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Presencia Del Creador en Sus Criaturas (Shalom) - Maximiliano Calvo Arino

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Presencia Del Creador en Sus Criaturas (Shalom) - Maximiliano Calvo Arino

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Colección SHALOM

1. Calidad de vida y seguimiento de Jesús. Eugenio Alburquerque.2. Todo por amor. Nada por la fuerza. Valentín Viguera.3. Encuentros de gracia y liberación. Eugenio Alburquerque.4. Lecturas sobre la Virgen. Bautista Araiz.5. Quiero ser Palabra. Ricardo Arias.6. Brille así vuestra luz. Thomas Menamparampil.7. Obispos que hablan claro. Adolfo Olivera.8. El ermitaño. José Luis Vázquez.9. Memoria de la Pascua de Jesús. Eugenio Alburquerque.

10. Arrepentíos y convertíos. Maximiliano Calvo.11. ¿Quién me hará temblar? Manuel Ruiz.12. Paciencia en el sufrimiento. Maximiliano Calvo.13. Respóndeme, Señor. Manuel Ruiz.14. Rasgos de espiritualidad salesiana. Juan E. Vecchi.15. Quién y cómo es Dios. Maximiliano Calvo.16. Los niños humillados. Medardo Sánchez Tejero.17. El hombre. Maximiliano Calvo.18. Dios también es amor. Maximiliano Calvo.19. Al Señor, tu Dios, adorarás. Maximiliano Calvo.20. 60 lecturas sobre la Virgen. Bautista Araiz.21. Frutos de otoño. Maximiliano Calvo.22. Reflexiones sobre la vejez. Leo E. Missinne, M. Afr.23. ¡Mar adentro! Juan José Bartolomé.24. Según se viva. Maximiliano Calvo.25. Queremos ver a Jesús. Juan José Bartolomé.26. Transformaos. Maximiliano Calvo.27. Educar apóstoles hoy. Juan José Bartolomé.28. ¿Cómo eres, Dios? ¡Dios! ¡Cómo eres! José María Rueda S.J.29. Presencia del Creador en sus criaturas. Maximiliano Calvo.30. Con la Sagrada Familia. Francisco Cabrerizo Miguel H.S.F.31. Como el monte Sión. Maximiliano Calvo.

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Segunda edición: febrero 2014.

Página web de EDITORIAL CCS: www.editorialccs.com

© Maximiliano Calvo© 2011. EDITORIAL CCS, Alcalá, 166 / 28028 MADRID

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación deesta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepciónprevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Diagramación editorial: Alberto DíezDiseño de portada: Olga R. GambarteISBN (pdf): 978-84-9023-527-0

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INTRODUCCIÓN

«Caminaré en la presencia del Señor en el país de losvivos» (Sal 116,9)

Presencia de Dios, entrar en la presencia de Dios, vivir en presencia de Dios… son frasesque se repiten con frecuencia; pero, ¿qué diríamos si nos preguntaran acerca de nuestromodo de entenderlas y, sobre todo, de vivirlas? Sin embargo, la presencia de Dios debetener una gran importancia en la vida de un verdadero cristiano.

Tal vez estamos acostumbrados a oír hablar de la presencia de Jesús en la Eucaristíay asociamos la expresión «presencia de Dios» o «estar en presencia de Dios» a untiempo que dedicamos a permanecer ante él, enfrascados en algún tipo de oración osimplemente haciéndole compañía. A veces se habla también de la presencia de Dios,sirviéndose de la afirmación que dice que «Dios está en todas partes». Creo que es elcaso de una mayoría de los cristianos. Se trata de una visión correcta, pero quedarse conesto es limitar la presencia de Dios hasta reducirla a un espacio mínimo y una formaconcreta, siendo que la presencia de Dios puede detectarse, si uno está preparado, encualquier parte, a cualquier hora y en cualquier circunstancia.

Sabemos que nada hay que pueda quedar fuera de su presencia; nada ni nadie, quepueda huir a algún sitio donde estar fuera del alcance de Dios, absolutamente oculto ysolo. Quien conozca un poco a Dios puede hacer suyas las palabras del salmista cuandodice: «Si escalo al cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; sivuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tuizquierda, me agarrará tu derecha» (Sal 139,8-10). No hay lugar donde uno puedaquedar oculto para Dios.

Pero posiblemente el salmista hizo esta proclamación de un modo diferente a comoimaginamos. Si nosotros decimos estas frases, normalmente lo hacemos desde unconocimiento elemental, acompañado tal vez de una fe pobre. Hemos oído muchas vecesque Dios está en todas las cosas y no tenemos problema alguno para admitirlo, aunque,al afirmarlo, no nos sintamos tocados ni estremecidos por su presencia.

Pero, ¿qué pasaría si nos hiciéramos esta reflexión partiendo de una fe firme, quesale del corazón más que de la mente, de una fe que se corresponde con la definición de

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la Carta a los Hebreos cuando dice: «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba delas realidades que no se ven» (Heb 11,1)? ¡La prueba de las realidades que no se ven!Así es la fe que nos lleva al convencimiento de que es tan real lo que decimos, que ya nopedimos más pruebas.

La diferencia de reacción que hay en estos supuestos casos de encuentro con lapresencia de Dios es tan grande, que en el primer caso apenas nos inmutamos, mientrasque en el segundo todo nuestro ser reacciona con respeto, veneración, sencillez, pobreza,humildad, silencio, estremecimiento, temor reverente, adoración… Recordemos laexperiencia de Isaías: «Vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso; la orla de sumanto llenaba el templo. Junto a él estaban los serafines, cada uno con seis alas. Con dosalas se cubrían el rostro; con dos, el cuerpo; con dos, volaban, y se gritaban uno a otrodiciendo: “Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria”.Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz y el templo estaba lleno dehumo. Yo dije: “¡Ay de mí, que estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habitoen medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo”»(Is 6,1-5).

Isaías era un hombre de Dios, acostumbrado a relacionarse con él, a acoger supalabra para transmitirla a Israel. Tenía gran experiencia de Dios. Sin embargo, cuandopasa por esta experiencia de presencia real y sublime de la gloria de Dios, reaccionacomo criatura ante el Altísimo y se da cuenta de su pequeñez y su miseria, que se hacenpatentes y quedan realzadas por el poder de la presencia del Señor. Al contemplar lavisión, se hace partícipe de ella y queda anonadado ante la misma.

No vamos a esperar una visión como esta, pero la presencia de Dios tiene muchosmodos y grados de hacerse presente y de tocar nuestros corazones. Cuando somoscapaces de acogerla y entrar en ella, todo cambia a nuestro lado y en nuestro interior. Alcontrario, cuando nos movemos como si no existiera, nuestro modo de comportarnos esrutinario, frío y pesado.

El mundo de hoy tiene necesidad de andar en presencia del Señor. Muchos niegansu existencia, otros no la niegan, pero viven como si no existiera y para ellos la presenciade Dios es algo que se queda en idea, sin que afecte a sus vidas. Entre nuestros católicoshay muchos que solo se diferencian del grupo anterior porque dedican al menosteóricamente un rato a la semana a estar en algún sitio donde dicen que está Dios y secelebra algún tipo de culto. Y son muy pocos los que tienen conciencia clara de lapresencia de Dios en todo y tratan de vivir de acuerdo con su fe en ella.

Es una pena decirlo, pero con mucha frecuencia, por no decir casi siempre, vamos alencuentro de Dios como quien va a cumplir con un compromiso social: vamos, estamoscon los que van, tal vez hablamos algo con ellos, hacemos nuestro papel lo mejor que

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podemos y sabemos y nos vamos con la conciencia del deber cumplido… Y poco más. Yasí hasta la semana siguiente o hasta la próxima reunión. ¿Cuántas veces podríamos deciral salir de misa, por ejemplo, que «nos hemos sentido en la presencia de Dios» o quehemos tenido un encuentro personal con él? Una prueba: ¿qué diferencia hay en laexpresión de la mayoría de las personas al entrar y al salir? Se supone que la vida delcristiano se asienta en una relación permanente con Dios; pero, ¿qué clase de relaciónserá esta, si se trata de una relación sin presencia?

Necesitamos profundizar y vivir el gran don de la presencia de Dios, la gracia de lapresencia de Dios, la compañía y hasta la inhabitación de un Dios que no se aparta denuestro lado, nos protege y nos envuelve en su amor y hasta nos hace partícipes de supropia vida. Pero el encuentro con la presencia de Dios requiere apertura y actitud debúsqueda por parte del hombre, como dijo el salmista: «Oigo en mi corazón: “Buscad mirostro” (mi presencia). Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro» (Sal 27,8-9). La respuesta del Señor es que se deja encontrar de los que le buscan de corazón,según dijo a Israel por medio del profeta Jeremías: «Me invocaréis e iréis a suplicarme, yyo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón. Medejaré encontrar y cambiaré vuestra suerte» (Jer 29,12-14).

Finalmente, cuando hablamos de la presencia de Dios, podemos referirnos a supresencia natural en las criaturas o a su presencia sobrenatural por la gracia en el hombre.En este trabajo, dedicaremos nuestra reflexión a la primera forma de presencia que es, encierto modo, la que está más al alcance del hombre como criatura racional.

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1Dios ha creado todo por amor y para amarlo

«El Señor te guarda de todo mal, el Señor guarda tualma; el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y

por siempre» (Sal 121,7-8)

Es posible que, si queremos meditar sobre la relación que hay entre la creación y suCreador, nuestra primera impresión tenga que ver con el gran poder de Dios, porque lacreación no deja de ser una demostración palpable del gran poder que hay detrás de ellay ha determinado su existencia. Sin embargo, si no fuera porque en Dios todos susatributos son infinitos, tal vez llegáramos a descubrir que el amor de Dios ha sido comola mano que ha puesto en marcha el poder a la hora de dar la existencia al universo. Esevidente que tanto el poder como el amor tienen mucho que ver con la creación; pero,como nuestro objetivo es descubrir la presencia de Dios en las criaturas y el amor esimprescindible en cualquier relación de Dios con ellas, vamos a centrar nuestra reflexiónen esta relación, tratando de descubrir la presencia de Dios en sus criaturas a partir delamor.

Dios es amor, Dios no puede prescindir de su amor a la hora de manifestarse. Suamor no es en él algo complementario de lo que pueda prescindir alegremente, algo de loque pueda liberarse a su antojo. El amor de Dios está presente siempre en lo que piensa,en lo que dice o en lo que hace. Más aún, es con frecuencia el motor principal de susdecisiones, sobre todo cuando se relaciona con el hombre. Por eso, sus obras son unademostración de amor, que los hombres necesitamos aprender a descubrir y valorar, siqueremos encontrarnos con el amor de Dios en nuestra vida y beneficiarnos de supresencia. Empezaremos hablando de la más grande de sus obras —de la creación—como obra del amor de Dios.

La Palabra revelada nos afirma que el amor pertenece a Dios: «El amor es de Dios ytodo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido aDios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,7). A los hombres nos toca aceptar esta revelaciónde Dios y ser consecuentes con ella en nuestra forma de pensar sobre él y, sobre todo, de

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vivirlo. Con esta revelación sobre la naturaleza del amor se nos está diciendo algo tanimportante como esto:

La fuente primera, única y absoluta de todo amor verdadero, es Dios y solo Dios.

Todo amor verdadero procede de él y es inseparable de él.

El amor verdadero es participación de algún modo del amor de Dios. De él lorecibimos, él lo sostiene y a él vuelve.

El amor verdadero es signo y medida de nuestro conocimiento de Dios y de nuestrarelación con él. Como dice Juan: «Dios es amor y quien permanece en el amor,permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,16).

¿Por qué llevó a cabo Dios la creación? Dios es el creador, pero no está de máspreguntarnos por qué llevó a cabo Dios su obra creadora. Hay un principio filosófico quedice: «Nada sin razón suficiente». Si lo aplicamos a los actos humanos, que tantas vecesse hacen a lo loco, con mayor razón habrá que aplicarlo a Dios en quien todo es perfectoy que todo lo que hace, incluidos sus actos más insignificantes, tiene un porqué.Debemos entonces preguntarnos: ¿Por qué creó Dios todas las cosas? Si él no está sujetoa ninguna ley ni a ningún poder o autoridad externos, sino que lo hace todo con absolutalibertad, la primera respuesta sería que Dios creó las cosas porque quiso. Tal vez sea unarazón suficiente, pero no lo suficientemente ilustrativa. Nuestra pregunta va dirigida a lacausa próxima e inmediata que le impulsó a dar existencia al universo. Podemos hacer lapregunta de otro modo: ¿podía Dios crear algo sin que su amor tuviera nada que ver,cuando sabemos que «Dios es amor» o fue su amor el detonante de su acción creadora?La respuesta es que Dios ha creado el universo por amor. Alguien ha dicho que lacreación es la primera declaración de amor que Dios nos hace. En ella se ve claro queDios «nos amó primero» (1 Jn 4,19), pues sin que él nos amara, no podíamos alcanzar laexistencia: fue su amor el que dio el ser a las criaturas, y con el ser nos dio bondad,belleza, amabilidad... En otras palabras: el Señor ama cuanto existe, y todo existe porqueDios lo ama.

Dios creó al hombre por amor. Los cristianos sabemos por revelación que el amor esla razón final de la existencia del hombre, porque Dios, que «es amor» (1 Jn 4,8), alcrear al ser humano «a imagen suya» (Gén 1,27), lo creó por amor y para que viviese encomunión de amor eternamente con él. Por eso, la satisfacción plena de esta necesidadsolo la vamos a encontrar en aquel que la puso en nuestro corazón cuando nos creó yque tiene poder para calmar toda sed de amor de los hombres. Aceptamos sin dificultadque Dios es el Creador todopoderoso, pero también necesitamos saber, aceptar yrecordar que la razón que ha movido a Dios a crearlo es su amor y que solo en su amor

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puede encontrar el hombre la respuesta a su necesidad de ser amado.El amor de Dios es algo así como la esencia de su naturaleza divina. Cuando Juan

nos dice: «Dios es amor» (1 Jn 4,8), nos está hablando de algo que va más allá de unacualidad, nos está dando una definición. Sabemos que Dios nos ama y lo ha demostradoy demuestra cada día con cada ser humano y la creación entera; pero nos ama porque esamor, la fuente primera de todo amor verdadero, la referencia única y absoluta del amorauténtico. Dios no solo nos ama, sino que es amor. A Dios, su amor le empuja aentregarse a sí mismo a las criaturas de modo continuo y total. Es un acto de la voluntadde Dios —el amor tiene que ver con la voluntad más que con los sentimientos— por elque se entrega a sí mismo eternamente.

Entre las primeras normas que Dios da a su pueblo, ocupa lugar principal la delamor, en primer lugar a Dios: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, contoda tu alma y con toda tu fuerza» (Dt 6,5); y al lado de este, el mandato del amoral prójimo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lev 19,18).

Cuando los fariseos preguntaron al Maestro de Nazaret cuál era el mandamientomayor, él les respondió diciendo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento.El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,37-39).

Dios creó el universo por amor. La única causa que movió a Dios a crear fue eldeseo de comunicar su bondad a las criaturas. Él pudo crear o no crear; pudo crear estemundo u otro distinto. Y quiso crear este mundo para comunicar a las criaturas, que noexistían, algo de su ser, su sabiduría, su hermosura, su bondad y su vida. Dios no ama lascosas porque existen; al contrario, existen porque las ama.

Dice el nuevo Catecismo (294): «La gloria de Dios consiste en que se realice estamanifestación y esta comunicación de su bondad, para las cuales el mundo ha sidocreado; hacer de nosotros “hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácitode su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef 1,5-6): “Porque la gloria deDios es el hombre vivo y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación deDios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto másla manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios” (S.Ireneo, haer. 4,20,7). El fin último de la creación es que Dios, Creador de todos losseres, se hace por fin todo en todas las cosas (1 Cor 15,28), procurando al mismo tiemposu gloria y nuestra felicidad» (AG 2).

Cuando contemplamos la creación no resulta difícil deducir que detrás de ella está elpoder de Dios. Pero hay algo más. La creación es un acto mediante el cual Dios, sin

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materia prima, sin instrumentos, sin modificación de su ser, da la existencia él solo ycompletamente a un objeto pensado en su inteligencia, y luego lo mantiene en suexistencia. No se trata meramente de un acto inicial y esporádico después del cual Diosya no tendría que ocuparse del mundo, sino que se trata de un acto permanente que da elser puntual y progresivamente a todas las cosas. Todo el universo entero tiene a Dios porcausa y soporte; todo procede de él; todo ha sido creado por él. La narración del Génesisnos habla de Dios como creador, y el salmista confiesa la autoría de Dios en la obra de lacreación con estas palabras: «Tú abriste manantiales y torrentes, y secaste ríosinagotables; tuyo es el día, tuya también la noche, tú la luna y el sol estableciste, tútrazaste todos los confines de la tierra, el verano y el invierno tú formaste» (Sal 74,15-17).

San Francisco de Asís, al contemplar la obra de Dios, levanta su corazón enalabanza al Creador y lo alaba con este Cántico de las criaturas:

«Loado seas por toda criatura, mi Señor,y en especial loado por el hermano Sol,que alumbra, y abre el día, y es bello en su esplendory lleva por los cielos noticia de su autor.Y por la hermana agua, preciosa en su candor,que es útil, casta, humilde: ¡loado mi Señor!Y por la hermana tierra, que es toda bendición,la hermana madre tierra, que da en toda ocasiónlas hierbas y los frutos y flores de color,y nos sustenta y rige: ¡loado mi Señor!Servidle con ternura y humilde corazón,agradeced sus dones, cantad su creación.Las criaturas todas, load a mi Señor. Amén».

Y un poeta del siglo pasado, Miguel de Unamuno, a pesar de sus luchas interiores enrelación con la fe, escribió este poema:

«Al crear, Creador, quedas presode tu creación,mas así te libertas del pesode tu corazón.Son tu pan los humanos anhelos,es tu agua la fe;yo te mando, Señor, a los cielos,con mi amor, mi sed.

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Es la sed insaciable y ardientede solo verdad;dame, ¡oh Dios!, a beber en la fuentede la eternidad.Méteme, Padre eterno, en tu pecho,misterioso hogar,dormiré allí, pues vengo deshechodel duro bregar».

El escritor sagrado, inspirado por el Espíritu, se dirige a Dios con estas palabras: «Elmundo entero es ante ti como un gramo en la balanza, como gota de rocío mañanerosobre la tierra. Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y pasas por alto lospecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborrecesnada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado. ¿Cómo subsistiría algo,si tú no lo quisieras? o ¿cómo se conservaría, si tú no lo hubieras llamado?» (Sab 11,22-25).

Dios, creador del universo, creó todo por amor y, después de crearlo, sigue amandoy sosteniendo a sus criaturas por amor.

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2Dios, el omnipresente

«Si alguien se oculta en su escondrijo, ¿creéis que nopodré verlo? —oráculo del Señor—.

¿No lleno yo el cielo y la tierra?» (Jer 23,24)

La omnipresencia es uno de los atributos divinos; significa que Dios está presente entodas las cosas, sin que haya espacio o tiempo que puedan limitar en nada su presencia.Está absolutamente presente en todo al mismo tiempo y sin que tenga que desplazarse deuna parte para otra; tan presente, que está dando el ser a todas las cosas; y de tal modoque, si en una fracción de segundo dejara de hacerlo, dejaríamos de existir. Él es antesque el espacio y mayor que el espacio, sin que este pueda contenerlo ni limitarlo,mientras el espacio depende de él. Como dice Proverbios: «En todo lugar, los ojos delSeñor, observando a los malos y a los buenos» (Prov 15,3).

¿Que no podemos entenderlo? Es preciso aceptar que Dios es Dios y no cabe ennuestra mente, ni nuestra capacidad de comprensión puede ir más allá de sus límites. Nosgustaría ver a Dios y tratar con él cara a cara, percibiéndolo por medio de los sentidos delcuerpo; pero Dios es espíritu y solo mediante sentidos espirituales tenemos posibilidad decrecer en verdadero conocimiento acerca de él. Lo mismo que el Maestro dijo que losverdaderos adoradores adorarían al Padre en espíritu y verdad, nuestra relación profundacon Dios tiene que ser en espíritu y en verdad. Mientras tanto, tenemos que reconocernuestra incapacidad para penetrar su realidad y aceptar los caminos que él nos hamostrado para tratarlo, conocerlo y tener algún grado de experiencia de él.

La omnipresencia de Dios está revelada, es decir, como corresponde al DiosVerdadero, su presencia en el mundo es absoluta, infinita, ilimitada y, al mismo tiempo,oculta a nuestros sentidos, hasta tal punto que una manifestación más próxima de ladivinidad produce estremecimiento y un gran temor reverencial en el hombre. Pero essobre todo a través de la Revelación como hemos conocido la presencia plena y activa deDios entre sus criaturas, en particular cuando se relaciona con el hombre. En ciertaocasión, Moisés deseó ver a Dios, y «exclamó: “Muéstrame tu gloria”. Y él respondió:

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“Yo haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciaré ante ti el nombre del Señor, pues yome compadezco de quien quiero y concedo mi favor a quien quiero.” Y añadió: “Pero mirostro no lo puedes ver, porque no puede verlo nadie y quedar con vida”. Luego dijo elSeñor: “Aquí hay un sitio junto a mí; ponte sobre la roca. Cuando pase mi gloria, temeteré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado.Después, cuando retire la mano, podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás”» (Éx33,18-23).

El Salmo 139 es una proclamación de la presencia universal del Señor en todas lascosas, por dentro y por fuera de cada ser, por arriba y por abajo, en el pensamiento y enlas obras, en el cielo y en la tierra, en la luz o en la tiniebla... porque nada hay que puedaescapar a su presencia. Dice el salmista inspirado por el Espíritu: «Señor, tú me sondeasy me conoces. Me conoces cuando me siento o me levanto. De lejos penetras mispensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares.No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. Me estrechas detrás ydelante, me cubres con tu palma. Tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo abarco.¿Adónde iré yo lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allíestás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; si vuelo hasta el margen de laaurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tuderecha. Si digo: “Que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en tornoa mí”, ni la niebla es oscura para ti, la noche es clara como el día, la tiniebla es como luzpara ti. Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy graciasporque me has plasmado portentosamente, porque son admirables tus obras: mi alma loreconoce agradecida, no desconocías mis huesos» (Sal 139,1-15).

Cuando san Pablo visitó Atenas, se sintió muy incómodo al ver que la ciudad estaballena de ídolos y, cuando los filósofos griegos —tan aficionados a profundizar en todaclase de conocimientos que «no se ocupaban en otra cosa que en decir o en oír la últimanovedad» (Hch 17,21)—, le pidieron una explicación sobre sus enseñanzas, Pablo, «depie en medio del Areópago, les dijo: “Atenienses, veo que sois en todo extremadamentereligiosos. Porque paseando y contemplando vuestros monumentos sagrados, encontréincluso un altar con esta inscripción: ‘Al Dios desconocido’. Pues eso que veneráis sinconocerlo, os lo anuncio yo. El Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene, siendocomo es Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por manos humanas, nilo sirven manos humanas, como si necesitara de alguien, él que a todos da la vida y elaliento, y todo… pues en él vivimos, nos movemos y existimos”» (Hch 17,22-25.28).

La presencia de Dios tiene especial incidencia sobre los practicantes del mal, quequieren huir de él en vano. De ellos dice el Señor: «Aunque excaven hasta el abismo, deallí los cogerá mi mano; aunque suban hasta el cielo, desde allí los bajaré. Si seescondieran en la cumbre del Carmelo, allí los descubriré y atraparé. Si se ocultaran de

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mi vista en lo profundo del mar, mandaré a la serpiente que los muerda. Y si marchan alcautiverio delante de sus enemigos, mandaré a la espada que los mate; fijaré mis ojos enellos para mal y no para bien» (Am 9,2-4).

La palabra revelada afirma de muchos modos que todo está ante él, tanto el biencomo el mal, pues «el Señor conoce Abismo y Perdición, icuánto más el corazónhumano!» (Prov 15,11).

Ni siquiera las tinieblas pueden ocultar nada a su conocimiento y presencia, porque«él revela lo profundo y lo oculto, y conoce lo que hay en las tinieblas; la luz habitajunto a él» (Dan 2,22).

Moisés pide a Israel que no olvide nunca las demostraciones privilegiadas depresencia de Dios que ha tenido a lo largo de su peregrinación por el desierto, y lerecuerda con estas palabras: «Pregunta a los tiempos antiguos que te han precedido,desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra; pregunta desde un extremoal otro del cielo, ¿sucedió jamás algo tan grande como esto o se oyó cosasemejante? ¿Escuchó algún pueblo como tú has escuchado, la voz de Dioshablando desde el fuego y ha sobrevivido? ¿Intentó jamás algún dios venir aescogerse una nación entre las otras mediante pruebas, signos, prodigios y guerra, ycon mano fuerte y brazo poderoso, con terribles portentos, como todo lo que hizoel Señor vuestro Dios con vosotros en Egipto ante vuestros ojos?» (Dt 4,33-36).

En definitiva, Dios está presente en todas las criaturas, llenándolo todo de símismo. Ni siquiera pudo abandonarlas después de crearlas, ya que nuestraexistencia está relacionada con la acción poderosa de Dios, que nos sostiene y nosda el ser día a día y momento a momento.

Dios está todo en todo; cuando decimos que está en todas partes, no afirmamos queuna parte de Dios está en un sitio y otra en otro, porque Dios está todo él en todaspartes. Y así como no podemos hablar de tiempo refiriéndonos a Dios, tampocopodemos hablar de espacio, porque su presencia no tiene límites. Así lo vio el reySalomón cuando, dirigiéndose a Dios al dedicarle el Templo de Jerusalén, exclamó: «Silos cielos invisibles no pueden contenerte, ¿cómo permanecerás en esta Casa que yo tehe construido?» (1 Re 8,27). Y es que el santuario de Dios es el infinito. Tal vez nodemos importancia a esta expresión; pero precisamente porque es tan real laomnipresencia de Dios, podemos recurrir a Él en cualquier lugar, ya que, donde estemosnosotros, allí estará. Por eso podemos también deducir que Dios lo ve todo y observatodo; hasta nuestros más ocultos pensamientos, deseos e intenciones, sean buenos omalos, los conoce desde siempre, antes de que tengan lugar en nuestro presente. No noses posible escapar a su presencia.

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Esta realidad no afecta a las criaturas irracionales, pero alcanza de lleno al hombre.La semejanza con Dios que él quiso dar al hombre al crearlo tiene otras implicaciones, enlas que el hombre se ve envuelto racionalmente. Dios creó al hombre como ser dotado derazón y voluntad y, en consecuencia, dotado de libertad y responsabilidad en suspensamientos, palabras, deseos y obras.

Por otra parte, la semejanza de la que Dios hizo partícipe al hombre hace de él unacriatura capaz de acercarse y relacionarse con él, capaz de conocerlo, de amarlo y deservirle desde una posición de cercanía e intimidad, que ninguna criatura del mundofísico ha tenido ni puede tener.

Dios no tiene un sitio determinado o limitado para habitar en el infinito, porque supresencia está en todo lo que existe, sea divino, espiritual o material. De él no podemosdecir en qué dirección está su reino, y cuando elevamos nuestra mirada a las alturas,señalando hacia los cielos, solo podemos hacerlo como algo simbólico, porque nuestroplaneta gira sin cesar y en cada movimiento nos presenta nuevos cielos y nuevas alturas.Entre nosotros y él no existe ninguna distancia y lo único que nos separa de él sonnuestras iniquidades, que se interponen entre su Ley perfecta y nuestro espíritu. Cuandomayor sea la purificación de nuestras almas, más elevadas serán nuestras obras y másfirme nuestra fe, lo sentiremos más próximo, más íntimo, más accesible para nuestrabúsqueda y nuestra oración; y cuanto más nos apartemos de lo bueno, de lo justo, de lolícito… y nos entreguemos al materialismo de una vida oscura y egoísta, más distantes deél nos sentiremos; en la medida en que nuestro corazón se vaya apartando delcumplimiento de su ley, más insensible será a su divina presencia.

Hay una presencia especial de Dios en el hombre; Dios está presente en todas lascriaturas, pero está especialmente presente en los hombres; quiere estar en el hombre demodo especial porque lo creó para tener una relación única con él. Pero desde que elhombre se alejó de Dios a causa del pecado, acostumbra a pensar en un Diosinfinitamente distante y no está muy interesado en buscarlo, mientras él suspira porrelacionarse con nosotros. Ante esta situación, Dios nos busca como un padre parahacernos sentir su divina presencia y demostrarnos que entre el Padre y sus hijos no hayespacios ni distancias que les separen. Los hombres lo imaginamos muchas vecessentado en su gran trono en actitud de espera permanente; pero Dios no tiene que dejarningún trono para comunicarse con los hombres; esto es un error, porque ese trono quenosotros nos imaginamos no existe; los tronos son el sueño de los hombres ambiciosos ysoberbios.

El Dios infinito y omnipotente no habita en un lugar determinado, sino que está entodas partes, en todos los sitios, sean de naturaleza material o espiritual. Y paraencontrarlo, el hombre necesita dejar de materializar a Dios. Cuando lo despojemos de

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las formas que tantas veces le atribuimos y dejemos de soñar con un cielo que nuestramente humana está incapacitada para concebir, el resultado será como si se rompiesen lascadenas que nos atan, como si una elevada muralla se derrumbase ante nuestra vista, ocomo si una espesa niebla se disipase ante nosotros. Entonces estaremos en condicionesde contemplar un horizonte sin límites y un firmamento infinito y luminoso, pero a la vezaccesible al espíritu. Unos dicen: «Dios está en los cielos»; otros: «Dios habita en el másallá». Ciertamente que habita en los cielos, pero no en un lugar determinado que hemosimaginado; él habita en los cielos de la luz, del poder, del amor, de la sabiduría, de lajusticia, de la felicidad, de la perfección. Su presencia universal lo llena lodo, en ningúnsitio o plano del universo, existe el vacío, todo está saturado de él, todo está llamado aser testigo de su presencia.

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3¿Amor sin relación?

«No temas, que te he redimido, te he llamado por tunombre. Tú eres mío. Cuando cruces las aguas, yoestaré contigo, la corriente no te anegará. Cuandopases por el fuego, no te quemarás, la llama no te

abrasará. Porque yo, el Señor, soy tu Dios» (Is 43,1-3)

Tras las huellas de la presencia de Dios

En el tema anterior hemos presentado el amor de Dios anterior a la creación y comomotor de la misma. La relación entre el amor de Dios y sus criaturas es real, se entiendao no se entienda, se acepte o no se acepte. La palabra revelada nos lo ha dado a saber ypara un cristiano esto es suficiente; sin embargo, cuanto más hayamos profundizadomediante la fe en este dato proporcionado por la misma fe, mayor será nuestra sintoníacon la fuente del amor, del que han brotado las criaturas y por el cual siguen existiendo,aunque la mayoría de ellas no sean conscientes de tal realidad. Es privilegio del hombrepoder descubrir mediante la razón iluminada por la fe, la presencia de ese amor de Diosen todas las cosas. Y de este modo podremos también comprender que, si el amor deDios llena la creación, la presencia de Dios es inevitable en todas las criaturas. Sinembargo, cada especie o familia de criaturas puede mostrarnos y hacernos ver el amordel Creador de un modo diferente. Por parte de Dios, su amor es invariable, pero larelación que tiene con el hombre, por ejemplo, no es la misma que tiene con una flor oun árbol, por la sencilla razón de que el hombre tiene una capacidad para recibir,experimentar y dar amor que no tienen los seres irracionales, en el orden de la naturalezaprimero y en el de la gracia después.

Dios no solo ama a esta criatura que llamamos hombre, sino que la ha creado capazde amar y le ha dado el mandato de amar: ante todo a él, y a su prójimo en segundolugar. Nuestro amor —en cantidad y calidad— está condicionado por nuestra relacióncon la fuente, en este caso por nuestra participación en el amor de Dios, que depende denuestra relación con él. No podemos tener una relación con Dios y otra con su amor.

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Nuestra comprensión de esta verdad y, sobre todo, su aceptación en el devenir de cadadía tienen una extraordinaria importancia para alcanzar las metas que buscamos al tratarde la presencia de Dios. Nuestro asombro y nuestra aceptación del amor de Dios paracada uno, así como el esfuerzo que hagamos por corresponder al mismo, serán como dosfuerzas poderosas que nos llevarán a una relación profunda con él. Dice el Espíritu:«Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca» (Is 55,6).

Una advertencia al hablar del amor: debemos dejar a un lado las valoracionestorcidas y egoístas que tanta gente tiene para la palabra «amor», cuando lo interpretancomo relación sexual, uso o abuso de los demás, aprovecharse de otro fingiendo entrega,etc. El verdadero amor, cuyo modelo es el ágape de la Trinidad, hay que definirlodándole el sentido de entrega, don de sí, sacrificio mutuo, misericordia, compasión,bondad, etc. En cierto modo, podemos decir que el amor es tanto más auténtico yverdadero cuando más se parece al amor de Dios.

La reciprocidad del amor

El amor no se entiende si no hay como mínimo dos polos o sujetos de referencia: el queama y el que es amado. Quien ama, ama algo o a alguien; y quien es amado recibe amorque viene de otro o de otros. Es decir, la existencia y la práctica del amor puedemanifestarse en una sola dirección: alguien ama, aunque no es amado; pero en general,supone un intercambio entre dos seres capaces de amarse. En definitiva, a la palabra«amor» le tenemos que adjudicar, aunque no lo intentemos, el término «relación», unasveces en sentido unidireccional y normalmente en sentido recíproco. El amor es entregay encuentro. El amor es inseparable de la relación.

Dios es amor y nos ha creado por amor y para llevarnos a una experiencia de amorque no podemos imaginar; en él, encontramos la fuente inagotable del amor perfecto yduradero. En palabras del salmista: «Si el Señor no me hubiera auxiliado, yo estaríahabitando en el silencio. Cuando pensaba que iba a tropezar, tu misericordia, Señor, mesostenía; cando se multiplican mis preocupaciones, tus consuelos son mi delicia» (Sal94,17-19). Esto significa que, de entrada, Dios nos está amando, pero al mismo tiempoespera reciprocidad por nuestra parte, aunque no podamos corresponderle con la mismacalidad ni cantidad de amor que nos tiene, ni necesite nuestro amor para nada, ya que denada carece. Por eso, tenemos que dar un paso adelante y entrar en relación con Diospara conocer, recibir, aceptar, vivir y dar ese amor que de él recibimos. La relación vienea ser el lugar de encuentro del amor que recibimos de él con el amor que nosotrosdebemos ofrecerle.

