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PP31, Los Templarios

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Ediciones MATHESIS Los Propósitos Psicológicos, Serge Raynaud de la Ferrière Propósito Psicológico XXXI: Los Templarios Traducción: Hugo Vidal Obregón Edición Internet Numerada. Todos los derechos reservados. © 21 de marzo, 2006

www.sergeraynaud.net

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PROPÓSITOS PSICOLÓGICOS

Serge Raynaud de la Ferrière

Libro XXXI

Los Templarios

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INTRODUCCIÓN

En La Sabiduría de Mahoma, libro XXX de esta serie de “Propósitos Psicológicos”, hemos citado a los Templarios como ejemplo de movimiento cristiano que fue impregnado de las virtudes del esoterismo del Islam. Esto debe ser bien comprendido, ya que el hecho de una influencia musulmana sobre la célebre caballería cristiana, fue justamente una de las piezas maestras de la acusación lanzada en su contra. Ahora bien, las VIRTUDES del esoterismo del Islam, y particularmente de la enseñanza sufí, no son incompatibles con la verdadera comprensión crística, ya que ellas se reúnen conjuntamente a la gran tradición iniciática con sus principios universales y eternos.

Hemos expuesto ya, en un artículo consagrado a los Templarios, cómo el rey de Francia, Felipe el Hermoso, y un compañero de infancia llamado Bertrand de Got a quien hizo nombrar Papa bajo el nombre de Clemente V, juraron la desaparición de los Templarios. Se trataba del rencor del rey de Francia quien no pudiendo reintegrar los préstamos y pagar las enormes deudas que había contraído con la Orden del Templo, prefirió condenar a sus acreedores y sobre todo hacerlos desaparecer para no tener ningún reconocimiento que deber a sus benefactores. A la muerte de Bonifacio VIII y tras el corto período de 1303 a 1304 de Benedicto XI, el rey se apoderó de la elección del nuevo Papa sabiendo que si escogía entre los prelados al más ambicioso, este no podría rehusarse a nada. Fue así como colocó en el trono de la Santa Sede, en 1305, a su amigo Bertrand de Got, el Obispo de Burdeos. Clemente V estaba muy celoso del gran prestigio de los “Fratres Militae Templi” y del alcance que adquiría su movimiento con sus 9.000 comandancias organizadas en toda Europa, pero sobre todo por la rica independencia de la Orden que escapaba a su autoridad.

Fue así que a partir del 14 de septiembre de 1307, en que tuvo lugar la orden de arresto, comenzaron los encarcelamientos, las prolongadas torturas y finalmente las confesiones arrancadas a la fuerza a los dignatarios de la Orden. Se los inculpó primeramente de sodomía obligatoria, afirmando que esto le era notificado a cada miembro en la ceremonia de recepción donde se le pedía besar al que lo acogía. Pero, aunque esto último no se haya probado, admitamos que podía tratarse simplemente de lo que hoy día llamamos un abrazo. Por otra parte, en las tres copias de la regla del Templo que aún se conservan, se señala precisamente a la sodomía como una falta capital que debe ser severamente castigada. En efecto, en la Biblioteca Nacional en París, se conserva un manuscrito del siglo XII que da testimonio de las reglas de los templarios.

Siguieron nuevas acusaciones, todas tan falsas como la anterior, como por ejemplo que rendían culto a un hipotético ídolo, “barbudo” según algunos “bicéfalo” según otros, y que no era otro que el famoso Baphomet del que por otra parte, a pesar de todos los intentos, no se ha logrado dar una explicación satisfactoria. Es posible que haya sido el nombre de Mahoma, que solían

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pronunciar algunos caballeros templarios, lo que dio origen a la leyenda de que adoraban la imagen de un cierto Baphomet! En fin, se pretendía que los templarios se alejaban de la fe católica… y se llegó a decir incluso que renegaban del Cristo! Pero, felizmente siguen siendo numerosos los monumentos que apoyan la tesis contraria. Como ejemplo, bastaría la torre fortificada de la comandancia de la Orden del Templo en Clarisaye (en la Droma), que se encuentra coronada por una enorme estatua de la Virgen. A eso se puede agregar la invocación con la que se da comienzo al acto de elección de un caballero templario: “Ad Majorem Dei Gloria – Ad religiones Christianae Templique D.N.J.C. Militae, Sanctae Catalinae salutem et maximam illustrationem…”. Sea como sea, la orden del Templo, que existió solamente durante dos siglos, vino con su moral universal a continuar alimentando la Llama Esotérica. Si bien ésta se apagó en su manifestación visible el día del suplicio del Venerable Jacques de Molay, ha permanecido viviente a través de los elementos Iniciáticos que han sabido preservar la joya de la Santa Verdad.

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Quisque structur qui dotibis

et idoneitates quae requiruntur

Ante todo, debemos hacer una pequeña aclaración con respecto a la fecha de la ejecución del último Gran Maestre de los Templarios. Generalmente se ha señalado que la muerte de Jacques de Molay tuvo lugar en 1314, pero hemos insistido en que ocurrió en realidad en el año 1313, como lo hemos detallado ya en el capítulo dedicado a este tema en el Mensaje II de la serie de “Los Grandes Mensajes”, explicación en la que hacíamos ver, en efecto, que en esa época el comienzo del año coincidía con la semana santa, que tuvo lugar a partir del 7 de abril de 1314. Ahora bien, la fecha en que el Venerable Jacques de Molay compareció ante el atrio de Nuestra Señora de París para escuchar la sentencia lanzada contra la orden, fue el 18 de marzo, que en el calendario de la época correspondía todavía al año 1313. En el calendario que está en uso actualmente el comienzo del año está fijado para el 1º de enero, de manera que el mes de marzo que era antiguamente1 el último mes del año, es ahora el tercero del año siguiente, y si actualmente se sigue dando la fecha de 1314 es generalmente para comodidad de las narraciones históricas. En consecuencia, la fecha de la ejecución sería 1314 solamente si nos referimos a nuestro calendario actual, pero si se toma en cuenta el calendario de la época, la fecha de la ejecución corresponde todavía al año 1313.

Ahora, hagamos una relación de la época para ver cuáles fueron las razones de la fundación de la orden del Templo y el ambiente en que se desenvolvió. No se debe creer que las expediciones hacia Palestina, sostenidas

1 Si nos atenemos al movimiento astronómico, el verdadero comienzo del año debería celebrarse “científicamente” en el equinoccio de primavera o sea en el punto vernal como punto de partida de la eclíptica, que coincide en el zodiaco con el punto 0º del signo del Cordero y que corresponde a la fecha del 21 de marzo en el calendario actual. Las costumbres cristianas fijaron originalmente la Semana Santa al comienzo del año astronómico, pero debido a que la fecha de la semana santa es variable, fue adoptado después el 1º de abril como comienzo del año, y más tarde se fijó finalmente el 1º de enero como comienzo del año. Ahora bien, el año nuevo ha dado siempre lugar a entregas de regalos, como se hacía el 1º de abril y se hace actualmente el 1º de enero, y es por eso que ha quedado la costumbre de hacer “farsas” el 1º de abril. En efecto, se trata del día de las “falsas ofrendas” que persiste hoy como el día del “pescado de abril” en que se acostumbra hacer “bromas” en memoria de los que creían todavía que el 1º de abril era el día de año nuevo, cuando ya se había cambiado. Por eso es que actualmente se toma ese día para engañar o simular algo con el fin de “atrapar” a los crédulos.

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por el Papa Urbano II, se realizaban con fines de peregrinaje, pues ya desde el siglo IV numerosos peregrinos se dirigían al descubrimiento de los lugares sagrados. Se trataba más bien de empresas escatológicas a la vez que políticas. Ante todo, en las proximidades del año 1.000 se había impuesto el temor por el fin del mundo (superstición que reaparece con la proximidad del año 2.000) 2. Por otro lado, no había consenso en las sociedades cristianas en cuanto a los derechos y poderes del Vaticano y la otra, la controversia, puesta de nuevo a la orden del día, que suscitó la larga lucha partidista entre los güelfos y los gibelinos. Una treintena de años antes, el Papa Nicolás II había intervenido concediendo privilegios especialmente a los príncipes alemanes. Ahora el Papa francés Urbano II reanudaba la lucha por la independencia del Vaticano levantándose contra los gibelinos.

La cristiandad experimentaba pues una grave crisis, tanto psicológica como institucional. Los simples creyentes tenían la mala conciencia de no estar haciendo nada contra los demonios y contra el anticristo que iba a aparecer en el centro del mundo, es decir, en Jerusalén. Al lanzar su llamado a la cruzada, el Papa daba una razón para creer y esperar a la vez. Según Foucher de Chartres, Urbano II declaró: “Yo digo a los ausentes y ordeno a los presentes: el Cristo manda que a todos aquellos que partan hacia allá, sea por tierra o por mar, y pierdan la vida en su lucha contra los paganos, les sea concedido un perdón inmediato por sus pecados. Así está acordado para los que van a partir…”. De manera, pues, que ir a combatir a los sarracenos tenía la garantía pontificia de ser un medio de salvación.

En fin, después de muchos trabajos y decepciones, los más activos terminaron tomando a Jerusalén por asalto, en julio de 1099. Godofredo de Bouillón, elegido rey del pequeño territorio conquistado, rehusó la corona y permaneció hasta el último año de su vida como Abogado del Santo Sepulcro. A su muerte le sucedió su hermano quien sí ostentó la nueva corona.

Sin embargo, el primer impulso heroico había desaparecido. Ya no se trataba de mesianismo sino de salvación individual, de peregrinajes que proteger, de estados que establecer o defender. Para aquellos que permanecieron en las tierras del cercano Oriente, en su mayoría simples, resultaba importante organizar su implantación, como bien lo describe uno de ellos, Foucher de Chartres: “Nosotros que éramos occidentales, nos hemos convertido en orientales; el que era romano o franco, se ha convertido en galileo o habitante de Palestina; el que vivía en Reims o en Chartres, se ve hoy como ciudadano de Tiro o de Antioquia. Ya hemos olvidado el lugar de nuestro nacimiento y resulta desconocido para varios de nosotros. Hay quien

2 Ese “fin del mundo” es en realidad “el fin de UN mundo”, es decir el final de un ciclo, la señal de una nueva época, como un siglo, un milenio e incluso una Era.

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de nosotros ya posee en este país casas y servidores que le pertenecen por derecho hereditario; hay quien se ha esposado con una mujer que no es su compatriota, con una siria o una armenia o inclusive con una sarracena. Unos cultivan sus viñas, otros sus campos. Hablando diversas lenguas ya todos han llegado a entenderse… El extranjero es ahora indígena y el peregrino se ha convertido en habitante de la ciudad. Aquellos que eran pobres en su país, aquí Dios los ha hecho ricos; aquellos que no tenían escudos, poseen aquí un número indefinido de bizantinos; a quienes no tenían más que una alquería, Dios les ha dado aquí un pueblo. ¿Por qué ha de regresar a Occidente aquel que encuentra el Oriente tan favorable?”

Sin embargo, algunos veían la colonización de Palestina bajo un aspecto mucho menos interesado. Ese era el caso de Hugo de Payns, caballero chapanés, activo y animoso, quien fundó con algunos otros caballeros amigos una Orden que tomó el nombre del Templo. Fue Boudoin, en su calidad de rey de Jerusalén, quien les asignó una estancia en las inmediaciones de un convento de canónigos regulares en el sitio en que se levantaba antiguamente el Templo de Salomón. La razón de ser y primera misión de la Orden fue asegurar la vigilancia de las rutas próximas a los lugares santos para proteger a los peregrinos contra los bandidos y velar en las cisternas. Misión sencilla para la cual había que inscribirse y comprometerse con un voto solemne a combatir a los enemigos de Dios, dentro de la obediencia, la castidad y la pobreza.

Animada por el Patriarca, quien recibió los primeros juramentos, la pequeña comunidad de caballeros franceses quedó formada oficialmente en 1118. Durante un viaje a Francia para reclutar nuevos miembros, Hugo de Payns asistió al concilio de Troyes para dar a conocer la nueva orden, y fue ahí que se fijó la regla de la Orden del Templo, en 1128, regla de inspiración benedictina. Hugo de Payns no trajo muchos caballeros como resultado de esa misión, pero conquistó a San Bernardo, quien habría de convertirse en el propagador de los templarios.

San Bernardo, fiel a la teoría agustiniana de las dos espadas, la temporal y la espiritual, quiso verla empleada por el Vaticano y sus adherentes. Fue así que los apoyos de San Bernardo y del Vaticano contribuyeron a la gloria de los templarios. Una nueva cruzada fue organizada para reforzar al Vaticano con el fin de asegurar las bases de la cristiandad tanto en Oriente como en Occidente, y de insuflar un espíritu desinteresado, menos animado por la voluntad de poder personal. Para San Bernardo, la cruzada fue ante todo una penitencia, un medio de salvación individual y ya no una obra mesiánica.

A la segunda cruzada, donaciones importantes de tierras y bienes fueron hechas a los templarios, mientras que el Papa instituyó su atuendo: el manto blanco con la cruz roja sobre el corazón. También les otorgó importantes privilegios, como el derecho a percibir los diezmos y los impuestos locales; la

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posibilidad de establecer iglesias con capellanes elegidos directamente por Roma y, en fin, independencia con respecto al clero secular del lugar. Paralelamente, gracias a su implantación internacional, el Templo se convirtió en una oficina de cambios, por cuanto los que partían a Tierra santa en lugar de incurrir en los riesgos de transportar dinero, hacían un depósito en Europa, en una de las casas de la Orden, y cobraban la suma equivalente en Palestina mediante la presentación de un recibo. Interviniendo con mucha circunspección y precauciones, la Orden salvaguardó y fructificó sus fondos tomando sólidas garantías.

Así, por ejemplo, para asegurar un empréstito, el rey Juan sin Tierra tuvo que depositar una cantidad igual en oro; en 1240 y por la misma razón, el Emperador Boudoin III de Constantinopla tuvo que empeñar la “Verdadera Cruz”. De manera que la Orden del Templo parece haber sido empujada sobre esa vía por la confianza que inspiraron su disciplina estricta y su probidad, mucho más que por cálculo especulativo. Le ocurrió a veces ayudar a los reyes de Francia, Inglaterra y Jerusalén, otorgándoles fianzas por sus préstamos ante las grandes bancas ordinarias.

