PRIMERA PALABRA

PERDNALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN (Lc. 23, 34).

Para iniciar la reflexin en torno a las ltimas palabras que pronunci nuestro Seor en la Cruz; me gustara que empezramos por describir la realidad de Jess, su entorno y los hechos que han llevado a vivir tal situacin.

Jess, un hombre de una pequea ciudad de Jud, llamada Beln. Hijo de un hombre obediente descendiente de la estirpe de David y de una joven doncella llamada Mara. Este es su entorno familiar, su estatus socio- econmico era humilde, su padre tal vez un carpintero o agricultor; lo que lo haca pertenecer a la clase baja de Israel, tenan lo necesario para vivir.

Despus de su niez y juventud (vida oculta) aparece en toda su esencia y esplendor a travs de su predicacin y los prodigios que realizaba; en especial a los pobres, los humildes y los perseguidos del pueblo. En este contexto cultural y social es que Jess desarrolla su llamada vida pblica.

Ahora bien, nos encontramos ante una cruda y triste escena. Los ltimos instantes del Seor Jess, antes de padecer el suplicio de la muerte. Ese Jess que en diferentes ocasiones san enfermos, dio de comer a la muchedumbre hambrienta, devolvi la vida a los muertos, expuls demonios, perdon pecados y libr de las garras del mal; ese Jess ahora est en la cruz.

Una cruz que se convertir (a pesar del sufrimiento, el dolor y la muerte aparente que en ella se viva) en signo de vida, de sanacin, de salvacin. Jess ha sufrido torturas y maltratos por parte de los soldados romanos, el pueblo, los sacerdotes y dems autoridades judas, ha sufrido insultos y desprecios, ha sido vctima de las ms deshumanas burlas. Horas antes haba aclamado al Padre con la angustia propia de quien sabe que ha llegado la hora de padecer, que apartar de l ese cliz de amargura, pero l mismo ahora con plena voluntad, siendo consciente de lo que hace acepta con amor sus padecimientos; sabiendo que con la muerte en el madero de la cruz, que de su costado abierto brotara para la humanidad sedienta de justicia, de consuelo, de amor, de paz, de Dios, VIDA Y VIDA EN ABUNDANCIA, que ese madero seco, se convertira en rbol de vida.

Jess est crucificado, es consciente de su realidad, es consciente de la obstinacin humana, sabe la dureza del corazn del hombre; porque durante toda su predicacin se ha enfrentado a este corazn que tercos sois para entender (Cfr. Mt 13, 14- 15) Si hacen esto con el leo verde, que no harn con el seco? (Lc. 23, 31).

Siendo Dios no se veng ni castig a sus opresores; antes bien or al Padre pidiendo el perdn para todos sus verdugos: Padre, perdnales porque no saben lo que hacen. Es la oracin que sale del corazn; corazn de un hombre que adems de ser verdadero hombre, es verdadero Dios, que ama a todos los hombres por igual, que no se fija en lo oscuro de su corazn, ni en sus pensamientos, ni en la codicia de su alma; sino que nos mira con ojos de Padre, de hermano, de amigo.

Una visin puramente humana nos llevara a pensar en un Jess cansado, en un Jess humilde y un Jess resignado; pero si tratamos de ver esta realidad con otros ojos, con los ojos del amor y de la fe, entenderemos en la palabra Perdn mucho ms que un olvidar, que un no mirar el error. Este perdn de Dios conlleva aceptacin, conlleva perdn absoluto, perdn de corazn, conlleva perdn universal, un perdn que ser para siempre y que seguir actual en toda poca y circunstancia de la humanidad.

Hoy da podemos hacer nuestra sta primer palabra del Seor en la cruz. Jess mismo nos ense a pedir perdn a Dios por nuestras ofensas; pero del mismo modo a ofrecer ese perdn perdona nuestras ofensas, como tambin nosotros perdonamos a los que nos ofende (Lc. 11, 4) decimos cada vez que oramos con el Padre Nuestro. Pero ahora bien, Hay que pedir perdn? Los invito para que cada uno de ustedes presentes en este lugar Santo y quienes nos siguen por los medios de comunicacin; piense en su realidad personal, piense en su vida De qu debemos pedir perdn? Dios es misericordia absoluta. Ofreci su perdn en la cruz y ese perdn es tambin ofrecido cada vez que nos acercamos al Sacramento de la Reconciliacin, Hace cunto no nos reconciliamos con Dios? Somos humildes para pedir perdn? Perdn, Seor exclama esta humanidad. Perdn por las veces en que nos alejamos de ti, perdn por la indiferencia, perdn por la corrupcin de nuestros gobernantes, perdn por las indiferencias de todos ante las necesidades de nuestro prjimo, perdn por las veces en que tantos hermanos nuestros atentan contra la vida, perdn por los nios abortados, perdn por las madres abandonadas, perdn por los hogares destruidos, perdn por el abandono en los vicios: alcohol, drogas, cigarrillo, sexo. Perdn por destruir las ilusiones de nuestros nios y jvenes, perdn por la desunin familiar, perdn por el egosmo ante el progreso de los dems, perdn por las envidias y rencores. Perdn Seor. A diario escuchamos y somos conscientes de nuestro pecado, pero aun as No sabemos lo que hacemos.