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El amor de Dios no pasa

El amor entre los hombres está expuesto a vaivenes imprevisibles, porque el hombre noes perfecto y nuestro egoísmo está siempre dispuesto a levantar la cabeza y dejarse ver.Por eso, no nos sorprendemos cuando vemos tantos amores que prometían eternidad yquedan rotos, unas veces por un tiempo y a veces para siempre. Sin embargo, el amor deDios hacia el hombre se mueve con otros parámetros. Dios nunca deja de amar alhombre, al margen de que el hombre le ame o no, al margen de que el hombre busque suamistad o se levante contra él. Podemos fallar en nuestro empeño de amar a Dios, peroél no nos abandona por eso. Recordemos aquello que decía el Señor a Israel, el puebloinfiel, por boca de Isaías: «Por un breve instante te abandoné, pero con gran cariño tereuniré. En un arranque de ira, por un instante te escondí mi rostro, pero con amoreterno te quiero —dice el Señor tu libertador—» (Is 54,7-8). Y es que Dios nos llama sincesar a una relación fija y creciente con él.

Los vaivenes del amor del hombre

Es posible que Dios, sin dejar de amarnos, nos corrija y hasta nos castigue para quecambiemos de conducta, pero su amor permanece para siempre; es posible que en algúnmomento no lo veamos, pero eso no significa que se haya perdido. La sucesión derelación cercana y relación rota fue una constante en la historia de Israel. Parecía queDios lo dejaba a su suerte, pero luego sucedía lo que el profeta Nehemías dijo en suoración a Dios: «Fuiste benévolo con ellos muchos años; los amonestaste con tu Espíritupor medio de los profetas; pero no escucharon. Y entonces los entregaste en manos delos pueblos gentiles. Pero por tu gran bondad no los aniquilaste ni los abandonaste,porque eres un Dios clemente y misericordioso» (Neh 9,30-31). Y es que en lapedagogía de Dios se suceden los tiempos de relaciones fuertes o débiles, pero nuncamuere el amor de Dios que las mantiene. El salmista presenta juntos la purificación y lamisericordia del Señor cuando dice: «Oh Dios, nos pusiste a prueba, nos empujaste a latrampa, nos echaste a cuestas un fardo; sobre nuestro cuello cabalgaban los mortales,pasamos por fuego y agua; pero nos has dado respiro» (Sal 66,10-12).

Capacidad de las criaturas para acoger el amor de Dios

El amor de Dios es único pero, a la hora de proyectarse sobre las criaturas, se acomoda ala capacidad que estas tienen para acogerlo. Una planta, por ejemplo, es objeto del amorde Dios; pero no tiene la misma capacidad que el hombre a la hora de recibirlo. La plantano puede experimentar el amor de Dios, mientras en la existencia de los seres humanos,

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esa experiencia es una necesidad vital, que el hombre vive cuando es capaz de acogerdebidamente el amor divino. Y desde esta perspectiva podríamos clasificar a los hombresen tres categorías: 1) los hombres que acogen correctamente el amor de Dios, lo viven ylo disfrutan; 2) los hombres que creen en el amor de Dios, pero de una manera tan débilque apenas hacen algo para buscarlo y hacerlo parte de su vida; 3) los hombres querechazan a Dios; estos, aunque también son amados por Dios, no están abiertos a suamor e impiden que el amor los alcance.

El nuevo Catecismo de la Iglesia nos recuerda (n. 300) con estas palabras que Diostrasciende la creación y que está presente en ella: «Dios es infinitamente más grande quetodas sus obras (Eclo 43,28); “Ensalzaste tu majestad sobre los cielos” (Sal 8,2),“incalculable es su grandeza” (Sal 145,3). Pero porque es el Creador soberano y libre,causa primera de todo lo que existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas: “Enél vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28). Según las palabras de san Agustín,“Dios está por encima de lo más alto que hay en mí y está en lo más hondo de miintimidad”» (Conf 3,6,11).

El plan de Dios: criaturas para el hombre

En el plan de Dios, la creación del mundo físico aparece en dos planos biendiferenciados: el hombre y el resto de las criaturas; podríamos decir que Dios da el ser atodos los demás seres, pensando en el hombre y teniendo al hombre como referenciafinal. El nuevo Catecismo lo dice de este modo: «Porque Dios crea con sabiduría, lacreación está ordenada: “Tú todo lo has dispuesto con peso, número y medida” (Sab11,20). Creada en y por el Verbo eterno, “imagen del Dios invisible” (Col 1,15), lacreación está destinada, dirigida al hombre, imagen de Dios (cf. Gén 1,26), llamado a unarelación personal con Dios. Nuestra inteligencia, participando en la luz del Entendimientodivino, puede entender lo que Dios nos dice por su creación (cf. Sal 19,2-5), ciertamenteno sin gran esfuerzo y en un espíritu de humildad y de respeto ante el Creador y su obra(cf. Job 42,3). Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad (“Y vioDios que era bueno... muy bueno”: Gén 1,31). Porque la creación es querida por Dioscomo un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. LaIglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación,comprendida la del mundo material» (CEC 299).

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4¿Relación sin presencia?

«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, contoda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el

principal y primero. El segundo es semejante a él:Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,37-39)

La presencia es fundamental en la relación de los seres vivos: los seres humanos tratamosde encontrarnos cerca de las personas que amamos; los animales tienden a agruparse porespecies o familias para protegerse, trasladarse de un punto de la tierra a otro, para ir enbusca de agua o de comida, etc. Las hembras son celosas con su maternidad, están allado de su prole hasta que sus pequeños se valen por sí mismos… Y en el reino vegetal,es fácil encontrar agrupadas plantas que se asocian y crecen en un mismo lugar. Losseres vivos tienen tendencia a relacionarse unos con otros y, a medida que están másevolucionados, como es el caso del hombre, a relacionarse más profundamente.Decíamos en el tema anterior que el amor no se puede entender sin relación; y nosatrevemos ahora a decir que la relación está a su vez condicionada por la presencia.Podemos incluso decir que la presencia se extiende mucho más allá que el amor, porqueno siempre que hay presencia hay amor. Y como el mandato universal del amor que Diosha dado a la Humanidad tiene por objeto a Dios y al prójimo, tenemos que plantearnos elvalor de la presencia de Dios y del prójimo con vistas al ejercicio de nuestro amor.

La presencia es una experiencia continua de los seres humanos, un soporte necesariode las relaciones personales, vehículo de unión de cada ser humano ante los demás,ocasión de placer o amargura en tantas y tantas ocasiones, pero algo en definitiva sin loque no podemos vivir y necesitamos para morir. Nuestro tiempo se caracteriza, entreotras cosas, por la abundancia de soledad, en especial en las personas mayores. Quienessufren la soledad, sufren casi siempre carencia de amor. Los matrimonios jóvenes,cuando los dos trabajan —y son muchos—, suelen estar muy interesados en contar conla ayuda de los abuelos para que les cuiden los niños, los lleven a la guardería o alcolegio, al médico… o los tengan en su casa y los cuiden durante las horas de trabajo de

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su madre. Luego, cuando ya entran de lleno en la ancianidad y no pueden organizarsepor sí mismos, deciden buscar una residencia de ancianos para que los cuiden allí,privándolos del cariño que ellos han estado dando durante toda su vida, primero a sushijos y luego a los nietos. Intentan justificarse diciendo que allí estarán mejor atendidos,mientras los condenan a la soledad y la privación de un amor que necesitanespecialmente al final de su vida.

El hombre es un ser creado para la relación

La experiencia nos muestra que nos relacionamos sobre todo cuando nos encontramos,cuando nos hacemos presentes unos a otros por interés, necesidad o, simplemente, poramistad. A partir de ahí —de una presencia— es posible la relación.

Cuando los hombres nos servimos de nuestra presencia para relacionarnos,recurrimos a medios muy distintos, pero todos tienen algo de común: la presenciade alguien es captada por otro a través de sus sentidos. El de la vista es el que tienemayor alcance porque nos ofrece más datos. Mediante la vista observamos losdetalles del otro: su apariencia, sus gestos, sus rasgos, su porte, su capacidad deatracción o rechazo, calculamos su edad, medimos su simpatía o antipatía, etc.

La aportación del oído también tiene gran influencia: sus palabras nos revelan suforma de pensar, de expresarse, sus deseos, su cultura o ignorancia, su delicadeza osu rudeza, y tal vez hasta sus tendencias morales y religiosas. Si unimos losinformes de los dos sentidos, tenemos una cantidad importante de información parasaber con quién estamos tratando, cómo podemos comunicarnos y hasta dóndepodemos fiarnos de él. Pero, ¿podríamos decir algo de su presencia, siprescindimos de los datos que nos dan estos dos sentidos?

Hay ocasiones en que la relación se inicia o mantiene a través de otros medios quehacen la presencia física menos necesaria; por ejemplo, por carta, una foto, unaconversación telefónica, etc. Es una presencia limitada, a veces muy limitada, perosuficiente para que podamos relacionarnos con alguien a quien no podemos tenerfísicamente presente.

En cualquier caso, la relación exige presencia y esta genera relación. ¿Cómopodemos pensar en una relación entre dos personas que nunca se han visto, ni sehan hablado, ni se han escrito, ni han estado una cerca de otra? Por la presencia seinicia una relación que puede ir en aumento o perderse, según los factores queintervienen en el fomento o el deterioro de la misma: atracción o rechazo, simpatíao antipatía, criterios semejantes u opuestos, intereses personales, etc. Por eso, las

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personas que se aman necesitan estar cerca una de otra y se buscan cuando estánseparadas, como los enamorados del Cantar de los Cantares: «En mi lecho, por lanoche, buscaba al amor de mi alma; lo buscaba y no lo encontraba: me levantaré yrondaré por la ciudad, por las calles y las plazas, buscaré al amor de mi alma»(Cant 3,1-2).

La presencia de Dios

Es posible que al pensar en la presencia de Dios estemos pensando en una presencia almodo humano, según las formas y los criterios que hemos recibido, y que creamos que lapresencia de Dios se comporta con los mismos parámetros. Nos equivocamos y nuncapodremos conocer la verdadera presencia de Dios, si no echamos mano del métodoapropiado.

Es evidente que el término «presencia» aplicado a Dios o al prójimo presentagrandes diferencias. Hablar de la presencia de Dios es complicado, porque entre otrascosas, la palabra revelada nos dice que «a Dios nadie lo ha visto jamás» (1 Jn 4,12),pero esto no nos autoriza a negar su presencia. Lo que sucede es que estamosacostumbrados a interpretar el término «presencia» aplicado a los seres creados y enespecial a los seres humanos y, de modo casi automático, transferimos uno al ámbito delotro, lo que no es muy acertado.

Hablando de adoración, Jesús dijo a la samaritana: «Dios es espíritu, y los queadoran, deben adorar en espíritu y verdad» (Jn 4,24). Según esta regla, no es Dios quiense pone a la altura del hombre, sino que es el hombre quien debe ponerse a la altura deDios. El hombre —creado como cuerpo, alma y espíritu (1 Tes 5,23)— está capacitadopara acercarse a Dios en espíritu, para tener relación en el espíritu, para entrar en lapresencia de Dios en espíritu. Y como los temas que vamos a desarrollar tratan sobre lapresencia de Dios, tendremos que entrenarnos para vivir la presencia de Dios sobre tododesde la dinámica del espíritu, no olvidando las potencias del alma, sin las cuales pocopodríamos hacer.

Un ejemplo para la reflexión puede ser el caso de Adán y Eva. Dios decidió crear alhombre a su imagen y semejanza, es decir, hacer del hombre la criatura más excelsasobre el universo físico: «Y dijo Dios: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen ysemejanza...”. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó» (Gén 1,26-27). La relación Dios-hombre está marcada por la familiaridad y la presencia de Dios enel principio de la historia, donde vemos que Dios trata a Adán de un modo cercano yamistoso. Pero, cuando el hombre se aparta de él a causa del pecado, el hombre cambiade actitud y se esconde de Dios porque, una vez rota la relación, ya no siente el atractivo

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de la presencia: «Cuando oyeron la voz del Señor que se paseaba por el jardín a la horade la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árbolesdel jardín. El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: “¿Dónde estás?”. Él le contestó: “Oí turuido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí”» (Gén 3,8-10).Dios, por su parte, ante la ruptura unilateral de relación por parte del hombre, «loexpulsó del jardín de Edén (al hombre), para que labrase el suelo de donde había sidotomado. Echó al hombre, y a oriente del jardín de Edén colocó a los querubines y unaespada llameante, que brillaba» (Gén 3,23-24).

En definitiva, si Dios ama a las criaturas, tendrá relación con ellas. Y si tiene relacióny les está dando el ser, se puede afirmar que hay cierto grado de presencia de Dios enellas. Lo que al hombre le queda es descubrir esa presencia y seguir el camino inverso:iniciar la relación con Dios a partir del descubrimiento de su presencia en las criaturas,siguiendo el ejemplo de quienes lo han hecho antes, como el profeta Nahum, quedescribió la presencia de Dios diciendo: «Camina sobre la tormenta y la tempestad, y lanube es el polvo de sus pies» (Nah 1,3).

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5Manifestación de la presencia de Dios

«Grande es el Señor, merece toda la alabanza, esincalculable su grandeza» (Sal 145,5)

Al hablar de la presencia de Dios, no podemos limitarnos a decir «presencia sí opresencia no», o a emplear el concepto único de presencia sin fijarnos en susposibilidades. Nos crearía confusión y dificultaría la comprensión. Por eso presentamos acontinuación una posible clasificación en función de las distintas perspectivas que sepueden apreciar:

fija (en la creación) y variable según conducta (en el hombre),

temporal (en la tierra) y eterna (en su gloria),

relativa (en el tiempo) y absoluta (en la eternidad),

externa (formas puntuales de presencia o manifestación) e interior (en comunión devida y amor con la Trinidad).

Desde el punto de vista de la actitud del hombre y su capacidad o interés por lapresencia de Dios, podemos hablar de: presencia percibida (por la inteligencia, por la fe,por la gracia) y presencia inadvertida.

También hay grados en la manifestación de la presencia de Dios a las criaturas. Dioses el único autor de toda la creación y el autor único de toda iniciativa para relacionarsecon las criaturas; pero el universo que Dios ha creado está formado esencialmente pordiferentes grados de seres:

El grado inferior está constituido por la materia que carece de vida, por los seresinanimados; por encima de ellos, encontramos a los seres animados, poseedores devida, aunque no todos en el mismo grado, porque apreciamos en ellos tres nivelesdistintos: las plantas, los animales y el hombre.

Las plantas —los seres vivos más elementales— nacen, crecen, se reproducen y

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mueren; tienen un alma vegetativa.

En el grupo intermedio contemplamos a los animales, que tienen todas lascaracterísticas de las plantas y que además gozan de sentidos para relacionarse conel exterior, de facultades afectivas elementales, de instintos por los que se rigen y decapacidad para trasladarse de un punto a otro en el espacio; poseen una vidasensitiva.

Finalmente, en la cumbre de la creación del universo material y perceptible vemosal hombre, que, además de tener todo lo que tienen la vida vegetativa y sensitiva,dispone de potencias superiores que llamamos entendimiento y voluntad, que lohacen capaz de razonar y le dan la oportunidad de decidir y elegir libremente entrevarias opciones. Pero hay más: si aceptamos que el hombre fue creado a imagen ysemejanza de su Creador, reconoceremos en él esa capacidad especial paradiferenciar el bien y el mal, que llamamos conciencia, de la que los hombres que nohan conocido la revelación se sirven para obrar según Dios o en contra de suvoluntad.

La capacidad del hombre para relacionarse con Dios no termina ahí. Comoresultado de esa semejanza con él, que Dios le otorgó al crearlo, el hombre estádotado de espíritu, que lo capacita para unirse al Espíritu de Dios (cf. Rom 8,16) ypara participar de la vida de Dios, después de haber nacido de nuevo (cf. Jn 3,3) ymientras se comporta de acuerdo con la voluntad de su Creador. Esta realidadsuperior en las posibilidades del hombre no formará parte del presente trabajo.

¿Hay relación entre revelación y presencia de Dios?

Cuando mayor es la capacidad de la criatura, mayor puede ser la revelación de Dios ymayor su presencia. Sea como sea el modo de llevarlo a cabo, con la primera viene lasegunda. Cuando lo hace mediante la palabra profética, Dios queda detrás del profeta alque inspira, pero su palabra es presencia viva, como consideramos presencia la de unamigo con el que estamos hablando por teléfono, aunque no lo veamos. En todo caso,podremos pensar que se trata de una presencia limitada, porque está ausente y lejano ysolo su palabra llega hasta nosotros; pero se hace presente por su palabra.

Al pensar en la manifestación de la presencia de Dios, tenemos que hablar tambiénde ciertos modos y grados de intensidad. Si pensamos en un fenómeno de la naturaleza,como es el viento, observamos que entre la brisa suave de un atardecer de verano o losvientos casi huracanados de ciertos días de invierno hay mucha diferencia. Así sucedecon la presencia de Dios: unas veces puede manifestarse muy débil, casi imperceptible,

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A) En una primera fase la presencia de Dios le llega al hombre sobre todo desdefuera y se le manifiesta de una forma más bien discreta, como dejando un rastro,una huella segura de su presencia.

mientras otras puede ser intensa y apabullante. La Escritura nos presenta experiencias depresencia de Dios distintas en su forma y en intensidad: Isaías, ante la visión de la gloriadel Señor, se estremece y exclama: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labiosimpuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey,Señor del universo» (Is 6,5); Elías, sin embargo, descubre la presencia del Señor en elsusurro de una brisa suave: «Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y semantuvo en pie a la entrada de la cueva. Le llegó una voz que le dijo: “¿Qué haces aquí,Elías?”. Él respondió: “Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los hijos deIsrael han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus profetas;quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela”» (1 Re 19,12-14).

Lo que se dice de la revelación puede también aplicarse a la presencia de Dios. Larevelación puede ser circunstancial, como sucede cuando Dios trata con personasconcretas, sobre temas concretos, en situaciones concretas. En cierto momento Jesús ledijo (a Pedro): «Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo harevelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17). Perotambién puede tener una proyección que se extiende a lo largo del tiempo para provechode los hombres.

La revelación que Dios ha llevado a cabo ante la Humanidad tiene un carácterprogresivo, ha ido de menos a más hasta llegar a nuestro tiempo, en el que podemosgozar del máximo de revelación y presencia que Dios ha llevado a cabo en la historia yque parece será definitivo: «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Diosantiguamente a los Padres por los Profetas; en esta etapa final nos ha hablado por elHijo» (Heb 1,1-2).

Etapas de revelación

Dios ha manifestado de forma progresiva su presencia al hombre a lo largo de la historia,de la misma forma que su revelación ha sido también progresiva. Para entenderlo mejor,podemos empezar fijando dos etapas grandes y bien definidas a causa del acontecimientocentral que las separa, en las que Dios se ha manifestado a los hombres:

1. En su forma más elemental, la presencia de Dios le viene al hombre pormedio de la creación y la conciencia.

2. Dios se hace especialmente presente al pueblo elegido: Israel.

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B) En la segunda fase se abre la posibilidad de una relación personal entre Dios y elhombre, de tal forma que la presencia va unida a un estado de comunión de viday amor que Dios ofrece al hombre y de los cuales le hace partícipe:

3. El gran acontecimiento: la venida del Mesías al mundo pone fin a la primeragran etapa, a la que lleva a su plenitud, e inaugura la segunda y definitiva, enla que el hombre podrá pasar de una presencia de Dios por deducción a unarelación personal con Dios, inseparable de una presencia real.

1. En esta etapa se produce el paso de una relación de presencia exterior a unarelación de presencia interior por el Espíritu, que nos hace hijos de Dios. ElEspíritu Santo mora en el hombre y lo deifica. Es tiempo de espera ypreparación para la etapa final, pero con una experiencia muy real, queanuncia lo que ha de venir.

2. Finalmente: la vida eterna en la que habrá plenitud de presencia y relaciónen la comunión de vida y amor con Dios en su gloria.

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6El Creador se quedó en su creación

«¿Acaso no lo sabes? ¿Es que no lo has oído? El Señores un Dios eterno que ha creado los confines de latierra. No se cansa, no se fatiga, es insondable su

inteligencia»(Is 40,28)

El Génesis (1,1-27) nos ofrece un relato amplio de la creación, donde Dios va dando elser a todas sus criaturas, empezando por la luz y terminando por el hombre. Después desacar Dios al universo (cielo y tierra) del caos primitivo (1,1), va apareciendo en él todosu contenido en su máximo esplendor y belleza junto con las leyes que lo van a regir.Dos ideas de especial importancia en el relato: «Vio Dios todo lo que había hecho, y eramuy bueno» (Gén 1,31).

El artista que lleva a cabo una obra en la tierra, una vez terminada, tal vez la vende,la guarda en algún sitio o la tiene a la vista, pero sin que le quite tiempo ni le distraiga.Más bien decide empezar una nueva obra que, a ser posible, mejore la anterior. Entre ély su obra ha habido una relación profunda durante el tiempo de la creación, pero no tantauna vez que la ha terminado; en realidad, si la ha vendido, la ha perdido tal vez parasiempre. El gran Artífice de la creación, sin embargo, contempla su obra acabada conperfección —no podía ser de otro modo— y cesa en su actividad; pero sigue guardandouna relación íntima e irrompible con su trabajo.

El Creador del universo, aunque da el trabajo por concluido, no se desentiende de él,no lo da por abandonado ni se desliga de él por ninguna razón; no lo regala ni lo vende anadie; antes bien, se queda en él, se identifica con él, se recrea en él y lo sigue teniendoen su presencia sin interrupción de tiempo, porque ha puesto en él algo que solo él puedeponer: su amor. Lo ha creado por amor y su amor permanece en la criatura después dehaberla creado. Su capacidad infinita para estar presente en todo al mismo tiempo le llevaa mantener sus criaturas unidas a él, porque las ama. Las criaturas estarán siempre en supresencia y él estará presente en sus criaturas. Su presencia en las criaturas es resultadode dos fuerzas que se unen: su poder y su amor. Esta idea de permanencia, expresada de

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modos distintos, es una constante desde los más antiguos textos bíblicos.

Idea principal que atraviesa toda la narración sobre la creación: todo es obra delCreador que, usando su palabra, puso cada cosa en su lugar de acuerdo con suvoluntad: «Él lo mandó y existieron. Les dio consistencia perpetua y una ley que nopasará» (Sal 148,5-6).

En Amós, es Dios quien está afirmando su presencia en medio de la creación: «Éles el que forma las montañas y crea el viento, manifiesta al hombre su designio,hace la aurora y las tinieblas, y marcha sobre las alturas de la tierra: ¡El Señor, Diosdel universo es su nombre» (Am 4,13).

La madre de los Macabeos animaba a su pequeño a poner los ojos en el Creadormediante la contemplación de las criaturas: «Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo yla tierra, fíjate en todo lo que contienen y ten presente que Dios lo creó todo de lanada, y el mismo origen tiene el género humano» (2 Mac 7,28).

Jeremías pone énfasis en tres atributos del Creador —poder, sabiduría e inteligencia— cuando dice: «Él hizo la tierra con poder, cimentó el orbe con sabiduría,extendió los cielos con su inteligencia» (Jer 10,12).

Isaías contempla al Creador presidiendo su obra y recreándose en ella: «¿No losabéis? ¿No lo habéis oído? ¿No os lo anunciaron desde el principio? ¿No habéispercibido quién fundó la tierra? Es él, que tiene su trono sobre el círculo de latierra, cuyos habitantes son como saltamontes; es él, que extiende el cielo como untoldo, como tienda habitable lo despliega» (Is 40,21-22).

Pero tampoco falta la torpeza del hombre, despreocupado por descubrir la mano deDios y su presencia en la creación, como dice la Escritura: «Son necios pornaturaleza todos los hombres que han ignorado a Dios y no han sido capaces deconocer al que es a partir de los bienes visibles, ni reconocer al artífice fijándose ensus obras, sino que tuvieron por dioses al fuego, al viento, al aire ligero, a la bóvedaestrellada, al agua impetuosa o a los luceros del cielo, regidores del mundo. Si,cautivados por su hermosura, los creyeron dioses, sepan cuánto les aventaja suSeñor, pues lo creó el mismo Autor de la belleza. Y si los asombró su poder yenergía, calculen cuánto más poderoso es quien los hizo, pues por la grandeza yhermosura de las criaturas se descubre, por analogía, a su creador» (Sab 13,1-5).

La creación es el lenguaje universal del Creador, que se puede escuchar en cualquierparte y se expresa para todos del mismo modo. La Humanidad tiene la responsabilidadde conocer la revelación de Dios en la naturaleza, porque «lo invisible de Dios, su podereterno y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a través de sus obras, de modo

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que son inexcusables» (Rom 1,20).La revelación de Dios en la creación indica que hay un Dios creador, diseñador,

arquitecto y constructor de todo lo que existe: «En el principio creó Dios los cielos y latierra» (Gén 1,1). Sin embargo, este grado de revelación es insuficiente, ya que Dios nopuede ser conocido personalmente a través de ella. La creación revela la existencia de unDios, pero no pone al hombre en comunicación con él. Revela el poder de Dios, susabiduría, su inteligencia, etc., pero no pasa de ahí. Al ser insuficiente para darnos unconocimiento personal de Dios, se supone que pone al hombre en actitud de búsqueda.Fue diseñada para suscitar en el hombre el deseo de buscar más allá de ella al autor de lamisma. Está llamado a contemplar la creación y, a partir de ella, buscar a su Hacedor.Por desgracia, parece que la inmensa mayoría de los hombres ha decidido no hacerlo.

Muchos hombres se han quedado en las cosas creadas, e incluso en las obras de suspropias manos, y las han considerado como sus dioses, como dice la Escritura:«Alardeando de sabios resultaron ser necios, y cambiaron la gloria del Dios inmortal porimágenes del hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles... cambiaron la verdadde Dios por la mentira, adorando y dando culto a la criatura, y no al Creador» (Rom1,22-23.25).

El Creador se quedó en su creación, pero a los hombres nos cuesta muchodescubrirlo. La razón es muy simple: no lo intentamos. Sin embargo, dice Dios:«Buscarás al Señor tu Dios; y le encontrarás si le buscas con todo tu corazón y con todatu alma» (Dt 4,29). ¿Por qué no probar?

Terminamos este capítulo con un poema de Antonio Machado, muy en consonanciacon lo expuesto en él:

Encontrarás a Dios

«Dondequiera que pongas tu mirada,dondequiera que fijes tu atención,dondequiera que un átomo subsista,encontrarás a Dios.

En las formas diversas de las nubes,en los rayos dorados que da el sol,en el brillo que lanzan las estrellas,encontrarás a Dios.

En los dulces balidos que en los pradosel rebaño da al silbo del pastor,en los trinos cambiantes de las aves,

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encontrarás a Dios.

En la sangre que corre por tus venas,en la misma conciencia de tu yo,en los propios latidos de tu pecho,encontrarás a Dios.

En la santa figura de la madrecuyo seno la vida te donó,en la franca sonrisa de una hermana,encontrarás a Dios.

En las lindas pupilas de la jovenque de amores prendió tu corazón,en la grata visión de un ser querido,encontrarás a Dios.

En las horas de sombra y amarguracuando a solas estés con tu dolor,si le buscas en la sombría noche,encontrarás a Dios».

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a) Por esencia, en cuanto les comunica ser y actividad.

b) Por presencia, en cuanto está en todos los lugarespresenciando lo que pasa en ellos.

c) Por potencia, en cuanto conduce todas las cosas al fin que

7Se mire como se mire, ahí está Dios

«¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tumirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto

en el abismo, allí te encuentro» (Sal 139,7-8)

Hemos dicho en el tema anterior que Dios está siempre presente en sus criaturas; ahorabien, una cosa es la presencia y otra la percepción de su presencia. La primeraafirmación pide una respuesta de fe, pero la segunda necesita una manifestación. ¿Cuálsería la respuesta de la mayoría de las personas a las que se les preguntara si percibían lapresencia de Dios en las criaturas? La imaginamos. Dice el teólogo y místico G. Arintero:«La simple criatura racional no puede conocer a su Hacedor trascendente sino porinducción, rastreando el reflejo de sus atributos en las maravillas de la Naturaleza, sinpoder verlos en sí mismos» (G. Arintero, Evolución mística, p. 110). Es más complejodeducir algo a partir de algunos datos que teniéndolos todos.

Los primeros pasos en la búsqueda de Dios, que es como decir de la presencia deDios, hemos de darlos a partir de los medios más sencillos y cercanos que Dios ha puestoal alcance del hombre, es decir, a partir de la creación. Pero hay que saber qué pasostenemos que dar y cómo tenemos que darlos. La idea primera y universal que debemostener acerca de la presencia de Dios es su omnipresencia: él está —y no puede dejar deestar— presente en todas partes como Creador, Motor y Conservador de todo. Comonos recuerda la palabra revelada: «Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre,del cual proceden todas las cosas y para el cual somos» (1 Cor 8,6).

La omnipresencia de Dios consiste en que está en todo lugar y en todas las cosas, yesto de tres modos:

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Dios ha creado de la nada todo cuanto existe; pero, al terminar de crear, no sedesentendió del trabajo hecho ni abandonó a sus criaturas entregándolas a su suerte. Alcontrario: primero creó y a partir de ese acto creador sigue dando el ser a cada criatura.Es como si habláramos de dos tiempos en la creación: el de sacar a un ser de la nada, yel de seguir dándole el ser para que no vuelva a la nada. En otras palabras: una cosa esengendrar y otra criar. Todo cuanto existe está sostenido por Dios en su existencia.

Dios es el Motor único de la creación. Ha dado a todas sus criaturas unas leyesdentro de las cuales se mueven y relacionan, para el más pequeño de los objetos ypara el mayor de los agujeros negros del universo. Todo está sometido a sus leyes.¿Cómo explicar el orden del universo, por ejemplo, sino porque cada estrella, cadaconjunto de estrellas o galaxias se rige por leyes que llamamos «naturales», que hansido dadas por Dios para mantener en orden la creación y que cada criatura cumplacon su misión?

Las llamadas leyes naturales, que son aquellas que gobiernan la existencia de cadacriatura en su propia naturaleza y en relación con la creación, son modos concretosde comportarse que el Creador les ha dado y que se repiten de generación engeneración en los seres vivos, así como durante todo el tiempo de duración de losseres inanimados. La fuerza de la gravedad es una ley natural que llena el universo.Por ella, los cuerpos se atraen unos a otros sin que este fenómeno desaparezcamientras esos cuerpos existen y se relacionan. Todos los cuerpos vivos o muertosque hay sobre la superficie de la tierra son atraídos por la fuerza de la gravedadhacia el centro de la misma.

Dios está presente en los seres vivos, en los que, además de las leyes naturales delos cuerpos inertes, ha puesto leyes propias de cuerpos vivos, que son las quehacen que una especie funcione siempre del mismo modo y que los seres vivos sereproduzcan y mueran. Es decir, Dios está presente en los seres vivos comoCreador, Motor y Conservador de todo; pero también como principio de la vida queles ha dado y que regula a través de las leyes naturales.

La presencia de Dios en todas partes es, antes incluso que un dato de revelación,una verdad de orden natural que adquirimos con la apertura de nuestra mente a la vida.Esta íntima presencia de Dios en todo ser se requiere por la acción creadora yconservadora con que él nos hace existir y permanecer en la existencia. Solo Dios puedeevocar de la nada las cosas; es una obra reservada exclusivamente a su potenciacomunicar el ser a las criaturas; y esto no solo en el primer momento, sino también en supermanecer en la existencia. Nada puede continuar existiendo si no está sostenido por lamano omnipotente de Dios: «En él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28). Si

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desapareciese esta presencia de Dios, activa e incesantemente creadora, las cosasvolverían enseguida a la nada, al no existir más que en virtud de su relación con él,siendo expresión de su pensamiento e instrumento de sus altísimos fines.

Esta presencia es común a todo ser animado o inanimado, irracional o inteligente,justo o pecador. Por eso, la conservación de las cosas se llama «creación continua». Dioses más presente en nosotros que nuestra carne o nuestra alma. Desde el momento en queuna cosa es llamada de la nada a la existencia, Dios no puede dejar de estar íntimamentepresente y penetrarla hasta el fondo con la mirada de su omnipotencia creadora.

Pablo dirá: «De él, por él y para él son todas las cosas (Rom 11,35).

Y si queremos añadir una razón poderosa de tipo personal, recordemos que Dioscreó todo para su Hijo. ¿No es esta una razón suficiente para que creara por amory cuidara lo que ha creado por amor? Pablo proclama este misterio diciendo: «Él esImagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueroncreadas todas las cosas, celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos yDominaciones, Principados y Potestades: todo fue creado por él y para él, él existecon anterioridad a todo, y todo se mantiene en él» (Col 1,15-17).

Cuando tengamos la sensibilidad espiritual necesaria para descubrir las maravillas deDios en la creación, también seremos capaces de exclamar con algo parecido a lo queproclamaba el salmista: «¡Dios mío, qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, laluz te envuelve como un manto. Extiendes los cielos como una tienda, construyes tusmoradas sobre las aguas; las nubes te sirven de carroza, avanzas en las alas del viento;los vientos te sirven de mensajeros; el fuego llameante, de ministro» (Sal 104,1-4).

La naturaleza es testigo del Dios vivo

Pablo y Bernabé se dirigen a los griegos diciéndoles: «Os anunciamos esta Buena Noticia:que dejéis los ídolos vanos y os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo, la tierra y elmar y todo lo que contienen. En las pasadas generaciones permitió que cada puebloanduviera por su camino; aunque no ha dejado de dar testimonio de sí mismo con susbeneficios, mandándoos desde el cielo la lluvia y las cosechas a sus tiempos, dándooscomida y alegría en abundancia» (Hch 14,15-17).

