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Publicado bajo el título de Crisis y resurrección de la literatura argentina, en Buenos Aires, 1954 y 1961. No ofrecemos al lector una exposición sobre literatura pura: ni los esfuerzos de la química han logrado situar nada en estado específico. La impureza, por el contrario, es el modus constante de la naturaleza, de las letras y también de la política. Todas las tentativas de "purificar" algo concluyen generalmente en su es- terilización. Nuestro tema será en consecuencia lo nacional y lo europeo en la literatura argentina y, por implicación, en la forma- ción del pensamiento nacional latinoamericano. Un entrelaza- miento tan atrevido en apariencia entre la cultura y la política causará repulsión a nuestros intelectuales. Es bien natural que esto suceda, pues un franco debate de este género demostraría su divorcio del país en que viven. Su poliglotismo espiritual les impele a rechazar en el territorio subordinado lo que constituye el asunto habitual en la metrópoli europea, esto es, la más enér- gica y apasionada polémica sobre las letras y sus fines. En las ciudades imperiales la interacción de la política y las letras se ejerce sin disimulos. Es un fenómeno cotidiano. Resulta com- pletamente natural en París que Camus polemice con Sartre so- bre la cuestión de si el primero expresa en sus escritos la influen- cia ideológica norteamericana o sobre si el autor de La Náusea se ha convertido en un criptostalinista. Esta discusión, inocua por otra parte, es un espectáculo regular en una nación imperialista que cuenta con ciudadanos de primera clase, y cuya riqueza ma- terial posee la contrafigura de una variedad incesante de ten- dencias estéticas. Pero como esta nación, del mismo modo que Inglaterra, Estados Unidos, Alemania o Italia, exporta a los paí- ses atrasados los episodios de su creación espiritual junto con sus productos técnicos, a aquéllos no les queda más remedio que aceptarlo todo: las máquinas de escribir, el nylon, las edicio- nes de lujo, el pensamiento y los roedores del pensamiento. También se importan las polémicas, y si para los franceses una exégesis de Rilke, de los acuarelistas japoneses o de los román- ticos alemanes, constituye parte de su formidable aventura in- telectual, de su sabia vejez como raza, para nosotros implica la anulación de tareas espirituales más urgentes e imprescindibles, particularmente si consideramos que ese universalismo europeo es más aparente que real. Para un francés o un inglés culto no existe nada más interesante que leer libros sobre su propio país y, si es posible, sobre su pueblo natal. El auge de la novela re- gional en Francia testimonia ese hecho que ha dado su fama a Giono. Los elementos exóticos en los asuntos de la literatura francesa son accesorios a su movimiento fundamental, que gira sobre el eje de la propia nación y se refieren generalmente al Oriente colonizado por las empresas militares del país. Así nació en otro tiempo el ciclo de Pierre Loti o Paul Morand, y de esta ma- nera esa literatura cuenta con filiales ultramarinas en el folklore afrancesado de Madagascar, la Martinica o Guadalupe. Pero el elemento distintivo de las literaturas europeas en general es la investigación y creación constantes sobre sí mismas, producto de un genuino orgullo nacional y de una riqueza histórica también indiscutible. Aquí nos aproximamos al centro de nuestro problema. En Europa no hay falsos ídolos, o para decirlo mejor, la crítica renueva los altares. Claudel declara sin cortesía que "Gide es un delincuente" o Papini escribe que "Sartre es un animal escribien- te y vociferante". En esas naciones viejas, estratificadas en tan- tos aspectos, las rebeliones estéticas o las formas más corrosi- vas del análisis se ejercen libremente, por obra de las fuerzas discordantes fundadas en el cauce de una gran tradición común. En nuestro país, por el contrario, ningún prestigio parecería resis- tir un examen despiadado, si juzgamos por la ausencia de una crítica o la naturaleza conservadora de nuestros santones letra- dos. Resultaría un verdadero acontecimiento en la Argentina que alguien acusase a Ricardo Rojas de haber olvidado sus ideales de juventud, en los que postulaba una visión nacional de nuestra cultura. ¿Quién le reprocharía -por ejemplo- su postración ante la camarilla mitrista, antinacional y cipaya por definición, que ahora pasea su sahumerio junto al rostro del autor de La restauración nacionalista? Debe advertirse, sin embargo, que Rojas, por el conjunto de su obra y pese a sus capitulaciones reiteradas, pertenece a la literatura argentina. Otros santones hay que lo han remplazado en el crédito público y que son radicalmente UNTREF VIRTUAL | 1 El Marxismo de Indias Jorge Abelardo Ramos V. Martín Fierro y Los Bizantinos

Ramos m Fierro[1]

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Historia Politica y Social

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  • Publicado bajo el ttulo de Crisis y resurreccin de la literaturaargentina, en Buenos Aires, 1954 y 1961.

    No ofrecemos al lector una exposicin sobre literatura pura: nilos esfuerzos de la qumica han logrado situar nada en estadoespecfico. La impureza, por el contrario, es el modus constantede la naturaleza, de las letras y tambin de la poltica. Todas lastentativas de "purificar" algo concluyen generalmente en su es-terilizacin. Nuestro tema ser en consecuencia lo nacional y loeuropeo en la literatura argentina y, por implicacin, en la forma-cin del pensamiento nacional latinoamericano. Un entrelaza-miento tan atrevido en apariencia entre la cultura y la polticacausar repulsin a nuestros intelectuales. Es bien natural queesto suceda, pues un franco debate de este gnero demostrarasu divorcio del pas en que viven. Su poliglotismo espiritual lesimpele a rechazar en el territorio subordinado lo que constituyeel asunto habitual en la metrpoli europea, esto es, la ms enr-gica y apasionada polmica sobre las letras y sus fines.

    En las ciudades imperiales la interaccin de la poltica y las letrasse ejerce sin disimulos. Es un fenmeno cotidiano. Resulta com-pletamente natural en Pars que Camus polemice con Sartre so-bre la cuestin de si el primero expresa en sus escritos la influen-cia ideolgica norteamericana o sobre si el autor de La Nusea seha convertido en un criptostalinista. Esta discusin, inocua porotra parte, es un espectculo regular en una nacin imperialistaque cuenta con ciudadanos de primera clase, y cuya riqueza ma-terial posee la contrafigura de una variedad incesante de ten-dencias estticas. Pero como esta nacin, del mismo modo queInglaterra, Estados Unidos, Alemania o Italia, exporta a los pa-ses atrasados los episodios de su creacin espiritual junto consus productos tcnicos, a aqullos no les queda ms remedioque aceptarlo todo: las mquinas de escribir, el nylon, las edicio-nes de lujo, el pensamiento y los roedores del pensamiento.

    Tambin se importan las polmicas, y si para los franceses unaexgesis de Rilke, de los acuarelistas japoneses o de los romn-

    ticos alemanes, constituye parte de su formidable aventura in-telectual, de su sabia vejez como raza, para nosotros implica laanulacin de tareas espirituales ms urgentes e imprescindibles,particularmente si consideramos que ese universalismo europeoes ms aparente que real. Para un francs o un ingls culto noexiste nada ms interesante que leer libros sobre su propio pasy, si es posible, sobre su pueblo natal. El auge de la novela re-gional en Francia testimonia ese hecho que ha dado su fama aGiono. Los elementos exticos en los asuntos de la literaturafrancesa son accesorios a su movimiento fundamental, que girasobre el eje de la propia nacin y se refieren generalmente alOriente colonizado por las empresas militares del pas. As nacien otro tiempo el ciclo de Pierre Loti o Paul Morand, y de esta ma-nera esa literatura cuenta con filiales ultramarinas en el folkloreafrancesado de Madagascar, la Martinica o Guadalupe. Pero elelemento distintivo de las literaturas europeas en general es lainvestigacin y creacin constantes sobre s mismas, producto deun genuino orgullo nacional y de una riqueza histrica tambinindiscutible. Aqu nos aproximamos al centro de nuestro problema.

    En Europa no hay falsos dolos, o para decirlo mejor, la crticarenueva los altares. Claudel declara sin cortesa que "Gide es undelincuente" o Papini escribe que "Sartre es un animal escribien-te y vociferante". En esas naciones viejas, estratificadas en tan-tos aspectos, las rebeliones estticas o las formas ms corrosi-vas del anlisis se ejercen libremente, por obra de las fuerzasdiscordantes fundadas en el cauce de una gran tradicin comn.En nuestro pas, por el contrario, ningn prestigio parecera resis-tir un examen despiadado, si juzgamos por la ausencia de unacrtica o la naturaleza conservadora de nuestros santones letra-dos. Resultara un verdadero acontecimiento en la Argentina quealguien acusase a Ricardo Rojas de haber olvidado sus idealesde juventud, en los que postulaba una visin nacional de nuestracultura. Quin le reprochara -por ejemplo- su postracin ante lacamarilla mitrista, antinacional y cipaya por definicin, que ahorapasea su sahumerio junto al rostro del autor de La restauracinnacionalista? Debe advertirse, sin embargo, que Rojas, por elconjunto de su obra y pese a sus capitulaciones reiteradas,pertenece a la literatura argentina. Otros santones hay que lohan remplazado en el crdito pblico y que son radicalmente UNTREF VIRTUAL | 1

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    Jorge AbelardoRamos

    V. Martn Fierro y Los Bizantinos

  • extraos a nuestra historia espiritual. A la crtica de esos man-darines se consagra el presente trabajo.

    La "colonizacin pedaggica"

    Si para Spengler toda gran unidad de cultura, histricamenteaparecida, es la expresin de un "alma cultural", para nosotrosesa alma cultural se traduce, bsicamente, en la aparicin de unimpulso hacia una conciencia nacional autnoma. Pues el fun-damento primero de toda cultura, en el sentido moderno de lapalabra y no por cierto en el dominio tecnolgico, es una afirma-cin de la personalidad nacional, que tiende a propagarse en suprimera fase en el mbito de una ideologa propia y que puede ono contener implicaciones estticas inmediatas.

    Para los pases tributarios los problemas de la cultura revistenuna importancia especial que, a nuestro juicio, an no ha sidoanalizada de manera satisfactoria. En las naciones coloniales,despojadas de poder poltico directo y sometidas a la jurisdiccinde las fuerzas de ocupacin extranjeras, los problemas de lapenetracin cultural pueden revestir menor importancia para elimperialismo, puesto que sus privilegios econmicos estn ase-gurados por la persuasin de su artillera. La formacin de unaconciencia nacional en este tipo de pases no encuentra obst-culos, sino que, por el contrario, es estimulada por la simple pre-sencia de la potencia extranjera en el suelo natal.

    Esto no impide, por cierto, que en Liberia, por ejemplo, la clasenegra dominante, descendiente de los esclavos libertos queabandonaron Estados Unidos despus de la guerra de Secesiny que expropiaron a los verdaderos nativos, se sienta nortea-mericana y lea a Faulkner, del mismo modo que la oligarquabostoniana se crea inglesa en el siglo xix. Es bien cierto que,an en los pases coloniales, la influencia cultural imperialista seejerce sobre todo en aquellas capas sociales ligadas a los be-neficios de la expoliacin del pas; en los crculos nativos privile-giados del Sudn se admira a Eliot y sus hijos aprenden una dic-cin perfecta del ingls moderno en las aulas de Oxford; lomismo puede decirse de las castas parasitarias de Puerto Rico,

    que envan a sus vstagos a estudiar a Estados Unidos, que seconsideran norteamericanas y desestiman a sus compatriotas deraza y de lengua.

    Todos estos ejemplos no alteran nuestro pensamiento anterior,esto es, que el imperialismo en los pases coloniales otorga ma-yor importancia a su polica colonial que a su literatura clsica.Pero si en la colonia de Kenya la polica remplaza a Eliot, en lavieja semicolonia de la Argentina, Eliot debe suplantar a la policacolonial en el sistemtico intento imperialista de sofocar la apari-cin de una conciencia nacional, punto de arranque y clave detoda cultura.

