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¿Qué es UNICEF? · ¿Qué es UNICEF? Justo, la vaca y Maritza Un Corazón para Leonor La Macicleta La Grandeza de Santiago La Sabiduría del Gigante Viviendo con Henry 4

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¿Qué es UNICEF?

Justo, la vaca y Maritza

Un Corazón para Leonor

La Macicleta

La Grandeza de Santiago

La Sabiduría del Gigante

Viviendo con Henry

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Todos sabemos que los niños tenemos derechos. Lo que hace UNICEF es que los niños y niñas tengamos la posibilidad de conocerlos, protegernos gracias a ellos y que las autoridades cumplan con estos mandatos para que así todos podamos tener una vida digna, justa y feliz. Para lograrlo UNICEF se guía en la Convención de los Derechos del Niño (CDN) y trabaja para que nuestra supervivencia, el desarrollo de nuestra niñez y la protección que merecemos estén presentes y lleguen a todos los niños del mundo. Al hacer esto, se cumple con los Objetivos de Desarrollo del Milenio que son una serie de medidas para mejorar no sólo la calidad de vida de los niños, niñas y adolescentes sino la calidad de vida de la humanidad. UNICEF responde también en las emergencias brindando ayuda humanitaria y protegiendo los derechos de los niños.

UNICEF llegó al Perú hace ya varios años, en 1948 para que los niños que viven en zonas alejadísimas, aquellos que son discriminados y todos los que viven en la pobreza puedan

superarse, se desarrollen y salgan adelante. Para lograrlo, contribuye con el Estado peruano en el cumplimiento del Plan Nacional de Acción por la Infancia 2002 – 2010, las políticas del Acuerdo Nacional relacionadas con nosotros los niños, y con los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

¿Dónde trabaja UNICEF? Pues lo hace a nivel nacional y en algunas regiones andinas y amazónicas donde los niños se encuentran alejados de las zonas urbanas, no tienen escuelas de calidad, los centros de salud son escasos y su situación es muy difícil. Para lograrlo, trabajan con un profundo respeto por las diferentes culturas que encierra nuestro país y con una especial atención en la situación de la niña, muchas veces discriminada por el sólo hecho de ser mujer. Algo que nunca debería de ocurrir.UNICEF es nuestro amigo. Démosle un abrazo y aquí van sólo algunas historias que demuestran cuán grande es nuestra amistad.

ierto día en el pueblo de Omacha en el Cuzco, una vaca se perdió. Un día antes, el

dueño del animal, don Antonio Inga, le ordenó a su hija Maritza que fuera a pastear a la vaca a terrenos frescos, pero la niña le pidió a su padre que la dejara ir a la escuela. Que ella se había preparado mucho sobre un trabajo de hortalizas que dejó la maestra y que no quería faltar. Que en todo caso podía mandar a Justo, su hermano, que había ocioseado toda la tarde anterior y que no había hecho nada de la tarea. A regañadientes, don Antonio aceptó el trato y envió a su hijo varón a pastear a la vaca. Justo se fue feliz, caminando con el animal por el campo hasta llegar al arroyo donde estaban los mejores pastos frescos de la comarca. Se acomodó cerca de una sombra y luego de jugar echando piedras al río se quedó dormido. Tanto tiempo se habrán cerrado sus ojos que cuando los abrió, de la vaca no había ni el rastro.

Corriendo y derramando lágrimas de susto, el niño llegó a su casa y fue de prisa al corralón con la esperanza que Eugenia, que así se llamaba la vaca, haya regresado por su propia cuenta y riesgo. Pero el animal no estaba allí. Dio vueltas por todo el lugar hasta que de pronto se topó con la figura de su padre que traía un ronzal en la mano. Un ronzal es una cuerda anudada en puntas que cuando cae en el cuerpo de cualquier persona deja unas marcas profundas y horribles en la piel. No tuvo tiempo

de escapar. Lo agarraron de la oreja y lo metieron de un empujón a su casa. Su piel se erizó pensando en el dolor que le causarían los golpes con aquel ronzal, pero cuando por fin abrió los ojos, sintiendo que los pasos de su padre se alejaban y nada sucedía, vio a su hermana frente a él. Estaba con la blusa rota y las marcas de los golpes por todo su pecho. Su falda también estaba partida en dos y sus piernas sólo reconocían el