Después vuelve sobre este planteamiento en el Areópago cuando, puesto en pie eindignado Pablo por la idolatría que veía en la ciudad de Atenas, en un habilidosodiscurso, dice a los helenos: «Atenienses, veo que sois en todo extremadamentereligiosos. Porque paseando y contemplando vuestros monumentos sagrados, encontréincluso un altar con esta inscripción: “Al Dios desconocido”. Pues eso que veneráis sin

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conocerlo, os lo anuncio yo. El Dios que ha hecho el mundo y todo lo que contiene,siendo como es Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por manoshumanas, ni lo sirven manos humanas, como si necesitara de alguien, él que da a todos lavida y el aliento, y todo. De uno solo creó el género humano, para que habitara la tierraentera, determinando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían dehabitar, con el fin de que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban;aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos yexistimos. Así lo han dicho incluso algunos de vuestros poetas: “Somos estirpe suya”.Por tanto, si somos estirpe de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca aimágenes de oro, o de plata, o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de unhombre» (Hch 17,22-29).

En lugar de verlo a través de invenciones humanas, san Pablo nos insta, como aaquellos griegos, a captar su presencia viva en la Naturaleza, en todo lo que nosenvuelve, ya que Dios está en todas partes. En su Carta a los Romanos, san Pablovolverá a insistir en las mismas argumentaciones, diciéndonos cómo lo que eracognoscible de Dios, el propio Dios lo manifestó a través de la Naturaleza, pero que elorgullo —heredero del pecado de Adán— hizo nacer las idolatrías que privaron a loshombres de captar esa su presencia viva. Nos dirá, hablando de los paganos, que «lo quede Dios puede conocerse, resulta manifiesto, pues Dios mismo se lo manifestó. Pues loinvisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia apartir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables,pues habiendo conocido a Dios no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias; todolo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos de tal modo, que su corazón insensatoquedó envuelto en tinieblas. Alardeando de sabios resultaron ser necios, y cambiaron lagloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y dereptiles» (Rom 1,19-23).

«Lo invisible de Dios se manifiesta en lo visible, pero los hombres, en lugar decaptar esa imagen de Dios que Dios mismo proyecta sobre la Creación, optaron por darculto a imágenes, estatuas, hechas por su propia mano. En lugar de dar culto al Dioscuya Vida, cuyo poder se manifestaba en la Vida del universo, prefirieron, envanecidospor sus razonamientos e ideas, dar culto a las propias obras y pensamientos humanos (cf.1 Tes 1,9).» (C. de Prada).

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8La luz proclama la presencia de Dios

«Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y meconduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada» (Sal

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La luz es una de esas cosas con las que estamos familiarizados y de cuya necesidad nosomos conscientes hasta que nos falta. Cuando los días son largos casi nos basta con laluz del sol; cuando son cortos tenemos a mano la energía eléctrica que la sustituye. Peroel hecho es que tenemos luz cuando queremos y prescindimos de ella cuando no lanecesitamos. ¿Qué pasaría si cualquier día nos dijeran que se iban a paralizar todas lascentrales eléctricas del mundo y que no habría luz artificial durante un mes, por ejemplo?¿No nos dispondríamos inmediatamente a hacer acopio de otros sistemas de alumbradopara cuando llegara el momento con el fin de tener, al menos, el alumbradoindispensable? Y luego, ¿imaginamos qué largo se nos haría un mes sin televisión, niradio, ni periódicos, ni discursos de políticos, ni basura en los medios de comunicación,sin fútbol, sin alimentos ni bebidas frescas, que solo tendrían los espabilados que sehubieran dado prisa en adquirir a tiempo un frigorífico de butano, etc.? ¡Qué importantees la luz! Sin ella la vida sería imposible. Pero, ¡como no nos falta…!

Dios es la fuente de toda luz

Dice la Palabra revelada que Dios es el «único que posee inmortalidad, habita en una luzinaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver» (1 Tim 6,16).

No solo tiene luz; él mismo es luz, luz absolutamente pura, imposible de definir. Sinos resulta tan difícil definir la luz que nos envuelve, ¿cómo íbamos a intentardefinir la luz de Dios?

Pablo recuerda a Timoteo que, como luz, Dios es «eterno, inmortal e invisible» (1Tim 1,17).

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De Dios-luz procede la luz natural que recibimos día a día, sin la cual estaríamosperdidos; pero también la luz para el espíritu, capaz de ser recibida únicamente por elhombre que, una vez convertido y agraciado con la participación de la vida de Cristo ensu espíritu, desarrolla su capacidad espiritual, que lo prepara para ser iluminado por otraluz incomparablemente superior, a la que el hombre no tiene acceso más que de la manodel Espíritu Santo, que lleva al crecimiento la nueva vida en Cristo. A esta podríaaplicarse especialmente la afirmación del Salmo que dice: «Tu luz nos hace ver la luz»(Sal 36,10).

Sobre todas las criaturas...

La luz de Dios se proyecta sobre toda la creación, pero no del mismo modo. Al alcancede todo ser humano normalmente desarrollado está la luz del universo: del sol, de la luna,de las estrellas, del relámpago, etc. Con ser tan hermosa y necesaria es la menosimportante. De ella nos servimos todos los seres humanos, pero su servicio, con serúnico, queda determinado a la experiencia de los hombres como seres puramentehumanos. El otro ámbito en que ilumina de modo muy especial la luz de Dios es elespíritu del hombre nacido de nuevo, renacido de agua y Espíritu, al que conocemos,mientras se mantiene bajo el poder de esta luz, como hijo de Dios. Y es que desde estepunto de vista los hombres se dividen en carnales (no han nacido de nuevo y viven bajoel poder de la carne y del mundo), a los que la Escritura llama «hijos de las tinieblas»,«pecadores», etc., frente a los nombres de «hijos de la luz», «hijos de Dios»,«justos»… que da a los que han renunciado al mundo y la carne y se han comprometidoa vivir como hijos del Reino de Dios. La actuación de la luz de Dios en sus corazonesinfluye hasta el punto de dar lugar a dos palabras contrarias, como son luz y tinieblas:

Usando términos muy conocidos, el salmista dice: «Amanece la luz para el justo yla alegría para los rectos de corazón» (Sal 97,11).

El justo ama de corazón a Dios y observa sus mandatos. Resultado: «Dichosoquien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos… En las tinieblas brilla comouna luz» (Sal 112,1.4).

Cuando Dios llevó a cabo la creación, quiso reflejarse y reflejar sus atributos en lascriaturas para que, desde ellas, pudiéramos conocerlo mejor y nos sirviéramos de ellaspara acercarnos a él. De algún modo cada criatura nos habla de Dios con su existencia ysus cualidades. Otra cosa es que seamos capaces de entender su lenguaje. La luz quepercibimos con nuestros ojos nos habla de la presencia de su Creador en ella, porque laluz no se ha creado a sí misma; simplemente está diciendo que es manifestación de laLuz eterna de la cual procede: «Este es el mensaje que hemos oído de él y que os

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anunciamos: Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1,5).

... pero de modo distinto

La luz que nos envuelve y nos capacita para movernos, relacionarnos, desplazarnos en elespacio, etc. es también mensajera del proyecto de Dios para el hombre entero. Nosotrosapreciamos sobre todo la luz que recibimos por el sentido de la vista y que nos relacionacon los seres que habitan el espacio, es decir, la luz como medio necesario paramovernos en el mundo físico; pero, aun siendo importante, no es la que más. El serhumano, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene unas facultades psíquicas que lehacen persona, lo capacitan para razonar y decidir, para moverse en otro terreno dondetambién necesita una luz especial, la luz de la verdad, que no se parece mucho a laanterior: la luz de la verdad sobre los criterios, sobre la mente y la voluntad de Dios, laluz de la verdad sobre el bien y el mal, sobre la relación con Dios, etc. Es una luzespiritual, que el hombre necesita para moverse con seguridad por los espacios interioresde la conducta y de la relación con Dios. Decía Jesús a los judíos: «Si os mantenéis enmi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad oshará libres» (Jn 8,32). Se trata de otro grado de presencia de la luz y de iluminación paralos hombres.

Esta clase de presencia de Dios, luz para el espíritu, se hace realidad, en primerlugar, a través de la palabra revelada:

El salmista lo entiende así cuando dice: «Para mis pies antorcha es tu palabra, luzpara mi sendero» (Sal 119,105).

La palabra de Dios ilumina los pasos del hombre que la busca y obedece:«Lámpara es la instrucción y luz la enseñanza» (Prov 6,23).

Es también lámpara que guía: «Señor, tú eres mi lámpara; Dios mío, tú alumbrasmis tinieblas» (Sal 8,9).

Cuando Job está bajo el peso del sufrimiento y de un aparente abandono por partede Dios, evoca su situación de tiempos pasados y exclama: «¡Si pudiera revivir elpasado, cuando Dios velaba sobre mí, cuando su lámpara brillaba por encima de micabeza y a su luz cruzaba las tinieblas!» (Job 29,2-3).

Descubrir la presencia de Dios en cualquiera de sus criaturas requiere un esfuerzoconjunto de la mente y de la fe. No todo el mundo tiene las mismas capacidades, lamisma sensibilidad ni el mismo interés en descubrir la presencia de Dios en la naturaleza.Los escritores sagrados no tienen ningún problema para descubrir a Dios-luz con la

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misma facilidad con que aceptan y hacen uso de la luz que alumbra el mundo.

El salmista no dudó en proclamar: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién hede temer?» (Sal 27,1).

Tampoco lo tuvo el profeta para aceptar como palabra del Señor una promesa tanrica como esta: «No será para ti ya nunca más el sol luz del día, ni el resplandor dela luna te alumbrará de noche, sino que tendrás al Señor por luz eterna, y a tu Diospor tu hermosura. No se pondrá jamás tu sol, ni tu luna menguará, pues el Señorserá para ti luz eterna, y se habrán acabado los días de tu luto» (Is 60,19-20).

La luz natural nos da la visión del espacio en el que nos movemos y nos libra depisar en falso, de tropezar en las piedras, de deslizarnos por el suelo helado, deprecipitarnos al abismo de la montaña, etc. La vida que tan abundante se muestra en latierra, sobre todo en ciertas épocas del año, estaría abocada a la desaparición, si notuviera la luz. Llega al hombre suavemente cada mañana para sacarlo de las tinieblas dela noche y acompañarle durante todo el día; llega a su apogeo hacia mediodía y luego seva retirando como voz que avisa al hombre de que se acerca la noche y debe retirarsepara el descanso. Del mismo modo, al hombre que yace en tinieblas, Dios le ofrece laposibilidad de entrar en la luz que viene de arriba, porque Dios ha creado al hombre paragozar de la luz eterna en su presencia.

La luz natural está igualmente relacionada con la vida, pues la mayoría de los seresvivos necesita la luz para vivir. Las buenas obras son imán que atrae la luz, mientras quelas malas están relacionadas con las tinieblas y la carencia de luz. Dios relaciona lasbuenas obras con la luz, de tal manera que cuando el hombre se decida a soltar «lascadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos losyugos, partir su pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien vedesnudo y no desentenderse de los suyos… entonces surgirá su luz como la aurora,enseguida se curarán sus heridas, ante él marchará la justicia, detrás de la gloria delSeñor. Entonces clamará al Señor y le responderá, pedirá ayuda y le dirá: “Aquí estoy”»(cf. Is 58,6-9). Y añade: «Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y lacalumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies el alma afligida, brillará tuluz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía» (Is 58,9-10).

La importancia de la luz para los hombres es también una afirmación en esperanzade la luz eterna que alumbrará a los justos. Al hablar de la Jerusalén celestial que unángel le mostró, dice el apóstol Juan: «La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que laalumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero. Y las nacionescaminarán a su luz, y los reyes de la tierra traerán su gloria hasta ella; sus puertas nocerrarán, pues allí no habrá noche» (Ap 21,23-25).

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La plenitud de la luz, que coincidirá con la plenitud de la presencia de Dios, tan solopodrá alcanzarse cuando el hombre consiga la gloria de Dios y entre en la plenitud devida y amor que Dios guarda para los que le aman y buscan de corazón. Entonces, segúnel texto del Apocalipsis, los hijos de Dios «verán su rostro y llevarán su nombre en lafrente, noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol,porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos» (Ap 22,5).Entretanto tendríamos que esforzarnos por descubrir la presencia de Dios en la luz quenos envuelve y ver en ella un reflejo de la luz eterna en la que Dios mora, para la quenos ha creado y que guarda celosamente para los que le busquen de corazón.

Dice Francisco de Asís en el Cántico de las criaturas:

«Alabado seas, mi Señor,en todas tus criaturas,especialmente en el hermano sol,por quien nos das el día y nos iluminas.Y es bello y radiante con gran esplendor,de ti, Altísimo, lleva significación.Alabado seas, mi Señor,por la hermana luna y las estrellas,en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas».

Daniel, el escritor sagrado, es autor de esta exhortación:

«Sol y luna, bendecid al Señor,ensalzadlo con himnos por los siglos.Estrellas celestes, bendecid al Señor,alabadlo y ensalzadlo por los siglos…Luz y oscuridad, bendecid al Señor,alabadlo y ensalzadlo por los siglos.Relámpagos y nubes, bendecid al Señor,alabadlo y ensalzadlo por lo siglos.Noches y días, bendecid al Señor,alabadlo y ensalzadlo por los siglos».

(Dan 3,62-63.72-73.71)

Y León Felipe, un poeta moderno, escribe:

«Nadie fue ayerni va hoyni irá mañana

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hacia Diospor este mismo caminoque yo voy.Para cada hombre guardaun rayo nuevo de luz el soly un camino virgenDios».

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9¡Y el fuego!

«Su trono (de Dios) llamas de fuego; sus ruedasllamaradas; un río impetuoso de fuego brotaba y corría

ante él» (Dan 7,10)

Cuando el escritor sagrado piensa en la presencia de Dios en la creación y la pocahabilidad que tenemos los hombres para descubrirla, dice: «Son necios por naturalezatodos los hombres que han ignorado a Dios y no han sido capaces de conocer al que es apartir de los bienes visibles, ni de reconocer al artífice fijándose en sus obras» (Sab13,1). Lo que se dijo de los antiguos moradores de la tierra puede decirse también hoy, apesar de que los hombres tenemos más medios y facilidades para descubrir la presenciade Dios, aunque es posible que lo que para ellos era ignorancia en el hombre moderno,tal vez habría que llamarlo falta de voluntad o también rechazo de Dios. En este capítulovamos a tratar de descubrir la presencia de Dios en el fuego, a rastrear las huellas deDios en esta criatura.

Inseparable del hombre

El fuego ha sido, en la antigüedad sobre todo, compañero de fatigas del hombre.Podríamos decir que hombre y fuego han convivido a lo largo de la historia, a partir desu descubrimiento, y que el fuego le ha proporcionado al hombre luz y calor,especialmente cuando no ha tenido otros medios de defensa contra el frío. Hoy seaprecia menos el fuego, porque hay otros medios más modernos y cómodos paraproducir calor, así como para usos domésticos e industriales. Hoy el fuego es visto másbien como una necesidad en ciertas circunstancias en que el hombre está lejos de lacivilización, como el fuego de campamento, o como enemigo que devora cuanto alcanzacuando la naturaleza se enciende en días de verano o alguien prende fuego a un bosquepor el placer de ver sus llamas o, tal vez, por presenciar una gran destrucción. Encualquier caso, no deja de ser uno de los elementos más poderosos y amenazantes de la

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naturaleza cuando escapa al control del hombre. Estamos acostumbrados a verlo comoun bien a nuestro alcance o como un enemigo temible.

Voz de Dios

Dios ha usado el fuego para darse a conocer y afirmar su presencia entre los hombres. Alos hombres nos toca descubrir qué es lo que Dios quiere manifestar a través de él ocómo lo usa en su relación con nosotros, qué atributo divino está mostrando cuandoemplea las llamas como palabra o qué finalidad tiene el poder que transmite cuando semuestra imparable. En la historia de la salvación, el fuego es un instrumento poderoso enlas manos de Dios, es un símbolo por medio del cual él quiere hablarnos, mostrarsecercano entre los hombres y anunciar o llevar a cabo sus planes sobre la tierra. Es elmismo Dios —nunca el hombre— quien habla a través de él al hombre. Sin palabras,pero el fuego es testigo de la presencia de Dios y nos revela atributos y cualidades deDios.

Simbología del fuego

En la experiencia de Israel durante su paso por el desierto, el fuego representa la santidaddivina envuelta en un doble aspecto de atracción y temor. La misma doble actitud seaprecia en el pasaje de la zarza de llama ardiente, que no es devorada por el fuego; perola voz divina notifica a Moisés que no puede aproximarse a Dios, si Dios no lo llama y élno se purifica. «Moisés se dijo: “Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, aver por qué no se quema la zarza”. Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lollamó desde la zarza diciendo: “¡Moisés, Moisés”. Él respondió: “Aquí estoy”. Dijo Dios:“No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terrenosagrado”. Y añadió: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaacy el Dios de Jacob”. Moisés se tapó la cara, porque temía ver a Dios» (Éx 3,3-6).Cuando dice el autor de Hebreos que Dios es fuego —«Nuestro Dios es fuegodevorador» (Heb 12,29)—, se refiere a la santidad de la naturaleza de Dios. El fuego noes Dios, pero Dios es fuego devorador. El símbolo más usado en la Biblia para referirse aDios es el del fuego.

Elías, el profeta «semejante al fuego» (Eclo 48,1), busca en el Sinaí la presencia deDios. Después del huracán y del temblor de tierra, ve fuego; pero el Señor no estaba enel fuego (1 Re 19,12); ahora Dios se manifiesta con un símbolo diferente, en la brisaligera, que es otro modo de hacerse Dios presente.

El fuego también se usa figuradamente para expresar el juicio de Dios. En el

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Apocalipsis aparece entre los signos de castigo, pero en el NT se habla sobre todo delfuego escatológico del juicio: «Todos han de ser salados al fuego» (Mc 9,49), frase quese refiere al juicio divino por el que han de pasar todos los que quieran entrar en el reinode Dios.

Otro símbolo del fuego, en la misma línea, es la purificación. Mediante brasasencendidas en la experiencia de Isaías: «Voló hacia mí uno de los serafines con una brasaen la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar, y tocó mi boca y dijo:“He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado”»(Is 6,6-7). Quien se acerca al Dios Santo debe estar purificado. En la teofanía del Sinaí,«el Señor dijo a Moisés: “Vuelve a tu pueblo y purifícalos hoy y mañana; que se laven laropa y estén preparados para el tercer día; pues al tercer día descenderá el Señor sobre lamontaña del Sinaí a la vista del pueblo...”. Al tercer día, al amanecer hubo truenos yrelámpagos y una densa nube sobre la montaña; se oía un fuerte sonido de trompeta ytoda la gente que estaba en el campamento se echó a temblar. Moisés sacó al pueblo delcampamento, al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie de la montaña. La montaña delSinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre ella en medio del fuego. Suhumo se elevaba como el de un horno y toda la montaña temblaba con violencia» (Éx19,10-11; 16-19).

Los escritores sagrados suelen anunciar y describir la ira de Dios como un fuego:

El oráculo del Señor que Amós dirige contra las naciones en su nombre, tieneexpresiones tan amenazadoras como estas: «Enviaré fuego contra la casa de Jázaelpara que derribe las fortalezas de Ben Hadad... enviaré fuego contra las murallas deGaza para que devore sus fortalezas... enviaré fuego contra las murallas de Tiropara que devore sus fortalezas... enviaré fuego contra Judá para que devore lasfortalezas de Jerusalén» (Am 1,4.7.10; 2.5).

El fuego se convierte en instrumento de castigo del pecado de Samaria en lanarración de Isaías: «Se propaga la maldad como un incendio que consume zarzasy cardos: arde en la espesura del bosque y se enrosca en columnas de humo. Por laira del Señor del universo arde el país, y el pueblo es pasto de fuego» (Is 9,17-18).

Isaías, cuyos labios han sido purificados por el fuego (Is 6,6), proclama la palabrasin parecer atormentado por esto; Jeremías, sin embargo, lleva en el corazón algoasí como fuego devorador que no puede contener (Jer 20,9). Y procede comocrisol encargado de probar al pueblo; se ha convertido en portavoz de Dios, quedijo: «¿No es mi palabra un fuego?» (Jer 23,29).

El fuego es también símbolo de la presencia de Dios todopoderoso:

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Moisés recuerda a Israel: «A ti se te ha dado a ver todo esto, para que sepas que elSeñor es el verdadero Dios y que no hay otro fuera de él. Desde el cielo te hahecho oír su voz para instruirte, y en la tierra te ha mostrado su gran fuego, y de enmedio del fuego has oído sus palabras» (Dt 4,35-36).

El salmista ve en el fuego la aproximación de Dios: «Desde Sión, la Hermosa sinpar, Dios resplandece, viene nuestro Dios y no se callará. Delante de él, un fuegoque devora» (Sal 50,2-3).

Isaías, el profeta de fuego, anuncia un fuego justiciero: «El Señor llegará comofuego, y sus carros como torbellino, para restituir con ardor su ira y su indignacióncon llamas. Por su fuego y por su espada, el Señor se hace juez de todo serviviente y muchas serán las víctimas del Señor» (Is 66,15-16).

El sabio se refiere a la purificación espiritual, a semejanza del poder purificador delfuego de la naturaleza: «La plata en el crisol, el oro en el horno; los corazones losprueba el Señor» (Prov 17,3).

De modo parecido habla el Señor a Israel: «Voy a volver mi mano contra ti ypurificaré al crisol tu escoria, hasta quitar toda tu ganga» (Is 1,25). ¿Acaso no esDios quien tiene las llamas de fuego por ministros y ejecutores de sus órdenes? (Sal104,4).

Y de la dureza de corazón de Israel que no es capaz de convertirse ni siquieracuando es pasado por el fuego de la purificación: «Habéis quedado como un tizónsalvado de un incendio; ¡y no habéis vuelto a mí!» (Am 4,11).

Todos estos símbolos del fuego son la voz de Dios que habla de juicio, de justicia,de purificación... y deberían estar presentes en el cristiano al contemplarlo, de tal maneraque hubiera una asociación de ideas que nos ayudaran a percibir la presencia de Dios enlas criaturas, en este caso en el fuego, y nos ayudaran a entrar y vivir en la presencia deDios de manera cercana y continua.

Dice Francisco de Asís en el Cántico de las criaturas:

«Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego,por el cual iluminas la noche,y es bello y alegre y vigoroso y fuerte…Loado seas, mi Señor…por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol,y es fuerte, hermoso, alegre; ¡loado mi Señor!».

Y el profeta Daniel:

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«Fuego y calor, bendecid al Señor,alabadlo y ensalzadlo por los siglos»

(Dan 3,66)

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10¡Y la tormenta!

«El Señor… camina sobre la tormenta y la tempestad, lanube es el polvo de sus pies» (Nah 1,3)

Uno de los fenómenos más espectaculares de la naturaleza lo contemplamos en lastormentas. Cuando alguna de ellas aparece amenazante, todo el mundo toma susprecauciones, sobre todo si está en campo abierto o zona de riesgo por desbordamiento,caída de rayos, etc. La tormenta es siempre misteriosa. A veces parece que va caer elcielo sobre la tierra y, después de unos cuantos truenos y relámpagos, desaparece sindejar rastro; otras veces en cambio, parece inofensiva y, cuando uno quiere reaccionar,se encuentra bajo el azote de la lluvia, la luz cegadora de los relámpagos, el ruidoaplastante de los truenos o el agua corriendo en todas las direcciones. Pero, ¿cuántasveces es el hombre capaz de mirar más allá y contemplar en la tormenta la presencia delCreador? ¿No dicen nada la lluvia, ni los truenos, ni los relámpagos, ni la fuerza de lasaguas caudalosas? Es una pena decirlo, pero la mayoría de la gente lo que aprecia en lastormentas es un peligro del que hay que protegerse; nada más. Solo las almas mássensibles —normalmente místicos y poetas— tienen capacidad de ir más allá y ver algode lo que la naturaleza esconde detrás de una tormenta. Descubrir lo que dice larevelación acerca de las tormentas y su significado en la creación nos ayudará a verlacomo manifestación de la presencia de Dios entre los hombres.

La tormenta proclama la presencia de Dios, el gran Creador:

El profeta relaciona claramente la presencia de Dios con la tormenta y los diversosfenómenos naturales que aparecen durante la misma: «Él hizo la tierra con supoder, asentó el orbe con su saber, desplegó el cielo con su habilidad. Cuando dejaoír su voz, retumban las aguas del cielo, hace que las nubes se eleven desde elconfín mismo de la tierra; con los rayos desata la lluvia y saca de sus depósitos elviento» (Jer 51,15-16).

Si es el Señor de toda la creación el que ha fijado sus leyes en ella, ¿cómo va a

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desentenderse de la misma? Tampoco se limita a observarla de cerca, sino que «ElSeñor todo lo que quiere lo hace en el cielo y en la tierra, en los mares y en losocéanos» (Sal 135,6).

Y su presencia está en medio de las tormentas, porque «hace salir las nubes desdeel horizonte, con los relámpagos desata la lluvia, suelta los vientos de sus silos» (Sal135,7).

Job ve en la tormenta una mezcla de manifestación velada de la majestad de Dios,de su sabiduría, su poder y su providencia cuando dice: «Dios es poderoso,incomprensible; no se pueden contar sus años. Atrae hacia sí las gotas de agua, las filtrade su fuente como lluvia, la lluvia destilada por las nubes, que riegan a toda laHumanidad. ¿Quién conoce la extensión de su nube o el fragor que retumba en sutienda? El Altísimo despliega su relámpago, que ilumina las raíces del mar. De este modoalimenta a los pueblos, les regala sustento en abundancia. Oculta el relámpago en susmanos, lo dirige directo hacia el blanco. El Altísimo habla con su trueno, su cóleraprovoca la tormenta» (Job 36,26-33).

La gloria de Dios se manifiesta en la tormenta

Dios tiene su trono por encima de la tormenta, es decir, es y se manifiesta como el Señorde las tormentas, en las que a los truenos y rayos corresponde hacer el papel de voz delSeñor: «Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor. Aclamadla gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado. La voz delSeñor sobre las aguas; el Dios de gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales.La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica, la voz del Señor descuaja loscedros, el Señor descuaja los cedros del Líbano, hace brincar al Líbano como un novillo,al Sarión como una cría de búfalo. La voz del Señor lanza llamas de fuego, la voz delSeñor sacude el desierto, el Señor sacude el desierto de Cadés. La voz del Señor retuercelos robles, el Señor descorteza las selvas. En su templo un grito unánime: ¡Gloria! ElSeñor se sienta sobre las aguas del diluvio, el Señor se sienta como rey eterno. El Señorda fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz» (Sal 29,1-11).

La tormenta representa también al Señor en su gloria: «Del trono salen relámpagos yfragor y truenos» (Ap 4,5). «El Ángel tomó el incensario, lo llenó del fuego del altar y loarrojó a la tierra; hubo truenos, voces, relámpagos y un terremoto» (Ap 8,5).

En interpretación del salmista, también es el marco de las apariciones de Dios: «Tevio el mar, oh Dios, te vio el mar y tembló, los abismos se estremecieron. Las nubesdescargaban sus aguas, retumbaban los nubarrones, tus saetas zigzagueaban. Rodaba elestruendo de tu trueno, los relámpagos deslumbraban el orbe, la tierra tembló

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estremecida. Tú te abriste camino por aguas, un vado por las aguas caudalosas, y noquedaba rastro de tus huellas» (Sal 77,17-20).

Otros significados de la tormenta

Es un signo benéfico cuando por ella Dios otorga la fecundidad a la tierra: «Si escucháisatentamente los preceptos que yo os mando hoy, amando al Señor, vuestro Dios, ysirviéndole con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, yo daré a vuestra tierra lalluvia a su tiempo, las primeras lluvias y las tardías, y cosecharás tu grano, tu mosto y tuaceite y daré a tu campo hierba para tu ganado, y comerás hasta saciarte» (Dt 11,13-15).

También puede tener la misión de mostrarse como un azote terrible que reserva Diosa sus enemigos como señal de su ira: «Al soplo de tu nariz se amontonaron las aguas, lascorrientes se alzaron como un dique, las olas cuajaron en el mar. Decía el enemigo: “Losperseguiré y alcanzaré, repartiré el botín, se saciará mi codicia, empuñaré la espada, losagarrará mi mano”. Pero sopló tu aliento y los cubrió el mar; se hundieron como plomoen las aguas formidables» (Éx 15,8-10). A continuación «María, la profetisa, hermana deAarón, tomó su pandero en la mano y todas las mujeres salieron tras ella con panderos adanzar. María entonaba: “Cantaré al Señor, pues se cubrió de gloria, caballos y jinetesarrojó al mar”» (Éx 15,20-21).

Y también es símbolo de la ira de Dios ante el pecado, como afirma Jeremías en suoráculo contra los profetas, que se han desviado de su misión y se han entregado a lainiquidad: «Ya está aquí la tormenta del Señor, un huracán que gira y descarga encima dela cabeza de los malvados. No se calmará la cólera del Señor hasta que haya ejecutadosu propósito. Después que pase ese tiempo, lograréis entenderlo todo» (Jer 23,19-20).

Cuando el Señor quiere verter la copa de su ira sobre las naciones depravadas, datambién al profeta un mensaje que ha de transmitir, y dice lo siguiente: «Esto diceel Señor del universo: “Mirad, un desastre va pasando de una nación a otra; seeleva una violenta tormenta desde los confines de la tierra. Aquel día habrávíctimas del Señor de un extremo a otro de la tierra. Nadie llorará por ellos ni losenterrará. Serán como estiércol sobre el suelo”» (Jer 25,32-33).

Uno de los acontecimientos más importantes del AT es la liberación de los israelitas,cuando eran esclavos en Egipto. Ante la resistencia del Faraón a los planes de Diospara Israel, el Señor fue endureciendo su mano con las plagas que vinieron sobreEgipto. En una de ellas, «el Señor dijo a Moisés: “Extiende tu mano hacia el cielo,y caerá granizo en toda la tierra de Egipto, sobre los hombres, sobre los ganados ysobre toda la hierba del campo en Egipto”. Moisés extendió su bastón hacia el cielo,y el Señor lanzó truenos, granizo y rayos a la tierra. El Señor desencadenó una

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lluvia de granizo sobre la tierra de Egipto. El granizo, con los rayos formados entreel granizo, fue tan fuerte que jamás se había visto algo semejante en la tierra deEgipto desde que comenzó a ser nación. El granizo golpeó en toda la tierra deEgipto, cuanto había en el campo, desde los hombres hasta los ganados. Machacótambién el granizo toda la hierba del campo, y tronchó todos los árboles delcampo» (Éx 9,22-25).

Las tormentas están sometidas siempre al poder de Dios: «Los (hijos de Adán) que ala mar se hicieron en sus naves, llevando su negocio por las muchas aguas, vieron lasobras del Señor, sus maravillas en el piélago. Él suscitó un viento de borrasca, queentumeció las olas; subiendo hasta los cielos, bajando hasta el abismo, bajo el peso delmal su alma se hundía; dando vuelcos, vacilando como un ebrio, tragada estaba toda supericia. Y hacia el Señor gritaron en su apuro, y él los sacó de sus angustias; a silencioredujo la borrasca, y las olas callaron» (Sal 107,23-29).

Jesucristo, «imagen del Dios invisible», dijo que quien le había visto a él, había vistoal Padre (cf. Jn 12,45). Si el Padre era señor de las tormentas, también él. No es deextrañar que ante el peligro por el que estaban pasando los discípulos, al verseamenazados en cierto momento por una tormenta, el Maestro tomase autoridad sobreella y le ordenara cesar, cosa que hizo con gran sorpresa para ellos: «Se produjo unatempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Se acercaron ylo despertaron gritándole: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!”. Él les dice: “¿Por quétenéis miedo, hombres de poca fe?”. Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar, yvino una gran calma» (Mt 8,24-25).

¡Cuántas cosas puede decirnos una tormenta acerca de Dios y su presencia, y quépocas veces somos capaces de descubrir alguna de ellas!

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11¡Y el viento!

«Con los rayos desata la lluvia y saca de sus depósitosel viento» (Jer 51,16)

Otro elemento, por medio del que se hace presente Dios al hombre en la creación, es elviento. Y también aquí, como en temas anteriores, el hombre podrá acercarse acontemplar a Dios o no en el viento, de acuerdo con su grado de búsqueda de Dios, desu sensibilidad para las cosas del espíritu y, por supuesto, de los obstáculos que se loimpidan en su vida. Todas las obras de Dios tienen su algo de misterio y sonmanifestación de su gloria. También el viento.

Unas veces los vientos se muestran con violencia irresistible y, como símbolo de laira de Dios, derriban cuanto encuentra a su paso —edificios, árboles centenarios,sólidos muros—, hacen zozobrar las moles aparentemente intocables de grandesbarcos o vuelcan vehículos pesados que ruedan por las autopistas. Dice el Señor apropósito de la palabra de los falsos profetas: «Porque han extraviado a mi pueblodiciendo: “¡Paz!”, y no había paz, y mientras mi pueblo construía un muro, ellos lorecubrían de revoque. Por eso, diles a los que ponen el revoque: “No resistirá”.Vendrá una lluvia torrencial, caerá abundante granizo, se desencadenará un vientohuracanado. Cuando el muro haya caído os dirán: “¿Dónde quedó vuestrorevoque?”. Por ello, así dice el Señor: “En mi ira desencadenaré un vientohuracanado, mi ira hará caer una lluvia torrencial y mi furor un granizo destructor.Derribaré el muro que habéis recubierto de revoque, lo echaré por tierra, quedaránal descubierto sus cimientos. Cuando haya caído, pereceréis en medio de él.Entonces reconoceréis que yo soy el Señor. Desahogaré mi ira contra el muro ycontra los que lo cubren de revoque y os diré: Ya no existe el muro ni quienes locubrían de revoque”» (Ez 13,10-15).

