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Junto a las aguas del Paraíso. Francis Marion Crawford (1854-1909) I Recuerdo con nitidez mi niñez. No creo que esto signifique una buena memoria porque nunca fui bueno para aprender palabras de memoria, en prosa o verso. Creo que mi remembranza de los hechos depende más de los hechos en sí que de cualquier facilidad para recordarlos. Tal vez soy muy imaginativo, y las primeras impresiones que recibí fueron de esas que estimulan anormalmente la memoria. Una serie de eventos desafortunados, tan relacionados entre sí como para sugerir algún lazo de extraña fatalidad, formaron mi temperamento melancólico cuando era niño de manera que, antes de llegar a la madurez, creía sinceramente estar bajo una maldición. No solamente yo mismo, sino mi familia entera y cada individuo que llevase mi apellido. Nací en el mismo lugar que mi padre, mi abuelo y todos sus predecesores hasta el confín de la memoria humana. Era una casa muy antigua, y la parte más amplia originariamente había sido un castillo fortificado y rodeado por un foso en el que siempre había agua que, proveniente de las colinas, llegaba por un acueducto oculto. Muchas de las fortificaciones habían sido destruidas y el foso había sido rellenado. El agua del acueducto provocaba varias fuentes y bajaba en grandes estanques en las terrazas de los jardines, una debajo de la otra, rodeadas de anchas aceras de mármol. El agua que rebasaba, al fin, escapaba a través de una gruta artificial, unas treinta yardas más allá, rumbo a un distante río. El edificio se amplió unos doscientos años atrás, en la época de Carlos II, pero desde entonces poco se hizo para mejorar las instalaciones, salvo las reparaciones de turno, realizadas según las épocas de fortuna.

rion Crawford

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Junto a Las Aguas Del Paraíso. Francis Ma

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Junto a las aguas del Paraso. Francis Marion Crawford (1854-1909)

I

Recuerdo con nitidez mi niez. No creo que esto signifique una buena memoria porque nunca fui bueno para aprender palabras de memoria, en prosa o verso. Creo que mi remembranza de los hechos depende ms de los hechos en s que de cualquier facilidad para recordarlos. Tal vez soy muy imaginativo, y las primeras impresiones que recib fueron de esas que estimulan anormalmente la memoria. Una serie de eventos desafortunados, tan relacionados entre s como para sugerir algn lazo de extraa fatalidad, formaron mi temperamento melanclico cuando era nio de manera que, antes de llegar a la madurez, crea sinceramente estar bajo una maldicin. No solamente yo mismo, sino mi familia entera y cada individuo que llevase mi apellido.

Nac en el mismo lugar que mi padre, mi abuelo y todos sus predecesores hasta el confn de la memoria humana. Era una casa muy antigua, y la parte ms amplia originariamente haba sido un castillo fortificado y rodeado por un foso en el que siempre haba agua que, proveniente de las colinas, llegaba por un acueducto oculto. Muchas de las fortificaciones haban sido destruidas y el foso haba sido rellenado. El agua del acueducto provocaba varias fuentes y bajaba en grandes estanques en las terrazas de los jardines, una debajo de la otra, rodeadas de anchas aceras de mrmol. El agua que rebasaba, al fin, escapaba a travs de una gruta artificial, unas treinta yardas ms all, rumbo a un distante ro. El edificio se ampli unos doscientos aos atrs, en la poca de Carlos II, pero desde entonces poco se hizo para mejorar las instalaciones, salvo las reparaciones de turno, realizadas segn las pocas de fortuna.

En los jardines haba terrazas y altos vallados de arbustos, algunos de los cuales eran podados en forma de animales, al estilo italiano. Puedo recordar que cuando era chico sola tratar de deducir que representaban esas formas y a veces le peda explicacin a Judith, mi nana galesa. Ella tena una extraa mitologa propia y poblaba los jardines de grifos, dragones, buenos y malos geniecillos, los que terminaban habitando mi imaginacin. La ventana de mi cuarto de juegos me daba una vista a las grandes fuentes del estanque superior, y en noches de luna llena la galesa me llevaba contra el cristal, hacindome mirar hacia la niebla en la que crea ver formas misteriosas que se movan msticamente como si fueran seres vivientes.

"Es la Mujer del Agua", sola decirme; y algunas veces ella me atemorizaba con que si no me dorma, la Mujer del Agua trepara por la ventana y me llevara en sus hmedos brazos.

El lugar era lgubre. Los estanques de agua y el vallado de arbustos daban un aspecto funeral de forma que el mrmol pareca estar hecho de lpidas. Las paredes grises y las torres, las oscuras habitaciones, llenas de muebles inmensos, huecos misteriosos y pesadas cortinas afectaron mi espritu. Fui silencioso y melanclico desde mi niez. Haba un gran reloj en la torre que tocaba las horas con tristeza durante el da y daba dos lgubres toques a la medianoche. No haba luz ni vida en la casa, ya que mi madre era invlida y mi padre se enferm de melancola en su tarea de cuidarla. Era un hombre delgado, con mirada triste; era un buen hombre, pero silencioso e infeliz. Despus de mi madre, creo que me amaba ms que a nada en este mundo; sufri bastantes penurias para educarme y todo aquello que me explic, nunca lo he olvidado. Tal vez esa fuera su nica diversin y la razn por la que, mientras l viva, nunca tuve nana o institutriz.

Sola ver a mi madre todos los das, a veces dos veces al da, durante una hora solamente. Me sentaba en un pequeo taburete cerca del pie de la cama y ella me preguntaba que haba estado haciendo y que querra hacer. Me atrevera a decir que ella vea las races de una profunda melancola en mi naturaleza, ya que siempre me miraba con una sonrisa triste y me besaba con un sollozo cuando me llevaban de su vista.

Una noche, cuando tena seis aos, me despert en mi cuarto. La puerta no estaba bien cerrada, y la nana galesa estaba sentada, cosiendo, en el cuarto de al lado. De repente escuch su voz, y deca "Uno... dos... uno... dos!" Me asust, y salt y corr por la puerta, descalzo como estaba.

"Qu es eso, Judith?" le grit, trepando a sus faldas. An puedo recordar la mirada de sus extraos ojos oscuros cuando respondi:

"Uno... dos atades sellados, bajan por el techo!" cantaba, sentada en su silla. "Uno, dos, un atad liviano y uno pesado, bajan al piso!"

Hasta que se dio cuenta de mi presencia, y me llev de nuevo a la cama, cantndome una vieja cancin de cuna galesa.