    En la medida que la "colonizacin pedaggica" no se ha realiza-do (segn la feliz expresin de Spranger, otro imperialista ale-mn), slo predomina en la colonia el inters econmico funda-do en la garanta de las armas. Pero en las semicolonias, quegozan de un status politico independiente decorado por la ficcinjurdica, aquella "colonizacin pedaggica" se revela esencial,pues no dispone de otra fuerza para asegurar la perpetuacin deldominio imperialista -y ya es sabido que las ideas, en ciertogrado de su evolucin, se truecan en fuerza material-. De estehecho nace la tremenda importancia de un estudio circunstan-ciado del conjunto de nuestra intelligentsia fue dirigida desde elextranjero.

    No se crea ni por un momento que desorbitamos un problema enaras de exigencias polticas. La cuestin est planteada en loshechos mismos, en la europeizacin y alienacin escandalosasde nuestra literatura, de nuestro pensamiento filosfico, de la cr-tica histrica, del cuento y del ensayo. Trasciende a todos losdominios del pensamiento y de la creacin esttica y su expan-sin es tan general que rechaza la idea de una tendencia ef-mera. Es en este sentido que legtimamente puede hablarse deuna verdadera devastacin espiritual de las nuevas generacio-nes intelectuales. La juventud universitaria, en particular, se haasimilado los peores rasgos de una cultura antinacional por ex-celencia. Bajo esas condiciones histricas se form nuestra "li-te" intelectual. Su funcin es ser fideicomisaria de valores trans-mitidos por sus mandantes europeos. UNTREF VIRTUAL | 2

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  • La cultura satlite bilinge

    La europeizacin de nuestra literatura no es un fenmeno local.Si el cristianismo difundi su influencia en las rutas marcadas porla expansin del imperio romano, la europeizacin de la culturamundial ha seguido los caminos de las aventuras imperialistas.Esto probara la pregonada independencia de las corrientes cul-turales con respecto al proceso histrico. Hubo una poca queen la corte de la Rusia zarista, en los crculos aristocrticos deRumania o de Polonia y en general en toda Europa oriental, sehablaba nicamente el francs. No era ajena a esta predileccinidiomtica la influencia que el capital de Francia ejerca en esosterritorios i ricos de historia y de tradicin espiritual, pero dete-nidos en la barbarie de los ltimos destellos de Bizancio. Nues-tras clases selectas han imitado esas costumbres propias de lospueblos vencidos, a quienes se les impone un traje, un tipo decomida, una literatura y una lengua.

    Los seudointelectuales de nuestro pas, educados en esta es-cuela de imitacin, expresan invariablemente su aversin a unateora de lo nacional que los explica y los niega. De ah queacepten el nacionalismo de los europeos, esto es el nacionalis-mo imperialista de un Eliot o de un Valry, cuyo tema constantees la averiguacin de las hazaas culturales o histricas de supropio pas. Pero rechazan al mismo tiempo el derecho de reivin-dicar o desarrollar nuestra propia tradicin nacional, sin cuya afir-macin no puede probarse el derecho de un pas a pertenecerse.No se los puede acusar de una actitud contradictoria: la forma-cin de gran parte de nuestra intelligentsia fue dirigida desde elextranjero.

    Al propio Eliot no se le escapa que la inequvoca cultura satlitees la que conserva su lengua, aunque est tan estrechamenteasociada y subordinada a otra, que no slo ciertas clases, sinotodas, tienen que ser bilinges. Difiere de la cultura de la peque-a nacin independiente en este respecto: que en la ltima esgeneralmente necesario que slo algunas clases conozcan otralengua.

    Eliot se refiere en el primer caso a una colonia; en el segundo, auna semicolonia. El escritor ingls conoce su clientela; por otra

    parte, posee una lucidez perfecta con respecto a la posicin delImperio britnico en el seno del mundo colonial. Como es natu-ral, su objetividad reposa en los intereses que defiende. No di-fiere en esto de Kipling. Si el poeta de la era victoriana cantabalas hazaas del fusil de repeticin ante la resistencia de las lan-zas sudanesas, al poeta del premio Nobel le toca presenciar elhundimiento inexorable del Imperio britnico y slo le resta es-pecular sobre la gloria pasada y su crisis actual:

    Nos quedamos con la melanclica reflexin -escribe- de que lacausa de esta desintegracin [de la cultura hind] no es la co-rrupcin, la brutalidad, la mala administracin; tales males handesempeado slo un papel pequeo, y ninguna nacin domina-dora ha tenido que avergonzarse menos que Gran Bretaa aeste respecto; la corrupcin, la brutalidad y la mala administra-cin prevalecan en la India antes de la llegada de los britnicos;y por lo tanto su prctica ya no poda perturbar la forma de la vidaindostnica.

    Hasta aqu, Eliot. Segn vemos, este poeta no oculta su nacio-nalismo; admira y justifica el genio britnico. Prescindiendo detodo anlisis particular de su obra, que dejamos a los especialis-tas, nos importa destacar que se trata de un escritor nacional,como Valry o como en el campo de la morfologa de la culturalo son Spranger o Spengler. Maestros de la literatura europea,con cuyos patrones se ha escrito la nuestra, estas figuras irra-diaron su in-fluencia en la direccin sealada por el avance mun-dial del imperialismo. Jams ignoraron la trascendencia poltica dela cultura que representaban. Impecables testimonios de esa pers-picacia imperialista son Eliot y Valry. Por qu no reclamar a nues-tros intelectuales colonizados una consecuencia equivalente?

    La "crisis de la afirmacin" y la literatura pura

    El caos del mundo intelectual en la Europa burguesa se expresairrefutablemente en la disolucin de todas sus formas y concep-ciones tradicionales. Desde hace aos est proclamada una ver-dadera crisis de la afirmacin, una proscripcin de lo real, unareligin de la oscuridad, un sacerdocio de las sensaciones y unadecisin de concebir la literatura como una actividad especfica.

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    Jorge AbelardoRamos

  • Tales son algunas de las puntualizaciones del magistral trabajode Julien Benda sobre la literatura pura. En efecto, para el mun-do espiritual del occidente capitalista no resta otro recurso en suocaso que refugiarse en s mismo. Renegar de la vida y aislar ala literatura de la crisis social que la envuelve, he aqu la pos-trera solucin.

    Por supuesto que este procedimiento no hace sino reintroducir lacrisis en el ncleo mismo de la cultura. Si la crisis europea seexpresa en el horror a lo real, en una aversin semejante, quenadie mejor que Valry ha reflejado al exclamar que "entramosen el porvenir retrocediendo", se funda justamente el carctersubordinado del intelectual. La vieja tradicin que desea un lite-rato puro con aureolas sacerdotales no ha desaparecido deltodo, por lo menos bajo ciertas formas. Esta idea ha servido enEuropa para difundir la creencia de que los intelectuales debenformar parte de una "lite" privilegiada dentro de una clase domi-nante, situada a su vez en el seno de una sociedad estratificaday jerarquizada. El profeta de este sueno reaccionario es Eliot ysus creencias individuales careceran de importancia si este es-critor britnico no generalizase las opiniones del imperialismo,que necesita poner a su servicio de manera exclusiva a los in-telectuales, decorando su servilismo con una ilusin. La funcinsocial de estos ltimos es menos independiente que nunca y susvirtudes paralizantes, sobre todo en los pases semicoloniales,equivalen a varios regimientos de rifleros canadienses. Desdeeste punto de vista Eliot escribe, ms que para la metrpoli mis-ma, para las colonias y zonas perifricas de Inglaterra. En elte.rritorio ingls, los ciudadanos de esa Atenas imperial estn ac-tualmente demasiado preocupados en calcular su frugal almuer-zo diario como para poder meditar en el destino platnico de susescritores. El pensamiento de Eliot y en general de los apstolesde la literatura pura, encuentra su mejor campo de difusin enpases como la Argentina, que habiendo modificado en cierto sentido su estructura econmica, se han mostrado incapaces hastahoy de librar la batalla decisiva en las esferas de las ideas.

    Incapaz de confesar que su salario depende de sus opiniones yque el odiado burgus lo tiene tomado por el cuello, el filsofo oel poeta resuelven que el mundo les produce asco y que es

    mucho mejor disear en el aire signos mgicos, disolver lapoesa en la msica y transformar la literatura en un sistema crip-togrfico. El objeto de la literatura, que en su mejor tradicin fueun medio de comunicacin esttica entre todos los hombres, seha convertido en manos de estos falsificadores en un mtodo deincomunicacin. Se escribe para escritores, vale decir, para losiniciados en la religin secreta. El despotismo ilustrado o seudo-ilustrado de este lenguaje esotrico posee la curiosa caractersti-ca de pretender infligir a la prosa una calidad intelectual rigurosa;la triste verdad es que sus propios autores no pueden explicarsequ es lo que quieren decir. Tal es uno de los rasgos distintivos dela mayor parte de la literatura contempornea:

    Benda escribe:

    Precisamente es esta estima por el pensamiento personal nica-mente lo que manifiesta Proust cuando promulga: "Todo lo queera claro antes de nosotros, no es nuestro"; Suares, cuando de-creta: "Pensar como todo el mundo, es pensar estpidamente";Alain cuando cree abrumar a sus adversarios porque afirman"pensar en coro". Puede aseverarse que para esta escuela, pen-sar individualmente que dos y dos suman cinco, encierra msvalor que pensar "en coro" que suman cuatro.

    Mallarm confesaba que

    la literatura a la que mi espritu exige una voluptuosidad sera lapoesa agonizante de los ltimos momentos de Roma.

    Admitamos que el estado actual de la sociedad francesa sugierela consagracin de una escuela semejante. Amrica latina nece-sita otros estmulos para su desarrollo cultural propio.

    Segn Benda, los caracteres que distinguen a la literatura mo-derna europea son los mismos que los atribuidos a las literaturasllamadas de decadencia, particularmente en Roma y Grecia. Es-te autor resume as esos rasgos: el culto de la obra breve, des-precio de la gran inspiracin; la perfeccin de la forma enmas-carando la pobreza del fondo; el trabajo artstico supliendo a lainspiracin; la ausencia de generosidad; la profusin de las doc- UNTREF VIRTUAL | 4

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  • trinas irracionales y msticas; el prestigio de una literatura mgi-ca. En relacin con esto Benda cita unas palabras de SainteBeuve:

    De ah que el hombre culto se haga raro, y la agudeza, el falsohombre culto y la pretensin ocupen su lugar.

    Si estos fenmenos encuentran en Europa un terreno para el de-bate, ninguna discordia se plantea en la Argentina. Nuestra lite-ratura ms prestigiosa es un cenotafio; la presuncin oculta elvaco, nada conmueve nuestras tumbas.

    Algunos crticos confan en el regreso a la religin para restaurarel eje espiritual clsico. Otros afirman que la creciente oscuridadde la poesa y de la literatura se deriva de un agotamiento de lasposibilidades de la lengua; varios siglos de creacin constantehabran originado un desgaste de las palabras y los ritmos.

    El poeta se vera obligado a rehacer inevitablemente los instru-mentos de su arte, a organizar la confusin y a replegarse en unaislamiento creciente, puesto que la oscuridad lograda promue-ve un auditorio restringido, formado generalmente por los mis-mos artistas, que se influyen entre ellos y pierden contacto conel mundo.

