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nuestro mundo “no me asusta el petate del muerto”, y la máxima, “la vida no vale nada”. Incluso en cientos de canciones de amor y desa- mor, el comerciante, el político y el hom- bre de pueblo, son venerados en vida por un refrán llamado «calavera». Parece que la muerte es la que nos da y quita la vida. Y siempre existirá en la mente de todos los humanos no sólo desafiar la muerte, sino decir que la ven- cimos. Quiero terminar este artículo con una sentencia que dice: “La muerte es el espejo de la vida de los mexicanos, en donde cada mañana, cada día, nos ve- mos retratados, sólo que al mexicano le gusta dejar que transcurra el tiempo y que dios, la vida, la suerte y la muerte les cumplan todos sus sueños”. Cometarios y sugerencias: [email protected] Humildad Luis Rey Delgado L a humildad no está de moda, el significado corriente de la palabra alude sólo a la llamada clase baja, o «gente humilde», a la tercera clase de una sociedad de pocos que tienen mu- cho, y de una multitud de pobres que tienen poco. Usamos la acepción de clases humil- des, cuando se trata de personas que vi- ven en barrios empobrecidos. Así, el sig- nificado de la palabra humildad ya no tiene que ver con un valor del corazón humano, sino con el estatus de quien es «menos», es decir, de personas no sólo pobres en cuanto a posesiones, sino también en conocimientos. Es por ello que en el uso cotidiano la humildad esté considerada como una debilidad, y a veces es pensada cuando alguien se rebaja a sí mismo con la inten- ción de provocar palabras que levanten su autoestima. Nuestra cultura parece extraviada del patrimonio espiritual que encierran los valores éticos y ensal- za valores profanos, valores encarnados en muchos casos por personas que no añaden realmente valor, relegando las capacidades más profundas del ser hu- mano que merecen cultivo y atención. Nos conviene recuperar el valor de la humildad. Immanuel Kant fue uno de los primeros filósofos que señaló a la humildad como una «meta-actitud» y virtud central en la vida. Santa Teresa definió la humildad como “andar en la verdad”. En la práctica nos dejamos poseer por la arrogancia de siempre «tener la razón», necesidad que vuelve colérico al ego en nuestras relaciones emocionales, a menudo neuróticas, que impiden mi- rar las cosas desde perspectivas menos egocéntricas. Así, en muchas ocasiones, vivimos reaccionando, luchando y dan- do portazos para evitar amenazas de abandono, culpa y vergüenza, dejando al descubierto nuestras miserias y acti- tudes infantiles berrinchudas. El reconocimiento y cultivo de la hu- mildad juega un papel primordial en la paz familiar, profesional y social. La paz comienza por ser encontrada dentro en uno mismo, y desde ahí, con el tiempo, nos ayuda a mantener la ecuanimidad, compasión y la no violencia. El conflicto siempre es bilateral, hay dos partes y al menos dos personas que enfrentan tensión, ya sea en el ámbito fa- miliar o laboral. La fuente del conflicto, habrá que reconocerlo, siempre está en las dos partes, ya que dos personas no pelean si una de las dos realmente no quiere. En el fondo del corazón humano, cuando enfrentamos un conflicto existe la propia vulnerabilidad, a la que prote- gemos con máscaras y murallas que in- tentan blindar el corazón. Hay que descubrir que la verdadera fortaleza se basa en el reconocimiento de la propia vulnerabilidad, realidad que se encuentra desde la humildad y que aparece en nuestro corazón como luz in- terior y paz. Miguel de Cervantes dice en el famo- so Coloquio de los Perros que: “la humil- dad es la base y fundamento de todas las virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea”. Opina así el príncipe de los ingenios, que la modestia y discreción mejoran las demás virtudes y enrique- cen la personalidad. El término «humildad», desde el pun- to de vista virtuoso, consiste en aceptar- nos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos. Del mismo modo, la humildad es opues- ta a la soberbia. Una persona humilde no es pretenciosa, interesada, ni egoísta como lo es una persona soberbia, que se siente autosuficiente y generalmente hace las cosas por conveniencia. La humildad es conducta, modo de ser, modo de vida. La humildad es signo de fortaleza. Ser humilde no significa ser débil y ser soberbio no significa ser fuer- te. La humildad nunca se encuentra sola, es aliada de la modestia y forma una tri- logía con la bondad, además es signo de evolución espiritual. La humildad crea serenidad y tranquilidad. Con humildad se desarrolla la capa- cidad de admitir las equivocaciones, sin miedo a la crítica, pues ésta se transfor- ma en una posibilidad de crecimiento. Correo-e: [email protected] Hay que descubrir que la verdadera fortaleza se basa en el reconocimiento de la propia vulnerabilidad Siglo nuevo S n 45

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nuestro mundo

“no me asusta el petate del muerto”, y la máxima, “la vida no vale nada”. Incluso en cientos de canciones de amor y desa-mor, el comerciante, el político y el hom-bre de pueblo, son venerados en vida por un refrán llamado «calavera».