Finalmente, debemos ofrecer el perdn. Que no nos pase lo narrado por Jess en la parbola de los 2 deudores (Mt 18, 23- 35). La misericordia de Dios es infinita, capaz de perdonar la ms grande de las deudas; y nosotros, Cunto podemos perdonar? Quin ha experimentado la misericordia del Padre no puede andar calculando las fronteras del perdn y la acogida a los hermanos. Somos capaces de ofrecer perdn a quin lo pide? Hay rencor en nuestro corazn ante las ofensas recibidas? Jess nos ense a perdonar y ese ejemplo de perdn lo encontramos en el Crucificado. En las manos abiertas que ofrecen perdn hallaremos la sanacin interior y el consuelo ante nuestras aflicciones. Pidamos perdn y hallaremos misericordia en abundancia. Gloria al Padre y al Hijo y al Espritu Santo

SEGUNDA PALABRA

EN VERDAD TE DIGO QUE HOY ESTARS CONMIGO EN EL PARAISO Lc. 23, 39- 43

Y ah est erguido el cuerpo de nuestro Seor, clavado en una Cruz. Un cuerpo que sufre, que debe estar experimentado los dolores ms grandes al pender de aquel madero. Su cabeza lacerada por la agudeza de las espinas, signo de la burla hecha por sus verdugos; indica que ah yace el Rey de los judos. Y junto a l, extienden sus brazos dos ladrones, culpables de sus delitos, condenados justamente segn el rigor de los romanos. Junto al inocente yacen los culpables; uno a su derecha y otro a su izquierda.

Veamos los dos contrastes que nos presenta el evangelio. Dos aptitudes del corazn del hombre, dos caminos para el actuar humano, dos opciones libres: el estado de gracia y el pecado; el estar con Dios o sin l.

Uno de los malhechos lo insultaba diciendo: No eres t el Mesas? Slvate a ti y a nosotros (Lc 23, 39). Ante tal injuria Jess calla, guarda el silencio de aquel que ha perdonado con el corazn de Dios y seguir perdonando lo que venga en esta agona de la cruz. Y tal vez aqu sea la oportunidad para que nos interroguemos sobre las veces en que por nuestra soberbia o rabia hemos cuestionado a Dios como aqul ladrn. Si t me amas Seor por qu a m esto?, Si t eres Dios Todopoderoso Por qu vivo esta situacin de pobreza, de enfermedad, de soledad? Cuestiono la voluntad de Dios en mi vida?

Pero el otro lo reprendi diciendo: No tienes temor de Dios, t, que sufres la misma pena? Lo nuestro es justo, recibimos la paga de nuestros delitos; pero l, en cambio, no ha cometido ningn crimen. Y aadi: Jess, cuando llegues a tu reino acurdate de m. (Lc 23, 40- 42). Nos presenta el Evangelio de San Lucas el segundo contraste en las aptitudes de estos hombres, aquel corazn arrepentido pero culpable y consciente de su pecado. Un ejemplo maravilloso de cmo penetra la luz de la gracia divina, en el alma de aqul que se arrepiente de corazn. El buen ladrn crey en Jess.

Nuestra sociedad an se encuentra encerrada en estos dos modos de actuar ante Jess. Cuantos de nosotros no creemos en l ni en sus Palabras, no nos interesa el Evangelio, el estar en su gracia y en su amor. Tal vez no debamos ir tan lejos para encontrar ejemplos claros. Tantos hogares divididos, padres que dejan que sus hijos hagan su plena voluntad, acudiendo a argumentos carentes de sentido y llenos de un libertinaje mal sano y vivido, los famosos catlicos no practicantes para los que el domingo y las fiesta de guarda se convierten en oportunidades para acercarse a las cantinas a tomar, a buscar en el vicio del alcohol la forma de huir a sus problemas, de ser infieles al amor de un hogar. Tambin pensemos en las veces en las que el celular, la televisin, el internet, el chisme, el trabajo y el afn de tener ms y ms nos alejan de ese amor y de esa gracia Divina. Volvamos la mirada al crucificado, contemplemos en ese cuerpo lacerado por nuestro pecado a Aquel que con su muerte nos atrae y nos brinda salvacin. Esta Semana Santa no puede pasar desapercibida, debe penetrar en nuestro ser, en nuestra persona y generar cambio. De nios ramos obedientes y amantes de las cosas divinas; pero el tiempo nos ha venido alejando de Dios y nos ha hecho indiferentes a su amor. Seamos catlicos no solo en Semana Santa o navidad; seamos catlicos que vibremos por la Eucarista (al menos los domingos), seamos catlicos que busquemos la gracia sacramental, que vivamos unidos bajo el vnculo sagrado del matrimonio. Seamos catlicos que tengan a Cristo como el nmero uno en su corazn.

