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Astronomía: ¿magia, religión, ciencia? El cielo resultaba mágico e incomprensible para los hombres primitivos. Contemplaron el cielo con admiración y, convencidos de su influencia en la vida humana, constituyó la base de las primeras creencias religiosas. Pronto advirtieron la diferencia entre las simples estrellas (que creyeron fijas) y los astros en movimiento visibles a simple vista, como la Luna, el Sol, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Agruparon las constelaciones a las que impusieron nombres: Géminis, Cáncer, etc. La periodicidad en la sucesión de las fases de la Luna condujo a la institución del mes lunar; la regularidad en la salida y la puesta del Sol, así como su trayectoria de levante a poniente, desembocó en la noción del día solar y condujo al establecimiento de un horario. La observación de los movimientos solares con relación a las estrellas fijas re- veló que el Sol recorre las doce constelaciones del Zodíaco (se dividió la esfera celeste en doce sectores de 30º cada uno) en un largo lapso de tiempo, con lo que se obtuvo la noción de año y la distribución de éste en doce meses. De estas observaciones derivan las actuales divisiones sexagesimales de los ángulos y el tiempo. La Astronomía en la antigüedad La curiosidad humana con respecto al día y la noche, al Sol, la Luna y las estre- llas, llevó a los hombres primitivos a la conclusión de que los cuerpos celestes parecen moverse de forma regular. La primera utilidad de esta observación fue, por lo tanto, la de definir el tiempo y orientarse. La astronomía solucionó los problemas inmediatos de las primeras civilizacio- nes: la necesidad de establecer con precisión las épocas adecuadas para sembrar y reco- ger las cosechas y para las celebraciones, y la de orientarse en los desplazamientos y viajes. Para los pueblos primitivos el cielo mostraba una conducta muy regular. El Sol que separaba el día de la noche salía todas las mañanas desde una dirección, el Este, se movía uniformemente durante el día y se ponía en la dirección opuesta, el Oeste. Por la noche se podían ver miles de estrellas que seguían una trayectoria similar. En las zonas templadas, comprobaron que el día y la noche no duraban lo mismo a lo largo del año. En los días largos, el Sol salía más al Norte y ascendía más alto en el cielo al mediodía. En los días con noches más largas el Sol salía más al Sur y no ascen- día tanto.

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Astronomía: ¿magia, religión, ciencia?

El cielo resultaba mágico e incomprensible para los hombres primitivos. Contemplaron el cielo con admiración y, convencidos de su influencia en la vida humana, constituyó la base de las primeras creencias religiosas.

Pronto advirtieron la diferencia entre las simples estrellas (que creyeron fijas) y los astros en movimiento visibles a simple vista, como la Luna, el Sol, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Agruparon las constelaciones a las que impusieron nombres: Géminis, Cáncer, etc.

La periodicidad en la sucesión de las fases de la Luna condujo a la institución del mes lunar; la regularidad en la salida y la puesta del Sol, así como su

trayectoria de levante a poniente, desembocó en la noción del día solar y condujo al establecimiento de un horario.

La observación de los movimientos solares con relación a las estrellas fijas re-veló que el Sol recorre las doce constelaciones del Zodíaco (se dividió la esfera celeste en doce sectores de 30º cada uno) en un largo lapso de tiempo, con lo que se obtuvo la noción de año y la distribución de éste en doce meses. De estas observaciones derivan las actuales divisiones sexagesimales de los ángulos y el tiempo.

La Astronomía en la antigüedad

La curiosidad humana con respecto al día y la noche, al Sol, la Luna y las estre-llas, llevó a los hombres primitivos a la conclusión de que los cuerpos celestes parecen moverse de forma regular. La primera utilidad de esta observación fue, por lo tanto, la de definir el tiempo y orientarse.

La astronomía solucionó los problemas inmediatos de las primeras civilizacio-

nes: la necesidad de establecer con precisión las épocas adecuadas para sembrar y reco-ger las cosechas y para las celebraciones, y la de orientarse en los desplazamientos y viajes.

Para los pueblos primitivos el cielo mostraba una conducta muy regular. El Sol

que separaba el día de la noche salía todas las mañanas desde una dirección, el Este, se movía uniformemente durante el día y se ponía en la dirección opuesta, el Oeste. Por la noche se podían ver miles de estrellas que seguían una trayectoria similar.

En las zonas templadas, comprobaron que el día y la noche no duraban lo mismo

a lo largo del año. En los días largos, el Sol salía más al Norte y ascendía más alto en el cielo al mediodía. En los días con noches más largas el Sol salía más al Sur y no ascen-día tanto.

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Pronto, el conocimiento de los movimientos cíclicos del Sol, la Luna y las estre-llas mostraron su utilidad para la predicción de fenómenos como el ciclo de las estacio-nes, de cuyo conocimiento dependía la supervivencia de cualquier grupo humano. Cuando la actividad principal era la caza, era trascendental predecir el instante el que se producía la migración estacional de los animales que les servían de alimento y, poste-riormente, cuando nacieron las primeras comunidades agrícolas, era fundamental cono-cer el momento oportuno para sembrar y recoger las cosechas.

La alternancia del día y la noche debe haber sido un hecho explicado de manera

obvia desde un principio por la presencia o ausencia del Sol en el cielo y el día fue segu-ramente la primera unidad de tiempo universalmente utilizada.

Debió de ser importante también desde un principio el hecho de que la calidad

de la luz nocturna dependiera de la fase de la Luna, y el ciclo de veintinueve a treinta días ofrece una manera cómoda de medir el tiempo. De esta forma los calendarios pri-mitivos casi siempre se basaban en el ciclo de las fases de la Luna. En cuanto a las es-trellas, para cualquier observador debió de ser obvio que las estrellas son puntos bri-llantes que conservan un esquema fijo noche tras noche.

Los primitivos, naturalmente, creían que las estrellas estaban fijas en una especie

de bóveda sobre la Tierra. Pero el Sol y la Luna no deberían estar incluidos en ella. Del Megalítico se conservan grabados en piedra de las figuras de ciertas conste-

laciones: la Osa Mayor, la Osa Menor y las Pléyades. En ellos cada estrella está repre-sentada por un alvéolo circular excavado en la piedra.

Del final del Neolítico nos han llegado menhires y alineamientos de piedras, la

mayor parte de ellos orientados hacia el sol naciente, aunque no de manera exacta sino siempre con una desviación de algunos grados hacia la derecha. Este hecho hace supo-ner que suponían fija la Estrella Polar e ignoraban la precesión de los equinoccios.

La Astronomía en la Europa Antigua

Antiguos pueblos que habitaron Europa tuvieron conocimientos avanzados de los movimientos de los astros, matemática y geometría. Realizaron grandes construcciones para la práctica de la astronomía observacional, determinaron los solsticios y equinoccios y pudieron predecir los eclipses.

Los astrónomos de las culturas megalíticas

tuvieron unos conocimientos realmente sorprendentes de los movimientos de los astros y de la geometría práctica. Nos demuestran que poseyeron ese gran saber los grupos de grandes

piedras erectas (megalitos, algunos de más de 25 toneladas de peso), dispuestas de acuerdo con esquemas geométricos regulares, hallados en muchas partes del mundo.

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Algunos de esos círculos de piedras fueron erigidos de modo que señalasen la salida y la puesta del Sol y de la Luna en momentos específicos del año; señalan espe-cialmente las ocho posiciones extremas de la Luna en sus cambios de declinación del ciclo de 21 días que media entre una luna llena y la siguiente.

Varios de estos observatorios se han preservado hasta la actualidad siendo los

más famosos los de Stonehenge en Inglaterra y Carnac en Francia. Stonehenge ha sido uno de los más extensamente estudiados. Se construyó en

varias fases entre los años 2200 y 1600 a.C. Su utilización como instrumento astronó-mico permitió al hombre del megalítico realizar un calendario bastante preciso y prede-cir eventos celestes como eclipses lunares y solares.

