a la vista de vosotros, los privilegiados entre vuestros hermanos y hermanas? Pronto se quebrarn la Rueda del Tiempo. Pronto la Gran Serpiente perecer y con el poder de su muerte, de la muerte del propio Tiempo, vuestro amo rehar el mundo a su imagen para que perdure durante esta era y todas las eras venideras. Y aquellos que me sirven, fiel y diligentemente, se sentarn a mis pies sobre las estrellas del cielo y gobernarn para siempre el mundo de los hombres. As lo he prometido y as ser a perpetuidad. Viviris y gobernaris eternamente.

Un murmullo de expectacin recorri a los presentes y algunos dieron incluso un paso adelante, en direccin a la flotante figura de color carmes, con la mirada perdida, embelesados. El propio hombre que se autodenominaba Bors sinti el arrebato de aquella promesa, la misma promesa por la que haba vendido su alma un centenar de veces.

-El Da del Retorno se aproxima -reiter Ba'alzemon-, pero queda mucho por hacer. Mucho por hacer.

El aire que ocupaba el lado izquierdo de Ba'alzemon comenz a brillar y a solidificarse y entonces apareci all la figura de un joven, apenas algo ms bajo que Ba'alzemon. El hombre que se haca llamar Bors no acababa de determinar si era un ente vivo o no. Pareca un muchacho campesino, a juzgar por su vestimenta, con un pcaro brillo en los ojos marrones y el esbozo de una sonrisa en los labios, como si rememorara o planeara una broma. Su cuerpo pareca tibio, pero el pecho no se mova con el comps de la respiracin y los ojos no pestaeaban.

A la derecha de Ba'alzemon el aire onde como agitado por el calor y una segunda imagen vestida con atuendos campesinos se materializ un poco ms abajo de Ba'alzemon. Era un joven con el pelo rizado, tan musculoso como un herrero, con un detalle curioso: un hacha de guerra penda a su costado, una gran media luna de acero equilibrada por un grueso pico. El autodenominado Bors se inclin de improviso hacia adelante, acusando una sorpresa an mayor: el joven tena ojos amarillos.

Por tercera vez el aire se solidific, adoptando la forma de un joven, esta vez directamente bajo los ojos de Ba'alzemon, casi a sus pies. Era un chico alto, con ojos que tan pronto se vean grises como azules segn las fluctuaciones de la luz, y el cabello rojizo oscuro; otro pueblerino o granjero. El hombre que se haca llamar Bors emiti una exhalacin. ste tambin tena algo fuera de lo comn, si bien se preguntaba por qu motivo haba de esperar que algo fuera ordinario en aquel lugar. De la cintura de la figura penda una espada, una espada con una garza de bronce en la vaina y otra en la larga empuadura. Un muchacho de pueblo con una espada con la marca de la garza? Imposible! Qu puede significar? Y un chico con ojos amarillos? Advirti cmo el Myrddraal observaba a las figuras, trmulo; y, a menos que se equivocara en su apreciacin, su temblor ya no responda al miedo sino al odio.

Un tenso silencio se haba adueado de la sala, un silencio que Ba'alzemon dej prolongar antes de volver a hablar.

-Hay ahora uno que camina por el mundo, uno que fue y ser, pero que todava no es, el Dragn.

Los oyentes emitieron un murmullo de asombro.

-El Dragn Renacido! Debemos darle muerte, Gran Seor? -inquiri el shienariano, llevndose ansiosamente la mano al lugar donde debera haber estado prendida su espada.

-Tal vez s -repuso simplemente Ba'alzemon-. Y tal vez no. Quiz sea posible desviarlo para que me sea de utilidad. Tarde o temprano as ser, en esta era o en otra.

El hombre autodenominado Bors parpade. En esta era o en otra? Crea que el Da del Retorno se hallaba prximo. Qu me importa a m lo que ocurra en otra era si envejezco y muero esperando en sta? Pero Ba'alzemon estaba hablando de nuevo.

-Ya se est formando un recodo en el Entramado, con mltiples puntos en los que aquel que se convertir en el Dragn puede pasar a estar a mi servicio. Debe convertirse! Ser mejor que me sirva en vida que despus de perecer, pero, vivo o muerto, debe servirme y lo har! A estos tres debis conocerlos, pues cada uno de ellos es un hilo del Entramado que yo tengo previsto tejer y a vosotros os corresponder encargaros de situarlos como yo ordene. Examinadlos bien para que podis reconocerlos.

De sbito se hizo un completo silencio. El hombre que se haca llamar Bors se movi con inquietud y vio a otros que tambin hacan lo mismo. Todos menos la mujer illiana, advirti. Con las manos extendidas sobre su escote como si quisiera cubrir las redondas carnes que mostraba, los ojos desorbitados, medio amedrentados y medio en xtasis, asenta vigorosamente como si tuviera un interlocutor frente a ella. En ocasiones pareca dar una respuesta, pero el supuesto Bors no oy ni una palabra. De repente se arque hacia atrs, temblando y con los pies de puntillas. No alcanzaba a comprender cmo no caa, a menos que algo invisible la sostuviera. Despus, tan de improviso como antes, volvi a apoyar los pies y asinti de nuevo, realizando una reverencia, estremecida. Cuando todava estaba incorporndose, una de las mujeres que llevaba un anillo con la Gran Serpiente dio un respingo y comenz a realizar gestos afirmativos.

De modo que cada uno de nosotros escucha sus propias instrucciones y nadie oye las de los dems. El hombre que se autodenominaba Bors murmur presa de frustracin. Si supiera al menos lo que le ordenaban a uno de los otros, podra utilizar aquella informacin para cobrar ventaja, pero de aquella manera... Aguard con impaciencia a que llegara su turno, conservando la suficiente compostura como para mantenerse erguido.

Uno a uno los presentes iban recibiendo rdenes silenciosas para los dems, expresando atormentadores indicios que no era capaz de interpretar. El hombre perteneciente a los Atha'an Miere, los Marinos, se enderez con ademn reacio mientras asenta. El semblante del shienariano denunci la confusin mientras mostraba su conformidad. La segunda mujer de Tar Valon se sobresalt como si hubiera tenido una conmocin, y la figura envuelta en pao gris cuyo sexo no alcanzaba a determinar sacudi la cabeza antes de postrarse de rodillas y asentir vigorosamente. Algunos se vean aquejados por convulsiones similares a la de la mujer illiana, como si el propio dolor los obligara a ponerse de puntillas.

-Bors.

El hombre que se haca llamar Bors dio un respingo cuando una mscara roja ocup su campo visual. Todava poda ver la estancia, percibir la forma flotante de Ba'alzemon y las tres figuras situadas ante l, pero al mismo tiempo todo cuanto le era dado ver era el rostro cubierto con la tela roja. Presa de vrtigo, sinti como si le partieran la cabeza y le arrancaran los ojos. Por un momento le pareci advertir llamas a travs de los orificios oculares de la mscara.

-Eres fiel.... Bors?

La burla insinuada en el nombre le produjo un escalofro.

-Soy fiel. Gran Seor. No puedo ocultarme ante vuestros ojos. -Soy fiel! Lo juro!

-No, no puedes.

La certeza que expresaba la voz de Ba'alzemon le sec la boca, pero logr hablar.

-Dadme vuestras rdenes, Gran Seor, y os obedecer.

-Primeramente, debes regresar a Tarabon y proseguir con tus buenos oficios. De hecho, te ordeno que redobles tus esfuerzos.

Mir a Ba'alzemon, sumido en la perplejidad, pero entonces el fuego llame de nuevo tras la mscara y aprovech la excusa de una reverencia para apartar la mirada de su semblante.

-Como ordenis, Gran Seor, as ser.

-En segundo lugar, vigilars a los tres jvenes e indicars a tus seguidores que hagan lo mismo. Ten cuidado; son peligrosos.

El hombre que se autodenominaba Bors lanz una ojeada a las figuras suspendidas delante de Ba'alzemon. Cmo pudo hacerlo? Puedo percibirlos, pero no me es posible ver nada salvo su cara. Le pareca que iba a estallarle la cabeza. El sudor le humedeca las manos bajo los finos guantes y tena la camisa pegada a la espalda.

-Peligrosos, Gran Seor? Muchachos campesinos? Es uno de ellos el ...?

-Una espada resulta peligrosa para el hombre a quien apunta, no para el que la empua. A menos que el hombre que la esgrime sea un idiota, un insensato o un inexperto, en cuyo caso es tan peligroso para s mismo como para los dems. Es suficiente con que te haya indicado que los conozcas. Basta con que me obedezcas.

-Como ordenis, Gran Seor.

-En tercer lugar, respecto a los que han tomado tierra en la Punta de Toman y a los domani, no hablars de ello a nadie. Cuando vuelvas a Tarabon.. .

El hombre que se haca llamar Bors advirti mientras escuchaba que se haba quedado boquiabierto. Las instrucciones carecan de sentido. Si supiera lo que les ha dicho a algunos de los otros, quiz podra aclarar el rompecabezas.