No saba como, pero tena la impresin de que ella saba que mi padre y mi madre iban a morir muy pronto. Ellos murieron en esa misma habitacin donde ella estaba sentada. Era un cuarto grande, era mi cuarto de juegos donde de da, cuando haba, daba el sol, y cuando no, an era la habitacin ms alegre de la casa. Mi madre se desmejor rpidamente y me mudaron a otra parte de la casa para hacer lugar para ella. Supongo que habrn pensado que mi cuarto sera ms alegre para ella, pero no vivi mucho. Estaba muy bella cuando muri y llor muy amargamente.

"El liviano, el liviano... el pesado est por venir," cantaba la galesa. Y tena razn. Mi padre tom ese dormitorio cuando mi madre muri y da a da se puso ms delgado y plido.

"El ms pesado, el ms pesado... los dos sellados," canturreaba mi nana, una noche de diciembre, despus de ponerme en cama. Ella me envolvi en una manta y me llev consigo al cuarto de mi padre. Golpe, pero nadie responda. Ella abri la puerta y lo encontramos sentado en su silla, frente al fuego, bien plido y muerto.

As que me qued solo con la galesa hasta que vinieron unos parientes que nunca antes haba visto. Los escuch decir que me tenan que llevar a otro lugar ms alegre. Eran gente buena y no lo creera solamente porque yo iba a ser una persona muy rica al ser mayor. El mundo nunca me pareci un lugar del todo malo para m, as como tampoco crea que las personas que me rodeaban eran miserables o malvadas. No recuerdo que nadie me infringiera ninguna injusticia, ni haber sido presionado o maltratado de ninguna manera, ni siquiera por los chicos en la escuela. Yo era triste, supona, porque mi niez haba sido lgubre y, ms tarde, porque todo en lo que haca me iba mal. Al final termin creyendo que ese era mi destino y empec a soar con que la vieja nana galesa y la Mujer del Agua haban jurado perseguirme hasta mi fin. Pero mi disposicin natural debera haber sido ms alegre.

Entre los chicos de mi edad nunca fui el ltimo ni estuve entre los ltimos, en ninguna disciplina; pero tampoco primero. Si haba una carrera, seguro que me torca un tobillo el mismo da del certamen. Si haba competencia de remos, mi remo seguro se quebraba. Si haba algn premio en juego, algn evento desafortunado de ltimo momento me impeda competir. Nada de lo que estaba librado a la suerte me era favorable, y tuve reputacin de mala suerte; hasta mis compaeros crean que era seguro apostar en contra ma, sin importar lo que fuera. Me desanimaba y desatenda todo, hasta que claudiqu en la idea de competir por cualquier distincin en la Universidad, conformndome con la idea de que no poda fallar en el examen por el ttulo ordinario. El da antes del examen empec a sentirme mal y cuando al fin me recuper, despus de huirle a la muerte, me fui de Oxford. An dbil de salud y profundamente disgustado y desanimado, march rumbo al viejo lugar donde nac. Tena veintin aos, era mayor de edad y dueo de mi fortuna, pero estaba tan profundamente convencido de esta larga serie de pequeas desgracias que quera encerrarme del mundo y vivir como ermitao, para morir lo ms rpido posible. La muerte me pareca la nica posibilidad de esperanza en mi existencia.

Nunca haba tenido deseo de regresar a mi vieja casa desde que fui llevado de ah cuando nio, y nadie me haba presionado para tal cosa. El lugar se haba mantenido en orden y no pareca haber sufrido ningn deterioro en los quince aos de mi ausencia. Nada en este mundo podra afectar esas viejas paredes que haban ofrecido resistencia a los elementos durante tantos siglos. El jardn estaba un poco ms crecido de como lo recordaba; los mrmoles se vean ms amarillentos y ajados y el lugar entero me pareca ms pequeo. No fue hasta varias horas despus de recorrer la casa y el terreno que comprend su enormidad. Entonces comenc a disfrutarlo y mi resolucin de vivir solo se fortaleci.

La gente me dio la bienvenida y, por supuesto, trat de reconocer en sus caras cambiadas al viejo jardinero y la vieja ama de llaves, y los llam por sus nombres. Reconoc a mi vieja nana. Haba envejecido desde que los atades bajaron quince aos atrs, pero sus ojos estaban igual y al mirarla volvieron todos aquellos recuerdos. Ella vino a la casa conmigo.

"Y cmo est la Mujer del Agua?" pregunt, para sonrer un poco. "Sigue jugando bajo la luz de la luna?"

"Est hambrienta," dijo la galesa, en un tono bajo.

"Hambrienta? Entonces la alimentaremos." Re. Pero la vieja Judith se puso un poco plida, y me mir extraada.

"Alimentarla? Ay! T la alimentars muy bien," murmur, mirando detrs suyo a la vieja ama de llaves, que nos haba seguido con paso enclenque a travs del vestbulo y los pasillos.

No pens mucho en sus palabras. Siempre hablaba extraamente, como hacen las galesas, y cre que yo estaba melanclico. De seguro no era supersticioso, pero tampoco tmido. Solamente, como en un ensueo, me pareci verla parada con la vela en su mano y murmurando aquello de "el pesado, todos de plomo", para luego conducir a un nio a travs de los corredores para ver a su padre muerto sentado en una silla frente a la chimenea. As que recorrimos la casa y escog los cuartos donde me instalara; y los sirvientes entraron para arreglar y ordenar todo, y ya no tena ms problemas. No me preocupaba qu haban hecho y me dejaron en paz sin que les diera ninguna orden. Estaba completamente indiferente y atribua al colegio los efectos de mi enfermedad.

Cen en una solitaria estancia y me complaci la melanclica grandeza del vasto comedor. Luego fui al cuarto que seleccion como estudio y me sent en un silln frente a la chimenea para pensar, o mejor para dejar que mis pensamientos vagaran por sus propios laberintos, sin importarme en lo absoluto qu curso pudieran tomar.

Los ventanales del cuarto estaban abiertos y daban a la terraza superior del jardn. Estbamos a fines de julio y todo estaba abierto, ya que el clima era clido. Cuando me sent solo a escuchar el incesante salpicar de las fuentes, me puse a pensar en la mujer del agua. Me levant y sal en la quietud de la noche, sentndome en un banco de la terraza, entre dos macetones de flores italianas. El aire era deliciosamente suave y dulce con el aroma de las flores, y el jardn estaba ms agradable que el resto de la casa. Las personas tristes siempre gustan del sonido del agua que corre y de los ruidos de la noche, pero no sabra decir los motivos. Me sent y escuch en la penumbra, ya que an la luna no se haba asomado por encima de los riscos pero el cielo ya transmita sus primeros rayos. Lentamente el halo blanco comenz a teir la bveda celeste y tambin el bosque, haciendo los contornos de las montaas ms intensamente negros por contraste, como si fuera que la cabeza de algn prominente santo estuviera elevndose desde detrs de una pantalla en alguna enorme catedral, lanzando glorias msticas desde atrs. Esper para ver la luna propiamente, y trat de estimar los segundos antes de que apareciera. De repente, apareci y se colg redonda y perfecta en el cielo. La observ y luego vi las brumas flotantes en las fuentes altas que bajaban a los estanques, donde los lirios de agua se agolpaban suavemente en su sueo sobre el reflejo de terciopelo de la luna llena. En ese momento un enorme cisne se puso a flotar silenciosamente en medio del estanque, sumergiendo su largo cuello y sorbiendo agua con su amplio pico para luego esparcirla como en lluvia de diamantes sobre s mismo.