Stonehenge fue erigido a 51º de latitud norte y se tuvo en cuenta el hecho de que

el ángulo existente entre el punto de salida del Sol en el solsticio de verano y el punto más meridional de salida de la Luna es un ángulo recto. El círculo de piedras, que se dividía en 56 segmentos, podía utilizarse para determinar la posición de la Luna a lo largo del año. Y también para averiguar las fechas de los solsticios de verano e invierno y para predecir los eclipses solares.

Los círculos de piedras le dieron al hombre del megalítico en Europa un calenda-

rio bastante seguro, requisito esencial para su asentamiento en comunidades organizadas agrícolas tras el último periodo glacial, unos 10.000 años a.C.

Pero, aunque el europeo primitivo aprendió a servirse del firmamento para re-

gular su vida, siguió adorando los astros, considerados como residencia o incluso como manifestación de poderosos dioses que lo controlaban todo.

La Astronomía en el antiguo Egipto Los egipcios observaron que las estrellas

realizan un giro completo en poco más de 365 días. Además este ciclo de 365 días del Sol concuerda con el de las estaciones, y ya antes del 2500 a.C. los egipcios usaban un calendario basado en ese ciclo, por lo que cabe suponer que utilizaban la observación astronómica de manera sistemática desde el cuarto milenio.

El año civil egipcio tenía 12 meses de 30

días, más 5 días llamados epagómenos. La diferencia, pues, era de ¼ de día respecto al año solar. No utilizaban años bisiestos: 120 años después se adelantaba un mes, de tal forma que

1456 años después el año civil y el astronómico volvían a coincidir de nuevo. El Nilo empezaba su crecida más o menos en el momento en que la estrella Sot-

his, nuestro Sirio, (el Sepedet de los egipcios), tras haber sido mucho tiempo invisible bajo el horizonte, podía verse de nuevo poco antes de salir el Sol.

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El calendario egipcio tenía tres estaciones de cuatro meses cada una: * Inundación o Akhet. * Invierno o Peret, es decir, "salida" de las tierras fuera del agua. * Verano o Shemú, es decir, "falta de agua".

La apertura del año egipcio ocurría el primer día del primer mes de la Inunda-

ción, aproximadamente cuando la estrella Sirio comenzaba de nuevo a observarse un poco antes de la salida del Sol.

De finales de la época egipcia (144 d.C.) son los llamados papiros de Carlsberg,

donde se recoge un método para determinar las fases de la Luna, procedente de fuentes muy antiguas. En ellos se establece un ciclo de 309 lunaciones por cada 25 años egip-cios, de tal forma que estos 9.125 días se disponen en grupos de meses lunares de 29 y 30 días. El conocimiento de este ciclo permite a los sacerdotes egipcios situar en el ca-lendario civil las fiestas móviles lunares.

La orientación de templos y pirámides es otra prueba del tipo de conocimientos

astronómicos de los egipcios: las caras de Se construyeron pirámides como la de Gizeh, alineada con la estrella polar, con la que les era posible determinar el inicio de las esta-ciones usando para ello la posición de la sombra de la pirámide. También utilizaron las estrellas para guiar la navegación.

El legado de la astronomía egipcia llega hasta nuestros días bajo la forma del

calendario. Herodoto, en sus Historias dice: "los egipcios fueron los primeros de todos los hombres que descubrieron el año, y decían que lo hallaron a partir de los astros".

La perspicaz observación del movimiento estelar y planetario permitió a los

egipcios la elaboración de dos calendarios, uno lunar y otro civil. El calendario Juliano y, más tarde, el Gregoriano - el que usamos actualmente -, no son más que una modifi-cación del calendario civil egipcio.

Astronomía en Babilonia Los babilonios estudiaron los movimientos del Sol y de la Luna para perfeccio-

nar su calendario. Solían designar como comienzo de cada mes el día siguiente a la luna nueva, cuando aparece el primer cuarto lunar. Al principio este día se determinaba mediante la observación, pero después los babilonios trataron de calcularlo anticipadamente.

Las primeras actividades astronómicas que se

conocen de los babilonios datan del siglo VIII a.C. Se conoce que midieron con precisión el mes y la revolución de los planetas.

La observación más antigua de un eclipse

solar procede también de los babilonios y se remonta al 15 de junio del 763 a.C. Los babilonios calcularon la periodicidad de los eclipses, describiendo el ciclo de Saros, el cual aun hoy se utiliza. Construyeron un calendario lunar y dividieron el día en 24

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horas. Finalmente nos legaron muchas de las descripciones y nombres de las constelaciones.

Hacia el 400 a.C. comprobaron que los movimientos aparentes del Sol y la Luna

de Oeste a Este alrededor del zodíaco no tienen una velocidad constante. Parece que estos cuerpos se mueven con velocidad creciente durante la primera mitad de cada re-volución hasta un máximo absoluto y entonces su velocidad disminuye hasta el mínimo originario. Los babilonios intentaron representar este ciclo aritméticamente dando por ejemplo a la Luna una velocidad fija para su movimiento durante la mitad de su ciclo y una velocidad fija diferente para la otra mitad.

Perfeccionaron además el método matemático representando la velocidad de la

Luna como un factor que aumenta linealmente del mínimo al máximo durante la mitad de su revolución y entonces desciende al mínimo al final del ciclo. Con estos cálculos los astrónomos babilonios podían predecir la luna nueva y el día en que comenzaría el nuevo mes. Como consecuencia, conocían las posiciones de la Luna y del Sol todos los días del mes.

De forma parecida calculaban las posiciones planetarias, tanto en su movimiento

hacia el Este como en su movimiento retrógrado. Los arqueólogos han desenterrado tablillas cuneiformes que muestran estos cálculos. Algunas de estas tablillas, que tienen su origen en las ciudades de Babilonia y Uruk, a las orillas del río Éufrates, llevan el nombre de Naburiannu (hacia 491 a.C.) o Kidinnu (hacia 379 a.C.), astrólogos que de-bieron ser los inventores de los sistemas de cálculo.

Astronomía clásica Los griegos relacionaron los movimientos de los

astros entre sí e idearon un cosmos de forma esférica, cuyo centro ocupaba un cuerpo ígneo y a su alrededor giraban la Tierra, la Luna, el Sol y los cinco planetas conocidos; la esfera terminaba en el cielo de las esferas fijas: Para completar el número de diez, que consideraban sagrado, imaginaron un décimo cuerpo, la Anti-Tierra.

Los cuerpos describían, según ellos, órbitas

circulares, que guardaban proporciones definidas en sus distancias. Cada movimiento producía un sonido particular y todos juntos originaban la música de las esferas.

También descubrieron que la Tierra, además del

movimiento de rotación, tiene un movimiento de traslación alrededor del Sol, sin embargo esta idea no

logró prosperar en el mundo antiguo, tenazmente aferrado a la idea de que la Tierra era el centro del Universo.

Eudoxio y su discípulo Calipo propusieron la teoría de las esferas homocéntri-

cas, capaz de explicar la cinemática del sistema solar. La teoría partía del hecho de que

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los planetas giraban en esferas perfectas, con los polos situados en otra esfera que a su vez tenía sus polos en otra esfera. Cada esfera giraba regularmente, pero la combinación de las velocidades y la inclinación de una esfera en relación a la siguiente daba como resultado un movimiento del planeta irregular, tal como se observa. Para explicar los movimientos necesitaba 24 esferas.

Calipo mejoró sus cálculos con 34 esferas. Aristóteles presentó un modelo con

54 esferas, pero las consideraba con existencia real propia, no como elementos de cál-culo como sus predecesores. Hiparco redujo el número de esferas a siete, una por cada planeta, y propuso la teoría geocéntrica, según la cual la Tierra se encontraba en el cen-tro, mientras que los planetas, el Sol y la Luna giraban a su alrededor.