De pronto sinti como si la mano de un gigante lo agarrara por la cabeza, aplastndole las sienes, y lo levantara, y el mundo se desintegr en un millar de estallidos luminosos, cada uno de los cuales se converta en una imagen que recorra, rauda, su mente o giraba y se empequeeca en la lejana antes de que hubiera tenido ocasin de apresarla. Un cielo irreal de nubes estriadas, rojas, amarillas y negras, sucedindose a una vertiginosa velocidad, como impulsadas por el ms potente vendaval que haba azotado el mundo. Una mujer -una muchacha?- vestida de blanco retrocedi hacia la negrura y se esfum tan rpidamente como haba aparecido. Un cuervo lo mir a los ojos, reconocindolo, y desapareci. Un hombre vestido con armadura, tocado con un brutal yelmo, de la forma y el color de algn monstruoso insecto venenoso, alz la espada y se precipit a un lado, ms all de su punto de mira. Un cuerno, curvado y dorado, surgi como un rayo de la lejana. Exhal una penetrante nota mientras se precipitaba hacia l, atrayendo su alma. En el ltimo instante se convirti en un cegador anillo de luz dorada que lo traspas y lo llen de una gelidez ms terrible que la de la muerte. Un lobo se abalanz de un salto, procedente de las sombras, y lo degoll. Era incapaz de gritar. El torrente visual prosigui, anegndolo, enterrndolo. Apenas recordaba quin era o lo que era. El cielo escupa fuego y la luna y las estrellas caan; los tos corran teidos de sangre y la muerte campaba por sus respetos; la tierra se resquebrajaba y escupa chorros de rocas fundidas...

El hombre autodenominado Bors se encontr medio agazapado en la sala con los dems, la mayora de los cuales lo observaban en silencio. Doquiera que mirase, arriba, abajo o en cualquier sentido, el semblante enmascarado de Ba'alzemon ocupaba su vista. Las imgenes que haban invadido su cerebro estaban disipndose; estaba seguro de que ya no conservaba la memoria de la mayor parte de ellas. Titubeante, se irgui y hall el rostro de Ba'alzemon ante l.

-Gran Seor, qu ...?

-Algunos mandatos son demasiado importantes para que los conozca incluso aquel que los ejecuta.

El hombre que se haca llamar Bors casi se dobl sobre s al efectuar una reverencia.

-Como ordenis, Gran Seor -susurr con voz ronca- As se har.

Al incorporarse, estaba de nuevo solo. Otro de los presentes, el gran seor de Taren, asenta y se inclinaba ante alguien invisible para los dems. El hombre que responda al nombre de Bors se llev con pulso vacilante una mano a la ceja, tratando de retener algn detalle del torbellino que se haba apoderado de su mente, aun cuando no tuviera la certeza de desear recordarlo. El ltimo vestigio se apag y de improviso se pregunt qu era lo que estaba tratando de rememorar. S que haba algo pero qu? Haba algo! 0 no?> Se frot las manos, esbozando una mueca de disgusto al sentir el sudor bajo los guantes, y desvi su atencin hacia las tres figuras suspendidas delante de la forma flotante de Ba'alzemon.

El musculoso joven de pelo rizado, el granjero con la espada y el muchacho con aire travieso en el semblante. Mentalmente, el hombre que se haca llamar Bors ya les haba adjudicado un nombre: el Herrero, el Espadachn y el Bromista. Qu lugar ocupan en el rompecabezas? Deban de ser importantes o de lo contrario Ba'alzemon no los habra convertido en el centro de la reunin. Sin embargo, a juzgar por sus rdenes, podan morir todos en cualquier momento y era de suponer que algunos de los otros haban recibido instrucciones igualmente mortferas para los tres. Hasta qu punto son importantes? Los ojos azules podan representar la aristocracia de Andor -que no se avena con aquellas ropas- y haba personas de las Tierra Fronterizas con ojos claros, al igual que algunos tareni, por no mencionar parte de la poblacin de Ghealdan y, desde luego... No, no hallara ninguna solucin por ese camino. Pero ojos amarillos? Quines son? Qu son?

Experiment un sobresalto al sentir que alguien le tocaba el brazo y, al dirigir la vista a su alrededor, vio a uno de los criados vestidos de blanco, un joven que se encontraba de pie a su lado. Los otros tambin haban vuelto a entrar, en mayor nmero que antes, uno para cada uno de los enmascarados. Pestae. Ba'alzemon haba desaparecido. El Myrddraal tambin se haba marchado y en el lugar donde se hallaba la puerta que haba utilizado nicamente se apreciaba la rugosa piedra. Los tres jvenes permanecan en el aire, no obstante. Sinti como si estuvieran mirndolo a l.

-Si sois tan amable, mi seor Bors, os conducir a vuestra habitacin.

Evitando aquellos ojos de muerto, lanz una ltima ojeada a las tres figuras y luego camin tras el criado. Se pregunt con inquietud cmo habra tenido conocimiento aquel joven del nombre que haba de utilizar. Hasta despus de haber traspuesto las extraamente labradas puertas, que se cerraron tras l, y haber recorrido diez pasos no advirti que se encontraba a solas con el sirviente en el corredor. Frunci suspicazmente el entrecejo bajo la mscara, pero, antes de que abriera la boca, el criado tom la palabra.

-Los dems tambin se dirigen a sus aposentos, mi seor. Si sois tan amable, mi seor? El tiempo corre deprisa y nuestro amo es impaciente.

El hombre que se autodenominaba Bors hizo rechinar los dientes, tan molesto por la falta de informacin como por la implicacin de igualdad de rango entre l y el sirviente, pero sigui a ste sin realizar ningn comentario. Slo un necio expresara divagaciones a un criado y lo que era peor, teniendo en cuenta la mirada vacua de ste, no estaba seguro de que fuera conveniente hacerlo. Y cmo saba lo que iba a preguntarle? El sirviente sonri.

El hombre que responda al nombre de Bors no se encontr a gusto hasta no haber penetrado en la habitacin donde haba estado esperando despus de su llegada y, una vez all, tampoco se liber por completo de su angustia. Incluso el hecho de encontrar intactos los sellos de sus alforjas no le produjo gran consuelo. El criado permaneci en el pasadizo, sin entrar.

-Podis cambiar de atuendo si lo deseis, mi seor. Nadie os ver partir de aqu ni llegar a vuestro destino, pero seguramente es preferible que lleguis vestido de forma adecuada. Alguien vendr pronto a mostraros el camino.

La puerta se cerr sin que la hubiera empujado ninguna mano visible.

El hombre que se haca llamar Bors se estremeci a su pesar. Precipitadamente, desat los sellos y las hebillas de sus alforjas y sac su traje habitual. En el fondo de su mente una vocecilla se cuestionaba si el poder prometido, incluso la inmortalidad, merecan el precio de soportar un encuentro como aqul, pero l la acall de inmediato con una risotada. Por tamao poder, sera capaz de adorar al Gran Seor de la Oscuridad bajo la Cpula de la Verdad. Recordando las rdenes que le haba dado Ba'alzemon, roz con el dedo el dorado y resplandeciente sol y el rojo cayado de pastor, smbolo de su cargo en el mundo de los hombres, y casi estall en risas. Tena una funcin, una notable funcin que cumplir en Tarabon y en el llano de Almoth.

La Llama de Tar Valn

La Rueda del Tiempo gira, y las Eras llegan y pasan, dejando tras de s recuerdos que se convierten en leyenda. La leyenda se difumina en mito e incluso el mito se ha olvidado mucho antes de que la Edad que lo vio nacer retorne de nuevo. En una Edad, llamada la Tercera Edad por algunos, una Edad que ha de venir, una Edad transcurrida hace mucho, comenz a soplar un viento en las Montaas Funestas. El viento no fue el inicio, pues no existen comienzos ni finales en el eterno girar de la Rueda del Tiempo. Pero aqul fue un inicio.

Nacido entre escarpados picos negros, en cuyos puertos vagaba la muerte y que sin embargo ocultaban asechanzas an ms terribles, el viento sopl hacia el sur, cruzando la enmaraada foresta de la Gran Llaga, un bosque infectado y desfigurado por la mano del Oscuro. El nauseabundo y dulzn olor de la corrupcin se disip cuando el viento hubo atravesado aquella invisible lnea que los hombres denominaban la frontera de Shienar, en donde los rboles estaban cargados de flores. Por aquel entonces debera haber sido verano, pero la primavera haba llegado con retraso y la tierra haba de afanarse para compensar la demora. El plido verdor de los nuevos brotes era patente en todos los arbustos y en cada rama de rbol despuntaba la tonalidad rojiza de los retoos. El viento hizo ondear los campos cual verduscos estanques, cargados de cosechas que casi parecan crecer perceptiblemente con cada momento transcurrido.