Volvamos la mirada hacia Cristo Jess; tenemos que creer en su Palabra, en su Evangelio; tenemos que aceptar su Persona Divina, tenemos que esforzarnos por permanecer en su amor. Esforcmonos da a da por permanecer unidos a l a travs de la sana doctrina de la Iglesia, no nos dejemos invadir por corrientes absurdas que buscan alejarnos de ese amor. Optemos por un amor sincero y total a la Iglesia, no vivamos el Evangelio a pedazos o por pocas, vivamos con Cristo hoy, maana y siempre.

Contemplemos el silencio de este llamado buen ladrn, observemos en su corazn arrepentido a la humanidad que necesita de Dios. Acerquemos desde ya a una autntica conversin de vida, saquemos de ella lo que nos estorba y nos impide estar con l, alejmonos de los vicios y los placeres de este mundo que nos atan y evitan que estemos con Dios, luchemos por ser mejores cada da, limemos las asperezas que tenemos con nuestros semejantes. Dejemos que ese rayo de luz que penetr en el alma de aquel hombre crucificado a causa de sus pecados penetr en lo profundo de nuestro corazn y que con un sincero arrepentimiento podamos exclamar: Acurdate de m cuando llegues a tu reino.

Si este hombre que no haba odo hablar de Cristo, que no conoci su persona sino hasta los ltimos instantes de su muerte acept la conversin del corazn; porque nosotros que lo hemos conocido desde nuestro bautismo, que tenemos la gracia de llamarnos cristianos, an no asumimos esa conversin?

Que el Espritu Santo nos asista toda nuestra vida, para que con las buenas palabras, obras y acciones seamos agradables a Dios, que a diario sintamos temor de l y lo amemos cada segundo ms y, que al final de nuestros das podamos exclamar las palabras del evangelio: Somos siervos intiles, hemos hecho lo que tenamos que hacer (Lc 17, 10); y as escuchemos del Seor: Te asegur que hoy estars conmigo en el paraso. Glora al Padre y al Hijo y al Espritu Santo

TERCERA PALABRA

MUJER AH TIENES A TU HIJO, HIJO; AH TIENES A TU MADRE (Jn. 19, 27)

El Evangelio de San Juan nos presenta esta escena nica, maravillosa y complementaria de nuestra adopcin como Hijos de Dios por Cristo Jess. Mara estaba de pie junto a la Cruz de su Hijo en el monte calvario. Estaba de pie, como una torre bien construida que no sede ante los vendavales, los terremotos ni las dificultades por las que pueda atravesar. Una torre que est firme, una torre que a pesar de afrontar los dolores propios de una madre; que ve a su Hijo sufrir las injusticias, egosmos y envidias de unos cuantos, no se desploma sino que por el contrario se fortalece y permanece sin ceder un segundo junto a la Cruz. Es esa Madre heroica; que ofreca al Padre Celestial, mientras contemplaba cmo caan una tras otras, lentamente las gotas de sangre del cuerpo de su Hijo sobre el Glgota; gotas de Sangre redentoras, gotas de sangre que fueron derramadas para darnos nuestra salvacin; ella que desde su S generoso entregaba al Padre de los cielos el sacrificio de Cristo y su propio dolor, por la salvacin del mundo.

Junto a la Cruz de su Hijo ella permaneca inmvil pero no sola. Con ella estaba el Discpulo amado, ese a quien el Seor ms quera. En el lenguaje del Evangelio de Juan existen diversas interpretaciones sobre la identidad del discpulo amado pero ms que conocer quin era ese discpulo lo interesante aqu es reconocer su papel y lo diciente de las Palabras de Cristo cuando desde la Cruz fija su mirada en l: Ah tienes a tu madre.

Fue entonces el momento sublime cuando el Hacedor de la vida que agonizaba en la Cruz, contemplo a su Madre querida; no slo como su propia Madre sino como a la Madre de la humanidad, que en ese momento de dolor engendraba para la salvacin eterna.

Fijmonos ahora en tres acciones o gestos de Jess desde el madero de la Cruz: Ve, Habla y Entrega. Pensemos en un Jess que ve y contempla a una muchedumbre insensata, embargada por el odio y los resentimientos, una multitud que aprueba lo que est ocurriendo; pero esa mira de Jess no odia, no guarda sentimientos de venganza ni discordia; por el contrario es una mira que ama y que se preocupa por toda la humanidad, una mirada que piensa en el otro. Con este primer gesto Jess contempla a su Santa Madre; una madre con lgrimas en sus ojos, que sufre pero que es consciente de su dolor; tambin contempla a aquel a quin ms quiso; ese discpulo fiel que a pesar de las adversidades permanece hasta el ltimo instante al pie de la cruz.