Claudio Tolomeo adoptó y desarrolló el sistema de Hiparco. El número de mo-

vimientos periódicos conocidos en aquel momento era ya enorme: hacían falta unos ochenta círculos para explicar los movimientos aparentes de los cielos. El propio Tolo-meo llegó a la conclusión de que tal sistema no podía tener realidad física, considerán-dolo una conveniencia matemática. Sin embargo, fue el que se adoptó hasta el Renaci-miento.

Astronomía en la antigua Grecia En Grecia comenzó a desarrollarse lo que

ahora conocemos como astronomía occidental. En los primeros tiempos de la historia de Grecia se consideraba que la tierra era un disco en cuyo centro se hallaba el Olimpo y en torno suyo el Okeanos, el mar universal. Las observaciones astronómicas tenían como fin primordial servir como guía para los agricultores por lo que se trabajó intensamente en el diseño de un calendario que fuera útil para estas actividades.

La Odisea de Homero ya se refiere a

constelaciones como la Osa Mayor y Orión, y describe cómo las estrellas pueden servir de guía en

la navegación. La obra "Los trabajos y los días" de Hesíodo informa sobre las constelaciones que salen antes del amanecer en diferentes épocas del año, para indicar el momento oportuna para arar, sembrar y recolectar.

Las aportaciones científicas griegas más importantes se asocian con los nombres

de los filósofos Tales de Mileto y Pitágoras, pero no se conserva ninguno de sus escri-tos. La leyenda de que Tales predijo un eclipse total de Sol el 28 de mayo de 585 a.C., parece ser apócrifa.

Hacia el año 450 a.C., los griegos comenzaron un fructífero estudio de los mo-

vimientos planetarios. Filolao (siglo V a.C.), discípulo de Pitágoras, creía que la Tierra, el Sol, la Luna y los planetas giraban todos alrededor de un fuego central oculto por una ‘contratierra’ interpuesta. De acuerdo con su teoría, la revolución de la Tierra alrededor del fuego cada 24 horas explicaba los movimientos diarios del Sol y de las estrellas.

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El más original de los antiguos observadores de los cielos fue otro griego, Aris-tarco de Samos. Creía que los movimientos celestes se podían explicar mediante la hipótesis de que la Tierra gira sobre su eje una vez cada 24 horas y que junto con los demás planetas gira en torno al Sol.

Esta explicación fue rechazada por la mayoría de los filósofos griegos que con-templaban a la Tierra como un globo inmóvil alrededor del cual giran los ligeros objetos celestes. Esta teoría, conocida como sistema geocéntrico, permaneció inalterada unos 2.000 años. Sus bases eran:

* Los Planetas, el Sol, la Luna y las Estrellas se mueven en orbitas circulares perfectas. * La velocidad de los Planetas, el Sol, la Luna y las estrellas son perfectamente uniformes. * La Tierra se encuentra en el centro exacto del movimiento de los cuerpos celes-tes.

Bajo estos principios Eudoxo (408 - 355 a.C) fue el primero en concebir el uni-

verso como un conjunto de 27 esferas concéntricas que rodean la tierra, la cual a su vez también era una esfera. Platón y uno de sus mas adelantados alumnos Aristóteles (384 - 322 a.C.) mantuvieron el sistema ideado por Eudoxo agregándole no menos de cin-cuenta y cinco esferas en cuyo centro se encontraba la Tierra inmóvil.

Pero el centro de la vida intelectual y científica se trasladó de Atenas a Alejan-dría, ciudad fundada por Alejandro Magno u y modelada según el ideal griego.

La Astronomía se traslada a Alejandría En el siglo II d.C. los griegos combinaban sus teorías celestes con observaciones

trasladadas a planos. Los astrónomos Hiparco de Nicea y Tolomeo determinaron las posiciones de unas 1.000 estrellas brillantes y utilizaron este mapa estelar como base para medir los movimientos planetarios.

Al sustituir las esferas de Eudoxo por un

sistema más flexible de círculos, plantearon una serie de círculos excéntricos, con la Tierra cerca de un centro común, para representar los movimientos generales hacia el Este alrededor del zodíaco a diferentes velocidades del Sol, la Luna y los planetas.

Para explicar las variaciones periódicas en la

velocidad del Sol y la Luna y los retrocesos de los planetas, decían que cada uno de estos cuerpos giraba uniformemente alrededor de un segundo círculo, llamado epiciclo, cuyo centro estaba situado en el pri-mero. Mediante la elección adecuada de los diámetros y las velocidades de los dos movimientos circulares

atribuidos a cada cuerpo se podía representar su movimiento observado. En algunos casos se necesitaba un tercer cuerpo.

Ptolomeo compiló el saber astronómico de su época en los trece tomos del «Al-

magesto». Expuso un sistema en donde la Tierra, en el centro, estaba rodeada por esfe-

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ras de cristal de los otros 6 astros conocidos. La tierra no ocupaba exactamente el centro de las esferas y los planetas tenían un epiciclo (sistema creado por Apolonio de Per-gamo y perfeccionado por Hiparco) cuyo eje era la línea de la órbita que giraba alrede-dor de la tierra llamada deferente.

Como el planeta gira alrededor de su epiciclo se aproxima y se aleja de la tierra

mostrando a veces un movimiento retrogrado. Este sistema permitía realizar prediccio-nes de los movimientos planetarios, aunque tenía una precisión muy pobre. A pesar de esto fue popularizado y aceptado más que como modelo verdadero como una ficción matemática útil. Se calcula que el universo ptolemaico solo media 80 millones de kiló-metros.

Otra pensadora que, como Tolomeo, mantuvo viva la tradición de la astronomía

griega en Alejandría en los primeros siglos de la era cristiana, fue Hipatia, discípula de Platón. Escribió comentarios sobre temas matemáticos y astronómicos y está conside-rada como la primera científica y filósofa de Occidente.

Otros logros de la Astronomía en Alejandría fueron el cálculo de la circunferen-

cia de la tierra por Eratóstenes y las primeras mediciones de las distancias al Sol y la Luna. Se diseñaron catálogos estelares como los de Hiparco de Nicea y el descubri-miento de la presesión de los equinoccios.

La Astronomía en Roma El imperio Romano, tanto en sus épocas paganas como cristiana, dio poco o nin-

gún impulso al estudio de las ciencias. Roma era una sociedad práctica que respetaba la técnica pero consideraba la ciencia tan poco útil como la pintura y la poesía.

Los conocimientos astronómicos durante

este período son los que ya se conocían en época helena, es decir, algunas teorías geocéntricas (Aristóteles) y la existencia de los planetas visibles a simple vista Venus, Marte, Júpiter y Saturno, con especial mención a nuestro satélite natural, la Luna conocida desde siempre y considerada como un Dios.

No podemos dejar de mencionar al filósofo romano Lucrecio, del siglo I a.C., y

su famosa obra De Rerum Natura, en la que encontramos una concepción del Universo muy cercana a la moderna, en algunos sentidos, y extrañamente retrógrada, en otros.

Según Lucrecio, la materia estaba constituida de átomos imperecederos. Éstos se

encuentran eternamente en movimiento, se unen y se separan constantemente, formando y deshaciendo tierras y soles, en una sucesión sin fin. Nuestro mundo es sólo uno entre un infinito de mundos coexistentes; la Tierra fue creada por la unión casual de innume-rables átomos y no está lejano su fin, cuando los átomos que la forman se disgreguen.

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Pero Lucrecio no podía aceptar que la Tierra fuera redonda. En realidad, cuando Lucrecio hablaba de un número infinito de mundos se refería a sistemas semejantes al que creía era el nuestro: una tierra plana contenida en una esfera celeste. Pero induda-blemente, a pesar de sus desaciertos, la visión cósmica de Lucrecio no deja de ser curio-samente profética. Se cree que los cristianos fanáticos destruyeron la Biblioteca de Alejandría en donde se concentraba el saber de la humanidad hasta ese momento, la academia de Platón fue cerrada, el Serapetum de Alejandría, centro del saber, fue destruido y fueron asesinados muchos de los sabios que se encontraban en sus campos. Los estudiosos huyeron de Alejandría y Roma hacia Bizancio y la ciencia tuvo una nueva etapa de desarrollo en el ámbito del Islam.

