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Veronique Sales - Le Goff 16

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JACQUES LE GOFF

Otra Edad Media, una Edad Media total que se elabora también a partir de fuentes

literarias, arqueológicas, artísticas y jurídicas.

E x t r a ñ a r l a E d a d M e d ia

Cuando Jacques Le G off emprendió sus investigaciones, a principios de los años 1950, parece referirse no tanto a una tradición m edievalista, a seguir, transform ar o rechazar, como a una concepción global y totalizadora de la historia. Esa concepción, que puede relacionarse a la vez con el programa de Alíñales, con la obra de Fem and Braudel y con el m arxismo, 110 gozaba desde luego de reconocim iento en la Universidad francesa, sino lodo lo contrario. Es esa orientación, antes de la construcción gradual de una «antropología histórica», a partir de los años 1960, la que puede explicar las prim eras elecciones de los campos de investigación, y tam bién la decisión de iniciar la carrera, al contrario de las prácticas universitarias comunes, por obras de síntesis, sobre los m ercaderes y los banqueros (1956), sobre los intelectuales medievales (1957) 1 y sobre la Edad Media occidental en su conjunto (1962 y 1964) .

Esta prim era desviación se dobló de una segunda, por lo que respecta a los tem as tratados, m uy distintos de los que constituían entonces la tradición m edievalista francesa, centrada principalm ente en la historia de las instituciones feudales y monárquicas, ilustrada especialm ente por Louis Halphen. Esta historia, en verdad, empezaba a sufrir los efectos de las propuestas de Marc Bloch a favor de una historia social del feudalismo, capaz de superar las descripciones form ales e institucionales: a pesar del inacabado estudio sobre La sociedad feudal de Bloch, Georges Duby había recogido la antorcha con su tesis sobre la sociedad feudal en la región de M ácon (1952). Esa fecunda orientación fue continuada, paralelam ente a la

1. En este capítulo, las alusiones a una obra fechada, pero no señalada en nota, remite a la bibliografía selectiva que se ofrece al final.

2. Le Moyen Age, París, Bordas, 1962, reed. en 1971, ¿ a Civilisation de I ’Occident médiéval, París, Arthaud, 1964; N de las t.: trad. esp.: La civilización del Occidente medieval, Barcelona, 1969, y 1999 (sin ilustraciones).

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obra de Jacques Le Goff, a lo largo de las generaciones y de los cambio* conceptuales realizados sucesivamente por Robert lo ssie r, Pierre Touberl y Dominique Barthélemy. Jacques Le G off había leído a Marc Bloch en sus años de formación en la ENS, pero, a pesar de la gran adm iración que scnl in por el historiador y el ciudadano, se puede considerar que, en un primer momento, sólo retuvo de la obra de Bloch la lección de globalidad que leyó en La sociedad feudal. El interés por Los reyes taumaturgos y por Apología para la historia fue tardío. Jacques Le G off ha dialogado constantemente y a veces colaborado con los representantes de la nueva historia social del feudalismo, pero su propósito era otro.

En prim er lugar, fue el «amor por las ciudades» (al que alude el título de una de sus recientes obras) 3 el que lo desvió de la historia feudal. Sus primeros temas, los universitarios y los mercaderes, están estrechamente asociados a la ciudad. M uchas obras futuras se iniciarían en el marco urbano. En segundo lugar, y ello deriva de su preocupación por la globali­dad antes evocada, la articulación entre cultura y sociedad le pareció un problema capital. Incluso la historia social totalizante de Marc Bloch sólo concedía un papel suplementario y auxiliar a las estructuras culturales o ideológicas. La historia de las mentalidades, tal com o la habían definido Bloch y Febvre, seguía siendo más social que cultural. Y cuando Georges Duby «llegó» a lo cultural, en los años 1970, después de cerrar las grandes canteras de la historia social del feudalismo, la relación entre los campos de estudios permaneció incierta, enganchada sólo a la mediación de Cluny.

Paradójicamente, Jacques Le G off ha construido su obra «des-medieva- lizando» la historia de la Edad Media: fueron los estudios de los historiado­res del mundo contemporáneo, m oderno y antiguo los que le suministraron sus primeras problem áticas. Del m undo contemporáneo tomó prestada su pregunta sobre los «intelectuales» en la Edad Media. La prim era ocasión fue ciertamente fortuita. La redacción de su Diploma de Estudios Superio­res, durante una estancia en Praga cuando estudiaba en la ENS, le condujo a una m onografía sobre un estudiante checo de la Universidad de París, publicada en 1948 4. Una segunda estancia universitaria en la École frangaise de Rome le permitió realizar una investigación sobre los gastos universitarios en Padua, publicada en 1956 5. Pero la discusión sobre el papel del intelectual, en el m om ento de las confrontaciones entre el

3. PourI’amour des vi/les. Entretiens avec Jean Lebrun, París, Textuel, 1997.4. «Un étudiant tchéque á l’Université de París au x ive siécle», Revue des étudcs

síaves, t. 24, 1948, págs. 143-170.5. «Dépenses universitaires á Padoue au X V L siécle», Melantes d ’archéologie et

d'histoire, pub/iéspar VÉcole franfaise de Rome, 1956, piiys 177 ,’95, vuelto a publicar cu Pour un nutre Moyen Age, págs. 147-161. /V. de tus l 1 mil r .|> ..< i.r.ios universitarios en Padua en el si^lo XV», en Tiempo, trnhqjoy eu/turu en e/ (>tri<li'iiirnit'<lw\/il. Madrid, 19X3, miau. 141 154.