De repente vi algo que se interpuso frente a la luz. Mir instantneamente. Frente al disco lunar apareci el luminoso rostro de una mujer, con ojos grandes y raros, y una boca llena y suave, pero no sonriente sino oscurecida. Estaba observndome fijo mientras yo segua sentado en mi banco. Estaba tan cerca de m, tan cerca, que la podra haber tocado con mi mano. Pero me senta completamente inmvil e indefenso. La imagen se qued paralizada un momento, pero su expresin no cambi. Luego, rauda, pas de largo y, mientras que la brisa fra de su vestido blanco surcaba mis sienes, se me eriz el cabello de la nuca. La luz de la luna, brillando a travs del agua que salpicaba de la fuente, formaba sombras entre los pliegues de luz de la lunar vestimenta. Fue un instante, y ya no haba nada ms y volv a estar solo.

Me sent muy alterado por la visin, y pas un rato hasta que pude ponerme de pie. An estaba dbil por mi enfermedad y el contemplar semejante imagen podra haber destemplado a cualquiera. Senta que haba sido testigo de una aparicin de ultratumba y, al no haberlo racionalizado, no haba argumento que pudiera refutar tal creencia. Finalmente pude levantarme y observ en la direccin en la que cre que el rostro se haba esfumado... pero ya no haba nada, ms all de los anchos caminos, los altos y oscuros arbustos, las fuentes y la bruma. Me volv a sentar y record la cara que haba visto. Era extrao, pero una vez que la primera impresin haba pasado, no senta nada espantoso en el recuerdo. Por el contrario, tena una sensacin de fascinacin por la imagen, y habra dado cualquier cosa por volverla a ver. Podra haber dibujado las bellas facciones, los anchos ojos negros, y esa boca maravillosa ya que la tena fresca en mi mente. Cuando hube recordado cada detalle de mi memoria me di cuenta que el rostro entero era bello, y que podra haberme enamorado de alguien con semejante cara.

"Me pregunto si esta es la mujer del agua", me dije a m mismo. De vuelta me levant y vagu por el jardn, descendiendo de terraza en terraza por el sendero de mrmol a travs de las sombras y de la luz de luna. Cruc el agua por el rstico puente sobre la gruta artificial y trep lentamente a la ms alta de las terrazas por el lado opuesto. El aire pareca ms dulce y me senta muy calmo, as que me propuse sonrer mientras caminaba, como si una nueva felicidad me hubiera tocado. Me pareca como si la cara de la mujer estuviera detrs mo y la idea me da daba una desacostumbrada y placentera emocin, algo como nunca antes haba sentido.

Me di vuelta cuando llegu a la casa, y vi el paisaje. En la breve hora que estuve paseando, lo notaba ciertamente cambiado y con l, tambin haba cambiado mi humor. Era algo ideal de mi suerte, pens, enamorarme de un fantasma! Tiempo atrs habra suspirado e ido a acostarme ms triste que de costumbre, ante tal conclusin. Esa noche me senta feliz, dira que por primera vez en mi vida. El viejo estudio me dio una impresin alegre cuando entr. Los antiguos cuadros me sonrean desde las paredes y cuando me sent en el silln sent que ya no estaba solo. La idea de haber visto un fantasma y el hecho de sentirme mejor por ello, eran tan absurdos que sonre al respecto y tom uno de los libros que haba trado conmigo y me sent a leer.

Aquella impresin permaneci. Me dorm pacficamente y en la maana abr las ventanas al aire estival y mir abajo, al jardn, a los trechos de verde y a las coloridas flores, a las fuentes circulares y al agua cristalina.

"Un hombre puede hacer un paraso de su casa," exclam. "Un hombre y una mujer, juntos!"

A partir de ese da, el viejo casern ya no me pareci lgubre, y pens que mi tristeza se haba ido. Durante algn tiempo empec a interesarme en el lugar, y trat de darle ms vida. Trat de evitar a mi vieja nana galesa, no fuera cosa que me desalentara con alguna de sus profecas y me recordara algn episodio ttrico de mi niez. Pero en lo que ms pensaba era en la figura fantasmal que haba visto en el jardn la primera noche despus de mi arribo. Sala cada noche y vagaba a travs de los caminos y senderos, pero no volv a ver mi aparicin de nuevo. Despus de varios das, el recuerdo se empez a hacer ms tenue y mi antigua naturaleza volvi a opacar gradualmente aquel temporal estado de excitacin que haba experimentado. El verano se volvi otoo y me volv inquieto. Comenzaron las lluvias. La humedad se ceb en los jardines y los vestbulos externos comenzaron a oler a moho, como tumbas; el cielo gris me oprima intolerablemente. Me fui del lugar y sal para el extranjero, con la determinacin de intentar cualquier cosa que pudiera sacarme de la montona melancola que vena sufriendo.

II

La mayora de la gente notara la profunda insignificancia de los pequeos eventos que, luego de la muerte de mis padres, influenciaron mi vida y la hicieron infeliz. Los espantosos presentimientos de una nana galesa que, a travs de caprichosas coincidencias, parecieron hechos reales, no parece suficiente como para cambiar la naturaleza de un nio y guiar su carcter a travs de los aos. Las pequeas decepciones de la vida escolar y aquellas ocurridas durante una mediocre y aburrida carrera acadmica, no deberan bastar para hacerme llegar a los veintiuno como un melanclico indiferente e intil. Tal vez pudiera contribuir cierta debilidad de mi carcter, pero en mayor grado fue debido a esa reputacin de mala suerte que me rodeaba. No intentar analizar las causas de mi estado, porque no sera satisfactorio para nadie, salvo para m mismo. Tampoco voy a intentar explicar por qu experiment un breve renacimiento de mi espritu luego de mi aventura en el jardn. Me haba enamorado del rostro que vi, y que esperaba volver a ver; por eso cuando perd toda esperanza de una segunda visin, me puse ms triste hasta que empaqu todo y me march al extranjero. Pero en mis sueos vuelvo a mi casa y siempre me parece que es un da soleado, como aquella maana de verano despus de haber visto a la mujer de la fuente.

