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VERSIóN PRELIMINAR, PARA USO INTERNO

Versión preliminar, para uso interno · cas estatales y la lógica económica liberal del mer- ... gresiva contradicción entre los ideales y principios ... El Estado y la ley aparecen

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Versión preliminar, para uso interno

Presidenta de la Nación Dra. Cristina Fernández de Kirchner

Jefatura de Gabinete Dr. Juan Manuel Abal Medina

Ministro de Educación Prof. Alberto Sileoni Secretaría de Educación Lic. Jaime Perczyk

Jefatura de Asesores de Gabinete del Sr. MinistroA.S. Pablo Urquiza

Instituto Nacional de Formación Docente Directora EjecutivaLic. Verónica Piovani

Coordinación Nacional de Tecnicaturas Superiores Sociales y HumanísticasLic. Gustavo Wansidler

Versión preliminar, para uso interno

Postítulo Pedagogía y Educación SocialProblemáticas SocioculturalesIgnacIo amatrIaIn

Versión preliminar, para uso interno

Instituto Nacional de Formación DocenteDirectora EjecutivaLic. Verónica Piovani

Tecnicaturas Superiores Sociales y HumanísticasCoordinador NacionalLic. Gustavo Wansidler

Área de Fortalecimiento InstitucionalResponsableProf. Valeria Frejtman

Línea de Desarrollo ProfesionalResponsableEsp. Marcela Browne

Postítulo en Pedagogía y Educación SocialResponsable GeneralEsp. Marcela Browne

Responsables PedagógicasLic. Marianela Giovannini Dra. Alicia Villa

Entorno virtual de enseñanza y aprendizaje Asistente técnico pedagógicoLic. Alejandro Alfonso

MóduloProblemáticas Socioculturales

Autor Mg. Ignacio Amatriain

Edición y diagramaciónTrad. Vanesa Frejtman

Diseño GráficoDg. Natalia Gloverdans

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Problemáticas de la educación contemporánea

5Versión preliminar, para uso interno

indiceINTRODUCCIÓN Y OBJETIVOS

CAPÍTULO 1. La cuestión de lo “social”

1.1. Paradojas y tensiones del contrato social li-beral

1.2. Estratificación social y clases sociales

1.2.1. Capitalismo y lucha de clases

1.2.2. Crisis de entreguerras, reformas de pos-guerra y nueva ciudadanía social

1.2.3. Nuevas demandas sociales y “deconstruc-ción” teórico-filosófica de las clases

1.2.4. La formulación de Pierre Bourdieu: espa-cio social multidimensional y habitus de clase

1.2.5. Mutación histórica, posfordismo y socie-dad postsalarial: “Adiós al proletariado”

1.2.6. “Nueva cuestión social” y redefinición de la pobreza

CAPÍTULO 2. Evolución histórica de la cuestión social en la Argentina

2.1. Emergencia de la cuestión social en el siglo XIX

2.1.1. Modelo agroexportador. Dominio territorial y violencia fundacional del Estado-Nación

2.1.2. La cuestión social en las ciudades: el mie-do a las epidemias físicas y morales

2.1.3. Protopolítica científica y medicalización: el par normal-patológico

2.2. La sociedad de masas y el Estado de bienestar

2.2.1. Crisis del liberalismo, auge del nacionalis-mo y sustitución de importaciones

2.2.2. El peronismo y el Estado de bienestar

2.2.3. El ascenso y la doble moral de las clases medias

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2.2.4. El fantasma del peronismo: “la pequeña burguesía en el purgatorio”

CAPÍTULO 3. Globalización y neoliberalismo

3.1. Crisis y mutación hacia un capitalismo mundial integrado

3.1.1. Crisis de acumulación y de hegemonía del capital

3.1.2. El embate del neoconservadurismo

3.2. El neoliberalismo y la “globalización” del capital financiero

3.2.1. El “Consenso de Washington” y el neoli-beralismo

3.2.2. América Latina: laboratorio de experi-mentación neoliberal

CAPÍTULO 4. La nueva cuestión social y la po-breza

4.1. Nueva sociedad, nueva cuestión social

4.1.1. “Neodecisionismo” del Estado y transición del pacto de unión al “consenso por apatía”

4.1.2. Desintegración de la solidaridad social e individualismo

4.1.3. Reflexividad: prácticas expresivo-estéti-cas y consumos de las clases medias

4.1.4. La “opacidad” de lo social: empobreci-miento y heterogeneidad de trayectorias

4.2. Las políticas de la pobreza

4.2.1. La definición del “pobre”

4.2.2. Otros términos: “desarrollo humano” y “capital social”

4.2.3. Modelos de política social: focalización y universalización

Por razones estrictamente gramaticales y para facilitar la lectura, en este Módulo usaremos el género mascu-lino para referirnos tanto a varones como a mujeres.

Problemáticas de la educación contemporánea

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introducciónLas sociedades modernas y contemporáneas se caracterizan por una complejidad y dinamismo in-éditos en la historia humana, transformadas por el advenimiento del capitalismo, los Estados burocráti-cos, las comunicaciones globales y las tensiones de la vida urbana. Uno de los problemas transversales a la economía, la política y la cultura modernas es lo que llamamos “cuestión social”: la tensión entre los ideales de la democracia y las desigualdades pro-pias del capitalismo. También vemos realizarse hoy el proyecto original de la modernidad: una cultura verdaderamente universal, producto de la “globali-zación” de las industrias culturales y los medios de comunicación masivos, y signada a la vez por nue-vas formas de diversidad cultural. En este módulo, con perspectiva histórica y foco en la contemporaneidad, atendiendo procesos globa-les sin perder de vista las particularidades de la reali-dad argentina, ordenamos diversos aportes teóricos en torno del eje planteado de la cuestión social, pro-blemática aún determinante para la vida moderna e ineludible en particular para analizar el marco en que se desenvuelven las instituciones y el trabajo en el campo de la educación. Un antecedente de este trabajo es el módulo coordi-nado por la Dra. Susana Murillo junto con las soció-logas Paula Aguilar y Ana Grondona, llevado a cabo en el año 2007 como material de capacitación para el área de Tecnicaturas Sociales y Humanísticas y que finalmente permaneció inédito. Debe señalarse la deuda con aquél trabajo (incluido entre la biblio-grafía de apoyo para el trabajo con el presente mó-dulo), del que se procuró retomar varios conceptos teóricos y lineamientos temáticos incluyendo citas textuales, y que serán abordados en esta ocasión aquí de modo más sintético junto con el desarrollo de otros nuevos enfoques y problemáticas.

objetivosEl objetivo general es brindar herramientas de análi-sis para comprender la significación y relieve de “lo social”, como realidad y problemática en sí misma y dimensión de análisis que atraviesa todos los demás aspectos y dimensiones de análisis de la vida mo-derna. Se procurará desarrollar una sensibilidad para captar dichos factores de lo social (y su relación con lo cultural, lo político, lo económico) en el análisis de cualquier fenómeno, y en particular en la interpreta-ción y diagnóstico en el ámbito educativo y las prác-ticas pedagógicas.

OBJETIVOS ESPECÍFICOS• Establecer las características definitorias y losorígenes históricos concretos de la llamada “cues-tión social”. Comprender su influencia en la historia moderna y reciente, tanto a nivel mundial, como en particular para apreciar acontecimientos de la histo-ria argentina (los proyectos decimonónicos de Na-ción, el radicalismo, los modelos agroexportador y de industrialización sustitutiva, el peronismo, la su-cesión de regímenes militares, etc.)• Entender las formasgeneralesde expresióndelas disputas de poder en la sociedad, y en particu-lar la relación tensa entre las lógicas e intereses de lo “público” y lo “privado”; es decir, el balance entre los márgenes de intervención de las políticas públi-cas estatales y la lógica económica liberal del mer-cado. Apreciar críticamente bajo esta luz el impacto de los discursos y las políticas del “neoliberalismo” en nuestro país y nuestra región.• Distinguirlasformasydimensionesdeladesigual-dad (social, económica, cultural), y conocer los distin-tos factores y discernir críticamente los discursos que caracterizan hoy en día los fenómenos de la “pobre-za” y de la “exclusión”, la “vulnerabilidad” social, etc.• Clarificarelsentidodelasdimensionesde“lolo-

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cal” y “lo global”, transversales a todo fenómeno o proceso sociocultural. En particular, comprender el relieve de la llamada “globalización” como aspecto definitorio de la contemporaneidad (y aun antes, del propio proceso de la modernidad), apreciando críti-camente los discursos sobre ella, y cómo se expre-sa en los planos de la economía y el comercio, de la sociedad y las migraciones, de la cultura y las comu-nicaciones, de la producción de conocimiento, etc.• Interiorizarseenlasdiscusionesycorrientesteóri-cas más importantes, en el campo de las ciencias so-ciales y el análisis sociológico, y en otros campos afi-nes como la ciencia política y los estudios culturales. • Leercríticamentelosdiscursossobrelosocial,lopolítico y lo cultural, que circulan en documentos ofi-ciales e institucionales, en medios de prensa, en el ámbito educativo, en la fundamentación de políticas públicas, en el sentido común, etc.• Desarrollarunacapacidaddediagnósticosobreproblemáticas socioculturales concretas, utilizando las herramientas teóricas y la información adquiridos en el curso. Ser capaz de formular y plasmar dichos análisis y diagnósticos en una producción escrita y un discurso articulado, para la fundamentación de proyectos y prácticas pedagógicas.• Enparticular,podertrasladarlacomprensióndelas problemáticas socioculturales, para la percep-ción de las características y condicionamientos en concreto del ámbito educativo: las características sociológicas de la población (alumnos, docentes, autoridades), las formas de desigualdad y de diver-sidad en su seno, las lógicas institucionales y políti-cas, las formas de ejercicio del poder y construcción de autoridad, los modos de formulación y circula-ción de discursos y saberes, la relación entre co-nocimiento escolar-académico y el conocimiento y prejuicios del sentido común, etc.

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La cuestión de lo “social”1.1. Paradojas y tensiones del contrato social liberal

1.2. Estratificación social y clases sociales

El concepto de lo “social”, término integrado a nuestro lenguaje más cotidiano con una vasta

amplitud de sentidos, tuvo un significado y origen histórico precisos. Difundido durante el siglo XIX en el contexto de los nuevos conflictos de la vida urba-na moderna y, en particular, las crecientes deman-das de derechos de los trabajadores, designó la pro-gresiva contradicción entre los ideales y principios igualitarios abstractos del contractualismo liberal y la realidad concreta de la desigualdad y la pobreza reproducidos por el naciente capitalismo industrial.

Capítulo 1

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El ideario político liberal heredado de la Revolu-ción francesa, inspiración hasta hoy de los más

básicos principios políticos de nuestras democra-cias, se basó en la consabida tríada de valores de “libertad, igualdad y fraternidad”. En el plano de la filosofía política, el marco de inteligibilidad y legiti-mación de los nuevos regímenes políticos lo brindó el contractualismo: el relato y premisa de un míti-co pacto originario o “contrato social”, fundante a la vez tanto de la soberanía del pueblo, como del vín-culo de representación por el que se transfiere el po-der al gobernante (en este relato se basan y convi-ven en tensión los valores y tradiciones políticas del liberalismo y la democracia1). En otros términos, di-cho contrato social instituye la relación vis-à-vis en-tre las instancias separadas de la sociedad civil y el Estado modernos.Este proceso consagró una peculiar idea del Dere-cho y de la Ciudadanía. El Derecho se basa en la idea de una ley universal, un régimen jurídico cuya abstracción y formalidad suponía y confirmaba la idea de una racionalidad universal (ínsita también en la propia idea ilustrada del Sujeto racional que la fundaba) y a los gobernantes como meros ejecuto-res neutrales de la misma. La Ciudadanía asimismo se basa en el reconocimiento para todos los miem-bros de la comunidad política de ciertos derechos: vida, libertad, seguridad, propiedad (según la doctri-na del “iusnaturalismo”, atributos naturales del ser humano, universales, previos y por ende superiores o independientes de su institución jurídico-política). El Estado y la ley aparecen así como una instancia trascendente, representante de una posición uni-versalista y neutral respecto del particularismo de la pugna de intereses en la sociedad civil.

1.1. paradojas y tensiones del contrato

social liberal

1 • Es necesario destacar las variantes intrínsecas de la tradición contractualista, en particular sus dos exponentes más destacados, el inglés Thomas Hobbes (1588-1679) y el francés Jean Jacques Rousseau (1713-1788). En su obra Leviatán (2003), Hobbes se basa en una antropología esencialmente individualista negativa (“el hombre es el lobo del hombre”), y el pacto es la respuesta aterrorizada en procura de seguridad que aliena la soberanía de los individuos en la sujeción al poder absoluto del Estado-Leviatán. El relato de Rousseau, en su magnus opus El contrato social, se funda por el contrario en una concepción humanista positiva (“el buen salvaje”), y enfatiza la voluntad y soberanía del pueblo como prioritaria e irrevocable. Puede decirse grosso modo que Hobbes y Rousseau fundan respectivamente, por un lado, el ideario liberal, y por otro, el democrático y también el socialista. Liberalismo y democracia, constituyen pues dos tradiciones diferentes, aunque histórica e íntimamente entrelazadas; así como lo han sido también, correlativamente, las muy distintas ideas de “libertad” e “igualdad”, aunadas en un mismo grito por la Revolución francesa (Bobbio, 1993). “La doctrina de la soberanía popular no debe ser confundida con la doctrina contractualista, tanto porque la doctrina contractualista no siempre ha tenido resultados democráticos (piénsese en Hobbes, a manera de ejemplo, pero no se olvide a Kant, que es contractualista, pero no democrático), [...] así también no todo el democraticismo es contractualista. Por cierto, [...] teoría de la soberanía popular y teoría del contrato social están estrechamente conectadas, al menos por dos razones: el populus, concebido como universitas civium, es en su origen el producto de un acuerdo (el llamado pactum societatis); una vez constituido el pueblo, la institución del gobierno, sean cuales fueren las modalidades de la transmisión del poder, total o parcial, definitiva o temporal, irrevocable o revo-cable, se produce en la forma propia del contrato (el llamado pactum subiectionis). A través de la teoría de la soberanía popular la teoría del contractualismo entra con pleno derecho en la tradición del pensamiento democrático moderno” (Bobbio, 1981: 444).

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La Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, es uno de los docu-mentos fundamentales de la Revolución france-sa de 1789, que decreta la universalidad de los derechos personales y colectivos: libertad, pro-piedad, seguridad, y resistencia a la opresión.

Declaración Universal de los Derechos del Hom-bre y del Ciudadano

I. Los hombres nacen y permanecen libres e igua-les en cuanto a sus derechos. Las distinciones ci-viles sólo podrán fundarse en la utilidad pública.II. La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e im-prescriptibles del hombre. Esos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resis-tencia a la opresión.III. La fuente de toda soberanía reside esencial-mente en la Nación; ningún individuo ni ninguna corporación pueden ser revestidos de autori-dad alguna que no emane directamente de ella.IV. La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hom-bre, no tiene otros límites que los que garan-tizan a los demás miembros de la sociedad el disfrute de los mismos derechos. Estos límites sólo pueden ser determinados por la ley.V. La ley sólo puede prohibir las acciones que son perjudiciales a la sociedad. Lo que no está prohibido por la ley no puede ser impedido. Nadie puede verse obligado a aquello que la ley no ordena.

[...] (se reproducen sólo los primeros cinco ar-tículos)

El “Leviatán”, monstruo bíblico con que Hobbes bautizó y representó el nuevo orden político mo-derno.En la ilustración original de tapa del libro, el Le-viatán posee en su interior la fuerza de los miem-bros del pueblo que lo componen y de los que emerge la soberanía.A la vez, constituye una única entidad soberana, un gigante que posee en sus manos los funda-mentos del poder público: el cetro de la ley y la violencia de la espada.El Estado aparece aquí como una instancia fun-dada en el contrato social, pero a la vez es tras-cendente, está por encima de la sociedad civil.La tierra y la ciudad a sus pies. Leviatán es el dueño y garante del orden, de la seguridad y de la propiedad privada.

En este relato de armoniosa racionalidad, conviven sin embargo varias paradojas y contradicciones. En primer lugar, la paradoja lógica insinuada por Rous-seau y no resuelta por los contractualistas, por la que los hombres deben enajenar su libertad al Esta-do para permanecer libres; es decir, una libre autoe-najenación de la libertad, a una entidad estatal per se inexistente antes de dicho acto de enajenación. En el mismo sentido, los derechos son considerados naturales, pero a la vez se realizan solamente en su efectiva garantía y vigilancia por parte del poder po-lítico. Estas paradojas se vuelven al fin especialmen-te evidentes en el ejercicio del Estado como garante de la propiedad: “La cuestión social emerge pues el Estado es, paradojalmente, quien está por encima de los intereses de los propietarios y quien a la vez los garantiza. Él es quien al tiempo que garantiza la propiedad privada como derecho natural, debe ga-rantizar también el igual acceso a los bienes a todos los ciudadanos. Lo anterior conduce a que en los hechos libertad y propiedad entren en colisión” (Mu-rillo, Grondona y Aguilar, 2007: 4).

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Estas contradicciones intrínsecas al discurso políti-co, atravesaban asimismo la realidad efectiva, con las crecientes protestas de la clase obrera por el derecho al trabajo, y la escalada de eventos revo-lucionarios y traumáticos que convulsionó la histo-ria del siglo XIX. La Comuna de París en 1848 y en 1871, y la temprana Revolución mexicana en Amé-rica Latina, pusieron de manifiesto, según el reco-mendable análisis específico del francés Jacques Donzelot (2007), una “fractura del derecho”, la con-tradicción entre sus principios esenciales, “libertad” e “igualdad”: la primera aparece de modo negativo y egoísta (libertad individual limitada a no afectar a los demás), resulta ser fundamentalmente la libertad de los propietarios; la segunda aparece como una abs-tracción, cuando el imperio de la ley por sobre los propietarios presupone las diferencias patrimoniales entre los mismos, y no se estipulan vías jurídicas que garanticen un efectivo disfrute universal e igualitario de la propiedad para todos los ciudadanos. Es de-cir, se trata del contraste insalvable entre la igualdad abstracta y la desigualdad real concreta.

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La idea de una desigualdad social estructurada se halla muy naturalizada, expresada en el concep-

to corriente de “estratificación social” que, en senti-do lato y estricto, supone pensar de modo muy ge-neral un orden de diferenciación social de grupos horizontales como estratos, de modo jerárquico y vertical. Ello se ha plasmado históricamente en las formas de castas, estamentos y clases sociales (por principios religiosos, adscripción por nacimiento, tí-tulos de nobleza, regulaciones estatal-legales, atri-butos socio-económicos, división del trabajo, etc.). El concepto de “clase social” corresponde específi-camente a las formaciones sociales capitalistas.Un debate epistemológico clásico en las ciencias sociales es la pregunta por el estatuto de verdad y la realidad de sus constructos teóricos. Concretamen-te: si las únicas entidades reales o, digamos, empí-ricamente observables son los individuos y sus re-laciones, entonces, la clasificación de grupos como las clases sociales ¿existen más allá de su definición en el papel?Podemos responder rápidamente que las clases son construcciones teóricas pero se basan en procesos efectivos de diferenciación social y dialécticamente participan de dicha realidad social. Las clasificacio-nes e imaginarios y consignas clasistas se filtran en el sentido común y “encarnan” en los sujetos orien-tando sus prácticas y direccionando las políticas de grupos e instituciones, factor subjetivo que revierte pues o constituye siempre la propia realidad social.A continuación veamos algunas importantes teorías sobre la cuestión de la estratificación social y las cla-ses sociales en el capitalismo, tomando como punto de partida el clásico planteo de Marx, para luego ver la reformulación bourdieuana y el debate actual so-bre las clases sociales.

1.2. estratificación social y clases sociales

Problemáticas de la educación contemporánea

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La obra del filósofo alemán Karl Marx (1818-1883) constituyó el marco teórico más influyente para

el análisis del capitalismo y la “lucha de clases”: el paradigma del “materialismo histórico”.En la tradición marxista (que refiere tanto a la obra de Marx como a las múltiples exégesis y reelabora-ciones de sus seguidores, incluso las versiones a ve-ces simplificadas del llamado “marxismo ortodoxo” soviético), la distinción antes planteada entre clases teóricas “en el papel” y clases reales o movilizadas se tradujo en el dilema teórico-político de la distin-ción entre clases “en sí” y “para sí”. Las clases en sí o a nivel estructural se definen por la propiedad o no de los medios de producción, que tendería a resumir las divisiones sociales al enfrentamiento entre bur-guesía y proletariado. Esta situación objetiva confi-guraba todas las condiciones materiales de existen-cia y la pertenencia de ambas clases a verdaderos “mundos” socioeconómicos (y aun culturales) radi-calmente diferentes y distantes entre sí2.

La política liberal y la sanción jurídica de la propie-dad privada y el proceso de “acumulación origina-ria” de patrimonio y medios de producción por parte de las clases dominantes en los orígenes del capita-

1.2.1. Capitalismo y lucha de clases

2 • “Las condiciones de vida de los diferentes burgueses o vecinos de los burgos o ciudades, empujadas por su oposición a las relaciones existentes o por el tipo de trabajo que ello imponía, convertíanse al mismo tiempo en condiciones comunes a todos ellos e independientes de cada individuo [...]. Al entrar en contacto unas ciudades con otras, estas condiciones comunes se desarrollaron hasta convertirse en condiciones de clase. Idénticas condiciones, idénticas antítesis e idénticos intereses tenían necesariamente que provocar en todas partes, muy a grandes rasgos, idénticas costumbres” (Marx y Engels, 1985: 60, la cursiva es nuestra).

3 • “La cooperación, esta fuerza productiva del trabajo social, se presenta como una fuerza productiva del capital, no del trabajo” (Marx, 2005: 22).

4• Así “no basta con el desarrollo tecnológico sino que el ordenamiento legal debe posibilitar la existencia de trabajadores libres que ofrezcan su fuerza de trabajo en el mercado, de ahí la importancia de la Revolución francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano que cimentaron los dere-chos de ciudadanía política, frente a las limitaciones de la esclavitud o el vasallaje. Todo este proceso fue acompañado con la expansión de la escolarización primaria y de políticas centradas en el control de las familias como forma de capacitar a la fuerza de trabajo y de incorporar valores culturales ligados a la moral, al trabajo y a la responsabilidad” (Murillo et al., 2007: 2).

ara mirarpGerminal (Francia, 1993). Dirección: Claude Be-rry. Basada en la clásica novela homónima de Émile Zola.

lismo sientan las bases del nuevo régimen de acu-mulación y de la antedicha división social. Pero el or-den de clases sociales sólo deviene real y con fuerza sobre la vida de los sujetos al pasar de la “subsun-ción formal” o jurídica (libertad de la fuerza de traba-jo para venderse al mercado) a la “subsunción real” del trabajo en su forma específicamente capitalis-ta3: su disciplinamiento en la industria, donde el tra-bajador repite operaciones parciales convertido en apéndice de la máquina, perdiendo el conocimiento pleno y el dominio del proceso productivo4.

El Manifiesto del Par tido Comunista

“Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de cla-ses”. Con esta sentencia lacónica y contundente, Marx y Engels comienzan el primer capítulo del texto encargado por la Liga de los Comunistas para 1848, uno de los tratados políticos más influyentes de toda la historia.“Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado”.La burguesía tiene un rol histórico verdadera-mente revolucionario, pues "no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instru-mentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social".El ímpetu con que la burguesía empuja el de-sarrollo de las fuerzas productivas, se topará

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y forzará al fin los límites de las propias relaciones sociales de producción burguesas. "Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía".Más aún, el capitalismo engendra a su pro-pio sepulturero: el proletariado, cuya revolución significará la emancipación humana universal. "Los proletarios sólo pueden conquistar para sí las fuerzas sociales de la producción abo-liendo el régimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con él todo el régimen de apropiación de la sociedad. Los proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades privadas de los demás. [...] Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento au-tónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la so-ciedad oficial" (Marx y Engels, 1932).

Esta división estructural entre clases a la vez debía condicionar (pero podría o no “determinar”, he ahí la cuestión) el antagonismo o lucha de clases, y de ahí el imperativo de la revolución (liberación del proleta-riado que ulteriormente sería la emancipación res-pecto del capital de la humanidad toda). Pero he aquí que las condiciones materiales de vida y situa-ciones objetivas comunes (no-propiedad, explota-ción laboral, pauperismo, barrios y culturas obreras) habilitaban pero no garantizaban la efectiva identi-

5 • “Los diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase, pues de otro modo ellos mis-mos se enfrentan los unos con los otros, hostilmente, en el plano de la competencia” (Marx y Engels, 1985: 61, citado en Murillo et al., 2007: 3).

ara mirarp• El cómic del francés Jacques Tardi, El grito del pueblo, sobre los sucesos de la Comuna de París de 1971. Disponible en: http://www.normaeditorial.com/libros_img/01203436101_g.jpg

• El cuadro Manifestación (1934) del argentino Antonio Berni, que muestra la muchedumbre multicolor de inmigrantes y trabajadores en plena ebullición de la cuestión social en nues-tro país. Disponible en: http://coleccion.educ.ar/coleccion/CD5/contenidos/img/bernichicos/pop/bg02_11.jpg

• Una escena de Tiempos modernos de Chaplin, representación paradigmática de la alienación y las luchas del trabajador fabril. Disponible en: http://3.bp.blogspot.com/-NtFSFpwyCw4/

dad grupal y organización del proletariado para la re-volución. El ajuste de esa brecha entre clase “en sí” y “para sí”, el dichoso problema del despertar de la “conciencia de clase”, era una conquista siempre pendiente en el plano de la ideología y la labor de or-ganización y lucha política5.La política del socialismo y el comunismo, en adelan-te, también quedaría de este modo permanentemen-te condicionada por el dilema entre “reformismo” y “revolución”: la cuestión de si las conquistas de de-rechos políticos y sociales por la clase obrera son un avance hacia la transformación radical de la socie-dad o, por el contrario, un retroceso en la conciencia de clase y un engaño o estrategia de captación de la clase dominante para evitar la revolución. Esta discu-sión se actualizaría especialmente en el siglo XX con la integración de los trabajadores en la economía for-dista y el Estado de bienestar y el apogeo hacia me-diados de siglo XX de partidos y regímenes políticos conducidos por la social-democracia.

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La nota común en todas es el protagonismo de las “masas”, un fenómeno históricamente novedoso, que funda la representación de la cuestión social moderna.

El mundo sobre el que pensaron los autores clá-sicos de la sociología fue trastocado por la su-

cesión de las dos guerras mundiales de 1914-18 y 1939-45, la revolución rusa en 1917 y el auge del so-cialismo, la crisis económica de 1929, la emergencia del fascismo y el nazismo. Estos eventos tendieron un manto sombrío sobre las ilusiones de progreso de la modernidad decimonónica y el optimismo bur-gués de la belle époque. En las humanidades se en-treveía una suerte de crisis civilizatoria y comenza-ría a hablarse de la “decadencia de occidente” y de un “malestar en la cultura”, a la vez que se prendían nuevas luces de alerta en torno de la cuestión social.En EEUU, tras el crac de la bolsa de Nueva York en 1929 y la posterior depresión y desempleo crecien-tes, el presidente Franklin D. Roosevelt auspició el llamado New Deal, un conjunto de medidas de refor-ma financiera y bancaria, promoción industrial y agrí-cola, ayudas sociales y a desempleados, así como la legalización y fortalecimiento de los sindicatos y acuerdos de mejora laboral y aumento salarial y del consumo que redundó en una mejor distribución so-cial del ingreso. Ello supuso un fuerte intervencio-nismo del Estado para la reactivación de la econo-mía, atribuido en especial a las ideas del economista

1.2.2. Crisis de entreguerras, reformas de posguerra y nueva ciudadanía social

John Maynard Keynes (1883-1946). Y a la vez, es importante señalar, que tuvo también especial éxi-to para instituir una solución política de la cuestión social, conjurando la tentación de las clases subal-ternas por la revuelta y el fantasma del comunismo.Tras la segunda guerra mundial, la reconstrucción de Europa se dio a través de un conjunto de políticas en lo que se denominó Plan Marshall (oficialmente, European Recovery Program). La base material fue la asistencia financiera y la promoción de la integra-ción económica y el libre mercado. Y en el marco de la Guerra Fría, la estratégica contención del avance del comunismo se basó en el sostén de regímenes democráticos liberales y políticas de seguridad uni-versal que redefinieron la cuestión social a través de una ampliación de derechos de la ciudadanía.La primera formulación teórica sistemática se debe al británico Thomas H. Marshall en una conferencia de 1949 editada con el título de Ciudadanía y clase social (1997). La ciudadanía es concebida como un proceso histórico de progresiva adquisición de dere-chos: en primer lugar, los derechos civiles, relativos a las libertades básicas individuales; luego, los polí-ticos, con la participación en el poder por votación; y finalmente, el “elemento social”, que el autor define como “todo el espectro desde el derecho a un míni-mo de bienestar económico y seguridad al derecho a participar del patrimonio social y a vivir la vida de un ser civilizado conforme a los estándares corrien-tes en la sociedad. Las instituciones más estrecha-mente conectadas con estos derechos son el sis-tema educativo y los servicios sociales” (Marshall, 1997: 302-303)6.“De manera entonces, que el plan Marshall, que se aplicó con variantes en Europa y América latina, sanciona la ciudadanía social que promueve el de-recho al trabajo, a la salud, a la educación y a la vi-vienda; son tiempos de políticas universales en los cuales el Estado funciona como condición de po-sibilidad de la resolución de la vieja cuestión social actuando como árbitro entre empresas y sindicatos.

6 • Podemos citar también otra clasificación distinta pero cercana, formulada originalmente por el jurista checo y Director de Derechos Humanos y Paz de la Unesco Karel Vasak (1977), entre derechos humanos de “primera, segunda y tercera generación”. Respectivamente: 1ra. derechos civiles y políticos; 2da. derechos económicos, sociales y culturales; 3ra. derechos de solidaridad.

Problemáticas de la educación contemporánea

16Versión preliminar, para uso interno

Se produce un profundo proceso de movilidad so-cial ascendente, que en la estrategia pensada por los países industrializados debería tender a disolver, o al menos remediar más profundamente la cuestión social en un contexto de fuerte presencia de la ame-naza ‘comunista’ de la U.R.S.S. Con ello, la pobreza y la desigualdad decrecieron fuertemente” (Murillo et al., 2007: 8). En América Latina, el fortalecimiento de los Estados y la ciudadanía social en la posguerra fue muy des-igual y en muchos casos muy débil. En el caso parti-cular de Argentina, se produjo el acceso de una ma-yoría de la población a la “ciudadanía social”, que consolidaría el predominio y protagonismo de las “clases medias” como rasgo peculiar del país, aun-que siempre con un excedente persistente de pobla-ción subalterna de origen migratorio interno y mesti-zo (analizaremos esto en profundidad más adelante en el próximo capítulo).

El marco de las así llamadas “sociedades de bien-estar” posibilitó una inclusión de mayorías de

la población y trazó, de este modo, un mapa social más homogéneo característico del auge de las “cla-ses medias” que parecía borronear los contrastes y tensiones de la lucha de clases. Asimismo, ésta fue la época de los treinta “años dorados” del capitalis-mo de posguerra, con crecimiento industrial y pleno

1.2.3. Nuevas demandas sociales y “deconstrucción” teórico-filosófica de las clases

empleo. La estabilidad de los sistemas políticos, sin embargo, se vería continuamente desafiada tanto en la periferia como en el mismo centro de las potencias occidentales, por la emergencia -especialmente des-de los años sesenta- de nuevas demandas y agrupa-mientos que complejizaban la siempre persistente y renovada cuestión social.En este contexto, se comienza a cuestionar la per-tinencia del concepto mismo de clase social. Este revisionismo del paradigma clasista, que se difun-de tras la caída del comunismo y con el auge neo-liberal7, se planteó desde dos perspectivas: por un lado, una deconstrucción y crítica teórico-filosófica del concepto de clase por parte de nuevas corrientes intelectuales; por otro lado, se ligó con cambios en la producción y el trabajo (a veces llamado “post-in-dustrial”), que abre interrogantes sobre la centralidad del mismo como eje de orden y diferenciación social.En el campo de la discusión teórica, ciertas posturas filosóficas relativistas cuestionaban la idea de cla-se social, como una fijación esencialista de la identi-dad en la estructura socioeconómica, y sugerían, en cambio, una idea de identidad social multidimensio-nal y flexible8. Estas apuestas antitéticas del clasis-mo, potencialmente afines al ethos e ideología des-politizadora del neoconservadurismo9, se nutrieron sin embargo también de una “nueva izquierda”, con nuevas perspectivas ideológicamente radicales y au-tonomistas (por entonces críticas del marxismo orto-doxo que inspiró el régimen del socialismo real sovié-tico). Éstas se inspiraban en la antedicha emergencia de nuevas minorías y focos de demanda y moviliza-ción, menos anclados en lo socioeconómico y guia-dos por un reconocimiento político-cultural (grupos étnicos, sexuales y de género, movimientos juveniles y estudiantiles, etc.).

7 • Debe destacarse la coincidencia, en la misma época, de los cuestionamientos al clasismo en el plano teórico académico, y también en el de la práctica política, con el auge de recetas neoconservadoras (reaganismo y thatcherismo en los países centrales, y dictaduras militares con complicidad civil en América Latina), bases de un proceso sistemático de reconversión y disciplinamiento de la fuerza de trabajo (Holloway, 1994).

8• La difusión académica del “posestructuralismo” desde fines de los años sesenta (con epicentro en Francia), suerte de crítica interna del paradigma teórico estructuralista hasta entonces dominante, basada en diversos autores en varias disciplinas (Jacques Derrida, Michel Foucault, Gilles Deleuze, entre otros), reivindicó la dimensión diacrónica históricamente cambiante de las significaciones sociales y de los anclajes identitarios, así como una metodología para su “deconstrucción” (variantes de la semiología, la lingüística y los “juegos de lenguaje”). Esta corriente se definió muy en general en oposición al “esencialismo”, por ejemplo, contra la reivindicación de identidad nacionalista; aunque también muy notoriamente, contra el esencialismo clasista del marxismo, que llegó a tener mucha influencia en la academia europea continental.

9 • Al atacar dos factores de identidad e ideas-fuerzas fundamentales de la modernidad, como fueron las de la de Nación y de la cuestión y clase social, la crítica deconstructiva en el campo intelectual se aunaba así con los proyectos de política neoliberal, que buscaban transgredir tanto el proteccionismo de las fronteras nacionales, como también las fronteras de resistencia clasista contra una mayor “flexibilización” y subsunción real del trabajo, ambos obstáculos para el libre flujo y valorización del capital.

Problemáticas de la educación contemporánea

17Versión preliminar, para uso interno

La conclusión general de las críticas teórico-filosó-ficas es que el creciente protagonismo político de las minorías, o -particularmente en América Latina- de los llamados “movimientos sociales”, o también más contemporáneamente la reivindicación posmo-derna de nuevos agrupamientos como las llamadas “tribus” urbanas y los nuevos estilos de vida, cues-tionarían en conjunto la centralidad o aun la existen-cia eficiente de las clases sociales como factor or-denador de la subjetividad y la identidad social.

ara mirarpEn primer lugar, les proponemos observar el cuadro Quarto stato, del pintor italiano Giuseppe Palliza da Volpedo (1901). Este representa el tono monocolor y homogéneo de la masa del proletariado de comienzos del capitalismo. Disponible en: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/29/

Quarto_Stato.jpg

En segundo lugar, nos referiremos a un collage con una estética más acorde a la representa-ción contemporánea del abanico multicolor de las culturas juveniles y las “tribus” urbanas, ima-gen publicada en el Blog de la Juventud Arica. Disponible en: (http://2.bp.blogspot.com/_vi-c8EZmef4/SVW-Lwh7EMI/AAAAAAAAA0U/Z6BiFlc-teQ/S1600-R/collage1.jpg)

Resulta evidente el contraste: en el primer caso, una cultura unitaria de clase; en el segundo, la celebración múltiple de las “diferencias”.

Retomaremos más adelante esta contextualización histórica y la discusión general sobre las nuevas orientaciones para definir las clases y las formas de

desigualdad (al punto que se hablará de una “nueva cuestión social”). Haremos antes un paréntesis para reseñar en el apartado siguiente una expresión de estos nuevos debates teóricos a través de la socio-logía de Pierre Bourdieu.

En el campo de las ciencias sociales, ligado con las nuevas corrientes teórico-filosóficas antes

reseñadas, se destacó la difusión contemporánea del “constructivismo”10 (denominación que englo-ba a autores como Norbert Elias, Anthony Giddens, Pierre Bourdieu, Peter Berger y Thomas Luckmann) (Corcuff, 2005; Giménez, 2002).Aquí interesa destacar el aporte del sociólogo fran-cés Pierre Bourdieu (1930-2002), con su peculiar versión de “constructivismo estructuralista”11 en par-ticular, para la reformulación de las clases sociales. La perspectiva constructivista de Bourdieu (conti-nuando de modo más o menos explícito ideas ya presentes en Marx, Foucault, Bachelard y Gramsci, entre otros) es “relacional”: ve la realidad no como conjunto de substancias fijas existentes en sí, sino como complejo de relaciones constituidas históri-camente; y éstas condicionan las prácticas de los agentes, y así sus nuevas relaciones. De ahí que también se trate de un enfoque “praxeológico”, por su concepción de lo social interiorizado subjetiva-mente, como principios generadores de prácticas (el

1.2.4. La formulación de Pierre Bourdieu: espacio social multidimensional y habitus de clase

10 • El constructivismo social, en líneas generales, se caracteriza por tres rasgos fundamentales: 1) la voluntad de superar los conceptos dicotómicos que la sociología heredó de la vieja filosofía social (idealismo/materialismo, sujeto/objeto, individual/colectivo); 2) aprehender la realidad social como una construcción histórica, cotidiana y práctica de los actores; 3) la doble dimensión recíproca de lo social como objetivado (reglas, instituciones) e interiorizado subjetivamente (representaciones, sensibilidad, valores) (Giménez, 2002: 2).

11 • Bourdieu define “constructivismo” como “la afirmación de que existe una génesis social de los esquemas de percepción, de pensamiento y de acción que son constitutivos de lo que llamo habitus, por una parte; y por otra de las estructuras sociales, particularmente de lo que llamo campos o grupos, así como también de lo que ordinariamente suelen llamarse clases sociales” (las cursivas son propias). Y el adjetivo “estructuralista” difiere aquí de su sentido usual (de tradición saussuriana o levi-straussiana): “Por estructuralismo o estructuralista entiendo la afirmación de que existen -en el mundo social mismo, y no sólo en los sistemas simbólicos como el lenguaje, el mito, etc.- estructuras objetivas independientes de la conciencia y de la voluntad de los agentes y capaces de orientar o de restringir sus prácticas y sus representaciones” (Bourdieu, 2000: 127).