Jess Habla; y con esas palabras recibimos Salvacin, Redencin pero tambin cario, refugio, proteccin, compaa; algo que solo podremos encontrar en Dios y en el amor maternal de una Madre. Con estas palabras se completa el S de Mara, es la proclamacin de algo que ya era realidad: Mara es nuestra Madre desde el momento de la encarnacin.

Jess entrega. San Juan termina esta bella escena con la siguiente afirmacin: Desde aquella hora el discpulo la acogi en su casa. La entrega se da con el amor de un Dios Hijo que ama a su madre, que ama a los suyos y que piensa en lo que con sus palabras, predicaciones, milagros y acciones ha fundado.

Recibimos con un amor de hijos que nos lleva a cumplir las palabras de Mara en las bodas de Can: Haced lo que l les diga. La Iglesia naciente (y en ella toda la humanidad) adopta a Mara como su madre, hace lo que l les dice. No andamos solos, no nos debemos sentir desamparados, Dios est con nosotros, su Espritu permanece en nosotros; pero tambin su Santsima Madre intercede por nosotros. Meditemos: Qu puesto ocupada Mara en mi vida? Siento y contemplo a Mara como mi Madre?

Finalmente pensemos en que estas palabras de Jess son actuales; se hacen presente hoy y se actualizan en nuestra realidad, en nuestra persona, en nuestra comunidad. Jess sigue contemplando a una humanidad agobiada por la violencia, las envidas, los resentimientos, los vicios, los placeres, las seducciones del demonio; una humanidad herida por las muertes injustas, por los desplazados a causa de la guerra, por los nios abandonados, por las madres desamparadas, por los jvenes sin rumbo y sin ideales. Mara contina con nosotros; Ella es Nuestra Madre, ella es la intercesora, ella an permanece a los pies de la Cruz soportando los dolores de la humanidad, intercediendo por cada uno de nosotros pecadores. Est a la espera de que aceptemos la gran peticin de su Hijo, la recibimos en nuestra casa y la acojamos como nuestra Madre.

Lo importante es que sintamos la presencia de Mara en nuestras vidas, que seamos hombres y mujeres que amemos a Cristo, que busquemos imitarlo y que le sigamos de corazn. Hombres y mujeres que reconozcamos en Mara ese vehculo que nos conduce a Jess, ese modelo de obediencia, de silencio, de contemplacin ,de permanencia y de humildad que solo ella puede ofrecernos.

Nios, vean en Mara una autntica Madre, un refugio, una intercesora. renle desde su puro corazn, renle en su colegio, en su hogar renle en todo momento. Queridos Jvenes, Dios nos ama y nos ha regalado a Mara, no tengamos miedo en buscarla, en hablar con ella, en pedirle que interceda ante su Hijo Jess por nosotros. Seamos jvenes marianos, jvenes amantes del Rosario, jvenes que aceptemos a Mara en nuestra casa y la adoptemos como nuestra madre.

Padres de familia, Mara les grita maternalmente: Amen infinitamente a sus hijos, contmplenlos como un regalo de Dios, digan sin temor Si a la vida, Si a ser cristianos, Si a educar sus hijos en la fe, S al amor de pareja y al amor familiar. Finalmente recuerden aquella conocida frase: Familia que ora unida permanece unidad y Donde se ora el rosario, no falta lo necesario.

Que Mara Santsima, Nuestra Madre; ella bajo la advocacin de su Inmaculada Concepcin; patrona de esta querida comunidad; interceda por nosotros ante su Hijo Jesucristo, y que a ejemplo del Discpulo amado aceptemos la voz de Dios en nuestras vidas y con obediencia llevemos a feliz trmino la obra que l ha iniciado en cada uno de nosotros. Amn.

CUARTA PALABRA

DIOS MO, DIOS MO, POR QU ME HAS ABANDONADO? (Mc. 15, 33- 35)

Durante su vida y ministerio pblico Jess habl con la gente, habl con los sufrientes, los rechazados por la sociedad de su poca, habl con los doce; los ms cercanos a l, habl con las autoridades judas, habl con todo los hombres indicndoles el camino que conduce al Padre Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn. 14, 6). Del mismo modo, durante su ministerio siempre percibimos la figura de un Jess que en oracin habla con el Padre, sube al monte, ora en el silencio antes de sufrir el suplicio de la cruz y ensea a sus discpulos a dirigirse a Dios Ustedes oren as: Padre nuestro que ests en el cielo... (Mt 6, 9).

Ahora nos encontramos en esta cuarta palabra con un Jess que momentos antes de morir empieza a dirigirse al Padre as: Dios mo, Dios mo, Por qu me has abandonado? No es como muchos creen, seal del abandono de Dios Padre ante el suplicio de la cruz, no es muestra de la aprobacin del Padre por la muerte del Hijo ni indicio de la soledad del Hijo; ms bien es muestra de cercana, de presencia.