    Procesos reales en Europa, se desfiguran en Argentina, que noha sufrido sus episodios precedentes. El virtuosismo de un mun-do agotado se instala entre nosotros, remplazando una expre-sin nacional genuina. Ha nacido de ese modo todo un gneroatormentado (de una complejidad apcrifa) inasimilable por nues-tros pueblos. Recin nacidos a la vida histrica, ellos reclamanuna literatura objetiva y manifiesta. Nuestros escritores ms afa-mados, nutridos de una metafsica ajena, exponen en ltimo a-nlisis una angustia estetizante, bendecida por Kierkegaard perosorda y ciega ante la realidad del continente sumergido, estaAtlntida visible subyugada por el imperialismo y excluida de lavida. Qu cantera para el drama, qu tema para un nuevo orbeartstico! Pero la sociedad oligrquica no ha dejado en su estelahistrica ms que parlisis, manas imitativas, poesas traduci-das, argentinos descontentos de su pas.

    Al cabo de miles de aos de existencia, Europa adopt el sis-tema capitalista. Apoyada en l, extendi su grandeza a todo elplaneta. Al desvanecerse las posibilidades internas de ese rgi-men, Inglaterra pudo producir un Eliot, que mira hacia el ayerposedo de nostalgia feudal. Eliot est en completa libertad deintroducir en sus obras numerosas citas en idiomas extranjeros,del mismo modo que Ezra Pound, cuya sobreabundancia de eru-dicin avergonzara a Borges; pero si esos elementos librescosmatan a la poesa actual y la convierten en un producto parasibaritas, al menos Eliot es profundamente ingls. Tiene por aa-didura la ventaja de que hasta puede olvidarse de serlo; la cul-tura nacional britnica ha logrado todos sus fines, puesto que lanacin inglesa no slo se ha constituido, sino que ha comenza-do (en cierto sentido histrico) a desintegrarse.

    El caso de Borges es enteramente diferente, desde que vara elestado cultural de nuestros pueblos y son otras sus exigencias.La presencia de Kafka o de Kierkegaard en estos escritores ar-gentinos no es menos artificial, y revela que aquella esttica quepara los europeos es la etapa final de sus vsperas, para noso-tros parece ser el captulo primero -smbolo de una dependenciaespiritual sofocante.

    Wladimir Weiddl ha escrito a propsito de Kafka y sus epgonospalabras que merecen transcribirse:

    Cuanto ms avanzamos en la lectura, ms nos convencemos -laimpresin se agudiza hasta llegar a ser casi insoportable en el l-timo captulo de Amrica- de que asistimos al desenvolvimientode una alegora muy sutil, cuyo sentido oculto estamos a puntode adivinar. Ese sentido lo necesitamos, esperamos que venga;la espera se hace dolorosa, estamos como en medio de una pe-sadilla un segundo antes de despertar -pero no nos despertamosy el fin del relato no ex-plica nada-. Estamos condenados a lo ab-surdo, debemos errar indefinidamente en el laberinto sin salidade la existencia; y de repente comprendemos que es esto lo quequera decir Kafka y no otra cosa. La vida no es sino tiniebla; yaqu cuadra repetir una vez ms que ya no se trata de la penum-bra del sexo, del nacimiento, de la noche original, sino de lastinieblas negras de la muerte. UNTREF VIRTUAL | 5

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    Jorge AbelardoRamos

  • Un resignado odio hacia la vida, tal es el pensamiento que Kafkaha expresado artsticamente en su obra. En apariencia, esta vas-ta metafsica de lo absurdo, esa meditacin de la nada, parecerechazar toda relacin con races terrestres; sin embargo, hastael propio Kafka no puede ser explicado sino a travs de sus ca-ractersticas nacionales y raciales. Sus libros deban ser inevita-blemente los de un centroeuropeo, ms precisamente de un ju-do de Praga: haba percibido intensamente el despliegue decli-nante del universo europeo tradicional, su pronunciamiento a laanarqua, la prdida de toda esperanza. La primera guerra mun-dial lo marc profundamente, como a toda su generacin, y vol-vi real su desequilibrio potencial. El ahogo racial, la asfixia deuna nacin triturada, el ingreso a la descomposicin de todo unmundo hizo de Kafka lo que es. Desde Goethe sabemos que unartista no engendra la realidad sino a la inversa. La desolacinplanetaria de Kafka es el reflejo vacilante del mundo desolado, odicho en trminos menos literarios, de la sociedad capitalista enbancarrota.

    Por qu esas corrientes poseen una influencia tan notable en laliteratura argentina? La razn ms vlida es que nuestra literatu-ra no es argentina, sino que prolonga hasta aqu las tendenciasestticas europeas. Su misin es traducir al espaol el desen-canto, la perplejidad o el hasto legitimados por la evolucin dela vieja Europa. Weiddl comenta as este proceso de kafkismouniversal:

    [Kafka] obedeci nicamente a su instinto estrecho pero infalibleen la direccin que tom una vez por todas; otros han queridoerigir en principio, en mtodo lo que para l fue una experienciaenteramente personal y profundamente vivida; y eso explica porqu las fuerzas destructivas que l ha sabido poner al servicio desu arte y que ha encarnado en su obra, han destruido el arte delos otros y hasta les ha prohibido realizar una obra.

    Estamos ante una observacin definitiva. Podra agregarse quenuestros escritores, si bien estn al corriente y en cierto sentidoforman parte de la literatura europea, lo hacen del modo mscmodo posible. Los poetas argentinos que ms se ocupan de lomgico, lo anglico, lo delirante o lo metafsico, estn a mil le-

    guas de rehacer en s mismos todos los procesos de iconoclas-tia, enfermedad y locura que dotaron al arte europeo de artistasen estado salvaje. Nuestros intelectuales traducen pasiones aje-nas: desarraigados, sin atmsfera -sombras de una decadenciao de una sabidura que otros vivieron. De ah que la literatura ar-gentina posea este carcter gris, igualitario y pedante que aburreo indigna. Slo as puede valorarse el papel jugado por VictoriaOcampo en nuestra vida literaria.

    El bilingismo de un Borges o de la directora de Sur no es slosu definicin, sino la cifra de su esterilidad. No hay una sola pgi-na de Borges que se desarrolle ntegramente en nuestro idioma.Comparten los honores de sus clusulas perfectas y vacas elfrancs, el ingls, el alemn y el latn. Toda la obra de Borges -semidis de esta inteligencia extranjera- es una literatura cosmo-polita. No es sta la nica curiosidad que los europeos encuen-tran al llegar a Buenos Aires, esta ciudad antinacional cuyo ba-rrio residencial de Belgrano se conoce en Europa como"Belgrano Deutch", y cuyo cinturn de seguridad que la une alpas de los argentinos es su milln de obreros industriales dis-tribuidos en abanico, como en guardia, en el suburbio plebeyo.

    Numerosas razones han producido en Europa la declinacin cul-tural que comentamos. La ms importante es la crisis orgnicade la civilizacin capitalista en su conjunto, que arrastra en sucada a los valores que la burguesa hered o produjo en el pe-rodo de su ascenso triunfal. Esta crisis espiritual no puede serrevertida por medios estticos ni por una inmersin religiosa. Lasolucin est en manos de la poltica, puesto que la raz del pro-blema tiene esa ndole. Pero, qu diremos, en cambio, del refle-jo sombro que esa cultura esplndida y agonizante ejerce sobrela literatura argentina? Qu diremos de la combinacin fatal deun pensamiento antiargentino formulado con las recetas de unaristocratismo hermtico? El prestigio adquirido en la literaturade nuestro pas por todas las modas msticas o semimsticascorre parejo con el respeto hacia lo original, lo secundario y loabstracto; un clima nauseabundo de banalidad arrogante reinaen nuestras letras. Lo universal no pasa a travs de estas oscu-ras literaturas de importacin falseadas hasta la mdula.

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    Jorge AbelardoRamos

  • "Realismo socialista" o silbido del ltigo?

    No ser intil en este examen formular algunas observacionessobre la situacin actual del arte sovitico, subproducto de la de-generacin burocrtica del Estado. Slo diremos que no existe,frente a la disgregacin cultural de la sociedad burguesa, un"arte socialista" nacido bajo el cielo de Mosc. Un formidableaparato publicitario ha difundido la nocin del "realismo socia-lista", como la ms pura expresin del rgimen sovitico. Sinembargo, este arte refleja ms bien los intereses materiales deuna burocracia usurpadora que los intereses espirituales de lasmasas. Como era de prever, la reaccin imperialista y sus abo-gados intelectuales han visto en el nacimiento de esta burocra-cia una consecuencia lgica del bolchevismo. Nada ms falsoque esta apreciacin, puesto que la burocracia stalinista se for-m como el resultado directo del atraso histrico del pas, en elcual desempeaba un papel de primer orden la barbarie bizanti-na del zarismo, la insignificancia de la burguesa industrial rusa,el bloqueo del capital imperialista extranjero. La debilidad eco-nmica de la nacin se encontr presa de un cerco imperialistafatal, que decapit a un tiempo la revolucin europea y rest alia-dos insustituibles al joven proletariado ruso. As naci la buro-cracia stalinista, como la reaccin refleja de un gran avance his-trico, inaugurando el Termidor sobre las ruinas de la guerra civilpagada por Churchill, el amo de Eliot y de Huxley. El poco panexistente "fue repartido por un gendarme que guard para s lamayor parte en medio de la miseria general". No otra es la expli-cacin cientfica de la burocracia sovitica, que lejos de ser laimagen del futuro socialista refleja sobre todo el pasado brbaro,ignorante y mezquino de la historia rusa. Un arte surgido bajo elpuno de la excrecencia burocrtica no poda ser el arte libertadorque reclamaba Trotski en su Literatura y revolucin.

    Considerando la asfixia del arte sovitico en las condiciones deltriunfo termidoriano y la formidable iconografa creada por la po-lica poltica para adorar a las cumbres del rgimen, Trotskiescriba en 1938:

    El estilo de la pintura sovitica oficial de nuestros das es llama-do "realismo socialista". El nombre mismo ha sido inventado evi-

    dentemente por algn alto funcionario del departamento deBellas Artes.

    Este "realismo" consiste en la imitacin de daguerrotipos provin-cianos del tercer cuarto del siglo pasado; el carcter "socialista"consiste aparentemente en representar, a la manera de la foto-grafa amanerada, acontecimientos que nunca se realizaron. Esimposible leer la poesa o la prosa sovitica, sin asco fsico mez-clado con horror, o ver las reproducciones de pinturas o escultu-ras en las que funcionarios armados con pinceles y tijeras, vigi-lados por funcionarios armados con muser, glorifican a los"grandes" y "geniales" dirigentes sin la menor chispa de geniali-dad o grandeza. El arte del periodo stalinista quedar como lams franca expresin del profundo descenso de la revolucinproletaria.

    Trotski se refera en estas lneas a numerosos casos de pintoreso escultores rusos que, llamados por la GPU artstica del Estado,eran obligados a fijar en el leo escenas en las que Stalin apa-reca dirigiendo los ejrcitos contra los blancos en la guerra civil,en misiones que jams ejecut o figurando, por ejemplo, en uncuadro, como organizador de una huelga en Tifus, en 1902 (lue-go se comprob que en 1902 no se encontraba en Tiflis, sino enla crcel de Batum). Digamos claramente que el arte no es msindependiente en la Unin Sovitica que en el mundo burgus.Ms an, en la atmsfera de una contrarrevolucin sangrienta,donde la infalibilidad y el silencio forzoso constituyen la religindel Estado, el artista trabaja con la pistola en la nuca, sin disfru-tar del lujo que se dan los pases capitalistas, donde la grasanacional tolera al creador, lo mata de hambre o lo corrompe len-tamente. La hibridez imbcil del arte sovitico se ha reflejado enlas opiniones estticas del stalinismo internacional. Su inconmo-vible punto de vista es que todo artista, por mediocre que sea,siempre que firme algn manifiesto de obediencia, ser loado porel coro de la maquinaria. Todo creador, en cambio, aunque seaautntico, que rehse prosternarse ante el intelecto de un Codo-vila, ser lapidado. As el stalinismo argentino, esa resaca delpasado, condecora a Lenidas Barletta pero agravia a ManuelGlvez, nuestro novelista ms importante.