Fui a Pars. Luego fui ms lejos, y recorr Alemania. Trat de entretenerme, pero fracas miserablemente. Con el caprichoso derrotero de un intil me asaltaron todo tipo de ideas de buenas resoluciones. Un da se me ocurri que me ira a enterrar en alguna universidad alemana por un tiempo, viviendo simplemente como un pobre estudiante. Primero quise ir a Leipzig, pensando quedarme ah hasta que pasase algo que encarrilara mi vida o bien alterara mi humor. El tren expreso se detuvo en cierta estacin cuyo nombre ignoraba. Caa el sol de una tarde invernal y me asom a travs del grueso cristal de la ventana de mi compartimento. De repente otro tren pas deslizndose desde la direccin opuesta, y fren justo al lado nuestro. Mir al vagn que estaba delante del mo y le las letras negras del cartel que pendulaba en el barandal: Berln--Colonia--Pars. Luego observ, por encima, una ventana. Me sobresalt violentamente, y un sudor fro surgi sobre mis sienes. Bajo una luz tenue, no ms all de seis pies de donde yo estaba sentado, vi el rostro de la mujer, ese rostro que amaba, el semblante fino y recto, los ojos extraos, la boca maravillosa, esa plida piel. Como redecilla tena un velo oscuro que pareca prendido encima de su cabeza y caerle sobre los hombros hasta debajo de su mentn. Cuando abr la ventana y me arrodill sobre el asiento, acercndome lo ms posible para tener una mejor visin, un largo silbido se escuch en toda la estacin, siendo seguido de una veloz serie de sonidos metlicos y campanadas. Hubo un suave tirn y mi tren se puso en marcha. Felizmente la ventana era estrecha y no era el nico en el compartimento, ya que si no, creo que habra saltado de un tren a otro. En un instante la velocidad aument y me vi transportado rpidamente en la direccin opuesta del ser que amaba.

Durante un cuarto de hora yac en mi lugar, sorprendido por lo fulminante de la aparicin. Finalmente uno de los otros dos pasajeros, un rechoncho capitn de cuirassiers de Konigsberg, sugiri de manera muy civilizada pero con firmeza que debera cerrar la ventana porque estaba cayendo la noche y haca fro. As lo hice, disculpndome, y adoptando silencio. El tren march a toda velocidad por un largo rato, y estaba desacelerando para entrar en la prxima estacin. Me puse de pie y tom una decisin sbita. Mientras el vagn se detena ante la plataforma iluminada, tom mis pertenencias, salud a mis colegas-pasajeros y sal, determinado a tomar el primer tren que volviese a Pars.

Esta vez las circunstancias de la visin haban sido tan naturales que no me dieron la impresin de que hubiera nada sobrenatural acerca del rostro o de la mujer a la que perteneca. No intent explicarme cmo haba sido que la cara y la mujer estaban viajando en el rpido de Berln a Pars en una tarde de invierno, cuando en mi mente ambas estaban asociadas indeleblemente con la luna llena y las fuentes de mi vieja casa en Inglaterra. Por supuesto que no admitira haberme confundido o haber visto algo que realmente no exista. En mi mente no tena la menor duda y estaba positivamente seguro de que nuevamente haba visto la cara que amaba. No dud en ningn momento, y al cabo de unas horas estaba en camino a Pars. No poda evitar meditar sobre mi lnguida suerte. Vagando como haba hecho durante los ltimos meses, fcilmente podra haber estado viajando en el mismo tren con esa mujer, en vez de ir en la otra direccin. Pero mi suerte estaba destinada a cambiar por un tiempo.

Busqu en Pars durante varios das. Cen en los principales hoteles; fui a los teatros; durante las maanas recorr el parque Bois de Boulogne hasta que tom familiaridad con el lugar. Fui a misa en la Madeleine, y asist a los servicios de la Iglesia britnica. Entr en el Louvre y Notre Dame. Visit Versailles. Pas horas en la Rue de Rivoli, en el barrio de Meurice, cruzado por turistas de la maana a la noche. Finalmente fui invitado a una recepcin en la Embajada Inglesa. Fui, y encontr lo que haba buscado tanto tiempo.

Ah estaba ella, sentada junto a una anciana vestida de satn gris y diamantes, que tena un rostro arrugado pero gentil y ojos muy grises que parecan tomar todo aquello que vean y con poca inclinacin a dar mucho a cambio. Pero no me interesaba el chaperone. Solo miraba el rostro que me haba hechizado meses atrs, y en la excitacin del momento camin cerca de las mujeres, olvidando menudencia tal como la necesidad de una presentacin.

Ella era ms hermosa de lo que jams haba pensado, y nunca tuve la menor duda de que haba sido ella y no otra. Con o sin visin, sta era la realidad y lo saba. Dos veces su cabello la haba cubierto, pero ahora al fin la vea y la belleza de su magnificencia glorificaba a la mujer. El cabello era fino y abundante, dorado, con profundos tintes rojizos como adornos de bronce rojo. No tena ningn ornamento, ni una rosa, ni una hebilla de oro, y sent que no necesitaba nada para reforzar su esplendor; nada salvo su rostro plido, sus extraos ojos oscuros y sus gruesas cejas. Mientras estaba sentada tranquilamente observando la escena mvil, en medio de las luces brillantes y del susurro de una conversacin perpetua, pude ver que ella era delgada pero tambin fuerte.

Record el detalle de la presentacin a tiempo, y me volv para buscar a mi anfitrin. Al fin lo encontr y le supliqu me presentara frente a esas damas, mientras se las sealaba.

"S... er... sin duda... eh," replic su Excelencia con una sonrisa placentera. Evidentemente no tena idea de mi nombre, lo cual no tuvo necesidad de preguntarme.

"Soy Lord Cairngorm," expres.

"Oh, por cierto," respondi el Embajador con la misma sonrisa hospitalaria. "Si... pero el hecho es que debo tratar de averiguar quienes son; usted sabe, con tanta gente."

"Oh, si me las presenta, tratar de averiguarlo por usted," dije, sonriendo.

"Ah s, que amable de su parte, venga," dijo mi anfitrin. Cruzamos por la multitud y en un minuto estbamos parados frente a las dos damas.

"Permtame presentarle a Lord Cairngorm," dijo; luego se volvi hacia mi. "Venga a cenar maana, le parece bien?", luego de lo cual se desliz con su sonrisa placentera y desapareci por entre la multitud.

Me sent cerca de la bella joven, conciente de que la mirada de la duea estaba sobre m.

"Creo que estuvimos muy cerca de conocernos antes," remarqu, como manera de iniciar la conversacin.

