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REVISTA Nº 029 OCT. 2011 “ORDEN CATÓLICA DEL TEMPLEANNO TEMPLI DCCCXCIII

Templarios de Cristo

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Revista de Historia

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Page 1: Templarios de Cristo

REVISTA Nº 029 – OCT. 2011 “ORDEN CATÓLICA DEL TEMPLE” ANNO TEMPLI DCCCXCIII

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Sumario:

PORTADA

HERMANDADES Y COFRADIAS. (Hermandad de Jesús del Gran Poder).

MARAVILLAS DE AMÉRICA DEL SUR. (Venezuela, 8ª Y Última Parte).

PERSONAJES DE LAS CRUZADAS. (Reyes de Jerusalén – Balduino I).

SITIOS CON ENCANTO (Mesón-Restaurante Las Nieves – Almagro).

LA SEU VELLA DE LLEIDA (I).

EL RINCÓN DE JOAQUÍN SALLERAS (Templarios en el Cinca y Segre).

LA SANTA INQUISICIÓN. (VI Parte).

¡¡¡VA DE CINE!!! (Juana de Arco).

LEYENDAS Y TRADICIONES POPULARES. (El Dragón del Patriarca).

CONTRAPORTADA.

Editorial:

Jaume Mestres i Capitán. Director de edición.

Federico Leiva i Paredes. Editor.

Colaboradores:

Gerardo Arturo González Escobedo. (Prior General OCT)

Joaquín Salleras Clarió (Historiador de Fraga).

Yamileth Chávez Cardozo (Postulante a Dama del Temple).

Publicación de artículos:

Email: [email protected] Publicación de noticias y otros en nuestro blog:

Email: [email protected] Contactos:

www.ocet.org.es

[email protected]

[email protected]

http://templariosdecristo.blogspot.com/ EDITA: OCET (Orden Católica del Temple).

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Pontificia y Real Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y Maria Santísima del

Mayor Dolor de Sevilla

Si bien inmemorialmente se viene manteniendo la creencia de que su fundación se remonta al año 1.431 por los Duques de Medina Sidonia en el Monasterio de Santo Domingo de Silos, tal vez la actual Parroquia de San Benito, en la Calzada de la Cruz del Campo, no es sino hasta 1.477 cuando documentalmente consta la aprobación de sus primeras Reglas por el Provisor D. Pedro Fernández de Solís, Obispo de Cádiz, bajo el Título de Cofradía del Poder y Traspaso de Nuestra Señora y Honra de San Juan Evangelista.

Años más tarde, la Hermandad comienza un largo peregrinar por diversas Iglesias y Conventos, y así Santiago de los Caballeros, al parecer Santiago de la Espada, hoy convento de la Asunción de las Mercedarias, donde fija su residencia a partir de 1439-1442 con la venia del Arzobispo D. Diego Hurtado de Mendoza, en los albores del Descubrimiento, hecho capital en la Historia de la Humanidad y que tan profundamente iba a transformar la vida de la Sevilla de la época. Ya en 1.544 la encontramos residiendo en el Convento de El Valle donde en 1.582 el Arzobispo Fray Gaspar de Loaysa le concederá capilla propia. Previamente, en 1.570, tras la aprobación de nuevas Reglas, realizaba Estación de Penitencia la tarde del Jueves Santo integrándose su cortejo procesional por un Calvario, Cristo con la cruz a cuestas con cabellera natural, la Virgen del Traspaso desmayada en brazos de San Juan Evangelista y un Crucificado. Tras un intento de traslado al convento de los Trinitarios Descalzos y una breve estancia en San Acasio, en pleno siglo XVII, verdaderamente de oro para la Historia del Arte en general y de la de nuestra Hermandad en particular, se conciertan las ejecuciones de las tallas de Jesús del Gran Poder y San Juan Evangelista, ambas debidas al maestro imaginero cordobés Juan de Mesa y Velasco en 1.620, cartas de pago cifradas en dos mil reales de a 34 maravedíes, contratadas con el Mayordomo de la Hermandad D. Pedro Salcedo, y el espléndido Paso del Señor, la obra cumbre del barroco sevillano debido a Francisco Antonio Gijón en 1.692. Son los años en que la devoción al Señor del Gran Poder se extiende allende nuestras fronteras, hallándose documentalmente acreditada la existencia de una imagen bajo la misma advocación en la ciudad de Quito.

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En 1.703, bajo el patronato de la familia Peragullano, le es cedida a perpetuidad una capilla en la Parroquia de San Lorenzo donde permanecerá hasta 1965. Tal estabilidad le permite la realización de nuevos enseres de su patrimonio artístico, así la imagen de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso en 1.798 y su corona, la más antigua de cuantas procesionan en la Semana Santa sevillana y, sobre todo, su definitiva consolidación como Hermandad de penitencia, hecho en el que desempeñó un papel decisivo el Beato Fray Diego José de Cádiz merced a su permanente predicación a la devoción de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder culminada con su Novena dedicada al Señor en 1.799.

A lo largo del siglo XIX la Familia Real distingue a la hermandad con el ingreso de varios de sus distinguidos miembros, comenzando Fernando VII, quien le concede el Titulo de Real en 1.823, y su esposa María Josefa Amalia, para continuar Isabel II en 1.878. El final del siglo y comienzos del corriente, contempla la magna obra de otro hermano insigne, el Beato Cardenal D. Marcelo Spínola y Maestre, Hermano Mayor honorario y segundo Hermano Beato de esta Hermandad única en Sevilla que goza de tan alto privilegio, quien entre otras cosas lleva definitivamente a cabo la concordia con la Hermandad de la Macarena con la que se venía sosteniendo discrepancias referentes al orden de procesionar en la madrugada del viernes Santo.

A lo largo del siglo XIX la Familia Real distingue a la hermandad con el ingreso de varios de sus distinguidos miembros, comenzando Fernando VII, quien le concede el Titulo de Real en 1.823, y su esposa María Josefa Amalia, para continuar Isabel II en 1.878. El final del siglo y comienzos del corriente, contempla la magna obra de otro hermano insigne, el Beato Cardenal D. Marcelo Spínola y Maestre, Hermano Mayor honorario y segundo Hermano Beato de esta Hermandad única en Sevilla que goza de tan alto privilegio, quien entre otras cosas lleva definitivamente a cabo la concordia con la Hermandad de la Macarena con la que se venía sosteniendo discrepancias referentes al orden de procesionar en la madrugada del viernes Santo.

El siglo XX aparece salpicado de hitos transcendentales en la Historia de la Hermandad. El 27 de Junio de 1.900, bajo el reinado de S.S. León XIII, precede a todas las Hermandades de Sevilla en su petición y proclamación del Dogma de la Asunción, recibiendo de gracia de Pío XI el título de Pontificia en 1.926. De nuevo se alza en pionera de las cofradías sevillanas cuando en 1.953, merced al impulso y devoción del entonces Hermano Mayor D. José Morón Ruiz, funda la primera Bolsa de Caridad para asistencia de necesitados y en el nombre siempre del Señor del Gran Poder.

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Desde el adjunto templo parroquial de San Lorenzo, se traslada a su propio Templo el

27 de Mayo de 1.965 para veinticinco años después realizar su Consagración, previa a su designación como Basílica lo que se produce por Breve de S.S. Juan Pablo II, dado en Roma, San Pedro, el día 29 de diciembre de 1.992,durante el año decimoquinto de su Pontificado. Fruto de esta época de consolidación y arraigo de la devoción a nuestros sagrados titulares es, por una parte, la difusión y multiplicación de Hermandades filiales cuyo número en el territorio nacional se eleva a más de veinticinco extendiéndose aquellas incluso a otros países y continentes y, por otra parte, la definitiva consagración de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder como " El Señor de Sevilla ", primero e indiscutido en la devoción de todos los sevillanos. En este reconocimiento y" por la extraordinaria devoción que le dispensa el pueblo de Sevilla desde hace 375 años" el Ayuntamiento de Sevilla por acuerdo Plenario, adoptado por todos sus Grupos Políticos en sesión del 27 de Enero de 1.995, acordó " Otorgar la Medalla de la Ciudad a la imagen de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder que se venera en la Basílica de la Plaza de San Lorenzo".