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cxistencialismo y ol mm - imiio, amplió el tema y se lee en filigrana en las páginas del peqiu iUi IiI>k» de 1^57, publicado en una colección («Micro- cosm e») de fklilions du Seuil, cooperativa que luchaba entonces por la educación popular. O tro contexto contem poráneo escenificó el compromiso del intelectual y puede explicar el interés duradero de Jacques Le G off por los teólogos de la Edad M edia: la preparación del concilio de Vaticano II ( 1962-1965), la cuestión de los sacerdotes obreros habían m ovilizado a dos grandes teólogos com prom etidos de la orden dominica, los padres Congar y Chenu, que asociaban constantemente su com prom iso social y su trabajo de erudición sobre la teología medieval. Jacques Le G off encontró muy pronto al padre C henu y lo asoció durante un tiempo a los trabajos de su sem inario 6. Naturalm ente, Jacques Le G off practica un anacronismo consciente y metódico cuando habla de los «intelectuales», térm ino que no apareció en el léxico hasta el asunto Dreyfus. Esta transferencia léxica y conceptual consiste en plantear a la historia cultural del saber medieval una pregunta procedente de la historia social: ¿Qué papeles, qué funciones cum plían aquellos hom bres que las instituciones m edievales alimentaban por la especulación que realizaban? Pero esos universitarios no eran simples objetos institucionales: ¿Cóm o percibían su papel y cómo lo transform a­ban?

Es posible tam bién que el tema de la tesis de doctorado de Estado que Jacques Le G off eligió en un prim er m om ento, antes de que renunciara a ella en un contexto que examinarem os más adelante, estuviese relacionado con esa preocupación social. Se trataba de estudiar «las actitudes de la Edad M edia respecto al trabajo». La ruptura con la tradición universitaria era clara; más allá de la m onografía, circunscrita geográficamente, algunas «representaciones» (para em plear un vocabulario utilizado m ás tarde) eran estudiadas en la m edida que m oldeaban la realidad. Aquí también, la problem ática arrancaba de un anacronism o metódico: la noción abstracta de trabajo parecía estrecham ente ligada a la revolución industrial y a la división cuantificada de las tareas repetitivas. Aquí tam bién actuaba la influencia de los debates contem poráneos, en particular el carácter central de la noción de trabajo de Marx.

La aportación de la historia de la A ntigüedad puede parecer secundaria; sin embargo, de los dos m aestros de la Sorbona cuya influencia reivindica Jacques Le Goff, junto a Charles-Edm ond Perrin, fue el historiador del mundo antiguo W illiam Seston. Por otra parte, hay que m encionar el

6. Véanse sus dos artículos de homenaje: «Le pére Chenu et la société médiévale», Revue des sciences philosophiques et théologiques, t. 81, julio de 1997, págs. 371-380 y «L’intellectualité dominicaine au Moyen Áge et sa relation au monde de la ville et de l’Université», en Muríc-Dominique Chenu: Moyen Áge et modemité. Les cahiers du Centre il'¿ tild e s ¡lu S.iiiU 'Ii oi i . V 1997, págs. 57-66.

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diálogo constante con dos especialistas del mundo griego contemporáneos suyos, Jean-Pierre Vernant y Pierre Vidal-Naquet. La historia antigua renovada aportaba dos elementos esenciales al método de Jacques Le Gol l la idea de representación constructora del mundo social, pronto desarrollada en Vernant, en el marco de una «psicología histórica» heredada de Meyerson y la práctica de la lectura densa de los textos.

En fin, por lo que respecta a la historia moderna, la figura de Fernand Braudel cierra este paisaje de referencias esenciales. Jacques Le G off le había conocido en 1950 en el tribunal de una plaza de historia. El principio de las duraciones temporales, de la historia-m undo, la atención prestada a los intercambios han desempeñado ciertamente un gran papel en la obra de Jacques Le Goff. Otro encuentro con M aurice Lom bard acrecentó su interés por los intercam bios y siguió el sem inario de este gran especialista de los intercambios entre Europa occidental y el mundo árabe en la Edad Media. El trabajo sobre los m ercaderes y los banqueros de la Edad M edia procede probablemente de esa influencia. Una parte desconocida de su obra, dejada de lado y que ha recuperado Jean-Claude Hocquet, lleva esta huella: varios artículos sobre la sal, su producción, su circulación y su control testimonian esa orientación hacia la historia m acro-histórica de los intercambios (í> artículos, desde 1956 hasta 1968); pensamos, por supuesto, en el oro de Pierre Chaunu, en el alumbre de Jean Delumeau, o en las pieles de Roberi Delort, m aterias de amplia circulación en mundos aparentemente poco móviles.