Posteriormente, a finales del siglo XIII, como lo ha señalado Julio Piquet, la confianza en los banqueros fue seriamente afectada por una serie de sonoros craks. El más importante fue el de los banqueros italianos Bonsignari, hasta el punto que en Venecia la profesión de banquero tuvo que ser estrictamente reglamentada. Por otra parte, la Orden tenía sobre sus competidores laicos la gran ventaja de no estar sometida a las autoridades locales y de constituir un poder independiente que gozaba de la protección de Roma sin obligación de aceptar su tutela. Pero, si bien la orden se enriquecía mucho con esa función bancaria, no parece que sus miembros hayan sacado provecho de ello. Por otra parte, la regla del Templo señalaba que si se descubría dinero en los efectos personales de un hermano muerto, su cuerpo, privado de todo servicio fúnebre y de toda plegaria, sería puesto en tierra profana, como se hacía antes con los esclavos. El mismo Gran Maestro no debía ser tratado de otra manera si se descubría que había dispuesto personalmente de sumas no recuperables sin informar al Capítulo. La fuerza del Templo se debió a ese carácter caballeresco, semi-laico o semi-eclesiástico, que liberaba a la Orden de las obligaciones más pesadas y le confería así una libertad excepcional.

Recordemos que la monarquía de Jerusalén era la más republicana y la más democrática de su tiempo. No existían los siervos y los campesinos eran libres. Se respetaban igualmente las creencias y las razas en el ejercicio de la justicia. Las Salas de lo criminal de la Corte Burguesa especificaban que en caso de proceso, el judío debía prestar juramento sobre la Torah, el sarraceno sobre el Corán, el samaritano sobre los cinco libros de Moisés o Pentateuco; mientras que el armenio, el monofisita sirio, el griego, el nestoriano, el copto jacobino, el

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abisinio y todos los franceses, debían hacerlo sobre el Evangelio. En resumen, cada comunidad se encontraba respetada y en los edificios religiosos se aplicaba el simultaneum, que permitía que un mismo lugar de culto pudiera ser utilizado por religiones diferentes.

Los tres personajes decisivos a la cabeza de los Templarios en la Orden de Oriente eran: el Mariscal, que disponía de las armas y los caballos; el Senescal que secundaba al Maestro; y el Maestro mismo, que era el jefe supremo. Como lo había subrayado ya Henri Curzon, el Gran Maestro era un soberano muy poderoso, pero no absoluto. En efecto, la regla dice que el Maestro debía sostener en sus manos el bastón y la verga, es decir el cetro y la espada, el poder moral y el poder político. Es cierto que él podía disponer de una parte de los recursos financieros, pero en la mayoría de los asuntos importantes, como ceder una tierra, asumir la responsabilidad de un castillo, decidir un ataque o un armisticio, etc., él debía someterse, al igual que todos los demás, a la opinión de la mayoría, encontrándose igualmente en la obligación de consultar a su Capítulo o Consejo y de someterse a la opinión de la mayoría.

En resumen, si bien el Maestro no carecía de medios militares y materiales, la regla nada señalaba sobre su autoridad o su carácter espiritual, y aparecía ante todo como un “dux bellorum” a la manera del legendario Rey Arturo. Por otra parte, los Maestros parecían más bien desinteresados y desligados del mundo, pues la preocupación religiosa de la obra a emprender primaba sobre el apetito de gloria. Así lo indicaba la divisa inscrita en su gonfalón o estandarte: Non nobis, Domine! Non nobis, sed nomini tuo da gloriam! “!No es para nosotros Señor, no es para nosotros, sino para la gloria de tu Nombre!”

Veamos ahora cómo los templarios, al margen de sus acciones oficiales, recibieron una influencia musulmana y comenzaron a tener más ampliamente una corriente de pensamiento esotérico. Desde mediados del siglo XII se habían establecido buenas relaciones con ciertos musulmanes. El Rey Baudoin II había contraído una alianza con los musulmanes de Damasco. El Sultán le había enviado como embajador al joven Usama Ibn Munqidh, quién escribía en sus memorias las relaciones con los templarios en Jerusalén. “Entre los franceses, aquellos que están desde hace largo tiempo establecidos entre nosotros, y que han frecuentado la sociedad de los musulmanes, son muy superiores a los que han venido a unírseles más recientemente”.

Cuenta además esta anécdota: “Yo vi a uno de los Templarios reunirse con el Emir Mohy Ad-Dîn cuando estábamos en la cúpula de la roca. “¿Quieres, le preguntó el Templario, ver a Dios (Allâh) niño? Sí, por supuesto, respondió el Emir. El Templario nos precedió hasta mostrarnos la imagen de María con el

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Mesías en su regazo. “He aquí a Dios niño”, dijo el Templario. Pueda Allâh elevarse más allá de lo que dicen los impíos”.

El gesto del Templario se comprende doblemente: Primero, porque la Virgen Santa tiene su lugar en el Corán, así como el Cristo que se encuentra mencionado con el título de profeta. Enseguida, porque, como su regla lo recuerda, la Orden del Templo estaba establecida “en honor de Nuestra Señora” y la mitad de las plegarias que se invocaban cotidianamente y que debían ser recitadas de pie, estaban consagradas a la Santa Virgen. ¿Por qué? “Porque la regla dice que Nuestra Señora existió desde el comienzo de nuestra religión y que es en su honor que Ella estará, si Dios quiere, hasta el final de nuestra religión, cuando Dios quiera que eso sea”. Esa curiosa frase parece indicar que la Santa Virgen simbolizaba para ellos la unión entre la voluntad divina y la tierra, determinando tanto la vida individual como la vida de la religión en su conjunto.

Es preciso citar aquí, la relación de los Templarios con la legendaria secta ismaelita de los Assacís, de la cual se ha hecho una broma pesada llamándola de los “asesinos”. Ésta era en su origen más bien la secta de los Ashashim, donde la palabra ASSACÍS o ASASSIS es probablemente una trascripción del plural árabe “Assas” = “guardián”. Su célebre fundador, el sheik Djebal Hassan Sabah, llamado el Anciano de la Montaña, se distinguía por dirigir, sin moverse de las alturas de su castillo de Almout, todas las acciones de aquella caballería de Oriente. Si bien nada indica una relación estrecha entre los templarios y las sectas islámicas, seguramente los caballeros establecidos en aquel ambiente no debieron permanecer ignorantes de los ritos y del pensamiento religioso local, de ahí que sea posible que hayan recibido incluso su influencia.

Como tan bien lo señala Alberto Ollivier en “Los Templarios”, Ed. Seuil, París, 1958: “Contrariamente a lo que se ha creído o escrito a menudo, el final del siglo XII y comienzos del siglo XIII, lejos de estar dominado por una creencia católica sin choque y sin caso de conciencia, reconocía por lo menos perspectivas diferentes, si bien no con la actitud de una causa”. Es muy típico ese manuscrito anónimo del siglo XII, que según se estima proviene de España, en que su autor, evidentemente cristiano, cita dentro del número de los legisladores justos, muy sabios e iluminados por Dios, a Moisés, a Mahoma y al Cristo, este último más fuerte y más elocuente que los otros dos.

Se sentía nítidamente una tendencia a universalizar las creencias, y el movimiento de una Gran Fraternidad estaba ya en las ideas; de manera que no hay nada de sorprendente en que los Templarios se sintieran imbuidos de ese pensamiento. Por otra parte, innegablemente, las corrientes del pensamiento neoplatónico, aristotélico, mazdeísta, gnóstico y maniqueísta, no carecían de

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vigor. Lo primero en todas éstas era la preocupación metafísica por la esencia, teniendo como nota dominante un deísmo puro más allá de las encarnaciones.

Eso ha hecho suponer - agrega Albert Ollivier - que los Templarios, bajo la influencia del tiempo habrían adoptado, en forma secreta según los lugares, un simple deísmo, entendido a la manera del maniqueísmo tal como muchos lo describían, principalmente en el siglo XIX. Sin embargo, no existe ningún documento que permita confirmarlo. Por otra parte, si bien era normal que con el paso del tiempo los caballeros recibieran otras influencias y se inclinaran a nuevos sentimientos, jamás se ha mostrado una sola pieza o un documento cualquiera que pruebe que ellos perdieran en algún momento la recta línea de conducta que originalmente se habían trazado; no obstante, si se hubiera tratado de una tradición esotérica, tampoco sería sorprendente que la transmisión se hubiera dado por vía oral, o sea, de labio a oído, de Maestro a discípulo.

Cuando se trata de recibir a un nuevo hermano, el Maestro o su representante reúne al Capítulo para someter a su aprobación el nombre del postulante y recoger la opinión de la mayoría. Cuando ésta se pronuncia afirmativamente, el Maestro plantea nuevamente su pregunta: “Hermosos señores hermanos, vosotros veis que la mayoría se ha puesto de acuerdo para hacer de éste un hermano; si hubiera alguien entre vosotros que conociese de él algo que le impidiera ser hermano, según la regla, que lo diga, ya que sería mejor que lo hiciera antes y no después de que éste venga ante vosotros”.

Si nadie responde, van por el postulante para conducirlo a una cámara donde dos caballeros “de los más antiguos de la casa” lo someten a una primera prueba. Ante todo, le plantean la pregunta tradicional: “Hermano, ¿pides tú la entrada a nuestra compañía?”. Una vez recibida su respuesta, ellos le muestran “las grandes durezas de la casa y los mandamientos de caridad que existen”. Si no está descorazonado, ellos se aseguran por medio de un nuevo cuestionario, de que no tiene “esposa o novia” ni deudas que no pueda pagar, que no está ligado a otra Orden por algún “voto o promesa”, que tiene buena salud y, en fin, que no es “siervo de nadie”.

Habiendo recibido las seguridades necesarias, los antiguos de la Orden regresan para informar al Capítulo. Entonces el Maestro, por tercera vez, pregunta si alguien tiene alguna objeción que hacer. En seguida, se vuelve hacia los hombres íntegros: “¿Queréis que se le haga venir por Dios”. Los instructores deben responder: “Hacedlo venir por Dios”. Tras lo cual ellos regresan a la cámara del candidato a quien le preguntan: “¿Sois de buena voluntad?”. Después lo conducen al Capítulo tras haberle enseñado como “tenerse”. Ahí, el postulante arrodillado, con las manos juntas ante el que preside, debe declarar: “Señor, he venido delante de Dios y delante de vosotros y delante de Nuestra Señora, y os pido y os requiero por Dios y por Nuestra Señora,

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acogerme en vuestra compañía y darme parte de los beneficios de la casa, como todo aquel que para siempre quiere ser siervo y esclavo de la casa”.

El Maestro del Capítulo replica: “Hermoso hermano, vos queréis muchas cosas de nuestra Orden, ya que de ella no

veis sino la corteza que es lo exterior. Veis que tenemos hermosos caballos, hermosos arreos y hermosos vestidos, buen beber y buen comer, y os parece que os encontraréis a vuestro gusto. Pero no sabéis los duros mandamientos que existen por dentro, ya que es cosa dura que vos no seáis dueño de vos mismo y que os hagáis siervo de otro. Será con gran pena que haréis lo que queráis: ya que si queréis estar en la tierra más acá del mar, se os mandará más allá; o, si queréis estar en Acra, se os mandará a la tierra de Trípoli o de Antioquia o de Armenia; se os mandará aún a Sicilia, Francia o Inglaterra, o a varios otros lugares donde tenemos casas y posesiones. Y si queréis dormir, se os hará velar, y si queréis velar se os mandará a reposar”.

Después de la respuesta afirmativa del candidato, el Maestro le repite que él no debe entrar en la Orden para buscar ventajas y notoriedad, sino para desligarse del pecado de este mundo, servir a Nuestro Señor, ser pobre y hacer penitencia en este siglo a fin de salvar su alma. En fin, el Maestro somete al nuevo hermano a las últimas promesas. “Ten presente, hermoso hermano, ten presente y escuchad bien lo que os vamos a decir: ¿prometéis vos a Dios y a Nuestra Dama, que de ahora en adelante y todos los días de vuestra vida seréis obediente al Maestro del Templo y a no importa qué Comendador que estará por encima de vos?” El candidato responde: “Sí, Señor, si place a Dios”.

“Prometéis, además, a Dios y a la Señora Santa María, que en adelante todos los días de vuestra vida viviréis sin bienes propios?”. El candidato responde nuevamente: “Sí, Señor, si place a Dios”. Y aún le quedan otras promesas por hacer en lo concerniente a los buenos usos y a las buenas costumbres de la Orden: no abandonar la Orden, no suplantar ni apropiarse de los bienes de ningún cristiano que hubiese sido privado de éstos, con razón o sin ella, etc. Y el Maestro termina: “Y también vos, admitidme en todos los beneficios que habéis hecho o que haréis. Y así, os prometemos a cambio, pan, agua, la pobre ropa de la casa y mucha pena en el trabajo…”.

El Comendador coloca el manto sobre el que acaba de ser promovido a Templario, el hermano capellán recita el salmo “Ecce quam bonum…” y la oración del Espíritu Santo, mientras que todos los hermanos recitan el Pater Noster. Finalmente el Maestro hace levantarse al nuevo Templario, lo abraza y declara: “Hermoso hermano, el Señor ha satisfecho vuestro deseo y os ha puesto en tan bella compañía como es la de la Caballería del Templo, por lo cual vos debéis hacer un gran esfuerzo, para guardaros de no hacer jamás aquello por lo cual os acaecería perderla, de lo cual Dios os guarde. También os diremos las cosas que acordamos tocantes al hábito y a la exclusión de la Orden”.

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La vida cotidiana del Templario se caracterizaba por numerosas obligaciones. En las comidas debían abstenerse ante todo tres días por semana de comer carne y debían observar también dos cuaresmas en el año: la primera desde el lunes antes de Cenizas hasta la Semana Santa; la segunda, desde la fiesta de San Martín hasta la Navidad (pero a menudo los templarios eran enteramente vegetarianos). En cuanto a las plegarias, que comenzaban dos horas antes del amanecer, recitaban 26: 13 para Nuestra Señora y 13 para la jornada; después, 30 plegarias para los muertos y 30 para los vivos. Al despuntar el alba, el templario asistía a la misa. Varias veces durante la mañana él debía hacer 14 plegarias (7 para Nuestra Señora y 7 para la jornada).

La regla contenía por supuesto un código penal: estaba absolutamente prohibido alejarse del campamento, causar daño a un esclavo, beber vino, jugar, herir, matar, o maltratar a una bestia. Nueve casos implicaban la exclusión de la Orden: el uso de la simonía en el acceso a la Orden, la revelación de las cosas dichas o hechas en el Capítulo, el crimen a un cristiano, el robo, la traición por huída frente a los sarracenos, la herejía, la mentira, la sodomía, la evasión de una casa del Templo. Para los asuntos más graves como, por ejemplo, un crimen, la pena podía consistir en prisión perpetua en alguno de los castillos fortificados. Como se ve, no se trataba de una caballería de placer y aventura. Lejos de ser puramente decorativo, el carácter religioso de la Orden se traducía en numerosas obligaciones y en una disciplina severa. Ahora bien, Albert Ollivier hace notar que nada en todo ello dejaba entrever un esoterismo.