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  • Naturaleza antinacional de nuestra burguesa

    Una confabulacin espontnea pero engendrada, sin embargo,por las necesidades objetivas de la vieja oligarqua, ha extermi-nado en poco ms de medio siglo todos los grmenes de un pen-samiento nacional. Derrotado el imperialismo en este sector deAmrica latina, no ha sido aniquilado an su predominio cultural.Esta revancha sutil no es menos peligrosa para la juventudargentina que el puno de hierro de la contrarrevolucin imperia-lista abierta. Por el contrario, es all, en el campo de una teorade lo nacional, donde es preciso vencer.

    Tomemos como ejemplo el caso norteamericano. Estados Uni-dos fue un pas colonizado por los inmigrantes ingleses, que enpocas generaciones logr un notable desarrollo capitalista. Sibien es cierto que no produjo todava una cultura con rasgos pro-pios, ha adquirido ya una conciencia nacional. Cul es el ele-mento predominante de esta conciencia? La aspiracin a la hege-mona mundial, el orgullo del poder, la decisin de imponer su leya todos los pueblos del mundo y en primer lugar a Amrica latina.

    Es bien evidente que el vertiginoso avance tcnico norteameri-cano le ha exigido desembarazarse de toda la influencia ideol-gica britnica y elaborar a marchas forzadas una poderosa con-ciencia de nacin imperialista.

    Cules son nuestras defensas culturales frente a este coloso?Corresponde nuestra "inteligencia" al desarrollo actual del paso es un amargo reflejo de la era oligrquica, aislada del pueblo yhostil hacia sus conquistas? Debemos convenir que la aspiracinde Alejandro Korn ("tengamos ante todo una voluntad nacional,luego hallaremos fcilmente las ideas que la expresan") no se hacumplido, en lo que concierne a la clase intelectual, incluyendotambin a algunos de sus discpulos.

    Existe un abismo entre la infraestructura de la sociedad y la su-perestructura en nuestro pas. El triunfo econmico de la burgue-sa industrial argentina sobre la oligarqua terrateniente no hatrascendido al dominio poltico por la hostilidad y la ceguera anti-nacional de la burguesa: este hecho abri el perodo bona-

    partista. Pero tampoco se expresa en el dominio terico o estti-co donde la oligarqua y su mandarinato an prevalecen.

    Ya Juan Ramn Pealoza ha tenido oportunidad de sealar lascaractersticas histricas que presidieron la formacin de la bur-guesa industrial argentina. Nos permitiremos evocar algunaslneas:

    Esta burguesa est compuesta en gran parte de extranjeros,imbuidos de cultura extranjera, es decir, imperialista, y que nohan tenido tiempo de asimilarse ideolgicamente al pas en queviven, el cual, por otra parte, no estaba en condiciones, debido asu carcter semicolonial, de ofrecer una cultura autctona mo-derna. Dependiendo como depende del imperialismo para pro-veerse de materias primas, combustibles, equipos, maquinariasy procedimientos tcnicos, nada teme ms que privarse de esafuente si da algunos pasos atrevidos; el continuo contacto quepor estos motivos mantienen con l, refuerza aquel extranjerismoideolgico; frente al criollo hijo de la tierra, considrase ms biencomo una parte de la burguesa europea o yanqui y comparte elodio colonizador, el menosprecio hacia el nativo y hacia las posi-bilidades del pas, que caracterizan al imperialismo.

    Aadiremos que son los hijos de la nueva burguesa industrial yde la pequea burguesa que trota detrs de ella los que leen aBorges, Eliot o Graham Greene e ignoran, por ejemplo, a ManuelGlvez, a Elas Castelnuovo, a Horacio Quiroga o a Luis Franco,a quienes no han ledo, como es obvio, ya que desestimanorgnicamente todo lo nacional.

    De estos hechos debe extraerse una conclusin preeminente. Sila oligarqua terrateniente e importadora argentina forj una in-telectualidad imperialista para ponerla a su servicio, la nueva bur-guesa industrial se ha revelado incapaz, no slo de apoyar aPern, sino tambin de prestar su simpata a la integracin de unnuevo tipo de cultura o literatura genuinamente nacional. La pe-quea burguesa a su vez (estudiantes, empleados, la masa in-telectual en general) contina bajo la influencia terica del impe-rialismo en todos los campos del conocimiento. Un libro de Gra-ham Greene, traducido por Victoria Ocampo y editado por "Sur", UNTREF VIRTUAL | 8

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  • ser ledo por una estanciera pituca, por el hijo de un fabricantede tejidos y por el estudiante "democrtico" de nuestra Univer-sidad.

    Extindase este ejemplo a todos los gneros y todos los temasy la conclusin ser invariable: el capital extranjero contina in-fluyendo al pblico argentino como en los felices tiempos de Ve-dia y Mitre.

    Es preciso deducir que una teora de lo nacional no puede serexpuesta y defendida por una intelectualidad oligrquica o bur-guesa inexistente. Si en el proletariado deposit la historia latarea de protagonizar y llevar adelante la revolucin nacional, asus verdaderos intrpretes les corresponde formular la crtica dela vieja cultura y echar las bases de una nueva. Es preciso pro-mover la formacin de una inteligencia nacional que encuentreen el interior del vasto pas latinoamericano las fuentes de suinspiracin creadora. Resultar muy sencillo a los intelectualeseuroargentinos calificar de "nacionalismo reaccionario" una ten-tativa semejante. Es que su misma existencia se encuentra en-trelazada con el folklore europeo o sus mitos nacionales. Podraobservarse que esos mitos europeos se producen ya como for-mas de una decadencia, como todo lo precioso, lo singular y loraro, mientras que nuestras propias creencias an no han naci-do o son tan antiguas que se las ha olvidado. Pero tampoco sepropone crear un santoral autctono; por el contrario, trtase dedestruir una ideologa antinacional tanto en el plano de la histo-ria escrita como en el de las letras. La parte pensante del pas yasabe en qu clase de muerto civil quisieron convertir a ManuelUgarte; y el pas entero tambin sabe que la nueva generacinrevolucionaria no permitir nuevos entierros de ese gnero. Haytemas argentinos, los ms argentinos de todos, que son verda-deros tabes para nuestros escritores. An est por escribirseuna genuina biografa de Mitre, el exterminador de los caudillospopulares y organizador de la guerra del Paraguay por cuentadel capital europeo. Bien sabemos todos que aquel que se atre-va a situar a Mitre en el proceso histrico del pas tendr ce-rradas para siempre las puertas de La Nacin, prohibido sunombre en la revista "Sur" y ser calificado de nazi o rosista poresas vacas sagradas de la Argentina de ayer.

    La formacin de esta intelectualidad argentina fue realizada porel imperialismo desde la victoria de Caseros. Resulta, pues, com-pletamente lgico que sus miembros hagan profesin de fe "in-ternacionalista" o "universalista" frente a todas las tentativas derevaluar nuestro pasado o de transformar nuestro presente. Am-parndose detrs de una cultura apolillada, que no inspira ya res-peto ni en Europa, protegen su vaciedad con el escudo de unhermetismo literario o seudofilosfico que retrata no slo la pro-funda confusin del Viejo Mundo, sino ante todo su propia impo-tencia creadora.

    Ni crtica, ni literatura

    Carentes de una compenetracin con la mejor tradicin argenti-na, que es el mtodo ms vlido para entroncarse con la tradi-cin latinoamericana de que formamos parte, los concesionariosde la cultura se divierten con el lunfardo porteo o con cierta idea-lizacin del compadrito de orillas, mitad delincuente, mitad guapo,cuyo lenguaje ritual complace a Borges y a gran parte de la juven-tud intelectual. El tango participa de dicha divinizacin equvoca,cuyo exotismo debe atribuirse tanto a los ingredientes de la cr-cel como a las fuerzas inmigratorias. Aqu se detiene todo eseargentinismo intelectual, tributario, como se ve, de los gustos eu-ropeos, deseoso de encontrar color nativo o rarezas dialectalesa todas las aberraciones de una gran ciudad sudamericana. Conla frecuentacin o estudio de este idioma del delito, que en modoalguno puede asimilarse al lenguaje popular de Buenos Aires, sepretende argentinizar una prosa con elementos forneos al pasreal. No otro es el significado de la presencia del compadrito enla obra de Borges o en los gustos de la pituquera intelectual deBuenos Aires.

    La vida intelectual argentina sufre de la ausencia de una crtica;pero no puede nacer una crtica sin una literatura. Sera pocoserio designar con ese nombre a comentaristas ocasionales queaaden al lector un nuevo factor de confusin a los libros de suyoconfusos y oscuros que regularmente hacen su aparicin en laArgentina y que merecen los halagos de la sociedad literaria. Lacrtica de ideas no existe en este pas. No insistir sobre la nica UNTREF VIRTUAL | 9

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  • razn evidente, esto es, que del extranjero se importa todo: la li-teratura y la crtica de la literatura. Aqu se recocina el conjuntoy, si es posible, se lo hermetiza ms an. Una ley no escrita go-bierna la llamada "crtica bibliogrfica", generalmente annima.Esa ley es el mudo desprecio o el vaco hostil hacia toda obragenuinamente argentina. Cuando es virtualmente imposible si-lenciarla del todo, se la comenta en trminos abstractos queestimulan la indiferencia del lector hacia el autor y la obra. Loslibros extranjeros o nacionales destinados a glosar el pensa-miento o la literatura ex-trasnacional, merecen en cambio unaatencin preferente, comentarios elaborados y atrayentes, dig-nos de aparecer en los pases de procedencia. Pero ser intilbuscar en estos comentarios una sola idea que contribuya a for-talecernos como pas.

    A este gnero de comentaristas ms o menos literarios les pare-ce suficiente discurrir con erudito aburrimiento acerca de Keats,Joyce o Michaux (con abundantes citas en ingls y francs) yvolcar toda la charla sobre una sorpresiva alusin a Sarmientopara que la pgina inmasticable adquiera una significacin na-cional. Las revistas literarias y los suplementos dominicalesejercen un manipuleo indistinto de cuanto detritus formal o filos-fico desecha Europa; con estas operaciones de virtuosismo iner-te se ha hecho la fama de nuestros hroes locales en los crcu-los que se consideran a s mismos "intelectualmente privilegia-dos". Toda esta bufonera ha envenenado las fuentes de nuestraactividad creadora, que ha trocado la literatura de ficcin en unaficcin de la literatura.

    Afirmamos que el incierto porvenir de nuestra literatura no puedecifrarse en su parlisis actual. Para los escritores argentinos hasonado la hora de enterarse que una revolucin recorre el conti-nente y que Europa ya nos ha dado cuanto poda esperarse deella. La madurez espiritual e histrica de Amrica latina exigeuna segunda emancipacin.

    Muerte y desfiguracin del "Martn Fierro"

    En pocas no muy lejanas hasta los estadistas argentinos tra-ducan al castellano los clsicos ingleses. En nuestros das

    Borges califica a Hudson y a los viajeros ingleses (miembros delIntelligence Service de la poca) como proveedores de una lite-ratura argentina muy superior al Martn Fierro. Ezequiel MartnezEstrada, ms cauteloso, coincide esencialmente con Borges,agregando por su cuenta a nuestro poema nacional inverosmilesasimilaciones con La muralla china o La divina comedia. MartnFierro es para Borges (denigrador sistemtico de todo lo argenti-no) la crnica de un compadrito y cuchillero, pendenciero y semi-ladrn. En algunos aspectos sita a Hernndez por debajo deAscasubi. Esto bastara para trazar un cuadro bastante completodel mundo espiritual de Borges y sus prejuicios polticos, si esteautor no nos proporcionara muchos otros testimonios directos.

