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World of Darkness - Mundo de Tinieblas: DANZANTES DE LA ESPIRAL NEGRA Eric Griffin (Grupo: «Hombre Lobo» / Saga: «Tribus Garou» / Volumen-7, Relato-A) "Tribe Novel: Black Spiral Dancers" Traducción: Manuel Mata Álvarez-Santu llano  ___ PRIMER CÍRC ULO ___ LA DANZA DE LA VISIÓN Los dos Garou que esperaban sentados en cuclillas en el frío suelo de la caverna eran tan diferentes como el día y la noche. El primero de ellos era orgulloso, de porte regio. Era un guerrero legendario, un astuto estratega, un hombre destinado por la profecía a dirigir a la Nación Garou en la Última Batalla. El otro era un don nadie de humildes orígenes. Un vagabundo incapaz de conservar un trabajo estable. Un vago reconocido e impenitente. --Otra vez --exigió Stuart. A juzgar por su tono, había olvidado por un momento quién era quién. Hablaba con el tono de voz de un maestro frustrado--. La espiral. Se nos tiene que haber pasado algo.  Arkady bor ró los complej os diagramas y los elaborados trazos del suelo de la caverna. Lentamente, comenzó de nuevo. Con un solo movimiento, sin levantar una sola vez la punta ennegrecida del estilo de hueso de la irregular superficie, trazó una espiral perfecta y continua. Nueve veces se arrolló la figura sobre sí misma antes de desaparece r en su singularidad final. Una tosca mancha negra como el carbón. --Debe de haber un camino --repitió Arkady como si estuviera tratando de convencerse de ello --. Una manera de recorrer la espiral sin sucumbir a la corrupción. De penetrar en el corazón del laberinto y

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World of Darkness - Mundo de Tinieblas:

DANZANTES DE LA ESPIRAL NEGRAEric Griffin

(Grupo: «Hombre Lobo» / Saga: «Tribus Garou» / Volumen-7,Relato-A)

"Tribe Novel: Black Spiral Dancers" Traducción: Manuel Mata Álvarez-Santullano

 ___ PRIMER CÍRCULO ___LA DANZA DE LA VISIÓN

Los dos Garou que esperaban sentados en cuclillas en el fríosuelo de la caverna eran tan diferentes como el día y la noche. Elprimero de ellos era orgulloso, de porte regio. Era un guerrerolegendario, un astuto estratega, un hombre destinado por la profecía adirigir a la Nación Garou en la Última Batalla.

El otro era un don nadie de humildes orígenes. Un vagabundoincapaz de conservar un trabajo estable. Un vago reconocido eimpenitente.

--Otra vez --exigió Stuart. A juzgar por su tono, había olvidado por un momento quién era quién. Hablaba con el tono de voz de unmaestro frustrado--. La espiral. Se nos tiene que haber pasado algo.

 Arkady borró los complejos diagramas y los elaborados trazos delsuelo de la caverna. Lentamente, comenzó de nuevo. Con un solomovimiento, sin levantar una sola vez la punta ennegrecida del estilo

de hueso de la irregular superficie, trazó una espiral perfecta ycontinua. Nueve veces se arrolló la figura sobre sí misma antes dedesaparecer en su singularidad final. Una tosca mancha negra comoel carbón.

--Debe de haber un camino --repitió Arkady como si estuvieratratando de convencerse de ello--. Una manera de recorrer la espiralsin sucumbir a la corrupción. De penetrar en el corazón del laberinto y

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emerger victorioso al otro lado. Lo dice la profecía. Tiene que ser posible --golpeó ruidosamente el suelo de la caverna con el puño.

--A menos, claro, que los profetas no estuvieran más que dandorienda suelta a sus propios deseos --dijo Stuart--. O los eruditos detiempos anteriores estuvieran tratando de encontrar la manera de

 justificar el hecho de que Lord esto-y-lo-otro acabara de salir por elotro lado completamente loco.

--No tiene gracia --dijo Arkady--. He perdido demasiados parientespor culpa de esta posibilidad como para empezar a cuestionármelaahora.

--A mí me parece que es el momento ideal para hacerlo --dijoStuart--. Y ya no puedo leer una maldita cosa de lo que estásescribiendo. El suelo entero está manchado de negro y creo que seme empiezan a entrecruzar los ojos. ¿Qué tal si lo dejamos?

--Dijiste que serviría de algo. Dijiste que podía haber un camino.--Podría ser. Pero hemos repetido esto una docena de veces yque me aspen si encuentro algo. Puede que por la mañana las cosasparezcan más claras. A última hora de la mañana --añadióapresuradamente.

--Duerme entonces. Yo haré guardia --le espetó Arkady. Se pusoen pie y empezó a pasear por el interior de la caverna. Sus pasos locondujeron instintivamente en una trayectoria circular cada vez másestrecha.

Stuart se estiró en el suelo con la barbilla apoyada en la mano.--No me parece bien. Aunque lograras llegar hasta la espiral, cosa

dudosa en el mejor de los casos, no podrás hacer nada al llegar allísalvo repetir los mismos errores cometidos por todos los que te hanprecedido. En cuanto pongas el pie en la Espiral Negra, estás perdido.No hay vuelta atrás, no hay salida. Te tiene en su poder y empieza atrabajar sobre ti hasta quebrarte el espinazo.

La serpenteante trayectoria seguida por Arkady volvió a llevarlo junto a Stuart. Esta vez lo apartó de un empujón y siguió su camino.

--¿Ese monólogo te está ayudando a clarificar tus pensamientos o

tiene por objeto ayudarme? --preguntó Arkady.Stuart suspiró y se puso en pie.--Olvídalo. Olvida que alguna vez haya dicho algo.Siguió con la mirada la figura de Arkady, vio el rastro de pisadas

ennegrecidas que iba dejando tras de sí como un hilo suelto. Ausente, siguió hacia atrás las pisadas, vio los dos pares de

rastros que discurrían próximos, paralelos.

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Pero si aquellas huellas marcaban la senda de la Espiral Negra,¿qué era la estrecha franja de terreno en la que Stuart se encontrabaahora? Con un creciente sentimiento de excitación, sacó el cuadernode notas de su bolsillo. Recorrió rápidamente sus páginas y dibujó unacopia de la infame espiral de nueve giros. A continuación la observócon la mirada entornada hasta que sus ojos se negaron a seguir enfocando el diagrama y todo se confundió en su mirada antes derecobrar de improviso y en un instante la claridad.

--¡Ahí! --exclamó. Arkady se detuvo de inmediato y se volvió con expresión

preocupada.--¿Dónde? --dijo mientras daba un paso hacia Stuart.--¡No! Tienes que seguir por ese camino --lo reprendió Stuart--.

Regresa a mí pero hazlo por el camino apropiado. Quédate en la

Espiral Negra. Arkady suspiró pero hizo caso a su excitado compañero. No tardóen volver a estar a su lado.

--Ahora vuelve a seguir el mismo camino --dijo Stuart--. Igual quela última vez. Sólo que en esta ocasión, yo iré contigo.

--¿Ese es tu plan? --preguntó Arkady con incredulidad--. ¿Vas aacompañarme a la guarida del Wyrm?

--Oh, no. Mi madre no parió a ningún idiota y no hay nada en elmundo que pueda arrastrarme a Malfeas contigo. Esto es sólo parademostrar algo. Camina.

 Arkady se encogió de hombros fingiendo desinterés y empezó denuevo a caminar sobre las huellas negras. Stuart andaba a su lado,hombro con hombro. Dieron una vuelta completa a la caverna.

--La verdad es que no veo qué tiene esto que ver con... --empezóa decir Arkady. Pero Stuart le hizo callar y lo siguió en una segundavuelta. Y una tercera.

--¿Y la razón de este pequeño ejercicio es...? --preguntó al fin Arkady, cuya paciencia empezaba a agotarse.

--La razón es --replicó Stuart con una sonrisa de triunfo-- que sigo

a tu lado, después de tres vueltas completas del patrón, y aún sigo sinponer el pie en la espiral negra. Arkady se detuvo bruscamente.--¿Cómo es posible eso? --preguntó con voz queda.--Mira aquí --dijo Stuart mientras daba unos rápidos golpecitos

con el lápiz en el cuaderno abierto--. Es algo que acabo decomprender sobre la naturaleza de las espirales. Todas las espirales.

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 Aquí está la Espiral Negra que dibujé. Pero hay otra espiral aquí, en suinterior. En este caso es una Espiral Blanca, blanca por el papel en elque la otra está trazada. Es una espiral negativa, encajonada entre laslíneas de la negra. Y si caminas por esa espiral, como yo estoyhaciendo, sería posible, al menos teóricamente, llegar hasta el centrosin dar un solo paso por la Espiral Negra. Sin someterte a su contactocorruptor.

 Arkady se limitó a mirarlo fijamente. Entonces se dibujó unasonrisa en su cara. Y a continuación echó la cabeza atrás y empezó areírse, al tiempo que le daba palmadas a Stuart en la espalda.

--Eres asombroso, Stuart Que-Acecha-la-Verdad. Casi megustaría que te arrepintieras de tu decisión y me acompañaras. ¿Estásseguro de que no sientes el menor deseo de poner a prueba tu teoría?

--No te preocupes por mí --dijo Stuart--. Si lo logras acabaré por 

enterarme. Demonios, imagino que todos acabaremos por enterarnos.Pero yo debo seguir otra senda. Una senda que he evitado durantedemasiado tiempo.

Y fue entonces cuando Stuart comprendió adónde debía deconducir la Espiral Blanca --si es que una cosa tan improbable existíaen realidad--. Era un camino que conducía invariablemente al hogar.

 ___ SEGUNDO CÍRCULO ___LA DANZA DE LA CÓLERA

Con un fuerte empujón, Arkady apartó la Piedra de los Tres Díasque sellaba la entrada a la ancestral tumba. La luz de luna se reflejabaen el pelaje blanco como la nieve que lo cubría de la cabeza a lospies: la marca de un poderoso y orgulloso linaje. Venía en su forma deguerra, la colosal apariencia híbrida entre el hombre y el lobo que seconocía como Crinos. Unos músculos gruesos como tocones de árbol

se tensaron con el esfuerzo de mover la vieja y pesada losa. A pesar de que estaba inclinado para hacer palanca, la forma de guerra de Arkady era casi tan alta como un hombre y medio.

La propia losa no era de proporciones menos épicas. En algunaépoca lejana, menos atribulada --antes de que el último de los

 Aullantes Blancos en someterse al Wyrm se hubiera internado enaquella tumba para no volver a emerger -- dos grupos de cachorros

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podían haber jugado sobre ella y haberla utilizado como campo deentrenamiento.

Su superficie entera estaba cubierta con tallas de un intrincadopatrón de tracería céltica. Casi sin darse cuenta, Arkady trató dedesentrañar los secretos escondidos bajo aquella maraña de bucles,arcos y giros imposible de seguir con la mirada. Puede, si loobservaba el tiempo suficiente con los ojos entrecerrados, que elpatrón se desplegase y se convirtiese en la imagen del laberinto quese extendía debajo: la mismísima Espiral Negra. Abandonórápidamente el intento. Si ése era el caso, pensó, significaba queaquella piedra era más que un obstáculo legendario, era también unaadvertencia. Nadie podría jamás albergar la esperanza de orientarseen un laberinto tan incomprensible. Arkady ni siquiera era capaz deabarcarlo por entero con la mirada.

Se detuvo para recobrar el aliento y a continuación volvió aapoyar el hombro en la piedra y empezó de nuevo. Puede que elpatrón tuviera otro propósito. Puede que representase el únicoauténtico camino hasta el corazón mismo de la espiral.

Una serpenteante hebra dorada que mostraba el camino si unoera lo bastante inteligente y paciente como para memorizar sus giros ybucles. Si era así, la piedra debería haber tenido también unaadvertencia. Una falsa esperanza era peor que ninguno esperanza.Más cruel.

Con un ruido áspero y un gemido, la piedra cedió. Una bocanadade aire fétido salió al encuentro de Arkady mientras la losa rodaba aun lado. Tuvo que apartarse de un salto para que no le aplastara elpie. Cuando al fin se detuvo, Arkady se asomó por encima de ella llenode curiosidad.

En el interior todo era silencio y tinieblas. Ni siquiera el eco de sumonumental esfuerzo regresaba a él desde las profundidades de latumba.

Había en su naturaleza algo que desconfiaba instintivamente delsilencio. Cuando se producía, la idea que de inmediato lo asaltaba era

la de llenarlo con acción, esfuerzo. El mejor desenlace posible de unperíodo de contemplación forzada era una catarsis de agotamientofísico. Arkady se tomó el silencio de la tumba como un desafío yreaccionó en consecuencia.

Su aullido provocó pequeñas cascadas de polvo en el techo detodo el túnel. Se detuvo sólo un instante para oír cómo regresaba a sulado su propia voz y a continuación irrumpió en la oscura abertura,

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preparado para todo: aullantes legiones de fomori, hordas debabeantes Pesadillas, jaurías de famélicos Danzantes de la EspiralNegra.

Para lo que no estaba preparado era la diminuta forma queretrocedió encogiéndose del arco de luz de la entrada al ver aparecer a un señor de los Colmillos Plateados enfurecido y en su forma deguerra. La torre de tres metros de pelaje erizado y tendones tensostopó con ella, estuvo a punto de caer de bruces y se detuvobruscamente.

La niña no podía tener más de siete años. Estaba muy pálida ytiritaba. La enredada maraña de pelo que le crecía hasta los hombrosdebió de ser en un tiempo rubia o castaña; ahora era del color ytextura de una costra vieja. Tenía un ojo hinchado y ennegrecido y losmuslos, que asomaban por debajo de una camiseta raída que le

llegaba hasta las rodillas, estaban cubiertos de cardenales de color morado.Había sangre seca en el borde inferior de la camisa.

 Arkady sentía en los oídos los latidos de su corazón mientras laapartaba con una mano y entornaba la mirada tratando de encontrar en la oscuridad alguna señal de sus enemigos. Algo que golpear, quedestrozar, que desgarrar. El tufo penetrante de la corrupción del Wyrmllenaba el aire inmóvil de la tumba pero él no necesitaba confirmaciónde las atrocidades que se habían llevado a cabo allí. Avanzó un pasopara interponerse entre la niña y lo que quiera que hubiera más allá.La chica se encogió y retrocedió hacia un estrecho rincón de lacaverna, como si pudiera introducirse en un agujero en la pared yescapar de él.

--¿Dónde? --inquirió Arkady. Y hasta a él le pareció su propia vozmás amenazante que tranquilizadora. El esfuerzo de obligar a unhabla hecha de palabras humanas a pasar por las tensas cuerdasvocales de un lupino convertía un susurro reconfortante en un aullidofiero--. ¿Dónde están los que te han hecho eso? ¿Dónde están?

El rostro de la niña era una máscara de terror. Tenía la espalda

contra la pared, pero sus pies seguían arañando el suelo, tratando dealejarse más aún.--¿Y bien? --exigió.Las palabras brotaron de ella en tropel, como el agua de una

presa al abrir las compuertas.--No me haga daño. Por favor. No he hecho nada. Lo siento. Seré

buena. Estaba esperando, como usted me dijo...

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--¿Qué yo te dije? --La voz de Arkady fue como un ladrido que lasobresaltó e interrumpió bruscamente el flujo de sus palabras. ElColmillo Plateado había alzado una mano en un gesto instintivo denegación. Vio que los ojos de la chica se clavaban en las letalesgarras de plata y volvió a bajarla rápidamente, confundido yavergonzado.

Sólo estaba consiguiendo asustar más a la chica. Tras lanzar unamirada nerviosa hacia atrás en busca de los enemigos que, sabíabien, debían de encontrarse cerca, aspiró profundamente y adoptó lamás vulnerable forma humana.

 Al ver la trasformación, la chica se puso a chillar y empezó aarañar de manera frenética la pared de roca. Arkady pudo oler lasangre que le manchaba las yemas de los dedos.

 Alargó la mano y se la puso en el hombro, pero ella rehuyó su

contacto.--Espera un momento. Cálmate --dijo--. Está bien. Mírame. No voya hacerte daño. Tú sólo mírame.

Poco a poco, los frenéticos esfuerzos de la niña dieron paso a unsollozo quebrado. La tomó por los hombros y la volvió hacia él.

Sin alzar la mirada, la niña bajó las manos y se levantó la parteinferior de la camiseta. La carne rosada, allí donde las piernas se

 juntaban, quedó a la vista.--¿Qué...? ¡No! --casi le gritó Arkady. Sus manos, firmes y

seguras como espadas en la batalla, se movieron con torpeza paravolver a bajarle la camiseta.

--No lo entiendo... --musitó la niña con aire miserable--. ¿Qué hehecho mal? --Volvía a estar asustada--. Sólo he hecho lo que me dijo.Como siempre. Me dijo... o sea, ellos me dijeron que esperara aquí, yhe esperado...

--¿Cuántos de ellos hay aquí...? --empezó a decir y se interrumpióal reparar en la torpeza de sus palabras. La chica estaba herida yaterrorizada. Sus preguntas no la estaban ayudando. La visión de lachiquilla asustada estaba consiguiendo confundir y desarmar al

poderoso guerrero. Volvió a intentarlo.»¿Cómo te llamas, niña?Había un fulgor desafiante en los ojos de la niña cuando los

levantó hacia los suyos. Como si supiera que aquél no era más queotro modo de atraparla, de engañarla. Se resistió un momento peroaparentemente no logró dar con el engaño. Al final, acabó bajando lamirada.

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--Sara --musitó.--¿Sara? Bien, Sara, vamos a sacarte de aquí. Ahora mismo.

Nadie volverá a hacerte daño. Vamos.Ella rehuyó su contacto, temblando y sacudiendo la cabeza

vigorosamente de un lado a otro.--¡Tengo que esperar aquí! --gimió--. Aquí mismo. La Dama lo

dijo. Se enfadará si regresa y descubre que ya no estoy.--¿Qué dama?--La Dama Oscura. Es la que hizo que todos se marcharan. La

que os azota y os echa. A los perros chamuscados. Ya sabes. Como...Se interrumpió y se acurrucó más aún en la grieta de la roca.--Como yo --dijo Arkady con tono neutro, privado de emoción. No

estaba enfadado ni resentido. En cambio, se encontró preguntándoselo que debía de haber sufrido la niña en aquel lugar, a manos de

aquellos "perros chamuscados".--No quería decir... ¡No me hagas daño, por favor!--Nadie va a hacerte daño, Sara. Ya te lo he dicho. Tienes mi

palabra.Ella le dirigió una mirada furiosa.»No me crees --dijo Arkady. Sacudió la cabeza, sorprendido. La

niña era tan frágil que hubiera podido partirla en dos con solo alzar lavoz pero allí estaba, haciendo algo que hasta un guerrero Garouveterano hubiera temido hacer: poner en duda su palabra. Había unaespecie de testarudez en ella, un corazón de hierro que se ocultababajo su apariencia frágil. Pero puede, comprendió, que sólo aquellapeculiar combinación de cualidades le hubiera permitido sobrevivir allí,en el umbral mismo de la guarida del Wyrm.

»Soy Lord Arkady, de la Casa de la Luna Creciente. --Su nombrey título resonaron poderosamente como muchas otras veces en elpasado, arrojados como palabras de desafío--. La más antigua yestimada de todas las casas de los Colmillos Plateados. Tienes mipromesa de que nadie te hará daño en mi presencia: nadie. ¿Loentiendes, niña?

Sara respondió con voz apenas audible.--Ella te expulsará --musitó--. La Dama Oscura. Te expulsará.Como a todos los demás.

 Arkady se irguió con aire regio y contuvo una respuesta furiosa.--Yo no soy como los demás --le explicó con una paciencia que

cada vez era más escasa--. Yo voy a ayudarte.--No eres como los demás --repitió ella, sin emoción, sin

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convicción.--Voy a sacarte de aquí. Y luego voy a buscar a esos perros

chamuscados y a tu Dama Oscura y les daré una buena razón paradesear un hoyo más profundo en el que esconderse.

Una vez más, a la niña se le escapó un chillido de puro pánicoanimal y sacudió la cabeza con testarudez.

--Yo no... no me voy --dijo con repentina determinación--. Nopienso irme. No puedes obligarme.

 Arkady enarcó una ceja.--¿No? --replicó antes de poder contenerse.--Dijiste que no eras como los demás --lo acusó ella. Luchó por 

contener el llanto pero Arkady se dio cuenta de que la estabasacudiendo por dentro.

Se irguió y esperó a que su temblor remitiera.

--Sara, lo siento. Alargó la mano hacia ella para reconfortarle pero eso eraprecisamente lo peor que hubiera podido hacer en aquel momento.Soltó una imprecación y se apartó. Empezó a caminar de un lado aotro de la caverna. Aquello no marchaba nada bien.

--Muy bien, no tienes que marcharte. No te obligaré. Lo único quetienes que hacer es estar tranquila y calladita. ¿Vale? Yo meencargaré de averiguar dónde están los demás. Podrían estar cerca.Cuando no haya nadie a la vista...

--Ya se han ido --dijo Sara sencillamente--. Si siguieran por aquílos oirías. Riéndose y arrastrando sus espadas tras de sí. Subiendolas escaleras desde el sótano del carbón.

--Bueno, y si se han ido, ¿por qué no puedes...? No, no importa.Está bien. Mira, ¿ves esa luz de ahí?

En la oscuridad, la luz de la luna resultaba cegadora. Sara pusolos ojos en blanco y lo miró.

Ignoró el gesto.--Ésa es la salida. Si cambias de idea, puedes marcharte por ella.

 Ahí fuera, en la luz, estarás a salvo. Puedes escapar. Volver a tu casa.

Donde nunca volverán a hacerte daño.--La Dama dijo que esperara. --Sara volvió a sacudir la cabezacon testarudez--. No quiero decepcionarla. Se enfadaría muchoconmigo. Ella es mucho peor que los perros chamuscados. Ellos sólote hacen daño en un sitio.

Hizo ademán de mostrárselo de nuevo y él la detuvo.Exhaló un suspiro de resignación.

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--Muy bien. Ya veo que salvo que te me cargue a hombros, nohay manera de conseguir que salgas de aquí. Así que siéntate ahí yespera a la Dama y...

Sara resopló despectiva.--No sabes nada. No estoy esperando a la Dama.--Dijiste que la estabas esperando.Ella negó con la cabeza.--Te he dicho que la Dama me ordenó que esperara. Pero no la

espero a ella.--Muy bien --dijo Arkady con voz tensa. Saltaba a la vista que se

le estaba agotando la paciencia--. ¿Y a quién se supone que tienesque esperar, entonces?

--Al Último Rey de Gaia --dijo Sara--. Sea lo que sea eso. LaDama me dijo que esperara aquí y no me moviera hasta que llegara el

Último Rey de Gaia.

 ___ TERCER CÍRCULO ___LA DANZA DE LA RESISTENCIA

--¿El último qué? --Arkady no daba crédito a sus oídos. Al oír aquellas palabras, sus pensamientos acudieron de inmediato a

 Albrecht y la maldita Corona de Plata. Albrecht era un antiguo rival quehabía usurpado sus derechos de nacimiento y se había interpuesto ensu camino una vez tras otra. El trono de Jacob Morningkill hubieradebido de recaer en sus manos. Había trabajado muy duro y habíasacrificado muchas cosas. Y Albrecht había aparecido como si tal cosay se lo había arrebatado todo.

La legendaria Corona de Plata era una señal del favor de Halcón.Se decía que aquel que la llevara era el rey legítimo de los losColmillos Plateados y, por extensión, de todos los hombres-lobo.

Casi sin darse cuenta, Arkady empezó a escudriñar las sombras,

como si creyera que Albrecht iba a salir de la oscuridad en cualquier momento con aquella sonrisa suya tan satisfecha en el semblante. Y laresplandeciente corona en la cabeza.

De repente sintió en la boca un regusto ácido y todos sus sentidosgritaron al unísono, "¡Trampa!". ¡Si Albrecht se le había adelantadootra vez...! ¿Podía aquel advenedizo arrebatarle también esto? Esteexilio, este asalto desesperado contra la propia Malfeas era todo lo

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que le quedaba a Arkady. Todo lo que le recordaba a sí mismo. Habíaperdido la corona. Había perdido su puesto en la jerarquía de losColmillos Plateados. Y había deshonrado el linaje único de susancestros. Albrecht lo había expulsado de su propio pueblo. Y ahoraquería arrebatarle hasta su último sacrificio, la esperanza de redimir sulinaje... No podía ser.

--El Último Rey de Gaia --repitió Sara con aire mísero--. La Damame dijo que tenía que esperarlo aquí, y yo he esperado, como mepidió. Seré buena, lo prometo. Lo llevaré ante su presencia. Estáhecho para ella. O están hechos el uno para el otro. Lo dice laprofecía... --Se encogió de hombros y continuó--. No pienso irme. Si laDama descubre que me he ido, aunque sea solo un momento, mecastigará.

--¿Dónde está él? --ladró Arkady. Sus dedos se clavaron en el

hombro de la niña. Unas manchas rojizas se dibujaron allí donde susdedos entraban en contacto con la carne--. Tú lo has visto. Ha estadoaquí y no me lo quieres decir...

--¡No!... lo juro --sollozó--. Soy una niña buena. Hago lo que laDama me manda. No me hagas daño...

--¡Por última vez, no voy a hacerte daño! --gritó.--Me estás haciendo daño --dijo, con un gemido por voz. Trató en

vano de apartarse.Lentamente, dedo a dedo, Arkady la fue soltando. Cuando la niña

estuvo libre, cayó al suelo.--Lo siento. No pretendía...--No importa --musitó la niña mientras metía las rodillas por 

debajo de la camiseta y las rodeaba con los brazos--. No me hashecho daño. No puedes hacerme daño. Me escapo. A mi lugar secreto. ¡Es un lugar en el que ninguno de vosotros podéis seguirme!Eres como todos los demás. ¡Oh, lo sabía, lo sabía! Pareces diferentepero también la Dama parece diferente. No es el aspecto, son laspalabras. Palabras que duelen y queman, como carbones. Con unallama negra, como el carbón...

--¡Basta! --le gritó a la cara. Echó la mano atrás y por un momentoni siquiera él estuvo seguro de que no fuera a pegarla.--Igual que los demás --murmuró ella de nuevo, como si ya

estuviera sintiendo el caliente aguijonazo de la bofetada. Sacó lalengua un instante, puede que para limpiarse un reguero de sangrefantasmal de la cara--. Lo único que hacéis es pegar. Y quemar convuestros dedos. Y tengo marcas que lo demuestran...

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Chilló cuando él la cogió. Con una sola mano, como si no fueramás pesada que una muñeca de trapo, y se la cargó a hombros.

--Te voy a sacar de aquí. Ahora mismo.Sara dio patadas y chilló y mordió y arañó. Era una tempestad de

dientes y codos y uñas. Pero Arkady no prestó la menor atención asus esfuerzos. Era una niña de siete años; él era uno de los máspoderosos guerreros de los Garou. Sentía vergüenza al pensar en loque le había hecho. Deshizo el camino al trote.

 Al cabo de unos instantes, los arañazos y patadas cesaron, tansúbitamente como habían empezado. Puede que la niña hubieracomprendido que la fuerza no servía de nada contra el fornidoguerrero. Que la única arma eficaz que conservaba eran sus palabras.Palabras candentes como carbones.

--No importa --estaba diciendo, con voz calmada, apacible--. De

todas maneras ya es demasiado tarde. Ya están aquí. Algo que había en su tono, en la gélida certeza de sus palabras,hizo que se detuviera. En ese momento captó el primer y sutil esbozode movimiento con su visión periférica. A continuación vio los ojos.Varios pares de refulgentes e impasibles ojos lupinos. Contó al menosmedia docena de formas que emergían de la oscuridad.

 Achaparradas, agachadas, formas como de hombre cubiertas con losnudosos tendones y los erizados pelajes negros de los lobos.

La voz de Sara era tranquila, un susurro regular, pero Arkady veíael brillo del terror en sus ojos. Ya se estaba alejando de él,sumergiéndose a gran profundidad, refugiándose en las reconfortantesprofundidades de su "lugar secreto". Su cuerpo quedó fláccido y derepente el desafío y la cólera desaparecieron. Estaba perdida para él.Era como si estuviera cargando con un cadáver ahogado.

Cautelosamente, sin hacer ningún movimiento brusco que pudierainterpretarse como el preludio a un ataque, bajó el cuerpo al suelo. Lamuchacha yacía ahora en la misma entrada de la cueva. Si Arkadyhubiera estirado el brazo, habría podido alcanzar el arco de luz de lunaque la atravesaba.

Se irguió en toda su estatura al tiempo que se volvía hacia ellos.Los perros chamuscados, los había llamado ella. Pero él los conocíapor otro nombre, un nombre más antiguo. El nombre que los AullantesBlancos, la antigua tribu de licántropos que había sucumbido hacíatiempo a la corrupción, habían adoptado para sí mismos: losDanzantes de la Espiral Negra. Echó la cabeza atrás y lanzó un aullidode desafío a la cara de sus cada vez más numerosos adversarios.

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Parecían chamuscados, eso era cierto. Eran negros como la breay sus facciones estaban retorcidas y desfiguradas como si hubieransido esculpidas con la caricia del fuego. Les habían quemado elpelaje, dejando tras de sí unas cerdas erizadas, tan afiladas comoalambre de espino. Pero Arkady sabía que la llama corruptora que loshabía marcado --que había retorcido sus mismos cuerpos para servir asus propósitos-- no había caído sobre ellos desde fuera. Los habíaatacado desde dentro.

 Aquellos monstruos eran los Garou que habían conocido la cariciade la Espiral Negra. Habían buscado su contacto, lo habían anhelado.Su beso significaba poder para aquellos que poseían la fuerza y elcoraje necesarios para recorrer la espiral, seguir su tortuosa lógica através de los nueve giros hasta llegar al centro. Pero éstos eran deuna raza diferente. Los aspirantes que habían tratado de alcanzar el

poder y habían fracasado. Aquellos que habían retrocedidoarrastrándose del centro de la espiral.«Mis predecesores --pensó y lanzó un bufido despectivo--. Si 

tengo la suerte de atravesar la espiral. Y, por supuesto, regresar después».

Mientras adoptaba una postura defensiva entre ellos y la chica,los perros chamuscados se aproximaron reptando, emergiendo comouna inundación de las oscuras cavidades y pasadizos que seextendían más allá. Había docenas de ellos, puede que hasta mediocentenar. Algunos venían erguidos y arrastrando los pies, otrosbrincando a cuatro patas. Otros se dejaron caer desde el techoirregular con aullidos propios de murciélagos. Y luego venían losdesgraciados, desechos cuyos cuerpos, mentes o espíritus estabandemasiado quebrantados y no podían más que arrastrarse dejandotras de sí los rastros entremezclados de sus propias secreciones.

Clavó la mirada en el primero de la oleada. Arkady buscó unareacción en su interior mientras cambiaba de forma. Buscó el reflejode su grandeza en aquella oscura superficie cristalina. Pero inclusoaquel pequeño placer le fue negado.

Los ojos del primero de los perros eran blancos como la leche yno podían ver. Había algo perturbador en ellos. Inquietaron a Arkady yse encontró mirándolos fijamente mientras los demás se aproximaban.Era demasiado cambiante, el blanco de aquellos ojos. «Demasiadolíquido», pensó. Se agitaban en el interior de las cuencas como si lallama que hubiera engullido al despojo aquel los hubiera fundidoparcialmente.

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 Arkady se sacudió para librarse del influjo que aquellos ojostenían sobre él. De repente su pelaje despidió en la oscuridad undestello blanco. Y como si aquélla fuera una señal prevista deantemano que hubieran estado esperando, la hueste entera deDanzantes de la Espiral Negra cayó sobre él.

 Arkady no tuvo tiempo de seguir examinando a sus enemigos.Hizo un movimiento ascendente con las garras desplegadas. El golpeacertó al primero de ellos en la parte baja del abdomen. La fuerza delataque era tal que el Espiral se levantó del suelo mientras su carne seseparaba a ambos lados del puño de Arkady, como agua rompiendosobre la proa de un barco.

Por un momento, creyó ver algo que se encendía en el interior deaquellos ojos ciegos y lechosos. Un destello de reconocimiento, quizá.Una comprensión de la oscuridad aún mayor que se cernía sobre él.

Duró sólo una fracción de segundo y entonces Arkady sintió el impactode sus garras contra los primeros huesos de la caja torácica y pivotósobre sí mismo al tiempo que sacaba las garras para evitar que sequedaran enganchadas.

El cuerpo del perro chamuscado continuó su movimiento, como sino fuera consciente de que ya no había ninguna voluntad dirigiéndolo,hacia adelante (su propio vector) y hacia arriba (el que Arkady le habíaimpuesto).

Por un momento Arkady tuvo la impresión de que iba a levantar elvuelo, de que le saldrían unas alas coriáceas de murciélago y haría undesesperado intento final de llegar a la salida. De escapar del pozo deMalfeas del que había salido.

Entonces, casi de manera cohibida, como un personaje de dibujosanimados que de repente comprende que ha saltado del borde delprecipicio, el cuerpo alcanzó el cénit de su trayectoria, quedó unsegundo allí suspendido y cayó al suelo, sin vida. Aterrizó a menos deun metro de Sara. Ella ni siquiera se agitó.

 Arkady no esperó a ver dónde caía. Ya estaba apartándose,puños, pies, las garras mortales realizando los pasos gráciles de una

elaborada danza de muerte. Entonces la música de la batalla, unasinfonía de furia, lo arrojó en mitad de sus enemigos.Cabalgó sobre su excitación, la oleada pura de furia asesina,

mientras se arrojaba hacia delante. Dos de ellos estaban en el sueloantes de que hubieran tenido tiempo de cerrar su línea a su alrededor para cortarle toda posible retirada. Tres. Su primera línea cedió terrenofrente a su acometida, que tenía la fuerza de un tren de mercancías,

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pero las filas posteriores aguantaron. Sabía que pronto se recobraríande la sorpresa inicial y entonces sus instintos de jauría tomarían elcontrol.

 Al mismo tiempo que el pensamiento se formaba, se dio cuentade que el círculo se estrechaba a su alrededor. El más osado de susadversarios se adelantó con las garras preparadas para atacar, perose retiró en cuanto Arkady se volvió hacia él. Inmediatamente, otroasaltante estaba a su espalda, lanzando dentelladas con laspoderosas mandíbulas. Arkady le propinó un golpe de revés que hizoretroceder al Danzante hacia el círculo, pero un tercer adversarioestaba ya sobre él.

Lo acosaban desde todos lados, tratando de cansarlo. Arkadyapenas podía mantenerlos a raya, y no logró alcanzar a ninguno conlas garras o los colmillos hasta el quinto que trató de atacarlo. No se

apartó de él a tiempo y lo pagó caro. Sin embargo, el círculo sedesplazó y arrastró a Arkady cada vez más al interior del oscuropasadizo. Perdió de vista el cuerpo del adversario caído.

 Ahora estaba rodeado por una tormenta de carras y colmillos quelo azotaba como un viento gélido. Por un momento, se vio a sí mismoen lo alto de un picacho solitario, contemplando cómo se formaba unavasta tormenta que se extendía como un sudario para cubrir todo elhorizonte. Saltó, cortó, empaló y sajó pero todos sus esfuerzos eranineficaces, fútiles, ridículos. Lo mismo hubiera podido arrojarse contrael oleaje tratando de contener las mareas.

Y aquella tempestad podía permitirse el lujo de ser paciente. LosDanzantes sólo estaban poniendo a prueba sus defensas. Estabanesperando que se fatigase, a que tropezase o a que sencillamentereaccionase con demasiada energía a uno de sus ataques de tanteo,rápidos como el relámpago. Entonces la fuerza entera del remolinocaería sobre él, una docena de salvajes y oscuros truenos quedescendería en masa sobre su cabeza, lo arrastrarían al suelo, loatraparían e inmovilizarían bajo el peso de su sus pelajes negros yerizados como alambre de espino.

 Arkady ya sabía que si caía había pocas posibilidades de quepudiera volver a levantarse. Lo aplastarían lentamente y acontinuación le abrirían el pecho en canal para que su último alientoescapase en una bocanada final imposible de contener.

 Arkady vio todo esto y saltó directamente al corazón de la oscuray creciente tormenta de los Danzantes de la Espiral Negra.

Su sentido del tiempo desapareció con el florecimiento de la furia

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incontenible de la batalla. Enseguida perdió la cuenta del número decuerpos que trataban de alcanzarlo, el número de golpes fallidos,esquivados o parados. Cuando uno de sus atacantes perdía siquierauna fracción de segundo en su ataque o en recuperar el equilibrio, lasgarras de Arkady lo dejaban marcado.

Estaba chapoteando sobre las entrañas del quinto o sexto deestos desgraciados cuando oyó, más que sintió, el crujido del hueso.Unas mandíbulas crueles se cerraron sobre su hombro izquierdo. Undestello cegador de dolor las siguió tras sólo una fracción de segundo.

Se tambaleó y un aullido de angustia escapó de su garganta. Enun único movimiento, desenvainó el klaive con un destello de acero ylanzó a su adversario un tajo ascendente que lo acertó justo detrás dela oreja. La hoja le abrió el cráneo y se quedó alojada allí.

Si el golpe no hubiera sido letal de manera tan instantánea, el

dolor y la sorpresa habrían hecho que su enemigo hubiera abierto lasmandíbulas. Sin embargo, la rapidez del golpe mortal impidió inclusoesta respuesta refleja. Si acaso, las mandíbulas del Danzante de laEspiral Negra muerto se clavaron en su carne todavía con más fuerza.

 Arkady trató de soltarse. De un gran tirón logró sacar el klaive delcuerpo del Danzante, que cayó al suelo de piedra. Pero ya erademasiado tarde.

El tiempo que sus brazos estuvieron inmovilizados fue apenas unpar de segundos. Pero eso era ya más de lo que podía permitirse. Undolor al rojo blanco se encendió en su espalda al sentir que unasgarras que se le clavaban. No le desgarraron la piel sino que sehundieron profundamente en ella. Un momento después, el peso dellicántropo que lo había atacado cayó sobre él, chocó con él con lafuerza de un tren de mercancías. La espalda de Arkady se dobló, suspiernas cedieron y cayó de bruces contra el suelo de piedra.

Tres veces trató de levantarse y tres veces lo derribaron, congolpes crueles en las piernas y una masa de cuerpos cada vez másgrande aferrada a la espalda. Una de sus garras tratódesesperadamente de alcanzar la superficie y entonces se desplomó

por tercera y última vez.

 ____ CUARTO CÍRCULO ___LA DANZA DE LA ASTUCIA

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El Rottebritte rodeó la melé confusa en que se había convertido labatalla, urgiendo a los guerreros de su colmena a acometer actos devalor aún mayores. En gran medida lo logró gracias a que blandía unenorme garrote que no se había manchado de sangre todavía y quepermanecía ocioso en la retaguardia: un privilegio celosamenteguardado por aquellos que lo obtenían. Agarrando a los reclutas delpelaje entre los hombros y la parte final de la espalda, el Rottebrittefortalecía su resolución con una letanía de insultos que hubiera hechoenrojecer a un esclavo de los pozos de cría y a continuación loarrojaba contra la resplandeciente máquina de matar plateada querugía y luchaba en pleno corazón de la batalla.

El Rottebritte lanzó una mirada casi renuente al intruso. El gaianose revolvía y rugía como un viejo tractor y aplastaba a cualquiera lo

bastante estúpido o lo bastante desgraciado para ponerse al alcancede su letal espada. Despedía un fulgor blanquecino y cantaba comouna tetera a punto de hervir. Sólo el constante suministro de lubricanteviscoso --su sangre y sudor y los de sus víctimas-- impedía que lahumeante y traqueteante máquina se sobrecalentara y saltara en milpedazos.

El Danzante lanzó un bufido de desprecio y se volvió. Sabíaperfectamente que en la batalla del umbral la suerte ya estaba echada.El gaiano era un formidable oponente. Media docena de los hombresdel Rottebritte estaban ya en el suelo, muertos o deseando estarlo.Pero había otras tres docenas pidiendo a gritos (impelidos por elestímulo apropiado, claro) ocupar su lugar.

Oía los gritos de los moribundos, los reconocía por sus voces, susaullidos característicos. Los había entrenado a todos --los habíapreparado, había vivido con ellos, los había criado-- desde quesalieran arrastrándose de los pozos de cría...

No, eso no era del todo cierto, pensó. No desde la primera vez que salieran arrastrándose sino desde la tercera. Si un cachorro noera capaz de abrirse paso luchando tres veces desde los pozos, es

que no era un guerrero.Era una lástima el escaso número de cachorros que sobrevivíanen los últimos tiempos a los primeros minutos de vacilación entre lasviles secreciones de los pozos de cría. Muchos de ellos eran hechospedazos por sus compañeros de camada, que se encaramaban losunos sobre los otros en un intento desesperado por escapar. Otroscaían víctimas de las siniestras caricias y los placeres culpables de los

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esclavos de los pozos y no tardaban en verse atrapadosinexorablemente en la estricta jerarquía de gueto de los pozos, de laque ya no podían escapar en todas sus vidas. Y luego estaban losdébiles y enanos, que se ahogaban sin más, por supuesto, o eranvíctimas de las cosas rastreras que se deslizaban entre el limo quecubría las paredes y los suelos de los pozos. Incluso un guerreroadulto se hubiera hundido hasta la cintura en aquel légamo: losdesechos acumulados de generaciones de abortos, fetos muertos ycadáveres.

Los aullidos de los moribundos interrumpieron las amargasreflexiones del Rottebritte y profirió un ladrido de aliento. Su aullido lesprestó la fuerza de la colmena: su antigüedad, sus tradiciones, sudestino, su capacidad de supervivencia. Su música transmitía lapromesa de vivir para luchar hasta la muerte otro día y ellos la

engulleron con avidez, como la última cena de un condenado.Y la promesa no era sólo un tópico. El Rottebritte sabía quealgunos de los heridos, incluso los que lo estaban de muerte, podríanseguir sirviendo a la colmena durante algún tiempo. Como mínimo, lascarcasas rotas de sus cuerpos aún vivos se convertirían en el suelofértil de los pozos de cría: enterrados vivos para fermentar en suspropios jugos para la noche de apareamiento o para calentar a lascriaturas rosadas y temblorosas que habían sido arrancadas concuchillos de hueso de los vientres de las esclavas del pozo. Puede quealguno de los que estaban agonizando allí sirviera un día no muylejano como carnosa cuna para el propio hijo del Rottebritte. Elpensamiento lo llenó de calidez, una sensación de orgullo henchido.

Esbozó una amplia sonrisa, incapaz de contenerse y le dio al máscercano de los guerreros una palmada vigorosa en la espalda,expresión de un sentimiento de camaradería. El golpe hizo perder elequilibrio al desgraciado y lo arrojó al corazón de la refriega. ElRottebritte oyó su aullido de dolor y algo que parecía una orejacercenada pasó volando junto a él.

Pero no estaba dispuesto a permitir que una menudencia como

aquella le agriara el buen humor. ¡Aquella noche conseguiría una granvictoria y muy pronto tendría un hijo! La idea lo enorgulleció. Llevabademasiado tiempo sin visitar los pozos para algo que no fuera sucometido habitual: obtener refuerzos. Pero aquella noche la Damaestaría complacida con él y no le negaría un pequeño capricho. Se lohabía ganado. Sí, definitivamente haría una visita a los pozos de críauna vez que el asunto que tenía entre manos hubiera terminado.

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Dejando la jauría de combatientes tras de sí, se acercó a lapequeña figura que se acurrucaba en la entrada de la caverna. Le diouna patada a su cuerpo inmóvil.

--¡Levanta! --ordenó con un ladrido.--No me hagas daño. He... --empezó a decir Sara.--¡He dicho que te levantes! --La cogió por el enmarañado cabello

y la obligó a ponerse en pie. La niña gritó de dolor y por un momentosu voz llenó la caverna, abriéndose camino con claridad por encimaincluso del entrechocar de las espadas, los aullidos de desafío y losalaridos de los moribundos. Inundó la cámara y se perdió repetido por el eco entre los oscuros corredores.

--Ya basta de lloriqueos, enana apestosa --gruñó el Rottebritte,mientras la obligaba a dar la vuelta y la llevaba hacia el interior deltúnel. Fue un golpe que hubiera servido para arrojar a un guerrero

adulto al corazón de una batalla atravesando una masa de cuerpos. Altiempo que el aire abandonaba la niña con un ruido apagado y ellasalía despedida, el Rottebritte comprendió lo que había hecho y tratóde sujetarla, pero ya estaba más allá de su alcance. Dio una vuelta enel aire y su cabeza chocó contra el suelo del túnel con el sonido casimusical del hueso hueco contra la roca. Dio otra vuelta casi enterarodando por el suelo antes de ir a detenerse junto al círculo deguerreros de la colmena.

El más próximo la vio volar, hizo una mueca al ver el impacto y acontinuación le dio unos golpecitos con el pie con aire incierto. Al ver que profería un sollozo áspero, se encogió de hombros. Levantó lamirada hacia el Rottebritte para decir algo pero al ver la expresión delrostro de su superior, se lo pensó mejor y se sumó a la multitud parano llamar la atención de su comandante.

El Rottebritte cruzó el espacio que lo separaba de la niña en trespasos rápidos. Se inclinó, la cogió por la cintura sin preocuparse deldaño que pudiera hacerle y la obligó de nuevo a ponerse en pie.

--No vas a escapar tan fácilmente a tus responsabilidades por esto, Salla. La Dama tendrá una charla contigo.

Gruñó su amenaza con los dientes apretados, directamente frentea la cara de la niña. Un reguero de saliva acre cayó sobre su mejilla yse quedó allí pegado.

En la boca del monstruo, su nombre sonaba como una maldición.Pareció atravesar la niebla de dolor y algodón y terror de su cabeza.Una parte lejana de ella, una chispa de desafío instintivo, respondiócon un gruñido:

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--¡Mentiroso! --gritó. De nuevo tenía la voz firme, la misma vozque se había abierto paso con claridad por entre el fragor de labatalla--. Tengo que esperar aquí. La Dama me lo dijo en persona.Tengo que esperar al...

--Cachorro estúpido --le espetó y, acto seguido, le propinó unfuerte golpe en la cabeza, en el mismo sitio que había chocado con elsuelo y en el que se veía sangre (así como el blanco del hueso).Quedó inconsciente, colgada de la muñeca por la que él seguíasujetándola.

Con la otra mano, el Rottebritte llamó la atención del guerrero máspróximo.

--¿Qué coño...? Oh --El guerrero se volvió y se frotó la doloridanuca pero se tragó su indignación al encontrarse cara a cara con elRottebritte.

--Tú. Y tú. --Llamó la atención de otro voluntario de manerasimilar --. Los dos. Escuchadme y no me jodáis. Llevadle este cachorrodirectamente a la Dama. No os detengáis por nada o por nadie.¿Comprendido?

Esperó a que asintieran y continuó antes de que tuvieran tiempode interrumpirlo con sus estúpidas preguntas. Su placenteraanticipación de las actividades de la noche empezaba a agriarse. LaDama no había dicho que la niña tuviera que llegar en buen estado,pero el Rottebritte conocía demasiado bien su carácter quisquilloso. Elrestallar de su cólera era más temible que el de su látigo y no habíamanera de saber qué podía provocarla.

Otra buena razón para no ir en persona. Lanzó una mirada voraza los dos reclutas.

--Si alguien trata de joderos de camino allí, le decís que lleváis unmensaje mío para la Dama. No os detengáis para discutirlo y noaceptéis desafíos de nadie por el derecho a jugar, alimentarse oaparearse con la niña-cachorro. Me da igual lo que os llamen. ¿Estáclaro?

No parecían demasiado convencidos. Puede que estuvieran

pensando ya en el tratamiento de que serían objeto si alguien losdesafiaba mientras se dirigían a las primeras cavernas de la colmena.Negarse a luchar y admitir que eran unos simples mensajeros seríauna vergüenza.

--Sí, pero, ¿qué hacemos si...?El Rottebritte sólo había esperado para ver quién era el primero

en poner objeciones.

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--Si alguien os molesta demasiado, cerebro de pus, le enseñasesto.

Puso fin a nuevas objeciones apretando las garras contra elpecho del recluta y haciéndolas descender en un ángulo acusado.Tres de las garras se hundieron en la carne y dejaron sobre ella un tríode profundas marcas paralelas.

"Cerebro de pus" aulló y retrocedió tambaleándose, al tiempo queadoptaba por instinto una postura de combate. Respirabapesadamente y se había tapado la herida con una mano, mientras seapoyaba con la otra en el suelo tratando de recobrar el equilibrio. ElRottebritte vio que los músculos de su espalda se tensaban para dar un salto.

--No seas idiota --gruñó el Rottebritte--. Y vuelve aquí para quepueda terminar de ponerte mi marca. Eso son tus credenciales. Sabes

lo que son las credenciales, ¿no? --añadió como si se le acabara deocurrir.Tras recoger los jirones de su herida dignidad, el recluta se

levantó.--Me llamo... --empezó a decir en tono amenazante.--Me importa una mierda como te llames. Largo de aquí.El Rottebritte arrojó la niña a los brazos de su otro voluntario, el

más cauto, y a continuación volvió a clavar las garras en el pecho decerebro de pus y le dejó dos nuevas marcas, que corrían rectas dearriba abajo, desde el esternón hasta la ingle. Con una luz aceptable,el apresurado esfuerzo hubiera podido pasar por una letra T, con unabarra central triple e inclinada peligrosamente a un lado.

Cerebro de pus apretó la mandíbula pero no gritó esta vez,aunque la herida era mucho más grave.

--Y ahora, como estaba diciendo --continuó el Rottebritte--.Llevádsela directamente a la Dama. Si alguien trata de deteneros, ledecís que estáis en misión urgente para la Dama y tenéis credencialespara demostrarlo. Encontraréis a la Dama...

--Sí, ya sabemos dónde podemos encontrarla --dijo el Danzante

que tenía a la niña en brazos con una sonrisa falsa.«Una lástima, --pensó el Rottebritte--. Y yo que lo había tomado por el cauto».

--Después de haber entregado a la niña --continuó, con la vozlevemente alzada para expresar su desaprobación--, esperaréis alplacer de la Dama.

 Al oír esto, los dos palidecieron a ojos vista y el Rottebritte se

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permitió una sonrisa satisfecha.--¡Pero, señor...! --protestaron, casi al unísono.--Y cuando haya... acabado con vosotros --hizo una pausa

premeditada para permitir que el impacto de la frase calara hondo-- osarrastraréis, o arrastraréis lo que quede de vosotros, de regreso alpozo para informarme personalmente. Si me entero de que se haproducido cualquier demora de camino, a la ida o a la vuelta, haré queos arrancan vuestra masculinidad y os vendan a los esclavos más feosde los pozos. ¿Entendido?

--Sí, Rottebritte --ladraron los dos.--Entonces quitaos de mi vista de una maldita vez.Se apresuraron a obedecer y el Rottebritte se volvió de nuevo

hacia la batalla, que continuaba al otro lado del umbral. «Ya no quedamás que hacer la limpieza --pensó--. Sin embargo, no se pierde nada

 por ser cauto».Les dio otros cinco minutos y a continuación se lanzó a la refriega,apartando a sus guerreros por la fuerza, uno tras otro.

 Apartándolos de la desastrada masa de sangre y huesos rotos ypelaje dolorosamente negro que yacía en el suelo.

 ___ QUINTO CÍRCULO ___LA DANZA DEL COMBATE

 Arkady volvió en sí e inmediatamente se arrepintió de ello.Descubrió que, al perder el conocimiento, su cuerpo había asumidoinstintivamente la forma humana a la que estaba acostumbrado, unareacción que siempre le recordaba incómodamente a la vulnerabilidadde la infancia. Al remolino de confusión, furia y terror que dominaba eltiempo precedente a su Primer Cambio. Era como quebrarse y adoptar una posición fetal bajo un estrés insoportable.

Por desgracia, al tiempo que su cuerpo adoptaba de nuevo suforma verdadera, otras cosas habían revelado también su auténticanaturaleza, como por ejemplo el alcance de sus lesiones. Heridas quehabían sido poco más que una distracción hormigueante en su enormeforma Crinos se revelaban ahora como graves cortes. Y cada uno deellos, se percató ahora, era lo bastante grave como para suponer por sí solo una amenaza para su vida.

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Bajo el latido y el chisporroteo del dolor de su frente, podía oír elgemido sordo del hueso destrozado que se frotaba contra el hueso,tratando de soldarse. Era el ondulante crujido y gemido de las placasde hielo ártico al expandirse y contraerse. Llenaba sus percepciones,cegador y brillante en su dolor, de uno a otro horizonte.

Para acelerar su recuperación ya antinaturalmente rápida, Arkadytrató de adoptar la forma Glabro, más poderosa. Su voluminosa formaneandertalense superaba en estatura a su forma humana en más deun cincuenta por ciento. Podía soportar una cantidad asombrosa decastigo. Con ella tenía la espalda encorvada, los brazos casi learrastraban por el suelo y caminaba con torpeza pero Arkady sabíaque no podría hacer más movimientos bruscos --gráciles o no-- hastadentro de mucho tiempo. Por el momento lo que necesitaba era sufuerza y resistencia y, si tenía suerte, un poco de tiempo.

Sus esfuerzos se vieron recompensados por una repentina ycegadora agonía provocada por algo que se le clavaba en la carne delas muñecas. Estaban atadas, comprendió, antes de que las cuerdas,tensas y crujientes, se partieran con el sonido de un pistoletazo.

Hubo un vendaval de movimiento a su alrededor y entonces cayóal suelo y tuvo cosas más acuciantes de que preocuparse. Como eldolor y la negrura ascendente del olvido. Logró contenerla, o pensóque lo había hecho hasta que de repente se vio interrumpido por undolor agudo y repentino en las costillas. Una patada.

Una voz desconocida se abrió camino por la niebla de dolor yalgodón de su cabeza.