El hedor de muerte haba casi desaparecido por completo antes de que el viento alcanzara la ciudad amurallada de Fal Dara y azotara los contornos de una torre de la fortaleza ubicada en el centro de la poblacin, una torre sobre la que haba dos hombres que semejaban ejecutar una danza. Con sus imponentes muros de defensa, asentada sobre elevadas colinas, a la vez fortn y ciudad, Fal Dara nunca haba sido tomada, jams haba sido traicionada. El viento gimi sobre los tejados cubiertos con tablillas de madera, alrededor de las altas chimeneas y de las an ms espigadas torres, gimi simulando entonar un canto fnebre.

Con el torso desnudo, Rand al'Thor se estremeci al sentir la fra caricia del viento y apret los dedos en torno a la larga empuadura de la espada de prctica que empuaba. El clido sol le lama el pecho y sus oscuros cabellos rojizos estaban empapados de sudor. Un leve olor en el remolino de aire lo indujo a abrir ms las ventanas de la nariz, pero no relacion aquel aroma con la imagen de una antigua tumba recin abierta que cruz su cerebro. Apenas era consciente de su olfato y su visin; porfiaba por mantener la mente en blanco, pero el otro hombre que se hallaba en la cspide de la torre con l no dejaba de entrometerse en el vaco. La cima del torren, de un dimetro de diez pasos, estaba rodeada por unas almenas que llegaban hasta la altura de su pecho. Era lo bastante espaciosa como para no encontrarse constreido, salvo cuando se comparta su superficie con un Guardin.

A pesar de su juventud, Rand era ms alto que la mayora de los hombres, pero Lan tena una altura similar y su cuerpo posea una musculatura ms desarrollada, aun cuando no fuera tan ancho de hombros. Una estrecha cinta de cuero trenzado mantena apartados de la cara del Guardin sus largos cabellos, una cara que pareca compuesta de ptreos planos y ngulos, una cara exenta de arrugas como para desmentir el tinte grisceo que despuntaba en sus sienes. Pese al calor y al ejercicio, nicamente una ligera capa de sudor brillaba en su torso y en sus brazos. Rand escrutaba los glidos y azules ojos de Lan, tratando de vislumbrar algn indicio de cul seria su prximo movimiento. El Guardin no pareca ni siquiera pestaear y sus manos accionaban la espada de prctica con firmeza y suavidad al tiempo que l pasaba de una postura a otra.

Con un hatillo de finas varas holgadamente atadas en lugar de una hoja, la espada de prctica resonaba estrepitosamente al golpear algo y dejaba un verdugn al descargarse sobre la carne. Rand lo saba demasiado bien. Tres angostas lneas le escocan en las costillas y otra en la espalda. Haba debido poner en juego toda su pericia para no llevar ms decoraciones. Lan, en cambio, no tena ni una marca.

Tal como le haban enseado, Rand dibuj mentalmente una llama y se concentr en ella, tratando de alimentarla con todas sus emociones y pasiones, para forjar la calma en su interior y desprenderse de todo pensamiento. El vaco lleg. Al igual que le suceda en los ltimos tiempos, no era un vaco perfecto; la llama todava estaba all o cierta luminosidad que agitaba levemente el vaco. No obstante, aquel grado le bastaba. La fra paz del vaco lo envolvi, creando una unidad con el arma de prctica, con las lisas piedras que hollaban sus botas, con Lan incluso. Todo compona una sola identidad y l se mova, despojado de toda idea racional, a un ritmo que se corresponda, paso a paso y estocada tras estocada, al del Guardin.

El viento volvi a alzarse, acarreando el taido de las campanas de la ciudad. Alguien est celebrando todava la llegada de la primavera. Aquel pensamiento ajeno revolote entre la vacuidad en oleadas de luz, agitando la calma, y, como si el Guardin fuera capaz de leer en su mente, la espada de ejercicio gir frenticamente en las manos de Lan.

Durante un largo minuto la rpida sucesin del ruido seco producido por el entrechocar de los listones atados ocup la cspide de la torre. Rand no realiz ningn intento de atacar al otro hombre; todo cuanto poda hacer era intentar salir indemne de las acometidas del Guardin. Al contener sus golpes en el ltimo momento, se hallaba siempre en retroceso. La expresin de Lan era imperturbable, y la espada de prctica pareca viva en sus manos. De pronto la arremetida zigzagueante del Guardin se transform a medio impulso en una estocada. Tomado por sorpresa, Rand dio un paso atrs, dibujando ya una mueca de dolor ante el golpe que tena la certeza de no poder parar aquella vez.

El viento aull sobre la torre... y lo atrap. Era como si el aire se hubiera solidificado sbitamente, apresndolo en un capullo de seda y empujndolo hacia adelante. El tiempo y el movimiento adquirieron una lenta cadencia; horrorizado, observ cmo el arma de ejercicio de Lan avanzaba hacia su pecho. El impacto estuvo exento de lentitud o suavidad. Las costillas le crujieron como si se las hubieran golpeado con un martillo. Las tablillas de la espada de prctica de Lan se doblaron -con igual lentitud, se le antoj a Rand- y se quebraron; sus afiladas puntas se dispararon hacia su corazn y penetraron su piel con las bases sesgadas. El dolor se adue de su cuerpo; tena la impresin de que le haban horadado toda la piel. Notaba una quemazn tan fuerte como si el sol se hubiera convertido en una llamarada que lo abrasaba.

Con un alarido, retrocedi tambaleante y cay contra la pared de piedra. Con mano trmula, se toc la herida del pecho y contempl con incredulidad sus dedos ensangrentados.

-Y qu ha sido esa insensata reaccin, pastor? -gru Lan- A estas alturas ya deberas actuar con ms juicio, a menos que hayas olvidado -todo lo que he intentado ensearte. Cmo...? -Call bruscamente cuando Rand alz la mirada hacia l.

-El viento. -Rand tena la boca seca- Me.... me ha empujado! Era.... era tan slido como una pared!

El Guardin lo observ en silencio y luego le tendi una mano. Rand la tom y dej que lo ayudara a ponerse de pie.

-Suceden cosas extraas a tan corta distancia de la Llaga -apunt al fin.

A pesar de la inexpresividad de su voz, sta denunciaba cierta turbacin, lo cual ya era inslito en s mismo. Los Guardianes, aquellos legendarios guerreros que se hallaban al servicio de las Aes Sedai, raras veces evidenciaban alguna emocin y Lan era extremadamente adusto comparado con otros Guardianes. Arroj el arma destrozada y se inclin contra el muro donde estaban apoyadas sus verdaderas espadas, fuera del campo de prctica.

-No de esta manera -protest Rand. Se reuni con el otro hombre, sentndose de cuclillas de espalda a la piedra. En aquella posicin las almenas superaban la altura de su cabeza, protegindolo contra el embate de cualquier clase de viento. Suponiendo que hubiera sido el viento. Nunca haba notado un viento tan... slido... como aqul- Paz! Quiz ni siquiera en la Llaga.

-Tratndose de alguien como t... -Lan se encogi de hombros como si aquello aportara alguna explicacin- Cundo vas a irte, pastor? Hace un mes que dijiste que te marchabas y yo pens que ya lo habras hecho tres semanas antes.

Rand lo mir, sorprendido. Est comportndose como si no hubiera ocurrido nada! Ceudo, dej en el suelo la espada de ejercitacin y elev la suya propia hasta las rodillas, palpando la larga empuadura envuelta en cuero en la que haba incrustada una garza de bronce, idntica a la que se vea en la funda y a la que permaneca oculta bajo sta en la hoja. Todava le resultaba extrao el hecho de poseer una espada y ms an el que sta llevara la marca de un maestro espadachn. l era un campesino de Dos Ros, lo cual quedaba muy lejos ahora. Tal vez distante para siempre jams. Era pastor como su padre -- Debemos soltarle el lazo por un tiempo. No hay otra alternativa. He ordenado quemar todas sus viejas ropas. Han existido demasiadas oportunidades para que algn hilo de sus vestimentas cayera en manos inadecuadas. Los limpiar antes de que partan; ellos ni siquiera se percatarn de ello. De ese modo no habr ninguna posibilidad de que les sigan el rastro y el otro hilo de esa categora se encuentra encerrado aqu en las mazmorras. -La Amyrlin, a punto de asentir, le dirigi una mirada interrogativa, pero ella no hizo ninguna pausa- Viajarn con toda la seguridad que puedo ofrecerles, Siuan. Y, cuando Rand me necesite en Illian, estar all, y me ocupar de que sea l quien presente el Cuerno al Consejo de los Nueve y a la Asamblea. Yo me encargar de todo en Illian. Siuan, los illianos seguiran al Dragn, o al propio Ba'alzemon, si llegara con el Cuerno de Valere, e igual disposicin tendrn los que se han congregado para la Cacera. El verdadero Dragn Renacido no tendr necesidad de reunir un ejrcito de seguidores antes de que las naciones le declaren la guerra. Comenzar su andadura con una nacin que lo acoja y sus huestes que lo secunden.

La Amyrlin se arrellan en la silla, pero de inmediato se inclin hacia adelante, al parecer indecisa entre la fatiga y la esperanza.

