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El panhispanismo, ¿colonialidad del poder?: génesis discursiva de una noción Graciana Vázquez Villanueva* RESUMEN Este artículo indaga en la memoria discursiva que conforma al panhispa- nismo en su momento fundacional, centrado en el debate sostenido por dos intelectuales: el español Rafael Altamira y el cubano Fernando Ortiz, en 1910. La memoria discursiva (considerada como herramienta para el análisis de las ideologías lingüísticas) apela y actualiza específicos sentidos que —en el caso del panhispanismo— no sólo señala una continuidad desde su génesis discursiva hasta el presente, sino fundamentalmente pone en escena los enfrentamientos a que dio lugar su definición en la medida en que se proponían distintos modelos de comunidad lingüística-cultural. Por otra parte, al considerar los cuestionamientos que modelan dicha ideología lingüística en este debate, se la analiza a partir del paradigma de la colonia- lidad del poder en tanto se la concibe como una geopolítica que define una identidad supranacional, producto de expansión civilizadora de España y del imaginario colonial que piensa a América Latina como algo desplazado de la modernidad europea. Palabras clave: panhispanismo; memoria discursiva; estudios poscoloniales. ABSTRACT This article probes into the discoursive memory that makes up Panhis- panism in its foundational moment, focused on the debate held between two intellectuals—the Spanish Rafael Altamira and the Cuban Fernando Ortiz, in 1910. Discoursive memory (considered as a tool to apply in the linguistic ideologies analysis) appeals to and brings forth specific meanings which —in the case of Panhispanism— not only points a continuity from D. R. © 2008. Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Sociales. Discurso, teoría y análisis 29 (primavera, 2008): 47-77. México, D. F. ISSN: 0188 1825/07/02802-02. * Doctora en Letras, especialización en lingüística, Universidad de Buenos Aires. Temas de especialización: análisis del discurso; políticas del lenguaje. Dirección: Instituto de Lingüís- tica, Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires. 25 de mayo 221, 1º piso, C. P.: 1002. Número de teléfono: 54-11-4334-7512. Fax: 54-11-4343-2733. Correo electró- nico: <[email protected]>. 03 GRACIANA VAZQUEZ DISCURSOindd.indd 47 03 GRACIANA VAZQUEZ DISCURSOindd.indd 47 02/06/2010 10:57:38 a.m. 02/06/2010 10:57:38 a.m.

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  • El panhispanismo, colonialidad del poder?: gnesis discursiva de una nocin

    Graciana Vzquez Villanueva*

    RESUMEN

    Este artculo indaga en la memoria discursiva que conforma al panhispa-nismo en su momento fundacional, centrado en el debate sostenido por dos intelectuales: el espaol Rafael Altamira y el cubano Fernando Ortiz, en 1910. La memoria discursiva (considerada como herramienta para el anlisis de las ideologas lingsticas) apela y actualiza especfi cos sentidos que en el caso del panhispanismo no slo seala una continuidad desde su gnesis discursiva hasta el presente, sino fundamentalmente pone en escena los enfrentamientos a que dio lugar su defi nicin en la medida en que se proponan distintos modelos de comunidad lingstica-cultural. Por otra parte, al considerar los cuestionamientos que modelan dicha ideologa lingstica en este debate, se la analiza a partir del paradigma de la colonia-lidad del poder en tanto se la concibe como una geopoltica que defi ne una identidad supranacional, producto de expansin civilizadora de Espaa y del imaginario colonial que piensa a Amrica Latina como algo desplazado de la modernidad europea.

    Palabras clave: panhispanismo; memoria discursiva; estudios poscoloniales.

    ABSTRACT

    This article probes into the discoursive memory that makes up Panhis-panism in its foundational moment, focused on the debate held between two intellectualsthe Spanish Rafael Altamira and the Cuban Fernando Ortiz, in 1910. Discoursive memory (considered as a tool to apply in the linguistic ideologies analysis) appeals to and brings forth specifi c meanings which in the case of Panhispanism not only points a continuity from

    D. R. 2008. Universidad Nacional Autnoma de Mxico-Instituto de Investigaciones Sociales. Discurso, teora y anlisis 29 (primavera, 2008): 47-77. Mxico, D. F. ISSN: 0188 1825/07/02802-02.

    * Doctora en Letras, especializacin en lingstica, Universidad de Buenos Aires. Temas de especializacin: anlisis del discurso; polticas del lenguaje. Direccin: Instituto de Lings-tica, Facultad de Filosofa y Letras. Universidad de Buenos Aires. 25 de mayo 221, 1 piso, C. P.: 1002. Nmero de telfono: 54-11-4334-7512. Fax: 54-11-4343-2733. Correo electr-nico: .

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    its discoursive genesis up to the present day, but basically displays the con-frontations brought about by its defi nition in the measure in which different cultural-linguistic community models were proposed. On the other hand, when considering the questionings that profi le such linguistic ideology in the aforementioned debate, it is analyzed taking as a departure the power coloniality paradigm inasmuch as it is conceived as a geopolitics that defi nes a supranational identity, as a result of Spains civilizing expansion and of the colonial imaginary that considers Latin America as something displaced from the European modernity.

    Key words: Panhispanism; discoursive memory; postcolonial studies.

    La hispanofona (defi nida como la ideologa lingstica a partir de la cual distintos agentes polticos, acadmicos y econmicos elaboran un estatus simblico para el espaol, articulado con el desarrollo de un estndar supranacional con la fi nalidad de aportar un complemento al proceso de modernizacin y crecimiento econmico de Espaa en el mercado glo-bal) es analizada en una amplia variedad de discursos sobre esta lengua con el objetivo de interpretar la posicin hegemnica que se atribuye Espaa en el proceso de conformacin de una comunidad cultural y lingstica que la dote, adems, de una considerable legitimidad en Amrica Latina (Del Valle, 2004; y Del Valle, 2007).

    La hispanofona no slo da lugar a una comunidad imaginada (cen-trada en el espaol como lengua compartida y, por extensin, unitaria y uniforme); tambin seala su particular interrelacin con otra nocin, usada ampliamente por los agentes de la poltica lingstica espaola: el panhispanismo. En los ltimos aos, despliega tanto el sentido otorgado a una poltica (la nueva poltica lingstica panhispnica) como la per-tenencia geogrfi ca extensa de los instrumentos lingsticos que elabora la Real Academia Espaola y se difunden en el mundo de lengua espa-ola (el Diccionario panhispnico de dudas). Sin embargo, son pocas las defi niciones que se dan a este trmino. En la 22a. edicin del dicciona-rio de la Real Academia, se hace constar que panhispanismo no est en el diccionario; en cambio se defi ne panhispnico, ca. como pertene-ciente o relativo a todos los pueblos que hablan la lengua espaola.

    Sin embargo, en discursos de divulgacin como la enciclopedia en lnea Wikipedia, se defi ne panhispanismo como [] el movimiento

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    ideolgico que defi ende la unidad de los pueblos de habla o cultura hispana, especialmente latinoamericanos; no slo en el mbito cultural, sino tambin social, econmico e incluso poltico. Asimismo, le atri-buye dos etapas histricas de desarrollo: la primera durante la conquista y colonizacin de Amrica; la segunda en 1898, cuando tras la prdida de las ltimas colonias espaolas y el nuevo papel desempeado por Estados Unidos en la regin, tanto en Espaa como en Amrica Latina se propician polticas de unidad para intensifi car el vnculo entre la antigua metrpoli y las nuevas repblicas.1

    La focalizacin en los sintagmas movimiento ideolgico y espe-cialmente latinoamericanos remite en la larga duracin que va desde el siglo XVI hasta los actuales procesos de integracin regional a la permanencia del panhispanismo en la accin llevada a cabo por agentes de ambos lados del Atlntico, ms all de posicionamientos y contextos sociopolticos variados.

    En una perspectiva histrica de mediana duracin (fi nales del siglo XIX, comienzos del siglo XXI), se destaca la continuidad de sentidos otorgados a la lengua espaola con el objeto de posicionarla como instrumento poltico constructor de identidades. Por una parte, los nacionalismos lingsticos emergentes a fi nales del siglo XIX; por otra, el actual proceso de globalizacin econmica y mundializacin cul-tural, as como el nuevo estatus otorgado a las lenguas hegemnicas. Para quienes estudian las ideologas lingsticas del espaol, 1898 es elmomento clave de la formulacin (por parte de cierto sector de la elite intelectual y poltica espaola e hispanoamericana) de distintos pro-yectos propuestos a partir de la persistencia del vnculo entre Espaa y Amrica Latina, comunidad transnacional que bajo las designa-ciones de hispanoamericanismo, hispanismo, panhispanismo no slo se justifi caba en la existencia de una singular cultura, forma de vida, caractersticas, tradiciones y valores (todas ellas encarnadas por la lengua),

    1 En este movimiento ideolgico, Wikipedia incluye procesos muy diferentes como el panhispanismo socialista de Ernesto Guevara, el iberismo y paniberismo, la Cumbre Ibero-americana y el Mercosur; formula temores a la preponderancia de algn pas (Espaa, pero tambin Argentina, Mxico o Brasil) y ubica entre los detractores del panhispanismo a Vene-zuela y Cuba, partidarios de la alternativa bolivariana para Amrica Latina .