Posee la Hermandad desde el 2 de agosto de 1.995, Carta de Hermandad con la Orden de Frailes Menores Capuchinos concedida en el I centenario de la beatificación de Fray Diego de Cádiz, y cuya Bula original fue entregada personalmente por el Ministro General de la Orden en su visita a la Hermandad, el día 24 de septiembre de 1.995.

Tiene igualmente otorgada Carta Hermandad, desde 1965, con la Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Sacramento, Nuestro Padre Jesús Cautivo en el Abandono de sus Discípulos, Nuestra Señora de las Mercedes Coronada y San Juan Evangelista en la Tercera Palabra, Inmaculada Milagrosa y Santa Genoveva, erigida en la pa-rroquia de Santa Genoveva, de Sevilla.

En 1431, tradicionalmente y por las referencias de todas las reglas posteriores, se cita la fundación de la Hermandad en esta fecha en el Convento de San Benito también llamado de Santa María y Santo Domingo, dependiente hasta 1593 del de Silos o en otro que bajo la misma advocación tenía la orden de Calatrava en la actual calle de este nombre. Se cita historiográficamente la protección de los Duques de Medina Sidonia desde sus orígenes, pero hay que incidir también aquí en que el ducado no se fundó hasta 1445 cuando Juan II se lo otorga a Juan de Guzmán III, Conde de Niebla y defensor de Sevilla del ataque de Enrique de Navarra, por lo que esta protección debió ser posterior. Se llamó desde sus orígenes ―Sagrada Cofradía y Hermandad del Santísimo Poder y Traspaso de Nuestra Señora‖.

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El 22 de octubre de 1477, Se aprueban las

primeras Reglas de las que se tiene nota por referencias de las siguientes. Lo hace el entonces Obispo de Cádiz, D. Pedro Fernández de Solís ante el Notario D. Antonio Sanz.

Es el año de la llegada de los Reyes Católicos a Sevilla por vez primera con el Arzobispo Pedro González de Mendoza. Nada se sabe de estas reglas por ahora no localizadas más que lo que dejen traslucir la renovación de ellas en las de 1570.

El emblema de esta Hermandad, -según consta en la Regla nº 2-, lo constituyen dos escudos ovalados trayendo en el primero, en campo de gules, cruz de plata de San Juan; el segundo cuartelado en cruz: primero y cuarto con las armas de Castilla, segundo y tercero con las armas de León. Sobre el todo, tres flores de lis en oro en campo de azur, dentado en la punta con las armas del Reino de Granada. Bajo ambos escudos, una parrilla simbólica de San Lorenzo, atravesada de la palma del martirio, todo ello en su color. Timbrado por la Corona Real de España, sumado de tiara Pontificia sobre llaves de San Pedro. Todo ello orlado por la divisa "in manu ejus potestas et imperium", que es sostenido por dos ángeles en vuelo.

Títulos y Símbolos:

El título de Pontificia lo recibe de la Bula de S.S. Pio XI, fechada el 10 de abril de 1.926, siendo por ello que luce en su emblema la Tiara Pontificia que anteriormente hemos reseñado.

El título de Real es concedido por el monarca Fernando VII, que es recibido como hermano junto con su esposa, el 22 de octubre de 1.823; luciendo por ello la corona Real.

Lleva el símbolo de la Cruz de San Juan por estar agregado a la Basílica de San Juan de Letrán de Roma, por dos ocasiones, la primera, en 1.500, por S.S. el Papa Alejandro VI, y la segunda, por S.S. el Papa Clemente XII en 1.731.

Los símbolos de la parrilla y la palma se deben a su simbología por el martirio de San Lorenzo, al que advoca la Iglesia parroquial, que durante muchos años acogió a nuestra Hermandad y en la que conserva Capilla propia.

Por FLP

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Venezuela (8ª y última Parte) - (Salto Ángel)

El Salto Ángel, es una Catarata del sureste de Venezuela, situada en el río Churún, afluente del Carrao. Es la catarata interrumpida más alta del mundo, quince veces mayor que las cataratas del Niágara; su caída es de 979 m desde la mesa del Auyan Tepuy, en las selvas del macizo de las Guayanas. Es un portento natural único e impresionante para quienes tienen el honor de verlo en persona. Se encuentra dentro del Parque nacional Canaima. Sin embargo geográficamente El Salto Ángel no pertenece a la zona denominada La Gran Sabana, aún así, en prácticamente toda obra sobre esta región

se incluye, dado que pertenece a la misma formación y sus características son del mismo orden. Fue descubierto (mostrada al mundo) en 1937 por el aviador y aventurero estadounidense James C. Ángel, de quien recibe el nombre. Y cuyas cenizas se depositaron sobre el salto a petición del propio Jimmy.

El salto Ángel es llamado por los indígenas Kerekupai-merú, que en la lengua Pemón quiere decir "salto del lugar más profundo" aunque también es conocido como Churún-merú, es un error puesto que ese nombre corresponde a otro salto ubicado al final del cañón del diablo de unos 400 metros de altura.

El Salto Ángel es sin duda el atractivo más popular del Parque Nacional Canaima, llegar hasta él se consigue mediante excursiones que salen desde Canaima y también se puede sobrevolar en avioneta que se alquila allí en la ciudad de Canaima, sin embargo las condiciones climáticas en el sector donde está el Salto Ángel son muchas veces contrarias a nuestras intenciones de ver este portento y se encuentra nublado o tapado por la abundante nubosidad, pero vale la pena intentarlo. También se realizan vuelos desde Santa Elena de Uairén.

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La Conquista del Auyantepuy por Jimmy

Ángel se remonta al año 1920 el origen del aterrizaje de la avioneta de Jimmy Ángel en la altiplanicie del Auyantepuy, unos 17 años después. Exactamente ocurrió el 9 de octubre de 1937.

En 1920 mientras efectuaba un vuelo de demostración por Sur América, Jimmy Ángel se vio precisado a realizar un aterrizaje forzoso sobre una alti-Planicie andina (3.500 metros de altura) debido a la rotura del cuplón de la magneto. El avezado piloto norteamericano fabricó una pieza con la suela de uno de sus zapatos, y así pudo despegar y proseguir su vuelo sin interrupción alguna. Había llegado a Panamá -Jimmy Ángel- de su vuelo de

demostración, y encontrándose en el bar de un hotel, donde a la sazón se comentaba el hecho del referido aterrizaje forzoso, cuando se le acercó un señor norteamericano, con un planito en la mano. ¿Que deseaba? El proponía al aviador que lo condujera a un lugar señalado al sur del río Orinoco, en Venezuela, donde era necesario un aterrizaje y despegue similar -al ya citado arriba- pero a 2.600 metros de altura. Jimmy no se interesó mucho, pues acababa de regresar de un largo viaje, y tratando de deshacerse de aquel individuo, le dijo que sí, pero, que él exigía por sus servicios, la suma de cinco mil dólares en un cheque de gerencia de un banco de Panamá, antes de efectuar el vuelo, Con ello, Jimmy no le decía que no, aunque exigía unos honorarios muy elevados. Y, en verdad, consideró dicha cantidad como difícil de satisfacer, por la persona que le hacía la proposición. Cuál no sería la sorpresa de Jimmy Ángel, cuando a las 10 de la mañana del siguiente día recibió la visita del extraño personaje, con el cheque por los $ 5.000 exigidos. Hombre de palabra, Jimmy hizo los arreglos necesarios, y de acuerdo a lo previamente establecido, se trasladó con su pasajero a Venezuela, internándose en nuestro territorio hacia el sur, más allá del río Orinoco.

EL RELATO DE JIMMY De acuerdo a lo relatado por Jimmy años después, él ignoraba el sitio exacto, y fue

guiado por el extraño aventurero, quien le indicó un río a cuyo lado debía aterrizar. Jimmy así lo hizo: aterrizó sobre una pequeña sabana y, recordaba él, que el tiempo no era muy bueno y llovía bastante. Ello le preocupaba en extremo toda vez que a una de las alas del avión, le penetraba abundante agua, y se valió de una navaja para pinchar la tela y achicarla. Una media tarde y la noche permanecieron allí, tiempo empleado por el pasajero en realizar una exploración a un lugar cercano, trayendo consigo unas 60 libras de pepitas de oro, dentro de sacos que, seguramente, tenía preparados de antemano a la espera de una oportunidad propicia, como la presente.