color rojo de su sangre. Su cara estaba hinchada y sus ojos chinitos de tanto derramar lágrimas. “Mi papá me pegó” –le dijo a su hermano– dice que yo tengo la culpa que la vaca se haya perdido. Que no debí ir a la escuela, que yo debí sacarla a pastear. Y me ha dicho –dijo haciendo sonar su llanto– que nunca más iré a la escuela. Que ese no es mi lugar. Que mi sitio es aquí, con mi mamá en la cocina, con la vaca, con el mandado”.Justo tuvo tanta pena en su corazón que se paró como un rayo y salió corriendo de su casa y no paró hasta donde

vivía la señora Dominga Pérez. Ella era la Defensora de su Comunidad y su padre siempre había hablado mal de ella. Decía que era una mujer ociosa y metiche que en vez de cuidar de sus hijos y su marido andaba metiendo las narices en la casa de otros. Justo, con el corazón latiéndole como un rayo tocó la puerta de la señora Dominga y le contó todo lo que había pasado con él, con la vaca y con su hermana. Luego se sentó a esperar. Vio cómo todo un grupo de gente con la señora Dominga a la cabeza atravesó la plaza y

llegó hasta su casa. A los gritos sacaron de allí a su hermana y la llevaron donde una tía que le curó todas sus heridas. Luego un grupo de hombres y mujeres regresó para hablar con su papá. Justo nunca supo qué fue lo que le dijeron, pero a decir de su imaginación, fueron palabras mágicas. Porque desde entonces, los ronzales desaparecieron y todos los días, sin que falle uno solo, su padre desde la puerta gritaba los nombres de Justo y Maritza para que no se retrasen en el camino hacia la escuela.

Un día Justo le preguntó a su hermana si alguna vez su papá le había dicho algo después de aquella golpiza. Ella le respondió que no. Que sólo una vez, mientras se estaba acomodando sus trenzas, vino su papá y le tocó la cabeza. “Sus manos eran duras y pesadas –dijo Maritza– pero estoy segura que me querían pedir perdón”.

UNICEF trabaja actualmente con 2,100 defensorías a nivel nacional. En ellas se han trabajado tres tipos de campañas: derecho al nombre, a la escuela y al buen trato, con un énfasis especial en las niñas porque ellas suelen ser discriminadas sólo por su condición de mujeres. Las defensorías, organizadas por los propios pobladores de la comunidad, se aseguran que las niñas asistan a la escuela, hablan con los padres de familia que las maltratan y que las obligan a permanecer sin educación, tienen autoridad para denunciar el hecho y han logrado ser consideradas como la solución a los diferentes problemas de abuso que existe en las comunidades.

l principio, Leonor pensaba que la gente podía vivir sin corazón. Ni bien nació la pusieron en el pecho de la mujer

que le dio la vida pero sus oídos pronto dejaron de escuchar los latidos que la habían acompañado durante 9 meses. Ella era muy chiquita para comprender aquella desgracia y mientras creció, su hermana mayor fue quien se ocupó de alimentarla, vestirla lo mejor que pudo y enseñarle las habilidades de cómo manejar aquella casa en medio de la selva donde vivían. Pero un buen día, a su hermana mayor también le creció el vientre, inmenso como una montaña y fue entonces que Leonor volvió a sentir lo mismo que cuando nació. Tenía los ojos bien abiertos cuando la nueva criatura vino al mundo y de pronto, casi instintivamente corrió a poner sus oídos en el pecho de su hermana para volver a sentir cómo aquel galope se iba apagando lentamente, sin remedio, y aquella mujer que había sido como su madre partía hacia un lugar que recién supo, era la muerte.

Leonor, a sus seis años, quedó a cargo del nuevo bebé y las dos, en manos de la hermana que les seguía, una jovencita de doce años. Al poco tiempo a esa niña, tierna aún, también le empezó a crecer el vientre. Leonor entró en pánico. Ella estaba segura que

ni bien le creciera la barriga y el niño saliera de allí ese corazón también dejaría de funcionar. Y entonces, cuando eso sucediera, ella estaría sola en el mundo. Todas las noches, mientras la luna cubría el firmamento y el sueño envolvía a todos los habitantes de aquel lugar, Leonor ponía sus oídos en el corazón de su hermana y empezaba a llorar. Hasta que un día ocurrió un milagro. Estaba la niña lavando la ropa al borde del río cuando vio que a una vecina suya, también con el vientre crecido se la llevaban lejos, antes que dé a luz, a un lugar que le decían, La Casa de Espera. Leonor preguntó qué cosa era eso y le contaron

que era un sitio donde las mujeres embarazadas llegaban y unos hombres y mujeres las ayudaban, las atendían y luego las llevaban a que den a luz con otros hombres y mujeres que sabían cómo hacer para que todo saliera bien.