    Lugones llam al Martn Fierro "poema pico". Las reiteradasstiras de Borges contra esta calificacin y contra el responsablede ella (en la medida que Lugones intent fundar una literaturanacional, encuentra en Borges un implacable crtico), nos permi-ten ver que para el conjunto de la clereca intelectual cuyo intr-prete es el autor de Ficciones, la tragedia de Martn Fierro no halogrado desprenderse del inconsciente colectivo de la oligarqua.Son los victimarios del gauchaje quienes se expresan en la sordainvectiva de Borges, aquellos que barrieron a los gauchos alza-dos o sometieron como peones de estancia a sus hijos. El poemade Hernndez canta el rquiem de los vencidos por la oligarquaprobritnica de la poca, eliminados por el Remington y el ejrci-to de lnea, expulsados hasta ms all de la lnea de fronteras.Fueron los lingistas posteriores y los profesores universitarios ala Capdevila los que cubrieron el rostro de Martn Fierro con suerudicin de diccionario para volverlo irreconocible.

    La interpretacin del Martn Fierro parece establecer la pruebadecisiva para situar a un escritor adentro o afuera de la tradicinnacional. El divorcio que generalmente se realiza con respecto alpoema y la vida de Jos Hernndez (sus luchas polticas de fe-deral democrtico), es una notable prueba suplementaria del es-pritu de clculo de la oligarqua y sus sacerdotes europeizantes.

    Caractersticos representantes de una inteligencia extranacional,Borges y Martnez Estrada sern examinados en las pginassiguientes como figuras simblicas: crticos del Martn Fierro, elpoema nacional permitir juzgarlos.

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  • La diferencia entre Borges y Martnez Estrada radica en que elprimero desciende de una abuela inglesa y de un coronel unita-rio; su mbito natural es Buenos Aires. Ha vivido siempre de es-paldas a la nacin. Martnez Estrada, en cambio, es un hombredel interior. Naci en San Jos de la Esquina, y esa fatalidadgeogrfica (con sus implicaciones psicolgicas) le impide con-fundir el pas con el puerto.

    Martnez Estrada ha comprendido rpidamente (sus triunfos li-terarios comienzan en la dcada infame), que si la poltica a se-cas es deleznable, la poltica literaria es digna de un artista y desu prudencia. Su obra est rodeada de prestigio. Se le atribuyetrascendencia sociolgica. Pese a todo, debe ser incluida en esegnero anfibio del "lirismo ideolgico" propio del moderno bizan-tinismo literario, que aparenta encontrar su rbita en los proble-mas ms rigurosos. Nada hay ms alejado, sin embargo, de laseveridad intelectual que los trabajos de este autor.

    La interpretacin de Martnez Estrada, trabajosamente fundadaen dos volmenes1, es sta: Jos Hernndez no es un hombreconcreto y su Martn Fierro no es un poema pico. El autor y suobra estn trascendidos por un espritu omnipotente y malignoque lo subyuga todo y que hace de Hernndez un objeto de supoder, semiconsciente de su propia creacin potica. Las cria-turas de Martn Fierro se sienten presas de una fatalidad (prefe-rentemente griega) y su voluntad de justicia se estrella contra je-rarquas annimas sucesivas que se levantan una tras otra enuna infinita dominacin (a la manera checoeslovaca). De estasuerte, Martnez Estrada evade el problema central de la obraque es relativamente ms prosaico: la destruccin implacable dela economa natural y de sus hombres representativos, por la ga-nadera y agricultura de tipo capitalista ligadas a las potenciaseuropeas.

    En su Ensayo de interpretacin de la vida argentina, MartnezEstrada ha culminado, si as puede decirse, una carrera. Ms de900 pginas nutridas testimonian la incapacidad de nuestrosescritores para entender el pas en que viven. Resulta simblico,e inesperado en apariencia, que esta discusin en torno a una li-teratura nacional nos haya conducido directamente a una inter-

    pretacin del Martn Fierro. Nada ms lgico, sin embargo, pues-to que el drama histrico del que Martn Fierro fue slo una coro-nacin constituye el momento ms importante de la historia ar-gentina y de su literatura, as como el punto de arranque para suinteligibilidad posterior.

    Si Borges es un intelectual europorteo completo, Martnez Es-trada, en cambio, puede ser situado ms bien en la lnea suce-soria de Ricardo Rojas, es decir, como un capitulante que ha se-llado un compromiso con la oligarqua pero que no deja de ver elrevs de la trama. Tngase en cuenta que este autor tiene elsentido comn suficiente como para corregir sus descubrimien-tos embarazosos con la cortina de humo de Kafka.

    Para ayudar a comprender la vida de este gaucho barbudo, sucioy violento, Martnez Estrada llama en su auxilio a Victor Hugo,Milton, Rabelais, Homero, Hamsun, Kafka, Dickens, Isidora Dun-can, Gustave Flaubert, Dante Alighieri, Baudelaire, Chesterton,Goethe. La extraa nomenclatura de sus fuentes no es el nicoespectculo curioso ofrecido por esta obra agobiadora, que trata elms nacional de nuestros asuntos sofocado por estas autoridades.

    Martnez Estrada pronuncia en este libro su autocondena. Comoprovinciano, no puede ocultarse el panorama histrico del cualsurgi el Martn Fierro. Aunque la palabra oligarqua est pro-nunciada una sola vez en toda su obra, al fin y al cabo la pronun-cia, y de las citas abundantes se destacan algunos hechos deli-cados: el bestial asesinato del general Penaloza por las bandasenviadas por Sarmiento y Mitre; el carcter criminal de la guerradel Paraguay; la personalidad poltica de Hernndez como fe-deral democrtico. Pero no en vano Martnez Estrada ha acumu-lado todos los premios nacionales de literatura posibles. El pro-vinciano se ha vuelto porteo y como porteo, esclavo del clanoligrquico. Al relatar la vida de Hernndez, cuyo sentido bsicorehsa admitir, dice que:

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    1. EZEQUIEL MARTNEZ ESTRADA, Muerte y transfiguracin de MartnFierro, Fondo de Cultura Econmica, Mxico.

  • las dos acciones en pro de Lpez Jordn, como su actuacin enPaysand al invadir Corrientes las tropas paraguayas, son arran-ques de su temperamento, ms que de sus ideas.

    El federalismo democrtico de Jos Hernndez no ha sido discu-tido hasta ahora por nadie. Fue un luchador poltico que estigma-tiz a la oligarqua triunfante de la provincia de Buenos Aires, cu-ya accin continuaba bajo el rtulo de la "organizacin nacional"la misma poltica absorbente que el ganadero Rosas haba prac-ticado bajo la divisa del federalismo. Pero si Rosas negoci conEuropa y al menos le impuso condiciones, sus adversarios entre-garon todo sin escrpulos. Hernndez representaba al federalis-mo genuino del interior nacional que quera constituir un pas ydestruir el monopolio aduanero de la europeizante Buenos Aires.El juicio de Martnez Estrada, al considerar que los actos politi-cos de Hernndez (de una continuidad notable) respondan msa su temperamento que a sus ideas, demuestra ms bien culesson las ideas de Martnez Estrada. El diario La Nacin sabeagradecer estos servicios.

    Un escritor de lengua inglesa, gran escritor argentino?

    Del mismo modo que Borges y que nuestros escritores ms acla-mados, Martnez Estrada encuentra en William Henry Hudson noa un publicista ingls, sino al ms grande escritor argentino. Esteinteresante equvoco, particularmente asombroso en boca de unescritor profesional, es una prueba concluyente del servilismointelectual de un pas colonizado. Para un hombre de letras pare-cera evidente por s mismo que el elemento fundamental paradefinir la nacionalidad de un escritor es el idioma. Sera impropiodesignar a este sensible instrumento como a un simple trans-misor de sentimientos e ideas ajeno al territorio fsico e histricoen el cual se nutre; las relaciones entre el idioma y la psicologanacional estn fuera de discusin. De ah que sea imposible lla-mar escritor argentino a quien se expresa en ingls, pese a queBorges considere como poetisa argentina a Gloria Alcorta, queescribe en francs. Lo que es excusable en Borges, escritor bi-linge, resulta-ra ms difcil en boca de Martnez Estrada. Perohay convenciones que no se violan. Para que Martnez Estradapueda hacerse discutir por la dinasta mitrista sus incidentales

    observaciones sobre la impopularidad de la guerra del Paraguayy el papel de Mitre en la supresin de los caudillos representa-tivos, es preciso que rinda tributo a Hudson como gran escritorargentino. En este pla-no, las condescendencias de Martnez Es-trada tienen el mismo valor que cuando inmediatamente despusde reclamar una literatura genuinamente argentina, menciona aKafka como el artista cuyo universo metafsico se asemeja msal Martn Fierro. Este irresponsable espritu de juego tiende alimpiar a nuestro autor de toda culpa.

    Su largo trabajo sobre Martn Fierro constituye en realidad unaextensa admonicin contra la significacin poltica de Hernndezy, siguiendo los pasos de Borges, contra el calificativo de poemapico que Lugones discerni a nuestro canto nacional. En cadapgina de su obra Martnez Estrada deja adivinar una hostilidadsustancial contra la realidad argentina tal cual fue y tal como es.Dice de Hernndez que era:

    un hombre que no tuvo ningn inters por los problemas de lacultura. Se desconoce que poseyera en sus biblioteca un impor-tante libro, siquiera; y de haber existido realmente tal biblioteca(slo Avellaneda alude que existi), es de suponer que estuvieraconstituida por obras populares de poetas espaoles en boga yde esa dase de publicaciones oficiales de que se nutren nuestrospoliticos.

    A Martnez Estrada, cuya erudicin inorgnica no soporta la po-tencia de un creador iletrado, le resulta inconcebible que Her-nndez haya podido plantarse indestructiblemente en la vida ar-gentina sin haber ledo a Shakespeare. Se ignora si Homero fueel hombre ms culto de su tiempo, pero es generalmente admiti-do que nos transmiti material para varias bibliotecas; a nuestroHomero criollo no le haca falta ms. Observemos el toque des-pectivo con que Martnez Estrada alude a "nuestros polticos".Este desprecio latente es la expresin del desconocimiento sus-tancial de la vida argentina y de la irritacin de un literato ante loshombres que hacen la historia fuera de la cmara de los comunes.

    Muy distinto es el caso de otro grande escritor nuestro -agrega-criado en el campo, lejos de todo centro de cultura, cuya vida depastor y de vagabundo est orientada hacia el saber preciso,

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  • cientfico, conforme a las mayores exigencias del observador ydel escritor. William Henry Hudson recibi del cielo la misma gra-cia de conservar su alma inmune a las contaminaciones del pen-sar y del sentir librescos. l nos cuenta qu maestros tuvo, ejem-plares curiosos de excentricidad, pero tambin qu libros encontren la casa paterna: Gibbon, Rollin, Milton, San Agustn, Dickens,Carlyle, Darwin.

    El mtodo "cientfico" de Martnez Estrada queda iluminado conesta burda asimilacin entre el bardo de un pueblo de pastoresque luch con las armas en la mano contra cuatro invasiones eu-ropeas, y el escritor britnico procedente de un orbe viejo y sa-bio. La "barbarie" de Hernndez era ms saludable y creadorapara nosotros como pas naciente, que la civilizacin britnicaencarnada en el arte de Hudson, que tenda a ahogarnos y asofocar nuestro ser nacional. Como por accidente, iluminado porideas errantes, Martnez Estrada recapitula en ciertos momen-tos. Observa con aparente ingenuidad que la Argentina tena

    cierto aire de establo que los viajeros perciben al desembarcar yque hizo a Ortega y Gasset definir al pas como una factora.

