Saint Exupery, Antoine - Piloto De Guerra

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    Piloto de GuerraAntoine de Saint-Exupry

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    Al comandante Alias, a todos mis camaradas del Grupoareo 2/33 de Gran Reconocimiento, y en especial alcapitn observador Moreau y a los tenientes

    observadores Azambre y Dutertre, quienes, uno a uno,fueron mis compaeros de a bordo a lo largo de todos

    mis vuelos de guerra de la campaa 1939-40 y dequienes soy fiel amigo de por vida.

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    I

    Estoy soando, no hay duda. Me hallo en el colegio. Tengo quince aos.Acodado sobre el negro escritorio resuelvo pacientemente mi problema

    de geometra, valindome con destreza del comps, la regla, eltransportador. Soy un muchacho estudioso y tranquilo. A mi alrededoralgunos compaeros hablan en voz baja, uno de ellos ordena cifras enun pizarrn; otros, no tan serios, juegan al bridge. Por momentos mehundo con mayor profundidad en mis sueos y miro a travs de laventana. Una rama oscila suavemente al Sol. Miro largamente, soy unalumno distrado... Experimento placer en gozar del Sol tanto como ensaborear el olor infantil del pupitre, de la tiza, del pizarrn. Con qualegra me sumerjo en esa infancia tan protegida! S muy bien queprimero se nos da la infancia, el colegio, los compaeros; que luegollega el da en que se rinde examen, en que se recibe un diploma, enque, con el corazn apretado, se franquea un umbral ms all del cual,de buenas a primeras, se es hombre. Entonces pisamos con fuerza,comenzamos nuestro camino en la vida. Los primeros pasos de nuestrocamino. Por fin probaremos nuestras armas sobre adversariosverdaderos. Usaremos la regla, la escuadra, el comps, para construir elmundo o para triunfar sobre nuestros enemigos. Se acabaron losjuegos!

    S que, por lo general, un estudiante no tiene miedo de afrontar lavida; que, por el contrario, bufa de impaciencia. Los tormentos, lospeligros, las amarguras de la vida de un hombre no intimidan a ningn

    estudiante.Pero yo... soy un estudiante raro. Soy un estudiante consciente de lafelicidad y que no est tan apurado por afrontar la vida...

    Pasa Dutertre. Lo invito.Sintate aqu, juguemos con las cartas.Y me alegro de sacarle el as de pique.Frente a m, sobre un escritorio negro como el mo est sentado

    Dutertre con las piernas colgando. Se re. Yo sonro con modestia.Pnicot se une a nosotros y posa su brazo sobre mi espalda:

    Qu tal, compaero?

    Dios mo, qu tierno es todo esto!Un celador (es realmente un celador?) abre la puerta para llamar ados compaeros, quienes abandonan su regla, su comps, se levantan ysalen. Los seguirnos con la mirada. Para ellos el colegio ha terminado, selos larga a la vida. Su ciencia les servir. Como hombres probarn ahorasobre sus adversarios las recetas de sus clculos. Extrao colegio, al quecada uno a su hora abandona sin grandes adioses. Estos dos

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    compaeros ni nos han mirado. Sin embargo, los azares de la vida quizlos lleven ms all de la China. Mucho ms all! Acaso los hombrespueden asegurar que se volvern a ver una vez que la vida los disperse,al salir del colegio?

    Nosotros, los que vivimos an en la clida paz de la incubadora,

    bajamos la cabeza.Oye Dutertre, esta noche...Pero la puerta se abre por segunda vez y lo que oigo suena como un

    veredicto:Capitn de Saint-Exupry y subteniente Dutertre, presentarse al

    comandante.Se termin el colegio; ahora, a la vida.T sabas que nos tocaba a nosotros?Pnicot vol esta maana.Puesto que se nos convoca, es seguro que partimos en misin.

    Estamos a fines de mayo, en plena retirada, en pleno desastre. Sesacrifican las tripulaciones como si se echaran vasos de agua en unincendio de bosque. Acaso se pueden pesar los riesgos cuando todo sedesmorona? Todava quedamos cincuenta tripulaciones de GranReconocimiento para toda Francia, cincuenta tripulaciones de treshombres cada una, veintitrs de las cuales formamos el grupo 2/33. Entres semanas perdimos diecisiete tripulaciones sobre veintitrs. Nosfundimos como un cirio. Ayer deca al teniente Gavoille:

    Ya lo veremos despus de la guerra.Y el teniente Gavoille me respondi:No tendr usted, mi capitn, la pretensin de seguir viviendo

    despus de la guerra.Gavoille no bromeaba. Sabemos perfectamente que no se puede

    hacer otra cosa que echarse en la hoguera, aun cuando el gesto seaintil. Somos cincuenta para toda Francia. Sobre nuestras espaldasdescansa toda la estrategia del ejrcito francs! Hay un bosque inmensoque arde y, para apagarlo, slo unos pocos vasos de agua parasacrificar. Pues bien, se los sacrificar.

    Correcto. Quin piensa en lamentarse? Acaso se oy alguna vezentre nosotros algo que no fuera:

    Bien, mi comandante. S, mi comandante. Gracias, mi comandante.

    Comprendido, mi comandante Y, sin embargo, una sensacinpredomina sobre todas las dems en este final de guerra; es la delabsurdo. Todo se resquebraja a nuestro alrededor, todo se derrumba deuna manera tan total que hasta la muerte misma parece absurda. Lamuerte... carece de seriedad en este desbarajuste.

    Entramos a ver al comandante Alias. (An hoy contina al frente delgrupo 2/33 en Tnez).

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    Buenos das, Saint-Ex. Buenos das, Dutertre. Sintense.Nos sentamos. El comandante despliega un mapa sobre la mesa y se

    vuelve hacia el asistenteVaya a buscarme el parte meteorolgico.Luego golpetea la mesa con el lpiz. Lo observo, tiene los rasgos

    tensos, no ha dormido sino que se ha movido de aqu para all, enautomvil, en busca de estado mayor fantasma. El estado mayor de ladivisin, el estado mayor de la subdivisin Intent luchar contra losalmacenes de aprovisionamiento que nos entregaban los repuestos, semeti en embotellamientos inextricables de la ruta. Tambin dirigi laltima mudanza, el ltimo traslado, ya que cambiamos de terreno comopobres desdichados perseguidos por un ujier inexorable. En todas lasocasiones, Alias logr salvar los aviones, los camiones y diez toneladasde material, pero lo vemos agotado, con los nervios destrozados.

    Bien, veamosContina golpeteando la mesa y no nos mira.Es bastante embromado...Se encoge de hombros.Es una misin embromada, pero le interesa al Estado Mayor. Le

    interesa mucho... Discut con ellos, pero les interesa mucho... No hayvuelta que darle.

    A travs de la ventana, Dutertre y yo vemos un cielo calmo. Oigocacarear las gallinas, pues el escritorio del comandante est instaladoen una granja y la sala de informaciones en una escuela. No opondr ala muerte, tan cercana, el verano, los frutos que maduran, los pollitosque engordan, los trigales que crecen. No veo en qu podra contradecir

    a la muerte la calma del verano ni por qu la dulzura de las cosas podraresultar una irona. Con todo, una idea se me presenta: Es un veranoque se descompone. Un verano que ha tenido una avera... He vistotrilladoras abandonadas, segadoras abandonadas; en las cunetas,abandonados, vehculos descompuestos. Pueblos abandonados. He vistocmo dejaba correr el agua la fuente de un pueblo deshabitado. El aguapura, que tantos cuidados haba costado a los hombres, se transformabaen charca. De pronto se me ocurri una imagen absurda, la de relojesdescompuestos, la de todos los relojes descompuestos: relojes de lasiglesias de pueblo, relojes de las estaciones, relojes de chimenea de lascasas vacas, y en aquel escaparate de relojero en fuga, un verdadero

    osario de relojes muertos. La guerra... ya no se da cuerda a los relojes,no se recogen las remolachas, no se reparan ya los vagones. Y el agua,que era necesaria para apagar la sed o para lavar los encajesdomingueros de las aldeanas, se expande ahora como una charca frentea la iglesia. Y la gente muere en verano...

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    Me siento como si tuviera una enfermedad. El mdico acaba dedecirme: Es bastante embromado...

    Por lo tanto, habra que pensar en el escribano, en los que quedan. Enuna palabra, tanto Dutertre como yo hemos comprendido que se tratade una misin sacrificada:

    Dadas las presentes circunstancias concluye el comandante esimposible tomar demasiado en cuenta el riesgo...Por supuesto. Imposible demasiado. Y nadie tiene la culpa; ni

    nosotros de sentirnos melanclicos, ni el comandante de estarincmodo, ni el Estado Mayor de dar rdenes. El comandante rezongaporque las rdenes son absurdas. Tambin nosotros lo sabemos, pero elEstado Mayor mismo lo sabe. Da rdenes porque hay que darlas.Durante una guerra un Estado Mayor da rdenes, las confa a guaposjinetes, o, en pocas ms modernas, a motociclistas. All donde reina eldesbarajuste y la desesperacin, cada uno de estos guapos jinetes saltade un caballo humeante. Indica el porvenir, como la estrella de los Reyes

    Magos. Trae la Verdad. Y las rdenes reconstruyen el mundo.ste es el esquema de la guerra, la imagen en colores de la guerra, y

    todos se esfuerzan en lo posible para que la guerra se parezca a laguerra. Piadosamente, todos se esfuerzan por cumplir las reglas. Puedeser, entonces, que esta guerra llegue a asemejarse a una guerra.

    Justamente para que se parezca a una guerra se le sacrifican lastripulaciones sin fines precisos. Nadie se confiesa que esta guerra no separece a nada, que nada tiene en ella sentido, que ningn esquema seadapta, que se manejan solamente los hilos que ya no corresponden alas marionetas. Los estados mayores expiden con conviccin rdenes

    que no llegarn a ninguna parte. Se nos exigen datos imposibles derecoger. La aviacin no puede asumir la carga de explicar la guerra a losestados mayores. Gracias a sus observaciones la aviacin puedecontrolar hiptesis, pero ya no hay hiptesis y en los hechos se solicita auna cincuentena de tripulaciones que modelen un rostro para unaguerra que no lo tiene. Se dirigen a nosotros como si furamos una tribude echadores de cartas. Miro a Dutertre, el observador cartomntico.Ayer mismo objetaba a un coronel de la divisin: Y cmo har, a diezmil metros del suelo y a quinientos treinta kilmetros por hora, paradescubrir las posiciones? Pues, vern bien all donde les disparen! Siles disparan, con toda seguridad que las posiciones son alemanas.

    Me re mucho deca Dutertre, despus de la discusin.Pues los soldados franceses no han visto jams un avin francs. Hay

    mil, diseminados desde Dunkerque hasta Alsacia, ms valdra decir queestn diluidos en el infinito. Por eso, en el frente, cuando un avin pasacomo rfaga, seguramente es alemn y es mejor esforzarse en bajarlo

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    antes de que haya lanzado sus bombas. El solo ronquido de sus motoresdesata las ametralladoras y los caones de tiro rpido.