--¡Ya es suficiente! A continuación escuchó el sonido de unos pasos arrastrados por 

el suelo y luego otra voz, ofendida y quejosa.--Pero si el bastardo va a despertar en cualquier momento.

¡Míralo!--¿Así que vas a darle de patadas hasta que vuelva a perder el

sentido?--¡Sí! --La respuesta fue beligerante pero no tardó en dar paso a

simple frustración.--Bien. En ese caso puedes arrastrarlo tal como está. Mierda,debe de pesar más de ciento cincuenta kilos, pero se trata de tuespalda.

Un gruñido.--¿Estás despierto?Otro tanteo con el pie, más suave esta vez, pero ya tenía las

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costillas rotas. Antes de la primera patada.--He dicho que si estás despierto.

 Arkady trató de asentir (con lo que estuvo a punto de perder denuevo el conocimiento) y luego de hablar pero sin mucho más éxito.Consiguió algo que era una mezcla entre un gemido y un sollozoquejumbroso.

Esto provocó las carcajadas despectivas de sus carceleros. A juzgar por el ruido que hacían, pensó, debían de ser no menos demedia docena. No veía una maldita cosa. No podía enfocar la miradaen nada que se encontrara más allá de la maraña pegajosa de pelo ysangre que le tapaba la cara. Tenía la frente rota encima del ojoizquierdo y la hinchazón le impedía abrirlo.

 Alguien profirió una imprecación y Arkady se preparó para recibir una nueva patada pero ésta nunca se produjo. En su lugar, una voz

burlona y aguda, dijo sobre él:--Despierta, amor. Es hora de ir al colegio.Más risas ásperas y a continuación, algo cálido y líquido que cayó

con un chapoteo sobre su cara. Se apartó instintivamente pero elchorro lo siguió y no remitió. El líquido empapó la herida abierta quehabía sido su frente y le quemó como si fuera fuego.

--Deja de hacer el imbécil. Cógelo sin más, ¿quieres? Toma,agarra de este brazo.

Lo sujetaron por las muñecas y lo arrastraron sobre el suelo depiedra.

--No veo por qué no podemos quedárnoslo aquí. Divertirnos unrato con él.

--Imbécil. Ya has oído lo que dijo el Rottebritte. Éste estáreservado para el pozo. El Rottebritte ha reclamado su arma y laDama ha reclamado... vaya, el resto de su pobre carcasa. Aunque nopuedo imaginarme para qué podría quererlo. No parece gran cosa aprimera vista.

--Oh, yo sí que me lo imagino. Sí que me lo imagino --dijo unanueva voz. Sus palabras fueron recibidas con una risotada áspera que

parecía un ladrido--. De modo que, a menos que quieras bajar túmismo y ocupar su lugar, sugiero que tires. Cuanto antes nos libremosde él, mejor.

Esto no pareció satisfacer al animal que le había dado un repasoa las costillas de Arkady.

--Es igual, voy a arrancarle un pequeño souvenir para quedarme.Yo lo derribé. ¡Tú lo has visto! Joder, si echas un vistazo a la masa de

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carne en la que antes estaba su espalda, podrás ver mis huellas por todos los huesos de su columna vertebral. A ver si te atreves --lodesafió.

--Oh, vale, fuiste tú el que lo derribó, que sí.El otro continuó con voz exultante.--Y me merezco algo por ello. El Rottebritte se ha quedado con su

espada. La Dama quiere sus penosos restos. Yo sólo quiero algunacosilla como recuerdo.

--Oh, cierra la boca y déjalo. Será tu sentencia de muerte. Cuandola dama se pregunte adónde han ido esos pedazos especiales...

--No es ésa la parte que me interesa. Sólo quiero uno de esoscolmillos de plata que tiene. Todo el mundo dice que los ColmillosPlateados son mejores que los demás. Supongo que se refieren a losdientes.

El rostro de Arkady explotó en un dolor blanquecino cuando el piecayó con fuerza sobre él.Volvió a perder el conocimiento y cuando lo recuperó, estaba

sangrando copiosamente por la boca. A juzgar por el dolor y lasensación, la extracción debía de haber requerido más de un intento.Seguían arrastrándolo por los brazos, pero no podía saber cuántotiempo llevaba inconsciente.

--La bella durmiente ha despertado de nuevo --dijo una vozburlona que ya le resultaba conocida.

--Habría sido mejor para él seguir inconsciente. ¿Quieres darleotra patada?

--No. La última vez me corté el puto talón con esos dientes. ¿Ysabes una cosa? ¡Ni siquiera son de plata! Menudo timo. Ahora que lopienso, se parece más a un Garra Roja.

--Bueno, si le limpias la sangre...--No se puede confiar en estos malditos gaianos para nada. Ni

siquiera son capaces de ponerse un nombre sin mentir o exagerar oambas cosas a la vez. Mira, una vez pude ver una Nutria Negra, abajo,me refiero, y ni siquiera era...

--Es Furia Negra, idiota. No Nutria.--¡Bueno, lo que quieras, da igual! ¡Lo que estaba tratando dedecirte es que no era negra!

La conversación continuó por los mismos derroteros, una serie dechistes malos a expensas de los primos gaianos de los Danzantes dela Espiral Negra. Arkady no le prestaba demasiada atención, puestoque estaba demasiado ocupado enfocando los esfuerzos de su cuerpo

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por soldar sus huesos y remendar su carne destrozada. Pareciótranscurrir una eternidad antes de que el lento y doloroso proceso desu traslado se detuviera.

 Arkady abrió ligeramente los ojos y miró a través de lasanguinolenta mata de pelo que le tapaba la cara. El suelo seinclinaba abruptamente hacia abajo en dirección al centro de lacámara. En el suelo de roca había una grieta irregular, como unaespecie de agujero de ventilación. Oleadas de aire caliente quetrasmitía un leve tufo a humo y queroseno y productos químicosbrotaban de allí, provocando que todo cuanto veían sus ojos estuvieracubierto de ondas.

Estaba tirado, boca abajo, sobre la capa de mugre que cubría elsuelo. Trató de levantar la cabeza de la suciedad y fracasó. La agoníaque acompañó sus esfuerzos estuvo a punto de provocar que perdiera

el conocimiento.--Eh, mira, parece que va a ir solo los últimos pasos y nosahorrará tener que arrastrarlo hasta el final.

--Seguro que le ha costado lo suyo decidirse. No sé qué tienenestos gaianos contra un poco de trabajo duro...

--Bueno, por mi parte ya estoy cansado de arrastrar su penosacarcasa de acá para allá. Arrójalo rodando al pozo y terminemos deuna vez.

Hubo un gruñido y a continuación un pie se introdujo por debajodel hombro de Arkady. Lo hizo rodar hasta colocarlo de cara al techo.

 Ahogó un aullido de agonía. Una parte de su mente era consciente deque su cuerpo no estaba recto. Evidentemente se había roto algo másque unas pocas costillas.

Le dieron una nueva vuelta. Y otra.--¡Basta! --gritó con la boca llena de sangre y dientes rotos.--Bueno, que me aspen... --El perro chamuscado que le había

propinado las patadas retrocedió un paso. Uno de sus compañeros demanada se adelantó con las garras extendidas, dispuesto a golpearlohasta que perdiera de nuevo el sentido, pero aquel se lo impidió--. No,

no lo hagas. Esto tengo que verlo.Mientras lo observaban, Arkady, combatiendo la agonía querecorría de arriba abajo su columna vertebral, volvió a levantar lacabeza de la porquería. Lenta, dolorosamente, logró apoyarse sobrelos codos.

--¡Qué hijo de puta! Si va a conseguirlo... Alguien se echó a reír.

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--¿Quién dice que no se le pueden enseñar nuevos trucos a unperro apaleado? Eh, Colmillo Plateado, cuando veas a la Dama, no teolvides de contarle quién te ha enseñado a arrastrarte. Todos losgusanos tienen que aprender a reptar sobre su ombligo.

 Arkady esperó a que sus burlonas risotadas remitieran, para queel susurro apagado de su voz pudiera oírse.

--¿Quién?--¿Quién qué? ¿Quieres decir que quién te ha pateado el culo y

enseñado a reptar? La Manada Lluvia-de-Terror. Recuérdalo. Puedeque te lo pregunten en el concurso.

--Te será fácil de recordar, dado que hicimos que lloviera terror sobre tu lamentable culo, ¿te acuerdas?

--Yo pensaba que éramos la Manada de Llama-de-Terror.--Idiota. ¿No recuerdas cuándo...?

 Arkady no tuvo ocasión de oír lo que se suponía que el perrochamuscado debía recordar. Toda conversación había cesado derepente en el preciso instante en que él se había incorporadoapoyándose sobre las manos y las rodillas. Cerró los párpados yapretó la barbilla en un intento por mantener a raya el ardiente dolor.

--Que me maten. Creo que está tratando de levantarse.--No apuestes por ello.La tentación de propinar una patada a la expuesta caja torácica

de Arkady resultó imposible de resistir. La patada lo acertó de lleno,con un crujido que pudo oírse en toda la habitación, y volvió aderribarlo. Cayó de lado, más cerca del borde del pozo, mirándolos.

 Allí la capa de podredumbre que cubría el suelo era más gruesa peroél apenas lo advirtió. No podía prestar atención a nada que no fuera ladevoradora agonía de sus costillas.

Cuando el dolor remitió al fin hasta convertirse en un palpitosordo, empezó poco a poco a captar de nuevo la conversación.

--No tienes nada que decir a eso, ¿eh? Ya lo suponía. --ElDanzante escupió y la saliva cayó al suelo a dos centímetros de lamejilla de Arkady--. Estoy cansado de darle patadas a este tío. Ya no

es divertido. Arrójalo al pozo de una vez y vámonos de aquí.--No tengo ningún sitio al que ir. --Cayó una nueva patada, en laboca del estómago, y Arkady se hizo un ovillo a su alrededor --. Podríapasarme toda la noche dando patadas a este bastardo... ¡Eh!

Una fila de dientes rotos se cerró sobre el tobillo del agresor, queprofirió un grito de dolor. Mientras Arkady se doblaba bajo la fuerza delgolpe, había cambiado a su forma de lobo. Sus mandíbulas se

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cerraron, rápidas como el pensamiento, sobre la pierna que lo habíagolpeado y apretaron con todas sus fuerzas.

Con un aullido de agonía, el Danzante de la Espiral Negra adoptósu forma de guerra. El tobillo atrapado se dobló hacia atrás pero

 Arkady no lo soltó. Empezó a resbalar sangre caliente y saliva sobre elpie del Danzante mientras trataba de sacudirse al lobo de encima.

 Aun en su forma lupina, Arkady no creía que fuera capaz deincorporarse. Se vio zarandeado violentamente de un lado a otro. Eracomo tratar de mantenerse aferrado al brazo de un oso herido.

--¡Quitádmelo! --chilló el Danzante pero sus camaradas demanada se lo estaban pasando tan bien que no se apresuraron aacudir en su ayuda. Por su parte, él propinaba un golpe tras otro a

 Arkady en la cabeza y los hombros, tratando de quitárselo de encima.Pero el Colmillo Blanco se mantuvo firme y adoptó la colosal y primaria

forma de lobo gigante conocida como Hispo.Con cada trasformación se sentía más fuerte, más seguro de símismo, mientras sus huesos y tendones se soldaban y las terriblesheridas que había recibido se iban cerrando. Las poderosasmandíbulas de su forma Hispo podrían, cuando hubiera reunido unaspocas fuerzas, destrozar los huesos de su enemigo como si fueranramitas.

 A esas alturas, incluso los que no estaban metidos en la pelea sedaban cuenta de que las cosas se les estaban escapando de lasmanos. Arkady vio por el rabillo del ojo que se le acercaban desdetodas direcciones. En un gambito desesperado, soltó el tobillo delDanzante, se revolvió y lanzó todo su ahora considerable peso contrala parte trasera de las rodillas de su adversario.

Trataba de ganar un poco de tiempo y de espacio para poder enfrentarse mejor a los nuevos asaltantes. Pero el ataque resultó másefectivo de lo que había esperado. Herido ya y ademásdesequilibrado, el Danzante no recibió bien el golpe contra susrodillas. Se inclinó y cayó al suelo.

Por un momento sacudió los brazos desesperadamente, tratando

de sujetarse en alguna parte del borde del pozo, pero no encontróasidero alguno entre la malsana porquería. Arkady vio el destello deterror en sus ojos mientras caía y desaparecía de su vista. El aullidodel Danzante caído siguió resonando varios minutos en sus oídos aundespués de haberse vuelto para enfrentarse al resto de la manada.

Daban vueltas a su alrededor con mucha cautela, sabedores deque un animal herido puede ser el más peligroso de los adversarios. El

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pelaje de Arkady se erizó y lanzó un gruñido de advertencia.--¿Os lo podéis creer? ¡Todavía tiene ganas de luchar!--Cierra el pico. Sigue acercándote. Despacio y con cuidado.Metódicamente empezaron a empujar a Arkady hacia la grieta. Lo

hacían bien, avanzando con mucha lentitud y seguridad. De vez encuando, alguno de ellos se acercaba demasiado y lo pagaba caro.Pero, incluso a cuatro patas, Arkady estaba teniendo dificultades paramantenerse en pie. Sólo era el palpitar de la batalla --el arrebato defuria y adrenalina-- lo que lo mantenía erguido. De haber estado másseguro del traicionero suelo que pisaba, habría adoptado su colosalforma Crinos de guerrero. Pero no podía arriesgarse a dar un malpaso, y cuatro patas --incluso cuatro patas temblorosas-- eran mejoresque dos.

Entonces, inesperadamente, cayeron todos sobre él. La silenciosa

señal que había puesto el ataque en marcha se le había pasado por alto pero ya daba igual. A esas alturas, lo único que importaba eratratar de dar lo máximo de sí mismo. Halcón mediante, podría llevarsealgunos de ellos consigo, o al menos dejarles algo para que lorecordaran.

 A modo de desafío, saltó directamente contra los dientes delDanzante más cercano. El inesperado contraataque sobresaltó alasaltante y trató de desviarlo en lugar de apartarse de su camino. Éstahubiera sido la reacción más sensata frente a unos cientos de kilos demúsculo tenso y refulgentes garras lanzadas a toda velocidad en latrayectoria de su carga.

Los dos adversarios chocaron con una fuerza estremecedora y elDanzante cayó de espaldas. Chocó contra el suelo y se le escapó todoel aire de los pulmones, antes incluso de que las garras de Arkady leabrieran al desgraciado un par de profundas heridas en el bajo vientre.

 Al instante, el Colmillo Plateado se encaramó de un salto a él y ledesparramó los intestinos con las garras. Pero resbaló y trastabilló yestuvo a punto de caer con las patas abiertas sobre el suelo de roca.Volvió a levantarse, pero aquella insignificante demora resultó su

ruina. Una barra de hierro cayó con terrible fuerza sobre su espalda yalastimada. Lanzó un aullido mientras oía cómo crujían y se hacíanañicos unas vértebras. Se revolvió, lo que provocó una nueva yrenovada agonía, y trató de alcanzar a su atacante con las garras.

La barra se alzó y descendió y esta vez le hizo caer. La terceravez cayó sobre su cráneo y todo empezó a volverse negro. Sacudió lacabeza para aclarársela, al tiempo que abría el hocico y le lanzaba a

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su atacante un aullido desafiante. Reunió las fuerzas que le quedabanpara dar un último salto.

El Danzante de la Espiral Negra que tenía delante captó elmovimiento, por supuesto, en la hinchazón de los músculos de laespalda y los hombros. Se preparó para recibir la última ydesesperada acometida de Arkady, empuñando su barra con las dosmanos como si fuera un bate de béisbol.

 Arkady saltó. Su oponente balanceó el bate pero habíamalinterpretado el salto de Arkady. El arma pasó demasiado tarde y aun metro largo de distancia del lugar en el que la forma de Arkadyestaba cortando el aire. La fuerza de su propio ataque hizo que elDanzante girara sobre sí mismo.

Sólo entonces se hizo evidente el propósito del salto de Arkady.No estaba dirigido contra el Danzante que empuñaba la barra ni contra

ninguno de los miembros de Lluvia-de-Terror. Con un último ladrido dedesafío, Arkady se precipitó con las garras por delante sobre alprecipicio.

* * *

Largo tiempo cayó Arkady en la oscuridad. Caía a plomo, comouna estrella en descenso. Un ángel rebelde arrojado desde los cielosal oscuro vacío. Había tomado las riendas de su destino, habíapreferido un exilio voluntario a la derrota a manos de sus enemigos.Pero, ¿qué había ganado? Caía describiendo una espiral, con ladignidad intacta pero sin saber cuánto tiempo tendría para disfrutar deaquella pequeña victoria, aquella llamarada de desafío.

El viento aullaba en sus oídos mientras caía, burlándose de él por haber huido, por haber dejado a sus enemigos con el control delcampo de batalla. Por mucho que lo intentara, no lograba acallarlo agritos ni dejar de oír sus mofas.

Nueve veces trocaron sol y luna sus posiciones en su eternapersecución. Cada uno de ellos se alzó por encima de su cabeza y a

continuación, riendo, descendió pasando a su lado. No respondió a sudesafío. Se aferraba obstinadamente a su trayectoria, como si temieraque fuera a perderse si se extraviaba un solo momento de su camino.Como si tuviera algo que decir al respecto. Había tomado su decisiónen la caverna, cuando se había zambullido en este reino de viento yvértigo. Y ahora estaba comprometido. Decepcionados, los orbescelestes no tardaron en perder todo interés en él y reanudaron su

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 juego, dando giros y giros idénticos por el firmamento de las alturas ypor el vacío de las profundidades.

Sólo los vientos, siempre presentes, permanecían a su lado.--Deberías estar muerto --susurraban--. ¿Por qué no te dejas ir?

Déjanos las cosas a nosotros. No tiene sentido seguir luchando. Ahoraestás en nuestro reino, a salvo. ¿Por qué sigues luchando? ¿Qué hayaquí para que sigas luchando, nuestro bravo y joven guerrero?

No les contestó. No tenía contestación para ellos. Estaba solo conlos vientos.

Pareció haber pasado una eternidad cuando los vientos volvierona ponerlo a prueba.

--Míralo de esta manera --empezaron diciendo, porque el vientosiempre es razonable excepto cuando se le provoca--. O bien estacaída va a terminar, de manera repentina y dolorosa, o no va a

hacerlo. Y me temo que para ti es lo mismo. Más vale descansar ahora, dejarte ir. Dejar que nosotros nos encarguemos de todo deahora en adelante.

Nuevamente volvió a negarlos. Tenían razón, por supuesto. Yahabía perdido todo deseo de seguir luchando. Estaba vacío, a laderiva, a su merced. Los vientos hubieran podido levantarlo o con lamisma facilidad retirarle su favor y abandonarlo a la avaricia de Gaia,el desesperado y eterno afán del amante desesperado.

Quería ofrecerles un trato, algo a cambio de su vida, su libertad.Pero no se le ocurría una sola cosa que pudiera interesarles. Lo únicoque sabía que querían de él era su voluntad, su rendiciónincondicional y eso no podía dárselo.

 Así que siguió cayendo de cabeza, a través de capas y capas desusurros y tentaciones, temiendo el momento en que aquella caídallegara a su fin, temiendo el momento en que descubriera que no lotenía.

El viento lo puso a prueba una tercera vez.--Si te comprometes a servirnos, a mi hermano y a mí --le

ofreció--, te salvaremos. Tenemos el poder de hacerlo. ¿Lo dudas?

Bien. Ven, hay algo que queremos mostrarte. Arkady se sintió de repente elevado de un tirón, como si hubierallegado al final de una cuerda invisible. Gritó al sentir que su cuerpoera obligado de nuevo a aceptar la conocida carga de su propio peso.Casi esperaba que los vientos estuvieran jugando con él, que no fueracapaz nunca más de distinguir las cosas en medio del remolino. Peromientras dirigía una mirada entornada hacia el corazón de los vientos,

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con los ojos llenos de lágrimas y teniendo que hacer un gran esfuerzopara enfocar, avistó en la distancia algo que se debatía.

Un ave de presa de plumaje tan blanco que parecía emitir supropia luz describió un giro en el cielo. Pero algo andaba mal. Mientras

 Arkady observaba, el majestuoso pájaro viró repentinamente y trató deganar altitud. Era una batalla perdida: los vientos lo habían atrapadoya. Al principio jugaron con él, zarandeándolo de acá para allá,arrojándoselo el uno al otro. Y mientras lo hacían iban incrementandosu fuerza, hasta alcanzar la de un auténtico huracán. Vio que learrancaban una pluma de la cola y luego otra. Era un juego cruel y nohabía dudas sobre su propósito o su eventual desenlace.

--¡Basta! --rugió Arkady pero los vientos se llevaban susobjeciones, las hacían jirones y las desperdigaban en cuanto les poníavoz.

--Dinos lo que ves, cachorro de lobo.--Sólo veo la crueldad despreocupada de un tirano y un cobarde.¿Qué ofensa os ha infligido esa criatura? ¿Qué amenaza podríarepresentar para vosotros? Si habéis preparado la tortura de esepájaro con la esperanza de impresionarme, habéis fracasado de pleno.

--¿Es que no reconoces a la miserable criatura? --se burlaron losvientos--. A juzgar por tu presunción y jactancia, hubiéramos creídoque os conocíais mejor. Mira mejor su plumaje. Es característico, ¿note parece? ¿No hay nada en su porte orgulloso que te resulte familiar?¿La curva predatoria del pico o las garras, quizá?

Y entonces, como si se hubiera levantado un velo interpuestohasta entonces entre la acosada criatura y él, la vio con claridad por primera vez. Era un halcón, de eso no había duda. A pesar de lo difícilque era juzgar cosas tales como tamaño, distancia y tiempo en aquellugar --en aquel reino apartado de todo punto de referenciaconvencional-- Arkady tuvo de repente la impresión de unaabrumadora vastedad. El halcón era tan grande que hubiera tenidodificultades para posarse en una percha tan humilde como la cima deuna montaña. Un grito involuntario escapó de los labios del Colmillo

Plateado.--Bueno. Después de todo sí reconoces a tu patrón. Queríamosque comprendieras, que vieras con tus propios ojos, que ni siquieraHalcón puede ayudarte aquí, muchacho. ¿Qué es un mero Halcóncomparado con la majestad, la furia, el alcance de los vientos?Nosotros extendemos una mano y Halcón se remonta. Si le retiramosnuestro favor...

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Halcón cayó a plomo, como una roca. Arkady se precipitó en sudirección pero ya era demasiado tarde. El noble pájaro habíadesaparecido, batiendo las alas en vano donde no había nada que lassustentara y profiriendo un graznido desafiante en su caída.

--Tu devoción --le sugirió el viento-- tiene un destinatarioequivocado. Reconsidérala. Sírvenos y te elevaremos, te llevaremos alumbral del firmamento nocturno y a tu seguridad. Rehúsanos y novolveremos a tenderte la mano, aunque eso signifique que te hagaspedazos contra el suelo de la misma Malfeas. Que las consecuenciasrecaigan sobre tu cabeza.

No necesitó muchas deliberaciones para llegar a una conclusión.Claro que, a decir verdad, las deliberaciones nunca habían sido losuyo.

--Idos al infierno.

--Una interesante elección de palabras --dijo el viento mientras losoltaba. Al instante, su cuerpo reemprendió su caída en picado--. Elinfierno... está acercándose solo.

 Arkady sintió de repente el peso de la roca a su alrededor, sobreél, pasando a su lado desde todas direcciones. La sensación deencontrarse en un vasto espacio abierto desapareció. En su lugar,

 Arkady se encontró con otra de claustrofobia y un viento opresivo ycaliente que le azotaba el rostro. Olía a humo, queroseno, productosquímicos y cosas aún peores. Vio una luz allí, muy por debajo de él,un resplandor malsano que se hacía más intenso y firme a cadamomento que pasaba.

Pero había algo más. Al principio Arkady creyó que se tratabasimplemente de otro de los fuegos que ardían allá abajo. Pero no tardóen darse cuenta de que se trataba de algo diferente, una franja blanca,que no se alzaba desde abajo para salir a su encuentro sino queestaba como él cayendo en picado hacia la oscuridad. Algo dentro de

 Arkady saltó en su dirección al reconocerlo.Lanzó un aullido hacia él, tratando de salvar la brecha que los

separaba con el tenue cordón umbilical de su voz. Parecía estar 

cortando la distancia entre la forma blanca que se debatía y él, cosaque no hubiera sido posible de estar cayendo libremente los dos. Peroallí estaba, justo debajo de él, sacudiendo las alas con frenesí,tratando de ganar altitud. Un halcón blanco.

 Arkady quería llamar al halcón (¿O acaso era el propio Halcón?)para tranquilizarlo, para hacerle saber que no lo había traicionado.Pero sus palabras le fueron arrancadas y salieron despedidas hacia

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arriba.Entonces, frente a sus ojos, el halcón plegó las alas a ambos

lados del cuerpo, se hizo un ovillo y comenzó a dar vueltas sobre símismo.

--¡No! --aulló Arkady. Se arrojó con tanta desesperación contra elpájaro que él mismo empezó a girar y lo perdió de vista mientrastrataba de enderezarse-- ¡Espera! No te he abandonado. Los vientostrataron de conseguir que lo hiciera pero no lo hice. No...

La voz que escuchó entonces no llegó hasta él a lomos de losvientos. Más bien parecía venir de algún lugar de su interior.

Era profunda, atronadora y resonaba en sus mismos huesos y lollenaba con su vastedad.

--Y YO --dijo la voz-- NUNCA TE ABANDONÉ.Era una voz demasiado grande para estar contenida en tan frágil

recipiente. Lo recorrió desgarrándolo, buscando una salida. Emergiópor su garganta con un aullido desafiante que arrancó peñascos de lasparedes rocosas que se extendían a ambos lados de él. Brotó de susojos acompañada de una luz ardiente que disipó las crecientessombras. Floreció en cada una de sus heridas abiertas, que secerraron y cauterizaron a su paso.

Y lentamente, con paciencia atroz, la voz se desplegó en suespalda herida formando unas alas crepitantes de la más pura de lasllamas blancas.

 ___ SEXTO CÍRCULO ___LA DANZA DE LA CORRUPCIÓN

 Arkady despertó, entre toses y arcadas, flotando cabeza abajo enun lago ardiente. Sólo entonces descubrió el último regalo de Halcón,la imposibilidad de recordar los detalles de los últimos y terribles

minutos de su caída.El choque contra la superficie del lago y la inmersión en lasprofundidades de sus fétidas aguas le había devuelto el sentido. Habíatenido la suerte de no emerger directamente bajo uno de los charcosde aceite y lodo mezclados que flotaban en la superficie del lago,ardiendo y despidiendo negras y arrebolados nubarrones.

Desorientado, vomitando a chorros agua sucia y vapores nocivos,

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nadó hacia lo que esperaba que fuera la orilla más próxima. Pareciótardar una eternidad. Cuando salió al fin de las turbias aguas, le dolíantodos los músculos de los brazos y las piernas. Pero era el dolor de unesfuerzo honesto. Arkady no se había sentido tan bien desde queapartara la Piedra de los Tres Días y entrara en la madriguera olvidadade Gaia en la que moraban los Danzantes de la Espiral Negra.

Una película de sangre y aceite se había pegado a él como unaresplandeciente segunda piel. O quizá, en su caso, una tercera piel.Cambió a su forma de lobo y unos regueros densos y oscurosresbalaron sobre su pelaje y acabaron formando un charco inmundo asus pies.

No se había alejado ni tres pasos tambaleantes de la orilla delagua cuando se desplomó. Vomitó violentamente sobre el suelo depiedra. Casi de manera inconsciente, reparó en que alguien se había

tomado grandes molestias para limar el suelo de baldosas de granitohasta dejarlo impoluto, perfectamente suave y casi blanco. No lesharía gracia su aparición.

Su boca esbozó una amplia sonrisa mientras se la limpiaba con eldorso de una de las zarpas. Tenía la intención de ofender mucho másgravemente a los moradores de aquel lugar antes de que todoacabara.

Todavía a cuatro patas, se sacudió entero y envió una llovizna delíquido negro en todas direcciones. Para su sorpresa, algo o alguienque se encontraba dentro del alcance del malsano líquido se movióbruscamente como respuesta. Al instante adoptó una posturadefensiva.

Había una mujer frente a él. Después de haberse apartadoapresuradamente, no se encontraba ahora ni a cinco pasos dedistancia. Era alta y de porte regio y estaba coronada por una melenade espeso cabello del color de la medianoche, que le caía por toda laespalda. Sus ojos eran muy orgullosos y se clavaban en él,desafiándolo a mirar a cualquier otro lado.

 Arkady se irguió trabajosamente y regresó con cierta inquietud a

su forma humana, pero descubrió con alegría que por el momento losostenía en pie. De pie frente a ella, como un igual, permitió que susojos la recorrieran de arriba abajo y la evaluaran con lentitud. Vestíaun largo traje hecho de piel de lobo blanco, algo que hizo que se leerizara instintivamente el vello de la nuca. Podría haber sido un abrigo,al menos en alguien que llevara más ropa por debajo. Puede que unatúnica, entonces. Se le abría en la parte delantera para revelar dos

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pechos diminutos acabados en punta. Y debajo de ellos, seis pezonesde color tinto que recorrían su vientre formando dos líneas paralelas.

Ella siguió su mirada y soltó un bufido despectivo.--Soy Illya, doncella de la Dama Zhyzhak. Y tú eres Arkady, de la

Casa de la Luna Creciente.La inflexión de su voz revelaba que no se trataba de una

pregunta. Lo que no estaba tan claro era lo que quería de él.--Doncella --repitió sacudiendo la cabeza sin apartar los ojos un

solo instante de las suaves curvas de su pecho y su bajo vientre. Apesar de la luz imprecisa de las llamas de aceite y la densa humaredaque despedían, podía distinguir el cálido rubor de su piel y el fino vello,parecido a la pelusa de un melocotón, que la cubría. Que la cubría por entero sin esconder nada. Una falsa modestia.

--Mi señora me pide que te dé la bienvenida al Templo Obscura

--dijo. Arkady reparó en ese momento en la delicada tracería de finascicatrices blancas que cubría su cuerpo de un lado a otro.

 Aparentemente, la tal Zhyzhak no sólo apreciaba la belleza, sinoque también le gustaba domarla. Con visible esfuerzo, Arkady volvióen sí.

--¿Es ella la que te ha hecho eso? --preguntó con voz imperiosa.La mujer pareció confundida un instante antes de comprender a

qué se refería. Cohibida, empezó a taparse con las pieles. Entoncesse detuvo, separó las manos de la ropa y empezó a pasárselas, lentay parsimoniosamente, por las dos líneas de pezones. Le lanzó unamirada condescendiente.

--Con sus propias manos --dijo con aire desafiante.--Entonces --replicó él-- ya no eres su doncella, Illya. Yo te libero.

Ya no estás atado a esa criatura. Puedes irte. Y no tienes que temer que vaya a buscarte; me encargaré personalmente de ello.

 Al oír aquella declaración, Illya echo la cabeza atrás y se rió acarcajada limpia: una serie de ladridos lupinos y musicales. Cuando sehubo recuperado, dijo:

--La Dama no me dijo que fueras tan astuto, Lord Arkady. A decir verdad, te ha pintado como un poco tonto y algo más pagado de timismo. Pero ya veo que se trataba de otra de sus pequeñascrueldades a mis expensas. Tienes que ser realmente divertido siaspiras a ocupar mi lugar al servicio de la Dama. Yo soy una de susfavoritas.

De repente todo atisbo de alegría había desaparecido de su voz.

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--No me has comprendido --dijo Arkady con brusquedad-- peroeso no supone gran diferencia. Llévame ante tu señora y resolveré elasunto con ella en persona. He dicho que eres libre y por tanto ereslibre. No hay más que decir.

Ella lo observó durante largo rato.--¿Y por qué iba yo a querer...? No importa. Tengo un mensaje de

la Dama para ti. Y también un regalo. Se me ordenó salir a tuencuentro y entregártelos. ¿Vas a permitirme que lo haga? Seguroque hasta tú comprenderás que no puedo ser "libre" hasta que nohaya cumplido con el cometido que se me ha encomendado.

--Podrías haberlo mencionado antes --gruñó Arkady.Ella lo ignoró.--He aquí tu mensaje: la Dama Zhyzhak te informa de que sabe

por qué estás aquí y dice que te esperará en la espiral. Os

encontraréis en el quinto giro, que es el círculo del combate.--¿De veras? Arkady no logró disimular del todo su sonrisa.--¿De qué te ríes? --lo desafió ella.--Sólo estaba pensando que, a juzgar por su mensaje, tu señora

no tiene la menor idea de por qué estoy aquí. Pero puedes estar segura de que estaré muy atento por si la veo. ¿Algo más?

--Sí, esto. --Illyia sacó un pequeño saco que traía dentro de la piel.Sin dirigirle una sola mirada, se lo arrojó a Arkady a los pies. Cayó alsuelo sin hacer ningún sonido apreciable y sin rebotar ni rodar --. ¿Soylibre ahora?

Su sonrisa era burlona.--Ya te lo he dicho --replicó Arkady mientras se inclinaba para

recoger el saco.Cuando volvió a incorporarse se encontraba a solas. Su aguzado

sentido del oído captaba el rumor de unos pasos que se alejaban por el suelo de piedra. No los siguió.

Trató de abrir el cordel que mantenía el saco cerrado. Lamanipulación delicada nunca había sido su fuerte. La fuerza bruta

proyectada sobre un escenario de proporciones épicas... eso era másde su estilo. Era una fuerza de la naturaleza y del destino.Luchó con el nudo durante un minuto entero antes de extender 

una garra y, con un único e irritado movimiento del dedo, cortar elcuello entero de la bolsa. La volcó sobre su mano extendida.

Por un momento no ocurrió nada. Podía sentir que había algodentro, pero fuera lo que fuese se estaba aferrando tenazmente al

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interior de la bolsa. Presa de una frustración creciente, la sacudió. Elcontenido se soltó y cayó sobre su mano con un sonido húmedo. Noera un objeto sino dos. Un par de orbes pegajosos, de los que aúnsobresalían sendos jirones viscosos de tendones, nervios y sangrecoagulada.

Les dio la vuelta en su mano con aire ausente mientras sepreguntaba sobre el significado de aquel macabro presente. No fuehasta que estuvieron los dos alineados --con las dos pupilas dirigidashacia arriba, devolviéndole la mirada-- que comprendió lo que estabanhaciendo sus dedos. Con esfuerzo, los obligó a detenerse y cerró lamano sobre los ojos para aplastarlos.

¿Qué podía significar aquel presente enigmático? La DamaZhyzhak lo esperaba en la Espiral Negra. ¿Acaso creía que estabademasiado ciego para orientarse en aquel reino infernal? ¿Era eso?

¿Se estaba burlando de él?No había enviado a su campeón a enfrentarse con él sino a unade sus doncellas: una mera chiquilla, un pedazo de relleno dealmohada que vagaba por su dormitorio. ¿Pretendía la Dama insultarlacon aquella enviada? ¿O se trataba de un mensaje más sutil? Puedeque le estuviera ofreciendo a la chica, para tratar de sobornarlo, deapartarlo de su terrible propósito.

Pero si era así, ¿por qué decía la Dama que lo esperaría másadelante, en la misma Espiral Negra? Desde luego no parecía quequisiera apartarlo de su camino.

 Arkady sacudió la cabeza. Había demasiadas cosas queignoraba. La Dama Zhyzhak decía que lo esperaría. Muy bien: queesperara. Arkady no tenía la menor intención de poner el pie en esaespiral.

Si estaba en lo cierto, y todas sus esperanzas dependían ahorade esa posibilidad, no necesitaría adentrarse en la Espiral Negra.Había parecido tan sencillo cuando el Fianna, Stuart Que-Acecha-la-Verdad y él habían topado con aquella posibilidad desesperada...

 Arkady recorrería la espiral blanca que discurría entre dos trazos de la

negra y llegaría al mismo destino: el centro mismo del laberinto. Ypodría hacerlo sin tener que sufrir el contacto corruptor de la EspiralNegra.

 Allí era donde habían fracasado todos sus predecesores. Arkadyno fracasaría. No podía permitírselo. Él era el último de un linaje nobley orgulloso: la sangre más pura nacida en una docena degeneraciones. Los Colmillos Plateados que habían caído antes que él

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tenían que ser redimidos. De ese modo sus sacrificios no habrían sidoen vano. Todos ellos habían esperado demasiado ya.

"La Dama te esperará en la espiral".--Bueno, pues que espere.Sin decir más, metió lo que quedaba del horrendo presente en el

saco, lo cerró y lo arrojó al lago ardiente, lo más lejos posible.Eligió a propósito un camino diferente al que había tomado Illya y

se adentró al azar en la oscuridad. Yllia había llamado a aquel mundode vacío Templo Obscura, un nombre que normalmente se utilizabapara asustar a los cachorros desobedientes. En los cuentos de lasviejas, el templo siempre ocupaba una posición de privilegio entre losmás infames caminos al reino de Malfeas y el temido Laberinto de laEspiral Negra.

Pero sin duda le estaban gastando una broma. Arkady no había

prestado más atención a esos cuentos que a cualquier otra de lascosas de las que habían tratado de convencerlo sus mayores. Pero ensus recuerdos, el Templo Obscura se erguía como una especie decatedral gótica, llena de nubes de azufre. Si ahora se encontraba deverdad ante el altar en el que los Danzantes de la Espiral Negraacudían para prestar homenaje al Wyrm y ponerse a prueba danzandoen dirección a las profundidades de la locura y la corrupción, es que larealidad tenía muy poco parecido con las ideas románticas de suinfancia.

Para empezar, no recordaba que se hubiera mencionado jamásuna larga caída y la que él había sufrido no la olvidaría en muchotiempo. Luego estaba el lago de fuego: una omisión escandalosa aunteniendo en cuenta que las viejas que contaban los cuentos no habíantenido ocasión de visitar el lugar. Era la clase de detalles que hubierandebido comprobar.

En los cuentos antiguos, hasta algo tan básico como lasdimensiones físicas del templo era objeto de salvajes conjeturas ehipérboles. Se decía que solamente su nave principal estaba jalonadapor sendas filas de lámparas que emitían una luz verdosa y enfermiza,

tan numerosas que su ininterrumpida procesión se extendía hasta másallá de donde alcanzaba la vista. Desde donde Arkady se encontraba,sin embargo, no se avistaba luz alguna, cosa que suponía unimportante argumento en contra. En aquel momento le hubiera dado labienvenida incluso a una de aquellas luces, puesto que tenía queescudriñar las sombras con la única ayuda del incierto resplandor quedespedían las llamas humeantes del aceite ardiente.

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Recordaba con toda claridad las (sospechosamente ausentes)lámparas que emitían incesantemente lava y otros efluvios y quehubieran sido algo digno de verse por sí solas, aun sin tener en cuentala supuesta magnitud del espectáculo. ¡Según los cuentos másantiguos, el número de aquellas incandescentes luminarias alcanzabacasi los veinte millares! La historia de Hierro Peter llegaba hasta elpunto de contabilizarlas de manera exacta y establecía su número en19,683.

Pero hasta Arkady tenía que admitir que una cifra tan exacta teníaque ser el resultado de una mera abstracción poética y no del esfuerzode alguien consagrado a contar la interminable sucesión de lámparas.También era consciente de que 19,683 era, lo que en modo alguno eracasual, tres (el número del Wyrm) elevado a la novena (el número delLaberinto de la Espiral Negra). Y de este modo, con la perspectiva que

da la edad adulta para evaluar las cosas amadas de la infancia, elcuento de Hierro Peter quedaba reducido a poco más que una historiade fantasmas con una cuestionable moralina.

No, en aquel lugar nada encajaba. Hasta los testimonios másoscuros coincidían en que el Templo Obscura era un lugar cubierto deintrincados patrones y diseños: glifos de historias capturados por losDanzantes de la Espiral Negra durante sus incursiones contra los

 Archivos de Plata de los Garou. Pero Arkady no había visto ni tansiquiera un pictograma apresuradamente garabateado sobre lasbaldosas del suelo.

 A decir verdad, parecía como si alguien (o más de uno) se hubieratomado enormes molestias para frotar el suelo hasta dejarlo impoluto ysin la menor marca. Tanto que Arkady tuvo que concluir que, a lo largode las eras, varias capas de granito tenían que haber sido sacrificadascon ese propósito. Era como si alguien se hubiera embarcado en unesfuerzo sistemático por erradicar hasta el último rastro de historia opersonalidad de la vasta cámara.

Llevaba algún tiempo caminando cuando se le ocurrió que debíaurdir un plan de ataque mejor. El problema era que sus opciones

estaban miserablemente limitadas. Allí en la oscuridad sólo había tresalternativas posibles que seguir. Una, hacia atrás, de regreso al lagode fuego, el único hito visible en el paisaje siniestro de la cámara. Dos,renunciar a su anterior testarudez y continuar en la dirección por laque Illya se había marchado. Esa opción, tenía que admitirlo, estabaganando enteros en sus pensamientos. Además de las ventajasevidentes que podían derivarse de los favores personales de Illya, ese

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camino le ofrecería algo parecido a un avance, cosa que en aquelmomento le hacía mucha falta.

 Arkady sentía un rechazo rayano en lo patológico hacia la idea dela retirada. Se negaba en redondo a deshacer su camino cuando teníaotras alternativas, aunque fueran tan desesperadas como arrojarse decabeza contra varias docenas de enemigos armados. Además, erabastante posible que Illya regresara directamente junto a su señorapara informarla, lo que le permitiría al menos encaminarse de maneraaproximada hacia al Laberinto de la Espiral Negra. Cosa que no podíadecirse de su rumbo actual.

Pero esta posibilidad seguía sin gustarle. Puede que fuera la ideade ser manipulado por las dos mujeres, de verse conducido por lanariz. La única alternativa que le quedaba era la tercera: seguir vagando a ciegas en la oscuridad.

Reflexionó un momento. Si dejaba el lago ardiente a sus espaldasy caminaba en línea recta, alejándose directamente de él, más tarde omás temprano se encontraría con un muro. Por muy vasta que pudieraser aquella caverna.

Y si había otras puertas aparte de la que había utilizado parallevar a cabo su precipitada entrada, estaba seguro de poder encontrarla si seguía el muro el tiempo suficiente.

De modo que, puede que por pura testarudez, eso fue lo que hizo.Le parecía que había estado corriendo horas, si no días, cuando al fintopó con algo en la interminable oscuridad. No podía estar seguro dehaber caminado en una línea tan recta como pretendía. La luz de losfuegos de aceite seguía a su espalda, aunque ahora había remitidohasta quedar reducida a poco más que al alfilerazo de una estrellasolitaria en el vasto dosel del cielo nocturno. Por supuesto, la luzseguía pareciendo encontrarse a su espalda, pensó enfurecido. Lomismo que si hubiera vagado borracho desde su punto de origen.Sencillamente, allí no había otro punto de referencia.

Una vez que estuvo seguro de haber recorrido mayor distancia dela que podía contenerse en el edificio más grande imaginable, adoptó

su forma lupina. No sólo podía viajar más deprisa de aquella manera,sino que podía marchar al trote casi indefinidamente sin cansarse.Y así fue como, cuando al fin hubo un sutil cambio en la oscuridad

que se extendía frente a sí, no lo descubrió chocando de bruces conél, como seguramente le habría ocurrido de haber estado en formahumana. Incluso en aquella oscuridad casi total, sus aguzadossentidos de lobo detectaron el cambio, como un aumento de la solidez

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en las tinieblas. Un nubarrón de tormenta que se formaba en elhorizonte, que se hinchaba y crecía agolpándose sobre sí mismo.

 Arkady frenó su carrera hasta convertirla en un caminar cauto.Describió un amplio círculo hacia un lado. Tras comprobar que seencontraba con la misma resistencia, dio media vuelta para probar endirección contraria. El ominoso nubarrón volvía a estar allí, frente a él.Discurría en una línea ininterrumpida, tan recto como un plomo, hastadonde alcanzaba su vista. Así que, pensó Arkady, había topado conun muro. O al menos lo que en aquel lugar hacía las veces de unmuro.

No era un muro convencional; no había nada sólido en él. Noestaba hecho de bloques de granito pulido como el suelo. Arkady seacercó unos centímetros, lo olisqueó y resopló. Era difícil decir quématerial lo formaba. Volvió a adoptar su forma Homínida para ver si

unos ojos acostumbrados desde la niñez a encontrarse con artefactoshechos por la mano del hombre podían encontrarle algún sentido aaquella barrera.

Es un tópico errado el de que los sentidos humanos son inferioresa los de los demás animales. Arkady, en cambio, sabía que así comohay muchas cosas invisibles para los sentidos humanos y que resultanobvias para los de un lobo, lo contrario resulta no menos cierto.Existían ciertas experiencias que sólo podían percibirse a través delfiltro de las percepciones humanas.

Cuando Arkady cambió, el muro pareció hacerlo igualmente,imitando hasta el último de sus movimientos como si lo estuvieraacechando. Adoptó su nueva forma con la rapidez de un cepo alcerrarse sobre su presa. Arkady retrocedió tambaleándose y tuvo quesacudir los brazos para no caer al suelo.

El muro no parecía ya un banco impenetrable de nubarrones enproceso de formación, una línea nebulosa que señalaba la fronteraexterior tras la que una Gaia benigna permitía que asomara suaspecto más siniestro. A sus sentidos de lobo, el muro se le habíaantojado el último puesto avanzado de la protección y el cuidado de la

Madre. Más allá, se daba rienda suelta a una furia incomprensible yajena a toda razón: el reino del aullante aislamiento, la locura y lapérdida.

No sólo era peligroso cruzar la barrera, era casi impensable queun lobo decidiera hacerlo. Sólo los enfermos, los gravemente heridos oaquellos cuyo espíritu había sucumbido abandonarían voluntariamentela comunidad de la manada para buscar la aguda soledad de la

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oscuridad exterior.Para los sentidos humanos, sin embargo, el muro tenía un

aspecto diferente. No era una presencia sino más bien una ausencia.Era como si algo que hubiera debido de estar allí no estuviera derepente. La sensación no era agradable: una mezcla de desorientacióny aprensión que provocaba nauseas. Ponía instantáneamente aprueba los nervios.

Enfurecido, Arkady sacudió la cabeza para aclararse lospensamientos. La idea era ridícula, por supuesto. ¿Cómo podíapercibirse una ausencia? ¿Cómo podía verse algo que no estaba allí?Y sin embargo, de alguna manera, era precisamente eso lo que estabaexperimentando.

El muro jugaba con sus expectativas y las frustraba. Tuvo laimpresión de haber llegado a casa de noche y haberse dado cuenta

mientras buscaba las llaves en los bolsillos de que habían echado lapuerta abajo. Arkady se quedó allí contemplando la vacía extensióndel muro, temiendo lo que pudiera encontrar más allá.

Lo que más lo perturbaba era la sensación de incompletitud que lorodeaba. El muro parecía una obra en marcha, aún sin terminar peroavanzando ya hacia una forma final que sólo podía intuirse vagamentecon lo que había a la vista. Empezó a crisparle los nervios yainquietos, como una canción o una historia repetida hasta la saciedadcon la perpetua omisión de su última línea.

Entonces comprendió que el muro no era algo que estuvieraatrapado en el proceso del ser sino más bien algo que se encontrabaen pleno proceso de dejar de ser. Era una verdad sistemáticamenterefutada. Una canción que nadie cantaba. Una historia borrada,palabra por palabra, desde el final hasta su principio. Érase una vez...

La mente de Arkady acudió de inmediato a los dibujos e imágenesque había visto en los Registros de Plata de su pueblo. Mitos yrecuerdos tan potentes, tan vitales, que no podían ser grabados en unelemento menos duradero que la roca sólida. Historias talladas en loscorazones de las montañas.

Pero allí, en un nivel más primario, más profundo aún que lasraíces de las montañas, las historias estaban siendo descontadas.Separadas en sus fragmentos más básicos y desperdigadas. Divididascomo si fueran átomos y con resultados igual de calamitosos eirreversibles.

 Aquél era el Cementerio de Elefantes, comprendió con repentinaclaridad. El lugar en el que las historias más viejas, los cuentos

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antiguos que conformaban la historia, la cosmología, la religión de losGarou, iban a morir. Para tenderse y ser olvidados.

Fue entonces cuando Arkady comprendió con qué fin había sidoconstruido y consagrado el Templo Obscura. Refutar todo cuanto losGarou tenían en alta estima: era la contrapartida y completa negacióndel amado Registro de Plata. Aquél era el agujero por el que lashistorias salían del mundo.

 ___ SÉPTIMO CÍRCULO ___LA DANZA DE LA LEALTAD

No hubiera podido decir cuánto tiempo permaneció allí,contemplando hipnotizado el juego de las sombras frente a sus ojosmientras los últimos recuerdos de valientes conquistas y cobardestraiciones --cuentos que habían definido a su pueblo y le habían dadosentido a sus esfuerzos, sus sacrificios-- abandonaban el mundo.

Él era el último testigo mudo, una audiencia de uno solo. Como siel curso entero de la historia no fuera más que un espectáculo desombras chinescas desarrollado para su beneficio privado. No podíaapartarse de él. Lo mantenía allí, paralizado y tembloroso. Apenas seatrevía a respirar o incluso a pestañear, no fuera a perderse algo enaquella fracción de segundo que nunca pudiera volver a ser recuperado.

Sentía lágrimas calientes en la cara. Hubiera podido gritar contodas sus fuerzas. Pero a pesar de sus súplicas, no había pausa en elproceso de condenación de imágenes y canciones. No era su propiavida, sino las vidas de incontables otros las que se encendían con unúltimo parpadeo delante de sus ojos y a continuación desaparecían.Perdidas para siempre.

Echó la cabeza atrás y lanzó un aullido y, desde algún lugar de la

oscuridad que se extendía frente a sí, su grito recibió respuesta. No unaullido de desafío, como había sido el suyo, por una orgullosa y nobletradición que se le estaba escapando a toda velocidad de entre losdedos. El sonido que volvió a él desde la oscuridad era como un ecoabsurdo. Un pequeño sollozo roto. En la voz de una niña pequeña,perdida y sin esperanza de encontrar jamás el camino de regreso a laluz.

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 Arkady reconoció la voz al instante y la sorpresa logró llegar hastasu interior y lo obligó a apartar la mirada del muro del TemploObscura.

--Sara --exclamó--. Sara, ¿dónde estás?La vocecilla se convirtió en un gemido y a continuación quedó en

silencio. Arkady volvió a adquirir su forma lupina. El frente de tormentavolvía a estar delante de él y se movió do costado para alejarse de sufuria. Podía descargar en cualquier momento y no quería verseatrapado en el diluvio.

Su aguzado oído no tuvo dificultades para captar el sonido deunos sollozos contenidos y se dirigió hacia él a la carrera. Volvió allamar a la niña, pero esta vez su voz fue una serie de rápidos eimperiosos ladridos, las eficientes señales de una manada que sedispersa para buscar al cachorro perdido. Una parte lejana y humana

de su mente se encogió al escuchar el sonido, consciente de que sólolograría asustar aún más a la niña.Seguía aún muy lejos pero costaba decir si con su carrera se

estaba acercando a su posición o meramente a un lugar en el que losecos de sus gritos estuvieran rebotando en uno de los muros. Arkadyno podía más que confiar en que se estuviera acercando y noalejando.

 Al poco tiempo, se encontró cambiando de dirección, primerohacia un lado, luego hacia otro. En ocasiones, el puntito lejano de luzque suponía que era el lago de fuego (y no sólo una imagen irreal quese proyectaba sobre su retina) estaba a su derecha; otras vecesparecía estar delante de él o incluso a su izquierda. Con unasensación de desaliento en el estómago, se dio cuenta de que nohabía razones para dar por hecho que existiera sólo una fuente de luzen el Templo Obscura. Las luces que había avistado podían provenir de varias direcciones diferentes, podían ser antorchas o fogatas oreflejos de la lejana luz del sol colándose por alguna grieta del techo.Puede que el templo fuera tan gigantesco que no contuviera uno, sinovarios lagos ardientes. Volvió a recordar la leyenda de las veinte mil

lámparas de luz funesta que jalonaban el interior del templo y maldijoen voz alta.El problema, pensó, de utilizar un cuento como guía no es que los

cuentos no suelan decir la vedad. Es lo que no cuentan. Arkady cerró los ojos y se concentró en el sonido. Sólo en el

sonido.Puede que los detalles de los cuentos antiguos no importasen en

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realidad, pensó. Puede que a las palabras les ocurriera lo que alsentido de la visión allí en la oscuridad. Que se embotaran y perdieranfiabilidad. Puede que lo único que importase fuera el sonido. El ritmode las palabras. Su continuado subir y bajar, como el familiar ritmo delmovimiento de cuatro patas avanzando sobre un suelo de granito.

Puede que allí no importara nada lo que se dijera, pensó, sinomás bien la intención con la que se pronunciaran las palabras. Echó lacabeza atrás y volvió a aullar, desafiante. Ella estaba allí, en algunaparte. Y ni siquiera una oscuridad tan vasta y tan completa comoaquélla podría interponerse entre ambos.

Sin embargo, lo único que obtuvo su nueva llamada fue un débilchillido de terror.

--¡No! --dijo la distante vocecilla--. Vete. Déjame sola. No mehagas daño. No me hagas daño otra vez.

Era como una letanía. La chica repitió las palabras una vez trasotra hasta que perdieron todo significado. Hasta que sólo quedó lainflexión, el ritmo de su cadencia.

 Arkady acomodó su paso a él y redobló sus esfuerzos en unarranque de velocidad que hizo que el corazón le martillase contra lascostillas. Y entonces, inesperadamente, la encontró frente a sí. Unacosilla hecha un ovillo en el suelo. Con las rodillas apretadas contra elpecho. Se mecía lentamente adelante y atrás y el ritmo cantarín desus movimientos era idéntico al de su letanía de negaciones y al delmovimiento de las cuatro patas de Arkady.