-Pero se proclamar el mismo? Si tiene miedo... La Luz sabe bien que tiene motivos para ello, pero los hombres que se autodenominan Dragn desean el poder. Si l no tiene ambiciones...

-Dispongo de los medios para obligarlo a proclamarse como el Dragn tanto si lo quiere como si no. E, incluso si no lograra llevar a cabo mis propsitos por algn motivo, el Entramado se ocupar de hacerlo. Recuerda que es ta'veren, Siuan. No posee mayor control sobre su destino del que tiene la mecha de una vela sobre el fuego.

-Es arriesgado -observ, suspirando, la Amyrlin-. Arriesgado. Sin embargo, mi padre sola decirme Muchacha, si no corres ningn riesgo, nunca te ganars un real. Debemos organizarlo todo. Sintate. Eso requiere tiempo. Mandar a buscar vino y queso.

-Ya hemos permanecido reunidas demasiado rato. Si alguna de ellas intentara escuchar y descubriera tu salvaguarda, ya estaran elucubrando ahora. No vale la pena despertar sus sospechas. Podemos concertar una cita maana. -Adems, mi muy querida amiga, no puedo contrtelo todo, ni exponerme a que averiges que te oculto algo.

-Supongo que tienes razn. Pero ser lo primero de que nos ocupemos por la maana. Hay demasiadas cosas de las que debes ponerme al corriente.

-Por la maana -convino Moraine. La Amyrlin se puso en pie y ambas se unieron de nuevo en un abrazo- Por la maana te explicar cuanto debes saber.

Leane mir intensamente a Moraine cuando sta apareci en la puerta y luego se precipit en la estancia donde se hallaba la Amyrlin. Moraine trat de aparentar mortificacin en el rostro, como si hubiera padecido una de las famosas charlas de recriminacin de la Amyrlin, de las cuales salan la mayora de las mujeres con los ojos desorbitados y las rodillas trmulas, pero aquella expresin le resultaba ajena. Evidenciaba ms enfado que otra cosa, lo cual serva casi a igual propsito. Era vagamente consciente de las otras Aes Sedai que se hallaban en la antecmara; le pareci que algunas se haban ido y que otras haban llegado desde que ella entr, pero apenas si les dirigi la mirada. Era ya muy tarde y tena mucho que hacer antes de que llegara la maana. Mucho, antes de volver a hablar con la Sede Amyrlin.

Apresurando el paso, se introdujo en el ddalo de corredores de la fortaleza.

La columna que avanzaba por Tarabon con entrechocar de arneses habra causado gran impresin bajo la acerada luz de la luna si hubiera habido alguien en condiciones de verla. Dos mil Hijos de la Luz, a lomos de magnficos caballos, envueltos en tabardos y capas blancas, con armaduras bruidas y su caravana de carromatos de provisiones, sus herreros y criados con la retahla de remonta. Haba algunos pueblos en aquellos parajes escasamente poblados de bosques, pero haban evitado los caminos e incluso los campos de los labriegos. Deban reunirse con... alguien en un diminuto pueblo cercano a la frontera nortea de Tarabon, en la orilla del llano de Almoth.

Geofram Bornhald, que cabalgaba a la cabeza de su hueste, se preguntaba qu sentido tena todo aquello. Recordaba demasiado bien su entrevista con Pedron Niall, capitn general de los Hijos de la Luz, en Amador, pero sus pesquisas apenas haban dado resultado all.

-Estamos solos, Geofram -haba advertido el hombre de pelo blanco con dbil voz de anciano-. Recuerdo que me prestaste el juramento har... treinta y seis aos.

-Mi seor capitn general, puedo preguntaros por qu me ordenasteis regresar de Caemlyn con tanta urgencia? Con un poco ms de presin, Morgase halla sido derribada del trono. Existen casas nobiliarias de Andor que consideran su relacin con Tar Valon tal como lo hacemos nosotros y estaban dispuestas a hacer pblicas sus pretensiones al trono. Dej a Elmon Valda a cargo del ejrcito, pero l insista en la necesidad de seguir a la heredera hasta Tar Valon. No me sorprendera enterarme de que ha raptado a la muchacha o atacado incluso Tar Valon. -Y Dain, el hijo de Bornhald, haba llegado justo antes de que a ste se le ordenara regresar. Dain daba muestras de gran celo. Suficiente, en todo caso, para acceder a ciegas a cualquier propuesta de Valda.

-Valda camina por la senda de la Luz, Geofram. Pero vos sois el mejor comandante de guerra entre los Hijos. Reuniris una legin, con los mejores hombres de que podis disponer, y los conduciris a Tarabon, evitando todo ojo conectado con una lengua capaz de hablar. Toda lengua de esas caractersticas debe ser silenciada, si los ojos ven.

Bornhald haba vacilado. Cincuenta Hijos juntos, o incluso un centenar, podan entrar en cualquier pas sin reparos, al menos expresados abiertamente, pero toda una legin...

-Es la guerra, mi seor capitn general? Corren rumores en las calles, descabellados en su mayora, que afirman que las huestes de Artur Hawkwing han vuelto. El rey...

-No da rdenes a los Hijos, capitn Bornhald. -Por primera vez, la voz del capitn general haba sonado con tono levemente tajante- Soy yo quien lo da. Dejemos que el rey contine sentado en palacio, dedicado a su actividad habitual, la cual consiste en no hacer nada. Espero que vuestra legin cabalgue durante tres das. Ahora retiraos, Bornhald. Tenis un trabajo que cumplir.

-Excusad, mi seor capitn general, pero con quin he de reunirme? -haba inquirido Bornhald con el entrecejo fruncido- Por qu me arriesgo a entrar en guerra con Tarabon?

-Se os comunicar lo que debis saber al llegar a Alcruna. -De improviso, el capitn general haba adoptado un aspecto que corresponda a una persona de ms edad. Con aire ausente haba dado un tirn a su blanca tnica, con el sol emblemtico de los Hijos bordado sobre el pecho- Hay fuerzas implicadas que quedan fuera de vuestro conocimiento, Geofram. Fuera de lo que os es posible conocer. Elegid rpidamente a vuestros hombres. Ahora retiraos. No me formulis ms preguntas. Y que la Luz cabalgue con vos.

Ahora Bornhald se enderez en la silla, tratando de destensarse la espalda. Estoy envejeciendo, pens. Tras un da y una noche viajando ininterrumpidamente a caballo, ya senta el peso de cada una de las canas que poblaban su cabello, algo que no hubiera notado pocos aos antes. Al menos no he matado a ninguna persona inocente. Era capaz de mostrarse tan implacable con los Amigos Siniestros como cualquier hombre que haba prestado juramento a la Luz -los Amigos Siniestros deban ser destruidos antes de que arrastraran el mundo hacia la ominosa Sombra- pero l se esforzaba por cerciorarse de que realmente se trataba de Amigos Siniestros. Haba sido complicado evitar las miradas de los taraboneses con tantos hombres, aun en la campia ms remota, pero lo haba logrado. No haba sido preciso silenciar ninguna lengua.

Los exploradores que haba enviado en vanguardia regresaron trayendo con ellos ms individuos cubiertos con capas blancas, algunos de los cuales llevaban antorchas que iluminaban en la noche a cuantos se hallaban en cabeza de la columna. Murmurando una imprecacin, Bornhald orden el alto mientras examinaba a quienes se aproximaban a l.

Sus capas tenan el mismo sol resplandeciente que luca l en el pecho, idntico al de todos los Hijos de la Luz, y su dirigente llevaba incluso los galones dorados correspondientes a alguien de igual rango al de Bornhald. Sin embargo, detrs del sol haba rojos cayados de pastor: interrogadores. Con hierros candentes, tenazas y chorros de agua, los interrogadores atrancaban la confesin e inducan al arrepentimiento a los Amigos Siniestros, pero haba quien sostena que ellos decidan la culpabilidad desde el inicio. Geofram Bornhald era uno de los que compartan aquella opinin.

Me han enviado aqu para mantener un encuentro con interrogadores?

-Os estbamos esperando, capitn Bornhald -anunci el cabecilla con voz ronca. Era un hombre alto de nariz aguilea, cuyos ojos tenan el mismo brillo de certeza presente en las miradas de todos los interrogadores- Hubierais podido ir ms deprisa. Yo soy Einor Saren, lugarteniente de Jaichin Carridin, el cual tiene a su cargo la direccin de la Mano de la Luz en Tarabon. -La Mano de la Luz, la Mano que sonsacaba la verdad, o as decan. El nombre de interrogadores no era de su agrado- Hay un puente en el pueblo. Ordenad a vuestros hombres que lo atraviesen. Hablaremos en la posada. Es sorprendentemente acogedora.

-El capitn general en persona me indic que evitara toda mirada.

-El pueblo ha sido... pacificado. Haced que avancen vuestros hombres. Ahora soy yo quien da las rdenes. Dispongo de documentos explcitos al respecto, sellados por el capitn general, si tenis alguna duda.