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    sino que fundamentaba la concepcin de la cultura hispanoamericana como cultura espaola transplantada al nuevo mundo y en con-secuencia la jerarqua interna de la cultura hispnica, donde Espaa ocupaba una posicin tutelar (Del Valle, 2004: 23-24). Sin embargo, el hispanismo, defi nido como la ideologa nacionalista sostenida por intelectuales espaoles a fi nales del siglo XIX (Pike, 1971: 3), presenta el entrecruzamiento de al menos dos formaciones discursivas que si bien en un principio muestran diferencias (en la coyuntura de los cen-tenarios de las revoluciones hispanoamericanas), empiezan a articularse. Por una parte, el denominado hispanoamericanismo regeneracionista, de matriz krausista, cuyos objetivos eran el desarrollo capitalista de Espaa y su modernizacin cultural a partir de su proximidad con Amrica; por otra, el panhispanismo, concebido como ideologa neocolonialista sustentada en el rol hegemnico de Espaa (Seplveda, 2005).

    Si lo anterior fue efecto coyuntural a fi nales del siglo XIX, ahora (en el momento de la conformacin del patrn mundial de la globalizacin, que en Amrica Latina cobra forma a partir de la infl uencia del papeldesempeado por las empresas espaolas y de una poltica cultural que propone una identidad pancomunitaria) la ideologa lingstica que en-laza hispanoamericanismo regeneracionista y panhispanismo, parece sustentar la poltica lingstica panhispnica en la medida en que su fi nalidad es legitimar la construccin de un orden postcolonial a par-tir de una comunidad hispnica supranacional, regida por una cultura lingstica que propicia una homogeneidad que borre fronteras y el monoglotismo en espaol.

    I. UNA IDEOLOGA LINGSTICA NEOCOLONIAL?

    Los objetivos que nos guan en el presente trabajo consisten en anali-zar los sentidos otorgados a una lengua como instrumento poltico y econmico; luego, relevar la memoria discursiva a la que apela la nocin panhispanismo y los atributos que se le asignaron (en Amrica Latina) como ideologa lingstica neocolonial. Ello requiere considerar dos perspectivas tericas. En primera instancia, las investigaciones realiza-das en el campo de las ideologas lingsticas en el mbito anglosajn

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    brindan una serie de postulados que muestran su adecuacin para el anlisis de materiales sobre el espaol. En segundo trmino, el hecho decomprometernos con una perspectiva crtica latinoamericana dentro de los estudios postcoloniales: el paradigma de la colonialidad del poder, que valoramos no slo porque orienta nuestra tarea de re-apropiacin de un campo disciplinario pensado para otros espacios y coyunturas sociopolticas, sino fundamentalmente porque ampla las dimensiones para indagar los cuestionamientos que el panhispanismo suscit en Amrica Latina.

    En el marco de los anlisis postcoloniales, se ha desarrollado una teora centrada en la bisagra historia/poltica/economa/cultura, con la fi nalidad de investigar el lugar que tuvo y tiene Amrica Latina desde su constitucin colonial en el sistema-mundo instaurado con la modernidad. En 1992, Anbal Quijano e Immanuel Wallerstein publican Americanity as a Concept or the Americas in the Modern World System. En dicho estudio desarrollan el concepto colonialidad del poder para explicar el proceso que desde la Conquista no slo forj la desigualdad estructural de Amrica Latina. Sobre todo, para demostrar cmo a partir de este paradigma se disearon las identidades polticas y sociales y, en el siglo XIX, nacionales que ubicaron en una posicin jerrquica inferior a los americanos. Para Quijano, la interrelacin entre modernidad/capitalismo (es decir, la emergencia del poder capitalista con sus centros econmicos ubicados en Europa, pensada por Wallers-tein como fundamentos del sistema-mundo occidental a partir del Renacimiento) no incluye la incidencia del patrn de dominacin que impuls la Conquista (la colonialidad del poder), la cual ocasion que a partir de Amrica Latina el capitalismo se hiciera mundial y eurocentrado; y la modernidad, un modo de producir conocimiento que se corresponda con las necesidades del capitalismo.2 En tanto pa-trn de dominacin, lo que caracteriza a la colonialidad del poder es la formulacin de la nocin de raza para delimitar las nuevas identidades

    2 Las relaciones asimtricas de poder y la desigualdad en la expansin del circuito comercial del Atlntico constituido en el transcurso de los siglos como Occidente son las que justi-fi can los conceptos de colonialidad del poder (Quijano y Wallerstein, 1992) y de diferencia colonial (Mignolo, 2003), para corregir las limitaciones histrico-geogrfi cas del concepto de geocultura en su formulacin wallersteiniana.

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    sociales que surgieron como resultado de la Conquista (indios, negros, mestizos, blancos) y la nuevas identidades geoculturales (Amrica, fri-ca, Oriente, Europa), de modo tal de proponer [] una concepcin de humanidad segn la cual la poblacin del mundo se diferenciaba en inferiores y superiores, irracionales y racionales, primitivos y civilizados, tradicionales y modernos (Quijano, 2002a: 344). La colonialidad del poder es pensada, entonces, como uno de los elementos constitutivos y especfi cos del patrn mundial de poder capitalista, cuya base es [] la imposicin de una clasifi cacin racial/tnica de la poblacin del mundo extendida por [] todos los planos, mbitos y dimensiones, materiales y subjetivos, de la existencia social cotidiana y a escala societal (Qui-jano, 2002a: 342).

    Para Quijano, colonialidad (constitutiva de la modernidad originada y mundializada a partir de Amrica) difi ere de colonialismo en la me-dida en que este concepto se refi ere a una estructura de dominacin/explotacin donde el control de una poblacin (la autoridad poltica, los recursos de produccin y de trabajo, la lengua y la cultura impuesta) es ejercido por otra de diferente identidad y cuyas sedes centrales se hallan en otra jurisdiccin territorial.3 Por eso observa que si bien el colo-nialismo es ms antiguo la colonialidad ha probado ser ms profunda y duradera al evaluar el proceso de globalizacin como la culminacin de un modelo que comenz con la constitucin de Amrica y del capi-talismo colonial/moderno y eurocentrado (Quijano, 2002b: 201).

    Tales postulados de los analistas postcoloniales enmarcan nuestra refl exin sobre el trmino panhispanismo en el momento de su surgi-miento en Hispanoamrica, en la medida en que permiten situarlo como ideologa lingstica que inscribe una memoria discursiva geopoltica y geocultural. Usamos el trmino geopoltica en tanto pensamos que el panhispanismo refi ere el vnculo entre dos espacios con desigual jerar-qua, donde la incorporacin del que ocupa una posicin subalterna

    3 La nocin de colonialidad del poder difi ere del trmino poscolonialismo, utilizado por lingistas que trabajan el imperialismo lingstico como Phillipson, para quien el poscolo-nialismo es un proceso en el que el colonialismo real ha sido reemplazado por uno virtual, basado en el papel del ingls como lengua franca. Adems, para l la globalizacin es una forma de imperialismo que slo se diferencia del imperialismo del siglo XIX por su alcance, en la medida en que los dominados son engaados para apreciar los benefi cios que ocasiona el uso de esta lengua (Phillipson, 1992).

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    (en este caso, el espacio latinoamericano) est marcada por la imposicin de un determinado patrn de poder poltico y econmico. En cuanto a geocultura, seguimos el sentido propuesto por Quijano y Wallerstein al defi nirlo como la produccin de un determinado paradigma de cono-cimiento que subsume el espacio-otro para constituir un imaginario compartido.4

    En tal sentido, el panhispanismo (concebido instrumento para la imposicin de una geopoltica y una geocultura desde el momento de su gnesis discursiva) hace que el anlisis deba atender a un trabajo de rescate de una memoria previa que apela a ciertos enunciados, con la fi nalidad de hacer efectiva una ideologa que presenta como eviden-te, por un lado, la continuidad de la unidad Espaa/Amrica Latina y, por otro, el rol tutelar de Espaa y la subsidiaridad de Amrica Latina en la concentracin tanto del poder econmico como del imaginario cultural y lingstico.