    Con semejante mtodo agregaba Dutertre sus informacionessern preciosas!...

    Y se las tendr en cuenta, porque en un esquema de guerra se

    deben tener en cuenta las informaciones!...S, pero tambin la guerra se ha trastornado.Felizmente lo sabemos muy bien no tendr en cuenta para

    nada nuestras informaciones. No podremos trasmitirlas. Las rutasestarn embotelladas, los telfonos descompuestos, el Estado Mayor sehabr trasladado de urgencia. Las informaciones importantes sobre laposicin del enemigo sern suministradas por el enemigo mismo. Hacepocos das, cerca de Laon, discutamos sobre la eventual posicin de laslneas. Enviamos un teniente de enlace ante el general. A mitad decamino entre nuestra base y el general, el vehculo del teniente se topa,en medio de la ruta, con una aplanadora, detrs de la cual se escudan

    dos vehculos blindados. El teniente pega media vuelta, pero una rfagade ametralladora lo mata instantneamente y hiere al conductor. Losvehculos blindados son alemanes.

    En el fondo, el Estado Mayor se asemeja a un jugador de bridge alque se interrogase desde una pieza vecina:

    Qu debo hacer con la dama de pique?El jugador, que ha sido aislado, se encogera de hombros. Qu podra

    responder si no ha visto el juego?Pero un Estado Mayor no tiene derecho a encogerse de hombros. En

    el caso de que controle an algunos elementos, debe hacerlos actuar

    para mantenerlos bajo su mano y para aprovechar todas lasoportunidades mientras la guerra dure. Aunque sea a ciegas, tendr queactuar y hacer actuar.

    Sin embargo, es difcil atribuir al azar un papel a una dama de pique.Hemos comprobado ya, primero con sorpresa y luego como unaevidencia que debamos haber previsto, que cuando comienza elderrumbe el trabajo falta. Por lo general uno se imagina al vencidosumergido en un torrente de problemas, utilizando hasta el fin lainfantera, la artillera, los tanques, los aviones... Pero la derrotaescamotea al comienzo los problemas. Ya no se sabe en qu emplear losaviones, los tanques, la dama de pique...

    Se la arroja sobre el tapete, al azar, despus de haberse roto lacabeza para descubrirle un papel eficaz. Reina el malestar, no la fiebre.Slo la victoria se rodea de fiebre. La victoria organiza, la victoriaconstruye, y todos pierden el aliento por aportar una piedra. Pero laderrota empapa a los hombres de una atmsfera de incoherencia, deaburrimiento, y, por sobre todo, de trivialidad.

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    Pues, en primer trmino, las misiones que se nos exigen son triviales.Cada da ms triviales. Ms sangrientas y ms triviales. Los que dan lasrdenes no tienen otro recurso, para oponerse al deslizamiento de unamontaa, que el de echar sus ltimas apuestas sobre la mesa.

    Tanto Dutertre como yo somos cartas de triunfo y escuchamos al

    comandante que nos explica el programa de esa tarde. Nos mandansobrevolar, a setecientos metros de altura, el parque de tanques de laregin de Arras, al regreso de un largo recorrido a diez mil metros, conla misma voz con que nos dira:

    Entonces seguirn la segunda calle a la derecha hasta la esquina dela primera plaza; encontrarn un quiosco que vende tabaco; cmprenmeall fsforos...

    Bien, mi comandante.La misin no es ni ms ni menos til, as como el lenguaje que la

    traduce no es ni ms ni menos lrico.Me digo: Misin sacrificada. Pienso... pienso muchas cosas.

    Esperar que llegue la noche, si es que estoy vivo, para reflexionar. Mas,estar vivo... Cuando la misin es fcil, vuelve uno de cada tres, cuandoes un poco embromada, evidentemente es ms difcil volver. Aqu, enla oficina del comandante, la muerte no me parece ni augusta, nimajestuosa, ni heroica, ni desgarradora. Slo es un signo de desorden.Un efecto del desorden. El Grupo nos perder tal como se pierdenequipajes en la barahnda de las combinaciones del ferrocarril.

    Lo que no significa que yo no piense una cosa muy distinta acerca dela guerra, la muerte, el sacrificio, Francia, pero carezco de conceptorector, de lenguaje claro. Pienso por contradicciones. Mi verdad est

    fragmentada y no puedo sino considerar un fragmento despus del otro.Si estoy vivo esperar que la noche llegue para reflexionar. La nochebien amada, en la noche la razn duerme y las cosas simplemente son.Las que verdaderamente importan retoman su forma, sobreviven a lasdestrucciones del anlisis diurno. El hombre anuda sus fragmentos yvuelve a ser rbol calmo.

    El da para las disputas hogareas, mas la noche... en la noche losque han disputado se reencuentran con el Amor. Pues el amor es msgrande que aquel vendaval de palabras. Entonces el hombre se acodaen la ventana, bajo las estrellas, responsable otra vez de los nios queduermen, del pan de maana, del sueo de la esposa que descansa all,

    tan frgil, delicada, pasajera. El amor no se discute, es. Que venga lanoche para que se me muestre alguna evidencia que el amor merece!Que venga la noche para que ya piense en la civilizacin, el destino delhombre, el gozo de la amistad en mi pas; para que anhele servir aalguna verdad imperiosa, aunque tal vez todava inexpresable! ...

    Por ahora me siento exactamente igual que el cristiano a quien lagracia ha abandonado. Representar mi papel honestamente junto a

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    Dutertre, es lo cierto. Pero de la misma manera como se guardan losritos cuando ya no tienen contenido, cuando el dios ya no existe.Esperar la noche, si todava estoy vivo, para andar un poco a pie por lagran ruta que atraviesa nuestra aldea, envuelto en mi bienamadasoledad para poder conocer por qu debo morir.

    II

    Despierto de mi sueo. El comandante me sorprende con una extraaproposicin:

    Si esta misin le resulta muy fastidiosa... si no se siente en forma,yo podra.

    Vamos, mi comandante!El comandante sabe lo absurdo de una proposicin semejante, pero

    cuando una tripulacin no regresa, todos recuerdan la gravedad de losrostros en el momento de la partida. Se interpreta esta gravedad comoel indicio de un presentimiento y luego todos se acusan por no haberlotomado en cuenta.

    Los escrpulos del comandante me traen el recuerdo de Israel. Antesde ayer fumaba yo en la ventana de la sala de informaciones cuando lodivis. Israel marchaba con paso rpido, tena la nariz roja. Una grannariz, bien juda y bien colorada. La nariz roja de Israel me impresionvivamente.

    Senta una profunda amistad por este Israel cuya nariz contemplaba.Era uno de los camaradas pilotos ms valientes del Grupo, uno de los

    ms valientes a la vez que uno de los ms modestos. Tanto le habanhablado de la prudencia juda que deba tomar su coraje por prudencia.Es prudente ser vencedor.

    As pues consider su gran nariz colorada que slo brill durante uninstante, dada la rapidez de los pasos que alejaban a Israel y a su nariz.Sin deseos de bromear, me di vuelta y dije a Gavoille:

    Por qu tiene esa nariz?Se la hizo su madre, contest Gavoille. Pero agreg:Misin difcil, a baja altura. Se va.Ah!

    Y como era de prever, esa noche, cuando dejamos de esperar elregreso de Israel, record aquella nariz que, plantada en un rostro porcompleto impasible, expresaba por s sola, con una cierta genialidad, lams grave de las preocupaciones. Si hubiese sido yo quien ordenara lapartida de Israel, la imagen de esa nariz me hubiera obsesionadodurante mucho tiempo como un reproche. Es verdad que Israel slo

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    haba respondido a la orden de partir con unos: S, mi comandante.Bien, mi comandante. Entendido, mi comandante. Es verdad que Israelno haba contrado un solo msculo de la cara, pero suavemente,insidiosamente, a traicin, la nariz se haba encendido. Israel controlabalos rasgos de su rostro, pero no el color de su nariz. Y la nariz haba

    abusado de ello para manifestarse por su cuenta en el silencio. La nariz,sin que Israel lo supiera, haba expresado su fuerte desaprobacin alcomandante.

    Quiz sea sta la razn por la que al comandante le gusta ordenar lapartida de aquellos a quienes imagina abrumados por lospresentimientos. Casi siempre los presentimientos engaan, pero dan alas rdenes de guerra un sonido de condenacin. Alias es un jefe, no unjuez.

    Das pasados, por ejemplo, el caso del suboficial T.As como era Israel de valiente, as era T. de sensible al miedo. Era el

    nico hombre que he conocido que experimenta realmente el miedo.

    Cuando se le daba una orden de guerra a T... se desencadenaba en luna extraa ascensin del vrtigo, era algo simple, inexorable y lento.Lentamente, desde los pies hasta la cabeza, T. se pona rgido. Su caraquedaba como lavada de toda expresin y los ojos comenzaban a brillar.

    Contrariamente a Israel, cuya nariz me haba parecido tanapesadumbrada, apesadumbrada por la muerte probable de Israel, a lavez que totalmente irritada, T. no produca movimientos interiores, noreaccionaba, enmudeca. En cuanto uno haba terminado de hablarle sedescubra que simplemente habamos encendido en l la angustia. Laangustia comenzaba a extender sobre su rostro una suerte de claridaduniforme. Desde ese momento, T. pareca fuera del mundo, uno sentacomo, entre l y el universo, se iba ensanchando un desierto deindiferencia. En ninguna otra parte, en ninguna otra persona, conocaesta forma tan especial de xtasis.

    No deb dejarlo partir aquel da, de ninguna manera, dira ms tardeel comandante.

    Aquel da, cuando el comandante le haba anunciado su partida, T. noslo haba palidecido, sino que comenz a sonrer. A sonrer,simplemente. Quizs hacen as los torturados cuando el verdugo seextralimita.

    Usted no est bien. Lo reemplazo...

    No, mi comandante, si me toca a m, me toca a m. Y T., cuadrado frente al comandante, lo miraba fijamente, sin un

    movimiento.Pero si usted no se siente seguro...Me toca a m, comandante, me toca a m.Vamos, T...!

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    Mi comandante...El hombre pareca un bloque.Y Alias:Entonces lo dej partir.Lo que sucedi despus nunca tuvo explicacin. T., artillero del avin,

    sufri un intento de ataque por parte de un caza enemigo. Pero el caza,cuyas ametralladoras se haban encasquillado, dio media vuelta. Elpiloto y T. hablaron entre ellos hasta los alrededores de la base sin queel piloto notara nada anormal, pero cinco minutos antes de la llegada noobtuvo ms respuesta.

    A T. lo encontraron esa noche con el crneo roto por el empenaje delavin. Haba saltado en paracadas en condiciones desastrosas, en plenovuelo y, para colmo, en territorio amigo, cuando ya no lo amenazabaningn peligro. El paso del caza haba obrado como un llamadoirresistible.