Frenó bruscamente su marcha, tratando de aferrarse con las uñasal suelo de granito pulido. Iba a chocar con ella, como una ola alromper en la costa. Como una tormenta que descarga sobre la tierra.Y la destrozaría completamente.

Con una violenta sacudida, arrojó su corpachón a un lado, dio unsalto y pasó por encima de ella. Una de sus enormes zarpas estuvo apunto de desgarrarle la cara. Se detuvo al fin y giró sobre sí mismo,temiendo volver a perderla en la oscuridad. Pero estaba allí, tal comola había dejado, meciéndose adelante y atrás mientras susurraba con

voz queda. Arkady se le acercó con cautela, como si temiera que el sonido desu voz bastara para hacerla huir. Para desperdigarla. Como si pudieradisolverse en la niebla y la oscuridad sin dejar ni rastro.

--Sara --susurró cuando estuvo más cerca. El sonido fue apenasun gruñido. Se detuvo, por completo, con una pata en el aire.Temiendo terminar de dar el paso. Lentamente, volvió a adoptar su

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forma humana. Confiaba en que no fuera tan aterradora. Andando sobre las manos y las rodillas se acercó un paso más y

a continuación se sentó en el suelo, a menos de tres pasos dedistancia. A tan corta distancia, el temor a que se esfumara sin más,dejándolo solo de nuevo, remitió.

--Sara --repitió, con más confianza esta vez. Trató de hacer quesu voz fuera reconfortante, sabiendo que hasta el sonido que salía desu garganta humana, templado por los años de mando en el campo debatalla, podía bastar para aterrorizar a una niña pequeña.

Ella no levantó la mirada ni se quitó las manos de la cabeza.--Deberías habérmelo dicho --y entonces, inesperadamente, se

contradijo a sí misma--. Aunque me lo hubieras dicho, no te habríacreído. ¡Eres un mentiroso!

Esto lo cogió desprevenido.

--Lo... lo siento. Yo... --Estaba tratando, con resultadosdesiguales, de seguir el rastro de la hebra laberíntica del dolor de laniña y su acusación--. No te abandoné a propósito. Estaba tratando dedefenderte pero eran demasiados. Me derribaron. Se me llevaron arastras...

Ella no lo creía. Alzó la cabeza para mirarlo y las palabras de Arkady murieron en su garganta. Emitió un sonido que era en parteuna maldición y en parte un jadeo entrecortado.

--Dijiste que no me harías daño... Que nadie volvería a hacermedaño. Nunca. Y luego me dejaste allí sola. Te odio.

Las palabras dolían pero Arkady no podía concentrarse en ellas.Estaba contemplando con horror e indignación lo que le habían hechoa la niña.

--Oh, Sara... --dijo y entonces le falló la voz--. Lo siento tanto...Tenía las mejillas manchadas de polvo, sangre y lágrimas. Había

tratado de limpiárselas, muchas veces por lo que parecía, perosiempre había más. Lo miró directamente con la cabeza inclinada enun gesto desafiante. Arkady apartó la mirada. No podía soportarlo.

Donde habían estado los ojos de Sara, sólo había ahora la piel de

los párpados, extendida tan tensa como un pergamino sobre lascuencas oculares vacías y hundidas. Alguien se había tomado lamolestia de coserle los párpados con una gruesa y negra hebra detripa de gato. El trabajo era metódico y preciso: nueve pulcraspuntadas mantenían cerrado cada párpado. Puede que la carneenrojecida e hinchada que rodeaba cada una de las puntadas llegara acurar algún día pero nunca habría ninguna duda sobre lo que le

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habían hecho. Arkady no pudo seguir conteniéndose.--¿Quién te ha hecho eso? --gruñó.--¿Y a ti qué más te da? --repuso ella--. No te importa. Eres igual

que ellos.--He dicho que quién te ha hecho eso --ladró. El restallar de látigo

de su voz hizo que ella levantara bruscamente la cabeza.--¡Tú! --le chilló. No hubiera podido ver cómo echaba él la mano

atrás pero puede que la sintiera al pasar. Apretó la mandíbula y lalevantó con aire desafiante. Pasaron los momentos, pero el golpe nollegó.

--Voy a atrapar a quien te hizo eso. Me lo quieras contar o no,llegaré hasta ellos --dijo Arkady mientras trataba de no perder losestribos--. Pero no consentiré que te quedes ahí diciendo que fui yo

quien te hizo eso. ¿Me comprendes? Alguien te ha hecho daño y va apagar por ello. Y ahora dime, ¿puedes caminar? Tenemos que llevartea un lugar seguro, dondequiera que esté.

--¡No! --Sus manos lo buscaron a tientas, tratando de hacer quecomprendiera, de sacudirlo hasta que se diera cuenta de lo queocurría--. No. Tienes que prometérmelo. No me apartes de tu lado. Nome...

--Entonces responde a mi pregunta. ¿Quién te ha hecho eso?Por un momento pareció que iba a seguir discutiendo. Entonces

todo espíritu de resistencia abandonó su cuerpo. Se encorvó yescondió la cabeza entre las manos.

--La Dama --dijo--. Fue la Dama Oscura. Ahí lo tienes, ¿estássatisfecho? Y ahora, ¿se lo vas a hacer pagar a ella? ¿Tu?

--Sí.Una mezcla de esperanza y asco se dibujó en sus facciones.--Mentiroso --murmuró, pero sin el veneno ni la convicción de

antes. Al cabo de un rato, él le preguntó con voz amable:--¿Quieres contarme lo que pasó?

 Al principio pareció que iba a negarse o a gritarle de nuevo, perofinalmente las palabras brotaron de su boca en una riada sollozante.--Dijo que lo único que me había pedido era que esperara. Nada

más. Y que hasta eso había conseguido hacerlo mal. ¿Por qué no melo dijiste? --Había una nota de súplica en su voz.

--¿Por qué no te dije el qué? No comprendo.--Hice todo lo que me pidió. Esperé. Esperé muchísimo tiempo.

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Pero no vino nadie. Solo otros como tú. Los de pelaje blanco. Los quebajaron a la carbonera y se volvieron como los perros chamuscados.Todos esos años sin que viniera nadie...

 Arkady no podía dar crédito a sus palabras. ¿Estaba diciendo queotros hermanos suyos, otros Colmillos Plateados, habían seguido sumismo camino recientemente? Parecía muy poco probable. En contrade su voluntad, sus pensamientos acudieron a Albrecht. ¿Había,logrado adelantársele su rival? ¿Pretendía robarle una vez más unagloria que le pertenecía por derecho?

No, eso era ridículo. Albrecht se encontraba a miles de kilómetrosde distancia. Sin duda, en el Protectorado de la Tierra del Norte,sentado como un sapo viejo en el trono de Jacob Morningkill. Un tronoque no le pertenecía.

¿Quién entonces?

Entonces reparó en algo que la niña había dicho.--¿Todos estos años? --repitió sacudiendo la cabeza. Al darsecuenta de que ella no podía haber reparado en su gesto, se detuvo.Pero lo cierto era que no podía tener mucho más de siete años.

»¿Qué edad tienes, Sara?La niña enderezó la espalda y se secó las lágrimas con el dorso

de una mano mugrienta.--Diecisiete --dijo, con una expresión que parecía desafiarlo a

contradecirla. A pesar de sí mismo, se rió en voz alta.--¿Y tú me llamas mentiroso? No soy tan viejo como para haber 

olvidado el aspecto de una persona de diecisiete. Tú tienes siete comomucho.

Sara sacudió la cabeza con aire testarudo e hizo un ruido con lagarganta que expresaba a las claras que él no sabía nada de nada.

--Diecisiete --repitió, pero entonces cedió un poco--. Al menossegún mis cuentas.

--¿En qué años naciste? --preguntó, tratando de pescarla.--No lo cuento desde el año en que nací --dijo ella--. ¡Nadie

recuerda el momento de su nacimiento! Lo cuento desde el momentoen que llegué aquí. Y así son diecisiete.--Muy bien. --Levantó las manos--. Concedido. ¿Puedes decirme

al menos cómo has llegado hasta aquí? ¿Por dónde viniste?Sin pararse siquiera un momento para pensarlo, Sara señaló a su

izquierda.--Es un camino tan bueno como otro cualquiera, supongo.

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 Alargó el brazo y le cogió la mano. Ella trató de resistirse pero Arkady se mantuvo firme.

--Ahora que he vuelto a encontrarte, no te dejaré marchar tanfácilmente.

--Puedo arreglármelas sola. --Se levantó--. Vamos, pues, si vas avenir.

* * *

Conducido por ella, se adentró más aún en la oscuridad delTemplo Obscura. Arkady estaba impaciente por llegar a su destinopero se obligó a acomodar su paso al de Sara, que marchaba lenta ypenosamente arrastrando los pies. Era algo demencial.

En su forma lupina hubiera podido avanzar corriendo y explorar 

en todas direcciones. Alejarse un momento y volver a su lado uncentenar de veces. Pero no se apartó de ella.--¿Estás segura de que es por aquí? --preguntó después de una

eternidad de moroso avance por la oscuridad infinita.Sara asintió y entonces, al darse cuenta de que era poco probable

que él hubiera captado el gesto, se aclaró la garganta y dijo con vozáspera.

--Sí. Está justo delante de nosotros, pero todavía falta un trecholargo. ¿Es que no lo oyes?

 Arkady inclinó la cabeza a un lado, un gesto distintivamentelupino.

--No --admitió después de un rato--. No oigo nada.--No digo si lo oyes con las orejas. Digo si lo oyes con el espíritu.

Y nunca oirás nada si sigues corriendo de un lado a otro así. Estatequieto.

 Arkady estaba a punto de decir que ya estaba quieto. Que habíadicho que no iba a dejarla y no lo había hecho. Entonces comprendióque lo que ella decía era cierto. Hasta el último músculo de su cuerpoestaba tenso. En su espíritu, se alejaba de ella hasta alcanzar el final

de la hebra de su deber y a continuación regresaba corriendo. El flujoy reflujo de este movimiento era incesante, como la marea. Exhalóruidosamente y trató de obligar a sus nervios a relajarse.

--Extiende el brazo como si fueras a entrar en el mundo de losespíritus. Sólo que no te vayas a ninguna parte. No te atrevas a ir aninguna parte. En este lugar no volverías a encontrarme nunca. Sóloextiende el brazo y toca la membrana que separa los mundos.

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Escucha el latido que viaja por ella. El sonido de las cosas que van yvienen.

 A Arkady no se le ocurrió cuestionarla, preguntarle cómo habíallegado a saber esas cosas, cómo había adquirido, en especial, el donúnico de los Garou de penetrar en el mundo espiritual. Cerró los ojos ehizo lo que ella le decía... y se encontró cayendo en picado hacia elnubarrón que había visto antes, la ominosa frontera exterior delTemplo Obscura.

Todo cuanto lo rodeaba cambió repentina y dramáticamente. Enlugar de la impenetrable oscuridad del Templo, Arkady se encontrabaahora sumergido unas aguas embravecidas que lo zarandeaban de unlado a otro. Tenía la ropa empapada y las piernas, entumecidas desdelos muslos hacia abajo, sumergidas en aguas gélidas.

El estruendo de las aguas encabritadas le llenaba los oídos. El

sonido hizo que se tambaleara y estuvo a punto de derribarlo. Dealguna manera logró permanecer en pie y avanzó otro pasotembloroso. El suelo se inclinaba traicioneramente hacia abajo.Extendió el brazo hacia Sara para impedir que se viera arrastrada yalejada de su lado en el remolino, pero ella ya no se encontraba allí.Lanzó una mirada desesperada a su alrededor y creyó ver, a ciertadistancia, una melena blanca que desaparecía bajo las aguas oscuras.

Nadó en aquella dirección, levantando con sus poderosos brazosauténticos muros de agua a ambos lados de sí. Gritó su nombre, unavez tras otra. Pero las aguas se habían apoderado de él y lo estabanalejando del punto en el que ella había desaparecido. Llevándosela desu lado. Batió las piernas con todas sus fuerzas tratando de oponersea la corriente pero sus esfuerzos fueron completamente inútiles. Lasaguas lo zarandearon y le dieron la vuelta, se lo llevaron cada vez máslejos y cada vez más hacia dentro, hacia el centro mismo de la espiral.

--¡Sara! --exclamó, y se vio recompensado con un trago de aguaen sus pulmones. Buscó con la mirada cualquier señal de ella mientasla corriente volvía a llevarlo cerca del lugar en el que habíadesaparecido. Con un esfuerzo supremo, buscó el fondo con los pies,

lo encontró y se vio arrastrado de nuevo, hacia delante, hacia dentro.Comprendió entonces que no serviría de nada detenerse allí,aunque lograra asirse a alguna parte. Sara ya no estaría allí. Ahoraestaría más adentro, más abajo.

Reuniendo todas sus fuerzas para hacer un último intento, Arkadyse dispuso a lanzarse hacia el centro del remolino y batió las piernasen dirección a su corazón. Si podía encontrarla en algún lugar, sería

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allí...El pensamiento se vio interrumpido de repente por algo que le

tocaba el hombro, un tronco de árbol arrancado por la marea, quizá, uotra víctima hinchada. Y descubrió que se había quedado pegado aese algo, fuera lo que fuese. Lo apartó de un empujón y descubrió quesu peso lo estaba arrastrando bajo la superficie de las aguastempestuosas. Tenía que soltarse antes de que lo ahogara. Serevolvió, empujó, tiró. Trató de levantar los pies para apoyarlos en lacosa, al mismo tiempo que intentaba llegar al corazón del remolino, laboca del embudo en la que confluían y chocaban todas las aguas. Y,presumiblemente, donde eran drenadas a través de algún sumiderosubterráneo que no estaba a la vista. El lugar al que Sara debía deestar precipitándose.

Y entonces, de repente, se vio libre y cayó con una fuerza que le

arrancó todo el aire de los pulmones, sobre el suelo de granito delTemplo Obscura. Sara estaba junto a él, en la oscuridad, agarrándoleel hombro con una mano diminuta.

El mortal remolino se había esfumado tan deprisa como habíaaparecido; ni siquiera tenía la ropa mojada.

--Te dije que no fueras a ninguna parte --lo acusó y, acontinuación, satisfecha aparentemente al comprobar que no iba adesaparecer de nuevo, lo soltó.

 Arkady maldijo y vomitó, tratando de expulsar un agua que,sencillamente, no estaba allí.

--¿Estás bien? ¿Dónde demonios estaba ese lugar?--Este lugar --dijo ella--. Son el mismo lugar. ¿Cómo lo has

llamado? El Cementerio de Elefantes. El lugar en el que...--El lugar en el que el mundo pierde sus historias en una

hemorragia. --Entonces se dio cuenta de lo que había dicho ella--.¡Eso nunca te lo dije! ¿Cómo demonios lo has sabido?

Y entonces lo vio y todos sus pensamientos sobre Sara y lo queella supiera o dejara de saber fueron expurgados por completo de suspensamientos.

Hasta este momento preciso, no hubiera podido decir qué eraexactamente lo que esperaba encontrar en aquel lugar. Una espiraltrazada con rastros de fuego o grabada en el suelo. Un mosaico deteselas de granito formando el contorno del infame laberinto de nuevegiros. Cualquier imagen que, en su inocencia, hubiera albergado en elfondo de sus pensamientos le fue arrancada violentamente en aquelmomento.

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Maldijo. Era vagamente consciente de la presencia de Sara juntoa su hombro. Sintió el estremecimiento que la sacudió también a ella apesar de que, en su ceguera, se había librado del impacto total de lapesadilla que se alzaba temblorosa delante de ellos.

--Te lo dije --susurró, con una voz aguda rayana en la histeria--.Te dije que no fueras a ninguna parte.

La espiral no era un patrón decorativo trazado en el suelo depiedra del Templo Obscura, era un paisaje en sí misma. Era tan vastaque la mente no podía abarcarla en su totalidad. Arkady sintió que unaola de vértigo rompía sobre él. Cerró los ojos tratando de contener lasganas de vomitar.

En algunos sitios se elevaba y su senda describía el arcoabovedado del techo de una catedral cerniéndose sobre ellos comouna víbora preparada para atacar. En otros se sumergía bajo lo que

hubiera debido ser el suelo y desaparecía en alguna región de unanada aún más profunda.En vano, trató de seguirla con la mirada, para ver dónde --si es

que lo hacía-- volvía a emerger de las profundidades. Pero el vértigo logolpeó con redobladas fuerzas y se desplomó. El intento de captar lamagnitud de la espiral de una sola vez se cernió sobre él y fue como silo cogieran de repente de los tobillos y lo colgaran de un helicóptero.El mundo que conocía dio media vuelta de improviso y se hinchó hastavolverse más grande y más aterrador de lo que jamás hubiera podidocreer.

Oyó que Sara se echaba a llorar y caía a su lado, en posiciónfetal, y supo que cerrar los ojos no servía de nada contra aquello. Elcontenido de su estómago se revolvió y lo vomitó sobre el suelo.

--No pasa nada --gimió. Lo había dicho para tratar de reconfortarlapero incluso él había captado el pánico en su voz--. Todo va a salir bien. Tiene que haber un modo de abordar esa cosa. No la mires...--Estaba hablando sin pensar. Cerró la boca tratando de refrenar laspalabras, pero ya las había pronunciado--. Lo siento. No quería decir..

Sara no parecía haberlo oído y mucho menos haberse ofendido.

Estaba meciéndose lentamente de un lado a otro, al tiempo quemusitaba para sus adentros algo que parecía una nana. Arkady nodistinguía las palabras pero el ritmo de la canción se enroscabaalrededor de sus nervios y alimentaba su creciente sensación depánico.

--¡Sara!La cogió por los hombros y la zarandeó pero se detuvo al ver que

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le estaba clavando los dedos en la carne. El grueso pelaje habíaempezado ya a brotar por los poros de sus manos, como un enjambrede gusanos albinos retorciéndose al encontrarse de pronto expuestosa la luz del sol.

Sus músculos se tensaron y arrollaron. Las vértebras crujieron ycambiaron de posición con el sonido musical de unas teselas de marfilrevueltas. Retrocedió un paso y dejó que Sara cayera al suelomientras él profería un aullido desafiante.

Sabía que aquello era sólo otra frustración más. No había nadieque destripar, nada que destrozar.

Mientras se volvía hacia la espiral, una imagen atravesó suspensamientos como un destello y se superpuso a la escena que teníadelante. Era un tosco esbozo a lápiz arrancado de una libretaencuadernada en espiral, la representación hecha por Stuart Que-

 Acecha-la-Verdad de la infame figura de nueve giros, trazada congrafito negro sobre un papel blanco con cuadrícula fina de color azul.La constatación de lo absurdo que resultaba frente a la realidad

demencial de la verdadera espiral que se erguía allí frente a sus ojoslo sacudió violentamente.

Sara levantó la cabeza al escuchar el sonido quebrado queescapaba de su garganta. Hasta a Arkady se le antojó el ruido queemitiría alguien que hubiera sucumbido a la histeria. No se había dadocuenta de que estaba riéndose a carcajadas hasta que la reacción dela niña hizo que se fijara. Se detuvo. Puede que los temores de la niñano fueran tan infundados.

Tenía que ser racional. Muy bien, pensó, seré racional.--Lo único que hay que hacer ahora --dijo, complacido al

comprobar que su voz sonaba muy firme--, es dar con la manera deentrar en esa cosa.

Suspiró como si estuviera aleccionando a una manada para unlargo viaje. Era fuerte y estaba preparado, preparado para pasar horas--e incluso días-- dando vueltas y vueltas alrededor de aquella cosa.Tratando de encontrar una sola hebra suelta de la enloquecedora

maraña, el menor rastro de un camino ascendente.Sara se puso trabajosamente en pie. Aún estaba tratando debloquear las sensaciones. Arkady obligó a sus ojos a clavarse en lapequeña franja de tierra que tenía justo delante, donde daría elsiguiente paso. Sara no tenía tanta suerte.

Todos sus sentidos trataban de compensar su falta de visión.Todos ellos trataban de encontrar un punto de referencia para

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ayudarla a asentarse. Para demostrarle que todas aquellas cosas eranreales.

La vio luchar, vio que el pánico crecía a su alrededor como lasaguas tempestuosas de su visión. Tropezó y cayó al suelo de repente.

--¡Arkady! --exclamó con voz cascada. Y allí estaba él,sujetándola. Sus piernas se habían quedado sin fuerzas y él la sostuvoallí, a medio camino del suelo.

Sintió que la tierra se inclinaba peligrosamente hacia abajo, haciael corazón de la espiral. Sintió el peso de las aguas embravecidas querompían contra sus piernas.

--No --ladró--. No te vayas a ninguna parte. Vas a quedarte aquí,conmigo. Agárrate a mí. Te dije que...

--No sirve de nada. --Tosió y escupió--. No sé nadar. No puedopermanecer a flote.

--¡Y una mierda! --gritó--. Concéntrate en algo, en lo que sea. Esapoesía o canción o lo que fuera. ¿Cómo era?--Ha desaparecido --murmuró ella con aire miserable. Pero él

advirtió que ya no seguía tosiendo y escupiendo como si estuvierasumergida en agua hasta el cuello--. Se han hundido. Todas lascanciones, las historias, los poemas. Se han hundido sin más. Y handesaparecido por el sumidero del fondo del mundo.

 Arkady podía sentir que también ella se escapaba. Por terceravez. Extendió los brazos hacia abajo de la única manera que conocíapara tratar de alcanzarla.

--Lo llamaban Chalybs --recitó Arkady--. Era un nombre fuerte, unnombre de poder. En la Vieja Lengua, las sagradas palabras que sesusurraban en las colinas antes de la llegada de las guarnicionesromanas, significaba "acero". El Pueblo del Muro le dio ese nombreporque, incluso desde muy joven, las hojas de los guerreros adultos separtían contra su cuerpo.

Tejió el cuento hacia ella como un cordón umbilical, confiandocontra toda esperanza en que bastara para alcanzarla.

--La culpa era de su madre. Ya había perdido un hijo; no permitiría

que le arrebataran otro. El Pueblo la llamaba Samladah, la LeonaBlanca, por su fiereza de aspecto y espíritu. Su rostro brillaba comouna luna vengativa cuando defendía su casa y a sus jóvenes. ElPueblo la reverenciaba e invocaba su protección frente a las águilasde los tótems de las legiones.

Fue el sonido de aquel nombre lo que la trajo de regreso. Elnombre que Arkady había oído de sus propios labios. No Sara, sino

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"sah-lla", la Leona Blanca. La denostada patrona de los AullantesBlancos. Eran la Tribu Perdida, las primeras víctimas del Laberinto dela Espiral Negra, que habían descendido a la oscuridad que seextendía más allá de la Piedra de los Tres Días. Cuando emergieronde su carbonera, los había cambiado el contacto corruptor de la espiraly ahora eran deformes y negros como la pez. Los cachorros que unavez cuidara se habían convertido ahora en sus torturadores, susperros chamuscados.

 Al oír el sonido de su nombre, Samladah, volvió el rostro hacia lavoz que lo había pronunciado y Arkady supo que todavía había unaesperanza.

--La Dama Leona de los Páramos era una hechicera formidable.Su magia tenía tres aspectos. Para empezar, era una maestra del arpay el verso atinado. En segundo lugar, ninguno de los oscuros secretos

de la forja le era desconocido. Y en tercer lugar, era muy ducha en elarte del afeitado. Si ella pedía que ninguna hoja cortara jamás la pieldel muchacho... vaya, difícilmente hubieran podido negarse.

La niña se precipitó hacia el cordón umbilical de sus palabras, seaferró a su ritmo. Su constante subir y bajar. Se aferró con todas susfuerzas.

--Chalybs pasó sus primeros años entre las faldas de las mujeresde la Isla del Cristal. Jugaba con los cerdos y buscaba champiñonesen la maravilla sigilosa de los linderos del bosque. Trepaba a losmanzanos negros y moteados que crecían allí, severos e implacablesguardianes que custodiaban el umbral entre los mundos de los vivos ylos muertos. Comía las ácidas manzanas, rojas como la sangre, yengullía sus semillas.

»Desde las copas de los árboles, ambos mundos se extendíanfrente a sus ojos, desnudos ante su escrutinio. Pero Chalybs tenía sóloojos para el mundo de los vivos. Le gustaba dirigir la mirada más alláde las aguas tranquilas del lago, donde podía distinguir los camposcimbreantes de trigo, el sonido traqueteante de los carromatos, lasvolutas de humo que ascendían de las cabañas de los campesinos.

Sus ensoñaciones estaban llenas del distante refulgir de la luz del solsobre el hierro, la hoja del arado cortando la rica marga parda de loscampos, la nana del balanceo de la guadaña.

--Mamá, ¿podré cruzar las aguas este año para colaborar en lacosecha? --Era la voz de Sara la que había proseguido con lanarración. Como era su derecho ancestral. Enhebrando el hilo de unahistoria que en justicia le pertenecía a ella.

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»Y Samladh se echó a reír y le apartó el pelo de los ansiososojos, azules como el acero. "Los granjeros del condado del lago yatienen manos de sobra, mi querido imprudente. Mi querido y pequeñogranjero".

»Chalybs se echó a llorar. "Cuando sea un hombre, cruzaré lasaguas y no podrás hacer nada para impedírmelo. Ni tus grilletes dehierro ni tus astutos versos podrán detenerme. Tendré mi propiagranja y te mandaré una harina tan fina que no podrás sostenerlaentre las manos. Y unos cerdos tan gordos que la balsa cruzará ellago sobre sus espaldas y no al revés".

»Samladah lo acercó a sí y le susurró cuentos de las tierrasmisteriosas que había al otro lado de las aguas: de plazas de mercadollenas de fornidas campesinas que vendían a gritos sus mercancías.De la magia de las poderosas cercas de madera y de las piedras que

marcaban los lindes. De rosarios de ajo y cebollas colgadas de lasvigas.Poco a poco, empezó a arrastrarse hacia él, luchando contra la

corriente.--Eso es. Ya casi estás aquí --dijo Arkady. La cogió del antebrazo

y tiró con fuerza. Era sólida, tangible. Real. Con un último y fuertetirón, cayó con todo su peso sobre él y se le agarró, temblando y

 jadeando.La abrazó en silencio durante largo rato. Al fin, dijo:--No trates de abarcarlo todo o de encontrarle sentido. Busca algo

pequeño para concentrarte, como un sonido. Tu respiración puedevaler; mantenla controlada y regular, dentro y fuera, lentamente. O elsonido de tus pasos sobre la piedra, contando el número de baldosas,buscando las grietas con los pies. O podrías tratar de repetir unfragmento de un poema o una historia o una canción una vez tras otra.¡O hasta recitar la tabla de multiplicar!

Sara asintió, se apartó de él y se incorporó por sí sola.--Está bien --dijo--. Ya estoy bien. Gracias.La soltó y dejó escapar otro largo suspiro.

--En realidad --dijo-- estaba pensando que tal vez fuera mejor queesperaras aquí. No sé cuánto tiempo tardaré en encontrar el camino alinterior de esa cosa, pero puedo ir mucho más deprisa a cuatro patas.

Confundida, ella sacudió la cabeza.--¿Qué? No... Oh, ya veo.Guardó silencio. Estaba luchando con algo. Puede que sólo

estuviera tratando de controlarse, de escuchar el sonido de su propia

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respiración. Pero su voz, cuando volvió a hablar, no era más firme.Seguía siendo la vocecilla de una niña aterrorizada de siete años.

--No me dejes aquí. Arkady maldijo.»Hablo en serio --dijo ella--. Si me dejas sola...--No te dejaré --la interrumpió.--Muy en serio. Me prometiste que no me harías daño, que nadie

me haría daño...--He dicho que no voy a dejarte --repitió--. Vamos, nos espera una

larga caminata.La ayudó a levantarse y juntos empezaron a dar la vuelta a la

espiral.La propia espiral, sin embargo, tenía otros planes para ellos.

 Arkady captó el movimiento por el rabillo del ojo y lanzó un grito de

advertencia. Ya estaba cambiando, preparándose para afrontar estanueva amenaza. Pero de ninguna manera hubiera podido prepararsepara el destino fatal que estaba cerniéndose sobre ellos.

 Ante sus ojos, el blasfemo patrón de la Espiral Negra cambió ensu totalidad.

 Arkady sintió que la histeria volvía a alzarse en su interior. Algotan grande --grande a una escala cosmológica-- no debería moverse.O, si lo hacía, debería ser con un movimiento tan colosal, tan lento,que resultaría imperceptible para las insignificantes criaturas orgánicascomo él. Un movimiento parecido al grácil balanceo de los planetas enla procesión de los equinoccios. Movimientos tan sublimes que habíande ser deducidos en lugar de contemplados.

Este movimiento no era ni grácil ni majestuoso. La espiral semovía con el sonido chirriante del roce de metal. Por supuesto, elcrispante estruendo era amplificado hasta una magnitud digna delentrechocar de unas placas tectónicas. El llanto del parto de unamontaña al elevarse hacia el cielo.

Sara y él se detuvieron instantáneamente al escuchar el sonido yentonces descubrieron que la espiral estaba girando hacia ellos. Un

arco largo y sinuoso se desprendió de la maraña y se extendió a granaltura sobre sus cabezas, preparado para golpear. No pudieron másque contemplar con horror su descenso. Estaban demasiadoestupefactos para tratar de apartarse, aunque tampoco les hubieraservido de nada. La colosal serpentina de ónice era más alta que unrascacielos. No había sitio al que huir. No había nada que hacer másque prepararse para un impacto que los obliteraría por completo y

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reduciría incluso sus huesos a polvo.La superficie entero del Templo Obscura se inclinó como la

cubierta de un barco atrapado en un remolino. La fuerza del impactohabía hecho añicos el pesado suelo de piedra y una llovizna defragmentos de granito cayó a su alrededor. Arkady se vio dandovueltas y vueltas por el aire. Trató desesperadamente de sujetar aSara pero no lo logró y los dos salieron despedidos de la zona delimpacto.

Cayó al suelo con fuerza, se dio un golpe en la cabeza y sintió enla boca el cobrizo regusto de la sangre. Lo único que indicaba que nohabía perdido el conocimiento era que seguía conservando su formaCrinos. Tras un momento de espera, se precipitó hacia el punto delimpacto, un proyectil de pelo y músculo de doscientos cincuenta kilosde peso.

Sólo dirigió una mirada fugaz a la espiral, por si estabapreparándose para golpear de nuevo. Pero luego echó a correr,devorando con la mirada la tierra destrozada que tenía delante.Gritando el nombre de Sara.

Ni rastro.Escudriñó frenéticamente el suelo, convertido ahora en un paisaje

de colinas y canales, consecuencia de la fuerza bruta del impacto. Alobservar la regularidad con la que subían y bajaban, Arkady se acordóde las aguas tempestuosas de su visión.

No se molestó en contar el número de veces que tropezó y sehizo profundos cortes en las espinillas con los bordes afilados comocuchillos de las baldosas de granito rotas. La mayoría de ellas lashabía partido por la mitad la onda de suelo encabritado y apuntabanhacia arriba como un muro de lanzas preparado para recibir unacarga. Otras se balanceaban como si estuvieran borrachas sobre elterraplén apresuradamente erigido.

 Arkady ignoró las fortificaciones y siguió buscando.Estuvo a punto de tropezar con ella antes de haberla visto. Un

diminuto gemido escapó de su garganta cuando Arkady apartó los

escombros que la habían enterrado casi del todo.Estaba cantando suavemente para sí, la misma nana de siempre.«Bien --pensó él--. Sigue luchando».--Arriba --gruñó mientras la cogía en brazos. En su forma de

guerra, no era para él más que una muñeca de trapo, inerte entre susbrazos--. No tienes nada roto.

Ella empezó a pegarle en el pecho con todas sus fuerzas Golpes

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directos con todo lo que le quedaba. Apenas los notó. Sonrió,orgulloso de ella por su esfuerzo.

--Bájame. Ahora. Mismo --gruño ella, puntuando cada palabra conun nuevo golpe. Estaba tratando de pegarle en la cara pero noalcanzaba. La risilla de Arkady la enfureció y desencadenó un nuevovendaval de golpes--. ¡Bájame ahora mismo!

No tardaría en empezar con las patadas. La dejó en el suelo conla máxima suavidad posible dadas las circunstancias. Ella le dio unúltimo golpe de despedida, una patada en la axila que lo acertó delleno antes de que la hubiera puesto en el suelo, de pie.

--¡No vuelvas a tocarme! ¡Nunca! --levantó hacia él una miradafuriosa y, esta vez, Arkady ni siquiera se encogió al ver las gruesaspuntadas de tripa de gato. Esbozó una gran sonrisa.

--Bien. Mejor. La última patada justo en el blanco --dijo.

El retumbar de la espiral había cesado. El extremo que habíacaído delante de ellos estaba inmóvil por completo, sin ni siquieraagitarse.

--Ése es --dijo Sara en voz baja--. Nuestro camino de ascenso a laEspiral Negra. Si es que no empieza a sacudirse de nuevo.

Permaneció inmóvil. La espiral podía permitirse el lujo de ser paciente. Tenía tiempo... todo el tiempo del mundo, de hecho.

Pero Arkady estaba buscando otra cosa. Tenía que haber algoallí. Algo. Stuart Que-Acecha-la-Verdad había dicho que la soluciónque Arkady buscaba era algo inherente a todo lo espiritual, algo queformaba parte de su misma naturaleza. Era un experimento sobrecaras y cruces. En el caso de la Espiral Negra, tenía que haber unaespiral gemela: una espiral blanca alojada dentro de la negra. No erasolamente posible, era lógicamente necesaria.

 Arkady era consciente de que la lógica no era la fuerza principalallí, en el Templo Obscura. Sin embargo, la espiral blanca de Stuartera lo único a lo que podía aferrarse en aquel momento. Sin aquellatenue esperanza, no tendría otra salida que encaramarse a la propiaEspiral Negra. Exponerse a su contacto corruptor. Colocarse a su

merced como tantos predecesores suyos habían hecho. Como lospropios hijos de Sara habían hecho. No se adentraría por esa senda.Escudriñó la oscuridad tratando de arrancarle sus secretos. Y sí

que había algo allí. No era sólo una ilusión provocada por la escasa laluz. La propia espiral, más oscura que la medianoche, proyectaba unaaguda línea de sombra sobre el suelo de baldosas. Arkady seencaminó hacia aquella serpentina de sombra, afilada como una

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navaja.El extremo final de la Espiral Negra gimió y se estremeció,

tratando de liberarse y arrojando una estela de granito destrozado.Pero Arkady ya lo había percibido: el más tenue destello imaginable deluz que afirmaba su existencia en la sombra de la espiral. Se precipitóhacia él antes de que el patrón pudiera volver a cambiar y saltó sobreaquella oscuridad que se extendía entre las espirales de medianoche.

Lo que vio allí lo dejó paralizado. ¡Había un camino, una rutahacia el interior! Por vez primera lo vio claramente, en toda su gloria.Hubiera podido reírse a mandíbula batiente al ver que su cuento seconvertía en realidad. Pero no tenía ganas de reír.

Lanzó un aullido de frustración y su eco resonó por toda lavastedad del Templo Obscura hasta que la oscuridad se tragó inclusoeso, el eco. Sara apareció corriendo a su lado.

--¿Qué ocurre? ¿Qué pasa? --preguntó. Arkady respondió con voz calmada, llena de resignación.--Nada. Está ahí, tal como yo esperaba. La espiral gemela.--¿Entonces qué es lo que pasa?Le fallaron las palabras, de modo que no pudo más que señalar la

senda que se abría ante ellos. Una respuesta que Sara no podíacomprender. El camino no era una espiral blanca como la que Stuart yél habían imaginado. Era una vereda de la plata más resplandecienteque pueda imaginarse. Le guiñaba un ojo burlón desde su oscuramadriguera.

 Arkady sabía que el mero contacto del precioso metal eraanatema para todos los de su raza. Cada paso que diera sobre aquellaEspiral de Plata sería para él tan dañino como caminar sobre un lechode fuego. Se imaginó a sí mismo avanzando a saltitos agónicos,obligado a una ridícula imitación de la Danza de la Espiral Negra. Latenue esperanza que lo había llevado hasta allí, hasta las mismaspuertas de Malfeas, lo había traicionado.

Se alzó un rugido triunfante a su espalda mientras el extremosuelto de la Espiral Negra se elevaba a gran altura para darles el golpe

de gracia. El golpe piadoso que reduciría la carne y el hueso a finopolvo. Que pondría fin a aquella malhadada aventura de una vez ypara siempre.

 Arkady sintió sobre sí el peso entero de la espiral, lo notó cuandoempezaba su descenso sólo había una manera de escapar. Nisiquiera tenía tiempo de pensar en ello. Podía quedarse allí y permitir que se extinguiera su existencia --que su historia fuera borrada al fin--

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o podía saltar al único lugar en el que la Espiral Negra nunca podríaalcanzarlo. Su propia sombra.

Cogiendo a Sara del brazo, Arkady saltó hacia la Espiral de Plata.La Espiral Negra se retorció y trató de alcanzarlo de un latigazo,

pero ya estaba fuera de su alcance. Desahogó su frustracióngolpeando el suelo y aplastándolo. Su extremo se hundió en lasprofundidades de la nada. Arkady abrazó a Sara con fuerza mientrasdetrás de ellos el suelo se combaba y las baldosas salían despedidasen todas direcciones.

Cayó a cuatro patas y una espantosa agonía se extendió por susmanos, piernas y rodillas. Retrocedió de un salto al instante. Apenasera capaz de soportar el más leve contacto de la Espiral de Plata.

Sara se había incorporado y estaba de pie junto a él, con unaexpresión de angustia en el rostro. El contacto de la plata no la

quemaba. Arkady, sin embargo, era incapaz de mantenerse inmóvil. Hacerlohubiera significado darle al dolor la oportunidad de crecer. Tenía queseguir adelante. ¿Pero dónde estaba eso? Sacudió la cabeza paraaclarársela. Era consciente de que se había producido unadesconexión fundamental en el momento mismo en que había tocadola Espiral de Plata. La Espiral era discontinua en el espacio y en eltiempo. Arkady estaba ahora aislado, separado del fluir de losacontecimientos, el mundo de las causas y los efectos que lo habíaalbergado desde su nacimiento. Lanzó un aullido de confusión, dolor yfrustración pero ningún sonido escapó de su garganta. Al menos, noallí.

Puede que en alguna parte, en otro lugar u otro tiempo, un aullidocapaz de estremecer el mundo surgiera de la nada y desapareciera denuevo. Y gente que él nunca conocería levantaría la mirada y seestremecería ante el sonido de su caída. De la caída en el terror y lanada de una criatura desconocida.

Con una convulsión, se puso en marcha. Desesperadamente tratóde ver adónde lo estaban llevando sus pasos. El camino de plata se

hundía en un cañón oscuro entre sendos acantilados de escamasnegras. Pero no podía distinguir adónde lo estaba conduciendo. Si esque lo conducía a alguna parte.

Si recorrer la Espiral de Plata era así, Arkady no podía imaginar cómo sería hacerlo en la propia Espiral Negra. Era algo inimaginable.

Se revolvió al sentir el contacto de una mano en el brazo,preparado para hacer trizas a cualquier morador de aquel lugar 

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maldito con el que pudiera encontrarse. Pero era Sara.--Me habías prometido --lo acusó-- que no me abandonarías.--Los he abandonado a todos --respondió Arkady--. Sólo que no

me había dado cuenta. Mi familia, mi clan, mi tribu... toda la naciónGarou. Ya no soy nada para ellos. Como si nunca hubiera existido.

--No vas --dijo ella con voz imperiosa-- a dejarme atrás tanfácilmente. Permití que todos ellos marcharan a la oscuridad solos,que recorrieran la Espiral Negra y desafiaran a las fuerzas de la mismaMalfeas. No pienso volver a hacerlo.

--No soy uno de tus hijos, Samladah. Yo soy de la tribu de Halcón.Ella se encogió de hombros.--Yo he visto al halcón volando en círculos sobre mi cabeza. Su

camino es un giro, la misma espiral que recorren mis hijos. Igual dealta, igual de baja. No pretendas darme lecciones sobre mis propios

hijos.--Lo siento. No pretendía...--Eran muy orgullosos, mis hijos. Tan orgullosos... Y yo me sentía

muy orgullosa de ellos. Orgullo de madre. Orgullo de leona. Ahora iré yveré con mis propios ojos los lugares por los que han caminado. Hastaencontrar en qué punto de su camino cayeron. ¿Vas a negarme esto?

--No.--Entonces caminemos. Mira tus pies. El pelaje ya se ha

ennegrecido como si fuera brea. Como el de los perros chamuscados.Si nos quedamos aquí mucho tiempo, no te quedarán ni muñones parapoder caminar.

Él le devolvió la mirada sin miedo y contempló durante largo ratoaquellos ojos ciegos, mientras se preguntaba cómo podría verle lospies y el daño que habían sufrido. Eran unas heridas que ni siquierasus propios y sobrehumanos poderes de recuperación podrían curar,porque le habían sido infligidas por el contacto de la plata.

Mientras se volvía y reemprendía la marcha, se preguntó si losojos de Sara llegarían a curarse alguna vez. Ahora sabía que era unser del espíritu más que de la carne. Pero, ¿le crecerían de nuevo?

¿O acaso las heridas infligidas por las manos de sus propios hijoseran como el contacto de la plata, heridas que nunca se curaban?Hizo lo que ella le había pedido, seguir adelante, a pesar de que

cada paso era una cuchillada de dolor, por la tenue y temblorosacuerda floja de plata que abría un camino ensortijado entre los giros ybucles de la Espiral Negra.

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 ___ OCTAVO CÍRCULO ___LA DANZA DE LA PARADOJA

 Arkady y Sara recorrían una senda quebrada de nueve giros,discontinua en el espacio y el tiempo. Destellos de lugares y tiemposlejanos salían de vez en cuando a su encuentro. Pero el auténticocamino, la senda que conducía hasta el mismo centro del Laberinto dela Espiral Negra, los eludía. En algún lugar de aquella maraña estabala llave que abría el camino, pero ¿dónde? Avanzaban por escenasdesconcertantes y cambiantes, como arqueólogos tratando dearrancarle una reliquia a las arenas del desierto.

 Aquí estaba Arkady, de niño, en el círculo exterior de la asamblea.

Estaba escuchando las palabras de Peter Dos-Aullidos, el narrador delclan. Palabras que Arkady creía haber olvidado tiempo atrás.--Así como está arriba, también lo está debajo. --Peter Dos-

 Aullidos alzó el hocico al viento de la noche. Arkady podía sentir cómose extendía el miedo entre los guerreros allí reunidos como el fuegopor los prados secos de las estepas. Su agudo y acre regusto se tepegaba en el fondo de la garganta, era como una astilla de hueso queno podías tragar ni sacarte de la boca. Un bocado de cenizas.

No darían media vuelta y huirían, estos altaneros guerreros deGaia. Eran demasiado orgullosos para eso. Eran los mismos dientes ygarras de la Casa de la Luna Creciente, la más antigua e ilustre de lascasas nobles de los Colmillos Plateados. Su casa. No sucumbían confacilidad al miedo o la inquietud. Y cuando se abatían sobre ellos, no losufrían con elegancia. Arkady podía sentir cómo se iba larvando laviolencia. Un credo de guerreros: "en la sangre está la catarsis y laredención".

Consciente de que su silueta se recortaba contra la pared de rocailuminada por la luz de la luna, Peter se puso en pie. Todo su cuerpoera una flecha apuntada hacia la luna, una línea recta y afilada desde

la punta de la cola hasta el hocico levantado. Un dedo que apuntabadesafiante al firmamento.El narrador abrió su garganta hacia el cielo y dejó que el viento de

la noche aullara por él, lo utilizara. Dando voz a la atrocidad que habíapresenciado y que ya no podía contener.

--Yo canto a la caída de Ojo del Invierno, Señor de la Casa de laLuna Creciente. Amigo y pariente era para mí, pero cayó en una tierra

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distante. Lejos de los suyos, lejos de su hogar. Siguió a los Danzanteshasta su guarida y allí cayó, en la oscuridad a la que ni siquiera la luzde su estrella se atrevió a seguirlo. He sentido su marcha y vosotrostambién. Haced que corra la voz entre las demás tribus. Yo canto a lacaída de Ojo del Invierno.

El gran aullido recibió el respaldo de una docena de gargantas por todo el círculo.

 Arkady sabía que ya era demasiado tarde. Lo que estababuscando ya no se encontraba allí. Pero Ojo del Invierno habíadesaparecido y su preciosa reliquia y su nombre se habían perdidocon él. Habían pasado al otro lado, más allá de su alcance.

 Arkady maldijo y su madre le dio un pescozón en la nuca.Sabía que si no podía confiar en sus propios sentidos para hallar 

su camino por la Espiral de Plata, tendría que confiar en Sara para que

lo hiciera por él y la malherida niña no estaba en condiciones de guiar a nadie a ninguna parte. Tendría que encontrar un modo de ayudarlaantes de que ella pudiera ayudarlo a él.

* * *

El patrón volvió a cambiar y Arkady fue arrancado de nuevo de lacontinuidad y arrojado a un lugar extraño y un tiempo desconocido.

Estaba en un espacio cerrado, puede que un almacén. Entrabacalor por las paredes de aluminio oxidado y el aire era opresivo. Un soldel desierto entraba por la puerta abierta de la zona de carga.

Había una chica frente a él, una guardiana del saber Uktena. Y seestaba riendo de él. Tenía entre las manos una peculiar esfera hechade huesos entrelazados.

Había llegado a tiempo.--¿Entonces me rechazas? --le preguntó Arkady con voz

imperiosa.--La última vez que pregunté, eso era lo que significaba "no" ¿O

quieres oírlo en las cien voces?

--Muy bien. Estoy profundamente decepcionado.La hoja de Arkady navegó por el aire y se clavó en el hombro dela Uktena. La esfera salió despedida. Antes de que Amy Cien-Voceshubiera caído al suelo, el artefacto estaba en manos de Arkady.

--No, no puedes --musitó ella con un hilo de voz. Arkady levantó la reliquia en su mano y esbozó una sonrisa

triunfante. Seguramente aquél era un orbe que Sara podría utilizar 

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para guiarlos. Una esfera afinada con la música que acompaña alWyrm mientras se retuerce en su madriguera. Una hilo de Ariadnapara éste, el más terrible de los laberintos.

Pero vio que el tesoro se le escurría entre los dedos. La esfera seestiró hacia adelante en el tiempo, y cada posición ocupada por ella enlos siguientes minutos le fue revelada, y supo que también estepresente estaba perdido para él.

* * *

El patrón cambió una tercera vez. Arkady no reconoció la estanciaen la que se encontraba pero sí que reconoció a las tres figuras que laocupaban.

Era una habitación bastante agradable para ser el dormitorio de

una moribunda. Los postigos estaban abiertos y entraba la luz del solpor el rectángulo abierto de la ventana. La luz tenía un tenue peroinconfundible tono verdoso, como si se reflejara en un dosel arbolado.Los cantos de los pájaros que los acompañaban desde el exterior contribuían a reforzar esta impresión.

No se encontraban en el Protectorado de la Tierra del Norte, deeso estaba seguro. Había pasado muchos años allí, viviendo,trabajando y luchando en el dominio de Jacob Morningkill. No había unsolo centímetro de aquel territorio que no conociera.

Pero tampoco estaban demasiado lejos. En alguna parte delnordeste de América, pensaba. Nueva Inglaterra, posiblemente. Salióa la vista de todos y se acercó a la cama, más por lo mucho queechaba de menos la luz del sol teñida de verde que por preocupaciónpor la mujer que descansaba en ella.

Fue una nueva traición. La luz del sol resultó tan áspera como lalana cruda sobre su piel cubierta de ampollas. No había un solocentímetro de su cuerpo que no estuviera en carne viva por culpa de laexposición a la Espiral de Plata. Envidiaba a la mujer que yacíainconsciente en la cama: el lujo de un lugar agradable para morir, de

las sábanas blancas, de los amigos a su alrededor.Mari Cabrah se debatía de un lado a otro, perdida en una luchainterna. Vio que no la habían maniatado. Era una tontería, unsentimentalismo absurdo. Mientras él seguía observando, susviolentas convulsiones estuvieron a punto de tirarla de la cama. Nodebía de ser la primera vez.

Eran demasiado blandos con ella, siempre lo habían sido. Si ella

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hubiera estado despierta, no se lo habría agradecido. De haber sido lasituación la contraria, de haber sido uno de sus dos compañeros demanada el que estaba tendido en la cama, ella nunca hubiera sido tandébil.

Mari era su fuerza, siempre lo había sido. A pesar de la petulanciade Albrecht y los sermones de Evan, Mari era su centro, tanto físicocomo espiritual. Se notaba con sólo mirarlos ahora, con sólo ver cómose les había escapado la lucha de las manos. Cómo aguardaban juntoa su cama como viejas, apartando los ojos y hablando entre susurros.

Tenían miedo de abandonarla, miedo de tocarla. Sabían que nopodían ayudarla, que no podían hacer otra cosa que presenciar sumuerte. Y lo odiaban, odiaban cada segundo que pasaba. Y no podíandejar que terminara.

Y lo que más temían era que si no montaban guardia a todas

horas, todo terminara. Y entonces se quedaran solos.«Les está bien merecido --pensó Arkady--. A los dos». Le hubieragustado ver cómo se las componía Albrecht estando sólo. Estandosolo de verdad. No estaba hecho para esto, a diferencia de Arkady.Cedería bajo presión. Evan y Mari eran más que sus compañeros demanada, eran sus piernas, eran lo único que lo mantenía erguido.

 Aquella cosa que se estaba llevando a Mari estaba devorando una delas piernas de Albrecht. Arkady le hubiera cortado gustoso la otra.

El muchacho, Evan, fue el primero en verlo. Lo miró como sihubiera visto un fantasma. Al escuchar el aliento entrecortado delchico, Albrecht se volvió. Maldijo.

En dos rápidos pasos había cubierto la distancia que losseparaba, al tiempo que desenvainaba el klaive y un arco mortal deplata cortaba el espacio estrecho que separa a Arkady de la camadejando tras de sí un halo resplandeciente.

--Aléjate de ella, bastardo. No sé como has entrado aquí... Arkady sonrió a su antiguo rival. No fue una sonrisa agradable.--Yo también me alegro de verte, primo --dijo, escupiendo la

última palabra como si fuera una invectiva.

--Ahórrame esa basura educada. Si intentas aunque sea poner una mano sobre ella te cortaré en dos esa puta sonrisilla de chacal.Evan llegó en ese momento a su lado y le puso una mano en el

brazo del arma para contenerlo.--Aquí no --dijo--. Ahora no.Los músculos se tensaron a lo largo de todo el brazo de Albrecht

mientras reprimía la transformación en Crinos. Sus ojos no se

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apartaron de Arkady un solo instante. Arkady lo ignoró. Le dio la espalda y se acercó a la ventana. En

aquel lugar había algo extraño en la luz, era demasiado intensa. Hacíaque le dolieran los ojos.

--No estoy aquí por la chica, Albrecht. Si me hubiera gustado, lahabría tenido hace tiempo. --Ignoró el grave gruñido de advertencia--.Tenemos cosas más importantes que discutir.

--Sal de aquí de una puta vez.La voz de Albrecht era un susurro áspero pero tenía su furia

controlada.--Blando --dijo Arkady--. Te has vuelto blando, Albrecht. La

Letanía no puede ser más clara a este respecto. ¿Recuerdas lo quedice? No toleres a los perezosos ni a los heridos en tiempos deguerra...

--¡No me des lecciones sobre la Letanía! No tienes derecho, joder.Eres un Ronin, un desterrado. Yo me encargué de ello. Aunque sihubiera pensado que ibas a tener los huevos de asomar tu careto denuevo por aquí, te habría hecho trizas allí mismo. Le hubiera ahorradoa todo el mundo un montón de problemas.

--Absurdo --le interrumpió Arkady--. Entonces no eras blando, aúnno. Confío en que no lo seas tanto como para no poder ver las cosascon claridad.

--Vete al infierno.--Un paso delante de ti. Como siempre. Eso es precisamente de lo

que quería hablarte. El Infierno. Malfeas. La Espiral Negra. Creo que aestas alturas ya debo de haber terminado el tercer giro, pero nopuedo...

--¿Qué? ¿Qué significa eso de que debes de haber recorrido eltercer giro...? No, olvídalo. No quiero saberlo. No es más que tubasura de costumbre. Quiero que te largues de aquí ahora mismo.

Se sacudió a Evan de encima y dio un amenazante paso al frente.--Estupendo. --Arkady se encogió de hombros--. Si me voy de

aquí, será tu sentencia de muerte. O más bien la de ella. Me alegro de

haberte visto, niño --dijo a Evan mientras se disponía a marcharse.--Serás hijo de puta... --maldijo Albrecht y saltó sobre él con elotro brazo extendido para obligarlo a darse la vuelta pero al tocarlo loapartó con una imprecación. Tenía la mano cubierta de mechones decabello blanco y largas tiras de piel seca, pegajosa y blanquecina.

--Caray, ¿ya has estado jugando con el kit de terapia radiactiva?Trató sin mucho éxito, de limpiarse la mano sobre la pernera del

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pantalón. Arkady se detuvo.--No sabía que ahora trabajases como niñera a jornada completa.

El muchacho debe de estar influyendo en ti.--Tú eres el que está influyendo en mí. --El rostro de Arkady se

retorció en una mueca de asco. Albrecht dejó de frotarse las manoscontra la pernera--. No sé si darte una patada en el culo o librarte de tumiseria de una vez. ¿Qué demonios te ha pasado?

--Estoy recorriendo la Espiral de Plata.--¿De veras? Has elegido un lugar curioso para hacerlo. Supongo

que eso significa que también nosotros estamos recorriendo la espiralde plata, ¿no?

--No --le explicó Arkady con su tono más condescendiente--. Túestás ahora mismo sobre el dobladillo de tus pantalones. Yo estoy en

el Templo Obscura, recorriendo la Espiral. El hecho de que el chico ytú estéis aquí debería ser prueba suficiente de que, de hecho, sí queestoy en el infierno.