El mismo profeta dice a propósito de la caída de Tiro: «Las naves de Tarsistransportaban tus mercancías. Eres rica y opulenta en medio de los mares. Tusremeros te llevaron a aguas tumultuosas y el viento del Este te destrozó en alta

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mar» (Ez 27,25-26).

En el otro extremo se insinúa como una brisa, un murmullo tan suave, que apenasresulta perceptible y habla de paz y cercanía de Dios:

Así fue la experiencia de Elías en la cueva del Horeb: «Después del temblor, fuego,pero no estaba el Señor en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisasuave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada dela cueva. Le fue dirigida una voz que le dijo: “¿Qué haces aquí, Elías?”» (1 Re19,12-13).

Así aparece también su presencia en el Edén, en un clima de armonía y pazprovocado por la brisa: «Oyeron luego (Adán y Eva) el ruido de los pasos del SeñorDios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa» (Gén 3,8).

Es otro de los elementos que suelen acompañar a las intervenciones divinas:

La venida del Espíritu Santo en Pentecostés está acompañada de un gran viento queviene del cielo: «De repente se produjo desde el cielo un estruendo, como de vientoque soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados» (Hch2,2).

El profeta Jeremías anuncia a Israel un castigo que va a llevar a cabo mediante lainvasión de los caldeos; el viento tiene en este anuncio un sentido demoledor ydestructivo: «En aquel tiempo se dirá a este pueblo y a Jerusalén: “Un vientoardiente (imagen del invasor) sopla por todas las dunas del desierto, camino de lacapital de mi pueblo; no un viento de aventar o de cribar, sino viento huracanado amis órdenes. Ahora me toca juzgarlos”» (Jer 4,11-12).

A veces seca con soplo de fuego la tierra estéril o evapora las aguas que encuentra asu paso: «Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo soplar durante toda lanoche un fuerte viento del Este que secó el mar, y se dividieron las aguas» (Éx 14,21).

Pero también colabora con la vida arrastrando las aguas que luego deja caer sobre latierra fecunda de la que brota la vida esperada: «Dijo (Elías) a su criado: “Sube y mirahacia el mar”. Subió, miró y dijo: “No hay nada”. Él dijo: “Vuelve”. Y esto siete veces. Ala séptima vez dijo: “Hay una nube como la palma de un hombre, que sube del mar”.Entonces dijo: “Sube a decir a Ajab: Unce el carro y baja, no te detenga la lluvia”. Pocoa poco se fue oscureciendo el cielo por las nubes y el viento y se produjo gran lluvia» (1Re 18,43-45). Los vientos se rigen por las leyes que su Creador les ha dado; vemoscómo dependen de otros elementos de la naturaleza como el calor o el frío, las altas obajas presiones, etc.

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La Escritura nos habla del uso de algo que ni siquiera llega a llamarse viento, sinosoplo, debido a su aparente insignificancia y debilidad. Sin embargo, una vez más a Diosle agrada servirse de lo pequeño para sus grandes obras. El soplo o aliento está asociadocon el don del Espíritu Santo, dador de vida.

La Escritura afirma algo que tal vez no sea fácil de entender. Después de haberconcluido la creación de los seres que llenan el universo, decidió crear al hombre. Ylo narra diciendo que «entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo delsuelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo»(Gén 2,7). ¡Un pequeño soplo en boca de Dios se convierte en aliento de vida!

No podemos verlo, apenas podemos sentirlo, pero estamos rodeados de una granmasa de aire sin la cual nuestros sentidos quedarían inutilizados y nuestraexistencia, tal como está concebido el hombre, sería imposible. El sonido necesitadel aire para moverse en el espacio, de modo que habría situaciones de las queahora gozamos que desaparecerían: no podríamos comunicarnos, ni escucharmúsica, ni oír los truenos. La visión tampoco sería posible porque depende de laatmósfera, que funciona como una lente que recibe los rayos solares y los esparcepor toda la tierra. Los órganos de la vista se sirven de ellos y el hombre puedebeneficiarse de toda la ayuda que le proporcionan.

Si no fuera por la atmósfera tampoco conoceríamos el calor y estaríamos privadosde todos los efectos beneficiosos que produce para el hombre. En los experimentosque el hombre moderno está llevando a cabo en el espacio, se hace uso de navesespaciales perfectamente protegidas contra la congelación que producirían lasbajísimas temperaturas que hay en el espacio más allá de la atmósfera de la tierra.

El «aliento de vida» simboliza al Espíritu Santo —una de la personas de la Trinidad—, que se conoce como «dador de vida». Él da el aliento vital al hombre y crea laatmósfera por la que podemos relacionarnos con las criaturas y aprovecharnos deellas.

También el Hijo de Dios habla del viento como símbolo del Espíritu Santo cuandodice en Juan: «El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dóndeviene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu» (Jn 3,8). Y más tarde,cuando envía a sus discípulos para que lleven a cabo la misión que les ha encomendado,se sirvió de nuevo de él para comunicarles el Espíritu Santo, que les daría poder paraperdonar los pecados: «Sopló sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo”» (Jn 20,22).

Esta escena es semejante a la de Génesis 2,7. En uno de los casos, se nos presentaal Espíritu impartiendo el soplo de vida en la antigua creación y dándole vida; en el

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otro, el mismo Espíritu sopla en la nueva creación: «Si alguno está en Cristo, es unanueva criatura. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Cor 5,17). La vidade Adán no pasaba de ser vida humana, pero la vida que da Cristo es vida divina.De otro modo: la vida natural es vida del alma; la vida divina que Cristo nos trae esla vida del Espíritu. En estos casos podemos hablar de una presencia especial deDios, que comunica vida a través de su soplo o del Espíritu mediante este gesto.

Los salmos abundan en expresiones en las que el autor admira las obras del Creadory deja correr sus sentimientos intentando expresarse hasta donde la palabra se lo permite,para admirar y alabar al autor de semejantes obras: «¡Bendice, alma mía, al Señor! ¡Diosmío, qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto.Extiendes los cielos como una tienda; construyes tu morada sobre las aguas; las nubes tesirven de carroza, avanzas en las olas del viento; los vientos te sirven de mensajeros, elfuego llameante de ministro…» (Sal 104,1-4).

«Alabado seas, mi Señor, por el hermano vientoy por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo,por todos ellos a tus criaturas das sustento».

(Francisco de Asís, Cántico de las criaturas)

«Todos los vientos, bendecid al Señor,alabadlo y ensalzadlo por los siglos».

(Dan 33,11)

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12¡Y el agua!

«Dijo Dios: “Júntense las aguas de debajo del cielo enun solo sitio, y que aparezca lo seco”.

Y así fue. Llamó Dios a lo seco “tierra”, y a la masa deaguas llamó “mar”. Y vio Dios que era bueno» (Gén

1,9)

El agua es un bien de primera necesidad. Todos los seres vivos la necesitamos paraexistir; los animales, las plantas y las personas de todas las edades debemos tener nuestraración diaria para no deshidratarnos. ¡Qué diferencia tan grande hay entre las tierrasdonde el agua abunda y da vida a todos los seres vivos que la habitan, y los desiertos dearena donde la vida está prácticamente desaparecida y es la muerte la gran señora que losocupa! En las tierras donde abunda, el agua genera vida, seguridad, abundancia,crecimiento, frescor, placer… Las aguas tempranas de la primavera producen unaexplosión de vida, las plantas se disputan cada palmo de tierra y los animales seenseñorean de los territorios, que les sirven de granero, de despensa, de hogar y hasta detumba. Contempló Dios las aguas que había creado, vio que aquello era bueno.

La Escritura nos habla también del uso del agua como símbolo. En la AntiguaAlianza, las aguas se ven desde tres perspectivas distintas: 1) como fuente de vida paralos seres vivos y fuente de poder, porque sin ella la tierra no es más que un desierto; 2)como aguas de muerte que traen destrucción y ruina con su poder avasallador; 3) comoelemento de purificación de suciedad y manchas para las personas y las cosas que seensucian en su contacto con las criaturas.

En la revelación no se tratan las aguas como una criatura independiente, sino comoalgo que está bajo el control de Dios, de tal modo que la presencia de las aguas ofrececon frecuencia una evocación del poder, de la providencia, de la misericordia, del castigoe incluso de la voz de Dios sobre el hombre y la creación en general. En la perspectiva deIsrael las aguas tienen diferentes procedencias y misiones.

Pueden ser aguas de arriba y aguas de abajo, o también aguas tempranas y aguas

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tardías. Dios es el dispensador de ambas, reteniendo así su poder sobre los destinos delhombre.

A las aguas de arriba se les supone retenidas por el firmamento. El salmista lasinvita a alabar a su Creador diciendo: «Alabadle, cielos de los cielos, y aguas queestáis encimadelos cielos!» (Sal 148,4). Ciertas compuertas —bajo el control delAltísimo— las dejan caer en forma de lluvia, como dice Dios a Israel porMalaquías: «Traed todos los diezmos al tesoro y habrá sustento en mi templo.Ponedme así a prueba, dice el Señor del universo, y veréis cómo abro lascompuertas del cielo y derramo bendición sin medida» (Mal 3,10). Otras vecescaen en forma de rocío, que se deposita sobre la hierba durante la noche:«¡Ábreme, hermana mía, amiga mía, mi paloma sin tacha! Que mi cabeza estácubierta de rocío; mis rizos, del relente de la noche» (Cant 5,2).

Se creía que los manantiales y los ríos proceden de reservas de aguas sobre las quereposa la tierra; por eso son llamadas las aguas de abajo. Moisés recuerda a Israel:«Cuando el Señor tu Dios te introduzca en una tierra buena, tierra de torrentes, defuentes y veneros que manan en el monte y la llanura… bendecirás al Señor tuDios por la tierra buena que te ha dado» (Dt 8,7.10).

Pero lo más importante es el dominio de Dios sobre las aguas y su distribución,siendo él quien provoca la sequía o la inundación. El salmista reconoce esta autoríade Dios cuando le dice: «De los manantiales sacas los ríos, para que fluyan entrelos montes; en ellos beben las fieras de los campos, el asno salvaje apaga su sed;junto a ellos habitan las aves del cielo y entre las frondas se oye su canto. Desde tumorada riegas los montes y la tierra se sacia de tu acción fecunda; haces brotarhierbas para los ganados y forraje para los que sirven al hombre. Él saca pan de loscampos y vino que le alegra el corazón; aceite que da brillo a su rostro y el pan quele da fuerzas. Se llenan de savia los árboles del Señor, los cedros del Líbano que élplantó» (Sal 104,10-16).

Él cuida de que lleguen a su tiempo las aguas tempranas y las aguas tardías; lasprimeras para no poner en peligro la siembra y las segundas para asegurar lamaduración de las cosechas. De algún modo es considerado y contemplado elSeñor como un Presidente omnipotente de un gran sindicato de riegos, bajo cuyajurisdicción está el poder para dar y quitar, para abrir o para cerrar. ¿Cómo separarla presencia de Dios de la hermana agua?

Las aguas son en todo caso para Israel un modo de manifestar Dios su presenciaentre el pueblo. Es el suministrador único de algo tan importante como el agua, sinla cual no habría vida ni alimentos para los seres vivos. El Señor es el Señor de las

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aguas y donde aparecen las aguas allí ven la mano del gran distribuidor de lasmismas, el Señor de las aguas. En los versículos citados anteriormente, más queuna alusión a su presencia hay una descripción de sus actividades concretas en laadministración de las aguas para el hombre.

Las aguas son vistas también como instrumento de castigo: «Pasados siete días, lasaguas del diluvio cubrieron la tierra. En el año seiscientos de la vida de Noé, el díadiecisiete del segundo mes, reventaron las fuentes del gran abismo y se abrieron lascompuertas del cielo, y estuvo lloviendo sobre la tierra cuarenta días y cuarentanoches» (Gén 7,10-12).

La multiforme voz de las aguas es la voz de Dios, que nos habla a través de ellas:

Voz silenciosa de las aguas profundas de los océanos, que permanecen calladasporque no hay quien les escuche.

Voz insistente de las aguas presurosas, que se deslizan a caballo de los cantosrodados por los cauces de montaña.

Voz de paz de las aguas estancadas, que descansan de los trabajos del pasado.

Voz infantil de las aguas de fontana, que en primavera se asoman ante el verde delos prados.

Voz estruendosa de las aguas de tormenta traspasadas por el trueno y sacudidas porlos rayos.

Voz blanca y nevada de las alturas, que levantan sus manos al cielo más alto que elresto de criaturas de la tierra que quieren alcanzarlo.

Voz monótona y encantadora de la cascada de montaña, que va saltando condecisión monte abajo y crea el río uniéndose a otras aguas que llegan a su cauceprocedentes de distintas fuentes.

Ecos y voces, en definitiva, de la creación que nunca cesa de hablarnos de lapresencia del Creador, aunque no los escuchemos ni entendamos.

Pero también: oración y alabanza, gozo y exultación de una criatura sencilla yhumilde, que desde las nubes contempla a Dios en los cielos y en la tierra, en las alturasy en las profundidades, en las superficies de la tierra y en las entrañas de la naturaleza…unas veces bajo el peso de todos los silencios, pero otras en un susurro como de oraciónen diferentes lenguas mientras discurre desde las alturas de la tierra y por los pequeñostorrentes de montaña en busca de la misión que tiene que cumplir.

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Oración y alabanza que solo su Creador puede interpretar, pero que sin duda narranla gloria de Dios y le adoran desde su sencilla materia escurridiza, portadora de vida parala tierra del Señor. Así al menos parece haberlo entendido el salmista cuando dice:«¡Alabad al Señor, aguas que estáis encima de los cielos!» (Sal 148,4).

El agua es también símbolo del Espíritu Santo y expresa mejor que ningún otro lasfunciones más importantes del Espíritu. El mismo Jesucristo explica este símbolo cuandodice: «El que tenga sed, que venga a mí y beba. Al que cree en mí, como dice laEscritura: “De sus entrañas manarán ríos de agua viva”. Dijo esto refiriéndose al Espírituque habían de recibir los que creyeran en él”» (Jn 7,37-38).

En el momento de la consumación de todas las cosas, el agua viva será el símbolode felicidad sin fin de los elegidos, conducidos por el Cordero a pingües pastos, según lavisión de Juan: «El Cordero que está delante del trono los apacentará y los conduciráhasta las fuentes de aguas vivas» (Ap 7,17). Más adelante escucha estas palabras delSeñor: «Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed yo le daré de lafuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,6). Uno tiene la impresión de que Dios,conocedor de la relación del hombre con el agua, quisiera hacerse especialmente presenteen ella, para estar más cerca del hombre y hablarle con el lenguaje sencillo y abundantede las aguas.

«Aguas del espacio, bendecid al Señor,ensalzadlo con himnos por los siglos.Lluvia y rocío, bendecid al Señor,ensalzadlo con himnos por los siglos…Rocíos y nevadas, bendecid al señor,ensalzadlo con himnos por los siglos.Témpanos y hielos, bendecid al Señor,ensalzadlo con himnos por los siglos.Escarchas y nieves, bendecid al Señor,ensalzadlo con himnos por los siglos…Manantiales, bendecid al Señor,ensalzadlo con himnos por los siglos.Mares y ríos, bendecid al Señor,ensalzadlo con himnos por los siglos».

(Dan 3,60.64.68-70.77-78)

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13¡Y los cielos!

«El sol proclama cuando sale: “¡Qué admirable es laobra del Altísimo”» (Eclo 43,2)

¿Quién no se ha formulado alguna pregunta sobre el universo durante una noche deverano, cuando la luz de las estrellas brilla en toda su plenitud, gracias a la posición deuna luna nueva que no puede impedir que la luz llegue hasta la tierra limpia y sininterferencias? ¿Quién no ha sentido mareos al conocer la distancia entre sí de tantísimasestrellas y el tiempo que tarda en llegar su luz a la tierra, medido en años luz, sabiendoque esta avanza a una velocidad de 300.000 km por segundo? ¿O quién no se hapreguntado cómo es posible que haya tanto orden en el universo cuando la inmensidadde galaxias, agujeros negros o sistemas solares nos impide hacernos una idea ni siquieraaproximada de todo lo que el espacio exterior contiene? ¿Y quién no se ha preguntadoqué inteligencia y qué poder tiene que haber detrás del universo para que todo estéperfectamente en su sitio?

El salmista no tiene ninguna duda en afirmar: «El cielo proclama la gloria de Dios, yel firmamento pregona la obra de sus manos» (Sal 19,2). Equivale a decir: «Los cieloshablan de la presencia de Dios en su gloria, y el firmamento anuncia la obra de susmanos». En términos bíblicos, la expresión «gloria de Yahvé» designa a Dios mismo encuanto se revela en su majestad, su poder, el resplandor de su santidad, el dinamismo desu ser. Por eso podemos decir, sin temor a errar, que la expresión «gloria de Dios»equivale a presencia de Dios. Nosotros mismos lo hemos confesado muchas veces,cuando hacemos nuestra la palabra de Dios; pero, ¿creemos sinceramente que el cielo —el firmamento— es un exponente de la presencia y la gloria de Dios? Si así fuera, ¿nocontemplaríamos más veces el firmamento y alabaríamos con más frecuencia a Dios portodo lo que de él nos está ofreciendo?

Para el ser humano, su universo es muy limitado, limitadísimo. Se reduce al entornofamiliar, laboral, social, religioso —cuando lo tiene— y poco más. A través de losmedios, sobre todo, tiene la posibilidad de conocer lo que va pasando en el planeta tierra,

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aunque la mayoría de las veces no se interese en los sucesos; y de vez en cuando —muyde vez en cuando— tiene noticia o ve alguna imagen de un lanzamiento al espacio y deun descubrimiento que los astrónomos han hecho en el firmamento. A excepción de losagricultores, que viven muy pendientes de los fenómenos atmosféricos y por esa razónmiran con frecuencia hacia arriba (aunque a poca distancia), el resto de la Humanidadvive de espaldas al firmamento. No se interesa por él. Y así es imposible descubrir lapresencia y la gloria de Dios en el firmamento. El hombre habita el planeta tierra, uno delos que giran alrededor de la estrella que llamamos sol y nos da luz y calor. De la tierrasabemos algo, pero creo que lo que conocemos es nada en comparación con lo quedesconocemos. Y si esto pasa con la tierra, ¿qué no pasará con lo que está más allá deella?

El hombre puede contemplar las estrellas de una noche de luna nueva, pero, ¿sabepor ejemplo, que las estrellas son masas de gases, principalmente hidrógeno y helio, queemiten luz y se encuentran por todo el universo, a temperaturas muy elevadas? Vemoslas estrellas, excepto el Sol, como puntos luminosos muy pequeños, y solo de noche,porque están a enormes distancias de nosotros.

Pero, ¿qué sabemos acerca del sol, del cual depende en gran parte nuestraexistencia? Por decir algo: es la estrella más cercana a la Tierra y la mayor delSistema Solar. Las estrellas son los únicos cuerpos del Universo que emiten luz. ElSol es también nuestra principal fuente de energía, que se manifiesta, sobre todo,en forma de luz y calor. El Sol contiene más del 99% de toda la materia del SistemaSolar. Ejerce una fuerte atracción gravitatoria sobre los planetas y los hace girar asu alrededor.

Según los científicos, el Sol se formó hace 4.500 millones de años y tienecombustible para 5.000 millones más. Después, comenzará a hacerse más y másgrande, hasta convertirse en una estrella gigante roja. Finalmente, se hundirá por supropio peso y se convertirá en una enana estrella blanca, que puede tardar un trillónde años en enfriarse.

Solo vemos la capa exterior, se llama fotosfera y tiene una temperatura de unos6.000 °C, con zonas menos calientes (4.000 °C), que llamamos manchas solares.La energía solar se crea en el interior del Sol, donde la temperatura llega a los 15millones de grados, con una presión altísima.

Dando un paso más hacia el espacio, vemos que el Sol es parte del Sistema Solar,que está formado por una estrella central —el Sol—, los planetas que le acompañany el espacio que queda entre ellos. Nueve planetas giran alrededor del Sol:Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y el planeta

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enano, Plutón. La Tierra es nuestro planeta y tiene un satélite, la Luna. Algunosplanetas tienen satélites, otros no.

Las galaxias son acumulaciones enormes de estrellas, gases y polvo. En el Universohay centenares de miles de millones. Cada galaxia puede estar formada por centenares demiles de millones de estrellas y otros astros. Las galaxias tienden a agruparse formandocúmulos de galaxias, dejando, a veces, mucho espacio vacío entre los diversos grupos.

La Vía Láctea es nuestra galaxia. Los romanos la llamaron «Camino de Leche»(esto significa Vía Láctea en latín). Es grande, espiral y puede tener unos 100.000millones de estrellas, entre ellas, el Sol. En el Universo las hay mayores y menores.Prácticamente todas las estrellas del Universo que vemos forman parte de la VíaLáctea.

La galaxia grande más cercana es Andrómeda; se está acercando a nosotros a unos140 kilómetros por segundo, y se cree que de aquí a aproximadamente de 3.000 a5.000 millones de años, podría colisionar con la nuestra y fusionarse ambas,formando una galaxia elíptica gigante.

Los agujeros negros son los cuerpos del Universo con el campo gravitatorio másgrande. No puede escapar ninguna radiación electromagnética ni luminosa, por eso sonnegros. Están rodeados de una «frontera» esférica que permite que la luz entre pero nosalga.

En definitiva: no podemos comprender la grandeza del Universo; pero ahí está. Yestá con toda su majestad, su energía casi infinita, su orden maravilloso, su movimientoordenado por el espacio… Todo eso solo puede sostenerlo, ordenarlo y gobernarlo elDios que lo ha creado. Todo el Universo entonces nos está mostrando los atributos deDios, que nos hablan de su presencia.

Kepler, un gran astrónomo del pasado, arrebatado por la sabiduría que resplandeceen la creación, exclamó: «Es inminente el día en que nos será dado leer a Dios en elgran libro de la naturaleza con la misma claridad con que lo leemos en las SagradasEscrituras y contemplar gozosos la armonía de ambas revelaciones».

En el cielo hay millones de millones de astros de ingentes magnitudes y devertiginosas velocidades. Todos se mueven sin cesar, todos se cruzan y entrecruzanen sus rutas; todos avanzan y nunca vuelven a pasar por el mismo sitio; sinembargo, todo sucede dentro de un orden asombroso, porque ahí está la mano deDios, la inteligencia divina que trazó sus rutas y guía los astros, el poder infinito, lasabiduría infinita, el Ser eterno que existe por sí mismo: «Su majestad cubre loscielos, de su gloria está llena la tierra. Su fulgor es como la luz, rayos tiene que

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saltan de su mano, allí se oculta su poder. Delante de él marcha la peste, sale lafiebre tras sus pasos» (Hab 3,3-5).

Un poeta de la segunda mitad del siglo XIX, Mosen Jacinto Verdaguer, escribióestos versos: «De que mire las estrellas / no estés celoso, mi Dios, / que quieroperderme entre ellas / para encontraros a Vos».

También el salmista exclamaba entusiasmado: «¡Señor Dios nuestro, qué admirablees tu nombre por toda la tierra! Ensalzaste tu majestad sobre los cielos» (Sal 8,2).«Y cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que hascreado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para mirar porél?» (Sal 8,4-5).

El que creó cielos y tierra nos pregunta por medio del profeta: «Si alguien se ocultaen su escondrijo, ¿creéis que no podré verlo? —oráculo del Señor—. ¿No lleno elcielo y la tierra?» (Jer 23,24).

En un momento de su vida, el Señor dice a Israel por boca de Isaías: «Alzad losojos a lo alto y mirad: ¿quién creó todo esto? Es él, que despliega su ejército alcompleto, y a cada uno convoca por su nombre. Ante su grandioso poder y surobusta fuerza, ninguno falta a su llamada. ¿Por qué andas diciendo, Jacob, y porqué murmuras, Israel: “Al Señor no le importa mi destino, mi Dios pasa por altomis derechos?”. ¿Acaso no lo sabes? ¿Es que no lo has oído? El Señor es un Dioseterno, que ha creado los confines de la tierra. No se cansa, no se fatiga, esinsondable su inteligencia» (Is 40,26-28).

Y de nuevo el salmista, consciente de la presencia viva de Dios en toda la creación,se dice a sí mismo: «¿A dónde iré yo lejos de tu aliento, adónde escaparé de tumirada? Si escalo el cielo allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro.Si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí mealcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha» (Sal 139,7-10).

Al hombre en general, y a los cristianos en particular, nos sucede que estamos tancentrados en las pequeñeces de nuestras personas y nuestras vidas, en las lucecitasque nos rodean y entretienen, que no nos queda tiempo ni ganas para levantar losojos al cielo y dejarnos sorprender por la grandeza de todo lo que nos envuelve y lapresencia del que lo ha creado y lo sostiene. Pero también aquí es aplicable lapalabra que dice: «Quien busca encuentra». Quien busque de corazón la presenciade Dios en el Universo, la encontrará, como la encontró y describió san Franciscode Asís en el Cántico a las criaturas:

«Loado seas por toda criatura, mi Señor,

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y en especial por el hermano sol,que alumbra y abre el día,y es bello en su esplendor.Y lleva por los cielos noticias de su autor.Y por la hermana luna, de blanca luz menor,y las estrellas claras, que tu poder creó,tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son,y brillan en los cielos; ¡loado mi Señor!».

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14¡Y los seres vivos!

«Por mi vida, que yo no me complazco en la muerte delmalvado, sino en que el malvado se convierta y viva»

(Ez 33,11)

En la escala de perfección de las criaturas damos un salto importante cuando pasamosdesde el mundo de los seres inanimados —naturaleza inerte— a los seres vivos que, deacuerdo con sus niveles de vida, clasificamos en tres niveles: plantas, animales y sereshumanos. Se dice que un ser es vivo cuando nace, crece, se reproduce y muere. Plantas,animales y hombres gozamos de estas cualidades, pero con una perfección distinta.Vemos que los animales son muy superiores a las plantas: tienen sentidos, reaccionanante las situaciones externas, se desplazan en el espacio, los domésticos conocen a susamos, tienen instintos, etc. Y en la cumbre está el hombre. Sus diferencias proceden delprincipio vital del que están dotados: las plantas tienen un alma —principio de vida—vegetal; los animales tienen un alma sensible; y el hombre tiene un alma racional. El almade plantas y animales es mortal, mientras que el alma del hombre es inmortal.

Cuando contemplamos a los seres vivos y recordamos que es el Creador quien losestá sosteniendo y dando la vida, podemos apreciar una presencia del mismo mucho máspronunciada, más diáfana, porque se muestra llevando a cabo actividades que no lleva enel mundo inanimado: Dios les está dando el ser (como a todos los seres) y, además, lesestá dando la vida. Entramos en la contemplación de una nueva manifestación de Dios,que es la vida. Si recordamos que Dios se definió a sí mismo como «el Yo soy» o «elque es», que quiere decir «el que existe por sí mismo», «el que vive», «el increado»…nos está diciendo que él es el principio de toda vida en la creación, porque solo de élpuede proceder la vida. Por tanto, donde haya vida, allí está Dios dándola yconservándola. ¡Otro grado de presencia de Dios!

En los seres vivos Dios nos muestra actividades que no tienen lugar en la naturalezainerte. Recordemos a Jesucristo hablando de algo que Dios hace con ellos: «Fijaos en loscuervos: ni siembran, ni cosechan; no tienen bodega ni granero, y Dios los alimenta» (Lc

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12,24). ¿Y por qué lo hace Dios? ¿Tal vez para entretenerse? Recordemos aquí el textosagrado que dice: «Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, sialgo odiases, no lo habrías hecho. ¿Y cómo habría permanecido algo si no hubiesesquerido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses llamado? Mas tú con todas lascosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida» (Sab 11,2-26). Diosestá dando vida a los seres vivos porque los ama.

En la misma ocasión Jesús nos habla de otra actividad —presencia— de Dios en losseres vivos, en este caso las plantas: «Fijaos en los lirios, cómo ni hilan ni tejen. Pero yoos digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierbaque hoy está en el campo y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¡cuánto más avosotros, hombres de poca fe!» (Lc 12,22-28). Dios viste de hermosura a sus plantas; nosolo está dándoles la vida, sino que se cuida de ellas en todos los aspectos: les da lalluvia, el aire, el sol… todo lo que necesitan para vivir y desarrollarse.

El salmista no se atreve a contemplar a los seres vivos al margen de su creador, sinoque los ve en una relación de dependencia que los sostiene: «¡Cuán numerosas tus obras,Señor! Todas las has hecho con sabiduría, de tus criaturas está llena la tierra. Ahí está elmar, grande y de amplios brazos, y en él el hervidero innumerable de animales, grandes ypequeños; por allí circulan los navíos, y Leviatán que tú formaste para jugar con él.Todos ellos de ti están esperando que les des a su tiempo su alimento; tú se lo das y elloslo toman, abres tu mano y se sacian de bienes. Escondes tu rostro y se anonadan, lesretiras su soplo, y expiran y a su polvo retornan» (Sal 104,24-29).

Como dice este poema titulado La flor nueva:

«Ayer esta rama verdenada tenía, Señor.Era una vena en el airehecha de savia y temblor.Ayer esta rama verdela tuve en mis manos yoy estaba tibia y dormidacomo en el pecho una voz.Y hoy, Señor, esta mañanala rama tiene una flor.El cielo, la tierra, el barrohecho luz, hecho oración.El aire en éxtasis mirala gloria de la creación».

(Autor desconocido)

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También podemos poner los ojos en la vida de los animales o del hombre mismo. Lavida humana es un don gratuito de Dios para bien del hombre, lo cual implica unarespuesta de servicio y gratitud por parte del hombre. En el libro del Génesis esta relaciónentre Dios y el hombre se llama Alianza. Ahí Dios reconoce al hombre como criatura yeste reconoce a Dios como su creador, ya que el ser humano vive por la acción amorosade Dios. Este es un don sumamente importante, pues la existencia de los hombres tieneuna relación profunda con Dios, y no meramente superficial. El hombre existe porqueDios lo ha traído a la vida y cree que la vida tiene su origen en Dios. Según la Biblia, elhombre es una criatura de Dios, que vive en el mundo y se desarrolla en la historia.

Los escritores sagrados ven a Dios como amigo de la vida humana y de toda la vida.Dios ha creado todo para que exista: «Dios no ha hecho la muerte ni se complacedestruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera y las criaturas del mundoson saludables; no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra. Porquela justicia es inmortal» (Sab 1,13-14). Y precisamente por eso hace vivir al hombre, lehace partícipe de su vida y le da la capacidad de prolongar la vida humana mediante lageneración, como nos dice el texto bíblico: «Dios los bendijo; y les dijo Dios: “Sedfecundos y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las avesdel cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra”» (Gén 1,28). El hombrebíblico tiene una concepción optimista de la vida humana y del mundo. Precisamenteporque Dios, mediante su revelación, lo ha llevado a descubrir la presencia de un Diosbueno y misericordioso, que a través de la creación refleja su deseo de hacernospartícipes de la vida.

Para el hombre bíblico tiene mucha importancia la vida cotidiana individual ycolectiva, que es la historia de cada individuo y de todo el pueblo. Y en la vida cotidianase da la relación con Dios, existe una unidad estrecha entre vida cotidiana y religión, puesen la Biblia no existe la religión separada de la vida. Y en esta realidad, el hombre bíblicovive su existencia humana cotidiana, con toda la profundidad que le confiere el ser obrade Dios. El hombre vive con la mayor responsabilidad frente a Dios y frente a loshombres, porque su vida es un vivir en la presencia de Dios que es bondad, belleza, vida,justicia y salvación.

Dios se dirige a Israel con estas palabras: «¿Por qué habrías de morir, casa de Israel?Yo no me complazco en la muerte de nadie —oráculo del Señor Dios—. Convertíos yviviréis» (Ez 18,32). No creó Dios al hombre para dejarlo morir, sino para que viviera(Sab 1,13s). Por eso, le había destinado el paraíso terrenal y el árbol de la vida, cuyofruto debía hacerle vivir para siempre: «El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en eljardín del Edén, para que lo guardara y lo cultivara. El Señor Dios dio este mandato alhombre: “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimientodel bien y el mal no comerás, porque el día en que comas de él, tendrás que morir”»

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(Gén 2,15-17). Ni siquiera después del pecado renuncia Dios a garantizarle la vida.El Dios dador de vida se hace especialmente presente en su relación con el hombre,

porque es el único ser creado para existir eternamente. Por eso, cuando usamos eltérmino «vida» aplicado al hombre, hemos de distinguir si estamos hablando de la vidaterrena, que acaba con la muerte del cuerpo humano, o de la vida eterna para la que Diosnos ha creado y en la que todo ser humano termina entrando, aunque no todos laexperimenten de la misma forma. Todo ser humano seguirá existiendo, pero no todostendrán a su alcance la vida eterna que Dios tiene preparada para los que le aman.

La plenitud de la presencia de Dios está relacionada con la plenitud de vida en lagloria, que los justos alcanzarán el día en que todo su ser —también el cuerpo, resucitadoy glorioso— tenga participación en ella, cuando se manifieste «Cristo, vida nuestra» (Col3,4) en la Jerusalén celeste, «morada de Dios con los hombres» (Ap 21,3), dondebrotará el río de vida y crecerá el árbol de vida (Ap 22,1s). Entonces todo quedarádefinitivamente sometido a Dios, que será «todo en todos» (1 Cor 15,28) en el paraíso,donde los justos gozarán para siempre de la vida misma de Dios en Cristo Jesús.

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15¡Y la hermosura de las criaturas!

«Alabadlo con estas palabras: “¡Qué hermosas son lasobras del Señor!”» (Eclo 39,15-16)

Cuando los seres humanos hablamos o bien oímos hablar de belleza, enseguidapensamos en personas, escultura, arquitectura, pintura, monumentos, espacios naturales,música y obras de arte en general. Y tal vez el último destinatario de nuestro pensamientosea el mismo Dios, belleza increada y al mismo tiempo fuente y referencia de toda labelleza creada. Dios es la belleza absoluta, no al modo humano, sino belleza de talperfección que no podemos imaginar ahora, pero que descubriremos en plenitud cuandoveamos a Dios cara a cara, es decir, cuando venga lo perfecto porque, como dice Pablo:«ahora vemos como en un espejo, confusamente, pero entonces veremos cara a cara» (1Cor 13,12). Santa Teresa afirma que cuando alguien ha visto algo de la hermosura deDios —ella nos dice que cuando vio por primera vez una sola mano gloriosa de Cristo,quedó desatinada—, ya no puede detenerse en hermosuras creadas que, pálidas ypobres, han quedado eclipsadas por la hermosura del Creador.