    Vayan a vestirse, nos dijo el comandante. A las cinco y treintadeben estar en vuelo.Hasta la vuelta, mi comandante.El comandante respondi con un gesto vago. Supersticin? Mi

    cigarrillo est apagado y busco vanamente en los bolsillos; sa es lacausa por la que me dice:

    Por qu nunca tiene fsforos?Es exacto. Con ese adis franqueo la puerta y me pregunt: Por qu

    nunca tengo fsforos?La misin lo fastidia seala Dutertre.

    Yo pienso: No le importa nada. Pero no pienso en Alias cuandoformulo esta ocurrencia injusta. Me choca una evidencia que nadieconfiesa: la vida del Espritu tiene intermitencias. Slo la vida de laInteligencia es permanente, o casi. Tengo pocas variaciones en mifacultad de anlisis, pero el Espritu no considera los objetos, considerael sentido que los liga unos con otros, el rostro que se lee a travs deellos. Y el Espritu pasa de la visin plena a la ceguera absoluta. Llega unmomento en que aquel que ama su finca slo descubre en ella unconjunto de objetos distintos; para el que ama a su mujer llega elmomento en que slo encuentra penas, contrariedades y dificultad en elamor; para el que gusta de una msica, llega el momento en que ya no

    recibe nada de ella. Llega la hora, como en este instante, en que ya nocomprendo ms a mi pas. Un pas no es la suma de regiones, decostumbres, de materiales, que mi inteligencia puede captar todava. Esun Ser. Y llega la hora en que me reconozco ciego para los Seres.

    El comandante Alias pas la noche con el general discutiendo lgicapura. La lgica pura arruina la vida del espritu. Ms tarde se agot enlos interminables embotellamientos de la ruta. Al volver al Grupo

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    encontr cientos de dificultades materiales, de sas que minan poco apoco como los mil efectos de un alud que no se puede contener.Finalmente, nos ha convocado para lanzarnos en una misin imposible.Somos objetos de la incoherencia general. Ya no somos, para l, Saint-Exupry o Dutertre, dos seres dotados de un modo particular de ver las

    cosas o de no verlas, de pensar, de caminar, de beber, de sonrer.Somos trozos de una gran construccin para la que se necesita mstiempo, ms silencio, ms distancia si se quiere descubrir laensambladura. Si yo tuviera un tic, Alias slo notara el tic; sobre Arrasexpedira nicamente la imagen de un tic. En el desastre de losproblemas que se plantean, en el derrumbamiento, nosotros mismosestamos divididos en fragmentos. Una voz, una nariz, un tic; losfragmentos no conmueven.

    No se trata slo del comandante Alias sino de todos los hombres. A lolargo de las tareas que implica un entierro sentimos cario por elmuerto, pero no estamos en contacto con la muerte. La muerte es algo

    importante, forma una nueva red de relaciones con las ideas, losobjetos, las costumbres del muerto. Es una nueva conformacin delmundo en la que nada ha cambiado en apariencia, mas todo hacambiado. Las pginas del libro son las mismas, no as el sentido dellibro. Para vivir la muerte no es necesario imaginar las horas en quetenemos necesidad del muerto. Entonces notamos su falta. Imaginar lashoras en que nos necesit, pero ya no nos necesita. Imaginar la hora dela visita amistosa, y descubrir que est vaca. Debemos tener laperspectiva de la vida, pero el da en que enterramos a alguien no hayperspectivas ni espacio. El muerto todava est en trozos. El da de unentierro nos dispersamos en caminatas, en manos de amigos falsos o

    verdaderos para estrechar, en preocupaciones materiales. El muertoslo morir maana, en el silencio. Se mostrar a nosotros en suplenitud para arrancarse, tambin en su plenitud, a nuestrasubsistencia. Slo entonces lloraremos por el que se va y no podemosretener.

    No me gustan las imgenes de guerra de pinal, en las que el rudoguerrero enjuga una lgrima y disimula su emocin con bromas speras.Es falso. El rudo guerrero no disimula, nada. Si suelta una broma esporque la piensa realmente.

    No es la cualidad del hombre la que est en causa. El comandanteAlias es perfectamente sensible. Si esta noche no regresamos, quizsufra ms que cualquiera de los otros, siempre que se trate de nosotrosy no de una suma de detalles diversos, siempre que el silencio lepermita la reconstruccin. Si esta noche el ujier que nos persigue obligaal Grupo a trasladarse una vez ms, entonces una avera en la rueda delcamin, sumada a la avalancha de los dems problemas, pospondrnuestra muerte hasta ms tarde, y Alias olvidar sufrirla.

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    De la misma manera, yo que parto en misin, no pienso en esemomento: lucha del Occidente contra el nazismo, pienso nicamente enlos detalles inmediatos. Pienso en el absurdo de sobrevolar Arras asetecientos metros, en la inutilidad de las informaciones que esperan denosotros, en la lentitud con que se realiza el acto de vestirse, que se me

    presenta como una toilette para el verdugo. Y tambin pienso en misguantes. Dnde diablos podr encontrar un par de guantes? He perdidomis guantes.

    Ya no distingo la catedral que habito.Me visto para el servicio de un dios muerto.

    III

    Aprate... Dnde estn mis guantes?.. No... stos no son... bscalos

    en mi portafolios. .No los encuentro, mi capitn...Eres un idiota.Todos son idiotas, ste que no encuentra mis guantes y el otro, el del

    Estado Mayor, con su idea fija de las misiones a baja altura.Te he pedido un lpiz. Hace diez minutos que te ped un lpiz. No

    tienes un lpiz, t?S, mi capitn.Por fin uno inteligente.Culgame el lpiz de un pioln y talo en este ojal... A ver, pues,

    artillero, no parece usted apurarse demasiado...Porque estoy listo, mi capitn.Ah!, bueno.Y ahora el observador. Me dirijo a l:Listo Dutertre? No falta nada? Calcul los rumbos?Ya tengo los rumbos.Bueno. Tiene los rumbos. Una misin sacrificada... Pregunto si tiene

    sentido sacrificar una tripulacin para lograr informaciones que nadienecesita y que, en el caso de que alguno quede con vida para traerlas,jams sern transmitidas a nadie...

    En el Estado Mayor deberan contratar espiritistas...Para qu?Para que podamos comunicarles esta misma noche, gracias a la

    mesa de tres patas, sus famosas informaciones.No estoy muy orgulloso de mi ocurrencia, pero contino rezongando

    todava:

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    Los estados mayores, los estados mayores que vayan ellos acumplir las misiones sacrificadas!

    Porque la ceremonia de vestirse se hace larga cuando la misinaparece como desesperada y uno se enjaeza con tanto cuidado paraasarse vivo. Resulta trabajoso revestirse con el triple espesor de ropas

    superpuestas, disfrazarse con ese almacn de accesorios que llevamoscomo si furamos baratilleros, organizar el circuito de oxgeno, elcircuito, la calefaccin, el circuito de comunicaciones telefnicas entrelos miembros de la tripulacin. Respiro en la mscara; un tubo decaucho me une al avin, es tan esencial como el cordn umbilical. Elavin entra en circuito a la temperatura de mi sangre. Me han agregadorganos que se interponen, de algn modo, entre mi corazn y yo.Minuto a minuto me vuelvo ms pesado, ms molesto, ms difcil demanejar. Giro en un bloque y si me inclino para cerrar correas o paratirar de los cierres que resisten, todas mis coyunturas chillan. Me duelenlas viejas fracturas.

    Dame otro casco, te he dicho veinticinco veces que no quiero sabernada con el mo. Es demasiado justo.

    Dios sabr por qu misterio el crneo se hincha a gran altura y uncasco que en tierra es normal, a los diez mil metros presiona los huesoscomo un estuche.

    Pero ste es otro casco, mi capitn. Lo cambi...Ah!, bueno.Rezongo durante todo el tiempo, pero sin sentir remordimientos.

    Tengo mucha razn! Por otra parte, todo esto carece en absoluto deimportancia. stos son los momentos en que se atraviesa el centro

    mismo del desierto interior del que antes hablaba. All slo hay ruinas. Nisiquiera experimento vergenza al desear el milagro que puede cambiarel curso de esta tarde. Una falla en el laringfono, por ejemplo. Estoslaringfonos siempre estn descompuestos! Son pacotilla! Una falla enlos laringfonos salvara a nuestra misin del sacrificio...

    El capitn Vezin me aborda. El capitn Vezin nos aborda con aspectosombro. Entre nosotros, el capitn Vezin est encargado de lasrelaciones con los organismos de acecho a los aviones enemigos. Supapel es tenernos al corriente de sus movimientos.

    Vezin es un amigo al que amo tiernamente, pero es tambin unprofeta de la desgracia. Lamento haberlo visto.

    Viejo, me dice Vezin, es muy embromado, muy, muy embromado!Saca unos papeles del bolsillo y despus me mira con aire de

    sospecha:Por dnde sales?Por Albert.

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    Justamente. Justamente all. Es embromado!No te hagas el tonto. Qu es lo que sucede?No puedes partir!No puedo partir Qu bueno es Vezin! Ojal consiga del Padre

    Eterno una falla en el laringfono!

    No puedes pasar.Por qu no puedo pasarPorque hay tres misiones alemanas de aviones de caza que se

    relevan permanentemente sobre Albert. Una a seis mil metros, otra asiete mil quinientos, la otra a diez mil. Ninguna de ellas abandona elcielo antes del arribo de los reemplazantes. Practican la interdiccin apriori. Vas a meterte en una red Y, adems, toma, mira!

    Me muestra un papel en el que ha garabateado incomprensiblesdemostraciones.

    Vezin hara mejor en dejarme en paz, las palabras interdiccin apriori me han impresionado. Pienso en las luces rojas y en lascontravenciones. Pero, en este caso, contravencin significa muerte.Sobre todo detesto el a priori, tengo la impresin de que me tocapersonalmente.

    Hago un verdadero esfuerzo de inteligencia. El enemigo defiende susposiciones siempre a priori. Pamplinas! Adems, me ro de los cazas.Cuando descienda a los setecientos metros la que me abatir D. C. A.(Defensa antiarea francesa). No puede fallar! Entonces me vuelvobruscamente agresivo:

    En una palabra vienes a anunciarme con gran urgencia que la

    existencia de una aviacin alemana hace sobremanera imprudente mipartida. Corre a advertrselo al general!No le hubiera costado mucho a Vezin tranquilizarme con gentileza

    bautizando a sus famosos aviones comoCazas que merodean por laregin de Albert

    El sentido hubiera sido exactamente el mismo!

    IV

    Todo est listo, ya estamos a bordo, slo queda probar los laringfonos...Me oye bien, Dutertre?Lo oigo bien, mi capitn.Y usted, artillero, me oye bien?Yo... s... muy bien.Dutertre, usted lo escucha al artillero?