--Eh, ése ha sido bueno --lo interrumpió Evan mientras Albrechtse enfurecía--. Pregúntale si quiere comprar mi repelente paraMurciélagos del Wyrm.

 Albrecht logró controlarse.--Supongamos --dijo--, sólo por el placer de discutir, que estás en

Malfeas. Recorriendo la Espiral Negra. Al margen del hecho de queahora mismo estás hablando con nosotros. Supongamos también queno eres un lunático peligroso.

--Un lunático homicida y peligroso --añadió Evan, deseoso deponer su granito de arena--. Puede que incluso un lunático genocida.

--Tampoco hay que pasarse --dijo Arkady.--A pesar de ello --continuó Albrecht sin prestar atención a las

interrupciones--, no deberías de estar aquí. Yo te desterré,¿recuerdas? Invoqué el poder de la Corona de Plata. Te expulsédelante de testigos. El propio Halcón presidió el juicio. Tengo todo elderecho a matarte por haber regresado. A cortarte en dos ahí mismo.

 A hacerte lo que tú le hiciste...Trató de controlarse. Hasta Evan reparó en el brusco cambio en lavoz de su compañero de manada y empezó a decir algo, pero Albrechtlo interrumpió con un ademán furioso.

--No seguirás enfadado por aquello, ¿verdad?--Oh, no te haces una idea. Debes de tener muchos huevos para

asomar el careto por aquí. Pues esta vez te los voy a cortar.

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--¿Después de todo este tiempo? --Arkady resopló--. ¿Despuésde todo lo que ha ocurrido? Ganaste, ¿te acuerdas? Tú eres el que sesienta en el trono de Jacob Morningkill. ¡Tú eres el que se pavonea por ahí con la legendaria Corona de Plata en la cabeza! Yo estoy tiradoaquí, en el Infierno. Y no hay manera de salir de este lugar, por lasbuenas o por las malas, y a estas alturas ni siquiera estoy seguro depoder seguir adelante, al menos sin tu ayuda.

 Al escuchar aquello, Albrecht sonrió.--Parece que estás metido en un lío. ¿Pues sabes una cosa? Me

da igual. Si te quemas en el infierno para toda la eternidad, me daigual. Espera, puede que esté siendo demasiado sutil para ti, así quedeja que te lo deletree: Me. Da. Igual. Por lo que a mi se refiere, tieneslo que te mereces, compañero. Y al menos a mí no me hará perder elsueño. Pero oye, me ha encantado poder hablar contigo y tal. Ya nos

veremos. O no, supongo.--No seas capullo, Albrecht. Ni siquiera me has preguntado por qué había venido o lo que iba a pedirte. Ni lo que te ofrecería acambio. Vaya, por lo que sabes...

--¿Qué parte de "me da igual" es la que no terminas de entender?No quiero tener nada que ver contigo. Nunca jamás. ¿Quieres echar lavista atrás y ver todas las grandes cosas que has hecho por mí?Veamos: mataste a mi abuela. Trataste de usurpar el trono. Luegotrataste de matarme... varias veces, en realidad. Y ni siquiera voy amencionar lo que me hiciste cuando encontramos la Corona de Plata,aunque me costó algunas calvas en el pelaje. --Inconscientemente,volvió a sacudirse las perneras de los pantalones--. Y sigo teniendo lascicatrices para demostrarlo. Así que puede que me entiendas cuandote digo que no quiero ningún favor de ti. Ya he tenido más que desobra.

 Arkady ignoró la diatriba y se acercó a la cama. Al hacerlo, Marise estremeció y gimió, atrapada en los confines de una nuevapesadilla.

--¡Te he dicho que te apartes de ella! --Albrecht bajó la cabeza y

se lanzó hacia él pero las siguientes palabras de Arkady lo frenaron enseco.--Podría curarla, ¿sabes?Lo dijo como si nada y se encogió de hombros. Albrecht abrió la

boca pero no salió ningún sonido de su garganta.--Seguro que sabes --prosiguió Arkady-- que en los círculos

europeos aún se habla de aquella vez en que calmé a un Trueno del

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Wyrm con una sola palabra. ¿Te han contado la historia? A juzgar por su expresión, así era.--Por supuesto --dijo Arkady mientras se llevaba la mano a la

frente como si acabara de recordar algo--. Mari. Ella estaba allí. En laasamblea, ¿no?

 Albrecht estaba perdiendo los estribos y Evan le hablaba en vozbaja y llena de urgencia.

--No lo hagas. No lo merece. Si le pasara algo a Mari durante lapelea nunca te lo perdonarías.

--Tengo la conciencia tranquila --respondió Albrecht con ungruñido--. Nunca se lo perdonaría a él.

 Arkady dirigió a Mari una mirada de falsa preocupación y le pusouna mano en la frente. El rostro de la chica se contorsionó en unespasmo de agonía y perdió todo el color.

--¡Maldición, te he dicho que no la toques! Albrecht lo agarró por la camisa. Trató de levantarlo y hacerlocaer pero lo único que consiguió fue desgarrar la tela.

--Hay un espíritu oscuro dentro de ella --dijo Arkady--. UnaPerdición.

Evan se adelantó.--¿Qué clase de Perdición?Dio a Albrecht un pisotón con todas sus fuerzas. Su compañero

de manada captó la indirecta y, con un gruñido, empujó a Arkady haciala puerta.

--Podría ordenarle que saliera --dijo Arkady--. Podría hacerlo. ¿Lopones en duda? Dominé a aquel Trueno del Wyrm.

--Hijo de... --Albrecht volvió a avanzar hacia él y de nuevo seencontró a Evan en su camino.

--Hazlo --dijo el muchacho con inesperada vehemencia antes deque Albrecht pudiera alcanzarlo y golpearlo con todas sus fuerzas,como pretendía.

--No dejaré que le ponga la mano encima, ¿me oyes? --dijo Albrecht. Levantó la voz--. Si la tocas te abriré en canal ahí mismo.

--No puedes decirlo en serio --protestó Evan--. ¿Es que no hasoído lo que acaba de decir? ¡Ha dicho que podía ayudar a Mari! Sí,puede que sea un mentiroso. Pero, ¿por qué no ponerlo a prueba? Siestá mintiendo, ¿qué hay de malo en dejar que se coma sus palabras?No podemos permitirnos el lujo de desperdiciar cualquier oportunidadde ayudar a Mari. En especial por algo como esto.

--¿Por algo como qué? --gruñó Albrecht--. ¿Te refieres a mi

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testarudez? ¿A mi rencor? Y una mierda que no; tú mírame. Ya hetenido todo lo que necesito de este bastardo. Y si no regresa alinfierno en menos de un minuto, lo mandaré allí yo mismo.

--Albrecht, piensa un segundo. Piensa en lo que estás diciendo. Nisiquiera has querido escucharlo --dijo Evan, tratando de salvar lasituación antes de que desembocase en un baño de sangre. Aunquetuviera éxito, temía que Albrecht estallara. O que lo hiciera Arkady. ¿Yqué pasaría entonces con Mari? Aunque hubiera sólo una oportunidadentre un millón de que Arkady pudiera cumplir lo que prometía, teníanque tratar de aprovecharla.

--Exacto --dijo Albrecht--. Y no tengo la menor intención dehacerlo. Eso es lo que más me escama de toda esta mierda: lo que noha mencionado. ¿Qué saca él de todo esto? Me cuesta mucho creer que se ha dejado caer por aquí por su buen corazón para echar una

mano a un viejo amigo. ¡Estamos hablando de Arkady! Aunsuponiendo que pudiera ayudar a Mari, cosa de la que no estoyconvencido, se asegurará de que le paguemos por ello mucho más delo que merece.

--¿Y cómo vas a hacer las cuentas? --lo desafió Evan--. ¿Quéprecio sería demasiado alto a cambio de recuperar a Mari? ¿Qué va ahacer, demandar tu piel de nuevo? ¿Y si lo hace? ¿Sería muchopedir? ¡Joder, puede quedarse con la piel de mi espalda si eso sirvepara ayudarla! Hablas de principios mientras Mari está inconsciente...puede que para siempre.

El gruñido de advertencia de Albrecht lo acalló al instante.--Mira, chico, sé que estás preocupado por Mari. Todos lo

estamos. Incluso este bastardo, si te crees su historia. Pero puedesahorrarme los violines y esas chorradas de que no voy a dar mi pielpor ella. Ese capítulo hace tiempo que no tengo que demostrarlo. Ymenos a ti.

--No pretendía...--Ya lo sé. Lo de Mari te está reconcomiendo también a ti. Yo

araño las paredes y tú haces lo mismo con palabras. Pero a mí me

sobra tu terapia, ¿capice? Ya tengo suficiente basura propia en estemomento.Evan le puso una mano en el hombro.--Supongo que quieres decir que los dos tenemos suficiente

basura en este momento. Esto no es una cuestión nuestra; estamoshablando de Mari. Y si hay algo que podamos hacer para ayudarla, yme refiero a cualquier cosa, tenemos que intentarlo.

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Lanzó una mirada de soslayo a Arkady, quien esperaba con losbrazos cruzados y una expresión de aparente desinterés.

--Si alguien me pregunta --dijo con tono seco--, no tengo el menor interés en la piel de Albrecht, tal como están las cosas. No me sirve denada. Y me ofende la insinuación de que puede haber sido de otramanera en el pasado. Si alguno de vosotros, caballeros, lo recuerda,no fui yo quien puso a Albrecht bajo el cuchillo del desollador, fue eseDanzante de la Espiral Negra. ¿Cómo se llamaba...? --Arkady guardósilencio mientras reflexionaba--. Ya me acordaré. Además, ya noimporta demasiado. Te vengaste de él en su momento. O la Corona dePlata se vengó por ti, que para el caso es lo mismo. Ese libro estácerrado, caballeros. No seguiréis amargados por eso, ¿verdad? Vaya,hace años de eso. ¡Y al final ganasteis! Tenéis que pasar página. Yoya lo he hecho.

 Albrecht se limitó a fulminarlo con la mirada.--Largo de aquí.Evan empezó a protestar.--Pero, ¿qué hay de Mari? Prometiste que ibas a escucharlo.--De eso nada.

 Arkady se encogió de hombros.--La verdad es que nunca creí que sintieras nada por la zorra esa.

 Aparte de alguna que otra calentura. Pero no creí que te atrevieras aser tan franco delante del crío. Él la idolatra, ya lo sabes. Se ve en susojos. Le gustaría ponerla en un pedestal. O al menos hacer que seinclinara sobre un pedestal.

Con un aullido, Albrecht saltó sobre él al tiempo que setransformaba. Su klaive destelló sobre su cabeza y descendió acontinuación impulsado por toda la fuerza de su forma Crinos. Era ungolpe que hubiera partido en dos una roca. Arkady no hubierasobrevivido.

Evan gritó algo que se perdió en el tumulto reinante mientras Arkady daba un salto hacia delante y se interponía en la línea delataque. Atravesó la guardia de Albrecht y esquivó el klaive y su

poderoso tajo. Chocaron y cayeron al suelo. Los dos adversariosrodaron en una presa mutua, convertidos en un letal vendaval degarras y colmillos.

 A tan corta distancia, era casi imposible que ningún golpealcanzase su objetivo. Saltaba la sangre; volaba el pelo. El rodar delos combatientes se frenó cuando Albrecht chocó contra la pata de lacama. La fuerza del golpe no fue nada para él; ya había sufrido media

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docena de heridas más graves. Fue el sonido proveniente de la camalo que hizo que se detuviera: el gemido de Mari y un ruido sordocuando fue arrojada violentamente al suelo y la cama se volcó sobreella.

Con un grito, se quitó a Arkady de encima. Sorprendido por elinesperado cambio de objetivo, éste giró en el aire y chocó contra laesquina más cercana del cuarto. Estaba de pie casi al instante, ajenoal profundo desgarrón que tenía en el pecho y que casi habíaarrancado el pezón izquierdo y lo había dejado colgando de un jirón decarne desgarrada. Pero todo había terminado. La atención de Albrechtse dirigía ahora a la maraña del somier de la cama y la figura menuday morena que se debatía debajo de ella.

 Al ver que su adversario había rendido el campo de batalla, Arkady echó la cabeza atrás y lanzó un aullido de victoria.

--Oh, ¿quieres callarte? --le espetó Albrecht. Un momentodespués, la estructura de la cama salía despedida por el aire en lamisma dirección seguida recientemente por Arkady. Este la desvió ycayó al suelo hecha un amasijo de madera y metal. Apenas se percatóde los pasos apresurados que, procedentes del exterior, llegaban enrespuesta a su aullido de triunfo.

Evan ya estaba allí, inclinado sobre la caída Mari mientras Albrecht arrojaba la cama a un lado como si no fuera más que un jergón plegable.

--Está bien --dijo el muchacho al tiempo que interponía un hombroentre ella y el enfurecido Albrecht. Como si aquello fuera a representar un obstáculo real para la tempestad de garras--. Dale un poco deespacio, ¿vale?

 Albrecht lo ignoró y se inclinó para cogerla en brazos. Fue lavisión de sus propias garras, de varios centímetros de longitud ymanchadas de sangre recién derramada, lo que le hizo volver en sí.En aquella forma no estaba bien equipado para un acto demisericordia.

 Aulló de frustración y trató de obligar a sus garras a tornarse algo

parecido a unas manos de hombre. No sirvió de nada. Le hervía lasangre. La voz de Arkady, a su espalda, no consiguió sino inflamarlomás aún.

--Déjasela al chico --le ordenó Arkady. El sonido de su voz hizoque volviera el rostro--. Ahora sólo...

--¡Cierra el pico! --le espetó Albrecht, a pesar de lo difícil que leresultaba hablar con aquellos enormes caninos--. Acabaré contigo

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dentro de un segundo.--Ya has acabado --dijo Arkady--. La pelea ha terminado. Le diste

la espalda, abandonaste en mitad de la batalla. Para ir a esconderteentre los débiles y las mujeres. Acepto tu rendición, por supuesto,aunque esperaba más de ti. No importa, ahora has de someterte ami...

--¡Y una mierda! Ya he soportado suficiente tiempo esta basura yvoy a ponerle fin. Ahora mismo.

Hizo ademán de adelantarse pero el rugido de Evan lo detuvo.--¡Aquí no, maldición!Se hizo el silencio en la habitación. Albrecht trataba de no perder 

los estribos. Lanzaba miradas de un lado a otro, a Evan, a Arkady. Unanimal enjaulado que por primera vez comprendía su situación. Fue

 Arkady el que rompió el silencio.

--El cachorro tiene un buen ladrido --admitió--. Pero está en locierto. El tiempo de los desafíos ha pasado. No puedes negarle miayuda a la chica sin condenarla a una muerte lenta y segura. Nopuedes seguir luchando conmigo sin condenarla a una muerte brutal yabsurda. Estás vencido, admítelo. No hay de qué avergonzarse... amenos, claro, que consideres que tu preocupación por la chica y elcachorro una debilidad y una vergüenza...

--Sal de aquí de una puta vez.--Es una petición justa --dijo Arkady con aire reflexivo--. Y que

estoy dispuesto a concederte. Personalmente, esperaba que cederíaspor la vida de la chica pero... como quieras. --Se encogió dehombros--. Pero tu petición llega tarde. Dado que has sido vencido,debes acceder a mi demanda. Debes entregarme la Corona de Plata.

 Albrecht se echó a reír a carcajadas. No era un sonido jubiloso.Requería el entrechocar de los letales colmillos y un montón de salivadesparramada.

--Vamos a dejar algunas cosas claras ahora mismo --dijo. Habíalogrado controlarse y había recobrado unas proporciones humanas.Como mínimo, eso hacía que la conversación pudiera pasar con más

facilidad de una serie de amenazas de cuatro letras y gruñidosmonosilábicos--. Uno, no vas a tocar a la chica. En ningún caso. Dicesque puedes curarla pero yo no me lo trago. Dos, no vas a tocar lacorona. He pagado por ella, con mi sangre y con mi piel. Como seguroque no tengo que recordarte precisamente a ti. El propio Halcón me lapuso en la cabeza. Y no se va a mover de ahí hasta que Él me la pida.¿Me entiendes?

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 Arkady asintió.--Sí. Y ahora tú debes entenderme a mí. Estoy siguiendo el

mandato de mi abuelo.Lo dijo con voz callada pero plena de autoridad.--Y una mierda.--Pues es verdad. Estoy recorriendo la espiral en Malfeas para

redimir a sus hijos perdidos. Samladah camina a mi lado y el AbueloHalcón vuela sobre mí. Abro la boca y es su llamada la que emerge.Necesito la corona, Albrecht; y voy a conseguirla.

Mientras hablaba, unas alas de abrasadora llama blanca brotaroncon agónica lentitud de sus hombros.

Evan, aún arrodillado junto a Mari, levantó la mirada hacia elinesperado resplandor y profirió una imprecación.

 Albrecht entornó los ojos. Recordaba la gloria de las alas del

 Abuelo Halcón, no solo su majestad, sino también su absoluta solaz.Conocía su contacto, sabía lo que era estar envuelto en su protección.El recuerdo de cada pluma estaba grabado a fuego, no sólo en susojos, sino en cada centímetro de su carne dolorida y expuesta. Eraparte de él.

 Al contemplar el resplandor de las alas de Arkady, supo que algoandaba mal. No era que la mano del Abuelo Halcón no se hubieraposado sobre él --¿Dónde podía haber obtenido aquel don sino derodillas frente al tótem de los Colmillos Plateados?--, pero Albrechtpercibió que las alas no eran prístinas. Estaban deshilachadas en losextremos y recorridas por pulsantes venas negras. Cada vez que lasangre recorría aquellos inquietantes conductos, Albrecht se encogía.

 A su espalda, Mari empezó a sollozar en su coma.--Jesús, apaga eso, ¿quieres? --gruñó Albrecht.--Cuento con la bendición de Halcón en esto, Albrecht --dijo

 Arkady--, estoy haciendo lo que debe hacerse para redimir a supueblo. A nuestro pueblo. No te pido tu bendición y ni siquiera tucomprensión. Lo único que te pido es la Corona de Plata. Necesito lacorona.

Dio un paso al frente. Albrecht se aguardó impasible.--Lo que tú necesitas es una buena patada en el culo.--Una vez utilizaste el poder de la corona para darme una orden

--dijo Arkady, cada vez más cerca--. Ahora voy a utilizarlo yo paradártela a ti. Entrégala a mi cuidado.

--No es así como funciona --dijo Albrecht mientras se adelantaba

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para reanudar su batalla.--Claro que sí. La corona te obliga, Albrecht, igual que tú utilizas

su autoridad para gobernar a otros. No es una corona de laurel, unarecompensa por las victorias alcanzadas, es un compromiso, unasolemne y sagrada responsabilidad. ¿Quieres ser rey? ¡Bien, entoncesactúa como un rey! Te digo esto: el lugar de un rey no está junto allecho de los muertos y los moribundos. Está en primera línea delfrente. Tu pueblo, nuestro pueblo, ha caído en manos del Wyrm, y túno estás dispuesto a apartarte de las faldas de las mujeres paraliberarlos de su cautiverio.

--¿De qué demonios estás hablando? --rugió Albrecht.--El lugar de un rey --dijo Arkady-- está dondequiera que sus

súbditos hayan caído entre sus enemigos. Ahí me encuentro yo ahora.En la Espiral, en el corazón de Malfeas. Aquí, donde sufren los hijos

de Halcón. Él ha escuchado sus gritos y me ha encargado quedefienda su causa porque tú, su soberano legítimo, no vas a hacerlo.Pero no puedo vencer sin tu ayuda. Necesito la corona para hacer eltrabajo de un rey.

--No. --Fue la voz de Evan la que respondió. Se incorporó y secolocó junto a Albrecht--. No lo escuches. Tenías razón. Este tío nopuede ayudar a Mari. No entiende nada.

 Albrecht se sacudió de encima el brazo de Evan en un gestocolérico.

--El sitio de un rey --les gritó Evan a los dos gigantescos ColmillosPlateados-- no tiene nada que ver con cabalgar a la cabeza de unejército, o emprender absurdas gestas dignas de locos. Tiene que ver con estar donde está sufriendo su pueblo. Tiene que ver con lacompasión, no con la heroicidad. Tiene que ver...

--La verdad habla por boca de los niños --lo interrumpió Arkady--.¿Has oído al niño, Albrecht? El lugar de un rey está allí donde supueblo sufre. Voy a regresar a Malfeas para redimir a nuestro pueblo.Puedes comportarte como un rey y venir conmigo o entregarme lacorona para que pueda hacer lo que debe ser hecho.

--Eso no es lo que he dicho. He... --empezó a decir Evan, pero fueinterrumpido.--Ahórratelo, chico --gruñó Albrecht:--¡Pero no puedes tragarte esa basura sobre regresar con él a

Malfeas! Jesús, de todas las estupideces salvajes y de macho alfa...--He dicho que te lo ahorres.El rostro de Arkady esbozó una amplia sonrisa. Era suyo. Ya

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estaba imaginándose a sí mismo, llevando la más poderosa reliquia delos Colmillos Plateados hasta el mismo reducto del Wyrm. Sentía elpeso de la tradición, la profecía y los cuentos de antaño que sealineaban como estrellas para señalar entre todos el camino hacia supropio y glorioso destino.

 Albrecht se acercó con lentitud a Mari. Se inclinó sobre ella y ledio un beso de despedida en la frente. Sin decir palabra, se incorporóy se volvió hacia Arkady.

Evan estaba allí, entre ambos. Empujó a Albrecht con todas susfuerzas pero el Ahroun no se movió un milímetro.

--¡No! Maldita sea, no puedes hacerlo. No puedes abandonarla.Te devolveré el sentido común a golpes si es necesario. No creas queno lo haré.

 Albrecht dirigió la mirada a Evan pero se veía a las claras que sus

pensamientos estaban en otra parte. Le puso una mano en el hombroy lo apartó con suavidad.--Tienes que dejar que haga lo que tengo que hacer. De otro

modo, no solo seré menos que un rey sino que seré menos que unhombre.

Evan empezó a protestar de nuevo pero Albrecht lo interrumpió.--Evan. Basta.Se volvió de nuevo hacia Arkady.--¿Preparado? --preguntó el Colmillo Plateado caído.--Sí, estoy preparado --musitó Albrecht. Levantó la mano y se

quitó la Corona de Plata de la cabeza. Le dio varias vueltas entre lasmanos y la contempló desde todos los ángulos. Como si la fuerza parahacer lo que tenía que hacer estuviera escondida en su interior ypudiera sacarla de allí.

Maldijo.--Si ser rey significa abandonar a Mari para que muera a solas

--dijo--, a la mierda con el trono.La preciosa reliquia pasó volando junto a la cabeza de Arkady y

rebotó con un tintineo metálico en la pared del otro lado.

--Llévatela y lárgate ya de aquí.Durante un prolongado momento, nadie se movió o respirósiquiera. Al fin, Arkady exhaló un suspiro y se encogió de hombros.

--Como quieras --dijo. Se inclinó y recogió la dentada corona dedonde había ido a caer. La limpió y se la puso en la cabeza--. ¿Quéaspecto tengo?

Ninguno de ellos lo miró. Arkady volvió a encogerse de hombros,

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extendió los brazos hacia la Espiral de Plata y regresó allí.

* * *

Pasó un rato largo desde que Arkady se marchara antes de que Albrecht o Evan se movieran o dijeran algo.

--No tenías que habérsela dado --refunfuñó Evan, sin apartar losojos del lugar en el que la corona había caído al suelo minutos antes.

Era el más reciente y ambiguo milagro de Halcón y ninguno de losdos sabía qué pensar de él. Allí, brillante en el suelo, en el sitio exactoen el que había caído, se encontraba la Corona de Plata.

--Que me maten si voy a recogerla.--Tienes que recogerla --dijo Evan. Cruzó la habitación e hizo

 justamente lo que decía, aunque con aire entre reverente y temeroso.

Se volvió y se la ofreció a Albrecht--. Es una señal, so burro. Mari tedaría una patada en la cabeza si te oyera hablar así. Cógela.Empujó la reliquia en dirección a Albrecht.--¿Una señal de qué? --Resopló con aire disgustado y se volvió

hacia el cuerpo inconsciente de Mari--. Como si necesitara más"señales" para recordarme que no puedo ocuparme de mi pueblo.¡Joder, si ni siquiera puedo ocuparme de mi propia manada!

--Pero te estás ocupando de Mari. Renunciaste a la corona, altrono, a todo, sólo por su bien. Lo he visto. Estás haciendoexactamente lo que cualquier compañero de manada debería hacer...lo que un rey debería hacer. Estás ocupándote de los tuyos. Esto nocambia eso.

Le puso la corona en las manos.--Un rey debería estar allí donde se encuentre la mayor amenaza

para su pueblo --gruñó Albrecht.--Si Halcón no necesitara un rey aquí, haciendo exactamente lo

que tú estás haciendo, ¿Crees que esto seguiría aquí? Tomaste unadecisión difícil, Albrecht. No sé si yo hubiera podido hacerlo.

--¿Sí? ¿Y qué me dices de la decisión que no tomé? ¿Qué me

dices de Arkady?--Puede --respondió Evan-- que Halcón necesite también un reypara recorrer la Espiral Negra.

 ___ NOVENO CÍRCULO ___

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LA DANZA DEL ENGAÑO

 Arkady dio otro paso y volvió a encontrarse sobre la Espiral dePlata, de camino al corazón mismo de Malfeas. Estaba exultante.Había desafiado a Albrecht por la Corona de Plata. Por el derecho allevarla a la guarida del Wyrm para redimir a sus caídos ancestros. Yhabía vencido.

Pero Arkady no hubiera podido anticipar el efecto dramático quela presencia de la Corona de Plata tendría allí, entre las negrasserpentinas del mismo Wyrm.

Todo el paisaje pareció trasformarse como respuesta a lapresencia del legendario artefacto. La reacción fue extrema ycontradictoria, y Arkady se vio atrapado directamente en medio de lasfuerzas contendientes. Todo a su alrededor --hasta los muros y el

suelo-- empezó a convulsionarse al mismo tiempo, acercándose oalejándose de él.El acantilado cortado a pico de la Espiral Negra, justo a su

izquierda, se retorció y se encabritó como si quisiera apartarse de lapresencia de su ancestral adversario. A su derecha, los quitinosossegmentos del cuerpo del Wyrm se deslizaron con un chirrido en ladirección contraria. Arkady tuvo la innegable impresión de que unascadenas letales, tan grande cada una de ellas como una montaña, setensaban alrededor de su cuerpo. Tratando de convertirlos a él y a laosada reliquia en polvo.

Tuvo un momento de penetrante duda y se preguntó si le habríantendido una trampa para que llevara la corona hasta allí. Un presenteinvoluntario para el Wyrm, entregado en persona sobre una bandejade resplandeciente plata. Gritó el nombre de Sara pero no obtuvorespuesta.

Una oleada de nausea se abatió sobre él y cayó al suelo.Demasiado tarde comprendía el otro cambio que había provocadoinadvertidamente al llevar allí la Corona de Plata. Bajo sus pies, laEspiral de Plata, el tenue cordón umbilical sobre el que caminaba,

estaba deshaciéndose.«¡No!», protestó en silencio. «No puede ser. No he llegado hastatan lejos para fracasar ahora». Trató de convocar el poder de lacorona, de ordenar a las últimas volutas de la senda de plata quepermanecieran en su lugar. Y por espacio de un segundo de triunfo,creyó que había logrado alcanzar la reserva de oculto poder de lareliquia, de arrancar el don de Halcón de su metálica tumba.

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Un brillante haz de plata avanzó a su alrededor, se enroscó a lolargo de su brazo. Alzó un puño cubierto de energía crepitante hacialos cielos, como desafío.

Fue entonces cuando comprendió, mientras el destellante haz deluz escapaba de su cuerpo, que no había salido de la corona sino queera otro jirón de la Espiral de Plata que se liberaba.

Profirió un aullido de frustración mientras su pierna derecha sehundía en el agujero que, hasta hacía un momento, había sido unsuelo firme. El contacto de la senda quemaba como el fuego. Trató deponerse en pie y se desolló las palmas de las manos en el proceso,pero ya estaba mucho más allá de tales trivialidades. Ahora sólopensaba en encontrar algo sólido, algo a lo que aferrarse antes de quefuera arrojado de nuevo a la oscuridad. El onírico paisaje estabadeshaciéndose entero a su alrededor y no era capaz de encontrar 

sustento en la senda cada vez más delgada.Sintió una trepidación y el suelo bajo su otro pie empezó aretorcerse y a ceder. Sabía que ahora sólo le quedaba una salida. Por mucho que temiera aquella posibilidad, y había pasado semanastratando de encontrar otro camino para evitarla, supo que no lequedaba otra opción. Saltó de la senda con todas sus fuerzas, seelevó a gran altura y se agarró al borde de la Espiral Negra.

 Allí. Permaneció allí suspendido un momento, contemplandocómo se disolvían bajo sus pies los últimos restos de lo que había sidola Espiral de Plata, su última y mejor esperanza de llegar hasta elcentro del laberinto. Ahora sólo le quedaba un camino para seguir adelante. Se resignó a él y se encaramó a la Espiral Negra.

 A decir verdad, su primera sensación fue de alivio. No sólo esealivio que acompaña siempre a la constatación de que por fin haocurrido lo que uno lleva mucho tiempo temiendo. No, era un aliviomás humilde, el que se debía al hecho de que el suelo no quemabacomo había hecho el de plata. A estas alturas las suelas de sus piesapenas eran otra cosa que llagas supurantes y Arkady sólo podía dar gracias por pequeños alivios como aquél.

Fue en ese momento cuando se percató de que ya no estabasolo. Detectó un movimiento a su derecha, en el extremo de su campode visión. Se volvió para enfrentarse a esta nueva amenaza. Un hazde plata --uno de los restos que se había soltado de la Espiral dePlata-- yacía chisporroteando y retorciéndose sobre el camino comouna gota de agua en una sartén caliente. Arkady se maldijo a sí mismoy a sus crispados nervios.

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Se puso en camino, con cuidado para no tocar el todavía vivoarco de energía. Pero mientras se acercaba, comprobó que se volvíamás sustancial y adquiría profundidad y forma. Se aproximó.

 Ahora había una figura tirada sobre el camino, frente a él. Lapequeña y quebrantada figura de un hombre envuelto en un nimbo dedestellante plata. Ignorando las crepitantes energías que la rodeaban,

 Arkady alargó la mano y cogió a la figura del brazo. Su mano parecióatravesar los bíceps y se hundió hasta los nudillos bajo la superficie dela trémula piel.

--¿Estás... --empezó a decir Arkady, estupefacto--... estás bien?La figura levantó la cara hacia él y Arkady se encogió

involuntariamente al verla. Allí donde hubieran debido estar los rasgosdel hombre --su nariz, su boca-- había sólo una línea de glifosplateados que dividían su cara en dos desde la frente a la barbilla. Sus

ojos eran sendos agujeros vacíos que enmarcaban y puntuaban lascrípticas señales.Había algo inquietantemente familiar en aquellos símbolos rúnicos

pero antes de que Arkady pudiera seguir examinándolos, la figura selo quitó de encima y se puso trabajosamente en pie. Adoptó una posedesafiante y pareció crecer todavía más hasta superar en una cabezay aún más al señor de los Colmillos Plateados.

Hasta en su forma de guerra, la colosal criatura estaba encorvaday arrastraba por el suelo las garras de treinta centímetros de longitud.Indudablemente era un lupino pero, a diferencia de cualquier otroGarou que Arkady hubiera visto, la neandertalense forma Glabro eradiferente a un cuerpo humano normal.

El denso pelaje que brotaba a mechones de su piel le estaba muygrande y era demasiado tupido hasta para un Garou. El pelaje de susmuslos caía en cascada hasta el suelo y despedía en la oscuridad unresplandor tan blanco como el de Arkady: el orgullo y el pedigrí de losColmillos Blancos.

¡Semejante marca de distinción en aquella criatura! Era un ultraje. Arkady se obligó a afrontar el desafío de aquellos ojos vacíos para

tratar de desentrañar la extraña confusión de líneas y símbolos queformaban los brillantes glifos plateados que ocupaban el lugar de lacara. Con voz titubeante, leyó:

·

Cuando salí por vez primera del vientre de Gaia, me llamaronPelaje-de-Luna-Llena,

(Aunque nacido en la Casa de la Luna Creciente)

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Porque no habían visto un pelaje comparable al míoEn una docena de generaciones.

·

Expulsado de mi casa, privado de mi herenciaPerseguido por los insultos, Nacido-Sin-Luna

Concebido por una unión prohibidaEntre Garou y Garou.

·

Le di la espalda a los míosY bajé aquí, a la oscuridad Para grabar mi marca, sobre el Wyrm si era necesarioY así recobrar mis derechos de nacimiento.

··

Tres cosas pido tan solo, antes del fin de la vida:Un trozo de tierra al que llamar mío,

Una casa de tablones, limpia y bien arreglada;Sin caseta para perro ni corral para ganado.Y tres monedas de plata, cada una de ellas tan redonda y brillanteComo las tres lunas queMe arrebataron.

··

Largos años he vagado aquí, en la oscuridad Y si alguna vez supe el camino a casa, lo he olvidado.Mis garras se han mellado, mis ojos se han vuelto ciegosY ya no puedo luchar, ni 

Recitar mi propio cuentoCon mi propia voz.·

Y no hay una solaLuna que brille

 Aquí en la Espiral No hay Luna·

 Arkady no podía creer las palabras que estaba leyendo. Lolastimaban como golpes físicos. ¿La Casa de la Luna Creciente?¿Aquella monstruosidad? ¿Qué podía significar? Quería hacerla trizas,obligarla a retractarse de su ridícula afirmación.

Pero entonces se le ocurrió una idea más siniestra. Aun de niño, Arkady había sabido siempre que era el miembro de su linaje desangre más pura que nacía desde hacía generaciones. Nadie se lohabía ocultado. Era una fuente de orgullo para todos, un punto de

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reunión, una esperanza secreta y querida.Pero nunca se le había ocurrido preguntar qué había sido del otro,

su lejano predecesor, la mayor esperanza de hacía veintegeneraciones.

No, sencillamente no era posible. ¡Arkady no había recorrido tantocamino para que se burlaran de él! Había venido hasta aquí para...

--¿Para qué?Para redimir a los caídos de su pueblo. Para recuperar sus

recuerdos y arrancárselos a las mismas fauces del Wyrm si eranecesario.

Se tragó el desafío que había acudido a sus labios de manerainstintiva. Se dirigió a la miserable figura que tenía delante.

--Pelaje-de-Luna-Llena --dijo--. Hace demasiado tiempo queabandonaste tu hogar. Te han echado mucho de menos.

Unas arrugas, primero de perplejidad y luego de alivio, sedibujaron en aquellas severas e insólitas facciones. Delicados glifos deplata se encharcaron en los bordes de sus ojos. Y entonces,inclinando la cabeza frente a Arkady, tan solemne como si estuvierahaciendo una reverencia, Pelaje-de-Luna-llena dio un gran salto y selanzó hacia la oscuridad para desandar el camino que sobre la Espiralhabía recorrido hacía tanto tiempo.

El contorno de su resplandeciente pelaje parpadeó y se hizo mástenue con cada paso que daba. Al cabo de tres zancadas completas,la mancha plateada había desaparecido, liberado al fin su recuerdo desu largo exilio en aquel lugar.

En aquel momento Arkady reparó en la presencia de otrasmuchas figuras silenciosas que lo rodeaban en la oscuridad. Habíanasistido ensimismadas a su encuentro con Pelaje-de-Luna-Llena,esperando, absorbiendo cada palabra. Y ahora se mostraban másosadas y se le acercaban desde todas direcciones.

Venían a él para escuchar sus historias leídas en voz alta unaúltima vez. Para oír sus hazañas recitadas, sus heroicas batallasvalidadas por la voz de los vivos. Para que Arkady, rey designado por 

Halcón, separase las hebras enredadas de sus pasados de las líneasque el tiempo y las penurias habían dibujado en sus rostros. Unamagia por simpatía.

 Arkady recitó pacientemente sus linajes, lo mismo los orgullososque los infames. Se solazó con ellos al escuchar sus victorias y secondolió de sus derrotas. No tardó en perder la cuenta de su número:¡Eran una muchedumbre, una hueste! Se le antojaba que la Espiral de

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Plata entera se había pavimentado con las filas agolpadas de losColmillos Plateados caídos, cada uno de ellos una piedra arrojada amodo de desafío contra el Wyrm en su laberíntica guarida. Para fallar y perderse en la oscuridad, extraviarse y rebotar con un ruido hueco,olvidadas y sin propósito, sobre el suelo de Malfeas.

 Apenas acababa de emprender la épica tarea cuando se diocuenta de que algo marchaba muy mal. Una cosa oscura y furiosaestaba formándose alrededor de la Espiral Negra. Pasó sobre él comoel primer y experimental tanteo de un dedo de miedo. El despertar delas memorias aletargadas de los Colmillos Plateados no había pasadoinadvertido.

 Algo estaba desperezándose como respuesta, una reacciónidéntica y opuesta. Las defensas autónomas de la Espiral Negra sealzaron frente a aquel desafío sin precedentes con rápida y brutal

eficiencia. Ojo por ojo. Algo profería aullidos más adelante, un sonido hueco que hizoque todas las cabezas se volvieran hacia él. No era un sonido nacidoen el pecho de una criatura viviente, sino más bien todo lo contrario.Una inhalación de aire que le robaba la vida a todos aquellos que laescuchaban.

No era sólo un sonido, era voz. Y no sólo voz, sino una palabra.Era una palabra aullada una vez tras otra, repetida incansablementehasta que sus sílabas perdían todo el sentido.

Jo'cllath'mattric.Era un nombre hecho de los siniestros vacíos que acechan detrás

de las estrellas y en el fondo de las tumbas vacías. Era una palpitanteausencia, una negación de significado, la anulación de la voluntad.Cada vez que sonaba el nombre, una de las resplandecientesmemorias de los Colmillos Plateados Caídos parpadeaba y seextinguía.

 Allí, al fin, estaba el espíritu oculto que daba vida al TemploObscura, comprendió Arkady con repentina claridad. Aquél era el granespíritu a quien se había erigido y consagrado aquel altar. El Templo

Obscura era el lugar al que iban a morir las historias y aquelJo'cllath'mattric era el espíritu devorador que se encargaba deengullirlas.

Instintivamente, Arkady se abrió camino hacia el extremo de lamultitud. Tratando de interponerse entre la sombría voracidad y losúltimos y fugaces recuerdos de los Colmillos Plateados. Veía el terror dibujado con toda claridad en los rostros de los Garou más cercanos,

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la comprensión de lo que iba a ocurrirles a continuación.Cogió al Colmillo Plateado que tenía más cerca y lo zarandeó,

tratando de conseguir que actuara de alguna manera, aunque fuerahuyendo. Pero no sirvió de nada. Frente a sus mismos ojos, los glifosde la historia del otro se deshicieron, liberados como puntos sueltos,de manera lenta, tortuosa. Y tras ellos, la carne de la cara se abrióalrededor de una herida abierta. Un aullido agónico brotó gorgoteandode la grieta.

La delicada hebra de plata que había sido, hacía un momento, suúltimo testamento --el último recuerdo registrado de su vida-- se perdióvolando en espiral hacia aquella hambre lejana.

 Arkady tuvo que volverse, al tiempo que reprimía la bilis que leestaba subiendo por la garganta. Estuvo a punto de caer de bruces yempezó a avanzar en dirección a la voracidad que era la causa de

todo aquello. Y muy pronto, se encontró caminando a trancas ybarrancas a través de una maraña de idénticas hebras plateadas.Era como caminar por una telaraña, sólo que cada una de

aquellas hebras era uno de sus antepasados, un recuerdo perdido que Arkady había tratado de redimir. Sólo que no había logrado más queacelerar su marcha al olvido definitivo y completo.

 Aullando de frustración, trató de recoger la sutil gasa formada por las hebras que flotaban a su lado pero se le escurrieron entre losdedos y se disolvieron bajo la fuerza de su mano.

Más allá, distinguió algo enorme y blasfemo que se alzaba de laEspiral Negra. Pudo sentir cómo se volvía hacia él todo el peso de laatención del oscuro espíritu, pudo sentir cómo se iba borrando supropio sentido de propósito. Ya empezaba a tener dificultades pararecordar por qué había acudido allí, qué había pretendido conseguir y,por encima de todo, cómo había esperado vencer frente a aquellacriatura, aquella fuerza de la naturaleza.

Hasta aquel momento, Arkady había creído que se habíaenfrentado a lo peor que el Wyrm podía convocar contra él. Se habíaabierto camino a la fuerza entre aullantes legiones de fomori, hordas

de babeantes Perdiciones, manadas de furiosos Danzantes de laEspiral Negra. Había amansado a un Trueno del Wyrm con una solapalabra y había sobrevivido al ataque colosal de la mismísima EspiralNegra.

Pero Jo'cllath'mattric era una amenaza de una magnitudcompletamente diferente. Era una manifestación del propio Wyrm enuno de sus aspectos más terribles. Los cuentos de pesadilla sobre las

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aterradoras máscaras de múltiples formas que adoptaba el Wyrm --elWyrm Profanador, la Bestia de Guerra, el Devorador de Almas--pasaron durante un instante por la mente de Arkady. Pero ninguno deesos relatos podía haberlo preparado para lo que ahora tenía enfrente.

Una manifestación del Wyrm con una forma guerrera no hubieraengendrado tanto terror en su corazón. Él estaba familiarizado demanera íntima con los horrores que el campo de batalla podía ofrecer en todas sus permutaciones. Había vivido cara a cara con lacorrupción, las catástrofes naturales, la desesperación. Estabaacostumbrado a ver aquellos semblantes del Wyrm.

Pero Jo'cllath'mattric era algo completamente nuevo. Era elmecanismo de autodefensa del propio Wyrm, nacido del interminabletormento que experimentaba mientras chillaba y se retorcía, atrapadoen los hilos de la Tejedora. El viejo Wyrm había tenido toda la

eternidad para darle vueltas a sus fracasos, sus errores, susesperanzas frustradas y sus venganzas anticipadas. Tiempo más quede sobra para sucumbir a una locura aullante.

Jo'cllath'mattric era el Wyrm Tratando de Olvidar. Arkady se erguía entre él y los últimos recuerdos de los caídos

Colmillos Plateados, preparado para hacerle pagar un precio tan altocomo le fuera posible por su vida y las de sus hermanos.

Mientras levantaba el klaive por encima de su cabeza paraconvocar a sus parientes en su ayuda, se alzó un aullido de desafío:no proferido por Jo'cllath'mattric, sino proveniente de detrás de Arkady.El Colmillo Plateado no se volvió. No tenía sentido hacerlo.

--El rey es mío --dijo una cruel voz femenina--. No lo toques,Jo'cllath'mattric. Puedes hacer lo que te plazca con estos medio-hombres, estos fugaces recuerdos. Eso no me importa. Pero el de laCorona de Plata me ha sido prometido. Lo dice la profecía. Es midestino acabar con la vida del Último Rey de Gaia.

 Al escuchar aquellas palabras, Arkady se volvió. Sus ojos seposaron al instante sobre Sara. Estaba allí, arrodillada a los pies de suDama Oscura: su hija y su torturadora. Sara miraba hacia delante,

ajena a todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, sollozando ensilencio. La Dama Oscura le dio un tirón a la cuerda que rodeaba elcuello de Sara y el llanto cesó inmediatamente. La dejó caer al suelo.Ni una sola de las enormes moles de pelo erizado y músculos queseguían a la Dama hicieron un movimiento para recogerla. Noconsideraban una amenaza a la niña.

La Dama Oscura sacó un largo látigo de púas de su cinturón y

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avanzó hacia Arkady.--Llevo esperando nuestro encuentro --le dijo con voz siseante--

mucho tiempo. ¿Cuánto, Samladah?Sobresaltada, la niña balbució:--Diecisiete. He esperado, tal como tú dijiste. Y la Dama antes que

tú. Y así sucesivamente. Hasta hace diecisiete siglos.--Ha sido una espera muy larga. Así que mía debe ser 

considerada la principal afirmación: la Dama Oscura matará al ÚltimoRey de Gaia sobre la Espiral Negra. Así está escrito, desde muchoantes de mi nacimiento. Así será...

Tosió, atragantada por las palabras que estaban brotando de suboca, alejándose de ella en espiral como una hebra de hilo plateadoque se desenrrollaba.

--¡No! --dijo con voz jadeante--. No puedes hacer esto. No puedes

arrebatarme mi destino. ¡Es mi derecho! ¡Exijo...!Mientras Arkady observaba presa del horror, Jo'cllath'mattric learrebató su historia a la Dama y la devoró. La historia que ella y todaslas que la habían precedido habían aguardado diecisiete siglos paraculminar, arrancadas en un solo momento. La historia que le habíacostado a Sara su orgullo, sus ojos y siglos de abuso a manos de suspropios hijos... perdida. Desaparecida. Muerta antes de nacer.

Con un aullido de furia, la Dama Oscura se arrojó directamentecontra Jo'cllath'mattric, tratando de arrancarle lo que en justicia lepertenecía.

«El derecho a matarme», pensó Arkady.El ataque de la Dama Oscura le había proporcionado un momento

de respiro y tenía que aprovecharlo.Quería llamar a Sara, decirle que todo iba a arreglarse. Que había

encontrado, al final, un modo para redimir, no sólo los recuerdos desus predecesores sino también los de sus hijos. Todos aquellos quehabían caído en la Espiral a lo largo de los siglos, olvidados sin quenadie los llorara.

 Arkady había creído que la respuesta estribaba en liberarlos, en

escuchar su cuento una última vez y, al hacerlo, convertirse en elreceptáculo viviente de su último recuerdo. ¡Él podría recitar sushazañas, sus linajes, sus sacrificios, un millar de veces! Él podía hacer que perduraran.

Sólo cuando se encontró frente a frente con la realidad demencialque era Jo'cllath'mattric comprendió Arkady que su esperanza era fútil.¿De qué iba a servirles confiarle sus historias cuando él mismo estaba

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a punto de convertirse en la siguiente víctima de la caricia de olvido yvacío del gran espíritu? Sólo conseguiría perpetuar el círculo.

No, para hacer que todas esas historias tuvieran un últimosignificado, para redimir a los muertos y no sólo aplacarlos, no bastabacon que Arkady recordara. Aunque lograra de alguna manera escapar de la cólera de Jo'cllath'mattric, algún día acabaría por llegar su final. Yentonces todas esas historias, todos esos héroes caídos, morirían conél. De nuevo.

 Arkady sabía lo que tenía que hacer. Lo sabía con la mismacerteza con la que siempre lo había sabido todo. Quería aullarlo contoda la fuerza de sus pulmones. Abrirse el pecho y proclamarlo con lavoz del propio Halcón. Recoger a Sara entre sus brazos y decírselo aloído hasta hacerla reír.

No, no bastaba con que Arkady recordara lo que había sucedido

allí. Con eso no les proporcionaría una impresión duradera, unainmortalidad. Tenía que hacer del propio Wyrm, eterno e inmutable, sutestigo. Obligarlo a recordar... o, más exactamente, asegurarse de quenunca pudiera olvidar.

Con un bramido de desafío que estremeció la propia espiral, Arkady bajó su klaive en un destello de plata. Como uno solo, unalegión de héroes de los Colmillos plateados fue tras él, siguiéndolo por el mismo camino que la Dama Oscura había tomado un solo momentoantes, para arrojarse directamente a las fauces del Wyrm Tratando deOlvidar.

FIN

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World of Darkness - Mundo de Tinieblas:

WENDIGOBill Bridges

(Grupo: «Hombre Lobo» / Saga: «Tribus Garou» / Volumen-7,Relato-B)

"Tribe Novel: Wendigo" Traducción: Manuel Mata Álvarez-Santullano

PRÓLOGO·

Vancouver, Columbia Británica, 1983

El viento soplaba desde el norte siempre que Tormenta Matutinaiba sola a los bosques. Nadie sabía lo que hacía allí y aunque algunospensaban que era raro que abandonase a sus compañeros demanada en estas ocasiones, en su tribu no se consideraba algo

inusual. Era una Garou del Pueblo Wendigo, una mujer lobo confuertes vínculos con la tierra; si quería ir sola a los bosques, era señalde que había oído una llamada. Todos creían que era sabio responder a estas llamadas.

Junto a su manada, el Don del Trueno, patrullaba el sur de laColumbia Británica, siguiendo el rastro de la contaminación del Wyrmhasta su escondite y destruyéndolo o persiguiéndolo hasta devolverloal otro lado de la frontera, fuera espiritual (la Umbra) o física (losEstados Unidos).

 Al principio, sus compañeros de manada no prestaban demasiadaatención a los solitarios vagabundeos de Tormenta Matutina. Nosuponían un estorbo para sus cacerías. Ella sólo se ausentaba cuandohabía cumplido con sus obligaciones, en los raros momentos de ocioentre las cacerías. Sin embargo, y esto era muy extraño, cuando pedíapermiso para marcharse, nunca se comportaba como si tuvieraderecho a hacerlo. Era casi como si fuera otro el que la llamara,

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alguien a quien hubiera conocido en sus solitarios viajes.Regresaba a la manada muy cansada, como si llevara días

caminando, pero con una sonrisa en el rostro que ni siquiera lasbromas más despiadadas podían borrar. Era como si su furia fuera unbebé adormilado, no el monstruo terrorífico de costumbre que habíaque reprimir con esfuerzo antes de que se manifestara. Cosa rara enun Ahroun, uno de los guerreros nacidos bajo la luna llena. TormentaMatutina era la guerrera principal de la manada. Y sin embargo,siempre que aparecía el enemigo, parecía que tenía furia de sobrapara combatirlo.

Un día Ladra-Coches se burló de ella con la excusa de sussolitarios viajes.

--¿Dónde vas, Tormenta Matutina? ¿Finges que eres un lupus, unnacido a cuatro patas?

El Rabagash sonrió al decir esto, porque al igual que ella, erahumano de nacimiento, pero pensaba que el origen salvaje de sushermanos lobo era divertido y trágico.

--Dónde voy es asunto mío, Sin Luna --respondió TormentaMatutina, mientras se le erizaba el vello, miraba los ojos de Ladra-Coches y amenazaba con desafiarlo--. No vuelvas a preguntármelo.

El pobre bromista salvó la cara fingiendo que resbalaba con unacáscara de plátano, con lo que pudo arrojarse de espaldas frente aTormenta Matutina --un signo de sumisión lupina-- al tiempo quedejaba bien claro que todo era una broma por medio de un viejo trucode vodevil. Los demás se rieron, y también lo hizo Tormenta Matutinay de este modo todo el mundo quedó contento.

Pero Tormenta Matutina no podía seguir ocultando su embarazo.Su constitución musculosa logró mantener engañados a sus hermanosde manada más tiempo de lo normal, pero al quinto mes la hinchazónde su vientre no pudo seguir atribuyéndose a la musculatura de unguerrero. Su secreto había durado demasiado.

Diente Salvaje, el macho alfa, saltó sobre ella y la tiró al suelo. Seencaramó encima de su pecho y le acercó el hocico a la oreja para

gruñirle:--¡Explícate, Tormenta Matutina! ¿Quién es el padre de la criaturaque llevas en el vientre?

Tormenta Matutina rugió y se lo quitó de encima con un repentinoarrebato de cólera: la furia había despertado en su cuna. Gruñó yadoptó la forma de batalla, preparada para enfrentarse a cualquier asalto. Ladra-Coches, que no quería tener nada que ver con tales

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violencias, se alejó reptando. Los Gemelos de la Flecha de Pedernalintercambiaron una mirada nerviosa, esperando a ver qué hacía elotro. Ojo de Cielo Azul emitió un gruñido sordo en su nativa formalupina, sin saber muy bien qué hacer, esperando una señal de su líder.

Diente Salvaje asumió forma humana y se sentó sacudiendo lacabeza con exasperación. Esto sorprendió a todos, incluida TormentaMatutina, cuya furia se marchó como el viento cuando se cierra unapuerta. También ella tomó forma humana y se sentó.

--Dime que no es el hijo de un Garou el que está creciendo en tuinterior --dijo Diente Salvaje.

--No lo es --dijo Tormenta Matutina--. El niño no será un cachorrolunar. Será puro.

--Entonces no volveré a preguntártelo. Tu secreto te pertenece.Pero debes saber esto: ocultarle un secreto a tus compañeros de

manada es una cosa mala. No te traerá la tranquilidad que anhelas.Sólo atizará el resentimiento y te conducirá a la soledad.Tormenta Matutina pareció sumirse entonces en una reflexión,

como si se dispusiera a revelar la verdad de su concepción, pero alfinal guardó silencio y aceptó la suerte que pudiera acarrearle sudecisión.

Ladra-Coches se le acercó en forma humana, rodando sobre símismo como una rueda.

--¡Oye! --exclamó--. ¿Puedo ser el padrino? ¡El crío necesitará aalguien con sentido del humor en su vida!

Tormenta Matutina sonrió, agarró al travieso Rabagash y le sujetóla cabeza debajo de la axila mientras le frotaba la frente con losnudillos de la otra mano.

--¿Quieres ser el padrino? ¡Sólo si tu cabeza es lo bastante durapara aguantar todos los golpes que voy a darte!

--¡Ayyyyy! ¡Suéltame! --gritó Ladra-Coches mientras se debatíatratando de escapar. Los demás se echaron a reír porque sabían queel bromista podía escapar de su presa en cuanto se lo propusiera. Éseera su fuerte, liberarse de cualquier atadura.

El asunto quedó pues zanjado y nadie volvió a preguntar quiénera el padre del niño.Llegó el verano y con él el momento en que debía dar a luz. Sabía

que no faltaba mucho y le dijo a los demás que debía ser en elbosque, "entre los vientos". Les pidió que la acompañaran y todosaccedieron. Aunque algunas veces refunfuñaban al acordarse delsecreto que les ocultaba, le profesaban un amor profundo. No estaban

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dispuestos a faltar en un momento tan sagrado como el nacimiento delhijo de una Garou, aunque faltaran años antes de que su verdaderolinaje --como Garou o como mero pariente-- fuera a ser conocido.