¿Es preciso buscar una luz por el lado de las novelas de la Mesa Redonda y del Graal? Ya se ha señalado que, en su etapa inicial, la novela expresaba una concepción del hombre en la búsqueda de su propio destino a través de la aventura de la vida, principalmente en Chrétien de Troyes (1135-1190) quien escribió a finales del siglo XII. Chrétien se inspiró en las leyendas célticas y generalmente se considera que la palabra Graal y su significación se deben a él, pero en 1102, es decir antes de la obra de Chrétien, cuando algunos caballeros franceses y genoveses tomaron Cesaréa y se dividieron el botín, los genoveses recibieron en su parte un vaso que se hizo célebre y que fue llamado el “Santo Graal”.

Pero, el único novelista que presentó a sus caballeros como “templarios”, fue el poeta bávaro Wolfrang von Eschenbach (1170-1220), quien escribió a comienzos del siglo XIII, declarando tener la historia de “Kyot der Provenzal” que él había encontrado en Toledo en un viejo manuscrito: “Un pagano llamado Flegetanis, había adquirido un alto renombre por su Saber. Ese gran físico (physiôn, docto en ciencias cosmológicas) pertenecía al linaje de Salomón… Fue él pagano Flegetanis quien escribió la historia del Graal…

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Examinando las constelaciones, descubrió profundos misterios de los que no hablaba más que temblando. Él decía que había un objeto cuyo nombre Graal había leído claramente en las estrellas, y que una legión de ángeles lo había depositado en tierra y después se había elevado más allá de los astros…”.

Sin embargo, hay que hacer notar que el término Flegetanis es una torpe trascripción de la expresión árabe Falak-Thani que designa al segundo cielo, el cielo donde se sitúa Mercurio-Hermes bajo la invocación de “mensajero de los dioses”, junto con San Aissa, es decir Jesús. Ese segundo cielo, en que impera la vida y el conocimiento espiritual, es el cielo por excelencia en que se ligan el Islam y la Cristiandad. Ahora bien, toda esa óptica de astrología sagrada se encuentra confirmada en el pasaje citado arriba.

En Eschenbach, el Graal no es una copa, sino una piedra sagrada venida del cielo, una Piedra Filosofal. El ermitaño que revela el misterio a Parzival le dice: “Valientes Caballeros tienen su residencia en el Castillo de Montsalvage donde se guarda el Graal: son los Templarios, quienes a menudo van a cabalgar lejos en busca de aventuras. Cualquiera sea el resultado de sus combates, gloria o humillación, ellos lo aceptan con un corazón sereno en expiación de sus pecados. En ese castillo reside un grupo de bravos guerreros… Todo aquello de que se nutren, les viene de una piedra preciosa que en su esencia es toda pureza, llamada lapsit exillis (que es preciso leer como “lapis exillis”, la piedra exigua, o más bien lapis elixir: la piedra filosofal). Es por la virtud de esa piedra que el fénix se consume y se convierte en ceniza; pero de las cenizas renace a la vida, ya que gracias a esa piedra, el fénix cumple su cambio de plumaje para reaparecer enseguida tan hermoso como siempre… Esa piedra procura tal vigor al hombre, que sus huesos y su carne encuentran de inmediato la juventud. Esa piedra lleva también el nombre de Graal”.

En fin, como lo ha hecho notar Pierre Ponsoye en “El Islam y el Graal”, el que haya existido efectivamente un esoterismo cristiano comparable a los esoterismos hebraico, islámico y otros, es algo que no admite discusión y la leyenda del Graal no es la prueba menor. En cuanto a la verdadera naturaleza de esa enseñanza, la confrontación de los principales datos del contexto general del ciclo, permite concluir sin equívoco que se trata en efecto de una doctrina definida y simbolizada por un Libro en Robert de Borón, expuesta como el Gran San Graal a través de un Maestro, en Chretien de Troyes y Wolfram von Eschenbach, y recibida por tradición y altamente secreta según Robert quien escribe sobre “… ese gran Secreto que se llama Graal”.

“Esa doctrina concierne a un misterio presente sobre la tierra, con la plenitud de su virtud celeste, al que sólo se accede por vía de calificación y en peligro de muerte. Noción capital, unánimemente afirmada por las distintas versiones de las cuales ella es el fundamento común. En ese misterio, cuyo soporte y signo es un objeto muy santo (la Copa que ha contenido la Sangre de

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Cristo o la Piedra descendida del Cielo) la esencia misma de la revelación se comunica “abiertamente”. Él es Verbo (las santísimas palabras), Luz (él es visto y aclara) y Vida (ofrecida a los elegidos en una Cena primordial, arquetipo paradisíaco de la comunión eucarística). Puede ser presentido a partir de un cierto grado de progreso en la Vía. (En la búsqueda, él se muestra a los Caballeros de la Mesa Redonda). Tanto en Chrétien como en Wolfrang, el Graal se deja ver por Parzival durante su primera estadía en el Castillo del Graal, etc… Por otra parte ciertos medios técnicos permiten acercarse a él como, por ejemplo, la oración secreta de Chrétien de Troyes con la invocación de aquellos nombres del Señor que son temidos”.

A ello se agrega que la Búsqueda es, por definición, una vía activa de acceso a lo Divino, y que esa Vía está reservada únicamente a los Caballeros de la Mesa Redonda, institución central de la caballería terrestre, cuyo carácter iniciático no podría ser refutado. Aún los mismos Iniciados de la Mesa Redonda no llegaban a integrarla sino por elección y por encima de su propia iniciativa. Ese sendero no tenía, en fin, nada de azaroso ni de individual, sino que conducía al héroe elegido a través de las pruebas predestinadas, típicas y sobrenaturales, hasta el grado supremo, a la vez sacerdotal y real, de la Caballería Celeste.

Se juzgará quizás que se necesitan más pruebas, pero es evidente que la enseñanza del Graal es un magisterio esotérico. Según Pierre Ponsoye, en “El Islam y el Graal”, es precisamente esa cualidad la que hace de ese magisterio algo legítimamente diferente a la Iglesia, sin por ello contradecirla y sin que ésta haya discutido jamás su ortodoxia. Es esa misma cualidad la que da cuenta, por otra parte, de las fuentes no cristianas del origen de la leyenda y por lo tanto de la universalidad del Graal.

Hoy se sabe que el cristianismo y el islamismo no tuvieron solamente intercambios y contactos superficiales, sino una verdadera conjunción espiritual en que la intelectualidad islámica jugó durante siglos el papel de inspiradora y de guía. “La primera ilusión que es preciso disipar -ha escrito Etienne Wilson- es la que nos presenta al pensamiento cristiano y al pensamiento musulmán, como si fueran dos mundos que se pueden conocer en forma independiente el uno del otro” (Archivos de historia doctrinal del Medioevo, II, 1927). Esta indicación no expresa todo su sentido si no se la relaciona con la siguiente, hecha por el mismo autor: “Es un hecho de considerable importancia para la historia de la filosofía medieval en Occidente, que su evolución se haya retardado alrededor de un siglo con relación a la correspondiente evolución de las filosofías árabe y judía.”

El R. Padre M.D. Chenu, constata por su lado que “las síntesis de un Alberto el Grande, de un Tomás de Aquino, o de un Escoto, implican una referencia substancial, histórica y doctrinal, a las obras de Al-Kindî, Al-Farabî,

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Avicena, Algazel, Averroes”. Por otra parte, ese aporte intelectual estaba muy lejos de estar limitado a lo escolástico; pero aparte de los raros eruditos como Fauriel, hubo que esperar hasta nuestra época para que algunos historiadores imparciales comenzaran a reconocer su profundidad y extensión. Ver, por ejemplo la “Historia de España” de Joseph Calmette: “Habría podido parecer a priori, que la oposición de las religiones levantaría un obstáculo insuperable a la influencia recíproca de las culturas; pero, ni más ni menos que en Siria, ese obstáculo no operó tampoco sobre el suelo ibérico. El fenómeno que se constata es el de una acción mutua continua y penetrante de las civilizaciones en contacto, en la que el elemento musulmán fue con mucho el más eficiente… Fue el Islam el que aportó los elementos activos y el mundo cristiano el que asimiló la influencia” (Tomado de Pierre Ponsoye “El Islam y el Graal”).

Esos “elementos activos” han cobrado interés en los ordenes del conocimiento y de la teología mística en el sentido en que lo hemos mencionado anteriormente. En efecto, Miguel Asin Palacios ha puesto principalmente en evidencia la profunda irradiación de las escuelas Sufíes en España, junto con la de las obras de Al-Ghazzali, Ibn Masarra y Muhyddîn Ibn’ Arabî. En ciencia influyó su medicina; su astrología venida de Caldea; la geometría que les fuera transmitida por los griegos, el álgebra (Al-Gebria) transmitida por los hindúes, etc…, sin olvidar su influencia en las artes. De manera que, como dice M. Rodinson, “la ciencia occidental de esa época es una ciencia toda árabe”. (Revista de Historia de las Religiones, 1951, pág. 226).

Raymond Oürsel -citado por Ponsoye- señala que fue por medio de la lengua árabe que se transmitieron a España, a Sicilia y a Egipto en el siglo XIII, los tratados fundamentales de Ptolomeo (la óptica) y de Euclides (los elementos de geometría). Tanto en Chartres como en Oxford estos dieron un gran estimulo a la especulación acerca de la naturaleza del mundo físico, pues resultaban ser ante todo líneas, ángulos y figuras que “valent in toto universo”. La obra de Villard de Honnecourt (s. XIII) ilustra íntegramente el papel de esos préstamos en el plano artístico, y las respuestas a la civilización islámica de las que la expansión de los templarios constituye, en un orden del todo diferente, otro ejemplo memorable. (ver “Le Procès des Templiers” de Raymond Oürsel, París, 1955).

A través de las cofradías de constructores y de la orden del Templo, se encuentra el verdadero plano donde se efectúa esa conjunción espiritual de la que se ha hablado, el único en el que dicha conjunción fue orgánicamente posible: el plano esotérico. Las cofradías de los constructores –como la Orden del Templo- eran organizaciones Iniciáticas en las cuales lo medios y los fines no eran los de una estética religiosa cualquiera, sino los de un Arte sagrado en el pleno sentido metafísico de la palabra. Al constatarse las huellas de la

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influencia islámica, queda excluido que éstas llegasen por vía profana o en un plano que no fuera el de una comunicación intelectual más profunda.

Hay un hecho que bastaría por sí solo para testimoniar dicha conjunción: la transmisión por vía islámica e incorporación al esoterismo cristiano de la tradición hermética y su método operativo principal: la Alquimia. La simple lectura de las obras de los alquimistas musulmanes y cristianos, si bien no permite evidentemente penetrar el secreto de su magisterio, basta para constatar que se trata del mismo en ambos casos, pues existe entre ellos una continuidad de tradición y una identidad de doctrina y método que ignora enteramente las diferencias exteriores de los dogmas. Esa continuidad y esa identidad se demuestran además en la terminología técnica: alquimia, elixir, alkahest, alambique, aludel, etc… que son palabras simplemente transcritas del árabe, sin hablar del testimonio de los propios alquimistas cristianos, que no tenían ninguna dificultad en reconocer la autoridad de los maestros musulmanes, como en el caso de Roger Bacon quien llamaba Abû Mûsâ Ja’far, “Maestro de los maestros”, al sufí Geber, primer autor conocido de obras alquímicas.

En resumen, por sorprendente que esa conjunción pueda parecer a priori, no hay que verla como un vulgar sincretismo, pues, en verdad, no es diferente de la que ya unía al esoterismo islámico con el esoterismo judío fundado sobre la Torah y la Qabbalah. Ello no significa sino la manifestación normal, aunque necesariamente oculta, del Misterio de unidad que liga metafísica y escatológicamente a todas las revelaciones auténticas y, especialmente, al judaísmo, al cristianismo y al islamismo, herederos comunes de la gran tradición abrahámica. Copa profética de los celtas, nave o vaso colmado de la Sangre Divina, o piedra de revelación descendida en el cielo oriental, el Graal es el signo de ese Misterio transmitido en secreto desde el fondo de las edades, portando la misma Luz primordial, es decir esa “Luce intellectual piena d’Amore” que Dante contempló en el “Paraíso” (de su obra “La Divina Comedia”) y que en un momento escogido, el Occidente se asombra de ver brillar en su propio corazón.

La leyenda del Graal, quizás la más prestigiosa que se haya jamás ofrecido al pensamiento orante – dice Pierre Ponsoye- ha aparecido al final del siglo XII de forma súbita, aunque reivindicando al mismo tiempo una larga y secreta tradición. Tres novelas forman la primera y más bella floración en muchos aspectos. Ellas son: “Perceval li Gollois” o “Conte du Graal”, de Chrétien de Troyes; el “Roman de l’estoire du Graal” (La Historia del Graal) de Robert de Boron, y el “Parzival”, de Wolfrang von Eschenbach.

Entre esas tres, la novela de Chrétien ha permanecido inconclusa y calla sobre los orígenes del Graal; la de Robert pone en escena, con el nombre de Graal, al vaso que sirvió para instituir la Cena y en el que José de Arimatea

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recogió la sangre de Cristo. En cuanto a Wolfrang, hemos visto ya lo que su autor relata sobre Kyot, el maestro desconocido a quien encontró en Toledo (España) a través de manuscritos abandonados que citan el tema de esa aventura en escritura arábiga.

Hemos visto igualmente que el nombre de Flegetanis podría ser en realidad el título de un libro árabe: Falak-Thani. A decir verdad, como aquí se trata de una enseñanza tradicional secreta, esa palabra puede designar un Libro y a la vez a un hombre, o, más exactamente, a la organización de la cual el Libro o ese hombre era el intérprete. Además, se podrá observar que Wolfrang, aunque hace alusión a un manuscrito, habla de Flegetanis como si se tratara de un hombre viviente cuyas palabras relata como expresión de una enseñanza oral. Entonces, lo importante, no es saber si se trata de un libro o de un hombre, sino más bien de saber si Flegetanis es auténticamente la trascripción del árabe Falak-Thani que se traduce por segunda esfera o segundo cielo planetario. En todo caso, la cuestión es admitida hoy por la mayoría de los comentadores.

“Una de las más altas categorías Iniciáticas del Islam está constituida por los Abdâl o “Solitarios” (en singular Badal…). “Los Abdâl, dice Ibn’ Arabî, son siete, nunca más ni menos. Es por medio de ellos que Allâh vela sobre los siete climas terrestres gobernandos cada uno por un Badal”. Cada uno de estos climas corresponde respectivamente a uno de los siete cielos planetarios, y el Badal que lo gobierna es el representante en la tierra del Polo (Qutb) del cielo correspondiente. La segunda esfera planetaria es el cielo de Mercurio, cuyo Polo es Seyidnâ Aísa (Jesús), su representante en la tierra (el sexto clima). Este cielo tiene en el marco del Islam una función más particularmente crística, y por lo tanto una afinidad especial con el Cristianismo. (“El Islam y el Graal”, pág. 23).