Sin embargo, Dios, que ha manifestado sus cualidades y atributos en la creación deforma que podamos deducir su presencia al contemplar sus obras, ha querido dotar a lascriaturas de cierta belleza, que es testigo de su presencia en la creación y una anticipaciónde la belleza absoluta que los justos contemplarán en su gloria. Muy luminoso resulta elsiguiente texto del libro de la Sabiduría, que no podemos poner en duda al ser inspiradopor el Espíritu: «Son necios por naturaleza todos los hombres que han ignorado a Dios yno han sido capaces de conocer al que es a partir de los bienes visibles, ni de reconoceral artífice fijándose en sus obras, sino que tuvieron por dioses al fuego, al viento, al aireligero, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa y a los luceros del cielo, regidores delmundo. Si, cautivados por su hermosura, los creyeron dioses, sepan cuánto los aventajasu Señor, pues los creó el mismo autor de la belleza. Y si los asombró su poder yenergía, calculen cuánto más poderoso es quien los hizo, pues por la grandeza yhermosura de las criaturas se descubre, por analogía, a su creador» (Sab 13,1-5).

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San Juan de la Cruz viene a decirnos en uno de sus cánticos que a Dios lo haconocido a través de las criaturas, pero que una vez ha descubierto a Dios mismo, yanada de la Creación le sirve para aliviar sus ansias encendidas, antes al contrario, leencienden más en amores y en sufrimientos de ausencia. Recordemos estos versos de suCántico espiritual en busca del Amado:

«Oh bosques y espesuras,plantadas por mano del Amado,oh prado de verduras,de flores esmaltado,decid si por vosotros ha pasado».

Y las criaturas le responden en el poema:

«Mil gracias derramandopasó por estos sotos con presuray yéndolos mirandocon sola su figura,vestidos los dejó de su hermosura».

Toda la creación es obra de la mano del Amado. Más aún, toda la belleza no es soloobra de Dios, sino consecuencia de miles de gracias otorgadas y, sobre todo, reflejo de lahermosura de Dios, pues al pasar junto a ellas con presura (no se identifica ni se quedaen ellas), al mirarlas una a una «vestidos los dejó de su hermosura».

Ningún poema más representativo que el Cántico Espiritual de san Juan de la Cruzpara constatar cómo toda la Creación proclama la existencia de Dios y manifiesta supresencia, su grandeza y hermosura. Es un canto amoroso entre la criatura y Dios,tan delicada y apasionadamente comunicado, que lo convierten en el poemaamoroso más sublime de la literatura española. «La llama de amor viva» y «LaNoche oscura» son momentos exquisitos de esa misma historia de amor.

El Maestro, cuya agudeza espiritual para ver la belleza de Dios en la tierra eraabsoluta, dijo a sus discípulos: «Fijaos cómo crecen los lirios del campo; ni trabajanni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno deellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno,Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?» (Mt6,28-30).

San Pablo de la Cruz se paseaba un día por el campo y, al ver las flores, las tocabacon el bastón y les reclamaba con lágrimas en los ojos: «¡Callad, callad, que ya osentiendo! Si vosotras sois tan hermosas, ¿cómo no será de hermoso mi Dios que os

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ha creado?».

La consideración sobre la hermosura de Dios se convierte en una fuente inagotablede inspiración para nuestra oración, conforme a la palabra de tantos salmos:«Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que hascreado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?... ¡Qué admirable es tunombre por toda la tierra!» (Sal 8,4-5.10).

Todas las cosas bellas nos invitan a pensar en la belleza eterna de Dios y cuando labuscamos con ojos limpios, la vemos reflejada en las criaturas que nos rodean.

El apóstol san Juan nos dice: «Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se hamanifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantesa él, porque lo veremos tal cual es» (1 Jn 3,2). Al escuchar esto imaginamos que, alentrar en la gloria de Dios, nos vamos a encontrar con su hermosura infinita. Y así es:nunca nos cansaremos de contemplar a Dios, aunque la eternidad sea tan larga, tan largaque no acabará jamás. Porque la hermosura de Dios será siempre nueva y siempre nosabrirá nuevos horizontes, de modo que nuestro pasmo del primer instante durarásiempre, siempre...

¿Cómo será el Dios que veremos cara a cara? Nos es imposible imaginarlo. Es unabelleza muy distinta de la que nuestros ojos contemplan en la creación. Sinembargo, Dios ha puesto en la naturaleza cosas tan hermosas que, al mirarlas,instintivamente nos elevan a la hermosura eterna del mismo Dios.

Ver las cosas hermosas que encierra la naturaleza y no elevarse a Dios es tenerembotados los sentidos del espíritu. Por el contrario, admirar la belleza de lacreación y entusiasmarse es tener el alma muy fina, muy sensible y muy apta parala oración. Alguien ha dicho: «El que no se detiene a admirar la belleza de unatardecer, está muerto en vida. Se está perdiendo el más maravilloso espectáculo deluz y sombra, de colores cambiantes, de reflejos y nubes sobre el horizonte, y sepierde también el mensaje silencioso de Dios al corazón del que está presto aescuchar».

Sin embargo, toda esa elevación emocional que nos produce la contemplación de lanaturaleza se quedaría corta, si la limitáramos al puro deleite de los sentidos. Contemplarla naturaleza nos puede llevar a trascender al mundo espiritual. Como afirma el salmista:«El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos» (Sal19,2). La naturaleza entera nos habla de Dios y nos ayuda a ser más concientes de él, desu grandeza y de su presencia.

Cada vez que vemos un atardecer es ocasión para maravillarnos. Si somos

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conscientes de lo que nos ofrece, no podemos hacer otra cosa que exaltar a Dios. Elconcierto de colores que disfrutan nuestros ojos nos traslada desde el mundo de lossentidos al mundo del espíritu, de lo que se ve a lo que no se ve, y cuando el telón sedescorre y vislumbramos el mundo de lo eterno, aunque sea por un segundo, nosquedamos sin palabras. Según esta reflexión de Pablo: «Si aquello, que era pasajero, fueglorioso, ¡cuánto más glorioso será lo permanente» (2 Cor 3,11). La creación está llenade la belleza de Dios, y donde está su belleza está, necesariamente, su presencia.

El papa Benedicto XVI habló en la audiencia del 18 de noviembre de 2009 de labelleza de la arquitectura cristiana y, entre otras cosas, dijo: «La fuerza del estilorománico y el esplendor de las catedrales góticas nos recuerdan que la viapulchritudinis, la vía de la belleza, es un recorrido privilegiado y fascinante paraacercarse al Misterio de Dios. ¿Qué es la belleza, que escritores, poetas, músicos, artistascontemplan y traducen en su lenguaje, si no el reflejo del esplendor del Verbo eternohecho carne?». Y recordaba a san Agustín, que dice: «Interroga a la belleza de la tierra,interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire amplio y difuso. Interroga a labelleza del cielo, interroga al orden de las estrellas, interroga al sol, que con su esplendoraclara el día; interroga a la luna, que con su claridad modera las tinieblas de la noche.Interroga a las fieras que se mueven en el agua, que caminan sobre la tierra, que vuelanen el aire: almas que se esconden, cuerpos que se muestran; visible que se deja guiar,invisible que guía. ¡Interrógales! Todos te responderán: “¡Míranos: somos bellos!”... Yesta belleza mudable, ¿quién la ha creado, sino la Belleza Inmutable?» (Sermo CCXLI,2: PL 38, 1134).

Y terminaba diciendo: «Queridos hermanos y hermanas, que el Señor nos ayude aredescubrir el camino de la belleza como uno de los caminos, quizá el más atrayente yfascinante, para llegar a encontrar y amar a Dios». Es como decir: para descubrir a Diospresente en la hermosura de la creación.

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16Presencia de Dios en el hombre

«Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él? ¿Quélos hijos de Adán para que pienses en ellos?» (Sal

144,3)

Hemos visto en temas anteriores que podemos contemplar la presencia de Dios en todala creación, aunque con diferentes grados de facilidad o dificultad. Es lógico que cuantomás perfecta sea una criatura, cuanto más se haya volcado Dios en ella al darle el ser,más fácilmente podremos descubrir a Dios en ella. Esto es aplicable al hombre, creadopor Dios como obra cumbre sobre todos los seres que había colocado en el universo.Antes de darle el ser a él, el Creador lo va dando a seres cada vez más perfectos, hastallegar al animal, un ser vivo y sensible, un ser dotado de alma perecedera como principiode su vida, pero muy superior al nivel anterior de los vegetales, que conforman el gradoinferior de vida.

¿Dónde se encuentra la verdadera dignidad del hombre? En que ha sido creado paraparticipar en el universo material mediante su cuerpo y en Dios mediante su almainmortal. «Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que dominelos peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra”. Y Creó Diosal hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó. Dios losbendijo y les dijo Dios: “Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla;dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobrela tierra”» (Gén 1,26-28).

¿En qué sentido el hombre es creado a imagen de Dios? En el sentido de que escapaz de conocer y amar libremente a su propio Creador. Es la única criatura sobre latierra a la que Dios ama por sí misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en elconocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene ladignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de darselibremente y de entrar en comunión con Dios y las otras personas.

Mentalmente, el hombre fue creado como un ser racional con voluntad propia. En

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otras palabras, el hombre puede razonar y elegir. Este es el reflejo de la inteligenciay la libertad de Dios.

Socialmente, el hombre fue creado para la relación. Esto refleja la Trinidad de Diosy su amor. En el Edén, la primera relación que tuvo el hombre fue con Dios. LuegoDios hizo a la mujer, porque «no es bueno que el hombre esté solo» (Gén 2,18).

Por haber sido hechos a imagen de Dios, Adán tuvo la capacidad de tomardecisiones libremente. Aunque le fue dada una naturaleza justa, Adán hizo unamala decisión al rebelarse en contra de su Creador. Al hacerlo, Adán dañó laimagen de Dios en su interior y pasó esa semejanza dañada a todos susdescendientes (cf. Rom 5,12). Hoy, todavía llevamos esa semejanza de Dios (cf.Sant 3,9), pero también llevamos las cicatrices del pecado. Y mostramos los efectosmental, moral, social y físicamente.

Las buenas noticias son que, cuando Dios redime a un individuo, comienza arestaurarlo a su semejanza original, haciendo de él «la nueva condición humana,creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas» (Ef 4,24).

A imagen de Dios no quiere decir que Dios tiene semejanza física con el hombre.Dios no tiene piernas, manos, canas ni una barba blanca. Cuando la Biblia habla delhombre a imagen de Dios, se refiere al hecho de que el hombre tiene un alma espiritual.Está por encima de los otros seres vivientes que habitan en la tierra. El hombre no es unacosa, sino una persona. El hombre, por tanto, puede pensar; puede amar a otraspersonas; puede componer una sinfonía; puede escoger el bien. Pero, aunque podamoshacer todas estas cosas, debemos preguntarnos: ¿por qué Dios nos hizo así?

Ciertamente Dios, que sabe todo, no necesita que le toquemos alguna sinfonía,pues los ángeles cantan mucho mejor que nosotros. Nos ha creado a su imagenpara conocerle y amarle. De todas las criaturas visibles, solo el hombre es «capazde Dios». De todas las cosas de este mundo, solo el hombre está llamado a vivircon Dios en el más allá. Y estando hecho a imagen de Dios, el hombre está llamadoa amar: primero a Dios y luego a todo el que tiene semejanza con él, es decir, acada persona humana, pues cada persona está hecha a imagen de Dios.

Por otro lado, cuando se dice que el hombre es imagen de Dios, se quiere indicarcon ello que tanto el hombre como Dios tienen algo en común; es el conocimiento,el amor, la libertad..., en otras palabras: el alma del hombre, lo que lo hacesemejante a Dios.

Sin embargo, por el pecado el hombre nace con una imagen deformada. Cristo, alredimirnos, no solo rehizo esta imagen desfigurada por el pecado, sino que nos ha

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dejado dones para embellecerla aún más: nos dejó la gracia y la Iglesia, y en ella lossacramentos.

Entre las criaturas ocupa un lugar especial el hombre, sobre el cual Dios sopló sualiento, es decir, dejó una huella especial. El hombre es imagen de Dios por serespiritual, con capacidad para pensar y para amar, para darse y para imitar, en lamedida de sus posibilidades, la generosidad de un Dios que no deja de amar, que nopuede despreciar nada de lo que ha hecho, porque es «amigo de la vida» (Sab11,26).

La imagen y semejanza

Nosotros nos seguimos cuestionando: ¿cuál es nuestra naturaleza?, ¿qué puestoocupamos en la escala de lo seres?... La misma Biblia nos dice que somos «imagen ysemejanza de Dios». La imagen supone un modelo anterior, original, del cual se hace unaproducción y es algo estático, recibido, es un don. La semejanza nos habla de unparecido, donde se excluye la igualdad y nos invita a continuar el proceso de imitacióndel modelo; es, entonces, algo dinámico. Nosotros no somos iguales a Dios, sinosemejantes.

La imagen de Dios se realiza en el hombre por el hecho de que el hombre poseeinteligencia y voluntad, con las que podemos conocer y amar de un modo parecidoal modo como Dios conoce y ama. Esto es precisamente lo que distingue al hombrede los animales y lo coloca en la cabeza de toda la creación visible.

Por medio de la inteligencia, el hombre descubre la verdad y hace posible elprogreso. Dios crea al hombre como ser inteligente, «nos enseña por las bestias dela tierra, y nos educa por las aves del cielo» (Job 35,11). Por eso es muy superior alos animales, criaturas que se mueven por hábitos e instintos. La inteligencia es lamás alta potencia espiritual del hombre, aquella por la cual es persona.

Por la voluntad, el hombre puede amar y decidir sobre sus propias acciones;además, el hombre también posee el regalo de la libertad y por la libertad el hombreasume el rumbo de su vida y se hace responsable de sus opciones, por esopodemos decir que el hombre es autor de su propio destino. El hombre es unapersona libre y responsable de sus actos (Gén 2,16ss). Es libre, pero no autónomo.Incluso vitalmente dependiente de Dios (Rom 2,14ss).

Por encima de todo esto, el cristiano participa de una semejanza con Dios muchomás profunda: pues no sólo nos llamamos, sino que somos verdaderamente hijos de

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Dios (cf. 1 Jn 3,1).

Al decir el texto sagrado que «Dios creó al hombre a su imagen y semejanza» (Gén1,26), este aparece como culmen y sentido de toda la creación. Al hablar de que elhombre es imagen de Dios, aparte de las características ya señaladas, queremosmencionar algunas otras:

El hombre es imagen de Dios porque habla. Dios es el que habla y al pronunciarpalabras crea las cosas, crea el mundo. El hombre, mediante la palabra, se relacionacon sus semejantes y con el mismo Dios; al comunicarse, organiza su vida y le dasentido. Así, Dios crea al varón capaz de entrar en diálogo con la mujer; y a amboscapaces de vivir en armonía y ser felices.

El hombre es imagen de Dios porque sabe mirar, es decir, ve y se da cuenta de quelas cosas eran y son buenas. Sabe contemplar la realidad y descubrir su belleza ybondad.

El hombre es imagen de Dios porque sabe dominar a los animales y, al mismotiempo, ejerce su dominio sobre el resto de la creación. Dios que crea el mundo,también lo domina por medio de su palabra y su mirada, y ha hecho al hombrepartícipe de este don de dominar el mundo, que significa cuidarlo, conservarlo, parapoder vivir en él y de él, y en armonía con él.

El hombre es imagen de Dios porque sabe y puede descansar. Dios ha creado elmundo en seis días y el día séptimo descansó, para admirar su obra creada, demanera especial al hombre. También el hombre a semejanza de su Creador, usa elsábado para descansar, que significa retirarse, no quedar sujeto entre las cosas quele dan tanta fatiga. El sábado el hombre lo usa para alabar a su Señor, para haceruna fiesta en su honor y agradecerle cuán bueno es. En el comienzo de lahumanidad, cuando la vida misma era sencilla, el templo era el universo y la religiónera la relación del hombre con Dios, sencilla, pero sincera y fiel.

El hombre es imagen de Dios porque es sacerdote. El hombre ofrece al Creador unculto en el templo de la creación, ante la presencia de cada una de las criaturas,celestes y terrenas, incluyendo el mar. El hombre se ofrece a sí mismo al Creador,en unión con todo cuanto existe.

Queremos terminar este capítulo recordando lo que dice el Concilio Vaticano II,cuando habla acerca de la dignidad de la persona humana y, en concreto, acerca de queel hombre es imagen de Dios. Dice que el hombre tiene la capacidad «para conocer yamar a su creador, y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visiblepara gobernarla y usarla glorificando a Dios». Y Dios desde el principio creó al hombre

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en comunidad, los hizo hombre y mujer (Gén 1,27), por eso desde el principio es un sersocial (cf. G S 12).

Si Dios está presente en la creación en general, mucho más lo está en el hombre. Enel primer caso se adivina su inteligencia detrás de las criaturas; en el caso del hombre, setoca; en el primer caso vemos que Dios obra porque quiere y cuando quiere; en elsegundo, palpamos su voluntad y sabemos de primera mano, experiencia incluida, en quéconsiste querer o no querer, decidir una cosa u otra, etc. La libertad de Dios está detrásde sus obras: obra cuando quiere y deja de obrar cuando le parece. El hombre puedehacerlo también, porque su Creador está en él manteniendo ese privilegio que le ha dado,lo mismo que su inteligencia o su voluntad. El hombre es manifestación en definitiva delos atributos de Dios como ninguna otra criatura. ¿No deberíamos descubrir la presenciade Dios en el hombre más que en ninguna otra criatura?

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17Presencia de Dios en la conciencia

«Cuando mi corazón se agriaba y me punzaba miinterior (conciencia), yo era un necio y un ignorante, yo

era un animal ante ti» (Sal 73,21-22)

Hasta aquí hemos considerado la presencia de Dios en la creación y hemos visto que,aunque sus huellas son evidentes e imborrables y podemos rastrear su presencia, lacreación no nos lleva a un encuentro personal con el Creador, y tal vez nos estemospreguntando si todo lo que podemos decir de la presencia de Dios acaba aquí. No, porsuerte para nosotros, no hemos hecho más que empezar con lo que llevamos dicho,aunque sea muy importante todo y esté al alcance de todos los hombres. El método queestamos empleando nos lleva a avanzar desde fuera hacia dentro, desde lo poco a lomucho, de menos a más; es un crecimiento en el conocimiento y experiencia de lapresencia de Dios, que tiene como logro final la plenitud de su presencia que Dios nosdará a conocer y de la cual quiere que disfrutemos eternamente en su gloria.

Pues bien, ascendiendo en esta virtual escala de valores, el paso siguiente nos lleva arelacionarnos con la conciencia. Ya no vamos a tratar algo externo que podamoscontemplar, sino que vamos a entrar en un reducto interior al que la voz de Dios llega deotro modo y la presencia de Dios es más cercana y poderosa: la conciencia. Pero, ¿quées la conciencia? Es un conocimiento del bien y del mal, con cierta compulsión hacia elbien. Cuando Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo dotó de conciencia. Estafacultad estuvo en cierto modo inoperante hasta la caída del hombre, cuando la violaciónde un mandato dado a Adán y Eva (cf. Gén 2,17) puso la conciencia en movimiento. Laconciencia culpable les impulsó a esconderse de Dios cuando él los estaba buscando.

Es un hecho que el hombre está dotado de conciencia. El hombre es una criaturamoral —la única de la creación visible— capaz de conocer el bien y el mal. La preguntafundamental es esta: «¿De dónde le viene esta percepción moral?». Hay quien dice quela conciencia es un logro social, adquirido de otros mediante la instrucción y el ejemplo;pero no es así. Según Pablo afirma: «Los gentiles, que no tienen ley […] tienen escrita

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en sus corazones la exigencia de la ley, contando con el testimonio de la conciencia y consus razonamientos internos contrapuestos, unas veces de condena y otras de alabanza»(Rom 2,14-15). Esa ley escrita en el corazón del hombre sugiere la existencia de un sersupremo, dador de la ley, que no solo le dio la ley, sino que también lo hace responsable.

La revelación de Dios en la conciencia es insuficiente en sí misma por dos razones:1) aunque la existencia de la conciencia confirma la existencia de un dador divino de laley, no le da un conocimiento personal del legislador; 2) aunque se supone que laconciencia es un testigo interior de la ley de Dios, tal testigo puede equivocarse. A causadel pecado, la conciencia del hombre puede corromperse, mancharse e inclusocauterizarse:

Sobre esto dice Pablo: «Algunos, acostumbrados a la idolatría hasta hace poco,comen pensando que la carne está consagrada al ídolo y, como su conciencia, estáinsegura, se mancha» (1 Cor 8,7).

«Para los limpios, todo es limpio; mas para los impuros e incrédulos nada haylimpio, ya que su mente y su conciencia están manchadas» (Tit 1,15). Solomediante el poder de la sangre de Cristo y la palabra de Dios, puede ser restauradala conciencia del hombre y capacitada para desempeñar correctamente su función.

En un título anterior —Transformaos mediante la renovación de la mente, pp. 23-25— hemos escrito: «La conciencia es un camino por el que los hombres tenemos ciertoacceso a Dios, cuando obedecemos sus inspiraciones. No hablamos de la concienciapsicológica, que tiene que ver con el conocimiento psíquico, sino de conciencia moral,que tiene que ver con el valor moral de los actos… San Pablo la define en una frasebreve cuando la llama “ley escrita en el corazón” (Rom 2,15)… La conciencia es la vozde Dios que nos guía y señala el camino recto que conduce a él y, como consecuencia,nos lleva a la paz y la alegría. Para llegar a Dios, el hombre está obligado a seguirfielmente su conciencia. Decía Pío XII: “La conciencia es como el núcleo más íntimo ysecreto del hombre. En ella es donde el hombre se refugia con sus facultades espiritualesen soledad absoluta: solo consigo mismo, o mejor, solo con Dios —de cuya voz es uneco la conciencia— y consigo mismo. Allí se determina él por el bien o por el mal; allíescoge él entre el camino de la victoria o el de la derrota. Aunque lo quisiera alguna vezel hombre no logra quitársela de encima; con ella, ora apruebe o desapruebe, recorrerátodo el camino de la vida y con ella también, como verdadero e incorruptible testigo, sepresentará ante el juicio de Dios”» (Aloc. 23-03-1952).

Y el Concilio Vaticano II dice: «Por su interioridad, el hombre es superior al universoentero; a estas profundidades retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios leaguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios,

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decide su propio destino» (C.V. II, GS, n. 14). Y poco después añade: «En lo másprofundo de su conciencia, el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sinoa la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de sucorazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal» (C.V. II, G S 16).

Cuando la conciencia está bien formada —lo que no es demasiado frecuente—,podemos distinguir esa voz que nos habla del bien y del mal; pero, ¿nos dice algo de lapresencia de Dios en nuestro corazón o nos lleva a profundizar en una relación deintimidad con él? Debería llevarnos, pero nuestra ignorancia sobre la conciencia y sufunción en el hombre, así como la incapacidad de discernir la voz de Dios en ella,reducen, y a veces anulan, las posibilidades que nos ofrece para detectar la presencia deDios y relacionarnos con él. Quien tiene su conciencia bien formada y despiertareacciona diciendo como el salmista: «Bendeciré al Señor que me aconseja; hasta denoche me instruye internamente; tengo siempre presente al Señor; con él a mi derecha novacilaré» (Sal 16,7-8).

La particularidad de este tema consiste en que la presencia de Dios viene detectadapor la voz de Dios. Sin embargo, esta voz de Dios, cuya autenticidad no siempre escapaz el hombre de conocer, queda supeditada a otra forma de hablar de Dios y, portanto, de escuchar la voz de Dios, que es su Ley. La norma suprema de conducta es laley divina. La conciencia solo descubre si sus acciones encajan con lo que Dios quiere.En consecuencia, la conciencia es norma próxima (subjetiva, personal, inmediata) demoralidad, pero la norma suprema (objetiva) es la ley de Dios.

«La conciencia no es la única voz que puede guiar la actividad humana. Y su voz sehace tanto más clara y poderosa cuando a ella se une la voz de la ley de la autoridadlegítima. La voz de la conciencia no es siempre infalible, ni objetivamente es lo supremo.Y esto es verdad particularmente en el campo de la acción sobrenatural, en donde larazón no puede interpretar por sí misma el camino del bien, sino que tiene que valerse dela fe para dictar al hombre la norma de justicia querida por Dios, mediante la revelación:«El hombre justo —dice san Pablo— vive de la fe» (Pablo VI. Alocución 13-11-1969).Porque Dios nos ha elevado al plano sobrenatural, nos ha hecho partícipes de su mismanaturaleza divina. Por eso, por encima de la conciencia está la ley de Dios. «La normasuprema de la vida humana es la propia ley divina, eterna, objetiva y universal»(Declaración del C.V. II Dignitatis humanae, n. 3).

La conciencia puede ser débil, enferma o errónea: «No es la comida lo que nospermite estar delante de Dios; nada nos falta si comemos; ni llevamos ventaja si nocomemos. Pero tened cuidado, no sea que vuestra misma libertad se convierta enpiedra de escándalo para los débiles. En efecto, si alguien te ve a ti, que tienesconocimiento, sentado a la mesa en un templo idolátrico, ¿no se verá impelida la

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conciencia del débil a comer la carne sacrificada a los ídolos? Así, por tuconocimiento se pierde el inseguro, un hermano por quien Cristo murió. Al pecar deesta manera contra los hermanos, turbando su conciencia insegura, pecáis contraCristo (1 Cor 8,8-12).

Necesitamos tener una conciencia cierta antes de obrar; es ilícito obrar con dudasobre la licitud de lo que se está a punto de hacer: «Pero el que come dudando, secondena, porque no actúa desde la fe. Todo lo que no procede de la buena fe especado» (Rom 14,23).

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18Presencia de Dios en la historia

«En todo, Señor, engrandeciste y glorificaste a tupueblo, y no dejaste de asistirle en todo tiempo y lugar»

(Sab 19,22)

Hay una revelación de Dios que se hace patente en la historia de las naciones de la tierra.La misteriosa preponderancia y caída de muchas naciones a lo largo de la historia —Babilonia, Egipto, Imperio medo-persa, Grecia, Roma, España…— da a entender que enalguna parte y detrás de estos escenarios, hay una mano soberana que guía, gobierna,controla, levanta y derriba a los gobernantes de las naciones. También aquí es deaplicación la afirmación bíblica que dice: «Solo Dios gobierna; a uno humilla, a otroensalza» (Sal 75,8).

El escritor sagrado contempla a Dios actuando en el principio mismo de lasnaciones: «Cuando el Altísimo daba a cada pueblo su heredad y distribuía a loshijos de Adán, trazando las fronteras de las naciones, según el número de los hijosde Dios» (Dt 32,8).

La voluntad soberana y la atención infinita del Creador con las criaturas lomantienen unido a ellas en todo tiempo y en acción constante sobre ellas: «Todoslos habitantes de la tierra no cuentan nada ante él; con los ejércitos de los cieloshace lo que quiere, lo mismo que con los habitantes de la tierra. No hay quienresista a su mano y le diga: “¿Qué estás haciendo?”» (Dan 4,32).

«De uno solo creó el género humano, para que habitara la tierra entera.Determinando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían dehabitar» (Hch 17,26).

Dios tiene todo el poder y la autoridad sobre la creación. Por eso, la Escriturapuede afirmar: «No hay autoridad que no provenga de Dios, y las que hay han sidoconstituidas por Dios» (Rom 13,1).

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En definitiva, Dios ha dotado al hombre de libertad y el hombre puede tomardecisiones haciendo uso de ella; pero la libertad del hombre no es absoluta ni puede hacerlo que quiera sin que nadie se lo impida; le fue dada para servir libremente a su Creador,cuyo poder de decisión está por encima de todas las criaturas terrenas y angélicas. Laescritura nos recuerda que Mardoqueo: «Recordando las maravillas del Señor, oró así:“¡Señor, Señor, Rey Omnipotente! El mundo entero está sometido a tu poder. Cuando tepropones salvar a Israel no hay quien pueda volverse contra ti. Porque tú creaste el cieloy la tierra y las maravillas que existen bajo el cielo. Eres Señor de todo, y nadie puedeoponerse a ti, Señor”» (Est 4,17a-17c).

Dios se ha implicado siempre en la historia de la Humanidad, como conocemos através de acontecimientos que narra la Biblia:

Contemplemos las intervenciones de Dios en la historia de Egipto en los capítulos 9a 12 del Éxodo. Y recordemos este versículo de la Carta a los Romanos: «LaEscritura dice, en efecto, al faraón: “Te he suscitado precisamente para esto: paramostrar en ti mi fuerza, y para que mi nombre se difunda en toda la tierra”» (Rom9,17).

Dios provocó la caída del Imperio asirio. Dijo el Señor: «Cuando el Señor hayaconcluido su tarea en la montaña de Sión y en Jerusalén, pedirá cuentas de lasoberbia de corazón al rey de Asiria y de la arrogancia de su mirada altanera.Porque se decía: “Con la fuerza de mi mano lo he hecho, con mi saber, porque soyinteligente. He borrado las fronteras de las naciones, he saqueado sus tesoros y,como un héroe, he destronado a sus señores. Mi mano ha alcanzado a la riqueza delos pueblos, como si fueran un nido; como quien recoge huevos abandonados,recogí toda su tierra. Ninguno batió el ala, ninguno abrió el pico para piar”. ¿Seenorgullece el hacha contra quien corta con ella? ¿Se gloría la sierra contra quien lamueve? ¡Como si el bastón moviera a quien lo sostiene o la vara sostuviera a quienno es de madera! Por eso el Señor, Dios del universo, debilitará a los hombresvigorosos y bajo su esplendor encenderá un fuego abrasador. La luz de Israel seconvertirá en fuego, y el Dios Santo en llamas; arderá y devorará en un día susespinos y zarzas. Consumirá el esplendor de su bosque y de su huerto, de lamédula a la corteza. Será como un enfermo que se extingue. Árboles contadosquedarán de su bosque, un niño podría contarlos» (Is 10,12-19).

Dios juzgó a Babilonia de cuerdo con su palabra profética: Dan 1-5; Jer 50-51; Is45,1-5; Is 47-48.

El Imperio medo-persa cayó bajo el juicio de Dios: Is 44,24.45,1-7; Dan 2 y 7.

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Un caso clarísimo de la presencia de Dios en la historia de las naciones y de cómointerviene en su desarrollo y en su destino es la intervención de Ciro. Según el relato deIsaías, el Señor elige libre y graciosamente a Ciro, un príncipe extranjero, para llevar acabo sus planes: «Esto dice el Señor a su ungido Ciro: yo lo he tomado de la mano paradoblegar ante él a las naciones y desarmar a los reyes, para abrir ante él las puertas, paraque los portales no se cierren. Yo iré delante de ti allanando señoríos; destruiré laspuertas de bronce, arrancaré los cerrojos de hierro; te daré los tesoros ocultos y lasriquezas escondidas, para que sepas que yo soy el Señor, el Dios de Israel, que te llamopor tu nombre. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te diun título de honor, aunque no me conocías. Yo soy el Señor, y no hay otro. Fuera de míno hay dios» (Is 45,1-5).

La historia de Israel es una de las más sorprendentes revelaciones de la historia.Elegida como nación de en medio de las naciones (Dt 4,34-40), fue introducida en unarelación particular con Dios en el Sinaí. La revelación de Dios en el Tabernáculo deMoisés, el sacerdocio de Aarón y el levítico, el sistema de sacrificios, las fiestas y, sobretodo, las leyes civiles y morales que recibieron son la evidencia de que el Dios invisibleestá implicado en la historia de esta nación: Éx 19-40; Lev 1-9. La preservación de lanación de Israel es también un testimonio evidente de que una mano invisible guía losdestinos de este pueblo en la tierra (Es 1-10). Israel permanece hoy como evidencia de lapresencia de esta mano soberana. ¿Cómo es posible que una nación tan pequeña tengaen jaque a naciones mucho más poderosas aisladamente y enormemente más poderosascuando todas ellas tienen en común el deseo de destruir al pueblo de Dios, que es lanación de Israel?

¿Cómo fue posible el reconocimiento de Israel como nación a mediados del sigloXX, cuando casi todos los países vecinos y las naciones poderosas estaban en contra ehicieron lo posible para que no llegara a ser realidad? Existen narraciones decombatientes israelitas que participaron en la empresa, en las cuales confiesan susorpresa por el modo como alcanzaron su independencia y cómo vencían en las batallasde modo incomprensible a ejércitos más numerosos y mucho mejor armados que ellos.No dudaron de que el Señor estaba de su parte y de que sus planes para Israel secumplieron mediante los acontecimientos que entonces vivieron.

El Salmo 2 nos da una pista sobre la posición de autoridad del Señor en relación alas naciones: «¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean un fracaso?Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra suMesías: “¡Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo!”. El que habita en el cielosonríe, el Señor se burla de ellos» (Sal 2,1-4). Sucede sencillamente lo que estáescrito: «El Señor reina, tiemblan las naciones; sentado sobre querubines, vacile la

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tierra. El Señor es grande en Sión, encumbrado sobre todos los pueblos» (Sal 99,1-2).

Dios se ha hecho presente en la historia de manera muy especial y única por suintervención en Israel, mediante la presencia de Jesucristo en el mundo y a través de laIglesia, por la cual está llevando a cabo su plan de salvación para todos los hombres.

La presencia particular de Dios en los tiempos antiguos (AT) se materializa sobre elpueblo de Israel a través de hombres y mujeres elegidos por Dios para llevar a cabosus planes.

La presencia de Dios sobre este pueblo y su manifestación alcanza formas yexpresiones muy variadas, según tengan lugar sobre las personas elegidas por Dioso sobre el pueblo mismo de Israel.