Parece ser que ese norteamericano, en compañía de otro, había realizado una expedición desde el Perú; hasta Ciudad Bolívar, donde concluyera su aventura, pero antes de dar feliz término al viaje, el otro murió a consecuencia de la mordedura de una culebra. Se presume que habían dejado ese tesoro en lugar seguro con la finalidad de recogerlo en la primera oportunidad. Y eso hizo el hombre llevado por Jimmy hasta la ignorada región ... A la mañana siguiente, Ángel y su pasajero despegaron con rumbo a Panamá, donde llegarían sin ningún contratiempo, Para Jimmy no significó nada aquel extraño viaje, quedando como uno más, sin prestar mayor atención al cargamento transportado, ¿Por qué? Una firma norteamericana estaba produciendo un avión mayor y él sólo soñaba en pilotear y demostrarlo.

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Coincidencialmente, Jimmy y el otro norteamericano se encontraron en un tren, y al reconocerse rememoraron aquel viaje al sur del Orinoco hacía ya 14 años. Fue durante la conversación que el aventurero preguntó a Jimmy si se había hecho millonario, porque suponía que éste había retornado al lugar donde, según él, se encontraba el oro a flor de tierra. Tal aseveración produjo en Jimmy Ángel un cambio en sus actividades, decidiendo mezclar dos emociones muy diferentes al deseo de retornar a Venezuela: el placer del vuelo y la aventura hacia lo material, en vista de un posible "El Dorado". Desde

entonces años 1934 – 1935, Jimmy y su esposa María, invirtieron sus ahorros en la búsqueda de aquel sitio, y lo favoreció una negociación de compra-venta de aviones, pues le quedó el Flamingo, que utilizaría en futuros vuelos y al cual bautizó con el nombre de "Río Caroní".

Ángel realizó innumerables vuelos por su propia cuenta, En uno de ellos y llevando de

acompañante a un Sargento Técnico de apellido García, en momentos en que sobrevolaban el cerro Auyantepuy, que era la región que más atraía a Jimmy, observaron por primera vez la caída de agua que hoy Lleva su nombre: Salto Ángel, y quedando impresionados por su altura. Este descubrimiento de Jimmy fue comentado a su regreso, y la magnitud del salto, fue corroborada por otras personas, incluyendo al señor Shorty Martín, geólogo y topógrafo que estaba haciendo exploraciones y levantamientos en esa zona, y quien se había hecho gran amigo de Jimmy, a quien conoció en el Campamento de Kamarata, en el mismo Estado Bolívar. Shorty y Jimmy decidieron levantar un mapa del Auyantepuy y, con tal fin, sobrevolaron el borde del cerro haciendo las anotaciones de acuerdo al rumbo, velocidad y altura. Por el altímetro del avión estimaron que el salto tenía casi 1.000 metros de altura, lo cual lo convertía en el mayor del mundo. Esto fue ratificado años después por una expedición, al ser medido con exactitud.

El nombre que hoy lleva Salto Ángel surgió durante una reunión efectuada en Caracas, y que culminaría con el aterrizaje de Jimmy en la cima del Auyantepuy. En esa reunión, además de Jimmy y Shorty, se encontraba Gustavo Heny, a quien hoy debemos el presente recuento, pues lo habían interesado en el proyecto. Cuando hablaron de la caída o salto, él Heny, preguntó qué nombre tenía, quedándose ambos Jimmy y Shorty sin saber qué responder, Pues no existía un mapa de la región, y el que ellos levantaron tampoco le habían puesto nombre. Fue Heny quien sugirió el nombre de Ángel, utilizando el apellido de Jimmy, su descubridor y quien lo diera a conocer.

Este nuevo grupo, con la inclusión de Gustavo Heny y de Miguel Delgado, se trasladó en compañía de Jimmy y su esposa María, al sur del Auyantepuy. En una sabana, donde Ángel solía aterrizar, se levantó un campamento que les serviría de base de operaciones, toda vez que Jimmy insistía que, en ese cerro o muy cerca de él, se encontraba el tan buscado sitio. Vuelos y más vuelos de reconocimiento, y las investigaciones por tierra a cargo de Heny y Delgado, proseguían sin descanso, Gustavo escaló la meseta del Auyantepuy en dos ocasiones, adentrándose cada vez más hacia el lugar que Jimmy parecía ahora reconocer, pero no le fue posible llegarse hasta él por la dificultad de bajar por un farallón de unos 1.200 pies de altura que divide la meseta del Auyantepuy. Al divisar la sabana y aun cuando su conformación era igual a la otra, llegó al convencimiento de no haber dado con el sitio. ¿Por qué? El terreno era extremadamente suave, cubierto en su mayoría por capas vegetales, aún no asentadas, y entre las que crecían helechos y maticas "en forma de mogoticos", sobre los cuales había que pisar forzosamente, so pena de hundirse hasta la rodilla en el fango.

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Cuando Heny bajó de la segunda exploración, en cuyo viaje invirtió 15 días, recibió una sorpresa: Jimmy había regresado de un vuelo a Ciudad Bolívar y, con el avión cargado de bastimento, había sobrevolado la meseta y hecho un toque de ruedas, mostrándose satisfecho de haber hallado terreno firme. Sólo esperaba el retorno de Gustavo para informarle de ello y proceder de inmediato a realizar el proyectado aterrizaje Gustavo Heny, al conocer la nueva, trató de disuadir a Jimmy de iniciar el vuelo inmediatamente, y le pidió un prudencial lapso de espera de unos 12 días, a fin de subir nuevamente a pie y demarcarle el lugar de aterrizaje, Pero Jimmy Ángel le respondió que de lugares de aterrizaje él sabía más que Gustavo; además, todo estaba bien y era el momento tan esperado de despejar la incógnita del sitio, en cuya búsqueda llevaba unos tres años y sus ahorros ya estaban totalmente invertidos. Pese a todo, la insistencia de Heny logró su propósito, pero sólo en cuestión de horas, y convinieron partir al día siguiente en la mañana. En aquel decisivo momento el reloj marcaba las 2 p.m. del 8 de octubre de 1937, y cargar el avión les llevaría algún tiempo. ¿Era lógico todo aquello? Entre Gustavo y Jimmy existía una ilimitada confianza en lo que cada quien había tomado bajo su responsabilidad, y en esa ocasión Jimmy le dijo: estoy seguro de que puedo aterrizar y, de que si algo pasa tú nos traerás al campamento. Gustavo, por su parte, confiaba en la pericia y conocimientos del arriesgado piloto. Aquello, aparentemente, reducía los riesgos de la aventura. Se aligeró el avión de todo aquello que no era imprescindible, incluyendo la gasolina, de la cual sólo se dejó en los tanques la suficiente para ida y vuelta -vuelos que no tomarían más de un cuarto de hora en cada sentido-, se colocó una tiendita de campaña, un rollo de mecate de 80 -metros de largo y suficiente comida para 15 días, tiempo éste que, en carta a su hermano en Caracas, había estimado Gustavo para cualquier eventualidad. Desde hacía un mes se venía considerando la posibilidad de un aterrizaje en el Auyantepuy.

Aclaró el día 9 de octubre de 1937 y todo estaba dispuesto. El despegue se efectuó sin tropiezos, a las 11 y 20 a.m., llegando a los 15 minutos a la meseta, la cual sobrevolaron por escasos minutos antes de proceder al aterrizaje, No podía ocultarse la emoción que embargaba a los osados presentes ante la gran incógnita de posarse sin dificultades en el Auyantepuy. Tan dispuesto iba Jimmy a efectuarlo, que una vez alineado el avión con la supuesta pista y de que el terreno lucía propicio, cortó motor, magnetos, y todos los switchs fueron pasados a off; la suerte estaba echada. El "Flamingo" dócilmente comenzó a rozar la superficie con sus tres ruedas -en posición perfecta de un aterrizaje de tres puntos- y dejando una huella con sus cauchos entre los mogoticos de hierba, pero cada vez más profundas a medida que decrecía la velocidad y las alas perdían su sustentación. Todos guardaban un elocuente silencio hasta que se oyó una voz. Era la de Gustavo Heny, quien desde el fondo de la cabina gritaba: Pull-out Jimmy... pull-out... Coincidió la alerta con un pequeño salto del avión antes de caer en un terreno más blando aún, y esto trabó su tren delantero y con la inercia levantó la cola hundiéndose el morro hasta el eje del motor y quedando en esa posición, como si dijera: Auyantepuy, ante ti me rindo .

