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INTRODUCCION El hombre ante la muerte es uno de los pocos ensayos a los que podemos calificar con la ‘triple I’: inteligente, imprescindible, e imperecedero. Philippe Ariés nos habla sobre cómo éramos y cómo hemos cambiado pero, además, nos regala un análisis serio y hondo sobre el camino que estamos tomando. El narcisismo tan aludido en otros trabajos intelectuales, y que de tan repetido y poco fundamentado pudiéramos tomar como advertencia alarmista o argumento vacuo, toma aquí una forma concreta. Ya en los tiempos contemporáneos, Ariés nos habla, con cierto tono de preocupación, sobre cómo hemos pasado de naturalizar la muerte a externalizarla, de aceptarla como parte inherente de nuestra existencia a rechazarla a través del combate contra ‘los síntomas del envejecimiento’. El culto al cuerpo y el culto a la juventud, la dictadura de la estética y de la salud, buscan negar la muerte, superarla, controlarla, someterla al dictado del volens personal. El individuo contemporáneo vive el envejecimiento como un trauma, y la muerte como una vergüenza. Hemos pasado de querer ampliar y superar la calidad de vida, a querer someterla a nuestro control. Ariés nos obliga a mirarnos al espejo y vernos como somos: seres acomplejados, renuentes a aceptar que nos guste o no, y como sabemos también desde hace siglos, toda existencia abriga en su ser un principio y un fin.

Resumen el hombre ante la muerte

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Aries, Philippe. El hombre ante la muerte.

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INTRODUCCION

‘El hombre ante la muerte’ es uno de los pocos ensayos a los que podemos calificar con la ‘triple I’: inteligente, imprescindible, e imperecedero. Philippe Ariés nos habla sobre cómo éramos y cómo hemos cambiado pero, además, nos regala un análisis serio y hondo sobre el camino que estamos tomando. El narcisismo tan aludido en otros trabajos intelectuales, y que de tan repetido y poco fundamentado pudiéramos tomar como advertencia alarmista o argumento vacuo, toma aquí una forma concreta.

Ya en los tiempos contemporáneos, Ariés nos habla, con cierto tono de preocupación, sobre cómo hemos pasado de naturalizar la muerte a externalizarla, de aceptarla como parte inherente de nuestra existencia a rechazarla a través del combate contra ‘los síntomas del envejecimiento’. El culto al cuerpo y el culto a la juventud, la dictadura de la estética y de la salud, buscan negar la muerte, superarla, controlarla, someterla al dictado del volens personal. El individuo contemporáneo vive el envejecimiento como un trauma, y la muerte como una vergüenza. Hemos pasado de querer ampliar y superar la calidad de vida, a querer someterla a nuestro control.

Ariés nos obliga a mirarnos al espejo y vernos como somos: seres acomplejados, renuentes a aceptar que nos guste o no, y como sabemos también desde hace siglos, toda existencia abriga en su ser un principio y un fin.

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RESUMEN EL HOMBRE ANTE LA MUERTE

La muerte así anunciada no es considerada como un bien del alma, como proponían siglos de literatura cristiana, desde los Padres de la Iglesia hasta los humanistas devotos: la muerte común e ideal de la Alta Edad Media no es una muerte específicamente cristiana.Desde que el Cristo resucitado triunfó de la muerte, la muerte en este mundo es la verdadera muerte, y la muerte física, acceso a la vida eterna. Por eso el cristiano está comprometido a desear la muerte con alegría, como un nuevo nacimiento.Media vita, in morte sumus (vivientes, estamos muertos), escribe Notter, en el siglo VII. y cuando añade: Amarae morti ne tradas nos (No nos abandones a la muerte amarga. La muerte amarga es la del pecado y no la muerte física del pecador. Estos sentimientos devotos no son, sin duda, completamente extraños a la literatura laica medieval, y los encontramos en los poemas de la Tabla redonda, en el rey Méhaigné, a quien la unción de la sangre del Graal devuelve a la vez «la vista y el poder de su cuerpo» y la salud del alma. «El viejo rey se sentó sobre su silla, los hombros y el pecho desnudos hasta el ombligo, y alzando las manos al cielo dijo: Buen y dulce padre Jesucristo, ahora [que estoy perdonado y he comulgado te suplico que vengas a buscarme, porque no podré morir con mayor gloria19 que en este momento; yo no soy más que rosas y lirios [según la vieja idea de que el cuerpo del santo no sufre los perjuicios de la corrupción. Tomó a Gallad en sus brazos, lo abrazó por los costados, lo estrechó contra su pecho y en el mismo instante Nuestro Señor probó que había oído la plegaria, porque el alma partió del cuerpo.»Así mismo, el día en que Galaad" tuvo la visión del Graal, «se puso a temblar, y alzando las manos al cielo: Sire, te doy las gracias por haber aceptado así mi deseo; aquí veo el comienzo y la causa de las cosas. Y ahora te suplico permitas que yo pase de esta vida terrestre a la celestial. Recibió humildemente el corpus domini... Luego fue a besar a Perceval y dijo a Bohan: Bohan, saluda por mi a mi señor Lancelot mi padre, cuando lo veáis. Tras lo cual volvió a arrodillarse ante la tabla de plata y pronto su alma dejó su cuerpo».Esta es la muerte excepcional y extraordinaria de un místico a quien la proximidad del fin llena de una alegría «celestial », No es la muerte secular de la Gesta o del Román, la muerte común.Esbozado de esta forma en tono menor, el lamento medieval de la vida permite captar la delicada ambigüedad de un sentimiento popular y tradicional de la muerte que se ha transparentado inmediatamente en las expresiones de las culturas doctas: contemptus mundi de la espiritualidad medieval, distanciamiento socrático o rigidez estoica del Renacimiento.Indudablemente el moribundo se enternece con su vida, con los bienes poseídos y los seres amados. Pero su pesar no supera nunca una intensidad muy débil en relación a lo patético de esa época. Lo mismo ocurrirá también en otras épocas que tenían la declamación tan fácil como la época barroca.El lamento de la vida está asociado pues a la simple aceptación de la muerte próxima.Está vinculado a la familiaridad con la muerte, en una relación que permanecerá constante a través de las edades.

LA PUBLICIDAD La sencillez familiar es uno de los dos caracteres necesarios de la muerte. El otro es su publicidad: ésta persistirá hasta el final del siglo XIX. El moribundo debe estar en el centro de una reunión. La señora de Montespan tenía menos miedo a morir

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que a morir sola. «Se acostaba, cuenta Saint Simon, con todas sus cortinas abiertas, con muchas bujías en su habitación, con sus veladoras alrededor de ella, a las que, siempre que se despertaba, quería encontrar hablando, bromeando o comiendo para tranquilizarse contra su adormecimiento.» Pero cuando el 27 de mayo de 1707 sintió que iba a morir (la advertencia), ya no tuvo miedo, hizo lo que tenía que hacer: llamar a sus criados «hasta a los más bajos», pedirles perdón, confesar sus faltas y presidir, como era costumbre, la ceremonia de la muerte.

Los MUERTOS DUERMEN Por eso la distancia entre la muerte y la vida no era sentida, según la frase de Jankélé- vitch, como una «metáfora radical ». Tampoco era la transgresión violenta que Georges Bataille relacionaba con la otra transgresión que es el acto sexual. No se tenía la idea de una negatividad absoluta, de una ruptura ante un abismo sin recuerdo. No se experimentaba tampoco el vértigo y la angustia existencial, o al menos ni uno ni otra tenían sitio en los estereotipos de la muerte. En cambio, no se creía en una supervivencia que fuera simple continuación de la vida en este lado. Es notable que, en la última despedida, tan grave, de Rolando y de Oliveros, no se haga ninguna alusión a un encuentro celeste; pasada la lamentación del duelo, el otro olvidaba rápidamente. La muerte es un tránsito, un interitus. Mejor que cualquier historiador, el filósofo Jankélévitch ha captado ese carácter, tan contrario a sus propias convicciones: el muerto se desliza en un mundo «que, dice él, sólo difiere de este mundo por su debilísimo exponente ».