    II. MEMORIA DISCURSIVA: UNA HERRAMIENTADE ANLISIS PARA LAS IDEOLOGAS LINGSTICAS

    Nuestro inters por analizar el despliegue de la memoria discursiva del panhispanismo se centra en su momento fundacional (primera dcada del siglo XX) en el debate desarrollado por dos intelectuales: el espaol Rafael Altamira y el cubano Fernando Ortiz (en 1910) en el contexto del viaje de Altamira a Hispanoamrica como portavoz del america-nismo espaol. La memoria discursiva es lo que un discurso elabora a partir de especfi cos saberes a los que apela y actualiza. Proceso de rememoracin (de vuelta a traer), la memoria se constituye a partir de una doble estrategia. Por una parte una memoria externa, en tanto

    4 La visin de Hispanoamrica como prolongacin de Espaa (propiciada por intelectuales como Juan de Valera y Ramn Menndez Pidal) ha sido analizada por Del Valle como una particular reformulacin del imperio lingstico en los discursos de los agentes de la poltica lingstica espaola de comienzos del siglo XXI (Del Valle, 2004). En el campo histrico, Se-plveda analiza las bases del panhispanismo en la obra de Menndez Pelayo; lo hace basado en tres principios: la recuperacin fi lolgica e histrica de la continuidad hispnica en Amrica, la legitimacin cientfi ca de presupuestos ideolgicos conservadores y la fundamentacin religiosa de la labor espaola en Amrica (Seplveda, 2005: 101-102).

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    un discurso despliega su fi liacin con discursos anteriores. Por otra una memoria interna que convoca a enunciados producidos anteriormente en el seno de su misma formacin discursiva (Maingueneau, 1984). Relevar, entonces, la conformacin de la memoria discursiva interna del panhis-panismo no slo seala una continuidad de sentidos desde su emergencia hasta el presente: fundamentalmente, pone en escena los enfrentamientos a que dio lugar su defi nicin, los enunciados nodales que bosquejaban distintos modelos de comunidad cultural y el ejemplo en el proceso hegemnico del hispanismo de una posicin antagnica que pone en cuestin esta ideologa lingstica.

    El corpus que analizamos rene por una parte los ensayos y conferencias de Altamira (entre 1900 y 1910), los cuales exponen privi-legiadamente el americanismo espaol.5 Por otro, el libro de Ortiz con el sugerente ttulo La reconquista de Amrica: refl exiones sobre el panhispa-nismo, formula la rplica hispanoamericana a la propuesta de Altamira.6 Los dos posicionamientos, tributarios de un campo ideolgico en lucha: antigua metrpoli/antigua colonia, Espaa/Amrica, advierten cmo el panhispanismo surge en el confl icto que anuda todo proceso de gnesis discursiva, en la medida en que inscribe no slo la lucha simblica por las ideas (Cmo se defi ne el panhispanismo? Qu rasgos se le atribu-yen?), sino primordialmente los enfrentamientos que trae consigo la concrecin de polticas econmicas y culturales que pretenden abarcar grandes reas geogrfi cas. A su vez, dicho debate cumple con las tres condiciones necesarias para conceptualizar un sistema de ideas sobre

    5 La tarea americanista de Altamira se despliega en sus libros: Cuestiones hispano-ame-ricanas (1900); Espaa en Amrica (1908); Mi viaje a Amrica (1911); Espaa y el programa americanista (1917); Trece aos de labor americanista docente (1920); La huella de Espaa en Amrica (1922); Cmo concibo yo la fi nalidad del hispanoamericanismo (1927); ltimos escri-tos americanistas (1929); La enseanza de las instituciones de Amrica (1933); as como en su tarea de promocin del ideal americanista: su participacin en el Congreso Socio-Econmico Hispanoamericano de 1900; la consolidacin en la Universidad de Oviedo del grupo hispa-noamericanista; y el viaje que realiza a Hispanoamrica en 1910.

    6 Fernando Ortiz (1881-1969) curs estudios de Derecho en Barcelona y Madrid, donde se forma en el regeneracionismo. Cuando regresa a Cuba, sus investigaciones se centran en la revalorizacin de la presencia africana como elemento constitutivo de la nacionalidad cubana. La polmica con Altamira seala la ruptura con el regeneracionismo. No obstante, Ortiz man-tiene estrechos vnculos con intelectuales espaoles con los que comparte el ideal republicano: Juan Ramn Jimnez, Federico Garca Lorca, Nicols Guilln, Mara Zambrano. La relacin de Ortiz con el regeneracionismo es analizada por Villanet (2001).

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    el lenguaje como ideologa lingstica.7 En primer trmino, el pan-hispanismo se vincula estrechamente con el orden cultural, poltico y social del Centenario hispanoamericano y del regeneracionismo espaol. En segundo trmino (como discurso que se construye para asegurar el ejercicio de un especfi co poder cultural y econmico), el panhispa-nismo exhibe una funcin naturalizadora del orden extralingstico en la medida en que coadyuva a que los intelectuales hispanoamerica-nistas defi nan una identidad cultural a partir de la consideracin de la tradicin espaola. Asimismo, hace hincapi en el deseo espaol por consolidar su rol tutelar en el campo cultural, lingstico y econmico en Amrica hispnica. Finalmente, el alto grado de institucionalidad del panhispanismo en tanto cobra forma en universidades, asociaciones econmicas, esferas gubernamentales, y es elaborado por sujetos que poseen ubicaciones privilegiadas en los distintos estratos del poder y la autoridad.

    III. EL PANHISPANISMO: UNA GEOPOLTICAPARA LA IDENTIDAD SUPRANACIONAL

    Pensar el momento fundacional ideolgico-discursivo del panhispanis-mo a partir del paradigma de la colonialidad del poder, seala tanto su interpretacin geopoltica en la medida en que la integracin hispano-americana (Espaa + Hispanoamrica) es considerada como producto de la expansin civilizadora de Espaa y consecuencia natural del imaginario colonial que piensa a Amrica como algo desplazado de la modernidad europea; como geocultural, en la medida en que promueve una hegemona sustentada en la estructuracin social de Amrica Latina en funcin de la tradicin hispnica.8 A su vez, la colonialidad aporta

    7 Las ideologas lingsticas han sido defi nidas por Jos del Valle como [] sistemas de ideas que articulan nociones del lenguaje, las lenguas, el habla y/o la comunicacin, con formaciones culturales, polticas y/o sociales especfi cas. Aunque pertenecen al mbito de las ideas y se pueden concebir como marcos cognitivos que ligan coherentemente el lenguaje con un orden extralingstico, naturalizndolo y normalizndolo (Van Dijk, 1998), tambin debe sealarse que se producen y reproducen en el mbito material de las prcticas lingsticas y metalingsticas; entre ellas presentan para nosotros inters especial las que exhiben un alto grado de institucionalizacin (Del Valle, 2007: 19-20).

    8 Tanto Mignolo como Quijano incluyen el paradigma colonial que Wallerstein no

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    un marco interpretativo para analizar una memoria discursiva que afi rmada en un conjunto de ideologemas, posiciones de enunciacin y enunciados programticos despliega una matriz de sentidos funda-cionales; en el transcurso histrico, ella dar lugar a una estrategia de reformulacin de modo tal de adaptarla a diferentes contextos polticos, econmicos y sociales.9

    A comienzos del siglo XX, la conformacin de una identidad supra-nacional fue pensada en torno de las nociones de raza y de lengua con la fi nalidad de lograr claros objetivos polticos, culturales y econmicos.10 En el paradigma de la colonialidad, la nocin de raza es uno de sus ejes fundamentales en la medida en que la clasifi cacin social de la poblacin mundial sobre la idea de raza es una construccin mental que expresa la experiencia bsica de la dominacin colonial, la cual desde entonces modela las dimensiones ms importantes del poder mundial (Quijano, 2002b: 201). En cuanto a la lengua, se precisa la imposicin de una colonialidad lingstica en una doble dimensin: por un lado, deter-minadas lenguas se hicieron subalternas en relacin con otras; por otro, se coloniz la palabra de los hablantes de dichas lenguas subalternas,

    considera en sus anlisis del sistema-mundo: Lo que Wallerstein llama la geocultura es el com-ponente del imaginario del mundo moderno/colonial que se universaliza y lo hace no slo en nombre de la misin civilizadora al mundo no europeo, sino que relega el siglo XVI al pasado y con ello el sur de Europa [...]; deja de lado tanto las contribuciones desde la diferencia colo-nial como desde la diferencia imperial []. La geocultura de Wallerstein es, pues, el imaginario hegemnico de la segunda fase de la modernidad y eurocntrico en el sentido restricto del trmino: centrado en Francia, Inglaterra y Alemania (Mignolo, 2003: 4).