El encuentro con Braudel pone de relieve un último marco contextual, por lo que respecta a la institución. De hecho, Jacques Le G off lo tenía todo para proseguir una carrera universitaria clásica: alumno de la ENS, un año de estancia en el extranjero (Praga) para el DES, una plaza de historia, un año de enseñanza en el instituto de Amiens (1950-1951), una beca en el Lincoln College en Oxford (1951-1952), una estancia en la École franca i se de Rome, vivero de m edievalistas franceses (1952-1953), un puesto de asistente en la Universidad de Lille (1954-1959), dos periodos en el CNUS (1953-1954 y 1959-1960). Pero, en 1960, con treinta y seis años, instigado por Fernand Braudel, eligió una carrera entonces m ás arriesgada, en la VI." sección de la EPHE, donde fue sucesivamente jefe de trabajos, asistente y director de estudios (1960-1962). Su afición precoz por la experimentación (lo hemos visto a propósito del anacronismo m etódico) encontró en este establecimiento, entonces marginal, un lugar de floración desde el que pudt > lanzar sus grandes preguntas sobre la nueva historia con la serie Hacer la historia, codirigida con Pierre Nora en 1974, luego con el volumen dedicad» i a La nueva historia que editó con Roger Chart ier y Jacques Rcvel en I ()7H Por otra parte, la práctica común en la l 'IMII la del cuestionario y de la ............—'i— iiv i <li:imi?lralmenle opuesta a la ifdat i lóu en solitario de la

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tesis ilc I slmlii, m ienlú una buena parte de su trabajo. I n fin, en dicho lugar, se com prom etió pronto en la redacción de Anuales H SCde la que fue d irec to ren com pañía de Marc Ferro y Emmanuel Le Roy Ladurie a partir de 1969 \

A este panoram a de investigación, hay que añadir uno que procede más de elecciones individuales que de circunstancias y medios: la Europa intelectual y ciudadana. M ucho antes de que la construcción política de Europa 8 suscitase peregrinaciones y estancias, desde su paso por Praga después de la guerra, Jacques Le G off había cogido cariño a las diversas naciones de Europa, y sobre todo a la Europa del Este. La pertinencia de este hecho no es sólo biográfica: por una parte, el contacto repetido con tradiciones historiográficas distintas y diversas favoreció su afición por el extrañam iento intelectual; por otra, acentuó en él la certidum bre de que el m undo m edieval sólo podía entenderse en una escala amplia.

D e l a g l o b a l i d a d d e l a s c i v i l i z a c i o n e s

A LA ANTROPOLOGÍA HISTÓRICA

La lección más im portante de la obra de Jacques Le G off es la de la globalidad de los procesos históricos, en los cuales los asuntos políticos sólo constituyen un aspecto visible pero menor. Este punto de vista aparece claram ente ya en La civilización del Occidente medieval (1964), obra publicada en una colección («Les grandes civilisations») destinada a un público amplio. Este libro ha tenido un papel esencial en la difusión de una nueva visión de la Edad Media; ha suscitado vocaciones de medievalistas y sigue siendo una obra de referencia.

La introducción indica bien la nueva orientación: se trata, en fin, de desprenderse de una com prensión polém ica de la Edad M edia, que el siglo XIX había constituido com o referencia política; de un lado, estaba «la edad de las catedrales y de la fe» de los tradicionalistas; de otro, los republicanos denunciaban el periodo de oscurantism o clerical y la violencia feudal. Jacques Le G off proponía una visión global de la Edad M edia, orientada sobre todo hacia el espesor concreto y lento de la vida m edieval, especial­m ente en el am biente urbano: el m arco cronológico se trata en ciento veinte páginas, m ientras que la parte titulada «la civilización m edieval», que de

7. Véase Jacques Revel, «L’homme des Armales?», en J. Revel y J. C. Schmitt, / '()jin■ historien; A utour de Jacques Le Goff, París, Gallimard, 1998, págs. 33-54.

8. A la cual está muy apegado, como testimonian dos pequeños volúmenes recientes La vieille Europe et la nótre, París, Le Seuil, 1994 y L ’Europe raeontée auxjemes, París, I r Senil, 1996. N de tus i liad, esp.: La vieja Europa y el mundo moderno, Madrid, 1995, y / . / ¡dad Media * ■%/»//« ./< /.-/ n los jóvenes, Barcelona, 2007.

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hecho corresponde a las «mentalidades», ocupa más de trescientas, Entre dos capítulos de transición, desde la Antigüedad y hacia el Renacimiento, cuatro grandes capítulos dedicados a la Edad M edia central (siglos X-Xlii). construyen una verdadera antropología histórica, que parte de «las estructuras espaciales y tem porales» de la existencia m ezclando de manera atrevida apreciaciones sobre la naturaleza y las vías de comunicación con consideraciones sobre las fronteras m entales (la cristiandad y el más allá); después se interesa el autor por la «vida material», en un capítulo qiu* rehabilita las aptitudes m edievales para la innovación técnica y económica El capítulo sobre la «sociedad cristiana» inserta un análisis en términos de clases en la descripción de un mundo dominado por una Iglesia que pierde su carácter masivo e indiferenciado. Por último, el capítulo «M entalidades, sensibilidades, actitudes» abre el nuevo campo del estudio de los valores colectivos, cuyo program a había trazado Lucien Febvre.

El estilo mismo del libro presenta nuevos aspectos: Jacques Le C ¡< >11 utiliza una am plísim a gama de fuentes, pero privilegia el relato y Io n

detalles reveladores. La abundante ilustración del volum en está lejos de sei decorativa: largas leyendas y llamadas constantes en el texto dan a l.i imagen un papel de fuente independiente, cuyas aportaciones no so superponen a las de las fuentes escritas. Pues, retomando una expresión do Pierre Toubert, para el historiador, «todo es documento». Este punto do vista deriva de la intuición de la globalidad y hace reconocible el estilo do investigación y enseñanza de Jacques Le Goff: la ida y vuelta constante entre el desciframiento minucioso de las fuentes aparentem ente banales o insignificantes y la producción de hipótesis amplias. Uno de los cómbales más necesarios y fecundos de Jacques Le G off es luchar con la palabra y el ejemplo contra la fragm entación de la investigación m edievalista en camposo disciplinas artificialm ente separadas (historia, historia del arte, historia <)• las ciencias, historia de la filosofía, historia del derecho, etc.).

