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Unidad 13. Otros pensadores empiristas: Berkeley y Hume. Conclusiones. 13.1 El empirismo idealista de Berkeley. George Berkeley (1685-1753) fue un filósofo irlandés, profundamente religioso, que puso la filosofía al servicio de la fe y cuestionó las posiciones “deístas” de su época. El “deísmo” consistió en afirmar que Dios creó el mundo y sus leyes, pero luego se abstuvo de intervenir en su desarrollo posterior. El pensamiento de Berkeley argumento justamente lo contrario: Dios es la garantía de la existencia del mundo y de la regularidad de los fenómenos que en él ocurren. Es más, llegó a argumentar que la realidad existe porque, en última instancia, es pensada por Dios. Por esto último, se caracteriza a su filosofía como idealista. Pero, a diferencia de Descartes, Berkeley se inscribirá en la tradición empirista de los filósofos británicos. Incluso cuestionará algunos aspectos del pensamiento de Locke por considerarlos no consecuente con el principio empirista de que todos nuestros contenidos mentales o ideas son impresiones sensibles o percepciones, y de que el conocimiento sólo puede ser conocimiento de ideas. En este sentido, afirmar que las ideas son representaciones de una realidad exterior y distinta de ellas mismas, como admitía Locke, es pretender ir más allá del límite impuesto por la experiencia. Pongamos un ejemplo. Para saber si un cuadro representa una imagen real es necesario conocer no sólo el retrato, sino también el original del cual el retrato se supone es la copia; y de esta forma poder compararlos. Ahora bien, si suponemos que las ideas representan, es decir son copias de un mundo original que existe por fuera de la mente, estamos admitiendo que el sujeto puede “salir” por fuera de sí mismo y comprobar que los objetos originales existen realmente, y que las ideas que están en la mente son sus representaciones. Para Berkeley admitir esto es sobrepasar el límite que la experiencia impone al conocimiento. Sería algo así como aceptar que es posible traspasar esta suerte de “burbuja perceptiva” que constituye nuestro único mundo real. ¿Esto implica afirmar que las cosas no pueden ser conocidas? No, las cosas efectivamente pueden ser conocidas. Si a esta afirmación, le agregamos una segunda premisa: “El conocimientos es sólo conocimiento de ideas”, inevitablemente la conclusión será: las

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Berkeley y Hume. Conclusiones sobre la filosofía empirista.

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Unidad 13. Otros pensadores empiristas: Berkeley y Hume. Conclusiones.

13.1 El empirismo idealista de Berkeley.

George Berkeley (1685-1753) fue un filósofo irlandés, profundamente religioso, que puso la filosofía al servicio de la fe y cuestionó las posiciones “deístas” de su época. El “deísmo” consistió en afirmar que Dios creó el mundo y sus leyes, pero luego se abstuvo de intervenir en su desarrollo posterior. El pensamiento de Berkeley argumento justamente lo contrario: Dios es la garantía de la existencia del mundo y de la regularidad de los fenómenos que en él ocurren. Es más, llegó a argumentar que la realidad existe porque, en última instancia, es pensada por Dios. Por esto último, se caracteriza a su filosofía como idealista.

Pero, a diferencia de Descartes, Berkeley se inscribirá en la tradición empirista de los filósofos británicos. Incluso cuestionará algunos aspectos del pensamiento de Locke por considerarlos no consecuente con el principio empirista de que todos nuestros contenidos mentales o ideas son impresiones sensibles o percepciones, y de que el conocimiento sólo puede ser conocimiento de ideas. En este sentido, afirmar que las ideas son representaciones de una realidad exterior y distinta de ellas mismas, como admitía Locke, es pretender ir más allá del límite impuesto por la experiencia.

Pongamos un ejemplo. Para saber si un cuadro representa una imagen real es necesario conocer no sólo el retrato, sino también el original del cual el retrato se supone es la copia; y de esta forma poder compararlos. Ahora bien, si suponemos que las ideas representan, es decir son copias de un mundo original que existe por fuera de la mente, estamos admitiendo que el sujeto puede “salir” por fuera de sí mismo y comprobar que los objetos originales existen realmente, y que las ideas que están en la mente son sus representaciones. Para Berkeley admitir esto es sobrepasar el límite que la experiencia impone al conocimiento. Sería algo así como aceptar que es posible traspasar esta suerte de “burbuja perceptiva” que constituye nuestro único mundo real.

