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Unidad 5. Descartes IV. La existencia de Dios y del Mundo extenso

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Descartes necesita demostrar la existencia de Dios para poder dar el salto desde la certeza del yo pensante a la seguridad sobre la existencia del mundo extenso. Asegurados de la existencia de Dios, queda eliminada la duda hiperbólica (hipótesis del genio maligno)

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Unidad 5. Descartes IV. La existencia de Dios y del Mundo

extenso.

5.1 El yo (Res cogitans)

Sin embargo, el análisis del "cogito" debe proporcionarnos algo más que un criterio de certeza.

La primera intuición intelectual, que sirve de punto de partida para toda la nueva filosofía, ha

de tener mayores implicaciones.

En efecto, todavía en la cuarta parte del Discurso, después de aceptar la evidencia del "cogito"

como el “primer principio de la filosofía que andaba buscando”, Descartes prosigue su análisis

examinando qué es el yo que se descubre en el "cogito": “Conocí que yo era una sustancia

cuya esencia y naturaleza toda es pensar, y que no necesita para ser de lugar alguno, ni

depende de cosa alguna material”. El mundo, el propio cuerpo, están aún sometidos a la duda:

no sabemos aún con seguridad nada de ellos. En cuanto al yo, queda reducido a razón, a

pensamiento, de tal forma que tal vez “si cesase por completo de pensar, cesara al propio

tiempo por completo de existir”. El yo es pensamiento puro, es una "res cogitans", una

sustancia pensante. Y de momento no podemos saber nada más acerca del hombre: la

existencia del alma se vuelve más evidente, más fácil de conocer que la del propio cuerpo.

5.2 Dios (Res infinita)

“A continuación, reflexionando sobre el hecho de que dudaba y que, por consiguiente, mi ser

no era del todo perfecto, pues advertía claramente que era mayor perfección conocer que

dudar, traté de indagar dónde había aprendido a pensar en algo más perfecto de lo que yo era,

y conocí con evidencia que debía ser de alguna naturaleza que fuese, en efecto, más perfecta”.

Siguiendo el orden en que el pensamiento percibe las verdades, tras la investigación del sujeto

del conocimiento, Descartes pasa a demostrar la existencia de Dios, primer objeto del

conocimiento. Para ello, parte de nuevo del hecho de la duda: si dudo, soy imperfecto. Pero al

mismo tiempo, sé que tengo la idea de perfección. Tal idea no puede salir de mí mismo, luego

la ha debido poner en mí alguien que sea en sí mismo más perfecto que yo.

Descartes presenta otras dos pruebas de la existencia de Dios (otra basada en la idea de

perfección, y el argumento ontológico) que conviene leer en la parte cuarta del Discurso del

Método. Y es que la existencia de Dios tiene una función considerable en la metafísica

cartesiana: Dios no puede engañar, pues el engaño procede siempre de algún defecto. De ello

se sigue que la luz natural del espíritu es recta, no viciada o perversa, puesto que es creada por

Dios.

Solo ahora queda definitivamente fundado el criterio de certeza: no es posible que me

equivoque en las cosas que me parecen evidentes porque el error provendría de Dios. La

veracidad divina garantiza, pues, el valor de las ideas claras y distintas: lo que concibo

claramente es tal como me lo presento. El error no puede tener otra causa que nuestra

imperfección, es decir, la falta de claridad en nuestras ideas o la precipitación en nuestros

juicios.

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5.3 El mundo (Res extensa)

Ya no nos queda más que demostrar o deducir la existencia del mundo material, del cual, de

momento, aún hay que dudar.

Aparte del yo y de Dios (Res cogitans y res infinita), tenemos también ideas sobre las

realidades materiales externas, ideas que formamos a partir de sensaciones. Ya antes se dijo

que nuestras sensaciones podrían todas ellas ser engañosas. Y sin embargo, sentimos una

inclinación natural a pensar que nuestras ideas sobre el mundo material proceden

efectivamente del exterior. Si tal inclinación es natural y Dios es creador de nuestra naturaleza,

hay que eliminar la dificultad: Dios no puede engañarnos. Por tanto, nuestras sensaciones han

de ser válidas, y han de ser reales los cuerpos que las producen: “hemos de admitir que existen

objetos corpóreos”.

Ahora bien: la esencia de las cosas materiales no puede ser otra que la extensión geométrica.

En efecto, las cualidades sensibles son oscuras y confusas, en tanto que la extensión la

concebimos “muy clara y distintamente”. Así, podemos imaginar la extensión sin cualidades

sensibles, pero no podemos pensar estas cualidades sin la extensión.

En resumen, sabemos que los cuerpos existen porque Dios no puede engañarnos (conocemos

con certeza su existencia); y sabemos que su naturaleza consiste en extensión porque es la

única idea clara y distinta que de ellos tenemos (conocemos con certeza también su esencia).

Queda pues caracterizada la realidad externa como "res extensa" (y, en consecuencia, la física

reducida a geometría, como a continuación veremos).