EN EL Jardín FLORIDO Si los muertos dormían, era más bien en un jardín florido. «Que Dios reciba todas nuestras almas en las santas flores», pide Turpin a Dios ante los cuerpos de los barones. Del mismo modo Rolando ruega que «en santas flores les haga yacer». Este último verso contiene perfectamente la doble representación del estado que seguía a la muerte: yacer o el sueño sin sensación, en santas flores o el jardín florido. El Paraíso de Turpin y de Rolando (al menos esta imagen del Paraíso, porque hubo otras), apenas es diferente de las «frescas praderas. del Eliseo virgiliano, «que rigen riachuelos», o del jardín prometido por el Corán a los creyentes. Por el contrario, en el Hades homérico no había ni jardín ni flores. El Hades (al menos el del canto XI de la Odisea) ignora también los suplicios que, más tarde, en la Eneida, anuncian el Infierno de los cristianos. Hay mayor distancia entre los mundos subterráneos de Homero y de Virgilio que entre el de Virgilio y las representaciones más antiguas del más allá cristiano. Dante y la Edad Medía no se engañaron sobre esto. En el Credo o el viejo canon romano, el Infierno designa la morada tradicional de los muertos, lugar de espera más que de suplicio. Los justos y los redimidos del Antiguo Testamento han esperado allí a que Cristo, tras su muerte, vaya a liberarlos o a despertarlos. Fue más tarde, cuando la idea del Juicio la dominó, cuando los infiernos se convirtieron, para toda una cultura, en lo que eran solamente en casos aislados, el reino de Satán y la morada eterna de los condenados.

LA RESIGNACIÓN A LO INEVITABLE La práctica de los documentos judiciales a finales del siglo XVII permite descubrir en las mentalidades populares de la época la mezcla de insensibilidad, de resignación, de familiaridad, de publicidad que nosotros hemos analizado en otras fuentes. Lo que Nicole Castan 30 escribió de la muerte a partir de los procesos criminales del parlamento de Toulouse se aplica tanto a la Edad Media como a la Rusia campesina del siglo xx: «El hombre del siglo XVII, dice ella, expresa menor sensibilidad [que la nuestra] y da muestras en el sufrimiento [la tortura] y la muerte de una

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resignación y de un aguante sorprendentes: quizá sea debido al formalismo de los interrogatorios, pero un condenado nunca protesta de una vinculación particular a la vida o no clama a gritos su repugnancia a rnorir.» No es por falta de medios de expresión: «Nótese (en efecto) que se sabe expresar muy bien la fascinación por el dinero y las riquezas. Ya pesar de este amor por las cosas de la vida, el criminal «testimonia por regla general más miedo al más allá que confianza en este mundo». «El moribundo da la impresión de aceptar la fatalidad

LA MUERTE DOMADA Encontrar de Homero a Tolstoi la expresión constante de una misma actitud global ante la muerte no significa que le reconozcamos una permanencia estructural extraña a las variaciones propiamente históricas. Muchos otros elementos han recargado este fondo elemental e inmemorial. Pero ha resistido dos impulsos evolutivos durante dos milenios aproximadamente. En un mundo sometido al cambio, la actitud tradicional ante la muerte aparece como un rompeolas de inercia y de continuidad. Está ahora tan difuminada en nuestras costumbres que a duras penas podemos imaginarla y comprenderla. La actitud antigua en que la muerte está a la vez próxima, familiar, y disminuida, insensibilizada, se opone demasiado a la nuestra, en que causa tanto miedo que ya no osamos decir su nombre. Por eso, cuando llamamos a esta muerte familiar la muerte domada, no entendemos por ese término que fuera antaño salvaje y que luego haya sido domada. Queremos decir por el contrario que hoy se ha vuelto salvaje mientras que antes no lo era. La muerte más antigua estaba domada

LA PROTECCIÓN DEL SANTO A pesar de Su familiaridad con la muerte, los antiguos tenían la vecindad de los muertos y los mantenían aparte. Honraban las sepulturas, en parte porque temían el regreso de los muertos, y el culto que consagraban a las tumbas y a los manes tenía por objeto impedir a los difuntos «volver» para perturbar a los vivos. Los muertos enterrados o incinerados eran impuros: demasiado cerca, amenazaban con mancillar a los vivos. La morada de los unos debía estar separada del dominio de los otros de evitar cualquier contacto, salvo los días de los sacrificios propiciatorios. Era una regla absoluta. La ley de las Doce Tablas la prescribía: «Que ningún muerto sea inhumado ni incinerado en el interior de la ciudad,» Se repite en el código de Teodosio que ordena sacar de Constantinopla todos los despojos funerarios: «Que todos los cuerpos encerrados en urnas o sarcófagos, sobre el suelo, sean levantados y depositados fuera de la ciudad.»

Los MUERTOS INTRA MUROS Los autores religiosos estaban convencidos de los felices efectos de la vecindad física de los cuerpos de los fieles y del cuerpo del mártir. Los mártires, explica Maxime de Turin, nos guardan, a nosotros que vivimos con nuestros cuerpos, y nos toman a su cargo cuando hemos dejado nuestros cuerpos. Aquí nos impiden caer en el pecado, allá nos protegen del horrible infierno, infemt horror. Por eso nuestros antepasados se preocuparon de asociar nuestros cuerpos a las osamentas de los mártires: el Tártaro les teme y nosotros escapamos al castigo. Cristo los ilumina y su claridad expulsa lejos de nosotros las tinieblas.

LA SEPULTURA MALDITA Por tanto, también aquí la situación se ha invertido en relación con la Antigüedad, o al menos con la idea que de ella se hacían. Es la sepultura solitaria la que causa horror. No es imposible que antiguos hábitos de enterrar in agras suis hayan persistido todavía: vemos visto que Jocas de Orleans los denunciaba en el siglo IX.

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En 1128, el obispo de Saint-Brieu todavía prohibía inhumar al pie de la cruz de las encrucijadas. Pero tales casos se han vuelto excepcionales y sospechosos. Sólo los malditos son abandonados en los campos, o, como se dirá más tarde, en el vertedero.

EL ATRIO Y EL CARNARIO La estrecha relación entre el cementerio y la Iglesia se percibe además en las palabras que los designan y en la ambigüedad de su empleo. Para establecer un cementerio, se construía una iglesia. ¡En un diploma de 870, Luis el Germánico recuerda que sus padres hicieron construir una iglesia, «a fin de que en ese 50 lugar haya un cementerio para los rnuertos”!», La basílica Notre-Dame de Tours fue fundada para la sepultura de los pobres. El cementerio parisino des Champeaux es el mayor cementerio de la pequeñísima iglesia parroquial de los Santos Inocentes, aunque en este caso, el territorio de la parroquia no supera los muros del cementerio. Las palabras ecclesia y cimeterium son casi sinónimos. Duncange llama cimeterium a «una iglesia en que son inhumados los cuerpos de los difuntos.