¿Esto implica afirmar que las cosas no pueden ser conocidas? No, las cosas efectivamente pueden ser conocidas. Si a esta afirmación, le agregamos una segunda premisa: “El conocimientos es sólo conocimiento de ideas”, inevitablemente la conclusión será: las cosas son ideas. Dicho con palabras de Berkeley, el ser de las cosas es su ser percibido. La naturaleza de las cosas no es material sino ideal. ¿Qué pasa, entonces, con las cosas que no son percibidas por nosotros, qué pasa con el mundo en general?: existe en tanto que son pensadas (o percibidas) por Dios.

Para comprender esta curiosa argumentación podríamos proponer, con toda la prudencia necesaria, el siguiente símil: imaginaros que el mundo fuese el plató de una extensa serie de televisión, en la cual la existencia de los personajes y sus circunstancias, no es material sino que son producto del pensamiento del guionista. Imaginemos ahora que estos personajes, además de ignorar la naturaleza virtual de ese mundo que creen real, tuviesen la capacidad de reflexionar sobre su existencia y la existencia del mundo en que viven, y que en algún momento les sobreviniera la sospecha de la existencia de un supremo guionista y de su dependencia respecto del pensamiento creativo de dicho guionista. Esta sería la situación del filósofo, o bien la nuestra cuando intentamos entender a Berkeley. Es posible que este símil nos haga recordar alguna novela, como es el caso de “El mundo de Sofía”, o alguna película como “El show de Truman” o “Matrix”.

(Y si no es así, quizás puede que os entren ganas de leerlas o verlas).

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13.2 David Hume.

David Hume (1711-1776), filósofo escocés, natural de Edimburgo, representó el punto culminante de la filosofía empirista inglesa al llevar los presupuestos del empirismo a su máximo desarrollo y sacar de ellos las conclusiones más radicales. Cabe destacar dos cuestiones de su pensamiento que le diferenciarán de Locke y de Berkeley, poniendo en evidencia las inconsecuencias de ambos. Estas son: la distinción entre ideas e impresiones por una parte, y la crítica a la idea de causalidad entendida como conexión necesaria.

Lo que, en términos generales, Locke había identificado como “idea”, Hume lo denominó percepciones, y en éstas estableció la diferencia entre las impresiones y las ideas propiamente dichas. Las impresiones son contenidos mentales que se producen en el mismo momento que se da una percepción, y la idea es aquel contenido recordado posteriormente. La única diferencia que hay entre una impresión y una idea es el mayor grado de vivacidad o nitidez en las primeras respecto de las segundas. De esto se infiere que las ideas proceden de las impresiones.

Pero Hume va más lejos aún y establece un criterio de verdad: sólo pueden considerarse ideas verdaderas aquellas que proceden de una impresión. A este criterio se le suele llamar “principio de la copia”. Veamos a continuación las consecuencias que Hume infiere al aplicar este principio, especialmente a la idea de causalidad entendida como conexión necesaria entre una causa y un efecto.

1) El empirismo de Hume y la idea de causa 1

Al clasificar los elementos del conocimiento en impresiones e ideas, Hume estaba sentando las bases del empirismo más radical. Las consecuencias que de este planteamiento se derivarán son más radicales aún que las de Berkeley, mucho más radicales que las de Locke. Con este planteamiento, en efecto, se introduce un criterio tajante para decidir acerca de la verdad de nuestras ideas. ¿Queremos saber si una idea cualquiera es verdadera? Muy sencillo: comprobemos si tal idea procede de alguna impresión. Si podemos señalar la impresión correspondiente, estaremos ante una idea verdadera; en caso contrario, estaremos ante una ficción. El límite de nuestros conocimientos es, pues, las impresiones.

a) La idea de causa y el conocimiento de hechos.