Hay que insistir en ello, porque la lección ha sido a veces aprendida y se corre el riesgo de olvidar su difícil trayectoria: durante mucho tiempo, Ion historiadores han ignorado las fuentes consideradas poco fiables por n relación con géneros intemporales o finalidades específicas, como los textos literarios, los relatos hagiográficos o los exempla de los sermones (qm fueron objeto de una larga encuesta en compañía de Jean-Claude Schmítt y Claude Bremond). Incluso cuando M arc Bloch se interesaba por una 1 n l.i de Eduardo El Confesor hasta el punto de ofrecer una edición de ella on Analecta Bollandiana, buscaba sobre todo informaciones sobre la propagan da de la monarquía angevina. La afición por la lectura de textos ordinal ios procede quizás en el caso de Jacques Le G off de una influencia do los antropólogos, en particular de Lévi-Strauss. que voian como las eslruotui.is globales producían los textos más dosonliotiudo'. v caprichosos. I ii

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«M elusina muteinal y mi tiradora» (1971), redactada con Em m anuel Le Roy Ladurie, o «Lévi-Strauss en Brocéliande», escrito con Pierre Vidal-Naquet, proceden evidentemente de esa lectura estructural. Esta orientación antropológica le llevó a cruzar los temas «folclóricos» con las fuentes hagiográficas, especialm ente a propósito de san M arcelino de París. Pero este interés por los relatos «folclóricos» no se reduce a una atracción de época por los métodos formales o estructurales de descripción e interpreta­ción. Jacques Le G off ha revelado como un cierto retom o de los temas legendarios profanos o su integración en la narración cristiana correspondía a una nueva fase de dom inación de la Iglesia, que se encontraba ya bastante segura de su poder para enfrentarse a las culturas locales, resistentes y residuales, y para neutralizarlas integrándolas.

Esta influencia de la antropología estructural no debe confundirse con la fundación de una antropología histórica, que tardó algo en encontrar su nombre bautism al, pero que estaba gestándose realm ente desde principios de los años 1960. El nombre de la dirección de estudios en la EPHE, después en la EHESS, perm ite seguir las etapas de esta form alización de tina disciplina: en 1962-1963, año de su inauguración, el título era: «Historia de las ideas religiosas y de los grupos sociales (siglos x i-xv)» . Desde 1963 hasta 1973, fue «Historia y sociología del Occidente m edie­val»; en 1973-1974, el program a indica: «Antropología cultural del ()ccidente medieval», antes de m encionar la form ula definitiva: «Antropo­logía histórica del Occidente medieval».

El progresivo abandono de la etiqueta sociológica indica un distancia- miento de la problem ática m arxista, cuya tem ática, más que la doctrina, inspiró el importante coloquio «Herej ías y sociedades» organizado en 1962, en Royaumont, por Jacques Le Goff. La disidencia religiosa se concebía entonces como la proyección de los conflictos sociales. La intensa frecuentación de textos pastorales y teológicos, en particular para los primeros artículos sobre el tiem po de la Iglesia, al principio de esos años 1960, condujo a Jacques Le G off a abandonar la tentación dualista y a interesarse por la com plejidad y la contradicción de las tendencias en el interior m ism o de la Iglesia. Fue en aquel m om ento cuando las órdenes mendicantes, creación del «hermoso siglo Xíll», se convirtieron en actores esenciales en la historiografía de Jacques Le Goff.

El m odelo antropológico, en Jacques Le Goff, asumió entonces el sueño de una historia «total» perseguida, como hem os visto, desde sus prim eros ti abajos. Aquí todavía, el extrañam iento sistem ático fue la guía de su quehacer; como el antropólogo, que no tiene ninguna fam iliaridad vivida con la población que estudia, debe tratar de reconstruir sus marcos elem entales de experiencia, el historiador-antropólogo resiste a la tentación ile la familiaridad por continuidad y a la analogía de la disposición de las

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fílenles con su propio saber. Jacques I o ( iofl osbo/ó , pues, un cucstionai io sobre las categorías elementales ele comprensión del mundo, si no inconscientes, al menos 110 explícitas (construcción mental del espacio, del tiempo), sobre los modos de clasificación de la sociedad medieval, sobre las dimensiones esenciales e ignoradas de la experiencia cotidiana y subjetiva (el gesto, el sueño, la memoria, el cuerpo). Como se ve, a pesar de la aparente dispersión de los libros y artículos, la antropología histórica de Jacques Le G off es coherente y sistemática. Antropología cultural y cognitiva, deja parcialm ente de lado, sinnegar sunecesidad, la antropología social, abordada, sin embargo, a través de las diversas investigaciones sobre las actitudes frente al trabajo y los modos de categorización de las poblaciones medievales. La em ergencia de la noción abstracta y nueva de «trabajador» (laborator)fu e analizada en dos sentidos, como manifestación de una nueva orientación de la evaluación de la actividad productiva y como em ergencia de un esquema ideológico antiguo que adquiría sentido a través de esa valorización del trabajo en el medio cristiano. Georges Duby retomó esta segunda dirección en su libro sobre Los tres órdenes, y la prim era dio lugar a numerosos artículos sobre la valorización o la devaluación imaginaria, conceptual y léxica de los oficios.