    9 Un ejemplo de la actualizacin de esta memoria discursiva es el anlisis que hace Del Valle sobre los discursos de los agentes de la poltica lingstica espaola en la actualidad: [] se promueve en Espaa una ideologa lingstica que libera al espaol de sus ataduras culturales y nacionales para que se convierta en lengua panhispnica, para que salga de las fronteras fsicas que delimitan un territorio nacional especfi co y para que asuma un carcter expansivo e inter-nacional (Del Valle, 2007: 50). El autor interpreta el borrado del paradigma nacionalista en la constitucin de la poltica panhispnica en la medida en que destaca su carcter expansivo e internacional. Consideramos que su anlisis vislumbra cmo en el actual proceso de globa-lizacin, la base ideolgica que sustenta al panhispanismo se encadena tanto con la nocin de colonialidad del poder como con la construccin de una identidad supranacional compartida por espaoles y latinoamericanos.

    10 En relacin con la nocin de raza y lengua en el panhispanismo, Seplveda afi rma: El panhispanismo subray la importancia de dos elementos centrales: la raza y la lengua; elementos tanto ms importantes para basar la existencia de una gemeinschaft hispanoamericana como para ignorar las peculiaridades nacionales dentro de la gesselschaft espaola (Seplveda, 2005: 103).

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    de modo que no slo fueron sometidas ciertas lenguas, sino la propia palabra y el decir de los hablantes colonizados (Mignolo, 1996).

    Los hispanoamericanistas articulan raza y lengua, en primera instancia para promover la integracin de una amplia rea geogrfi ca-lingstica. En segundo lugar, la consolidacin de los vnculos con Hispanoamrica traa para Espaa no slo la memoria histrica de su misin civiliza-dora, sino tambin las ventajas que para el desarrollo econmico de la pennsula provenan de hacer efectiva una identidad exclusivamente his-pnica, en contraposicin con la anglosajona. Finalmente, esta identidad supranacional (construida a partir de la elisin ideolgica en la medida en que borraba otras razas) era percibida como la base de una comuni-dad imaginada, ordenada jerrquicamente en funcin de la centralidad de Espaa y la subordinacin de Amrica Latina.

    En ello infl uye tanto en Espaa como en Amrica Latina la importancia por defi nir la identidad nacional que se erige en un punto de infl exin de la tarea intelectual. Tras la derrota del 98, en Espaa los regeneracionistas analizan la crisis a partir de una serie de causas a las que denominan los males de la patria: el dogmatismo religioso, el atraso econmico, la corrupcin, el analfabetismo. La solucin que ofrecen se centra en la necesidad de integrar a Espaa en un doble movimiento: por un lado, promover su europeizacin para incorporarla en el capitalismo y la modernidad; por otro, impulsar el vnculo con Hispanoamrica para asegurar su posicin tutelar mediante una identidad supranacional hispnica que revaloriza el papel civilizador que mantuvo en el pasado. En Hispanoamrica, los acontecimientos polticos y sociales orientan tambin la refl exin sobre la identidad nacional. El proceso inmigra-torio y la consecuente conformacin de las sociedades multiculturales, coadyuvan a la infl uencia del hispanismo que asumido con un sentido nacionalista aporta una serie de rasgos para preservar una identidad que se considera avasallada.

    Sin embargo, el debate Altamira-Ortiz rompe esta articulacin al exhibir el enfrentamiento entre dos posiciones que ubican a la lengua en relacin con dos dimensiones geopolticas opuestas. Por una parte, el lugar de enunciacin sostenido por Altamira, evidencia al castellano an en relacin con cierto control colonial en la medida en que propicia la rearticulacin de la tradicin hispnica en Amrica. Por otra, el lugar

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    de enunciacin de Ortiz (emergente de un proceso de descolonizacin), interpreta el americanismo como una poltica expansionista, solapada en la cultura y en la lengua; por ende, negativa para una sociedad que buscaba defi nir una identidad nacional independiente de su legado colonial.

    IV. EL HISPANOAMERICANISMO DE ALTAMIRA

    La promocin de una visin positiva de Espaa entre los hispanoame-ricanos (la cual trae consigo una rectifi cacin de la historia colonial) y la valoracin de su pasado civilizador, son dos representaciones que Altamira despliega con el objetivo de promover una identidad com-partida. El hincapi en los aspectos positivos de la Conquista refrenda no slo la asociacin entre el etnocentrismo colonial y la clasifi cacin racial por la que explica dentro de la colonialidad la ubicacin delos americanos en una posicin subalterna, sino que revela la base ideo-lgica que fundamenta su concepcin hispanoamericanista:

    Necesitamos hacer [...] el balance de lo que podemos llamar los humanitarios; porque si es completamente seguro e indudable (y perfec-tamente intil negarlo) que muchos de los colonos, que muchos de los conquistadores espaoles se portaron de una manera completamente inhumana [], tambin es verdad que al cabo de stos hubo una serie de colonizadores, una serie de conquistadores, una serie de hombres que tuvieron a Amrica por centro de su accin social [], como la expresin ms alta del ideal de igualdad entre la poblacin coloniza-dora y la poblacin colonizada, entre el hombre superior y el hombre inferior, que se produjeron, repito, con los indios de una manera huma-nitaria, correspondiente a la labor educativa de todo pueblo civilizado que quiere representar una obra tutelar (Altamira, 1908: 139-140).11

    Dos son los objetos discursivos que despliega: hispanismo y rol tutelar de Espaa, a partir de un conjunto tanto de representaciones como

    11 Los destacados en negrita son nuestros; los destacados entre comillas y en cursivas corresponden a los autores de los ejemplos que escogimos.

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    de operaciones de actualizacin.12 En primera instancia, hispanismo se constituye por el desplazamiento o la elisin de los sentidos atribui-dos a la leyenda negra de Espaa: [] la labor educativa de todo pueblo civilizado que quiere representar una obra tutelar, borra a los [] que se portaron de una manera completamente inhumana. En segundo trmino, el hispanismo se fundamenta en la nocin de raza, presentada como algo evidente que permite adems destacar la supe-rioridad de los espaoles: [] el ideal de igualdad entre la poblacin colonizadora y la poblacin colonizada, entre el hombre superior y el inferior.13 En consecuencia, la evaluacin positiva de la misin civili-zadora de Espaa se inscribe en un patrn de poder que cuatro siglos despus de la Conquista es retomado para instituir una comunidad imaginada con Amrica Latina. Sin embargo, dicha comunidad (basada en la raza hispnica) se refuerza mediante la apelacin a una serie de ideales compartidos entre Espaa y Amrica, entre los que ocupa lugar privilegiado la lengua, articulada con una tradicin lingstica lo ms pura posible:

    Y si del fondo de la vida intelectual pasaron a lo que muchos tienen por simple medio de expansin: al idioma, ntese igualmente el empeo con que los escritores americanos desde los tiempos de Bello y Garca del Ro trabajan para mantener la tradicin lingstica lo ms pura posible (Altamira, 1900).

    Raza y lengua, concebidas como tradicionales valores hispnicos y por ende sustentadoras de la intemporalidad de su espritu nacio-nal, son los enunciados constitutivos de una identidad supranacional: el hispanismo, cuya fi nalidad principal es restaurar la infl uencia de Espaa sobre Hispanoamrica. Raza y lengua tambin conforman el objeto discursivo rol tutelar de Espaa. Tal predominio se confi gura a partir de

    12 La actividad discursiva construye nociones. La nocin deviene objeto de discurso me-diante la aplicacin de operaciones lgico-discursivas que construyen lo que en semiologa del razonamiento se denomina esquematizacin (cosmovisin construida por el discurso a propsito de un tema). Mediante la esquematizacin, el enunciador organiza el material verbal para ajustar el sentido preconstruido de un objeto de discurso segn la fi nalidad que busca, tomando los aspectos que desea mostrar.

    13 La consideracin de los europeos como naturalmente superiores en el paradigma de la colonialidad, es analizada por Anbal Quijano (2002b).