En lo que se refiere al anonimato de ese Maestro, velado bajo el pseudónimo de Kyot, no puede sorprender que los ignorantes no vean en la leyenda del Graal sino una invención individual con intenciones “edificantes”. En realidad, se percibe que no era necesario que Kyot escribiera para ser invocado como una autoridad (lo contrario sería quizás más verdadero) y tampoco que esa autoridad fuera en realidad la de un hombre como tal, por grande que hubiera sido, sino la de una tradición verídica. Ponsonye señala que “Los contactos de Kyot en España con los musulmanes, son tanto más plausibles por cuanto existen ejemplos célebres como Gerbert de Aurillac, que habría de ser el Papa del Milenio bajo el nombre de Silvestre II; Raimundo Lulio, Bruneto Latini, etc…

Ahora bien, K. Bartsch, uno de los más sagaces comentadores del Parzival, veía realmente en esa novela el origen inmediato de una leyenda traída desde Oriente por los árabes. Además, algunas versiones consideran que la raza elegida de la que desciende Titurel, antepasado de Parzival, era originaria de

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Asia. En efecto, en esa novela se afirma que el antepasado de Titurel había pasado a Europa bajo el reinado de Vespasiano y que después de haberse convertido al Cristianismo, se estableció en el nordeste de España y en el Languedoc, es decir, los primeros países de Europa en los que se instalaron los templarios”3. (Pág. 31). Wolfrang era caballero, y es muy probable que él mismo estuviera afiliado a la Orden del Templo a la que identifica abiertamente con la Orden del Graal. Ponsoye observa que esa obra es algo muy distinto de una simple composición novelesca de un tema religioso, pues dice que “no es probable que él haya dispuesto de ella sin el permiso de la “santa Casa”. Y como bien lo ha indicado ese mismo autor “si Kyot no representa simplemente la autoridad espiritual del Templo, ha debido tener con ella relaciones muy estrechas”.

Friedrich von Schlegel declaró hace tiempo: “Puede admitirse como cierto que estos poemas (de la Tabla Redonda), no sólo expresaban el ideal de un caballero religioso, sino que contenían también gran número de ideas simbólicas y tradiciones peculiares de algunas de esas órdenes y sobre todo de los Templarios… De todos los poetas alemanes de esa época, el más hábil fue Wolfram von Eschenbach, quien entre las historias de la Tabla Redonda escogió especialmente aquellas sobre las cuales ya hemos hecho notar que contienen las alegorías de la caballería religiosa. Éstas no deben ser consideradas como un capricho del autor o un producto del juego de su imaginación, sino al contrario, pues parecen estar relacionadas con las tradiciones simbólicas de los templarios”.

“La identificación de la Orden del Graal con la Orden del Templo en el Parzival, no deja la menor duda – anota Ponsonye- puesto que Trévrizent le dice a Parzival: “Valerosos caballeros tienen su morada en Montsalvage donde se guarda el Graal. Son los Templarios que a menudo se van a cabalgar lejos en

3 Desde 1128 los Templarios reciben la plaza de Soure en Portugal; en 1130 la de Grañena en el condado de Barcelona. Pero, la primera Casa de la Orden, fundada en 1136, estuvo en los Pirineos, en los estados del condado de Foix y fue solamente después de la Asamblea general de 1147 que los asentamientos templarios se expandieron en el resto de Europa.

Nota Edición Internet. Agreguemos, como dato complementario, que antiguamente el territorio de Languedoc abarcaba gran parte del sur de Francia. Su desarrollo como centro cultural e intelectual se debió en parte a la ocupación romana que se prolongó desde el siglo I hasta el IV. Como su nombre lo indica, Languedoc tenía su propio lenguaje: “langue d’Oc”, (ver Propósito Psicológico No VII) así como una forma de culto representada por los Cátaros que, como se sabe, fueron aniquilados por el rey de Francia y los Estados Pontificios, mientras que su territorio fue incorporado a Francia en 1271. El área de Rosellón, cuyos habitantes hablan una variante de la lengua catalana, quedó unido a Languedoc, dando lugar a la región actual de Languedoc-Rosellón, tras el tratado de Paz de los Pirineos en 1659, cuya firma significó el fin de la guerra librada entre las Coronas de Francia y España en el contexto de la Guerra de los Treinta Años.

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busca de aventuras… Ellos viven de una Piedra (sie leben von einem Steine) cuya esencia es toda pureza…”.

Ahora bien, además de su función principal de asegurar la salvaguarda y custodia del Graal en la tierra, los Caballeros de Munsalvaege tenían la de permitir el reino efectivo de Dios sobre las naciones dándoles reyes elegidos por Él: “Sucede a veces que un reino se encuentra sin señor; si el pueblo de ese reino es sumiso a Dios y desea un rey escogido entre el grupo del Graal, ese deseo es satisfecho. Es preciso que ese pueblo respete al rey así escogido, pues éste está protegido por la bendición de Dios. Es en secreto como Dios hace partir a sus elegidos”.

Ese esbozo de una organización teocrática de la Cristiandad, a través de un escogido grupo iniciático que reúne un doble poder: real y sacerdotal, no es otro que el del Santo Imperio que los herederos de la Orden del Templo encontraron en su sucesión. Se puede ver ahí el doble aspecto, descendente y ascendente, de una misión misteriosa, cuyo sentido tomaremos de aquel que hizo dar a la Orden su constitución: San Bernardo de Claraval (1090-1153). Fue éste quien fijó la regla de la Orden y quien permaneció como su protector y su inspirador, convirtiéndose al mismo tiempo en la más alta autoridad espiritual y arbitro de la cristiandad de su tiempo. Fue él quien designó la Orden bajo el nombre de militia Dei y a sus miembros como los minister Christi (Ministros de Cristo). En tales labios, se trataba evidentemente de una milicia santa, de la armada privada de Dios (privée mesnie de Dieu), que en virtud de una especie de paradoja espiritual que la situaba aparte y por encima de los hombres, realizaba la síntesis de las grandes antinomias de la acción y la contemplación en una evocación única y, al mismo tiempo, en una doble renunciación: la de “los elegidos” del Apocalipsis (Apocalipsis I, 5 y 6): “… al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, … y ha hecho de nosotros, reyes y sacerdotes para Dios su Padre…”.

“Para San Bernardo -continúa Ponsoye- la residencia real de la militia Dei no estaba en este mundo, sino en el Templo de la Jerusalén espiritual: “Es verdad que ellos habitan también en el Templo de Jerusalén, y sin embargo es evidente que se habla del Templo en otro sentido que aquel que se relaciona con la construcción del templo antiguo y muy venerado de Salomón, ya que el suyo no es inferior a éste con relación a la gloria… La belleza del primero estaba hecha de cosas corruptibles, la del segundo de la belleza de la Gracia, del culto piadoso de quienes habitan la más regular de Sus moradas, la

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ordinatíssima conversatio4. Ahí se reconoce pues el Templo del Graal, así como también el Templo del Espíritu Santo de los rosacruces”.

“Jules Michelet dice a ese propósito, con penetración pero sin sospechar el alcance de su observación, que: “El nombre de ese Templo era sagrado, no solamente para los cristianos por cuanto expresaba para ellos el lugar del Santo Sepulcro, sino que les recordaba, a judíos y musulmanes a la vez, el Templo de Salomón. La idea del Templo era más alta y más generalizada que la misma idea de iglesia y se remontaba en cierta manera por encima de toda religión. La iglesia envejecía, el Templo no; contemporáneo de todas las edades, ese Templo era pues como un símbolo de la perpetuidad religiosa”.

Además, “Todo el simbolismo de la Orden evoca, además, la doble noción del Centro espiritual, fuente de los dos poderes y de la mediación temporo– espiritual, como el famoso Beauceant (o Boucent), que era mitad negro y mitad blanco, colores cuyo profundo simbolismo hemos explicado varias veces (ver “El Libro Negro de la Francmasonería”). El manto blanco, signo de investidura y atributo de un estado y una función, era un privilegio exclusivo que la Orden tuvo que defender a veces. “La Regla dice que a nadie le es dado el tener blancos mantos, salvo a los mencionados Caballeros de Cristo, porque son ellos quienes han abandonado la vida tenebrosa y quienes, por el ejemplo de sus vestiduras blancas, reconocen estar reconciliados con su Creador”. Las vestiduras blancas los designaban expresamente en ese siglo, como los separados de la masa de perdición - según las palabras de Inocencio III - y alineados en este mundo entre aquellas “gentes vestidas de blanco” que están delante del Trono de Dios y le sirven día y noche en su Templo”, y ante los cuales “Aquel que se sienta sobre el Trono establecerá su Presencia (Shekinah)” (Apocalipsis, VII - 13 al 16) y no solamente como conciliados sino también como reconciliadores.” (“El Islam y el Graal” … pág. 84).

“La cruz de ocho puntas dibujada sobre el manto, agregaba a la significación central de la cruz, el simbolismo mediador del número ocho, pues al blanco del Conocimiento se unía el rojo del Santo Amor invocado en su grito de guerra. Por otra parte, su doble aspecto de convivencia central y de mediación sacerdotal, aparece también en la selección del salmo 132 del salterio romano para la ceremonia de la investidura: “Ecce quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum…”.

4 Esa expresión del Templo: ordinantíssima conversatio, se aproxima a aquella otra de la Logia Francmasónica: “Los muy esclarecidos y los muy regulares”.

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CRUZ DE LOS TEMPLARIOS (En rojo sobre el manto blanco)

(Para su simbolismo esotérico se puede consultar en particular el texto

relativo a la “Cruz de las Ocho Beatitudes” en la obra “Los Grandes Mensajes”)

“Uno de los rasgos más sorprendentes de la virtud de la Santa Milicia y de la disponibilidad espiritual de la Edad media, es la situación privilegiada, inviolable y soberana que espontáneamente los papas, los príncipes y los pueblos, habían acordado asegurarle dentro del orden cristiano. Y como lo señala con mucha perspicacia A. Ollivier, tal acuerdo no habría podido hacerse y mantenerse durante más de dos siglos en contra de derechos e intereses civiles y religiosos, tan diversos como poderosos. De manera que la evidencia mostraba aquí con fuerza apremiante, que la Orden del Templo no había solamente pretendido ser, sino que fue, a los ojos de todos, la armada privada de Dios.”

“Diez años después de su fundación en la oscuridad y la pobreza, un concilio especial se reunía en 1128 para precisar su constitución y fijar sus reglas, así como para confirmarles a los miembros “el hábito que ellos mismos habían tomado”. En 1129, San Bernardo defendiendo su visión en De Laudea, a petición de aquel a quien él llamaba carissimus meux Hugo (es decir Hugo de Payns, el primer Gran Maestre) dejaba entender claramente que la naturaleza real del combate no era la guerra corporal, y que ésta no era sino la ocasión para librar ese combate interior, y al mismo tiempo, un símbolo. En 1139, Inocencio II afirmaba en su bula Omne datum optimum: “Caballeros del Templo,

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es el mismo Dios quien os ha constituido en los defensores de la Iglesia y en acometedores de los enemigos de Cristo”, y fijó definitivamente sus estatutos y sus prerrogativas, a las que sus sucesores siempre añadieron sin jamás suprimir.” ( Ibid, pág, 86).

Según Michelet, les fueron acordados los más grandes cuanto magníficos privilegios. Ante todo, no podían ser juzgados sino por el Papa. Pero, como un juez situado siempre tan lejos y tan encumbrado no llegaba jamás a ser reclamado, los templarios quedaban como jueces de sus propias causas. Precisemos además, que el recurso ante el Papa no tenía lugar sino por causas exteriores, ya que los hermanos dependían exclusivamente del Gran Maestre. La orden era soberana en cuanto al Gran Maestre que se tenía por alguien superior a los príncipes, pues nadie, ni laico ni eclesiástico, podía pretender el homenaje del Gran Maestre. Los establecimientos de los templarios eran inviolables, poseían el derecho de asilo, estaban libres de todo impuesto y tenían la protección directa de la Santa Sede; además, ningún prelado podía declarar en entredicho ni tampoco excomulgar a un templario. “El Gran Maestro no era confirmado por la Sede Apostólica - escribe Marion Melvilla - pero bastaba su elección para asegurarle el pleno derecho de ejercicio. Su autoridad era absoluta y sus órdenes se consideraban tan sagradas como si provinieran directamente de Dios”. La Regla era asimismo objeto de un respeto tal que, como dice el mismo autor, “era singularmente semejante al respeto del Islam por el Corán.”

“La situación extraordinaria del Templo, en el auténtico sentido de la palabra, no era a su vez más extraordinaria que la sanción a la soberanía espiritual de la Orden, que un sinnúmero de grandes personajes reconocieron por el hecho de haberse afiliado a ella. Tal parece haber sido el caso del mismo Inocencio III según una de sus bulas; así como seguramente también el del emperador Enrique VII de Luxemburgo. En cuanto a Felipe el Hermoso, se presentó como candidato, pero no fue aceptado. En fin, fueron numerosos los que hicieron profesión de consagrarse al Templo en aquel final de siglo, con el propósito de tomar parte de los “beneficios” de la Casa” en éste y en el otro mundo.”

He ahí algunos rasgos que hacen suponer el lugar que la Orden del Templo tenía en la jerarquía real de la cristiandad. Rene Guenón dice al respecto que la Orden era “por su doble carácter religioso y guerrero, una especie de lazo entre lo espiritual y lo temporal e inclusive ese doble carácter debería ser interpretado más bien como signo de una relación directa con la fuente común de los dos poderes”. El lamentado René Guenón dice aún que fue precisamente la destrucción de la Orden del Templo, el hecho que marcó el punto de ruptura del mundo occidental con su propia tradición. (Ver “Autoridad Espiritual y Poder Temporal”, Pág. 82).

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Si los acontecimientos de 1307 a 1314 tienen un aspecto de atentado, es por su mismo sacrilegio, adelanta Pierre Ponsoye. Clemente V no se equivocó cuando no osó condenar a esa Orden, cuyo último Gran Maestro (Jacques de Molay) había demostrado que era “santa y pura” con el precio de su vida; solamente osó abolirla “per viam provisiones et ordinationis apostolicae”, sin tomar el riesgo de habérselas con el Concilio. La iniquidad testimonió así su propio fondo al ampararse en un ministerio de “Justicia”, que ella misma no había podido alcanzar sino mediante un crimen; y porque el Occidente había cesado de ser digno.