El medio más usado y más conocido para manifestarse Dios en este tiempo a Israeles a través de sus portavoces llamados profetas, que hablan al pueblo en nombre deDios y le anuncian sus planes, sus deseos y sus mandatos.

La plenitud de la manifestación de Dios a los hombres, tanto para la Humanidadcomo para cada hombre en particular, nos llega por medio de Jesucristo y elEspíritu Santo, que tratan de llevar a todos los hombres al conocimiento de Dios,de su misericordia: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo queDios ha preparado para los que lo aman» (1 Cor 2,9).

En definitiva, Dios es también Señor de la historia y no hay acontecimiento quesuceda sin su conocimiento y su consentimiento. Sin embargo, aunque la historia nosconfirma la actuación de Dios en todo, esta revelación de Dios en la historia de laHumanidad es insuficiente para un conocimiento personal de él, y la revelación siguesiendo todavía insuficiente.

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19Manifestaciones extraordinarias de la presencia de

Dios

«El Señor dijo a Moisés: “Anda, baja de la montaña,que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de

Egipto”» (Éx 32,7)

La expresión «presencia de Dios» puede entenderse en sentido objetivo y en sentidosubjetivo. La presencia de Dios entendida en sentido objetivo se refiere a la presenciareal de Dios en las criaturas, al margen de la percepción o de las consideraciones que elhombre pueda hacer sobre ella. Hemos reflexionado acerca de la presencia de Dios en lacreación, que ha salido de sus manos y que él mismo sostiene y conduce. Esto es unarealidad incuestionable para el cristiano, pero los hombres podrán aceptarla o rechazarla;podrán buscar a Dios en las criaturas o no buscarlo; y más aún, podrán llegar a descubriro no descubrir esa presencia de algún modo. La posición que el hombre tenga en relacióncon la presencia real de Dios, a partir de la percepción o de la experiencia personal de lamisma, será su aspecto subjetivo.

Desde otro punto de vista, Dios puede hacerse presente al hombre desde su interioro desde el exterior; dicho de otro modo, desde la habitación divina en lo más íntimo delser humano o por medio de una manifestación externa, que tiene lugar fuera del mismo.Las gestas o las manifestaciones de la gloria de Dios a Israel son perceptibles, peroexternas, de su presencia y sus obras; sin embargo, la vida sobrenatural que viven loshijos de Dios está construida sobre una relación íntima y profunda, sobre unaparticipación del hombre en la vida y la naturaleza de Dios. Esta vida sobrenatural, en laque la presencia de Dios se sustenta especialmente, se apoya sobre dos realidadessobrenaturales: a) está cimentada sobre la unidad del espíritu del hombre con el Espíritude Dios, y b) tiene su aposento en el espíritu mismo del hombre, del que el EspírituSanto ha querido hacer su morada. Cuando la presencia de Dios se manifiesta de modoperceptible fuera del hombre, no hay problema para conocerla y aceptarla racionalmente,sin que suponga ningún tipo de relación especial entre el hombre y Dios; pero en el

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segundo caso —desde su inhabitación en el hombre— es impensable una presencia queno esté sostenida y avalada por una relación muy especial y única entre Dios y elhombre.

Además de estos dos niveles de presencia de Dios (fuera y dentro), que podemossituarlos en los extremos de la relación del hombre con Dios, hay otras formas demanifestación de Dios o de su presencia que él ha querido poner de manifiesto por propiainiciativa a lo largo de la historia. La revelación de Dios y sus relaciones con los hombresa lo largo del tiempo, en particular con su pueblo elegido, ha dado lugar a una serie demanifestaciones especiales de su presencia, muy superiores a su presencia universal enlas criaturas, que podemos agrupar en los siguientes títulos:

1. Su presencia toma cuerpo mediante palabras que Dios dirige de modo perceptible alos hombres.

2. Su presencia se hace real en la palabra hablada por boca de los profetas.

3. Su presencia queda demostrada en sus gestas.

4. Su presencia se hace evidente en la manifestación de su gloria.

La que anteriormente presentamos como presencia de Dios en las criaturas poresencia, presencia y potencia alcanza a todas las criaturas durante toda su existencia; lapresencia de Dios en la conciencia de cada hombre estaría limitada por la existencia decada ser humano; pero la presencia de Dios manifestada a los hombres tendremos queverla como algo adicional y relacionarla con la existencia de la raza humana sobre latierra. El Dios creador, según los datos de la revelación y en tiempos relativamenterecientes, pone sus ojos en un pueblo, al que llamará «mi pueblo» (Éx 7,16) y más enconcreto sobre personas de este pueblo, que él usará para llevar a cabo sus planes, hastaque llegue el momento cumbre, que Pablo llama «la plenitud de los tiempos» (Gál 4,4).En esta etapa de la historia, el Dios Creador se da a conocer, además, de un modo nuevoy se relaciona con «su pueblo» también de una forma desconocida hasta entonces. Unasveces se manifiesta a todo el pueblo, pero otras veces su presencia está solo al alcance dealgunos elegidos, a los que da a conocer sus planes o sus mandatos, para que sean ellosquienes dirijan el pueblo y los conduzcan hacia el cumplimiento de sus planes. En estascircunstancias tienen lugar las manifestaciones de la presencia de Dios, que acabamos derelacionar, cuya plenitud llega con la venida del Mesías al mundo.

Las manifestaciones extraordinarias de Dios a los hombres son manifestaciones máso menos evidentes de su gloria, puesto que Dios y su gloria son inseparables. Por esoconviene que digamos algo de la gloria de Dios, antes de tratar de sus manifestaciones.

La expresión bíblica conocida como «gloria del Señor», prescindiendo de otros usos

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y significados de la palabra “gloria”, expresa a Dios mismo revelando su majestad, supoder, el resplandor de su santidad, su dinamismo... El término se usa para referirnos a lanaturaleza y actos de Dios —lo que es y lo que hace— como manifestación de sí mismo.La gloria de Dios es el mismo ser divino —vida y belleza, bondad, poder, etc.— encuanto que se manifiesta y comunica a las criaturas. San Agustín definía la gloria divinacomo «conocimiento claro con alabanza» (ML 42,770).

En la Carta a los Romanos dice Pablo que los hombres «cambiaron la gloria delDios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves,de cuadrúpedos, de reptiles» (Rom 1,23). La gloria a que se refiere viene explicadaen el v. 20 con las palabras «su poder eterno y su divinidad».

Otras veces significa el poder, que es característico de su gloria. Pablo quiere ver alos cristianos de Colosas «confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria»(Col 1,11).

En ocasiones se refiere al reconocimiento de la manifestación de sus atributos ycaminos. Pablo dice a los efesios que Dios nos ha elegido «para alabanza de lagloria de su gracia» (Ef 1,6) y para «alabanza de su gloria» (Ef 1,12).

En la Carta a los Efesios, Pablo menciona al «Padre de la gloria» (Ef 1,17), y lodescribe como la fuente de la que procede todo esplendor y toda perfección divinaen su manifestación.

Por extensión, «dar gloria» y «glorificar» a Dios significan reconocer su grandeza,su santidad, su poder, etc. Cuando el pueblo vio que Jesús perdonó los pecados alparalítico y lo sanó, «la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a loshombres tal poder» (Mt 9,8).

Las manifestaciones de la gloria de Dios son también manifestaciones de supresencia. «A Dios nadie lo ha visto jamás» (Jn 1,18) y nadie puede verlo y seguirviviendo. En la historia de Moisés se dice que en cierto momento le «dijo al Señor:“Muéstrame tu gloria”. Y él le respondió: “Yo haré pasar ante ti toda mi bondad ypronunciaré ante ti el nombre del Señor; pues yo me compadezco de quien quiero yconcedo mi favor a quien quiero”. Y añadió: “Pero mi rostro no lo puedes ver, porque nopuede verlo nadie y quedar con vida”» (Éx 33,18-20). Es curioso ver que Moisés le pideque le deje ver su «gloria», pero el Señor responde a Moisés diciéndole que no puede versu «rostro», empleando este término como sinónimo de «gloria»; sin embargo, le permitever su bondad, permitiéndole descubrir su presencia por medio de uno de sus atributos, yescuchar su nombre pronunciado por él mismo: su presencia toma cuerpo mediante lapalabra de Dios hablada al hombre. Dios quiere darle signos de su presencia, pero no le

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permite escudriñar su esencia.Después de la experiencia de la presencia de Dios y su intervención durante el paso

del Mar Rojo y todavía bajo la impresión de misma, «Moisés y los hijos de Israelentonaron este canto al Señor: “Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria, caballos y carrosha arrojado al mar. Mi fuerza y mi poder es el Señor. Él fue mi salvación. Él es mi Dios,yo lo alabaré; el Dios de mis padres; yo lo ensalzaré. El Señor es un guerrero, su nombrees ‘El Señor’. Los carros del Faraón los lanzó al mar, ahogó en el Mar Rojo a susmejores capitanes. Las olas los cubrieron, bajaron hasta el fondo como piedras. Tudiestra, Señor, es magnífica en poder, tu diestra, Señor, tritura al enemigo. Tu granmajestad destruye al adversario, arde tu furor y los devora como paja. Al soplo de tunariz se amontonaron las aguas, las corrientes se alzaron como un dique, las olas secuajaron en el mar…”» (Éx 15,1-8).

Estas manifestaciones de Dios haciéndose presente entre los hombres sonextraordinarias y poco frecuentes, pero revelan un modo nuevo de comunicarse Dios conlos hombres, sin renunciar a su grandeza o su majestad, de darles a conocer su poder, suprovidencia, su solicitud o cualquier otro atributo que mejor encaje en esa situación.

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20Dios se revela a personas elegidas

«El Señor dijo a Abran: “Sal de tu tierra, de tu patria, yde la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré”»

(Gén 12,1)

Las distintas formas de manifestar Dios su presencia ante Israel, enumeradas en el temaanterior, están especialmente desarrolladas en los acontecimientos relacionados con lasalida de Egipto y la travesía del desierto hasta llegar a la tierra prometida. Es una buenaoportunidad para ver cómo la presencia de Dios se hace evidente por su palabra, por susgestas y por la manifestación de su gloria. En este tema daremos el protagonismo a lapresencia de Dios mediante su diálogo con dos personas concretas: Moisés y Elías.

Dios sale al encuentro de Moisés

La liberación de los israelitas cuando vivían como esclavos en Egipto, seguida de la largay penosa travesía por el desierto, es una de las intervenciones más brillantes de Dios enfavor de su pueblo. Moisés, el hombre elegido por Dios para llevar a cabo la misión hastala llegada a la tierra prometida, es testigo excepcional de todas las intervenciones de Diosen esta historia, unas veces en encuentro personal e íntimo con Dios, otras haciendo deportavoz del Señor, que habla a su pueblo para darle instrucciones o para recriminarle suconducta; y en ocasiones dirigiéndose a Dios en actitud de súplica por su pueblo, que seha declarado en rebeldía contra él. En cierto modo podríamos hablar de la relación deDios con Moisés como una relación muy especial que toma cuerpo en encuentros muydiversos y con el fin de tratar situaciones diferentes, pero relacionadas con el plan deDios para Israel.

Toda la infancia y juventud de Moisés está marcada por una intervención directa ycontinua de Dios, que lo prepara, sin que él tenga idea, para que esté capacitado y lleve acabo el plan que le tiene reservado. El primer encuentro tiene lugar en «el Horeb,montaña de Dios» (Éx 3,1). Allí se le apareció en forma de llama de fuego, «en medio de

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una zarza» (Éx 3,2). Al acercarse Moisés a la zarza, que ardía sin consumirse, Dios sehizo presente con su palabra y «lo llamó desde la zarza: “¡Moisés, Moisés!”. Élrespondió: “Aquí estoy”. Dijo Dios: “No te acerques; quítate las sandalias de los pies,pues el sitio que pisas es terreno sagrado”. Y añadió: “Yo soy el Dios de tus padres, elDios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”. Moisés se tapó la cara, porquetemía ver a Dios» (Éx 3,4-6).

Esta presencia de Dios a Moisés, hablándole personalmente, se repetirá ennumerosas ocasiones. Dios le habla ahora de su plan para Israel y termina enviándolopara que dirija la operación dispuesta para liberarlos de la opresión de los egipcios. Yaquí empiezan los diálogos de Moisés con el Señor, diálogos que se repetirían ennumerosas ocasiones, y a los que Moisés parece que llegó a acostumbrarse, a la vista dela confianza con que se dirigía a Dios en cada ocasión. A continuación de sumanifestación en el fuego de la zarza, «El Señor le dijo: “He visto la opresión de mipueblo en Egipto, y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos.He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértily espaciosa, tierra que mana leche y miel… El clamor de los hijos de Israel ha llegadohasta mí y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y ahora, marcha; te envío al Faraón,para que saques a mi pueblo, a los hijos de Israel”» (Éx 3,7-10).

Es posible que Moisés pensara, después de escuchar este mandato de Dios, quehubiera sido mejor no haber descubierto la presencia de Dios en la zarza. Pero ya eratarde. Así que «dijo Moisés a Dios: “¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para sacar alos hijos de Israel de Egipto?”. Respondió Dios: “Yo estoy contigo y esta es la señal deque yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en estamontaña”» (Éx 3,11-12). De la confianza que Dios inspiró a Moisés desde el principio daidea el diálogo que mantienen sobre el mandato que Dios le había dado: «¿Quién soy yopara ir al Faraón y sacar de Egipto a los israelitas?» (Éx 3,11). Luego arguye que losisraelitas no lo van a reconocer como su enviado y cuando Dios le dice todo lo que tieneque hacer o comunicar, todavía le quedan argumentos y —por miedo o porque realmentese considera incapaz— insiste: «No me creerán ni me harán caso» (Éx 4,1).

A continuación le muestra su poder mediante la transformación del cayado enserpiente y la mano llena de lepra vista y no vista. Pero Moisés, el que había respondidocon un «heme aquí» (Éx 3,4) la primera vez que oyó la voz de Dios, vuelve a rechazarpor tercera vez el plan de Dios excusándose así: «¡Por favor, Señor mío! Yo nunca hesido un hombre con facilidad de palabra, ni siquiera después de que tú has hablado contu siervo; pues soy torpe de boca y de lengua» (Éx 4,10). Y cuando Dios le promete queestará en su boca y le enseñará lo que tenga que decir, todavía trata de rechazar lallamada por cuarta vez, acabando así con la paciencia del Señor. Parece que la forma dehablarle el Señor ahora es bastante convincente porque ya no presentó más excusas;

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simplemente se alejó, se despidió de su suegro y puso rumbo a Egipto.Algunas lecciones de los encuentros de Dios con Moisés, el «amado de Dios y de los

hombres» (Eclo 45,1):

El fuego natural —el que quema y consume— es un símbolo de ciertos atributos deDios; el fuego que llama la atención de Moisés es un fuego especial, que Diosprovoca como señal de su presencia en un momento en que quiere iniciar unarelación personal con Moisés.

Dios llama por su nombre a Moisés, repitiendo su nombre, como si fuera un viejoconocido. Es la forma de empezar lo que será una presencia casi permanente y unalarga relación.

Dios advierte a Moisés que se descalce, porque está en tierra sagrada. Es unindicador del respeto y la reverencia que el hombre debe siempre a Dios, aunqueDios decida ponerse a la altura del hombre para hablar con él y establecer unarelación amistosa. La veneración y el respeto hacia Dios nunca deben faltar en elhombre, aunque sea muy cercana la forma de hablarle Dios.

Moisés se cubre el rostro porque temía ver a Dios. ¿Razón? Es consciente de supresencia y del abismo que se interpone entre él y la grandeza de Dios.

La forma como se dirige Dios a Moisés, dándole toda clase de explicaciones acercade su plan, de las dificultades y de la solución a las mismas. Pudo limitarse a daruna orden sin dar ninguna explicación; pero conoce a Moisés, su timidez, su miedoa lo desconocido, la magnitud de la empresa… y Dios quiere afirmar la fe y laconfianza de Moisés, para que no se desmorone ante los problemas. En la forma dehablarle se descubre una gran dosis de delicadeza, ternura y paciencia.

Moisés no trata de desobedecer a Dios, sino de excusarse para ver si consigue queDios se olvide de él y busque a otro más capaz. Y es que no tenía todavíaexperiencia de que cuando Dios nos da una misión, sea la que sea, nos capacitapara llevarla a cabo. Él solo quiere nuestro sí y que nos pongamos en marcha.

Y cuando le obedecemos, él está con nosotros y nunca nos abandonará. Alobedecer, Moisés deja la puerta abierta para nuevos encuentros con Dios.

Vemos una vez más cómo van de la mano el amor, la presencia y la relación entreDios y los hombres.

Otras ocasiones en que vemos dialogando a Dios y Moisés son: el proceso deplanificación y ejecución de las plagas con que Dios castiga a Egipto, la entrega

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solemne de las tablas de la Ley, la ocasión en que el Señor comparte con Moisés sudecisión de castigar a Israel por su mal comportamiento, y que Moisés trata deevitar a toda costa, etc.

Otro encuentro muy interesante tiene lugar entre Dios y el profeta Elías, despuésque este leyera la amenaza de Jezabel y huyera precipitadamente al monte Horeb: «Allíse introdujo en la cueva y pasó la noche. Le llegó la palabra del Señor preguntando:“¿Qué haces aquí, Elías?”. Y él respondió: “Ardo en celo por el Señor, Dios del universo,porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado aespada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela”. Le dijo: “Saly permanece de pie en el monte ante el Señor”. Entonces pasó el Señor y hubo unhuracán tan violento que hendía las montañas y quebraba las rocas ante el Señor, aunqueen el huracán no estaba el Señor. Después del huracán un terremoto, pero en elterremoto no estaba el Señor. Después del terremoto, fuego, pero en el fuego tampocoestaba el Señor. Después del fuego, el susurro de una brisa. Al oírlo Elías, cubrió surostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva. Le llegó una vozque le dijo: “¿Qué haces aquí, Elías?”. Y él respondió: “Ardo en celo por el Señor, Diosdel universo, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, derribado tus altares ypasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela”. Ledijo el Señor: “Vuelve a tu camino en dirección al desierto de Damasco…”» (1 Re 19,9-15).

La de Elías es una experiencia de Dios cercano, protector, amigo, consejero, guía…Una presencia que puede valorarse como resultado necesario de una relación profundaen conocimiento y amor. En este encuentro con el hombre, el Señor pasa por alto modostan normales que tiene para manifestarse como el huracán, el terremoto o el fuego, y sesirve de una suave brisa en el desierto, necesaria para pacificar el corazón asustado,atribulado, desconsolado de Elías, y para llenarlo con su paz. A partir de aquí ya puedereemprender la marcha y tratar de llevar a cabo la nueva misión que Dios le encomienda.

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21Presencia de Dios en la palabra revelada

«Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de quesalieras del seno materno, te consagré; te constituí

profeta de las naciones» (Jer 1,5)

Los hombres nos hacemos presentes unos a otros de distintos modos, que van enaumento a medida que la ciencia nos descubre nuevas fórmulas para comunicarnos ohacernos presentes físicamente. En siglos pasados el acto de presencia de un ser humanoante otros tenía lugar sobre todo físicamente. Se materializaba sobre todo mediante lacomparecencia física de las personas: eran ellas mismas las que promovían el encuentro,la relación, la comunicación y el diálogo mutuo. Otro modo era el de la comunicaciónescrita, que un correo o mensajero se encargaba de llevar desde el remitente aldestinatario. Así, por ejemplo, durante el siglo XIX, tiempo de migración abundante deespañoles hacia América Latina, los emigrantes que dejaban familia en España ya estabanmentalizados con la dificultad de la comunicación y sabían que escribir a España y recibircontestación podía ser cuestión de tres, cuatro o cinco meses como mínimo. El telégrafoy el teléfono dieron un giro a las comunicaciones. Y últimamente se han idodesarrollando todos los medios que tenemos ahora, en los que pocos hubieran creído, sihace cien años nos los hubieran anunciado como futuros.

La presencia de Dios ante los hombres tuvo lugar de modo muy específico con laspersonas que él eligió en el pasado y también con su pueblo Israel; pero no siempre sehizo en los mismos términos, formas o circunstancias. Una es la forma como hablabaDios con Moisés o Abraham y otra muy distinta como lo hizo para dirigirse a Israel comopueblo. Pero hay más. Si en esos casos era el mismo Dios quien tomaba la iniciativa y leshablaba personal y directamente, en otras ocasiones lo hizo por medio de aquellosservidores suyos que recibieron el nombre de profetas, palabra cuya etimología significa«el que habla en lugar de otro». La Carta a Hebreos nos dice: «En muchas ocasiones yde muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas» (Heb 1,1).Es evidente que en esta expresión se nos hace ver que Dios es el que hablaba en primer

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lugar, el autor de un mensaje que, como todo mensaje tenía un destinatario, unas vecespersona, otras veces un grupo o pueblo. Ahora bien, el mensaje de quien hablaba enprimer lugar no llegaba directamente a su destino, sino que era entregado a unintermediario, que lo haría llegar al destinatario. Era el profeta, cuya misión acababacuando entregaba el mensaje que le había sido confiado. Este fue el medio elegido porDios para hablar de ordinario a personas de Israel o a Israel como pueblo.

De ordinario los profetas hacían entrega verbal de su mensaje y ahí terminaba todo;pero en muchas ocasiones sus mensajes iban acompañados de gestos o signos queacompañaban o precedían a las expresiones verbales. En cierta ocasión se encontrarondos profetas de Israel, uno, que era falso profeta, se llamaba Jananías, y el otro era elgran profeta Jeremías. Jananías dio a Israel un mensaje profético, supuestamenteprocedente de Dios, en el cual anunciaba la paz y la liberación para los israelitas, a lasazón cautivos en Babilonia. Jeremías lo calificó de falso y dijo a Jananías: «Si unprofeta profetizaba prosperidad, solo era reconocido como profeta auténtico, enviado porel Señor, cuando se cumplía su palabra. Entonces el profeta Jananías (el falso) arrancó elyugo del cuello del profeta Jeremías y lo rompió. Después dijo Jananías a todos lospresentes: “Esto dice el Señor: De este modo romperé del cuello de todas las naciones elyugo de Nabucodonosor, rey de Babilonia, antes de dos años”. El profeta Jeremías semarchó. Vino la palabra del Señor a Jeremías después de que Jananías hubo roto el yugodel cuello del profeta Jeremías. El Señor le dijo: “Ve y dile a Jananías: Esto dice el Señor:Tú has roto un yugo de madera, pero yo haré un yugo de hierro. Porque esto dice elSeñor del universo, Dios de Israel: Pondré un yugo de hierro al cuello de todas estasnaciones, para que sirvan a Nabucodonosor, rey de Babilonia, y se le sometan...”. Elprofeta Jeremías dijo al profeta Jananías: “Escúchame, Jananías: el Señor no te haenviado y tú has inducido a este pueblo a una falsa confianza. Por tanto, esto dice elSeñor: Voy a hacerte desaparecer de la tierra; este año morirás porque has predicadorebelión contra el Señor”. Y el profeta Jananías murió aquel mismo año, el séptimo mes»(Jer 28,9-17).

Signos y gestos de la narración: Jeremías lleva un yugo, recordando la situación deesclavitud que padece Israel. Cuando Jananías anuncia la liberación de Israel toma elyugo de Jeremías y lo rompe como gesto de liberación para Israel. Luego en la respuestade Jeremías hay otro anuncio en forma de gesto, ahora del Señor, quien habla a Jananíasde yugo de hierro para él y de caída fulminante al suelo, a la que seguirá su muerte. Y asísucedió.

Más tarde, al final de su vida, habló el Señor a Jeremías acerca de la destrucción deBabilonia. «Escribió Jeremías en un rollo la catástrofe que se cernía sobre Babilonia, esdecir, las profecías escritas hasta aquí sobre Babilonia. Jeremías dijo a Seraías —funcionario del Rey que salía hacia Babilona—: “Cuando llegues a Babilonia, busca el

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modo de proclamar todas estas profecías. Dirás: Señor, tú decidiste que este lugar fueradestruido, que no quedase en él alma viviente, ni hombres ni animales, y que fuese unaperpetua desolación”. A continuación, cuando termines de leer este rollo, le atas unapiedra y lo arrojas al Éufrates, al tiempo que dices: Así se hundirá Babilonia, para nolevantarse, pues voy a traer sobre ella una terrible desgracia» (Jer 51,60-64). El plan deDios contra Babilonia ha sido leído y finalmente es confirmado mediante un gesto tanclaro como el de atar el libro a una piedra y lanzarlo al río Éufrates.

El hecho de que los verdaderos profetas sean portadores de la palabra de Dios, haceque sean recibidos por los hombres que aman a Dios como si recibieran a Dios. Los quetienen hambre de Dios, aceptan a los profetas y sus mensajes con gozo y acción degracias; pero quienes rechazan a Dios rechazan también a sus profetas. A Jesús deNazaret, su experiencia le permitió decir: «En verdad os digo que ningún profeta esaceptado en su pueblo» (Lc 4,24).

Esta experiencia, tantas veces difícil para los profetas, hace que tengan que pasarpor toda clase de pruebas, de persecuciones y miedos, aun sabiendo que Dios está conellos. El gran Elías, aquel que dijo: «Vive el Señor, en cuya presencia estoy» (1 Re 17,1),o «estoy lleno de ardiente celo por el Señor Todopoderoso» (1 Re 19,10), y del que sedice que «surgió el profeta Elías como un fuego y su palabra quemaba como antorcha»(Si 48,1)... Este mismo Elías, ante la amenaza de Jezabel por haber acabado con losfalsos profetas, huyó hacia el monte Horeb y en el camino estaba tan abatido, que sedeseó la muerte y llegó a decir: «¡Ya es demasiado, Señor! ¡Toma mi vida, pues no soymejor que mis padres!» (1 Re 19,4).

Los profetas son testigos visibles de la presencia de Dios invisible, en primer lugarcon su presencia física y, en segundo lugar, en el ejercicio de su ministerio, al transmitirla palabra del Señor, con la cual no solo transmiten un mensaje divino, sino que altransmitirlo tienen una participación en la ejecución de los planes que Dios se hapropuesto al hablar de este modo a los hombres, que no es solo darles a conocer susmandatos sino hacer llegar a los hombres su palabra, como nos dice Pablo, «paraedificación, exhortación y consolación» (1 Cor 14,3).

Como signos distintivos entre los verdaderos y falsos profetas se señala la armonía ofalta de armonía con la fe en el Señor: «Si surge en medio de ti un profeta o un visionariosoñador y te propone: “Vamos en pos de otros dioses —que no conoces— y sirvámoslos,aunque te anuncia una señal o un prodigio y se cumpla la señal o el prodigio, no has deescuchar las palabras de ese profeta o visionario soñador; pues, el Señor, vuestro Dios,os pone a prueba para ver si amáis al Señor. Vuestro Dios, con todo vuestro corazón ycon toda vuestra alma”» (Dt 13,2-4).

Otro dato a tener en cuenta: «Si dices en tu corazón: “¿Cómo reconoceré una

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palabra que no ha dicho el Señor?”. Cuando un profeta hable en nombre del Señory no suceda ni se cumpla su palabra, es una palabra que no ha dicho el Señor; eseprofeta habla por arrogancia, no le tengas miedo» (Dt 18,21-22).

Israel vivió como nadie la experiencia de presencia de Dios por medio de losprofetas y se acostumbró a ella, tanto que, cuando Dios dejaba de hablar por losprofetas debido al comportamiento de Israel, el pueblo reconocía su actitud a partirdel silencio del Señor y lamentaba su conducta. Eran testigos del silencio de Dios y,por lo mismo, testigos de la ausencia de Dios entre ellos. Sin embargo, este segundocriterio no basta sin el primero.

Jeremías exige también la concordancia con los antiguos profetas verdaderos, queanunciaron castigos del Señor (Jer 28,8). Una palabra de salud solo por sucumplimiento se demuestra como auténtica palabra de Dios (Jer 28,9).

Profetas hubo en Israel desde el principio: Abraham, Moisés, Débora, Samuel,Natán, Elías, Eliseo, etc.

Los elementos fundamentales de los discursos proféticos son reprensiones (Is13,14ss.), exhortación (Am 5,4ss) y predicciones de salud (Jer 32,15). Pablo dirá:«El que profetiza habla para hombres, edificando, exhortando, consolando» (1 Cor14,3).

La palabra que los profetas proclaman cuando ejercen su ministerio es palabrainspirada por el Espíritu Santo. Es él quien les inspira, quien se hace especialmentepresente en su mente y en su corazón. El profeta es un ministro de Dios, elegido yllamado por Dios para ser su portavoz dentro de la Comunidad —Israel en el AT y laIglesia en el NT— o con misión más amplia otras veces. El hecho de tener encargado eseservicio nos lleva a pensar en la relación profunda que debe tener un profeta con elEspíritu del Señor, que le inspira y capacita para ejercer su ministerio.

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22Presencia de Dios en sus obras poderosas

«Venid a ver las obras de Dios, sus temibles proezas afavor de los hombres» (Sal 66,5)

La manifestación de la presencia de Dios tiene lugar también por medio de situacionespuntuales de carácter sobrenatural, que son provocadas por el mismo Dios, para dirigirsea los hombres o llevar a cabo acciones relacionadas con ellos. El Antiguo Testamentoconoce dos tipos de manifestaciones o de epifanías de la gloria divina: sus obraspoderosas y sus apariciones. Trataremos estas dos formas de presencia extraordinaria deDios entre los hombres en este tema y el siguiente.

Dios manifiesta su gloria en sus deslumbrantes intervenciones, en sus juicios o ensus designios. En este capítulo vamos a fijarnos únicamente en algunas de sus obraspoderosas, que Dios suscitó en su relación con Moisés y el pueblo de Israel, cuando sepropuso sacarlos de Egipto y llevarlos a una tierra nueva, en la que ellos serían su puebloy él sería su Dios. En estas manifestaciones, Moisés está siempre cercano o tomando elpapel de mediador de Dios ante el pueblo. A él se dirige Dios la mayor parte de las vecesy por medio de él ejecuta su voluntad ante Egipto o ante Israel. Todo empezó cuando elSeñor preparó un primer encuentro con Moisés mientras pastoreaba el rebaño de susuegro en el Horeb, la montaña de Dios, según hemos comentado en un capítulo anterior.

Luego el Señor volvió a salir al encuentro de Moisés —no sabemos de qué modo—y le dio instrucciones concretas acerca de cómo tenía que hablar al entrevistarse con elFaraón: «Anda, vuelve a Egipto, porque han muerto todos los que te buscaban paramatarte» (Éx 4,19). Y le ordenó presentarse ante Faraón para exponerle el plan de Diospara Israel. Y así lo hizo después de asegurarse la compañía de Aarón. La reacción delFaraón fue negativa y hostil, hasta el punto de tomar represalias contra los israelitas; porañadidura Moisés y Aarón vieron que tenían a todos en contra, incluidos los suyos, algoque sucede con frecuencia cuando alguien está intentando llevar a cabo un plan de Dios.Entonces Moisés recurrió al Señor y le dijo: «Señor, ¿por qué maltratas a este pueblo?,¿por qué me has enviado? Pues desde que fui al Faraón para hablarle en tu nombre está

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maltratando a este pueblo, y tú no haces nada por librarle» (Éx 5,22-23). Y el Señor nose hizo esperar, sino que de nuevo habló a Moisés, explicándole con detalle lo que iba ahacer y la participación que él tenía en los próximos pasos que dar.

A partir de aquí, y según observa el escritor sagrado, «el Señor hablaba con Moiséscara a cara, como habla un hombre con su amigo» (Éx 33,11). La relación que se habíainiciado entre Dios y Moisés en el primer encuentro parece afianzada, y Moisés estáhablando al Señor con toda sinceridad y confianza, hasta atreverse a culparlo en ciertomodo de los problemas que estaban teniendo y aprovechar la ocasión para enviarle unmensaje subliminal en el que, de algún modo, insiste en que Dios no estuvo muyacertado cuando lo eligió para llevar a cabo este proyecto: «¿Por qué me has enviado?».

Conocida la reacción del Faraón, el Señor empieza a poner en marcha su plan paraforzarle a que permita a su pueblo salir. Ante el empecinamiento del egipcio, el Señor vadando rienda suelta a las diez plagas —diez tremendas demostraciones del poder de Dios— con que asolará Egipto y convencerá finalmente al Faraón de que tiene que ceder. Eldesarrollo de todo este proceso se parece, en cuanto a su estructura, a la puesta enmarcha de una empresa humana, donde uno es el director y otro es el que lleva a cabosus instrucciones hasta que se consigan los objetivos propuestos. Aquí Dios llevará lainiciativa y Moisés será su mensajero.

El plan se lleva a cabo en diez etapas, que se corresponden con las diez plagas queel Señor envía sobre Egipto. Cada una de ellas se realiza bajo la presencia de Dios,manifestada en extraordinarias obras de poder.

Hay un primer intento de convencer al Faraón para que colabore en el plan deDios. El Señor da las pautas a seguir y Moisés las cumple; pero el Faraón se niega aobedecer. A la vista de esta actitud, el Señor empieza a desarrollar la siguiente partedel plan.

Su forma de actuar es curiosa: antes de enviar cada plaga, el Señor revela a Moisésqué es lo que quiere hacer y en qué consiste la colaboración que espera de él. ¡Quéfácil sería imaginarnos a los dos sentados frente a frente en una mesa de despacho,planificando cada acción!

La forma de recibir Moisés los planes del Señor y de llevarlos a cabo también hacambiado. Parece haber puesto ya toda la confianza en él y fiarse, porque esconsciente de que, pase lo que pase, el Señor triunfará y él participará de esavictoria si colabora correctamente. Parece que el miedo ha sido finalmente vencido,al menos en gran parte, por la fe que ha ido creciendo a medida que ha visto lasgestas de Dios y su gloria.

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Al encuentro del primer día en el Horeb, lleno de recelos y miedos por parte deMoisés, ha sucedido una actitud de amistad y confianza, que le lleva a poner enmarcha, sin protestar y con buena disposición, cada uno de los mandatos del Señor.

El Señor por su parte no hace nada, aunque podía hacerlo, sin contar con Moisés,sin darle a conocer con todo detalle sus planes y, en ocasiones, adelantándole elresultado de los mismos.