    La palabra "factora" no compromete a Martnez Estrada: su re-curso defensivo ser sumergirse en el seno de la nebulosa, perosu empleo le permite alimentar cierto prestigio de hombre osado.Naturalmente que la Argentina tuvo y tiene todava en parte unaire semicolonial, sobre todo en ciertos barrios de Buenos Aires.Lo tendr, en definitiva, hasta que no se integre en la Confedera-cin latinoamericana, que realizar nuestro destino histrico. Lapalabra factora atrae a Martnez Estrada nicamente por susefectos acsticos. No implica para l un problema especial: pro-fundizar su sentido lo llevara a conclusiones peligrosas, comoexplicar, por ejemplo, la significacin de la oligarqua agrope-cuaria, del capitalismo europeo colonizador o de nuestras gue-rras civiles. Implicaciones semejantes suscitan su repugnanciainstintiva. Prefiere descubrir problemas ms complejos y menoscomprometedores, como el del mestizaje.

    He aqu la terrible palabra, la palabra proscrita: mestizaje, clavede gran parte de la historia iberoamericana. La tragedia de los

    pueblos suramericanos en su cuerpo y en su alma que pertene-cen a dos mundos separados; el secreto de la violencia y el en-cono que el mestizo lleva en su sangre y en su espritu.

    Para nuestro autor, las incesantes luchas interiores, la mutabili-dad de los regmenes polticos, las crisis sociales, la intervencincreciente del imperialismo, la agona de la economa natural, elpredominio de la oligarqua extranjerizante, desptica e ilustraday la balcanizacin de Amrica latina en veinte estados ficticios,no tiene ninguna importancia, o mejor dicho, escapan a su visin.Su verbalismo ideolgico prefiere encontrar en el fenmeno delmestizaje producido por la fusin de los descendientes de losconquistadores y de los inmigrantes con las razas aborgenes laclave de un "resentimiento", de un "encono" y de una "violencia"que constituira el gran problema de nuestra historia. Como esnatural, el papel en blanco es inerme y acepta todo lo que se leimponga. Pero un escritor laureado sabe cules son los lmitesdel pensamiento y la petit histoire del coraje intelectual. ParaMartnez Estrada

    sera ociosa toda averiguacin del sentido de nuestra historia yde los dems pases suramericanos si se prescinde del proble-ma moral del mestizo.

    En apoyo de su indagatoria se funda en el libro ms dbil deSarmiento (Conflicto y armona de las razas en Amrica). De estepresunto conflicto racial Martnez Estrada deriva una conclusin:

    el gaucho era eso: resentimiento.

    Arrojar sobre los hombros del mestizo y de la fusin racial lasdesgracias de una nacin en formacin, constituye una de lastesis ms placenteras y ms difundidas que el imperialismo con-temporneo puede acoger en nuestros das.

    Nuestro autor sabe tambin escoger sus autoridades. Con inva-riable respeto cita frecuentemente a Paul Groussac, cuya obse-cuencia hacia Mitre y su impermeabilidad ante la realidad argen-tina constituyen sus ttulos habilitantes. Al apelar a la palabra deGroussac, nada menos que sobre el gaucho, Martnez Estrada UNTREF VIRTUAL | 13

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  • designa como juez al abogado de Mitre, enemigo mortal del gau-cho. Pero como el prestigio dei gauchaje ha llegado a ser unacaracterstica nacional insoslayable desde el juicio de San Mar-tn, nada le cuesta a Groussac elogiar al gaucho y hacerlo servira sus fines:

    Con estos mismos gauchos sufridos y aguerridos -escribe el in-telectual francs-, nuestros liberales acosaron a Rosas; y conellos por fin la Repblica Argentina desaloj de su guarida delParaguay al dictador espeso y vulgar que aplastaba a ese pobresuelo, histricamente predestinado a tan diversas tiranas.

    Varn prudente, Martnez Estrada no comenta esta monstruosi-dad. Deja flotando en el nimo del lector la idea de que SolanoLpez era un Tamerln nacido en la selva y aparenta ignorar quefue el jefe del pueblo paraguayo, diezmado por la coalicin ar-gentino-brasileo-oriental. La guerra del Paraguay fue inspiradapor el capital britnico y execrada por las masas popularesargentinas. Dirigida por Mitre, constituy el ltimo captulo de ladisgregacin nacional en el Ro de la Plata. El Martn Fierro deJos Hernndez naci directamente de la indignacin popular noslo ante el exterminio de los gobiernos federales del interiorargentino, sino tambin ante la naturaleza funesta de la guerradel Paraguay impuesta por la oligarqua portea en su calidad deprocnsul del capital britnico.

    Aunque la palabra patriotismo no le agrade a Martnez Estrada,la emplea, sin embargo, cuando la necesita, aunque sea en sen-tido negativo:

    En el Martn Fierro (sin patriotismo, sin grandeza, sin tendencia ala exaltacin) el epos est vivo y slo har falta remplazar... etc.

    Para Martnez Estrada el Martn Fierro ha dado lugar a una es-pecie de leyenda patritica que ha transformado al hroe delpoema en un dolo reseco estragado por los ateneos folklricos.En esta crtica culta subyace el desdn del intelectual europeopor lo nico viviente y nacional de la literatura argentina. Es unaaversin explicable. Bajo cierta pompa moral que aparece reinci-dentemente en el texto, Martnez Estrada tiende a deprimir cons-

    tantemente la idea misma de lo argentino. Afirma que nuestra li-teratura carece, fuera de

    los impromptus viriles de Echeverra, Alberdi y Sarmiento

    de un contenido valiente en defensa de la justicia:

    Acaso no haya pas alguno sobre la tierra con tal carcter de mo-deracin y de tolerancia para la iniquidad y la infamia.

    El autor que comentamos parece ignorar la historia poltica y lasluchas sociales de nuestro pas, puesto que si dejamos de ladola heroica y desgarrada crnica de la poca de las masas y laslanzas, de la que Martn Fierro es un testimonio no pequeo, elltimo medio siglo, particularmente a partir de 1916 y 1945, ex-presa bien a las claras que las masas trabajadoras argentinashan sabido batirse. La literatura poltica, si no la literatura a se-cas, ofrece testimonios reflejos. La afirmacin de que no hay passobre la tierra con tal carcter de moderacin y tolerancia para

    la iniquidad y la infamia

    pertenece al conocido mtodo de amenazar con la espada sinsacarla de la vaina. Con frecuencia este autor parece que va acombatir. Pero, o no pasa nada, o combate del otro lado de labarricada.

    Juzgar como Martnez Estrada que el espritu del miedo

    sofoc en Hernndez una bella disposicin natural a marcar confuego a los impostores y a los explotadores de la ignorancia y de lamiseria y como industria subsidiaria de la riqueza pblica y privada

    y declarar que Martn Fierro

    es un poema evasivo,

    significa trasladar todo el anlisis a la esfera de una cegueracompleta, o ejercer una verdadera burla.

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  • El mismo gnero de escritor que reprocha a Hernndez el hechode que su

    intencin de cantar la verdad es reprimida

    es el que hace una profesin del desprecio a la poltica y al dra-ma social, y destaca generalmente su inclusin en la obra arts-tica como un elemento extrao, partidario y descalificador. En suafn de originalidad, o ms bien en su necesidad de agotar enun examen particularizado y extenuante el sentido central delpoema, Martnez Estrada llega, como se ve, a conclusiones sor-prendentes. Lo nico que resta es acusar a Martn Fierro de serun poema hermtico. Sin embargo, as lo insina varias vecesnuestro enredado autor.

    Jos Hernndez, "burgus descontento"

    Otras novedades nos reserva Martnez Estrada en esta "inter-pretacin de la vida argentina". En el captulo titulado "Poltica ypolticos", prosiguiendo su tentativa de disminuir la personalidadde Hernndez, Martnez Estrada intenta demostrar que el autorde Martn Fierro era simplemente un militante banderizo, unmontonero irracional de la poltica argentina, pero de ningn mo-do un representante popular imbuido de una concepcin cohe-rente de nuestra realidad. De este modo, Martnez Estrada, cuyavulnerabilidad en la crtica histrica es pattica, declara que esuna inconsecuencia de Hernndez (defensor de los caudillos,partidario de Lpez Jordn y enemigo de Mitre) su defensa de lacapitalizacin de la ciudad de Buenos Aires. Lejos de disminuir lalgica poltica de Hernndez y del movimiento federal democrti-co del interior, esta actitud de 1880 confirma por una parte que sibien Hernndez no haba ledo a Nietzche ni tena una bibliote-ca poblada, posea en cambio ideas perfectamente claras conrespecto a la realidad de su patria.

    La capitalizacin de la ciudad de Buenos Aires fue resistida porla oligarqua portea y particularmente por la clase ganadera dela provincia. Signific en verdad una victoria del interior argenti-no contra la tradicin absorbente de la ciudad-puerto, que cons-

    titua una canonga especial de la provincia y la fuente principalde sus recursos para imponerse al pas empobrecido. La federa-lizacin de Buenos Aires impuesta por Roca (apoyado en el com-plejo de fuerzas de las provincias mediterrneas) sancion enese momento la derrota de la oligarqua bonaerense y obtuvouna restauracin del equilibrio argentino. La poderosa influenciadel capital europeo, por supuesto, volvi ilusoria ms tarde esarevancha del interior y puso en manos de la oligarqua bona-erense el control exclusivo del pas. Pero la posicin de Hernn-dez en el de-bate del 80 no era sino la continuacin y el rematede su trayectoria como federal democrtico. El puerto y la rentaaduanera pasaban a partir de esa fecha a la nacin, sus ingre-sos se distribuan a todas las provincias. Se destrua as el mo-nopolio de la aristocracia terrateniente de la provincia de BuenosAires sobre una fuente de riqueza que perteneca a todos losestados federados. La consolidacin de la influencia imperialistaeuropea en la vida argentina anulara por ms de un siglo estaconquista fundamental de la federalizacin de Buenos Aires.Pero esta fidelidad a s mismo no es comprendida por MartnezEstrada:

    En poltica, Hernndez no iba ms all de su experiencia y de suhonradez sin que jams alcance a trascender los lmites de lopuramente personal.

    He aqu lo que afirma nuestro ms profundo socilogo.