Estas palabras asumidas por Jess del salmo 22 estn cargadas de sufrimiento. Jess se siente solo y abandonado; pero no por su Padre sino por los suyos. Solo lo acompaan algunos pocos: su Madre Santa, el discpulo que el ms quera y algunas mujeres; y los dems? Siempre estuvo rodeado por los 12, por la muchedumbre que acuda a l buscando sanacin fsica y espiritual; pero ahora est solo, angustiado y abandonado.

Jess asumiendo los pecados de la humanidad fue hecho pecado para la salvacin de todos, en este momento siente algo como abandono del Padre y grita: Dios mo este grito expresa splica, expresa abandono. Esto lo sufre Jess para, redimirnos de la soledad y tristeza del pecado, es un grito de confianza y en ese grito se traduce un gesto de presencia y permanencia. Jess crucificado grita al Padre en su angustia; y nosotros ante la angustia, la soledad o el abandono a quin gritamos? Qu gritamos?

Pensemos por un momento si en nuestra vida hay tristeza, abandono, soledad; sintamos nuestro este grito de dolor pronunciado en la Cruz, es seal de que Dios no ha muerto, no nos abandona, Dios est con nosotros; siempre est con nosotros y espera que acudamos a l. Del mismo modo hoy estamos llamados a ofrecer acogida y hospitalidad a quien sufre. Si Dios no nos ha abandonado, es lgico ver y palpar en nuestra sociedad hombres y mujeres abandonados en el pecado y en los vicios?, es concebible percibir tantos nios desprotegidos, recin nacidos abandonados, jvenes olvidados por una sociedad que solo busca avanzar y progresar? Dios est con nosotros; acudamos a l como un hijo que acude a su padre y brindemos ese amor recibido a nuestros hermanos.

El evangelista nos dice que Jess grit con fuerzas; pero, De dnde saca fuerzas el crucificado debido a tantsimos tormentos? Este grito es el culmen de su sacrificio: el despojo total. Es el Cordero inocente hecho pecado, que le grita al Padre, porque se siente agobiado, no slo por sus sufrimientos, sino sobre todo porque est cargando con los pecados de todos los hombres.

Este grito no es una queja; no es un reclamo ante el abandono de los amigos y discpulos. No es un grito de ira. Es simplemente una interrogacin al cielo, no con desespero sino con humildad filial. Qu leccin tan grande nos da el Seor con sus brazos extendidos; porque nosotros muchas veces nos enojamos contra Dios porque parece sordo a nuestras splicas y no nos percatamos de que es el pecado el que nos pone una barrera que nos aleja de Dios.

Finalmente, podemos resumir esta expresin de Jess en una sola palabra: Confianza. Como ya lo he indicado interroguemos nuestra vida y reflexionemos dnde est nuestra confianza. Porque tal vez Dios hace tiempo ha devuelta esta pregunta hacia nosotros Hijo mo, Hija ma Por qu me has abandonado? Y es que en este momento religioso del Viernes Santo, el Seor nos hace esta palpitante pregunta Qu podemos responderle? Aqu queda este interrogante para que, cada uno en lo profundo de su corazn y en el silencio de su habitacin responda con sinceridad y examine su vida y su relacin con Dios. Glora al Padre y al Hijo y al Espritu Santo.

QUINTA PALABRA

TENGO SED (Jn. 19, 28).

En este momento de nuestra reflexin, nos encontramos ante una de las realidades ms humanas. Todo hombre siente hambre y siente sed; esto lo experiment Jess en la cruz. Pensemos en su condicin fsica: su cuerpo lacerado, su cuerpo adolorido, maltratado por los latigazos, por las cadas; un cuerpo ensangrentado y ahora, un cuerpo que siente sed; y una sed no solo fsica sino espiritual, moral.

Dice el evangelio que Despus, sabiendo que todo haba terminado, para que se cumpliese la Escritura, Jess dijo: Tengo Sed. Haba all un jarro lleno de vinagre, empaparon una esponja en vinagre, la sujetaron a una caa y se la acercaron a la boca. Jess tom el vinagre (Jn. 19, 28- 29). Despus de afrontar las condiciones del clima, el peso de la cruz, la injusta y severa flagelacin era lgico que sintiera sed y tambin hay que suponer que senta hambre. Pero no nos detengamos en esta necesidad humana; sino que trascendamos y reflexionamos en la sed espiritual y moral de Cristo.

Jess conoca lo profundo del corazn del hombre, era consciente de los rencores, envidias e incoherencias que este guardaba; por ello tantas veces reprendi a los fariseos por quedarse en los legalismos y olvidar lo que verdaderamente hace impuro el corazn. Jess se mostr siempre como es capaz de saciar la sed y la afliccin Vengan a m, los que estn cansados y agobiados, y yo los aliviar. (Mt. 11, 28). Y lo indic directamente Quin tenga sed venga a m; y beba (Jn. 7, 38). En el dilogo con la samaritana Jess le pide de beber; para despus abrir los ojos esta mujer y que lo reconozca como el agua que calma la sed para siempre; porque esta agua se convierte para quien la beba en manantial que brota dando vida eterna.