Bornhald contuvo el gruido que pugnaba por remontar su garganta. Se pregunt si los cadveres habran sido apilados en las afueras del pueblo o arrojados al ro. Sera un acto propio de los interrogadores, que tenan la sangre fra para perpetrar la matanza de todo un pueblo y la estupidez necesaria para tirar los muertos al agua para que flotaran ro abajo y proclamaran su hazaa de Alcruna a Tanchico.

-Mis dudas estn relacionadas con la razn por la que me hallo en Tarabon con dos mil hombres, interrogador.

El semblante de Saren adopt una nueva rigidez, pero su voz permaneci dura e intransigente.

-Es muy simple, capitn. Hay ciudades y pueblos en el llano de Almoth que no estn sujetas a mayor autoridad que la de un alcalde o un Consejo de Pueblo. Ya es hora de que sean encaminados hacia la senda de la Luz. Habr muchos Amigos Siniestros en tales sitios.

El caballo de Bornhald coce el suelo.

-Estis diciendo, Saren, que he trado en secreto a una legin entera a travs de Tarabon para exterminar a algunos Amigos Siniestros de unos cuantos puebluchos?

-Estis aqu para hacer lo que se os ordene, Bornhald. Para trabajar al servicio de la Luz! 0 acaso estis apartndoos de la Luz? -La sonrisa de Saren era una mueca- Si es batallas lo que buscis, seguramente tendris ocasin de entrar en combate. Los extranjeros disponen de una gran hueste en la Punta de Toman, probablemente mayor de la que podran contener las fuerzas conjuntas de Tarabon y Arad Doman, aun cuando sean capaces de dejar de reir entre s. Si los extranjeros se abren paso, dispondris de cuantas luchas podis haceros cargo. Los taraboneses pretenden que los extranjeros son monstruos, criaturas del Oscuro. Algunos afirman que tienen Aes Sedai luchando a su lado. Si son Amigos Siniestros, deberemos ocuparnos de ellos tambin, en su momento.

Bornhald retuvo el aliento por espacio de unos instantes.

-Entonces los rumores son ciertos. Los ejrcitos de Artur Hawkwing han regresado.

-Extranjeros -se limit a repetir Saren, quien, a juzgar por su tono de voz, lamentaba haberlos mencionado- Extranjeros y probablemente Amigos Siniestros, procedan de donde procedan. Eso es cuanto s y todo cuanto debis conocer vos. Ellos no son asunto que os concierna. Estamos desperdiciando el tiempo. Haced que vuestros hombres atraviesen el ro, Bornhald. Os comunicar las rdenes en el pueblo. -Volvi grupas y parti al galope por donde haba venido, seguido por los soldados que lo iluminaban con antorchas.

Bornhald cerr los ojos para precipitar el retorno de la visin nocturna. Estn utilizndonos como piezas de un tablero.

-Byar! -Abri los prpados cuando su lugarteniente apareci a su lado, irguiendo la espalda sobre la silla ante su capitn. El hombre de rostro enjuto presentaba casi el mismo brillo en los ojos que los interrogadores, pese a lo cual era un buen soldado- Hay un puente ms adelante. Trasladad la legin al oro lado del ro y montad el campamento. Me unir con vosotros tan pronto como me sea posible.

Tir de las riendas y cabalg en la direccin que haba tomado el interrogador. Piezas de un tablero. Pero quin est movindolas? Y por qu?

Las sombras de la tarde daban paso al crepsculo mientras Liandrin caminaba hacia los aposentos de las mujeres. Al otro lado de las aspilleras la oscuridad iba en aumento, cercando la luz de las lmparas del corredor. El atardecer era una hora turbadora para Liandrin en los ltimos tiempos, as como lo era la aurora. El da naca con el alba, al igual que el crepsculo traa consigo la noche, pero, al despuntar del da, mora la noche y, al anochecer, el da. El poder del Oscuro estaba enraizado en la muerte, se alimentaba de ella, y en tales ocasiones tena la sensacin de que senta cmo se incrementaba su podero. Algo se agitaba en la penumbra, algo que casi pens alcanzar si se volva con la suficiente celeridad, algo que estaba segura de percibir si miraba con bastante atencin.

Sirvientas ataviadas de negro y oro le dedicaban reverencias al pasar, pero ella no responda con ningn gesto. Mantena la mirada fija hacia adelante, sin verlas.

Al llegar a la puerta que buscaba, se detuvo para lanzar una rpida ojeada por el pasadizo. Las nicas mujeres que se advertan eran criadas; no haba ningn hombre, por supuesto. Abri la hoja sin dignarse llamar.

La habitacin exterior de los aposentos de lady Amalisa estaba profusamente iluminada y un vivo fuego en el hogar mantena a raya la gelidez de la noche shienariana. Amalisa y sus damas se hallaban sentadas en distintos lugares de la estancia, en sillas y en alfombras, escuchando a una de ellas, que, de pie, lea un libro en voz alta. Se trataba de La danza del halcn y el colibr, de Teven Aerwin, que pretenda exponer la conducta adecuada que haban de tener los hombres respecto a las mujeres y las mujeres respecto a los hombres. Liandrin frunci los labios; ella no lo haba ledo, por supuesto, pero haba odo hablar lo suficiente de l para servirse de la coyuntura. Amalisa y sus damas reaccionaban a cada recomendacin con grandes carcajadas, dejndose caer unas sobre otras y dando taconazos en el suelo como unas chiquillas.

La lectora, la primera en captar la presencia de Liandrin, se interrumpi con los ojos desorbitados a causa del asombro. Las dems se volvieron para averiguar qu era lo que miraba y el silencio sustituy a las risas. Todas, salvo Amalisa, se pusieron en pie, alisndose apresuradamente el cabello y las faldas.

Lady Amalisa se incorpor grcilmente, con una sonrisa.

-Nos honra vuestra visita, Liandrin. Es sta una grata sorpresa. No os esperaba hasta maana. Pensaba que desearais reposar despus del largo via...

-Deseo hablar con lady Amalisa a solas -la ataj con brusquedad Liandrin, dirigindose al aire-. Todas vosotras debis salir ahora mismo.

Sigui un momento de estupor, tras el cual las otras mujeres se despidieron de Amalisa. Una a una realizaron reverencias ante Liandrin, la cual no dio ninguna muestra de reconocimiento. Continu contemplando el vaco frente a s, pero las vio y las escuch: parabienes ofrecidos con embarazo visible provocado por el mal talante de la Aes Sedai; ojos que se desviaban hacia el suelo al comprobar el poco caso que ella les haca. Se deslizaron frente a ella hacia la puerta, retrocediendo con torpeza para que sus faldas no rozaran la suya.

-Liandrin, no compren... -comenz a decir Amalisa cuando la puerta se hubo cerrado tras ellas.

-Segus la senda de la Luz, hija ma? -All no se reproducira la insensatez de llamarla hermana. La otra mujer era mayor que ella, pero deban observarse las antiguas formas. Por ms tiempo que hubieran permanecido relegadas en el olvido, ya era hora de que fueran recordadas.

Tan pronto como hubo formulado la pregunta, sin embargo, Liandrin cay en la cuenta de que haba cometido un error. Era un tipo de pregunta que, expresada por una Aes Sedai, causaba indefectiblemente duda y ansiedad, pero Amalisa enderez la espalda y endureci las facciones.

-Eso es un insulto, Liandrin Sedai. Soy shienariana, de una noble casa y por mis venas corre la sangre de soldados. Mi estirpe viene combatiendo a la Sombra desde antes de la fundacin de Shienar, a lo largo de tres mil aos, sin tregua ni vacilacin.

Liandrin cambi de estrategia, pero sin abandonar el nimo de ataque. Cruz a grandes zancadas la habitacin, tom de la repisa de la chimenea la copia forrada en cuero de La danza del halcn y el colibr y la levant sin mirarla.

-En Shienar, ms que en otras tierras, hija ma, debe profesarse gran aprecio a la Luz y temor a la Sombra. -Arroj sin prembulo el libro al fuego. Las llamas saltaron como si fuera una tea, crepitando mientras laman la chimenea. En el mismo instante todas las lmparas de la estancia se hincharon en una susurrante llamarada e inundaron a aqulla de luz con el vigor de un incendio-. Aqu ms que en otro lugar. Aqu, tan cerca de la maldita Llaga, donde acecha la corrupcin. Aqu, incluso aquel que cree caminar por la senda de la Luz, puede, sin embargo, ser corrompido por la Sombra.

La frente de Amalisa estaba perlada de sudor. La mano que haba alzado para protestar por el libro se desliz lentamente por su costado. Sus rasgos todava mantenan la firmeza, pero Liandrin la vio tragar saliva y mover un pie.

-No comprendo, Liandrin Sedai. Es por el libro? Slo son insensateces. Haba un leve temblor en su voz. Estupendo. Las lmparas de cristal crujieron mientras las llamas avivaban su calor, iluminando la habitacin con una claridad equiparable a la del medioda en el campo. Amalisa permaneca rgida como una columna, con el rostro inflexible, al tiempo que intentaba no mirarlas de soslayo.