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habitus de clase, conjunto de “esquemas de percep-ción, pensamiento y acción”) (Bourdieu, 2000: 127).Bourdieu absorbe y reformula el análisis marxista de las clases sociales, pero su enfoque estructural ya no radica sólo en el espacio económico o de la pro-piedad de los medios de producción, sino también en otros espacios sociales con sus distintivos rasgos y tipos de poder. Estos últimos son definidos como “capitales”12, y se clasifican fundamentalmente en los tipos: económico, cultural, social, simbólico. Muy sucintamente, definamos a continuación cada variante de capital. El capital económico es el patri-monio directamente transformable en dinero13, ins-titucionalizado en forma de derechos de propiedad. El capital cultural (su análisis es uno de los apor-tes específicos de la sociología bourdieuana) puede eventualmente rendir o devenir en capital económi-co, institucionalizado fundamentalmente bajo forma de títulos escolares14. El capital social son las rela-ciones, vínculos y compromisos sociales que pue-den habilitar lugares en el espacio social y apoyos para oportunidades varias (“conversiones” a otros ti-pos de capital); y la pertenencia a un grupo otorga recursos y obliga a rituales que actualizan y visibili-zan socialmente la pertenencia de sus miembros. El capital simbólico, es el capital -en cualquiera de sus formas- en la medida que es representado simbóli-camente en una relación de reconocimiento (deriva-ción del antiguo valor del “honor” o prestigio social).Las clases sociales, sobre esta base, se deberán de-finir de modo relativo por la distribución de las dis-tintas formas de capital, según tres dimensiones o

medidas: el volumen (de cada capital, y un volumen global), su composición (el peso relativo de cada for-ma de capital dentro del total, fundamentalmente del económico y el cultural) y su evolución en el tiempo (que define distintas trayectorias sociales15).Al tratar en particular sobre la forma incorporada del capital cultural, Bourdieu sigue los pasos de Marx y Foucault al plantear que “estas distancias socia-les están inscritas en el cuerpo” (2000b: 109) (en-tendido no sólo como lo corporal físico, sino como sustrato de una interiorización profunda de lo social en la subjetividad). Esto explica lo que comúnmen-te se entiende por “socialización”, definida en espa-cios como la familia y la escuela, pero que aún más profundamente ancla la subjetividad en torno de lo que el autor francés llama -citando a Erving Goff-man, sociólogo referente del interaccionismo simbó-lico- “sentido de la posición de uno”, que caracte-riza como “lo que, en una situación de interacción, mueve a aquellos que llamamos en francés les gens humbles, literalmente ‘gente humilde’ [...] a perma-necer ‘humildemente’ en su lugar, y que lleva a los otros a ‘mantener su distancia’ o ‘mantener su posi-ción en la vida’” (2000b: 108-109).

12 • Como en Marx, el capital se concibe aquí como trabajo acumulado, sea de modo cosificado materialmente o interiorizado corporal-subjetivamente, res-pectivamente como trabajo objetivado o trabajo vivo. El capital cultural, por caso la educación que puede objetivarse en títulos académicos, es una disposición interiorizada (por ejemplo, como una hexis corporal, o en criterios diferenciales de “gusto” estético), el producto encarnado de una gran cooperación y trabajo colectivo de socialización, que involucra una extensa trama de instancias y relaciones sociales: la crianza de la familia, la formación en la escuela y la sociali-zación de los grupos de pares, así como también la trayectoria laboral, etc.

13 • El capital económico puede ser objetivado en patrimonio o riqueza y medios de producción, pero también es una forma de poder que provee o admite su conversión a otros tipos de capitales, por ejemplo un capital social de relaciones y poder de “influencias”, que puede o no garantizar a su vez un capital simbólico de prestigio social.

14 • El capital cultural puede tener asimismo tres estados: a) incorporado, en el modo de disposiciones duraderas interiorizadas a nivel subjetivo; b) objetivado, en bienes y consumos culturales (que precisan de disposiciones interiorizadas para poder ser aprovechados); c) institucionalizado, a través de títulos y formas de reconocimiento y pertenencia de asociaciones. Al tratar sobre la forma incorporada del capital cultural, Bourdieu sigue los pasos de Marx y Foucault,

15 • Las trayectorias (individuales y grupales), desconsideradas a menudo en los análisis estadísticos (limitados a una “foto” estática de un corte en tiempo presente de ciertas variables socioeconómicas), son muy importantes, porque hacen a la dimensión propiamente histórica y a la memoria biográfica personal de cada sujeto. La alquimia entre las distintas formas de capital puede ofrecer distintas combinaciones y resultados según su evolución temporal. Por ejemplo, dado un similar volumen presente de capital económico, pueden distinguirse, por caso: la autoestima y memoria de tiempos mejores de una clase media empobrecida, respecto de la condición más modesta de sectores populares de origen humilde; o los modales de distinción de alguien “de familia” tradicional, frente a la pretensión chillona del “nuevo rico” (y esto era aún más claro en tiempos pre-modernos, cuando las diferencias estamentales estaban institucio-nalizadas con títulos de nobleza, y mediaba aún un abismo simbólico entre las familias nobles y la naciente y aún no reconocida burguesía, aun cuando ésta acumulaba ya mucha riqueza).

ara mirarpEl gusto de los otros (Francia, 2000). Dirección: Agnès Jaoui.

En síntesis, el constructivismo de Bourdieu brin-da elementos para pensar lo social estructurado de

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modo multidimensional y no determinista, interioriza-do en las múltiples relaciones que traman el espa-cio social y encarnado en estilos de vida y habitus que son a la vez generadores de prácticas o, como él define, “estructuras estructuradas y estructurantes” (Bourdieu, 2002: 54). Con estas fórmulas, apuesta a superar las dicotomías y aunar los principios tradi-cionalmente antinómicos de estructura y acción, de-terminismo y libertad. Y además no descarta, sino que retoma y complejiza, el concepto marxista de las clases sociales, analizando las nuevas formas de di-ferenciación estamental y “distinción” simbólica que con mil matices separan a clases y fracciones de cla-se (hábitos típicos de la “pequeña burguesía” o “cla-ses medias”, no identificables sencillamente dentro del clásico par marxista de burguesía vs. proletaria-do). En especial a través de sus célebres investiga-ciones sobre la reproducción del capital cultural en el sistema escolar, Bourdieu nos permite pensar las formas en que la desigualdad social se extiende y se naturaliza como desigualdad cultural.

omentoeflexión demr

Observá los dos gráficos:

• El Esquema de Habitus elaborado por Bourdieu en base a investigaciones estadís-ticas (2003: 31), donde se plasma un orden de afinidad de prácticas, posiciones y disposicio-nes diferentes (orientaciones políticas, profe-siones, actividades recreativas) que hacen a la cotidianeidad de habitus de clase, en cuadran-tes relativos a volúmenes de capital global y su composición en las formas de capital económico y cultural. Disponible en: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/ed/Espace_social_de_Bourdieu-es.svg• La ilustración de Azagra sobre La pirámide

del Sistema Capitalista 2.0 (actualizada). Allí se representa una típica figuración del orden de clases sociales, caricatura del modelo vertical de la “pirámide social”. En la misma, se contemplan varios estratos (es decir, que difiere a priori del marxismo y su división fundamental entre burguesía y proletariado) y representa distin-tos niveles de poder y actitudes de conciencia, complicidad o disconformidad. Disponible en: http://4.bp.blogspot.com/-hQyOrUddPM0/TmIfKK-z85I/AAAAAAAAERw/BCxKF3Bi3N8/s1600/piramide%2Bsocial.jpg

Básicamente, uno de ellos plantea una estructu-ra con una única dimensión jerárquica vertical, y el otro un plano extendido en dos dimensiones en forma de diagrama de ejes cartesianos.

1. Reflexioná acerca de cuáles son las sentidos diferenciales y las miradas sobre la cuestión social y la clasificación de clases inherentes a cada uno de los gráficos; y cuáles serían las ventajas o utilidades que pueden tener uno y otro modo de representación.

2. Representá un diagrama similar al de Bou-rdieu, e incluí otros tipos de prácticas y dis-posiciones que crea pertinentes para carac-terizar los diferentes “habitus” de clases: por ejemplo, trayectoria y títulos escolares, gustos culturales y artísticos, tipo de “hexis” corporal, confesión y prácticas religiosas, localidad y ba-rrio de residencia, etc.

3. ¿Dónde te ubicarías en cada uno de los gráficos? ¿Y en qué lugar ubicarías a otras personas con las que compartís tu rutina de trabajo? (colegas, alumnos, etc.)

Problemáticas de la educación contemporánea

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1.2.5. Mutación histórica, posfordismo y sociedad postsalarial: “Adiós al proletariado”

A partir de la década de los setenta, asistimos a una mutación histórica con cambios a nivel po-

lítico, económico, cultural, social, subjetivo que re-percuten también en el orden de la teoría social. La crisis económica del capitalismo ubicada en torno de los años 1971-73, con la caída de la tasa de ga-nancia y la “crisis del petróleo”, tenía un correlato en el orden sociopolítico, visto que el modelo bien-estarista de ciudadanía social no había debilitado la cuestión social, sino que la había complejizado, con la emergencia de nuevas demandas y la reactualiza-ción de viejas y nuevas formas de la lucha de clases.En este contexto, se divulga la idea de “sociedad postindustrial”, formulado por autores como el fran-cés Alain Touraine (1969) o el norteamericano Daniel Bell en 1973 (1991). Este concepto daba cuenta, por un lado, de las transformaciones en la economía, a saber, un rápido crecimiento del sector de servicios en detrimento del sector industrial; y, por el otro, de la nueva “revolución industrial” que ubicaba las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (las dichosas TICs) como nueva materia prima y fuente central de aumento de la productividad (en detrimen-to del componente de trabajo humano en el capital).

16 • Citamos la obra homónima de André Gorz, por su temprana difusión e impacto en 1980. También luego el marco teórico y discursivo sobre los cambios del proletariado y el trabajo “postsalarial” se verá nutrido por el aporte de muchos autores: Claus Offe, Benjamin Coriat, Alain Touraine, Jean Lojkine, Fergus Murray, Adam Schaff, Ernest Mandel, István Mészáros, Robert Kurz, Alain Bihr, Thomas Gounet, Frank Annunziato, David Harvey, Simon Clarke, por sólo citar algunos destacados.

17 • En su Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje, Ducrot y Todorov definen como “performativo” (por oposición a “constativo”) al enunciado que: “1) describe una determinada acción de su locutor y si 2) su enunciación equivale al cumplimiento de esa acción” (1983: 384). Se relaciona con la teoría lingüística de John Langshaw Austin y de John Searle sobre los “actos de habla” (2001).

18 • El mundo del trabajo sigue siendo siempre un espacio de lucha y de definición de modelos de sociedad alternativos y antagónicos. El paradigma del lla-mado “posfordismo” se caracteriza por las estrategias de “flexibilidad” y “polivalencia” del trabajo (por oposición a la descomposición del proceso productivo propio del taylorismo, y la segmentación del trabajo característica de la tradicional industria fordista) y de “descentralización” de las decisiones e instancias de producción. Es interesante destacar la alternancia de orientaciones e interpretaciones por “derecha e izquierda”, en torno a esta transformación de las relaciones laborales (Wydler, 2005). Por derecha, expresan usualmente el consciente proyecto de embate del capital para disciplinamiento del trabajo (los oficios obreros y los recla-mos sindicales de protección del trabajo definidos como “rigideces” laborales). Por izquierda, en cambio, hay autores que ven la polivalencia y la descentraliza-ción -características por ejemplo del modelo japonés “toyotista”- respectivamente como una ruptura con el embrutecimiento y explotación del trabajo industrial y como una posible variante de “democracia en las relaciones de trabajo” (Coriat, 1992), y aun una alternativa política al verticalismo de las organizaciones sindicales. En síntesis, a partir de la “crítica de la razón productivista” propia de la sociedad industrial (Valdivieso, 2008), la utopía posindustrial de la nueva izquierda autonomista permite vislumbrar la “riqueza de lo posible” (Gorz, 1997), las potencialidades de las nuevas tecnologías productivas y formas de trabajo contemporáneas para multiplicar y emancipar el poder del trabajo cooperativo social más allá de su constricción en las relaciones del salariado (Coriat, 1992b).

De aquí también la difundida idea emparentada de “sociedad de la información” que alude a esta cen-tralidad de la información y la comunicación en red tanto en el trabajo como en las relaciones sociales en general y en la vida cotidiana (Castells, 2002).

ara mirarpLos lunes al sol (España, 2002).Dirección: Fernando León de Aranoa.

Paralelamente en el plano social, con la reorganización de la producción y las relaciones laborales, cada vez más analistas daban su “adiós al proletariado” indus-trial (Gorz, 1981)16, lo que sugería una pronta extinción de las culturas obreras tradicionales y las políticas labo-ristas, y la consiguiente transformación del viejo para-digma de lucha de clases. Todo ello planteaba, a la vez, un escenario de “metamorfosis de la cuestión social” (Castel, 1997).Es importante repetir la advertencia, sobre el carác-ter “performativo”17 de todos estos discursos: las re-presentaciones sobre las clases y la cuestión social no son neutras, deben tratarse como “actos de ha-bla” que tanto describen la realidad como también forman parte e influyen en ella. En este caso, los dis-cursos sobre el declive del proletariado industrial, li-gados a intentos de deconstrucción teórica de las clases sociales, se difundieron en un contexto de re-planteo de la relación de fuerzas entre capital y tra-bajo, y acompañaban (intencionadamente o no) y daban cierto sustento a los efectivos intentos del ca-pital por torcer la fuerza del sindicalismo y aumen-

Problemáticas de la educación contemporánea

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tar la explotación y “flexibilización” del trabajo18, y desandar las conquistas de los derechos sociales. Ello se expresó hacia comienzos de la década de los ochenta en las políticas neoliberales del reaganismo y thatcherismo y los regímenes autoritarios implanta-dos en muchos países de la periferia global.De todos modos, lo cierto es que en este contex-to resultaba crecientemente difícil “leer” las socieda-des contemporáneas a partir del mundo del traba-jo. El sociólogo francés Robert Castel (1997) analizó la metamorfosis de la cuestión social en torno de dichas transformaciones del trabajo. En una des-cripción retrospectiva del capitalismo de posguerra, describe la institución estable del “salariado” más que como una mera relación económica, como todo un modelo de sociedad: la inclusión social y la asig-nación de recursos y derechos se basaba privilegia-damente en la participación en el mundo del trabajo. Hoy en día, en cambio, estaríamos viviendo la transi-ción hacia una “sociedad postsalarial”: frente al de-clive del rol socializador del contrato laboral, en un contexto de auge neoliberal, el “post” es una defini-ción por transición de un modelo anterior sin un mo-delo sistémico alternativo de integración social.

Lo que muchos comenzaron a denominar “nueva cuestión social” parte de la premisa de los cam-

bios en el mundo del trabajo, y se plantea a partir de la creciente difusión por parte de gobiernos y or-ganismos internacionales de una nueva agenda de problemas y conceptos: se trata del desplazamien-to del problema de la “desigualdad social” hacia una generalización de la nueva problemática contempo-ránea de la “exclusión” y la “pobreza”.El cambio del reparto protagónico ratifica el cuestio-

1.2.6. “Nueva cuestión social” y redefinición de la pobreza

namiento académico de las clases sociales: del rela-to de la lucha entre burgueses y proletarios pasamos al binomio, cualitativamente diferente, de los “inclui-dos” y “excluidos”. Éstos ya no están fuera tan sólo del trabajo, sino también del mismo lazo o contrato social, situación que Castel denomina “desafiliación”.

Todo esto actualiza, redefine y da renovada centra-lidad a la problemática de la “pobreza”. Exclusión y pobreza devienen centros de un espacio discursivo, asociadas con otros términos o categorías, como por ejemplo la apropiación del concepto bourdieuano del “capital social”.La nueva concepción de la pobreza parte de la re-visión crítica del tradicional “enfoque de ingresos”. Éste se basaba en dos métodos de medición de la pobreza. Uno es el método directo, que estima ne-cesidades básicas insatisfechas (NBI). El otro es el método indirecto o estudio de la “línea de pobreza”, que concibe diferentes criterios de medición: el de la pobreza absoluta (definición de un núcleo básico mí-nimo de privación absoluta; se utiliza en países como Chile, México, Uruguay y EEUU) y el de la pobreza re-lativa (que asume que las necesidades humanas son relativas y el umbral o la sensación de pobreza varían en cada sociedad y dependen del nivel del ingreso general; es el criterio de la Unión Europea).

ara mirarpPizza, birra, faso (Argentina, 1997).Dirección: Adrián Caetano y Bruno Stagnaro.

La CEPAL recomienda construir el índice de ne-cesidades básicas a partir de las siguientes variables:

ara tenerp cuentaen

Problemáticas de la educación contemporánea

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acceso a la vivienda

acceso a serviciossanitarios

acceso a educación

capacidad económica

calidad de la vivienda

Hacinamiento

Disponibilidad de agua potable

tipo de sistema de eliminación de excretas

asistencia de los niños en edad escolar a un establecimiento educativo

Probabilidad de insuficiencia de ingresos del hogar

materiales de construcción utilizados en piso, paredes y techo

a) número de personas en el hogarb) número de cuartos de la vivienda

Fuente de abastecimiento de agua en la vivienda

a) Disponibilidad de servicio sanitariob) Sistema de eliminación de excretas

a) Edad de los miembros del hogarb) asistencia

a) Edad de los miembros del hogarb) Ultimo nivel educativo aprobadoc) número de personas en el hogard) condición de actividad

NECESidAdES BáSiCAS diMENSioNES VAriABLES CENSALES

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/necesidades_b%c3%a1sicas_insatisfechas Elaborado según informe http://www.eclac.cl/deype/mecovi/docs/taller5/10.pdf

En la Argentina, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) pone en práctica el “enfoque de ingresos”, siguiendo el criterio de la pobreza absolu-ta, para definir sobre esta base las condiciones de la “pobreza” y la “indigencia”.

Acerca del método utilizado para la medición de la pobreza en la Argentina. Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC). En: http://www.indec.gov.ar/nuevaweb/cuadros/7/sesd-metodologia-pobreza.pdf

Valorización Mensual de la Canasta Básica Ali-mentaria y de la Canasta Básica Total. Aglo-merado Gran Buenos Aires. Febrero de 2010. En: http://www.indec.mecon.gov.ar/nuevaweb/cuadros/74/canasta_03_10.pdf

ara tenerp cuentaen

InstItuto nacIonal de estadístIcas y censos (Indec)Línea de Pobreza y Canasta BásicaEl cálculo de los hogares y personas bajo la Línea de Pobreza (LP) se elabora en base a datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). A partir de los ingresos de los hogares se establece si és-tos tienen capacidad de satisfacer -por medio de la compra de bienes y servicios- un conjunto de necesidades alimentarias y no alimentarias con-sideradas esenciales. El procedimiento parte de utilizar una Canasta Básica de Alimentos (CBA) y ampliarla con la inclusión de bienes y servicios no alimentarios (vestimenta, transporte, educa-ción, salud, etc.) con el fin de obtener el valor de la Canasta Básica Total (CBT). Para calcular la in-cidencia de la pobreza se analiza la proporción de hogares cuyo ingreso no supera el valor de la CBT; para el caso de la indigencia, la proporción cuyo ingreso no superan la CBA.

Hogares con Necesidades Básicas InsatisfechasEn el caso argentino, los indicadores de NBI son cinco y basta con carecer de cualquiera de ellos

Problemáticas de la educación contemporánea

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para entrar en la correspondiente categorización. Se consideran hogares con NBI aquellos en los cuales está presente al menos uno de los siguien-tes indicadores de privación: 1) Hogares que ha-bitan viviendas con más de 3 personas por cuar-to (hacinamiento crítico); 2) Hogares que habitan en una vivienda de tipo inconveniente (pieza de inquilinato, vivienda precaria u otro tipo); 3) Ho-gares que habitan en viviendas que no tienen re-trete o tienen retrete sin descarga de agua; 4) Ho-gares que tienen algún niño en edad escolar que no asiste a la escuela; 5) Hogares que tienen 4 ó más personas por miembro ocupado y en los cuales el jefe tiene bajo nivel de educación (sólo asistió dos años o menos al nivel primario).

Retomando la discusión anterior sobre la represen-tación de las diferencias sociales, puede decirse que el “enfoque de ingresos” es afín con la imagen tradi-cional de la “pirámide social”: la división social por estratos socioeconómicos verticalmente ordenados, en una única escala cuantitativa unidimensional, liga-da a necesidades básicas y estándares de consumo.Frente a este enfoque, muchos intelectuales e inves-tigadores reivindican una resignificación de la pobre-za que refiera a varias dimensiones: “En primer lugar, a la carencia de libertades fundamentales de acción o decisión para influir sobre los propios problemas. En segundo lugar, al déficit en vivienda, alimentos, servicios de educación y salud. En tercer lugar, a la vulnerabilidad a enfermedades, reveses económicos y desastres naturales. En cuarto lugar, a tratamientos vejatorios por parte del Estado, aquejado de corrup-ción. En quinto lugar, a la estigmatización por parte de la sociedad que somete a la pobreza a un trata-miento también arbitrario, pues las normas y valo-res, así como las costumbres provocan la exclusión de mujeres, grupos étnicos o de todos aquellos que sufren discriminación, tanto en el seno de la familia, como en la comunidad y en los mercados. En sexto lugar, a la intensa vivencia de ‘sufrimiento’. En sépti-

mo lugar, a la voluntad de progresar o no y la capa-cidad de éxito en la lucha por la vida. Finalmente, a la percepción de que la situación es inmodificable, la resignación a un destino inevitable” (Murillo et al., 2007: 15).Por otro lado, todo diagnóstico de un problema lleva implícita una mirada sobre las prioridades y vías para la resolución del mismo. El concepto de lo “social” en particular también ha sido siempre tanto la for-ma de nominar el problema (las contradicciones del contrato social liberal, las luchas contra las crecien-tes desigualdades concretas del capitalismo) como la necesaria búsqueda política de una solución (la in-tervención del Estado, la vigilancia policial a las polí-ticas sociales para suturar la brecha social y política).En el mismo sentido, la redefinición del concepto de pobreza se liga también con un replanteo y crítica de la solución tradicional, el intervencionismo del Esta-do, que supuestamente inhibiría las capacidades in-dividuales y la iniciativa colectiva de auto-organiza-ción de la sociedad civil.Aquí aparece el concepto de “capital social”, tam-bién convenientemente resignificado. Bourdieu lo definía como una forma de poder, entre otras, en que se expresaba y reproducía la desigualdad social. En su nuevo uso actual, se lo concibe optimista y virtuo-samente como un reservorio de valores solidarios y un potencial de auto-organización civil. En resumen: en esta operación discursiva, el eje de solución de la cuestión social se desplaza de la demanda de políti-cas públicas sociales del Estado al “empoderamien-to” y el “capital social” de los pobres.

“Capital Social en español”. Disponible en el sitio web del Banco Mundial: http://go.worldbank.org/S03YKDP0L0

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“En esta nueva estrategia discursiva, compartida por teóricos sociales y organismos internacionales, la pobreza y la desigualdad son presentadas como in-evitables. Frente a esta carencia constitutiva, se afir-ma, es posible construir alternativas, basadas funda-mentalmente en que los pobres se articulen en redes que les permitan acceder a un ‘capital social’ que los sostenga frente a la inevitable adversidad. En este punto, lo que alguna vez fueron políticas de integra-ción social y ciudadanía universal se trocan en po-líticas focalizadas sobre ciertos grupos, y lo social como trama contenedora se disuelve a favor de una concepción en la cual la sociedad es un conjunto de individuos, cada uno de los cuales debe velar por sí mismo” (Murillo et al., 2007: 16).Volveremos sobre esto más adelante en el siguien-te capítulo, en torno a las características de la cues-tión social y las políticas sociales actuales en la Ar-gentina.

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Diario Clarín, Jueves 5 de octubre de 2006

La pelea contra la inflación: Conclusiones de un estudio de economistas sobre “pobreza sub-jetiva”

Se sienten pobres aunque las estadísticas lo nieguen

Los economistas suelen decir que las estadís-ticas son como las salchichas: pueden resultar muy sabrosas, pero mejor ni preguntar cómo se hicieron. En el caso de los 861 pesos que hacen falta, según el Indec, para no ser pobre en la Argentina al mes de agosto, se trata de un promedio que tiene poco que ver con la percepción de la gente. La mitad de la pobla-

ción que está técnicamente por encima de la línea de pobreza se siente, de todas maneras, pobre.La conclusión surge de un estudio realizado en base a una muestra de 650 jefes y jefas de hogares del Gran Buenos Aires, por el Centro de Economía Regional y Experimental. En total, seis de cada diez bonaerenses sufren algún tipo de pobreza, ya sea porque están obje-tivamente en esa condición o bien porque se sienten pobres.La semana pasada se conocieron los datos a agosto de la cara real de la pobreza, que mostraron que 12,1 millones de personas se encuentran en esta condición: un 31,4% de la población. Y 4,3 millones son indigentes que no llegan a cubrir los 391 pesos en los que está valuada la canasta básica de alimentos.La percepción de pobreza cayó en el último año: en el 2005, un 53% de los que estaban por encima de la línea marcada por el Indec se sentían pobres, y ahora ese porcentaje bajó al 48%. Sin embargo, en la investigación, tres de cada cuatro personas encuestadas seña-laron que los ingresos mensuales que recibe su hogar no alcanzan para cubrir los gastos necesarios."El caso típico es el de una pareja joven del GBA, en la que ambos trabajan y juntan más de 1.000 pesos al mes, pero deben pagarle a alguien para que cuide a su hijo en el horario laboral, postergan su consumo y no pueden solventar el colegio y la prepaga que realmente quisieran", explicó Victoria Giarrizzo, econo-mista del Cerx e investigadora de la Univer-sidad de Buenos Aires. "Técnicamente no son pobres, pero ellos sí lo sienten", agregó.Los estudios sobre "pobreza subjetiva" (así se llama esta rama), están extendidos en Eu-ropa y EE.UU, pero en la Argentina aún son escasos. En parte, admite Giarrizzo, porque

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no se trabaja con estadísticas duras, algo que suele provocar alergia en los economistas. Sin embargo, la percepción de pobreza es funda-mental para moldear expectativas: quienes se sienten pobres actúan como tales, caen el el desánimo y ven perspectivas sombrías para su futuro.

Del estudio surgieron otras conclusiones inte-resantes:• El valor de los bienes alimentarios y no ali-mentarios que según la encuesta necesitan los hogares para cubrir su subsistencia se ubica, en promedio, en $ 1.732 mensuales, el doble del costo de la canasta básica total (CBT) que informa el Indec. • El ingreso promedio que, según declara la gente, necesita el hogar para no sentirse po-bre ascendía en julio a $1.904 mensuales, 10% superior al ingreso promedio que manifiestan los hogares precisar para cubrir sus gastos necesarios y 120% superior al costo de la CBT.• Los factores más mencionados para dejar se sentirse pobre son mejoras en la salud y en la educación, contó Dardo Ferrer, del Cerx. Una política pública que refuerce estas áreas es la que más impacto tendría para bajar la percepción de pobreza.• Las mediciones de pobreza subjetiva están, a su vez, sujetas a subjetividades geográfi-cas. En la Capital federal, por caso, el dinero que hace falta para no sentirse pobre es mayor al del interior del país, contó Giarrizzo, donde "la educación privada es más barata y hay menos aversión de la gente a mandar a sus hijos a un colegio público".-------------------------------------------------------El artículo periodístico retoma la cuestión de las formas de concebir y percibir la pobreza. En relación con el planteo del mismo, reflexioná en torno de los contenidos vistos en esta unidad:

1. Cómo se vincula la distinción entre “pobreza objetiva” y “pobreza subjetiva”, con la proble-mática de la relación entre el concepto teórico de las clases sociales (“clases en el papel”) y la “realidad” de las mismas.

2. Cuáles considerás que son las ventajas y límites de las distintas formas de medir la pobreza.

3. Qué criterios, bienes de consumo, servicios y otros factores, considerás como elementos indis-pensables o importantes para no ser “pobre”.

4. Qué reflexión podés hacer sobre los dos úl-timos párrafos del artículo, en relación con los conceptos de “capital cultural” y “capital social” de Bourdieu.

En este capítulo, hemos definido la llamada “cuestión social” y visto sus orígenes y evolución histórica, así como las consecuentes formas y abordajes teóricos de la estratificación social y el antagonismo entre clases sociales, en relación con las transformaciones del capitalismo.En cada apartado, podemos resumir las si-guientes definiciones conceptuales:• La “cuestión social” se define y origina histó-ricamente por la contradicción entre el principio de igualdad abstracta de la política democrá-tica y las desigualdades concretas propias de la economía y sociedad capitalistas. Esta es la paradoja insalvable del contractualismo liberal que funda la idea de ciudadanía y el derecho modernos.• La idea común de “estratificación” o división de grupos sociales debe adaptarse para el

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caso específico del capitalismo al análisis del antagonismo o “lucha” de clases sociales, tal como lo desarrolló originalmente en el siglo XIX la obra clásica de Karl Marx. Éste definió el criterio de clasificación en torno a la propiedad de los medios de producción, y la cuestión de la organización política e identidad de clase (clase “en sí” y “para sí”). Ello condicionó la política del socialismo en torno al dilema entre reforma y revolución.• La crisis del capitalismo de entreguerras y la posterior política del New Deal y el plan Marshall de reconstrucción europea (estrate-gia de contención del comunismo), legitimaron la idea de una “ciudadanía social”, base de una “segunda generación” de derechos al bienestar económico y la seguridad, y el acceso a servi-cios sociales y a la educación. Ello replantea la cuestión social, apaciguando las luchas de cla-ses y preparando la emergencia y consolidación de las “clases medias”.• En las sociedades y Estados de “bienestar” de posguerra, se comenzó a criticar y “deconstruir” el paradigma conceptual de las clases sociales. En el campo teórico, se planteó una mirada relativista y de análisis multidimensional de las diferencias sociales. En el campo social y polí-tico, se verificó una reducción del proletariado industrial, en transición a regímenes de trabajo “posindustrial”, y la emergencia de nuevos gru-pos de minorías y demandas no definidas por el factor socioeconómico o de clase.• Entre las nuevas teorías sociológicas, es des-tacable el aporte del francés Pierre Bourdieu. En particular, su “constructivismo estructura-lista” permite un análisis multidimensional ba-sado en distintas formas de poder o “capita-les” y la interiorización subjetiva de la condición y trayectoria social en los “habitus” de clase. En particular, analiza la reproducción en el sistema escolar del capital cultural y la importancia de

éste en la definición de las desigualdades y la clasificación de grupos y estamentos sociales.• La crisis y mutación histórica del capitalismo a comienzos de la década de los setenta prepa-ró el cambio hacia la economía “posindustrial” y la innovación tecnológica de la llamada “sociedad de la información”. Esto se dio en un contexto de reducción del proletariado y de embate con-tra el poder de los sindicatos, en el contexto de auge del neoconservadurismo y los regímenes autoritarios. Estos cambios tenderían a des-plazar la centralidad del trabajo y la relación del salariado como marcos de integración social.• La llamada “nueva cuestión social”, emerge de las transformaciones de fines de siglo XX y el auge de las políticas neoliberales. En función de este contexto debe leerse críticamente la nueva preocupación de organismos internacionales y políticas públicas afines por la problemática hoy privilegiada de la “pobreza” y la “exclusión”. La “pobreza” busca desviar el eje de la cuestión social respecto del viejo problema de la des-igualdad (y la discusión técnica sobre su medi-ción, puede distraer de su discusión política). Asimismo, la problemática de los “excluidos” desplaza el análisis de las clases sociales. Esta mirada liberal se asocia a nuevas políticas sociales no universalistas, sino focalizadas; basadas menos en la garantía de derechos por la intervención del Estado, que en un redes-cubierto “capital social” (concepto de Bourdieu prestado y resignificado) para interpelar a la auto-organización y responsabilización de los propios damnificados.

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Contractualismo y liberalismo. “Contrato social” y “capital social”Comencemos por los principios del contractua-lismo y su relación con la cuestión social. Esta última, la definimos repetidamente por el choque del ideal de igualdad con la realidad de desigualdad del capitalismo. De todos modos, también está planteada en el título una “para-doja” o contradicción interna del contractualismo liberal: ¿en qué sentido?Asimismo, es dable pensar relaciones entre la filosofía y la política práctica. Concretamente, podemos interrogarnos por la relación de la idea del “contrato social”, con el concepto de “ca-pital social” que en la actualidad determina mu-chas políticas sociales. ¿Qué filiación o afinidad puede encontrarse entre ambas ideas? Acaso esta filiación deba buscarse en su común ads-cripción al ideario del liberalismo (político, y económico). ¿De qué modo?

Clases “en sí” y “para sí”: la importancia de la organización y la movilizaciónLa cuestión de las clases teóricas o “sobre el papel” y las clases reales o movilizadas, que hemos expuesto de modo muy sintético y sim-plificado, se vincula con una discusión central y siempre abierta en las ciencias sociales, la de la respectiva relación entre determinación y libertad, “objetividad y subjetividad”, o “estruc-tura y acción” sociales. ¿De qué modo comprendemos al fin las ideas de clase “en sí” y “para sí”? Dichas ideas, ¿no encierran en sí una paradoja? (plantear que algo existe más allá de cobrar “conciencia”; o al revés, que algo adquiere conciencia sin tener

antes plena existencia “en sí”)La resignificación contemporánea del “capital social”, en la medida que responsabiliza a la propia sociedad civil en lugar de buscar ga-rantías en el campo de la política y el Estado, ¿cómo puede relacionarse con la discusión so-cialista en torno del reformismo? Las estra-tegias de auto-organización del “capital social”, ¿en qué sentido son “movilizadoras”?; es decir, ¿puede decirse que fomentan la organización política, o aún más, alguna forma de “conciencia de clase”? ¿Apuntan en última instancia a un horizonte de cambios estructurales o de conser-vación del statu-quo?

Lo “social” como adjetivo omnipresenteHemos intentado aclarar la definición original de lo “social”, para clarificar un poco el sentido de un término que aparece de modo omnipre-sente en los debates políticos, y como adjetivo asociado a muchos conceptos teóricos.Hemos reseñado aquí varias ideas calificadas por lo “social”, a saber: “cuestión social”, “clase social”, “ciudadanía social”, “capital social”. ¿De qué modo estos términos adquieren y dan a la vez un sentido diferencial de lo “social”? Por ejemplo, entre las ideas de “ciudadanía social” y “capital social”, ¿cuáles son los contextos de emergencia y sus sentidos diferenciales? ¿Qué horizonte cabe en cada caso a la intervención estatal y a la garantía política de derechos?

Bourdieu y el análisis marxista de las clases socialesHemos dicho que la obra de Pierre Bourdieu, en el cruce de diversas corrientes de la socio-logía (al decir de García Canclini, un “marxismo weberiano”), habilita una actualización y com-plejización multidimensional del análisis de clase marxista. ¿Por qué?¿En qué sentido puede decirse que el esquema

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teórico de Bourdieu es superador, o acaso más apto que el de Marx para pensar las di-visiones de clases contemporáneas? Y a la vez, ¿en qué medida retoma o incluye aun el análisis de clases sociales? De otro modo: ¿cuáles son las ventajas de clasificar las clases según la propiedad de los medios de producción, o se-gún distintas formas de poder-capital?

Bourdieu: los habitus de clase, la educación y la “distinción”El constructivismo de Bourdieu supone incluir la dimensión de interiorización subjetiva de lo so-cial. Este marco epistemológico se vincula con su concepto de “habitus” de clase. ¿De qué modo? Y estos habitus, al definir una adscripción social de clase y ser definidos como “estruc-turas” (en rigor, como “estructuras estructura-das y estructurantes”), ¿qué margen de liber-tad dejan para los sujetos? He aquí la difícil cuestión: ¿cómo puede torcerse a nivel de las trayectorias individuales el profundo destino social marcado por lo que Bourdieu denomina “sentido de la posición de uno”?En relación con esto, se discute si la escuela puede ayudar a compensar y rectificar estas trayectorias merced al esfuerzo y trabajo edu-cativos. ¿Cuál es el repertorio de formas del “capital cultural” que la escuela hoy reproduce y que podría proveer? ¿En qué medida dicho espacio reproduce, compensa o nivela las des-igualdades de capital cultural? Basándonos en la reflexión teórica, y aun en nuestra intuición y nuestra experiencia, ¿cómo imaginamos que las formas del capital cultural y escolar interac-túan, al interior de los sujetos educandos, con las disposiciones profundas que conforman el “habitus” de clase?Por otro lado, la teorización de Bourdieu sobre las formas de “distinción”, y las diferencias del capital cultural y simbólico y sus matices entre

clases o fracciones de clase, ¿en qué sentido son útiles para pensar la dinámica del espacio social de las clases medias?

Modelos de representación de la estratificación social: la “pirámide” social y el diagrama de BourdieuVimos más arriba una comparación entre dos gráficos, el primero un diagrama diseñado por el propio Bourdieu (ordenado según diferencias de volumen global y composición capital cultural y económico); el segundo una representación típica de un modelo estratificado de “pirámide social”. Vale otra vez reflexionar y repetir las siguientes preguntas: ¿en qué se diferencian?, ¿cuáles son las teorías sobre lo social implíci-tas en cada modo de representación?, ¿cuáles las ventajas de cada una?Evidentemente, el gráfico de Bourdieu aparenta ser más complejo que la pirámide social. ¿Por qué? ¿Cuáles son en cada caso las variables que ordenan la representación? Retomando el análisis de clases sociales de Marx, ¿cómo se lo puede relacionar o incluir en la representa-ción de ambos gráficos?

La “nueva cuestión social”¿En qué sentido general hemos comprendido la diferencia entre la “cuestión social”, tal como se definió al comienzo del capítulo, y la hoy llamada “nueva cuestión social”?Reflexionemos sobre nuestra concepción y nuestra imagen mental, de las características concretas de la “exclusión” (en sus aspectos económicos, culturales, urbanísticos, legales, etc.), y la imagen tradicional de la clase obrera y el “proletariado”. ¿Qué diferencias aparecen entre nuestras imágenes del “excluido” y del “proletario”?¿Qué significación política tiene el cambio de foco de atención, del problema de la “desigual-

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dad”, al de las “diferencias”, la “equidad”, o la “pobreza”, la “exclusión” y la marginalidad? Buscando una posible fundamentación de este cambio de enfoque, ¿responde a cambios efec-tivos en la estructura social y en el espacio del trabajo?, ¿y/o a cambios del contexto político? (tanto a nivel mundial, como a nivel regional y de la política doméstica)Estos cambios de enfoque y de conceptos, ¿qué impacto y traducción tienen en el plano de las políticas y las instituciones educativas, y de las estrategias y prácticas pedagógicas?¿Cuál es el sentido y eficacia de apelar al con-cepto de “capital social”? ¿Qué mirada política subyacente hay sobre el carácter y las priori-dades de intervención del Estado?