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    Lo oigo bien, mi capitn.Artillero, lo escucha al teniente Dutertre?Yo... s... muy bien.Por qu dice siempre: Yo... el... muy bien?Estoy buscando el lpiz, mi capitn.

    Los laringfonos no estn descompuestos.Artillero, la presin de aire en los botellones es normal?Yo... s... normal.En los tres?En los tres.Preparado, artillero?Preparado.Preparado, Dutertre?Preparado.Entonces vamos.Despego.

    V

    La angustia se debe a la prdida de una identidad verdadera. Si esperoun mensaje del que depende mi felicidad o mi desgracia, me sientocomo sumido en la nada. Mientras la incertidumbre me tiene ensuspenso, mis sentimientos y actitudes no son sino un disfrazprovisional. El tiempo ya no fundamenta segundo a segundo comoconstruye el rbol al verdadero personaje que me habitar dentro deuna hora. Este Yo desconocido marcha a mi encuentro desde el exterior,como un fantasma. Entonces experimento una sensacin de angustia. Lamala noticia no provoca angustia sino sufrimiento; es completamentedistinto.

    Pero hete aqu que el tiempo ha dejado de correr en el vaco y estoypor fin instalado en mi funcin. Ya no me proyecto en un porvenir sinrostro, ya no soy aquel que entrar en tirabuzn envuelto en llamas. Elporvenir no me obsesiona ya como si se tratara de una aparicinextraa. De ahora en adelante son mis actos, uno a uno, los que lo

    componen. Soy yo quien controla la brjula para mantener 313, quienregula el paso de las hlices y el recalentamiento del aceite. Se trata depreocupaciones inmediatas y sanas. Son las preocupaciones de unacasa, los pequeos deberes que han de cumplirse durante la jornada yque suprimen el sabor del envejecimiento. La jornada se torna casa bienlustrada, plancha bien pulida, oxgeno bien suministrado. En efecto,

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    controlo el suministro de oxgeno porque subimos muy rpidamente:seis mil setecientos metros.

    Est bien el oxgeno, Dutertre? Se siente bien?Est bien, mi capitn.Eh, artillero! Anda bien el oxgeno?

    Yo... s... Va bien, mi capitn.No encontr el lpiz?Tambin soy aquel que aprieta el botn S y el botn A para controlar

    las ametralladoras. A propsito...Eh!, artillero! No hay hacia atrs, en su campo de tiro, ninguna

    poblacin importante, verdad?Hum... no, mi capitn.Bueno, vamos! Pruebe sus ametralladoras.Oigo las rfagas.Va bien?

    Va bien.Todas las ametralladoras?Hum... S... todas.Tiro a mi vez. Me pregunto dnde van esas balas que se arrojan sin

    ningn escrpulo a lo largo de las campias amigas. Jams matan anadie, la tierra es grande.

    De esa manera cada minuto me alimenta con su contenido, me sientotan poco angustiado como un fruto que madura. Es verdad que lascondiciones de vuelo a mi alrededor cambiarn; las condiciones y losproblemas. Me siento inserto en la fabricacin de mi porvenir. Poco a

    poco el tiempo me modela. El nio no se espanta porque pacientementese va dando forma a un anciano, es nio y juega a sus juegos de nio.Yo tambin juego, cuento los cuadrantes, las manivelas, los botones, laspalancas de mi reino. Cuento ciento tres objetos para verificar, tirar, darvuelta o empujar. (Apenas si he trampeado contando dos veces elcomando de mis ametralladoras porque tiene una clavija de seguridad).Esta noche dejar boquiabierto al granjero que me aloja cuando le diga:

    Sabe cuntos instrumentos debe controlar hoy un piloto?Cmo quiere que lo sepa?No importa, diga un nmero.

    Qu nmero quiere que le diga?Mi granjero no tiene nada de tacto.Diga un nmero cualquiera!Siete.Ciento tres!Y quedar contento.

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    Mi paz reside tambin en que todos los instrumentos que meestorbaban han tomado su lugar y reciben su significacin; toda aquellatripa de tubos y cables se ha convertido en una red circulatoria. Soy unorganismo que se ha extendido al avin. El avin me otorga el bienestarcuando doy vuelta un botn destinado a calentar progresivamente mis

    ropas y el oxgeno que tomo. Por otra parte, el oxgeno est demasiadocaliente y me quema la nariz. Un instrumento complicado me suministraeste oxgeno en proporcin a la altura. Es el avin quien me alimenta,cosa que me pareca inhumana antes del vuelo, pero ahora,amamantado por el avin mismo, siento una suerte de ternura filialhacia l, una ternura de beb. En cuanto a mi peso, se distribuye entredos puntos de apoyo. El triple espesor de mis vestimentas superpuestasy el pesado paracadas dorsal gravitan contra el asiento, mis zapatosenormes descansan sobre el balancn; mis manos cubiertas con guantesespesos y duros, tan torpes en tierra, maniobran con destreza elvolante. Maniobran el volante... Maniobran el volante...

    Dutertre!... tn?Primero verifique sus contactos, slo lo oigo entrecortadamente.

    Usted me oye?...lo... go... cap...Sacuda su bazar, pues! Me oye?La voz de Dutertre vuelve a ser clara.Lo oigo perfectamente, mi capitn!Bueno. Vea usted, tambin hoy se han helado los comandos, el

    volante est duro; en cuanto al balancn, est completamente atascado.

    Qu divertido! Altitud?Nueve mil siete.Fro?Cuarenta y ocho grados. Y usted, cmo anda con el oxgeno?Anda bien, mi capitn.Artillero cmo anda el oxgeno? No hay respuesta.Artillero, hola!No hay respuesta.Dutertre, oye al artillero?

    No oigo nada, mi capitn.Llmelo!Artillero! Eh! Artillero!No hay respuesta.Antes de descender sacudo brutalmente el avin para despertar al

    otro, si es que duerme.

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    Mi capitn?Es usted, artillero?Yo... eh... s.No est seguro?S!

    Por qu no responda?Estaba haciendo un ensayo de radio. Haba desconectado.Puerco! Se avisa! Estuve a punto de descender, lo cre muerto!Yo... no.Creo en su palabra. No vuelva a jugarme esta mala pasada!

    Prevngame, por Dios, antes de desconectar!Perdn, mi capitn. Comprendido, mi capitn. Avisar.Porque el organismo no es sensible a la falla de oxgeno. Se traduce

    por una euforia vaga que desemboca en pocos segundos en undesvanecimiento, y en pocos minutos en la muerte. El control

    permanente del suministro de oxgeno es pues indispensable, tantocomo el control del estado de sus pasajeros por parte del piloto.

    Por eso pellizco a golpecitos el tubo de alimentacin de mi mscara,para sentir en mi nariz el placer de las clidas oleadas vivificantes.

    En suma, hago mi trabajo. Slo experimento el placer fsico de losactos llenos de sentido que se bastan a s mismos. No experimento ni elsentimiento de un gran peligro estaba inquieto cuando me vesta niel sentimiento de un deber imperioso.

    Ahora, el combate entre Occidente y el nazismo se transforma en misactos, en una accin sobre manecillas, palancas y llaves. As debe ser.

    En el sacristn, el amor a Dios se transforma en amor por la iluminacinde los cirios. El sacristn camina con paso igual por una iglesia que nove y est satisfecho porque hace florecer uno tras otro los candelabros.Cuando todos estn iluminados, se frota las manos. Est orgulloso de s.

    En cuanto a m, he regulado el paso de las hlices y mantengo elrumbo con aproximacin de un grado. Dutertre debe estar maravillado,siempre que observe la brjula...

    Dutertre... yo... el rumbo en la brjula... va bien?No, mi capitn. Demasiado deriva. Corrija a la derecha.Tanto peor!

    Pasamos las lneas, mi capitn. Comienzo las fotos. Qu altitud enel altmetro?Diez mil.

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    Capitn... brjula!Exacto. Torc a la derecha, y no fue por casualidad... Es que la ciudad

    de Albert me rechaza. La adivino all lejos, adelante, pero ya pesa sobremi cuerpo con todo el peso de su interdiccin a priori. Qu gran

    memoria se esconde bajo el espesor de los miembros! Mi cuerporecuerda las cadas sufridas, las fracturas del crneo, los comas viscososcomo el almbar, las noches de hospital. Mi cuerpo tiene miedo a losgolpes, trata de evitar Albert. Cuando yo no lo vigilo, tuerce hacia laizquierda. Tuerce hacia la izquierda como un caballo viejo quedesconfiara, para siempre, del obstculo que una vez lo asust. Se tratade mi cuerpo, no de mi espritu... Cuando me distraigo, mi cuerpoaprovecha solapadamente y se libra de Albert.

    Porque en realidad no experimento nada demasiado penoso, ya nodeseo que la misin falle. Hace un rato cre formular ese deseo.Pensaba: Los laringfonos estarn descompuestos. Tengo sueo. Ir a

    dormir. Creaba una imagen maravillosa de aquella cama de pereza.Pero en lo ms hondo, saba que no se puede esperar nada de unamisin no cumplida, excepto una suerte de agria incomodidad. Es comosi una muda necesaria hubiera fracasado.

    Esto me recuerda el colegio. Cuando era nio...Capitn!Qu?No, nada... cre ver...No me gusta nada eso que crey ver.S... cuando nio, en la escuela, uno se levanta muy temprano, a las

    seis de la maana. Hace fro. Se frotan los ojos y se sufre por adelantadoa causa de la triste leccin de gramtica. Por eso se suea con caerenfermo para despertar en la enfermera donde las religiosas con tocadoblanco traern a las camas tisanas azucaradas. Mil ilusiones se hace unosobre ese paraso. Entonces, si estaba resfriado, tosa un poco ms de lonecesario, por supuesto. Desde la enfermera donde me despertaba, oatocar la campana que sonaba para los dems. Si me haba excedido enel engao, aquella campana me castigaba sobradamente, metransformaba en fantasma. All afuera, la campana tocaba horasverdaderas, las de la austeridad de las clases, las del tumulto de losrecreos, las del calor del refectorio. Fabricaba, all afuera, una

    existencia densa para los vivos, rica en miserias, impaciencias, jbilos,pesares. Yo me senta robado, olvidado, descorazonado por las tisanasinspidas, por el lecho hmedo y las horas sin rostro.

    No hay nada que esperar de una misin incumplida.

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    VII

    Es verdad que a veces, como hoy, por ejemplo, la misin no puedeproducir satisfaccin. Es demasiado evidente que jugamos a imitar laguerra, que jugamos al vigilante y el ladrn. Obedecemos fielmente la

    moral de nuestros libros de Historia y las reglas de nuestros manuales.En consecuencia, esta noche recorr el terreno en auto, y el centinela deguardia, tal como lo ordena la consigna, cruz la bayoneta frente a esevehculo que... muy bien hubiera podido ser un tanque!, jugamos acruzar la bayoneta delante de los tanques.