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Eran las 11 y 45 a.m. Dentro de la cabina se produjo cierta confusión, pues se rompió el "cinturón de seguridad" de Gustavo Heny que era de mecate o cabuya. Su larga humanidad 1,90 metros- Pasó entre Miguel y María, yendo a caer a horcajadas sobre Jimmy, donde, con el volante y el panel de instrumentos, quedaron incómodamente trabados. A instancias de Jimmy, María y Miguel saltaron del avión, mientras él y Gustavo salían -prácticamente gateando- por la puertecita delantera, pues, aunque con poca gasolina, ésta se filtraba por una de las alas que servía de apoyo al avión en tan incómoda posición. Afortunadamente no se produjo fuego en el avión, debido a las precauciones tomadas por Jimmy, y aparte del susto al ocurrir el accidente, los cuatro pasajeros se encontraban sanos y salvos. Constatado esto, su primera labor fue enderezar el avión utilizando el mecate que llevaban, lo ataron a la cola y tiraron de él.

A la hora convenida con el campamento,

se iniciaron las llamadas a través del equipo de radio del avión, pero desafortunadamente no obtuvieron respuesta alguna, Se repitió luego en cada oportunidad y hora señalada para los contactos. Y la misma mala suerte que en otras ocasiones. En las alas del avión, se escribieron con tela y adhesivo, las palabras "all ok" (todos bien), y con una flecha se indicó el rumbo que seguirían. Jimmy también dejó una nota en el avión, con la hora y resultado del aterrizaje, así como la nómina de los integrantes del pasaje; además, se dejarían abordo los aparatos y bultos no imprescindibles, a fin de evitar estorbos en el descenso.

EPÍLOGO DE UNA ODISEA Después de la odisea, Jimmy pasó algunos sinsabores en

Venezuela y, apesadumbrado, se retiró a vivir en Panamá, donde murió en 1956. Fue su último deseo el que sus cenizas fueran traídas a Venezuela y esparcidas sobre la región, que tantas aventuras le deparó y de la que siempre guardaba un profundo recuerdo. Sus deseos fueron cumplidos. María, su hijo y Gustavo, en sencilla pero emotiva ceremonia, esparcieron desde un avión y sobre el Salto Ángel, el contenido de aquel cofre que, como diáfana nube, se abrazó al Salto, y con él regó para siempre la tierra que Jimmy tanto amó...

Siempre pensando en Preservarlo: Venezuela es un país para hacer turismo, con sus playas, llanos, montañas, selvas, Ríos de todos los tamaños, lugares impresionantes para vacacionar y conocer, para excursiones, expediciones. Venezuela posee muchas riquezas turísticas, pero debemos conservarlas, protegerlas, preservarlas. Turismo no es simplemente viajar de un lado a otro, no, también identifica la necesidad del respeto y la conciencia para entender lo importante de nuestros actos sobre el medio ambiente.

Por Yamileth Chávez Cardozo

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Mesón-Restaurante Las Nieves

El Mesón-Restaurante Las Nieves, situado en Almagro, sorprende por la riqueza de su

ornamentación, por la belleza de su entorno, por la abrumadora capacidad de sus históricas instalaciones y ante todo, por el nivel de excelencia conseguido en sus fogones. Es el restaurante más antiguo de España.

La cocina del Mesón no ha escatimado esfuerzos para tratar de recuperar recetas originales de la cocina de los siglos XVI y XVII, como una receta de los Fugger, banqueros alemanes al servicio del emperador Carlos V, o deliciosos postres basados en recetarios árabes.

La sugerencia de la casa pasa por el menú degustación, que incluye diferentes entrantes modificados en cada temporada y que terminan con el codillo a lo Fugger (especialidad de la casa) y como postre, con los melindres. Todo ello regado con vinos de su bodega en la que encontrará exclusivamente vinos procedentes de las Denominaciones de Origen La Mancha y Valdepeñas en sus gamas de jóvenes, crianza, reserva y gran reserva.

El mesón ha sabido aprovechar su magnífico legado para crear un establecimiento sin parangón, ubicado en un inmueble de belleza clásica que aprovecha la plaza de toros, un patio teatral, un salón-cueva y terrazas en los jardines. Y todo ello con una ambientación cautivadora que incluye objetos de la época.

Por FLP

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(La Catedral Vieja de Lérida)

En el mismo lugar estuvo una catedral paleocristiana y visigótica, que se utilizó como mezquita en la ocupación musulmana y que había sido construida en el año 832. Los Condes Ramón Bereguer IV de Barcelona y Ermengol IV de Urgell, tomaron la ciudad de Lleida a los musulmanes en el 1149, y fue el obispo Guillem Pere de Ravidats, procedente de la diócesis de Roda de Isábena, quién consagró la mezquita como iglesia cristina bajo la advocación de Santa María la Antigua, rigiéndose por la regla de San Agustín. El obispo Gombáu de Camporrells, realizó diversas compras de terrenos y casas contiguas al templo y comenzó una nueva catedral para poder atender al crecimiento de la población en esa época. En el año 1193 el Cabildo catedralicio de Lleida encargó los planos de una nueva catedral al maestro constructor Pere de Coma. Diseñando una catedral bajo los cánones del románico. El esquema de la

planta del templo se relaciona con el tipo benedictino que se estilaba en Europa en los S. XI y XII en edificios religiosos. El 22 de Julio de 1203 el obispo Gombáu de Camporrells, el rey Pedro el Católico y el Conde Ermengol VII de Urgell colocaron la primera piedra, según consta en una lápida situada en el pilar del presbiterio a la izquierda, en la que también se nombra al maestro de obras Pere de Coma, que trabajó durante veinte años hasta que falleció. La nueva obra fue construida sobre la antigua, empezándose por el transepto izquierdo y la puerta de Sant Berenguer, siguiendo por el ábside hasta llegar al brazo derecho y la puerta de la Anunciata en el año 1215. Se supone que el maestro de obras Pere de Coma ejecutó hasta el segundo tramo de la nave y la puerta dels Fillols. Su consagración fue el 31 de octubre de 1278 por el obispo Guillem de Montcada. El maestro de obras Pere de Pennafreita, fallecido en 1286, se cree que construyó el cimborio del crucero y cubrió las naves del templo con bóvedas de crucería. En esta fase de finales del S. XIII fueron utilizados elementos del nuevo estilo gótico.

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OBRAS DE LOS S. XIV Y XV

Finalizando el S. XIII estaban prácticamente acabadas las obras más importantes de la catedral y se continuó con las capillas, el claustro, el retablo del altar mayor, sepulcros funerarios, la puerta de los Apóstoles y el campanario, con la participación de varios maestros de obras. El claustro fue construido entre la segunda mitad del S. XIII y el S. XV. Guillem d´Emil en 1330 trabajó en el claustro y en 1337 terminó la capilla de Hugo de Cardona. Pere Piquer documentado entre 1340 y 1345 construyó la capilla del obispo Ferrer Colom, de los Montcada, y del obispo Arnau Sescomes. Guillem Seguer fue el maestro que a mediados del S. XV y realizó el primer proyecto de la puerta de los Apóstoles. Hasta el año 1378 estuvo Bertomeu de Robió, junto con Jaime Cascalls, que dirigía la puerta de los Apóstoles, y que también trabajaba en el Monasterio de Poblet. Rodió realizó el gran retablo del

altar mayor en piedra y el coro. Su sucesor Guillem Solivella, construyó la torre del campanario y el pórtico de la puerta dels Fillols. En el S. XV trabajaron el francés Carles Galtés de Ruan en la puerta de los Apóstoles y en el coronamiento del campanario.