Mi compaera volvi sus ojos llenos sobre m con un aire de estudio. Evidentemente no recordaba mi cara, si es que alguna vez la haba visto.

"Realmente, no puedo recordarlo," observ, con una voz grave y musical. "Cundo?"

"En primer lugar, hace diez das atrs usted vino desde Berln en el expreso. Yo iba camino en la direccin opuesta, y nuestros vagones se detuvieron frente a frente. La vi por la ventana."

"S, vinimos desde ah, pero no lo recuerdo..." vacil.

"En segundo lugar," continu, "durante el ltimo verano yo estaba solo, sentado en mi jardn, hacia fines de julio, recuerda? Usted deba estar paseando cerca, por el parque; usted apareci desde la casa y me mir..."

"Era usted?" pregunt, evidentemente sorprendida. Entonces rompi a rer. "Les cont a todos que haba visto un fantasma; no haba habido ningn Cairngorm en el lugar desde haca mucho tiempo. Nos fuimos al da siguiente, y nunca supe que usted haba estado ah; sin embargo, no saba que el castillo le perteneciera."

"Dnde estaban viviendo?" pregunt.

"Dnde? Con mi ta, donde siempre estuvimos. Ella es su vecina, ya que es usted."

"Perdn, pero entonces... su ta es Lady Bluebell? No estoy seguro..."

"No tema, ella es sorprendemente sorda. S. Ella es una reliquia de mi amado to, el dcimo sexto o sptimo Barn Bluebell... olvid el nmero exacto de cuantos le precedieron. Y yo, sabe quin soy?" ri, sabiendo bien que no lo saba.

"No," respond con franqueza. "No tengo la menor idea. Rogu que furamos presentados debido a que la reconoc. Tal vez, tal vez... usted es Miss Bluebell?"

"Considerando que usted es un vecino, le dir quien soy," respondi. "No; soy de la tribu de los Bluebell, pero mi nombre es Lammas, y he sido bautizada como Margaret. Siendo de una familia floral, me llaman Daisy. Un espantoso norteamericano una vez me dijo que siendo mi ta una Bluebell [Nota del T.: 'Campanita' en ingls], yo debera ser una Harebell [Nota del T.: Otra clase de flor de idntica familia], con dos 'eles' y una 'e', ya que mi cabello es tan grueso. Le advierto, as usted evitar en lo futuro hacer tales juegos de palabras."

"Parezco un hombre que juega a los retrucanos?" pregunt, muy conciente de mi rostro melanclico y mi apariencia triste.

Miss Lammas me observ crticamente.

"No; usted tiene un temperamento apesadumbrado. Creo que puedo confiar en usted," respondi. "Cree poder comunicarle a mi ta que usted es un Cairngorm y vecino nuestro? Estoy segura de que le gustar saberlo."

Me inclin sobre la anciana, inspirando mis pulmones para gritar. Pero Miss Lammas me detuvo.

"Esa no es la forma ms sutil," remarc. "Usted podra escribirle en un trozo de papel. Ella es ms sorda que una tapia."

"Tengo un lpiz," respond; "pero no tengo papel conmigo. Cree que mi bocamanga servira?"

"Oh, s!" replic Miss Lammas, con chispa; "a menudo los hombres lo hacen."

Escrib en mi bocamanga: "Miss Lammas desea que le explique que yo soy un vecino, Cairngorm." Entonces lo extend frente a las narices de la vieja dama. Ella pareca perfectamente acostumbrada al procedimiento, as que se puso los anteojos, ley las palabras, sonri e inclin su cabeza en seal de aprobacin, dicindome con una voz extraterrenal que suelen tener las personas que no escuchan nada:

"Conoc muy bien a su abuelo," dijo. Luego me sonri y se volvi a su sobrina, reincidiendo en el silencio.

"Est todo bien," remarc Miss Lammas. "Ta Bluebell sabe que es sorda, as que no habla mucho. Ella conoci a su abuelo. Qu raro que, habiendo sido vecinos, nunca antes nos hemos visto!"

"Si usted me hubiera dicho que vio a mi abuelo cuando apareci en el jardn, no habra estado ni mnimamente sorprendido," respond quitndole relevancia. "De hecho, pens que usted era el fantasma en la vieja fuente. Cmo fue que apareci ah y a esa hora?"

"ramos un grupo grande y salimos a dar un paseo. Despus se nos ocurri asomarnos a ver como se vea su parque bajo la luz de la luna, y nos metimos en su terreno. Me separ del resto, y mientras iba caminando admirando el aspecto fantasmagrico de la casa y preguntndome si alguien pudiera alguna vez vivir ah nuevamente, me top accidentalmente con usted. Parece el castillo de Macbeth, o una escena de la pera. Usted conoce a alguien aqu?"

"Ni un alma! Y usted?"

"No. Ta Bluebell dijo que era nuestro deber venir. Es fcil para ella salir; nunca tiene que sobrellevar el peso de la conversacin."

"Lamento que lo considere un peso," dije. "Debera irme?"

Miss Lammas me observ con la mayor gravedad de sus bellsimos ojos, y hubo una dubitacin en las lneas de su suave boca.

"No," dijo al fin, con gran simpleza. "No se vaya. Podemos disfrutar uno del otro, si usted se queda un rato ms, y deberamos dado que somos vecinos."

Supongo que deb haber tenido la impresin de que Miss Lammas era una joven muy extraa. Sin embargo, debe ser una especie de masonera entre la gente que descubre que han vivido uno cerca del otro y que deberan haberse conocido antes. Pero haba una inesperada franqueza y simpleza en su ameno carcter que habra hecho notar a cualquiera que se trataba de un ser singular. A m, sin embargo, todo me haba parecido suficientemente natural. Haba soado demasiado con su rostro como para no sentirme profundamente feliz cuando al fin haba logrado encontrarla y ponerme a conversar con ella. Para m, el hombre de la mala suerte en todo, el mero encuentro pareca algo demasiado bueno para ser cierto. Nuevamente sent la rara sensacin de luminosidad que haba experimentado luego de verla en el jardn. Los salones amplios me parecan ms brillantes, vala la pena vivir la vida; mi sangre melanclica y lenta comenz a circular con rapidez y me inyect nueva fuerza. Me dije a m mismo que sin esta mujer, yo slo era un ser imperfecto, pero con ella podra llevar a cabo todo lo que me propusiera. Como el gran Doctor, cuando cree que al fin ha logrado vencer a Mefistfeles, podra haber pegado un alarido en ese mismo fugaz momento: "Verweile doch, du bist so schon!" [N. del T.: "Detente oh, cuan bello eres!" de "Fausto" de Goethe]

"Siempre es as de feliz?" pregunt, de repente. "Cuan feliz debe ser!"