La relación inicial se ha ido consolidando y la comunicación tan frecuente y sinceraque el Señor tiene con Moisés ha generado en este una conciencia de presencia deDios tan fuerte que solo vive para él, limitándose a un ir y venir del Señor al Faraónpara comunicarle la voluntad de Dios, y del Faraón al Señor para comunicarle queel Faraón no está dispuesto a someterse a sus planes.

Es curioso que en la narración bíblica, la planificación de cada plaga empieza conestas palabras: «Dijo el Señor a Moisés». Por la forma de expresarse, parecetambién que el Señor descansa en Moisés, porque está seguro de que no le va afallar. Ha descubierto y comprobado en él dos cualidades fundamentales para larelación del hombre con Dios: humildad y fidelidad. Las dos son imanes que nosaproximan a Dios, nos mantienen en su presencia y nos califican comoinstrumentos gratos a los ojos del Señor.

El escritor sagrado califica a Moisés como «amado por Dios y por los hombres»(Eclo 45,1).

El autor de la Carta a Hebreos dice: «Moisés fue fiel en toda su casa, comoservidor» (Heb 3,5).

La estrategia de Dios para lograr que el Faraón deje salir a su pueblo es la aplicaciónprogresiva de su poder para mostrarle que nadie puede oponerse a los planes del Dios deIsrael, bajo pena de tener que hacer frente a las consecuencias que, en este caso, van demenos a más con cada negativa del Faraón. El plan de Dios para sacar a Israel de Egiptose consuma con el paso del Mar de Suf (Rojo) bajo la dirección del propio Dios, que hasalido de Egipto con su pueblo, llevando a Moisés de lugarteniente. El paso del Mar Rojofue una gesta de las más gloriosas que el pueblo de Israel vivió en toda su historia.

Al pueblo no le gustaba la experiencia por la que estaba pasando y empezó aprotestar —en el pueblo siempre hay gente dispuesta a protestar— ante Moisés, que loshabía sacado de Egipto. Y Moisés habló al pueblo diciéndoles: «No temáis, estad firmesy veréis la salvación que el Señor os otorgará en este día, pues los egipcios que ahoraveis, no los volveréis a ver nunca jamás. El Señor peleará por vosotros, que vosotros notendréis que preocuparos». «Dijo el Señor a Moisés: “¿Por qué sigues clamando a mí?

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Di a los israelitas que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobreel mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto. Que yovoy a endurecer el corazón de los egipcios para que los persigan, y me cubriré de gloria acosta del Faraón y de todo su ejército, de sus carros y de los guerreros de los carros.Sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa delFaraón, de sus carros y de sus jinetes”. Se puso en marcha el Ángel del Señor que iba alfrente del ejército de Israel, y pasó a retaguardia. También la columna de nube de delantese desplazó de allí y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios yel campamento de los israelitas. La nube era tenebrosa y transcurrió la noche sin quepudieran trabar contacto unos con otros en toda la noche. Moisés extendió su manosobre el mar y el Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este quesecó el mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pieenjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda. Los egipcios lospersiguieron y entraron tras ellos, en medio del mar: todos los caballos del Faraón, suscarros y sus jinetes… Moisés extendió su mano sobre el mar y, al despuntar el día, elmar recobró su estado natural, de modo que los egipcios, en su huida, toparon con lasaguas. Así precipitó el Señor a los egipcios en medio del mar» (Éx 14,13-23.27).

El pueblo de Israel contempló absorto la memorable obra de poder que Dios habíallevado a cabo en su favor. «Entonces, Moisés y los hijos de Israel entonaron este cantoal Señor: “Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria; caballos y carros ha arrojado en elmar. Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Él es mi Dios, yo lo alabaré;el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré. El Señor es un guerrero, su nombre es el Señor”»(Éx 15,1-3). Podría pensarse que, después de semejante manifestación de presencia ypoder de Dios, el pueblo de Israel iba a comportarse como manso corderito durante elresto de su vida; pero —así es la naturaleza humana— pronto se olvidó y perdió la feque había proclamado después de tan maravillosa experiencia.

Cuando ya estaba próxima la entrada en la tierra prometida de Canaán, Moisés envióa los exploradores para que le trajeran un informe acerca de ellas. El grupo de lospesimistas —todos menos dos— asustó al pueblo contándole sus impresiones; pero Josuéy Caleb tenían un punto de vista opuesto e informaron muy positivamente. A la vista deldesprecio que hizo la mayoría del regalo que el Señor guardaba para su pueblo,rebelándose contra Moisés y Aarón y queriendo volver a Egipto, su ira se encendiócontra ellos, teniendo que interceder Moisés para calmarla. «Dijo el Señor: “Le perdono,como me lo pides. Pero, ¡por mi vida y por la gloria del Señor que llena toda la tierra!,ninguno de los hombres que han visto mi gloria y los signos que hice en Egipto y en eldesierto, y me han puesto a prueba diez veces ya, y no han escuchado mi voz, ningunode ellos verá la tierra que prometí con juramento a sus padres. Nadie de los que me hanrechazado la verá. Pero a mi siervo Caleb, que tuvo otro espíritu y me fue enteramente

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fiel, le haré entrar en la tierra que ha visitado, y sus descendientes la poseerán”» (Núm14,20-24).

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23Presencia de Dios en la manifestación de su gloria

«Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a suhermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.

Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecíacomo el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la

luz» (Mt 17,1-2)

Aplicado a Dios, el término «gloria» significa resplandor celeste, sublimidad, majestad, lafuerza de la divina aparición. El Dios trascendente se revela en los fenómenosmeteorológicos terrestres, como en la nube oscura de la tormenta: «Subió, pues, Moisésa la montaña. La nube cubría la montaña. La gloria del Señor descansaba sobre lamontaña del Sinaí y la nube lo cubrió durante seis días. Al séptimo día, llamó el Señor aMoisés desde la nube. El aspecto de la gloria del Señor era para los hijos de Israel comofuego voraz sobre la cumbre de la montaña. Moisés se adentró en la nube y subió a lamontaña. Moisés estuvo en la montaña cuarenta días y cuarenta noches» (Éx 24,15-18).Esta nube no es más que el velo de la verdadera aparición de Dios, del fuego y la luzceleste que, sin velo, aniquilaría al hombre. Esta revelación de Dios es Dios mismo, encuanto se rebela entre truenos y relámpagos, tempestad y terremoto. La gloria del Señorno es Dios en sí mismo, sino Dios en cuanto se da a conocer a los hombres.

La expresión «dar gloria a Dios» no añade nada a la majestad de Dios, sino que essolo su conocimiento: «El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obrade sus manos» (Sal 19,2).

«¡Portones, alzad los dinteles, que se alcen las puertas eternales: va a entrar el Reyde la gloria» (Sal 24,7). «Tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria»(Sal 66,2).

En el Nuevo Testamento «dar gloria» es también reconocimiento de la divinaMajestad: «Temed a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio;adorad al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales de las aguas» (Ap

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14,7).

La diferencia en el Nuevo Testamento es que la expresión va unida al nombre deJesucristo: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos contempladosu gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn1,14).

Pero esta gloria solo está al alcance de la fe, como dijo Jesús a Marta: «¿No te hedicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» (Jn 11,40).

Y se muestra especialmente en su pasión, cruz, muerte y resurrección. Con laascensión, Jesús vuelve a su gloria del cielo. Con palabras de Pablo: «En verdad esgrande el misterio de la piedad, el cual fue manifestado en la carne, justificado en elEspíritu, mostrado a los ángeles, proclamado en las naciones, creído en el mundo,recibido en la gloria» (1 Tim 3,16).

Dios habita en su gloria inaccesible

Su majestad es tan grande que en su presencia los ángeles se cubren el rostro con lasalas. Dice Isaías acerca de la visión celestial que él mismo tuvo: «Vi al Señor sentadosobre un trono alto y excelso; la orla de su manto llenaba el templo. Junto a él estaban losserafines, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos el cuerpo,con dos volaban. Y se gritaban el uno al otro: “Santo, santo, santo es el Señor Dios deluniverso, llena está la tierra de su gloria» (Is 6,1-3).

Los hombres no pueden verlo sin morir. Manifiesta su gloria en primer lugar aalgunos hombres elegidos, como Moisés, en quienes enciende el deseo de contemplarle:«Moisés exclamó: “Muéstrame tu gloria”. Y él le respondió: “Yo haré pasar ante ti todami bondad y pronunciaré ante ti el nombre del Señor, pues yo me compadezco de quienquiero y concedo mi favor a quien quiero”. Y añadió: “Pero mi rostro no lo puedes ver,porque no puede verlo nadie y quedar con vida”. Luego dijo el Señor: “Aquí hay un sitiojunto a mí; ponte sobre la roca. Cuando pase mi gloria, te meteré en una hendidura de laroca y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después, cuando me retire,podrás ver mi espalda, pero mi rostro no lo verás”» (Éx 33,18-23).

Más tarde, todo el pueblo va teniendo acceso a la gloriosa experiencia de Dios, elDios único, Creador del cielo y de la tierra. «Ver la gloria de Dios» significa en laBiblia experimentar su divina potencia salvadora: Israel ve la gloria de Dios en lanube, el fuego, el arca, el paso del Mar Rojo (Éx 14,17-18).

La glorificación del Señor es el centro de la espiritualidad judía. Por la Revelación de

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los patriarcas y profetas, Israel recibe de Dios un conocimiento nuevo del misterio divinoy de ahí, un amor nuevo, que enciende a su vez una nueva glorificación religiosa: «Venid,aclamemos al Señor, demos vítores a la roca que nos salva, entremos a su presenciadándole gracias, aclamándolo con cantos. Porque el Señor es un Dios grande, soberanode todos los dioses» (Sal 95,1-3).

Israel debe empeñarse en que todos los pueblos alaben al Señor, al único Diosverdadero (Sal 67).

Ha de recordar siempre las maravillas de su poder, y en sus angustias ha de acudirsiempre al Señor, para que él muestre su gloria, sea perdonando a su pueblo (Is49,13s), sea castigando a los enemigos (Dan 3,44-45).

Este es el espíritu de gloria, que se ha de expresar en danzas, fiestas y sacrificios(Lev 7,11s).

Y especialmente en los bellísimos salmos de alabanza (8, 19, 29, 33, 104, 105, 111,113, 117, 135, 136, 145-150), de acción de gracias individual (18, 23, 30, 32, 34,41, 63, 66, 92, 103, 107, 115, 116, 118, 138), y de acción da gracias nacional (46,48, 65, 67, 76, 124).

Así pues, misión de Israel es contar a las naciones las grandes obras del Señor, Diosúnico: «Dad gracias al Señor, invocad su Nombre, dad a conocer sus hazañas a lospueblos; cantadle al son de instrumentos, hablad de sus maravillas; gloriaos de suNombre Santo, que se alegren los que buscan al Señor» (Sal 105,1-3).

Más aún, toda la creación ha de ser encendida por Israel en la glorificación de Dios:«Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan, aplaudan losríos, aclamen los montes al Señor que llega para regir la tierra» (Sal 98,7-9).

La manifestación de la gloria del Señor es una realidad visible, es la irradiaciónfulgurante del ser divino (Éx 16,10):

En el Sinaí la gloria del Señor adopta el aspecto de una llama que coronaba lamontaña (Éx 24,17; Dt 5,22s).

Moisés, por haberse acercado a ella en la nube, retorna con «la piel del rostroradiante» (Éx 34,29). San Pablo dirá: «Con una gloria tal que los hijos de Israel nopodían fijar la vista en el rostro de Moisés» (2 Cor 3,7).

Después del Sinaí, la gloria invade el santuario: «El lugar quedará consagrado pormi gloria» (Éx 29,43; 40,34).

Consiguientemente Israel está al servicio de la gloria: (v. 9,6-23); vive, camina y

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triunfa bajo su irradiación (Éx 40,36). El arca y la gloria están estrechamente ligados.Para Israel perder una es perder la otra (1 Sam 4,21). Más tarde la gloria llenará eltemplo (1 Re 8,10). Y en la época del exilio se retirará de allí en señal de reprobación (Ez9-11). En cualquier caso, Dios se revela a su pueblo para salvarlo, santificarlo y regirlo.

Isaías contempla la gloria del Señor bajo el aspecto de su gloria regia. El profeta veal Señor, su trono elevado, la cola de su ropaje que llena el santuario, su corte deserafines que clama su gloria (Is 6,1-5). Este es un fuego devorador, santidad que pone aldescubierto la impureza de la criatura, su nada, su radical fragilidad. Sin embargo, notriunfa destruyendo, sino purificando y regenerando y quiere invadir toda la tierra. Lasvisiones de Ezequiel dicen la libertad trascendente de la gloria, que abandona el templo(Ez 11,22s.) y luego irradia sobre una comunidad renovada por el Espíritu (36,23s.39,21-29).

Como se puede deducir fácilmente, las manifestaciones extraordinarias de la gloriadel Señor son formas diferentes de afirmar su presencia entre los hombres de un modoevidente y directo, donde la fe que se precisa para otros modos de encuentro con lapresencia de Dios da paso a la visión, aunque esta no sea todavía la definitiva, la quepertenece ya a los seres humanos salvados y glorificados en Cristo.

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24Presencia de Dios en Cristo (I). Resplandor de su

gloria

«Padre… Les he dado la gloria que tú me diste para quesean uno, como nosotros somos uno» (Jn 17,22)

Una de las formas como Dios se hizo presente en el AT a los hombres elegidos por él yal mismo pueblo de Israel, fue mediante las distintas manifestaciones de su gloria. En elNT Dios lleva a la plenitud esta manifestación por medio de su Hijo Jesucristo. El autorde la Carta a los Hebreos afirma que Jesucristo es «el reflejo de su gloria, impronta de suser» (Heb 1,3). La expresión «Jesucristo es» excluye cualquier participación limitada ocompartida de la manifestación de la gloria de Dios. Esa manifestación es obra exclusivasuya en todos los sentidos.

Para los creyentes resulta evidente que Dios es invisible, y lo que es invisible nopuede tener resplandor ni imagen. Algo que también manifiesta Pablo cuando dice queJesucristo «es Imagen del Dios invisible, primogénito de toda la criatura» (Col 1,15). ADios no se le puede ver. Sin embargo, su imagen se refleja en Jesucristo. Juan viene adecir algo muy parecido con estas palabras: «A Dios nadie lo ha visto jamás. Diosunigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer» (Jn 1,18). Esdecir: el Hijo, que tiene conocimiento absoluto del Padre y se identifica con él en todo,ha hecho visible al Dios invisible. Cuando Juan dice que a Dios nadie le ha visto jamás,se está refiriendo claramente a la vista física.

Nadie ha visto con ojos humanos a Dios. Y en un sentido más amplio, nadie hapodido penetrar en profundidad la naturaleza y la realidad de Dios; nadie ha podidodescubrir su intimidad, nadie ha podido leer su mente ni interpretar sus sentimientos. Sinembargo, Jesucristo, el Hijo, nos lo da a conocer en profundidad, porque sus atributos,su palabra, su poder, su santidad, etc., se identifican en todo con el Padre; él es «Dios deDios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero» (Jn 1,14). De aquí se puede deducirque nadie ha tenido nunca la visión completa y perfecta de Dios, más que el Hijo.

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El mismo razonamiento podemos aplicarlo a la manifestación de la gloria de Dios enforma de luz. Nos dice Juan: «Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1,5).

Para Santiago, Dios es «el Padre de las luces, en el cual no hay ni alteración nisombra de mutación» (Sant 1,17).

Pablo nos habla de Dios como luz, diciendo que es aquel que «habita una luzinaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver» (1 Tim 6,16). Este textoestá en línea con aquel otro en el que Dios dijo a Moisés, que estaba deseoso dever a Dios: «Mi rostro no lo puedes ver, porque no puede verlo nadie y quedar convida» (Éx 33,20).

Dios habita en una luz inaccesible para el hombre, que tiene una capacidad muylimitada para ver el mundo que le rodea o mantener fija la mirada ante una luzpoderosa. Dios como luz, o la luz que emana de Dios es tan poderosa y penetrante,que el hombre no puede verla y seguir viviendo. La palabra no se limita a decirseguir viendo, sino viviendo; no solo dejaría ciego al hombre, sino que le causaría lamuerte, porque nuestra naturaleza de criaturas, y más aún como pecadores, no estápreparada para resistir tan poderosa y brillante luz.

Sin embargo, no todo queda ahí, sino que Dios —para quien es posible lo que paralos hombres es imposible (Lc 18,27)— ha dispuesto las cosas de tal forma que podamosverlo presente y entenderlo como luz sin ningún peligro; nos basta contemplar aJesucristo, reflejo perfecto de Diosluz, resplandor que hace que la luz de Dios esté alalcance del hombre, porque el Hijo hace el papel de un espejo, en el que Dios-luz quedareflejado.

Dios es la luz eterna que se hace visible en aquel que ha podido decir de sí mismo:«Yo soy la luz del mundo; el que me siga no camina en tinieblas, sino que tendrá laluz de la vida» (Jn 8,12). El Hijo es la luz que se hace visible en el espacio y eltiempo o, dicho de otro modo, la persona que se presenta ante los hombres comoluz que nos revela a Dios y todo lo que a Dios se refiere.

Si el Hijo no se hubiera encarnado, Dios seguiría siendo invisible y desconocidopara los hombres, porque como él dijo en cierta ocasión a los judíos: «Nuncahabéis escuchado su voz, ni visto su rostro» (Jn 5,37).

Es cierto que Dios se dio a conocer parcialmente en el AT, pero la plena revelaciónde la Trinidad queda patente a partir de la encarnación del Hijo y el derramamientodel Espíritu Santo sobre la Iglesia. El AT nos revela a un Dios que sostiene lacreación, pero el NT puntualiza que la sostiene por medio del Hijo: «Dios nos hacreado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que de

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antemano dispuso él que practicásemos» (Ef 2,10).

El Hijo y el Espíritu han estado activos a lo largo de todo el AT. Incluso cuando loshombres de Dios experimentaban la presencia de Dios en visión o visitación, no eraal Padre a quien veían, sino al Hijo. Juan dice que «a Dios nadie lo ha visto jamás:Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer» (Jn1,18). Refiriéndose a Jesucristo, dice Juan que Isaías vio su gloria y habló acerca deél (Jn 12,41).

El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios —presencia de la gloria de Dios o delDios de la gloria— en sentidos diferentes:

En primer lugar es reflejo de Dios, porque ve al Padre: «En verdad, en verdad osdigo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que viere hacer al Padre.Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo» (Jn 5,19).

El Hijo tiene también una perfecta percepción de los propósitos del Padre. Juandice que «en el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verboera Dios. Este estaba en el principio junto a Dios» (Jn 1,1-2). Nos presenta a dospersonas en una identificación tan profunda, que dan lugar a una sola naturaleza.

Además el Hijo representa fielmente al Padre, porque el Padre se manifiesta através del Hijo. Su relación no es como la que puede haber entre un cuadro y eloriginal que representa, sino la que hay entre un objeto y su reproducción en unespejo. Quien quiera saber cómo es, piensa, ama… Dios, que mire cómo es, piensao ama el Hijo.

En tercer lugar el Hijo revela al Padre. Si queremos saber cómo es Dios, hemos decontemplarlo en el espejo que él mismo ha puesto a nuestro alcance, que no es otroque Jesucristo. A Felipe, que le pidió que les mostrase al Padre, le respondió Jesús:«Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9).

Pero aún hay un grado más profundo de identificación: en el ejemplo anterior, elespejo es muy diferente del objeto que refleja; pero el Padre y el Hijo son uno, como elcalor y la luz del fuego son inseparables. Podemos distinguirlos si vamos a describirlos,pero cuando hablamos del fuego no nos referimos solo a un aspecto del mismo: toda laluz y todo el calor están en el fuego.

Como dice Pablo: «En él habita la Plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col2,9). En él resplandece toda la gloria de Dios; su reflejo es perfecto; su luz es total.

Los cristianos confesamos en nuestro Credo a Jesucristo como «Dios de Dios, Luzde Luz, Dios verdadero de Dios verdadero» (Credo de Nicea-Constantinopla).

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Y como el Hijo se manifestó y, por añadidura, se quedó con sus discípulos hasta elfinal de los tiempos, podemos considerar actuales las palabras de Juan: «El Verbose hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como deUnigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

En Cristo la gloria de Dios está a un tiempo revelada y velada. La gloria de Dios serevela en la santidad de Cristo, en su bondad misericordiosa, en su palabra, en susmilagros. A propósito de las bodas de Caná, Juan afirma: «Manifestó su gloria» (Jn2,11). Así lo hizo:

En algunos momentos de su vida, como en el bautismo (Mt 3,16-17).

En la transfiguración, «mientras oraba» (Mt 17,2; Lc 9,29).

Pero la figura humilde de Jesús, su pobreza, y sobre todo su pasión, es decir, sucompleta pasibilidad ante la persecución, el dolor y la muerte, velan la gloria divina enCristo. De ahí el desafío que le hacen: «Si eres Hijo de Dios, baja de esa cruz» (Mt27,40).

Y es que Cristo, en su vida mortal, «no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; alcontrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo» (Flp 2,6-7).

Además: aún no había llegado la hora en que el Hijo del Hombre fuera glorificado(Jn 12,23).

Pablo dirá que la gloria de Dios está «sobre su rostro» (2 Cor 4,6) o que «de élirradia a los hombres (3,18). Algo lógico, puesto que «Él es el Señor de la gloria»(1 Cor 2,8). Revelada, pero velada.

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25Presencia de Dios en Cristo (II). Sus obras

poderosas

«Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esasdan testimonio de mí» (Jn 10,25)

Al hablar de las manifestaciones de Dios a su pueblo, dedicamos un capítulo a sus gestasen favor de Israel y contemplamos algunos pasajes en los que el poder de Dios se hizoevidente en su favor. Si decimos que Jesucristo es la plenitud de la presencia del Padrepara los hombres, debemos esperar de él todo tipo de manifestación de presencia de Diosque tuvo lugar en Israel, pero de modo más cercano, más sencillo y más accesible alhombre, porque esta es una información con rostro humano. El versículo 1,3 de la Cartaa los Hebreos, comentado parcialmente en el tema anterior, nos dice también que el Hijoes «impronta de su ser».

Mientras la expresión «resplandor de su gloria» se refiere ante todo a la relaciónentre el Padre y el Hijo, la expresión «impronta de su ser» nos anima a descubrir lanaturaleza divina del Hijo. El término griego traducido por «impronta» se refiere al selloque los patricios llevaban en sus anillos, con los cuales dejaban una impresión en la ceraal sellar algún documento. También se refería al sello empleado por los alfareros paramarcar un diseño en un vaso. La palabra puede indicar tanto el mismo sello como laimpresión que deja. La afirmación que se quiere confirmar es que entre el Padre y elHijo existe una correspondencia absoluta y perfecta, a semejanza de la que existe entre elsello y su impresión. Cuando en la antigüedad alguien recibía una carta sellada, no veía elanillo, pero la impresión que se había dejado en la cera identificaba al remitente. Habíaplena identificación entre el anillo y la impresión que dejaba. Lo que viene a decir endefinitiva, que la expresión que estamos comentando es que el Padre y el Hijo secorresponden mutuamente el uno con el otro, y que la impresión es exacta, perfecta ycompleta. Observemos que en el ejemplo utilizado de la cera y el sello, ambos son dossustancias diferentes. Sin embargo, la sustancia del Padre y del Hijo es la misma, por locual existe correspondencia total entre el Padre y el Hijo, ya que ambos tienen naturaleza

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divina.Durante la conversación que Jesús tuvo con Felipe acerca del Padre, «el Señor le

dijo a Felipe: “Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre; ahora ya loconocéis y lo habéis visto”. Felipe le dice: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.Jesús le explica: “Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿Nocrees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Lo que yo os digo, no lo digo porcuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yoestoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras”» (Jn 14,7-11).

Podríamos hacer esta deducción profundizando en el tema de los atributos del Padrey del Hijo. Entonces veríamos que son los mismos y que ambos los tienen en gradoinfinito. Pero nos limitaremos a confirmar que en el Hijo se reproducen las obras depoder de Dios que veíamos en el AT y que eran una manifestación de su presencia, allado de sus apariciones. Y lo haremos desde una doble perspectiva: por sus obras y porsu palabra.

Jesucristo hizo obras de poder que maravillaron a quienes las presenciaron:

Después de oír los judíos cómo perdonaba los pecados al paralítico de la camilla yver cómo sanaba su parálisis, «al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababan aDios, que da a los hombres tal potestad» (Mt 9,8).

Los apóstoles dan fe del poder de Jesucristo, porque han estado con él y hanpresenciado sus obras poderosas: «Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dioscon la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos losoprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos detodo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén» (Hch 10,38-39).

No había nada ni nadie que pudiera resistir a su poder y su autoridad. Por eso losdemonios lo reconocen y confiesan como el Hijo de Dios. Dice Mateo que «Jesúsllegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos. Desde los sepulcros, dosendemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía atransitar por aquel camino. Y le dijeron a gritos: “¿Qué tenemos que ver nosotroscontigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?”» (Mt8,28-29).

Mateo, desde una visión general de los acontecimientos, lo explica de este modo:«Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó losespíritus y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera lo dicho por medio delprofeta Isaías: “Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades”»

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(Mt 8,16-17).

Demostró su poder sobre la vida y la muerte, resucitando a los muertos por elpoder de su palabra, como sucedió a la muerte de su amigo Lázaro: «Jesús,levantando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado;yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, paraque crean que tú me has enviado”. Y dicho esto, gritó con voz potente: “¡Lázaro,sal afuera!”. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la caraenvuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadle andar”» (Jn 11,41-44).

Demostró su poder sobre los demonios: «Al saltar a tierra, le salió al encuentrodesde la ciudad un hombre poseído de demonios, que durante mucho tiempo novestía ropa alguna ni moraba en casa, sino en los sepulcros. Pero al ver a Jesús, sepuso a gritar, se postró ante él y dijo a voces: “¿Qué hay entre tú y yo, Jesús, Hijodel Dios Altísimo? Te ruego que no me atormentes”. Porque él estaba mandando alespíritu inmundo que saliera del hombre. Y es que muchas veces se apoderaba deél y tenían que atarlo con cadenas y asegurarlo con grillos, pero rompiendo lasligaduras, el demonio le empujaba a los despoblados. Jesús, por su parte, lepreguntó: “¿Cuál es tu nombre?”. Él dijo: “Legión”, porque habían entrado muchosdemonios en él. Y le rogaban que no les mandase irse al abismo. Como había allíuna piara numerosa de cerdos, paciendo en el monte, le pidieron que les permitieseentrar dentro de ellos, y se lo permitió. Entonces, saliendo los demonios de aquelhombre, entraron en los cerdos, y la piara se lanzó, despeñadero abajo, al lago, y seahogó» (Lc 8,27-33).

Los discípulos lo presentan como «varón acreditado por Dios entre vosotros con losmilagros, prodigios y signos, que Dios realizó por medio de él, como vosotros mismossabéis» (Hch 2,22).

Pero también Jesús habló del poder que tenía sobre todas las cosas, dando aentender que la omnipotencia del Padre estaba también en él:

Una vez resucitado, cuando estaba dando las últimas instrucciones a los discípulos,les dijo: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18).

Juan Bautista, en el último y gran testimonio que dio acerca de él, dijo: «El queviene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y oído da testimonio, ynadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz.El que Dios envió habla palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. ElPadre ama al Hijo y lo ha puesto todo en su mano» (Jn 3,31-35).

El apóstol Juan hizo esta afirmación acerca de Jesús: «El Hijo de Dios se manifestó

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para deshacer las obras del Diablo» (1 Jn 3,8).

Y al principio del Apocalipsis, en la revelación que el Señor hace a Juan, sepresenta a sí mismo diciendo: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era yha de venir, el Todopoderoso» (Ap 1,8).

La manifestación de Dios en Jesucristo fue multiforme y permanente mientras élpermaneció en la tierra, y sigue siéndolo en el tiempo de espera que vivimos, porque élquiso quedarse con los discípulos hasta el final de los tiempos, capacitando a losdiscípulos para que hicieran sus obras «y aun mayores» (Jn 14,12). Para que esto fueraposible, les envió su Espíritu, que hace presente a Jesucristo entre los suyos, les da elpoder necesario para que sigan haciendo las obras del Maestro y anunciando su palabra,y sean testigos de su presencia en medio de las naciones, hasta que tenga lugar su regresodefinitivo, que toda la creación espera con ansiedad, hasta ser «liberada de la esclavitudde la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom 8,21).

«Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre» (Jn 10,32).

«Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero, si las hago, aunque no mecreáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí yyo en el padre» (Jn 10,37-38).

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26Presencia de Dios en Cristo (III). Ministerio de la

Palabra

«El Padre que me envió es quien me ha ordenado lo quehe de decir y cómo he de hablar» (Jn 12,49)

Cuando en capítulos anteriores nos referimos a la presencia de Dios en el AT, dijimosque una forma extraordinaria de hacerse presente Dios en su pueblo era la palabra,dirigida unas veces a sus servidores —preferentemente profetas y sacerdotes— y otras alpueblo mismo de Israel por medio de ellos. El ministerio de la palabra que Jesús llevó acabo en su paso por la tierra es una continuación de lo que Dios hizo en el AT, perollevado a su perfección porque, como nos recuerda la Carta a los Hebreos, «en muchasocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los Profetas.En esta etapa final nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, ypor medio del cual ha realizado los siglos» (Heb 1,1-2).

El anuncio de la Buena Nueva que llevó a cabo el Maestro de Nazaret fuesorprendente por muchos motivos, y a nadie le pasaba inadvertida. Durante la fiesta delas Tiendas, «a mitad de la fiesta, subió Jesús al templo y se puso a enseñar. Los judíospreguntaban extrañados: “¿Cómo es este tan instruido, si no ha estudiado?”. Jesúsentonces contestó: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. El que estédispuesto a hacer la voluntad de Dios podrá apreciar si mi doctrina viene de Dios o sihablo en mi nombre. Quien habla en su propio nombre busca su propia gloria; encambio, el que busca la gloria del que le ha enviado, ese es veraz y en él no hayinjusticia”» (Jn 7,14-18).

«Mucho podría hablar de vosotros y juzgar, pero el que me ha enviado es veraz, ylo que le he oído a él es lo que hablo al mundo» (Jn 8,26).

«Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también ami Padre» (Jn 8,19).

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«En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto con Dios, y el Verbo eraDios. Este estaba en el principio junto con Dios. Por medio de él se hizo todo y sinél no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luzde los hombres, y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió» (Jn 1,1-5).

Uno de los medios que Dios usó en el AT para manifestarse a Israel y hacersepresente entre ellos fue la palabra que les dirigió con frecuencia desacostumbrada y pormedio de los profetas. Sin embargo, en el NT no consta que Dios hablara a Jesús delmismo modo y empezara diciendo: «Así dice el Señor» (Am 1,6), sino que hace unadeclaración personal: «Yo os digo» (Mt 5,22), aunque él mismo deje constancia de quiénes la fuente de sus palabras: «La palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre queme ha enviado» (Jn 14,24).

San Juan relaciona la palabra divina con el misterio mismo de Jesús, Hijo de Dios:en cuanto Hijo, él es la palabra subsistente, el Verbo de Dios. De él deriva en definitivatoda manifestación de la palabra divina en la creación, en la historia y en la realizaciónfinal de la salvación: «En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios, y elVerbo era Dios. Este estaba al principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sinél no se hizo nada de cuanto se ha hecho» (Jn 1,1-3). Jesús en cuanto verbo existía enDios desde el principio, y él mismo era Dios, la palabra creadora por la que todo fuehecho, la palabra iluminadora que brillaba en las tinieblas del mundo para acercar a loshombres la revelación de Dios: «El Verbo era la luz verdadera que alumbra a todohombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y elmundo no lo conoció» (Jn 1,9-10).

Durante el AT ya era él quien se manifestaba bajo las formas externas de la palabraque obraba y revelaba. Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, este Verbo entróabiertamente en la historia haciéndose carne. Entonces se hizo para los hombresexperiencia y presencia cercana: «Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero acuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.Estos no han nacido de sangre ni de deseos de carne, ni deseo de varón, sino que hannacido de Dios. Y el Verbo hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado sugloria» (Jn 1,11-14).

Así llevó a cabo su doble objetivo de revelar y salvar: 1) como Hijo de Dios, nos dioa conocer al Padre: «A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el senodel Padre, es quien lo ha dado a conocer» (Jn 1,18); 2) para salvarnos, introdujo en elmundo la gracia y la verdad: «Y hemos contemplado su gloria: gloria como de Unigénitodel Padre, lleno de gracia y de verdad... pues de su plenitud todos hemos recibido, graciatras gracia» (Jn 1,14.16).

En el AT la palabra de Dios era poder que opera y luz que revela. Así la vemos en el

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NT en Jesucristo, el Verbo, y en las palabras salidas de su boca:

1. Como poder que opera, Jesús realiza milagros, que son los signos del reino de Dios:«El funcionario insiste: “Señor, baja antes de que se muera mi niño”. Jesús lecontesta: “Anda, tu hijo vive”. El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso encamino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro, diciéndole quesu Hijo vivía» (Jn 4,49-51).

También por medio de una palabra suya produce en los corazones de los hombreslos efectos espirituales simbolizados en sus milagros, como el perdón de lospecados, por ejemplo: «Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestaden la tierra para perdonar pecados, entonces dice al paralítico: “Ponte en pie, cogetu camilla y vete a tu casa”» (Mt 9,6).

Y con una palabra transmite sus poderes a los doce: «A quienes les perdonéis lospecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos»(Jn 20,23). Como podemos deducir, en él está y en él actúa la palabra creadora quelleva a cabo la salvación de los hombres.

2. En segundo lugar, las palabras salidas de su boca son luz que revela. Jesús anunciael Evangelio del reino, les anuncia la Palabra, dando a conocer en parábolas losmisterios del reino. Marcos lo expresa así: «Con muchas parábolas parecidas lesexponía la palabra, acomodándose a su entender» (Mc 4,33). En palabra delMaestro «porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender» (Mt 13,13). Pareceun profeta de Israel o uno que enseña en nombre de Dios: «Maestro, sabemos queeres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que teimporte nadie, porque no te fijas en apariencias» (Mt 22,16); pero, en realidad,habla con autoridad como de su propia cosecha, con la certeza de que sus palabrasno pasarán: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35).Le duele que los judíos no acepten su testimonio, siendo que, como dice JuanBautista, «el que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y haoído da testimonio» (Jn 3,31-32).