Leonor llegó corriendo a su casa y habló día y noche de esa Casa de Espera. Convenció a su hermana de ir al puesto de salud y cuando faltaba poco para que naciera el nuevo bebé ambas partieron hacia ese lugar. No era un sitio muy diferente a la casa donde ellas vivían. Los responsables dejaron entrar a Leonor, a la comadrona, y las dejaron vestir, peinar y cuidar

a su hermana hasta el último instante. Hasta que un buen día llegó el momento y la hermana de Leonor fue llevada a un centro de salud donde dando gritos desgarradores entregó al mundo a una nueva criatura. Leonor que estaba esperando el momento en que la muerte, acechante, e insensible, entrara por la puerta para llevarse a su hermana, se acercó corriendo hacia donde ella estaba y la abrazó tan fuerte como pudo y puso sus oídos muy cerca de su corazón. Pero esta vez, a diferencia de las anteriores, ese sonido no se apagó. Siguió latiendo mientras Leonor

lloraba. Lloraba como si recién acabara de nacer. Como si por fin, la vida le hubiese devuelto el latido de su madre, de su hermana que la crió, como si por fin, el mundo le hubiese entregado el corazón que ella necesitaba para vivir. Lloró de felicidad mientras le hacía adiós a la muerte. Mientras le decía que esta vez, ese corazón sería para ella. Que ese sonido maravilloso todavía tenía mucho que tocar aquí en la tierra. Que esta vez, la magia de la vida había ganado. Que esta vez la señora muerte tenía que regresarse por donde vino, con las manos vacías.

UNICEF trabaja con el Ministerio de Salud a través de las “Casas de Espera Materna”, un lugar donde las mujeres que viven en las zonas más alejadas de los centros de salud, llegan con sus familias y esperan el momento del alumbramiento. Este trabajo se realiza respetando la cultura de aquellas poblaciones que viven muy lejos y tienen costumbres diferentes. Esto ha originado que más mujeres de estas zonas ya no den a luz en sus casas y se acerquen a los centros de salud. De esta manera se ha reducido el riesgo de morir al momento del parto. Hasta el momento existen cientos de Casas de Espera que han beneficiado a miles de familias y han sido reconocidas por el gobierno como una experiencia exitosa para el trabajo en las comunidades y su desarrollo se ha incorporado dentro de los planes de salud. Además, UNICEF ha trabajado una política de interculturalidad, es decir de respeto entre culturas, que ha logrado que en muchos lugares del país los servidores de salud y la población puedan intercambiar sus experiencias y en base a ellas desarrollar estrategias que han permitido que las familias recurran cada vez más a los puestos de atención.

on Pedro era una de esas almas libres que vivía como viven los pájaros, cambiando su plumaje de un lugar a

otro. Andaba caminando de pueblo en pueblo, de comunidad en comunidad, de aldea en aldea. Había aprendido a comer picuro en la selva y a beber masato con los huambisas. Celebraba feliz un plato de chinguirito en el norte y con la misma alegría devoraba una pachamanca en algún poblado de Junín. Sus pies habían recorrido los montes verdes y los montes áridos, los caminos empedrados y los de asfalto. Era un hombre que creía haberlo visto todo en este país, hasta que de pronto al doblar una esquina en uno de los caseríos a los que llegó, casi se cae de espaldas. Allí mismo, en medio de la nada, en la plaza central de aquella casi aldea se erigía imponente un monumento de cemento que estaba a punto de rozar el cielo. A su alrededorunas bancas de cemento enclavadas en la tierra y alrededor de toda esa portentosa construcción, las casitas del pueblo luchaban para que no las levante en peso el viento del mediodía.