Los OSARIOS El rasgo más sorprendente del canario es la ostensión de los huesos. Durante mucho tiempo, sin duda hasta el siglo XVII aproximadamente, los huesos afloraban incluso al suelo, mezclados con piedras y guijarros. Una vidriera, hoy desaparecida, de la sacristía de Saint-Denis (1338) ilustraba las obras de misericordia de San Luis, una de ellas el sepulta miento de los muertos. Sin embargo, no es un enterramiento lo que se representa, sino la recogida de los huesos: san Luis llena un saco de cráneos y de tibias; sus

EL GRAN CEMENTERIO DESCUBIERTO duró hasta finales del siglo XVIII., Pero existía otro tipo de cementerio. Un historiador de las sepulturas medievales, A. Bernard, ha hecho observar que a partir del siglo XII se ven aparecer cementerios mucho mayores. En esa misma época han dejado de amontonar sarcófagos e incluso han empezado a abandonar los sarcófagos de piedra. Es también la época de las linternas de los muertos. Asi, junto a los añres de pequeños patios cerrados por los camarios, existen también cementerios mayores, hasta el punto de que Gabriel Le Bras ha podido escribir: «Los antiguos cementerios tienen a veces una extensión inmensa» (el subrayado es nuestro)". Estos grandes cementerios estaban siempre cerca de las iglesias y en el interior del recinto eclesiástico. En el siglo XVII podemos identificarlos sobre los dibujos de villas de Gaignieres (Notre-Dame de Évreux, Saint-Etienne de Beauvais, la abadia de Saint-Amand de Rouen)"

LA IGLESIA REEMPLAZA AL SANTO. ¿Qué IGLESIA? 1< Mucho de cuanto se ha dicho del cementerio y de su carácter público se aplica también a la iglesia. Uno y otra eran a la vez casa de los muertos y de los vivos. Lo fueron en el principio gracias a la devoción por las reliquias de los santos, por sus memorias. Luego, a partir del siglo XII, siguieron estando cercanos, pero la piedad cambió de motivo. El mismo sentimiento que atraía los sarcófagos de los primeros tiempos cristianos hacia los martiria impulsó a los hombres de la Segundad Edad Media a elegir sepultura en la iglesia o aliado. ¿DÓNDE EN LA IGLESIA? Una vez escogida la iglesia, por razones de familia o de piedad, se planteaba el problema de determinar el lugar en que uno pedía ser enterrado: en la iglesia misma o en el cementerio, y sobre todo en qué sitio. Si algunos dejan la elección a su ejecutor testamentario, la mayoría se toman muchas molestias para describir puntos de

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referencia fáciles de reconocer y situar mejor de este modo el emplazamiento que desean. En general, se trataba de precisar el lugar en que se encontraba la sepultura familiar, al lado de la cual quería ser inhumado el testador. La mayoría de las veces esa sepultura no estaba aparente.LA HORA DE LA MUERTEHasta la edad del progreso cientifico. Los hombres han admitido una continuación después de la muerte. Podemos constatarla desde las primeras sepulturas con ofrendas del musteriense, y todavía hoy, en pleno periodo de escepticismo científico, aparecen modos debilitados de continuidad, o negativas obstinadas al aniquilamiento inmediato. ideas de continuación constituyen un fondo común a todas las religiones antiguas y al cristianismo. El cristianismo ha repetido por su cuenta las consideraciones tradicionales del buen sentido y de los filósofos estoicos sobre la mortificación del hombre desde su nacimiento: «Al nacer, nosotros comenzamos a morir, y el fin comienza en el origen» (Manlius), tópico que se encuentra tanto en san Bernardo y Berulio como en Montaigne, Ha recogido incluso la antiquísima idea de sobre-vída en un mundo terrestre, triste y gris, y la idea más reciente, menos popular, y más rigurosa, de juicio moral l. Por último ha recuperado las esperanzas de las religiones de salvación, sometiendo la salvación del hombre a la encarnación y a la redención de Cristo. De este modo, en el cristianismo paulino, la vida es muerte en el pecado, y la muerte física acceso a la vida eterna-, No nos equivocamos demasiado remitiendo a estas escasas y simples líneas la escatología cristiana, heredera de creencias más antiguas. No obstante, en el interior de esta amplísima definición, hay lugar para numerosos cambios: las ideas que los cristianos se han hecho de la muerte y de la inmortalidad han variado en el curso de los tiempos. Qué sentido reconocer a estas variaciones? Parecerán menores a un teólogo filósofo, o a un simple y piadoso creyente que, tanto uno como otro, tienden a despojar su fe y a devolverla a sus fundamentos. Por el contrario para el historiador resultan llenas de sentido, porque en ellas reconocerá los signos visibles de los cambios, tanto más profundos cuanto menos perceptibles, de la idea que el hombre, y no necesariamente el cristiano, se ha hecho de su destino.

EL JUICIO DEL FIN DE LOS TIEMPOS. EL LIBRO DE VIDA A partir del siglo XII, la iconografía desarrolla durante cuatro siglos aproximadamente, sobre la pantalla de los pórticos historiados, la película del fin de los tiempos, las variantes del gran drama escatológico que, bajo su lenguaje religioso, deja traslucir las inquietudes nuevas del hombre empeñado en el descubrimiento de su destino. Los primeros juicios finales, los del siglo XII, están constituidos por la superposición de dos escenas, una antiquísima, otra novísima. La más antigua no es otra que esa que acabamos de evocar: el Cristo del Apocalipsis en su majestad. Es el fin de la discontinuidad de la creación provocada por el pecado de Adán, es el aniquilamiento de las particularidades de una historia provisional, en las dimensiones inimaginables de la trascendencia: el resplandor de esta luz no deja ya sitio en la historia de la humanidad y menos todavía en la biografía particular a cada hombreUN AMOR APASIONADO POR LA VIDA Por su lado, A. Tenenti nos propone una relación menos simple que tiene en cuenta la complejidad aquí adivinada. Parte de la siguiente observación: que a finales de la Edad Media la muerte no es ya defunción o paso, sino fin y descomposición. El hecho físico de la muerte ha substituido a las imágenes del juicio. «Durante siglos, el cristianismo no sintió necesidad de representar la miseria del cuerpo» Entonces, ¿por qué aparece esta necesidad? «No podia nacer más que del horror y de la nostalgia que la fe excluía"?». Como dice Jankélévitch: la fe en la vida eterna se

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detiene, pero la muerte continúa. De este modo, la imaginería macabra es el signo que el hombre ha confrontado con nuevas exigencias de las que toma conciencia entonces: «Las exigencias seculares, el apego a los bienes terrestres (que cobran más importancia que antes) nunca habrían dado a los hombres la fe en ellos mismos si una experiencia íntima no les hubiera ya liberado de la orientación religiosaSEGURIDADES EN EL MAS ALLA

los que creen en la verdad de la Resurrección», Estas prácticas también eran condenadas en la Sicilia de Federico II 9 bajo el nombre de reputaciones, definidas secamente por du Cange: cantus e/ son/ que propter defunctos celebrantur (cantos que se celebran sobre los difuntos). En la España del siglo XVI parecían admitidas, si hemos de creer una tumba donde están pintados unos grupos de plañideras en trance. Por tanto, en origen y durante mucho tiempo, la Iglesia condenó los ritos de planctus en la medida en que respondían al deseo de los supervivientes de aplacar a la muerte. En la poesía caballeresca se ve perfectamente que el sentido ha cambiado. El duelo tiene por objetivo -sobreentendido en la Antigüedad pagana- descargar el sufrimiento de los supervivientes. ¿Cómo podría seguir uno viviendo, privado de un ser tan amado, tan precioso? A fuerza de preguntárselo, [es como se acostumbraron! Después de la primera absoute, en el momento de la muerte, y después de las grandes deploracíones, el cuerpo era levantado y llevado al lugar de la inhumación. Primero era envuelto en un tejidoprecioso,cuando se trataba de un gran señor o de un clérigo venerable. Así, el rey Arturo hizo «sepultar a Galván en telas de seda todo labradas de oro y de pedrerías», Una vez sepultado. el cuerpo era colocado sobre unas parihuelas o ataúd, apresuradamente preparado para la circunstancia y transportado a un lugar cercano de la inhumación. «Quince días antes de mayo Lancelot sintió venir su fin. Rogó al obispo y al eremita sus compañeros (con los que vivía en la soledad desde hacía cuatro años, rogando, ayunando y velando) que transportaran su cuerpo a la Joyeuse Garde.... Luego expiró. Entonces los dos buenos hombres hicieron una caja donde acostaron al muerto y la llevaron con gran esfuerzo al castillo»: pequeño cortejo sencillísimo de dos hombres portando el ataúd.LA PLEGARIA POR LOS MUERTOS Si la parte de la Iglesia estaba limitada en los ritos de funerales, ¿cuál era la parte de los muertos en la liturgia de la Iglesia antes de la unificación carolingia? Llegamos aquí a un punto capital y dificilísimo de nuestra historia: la plegaria por los muertos. La dificultad procede de la independencia de la liturgia respecto al pensamiento escatológico. Además, los textos litúrgicos mismos no deben tomarse al pie de la letra, porque el sentido debilitado y trivializado que les reconocían tácitamente los fieles de la época, sólo aparece, para nosotros, si los comparamos con otras fuentes, por ejemplo, literarias o iconográficas. Añadamos también que los historiadores de la liturgia y de los Padres son incitados a pesar suyo, por el desarrollo ulterior de ideas que en sus textos solamente estaban en germen, y se inclinan a atribuirles demasiada importancia: errores veniales de perspectiva ponen en peligro de extravió al historiador que utiliza las formulaciones religiosas no por ellas mismas, sino como indicadores de mentalidad. En la tradición pagana, se llevaban ofrendas a los muertos para calmarlos y para impedirles que volvieran entre los vivos. Las intervenciones de los vivos no estaban destinadas a mejorar su estancia en el mundo atenuado de los Infiernos.EL NUEVO CORTEJO: UNA PROCESIÓN DE CLÉRIGOS Y DE POBRES Alrededor del muerto ya no hay por tanto sitio para las grandes y largas deploraciones de antaño; ya nadie declama con voz fuerte los lamentos ni los elogios como antes. La familia, los