Aún se discute sobre la culpabilidad o no culpabilidad de la Orden. Es probable que en razón del número de sus adherentes y de la multiplicidad de sus actividades secundarias, y quizás sobre todo, en razón de los cambios de hecho y de mentalidad ocurridos en ese siglo, se requisiera a la vez una reforma y una readaptación. Pero esa es otra cuestión. Nos contentaremos con citar el testimonio de H. de Curzon: “La Regla, en verdad, no prueba sino una sola cosa: que la Orden del Templo estuvo regida hasta su último día por leyes irreprochables, verdaderamente monásticas y muy severas”. Y, en fin, mencionaremos aquella expresión de Henri Pirenne, Agustín Renaudet, Eduardo Perroy y Marcel Handelsman en el libro “El Final de la Edad Media”: “Los escritores galos para glorificar a Felipe el Hermoso y los escritores de la Iglesia para disculpar a Clemente V, han obscurecido durante largo tiempo la historia de ese período. Hoy día, la inocencia de los templarios está comprobada”.

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El papel del templarismo en Europa –según Ponsoye- no se concibe sino como una extensión y una terminación de su papel oriental de guardián de la Tierra Santa. También se debe recordar que en Asia ambas poblaciones, cristiana y musulmana, vivían en la mejor inteligencia. Por su parte las de España y Sicilia se conservaban en estrechas relaciones, y sus huellas se encuentran por ejemplo en la creación, al mismo título que el dinar, de una moneda común que tenía grabadas divisas latinas y coránicas. También se las puede ver en las alianzas, en los matrimonios, en los tratados comerciales, en los permisos de casa que se facilitaban recíprocamente los jefes de los dos campos, etc….

Ahora bien, aunque los Templarios jugaron un papel importante en ese acuerdo, es obvio que las relaciones del Templo con el Islam eran ante todo de orden Iniciático. “En los países del Oriente, dice a ese propósito Armando Bedarride5, los templarios armaban caballeros católicos griegos, hostiles al papado y, cosa aún más extraordinaria, a musulmanes pertenecientes a ciertas sectas esotéricas provenientes de una Iniciación análoga a la suya.” Tal fue el caso del mismo Saladino a quien, según un poema de comienzos del siglo XIII de la Orden de Caballería, la ordenación le fue dada por Hugo de Tabaria en 1187. Tal fue también el caso de su hermano Malik –al- Adil, a quien fue armado caballero por Ricardo Corazón de León en 1192.

Entre las órdenes con las cuales el Templo contrajo esos lazos de fraternidad espiritual, la historia ha guardado sobre todo el recuerdo de la Orden de los Assasis, que era una rama ismaelita del Shi’ismo de la India, muy cerrada y fuertemente jerarquizada, que recibía en Oriente el nombre de Orden de los Batinyiah (los internos o esotéricos). Fundada unos cincuenta años antes que la Orden del Templo, se había establecido en Persia en 1090 para luego extenderse rápidamente hasta Irak y Siria. Las sorprendentes semejanzas entre las dos órdenes han sido señaladas en varias ocasiones: ambas eran a la vez Iniciáticas y militares, ambas llevaban el título de “Guardianes de Tierra Santa” (Assas=guardian; su plural assasis) y, aunque los métodos diferían, el Jihad de los Assasís tenía la misma significación que la Guerra Santa del Templo.

Las fundaciones militares del Templo no eran más que el aspecto exterior y el símbolo de la verdadera guerra santa, cuyo fin era la Paz en todos los órdenes y sobre todo en el espiritual. Es en esa perspectiva que uno debe colocarse si quiere juzgar más exactamente su actitud con respecto al Islam, pues su ambigüedad aparente no es otra que la de un lazo que debe mantenerse hasta en el seno de la guerra. Las dos órdenes jugaban cerca de los poderes constituidos, el mismo papel de vigilancia y de consejo. Su jerarquía,

5 “El libro de institución del Caballero Kadosh”, de Bedarride (Ed. Glotón, París, pág. 15).

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que en los dos casos era doble (exterior y secreta), presentaba caracteres comunes y sus colores emblemáticos, blanco y rojo, eran los mismos.

La historia y la doctrina de esa Orden, “ha sido desfigurada por las novelas de los historiadores anti-ismaelitas”, como dice Henri Corbin6. Es preciso notar que la escatología ismaelita del Imâm invisible, hipóstasis permanente del Verbo, es sustancialmente idéntica a la del Imperio Universal en el esoterismo medieval de tradición templaria. Sucede lo mismo con la noción de templo espiritual, como testimonia ese pasaje del “Biwan” de Nazir e-khosraw, citado por H. Corbin: “ La significación aparente (exotérica – zahir) de la Plegaria, es adorar a Dios adoptando ciertas posturas del cuerpo, orientándolo hacia la “qibla” de los cuerpos, que es la Ka’ba, el Templo de Dios Muy-Alto asentado en la Meca. La exégesis espiritual del sentido esotérico (ta’wil – el- batîn) de la plegaria, es adorar a Dios con el alma pensante, orientando la búsqueda del Libro y la religión positiva hacia la qibla del los espíritus, es decir el Templo de Dios donde está encerrada la Gnosis divina, y que es, a decir verdad, el Imâm - sobre él sea la Salvación”. Por otra parte, en ese mismo texto se ha hecho notar la asimilación de la “Búsqueda del Imâm” y la “Búsqueda de la Plegaria” de la Ka’ba celeste, en la cual se ha basado autorizadamente Henri Corbin para concluir: “Creo que se puede decir que la “Búsqueda del Imâm” representaba para un ismaelita, lo que para nuestros caballeros místicos y nuestros menesterales representaba la “Búsqueda del Graal”.

Por otro lado, a pesar de sus características especiales, la Orden de los Assasis no era un hecho aislado en el Islam de esa época, ya que mucho antes de la aparición de la Caballería en Europa,7 existían varias instituciones de caballería entre los musulmanes de Oriente y de España. Hammer hace mención de la Futouwwat, institución de caballería y del Fatá, que es el grado de caballero, la cual no es concedida por los príncipes sino por los Sheiks (maestros espirituales, jefes de organizaciones Iniciáticas). El Califa de Bagdad Nâssir lî dîni – Llâh, cuyo reino abrasa el período que va de 1180 al 1225 de la era cristiana, fue también Iniciado. Además, tanto la historia de Abdul Feda como las tablillas cronológicas de Hadj Khalfa, hacen sendas menciones del acto de Futouwwat. “El califa Nassir fue investido con las vestiduras de la Caballería por el Sheik Abdul-l-Djebbar. Esa ceremonia fue acompañada de un brindis bebido en la copa de la caballería (ka’su-l-futouwwat)”. Este pasaje es extremadamente importante para la historia de la Caballería y al mismo tiempo da la explicación más natural del Graal, ese Vaso maravilloso confiado

6 Estudio preliminar acerca del Libro que reúne las dos Sabidurías de Nâzir-e-Khosrav. 7 En este marco estrecho, no nos es posible ni siquiera dar una ojeada al estudio de Hammer-Purstall, intitulado “Sobre la Caballería de los Árabes, anterior a la de Europa y sobre la influencia de la primera sobre la segunda”.

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a la guardia de los Templarios, y al cual no se ha dejado de asociar un sentido gnóstico, como lo prueban las inscripciones árabes de algunos vasos…”.

“Todo esto –dice Ponsoye- no implica que se deba seguir a Hammer en cuanto ese autor hace derivar el Graal de la copa de la caballería. Su verdadera relación no es la de una derivación sino la de una analogía: en efecto, en este caso la copa se liga al simbolismo de los brebajes Iniciáticos, mientras que los aportes del Graal, complejos por sí mismos y por sus orígenes que se remontan auténticamente a la Tradición primordial, conciernen directamente al simbolismo de los Centros Espirituales, y es por ello que su verdadera correspondencia islámica es la piedra negra de la Ka’ba.”

A ese respecto existe una nota muy interesante que ha sido revelada por M. Michel Válsan en la obra póstuma de René Guenón (“Ojeada sobre el esoterismo cristiano”). “Esas bebidas designan simbólicamente las cuatro ciencias, que son, según Mohyiddîn Ibn’ Arabî, la Ciencia de los estados espirituales (‘ilmu’l-ahwâl); la Ciencia absoluta (al-‘ilmu’l-mutlaq) a la que corresponde el “Agua” a la cual corresponde el “Vino”; la “Ciencia de las leyes reveladas” (‘ilmu’sh-sharâ’i) representada por la “Leche”; y la Ciencia de las Normas sapienciales (‘ilum’n-nawâmîs) representada por la “Miel”. Esas cuatro substancias, señala M. Válsan, son las de lo cuatro tipos de arroyos paradisíacos, según el Corán XLVII-16-17. De manera que ahí se trata de algo más que de un simple “brindis”, como lo ha querido explicar Hammer.

“Después de la destrucción de la Orden del Templo -dice René Guenón- los Iniciados al esoterismo cristiano se reagruparon en común acuerdo con los Iniciados al esoterismo islámico, para mantener en la medida de lo posible el lazo que había sido aparentemente roto por esa destrucción.” Ese lazo fue roto de nuevo en el siglo XVII, época en la cual los últimos rosacruces se retiraron a Oriente. René Guenón hace notar a ese respecto, en el mismo pasaje, lo siguiente: “Sería completamente inútil tratar de determinar “geográficamente” el lugar de retiro de los rosacruces. De todas las aseveraciones que se encuentran a ese respecto, la más verdadera es seguramente aquella según la cual ellos se retiraron al reino del Sacerdote Juan, no siendo esto más que una representación del Centro Espiritual Supremo donde, en efecto, han sido conservadas en estado latente hasta el final del ciclo actual, todas las formas tradicionales que por una u otra razón han cesado de manifestarse en el exterior.”

Esa noción del Centro Supremo es la que da a todos esos hechos su verdadero alcance al regir el conjunto del simbolismo del Parzival. Es ahí donde se encuentra la verdadera Tierra Santa del esoterismo medieval cristiano, judáico e islámico. Es la Tierra Celeste de la enseñanza de los Hermanos de la Pureza (Ikhwaun-s-Safá) la que ofrece otro ejemplo del simbolismo de la Ciudad Espiritual. Esa orden, de línea shi’íta, como la de los

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Assacís, profesaba abiertamente, como aquellos, la universalidad tradicional y, digámoslo de paso, daba una gran importancia a las ciencias cosmológicas, particularmente a la Alquimia (de al-kymiyâ = la tierra negra, substancia mediadora de las transmutaciones, llamada también Ilm al-Hajar = Ciencia de la Piedra al ser ésta el medio de la obra, al-Iksîr Iksîru’l’falâsifah, de la cual Occidente ha derivado la palabra “elixir”.

Entre los grandes Maestros del sufismo, se encuentra aún la mención del Centro Supremo con términos como Pleroma Suprema o Asamblea Sublime. Esa Asamblea (situada en una región sutil, cuyas designaciones recuerdan aquella que las tradiciones de Asia Central llaman Agartha, el Reino escondido del Rey del mundo) está presidida por el Ser Mohammadiano primordial, cuya naturaleza y atributos, habida cuenta de las particularidades de los formulismos islámicos, corresponden muy claramente a los que Rene Guenón ha indicado para la personificación del Manú primordial y que la doctrina cristiana… presenta bajo la figura del misterioso Melki-Tsedeq “sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de sus días ni fin de su vida, semejante en eso al Hijo de Dios” y quien “permanece sacerdote a perpetuidad”. (Epístola de Pablo a los Hebreos, cap.VII, vers. 1,2 y 3).

Hay menos lugar a sorprenderse de una participación común consciente del Cristianismo y del Islam, en el Misterio profético permanente designado por la escritura bajo la figura de Melki-Tsedeq, que es precisamente quien invistió y bendijo a Abraham en el nombre de Dios Altísimo. Melki-Tsedeq sintetiza en él las tres tradiciones monoteístas de las cuales él es la raíz. La escritura dice que él permanece a perpetuidad y su orden con él, porque ellos, los miembros de esa Orden, son co-partícipes de aquello que Isaías llamaba: la substancia de los misterios, en la cual han podido ver tanto el Islam como el Cristianismo, uno al dar y el otro al recibir, esa asistencia secreta que ha permitido al Graal, es decir, a esa misma substancia guardada en el corazón de toda tradición auténtica e intacta, reflorecer al descubierto en Occidente en un momento determinado. Que la Orden del Graal no fue sino una expresión de la Orden misma de Melki-Tsedeq o Rey del Mundo, la simple mención del Sacerdote Juan en el Parzival basta para atestiguarlo, y se sabe que, según el Titurel, es cerca del Sacerdote Juan que el Graal encontró un refugio y que no es de hecho más que una repatriación.

Según el Sheik al-Akbar (Fûtuhat, cap.73) el Polo islámico y sus Imames, no son sino los representantes de ciertos profetas vivientes que constituyen la

En efecto, este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo, que salió al encuentro de Abraham cuando regresaba de la derrota de los reyes, y le bendijo, al cual dio Abraham el diezmo de todo, y cuyo nombre significa, en primer lugar “rey de justicia” y, además, rey de Salem, es decir, “rey de paz”, el que sin padre, ni madre, ni genealogía, ni comienzo de sus días ni fin de su vida, y que semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre.

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Jerarquía fundamental y perpetua de la Tradición en nuestro mundo. Esa correspondencia está indicada de acuerdo a una configuración especial de la Jerarquía superior islámica, en la cual el Polo de los Imames es contado según el cuaternario de los Awtád (Pilares), funciones sobre las cuales reposa el Islám y cuyas posiciones simbólicas corresponden a los cuatro puntos cardinales. Esos Awtád son los vicarios de los cuatro profetas que la Tradición islámica en general reconoce como siendo aquellos que no han sido alcanzados por la muerte corporal: Idrís (Henoch), Ilyás (Elías), Aissa (Jesús) y Khidr. Los tres primeros son propiamente rasûl o legisladores, pero que ya no tienen la misión de formular una ley nueva por cuanto el ciclo legislador quedó cerrado con la revelación mahometana. Alrededor del cuarto vicario, Khidr, existen comúnmente divergencias en cuanto a saber si es un Profeta o un Santo, pues según el Cheikh al-Akbar, corresponde a una función de profecía general que, normalmente y por definición, no comporta atributo legislativo.

Esos seres, o más bien esas funciones, son los Pilares de la Tradición Pura, (ad-Dinu’l-Hanîfî) que es evidentemente la Tradición primordial y universal con la cual el Islam se identifica en su esencia. Es preciso agregar que esas funciones primordiales son designadas así por profetas que no han aparecido sólo en el curso del ciclo humano actual. Esto no es, para el Cheikh al-Akbar, sino una manera de apoyar con hechos reconocidos por la Tradición islámica en general, la afirmación de la existencia de un Centro supremo fuera de la forma concreta del Islam y por encima del centro espiritual islámico. Esas indicaciones son adecuadas para terminar de enfocar en su verdadera perspectiva el papel providencial del Islam con respecto al Cristianismo.