U n a ANTROPOLOGÍA DEL TIEMPO Y DEL ESPACIO MEDIEVAL

Es sin duda esta parte de su antropología histórica, dedicada a dos categorías capitales de la percepción del mundo, la que más ocupó a Jacques Le Goff. La intuición de arranque es que el espacio y el tiempo son objetos historiográficos a la vez como modos de distribución material de las acciones humanas y como formas simbólicas, irreductibles a nuestras percepciones.

La percepción del espacio está determ inada por el conocim iento que de él tienen los hombres, pero también por sus sueños y sus aspiraciones. Así, Jacques Le G off ha mostrado, a lo largo de sus artículos, pero siguiendo una intuición expuesta en La civilización del Occidente medieval, que la pareja estructurante en m ateria de espacio era la que oponía la ciudad y el bosque. El imaginario literario y religioso hacía del bosque el lugar de la indetermi­nación, del salvajismo, mientras que la Jerusalén celeste, patria de los bienaventurados, se representaba como una ciudad perfecta. La noción de cristiandad es también una categoría que mezcla el balance y el sueño de expansión. El título de un breve artículo muy esclarecedor e ingenioso, muestra muy bien el método y los objetivos de esa investigación sobre el espacio: «La percepción del espacio de la cristiandad por la curia rom ana

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y la orgnnizución «l>- un concilio ecuménico en 1274» Una encuesta importante, que dirigió él m ismo y cuyos resultados ofreció de m anera breve reveló la fecundidad de una tarea consistente en utilizar las percepciones de los agentes para extraer una cierta medida objetiva del espacio. Al estudiar la relación entre el tam año de las ciudades y la im plantación de los conventos mendicantes, pudo establecer una ley casi cuantitativa que permite, en sentido inverso, evaluar la población de una ciudad sobre la que faltan recursos cuantitativos.

El prim er artículo, justam ente famoso, que rubricó la adhesión de Jacques Le G off a la antropología histórica, publicado en 1960, estaba dedicado precisam ente al tiem po medieval: «Tiem po de Iglesia y tiem po de m ercader en la Edad M edia» u . Jacques Le G off opone un tiem po de la Iglesia, tiem po cíclico y lento, marcado por la imposición de ritmos I itúrgicos, com patible con el tiem po señorial y el tiem po agrario m ediante una referencia negociada con un tiem po natural, a un tiem po de los mercaderes, tiem po cuantificado, m ensurable y abstracto. En este texto están todos los atractivos del m étodo de Jacques Le Goff: una atención particular a los objetos prácticos (las páginas sobre las campanas y los relojes constituyen una pieza antológica), una sensibilidad a las alternancias de tensión y negociación (el tiem po de la Iglesia no transcribía el tiempo agrario; se lo anexionó gradualm ente), una acogida entusiasta a los virajes doctrinales (algunas frases sobre la relación entre el tiempo de los m ercaderes y las innovaciones de la filosofía y la teología del tiem po a finales del siglo XIII son particularm ente luminosas). De este artículo hay que sacar consecuencias más generales: hay que conjugar constantemente los análisis doctrinales y las descripciones de estructuras y prácticas; el tiempo pertinente en historiografía está constituido por la dualidad irreductible de las duraciones lentas y las m utaciones bruscas. Eso nos conduce a un concepto famoso, pero a m enudo mal entendido, el de «larga Edad M edia», periodo que abarcaría del siglo IV al xvill. No se trata ni de un im perialism o de m edievalista, ni de una aplicación de las tesis de Fernand Braudel sobre la larga duración. En realidad, lo que caracteriza a esa larga Edad M edia, es la acción efectiva de la Iglesia, institución m últiple de transform ación y conservación de las estructuras sociales, que

9. Publicado en 1274, Année chamiére, mutations et continuités, ed du CNRS, 1977, págs. 481-489; vuelto a publicar, corregido, en L ’imaginairemédiéval, págs. 76-83.

10. «Apostolat et fait urbain dans la France médiévale: l ’implantation des ordres mendiants, Xllle-Xiv° siécles. Programme-questionnaire pour une enquéte», Aimales ESC, XXIII, 1968, págs. 335-348 y «Ordres mendiants et urbanisation dans la France médiévale. État de l’enquéte», Armales ESC, XXV, 1970, págs. 924-946.

11. Armales ESC, XV, 1960, p. 417-433., vuelto a publicaren Pour un autre Moyen Age, p. 46-65. N de las t..trad. esp.: «Tiempo de la Iglesia y tiempo del mercader en la Idad Media», en Tiempo, trabajo y cultura..., op. cit., págs. 45-62.

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ejercía sus capacidades de negociación a partii de un lugar capital, peni minoritario: la ciudad. I I gran cambio inducido por la revolución industrial urbanizó las sociedades occidentales más allá de esc control y «rurali/.ó» lii Iglesia. Encontraríam os aquí las intuiciones del economista Karl Polanvl, leído y admirado por Jacques Le Goff, sobre la econom ía «encastrad.i" (embedded) de las sociedades del Antiguo Régimen. La larga Edad Modal fue también el periodo durante el cual las instancias económicas y políl inm de la vida social no lograron su autonom ía de funcionam iento y en el las doctrinas no prescindieron todavía de la m ediación religiosa. La lección merece repetirse y meditarse, ya que las divisiones m ecánicas y escolan1* de los periodos de la historia, ayudados por las reivindicaciones ideológica* del protestantismo, han exagerado la im portancia del Renacimiento y de ln Reforma. Todavía hoy, la deplorable periodización de la historia de la* ciencias ignora una continuidad real y productiva entre las ciencia* medievales y la llamada ciencia moderna.