La Astronomía en la corte Visigoda San Isidoro de Sevilla (560-636) escribió

un tratado científico titulado "De rerum natura" (Sobre la naturaleza), a inicios del siglo VII, a petición del rey Sisebuto, que reinó en la Hispania visigoda entre los años 612 y 621.

Este libro, que pronto fue conocido en toda

Europa, trataba de sintetizar el conocimiento científico en su tiempo, y abarcaba diversas materias, con un especial hincapié en la divulgación de la astronomía.

El propio rey Sisebuto, en la respuesta a

San Isidoro tras recibir el libro, trató de dar una explicación a los eclipses de Luna y de Sol. A partir de entonces, el libro de Isidoro y la carta de

Sisebuto fueron conocidos de forma conjunta. Pese a que hay discusiones, en el caso de Sisebuto, su creencia en una tierra es-

férica, parece desprenderse de la lectura de su texto, ya que habla de umbra rotae (som-bra redonda) y de globus. El proceso de un eclipse en su conjunto (un Sol que al girar ocasiona siempre una forma igual en la sombra que es cortada por la Luna) también implica una tierra en forma de esfera.

Pese a su admiración al sabio hispalense, Sisebuto no siguió al pie de la letra sus

teorías, y así su creencia en la luminosidad propia de las estrellas y de los planetas con-tradice a San Isidoro, que pensaba que éstas no tenían luz propia y que eran iluminadas por el Sol, al igual que lo era la Luna.

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La Astronomía Árabe Los árabes fueron quienes después de la

decadencia de los estudios griegos y la entrada de occidente en una fase de oscurantismo durante los siglos X a XV, continuaron con las investigaciones en astronomía dejando un importante legado: tradujeron el Almagesto y catalogaron muchas estrellas con los nombres que se utilizan aun en la actualidad, como Aldebarán, Rigel y Deneb.

Entre los astrónomos árabes mas destacados

se encuentran Al Batani, Al Sufi y Al Farghani, una autoridad en el sistema solar que calculó que la distancia a Saturno era de 130 millones de kilómetros (su distancia es 10 veces mayor).

Los omeyas, una de las tribus fronterizas árabes, que habían servido como sol-

dados auxiliares romanos y se habían helenizado, constituyen la punta de lanza para la introducción de la actividad científica en el mundo árabe.

En el año 700 los Omeyas fundaron en Damasco un observatorio astronómico.

En 773 Al-Mansur mandó traducir las obras astronómicas hindúes, los Siddhantas. En el año 829 Al-Mamúm fundó el observatorio astronómico de Bagdad, en

donde se desarrollaron estudios sobre la oblicuidad de la Eclíptica. Por su parte, Al-Farghani confecciona, poco después, "El libro de reunión de las estrellas", un extraordi-nario catálogo con medidas muy precisas de las estrellas.

Al-Battani, uno de los genios astronómicos de la época, trabajó en su observato-

rio Ar-Raqqa, a orillas del río Eufrates para determinar y corregir las principales cons-tantes astronómicas. Sus mediciones sobre la oblicuidad de la Eclíptica y Precesión de los Equinoccios, fueron más exactas que las de Claudio Ptolomeo.

En 995 Al-Hakin fundó en la ciudad de El Cairo, la "Casa de la Ciencia" y, poco

después, alrededor del año 1000, Ibn Yunis recopiló las observaciones astronómicas de los últimos 200 años y publicó las "Tablas Hakenitas", llamadas así por su protector, Al-Hakin. Al mismo tiempo, Avicena o Ibn Sina elaboró su "Compendio del Almagesto" y un ensayo sobre "la inutilidad de la adivinación astrológica".

En 1080 Azarquiel elaboró las "Tablas Toledanas", utilizadas durante más de un

siglo para establecer el movimiento de los planetas. Los astrónomos árabes comenzaron a rechazar la concepción de los Epiciclos de

Ptolomeo mucho antes del renacimiento en Europa, ya que según sus estudios, los pla-netas debían girar alrededor de un cuerpo central y no en torno a un punto. En esta con-cepción jugaron especial papel Averroes, Abúqueber y Alpetragio.

En 1262 Nasir al-Din al-Tusi (Mohammed Ibn Hassan), asistido con astrónomos

chinos, culminó con éxito la construcción del observatorio de Maragheh. Modificó el

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modelo de Ptolomeo, realizando trazados de gran precisión de los movimientos de los planetas.

La Astronomía en la Edad Media La astronomía griega se transmitió hacia el Este a los sirios, indios y árabes des-

pués de la caída del Imperio Romano. Los astrónomos árabes recopilaron nuevos catá-logos de estrellas en los siglos IX y X y desarrollaron tablas del movimiento planetario. El astrónomo árabe Azarquiel, máxima figura de la escuela astronómica de Toledo del siglo XI, fue el responsable de las Tablas toledanas, que influyeron notablemente en Europa.

En 1085, año de la conquista de la ciudad

de Toledo por el rey Alfonso VI, se inició un movimiento de traducción del árabe al latín, que despertó el interés por la astronomía (entre otras ciencias) en toda Europa.

En la Escuela de traductores de Toledo se

tradujeron las Tablas toledanas y el Almagesto de Tolomeo y, en 1272, se elaboraron las Tablas alfonsíes bajo el patrocinio de Alfonso X el Sabio;

estas tablas sustituyeron a las de Azarquiel en los centros científicos europeos. Junto a la obra histórica y jurídica, Alfonso X fomentó la traducción de libros

astronómicos y astrológicos, en especial de procedencia árabe y judía, traducidos por lo general al latín y de esta lengua al castellano. Entre éstos pueden citarse los Libros del saber de astronomía. La crítica ha aceptado que su labor se redujo, en la mayoría de las ocasiones, a la de organizador, director e inspirador del trabajo.

Los trabajos de investigación y traducción de esta admirable escuela permitieron

que obras fundamentales de la antigua cultura griega fueran rescatadas del olvido y transmitidas a la Europa medieval a través de España. A partir de estas versiones, y gra-cias a las mismas, España transmitió a Europa todos aquellos saberse que cubrían cam-pos como la geografía, la astronomía, la cartografía, la filosofía, la teología, la medi-cina, la aritmética, la astrología o la botánica, entre otros. Esta escuela fue el origen y la base del renacer científico y filosófico de las famosas escuelas de Chartres y, más tarde, de la Sorbona.

Durante este periodo en Europa dominaron las teorías geocentristas promulgadas

por Ptolomeo y no se presentó ningún desarrollo importante de la astronomía. Sola-mente Johannes Müller (llamado Regiomontanus) comenzó a realizar y reunir nuevas mediciones y observaciones.

En el siglo XV comenzaron a surgir dudas sobre la teoría de Tolomeo: el filó-

sofo y matemático alemán Nicolás de Cusa y el artista y científico italiano Leonardo da

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Vinci cuestionaron los supuestos básicos de la posición central y la inmovilidad de la Tierra. Había empezado el Renacimiento.

La Astronomía científica Copérnico rechazó el universo geocéntrico

y propuso la teoría heliocéntrica, con el Sol en el centro del Sistema Solar y la Tierra, al igual que el resto de los planetas, girando en torno a él. Seguía utilizando circunferencias y simplificaba los cálculos de las anteriores teorías.

Por su parte, Tycho Brahe pasó su vida

recopilando datos referentes al movimiento de los planetas en el mayor laboratorio astronómico de aquel tiempo. Sus medidas eran de una precisión extraordinaria a pesar de no contar con la ayuda del telescopio.