Si fuesen necesarias otras pruebas de ese papel, recordaríamos los viajes a través de tierra islámica (Siria, Arabia, Marruecos) atribuidos a Christian Rosenkreutz, el legendario “fundador” de los rosacruces, herederos espirituales del Templarismo. René Guenón veía precisamente en esos viajes la confirmación de un acuerdo de los dos esoterismos, cristiano e islámico, para un restablecimiento de las organizaciones Iniciáticas de Occidente después de la destrucción de la Orden del Templo, y también para “mantener, en la medida de lo posible, el lazo aparentemente roto por esa destrucción…” Guenón añade aún: “Esa colaboración debió continuarse más adelante… Iremos inclusive más lejos: los mismos personajes, hayan venido o no del cristianismo o del islamismo, o hayan vivido en Oriente o en Occidente (y las alusiones constantes a sus viajes además de todo el simbolismo dan a pensar que ese debió ser el caso de muchos de ellos), han podido igualmente ser a la vez rosacruces y sufíes (o Mutasawifûn de los grados superiores). El estado espiritual que habían alcanzado implicaba que estaban más allá de las diferencias que existen entre las formas exteriores y que no afectan en nada la unidad esencial y fundamental de la doctrina tradicional.” (René Guenón: “Aperçus sur l’Iniciation”, pp 252-253).

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Hay otras huellas de influencia directa del ESOTERISMO8 islámico sobre los Templarios. Es inútil citar las inscripciones árabes que figuran en ciertos objetos rituales de cuya autenticidad se duda. Un indicio más enigmático es la mención de una invocación del nombre Alá (Allah), en las declaraciones de la investigación de Carcasota a propósito del pretendido ídolo que se hizo famoso bajo el nombre de “Baphomet”. Un dignatario, el preceptor de Aquitania, hizo alusión en esa ocasión a “un amigo de Dios que hablaba con Dios cuando quería y que era el protector de la Orden”.

¿Quién podría ser ese Protector al que le estaba reconocido tan alto grado espiritual? El mismo título implica una función superior a la de la más alta autoridad de la Orden, y rebasa el marco de ésta. Aquí, uno no puede dejar de darle resonancia a lo que F. Ossendowsky relata del Rey del Mundo de acuerdo a los Lamas tibetanos: “Que puede hablar a Dios como yo os hablo” (En “Bestias, Hombres y Dioses” Ed. Plom. París, 1953, pág. 242).

Es preciso pues hablar de ese Bafomet (Baphomet). No podemos menos que copiar las líneas de Albert Ollivier (“Los Templarios” París, 1958, pág, 73). “Desde el apresamiento de los Templarios, el inquisidor Guillermo de París, dio a sus agentes la orden de interrogar a los prisioneros acerca de “…un ídolo que tiene la forma de una cabeza de hombre con una gran barba”. En los interrogatorios se le llamó “Baphomet”. Las declaraciones de los acusados están lejos de ser concordantes. Para unos, resultó ser una figura de madera; para otros, de plata o de cobre; algunos la vieron femenina, otros masculina, lampiña o barbuda o demoníaca; para otros cuantos, tenía el aspecto de un gato, y para otros, el de un puerco con un solo rostro, o bien con dos o tres”.

Sin embargo, uno se sorprende de que durante el apresamiento de todos los Templarios en una misma noche, no se hubiera podido encontrar una sola cabeza (una estatua, un ídolo), que correspondiera a las declaraciones hechas. Cuando la comisión convocó a Guillermo Bidolle, administrador-guardián de los bienes del Templo, para que mostrara todas las figuras de metal o de madera que habían sido capturadas, el detentor de las reliquias no encontró sino una sola que mostrar: se trataba de un gran ductor de plata y muy hermoso con rostro de mujer. En su interior reposaban dos huesos del cráneo, envueltos en un lienzo de lino blanco y de lienzo rojo, que tenían cocida una cédula en la que se leía “Caput LVIII”. Al verlos uno se encuentra con los

8 Hablamos de una influencia en lo que concierne a los principios filosóficos, de una enseñanza similar en su esoterismo, de una tendencia a cooperar en el establecimiento de una gran familia humana, pero jamás porque haya sido cuestión de un poder político que los templarios hubieran ensayado establecer bajo las directivas del Islam. Cierto instrumento mayor que el exploratorio, utilizado como ayuda de éste.

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huesos de una mujer bastante pequeña. Algunos declararon que provenían de una de las Once mil Vírgenes…

Como conclusión se puede pensar – dice todavía el mismo autor- que a algunos de los acusados se les había obligado por medio de la tortura a hablar de reliquias como si se tratara de ídolos diabólicos.

Queda por mencionar el nombre de “Baphomet”, cuya significación ha suscitado muchas tesis. He aquí algunas: A principios del siglo XIX, el célebre tratadista de asuntos árabes, Silvestre de Sacy, sostuvo que se trataba de una alteración del nombre de Mahoma, y encontró que en un glosario del siglo XVIII la palabra “Bahomerid” sirve para significar mezquita. Algunos se opusieron a esa tesis indicando que eso era inverosímil pues los musulmanes rechazan categóricamente la idolatría. Más tarde el orientalista alemán Hammer-Purgstall, sostuvo primeramente que la palabra “baphomet” provenía de la palabra árabe “Bahoumid”, que significa ternero, y que se trataba entonces del culto al becerro de oro9. Pero los arabizantes no han encontrado la palabra “Bajoumid” en sus diccionarios. Por otra parte, Hammer-Purgstall cambió rápidamente la tesis afirmando que la palabra tenía un origen gnóstico al agrupar los vocablos griegos: Baphé=bautismo y que ello evocaba una recepción por el fuego.

Después, otros investigadores del siglo XIX, pretendieron demostrar que era una figura hermafrodita que cubría ciertos cofrecillos que acababan de ser descubiertos, la que representaba a Baphomet. Muy débil desde su mismo comienzo, esa tesis fue completamente demolida por los que, como M. Probst- Biraben, han sabido probar que se trataba solamente de cofres con medicinas árabes10. Más tarde, Víctor Emilio Michelet aseguró que se trataba de una fórmula abreviada de “TEMpli Ommium Hominum Pacis Abas” que era preciso leer cabalísticamente de derecha a izquierda, conservando solamente ciertas letras.

Con la misma visión Johon Charpentier, partiendo del principio de que San Juan Bautista era el patrón de los Templarios, sugirió, para obtener la 9 La historia de adoración del Becerro por el pueblo de Israel, no parece tampoco encajar aquí. Ante todo: el Becerro es “Ijl”, una figuración del Toro (Thwar), el cual es con el Hombre, el León y el Águila, uno de los cuatro “animales” portadores del Trono, y que en realidad son Ángeles (Mla’jkah). Se comprende de inmediato que se trata de los cuatro signos fijos del Zodíaco: Toro (Ternero), León, Águila (Escorpión) y Aquarius (el Hombre). 10 Proviene de la decoración de la cubierta del cofre árabe de Essa-Reyes, donde se creyó ver la representación de “baphomet”, la figura representada tan a menudo en las obras de ocultismo, y que sirve de ilustración a casi todos los artículos que fueron escritos sobre los Templarios. Ese personaje, mitad hombre - mitad mujer, teniendo dos astas, en cada una de las cuales se puede ver el Sol de un lado y la Luna del otro: en la parte baja de la figura, una cabeza de muerto está enmarcada por la estrella de los Pitagóricos (de cinco puntas) y por la Estrella de los Magos (de 7 puntas).

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palabra baphomet, reunir los términos Bautista-Mahoma, “tachando –después de la tercera letra- un número igual a la cifra sagrada siete”.

Es curioso que en ninguna de las tesis sostenidas, se haya pensado en aproximar el origen de ese nombre “Baphomet” a Bapho, el puerto de Chipre donde los Templarios fueron a instalarse, y con mayor razón aún si se considera que en la Antigüedad Bapho (BAfo) tenía un templo famoso consagrado a Astarté, (quien era a la vez Venus y la Luna, Virgen y Madre), a la que se le adoraba bajo la forma de una piedra negra (análoga pues a la Ka’ba de la Meca). También, hemos visto que los Templarios consagraban la mitad de sus plegarias a la Santa Virgen. En resumen, no es imposible que la Orden hubiera traído alguna cabeza u osamentas que, por otro lado, podían haber sido tanto cristianas como paganas y que los jueces hubieran querido relacionar eso con el culto a Astarté… Finalmente, todo ello es principalmente una cuestión de exploración de la palabra, más no de su significación ni de su sentido verdadero. Más ¡ay! En gran parte sobre eso estuvo basado el proceso.

Desde la muerte de Thibaud Gaudin en 1295, el Gran Maestre del Templo fue Jacques de Molay. En el mismo momento en que De Molay fue promovido, el Rey de Francia, Felipe el Hermoso, entró en conflicto con el Papa Bonifacio VIII. Se trataba del problema de las relaciones entre el poder espiritual y el poder temporal. Felipe el Hermoso había levantado un subsidio con motivo de la guerra contra el rey de Inglaterra, obligando a los clérigos a participar. Por su parte, el Papa en 1296, por el decreto Clericis Laicos, prohibió formalmente a todas las naciones poderosas recurrir a tal fiscalización, y al clero pagarla por cuenta propia sin la autorización de la Santa Sede. Felipe el Hermoso respondió inmediatamente, prohibiendo formalmente la salida de moneda fuera de Francia. Pero, molesto por las dificultades que suscitaría semejante autarquía financiera, Bonifacio VIII anuló su decreto algunos meses más tarde.

A principios del año 1303, un nuevo consejero del rey se encargó de las relaciones con el papado; se trataba de Guillermo de Nogaret, antiguo profesor de Derecho de Montpellier, y más tarde juez en Nimes. Éste se perfiló desde el primer instante como un ambicioso de violento temperamento. Tomando en sus manos la causa del rey en una asamblea que hubo en el Louvre, el 12 de marzo de 1303, acusó al Papa principalmente de simonismo y pidió al rey convocar la reunión de un concilio para juzgar al soberano pontífice. Después de haber regresado a la carga en el mes de junio para alertar a la opinión pública, partió hacia Anagni en septiembre, con hombres de confianza para arrestar al Papa y conducirlo a Francia. Su operación falló; pero Bonifacio VIII debía morir algunos días más tarde (el 11 de octubre). Ya agotado Bonifacio VIII, al ver a Guillermo de Nogaret lo trató de “Patarino, hijo de Patarino”, es decir, de cátaro, de herético languedociano.

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En este caso, el término cátaro debe tomarse en cuenta tanto para explicar la pasión antipapista de Nogaret como para establecer una hipótesis sobre la razón del apresamiento de los Templarios. El 22 de octubre un nuevo Papa fue elegido: Benedicto XI, quien hostigado por los hombres de Nogaret, se vio obligado a abandonar Roma y a refugiarse en Perusa. Él se esforzó, sin embargo, en arreglar las relaciones entre Francia y el papado. No obstante, el Papa conservó la ventaja, pues no solamente pudo rehusar recibir a Nogaret, sino que publicó una bula acusándolo de complot contra Bonifacio VIII, calificándo eso como un “crimen monstruoso” y obligándolo a comparecer con sus cómplices en Perusa.

La situación era bastante inquietante para Nogaret, e indirectamente para el rey de Francia. Ambos fueron salvados providencialmente, el 7 de julio de 1304 con la muerte súbita de Benedicto XI, que según se dice sucumbió por haber comido demasiados higos frescos… El cónclave empleó cerca de un año para elegir a un sucesor. El rey de Francia, que tenía derecho a palabra, dio su opinión. Finalmente, el compromiso se hizo a favor de un francés, amigo de la infancia de Felipe el Hermoso. Se trataba, como ya habíamos dicho, de Bertrand de Got, arzobispo de Burdeos, quien se convirtió en Papa bajo el nombre de Clemente V.

Durante diez años de lucha entre el Vaticano y los dirigentes franceses, las relaciones entre Felipe el Hermoso y la Orden del Templo fueron excelentes. Pero, al pedir su admisión como miembro honorario en la milicia del Templo, el rey no abrigaba ciertamente ningún motivo de idealismo, sino que deseaba encontrar ahí la ventaja de una gran fuerza, tanto para sus choques con el Vaticano, como para sus dificultades financieras.

En Julio de 1303, todos los recaudadores recibieron la orden de enviar sus fondos disponibles al Templo. Durante cuatro años la Orden del Templo iba a administrar las finanzas del Estado, en relación con los agentes del rey. El Papa, en razón de su nacionalidad francesa y por habitar en dicho país, pudo finalizar la lucha con Roma. El rey podía controlarlo e intentar ejercer sobre él una influencia, presentándose siempre como un gran defensor de la cristiandad. Por tanto la situación de la Orden del Templo debió dejarlo pensativo: él no tenía nada que esperar y sí mucho que temer. Si él se beneficiaba con los haberes de los Templarios, no por ello poseía sus fondos ni sus propiedades. Había sido excelente contarlos como aliados durante las diferencias con el papado, pero en lo sucesivo ese sostén resultaba inútil.

Sobre este punto, todos los historiadores están de acuerdo para llegar a las conclusiones siguientes: ¿Qué iban a hacer los Templarios? ¿se abstendrían de restablecer sus estrechos lazos con el Vaticano para salvaguardar su independencia? En consecuencia ¿acaso no convenía a sus enemigos sacar partido del hecho de que la Orden quedaba desvinculada de su razón de ser,

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de sus bases en el Cercano Oriente, para aprovechar absorber sus tierras y sus bienes?. Semejante requisa podía alimentar un poco las cajas del Estado, tan desposeídas. Pero, después bajo el ángulo de aquella controversia llamada “poder espiritual - poder temporal”, la Orden del Templo, situándose entre los dos, podría según su deseo pasar a uno o a otro lado de la balanza. Así, mientras ésta permaneciera libre convenía tomar precauciones contra ella. ¿Acaso no era más astuto aprovechar la coyuntura, de la mala salud del Papa y el descrédito que había caído sobre los Templarios desde la derrota de Acre11, para irrumpir en las riquezas de la Orden y también para no darle oportunidad de tomar partido, ni siquiera como Estado dentro del Estado? He ahí el género de cuestiones que Felipe el Hermoso, Nogaret y otros, debieron plantearse. La supresión de la Orden se situaba para ellos en una perspectiva de estatismo; pero era necesario encontrar un buen pretexto.

Al lado de la mala propaganda que circulaba sobre los templarios, un personaje poco recomendable hizo una denuncia personal a principios de 1305, ante el Duque de Aragón y más tarde ante el rey de Francia. Se trataba de un florentino apóstata de mala vida llamado Noffo Dei, condenado por el derecho común, que había recogido la declaración de un templario en la prisión de Agen. Se percibe bien que las declaraciones de ese vagabundo no tenían otra meta que la de ver su pena anulada. Jaime de Aragón no tomó en cuenta esa denuncia, pero Felipe el Hermoso estuvo de acuerdo en abrir una “indagación” que por otra parte se convirtió en motivo de un apresamiento directo, que podía abarcar también a los templarios anteriormente excluidos de la Orden por mala conducta. Además, también forzó a otros a ser espías. Al maquiavelismo se agregaba este sentimiento: Felipe el Hermoso temía particularmente que se produjera lo que se había dado en el sur de Francia debido a las informaciones que provenían de Agen. Fue por eso que después de haber suprimido la Inquisición, la restableció en 1304.