Tormenta Matutina los llevó a lo profundo del bosque, al lugar enel que, según les aseguro, había concebido al niño. Era un pradooculto en un círculo de árboles, pinos que se mecían en el vientosusurrando un suspiro sedoso. Se sentó en el centro del claro, entrelas flores silvestres, y esperó. Su manada recorría el bosquecircundante, recogiendo agua y comida para llevarle. Al poco tiempotenían bayas, raíces y carne de ciervo para alimentarla mientrasdurara la espera.

Tres noches después, durante la luna llena, Tormenta Matutinaempezó su labor. Pasadas las contracciones, rápidas y fuertes, almismo tiempo que aparecía la cabeza del niño, un terrible aullido se

abatió sobre el claro y ahogó hasta los gritos de dolor de TormentaMatutina. El aire echaba chispas, como si hubiera caído un rayo enalguna parte, pero no se veía ninguna tormenta. Parecía haber formasque se movían detrás de las nubes y los árboles temblaban. En esemomento, parte del cielo se abrió y una horda de destellantes criaturascarnosas cayó sobre el claro, como gusanos arrancados de uncadáver zarandeado. La manada profirió un aullido de advertenciamientras las criaturas desgarraban el velo que separaba su mundo ylas tierras espirituales, se manifestaban como un diluvio y cruzabanaullando los campos en dirección a la parturienta.

Diente Salvaje gruñó, saltó sobre la Perdición más próxima y leclavó los colmillos en la blanda garganta. Manó sangre púrpura y lacosa cayó muerta pero casi al instante su nuevo cuerpo se disolvió enun montón de mucosa. Pero siguieron llegando, una hueste decriaturas deformes impelidas por el infierno a alcanzar la madre y elniño, que aún entonces seguía luchando por nacer.

Los Gemelos de la Flecha de Pedernal mataron dos más, cadauno de un solo flechazo y Ladra-Coches logró que otra lo persiguieraen lugar de atacar a Tormenta Matutina. Se escondió detrás de un

árbol y dio un salto desde allí mientras la criatura pasaba por donde élhabía estado. Sus garras la destriparon, dejando un rastro grasientosobre las flores silvestres. Ojo de Cielo Azul abrió su nuez fetiche conlos dientes y liberó al espíritu de fuego de su interior. Unaconflagración instantánea recibió a la siguiente oleada de Perdiciones,que profirieron gemidos y gritos de dolor mientras su carne quedabareducida a cenizas.

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En ese momento, sin embargo, una horripilante criatura garrudaque corría sobre tres patas atravesó el muro de fuego. Mientras el niñocaía del vientre de Tormenta Matutina, el monstruo abrió las faucespara engullirlo. Sus dientes se cerraron como un cepo, pero no sobrecarne de bebé, sino sobre un musculoso brazo Crinos. TormentaMatutina había adelantado el brazo para defender al recién nacido. Acontinuación tiró con todas sus fuerzas y la Perdición salió despedidapor los aires. Los dientes desgarraron un jirón de ligamentos, pero elniño estaba ileso.

Mientras Tormenta Matutina se inclinaba para cogerlo entre susbrazos, una garra le cortó la garganta desde detrás. La sangre de susarterias se vertió sobre el niño mientras ella se volvía y le aplastaba elcráneo al monstruo con sus últimas fuerzas. Un gorgoteo apagadoescapó de su garganta mientras sus ojos se apagaban. Lo último que

vio fue a su hijo, un niño humano hermoso y perfectamente formado,que abría la boca e inhalaba una bocanada de aire para preparar suprimer llanto.

El grito del niño sacudió el cielo e hizo que se estremeciera latierra. Jamás hubo trueno alguno tan estruendoso como aquel grito yel aire, azuzado por el sonido, empezó a sacudir violentamente elclaro. Apresó las Perdiciones y las arrojó al suelo. Ladra-Coches saliódespedido y chocó contra los árboles y tuvo que sujetarse al ramajepara no caer al suelo. El remolino lanzó a Diente Salvaje contra unaroca; sintió que se le partían las costillas. El viento desatado tiró a losdemás al suelo; no pudieron levantarse hasta que el niño dejó de gritar para coger aire. Cuando reanudó su llanto lo hizo con voz normal, elsollozo vigoroso y saludable de un recién nacido.

La manada volvió a levantarse para defender al niño de lasPerdiciones pero sólo quedaban manchones de mucosa hedionda. Lasdemás habían escapado o se las había llevado el extraño viento.

Ojo de Cielo Azul se acercó al niño caminando con sólo tres patasy arrastrando tras de sí la cuarta, que estaba rota. Lo acarició con elhocico y el niño se calmó. Su llanto fue perdiendo fuerza. Se

atragantó, abrió y cerró los dedos de las manos, dobló los de los pies.La loba cortó con los dientes el cordón umbilical y empezó a lamer losdesechos del parto de la suave piel del niño. Si la aspereza de sulengua molestó al bebé, no dio muestras de ello.

Diente Salvaje se puso en pie, con las manos en la cintura, ylanzó un aullido de profundo lamento por la muerte de su compañerade manada. Los demás se unieron a él, aun Ladra-Coches mientras

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bajaba del árbol.Los Gemelos de la Flecha de Pedernal, conteniendo el llanto,

enderezaron el cuerpo de Tormenta Matutina y le cerraron los ojos.--¿Por qué? --preguntó Diente Salvaje--. ¿Por qué han venido?

¿Cómo sabían que estábamos aquí? Es como si supieran que el niñoestaba naciendo.

--Debemos preguntárselo a mi mentor, Máscara de Cuervo --dijoOjo de Cielo Azul, al tiempo que asumía forma humana y empezaba aacunar al niño entre sus brazos--. Él lo sabrá.

Los compañeros recogieron el cuerpo de su camarada caída y lollevaron de vuelta al clan. Sabían que no podían cuidar de un niño nicriarlo. Dado que el bebé era homínido, lo mejor sería que lo criaransus parientes humanos. Ladra-Coches les recordó que la madre deTormenta Matutina era humana, un miembro de la tribu de Kwakiutl.

Todos estuvieron de acuerdo en que lo mejor sería dejarlo con suabuela.Sin embargo, lo llevaron primero ante Máscara de Cuervo, el más

anciano Theurge de su tribu, un vidente de gran sabiduría al quemuchos de los jóvenes Garou consideraban un loco porque a menudohablaba con acertijos que rara vez recibían respuesta.

--He estado esperando a este niño --dijo el anciano, sentado en laoscuridad de su cabaña, entre el humo de un fuego apagado--. Oí suaullido desde aquí. Tiene una voz poderosa.

--¿Quién es el padre? --preguntó Ojo de Cielo Azul--. TormentaMatutina no nos lo quiso decir.

--Entonces yo no puedo revelároslo --dijo Máscara de Cuervo--.No quiero enojar a su espíritu. Pero muy pronto se sabrá. Hasta esemomento, el niño debe tener un nombre. ¿Desde qué direcciónsoplaba el viento cuando nació?

Los miembros de la manada se miraron entre sí, confundidos.--No lo sé --dijo Diente Salvaje--. Estaba demasiado ocupado

matando Perdiciones como para fijarme.--Espera un segundo --dijo Ladra-Coches--. Creo que venía del

norte.--¿Cómo lo sabes? --preguntó Máscara de Cuervo sonriendo.--Cuando me arrojó contra los árboles, recuerdo con toda claridad

que las ramas se inclinaban en una dirección, hacia el arroyo que haymás allá del claro, que se encuentra al sur. Así que el viento debía devenir desde el norte.

Máscara de Cuervo asintió, como si sus palabras hubieran

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confirmado lo que él ya sabía.--Entonces se llamará John Hijo del Viento Norte.Todos los miembros de la manada asintieron. Les parecía un

nombre tan bueno como el que más.--Llevadlo, pues, a su abuela --dijo Máscara de Cuervo--. Ella no

conoce su verdadero linaje. No debéis revelárselo. Debe criar al niñocomo un humano. Eso lo protegerá de las Perdiciones que temían sunacimiento.

--¿Le temían? --Preguntó Ojo de Cielo Azul--. ¿Por qué? ¿Es queestá destinado a alguna grandeza?

--Eso le tocará decirlo a él cuando llegue a ser un hombre. No lotemen a él tanto como a su padre. Temen que algún día llegue aposeer su poder. --Antes de que nadie pudiera decir nada, Máscara deCuervo se tapó la cara con el chal emplumado--. Ahora marchaos y

entregad el niño a su abuela. Pero visitadlo de tanto en cuanto, puespuede que un día se convierta en uno de nosotros.--¿No deberíamos darle un Fetiche de Pariente para que nos

mantenga informados de sus progresos? --preguntó Ojo de Cielo Azul.Una risilla escapó de las sombras que cubrían el rostro de

Máscara de Cuervo.--No. Ya hay quienes lo vigilan. Nos advertirán si llega el

momento. Idos.Dicho lo cual, el viejo Theurge les dio la espalda y empezó a

tararear una vieja tonada cuyas palabras nadie parecía entender enaquellos tiempos.

La manada abandonó la cabaña y llevó a John Hijo del VientoNorte con sus parientes humanos, y lo dejó allí para que fuera criadocomo humano. Pasarían muchos años antes de que su auténticacondición de Garou le fuera revelada. Pero ni siquiera entonces supoquién era su padre.

 _____ 1 ____

Túmulo de Finger Lakes, Estado de Nueva York, en laactualidad...

 Albrecht corría. Había atravesado el Puente de Plata desde elProtectorado de la Tierra del Norte hasta Finger Lakes pero cuandoestaba llegando al final se le acabó la paciencia y empezó a apretar la

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marcha. Llevaba dos días presa de una gran ansiedad, desde quedejara el Clan del Cielo Nocturno, en los Balcanes, por un Puente dePlata aún más largo que éste. Una vez en casa, había tenido queinformar a su consejo sobre la incompleta victoria obtenida en Europa,donde él y otros muchos habían conseguido impedir la invocación deJo'clath'mattric, pero sólo después de que el Clan del Cielo Nocturnohubiera perdido docenas de guerreros veteranos en un asalto directo.No se explayó demasiado en su relato y casi de inmediato entró en unnuevo Puente de Plata para dirigirse allí, donde puede que sucompañera de manada hubiera muerto ya.

La llamada de Evan, en la que le pedía que acudiera junto a Mari,había sido corta y se había interrumpido por culpa de los típicosproblemas de cobertura de los teléfonos móviles. No tenía la menor idea de lo que podía haber ocurrido en las treinta y seis horas

trascurridas desde entonces. Albergaba la esperanza de que se tratarade buenas noticias pero su corazón le decía lo contrario. No sabíacuántas desgracias más podía soportar. Lo había sobrellevadobastante bien en Europa, pero las cosas son siempre más fácilescuando no son tus propios hombres los que caen. Konietzko, por suparte, había perdido muchos camaradas y aliados. Pero el viejoguerrero seguía adelante con la cabeza erguida. Albrecht tendría quehacer lo mismo.

 Apenas se atrevía a admitir lo mucho que Mari significaba para él.No como amante o como cualquier otra basura de opereta, sino comoamiga, casi como hermana. Sí, pasaban la mayor parte del tiempocomo el perro y el gato, pero eso no era más que una fachadaaceptada tácitamente por los dos para no tener que admitir que seprofesaban sentimientos que hubieran podido considerar empalagosos. Evan se había dado cuenta de ello hacía mucho y habíaterminado por aceptar aquella manera típica --entre los Garou, almenos-- de relacionarse.

La luz lunar del puente dio paso al más profundo índigo de lanoche cuando Albrecht puso el pie en tierra firme. Tuvo que frenar su

carrera rápidamente para impedir que su impulso le hiciera caer en elclaro, un prado situado a cierta distancia del túmulo con el expresopropósito de recibir a los visitantes.

--¡Alto! --exclamó una voz ronca--. ¿Quién osa entrar en estetúmulo sin ser invitado?

--¿Sin ser invitado? --dijo Albrecht, incapaz de contener la furiamientras miraba a su alrededor en busca del que había hablado--. Tú

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has abierto el puente para mí. ¿Quién demonios eres?--¡Tu peor pesadilla!

 Alguien saltó desde atrás sobre la espalda de Albrecht, le rodeó elcuello con un brazo y lo arrojó limpiamente al suelo con una llave deJudo antes de que tuviera tiempo de pensar en reaccionar.

 Albrecht gruñó y estuvo a punto de adoptar la forma Crinos, peroentonces vio a su atacante sobre él, sonriendo. Se lo quedó mirandoestupefacto y balbució algo ininteligible.

--¿Y bien? --dijo Mari mientras se inclinaba sobre él con losbrazos en jarras--. ¿No vas a disculparte por entrar en un túmulo delos Furias Negras sin ni siquiera un "Se puede"?

--Oh, vale, lo siento --dijo Albrecht con una sonrisa de oreja aoreja--. Siento no haber estado aquí para ponerte en tu sitio cuandodespertaste. Es evidente que te has desmadrado un poco desde la

última vez que nos vimos.--¿De veras? --dijo Mari--. ¿Y no era así antes de mi coma?--Me retracto. Lo eras. ¿Cómo he podido olvidarlo? --Le tendió

una mano--. ¿No vas a echarle una mano al rey para levantarse?Sobre todo teniendo en cuenta que has sido tú la que lo ha tirado alsuelo.

Mari cogió el brazo de Albrecht y dio un tirón. Se unieron en unabrazo cuando él volvió a estar en pie. Lo apretó con fuerza unmomento, en silencio, y él le devolvió el abrazo. Por una vez, sabíacuándo debía mantener la boca cerrada. Mari lo soltó y señaló elcamino.

--Alani quiere verte, Albrecht. Todo el mundo quiere saber lo queestá pasando en el mundo. Evan dice que has estado en Europa.--Sacudió la cabeza--. Confío en que no hayas insultado a nadiedurante tu estancia. Si hay alguien que representa a la perfección alclásico paleto americano, ése eres tú.

--Coño --dijo Albrecht--, por supuesto que he insultado a alguien.Pero ya se les ha pasado. Ahora somos colegas. Soy el rey,¿recuerdas? Eso me convierte en un tipo realmente popular.

Mari echó la cabeza atrás y lanzó una carcajada mientrascaminaba junto a Albrecht.--Oh, sí. Un tipo realmente popular. Y yo me lo creo. Albrecht, si

no tuvieras a Evan para cuidar de ti, habría un rastro de cadáverescomo testimonio de tus habilidades diplomáticas.

--Bueno, en realidad lo hay, pero son cadáveres de Danzantes dela Espiral Negra.

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La mirada de Mari se ensombreció y la sonrisa abandonó surostro.

--¿Fue duro?--Sí. Cayeron muchos buenos tipos. Pero no fue en vano. Una

colmena entera de Espirales destruida antes de que pudieranconvocar a Jo'clath'comocoñosellame. Pero, oye. --Albrecht se detuvoy le puso una mano en el hombro--. ¿Qué me dices de ti? ¿Estásrecuperada del todo? ¿Cómo coño te despertaron?

--Estoy bien... O por lo menos lo estaré. Estoy débil pero misfuerzas están aumentando.

--¿Débil? ¡Si acabas de tirarme al suelo!--Palanca. Esa clase de movimiento requiere poca fuerza

muscular, en especial contra un adversario sorprendido y torpe comotú.

 Albrecht rió y sacudió la cabeza.--Vale, te lo concedo. Será mejor que aproveches el momento, telo has ganado. Pero a partir de mañana, se acabaron lascontemplaciones.

--No las necesito, Albrecht. Puede que mi espíritu haya estadoatrapado en un tormento interminable pero ya lo he superado.

--Joder, ¿y qué demonios era eso? ¿Una especie de reino delWyrm?

--No, era mi propia oscuridad, mi propia historia oculta y negada.Supongo que reprimimos muchas cosas del tiempo anterior a nuestrocambio. Algo de eso volvió para atormentarme.

--¡Albrecht! --exclamó una voz desde más adelante, cerca de laprimera cabañas construidas para albergar al clan.

--¡Evan! --respondió Albrecht saludando con el brazo--. Ven aquí.¿Dónde estabas cuando llegué?

Evan se acercó corriendo y le dio un puñetazo en el brazo.--Mari quería que fuera una sorpresa. Pensó que sería mejor que

te pusiera en tu sitio en cuanto llegaras para que no empezaras con tutípica rutina de "he estado pateando culos en Europa".

--Eh, aún tengo la intención de darme ese gustazo, chico. Me lomerezco. Las cosas no han sido fáciles por allí.--Estoy seguro de ello. Me alegro de que hayas vuelto. Me alegro

de que hayamos vuelto todos.Mari sonrió y lo despeinó. Ahora era mucho mayor que cuando lo

había ayudado a superar su Cambio y los peligros que éste acarreaba,pero seguía sintiendo por él un afecto propio de hermana mayor.

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--Vamos, Alani está esperando.Doblaron juntos el recodo y se encontraron frente a un grupo de

mujeres de todas las edades reunido en los escalones de una cabañaalgo más grande que las demás. El porche estaba iluminado por la luzde las ventanas, que subrayaba el rostro de la más vieja de ellas, unaanciana de color.

--Saludos, Rey Albrecht --dijo Alani Astarte, líder del Clan de laMano de Gaia--. Me alegro de verte de regreso de una pieza.

--Hola, Alani --dijo Albrecht--. Gracias, y gracias también por curar a mi compañera de manada.

--Yo no fui la que curó a nuestra hermana. Eso has deagradecérselo a la manada del Río de Plata. Fueron ellos, la TerceraManada de la profecía de Antonine, quienes regresaron con elconocimiento necesario para traerla desde la oscuridad.

--¿De veras? ¿Dónde están? Quiero darles las gracias enpersona.--Esperan dentro, con los demás visitantes, impacientes por oír 

noticias del ancho mundo.--Muy bien, vamos dentro para que pueda contároslo con todos

los detalles jugosos.Indicó a Alani que pasara delante. El diplomático gesto hizo que la

anciana sonriera y asintiera. Algunos dirían que, como rey, teníaderecho a pasar antes que los demás, pero aquél era el clan de Alani,que además llevaba mucho más tiempo que él entre los Garou. Erangestos como éste los que habían hecho que gozara de granpopularidad entre las demás tribus, que de otro modo se hubieranmofado de la simple idea de que un Colmillo Plateado pudiera tener alguna autoridad sobre ellos como rey.

En el interior, la sala estaba llena de mesas y bancos y parecía elcomedor de un campamento. Los aromas de la comida se colabandesde la cocina de la parte trasera. Había hombres y mujeres en losbancos, conversando entre sí. Las mujeres eran mucho másnumerosas y en general los presentes se agrupaban por sexo. La

mayoría estaba compuesta por las Furias que vivían allí. Entre ellashabía algunos Hijos de Gaia, que compartían el túmulo pero nodesempeñaban un papel tan importante en su dirección.

Todas las conversaciones cesaron cuando entró Alani, seguidapor el rey Colmillo Plateado y su manada. La manada del Río de Plata,sentada a la derecha de la entrada junto a una mujer que parecía unahippie de mediana edad, se levantó como muestra de respeto hacia

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ellos. La mujer hizo lo mismo, al tiempo que sonreía y saludaba a losrecién llegados.

 Albrecht parecía sorprendido de verla.--¿Perla del Río? Hacía mucho que no te veía.--Ha pasado algún tiempo, rey Albrecht. La labor de mi tribu con

los niños heridos por la Séptima Generación marcha muy bien, graciasa ti.

--No, esa gloria os corresponde a vosotros. No me canso derepetirlo. Alguien tiene que curar a esos niños y los Hijos de Gaia ospresentasteis voluntarios para hacerlo. Me alegro de que estés aquí.De no ser así, os habría enviado un mensaje desde Tierra del Norte atus Talones de Plata y a ti. Tengo algo que anunciar.

--Estoy impaciente por oírlo --dijo ella.--Y en cuanto a vosotros --dijo Albrecht dirigiéndose a la manada

del Río de Plata--, nunca podré agradeceros lo suficiente lo que habéishecho. Aún no he oído la historia pero Mari dice que fuisteis vosotroslos que la curasteis.

--Oh, no es nada --dijo Julia mientras se alisaba el vestido. Estabaperfectamente almidonado pero se lo había arrugado tan a menudo enlas aventuras que su manada había vivido en los últimos tiempos quese había acostumbrado a hacerlo. Prosiguió con su cultivado acentobritánico--. O sea, una vez que descubrimos que los espíritus delsaber estaban atrapados dentro de las Perdiciones del Saber, tuvimosuna buena pista para ayudarla.

--¿Nada? --dijo Carlita, exasperada, con los ojos enormes bajo elgorro de punto calado que llevaba. Tenía los brazos cruzados y losvoluminosos pantalones le caían muy por debajo de la cintura--. ¡No lehagas ni caso! Arriesgó su propio espíritu para sacar a Mari del círculovicioso en el que se había metido. Podríamos haberlas perdido a lasdos.

--En ese caso estoy doblemente impresionado --dijo Albrecht--. Ydoblemente en deuda. Si alguna vez necesitáis algo, chicos,llamadme.

--Eh --dijo Carlita--. No olvides a los Danzantes de la EspiralNegra y las Perdiciones que nos atacaron. Ni que Grita Caosdescubrió el secreto de las Perdiciones del Saber. Y el túmulosumergido que encontramos...

«Chitón», gruñó Ojo de Tormenta en forma Lupus. «Basta». Lacicatriz que le decoraba el ojo dio a su ladrido un grado de amenazaque no pretendía.

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--No te preocupes --dijo John Hijo del Viento Norte--, habrá tiempode sobra para contar de nuevo nuestra historia.

Cuando se sentó, su collar de carámbanos chocó contra la lanzaque empuñaba con reverencia e hizo un ruido sordo. En verdad seajustaba al estereotipo que algunas personas tenían de los indiosamericanos, con el tatuaje del cuervo en el pecho y todo lo demás,pero era un papel que le encantaba interpretar.

Grita Caos se sentó al tiempo que sus camaradas, sacudió lacabeza y sonrió al comprobar cómo competían por la admiraciónajena. A él lo intimidaban las multitudes y no había dicho nada para nollamar la atención. El gorro que llevaba ocultaba sus cuernos de metispero le preocupaba lo que pensarían los demás de alguien quesiempre llevaba sombrero, estuviera a la intemperie o a cubierto.Prefería calibrar el tenor de un grupo antes de darse a conocer. Era un

Galliard, un narrador y cantante, y le gustaba conocer a su audienciaantes de pisar el escenario. Alani Astarte dio una palmada para llamar la atención de los

presentes. Se había dirigido al otro extremo de la sala y había subidoa un podio al que se accedía por una corta escalinata.

--Es hora de que oigamos el relato del Rey Albrecht --dijo, altiempo que indicaba a Albrecht que se reuniera con ella.

 Albrecht caminó con paso vivo entre los demás Garou, que lomiraron llenos de curiosidad, y se volvió hacia ellos una vez que hubosubido las escaleras.

--Gracias, Alani. Como seguramente sepáis todos, acabo deregresar de Europa. Han pasado muchas cosas. Hay Galliard másdotados que yo para narrar los relatos de heroísmo y tragedia quevivimos allí. He invitado a algunos de los que presenciaron losacontecimientos a que vengan a mi corte muy pronto y lo hagan,cuando todo esto haya acabado. Entonces podremos solazarnos consus narraciones.

»Pero ahora es el momento de actuar. Cuando estaba en eltúmulo del Clan del Cielo Nocturno, fuimos atacados por una colmena

de Danzantes de la Espiral Negra. Logramos reunir nuestras fuerzas ylos masacremos, pero no antes de haber perdido un numero enormede buenos guerreros. El margrave Konietzko y yo mismo conseguimosdetener el rito de invocación e impedimos que liberaran aJo'clath'mattric.

La mención del nombre de la bestia del Wyrm provocó unmurmullo que se extendió por toda la sala.

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--Está allí, atrapado por ahora en un reino propio de la Umbra,alimentándose de los jugos que le absorbe a sus Perdiciones delSaber. Pero sus cadenas son débiles y está realmente enfurecidoahora que hemos cortado su fuente de suministro. Podría irrumpir ennuestro mundo en cualquier momento, a menos que lo ataquemosantes.

»Quiero reunir en mi túmulo un grupo de videntes del espíritus yguardianes del saber para abordar este problema, para averiguar cómo demonios vamos a encontrar ese reino y dirigir un ejército hastaallí. Es el único modo de mantenernos un paso por delante de él.Cuenta con la ventaja de devorar recuerdos, así que sabe un montónsobre nosotros. Y nosotros en cambio no sabemos casi nada sobre él.

»Dentro de tres días se reunirá el grupo. Lo que os pido es queenviéis aquellos representantes que creáis mejor preparados para

ayudarnos en esto. Avisad también a las demás tribus. La mía estáenviando mensajes ahora mismo pero hay muchos que no losescucharán a menos que reciban el mensaje de algún amigo oconocido. Si estáis en buenas relaciones con ellos, hacedme estefavor y convencedlos para que se nos unan. Lo haría yopersonalmente pero es que no tengo tiempo. Eso es todo. ¿Algunapregunta?

Una joven Furia se levantó sonriendo.--Yo informaré a la Camada. Por muy extraño que pueda parecer,

tengo algunos amigos en ella. Puede que nos envíen al menos unTheurge vidente.

Una mujer de mediana edad se puso en pie.--Yo se lo diré a los Señores de las Sombras. Somos vecinos. No

les gustan los Hijos de Gaia pero no serán tan necios como para noquerer saber nada del clan de Konietzko.

--Y yo informaré a los Fianna --dijo Perla del Río, de pie ypreparada para marcharse en cualquier momento--. Pero debemospartir ahora mismo si queremos llegar a tiempo.

--Hacedlo, por favor --dijo Albrecht mientras bajaba del podio--.

Cuanto antes mejor. Yo tengo que regresar a Tierra del Norte parahacer los preparativos.Se produjo un tumulto en el cuarto mientras todos los Garou

presentes se levantaban y se encaminaban a la salida, preparandoestrategias con sus camaradas. La Manada del Río de Plata esperó aque la habitación hubiera quedado casi vacía antes de levantarse parasalir.

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--Esperad un minuto --dijo Albrecht dirigiéndose hacia ellos--.Todos estáis invitados, por supuesto. Sé que no sois Theurge, perolleváis en esto desde el principio así que no hay razón para que osapartéis ahora.

--Gracias --dijo Grita Caos--. Quiero ver lo que pasa. --Carlita ledio una patada en la espinilla. Se volvió, le dirigió una mirada ofendiday entonces reparó en la expresión de su rostro--. Eh... supongo queconvendría que lo habláramos antes. Últimamente hemos pasadomucho.

--Supongo que necesitáis un largo descanso --dijo Albrecht--.Pero confío en veros allí.

Dicho esto salió en busca de Alani y Mari, que se habíanmarchado ya. Evan, que había esperado tras él, se acercó a laManada del Río de Plata.

--No pasa nada si no vais --dijo--. Nadie os lo echará en caradespués de todo lo que habéis hecho.--Estamos cansados --dijo Julia--. Y estoy segura de que

Hermana Guapa echa de menos Tampa.--Sí, bueno --dijo Carlita--. No he pasado por allí desde que todo

esto empezó. Y tú tienes que ver a tus colegas de Londres. Y la pobreOjo de Tormenta lleva sin ver un lobo desde no sé ni cuándo.

«No hables por mí --dijo Ojo de Tormenta en el lenguaje degestos y gruñidos propio de los lupinos--. Yo quiero seguir adelante».

--Y yo --dijo John Hijo del Viento Norte--. Uktena nos eligió paraesto. ¿Cómo podemos saber que nuestra parte ha terminado despuésde haber curado a Grita Caos y Mari?

--Y haber matado un montón de Perdiciones y Danzantes de laEspiral Negra --le recordó Julia--. Pero supongo que estás en lo cierto.Deberíamos llegar hasta el final. No me importaría asistir a unareunión en Tierra del Norte. Quiero decir, es el palacio del rey, ¿no?

--¡Mira la monárquica! --dijo Carlita--. En América no tenemosreyes. Sólo los Garou los tienen.

Julia puso los ojos en blanco.

--Como quieras. De todos modos no sois más que súbditosrebeldes de la Corona Británica.--Yo no --dijo John Hijo del Viento Norte--. Mi pueblo estaba aquí

antes de que vuestro rey hubiera oído hablar de América. Y lo mismopuede decirse de Ojo de Tormenta; los lobos no reconocen otro reyque los machos alfa de sus manadas.

--¡Vale, vale! --dijo Julia--. Ya lo pillo.

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Salieron de la cabaña mientras seguían hablando. Una vez en elporche, vieron que se estaba produciendo una especie de altercado nomuy lejos del edificio. Un indio fornido y de baja estatura estabadiscutiendo con un grupo de Furias Negras, guardianas del túmulo.Parecía que estaba tratando de entrar en la cabaña. Llevaba unadeshilachada chaqueta de tela vaquera y su largo cabello negro caíaen dos coletas a ambos lados de su cabeza. Bajo la chaqueta se veíauna camiseta con un dibujo de un lobo aullando. Su cinturón tenía unahebilla enorme, una gran cabeza de lobo hecha de peltre queenseñaba los dientes. Llevaba unas Nike último modelo y nuevecitas,de un blanco cegador. Al ver a la Manada del Río de plata, parecióanimarse.

--¡Ahí! --gritó mientras señalaba a John Hijo del Viento Norte--.Ése es el tío al que he venido a buscar. Asuntos tribales, señoritas. No

podéis interponeros en algo así, ¿verdad?--¿Conocéis a esta... persona? --dijo una de las Furiasdirigiéndose a la joven manada.

Todos se miraron entre sí pero nadie respondió. John Hijo delViento Norte miró a Evan.

--No lo había visto en mi vida --dijo éste--. ¿Y tú?--Tampoco --respondió Evan. Se acercó al hombre--. Hola, me

Llamo Evan Curandero del Pasado, de los Wendigo. ¿Has dicho algosobre asuntos tribales?

El hombre apartó de su camino a las centinelas y le estrechóvigorosamente la mano.

--¡Exacto! ¡Llámame Pie Velludo! Me ha enviado Aurak Danzantede la Luna para buscar a ese cachorro.

Señaló a John Hijo del Viento Norte.Éste parecía confuso.--He oído hablar de él. Es el guardián del saber del Clan del

Halcón, de Ottawa. Pero no nos conocemos. ¿Qué quiere de mí?--No me lo dijo --respondió Pie Velludo mientras se adelantaba y

le tendía la mano a John Hijo del Viento Norte. Cuando éste se la

estrechó, se oyó un fuerte crujido y el joven Wendigo se apartó de unsalto, sobresaltado y sintiendo un hormigueo en la mano--. ¡Ja!¡Siempre funciona! El primer apretón es normal, así que nadiesospecha nada, pero la descarga viene con el segundo.

Les mostró un polo eléctrico de broma que llevaba en la palma dela mano, uno de esos que pueden comprarse en tiendas de disfraces yartículos de magia.

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--Oh, pues qué gracioso --dijo Carlita--. Menudo idiota estás túhecho.

Pie Velludo le lanzó una mirada de soslayo.--Eh, llevaba mucho tiempo sin poder usarlo, hermana, así que

corta el rollo. No todos los días... --Entonces dejó de hablar, como siestuviera a punto de decir algo que no debiera--. En todo caso, tengoque llevar a John a ver al guardián del saber. Por algo relacionado conla implicación de la tribu en ese asunto de la tormenta de la Umbra.

--¿Por qué no me han dicho nada? --preguntó Evan con aire deconsternación.

--Ni idea. Como ya he dicho, a un humilde Rabagash como yonunca le cuentan nada. Lo único que sé es que Gritos al Vientoprefería que Aurak hablara con John en lugar de contigo. Oh, sí, los oíhablando de ti. A Kreeyah le caes bien y es un tío muy respetado, pero

no es el líder de la tribu. No, ése es Gritos al Viento, y a éste le oídecir: "no siento deseos de curar un pasado que nos ha sidoarrebatado". Creo que estaba hablando de ti.

Evan parecía dolido. John le puso una mano en el hombro.--¿Conoces bien a esos Wendigo, Evan?--La verdad es que no. He tenido algunos tratos con ellos y

Kreeyah al menos es amigo mío, pero él es uno de los pocos quereconoce mi labor con las otras tribus. El viejo Gritos al Viento estáamargado y tiene una gran memoria para las afrentas del pasado. Élpiensa que intentar resolver los viejos agravios, como hago yo, es unapérdida de tiempo.

--En ese caso no iré. Tú fuiste el que me encontró después de miCambio. Tú me enseñaste El Camino. Te debo mucho además de ser tu amigo. Si no son amigos tuyos, tampoco lo son míos.

Evan sonrió pero sacudió la cabeza.--No podemos seguir viviendo así. Son hermanos de nuestra tribu,

John. Puede que no respeten todo lo que hago pero yo respeto suposición. Y tú también deberías hacerlo. Creo que te conviene ir conPie Velludo a ver a Aurak. Quizá seas capaz de convencerlo para que

acuda a la reunión convocada por Albrecht. Su sabiduría nos sería degran ayuda.John se volvió hacia Pie Velludo, que había estado frunciendo el

ceño pero ahora sonreía al escuchar las palabras de Evan.--Muy bien, Pie Velludo. Iré contigo siempre que pueda estar de

regreso en Tierra del Norte dentro de tres días.--¡Claro! --dijo Pie Velludo--. No tenemos que ir hasta Canadá.

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 Aurak se reunirá con nosotros en la reserva de los mohawk, en estemismo estado.

«Nosotros también vamos», dijo Ojo de Tormenta.--¿Qué? --dijo Julia--. ¡Pero si nos han invitado a la reunión!--Ya has oído a Pie Velludo. --Dijo Grita Caos--. Estaremos de

regreso a tiempo.--Eh... no estoy muy seguro de esto --dijo Pie Velludo--. Sólo me

han ordenado que lleve a John.--Mi manada viene conmigo o no voy --dijo John mientras clavaba

la parte roma de la lanza sobre el suelo.--Vale --dijo Pie Velludo--. Pero tendrán que ir en la parte trasera

de la camioneta. Delante no tengo espacio suficiente para todos.«Estupendo --dijo Ojo de Tormenta--. Podemos irnos».Pie Velludo sonrió y se echó a reír.

--¡Pues vale, coño! ¡Cuanto antes lleguemos, antes podremosregresar! ¡Vamos!Se puso en marcha hacia el aparcamiento que el clan mantenía

para los vehículos de los visitantes.--Sé respetuoso, John --dijo Evan--. No dejes que te enfurezcan

hablando de guerra entre tribus. Si Kreeyah está allí, puedes contar con él como aliado.

--Gracias, Evan --dijo John--. Te contaré todo lo que pase dentrode tres días, en la reunión.

--¡Vamos! --gritó Pie Velludo desde lejos.Ojo de Tormenta se puso en marcha y el resto del grupo lo siguió.

John le estrechó la mano a Evan y se volvió para reunirse con ellos.Escucharon el sonido de un viejo motor antes de ver la camioneta. Erauna Ford de 1969, oxidada casi hasta el chasis. Sería un viajeincómodo.

Pie Velludo estaba al volante, apretando el acelerador para que elmotor no se apagase.

--Vamos, subid. ¡Los blancos no tenéis sentido de la urgencia!--Oh, eso sí que tiene gracia --dijo Julia--. Yo pensaba que eran

los indios los perezosos y apacibles. Al menos era así en las viejaspelículas de John Wayne.Pie Velludo se echó a reír.--¡Como tú digas, kemosabe!--Iré en la parte de atrás --dijo John--. Julia y Grita Caos pueden ir 

delante con Pie Velludo. Ojo de Tormenta y Gran Hermana puedenvenir conmigo.

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--Vale, joder --dijo Carlita mientras subía a la parte trasera, queestaba completamente oxidada--. De todos modos no me sentaría por nada del mundo con ese capullo. ¡Vámonos!

Una vez que todos estuvieron dentro, Pie Velludo metió primera yse puso en marcha por un camino de tierra que conducía a laautopista principal, mientras todos sus pasajeros contemplaban lassiluetas lejanas de los Garou que se preparaban para una reunión dela máxima importancia sin contar con ellos.

 _____ 2 _____

El sol se había alzado ya sobre las copas de los árboles cuando

atravesaron los límites de la reserva mohawk de Akwasasne en laruidosa y traqueteante camioneta. John, Carlita y Ojo de Tormenta seagolpaban en la parte trasera y gruñían con cada bote que daba elvehículo --y causaba la impresión de que saltaba al menos mediometro cada vez que tocaba con una rueda el más pequeño fragmentode grava.

--¿Es que este tío no sabe lo que son los amortiguadores? --habíapreguntado Carlita poco después de que el viaje diera comienzo.

 Ahora, como todos los demás que iban en la parte trasera, se habíasumido en un silencio malhumorado mientras esperaba a queterminara el incómodo recorrido con los dientes apretados.

En el interior de la camioneta, las cosas no eran mucho mejores.Julia le había pedido al menos diez veces a Pie Velludo que apagarasu apestoso cigarro pero el Rabagash se había limitado a reír y habíaseguido fumando.

--Hay que respetar el tabaco --dijo.--Eso no es tabaco, idiota --le dijo Julia--. Es una mezcla de

productos químicos que enmascaran una planta natural. ¿Sabes quéclase de basura le meten las compañías a esas cosas como relleno?

--Ni lo sé ni me importa. Si hecha humo, me lo fumo.Volvió a reírse y exhaló una nube tóxica.--¿Falta mucho? --preguntó Grita Caos mientras volvía la cabeza

tratando de aprovechar lo que pudiera de la brisa que entraba por larendija de la ventanilla que Julia acababa de abrir. El aire era gélidopero él prefería congelarse que asfixiarse.

--Acabamos de cruzar los límites. Casi hemos llegado. No te tires

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de los cuernos.La mención de su deformidad hizo que Grita Caos se encogiera.

Hacía mucho tiempo que no se enfurecía por cosas así, pero seguíasin gustarle que le recordaran sus diferencias. Miró por la ventana y sepreguntó qué aspecto tendría una reserva india moderna, pero lo quevio fue una escena idéntica al resto del paisaje rural de Nueva York:líneas de árboles jalonando las carreteras con ocasionales casitas alfinal de una vereda, señaladas por buzones a un lado de los caminos.

De improviso el coche se inclinó hacia la izquierda mientras PieVelludo daba un giro muy brusco y se metía por un estrecho caminode tierra que conducía a un campo abierto. Daba la impresión de queen el pasado se había cultivado algo allí pero habían trascurridomuchos años desde la última vez que diera alguna cosecha. Las finasy cortas briznas de hierba que brotaban de la tierra estaban cubiertas

de escarcha y el viento que soplaba sobre el campo las azotaba sindescanso.Pie Velludo tiró del freno de mano y la camioneta se detuvo

bruscamente. Julia estuvo a punto de golpearse la frente contra elparabrisas pero logró detenerse a tiempo.

--No gracias al cinturón de seguridad o el airbag --dijo enrespuesta a la mirada de preocupación de Grita Caos--. ¿Es aquí?¿Dónde están los Wendigo?

Pie Velludo bajó de la camioneta y dio un fuerte portazo tras de sí.--Oh, no tardarán en llegar. Vamos.Se encaminó al otro lado del campo.John y Ojo de Tormenta bajaron de un salto y estiraron las

piernas, mientras Carlita, que parecía cansada y maltrecha, lo hacíacon más cuidado.

--¿No podemos parar primero a tomar un café o una coca-cola?--Demasiado tarde --dijo John mientras corría para alcanzar a Pie

Velludo. Los demás se tomaron su tiempo para seguirlo y acabaronformando una fila discontinua a lo largo del campo. Pie Velludo silbabauna canción que ninguno de ellos reconoció. Cuando John alcanzó al

Rabagash, le dio unas palmadas en el hombro. Pie Velludo se volvióhacia él pero no frenó su paso.--¿Sí? ¿Estás pensando en algo? --dijo.--¿Por qué estamos aquí? --dijo John mientras señalaba el campo

vacío que los rodeaba--. No hay casas ni cabañas; ni siquiera uncobertizo.

--No hay gente. No conviene que los asuntos de los Garou se

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realicen delante de otros.John asintió.--Sí, pero seguro que hay algún lugar más cálido que éste e

igualmente alejado de ojos indiscretos.Pie Velludo lo miró con el ceño fruncido.--¿Te asusta el frío? Eres un Wendigo.--Yo no siento el frío --dijo John--. Al menos desde mi Cambio. Es

mi manada la que me preocupa.Señaló con un gestó a sus camaradas. Pie Velludo miró hacia

atrás y vio que cada uno de ellos, a excepción de Ojo de Tormenta,que seguía en forma de lobo, estaba tiritando con los brazos alrededor del torso en un penoso intento por mantenerse calientes.

--Oh, no te preocupes por ellos --dijo Pie Velludo--. Si crees queaquí hace frío, espera a que... Bueno, estarán bien aquí. Siempre

pueden ponerse a cuatro patas. El pelaje ayuda. Bueno --dijo mientrasse detenía y miraba al suelo. Una estaca de prospección con unpañuelo rojo anudado en lo alto sobresalía del duro suelo--. Aquí es. Ellugar.

--No entiendo --dijo John mirando la estaca--. ¿Qué clase de lugar de encuentro es éste?

 Antes de que pudiera reaccionar, Pie Velludo saltó sobre él. Encuestión de segundos, lo había inmovilizado y lo tenía en el suelo.

Ojo de Tormenta, a escasos metros tras él, profirió un aullido deadvertencia para los demás y corrió a socorrer a su camarada. Peroantes de que lo alcanzara, vio un resplandor trémulo parecido a unrayo de sol sobre un estanque y los dos Garou desaparecieron.

Grita Caos, que estaba corriendo a toda velocidad para tratar dellegar hasta ellos, se detuvo.

--¿Qué ha pasado? ¿Dónde han ido?«¡Umbra! --ladró Ojo de Tormenta--. ¡Tenemos que cruzar al otro

lado!»--Cogedme la mano --exclamó Julia. Los demás corrieron hasta

ella y la cogieron por los brazos. Ojo de Tormenta la rodeó con el

cuerpo. Julia sacó la agenda electrónica del bolsillo de la chaqueta, laencendió y se concentró en la luz pulsante que brillaba en el centro dela pantalla. Más allá de aquella luz, empezó a llevarlos a través de laCelosía que separaba los mundos. Todos sintieron que la conocidaligereza se apoderaba de sus cuerpos, como si la gravedad fuerasuspendida por un momento, pero entonces su peso regresó con unasacudida.

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--¿Por qué no estamos al otro lado? --gritó Grita Caos, un pocomareado por un ataque de vértigo repentino.

--No... no puedo atravesar la Celosía --dijo Julia con unaexpresión de completa sorpresa en el rostro--. Es como si la barrera sehubiera hecho más dura cuando he tratado de atravesarla. Nuncahabía sentido algo parecido. No debería ser tan sólida en un campovacío en mitad de la nada. ¡Es más gruesa aquí que en plena ciudadde Nueva York!

«Cada uno de nosotros debe intentarlo --dijo Ojo de Tormenta--.¡Extiende tu fetiche!»

Julia sacudió la cabeza.--¡No funcionará, te lo aseguro! La Celosía es demasiado sólida.Ojo de Tormenta emitió un gruñido sordo como respuesta. Julia

suspiró y extendió la agenda electrónica para que todos pudieran mirar 

la pantalla. Tras unos momentos de concentración, en los que Ojo deTormenta miró fijamente la luz pulsante y trémula tratando desintonizar su cuerpo con el mundo espiritual, el Garou gruñó y apartóla mirada.

--Ya te lo había dicho --dijo Julia mientras apartaba la agenda--.No podemos pasar. ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué clase de trampa esésta?

Ojo de Tormenta profirió un aullido de frustración y Grita Caos seunió a ella. Su grito reverberó sobre los campos pero se perdió acontinuación en el silbido del viento.

* * *

John chocó contra el suelo y la cara se le hundió en un montón denieve. La inesperada aparición de aquella superficie húmeda losobresaltó y dejó de luchar por un momento. El peso de Pie Velludo selevantó de repente de su espalda y cuando se incorporó de un salto,preparado para atacar al Rabagash no lo encontró allí. Nieve y vientole azotaban el rostro con furia, obligándole a entornar la vista.

Se encontraba en medio de una furiosa tormenta, cuyo viento lemordía el pecho desnudo como un millar de diminutas dagas.Retrocedió tambaleándose, sin saber qué debía hacer. Nunca habíasentido un frío tan penetrante como aquél.

«No, eso no es cierto --pensó--. Una vez sentí algo así, de niño,antes de convertirme en un Garou. ¿Qué está pasando? ¿Por qué derepente puedo sentir el frío?»

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Después de su Primer Cambio había tardado algún tiempo endarse cuenta de que el frío lo molestaba menos que a otras personas.De niño era famoso en su vecindario porque casi nunca tenía quellevar abrigo en invierno, pero hasta él sentía frío de vez en cuando, enlas peores heladas de la estación.

 Al principio creía que todos los Wendigo eran como él pero notardó en darse cuenta de que la mayoría sólo lo aparentaba y fingíacon estoicismo que no sentía el gélido mordisco del frío. En su casoera una cuestión de fuerza de voluntad, no de ausencia de dolor.

Pero ahora... ahora sentía en toda su fuerza la tormenta más fríaque jamás hubiera experimentado y no tenía ni una camisa paracalentarse. El collar de carámbanos parecía unido a su piel y teníamiedo de tocarlo por si se le quedaban los dedos pegados.

Oyó una voz por encima del sonido silbante del viento e

inmediatamente trató de localizar su fuente. Parecía la de Pie Velludopero John no podía ver a su dueño. Creyó oír la risa del Rabagashpero luego sólo hubo silencio, el zumbido del viento y nada más.

--¡Pie Velludo! --gritó--. ¡Explícate!No hubo respuesta.John no alcanzaba a ver más allá de sus manos extendidas. La

nevada era muy intensa. La nieve le había cubierto ya los tobillos en eltiempo que había permanecido inmóvil. Comprendió que si sequedaba allí parado acabaría por enterrarlo.

Levantó la lanza hasta su cara y empezó a dar vueltas a la puntade pedernal, tratando de captar un atisbo de luz, un destello que lepermitiera atravesar la Celosía. Se había dado cuenta de que estabaen la Umbra, porque ninguna tormenta natural podía ser tan intensa.Pero la poca luz que veía no era lo bastante hipnótica como parapermitirle cruzar la barrera. Era como si se hubiera cerrado la puerta yno fuera capaz de encontrar el picaporte.

«Moriré aquí si no logro encontrar refugio --pensó--. ¿Qué clasede trampa del Wyrm es ésta? ¿Intenta que muera congelado?»

Cambió a su forma Lupus y al instante se sintió mucho mejor. El

grueso pelaje lo protegía de lo peor del frío pero a pesar de todoseguía mordiendo y sintió que los miembros empezaban aentumecérsele.

Echó la cabeza atrás y llamó a sus compañeros de manada conun aullido. Su llamada resonó en la distancia como un eco y se fueapagando. Esperó en silencio, con las orejas alzadas para captar lamás pequeña respuesta. Nada.

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Hundió el morro en la nieve tratando de alcanzar el suelo perocuando lo tocó con el hocico se dio cuenta deque estaba helado y erademasiado duro para excavarlo. Aunque adoptase la forma Crinos,perdería demasiada energía, que ahora le era preciosa, tratando deabrir un agujero lo bastante grande para meterse en él.

«¿Y para qué? Si me quedo aquí, moriré».Echó a correr en la dirección en la que creía que estaba la

carretera principal, sin saber muy bien qué hacer. Sólo sabía que teníaque seguir moviéndose.

 _____ 3 _____

--¡Nada! --gritó Carlita, frustrada, mientras daba una patada a latierra helada--. ¡Aquí no hay nada!La Manada del Río de Plata se había desplegado en abanico

sobre el campo, husmeando y buscando cualquier pista relacionadacon el cierre de la Celosía o alguna razón por la que el Wendigo podíahaberse llevado a John a la Umbra.

--Por un momento me ha parecido que había un punto débil allí, junto a los árboles --dijo Julia al volver del lindero del campo--, peroparecía desaparecer cuando me acercaba, como un espejismo.

«Tiene que haber una respuesta», dijo Ojo de Tormenta mientrasescudriñaba el campo con la mirada por lo que parecía centésima vez.

Un sonido distante y metálico llegó hasta ellos. Todos los ojos sevolvieron hacia la camioneta, que seguía aparcada donde Pie Velludola había dejado. El Rabagash acababa de cerrar la puerta y estabasentado en el asiento del conductor. Encendió el motor al mismotiempo que los saludaba con un ademán y una gran sonrisa en loslabios.

Toda la manada echó a correr adoptando la forma Lupus, la másrápida de todas, y se precipitó hacia él a toda velocidad. Ojo de

Tormenta invocó el poder de Conejo y empezó a recorrer con cadazancada más espacio que los demás. Pero ni siquiera así podríaalcanzar la camioneta a tiempo. Se encontraba demasiado lejoscuando habían oído que se cerraba la puerta.

Pie Velludo pisó el acelerador y salió del campo en dirección alcamino y al interior de la reserva.

Grita Caos rugió de frustración y empezó a detenerse.

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Ojo de Tormenta le lanzó un agudo ladrido de amonestación ysiguió corriendo.

«¡Debemos cogerlo!»Los demás empezaron de nuevo a correr y salieron tras Ojo de

Tormenta, en pos de una camioneta que había desaparecido ya detrásde un giro en el camino.

* * *

Habían pasado horas desde que John echara a andar donde PieVelludo lo había abandonado. Desde entonces no había visto ni tansiquiera un pino. El campo parecía interminable. En el mundo físico,había árboles y casas que señalaban sus límites. Aquí no habíafronteras. Sólo nieve, viento y un frío espantoso.

De vez en cuando creía oír el susurro de unas voces a sualrededor, pero cuando se detenía para prestar atención, guardabansilencio. En una ocasión creyó que su manada lo estaba llamando yrespondió con un aullido para que supieran dónde estaba pero nohubo respuesta.

Siguió adelante. Las fuerzas empezaron a fallarle y el vientre arugirle de hambre, pero no se atrevía a detenerse al raso, bajo aquelviento intenso y desgarrador. Obligó a sus zarpas a seguir avanzando.

De nuevo creyó oír un aullido en la distancia, un compañero demanada, puede que Ojo de Tormenta, que lo llamaba. Volvió a aullar pero su grito fue débil y no llegó muy lejos.

 Algo respondió. Le llegó un graznido atronador desde algún lugar a su izquierda. Trató de ver algo entre la manta de nieve y entrevióuna forma que se movía allí, cada vez más grande. No era una formalupina.

Retrocedió tratando de apartarse del lugar desde el que habíalanzado el aullido, con la esperanza de que la forma buscara la fuentedel sonido y no su rastro y estuviera tan ciega como él en aquellatormenta. Pero la criatura cambió de dirección para seguirlo.

Se detuvo donde estaba y adoptó la forma Crinos. Invocó su lanzaespiritual y la empuñó con fuerza. La forma se detuvo un momento,como si hubiera sentido su rabia. Pero siguió adelante, avanzando atrancas y barrancas entre la nieve.

Por un momento, el viento cambió de dirección y soplóapartándose de la forma. Se abrió una ventana en el blanquecinomuro y por ella pudo ver a la criatura que se le estaba acercando. El

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esquelético gigante superaba los siete metros de estatura. Parecíahaber sido humano en algún momento pasado, pero se habíaconvertido en... algo diferente. Unas costillas desnudas sobresalían enángulos diferentes de la carne de su torso y entre ellas se veía uncorazón congelado pero todavía palpitante, revestido de hielo perolleno al mismo tiempo de roja vida.

Sus dedos terminaban en largas y afiladas garras, parecidas a losmellados y desiguales dientes que sobresalían de sus fauces, abiertasy voraces. Sus ojos no tenían blanco: eran sendas cavidades negrasque parecían más oscuras aún en aquel paisaje blanco.

El valor de John se encogió al reparar en todos aquellos detalles yreconocerlos. Recordó las historias que solía contarle su abuela, viejoscuentos indios del norte. Los Galliard Garou de su tribu se los habíanconfirmado después de su Cambio y habían añadido algunos detalles

que ninguna abuela hubiera podido conocer, la clase de detalles quesólo los testigos de primera mano podrían proporcionar.Reconoció al Atcen, el terrible espíritu caníbal que se le estaba

aproximando. Servía al tótem de su tribu, el gran Wendigo, pero no eraamigo del hombre. A la voraz criatura no le importaba un ápice lacalidez de la bondad humana ni las leyes de los Garou porque lo únicoque anhelaba era carne humana. No tocaría la carne de los animalesni la de un Garou lupus, pero John era homínido, humano denacimiento. Carne fresca.

El viento volvió a cambiar, esta vez en dirección al Atcen, llevandoel rastro de John a la criatura. Ésta se detuvo e inhaló profundamentey entonces echó a correr a gran velocidad, tan deprisa que Johnapenas tuvo tiempo de reaccionar.

Empuñó la lanza con fuerza y se la clavó a la criatura en el muslo.El monstruo profirió un aullido pero no se detuvo. Apartó la lanza conlos flacos pero poderosos brazos y le arrancó el fetiche de las manos aJohn con su inmensa fuerza. La lanza cayó sobre la nieve.

El Atcen extendió los dos brazos y atrapó a John en un abrazo deoso. Su presa era como el acero; John utilizó toda la fuerza que pudo

reunir --formidable en su forma Crinos-- pero no logró mover unmilímetro los brazos de la criatura. Unos dientes afilados y serrados seclavaron en su hombro izquierdo y le desgarraron músculos yligamentos. John aulló de dolor, con los ojos inundados de lágrimas,apenas consciente de nada que no fuera la nieve o los huesos de

 Atcen. La criatura echó la cabeza atrás, le arrancó un pedazo de carney lo engulló sin masticarlo.