Apliquemos este criterio al conocimiento factual, de hechos. Aplicando este criterio en sentido estricto, nuestro conocimiento de los hechos queda limitado a nuestras impresiones actuales (es decir, lo que ahora vemos, oímos, etc.) y a nuestros recuerdos (ideas) actuales de impresiones pasadas (es decir, lo que recordamos haber visto, oído, etc.), pero no puede haber conocimiento de hechos futuros, ya que no poseemos impresión alguna de lo que sucederá en el futuro (¿Cómo íbamos a poseer impresiones de lo que aún no ha sucedido?). Ahora bien, es incuestionable que en nuestra vida contamos constantemente con que en el futuro se producirán ciertos hechos: vemos caer la lluvia a través de la ventana y tomamos precauciones, contando con que la lluvia mojará cuanto encuentre a su paso; colocamos un recipiente de agua sobre el fuego, contando con que se calentará. Sin embargo, solamente tenemos la impresión de la lluvia cayendo y solamente tenemos la impresión del agua fría sobre la llama. ¿Cómo podemos estar seguros de que posteriormente tendremos las impresiones de los objetos mojados y del agua caliente?

Hume observó que en todos estos casos (es decir, tratándose de hechos), nuestra certeza acerca de lo que acontecerá en el futuro se basa en una inferencia causal: estamos seguros de que las cosas bajo la lluvia se mojarán (en vez de ponerse azules, por ejemplo) y de que el agua se calentará (en vez de enfriarse más, por ejemplo) basándonos en que el agua y el fuego producen sendos efectos.

1 Navarro, J. y Calvo, T. (1983) Historia de la filosofía, Madrid: Ediciones Anaya. p. 242.

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La lluvia es causa, el fuego es causa y sus efectos respectivos son el mojarse y calentarse de cuanto caiga bajo su acción.

b) Causalidad y "conexión necesaria"

La idea de causa es, pues, la base de todas nuestras inferencias acerca de hechos de que no tenemos una impresión actual. Pero ¿qué entendemos por causa?, ¿cómo entendemos la relación causa-efecto cuando pensamos que el fuego es la causa y el calor el efecto? Hume observa que esta relación se concibe normalmente como una conexión necesaria (es decir, que no puede no darse), entre la causa y el efecto, entre el fuego y el calor: el fuego calienta necesariamente, y, por tanto, siempre que arrimemos agua al fuego, aquélla se calentará necesariamente. Puesto que tal conexión es necesaria, podemos conocer con certeza que el efecto se producirá necesariamente.

c) Crítica de la idea de conexión necesaria

No seamos, sin embargo, tan precipitadamente optimistas y apliquemos el criterio arriba expuesto a esta idea de causa. Una idea verdadera es, decíamos, aquella que corresponde a una impresión. Pues bien, ¿tenemos impresión que corresponda a esta idea de conexión necesaria entre dos fenómenos? No, contesta Hume. Hemos observado a menudo el fuego y hemos observado que a continuación aumentaba la temperatura de los objetos situados junto a él, pero nunca hemos observado que entre ambos hechos exista una conexión necesaria. Lo único que hemos observado, lo único observable es que entre ambos hechos se ha dado una sucesión constante en el pasado, que siempre sucedió lo segundo tras lo primero. Que además de esta sucesión constante exista una conexión necesaria entre ambos hechos es una suposición incomprobable. Y como nuestro conocimiento acerca de los hechos futuros solamente tendría justificación si entre lo que llamamos causa y lo que llamamos efecto existe una conexión necesaria, resulta que propiamente hablando no sabemos que el agua vaya a calentarse, simplemente creemos que el agua se calentará.

Que nuestro pretendido conocimiento de los hechos futuros por inferencia causal no sea en rigor conocimiento, sino suposición y creencia (creemos que el agua se calentará), no significa que no estemos absolutamente seguros acerca de los mismos: todos tenemos certeza absoluta de que el agua de nuestro ejemplo se va a calentar. Esta certeza proviene, según Hume, del hábito, de la costumbre de haber observado en el pasado que siempre que sucedió lo primero, sucedió también lo segundo.

2) Los límites de la inferencia causal y la existencia de realidades distintas de las percepciones

Nuestra certeza acerca de hechos no observados no se apoya, pues, en un conocimiento de éstos, sino en una creencia. En la práctica, piensa Hume, esto no es realmente grave, ya que tal creencia y certeza nos bastan y sobran para vivir. Pero ¿hasta dónde es posible extender esta certeza y esta creencia basadas en la inferencia causal?