    Cmo entusiasmarnos con esas diversiones un tanto crueles en lasque, sin lugar a duda, representamos el papel de figurantes, cuando loque se nos pide es que lo prosigamos hasta la muerte? La muerte... esdemasiado seria para esta diversin.

    Quin habra de vestirse con entusiasmo? Nadie. Hasta Hoched,que es un santo, que ha alcanzado el fulgor de ese estado de donpermanente que, indudablemente, constituye la acabada realizacin delhombre, hasta Hoched se refugia en el silencio. Los camaradas que sevisten callan, pues, con aire hosco, y no por pudor de hroes. Estahosquedad no oculta ningn entusiasmo, dice exactamente lo que dice,y yo me doy cuenta de ello. Es la hosquedad de un gerente que nocomprende nada de las consignas que le ha impartido el dueo ausente,pero que, a pesar de todo, sigue siendo fiel. Todos los camaradassuean con su cuarto tranquilo, pero no hay en nuestro Grupo uno soloque prefiriera, realmente, ir a dormir.

    Pues lo importante no es entusiasmarse. En la derrota no hay

    esperanza alguna de entusiasmo. Lo importante es vestirse, subir abordo, despegar. Lo que uno piensa no tiene ninguna importancia. Y elnio que se entusiasmara ante la idea de las lecciones de Gramtica meparecera pretencioso y sospechoso. Lo que importa es prepararse paraun objetivo que por el momento no se muestra. Ese objetivo no lo es, enabsoluto, para inteligencia, sino para el espritu. El espritu sabe amar,pero duerme. S tan bien como un padre de la Iglesia en qu consiste latentacin. Estar tentado es estar tentado de ceder, cuando el esprituduerme, a las razones de la inteligencia.

    Para qu sirve que me juegue la vida en este alud? No lo s. Cienveces se me ha repetido: Deje usted que lo destinen aqu o all, que all

    est su lugar, que ser all ms til que en la escuadrilla. Pilotos sepueden hacer a millares La demostracin era perentoria, todas lasdemostraciones son perentorias. Mi inteligencia aprobaba pero miinstinto predominaba sobre la inteligencia.

    Por qu me pareca irreal ese razonamiento si no tena nada queobjetarle? Me deca: A los intelectuales se los mantiene en reserva,

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    como si fueran frascos de dulce colocados en estantes de propaganda,para comerlos despus de la guerra... No era una respuesta!

    Y hoy, una vez ms, despegu, como mis camaradas, contra todos losrazonamientos, contra todas las evidencias, contra todas las reaccionesdel momento. Llegar la hora en que me de cuenta de que tena razn

    contra mi razn. Me he prometido, si vivo, un paseo nocturno a travsde mi pueblo. Entonces, quiz me habite, por fin, yo mismo. Y ver.Quiz no tenga qu decir acerca de lo que vea. Cuando una mujer me

    parece bella no tengo nada que decir. La veo sonrer, eso es todo. Losintelectuales desmontan el rostro para explicarlo en funcin de losfragmentos, pero entonces ya no ven la sonrisa.

    Conocer no es desmontar ni explicar. Es acceder a la visin. Ms paraver conviene antes participar. Duro aprendizaje...

    Mi aldea me ha resultado invisible todo el da. Antes de la misin, setrataba de paredes de adobe y de campesinos, ms o menos sucios.Ahora se trata de un poco de grava a diez kilmetros por debajo de m.Eso es mi aldea.

    Pero tal vez esta noche un perro guardin se despierte y ladre.Siempre he gustado de la magia de una aldea que suea en voz alta, atravs de un solo perro guardin, en una noche clara.

    No tengo ninguna confianza en hacerme comprender, y me resultatotalmente indiferente. Que se me muestre, simplemente, con suspuertas cerradas sobre las provisiones de granos, sobre el ganado, sobrelas costumbres, mi aldea... ordenada para dormir!

    Los campesinos, de regreso del campo, una vez terminada la cena,acostados los nios y apagada la lmpara, se hundirn en el silencio. Y

    ya no habr nada, salvo bajo las lindas y tiesas sbanas campesinaslos lentos movimientos de respiracin, como el ltimo oleaje que quedaen el mar despus de la tempestad.

    Dios suspende el uso de las riquezas durante el tiempo en quetranscurre el balance nocturno. As, la herencia que se guarda meaparecer ms claramente cuando los hombres descansen, con lasmanos abiertas por el sueo inflexible que distiende los dedos hasta lallegada del da.

    Entonces tal vez contemple lo que no lleva nombre. Habr marchadocomo un ciego cuyas palmas lo condujeran hacia el fuego, que no podra

    describir, pero que, sin embargo, ha hallado. As, tal vez, se muestre loque hay que proteger, lo que no se ve pero permanece, a la manera deuna brasa, bajo la ceniza de las noches de aldea.

    No tena nada que esperar de una misin incumplida. Paracomprender una simple aldea es necesario, ante todo

    Capitn!

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    S?Seis cazas, seis, adelante a la izquierda!Son como un trueno.Es necesario es necesario me gustara, sin embargo, que la vida

    me de a tiempo lo que me corresponde. Me gustara tener derecho al

    amor. Me gustara saber por quin muero

    VIII

    Artillero!Capitn?Oy?Seis cazas, seis, adelante, a la izquierda!Comprendido, capitn.

    Dutertre, nos han visto?Nos vieron. Viran hacia nosotros. Estamos quinientos metros porencima de ellos.

    Artillero! Oy? Volamos quinientos metros por encima de ellos.Dutertre! Lejos todava?

    ...unos segundos.Artillero! Oy? Estarn en la cola dentro de unos segundos.All estn, ya los veo! Son chicos. Un enjambre de avispas

    venenosas.Artillero! Cruzan. Dentro de un segundo los ver. All!

    No... no veo nada. Ah! Los veo!Yo ya no los veo!Nos persiguen?Nos persiguen!Suben mucho?No s... No creo... No!Qu decide, mi capitn?El que acaba de hablar es Dutertre.Qu quiere que decida!Callamos.

    No hay nada que decidir. Eso concierne exclusivamente a Dios. Sivirase, acortara el intervalo que nos separa. Como vamos en lnea rectahacia el Sol y como a gran altura no se eleva uno ms de quinientosmetros sin perder algunos kilmetros en relacin a la presa, es posibleque antes de llegar a nuestro nivel, en donde recuperarn la velocidad,nos hayan perdido en el Sol.

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    Artillero! Siempre?Siempre.Les sacamos ventaja?Hum... no... s!Exclusivamente a Dios y al Sol.En previsin de un eventual combate por ms que un Grupo de

    Caza ms bien asesina que combate, me esfuerzo, luchando contra lcon todos mis msculos, por desbloquear mi balancn congelado.Experimento una sensacin extraa, pero an tengo los cazas en laretina. Y me apoyo con todo mi peso sobre los comandos rgidos.

    Una vez ms observo que, en realidad, me encuentro mucho menosemocionado en esta accin que, sin embargo, me reduce a una esperaabsurda de lo que haba estado mientras me vesta. Experimentotambin una suerte de clera. Una clera bienhechora.

    Mas ninguna embriaguez del sacrificio. Deseara morder.

    Artillero! Los dejamos atrs?Los dejamos atrs, mi capitn. Resultar.Dutertre... Dutertre...Mi capitn?No... nada.Qu pasaba, mi capitn?Nada... Crea que... nada...No les dir nada. No debo hacerles semejante jugarreta. Si entro en

    tirabuzn lo vern. Vaya si se darn cuenta de que entro entirabuzn!...

    No es natural que chorree sudor con cincuenta grados bajo cero. Noes natural! Oh! Comprendo lo que pasa, me desvanezco muysuavemente... Muy suavemente...

    Veo el tablero de comando; no veo el tablero de comando. Mis manosse debilitan en el volante, no tengo fuerzas ni para hablar. Me abandono.Abandonarse...

    Pellizqu el tubo de goma y recib en las narices la bocanadavivificante. As pues, no se trata de una falla en el oxgeno. Se trata de...S, con toda seguridad, me he comportado como un estpido. Es elbalancn. He realizado esfuerzos de changador, de camionero, contra elbalancn. A diez mil metros de altura me he comportado como unluchador de feria, y el oxgeno estaba regulado, tena que usarlo condiscrecin. Ahora pago la orga...

    Respiro con mucha frecuencia, mi corazn late rpido, muy rpido.Como un dbil cascabel. Nada dir a mi tripulacin. Si entro en tirabuzndemasiado pronto lo sabrn! Veo el tablero de comando... no veo eltablero de comando... Y me siento triste en mi sudor.

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    Dulcemente vuelvo a la vida.Dutertre!Mi capitn?Me gustara contarle lo que ha pasado.Yo... cre... que...Mas renuncio a expresarme, las palabras consumen demasiado

    oxgeno y esas tres ya me han dejado sin aliento. Soy un dbil, un dbilconvaleciente...

    Qu pasaba, mi capitn?No... nada.Mi capitn, est usted realmente enigmtico. Estoy enigmtico,

    pero estoy vivo.... no nos... consiguieron...Oh, mi capitn, por ahora!

    Por ahora, queda todava Arras.Durante algunos minutos cre que no volvera en m, y sin embargono not aquella quemante angustia que, segn dicen, encanece loscabellos. Y me acuerdo de Sagon. Del testimonio de Sagon, a quienvisitamos pocos das despus del combate que lo abati en zonafrancesa hace ya dos meses. Qu haba experimentado Sagon cuando,rodeado por los cazas y, en cierta medida, clavado en el poste deejecucin, se haba credo muerto en diez segundos?

    IX

    Vuelvo a verlo con toda claridad, acostado en la cama del hospital. Elempenaje del avin le haba enganchado y roto la rodilla cuando saltabaen paracadas, pero Sagon no sinti el choque. Tiene gravesquemaduras en manos y cara, pero en resumidas cuentas, nada de loque le ha pasado resulta inquietante. Lentamente nos cuenta su historia,con una voz cualquiera, como si se tratara de un informe de trabajo.

    Cuando me vi envuelto en balas luminosas comprend que tiraban;el tablero estall, luego percib un poco de humo no mucho! quepareca venir de la parte delantera. Pens que se trataba... usted sabe

    que all hay un tubo de conjugacin. Oh, no era mucho lo que arda...Sagon frunce los labios, considera el asunto. Le parece importante

    decirnos si arda mucho o no. Duda:De todos modos... era fuego... Entonces les dije que saltaran... En

    diez segundos el fuego transforma un avin en una antorcha!

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    Entonces abr la trampa de salida. Me equivoqu. Hubo succin deaire... el fuego... Me fastidi.