Johannes Kepler fue ayudante de Brahe y utilizó sus datos, junto con la teoría de

Copérnico, para enunciar las leyes que llevan su nombre y que describen cinemática-mente el movimiento de los planetas.

Galileo Galilei, al mismo tiempo que Kepler desarrollaba sus leyes, estudió los

astros con telescopio. Descubrió los cráteres y montañas de la Luna, los cuatro grandes satélites de Júpiter y defendió el sistema copernicano. Había comenzado la astronomía científica.

A partir de entonces, los descubrimientos se han ido sucediendo de manera con-

tinuada y a un ritmo cada vez mayor. Cuatro siglos después, con la llegada de los orde-nadores, los viajes espaciales, Internet y las nuevas tecnologías, se ha logrado un cono-cimiento profundo sobre el Universo que crece día a día.

La Astronomía en el Renacimiento En 1492 se descubrió América y se amplió

de gran forma la navegación, lo que empezó a requerir mejores instrumentos navales, así como una mejoría en las técnicas de cartografía terrestre y estelar, lo que significo un importante estimulo para el estudio de la geografía, la astronomía y las matemáticas.

El siglo XVI supuso un giro drástico en todas

las áreas del conocimiento, la literatura y el arte. Después de un milenio oscuro y bastante inculto, Europa volvió su mirada hacia los clásicos, sobre todo, de la antigua Grecia. Es el Renacimiento.

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En astronomía, las aportaciones de Nicolás Copérnico supusieron un cambio ra-dical y un nuevo impulso para una ciencia que estaba dormida. Copernico analizó críti-camente la teoría de Tolomeo de un Universo geocéntrico y demostró que los movi-mientos planetarios se pueden explicar mejor atribuyendo una posición central al Sol, más que a la Tierra.

En principio no se prestó mucha atención al sistema de Copérnico (heliocén-

trico) hasta que Galileo descubrió pruebas sobre el movimiento de la Tierra cuando se inventó el telescopio en Holanda. En 1609 construyó un pequeño telescopio de refrac-ción, lo dirigió hacia el cielo y descubrió las fases de Venus, lo que indicaba que este planeta gira alrededor del Sol. También descubrió cuatro lunas girando alrededor de Júpiter.

Convencido de que estos planetas no giraban alrededor de la Tierra, comenzó a

defender el sistema de Copérnico, lo que le llevó ante un tribunal eclesiástico. Aunque se le obligó a renegar de sus creencias y de sus escritos, esta teoría no pudo ser supri-mida.

Desde el punto de vista científico la teoría de Copérnico sólo era una adaptación

de las órbitas planetarias, tal como las concebía Tolomeo. La antigua teoría griega de que los planetas giraban en círculos a velocidades fijas se mantuvo en el sistema de Co-pérnico.

El observador más importante del siglo XVI fue Ticho Brahe, quien tenía el don

de la observación y el dinero para construir los equipos más avanzados y precisos de su época. Desde 1580 hasta 1597, Tycho observó el Sol, la Luna y los planetas en su ob-servatorio situado en una isla cercana a Copenhague y después en Alemania.

Sus observaciones, que eran las más exactas disponibles, darían después de fa-

llecido las herramientas para que se pudieran determinar las leyes del movimiento ce-leste, dadas por su ayudante y uno de los más grandes científicos de la historia: Johan-nes Kepler.

Pero el hecho más trascendente del Renacimiento no fueron estos descubri-

mientos, si no el cambio de actitud y mentalidad en los científicos. La experimentación empezó a hacerse filosóficamente respetable en Europa, y fue Galileo quien acabó con la teoría de los griegos y efectuó la revolución.

Galileo era un lógico convincente y genial publicista. Describía sus experimen-

tos y sus puntos de vista de forma tan clara y espectacular, que conquistó a la comuni-dad erudita europea. Y sus métodos fueron aceptados, junto con sus resultados.

Galileo fue el primero en realizar experimentos cronometrados y en utilizar la

medición de una forma sistemática. Su revolución consistió en situar la inducción por encima de la deducción, como el método lógico de la Ciencia. Galileo puede conside-rarse, por tanto, el padre de las ciencias modernas ya que sus ideas se basaban en expe-rimentos.

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La astronomía moderna Utilizando los datos recopilados por Brahe, su

ayudante, Johannes Kepler, formuló las leyes del movimiento planetario, afirmando que los planetas giran alrededor del Sol y no en órbitas circulares con movimiento uniforme, sino en órbitas elípticas a diferentes velocidades, y que sus distancias relativas con respecto al Sol están relacionadas con sus periodos de revolución.

Kepler trabajó durante muchos años tratando

de encontrar un modelo que permitiese explicar los movimientos planetarios utilizando para tal efecto los pensamientos neoplatónicos y el sistema heliocéntrico de Copérnico.

Después de probar, sin éxito, con infinidad de formas geométricas "perfectas", lo

intentó con variaciones del círculo: las elipses, con las cuales concordaban exactamente los datos obtenidos durante las observaciones. Esto contradecía uno de los paradigmas pitagóricos que seguían siendo considerados como ciertos después de 2000 años.

Las leyes de Kepler se pueden resumir así:

1. Los planetas giran alrededor del Sol en orbitas elípticas estando este en uno de sus focos.

2. Una línea dibujada entre un planeta y el sol barre áreas iguales en tiempos igua-les.

3. El cubo de la distancia media de cada planeta al Sol es proporcional al cuadrado del tiempo que tarda en completar una órbita.

Pero la victoria de la Ciencia moderna no fue completa hasta que se estableció

un principio más esencial: el intercambio de información libre y cooperador entre los científicos. A pesar de que esta necesidad nos parece ahora evidente, no lo era tanto para los filósofos de la Antigüedad y para los de los tiempos medievales.

Uno de los primeros grupos en representar tal comunidad científica fue la

«Royal Society of London for Improving Natural Knowledge» (Real Sociedad de Lon-dres para el Desarrollo del Conocimiento Natural), conocida en todo el mundo, simple-mente, por «Royal Society». Nació, hacia 1645, a partir de reuniones informales de un grupo de caballeros interesados en los nuevos métodos científicos introducidos por Ga-lileo. En 1660, la «Society» fue reconocida formalmente por el rey Carlos II de Inglate-rra. Sin embargo, todavía no gozaba de prestigio entre los eruditos de la época.

Esta mentalidad cambió gracias a la obra de Isaac Newton, el cual fue nom-

brado miembro de la «Society». A partir de las observaciones y conclusiones de Gali-leo, Tycho Brahe y Kepler, Newton llegó, por inducción, a sus tres leyes simples del movimiento y a su mayor generalización fundamental: la ley de la gravitación universal.

El mundo erudito quedó tan impresionado por este descubrimiento, que New-

ton fue idolatrado, casi deificado, ya en vida. Este nuevo y majestuoso Universo, cons-truido sobre la base de unas pocas y simples presunciones, hacía palidecer ahora a los

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filósofos griegos. La revolución que iniciara Galileo a principios del siglo XVII, fue completada, espectacularmente, por Newton, a finales del mismo siglo.

Newton además modificó los telescopios creando los telescopios reflectores

Newtonianos que permitieron la observación mas claras de objetos muy tenues. El desa-rrollo de este y otros sistemas ópticos, dieron a la astronomía un vuelco fundamental y se comenzaron a descubrir, describir y catalogar miles de objetos celestes nunca obser-vados.

En el Siglo XVII esta gran revolución dio a conocer a grandes astrónomos que fueron construyendo la astronomía moderna y actual: Simon Marius (detectó de la Ne-bulosa de Andrómeda en 1612), Christoph Scheiner (estudió las manchas solares 1630), Johannes Hevelius (realizó precisas observaciones de la luna y cometas desde su obser-vatorio en Dantzing), Christian Huygens (descubrió el anillo de Saturno y su satélite Titán), Giovanni Domenico Cassini (descubridor de 4 satélites de Saturno), Olaus Römer (determinó la velocidad de la luz a partir de los eclipses de los satélites de Júpi-ter en 1676) y John Flamsteed (fundó el Observatorio de Greenwich en 1675 y realizó un gran catálogo celeste).