Con su grito en la Cruz, Jess expresa su sed. Sed de salvar a toda la humanidad para llevarla purificada al Padre. Jess senta sed de redencin, su sed es de almas; de almas alejadas y sedientas de su amor. Los invito para que con la mano en el corazn escuchemos nuestra alma que grita con voz potente: tengo sed de Dios.

Hoy Jess siente la misma sed, la sed de atraer a todos hacia l, sed de un corazn contrito y humillado que se acerque arrepentido. Son tantas las situaciones del mundo moderno por las cuales Jess vuelve a gritar Tengo Sed; sed de un mundo ms espiritual, un mondo que retorne a Dios y deje a un lado las seducciones materiales del placer, del poder y del tener, sed de una sociedad coherente, anhelante, que persevere y se esfuerce por cumplir la voluntad de Dios, sed de un gobierno justo, que vele por los intereses de los pobres y los marginados y no sed de unos gobernantes que roban la pobreza de los que no tienen nada para nutrir la riqueza de los que lo tienen todo, Jess siente sed por el respeto a la vida desde el instante de la concepcin, siente sed de un ncleo familiar constituido por un hombre y una mujer, con la bendicin de Dios y fortalecido con la unidad y el amor por los hijos, siente sed de una juventud que piense, que se identifique con el maana, de una juventud que se interpele por la situacin actual del mundo; no de una juventud esclava de la tecnologa, de los medios de comunicacin, de la msica y los falsos dolos, Jess siente sed de una niez sana, educada y formada en valores cristianos, siente de sed de una Iglesia catlica viva, sostenida por la oracin y el amor, sed de una Iglesia conformada por ministros que sean otros Cristos y no ministros que en vez de irradiar a Dios sean escndalo y anti- testimonio, Jess siente sed de Ti y de m, Siente sed de nosotros y de nuestra pronta conversin.

Ante la sed del Seor un soldado le ofreci vinagre; y, ante la sed actual del Seor Qu le estamos ofreciendo? Tal vez el vinagre representado en nuestra pereza espiritual, en nuestra terquedad para permanecer en el pecado, nuestro incoherencia de vida?

Esforcmonos por calmar la sed de Cristo da a da con nuestra buena conducta, con las buenas obras en beneficio de los que sufren, con la unin de nuestros hogares, con el respeto por el indefenso, con la tolerancia ante las adversidades y errores de los dems, con nuestras denuncias ante la injustica y con nuestras acciones que nos lleven a gozar de una paz autntica; no una paz que se firme en una sala de negociacin, sino una paz que empiece en el corazn de cada hombre y mujer, en cada barrio y vereda, en cada hogar As estaremos dando de beber a Jess y aceptaremos de l esa agua que da vida, vida eterna y vida en abundancia. Gloria al Padre y al Hijo y al Espritu Santo.

SEXTA PALABRA

TODO EST CUMPLIDO (Jn. 19, 30).

Ya cercana la hora de pasar de este mundo al Padre, (nos dice Juan en su evangelio) y, habiendo amado a los suyos los am hasta el extremo. Signo de dicho amor infinito se ve dibujado en sus brazos abiertos, sus manos y pies traspasados por los clavos, su cuerpo maltratado y herido, su oracin de perdn al Padre y su sed de salvacin.

Ahora Jess exclama esta palabra de satisfaccin, es casi una muestra de alegra, l vino a salvarnos. Es la expresin autntica del mesianismo de Cristo, expresin de la satisfaccin del deber cumplido. Es la hora de retornar al Padre para someter todo bajo sus pies (1 Cor. 15, 25). Esa obra iniciada por Dios desde el momento mismo de la Encarnacin de su Verbo, manifestada en cada una de las seales y prodigios realizados por l en favor de los ms desamparados y en cada una de las palabras pronunciadas en torno a su predicacin, ahora, en el instante de la Cruz se ven resumidas en esta bella expresin Todo est cumplido.

Ya l haba derramado hasta la ltima gota de sangre. Ya l ha cumplido la voluntad del Padre. Feliz el hombre que al final de su vida pueda decir como lo dijo Jess: Todo est consumado para gloria de Dios. San Pablo lo escribe en esta bella expresin: He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he mantenido la fe. Solo me espera la corana de la justicia, que el Seor como justo juez me entregar aquel da (2 Tim. 4, 7- 8). Cuando oramos con el Padre nuestro siempre decimos Hgase tu voluntad pero por desgracia no siempre nos esforzamos por cumplir la voluntad de Dios, sino que nos dejamos seducir por factores externos y terminamos haciendo la voluntad del mundo, la voluntad del demonio; manifestada en caprichos personales y en ideales absurdos que nos alejan del Seor.