Anonadado como estaba de ver esta construcción en un pueblo tan pobre, don Pedro decidió echar un vistazo por las casas vecinas y se dio con la sorpresa que al frente de la plazuela había un colegio. Entonces decidió mirar por la ventana. Adentro la profesora trataba de jugar con los niños a encontrar palabras. Ella dijo: “Yo voy a pensar en una palabra y ustedes la tienen que adivinar. Mi palabra comienza con SA”. La clase enmudeció. Los rostros de los niños se quedaron inmóviles y no había forma de hacerlos

hablar. Hasta que finalmente la maestra tuvo que decir que su palabra era sapo. Como no le daba resultado ese juego, decidió sacar a un niño al frente a que piense en una palabra que empiece con MA. Caminó hacia el sitio de Miguel y cuando el niño dijo que ya tenía su palabra, la clase volvió a enmudecer. La profesora entonces empezó a dar alternativas para adivinar la palabra del pequeño: madera, martillo, maceta, malita, mantequilla, matemáticas, mamita,…Pero el niño movía la cabeza

y decía que no. Que esa no era su palabra. Entonces la profesora continuó: mazorca, maleta, mamacha, Matilde, macho, …pero nada. Cansada de pensar palabras y que su clase esté enmudecida, dijo: -Miguel, estamos rendidos, dinos por favor cuál es tu palabra. Y Miguel sobándose las manos dijo bien fuerte: MACICLETA.

Don Pedro que tenía la oreja bien pegada a la ventana

escuchándolo todo dio una sonora

carcajada que hizo retumbar la escuela.

Todos voltearon a verlo y la profesora lo invitó a pasar. “Oye, Miguel ¿no habrás querido decir Bicicleta?”, dijo mientras entraba sonriente. Estaban en una escuelita rural en la que los asientos para los niños se los habían pedido prestados a la iglesia y había una sola profesora para todos los grados. En el poco tiempo que estuvo allí, la profesora le contó el drama de la escuela: que no tenían libros, que los

útiles que les llegaban no eran suficientes. Que los niños andan mal alimentados, que muchos vienen sin desayuno, que sus padres no pueden comprarles cuadernos hasta la época de cosecha que es cuando tienen un poco de platita. Y que ella se siente triste por todo eso.

Don Pedro entonces recordó que hacía apenas unos días había leído en el periódico que el estado había aumentado

el gasto que hace por cada niño en el Perú en el tema de educación. Osea que si en el 2004 gastaba por Miguelito 862 soles, para el 2004 ya gastaba 1,122 soles, o sea mucha más plata. Lo que no podía entender don Pedro es que si a Miguelito le tocaba ese dinero para su educación ¿dónde estaba esa plata? Cuando abandonó

el colegio, despidiéndose con los brazos en alto y regalándoles a todos

barquitos de papel, salió a la plaza y contempló el inmenso monumento a la

nada construido en medio de aquel pueblo. ¿Estaría en ese mamotreto de cemento el dinero de todos estos niños? Y así estaba pensando cuando de pronto una voz lo llamó desde lejos. Era Miguelito que venía corriendo con una naranja entre manos.-Es para ti Don Pedro. Para que no te olvides de nuestro pueblo y nos regreses a visitar.

Y se lo dijo con una alegría en los ojos que parecía que nada

grave pasara en su vida. Se lo dijo con una esperanza que contagiaba. Con una esperanza que parecía capaz de derribar los muros de la indiferencia y el abandono. Una esperanza que le hizo pensar a don Pedro que por más que nadie volteara a mirarlos, ellos todavía conservaban la fe. Esa fe que dice que mueve montañas. Esa fe que les hace estar convencidos, que algún día recibirán lo que realmente se merecen.

UNICEF trabaja para generar recursos que permitan cambiar la situación de los niños y niñas más desprotegidos del país. Impulsa además, que las instituciones de la nación a cargo de ello desarrollen políticas a favor de los niños y que la sociedad esté vigilante para que esto ocurra. Uno de los puntos más importantes es el de lograr que el dinero que el Estado invierte en los niños, niñas y adolescentes del Perú llegue verdaderamente a ellos y sirva para mejorar sus condiciones de vida y su futuro.

amá –le dijo un día Santiago a su madre, con voz preocupada– ¿por qué mi hermanito es tan grande?

Yo nací primero y ya tengo ocho años, en cambio él sólo tiene 5 y ya casi me alcanza.

María entonces dejó de acomodar la comida de los animales y le contó una historia a su hijo.

“Hace mucho, pero mucho tiempo, cuando a tu abuelo Antuco le llegó la hora de hacerse cargo de estas tierras, todavía era muy joven. Amaba su tierra como nadie y sembraba y sembraba sin parar. Sus frutos salían ricos y los vendía muy bien cuando iba al mercado de la ciudad. Pero cuando llegaba allá, el abuelo Antuco se daba cuenta que habían otros comerciantes que tenían frutos más grandes que los suyos, y él no entendía por qué”.