El mecanismo psicológico a que nos hemos referido (el hábito, la costumbre) es la clave que nos permite responder a esta pregunta. La inferencia causal solamente es aceptable entre impresiones: de la impresión actual del fuego podemos inferir la inminencia de una impresión de calor, porque fuego y calor se nos han dado unidos repetidamente en la experiencia. Podemos pasar de una impresión a otra, pero no de una impresión a algo de lo cual nunca ha habido impresión, experiencia.

a) La realidad exterior

Tomemos este criterio y comencemos aplicándolo al problema de la existencia de una realidad distinta de nuestras impresiones y exterior a ellas. En Locke –veíamos– la existencia de los cuerpos como realidad distinta y exterior a las impresiones o sensaciones se justifica en una inferencia causal: la realidad extra-mental es la causa de nuestras impresiones. Ahora bien, esta inferencia no es válida a juicio de Hume, ya que no va de una impresión a otra impresión, sino de las impresiones a una

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pretendida realidad que está más allá de ellas y de la cual no tenemos, por tanto, impresión o experiencia alguna. La creencia en la existencia de una realidad corpórea distinta de nuestras impresiones es, por tanto, injustificable apelando a la idea de causa.

b) La existencia de Dios

Locke y Berkeley habían utilizado la idea de causa, el principio de causalidad para fundamentar la afirmación de que Dios existe. A juicio de Hume, esta inferencia es también injustificada por la misma razón y porque no va de una impresión a otra, sino de nuestras impresiones a Dios, que no es objeto de impresión alguna.

Ahora bien, si ni la existencia de un mundo distinto de nuestras impresiones ni la existencia de Dios son racionalmente justificables, ¿de dónde provienen nuestras impresiones? (Recuérdese que para Locke proceden del mundo exterior, y para Berkeley, de Dios.) El empirismo de Hume no permite contestar a esta pregunta. Sencillamente, no lo sabemos ni podemos saberlo: pretender contestar a esta pregunta es pretender ir más allá de nuestras impresiones y éstas constituyen el límite de nuestro conocimiento. Tenemos impresiones, no sabemos de dónde proceden, eso es todo.

c) El yo y la identidad personal

De las tres realidades o sustancias cartesianas (Dios, Mundo, Yo), nos queda solamente ocuparnos del yo como realidad, como sustancia distinta de nuestras ideas e impresiones. La existencia de un yo, de una sustancia cognoscente distinta de sus actos, había sido considerada indubitable no sólo por Descartes, sino también por Locke y Berkeley. Y no le sirve ahora a Hume aplicar su crítica de la idea de causa, ya que la existencia del yo no fue considerada por sus predecesores como resultado de una inferencia causal, sino como resultado de una intuición inmediata ("Pienso, luego existo"). Sin embargo, la crítica de Hume alcanza también al yo como realidad distinta de las impresiones e ideas. La existencia del yo como sustancia, como sujeto permanente de nuestros actos psíquicos, no puede justificarse apelando a una pretendida intuición, ya que sólo tenemos intuición de nuestras ideas e impresiones y ninguna impresión es permanente, sino que unas suceden a otras de manera ininterrumpida: "El yo o persona no es ninguna impresión, sino aquello a que se supone que nuestras ideas e impresiones se refieren. Si alguna impresión originara la idea del yo, tal impresión habría de permanecer invariable a través del curso total de nuestra vida, ya que se supone que el yo existe de este modo. Sin embargo, no hay impresiones constantes e invariables. Dolor y placer, tristeza y alegrías, pasiones y sensaciones suceden unas a otras y nunca existen todas al mismo tiempo (Tratado acerca de la naturaleza humana, I, 4, 6)." Más adelante añade Hume: "Si alguien, tras una reflexión seria y sin prejuicios, piensa que tiene una noción distinta de su yo, he de confesar que no puedo seguir discutiendo con él. Todo lo que puedo concederle es que tal vez esté tan en lo cierto como yo, en cuyo caso somos esencialmente distintos en este aspecto. Tal vez él perciba algo simple y permanente que denomina su yo; por mi parte, estoy seguro de que en mí no hay tal principio (ibídem)."