    La circunstancia de que Jos Hernndez, en los ltimos anos desu vida, haya actuado en las filas del roquismo (como amigo deDardo Rocha y de Avellaneda), motiva en Martnez Estrada unacuriosa observacin. Segn nuestro autor, Jos Hernndez ha-bra olvidado al gaucho desvalido para incorporarse a la planamayor de la oligarqua en el poder, fascinado por la nueva era deprogreso. Lo que Martnez Estrada no comprende es que en ladcada del 80, que presencia el apogeo del roquismo, es la oli-garqua bonaerense la que retrocede polticamente. Y es bajo elcontrol de Roca que las provincias del interior llegan al poder.Veamos qu es lo que escribe Martnez Estrada:

    Todo lo grande que haba en Hernndez, queda en el Martn UNTREF VIRTUAL | 15

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  • Fierro, cuya segunda parte acusa, a pesar de los amagos delprotagonista, un clima de concordancia en la misma direccin delos creadores de la Grande Argentina. Lo triste es que muere lomejor de s sumido en aquel fondo bondadoso de sus senti-mientos. Es la oligarqua precisamente la que llega al poder: losestancieros, los militares, los jueces, los pulperos. No es dudosoque, desaparecidos los motivos personales de lucha, resurge enl, desde profundidades gentilicias, lo que era autnticamentesuyo. Apenas quedan vestigios de su ardor panfletario, porque laVida de Pealoza y Las dos polticas no fueron fruto de su leg-timo amor al pas, de su meditacin sobre los problemas de suformacin y desarrollo que haban tratado a fondo Echeverra,Alberdi, Mitre y Sarmiento, ni de un designio de desenmascarara los traidores de los ideales de Mayo... Era hombre de limitadasaspiraciones sociales, un burgus descontento y disconformeque ms tarde se ufana en la contemplacin de un resurgir de lariqueza bajo el lema, similar al de Rosas, de "progreso y paz"

    Es fatigoso poner en orden esta erizada masa de absurdos. Re-sultara que la lucha de Hernndez (que se emparenta con latradicin del federalismo democrtico, con las montoneras, conles caudillos, con las masas del interior, con el gauchaje alzado)no habra sido inspirado por "su legtimo amor al pas", por su"meditacin sobre les problemas de su formacin y desarrollo",sino por el disconformismo de un burgus limitado. Sealemosde pase que acusar a Hernndez de burgus nacional es un elo-gio inmejorable, puesto que en un amplio sentido histrico le quetrataba de hacer Hernndez era justamente propulsar el desa-rrollo de una burguesa nacional, el avance de un capitalismoargentino necesario.Observemos el indisimulado elogio queMartnez Estrada hace a Mitre; no existe mejor salvoconducto enles crculos locales de la cultura imperialista. El mismo Mitre es-criba a Jos Hernndez en 1879, comentando el Martn Fierro:

    No estoy del todo conforme con su filosofa social que deja en elfondo del alma una precipitada amargura sin el correctivo de lasolidaridad social. Mejor es reconciliar los antagonismos por elamor y por la necesidad de vivir juntos, unidos, que hacer fer-mentar odios que tienen su causa, ms que en las intencionesde los hombres, en las imperfecciones de nuestro modo de sersocial y poltico.

    As se expresaba (con bastante lucidez en cuanto al significadodel poema) el responsable de las masacres de gauchos y el ins-pirador intelectual del asesinato de Pealoza. Martnez Estradacomenta ese prrafo de la carta de Mitre, calificndolo como

    palabras de nuestro ms grande historiador, tan en el modo deser y pensar general.

    Mitre nunca reflej el pensar ni el modo de ser general; fue unporteo tpico desvinculado del interior. Toda su histeria politicaes la histeria de la defensa de les intereses de les terratenientes,ganaderos y comerciantes de la provincia de Buenos Aires. Mar-tnez Estrada escribe sobre Hernndez:

    Qu pensaba del drama de nuestro interior? Crea efectiva-mente que eran los inmigrantes que venan a romperse las ma-nos en la tierra nunca labrada, a perder sus cras en la soledadsin asistencia mdica, a soltar hijas para que se las gozasen loshijos de los arrendadores, crea que eran esos pobres labriegoslos culpables? Crea que eran los comisarios analfabetos cuyabrutalidad estaba en razn directa del desempeo de su cargo,los causantes de la peste?... No era el gringo: era el pas sin bra-zos; era la herencia de haraganera y fraude de Espana enAmrica; el prejuicio contra los trabajos villanos; la falta de pro-fesin y oficio en los ricos y en los pobres; el sistema de asco yde ignominia en la que la Amrica hispnica haba vivido tres si-glos; la falta de sentido moral, de conducta limpia, de conformi-dad a las reglas del buen juego. Era la desordenada libertad deque disfrutaban el hombre y el animal de la campana por unaparte; y del ansia de mando, de la necesidad visceral de gober-nar aunque en pe quena escala (si no poda en una provincia, enla comisara); era la falta de un sentido de honor y de patriotismoen el ejrcito para la defensa de los principios y de las institucio-nes. La falta de ejrcito, porque las levas de indigentes, de vagosy de criminales no hacen un ejrcito: la falta de oficialidad, por-que los jinetes y los entorchados no hacen un caballero quemanda.

    La asimilacin del poblador de la pampa gringa con las socieda-des annimas del capital europeo, de les "factores morales" con UNTREF VIRTUAL | 16

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  • las reglas del buen juego britnico, la identificacin implcita de todolo villano y lo haragn en el criollo de tierra adentre y del trabajoaustero y la aptitud profesional en el extranjero, he aqu le que paraMartnez Estrada constituye une de les meollos de nuestro dramahistrico. Este ejercicio de distrada autodenigracin es tan viejocomo la histeria de nuestro coloniaje y tan falso como difundido.

    Es este sensato respeto per la interpretacin imperialista denuestra histeria poltica y literaria el que lleva a Martnez Estradaa escribir que

    el uruguayo Florencio Snchez y nuestro Hudson son excep-ciones, etc.

    En boca de este autor, decir "el uruguayo", equivale a expresar"el extranjero", puesto que, segn la ONU, Uruguay es una na-cin, aunque haya sido creada por Canning para bloquear a laArgentina. La referencia a "nuestro Hudson" no es menos reve-ladora: para Martnez Estrada el escritor de lengua inglesa es"nuestro" y el dramaturgo rieplatense, extranjero. Ya veremosms adelante en Borges idntico criterio.

    El lector no debe asombrarse: en la opinin de Martnez Estrada,el castellano ni siquiera es capaz de dibujar fielmente nuestropaisaje, nuestros problemas y nuestra fisonoma nacional.

    Lo cierto es que la lengua castellana tiene ya una tesitura, unatectnica que en teora no obsta, pero en la prctica s, al reflejofiel de ese mundo. Lo advertimos en el hecho de que la obra tra-ducida del ingls al castellano conserva mucho ms pura esasustancia nacional, netamente argentina, que la escrita por au-tores nuestros. Y es porque los autores nuestros, que puedendespojarse del influjo omnipotente del idioma cuando traducen,no pueden hacerlo cuando toman directamente de la realidad (p.418, II).

    Una monstruosidad semejante ha pasado sin comentarios en laArgentina; cuando el balbuceo intelectual se eleva a este nivel setransforma en infamia, y se desnudan vvidamente las reaccio-nes de este autor frente al pas al que niega en todos sus aspec-

    tos, incluso en su aptitud para forjar una literatura. La desesti-macin de nuestra lengua es el remate final de esta insoportabletrivialidad que descalifica a su autor como escritor argentino.

    Veamos sumariamente algunos otros juicios de este pontfice.Valora la Vida del general Pealoza, escrita por Jos Hernndezcontra Mitre y Sarmiento, como un trabajo que

    no contiene datos fidedignos ni doctrinas polticas.

    Dicho escrito, cuyos cargos son ilevantables y que la historia yaha juzgado, es

    una diatriba sin otra fundamentacin que la pasional. Necesita pre-sentar a la vctima como un varn de grandes virtudes patriticas.

    Tal estimacin no le impide a Martnez Estrada, por supuesto,ofrecer ms adelante una versin circunstanciada del asesinatode Pealoza que confirma en todas sus partes el relato de Her-nndez, calificado previamente como "diatriba". Contradiccionessemejantes no son infrecuentes en este autor, frutos ilegtimosde su compromiso con la oligarqua. sta ha procedido con jus-ticia, glorificando a su intrprete.

    La poltica como historia

    A Martnez Estrada le interesa tambin la poltica actual. Sus fre-cuentes alusiones a la misma se emparentan notablemente conel sistema de ideas que examinamos. El procedimiento para ana-lizar el pasado, como para evaluar el presente, est rodeado deuna deliberada confusin que ya nos es habitual, pero su pensa-miento es inequvoco. Despus de afirmar que

    no haba tampoco entonces -1858- polticos ni ideales patriticos,

    agrega que la situacin de 1858

    forcejea bajo la pelcula de 1880... la de 1930 bajo la de 1943 ysta bajo la de 1946... UNTREF VIRTUAL | 17

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  • Estas monstruosas analogas permiten, sin embargo, estudiar elpensamiento de Martnez Estrada: para l, como para muchos,la revolucin militar de 1943 reviste la misma significacin que larevolucin popular de 1945 y en consecuencia debe ser recha-zada como un todo en aras de una doctrina que Martnez Estra-da no ofrece. Un nihilismo semejante, expresado con frecuentessuspiros "democrticos", constituye, justamente, la plataformapoltica que sostuvo el capital europeo en el pasado y el imperia-lismo en el presente, para ahogar las tentativas de autodetermi-nacin nacional del pueblo argentino.

    El "intelectual puro" podr charlar sobre la metafsica en Kafka,se remontar a Tucdides, querr descender al averno dantesco,ser "independiente" de todos los intereses visibles e inmediatosy sostener a la literatura y al arte como una antorcha por encimade las desgracias y miserias terrestres; tambin podr descargarsu indisimulado fastidio contra la poca de las masas y las lan-zas cubriendo su examen con un objetivismo hipcrita; perocuando debe expresarse abiertamente sobre la realidad argenti-na se hace intrprete del pensamiento imperialista. Que es loque quera demostrarse.

    Creer el lector que exageramos? No. Martnez Estrada tieneideas bien claras al respecto. Con frecuencia usa la historia parahablar del presente. Mal le queda el papel de Esopo a este fabu-lista sin verdad. Pretendiendo aludir a la industria de guerra en lapoca de Rosas, hace una incursin a la actualidad al declararque ahora

    la industria pesada de guerra sostiene millares de personas sus-tradas a los trabajos agrcolas y los trabajos particulares.

    Vemos aqu al poeta ocuparse de la poltica. Sin embargo, olvi-da ilustrar a sus lectores sobre el hecho de que en un pas semi-colonial como la Argentina, la debilidad fundamental de la bur-guesa nacional y el estado de descapitalzacin completa delpas a que haba conducido el continuo drenaje operado por elcapital extranjero (sofocando el desarrollo industrial argentino),determin que el Estado se convirtiera en el banquero y el ejrci-to en su instrumento tcnico para echar las bases de una indus-

    tria pesada que ningn capitalista privado estaba en condicionesde financiar por tratarse de una rama econmica extraordinaria-mente onerosa en su etapa inicial. La naciente industria pesadaargentina ha

    sustrado a millares de personas a los trabajos agrcolas

    pero elevndolas a un nivel superior de civilizacin ofrecido porla economa industrial.

    Con la ambigedad que lo caracteriza, Martnez Estrada deseaadems persuadir al lector de que el ejrcito argentino levantafbricas con fines blicos; en realidad, sucede algo muy distinto.Las industrias militares financiadas con dinero del Estado e inte-resadas en la industria pesada, desempean en el momentoactual un papel fundamental para la industrializacin argentina.De los talleres administrados por el ejrcito la industria livianarecibe innumerables artculos metalrgicos imprescindibles parala satisfaccin del mercado interno y en ltimo anlisis para lacontinuidad del nuevo "standard" econmico del pueblo argentino.

    No tenemos ninguna necesidad de idealizar el papel de los mili-tares en el movimiento nacional, que slo logr salir de la rbitadel cuartel y trocarse en revolucin popular con la intervencinde la clase obrera. Pero es ineludible declarar que el "antimilita-rismo" de Martnez Estrada como el de otros seudoliberales porel estilo, se basa en una falsa identificacin entre la naturalezadel ejrcito en un pas semicolonial y el carcter del ejrcito enun pas imperialista. En Francia, por ejemplo, de cuyos produc-tos espirituales se ha nutrido Martnez Estrada, el ejrcito desem-pea una funcin contrarrevolucionaria, como puede apreciarseen la actuacin del militarismo francs en la lucha contra la inde-pendencia nacional de Indochina, su colonia. En la Argentina,como en Bolivia, y otros pases latinoamericanos, las circunstan-cias histricas han facilitado en la juventud militar la formacin deuna conciencia nacional y la adopcin de un criterio antiimperia-lista que ha llevado, en cierto perodo, al ejrcito argentino noslo a jugar un papel poltico activo en la vida del pas, sino adesempear actualmente un notable papel econmico. Es indis-cutible, por otra parte, que la presencia de la clase obrera en los UNTREF VIRTUAL | 18

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  • asuntos polticos argentinos ha enfriado estos entusiasmos na-cionalistas del ejrcito, pero no son estos matices los que preo-cupan a Martnez Estrada: su espritu rechaza en bloque todaaspiracin nacional que hiera al imperialismo, palabra que sulxico barroco parece ignorar.