    Una caldera de locomotora os escupe en el vientre un torrente dellamas a los siete mil metros y eso fastidia! No traicionar a Sagonexaltando su herosmo o su pudor. No reconocer ni el herosmo ni el

    pudor. Simplemente dir: S! S! me fastidi... Hace visibles esfuerzospara ser exacto, por otra parte.Reconozco que es minsculo el campo de la conciencia, que no

    acepta sino un problema por vez. Si usted pelea a puetazos y estpreocupado por la estrategia de esa lucha, los puetazos no lo harnsufrir. Cuando yo cre ahogarme en ocasin de un accidente dehidroavin, el agua helada me pareci tibia. O, mejor dicho, miconciencia no tuvo en cuenta la temperatura del agua, pues estabaabsorbida por otras preocupaciones. La temperatura del agua no dejningn rastro en mi recuerdo. Del mismo modo, la conciencia de Sagonestaba absorbida por la tcnica de la partida, el universo de Sagon se

    limitaba a la manivela que gobierna la trampa corrediza, a ciertaagarradera del paracadas cuyo emplazamiento le preocupaba y a lasuerte tcnica de su tripulacin. Saltaron? No hay respuesta. Nohay nadie a bordo? No hay respuesta.

    Me cre solo, cre que poda partir... (ya tena el rostro y las manosasadas). Me levant, pas sobre la carlinga y me mantuve primero sobreel ala. Una vez all me inclin hacia adelante: no vi al observador...

    El observador, muerto instantneamente por el tiro de los cazas,yaca en el fondo de la carlinga.

    Entonces me ech hacia atrs y no vi al artillero...

    El artillero tambin se haba derrumbado.Me cre solo...Reflexion:Si hubiera sabido... hubiera podido volver a bordo... No arda

    tanto... Me qued as largo rato en el ala... Antes de dejar la carlingahaba puesto el avin en trepada. El vuelo era correcto, el airesoportable y me senta cmodo. Oh, estuve largo tiempo sobre el ala!No saba qu hacer...

    No es que se le plantearan problemas insolubles a Sagon, se creasolo a bordo, el avin arda y los cazas repetan su paso salpicndole

    proyectiles. Lo que Sagon quera decirnos es que no experimentabaningn deseo. No experimentaba nada. Dispona de todo su tiempo, sebaaba en una suerte de bienestar infinito. En el relato reconoca yo,punto por punto, la extraordinaria sensacin que acompaa a veces lainminencia de la muerte: un bienestar inesperado... Cmo desmiente larealidad la fantasa de la jadeante precipitacin! Sagon permaneca all,en el ala, como arrojado fuera del tiempo!

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    Y luego salt dijo, salt mal. Me vi dar vueltas como untorbellino. Tem enredarme en el paracadas si lo abra demasiadopronto. Esper estabilizarme. Oh, esper largamente!...

    De modo que Sagon conserva el recuerdo de haber esperado delprincipio al fin de su aventura. Esperado. Haba esperado arder ms y

    ms. Luego haba esperado sobre el ala, no se sabe qu. Y, en cadalibre, vertical hacia el suelo, esperaba todava. Se trataba sin embargode Sagon, y hasta de un Sagon rudimentario, ms ordinario que decostumbre, de un Sagon perplejo y que, sobre un abismo, pataleabaaburrido.

    X

    Hace ya dos horas que nos baamos en una presin exterior reducida al

    tercio de la presin normal. Lentamente, la tripulacin se desgasta.Apenas nos hablamos. Con prudencia, intent una o dos veces unanueva accin sobre el balancn. No insist, pues cada vez me sentpenetrado por la misma sensacin de agotadora dulzura.

    A causa de los virajes que exige la fotografa, Dutertre me previenecon mucha anterioridad. Me las arreglo como puedo con lo que mequeda de volante. Inclino el avin, tiro hacia m y, en veinte episodios,consigo los virajes para Dutertre.

    Altitud?Diez mil doscientos.Sigo pensando en Sagon... el hombre es siempre el hombre. Somos

    hombres. Nunca he encontrado en m, por ejemplo, otra cosa que yomismo. Sagon slo ha conocido a Sagon. Quien muere, muere como fue.En la muerte de un minero comn, quien muere es un minero comn.Dnde encontramos la demencia obstinada que inventan los literatospara deslumbrarnos?

    En Espaa vi cmo, despus de varios das de trabajo, suban a unhombre desde el stano de una casa destruida por una bomba. Lamuchedumbre rodeaba en silencio y segn me pareci con timidezrepentina, a aquel que casi volva del ms all, todava cubierto porcascotes, medio atontado por la asfixia y por el ayuno, semejante a unmonstruo extinguido. Cuando algunos se animaron a interrogarlo y lprest una dbil atencin a las preguntas, la timidez de la muchedumbrese transform en malestar.

    Ensayaban sobre l torpes claves, pues nadie saba formular laverdadera pregunta. Le decan: Qu senta usted? ... Qu pensaba? ...Qu haca?... De esa manera se arrojaban al azar pasarelas porencima de un abismo, del mismo modo como se hubiera utilizado una

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    primera convencin para alcanzar en la noche el sordomudo ciego alque se intentara socorrer.

    Pero cuando el hombre pudo contestarnos, respondi:Ah, s, oa largos crujidos...O...

    Estaba muy preocupado. Era largo. Ah, era muy largo...O...Me dolan los riones... me dolan mucho...Y el buen hombre slo nos hablaba del buen hombre. Nos hablaba

    sobre todo del reloj que haba perdido...Lo busqu Lo quera mucho... Pero en la oscuridad...Y es as, la vida le haba enseado la sensacin del tiempo que fluye,

    o el amor por los objetos familiares. Entonces l se vala del hombre queera para sentir su universo, aunque fuera el universo de un derrumbe enla noche. Y a la pregunta fundamental que nadie saba formular, pero

    que dominaba todos los intentos, a la pregunta Quin era usted?Quin ha surgido en usted?, no pudo responder sino: Yo mismo...No hay circunstancia que despierte en nosotros a un extrao del que

    nada hubiramos sospechado. Vivir es nacer lentamente. Serademasiado cmodo tomar almas acabadas!

    A veces una sbita iluminacin parece bifurcar un destino. Pero lailuminacin slo es la visin sbita que el espritu tiene de un caminolentamente preparado. Lentamente aprend la gramtica, me ejercitaronen sintaxis, despertaron mis sentimientos, y he aqu que de pronto unpoema me llega al corazn.

    Es verdad que, por el momento, no siento ninguna clase de amor,pero si me es revelado esta noche algo, ser porque habr aportadopesadamente mis piedras en la construccin invisible. Preparo unafiesta. No tendr derecho a hablar de aparicin sbita en m de otro queno sea yo, puesto que soy yo mismo el que construye ese otro.

    No tengo nada que esperar de la aventura de guerra fuera de esalenta preparacin. Ms tarde, ella pagar como la gramtica...

    Todo rastro de vida se ha embotado en nosotros a causa de estelento desgaste. Envejecemos. La misin envejece. Cul es el precio dela gran altura? Una hora vivida a diez mil metros, equivale a unasemana, tres semanas, un mes de vida orgnica, de trabajos del

    corazn, de los pulmones, de las arterias? Poco me importa, por otraparte. Mis semidesvanecimentos me han agregado siglos; estoy inmersoen la serenidad de los ancianos. Las emociones de cuando me vesta meparecen infinitamente lejanas, perdidas en el pasado. Arras,infinitamente lejana en el porvenir. La aventura de guerra? Dnde hayaventura de guerra?

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    Hace diez minutos estuve a punto de desaparecer, y sin embargo notengo nada que contar fuera del paso de aquellas minsculas avispasque entrev durante tres segundos. La verdadera aventura hubieradurado un dcimo de segundo, y entre nosotros no se vuelve, nunca sevuelve para contarla.

    Pedal a la izquierda, mi capitn.Dutertre ha olvidado que mi balancn est congelado! Por mi partepienso en un grabado que me deslumbrara en la infancia. En l se vea,sobre un fondo de aureola boreal, un extraordinario cementerio denaves perdidas, inmovilizadas en los mares australes, que abran, en laluz cenicienta de una suerte de noche eterna, sus brazos cristalizados, yque an tendan, en una atmsfera muerta, las velas que todavaconservaban las trazas del viento, como conserva un lecho las trazas deuna espalda amada. Pero se las senta tiesas y crujientes.

    Aqu, todo est congelado. Mis comandos estn congelados, misametralladoras estn congeladas, y cuando interrogo al artillero acerca

    de las suyas:Sus ametralladoras?...Nada.Ah, bueno.Escupo agujas de hielo en el tubo de expiracin de mi mscara. De

    tanto en tanto tengo que aplastar, a travs de la goma flexible, el tapnde escarcha que me ahoga. Cuando lo aprieto, lo siento crujir en lapalma de mi mano.

    Artillero! Anda bien el oxgeno?Va bien.

    Qu presin tienen los botellones?Eh... setenta...Ah, bueno.Tambin el tiempo se ha congelado para nosotros. Somos tres viejos

    de barba blanca. Nada se mueve. Nada es urgente. Nada es cruel.La aventura de guerra? Un da el comandante Alias se crey en el

    deber de decirme:Trate de tener cuidado.Cuidado de qu, comandante Alias? Los cazas le caen encima a uno

    como el rayo. Los cazas que dominan a mil quinientos metros de altura,

    al descubrirlo a uno por debajo, se toman su tiempo. Dan vueltas, seorientan, se ubican. Usted, por el momento, lo ignora todo. Usted es elratn aprisionado en la sombra del ave de rapia. El ratn se imaginaque vive, retoza en los trigales, pero ya est prisionero en la retina delgaviln, ms fijo a esa retina que a una liga, pues el gaviln ya no loabandonar.

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    Del mismo modo, contina usted piloteando, soando, observando latierra, cuando est ya condenado por el imperceptible signo negro quese ha formado en la retina de un hombre.

    Los nueve aviones del grupo de cazas oscilarn verticalmente cuandoles parezca. Tienen todo el tiempo por delante. A novecientos kilmetros

    por hora darn el prodigioso golpe de arpn que nunca yerra la presa.Una escuadra de bombardeo constituye una potencia de tiro que ofreceoportunidades a la defensa, pero la tripulacin de reconocimiento,aislada en pleno cielo, nunca vence a las setenta y dos ametralladorasque, por otra parte, slo se le revelarn en el haz luminoso de las balas.

    En el mismo instante en que usted se dar cuenta de que haycombate, el caza, despus de dejar su veneno de un solo golpe, como lacobra, ya neutral e inaccesible, lo sobrevolar. De esa misma manera sebalancean las cobras, arrojan su dardo, y retoman el balanceo.

    As, nada ha cambiado todava una vez desaparecido el grupo decaza, ni siquiera los rostros han cambiado. Ahora, que el cielo est vaco

    y ha renacido la calma, ahora cambian. El caza no es ya ms que untestigo imparcial cuando, de la cartida seccionada del observador,escapa el primero de los espasmos de sangre; cuando del capot delmotor derecho se filtra, vacilante, la primera llama de la fragua. Cuandoel veneno penetra en el corazn y cuando el primer msculo del rostrocomienza a hacer muecas, la cobra ya se ha replegado. El grupo decazas no mata, siembra la muerte. La muerte germina despus de supaso.