No existe, pues, el yo como sustancia distinta de las impresiones e ideas, como sujeto de la serie de los actos psíquicos. Por lo demás, esta afirmación tajante de Hume no permite explicar fácilmente la conciencia que todos poseemos de nuestra propia identidad personal: en efecto, cada sujeto humano se reconoce él mismo a través de sus distintas y sucesivas ideas e impresiones. (El lector que está leyendo esta página tiene conciencia de ser el mismo que antes contemplaba el paisaje o escuchaba música apaciblemente; si sólo hay conocimiento de las impresiones e ideas, y éstas –la página, el paisaje, la melodía– son tan distintas entre sí, ¿cómo es que el sujeto tiene conciencia de ser el mismo? Para explicar la conciencia de la propia identidad, Hume recurre a la memoria: gracias a la memoria reconocemos la conexión existente entre las distintas impresiones que se suceden; el error consiste en que confundimos sucesión con identidad.

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A pesar de que los principios de que partía le obligaban a llegar a esta conclusión, Hume se dio cuenta de que su explicación no es plenamente satisfactoria, adoptando una actitud resignadamente escéptica.

3) Fenomenismo y escepticismo

Los principios empiristas de la filosofía de Hume llevan a éste, en último término, al fenomenismo y al escepticismo. En efecto: de una parte, las impresiones aisladas son datos primitivos a los cuales no cabe buscar ya justificación alguna, son los elementos últimos que constituyen el punto de partida absoluto; de otra parte, las percepciones aparecen asociadas entre sí, sin que sea posible descubrir conexiones reales entre ellas, sino solamente su sucesión o contigüidad. No es posible pues, encontrar un fundamento real de la conexión de las percepciones, un principio de unidad de las mismas que sea distinto de ellas: ni conocemos una realidad exterior distinta de las percepciones, ni conocemos tampoco una sustancia pensante o yo como sujeto de las mismas. Sólo conocemos las percepciones, la realidad queda reducida a éstas, a meros fenómenos, en el sentido etimológico de este término (fenómeno: lo que aparece o se muestra). Este es el sentido del fenomenismo de Hume.

El fenomenismo lleva emparejado una actitud escéptica: "en resumen –escribe Hume–, hay dos principios que no soy capaz de hacer consistentes y tampoco me es posible renunciar a ninguno de ellos: que todas nuestras percepciones son existencias distintas y que la mente no percibe nunca conexión real alguna entre existencias distintas. Si nuestras percepciones tuvieran como sujeto algo simple e individual, o bien, si la mente percibiera alguna conexión real entre ellas, desaparecería la dificultad del caso. Por mi parte, he de solicitar que se me permita ser escéptico y he de confesar que esta dificultad excede mi capacidad de entendimiento" (Tratado, apéndice).

13.3 Conclusiones. Las inconsecuencias de Locke y Berkeley, y el escepticismo de Hume.

La filosofía racionalista, tal como lo vimos en Descartes, al cuestionar la subordinación de la Razón a la autoridad religiosa o la fe había comenzado a recorrer el camino del pensamiento moderno. Un camino que en sus comienzos no estuvo exento de aquellos rasgos propios del pensamiento dogmático: mediante la Razón era posible llegar al conocimiento de verdades absolutas y de probar su existencia. (Nos referimos la idea de Dios, de Mundo (entendido como la totalidad de objetos que existen por fuera del sujeto que conoce) y de Alma.

¿Por qué a estas sustancias se les denomina “sustancias metafísicas”? Porque, de existir, se encontrarían más allá de la realidad física que pueden captar nuestros sentidos; en otras palabras, no se derivan de impresión sensible alguna, y por la tanto, según la filosofía empirista, no podemos afirmar con certeza su existencia, o bien resultan meras ficciones.

La importancia del empirismo residió en el hecho de haber sido capaz de señalar el límite de la razón humana en la experiencia. A ciencia cierta, tratándose de hechos, es posible conocer de ellos sólo hasta donde llegue nuestra capacidad de reconocimiento empírico. Y según Hume, ese conocimiento nunca será del todo seguro. Por esto se afirma que la filosofía de Hume es un claro exponente del escepticismo epistemológico.