-Sois vos la insensata, hija ma. A m me tienen sin cuidado los libros. Aqu, los hombres entran en la Llaga y caminan entre su contaminacin, en el mismo corazn de la Sombra. Cmo ha de extraarnos que su infeccin penetre en ellos? Con su asentimiento o sin l, es posible que ello ocurra. Por qu creis que la Sede Amyrlin ha venido en persona?

-No! -La negacin son como un jadeo.

-Del Rojo soy, hija ma -prosigui implacablemente Liandrin-, y persigo a todos los hombres corruptos.

-No comprendo.

-No slo a esos necios que intentan usar el Poder nico. A todos los hombres corrompidos, de todo rango y condicin.

-No... -Amalisa se humedeci los labios con inquietud y realiz patentes esfuerzos por recobrar la apostura- No os comprendo, Liandrin Sedai. Por favor...

-Los de alta cuna an con ms ahnco que los plebeyos.

-No! -Como si algn invisible soporte se hubiera desvanecido, Amalisa se postr de rodillas, dejando caer la cabeza- Por piedad, Liandrin Sedai, decidme que no os refers a Agelmar. No puede tratarse de l.

Liandrin aprovech aquel momento de duda y confusin para asestar su golpe. Permaneci inmvil pero utiliz el arma del Poder nico. Amalisa dio un respingo con la boca desencajada, como si la hubieran pinchado con una aguja, y los petulantes labios de Liandrin esbozaron una sonrisa.

Aqul era el truco especial que ella conservaba de su periodo de infancia, cuando haba comenzado a dar muestras de sus talentos. La Maestra de las Novicias le haba prohibido hacer uso de l cuando lo descubri, pero para Liandrin ello nicamente signific que deba aadirlo a las habilidades que era necesario ocultar ante quienes la envidiaban.

Dio unos pasos y levant la barbilla de Amalisa. El metal que la haba envarado continuaba presente en ella, pero ahora era de inferior calidad, maleable para las formas de presin pertinentes. Las lgrimas bajaban rodando por las mejillas de Amalisa. Liandrin dej que las llamas recobraran su normal intensidad pues ya no las precisaba. Aplic una mayor suavidad a sus palabras, pero su voz era tan inflexible como el acero.

-Hija, nadie desea veros a vos y a lord Agelmar entregados a la chusma como Amigos Siniestros. Os ayudar, pero vos debis colaborar.

-Co... colaborar con vos? -Amalisa se llev las manos a las sienes; pareca confusa-. Por favor, Liandrin Sedai, no... comprendo. Todo es... Todo es...

Aqulla no era una habilidad totalmente perfeccionada; Liandrin no poda obligar a nadie a hacer lo que ella quera, a pesar de que lo haba intentado; y

con qu denuedo lo haba intentado. Sin embargo, poda desarmarlos con sus argumentos, hacer que desearan creerla, que desearan ms que nada en el mundo quedar convencidos de su imparcialidad.

-Obedeced, hija. Obedeced y responded con sinceridad a mis preguntas y os prometo que nadie os acusar a vos y a Agelmar de ser Amigos Siniestros. No os arrastrarn desnuda por las calles ni seris echada a latigazos de la ciudad si el populacho no os despedaza antes. No permitir que ello ocurra. Comprendis?

-S, Liandrin Sedai, s. Har lo que digis y responder con sinceridad.

Liandrin se irgui, mirando por encima del hombro a la otra mujer. Lady Amalisa permaneci en la misma postura, de rodillas, con expresin tan ingenua como la de un nio, un nio que aguardaba el consuelo y la ayuda de alguien ms sabio y fuerte. Liandrin senta que aquello era lo apropiado. Nunca haba entendido por qu bastaba una simple inclinacin de cabeza o una reverencia para las Aes Sedai, cuando los hombres y mujeres se arrodillaban ante reyes y reinas. Qu reina tiene el poder de que dispongo yo? Su boca se torci por el enojo y Amalisa sinti escalofros.

-Tranquilizaos, hija ma. He venido a ayudaros, no a castigaros. Slo recibirn castigo quienes lo merezcan. Decidme nicamente la verdad.

-Lo har, Liandrin Sedai. Lo juro por mi casa y por mi honor.

-Moraine vino a Fal Dara con un Amigo Siniestro.

Amalisa estaba demasiado asustada para evidenciar sorpresa.

-Oh, no, Liandrin Sedai. No. Ese hombre lleg despus. Se encuentra en las mazmorras ahora.

-Ms tarde, decs. Pero es cierto que habla a menudo con l? Se rene con frecuencia con ese Amigo Siniestro? A solas?

-A... a veces, Liandrin Sedai. Slo a veces. Quiere averiguar por qu vino aqu. Moraine Sedai es... -Liandrin alz bruscamente la mano y Amalisa trag saliva e interrumpi lo que iba a decir.

-Moraine iba acompaada de tres hombres jvenes. Eso lo s. Dnde estn ahora? He estado en sus habitaciones y no se encuentran all.

-No.... no lo s, Liandrin Sedai. Parecen buenos chicos. No pensaris que son Amigos Siniestros?

-No. Amigos Siniestros, no. Algo peor. Son mucho ms peligrosos que Amigos Siniestros, hija ma. El mundo entero se halla amenazado por ellos. Debemos encontrarlos. Ordenaris a vuestras sirvientas que busquen por toda la fortaleza, y lo mismo haris vos misma y vuestras damas. En todos los recovecos. Os encargaris personalmente de ello. Personalmente! Y no hablaris a nadie de ello, salvo a quien yo os diga. Nadie ms ha de saberlo. Nadie. Esos jvenes deben sacarse de Fal Dara en secreto para ser llevados a Tar Valon. En el mayor de los secretos.

-Como ordenis, Liandrin Sedai. Pero no comprendo la necesidad de mantenerlo en secreto. Nadie obstaculizar aqu los deseos de las Aes Sedai.

-Habis odo hablar del Ajah Negro?

Amalisa la mir con ojos desencajados y se inclin hacia atrs, apartndose de ella, alzando las manos como para protegerse de un golpe.

-Un v.... vil rumor, Liandrin Sedai. Vi..., vil. N.... no hay Aes Sedai que S ... , sirvan al Oscuro. No le concedo ningn crdito. Debis creerme! Bajo la Luz, j.... juro que no le concedo crdito. Por mi honor y por mi casa, juro...

Calculadoramente, Liandrin dej que siguiera hablando, observando cmo las ltimas fuerzas abandonaban a la mujer mientras ella guardaba silencio. Era de todos conocido que las Aes Sedai montaban en terrible clera con quienes osaban tan slo mencionar el Ajah Negro, pero mucho ms an con quienes afirmaban creer en su existencia encubierta. Despus de eso, con su voluntad menoscabada por aquel pequeo truco de infancia, Amalisa sera como la arcilla en sus manos. Despus de recibir una nueva estocada.

-El Ajah. Negro es real, hija. Real, y se halla presente aqu, dentro de las murallas de Fal Dara. -Amalisa permanecera de rodillas, con la boca abierta. Era casi tan terrible como or que el Oscuro caminaba por la fortaleza de Fal Dara. No obstante, Liandrin no se apiad lo ms mnimo- Cualquier Aes Sedai con quien os crucis puede ser una hermana Negra. Lo juro. No puedo deciros quines son, pero dispondris de mi proteccin. Si segus la senda de la Luz y me obedecis.

-Lo har -susurr con voz ronca Amalisa- Lo har. Por favor, Liandrin Sedai, por favor, decidme que protegeris a mi hermano y a mis damas...

-Proteger a quien se haga acreedor de tal proteccin. Preocupaos por vos misma, hija ma. Y pensad slo en las rdenes que os he dado: slo en eso. El destino del mundo depende de ello, hija ma. Todo lo dems debe ser olvidado ahora.

-S, Liandrin Sedai. S. S.

Liandrin se gir y atraves la estancia sin volverse a mirar hasta hallarse junto a la puerta. Amalisa estaba todava arrodillada, observndola con ansiedad.

-Levantaos, mi seora Amalisa. -Liandrin utiliz un tono condescendiente, que slo trasluca ligeramente la burla que senta. Hermana, vaya! No aguantara ni un da como novicia. Y ella tiene el poder de impartir rdenes a sus subalternos- Levantaos.

Amalisa se incorpor con lentos movimientos espasmdicos, como si hubiera estado atada de manos y pies durante horas. Cuando al fin estuvo de pie, Liandrin agreg, con la voz impregnada nuevamente de la dureza del acero:

-Y si no cumpls vuestra palabra, si me decepcionis, sentiris envidia de ese miserable Amigo Siniestro que est encerrado en las mazmorras.

Por el aspecto del rostro de Amalisa, Liandrin no crey que sta escatimara esfuerzos para complacerla.