El maestro Mateu Alemany construyó en 1406 el primer reloj de la torre mayor. En 1441 fue nombrado maestro mayor Marc Safont aunque paradójicamente nunca trabajó allí, si lo hizo su discípulo Jordi Safont, que posteriormente fue nombrado maestro mayor de la catedral en 1462, sucediéndole los maestros Bertran de la Borda entre 1462 y 1485 y por Françesc Gomar para finalizar la bóveda de crucería de la puerta dels Fillols.

El último maestro mayor fue Antoni Queralt que realizó acabados de obra, principalmente en el claustro, entro los años 1494 y 1513.

ÚLTIMOS AÑOS

En los siglos siguientes se modificaron y sustituyeron elementos y piezas escultóricas. En el año 1707 la ciudad fue conquistada por las tropas de Felipe V, convirtiendo la Seu Vella en cuartel. Las funciones religiosas se trasladaron a la Iglesia de San Llorenç. La mayor parte de los bienes de los canónigos se perdieron o destruyeron. La Seu estuvo muy en peligro de ser destruida por el orden de Felipe V, por haber contribuido de forma decisiva en la defensa de la ciudad. Gracias la muerte del rey dicha orden no se cumplió. Una nueva catedral construida entre 1761 y 1781 – la Catedral Nueva – en la parte baja de la ciudad, la Seu Vella no volvió a ser sede catedralicia. En la segunda mitad del S. XIX, en la Renaixença catalana fue revalorizada la antigua catedral, hasta el 12 de junio de 1918 que se declaró la Seu Vella Monumento Nacional. En 1948 el ejército la cedió y en 1949 se inició su restauración.

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En 2003 se conmemoraron los ochocientos años de la colocación de la primera piedra.

INTERIOR DE LA CATEDRAL Presenta una planta basilical de cruz latina con tres naves longitudinales siendo más ancha y alta la central, en la parte superior se abren ventanas y arcos de medio punto.

Las proporciones de la planta están condicionadas al terreno, su topografía. La nace central mide 70 metros de largo, 13 de ancho y 19 de alto. Grandes ventanales iluminan el centro de la catedral. La cabecera está compuesta por un gran ábside central y cuatro más pequeños circulares, reconvertidos en capillas para familias ilustres de época medieval. El ábside central conserva su

construcción primitiva. Pilares cruciformes con dieciséis columnas cada uno, sostienen los arcos fajones y formeros que a su vez sostienen los nervios de las bóvedas de crucería. Los capiteles interiores de las columnas están profusamente esculpidos con motivos vegetales, geométricos, zoomórficos y temas del Antiguo Testamento. Se conservan importantes restos de pinturas murales y escultura monumental, aunque gran parte fueron expoliadas, después de la Guerra de Sucesión.

(Fotografías originales del autor)

Jaume Mestres i Capitán

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TEMPLARIOS EN EL CINCA Y SEGRE

Los templarios acabaron teniendo una gran presencia en las riberas del Cinca y del Segre. Sólo iba a perdurar desde mediados del siglo XII a inicios del siglo XIV; tiempo suficiente para que su recuerdo testimonial en documentos dejando huellas estimables. Hoy haremos mención de otras tres o cuatro donaciones a dicha orden militar de los caballeros del templo de Salomón, conocida popularmente como los Templarios.

En Fraga los templarios llegaron como fuerza militar que debía asediarla, y tuvieron que estar presentes en la firma de las capitulaciones junto al conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Sin embargo, no será hasta 1182 que nos aparece uno de los más importantes y decisivos documentos del temple en su relación con Fraga. Se trata de la autorización que efectuó el rey Alfonso II de Aragón, para que la orden pudiera edificar un molino y sus dependencias adyacentes en Fraga, eligiendo su ubicación desde la rambla del río Cinca y su puente hasta el lugar de Massalcoreig. El papa Inocencio III reconoció por bula las propiedades de los templarios en Fraga en junio de 1206. En 1294 debían pasar a Guillermo de Montcada, pero éstos se mostraron muy reticentes; y tras dejarlas temporalmente las volvieron a adquirir por compra según consta en un pergamino en la catedral de Lérida.

Otra de las donaciones

fueron las concedidas junto al río Segre, como fueron las de Remolins y de Avinganya. Tanto el abad de Poblet, Bernardo Prior, como Bernardo de Portarege confirmaron dichas donaciones al temple en el castillo de Gardeny, datadas en el mes de junio de 1162. También nos constan las firmas de Geraldo de Jorba y su esposa Saurina, así como Guillermo de Alcarrás, primogénito de dichos donantes.

La concesión de un solar en Butzénit -o Boccenic como dice el documento original- nos hace referencia a una localidad situada junto al Segre, entre Alcarrás y Lérida, a la derecha de la carretera nacional. El lugar de Butzénit es visita obligada a los que no lo conozcan, pues guarda el tipismo de las localidades pequeñas que han sobrevivido al paso de los siglos. Había sido concedido previamente a Guillem de Alcalá, y éste junto con su esposa Estefanía y su hijo Guillem de Alcarrás, la concedieron a la milicia del temple en 5 de octubre de 1166. En esta concesión intervinieron numerosos testigos, que anotamos por si sirven en posteriores correlaciones documentales de la misma época: Fr. Arnaldo de Torroja. maestre de Hispania; fr. Domingo comendador de Gardeny, fr. Geraldo de Aboccenic; Berenguer d’Ager; Arnaldo Pérez de Alentorn; Berenguer Pérez de Alentorn su hijo; Guillermo Artal de Buccenic; Betrán de Buccenic; Raymundo de Tora y Bertrán de Tora.

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Por último, mencionaremos la donación concedida al temple sobre Aitona, otra localidad del Segre. Es posterior a las anteriores, pues el rey Pedro, padre del Conquistador, había concedido a Raymundo de Montcada doscientos maravedís anuales sobre dicha villa y castillo. Este noble Montcada los vendió a los templarios, por mano de fr. Guillermo de Monredó, maestre del temple en Hispania, de fr. Bernardo de Claret de la casa de Gardeny, de fr. Bernardo de Zaguilella preceptor en Monzón y otros. Todo ello en la fecha del 17 de noviembre de 1216.

De esta manera, los Templarios pasaban a tener cierto dominio sobre las rentas de Aitona, señorío y baronía de los Montcada. Cuando después de 1312 los Templarios fueron sustituidos por los Hospitalarios en sus bienes, conservaron esta donación económica sobre Aitona.

Así pues, fueron tempranas donaciones a los Templarios en pleno siglo XII las de Fraga, Remolins, Avinganya, Butzénit, y un poco más tarde bienes sobre Aitona.

Joaquín Salleras Clarió

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VI Parte

Los autos de fe

Si la sentencia era condenatoria, implicaba que el condenado debía participar en la ceremonia denominada auto de fe, que solemnizaba su retorno al seno de la Iglesia (en la mayor parte de los casos), o su castigo como hereje impenitente. Los autos de fe podían ser privados («auto particular») o públicos («auto público» o «auto general»).

Aunque inicialmente los autos públicos no revestían especial solemnidad ni se pretendía una asistencia masiva de espectadores, con el tiempo se convirtieron en una ceremonia solemne, celebrada con multitudinaria asistencia de público, en medio de un ambiente festivo. El auto de fe terminó por convertirse en un espectáculo barroco, con una puesta en escena minuciosamente calculada para causar el mayor efecto en los espectadores.

Los autos solían realizarse en un espacio

público de grandes dimensiones (en la plaza mayor de la ciudad, frecuentemente), generalmente en días festivos. Los rituales relacionados con el auto empezaban ya la noche anterior (la llamada «procesión de la Cruz Verde») y duraban a veces el día entero. El auto de fe fue llevado a menudo al lienzo por pintores: uno de los ejemplos más conocidos es el cuadro de Francesco Rizzi conservado en el Museo del Prado y que representa

el celebrado en la Plaza Mayor de Madrid el 30 de junio de 1680. El último auto de fe público tuvo lugar en el año 1691.

Decadencia de la Inquisición

La llegada de la Ilustración a España desaceleró la actividad inquisitorial. En la primera mitad del siglo XVIII se quemó en persona a 111 condenados, y en efigie a 117, la mayoría de ellos los denominados «judaizantes». En el reinado de Felipe V el número de autos de fe fue de 728. Sin embargo, en los reinados de Carlos III y Carlos IV sólo se quemó a cuatro condenados.