    Cuidado de qu, comandante Alias? Cuando nos cruzamos con loscazas no tena yo nada que decidir. Poda no haberlos conocido. Si mehubieran dominado, jams los habra conocido.

    Cuidado de qu? El cielo est vaco.La tierra est vaca.No hay hombres cuando se observa desde diez kilmetros de

    distancia. En esta escala los pasos del hombre ya no se leen. Nuestrascmaras fotogrficas de largo alcance nos sirven ahora de microscopio.Es necesario el microscopio para captar no ya al hombre que escapaan a este instrumento sino los signos de su presencia, las rutas, loscanales, los convoyes, las chalanas. El hombre siembra una laminilla demicroscopio. Soy un sabio de hielo y la guerra de los hombres ya no espara m ms un estudio de laboratorio.

    Tiran, Dutertre?Creo que tiran.Dutertre no sabe nada. Los estallidos son demasiado lejanos y los

    manchones de humo se confunden con el suelo. No pueden soar conabatirnos con un tiro tan impreciso. A diez mil metros, somosprcticamente invulnerables. Tiran para ubicarnos y quiz para guiar la

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    caza hacia nosotros. Una caza perdida en el cielo como un polvilloinvisible.

    Los de la tierra nos distinguen gracias a la bufanda de ncar que elavin que vuela a gran altura arrastra como un velo de novia. Laconmocin que produce el paso del blido cristaliza el vapor de agua de

    la atmsfera. Y desplegamos, a nuestras espaldas, un cirrus de agujasde hielo. Si las condiciones exteriores son propicias para la formacin denubes, esa estela aumentar lentamente hasta convertirse en nubenocturna sobre la campia.

    La radio de a bordo, los cohetes y el lujo ostentoso de nuestrabufanda blanca guan a los cazas hacia nosotros. Sin embargo, noshundimos en un vaco casi sideral.

    Navegamos, lo s bien, a quinientos treinta kilmetros por hora... Sinembargo, todo se ha vuelto inmvil. La velocidad se muestra en unapista de carreras. Pero aqu, todo est sumergido en el espacio. Por eso,la tierra, a pesar de sus cuarenta y dos kilmetros por segundo, gira

    lentamente alrededor del Sol y emplea en ello un ao. Tambinnosotros, tal vez, nos incorporamos lentamente a este ejercicio degravitacin. La densidad de la guerra area? Granos de polvo en unacatedral! Granos de polvo tambin nosotros, quizs atraigamos unasdecenas o centenas de otros granos de polvo. Y toda esta ceniza, comosi se sacudiera un tapiz, asciende lentamente al Sol.

    Cuidado de qu, comandante Alias? Slo veo, en lnea vertical,bibelots de otra poca bajo un cristal puro que no se estremece. Meinclino sobre las vitrinas de museo, mas ellas se presentan a contraluz.Muy lejos, ante nosotros, estn sin duda Dunkerque y el mar. Pero en

    lnea oblicua no distingo gran cosa. El Sol est demasiado bajo ahora yslo veo una gran placa que reverbera.Ve algo, Dutertre, a travs de esta porquera?Verticalmente s, mi capitn. . .Eh, artillero! No hay novedades de los cazas?No hay novedades...En realidad, ignoro por completo si nos persiguen o no, y si desde

    tierra nos ven o no arrastrar una cantidad de babas del diablosemejantes a la nuestra.

    Baba del Diablo me hace soar. Viene a mi mente una imagen que

    considero, en un comienzo, encantadora: Inaccesibles, como unahermossima mujer, proseguimos nuestro destino arrastrandolentamente un traje de cola de estrellas de hielo...

    Dle pedal a la izquierda!sa es la realidad. Pero vuelvo a mi poesa de pacotilla:

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    ... este viraje provocar el viraje de un cielo entero deenamorados...

    Pedal a la izquierda... Pedal a la izquierda...Si fuera posible!La hermossima mujer equivoca el viraje.

    Si usted canta... hincar el pico... mi capitn,As que cant?Adems, Dutertre me quita todo deseo de msica ligera:Casi he terminado las fotos. Pronto podr descender en direccin a

    Arras.

    Podr Podr Con toda seguridad! Hay que aprovechar las buenasocasiones.

    Caramba! Las llaves del gas tambin estn congeladas...

    Y me digo:

    Esta semana ha vuelto una misin de cada tres. El peligro de guerraes, pues, muy grande. Sin embargo, si nos contamos entre los quevuelve, no tendremos nada que narrar. He vivido aventuras en otrasocasiones, como la creacin de las lneas postales, la disidencia delSahara, Amrica del Sur. Pero la guerra no es una verdadera aventura,slo es un ersatzde aventura. La aventura descansa sobre la riqueza delos lazos que establece, de los problemas que plantea, de las creacionesque provoca. No basta, para transformar en aventura el simple juego decara o seca, comprometer en l la vida y la muerte. La guerra no es unaaventura, la guerra es una enfermedad, como el tifus.

    Tal vez ms adelante comprenda que mi nica verdadera aventura de

    guerra fue la de mi habitacin de Orconte.

    XI

    Durante el invierno de 1939, que fue muy duro, mi grupo acamp enOrconte, pueblo de los alrededores de Saint-Dizier. All viva yo en unagranja de paredes de adobe. Por la noche la temperatura descenda losuficiente como para transformar en hielo el agua de mi rsticapalangana, y, evidentemente, el primer acto que cumpla antes de

    vestirme era encender el fuego. Pero este gesto me exiga abandonar ellecho en donde tena calor y en donde me amodorraba con delicia.Nada me pareca ms maravilloso que aquella simple cama

    monstica, en aquel cuarto vaco y helado. All gustaba la beatitud deldescanso despus de las duras jornadas, all gustaba la seguridad, nadame amenazaba. Durante el da mi cuerpo se ofreca a los rigores de la

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    altura y a los proyectiles desgarrantes. Durante el da, mi cuerpo podatrocarse en nido de sufrimientos y ser injustamente deshecho. Duranteel da, el cuerpo no me perteneca, no me perteneca ms. Podanquitarle miembros, podan sacarle sangre. Pues es tambin un hecho deguerra el que el cuerpo se transforme en almacn de accesorios que ya

    no nos pertenecen. Viene el ujier y reclama los ojos, y le cedemos el donde ver. Viene el ujier y reclama las piernas, y le cedemos el don decaminar. Viene el ujier, con su antorcha, y nos reclama toda la carne delrostro, y nosotros, que le hemos cedido en tributo el don de sonrer y demostrar nuestra amistad a los hombres, no somos ya sino monstruos.

    En consecuencia, este cuerpo que durante el da poda revelarsecomo mi enemigo y hacerme dao, este cuerpo que poda trocarse enfbrica de lamentos, resulta que segua siendo mi amigo, obediente yfraternal, bien apelotonado bajo las sbanas en mi duermevela, sinconfiar a mi conciencia otra cosa que su placer de vivir, su ronroneodichoso. Pero tena que sacarlo del lecho, lavarlo en el agua helada,

    afeitarlo y vestirlo, para ofrecerlo, con toda correccin, al estallido de lafragua. Y este abandono del lecho se asemejaba a la separacin de losbrazos maternos, del seno materno, a todo lo que a lo largo de lainfancia mima, acaricia, protege el cuerpo de un nio.

    Entonces, despus de pesar bien mi decisin, de madurarla yretardarla, saltaba de golpe, con los dientes apretados, hasta lachimenea, en la que derrumbaba una pila de lea que rociabapreviamente de nafta. Luego, una vez que sta arda, volva despusde una exitosa segunda travesa de mi habitacin a hundirme en milecho, donde reencontraba mi lindo calorcito y en donde, metido bajo lascolchas y el edredn, asomando slo el ojo izquierdo, vigilaba mi

    chimenea. Al comienzo casi no prenda, luego iluminaba el techo conrpidos relmpagos y ms tarde el fuego comenzaba a instalarse dentrode la chimenea como si una fiesta se organizase. Comenzaba a crepitar,a roncar, a cantar. Era alegre como un banquete de bodas campesinas,cuando la gente comienza a beber, a acalorarse, a darse codazos.

    O bien me pareca que ese mi fuego bienhechor me protega como unperro ovejero activo, fiel y diligente, que cumpla cabalmente su misin.Al contemplarlo senta un sordo jbilo. Y, una vez que la fiesta estaba ensu plenitud, con aquella danza de sombras en el techo y aquella clidamsica dorada, y en los rincones se levantaban ya construcciones debrasas, una vez que mi habitacin se haba impregnado de aquel mgicoolor a humo y a resina, entonces abandonaba yo de un salto a un amigopor el otro, corra de mi lecho a mi fuego, iba hacia el ms generoso, yno s muy bien si me asaba all el vientre o me calentaba el corazn.Entre dos tentaciones haba cedido cobardemente a la ms fuerte, a lams rutilante, a aquella que, con su fanfarria y sus relmpagos hacamejor su propaganda.

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    As, por tres veces, primero para encender mi fuego, acostarme yvolver a recoger la cosecha de llamas, por tres veces, castaetendomelos dientes, atraves las estepas desiertas y heladas de mi habitacin ysupe algo de las expediciones polares. Haba andado a travs deldesierto hacia una escala de bienaventuranza, que danza ante m, para

    m, su danza de perro ovejero.Esta historia parece insignificante, y sin embargo era una granaventura. Mi habitacin me mostraba en transparencia lo que jamshubiera podido descubrir all si hubiese visitado alguna vez la granja encalidad de turista. Slo me hubiera entregado entonces su vaco banalapenas poblado con una cama, una palangana y una triste chimenea.Hubiese bostezado all unos minutos. Cmo hubiese yo podidodistinguir sus tres provincias, sus tres civilizaciones, la del sueo, la delfuego, la del desierto? Cmo hubiese podido presentir la aventura delcuerpo, que es al principio un cuerpo de nio colgado del seno materno,acogido y protegido; luego un cuerpo de soldado, hecho para sufrir;

    luego un cuerpo de hombre enriquecido por la alegra de la civilizacindel fuego, el polo de la tribu? El fuego honra al husped y a suscamaradas. Si visitan a su amigo participan de su festn, arriman sussillas a la de l, y, al hablar de los problemas del da, de las inquietudesy los quehaceres fastidiosos, dicen mientras se frotan las manos ycargan la pipa: Pese a todo un fuego es agradable!

    Pero ya no hay fuego que me haga creer en la ternura, ya no hayhabitacin helada que me haga creer en la aventura. Me despierto delsueo. Slo hay un vaco absoluto, slo hay una extrema vejez, slo hayuna voz la de Dutertre que obstinada en su deseo quimrico medice:

    Un poco de pedal a la izquierda, mi capitn.

    XII

    Hago correctamente mi oficio, lo cual no impide que pertenezca a unatripulacin en derrota. Me sumerjo en la derrota. La derrota rezuma detodas partes, y hasta en mi misma mano llevo un signo de ella.