Tras haber cerrado la puerta, Liandrin not de pronto un hormigueo en la piel. Reteniendo el aliento, gir sobre s, mirando a ambos lados del corredor en penumbra. Nadie. Fuera de las aspilleras ya era noche cerrada. El solitario pasadizo, en sombras entre las lmparas de la pared, se burlaba de ella. Se encogi de hombros con inquietud y luego comenz a caminar resueltamente. Slo son imaginaciones. Nada ms que eso.

Ya era noche cerrada, y haba muchas cosas que hacer antes del alba. Sus rdenes haban sido explcitas.

En las mazmorras reinaba la ms completa negrura a cualquier hora, a menos que alguien introdujera una linterna, pero Padan Fain se encontraba sentado en el borde de su camastro, escrutando la oscuridad con una sonrisa en el rostro. Oa cmo los otros dos prisioneros gruan en sueos, murmurando entre pesadillas. Padan Fain estaba esperando algo, algo que haba aguardado durante largo tiempo, durante demasiado tiempo. Pero ya no tardara mucho.

La puerta que daba al recinto de los vigilantes se abri, derramando una aureola de luz que resalt sombramente una silueta en el umbral.

Fain se puso en pie.

-Vos! No sois el que esperaba. -Se desentumeci los msculos con una despreocupacin que no senta. La sangre galopaba por sus venas; le pareci que sera capaz de saltar sobre la fortaleza si lo intentaba- Sorpresas para todos, eh? Bien, entrad. La noche est avanzando y necesito dormir un poco.

Mientras la lmpara penetraba en la celda, Fain alz la cabeza, sonriendo a causa de algo presentido sin verlo, algo que se hallaba ms all del techo de la mazmorra.

-Todava no ha concluido -susurr- La batalla nunca acaba.

Ominosas profecas

La puerta de la granja reciba las furiosas sacudidas de los golpes descargados desde afuera; el macizo cerrojo que la contena saltaba sobre el metal. Al otro lado de la ventana prxima a la entrada pas la silueta hocicuda de un trolloc. Haba ventanas por doquier, y ms formas borrosas en el exterior. Demasiado perceptibles, sin embargo. Rand an poda distinguirlas.

Las ventanas -pens desesperadamente. Se apart de la entrada, aferrando la espada con ambas manos- Aun cuando la puerta resista, pueden romper los cristales. Por qu no estn intentndolo ya?

Con un ensordecedor chirrido, uno de los soportes se separ parcialmente del marco de la puerta y qued colgado de unos clavos que se haban alejado un dedo de la madera. La barra se estremeci con un nuevo golpe y los clavos volvieron a ceder.

-Debemos contenerlos! -grit Rand. El problema es que no podemos. No podemos detenerlos. Mir en torno a s, en busca de una escapatoria, pero slo haba una puerta. La habitacin era una encerrona. Slo una puerta y tantas ventanas...- Debemos hacer algo. Algo!

-Es demasiado tarde -replic Mat- No lo comprendes? -Su sonrisa contrastaba extraamente con la mortal palidez de su cara y el puo de la daga sobresala de su pecho, despidiendo furiosos destellos de luz con el rub engastado en ella. La gema posea ms vida que su rostro- Es demasiado tarde para que podamos cambiar las cosas.

-Me he librado finalmente de ellos -anunci riendo Perrin. La sangre le corra por la cara, cual surcos de lgrimas que manaran de sus cuencas vacas. Tenda hacia Rand unas manos rojas, tratando de llamar su atencin sobre lo que retenan- Ahora soy libre. Se ha acabado.

-Nunca se termina, al'Thor! -grit Padan Fain, brincando en el suelo-. La batalla no concluye jams.

La puerta cedi, astillada, y Rand se alej, acurrucado, de la lluvia de agujas de madera. Dos Aes Sedai vestidas de rojo entraron, dedicando una reverencia a su amo, a quien cedan el paso. Una mscara del color de la sangre coagulada cubra el semblante de Ba'alzemon, pero Rand vea las llamas de sus ojos a travs de los orificios visuales; escuchaba el fragor de las llamas que rugan en el interior de la boca de Ba'alzemon.

-Todava no ha concluido nuestra contienda, al'Thor -advirti Ba'alzemon. Luego l y Fain hablaron al unsono-: La batalla nunca termina para ti.

Con un jadeo estrangulado, Rand se sent en el suelo, clavando las uas en l para regresar a la vigilia. Le pareci que an oa la voz de Fain, tan clara como si el buhonero se hallara a su lado. Nunca termina. La batalla no acaba jams.

Con los ojos desorbitados, mir a su alrededor para convencerse de que an estaba escondido en el sitio donde lo haba dejado Egwene, acostado en un jergn en un rincn de su habitacin. La tenue luz de una lmpara baaba la estancia y le sorprendi ver a Nynaeve, haciendo punto en un balancn al otro lado de la nica cama, cuyas mantas todava permanecan en su lugar. Afuera era de noche.

Esbelta y de ojos oscuros, Nynaeve llevaba el pelo recogido en una gruesa trenza que penda sobre uno de sus hombros hasta casi llegarle a la cintura. Ella no haba renunciado a sus orgenes. Su semblante era apacible y no pareca consciente ms que de su labor mientras se meca suavemente. El entrechocar de las agujas era el nico sonido perceptible. Las alfombras silenciaban la mecedora.

Algunas noches haba echado de menos disponer de alfombras sobre el fro piso de piedra de su habitacin, pero en las habitaciones de los hombres de Shienar los dormitorios eran siempre austeros. Los muros de sta estaban cubiertos con dos tapices que representaba parajes montaosos con cascadas y junto a las aspilleras haba cortinas bordadas. En la mesa situada junto al lecho haba un jarrn con flores. En un rincn se alzaba un gran espejo y sobre el lebrillo y la jofaina decorados con rayas azules penda otro. Slo estaba encendida una de las cinco lmparas dispuestas en la estancia, que era casi tan amplia como la que l comparta con Mat y Perrin. Egwene disfrutaba de ella exclusivamente.

-Si duermes por la tarde, no esperars poder hacerlo por la noche -le advirti Nynaeve, sin levantar la vista.

Rand frunci el entrecejo, a pesar de que ella no poda verlo. 0 eso crea, al menos. Tena tan slo unos aos ms que l, pero el cargo de Zahor le agregaba diez lustros de autoridad.

-Necesitaba esconderme en algn sitio y estaba cansado -explic, tras lo cual se apresur a aadir-: No he venido porque s. Egwene me ha invitado a entrar en los aposentos de las mujeres.

Nynaeve dej reposar las agujas y le dedic una sonrisa. Era una mujer hermosa. Aqul era un detalle en el que nunca habra reparado en el pueblo; all nadie pensaba en una Zahor en esos trminos.

-Que la Luz me asista, Rand, ests volvindote ms shienariano con cada da que pasa. Que te ha invitado a entrar en los aposentos de las mujeres, vaya. -Exhal un bufido-. En cualquier momento vas a comenzar a hablar de tu honor y solicitar que la paz propicie el uso de tu espada. -Rand se ruboriz, abrigando la esperanza de que ella no lo advirtiera con la penumbra. Nynaeve, en cambio, dirigi la vista a la espada, cuya empuadura asomaba del enorme hatillo que reposaba en el suelo junto a l. Saba que ella no aprobaba el uso de la espada, en nadie, pero, por aquella vez, no realiz ningn comentario.- Egwene me ha dicho por qu necesitabas ocultarte. No te preocupes: te esconderemos de la Amyrlin o de cualquier otra Aes Sedai, si eso es lo que deseas.

Cruz una mirada con l y desvi rpidamente los ojos, si bien no antes de que l percibiera su incomodidad, sus dudas. Es verdad, puedo encauzar el Poder. Soy un hombre que esgrime el Poder nico! Deberas ayudar a las Aes Sedai a darme caza y amansarme.>

Con el entrecejo fruncido, se acomod el jubn de cuero que Egwene le haba proporcionado y se movi para apoyar la espalda en la pared.

-Tan pronto como me sea posible, me ocultar en un carro o me escapar a escondidas. No deberis ocultarme durante mucho tiempo. -Nynaeve no dijo nada; se concentr en su labor y emiti un quedo gruido al errar una puntada-. Dnde est Egwene?

Dej caer los hilos sobre su regazo.

-No s por qu intento hacerlo esta noche. Por algn motivo, soy incapaz de seguir los hilos. Ha bajado a ver a Padan Fain. Piensa que el hecho de ver caras conocidas puede ayudarlo.

-La ma no surti precisamente ese efecto. Debera mantenerse alejada de l. Es peligroso.

-Quiere ayudarlo -replic con calma Nynaeve-. Recuerda que estaba practicando para convertirse en mi ayudante, y ser una Zahor no consiste slo en predecir el tiempo. La curacin tambin forma parte de ello. Egwene siente el deseo de curar, la necesidad de hacerlo. Y, si Padan Fain es tan peligroso, Moraine habra dicho algo.

Rand lanz una carcajada.