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    una doble estrategia discursiva. Por una parte mediante una opera-cin de naturalizacin se instituye como derecho legtimo de Espaa amparado en su obra civilizadora.14 Por otra a partir del hincapi dado a ese preconstruido cultural se genera un sentido de evidencia que construye su legitimidad apelando a la universalizacin de este derecho legtimo.15 Ambas estrategias justifi can un postulado central del hispanoamericanismo: la necesidad de aplicar un orden geopoltico y geocultural donde Espaa ocupe una posicin privilegiada: como madre patria frente al nuevo mundo, como modalidad hispnica frente a pueblos inferiores. Amrica quiere estar con Espaa []. El poseer esas condiciones es obra nuestra puramente. Si queremos ir all y ser para ellos lo que naturalmente debemos ser, no podemos presentarnos con las manos vacas (Altamira, 1900: 6). Lo que naturalmente debemos ser condiciona a la comunidad imaginada a un orden jerrquico, slo posible a partir de una identidad hispnica (atemporal, humani-taria, obra universal de la ciencia y la civilizacin) que se asienta adems en una asociacin de intereses y de encuentro.16

    Sin que haga falta renovar aqu las memorables discusiones acerca de la superioridad de estas o las otras razas [], todos hemos de reconocer [] que entre las condiciones fundamentales del espritu espaol hay algunas buenas al lado de otras malas; y a la vez que buenas, caractersticas, propias y exclusivas de l, que no tan slo por patriotismo []. Esas cualidades que nadie nos regatea [] las posee substancialmente el alma americana; forman parte de su fondo tnico, que sera loco y suicida anular para sus-tituirlo con otro de pura importacin extranjera (Altamira, 1908: 71).

    La raza no slo es seal de comprensin mutua: tambin lo que no deja dudas sobre la autoridad espaola y su supremaca intelectual y

    14 Eagleton incluye el proceso de naturalizacin dentro de las estrategias ideolgicas: Las ideologas de xito vuelven naturales y autoevidentes sus creencias que se identifi can con el sentido comn de una sociedad, de modo que nadie puede imaginar cmo han podido ser alguna vez diferentes (Eagleton, 1997: 87).

    15 La estrategia universalizadora se realiza en la medida en que [] los valores e intereses que de hecho son especfi cos a una cierta poca y lugar, se proyectan como valores e intere-ses de toda la Humanidad (Eagleton, 1997: 84).

    16 El lugar comn de encuentro como base simblica de la comunidad hispnica, es analizado por Del Valle (2005).

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    econmica. En el mismo sentido, la lengua corrobora (circularmente) el recorrido argumental propuesto para fundamentar el rol tutelar de Espaa:

    De aqu que, en muchos sentidos, trabajando nosotros por el mante-nimiento de nuestra infl uencia espiritual, trabajamos en pro del alma americana en lo mejor y ms genuino que sta tiene [], mientras hable-mos todos el romance castellano, que, como todo idioma, no es slo unconjunto de palabras, un lxico, sino una serie de ideas orientadas de un modo especial (Altamira, 1908: 71).

    Por la lengua afi rma Altamira nos entendemos; por la lengua se afi anza la raza en una particular genealoga espiritual; por una lengua: el castellano, se borran y se anulan las otras lenguas; por la lengua po-demos obrar ms directa y profundamente en Amrica.

    En segundo lugar, tenemos en nuestro favor y con toda la trascendencia que ya hice notar y que para nadie constituye un misterio al idioma. l nos permite obrar ms directa y profundamente que ningn otro pueblo extrao sobre la masa y entendernos con ella. [] Siempre hallar ms eco y resonar ms hondo en el alma americana la voz de las ideas que dicen relacin a las cuestiones superiores de la vida individual y social, cuando esa voz vibre con los acentos del decir castellano, que cuando se engalane con otros ajenos. [] Tal es tambin la fuerza que el castellano signifi ca para nosotros en nuestras relaciones con los hermanos de Amrica (Altamira, 1908: 75).

    La fuerza que el castellano signifi ca exhibe la dimensin poltica del hispanismo y enmarca el rol tutelar a partir de una ideologa que retoma el nacionalismo genealgico caracterstico de la primera dcada del siglo XX, al que Altamira presenta bajo la imagen de una metfora blica:

    Podemos actualmente ofrecerles algo de lo que piden la ciencia y el arte modernos, de lo que ellos van a pedir a Francia, a Alemania, a Inglaterra? [] Y abandonaremos esas armas con que podemos defender la continua-cin de la infl uencia espaola? Dejaremos, por pereza, por desconfi anza, por pesimismo, que se olviden esos nombres, que en las universidades, en los libros, en la prensa, lleguen a no citarse y aprovecharse ms que

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    doctrinas fi rmadas por nombres franceses, ingleses, alemanes o yanquis? (Altamira, 1908: 75).

    Tal construccin ideolgica-discursiva de la misin americanista es retomada en la conferencia que pronuncia Altamira en La Habana en 1910. Ortiz advierte la contradiccin sustancial del hispanoameri-canismo: la paradoja, en sus trminos; el peligro expansionista que soslaya. Para Ortiz, por un lado, el hispanismo de Altamira haba par-tido de un anlisis de los males de la sociedad espaola y haba propuesto como solucin su incorporacin en la modernidad europea. Por otro, al impulsar la supremaca de Espaa en Amrica, afi rmaba el ideario colonial en un momento en el que surga la disyuntiva entre el hispanismo y la redefi nicin de la identidad nacional de los pases caribeos, condicionados no slo por sus guerras de independencia, sino por su transculturacin constitutiva como resultado de la colo-nialidad. Ser justamente a partir de la consideracin del hispanismo como panhispanismo que Ortiz lo analice como ideologa neocolonial, y de la nocin de transculturacin (concebida como fenmeno propio de Amrica Latina) que niegue el concepto de raza para justifi car en el dilogo cultural una identidad integradora que incluya a todas las razas.17 Su acusacin se extiende tambin a la pretensin de regenerar a Amrica desde un pas todava no regenerado al que sus intelectua-les diagnostican males endmicos. En consecuencia, el rol tutelar en funcin de un modelo geopoltico y geocultural espaol, y de la raza y la lengua como fundamentos del hispanoamericanismo, sealan para Ortiz su radical inadecuacin.

    V. EL AMERICANISMO ES PANHISPANISMO: LA CRTICA DE ORTIZ

    La reivindicacin del papel de Espaa en Amrica realizada por Alta-mira en su conferencia de La Habana (unida a la defensa del pasado colonial, a la insistencia en el hermanamiento hispanoamericano bajo la infl uencia espiritual espaola, a la revalorizacin de las tradiciones

    17 Este concepto le permite incluir en sus refl exiones sobre la identidad cubana, tanto a la negritud africana como a la hispanidad mestiza.

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    hispnicas: la historia comn, la unidad moral de nuestra raza, el tronco hispano, la comunidad histrica, la visin de la conquista como obra de civilizacin, el peligro de la injerencia estadounidense), son interpretados por Ortiz como la voz de la Espaa tradicional y reac-cionaria. Dos son los prrafos que destaca del discurso de Altamira para iniciar la polmica. El primero se centra en la relacin raza/lengua; el segundo, en la nocin de patria hispana comn y espiritual:

    Lo que nosotros pedimos aqu es un puesto al lado de las dems infl uen-cias que tienen derecho a formar vuestro espritu, un puesto nada ms; y con esta peticin, ms bien que ejercer un derecho, cumplimos un deber, porque somos los ms afi nes a vosotros en sangre y tambin en esp-ritu; porque hablamos vuestro mismo idioma (Altamira, 1911: 416). Hablamos en nombre de la Espaa que quiere ser as, y que si no

    fuera as, preferira dejar de ser, y que apetece lavar sus culpas de imperialismos pasados y quiere ser ahora el porta-estandarte de la fraternidad entre las naciones, el mantenedor de los derechos na-cionales y del respeto a todas las independencias. Esa Espaa no piensa ms que en ser factor til de la obra de la civilizacin humana; y como quiera que en esa labor ella sabe bien que si va con sus solas fuerzas, quiz naufragara en el camino, viene a vosotras, no slo a infundiros algo del entusiasmo que ella tiene, sino apediros tambin vuestra ayuda, para que nosotros salvemos tambin nuestra crisis, que la tenemos, y juntos podamos elevarnos a ese alto ideal de la patria hispana comn, de la patria hispana espiritual que yo aqu, con mi palabra torpe, os he querido pintar, y de la cual estoy se-guro que habris visto, a travs de la torpe frase, que no acierta jams, por mucho que yo la torture, a expresar el fondo de mi pensamiento; habris visto, digo, por las vibraciones de la palabra misma, todas las cosas que no dije, que estn debajo del signo, y que vosotros entenderis perfectamente (Altamira, 1911: 434).