La Astronomía en el siglo XVIII Tras la época de Newton, la astronomía se ramificó en diversas direcciones. Con

la ley de la gravitación universal, el viejo problema del movimiento planetario se volvió a estudiar como mecánica celeste. El perfeccionamiento del telescopio permitió la exploración de las superficies de los planetas, el descubrimiento de muchas estrellas débiles y la medición de distancias estelares.

El sistema de medición mas adecuado era

el de triangulación o paralaje, que consiste en rea-lizar dos observaciones del mismo objeto en luga-res diferentes y a la misma hora. El objeto obser-vado parecerá desplazarse con respecto al fondo estrellado de acuerdo a su distancia. Al calcular el ángulo de desplazamiento y conociendo la distan-cia que separa los dos puntos de observación se

puede encontrar la distancia al objeto. La realización del paralaje requirió la utilización de sistemas de medida de

tiempo precisas, así como de medición exacta de las distancias geográficas, esto solo se logró cuando las necesidades principalmente navieras llevaron al desarrollo de cronó-metros mas exactos y de la ciencia de la cartografía.

En 1718 el astrónomo inglés Edmund Halley (que ya había calculado la órbita

elíptica de "su" cometa, en 1682), descubrió que tres de las estrellas más brillantes - Sirio, Proción y Arturo - no se hallaban en la posición registrada por los astrónomos griegos. Halley llegó a la conclusión de que las estrellas no se hallaban fijas en el fir-mamento, sino que se movían de una forma independiente. El movimiento es muy lento y tan imperceptible que, hasta que pudo usarse el telescopio, parecían encontrarse fijas.

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En 1785, Herschel sugirió que las estrellas se hallaban dispuestas de forma lenti-cular en el firmamento. Si contemplamos la Vía Láctea, vemos un enorme número de estrellas; pero cuando miramos el cielo en ángulos rectos a esta rueda, divisamos relati-vamente menor número de ellas. Herschel dedujo de ello que los cuerpos celestes for-maban un sistema achatado, con el eje longitudinal en dirección a la Vía Láctea. Hoy sabemos que, dentro de ciertos límites, esta idea es correcta, y llamamos a nuestro sis-tema estelar Galaxia, otro término utilizado para designar la Vía Láctea (galaxia, en griego, significa «leche»).

Herschel intentó valorar el tamaño de la Galaxia. El recuento de muestras de es-

trellas en diferentes puntos de la Vía Láctea permitió a Herschel estimar que debían de existir unos 100 millones de estrellas en toda la Galaxia. Y por los valores de su brillo decidió que el diámetro de la Galaxia era de unas 850 veces la distancia a la brillante estrella Sirio, mientras que su espesor correspondía a 155 veces aquella distancia.

Por su parte, el matemático y astrónomo francés Joseph Louis Lagrange dirige la

comisión para el establecimiento de un nuevo sistema de pesos y medidas, el Sistema métrico decimal). En 1788 publica "Mecánica analítica", que servirá de base para futu-ras investigaciones astronómicas. Entre sus investigaciones en astronomía también des-tacan los cálculos de la libración de la Luna y los movimientos de los planetas.

También durante este siglo, Charles Messier publica el valioso catálogo de ob-

jetos celestes con aspecto nebuloso que recopiló desde 1758 hasta 1784. Kant atribuye en 1755 la génesis del sistema solar a un proceso mecánico. Lagrange estudia en 1788 el conocido problema de los tres cuerpos y algunos casos especiales con solución. Laplace publica en 1799 su Mecánica Celeste y descubre la invariabilidad del eje mayor de las órbitas planetarias.

La Astronomía del siglo XIX Giuseppe Piazza descubrió en la noche de fin de año 1800/1801, en el espacio

entre Marte y Júpiter, el primer pequeño planeta bautizado con el nombre de Ceres. Numerosos pequeños planetas (asteroides, pla-netoides) se descubrieron a continuación.

Se realizaron los paralajes de los planetas

exteriores y de los interiores durante los tránsitos y posteriormente se realizaron los paralajes de las primeras estrellas como fue 61 del Cisne por Fiedrich Bessel en el año de 1838, dando como resultado una distancia de 11 años luz. Después se estudió Alfa Centauro desde el hemisferio sur, con una distancia de 4.3 años luz. De esta ma-nera el tamaño del universo se extendió hasta el infinito.

El interés de los astrónomos por los co-metas y al cálculo de sus órbitas aumenta con el regreso, entre otros, del famoso cometa de Halley y en el año 1835. Schiaparelli, en Milán,

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descubre la conexión entre los enjambres meteoríticos y los cometas. Así, avanzan paso a paso la comprensión de nuestro sistema planetario y de las estrellas fijas.

Friedrich Bessel consigue medir por primera vez la distancia de una estrella fija,

61 Cygni, en la constelación del Cisne. Bessel calcula una distancia de 9,3 años luz lo que se acerca a la realidad. Con ello se consigue poco a poco una imagen de la distancia de las estrellas fijas. Bessel deduce en 1844, por las perturbaciones del movimiento pro-pio de Sirio, la existencia de su compañera desconocida, que efectivamente es obser-vada en 1862.

Friedrich Argelander, director del observatorio de Bonn, elabora el «Bonner

Durchmusterung», un meritorio inventario estelar del hemisferio norte (con Atlas) y da a la investigación de las estrellas variables una base científica.

Leverrier y Adams predicen la existencia de Neptuno por las perturbaciones que

sufre Urano y el planeta es descubierto en 1846 en el Observatorio de Berlín. Joseph Fraunhofer, vidriero de mucha inteligencia y de gran agudeza visual,

llegó a fabricar los espejos de telescopios más perfectos para su época. Hacia 1814 en experimentos dirigidos a corregir las aberraciones cromáticas de sus telescopios utilizó las líneas espectrales de la luz y pronto se sintió fascinado por ellas. Detectó centenares de rayas verticales en el espectro del Sol e idénticas irregularidades en los espectros de la Luna y los Planetas.

También, la técnica instrumental maduró en el siglo XIX, lo mismo que las téc-

nicas y métodos de medida experimentan un avance continuo. Con las investigaciones sobre el espectro solar y las rayas oscuras, con la creación del análisis espectral y con la introducción de los métodos de fotografía y los fotómetros en la segunda mitad del siglo XIX, se funda la astrofísica.

La Astronomía en el siglo XX Los avances en astronomía (en realidad, en

todas las ciencias) durante el siglo XX superan con creces las de todos los siglos anteriores. Se cons-truyeron telescopios de reflexión cada vez mayo-res. Los estudios realizados con estos instrumentos revelaron la estructura de enormes y distantes agrupamientos de estrellas, denominados galaxias, y de cúmulos de galaxias.

Al llegar a este siglo, varias de las creen-cias precopernicanas habían resurgido al hablar de las galaxias, se consideraba que el Sol se encon-traba cerca del centro de la Vía Láctea, que cons-tituía el universo entero. Más allá de los confines de la galaxia se consideraba que no existía nada más que un vacío infinito.

El estudio bajo espectroscopia de las ne-bulosas elípticas a principios de siglo, demostró

que no tenían características de ser nubes de gases sino más bien características estela-

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res, lo que señaló que al menos algunas nebulosas espirales estaban constituidas por estrellas.

El estudio de estrellas variables por parte de Harlow Shapley lo llevo a descubrir

variables cefeidas, estrellas que pulsan cambiando de brillo. El ciclo de variación de brillo de las cefeidas esta dilectamente relacionado con su brillo intrínseco, descubri-miento realizado por Henretta Swan Leavitt. Esta propiedad de las cefeidas permitió conocer su magnitud absoluta.