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amigos, ahora silenciosos y tranquilos, han dejado de ser los principales actores de una acción desdramatizada. En adelante los primeros papeles están reservados a los sacerdotes, y en particular a los monjes mendicantes o, también, a personas semejantes a monjes, laicos con funciones religiosas, como las órdenes terceras o los cofrades, es decir, a los nuevos especialistas de la muerte.LAS MISAS DE ENTERRAMIENTO La prioridad del catafalco sobre las demás imágenes de la muerte se debe a la exorbitante importancia que a partir de ese momento tomaron las altas y bajas ceremonias de que es teatro la iglesia. Los ritos antiguos de los funerales que se contentaban con acompañar el cuerpo desde su lecho a la tumba, sin más ceremonia que las dos absolutas de la muerte y de la sepultura, quedaron sumergidas, a partir de los siglos XII y XIII, bajo una fantástica cantidad de misas y servicios prescritos por los difuntos en sus testamentos. Durante medio milenio, desde el siglo XII hasta el XVIII, la muerte fue esencialmente ocasión de misas. Lo que más debía sorprender al visitante de una iglesia en aquella época era menos la excavación del suelo por los sepultureros que la sucesión ininterrumpida de misas dichas por la mañana en todos los altares por sacerdotes para los que constituía el único ingreso, y la presencia frecuente, desde entonces, en los servicios de la mañana y en los oficios de la tarde, del catafalco iluminado.UNA REDISTRIBUCIÓN DE LAS FORTUNAS El lector que ha seguido nuestra historia de los ritos funerarios desde los siglos XII-XIII no habrá dejado de sorprenderse ante una impresión de algo ya visto y ha oído. En efecto, es como si las masas urbanas de los siglos XIII a XVII reprodujeran, con unos siglos de intervalo, las prácticas y las concepciones de los monjes carolingios: plegarias por los muertos, que se sitúan en los orígenes de las fundaciones perpetuas, series de «misas al detall. (M. Vovelle), quizá de los cortejos procesionales, afiliaciones a plegarias, rollos de muertos y obituarios, que sirvieron de modelo o de prefiguración a las cofradías. Una cierta concepción de la muerte, diferente de la concepción de la Iglesia antigua, maduraba y se desarrollaba entre los monjes en la época carolingia. Traducía un pensamiento religioso docto, el de san Agustín, el de san Gregorio el Grande. No prendió inmediatamente en el mundo de los laicos, caballeros o campesinos, que seguían fieles a la concepción tradicional, pagano-cristiana, inmemorial.UN ACTO PERSONAL De este modo la disposición de sus bienes, y no sólo causas, sino entre los herederos, se ha convertido en un deber de conciencia. En el siglo XVIII esta obligación moral predomina incluso sobre las limosnas y fundaciones que están a punto de pasar de moda, o al menos de no ser ya el objetivo principal del testamento. El paso es importante y merece ser anotado. Un autor piadoso de 1736·· escribe en el primer capítulo de un Méthode chrétienne pourfinir saintement sa vie, es decir, un artede bien morir en el siglo XVIII: «¿Qué hace un enfermo que se ve en peligro de muerte? Envía a buscar a un confesor y a un notario.: Uno y otro son igualmente necesarios: he ahi lo que parece totalmente extraordinario en un manual de bien morir que enseña desprendimiento y desprecio del mundo. Explica: «Un confesor para poner en orden sus asuntos de conciencia, un notario para hacer su testamento.' Con la ayuda de estos dos personajes, el enfermo debe hacer tres cosas: la primera es confesarse, la segunda comulgar. «La tercera cosa que hace un moribundo para prepararse a comparecer en el Juicio de Dios, es poner el mejor orden posible en sus asuntos temporales, examinar si todo está en buen estado y disponer de todos sus bienes.» Observémoslo bien: no se trata de una precaución humana, de un acto de prudencia y de sabiduría mundana, como hoy día la firma de un seguro de vida, sino de un acto religioso, aunque no sea sacramental; de su realización depende también la salvación eterna. Es incluso un ejercicio de preparación para la muerte en una época en que la nueva

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pastoral de la Contrarreforma quiere que el hombre no espere la hora de la muerte para convertirse, sino que se prepare para la muerte durante toda su vida. «Lo que debe hacer durante la salud aquel que quiere prepararse a bien morir. Aunque éste sea un punto de los más esenciales en la preparación para la muerte, sin embargo ordinariamente es el más descuidadoLA TUMBA SE VUELVE ANÓNIMA Los fragmentos arqueológicos y epigráficos de las sepulturas romanas de los primeros siglos de nuestra era abundan en museos y campos de excavaciones, en muros y paredes de las iglesias de origen paleocristiano: repiten hasta la saciedad las mismas fórmulas cuya trivialidad se vuelve hoy, para nosotros, instructiva. Observaremos en primer lugar que, en un cementerio antiguo, pagano o cristiano, la tumba es un objeto destinado a marcar el lugar exacto en que se ha depositado el cuerpo: sea la envoltura mineral del cuerpo o de las cenizasIsarcófago), sea un edificio que recubre una sala en la que se conservan los cuerpos. Nada de tumbas sin cadáveres; nada de cadáveres sin tumbas. Sobre la tumba, una inscripción muy visible, más o menos larga, más o menos abreviada, indica el nombre del difunto, su situación familiar, a veces su estado o su profesión, su edad, la fecha de su muerte, su vinculo con el pariente encargado de la sepultura. Estas inscripciones son innumerables. Su corpus constituye una de las fuentes de la historia romana. Estas indicaciones van acompañadas frecuentemente de un retrato: el marido y la mujer, unidos a veces por el gesto del matrimonio, los hijos muertos, el hombre en el trabajo, en su taller, en su tienda, o simplemente el busto o la cabeza del difunto en una concha, o en un medallón (imago clipeata). En resumen, la tumba visible debe decir a la vez dónde está el cuerpo, a quién pertenece y, por último, recordar la imagen fisica del difunto, signo de su personalidad.

EL RETORNO DE LA INSCRIPCiÓN FUNERARIA Por eso, el primer fenó~eno considerable y lleno de significación es el retorno general de la inscripción funeraria, que coincide aproximadamente con la desaparición del sarcófago anónimo, substituido por el ataúd de plomo, o sólo por el amortajamiento, es decir el enterramiento del cuerpo envuelto solamente en su sudario. Es en el cementerio de Saint-Marcel " donde se nota, hacia el siglo XII, la reaparición de esas inscripciones desaparecidas desde la época paleocristiana. Ha sido atribuida «al renacimiento del gusto antiguo por los epitafios». Pero, como vamos a ver, apenas es en el siglo xv y sobre todo en el XVI cuando el estilo epigráfico imita voluntariamente el de la Antigüedad. Los primeros epitafios medievales manifiestan más bien espontáneamente una necesidad nueva de afirmar su identidad en la muerte, movimiento casi contemporáneo al desarrollo de la iconografia del Juicio final y de la obligación religiosa de testar.