11 Es preciso hacer notar que los Templarios guardaban relaciones con los musulmanes, hasta el punto que Guillermo de Beaujeu, teniendo la información del Emir Salâh, hizo saber a los señores de Acre que el Sultán iba a venir con el fin de asediarlos, pero no se le creyó. Poco después se cumplió el asedio y desde el 5 de abril hasta el 18 de mayo el sitio resistió de comienzo a fin. El Gran Maestro Guillermo de Beaujeu después de haber combatido valientemente fue asesinado y la ciudad conquistada después de una verdadera carnicería. Algunos Templarios, conjuntamente con numerosos civiles, se retiraron en dos navíos de la Orden y se salvaron al ser transportados hasta Chipre, mientras que muchos otros se quedaron combatiendo hasta la muerte. En el mismo momento los Templarios de la guarnición de Sayete se constituyeron en Capítulo General para elegir como Maestro a su capellán Thibaud Gaudin. Inmediatamente nombrado, éste partió para procurar socorro en Chipre. A pesar de no encontrar a sus compañeros, permaneció en la isla, lo que le valió ser acusado de cobardía. Sin embargo, poco después todas las guarniciones se reunieron y el reino de los cruzadas no existiría más. No se puede reprochar a la Orden de haberse ablandado, envilecido y corrompido. Contra toda esperanza sus caballeros habían resistido hasta el último minuto.

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Felipe el Hermoso tuvo una gran conversación con el nuevo Papa, en Lyon el 15 de noviembre de 1305, en la iglesia de San Justo, en ocasión de la coronación de Clemente V. En la ceremonia, o más desfile en las calles, había ocurrido un trágico accidente: el derrumbe de un muro sobre el cual se habían encaramado numerosos espectadores, había matado a una docena de personas del cortejo, entre ellas al Duque de Bretaña. El Papa cayó de su caballo, y su tiara al rodar por tierra perdió una piedra preciosa. Clemente V estuvo moralmente muy afectado; Pues a causa de ese hecho, muchas personas auguraron mal acerca de su reino.

En la conversación con el rey de Francia, muchos problemas fueron abordados, principalmente el problema de los Templarios, así como el envío de una nueva cruzada a Palestina… Pero sobre ello no se tomó ninguna decisión. En desquite Felipe el Hermoso obtuvo el nombramiento de nueve cardenales franceses, dividiéndose con el Papa el favor de la elección a parientes o amigos. Georges Lizerand ha escrito: “En lugar de Cardenales y hombres de estado, se tuvo a cardenales y hombres de negocios favorables al rey”.

A comienzos de 1306, una tercera devaluación trajo como consecuencia una inevitable subida de precios; el populacho de París, se dirigió indignado hacia la Torre del Templo donde el rey y los suyos habían buscado refugio, la masa no pudiendo penetrar en el Templo, bloqueó la entrada interceptando la llegada de los alimentos que se traían a él. Cuando Felipe el Hermoso pudo recuperar la libertad hizo colgar en las puertas de la ciudad a veintiocho de los manifestantes. No era esa la primera vez que el rey de Francia iba a residir en el Templo, tanto para instruirse sobre las riquezas de los templarios, como para ensayar penetrar en algunos de sus misterios.

En ese mismo año, el rey despojaba, torturaba y expulsaba a los judíos del reino, otro procedimiento para adquirir bienes. En fin, Felipe el Hermoso no había arreglado todavía todas las cuestiones pendientes con Roma, principalmente el caso de Nogaret. En la primavera de 1307, varias conversaciones con el Papa tuvieron lugar en Poitiers. Este último hizo una proposición que el rey rechazó inmediatamente. Clemente V se retrajo durante varias semanas, pero bruscamente, el 24 de agosto, escribió al rey diciéndole que había cambiado de opinión, porque después de haber consultado a los cardenales y ver que el mismo Jacques de Molay, el Gran Maestro del Templo, deseaba una investigación, él mismo en su calidad de Papa iba a llevarla a cabo personalmente. En efecto, él comenzó rápidamente sus búsquedas pero no debió encontrar gran cosa, ya que un mes más tarde, el 26 de septiembre, escribió al rey para pedirle informaciones sobre los templarios. Semejante indagación inquietó a Felipe el Hermoso y a Nogaret, ya que todo sería llevado a proceso si el Papa concluía sus investigaciones a favor de los Templarios.

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Sin embargo, el momento parecía oportuno, todos los dignatarios del Templo estaban residiendo en Francia. Pero, tratándose de una investigación religiosa, era preciso que la decisión del rey estuviese amparada por una autoridad eclesiástica como la de la Inquisición. El inquisidor principal de Francia era Guillermo Humbert, de París, confesor del rey y más bien devoto de su persona; el apoyo no parecía pues difícil de obtener. No obstante, queriendo ocultarse bajo la Inquisición, Felipe el Hermoso, no quería dejarle a éste la instrucción del asunto, pues quería ante todo hacer “trabajar”, es decir, torturar a los acusados, pero en este caso mediante comisarios laicos enviados de los arrendamientos y de las senescalías. Las instrucciones especificaban muy nítidamente que los comisarios civiles, después de detener a los templarios, dirigieran ellos mismos los primeros interrogatorios, y que después –solamente- los comisarios llamaran al inquisidor. Nogaret esperaba de los religiosos la ratificación, pero no la conducción del asunto.

Se comprende fácilmente por qué no se trataba de interrogar a los prisioneros, sino de obligar por medio de la tortura al mayor número de ellos, a reconocer los “artículos de error” indicados por los comisarios. La instrucción decía muy claramente, que los comisarios debían “examinar la verdad con cuidado, por medio de la tortura si era necesario”. Además, los jueces disponían de un argumento de peso apara incitar a los prisioneros a respetar lo que se les dictaba: “Les prometieron el perdón, si confesaban la verdad y volvían a la fe de la Santa Iglesia; de otra manera serían condenados a muerte”

Para llevar a efecto el plan, la gran redada fue realizada en todas partes y a la misma hora, durante la madrugada del viernes 13 de octubre de 1307, para no encontrar resistencia alguna. Según cierta leyenda, Jacques de Molay estaba lejos de poder sorprenderse, porque conociendo la fecha del apresamiento había hecho sacar los documentos importantes de la Orden en tres carretas cubiertas de paja, en la noche del jueves 12 de Octubre.

Para explicar el extraño desarrollo de los acontecimientos, M. Regina Pernoud ha formulado una curiosa hipótesis: basándose en el hecho de que Nogaret había sido tratado de “patarin” por el Papa, ella se pregunta si todos los antiguos cataros que se encontraban en el Templo no habrían decidido en connivencia con Nogaret el apresamiento de los Templarios, con el fin de salvarse personalmente y dar así un golpe al Vaticano!. Al mismo tiempo que hacía interrogar con instrumentos de tortura a todos los templarios de Francia, Felipe el Hermoso dirigía cartas a todos los soberanos de Europa para denunciar a la Orden.

Los acusadores exhibían públicamente a Jacques de Molay, porque después de haber sido “trabajado” durante una docena de días con torturas, el Gran Maestro había cumplido las “confesiones” pedidas. Antes de él, el 21 de octubre, otro gran dignatario de la Orden, Geoffroy de Charnay, había

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“confesado” igualmente una multitud de cosas, como haber estado en relación con la herejía dualista al declarar su aversión a la Cruz, y eso por considerar que el crucificado no fue sino un ladrón que tomó el lugar del Cristo, ya que el Cristo mismo no había sido más que una apariencia, pues Dios no podía encarnarse en un mundo como éste, dedicado al mal.

En efecto, se obligaba a los templarios sobre todo a “confesar” la supuesta obligación de escupir sobre la cruz durante la recepción de la Orden, así como la sodomía obligatoria, y en fin la adoración a ese ídolo (el Baphomet). Ahora bien, son únicamente los textos de los estatutos (reglas) de la Orden descubiertos y publicados últimamente los que hablan de ello, pues los primeros no estipulan nada semejante. Se puede pensar más bien que si realmente los acusadores hubieran encontrado tales prescripciones o la menor huella de semejantes prácticas, las habrían citado o dado como prueba de apoyo, lo que jamás fue hecho por los investigadores. Hacia fin de año, de los ciento treinta y ocho templarios arrestados en París, todos, salvo cuatro, se habían “confesado” culpables.

A pesar de todo, Clemente V, poco convencido del crimen de herejía, quería siempre sustraer a Felipe el Hemoso la instrucción del proceso para llevarlo a cabo él mismo. Pero no podía mostrar a priori un aire favorable frente a los inculpados. Ordenó pues el apresamiento general de los miembros de la Orden y envió al rey de Francia sus dos Cardenales Etienne y Beranger. Felipe aceptó remitir sus prisioneros al Papa. La noticia provocó un verdadero choque psicológico entre los templarios: no estaba todo perdido para ellos. Jacques de Molay hizo una tablilla que firmó invitando a todos los prisioneros a revocar sus confesiones. Y dio él mismo el ejemplo al anular las disposiciones que había dado bajo el efecto de las torturas. Lo hizo, pues, mostrando ante una gran multitud su cuerpo atrozmente destrozado por sus verdugos. Otro dignatario, Hugo de Pairau, proporcionó demostraciones semejantes ante dos cardenales que lo invitaron a cenar.

Decidido a revisar enteramente el primer proceso, el Papa anuló a principios de 1308, los poderes de los inquisidores. El círculo del rey, extremadamente inquieto por esa perspectiva, decidió organizar lo que se llama hoy una campaña de prensa a fin de excitar a la opinión pública. Felipe el Hermoso, empleó numerosos medios para ejercer presión sobre el Papa, con el resultado de que hizo azotar a setenta y dos “templarios” (entre los cuales no había ningún dignatario de la Orden) que estaban al servicio de Felipe para espiar y rendir cuenta de lo que pasaba en el Templo. Estos, por supuesto aceptaron confesar todo lo que el rey deseaba. Por haber rechazado condenarlos inmediata y personalmente como se lo pedía Felipe, el Papa se encontraba esta vez en mala posición.

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En fin, los prisioneros tuvieron que ser devueltos al rey por razones desconocidas (quizás la falta de lugar y de hombres para vigilarlos). Las declaraciones de los templarios permanecen como evocaciones de mártires. El hermano Bernard de Gué no titubeó al decir: “He sido tan torturado, tan interrogado y tantas veces puesto al fuego, que me quemaron toda la carne de mis talones, hasta el punto que los huesos se me cayeron un poco después”. No sin entereza, el 24 de abril de 1310, los representantes de la defensa volvieron a la carga publicando una bula que habían redactado para decir que los Templarios fueron “conducidos como manadas al matadero”. Aquellos jueces de ocasión, los comisarios, experimentaban en el fondo de sí mismos un caso de conciencia, pero el totalitario Felipe el Hermoso vencía siempre sobre su moral y los comisarios reanudaban sus interrogatorios.

Uno de los testimonios más emocionantes que permanecen, es el del hermano Aymeri de Villiers-le-Duc quien lo había pronunciado pálido y aterrorizado durante el proceso verbal. Elevando la mano hacia el altar, juró que todos los crímenes imputados a la Orden eran falsos y pidió que la muerte lo abatiera de inmediato si mentía: “Que mi cuerpo y mi alma sean aquí mismo sumergidos en el infierno”. Ahora bien, él era de los que primeramente habían hecho confesiones, y así lo recordó: “Si, he confesado algunos de esos errores, yo lo reconozco, pero fue bajo el efecto de los tormentos que me habían hecho sufrir G. de Marcillo y Hugo de la Celle, caballeros del rey, durante su interrogatorio. Yo había visto el día anterior llevar en carreta a cincuenta y cuatro de mis hermanos para ser quemados vivos por no haber confesado esos crímenes… Ah! sí, yo iba a ser quemado, y tuve demasiado miedo de la muerte, no lo soporté, ni aún ahora lo soportaría! Yo cedería… Yo confesaría bajo juramento, delante de vos y delante de cualquiera, todos los crímenes que se le imputan a la Orden; yo confesaría que he matado a Dios si me lo preguntasen. Ah! Os ruego, os suplico de no revelar nada de todo esto a los agentes del rey. Tengo demasiado miedo de que, si ellos llegasen a saberlo, me envíen a los mismos suplicios que a mis hermanos…”

La voluntad de ser franco y valiente estaba acompañada de un gran miedo a la muerte. Los mismos sentimientos expresados por Aymeri, se encontraban más o menos contenidos en las declaraciones de muchos otros templarios. Si la muerte aterrorizaba tanto en aquel mundo teóricamente caballeresco y cristiano, donde debería importar menos, era porque ante una iglesia debilitada, los ideales católicos puestos en pugna dejaban una perspectiva confusa, cegada por los fuegos de la inquisición que tenían el sabor de una antesala del infierno. El Templo, que había comenzado a la luz de la sonrisa de la Santa Virgen, finalizaba delante de las muecas de los demonios….

Clemente V conservaba en el fondo quizás esa misma opinión, pero deprimido por su estado de salud y cercado por Felipe el Hermoso, debió estimar imposible poner en causa el proceso. Como siempre, el Papa ensayaba transigir. Es así que dio a conocer al Concilio de Viena (en el delfinado francés)

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su bula Vox Clamantis, que no proclamaba la condenación del Templo, sino su extinción: “Nosotros abolimos la susodicha Orden del templo con todas sus instituciones; no sin amargura e íntimo dolor, no en virtud de una sentencia judiciaria, sino por una forma de decisión u ordenanza apostólica.”

En fin, el tribunal que bajo la dependencia directa del Papa debía juzgar a los dignatarios del Templo, pronunció su fallo, como se sabe, el 19 de marzo de 1314. La protesta de Jacques de Molay y de Geoffroy de Charmay, llevó a Felipe el Hermoso a condenarlos a la hoguera. Ellos murieron conforme su petición, con el rostro vuelto hacia Nuestra Señora (Catedral de París).

Pero, Nogaret, el Papa y Felipe el Hermoso, no sobrevivieron por mucho tiempo al proceso. Se sabe que desde lo alto de su hoguera el Venerable Gran Maestro hizo una profecía que se cumplió… Casi un año después del martirio del último Gran Maestro de la Orden del Templo, ellos debían comparecer ante el tribunal celeste y Dante colocó a Clemente V en el 8º círculo de su infierno, entre los simoníacos, es decir, con los traficantes de las cosas espirituales como un “pastor sin ley encargado de las más feas obras”.