Shapley al estudiar las variables de los cúmulos globulares se dio cuenta que su

distancia era mucho mayor de la que se creía y que se hallaban hacia el centro de la ga-laxia, al calcular su distancia al Sol, este debería estar localizado en la periferia de la Vía Láctea. De esta manera se desplazó el Sol del centro del universo conocido a una periferia de él.

Aunque varios astrónomos defendían la teoría de los Universos Islas expuesta

por Kant y seguida por Herschel, no se tenían pruebas confirmatorias del hecho. Esta prueba provendría de las observaciones de Edwin Hubble, quien el 19 de Febrero de 1924 escribió a Shapley: "Seguramente le interesará saber que he hallado una variable cefeida en la nebulosa de Andrómeda". De esta manera se reabatió la idea de Shapley de una única galaxia, la nuestra, como constituyente del universo entero y reveló la presen-

cia de otras galaxias en el espacio. En trabajos independientes a principios del

siglo XX Albert Einstein propuso su Teoría de la Relatividad General en la que se deduce que el universo no debe ser estático sino que se encuentra en expansión, sin embargo, esto no coincidía con lo que se creía era realmente un universo estático, de esta manera Einstein introdujo en su formula la constante cosmológica para adecuarla a las teorías vigentes.

Vesto Slipher, miembro del observatorio

Lowell bajo las ordenes del celebre Percival Lo-well, fue encargado de estudiar el movimiento cir-

cular de las nubes de gas durante la formación de estrellas, teoría que era defendida por su jefe. Encontró aparte de la rotación de dichas nebulosas un corrimiento al rojo per-sistente en sus espectros, este hallazgo se debió a que el efecto Doppler indica que las longitudes de onda emitidas por un objeto que se aleja del observador, se alargan co-rriéndose hacia el rojo en el espectro estudiado. Sin embargo Slipher no encontró la explicación a su hallazgo.

Fue nuevamente Hubble quien al medir las distancias de 25 galaxias encontró

una correlación directa entre su distancia y el grado de corrimiento o en otras palabras la velocidad en que se alejan. Acababa de descubrir la expansión del Universo.

El Hombre que unió los hallazgos de Slipher, Hubble y Einstein fue un matemá-

tico sacerdote llamado Georges Lemaitre, quien en 1927 publicó un artículo donde des-arrollaba la relación del corrimiento al rojo con un universo en expansión.

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Posteriormente cuando su articulo se promulgó entre la comunidad científica se

comenzó a pensar que si el universo se encuentra en expansión alguna vez todo debió estar unido en un punto de luz al cual llamó singularidad o "átomo primordial" y su ex-pansión "Gran Ruido". Más tarde el astrónomo Fred Hoyle, quien era opuesto a esta propuesta, la llamo despectivamente "Big Bang". Así es como se conoce a la teoría mas aceptada actualmente como origen del universo.

En la segunda mitad del siglo XX los progresos en física proporcionaron nuevos

tipos de instrumentos astronómicos, algunos de los cuales se han emplazado en los sa-télites que se utilizan como observatorios en la órbita de la Tierra. Estos instrumentos son sensibles a una amplia variedad de longitudes de onda de radiación, incluidos los rayos gamma, los rayos X, los ultravioletas, los infrarrojos y las regiones de radio del espectro electromagnético.

Los astrónomos no sólo estudian planetas, estrellas y galaxias, sino también

plasmas (gases ionizados calientes) que rodean a las estrellas dobles, regiones interes-telares que son los lugares de nacimiento de nuevas estrellas, granos de polvo frío invi-sibles en las regiones ópticas, núcleos energéticos que pueden contener agujeros negros y radiación de fondo de microondas, que puede aportar información sobre las fases ini-ciales de la historia del Universo.

En la actualidad conocemos que vivimos en un sistema solar localizado en la pe-

riferia de la vía Láctea compuesta por miles de millones de soles, la cual hace parte de un conjunto galáctico llamado grupo local, el cual, a su vez, se localiza en un supercú-mulo de galaxias distribuidas por un universo de mas de 15 mil millones de años luz que se encuentra en expansión.

La Astronomía en otras culturas Estudios realizados por paleontólogos y antropólogos en diferentes tribus pare-

cen demostrar la necesidad de las sociedades por guardar un registro de los sucesos del firmamento, a fin de obtener conocimiento acerca de sucesos tales como las estaciones de migración de las aves, la repercusión de los períodos mens-truales o la necesidad de orientación.

Se han encontrado cientos de rudimentarios

calendarios, con una antigüedad de unos 30.000 años, en lugares tan distantes como América, África, Europa o el extremo oriente.

Mientras las astronomías europeas y árabes

evolucionaban lentamente, en otros remotos luga-res lo hacia de diversas formas. Sin conocimiento mutuo y, por lo tanto, sin comunicación, la astro-nomía de esas culturas tuvo un desarrollo distinto

del occidental, en la mayoría de los casos totalmente ligada a la religión y puesta al ser-vicio de reyes, emperadores, magos y sacerdotes.

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La Astronomía en la antigua China Sabemos poco la astronomía en la antigua

China. Sin embargo, se sabe que es más antigua que la astronomía occidental y que, por estar tan alejada de ella, tuvo un desarrollo totalmente inde-pendiente.

Los chinos consideraban al universo como

una naranja que colgaba de la estrella polar ubi-cando sus 284 constelaciones en 28 segmentos o casas en que dividían el universo. La antigua as-tronomía estelar china difiere mucho de la babiló-nica y de la occidental. El ecuador celeste se divi-día en 28 «casas» y el número de constelaciones ascendía al final a 284.

Al igual que en Babilonia, el antiguo calendario chino de principios del siglo II

a. C. es un año lunisolar, con ciclos bisiestos de 19 años. La obra "Calendario de tres ciclos", aparecida hacia el principio de nuestra era y cuyo autor es Liu Hsin, describe la historia de la astronomía china desde el tercer milenio.

Los astrónomos de la corte imperial china observaron fenómenos celestes extra-

ordinarios cuya descripción ha llegado en muchos casos hasta nuestros días. Estas cró-nicas son para el investigador una fuente valiosísima porque permiten comprobar la aparición de nuevas estrellas, cometas, etc. También los eclipses se controlaban de esta manera.

Por el contrario, el estudio de los planetas y de la Luna no estuvo hasta el siglo I

a. C. en condiciones de proporcionar predicciones suficientemente exactas de los fenó-menos celestes.

Se cuenta la historia de los desdichados astrónomos de la corte, Hsi y Ho, que

fueron ejecutados por haber puesto en peligro la seguridad del mundo, al dejar de pre-decir un eclipse de Sol.

La concepción del Universo en la China antigua se encuentra expuesta en el

"Chou pei suan ching", un tratado escrito alrededor del siglo IV a.C. Según la teoría del Kai t'ien (que significa: el cielo como cubierta), el cielo y la Tierra son planos y se en-cuentran separados por una distancia de 80 000 li (un li equivale aproximadamente a medio kilómetro). El Sol, cuyo diámetro es de 1.250 li, se mueve circularmente en el plano del cielo; cuando se encuentra encima de China es de día, y cuando se aleja se hace noche.

Posteriormente, se tuvo que modificar el modelo para explicar el paso del Sol

por el horizonte; según la nueva versión del Kai t'ien, el cielo y la Tierra son semiesfe-ras concéntricas, siendo el radio de la semiesfera terrestre de 60.000 Ii. El texto no ex-plica cómo se obtuvieron las distancias mencionadas; al parecer, el modelo fue diseñado principalmente para calcular, con un poco de geometría, la latitud de un lugar a partir de la posición del Sol.