"Si fuera triste, los das seran mucho ms largos," respondi precavidamente. "Creo que encuentro la vida muy placentera, y as lo manifiesto."

"Cmo puedes manifestarlo?", pregunt. "Si yo pudiera entender mi vida y hablar acerca de ello, la entristecera prodigiosamente, le aseguro."

"Usted tiene un carcter melanclico. Debera vivir ms afuera, plantar patatas, hacer heno, disparar, cazar, tropezar en zanjas y volver a casa embarrado y hambriento para la cena. Eso sera mucho mejor que abatirse en su torre odiando todo."

"Es mucho ms solitario all," murmur a modo de apologa, sintiendo que Miss Lammas tena toda la razn.

"Entonces csese y disctalo con su esposa," sonri. "Cualquier cosa es preferible a estar solo."

"Soy una persona muy apacible. Nunca discuto con nadie. Usted puede intentarlo. Lo encontrar ms que imposible."

"Me permitir intentarlo?" pregunt, siempre sonriendo.

"Por supuesto, pero solamente como fase preliminar," respond.

"Qu quiere decir?" pregunt, volvindose rpidamente hacia mi.

"Oh, nada. Usted puede intentar seguir mi punto de una perspectiva de discusin, no me imagino como lo har. Pero terminar recurriendo al inmediato y directo abuso.

"No. Solo le dir que si a usted no le gusta su vida, es su propia culpa. Cmo un hombre de su edad puede hablar de melancola, del vaco de la existencia? Es tsico? Sufre alguna enfermedad congnita? Es sordo como mi ta Bluebell? Es pobre, tal como la mayora de la gente? Ha sido traicionado en el amor? Ha perdido su mundo por una mujer, o una mujer en particular por el mundo? Es usted dbil mental, lisiado o marginado? Es usted feo o repulsivo?" Volvi a reir. "Hay alguna razn por la que usted no pudiera gozar de todo lo que tiene en la vida?"

"No. No hay razn alguna, excepto de que tengo una espantosa mala suerte, especialmente con las cosas pequeas."

"Entonces intntelo con cosas ms grandes, slo para cambiar," sugiri Miss Lammas. "Intntelo, y csese, para ver cmo evoluciona."

"Si resulta mal, sera un asunto bastante serio."

"Pero no la mitad de serio que terminar abusando de todo sin razn. Si su talento particular es el abuso, abuse de algo que merezca ser abusado. Abuse de los Conservadores, o de los Liberales, no importa de cual, ya que cada uno abusa del otro. Permita que las personas se involucren con usted. Si no les gusta, a usted le gustar. Har un hombre de usted. Llnese la boca con guijarros y alle al mar, si es que no puede hacer otra cosa. Demstenes no termin bien, pero tendr la satisfaccin de imitar a un gran hombre."

"En verdad, Miss Lammas, estoy pensando en la nmina de ejercicios inocentes que me propone..."

"Muy bien. Si no le interesa nada de eso, intersese por otras cosas. Pero intersese por algo, odie algo. No sea indiferente. La vida es corta, los tiempos malos duran mucho y vienen llenos de dificultades tambin."

"Me interesa algo... o mejor dicho, alguien," dije.

"Una mujer? Entonces csese. No lo dude."

"No s si ella se casara conmigo," repliqu. "Nunca se lo he preguntado."

"Entonces hgalo de una vez," respondi Miss Lammas. "Yo morira de felicidad si sintiera que he persuadido a una criatura melanclica de lanzarse a la accin. Pregntele, sin dudarlo, y vea que responde. Si no lo acepta al principio, tal vez lo haga la prxima vez. En tanto usted habr entrado en la carrera. Si pierde, le quedar la 'carrera de postas' y la 'carrera consuelo'".

"Y muchas otras en el mercado. Puedo hacerle caso, Miss Lammas?"

"Espero que as sea," respondi.

"Ya que usted me aconsej, lo har. Miss Lammas, me concedera el honor de casarse conmigo?"

Por primera vez en mi vida la sangre se precipit en mi cabeza y mi vista se nubl. No puedo explicar por qu dije eso. Sera intil tratar de explicar la extraordinaria fascinacin que la chica ejerca sobre m, o el an ms extraordinario sentido de intimidad que ella haba inspirado durante esa media hora. Solitario, triste, desafortunado, as haba sido durante toda mi vida, pero no era ni miedoso ni tmido. Sin embargo proponerle matrimonio a una mujer treinta minutos despus de conocerla era una locura de la que nunca me habra credo capaz, y que, estando en la misma situacin, nunca ms volvera a sentirme capaz. Era como si todo mi ser hubiera cambiado en un momento de magia, la magia blanca de su encanto en contacto conmigo. La sangre volvi a mi corazn, y al rato estaba mirndola fjamente con ojos ansiosos. Para mi sorpresa ella segua apacible, hasta que su boca sonri, y hubo un brillo malicioso en sus ojos marrones.

"Sorpresa," respondi. "Para un individuo que pretende ser indiferente y triste, usted no carece de sentido del humor. Yo no tena la menor idea de lo que iba a decir. No sera singularmente embarazoso para usted si yo hubiera dicho 's'? Nunca he visto a nadie que comenzase a poner en prctica tan velozmente aquello que le fue predicado, con tan poca prdida de tiempo!"

"Tal vez, nunca conoci a un hombre que hubiera soado con usted durante siete meses antes de ser presentado."

"No, nunca," respondi alegremente. "Tiene gusto romntico. Tal vez usted sea un personaje romntico, despus de todo. Si le creyera pensara que lo es. Muy bien; usted ha seguido mi consejo, entr a una carrera extraa y perdi. Intente la carrera de postas. Tiene otra bocamanga y un lpiz. Propngaselo a Ta Bluebell; ella quedar atnita, y hasta podra recobrar el odo."

III

As fue como, por primera vez, propuse a Margaret Lammas ser mi esposa y estoy de acuerdo con cualquiera que diga que me port como un tonto. Pero no me arrepent de ello, y nunca lo har. Hace mucho comprend que en esa noche estaba fuera de m, pero creo que la insania temporaria de esa ocasin tuvo el efecto de tornarme un hombre ms sano desde entonces. Su forma de ser me dio vuelta la cabeza, porque fue muy diferente de lo que esperaba. Escuchar a esa criatura encantadora que, en mi imaginacin haba sido herona de romances o tragedias, hablndome tan familiarmente y rindose era ms de lo que mi ecuanimidad poda tolerar, as que perd tanto mi cabeza como mi corazn. Pero en primavera, cuando volv a Inglaterra, comenc a hacer ciertos arreglos en el castillo. Ciertos cambios y mejoras que seran absolutamente necesarias. Haba ganado la carrera en la que entr tan precipitadamente e bamos a casarnos en Junio.