Uno de los libros más famosos de Jacques Le Goff, El nacimiento </<■/ Purgatorio, m anifiesta las aportaciones de esa antropología cultural do! tiempo y del espacio. El gran descubrim iento de este libro es que ol Purgatorio fue inventado como lugar del más allá a finales del siglo XII. Al cabo de un largo y minucioso análisis de los antecedentes de esta instancia intermediaria entre el paraíso y el infierno, donde después del juicio individual las almas de los pecadores no condenados se purgan de su* pecados m ediante el sufrimiento, con la ayuda de los vivos y de su* oraciones, Jacques Le G off constata que la transform ación del adjetivo «purgatorio» en un sustantivo, que designa a la vez un lugar y un tiempo, si no determinados, al menos delim itados, corresponde a una promoción do la idea de juicio individual, hacia una indulgencia m ayor para con los pecados ligados a una actividad productiva. Como precisa el pequeño volumen La bolsa y la vida, que sigue y com pleta este análisis, el usurero, ladrón del tiempo divino, podía acceder al perdón sufriendo en el tiempo medido de la penitencia y la restitución. Este conjunto constituye un instrumento de prim era calidad para entender el inicio de una economiii occidental y de su «círculo virtuoso».

L a p r o b l e m á t i c a s u b j e t i v i d a d MEDIEVAL

En el cuestionario de antropología general formulado por M arcel Mauss en los años 1930, la cuestión de la definición de la persona ocupaba un lugar importante y Jacques Le G off ha abordado con prudencia la cuestión del individuo medieval, tom ándola prim ero de forma sesgada, antes do afrontarla más directam ente en su gran biografía de san Luis. En un

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principio, se propuso esludmt las Cormas o los accidentes de la subjetividad medieval, a partir de las representaciones del cuerpo, de los gestos, de las iiCectaciones, de la mem oria, de los sueños. La originalidad del punto de vista de Jacques Le Goff, además de la elección de estos temas difícilm ente accesibles en las fuentes, consiste en plantear la relación entre lo individual y lo colectivo. ¿Qué más singular que un sueño? Sin embargo, Jacques Le ( ioff dem uestra que la represión de la expresión del sueño, que incluye una crítica de la autobiografía onírica, se vincula a la construcción de la Iglesia cristiana, m ientras que en la Edad M edia central, en relación con la promoción del ju icio divino individual, el sueño pudo recibir una nueva dignidad. Los trabajos sobre la risa, que sólo están esbozados, apuntan la misma articulación com pleja entre la espontaneidad natural y los efectos del control y de la contestación de dicho control. Del m ism o modo, la noción contem poránea del im aginario esta enm arcada por una reflexión sobre las categorías m edievales que distribuyen históricam ente los fenómenos sorprendentes, relatados, vistos o descritos (los mirabilia, los m ilagros, las ficciones). Es ese enfrentam iento constante entre la descripción contem po­ránea de las categorías de construcción de la personalidad medieval y la antropología propia construida por los actores el que confiere toda su riqueza al libro; las fuentes cooperan pero tam bién resisten.

La investigación múltiple sobre las categorías de la construcción del sujeto en relación con la colectividad no presupone un ju icio sobre la cuestión irresoluble de la em ergencia del individuo, cuestión cuya repuesta viene tautológicam ente dada por la definición que se dé del concepto mismo de individuo. En cambio, la cuestión, a la vez más general y más concreta, de la autonomía de la acción individual sigue planteada por esta antropología de la subjetividad. El libro m ás importante sobre san Luis (1996), que debe leerse com parándolo con la recopi lación de artículos sobre san Francisco publicada en 1999, reúne todas estas preguntas; lejos de constituir un «retorno de lo biográfico», o una concesión a un género popular, la obra, largam ente madurada, plantea la cuestión central de la constitución de un individuo medieval. En verdad, dicho individuo es muy singular, pero la riqueza y la contradicción de las fuentes permiten proponer al respecto hipótesis generales.

La m ism a com posición del libro revela esta preocupación: tres partes, de extensión comparable, com parten las 1.000 páginas del texto. La prim era («La vida de San Luis») constituye por sí m ism a una biografía com pleta que define am pliam ente la figura del personaje; al hilo cronológico (1214- 1270) se cuelgan una serie de pequeños cuadros sobre el desarrollo del Estado m onárquico, el peligro mongol, la cerem onia cristiana del m atrim o­nio, las cruzadas, la buena moneda, etc. Esta parte, aunque se centra en el rey, constituye un verdadero cuadro sintético de Europa en el siglo xill.

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Antes de la última sección («San l uis, rey ideal y único»), sobre la emtl volveremos, la segunda («La producción de la memoria real. ¿Existió siin Luis?») analiza en diez capítulos el sesgo producido por las distintas fiienlol contemporáneas. La existencia de san Luis desaparece detrás de su eseiu ni imaginada o elaborada según intereses, cegueras o elecciones.

