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las obras de Paul Klee y Henry Moore en México. En 1957 Mathias Goeritz fue invitado a colaborar con el arquitecto Luis Barragán y el pintor Jesús Reyes Fe- rreira para realizar juntos su obra más conocida: las To- rres de Satélite. Estas fueron inauguradas en marzo de 1958 y fueron a partir de ese momento un emblema in- olvidable de la nueva Ciudad Satélite. Son de la misma época las Torres de Temixco en el Estado de Morelos y los vitrales de la Capilla de San Lorenzo Mártir, también en la Ciudad de México, verdadera obra maestra de arte sacro. En 1959 comenzó una serie de obras de dos dimensiones conocidas como Mensajes dorados”. Estas obras monocro- máticas privilegian la hoja de oro como material espiritual y fueron los precursores de su colaboración con el arquitec- to Barragán para el tríptico del altar principal de la Capilla de las Capuchinas en Tlalpan (1963), una de las obras más hermosas de arquitectura y de arte sacro no solo de Méxi- co, sino de todo el mundo. Ese mismo año colaboró con el arquitecto Ricardo Legorreta en las Torres de Automex. En 1968, con motivo de los Juegos Olímpicos realiza- dos en México, Mathias Goeritz promovió la creación de un circuito escultórico urbano conocido como La ruta de la amistad en el anillo periférico de la Ciudad de México. UNA ESCULTURA HABITABLE En 1952 Daniel Mont, un empresario capitalino, le dijo a Goeritz: “Tengo un terreno en Sullivan 43, de unos 500 metros cuadrados. Construya algo. Haga lo que le dé la gana”. Goeritz echó a volar la imaginación y se decidió por un museo experimental y lo llamó El Eco. Esta es una de sus obras más significativas y es conside- rada una obra crucial en la historia del arte moderno de Mé- xico. Este edificio es una “escultura habitable” creada para que otros experimentaran bajo sus paredes irregulares y ha funcionado como galería, restaurante-bar, espacio de expe- rimentación teatral, sede activista y museo universitario. El Eco de Goeritz sería una reminiscencia del Cabaret Voltaire de Zúrich (1917) y compartiría con él su propósito; sería un punto de reunión para experimentar la creación ar- tística, libremente y en convivencia. Sería un espacio abier- to y transformable: museo experimental, galería de arte, teatro, espacio de danza, restaurante-bar o cualquier otro proyecto que integrara artes, artistas, visitantes, obra. Goeritz modificó la altura y el grosor de los muros, las texturas, los ángulos, la incidencia de la luz, la ruta del mo- vimiento. Esculpió toda su arquitectura y resultó ser una obra de vanguardia formada por un conjunto de muros cie- gos que convergen en un patio interior. La fuerza del espacio está marcada por la relación del hombre con el movimiento, la perspectiva, la figura humana, la escala, los recorridos, donde el espacio es vivo y cambiante, expresivo y dinámico en términos de convivencia entre los objetos y el hombre. En el acceso del museo hay un pasillo de 4.5 metros de lar- go que se estrecha paralelamente a los muros mientras que el techo que lo remata se inclina hacia abajo. Al mismo tiempo, las tablas del piso enfatizan la perspectiva gracias al corte de la duela en forma de trapecio que complementa el sentido de lo infinito y lo profundo hacia el punto de fuga, lugar donde las duelas se juntan y se reducen dramáticamente. Una pared visible desde la entrada principal remata el pasillo de acceso. 68 SIGLO NUEVO Museo Experimental El Eco en la Ciudad de México (1952). Foto: Ramiro Chaves/ Cortesía Museo Experimental El Eco

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las obras de Paul Klee y Henry Moore en México. En 1957 Mathias Goeritz fue invitado a colaborar con

el arquitecto Luis Barragán y el pintor Jesús Reyes Fe-rreira para realizar juntos su obra más conocida: las To-rres de Satélite. Estas fueron inauguradas en marzo de 1958 y fueron a partir de ese momento un emblema in-olvidable de la nueva Ciudad Satélite. Son de la misma época las Torres de Temixco en el Estado de Morelos y los vitrales de la Capilla de San Lorenzo Mártir, también en la Ciudad de México, verdadera obra maestra de arte sacro.

En 1959 comenzó una serie de obras de dos dimensiones conocidas como Mensajes dorados”. Estas obras monocro-máticas privilegian la hoja de oro como material espiritual y fueron los precursores de su colaboración con el arquitec-to Barragán para el tríptico del altar principal de la Capilla de las Capuchinas en Tlalpan (1963), una de las obras más hermosas de arquitectura y de arte sacro no solo de Méxi-co, sino de todo el mundo. Ese mismo año colaboró con el arquitecto Ricardo Legorreta en las Torres de Automex.

En 1968, con motivo de los Juegos Olímpicos realiza-dos en México, Mathias Goeritz promovió la creación de un circuito escultórico urbano conocido como La ruta de la amistad en el anillo periférico de la Ciudad de México.

UNA ESCULTURA HABITABLE

En 1952 Daniel Mont, un empresario capitalino, le dijo a Goeritz: “Tengo un terreno en Sullivan 43, de unos 500 metros cuadrados. Construya algo. Haga lo que le dé la gana”. Goeritz echó a volar la imaginación y se decidió por un museo experimental y lo llamó El Eco.

Esta es una de sus obras más signifi cativas y es conside-rada una obra crucial en la historia del arte moderno de Mé-xico. Este edifi cio es una “escultura habitable” creada para que otros experimentaran bajo sus paredes irregulares y ha funcionado como galería, restaurante-bar, espacio de expe-rimentación teatral, sede activista y museo universitario.

El Eco de Goeritz sería una reminiscencia del Cabaret Voltaire de Zúrich (1917) y compartiría con él su propósito; sería un punto de reunión para experimentar la creación ar-tística, libremente y en convivencia. Sería un espacio abier-to y transformable: museo experimental, galería de arte, teatro, espacio de danza, restaurante-bar o cualquier otro proyecto que integrara artes, artistas, visitantes, obra.

Goeritz modifi có la altura y el grosor de los muros, las texturas, los ángulos, la incidencia de la luz, la ruta del mo-vimiento. Esculpió toda su arquitectura y resultó ser una obra de vanguardia formada por un conjunto de muros cie-gos que convergen en un patio interior. La fuerza del espacio está marcada por la relación del hombre con el movimiento, la perspectiva, la fi gura humana, la escala, los recorridos, donde el espacio es vivo y cambiante, expresivo y dinámico en términos de convivencia entre los objetos y el hombre.

En el acceso del museo hay un pasillo de 4.5 metros de lar-go que se estrecha paralelamente a los muros mientras que el techo que lo remata se inclina hacia abajo. Al mismo tiempo, las tablas del piso enfatizan la perspectiva gracias al corte de la duela en forma de trapecio que complementa el sentido de lo infi nito y lo profundo hacia el punto de fuga, lugar donde las duelas se juntan y se reducen dramáticamente. Una pared visible desde la entrada principal remata el pasillo de acceso.

68 • S I G L O N U E V O

Museo Experimental El Eco en la Ciudad de México (1952). Foto: Ramiro Chaves/ Cortesía Museo Experimental El Eco