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Evolución histórica de la cuestión social en la Argentina2.1. Emergencia de la cuestión social en el siglo XIX

2.2. La sociedad de masas y el Estado de bienestar

En este capítulo retomaremos la problemática de la “cuestión social”, junto a la revisión de algu-

nos ejes conceptuales y el desarrollo de otros nue-vos, en perspectiva histórica y para el caso específi-co de la República Argentina. El análisis comenzará en la emergencia de la cuestión social en el siglo XIX, en particular en función de los problemas de la vida urbana que hicieron eclosión en la ciudad de Buenos Aires y otras grandes urbes del país. Y con-tinuaremos con las formas de políticas de inclusión social y bienestar hacia mediados de siglo XX, para finalmente llegar al análisis de las nuevas formas de la cuestión y las políticas sociales en la actualidad.

Capítulo 2

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Las formas que adquirió la llamada “cuestión so-cial”, según hemos visto ya en el capítulo 1, eclo-

sionaron no sólo en Europa, sino que también impac-taron en la joven República Argentina, merced a su fuerte integración al mercado mundial, sobre la base del desarrollo de un modelo económico agroexpor-tador. Las paradojas y contradicciones del contrato social liberal que constituyen el corazón de la mo-derna cuestión social (Donzelot, 2007), junto con los problemas concretos de la desigualdad y las condi-ciones de pauperismo y la vida obrera en las aglo-meraciones urbanas y fabriles, también se repitieron en nuestro país, y despertaron fuertes dudas e in-quietudes en las clases dirigentes ilustradas en fun-ción del proyecto de construcción de una “Nación”.

2.1. emergenciade la cuestión social

en el siglo XiX

La Argentina de fines de siglo XIX se constituyó como moderno Estado-Nación a partir de la inte-

gración a la economía mundial, básicamente a través de la exportación de productos agropecuarios y la im-portación de capitales y productos manufacturados. Este patrón de integración subordinada al mercado mundial se conoció como “modelo agroexportador”. La relación fundamental a nivel geopolítico y de las transacciones económico-comerciales internaciona-les durante esta etapa se estableció con Inglaterra, alimentando de este modo el continuado desarrollo de su revolución industrial y ampliación de mercados. El modelo agroexportador se fundaba en una acu-mulación capitalista basada sobre el latifundio impro-ductivo y la agricultura extensiva, con mínima agre-gación de valor en la producción y un incipiente y poco significativo desarrollo industrial endógeno.

2.1.1. Modelo agroexportador. dominio territorial y violencia fundacional del Estado-Nación

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La expansión de la frontera agrícola se llevó a cabo a través de campañas militares, como las que se co-nocieron con la mala denominación de “Conquista del desierto” dirigidas por el general Julio Argentino Roca entre los años 1869 y 1888 sobre los territorios de La Pampa y la Patagonia. El combate contra los “malones” y el poder territorial de algunos pueblos originarios (tehuelches, mapuches), con el saldo del exterminio sistemático de dichas poblaciones indí-genas originarias19, corresponde a lo que Marx ana-lizó en El Capital, en torno a la transición del modo de producción feudal al capitalista, ligado a formas de “violencia extraeconómica” y “violencia económi-ca” (Marx, 1988: 891). La primera forma, propia de las antedichas campañas militares, inauguró lo que en jerga marxista se llamaría proceso de “acumula-ción originaria”: la expulsión de poblaciones de sus tierras que pasarán a constituir el patrimonio de la oligarquía terrateniente y la base de acumulación del capitalismo agroexportador. Este proceso, a la vez que una acumulación de tipo económico fue también político, fundando lo que comúnmente se entiende como "monopolio de la violencia” sobre un territo-rio, elemento definitorio esencial del Estado-Nación moderno.Los gauchos e indios eran poblaciones nómades, que no conocían ni la forma convencional burgue-sa de la familia y la civilidad, ni la propiedad privada ni el Estado. Expulsados de su hábitat y despojados de su modo de vida y su libertad, serían empujados hacia los bordes de los centros urbanos, forzados a constituirse en fuerza de trabajo o transitar en la marginalidad. Muchos de ellos olvidarían y perderían sus costumbres y alimentarían la penosa rutina de la “mala vida”, de los “compadritos” al servicio de pa-trones de dudosa moral o de la prostitución.La violencia “extraeconómica” de la expulsión por la fuerza es entonces complementada con la violencia “económica”: cuando aquellos que han sido expul-sados y privados de sus medios de vida y de pro-

ducción y sustento (la pequeña unidad rural agríco-la, las economías comunitarias tradicionales) se ven forzosamente convertidos en mano de obra “libre” jurídicamente, obligados a venderse en un mercado de trabajo. Estas formas históricas de violencia sen-taron la base de lo que constituiría, merced a la inte-gración de los expropiados de la vida rural en la ruti-na fabril y urbana, la nueva clase obrera, el moderno proletariado, base de la explotación de plusvalía en el capitalismo.Por otro lado, la concepción de un “desierto” a con-quistar se acompañó con el ideal de “poblar la Na-ción”, que alentó la apertura a la inmigración de ori-gen europeo20. Los inmigrantes fueron el grueso de los colonos, pero en muchos casos no se asentaban en el campo más que temporariamente, y el grue-so de los asalariados permanentes rurales siguie-ron siendo criollos. El flujo inmigratorio tuvo de to-dos modos un peso demográfico determinante, y el censo de población de 1869 en la ciudad de Buenos Aires arrojaba una cifra de 51,8% de población ex-tranjera. Esto comenzaría a fundar el mito -aún muy discutido- de una Argentina “blanca”.

19 • Estas campañas contaron, en algunos casos, con la complicidad de algunas pocas tribus o fracciones indígenas que participaron en combate como aliados del gobierno nacional argentino. De todos modos, la mayor parte de las tribus fueron exterminadas al resistir el avance del Estado sobre sus territorios. Este proceso que fue reivindicado como fundacional por el Estado-Nación argentino, más tardíamente se reconoció como un verdadero “genocidio” sobre los pueblos originarios de nuestras tierras.

20 • La gran mayoría de los inmigrantes era de origen italiano, 571.057 sobre un total de 859.919 llegados de ultramar, entre los años 1857 y 1887. Sobre esa cifra, el 87% eran adultos; y entre los adultos, el 75% eran varones y el 12%, mujeres (Murillo et al., 2007: 25).

En el año 2012, los aborígenes constituye-ron alrededor del 1,5% de la población total del país, la mayor parte de ellos están ya transculturizados, desconociendo su len-gua y sus costumbres tradicionales. Al-gunos estudios señalan que la población

mestizada en la Argentina —con por lo menos un antepasado amerindio— rondaría el 50%.

Diario Clarín, Revista Ñ, Domingo 26 de sep-tiembre de 2011

ara tenerp cuentaen

Problemáticas de la educación contemporánea

35Versión preliminar, para uso interno

El Mar tín Fierro, remixadoEl clásico de clásicos de la literatura argentina en una nueva versión del joven poeta Oscar Fariña. El poema, “traducido” a la clave marginal de hoy: el gaucho matrero es un pibe chorro.

Por Gabriela Cabezón Cámara

(…) Si el primero se ponía a cantar al compás de la vigüela, éste, el de hoy, prefiere la “kum-bia” villera. Al primero lo vuelven matrero la pobreza y una institución del Estado, el ejército y su leva. Al segundo, lo tornan chorro malo la misma pobreza y una institución distinta, la cárcel. Si uno padece a los oficiales y el trabajo gratis, el otro padece a los “pitufos” –presos “antipresos” que, según muchas versiones, en las cárceles roban, violan y matan bajo protec-ción de miembros el Servicio Penitenciario– y “trabaja” gratis para los oficiales carcelarios. Los dos pierden mujer, hijos y casa. Los dos co-meten dos crímenes sin sentido. Contemos uno,

el primer asesinato. En el original, El Gaucho Martín Fierro, el que escribió José Hernández y se publicó en 1872, el gaucho mata porque está borracho. Le hace un chiste pasado de tono a una negra –le dice “vaca” y quiere seducirla–. El negro que la acompaña se enoja. Y Fierro lo mata. En la reescritura, El guacho Martín Fie-rro, de Oscar Fariña, publicado hace poco más de dos meses, el guacho mata por el mismo chiste. En vez de a un negro, a un boliviano. Los dos hacen el mismo comentario racista: uno dice “los negros”, el otro “los bolis”, y afirman que Dios (“D10s” en la versión contemporánea) los creó “para carbón del infierno” (“tizón” en el original). Si uno se pasa al indio después de robarse unas vacas, el otro se va a Paraguay con unas bolsas de soja ajena. Los dos rompen ese mito tonto, ese que sostiene que quienes son víctimas deben ser necesariamente buenos, como si hubiera alguna relación lógica entre la adversidad y el altruismo, como si ser bueno fuera más fácil con todo en contra. (…)

El gaucho Martín Fierro

Era un gringo tan bozal, que nada se le entendía. ¡Quién sabe de ande sería! Tal vez no juera cris-tiano, pues lo único que decía, es que era papolitano.

Ay no mas ¡Cristo me valga! rastrillar el jusil sien-to; me agaché, y en el momento el bruto me lar-gó un chumbo; mamao, me tiró sin rumbo, que sinó, no cuento el cuento.

Y aguante el que no se anime a meterse en tan-to engorro, o si no apretese el gorro, o para otra tierra emigre; pero yo ando como el tigre que le roban los cachorros.

Yo junté las osamentas, me hinqué y les rezé un bendito; hice una cruz de un palito y pedí a mi Dios clemente me perdonara el delito de haber muerto tanta gente.

El guacho Martín Fierro

Era un cheto e Capital que nada se le entendía, que flor de papa tendría en la boca, ese marcia-no: lo único que repetía es que era palermitano.

Ahí nomás ¡Gilda me valga! el ruido a metal yo siento me agaché, y en el momento el gato vino a los tumbos; mamado fakeó sin rumbo, que si no, no cuento el cuento.

Y aguante el que ahora se anime a meterse con este chorro, o si no que pase el porro y para otro barrio emigre: yo trasca mando en el Tigre y te re garcho sin forro.

Yo junté todos los cuerpos, me harté y les eché un clorito; hice una cruz con palitos y pedí a D10s y al Frente perdonaran mi delito de achurar a esos agentes.

(Selección de párrafos comparados del original de J.Hernández y la versión de O.Fariña, (2011). “El guacho Martín Fierro”. Buenos Aires: Factotum.)

Problemáticas de la educación contemporánea

36Versión preliminar, para uso interno

Es importante replantear una advertencia y una síntesis del siguiente modo: hemos planteado ya antes la “cuestión social” y acostumbramos ima-ginar su nacimiento en torno de las luchas del proletariado industrial y urbano; pero hay una fa-ceta distinta y previa, ligada a la historia invisible de las poblaciones originarias y del colonialismo en América Latina. Como acabamos de describir, en el propio proyecto de fundación de un Estado-Nación moderno en la Argentina, se concibió una acumulación originaria de tierras y propiedad, así como una acumulación y monopolio de la vio-lencia, y un ejercicio sistemático de la misma por parte del aparato represivo estatal en el genoci-dio de las poblaciones originarias. Este genocidio se extendió en el plano cultural, con poblaciones amerindias diezmadas, gauchos condenados a la errancia y la persecución; todos expulsados a los márgenes de la “mala vida” en las ciudades, donde debieron perder y olvidar sus culturas y modos de vida rurales y ancestrales, para mal-venderse como fuerza de trabajo en el nuevo or-den del capitalismo.

La temprana mecanización de la producción rural, por una parte, y el pobre desarrollo de una industria local de manufacturas o maquinarias agrícolas, por la otra, limitó el acceso al trabajo y por ende el asen-tamiento rural. Es el principio de un éxodo de pobla-ción del campo a la ciudad.

La mayor concentración de población se dio pues alrededor de las ciudades cercanas a los puertos, dotadas aún de un escaso desarrollo industrial e in-fraestructura urbana. Según datos de los censos na-cionales de 1895 y 1914 (ver tabla de censos), en el transcurso de dicho período, la población urba-na aumentó hasta constituir más de la mitad del to-tal de la población del país. Y asimismo, el 71,5% de los incrementos demográficos totales se acumu-ló en la zona Este, correspondiente a las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, y la Capital Federal. Las mayores concentraciones de población se dieron en las ciudades de Buenos Aires y Rosario.

186918951914

total

1.737.0763.954.9117.885.237

Urbana ruralnúmero496.6801.479.4524.157.370

número1.240.3962.475.4593.727.867

%28,637,452,7

%71,462,647,5

AÑo Población de la Argentina (según los censos nacionales)

Fuente: Censos nacionales21

21 • (en Murillo et al., 2007: 23)

“En Argentina, y especialmente en Buenos Ai-res, esas paradojas se evidenciarán con toda

fuerza luego de 1853. Fue entonces cuando en pri-mer lugar se usó la violencia directa para ‘pacificar’ la incipiente nación y luego se actuó de modo pre-dominante a través del discurso de la persuasión sobre la heterogénea multitud de inmigrantes que amenazaban como ‘microbios’ con corroer el cuer-po social” (Murillo, 2005: 197).El explosivo crecimiento demográfico planteó una cuestión a la vez social y urbana. Las manifesta-ciones más crudas del pauperismo, los problemas del hacinamiento y los déficits de infraestructura, la difusión de epidemias, todo ello provocó cierta desazón en el optimismo de los sectores ilustra-dos de las élites y la difusión de miedos en la po-blación, que acompañaban el resquemor frente a la creciente presencia y demandas de las “masas” de

2.1.2. La cuestión social en las ciudades: el miedo a las epidemias físicas y morales

Problemáticas de la educación contemporánea

37Versión preliminar, para uso interno

trabajadores22.El paisaje de los “conventillos”, que conocemos gracias a inolvidables letras de tangos y sainetes, fue cuna de dichas expresiones de la cultura popu-lar, pero también caldo de cultivo de muchas de las aberraciones de la cuestión social23. Las figuras del “compadrito”, tan homenajeado luego en voces de nuestra literatura, o los burdeles, en los arrabales donde se ubica el nacimiento mítico del tango, eran por entonces vistos como formas de “mala vida”: delito, proxenetismo, promiscuidad, vagancia, des-arraigo, violencia, alcoholismo, abandono de niños, falta de higiene. En fin, un foco de enfermedades fí-sicas y morales.

Las “epidemias morales” (delito, prostitución, locu-ra), junto con los flagelos del cólera, el tifus o la fiebre amarilla, eran las dolencias que comenzaban a aque-

22 • Una referencia ineludible es el conocido Informe Bialet Massé. “El estado de las clases obreras Argentinas” de 1904, encargado al catalán Joan Bialet Massé por el presidente Julio A. Roca, que sirvió de precedente para la primer creación de un Código y un Departamento Nacional de Trabajo. “El Informe se constituye en un dispositivo productor de sujetos trabajadores argentinos ‘normales’ que abominan del socialismo y que ‘aman’ el capitalismo buscando crear un efecto de realidad que justifique por una parte la necesaria ‘tutela’ del Estado sobre los trabajadores, y por el otro estigmatice como ‘normales’, ‘anti-argentinos’, y ‘enfermos’ a quienes luchaban por la revolución social” (García Fanlo, 2009).

23 • Recordemos las variables de definición del umbral de “necesidades básicas insatisfechas” (NBI), a saber: más de tres personas viviendo en una misma habitación; alojamiento en viviendas precarias o de inquilinato; falta de retrete con descarga de agua o sistema de cloacas; presencia en la familia de un niño de entre 6 y 12 años que no asista a la escuela. Es claro que en los conventillos se conjugaban prácticamente todos estos males y otras formas de precariedad.

24 • La fuerte tradición anarquista de los españoles, alentó bajo esa orientación la fundación en 1901 de la primera organización obrera en nuestro país, la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). La posterior escisión de los gremios socialistas daría origen un año después a la Unión General de Trabaja-dores (UGT). Esas dos orientaciones, junto con la del sindicalismo revolucionario, serían las variantes fundamentales en los orígenes del movimiento obrero argentino (Matsushita, 1983).

“Los compadritos muertos” Jorge Luis Borges

Siguen apuntalando la recovaDel Paseo de Julio, sombras vanasEn eterno altercado con hermanasSombras o con el hambre, esa otra loba.Cuando el último sol es amarillo En la frontera de los arrabales,Vuelven a su crepúsculo, fatales Y muertos, a su puta y su cuchillo.Perduran en apócrifas historias,En un modo de andar, en el rasguidoDe una cuerda, en un rostro, en un silbido,En pobres cosas y en oscuras glorias.En el íntimo patio de la parraCuando un tango embravece la guitarra.

Miguel Cané y la “Ley de Residencia”En 1889, desde su puesto de cónsul argentino en España, Miguel Cané llamaba a controlar a las compañías contratistas para seleccionar a los in-migrantes, y advertía que “durante varios meses se han embarcado en los puertos de Andalucía millares de hombres sin oficio conocido, vaga-bundos, inhábiles para el trabajo, futuros parási-tos de nuestras ciudades, verdadera lepra social en vez de contingente de riqueza […]. La inmi-gración, lejos de ser un beneficio para la Repúbli-ca, es un elemento de disolución social, no sólo por los vicios morales que esa masa de hombres pervertidos importa, sino también por las nume-rosas enfermedades físicas que padecen” (cita-do por González Leandri, González Bernaldo de Quirós y Suriano, 2010: 203).El mismo Cané (1851-1905), autor de Juvenilia y una de las plumas más representativas de la Generación del 80 en la literatura argentina, des-empeñándose como senador nacional y por en-cargo de la Unión Industrial Argentina, fue quien auspició y dio aun su nombre a la infausta Ley 4144 sancionada por el Congreso Nacional en el año 1902, conocida como “Ley de Residencia” o “Ley Cané”. Dicha legislación facultó al gobier-no a expulsar sin previo aviso a extranjeros, y fue

jar la salud de la Nación. Todos ellos, flagelos traídos por los inmigrantes, visto además que había fraca-sado la política de atracción de laboriosos trabaja-dores del norte europeo y, en cambio, abundaban anarquistas españoles24 y otros elementos de países mediterráneos, cerrados en sus propias asociacio-nes mutuales y cada vez más organizados y cons-cientes de su derecho al trabajo y la ciudadanía.

Problemáticas de la educación contemporánea

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Este tipo de discursos, como se aprecia muy clara-mente en la cita de Cané, amén de discriminatorios y xenófobos, respondían a toda una peculiar y nove-dosa matriz de pensamiento conservador, que con-jugaba prejuicios con cientificismo, con el que las élites pensaron la cuestión social, a la vez como un problema de orden político y de salubridad y moral públicas. Discurso policial y discurso médico se au-naban en una protopolítica científica.

En pleno auge de la inmigración extranjera y la ame-naza contestataria de las masas, el discurso con que las élites argentinas respondieron a la cuestión so-cial concibió a la sociedad como un “cuerpo” (metá-fora organicista25), cuyo equilibrio u homeóstasis era menester proteger y sanar. La ciencia, y en especial la medicina, se transformaba en matriz discursiva y modelo de intervención sobre lo social. Esto expresó la hegemonía del “positivismo” como base del pro-yecto de “Nación” de las fracciones intelectuales de las clases dirigentes de la Argentina de fines de siglo XIX y comienzos del XX (Terán, 1987).Los médicos, dotados de la autoridad cuasi absoluta de la ciencia y revistiendo en nuevos organismos de Estado (como la Asistencia Pública, o el Departamen-to Nacional de Higiene creado en 1880), devinieron en profesionales de intervención en lo social (prefigu-ración genealógica de lo que más adelante conoce-ríamos como “trabajadores sociales”). El Estado pue-de pensarse aquí pivoteando y articulando entre las instancias de lo político y lo civil, tejiendo una alianza estratégica entre instituciones estatales y paraesta-tales, contándose entre estas últimas las formas li-berales de acción social: la filantropía, las socieda-des de beneficencia, los agentes de la Iglesia, o aun clubes, mutuales y organizaciones civiles, etc. Estas estrategias y prácticas de intervención, arti-cularon especialmente con los espacios de la fami-lia26 y la escuela, lugares de constitución (“sociali-zación”) del futuro ciudadano, que fueron rodeados con prescripciones de cuidado de sí y de normas de

El análisis siguiente se desprende del marco teóri-co del francés Michel Foucault (1926-1984), muy

influyente en otros análisis de la cuestión social que citamos aquí (Castel, Donzelot, Murillo y otros). El concepto de “gubernamentalidad” (Foucault, 1981) aludió a una economía específica del poder (o “bio-poder”; 1977 y 1992), distinta de las formas premo-dernas de la soberanía (el viejo poder del soberano, externo y por ejercicio de la violencia, poder de “ha-cer morir y dejar vivir”), basado ahora en la regula-ción no-violenta de lo público y la interpelación al auto-control y gobierno de sí de los sujetos libres, para regulación tanto de individuos como de pobla-ciones, merced a saberes y técnicas de poder que articulaban la acción del aparato del Estado con la de esferas institucionales paraestatales (familia, es-cuela, prisiones y hospicios).

2.1.3. Protopolítica científica y medicalización: el par normal-patológico

utilizada para perseguir y reprimir la organización sindical de los trabajadores y expulsar fuera del país principalmente a anarquistas y socialistas.

ara mirarpLes recomendamos visitar la obra Un epi-sodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires (1871), de Juan Manuel Blanes. Disponible en: http://www.buenosaires.gob.ar/areas/cultura/arteargentino/00sigloxix/02gr_crono_1871_1a.php

25 • La analogía organicista y la metáfora del “cuerpo social” fundan la idea novedosa, luego integrada en el sentido común sociológico, del “sistema” so-cial: una nueva forma de solidaridad “orgánica” entre los miembros de la comunidad, cuando ya disueltos los lazos de autoridad tradicional y religión del medioevo, frente a la afirmación del individualismo moderno, debe procurarse una nueva forma de integración y subordinación de las partes al todo, y de solución y conjura de los conflictos y amenazas. Este pensamiento positivista y organicista sobre lo social estuvo en la base de la teoría sobre la sociedad industrial de los primeros precursores de la so-ciología como disciplina, Henri de Saint-Simon (1760-1825) y su discípulo Auguste Comte (1798-1857) (Forte, 2008).

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conducta, de higiene y de moral. Todo esto auspició un proceso de “medicalización de la población”, una “protopolítica científica” aplicada a la salud física y moral de la población (Murillo, 2000).La institución en dispositivos estatales y paraestata-les de esta matriz de discurso disciplinario susten-taba un régimen de verdad: toda una forma de pen-sar la sociedad en sus alcances y en sus límites, una prescripción de conducta social que era interioriza-da en forma de imperativo moral (los valores bur-gueses de la “moral y buenas costumbres”, la “de-cencia”). En fin, se generalizaba el nuevo par de la “normalidad/anormalidad” como imperativo de inte-gración social y, correlativamente, como criterio de clasificación y juicio de las conductas desviadas.“Todo ese proceso demandó a la disciplina como técnica-táctica de poder y estableció una línea de demarcación social, entre el ciudadano normal y el desviado; en esta última categoría cayó la locura y el crimen, así como su zona intermedia: la contraven-ción. Estas figuras, se transformaron en lo Otro, que le dio sentido a la identidad de la nación y a sus ciu-dadanos. La medicina, a través de su modalidad de intervención dio el modelo para el establecimiento de parámetros de ‘normalidad’ y desvío de la nor-ma, así como para rencauzar al desviado. Las técni-cas de los trabajadores sociales, desde el pedago-go hasta el criminólogo, pasando por el maestro y el psicólogo, se constituyeron sobre la matriz de diag-nóstico e intervención terapéutica de la medicina” (Murillo et al., 2007: 32).Retomando la reseña del marco teórico de Foucault, el nuevo régimen de gubernamentalidad involucraba dos vías complementarias del poder, individualizante y socializante, orientadas a interiorizarse y construir subjetividad o a regular estrategias de solidaridad y orden social; se corresponden respectivamente con lo que Foucault denominó “anatomopolítica” (disci-plinas, a nivel de los cuerpos) y “biopolítica” (regula-ciones, a nivel de las poblaciones).

“Podríamos decir esto: todo sucedió como si el po-der, que tenía la soberanía como modalidad y esque-ma organizativo, se hubiera demostrado inoperan-te para regir el cuerpo económico y político de una sociedad en vías de explosión demográfica e indus-trialización a la vez. […] Para recuperar el detalle se produjo una primera adaptación: adaptación de los mecanismos de poder al cuerpo individual, con vi-gilancia y adiestramiento; eso fue la disciplina. […] fue la más temprana -en el siglo XVII y principios del XVIII- en un nivel local, en formas intuitivas, empíri-cas, fraccionadas, y en el marco limitado de institu-ciones como la escuela, el hospital, el cuartel, el ta-ller, etcétera. Y a continuación, a fines del siglo XVIII, tenemos una segunda adaptación, a los fenómenos globales, los fenómenos de población, con los pro-cesos biológicos o biosociológicos de las masas hu-manas. Adaptación mucho más difícil porque implica-ba, desde luego, órganos complejos de coordinación y centralización. Tenemos, por lo tanto, dos series: la serie cuerpo-organismo-disciplina-instituciones; y la serie población-procesos biológicos-mecanismos regularizadores-Estado. Un conjunto orgánico institu-cional: la órgano-disciplina de la institución, por decir-lo así, y, por otro lado, un conjunto biológico y estatal: la biorregulación por el Estado” (Foucault, 2000: 226).“Los conceptos de ‘normal’ y ‘patológico’, tal como fueron acuñados por la medicina, se transformaron en la medida de una serie de acciones políticas con las que se articulan instituciones estatales y priva-das, tendientes a lograr la gubernamentalidad de la población. Ello se evidencia entre otras cosas en las funciones de organismos del Estado y de insti-tuciones de encierro a cargo del mismo. La articula-ción de esas instituciones posibilitó un ejercicio de la gubernamentalidad que actuó en una doble di-rección: por un lado tuvo un sentido totalizante, en tanto toda la ciudad a través de diversos dispositi-vos (DNH, Asistencia Pública, Escuela) cayó bajo la mirada controladora y cuadriculadora de los pode-

26 • Esta concepción de la institución familiar, estratégicamente vista como complemento de la acción estatal y relleno de los vacíos o déficits de lo social, prescribía roles estrictos para sus miembros. Lo femenino, como cualidad de sensibilidad y abnegación, tanto para la crianza del niño como para arrancar al hombre de los malos hábitos de la taberna, el callejeo y el motín. El padre, con su autoridad, era quien portaba y acercaba la función de la Ley. La infancia, en fin, era vista como matriz del adulto normal, futuro ciudadano y fuerza de trabajo. Sobre este espacio se fundaron así conscientemente toda una serie de estrategias de “familiarización”, según ha sido analizado en el trabajo específico y muy recomendable de Jacques Donzelot, La policía de las familias (1990). También hemos desarrollado en otra ocasión una investigación específica sobre las relaciones familiares (Amatriain, 2003).

Problemáticas de la educación contemporánea

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res; por otro lado la gubernamentalidad se ejerció de modo individualizante, en tanto esos dispositivos gestaron a través de diversas estrategias, el gobier-no de sí mismo, por medio de la aspiración a ideales de limpieza, orden y moral. La construcción de un yo interior, de una conciencia moral, jugó en ello un pa-pel central. Y en la construcción de esa conciencia moral, el miedo a las enfermedades físicas y mora-les fue esencial para la interiorización del imperativo ético” (Murillo et al., 2007: 32).El proceso de medicalización que describimos se tradujo en varias orientaciones o estrategias, entre ellas las del “alienismo” y el “higienismo”. Estas es-trategias médico-jurídicas valorizaron e instrumenta-lizaron la dimensión del espacio, respectivamente el espacio cerrado y el espacio abierto de los intercam-bios (Murillo, 2002).El alienismo se aplicó al diseño de espacios de en-cierro, valorados como agentes de educación, cura-ción y regeneración, con un modelo eminentemente hospitalario (Robert Castel se centró en la difusión del orden psiquiátrico, que definió como “edad de oro del alienismo”; 1980). Dicho modelo (que con-taba a la vez con una triple estrategia: distribución precisa del espacio; clasificación diferenciada de pa-tologías de conducta; relación de autoridad entre médico y paciente) se trasladó al régimen de prisio-nes, depósitos de mendigos y contraventores, ma-nicomios, instituciones de minoridad, etc. En fin, instituyó la idea de lo “correccional”, el encierro con-trolado para el estudio científico de la psicogénesis y la etiología moral, la “secuestración” de sujetos por parte del aparato estatal no para purgar sus conde-nas, sino para su “resocialización".El higienismo, complementariamente, fue la exten-sión de estas estrategias al espacio abierto, al es-pacio público donde concurre la población sana y laboriosa, es decir, normal. La progresiva extensión

de las estrategias, reglamentaciones y agencias del Estado (a través de su propio funcionariado y de sus articulaciones y ramificaciones paraestatales) alcan-zó bajo su jurisdicción el diseño urbanístico, de ca-lles y cursos cloacales (“sistema arterial y venoso de la ciudad”, según rezaban documentos públicos de la época, reproduciendo la imagen organicista de lo social) y la regulación en la construcción de edificios de viviendas y de plazas y espacios públicos (Gore-lik, 1998). Las regulaciones también alcanzarían la inspección de escuelas y la normatividad de la rutina de trabajo. El prestigio científico de la medicina le-gitimó la intervención estatal sobre los espacios del ocio y trabajo públicos, y de la privacidad.El modelo higienista y el correccional tuvieron su es-plendor a nivel internacional entre los años 1930 y 1950. Sus propuestas fueron en buena medida la matriz de políticas públicas emprendidas durante el Estado de bienestar. No es posible en este trabajo inventariar los avatares de las mismas, sino sólo se-ñalar en qué medida la emergencia de la cuestión social ligada a los temores de lo urbano impulsó la articulación de “un triple eje: la gestión de los espa-cios públicos y privados, la construcción de un suje-to universal desde el punto de vista de sus facultades morales, aunque con diferenciaciones particulares desde la perspectiva de sus obligaciones y lugares sociales, y la implementación de la ciencia como ins-trumento para la gestión de tales espacios y la cons-titución de tales sujetos” (Murillo et al., 2007: 36).La contraparte de este proceso de “normalización” social fue la difusión, a nivel tanto de las regulaciones públicas como del sentido común, de la discrimina-ción de aquello que la clasificación incluía en el os-curo espacio de la “degeneración” y la “desviación” social27. Entraban en este espectro tanto la preven-ción de enfermedades28, la sanción de los problemas de aprendizaje y conducta en la escuela, la disolu-

27 • El caso de Cayetano Santos Godino, que pasaría a la posteridad como el “Petiso orejudo”, se destacó y mostró bien la representación de la criminalidad y la cuestión social por parte de las autoridades y la opinión pública de la época. El susodicho resumía en su biografía los males típicos de la cuestión social: hijo de inmigrantes calabreses, víctima en su infancia de la enfermedad y de la violencia de un padre alcohólico, fue expulsado de varias escuelas y creció vagando en los terrenos baldíos y conventillos de los barrios de Almagro y Parque Patricios. El propio mote de “petiso orejudo”, concentrado en sus carac-teres físicos, honra el sentido común permeado por el pensamiento positivista, en sus variantes del darwinismo social y el lombrosianismo (por el médico y crimonólogo Césare Lombroso, que ligaba la criminalidad con causas físicas y biológicas). Los dictámenes médicos lo definieron como “un imbécil o un degenerado hereditario, perverso instintivo, extremadamente peligroso”, sentenciándolo así a reclusión perpetua, hasta su muerte en el penal de Ushuaia, presuntamente por un ataque de los propios reclusos.

28 • En 1909, en tren de evitar la potencial “degeneración de la raza argentina”, el Departamento Nacional de Higiene promovió una reglamentación para pro-hibir la unión de tuberculosos, sifilíticos y alcohólicos, que eran los progenitores que tenían un mayor porcentaje de mortalidad en sus hijos (Murillo, 2003).

Problemáticas de la educación contemporánea

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ción familiar o el descuido de los hijos (aun al límite de su eventual secuestración estatal, contemplada en la ley de patronato), e incluso las faltas de mo-dales y el aspecto exterior (ser pobre, pero “honra-do” o “limpio”). Los inmigrantes que llegaban al país, a imagen de las familias aristocráticas tradicionales, internalizarían estos criterios de juicio y prejuicio, de conducta, vestimenta e higiene, que devenían sig-nos de distinción y pertenencia a la “gente decente”, constitutiva de una cuasi raza, opuesta a los “otros” de los criollos y poblaciones originarias, en una for-ma de larvado o abierto racismo.“La ‘raza argentina’ se constituyó en un horizonte a lograr. Raza que no tenía en todo caso una marca étnica (si bien la apostura de los aristócratas anglo-sajones o franceses solían servir de modelo), sino que consistía sobre todo en un modo de ser que im-plicaba respetar a la patria, a la familia, ser limpio, aplicado, trabajador, decente, respetar la palabra dada y tomar precauciones para el futuro” (Murillo et al., 2007: 43).

ara mirarp• Mapa fundacional de la ciudad de La Plata: la representación del sueño positivista de diseño racional urbano y dirección científica

de la vida social. Disponible en: http://www.laplata80.org.ar/wp-content/uploads/2011/03/la-plata-plano.jpg• El “panóptico”, diagrama espacial de encierro, usado en prisiones y hospicios, adoptado por Foucault como modelo social de vigilancia. Disponible en: http://www.alrededoresweb.com.ar/2012/02/el-panoptico-social.html• El “Petiso orejudo”, famoso asesino serial arrestado en 1912, caso que conjugaba dos figuras: la criminalidad y la “degeneración”. Disponible en: http://commons.wikimedia.org/wiki/File%3APetiso2.jpg

Retomemos el análisis sobre la conjugación de técnicas disciplinarias (anatomopolítica) y de regulación de las poblaciones (biopolítica), ins-pirado en la obra de Michel Foucault.

1. ¿En qué medida es pertinente y provechoso para pensar las instituciones y prácticas edu-cativas?

2. En concreto, pueden plantearse, entre otros, los siguientes interrogantes:• En general, ¿en qué medida puede conside-rarse la institución escolar como una de las estrategias de respuesta a la cuestión social?• El diseño espacial de la escuela, ¿en qué se asemeja al diseño espacial panóptico, y a otros dispositivos institucionales y espacios de encierro?• ¿La práctica educativa apunta a un objetivo de “normalización” social?• ¿La pedagogía constituye una técnica de dis-ciplinamiento?, ¿en qué medida y de qué forma puede ir más allá del disciplinamiento?

omentoeflexión demr

Problemáticas de la educación contemporánea

42Versión preliminar, para uso interno

La cuestión social, como hemos visto, surgió ori-ginalmente en el siglo XIX en el marco de desa-

rrollo del comercio, la industria y la urbanización, en-cuadrada en las estrategias de construcción de un poder de Estado y una “Nación”, y avivada en sus términos más dramáticos por la reacción conserva-dora frente a la inmigración y las primeras manifesta-ciones del pauperismo y, luego, hacia fines de siglo XIX y comienzos del XX, frente a las demandas po-pulares de participación política (la “Revolución del Parque” en 1890, liderada por la Unión Cívica, ger-men del radicalismo, y marca fundacional de estas luchas hasta la conquista del sufragio universal con la ley Sáenz Peña en 1912) y por derecho al traba-jo (los sucesos de la “Semana trágica” de enero de 1919, y la “Patagonia rebelde” entre 1920-21, repre-sión feroz de obreros en reclamo de derechos, por parte ya del gobierno civil democrático de Yrigoyen).

En las primeras décadas del siglo XX, con la pau-latina integración de trabajadores en la economía industrial, y la socialización de los inmigrantes que devendrían parte de las nuevas “clases medias”, el centro de la decisión política y aun el modelo cultu-ral dejarían de depender exclusivamente de las éli-tes aristocráticas de la oligarquía, y en cambio, un nuevo protagonismo político y social de las “masas” marcaría el advenimiento de una nueva era histórica en la Argentina.

2.2. la sociedadde masas y el estado

de bienestar

ara mirarpLa Patagonia rebelde (Argentina, 1974).Dirección: Héctor Olivera. Basada en la novela Los vengadores de la Patagonia trágica, de Osvaldo Bayer.

Problemáticas de la educación contemporánea

43Versión preliminar, para uso interno

El cambio histórico hacia una mayor participación e integración de las mayorías no sería un pro-

ceso exento de tensiones. Especialmente, con los trastornos debidos a la crisis económica mundial tras el crac de la bolsa de Nueva york en 1930 que afectó la dependencia del modelo agroexportador y auspició un nuevo régimen económico de sustitu-ción de importaciones. La repercusión política local de este marco histórico de crisis sistémica del capi-talismo está en el golpe militar de Uriburu que puso fin al gobierno democrático radical e inauguró una serie tristemente larga y duradera de golpes milita-res y gobiernos de facto en la historia argentina. En el contexto del debate de ideas en la época de entreguerras, en las décadas de los veinte y los trein-ta, acontecimientos como la guerra mundial y la cri-sis capitalista parecían inaugurar una suerte de “cri-sis civilizatoria”, de cuestionamiento del paradigma del progreso asociado a la modernidad y de un pesi-mismo generalizado a nivel mundial y, en particular, el descrédito y la aparición de cuestionamientos al li-beralismo y el positivismo. Esta atmósfera de crisis y desazón en nuestro país tuvo por ejemplo su expre-sión, más allá del debate académico o filosófico, en letras de tangos que devendrían clásicos del género, como las del gran compositor Enrique Santos Dis-cépolo, “Yira, yira” (1930) y “Cambalache” (1935), u otras muy conocidas como el tango “Pan” (letra de Celedonio Flores, 1932), o “Al mundo le falta un tor-nillo” (letra de Enrique Cadícamo, 1933).

Volviendo a la caracterización de la crisis y el debate ideológico de entreguerras, en la Argentina la crisis del liberalismo se expresó a nivel político en el auge de un nacionalismo conservador, crítico tanto del li-beralismo como del socialismo29, y con fuerte des-confianza respecto de las “masas” (entendidas en

2.2.1. Crisis del liberalismo, auge del nacionalismo y sustitución de importaciones

“Yira, yira” (fragmento)Cuando la suerte qu'es grela fayando y fayando te largue parao... Cuando estés bien en la vía, sin rumbo, desesperao... Cuando no tengas ni fe, ni yerba de ayer secándose al sol... Cuando rajés los tamangos buscando ese mango que te haga morfar... La indiferencia del mundo que es sordo y es mudo recién sentirás…

“Cambalache” (fragmento)Que el mundo fue y seráuna porquería, ya lo sé.En el quinientos seisy en el dos mil, también.Que siempre ha habido chorros,maquiavelos y estafaos,contentos y amargaos,barones y dublés.Pero que el siglo veintees un desplieguede maldá insolente,ya no hay quien lo niegue.Vivimos revolcaos en un merenguey en el mismo lodotodos manoseados…

29 • Tras la Revolución rusa de 1917, liberalismo y socialismo ya se perfilaron como los dos polos que tensionarían la geopolítica y el debate de ideas a nivel mundial y devendrían más adelante en la llamada “guerra fría”. Los discursos nacionalistas, en este marco, resultarían igualmente críticos de ambas corrientes y aparecerían ubicados dentro del espectro ideológico en una suerte de “tercera posición”.