¿LA TUMBA VERTICAL Y MURAL EL GRAN MONUMENTO Las tumbas verticales y murales son los sucesores directos de las tumbas paleocristianas reservadas a difuntos venerables, los papas, por ejemplo: es un sarcófago (a veces un sarcófago más antiguo que vuelve a utilizarse) sin inscripción ni retrato (el sarcófago de los siglos III-IV tenia una y otro), colocado contra el muro (sólo tres caras de las cuatro estaban decoradas), con una inscripción (no siempre conservada) encima. estando puesto el conjunto, sarcófago e inscripción, bajo un arco, en un arcosolium según se decía. El sarcófago estaba situado a veces junto a un altar, la tumba-oratorio, que sirvió sin duda de modelo al hipogeo de los Dunes de Mellebaude en Poítíers, en el siglo VIII, y a los santuarios de los mártires, donde el sarcófago del santo estaba pegado al altar; esta última disposición no fue imitada mucho

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tiempo: los sarcófagos de los mártires fueron separados más bien, por el contrario, del altar, para ser bajados a la cripta, en una «confesión», o bien las reliquias se colocaban en relicarios, a lo largo del ábside o del deambulatorio. Por tanto, la disposición bajo el arcosolium es la más frecuente. En el caso de la abadesa de Jouarre o de los duques de la primera casa de Borgoña en Citeaux, la inscripción, grabada sobre el sarcófago (en general alrededor de la tapa, como una larga cinta), distinguia la tumba de un personaje memorable y venerable, de la tumba de un cualquiera, condenado al sarcófago en superficie, semi-enterrado o hundido, pero siempre desnudo, anónimo y acrónico.

EN EL MUSEO IMAGINARIO DE LAS TUMBAS: EL YACENTE-REPOSANTE Construyamos mentalmente un museo imaginario que reúna seguidos todos los monumentos funerarios conocidos y repertoraidos, clasificados por edad y por región; ese inmenso corpusnos permitirá seguir con mirada continua y rápida todo el desarrollo de la colección. Sin duda ciertas particularidades regionales aparecerían como la supervivencia del sarcófago en los países mediterráneos, la persistencia de los yacentes despiertos en los países «góticos», Pero estas diferencias resultan despreciables en la vista panorámica. Saltaría más a los ojos la unidad genética de las formas entre los siglos XI y XVIII, a pesar de todos los cambios de arte y de estilo. Antes del siglo IX, no hay casi nada, salvo vestigios de costumbres paleocristianas. Después del siglo XVIII, hay una cosa que es nueva, nuestros cementerios contemporáneos. Por el contrario, entre el siglo XI y mediados del XVIII aproximadamente, la continuidad genética no se interrumpe; se pasa de una forma a otra por transiciones insensibles, debidas la mayor parte de las veces a detalles de moda más que a rasgos esenciales de estructura. Sin embargo, la mirada observa rápidamente dos series diferentes de formas: la serie de.los yacentes y la serie de los orantes: no siempre coinciden, tampoco se suceden exactamente: se encabalgan. Estas dos figuras, que persisten durante medio milenio, dejan adivinar un vinculo secreto y tenaz/con una concepción popular de la muerte profundamente sentida y nunca expresada.

EL RETORNO DEL RETRATO. LA MÁSCARA MORTUORIA. LA ESTATUA CONMEMORATIVA El principal mérito de los orantes, para nosotros hoy, es que son excelentes retratos. Retienen nuestra atención por su realismo. Tenemos tendencia entonces a confundir individualización y parecido: sin embargo, ésas son dos nociones completamente separadas. Acabamos de verlo: la individualización de la sepultura aparece entre los grandes a finales del siglo XI. En cambio, hay que esperar quizás a finales del siglo XIII, y con toda certeza a mediados del siglo XIV, para que las efigies funerarias sean verdaderamente retratos. La arqueología tiende hoya retrasar esa fecha. A. Erlande-Brandenburg dice de la efigie de Carlos V (muerto en 1380) en Saint-Denis: «Por primera vez, o al menos una de las primeras, un escultor plasmaba un yacente a partir de un personaje vivo, No vacilaba en convertirlo en retrato.

EL CEMENTERIO DE MARVILLE . Todavia las encontramos sobre su lugar en el marco lleno de poesia de un cementerio que quizá no haya cambiado mucho desde finales de la Edad Media: una continuidad excepcional. Marville es una pequeña aldea de Meuse que se extendió alrededor de un castillo perteneciente al conde de Bar a finales de la Edad Media. Es una aldea nueva, establecida al lado de un poblamiento mucho más antiguo en el que subsiste una capilla consagrada a San Hilario. Este poblamiento fue abandonado, pero Saint-Hilaire no dejó de ser la parroquia de Marville hasta la edificación de la iglesia de

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Saint-Nicolas en el siglo XIV, y su cementerio ha seguido siendo el de la aldea. Dado que ya estaba separado de la villa, circunstancia excepcional en la antigua sociedad donde los muertos reposaban en medio de los vivos, este antiguo añre medieval respondia a las exigencias de las legislaciones contemporáneas, y Marville no tuvo que desplazar su cementerio, por eso se ha conservado tan bien. Otra cosa curiosa: a medio camino entre el cementerio de Saint-Hilaire y el sitio fortificado de la actual villa existe un edículo gótico que representa la crucifixión, evocando los «Montjoie» que servían de etapas a los cortejos funerarios reales entre Paris y SaintDenis.

Los EX-VOTO El final del siglo XVI y los inicios del XVII ven desarrollarse un género nuevo, derivado de la piedad popular, cuyas relaciones con la iconografia funeraria que acabamos de estudiar son interesantes: los ex-votos. No se trata del objeto reproducido y ofrecido a la divinidad en testimonio de gratitud: miembro curado(ojo, pierna, seno, vientre, etc.), navío en el que uno ha escapado de un naufragio, cadenas de un prisionero o de un condenado a galeras liberado. Estas costumbres son antiquísimas, muy anteriores a la era cristiana, y siempre se han practicado en todas partes. Lo que entonces aparece es el tableau pintado y colgado en él, santuario del santo invocado en los momentos de peligro, en acción de gracias por su protección. Los tab/eaux más antiguos de éstos se dividen en dos zonas: a la izquierda el donante de rodillas, a la derecha una escena celestial, que representa la aparición entre nubes del santo intercesor. Más tardíamente se le añadió una tercera zona: la escena del milagro, la descripción del peligro a que escapó el donante. En el siglo XVIII, este último irá ganando terreno y a principios del siglo XIX terminará por reducir a los donantes y a los santos al papel de figurantes. El milagro ha conservado perfectamente su carácter sobrenatural y seria irrisorio explicar esta evolución por el progreso de cualquier racionalismo.