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El brazo izquierdo de John quedó inerte sin los músculos delhombro. Hundió el hocico bajo la guardia de la criatura tratando dealcanzar su garganta. Vio el corazón del Atcen en la caja torácicaabierta, latiendo ahora con más fuerza, mientras el hielo que loenvolvía empezaba a fundirse con su sangre. También advirtió que,gracias a la presa de la criatura, el corazón estaba casi al lado de sumano derecha. Abrió los dedos y lo cerró sobre el helado órgano ysintió tanto el frío desgarrador de su hielo como el calor ardiente de susangre. Dio un tirón.

 Al tiempo que el corazón salía de la caja torácica, el Atcen quedóinmóvil. Sus brazos perdieron toda la fuerza y John cayó sobre lasuave nieve. La criatura se miró el vacío torso, con aspecto confuso.Miró a su alrededor y vio que la sangre de su corazón todavíapalpitante, que John aferraba en su mano, caía sobre la nieve y la

teñía de rojo. Extendió los brazos hacia él tratando de recuperar sucorazón mientras profería un gruñido de rabia pero entonces cayó debruces al suelo, muerto. Casi al instante, la tormenta cubrió el agujeroque su cuerpo había hecho.

El hielo que rodeaba el corazón se fundió y dejó al descubierto lacarne jugosa y cálida. Su olor fue una agónica tentación para elestómago de John, que gruñó y se retorció, ávido de sustento.

Pero John recordaba lo que creaba al espíritu Atcen: cualquieraque probara la carne de un Atcen se convertía en uno. Débil ydolorido, con el hombro cada vez más insensible por la falta desangre, arrojó el corazón lejos de sí. El órgano se hundió también enla nieve, dejando tras de sí sólo una mancha de sangre que la nieveno tardó en cubrir.

Recogió la lanza del suelo y volvió a adoptar su forma Lupus. Lalanza, un objeto del espíritu, se fundió con su nueva forma, convertidaen un manchón blanco sobre su pelaje. Se alejó tambaleándose delolor, mientras la agonía del hombro empezaba a nublarle lospensamientos.

 _____ 4 _____

Ojo de Tormenta caminaba en círculos olisqueando el camino.Julia, Grita Caos y Carlita estaban cerca, jadeando, exhaustos tras lalarga carrera. Habían seguido el rastro de la camioneta durante casi

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seis kilómetros. El paisaje apenas había cambiado. Al llegar a uncruce cuádruple, perdieron el rastro.

Carlita adoptó forma humana y se sentó junto a la carretera, sinaliento.

--Mierda. Ese bastardo ha escapado.«No --gruñó Ojo de Tormenta sin dejar de olisquear la carretera--.

Hay muchos más rastros pero el de la camioneta sigue aquí».--Nunca lo captarás entre toda esa peste a gasolina. Afróntalo, ha

desaparecido. Igual que John.--No --dijo Grita Caos mientras adoptaba también forma

humana--. No puedes pensar así. Lo encontraremos. Su camionetatiene un... olor único.

--¿Único? --dijo Julia cuando se reunió con ellos junto al bordilloen forma humana--. Más bien asqueroso. No sé cómo pudo soportarlo

Ojo de Tormenta en el viaje desde Finger Lakes. Si nosotroshubiéramos estado en forma Lupus, sospecho que habríamos pasadotodo el camino vomitando.

«Le das demasiada importancia a los olores --dijo Ojo deTormenta, y se detuvo--. El olor sólo es olor. Ni bueno ni malo. Salvoel olor del Wyrm...»

--No para nosotros los humanos, hermana --dijo Carlita--. Algunaspestes son sencillamente horribles. Y Pie Velludo se ajusta a estadescripción. ¿Por qué demonios aceptan los Wendigo a un tío quehuele así?

--Algo me dice que no lo hacen --dijo Julia--. Nos han engañado.Dudo que Pie Velludo sea un Wendigo. Y si lo es, supongo que setrata de un renegado.

--¿Lo crees así? --dijo Grita Caos--. Parecía saber mucho del clanque mencionó y Evan se tragó la historia.

--Cualquiera puede investigar un clan Garou. Sólo hace faltatiempo --replicó Julia.

«¡Por aquí!», exclamó Ojo de Tormenta mientras echaba a correr por la carretera de la derecha.

Todos adoptaron sus formas Lupus y se unieron a la persecución. Al cabo de un rato volvieron a captar el rastro de la camioneta, cuyoamargo hedor era como la ventosidad de un humano que se hubieraatracado de comida picante. El hecho de que la camioneta pudieraestar tan inundada de aquel olor decía mucho sobre el estado de sufuente. Lo más probable era que Pie Velludo no se hubiera bañadodesde antes de que ninguno de ellos naciera. Lo que no sabían era

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por qué ninguno de ellos se había percatado cuando estaban en formahumana.

Ojo de Tormenta giró por una senda de tierra, que un buzónoxidado señalaba como el camino a una residencia. En aquel lugar losdestartalados edificios estaban más próximos. La casa tenía elaspecto de una vivienda rural. Ojo de Tormenta fue frenando el pasohasta detenerse y los demás se detuvieron con ella.

«Allí», dijo señalando con el morro hacia el final de la senda.«Nuestra presa».

La camioneta estaba aparcada a un lado de una casita conparedes de aluminio. Había unos neumáticos tirados en el patiodelantero, como si alguien hubiera comenzado una reparación y lahubiera abandonado tiempo atrás.

Julia levantó las orejas. «Alguien está riéndose dentro».

Todos lo oyeron. Sonidos mezclados de risas y gemidos.«Vamos», dijo Ojo de Tormenta. Echó a andar arrastrándose ycon sigilo en dirección a la camino. De repente se oyó el ruido de unosneumáticos sobre la tierra tras ellos y todos se dispersaron entre losárboles que jalonaban el camino y que llevaban al bosque que seextendía detrás de la casa.

Otra camioneta apareció en el camino y se detuvo al llegar delante de la casa. El conductor, un joven indio, miró perplejo la otracamioneta que había aparcada delante de la suya. Avanzó muydespacio, frenó y apagó el motor. Salió del vehículo observando la otracamioneta como si fuera un OVNI o una manifestación igualmenteextraña que no perteneciera a aquel lugar.

Se acercó a la escalera de entrada y abrió la puerta exterior,cuyos goznes gimieron. Las risas del interior cesaron. Los miembrosde la manada se ocultaron entre los matorrales, esperando a ver loque ocurría a continuación.

El hombre abrió la puerta principal y entró en la casa. Pocosmomentos más tarde, escucharon un grito.

--¡Oye! ¡Esa es mi mujer! ¿Y tú quién demonios eres?

La puerta trasera se abrió bruscamente y Pie Velludo bajó de unsalto los escalones tratando de ponerse los pantalones. No llevabanada más, ni siquiera una camiseta. Se reía con ganas mientrasavanzaba a trancas y barrancas subiéndose los pantalones.

Una mujer india, cubierta sólo con una sábana, asomó la cabezapor una ventana próxima. Parecía enfurecida.

--¡Vuelve aquí, bastardo! ¡Dijiste que no le tenías miedo a Scott!

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El hombre que acababa de entrar en la casa, presumiblemente elcitado Scott, salió por la puerta trasera y le arrojó una botella decerveza al cada vez más alejado Pie Velludo. Le dio en la cabeza y sehizo añicos. Pie Velludo se detuvo un instante y lamió la espuma juntocon algunos fragmentos de cristal antes de seguir corriendo comoalma que lleva el diablo hacia su camioneta.

Ojo de Tormenta salió del bosque y lo interceptó antes de quepudiera llegar al vehículo. Pie Velludo se detuvo bruscamente, con unaexpresión de sorpresa genuina en el rostro.

--¡Oh, mierda! --exclamó--. ¡Hi ho Manada del Río de Plata!Se volvió y salió corriendo hacia los bosques que se extendían al

otro lado.Los lobos se precipitaron tras el Rabagash.Scott quedó paralizado por el terror al ver la manada, regresó al

interior de la casa y cerró dando un portazo. La mujer empezó achillar.--¡Scott! ¡Oh dios mío, Scott! ¡Hay lobos en el patio!La manada los ignoró. Pie Velludo había llegado a los bosques y

estaba demostrando bastante destreza saltando sobre raíces y ramas.Los Garou agacharon la cabeza y apretaron el paso, decididos novolver a perder a su presa.

* * *

John tiritaba, un carámbano de cuatro patas. Ya no sentíademasiado dolor. La herida se había cerrado al fin, pero sólo despuésde que hubiera perdido un montón de sangre. El frío le había privadode toda sensación salvo un creciente entumecimiento. Ni siquierasentía el movimiento de sus piernas, pero veía cómo daban un pasotras otro. Se preguntó dónde encontraban la voluntad de seguir adelante; no creía que le quedara energía suficiente para ordenarlasque se detuvieran.

Tropezó con algo que ocultaba la nieve y estuvo a punto de caer 

de bruces. Sólo un cambio instintivo de su centro de gravedad lepermitió guardar el equilibrio y quedar a cuatro patas. Bajó la mirada.Había delante de sí un cadáver de ciervo, cuya sangre sobre la nieveestaba casi seca. Lanzó un aullido de alivio y bajó el hocico paramorder la fría pero buena carne.

El ciervo movió la cabeza de repente y clavó sus ojos en los deJohn. Éste se detuvo, estupefacto. ¿Cómo podía seguir vivo?

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«Wendigo --dijo el ciervo en la lengua de los espíritus. John noconocía aquella lengua pero de alguna manera comprendió lo quequería decir la criatura--. No puedes tocar mi carne. Sólo aquellos quese lo ganan en una cacería sagrada pueden obtener mi poder. Vete y deja mi cuerpo entero».

John se quedó mirando a la criatura, indeciso. Su hambre era casiuna cosa viviente que tiraba de él, que lo instaba a morder la carneque tenía delante. Se le hacía la boca agua con solo pensarlo y susinstintos lupinos se debatían en su mente insensible, suplicándole queignorara la orden del espíritu.

«Te lo ruego, oh espíritu ciervo --dijo John en la lengua de loslobos--, me muero de hambre. Dame tu carne y después haré lo quequieras».

El ciervo no respondió. John lo olisqueó y comprobó que estaba

realmente muerto. Soltó un gemido y retrocedió unos pasos y acontinuación volvió a acercarse y husmeó la carne...«Si no como pronto, moriré. Seguramente el espíritu lo

comprenderá y no me hará responsable». Pero John conocía lashistorias de su pueblo, que le habían contado su abuela y los GalliardGarou. Sólo aquellos que mataban a sus presas de manerarespetuosa tenían derecho a comer su carne. Violar el pactoestablecido entre los Garou y los Ancestros Animales era condenar atodos los Garou al hambre.

John inclinó la cabeza y se dejó caer al suelo. «Respetaré losdeseos del espíritu para preservar los lazos entre mi pueblo y el suyo.Moriré aquí pero mi pueblo perdurará».

Cerró los ojos y no sintió nada más.Cuando volvió a abrirlos, captó el olor de la madera quemada y la

luz reflejada sobre la nieve que lo rodeaba. Levantó débilmente lacabeza y vio una buena fogata con un espetón que daba vueltas sobreel fuego, mecido por un suave viento. El cadáver del ciervo estabaasándose allí. La humeante grasa caía sobre las llamas, despidiendochispas en todas direcciones. Volvió a gemir. El hambre era

demasiado intensa.«Come», dijo una voz profunda y llena de matices.John no titubeó. Se arrastró hasta la fogata y sacó el espetón de

su estructura. El cadáver cayó al suelo y se arrojó sobre él. Devoróansiosamente la carne caliente y suculenta. No le importaba quiénhabía hablado. Sólo sabía que debía alimentarse y que aquella era lamejor comida que había tomado en toda su vida.

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Más tarde, tras haberse atracado, se sentó junto al fuego enforma humana y empezó a calentarse las manos. Una vez que sumente se hubo calmado y pudo volver a pensar con claridad, miró a sualrededor.

--¿Quién eres? --dijo--. ¿A quién tengo que dar las gracias por micomida?

«Tú mismo te has ganado la comida --dijo la voz, queaparentemente estaba a su alrededor, por todas partes, arrastrada por el viento--. Has pasado la prueba».

--¿Prueba? ¿Por qué estoy siendo sometido a una prueba?¿Quién eres?

El viento sopló con fuerza un momento y se reunió formando unremolino alrededor del fuego. Tomó forma, una forma hecha de nievey hielo. Un gran oso se erguía frente a John, mirándolo con ojos

severos pero amables.«Soy el Viento del Norte. Soy tu padre».

 _____ 5 _____

Pie Velludo tropezó con un tronco pero inmediatamente se levantóy siguió corriendo. La momentánea pausa, sin embargo, permitió a Ojode Tormenta superarlo de un salto y caer delante de su camino.Cuando volvió a ponerse en marcha, el pie del Wendigo se encontrócon sus mandíbulas. Los dos cayeron al suelo.

--¡Auuu! --gritó Pie Velludo mientras caía al suelo--. ¡Suelta!¡Suelta! ¡Dios, me duele!

Ojo de Tormenta relajó un poco las mandíbulas pero no lo soltó.El resto de la manada apareció y rodeó al Rabagash, que empezó aproferir insultos.

Mientras lo hacía, su cuerpo empezó a cambiar y se convirtió enuna criatura más grande. Esto no sorprendió a Ojo de Tormenta, que

esperaba que asumiera la forma de batalla Garou. Sin embargo, laforma que adoptó la sorprendió tanto que lo dejó ir.Pie Velludo le sacó el pie de las mandíbulas, se lo cogió entre las

manos y empezó a balancearse de un lado a otro mientras el dolor lehacía apretar los dientes.

--¡Joder, zorra, eso duele!El resto de la manada había cambiado también de forma, a

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Crinos, pero estaba contemplando a su presa con la boca abierta.--¿Qué... qué eres? --preguntó Julia mirando fijamente a lo que

parecía ser un híbrido entre hombre y glotón. El hocico corto y velludoera a todas luces el de un glotón, así como los anchos hombros.

Pie Velludo levantó las manos solicitando una tregua.--Vale, vale, me tenéis. Sois unos bastardos persistentes, eso os

lo concedo.Grita Caos lo miraba como si no pudiera dar crédito a sus ojos.--¡Pero si los hombres glotón no existen!--No, no existen --dijo Pie Velludo--. Puedes llamarme

Kwakwadjec.Se puso en pie y levantó una pierna peluda. Un ruido húmedo y

atronador anunció la llegada de una peste que asaltó sus olfatos. PieVelludo emitió un suspiro de satisfacción, como si llevara mucho

tiempo conteniéndose.--¡Buagh! --exclamó Carlita y escupió como si al limpiarse la bocapudiera librarse de la peste--. Eres un cabrón redomado. ¿Y qué coñose supone que significa ese nombre?

--¿Significar? --dijo Pie Velludo, indignado--. ¡Soy Kwakwadjec!--¿Y? --dijo Carlita--. ¡Yo soy Hermana Guapa y te voy a mandar 

al Pleistoceno de una patada en el culo como no me expliques dóndecoño está John!

--¡Estúpidos lobeznos! ¡Nadie recuerda las viejas costumbres!¡Soy Glotón, capullos!

--Espera un segundo --dijo Julia--. ¡Ya me acuerdo! ¡Eres unespíritu! ¡Uno de los hijos de Wendigo! Pero eso no tiene sentido.¿Cómo puedes estar aquí, físicamente?

Pie Velludo se rascó el trasero con una peluda garra.--Ya-oh-ga, guardián del Viento del Norte, me cedió parte de su

poder. Mientras John Hijo del Viento Norte permanezca en la Umbra,yo puedo estar físicamente en este mundo. ¡Y vaya si lo he hecho!¡Esa tía era una cachonda!

Ojo de Tormenta gruñó. «¡Devuélvenoslo!»

--No puedo --dijo Pie Velludo encogiéndose de hombros--. Esodebe decidirlo padre.

* * *

John se puso en pie y se volvió hacia su padre. El oso de hielo seerguía sobre él, un pilar de fuerza, pero no parecía amenazante. Sus

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ojos contemplaban a John con apreció.--¿Es cierto? --preguntó éste--. Siempre... siempre había creído

que mi nombre era una... una metáfora. Que significaba que tengo lafuerza del viento del norte. Y tú... ¿tú me estás diciendo que eres mipadre?

«Lo soy», dijo el padre.--¿Por qué me has traído aquí? Supongo que Pie Velludo estaba

siguiendo tus órdenes. ¿Dónde está Aurak Danzante de la Luna?«Te he traído aquí para ponerte a prueba», dijo el oso mientras se

ponía a cuatro patas y encorvaba los hombros. Ya no era el padreamoroso sino un animal amenazante. «Te espera una tarea muy difícil, hijo mío. La Serpiente del Río te ha concedido un poderosodestino, que hasta el momento te ha proporcionado gran gloria».

--¿Uktena? ¿Te refieres a él?

«Todo cuanto ha ocurrido no es nada comparado con el peligroque nos aguarda en el futuro. --El oso avanzó. Sus zarpas eran comoárboles gigantes que se desarraigaban a sí mismos--. Te amodemasiado como para permitir que te arriesgues a sufrir este destino.Si fracasas, tu espíritu no sobrevivirá».

--No comprendo --dijo John mientras se adelantaba parademostrarle al oso que no le tenía miedo--. ¿Por eso me hiciste pasar hambre y casi me dejas morir?

«Muchos Garou de mayor rango que tú caerán en la batalla quese avecina. Habría sido mejor que cayeras aquí que en el reino del enemigo, lejos de los tuyos. Pero has sobrevivido. Venciste al espíritucaníbal y a tu propia hambre. Honraste el pacto con los espíritus aún acosta de tu propia vida. Eres más fuerte de lo que me hubiera atrevidoa esperar. Estoy orgulloso de mi hijo».

John no sabía qué responder. Su rabia creció al darse cuenta deque había sido utilizado, arrojado a una prueba mortal para justificar que su padre lo salvara de una empresa más peligrosa. Pie Velludo lohabía engañado y lo había separado de su manada, le habían hechopasar hambre, lo habían atacado y le habían negado la comida, y todo

ello para complacer a su padre. Su padre, el Viento del Norte, que noconocía privaciones ni sufrimientos físicos.Y sin embargo, su padre le había dicho que se sentía orgulloso de

él. Desde niño, había anhelado saber quién era su progenitor. Suabuela decía que no lo conocía en persona pero que era un granguerrero que había caído luchando por el bien de otros. Durante añosJohn había pensado que era una especie de comando de operaciones

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especiales, caído en una misión secreta defendiendo la libertad delmundo. Conforme iba creciendo, se fue dando cuenta de que no eracierto. Lo más probable es que su padre fuera un don nadie alcohólicoque abandonó a su madre en medio de un sueño inducido por lasdrogas.

Su abuela se negaba a creer que su madre hubiera muerto siendoadicta a las drogas o prostituta, pero la ausencia completa deinformación, aparte del consabido "ha muerto valientemente" leimpedía creer otra cosa a él. Hasta que llegó su Primer Cambio.

Cuando se convirtió en Garou, le contaron la verdadera historia.Su madre había muerto en el parto, sacrificándose para que él pudieravivir. Lloró largo tiempo y le pidió a su espíritu que lo perdonara por haber puesto en duda su valor, pero siguió sin saber quién era supadre.

Y allí estaba al fin, delante del propio viento, que aseguraba queera su padre.«La cicatriz que te ha quedado en el hombro te recordará que

debes golpear a tu enemigo en el corazón --dijo el oso--, porque es allí donde es más débil. No lo olvides, porque llevas esta verdad en la

 piel». El oso se volvió para marcharse pero antes de hacerlo volvió lamirada hacia John.

--Espera --dijo éste mientras se adelantaba un paso con lasmanos extendidas y lo llamaba--. ¡No puedes irte ahora! ¡Tengo...tengo tantas cosas que preguntarte!

«He estado demasiado tiempo lejos de las Puertas del Norte.Debo ocuparme de los vientos». Con estas palabras, un remolino loenvolvió, deshizo su forma, la devolvió al hielo y la nieve y ladesperdigó en la tormenta.

--¡No! --gritó John Hijo del Viento Norte mientras daba un paso alfrente. Empuñó la lanza con las dos manos y agachó la cabeza--. ¿Por fin nos conocemos y no puedes ni hablarme? ¿Tan poco digno soyque vuelves a abandonarme?

Una mano se posó en su hombro. Carne real, ni hielo ni viento. Le

dio un apretón tranquilizador y, al volverse, se encontró con un indiode unos treinta y pocos años vestido con un traje tradicional Kwakiutl.--No es culpa tuya, John Hijo del Viento Norte --dijo el hombre--.

Tu padre tiene grandes responsabilidades, deberes que abandonódurante mucho tiempo para cortejar a tu madre. Ahora no puedequedarse a charlar. Por eso me ha enviado a mí.

John se puso en pie.

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--¿Quién eres?El indio le ofreció su brazo. Cuando John lo aceptó, le dijo:--Soy tu padrino, Ladra-Coches.John tragó saliva tratando de contener las lágrimas.--Pero si me dijeron que habías muerto... La manada entera de mi

madre, el Don del Trueno, murió combatiendo al Wyrm. Eso fue lo queme contaron cuando me convertí en un Wendigo.

--Estoy muerto. Más o menos. He escapado a las ataduras de lamuerte para poder estar aquí, para verte y asegurarme de que estásbien. Yo soy lo que podrías llamar un espíritu ancestro.

--¿Tú eres el que me ha hecho esto?El rostro de John estaba ahora cubierto de lágrimas, que el viento

helaba sobre sus mejillas.--Eh --dijo Ladra-Coches--. Ahora tienes que ser fuerte. Por 

supuesto que he sido yo. Le hice una promesa a tu madre antes deque nacieras. Los lazos de la manada son algo de lo que no se puedeescapar. Y además no quiero hacerlo. Sé que no fue fácil ser huérfanopero somos Wendigo. Hemos comido cosas más amargas que lasoledad.

»Si vivimos siempre en el pasado, no tendremos futuro. Esto es loque nuestra tribu tiene que aprender. Esto es lo que tienes quedecirles. --Se acercó al fuego--. Ven, vamos a un lugar más cálido.

John asintió y lo siguió.--¿Se encuentran bien mis compañeros de manada?Ladra-Coches sonrió.--Creo que sí. No llegaron a entrar en la Umbra, si eso es lo que

te preocupa. Están persiguiendo a Pie Velludo para tratar de sacarlealgunas respuestas.

--¿Y quién es ese tío, por cierto?--Digamos sólo que demasiada gente piensa que los Wendigo no

somos más que un puñado de soldados amargados. Nuestrasleyendas, sin embargo, están llenas de cuentos de bromistas, algunasde ellas más verdes que el cuento más indecente de Coyote. Joder, a

los Rabagash como yo nos encantan esta clase de cosas. ¿Cómocrees que pasaban nuestros antepasados el tiempo en los fríosinviernos? ¿Mirándose unos a otros sobre el fuego? Demonios, no. Secontaban chistes, montones de ellos.

--Sí, he oído algunas de las historias. Sobre Cuervo y sobreWhiskey Jack ¿Así que Pie Velludo es en realidad un Rabagash delClan del Lobo Invernal?

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--No, pero no debes preocuparte de tus compañeros por ahora.John se dio cuenta entonces de que los vientos habían cesado y

la nevada era menos intensa. El amargo frío había remitido y por vezprimera desde que entrara en la Umbra se sentía bien. Vio unashuellas de animal delante de él. Parecía que Ladra-Coches estabasiguiéndolas. No pudo identificar al animal pero estaba seguro de quese trataba de un felino grande o una mofeta.

--¿De quién son las huellas que seguimos?--De un glotón. Síguelas y encontraremos a Pie Velludo. Donde

esté él, es muy posible que encontremos a tu manada.Mientras seguían las huellas, la tormenta fue amainando más y

más. Aquí y allá empezaba a asomar el suelo, hierba de color pardoque se veía entre el manto húmedo y cada vez más fino.

--Tengo que advertirte de algo --dijo Ladra-Coches--. Para eso me

han enviado. ¿Recuerdas esa extraña tormenta que ha estadoazotando la Umbra? ¿La de los pájaros negros?--¿Cómo podría olvidarla?--Bien. Pues viene del reino de Jo'clath'mattric.John hubiera jurado que la mención de la bestia del Wyrm en la

Umbra provocó el graznido de unas aves en la distancia, un sonidoque recorrió como un escalofrío su columna vertebral, a pesar de queya no sentía frío.

--Toda la gente y las cosas que atrapa --dijo Ladra-Coches-- selas lleva a su reino y allí se abate sobre ellos como un tornado.

--El rey Albrecht está tratando de encontrar ese reino. ¿Estásdiciendo que si sigue la tormenta podrá llegar hasta allí?

--No, lo harían pedazos. Nada puede sobrevivir a esa tormenta.No sin ayuda. Ahí es donde entra tu padre. Te ha concedido unpresente. Considéralo un regalo por tu mayoría de edad y una disculpapor todo lo que te ha hecho pasar. Le impresionó profundamente tumanera de comportarte, en especial con aquel ciervo. Demonios, yome habría arrojado sobre él y me habría dado un banquete. Si lohubieras hecho, mucha gente habría muerto de hambre. Y no sólo los

que viven de los ciervos en el norte. Mucha carne se habría echado aperder. Si jodes a uno del Pueblo de la Pezuña, todos los demáspueden organizar un boicot. Aunque eso no me hubiera importado, nocuando estaba vivo. No era demasiado listo. Pero tú pasaste la pruebacon sobresaliente.

John sonrió, lleno de satisfacción al enterarse de que su padre sehabía sentido orgulloso. Se preguntó cuánto podría llegar a acercarse

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a un espíritu que guardaba los vientos del norte y se dio cuenta de queprobablemente muy poco, al menos mientras viviera. La separaciónentre los espíritus y los humanos era demasiado grande en aquellostiempos. De hecho, un apareamiento con un ser de este mundo, auncon un Garou, era una cosa insólita. No se había oído nada parecidodesde hacia años pero allí estaba él, el producto de un auténtico mito.

--Por supuesto --dijo Ladra-Coches--, no es sólo para ti. Tu padretenía una deuda con Uktena, el tótem de tu manada, y éste quierecobrársela.

--Ya veo. ¿Y cuál es ese regalo?--Los espíritus de tu padre y todos aquellos que sirven a las

Puertas de los Vientos podrán atravesar la tormenta y proteger aquienes vayan con ellos.

--¡Es magnífico! --exclamó John--. ¡Albrecht podrá dirigir un

ejército allí, para enfrentarnos al fin a Jo'clath'mattric!--Ésa es la idea. Pero... no es ninguna garantía. Jo'clath'mattric esmás grande de lo que puedas imaginar, John. No se trata de unasimple incursión en un túmulo del Wyrm. Es un ataque contra lasfauces de un monstruo. No te confíes. Te has ganado la confianza detu padre pero él no puede hacer un mero ademán y dejar que losvientos se encarguen de todo. Las cosas ya no son como en los viejostiempos. El mundo ha olvidado a los espíritus de nuestra tribu y éstosno pueden regresar con facilidad, y mucho menos a un reino delWyrm. Para eso estamos nosotros, los lobos cambiantes. Para llegar asitios a los que los espíritus no pueden, porque nosotros somos decarne y espíritu.

--Pero con los vientos, al menos podremos llegar hasta allí.Nuestras garras y colmillos harán el resto.

--¡Ése es el espíritu! Y no te olvides de tu lanza. Después de todolo que ha pasado, tal vez te convenga echarle un vistazo.

John levantó la lanza y advirtió que una capa de hielo envolvía lapunta de pedernal. A pesar de que cada vez hacía más calor, nisiquiera había empezado a fundirse. Le dio unos golpecitos con el

dedo.--Dejaremos eso por ahora --dijo Ladra-Coches--. Piensa en ellacomo otro regalo, en este caso de los Ancestros Animales, por haber mantenido el pacto ancestral.

--No sé cómo darte las gracias --dijo John mientras levantaba lamirada de la lanza.

Pero Ladra-Coches ya había desaparecido. Así como la nieve y el

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hielo. Se encontraba en un pequeño claro, rodeado de árboles, denuevo en el mundo físico.

 _____ 6 _____

Ojo de Tormenta temblaba de furia, con el vello erizado, la miradaentornada y los labios retraídos para mostrar su peligrosa dentadura.Su gruñido aumentó de volumen. Saltaba a la vista que estaba a puntode perder los estribos.

--Eh... --dijo Pie Velludo mientras se apartaba un paso de laloba--. ¿Alguien puede calmarla?

--¿Y por qué íbamos a hacerlo? --dijo Carlita--. Joder, yo estoy

casi tan cabreada como ella. ¿No deberíamos machacarte todos?Pie Velludo se detuvo y separó las piernas, como si se estuvierapreparando para recibir un ataque.

--Porque no os gustará verme enfadado, chicas. Y me enfado confacilidad... --Mientras decía esto, sus ojos empezaron a lanzar destellos de furia y la boca se le llenó de saliva. Empezó a ladrarle aOjo de Tormenta y ésa fue la gota que colmó el vaso. La loba saltósobre él, lo golpeó en el pecho y lo derribó. Pero estaba preparadopara el ataque: le clavó las garras en la espalda y empezó adesgarrarle el pelaje desde el cuello a la cola.

--¡Que alguien los detenga! --dijo Grita Caos--. ¡Si lo perdemosnunca recuperaremos a John!

Corrió hacia ellos y extendió los brazos hacia Ojo de Tormentapara tratar de separarla del glotón. Pero antes de que sus manosllegaran a tocarla, Pie Velludo empezó a desvanecerse, como losfantasmas de las películas al llegar el amanecer.

El glotón dejó de luchar, ajeno aparentemente al hecho de queuna loba estaba lanzándole dentelladas a la inmaterial garganta.

--¡Oh, si antes lo digo...! --exclamó--. Bueno, fue magnífico

mientras duró...Desapareció del todo.Ojo de Tormenta se detuvo y sacudió la cabeza, como si se la

hubiera mojado y estuviera tratando de secársela. Miró a su alrededor con aire confuso, sin comprender lo que acababa de ocurrir.

--Ha regresado a la Umbra --dijo Julia--, pero no por decisiónpropia. Si lo que ha dicho era cierto, significa que John debería...

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Un aullido resonó en los bosques, no muy lejos. Todos ellosecharon la cabeza atrás y respondieron. John devolvió la llamada, conuna nota de exaltación y alivio y a continuación empezaron a buscarseunos a otros con sus aullidos.

Carlita fue la primera en verlo, de pie en un pequeño claro situadoa poco más de un kilómetro del lugar en el que habían visto por últimavez a Pie Velludo. Corrió hacia él y lo abrazó. Podría haber derribadoa una persona normal con la fuerza de su bienvenida pero Johnapenas se movió. Le devolvió el abrazo.

--¿Qué demonios ha pasado? --dijo Carlita--. ¿Qué es todo esosobre tu padre?

--Era una prueba --dijo John--. Y la he pasado.Todos los demás llegaron corriendo y se unieron en un abrazo

colectivo. Hasta hacía pocas semanas, semejante muestra de afecto

desnudo hubiera resultado incómoda para ellos, pero ya no, despuésde lo que habían pasado en sucesivas batallas en el mundo real y enal Umbra.

John levantó la mirada al cielo y el sol, cada vez más próximo alhorizonte.

--¿Cuántos días han pasado? ¿Ha empezado ya la reunión?--¿Días? --dijo Julia--. Han sido unas ocho horas como mucho.

Hemos pasado este tiempo persiguiendo a Pie Velludo y tratando desacarle respuestas, aunque no ha servido de mucho. ¡Ni siquiera eraun Garou! Sólo era una especie de espíritu burlón, un glotón.

John pareció confundido al oír el poco tiempo que habíatrascurrido.

--He estado vagando durante días. Estoy seguro. No podríanhaber sido horas.

--El tiempo hace cosas raras en la Umbra --dijo Grita Caos--. Elreino en el que has estado debía de operar con principios diferentesde día y noche.

--Tengo curiosidad por saber en qué reino estabas --dijo Julia--.¿Qué demonios ha ocurrido?

--¡Santa Madre de Dios! --exclamó Carlita mientras dejaba deabrazarlo y examinaba el hombro izquierdo de John y las marcas degarras que había allí--. ¡Alguien te ha dado un mordisco! Esasombroso que siga vivo. --Apretó delicadamente la herida con losdedos--. ¿Te duele mucho?

--Nada --dijo John--. Lo creas o no, está curada por completo. Nova a mejorar. Pero el brazo no ha perdido funcionalidad. No tiene

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sentido pero creo que tiene que ver con que derroté al monstruo queme la hizo. Cuando lo vencí, su poder sobre la herida menguó. Peroes una preciosa cicatriz de batalla. Algo que enseñar alrededor delfuego.

--Y que lo digas --dijo Grita Caos--. ¡Cuéntanoslo todo! Ahí hayuna gran historia. ¡Estoy impaciente por contarla en la gran reunión!

John pareció sorprendido al oír esto.--¿Tan pronto? No sé... La reunión no es sobre mí.--Ahora no te pongas humilde --dijo Grita Caos--. No es una

característica muy Garou que digamos. Además, tengo la impresión deque una pequeña historia sobre una victoria espiritual es precisamentelo que necesitamos para subir la moral a las tropas o al menosganarnos el respeto de los Theurge que haya allí.

John asintió un poco avergonzado, aunque no sabía por qué.

Siempre había querido tener una gran historia de honor, gloria ysabiduría que contar y ahora por fin la tenía. Y además, con elatractivo añadido de un nacimiento mítico. Pero, por alguna razón, sele antojaba demasiado privada para compartirla con toda la naciónGarou. Al menos tan pronto.

--Mirad, os lo contaré todo --dijo--. Pero no aquí, de noche en elbosque. Se ve que tenéis frío. Además, tenemos que llegar a lareunión.

--Oh, mierda --dijo Julia--. ¿Cómo? No tenemos coche.--Bueno --dijo Grita Caos--, apuesto algo a que la camioneta de

Pie Velludo sigue allí. Es imposible que fuera espiritual. Seguro que larobó en cuanto se materializó.

--Al menos podemos utilizarlo para llegar hasta una agencia dealquiler de vehículos mañana por la mañana --dijo Julia--, en la ciudadmás próxima, sea cual sea.

«Entonces vamos», dijo Ojo de Tormenta, ansiosa por ponerse enmarcha y llegar a la reunión antes de que algo más pudierainterponerse en su camino.

Regresaron a la casita por el bosque. La camioneta de Pie

Velludo seguía allí, pero también la del indio. Estaba oscureciendo asíque subieron al vehículo tan sigilosamente como les fue posible, todosellos en forma de lobo salvo Carlita, que permaneció en formahumana. Ella conduciría.

Los lobos subieron a la parte de atrás, mientras Carlita abría lapuerta del conductor lo más silenciosamente posible. Aun así, lapuerta emitió un crujido.

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Sonó una voz desde el interior de la casa, a través de unaventana abierta.

--¡Joder! ¡Ese bastardo ha vuelto! ¡Le voy a romper otra botella enla cabeza! --La voz se iba haciendo más fuerte conforme hablaba,dirigiéndose aparentemente a la puerta trasera. Pero Carlita ya estabaarrancando la camioneta. Era capaz de hacer un puente en quincesegundos. Estaba pisando el acelerador al cabo de ocho.

--¡Eh! --gritó el joven indio mientras aparecía en la puerta traseracon un bate de béisbol, preparado para utilizarlo. Se detuvo al ver queCarlita daba marcha atrás y entonces, al reparar en la jauría de lobosque viajaba en la parte de atrás, se quedó con la boca abierta. Lacamioneta retrocedió a toda velocidad por el camino de tierra y frenócuando estaba a punto de chocar con la otra. A continuación, Carlitametió primera y salió disparada hacia el camino principal, en la

dirección que, según les había dicho John antes, conducíaprobablemente a un centro urbano. No volvieron a oír nada procedentede la casa del indio, que probablemente estaba demasiado confundidohasta para decidir qué podía contarle a la policía.

Unos minutos después, Carlita frenó y Julia y Grita Caos, trasadoptar de nuevo forma humana, subieron con ella a la cabina. Juliaencendió la calefacción. Tras diez minutos de discusiones sobre elcamino a seguir, pararon al fin en un restaurante de carretera.

Sentados a una mesa en una de las esquinas del restaurante,John les contó la historia de la prueba a la que lo había sometido supadre.

--Joder, qué fuerte --dijo Carlita mientras engullía un filete conhuevos--. Vosotros los Wendigo sí que sois gente seria.

--No puedo creer lo afortunados que hemos sido con lo de losespíritus del viento --dijo Julia--. Es como un rompecabezas en el quetodas las piezas encajan en el momento justo. Primero la profecía yahora tu padre aparece en el momento preciso para traernos unosrefuerzos que necesitábamos desesperadamente.

--Puede que no sea suficiente --dijo John--. Los espíritus pueden

llevarnos hasta allí pero no podrán ayudarnos a acabar con lo quequiera que encontremos en el reino. Además, tengo la impresión deque es un poco tarde. Si los espíritus pudieran ayudarnos de verdad,seguramente otros habrían acudido. ¿Por qué no se ha ocupado de latormenta el Abuelo Trueno de los Señores de las Sombras? Sesupone que es el rey de todas las tormentas.

--No las del Wyrm --dijo Ojo de Tormenta, que estaba devorando

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 jamón en su forma humana--. No sabemos qué fuerzas constriñen alos tótems. El hecho de que nos ayuden es una señal muy importante.Sus costumbres son muy antiguas y la tierra no los sustenta ya.

Después de eso todo el mundo guardó silencio durante un rato yse dedicó a comer y pensar que lo más probable era que las cosasempeoraran.

--Y, por cierto, ¿qué pasaba con el tal Pie Velludo? --dijo Carlita--.Ni siquiera parecía un espíritu Wendigo. Suelen ser regios, estoicos yfríos. El tío ese apestaba y era un auténtico capullo.

John sonrió.--No conozco demasiadas historias pero sí que sé que Glotón era

uno de los espíritus burlones más ordinarios de las leyendas indias. Loveneraban sobre todo en el nordeste de Canadá. Supongo que solíavagar por allí, en el Labrador y sitios así. Pero casi siempre estaba

haciendo reír a la gente. Solía causar más problemas a otros espíritusque a los humanos, pero de tanto en cuanto todo el mundo tenía quesufrir sus bromas. Por supuesto, todos aprendían de sus errores.Como los Rabagash, los espíritus burlones desempeñan un papelsagrado.

--¿Sagrado? --dijo Julia arrugando la nariz--. Más bien apestoso.O sea, me gusta un buen chiste tanto como al que más, pero el humor a base de emisiones corporales es cosa de párvulos.

--Intenta vivir en un mundo helado nueve meses al año --dijoJohn--. En cabañas oscuras que apestan a grasa de foca. Si no te ríesde los actos más groseros de tu vecino, es que probablemente estás apunto de matarlo.

--Oh, supongo que eso es verdad --dijo Julia--. Pero eso noexcusa a Quackwaddle o como quiera que se llame. Creo que ya sécómo se materializó. Al principio debió de utilizar el poder de tu padrepero luego, una vez que te llevó a su reino, su padre le dio poder suficiente para seguir aquí mientras quisiera... o hasta que túregresaras.

John asintió. Era una teoría tan buena como la que más. Una vez

que la manada hubo terminado la cena y el café, Julia pagó con sutarjeta de crédito y regresaron a la camioneta.--Eh --dijo Carlita--, ¿no hay un casino o algo parecido aquí en la

reserva? Podríamos tratar de ganar un dinerito para que Julia no tengaque pagarlo todo siempre.

--¿Y cómo quieres que ganemos dinero jugando? --dijo Julia--.Los casinos hacen trampas.

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--Creo que hay un casino por aquí --dijo John--. Pero no sé sisigue abierto. He oído que tuvieron toda clase de problemas legalescon el estado, al que no le gustaba la idea de que los indios ganaranmás dinero que él. Antes, los jóvenes mohawk hacían contrabando detabaco en la frontera canadiense, haciéndole la competencia a laMafia, que quería tener el monopolio. El casino les proporcionó untrabajo más seguro hasta que lo cerraron. Los jóvenes volvieron alcontrabando y los tiroteos. No sé si el asunto llegó a resolverse ni si elcasino sigue abierto y en funcionamiento.

--No quiero perder más tiempo --dijo Grita Caos--. Tenemos quellegar a Vermont para la reunión.

--Y conseguir un coche de verdad --dijo Carlita mirando lacamioneta como si no quisiera volver a montarse en ella--. Cuantoantes encontremos una agencia de alquiler de coches, mejor.

Volvieron a subir al vehículo y se dirigieron a la ciudad máscercana. Los empleados de la gasolinera les indicaron cómo llegar aUtica y una vez allí no tuvieron dificultades para encontrar una agenciade alquiler de coches. Al día siguiente estaban mucho máscómodamente instalados en un monovolumen Ford.

--Yo creía que estas cosas destruían el medio ambiente --dijoGrita Caos--. ¿Os parece bien que contribuyamos al malgasto y lacontaminación utilizándola?

--Oh, ¿y tú crees que las emisiones de la camioneta nocontaminaban? --replicó Julia desde detrás de la rueda de repuesto--.Tenemos que llegar a la reunión. Cuando hayamos acabado con elWyrm, podremos preocuparnos de los estándares de emisiones dedióxido de carbono en los vehículos.

Estuvieron en silencio un rato, hasta que Carlita encendió la radiodesde los asientos traseros. Tras dar varias vueltas al dial, se decidiópor una emisora de música rap. Se reclinó en su asiento y empezó amover los hombros al ritmo de la música. Julia puso los ojos enblanco.

--Mirad --dijo John--. Ahora me doy cuenta de que tengo que dar 

este último paso en la batalla contra Jo'clath'mattric. Ninguno devosotros tiene por qué seguirme. Podéis regresar a vuestros hogares ydisfrutar de un buen descanso. Os lo habéis ganado.

--Calla, coño --dijo Carlita, tratando de concentrarse en la música.Los demás no dijeron nada. Era como si John no hubiera hablado.

--Que alguien me responda --dijo John--. No creo que queráishacerlo. Lo que digo es que no tenéis por qué hacerlo.

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--¿No oís algo? --dijo Julia--. ¿Como el zumbido de un moscardónmuy fastidioso?

--Ignóralo --dijo Grita Caos--. Es sólo la voz de una conscienciaatormentada.

--Pero... --empezó a decir John.«Silencio», dijo Ojo de Tormenta, tendida en forma Lupus en el

asiento trasero para que no pudieran verla desde los otros coches alpasar. «Hemos tomado una decisión. Basta de palabras».

John asintió. No quería que sus compañeros de manada searriesgaran en lo que sin duda iba a ser la parte más peligrosa de suaventura, pero le enorgullecía que no quisieran ni siquiera discutirlo.

Mientras se reclinaba en su asiento y empezaba a preguntarsequé sería lo que le deparaba el futuro, se dio cuenta de lo cansadoque estaba. Se le había agotado el viento, por decirlo de alguna

manera, y de repente se sentía exhausto. Cerró los ojos y se quedódormido en cuestión de minutos.Soñó que volvía a estar en la nieve, junto a la fogata con el ciervo.

El fuego casi se había apagado. Apenas quedaban unos rescoldosque humearían aún por algún tiempo. Oyó algo en el viento, como ungraznido, el sonido de una bandada de pájaros. Asustado de repente,se echó al suelo y apagó el fuego con nieve para extinguirlo.

Una bandada de aves negras apareció en el horizonte. Volabanhacia él profiriendo salvajes graznidos. Escuchó un suave retumbar enla nieve que se iba haciendo más fuerte a cada segundo que pasaba yapareció a la carrera una liebre blanca, que puso en fuga a la bandadade aves. Lo vio con el rabillo del ojo, se detuvo y le habló: «Hijo del Viento, busca refugio». A continuación se alejó y se perdió en elpaisaje.

John se levantó de un salto y echó a correr en la misma direcciónen la que había desaparecido la liebre. La nieve que caía estabacubriendo ya las huellas. Vio unas formas negras delante de él,inmóviles, y se dio cuenta de que eran árboles. Se escondió entre lospinos con alivio, al mismo tiempo que los graznidos pasaban sobre su

cabeza. Las aves sobrevolaron varias veces los árboles, como siestuvieran confusas por haber perdido a su presa.Se ocultó bajo un árbol y se pegó a su tronco, con la esperanza

de que las ramas del pino, cubiertas de aguja, lo escondieran. Nocomprendía qué era lo que lo asustaba tanto, pero sentía que, fuera loque fuese, exudaba de los pájaros como una nube de miedo. Susinstintos le decían que se escondiera pero su mente empezaba a

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preguntarse el porqué. ¿Lo engañaban sus instintos? ¿No sería mejor que se enfrentara abiertamente a sus enemigos?

Hubo un sonido chirriante cerca de su rostro y vio que uno de lospájaros se posaba en una rama. Lo miró directamente. Sin pensarlodos veces, le clavó la lanza en el pecho. El pájaro batió las alas,sorprendido, miró la lanza y a continuación cayó muerto.

El resto de la bandada siguió su camino y sus graznidos se fueronperdiendo en la distancia. Cuando dejó de oírlos, salió de debajo delárbol y clavó la punta de la lanza en el suelo. Sacó con el pie elcadáver del pájaro, que dejó un rastro de sangre negra en el suelo.

De repente se sintió mareado y estuvo a punto de caer al suelo,pero se apoyó en el árbol para recobrar el equilibrio. Notó un peso enel hombro izquierdo y al volverse vio otro pájaro, que le estabasuccionando la sangre de la herida abierta.

Trató de espantarlo, pero el animal se negó a moverse. Cadasegundo que pasaba se sentía más débil y trató de recordar lo quedebía hacer. Ni siquiera se acordaba ya de su nombre o de la razón desu presencia allí.

Una voz le habló desde la base del árbol. La liebre estaba allí,sacudiendo la cabeza. Necio. «Has olvidado lo que tu padre te enseñóy has desperdiciado el regalo de los Ancestros Animales».

Quería responder, pedir a gritos la ayuda de su padre, pero no eracapaz de recordar ni siquiera quién era su padre. El pájaro profirió ungraznido de júbilo mientras seguía dándose un festín en su hombro.

John despertó con un sobresalto. Carlita lo estaba zarandeandopor el hombro.

--¡Uau! --dijo la chica mientras apartaba la mano como si estuvieraa punto de mordérsela--. Menuda pesadilla debe de haber sido.Despierta, chico. Casi hemos llegado. Grita Caos quiere saber siquieres que te compre algo mientras ponemos gasolina.

John miró a su alrededor y vio que habían parado en unagasolinera. Fuera era noche cerrada. Grita Caos estaba junto a lapuerta del coche, con aspecto preocupado.

--Parece que hayas visto un fantasma.--Uh... un mal sueño, nada más --dijo John--. Supongo que variosdías de privaciones en la Umbra no se curan así como así en elmundo real. Sí... eh, tráeme un poco de agua, ¿quieres? Y algo depapeo si es posible.

--Claro --dijo Grita Caos mientras se dirigía a la tienda de lagasolinera.

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Ojo de Tormenta apoyó las patas delanteras en el asiento trasero,entre los hombros de John y Carlita. « Aquí estás a salvo --dijo--. Novolveremos a perderte».

--Gracias --dijo John--. Te creo.Cuando Julia y Grita Caos regresaron, traían una bolsa con

bebidas y aperitivos.El resto del viaje trascurrió en silencio, a excepción de los ruidos

que hacían al engullir los aperitivos. Su apetito sorprendía a John.Habían tomado una buena comida hacía sólo unas pocas horas y yaestaban comiendo otra vez. Sospechaba que sus cuerpos,acostumbrados a grandes períodos de carencia, habían decididoaprovechar para hacer acopio de reservas mientras hubiera de sobra.

Unas pocas horas después, mientras una luz pálida aparecía enel horizonte, entraron en el camino que conducía a la Finca

Morningkill. Eso era lo que decía el cartel, un título para tranquilizar alos humanos con respecto a los ocupantes de la vasta hacienda. LosGarou conocían la verdad: para ellos, era la corte del rey ColmilloBlanco.

 Al llegar a las puertas, Julia frenó junto a un timbre con micrófono. Antes de que su mano pudiera tocar el botón de la ventanilla, sequedó helada. Una línea de rostros se había asomado por encima delmuro, apuntándolos con rifles. Las puertas se abrieron lo justo paradejar salir a un grupo de cinco hombres y mujeres, vestidos con lo queparecían uniformes de SWAT.

Se desplegaron alrededor del coche. Uno de ellos tenía uncargador en la mano izquierda y lo estaba moviendo para atraer suatención sobre él. Señaló con el dedo índice la primera de las balas.Todos pudieron ver que era de plata.

--Nombre y razón de su visita --dijo uno de ellos mientras apoyabael cañón del arma contra la ventanilla medio abierta de Julia.

--Esto no tiene buena pinta --dijo Carlita.

 _____ 7 _____

--Nombre y razón de su visita --repitió el guardia. Esta vez apuntóa Julia con su arma.

Ésta levantó las manos y a continuación empezó a acercar lentamente la izquierda al botón de la ventanilla. El guardia no

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respondió con violencia así que apretó el botón y la ventana empezó abajar.

--Me llamo Julia Spencer. Estamos aquí para ver a... --Trató derecordar el nombre humano del rey Albrecht, por si se habíanequivocado de dirección. No quería empezar a revelar secretos de losGarou a unos guardias de seguridad ordinarios. Sin embargo, lasbalas de plata parecían demostrar que estaban en el lugar apropiado,o que éste había sido tomado por un grupo paramilitar de cazadoresde licántropos--. Estamos aquí para ver a Jonas Albrecht.

El guardia asintió.--¿Por qué?--Nos ha invitado. Nos hemos visto hace poco en Finger Lakes.Los demás guardias rodearon el coche, sin apartar la mirada de

los miembros de la manada, que los miraban a su vez con aire

nervioso, a excepción de Carlita, que tenía el ceño fruncido. Ojo deTormenta se acurrucaba en la parte trasera, tratando de aparentar queera un perro doméstico y no un lobo.

John les susurró a los demás:--¿Veis las insignias del brazo? Ese dibujo parece un dragón con

una espada clavada. Creo que es un símbolo de la Casa Enemigo delWyrm. Es la casa de Albrecht. Esos tíos tienen que ser ColmillosPlateados.

--¿El nombre de su manada? --preguntó el guardia.Julia dejó escapar un suspiro. Era la confirmación inequívoca de

que los guardias sabían la verdad.--Manada del Río de Plata. ¿Y quiénes sois vosotros?--Seguridad de la corte. --Bajó el arma e hizo un gesto con su otra

mano en dirección al camino--. Sigan el camino hasta el aparcamiento. Allí les indicarán dónde pueden aparcar. Háganlo donde les indiquen yno en otro sitio. No paren el coche hasta entonces y no salgan amenos que se lo ordenen los hombres de seguridad. ¿Comprendido?

--Sí --dijo Julia--. Pero, ¿por qué? Nunca había visto nadaparecido. ¿Para qué tanta seguridad?

--Se lo explicarán todo dentro. Sigan.Les indicó con un gesto del arma que dejaran de hablar ysiguieran adelante. La puerta de hierro, accionada evidentemente por uno de los guardias, se abrió de par en par. Durante todo el tiempoque había trascurrido, los demás guardias habían seguido apuntandoa la manada con sus armas. Mientras Julia introducía el coche en laparcela, los guardias los siguieron al interior y a continuación volvieron

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a tomar posiciones en el muro.--La hostia --dijo Carlita--. Creía que eran de la ONU o algo así.

¿Qué coño está pasando? Es sólo una reunión, ¿no?--Evidentemente ha pasado algo desde la última vez que

hablamos con Albrecht --dijo Grita Caos--. Algún fallo de seguridad enel túmulo que los ha puesto a todos de los nervios.

--¿Crees que esos tíos eran Garou o Parentela? --preguntóCarlita.

--No lo sé. Puede que una mezcla de ambos --dijo Grita Caos.«Mirad allí», dijo Ojo de Tormenta mientras seguía con la mirada

algo que había en los bosques y que jalonaba la carretera. Los demásse volvieron hacia donde les indicaba pero no vieron nada salvo losárboles.

--¿Qué es? --preguntó John Hijo del Viento Norte.

«Más seguridad, Lobos. Se ocultan bien».--Bueno, ahí está el aparcamiento --dijo Julia. Habían llegado alfinal del camino, que discurría alrededor de una mansión y culminabaen un gran aparcamiento. Había muchos otros coches allí pero noestaba lleno ni de lejos. Un guardia de seguridad, en este caso unamujer vestida de negro, les indicó un sitio vacío.

Tenía un walkie-talkie en la mano.--Ésa parece más del Servicio Secreto que del SWAT --dijo

Carlita.Después de que Julia hubiera detenido el coche y apagado el

motor, la mujer del traje negro se acercó a la ventanilla.--Bienvenidos, Manada del Río de Plata. Disculpen la frialdad de

la bienvenida. Se lo explicarán todo en la corte. Si siguen el camino depiedra alrededor de la mansión hasta el campo del otro lado, verán eltrono. La corte los espera allí.

--Gracias --dijo Julia mientras salía del coche--. ¿Es que hayalgún peligro inminente? ¿Debemos estar especialmente atentos aalgo concreto?

--Una incursión que ya ha sido neutralizada. La seguridad sólo

tiene por objeto garantizar que no haya otras y la reunión no seainterrumpida.Se despidió con un gesto breve de la cabeza y se situó en mitad

del aparcamiento, para esperar la llegada de más coches.--Bueno, supongo que ha dicho todo lo que tenía que decir --dijo

Grita Caos--. Parece que a partir de aquí seguimos solos.--Vamos --dijo Julia--. Quiero averiguar lo que ha ocurrido.

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La manada siguió por el camino que se le había indicado, unavereda de losas, cada una de las cuales, plana y suave, estabaseparada por un amplio trecho de hierba.