“Así pasó el tiempo hasta que un día llegó a este pueblo un grupo de hombres que le enseñaron unos trucos interesantes para hacer que a sus plátanos, mangos y paltas no les gane nadie.

Le enseñaron a abonar la tierra, a fumigar a los bichos que se comen sus hojas, a regarlas de una manera diferente para que la raíz dure más tiempo sana. Le dijeron que las plantas necesitaban del cuidado que se les da a los hijos. Que hay que protegerlas y tratarlas bien. Y así, poco a poco, después de varios sembríos y cosechas las cosas fueron cambiando. Las tierras del abuelo se hicieron más productivas y sus frutos fueron tan grandes como el de los otros comerciantes”.

“Eso mismo, papacito, –le dijo sobándole la cabeza a su

hijo– fue lo que me ocurrió a mí contigo y con tu hermano. Al principio, cuando estabas en mi barriga yo estaba tan feliz que sólo trabajaba y trabajaba duro en la chacra para poder juntar mi platita y que nunca te falte nada. Y así naciste tú. Y naciste lindo y sanito, pero yo me enfermé por un buen tiempo porque de tanto trabajar me descuidé y no comía bien, o comía tarde o no comía cosas que me alimentaban. Pero después pasó el tiempo y un buen día llegaron al pueblo unas personas que nos enseñaron cómo hacer para que nuestros hijitos nazcan más sanos

plantas curativas, del pago a la pachamama, y así, de esa manera las cosas fueron cambiando para todos”.

-¿Por eso mi hermano es más grande? –preguntó el niño. -Sí papi– le dijo la madre. Cuando nació él yo sabía más cosas que cuando naciste tú.El niño se quedó pensando por un buen rato hasta que por fin le dijo a su mamá:-Mami, haz sido bien sabia para aprender todo lo que te enseñaron. Cuando yo sea grande quiero ser tan sabio como tú.

todavía y nosotras no nos enfermemos. Nos prepararon en unas clases a todos los del pueblo y nos dijeron qué cosa debíamos comer, qué vitaminas debíamos tomar para que nuestros hijos nazcan fuertes, cómo debíamos organizarnos para vivir mejor y todos los del pueblo nos sentimos muy felices. Nosotros también les explicamos a ellos cómo

era nuestra forma de dar a luz, les contamos de

nuestras costumbres y les enseñamos

los poderes de las

UNICEF apoya los esfuerzos nacionales para reducir la cantidad de niños que nacen con bajo peso y con aquellos que padecen desnutrición crónica. También trabaja para reducir la mortalidad de las madres y de sus hijos y apoya permanentemente el derecho de todos los niños a recibir sus vacunas en el momento oportuno. Para lograrlo se apoyan programas de nutrición, salud, higiene y estimulación del desarrollo de los niños en las que coopera activamente la familia y la comunidad.

achi corría como alma que lleva el viento. Atravesaba con sus pies descalzos toda la selva inmensa con sus árboles

que medían como edificios de quince pisos y pisaba sin asco y con prisa a todas las hormigas y bichos que corrían tan apurados como él por ese gigantesco suelo. Iba apurado, con su cuaderno y su lápiz amarrado al cuello y llevaba puesto un short, que alguna vez fue pantalón, y un polo verde que le llegaba al ombligo. Corría y corría rozando su cara contra las plantas y evadiendo los troncos atravesados a la mitad del camino hasta que de pronto se cruzó con un gigante.

Era un tipo inmenso, con zapatos de esos que usan los militares, se había puesto el pantalón dentro de ellos y traía una camisa pegada al cuerpo por el sudor. El gigante caminaba delante de

él con una rapidez y una facilidad que parecía que los zapatos no le pesaban y sabía mover tan ágilmente su cabeza que en ningún momento se chocó ni medio milímetro con alguna ramita de las miles que hay por allí. Rachi se detuvo un poco para mirar hacia dónde se dirigía ese hombre tan extraño y tan alto, hasta que se dio con la sorpresa que aquel sujeto caminaba de frente y sin escalas hasta su misma escuela.

Cuando entró al salón, los diez chicos que estaban

jugando a aventarse las semillas de las plantas que sembrarían en la chacrita del jardín, se quedaron petrificados. El gigante los miró con sus ojos achinados, dejó su cartapacio encima de la mesa y vio cómo Rachi entraba al aula sin dejar de observarlo ni un segundo. El gigante pensó que si en ese momento de absoluto silencio él decía algo como

¡¡BU!! todos, sin excepción, morirían de un infarto. Entonces decidió hablar.