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El Kai t'ien era demasiado complicado para cálculos prácticos y cayó en desuso con el paso del tiempo. Alrededor del siglo II d.C., se empezó a utilizar la esfera armilar como un modelo mecánico de la Tierra y el cielo. Al mismo tiempo surgió una nueva concepción del Universo: la teoría del hun t'ien (cielo envolvente), según la cual: "... el cielo es como un huevo de gallina, tan redondo como una bala de ballesta; la Tierra es como la yema del huevo, se encuentra sola en el centro. El cielo es grande y la Tierra pequeña."

Posteriormente, las teorías cosmogónicas en China girarán alrededor de la idea

de que el Universo estaba formado por dos sustancias: el yang y el yin, asociadas al movimiento y al reposo, respectivamente. De acuerdo con la escuela neoconfucionista, representada principalmente por Chu Hsi en el siglo XII, el yang y el yin se encontraban mezclados antes de que se formara el mundo, pero fueron separados por la rotación del Universo. El yang móvil fue arrojado a la periferia y formó el cielo, mientras que el yin inerte se quedó en el centro y formó la Tierra; los elementos intermedios, como los seres vivos y los planetas, guardaron proporciones variables de yang y yin.

La Astronomía Maya En América durante la época precolombina

se desarrolló un estudio astronómico bastante ex-tenso. Algunas observaciones Mayas son bien cono-cidas, como el eclipse lunar del 15 de Febrero de 3379 a.C. Tenían su propio calendario solar y cono-cían la periodicidad de los eclipses. Inscribieron en monumentos de piedra fórmulas para predecir eclip-ses solares y la salida heliaca de Venus.

Si los distintos pueblos del Méjico antiguo

llegaron hasta la fase jeroglífica, los mayas lograron la fase silábico-alfabética en su escritura. La nume-ración iniciada por los olmecas con base vigesimal, la perfeccionan los mayas, en los siglos III y IV a. C.

Los mayas conocieron desde el tercer milenio a. C. como mínimo un desarrollo

astronómico muy polifacético. Muchas de sus observaciones han llegado hasta nuestros días (por ejemplo un eclipse lunar del 15 de febrero de 3379 a. C.) y se conocían con gran exactitud las revoluciones sinódicas de los planetas, la periodicidad de los eclipses etc. El calendario comienza en una fecha cero que posiblemente sea el 8 de junio de 8498 a. C. en nuestro cómputo del tiempo, aunque no es del todo seguro. Los mayas tenían además un año de 365 días (con 18 meses de 20 días y un mes intercalado de 5 días).

Los estudios sobre los astros que realizaron los mayas siguen sorprendiendo a los científicos. Su obsesión por el movimiento de los cuerpos celestes se basaba en la concepción cíclica de la historia, y la astronomía fue la herramienta que utilizaron para conocer la influencia de los astros sobre el mundo.

El calendario solar maya era más preciso que el que hoy utilizamos. Todas las

ciudades del periodo clásico están orientadas respecto al movimiento de la bóveda ce-

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leste. Muchos edificios fueron construidos con el propósito de escenificar fenómenos celestes en la Tierra, como El Castillo de Chichén Itzá, donde se observa el descenso de Kukulkán, serpiente formada por las sombras que se crean en los vértices del edificio durante los solsticios. Las cuatro escaleras del edificio suman 365 peldaños, los días del año. En el Códice Dresde y en numerosas estelas se encuentran los cálculos de los ciclos lunar, solar, venusiano y las tablas de periodicidad de los eclipses.

La Astronomía Inca En América del Sur, en los andes Centrales,

culturas preincaicas realizaron obras como las Lí-neas de Nazca, o la Puerta del Sol en Tiahawa-naco. En realidad, aún es mucho lo que falta por investigar en este aspecto y en la actualidad cientí-ficos de diferentes partes del mundo han vuelto a mirar a América, porque sin duda, a pesar del sa-queo realizado por los conquistadores europeos, se pueden descubrir muchas cosas más.

Sin duda alguna, los Incas es el imperio

más representativo de América del Sur. Es preci-samente en Cuzco, en donde muchos investigado-res han encontrado documentos de colonizadores

españoles que describen el Templo del Sol, del cual irradiaban cuarenta y un ejes llama-dos ceques, cuya disposición implicaba lineamientos geománticos o astronómicos, que definían el valle en 328 huacas las cuales cumplían funciones rituales y políticas.

Los Incas conocían la revolución sinódica del los planetas, Construyeron un ca-

lendario Lunar para las fiestas religiosas y uno solar para la agricultura. Utilizaron ele-mentos como mojones alrededor de los pueblos para realizar astronomía observacional. Los Chibchas conocían la constelación de Orión y reconocían la relación entre la salida heliacal de Sirio con el comienzo de la temporada de lluvias.

El calendario consistía en un año solar de 365 días, repartidos en 12 meses de 30

días y con 5 días intercalados. Se sabe que el calendario era determinado observando al sol y a la luna. Para fijar las fechas exactas del año y meses, Pachacútec dispuso la edi-ficación de 12 torres o pilares localizados al Este de la llacta del Cusco, llamados su-cangas.

Los Incas daban mucha importancia a las constelaciones y estaban muy interesa-

dos en la medición del tiempo para fines agrícolas. Poseían sus propias constelaciones entre las cuales, se destacan la Cruz del Sur y el Centauro. Para ellos las vía láctea era oscurecida por sacos de carbón. La Astronomía jugó un papel muy importante para la construcción de sus ciudades.

La Astronomía Azteca La civilización Azteca surgió a partir del

siglo X. Su máximo esplendor lo obtuvo entre los siglos XIV al XVI. Los aztecas no solo

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desarrollaron la astronomía y el calendario, sino que estudiaron y desarrollaron la meteorología, como una consecuencia lógica de la aplicación de sus conocimientos para facilitar sus labores agrícolas.

La representación del cielo (masculino) y Tierra (femenino) estaban determina-

dos por Ometecuhtli y Omecíhuatl, respectivamente. Las eras en la cosmología azteca están definidas por soles, cuyo final estaba marcado por cataclismos. El primer Sol, Nahui-Oceloti (Jaguar) era un mundo poblado por gigantes, que fue destruido por jagua-res. El segundo Sol, Nahui-Ehécati (Viento) fue destruido por un huracán. El tercer Sol, Nahuiquiahuitl, por una lluvia de fuego. El cuarto Sol, Nahui-Ati (agua) fue destruido por un diluvio. Y el quinto, Nahui-Ollin (movimiento) está destinado a desaparecer por movimientos de la Tierra.

El calendario azteca, o piedra del Sol, es el monolito más antiguo que se con-

serva de la cultura prehispánica. Se cree que fue esculpido alrededor del año 1479. Se trata de un monolito circular con cuatro círculos concéntricos. En el centro se distingue el rostro de Tonatiuh (Dios Sol), adornado con Jade y sosteniendo un cuchillo en la boca. Los cuatro soles o eras anteriores, se encuentran representados por figuras de forma cuadrada que flanquean al quinto sol, en el centro. El círculo exterior está for-mado por 20 áreas que representan los días de cada uno de los 18 meses que constaba el calendario azteca.

Para completar los 365 días del año solar, los aztecas incorporaban 5 días acia-

gos o nemontemi. Para los aztecas, la sucesión del día y la noche se explicaba por las constantes

luchas entre los astros principales. Dado que durante el día es muy difícil observar la Luna e imposible a las estrellas, los aztecas interpretaban que el sol naciente (Huitzilo-pochtli) mataba a la Luna (Coyolxauhqui) y a las estrellas.

Para los aztecas, la astronomía era muy importante, ya que formaba parte de la

religión. Construyeron observatorios que les permitieron realizar observaciones muy precisas, hasta el punto que midieron con gran exactitud las revoluciones sinódicas del Sol, la Luna y los planetas Venus y Marte.

Al igual que casi todos los pueblos antiguos, los aztecas agruparon las estrellas

brillantes en asociaciones aparentes (constelaciones). Los cometas fueron denominados "las estrellas que humean".