Por nuestra pereza, egosmo y desinters podemos dejar pasara toda una vida ante nuestros ojos, perder la oportunidad de vivir una vida con Dios e impregnada de su amor; corriendo el riesgo de empaparnos de todo menos de l. Buscamos los medios necesarios para vivir cmodamente segn las condiciones propias de una sociedad consumista, llenos del afn por tener y estar a la moda; a tal punto que ste todo est cumplido se transforma en un todo lo tengo, todo est cumplido en mi afn por alcanzar los mejores puestos y hacer carrera; haciendo que nuestra ambicin de poder se incremente da a da.

Un da seremos llamados por Dios y lo nico que nos llevaremos sern nuestras buenas obras y acciones en pro de los sufrientes, los enfermos, los necesitados. No nos llevaremos nada material (joyas, celulares, televisores, fincas, ganados) solo lo que verdaderamente pudimos hacer para salvar un alma, para dar testimonio de nuestro nombre de cristianos.

En estas tres palabras todo est cumplido Cristo, el Hijo de Dios entrega un informe de cuentas al Padre de su trabajo. Es hora de instaurar su Reino eterno. Cristo es el Rey universal y a partir de este momento con su muerte en la cruz, morir para todo el hombre la condicin antigua del pecado y seremos restaurados en nuevas criaturas, constituidos en hijos de Dios salvados por el Hijo. Cristo Resucitado es la consumacin eterna del amor del Padre por todos los hombres. Todo est cumplido y es momento de ser exaltado en la cruz y, tal vez ahora contemplemos los brazos abiertos de un Cristo sufriente, en aparente derrota, un Cristo sin fuerzas y abandonado por el Padre; pero al tercer da contemplaremos la consumacin eterna de esta obra redentora; en los brazos extendidos de un Jess glorificado y exaltado por el Padre; no en la cruz sino en su diestra como juez universal.

Todo se ha cumplido. Para Jess todava vivo en la Cruz, ha llegado por fin la hora del triunfo. No queda nada por hacer, salvo recibir la glorificacin de la Resurreccin. Est listo para volver al Padre, para enviar al mundo su Espritu Santo. Ha dejado su memoria eucarista y su presencia real en las especies del Pan y el Vino. Ha pedido perdn por sus verdugos. Ha ofrecido a todos el paraso en la persona de un hombre ajusticiado con l.

Nos ha entregado en Juan a su propia Madre. Ha sentido el desprecio hasta el final. Ha sumido el cliz hasta beber vinagre. Ya que nada queda por hacer. Todo se ha cumplido.

Qu leccin tan profunda la del Seor. Se ha entregado y ha confiado su vida en las manos del Padre; ahora nosotros estamos llamados a asumir esta leccin de Cristo. Cumplamos a cabalidad la misin que Dios nos ha encomendado en este mundo; siendo buenos esposos, buenos hijos, buenos hermanos, buenos gobernantes, buenos representantes de la autoridad, buenos empleados, buenos consagrados, buenos bautizados, seamos los mejores en nuestro hacer y qu hacer de cristianos; para que al final de nuestros das el Seor pueda decirnos: Vengan, benditos de mi Padre a recibir el reino preparado para ustedes desde la creacin del mundo. (Mt. 25, 34). Todo est cumplido, solo no queda vivir con entrega y generosidad buscando el bien de toda nuestra comunidad parroquial y el bien de toda la Iglesia. Gloria al Padre y al Hijo y al Espritu Santo.

SPTIMA PALABRA

PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPRITU. (Lc. 23, 46).

El evangelio de San Lucas nos presenta esta sptima palabra; pronunciada segn la narracin del evangelista al medioda; tras el ocultamiento del sol y la oscuridad de todo el lugar; una palabra pronunciada despus de un grito con voz potente. Padre, en tus manos encomiendo mi espritu.

Esta palabra dirigida al Padre desde la condicin de Hijo amado. Es una palabra de abandono, de entrega, de confianza total, de plena seguridad en el amor al Padre. Para Jess era la terminacin de una vida realizada en la obediencia total a la voluntad de un Dios que ama y que quiere salvar la humanidad. Con esta Palabra, Cristo Jess cierra todo el episodio sangriento de su Pasin y Muerte, para unirlo despus de tres das al gran misterio de su Resurreccin.

Un da l sali del Padre y ahora vuelve al Padre. Al principio exista la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. (Jn. 1,1). Jess sabe bien, que en esos momentos trgicos de su muerte, el Padre es el nico que comprende en toda su grandeza y realidad, todo el valor de su sacrificio redentor y la aceptacin generosa de su muerte, como el culmen de la misin encomendada a Jess.