“Tsawajumek pegkeg tsawaje” (Buenos días, amaneció bonito el día) –les dijo y empezó a caminar por la clase mientras todos no terminaban de cerrar sus bocas. Y luego acercándose a Rachi le preguntó: “Wajupa mijanash ajutjamua” (¿Cuántos años tienes?). El pobre niño que no podía creer lo que escuchaban sus oídos contestó tartamudeando: “uwejan mai amua”, que quiere decir

“diez”. Luego el maestro le preguntó a otro niño lo mismo y éste le respondió: “uweja juinian kampatum ijuk”, que quiere decir “ocho”. El maestro sonrió y en su mismo dialecto awajum les preguntó cuál de los dos había nacido primero. “Yo”, contestó Rachi también en awajum y el maestro siguiendo el mismo idioma empezó un juego que los divirtió toda la mañana y que les hizo entender por fin donde estaba el truco para entender la magia de la suma y la resta. Apenas unos días antes, se acababa

de ir de la comunidad una profesora que sabía hablar mucho castellano pero muy poco awajum. Desde que comenzó el año les había tratado de explicar cómo era el tema del cinco más cinco, del número anterior y posterior, del mayor qué y el menor qué y de que si sumas nueve más ocho, primero pones el siete y llevas el uno. Y todo parecía tan difícil y complicado que Rachi pensó que ni los Apus de su pueblo podrían descubrir el secreto de las respuestas que a grito

pelado reclamaba la profesora. No le entendían casi nada porque todo lo hablaba en un idioma que ellos no habían escuchado nunca y les costaba mucho comprenderla cuando entre mortificada y molesta les exigía que le respondieran algo.

En cambio al gigante, cuyo nombre verdadero era Mauro Tsejem Untsui le entendieron todo desde el primer día. Después de jugar a las matemáticas, el profesor les dijo que el castellano lo

Makichik : 1Uwejan mai amua: 10Dawe mai amua: 20Uweja kampatum amua: 30

aprenderían después. Les contó que él también era awajum, que había vivido en una comunidad muy cercana a esa pero que al morir su madre, unos parientes que vivían en la ciudad se lo llevaron, lo educaron y ahora era profesor. La clase estaba feliz. Entendían todo lo que el profesor les explicaba y

hasta Rachi a quien casi no se le conocía la voz, participaba con tal empeño para descubrir las respuestas que al final de la clase, el gigante lo miró y le dijo: “Ame atinaitme uchi aishmag”, que quiere decir: “Tu serás un niño sabio”. Nunca nadie le había dicho eso antes. Ese fue sin duda el mejor día de su vida.

UNICEF, junto con otros aliados, trabaja para mejorar la capacidad de enseñanza de los maestros, brinda material educativo en la lengua materna de los estudiantes, promueve que todos los niños y niñas se matriculen oportunamente en sus escuelas, culminen la educación básica en la edad que les corresponde y que su paso por las aulas les sirva para entender y comprender todas los cursos que les fueron enseñados. De igual forma actúa junto al Ministerio de Educación en la promoción de la Educación Intercultural Bilingüe (EIB). La EIB está dirigida a los niños de habla diferente a la del castellano en las zonas rurales más alejadas donde los niños indígenas tienen menos acceso a una educación de calidad que responda a su cultura.

a hora del refrigerio había llegado. Las doce loncheras estaban ordenadas en fila india pero esta vez, a diferencia de los días

anteriores sólo un niño se apresuró en servirse. Parecía el retrato de la última cena, sólo que esta vez los apóstoles habían abandonado su lugar.

Un día antes, la abuela de Henry tuvo un encuentro con la profesora de la escuela. La señora, muy triste, le contó que los padres del niño habían fallecido de SIDA hacía un año y Henry venía haciéndose tratamientos médicos que originaban sus periódicas faltas al colegio. La maestra palideció como si fuera a desmayarse. No encontró palabras para responder a lo que acababa de escuchar y sólo atinó a decirle a la angustiada abuela que “se tomarían las medidas del caso para prevenir cualquier contratiempo”. Luego de eso la despidió sin darle la mano y se alejó.