Problemáticas de la educación contemporánea

44Versión preliminar, para uso interno

dicha matriz discursiva como una mera agregación atomizada de individuos indiferenciados, proclives a la agitación populista y al motín). Los nacionalistas de la década de los treinta ejercieron una crítica de la democracia, frente a la cual reivindicaban un or-den social jerárquico en el que el gobierno político expresara a las facciones sociales organizadas de modo corporativista (el agro, la Iglesia, la patronal in-dustrial), y no a todos los ciudadanos por igual, que sumados como individuos en la “masa” sólo podían fundar una “tiranía de las mayorías”30. La cuestión social se vio excitada tanto por la crisis capitalista como por la creciente difusión local de las ideas del fascismo europeo, a las que se superpon-drían también las propuestas económicas de ins-piración keynesiana del New Deal norteamericano. La prédica fascista y las políticas del keynesianis-mo constituían dos programas diferentes que coin-cidían sin embargo en una crítica –respectivamente en lo filosófico-político y lo económico– del liberalis-mo, y apuntaban ambas a un mismo objetivo: paliar la acuciante cuestión social. La llamada “década infame”, inaugurada con el gol-pe militar de 1930, se caracterizó en lo político por el auge de las ideologías ya descritas del nacionalis-mo y por el fraude electoral, la represión de los opo-sitores y la corrupción generalizada. El filofascismo y la simpatía con las potencias del Eje en la Segun-da Guerra Mundial no impidieron, sin embargo, las concesiones a Gran Bretaña en materia comercial (el pacto Roca-Runcimann) y de control de transportes.En el plano económico, la crisis mundial y el aisla-cionismo comercial de las grandes potencias aus-piciaron a nivel local un proyecto de industrializa-ción por sustitución de importaciones (modelo ISI) y un mayor dirigismo de la política económica con la creación del Banco Central junto a muchos organis-mos estatales reguladores (como las Juntas Nacio-nales de Granos y de Carnes) y empresas públicas. El modelo ISI de capital intensivo requeriría ingentes cantidades de mano de obra, que fueron aportadas

por las corrientes de migración interna que tuvieron su primer apogeo en esta época, desde las provin-cias más pobres del norte hacia los centros urbanos más importantes del país. El consecuente desarrollo del sector industrial llegaría en 1943 a superar por primera vez al sector de la economía agropecuaria, y sería la base de una transformación mayor del sis-tema social y político.Estas transformaciones de la matriz económica in-dustrial y los cambios y movimientos poblacionales, como sucedió ya en las primeras manifestaciones de fines del siglo anterior, impactaron dramática-mente en las ciudades; y de la realidad de los vie-jos conventillos dentro del espacio urbano pasaría-mos hacia mediados de siglo XX a la nueva imagen de las “villas miseria” agigantadas en los bordes de la trama urbana, lo que a la vez agitaba en la pobla-ción nuevos miedos y suponía nuevas formas de la cuestión social. Si a comienzos del siglo la oligarquía manifestaba su desdén elitista y su temor por la epi-demia de las “masas”, promediando el siglo serían ahora las clases medias urbanas las que revelarían su discriminación y temor frente a la invasión de los “cabecitas negras”.

30 • Esta matriz ideológica conservadora y antidemocrática, que alentaba diversas expresiones de racismo, paternalismo y aristocratismo, tiene un ejemplo acabado en el discurso de Leopoldo Lugones, quien describe bien las paradojas del antiliberalismo en su propia trayectoria que va desde la militancia juvenil en el Partido Socialista hasta su ulterior vuelco ideológico al militarismo y el fascismo (Fanlo, 2007).

El ascenso de Juan Domingo Perón, de Secretario de Trabajo y Previsión a la presidencia de la Na-

ción en el año 1946 y, aun antes, la irrupción de las masas en la Plaza de Mayo para exigir su liberación el 17 de octubre de 1945 son los hitos que marcan el nacimiento del peronismo y, con él, un proceso de transformación fundamental en la historia argentina.No se pretende aquí hacer un análisis histórico ex-haustivo, sino apenas señalar y retomar algunos as-pectos ligados a la evolución de la cuestión social en

2.2.2. El peronismo y el Estado de bienestar

Problemáticas de la educación contemporánea

45Versión preliminar, para uso interno

31 • En relación con las diversas interpretaciones posibles sobre el polémico fenómeno histórico del peronismo, podemos reseñar aquí apenas un par de análisis sociológicos de entre los más difundidos. En primer lugar, Gino Germani, referente fundacional de la sociología en la Argentina, en su momento perse-guido por su posición política antiperonista, dejó sentada una interpretación clásica del peronismo (1962), que asimiló el mismo con los movimientos fascistas europeos y basó su explicación en factores psicosociales: el choque por la migración de la vida tradicional de provincias al mundo urbano y moderno, facilitó la disponibilidad irracional de los trabajadores para su engaño y adhesión a un régimen carismático y totalitario. En segundo lugar, una mirada diferente y aun opuesta es la de Miguel Murmis y Juan Carlos Portantiero (1971), quienes conciben una participación más activa y racional de los trabajadores, reconociendo la importancia de su organización gremial en articulación con el aparato de Estado, y la continuidad con las viejas demandas de la clase obrera por la concreta distribución del ingreso, que el gobierno peronista habría sabido satisfacer.

relación con el peronismo y, en particular, su aporte para la institución en nuestro país de un modelo polí-tico-social conocido en general en la historia mundial y en la teoría política como “Estado de bienestar”.De modo muy general y sintético, y apelando a lo consabido, digamos que la etapa histórica signada por el período correspondiente a las dos primeras presidencias de Perón (1946-52 y 1952-55) se sue-le asociar, en lo económico, a una consolidación del modelo ISI, con el consecuente crecimiento de la clase obrera industrial, y un creciente intervencionis-mo de la política económica estatal. En lo político, dentro de un marco democrático, se instituyó una ideología antiliberal, un fuerte liderazgo carismáti-co y una orientación corporativista para el ejercicio efectivo del poder, con un significativo crecimiento y reconocimiento de los sindicatos, y una mayor inte-gración del movimiento obrero dentro del esquema socio-económico.La enumeración de estos hechos en alguna medida expresa una continuidad respecto del marco eco-nómico-político que se insinuaba en años previos y del perfil que asumían muchos regímenes políti-cos en la época de la posguerra y los años dorados del capitalismo fordista. La gran significación y sin-gularidad del peronismo, sin embargo, puede acaso situarse en un nivel político-cultural: se trató de un parte-aguas histórico que reordenó el mapa social y dividió de modo profundo y duradero a la sociedad argentina entre dos polos político-ideológicos: el an-tagonismo fundamental e irreconciliable entre pero-nismo y anti-peronismo.“La historia política de la Argentina en el siglo XX se divide en dos: antes y después del peronismo. Al constituirse como fuerza política en 1945 desplazó hacia el pasado la tradicional oposición entre radi-cales y conservadores sobre la que habían girado las luchas políticas desde la cruzada por la libertad del sufragio. En el lugar de esa oposición se levantó

otra, más cargada de contenidos de clase y tributa-ria de los conflictos que acompañaron la expansión de los derechos sociales y la integración política y social de vastos sectores del mundo del trabajo” (Torre, 2002: 3). La oposición fundamental en la Argentina de la pri-mera mitad del siglo XX entre radicales y conserva-dores se había basado en las luchas en pos de la conquista de la “primera generación” de derechos civiles y políticos. Y la etapa inaugurada por el pero-nismo, con “la institucionalización de las realidades propias de una sociedad industrial” (Ib.: 4) se carac-terizó, al decir de Torre, por mayores “contenidos de clase”, con el reconocimiento de una segunda gene-ración de derechos, un nuevo horizonte de “justicia social”. En este sentido, la interpelación política del peronismo a la organización de la clase obrera, con un discurso crítico de los privilegios de clase de las viejas élites ligadas al modelo agroexportador, supu-so una tensa explicitación y una redefinición política de la vieja “cuestión social”31.La crítica planteada contra el peronismo desde la izquierda política (con el extremo de la alianza del Partido Comunista con la candidatura del embaja-dor norteamericano Braden contra Perón, concebi-da como una versión local de los frentes anti-fascis-tas), por el contrario, entendió que la interpelación del discurso peronista al “pueblo”, como unión inter-clases, significaba un retroceso y desdibujamiento de la contradicción clasista fundamental del capita-lismo (burguesía vs. proletariado) y suponía el para-dójico compromiso de la clase obrera con su propia explotación dentro del sistema capitalista.En una perspectiva alternativa, el historiador Daniel James (1995) interpretó en los sucesos del 17 de oc-tubre de 1945, jornada de bautismo del peronismo, lo que definió como una “iconoclasia laica”: la profa-nación de propiedades y espacios de las élites, por ejemplo el diario La Prensa, el Banco Comercial o la

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Ahora bien, hecho este breve racconto histórico del primer peronismo y su política social, pasemos al análisis de las características del Estado de bien-estar en un sentido más general, para considerar la efectiva difusión de este modelo en regímenes polí-ticos de todo el mundo, acompañando los llamados

ara mirarpEva Perón (Argentina, 1996).Dirección: Juan Carlos Desanzo.

sede del Jockey Club y otros clubes y universidades constituían actos de transgresión del orden simbó-lico establecido. El peronismo tendría en esta pers-pectiva, de modo inaugural en la historia argentina, el valor de un reconocimiento, y aun la institucionali-zación desde el propio Estado, de una identidad de la clase obrera, la “dignificación” de los trabajado-res y los humildes, y la elevación de la cultura popu-lar de masas al estatuto de una cuasi cultura oficial.Volviendo al análisis de los aspectos sociales del pe-ronismo, podemos encauzarlo con la descripción de la difusión más general en esta época de lo que se llamó “Estado de bienestar”. Se trató de la institu-cionalización de nuevos derechos sociales a nivel del espacio laboral (períodos de vacaciones y des-canso, condiciones de trabajo y sobre todo salarios más dignos) y de la intervención estatal y la presta-ción de servicios públicos universales (planes de vi-vienda, ampliación de los sistemas públicos de sa-lud y educación, empresas públicas e inversiones en energía, transporte e infraestructura). En el caso ar-gentino, durante el gobierno peronista, varias de es-tas políticas sociales lograron amplia difusión y vi-sibilidad a través de la labor de la Fundación Eva Perón y de la figura y memoria indeleble de su con-ductora. Y claro está, también debe destacarse en este período la ampliación del voto femenino; el re-conocimiento, por fin, de una plena ciudadanía y de-rechos políticos para las mujeres.

treinta “años dorados” (1945-73) del capitalismo de posguerra.Visto en una perspectiva más general o macro, este marco histórico auspició una estabilización del or-den político, una articulación entre las políticas pú-blicas y el esquema económico del capitalismo in-dustrial fordista, la integración de la clase obrera en la sociedad salarial y de consumo y una consolida-ción de los procesos antes descritos de disciplina-miento de los sujetos y de regulación y “normaliza-ción” de la población. “El período de tres décadas que va desde 1945 hasta mediados de los setenta constituye a nivel mundial lo que dio a llamarse los “treinta gloriosos” considerados como una “etapa de oro” de la economía industrial capitalista. A partir de una articulación de taylorismo y fordismo, en tan-to formas predominantes de organización del traba-jo, con la teoría económica keynesiana y las políticas welfaristas se construye un modo particular de “dar respuesta” a la cuestión social y una forma definida de gobierno de la fuerza de trabajo y de administrar la contraposición entre trabajo y capital: el salariado (Castel, 1997). Esta forma de gobierno de los suje-tos supuso la construcción de fuertes anclajes iden-titarios, en particular en el trabajo, y la posibilidad de construcción de cuerpos y proyectos colectivos” (Murillo et al., 2007: 52).Los debates en el campo académico mundial y las alternativas teóricas en torno al análisis y defi-nición del Estado de bienestar han sido abundan-tes y es imposible reseñarlos aquí. Digamos apenas que aquél puede en verdad concebirse como una extensión del Estado protector moderno clásico, lo que por ejemplo el francés Pierre Rosanvallon (1995) llamó “Estado Providencia”32. La propia denomina-ción del Welfare State, por otro lado, también asocia este modelo de bienestar con la difusión de las polí-ticas económicas keynesianas durante la posguerra, como respuesta a la vez a la crisis económica y la cuestión social (Hobsbawm, 1995; Holloway, 1994). Podemos reseñar el conocido planteo del sociólogo

32 • Este término État-Providence fue acuñado en la época del Segundo Imperio en Francia (1852-70), por los republicanos que preconizaban un “Estado social” en la crítica a leyes antisindicales. El Estado protector clásico entronca también en la tradición europea, en Inglaterra con el antecedente de la asis-tencia social o pública organizada bajo las “leyes de pobres”; y en la Alemania del Segundo Reich (1871) con el Wohlfahrtsstaat que designaba las políticas bismarckianas en materia social.

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La difusión de los modelos y regímenes bienestaris-tas, ligados a las experiencias de las socialdemocra-cias europeas, como correlato del establecimiento de una “ciudadanía social” (Marshall), tuvieron un indu-dable éxito en la reducción de la pobreza y la redis-tribución social de la riqueza, la articulación política entre corporaciones y grupos de interés (sindicatos, partidos políticos, patronales empresarias), una rela-tiva eficiencia en la productividad y desarrollo econó-micos, la recompensa y protección contra riesgos en el mercado de trabajo. En un balance político general relativo a la cuestión

33 • Según estos criterios de Esping-Andersen, podemos describir pues sintéticamente las variantes de cada modelo de bienestar: El modelo socialdemócrata resulta el extremo más igualitarista, con prestaciones públicas universales que profundizan a la vez la independencia del individuo respecto del mercado y de la familia. El modelo conservador -con la influencia histórica del estatismo, el corporativismo tradicional y el catolicismo- se basa en la protección del trabajo, con una des-mercantilización e intervención de política social menores, y la protección laboral del varón en tanto sostén de la familia, vista como núcleo de seguridad y garantía de bienestar. El modelo liberal anglosajón, se basa en soluciones de mercado, y -afín a la mirada liberal decimonónica del “alivio a los pobres”- promueve un Estado “residual” con intervención mínima y asistencia a un espectro circunscrito de necesidades especiales (por ende, al contrario del universalismo, es individualista y tiende a la focalización) entendidas como fallas de mercado.

FamiliaMercadoEstado

Liberalmarginalcentralmarginal

Socialdemócratamarginalmarginalcentral

ConservadorcentralmarginalSubsidiario

Los tres modelos de regímenes de bienestar (Esping-Andersen)

(versión simplificada del esquema de Esping-Andersen, to-mado de: Sunkel, 2006: 22)

danés Gøsta Esping-Andersen (1990), provechoso por la simplicidad de su clasificación, que distingue tres modelos de bienestar: “liberal”, “conservador” y “socialdemócrata”; respectivamente, vinculados con las experiencias de los países anglosajones como EEUU y Reino Unido, los países de la Europa conti-nental como Alemania y Francia y los países escan-dinavos. En el marco teórico de Esping-Andersen, estos modelos (a los que agregaría más adelante un posible cuarto modelo mediterráneo, tras su expe-riencia en Italia y España) se basan diferencialmen-te “en las hipótesis fundamentales sobre las insufi-ciencias del mercado laboral y de la familia” (Esping Andersen, 2001: 202) (los regímenes de bienestar re-sultan así en procesos de des-mercantilización y des-familiarización); y “se distinguen entre sí de acuerdo con la distribución de responsabilidades sociales en-tre el Estado, el mercado y la familia (los que consti-tuyen la “tríada del bienestar”) y, como elemento re-sidual, las instituciones sin fines de lucro del ‘tercer sector’” (Esping-Andersen, 2001: 207-8)33.

social, los regímenes de bienestar parecieron brin-dar una aparente solución, suturando las heridas del contrato social con su éxito para la integración de las mayorías de la población en el salariado. En un or-den de posguerra signado por la memoria cercana de la guerra del fascismo contra el liberalismo y del auge del comunismo, la fórmula práctica del “bien-estarismo” socialdemócrata fue exitosa en la integra-ción del movimiento obrero al orden político liberal y la economía capitalista, el establecimiento durade-ro (al menos hasta fines de la década de los sesen-ta) de una cierta paz social, y resultó una estratégica contención de la amenaza soviética en el marco de la Guerra Fría.

Tras el anterior análisis de las políticas económi-cas keynesianas y de intervención estatal en el

mundo del trabajo, y de las variantes políticas del Estado de bienestar que caracterizaron la consolida-ción y los “años dorados” del capitalismo fordista en la posguerra, cabe concluir este capítulo acerca de la sociedad de masas atendiendo a algunas varia-bles sociales sobre el impacto de aquellos procesos macro políticos y económicos en la vida cotidiana y en la morfología de la sociedad. En particular, con la integración de las mayorías de la población en el salariado y la difusión de regímenes bienestaristas, se destaca como nota sociológica dominante en la contemporaneidad el creciente predominio y prota-gonismo de las llamadas “clases medias”.Esta denominación peca de cierta vaguedad teóri-ca34 y designa un amplio espectro social cada vez más mayoritario en las sociedades modernas, de-finido por la variable económica y laboral (profesio-

2.2.3. El ascenso y la doble moral de las clases medias

Problemáticas de la educación contemporánea

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nes liberales y un cierto poder adquisitivo) y tam-bién por aspectos socio-culturales, que nos interesa aquí destacar: una cierta pretensión de estatus so-cial diferencial, que aleja a las clases medias de los sectores populares (y de la rutina del trabajo fabril o manual), para auto-percibirse en cambio a imagen del modelo burgués; y en particular, una voluntad de “ascenso social” con una fuerte apuesta y valoriza-ción del acceso a la educación y la cultura.El análisis de clases sociales clásico tiene una ló-gica dificultad para incluir la realidad de las clases medias dentro de su clasificación de las clases so-ciales35; y, como vimos ya en un capítulo anterior, la obra de Pierre Bourdieu permite complejizar el análi-sis de clases y resulta especialmente pertinente para pensar las clases medias, por las apuestas de éstas a la distinción social a través de la trayectoria profe-sional y un mayor capital cultural y educativo.La posición estructural de medianía entre clase alta y baja definió como parte del habitus de las clases medias lo que puede definirse como “doble moral” o “hipocresía pequeñoburguesa”. Esta doble moral explicaba, por una parte, la reacción especialmente feroz de las clases medias contra toda forma de gro-sería y de las desviaciones y enfermedades morales de la plebe y, por otra, la vara distinta con que se juzgaba la dudosa virtud de las clases altas, respon-sables de las múltiples formas de corrupción políti-ca y de explotación de clase, y que aún miraban con desdén a las propias clases medias y su ostento-sa pretensión de ascenso. Entre una dignidad ima-ginaria cuasi aristocrática y, a la vez, una cercanía

34 • La denominación de “clases medias” ha sido usada comúnmente para referir a los grupos sociales que practican actividades y oficios vinculados con el comercio, la administración, así como las llamadas “profesiones liberales” (abogados, escritores, arquitectos, contadores y, en general, todos los oficios de trabajo no manual). Incluye también a pequeños propietarios y sectores con un cierto poder adquisitivo que conforman lo que se daría también en llamar la “pequeña burguesía”. En verdad puede decirse que la existencia de tal espectro social así vagamente definido se remonta al siglo XVIII (respondía por ejemplo a la llamada “gentry” en Inglaterra), asociada íntimamente pues con el desarrollo de la Revolución industrial y de la administración propias de la modernidad. La clase media moderna surge en el siglo XX, al comienzo principalmente en los EEUU, con el desarrollo del modelo industrial fordista y la difusión de las políticas keynesianas, que supusieron un incremento general de los salarios.

35 • La apuesta marxista era que la radicalización del antagonismo entre burguesía/proletariado tendería a devenir cada vez más excluyente y a separar bina-riamente la sociedad, limitando las clases medias a un lugar residual. La realidad mostraría que, al revés, durante el siglo XX las clases medias tenderían a generalizarse, desplazando el relieve demográfico y político anterior del proletariado. Es comprensible que Marx no atendiera tanto a este problema, pues vivió el nacimiento del capitalismo y la sociedad industrial de primera mitad del siglo XIX, cuando el problema más acuciante que saltaba a la vista era la realidad del pauperismo y la explotación de la clase obrera y las revoluciones plebeyas que trastornaban la cuestión social. En cambio, otro clásico de la sociología como Max Weber, ya sobre fines del siglo, podía dar testimonio del desarrollo de la intelligentsia técnica de “cuello blanco” que problematizó con su teoría sobre la burocracia; y pensó una estratificación social en tres dimensiones paralelas (económica, política y social) y una conformación de estamentos sociales basada pues en las variables de “estatus” económico y político y de “prestigio”, entendidos como distintas especies de poder (Weber, 1997).En buena medida, puede decirse que la obra más contemporánea de Pierre Bourdieu es una cierta forma de “marxismo weberiano” (García Canclini, 1990), que retoma el análisis de clases del marxismo pero lo complejiza y que retoma las dimensiones de análisis y la mirada sobre lo social de Weber, traduciendo las formas de poder y estatus weberianas a distintas formas de “capitales”.

al mundo del trabajo y la necesidad económica, las clases medias se refugiaron y anclaron sus esperan-zas de ascenso social en el valor de la educación y en los ideales y formas y modales de la “decencia” (como ya hemos visto, formas ellas todas del pro-ceso de “normalización” social y de disciplinamien-to de los sujetos para el orden y la vida laboral del capitalismo). Como dijo el ensayista Arturo Jauret-che, en relación con su famosa definición del “medio pelo” en la sociedad argentina: “Es la situación for-zada de quien trata de aparentar un status superior al que en realidad posee […] El medio pelo procede de dos vertientes. Los primos pobres de la alta clase y los enriquecidos recientes” (Jauretche, 1966: 280).En la Argentina, hacia fines de siglo XIX y comien-zos del XX, las ocupaciones secundarias ligadas a la economía agroexportadora (industria y manufac-turas y servicios como el transporte y la estiba) con-formaron la clase obrera; y fue la expansión de las actividades llamadas “terciarias”, ligadas a la admi-nistración y el comercio, la que dio origen a la cla-se media. Los extranjeros inmigrantes serían quie-nes se integrarían a las ocupaciones más modernas, como industria y servicios, y los argentinos nativos quedarían en actividades tradicionales, como arte-sanía y servicio doméstico. Hay dos mitos muy difundidos y vinculados entre sí acerca de la Argentina que han buscado distinguir-la como un supuesto caso excepcional respecto del resto de países de América Latina. El primero es el mito de la Argentina “blanca”, basado en la ante-dicha filiación de la clase media local con los con-

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tingentes de la inmigración europea, que sentó un precedente y marca de distinción de tipo étnico, en-tre una clase trabajadora “morocha” y una pequeña burguesía “blanca”. El segundo mito, que ahora eva-luamos, es la idea de la Argentina “de clase media”. Ambos relatos responden en parte a la realidad y, en parte, son producto de una lectura parcial e interesa-da de la historia del país, una narrativa histórica ofi-cial inaugurada ya en el siglo XIX con Mitre que, junto también con los planes sarmientinos de educación pública y otras estrategias de integración social, ex-presaron al fin el propio proyecto de Nación de las élites ilustradas locales, que imaginaban un país con distancias sociales menores y más integrado, inscri-biendo la historia nacional dentro de un proceso uni-versal de “modernización” (Adamovsky, 2009b).En la historia política concreta, en verdad el ascenso de las clases medias no fue sencillo ni exento de al-ternativas dramáticas, y para su reconocimiento so-cial tuvieron que librar una primera batalla contra la cerrazón y los privilegios de la aristocracia. En este sentido, la entrada protagónica de las clases medias en la historia argentina, que marcaría su identidad política, suele asociarse con el ascenso del radica-lismo36, que expresó el espíritu de ascenso social e integración a partir de la conquista de derechos po-líticos, traducido en la conquista del sufragio univer-sal que llevó a la presidencia a Hipólito Yrigoyen. En dicho ciclo, con hitos como la reforma universitaria de 1918 y con la apertura y distribución del empleo público, se cimentó una relación duradera entre el radicalismo y las clases medias asalariadas.

A medida que se consolidaron las clases medias en ascenso, al integrarse y confundirse como par-te de la burguesía, el eje de diferenciación pasaría a la distinción en el espacio social respecto de la clase trabajadora y los grupos sociales subalternos. Paradójicamente, y mostrando acaso lo que antes definimos como una cierta forma de “doble moral”, los inmigrantes y sus descendientes, que habían su-frido antaño el rechazo de las familias patricias tra-dicionales, reprodujeron paralelamente después una reacción similar en contra del aluvión inmigratorio in-terno de los “negros” y “grasas” del norte que ha-bían arribado a las ciudades. Este giro de la cues-tión social y los nuevos prejuicios de la clase media urbana correspondieron y se hicieron visibles espe-cialmente con la nueva etapa histórica inaugurada por el ascenso al poder del gobierno peronista.

36 • El radicalismo, vale aclarar, aparece a veces mitificado como expresión de clase media, pero en sus orígenes la UCR fue un partido con líderes de la élite, que no se dirigiría particularmente a la clase media hasta entradas las décadas de los veinte y treinta. Asimismo, vale decir que más adelante, frente a la emergencia del peronismo, se hizo también evidente este componente elitista y el rechazo del plebeyismo político que aquel movimiento supo encarnar.

ara mirarpClase media (Argentina, 2011). Dirección: Juan Carlos Domínguez. Ver afiche de difusión del film en: http://www.alrededoresweb.com.ar/2012/08/cine-historia-de-una-clase.html

En un plano estrictamente sociológico, el primer peronismo fue una etapa de consolidación de la

clase trabajadora, aunque no tanto en lo que respec-ta a las clases medias, las que tendrían una nueva expansión significativa recién en los años sesenta por efecto del desarrollismo: “A partir de 1945, en el modelo del primer justicialismo, claramente hay una política social de mejoramiento del bienestar de los sectores populares, pero en lo que hace a la estruc-tura social, en términos del volumen y movilidad de las clases, no hubo grandes cambios. Esas modifi-caciones ocurrieron más intensamente durante el pe-ríodo del modelo desarrollista, que va a desplegarse entre 1958 y 1972. No es posible decir que no haya cambiado nada, pero el del justicialismo no fue un

2.2.4. El fantasma del peronismo: “la pequeña burguesía en el purgatorio”

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en estos años cargada de componentes peculiares y furiosamente anti plebeyos”.La clase media quedó entonces parada (duradera-mente) en la vereda del antiperonismo (o “gorilismo”, en jerga peronista) y se plegó al frente civil-político que derrocó a Perón, bajo la bandera de la democra-cia contra la presunta “tiranía” del régimen depues-to. Para aquellos sectores de clase media reprimi-dos o efectivamente postergados por el peronismo, los años inmediatamente posteriores a la “Revolu-ción Libertadora” parecieron insinuar un tiempo de apertura y mayor libertad en el ámbito cultural: por ejemplo, con el restablecimiento de la autonomía universitaria con cogobierno estudiantil y la desig-nación del socialista José Luis Romero como rec-tor de la UBA; o la reorganización del CONICET; o la creación del Fondo Nacional de las Artes, presidido por la aristocrática Victoria Ocampo, al tiempo que reabría también, por ejemplo, el principal teatro de la comunidad judía, el IFT, de tendencia comunista.Pero este optimismo prontamente entraría en crisis con las divisiones de los representantes políticos res-pecto de qué hacer con el peronismo y, luego, fren-te a las deficiencias de las presidencias radicales y la creciente imposibilidad de sostener una efectiva ins-titucionalidad democrática (Cavarozzi, 2006). La evi-dencia creciente de una tendencia al autoritarismo en la sociedad y la política se comprobó plenamente con el golpe del general Onganía contra el debilitado gobierno radical de Arturo Illia en 1966. El proceso de la “Revolución Argentina” inauguró un largo período de inestabilidad política, signado por la disputa en-tre sectores nacionalistas-desarrollistas y otros más liberales al interior de los grupos dirigentes, la repre-sión y el conservadurismo cultural (con casos emble-máticos como el de la irrupción policial dentro de la UBA en la “noche de los bastones largos” del 29 de julio de 1966), y la resistencia cada vez más abierta de la clase trabajadora y la imposibilidad de encon-trar una solución a la proscripción del peronismo. Podemos pues repetir aquí el planteo de Adamovs-

modelo transformador en ese aspecto: uno de los in-dicadores de modernización que suele tomarse para el análisis de la estructura social es el incremento de las clases medias asalariadas (técnicos y profesio-nales de inserción estable, con trabajo en blanco y pleno) y éste no ha sido uno de las rasgos caracterís-ticos del primer peronismo, cosa que sí es más no-table en el desarrollismo por las modificaciones que introdujo en la producción industrial” (Torrado, 2010).Sin embargo, cabe decir del peronismo que fue la etapa histórica de una cierta consolidación de las clases medias en el aspecto político-cultural e ideo-lógico. El historiador Ezequiel Adamovsky (2011) plantea de este modo una de las hipótesis centrales de su análisis sobre la clase media argentina: “el mo-mento de arraigo definitivo de la identidad de ‘clase media’ fue el del peronismo. […] La reacción anti-peronista agrupó por primera vez de forma sólida los intereses de la élite con los de una gran propor-ción de los sectores medios. En los años peronistas, ser ‘de clase media’ era una forma de diferenciarse de las identidades que proponía el peronismo, cen-tradas en el ‘trabajador’ como figura principal de la nueva nación que se buscaba construir. También en esta ocasión hubo políticos e intelectuales que favo-recieron la expansión de la identidad de ‘clase me-dia’, esperando estimular así una reacción de orgu-llo social contra el fenómeno peronista. En tiempos de Perón se instalaron poderosas visiones académi-cas acerca de la sociedad argentina y de su historia, que por primera vez colocaban a la ‘clase media’ en el papel protagónico estelar. Como en tiempos de Sarmiento y Mitre, las clases bajas (‘negras’ y pe-ronistas) fueron catalogadas como portadoras de la ‘barbarie’ que amenazaba la ‘civilización’ argentina. En esta forma de imaginar la nación, la ‘clase media’ -que, por omisión, se suponía blanca, educada y de las regiones ‘modernas’ de Buenos Aires y el Litoral- ocupaba el sitial de honor como motor del progreso y garante de la libertad contra la tiranía populista. Así, la identidad de clase media arraigó fuertemente

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ky: la concepción del parte-aguas histórico del pe-ronismo como anclaje fundante y persistente de la identidad de clase media argentina. Efectivamente, podemos ver cómo la clase media siguió signada en forma duradera por la experiencia y el fantasma del peronismo y, tras el derrocamiento de Perón en 1955 y a medida que se imponía la desazón frente a la inestabilidad y el autoritarismo en el campo políti-co, cada vez más amplios sectores de intelectuales de la clase media comenzaron una severa auto-críti-ca (como la definió Carlos Altamirano en un conocido ensayo sobre el tema: “La pequeña burguesía, una clase en el purgatorio”; 1997), un replanteo de su am-biguo lugar social y político y su distancia respecto de los sectores populares y de la clase trabajadora. La progresiva politización de sectores intelectuales de clase media responderá tanto al propio contexto nacional, como también al contexto mundial de fines de los años cincuenta y de la década de los sesenta, signado por los procesos de descolonización y re-sistencia “tercermundista”, con el impacto singular en la región y en nuestro país de la revolución cuba-na en 1959 (Terán, 1993). “La imagen de la clase me-dia y su lugar en la nación sufrieron severos cuestio-namientos luego de 1955. Un creciente giro hacia la izquierda afectó todas las áreas de la vida nacional, incluyendo las identidades” (Adamovsky, 2009b).

La proscripción política y represión sistemática del peronismo no hicieron más que acrecentar su repre-sentatividad en la clase obrera y lo convirtieron en una bandera de resistencia, que no tardaría en identificar a sectores cada vez más mayoritarios de la sociedad civil, provocando una situación de vacío o “empate hegemónico”37, en contra de los regímenes político-militares de facto, que buscaban instituir lo que el po-

ara mirarp

ara mirarp

La hora de los hornos (Argentina, 1968). Dirección: Fernando Solanas.

No habrá más penas ni olvido (Argentina, 1983). Dirección: Héctor Olivera. Basada en la novela homónima de Osvaldo Soriano.

37 • Desde una perspectiva gramsciana, el sociólogo Juan Carlos Portantiero explicó la inestabilidad endémica del sistema político argentino por un vacío o crisis de hegemonía, o un “empate hegemónico”. La resistencia y trabas efectivas que ponían los trabajadores en las fábricas a la acumulación del nuevo capital monopolista dominante (ligado a la apertura a inversiones extranjeras directas y multinacionales en el desarrollismo) hacían que “las líneas generales del proceso desde 1955 se encuadran dentro de lo que llamaríamos fase de no correspondencia entre nueva dominación económica y nueva hegemonía política” (Portantiero, 1973).

litólogo Guillermo O'Donnell definió como un “Estado burocrático-autoritario” (1982). La llamada “resisten-cia peronista” en las fábricas entre 1955-58 fue base de un nuevo sindicalismo más “basista” y clasista (que también derivó en grupos de izquierda no pe-ronista; por ejemplo, el caso del dirigente de ideolo-gía marxista Agustín Tosco, importante referente del Cordobazo); el cual chocaría luego con la facción del sindicalismo más participacionista y conciliador con los gobiernos de facto, representada por la fracción “Azopardo” de la CGT de Augusto Vandor y su pro-yecto de un “peronismo sin Perón” (James, 2010).

A la par de estas alternativas en el movimiento obre-ro, un sector politizado en el seno de la clase media buscó a su vez acercarse al movimiento popular, nu-triendo una nueva corriente de “izquierda peronis-ta”, de lo que surgirían en los años setenta agrupa-ciones como FAR, FAP y Montoneros (junto a las de izquierda marxista como el PRT-ERP). En suma, la conflictiva cuestión social y política planteada tras el derrocamiento del peronismo seguiría condicionan-do la historia argentina, sin una solución por parte de las clases dirigentes, hasta el gobierno de Lanusse, cuando se habilitaría por fin el retorno del peronismo al poder en 1973. En fin, para recapitular e ir concluyendo este aparta-do, debemos cerrar aquí el relato histórico, para re-tomar en lo que sigue unas consideraciones socio-lógicas más generales.Retrospectivamente, la época inaugurada a media-dos de siglo XX por el peronismo constituyó, para-dójicamente y a pesar del anti-peronismo de la clase media argentina, la de la generalización más plena en

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nuestro país de un modelo social típico de clase me-dia. Efectivamente, el peronismo auspició la integra-ción de una mayoría de la población trabajadora en un espectro social de clase media, en un sentido de-mográfico y socioeconómico, gracias al acceso ma-yoritario a nuevos estándares de bienestar y de po-der adquisitivo y de consumo.Como base de esta transformación social debe con-tarse, claro está, el factor del desarrollo de la eco-nomía industrial fordista, con su correlativa política de pleno empleo y altos salarios. Pero también debe destacarse un nuevo fenómeno, cada vez más signi-ficativo: el desarrollo e impacto creciente de los me-dios de comunicación masivos y de las industrias culturales. Estos incorporaron elementos de la cul-tura popular y los fundieron en el nuevo paradigma de una verdadera “cultura de masas”, matriz cultural contemporánea que aunó y asimiló valores, imagi-narios y hábitos de recreación y consumo comunes a las distintas franjas de la población.La época que coincide con la década de los sesen-ta quedará siempre caracterizada por el auge de un proceso de “modernización” de la cultura y los hábi-tos de la población, con impacto directo en las cla-ses medias, que involucró toda una serie de fenóme-nos diversos. Podemos resumirlo, por una parte, en una complejización de la estructura social con prota-gonismo de nuevos grupos de demandas (feminismo y “revolución sexual”, demandas de nuevas mino-rías) y, por otra parte, en la difusión de una cultura de masas más globalizada, ligada tanto a la expansión de una sociedad de consumo y una industria cultu-ral mediática y mercantil, así como a la difusión de nuevas expresiones culturales y estilos de vida libe-rales y libertarios y de impronta juvenilista (el rock y la cultura juvenil, el hipismo, los happenings y modas del diseño y arte contemporáneos, el ecologismo y el pacifismo, el movimiento estudiantil, las nuevas va-riantes de izquierdismo anti-soviético, con el existen-cialismo, el estructuralismo y el marxismo dando que hablar en aulas y tertulias, dándose todos cita en el

“Mayo francés” de 1968, o también un año después aquí en el “Cordobazo”) (Hobsbawm, 1995; Longoni y Mestman, 2010; Grieco y Bavio, 1995).Así pues, desde mediados de siglo XX, con la ge-neralización de la sociedad y cultura de masas, la sociedad argentina adquirió un nivel inédito de ho-mogeneidad de su población (sobre todo en com-paración con otros países de la región) tanto en lo social como en lo cultural (y más allá de las diver-gencias planteadas en lo político en nuestro país por el fantasma del peronismo). Corresponderá pues afi-nar la mirada y distinguir matices; y, al mismo tiem-po que vale conservar la clave del análisis de clases clásico, el nuevo escenario habilita la concepción o análisis de “fracciones” de clase al interior del am-plio y dinámico espectro de las clases medias. Esto es lo que comúnmente hemos todos incorporado ya en el sentido común, con la distinción nominal en-tre sectores de clases “media-alta” o “media-baja”. También veremos que se hablará, en función del análisis dinámico de las trayectorias sociales, de una “nueva pequeña burguesía” contemporánea, li-gada con la nueva economía de servicios, y surgi-rá la denominación de “nuevos ricos”. Por otro lado, también aparecería contemporáneamente la “clase media empobrecida”, en el contexto de crisis eco-nómica y desempleo estructural configurado por el auge de las políticas neoliberales de las últimas dé-cadas del siglo XX. Nos ocuparemos más de esto en un próximo capítulo, cuando abordemos el análisis de la situación contemporánea, y lo que hoy en día se denominaría “nueva cuestión social”.