    Pero que Martnez Estrada prescinda de mencionar al imperia-lismo o que hable de la poltica como de una actividad semide-lictuosa (excepto en Europa) no significa que no la practique. Porel contrario, este poeta deposita con frecuencia su huevecillo, supequeo tributo al amo. Su ejercicio de la poltica es ms mo-desto del que dejara suponer su estilo jactancioso. No hace msque repetir en su propia escala el despecho oligrquico. Alu-diendo al Martn Fierro y a su modo de expresin, escribe queposee

    un carcter muy argentino, en cuanto el ciudadano tampocosabe -en la ciudad ni en el campo- qu es lo que quiere, ni cmoni por qu. La lengua denota un estado difuso, malestar, msbien que un fin preciso. Esa es, en resumen, la doctrina socialargentina, la filosofa y la poltica: el descontento, la mortifica-cin, el encono sin poder concretar qu es lo que se quiere (aun-que mejor se concreta lo que no se quiere). En tal sentido, ellenguaje del Martn Fierro es en su mentalidad ms argentino ynacional que en su analoga, prosodia y sintaxis. Hoy mismo[1946] es el estado de nimo de los trabajadores, los diplomti-cos, los estadistas, los legisladores, los polticos, los periodistasy los escritores. Nadie sabe qu es lo que ocurre ni cmo reme-diarlo, y en ese estado pasional, amorfo, la lengua no puedetener una nitidez y concrecin de que carece el alma.

    El estado difuso, el malestar, la imprecisin y la perplejidad delas almas, la ausencia de remedios y la impotencia de la lenguapara reflejar la vastedad de este verdadero colapso, no consti-tuyen acaso la mejor descripcin del estado de nimo de la oli-garqua imperialista argentina poco despus del comienzo de larevolucin nacional popular de 1945? Saber evocar con las pala-bras justas un hecho cualquiera, ya es un mrito, aunque no

    otorgue a Martnez Estrada el ingreso a las cumbres del arte.Slo observaremos que el pueblo argentino de 1872, como el de1945, saba lo que quera; pero si el primero fue vencido, el se-gundo result vencedor. Martnez Estrada no puede comprenderel pasado por-que el presente lo acorrala. El imperialismo gua supensamiento (que el poeta cree alado) y lo empuja por senderospreestablecidos. Slo le permiten reescribir nuestra historia connuevas metforas, pero en materia de ideas nada hay en Mar-tnez Estrada que Mitre no haya sancionado.

    Es difcil seguir el pensamiento desarticulado de este escritor.Pasa de un punto a otro, retoma temas anteriores, sale de la pro-sa para entrar en lo potico, y constantemente su acrobacia ver-bal se complace en frmulas arbitrarias. Dice, por ejemplo, refi-rindose a Hernndez:

    Su miedo personal, sus limitaciones, estn en l mismo y se evi-dencian en su filosofa poltica como legislador.

    Lo nico evidente es que el miedo de Hernndez como poeta olegislador no aparece en parte alguna. Por el contrario, es el te-mor de Martnez Estrada a abandonar todas las mscaras el quese revela en su crtica.

    Despus de aludir incesantemente a las limitaciones, a la rustici-dad e incultura de Hernndez, a su inconsciencia de la obra queescriba, a su escaso nivel poltico y espiritual, Martnez Estradano vacila en citar un fragmento de la carta que Hernndez envia sus editores:

    Quiz tenga razn Pelliza al suponer que mi trabajo responde auna tendencia dominante en mi espritu, preocupado por la malasuerte del gaucho. Mas las ideas que tengo al respecto las heformado en la meditacin y despus de una observacin cons-tante y detenida. Para m, la cuestin de mejorar la situacin denuestros gauchos no es slo una cuestin de detalles de buenaadministracin, sino que penetra algo ms profundamente en laorganizacin definitiva y en los destinos futuros de la sociedad, ycon ella se enlazan ntimamente, establecindose entre s una

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  • dependencia mutua, cuestiones de poltica, de moralidad admi-nistrativa, de rgimen gubernamental, de economa, de progresoy de civilizacin.

    El autor revela aqu ms "conciencia" que su altivo exgeta!Inquieto quiz de que la propia adopcin de un tema tan nacionalcomo el estudio del Martn Fierro pudiera despertar sospechas dexenofobia en el ambiente a que pertenece, Martnez Estrada seapresura a declarar de una manera en apariencia incidental que

    el sentimiento correlativo a las supersticiones, a la psicologa delhombre inculto, es el patriotismo, que forma un sentimiento indi-soluble con l.

    Despus de afirmar tranquilamente esta enormidad (puesto quesin la existencia del patriotismo y de un sentimiento de lo nacio-nal, sera inexplicable todo el mundo moderno a partir de la Re-volucin francesa), Martnez Estrada declara que el gaucho noera patriota. En apoyo de su tesis comenta que

    al contrario, Picarda expresa que el gaucho es un argentino paraque lo hagan matar.

    Esta dislocacin flagrante del pensamiento del personaje de Her-nndez, significa precisamente lo contrario. Pero trampas de talndole no le impiden a Martnez Estrada, a quien no arredran lascontradicciones, apelar al testimonio de Joaqun V. Gonzlez,que afirma precisamente lo opuesto:

    Todos sus alzamientos y rebeliones [las de los gauchos], susbrbaras exacciones y su invasiones feroces, iban dirigidos con-tra los que ellos llamaron los enemigos de la patria, y aunque al-gunos de sus caudillos tuvieron intervenciones perversas e in-tenciones criminales, la masa que obedeca a sus sugestionesmalditas no vean sino la razn aparente que ellos ponan antesus ojos con todo el valor de la verdad...

    Llegado a este punto, Martnez Estrada ha debido preguntarseun poco azorado si en el fondo no estara levantando el teln dela historia falsificada. Reacciona en el acto y limpia su alma:

    No es lo grosero, la liberacin de las tradicionales pautas decorreccin y de alambicamiento de la poesa lo que nos satisfacetan ntimamente en el Martn Fierro? No ser un poema del odiocontra lo correcto, lo amanerado, lo artificioso, un contrapoema?No hay un encanto pecaminoso en encontrar excelsitudes en lavillana? No es se el espritu de los iconoclastas? Somosiconoclastas los admiradores del Martn Fierro? Simpatizamoscon su prdica antigubernamental, antipolicial, anticulta por des-contento con la sociedad en que vivimos? Es el poema, comoel nacionalsocialismo, una invencin adecuada a las necesida-des de envilecimiento y brutalidad del hombre, a su instinto dedestruccin y apostasa? Estamos en presencia de un activadorde los instintos bajos, los que la literatura culta se ocupa preci-samente de amortiguar?, etc.

    Dejamos por cuenta del lector la interpretacin de este galimatasdonde la libertad del arte proclamada por estos doctores del es-pritu encuentra su campo ms sublime. Digamos solamente quela inesperada mencin del nacionalsocialismo, ligada al naciona-lismo democrtico de Jos Hernndez no es una mencin acci-dental, sino absolutamente necesaria en el pensamiento de Mar-tnez Estrada. Todo lo nacional es para este autor y congneres,fascismo, terrorismo o cuatrerismo. Esta vulgaridad ideolgica esla moneda falsa del imperialismo "democrtico" en nuestro con-tinente. Ese es el motivo por el cual Martnez Estrada califica laopinin de Mas y Pi sobre el Martn Fierro ("hay en esa reivindi-cacin de Martn Fierro un exagerado prurito patritico") como laopinin

    ...ms cierta y ms sensata que se ha dicho hasta hoy.

    Y ese autor, que ha comparado a Mitre con Plutarco, que hapuesto el verismo de Sarmiento por encima del de Jos Hernn-dez, que ha hecho todos los esfuerzos para disminuir la estaturapoltica del autor del Martn Fierro, y que ha opuesto el juicio deun europeo insignificante (Groussac) al de un argentino eminente(Lugones ), llega al fin de su examen y se ve en la obligacin dedictaminar. Veamos qu sentencia:

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  • Hay que tener en cuenta que el mundo del Martn Fierro, es esemundo informe, el del caos primitivo, el de las regiones del pla-neta an no civilizadas, el de los climas que rechazan la vida, elde las temperaturas malsanas, el de las zonas epidmicas: elmundo inevitable. Todos sus representantes estn al servicio depotestades incgnitas como en La muralla china de Kafka, aque-llos seres de un imperio de miles de millones de habitantes y demillones de kilmetros cuadrados estn al servicio de un empe-rador arcaico, lejano, ya inexistente, que imparti sus rdenesdecenas de siglos atrs...

    Prosiguiendo este viscoso laberinto agrega:

    El Martn Fierro tambin es un captulo simblico de esa luchauniversal (contemplemos sus rastros en Europa) donde el hom-bre como ente de una naturaleza despiadada destroza con suspropias manos aquello que le es ms querido.

    Al selar a ciertas fuerzas misteriosas (que slo l adivina) y queson las que determinan los males reflejados en el Martn Fierro,Martnez Estrada declara:

    En ese sentido profundo toda esta porcin del Continente, yAustralia, sin duda, est sometida a esas fuerzas telricas quese personifican en los hombres eminentes y que se metamor-fosean en sus empresas y se instalan en los rganos de nuestroprogreso, en las mquinas, en los edificios, en los puentes, enlas escuelas, en las cunas, en los estandartes. En seguida quefijamos en alguien esas fuerzas, que dejamos de percibir lasdivinidades para entretenemos en sus vctimas que casi siemprellamamos victimarios, el problema se escamotea y nos hallamosante indescifrables enigmas... Surge del Poema el carcter arbi-trario del poder que es ejercido por no se sabe quines y con quobjeto... Pesa el poder sobre los ciudadanos como una amenazapermanente, como una divinidad infernal que exige el sacrificiode vctimas al azar y que nunca se sabe dnde estirar su zarpa,a quin ha de destruir. Es una fatalidad, una divinidad maligna dela que slo puede escapar el infortunado mediante frmulas deconjuro ms que de procedimiento, que es la que da con eternafilosofa el viejo Vizcacha.

    Como ha llegado ya el momento de cantar claro, pero el libro yaest concluido, Martnez Estrada se vuelve ms oscuro quenunca. Al evocar a los personajes de Martn Fierro inserta sufrase final:

    Si alguien les dijera que slo han sido imgenes de un sueno, ytodo una angustiosa pesadilla, podran convenir en que s, aun-que sin conceder que las imgenes de la vigilia sean ms ciertasen la urdimbre de la realidad impenetrable.

    Aquellos mismos intelectuales de la generacin del Martn Fierro(los de la calle Florida) que se burlaban de la presopopeya deRicardo Rojas y de la falsa solemnidad de la generacin "mo-dernista", que satirizaron a los cisnes de engaoso plumaje deDaro, que se rieron de sus Marquesas, que sonren an frente alos malos versos de Manual Ugarte y se callan con incalculablecobarda acerca de su eminente significacin en la vida cvica delpas, todos esos antiguos vanguardistas de diccionario tienenahora un buen ejemplo para rerse. Tienen ahora en sus propiossantones de la literatura falsamente nacional una excelente ma-teria para la stira. Que ran si pueden.

    Borges, bibliotecario de Alejandra

    Valry, a quien admira nuestra "lite" literaria como a la encarna-cin del intelectual, procla