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El trompetista Christian Scott en pleno concierto en el club de jazz Clamores, en Madrid, en el año 2010. TIME AFTER JAZZ La fotógrafa Esther Cidoncha ha retratado a los más grandes artistas de este género. POR ALBA MOLINA FOTOGRAFíA: ESTHER CIDONCHA 64 ROBB REPORT ROBB REPORT 65

Time After Jazz

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Reportaje publicado en Robb Report que analiza el libro de la fotógrafa Esther Cidoncha quien durante las últimas dos décadas, ha recorrido los escenarios donde el jazz cobra vida cada noche para hacer las fotografías que componen ‘When lights are low. Retratos de jazz’, editado por La Fábrica.

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El trompetista Christian Scott en pleno concierto en el club de jazz Clamores, en Madrid, en el año 2010.

Time afTer jazzLa fotógrafa Esther Cidoncha ha retratado a los más grandes artistas de este género.

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El saxofonista, arreglista y compositor Benny Carter y el pianista Benny green (de espaldas) en el festival aux remparts, Bayonne, en 1994.

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El batería gerald Cleaver saluda al final de un concierto en el ShapeShifter Lab de Brooklyn en 2014.

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La cantante, pianista y compositora norteamericana Patricia Barber en el festival de Jazz Ciudad Lineal, Madrid, en 2006. fo

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El trompetista estadounidense Clark terry en el festival Jazz aux remparts de Bayonne en 1994.

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alain ducasse es uno de los cocineros más reconocidos dentro y fuera de las fronteras de su francia natal. mpecé a escuchar jazz a mediados de los años

noventa, cuando mi profesor de música me obligaba a abrir mis oídos más allá del pop adolescente. Poco más tarde, ya tenía mi disco favorito en las manos y disfrutaba de

aquellas lunas negras que giraban a 33 revoluciones; lar-gas noches junto al destello de su voz melancólica, como el humo de nuestro primer cigarro. La fina aguja de metal marcaba los días haciendo caer las hojas del calendario, y nos veía crecer, indiferentes y solitarios. No seríamos nosotros quienes cambiarían el mundo, pero crearíamos el nuestro, conformado por árboles de un parque silen-cioso donde nos ocultábamos de la áspera realidad. En aquella época temas como Time after time se hicieron parte de mi patrimonio personal –y lo siguen siendo–, de los lugares que bautizábamos con los nombres de nuestros amantes. No recuerdo la muerte de Chet Baker porque era 1988, y yo acababa de nacer. O quién sabe... quizá hubié-ramos estado tendidos en una playa, lejos de la ciudad; averiguando entonces que su impronta fue la versión más desgarrada de My funny Valentine, mientras caía de un octavo piso en Ámsterdam. El para siempre eterno Chet Baker, ese amor imposible con los codos siempre en la barra de algún bar. Un jazz que llegó a nuestro país guiado por esos aires europeos de ayudar al prójimo.

Los suntuosos casinos y hoteles de ciudades como San Sebastián y Santander, en el primer tercio del siglo XX, eran lugares de veraneo real y cortesano, y fueron ellos quienes absorbieron las modas musicales que ya domina-ban la moderna Europa, convirtiéndose en la puerta de entrada de muchos de los últimos bailes llegados de América, el jazz entre ellos. Por aquel entonces España reflejaba una influencia negra en las revistas y zarzuelas del siglo XIX. Y probablemente la zarzuela sirvió como género esponja que asimiló muchos de los materiales musicales del momento, incluidos los ritmos que venían del otro lado del Atlántico, como el tango o la habanera. Y por supuesto, la intensa actividad portuaria (y nocturna) de Barcelona fue básica en el camino hacia la fama en nuestro país de muchos de los espectáculos que causaban sensación en los teatros de varietés europeos y por ende de las primeras bandas de jazz que actuaron en España. Aunque a veces una histórica sensación de retraso cultu-ral español indique lo contrario, la moda del jazz en España no fue muy diferente a la del jazz en Londres, en París o en Berlín, en lo que se refiere a simultaneidad tem-poral. Madrid y Barcelona no tenían mucho que envidiar en ese aspecto a las propuestas afroamericanas de otras grandes capitales.

Pero el jazz no sólo traspasa fronteras sino también su propio ámbito musical para empapar otras manifestacio-nes artísticas, como la fotografía de Esther Cidoncha. “El jazz te da lo que la vida te quita”, dice esta argelina de

nacimiento pero madrileña de vocación, autora de When lights are low. Retratos de jazz, un recorrido por los esce-narios a través de la fotografía, que ha editado La Fábrica con prólogo del trompetista y compositor Wadada Leo Smith y textos de Chema García Martínez, José María Díaz-Maroto y Antonio Muñoz Molina. “Parece que tengas que ir a escuchar un buen concierto de jazz para encontrar esa fuerza vital. A mí me pasa: la vida, sin el jazz, no me llama la atención; sin embargo, cuando estoy en un concierto, surge la magia y tú sabes que ese hombre que está sobre el escenario trabaja duro todos los días para conseguir transmitirte eso que te está partiendo en dos. Ése es el milagro del jazz: hacer fácil lo difícil, y que te seduzca completamente”. Luces sugestivas y tenues; dife-rentes focos de intensidad y color creadores de contrastes; la gran variedad de instrumentos, sus tamaños, formas, materiales; la sobriedad de un escenario desnudo o un club de jazz con ambiente; micrófonos, partituras; la forma de vestir extravagante de algunos músicos; una sonrisa cómplice, un gesto, una mirada, un silencio, todo ello vamos a poder encontrarlo en este intenso libro. De Christian Scott a Billy Harper. De Lee Konitz a Patricia Barber. Art Farmer, Kenny Barron, Benny Carter, Lionel Hampton, Casandra Wilson o Joe Lovano, y así hasta 150 artistas desde los años 90 hasta nuestros días, en un recorrido casi místico. Delante del objetivo de Esther Cidoncha desfiló la crema y nata del género: “En los noventa todavía vivían los grandes, como Harry Edison, Benny Carter o Hank Jones, auténticos caballeros, tan cercanos y elegantes tanto dentro como fuera del escena-rio; y eso es algo que se ha perdido. Ha cambiado comple-tamente la estética del jazz. Yo he hecho conciertos con los músicos tocando en chándal, lo que es un reto para el fotó-grafo, porque tu trabajo es sacar belleza de algo que empieza a no ser ya tan plástico”.

Por suerte, en nuestros tiempos, podemos seguir dis-frutando, sin salir de nuestra ciudad de un concierto de jazz, o de la zarzuela que lo acercó a nuestro país en aque-llos tiempos que nos suenan tan lejanos. Hoy atesoramos manuscritos, discos, libros y esa llama que quisiéramos encender como un profano que regresa a su creencia y prende las velas de un oxidado candelabro. Salimos del amor del jazz como de una ruina aérea sin equipaje ni billetes de vuelta. Y entramos en él con esa sonrisa de dientes grandes y desasidos, que brillan en la tiniebla.

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Durante las últimas dos décadas, Esther Cidoncha ha recorrido los escenarios donde el jazz cobra vida cada noche para hacer las fotografías que componen ‘When lights are low. Retratos de jazz’, editado por La Fábrica (www.lafabrica.com/es).

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El saxofonista donald harrison y el pianista Cyrus Chestnut durante una prueba de sonido en el salón de actos de Bancaja, Valencia, en 1991.

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