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Con el Siglo de las Luces la Inquisición se reconvirtió: las nuevas ideas ilustradas eran la amenaza más próxima y debían ser combatidas. Las principales figuras de la Ilustración Española fueron partidarias de la abolición de la Inquisición. Muchos de los ilustrados españoles fueron procesados por el Santo Oficio, entre ellos Olavide, en 1776; Iriarte, en 1779; y Jovellanos, en 1796. Éste último elevó un informe a Carlos IV en el que señalaba la ineficacia de los tribunales inquisitoriales y el desconocimiento que los actuantes tenían: frailes que toman [el puesto] sólo para lograr el platillo y la exención de coro;

que ignoran las lenguas extrañas, que sólo saben un poco de teología escolástica.

En la nueva tarea, la Inquisición trató de acentuar su función censora de las publicaciones, pero encontró que Carlos III había secularizado los procedimientos de censura y, en muchas ocasiones, la autorización del Consejo de Castilla chocaba con la más intransigente postura inquisitorial. Siendo la propia Inquisición parte del aparato del Estado por estar presente en el mencionado Consejo de Castilla, generalmente era la censura civil y no la eclesiástica la que terminaba imponiéndose. Esta pérdida de influencia se explica también porque la penetración de obras extranjeras ilustradas se hacía a través de miembros destacados de la nobleza o el gobierno, personas influyentes a quienes era muy

difícil interferir. Así entró en España, por ejemplo, la Enciclopedia Metódica, gracias a licencias especiales otorgadas por el Rey.

No obstante, a partir de la Revolución francesa, el Consejo de Castilla, temiendo que las ideas revolucionarias terminasen por penetrar en España, decidió reactivar el Santo Oficio a quien se encomendó encarecidamente la persecución de las obras francesas. El 13 de diciembre de 1789 un edicto inquisitorial, que recibió todo el beneplácito de Carlos IV y del Conde de Floridablanca, dictaminó que: teniendo noticias de haberse esparcido y divulgado en estos reinos varios libros que, sin contentarse con la sencilla narración de unos hechos de naturaleza sediciosos parecen formar un código teórico y práctico de independencia a las legítimas potestades destruyendo de esta suerte el orden

político y social se prohíbe la lectura, bajo multa, de treinta y nueve obras en francés

No obstante, la actividad inquisitorial se vio imposibilitada ante la avalancha de información que cruzaba la frontera, reconociendo en 1792 que la muchedumbre de papeles sediciosos no da lugar para ir formalizando los expedientes contra los sujetos que los introducen.

La lucha contra la Inquisición en el interior se produjo casi siempre de forma clandestina. Los primeros textos que cuestionaron el papel inquisitorial y alababan los ideales de Voltaire o Montesquieu aparecieron en 1759. Tras la suspensión de la actividad censora previa por parte del Consejo de Castilla en 1785, el periódico El Censor inició la publicación de protestas contra la actividad del Santo Oficio mediante la crítica racionalista e, incluso, Valentín de Foronda publicó Espíritu de los mejores diarios, un alegato en favor de la libertad de expresión que se leía con avidez en los ateneos; igualmente, el militar Manuel de Aguirre, en la misma línea, escribió «Sobre el tolerantismo» en El Censor, El Correo de los Ciegos y El Diario de Madrid.

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El fin de la Inquisición

Durante el reinado de Carlos IV y, a pesar de los temores que suscitaba la Revolución francesa, se produjeron varios hechos que acentuaron el declinar de la institución inquisitorial. En primer lugar, el Estado iba dejando de ser un mero organizador social para tener que preocuparse por el bienestar público y, con ello, tenía que plantearse el poder terrenal de la Iglesia, entre otras cuestiones, en los señoríos y, de forma general, en la riqueza acumulada que impedía el progreso social. Por otro lado, la permanente pugna entre el poder del Trono y el poder de la Iglesia se inclinó cada vez más de parte de aquél, en donde los ilustrados encontraban mejor protección a sus ideales. El propio Godoy y Antonio Alcalá Galiano se mostraron abiertamente hostiles a una institución cuyo único papel había quedado reducido a la censura y que mostraba una leyenda negra internacional de España que no convenía a los intereses políticos del momento:

¿La Inquisición? Su antiguo poder no existía ya: la autoridad horrible que este tribunal sanguinario había ejercido en otros tiempos quedaba reducida, quedaba muy reducida el Santo Oficio había venido a parar en ser una especie de comisión para la censura de libros, no más.

De hecho, las obras prohibidas circulaban con fluidez en entornos públicos, como las librerías de Sevilla, Salamanca o Valladolid.

La Inquisición fue abolida durante la dominación de Napoleón y el reinado de José I (1808-1812). En 1813, los diputados liberales de las Cortes de Cádiz lograron también su abolición, en buena medida por la propia condena que el Santo Oficio había realizado de la sublevación popular contra la invasión del francés. Pero fue restaurada cuando Fernando VII recuperó el trono el 1 de julio de 1814. Fue de nuevo abolida durante el Trienio liberal. Posteriormente, en la Década Ominosa, la Inquisición no fue formalmente restablecida,[40] aunque de facto volvió a actuar bajo la fórmula de las Juntas de Fe, toleradas en las diócesis por el rey Fernando y que tuvieron el triste honor de ejecutar al último hereje condenado, el maestro de escuela Cayetano Ripoll, ejecutado en Valencia el 26 de julio de 1826 (presuntamente por haber enseñado los principios deístas), y todo ello entre un escándalo internacional en Europa por la actitud de despotismo que todavía pervivía en España.

La Inquisición fue definitivamente abolida el 15 de julio de 1834 por un Real Decreto firmado por la regente María Cristina de Borbón, durante la minoría de edad de Isabel II y con el visto bueno del Presidente del Consejo de Ministros Francisco Martínez de la Rosa. (Es posible que algo semejante a la Inquisición actuase durante la primera Guerra Carlista en las zonas dominadas por los carlistas, puesto que una de las medidas de gobierno que preconizaba Carlos María Isidro de Borbón era la reimplantación de la Inquisición).

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Número de víctimas

El cronista Hernando del Pulgar, contemporáneo de los Reyes Católicos, calculó que hasta 1490 (sólo una década después del comienzo de su actividad), la Inquisición habría quemado en la hoguera a 2.000 personas, y reconciliado a otras 15.000.

Las primeras estimaciones cuantitativas del número de procesados y ejecutados por la Inquisición Española las ofreció Juan Antonio Llorente, que fue secretario general de la Inquisición de 1789 a 1801 y publicó en 1822, en París, Historia crítica de la Inquisición. Según Llorente, a lo largo de su historia la Inquisición habría procesado a un total de 341.021 personas, de las cuales algo menos de un 10% (31.912) habrían sido ejecutadas. Llegó a escribir: ―Calcular el número de víctimas de la Inquisición es lo mismo que demostrar

prácticamente una de las causas más poderosas y eficaces de la despoblación de España‖. El principal historiador moderno de la Inquisición, Henry Charles Lea, autor de History of the Inquisition of Spain, consideró que estas cifras, que no se basan en estadísticas rigurosas, eran muy exageradas.

Los historiadores modernos han emprendido el estudio de los fondos documentales de la Inquisición. En los archivos de la Suprema, actualmente en el Archivo Histórico Nacional, se conservan, en los informes que anualmente debían remitir todos los tribunales locales, las relaciones de todas las causas desde 1560 hasta 1700. Ese material proporciona información de 49.092 juicios, que han sido estudiados por Gustav Henningsen y Jaime Contreras. Según los cálculos de estos autores, sólo un 1,9% de los procesados fueron quemados en la hoguera.

Los archivos de la Suprema apenas proporcionan información acerca de las causas anteriores a 1560. Para estudiarlas, es necesario recurrir a los fondos de los tribunales locales, pero la mayoría se han perdido. Se conservan los de Toledo, Cuenca y Valencia. Dedieu ha estudiado los de Toledo, donde fueron juzgadas unas 12.000 personas por delitos relacionados con la herejía. Ricardo García Cárcel ha analizado los del tribunal de Valencia. De las investigaciones de estos autores se deduce que los años 1480-1530 fueron el período de más intensa actividad de la Inquisición, y que en estos años el porcentaje de condenados a muerte fue bastante más significativo que en los años estudiados por Henningsen y Contreras.