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Globalización y neoliberalismo3.1. Crisis y mutación hacia un capitalismo mundial integrado

3.2. El neoliberalismo y la “globalización” del capital financiero

En este capítulo debemos adoptar una perspecti-va macro a escala global, para evaluar las trans-

formaciones sociales y la mutación del modo de acumulación capitalista a nivel mundial. Ello nos ubi-cará cronológicamente a comienzos de la década de los setenta, tiempo de transición hacia un paradig-ma económico y sociopolítico definitorio de la con-temporaneidad. En lo económico, esta nueva etapa contemporánea se caracteriza por nuevas formas de flexibilización del trabajo y los procesos productivos, una nueva in-tegración a escala global del mercado, del comercio y la división internacional del trabajo, y la irrupción del capital financiero como nuevo factor económico estratégico y hegemónico. En lo político, la crecien-te influencia del llamado Consenso de Washington y la hegemonía del neoliberalismo, que condicionó a Estados y organismos internacionales en pos de

Capítulo 3

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la implementación de políticas de liberalización eco-nómica y de reducción de las seguridades y regula-ciones del Estado de bienestar, para un nuevo disci-plinamiento de los trabajadores y un despojo de las conquistas sociales de antaño.Esta nueva corriente político-ideológica, que co-menzó en las potencias del hemisferio norte y se hizo conocer allí como “neoconservadurismo”, tuvo también su réplica y un espacio privilegiado para la experimentación de las recetas neoliberales en América Latina, con un giro autoritario de la políti-ca y asociada con regímenes de facto, como el de la dictadura militar del llamado Proceso de Reorga-nización Nacional de 1976 en nuestro país. Fue la salida del capital frente a un contexto de crisis sisté-mica, y la respuesta política represiva frente al poder que habían ganado los sindicatos y la clase obre-ra organizada en alianza con algunas franjas de las clases medias, desestabilizando la “gobernabilidad” del sistema político con nuevas demandas sociales y de ampliación de ciudadanía.Muchas de las reformas estructurales surgidas de esa matriz y esos procesos históricos serían deter-minantes del escenario actual de flujo global de capi-tales y de interconexión y borramiento de las fronte-ras nacionales que ha sido denominado y celebrado con el nombre de “globalización”. Dichas transfor-maciones en la economía y la política, que veremos a continuación, constituyeron el marco general que determina y da inteligibilidad a los cambios y nue-vos problemas sociales, de los que nos ocuparemos luego en el siguiente capítulo, en torno a la llamada “nueva cuestión social”.

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El período de los treinta “años dorados” del ca-pitalismo de posguerra concluyó hacia comien-

zos de la década de los setenta. La época de desa-rrollo económico sostenido del capitalismo fordista y la estabilidad política enmarcada en los regíme-nes de los Estados de bienestar se vio trastornada por la concurrencia de una crisis económica y una agudización de las luchas de clases que puso bajo cuestionamiento y redefinió todo el régimen social de acumulación y abrió la puerta para el auge en lo económico de las teorías neoliberales del Consenso de Washington y el embate político del neoconser-vadurismo. En este contexto se prepararon las con-diciones para un salto cualitativo en la internaciona-lización (y financiarización) del capital, con un giro radical en el balance de poder entre capital y trabajo, y una redefinición de la (nueva) cuestión social.

3.1. Crisis y mutación hacia un capitalismo

mundial integrado

A comienzos de la década de los setenta comien-za a verificarse una sensible disminución de la

tasa de ganancia del capital en su fase monopolista. Esto se debió, por un lado, a una crisis extendida ya por años en el nivel de la disciplina y organización del trabajo y, por otro, a la llamada “crisis del pe-tróleo” y el consecuente encarecimiento energético.En cuanto a la organización del trabajo, comenzó a plantearse una merma de la productividad del tra-bajo, organizado según el viejo modelo taylorista38 y condicionado por las “rigideces” del mundo labo-ral debidas al dominio de los sindicatos (fortalecidos en el contexto de garantías laborales y negociación sectorial propio de los Estados de bienestar). Enton-ces, se trató de una dimensión más técnica relati-

3.1.1. Crisis de acumulación y de hegemonía del capital

38 • El taylorismo es el análisis y gestión propiamente científicos del trabajo que descompone el proceso productivo unitario en una multiplicidad de tareas fragmentarias homogéneas para maximizar el rendimiento de cada trabajador y minimizar las pérdidas de los pequeños tiempos improductivos u ociosos que separan la repetición de las operaciones; y, a la vez, despoja a los operadores separados del saber o dominio del proceso total de la producción, cuyo control se concentra en la figura del manager.Este tipo de organización laboral avanza en lo que Marx denunciaba como un extrañamiento o “alienación” del trabajador respecto de su trabajo. Esto se da en un triple sentido: se trata de una enajenación respecto del producto concreto de su trabajo (perteneciente al capitalista en virtud de ser propietario de los medios de producción), de su actividad (que no es autónoma sino heterónoma, controlada por los managers, los propietarios de los medios de producción y aun por las propias máquinas) y de su ser genérico (la realización de su esencia humana que es transformar la naturaleza y transformarse y reconocerse en el trabajo con el que crea su mundo material, pero que deviene una mera labor y medio de subsistencia).

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va a los modos de organización óptima del proce-so productivo; y también, en última instancia, una dimensión netamente política relativa a la lucha de clases, con un balance de importantes conquistas en la redistribución de la riqueza entre el capital y los trabajadores y en el control del espacio laboral y las condiciones de trabajo, que había alentado cada vez mayores huelgas y la resistencia obrera a la ex-plotación y la plusvalía capitalistas (Holloway, 1994).En lo que hace al otro aspecto mencionado, la “crisis del petróleo” se ligó a la conformación de la Organi-zación de Productores y Exportadores de Petróleo (OPEP), federación de los principales países produc-tores que comenzaron a regular la producción y ofer-ta del “oro negro” con el consecuente aumento del precio de la energía y, por ende, de uno de los prin-cipales insumos de la industria a nivel mundial. Ello forzaría el imperativo de desarrollo de nuevas fuen-tes energéticas y materiales y la reconversión indus-trial y del sistema productivo, conducentes a un sal-to cualitativo de la innovación científico-tecnológica (todo lo que sustentará luego el paradigma de la lla-mada economía y sociedad del “conocimiento” y la “información”).La concurrencia de estos dos problemas estaba en la base de la caída de la tasa de ganancia capitalista y se conjugó con factores de índole social y política. Por un lado, una creciente conflictividad a nivel de la política interna, aun en los países centrales (la resis-tencia sindical obrera, sumada a la “sobrecarga de demandas” en el Estado benefactor; un clima gene-ral de creciente insatisfacción y rebeliones, tanto de minorías en busca de mayor reconocimiento como en el espacio laboral y en contra de las normas dis-ciplinarias del sistema39). Por otro lado, un balance conflictivo de la geopolítica internacional, en que la expansión del capital de empresas multinacionales encontraba resistencias y la potencial competencia y alianza de los países “en vías de desarrollo”. Esta era la época de la descolonización en África, de la reti-rada de EEUU de Vietnam, del apogeo de la URSS

y del contexto de la “guerra fría”; en nuestra región en particular, de la Revolución cubana y su influjo en el resto de Latinoamérica; y en nuestro país, de la resistencia peronista y de los nuevos sindicatos de base, y luego la lucha de las guerrillas y grupos in-surgentes armados, o aun cambios en el seno de la Iglesia católica, tras el Concilio Vaticano II y la vía por los pobres de los sacerdotes tercermundistas.

En fin, las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado configuraron un contexto de crisis de acu-mulación económica y crisis de hegemonía políti-ca del capital (y en particular, del dominio geopolí-tico estadounidense), reavivando y complejizando la cuestión social y generando un clima de cambio ge-neralizado, en el que el mundo parecía estar a punto de estallar (literalmente, vista la “crisis de los misiles” de 1962 y la amenaza cotidiana de una hecatom-be nuclear). Ello forzaría un cambio del diagnóstico y estrategia de los grupos dominantes frente a las protestas y demandas sociales: los remedios para su contención (el contractualismo liberal, junto a los dispositivos disciplinarios de formación de sujetos y garantía de la seguridad y derechos sociales del Es-tado de bienestar) resultaban disfuncionales y al fin resurgía la cuestión social.La vieja máxima de la Moral Universal, incorporada en los dispositivos de la educación masiva y del em-

39 • Podemos mencionar aquí, a modo de ejemplo de movimientos de rebelión en el seno de los países centrales, los casos salientes del Mayo francés de 1968, las luchas de la minoría afroamericana (movimientos como el Black Power, figuras como Malcolm X y Martin Luther King) y las manifestaciones antibélicas en EEUU, y aun grupos armados insurgentes como las Brigadas rojas en Italia o separatistas como el IRA en Irlanda (ambos fundados en 1969) o las primeras acciones de ETA en España; todo ello sumado a las ya mencionadas rebeliones y demostraciones del poder sindical en las fábricas.

ara mirarpEl Mayo Francés (ver imágenes en http://goo.gl/rmchP) y el Cordobazo (ver imágenes en http://goo.gl/z28Zp) en los años 1968 y 1969 respec-tivamente, mostraron en Europa y en nuestro país, el poder de los trabajadores organiza-dos y la eventual alianza con los movimientos de estudiantes y otros sectores medios. Las demandas y resistencias civiles mostraban su capacidad de condicionar la acumulación capi-talista y la gobernabilidad del sistema político.

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pleo calificado estable (como instrumentos de go-bernabilidad y gubernamentalidad), “había logrado gestar (además de formas de dominación), cuerpos sociales solidarios. Sus ideales […] habían generado aspiraciones, conocimientos y destrezas capaces de cuestionar el orden establecido (aunque también ser complacientes a menudo). En ese contexto la dis-ciplina había dejado de ser un instrumento para re-parar el desperfecto social. Lo mismo ocurría con la educación, el derecho al trabajo y a la salud. Paula-tinamente los viejos remedios a la cuestión social se habían transformado en reactivadores de la misma” (Murillo, 2003: 65). Estudiantes y trabajadores, capa-citados y organizados disciplinadamente y con cier-to estándar de bienestar mínimo en lo referente a la salud y al ocio oponían resistencias y cuestionaban de diversas maneras y con distintos grados de inten-sidad el statu quo. “Las estrategias de poder habían sufrido un relleno estratégico que las tornaba disfun-cionales para los grupos más poderosos de la tierra. La categoría sociológica del “desarrollo” construi-da luego de la segunda guerra mundial mostraba su cara ambivalente respecto de la dominación de cla-se: generaba sujetos previsibles, pero también cuer-pos sociales resistentes. Era menester desestructu-rarlos y, con ello, sus memorias y hábitos colectivos. Es aquí donde la subjetividad cobra un relieve inusi-tado” (Murillo, 2006: 13).

El “neoconservadurismo” designa originalmente el movimiento de los también llamados “neocons”

en los EEUU, con base política en el Partido Republi-cano y apogeo con las presidencias de Ronald Rea-

3.1.2. El embate del neoconservadurismo

gan y la dinastía de Bush padre e hijo, entre fines del siglo pasado y comienzos del actual.Esta expresión alude también más en general a la reacción ideológica a la socialdemocracia y a la con-tracultura de izquierda que signó la década de los sesenta, y que fundó sucesivos hitos de avanzada de una organización y “revancha” del capital con-tra la fuerza y rebelión del trabajo. El “neoconserva-durismo” conjuga en el discurso y en la práctica un conservadurismo en lo político con una orientación liberal ortodoxa en lo económico.Entre los antecedentes destacados de esta corrien-te, está la llamada “Comisión Trilateral”, creada a co-mienzos de los años setenta por la confluencia de empresarios, intelectuales y políticos de los tres nú-cleos de poder geopolítico mundial de entonces: EEUU, Japón y algunos países de Europa. Esta co-rriente política comenzó a difundir un discurso crítico de la política socialdemócrata y la “sobrecarga” de demandas civiles y sociales en los Estados de bien-estar, y buscó instalar la nueva problemática de la (in-)“gobernabilidad”. La premisa de este concepto es la contradicción entre democracia y gobierno, ex-plícita en el “Informe” de dicha Comisión: “el corazón del problema radica en las contradicciones inheren-tes relacionadas a la misma frase de lo gobernable de la democracia. Porque en cierta medida, gober-nable y democracia son conceptos en conflicto. Un exceso de democracia significa un déficit de gober-nabilidad; una gobernabilidad fácil sugiere una de-mocracia deficiente”40 (Informe de la Comisión Trila-teral, 1978: 385) (las cursivas son propias).En el mismo sentido, frente al desarrollo de los paí-ses del tercer mundo y sus orientaciones a la auto-nomía y posibles lazos con el movimiento de paí-ses “no alineados” y la URSS, la Comisión planteó un imperativo y un nuevo concepto de “interdepen-dencia” global, el auspicio de una nueva integración y división internacional del trabajo. “La ‘interdepen-

40 • Vale repetir la advertencia, acerca de la carga polisémica y polémica de muchos términos, y en particular respecto del concepto de “Gobernabilidad”, que siempre quedará asociado a este paradigma discursivo neoconservador, la idea general de una contradicción Gobierno vs. Democracia, o al menos un riesgo en la ampliación “excesiva” del horizonte de libertades y derechos de esta última.“Estas perspectivas son retomadas para América Latina en los años noventa, a partir de los documentos elaborados por los organismos de financiamiento in-ternacional, en particular el Banco Mundial y el BID. Probablemente los documentos Governance and Development (1992) del Banco Mundial y Gobernabilidad y Desarrollo. El estado de la cuestión (1992) del BID, han jugado un papel fundamental en la reaparición del concepto en la arena de la política y las ciencias sociales de la región. Recuperada la institucionalidad democrática y habiendo desaparecido (al menos momentáneamente) los enemigos ‘externos’ del siste-ma, los problemas de gobernabilidad se visualizan principalmente como deficiencias del propio Estado y del sistema político” (Filmus, 1996).

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dencia’ es el nombre de lo que luego se conocerá como ‘mundialización’ ‘globalización’ o ‘capitalismo mundial Integrado’ (Guattari, 1995). Se trató de una estrategia política, cultural, tecnológica y económica que tendió gradualmente a integrar a todo el mundo, profundizando la brecha entre países pobres y ricos, así como la dependencia de los segundos, bajo el pretexto de que dicha interdependencia unida a un ‘ambiente liberal internacional’ mitigaría la pobreza” (Murillo et al., 2007: 59).Entre los exponentes más significativos del idea-rio y la práctica neoconservadora, y como inspira-ción fundamental en lo económico del neoliberalismo que preparaba su apogeo en años venideros, debe citarse el aporte de Friedrich von Hayek, y su obra Camino de servidumbre (1944). Ya tempranamen-te, en tiempos de éxito del keynesianismo y el Es-tado de bienestar, Hayek profesó el liberalismo con-tra toda regulación económica, la necesidad natural de la competencia contra todo igualitarismo social, convocando periódicamente (con reuniones bianua-les de la “Sociedad de Mont Pélerin” en Suiza) a los enemigos de la política del laborismo y la socialde-mocracia, hasta que la crisis capitalista les daría una oportunidad. “La polémica contra la regulación social tuvo una repercusión mayor. Hayek y sus compañeros argu-mentaban que el nuevo ‘igualitarismo’ de este perío-do (ciertamente relativo), promovido por el Estado de bienestar, destruía la libertad de los ciudadanos y la vitalidad de la competencia, de la cual dependía la prosperidad de todos. […] Con la llegada de la gran crisis del modelo económico de posguerra, en 1973 cuando todo el mundo capitalista avanzado cayó en una larga y profunda recesión, combinando, por pri-mera vez, bajas tasas de crecimiento con altas tasas de inflación, todo cambió. A partir de ahí las ideas neoliberales pasaron a ganar terreno. Las raíces de la crisis, afirmaban Hayek y sus compañeros, esta-ban localizadas en el poder excesivo y nefasto de los sindicatos y, de manera más general, del movimiento

obrero […] El remedio, entonces, era claro: mantener un Estado fuerte en su capacidad de quebrar el po-der de los sindicatos y en el control del dinero, pero limitado en lo referido a los gastos sociales y a las in-tervenciones económicas. La estabilidad monetaria debería ser la meta suprema de cualquier gobierno. Para eso era necesaria una disciplina presupuestaria, con la contención de gasto social y la restauración de una tasa ‘natural de desempleo’, o sea, la crea-ción de un ejército industrial de reserva para quebrar a los sindicatos. Además, eran imprescindibles refor-mas fiscales para incentivar a los agentes económi-cos. En otras palabras, esto significaba reducciones de impuestos sobre las ganancias más altas y sobre las rentas. De esta forma, una nueva y saludable des-igualdad volvería a dinamizar las economías avanza-das” (Anderson, 1999: 16).Estas fórmulas pasarían del discurso a la práctica y a la ejecución de políticas en la década de los ochen-ta, de modo especial y notorio en los gobiernos de Ronald Reagan en EEUU y Margaret Thatcher en Gran Bretaña, que lideraron el embate neoconserva-dor y la imposición y generalización en todo el occi-dente capitalista de una nueva hegemonía.En América Latina el embate neoconservador tam-bién brindó un marco global y dio bríos para la acción de los regímenes militares autoritarios en muchos países de la región que, más allá de las alternati-vas singulares del conflicto político armado domés-tico, implementaron las mismas políticas y apunta-ron a un mismo modelo de país que aquel inspirado por las corrientes neoconservadoras y neoliberales. En Argentina, en un escenario de crisis hegemónica (O'Donnell, 1977) signado por la efervescencia social y la endémica inestabilidad política post 1955, la lu-cha de clases se volcó en un embate de los grupos dominantes para fragmentar el poder de negociación de la clase obrera, que se expresó ya hacia finales del último gobierno peronista con el Plan Rodrigo (ju-nio de 1975) y luego con la represión sistemática y la política económica de Martínez de Hoz en la dictadu-

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ra militar de 1976-1983 (no en vano bautizada “Pro-ceso de Reorganización Nacional”). Ya en democra-cia también el terrorismo de Estado se continuaría en un virtual terrorismo económico, expresado en los ri-gores del proceso inflacionario de los años ochenta y los “ajustes estructurales” de los noventa, formas ambas de un embate disciplinador y una redistribu-ción regresiva del ingreso en la población.

Volviendo a los principios generales del pensamien-to neoconservador y neoliberal, éste se basa en la prioridad absoluta del mercado por sobre el Estado como vía privilegiada y eficiente de asignación social de recursos. El objetivo político inmediato, expresa-do en lo económico por una obsesión con la inflación y el gasto público (que, de modo indirecto, eran, res-pectivamente, resultado de la puja distributiva por el crecimiento de la masa salarial y de la inversión es-tatal en los servicios sociales), apuntó a resolver la crisis de acumulación capitalista mediante el quiebre de la resistencia obrera y sindical y sus reivindicacio-nes salariales y un nuevo y radical disciplinamiento

ara mirarp

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Margaret Thatcher (1) y Ronald Reagan (2), en los países anglosajones, y las dictaduras mili-tares latinoamericanas encabezadas por Jorge Videla (3) y Augusto Pinochet (4). La avanza-da neoliberal.Imágenes disponibles en:(1) http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/f/f6/Margaret_Thatcher_cropped1.png(2) http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/1/16/Official_Portrait_of_President_Reagan_1981.jpg(3) http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/f/f6/Videla_Sociedad_Rural.jpg(4) http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Pinochet_de_Civil.jpg?uselang=es#file

Recursos humanos (Francia, 1999).Dirección: Laurent Cantet.

del trabajo mediante la “flexibilización” de las condi-ciones laborales y el proceso de producción.El concepto recurrente de la “flexibilidad”, tan po-lisémico y polémico como otros que difunden esta nueva matriz discursiva, adquirió en este contex-to histórico los siguientes significados: “una flexibi-lidad cuantitativa, en relación a las condiciones de contratación (disminución de los plazos de preaviso, contratos temporarios), una flexibilidad organizacio-nal (acomodamiento de horarios según fluctuaciones diarias, semanales o mensuales y en la organización del trabajo a partir de la polivalencia de los trabaja-dores), una flexibilización funcional que supone una recentralización de la empresa sobre una actividad, por medio de la subcontratación de las funciones “adjetivas”, flexibilización de los límites “naturales” de la acumulación. Nos extendemos un poco más sobre este punto pues es clave para comprender las actuales transformaciones. La superación de los lí-mites “naturales” de la acumulación se dio en dos sentidos, en lo que hace a los recursos naturales (por ejemplo mediante la biotecnología y los nuevos materiales) y en lo que refiere a la fuerza de trabajo (por ejemplo mediante la lisa y llana desaparición de puestos en los que la habilidad del cuerpo del tra-bajador era fundamental) (Murillo, 2005). Esto último implicó, además, la superación de las limitaciones socio-históricas a la acumulación de capital, puesto que el proceso económico depende cada vez menos de las capacidades humanas y por ende de los resul-tados de las resistencias y luchas sociales” (Murillo et al., 2007: 60).

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Arriba citamos pasajes de textos de Milton Friedman y Friedrich Hayek, dos de los más renombrados referentes intelectuales del dis-curso neoliberal, que hablan sobre la educación. Es consabido que el neoliberalismo fundó las políticas de descentralización y “financiamiento basado en la demanda” del sistema educativo durante la década de los noventa en nuestro país. Podemos reflexionar sobre las relaciones intrínsecas entre los discursos y aquellas polí-ticas concretas.

1. ¿Qué sentido adquiere en el marco del dis-curso de la primera cita, la mención del acceso a la educación “independientemente de la rique-za” o del “nivel social”?

2. ¿En qué se diferencian u oponen la idea de

omentoeflexión demr

la educación como un derecho y un servicio pú-blico, y la idea de aquella como una mercancía?

3. ¿Qué sentido y valor adquiere en estos dis-cursos la idea de la “libertad”?

4. ¿Cómo se relaciona la visión neoliberal so-bre la educación y la institución escolar, con la mirada más general de dicha doctrina sobre las relaciones entre el Estado, el mercado y la sociedad civil?

5. ¿De qué modos dicha perspectiva funda-mentó las políticas de descentralización y re-formas educativas de la década del noventa en nuestro país?

El discurso neoliberal y la educación“Es bastante deseable que todos los jóve-nes, independientemente de la riqueza, de la religión o del color, o, también, del nivel social de sus propias familias, tengan la oportunidad de recibir tanta instrucción cuanto puedan asimilar, siempre que estén dispuestos a pagar por ella, sea en el presente, sea a costa de rendimientos su-periores que percibirán en el futuro, gra-cias a la instrucción recibida” (Friedman y Friedman, 1934: 188).

“No demorará mucho tiempo para que las personas se convenzan de que la solución está en despojar a la autoridad de sus poderes en el ámbito de la educación” (Ha-yek, 1982: 497).

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El embate neoconservador, sobre fines de la dé-cada de los setenta y en los años ochenta, tor-

ció el rumbo y balance de la lucha de clases y abrió la puerta para el dominio en la agenda política de los organismos financieros internacionales y de muchos países de los preceptos del llamado “Consenso de Washington”; la hegemonía, en especial en la déca-da de los noventa, del neoliberalismo. Asimismo, es-tas orientaciones en el plano político se vincularon con una mutación del capitalismo y del mundo del trabajo. La novedosa expansión del capital financie-ro, así como la internacionalización del proceso pro-ductivo y los flujos migratorios del capital y el traba-jo, plantearon el imperativo de una “globalización” de los flujos económicos por sobre las fronteras de los viejos Estados nación (así como por sobre los demás límites o fronteras políticas, sociales, ecoló-gicas, etc.).

3.2. el neoliberalismo y la “globalización” del

capital financiero

El “Consenso de Washington”, en alusión a los or-ganismos financieros internacionales y centros

de poder económico con sede en la capital de EEUU y ligados a los intereses de ese país, remite original-mente a un documento redactado por el economista John Williamson (“What Washington means by Policy Reform”, de 1989), que resumía una serie de “refor-mas de política económica que casi todos en Wash-ington consideraban necesario emprender en Amé-rica Latina en ese momento” (Williamson, 2003: 10).

3.2.1. El “Consenso de Washington” y el neoliberalismo

El “Consenso de Washington”•Disciplinapresupuestaria(lospresupuestospú-blicos no pueden tener déficit)•Reordenamiento de las prioridades del gastopúblico (el gasto público debe concentrarse don-

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de sea más rentable)•ReformaTributaria(ampliarlasbasesdelosim-puestos y reducir los más altos)•Liberalizacióndelastasasdeinterés•Tipodecambiocompetitivo•Liberalizacióndelcomercio internacional (dis-minución de barreras aduaneras)•Liberalizacióndelainversiónextranjeradirecta(levantar barreras al flujo de capitales)•Privatización•Desregulacióndelosmercados•Derechosdepropiedad (garantíasdeprotec-ción de la propiedad privada)

Estas prescripciones políticas, más allá de ser men-tadas en relación con la política de EEUU hacia Amé-rica Latina, tuvieron una proyección ulterior como un programa de liberalización económica general de al-cance global. En efecto, junto con las elecciones de Thatcher y Reagan respectivamente en 1979 y 1980, la década inauguró un viraje político a la derecha en los gobiernos de casi todos de los países del norte de Europa occidental41. En un contexto de recrude-cimiento de la “guerra fría” (tras la invasión soviética de Afganistán en 1978), esta nueva derecha se legi-timó y pudo avanzar en un sentido militarista (el caso especial de Reagan en EEUU, aunque no debe dejar de mencionarse la aventura belicista de Thatcher en Malvinas), así como sobre los sindicatos y las con-quistas sociales del Estado de bienestar.“El modelo inglés fue, al mismo tiempo, la expe-riencia pionera y más acabada de estos regímenes. Durante sus gobiernos sucesivos, Margaret That-cher contrajo la emisión monetaria, elevó las tasas de interés, bajó drásticamente los impuestos sobre los ingresos altos, abolió los controles sobre los flu-jos financieros, creó niveles de desempleo masivos, aplastó huelgas, impuso una nueva legislación anti sindical y cortó los gastos sociales. Finalmente y ésta fue una medida sorprendentemente tardía, se lanzó a un amplio programa de privatizaciones, co-

menzando con la vivienda pública y pasando ense-guida a industrias básicas como el acero, la electri-cidad, el petróleo, el gas y el agua. Este paquete de medidas fue el más sistemático y ambicioso de to-das las experiencias neoliberales en los países del capitalismo avanzado” (Anderson, 1999: 17-18).El fenómeno que pujaba por salir a la luz y estable-cerse tras estos dramáticos acontecimientos históri-cos era el proceso de creciente “financiarización” del capital. Éste se originó en la confluencia de dos fac-tores: por un lado, la acumulación de una gran masa de dinero excedente en busca de valorización tras la crisis del petróleo de 1973; y, por el otro, el desarro-llo de las comunicaciones electrónicas que permi-tieron (claro está, junto con las políticas de desregu-lación financiera) el movimiento instantáneo de las inversiones en un espacio verdaderamente global. Y, por supuesto, la promoción de políticas de desregu-lación, que permitieron el efectivo desanclaje y libre entrada de las inversiones financieras en busca de “oportunidades de negocios” entre países y encla-ves en permanente disputa de competitividad, cada vez más dependientes todos del favor y el ciclotími-co “humor” de “los mercados”.La nueva política neoliberal, que en la experiencia thatcherista destacó por su giro neoconservador so-bre el mundo del trabajo y la cuestión social, también en el plano económico buscó efectivamente allanar el terreno al capital financiero. La insistencia en la “apertura de la economía”, la “libertad de inversión” y la “seguridad jurídica” procuró alzar las barreras pro-teccionistas y dejar la puerta abierta para la entrada irrestricta de capitales, con fuerte orientación a inver-siones especulativas de corto plazo. Ello generó una gran volatilidad en las economías desprotegidas y un fuerte condicionamiento del capital y organismos in-ternacionales sobre las políticas de los gobiernos.Esta libertad del flujo global del capital, amén de ali-mentar grandes “burbujas” financieras (valorización exponencial de patrimonios ficticios, en base a deri-vados financieros cada vez más desconectados de

41 • A mismo tiempo, en los países del sur europeo llegaban al poder gobiernos socialistas. Estos insinuaron en algunos casos una política más progresista, aunque más adelante también sufrirán condicionamientos para la reorientación neoliberal de la política económica. Al fin, el eurosocialismo se convertirá en una de las variantes “progresistas” de la misma hegemonía neoliberal global.

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la economía real y el trabajo, fuentes genuinas de creación de riqueza), también propició una nueva di-visión internacional del trabajo, con la que el capital buscó resolver su crisis de acumulación de ganan-cia. Esto comprendió dos dimensiones: la “flexibili-zación” y reducción de costos laborales, y la innova-ción tecnológica de la producción.

Por un lado, los flujos de capital se orientaron a aquellas naciones o enclaves productivos donde se garantizaran más bajos costos y “seguridad jurídica” para sus inversiones. Ello subordinó aún más a mu-chos países periféricos en esta nueva división global del trabajo, forzando una represión de la cuestión social y una “flexibilización” laboral y reducción de salarios para compensar la falta de “competitividad” y “no quedar fuera” del mercado mundial.Por otro lado, la flexibilización se conjugó con un nuevo paradigma socio-técnico, orientado a una in-novación permanente tecnológica y organizacional del proceso productivo. A diferencia del paradigma del fordismo (explotación intensiva de una fuerza de trabajo poco calificada, concentración gerencial del saber), el nuevo paradigma posiciona el cono-cimiento como insumo clave, y no sólo el conoci-miento científico-tecnológico, también los demás saberes socializados y propios de los trabajadores y agentes del proceso productivo. Esto es central en el nuevo paradigma técnico-organizacional del tra-bajo conocido como “posfordismo” (Coriat, 1992b).El concepto de “globalización”, en este contexto, fue el significante clave, socializado en forma profu-sa y difusa en los discursos políticos y académicos hasta permear en el sentido común, que expresó es-tratégicamente este ideal de un mundo interconec-

ara mirarpCapitalismo. Una historia de amor (EEUU, 2009). Dirección: Michael Moore.

tado y abierto, sin fronteras (políticas, económicas, sociales), en especial para el libre flujo y valorización global del capital.

“Globalización” y “mundialización” de la culturaEl concepto de “globalización” es polisémico y polémico y ha adquirido en los últimos años múltiples usos y connotaciones sobre las que es preciso establecer algún acuerdo. En el marco de nuestro análisis hemos puesto un claro énfa-sis en el aspecto económico, ligado a la nueva dinámica del capitalismo financiero y las políti-cas neoliberales.En el Diccionario de la Real Academia Españo-la, hay tres escuetas definiciones de la globali-zación, entendida como: la “extensión del ám-bito propio de instituciones sociales, políticas y jurídicas a un plano internacional”; la “difusión mundial de modos, valores o tendencias que fo-menta la uniformidad de gustos y costumbres”; y el “proceso por el que las economías y mer-cados, con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, adquieren una dimensión mun-dial, de modo que dependen cada vez más de los mercados externos y menos de la acción re-guladora de los gobiernos”.Es importante notar que dichas definiciones alu-den a diferentes procesos (o más bien, dimen-siones diferenciadas de un mismo proceso his-tórico); respectivamente, a los aspectos político, cultural y económico. En el primer caso, podría-mos acordar en hablar alternativamente de “in-ternacionalización”, proceso de más larga data que identifica en su propia definición un rol aún relevante para los estados y territorios naciona-les y los acuerdos e intercambios entre ellos. En los otros dos casos, es conveniente distinguir los cambios de la economía capitalista, designa-dos más generalmente con el término “globali-zación”, de la dimensión cultural que podemos

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aludir con el concepto de “mundialización”, si-guiendo para ello el análisis del sociólogo brasi-leño Renato Ortiz (1996 y 1997). Este autor critica la difundida visión de una nue-va cultura mundial unificada, tácita tanto en cier-tos discursos sobre la “posmodernidad” y en las apologías del consumo y la cultura de masas mundializados, como alternativamente también en las advertencias apocalípticas sobre la “mac-donalización” de la sociedad como extensión de un presunto imperialismo cultural norteame-ricano. Estas ideas conciben equivocadamen-te como una realidad nueva y unificada, aquello que Ortiz constata alternativamente como pro-longación de un proceso que él denomina “mo-dernidad-mundo”. La tendencia inherente de la modernidad a la unificación de las categorías de tiempo y espacio por la comunicación entre dis-tintos territorios, proceso fundamental de “des-territorialización” ya comenzado mucho tiem-po atrás con la primera unificación de territorios nacionales en épocas del naciente capitalismo, hoy simplemente se amplía y profundiza en una nueva escala transnacional, con la más intensa e instantánea interconexión debida a los medios electrónicos de comunicación, los movimientos migratorios contemporáneos y la creciente inte-gración de la economía-mundo capitalista.Lo que nos importa señalar, junto con Ortiz, es la distinción del proceso de “mundialización” cul-tural, diferenciado de la “globalización” econó-mica, contra la falsa idea de una única cultura mundial signada por la estandarización del con-sumismo. Se trata de preservar la concepción tí-picamente antropológica de la cultura como es-pacio de la “diversidad” y de la(s) identidad(es) en plural (sin perder atención, claro está, de la tensión permanente con las tendencias homo-geneizantes de la economía-mundo; evitan-do pues la celebración ingenua de un armónico “multiculturalismo”). Así lo explica el autor brasi-

leño en una entrevista (Dussel, 2006): “La idea de globalización nos remite a una di-mensión de unicidad. Se habla de mercado glo-bal y de tecnología global asumiendo una con-notación de que existiría una ‘única’ economía y una ‘única’ tecnología. Difícilmente podríamos calificar al universo de la cultura de esta manera. No existe, ni existirá, una cultura global. La cues-tión en esta esfera no es la de la homogeneiza-ción sino la de la diversidad; por ejemplo, las len-guas diferentes (pese a la hegemonía del inglés). En este sentido, prefiero hablar de mundializa-ción de la cultura. El término nos remite a la no-ción de concepción del mundo, que es diversa y diferenciada en función de los países, los grupos sociales y los intereses.La mundialización cultural se encuentra eviden-temente asociada con el proceso de globaliza-ción económica y técnica, pero no coincide de manera íntegra con él. Por eso los temas de las identidades nacionales y étnicas siguen estando presentes en el contexto de la globalización.Tal vez el elemento más característico del proce-so de mundialización de la cultura sea la desterri-torialización de determinados patrones cultura-les, que se distancian de sus raíces nacionales o regionales, para volverse mundializados. En este caso, ocurre una gran transformación de nues-tras categorías espaciales. Al lado de nuestra concepción de una realidad local nacional, hay otra -transnacional- que las atraviesa, redefinien-do el propio mundo en el cual estamos insertos.”

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Las tendencias de mutación y de globalización del capital, y las políticas neoliberales que buscaron

abrirles cauce, marcaron efectivamente la agenda y condicionaron las políticas de los gobiernos de mu-chos países latinoamericanos. Ello fue en particular también el caso, ejemplarmente, de la Argentina.“Con la caída del gobierno de Isabel Perón se puso en marcha una estrategia de inserción en el sistema financiero internacional y de desmantelamiento de la industria manufacturera desarrollada en el perío-do 1930-1975” (Ferrer, 1997: 83). La dictadura militar de 1976, bajo la presidencia de Jorge Rafael Vide-la y con José Martínez de Hoz como representan-te miembro de las clases dominantes al mando del Ministerio de Economía, orientó el rumbo económi-co hacia la valorización financiera y la apertura a las importaciones con revaluación del tipo de cambio, lo que afectó gravemente la trama de la industria y la producción nacional. La apertura al capital financiero, y la posterior estati-zación de las deudas contraídas por el sector priva-do, dejaron la pesada herencia de la deuda externa, cuyos compromisos estallarían en los años venide-ros, en nuestro país y otros de la región, en la llama-da “crisis de la deuda” (en 1982, las tasas de inte-rés se habían cuadruplicado respecto de fines de los años setenta, generando una transferencia enorme de recursos a la banca acreedora y un déficit cróni-co de las balanzas de pagos frente a deudas impa-gables). Esta situación propiciaría más adelante la intervención en nuestros países de los organismos internacionales de crédito.En el mundo del trabajo, se redujo cuantitativamen-

te la clase obrera industrial, y se dio una baja del sa-lario real; también se diversificó la fuerza de trabajo, con un crecimiento de los trabajadores independien-tes y una mayor estratificación salarial, tras el fin de los contratos colectivos. En paralelo, se dio un au-mento de la desocupación y de las formas de tra-bajo informal, que se volverían notas constantes en adelante de la nueva cuestión social.En el nivel de las clases dominantes, éstas se fue-ron agrupando en torno del capital financiero. La cri-sis de 1975 y el golpe de 1976 rompieron la pre-via situación de “empate” socio-político de la élite con los sectores defensores de la industrialización sustitutiva y permitieron expandir una “gran burbu-ja” de negocios liderada por el endeudamiento (No-chteff, 1998: 30). Comenzaba una orientación hacia un modelo de acumulación neoliberal, desmontando el esquema industrial nacional de sustitución de im-portaciones y ampliando la asociación con el capi-tal extranjero, y sentando las bases para consolidar una economía financiera, agroexportadora y de ser-vicios. Al final del período, “en el centro del proceso económico se instala un nuevo ‘bloque social’ cons-tituido por capitales nacionales y extranjeros: los grupos económicos y las empresas transnacionales diversificadas y/o integradas” (Aspiazu, Basualdo y Khavisse, 1989: 10).La restauración democrática, en el año 1983, des-pertó enormes esperanzas, proporcionales con la frustración frente a la posterior evidencia de una continuidad de la tendencia neoliberal. En el con-texto de este resumen, no se busca ahondar en la historia económica reciente, sino apenas la breve mención de algunos hitos que marcarían la hege-monía del neoliberalismo en el país, condicionando la evolución y las nuevas formas de la cuestión so-cial. En pocas palabras, los términos que signaron y sembraron la disciplina del miedo entre la pobla-ción argentina durante las décadas de los ochenta y noventa fueron respectivamente “hiperinflación” y “ajuste estructural”.

3.2.2. América Latina: laboratorio de experimentación neoliberal

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“Existe un equivalente funcional al trauma de la dic-tadura militar como mecanismo para inducir demo-crática y no coercitivamente a un pueblo a aceptar las más drásticas políticas neoliberales: la hiperinfla-ción” (Anderson, 1999: 25). Efectivamente, ésta fue una nota distintiva del período coincidente con el gobierno radical de Raúl Alfonsín que, amén de sus méritos en la apertura y reconstrucción de una ins-titucionalidad democrática, sufrió la creciente con-flictividad del movimiento obrero, el deterioro de los términos de intercambio en el comercio internacio-nal y la enorme sangría de la deuda externa, y el fla-gelo de la hiperinflación que apareció al fin entre las principales razones de su prematuro ocaso político.“Durante los ochenta la subordinación de la fuerza de trabajo vino de la mano de procesos hiperinfla-cionarios, de sus consecuencias inmediatas en la depreciación del salario y de su largo impacto en la memoria. Asimismo, durante esta década co-menzaron a aplicarse estrategias de gobierno de la fuerza de trabajo vinculadas a las reformas estruc-turales que serían centrales en la década siguiente -el Plan Austral en Argentina; el Cruzado en Brasil, y el INTI en Perú-. A pesar de estos primeros atis-bos de reformas estructurales, para los intelectuales del neoliberalismo se trató de una ‘década perdida’, justificando el fracaso de los planes citados por su carácter ‘populista’ y heterodoxo. El diagnóstico de las agencias internacionales no se hizo esperar: ha-bía que realizar un ‘ajuste estructural’ en toda la re-gión” (Murillo et al., 2007: 63).Los años noventa son el momento de mayor auge neoliberal en toda la región, que convirtió a los paí-ses y pueblos de América Latina (Menem en Argen-tina, Collor de Melo en Brasil, Salinas en México, Fu-jimori en Perú, Pérez en Venezuela, Paz Zamora en Bolivia) en un laboratorio de experimentación privile-giado de las políticas del Consenso de Washington.