Condujo al grupo al otro lado de la gran mansión. Al llegar allívieron un gran espacio abierto.

--Uau --dijo Carlita--. Cuando dicen "corte" lo dicen en serio.Se habían dispuesto tiendas de campaña en varias filas alrededor 

de un gran roble lo bastante antiguo como para haber estado allícuando llegaron los primeros colonos ingleses. Las mesas y sillas quehabía debajo de las lonas sugerían que sería allí donde se sentaríanlos invitados durante la reunión. Por el momento, sólo la servidumbrese movía entre ellas, poniendo platos, copas y cubiertos en cada sitio.Parecía que además iba a ser una fiesta.

En la base del roble había un trono tallado, con el pictograma de

los Colmillos Plateados grabado con toda claridad en la parte alta. Elrey Albrecht estaba allí sentado, hablando con un caballero muyelegante que tenía un sujetapapeles en las manos. Levantó la miraday vio a la manada. Sonrió y los saludó con un gesto.

--Vaya, esto no es algo que se vea todos los días --susurró Carlitaa los demás mientras se acercaban al trono--. Se parece un poco aaquella película de John Goodman, "Ralfie, un Rey de Peso".

--¿A qué te refieres? --dijo Julia--. Albrecht no es un parientelejanísimo que ha recibido el trono por mera casualidad. Lleva laCorona de Plata, por el amor de Gaia.

--Sí, pero míralo: vaqueros azules, Doc Martens. Todo el mundoaquí va muy elegante. Es un contraste curioso, ¿no te parece?

--Muy americano, supongo --dijo Julia. Hizo un gesto a Carlitapara que se callara cuando llegaron a la base del tronco. El caballerobien vestido que esperaba junto a Albrecht, que Julia tomó por unoficial del túmulo, los examinó con una ceja enarcada pero no hizoningún comentario.

--Saludos, rey Albrecht --dijo mientras le ofrecía su mano--. Confíoen que no hayamos llegado tarde.

--Llegáis pronto --dijo Albrecht al tiempo que se levantaba y leestrechaba la mano. A pesar de su aspecto desastrado, sabíacomportarse--. La reunión empieza mañana por la noche. ¿Habéistenido algún problema en el norte, con los Wendigo? Parece ser que

 Aurak Danzante de la Lluvia va a venir, así que lo que sea que hayáishecho ha funcionado.

Los miembros de la manada se miraron unos a otros sin saber 

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muy bien qué decir. Fue John el que tomó la palabra:--No nos hemos visto con Aurak. Ni siquiera nos había hecho

llamar. Fueron los espíritus. El viaje era un examen de mi valía. Albrecht guardó silencio un momento mientras los examinaba de

arriba abajo.--Espíritus, ¿eh? Sí, ahora me fijo en esa enorme cicatriz de tu

hombro. No recuerdo que estuviera allí la última vez que nos vimos.Son tiempos extraños. ¿Qué querían de ti?

--Saber si podría cumplir con mi deber hasta el final.--¿Deber? ¿Te refieres al asunto de Jo'clath'mattric? Creo que

habéis demostrado vuestro valor más que de sobra. ¿Los espíritus noestaban convencidos?

--Mi padre tenía que convencerse por sí mismo.--¿Sí? ¿Y por qué necesitaba tu padre meter a los espíritus en

este asunto? ¿Por qué no se dirigió a ti en persona? ¿O se trata dealgún ritual propio de los Wendigo?--Mi padre... --John se detuvo, sin saber cómo explicarlo--. Es el

Viento del Norte. Él me eligió para esta tarea. Albrecht se limitó a mirarlo sin decir nada. Sin embargo, no

parecía desaprobar lo que había oído porque una sonrisa se fuedibujando lentamente en su cara.

--Sois algo único, chicos. Lo digo en serio. Creo que ahoracomprendo la pequeña incursión de antes.

--¿Qué ha ocurrido? --preguntó Grita Caos--. Hay tantas medidasde seguridad que no han querido contarnos nada.

--Creo que les diré que pueden empezar a relajarse. Tuvimos unaincursión desde la Penumbra. Un puñado de espíritus que empezarona liar las cosas y zarandearlas de un lado a otro, como si hubiera unatormenta. Evan estaba convencido de que se trataba de espíritus delviento pero todos dimos por hecho que tenía algo que ver con latormenta de la Umbra. Enviamos gente allí a tratar de averiguar lo queestaba pasando, pero no encontraron ninguna pista. Lo único quesabemos es que un grupo de espíritus se manifestó, dio una vuelta por 

el lugar y volvió a desaparecer. Sin explicaciones. Sin embargo, lo quehas dicho del Viento del Norte ha hecho que me pregunte si noestarán relacionados ambos hechos de alguna manera.

--Mi padre se comprometió a ayudarnos a atravesar la tormentade la Umbra --dijo John--. Para llegar hasta el reino de Jo'clath'mattric.

--¡Estás de coña! --dijo Albrecht mientras se apartaba del tronocomo si quisiera alejarse de su formalidad--. Eso sí que es un gran

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avance. Resuelve un montón de problemas. Demonios, les va aencantar a los Theurge cuando se enteren. Pero, ¿por qué iba apresentarse un puñado de espíritus y desaparecer a continuación?

--No lo sé. Puede que quisieran verificar que el lugar era seguropara mí. O estuvieran preparándose para ayudarnos más tarde.

--Quiero saber todo lo que ha ocurrido con tu padre y contigo. YEvan también estará encantado de oírlo. Esperaremos hasta queregrese. Está patrullando por los alrededores. Antonine no estababromeando cuando abrió la boca allí en Yunque-Klaiven. La TerceraManada está demostrando ser muy importante. Chicos, os estáisganando muchas miradas de admiración para el resto de vuestrasrespectivas carreras.

--Y eso que todavía no te hemos contado lo del verdadero nombrede Jo'clath'mattric --dijo Grita Caos.

Las cejas de Albrecht se levantaron y se quedó mirando al metiscomo si acabara de anunciarle que era un héroe Garou perdido hacíamucho tiempo.

--¿Su nombre? ¿Cómo habéis conseguido eso?--De una de las Perdiciones del Saber que destruimos --dijo Grita

Caos--. Es un nombre muy raro y no creo que sea buena ideapronunciarlo abiertamente. Supongo que podría susurrártelo al oído.

--No, aún no --dijo Albrecht--. Quiero que se lo cuentes a Loba. Haestado investigando a esa criatura. Podría servirle de mucho. Pareceque habéis traído otra perla para la reunión. A partir de este momento,dejo oficialmente de sorprenderme por vuestra capacidad. Con tantasdianas como habéis hecho, va a ser difícil superaros. Id a la mansiónsi queréis. Evan y Mari os han preparado una habitación aparte.Descansad un poco. La reunión se prolongará toda la noche.

--Gracias --dijo Carlita--. Estamos bastante cansados.--Preguntad por la habitación a cualquiera que haya en la casa.

Ellos os indicarán. --Se despidió con un ademán y se volvió paracontinuar su conversación, posiblemente relacionada con los detalleslogísticos de la reunión, con el caballero.

La manada se dirigió a la mansión y entró por la puerta trasera,que estaba abierta de par en par. Un Pariente con aspecto demayordomo se presentó al instante para acompañarlos a suhabitación. Estaba en la segunda planta y tenía cuatro camas y unsillón. Ojo de Tormenta se tendió inmediatamente bajo la ventanamientras cada uno de los demás elegía una cama. Hicieron turnospara utilizar el baño y la ducha y no tardaron en estar durmiendo a

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pesar de que la luz del sol entraba todavía por las ventanas.

* * *

Una mano sacudió con gentileza a John Hijo del Viento Norte paradespertarlo. Abrió los ojos y se encontró con Evan junto a su cama,con un dedo delante de los labios en el clásico gesto de "shhh, guardasilencio". John asintió, se incorporó y miró a su alrededor. Suscompañeros de manada seguían dormidos. Carlita roncaba. A juzgar por la falta de luz al otro lado de las persianas, ya debía de haber oscurecido.

Evan le indicó que lo siguiera y salió del cuarto. Bajó de la cama,recogió la lanza de la mesita de noche y fue tras él. Una vez en elpasillo, cerró con sigilo la puerta. Evan esperaba junto a las escaleras.

--He intentado dejarte dormir un rato --dijo Evan--. Pero lacuriosidad me ha podido. Tenía que saber lo que pasó.John sonrió, contento de tener una buena historia que contarle a

su antiguo mentor.--Me llevará un buen rato contarla como dios manda. ¿Estás

seguro que no quieres esperar a que los demás estén presentes?Ellos también tienen una parte que contar.

--También quiero oír su historia, pero por ahora bastará con queme cuentes lo esencial. Albrecht espera que la contéis entera mañana,en la reunión, para mostrar a los Theurge que los espíritus están denuestro lado. --Empezó a bajar las escaleras en dirección a la cocina--.He estado buscando señales de los espíritus que irrumpieron aquí ycreo poder asegurar que se trataba de espíritus del viento. Cuando meenteré de lo que te había pasado, no hizo más que reforzar miimpresión. Creo que siguen cerca, en la Umbra, vigilando el túmulo,pero no quieren tener tratos con nosotros. Al menos todavía no. Puedeque estén esperando a que llegue Aurak.

--Supongo que tiene un papel que desempeñar en este asunto--dijo John, a su lado, mientras su estómago emitía un rugido en

respuesta al olor a carne asada que ascendía desde las cocinas--. Sinembargo, tengo la impresión de que Pie Velludo utilizó su nombre sinpermiso.

--También es posible que no supiera nada de Pie Velludo y tupadre lo haya avisado después. Si va a dejar que sus espíritus nosayuden, alguien tendrá que dirigirlos. Tú no eres Theurge, John, almargen de ese extraordinario linaje que acabas de descubrir. Creo

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que Aurak viene a petición de los espíritus y que será él el que secomunique con ellos una vez que estemos en marcha.

--Eso tiene sentido --dijo John mientras entraba en la cocinadetrás de Evan. Era una sala enorme, concebida evidentemente paraservir banquetes a gran número de comensales. Según parecía, lacena ya había tenido lugar. Evan sacó dos cuencos de un armario y selos dio a John.

--Coge un poco de estofado de ahí. Yo iré a por el pan. Losdemás ya han cenado. La mayor parte de la comida de verdad estáreservada para mañana por la noche.

John se acercó a la marmita y sacó un cazo lleno a rebosar decarne con verduras nadando en un denso caldo. Llenó los doscuencos, se reunió con Evan en la mesa y le ofreció uno de ellos. Éstele dio las gracias y le pasó una barra de pan y una bandeja de

mantequilla.--Tío --dijo John--. Uno no se da cuenta de lo mucho que echa demenos el descanso hasta que puede tener un poco. Había olvidado lobueno que es sentarse y disfrutar de una buena comida sin tener Perdiciones tratando de morderte el culo.

--Sí --dijo Evan--. Es fácil olvidarlo en los tiempos tranquilos. Perocuando la mierda cae en el ventilador, los pequeños placeres de lavida se vuelven mucho más importantes.

Comieron en silencio durante algún tiempo. John disfrutó delestofado de carne y el pan recién hecho masticándolos con lentitud.No estaba tan hambriento como el día anterior pero esta vez, sin laimperiosa necesidad de llenar el estómago y sin tener prisa por terminar, disfrutó de verdad cada bocado.

--Así que --dijo Evan-- el Viento del Norte, ¿Eh? Menuda pijada.Eh, no pretendía ofender. ¿Y qué aspecto tiene?

--Al principio no era más que un remolino de hielo --dijo John--.Sólo podía verlo gracias a la nieve que levantaba. Pero luego utilizó lanieve para formar un cuerpo con el que pudiéramos comunicarnos.Era un gran oso, probablemente parecido a un oso prehistórico. Sólo

que hecho de nieve.--Tiene sentido. Una de las Imágenes del Viento del Norte en losmitos Garou es Ya-oh-gah, el oso que guarda las Puertas de losVientos al norte. Es un destino muy importante, John. Sabía que habíaalgo diferente en ti cuando te encontré después de tu Cambio, pero notenía ni idea de que se tratara de algo tan... legendario.

--Bueno, creo que eso todavía tengo que ganármelo. Tener un

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espíritu por padre no significa que merezca mayor renombre. Si acaso,la gente esperará más de mí a partir de ahora y me juzgará con mayor severidad. No sé si estoy preparado para eso.

--Tonterías. Las pasadas semanas ya has probado tu valía. Elheroísmo que tu manada demostró en Hungría empieza a conocerse yvuestro papel en el descubrimiento de los espíritus del saber estátambién en boca de todos. No defraudarás las expectativas de nadie.

--Eso espero.Siguieron allí un rato más, comiendo y sin hablar. Entonces se

abrieron las puertas y entró Mari Cabrah.--Pensé que te encontraría aquí --le dijo a Evan--. Hola, John Hijo

del Viento Norte. He oído que estás detrás de la pequeña tormentaque tuvimos antes.

John frunció el ceño.

--Yo no la provoqué. Lo que pasa es que mi padre... vaya, haenviado unos espíritus para ayudarnos. Supongo que no había nadieaquí que pudiera guiarlos. Evan no es Theurge.

--Y yo no soy una Wendigo --dijo Mari--. De haberlo sido habríaestado en primera línea en la investigación.

--Eh --dijo Evan--. Yo te lo prohibí específicamente. Aún estásdébil, Mari. Admítelo y ahórranos la pesadilla de tener queconvencerte de que no hagas estupideces hasta que estés preparadapara afrontar las consecuencias.

Mari hizo una mueca.--De eso nada. Soy perfectamente capaz de arreglármelas sola.

Puede que no sea capaz de correr a toda velocidad pero aún soy rivalmás que digna para cualquier Garou.

Evan suspiró y tomó otro sorbo de estofado. John sonrió e hizo lomismo, con la esperanza de no verse arrastrado al debate.

--He venido a deciros que vuestro hermano de tribu acaba dellegar --dijo Mari--. El tal Aurak Danzante de la Luna está a punto desalir del Puente Lunar.

Evan se volvió hacia John.

--Supongo que es ahora cuando descubrimos si nuestras teoríasestán en lo cierto. Vamos a verlo. Lleva mucho tiempo en este mundoy sabe muchas cosas. Aunque no haya estado involucrado en esteasunto, merece la pena conocer su opinión.

John asintió y recogió su lanza.--¿Por dónde vamos?--Sígueme --dijo Evan. Se puso en pie y se encaminó a la puerta

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pero entonces se detuvo y se volvió hacia Mari, que había ocupado suasiento--. Come algo, Mari. Tienes que recobrar fuerzas. Y no quierooír nada de que no tienes hambre.

Ella se limitó a hacer un ademán desdeñoso y apartar la mirada.Evan sacudió la cabeza pero con una sonrisa en el rostro. Abrió lapuerta e indicó a John que lo siguiera. A continuación lo llevó por lapuerta de atrás a una pequeña arboleda que había al otro lado delcampo y que no se veía desde la casa.

Había un joven Theurge allí, concentrado en algo que sólo élpodía ver. Dos guardias de seguridad esperaban cerca, con las armasbajadas pero preparados para utilizarlas en cualquier momento. Unosminutos más tarde, una radiación plateada llenó la arboleda e inundóde chispas la corteza de los abedules. Un agujero de luz con forma deespiral apareció en el aire. En su interior había unas formas imprecisas

que se movían hacia ellos. Conforme se acercaban, sus facciones sevolvieron más claras y sus cuerpos fueron ganando sustancia.La figura que abría la marcha era un indio americano vestido con

un traje tradicional y el largo cabello recogido en sendas trenzas quecorrían a ambos lados de su cara. Empuñaba un bastón decorado conplumas y cuentas y saltaba a la vista que lo necesitaba para caminar.Pero sus ojos eran brillantes y se clavaron en los de John aun antesde haber salido del Puente Lunar. Parecían estar evaluando al jovenWendigo. El anciano asintió mientras salía del puente, seguido por tresWendigo, todos ellos guerreros, dos hombre y una mujer. La brillanteluz menguó y se apagó y la arboleda volvió a quedar a oscuras y ensilencio.

Saludos, Aurak Danzante de la Luna --dijo Evan--. Bienvenido alProtectorado de la Tierra del Norte y al trono del rey Colmillo Plateado.

 Aurak se acercó a Evan y lo saludó con un gesto de la cabeza.--Te reconozco, Evan Curandero del Pasado. Tú honras a nuestro

pueblo entre las demás tribus.--Gracias, guardián del saber --dijo Evan y señaló a John--. Éste

es John Hijo del Viento Norte, cuyo nombre no miente. Creo que ya

sabes algo sobre él. Aurak se volvió hacia John y volvió a mirarle los ojos, como siestuviera buscando alguna señal en su interior, como si tratara de ver más allá del propio John y encontrar algún símbolo o imagen queocultaba en su interior.

--Así es. Hace dos noches, su nombre me fue revelado, aunquealgunos en nuestro clan ya habían oído hablar de sus hazañas. Mis

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sueños, sin embargo, hablaban de su padre. Los vientos del norte mehan pedido que los guíe para ayudar a este muchacho.

--Me alegro de oír eso --dijo Evan--. Es una ayuda increíble paranosotros.

 Aurak apartó la mirada de los dos y se encaminó al exterior de laarboleda.

--Ya veremos, joven. Antes de que haga lo que se me ha pedido,el muchacho tendrá que demostrar que es digno de mi ayuda.

--¿Demostrar? --preguntó Evan mientras iba tras él. Parecíacontrariado--. ¿Es ésa la voluntad de los espíritus?

--No. Es mi voluntad --dijo al tiempo que se detenía y miraba aEvan--. Si hiciera todo lo que me piden los espíritus sin pensar, estaríamuerto hace ya mucho tiempo. No pienses que sólo porque un espíritute pida algo has de concedérselo. ¿Acaso un espíritu burlón no fingió

estar actuando en mi nombre? ¡Y un espíritu glotón, por cierto!Respeto a mis hermanos espíritus pero mi juicio es mío. Haré lo queme piden, pero sólo si el muchacho demuestra ser digno de supetición.

Evan lanzó a John una mirada preocupada. Lo último quenecesitaban era perder el favor de Aurak. El éxito de la reunión podíadepender de ello.

 Aurak se volvió hacia John, aferrando la vara con fuerza.--No sé qué has hecho para enviarme los espíritus, pero mañana

lo revelarás delante de todos.Dio media vuelta y se encaminó a la mansión, seguido de cerca

por su cortejo de guerreros.Evan miró a John.--Creo que será mejor despertar a los demás. Grita Caos va a

tener que practicar su oratoria. Lo espera una audiencia bastante fría.John se apoyó en la lanza y levantó la mirada hacia el cielo.--Un mal chiste. Parece que voy a tener que enfrentarme a esas

expectativas antes de lo que esperaba. Sólo espero que sople un buenviento a mis espaldas.

 _____ 8 _____

 Albrecht reunió la asamblea a la puesta de sol del día siguiente.Durante todo el día, los Garou habían llegado en pequeños grupos,

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Theurge con sus compañeros de manada o sus séquitos. La mayoríavenía por los Puentes Lunares pero algunos llegaron en coche. Otrosentraron por la Penumbra, tras presentarse a los Guardianes delTúmulo que custodiaban el lugar. Llegaron por sendas lunares detúmulos de todo el nordeste. Había presente al menos un miembro decasi todas las Doce Tribus. Sólo los Caminantes Silenciosos estabanausentes porque eran muy pocos en aquella región. Antonine no habíapodido regresar de su viaje a tiempo, así que también losContemplaestrellas --que ya no eran miembros de pleno derecho de lanación Garou-- tampoco estuvieron representados.

La Manada del Río de Plata, con la excepción de Grita Caos,paseaba por la finca, tratando de ver alguna cara famosa entre loseminentes Garou que habían llegado. Entre las Furias Negras seencontraba Nadya Zenobia, la curandera que había cuidado de Mari

durante su enfermedad. También se alegraron mucho de volver a ver a Madre Larissa, de los Roehuesos de Nueva York. Perla del Ríorepresentaba a los Hijos de Gaia; ella estaba con la manada en Finger Lakes cuando Albrecht había convocado aquel encuentro. La manadano conocía al extraño e inquietante Theurge que había traído consigo.Se llamaba Wyrdbwg, de los Fianna. Actuaba como si no entendiera elinglés y su mente parecía estar en otra parte pero la reverencia con laque los demás Garou lo trataban era señal inequívoca de su poder.

Tampoco conocían a Dedos Nudosos, el espeluznante señor delas runas de la Camada de Fenris, ni a la fría e intimidante Sylvan-Ivanovich-Sylvan, de los Señores de las Sombras, ataviada con untraje carísimo y rodeada siempre de lo que hubiera podido pasar por elséquito de un mafioso. Cinco Garras, un Theurge de los Garras Rojas,se mantenía siempre apartado de los homínidos y se quedó con sumanada en los linderos del claro hasta que se acercó la hora delencuentro.

El Theurge que representaba a los Caminantes del Cristal tenía,como cabía esperar, todo lo que nadie esperaría en un chamán. KleonWinston vestía ropa moderna comprada en Nueva York y se conducía

con modales desenvueltos y sociables. Otro que se mostró muyamable con la manada fue Robert Kinsolver, de los Uktena, un indiode la reserva de Tuscarora, cerca de las cataratas del Niágara. Estabaimpaciente por encontrarse con John Hijo del Viento Norte y les dijoque admiraba muchísimo el relato de las hazañas que su manadahabía realizado hasta el momento.

Loba Carcassone, una mujer de trato difícil que se había hecho

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famosa al desenmascarar un plan del Wyrm que había estado oculto ala vista de todos durante años, representaba a los Colmillos Plateados.

 Aún se ocupaba de proteger a los niños que sufrían a causa deconspiraciones como aquélla. Cuando se encontró con la manada, sellevó consigo a Grita Caos, tratando de conseguir que le contara todolo que sabía sobre el verdadero nombre de Jo'clath'mattric. Acontinuación se marchó para hacer sus propios preparativos que,según dijo, tenían que ver con la invocación de un espíritu.

Los Colmillos Plateados se esmeraron mucho para alojar a todosaquellos grupos y mantenerlos separados casi del todo hasta elmomento de la reunión, cuando los condujeron a sus correspondientesasientos bajo las tiendas, todos ellos de cara al trono y a una pequeñaplataforma que se había erigido junto a él, donde los oradores sedirigirían a los chamanes. El primero de ellos fue, como es lógico, el

propio rey Albrecht. Sus compañeros de manada, Evan y Mari,estaban sentados tras él, cerca del trono.--Para empezar, quiero daros a todos las gracias por haber venido

habiéndoos avisado con tan poca antelación --dijo Albrecht--. Creo quevuestra presencia demuestra la seriedad con la que nos tomamos estaamenaza. Europa ha sufrido mucho por su causa, pero hemos logradodetenerla con bastante facilidad. Por ahora. Eso se acabó. Tenemosque pasar a la acción, tenemos que cazar a esta criatura del Wyrmllegada desde el pasado y matarla antes de que pueda manifestarse ydestruir aquello que más amamos, o sea, el mundo.

»Mientras me encontraba en Europa, descubrimos algunas cosasmuy importantes sobre Jo'clath'mattric. Estoy seguro de que todos lasconocéis ya. Las historias sobre el cónclave de Yunque-Klaiven se hanextendido por todas partes. Básicamente, nos encontramos ante unacriatura realmente vieja. Tan vieja que nadie la recordaba. Al menos alprincipio. Según parece, se alimenta de recuerdos. Así es como seesconde. Hasta sus propios servidores lo llaman El Hijo Olvidado.

Un bufido despectivo salió de la audiencia.--Sylvan-Ivanovich-Sylvan --dijo Albrecht dirigiéndose a la

causante de la interrupción--. Parece ser que vas a ser la primera enhablar. ¿Tienes algo en mente?--Todos hemos oído las historias sobre el viaje de la Manada del

Río de Plata a Bosnia y su enfrentamiento con los devoradores derecuerdos --dijo la severa Señora de las Sombras--. Eso no es nadanuevo.

--Excepto por un detalle. Gracias a una de las mentiras que el

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bastardo de Arkady utilizó para engañar a su propio pueblo y a ciertainformación reunida por otros, pudimos localizar el túmulo en el quelos Danzantes iban a liberar a Jo'clath'mattric, y los detuvimos.

Sylvan refunfuñó pero no dijo nada más.--Dime --intervino Nadya Zenobia--, ¿por qué devora recuerdos

esa criatura? ¿Cuál es su historia?--Me alegro de que lo preguntes --dijo Albrecht--. Y has hecho la

pregunta precisa. "Historia". De eso es de lo que va todo esto. Veréis,hubo una vez un puñado de espíritus a los que se había encomendadorecordar todas las historias del mundo. Ellos eran historias, historiasvivientes. Pero entonces las cosas empezaron a empeorar. El Wyrmcambió. Jo'clath'mattric era una especie de espíritu del equilibrio. Nopodía soportar lo que le había ocurrido al Wyrm, de modo que hizo loque muchos de nosotros hacemos constantemente: trató de reprimirlo

todo, olvidar lo malo. Como un niño que se tapa las orejas con lasmanos, cierra los ojos y empieza a gritar para no oír lo que no quiereoír. Al igual que el Wyrm, se volvió loco.

--¿Así que, no sólo olvidó lo que era sino que trató de hacer quelos demás lo olvidaran también? --preguntó Kleon Winston, el Theurgede los Caminantes del Cristal--. Perdonadme por decirlo pero, ¿no estodo esto un poco freudiano?

--Una estupidez es lo que es --dijo Dedos Nudosos, el Theurge dela Camada de Fenris--. ¿Cómo sabes eso? ¿Porque lo dijo un Colmillotraidor?

--De hecho, nuestra fuente de información fue la Tercera Manadade la profecía de Yunque-Klaiven. --Albrecht señaló a la manada delRío de Plata mientras decía esto. Todas las miradas se volvieron haciaellos. Los miembros de la manada mantuvieron los ojos sobre el rey--.Y en los últimos tiempos han aparecido muchas pruebas que locorroboran. Gracias a ellos sabemos lo que estaba ocurriendo con losespíritus del saber. Cuando los liberaron, nos contaron muchísimascosas.

Los Garou allí reunidos volvieron de nuevo su atención hacia el

rey Albrecht.--Veréis, uno de los mecanismos de defensa de Jo'clath'mattric esla Perdición del Saber. Estas criaturas, una mezcla entre murciélago ybuitre, absorben parte del espíritu de sus víctimas y se llevan consigolos recuerdos de su vida. Lo que no averiguamos hasta hace muypoco, gracias a Grita Caos aquí presente, es que las Perdiciones delSaber estaban hechas de espíritus del saber capturados, entrelazados

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y atados entre sí con tanta fuerza que nadie podía verlos más allá delas alas y las plumas de las Perdiciones.

--Me resulta imposible de creer --dijo Robert Kinsolver --. Creo quemi pueblo, los Uktena, se hubiera enterado si tales cosas hubieranestado ocurriendo.

--Nadie supo nada sobre esas criaturas hasta hace muy poco.Parece ser que estuvieron latentes hasta que las cadenas deJo'clath'mattric empezaron a debilitarse. Entonces él las envió almundo a buscar recuerdos para que se los llevaran a su reino. Concada historia que roban para él se hace un poco más fuerte.

--Has dicho que impedisteis la invocación --dijo Sylvan-Ivanovich-Sylvan--. ¿Por qué estamos aquí entonces?

 Albrecht se tomó un momento para reprimir su furia.--Esa cosa sigue ahí fuera, en algún lugar del mundo espiritual y

por lo que yo sé, las cadenas que la mantienen prisionera están rotaso se están rompiendo. Impedimos que los Danzantes la invocaran,pero si nos quedamos cruzados de brazos, muy pronto será libre. Yentonces todos estaremos hundidos hasta las rodillas en Perdicionesdel Saber.

--Si esos espíritus son reales --repuso la Señora de las Sombras--muéstranos uno de ellos. Como alguien capaz de ver el mundo delespíritu, yo sólo creo aquello que veo con mis propios ojos. Losrumores son sólo eso, rumores.

Grita Caos emitió un gruñido, tan grave que sólo sus compañerosde manada pudieron oírlo.

--No me lo puedo creer. Muchos de esos tíos no quieren más queuna excusa para no tener que ayudar a Albrecht. Deberíamos haber traído el espíritu con nosotros desde Inglaterra.

--No se puede estar en todo --dijo Carlita--. Esperemos a ver quépasa.

 Albrecht sonrió.--Bueno, yo confiaba en que el hecho de que tu hermano de tribu,

el margrave Konietzko, apoyara la idea, bastaría para convencerte,

pero bueno, aún tengo más cosas que contar.Hizo una señal a Loba Carcassone, que se levantó de su asientoy subió al estrado. La mujer de cabello plateado parecía cansada,como si hubiera pasado recientemente por alguna prueba. Sacó unlibro de su mochila, un viejo volumen encuadernado en piel, del sigloXIX o más antiguo. Lo sostuvo en alto para que todos pudieran verlo.

--Éste es el Libro de los Tronos --dijo--. Es un antiquísimo

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volumen de los Colmillos Plateados que lleva generaciones en nuestrabiblioteca. Antaño lo utilizaban los Theurge para registrar los nombres,oficios, títulos y rangos de los espíritus de las cortes de la Umbra paraque los embajadores de la tribu supieran cómo dirigirse a ellos.

--Oh, buen Dios --dijo Wyrdbwg. Los miembros de la manada lomiraron, sorprendidos. Hasta entonces había fingido que no entendíael inglés. Su acento, en cambio, era notablemente gales--. ¿Es quevosotros los Colmillos Plateados no podéis dejar tranquilos a losespíritus? ¿Siempre tenéis que ponerle título y rango a todo? Apuestoalgo a que hasta las sillas en las que estamos sentados tienen escudoheráldico.

Los Theurge allí reunidos se rieron, pero sin malicia. Hasta Lobalo hizo.

--Este libro sólo enumera el rango de los espíritus que se jactaban

de un rango --dijo Loba-- y que parecían merecerlo. Os lo muestroporque hoy mismo lo he utilizado para llevar a cabo un ritual. Heinvocado a un espíritu del saber, uno de los que fueron liberadosrecientemente en Europa y lo he ligado a este libro para que pudieracontaros su historia.

Los Theurge asintieron y murmuraron entre sí, impresionadosaparentemente por la previsión de Loba.

--La llave que me faltaba para recabar su ayuda me fue traída por la Manada del Río de Plata. --Una vez más, todas las miradas sevolvieron hacia ellos hasta que Loba prosiguió con su relato--.Enseguida comprenderéis la importancia de todo esto. Si nadie tieneobjeciones liberaré al espíritu. Entonces su historia nos rodeará. Esuna especie de realidad virtual. --Se detuvo y reconsideró la elecciónde la metáfora. Muchos de los Garou allí presentes no habíancomprendido el término--. Viviréis la historia como si estuvierais allí,observadores pero no participantes.

Miró la multitud y esperó a ver si alguien tenía algo que añadir pero saltaba a la vista que todos estaban impacientes por empezar.

--Muy bien. Allá vamos. --Abrió el libro y empezó a leer en una

página cercana al final--. En los días antiguos, cuando el mundo noconocía aún los horrores que desde entonces ha engendrado...Mientras hablaba, el estrado desapareció, sustituido por un nuevo

paisaje, un bosque agreste. A cada uno de los presentes le dio laimpresión de que sólo él o ella se encontraba allí, observando laescena. Las palabras no les llegaban como sonidos, sino comoconocimiento, imágenes y pensamientos que se manifestaban en sus

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mentes como si se encontraran realmente allí...

* * *

El poderoso dragón emplumado atravesaba el cielo mientras susombra sobrevolaba el bosque, siempre rezagada pero siempre a sulado. Los animales del bosque levantaban la mirada al ver a lamajestuosa bestia y lanzaban sus llamadas, con la esperanza de querespondiera a ellas y acudiera para escuchar sus súplicas, porquetodos sabían que era un buen juez y un noble mediador cuyassentencias tenían siempre por sabias todas las partes implicadas.Nadie se sentía agraviado por sus decisiones y cuando las obedecían,crecían en su entendimiento. Todos honraban al gran dragónMacheriel.

Pero incluso una criatura tan intachable como ésta respondía a unpoder más grande. Se remontaba a grandes alturas para poder vigilar a su amo, el Gran Wyrm Que Sostiene la Tierra. Cuando las escamasde este ser ancestral podían verse, Macheriel regresaba a la tierra yse posaba sobre ellas. Metía la cabeza y el cuello bajo las cálidasescamas de metal y escuchaba el palpitar de la sangre en el corazónde la vieja serpiente. Estos latidos escondían mensajes para aquellosque pudieran oírlos, sendas para que sus sirvientes pudieranmantener el Equilibrio del mundo y asegurarse de que las fuerzas delcaos y el orden se emparejaban en un abrazo amoroso y no en unadisputa sanguinaria.

Pero llegó un día en que Macheriel no vio las escamas de su amo,sino un capullo de seda que las envolvía y ahogaba al Gran Wyrm. Laancestral serpiente se retorcía en sus ataduras pero la Araña Tejedoraque las estaba hilando no prestaba atención a sus gritos. Macherieldescendió a tierra y atacó a la Araña con las garras pero ésta semovió con rapidez y se hizo a un lado. Mientras Macheriel volvía aremontarse, la Tejedora le echó una telaraña y lo atrapó por la cola. Eldragón luchó contra la telaraña pero ésta no se partió. La Araña tiró de

su sedosa cuerda y el dragón cayó a tierra.Cayó en picado contra el suelo, se golpeó la cabeza con unapiedra y dejó de moverse. La Araña reemprendió su labor ignorando aldragón muerto. Sólo que no había muerto. Despertó más tarde,sacudió la cabeza herida y miró a su alrededor con ojos nublados. Suamo había desaparecido. En su lugar encontró un capullo imposible deatravesar.

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Macheriel aulló de desesperación porque le era imposiblealcanzar los latidos del corazón de su amo. Se arrastró por la tierradurante leguas y leguas, llorando y rugiendo de furia y congoja. Habíaolvidado cómo se volaba. Mientras se arrastraba por entre las rocasduras y afiladas, se le cayeron las plumas, dejando tras de sí sólo unapiel negra y cubierta de escamas. Cuando finalmente llegó a losbosques donde moraban los animales que lo conocían, no supieronquién era. Gritaron de horror al ver aquella extraña bestia desconocidaque venía hacia ellos, gimiendo miserablemente.

Su miedo lo encolerizó. ¿Acaso no les había servido bien durantetodos esos años, resolviendo sus disputas? ¿Cómo osaban darleahora la espalda, en su momento de mayor necesidad? Se precipitósobre ellos y atrapó con las fauces al más lento. Le clavó los colmillosa la pobre criatura y le gustó su sabor.

--Recupero ahora lo que libremente concedí --gritó y retiró su juicio para que ninguno de aquellos que habían visto una disputaresuelta por él pudieran recordar cómo había sido. Las viejasenemistades volvieron a azuzarse, ofensas y agravios que todoscreían pasados. Macheriel cogió sus sentencias y las engulló como sifueran pescaditos, para esconderlos en el fondo de su estómago,donde nadie podría consultarlas.

Los animales empezaron a luchar entre sí, olvidando que susdisputas podían resolverse de manera armoniosa. Macheriel rió,porque su venganza era en verdad una cosa dulce. Recordaba a suamo y la agonía de su confinamiento. Se golpeó la cabeza contra unaroca, tratando de alcanzar el olvido que la Araña le había concedido.Con cada golpe que se daba, olvidaba más cosas. Al fin, terminó por olvidar hasta su propio nombre y los animales empezaron a llamarloJo'clath'mattric. Hasta su sombra lo abandonó y fue a vagar por losbosques sin que nadie volviera a verla. Él se escondió reptando enuna profunda caverna y durmió, con sueños vacíos de imagen ysignificado.

* * *

La oscuridad de la caverna dio paso de nuevo al estradoiluminado que había frente al trono. Loba cerró el libro y miró a suscamaradas Theurge con ojos viejos y cansados. Un murmullo apagadorecorrió la multitud mientras los chamanes se volvían unos hacia otrospara confirmar que todos ellos habían experimentado la misma

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historia. Los detalles que compartieron entre susurros eran en efectolos mismos. El espíritu del saber les había contado la misma historia.Todos los ojos se volvieron hacia el estrado.

--Fue un espíritu muy viejo el que vivió esa historia --dijo Loba--.Un espíritu que llevaba edades prisionero. Albrecht y Konietzko loliberaron en Europa y el secreto del verdadero nombre deJo'clath'mattric, descubierto por la Manada del Río de Plata, mepermitió convocarlo.

Inclinó la cabeza y bajó del estrado. Albrecht volvió a subir.--Esa criatura, ese dragón ancestral, debe ser destruida. No

podemos curarlo. Ha pasado demasiado tiempo para eso. Si pudieseser curada, ya lo habría sido a estas alturas. La única conclusiónposible es que no quiere ser curada. Es malvada hasta la médula y

nuestro deber es matarla.--Estoy de acuerdo --dijo Sylvan-Ivanovich-Sylvan--. La bestiadebe morir. Pero, ¿dónde está? ¿Cómo podemos encontrarla cuandoson tantos los que ni siquiera recordaban que existiera?

--Tenemos una pista, gracias de nuevo a la Tercera Manada, laManada del Río de Plata. Ahora dejaré que sean ellos los que oscuenten el relato de sus hazañas.

 Albrecht hizo un gesto hacia la manada y Grita Caos se levantópara subir al escenario. Los demás lo siguieron pero permanecieron aun lado, más como testigos que como narradores. Por la mañanahabían estado practicando lo que iban a decir y habían decidido entretodos que sería Grita Caos el que contara la historia. Si era necesario,los demás representarían las escenas de tanto en cuanto para dar mayor énfasis al relato.

Contaron a los Theurge reunidos allí su asalto contra el club deDanzantes de la Espiral Negra de Londres, donde habían matado unahueste de Perdiciones del Saber y habían liberado docenas deespíritus del saber. Les contaron cómo habían curado a Mari Cabrah yles explicaron lo que podía hacerle una Perdición del Saber a un

Garou, atrapándolo en sus propios recuerdos. A continuación contaronel reencuentro de John Hijo del Viento Norte con su padre y lapromesa que el espíritu les había hecho, prestarle a su causa la ayudade sus espíritus para que pudieran atravesar la tormenta de la Umbray llegar a la guarida de Jo'clath'mattric.

Muchos de los Theurge parecían escépticos al comienzo delrelato pero Grita Caos había recuperado todas sus habilidades como

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Galliard después de vencer a la Perdición del Saber que lo acosaba yal cabo de algún tiempo acabó por ganárselos. Hacia el final de lahistoria, todos sonreían y jaleaban las victorias de la manada. O lamayoría de ellos, al menos. Carlita advirtió que hasta el viejo y gruñónDedos Nudosos asentía con gesto de satisfacción mientras escuchabael relato.

Cuando la manada estaba bajando del estrado, John Hijo delViento Norte se demoró un momento y buscó a Aurak Danzante de laLuna con la mirada.

--De nada me sirve la gloria que pueda recibir por mis acciones sino alienta a otros a actuar.

Se volvió y bajó del estrado junto con sus camaradas. Aurak se levantó. Albrecht le ofreció el estrado y el anciano subió

lentamente apoyándose en el bastón.

--He recibido la visita en sueños de espíritus del viento, que mehan pedido que haga esto que John Hijo del Viento Norte os hacontado. Viajar por la tormenta de la Umbra hasta una antiguamadriguera del Wyrm de la que podría ser que ninguno de nosotrosregresara. Yo tengo grandes responsabilidades en mi clan. Hay

 jóvenes Theurge que necesitan mi sabiduría para alcanzar la mayoríade edad y asumir sus deberes para con la tribu. Arriesgaría mucho sihiciera ese viaje por el bien de otros.

John apretó los dientes. Sentía que su rabia se alzaba,alimentada por las palabras de Aurak. Era evidente que el chamáncreía que las necesidades de su clan eran más importantes que eldestino del mundo.

--Y, sin embargo... --dijo el viejo chamán, mirando a John--. Elijohacerlo, aun a sabiendas de que puede que nunca regrese. Creo quela tarea es digna. Creo que es necesaria.

Bajó del estrado y volvió a sentarse.John cerró los ojos y pidió a los espíritus que olvidaran su cólera,

que olvidaran que había juzgado al chamán antes siquiera de quehubiera terminado de hablar. Grita Caos le dio un puñetazo en el

hombro.--Lo conseguiste, tío.John sonrió y miró a Evan, quien le devolvió la sonrisa y levantó el

pulgar. Albrecht volvió a subir al estrado.--Gracias, Aurak. No sabes lo mucho que significa tu gesto. No

espero que el resto se nos una. Será un viaje muy peligroso. Una vez

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que lleguemos allí, será trabajo para los guerreros. No habrá tiempopara apaciguar espíritus. Lo que os pido es vuestro consejo. Trabajad

 juntos y averiguad qué plan de ataque necesitamos para asaltar eselugar. Los espíritus del viento nos llevarán hasta allí pero una vezdentro del reino no podemos contar con ellos. Lo otro quenecesitaremos serán algunos fetiches. Llamad a vuestros amigos yque preparen armas capaces de destruir a las Perdiciones del Saber.Las garras sirven pero los proyectiles o las armas de fuego podríanfuncionar mejor.

--Bah --dijo Dedos Nudosos--. Creía que buscabas sabiduría, peroestá claro que lo que quieres es poder. ¿Quieres que hagamos armaspara los Colmillos Plateados? ¿Para qué íbamos a armar a aquellosque podrían volverse contra nosotros?

--Porque ya no se trata de las diferencias entre las tribus, Dedos

Nudosos, y tú lo sabes. Lo más probable es que esos fetiches nosobrevivan a la batalla. Joder, es muy posible que nosotros nosobrevivamos a la batalla. Estamos a punto de arrojarnos al fuego. Siquieres sentarte y asistir al espectáculo sin ayudar, tú mismo. Perotodos sabemos lo que las demás tribus dirán de ti.

--¿Crees que nos importan los cotilleos de los demás? ¡Lo quepretendes es emprender esta expedición para ganar gloria para ti,dejando atrás a la Camada!

--¡Si lo crees así, únete a nosotros! Vamos, trae contigo unpuñado de guerreros. Les daremos la bienvenida gustosamente.

--¡Lo haré! ¡Mañana estaré aquí con una manada de guerrerospara asegurarme que no provocas la ruina de todos!

--¿De veras? --dijo Sylvan-Ivanovich-Sylvan--. Yo no pienso dejar que ni los Colmillos Plateados ni la Camada se lleven la gloria de estahistoria. Allí donde está la tormenta, están los Señores de lasSombras. ¡Que venga esa tormenta, cabalgaremos sobre ella!

--¡Y nosotros! --dijo Wyrdbwg--. ¡Contad con los Fianna! ¡Seremoslos primeros en contar la historia!

«¡No! --gruñó Cinco Garras, de los Garras Rojas--. ¡Esa gloria

corresponderá a los lobos!»Y así continuó. Cada tribu prometió, no sólo los fetichessolicitados, sino también guerreros.

--Está haciendo un gran trabajo fingiendo contrariedad --susurróEvan a Mari mientras señalaba a Albrecht con la cabeza--. Creo quepor fin está empezando a aprender sutileza.

--Por el momento --dijo Mari--. Ésta se la concedo. Le dije que

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nunca conseguiría que aportaran guerreros a la empresa, pero pareceque jugar con su ansia de gloria está funcionando. Nadie quiere quelos Colmillos Plateados se ganen su reputación.

--Eh, cuantos más seamos, más nos divertiremos --dijo Evan.Por la mañana, los Theurge habían regresado a sus hogares para

reunir unas partidas de guerra como Norteamérica había visto muyraras veces.

 _____ 9 _____

Pasaron la semana siguiente haciendo los preparativos. Albrechtquería partir cuanto antes pero la organización de los guerreros que se

estaban reuniendo por toda la región no lo hubiera permitido. Además,los espíritus de los vientos informaron a Aurak que la tormenta de laUmbra había amainado pero, al igual que una ola, que se retira pararegresar con fuerzas renovadas, no tardaría en crecer. Tendrían queesperar. De modo que los Theurge pasaron el tiempo invocandoespíritus e introduciéndolos en armas, como amuletos de cortaduración o fetiches de larga vida: arcos, flechas, balas, armas defuego y klaives.

 Al final, cuando llegaron los últimos guerreros prometidos, elcontingente del rey Albrecht estaba compuesto por casi cincuentaGarou, un número sin precedentes en tiempos modernos. Cada tribupuso en peligro sus túmulos enviando a sus guerreros a esta batallaen un reino lejano. Si los sicarios del Wyrm llegaban a enterarse,podrían aprovecharse de las debilitadas defensas y destruir todo loque generaciones enteras de Garou habían luchado y muerto por defender. Y lo que es más, la mayoría sabía que no regresaría deaquella guerra. Las tribus perderían fuerza y habría menos adultospara instruir a los cachorros. Y a pesar de todo los guerreros habíanacudido, consciente de que si Jo'clath'mattric llegaba a liberarse, todas

sus defensas no servirían de nada. Albrecht los dirigiría, junto con Evan y Mari, a quien no fue posibleconvencer para que se quedara atrás. Con ellos irían Loba y otrossiete Colmillos plateados, uno de ellos Galliard pero el resto guerreros

 Ahroun.Cinco guerreros de la Camada de Fenris habían acudido, junto

con tres Señores de las Sombras y cuatro Garras Rojas. Llegaron dos

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Fianna, acompañados por dos Hijos de Gaia, que se encargaríansobre todo de curar a los heridos. De la ciudad de Nueva York vinieronun Roehuesos y dos Caminantes del Cristal. Esto supuso unasorpresa para todos los demás: los Roehuesos no eran conocidos por sus habilidades guerreros y los Caminantes del Cristal solíanmantenerse apartados de estos asuntos.

Vinieron cuatro Furias Negras del túmulo de Finger Lakes y dosUktena llegaron poco después, un guerrero y un Theurge. Tambiénacudieron cinco guerreros Wendigo, hombres y mujeres grandes ymusculosos para proteger a Aurak Danzante de la Luna, que dirigiría alos espíritus del viento.

Con la Manada del Río de Plata, totalizaban cuarenta y siete. Juliaestaba convencida de que no tenían ninguna posibilidad.

--Mirad, no quiero ser negativa --les dijo a los demás--. Pero es

que vamos a meternos en un enorme y conocido agujero del Wyrm ysomos sólo cuarenta y siete. Dudo que salgamos de ésta.--¿Sólo cuarenta y siete? --dijo Carlita--. Estás hablando de

cuarenta y siete guerreros de puta madre. ¿Te olvidas de que Albrechtnos dirige, o de que Aurak y Loba vienen con nosotros? ¿Y no hasvisto al tío ese de la Camada, Lanzarrocas? ¡Uau, tía! Si los Garou nolo tuviéramos prohibidos, ahora mismo estaría haciendo guarradas conél.

--Eres asquerosa --dijo Julia mientras ponía los ojos en blanco yse estremecía con sólo pensarlo--. No estoy subestimando nuestrasfuerzas. Sólo pretendo subrayar las del enemigo.

--No tenemos la menor idea de qué es lo que nos espera --dijoJohn--. Podría ser tal como temes, un reino interminable lleno decriaturas demoníacas. Pero también podría ser un lugar vacío que sóloalbergue a Jo'clath'mattric. Por lo que sabemos, es posible que susintentos de manifestarse lo hayan debilitado, o puede que sigamaniatado con las cadenas de la Umbra y por eso quiera entrar eneste mundo. Si está atrapado, tal vez podamos acabar rápidamentecon él.

--Oh, supongo que tienes razón --dijo Julia--. No sabemos lo quehay allí. Puede que tengamos suerte. Pero hazte esta pregunta:¿Cuándo hemos tenido suerte desde que empezó todo este embrollo?No hacen más que pasar cosas horribles.

«Puedes quedarte si quieres --dijo Ojo de Tormenta sin cólera nilástima en la voz--. Puede que de ese modo sobreviva uno denosotros».

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Julia miró al lobo, consternada.--Nunca os abandonaría. Lo sabes, ¿no? Sólo estaba

desvariando. Será mejor que cierre la boca.Grita Caos se encogió de hombros y el asunto quedó zanjado. A

la mañana siguiente, la expedición se puso en marcha.Los Theurge llevaron a los guerreros a la Umbra en varios grupos

y, una vez, allí, empezaron a alejarse de túmulo y la casa. En elhorizonte, el cielo estaba a oscuras, salpicado de destellos derelámpago. El aire estaba agitado y se movía en círculos a sualrededor.

--Llega la tormenta --dijo Aurak--. Que todo el mundo se prepare. Ataos vuestros fetiches y sujetaos a un compañero. Los espíritus nosprotegerán pero no pueden garantizar que permanezcamos juntos.

John Hijo del Viento Norte y Julia se agarraron de los brazos

mientras Grita Caos y Carlita hacían lo mismo. Ojo de Tormenta habíaadoptado forma Crinos y se cogió del brazo con Tierra Teñida de Rojo,un Señor de las Sombras lupus. Se habían conocido durante lospreparativos y al instante habían sentido una camaradería quetrascendía los límites tribales.

El resto del grupo hizo lo mismo, a excepción de Aurak, quepermaneció solo, dando órdenes con las manos a los espíritusmientras musitaba extraños nombres. Albrecht y Mari estaban juntos,muy cerca de Evan y Loba. Si la tormenta los separaba, al menos lasdos parejas contarían con un Theurge. El viento silbaba en sus oídos yles sacudía el cabello y el pelaje. Aquellos que no lo habían hechotodavía, adoptaron ahora la forma Crinos, para poder enfrentarse acualquier amenaza que la tormenta trajera consigo.

En apenas unos momentos, más veloz de lo que nadie hubieracreído posible, la tormenta llegó desde el horizonte y descargó sobreellos como un maremoto. Justo antes de que su masa negra y furiosallegara a tocarlos, fue repelida por una fuerza visible. Los espíritus delos vientos habían envuelto a los Garou y habían levantado un escudoentre ellos y la tormenta. Sin embargo, lo que esto provocó es que la

tormenta los engullera y se los llevara a su violento corazón. Fueronarrojados al cielo y zarandeados en círculos, como ramitas atrapadasen un tornado.

John se agarró con fuerza a Julia, más asustado por ella que por él mismo. Tenía la sensación de que los espíritus de los vientos eranespecialmente fuertes a su alrededor y eso podía ayudar a sucompañera. Pero si se veían separados, era muy poco probable que

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pudiera volver a encontrarla.El estruendo en sus oídos se hizo insoportable. Era como una

banda militar enloquecida tocando címbalos y tambores junto a susorejas. John se encogió cuando una nube lo arrojó contra un peñascode granito. Los espíritus de los vientos absorbieron la mayor parte delimpacto pero a pesar de ello le dolió. Le quedaría un moratón.

Julia lanzó un grito mientras algo invisible le golpeaba en elestómago. De nuevo, los benevolentes espíritus desviaron la mayor parte del ataque pero no pudieron impedir que se quedara sin aliento.

La tormenta los llevaba de un lado a otro, tan pronto arrojándolospor los aires como bajándolos a tierra, arrastrándolos por el suelo yllevándolos a continuación en una trayectoria zigzagueante por suinterior inundado de relámpagos. Lograron sobrevivir ilesos gracias ala rapidez de sus reacciones. Ni siquiera los espíritus de los vientos

podían detener todos los rayos.Por encima del trueno ensordecedor, se oyó un nuevo sonido: elgraznido de las siniestras aves de la tormenta. Se precipitaron contrala negra masa de nubes y atacaron a todos los Garou que pudieronver. Los espíritus de los vientos se lanzaron contra ellas y lograrondesviar a algunas pero no a todas. Los pájaros atacaron con garras ypicos y desgarraron pelajes y caras. Fueron recibidos por zarpas ycolmillos. Al cabo de poco tiempo, los guerreros estaban cubiertos desangre, pero la bandada había sido hecha trizas hasta el último pájaro,y sus cadáveres se los había llevado lejos la tormenta.

John chocó contra una pared y Julia chocó con él. La tormenta loshabía soltado. Entonces comprendió que la pared era en realidad elsuelo. Apartó a Julia con delicadeza y se levantó. La tormenta estabaconvirtiéndose en un remolino y se escurría por la entrada de unapequeña y estrecha cueva situada en la ladera de una colina. Seencontraban en la frontera de un reino.

Otros Garou se levantaron en el barro y fango que los rodeaba,arrojados allí por los espíritus de los vientos, que no podían seguirlosal reino propiamente dicho. Los espíritus permanecieron sobre ellos

para protegerlos de los peores efectos de la tormenta hasta que éstahubo desaparecido del todo, como tinta por un sumidero, en el interior de la caverna.

 Albrecht llamó a gritos a los líderes designados de las tribus, loscapitanes, para realizar un recuento. Los Garou se reunieron por tribusy John y Julia buscaron a sus amigos con la mirada. No tardaron enver a Grita Caos y Carlita y los llamaron. Oyeron un aullido cercano y

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Ojo de Tormenta, que acababa de dejar a Tierra Teñida de Rojo conun hermano Señor de las Sombras, se les acercó trotando.

 Albrecht caminaba entre ellos, revisando las tropas. Después dereunirlos a todos, les habló.

--Parece que hemos perdido a tres. Dos de mi propia tribu handesaparecido, así como Dani, el compañero de Alexei de los Señoresde las Sombras. Eso significa que, o bien fueron arrojados por latormenta y están en alguna parte de la Umbra, o están allí. --Señaló lacaverna--. Sea como sea, es ahí adónde vamos. Si los vemos,trataremos de ayudarlos, ¡Y ahora, adelante!

Desenvainó el klaive y abrió la marcha. Los guerreros fueron trasél. Subieron la pequeña ladera erizada de derrubios hasta llegar a laboca de la caverna y se asomaron a su interior. Era lo bastante grandepara que pasara un Garou en forma Crinos y parecía ensancharse un

poco más adelante.--Dejadme examinarla primero --dijo Aurak Danzante de la Luna.Susurró algo que nadie pudo oír y se levantó un viento en dirección ala caverna. Al cabo de unos segundos regresó, trayendo consigo unapeste a putrefacción y decadencia--. Los vientos no pueden llegar muylejos; hay una barrera contra los espíritus. Pero no hay enemigos a lavista, sólo signos de muertes recientes.