No s si el cambio fue debido a las rdenes que haba dejado al jardinero y al resto de la servidumbre, o a mi propio estado mental. En cualquier caso, el viejo lugar no luca igual cuando abr mi ventana la maana despus de mi llegada. Estaba el muro gris debajo mo y las torretas grises flanqueando el edificio; estaban las fuentes, los caminos de mrmol, los estanques, los setos, los lirios y los cisnes, tal y como antes. Pero haba algo ms... algo en el aire, en el agua, en el verde. Algo que no poda identificar... una luz que lo recubra todo por la que todo se vea transfigurado. El reloj en la torre dio las siete, y el repique de la antigua campana son como taido de bodas. El aire cantaba con la conmovedora meloda de los pjaros, con la plateada msica del agua y la suave armona de las hojas mecidas por la fresca brisa matinal. Haba un aroma a gramilla recin cortada desde el distante prado y a rosas florecientes que trepaba por mi ventana. Me detuve frente al amanecer y absorb el aire, con todos los sonidos y aromas que haba en l. Mir abajo, a mi jardn, y dije: "Es el Paraso, despus de todo." Creo que los hombres de antes estaban en lo cierto cuando decan que el Cielo era un jardn, y el Edn un jardn habitado por un hombre y una mujer, el Paraso Terrenal. Es necesaria la repeticin?

Me volv, preguntndome que haba pasado con los lgubres recuerdos que siempre asoci con mi hogar. Trat de recordar la impresin que me dio la horrible profeca de mi nana antes de la muerte de mis padres, una impresin que se mantena suficientemente vvida. Trat de recordar mi propia forma de ser, mi abatimiento, mi indiferencia, mi mala suerte y mis insignificantes decepciones. Me esforc en pensar como sola hacerlo, solamente para satisfacer mi idea que no haba perdido mi personalidad. Pero no logr ninguno de estos propsitos. Era un hombre diferente, un ser nuevo, incapaz de apenarse, de tener mala suerte o de caer en tristeza. Mi vida haba sido un sueo, no malfico, pero infinita e irremediablemente triste. Ahora era la realidad, llena de esperanza, alegra y todo tipo de parabienes. Mi hogar, que haba sido una tumba, era ahora un Paraso. Mi corazn petrificado como una roca sin vida, lata ese da con la fuerza, juventud y la certeza de la felicidad concretada. Empec a gozar de la belleza del mundo y a disfrutar del encantador futuro antes de que el tiempo me los diera, como viajero que desde las planicies mira hacia las montaas y que ya degusta el aire fresco a travs del polvillo del camino.

Aqu, pensaba, bamos a vivir por aos. En las noches de luna llena nos sentaramos en la fuente. Bajo esos senderos vagaramos juntos. En aquellos bancos descansaramos y conversaramos. Entre esas lomas cabalgaramos durante el dulce atardecer, y en la vieja casa nos contaramos historias en las noches de invierno, cuando los leos ardieran en el hogar, las bayas del murdago estn rojas y el viejo reloj marque las ltimas horas del fin de ao. Un da, en estos viejos escalones, en estos pasillos oscuros y habitaciones augustas, se oirn ruidos de piececillos, y unas risas infantiles sonarn por toda la casa. Esos pequeos pasitos no sern lentos y tristes como fueron los mos ni sus palabras precoces sern dichas como ttricos susurros. No habr ninguna galesa sombra que asuste a nadie con horrores estrambticos ni profecas de muerte y cosas malignas. Todo ser joven y fresco, encantador y feliz, y tendremos una suerte que nos har olvidar que alguna vez hubo tristeza.

Todo eso pensaba, mientras miraba a travs de mi ventana esa maana y por muchas maanas tras esa, y cada da todo me pareca ms real que antes, y ms cercano. Pero a veces la anciana nana me observaba con desaprobacin y murmuraba viejos dichos sobre la Mujer del Agua. Yo era tan feliz que todo eso me importaba muy poco.

Al fin lleg el momento de la boda. Lady Bluebell y toda su tribu, como Margaret la llamaba, haban llegado a la Granja Bluebell, ya que habamos decidido casarnos en la comarca y a continuacin irnos derecho al Castillo. No nos interesaba viajar y no tenamos la mnima intencin de realizar ninguna ceremonia populosa en San Jorge de Hanover Square, con todas las tediosas formalidades posteriores. Sola cabalgar todas los das a la Granja, y frecuentemente Margaret vena junto a su ta y algunos primos al Castillo. Tena dudas sobre mi propio gusto, as que me alegraba la simple idea de permitirle a ella indicar las alteraciones y mejoras de nuestro hogar.

La boda sera el 30 de julio. La noche del 28, Margaret vino junto a algunos de sus Bluebell. En esa tarde de verano fuimos todos a dar un paseo por el jardn. Naturalmente, Margaret y yo nos alejamos un poco del grupo y nos fuimos por los estanques de mrmol.

"Es una extraa coincidencia," dije; "hoy hace un ao que te vi por primera vez."

"Considerando que estamos en julio," respondi Margaret con una sonrisa, "y que hemos estado aqu cada da, no creo que, despus de todo, la coincidencia sea tan extraordinaria."

"No, querida," dije, "supongo que no. No s por qu me sobresalto. Vamos a estar aqu un ao despus de hoy, un ao despus de eso y as. Lo raro es verte aqu. Pero mi suerte ha cambiado. Ya no debo temer que suceda nada raro ahora que te tengo. Seguramente todo esto es bueno."

"Un leve cambio en tus ideas desde aquella remarcable interpretacin tuya en Pars," dijo Margaret. "Sabes que creo que eres el hombre ms extraordinario que he conocido."

"Y yo creo que eres la mujer ms encantadora que jams he visto. Naturalmente, nunca deseo perder ni un segundo en frivolidades. Escuch cada una de tus palabras, segu tu consejo, te propuse matrimonio, y este es el satisfactorio resultado. Cul es el problema?"

Margaret se detuvo de repente, y su mano se aferr a mi brazo. Una anciana estaba viniendo por el camino y la vimos recin cuando estaba casi frente a nosotros, ya que la luna haba salido y estaba brillante en nuestros rostros. La mujer era mi antigua nana.

"Slo es Judith, querida, no te asustes," dije. Entonces le dije a la galesa: "Qu haces, Judith? Estabas alimentando a la Mujer del Agua?"

"Ay, cuando el reloj marque la hora, Willie, mi Seor," susurr la anciana, movindose a un lado para dejarnos pasar, y clavando su extraa mirada en la cara de Margaret.