En la Argentina, la política había quedado signada por el anterior ocaso del gobierno de Alfonsín frente al terror hiperinflacionario, que dejó allanado el terre-no para el menemismo. El gobierno de Carlos Me-nem permitió, desde dentro del propio peronismo, al-terar la orientación histórica nacionalista-popular de dicho movimiento político y conducir un programa neoliberal con un masivo apoyo político (refrendado en su reelección en 1995) por parte de la población. El plan de convertibilidad del ministro Domingo Ca-vallo mostró una faceta inicial exitosa para detener el proceso inflacionario; aunque luego la extensión de la convertibilidad y de las recetas neoliberales re-sintió la competitividad de la producción nacional frente a las importaciones y promovió la valorización en divisa extranjera de los activos financieros, de las empresas privatizadas y de un nuevo “establish-ment”, que desde la década de los ochenta fue con-formándose con los grupos económicos y empresas transnacionales.

ara mirarpCarlos Menem (1) (Argentina, 1989.1999), Fernan-do Collor de Melo (2) (Brasil 1990-1992), Carlos Salinas de Gortari (3) (México 1988-1994), Alber-to Fujimori (4) (Perú, 1990-2000). Líderes de la consolidación del neoliberalismo en la década de los noventa.Imágenes disponibles en:(1) http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/05/Carlos_Menem_%28Retrato_Oficial_1989%29.jpg(2) http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Fernando_collor.jpg#file(3) http://embamex.sre.gob.mx/vaticano/images/Salinasoficial.jpg(4) http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/76/Al_Fujimori.jpg

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En esta época se desarticuló definitivamente la alian-za social de la industrialización sustitutiva. “Condi-cionado por la sobrevaluación cambiaria, la libera-lización comercial y financiera y la permanencia de altas tasas de interés activas en el mercado financie-ro local, el grueso del aparato productivo se vio obli-gado a realizar un severo proceso de reconversión en condiciones francamente adversas, en especial para las pequeñas y medianas empresas” (Mance-bo, 1998: 190). Ello produjo una mayor concentra-ción económica y un aumento de la desocupación.La larga lista de “recetas” (condicionamientos que arbitraban, en forma directa o indirecta, la concesión o refinanciación de préstamos externos) de ajuste estructural expresó el control de la política local por parte de los organismos internacionales de crédi-to. Entre ellos, instituciones heredadas de Bretton Woods como el Fondo Monetario Internacional y, también, con especial injerencia específica en Amé-rica Latina, el importante rol y las “recetas” del Ban-co Mundial.Estas medidas de ajuste (inaugurado en nuestro país con la firma de los planes Baker y Brady, y la primera “ola” o ciclo de reformas de orden administrativo y financiero) seguían al pie de la letra los lineamientos de política del Consenso de Washington, con sus respectivas consignas (a veces eufemismos que evi-taban hablar de “recortes”): disciplina presupuesta-ria (es decir, recorte del gasto o inversión pública) y redirección del gasto (en cierta forma el Estado no se “achicó” sino que se sostuvo el gasto en ciertas áreas, en especial de las fuerzas represivas, que de-finieron el nuevo perfil de un “Estado gendarme”); liberalización financiera (desregulación del capital) y comercial (desprotección arancelaria); “flexibili-zación” laboral (facilitar despidos y contrataciones temporarias o “de prueba”); privatización (justifica-da con el discurso de la supuesta mayor “eficiencia” privada contra el dispendio y la endémica “corrup-ción” en la empresa pública y la política), etc.En cuanto al modelo general de Estado y de políti-

cas públicas, la política neoliberal menemista proce-dió al desmantelamiento de los programas de bien-estar social; la reforma administrativa que redujo las capacidades de gestión e intervención estatal, ahondado con la privatización de las empresas pú-blicas. Se trató pues de verdadero proceso de “co-lonización” del Estado por parte del sector privado, plagado de evidencias escandalosas de una siste-mática corrupción.No puede aquí hacerse una consideración particular sobre las gestiones de gobierno de los presidentes nacionales en este período. Baste decir que el mo-delo neoliberal se instituyó principalmente durante las dos gestiones de Carlos Menem que signaron la década de los noventa (1989-1999) y se extendió (y aún profundizó42) en la gestión radical-aliancista de Fernando De la Rúa (1999-2001) hasta la final crisis económica terminal y la explosión política y la renun-cia presidencial tras las puebladas y las trágicas jor-nadas del 19 y 20 de diciembre del año 2001.A efectos de nuestro eje de análisis específico, en torno a la evolución de la cuestión social en la Ar-gentina, interesa destacar un cambio de paradigma, inducido por los propios organismos financieros in-ternacionales y otros “socios” del desarrollo en la re-gión, acerca del problema de la pobreza y la redefi-nición de las políticas sociales de los Estados. Las propias agencias de investigaciones sociales de di-chos organismos asumieron que las transformacio-nes económicas, a la vez que reactivarían las eco-nomías (según la polémica teoría del “derrame”), tendrían como costo o daño colateral un cierto au-mento (presuntamente marginal) de la pobreza, liga-da a situaciones de desempleo e informalidad labo-ral. Estos problemas ahora comenzarían a definirse como “estructurales”; es decir, conformarían un “nú-cleo duro” irreductible, definitivamente excluido del mundo del trabajo formal.Esta situación define la nueva condición contempo-ránea de lo que denominamos “exclusión”. En efec-to, si las garantías del Estado de bienestar de antaño

42 • Considérense, por caso, la aprobación, en un Congreso salpicado de corrupción en el año 2000, de la Ley de Reforma Laboral; o la reincorporación del propio ministro del menemismo Domingo Cavallo, para sostener la convertibilidad con renovado endeudamiento público externo, a través del “blindaje” y el “megacanje”.

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se basaban en la integración social de los trabajado-res en la relación del salariado (ello caracterizó, por caso, al peronismo), el paisaje actual de informali-dad y exclusión laboral representa una exclusión del propio lazo social. Frente a sectores enteros de la población que ya estarían fuera de todo horizonte de “empleabilidad” al fin ya no tendría siquiera sentido hablar en su caso de “desempleados”; hoy devienen “excluidos” o “marginales”, términos definitorios de una “nueva” cuestión social.“Los pobres (‘pobres verdaderos’, pobres a los que hay que asistir) fueron definidos como no trabajado-res lisa y llanamente o como trabajadores del sec-tor informal. Razón por la cual las políticas de ‘lucha contra la pobreza’ se separarán tajantemente de la red de seguridad social estatal, dado que alimentar a ésta era ir contra el interés de los ‘pobres verdade-ros’. La pobreza se separaba, así, de la relación sa-larial, y con ello, de los derechos sociales, para pa-sar a ser una cuestión de ‘asistencia’ de las políticas sociales específicas” (Murillo et al., 2007: 65)

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La nueva cuestión social y la pobreza4.1. Nueva sociedad, nueva cuestión social

4.2. Las políticas de la pobreza

En el comienzo de este texto, en el primer capí-tulo definimos el sentido y origen histórico de la

llamada “cuestión social” como una fractura interna del derecho, debida al desfasaje entre el ideal polí-tico moderno de igualdad de la ciudadanía y la des-igualdad y pauperismo que signaron la vida del pro-letariado en el orden naciente del capitalismo y la sociedad industrial.Más adelante, vimos en el segundo capítulo la con-solidación de una idea de ciudadanía y de ciertos dispositivos de seguridad social, que caracteriza-ron a los Estados de bienestar de la posguerra en el mundo y también en nuestro país, con una relativa estabilidad del sistema político y económico hasta

Capítulo 4

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comienzos de los años setenta. Y en el tercer capí-tulo, vimos la crisis de dicho orden y el despliegue de las políticas neoliberales en la era de la “globali-zación” del capitalismo financiero, con un saldo de desempleo estructural y mayores desigualdades y brechas sociales.Sin embargo, como advierte Pierre Rosanvallon, si la recaída en el liberalismo económico y las formas de la pobreza “parecieron llevarnos a largo tiempo atrás”, hay algo en el actual escenario social cualita-tivamente nuevo. “Los fenómenos actuales de exclu-sión no remiten a las categorías antiguas de la explo-tación. Así, ha hecho aparición una nueva cuestión social” (Rosanvallon, 1995: 7).En este último capítulo, comenzaremos con una re-visión de los factores que fundan la idea general de un “cambio de época”. El escenario que se asentó en los noventa estuvo signado por la transición polí-tica hacia un “pacto por apatía” y la aparición de for-mas más positivas o negativas de individualismo, y una nueva (des)estructuración y heterogeneidad de lo social. En la segunda parte, concluiremos con la revisión crítica de la actual problemática de la po-breza, atendiendo las distintas variantes teóricas y la profusión de nuevos conceptos alternativos. Estas concepciones y discursos no fueron indiferentes al influjo y las sugerencias de los organismos interna-cionales como el Banco Mundial, y fundamentaron decisiones políticas y lineamientos para el diseño de programas de intervención sobre la cuestión social.Antes de comenzar, cabe hacer una advertencia y aclaración, respecto de la cronología y los alcances y objetivos del presente análisis.Hay un acuerdo general, tanto a nivel del debate po-lítico como académico en la actualidad, acerca del cambio sustantivo que en nuestro país constituye el período político inaugurado por la presidencia de Néstor Kirchner en el año 2003, respecto de los años previos de hegemonía neoliberal y el escenario de-solador dejado por la crisis de fines del 2001.Aunque es prematuro hacer un balance de expe-

riencias cercanas o que están aún en curso, puede constatarse un cambio del modelo económico, con una mayor apuesta al crecimiento de la producción y el empleo orientados al mercado interno, y una recu-peración de resortes institucionales y mayores már-genes para la intervención del Estado en la política económica. Asimismo, como consecuencia de este cambio político y económico, se constata una rever-sión o contención de algunas de las consecuencias sociales del neoliberalismo, con un descenso del desempleo y una reducción de la pobreza e indigen-cia, entre otros cambios en los indicadores sociales, que serán oportunamente reseñados más adelante.De todos modos, en el presente análisis haremos omisión deliberada de la crónica política de los cam-bios que distinguen al kirchnerismo, muy notoria-mente en la gestión del Estado, la dinámica del cam-po político y de sus actores.Por una cuestión de recorte temático y de método, nos deberemos concentrar más bien en el análisis de aquellas variables y problemas que definen especí-ficamente la cuestión de lo social, la desigualdad, el desempleo y las formas viejas y nuevas de pobreza. En este sentido, vale advertir que los problemas que veremos en este apartado, como la desigualdad y la fragmentación social, o los estigmas de la pobreza y la exclusión, aún si acompañaron en especial la eta-pa de implantación neoliberal en los años ochenta y noventa, han mantenido en buena medida su vigen-cia y sus consecuencias se hacen aún sentir y carac-terizan hasta el día de hoy la nueva cuestión social.

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En las últimas tres décadas, tras crisis y cam-bios sociales como los que venimos evaluando,

nos hemos habituado al fin a la idea de un cambio de época: vivimos en una era “post”. Resulta sinto-mática la profusión en muchos discursos y ensayos académicos de dicho prefijo, antecediendo a varios términos con que acostumbrábamos denominar el orden social previo. Lo “post” denota una transición hacia otro orden y, a la vez, la incertidumbre sobre la deriva final o la forma de concebir y nombrar los ras-gos definitorios de la nueva época.La idea de una nueva cuestión social, ligada a nue-vos problemas como la llamada “exclusión”, en cier-ta forma puede también dar cuenta de este estado de cosas. El preanuncio de la ola neoliberal y de una virtual era “postsocial”, característica de las formas de desregulación y desestructuración de la sociedad debidas al avance de la lógica de mercado en casi todas las relaciones sociales, tuvo su más categó-rica definición en boca de la propia Margaret That-cher, al pronunciar la famosa frase, lacónica y cate-górica: “lo social no existe”.A modo de resumen, para recapitular lo visto en el capítulo anterior, podemos a continuación ordenar en un cuadro distintas variables o factores, ligados a transformaciones en la política, la economía y lo social, divididos cronológicamente en un antes y un después, respecto de la crisis y transición de co-mienzos de los años setenta del siglo pasado. Esto nos permite marcar un contraste, de modo muy es-quemático, entre el orden de posguerra con econo-mía regulada y Estado de bienestar, y el perfilamien-to de un nuevo orden contemporáneo.

4.1. nueva sociedad, nueva cuestión social

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marco sistémico mundial

tipo de Estado

Legitimación del contrato social

tendencia política hegemónica

modelo socio-productivo

regulación económica

Valorización capitalista

mundo del trabajo

mercado laboral

Integración social

cuestión social

Políticas sociales

Paradigma cultural

Espacio

temporalidad

Identidad/Sujeto

Identidad colectiva

Estados nación y concertación internacional

Estado de bienestar

Pacto de unión

Social-democracia

Fordismo

Keynesianismo

Industrialización

Salariado (Estado-sindicatos-empresas)

Estabilidad y pleno empleo

ciudadanía social

Desigualdad

Servicios universales y prestaciones laborales

modernidad (verdad universal y proyectos colectivos)

Espacio público. ciudad y “barrio”

Linealidad y acumulación a futuro de proyectos, progreso profesional (carrera) y social (“ascenso social”)

Socialización disciplinaria

Identidad de clase social. culturas nacionales, populares y masivas

globalización

Estado neoliberal (“mínimo” o “gendarme”)

consenso por apatía

neodecisionismo

Posfordismo o toyotismo

Librecambio y “derrame”

Servicios, economía informacional, capital financiero

Postsalariado

Flexibilización y desempleo estructural

Dualización: incluidos/excluidos

Pobreza/Exclusión

Programas focalizados para familias y grupos “vulnerables”

Posmodernidad (relativismo y “fin de los grandes relatos”)

Desterritorialización y virtualidad. Suburbanización

Puro presente y contingencia, incertidumbre (“vivir al día”)

Individualismo (positivo y negativo) y sociedad “posdisciplinaria”

“multiculturalismo”. minorías, “tribus” y estilos de vida

LoS “AÑoS dorAdoS”. LA SoCiEdAd dE BiENEStAr

LoS AÑoS “PoSt”. ¿UNA NUEVA SoCiEdAd?

Es preciso prevenir de esta exposición binaria que, aunque esquemática, confronta bien ciertos bino-mios y conceptos contrastantes, muy difundidos en el discurso de sentido común y el campo académi-co, con que se describió (y aun auspició y celebró) el proceso de transformación social de las últimas décadas. Sin embargo, podría también inversamen-te remarcarse la continuidad, entre antaño y hoy, de ciertos pilares básicos de un mismo orden: economía capitalista, mercado mundial, Estados nacionales, sociedad de clases, cultura de masas. Las noveda-des de la época no deben pues ni desconocerse, ni tampoco exagerarse o mitificarse.

1. ¿En qué aspectos de nuestra memoria per-sonal y nuestra vida cotidiana podemos apre-ciar las dimensiones clasificadas en el cuadro de más arriba sobre el cambio histórico y la nueva cuestión social?

2. ¿En qué medida ello atraviesa y signa las experiencias subjetivas en términos de dife-rencias generacionales?

omentoeflexión demr

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De cualquier modo, la propia proliferación de los dis-cursos ya es sintomática de cambios efectivos ha-cia una nueva sociedad y una nueva cuestión social. “En los últimos veinte años del siglo XX se produce el proceso que hoy nos llama la atención: proceso centrado en el pasaje de una sociedad de integra-ción a la actual de tendencias excluyentes, del bien-estar a la pobreza, de la apropiación del tiempo his-tórico a un presente perpetuo, de la homogeneidad intra-clases y grupos sociales a un grado de hete-rogeneidad inédito en nuestra historia contemporá-nea, reemplazado por otra sociedad donde reina la diversidad en cada uno de los dos sectores que la integran, que ya no son sólo diferentes sino profun-da e insalvablemente desiguales, y que se muestra desintegrada en relación con su funcionamiento. En el contexto de esta desigualdad, la nueva pobreza es una estrella” (Feijoó, 2001: 22-23).Uno de los autores más citados en nuestro país en torno de la metamorfosis de la cuestión social, el francés Robert Castel, investigó y ubicó como eje del análisis los cambios en el mundo del trabajo. “La tesis que planteo es que en estos momentos hay una constante para todos los países occiden-tales -dominados por la mundialización- que es su respuesta, en una triple vertiente: A) Degradación de las garantías del empleo. Antes la existencia de diferencias sociales no implicaba precarización al-guna. Esas diferencias se podían regular mediante acuerdos, por ejemplo, la negociación colectiva. Ahora esas diferencias están desreguladas. B) Por otro lado, la precarización hace que la solidaridad y los acuerdos inter-grupos sean más difíciles por la heterogeneidad de los mismos. Eso implica un in-dividualismo negativo. C) Finalmente se produce un nuevo descubrimiento para la sociedad: los inútiles-normales, esos sujetos que ya no son integrables” (1997b).Este análisis ubica como principio determinante o estructural -para decirlo, alternativamente, con tér-minos del marxismo- el de las relaciones sociales

de producción. Pero también deben contarse ciertos cambios operados a nivel de la política y la gestión de Estado, con los que comenzaremos nuestro aná-lisis a continuación.

Podemos ensayar una descripción general del marco político, retomando los conceptos y aná-

lisis de Susana Murillo (2004), como un pasaje del “pacto de unión” a un nuevo “pacto por apatía”. El pacto de unión alude a la alianza táctica entre Es-tado, empresas y sindicatos que se insinuó ya con las políticas keynesianas a partir de la crisis de 1929 y que se generalizó especialmente en el mundo de la posguerra. Este pacto por unión, como ya hemos visto, fue el que instituyó la parcial integración de la fuerza de trabajo, merced a los derechos sociales y servicios propios del Estado de bienestar. Y a la vez que supuso un amplio control del Estado burocrático sobre la vida de la población y una eficaz contención de la cuestión social, habilitó, sin embargo, también una socialización de recursos económicos y cultu-rales y propició, al fin, la rebeldía civil en nombre del ideal político de una mayor igualdad social.Este paradigma se quebró con la crisis capitalista y el auge del neoconservadurismo a comienzos de la década de los setenta, frente al creciente peso de los flujos del capital financiero, la política neoconser-vadora de disciplinamiento de la fuerza de trabajo y la relocalización global de la producción. La difusión de discursos “globalistas” (ya citamos antes el an-tecedente de la Comisión Trilateral, con su énfasis

4.1.1. “Neodecisionismo” del Estado y transición del pacto de unión al “consenso por apatía”

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en los conceptos de “complejidad” e “interdepen-dencia” global) buscó desacreditar la viabilidad del anterior pacto de unión, que tenía por ámbito natu-ral de negociación el espacio nacional, desbordado ahora por la lógica global del capital.Esta perspectiva significó una redefinición tanto de la política como de la cuestión social y la asignación de nuevas funciones para los Estados. En primer lugar, éstos debían articular con nuevos agentes, líderes locales (“gurúes” neoliberales, consultores y miem-bros de agencias internacionales) ligados con el nue-vo “establishment” representante de los intereses del capital global para asegurar la sanción local de las políticas de desregulación y flexibilización y garan-tizar la “seguridad jurídica” para las inversiones. En segundo lugar, hacia dentro de los límites geográfi-cos nacionales, los Estados debían oficiar de policías locales para la contención de las poblaciones exclui-das tras los “ajustes estructurales”, a través del ejer-cicio directo de la violencia extraeconómica y la cri-minalización de la creciente protesta social (Murillo et al., 2007: 79). El Estado fue perdiendo así su carácter de espacio político promotor y articulador del pacto o “contrato social”, y fue definiéndose pues el nuevo perfil alternativo de un “Estado-gendarme”.Este nuevo modelo de Estado y de ejercicio de la política coetáneo del auge del neoliberalismo es lo que los politólogos han definido como “neodecisio-nismo” (Bosoer y Leiras, 1999). Este modelo de go-bierno, aunque formalmente mantiene el marco re-publicano, confiere la suma del poder al Ejecutivo43, a fin de viabilizar las reformas propiciadas por los centros de poder mundial y su rápida traducción en decisiones concretas. Estas decisiones, fundadas siempre en la urgencia y la excepcionalidad44, elu-den pues la instancia de deliberación y consenso encarnada tradicionalmente en los parlamentos y el debate ciudadano y, de este modo, acaban delegán-dose, en cambio, al saber supuestamente neutro y

eficaz de los “técnicos” (de ahí la alusión a las nue-vas “tecnocracias”).Evidentemente, una primera expresión extrema de este modelo de gobierno en la región y en nuestro país encarnó en las dictaduras militares que, con su política económica liberal y de represión sistemáti-ca, permitieron la primera transformación fuerte del orden socioeconómico y el terror y repliegue en el descompromiso político y la apatía por parte de la población. De este modo, el neodecisionismo parece haber oficiado de respuesta a la obsesión neocon-servadora por la “gobernabilidad”, procurando un nuevo balance entre las dos lógicas contradictorias de la represión y la legitimación; o, en otros términos, los dos extremos en tensión en todo régimen políti-co, entre la “dominación” y el “consenso”. Este últi-mo consistiría menos en un compromiso civil activo con la política de gobierno que en el resultado por defecto de una sociedad civil más desmovilizada y un acompañamiento resignado de la población (sig-nada por tantos años de terrorismo y violencia eco-nómica y extraeconómica). Así se fue consumando, desde mediados de los años setenta hasta el fin de siglo, una transición del anterior “pacto de unión” a lo que puede pues definirse como un nuevo y parado-jal pacto o “consenso por temor”, o una “gobernabi-lidad por apatía”, con una creciente desmovilización de la sociedad civil y un descrédito general de la po-lítica (Murillo et al., 2007: 78).Asimismo, valga decir también que este ejercicio de-cisionista del gobierno, sea por su relativa indiferen-cia por las instancias legislativas, o como respuesta frente a la crisis del sistema político-institucional, fue característico del peculiar tipo de liderazgo denomi-nado (a veces peyorativamente) “neopopulismo”, aplicado a muchos de los presidentes de América Latina (entre ellos, la mayor parte de quienes imple-mentaron las políticas neoliberales; aunque también, algunos líderes exponentes de lo que hoy se con-

43 • Este gobierno neodecisionista caracterizó la gestión presidencial de Carlos Menem en la Argentina: “Hacia comienzos del año 1994, cinco factores habían hecho de la institución presidencial argentina, un instancia gubernamental muy poderosa: (1) una amplia y extendida disciplina partidaria en el ámbito legis-lativo, (2) el fortalecimiento de la posición del gobierno federal vis a vis los estados provinciales, (3) utilización del veto parcial y total en forma recurrente, (4) la utilización de los decretos de necesidad y urgencia por parte del presidente Carlos Menem y (5) la cooptación del Poder Judicial” (Leiras, 2005: 7).

44 • “Soberano es quien decide sobre el estado de excepción”. Así comenzaba la Teología Política (1999) escrita en el año 1922 por Carl Schmitt, comúnmente citado como inspiración de filosofía política para interpretar el “decisionismo” político (asociado a los gobiernos autoritarios) y sus nuevas manifestaciones contemporáneas (Dotti, 2000).

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cibe como una “nueva izquierda” latinoamericana). “Serían casos paradigmáticos en Argentina, Brasil, Perú, Ecuador y Venezuela, Carlos Menem (1989-1999), Fernando Collor de Mello (1990-1992), Al-berto Fujimori (1990-2000), Abdalá Bucaram (1996) y Hugo Chávez (1999-presente), dado que los mis-mos tuvieron como común denominador constituir verdaderos liderazgos de ruptura en medio de un contexto de crisis del estado, fragmentación y des-estructuración social y crisis de representación y re-presentatividad política” (Leiras, 2008: 2).El estado de excepción y de crisis que funda el ejer-cicio más discrecional y autoritario del gobierno neodecisionista, el “consenso por temor” y el refor-zamiento de las prerrogativas y capacidades puni-torias de un “Estado gendarme” se vinculan a la vez con las respuestas punitivas que los analistas deno-minan “criminalización de la cuestión social”. Y todo ello se liga en un sentido profundo con otro tema re-levante de la agenda política contemporánea, la ge-neralización de una idea devenida fetiche ideológico del discurso de la derecha política, y amplificada por los mensajes mediáticos: el ubicuo fantasma de la “inseguridad”.La cuestión de la inseguridad, en primera instancia, alude de modo explícito al problema de la criminali-dad (sean los hechos y estadísticas concretas de de-litos, o la más volátil “sensación” de inseguridad di-fundida por los propios discursos sociales, políticos y mediáticos). Pero de modo menos manifiesto, expre-sa al fin la preocupación y temor frente a las alarman-tes consecuencias sociales de las políticas neolibera-les. Y aun también, indirectamente, es el emergente de un estado general de malestar más profundo, fren-te a la desintegración de las viejas solidaridades so-ciales, y la inseguridad por la ruptura de los marcos de inteligibilidad y previsibilidad que antaño garanti-zaban la contención del Estado de bienestar y la inte-gración salarial propia del capitalismo fordista.En el siguiente texto, el sociólogo francés Loïc Wacquant, destacado discípulo de Pierre Bourdieu,

especialista en la nueva problemática de los “parias urbanos”, desarrolla esta problemática de “genera-lización de la inseguridad social”, vinculada con una nueva cuestión social, signada por políticas de asis-tencia social resignadas a la aceptación del empleo precario (“workfare”) y una tendencia a la penaliza-ción de la pobreza (“prisonfare”) constitutivas del Estado neoliberal.

La regulación penal de la pobreza en la era neoliberal - por Loïc Wacquant¿Cómo y por qué la cárcel ha vuelto a ocupar un lugar central en las instituciones de las socieda-des avanzadas? En mi libro Castigar a los po-bres. El gobierno neoliberal de la inseguridad so-cial (2010) expongo tres tesis que resuelven este enigma histórico.

Tesis 1: El refuerzo del Estado penal en res-puesta a la inseguridad socialMi primera tesis consiste en que el refuerzo de la vertiente penal del Estado es una respuesta a la generalización de la inseguridad social y no una reacción a las cifras de crímenes. En las tres décadas que siguieron al momen-to álgido del movimiento de los derechos civi-les, EE UU pasó de ser un ejemplo de justicia progresista a convertirse en el apóstol de la po-lítica de "tolerancia cero" [...] Entonces descu-briremos que tras los disturbios raciales de los '60, se utilizó a la policía, a los tribunales y a las cárceles para refrenar las dislocaciones urbanas causadas por la desregulación económica y la implosión del gueto como contenedor étnico-ra-cial, así como para imponer la disciplina del tra-bajo precario en las capas más bajas de la es-tructura polarizada de clases y lugares. [...] la tendencia dominante es similar: una renovación disciplinaria de las políticas públicas que asocia la "mano invisible" del mercado con el "puño de hierro" del Estado penal.

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Tesis 2: Volver a vincular la política social y la penalMi segunda tesis es que para dilucidar las nue-vas políticas de la marginalidad debemos vincu-lar de nuevo los cambios introducidos en la po-lítica penal y en la social, en lugar de tratarlas como dos ámbitos separados, como suele ocu-rrir tanto en los espacios académicos como en los políticos. Los recortes en la ayuda pública, por un lado, unidos al proceso de transforma-ción por el cual el Estado de bienestar con su derecho a la protección se convierte en el "Es-tado del trabajo", en el que uno se ve obligado a aceptar empleos precarios como condición para recibir la ayuda, y la apuesta por la cárcel como herramienta, por el otro, son las dos caras de una misma moneda. Juntas, las políticas de em-pleo y las penales ejercen un control simultáneo sobre la pobreza en un tiempo en el que se pro-fundizan las desigualdades sociales y se genera-liza la inseguridad social. [...]

Tesis 3: La construcción del Estado neoliberalMi tercera tesis es que la puesta en marcha de las políticas de empleo y penales forma parte de la construcción del Estado neoliberal. Los econo-mistas han propuesto una concepción del neoli-beralismo identificada con la aséptica norma del "libre mercado" y el advenimiento del "pequeño gobierno" [gobierno reducido o Estado en retira-da, N. del T.]. Dicha concepción, que establece al Estado y al mercado como entidades antago-nistas, ha sido asumida de manera general por otros científicos sociales. El problema reside en que lo que describe es la ideología del neolibe-ralismo, no su realidad. [...] El dominio del mer-cado por tanto necesita de sólidos dispositivos institucionales que los sostengan y apoyen [...]

Conclusión: La corrosión de la democracia por vía del neoliberalismoEl vínculo existente entre la mezquina contrac-ción del Estado del bienestar y la munificencia del Estado penitenciario, procesos ambos pre-sididos por el patrón de la moral, han provoca-do cambios en el diseño y funcionamiento del estamento burocrático que son seriamente per-judiciales para los ideales democráticos. [...] En resumen, la criminalización de la pobreza frag-menta a la ciudadanía a lo largo de las diversas estructuras de clase, mina la confianza cívica de las capas más bajas y anticipa la degradación de los principios republicanos.

Wacquant, Loïc (2012). La regulación penal de la pobreza en la era neoliberal. En periódico Diago-nal, Nro. 171, jueves 5 de abril de 2012, Madrid. Disponible en: http://ar.globedia.com/regulacion-penal-pobreza-neoliberal-loic-wacquant

1. ¿Cómo se puede definir y qué aspectos pue-de involucrar la idea de Wacquant de una “ge-neralización de la inseguridad social”?

2. ¿Qué relación sugiere el autor que existe entre política social y política penal?

3. ¿Cómo se relaciona la política penal con el fenómeno de precarización del empleo?

4. ¿No hay contradicción entre la idea de Es-tado penal neoliberal, y el discurso acerca del “achicamiento del Estado”?

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El análisis que venimos haciendo en un nivel más macro, sobre el nuevo balance de poder entre el

capital y los organismos financieros internacionales y los Estados y las sociedades civiles nacionales en la nueva etapa de “globalización”, fue acompañado en paralelo por una serie de transformaciones a nivel más “micro” en la trama de las identidades y relacio-nes sociales cotidianas y las formas de solidaridad en la sociedad civil que son el correlato sobre el que se funda todo orden político. En este sentido, lo que definimos como un pasaje del pacto de unión al con-senso por apatía, o del Estado de bienestar al Esta-do neodecisionista y la política neoliberal, se expresa también en el análisis que citaremos a continuación del historiador francés Pierre Rosanvallon (acerca de lo que define como la “nueva cuestión social” rela-cionada con la “quiebra del Estado providencia”), como parte de una crisis aún más amplia, de orden “filosófico” o “antropológico”:“Pueden distinguirse tres dimensiones que constitu-yen también tres etapas en la quiebra del Estado pro-videncia. Las dos primeras son de orden financiero e ideológico. [...] La crisis financiera se desencadenó en los años setenta. [...] La crisis ideológica marca sobre todo los años ochenta. Traduce la sospecha bajo la que se encontraba entonces el Estado em-presario en cuanto al manejo eficaz de los problemas sociales. Corresponde a la puesta en tela de juicio de una maquinaria cada vez más opaca y burocrática, que enturbia la percepción de las finalidades y entra-ña una crisis de legitimidad. Estas dos dimensiones subsisten hoy en día. [...] El hecho verdaderamente importante del período actual: está comenzando una tercera crisis del Estado providencia, de orden filosó-

4.1.2. desintegración de la solidaridad social e individualismo

fico. [...] Aparecen dos problemas mayores: la desin-tegración de los principios organizadores de la soli-daridad y el fracaso de la concepción tradicional de los derechos sociales para ofrecer un marco satis-factorio en el cual pensar la situación de los exclui-dos” (Rosanvallon, 1995: 8-9).Este marco de análisis sobre la nueva cuestión so-cial fue desarrollado especialmente por algunos au-tores en torno a la cuestión social en Francia, como el mismo Rosanvallon, quien junto con Jean-Paul Fitoussi ha también publicado un muy recomenda-ble ensayo sobre La nueva era de las desigualdades (1997); o el sociólogo Robert Castel, en su ya citada obra La metamorfosis de la cuestión social (1997). Estos trabajos y este marco teórico tuvieron mucha difusión también en el ámbito académico y político local, como base de valiosos trabajos de investiga-ción sobre las consecuencias del empobrecimien-to y la exclusión social hacia fines de siglo pasado en nuestro país; por ejemplo, vale mencionar en la misma línea el trabajo colectivo editado por Maris-tella Svampa, Desde abajo. La transformación de las identidades sociales (2000), entre otros que citare-mos en lo sucesivo.

La advertencia acerca de la desintegración de la so-lidaridad social remite a la tradición clásica de la so-ciología y, en particular, a uno de sus “padres funda-dores”, el francés Émile Durkheim. Éste planteó en su obra una concepción de la sociedad moderna en riesgo permanente de “anomia” (literalmente, falta de normas); ello debido a la supremacía de la figura del individuo en la modernidad, la correlativa pérdida de fuerza de las normas de la tradición y, por ende, un

Mala época (Argentina, 1998). Dirección: Nicolás Saad, Mariano De Rosa, Sal-vador Roselli y Rodrigo Moreno.

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creciente desajuste entre los individuos y los mar-cos tradicionales de integración social que cimenta-ban antiguamente el orden social, como la familia, la iglesia o comunidad religiosa, o aun los lazos de va-sallaje y de autoridad tradicional. En el nuevo orden de la solidaridad social (“orgánica”, como la definía Durkheim) que integra la compleja trama de la divi-sión del trabajo social moderna, deberían cuidarse dichos marcos integradores (o de “socialización”, en jerga funcionalista) y lazos sociales intermedios entre el individuo y el todo social o el Estado; en particu-lar, para Durkheim, cabía un rol importante de inte-gración en la sociedad industrial a las corporaciones o gremios laborales-profesionales (Durkheim, 1993).Efectivamente, fueron dichos lazos de participación estable en el mundo del trabajo (constitutivos de lo que Robert Castel denomina “salariado”), ya en el siglo XX a través de la afiliación sindical y gremial, los que permitieron la integración social en tiempos del capitalismo fordista y la sociedad de bienestar de posguerra (integración traducida políticamente en el reconocimiento de los “derechos sociales”; y también, como fue el caso destacado del peronis-mo, en una legitimación de la cultura obrera). Y son estos mismos marcos o soportes relacionales inte-gradores los que son hoy vulnerados, tanto los del trabajo como los de la familia o la vida barrial, que sufren directamente los impactos del desempleo y la exclusión. Ello volvería pues a plantear contem-poráneamente el riesgo de la desintegración social anómica, con el abandono de los sujetos al “sálvese quien pueda” de las relaciones de mercado. Es de-cir, un debilitamiento de la solidaridad y del horizon-te de igualdad social (crisis filosófica y política) y una regresión o recaída en el individualismo (crisis antro-pológica o del sujeto).En fin, podemos resumir con una cita de Rosanvallon y Fitoussi (1997: 14), que sintetizan el panorama de la nueva cuestión social contemporánea, como la con-junción de una triple crisis:

Si ya se han planteado y descrito anteriormente las dos primeras crisis, del Estado providencia y del mundo del trabajo, podemos avanzar ahora en el análisis de la “crisis del sujeto” y de las identidades, expresada en las manifestaciones contemporáneas de un nuevo individualismo (Rosanvallon, 1995; Cas-tel, 1995 y 1997; Lasch, 1999; Bauman, 2001, 2003 y 2004).El “individualismo” es un término ambivalente, carga-do de sentidos y valoraciones diversas y aun opues-tas; y es empleado aquí menos como mera y obvia referencia a la existencia de una sociedad de indivi-duos (creación original de la modernidad) que para calificar el grado y carácter de los lazos que estable-ce el individuo con la sociedad. “Califica por turno

“La crisis que atravesamos es entonces indiso-ciablemente económica y antropológica; es, a la vez, crisis de civilización y crisis del individuo. Fallan simultáneamente las instituciones que ha-cen funcionar el vínculo social y la solidaridad (la crisis del Estado providencia), las formas de la relación entre la economía y la sociedad (la cri-sis del trabajo) y los modos de constitución de las identidades individuales y colectivas (la crisis del sujeto)”.

1. ¿Cuáles son los aspectos diferenciales de cada una de las tres crisis que identifican Rosanvallon y Fitoussi? ¿Qué relaciones intrín-secas hay entre ellas?

2. ¿Cuáles son las implicancias de lo que los autores denominan “crisis de civilización y cri-sis del individuo”? ¿Cuáles son los desafíos que plantea en el campo de la educación?

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una evolución moral (el triunfo de la lógica del mer-cado y el repliegue sobre sí mismo), un hecho socio-lógico [el desmoronamiento de los cuerpos interme-dios, la fragilización de los vínculos comunitarios y la tendencia a la atomización social ]y un principio filo-sófico (la valorización de la autonomía y la autentici-dad)” (Fitoussi y Rosanvallon, 1997: 36).

La expansión del individualismo en las últimas déca-das admite interpretaciones y valoraciones opuestas, y “mientras algunos consideran que la dinámica de la individualización se caracteriza por la progresiva emancipación del agente respecto de las estructuras, otros ponen de relieve el carácter deficitario del indi-vidualismo contemporáneo, despojado de sus ‘anti-guos’ soportes colectivos” (Svampa, 2000: 10).En este último sentido, varios de los autores citados más arriba han descrito el escenario contemporáneo como una transición entre dos formas del individua-lismo: de un individualismo “positivo” (valor de “au-tonomía” y adhesión contractual al orden social) a uno de tipo “negativo” (signado por un déficit o “ca-rencia”, propio de un sujeto librado sólo a sí mismo).Ésta es por caso la perspectiva de Castel (1995), para quien el mundo del salariado había conseguido una cierta desindividualización, un marco de integra-ción colectivo y de seguridad superador de la visión del orden contractual liberal. La protección social y laboral redujo los riesgos del individualismo negativo y promovió una cierta forma de individualismo posi-tivo. La identidad individual en este caso anclaba o formaba parte, a la vez, de una identidad colectiva, relativa al rasgo común vinculante de la ciudadanía y a los lugares específicos que cada cual ocupaba en el espacio social.

American psycho (EEUU, 2000). Dirección: Mary Harron.