Cuando el filósofo alemán Emmanuel Kant (1724 – 1804) conoció la filosofía escéptica de Hume, afirmó que le había hecho despertar de su “sueño dogmático”. ¿Qué quiso decir con esto? Que al leer al filósofo escocés pudo reconocer los límites de la razón humana y la imposibilidad racional de llegar al conocimiento de las sustancias metafísicas y demostrar su existencia.

Para explicar de manera algo más clara el papel que cada uno de los filósofos empiristas jugó en la crítica al pensamiento metafísico, podemos utilizar un símil –como siempre, con toda la prudencia

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necesaria cuando se explica algo mediante un símil o una comparación–. Imaginemos que el pensamiento metafísico es una fortaleza que contiene tres torres: una es el Mundo (las sustancias que suponemos que existen por fuera de las percepciones, digamos el mundo extra-mental), la otra es Dios y la tercera el Alma.

Locke reconoce que el límite del conocimiento es la experiencia. Por lo tanto, tal como ya vimos con anterioridad, niega la posibilidad de conocer cualquier sustancia o realidad que exista en sí misma. Sólo podemos conocer aquello que de la realidad somos capaces de representarnos en nuestra mente a partir de las impresiones sensibles. Nunca podremos llegar a conocer realmente lo que es una sustancia. Sin embargo –y aquí está la inconsecuencia de su pensamiento empirista– no poder conocer algo no significa que no podamos afirmar su existencia.

Para argumentar la existencia de las ideas metafísicas recurre a un razonamiento causal: Dios es causa última de nuestra existencia, los objetos del Mundo son causa de nuestras sensaciones, y respecto del Yo o Alma, mantiene la certeza intuitiva que ya había argumentado Descartes.

En Locke la crítica al dogmatismo racionalista llega hasta el hecho de cuestionar la posibilidad de conocer las sustancias, pero se doblega ante la existencia de una realidad distinta de nuestras ideas. Utiliza para ello la inferencia causal, que, desde Hume, ya vimos no tiene fundamento empírico alguno. (La idea de “causa como conexión necesaria” no se deriva de ninguna impresión, y por lo tanto no es válida para utilizarla como justificación de la existencia de nada). Podemos decir que Locke consigue dañar la fortaleza metafísica, pero aún queda mucho que hacer hasta conseguir derribarla.

A Berkeley, su grado de coherencia con los principios empiristas le permite ir algo más lejos que Locke: se cuestiona la existencia del mundo o de las cosas como una realidad diferente de nuestras ideas, pero sigue sin ser del todo consecuente al mantener la inferencia causal –que insistimos, desde Hume ya sabemos que no es empírica– en la afirmación de la existencia de Dios.

El pensamiento de Berkeley constituye una crítica al “deísmo”. La regularidad objetiva del mundo se explica porque todo lo que existe es idea (es decir es “ser percibido”) en la mente de Dios. Dios es la garantía del orden y la regularidad de la naturaleza.

Si bien Locke y Berkeley han conseguido derrumbar algunos “trozos” importantes de la fortaleza del dogmatismo racionalista, será Hume quien consiga derribar todas sus torres. Para Hume sólo conocemos las percepciones, aquellos contenidos mentales que poseemos de los fenómenos (justamente el término “fenómeno” se entiende como aquello que aparece, que se nos da a los sentidos) Las conexiones que establecemos entre las ideas (especialmente las conexiones causales y las predicciones futuras que de ellas se derivan) no son conexiones necesarias. No es posible arribar a ningún conocimiento necesariamente verdadero.

Esta radicalidad escéptica de Hume paradojalmente sienta las bases de una nueva forma de concebir el conocimiento científico. A partir de entonces comenzará a ser entendido como un saber subordinado a la contrastación empírica, siempre incapaz de llegar a verdades absolutas, un saber alejado de la certeza deductiva de las matemáticas (aunque no pueda prescindir de ellas), y caracterizado por la provisionalidad de sus resultados y la reducción de sus afirmaciones a meras probabilidades. Será el nuevo modelo de ciencia representado, en sus orígenes, por el físico Isaac Newton. (1642 – 1727)

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