EL REFLUJO UN CAMBIO DISCRETO Hemos seguido a través de la Edad Media los progresos de una sensibilidad que otorgaba a la muerte real un valor cada vez más fuerte, un puesto cada vez mayor. Este movimiento que se remonta a las inquietudes monásticas de la época carolingia se desarrolló en los litterati y se extendió al mismo tiempo que su influencia. Durante varios siglos prosiguió con constancia y a finales de la Edad Media alcanzó una intensidad que se tradujo en las imágenes espantosas de las artes macabras. Desembocaba en una concentración de los pensamientos y de los sentidos en el momento mismo de la muerte física. Llegado a este grado, se aplacó y pareció retroceder. Es ese reflujo el que hemos de considerar ahora. Comienza aproximadamente con el Renacimiento y prosigue hasta el siglo XVII. Difícil de captar en la trama de los hechos, hay que adivinarlo bajo apariencias de estabilidad y respetar su discreción y su ambigüedad. En efecto, las cosas van a seguir como estaban en el pasado medieval: el mismo género de literatura que las artes moriendi, las mismas danzas macabras", incluso más cabezas de muerto y tibias en las iglesias, la misma obligación de testar, el mismo carácter sagrado reconocido al testamento. Nada de cambios muy visibles: podemos engañarnos con ello y pensar que nada ha interrumpido la continuidad secular. Y sin embargo, bajo esta permanencia se trasluce una actitud nueva 0, si no una actitud nueva, una devaluación apenas confesada de las pasadas actitudes. Porque la distancia que entonces toman respecto a la muerte no coincide con la gran ruptura que ha deslumbrado a generaciones de historiadores y que es de naturaleza teológica y eclesiástica, por tanto más o menos «elitista», entre las dos reformas cristianas y quizá, de creer a algunos, entre religión del

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pasado y libre pensamiento del futuro. Nosotros mezclaremos las fuentes católicas y protestantes de los documentos. Sus diferencias, cuando existen, no se sitúan en el plano de la psicología colectiva, que es casi la misma en ambos campos. El momento mismo de la muerte nos serviráLA MUERTE A PRUDENTE DISTANCIA Todas las observaciones anteriores están inspiradas en un pequeño hecho de naturaleza religiosa y particularmente pastoral: los hombres de Iglesia no han cesado de solicitar la conversión in articulo mortis para imponer la consideración de la muerte a la piedad cotidiana más corriente. ESte pequeño hecho, ¿debe interpretarse como un hecho de la historia religiosa, debido a la iniciativa de una élite de humanistas y de clérigos reformadores? En tal caso significaría ante todo un cambio de las concepciones religiosas superiores, el paso voluntario de una religión medieval, donde lo sobrenatural prevalecía, a una religión moderna, donde domina la moral. 0, por el contrario, ¿pertenece este pequeño hecho a la historia de la cultura global, y es traducción al código de los hombres de Iglesia de una reacción elemental de la sensibilidad colectiva ante la vida y la muerte? Prefiero esta segunda interpretación, convencido como estoy de que los autores espirituales, en la mayoría de los casos, explotan las tendencias de su época más que crearlas.

DEBILITAMIENTO DEL VINCULO IGLESIA-CEMENTERIO Durante los dos últimos siglos del Antiguo Régimen, hubo por tanto destrucción de viejos cementerios por razones de política eclesiástica, y creación de cementerios nuevos, cada vez más alejados. La primera constatación que se impone es la ruptura de la pareja iglesia-cementerio que ya estaba casi consumada en el espíritu de Sponde. No hubo ninguna reticencia para edificar un cementerio físicamente separado de la iglesia, y en las ciudades este caso se convirtió en el más frecuente. Los únicos inconvenientes del alejamiento eran de orden práctico: fatiga, pérdida de tiempo para el clero que aseguraba el servicio de los funerales. Esto va a cambiar a finales del siglo, cuando se contemple la supresión de todos los cementerios parroquiales en beneficio de un gran cementerio general. La sensibilidad que aquí analizamos es la de la época de los desplazamientos del siglo XVII y de principios del XVIII. La de finales del XVIII es distinta (capitulo 10). En efecto, los desplazamientos fueron organizados por las fábricas mismas. Sin embargo, terminaron por hacer del cementerio un espacio especializado en las sepulturas, cosa que no ocurría ¡desde hacía un milenio! Sin decir nada, sin darse siquiera cuenta de ello, se dejaba de enterrar a santos, salvo en el caso de los ricos, y ni siquiera para todos: porque es probable que el número de los enterramientos «particulares» en los cementerios al aire libre aumentara en la segunda mitad del siglo XVIII (sin que por ello hayan disminuido los enterramientos en las iglesias). Las demandas en este sentido se volvieron más frecuentes, y los párrocos las citan en sus informes de 1763 como casos no excepcionales. A partir del siglo XVII, se fueron preparando pequeños cementerios al aire libre como prolongaciones de la capilla familiar, como ocurre en el caso del cementerio del canciller Séquier en Saint-Eustache, «su cementerio que era a su conveniencia».VANIDADES UNA VOLUNTAD DE SENCILLEZ DE LOS FUNERALES Y DEL TESTAMENTO Este capítulo continúa el anterior e ilustra de otro modo el mismo fenómeno: el distanciamiento de una muerte que no obstante sigue estando siempre cerca. Nos dedicaremos a seguir los progresos, a finales del siglo XVII, en el siglo XVIII, y sobre todo en la segunda mitad del XVIII, de una voluntad de sencillez en las cosas de la muerte. Esta voluntad expresa, ante todo, pero con más convicción que en el pasado, la creencia

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tradicional en la fragilidad de la vida y la corrupción del cuerpo. Pone de manifiesto luego un sentimiento crispado de la nada que la esperanza del más allá, siempre afirmada sin embargo, no consigue detener. Desemboca, finalmente, en una especie de indiferencia ante la muerte y los muertos, que significa abandono a la naturaleza "bienhechora en las élites letradas" gencía olvidadiza en las masas urbanas. A lo largo de los siglos XVII y XVIII, una pendiente arrastra a la sociedad hacia los abismos de la nada. Esta voluntad de sencillez queda afirmada en los testamentos. Jamás había estado ausente de ellos: ya hemos visto que siempre se había encontrado una categoría de testadores para renunciar, con una humildad a veces algo ostentosa, al fasto usual de las sepulturas. Pero a partir de finales del siglo XVII, este tipo de testamentos se vuelve frecuente, y, sobretodo, más aunque el número de referencias a la sencillez, es su generalización lo que resulta significativo. Al principio (siglos XVI-XVII), la sencillez es principalmente fingida y va acompañada de prescripciones que la contradicen; luego (siglos XVII-XVIII) es invocada muy a menudo, y finalmente (siglo XVIII) se convierte en cláusula de estilo. Los grandes no escapan a ella aunque no sean sus precursores: Elisabeth de Orléans, hija de Gastón de Orléans, en su testamento de 1684 (murió en 1696) no quería ser velada después de su muerte, salvo por los dos sacerdotes encargados de la lectura del salterio, y sólo porque esta lectura formaba parte de la liturgia de los funerales. Que se me deje sobre un jergón en el lecho en que muera con un paño encima de mi [en lugar de ser expuesta como una representación], que mis cortinas sean cerradas, una mesa al pie de mi cama con un crucifijo y dos candelabros en los que habrá dos cirios amarillos, ninguna colgadura negra; dos sacerdotes solamente el de mi parroquia, sin ninguno de los cuatro mendicantes que dirán el salterio, y no me guardará ninguna dama, por no merecer ser tratada de otro modo.LA TENTACIÓN DE LA NADA EN EL ARTE FUNERARIO Sean familiares o pomposas, estas variaciones sobre el nihil están encerradas hoy en libros poco frecuentados. Esta nada se ha enfriado algo. Podemos pasar sin verla y fingir olvidarla. Podría ser, todo lo más, un ejercicio de erudición. Sin embargo, todavía hoy la nada puede interpelarnos con la misma fuerza que en los siglos XVII y XVIII. Se disimula en las iglesias, las tumbas y sus epitafios nos la arrojan a la cara como una palabra gruesa y quien la haya oído no podrá ya olvidarla. Extraordinario poder de expresión del arte funerario. La mejor ilustración de lo que quiero decir es la tumba de los Altieri, marido y mujer, en una capilla lateral de Santa Maria in Campitelli, en Roma. Es un monumento particularmente hermoso y conmovedor. Las tumbas, porque son dos, separadas, datan de 1709. Son semejantes y simétricas, están situadas a uno y otro lado del altar de la capilla. Cada tumba está constituida, por abajo, por un enorme sarcófago de mármol rojo. Sobre la tapa del sarcófago, dos ángeles tristes llevan una antorcha hacia abajo y sostienen una inscripción donde sólo hay escrita una palabra, inmensa, en letras de oro que se destacan como los grandes caracteres de un anuncio publicitario. Esa palabra es nihil sobre la tumba del marido y umbra sobre la de la mujer. Nihil y umbra, última confesión de hombres que ya no creen en nada, podría pensarse si detuviéramos los ojos en el escalón inferior de la tumba, como si se tomara a Bossuet al pie de la letra, separado del contexto. Pero mírese más arriba, encima del terrible título, y todo cambia; volvemos a encontrar formas perfectamente conocidas y tranquilizadoras. Los dos muertos están arrodillados en la actitud tradicional del orante hacia el cielo. El hombre tiene las manos cruzadas sobre el pecho y su plegaria está cerca del éxtasis. Mira el altar que es a la vez el de su parroquia terrestre y el de la morada celestial. Su esposa, por el contrario, inclina la cabeza, mira hacia el otro lado, hacia la entrada de la capilla.