    Para Ortiz tales palabras se encontraban cargadas de una dimensin poltica que comprende como declaracin del nuevo expansionismo espaol al que llama panhispanismo.18 La estrategia discursiva desplegada para enmarcar al panhispanismo dentro de las ideologas neocoloniales y

    18 Seplveda (2005: 95) considera que Ortiz es el primero en utilizar el trmino panhis-panismo.

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    nacionalistas, se organiza a partir de la deconstruccin del discurso de Altamira. En este sentido focaliza en primer lugar la crtica a las nociones de raza y lengua como enunciados sustentadores del objeto discursivo rol tutelar de Espaa; en segundo trmino, con la fi nalidad de revertir la elisin ideolgica de Altamira cuando defi ne el hispanismo, desarrolla una operacin de actualizacin de sentidos y de reformulacin inter-discursiva para orientar la semantizacin del trmino panhispanismo.19

    VI. DESMONTAR DOS NOCIONES: RAZA Y LENGUA

    En el artculo El panhispanismo, Ortiz inicia el debate: las nociones de raza y de lengua sern desacreditadas.20

    En la comunicacin-circular dirigida por la Universidad de Oviedo a los centros docentes de la Amrica de habla espaola, saludaba aqulla a stos en nombre de la comunidad de raza, primero, y en segundo lugar, de la fraternidad intelectual. Por qu esa anteposicin de la raza a la men-talidad? En dicho criterio estribar principalmente el fracaso del nuevo movimiento espaol [...] se ha antepuesto el factor racista al intelec-tual o al econmico. El espaol contemporneo, que en Amrica ha buscado mercado para sus industrias o ambiente para sus publicistas, ha pretendido que le compremos mercancas o que le aceptemos su infl uencia espiritual, no por la bondad y mritos de una y otra, sino por razn de raza (El panhispanismo: 5).

    En la raza (relacionada con comunidad y con fraternidad espiritual), Ortiz advierte la pretensin hegemnica de Espaa. De ah que la pre-sente como construccin ideolgica, originada en la Conquista con la fi nalidad de disciplinar a las sociedades hispanoamericanas. Con el obje-

    19 Utilizo semantizacin en la perspectiva de la semiosis social desarrollada por Vern. El autor considera que slo en el nivel de la discursividad el sentido manifi esta sus determinaciones sociales, y los fenmenos sociales develan su dimensin signifi cante (Vern, 1989: 126).

    20 Los artculos de Ortiz que analizamos son El panhispanismo, Lo que est debajo, Civilizaciones, no razas, La fuerza del idioma, La reespaolizacin de Amrica (rplica abierta al profesor seor Dr. R. Altamira) y La paradoja. Por razones expositivas, en las citas hacemos referencia a sus ttulos.

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    to de rechazar el ideal de rehispanizar a Amrica, su crtica se focaliza en la nocin raza hispnica, promocionada por [] la vetusta y se-rena Universidad de Oviedo hasta las alharacas de la prensa espaola y concebida como [] el ncleo social de existencia indiscutida para el restablecimiento de la infl uencia espiritual de Espaa:

    [] existe esa ilusin de raza [] porque se quiere que exista, por-que los sentimientos agresivos sienten la necesidad de una mscara, de un estimulante, de un sueo, de una disculpa, que todo eso es la raza al sentimiento imperialista. Es mscara porque la lucha por la supremaca de la raza, aun siendo ilusin, parece grandiosa, ms noble y altruista, y encubre la fi nalidad de egosmo personal y a veces pequeo de un Estado poltico que as logra impersonalizarse; sueo lo es sin duda porque al unir la idea de raza al sentimiento dominador, parece como que ya ste est actuando y extendindose como un comienzo de dominio y expansin []; en fi n, la adhesin de la idea de raza al sentimiento imperialista, tiende a su mayor vigor y fortaleza (Civilizaciones, no razas: 21-23).

    La raza, identifi cada con mscara, sueo, sentimiento dominador e imperialista, es refutada a partir de una descalifi cacin de los por-tavoces que lo proclaman [] de mayor ingenuidad aparente y muy perjudicial. Que, adems, orienta argumentativamente a la conclusin a la que pretende arribar: explicitar la fi nalidad poltica y econmica del americanismo. Por esa razn, afi rma enfticamente la falsedad, la inexistencia de una raza hispnica dominante en Hispanoamrica:

    No hay una raza hispnica, ni siquiera espaola. Y menos en Amrica, donde conviven las razas ms dismiles, con tal intensidad numrica que en no pocas repblicas no es la que pudiera decirse raza hispnica la pre-dominante. El racismo hispnico es tan nocivo en nuestros pases de Amrica como puede serlo el racismo negro o el racismo indio y aun el nrdico anglosajn, que tambin agitan algunos en aquellas tierras (Civilizaciones, no razas: 21-23).

    La raza por otra parte se enlaza con el racismo espaol: [] el racismo espaol que cuando a Amrica se refi ere, invoca siempre el ssamo de la raza para que se le abran las puertas, [] el neorracis-

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    mo espaol [], traduccin al espaol del movimiento que iniciara Fichte en Alemania para hacerla reaccionar contra la postracin en que la hall sumida en el siglo XIX (El panhispanismo: 6); as como con el racismo blanco y racismo negro impuestos como clasifi cacin social en los tiempos de la Colonia:

    Se ha llegado, vos lo habris visto ya, Dr. Altamira, a un perodo de insano, febril, morboso y a veces prfi do apostolado racista, a predicarse un nuevo evangelio de odios, que con frase precisa y signifi cativa en este momento de nuestra evolucin nacional me permito llamar el racismo blanco, no menos cierto y peligroso que el racismo negro. Toda la prensa espaola habla de la raza, de esa raza que vos, mente moderna y positivis-ta, subrayis en vuestros escritos para despojarla de ese espritu abominable que aqu le dan todava los sacerdotes de la reespaolizacin que no son de alta mira cual vos lo sois (La reespaolizacin de Amrica: 70).

    La semantizacin de las nociones raza/racismo, evaluadas negativa-mente como insanas, morbosas, prfi do apostolado racista, se clausura con su designacin mediante metforas que la defi nen como enfermedad. En este sentido, la elisin ideolgica de Altamira (la leyen-da negra que impide la justifi cacin del hispanismo) y la presuposicin que rige su discurso al imaginar una evidencia compartida, son contra-argumentados con la actualizacin de los sentidos: [] la epidemia reinante del racismo blanco, la [] anticuada, falaz, equvoca y en esta tierra liberticida idea de la raza, que iluminan una de las ms claras formulaciones polticas en contra de los rasgos que modelaron la colonialidad del poder.

    En cuanto a la nocin de lengua, Ortiz para desmontar los funda-mentos de Altamira comienza por reconocer la funcin instrumental del idioma, atribuida por los hispanoamericanistas con el objetivo de fortalecer a la comunidad hispnica. Concluye que otorgan ese sentido a la lengua en la medida en que no cuentan con otros elementos con los cuales poder justifi car su infl uencia:

    [] cuando Espaa trata de lazos de amor y de aranceles, [] teme no slo a los Estados Unidos, que son su odio ms profundo, sino tambin y mucho a franceses e italianos que le estn haciendo quedar desairada

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    en la propia Suramrica. Qudase pues reducida a lmites restringidos la llamada fuerza del idioma que con la de raza y la religin, son las nicas fuerzas de que alardea Espaa, a falta de otras ms decisivas y ms intensas y reales, como la industria, el comercio, la agricultura, el ejrcito, la marina, la escuela, la riqueza, la ciencia; en fi n, la civilizacin (La fuerza del idioma: 52-53).

    La lengua, coligada a raza, conforma el ideologema cruzada espa-ola que confi rma la continuidad de la accin colonial de Espaa, en la medida en que opera al igual que en tiempos de la Conquista como herramienta al servicio de su accin econmica y punitiva en Amrica Latina:

    Esta cruzada espaola por la raza y el idioma es una conquista espi-ritual de Amrica encubriendo una campaa de expansin mercantil, es una paradoja impotente aunque engaosa, es un mimetismo impe-rialista, es una utopa internacional, es un egosmo idealizado, es la triste fi gura de Sancho con celada y con lanzn (La paradoja: 105).

    Ortiz ancla la fi nalidad prioritaria del proyecto americanista al clarifi car el propsito econmico que subyace a la conquista espiritual por el idioma en la medida en que por medio de la asociacin lengua y nacin seala la pretensin de extender la uniformidad lingstica al rea americana.