Parece que la muerte es la que nos da y quita la vida. Y siempre existirá en la mente de todos los humanos no sólo desafi ar la muerte, sino decir que la ven-cimos. Quiero terminar este artículo conuna sentencia que dice: “La muerte es el espejo de la vida de los mexicanos, en donde cada mañana, cada día, nos ve-mos retratados, sólo que al mexicano le gusta dejar que transcurra el tiempo y que dios, la vida, la suerte y la muerte les cumplan todos sus sueños”.Cometarios y sugerencias: [email protected]

HumildadLuis Rey Delgado

La humildad no está de moda, el signifi cado corriente de la palabra alude sólo a la llamada clase baja,

o «gente humilde», a la tercera clase de una sociedad de pocos que tienen mu-cho, y de una multitud de pobres que tienen poco.

Usamos la acepción de clases humil-des, cuando se trata de personas que vi-ven en barrios empobrecidos. Así, el sig-nifi cado de la palabra humildad ya no tiene que ver con un valor del corazón humano, sino con el estatus de quien es «menos», es decir, de personas no sólo pobres en cuanto a posesiones, sino también en conocimientos.

Es por ello que en el uso cotidiano la humildad esté considerada como una debilidad, y a veces es pensada cuando alguien se rebaja a sí mismo con la inten-ción de provocar palabras que levanten su autoestima. Nuestra cultura parece extraviada del patrimonio espiritual que encierran los valores éticos y ensal-za valores profanos, valores encarnados en muchos casos por personas que no

añaden realmente valor, relegando las capacidades más profundas del ser hu-mano que merecen cultivo y atención.

Nos conviene recuperar el valor de la humildad. Immanuel Kant fue uno de los primeros filósofos que señaló a la humildad como una «meta-actitud» y virtud central en la vida. Santa Teresa defi nió la humildad como “andar en la verdad”.

En la práctica nos dejamos poseer por la arrogancia de siempre «tener la razón», necesidad que vuelve colérico al ego en nuestras relaciones emocionales, a menudo neuróticas, que impiden mi-rar las cosas desde perspectivas menos egocéntricas. Así, en muchas ocasiones, vivimos reaccionando, luchando y dan-do portazos para evitar amenazas de abandono, culpa y vergüenza, dejando al descubierto nuestras miserias y acti-tudes infantiles berrinchudas.

El reconocimiento y cultivo de la hu-mildad juega un papel primordial en la paz familiar, profesional y social. La paz

comienza por ser encontrada dentro en uno mismo, y desde ahí, con el tiempo, nos ayuda a mantener la ecuanimidad, compasión y la no violencia.

El confl icto siempre es bilateral, hay dos partes y al menos dos personas que enfrentan tensión, ya sea en el ámbito fa-miliar o laboral. La fuente del confl icto, habrá que reconocerlo, siempre está en las dos partes, ya que dos personas no pelean si una de las dos realmente no quiere. En el fondo del corazón humano, cuando enfrentamos un confl icto existe la propia vulnerabilidad, a la que prote-gemos con máscaras y murallas que in-tentan blindar el corazón.

Hay que descubrir que la verdadera fortaleza se basa en el reconocimiento dela propia vulnerabilidad, realidad que se encuentra desde la humildad y que aparece en nuestro corazón como luz in-terior y paz.

Miguel de Cervantes dice en el famo-so Coloquio de los Perros que: “la humil-dad es la base y fundamento de todas las virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea”. Opina así el príncipe de los ingenios, que la modestia y discreción mejoran las demás virtudes y enrique-cen la personalidad.

El término «humildad», desde el pun-to de vista virtuoso, consiste en aceptar-nos con nuestras habilidades y nuestros defectos, sin vanagloriarnos por ellos. Del mismo modo, la humildad es opues-ta a la soberbia. Una persona humilde no es pretenciosa, interesada, ni egoísta como lo es una persona soberbia, que se siente autosufi ciente y generalmente hace las cosas por conveniencia.

La humildad es conducta, modo de ser, modo de vida. La humildad es signo de fortaleza. Ser humilde no signifi ca ser débil y ser soberbio no signifi ca ser fuer-te. La humildad nunca se encuentra sola, es aliada de la modestia y forma una tri-logía con la bondad, además es signo de evolución espiritual. La humildad crea serenidad y tranquilidad.

Con humildad se desarrolla la capa-cidad de admitir las equivocaciones, sin miedo a la crítica, pues ésta se transfor-ma en una posibilidad de crecimiento. Correo-e: [email protected]

Hay que descubrir que la verdadera fortaleza se basa en el reconocimiento de la propia vulnerabilidad

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