El san Luis de los hagiógrafos franciscanos y dom inicanos reprodiu o m odelos probados de santidad laica y moderna. Se trata a la vez de mosti m una nueva circunstancia de san Francisco y de santo Domingo y de prolmi que las preferencias del m onarca se dirigían a las órdenes mendicante*, admiradas y mimadas. Los monjes de Saint-Denis, que supieron captai l,i conm em oración historiográfíca de la m onarquía capeta, elaboraron, a pai 111

de antiguos esquemas monásticos, la nueva figura del soberano de la nación francesa. El más íntim o de los testigos, Joinville, com pañero cercano de ln prim era cruzada del rey, construyó, en su retiro de Champaña, un monu m entó a su propia gloria. En una palabra, ninguna de las fuentes podía pretender una autenticidad particular. Los cronistas m ás lejanos tampoco pudieron beneficiarse del suplemento de credibilidad que hubiera podido darles la ausencia de interés inmediato en la creación de la m em oria de Luis IX. Esa influencia de intereses sobre la construcción de la m em oria del rey no fue nada mecánica; por el contrario, Jacques Le G off m uestra el aspecto activo de esa construcción: el herm osísim o capítulo sobre las figuras bíblicas próxim as a la del rey en la cultura eclesiástica de la época expone claramente como la Biblia permite un uso creativo de los modelos; l;i elección inédita del de Josias divide la vida del rey en dos momentos, antes y después de la cruzada de 1248-1250; de hecho, a partir del regreso a Francia y de la gran ordenanza de 1254, el gobierno monárquico se encaminó hacia una dirección más austera de los asuntos públicos. Jacques Le Goff, al poner su biografía después y no antes de esta deconstrucción de las fuentes, descarta el escepticismo historiográfico. La segunda parte m atiza la narración de la prim era parte sin socavarla. En el camino, el individuo Luis IX supo defender su individualidad contra la corrosión crítica: del m ism o modo que resiste una sustancia irreductible. San Luis existió.

Pero Jacques Le G off no se queda en este equilibrio entre la narración y su puesta en perspectiva. La extraña composición del conjunto continúa en la tercera parte del libro, que reúne una serie de dossieres temáticos sobre las relaciones del rey con sus próximos, con la religión, con el Estado, etc. De esta serie, retendremos un solo ejemplo, del capítulo V («San Luis, rey feudal o rey moderno?»). El debate presentado se ha renovado recientemente. El siglo XIX había elaborado en san Luis el tipo perfecto del rey nacional y m oderno que supo consolidar la alianza anudada en el siglo XII entre las elites urbanas, la Iglesia y los reyes. El siglo de san Luis

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nparccc com o un momento dr t*t|iiilihrio que debia servir como modelo para l<i armonía reencontrada entre la nación y el listado, m onárquico o lopublieano. Luego, medio siglo de historia social del feudalism o hizo mella en esa imagen, al relativizar el alcance de las iniciativas proto- cstatales del rey y al insistir sobre la im posición larga y fuerte de los modos ilc dom inación señorial. Luego, desde hace una veintena de años, los trabajos de John Baldwin y Thom as Bisson, así como las grandes encuestas sobre la génesis del Estado m oderno han m ostrado la precocidad de la centralización real sin reducirla al estrecho ám bito de la adm inistración pública; fue durante el reinado de Felipe Augusto, abuelo de Luis IX, cuando se notó el gran viraje. La originalidad de Jacques Le G off consiste en reescribir este debate sirviéndose de la acción propia y singular de sanI ,uis, para prestar atención a las inflexiones personales que, según parece, dio a la m onarquía. El autor nunca cae en la facilidad de desviarse de su objeto propio (¿quien era san Luis, rey de Francia?) enderezándose sobre el contexto, ni sobre las lecciones a destiempo. Al famoso asunto de Coucy, en el que el m onarca dejó ver con fuerza la superioridad de la justic ia real y natural sobre los derechos señoriales, al oponerse a la justicia expeditiva de un gran barón, pueden oponérsele las prácticas que parecen arcaicas: la constitución de «apanages» y el tratado de París (1259), que confirmó al rey de Inglaterra la posesión de tierras francesas a cambio de un reconocimiento de soberanía expresado en térm inos de hom enaje vasallático. Debido a aquel pesado tributo pagado a la cultura feudal, san Luis habría puesto en peligro la modernización estatal de Francia; si el azar biológico no hubiese privado de heredero a Alfonso de Poitiers, hermano del rey, su vasto principado m eridional habría podido llegar a ser la Borgoña de la Edad Media central. A su vez, las fantasías vasalláticas inglesas habrían conducido directam ente a la Guerra de los Cien Años, al instalar derechos reconocidos en el seno de un sistema de valores ciertam ente antiguo, pero todavía legítimo. De hecho, las cosas fueron m ás complicadas: las mismas opciones pueden leerse desde una óptica inversa. Respecto a los «apana­ges», vistos, para el siglo XIV, com o un arcaísm o aún más flagrante, Franpoise Autrand ha propuesto una lectura «moderna» del «apanage», pensado como un medio de eficacia adm inistrativa que descentralizaba el Estado, al exportar localm ente sus m odelos, apartado de una devolución señorial. Del mismo modo, para el asunto inglés, una interpretación política del tratado de París puede sugerir que san Luis propuso un hábil rodeo de la continuidad entre Inglaterra y Normandia, una separación nueva entre los modos de dom inación señorial y las relaciones de Estado a Estado bajo los oropeles del homenaje.

Tal es la am bivalencia de san Luis, en el que resulta m uy difícil distinguir entre la ingenuidad favorecida por el azar, la astucia instintiva o

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_____ iiu proccac, en esta parle. il> I>|meertidumbre sobre la sinceridad de las Inenies, sino de la multipliculml 0» las situaciones pragmáticas en que el individuo san Luis se enconU^ comprometido. En una serie de situaciones prácticas que demuestran i|ih) en el interior de cada esfera de acción particular (la familia, el cjéri ilo <l<t la cruzada, la Iglesia, la devoción singular) se construyen diversos I iiin?| autónomos, en la confluencia de una singularidad poco accesible, de un contexto de conjunto y de situaciones prácticas.