García Cárcel estima que el total de procesados por la Inquisición a lo largo de toda su historia fue de unos 150.000. Aplicando el porcentaje de ejecutados que aparece en las causas de 1560-1700 —cerca de un 2%— podría pensarse que una cifra aproximada puede estar en torno a las 3.000 víctimas mortales. Sin embargo, muy probablemente esta cifra deba corregirse al alza si se tienen en cuenta los datos suministrados por Dedieu y García Cárcel para los tribunales de Toledo y Valencia, respectivamente. Es probable que la cifra total esté entre 3.000 y 5.000 ejecutados. Sin embargo, es imposible determinar la exactitud de esta cifra, y, a causa de las lagunas en los fondos documentales, es poco probable que nunca se sepa con seguridad el número exacto de los ejecutados por la Inquisición.

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Stephen Haliczer, uno de los profesores universitarios que trabajaron en los archivos del Santo Oficio, dice que descubrió que los inquisidores usaban la tortura con poca frecuencia y generalmente durante menos de 15 minutos. De 7.000 casos en Valencia, en menos del 2% se usó la tortura y nadie la sufrió más de dos veces. Más aún, el Santo Oficio tenía un manual de procedimiento que prohibía muchas formas de tortura usadas en otros sitios de Europa. Los inquisidores eran en su mayoría hombres de leyes, escépticos en cuanto al valor de la tortura para descubrir la herejía.

Leyenda Negra de la Inquisición

A mediados del siglo XVI, coincidiendo con la persecución de los protestantes, empieza a aparecer en las plumas de varios intelectuales europeos protestantes una imagen de la Inquisición que exagera sus rasgos

negativos con fines propagandísticos. Uno de los primeros en escribir acerca del tema es el inglés John Foxe (1516 – 1587), quien dedica un capítulo entero de su libro The Book of Martyrs a la Inquisición Española. Otra de las fuentes de la leyenda negra de la Inquisición fue Sanctae Inquisitionis Hispanicae Artes, firmada con el seudónimo de Reginaldus Gonzalvus Montanus, que fue probablemente escrita por dos protestantes españoles exiliados, Casiodoro de Reina y Antonio del Corro. Este libro tuvo un gran éxito y fue traducido al inglés, francés, holandés, alemán y húngaro, contribuyendo a cimentar la imagen negativa que en Europa se tenía de la Inquisición. Holandeses e ingleses, rivales políticos de España, fomentaron también esta leyenda negra.

Otras fuentes de la leyenda negra de la

Inquisición proceden de Italia. Los intentos de Fernando el Católico de exportar la Inquisición Española a Nápoles desencadenaron varias revueltas, y todavía en fechas tan tardías como 1547 y 1564 hubo levantamientos antiespañoles cuando se creyó que se iba a establecer la Inquisición. En Sicilia, donde sí llegó a establecerse, hubo también revueltas contra la actividad del Santo Oficio, en 1511 y 1516. Son numerosos los autores italianos que en el siglo XVI se refieren con horror a las prácticas inquisitoriales.

(Por FLP)

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Juana de Arco es una figura histórica compleja, elevada a los altares, cuya apasionante vida resulta imposible que deje a nadie indiferente. Que una campesina analfabeta de 17 años, en plena Guerra de los Cien Años, lidere al ejército francés a instancias de una revelación divina y consiga la coronación de su rey no es pequeña aventura. Resulta lógico que su peripecia haya sido repetidas veces adaptada al cine; Robert Bresson, Carl Th. Dreyer, Roberto Rossellini, Victor Fleming son algunas de las vacas sagradas de la pantalla que han quedado fascinadas por la doncella de Orleans. Y, muy recientemente, Christian Duguay ha hecho una notable película para la televisión, con una maravillosa interpretación de la prometedora Leelee Sobieski.

El francés Luc Besson da un quiebro a su trayectoria fílmica -Nikita, El quinto elemento, El profesional- al abordar la figura de Juana. En líneas generales, sigue los hechos históricos y demuestra innegable admiración por el personaje. Las variaciones estriban en imaginar que una hermana

fue violada por soldados de Borgoña cuando Juana era niña, y en permitir una doble lectura en cuanto a su misión: se puede pensar que, en efecto, recibió un encargo divino, o bien -mensaje para incrédulos- que fueron imaginaciones suyas. Con el fin de mantener este juego de posibles interpretaciones, se introduce un personaje, el de la conciencia (al que da vida Dustin Hoffman), que atormenta a Juana con dudas. Pues este es el rasgo de la joven que más se pretende destacar: que, enviada de Dios, supo actuar en conciencia, procurando hacer lo que consideraba correcto.

Director: Luc Besson. País: Estados Unidos-Francia. Año: 1999. Argumento: La vida de Juana de Arco. Guión: Andrew Birkin y Luc Besson. Música: Eric Serra. Fotografía: Thierry Arbogast. Dirección artística: Hughes Tissandier. Intérpretes: Milla Jovovich (Juana de Arco), John Malkovich (Carlos VII), Faye Dunaway (Yolanda de Aragón), Dustin Hoffman (Conciencia de Juana), Pascal Gregory (Alençon), Vincent Cassel (Gilles des Rais), Tchéky Karyo (Dunois).

(Por FLP)

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El Dragón del Patriarca Todos los valencianos hemos temblado de miedo ante el monstruo enclavado en el atrio del Colegio del Patriarca, la iglesia fundada por el beato Juan de Ribera. Es un cocodrilo relleno de paja, con las cortas y rugosas patas pegadas al muro y entreabierta la enorme boca, con una expresión de repugnante horror que hace retroceder a los pequeños, hundiéndose en las faldas de sus madres.

Dicen algunos que está allí como símbolo del silencio, y con igual significado aparece en otras iglesias del reino de Aragón,

imponiendo recogimiento a los fieles; pero el pueblo valenciano no cree en tales explicaciones, sabe mejor que nadie el origen del espantoso animalucho, la historia verídica e interesante del famoso dragón del Patriarca, y todos los nacidos en Valencia la recordamos como se recuerdan los cuentos de miedo oídos en la niñez.

Era cuando Valencia tenía un perímetro no mucho más grande que los barrios tranquilos, soñolientos y como muertos que rodean la Catedral. La Albufera, inmensa laguna casi confundida con el mar, llegaba hasta las murallas; la huerta era una enmarañada marjal de juncos y cañas que aguardaba en salvaje calma la llegada de los árabes que la cruzasen de acequias grandes y pequeñas, formando la maravillosa red que transmite la sangre de la fecundidad; y donde hoy es el Mercado extendíase el río, amplio, lento, confundiendo y perdiendo su corriente en las aguas muertas y cenagosas.

Las puertas de la ciudad inmediatas al

Turia permanecían cerradas los más de los días, o se entreabrían tímidamente para chocar con el estrépito de la alarma apenas se movían los vecinos cañaverales. A todas horas había gente en las alamedas, pálida de emoción y curiosidad, con el gesto del que desea contemplar de lejos algo horrible y al mismo tiempo teme verlo.

Allí, en el río, estaba el peligro de la ciudad, la pesadilla de Valencia, la mala bestia cuyo recuerdo turbaba el sueño de las gentes honradas, haciendo amargo el

vino y desabrido el pan. En un ribazo, entre aplastadas marañas de juncos, un lóbrego y fangoso agujero, y en el fondo, durmiendo la siesta de la digestión, entre peladas calaveras y costillas rotas, el dragón, un horrible y feroz animalucho, nunca visto en Valencia, enviado, sin duda, por el Señor, según decían las viejas ciudadanas, para castigo de pecadores y terror de los buenos.

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¡Qué no haría la ciudad para librarse de aquel vecino molesto que turbaba su vida...! Los mozos bravos de cabeza ligera y bien sabe el diablo que en Valencia no faltaban, excitábanse unos a otros y echaban suertes para salir contra la bestia, marchando a su encuentro con hachas, lanzas, espadas y cuchillos. Pero apenas se aproximaban a la cueva del dragón, sacaba éste el morro, se ponía en facha para acometer, y partiendo en línea recta, veloz como un rayo, a este quiero y al otro no, mordisco aquí y zarpazo allá, desbarataba el grupo; escapaban los menos, y el resto paraba

en el fondo del negro agujero, sirviendo de pasto a la fiera para toda la semana.