    Con la invocacin a la fuerza nacionalista del idioma, con la maldi-cin airada a la llamada enfermedad imperialista y con el himno a la soberana e independencia de las repblicas latinoamericanas, y en relacin no menos atendible con el ambiente, saturado de iberismo decadentista (La reespaolizacin de Amrica: 71).

    Por otra parte, si la raza como vimos antes se clausuraba con el atributo de la enfermedad racista, la lengua se modela con la metfora positivista del organismo amenazado por la fragmentacin:

    Urgente estimis esa empresa que llamaremos, con permiso vuestro por-que no voy a desnaturalizar la palabra, de reespaolizacin de Amrica. Unos y otros (nativos hispano-americanos o colonos espaoles) saben el

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    peligro que corre all nuestro idioma, y con el idioma todo el sentido de nuestra civilizacin (La reespaolizacin de Amrica: 77).

    El proceso de semantizacin que cierra la nocin de lengua, lo hace a partir de la reversin y la discordancia de los argumentos presentados por Altamira. En primer trmino, Ortiz centra en la dimensin pa-tritica del hispanoamericanismo su contraargumentacin basada en enunciados irnicos:

    Los desprecios y rencores seculares se trocaron en un furor amoroso llevado hasta el ridculo y la fuerza coherente de la raza y el idioma, que jams sirvi de freno al desgobierno espaol, se sac a relucir como seera patritica, como nuncio de victorias futuras, como imposicin histrica ante la cual la Amrica Latina deba forzosamente abrazarse a Espaa y aborrecer el resto de la Amrica, la que no habla espaol, la que fue siempre a la vanguardia de las libertades republicanas y democrticas en ambos continentes (La paradoja: 99).

    En segundo lugar, articula el valor patritico y amoroso dado a la lengua con el anlisis que los hispanoamericanistas realizan sobre los males de Espaa. De tal manera, refuta con los argumentos empleados por Al-tamira los postulados que sustentan a la comunidad hispnica y al rol tutelar de Espaa, vertebrados en torno de la raza y la lengua:

    Por qu, pues, no sana Espaa de su quijotismo americano? Por qu en vez de estriles, peligrosas e infantiles algaradas y correras americanistas no difunde en sus villorrios medioevales, en sus aldeas de dormidos labrie-gos, en sus provincias levticas, toda la savia nueva de los Altamira? Por qu Espaa, en vez de pretender traernos cultura a nosotros, que no se la pedimos, porque la tomamos mejor de otros pases, no gasta las energas de sus hijos buenos en elevar la cultura de su propio pueblo, que clama por la enseanza? [] Por qu, si quiere que defendamos su idioma, no trabaja por que todas las necesidades mentales de estos pueblos puedan satisfacerse con libros espaoles? (La paradoja: 104).

    La oposicin de discursos mediante la deconstruccin de raza y lengua conforman la refutacin a la primera lnea argumental del americanismo de Altamira. Por una parte, la apelacin a la realidad

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    asienta que un pas aquejado de males no puede proponer su su-premaca a otras naciones. Por otra, en el nivel de la construccin ideolgica-discursiva, su sustentacin en objetos de discurso cargados de sentidos primordialistas descalifi ca el sentido poltico que pretende imponer.

    VII. LA DEFINICIN DE PANHISPANISMO

    Dentro de esta perspectiva se debe interpretar el segundo argumento que reprueba Ortiz: la contradiccin de los americanistas entre europei-zacin e hispanoamericanismo en la medida en que buscan, primero, incorporar a Espaa en la modernidad capitalista; y, luego, piensan en Amrica como una solucin colonial a su crisis econmica:

    Tras del desastre de 1898 [], sus hijos ms positivistas se consagraron a la patologa de la enferma, a desentraar las causales de su dolencia secu-lar [], y se recet la europeizacin a pasto, como frmula que para Es-paa signifi caba vida moderna, tonifi cacin, rejuvenecimiento, subida a los estratos superiores de la civilizacin contempornea. Pero apenas pas aquella ola de sana profi laxis y oxigenacin [], predicaban como credo de la nueva cruzada la vuelta a Amrica (La paradoja: 99).

    La contraposicin entre la europeizacin, una subida a los estratos de la civilizacin contempornea y la nueva cruzada, la vuelta a Amri-ca, con la fi nalidad de desacreditar la reivindicacin de la infl uencia espaola (intelectual y econmica) como medio para la regeneracin de Espaa planifi cada por intelectuales (sus hijos ms positivistas consagrados a la patologa de la enferma) sealan el primer sentido nodal con el que Ortiz conforma el panhispanismo concebido como una ideologa expansionista, en consonancia con el auge de los nacionalis-mos de fi nales del siglo XIX:

    As vemos a Altamira y a Labra [], y promoviendo una corriente de opinin en pro de lo que sin peligro de impropiedad pudiera llamarse el panhispanismo, llamado a luchar contra el panameri-canismo, as como a los pedaggicos consejos de Fichte se unieron sus

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    arengas pangermanistas, destinadas a contrarrestar la accin expansiva de las otras razas21 (El panhispanismo: 8).

    Ortiz propone una primera defi nicin al panhispanismo, a partir de una estrategia discursiva de contradiccin, focalizada en los objetos recto-res: la raza, la lengua; pero tambin la economa, que los intelectuales hispanoamericanistas expusieron en el Congreso Socio-Econmico Hispanoamericano celebrado en 1900, y que instituyen a la comunidad lingstica (la hispanofona) como elemento privilegiado:22

    El panhispanismo, en este sentido, signifi ca la unin de todos los pases de habla cervantina no slo para lograr una ntima compene-tracin intelectual sino para, tambin, conseguir una fuerte alianza econmica, una especie de Zollverein, con toda la trascendencia poltica que ese estado de cosas producira para los pases unidos y en especial para Espaa, que realizara as [] su misin tutelar sobre los pueblos americanos de ella nacidos. Estas palabras ltimas no son nuestras, sino de los catedrticos de Oviedo, informantes a un Congreso His-pano Americano de 1900, de que otro da habremos de ocuparnos, como del mismo informe son los dems conceptos del prrafo anterior (El panhispanismo: 8).

    La cita de las palabras del otro: [] estas palabras no son nuestras sino de los catedrticos de Oviedo; y su ubicacin contextual: el Congreso Social y Econmico Hispanoamericano, con el objeto de debilitar y negar la argumentacin de Altamira y por extensin de los hispa-noamericanistas, esclarecen la imposibilidad de la estrategia diseada en la medida en que la alianza econmica implica el papel subalterno de Hispanoamrica. En consecuencia, el segundo sentido dado al pan-hispanismo como neoimperialismo, califi cado como manso en tanto surge de un pas derrotado y con una severa crisis, conduce a Ortiz a

    21 Rafael Mara de Labra, miembro fundador de la Institucin Libre de Enseanza, fue con Altamira quien difundi ms el ideario americanista.

    22 Hemos desarrollado el anlisis de los fundamentos de la poltica lingstica americanista en el Congreso Social y Econmico Hispanoamericano en Memorias discursivas estratgicas: la lengua espaola en el siglo XXI a partir del americanismo espaol del siglo XIX (Vzquez Villanueva, 2007). En ese Congreso, Altamira presenta el programa americano, donde el vnculo lengua-economa justifi ca la necesidad del establecer una comunidad cultural y lingstica entre Espaa y Amrica.

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    anular la nocin de raza hispnica, no slo porque no tiene atributos de modernidad y desarrollo sino principalmente porque niega la posibilidad de integrar a las distintas etnias que conviven en los pases latinoamericanos:

    [] all en Iberia, si se canta a la raza, a la lengua y hasta a la religin, es al ritmo del neoimperialismo manso, porque se piensa que reco-nocida la unidad de estos pueblos con Espaa, no ha de ser sobre bases igualitarias, sino sobre la base fatal, lgica e inexcusable de lahegemona espaola, de la nacin que unas veces llaman madre con misin tutelar, como dicen los catedrticos de Oviedo; y otras, hermana mayor y representante de las dems, como hoy dice Labra; como si ante el mundo entero no estuviese la madre o la hermana en pe-ligro de necesitar tutelas por una posible declaracin de incapacidad, si no olvida sus chocheces y su falta de sentido de vida moderna (La fuerza del idioma: 55-56).