    Las llaves del gas estn congeladas. Estoy condenado al mximo derevoluciones, y de aqu que dos trozos de chatarra me plantean

    problemas inextricables.En el avin que piloteo el aumento del paso de las hlices tiene un

    lmite demasiado bajo. Si pico a pleno rgimen no puedo pretenderevitar una velocidad cercana a los ochocientos kilmetros por hora y elexceso de aceleracin de los motores. Ahora bien, este exceso implicariesgos de ruptura.

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    En rigor, podra cerrar los contactos, pero as provocara una falladefinitiva, falla que tendra como consecuencia el fracaso de la misin yla eventual prdida del avin. No todos los terrenos son apropiados parael aterrizaje de un aparato que toma contacto con la tierra a cientoochenta kilmetros por hora.

    Por lo tanto, es esencial que libere las llaves. Despus de un primeresfuerzo lo consigo con la izquierda, pero la derecha sigue resistiendo.Ahora podra descender a una velocidad de vuelo aceptable, siempre

    que redujera por lo menos el rgimen del motor sobre el cual ya puedoactuar, el izquierdo. Pero si reduzco el rgimen del motor izquierdo,tendr que compensar la traccin lateral del motor derecho, la cualtender, evidentemente, a hacer girar el avin hacia la izquierda. Tendrque resistir esta rotacin. Ahora bien, el balancn del que depende estamaniobra, est tambin completamente congelado. Por lo tanto, me esimposible compensar nada. Si reduzco el rgimen del motor de laizquierda, entro en tirabuzn.

    No tendr otro recurso, pues; que correr el riesgo de sobrepasar,durante mi descanso, el rgimen terico de ruptura. Tres mil quinientasrevoluciones, peligro de ruptura.

    Todo esto es absurdo, nada funciona bien. Nuestro mundo estcompuesto de engranajes que no se ajustan unos a otros. No es cuestinde materiales, sino del relojero. Falta el relojero.

    Despus de nueve meses de guerra no hemos conseguido todavaque las industrias correspondientes adapten las ametralladoras y loscomandos al clima de gran altura. Y no se trata de que choquemos conla incuria de los hombres; los hombres, en su mayor parte, son honestos

    y concienzudos. Su inercia, casi siempre, es una consecuencia y no unacausa, de su ineficacia.La ineficacia gravita sobre todos nosotros como una fatalidad, gravita

    sobre los soldados de infantera que enfrentan los tanques conbayonetas, gravita sobre las tripulaciones que luchan una contra diez,gravita inclusive sobre los que deberan tener por misin modificar lasametralladoras y los comandos.

    Vivimos en el vientre ciego de una administracin. Unaadministracin es una mquina. Cuanto ms se perfecciona unaadministracin, tanto ms elimina la arbitrariedad humana. En unaadministracin perfecta, en la que el hombre desempea el papel de

    engranaje, la pereza, la deshonestidad y la injusticia no tendran ocasinde producir estragos.

    Del mismo modo que la mquina, hecha para administrar unasucesin de movimientos previstos de una vez para siempre, laadministracin es incapaz de crear nada. Administra. Aplica tal sancin atal falta, tal solucin a tal problema. Una administracin no est

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    concebida para resolver problemas nuevos. Si se introducen trozos demadera en una mquina, no saldrn muebles. Para que la mquina seadaptara sera necesario que un hombre dispusiera del derecho detransformarla. Pero en una administracin, concebida para salvar losinconvenientes de la arbitrariedad humana, los engranajes rechazan la

    intervencin del hombre. Rechazan al relojero.Formo parte del Grupo 2/33 a partir de noviembre. Desde mi llegadamis camaradas me advirtieron:

    Te pasears por Alemania sin ametralladoras ni comandos.Y luego, para consolarme:Tranquilzate. No pierdes nada. Los cazas te abaten siempre antes

    de que los descubras.Seis meses ms tarde, estamos en mayo, ametralladoras y comandos

    siguen congelndose.Pienso en una frmula tan vieja como mi patria: A Francia, cuando

    todo parece perdido, un milagro la salva. Ahora comprendo por qu. Aveces ocurre que un desastre desbarata la hermosa mquinaadministrativa y sta, irreparablemente averiada, es sustituida, a faltade algo mejor, por simples hombres. Y los hombres lo salvan todo.

    Cuando una bomba haya reducido a cenizas el Ministerio del Aire, seconvocar con urgencia a un cabo cualquiera y se le dir:

    Queda usted encargado de descongelar todos los comandos,dispone usted de todos los derechos. Arrgleselas. Pero si dentro dequince das continan congelndose, ir preso. Entonces, tal vez loscomandos se descongelen.

    Conozco cien ejemplos de esta tara. Las comisiones de requisa de un

    departamento del Norte, por ejemplo, requisaron terneras preadas, conlo que convirtieron los mataderos en cementerios de fetos. Ningnengranaje de la mquina, ningn coronel del servicio de requisa, tenacondiciones para actuar de otro modo que no fuera el de un engranaje.Todos ellos obedecan a otro engranaje, como en un reloj. Toda rebeldaera intil. Por eso esta mquina, una vez que comenz adescomponerse, se dedic alegremente a abatir terneras preadas.Quiz fuera ste un mal menor, pues hubiera podido, de descomponersems gravemente, comenzar a abatir coroneles.

    Me siento desalentado hasta la mdula por este deterioro universal.Pero como me parece intil hacer saltar en seguida uno de los motores,

    ejerzo una nueva presin sobre la llave derecha. Disgustado, exagero elesfuerzo. Luego abandono la tarea, pero eso me ha costado ya unanueva punzada en el corazn. Decididamente, el hombre no est hechopara practicar gimnasia a diez mil metros de altura. Esta punzada es undolor en sordina, una suerte de conciencia local extraamente despiertaen la noche de los rganos.

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    Los motores saltarn si as lo desean. Me importa un rbano. Meesfuerzo por respirar. Me parece que ya no respirara si me permitiera ladistraccin. Recuerdo los fuelles de otras pocas, con cuya ayuda sereanimaba el fuego. Yo reanimo mi fuego. Quisiera decidirlo a prender.

    Qu he cometido de irreparable? A diez mil metros un esfuerzo fsico

    algo rudo puede producir un desgarramiento en los msculos delcorazn. Un corazn es algo muy frgil, y debe servir por mucho tiempo.Es absurdo comprometerlo en trabajos tan groseros. Es como siquemramos diamantes para cocer una manzana.

    XIII

    Es como quemar todos los pueblos del Norte sin que su destruccin sirvapara retardar el avance alemn ni siquiera por medio da. Y sin embargo,

    veo arder, de Dunkerque a Alsacia, toda esa provisin de pueblos, deviejas iglesias, de antiguas casas con toda su carga de recuerdos, consus pisos de nogal lustrado, su hermosa ropa en los armarios, conencajes en las ventanas, que haban servido hasta hoy sin estropearse.Ahora, desde Dunkerque a Alsacia, veo cmo todo esto arde.

    Arder es una palabra que significa demasiado cuando se observadesde diez mil metros, pues tanto sobre los pueblos como sobre losbosques slo se ve un humo inmvil, una especie de escarchablanquecina. El fuego no es ms que una digestin secreta. Desde diezmil metros el tiempo parece ms lento, puesto que ya no haymovimiento, ya no hay llamas crujientes, ni vigas que estallen, ni negros

    torbellinos de humo; slo esa leche griscea fijada en el mbar.Habrn de curar ese bosque, ese pueblo? Desde donde me

    encuentro, observo que el fuego corroe con la lentitud de unaenfermedad.

    Tambin acerca de esto hay mucho que decir. No haremos economade aldeas. He odo estas palabras, y eran necesarias. En la guerra, unaaldea deja de ser un nudo de tradiciones. En manos del enemigo slo esun nido de ratas. Todo cambia de sentido. Algunos viejos rbolestricentenarios cobijan la antigua casa de familia, pero estorban el campode tiro de un teniente de veintids aos, de modo que ste manda unosquince hombres a aniquilar la obra del tiempo. En una accin de diezminutos destroza trescientos aos de paciencia y de Sol, trescientosaos de religin de la casa y de noviazgos bajo el follaje del parque. Ledecimos:

    Mis rboles!El teniente no nos oye, l hace la guerra, l tiene razn.

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  • 8/7/2019 Saint Exupery, Antoine - Piloto De Guerra

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    Librodot Piloto de Guerra Antoine de Saint-Exupry

    Y se queman las aldeas para representar el juego de la guerra, ascomo se desmantelan los parques, se sacrifican las tripulaciones y seenfrentan los tanques con la infantera. Un malestar inexpresabledomina, pues nada sirve para nada.

    El enemigo ha reconocido una evidencia y la explota. Los hombres

    ocupan poco lugar en la inmensidad de las tierras. Se necesitaran cienmillones de soldados para levantar una muralla ininterrumpida; por lotanto, entre las tropas hay agujeros. En principio estos agujeros estnanulados por la movilidad de tropas, pero desde el punto de vista de lamaquinaria blindada, un ejrcito enemigo poco motorizado equivale a unejrcito inmvil. Por lo tanto los agujeros constituyen verdaderasaberturas. De all proviene esta simple regla del empleo tctico: Ladivisin blindada debe actuar como el agua, debe presionar apenascontra la pared del adversario y avanzar nicamente all donde noencuentre ninguna resistencia. sa es la manera en que presionan lostanques contra la pared y como siempre hay agujeros, siempre pasan.

    Sin embargo, esas incursiones de tanques que circulan librementedada la carencia de tanques para oponerles, producen consecuenciasirreparables, a pesar de que aparentemente slo causen destruccionessuperficiales, tales como la captura de estados mayores locales, lainterrupcin de lneas telefnicas, el incendio de pueblos. Perodesempean el papel de agentes qumicos que no destruyen elorganismo, sino los nervios y los ganglios. En el territorio que lostanques barrieron como un relmpago, no hay ejrcito, ni siquiera el queda la impresin de estar casi intacto, que conserve el carcter deejrcito, pues se ha transformado en grumos aislados. Donde haba unorganismo slo queda una suma de rganos cuyos lazos se han

    deshecho. Entre los grumos por combativos que sean los hombres quelos integran el enemigo avanza como le place. Cuando no es ms queuna suma de soldados, un ejrcito deja de ser eficaz.

    No se fabrica un material en quince das. Ni mucho menos... Lacarrera armamentista tenamos que perderla, forzosamente, puesramos cuarenta millones de agricultores frente a ochenta millones deindustriales!

    Disponemos de un hombre para oponer a tres del enemigo, de unavin contra diez o veinte y, despus de Dunkerque, de un tanquecontra cien. No podemos darnos el gusto de meditar sobre el pasado.Asistimos al presente. El presente es as. Ningn sacrificio, nunca ni en

    ninguna parte, podr retardar el avance alemn.De tal modo, una suerte de mala conciencia que ni puede ni se atreve

    a expresarse impregna las