"Qu ha dicho?" pregunt Margaret, cuando la dejamos atrs.

"Nada, querida. La vieja est medio loca, pero tiene buen alma."

Nos quedamos en silencio por un momento, mientras bamos a un puente rstico por encima de la gruta artificial desde la que el agua corra con velocidad a travs de sus angostos canales por todo el parque. Nos detuvimos y reclinamos sobre la baranda de madera. La luna estaba ahora detrs de nosotros, y alumbraba estanques, muros y torres del Castillo.

"Qu orgulloso debes sentirte de este lugar, tan grande y antiguo!" dijo Margaret, suavemente.

"Es tuyo ahora, querida," respond. "Tienes tanta razn para amarlo como yo, pero yo slo lo amo porque tu ests en l, querida."

Su mano se solt y ambos nos quedamos en silencio. Cuando el reloj comenz a repicar all lejos en la torre, cont: ocho, nueve, diez, once. Mir mi reloj. Doce, trece, y re. La campana sigui sonando.

"El viejo reloj se volvi loco, como Judith," exclam. An segua sonando, nota tras nota repicando montonamente a travs de la quietud de la noche. Nos reclinamos sobre la baranda, instintivamente mirando en la direccin en la que vena el sonido. Y segua sonando. En absoluta curiosidad, cont cerca de cien. Evidentemente algo se haba roto, ya que la cosa segua sonando.

De repente un crujido como de madera rota, un grito, un fuerte salpicn, y estaba solo, aferrado al extremo quebrado de la baranda del puente rstico.

Ni siquiera lo pens mientras mi pulso suba al doble. Me zambull del puente al torrente de agua oscura y nad hacia el fondo, regresando con las manos vacas y volviendo a sumergirme hacia la gruta, en la espesa oscuridad, lanzndome hacia cada recodo y golpeando mi cabeza y manos contra las rocas y las esquinas hasta entrelazar algo en mis manos que lo arrastr hacia arriba con toda mi fuerza. Grit y pegu un alarido, pero no haba respuesta. Estaba solo en la negrura de la noche con mi carga, a unas quinientas yardas de la casa. An pegando brazadas, sent una superficie firme bajo mi pie, y vi un rayo de luna en la apertura de la gruta, mientras las aguas profundas iban dando paso a una corriente ms limpia y de menos profundidad. Tropec en las rocas hasta que al final pude dejar el cuerpo de Margaret en un banco, en la inmediacin del parque.

"Ay, Willie, cuando el reloj repic!" dijo la voz de Judith, la nana galesa, mientras bajaba y miraba el rostro plido. La anciana habra pegado la vuelta y sigui nuestros pasos, viendo el accidente y descendiendo por la puerta inferior del jardn. "Ay," bram, "has alimentado a la Mujer del Agua esta noche, Willie, mientras el reloj estaba repicando."

Apenas la escuchaba, de rodillas sobre el cuerpo inanimado de la mujer que amaba, friccionando sus hmedas y blancas sienes y observando fijamente sus grandes ojos. Slo recuerdo su primera mirada al recuperar la conciencia, su primera bocanada de aliento, el primer movimiento de aquellas manos que se aferraron a las mas.

Esta no es una gran historia. Pero es la historia de mi vida. Slo eso. Y no pretende ser nada ms. La vieja Judith dijo que mi suerte cambi esa noche de verano mientras estaba bregando en el torrente para salvar todo aquello por lo que vala la pena vivir. Un mes ms tarde haba un puente de piedra sobre la gruta, y Margaret y yo nos paramos encima, mirando el Castillo a la luz de la luna, como hacamos antes y como hemos hecho muchas veces ms despus de eso. De todas estas cosas que pasaron hace diez aos, siendo sta la dcima Nochebuena que pasamos juntos en torno a los leos crujientes de la vieja chimenea, hablamos cuando conversamos sobre los viejos tiempos; y cada ao que pasa, hay ms viejos tiempos de los cuales hablar. Hay nios de cabello arremolinado, ambos con cabello rubio rojizo y ojos marrn oscuro, tal como los de la madre, y una pequea Margaret, con ojos negros como los mos. Por qu no se pareci a su madre, como los dems?

El mundo parece ms vivo en estas gloriosas Navidades, y tal vez es intil recordar la tristeza de antao, salvo para tener la impresin de que el fuego del hogar es ms divertido, el rostro de la esposa luce ms alegre y las risas de los nios suenan ms felices, en contraste con todo aquello que se ha ido. Tal vez, algn joven de cara triste, indiferente y melanclico, que siente que el mundo es muy hueco y que la vida es como un servicio funerario perpetuo, tal y como yo senta antes, pueda tomar coraje de mi ejemplo y, habiendo encontrado a la mujer de su corazn, le pida casamiento despus de media hora de conocerla. Pero, en general, no recomendara a ningn joven proponer matrimonio as, por el simple motivo de que nadie podra encontrar una esposa como la ma, con lo cual, estando obligado a hacerlo, le ira necesariamente mal. Mi esposa ha hecho milagros, pero no asegurara que cualquier otra mujer fuera capaz de seguir su ejemplo.

Margaret siempre deca que el lugar era hermoso y que yo deba estar orgulloso. Me atrevo a decir que tiene razn. Siempre tuvo ms imaginacin que yo. Pero tengo una buena respuesta, clara, que es sta: toda la belleza del castillo proviene de ella. Ella ha respirado en l, mientras los nios soplaban sobre el vidrio fro durante el invierno; y as como sus alientos clidos cristalizaban paisajes de reinos de hadas, llenos de formas exquisitas y huellas sobre la superficie blanca, su espritu transform cada roca gris de las viejas torres, cada aoso rbol y risco en los jardines, cada pensamiento en mi apesadumbrada mente. Todo lo que era viejo, se torn joven, y todo lo que era triste, feliz, y ahora soy el ms feliz de todos. De cualquier forma que pueda ser el cielo, no existira paraso terrenal sin una mujer, as como no hay lugar tan desolado, espantoso y extremadamente miserable que una mujer no pueda hacerlo parecer el cielo para el hombre que ella ama y que la ama.

Escucho algunas risas cnicas y gritos de que todo esto ya ha sido dicho antes. No ra, mi buen cnico. An eres demasiado chico para rer ante cosa tan grande como el amor. Muchos han rezado antes, y tal vez t tengas tus propias oraciones. No creo que se pierda nada por repetirlas, ni t te echars a perder por tal cosa. Dices que el mundo es amargo, y est baado por las Aguas de la Amargura. Ama y la vida te har ser amado... entonces el mundo se tornar dulce para ti y podrs descansar, tal como yo, en las Aguas del Paraso.