Cuando él dice «quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9), está llevando asu máxima expresión y al mayor grado de percepción esa presencia de segundo plano queel Padre ejercía ante Israel y sus elegidos. Como si Dios se hubiera manifestado antescomo una sombra y ahora aparece en todo su esplendor y claridad. Dos testimonios:

Del mismo Jesús: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado;y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, yasí, el que cree en mí no andará en tinieblas» (Jn 12,44-46).

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Y el otro de Juan Bautista: «El que viene del cielo está por encima de todos. De loque ha visto y oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta sutestimonio certifica que Dios es veraz. El que Dios envió habla las palabras de Dios,porque da el Espíritu sin medida» (Jn 3,31-34).

Nadie puede negar que Jesús y su enseñanza sobresalieron en todos los aspectos ensu tiempo y han seguido ocupando un lugar privilegiado a lo largo de la historia. Deningún libro ni doctrina se ha escrito tanto como de la suya, y ningún maestro ha sido ysigue siendo tan ampliamente admirado por unos y atacado por otros como lo ha sido ysigue siendo Jesucristo. ¡Y lo que falta todavía! Por eso es necesario en cierto modo quenos preguntemos: ¿de dónde le venía su sabiduría? Sabemos que a los doce años subió aJerusalén, se extravió y sus padres «lo encontraron en el Templo, sentado en medio delos maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedabanasombrados de su talento y de las respuestas que daba» (Lc 2,46-47). Cuando empezósu vida pública a la edad de treinta años, no es precisamente un anciano, que haya tenidomuchos años para aprender y adquirir experiencia; sin embargo, sabemos que la gentequedaba «asombrada de su enseñanza» (Lc 4,32):

El evangelista san Juan nos narra esta escena: «Los judíos preguntaban extrañados:“¿Cómo es este tan instruido, si no ha estudiado?”. Jesús entonces les contestó:“Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado”» (Jn 7,15-16). La respuestadel Maestro es breve, pero profunda y desconcertante. ¿Qué pensarían al oírle?

En otro momento en que les decía a los judíos, incrédulos ante su doctrina, que loque hablaba era lo que el Padre le había enseñado (cf. Jn 8,28), estaba sucediendolo que ya había anunciado anteriormente Isaías: «Tus hijos serán discípulos delSeñor» (Is 54,13), y Jeremías (cf. Jer 31,33-34). Jesús hace suya esta frase yañade: «Todo el que escucha al Padre y aprende viene a mí» (Jn 6,45). Señala alPadre como la fuente única y verdadera de sus conocimientos y él es el transmisorde la enseñanza del Padre. ¿No parece una respuesta demasiado complicada paraque la aceptaran?

Como todo esto parecía imposible de entender y difícil de aceptar, insistía en la ideacuando tenía ocasión. A propósito de las preguntas de Felipe, Jesús dice en relacióna sus palabras: «Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, quepermanece en mí, él mismo hace las obras» (Jn 14,10).

Cuando conocemos las reacciones de los escribas y fariseos que le oían, tal vezpensemos que eran unos cabezotas; pero, ¿qué hubiéramos dicho o cómo habríamosreaccionado nosotros en el caso de haber estado allí?, ¿no nos suena todavía hoy extrañoeste lenguaje?

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Podemos preguntarnos también de qué modo se apropiaba el Maestro de estadoctrina, cómo la aprendió. El Padre es la fuente; pero, ¿de qué modo le llegaba a él? Siaceptamos su identificación con el Padre (cf. Jn 14,11), podríamos deducir que esta es larazón, porque tal como él nos habla de su relación con el Padre, es evidente que élmismo está ya en la fuente; pe ro hay más.

Como Hijo es uno con el Padre, pero como el Hijo del hombre tiene una naturalezahumana que, como tal, está en un proceso de crecimiento; y es Jesús-hombre elmaestro que habla y enseña.

Fue su intimidad con el Padre y el Espíritu Santo lo que le llevó a una identificacióncon ellos y a tenerlos por fuente de toda su sabiduría y de su poder, pues no envano Jesús estaba «lleno del Espíritu Santo» (Lc 4,1). El profeta Isaías ya habíaanunciado la plenitud de Espíritu que habría en él cuando dijo: «Sobre él se posaráel Espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo yfortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor» (Is 11,2).

Podemos decir que la presencia de Dios puede interpretarse como presencia de laTrinidad. En este Hijo del hombre están presentes y se manifiestan sin cesar las tresdivinas personas: el Hijo redentor, el Padre Creador y el Espíritu vivificador.

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27Presencia de Dios en Cristo (IV). Eucaristía

«Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta elfinal de los tiempos» (Mt 28,20)

Nuestro Dios es un solo Dios, pero está formado por tres personas distintas queconocemos como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Al ser un solo Dios, tenemos queesperar que donde se halle una de las personas se hallen también las otras dos. Por eso,aunque al hablar de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, pongamos nuestros ojosen el Hijo, porque a él le corresponde la presencia sacramental, no podemos deducir laausencia del Padre y del Espíritu. Por eso, y porque hablar en nuestra Iglesia de lapresencia de Dios y no mencionar explícitamente la presencia de Jesús en la Eucaristíano se entendería, incluimos este capítulo, a pesar de que no vamos a extendernos en lapresencia de Dios en el hombre por la gracia, al no ser objeto de este trabajo.

Al llegar la plenitud de los tiempos, «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros»(Jn 1,14). Desde entonces podemos afirmar que Dios está con nosotros de un modonuevo, con una presencia nueva en la persona de Jesucristo, verdadero hombre yverdadero Dios. Por Cristo tiene Dios con nosotros una cercanía mayor que cualquierotra que se pueda dar. Jesús es Emmanuel, Dios-con-nosotros. Los israelitas afirmabanque Dios estaba con ellos, y lo decían con fundamento; ahora, lo podemos decir demodo radical y sabiendo que no nos equivocamos. Cuando ejercía su ministerio porPalestina, Cristo caminaba, hablaba con la gente, sanaba enfermos, echaba demonios, setrasladaba de una ciudad a otra... Cuando el sacerdote consagra en la Santa Misa, nostrae a Cristo, Dios y Hombre, al altar donde antes no se hallaba. Se trata de una formade presencia única, que solo se da en la Eucaristía, siendo el Sagrario el tabernáculo de laNueva Alianza. Esta presencia afecta a la Trinidad: al Verbo, por su unión con Cristoencarnado; al Padre y al Espíritu Santo, por su unión entre sí y con el Hijo. La Iglesiaenseña que esta presencia es real, verdadera y sustancial, porque en el momento de laConsagración, el pan se convierte en el Cuerpo del Señor y el vino en su Sangre. Así, elCuerpo y la Sangre de Cristo Jesús están sustancialmente presentes, el pan y el vino han

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dejado de existir después de la Consagración. Jesús está presente en el Sagrario con suCuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. Puede decirse que la presencia eucarísticade Cristo es la prolongación sacramental de su Encarnación.

La presencia de Cristo en la Eucaristía se realiza por el poder de su Palabra y delEspíritu Santo. El nuevo Catecismo de la Iglesia (n. 1373) nos recuerda a Cristo Jesúscomo el «que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros»(Rom 8,34); pero también está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en suPalabra, en la oración de su Iglesia, donde dos o tres estén reunidos en su nombre (Mt18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de losque él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro; pero, sobre todo,está presente bajo las especies eucarísticas (SC 7).

Y a continuación (n. 1374), confirma lo que en otros tiempos ya se había afirmado,haciéndonos ver con pocas palabras, todo el contenido del gran misterio de la Eucaristía.Dice así: «El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular, elevala Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella como la “perfección dela vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos” (S. Tomás de A. s.th. 3,73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real ysubstancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro SeñorJesucristo y, por consiguiente, Cristo entero” (Cc. de Trento: DS 1651). “Esta presenciase denomina real, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen reales,sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y el hombre, se hacetotalmente presente”» (MF 39).

«Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hacepresente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de laIglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obraresta conversión. Así, san Juan Crisóstomo declara que no es el hombre quien hace quelas cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo, quefue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras,pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabratransforma las cosas ofrecidas» (CEC 1375).

San Ambrosio hace un luminoso comentario respecto a esta conversión: «Estemosbien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que labendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza,porque por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada... La palabra de Cristo,que pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en loque no eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera quecambiársela» (myst. 9,50.52).

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«Es grandemente admirable —añade CEC, n. 1380— que Cristo haya queridohacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a lossuyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba aofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amorcon que nos había amado hasta el fin (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en supresencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nosamó y se entregó por nosotros (cf. Gál 2,20), y se queda bajo los signos que expresan ycomunican este amor. La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdaderaSangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, dice santo Tomás,sino solo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios. Por ello, comentando eltexto de san Lucas 22,19: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”, sanCirilo declara lo siguiente: “No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con felas palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente”» (S. Tomás de A., s.th.3,75,1, citado por Pablo VI, MF 18).

La presencia de Jesucristo en la Eucaristía, después de la misa, pertenece a la fe dela Iglesia desde el principio. San Cirilo de Alejandría, a quienes pensaban que los residuosde la eucaristía ya no eran santificantes les decía: «Ni se altera Cristo, ni se muda susagrado cuerpo, sino que persevera siempre en él la fuerza, la potencia y la graciavivificante» (MG 76,1075. EL 445).

Y Pablo VI declara en el Credo del pueblo de Dios: «La única e indivisible existenciade Cristo, Señor glorioso de los cielos, no se multiplica, pero por el sacramento se hacepresente en los varios lugares del orbe de la tierra, donde se realiza el sacrificioeucarístico. La misma existencia, después de celebrado el sacrificio, permanece presenteen el Santísimo Sacramento, el cual, en el tabernáculo del altar, es como el corazón vivode nuestros templos. Por lo cual estamos obligados, con obligación ciertamente gratísima,a honrar y adorar en la Hostia santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnadoque ellos no pueden ver y que, sin embargo, se ha hecho presente, delante de nosotros,sin haber dejado los cielos» (n. 26; Mysterium fidei: EL 451).

Nosotros adoramos a Cristo en la Eucaristía: él es Dios con nosotros. Adoramos aCristo con los pastores y los magos, angustiados como la cananea o agradecidos como elciego sanado, gozosamente asombrados de su santidad y poder. Adoramos a Cristo en laEucaristía, prosternados ante él como el leproso curado, como María en Betania. Ante éldoblamos nuestras rodillas y postramos todo nuestro ser, expresando así nuestra fe en supresencia y tratando de presentarnos ante él como nos corresponde como pecadores,pero también como redimidos y salvados por él.

Y también nuestra fe nos permite postrarnos y adorar a Jesucristo desde cualquiersitio en que podamos encontrarnos y en cualquier momento que podamos levantar

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nuestro corazón hacia él. Aunque un espacio más o menos amplio se interponga entre ély nosotros, porque la adoración «en espíritu y en verdad» no conoce fronteras niobstáculos invencibles.

Son varios los caminos por los que podemos acercarnos al Señor Jesús y así viviruna existencia realmente cristiana, es decir, según la medida de Cristo mismo, de talmanera que sea Él mismo quien viva en nosotros (Gál 2,20). Una vez ascendido a loscielos, el Señor nos dejó su Espíritu. Por su promesa es segura su presencia hasta el findel mundo (Mt 28,20). Jesucristo se hace realmente presente en su Iglesia no solo através de la Sagrada Escritura, sino también, y de manera más excelsa, en la Eucaristía.

La Eucaristía contiene al mismo Cristo que nació, vivió, murió y resucitó. Losdemás sacramentos solo existen como tales mientras se administran, en la Eucaristía estáCristo presente mientras duran las especies sacramentales. Mientras los restantessacramentos son directamente eficaces para las personas que los reciben, de la Eucaristíase beneficia la Iglesia entera. La necesidad de este sacramento la expresó el Señor enCafarnaún: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre yno bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangretiene vida eterna y yo le resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y misangre verdadera bebida» (Jn 6,53-55).

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1) podemos negarnos conscientemente a buscar la presencia de Dios (rechazo);

2) en segundo lugar, podemos desearla, pero no hacer nada para encontrarla,simplemente porque no sabemos qué pasos hay que dar (ignorancia);

3) en tercer lugar, podemos saber qué hay que hacer y lo hacemos, pero no vemosresultados porque hay obstáculos que se interponen (dificultades);

4) finalmente, habrá personas que se decidan a buscar esa presencia de Dios en lacreación y la encuentren, porque la han buscado correctamente.

28Búsqueda de la presencia de Dios

«Antes de que me llamen yo les responderé; aún estaránhablando, y ya les habré escuchado» (Is 65,24)

Dos expresiones que tenemos que distinguir para tratar de la presencia de Dios: 1)descubrir la presencia de Dios, 2) entrar en la presencia de Dios. Si hablamos dedescubrir la presencia de Dios en manifestaciones sobrenaturales de Dios, la fe esnecesaria, pero de algún modo se encuentra ya con el camino allanado por la visión. Sinembargo, cuando queremos descubrir la presencia divina en las criaturas, tendremos querecurrir a la fe especialmente, ya que semejante presencia no es perceptible por lossentidos y cuenta solo con el apoyo de la razón. Cuando queremos descubrir la presenciade Dios o entrar en ella, nos estamos refiriendo a las situaciones en las que, al no existiruna manifestación extraordinaria de Dios, tenemos que lograrla apoyándonos en la razóny la fe.

En los temas que hemos estudiado hasta aquí, hemos tratado de motivar al lector yayudarle a buscar la presencia de Dios, fijando nuestra atención en las criaturas. Peropara descubrir esta presencia es necesario también buscarla correctamente. En casocontrario fracasaremos en el intento. Podemos hablar en principio de actitudes y demétodos. En cuanto a la actitud, podemos descubrir varias posibilidades:

¿Qué podemos hacer para adentrarnos en la presencia de Dios en cada uno de estos

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1) Es evidente que en el primer caso necesitamos cambiar el signo de nuestravoluntad, sustituir nuestro pasotismo o rechazo por una decisión de búsquedaactiva de la presencia de Dios. Si no tomamos esta actitud, no haremos ningúnprogreso en nuestra búsqueda.

2) En el segundo caso, ante la ignorancia, debemos buscar con todas nuestrasfuerzas el conocimiento que necesitemos para lograr hacer una búsqueda correcta.Esta búsqueda tendría que ir precedida de otra que es anterior y más importante:la búsqueda de Dios como objetivo prioritario, ya que esta abarca el encuentrocon Dios en cualquiera de las formas posibles.

3) En el tercer caso —buscamos, pero no encontramos—, pueden existir variasrazones: una puede ser la búsqueda incorrecta en cuanto a método, por ejemplo,rechazar la ayuda de otras personas, buscar por una motivación incorrecta, no serconscientes de que en las realidades espirituales solo se puede entrarespiritualmente, llevar una doble vida impresentable ante Dios, etc. Sin lugar adudas, el obstáculo más importante de todos es el pecado.

casos?

Pero también Dios tiene algo que decir en relación con esta búsqueda. Dios se hacepresente al hombre y capacita al hombre para descubrir su presencia con un finparticular: para tener un encuentro con él. Llegar a la conclusión de que efectivamenteDios está presente en la creación y quedarnos ahí, sería aumentar nuestro conocimientointelectual, pero nada más; sin embargo, Dios quiere salir a nuestro encuentro paraacercarnos a él, iniciar una relación con él y hacernos partícipe de su vida y su amor. Dealguna manera podemos decir que Dios hace su parte, pero quiere que el hombre hagatambién la suya porque este, en función de su libertad, decide acercarse a Dios o lorechaza.

Ahora bien, Dios es el Omnipresente, el que está en todas partes sin interrupción, sindejar espacios ni tiempos vacíos. Esto nos lleva a deducir que, si Dios quiere que elhombre tenga conciencia de su presencia y el hombre quiere descubrir la presencia deDios, pero no lo consigue, es el hombre quien falla, porque no sabe buscarla o la buscade modo incorrecto. Nuestro esfuerzo va ahora dedicado a contestar a esta pregunta:¿qué tenemos que hacer para descubrir la presencia de Dios en las criaturas?

El método apropiado consiste en buscar a Dios y su presencia en condicionespersonales correctas: en primer lugar, hay que poseer un mínimo de conocimiento y defe; en segundo lugar, buscarla como hijos de Dios que viven en victoria sobre el pecado;en tercer lugar, buscarla de corazón; y finalmente, luchando para no perder la presenciade Dios una vez la hemos encontrado y para crecer más y más en ella, al tiempo que

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crecemos como hijos de Dios.Recordemos este texto de la Carta a los Romanos sobre la posibilidad que tiene todo

hombre de acercarse a Dios: «Lo que de Dios se puede conocer, les resulta (a loshombres) manifiesto, pues Dios mismo se lo manifestó. Pues lo invisible de Dios, supoder eterno y su divinidad son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación delmundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido aDios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en susrazonamientos de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas» (Rom1,19-21).

Buscar a Dios de corazón es la llave maestra que nos abre todas las puertas que nosdan acceso a él. Hagamos algunas reflexiones sobre este principio fundamental: elproblema principal que tiene el hombre con Dios es el pecado, que separa al hombre deDios en función de su gravedad. El pecado es una manifestación práctica por parte delhombre, según la cual se declara a favor de las seducciones del mundo que lo alejan deDios, y los apetitos carnales que le empujan a la satisfacción y búsqueda del placer almargen de o en contra de las normas de Dios. De este modo, el hombre se aleja de Diosy rechaza sus mandatos y su amor. Mientras el hombre permanezca en esa actitud, suamistad con Dios está rota. Si quiere buscar a Dios tendrá que empezar por reconocersepecador, reconocer a Dios como Dios, arrepentirse y clamarle por su misericordia y superdón. El amor de Dios llama a todos los hombres a la conversión, porque lo que élquiere para el hombre no es su condenación, sino que se convierta y viva.

Cuando la naturaleza solo es vista y abordada con ojos terrenos, no lavados por lagracia, ni purificados por la fe, entonces los encantos de lo sensible adquieren unpeligroso poder de seducción y tienden a esclavizar el espíritu. Entones las cosas creadasy las bellezas terrenas, en lugar de ser escalera y puente que conducen a Dios, seconvierten en realidades opacas y ambiguas, selva espesa en la que nos perdemos. SanJuan de la Cruz dice: «Al limpio todo lo alto y lo bajo le hace más bien y le sirve paramás limpieza, así como el impuro de lo uno y de lo otro, mediante su impureza, suelesacar mal; mas el que no vence el gozo del apetito no gozará de serenidad de gozoordinario en Dios por medio de sus criaturas» (S 3,26,6).

Las palabras que el Señor dirigió a la casa de Israel por el profeta Amós sonextensivas a todos los hombres de todos los tiempos: «¡Buscadme y viviréis?» (Am 5,4).Pero esta búsqueda se concreta también en acciones concretas que Dios espera delhombre cuando quiere buscarlo de corazón:

Buscar a Dios es comparable a la búsqueda del bien: «Buscad el bien, no el mal, yviviréis!» (Am 5,4).

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Dios se deja encontrar por quien le busca, pero él decide cuándo quiere o no quiereescuchar: «Sembrad con justicia, recoged con amor… Es tiempo de buscar alSeñor» (Os 10,12). «Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlomientras está cerca. Que el malvado abandone su camino, y el malhechor susplanes; que se convierta al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico enperdón» (Is 55,6-7).

Es fundamental buscar a Dios desde la humildad, conscientes de quiénes somos yquién es él, y en actitud de obediencia a sus mandatos: «Buscad al Señor loshumildes de la tierra, los que practican su derecho, buscad la justicia, buscad lahumildad» (Sof 2,3).

Una frase muy significativa es la de «buscar a Dios de todo corazón». Dice elSeñor: «Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de corazón» (Jer 29,13).

A Dios hay que buscarlo siempre desde la fe. No se trata de tener mucha o poca,aunque es mejor tenerla abundante; se trata de buscarlo con toda la fe quetengamos en el momento de la búsqueda «Sin fe es imposible agradar a Dios» (Heb11,6).

El Maestro se expresó con claridad cuando dijo: «Pedid y se os dará, buscad yencontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien buscaencuentra y al que llama se le abre» (Mt 7,7-8).

En definitiva; el método apropiado consiste en buscar la presencia de Dios encondiciones personales correctas: hay que poseer un mínimo de conocimiento y de fe;hay que buscarla como hijos de Dios que viven en victoria sobre el pecado; hay quebuscarla de corazón. Finalmente, una vez la hemos encontrado, debemos luchar para noperderla y esforzarnos por llevarla al crecimiento.

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29Presencia interior y unión con Dios

«No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el queél os ha sellado para el día de la liberación final» (Ef

4,30)

Aunque ya hemos dicho que la presencia de Dios por la gracia no es objeto de estetrabajo, no queremos darlo por terminado sin dedicar un capítulo a este gran misterio deamor llamado la inhabitación de la Trinidad en el hombre, que Dios ha puesto al alcancede todos los hombres y lleva a cabo en la vida de los que le aman de corazón.

El plan del Padre para los hombres —que Jesucristo llevó a cabo mediante suencarnación, vida, pasión, muerte y resurrección—, tuvo por objeto rescatar al hombredel estado de muerte espiritual en que se encontraba y hacerlo además partícipe de suvida y de su amor, de manera parcial en la tierra y plenamente en el cielo. Todo esteproceso, que el hombre empieza a vivir a partir del Bautismo, implica una presenciainterior de la Trinidad en él, totalmente diferente por su calidad y su intensidad, de lasdiferentes modalidades de presencia que hemos ido viendo en las reflexiones hechashasta aquí. En uno de los temas sobre la presencia de Dios dijimos que íbamosrecorriendo un camino que iba de fuera hacia dentro y de menos a más. Pues bien, coneste tema alcanzamos ya la cima de la presencia de Dios en el hombre, relacionada conuna comunión de vida y amor divinos de los que Dios quiere hacer partícipe al hombre.Debido a la profundidad y grandeza del tema, que llena la vida de todos los verdaderosdiscípulos de Cristo en la historia, nos limitamos a aportar algunas referencias que noshagan pensar y desear en este grado de presencia e intimidad entre el hombre y Dios.Para tratarlo en profundidad es necesario adentrarse en el conocimiento extenso yprofundo, pero sobre todo en la experiencia de la Teología Mística, que no es objeto deeste trabajo.

El final feliz de la vida del cristiano consiste en la unión con Dios por laidentificación con Cristo. La expresión identificación con Cristo no se puede interpretaren sentido absoluto. Una persona está identificada con otra cuando tiene las mismas

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ideas, los mismos sentimientos, las mismas tendencias o aspiraciones… La identificacióncon Cristo comprende esto, pero va más allá. El misterio de la identificación con Cristo o«cristificación» —y aun «deificación»— abarca mucho más que eso: es incorporación aCristo, vivificación por Cristo, transformación en Cristo, es decir, identificarnos conCristo del modo más perfecto posible, sin perder la propia naturaleza y personalidad.

Jesucristo habló del camino para llegar a esa meta:

«Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).

«Nadie va al Padre, sino por mí» (Jn 14,6).

«Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10).

La unión con Cristo en esta vida es lo más grande a que puede aspirar el hombre,pero la plenitud de la identificación tendrá lugar en la gloria, cuando hayan desaparecidoya todos los obstáculos. Por eso Pablo dice: «Deseo morir y estar con Cristo» (Flp 1,23).

Puede parecer a alguien que este tema es ya demasiado elevado, porque aspirar avivir la intimidad con Dios y lograr la identificación con Jesucristo, solo es para algunos.Y no es así. Como dice cierto autor: «La gran mayoría de los fieles no sabe nada de loque yo llamaría la esencia de la vida cristiana. De la vida verdaderamente cristiana noconocen más que lo exterior, las realidades tangibles y materiales; pero el alma de ella, suíntima y misteriosa grandeza, permanece oculta a sus ojos. La adopción divina que nosconfiere la gracia santificante recibida en el Bautismo, la participación misteriosa en lanaturaleza divina, la incorporación a Cristo, el místico sacerdocio de todos los cristianos,sobre todo la presencia real de Dios en el alma, son otros tantos títulos de nobleza, de losque podrían alardear y de los cuales no tienen ni aun conciencia de poseerlos. Llevan aDios en sí mismos y ni se les ocurre pensar en ello. Todo este conjunto maravilloso deuna enseñanza totalmente paulina, les es desconocido. ¿No resulta desolador ver estosgrandes dones del amor de Dios tan poco agradecidos y aun enteramente ignorados? Elamor de Dios se ha manifestado sobre todo en este doble don: la Encarnación y laEucaristía por una parte y, por otra, la habitación de Dios en el alma santificada ydivinizada por la gracia. El primer don, más palpable de suyo, es relativamente bienconocido y apreciado de los fieles; el segundo, como si no existiese para ellos, o pocomenos»... ¡Cómo nos elevaríamos sobre las bagatelas de la vida presente, si tuviéramosconciencia de que no somos simplemente hijos de hombres, sino verdaderos hijos deDios por adopción! ¡Cómo nos haría despreciar todas las mezquindades de acá abajo elsabernos naturalizados en el cielo y como divinizados! Y, principalmente, ¡cómo setransformaría la vida de innumerables cristianos, si llegaran a penetrarse de esta sublimeverdad: Dios es huésped divino de mi alma; en ella vive día y noche, deseoso de recibirallí el incesante homenaje de mi intimidad y de mi amor! ¡Qué estimulante para la vida

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interior y el recogimiento serían estas verdades si de veras las viviéramos! (Pablo deJaegher, S. J.: La vida de identificación con Jesucristo, pp. 16-17).

La presencia por gracia de la Trinidad en el alma se conoce con el nombre deinhabitación, que es la presencia de la Santísima Trinidad en el alma del que está engracia de Dios. El testimonio de la Sagrada Escritura es claro y constante:

«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y en élharemos morada en él» (Jn 14,23).

«Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él» (1Jn 4,16).

«¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita envosotros?... El templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros» (1 Cor 3,16-17).

«¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita envosotros y habéis recibido de Dios?» (1 Cor 6,19).

«Nosotros somos templo del Dios vivo» (2 Cor 6,16).

«Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo, que habita ennosotros» (2 Tim 1,14).

Dios, por medio de su gracia, está en el alma del justo en forma más íntima einefable, como en su templo; y de ello se sigue aquel mutuo amor por el que el alma estáíntimamente presente en Dios, y está en él más de lo que pueda suceder entre los amigosmás queridos, y goza de él con la más regalada dulzura. Esta admirable unión,propiamente se llama inhabitación, y se diferencia solo en la condición o estado de la queconstituye la felicidad en el cielo. Algunos testimonios que encontramos en el Magisterio:

Pío XII dice en la Mystici Corporis: «Adviertan que aquí se trata de un misteriooculto, el cual, mientras estemos en este destierro terrenal, de ningún modo se podrápenetrar con plena claridad ni expresarse con lengua humana. Se dice que las divinasPersonas habitan en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en lasalmas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el conocimientoy el amor, aunque completamente íntimo y singular, absolutamente sobrenatural» (D-H,3814).

La doctrina de la gracia se esclarece con la de la inhabitación del Espíritu Santo,Señor y Vivificador de las almas. Sabemos que la gracia santificante no solo nos justificay vivifica —borrando nuestras maldades y llamándonos de muerte a vida—, sino querealmente nos santifica y deifica, creándonos de nuevo a imagen de Jesucristo; y que esa

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vida que nos da, aunque todavía esté como en germen, para ser desarrollada con nuestrafiel cooperación, es verdadera vida eterna. La cual, si no nos transforma en Dios de talmodo que también en nosotros sean una misma cosa el ser, el obrar y el objeto denuestra acción —porque esto es imposible dada nuestra naturaleza— por de pronto, traeal mismo Dios con todos sus tesoros, a reinar en nuestros corazones, para que gocemosde él y de ellos, si queremos aprovecharnos de tal dignación; y para que, uniéndonoscada vez más con él en su trato amistoso, con los lazos de un conocimiento verdadero eíntimo y de un amor filial, abrasados en el fuego de su caridad, logremos purgarnos detoda escoria terrena y, transformándonos de claridad en claridad, vengamos a unirnos yhacernos una misma cosa y un mismo Espíritu con él (1 Cor 6,17).

De este modo, viviendo en Dios y de Dios, podemos tener ya toda nuestraconversación en los cielos; pues ejercitamos desde ahora y podemos ir realizando cadavez mejor las funciones características de la vida eterna, cuales son conocer a Dios comoes en sí y amarle con el mismo amor con que él se ama y nos ama; poseerle como él seposee y engolfarnos en aquel abismo de su eterna felicidad. No tendemos ya, en efecto,hacia Dios como hacia algo que esté fuera de nosotros: en el fondo le poseemos, aquímismo, como esperamos poseerle en la gloria. Para gozarle de un modo beatífico nosbasta desarrollar ese germen de vida eterna que en nuestras almas llevamos sembrado,remover la tierra que lo encubre y quitar los obstáculos que le impidan a él crecer y anosotros fijar en él toda nuestra atención.

«Unánimemente, dice Sauvé (Le Culte du C. l. élév.27), es la gracia llamada por losteólogos germen de la gloria: bástele expansionarse y florecer divinamente bella a la vistade Dios, y con eso el alma que la posee estará en el cielo. Somos ya hijos de Dios, pormás que nuestra filiación aún no se manifieste... Aunque todas estas riquezas no hayande resplandecer hasta la gloria, cuando, perfectamente semejantes a Dios, le veamos caraa cara, tal como es y como él se ve a sí mismo; sin embargo, ya desde ahora está ennuestra alma este misterio de filiación, de semejanza divina y de unión, con el mismoDios. Las divinas Personas habitan en nosotros y se nos unen de espíritu a espíritu, decorazón a corazón; y esto es ya un cielo, aunque velado. ¡Mucho nos importa tenerconciencia de esta situación tan noble y tan deliciosa!»

Otro autor, Taulero, dice: «Estando Dios omnipotente dentro de nosotros, o máscerca de nosotros que nosotros mismos, ¿cuál es la causa de que no lo sintamos? Lacausa es porque su gracia no puede obrar en nosotros: y no puede obrar porque no ladeseamos devota e íntimamente con humilde corazón; porque no amamos a Dios contodo él y con todos nuestros sentidos; porque el ojo de nuestra inteligencia está lleno depolvo y lodo de las cosas transitorias… porque no queremos morir a nuestra sensualidady convertirnos con todo nuestro corazón a Dios: esta es la razón de que no obre la luz dela divina gracia en nosotros» (Instituciones div. c.6).

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En definitiva, cuando queremos hablar de la presencia de Dios, podemos hacerlobuscándola fuera de nosotros o dentro de nosotros. No se trata de dos espaciosprecisamente, sino de dos modos que difieren radicalmente entre sí. La presencia externala apreciamos como criaturas; la interna, como hijos. La presencia externa implica algúngrado de manifestación por parte de Dios y percepción por parte del hombre; la internaimplica experiencia del amor y de la vida de Dios compartidas por los hombres. Laexterna se acaba en esta vida; la interna alcanza su plenitud después de la muerte y duraeternamente en la gloria de Dios, donde «sus siervos le darán culto. Y verán su rostro, ysu nombre está sobre sus frentes. Y ya no habrá más noche, y no tienen necesidad de luzde lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglosde los siglos» (Ap 22,3-5).

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ÍNDICE

Introducción

1. Dios ha creado todo por amor y para amarlo2. Dios, el omnipresente

3. ¿Amor sin relación?4. ¿Relación sin presencia?

5. Manifestación de la presencia de Dios6. El Creador se quedó en su creación7. Se mire como se mire, ahí está Dios

8. La luz proclama la presencia de Dios9. ¡Y el fuego!

10. ¡Y la tormenta!11. ¡Y el viento!

12. ¡Y el agua!13. ¡Y los cielos!14. ¡Y los seres vivos!

15. ¡Y la hermosura de las criaturas!16. Presencia de Dios en el hombre

17. Presencia de Dios en la conciencia18. Presencia de Dios en la historia19. Manifestaciones extraordinarias de la presencia de Dios

20. Dios se revela a personas elegidas21. Presencia de Dios en la palabra revelada

22. Presencia de Dios en sus obras poderosas23. Presencia de Dios en la manifestación de su gloria

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24. Presencia de Dios en Cristo (I). Resplandor de su gloria25. Presencia de Dios en Cristo (II). Su obras poderosas

26. Presencia de Dios en Cristo (III). Ministerio de la Palabra27. Presencia de Dios en Cristo (IV). Eucaristía

28. Búsqueda de la presencia de Dios29. Presencia interior y unión con Dios

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MAXIMILIANO CALVO

Obras publicadas en Editorial CCS

Arrepentíos y convertíos. 8ª edCaminar en la verdad. 9ª ed

Claroscuros del corazón. 9ª edCosas de arriba y de abajo. 10ª edDeja que Dios te encuentre. 10ª ed

Dios también es amor. 9ª edEl hombre. Reflexión humana y cristiana. 3ª ed

Fijos los ojos en Jesús. 9ª edLa oración al alcance de todos. 19ª ed

Orar con la Palabra de Dios. 8ª edPaciencia en el sufrimiento. 6ª ed

Quién y cómo es Dios. 4ª edAl señor tu Dios adorarás. 6ª ed

Frutos de otoño. 7ª edSegún se viva. 7ª edTransformaos. 3ª ed

Venid, adoremos. 5ª edPresencia del Creador en sus criaturas. 2ª ed

Como el monte Sión. 1ª ed

Otras obras del autor

Búsqueda y encuentroEl árbol de la vida

Entre la penumbra y la luzEspíritu y Palabra

Intercesores con Cristo¿Pecador yo?

La humildad, ¿un valor en decadencia?Dios te está hablando, ¿escuchas?

Rutas de alto riesgoConoce a Jesucristo. El buen pastor

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Conoce a Jesucristo. El maestroEl espíritu del mundo

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