La religión, viniendo en auxilio de los buenos y recelando las infernales artes del Maléfico en esta horrorosa calamidad, quiso entrar en combate con la bestia; y un día, el clero, con su obispo a la cabeza, salió por las puertas de Valencia, dirigiéndose valerosamente al río con gran provisión de latines y agua bendita. La muchedumbre contemplaba ansiosa desde las murallas la marcha lenta de la procesión, el resplandor de las bizantinas casullas con sus fajas blancas orladas de negras cruces, el centellear de la mitra de terciopelo rojo con piedras preciosas y el brillo de los lustrosos cráneos de los sacerdotes.

El monstruo, deslumbrado por este aparato extraordinario, les dejaba aproximarse; pero pasada la primera impresión, movió sus cortas patas, abrió la boca como bostezando, y esto basto para que todos retrocediesen con tanta prudencia como prisa, precaución feliz a la que debieron los valencianos que la fiera no se almorzara medio cabildo.

Se acabó. Todos reconocían la imposibilidad de seguir luchando con tal enemigo. Había que esperar a que el dragón muriese de viejo o de un hartazgo; mientras tanto, que cada cual se resignara a morir devorado cuando le llegara el turno.

Acabaron por familiarizarse con aquel bicho ruin como con la idea de la muerte, considerándolo una calamidad inevitable, y el valenciano que salía a trabajar sus campos, apenas escuchaba ruido cerca de la senda y veía ondear la maleza, murmuraba con desaliento y resignación:

-Me tocó la mala. Ya está ahí ese. Siquiera que acabe pronto y no me haga sufrir.

Como ya no quedaban hombres que fuesen en busca del dragón, este iba al encuentro de la gente, para no pasar hambre en su agujero. Daba la vuelta a la ciudad, se agazapaba en los campos, corría los caminos, y muchas veces, en su insolencia, se arrastraba al pie de las murallas y pegaba el hocico a las rendijas de las fuertes puertas, atisbando si alguien iba a salir.

Era un maldito que parecía estar en todas partes. El pobre valenciano, al plantar el arroz encorvándose sobre la charca, sentía en lo mejor de su trabajo algo que le acariciaba por cerca de la espalda, y al volverse tropezaba con el morro del dragón, que se abría y se abría como si la boca le llegase a la cola, y ¡zas! De un golpe lo trituraba. El buen burgués que en las tardes de verano daba un paseíto por las afueras, veía salir de entre los matorrales una garra rugosa que parecía decirle: ¡Hola, amigo!, y con un zarpazo irresistible se veía arrastrado hasta el fondo del fangoso agujero, donde la bestia tenía su comedor.

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A medio día, cuando el dragón, inmóvil en el barro como un tronco escamoso, tomaba el sol, los tiradores de arco, apostados entre dos almenas, le largaban certeros saetazos. ¡Tontería! Las flechas rebotaban sobre el caparazón y el monstruo hacía un ligero movimiento, como si entorno de él zumbase un mosquito.

La ciudad se despoblaba rápidamente, y hubiese quedado totalmente abandonada a no ocurrírseles a los jueces sentenciar a muerte a cierto vagabundo, merecedor de horca por delitos que llamaron la atención en una época en que se mataba y robaba sin dar a esto otra importancia que la de naturales desahogos.

El reo, un hombre misterioso, una especie de judío, que había recorrido medio mundo y hablaba en idiomas raros, pidió gracia. Él se encargaría de matar al dragón a cambió de rescatar su vida. ¿Convenía el trato...?

Los jueces no tuvieron tiempo para deliberar, pues la ciudad les aturdió con su clamoreo. Aceptado, aceptado; la muerte del dragón bien valía la gracia de un tuno.

Le ofrecieron para su empresa las mejores armas de la ciudad; pero el vagabundo sonrió desdeñosamente, limitándose a pedir algunos días para prepararse. Los jueces, de acuerdo con él, dejáronle encerrado en una casa, donde todos los días entraban algunas cargas de leña y una regular cantidad de vasos y botellas recogidos en las principales casas de la ciudad. Los valencianos agolpábanse en torno de la casa, contemplando de día el negro penacho de humo y por la noche el resplandor rojizo que arrojaba la chimenea. Lo misteriosos de los preparativos dábales fe. ¡Aquel brujo sí que mataba al dragón...!

Llegó el día del combate, y todo el vecindario se agolpó en las murallas, anhelante y pálido de ansiedad. Colgaban sobre las barbacanas racimos de piernas; agitábanse entre las almenas inquietas masas de cabezas.

Se abrió cautelosamente un postigo, dejando sólo espacio para que saliera el combatiente, y volvió a cerrarse con la precipitación del miedo. La muchedumbre lanzó una exclamación de desaliento. Aguardaba algo extraordinario en el paladín misterioso, y le veía cubierto con un manto y un capuchón de lana burda, sin más arma que una lanza... ¡Otro al saco! Aquel judío se lo engullía la malvada bestia en un avemaría.

Pero él, insensible al general desaliento, marchaba en línea recta hacia la cueva. Justamente, el dragón hacía días que estaba rabiando de hambre. Quedábase la gente en la ciudad, y la fiera ayunaba, rugiendo al husmear el rebaño humano guardado por las fuertes murallas.

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Vieron todos como al aproximarse el vagabundo asomaba por el embudo de barro el picudo morro de la fiera y sus rugosas patas delanteras. Después, con un pesado esfuerzo, sacó del agujero el corpachón escamoso por cuyo interior había pasado media Valencia.

Y rugiendo de hambre, abrió una bocaza que, aun vista de lejos, hizo correr un estremecimiento por las espaldas de todos los valencianos. Pero al mismo tiempo ocurrió una cosa portentosa. El combatiente dejó caer la capa al suelo y la capucha, y todo el pueblo se llevó las manos a los ojos como deslumbrado. Aquel hombre era un ascua luminosa, una llama que marchaba rectamente hacia el dragón, un fantasma de fuego que no podía ser contemplado más de un segundo. Iba cubierto con una vestimenta de cristal, con una armadura de espejos en la que se reflejaba el sol, rodeándole con un nimbo de deslumbrantes rayos.

La bestia, que iba a lanzarse sobre él, parpadeó temblorosa, deslumbrada, y comenzó a retroceder.

El vagabundo avanzaba arrogante y seguro de la victoria, como en la leyenda wagneriana el valeroso Sigfrido marchaba al encuentro del dragón Fafner.

Los rayos de la armadura anonadaban a la fiera. Su espantable figura, reproducida en la coraza, en el escudo, en todas las partes de la armadura con infinito espejismo, la turbaban, obligándola a retroceder. Al fin, cegada, confusa, presa del mareo de lo desconocido, se dejó caer en su agujero, y con un supremo esfuerzo, por conservar su prestigio, abrió la bocaza para rugir

¡Allí de la lanza! La hundió toda en las horribles fauces del deslumbrado monstruo, repitiendo los golpes entre los aplausos de la muchedumbre que saludaba cada metido como una bendición de Dios. Los chorros de sangre negra y nauseabunda mancharon la límpida armadura, y enardecidos por la agonía del enemigo, todos los vecinos salieron al campo. Hubo algunos que por llegar antes se arrojaron de cabeza desde las murallas, siendo con esto las postreras víctimas del dragón.

Todos querían ver de cerca al monstruo y abrazar al matador.

¡Se salvó Valencia! Desde aquel día comenzó a vivir tranquila.

De tan memorable jornada no ha quedado el nombre del héroe, ni siquiera su maravillosa armadura de espejos. Sin duda se la rompieron en plena ovación, al llevarle triunfante de abrazo en abrazo.

Pero quedaba el dragón, con su vientre atiborrado de paja, por donde pasaron muchos de nuestros abuelos.

Y quien dude de la veracidad del suceso, no tiene más que asomarse al atrio del Colegio del Patriarca, que allí está la malvada bestia como irrecusable testigo.

Relato de Vte. Blasco Ibáñez

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Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón

(Orden Católica del Temple)

Maestrazgo Templario Católico Internacional