En tus manos encomiendo mi espritu. Palabras cargadas de fe y esperanza; Jess conoce al Padre, sabe quin es el Padre y por eso se confa solo a l. Pensemos entonces hermanos y hermanas, en las veces en que no encontramos personas a las cuales confiar nuestro abatimiento y nuestras penas; en quin depositar nuestras amarguras. Jess nos ensea, que es al Padre al que debemos mirar, como Padre bueno y misericordioso que est dispuesto a tendernos la mano y a ayudarnos a salir adelante, a pesar de lo poco que le amamos y lo poco que le servimos.

No olvides que solo Dios es el que nico que puede recibir en sus Santas Manos nuestro espritu. Ni siquiera el demonio lo puede hacer, l se limita a recibir del mismo Dios las almas de aquellos que por libertad propia se han condenado al apartase de su amor. Por tanto, no confiemos nuestra alma a las seducciones del mal, no confiemos nuestro espritu a las tentaciones, no confiemos nuestro cuerpo a las apetencias de la carne. Somos creaturas de Dios; creados a su imagen y semejanza; debemos centrar todos los esfuerzos de nuestra vida por volver a las manos del Padre, lo que es de Dios debe volver a Dios; no somos de este mundo nos recuerda el apstol Pablo; tanto en la vida como en la muerte pertenecemos al Seor. (Rm. 14, 8b).

Al acercase el final del sacrificio supremo, Jesucristo el gran Pontfice, deposita en manos del Padre su Espritu, despus de haber orado por el pueblo, por su amigo de ltima hora, por la Iglesia al entregarle su Madre Santsima. Ahora es el momento para l de orar por s mismo. Por eso encomienda, es decir, deposita en el Padre su Espritu, ya que para Jess, el Espritu Santo en l es la vida y para nosotros tambin es la vida. Ese Espritu lo resucitar tres das despus, en la noche Santa en que vencer la muerte y nos librar de las garras del pecado.

Durante su vida terrena, siempre or al Padre y l mismo escuch siempre a su Padre. El Padre ahora lo escucha a l y es entonces cuando lanza el grito de confianza para entregarle el alma diciendo: En tus manos encomiendo mi espritu. Y dicho esto expir. En ese mismo instante la naturaleza presencia el duelo entre la vida y la muerte, entre la luz y las tinieblas. Jess muere, pero para vivir eternamente; la naturaleza se oscurece, pero empieza a irradiar la luz eterna. Por qu este misterio tan sublime? Sencillamente porque Cristo Resucitado ya no muere ms. La muerte ya no tiene poder sobre l. Es la vida la que reina; es la luz entera la que inunda la creacin de gozo y alegra perpetua.

Finalmente pensemos en nuestro ltimo da. Tal vez sta sea nuestra ltima Semana Santa, sea nuestro ltimo sermn de las 7 palabras; nadie sabe el da ni la hora de su muerte; solo sabemos que debemos pasar de este mundo al Padre. No tengamos miedo a la morir. La muerte no debe ser para el cristiano signo de derrota, signo de oscuridad, motivo de escndalo o de tristeza. Ms bien, contemplemos la figura de Cristo Crucificado que se dispone a morir y entrega su espritu al Padre. Esforcmonos por llevar una vida santa conforme al querer de Dios; permanezcamos siempre en su amor. Hagamos obras en bien de nuestros hermanos, no por aparentar y buscar propaganda pblica; sino ms bien obras salidas del corazn, que dejen huella imborrable de nuestra autntica generosidad, obras que nos aseguren un puesto junto a Dios.

Si llegara hoy nuestro ltimo da, Estaramos preparados para entregar nuestra vida al Padre? Me he esforzado por ganar la vida eterna? Estamos acostumbrados a abandonarnos siempre en las manos de Dios? Reflexionemos en torno a este misterio de amor. An estamos a tiempo. La Semana Santa no se nos puede quedar en ceremonias solemnes, en rituales externos que repetimos todos los aos, en procesiones, en palabras bellas; debe generar cambio, Hace cunto no nos acercamos al Sacramento de la Reconciliacin y as lograr estar en paz con Dios? Semana Santa no es una semana dedicada a la muerte, no es un espacio para ver solo la figura de un Cristo sufriente, lacerado, agonizante Un Cristo muerto en la Cruz. NO. Semana Santa es semana de la vida, semana del amor, semana para reconocernos frgiles y necesitados de Dios, semana para abandonarnos en sus manos, semana para sacar de nuestra vida lo que nos aleja de Dios y nos pone en disonancia con nuestro prjimo.

Esforcmonos pues, queridos hermanos aqu presentes y todos los que nos escuchan por llevar una vida Santa, digna de nuestra condicin de hijos de Dios; para que al final de nuestras vidas, conscientes de nuestra realidad y nuestras buenas obras; podamos exclamar con un grito y voz potente como lo hizo Jess: Padre, en tus manos encomiendo mi espritu. Gloria al Padre y al Hijo y al Espritu Santo. 15