F r e n t e s a b ie r t o s

Este itinerario de la obra de Jacques Le G off ha pretendido subrayai ln coherencia y la firmeza de su propósito totalizante y nuevo de uim antropología histórica. Pero, a consecuencia de ello, ha forzado el ra,Nj|»l eludiendo un aspecto esencial de este trabajo: su m últiple apertura. Jaei|ii> i Le G off prefiere la forma del artículo que esboza pistas sin cerrar ningún campo. En el amplio programa virtual de una antropología total, algunn* casillas están todavía por rellenar del todo. Por ejemplo, Jacques Le ( ¡olí ha hecho hincapié constantemente en la necesidad de asum ir la historia d> I derecho y arrancarla a los especialistas. No obstante, dicho proyecto sólo ha sido esbozado en un único artículo l2, pero que ha tenido una fucile influencia sobre la investigación en Italia. Se podría añadir otro artículo programático a favor de una antropología política cuyas propuestas no se han recogido del todo en el tomo II, dirigido por Jacques Le Goff, de ln Histoire de France, dedicado a L ’É tat e t lespouvoirs (1989).

Al volver a leer las miles de páginas escritas por Jacques Le Golf, reeditadas a menudo, se podría establecer fácilmente una larga lista do temas, de pistas de propuestas que no han sido todavía explotadas ni por él ni por los numerosos investigadores que han seguido sus orientaciones en el ámbito de la historia de los gestos, de las imágenes, de los colores, de las representaciones cartográficas, del más allá, de las tradiciones folclóricas, de la ideología económica del clérigo, etc. Para utilizar una expresión que le gusta y que ha dado título a dos recopilaciones de sus trabajos, Jacques Le G off ha producido muchas «otras Edad Media».

12. «Histoire médiévale et histoire du droit: un dialogue difficile» y «Repliche», en Storia sociale e dimensione giurídica. Strumenti d ’indagine e ¿postese di lavoro, Milano, Giuffré, 1986, págs. 23-63, págs. 449-453.

13. «Is Politics still the Backbone o f History?», Daedalus, invierno 1971, págs. 1-19; versión francesa, «L’histoire politique est-elle toujours l’épine dorsale de Fhistoire?», en L ’imaginaire médiéval, págs. 333-349; N. de las t.: trad. esp.: «¿Es la política todavía el esqueleto de la historia?», en Jacques Le Goff, Lo maravilloso y ¡o cotidiano en el Occidente medieval, Barcelona, 1986, págs. 163-178.

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Más allá del medn \ di tino, podemos retener tres lecciones capitales de esta gran obra, lis importante tomaren serio a los actores de la historia y sus discursos, sin condescendencia ni ingenuidad: las fuentes, siempre que se consideren en su amplitud («todo es documento») e intención (nada se da directamente), son objetos vivos y complejos que ningún tratamiento agota; una sana comprensión de los procesos históricos implica una constante variación de los enfoques y de las direcciones de observación, entre larga duración y momento de cambio, entre estructuras y conceptos, entre lo alto y lo bajo; el historiador no debe resolver la tensión fecunda y difícil entre su vocación de generalista y su deber de experto.

Alain BOUREAU

Referencias bibliográficas

De la inmensa producción de Jacques Le Goff sólo hemos retenido una pequeña parte de los títulos por razones de espacio. Los artículos u obras mencionados en la notas a pie de página del capítulo no se recuperan aquí. Para una bibliografía más completa, véase J. Revel y J.-C. Schmitt (dir.), L 'Ogrehistorien; Autourde Jacques Le Goff, París, Gallimard, 1998, págs. 337-353, o el sitio http://www.ehess.fr (liens: centres de recherches, división histoire, Groupe d’anthropologie historique de l’Occident médiéval). Un gran numero de artículos esenciales han sido reunidos en Pour un autre Moyen Age [trad. esp.: Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval], y en L ’imaginaire médiéval, reeditados en Un autre Moyen Age (ver más abajo). Dos libros rinden un homenaje colectivo a Jacques Le Goff: L ’Ogre historien, op. cit., y Miri Rubin (dir.), The Work o f Jacques Le Goff and the Challenges o f Medieval History, Woodbridge, The Boydell Press, 1997.

Obras

Marchants et banquiers du Moyen Age, París, PUF, (col. «Que sais-je?», n.° 699), 1956; 8.a ed. corregida, 1993 [trad. esp: Mercaderes y banqueros de la Edad Media, Buenos aires, 1969, Barcelona, 1991, y Madrid, 2004].

Les Intellectuels au Moyen Age, París, ed. du Seuil (col. «Le Temps qui court» n.° 3), 1957 (reed. [col. «Point Histoire» n.° 78], 1985); [trad. esp.: Los intelectuales en la Edad Media, Buenos Aires, 1969, y Barcelona, 1993].

La Civilisation de l ’Occident médiéval, París, Arthaud, (col. «Les grandes civilisations» n.° 3), 1964, nueva ed. 1984; [trad. esp.: La civilización del Occidente medieval, Barcelona, 1969 y 1999].

Pour un autre Moyen Áge. Temps, travail et culture en Occident, París, Gallimard, (col. «Bibliothéque des Histoires»), 1977; reed. (col. «Tel» 181), 1991; [trad.