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EL CUERPO MUERTO a lo largo de los dos capítulos anteriores hemos visto cómo la muerte -la hora de la muerte- se había diluido en toda la duración de la vida y en un sentimiento melancólico de la brevedad de esa vida. La muerte parece entonces alejarse y perder la vigorosa presencia que tenía en los itterati de finales de la Edad Media. Ahora vamos a ver cómo en los siglos XVII y XVIII es decir, en la misma época, la muerte va a volver bajo otra forma, la del cuerpo muerto, del erotismo macabro, y de la violencia natural. Dos MÉDICOS: ZACCHIA y GARMANN, LA VIDA DEL CADÁVER Partiremos de dos obras de medicina que nos da el estado de la cuestión a finales del siglo XVII. Reconozcámoslo de pasada: los médicos serán de ahora en adelante, para nosotros, los mejores médiums de las creencias comunes. Sustituyen a los hombres de Iglesia que habían sido prácticamente los únicos en jugar este papel en la Edad Media y en el Renacimiento. No son siempre auténticos sabios, si es que esa palabra tiene un sentido: son crédulos porque los límites del dominio médico y de la ciencia de la vida son inseguros, porque los datos son transmitidos por relatos donde no es fácil separar la fábula de la observación. Además, como los hombres de Iglesia, son sensibles a las ideas en el aire de su época.LAS DISECCIONES PARTICULARES, LOS ROBOS DE CADÁVERES La disección se había convertido en un arte de moda: un hombre rico, curioso por las cosas de la naturaleza, podía tener en su casa su gabinete privado de anatomía como su laboratorio de química, Pero ese gabinete ¡había que aprovisionarlo! en el artículo «Cadáver»: «Cada familia quiere que un muerto goce, por así decir, de sus exequias y no permite, o permite en muy pocos casos, que sea sacrificado a la instrucción pública: todo lo más permite en ciertos casos que lo sea para su instrucción o más bien para su curiosidad particular». Es el sentido de ciertas cláusulas testamentarias. Tenemos alguna idea de esas disecciones particulares gracias a una novela muy casta del marqués de Sade, La Marquise de Gange (1813). El tema había sido tomado de un hecho bastante célebre. La marquise de Gange ha sido raptada por unos amigos de su marido, y es mantenida prisionera en una sala de un antiguo castillo. Ya estamos en plena novela negra con torres, mazmorras, panteones, tumbas. Cruelmente agitada recorre aquella gran sala...cuando cree percibir una puertecilla entreabierta. Era todavía de noche precisamente algunos débiles rayos de una luna pálida vuela hacía aquella puerta. Una lámpara a punto de apagarse le permite ver el gabinete que cierra la puerta que acaba de descubrir; entra, pero ¡qué horrible objeto se ofrece a sus miradas! Ve sobre una mesa un cadáver entreabierto, casi enteramente desgarrado, sobre el que va a trabajar el cirujano del castillo, por tanto ese local es el laboratorio, y que aquel ha dejado para ir a acostarse, posponiendo para el día siguiente la continuación de la disección 19. Es un gabinete de anatomía, como un aficionado ilustrado y rico podía tenerlo. La costumbre se remontaba al siglo XVI, en Italia por lo menos, como permite entenderlo este texto de 155020 que hace decir a la Muerte: «He estado tentada muchas veces… de entrar en la habitación de esas gentes que practican la anatomía del cuerpo muerto y atan juntos el resto de los huesos un hermoso esqueleto para adornar su piso, a revestirme de esos huesos, despertarlos en medio de la noche y asustarles a fin de que pierdan para siempre el hábito de transportar a su casa los despojos de los cementerios, esos trofeos de mis victorias!. En este texto pasamos del triunfo de la muerte al gabinete de anatomía.EL CEMENTERIO DE MOMIAS No busquemos demasiado la realidad que yace bajo estos relatos novelescos. Incluso si hay un poco de verdad, que debió haberla, esta verdad no es más que un efecto poco duradero de lo imaginaría. Lo esencial en este caso ocurre en

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lo imaginario, y los hechos más importantes, los más cargados de consecuencias, no pertenecen a la realidad vivida, sino al mundo de los fantasmas. ELA MOMIA EN CASA Por otro lado la momia no está solamente en los cementerios, sino en los altares. Los cuerpos de los santos no son ya unos huesos amontonados en un relicario, sino verdaderas momias, vestidas como personas vivas y expuestas como «representaciones». Se las sustituye por efigies de cera o de madera cuando no se puede hacer otra cosa. Las iglesias de Roma conservan algunas de estas santas momias bajo un relicario transparente de paredes de cristal: santa Francisca Romana en la iglesia del Forum, de la que es patrona; en San Francesco de Ripa, hay otra momia, que sigue estando yacente, replegada en la posición de acodada, revestida con una larga túnica donde una hendija permite ver el cuerpo, a través de un velo. Toda la parte visible del esqueleto está envuelta en una rejilla que mantiene los huesos en su sitio. También en Roma, los Doria tenían el privilegio de disponer de una momia para ellos, en la pequeña capilla privada de su palacio. No estoy seguro de que muchos de nuestros contemporáneos aceptaran acostarse bajo el mismo techo que una momia y en la habitación de al lado. Además, ¿por qué no se habría extendido este gusto por la momia a su entorno más cercano? Más adelante veremos (capitulo l0) cómo el desarrollo de la afectividad hizo más cruel para los supervivientes la muerte de aquellos a quienes amaron, y les inspiró un culto a veces maníaco por el recuerdo. Aquí sólo indicaremos cómo ese sentimiento desvió en beneficio propio el gusto por la momia del que en el siglo XVIII hemos descubierto muchas huellas. La tentación era antigua: ya se encontraba a principios del siglo XVII, no en la realidad de la vida, sino en el teatro: en una tragedia del autor isabelino Christopher Marlowe, el héroe Tamburlaine, guarda consigo el cuerpo embalsamado de su querida Zenócrates". La cofradía romana de la Orazione e della Morte (una cofradía de enterradores de la que ya hemos dicho que mantenía bajo su iglesia un canario con decorado de huesos), organizaba por su fiesta anual cuadros vivos que luego eran reproducidos en forma de grabado. Uno de ellos representaba el Purgatorio. Se había servido en las misas escenificadas de cadáveres reales.

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CONCLUSIONES

La muerte está presente siempre en nuestra mente. La muerte da sentido a nuestra vida ya que la dota de tiempo. La tenemos como cierta aunque nunca la hayamos experimentado. No me importa ahora si luego o antes hubo otras vidas, no me interesa hablar de la vida después de la vida. No sé qué esa la vida eterna. Vivimos porque morimos. Sólo en la infancia, tal vez, la muerte no existe. Sólo los niños, entonces, pueden vivir el momento, lo demás son vanos intentos.

No voy a discutir si las religiones son simplemente un consuelo ante la muerte, me dan igual ahora las creencias. El hecho cierto es que vivimos negando la única evidencia, posponiendo encarar este problema por los siglos de los siglos. ¿Qué conseguimos con eso?, ¿nos sirve realmente de ayuda?

Lo terrible de la muerte es que llega en cualquier momento. No está allá, en un final lejano al que nos enfrentaremos a su debido tiempo. Está aquí, a nuestro lado, y lo sabemos. No tiene por qué ser un momento culminante al que nos encararemos decisivamente. La muerte no avisa, está detrás de cualquier esquina. Yo no pretendo un adiestramiento para saber morir, no quiero que pasemos el tiempo pensando en que éste puede ser nuestro último momento. Sólo insinúo, que la aceptemos.