-No se lo habis consultado. Egwene lo ha reconocido y, adems, no te imagino pidindole permiso a nadie. -Nynaeve enarc una ceja y Rand abandon su aire risueo. No obstante, no le present excusas. Se hallaban a mucha distancia del hogar y no vea cmo ella poda continuar siendo la Zahor de Dos Ros cuando iba a marcharse a Tar Valon-. Han comenzado a buscarme ya? Egwene no est segura de si van a hacerlo, pero Lan dice que la Sede Amyrlin est aqu por m y me parece que su opinin es de ms peso que la de Egwene.

Por un momento Nynaeve guard silencio, manoseando los ovillos de hilo.

-No estoy segura -contest al fin- Una de las doncellas ha venido hace un rato. Para abrir la cama, ha dicho. Como si Egwene fuera a acostarse ya, habiendo esta noche la fiesta en honor a la Amyrlin. La he enviado por donde haba venido; no te ha visto.

-En los dormitorios de los hombres nadie prepara las camas. -Nynaeve le asest una dura mirada, que lo habra hecho tartamudear un ao antes, pero aun as agreg-: No utilizaran a las criadas para buscarme, Nynaeve.

-Cuando he ido a tomar una taza de leche a la despensa, haba muchas mujeres en los pasillos. Las que van a asistir a la fiesta deberan haber estado arreglndose y las dems deberan estar ayudndolas a vestirse o preparndose para servir la cena o para... -Arrug el entrecejo con preocupacin- Hay trabajo de sobra para todo el mundo estando la Amyrlin aqu. Y no slo vagaban por los aposentos de las mujeres. He visto a lady Amalisa en persona saliendo de un almacn cercano a la despensa con la cara cubierta de polvo.

-Eso es ridculo. Por qu habra de formar parte ella de una partida de bsqueda? 0 cualquiera de las otras mujeres, a decir verdad. Utilizaran a los soldados de lord Agelmar y a los Guardianes. Y a las Aes Sedai. Deben de estar haciendo algo para la fiesta. Que me aspen si conozco los requisitos de una celebracin shienariana.

-Eres un necio, a veces, Rand. Los hombres que he visto desconocan lo que estaban haciendo las mujeres. He odo cmo algunos se quejaban de que deban realizar todo el trabajo ellos. Ya s que no tiene sentido que ellas estuvieran buscndote. Ninguna de las Aes Sedai pareca reparar en ellas. Pero Amalisa no estaba preparndose para la fiesta ensucindose el vestido. Estaba buscando algo, algo importante. Aun cuando comenzara justo despus de cuando yo la he visto, apenas tiene tiempo para baarse y cambiarse. Por cierto que, si Egwene no vuelve pronto, tendr que elegir entre cambiarse o llegar tarde.

Por primera vez, advirti que Nynaeve no llevaba las prendas de lana de Dos Ros con las que estaba acostumbrado a verla. Su vestido era de seda azul claro, bordado con flores blancas alrededor del cuello y en las mangas. Cada florecilla tena una pequea perla en el centro y el cinturn estaba adornado con seda y una hebilla plateada con perlas engastadas. Nunca la haba visto ataviada de aquel modo. Ni siquiera los ropajes de los das festivos que usaba en el pueblo podan compararse a aquel atuendo.

-Vas a ir a la fiesta?

-Desde luego. Aun cuando Moraine no hubiera dicho que debo ir, no habra permitido que pensara que yo... -Sus ojos relumbraron airadamente por un instante, dndole a entender a qu se refera. Nynaeve jams permitira que nadie creyera que tena miedo, aun cuando lo tuviera. En todo caso, no Moraine, y menos an Lan. Confi en que ella no supiera que l conoca los sentimientos que le inspiraba el Guardin.

Tras un momento su mirada se suaviz al posarse en la manga de su vestido.

-Lady Amalisa me lo ha regalado -anunci tan quedamente que l se pregunt si no estara hablando para s. Acarici la seda con los dedos, haciendo resaltar las flores bordadas, sonriendo, sumida en sus pensamientos.

-Te queda precioso, Nynaeve. Ests muy guapa esta noche.

Pestae no bien hubo alabado su aspecto. Todas las Zahores eran muy susceptibles respecto a su autoridad, pero Nynaeve lo era an ms. El Crculo de Mujeres siempre la haba considerado con cierto desprecio debido a su juventud, y tal vez a su belleza, y sus peleas con el alcalde y el Consejo del Pueblo haban sido la comidilla del lugar.

Nynaeve apart la mano de los bordados y lo mir con furia, inclinando las cejas. l se apresur a hablar, para tomarle la delantera.

-No pueden mantener las puertas cerradas indefinidamente. Cuando las abran, me ir, y las Aes Sedai no me encontrarn nunca. Perrin dice que hay sitios en las Colinas Negras y los pastos de Caralain donde uno puede caminar durante das sin ver un alma. Tal vez.... tal vez pueda encontrar la manera de controlar... -Se encogi de hombros con embarazo. No era preciso decirlo, no a ella-. Y, si no puedo, no habr nadie a quien cause dao.

Nynaeve permaneci en silencio unos instantes, antes de responder lentamente.

-No estoy segura, Rand. Para m no eres distinto de cualquier chico de pueblo, pero Moraine insiste en afirmar que eres ta'veren y no creo que piense que la Rueda ha terminado ya de determinar su influencia en ti. Por lo visto, el Oscuro...

-Shai'tan est muerto -replic con voz ronca. De pronto la habitacin pareci tambalearse. Se agarr la cabeza cuando su cuerpo se vio sacudido por una oleada de vrtigo.

-Insensato! Eres un idiota rematado! Nombrar al Oscuro, atraer su atencin sobre ti! No tienes ya suficientes problemas?

-Est muerto -murmur Rand, frotndose la cabeza. Trag saliva. El vrtigo estaba disipndose- De acuerdo, de acuerdo. Ba'alzemon, si lo prefieres. Pero est muerto; vi cmo mora, consumido por las llamas.

-Y no estaba mirndote yo cuando el ojo del Oscuro ha cado sobre ti ahora mismo? No me digas que no has notado nada o te arrancar las orejas; he visto la cara que has puesto.

-Est muerto -insisti Rand. El observador invisible se cruz en su mente, y el viento que lo haba empujado en lo alto de la torre. Se estremeci- Suceden cosas extraas a tan corta distancia de la Llaga...

-Eres un insensato, Rand al'Thor. -Blandi un puo hacia l- Te aplastara las orejas si supiera que ello iba a aportarte un poco de juicio...

Sus restantes palabras fueron engullidas por el estrepitoso taido de campanas que reson en la fortaleza.

Rand se levant de un salto.

-Es una alarma! Me estn buscando... -Nombra al Oscuro y su malignidad caer sobre ti.

Nynaeve se incorpor con mayor lentitud, sacudiendo inquietamente la cabeza.

-No, no lo creo. Si estuvieran buscndote a ti, no haran sonar las campanas para ponerte sobre aviso. No, si es una alarma, no guarda relacin contigo.

-De qu se trata entonces? -Se precipit hacia la aspillera ms prxima y se asom a ella.

Las luces recorran la fortaleza envuelta por la noche con igual profusin y celeridad que las moscas a pleno da. Algunas antorchas se dirigan a las murallas y torres, pero la mayora de las que alcanzaba a ver se concentraban en el jardn de abajo y en el patio que apenas lograba vislumbrar. Lo que haba causado la alerta se encontraba en el interior de la ciudadela. Las campanas recobraron el mutismo, dejando or los gritos de los hombres, pero no comprenda su contenido.

Si no me buscan a m...

-Egwene -dijo de improviso.

Si l todava est vivo, si existe el maligno, se supone que ha de atacarme a m.

Nynaeve se volvi desde la aspillera a la que se haba encaminado para mirar.

-Cmo?

-Egwene. -Atraves la habitacin con rpidas zancadas y sac la espada y la funda del hatillo. Luz, se supone que ha de daarme a m y no a ella-. Est en las mazmorras con Fain. Qu pasara si se hallara libre por algn motivo?

Nynaeve lo detuvo junto a la puerta, agarrndolo del brazo. No le llegaba ni al hombro, pero lo contena frreamente.

-No te comportes como una cabra loca otra vez, Rand al'Thor Aunque esto no tenga que ver contigo, las mujeres s estn buscando algo! Luz, chico, stos son los aposentos de las mujeres. Habr Aes Sedai en los corredores, sin duda. Egwene estar bien. Iba a ir con Mat y Perrin. Aun cuando topara con imprevistos, ellos cuidaran de ella.

-Y si no los ha encontrado, Nynaeve? Egwene no se habra arredrado por ello. Habra ido sola, igual que lo hubieras hecho t, y lo sabes muy bien. Luz, le he dicho que Fain era peligroso! Diantre, se lo he dicho! -Se zaf de su mano y se abalanz afuera. Que la Luz me consuma, se supone que ha de herirme a m!

Una mujer exhal un grito al verlo, con una tosca camisa y un jubn de obrero y una espada en la mano. Aun invi