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El individualismo positivo tuvo su celebración en las décadas de los setenta y ochenta con la oportuni-dad de reivindicar la propia diferencia y la autonomía de las coacciones colectivas. En un marco históri-co de crisis y mutación del orden económico-social, ello acentuó una tendencia individualista más atomi-zadora de lo social, que finalmente “encuentra sus inflexiones narcisistas, hecho que se combina con la expansión de una cultura psicologizante (que implica la extensión de las terapias a los ‘normales’) en las clases sociales más cultivadas, fuertemente resistida por los sectores populares” (Svampa, 2000: 12). El ensimismamiento subjetivo y la ideología del cultivo de la “interioridad” en la “era del narcisismo” (Lasch, 1999) inducen un desajuste entre subjetivación y so-cialización, entre identidades individuales e identida-des sociales.Otra variante celebratoria del individualismo ha sido el imaginario del “emprendedor” privado que co-menzó en estos mismos años y fue muy afín a la ideología liberal del valor de la competencia de mer-cado. “En los años setenta y ochenta, la glorificación de la empresa acompañó el proceso de individuali-zación, como si la independencia de las personas tuviera que prolongarse necesariamente en un him-no sin matices a la empresa y en la valorización de las aventuras personales [...] Por doquier, nos vemos cada vez más obligados a hacernos cargo de noso-tros mismos” (Fitoussi y Rosanvallon, 1997: 38).Sin embargo, desde fines de siglo pasado, comien-zan a ponerse de manifiesto los aspectos menos po-sitivos y más problemáticos de este individualismo, que afectan tanto a los trabajadores más subalter-nos como también a los cuadros ejecutivos y téc-nicos más calificados típicos del “posfordismo”. En este último caso, el conocido y recomendable ensa-yo del sociólogo norteamericano Richard Sennett, La corrosión del carácter. Las consecuencias persona-les del trabajo en el nuevo capitalismo (2000), mos-tró la conexión de este espíritu individualista de em-presa con las nuevas pautas de trabajo propias del

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“capitalismo flexible” (con sus ideas asociadas, por ejemplo, de “polivalencia” o de movilidad y “forma-ción permanente”). El imperativo de “reinventarse” permanentemente, en el trabajo y en la vida cotidia-na, “corroe el carácter”: rompe la rutina y el propio hilo biográfico (o sea, la identidad) de las personas (y sus familias), la capacidad de interpretar su trayec-toria social y proyectar en el largo plazo, de sentirse dueños de sus propias vidas, todo lo cual estaría en la raíz de nuevos y severos trastornos subjetivos45.La crisis de la sociedad salarial, la desprotección so-cial y la creciente precarización laboral, generalizan los efectos atomizadores del individualismo negati-vo, que junto con los efectos del empobrecimiento y el desempleo, está en la base de las nuevas pro-blemáticas que Castel definió con los conceptos de “vulnerabilidad” y “desafiliación” (concepto éste úl-timo crítico y sustituto de la común idea de “exclu-sión”46). La falta de soportes relacionales e institu-cionales de integración social, el desfasaje entre los procesos de socialización y subjetivación acaban “en el límite, con un individuo anómico y desociali-zado, cuyas figuras extremas son los desocupados sin domicilio fijo” (Svampa, 2000: 13).

45 • La insatisfacción identitaria, frente a la obligación y la “fatiga de ser uno mismo” (Ehrenberg, 2000) y la carencia de rutinas y soportes de referencia esta-bles para el anclaje de la identidad, puede estar en la raíz de nuevos fenómenos de depresión y dependencia, el consumo compulsivo de mediadores como los psicofármacos (mediación del sujeto consigo mismo) y los medios de comunicación (mediación con los otros). Al fin, “dependencia y depresión son las dos caras del ‘individuo soberano’” (Svampa, 2000: 13).

46 • Frente a la idea común de “exclusión” (división binaria y estática de la sociedad y fijación del excluido en un no-lugar social definitivo), el concepto de “de-safiliación” de Castel constituiría una perspectiva más relacional y dinámica sobre las trayectorias de (des)enclasamiento en una sociedad en transformación.“Para Castel la vulnerabilidad no es un término estático, pues un individuo puede localizarse en distintas zonas de vulnerabilidad. Esta posición le permite al autor realizar una crítica al término de exclusión social -muy en boga en Europa, en particular en Francia en los últimos años- y sugerir la utilización del concepto de ‘desafiliación’: proceso mediante el cual un individuo se encuentra disociado de las redes sociales y societales que permiten su protección de los imponderables de la vida (Castel, 1995). La decisión para utilizar el término ‘desafiliación’ radica en que el concepto de exclusión parecería reflejar, para Castel, una inmovilidad y designar en cierta medida un estado o diversos estados de privación, y con ello soslayarse los procesos que generan esos estados de privación. Además, el término exclusión provoca la sensación de referirse a una sociedad que al parecer está dividida en dos: los que se encuentran afuera -los excluidos- y los que se localizan adentro -los incluidos-, como si no existieran matices de afiliación en función de los distintos niveles y escalas del orden y de la estructura social. Por el contrario, cuando se habla de desafiliación se tiene como objetivo visualizar no tanto una ruptura sino un recorrido hacia una zona de vulnerabilidad -esa zona inestable que mezcla la precariedad del trabajo y la fragilidad de los soportes de proximidad-, lo que permite, además, subrayar la relación de disociación con respecto de algo, apreciándose el hecho de que un individuo puede estar vinculado, por ejemplo, más estrechamente con las relaciones societales y menos con las estructuras institucionales de trabajo” (Arteaga Botello, 2008: 165-166)

47 • El universo intelectual de los países anglosajones, cuna del librecambio y de una cultura esencialmente liberal, resulta afín con el ethos y la perspectiva individualistas. Esto contrasta con las preocupaciones y marcos teóricos en los países de la Europa continental; y, en particular, con los ensayistas antes citados, mayormente ellos de Francia, país con una tradición histórica, intelectual y político institucional más orientada por el ideal de la solidaridad y la integración social.

Existe una línea alternativa de análisis, formulada por autores como Anthony Giddens, Ulrich Beck y Scott Lash, más ligada al espacio académico anglosajón47 y con relativa difusión también en nuestro país, que insinúa un mayor optimismo acerca de las oportuni-dades de un individualismo positivo (Giddens, 1991 y 1996; Beck, 1996 y 1998).El eje de atención de estos autores se desplaza del análisis económico de las finanzas y el merca-do mundiales al análisis de ciertos aspectos cultura-les de la “globalización”, concebida como una etapa de expansión de “modernidad tardía” o “moderniza-ción reflexiva” (Beck, Giddens y Lash, 1997), como el proceso histórico de emancipación de los individuos respecto de la tradición y las sujeciones sociales. El aflojamiento de los lazos y regulaciones sociales, la distancia entre las estructuras y la acción, es vista así menos como un proceso negativo de desintegración y atomización social que positivamente como el de-safío y oportunidad de una mayor “reflexividad”: los sujetos están expuestos hoy día a más riesgos e in-certidumbre, pero sus trayectorias vitales están me-nos determinadas que antaño por su ubicación en una categoría o encasillamiento social. El individua-

4.1.3. reflexividad: prácticas expresivo-estéticas y consumosde las clases medias

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lismo así visto supone una mayor libertad para la au-toconstrucción de la propia identidad como un pro-yecto reflexivo y autónomo.Una manifestación posible de esto se encontraría en la variante que Lash (1997) definió como “reflexivi-dad estética”: una comprensión y construcción de sí menos ligada al factor cognitivo, que a la dimensión mimético-expresiva subjetiva y la estética de la vida cotidiana. En fin, ello alude a toda la gama de prác-ticas y la dimensión del espacio-tiempo de la vida cotidiana no ancladas en el mundo del trabajo, pero importantes sin embargo también para la afirmación de la identidad y los grupos y marcos de pertenen-cia de los sujetos. Es el espacio de lo que suele de-nominarse también como “estilos de vida”, muy li-gados a ciertas prácticas de consumo, cuyo estudio se puso en boga en los últimos años con la difusión académica de los “estudios culturales” posmoder-nistas (Featherstone, 2000; Wortman, 2003 y 2004; Bauman, 2006).Como ejemplos de manifestación de esta reflexivi-dad estética, suelen mentarse la creciente asiduidad y extensión de las prácticas artísticas, la variedad de las modas, la amplia gama de los consumos cultura-les, los rituales múltiples que hacen a la valorización del tiempo de ocio y a la marcación de lugares y cir-cuitos propios en el espacio urbano, etc. Ello no se limita a prácticas y sentidos individualistas, sino tam-bién a la conformación de diversos grupos y nuevos lazos colectivos, por ejemplo, proyectos culturales y “colectivos” artísticos, grupos religiosos o de mino-rías, fiestas o emprendimientos comunitarios, etc.El sesgo claramente culturalista de esta línea teórica se vinculó también, en particular entre algunos auto-res latinoamericanos (García Canclini, 1990; Martín-Barbero, Jesús, 1987), a una reconsideración posi-tiva de las prácticas y los consumos culturales. La globalización de los medios de comunicación masi-vos y los productos de las industrias culturales, la valorización del conocimiento y expansión global de las redes en la “sociedad de la información”, cons-

titutivas al fin de una nueva “economía de signos y espacio” (Lash y Urry, 1998), pone a nuestra dispo-sición un flujo de signos y recursos culturales de un volumen y potencial inéditos. La recepción de este magma cultural-informacional ya no debería com-prenderse solamente como aceptación pasiva de mensajes y productos de una cultura estandarizada y mercantilizada, sino también como oportunidad para una elaboración activa de sentidos y valores propios. A decir verdad, este tipo de prácticas reflexivas y expresivas y consumos culturales requieren bastan-te tiempo, así como un alto capital cultural y social, amén de económico. Es decir, que constituyen al fin desde siempre un privilegio de los estratos medios y altos de la sociedad, y podrían oficiar de símbolos de distinción social y una conquista de status por parte de “los que ganaron” con el modelo neoliberal (Svampa, 2001).

Los lugares, el esparcimiento, los estilos de vida. Les sugerimos recorrer algunas imágenes como: panorámica de Puerto Madero (1) (2), emprendimiento inmobilia-

rio paradigmático de los años noventa (3), cer-cano y a la vez separado del centro de la ciu-dad, con un puerto reciclado y reservado para viviendas y oficinas para los “nuevos ricos”; el shopping, símbolo de los paseos recreativos que integran en un mismo espacio cerrado, estandarizado y privatizado el consumismo, esparcimiento y servicios para la clase media; y el perfil de un típico “yuppie” (acrónimo para “young urban professional”, joven profesional urbano), figura icónica propia de las nuevas profesiones ligadas a las finanzas y los ser-vicios, representativa de los “ganadores” de la época de auge neoliberal.

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Podemos interponer pues una básica advertencia e interrogante crítico: ¿En qué medida la mentada “re-flexividad” y las oportunidades de auto-realización, en tanto recurso social desigualmente distribuido, es válida para interpretar las prácticas del conjunto de los grupos y niveles sociales? Estas teorías ori-ginarias y en boga en los países anglosajones, ¿son pertinentes y aplicables sin más, en sociedades con mayores restricciones económicas, desigualdades y procesos de empobrecimiento, y con carencias de tiempo y de acceso para disfrutar de las bondades de la globalización cultural que afectan a una mayo-ría de la población?En efecto, la valoración y asiduidad de las prácticas culturales reflexivas en cuestión caracterizan en par-ticular la rutina y el repertorio de consumos culturales de una franja social de alto capital cultural, constitu-tiva de lo que puede identificarse como una “nueva clase media” ligada a las profesiones típicas de las nuevas áreas de la economía informacional y de ser-vicios. “Entonces la ‘nueva pequeña burguesía’ viene representada por ocupaciones que implican presen-tación y representación, y por todas las instituciones que proporcionan bienes y servicios simbólicos, pro-ducción y organización cultural” (Wortman, 2003: 72). En fin, la búsqueda reflexivo-expresiva de la identi-dad no es privativa de un grupo y puede acaso ca-racterizar prácticas en todos los niveles sociales; por ejemplo: consumos naturistas, “terapias alternati-vas”, talleres artísticos o de salud y “vida sana”, gru-pos de meditación o de “autoayuda”, todo aquello que constituye el llamado universo “new age”, difun-

dido y consumido en las clases medias y altas; pero también, en las clases bajas y los sectores popula-res, nuevos grupos religiosos e iglesias evangelistas, murgas en calles y plazas, tribus juveniles y bandas que cultivan el ritual del “aguante” en el fútbol o en conciertos, etc.Esta línea teórica de la identidad reflexiva-estética ha servido también para la interpretación y estudio de las “culturas juveniles”, calificadas contemporá-neamente en torno de consumos de determinada música o vestimenta (el signo o marca propiamente antropológica de la “marca” comercial), u otros tan-tos elementos culturales distintivos, como su estéti-ca corporal (“¡el estigma como emblema!” podría ser el grito de guerra de los adolescentes cultores del piercing, cada vez más extendido e intrusivo con el propio cuerpo), rituales de sociabilidad, apropiación de espacios urbanos, términos y códigos de comu-nicación propios. En fin, todo el universo los nue-vos agrupamientos comunitarios denominados “tri-bus urbanas”, fuertemente identificadas en torno de prácticas de estetización de la vida cotidiana y múl-tiples consumos.Esta dimensión reflexivo-expresiva puede reivindi-carse aun también en el desarrollo de los llamados “nuevos movimientos sociales”. El protagonismo de la sociedad civil frente a la “retirada” del Estado neo-liberal, con un nuevo despliegue en nuestro país tras la crisis de diciembre de 2001, dio testimonio pre-cisamente de la existencia de múltiples actividades culturales que crecen en su seno: grupos de con-trainformación, nuevos realizadores de cine y docu-mental, múltiples colectivos de teatro que conforman el enorme circuito “off”, revistas, murgas y fiestas o conciertos de bandas de música alternativas, cen-tros culturales barriales, talleres y seminarios orga-nizados por grupos independientes, proyectos de producción de artesanías o de alfabetización, y un largo etcétera. Todas estas prácticas conforman un arco múltiple de iniciativas en buena medida ajenas al predominio del mercado y la industria cultural y

Imágenes disponibles en:(1) http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/27/Puerto_Madero_DLightning.jpg(2) http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/3/3e/Puerto_Madero.png(3) http://1.bp.blogspot.com/-UISZz8Z6LRg/TZJlYqlNJLI/AAAAAAAABgo/ZV7-iQ0E2Q4/s1600/shopping.jpg

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en relación tensa con los intentos de cooptación por parte del Estado que, a través de la autogestión (de principio, y muchas veces también inevitable), po-drían incluso alcanzar a extender un cierto capital cultural hacia los sectores más postergados de la población y abrir la apuesta a la construcción de in-terpretaciones del mundo alternativas.Por último, digamos que estas interpretaciones op-timistas encuentran casi siempre su contraparte en estudios que destacan los aspectos más negativos del nuevo individualismo. Remitiéndonos a los ca-sos recién vistos, por caso respecto de las culturas juveniles, debe señalarse que es sobre la juventud donde impactan en primer lugar varios de los pro-blemas sociales vistos hasta aquí: son los jóvenes quienes engrosan los mayores índices de desem-pleo y precarización laboral, o quienes sufren y sin-tomatizan más directamente la carencia de normas o marcos sociales integradores (Torrado, 1995).

Las “tribus urbanas”, que algunos celebran en su colorida estética y multiplicidad, son descritas a ve-ces por otros como equivalentes de las bandas ju-veniles signadas por la delincuencia o la violencia, o subculturas captadas por una lógica consumista y mercantil, “estrategias del desencanto” de jóve-nes que procuran un precario sentido de pertenen-cia grupal frente a los déficits de integración institu-cional, laboral y social (Reguillo Cruz, 2000).En fin, acaso sean todas éstas expresiones de un mismo “malestar identitario” (Fitoussi y Rosanvallon, 1997: 43). Esto caracteriza también otros casos ex-puestos más arriba: la “búsqueda de sí mismo” en terapias y grupos de autoayuda entre las clases me-dias, o los templos evangélicos que penetran la reli-giosidad en los sectores populares. Estos aparecen

Tan de repente (Argentina, 2002). Dirección: Diego Lerman.

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como espacios de pertenencia y de identidad per-sonal y colectiva, cuando ésta depende de una “re-flexividad coactiva” (Svampa, 2000: 14) sin anclajes sociales definidos y estables y se convierte en una construcción cada vez más trabajosa e incierta.El riesgo y la gran paradoja que la teoría de la “mo-dernización reflexiva” parece insinuar y a la vez ocul-ta es que el saldo de las políticas neoliberales y la desintegración de la solidaridad social, que involu-cra causas, responsabilidades y soluciones nece-sariamente colectivas, pueda al fin traducirse fal-samente en una responsabilidad y una salvación puramente individuales. En este sentido, Svampa formula el siguiente interrogante crítico: “¿quién po-dría negar que, en el contexto de los nuevos proce-sos de globalización existe también algo más que una afinidad electiva entre modelos neoliberales y las nociones de desregulación y autorregulación que están en el corazón de la teoría de la reflexividad?”48 (Svampa, 2006: 6).La virtual responsabilización de los sujetos por el contexto de crisis, acarreada por el pesado impera-tivo de una incierta autoconstrucción identitaria, sig-na trayectorias que varían entre el potencial de la “reflexividad” y la realidad angustiante de la precari-zación y la “vulnerabilidad”.

48 • Valga decir que uno de los autores más destacados de la teoría de la “modernidad reflexiva”, el inglés Anthony Giddens, hizo en la década de los noventa una defensa y reivindicación de la orientación liberal que entonces asumieron el laborismo inglés y las socialdemocracias europeas, con su conocida teoría de la “tercera vía” (Giddens, 1999).

El orden del salariado de posguerra había conse-guido construir una sociedad relativamente or-

denada. El esquema de la economía industrial, con su división del trabajo y de categorías profesionales y sociales, tendía a organizar la sociedad como con-junto estable y jerarquizado de colectividades liga-

4.1.4. La “opacidad” de lo social: empobrecimiento y heterogeneidad de trayectorias

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das por el derecho y la solidaridad. Ello permitía una “lectura” de la sociedad, desagregada estadística-mente en series de datos geográficos y sociológi-cos, para consideración de los investigadores y para la posible orientación de las decisiones políticas.La rápida desestructuración de aquel esquema eco-nómico y social desde la década de los setenta ten-dría como resultado una progresiva “opacidad”, una dificultad de “lectura” de lo social y de interpreta-ción de sus transformaciones; ello supone un con-creto desafío de adaptación de las herramientas de las ciencias sociales así como de ciertas categorías del sentido común.Un síntoma acaso de respuesta aún tentativa a estas transformaciones sociales en el lenguaje, es la divul-gación en el análisis sociológico o en el periodístico de términos como “fragmentación”, “desestructura-ción”, “polarización” o “dualización” para calificar el cambio social actual; o también nuevos nombres o adjetivos de la pobreza, “estructural” o “histórica”, “empobrecimiento”, “desclasamiento”, “marginali-dad”, “exclusión”, “desafiliación”. Todos ellos son conceptos que suelen conjugarse aunque remiten a distintas lecturas, y alumbran con mayor o menor justeza distintos aspectos o fenómenos de la nueva cuestión social.En general, lo que tenemos es una complejización de la estructura de clases y un escenario social ca-racterizado por una progresiva “heterogeneidad”. Y como segundo fenómeno asociado con este último, una nueva tendencia al empobrecimiento, que im-pacta no sólo en los niveles más bajos de la esca-la social, sino también notoriamente en el espacio de las clases medias. Heterogeneidad y empobre-cimiento son dos de las problemáticas fundamen-tales que definen la nueva cuestión social y se re-lacionan con algunos procesos que hemos descrito antes, como la reconversión del mundo del trabajo, la distribución regresiva del ingreso y la naturaliza-ción de un modelo social de reproducción de formas de desigualdad, viejas y nuevas.

• Gráfico 1: “El ̀nuevo consumo’ según la pirámide social”. Se refiere a la última pirámide socioeco-nómica elaborada por la consultora especializa-da CCR Group (ajustada al tercer trimestre de 2009). Este nivel socioeconómico se subdivide, a su vez, en "clase media típica", "media baja" y "media recuperada", en orden descendente. Allí podemos ver una clásica pirámide social, donde apreciamos la necesidad de descomposición del antaño homogéneo universo de la “clase media”, en distintos estratos o fracciones de clase, dis-tinguidos según variables estáticas y dinámi-cas, de nivel promedio de ingresos (ajustados a cifras correspondientes a fines del año 2009) y de trayectoria social estable (“precavido”) o descendente (“deteriorado”). Disponible en: http://www.iprofesional.com/adjuntos/jpg/2010/10/320432.jpg

• Gráfico 2: “Clase social real vs. Clase perci-bida” Se muestran dos pirámides que repre-sentan la realidad según datos objetivos de la condición social, y la percepción subjetiva de la pertenencia de clase. Esto muestra la genera-lización de una abarcativa identidad de “clase media”, que es declarada por los grupos más acomodados en la punta de la pirámide social, y persiste también entre sectores empobreci-dos que siguen referenciándose identitariamen-te en aquella pertenencia social. Disponible en : http://1.bp.blogspot.com/_krRC4R-qA4TY/TVHxcmhfWtI/AAAAAAAACCY/fiRP-dhtlPM/s400/El%2BCerdo%2BCapitalista%2B-%2BSantiago%2BA.%2BMagnin%2BG%25C3%25B3mez%2B-%2BClase%2BSocial%2BReal%2Bvs%2BClase%2BPercibida.jpg

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omentoeflexión demr

1. ¿Qué factores pueden diferenciar los distintos estratos o fracciones de clase

en que se divide el amplio universo de la clase media (“alta, típica, baja, recuperada”)?

2. ¿Cómo se explica la divergencia entre las pirámides correspondientes a la “clase social real” y la “clase social percibida”?

3. ¿Cuáles podrían ser las razones por las que los miembros de la clase alta se identifican con la clase media?, ¿y cuáles las razones para que hagan lo mismo aquellos sectores empobre-cidos o de la clase baja?

En el plano laboral, se dio una diversificación de las ramas ocupacionales, y junto a un mundo obrero in-dustrial fabril declinante en términos cuantitativos y de importancia económica, creció todo un universo de ocupaciones no manuales propias de la econo-mía de servicios que se expandió en nuestro país en los años noventa. Asimismo, el estatus y cali-dad de contratación en el mercado laboral se tornó más fragmentario y heterogéneo, entre los emplea-dos más protegidos del sector público o de secto-res fuertemente sindicalizados, y el crecimiento de nuevos contratos “flexibles” y formas de cuentapro-pismo (jóvenes que se inician en el empleo, o profe-sionales “free-lance”, o empleos y “changas” oca-sionales signados por la informalidad).Estos cambios muestran un mercado laboral en re-conversión, flexibilizado y precarizado en todas sus distintas ramas de trabajo, niveles de calificación y jerarquías socio-profesionales. Nuestro tradicional imaginario sobre el mundo del trabajo difiere bastan-te de este escenario disperso, donde “viejas identi-dades subsisten en contextos en los que las con-

diciones objetivas en que se fundaron desaparecen rápidamente -como, por ejemplo, en el caso de la condición obrera, identificando a trabajadores ma-nuales o de cuello azul, trabajadores industriales e integrados socialmente- sustituidos por una mano de obra poco calificada, desprotegida, de desem-peño intermitente e intersticial en lo que queda de la vieja economía [...] Sin embargo, aunque quedan pocos obreros manuales industriales, el concepto sigue manteniéndose con fuerza como referencia en ciertos discursos” (Feijoó, 2001: 9-10).En cuanto a la distribución de la riqueza, los años neoliberales se caracterizaron por una distribución más regresiva y una mayor concentración del ingre-so en los deciles más altos de la escala social. En-tre los grupos sociales privilegiados, el desarrollo de algunos sectores de la economía de servicios y de la valorización financiera prohijaron la aparición de nuevas figuras como la del “yuppie”, la pretenciosi-dad del “nuevo rico” (con perfil más moderno y de-contracté que el “cheto” tradicional) cuya distinción debe menos al estatus que al logro profesional y el consumo suntuario. Estas figuras tuvieron un plus simbólico, el de convertirse en estereotipos del “éxi-to”, hipertrofiados por su incesante exposición me-diática, durante los años menemistas de la “pizza con champán”, como paradigma de los “ganadores” del modelo de los años noventa.Los demás grupos mayoritarios de la población, sin embargo, cayeron más o menos precipitadamente en la vía de la degradación en la escala social. El es-pacio siempre diverso de las clases medias se frac-turó y tornó aún más heterogéneo. Algunos grupos minoritarios de una nueva pequeña burguesía em-prendieron el éxodo hacia una vida “verde” y apar-tada en los nuevos “countries” y barrios privados y emularon el consumismo y los estilos de vida de la clase alta (Svampa, 2001; Arizaga, 2003 y 2005). A su lado, muchas otras franjas de la clase media debieron en cambio “ajustarse el cinturón”, resig-nar salidas y reducir o abaratar ciertos consumos

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o privilegios (preservando casi siempre la apuesta por una buena educación como última variable de ajuste), popularizando al fin otra figura estereotípi-ca, la de los “gasoleros” (Feijoó, 1992). En un extre-mo desgraciado, algunos sectores de clase media viven al borde o pueden caer (técnicamente hablan-do) en la pobreza, aunque no tengan “apariencia” de ser pobres. Paradójicamente, la gran mayoría de nuestra población, aun con todo, se consideraba y sigue identificando como perteneciente a la “cla-se media”; lo que denota la persistencia y dinámi-ca propia de las identidades e imaginarios (en este caso, la identidad “clasemediera”), y en cierta medi-da, sus tiempos más lentos y su posible desfasaje con la realidad social objetiva.

El empobrecimiento, entonces, es junto con la hete-rogeneidad el otro aspecto clave y distintivo de los últimos años. Esta difusa y progresiva tendencia de declinación social ha ido tiñendo de incertidumbre los horizontes del tiempo y de los proyectos perso-nales y colectivos, y ha venido a poner en cuestión el tradicional imaginario del “ascenso social” y cier-tos valores muy arraigados entre las clases medias y trabajadoras (el premio al esfuerzo personal y el aho-rro, el progreso ligado al trabajo y la dignidad social de una buena educación). La conjugación de la pre-carización laboral, el resentimiento del ingreso sala-rial, la menor eficacia de los títulos educativos para garantizar un futuro, todo ello caracteriza una situa-ción de verdadera “vulnerabilidad” que ya no atañe solamente como antaño a los pobres o a los “mar-ginales”. Este nuevo panorama define y da entidad al fin dentro del repertorio del análisis sociológico a una nueva categoría social: el universo amplio y he-teróclito de la “clase media empobrecida”.

Buena vida delivery (Argentina, 2004). Dirección: Leonardo Di Cesare.

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Una de las características del empobrecimiento es su cualidad de proceso dinámico e incierto. A diferencia del concepto estático de “pobreza” (como condición fijada por ciertos parámetros o indicadores), el empo-brecimiento describe la línea de trayectorias individua-les o grupales. Cuando los destinos y las identidades están cada vez menos prefijados o garantizados por un lugar estable en la estructura social, se ponen en juego las astucias tácticas para mantenerse a flote, las estrategias y tácticas para sacar provecho de las “re-laciones” que hacen al capital social y cultural (ya ha-blamos y volveremos más adelante sobre estos con-ceptos), sea un contacto para conseguir un empleo, la solidaridad familiar o comunitaria en una emergen-cia, o un intermediario para facilitar una ayuda esta-tal (aquello que se denomina, peyorativamente, como “clientelismo”). Hay quienes indagan y descubren al-ternativas vitales y nuevos lazos y espacios comunita-rios y quienes desesperan, en cambio, por encontrar alguna salida individual para no dejar de “pertenecer” a un determinado nivel distintivo de estatus social49.La segunda característica del empobrecimiento, como correlato del dinamismo y las alternativas descritas más arriba, es la dificultad de aprehenderlo global-mente con las categorías sociológicas tradicionales. Los esquemas generales de la “pirámide” o los niveles sociales, donde cada cual debería entrar en alguno/s casilleros socioeconómicos o profesionales fijos, difí-cilmente podrían abarcar una realidad en movimiento permanente: las múltiples situaciones cambiantes con que individuos y familias enfrentan restricciones, las vicisitudes del “rebusque” laboral, la cotidianeidad incierta en la actual “sociedad del riesgo”.La atención analítica de los investigadores ha co-menzado pues a seguir este movimiento y a mudar de la mirada más macro de las categorías sociales generales al análisis microscópico de las trayecto-rias individuales. “Lo que hay que describir ya no son identidades colectivas sino trayectorias individuales. Eso explica cierto desasosiego del sociólogo acos-tumbrado a contar y clasificar para descifrar lo social

49 • Frente a la incertidumbre o la desgracia, aparece la nota distintiva del temple personal y las diversas salidas más individualistas o colectivas y solidarias, y así por ejemplo podemos citar un ensayo del sociólogo Gabriel Kessler (2000), que descompuso el universo del empobrecimiento en diversos tipos sociales: “meritocráticos”, “solidarios”, “encapsulados”, “luchadores”, “pragmáticos” o “conversos”, distintos perfiles según las posibilidades de articulación entre notas subjetivas y condiciones objetivas, entre valores y recursos, diversas trayectorias posibles frente a un mismo escenario de crisis.

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y hacer legible el movimiento de las cosas. La crisis de las ciencias sociales es así parte integrante de la crisis de lo político” (Rosanvallon, 1995: 201).El texto de Fitoussi y Rosanvallon citado a continua-ción, describe bien el nuevo diagnóstico, acerca de la progresiva “vaguedad” de las diferencias sociales, y una correlativa “desociologización” de la política (Fitoussi y Rosanvallon, 1997: 28), es decir, la dificul-tad de orientar las políticas públicas por categorías socio-estadísticas precisas.

Una “desociologización” de lo social“Una sociedad semejante se caracteriza sobre todo por una enorme reorganización de los mo-dos de diferenciación y jerarquización sociales. Estos ya no son sólo colectivos (expresados en categorías de ingresos, títulos habilitantes, et-cétera): se hacen más individualizados y evolu-tivos. De allí la sensación de que se pasa de una diferenciación ‘dura’ a una diferenciación ‘vaga’ […] Ninguna estructura es ya absolutamente coaccionante (debilitamiento de las normas) ni satisfactoria (achatamiento de las diferencias). Mientras que antes no era más que un subpro-ducto ‘natural’ del status, la diferencia se busca ahora por sí misma, y su búsqueda no puede te-ner fin. […] El conocimiento tradicional fundado sobre el concepto de clasificación queda des-actualizado, porque presuponía la existencia de diferencias estables. Los tipos de consumo, por ejemplo, ya no caracterizan a un grupo […] Nivel de ingreso, capital cultural y categoría sociopro-fesional ya no se corresponden con tanta clari-dad como en el pasado. […] Nos enfrentamos de manera creciente a un problema de denomi-nación. La inadaptación del lenguaje va a la par con la menor pertinencia de las estadísticas y el desfase de las políticas […] Las variables topoló-gicas y biográficas asumen una mayor importan-cia en la comprensión de las evoluciones de la sociedad” (Fitoussi y Rosanvallon, 1997: 29-31).

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1. ¿Qué significa la idea de transición de una diferenciación “dura” entre colectivos sociales a una diferenciación social más “vaga”?

2. ¿Cómo se relaciona esto con la creciente he-terogeneidad de trayectorias al interior de las clases medias?

3. La aparición de modos de diferenciación so-cial más individualizados y evolutivos, ligados a variables topológicas y biográficas, ¿en qué medida plantea desafíos en el plano metodoló-gico, respecto de la pertinencia a las clasifica-ciones basadas en la estadística?

4. En última instancia, ¿las advertencias sobre una “desociologización” de lo social restan validez o utilidad a la concepción de la sociedad dividida en clases sociales?

Esta individualización de las trayectorias sociales (acaso la contracara de las expresiones de un nue-vo individualismo a nivel subjetivo) y el peso que adquiere así el factor biográfico explican el interés de algunas investigaciones actuales sobre la nueva cuestión social, con un planteo epistemológico más atento a la dimensión subjetiva y cultural, y abordajes metodológicos en los bordes entre sociología y an-tropología, y búsquedas más interdisciplinarias, con base en el trabajo de campo y entrevistas, y organi-zado frecuentemente en torno de “historias de vida”.Entre los hitos sobresalientes de esta línea de traba-jo en el extranjero, debe mencionarse la investiga-ción en Francia de un equipo de sociólogos dirigidos por Pierre Bourdieu, que conjuga apuntes teóricos y metodológicos con entrevistas y notas de campo, plasmada en la obra La miseria del mundo (1999); y en el ámbito local, entre los primeros antecedentes

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destacados, la indagación temprana de varios inves-tigadores sobre la percepción de los efectos de los ajustes y la crisis desde los años ochenta, publicada en Cuesta Abajo. Los nuevos pobres, efectos de la crisis en la sociedad argentina (Minujín, 1992); y lue-go sobre fines de siglo, el trabajo conjunto de Alejan-dro Isla, Mónica Lacarrieu y Henry Selby, Parando la olla. Transformaciones familiares, representaciones y valores en los tiempos de Menem (1999), que des-cribe los hogares urbanos, la discriminación y visión de género de las mujeres, o las concepciones co-tidianas de la autoridad y el respeto; y la ya citada obra colectiva editada por Maristella Svampa, Desde abajo. La transformación de las identidades sociales (2000), que analiza diversas situaciones de empobre-cimiento y cuestiones de identidad con relatos bio-gráficos. La misma Svampa hizo también una bue-na síntesis de los cambios sociales y políticos tras la década neoliberal y los movimientos sociales de pro-testa en su libro La sociedad excluyente. La Argenti-na bajo el signo del neoliberalismo (2005).Podemos mencionar también otros trabajos, como el de dos sociólogos, Javier Auyero (2001), La políti-ca de los pobres. Las prácticas clientelistas del pero-nismo, y Denis Merklen (2005), Pobres ciudadanos. Las clases populares en la era democrática. Estos textos remiten al mundo cotidiano de los pobres y la indagación de las culturas populares. Efectivamen-te, en los fondos de la escala social también se repi-tieron los procesos descritos para las clases medias, y el empobrecimiento rompió la homogeneidad del mundo popular. Entre las miserias y peleas de po-bres contra pobres, y las nuevas solidaridades y tra-mas de auto-organización y de clientelismo, en este universo social habitan también trayectorias diver-sas de condena o redención, de padecimiento y de resistencia activa, que definen las alternativas den-tro de viejas y nuevas formas de pobreza.En el escenario de los sectores populares, también se advierten algunos de los procesos antedichos, como una mayor heterogeneidad y una equivalente “deso-

ciologización”, definitorias de la emergencia de una “nueva pobreza”, como la denominó Feijoó (2001). Esto explicaría por ejemplo los cuestionamientos del enfoque estadístico de medición de ingresos, insufi-ciente para ponderar las formas múltiples y cambian-tes de la pobreza (discusión que se desarrollará en el siguiente apartado). “La pobreza de ingresos ya no depende de una definición de carácter estructural-ocupacional bastante permanente –que determinaba el “nicho” que se ocupaba– [...] la nueva pobreza es más bien una pobreza por rotación alrededor de la lí-nea: una quincena sí, otra no, una semana sí, otra no, períodos de desenganche del mercado de trabajo y, adicionalmente, vulnerabilidad proveniente de otras fuentes” (Feijoó, 2001: 11).Pese a la dificultad de aprehensión sociológica ge-neral de este escenario social actual signado por la heterogeneidad, pueden de todos modos resumirse algunas características estructurales. “En términos sociales, el resultado de este proceso de mutación estructural muestra una alta concentración de la ri-queza y de las oportunidades de vida en los secto-res altos; una fractura cada vez mayor en el interior de las clases medias; un notorio empobrecimiento y reducción cuantitativa de las clases trabajadoras y, por último, un superlativo incremento de los exclui-dos” (Svampa, 2000: 19).El problema de la pobreza y la exclusión hizo eclo-sión promediando la década de los noventa, alcan-zando su punto de mayor gravedad con la crisis económica y política de fines de 2001.

“Fragmentación”, “desestructuración”, “polariza-ción”, “dualización”: La villa de La Cava (1) (2) y La villa 31 (3) frente a las altas torres en pleno centro porte-ño en el barrio de Retiro, y las grandes casas

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En nuestro país, el problema de la pobreza había sido prácticamente marginal hasta mediados de los años setenta, cuando comprendía una proporción no mayor al 5% del total de los hogares. En la dé-cada de los ochenta ya sufrió un aumento sensible, hasta un 12%, dando un salto con la hiperinflación de 1989/90, para luego descender en los primeros años de la convertibilidad. Pero desde el año 1994 en adelante se registró un aumento sostenido de la pobreza, que llegó al 35,6% en octubre de 2001, y poco después de la crisis de fin de ese año, tocó un pico del 52,3% de la población según las medicio-nes del INDEC en mayo de 2002 (considerando las variaciones geográficas, en la región más afectada, en el noroeste del país se llegó a un contar un alar-mante 69,5% de sus habitantes bajo la línea de po-breza) (Iriarte, 2005: 9).Otro tema asociado al de los índices de pobreza, pero que apunta directamente a la delicada y funda-mental cuestión de la distribución social de la rique-za, es la medición de la desigualdad. El continente latinoamericano se caracterizó en las últimas déca-das por ser uno de los más desiguales del mundo, lo que se constata en la diferencia entre el ingreso de

con parque en la exclusiva localidad bonaerense de San Isidro. El contraste muestra claramente la fragmentación del espacio urbano, entre el trazado de la urbe y el crecimiento informal de los barrios marginales, en un nítido margen que demarca dos mundos separados y recluidos sobre sí mismos, amarga metáfora gráfica de la nueva fragmentación social y el fenómeno contemporáneo de la exclusión.Imágenes disponibles en:(1) http://sp9.fotolog.com/photo/25/29/87/10varas/1220496045247_f.jpg(2) http://3.bp.blogspot.com/--wsED120pJI/UC7a1a0HARI/AAAAAAAAKQQ/PL0Lzf4xO70/s1600/contraste.jpg(3) http://www.diarioz.com.ar/wp-content/uploads/2012/12/2968552-villa_31_390.jpg

los deciles superior e inferior de la escala social. Si en 1974 en la Argentina dicha relación era de 12 (la can-tidad de veces en que el ingreso del decil social más alto supera al del decil más bajo), más contemporá-neamente la distancia se amplió a 19 en el año 1994 (año en que los indicadores de pobreza y desempleo mostraron un salto pronunciado), llegando a una bre-cha salarial de 28 veces en el momento posterior a la explosión de la crisis de fin de 2001 (Iriarte, 2005: 8).Hemos revisado sucintamente algunos indicadores que dan cuenta de la urgencia del problema social en dichos años. Lo que interesa ahora es analizar el problema de la pobreza, en tanto fenómeno discur-sivo y objeto sobre el que se centró la atención en torno de la cuestión social. En el siguiente apartado nos resta pues hacer una revisión crítica de los dis-cursos sobre la pobreza, que fundaron un campo de saber y de problematización sobre lo social y orien-taron las decisiones y los diseños en materia de po-líticas públicas.