Al día siguiente, la noticia se había esparcido como reguero de pólvora. Lo sabía desde el director hasta el portero, pasando por

los alumnos de cada aula y los servidores de limpieza. Cada uno tenía, obviamente, una historia distinta, una más grave que la otra, con aderezos inimaginables, con precisiones de cataclismo y había quienes aseguraban haber visto al niño sangrar por una herida en la rodilla después de un partido de fútbol. Cada chisme era peor que el otro. Y como nadie sabía lo que en realidad era esa enfermedad, ni cómo se contagiaba ni nada de nada pues todos se dejaban llevar por el comadreo, la habladuría y la falsedad. Por

eso cuando Henry llegó esa mañana a su salón, lo que encontró fueron muchos asientos vacíos. Mientras tanto en la oficina del director, el ambiente estaba a punto de convertirse en una hecatombe: un bullicioso grupo de madres, cada vez más molestas y alteradas gritaba palabras inentendibles. Lo único que los oídos de Henry podían captar era que muchas de ellas pronunciaban su nombre una y otra vez.

Aquel día sólo tres de los doce niños que compartían su clase

estuvieron con él hasta que de pronto, sus madres llegaron asustadas a recogerlos. La profesora no supo qué hacer y mirando a Henry de reojo le dijo que podía sacar su lonchera y comer. Ese fue el último día que el pequeño pudo entrar a ese colegio. Al día siguiente su abuela, con una tristeza inmensa en los ojos, le dijo que no se aliste, y al otro día también, y al otro día igual. Hasta que una mañana, aquella anciana que era todo lo que

tenía en el mundo lo alistó con prisa. ¿A dónde vamos abuela? –le dijo el niño, con curiosidad. “A parar de una vez este chisme que nos está arruinando la vida, mijo”–le respondió.

La anciana y el niño llegaron a la puerta del colegio, entraron a la dirección y la abuela con la voz serena pero firme le preguntó al hombre que

conducía ese colegio “¿Usted sabe qué es vivir con el virus del Sida? ¿Usted sabe cómo se contagia? ¿Sabe usted que no se contagia ni abrazando, que es lo que yo hago con mi nieto todos los días cuando lo acuesto, ni dando un beso como se lo doy yo todos los días antes que salga al colegio, ni se contagia leyendo un libro, ni hablando con la profesora? Pues yo vengo a explicarle eso a usted y a los profesores de esta escuela”. Luego de terminar con todo lo que había ido a decir, la abuela y el niño partieron hacia la UGEL, que es una oficina de educación donde se pueden poner quejas y luego de eso se fueron hacia los canales de televisión para contar lo sucedido. “Si hay que hablar sobre el SIDA, hay que hablar con la verdad”, les dijo a

los periodistas. Henry que ya sabía leer vio al día siguiente los diarios y se enteró de lo que había sucedido con sus amigos, con las madres de ellos, con los profesores y con el director. Todos le tenían miedo, todos creían que el virus que tenía en su cuerpo se podía contagiar con sólo mirar, con sólo un abrazo, con sólo un mal deseo. Y fue entonces que Henry lloró.

Semanas después de todo aquel escándalo le dijeron

que podía volver a su escuela. Cuando llegó, otra maestra lo esperaba y al entrar a su salón sólo siete amigos lo recibieron entre aplausos y sonrisas. Los demás ya no estaban. Sin embargo, ese fue finalmente un gran día. Cuando su abuela lo fue a recoger, Henry la abrazó muy fuerte. “Gracias por luchar por mí abuelita” –le dijo. Y ambos se fueron caminando abrazados por aquellas calles donde todos somos iguales ante los ojos de Dios.

UNICEF, junto a sus contrapartes, ayuda a que las madres portadoras del virus del SIDA, que están embarazadas, tengan acceso a los programas de prevención y así eviten que sus hijos nazcan con la enfermedad. Además de eso se trabaja para que los niños, niñas y adolescentes portadores del virus no sufran de discriminación ni en su escuela ni en la comunidad. Finalmente se promueve la creación de leyes y de un sistema de protección, cuidado y apoyo a los niños que viven con el VIH, a los que se quedaron huérfanos y a las familias afectadas por la enfermedad. Otro de los objetivos de UNICEF es que todos puedan tener acceso a la consejería y que las mujeres embarazadas, sus parejas y los adolescentes, sobre todo aquellos que viven en riesgo, puedan tener acceso a los análisis rápidos para determinar si han contraído el virus del SIDA.