La muerte nos hace ser lo que somos: seres humanos, nos regala el espíritu que nos hace únicos. La muerte a todos nos iguala, la vida nos hace irrepetibles.

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Ideas

La filosofía antropológica es la ciencia de la esencia y la estructura del hombre de su relación con todos los reinos de la naturaleza además de que brinda objetivos, argumentos y fundamentos para las ciencias naturales, médicas, etnológicas, históricas, sociales, caracterología entre otras de las posibilidades esenciales como de sus realidades. El problema del hombre apareció hace 10000 años, pero hasta nuestro tiempo y después de todo este periodo, por primera ves el hombre se dio cuenta de: “Ya no sabe lo que es, pero sabe que no lo sabe”. Para cambiar esto hay que partir de cero dejando atrás todas las tradiciones y volver al ser llamado hombre, para lograr esto se deben estudiar las categorías tradicionales con exactitud en su origen para adquirir conciencia de ellas.  La evolución del hombre se ha encaminado hacia la exaltación de la conciencia que el hombre tiene de si mismo. La cultura India podría explicar la relación del hombre con lo viviente, hallándose aquí en relación aditiva y de igual a igual, en otras palabras el hombre no se destaca netamente sobre la naturaleza, la exaltación de la conciencia se logro hasta la culminación de la cultura griega. Esta exaltación se ve más claramente representada con la doctrina del Dios hombre y del hombre como hijo de Dios, lográndose una importancia cósmica y metacósmica que en las culturas griegas y romanas no se hubieran atribuido.  La teoría Copernicana contribuye con el pensamiento moderno ya que el hombre se da cuenta que es un habitante de un satélite del sol, en el renacimiento además del florecimiento de la pintura y otras expresiones artísticas una de los cambios más importantes en la humanidad se da que se cambia el pensamiento de Teo-céntrico al Antropocéntrico.  Cinco Ideas: Primera Idea 

Para empezar, podríamos hablar de los ambientes deístas que no es un producto de la filosofía y la ciencia, sino que por el contrario corresponde al entorno de la fe religiosa en otras palabras el conocido mito de la creación. El cual se explica muy claramente en la creencia judeo-cristiana con la idea creacionista que no hace mucha falta decir y aunque muchas personas ya no creen en ella y además carezca de importancia para una filosofía debido al espacio que le ha ganado la racionalidad se debe decir que este mito tiene más poder e influencia sobre los hombres que lo que generalmente aparenta, ya que ideas dominantes y convicciones de muchos siglos son capaces de sobrevivir al paso del tiempo y que generan en los hombres una angustia por lo terrenal inculcada en la creencia judeo-cristiana.  Segunda Idea  Esta idea se la debemos a los griegos que se encargaron de enaltecer a la humanidad 

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por encima de cualquier otra criatura viviente aun sin importar evidencias morfológicas, antropológicas o de cualquier otra índole al exaltar la conciencia humana, convirtiendo a la razón en un agente único que solo le conviene a la especie humana. Luego el hombre se ha encargado de ir día a día perfeccionando este agente y lo logra gracias a que puede gracias a la razón posee la fuerza y el poder de las ideas para poder plasmar el ordenamiento del mundo, además de que constante en tiempo espacio y lo social. Según Hegel “la filosofía lleva a la historia universal el sencillo pensamiento de la razón, diciendo la razón ha dominado al mundo y que por lo tanto la historia del mundo ha transcurrido racionalmente”. Con esto podemos ver que existe una identidad entre la razón divina y la razón humana. Pero Hegel niega la razón humana pues argumente que la historia del espíritu humano para lograr las ideas de eternidad utiliza como herramientas los instintos y las pasiones para alcanzar u fin y así lograr establecer una armonía que nadie conoce excepto ella misma y el filósofo ebrio de Dios. Ahora esta idea del hombre racional ha tomado el carácter de evidencia, aunque sea considerada como una invención de los griegos. La posición racional se cimienta en una posición religiosa y metafísica de la época de Descartes considerado el padre de la misma la cual defiende que la razón es el principio de la construcción del universo no un hecho episódico del planeta.  Tercera Idea  Para esta idea, no existen diferencias de esencia solo de grado entre el hombre y el animal, es decir actúa sobre ellos los mismos factores solo que las consecuencias en los mismos tienen diferentes grados de complejidad. Esto nos conlleva a un escenario donde las respuestas de un ser racional a diferentes situaciones no es mas que epifenómenos tardíos que también se encuentran en el mundo animal infrahumano. Con esto el hombre ya no es un ser racional sino un ser instintivo, pues lo llamado espíritu, razón no tienen un origen propio y separado es simplemente un estado de evolución prolongada y lo que llamamos conocimiento no es más que una serie de imágenes que se interponen entre el estimulo y la reacción del organismo. Las imágenes y los signos que se producen si provocan éxito en las reacciones favorables de la vida son llamados verdaderos y si su efecto es contrario serán llamados falsos, análogamente a esto las acciones son nombradas como buenas y malas. Ahora los instintos se pueden clasificar como los instintos de reproducción, de crecimiento y poderío y de los que sirven a la intuición. Si se toma al hombre como un ser que el espíritu tiene su origen en instintos la idea naturalista puede ser concebida desde tres formas: la económica donde el detonador para que la lucha de clases se de son los instintos. La de mezcla y separación de la sangre, donde aquí se le da la mayor importancia a los eventos de reproducción y sus efectos cualitativos y cuantitativos. Y por último el poderío político, estas son las luchas no fundadas en lo económico. 

Cuarta Idea 

En esta idea se tratará de que la decadencia del hombre está en la esencia y principio del Él. Ahora en otras palabras Alsberg dice que el hombre se encuentra menos adaptado que el medio circundante por estar menos adaptado que el resto de los animales no pudiéndose desenvolverse en el desarrollando a la tendencia a anular los órganos en la lucha por la vida

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desarrollando instrumento que hacen inútil los órganos sensoriales. La razón es el acto fundamental de la anulación, comparándose a la negación de la voluntad de vivir. El hombre no es considerado un enfermo mental pero la necesidad de gastar una gran cantidad de energía en la cerebralidad y no en el conjunto total de su organización es lo que en esta idea se interpreta de que el hombre mismo es una enfermedad, el hombre puede ser muy sano en su organización e individualmente no estar enfermo, pero eso no cambia para nada la idea antes plasmada. Ahora se tendría que tener en cuenta que el espíritu aparece como el principio que destruye y aniquila la vida, el espíritu y la vida aquí aparecen como antagónicos, pero esto no es más que una serie de eventos desafortunados y encadenados que llevan a la muerte del individuo, es decir “proceso de extinción en una especie herida de muerte, que nació ya herida de muerte y que su origen ha sido un mal paso de la vida”.  Quinta Idea  Para esta idea se toma al hombre como el Superhombre ya que es el único capaz de legitimar todos los sucesos relevantes sucedidos de los inicios de la humanidad o mejor de los tiempos, esta responsabilidad es depositada en el hombre con una nueva concepción de racionalidad, basada está en la ética de los valores, representando el desarrollo filosófico de la citada idea. En esta idea el ateísmo que se representa el autor lo llama “postulativo de la seriedad y de la responsabilidad” es decir que existe un fundamento del mundo pero nada sabemos, pero más allá que sepamos o no sepamos no debe existir un Dios que sirva de escudo al sentido de la existencia humana.  Si en un mundo donde exista una divinidad y este es el que tiene los hilos o mejor lleva la dirección de los sucesos termina por anular al hombre, es decir que toda predeterminación establecida por otro ser diferente al hombre lo anula. Esto puede conllevar a que si yo como persona se lo que es bueno y lo que debo y si este coincide con el fundamento del mundo será aceptado y respetado fácilmente, pero si no existe la posibilidad de no ser acatado. Con esto se estaría exaltando al Dios en su máxima potencia de la responsabilidad y la soberanía.