    El sentido neocolonial atribuido al panhispanismo orienta el cuestiona-miento y la oposicin a la fi nalidad pretendida por el hispanoameri-canismo: la misin tutelar de Espaa. Una vez ms, Ortiz reconoce el sentido poltico que los americanistas otorgan al idioma espaol [] que era ya tan nuestro como de los espaoles como paliativo de las carencias espaolas. De ah que desprecie los alardes que impulsan so-bre la lengua en la medida en que reducen los lmites de la fuerza de Espaa al problema de la comunidad de idioma o a la fuerza de la raza y la religin. Lo que focaliza es entonces el valor puramente simblico de la comunidad lingstica, presentada como elemento central de la reivindicacin espaola, pero que oculta tanto la fi nalidad econmica como las necesidades a las que est sometida Espaa. Por otra parte, la hegemona que propicia Altamira es vista en funcin de una corporacin de intereses concebida como tutelaje en ocasiones reconocido y en otras, disimulado:

    El panhispanismo abarca, pues, la defensa y expansin de todos los intereses morales y materiales de Espaa en los otros pueblos de len-gua espaola: infl uencia intelectual y moral, conservacin del idioma, proteccionismo aduanero, privilegios econmicos, legislacin obrera para sus emigrantes, etc. []. As, pues, aunque el panhispanismo sea por

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    ahora intelectual y econmico, no deja de ser un imperialismo (El panhispanismo: 9).

    VIII. QU EST DEBAJO?: EL NEOCOLONIALISMO

    En su conferencia, Altamira intenta persuadir a su auditorio de que la campaa por la infl uencia espiritual de Espaa deba entenderse alejada de un desquite militar; no obstante, sus palabras fi nales: [] todas las cosas que no dije, que estn debajo del signo, y que vosotros entenderis perfectamente, son retomadas por Ortiz para mediante un proceso de reformulacin interdiscursiva que invierte su orientacin argumentativa presentar al panhispanismo como una forma de impe-rialismo. Para Ortiz, las diversas formas de infl uencia que poda asumir el tutelaje espaol (sin poder ya soar con expansiones militares), se polarizaba en su infl uencia en el continente a partir de lo que denomina una rehispanizacin tranquila o un neoimperialismo manso.

    Claro est, y el propio Altamira pone buen cuidado en decirlo, que esa campaa de regeneracin y en pro de la afi rmacin de la infl uencia espiritual espaola en Amrica debe entenderse muy alejada de la idea suicida de un desquite militar o de un renacimiento del imperia-lismo como al fi n vino a provocar la predicacin de Fichte; pero cierto es que el imperialismo adopta diversas formas, y que el nuevo sen-timiento expansivo espaol, sin poder hoy soar con dominaciones militares, se polariza por ahora hacia la afi rmacin o permanencia de la infl uencia hispana en este continente, o sea, hacia una rehispani-zacin tranquila o un neoimperialismo manso. Su falta de carcter militar slo depende de la falta de medios militares. Dadle a Espaa fuerzas incontrastables y se arrojar prontamente, como todas las naciones fuertes, en brazos del imperialismo ms rudo (El panhispanismo: 9).

    De ah que convoque a refl exionar sobre las consecuencias que el pan-hispanismo puede ocasionar en Amrica Latina:

    Y ante este fenmeno social de la vida espaola, debemos los hispa-no-americanos encogernos de hombros? No debemos analizar la

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    importancia, valor, fi nalidad y trascendencia del panhispanismo por lo que a nosotros respecta? Nos conviene ser o no sujetos pasivos del mismo? Debemos resistirlo o abandonarnos a l? Podemos hacer una u otra cosa? Suicida sera el olvido del problema []. Examnense losaspectos complejos de esos datos proteccionistas y de esos intercam-bios profesionales, y de la fuerza del idioma y hasta de la de la raza. Hasta la de la raza, s; porque, despus de todo, existe acaso una raza espaola? (El panhispanismo: 10).

    Una vez defi nido el panhispanismo, Ortiz desarrolla su objecin a la fi nalidad poltica de tal ideologa. Retoma entonces las ltimas palabras de Altamira: lo que est debajo del signo y seala que lo que puede leerse entre lneas es [] el sentimiento expansivo de un pueblo que quiere imponer a los dems, especialmente a sus afi nes, su modo de ser y de vivir: todo el sentido de su civilizacin (Civilizaciones, no razas: 23). Si bien lamenta que Altamira [] rematara su discurso con una expresin que ciertamente choc con el resto de su conferencia de altruismo, de amor y de pura y estricta intelectualidad, explicita por medio de ellas tanto la dimensin geopoltica del panhispanismo como el desconocimiento que tenan los espaoles de la realidad transcultural hispanoamericana:

    Y en esto estriba la paradoja: en pretender rehispanizar a Amrica, cuando ellos mismos confi esan que hay que americanizar a Espaa; en pretender que el alma de Espaa siga inspirando la vida total de la Amrica libertada. [] Y si esto es as, si Espaa est, como nosotros, enferma, por qu quiere ser la higienista de Amrica? No sera ms lgico que antes que a curas ajenas, atendiera a su propia curacin? (La paradoja: 104).

    Ortiz defi ne como paradjico el posicionamiento de Altamira y el pro-yecto del que es portavoz, condicionado tanto por la infl uencia de los nacionalismos como por el deseo de integracin signado pero caracte-rizado por su autoridad. Lo que est debajo es puesto en relieve. En primer lugar la misin americanista constituye slo un grito de alarma antes que una comunin espiritual:

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    Su misin americanista no es slo uno de tantos abrazos de acendrado, sincero y maternal cario; no slo una comunin espiritual de madre e hija en una sola hostia de tristezas y de idealismo, sino un grito de alarma contra la accin intensa, constante y fuerte del pueblo norteamericano (Lo que est debajo: 67).

    Adems, sugiere la imposicin de una poltica del olvido, el borrado de la Conquista y de la conciencia adquirida en los procesos emancipado-res: Que ha predicado el olvido del pasado porque se sabe o intuye que el recuerdo del dolor produce la conciencia y que sta, cuando es sana, nos hace huir de la fuente de nuestros males (La reespaolizacin de Amrica: 70). Finalmente, lo que est debajo es el pragmatismo eco-nmico y su confi guracin como estrategia poltica que slo benefi cia a Espaa pero niega dicha posibilidad a Amrica Latina:

    Que el americanismo espaol tiene un aspecto no intelectual sino econmico refl ejado en libros []. La obra de reespaolizacin de Am-rica as acometida ser obra patritica para Espaa, pero no ser nada til a estos pueblos que necesitan para salvarse de una fuerte integracin de fuerzas y absorcin de las ms diversas energas en una direccin comn (La reespaolizacin de Amrica: 72 y 74).

    CONCLUSIONES

    El trabajo sobre la memoria discursiva se ha detenido en el momento en que un trmino sintetiza la transposicin de un orden colonial a otro neocolonial, y pretende impulsar a las naciones hispanoamericanas en una relacin de dependencia econmica y cultural con su metrpoli europea. En la dcada de los Centenarios revolucionarios, el panhis-panismo (la raza, la economa y sobre todo la lengua) desempe su papel poltico en un sentido colonialista, siguiendo los parmetros europeos. Por otra parte, en el campo de las ideologas lingsticas, este debate ideolgico-lingstico, pensado como objeto a partir del cual se puede relevar la historia de diversas prcticas en confl icto, en especfi cos contextos sociopolticos (Blommaert, 1999), muestra un enfrentamien-to ideolgico que inicia en 1910 una tradicin de larga duracin que ser retomada con distintos efectos de memoria.

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    En tal sentido, el anlisis de las operaciones discursivas que confor-maron en sus orgenes la nocin de panhispanismo (la construccin de los objetos discursivos hispanismo, rol tutelar de Espaa, raza y lengua) en la polmica fundacional de Altamira y Ortiz con su despliegue de argumentaciones y contraargumentaciones se articul con un paradigma interpretativo que nos permiti vincular a dicha ideologa lingstica con sus condiciones sociohistricas de produccin; pero tambin nos mostr una manera de pensar (a principios del siglo XX) lo que represent Hispanoamrica en el imaginario espaol. Fue entonces el poscolonialismo (forjador de la teora de la colonialidad del poder) el que nos proporcion un fundamento poltico para refl exionar desde nuestro contexto sobre el panhispanismo. A partir de tal paradigma y desde el anlisis del discurso en la bsqueda que propone Foucault: ir ms all del ncleo de un discurso, relevar lo que hay de ms y hacia afuera en su interior advertimos que este debate entrev cmo la organizacin del antiguo orden colonial es reformulado en 1910 y anticipa su posible readaptacin.

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