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La “cuestión social” ha ido reduciéndose y redefi-niéndose como la cuestión de la “pobreza”. Esta

problemática (y sus otras definiciones, como “indi-gencia” o “vulnerabilidad”) desplaza el eje de la cues-tión fundamental de la “desigualdad” y sus lazos con los problemas del trabajo, y retrotrae la definición de la cuestión de lo “social” a sus orígenes en el siglo XIX, cuando había hecho aparición bajo la forma del problema del “pauperismo”. La pobreza se define cada vez menos por déficits en el nivel económico y la integración en el mundo laboral y tiende a en-marcarse en variables culturales e institucionales. La problemática del trabajo, asimismo, aparece reduci-da también y resumida en el problema de la “falta de trabajo” (es decir, más allá del problema de las condi-ciones laborales, salariales y demás problemas y ob-jetivos que habían orientado las luchas y conquistas sociales durante buena parte del siglo pasado).A continuación, se verán las alternativas de este cen-tramiento y redefinición conceptual de la pobreza, y las significaciones implícitas e intencionalidades po-líticas que influyeron en la articulación y puesta en circulación de los discursos. Y finalmente, tendre-mos ocasión de una breve consideración sobre las alternativas de política social y la influencia recíproca que tienen con las formas de comprender y plantear soluciones a la vieja y persistente cuestión social.

4.2. las políticas de la pobreza

Las respuestas planteadas a la nueva cuestión so-cial, plasmada en discursos y estrategias de inter-

vención en lo social, se enmarcaron en una particu-lar definición de la “sociedad civil” y su relación con las instituciones del Estado. Tanto desde las agencias estatales como en el “tercer sector”, se identificó a los sujetos de la ayuda social como “tutelados y asis-tidos” (Duschatzky, 2000), y a la vez se interpeló al protagonismo de la sociedad civil, alentando concre-

4.2.1. La definición del “pobre”

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tamente formas de participación y autoorganización (y responsabilización) de las propias comunidades.Los organismos internacionales tuvieron un gran in-terés e influencia en la difusión de estos lineamientos de política social, en nuestro país y el resto de Amé-rica Latina, condicionando de este modo el diagnós-tico y el tratamiento público de la nueva cuestión social. En particular, tanto en las reformas estructu-rales como en las orientaciones de la política social, se destacó en los años de pleno auge neoliberal el importante rol activo e influjo del Banco Mundial.“A diferencia de otros diagnósticos que, por ejemplo, podrían haber puesto foco en aspectos de la des-igualdad, pensar este proceso en los términos del Banco Mundial (‘crecimiento de la pobreza’) impli-có evadir la conflictividad de la situación: la pobre-za, en principio y desde el sentido común parecería indicar la relación de individuos respecto de necesi-dades y de objetos para satisfacerlas y no de otros hombres, como sería el caso de la desigualdad. Esto, por otra parte, garantiza un consenso automático respecto de la necesidad de combatirla (nadie pue-de oponerse a luchar contra la pobreza). Además, al crear al ‘pobre’ como la figura de intervención social transforma performativamente, al re-nombrarlas, las poblaciones otrora temidas como amenazas en un agregado de individuos ‘necesitantes’ [...] El pobre, como construcción social, se caracteriza por apare-cer como estando frente (y en oposición) a la socie-dad, como mero objeto de medidas que la colectivi-dad toma con él” (Murillo et al., 2007: 80-81).En lo sucesivo en este apartado, retomando el planteo de Susana Murillo (2007 y 2008), veremos las distin-tas etapas y alternativas de la evolución del diagnós-tico sobre la cuestión social en las últimas décadas, en años de pleno auge neoliberal, centrando nuestra atención en los diagnósticos y recomendaciones for-mulados por el Banco Mundial para el combate de la pobreza en nuestro país y el resto de la región.En la década de los ochenta, usando un término teó-rico de Foucault, puede decirse que la orientación de

la política y las preocupaciones sobre la pobreza eran de índole “biopolítica” (Foucault, 1992; Murillo et al., 2007: 81). Esto significa que la preocupación apun-taba a una regulación de las poblaciones, el logro de un relativo orden o equilibrio “homeostático” de las fuerzas en los niveles aun más elementales de la vida (regulaciones en problemáticas de nutrición, fecundi-dad, vejez, higiene pública) con el objetivo de maximi-zar las “fuerzas vitales” de la población. En los docu-mentos del Banco Mundial, las causas de la pobreza se buscaron de forma casi excluyente en el problema del crecimiento poblacional, y la propuesta apuntaba pues a propiciar en las familias pobres conductas y prácticas de regulación de su propia fecundidad.“Ahora bien, la preocupación por la conducta de los pobres presente a principio de la década de los ochenta persistirá en los años sucesivos, pero virará desde una mirada macro o global atenta a los movi-mientos poblacionales para focalizarse (valga la ex-presión) en las conductas individuales y locales-co-munitarias, de modo de distanciarse cada vez más de la intervención directa. Para ello será fundamen-tal la progresiva ‘culturización’ de la mirada sobre la pobreza y la vida cotidiana” (Murillo et al., 2007: 83).En el Informe del Banco Mundial de principios de la década de los noventa, que ya desde su título, “Po-verty”, marca la centralidad de la cuestión de la po-breza, ésta es definida como “inhabilidad de obtener estándares mínimos de vida” (Banco Mundial, 1990: 247). Es decir, se define la pobreza como un adjeti-vo o atributo de los individuos, sin referencia al or-den social externo (el contexto que define la proble-mática social de la desigualdad), lo que supone una responsabilización discursiva de los pobres por su condición (que más adelante devendría en una res-ponsabilización de hecho).La pobreza es vista ante todo como pobreza por in-gresos y un “costo social”. Y es considerada como un problema contingente, pasajero, consecuencia o “daño colateral” debido a los ajustes y reformas es-tructurales, pero que presumiblemente se revertiría

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por el “derrame” del crecimiento económico. A este diagnóstico, se ligaba pues la insistencia en la “flexi-bilización” en clave neoliberal del mercado de traba-jo para permitir el empleo de los pobres desemplea-dos (es decir, la solución de la pobreza a través de una asignación de mercado, y no merced a un reco-nocimiento de derechos).Durante los años noventa, se fueron agregando dos factores en la redefinición de la pobreza, menos ba-sada ya en un mero enfoque de ingresos, y más en rasgos y prácticas culturales de la vida cotidiana. Uno es la “genderización” o feminización del proble-ma de la pobreza; y el otro es la extensión de la con-sideración de la pobreza más allá de las carencias materiales (Murillo et al., 2007: 83).En cuanto a lo primero, se dio un análisis de la po-breza con un enfoque de género, y se planteó una feminización del sujeto de asistencia: la asistencia y el ingreso de las mujeres era la vía más directa de al-canzar a los infantes y el resto del grupo familiar. Esto es una rearticulación de una vieja estrategia de “po-licía de las familias” ligada a los más antiguos oríge-nes de la primigenia cuestión social (Donzelot, 1979), por la que la mujer se consideraba ya en su “abne-gación” como instrumento privilegiado para exten-der el control y protección del resto de los miembros de los hogares y así propender a la “civilización” de la clase obrera.En segundo lugar, la definición de la pobreza se ten-dió a relacionar con el acceso a bienes culturales o a la representación política. “Generalmente, los pobres tienen menor acceso que otros grupos a los bienes públicos y de infraestructura [...] Los pobres muchas veces son discriminados (set apart) por barreras edu-cacionales y culturales [...] Los pobres juegan una pequeña parte en las políticas y son, muchas veces, privados de derechos (disfranchised). En muchos países la pobreza es correlativa con orígenes racia-les y étnicos” (Banco Mundial, 1990: 37; citado en Murillo et al., 2007: 84). La consideración de todos estos factores, definitorios de la pobreza como una

forma de “inhabilidad”, más allá o por sobre las me-ras carencias materiales o económicas, demuestra lo dicho más arriba, sobre la tendencia a una “culturiza-ción” en la mirada sobre el problema de la pobreza.

Finalmente, con los albores del nuevo milenio, te-nemos un nuevo giro, en la complejización de la

mirada sobre la pobreza. En los planteos del Banco Mundial, se desplaza y reduce el énfasis y la con-fianza en la teoría del “derrame” del crecimiento económico, visto que las subas del PBI no habían redundado en una reducción, sino en una persisten-cia y aun aumento de los índices de población bajo la línea de pobreza.Ante la evidencia de la exclusión económico-laboral de una parte de la población, se continuó desviando la atención de dicho factor económico (la problemá-tica de la redistribución del ingreso), y profundizan-do en la consideración de factores extraeconómicos para la definición y resolución del problema de la po-breza. En el año 2000, el Banco Mundial insistía así aún en estos términos: “La pobreza va más allá de la privación material y bajos niveles de educación e in-greso” (Banco Mundial, 2000: 25). Los documentos y lineamientos políticos de los organismos interna-cionales enfatizaron el enfoque de la pobreza como fenómeno “complejo” y “multidimensional”, al que debe enfrentarse una respuesta y estrategia de tipo “integral”.“Mucho camino se ha recorrido desde la preocupa-ción cuasi-biológica de los ochenta y aún de defi-nición mínima de pobreza del '90. La nueva mirada estará preocupada no sólo por la vulnerabilidad (ya

4.2.2. otros términos: “desarrollo humano” y “capital social”

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presente, aunque en menor medida en el diagnósti-co anterior) sino por la autoestima, la voz, la repre-sentación y la autorepresentación del pobre” (Murillo et al., 2007: 85).Un concepto clave del nuevo discurso sobre la po-breza, difundido por varios otros organismos, ha sido el concepto de “desarrollo humano”. El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en el primer Informe de Desarrollo Humano (en 1990), lo definió con una premisa simple: “La verdadera ri-queza de una nación está en su gente”.

Aun cuando podemos acordar a priori con esta aper-tura de la mirada a nuevas dimensiones y factores definitorios del desarrollo humano y la calidad de vida, la cuestión que debemos plantear aquí es la de un posible desplazamiento de sentido, una opera-ción discursiva de virtual inversión de causa-efecto: los límites para el desarrollo humano (los obstáculos para una vida “sana”, “decente”, realización perso-nal de los propios “valores”, etc.), de ser una conse-cuencia de la pobreza, pasan a considerarse como la causa de la misma. Por ende, la búsqueda del desa-rrollo humano acapara la atención conceptual y po-lítica como un problema y objetivo en sí mismo, en desmedro de considerar las causas profundas en la desigualdad socioeconómica.De este modo, están sentadas las bases discursi-vas, teóricas e ideológicas para la responsabilización de los propios pobres en relación con la pobreza. Al desvalorizar el carácter determinante del factor eco-nómico, si el problema del pobre se basa menos en la situación laboral y económica y se debe más a la falta de ejercicio de “libertades sustantivas”, enton-ces los problemas y las soluciones pasarán por fo-mentar el efectivo ejercicio de dichas libertades, a través del objetivo de promoción de la participación y la organización comunitaria.Esta perspectiva de la organización de los pobres

“El desarrollo humano, como enfoque, se ocupa de lo que yo considero la idea básica de desarro-llo: concretamente, el aumento de la riqueza de la vida humana en lugar de la riqueza de la eco-nomía en la que los seres humanos viven, que es sólo una parte de la vida misma” (Amartya Sen, citado en el sitio Web del PNUD)"El paradigma del Desarrollo Humano propone una concepción de la pobreza abarcadora de las múltiples dimensiones de la misma. En esta pers-pectiva, la pobreza significa la privación de una vida larga, sana y creativa; del disfrute de un nivel decente de vida; de la libertad, la dignidad y res-peto por sí mismo y por los demás. La atención se traslada desde los medios -en particular el in-greso- hacia los fines que los individuos persi-guen y, por lo tanto, hacia las libertades sustanti-vas necesarias para satisfacerlos [...] El Desarrollo Humano concibe a la pobreza como privación de capacidades y libertades para que las personas puedan desarrollarse de acuerdo a sus valores"50.

ara tenerp cuentaen “Informes sobre Desarrollo Humano”. Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): http://hdr.undp.org/es/

Observar el esquema 5.1 “la dinámica del desarrollo humano” que figura en la página 100 del Informe Nacional sobre Desarrollo Humano 2010. Allí se ordena la multi-dimensionalidad del desarrollo humano en torno a tres áreas de desarrollo: economía, salud y educación. En el gráfico se sugiere una idea central: la postulación de una interacción y sinergia entre los desarrollos en cada una de dichas áreas. Disponible en: http://www.undp.org.ar/desarrollohumano/docsIDH2010/PNUD_INDH_2010_Nov_2010.pdf

50 • Los 18 desafíos que plantea la realidad argentina (PNUD 2002: 42-43; citado en Murillo et al., 2007: 85).

ara mirarp

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como estrategia de lucha contra la pobreza se liga en el discurso de los organismos internacionales como el PNUD (merced a una apropiación concep-tual de las ciencias sociales, en particular, de la teo-ría del sociólogo francés Pierre Bourdieu) con el nue-vo enfoque predominante acerca del “capital social”.Este enfoque, muy influyente en las estrategias y po-líticas concretas de acción en lo social, tuvo como premisa tácita la existencia o reivindicación de un determinado perfil del Estado. Éste ya no debería aparecer como garante material o proveedor de de-rechos (el viejo modelo del “Estado providencia” o “de bienestar”), como acaparador de recursos, sino operar ahora más bien como “facilitador” de recur-sos organizacionales y de “gestión” para el “empo-deramiento” de los sujetos sociales, como promotor de la auto-organización comunitaria, para la “articu-lación” entre actores que valorizan el “protagonismo de la sociedad civil” (comprendidas aquí las ONG del llamado “tercer sector”). De este modo, el análisis se desplaza de la estadística sobre variables de si-tuación estáticas (nivel socio-económico) hacia una preocupación por variables más “relacionales”, las formas de “resiliencia” y de adaptabilidad a los cam-bios, la reconstitución de las “redes” organizativas comunitarias y civiles, las estrategias directas de re-composición del lazo social.Esta reivindicación del “capital social”, de las rela-ciones y vínculos de solidaridad y las tramas de or-ganización comunitarias está signada por una radi-cal ambivalencia. Por un lado, puede aludir a formas genuinas de so-lidaridad y organización colectiva y aun resistencia, que de hecho no son una novedad de estos años, sino una vieja herencia y rico patrimonio de la so-ciedad civil (desde las organizaciones mutuales de comienzos de siglo XX, y más aquí las formas de or-ganización política barrial, que se pusieron de mani-fiesto ya en años de la restauración democrática y fueron articuladas con el “punterismo” político en los noventa). En este sentido, habría una afinidad de fa-

milia entre varias ideas en boga, la del propio “capital social”, con el “desarrollo local”, o la puesta en relie-ve en muchas políticas y estrategias de intervención social de la problemática del “territorio”.Esta atención a la dimensión local y territorial pue-de, por ejemplo, tomar forma en la valorización del microcosmos del “barrio”. “En primer lugar, es la base de una sociabilidad elemental y el soporte de una solidaridad interpares que permite resistir en los momentos de crisis o paliar la condición de los más débiles al potenciar las capacidades familiares. En segundo lugar, el barrio se convierte en una base de apoyo para la salida de individuos hacia la ciudad y su proyección hacia la sociedad. Desde el barrio se sale a buscar trabajo, a ganarse la vida o a estudiar, y a él se llega en busca de reposo y de ayuda. En el barrio se encuentra con quién hablar, jugar al fút-bol, cantar, bailar o rezar. El territorio se convierte así en una suerte de “capital social” (al modo en que lo piensa Bourdieu), en un recurso para la acción indi-vidual. En tercer lugar, el barrio es también el susten-to de la acción colectiva. En el barrio se articulan los movimientos sociales, revueltas, protestas, se cons-truyen las sociedades de fomento, asociaciones de las más variadas, se encuentran los migrantes prove-nientes de un mismo lugar, se forman diversos gru-pos de música, iglesias de todo tipo, grupos y parti-dos políticos. Estas formas diversas de movilización refuerzan los lazos locales de cooperación y proyec-tan al grupo hacia el espacio público y el sistema po-lítico. Finalmente, a nivel de los barrios intervienen algunas de las instituciones que atañen a las clases populares. En el caso argentino, los partidos políticos juegan un papel mayor. El barrio es también la acción que sobre él ejercen otros agentes, desde el exterior. La escuela, la policía, y los servicios urbanos cons-tituyen las principales, junto a todo tipo de políticas sociales que, precisamente en el período que nos in-teresa, se orientaron hacia lo local” (Sigal, 2005).Por otro lado, debe aclararse que, en el contexto de auge ideológico neoliberal de los años noventa, el

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énfasis de las agencias y organismos de crédito en el “capital social” tiende a desviar la atención del ca-pital económico contante y sonante, la problemáti-ca central de la desigualdad y la distribución de la riqueza que sigue estando en la raíz verdadera de la cuestión social.“Desigualdad”, éste ha sido siempre el significante prohibido. Si en los años noventa este problema era ignorado o relativizado en su importancia51, luego, hacia comienzos del milenio, se reconoce otra vez en el repertorio conceptual y la agenda política, pero ligado con cuestiones diversas de reconocimiento de derechos, y con tantas problemáticas que al fin la crítica pierde especificidad y eficacia. “Las desigual-dades denunciadas son múltiples: en el acceso a la educación, a la salud, suministro de agua, sanea-miento, a los servicios públicos, al acceso a activos, al poder, a la tierra, al crédito, al mercado laboral, a la influencia política, a la participación, al consumo, al ingreso, al trato de la policía y el sistema judicial, a la electricidad, a la telefonía, a la aplicación del esta-do de derecho, desigualdades socioculturales, polí-ticas, salariales, en las relaciones sociales y familia-res” (Murillo et al., 2007: 87-88).El problema de la desigualdad, descentrado de lo social, pluralizado y disperso en desigualdades di-versas, se vuelve inaprensible, por ende irresoluble. Su significación “flota” hasta equivaler al concepto de “diferencia”: todos somos diferentes, no pode-mos mantener una situación de igualdad o paridad en todos los órdenes diversos de la vida cotidiana; se deducirá pues que en algunos aspectos seremos necesariamente desiguales. En este sutil desliza-miento, de “diferentes” a “desiguales”, la desigual-dad es naturalizada, y desaparece así como proble-ma. Este marco de valorización de la diferencia es coherente asimismo con la ideología y terminología muy en boga del llamado “multiculturalismo”.

La igualdad, valor histórico fundamental de la demo-cracia y definitorio de la cuestión social, padece una resignificación en lo terminológico, al emparentarse con el concepto de “equidad”: no sería ya cuestión de ser todos iguales, sino de tener cierta paridad de “oportunidades”, y algunas relativas compensacio-nes, que reconocen “puntos de partida” muy dife-rentes; es decir, desigualdades sociales, inevitables, y naturalizadas. Dado un objetivo de equidad, luego la diferencia (que podría concebirse como una “des-igualdad positiva”) y las trayectorias ulteriores de cada sujeto dependerán del valor de la competencia y el esfuerzo personal; es decir, una responsabiliza-ción individual, que alivia de culpas a la sociedad y al orden económico y político por los destinos mani-fiestamente desiguales de los sujetos según su ori-gen social.En síntesis, resulta hoy evidente la necesidad de com-plejizar la mirada sobre la cuestión social y las formas diversas en que podemos considerar el problema de la pobreza; y a la vez, estamos advertidos sobre los intentos discursivos de desplazar el eje de la cuestión de la (des)igualdad, hasta el punto en que corremos el riesgo de hacerla virtualmente desaparecer.La distinción que hacen Fitoussi y Rosanvallon en-tre viejas formas persistentes y otras nuevas varian-tes de la desigualdad, acaso va en el mismo sen-tido: “Las desigualdades ‘persistentes’, en primer lugar, que ponen en evidencia las estadísticas sobre la distribución de los ingresos, la vivienda, etcéte-ra, corresponden a la visión clásica que se tenía de la desigualdad cuando se construyeron esos siste-mas estadísticos. [...] Sin duda, esas desigualdades persisten y hasta se profundizan. Pero en lo sucesi-vo se agregan a ellas nuevas formas, tanto más in-dividualmente experimentadas por encontrar poco eco en los medios de comunicación: desigualdades ante el trabajo y la condición asalariada, incluso ante

51 • La pobreza era vista como un problema más acuciante y objetivo, ligado a valores mínimos absolutos de necesidades básicas; frente a lo cual, la desigual-dad aparecía como un valor eminentemente relativo, apenas una postergación mayor o menor definida por un estándar de vida o nivel medio de bienestar de cada sociedad, que no supone necesariamente una carencia sustantiva o una situación intolerable. “Pobreza no es lo mismo que desigualdad. La distinción requiere ser subrayada. Mientras que la pobreza concierne a un estándar absoluto de vida de una parte de la sociedad -los pobres- la desigualdad refiere a los estándares de vida relativos que atraviesan a toda la sociedad [...] La mínima desigualdad (todos son iguales) es posible con cero pobreza (no hay pobres) y con máxima pobreza (todos son pobres)” (Banco Mundial, 1990: 26; citado en Murillo et al., 2007: 87). Es decir, que en una sociedad puede haber desiguales sin que haya pobres. O de otro modo, podría decirse que lo que es considerado “pobre” en un país del primer mundo, podría equivaler a un estándar de vida de clase media en países menos ricos del tercer mundo. A estas conjeturas cabría responder que, a diferencia de la problemática de la pobreza, basada en un mínimo absoluto de necesidades básicas de vida, la cuestión de la desigualdad, justamente, plantea el objetivo de un máximo horizonte de igualación de derechos de toda la ciudadanía, idea de “bienestar” más amplia basada en un valor de justicia social.

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el endeudamiento, las molestias urbanas, las con-ductas inciviles, las consecuencias de la implosión del modelo familiar, las nuevas formas de violencia” (1997: 15). La advertencia es que debemos aprender a apreciar las nuevas formas de las desigualdades, sin perder de vista la importancia o gravedad de las formas más conocidas y persistentes de la desigual-dad socioeconómica. Ambas, viejas y nuevas for-mas de la desigualdad, están al fin íntimamente li-gadas entre sí.

“El advenimiento de una nueva cuestión social se traduce en una inadaptación de los vie-

jos métodos de gestión de lo social” (Rosanvallon, 1995: 8). Si esto es así, nos resta pues hacer una úl-tima indagación en las nuevas respuestas y métodos de gestión de lo social, con una mínima revisión del repertorio de políticas de combate contra la pobreza.En la medida que se reconocía como inspiración es-tas concepciones que venimos describiendo, hacia fines de siglo pasado y comienzos del actual, con la difusión de discursos y recomendaciones de or-ganismos internacionales, las políticas de comba-te de la pobreza y el desempleo se basaron en una adaptación del modelo desarrollado desde los años ochenta para la reforma del Estado de bienestar en el mundo anglosajón, que se conoció con el nombre de “workfare” (neologismo que conjuga dos términos del inglés, trabajo+bienestar).Esta matriz de política social se basó en un esquema de “contraprestación”, en que el beneficiario de una política o ayuda social sólo recibe en tanto también da algo a cambio. La inspiración de esta política es

4.2.3. Modelos de política social: focalización y universalización

la idea liberal de que debería evitarse la presunta “dependencia” del individuo como sujeto pasivo de la asistencia por parte del Estado. Esta idea orientó las políticas estatales frente al des-empleo. En primer lugar, la formación del Fondo Na-cional de Empleo en 1991 y la figura de la “emergen-cia ocupacional” para generar emprendimientos de obra pública con contraprestación para grupos po-blacionales focalizados. Después, con la agudiza-ción del desempleo hacia mediados de los noventa, se creó y extendió el Programa Trabajar, con subsi-dios condicionados al trabajo en emprendimientos productivos; y tras la crisis económica del 2001, la cobertura de estos planes se masificó, con la crea-ción del Programa Jefes y Jefas de Hogar. Una eta-pa posterior del diseño de política social se ligó con la creación del Programa Familias y el Seguro de ca-pacitación y empleo, dirigidos respectivamente a las mujeres “inempleables”, o a procurar a aquellos be-neficiarios con “empleabilidad” una capacitación y asistencia para su reinserción laboral (Murillo et al., 2007: 90-94; Grondona, 2006 y 2007).Este tipo de políticas sociales constituyeron inter-venciones tópicas focalizadas, sobre casos indivi-duales, tratados como casos puntuales de un des-arreglo entre oferta y demanda en el mercado de empleo. Estas políticas tienen un sentido compen-satorio frente a situaciones de urgencia, aunque dis-tan de una necesaria respuesta global de política económica y de garantía pública universal de la se-guridad y el empleo considerados como derechos ciudadanos. Estos programas mantuvieron siempre algún esquema de contraprestación laboral o de for-mación, con cierto parentesco pues con el antedi-cho modelo liberal anglosajón del workfare.La gestión de gobierno del kirchnerismo instaló cre-cientemente al trabajo como centro de su perspec-tiva política de integración y reparación social, con la promoción y la protección del empleo aun en con-textos de crisis mundial y desaceleración económi-ca, y articulando variantes de creación de empleo

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en el diseño de la política social. En este sentido, en el crítico contexto de impacto de la crisis econó-mica mundial sobre los niveles de empleo en el año 2009, el cuadro de la política social en nuestro país tiene una reformulación importante con la creación del programa de Ingreso Social con Trabajo, o “Ar-gentina Trabaja”.Como reza la presentación de dicho programa en el sitio web del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, la familia y el trabajo se postulan como los dos ejes que guían la implementación de la política social; y se profundiza en la caracterización del tra-bajo como vía de dignificación personal, integración social y distribución de la riqueza, que tendría en sí mismo el sentido y valor de una política social.

Esta línea de política social profundizó en una es-trategia de articulación territorial de la acción es-tatal con organizaciones sociales y cooperativas a través de municipios, federaciones y mutuales que ofician como unidades ejecutoras, para el estímu-lo de cooperativas y emprendimientos de economía social para la producción de bienes y servicios. De este modo, se tiende a privilegiar la participación co-lectiva por sobre las meras soluciones individuales, y los emprendimientos cuentan con el aval público a través de distintas herramientas de apoyo (finan-ciamiento de insumos y asistencia técnica para pro-yectos socio productivos del Programa Manos a la Obra, microcréditos, monotributo social, marca co-lectiva) y un vínculo de incidencia directa en la co-munidad, merced a la orientación de los proyectos a obras de saneamiento e infraestructura comunitaria y urbana, construcción de viviendas y mejoramiento de espacios verdes.En la línea de renovación de las respuestas de la po-lítica social frente a las limitaciones de las asisten-cias focalizadas, en nuestro país se establece un hito fundamental con la creación en 2009 de la Asig-nación Universal por Hijo (AUH). La característica saliente de esta política fue la institucionalización de un horizonte de universalización de la cobertura pú-blica de seguridad social.La implementación de la AUH supuso el reconoci-miento de que, tras años de crecimiento económico sostenido debido al modelo económico implemen-tado desde el año 2003 a la fecha, dicho crecimien-to no logró romper la resistencia de un núcleo de desempleo, y sobre todo de un fenómeno extendido de informalidad laboral (muchos trabajadores rein-corporados a una actividad no acceden sin embargo o sólo lo hacen parcialmente al mercado de trabajo formal). Ello hacía que de hecho la ayuda social no llegara a muchos niños, en caso de que sus padres no accedieran a planes sociales ni al régimen contri-butivo de asignaciones familiares.La AUH buscó así universalizar un ingreso social que

ara tenerp cuentaen “Argentina Trabaja”, en el sitio del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación: http://www.desarrollosocial.gov.ar/ArgentinaTrabaja/

“El trabajo es una actividad clave en la vida del ser humano tanto para desarrollo de sus capaci-dades personales, como para el de su familia y su comunidad. En el ámbito laboral, las personas sociabilizan y crecen con dignidad. Es por ello que el trabajo es el mejor organiza-dor e integrador social y constituye la herramien-ta más eficaz para combatir la pobreza y distri-buir la riqueza.Porque la generación de empleo digno y genui-no es la mejor política social, este Ministerio pro-mueve el desarrollo de la producción sustentable en las distintas etapas de la cadena productiva, el trabajo en red, la creación y el fortalecimiento de las empresas sociales, mutuales y cooperati-vas en el marco de la Economía Social (solidaria, democrática y distributiva)".

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permitiera alcanzar a todas las familias, ya sin una exigencia de contraprestación laboral, aunque sí un requisito de escolaridad y control de salud de los ni-ños (requisitoria ésta que arriesgaba resentir la uni-versalidad del alcance de la medida, pero en la prác-tica sería difícilmente controlable), que tuvo un gran impacto en la efectiva escolarización y control sa-nitario de muchos niños. La AUH excluía a priori a quienes ya percibieran otros planes sociales; aun-que dicha restricción era incontrolable y se dio una superposición con otras ayudas. De hecho, el alcan-ce de la AUH se extendió y tendió al fin a absorber y reemplazar los planes sociales preexistentes.Esta política logró apuntar directamente contra los problemas de la pobreza y de la indigencia: entre los que cumplían los requisitos para acceder a la AUH, el 54,2% de los hogares y el 63,1% de los niños es-taban por debajo de la línea de pobreza (Fernández et al., 2010: 12). El aporte que esta ayuda significaba para el presupuesto de los hogares no es nada des-deñable. “El ingreso percibido a través de la AUH re-presenta, en promedio, un 24% del ingreso total de los hogares que lo perciben, mientras que tiene una importancia aún mayor entre los hogares pertene-cientes al decil más pobre, para quienes representa en promedio el 42% del ingreso total percibido. Fi-nalmente, para algo más del 2% de los hogares per-ceptores de la AUH ésta representa el único ingreso” (Fernández et al., 2010: 13). Asimismo, la asignación del ingreso se hacía a las madres, por transferencia directa, lo que reforzó el rol (y acaso la responsabi-lización, que de hecho siempre les cupo en buena medida) de las mujeres, y evitó la mediación discre-cional de punteros políticos o del llamado “cliente-lismo” político.“Las ventajas de la medida son conocidas: contribu-ye a reducir la pobreza, la indigencia y la desigual-dad; neutraliza las mediaciones clientelares de pun-teros y dirigentes; ayuda a fortalecer la mesa del hogar y superar la fragmentación familiar (cosa que por ejemplo no sucede con los comedores escola-

res); genera efectos positivos en términos de género (el dinero se entrega a las mujeres); funciona como un poderoso dinamizador de las economías locales, ya que casi todo el dinero se vuelca al consumo de alimentos; y, al no exigir grandes esfuerzos adminis-trativos, puede implementarse -se ha demostrado- con una rapidez asombrosa” (Natanson, 2010).Esta política se extendió con inédita velocidad y al-cance, con cifras a comienzos del año siguiente de su implementación de 3,7 millones de niños y 1,9 millones de familias beneficiarios. En la primera in-vestigación importante y seria (a cargo de investiga-dores del CENDA, PROFOPE y CEIL-CONICET) so-bre los efectos de la AUH (Agis, Cañete y Panigo, 2010)52, presentada en mayo de 2010, se comprobó que “todos los indicadores de bienestar social exa-minados experimentan una notable mejoría, espe-cialmente en las regiones más carenciadas del país (el norte argentino)”. En efecto, tras la implementa-ción de la AUH, salieron de la pobreza casi dos mi-llones de personas, y un millón y medio superaron la indigencia; el margen entre los que más y menos ga-nan se redujo más del 30%; “los indicadores de indi-gencia se reducen entre un 55 y un 70%, retornando así a los mejores niveles de la historia argentina (los de 1974)”. Por otro lado, la tasa de escolaridad subió un 25% según fuentes del Ministerio de Educación, y aumentaron más de 50% los controles de salud y vacunación en el sistema.

52 • Las cifras y conclusiones de esta investigación permitieron refutar las otras difundidas también en ese entonces por Claudio Lozano y Tomás Raffo (2010), en un trabajo titulado “Bicentenario sin hambre”, en que cuestionaban la universalidad de la AUH, por dejar presuntamente fuera de su alcance a 2,8 millones de niños. La investigación de Agis, Cañete y Panigo, tras observar las fuentes de cálculos de precios y ciertas incorrecciones de las estimaciones censales del trabajo de Lozano-Raffo, concluye que sólo “quedarían sin cubrir unos 800 mil menores de bajos ingresos, algo que probablemente se solucione cuando se permita la inclusión de los monotributistas de categorías inferiores” (Amico, 2010).

ara tenerp cuentaen Estimaciones de la consultora Equis, tomadas del blog “Ramble tamble”, en entrada del 4/12/2010. http://rambletamble.blogspot.com.ar/2010/04/pobreza-e-indigencia-evolucion-reciente.html La comparación estadística entre los años 2009 y 2010, es decir del momento de creación de la AUH a la medición inmediatamente posterior del año siguiente, muestra un claro descenso de los

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índices de pobreza e indigencia. Si en diciembre de 2009 la pobreza trepaba a 30,1% hoy se sitúa en 22,2%, en tanto la indigencia baja de 10,5% a 5,7% en el primer trimestre de 2010.

En magnitud económica, el gasto previsto por la AUH supera a todos los programas de transferencias con-dicionadas de ingreso en América Latina (contando antecedentes importantes como el plan Bolsa Familia de Brasil), con una estimación de impacto en el cre-cimiento del PBI del 2% y una reactivación del con-sumo y la producción verificada en varios rubros. “La Asignación Universal por Hijo es lo contrario a la con-cepción del derrame de los noventa. En aquel caso se proponía que las ventajas del crecimiento econó-mico generado por una cúpula cayeran sobre el res-to de la sociedad. Ahora, el dinero aparece por abajo -con todos los reparos que tenemos por esa expre-sión- y derrama hacia arriba: aumentó la demanda para la industria alimenticia, textil, de juguetes, para el comercio y otras actividades”, describió uno de los autores de la antecitada investigación, Demián Pani-go, del CONICET (citado en Cufré, 2010).Las investigaciones muestran que con la AUH la po-breza disminuyó de modo considerable, pero que al mismo tiempo no es suficiente para erradicar di-cho problema, ni el de la persistencia de brechas de desigualdad social (medidos tradicionalmente con el índice de Gini). “La implementación de políticas de transferencias de amplio alcance como la AUH sur-ge del reconocimiento de que, si bien el desempeño favorable que ha presentado la economía argentina durante la posconvertibilidad contribuyó a lograr una importante reducción de la pobreza, la creación de empleo, la mejora relativa de los salarios y las políti-cas de ingreso resultaron insuficientes para eliminar-la” (Fernández et al., 2010: 21).En términos generales, las cifras son elocuentes al mostrar un cambio de tendencia en la última déca-da, proceso inaugurado con la presidencia de Néstor

Kirchner. Tras el salto que registraron los indicado-res sociales con la crisis de 2001 (con un 38% de la población sumida en la pobreza a fines de ese año, y un pico de casi 54% de pobreza y 27,7% de indi-gencia a comienzos de 2003), se dio una reversión de la tendencia hasta llegar a la última medición del informe del INDEC (2012) en base a datos de la EPH correspondientes al segundo semestre de 2011, que registra un descenso de la pobreza al 6,5% y de la indigencia al 1,7% de la población53. “Esto no quiere decir que cambió radicalmente la sociedad, pero sí es evidente que la desocupación, por ejemplo, deja de aumentar. La pobreza también deja de aumen-tar. Cambia la tendencia y en ese sentido, podemos considerar al gobierno de Néstor Kirchner como una bisagra” (Torrado, 2010).La persistencia de un “núcleo duro” de pobreza, de todos modos, deja abierta la cuestión acerca de la ne-cesidad de los planes focalizados para aquellas fami-lias que sufren aún esa condición. La garantía de una renta mínima de protección social, como es el caso de la AUH, constituye una respuesta parcial, frente a la fragmentación del mercado de trabajo; sólo puede compensar los déficits de una integración social más plena a través del crecimiento del empleo. De esto se deriva pues “la necesidad de que, para erradicar definitivamente la pobreza en Argentina, este tipo de planes asistenciales debe ser complementados con políticas masivas de empleo tales como las que se comienzan a vislumbrar en programas como ‘Argen-tina Trabaja’” (Agis, Cañete y Panigo, 2010: 1).El verdadero valor de universalidad de las políticas públicas no depende de una cifra de alcance más o menos pleno de la cobertura de los programas de asistencia; consiste más bien en la garantía a priori de una seguridad social igualitaria para toda la po-blación como reconocimiento de un derecho ciu-dadano. En caso contrario, si persisten como res-puestas signadas por la emergencia y la focalización sobre situaciones límite, “las políticas asistenciales,

53 • “Los porcentajes presentados para el total de 31 aglomerados urbanos indican que, durante el segundo semestre de 2011, se encuentran por debajo de la línea de pobreza 382.000 hogares (4,8%), los que incluyen 1.640.000 personas (6,5%). En ese conjunto, 141.000 hogares (1,8%) se encuentran, a su vez, bajo la línea de la indigencia, lo que supone 427.000 personas indigentes (1,7%). Respecto de la medición del segundo semestre de 2010, se puede observar la continuidad de la tendencia decreciente en los porcentajes de hogares y personas por debajo de la línea de pobreza e indigencia. En este sentido, hay 145.000 hogares menos debajo de la línea de pobreza, lo que implica 835.000 personas menos. Del mismo modo, bajo la línea de indigencia se registran 27.000 hogares menos (una disminución de 192.000 personas)” (INDEC, 2012b).

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que actúan luego de verificada la carencia y que, por lo tanto, requieren que las personas se coloquen en una situación de no-vida para tener derecho a la atención, son por definición políticas que alientan la no-vida e incapaces de generar condiciones para un desarrollo pleno de la condición humana” (Lo Vuolo y Rodríguez Enríquez, 1998: 37).En fin, queda planteada una de las disyuntivas cen-trales para el diseño de las políticas públicas y la orientación de la intervención social, comúnmente resumida en un binomio: la alternativa entre la foca-lización o la universalización. Acaso se trate en parte de una falsa disyuntiva, en la medida que no deban descartarse a priori la per-tinencia o eficacia de ambos tipos de enfoque e in-tervención. Pero sí debemos analizar críticamente los sentidos implícitos escondidos tras la prioriza-ción dada a uno u otro paradigma en el diseño de las políticas sociales. No está en juego en ello sólo una cuestión de eficacia, sino de la concepción po-lítica implícita que sostenga cada orientación: sea la identificación (y posible naturalización) de recor-tes de población marginal como objetos pasivos de asistencia o sea, en cambio, el reconocimiento y ga-rantía de un alcance universal de las protecciones sociales como condición de la ciudadanía. Así volve-mos al corazón de la cuestión social: las formas en que los distintos diseños y técnicas de la política e intervención estatal se orientan en pos del horizonte político de una mayor igualdad.

omentoeflexión demr

1. ¿Qué sentidos políticos e ideológicos están implícitamente en disputa en la definición y diseño de las políticas sociales?

2. ¿Qué concepciones implícitas de la pobreza hay en el diseño de las políticas sociales? ¿Qué

concepción y qué relación adoptan estas últimas con el trabajo?

3. ¿Cuáles son los sentidos ambivalentes de la noción de “capital social”? ¿Qué incidencia tuvo sobre el diseño de políticas sociales?

4. ¿Las políticas sociales focalizadas pueden constituir una respuesta integral frente a la cuestión social? ¿Cuáles serían sus limitaciones?

5. ¿Qué utilidad o qué ventajas pueden poseer las políticas de asistencia social focalizada? ¿Cuáles son los aspectos superadores de una política social universal? ¿Qué relaciones de tensión o de complementariedad pueden concebirse entre ambas?

6. ¿En qué sentido las políticas sociales recientes muestran una nueva orientación respecto de aquellas implementadas durante los años noventa?

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