A partir del siglo XVIII, se tuvo que escribir mucho sobre los Templarios para intentar penetrar los misterios de la Orden, así como para narrar indicar la continuación de su historia. Se ha dicho inclusive que los Templarios contribuyeron a la fundación de la Compañía de Jesús y, según algunos, se encontraron también en el origen del establecimiento de la Francmasonería.

En 1828, el abad Gregorio, antiguo diputado de la Constituyente y de la Convención, en su “Historia de las sectas religiosas”, dio testimonio de la conservación de la Orden al dar la lista de los nombres de los Grandes Maestros de la Orden hasta Jacques de Molay. Entre ellos fueron mencionados: Bertrand de Guesclin, Henry de Monmorency, Charles de Valois, Philipe de Orleáns, el Príncipe Conti, el Príncipe de Condé, etc..

Por otro lado, bajo el imperio francés en 1808, se desarrolló un suntuoso servicio fúnebre para celebrar el aniversario de la muerte de Jacques de Molay en la iglesia de San Pablo y San Luis de París, oficiado por el Abad Clouet quien, llevando el hábito de primado de la Orden, pronunció un vibrante elogio al Gran Maestro. Bajo la Restauración, en 1824, la misma ceremonia tuvo lugar en San Germán de Auxerrois. Por último, Raymond Oursel acaba de publicar una minuciosa traducción de los interrogatorios del proceso, y en una nota declara saber que “la Orden del Templo ha sobrevivido a sí misma como una especie de sociedad secreta hasta nuestros días”.

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Para terminar, tomaremos unas líneas más de Pierre Ponsoye (en “El Islam y el Graal”, pág. 181). La enseñanza del Graal, ni planteaba abiertamente el problema de las relaciones del Papado y del Imperio, ni tenía por qué hacerlo en el plano Iniciático que le era propio; ese problema como tal no existía sino por la fatalidad del siglo. En cuanto a la dualidad misma de las dos grandes funciones exotéricas, dicha enseñanza tiene razones complejas, cuyo estudio esaparía al marco de este trabajo y tendría ante todo las modalidades particulares de la manifestación crística y de la extensión del cristianismo a la gentilidad. Sea como sea, esa dualidad implicaba por sí misma un principio común que metafísicamente era impuesto por su unidad esencial, y tradicionalmente por la pertenencia del Cristianismo a la Orden de Melki-Tsedeq.

Por lo tanto, en esa perspectiva debía llegar el momento en que la fatalidad impondría a los herederos del Templo tomar una posición tan abierta como lo permitiera la naturaleza profunda de la doctrina y el secreto Iniciático. Ese momento está marcado en el linde del siglo XIV, por los dos síntomas mayores del mal del cual la cristiandad debía morir, por supuesto no como Iglesia, sino como “Ciudad” humana y divina: la desaparición de la Orden del Templo y el más grave conflicto jamás ocurrido entre el papado y el Imperio, era en apariencia tanto más irremediable, puesto que, desde hace mucho tiempo, ya no se trataba solamente de atribuciones sino de principios. En cuanto al hecho de asumir esa posición, la obra de Dante es el testigo más audaz, el más completo y, para nosotros, el más preciso.

Su obra “de Monarquía” en particular, publicada en ocasión del desembarco de Enrique VII en Italia, expone, apenas velada bajo su forma escolástica, una doctrina que está muy lejos de ser puramente abstracta y teórica como podría creerse a través de una lectura un poco superficial. Entre los pasajes donde el autor deja ver lo más claramente posible su profundo pensamiento, citaremos aquel donde refuta el argumento según el cual el Emperador está ordenado necesariamente al Papa. Como todos los hombres son ordenados conforme a un solo hombre, el cual constituye su medida y su arquetipo, en el caso del Papa y del Emperador, siendo hombres los dos, el problema se complicaba por cuanto tampoco el Emperador podía estar ordenado a otro hombre. He aquí lo que dice Dante: “En tanto que ellos son seres relativos (el pontificado y el poder imperial son relaciones y no formas substanciales como la humanidad), deben ser ordenados uno por el otro, pero si uno esta subordinado al otro, o si pertenecen a una misma especie de relación, entonces están ordenados a un tercer ser como a su arquetipo. Ahora bien, en ese caso no se puede sostener que uno esté subordinado al otro, o que uno fuese atribuido al otro, lo cual sería falso en efecto. Nosotros no decimos que el emperador es el Papa ni viceversa. No se puede sostener tampoco que

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ellos pertenezcan a la misma especie, ya que la esencia del papado no es la del Imperio. Ellos están ordenados, pues, a un ser en el cual encuentran su unidad.

Para comprender esta última aseveración, recordemos que la relación se comporta frente a la revelación como lo relativo frente a lo relativo. El Papado y el Imperio, al ser relaciones de preeminencia, deben estar ordenados a la relación de preeminencia de la cual ellos proceden; el Papa y el Emperador, en tanto que como hombres, están ordenados a un ser único, como Papa y Emperador están ordenados a otro ser”.

La conclusión ostensible es que el Emperador no puede ser ordenado al Papa. Pero hay otra que sin ser explotada no es menos explícita: si el Emperador y el Papa están ordenados, en tanto que hombres por una parte, y como Papa y Emperador por otra, a dos seres distintos, ellos en cambio no lo están inmediatamente a Dios, o dicho de otra manera, en la fuente de sus funciones existe solamente esa “substancia inferior a Dios”, propia de quien “se encuentra sin características particulares, aun en la relación misma de preeminencia”. Dante no era hombre que hacía ostentación de palabras ni perseguía quimeras, y se puede pensar más bien que en ese año de 1311, en el cual el destino parecía aún en suspenso, era difícil y sin duda inútil decir más.

Sin embargo, no habríamos citado ese curioso pasaje, si, cualquiera que hubiese sido la grandeza intelectual de su autor, él no hubiera explotado sino una tesis personal. Pero hoy se sabe que no fue así. Como Wolfram en una época, pero con una autoridad propia a la cual la del caballero Wolfram no puede ser comparada, Dante hablaba en nombre de las organizaciones iniciáticas herederas de la Orden del Templo y en particular de la Fede Santa de la cual él era, sin duda, uno de sus jefes. Entre la serena reserva del primero, y la ardiente apología del segundo, los acontecimientos sobrevenidos desde 1307 establecen toda la diferencia.

De Wolfram a Dante, la filiación doctrinal no necesita ser demostrada. En lo que concierne a la constatación de huellas de influencia islámica, he aquí lo que dice B. Landry en su edición francesa de “de la Monarquía”: “ Dante en su obra “De la Monarquía” aparece como un filósofo impregnado tanto de averroísmo como de cristianismo. Por otro lado ¿acaso no amó él siempre y en todos aspectos a los árabes? Recordemos que Dante no quiso colocar en su Infierno a aquel que los agustinianos llamaban el Maldito, sino que él lo llamaba el Autor del Gran Comentario; recordemos también que Siger de Brabant, el averroísta parisino que Santo Tomás combatía con tanta fuerza, se sienta en el Paraíso con su ilustre adversario. En fin, no olvidemos que Dante había leído y meditado la literatura árabe, conocía los viajes que Mahoma había hecho en el otro mundo, y ellos demuestran que los círculos del Infierno dantesco son muy semejantes a los del Infierno musulmán.

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En verdad, Dante estaba impregnado del pensamiento árabe (sería más exacto decir islámico), no solamente por el averroísmo, sino también y sobre todo por el esoterismo sufí y en particular por la enseñanza de Ibn’ Masarra y de Ibn’ Arabî. Los trabajos de Miguel Asín Palacios han demostrado la influencia indiscutible de obras como las “Fotuhát al-Makkyiah, y el Kitâb el-Isrâ” sobre la Divina Comedia, de Vita Nuova y el Convito.

La palabra “impregnado” es justa en cuanto que hace sobreentender un aspecto intelectual situado en las fuentes mismas del pensamiento, y cuyo indiscutible esoterismo en las obras de Alighieri basta para excluir todo carácter exterior o “profano”. La doctrina del imperio universal en Dante, también encuentra efectivamente en Aristóteles, a través de los doctores musulmanes, una responsiva y una caución. Pero cuando él dice a propósito del Emperador, que “sólo Dios escoge, sólo Dios inviste, ya que sólo Dios no tiene superior” o también que “la autoridad temporal del monarca desciende sobre él de la Fuente Universal”, no se trataba solamente de la transposición en un orden social “ideal” de una filosofía del orden cósmico, sino de una realidad venerable, viviente y amenazada, que era importante defender tanto de los que pretendían negarla como de los que la desviaban con un interés de partido, y al mismo tiempo promover, en unión y en equilibrio con la autoridad espiritual, las bases de autenticidad y de regularidad que solamente podía proveer la Sabiduría tradicional universal.

En obras de exposición directa, tales como “De la Monarquía” o “el Convito” destinadas a una larga difusión, y que debieron contar con la vigilancia del Santo Oficio no puede esperarse encontrar expresadas sino las relaciones de fondo con la doctrina del Califato, tal como Ibn’Arabî lo expone notablemente en el capítulo 73 de su Futúhát. (Se sabe que “De la Monarquía” fue quemada en 1327 bajo órdenes del Cardenal Du Puget, legado del Papa), Pero las nociones capitales se encuentran: en la universalidad del imperio y en la investidura divina directa. La última al menos, no debe nada a Aristóteles, y por otra parte se la buscaría vanamente en fuentes patrísticas, sin hablar de la doctrina de la Iglesia que con los agustinianos apuntaba a establecer la primacía absoluta de la Sede pontificia.

Se notará que Dante, posiblemente por los motivos indicados arriba, deja subsistir completa la ambigüedad entre los aspectos esotéricos y exotéricos del Imperio como del Papado. Esa ambigüedad se encuentra en la noción y en la palabra de Khalifah, a través de la cual el Sheik al-Akkbar comprende la autoridad exterior islámica como Polo Supremo.

Se ve quizás una coincidencia análoga, en lo que concierne al Imperio, en el personaje del Gran Enrique, al cual Dante coloca en el más alto grado del Paraíso, es decir en la Ciencia Iniciática. Pero es difícil decir si esa coincidencia fue efectiva o solamente simbólica, pues Enrique VII como Emperador y como

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Iniciado, pudo haber sido exclusivamente el representante de la autoridad invisible, que por ejemplo el rosacrucismo había de designar más tarde con el nombre de Imperator. Si bien Dante guarda sobre ese personaje una reserva comprensible, no duda en librar esa verdad bajo una forma enigmática, como índice significativo bajo el aspecto profundo de la tradición imperial y su finalidad espiritual y escatológica.

Queremos hablar del misteriosos Veltro (Inferno 1, 100-111) y “cinquecento diece e cinque, messo di Dio” (Purgatorio, XXXIII, 43-44) del heredero del Águila Imperial, en quien está anunciada una misión restauradora, a la vez temporal y espiritual con un carácter nítidamente apocalíptico. Sin perjuicio de aplicaciones más restringidas que las que Dante podía haber tenido accesoriamente en cuenta, se trataba ahí, sin duda alguna, de la transfiguración del Imperio en el Sacrum Imperium verdadero y universal, esperado al final de los tiempos. Ahora bien, ese enviado de Dios tiene una correspondencia precisa en la escatología islámica con la persona del Mahdí (el Guía enviado por Dios), Precursor de la Segunda Venida.

Dante agrega aún: “La bondad desbordante de esa fuente, una y simple en ella misma, se vertía en una multitud de riachuelos”. Si se hubiera tratado solamente de afirmar la distinción de origen del “arroyo” imperial en relación con el “arroyo” apocalíptico, ¿hubiera hablado él de una “multitud”? Y aún entonces la doctrina sería clara, ya que al ser afirmada por dos, basta para plantear el principio. Y, ¿podría él, por otra parte, proclamar la universalidad del imperio sin reconocer esa unidad tradicional esencial de la cual ella no es más que un corolario? La enseñanza de Wolfram y la de Dante pueden aclararse la una por la otra en ese respecto. Pero si se quisieren buscar referencias exegéticas explícitas de ambos, no es en la Biblia donde se encontrarán, sino en los textos del Corán, como aquel que resume en unas cuantas palabras toda esa secuencia doctrinal, y que es como el supremo mensaje del Islam a las gentes (Gentiles) del Libro, es decir, a los cristianos y a los judíos, y que dice:

“Di: ¡Oh Gentes del Libro… Elevaos hasta una Palabra igualmente válida para nosotros y para vosotros: que nada adhiramos a Dios, que no Le asociemos nada, que no tomemos a algunos entre nosotros como ‘señores’ fuera de Dios.” (Qorân, III-57).

En esa Palabra dada como punto de encuentro de la Torah, del Evangelio y del Qorân, el texto sagrado define la Vía del monoteísmo puro o de la unidad absoluta, que es la de Abraham (Qorân, XIII-29) y que en el sentido místico e Iniciático es la de la Identidad suprema, afirmada abierta y esotéricamente por todas las doctrinas tradicionales. Ella se sitúa en un nivel sintético como la Madre del Libro, prototipo eterno de todos los Libros revelados y que está “cerca de Allâh” (Qorân, XIII-39). En las perspectivas judaica y cristiana

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respectivamente, ella es recibida bajo el aspecto principal de la Torah y del Verbo.

Ahora bien para el Islam, “el Mesías, Jesús, hijo de María, es el Enviado de Dios y es Su Palabra que El ha proyectado en María” (Qorân, IV-169), como también la confirmación de la Torah (Qorân, V-50). Pero, en la visión islámica ella se manifiesta además como síntesis final y totalizante de los verbos proféticos anteriores, aquel, en quien Alá la ha “proyectado” como tal Seydná Mohammad es el Sello de la Profecía Universal y es por ello que según el Hadith, se ha podido decir: “Yo he recibido las Sumas Palabras y yo he sido suscitado para realizar las Virtudes más nobles”. Es a esa característica específica de totalización profética, que el Islam debió y debe su calificación sobrenatural para transmitir a las Gentes del Libro (judíos y cristianos), un mensaje semejante, y para trabajar con ellos para su realización.

Si se toma con ese propósito la terminología de Ibn’ Arabî en sus Fuçuç al-Hikam, se observará que la Palabra igualmente valedera responde exactamente a la piedra preciosa crística, descendida del cielo con los moldes de la realeza divina, bajo el especto especial de la síntesis universal, que es el de la Segunda Venida, la cual marcará el cierre del ciclo humano actual, mientras que la síntesis mahometana señalaba el cierre de la profecía legislativa. Esa es precisamente la piedra en la que Flegetanis había leído el nombre de las estrellas, y que Kyot, había reconocido de inmediato por vía oral. Como Trevizent le decía a Parzival, “ella no ha dejado de ser pura”.

Septiembre de 1958

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