--Vamos --dijo Albrecht. Se adelantó y entró en la caverna. Marifue tras él, seguida por un grupo de guerreros Colmillos Plateados.Los demás fueron detrás, de uno en uno, y se desplegaron una vezque estuvieron dentro. Se encontraban en el interior de una cavernaenorme que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, erizada deestalactitas y estalagmitas que sobresalían del techo y el suelo.

El suelo estaba cubierto por una capa de barro y había cuerposmuertos en ella. Parecían cadáveres de animales e incluso sereshumanos, muertos recientemente, pero no había señales de Garouentre ellos. Los detritos de la tormenta. El grupo siguió avanzando consigilo por aquel laberinto de pilares, buscando alguna señal deJo'clath'mattric.

--Hay una luz más adelante --dijo Evan señalando un tenueresplandor. Parecía una luz reflejada sobre la pared de la cavernadesde otra sala--. Parece que hay un giro en el camino. Pero hay algoen el suelo que se interpone entre nosotros y la luz. No puedodistinguir lo que es. --¿Alguien lo ve? --preguntó Albrecht. Unos pocosGarou se acercaron sigilosamente y miraron en aquella dirección.

 Alexei de los Señores de las Sombras asintió.

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--Parece tesoro. Montañas de riquezas antiguas, rebosando decofres. Oro, joyas y estuches de pergaminos. La clase de cosas queuno esperaría ver en la bodega de un viejo barco pirata.

--¿Qué demonios está haciendo aquí? ¿Serán desechos traídospor la tormenta?

--Recordad --dijo Aurak--, que la tormenta trae aquí los recuerdosque roba. No son cosas reales sino sus recuerdos. Puede que no seanlo que parecen.

--Puede que escondan alguna pista sobre las debilidades deJo'clath'mattric --dijo uno de la Camada de Fenris--. Deberíamosinvestigar.

--No creo que sea una buena idea --dijo Albrecht--. Podríaesconder otras cosas aparte de pistas. Será mejor que lo evitemos.Que nadie toque nada, ¿de acuerdo? Rodeadlo.

 Algunos guerreros rezongaron.--¿Queréis cuestionar mis órdenes? --dijo Albrecht--. ¿Ahora, enmitad de un túmulo del Wyrm? Bien, pues olvidadlo. Ahora yo soy ellíder en esta guerra, así que no aceptaré que se me cuestione. Lo dirésólo una vez más: no toquéis nada de eso. --Miró a su alrededor paraasegurarse de que todos estaban de acuerdo y a continuación siguióadelante--. Creo que es hora de tener un poco de luz.

Uno de los Colmillos Plateados abrió un hatillo y empezó adistribuir lo que parecían lámparas químicas portátiles. Le dio un golpea una de ellas y la dobló por la mitad. Al instante empezó a emitir unbrillo digno de una linterna, mucho más intenso que el de cualquier artilugio semejante fabricado por los humanos.

--Cada una de éstas debería de durar unas tres horas --dijo.Entregó una de esas lámparas a cada miembro de la partida y lamayoría de ellos la activó; algunos la reservaron para más tarde. Laestancia no tardó en estar tan iluminada como si fuera de día, graciasa la luz de los espíritus solares del interior de los amuletos queempuñaban los guerreros.

 Ahora podían ver los tesoros. El suelo fangoso estaba cubierto de

doblones y otras monedas, entre las que se veían desperdigadaspiedras preciosas de todos los colores del arco iris. Caminaron entrelas riquezas, sin tocarlas, dirigiéndose hacia el lejano recodo.

--¡Dani! --gritó Alexei y corrió hacia su camarada Señor de lasSombras, que se había perdido en la tormenta y que ahora estabaenterrado en el oro. Saltaba a la vista que estaba muerto pues sucuerpo estaba lleno de cortes: causados por las garras de los pájaros

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de la tormenta--. ¡Oh, hermano mío! --sollozó Alexei mientras apretabacontra sí el cuerpo de Dani y lo mecía adelante y atrás, abrumado depesar.

 Albrecht se le acercó.--Déjalo, Alexei. Regresa caminando despacio. No vuelvas a tocar 

el tesoro. Alexei volvió la mirada, con una mezcla de sorpresa y enfado en

los ojos, y miró a su alrededor. Sólo entonces pareció darse cuenta dedónde se encontraba, en medio de las riquezas que habían tratado deevitar. Bajó el cuerpo de Dani y susurró:

--Que el Abuelo Trueno te recompense por haber cabalgado en latormenta.

Entonces se levantó y caminó con lentitud de regreso entre lossuyos, evitando mover el tesoro.

 Albrecht siguió adelante. Los demás lo siguieron. Cuando Ojo deTormenta pasó junto al lugar por el que Alexei había caminado, sedetuvo y olfateó. Oyó el tenue tintineo de una moneda. Se le erizó epelaje y empezó a gruñir para advertir a los demás.

De repente, una forma negra salió de debajo de las monedas ysaltó sobre Ojo de Tormenta. Le rodeó los brazos con las coriáceas ynegras alas y su cola restalló como un látigo a su espalda tratando dealcanzar su nuca. Sin embargo, antes de que pudiera lanzar suataque, Grita Caos cayó sobre ella, la obligó a soltar a su camarada yla desgarró desde el cuello a la ingle. La Perdición del Saber chilló dedolor y se deshizo en jirones. Los espíritus del saber liberados huyerona la entrada de la caverna y escaparon a la Umbra.

Todos estaba preparados para repeler un asalto pero noaparecieron más Perdiciones. Albrecht suspiró y sacudió la cabeza.

--Esperaba más oposición. ¿Dónde demonios están?--Es posible que estén buscándonos en la Umbra mientras

entramos sin ser vistos en su guardia --dijo Loba.--Eso sería un milagro. No me lo trago ni por un segundo. Vamos,

sigamos adelante.

 Albrecht los condujo hasta la luz y, al llegar al recodo y asomarse,pudieron ver un largo pasillo que conducía a otra caverna, iluminadocon antorchas. Las paredes del pasillo estaban llenas de figuras yescenas pintadas, parecidas a las famosas pinturas de la cueva deLascaux. Sin embargo, las criaturas que se veían en éstas eranmíticas. Si alguna vez habían existido en la Tierra, ningún ser humanolas había visto. Puede que hubiesen vivido mucho antes del tiempo del

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hombre.--Ojalá hubiera traído mi cámara --dijo Grita Caos--. Habría que

descifrarlas. ¿Quién sabe qué edad tienen?--¿Y a quién le importa? --dijo Carlita--. Sigamos adelante y

busquemos la cosa que hemos venido a matar.--Espera un segundo --dijo Julia mientras retrocedía un paso para

examinar la pared--. Esto no tiene sentido. ¡Somos nosotros!--¿De qué estás hablando? --dijo John. Se inclinó sobre la sección

del muro que ella señalaba.--¡Ahí! Esas figuras esquemáticas. Son Garou, está claro. Y no

sólo Garou. Es nuestra partida. Mira, éste es Albrecht, el del granklaive que nos dirige, y ahí estás tú, con la lanza y los espíritus de losvientos, esas ondas que se mueven en el aire junto a ti.

--Pero los espíritus de los vientos no nos han seguido a la caverna

--dijo John--. Te lo estás imaginando. Deja de portarte como unaparanoica.--Mira esto: guerreros Colmillos Blancos. ¿No ves el pictograma?--Sí, pero hay muchos más de los que vienen con nosotros.--¿Y quién es éste? --dijo Julia mientras señalaba una figura

esquemática que dirigía a los guerreros Colmillos Blancos. Parecíabrillar, dibujada con líneas de tiza blanca--. ¿Un rey o algo así?

--Pero si has dicho que Albrecht era éste --dijo John señalando laprimera figura, la del gran klaive.

--No lo entiendo --dijo Julia.--¿Qué está pasando aquí? --dijo Evan Curandero del Pasado,

que había retrocedido al reparar en la conmoción reinante. Julia lemostró la pintura y le explicó su teoría--. Parece improbable pero, siestás en lo cierto, ¿qué quiere decir con respecto a nuestra misión?

Siguieron las pinturas con la mirada buscando alguna señal de sudestino pero parecía como si alguien hubiera manchado el muro. Nose veía nada con claridad.

--Si éste es nuestro destino, no queda claro si es bueno o malo--dijo John mientras observaba el muro con el ceño fruncido.

--Esperad --dijo Julia con voz temblorosa--. Mirad aquí.Entre las manchas había una porción de la pintura que sí estabaclara. La figura que empuñaba la lanza --John, de acuerdo a la teoríade Julia-- yacía en el suelo, vertiendo sobre el suelo una mancha deocre rojo mientras un enorme dragón negro se inclinaba sobre él y sedaba un festín con su corazón.

--No es un buen augurio --dijo John mientras aferraba con fuerza

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la lanza y volvía la vista hacia arriba en busca de criaturas voladoras.Un alarido estalló delante de ellos, donde el túnel desembocaba

en una sala más grande. Se vio inmediatamente seguido por unacacofonía de aullidos, uno de los cuales pertenecía sin ninguna dudaal rey Albrecht. Desde donde John se encontraba, no se veía lo queestaba pasando, pero una cosa estaba clara: la batalla habíacomenzado.

 _____ 10 _____

John empuñó la lanza y unió su voz al aullido general, un rugidode rabia y furia destinado a helarle la sangre a sus enemigos. Se

apretujó contra los guerreros que lo precedían y trató de ver algo por encima de sus hombros. Oía el tañido de los arcos y el siseo de lasflechas, junto con los húmedos impactos de los klaives al hundirse enla carne.

El grupo de guerreros que se encontraba delante de él avanzabasin detenerse. La partida entera salió del túnel y se desplegó mas alláde la entrada de la caverna para hacer sitio a los que venían detrás.En cuanto salió del pasillo, John se situó a la derecha y volvió el rostropara asegurarse de que Julia seguía a su lado. Estaba allí, pero teníala mirada dirigida hacia arriba. John siguió su mirada y vio unabandada de Perdiciones del Saber que se precipitaba sobre losguerreros desde el oscuro techo de la caverna.

En las paredes de la enorme sala, los espíritus del saber buscaban refugio en grietas y agujeros. Aparentemente, la primeraoleada de Perdiciones había sido derrotada, y los espíritus habíanquedado libres. Lo que estaba viendo ahora era la segunda.

Loba Carcassone, que se encontraba a su lado, abrió un saquillopintado con extraños glifos de todas clases y pareció aullarle al cielo,pero John no oyó nada. Los espíritus del saber, en cambio, sí que

parecieron captar su llamada y algunos de ellos abandonaron susnuevos refugios de las paredes y se escondieron en su bolsa. Por muchos que entraran allí, ésta no se hacía más grande, como situviera más espacio por dentro que por fuera. John se dio cuenta deque estaba tratando de reunir los espíritus para tratar de salvar elpasado. Los cuentos de aquellos espíritus podían ser también un armapoderosa para los clanes de los Garou... si salían vivos de allí.

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John sujetó la lanza con las dos manos y se preparó para recibir la embestida de una Perdición que se abalanzaba sobre él. En elúltimo momento, la Perdición se inclinó a un lado, evitó el lanzazo y searrojó sobre la cara de John. Pero éste había anticipado el movimientoy giró la lanza con la destreza de un auténtico experto. No tuvo quehacer nada más; la Perdición se empaló a sí misma con la fuerza desu propio impulso. Su carne voló en todas direcciones, como unacamiseta arrojada a un ventilador industrial de alta potencia. Cuandolos jirones cayeron al suelo, se desenmarañaron y se convirtieron enespíritus del saber. Los confusos espíritus empezaron a girar enespiral, buscando una vía de escape, antes de huir por el túnel endirección a la entrada del reino y la libertad.

John examinó la punta de la lanza. La vaina de hielo estabaintacta. Aún no sabía qué poder tenía, pero estaba claro que todavía

no se había activado. Miró a su alrededor para ver si alguiennecesitaba su ayuda pero ya habían acabado con la segunda oleada.Los curanderos Hijos de Gaia estaban ocupándose de dos guerrerosque tenían heridas de aspecto terrible en el pecho y los brazos. Lasvíctimas se movían de un lado a otro, aparentemente confundidos por su condición.

--Parece que las Perdiciones les han dado un buen bocado --dijoJulia--. No recuerdan dónde están. Los curanderos se ocuparán deellos enseguida.

--¡Dispersaos! --gritó Albrecht, al que John veía ahora, sacudiendoel gran klaive en el aire y cubierto de restos de las Perdiciones delSaber. Aparentemente, no estaban hechas tan solo de espíritus.

Los guerreros obedecieron sus órdenes y se desplegaron por todala caverna formando una línea. Se encontraban sobre un saliente quedesembocaba en un lago subterráneo. Sus luces no eran lo bastanteintensas como para disipar todas las sombras, pero sí lo suficientepara distinguir una especie de isla en su centro, cubierta de ruinasantiguas. A los lados, otras aberturas en la pared llevaban a nuevospasadizos oscuros e ignotos. Los guerreros se volvieron para prevenir 

cualquier incursión procedente de allí.--Aurak --dijo Albrecht--. ¿Puedes enviar tus exploradores? Aurak le habló a dos de los Wendigo de su séquito y éstos dieron

un salto. En lugar de caer, empezaron a caminar por el aire como sifuera sólido, dejando tras de sí un rastro de escarcha. Mientrassobrevolaban el lago, las luces que llevaban iluminaron el lugar paraque los demás pudieran verlo. Las ruinas parecían griegas, con

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algunos motivos egipcios entremezclados.--Atlantes --dijo el Theurge Uktena, Fin de Nube. Se acercó a la

orilla y dirigió una mirada entornada al otro lado--. Lo he visto en elcuento de uno de los espíritus del saber liberados. Pasó a través de mímientras huía y capté un retazo de su antigua canción.

--Tienes que estar de coña --dijo Albrecht--. ¿Atlantes?--Yo no miento --dijo el Uktena con aire desdeñoso--. Lo he visto

con tanta claridad como si hubiera vivido allí antes de su hundimiento.Son columnas atlantes. ¿Ves el motivo decorativo de la concha y elcalamar gigante?

--No. Desde aquí no, pero te creo. No importa. Son sólorecuerdos; ignoradlos y concentraos en nuestro objetivo:Jo'clath'mattric.

Los exploradores rodearon la isla y regresaron corriendo junto al

grupo, pasando por el aire como rocas arrojadas sobre la superficiedel lago. Se dejaron caer sobre la arena.--Ahí hay algo --les informó uno de ellos--. Una especie de

serpiente, arrollada entre las ruinas. Hemos visto las escamas queutiliza para respirar.

 Albrecht miró a Aurak y Loba.--¿Es él? ¿Cruzamos el lago para matarlo?Loba sacudió la cabeza con aire dubitativo.--No sé. Ese agua podría estar llena de Perdiciones. La serpiente

podría ser un espejismo, un recuerdo. ¿Quién sabe si se trataverdaderamente de Jo'clath'mattric?

--Muy bien. ¿Y si enviamos un pequeño grupo expedicionario paraechar un vistazo in situ?

--Sería sensato --dijo Aurak--. Así no comprometeríamos todasnuestras fuerzas en caso de que la verdadera bestia espere en otrolado, al final de uno de esos túneles.

 Albrecht se volvió hacia el grupo.--¿Algún voluntario para investigar la isla?Varias manos se levantaron. John alzó la suya y cogió la de Julia

para levantarla también.--¿Qué estás haciendo? --susurró--. No estamos preparados.--Mejor que cualquiera de ellos --dijo John--. Después de lo que

hemos pasado, tenemos más experiencia luchando bajo el agua yademás, Uktena es nuestro tótem. Esto es cosa nuestra.

--Manada del Río de Plata --dijo Albrecht--. Me alegro de que oshayáis presentado voluntarios. Es un buen augurio.

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John reparó en que Grita Caos también había levantado la mano,así como Ojo de Tormenta. Carlita hizo lo propio, aunque de malagana.

--Tendréis que nadar --dijo Aurak--. Mis guerreros no puedencaminar por el cielo llevando a otros a cuestas.

--No pasa nada --dijo Grita Caos mientras se acercaba a la orilladel agua--. Ya lo hemos hecho antes. ¿Estáis preparados, chicos?

Se volvió hacia sus camaradas y les miró los ojos paraasegurarse de que lo estaban. Julia y Carlita asintieron, aunque no sinun sentimiento de resignación. John y Ojo de Tormenta se acercaron ala orilla del agua y se metieron hasta los tobillos en el agua mientrasesperaban a que los demás se reunieran con ellos. Entraron todos enel lago y avanzaron hasta que el agua les llegó a la altura del pecho yentonces empezaron a nadar.

Los exploradores Wendigo, sustentados aún por los vientos,flotaban sobre ellos, sosteniendo sus luces para señalarles el camino.Nada se alzó de las aguas para estorbarlos. John aspiróprofundamente, sumergió la cabeza y abrió los ojos para ver si habíaalgo debajo de ellos. No se veía más que una oscuridad imprecisa.Parecía haber formas oscuras descansando en el fondo del lago, aunos siete metros de profundidad. Parecían extensiones de las ruinasde la isla. Puede que el templo fuera el punto más alto de una ciudadantigua. «El recuerdo de una ciudad», se dijo John mientras sacaba denuevo la cabeza y volvía a tomar aire.

No tardaron en llegar a la costa y salieron a la superficie entre lasrocas quebradas, los restos del malecón roto de un antiguoembarcadero. Se sacudieron toda el agua posible en sus húmedasformas Crinos y se encaminaron al interior. John abría el camino,seguido por Ojo de Tormenta y Carlita, Grita Caos y Julia. Sus lucesproyectaban extrañas sombras mientras se movían de izquierda aderecha, examinando las ruinas. Las lámparas de los Wendigo cubríanla escena entera de una luz ambiental.

--Era por ahí --señaló uno de los Wendigo. John siguió con la

mirada la dirección en que apuntaba su mano hasta un gran muronegro que discurría entre dos columnas. Su superficie brillaba con unahumedad oleosa, pero estaba cubierta por un patrón de escamas.Mientras la observaban, se expandió lentamente hacia ellos y acontinuación se retrajo antes de volver a expandirse una vez más.

--Está respirando, sí --dijo Carlita--. Esa cosa está viva.--Vamos a buscar la cabeza --dijo John. Se movió hacia la

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derecha y pasó por encima de trozos caídos de muros y pilares,siguiendo la línea de escamas negras. Se detuvo en seco al escuchar un aullido repentino procedente del otro lado del lago. Se volvió ydirigió la mirada hacia la orilla. Un torrente de Perdiciones estababrotando de uno de los tres túneles y se arrojaba sobre los guerreros.

 Aquellas criaturas no volaban sino que corrían a cuatro patas comoanimales. Sólo que no se parecían a ningún animal que John hubieravisto en su vida.

--¿Qué demonios son? --gritó Carlita--. ¿Rinocerontes?Las cosas tenían en efecto cuernos afilados en el morro, que

utilizaron para romper la primera línea de guerreros. Dos Garou fueronabatidos, pero el resto ignoró los cuernos que les perforaban laspiernas y torsos y contraatacaron con garras y colmillos. Algunos deellos blandieron sus klaives y cortaron los cuernos de sus agresores.

Los dos Wendigo voladores acudieron a toda velocidad en auxiliode sus camaradas. John se volvió hacia allí y se colgó la lanza a laespalda.

«No --dijo Ojo de Tormenta--. Tenemos una misión aquí. Si noson capaces de contener al enemigo, nuestra ayuda no les servirá denada».

John emitió un gruñido de rabia, pero sabía que tenía razón. Apretó los dientes y dio media vuelta.

--¡Maldita sea! ¡Vamos a buscar la cabeza de esta cosa y acortársela!

--Secundo eso --dijo Grita Caos. Pasó sobre una roca de mármolen pos de John pero entonces la gravilla cedió bajo su pie derecho, sehundió hasta la rodilla en un agujero y lanzó un aullido de dolor. Tratóde sacar la pierna pero no lo logró.

--Ya voy --dijo Carlita mientras corría hacia él. Lo rodeó con losbrazos y tiró con todas sus fuerzas. Consiguió sacar parte de la piernapero al hacerlo, el suelo volvió a ceder. Lo poco que sostenía a GritaCaos se hundió y éste cayó al agujero, llevándose a Carlita consigo.

Ojo de Tormenta corrió hasta el borde de la sima y se asomó. Sus

compañeros estaban tirados sobre el suelo entre escombros, tresmetros más abajo. Se pusieron trabajosamente en pie y, tras recobrar el equilibrio, miraron a su alrededor con curiosidad.

«¿Qué veis?», dijo Ojo de Tormenta.--Eh... Creo que lo hemos encontrado --dijo Grita Caos.--La hostia puta... --dijo Carlita--. Me está mirando.

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* * *

 Albrecht lanzó un rugido de guerra y la línea de Garou se lanzó alataque y obligó a retroceder al ejército de bestias prehistóricas quehabía emergido de las cavernas. Eran una especie de Perdiciones delSaber. Cuando las mataban se deshacían en espíritus del saber, comolas Perdiciones voladoras, pero costaba mucho más abatirlas. Suspieles eran tan duras como una armadura.

La mayoría de los guerreros empuñaba algún arma fetiche y éstasresultaban un poco más eficaces que las garras para atravesar la pielde las Perdiciones. Volaban las flechas y las balas (disparadas sobretodo por los Caminantes del Cristal y el Roehuesos) se hundían en lacarne. Los Garou de vanguardia atacaban con klaives o martillos deguerra.

 A pesar de todo, cinco guerreros habían caído. Algunos de ellosparecían presa de la confusión, como si las Perdiciones les hubieranarrebatado sus recuerdos, pero otros estaban claramente muertos,reducidos a sanguinolentas trizas. Uno de ellos era un ColmilloPlateado.

Evan le mordió el cuello a una bestia que había atravesado lasfilas de Garou y estaba a punto de embestir las piernas de Albrecht.

--Gracias, chico --dijo Albrecht y a continuación se lanzó por labrecha que la criatura había abierto y pasó entre sus adversariosantes de volverse para atacarlos por detrás. Dos tajos de su klaiveliberaron una horda de espíritus del saber, que huyeron hacia el techotratando de escapar de la batalla. Escuchó un gruñido procedente desu espalda y vio que una horda de Perdiciones de refresco cargabadesde otro de los túneles.

Invocó sus poderes espirituales y su pelaje se cubrió de una llamaplateada. Abrió los brazos y aulló de rabia. Las Perdiciones sedetuvieron, con los ojos llenos de miedo y a continuación empezaron aapartarse del resplandeciente guerrero Garou.

 Albrecht avanzó sobre ellas y creyó captar otra nueva luz por el

rabillo del ojo. Se volvió y vio que una línea de brillantes guerreros conun pelaje del más puro blanco avanzaba hacia sus enemigos. No eransus guerreros. Éstos no habían llegado con él. Pasaron a su lado,blandiendo los klaives de un lado a otro. Algunos de ellos parecieronatacar objetivos invisibles pero otros clavaron las hojas en la carne delas Perdiciones mientras éstas huían en desbandada.

Los guerreros profirieron un aullido de triunfo y Albrecht se quedó

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helado y los contempló con asombro. Su aullido era una canción delos Colmillos Plateados, una canción que se reservaba para losseñores y los reyes. ¿Quién demonios eran esos tíos? Momentosdespués desaparecieron y el grupo de Albrecht apareció corriendopara ocupar su lugar, como si nunca hubieran estado allí.

 Albrecht miró a Evan y Mari pero ellos estaban ocupadosacabando con las últimas Perdiciones. Se volvió hacia Loba y vio queestaba boquiabierta. Lo miró y asintió. Corrió a su lado.

--¿Los has...? --empezó a preguntar.--Sí --dijo ella--. Los he visto. Señores de los Colmillos Plateados,

luchando a nuestro lado. ¿Qué significa?--No lo sé --dijo Albrecht--. Nuestros ancestros están con

nosotros. Esto es todavía más grande de lo que pensaba.

* * *

John bajó de un salto al agujero y cayó junto a Grita Caos yCarlita, que permanecían inmóviles, mirando fijamente algo que habíaen un extremo de la caverna. Se volvió en aquella dirección y sequedó paralizado. Dos enormes y refulgentes ojos rojos lo estabanmirando.

La cabeza del dragón descansaba sobre el suelo, al otro extremode la estancia y los miraba directamente. Su boca se abrió un instantey expelió un reguero de vapor caliente pero sus ojos no se cerraron.No era una mera serpiente; sólo el término dragón le hacía justicia.Parecía ser en parte pájaro. Su boca estaba llena de colmillos pero por alguna razón se parecía más a un pico que a un hocico. Al mirar aquellos ojos, John se sintió hipnotizado, incapaz de moverse, como siel peso de su mirada lo paralizara. Se preguntó por qué no se echabasobre ellos y los engullía de un bocado.

Entonces reparó en las cadenas que rodeaban su cuello. Grandescadenas doradas que daban vueltas y vueltas alrededor de sugarganta, por debajo de la mandíbula, unidas al suelo por medio de

enormes clavos. Las losas del suelo estaban cubiertas con glifos deapariencia mágica. Sin embargo, por todas partes se veían fragmentosde cadenas rotas. Saltaba a la vista que la criatura había partidoalgunas de las cadenas que la maniataban.

--No puede moverse --dijo John--. Sigue atrapada, aunque por poco tiempo. Aún no ha conseguido romper todas sus cadenas.

--Buenas noticias --dijo Carlita--. Pero yo tampoco puedo

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moverme.--Ni yo --dijo Grita Caos--. Me tiene paralizado.--No bajéis --les dijo John a Ojo de Tormenta y Julia--. Nos tiene

atrapados con su mirada. Tratad de llegar hasta ese otro agujero...Veo el lugar por el que su cuello entra en la sala. Si podéis distraerlo,puede que aparte la mirada y podamos escapar.

--De acuerdo --dijo Julia desde arriba. Sus pasos se alejaron delagujero.

--Si no logran distraerlo --dijo Grita Caos--, ¿qué hacemos? Esinmensamente grande. Dudo que podamos acabar con él nosotrossolos.

--Salimos de aquí y avisamos a los demás. Una partida de guerraentera debería de ser capaz de hacerlo pedazos.

--Algo no marcha bien --dijo Carlita--. Si ése es Jo'clath'mattric de

verdad, es jodidamente patético. Quiero decir, se suponía que teaterraba con solo mirarlo.--Se parece al dragón del cuento del espíritu del saber --dijo

John--. Lleva aquí mucho tiempo. Nadie saldría ileso de unconfinamiento tan largo.

--A mí no me parece débil --dijo Grita Caos--. Si puede hacer esocon la mirada, no quiero saber lo que nos haría de estar libre. Además,está claro que lo han herido recientemente.

--¿De qué estás hablando? --dijo Carlita.--Es cierto, ahora lo veo --dijo John--. Allí, bajo las cadenas:

sangre seca. Y tiene unas escamas que le cuelgan del cuello. Alguienle ha dado un buen tajo hace poco tiempo.

--¿Quién demonios ha estado aquí antes que nosotros? --dijoCarlita.

El ruido de unas piedras sueltas llegó desde el otro lado delcuarto, detrás de la cabeza del dragón. Éste se movió y volvió lacabeza y en ese momento el hechizo se rompió. John se revolvió alinstante y obligó a Carlita y Grita Caos a volverse hacia la pared yapartar la mirada del monstruo.

--Uau --dijo Carlita--. Creo que podemos salir de este agujero. Haymontones de escombros que podemos utilizar para trepar hasta lasalida.

--Id vosotros primero --dijo John--. Yo esperaré aquí hasta quehayáis llegado arriba.

Los dos Garou treparon por la pared de escombros y llegaron alborde del agujero. Cuando Carlita estaba sacando la mano para

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agarrarse, una Perdición del Saber de alas negras se posó a su lado yle dio un picotazo que le arrancó un pequeño trozo de carne.

--¡Au! --gritó. Soltó el borde y volvió a caer a la cueva. Se levantócon aire confuso y se volvió hacia John--. ¿Qué demonios ha pasado?

--¡No! --dijo John mientras se apresuraba a tapar la habitación conel cuerpo. Era evidente que había olvidado lo ocurrido durante losúltimos minutos. Demasiado tarde. Carlita miró por encima de él yquedó paralizada por la mirada del dragón.

Grita Caos lanzó un aullido. Golpeó a la Perdición del Saber, queestaba volando por encima de su cabeza y trataba de picotearle lacabeza. John se adelantó con la lanza preparada y la clavó con ella ala pared. Grita Caos utilizó las garras para hacerla pedazos, quehuyeron rápidamente de la caverna como espíritus del saber.

--¿Qué es ese ruido a nuestra espalda? --preguntó Grita Caos, sin

atreverse a volverse.--¡Oh, mierda! --dijo Carlita--. ¡Es Julia! Jo'clath'mattric la tieneatrapada con una especie de hechizo. ¡Se está moviendo hacia él!¡Joder, tía! ¡Para!

--No puedo --gritó Julia desde el otro lado de la cámara. Su vozrebotó en las paredes como un eco--. Me está obligando a hacerlo.¡No puedo hacer nada para impedirlo!

--¿Dónde está Ojo de Tormenta? --chilló Carlita.--¡Está paralizado, igual que tú! --respondió Julia.--Tienes que hacer algo, John --gritó Carlita, con una

desesperación que John no había oído en su voz hasta entonces.John empezó a avanzar hacia la criatura de espaldas.--¡Guíame! --dijo.--Más a la izquierda... ¡Mi izquierda! --dijo Carlita--. Estás casi

sobre él. ¡No te acerques tanto! ¡Tiene colmillos!John caminaba arrastrando los pies. Pasó junto al clavo que

mantenía las cadenas unidas al suelo. Vio los glifos bajo sus pies,pero no reconoció su lenguaje. Sus pasos borraron algunos de ellos,como si estuvieran escritos en tiza y no grabados en la piedra.

--¡No pises eso! --gritó Julia. Ahora su voz sonaba muy cerca deloído de John.De repente la cadena se movió y se puso tensa contra el clavo.

Las piedras sobre las que habían estado los glifos se inclinaron y separtieron. El clavo salió volando, suelto, y la cadena restalló como unlátigo por toda la habitación.

 Antes de que ninguno de ellos pudiera reaccionar, el dragón, libre

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de sus ataduras, se irguió dando un salto. Su cuello chocó contra elmuro mientras se levantaba, arrojando escombros por todas partes.Uno de ellos pasó muy cerca de Julia mientras ésta sentía que laparálisis lo abandonada. Se arrojó a un lado y apartó a John de latrayectoria de un enorme bloque que chocó con estruendo contra elsitio en el que éste acababa de estar.

El dragón lanzó un rugido y hasta el mismo aire tembló. Seenderezó, salió de la caverna y pasó sobre las aguas. Jo'clath'mattricremontó el vuelo.

* * *

 Albrecht había reunido a sus guerreros en un círculo, preparadospara defenderse frente a cualquier otro ataque, pero no aparecieron

más Perdiciones del Saber. El asalto de la horda de Perdiciones leshabía costado una docena de Garou, miembros de todas las tribus. LaCamada, los Garras Rojas y los Colmillos Plateados eran los que máshabían sufrido, pero a los Caminantes del Cristal sólo les quedaba unrepresentante. Albrecht se había vuelto para consultar con Aurak elmovimiento a seguir cuando un rugido estremecedor sacudió el aire.

Todas las miradas se volvieron hacia la isla y vieron queJo'clath'mattric salía de las ruinas. Su largo y negro cuerpo se extendiómientras batía las alas de murciélago para mantenerse en el aire. Surostro era como el de un buitre. Sus brazos y piernas flexionaron lasgarras. Rugiendo, se volvió hacia ellos.

--¡Ahí está! --dijo Albrecht mientras alzaba el klaive por encima desu cabeza.

El dragón pasó volando sobre ellos y dio una vuelta, buscandouna salida. Batió las alas para mantenerse por encima de la partida deguerra, mientras los observaba con malicia. Sus ojos ardían comocarbones candentes y su cola trazaba elaborados círculos en el aire.

 Abrió la boca y emitió un siseo, un largo y lento sonido silbante quepareció tomar forma en el aire y reptó por el oído de todos los Garou,

infectando sus tímpanos, abriéndose camino a golpes hasta sucerebro. Albrecht bajó poco a poco el gran klaive y lo miró. ¿Dónde

demonios había conseguido aquella obra de arte? No recordaba haber poseído nunca un klaive. Miró a su alrededor y vio que se encontrabacon un grupo de Garou desconocidos. ¿Qué estaban haciendo allí?¿Por qué lo estaban mirando?

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Evan se dejó caer en la arena, exhausto. No sabía quiénes eranaquellos Garou pero no quería tener nada que ver con lo que quieraque estuvieran haciendo allí. Estaba harto de tener que cargar contodo.

 Aurak Danzante de la Luna estaba llorando. Recordaba laidentidad de sus cachorros pero había olvidado las de los guerrerosque lo rodeaban. Ellos habían olvidado quién era y se reían delanciano, cuyas lágrimas tomaban por una señal de debilidad.

Loba olvidó su saquillo y los aliados que ahora llevaba allí. Hizouna mueca, apretó los dientes y gruñó a los Garou que lo rodeaban.No podía confiar en ninguno de ellos. ¿Quién sabía cuántos de ellostrabajaban para el enemigo? El Wyrm era sutil y corruptor y podíaocultar sus intenciones en los corazones de cualquier Garou. Se volvióen un círculo, temiendo presentar la espalda a cualquier guerrero

durante mucho tiempo.Todos los Garou habían olvidado por qué estaban allí y quiéneseran sus camaradas. Hasta los lazos que unían a las manadasdesaparecieron frente al asalto místico al que el dragón sometió a susrecuerdos.

Sólo Mari recordaba algo de su auténtico propósito. Lo que habíasufrido en el pasado reciente la había escudado en parte frente alpoder de Jo'clath'mattric. Miró a su alrededor y comprendió lo queestaba ocurriendo, aunque sin saber muy bien quién era cada uno deellos. Recordaba, sin embargo, que estaba allí para cazar aJo'clath'mattric, la criatura que casi había matado su espíritu. No sabíaquién era el dragón que los estaba sobrevolando pero sospechabaque se trataba del enemigo.

El dragón dejó de cantar y se precipitó sobre los Garou. Susgarras pasaron entre ellos, los dispersaron y mataron a cuatro de unasola pasada. Cogió otros dos con las fauces y los hizo pedazos conuna vigorosa sacudida del cuello. Sus cuerpos se desintegraron comosi jamás hubieran existido. Cuando el dragón se alzaba para hacer otra pasada, sintió un terrible dolor en la cola. Bajó la mirada y vio a un

Garou, una hembra de pelaje negro, aferrada allí, desgarrándole lasescamas con las zarpas. Se arrojó sobre la herida abierta que tenía enla parte inferior del cuerpo, la que le había infligido recientemente elmaldito lobo blanco, antes de que esta nueva amenaza se presentarapara atacarlo.

Jo'clath'mattric reconoció a la Garou que se aferraba a su cuerpo.Por mucho que tratara de olvidar, recordaba todo cuanto las

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Perdiciones del Saber le traían, todos los recuerdos que le habíanservido como alimento. Y recordaba que odiaba a aquella criatura,Mari Cabrah.

Se estremeció violentamente en el aire, tratando de quitársela deencima pero la presa de la Garou era demasiado fuerte. Se doblósobre sí mismo, sacó los colmillos y le desgarró el costado. Pero apesar de ello, Mari no perdió sus recuerdos. Su sentido de la identidadera demasiado fuerte. Había sufrido su juicio antes y había escapadoal veredicto.

Jo'clath'mattric gritó de furia por aquella afrenta y la azotó con lacola con todas sus fuerzas.

Mari no pudo seguir agarrada a la criatura, no después de que lehubiera mordido en las costillas. Cayó con fuerza sobre la arena. Eldolor le hizo gruñir pero lo ignoró y volvió a levantarse, preparada para

lanzarse sobre Jo'clath'mattric si volvía a atacar.Jo'clath'mattric describió un gran círculo sobre sus cabezas paraadquirir impulso y volver a atacar con todas sus fuerzas.

* * *

John salió del agujero con la ayuda de Grita Caos y Ojo deTormenta. Era el último. Julia y Grita Caos miraban hacia la otra orilla,donde estaba produciéndose una masacre. Los Garou corrían entodas direcciones, a todas luces confusos por algo. Albrecht caminabaentre ellos sin sentido, como si ignorara que era su líder.

Sólo Mari luchaba contra la criatura y acababa de ser arrojada alsuelo. Grita Caos la vitoreó cuando volvió a levantarse.

--¿Qué coño hacemos? --gritó Carlita mientras corría de un lado aotro de la orilla--. Nadando no llegaremos a tiempo.

John midió la distancia y se dio cuenta de que no podría arrojar lalanza tan lejos. Pero al hacerlo recordó el hielo que envolvía la punta.

--Atraedlo. ¡Me da igual cómo pero atraedlo aquí!El dragón llegó al cénit de su ascenso y apuntó el morro hacia el

suelo. Cayó como un cohete viviente, en un picado de increíblevelocidad. Directamente hacia Mari.--Tengo una idea --dijo Grita Caos. Colocó las dos manos a

ambos lados del hocico y le gritó al dragón--. ¡Eh! ¡Macheriel!El dragón se estremeció en el aire y viró bruscamente, al tiempo

que emitía una especie de estruendoso maullido, como si acabara derecibir el golpe de un martillo neumático en pleno rostro. Sacudió la

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cabeza y miró a su alrededor tratando de dar con la fuente del sonido.--¡Macheriel! --volvió a exclamar Grita Caos.El dragón se revolvió y voló directamente hacia la isla, con los

ojos centelleando de cólera. La criatura lupina de la isla habíapronunciado su nombre. Su odiado nombre. No podía soportar el pesode su fracaso. Debía extinguir la fuente de los remordimientos.Mientras se abalanzaba sobre Grita Caos, abrió las zarpas.

John aprestó la lanza para arrojarla contra el corazón delmonstruo pero fue demasiado rápido para él. Atrapó a Grita Caos alvuelo y lo empujó con todas sus fuerzas contra una pared. Soltó elcuerpo destrozado del Garou y volvió a ascender, preparándose parauna nueva pasada. Grita Caos trató de arrastrarse con las escasasfuerzas que le quedaban pero sus quebrados huesos aullaron deagonía y se negaron a moverse.

Julia saltó por encima de una roca, cayó a su lado y le tocó elpecho con delicadeza. Susurró en voz baja para convocar lasenseñanzas de los espíritus y comenzó a curarlo y a soldar sushuesos rotos. Pero antes de que pudiera terminar, una criatura oscurase posó sobre su hombro y le mordió en la oreja. Al instante olvidó loque estaba haciendo y empezó a vagabundear por la caverna.

John corrió hacia allí y golpeó a la Perdición del Saber con elextremo romo de la lanza. La criatura salió despedida pero recobró elequilibrio a mitad de vuelo y se arrojó contra su cara. La apresó conlas garras y la estrujó entre sus dedos como si fuera un pedazo depapel. Su cuerpo se disolvió y libero espíritus del saber que seperdieron entre las ruinas.

--¡Ahí viene otra vez! --gritó Carlita.John vio que Jo'clath'mattric descendía directamente hacia ellos,

esta vez sobre Carlita. Corrió a su lado y apuntó con su lanza elcorazón del dragón, pero en el último segundo la criatura varió derumbo y vomitó encima de ellos. En lugar de comida parcialmentedigerida, lo que brotó de sus fauces fue una masa viviente de icor negro. Cayó al suelo y al instante ascendió por la pierna de Carlita y la

engulló. La Garou trató de quitársela de encima pero sus garraspasaban por ella como si fuera agua.--¡Dios, quema! --gritó--. ¡No me lo puedo quitar!John trató de ayudarla pero sus manos la atravesaron sin

conseguir nada.--Julia --exclamó--, ¿qué es esto?No hubo respuesta. Se volvió hacia ella y vio que seguía teniendo

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la mirada vacía. La Perdición del Saber le había arrebatado mucho.Grita Caos se estremecía en el suelo, tratando de ponerse en pie, peroapenas era capaz de moverse. Parecía que tuviera rota la mayoría delos huesos.

En ese momento apareció Ojo de Tormenta y saltó sobre el negroicor pero profirió un aullido al notar que también empezaba aquemarla. Nada de lo que hacía tenía ningún efecto sobre la masa. Seapartó del charco cada vez más grande y John captó un tufo a peloquemado.

Levantó la mirada y vio que Jo'clath'mattric viraba en el aire, conla atención puesta ahora en la otra orilla, donde los guerreros Garouiban de acá para allá, confundidos y algunos de ellos agonizantes.Evidentemente, el dragón no creía que la manada representara ya unaamenaza.

John miró la lanza y la punta cubierta de hielo. Sabía queseguramente podría hacer algo contra el icor. Fuera el que fuese elpoder que le habían conferido los espíritus, era de esperar que tuvieraalgún efecto sobre la masa líquida que estaba quemando a suscompañeros. Pero si las utilizaba para salvarlos, perdería la únicaarma con que contaba frente a Jo'clath'mattric. Carlita cayó al sueloentre gorgoteos de dolor. John volvió la mirada a la otra orilla, enbusca de algún indicio de que Albrecht y los demás se hubieranrecuperado y podían enfrentarse a Jo'clath'mattric. Sólo Mari y Lobapermanecían firmes.

Loba estaba mirando fijamente al dragón, con la mano en labolsa. ¿Le estaban dando los espíritus de saber que guardaba allívalor y sentido del propósito?

Levantó la mirada y vio que Jo'clath'mattric estaba casi ya fueradel alcance de su lanza. Tenía que elegir. Recordó el sueño y volvió aoír aquella voz: «Necio, has desaprovechado el don de los Ancestros

 Animales».Ojo de Tormenta aulló de dolor y se desplomó jadeando junto a

Carlita. El icor estaba llegándole al cuello.

Con los ojos inundados de lágrimas, John echó el brazo atrás yarrojó la lanza contra el dragón. El arma voló certera hacia el corazónde la bestia pero el lanzamiento no había sido lo bastante fuerte y laarmadura de escamas la repelió. Pero entonces el hielo que recubríala punta despidió un brillo cegador y repentino y la lanza atravesó lasescamas y la carne del dragón y se hundió profundamente en supecho. La punta emergió junto a la espina dorsal de la criatura.

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Jo'clath'mattric profirió un gorgoteo y se desplomó. Trató deenderezarse sacudiéndose en el aire con violentos espasmos de lasalas, pero ya no tenían la fuerza necesaria para sostenerlo. Cayó conmucha fuerza sobre la orilla de la isla y allí se quedó,convulsionándose. Desde la punta de la lanza que sobresalía de suespalda, una hueste de espíritus empezó a brotar del hielo conformeéste se fundía. Aparecieron animales en el aire y flotaron frente a losojos del dragón, una casa de fieras extraída de un tiempo anterior altiempo.

Para el dragón era una agonía. Los espíritus de los animales lesusurraban, recordándole los juicios que antaño presidiera para ellos,antes de que su amo fuera apresado, antes de que él fracasara.Sollozó y trató de acallar sus gruñidos, sus balidos, sus trinos. Nosirvió de nada. No podía contenerlos, ni tampoco a los recuerdos que

traían consigo.Echó la cabeza atrás y profirió un rugido de angustia y dolor yentonces golpeó las ruinas de la isla con la cabeza e hizo añicos lospilares de piedra y mármol en un intento por destruir su propia mente,por acabar con todo recuerdo. Mientras las rocas empezaban aquebrarse, abrió las fauces y las devoró, las engulló por completo y acontinuación pasó a hacer lo mismo con todo cuanto lo rodeaba. Laisla empezó a desintegrarse.

John saltó hacia la bestia, sacando las garras para acabar conella. Una horda de Perdiciones descendió del cielo, tratando dedefender a su herido amo. John mató tres de ellas con las garras ysaltó sobre otras dos que trataban de colocarse a su espalda. Justocuando llegaba junto a Jo'clath'mattric y se preparaba para dar ungolpe, una Perdición cayó sobre su hombreo izquierdo y le clavó lasgarras. John aulló de agonía. Pero en lugar de perder el conocimientou olvidar su propósito, permaneció concentrado en lo que tenía quehacer gracias al dolor.

La Perdición le había mordido la herida, la misma que el espíritu Atcen le había infligido, un recuerdo de la prueba a que lo había

sometido su padre. Recordó las palabras de su padre: "golpea a tuenemigo en el corazón". John agarró la lanza con las dos manos y laarrancó de la carne del dragón. Se asomó a la herida abierta y vio queno había atravesado el corazón, tal como había creído, sino sólo lohabía desgarrado.

Jo'clath'mattric se estremecía sacudiendo el torso de un lado aotro. Mientras la Perdición mordisqueaba el hombro de John y el dolor 

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empezaba a volverse insoportable, volvió a apuntar al monstruo con lalanza. Las sacudidas del torso de la bestia lo hacían más difícil. Si nola clavaba en la herida ya abierta, no podría atravesar las escamas.Esperó, tratando de calcular cuándo se volvería el dragón. LaPerdición seguía mordiendo y empezó a sentirse mareado, como si por fin hubiera tocado una capa de su espíritu y le estuvieraabsorbiendo la vitalidad.

Se aferró a la admonición de su padre y arrojó la lanza con todassus fuerzas. Se hundió en la herida abierta justo cuandoJo'clath'mattric detenía sus convulsiones. El arma se hundió de llenoen el corazón.

Jo'clath'mattric rodó sobre sí mismo, cayó al lago con unestruendoso chapoteo y se hundió profundamente bajo la superficie.

El icor negro se disolvió en el aire como si fuera niebla. Las

Perdiciones del Saber cayeron al suelo y se convirtieron en nada,liberando a los espíritus atrapados en su interior. Éstos empezaron avolar por toda la caverna, se introdujeron en los miembros de lamanada, restauraron sus espíritus y los inundaron con recuerdos deantaño. Todos sacudieron la cabeza mientras trataban deconcentrarse en el aquí y ahora y acallar las voces de aquellashistorias pasadas.

Julia puso las manos sobre Grita Caos y completó su curación. Suamigo suspiró de alivio, todavía dolorido pero capaz ya de moverse.

--¡Tenemos que salir de aquí! --gritó mientras se ponía en pie condificultades sobre el suelo de la isla, que las convulsiones del dragónseguían estremeciendo. Cogió la mano de Julia y echaron a correr hacia la orilla.

Ojo de Tormenta, con todo el pelaje chamuscado, ayudó alevantarse a Carlita. Parecía exhausta, pero al menos estaba viva. Ojode Tormenta la empujó hacia la orilla y la obligó a entrar en el agua.«Agárrate a mí», dijo. Carlita gruñó, rodeó el cuello de la loba con lasmanos y entre las dos se dirigieron nadando hacia la otra orilla.

John los imitó, sujetando a Grita Caos por la cintura para ayudarlo

a mantenerse a flote. El Garou estaba muy débil pero aún era capazde nadar. Julia, ilesa y recuperada ya de su pérdida de memoria,nadaba más deprisa que los demás.

Sintieron que el agua empezaba a moverse hacia atrás y, alvolverse, vieron que el dragón estaba sorbiéndola, engulléndola por completo. Se vieron arrastrados por la marea pero multiplicaron susesfuerzos por ganar la otra orilla.

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Los Garou que había allí se metieron en el agua para buscarlos.Todos parecían haber recuperado la memoria y saber con todaclaridad dónde se encontraban y lo que estaba ocurriendo.

--Se está deshaciendo --exclamó Grita Caos--. ¡El reino se vieneabajo!

--¡Sacad a esos Garou del agua! --gritó Albrecht mientras corríahacia el lago.

--La orilla está desapareciendo --dijo Evan mientras, delante desus ojos, la arena empezaba a precipitarse hacia las aguas como si laestuviera absorbiendo un aspirador.

La manada logró llegar a la orilla con la ayuda de los guerrerossupervivientes. De los cuarenta y siete Garou originales, sólo treinta ytres habían sobrevivido.

--¡Fuera! --gritó Albrecht--. ¡Corred a la salida!

Empujó a los guerreros hacia la salida mientras él se retrasaba yocupaba la retaguardia.--¡Albrecht! --exclamó Evan--. ¡No puedes quedarte! ¡Morirás!--¡Alguien tiene que asegurarse de que Jo'clath'mattric no

sobrevive!Indicó a Evan que siguiera adelante.--¡Maldita sea, no! --gritó Evan, mientras se apartaba de los

demás y regresaba corriendo junto a su compañero de manada. Albrecht lo apuntó con el klaive.--¡Largo de aquí, chico! ¡Vete!Mari, después de esquivar a un Garou que trataba de obligarla a

salir, llegó junto a ellos.--Joder, Albrecht, no. Tú eres el rey. Yo me quedaré. Tengo más

razones que tú para querer muerta a esa bestia.--¿Queréis dejarlo los dos? --gritó Evan--. ¡Éste no es momento

para campeonatos de suicidas!John se separó de su manada y corrió hasta donde estaba Evan.--¡Albrecht, nadie tiene que quedarse! ¡Los Ancestros Animales se

asegurarán de que el dragón muera! ¡Tienes que confiar en los

espíritus! Albrecht volvió la vista hacia la isla, que había desaparecido por completo. Sólo quedaba un remolino gigante, que absorbía toda elagua en sus gigantescas fauces. Por encima de él volaban animalesfantasmales, profiriendo una cacofonía de sonidos. Se volvió haciaEvan y John.

--¿Cómo estáis tan seguros?

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--Porque somos Wendigo --dijo John--. Sabemos que se puedeconfiar en los espíritus. Son nuestros contactos.

Evan asintió mientras dirigía una mirada suplicante a Albrecht.Éste sonrió y corrió hacia ellos.--¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Os sigo!John y Evan corrieron hacia el túnel por el que habían llegado.

Sus paredes estaban empezando a inclinarse, como si sus cimientossubterráneos estuvieran cediendo. Mari esperó a Albrecht y corrió a sulado.

--¿Cómo puedes ser tan capullo?--¿Yo? --dijo él--. ¡Pero si tú también querías quedarte a sufrir una

muerte horrible!Mientras corrían por el túnel en pos de los demás guerreros, Evan

se detuvo para echar un vistazo a las pinturas de las paredes.

--¡Albrecht! ¡Mira! Albrecht lo hizo y se quedó boquiabierto. El líder de los ColmillosBlancos que despedía un resplandor blanco no era ya una figuraesquemática trazada por una mano primitiva; ahora estabarepresentada con la fidelidad de una pintura del Romanticismo. Arkadyse erguía frente a una a una hueste de ancestros de los ColmillosPlateados y los dirigía contra el dragón. Tras él, dirigiendo otro grupo,venía Albrecht. Las cabezas de ambos despedían un fulgor blanco y laforma imprecisa de un halcón volaba por encima de ellos.

Mari tuvo que arrastrarlos a los dos para alejarlos de la pared, queestaba empezando a agrietarse. Caía tierra del techo.

--¡Moveos! --gritó. Lo hicieron.Las brillantes luces de la cámara del tesoro estuvieron a punto de

cegarlos. Los espíritus del saber volaban por toda la estancia,devolviendo a las riquezas el lustre de antaño, cuando su historia eraaún nueva. Loba se detuvo para abrir su saquito y profirió unainvocación muda. Algunos de los espíritus regresaron a la bolsa.Volvió a cerrarla y corrió hacia la entrada de la caverna.

Los Garou brotaron como una riada sobre la planicie rocosa que

había al otro lado. Aurak Danzante de la Luna alzó las manos paraconvocar a los espíritus de los vientos que aún los esperaban allí. Deuno en uno, alzaron a los Garou en vilo y se alejaron en espiral por laUmbra.

John, Evan, Mari y Albrecht fueron los últimos en salir de lacaverna. Mientras se volvía para contemplar cómo se colapsaba trasellos la boca de la caverna, John vio su lanza dando vueltas en el aire,

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como si estuviera atrapada en un remolino. Alargó el brazo hacia ella yse la arrebató al viento. Cuando lo hizo, un solitario espíritu del saber,empapado de icor negro, fue tras ella. Había estado atrapado en elcorazón mismo de Jo'clath'mattric y ahora era libre. Atravesó a John yla cabeza empezó a darle vueltas.

·

La planicie rocosa desapareció y se encontró en el bosqueagreste en el que había morado Jo'clath'mattric cuando todavía era

 joven y puro. Permaneció en silencio, escuchando un sonido metálico,parecido al golpe de un martillo sobre un yunque. Se volvió y vio almaltrecho dragón, que estaba golpeando su cabeza contra una roca.La luz de sus ojos estaba cada vez más apagada y el cerebro se le ibahaciendo pedazos.

En ese momento, un precioso pájaro de plumaje rojo se posósobre la rama de un árbol próximo y dijo:

--Macheriel, siento lástima por tu condición, pero tú mismo eres elresponsable. Más lástima me inspiran aquellos que vivirán en losúltimos días del mundo, que tu muerte traerá a la tierra una vez quepor fin te hayas devorado a ti mismo.

El dragón cesó por un momento de debatirse y se volvió hacia elpájaro.

--Oh, Fénix, señor de la profecía, dime que ese día llegará pronto.--No. Tu miseria será larga y no remitirá hasta el día en que los

Elegidos de Gaia te liberen de una prisión de tu propia hechura.

El dragón lanzó un grito de angustia y empezó de nuevo agolpearse la cabeza. El cráneo se le hizo añicos, cayeron ríos desangre por toda su cara y sus ojos quedaron ciegos.

El Fénix echó a volar y desapareció en la inmensidad del cielo.·

John sintió que un viento frío le mordía el pelaje y se percató deque el cielo se había oscurecido. Los espíritus del viento se lo llevaronlejos, a la noche de la Umbra, muy por encima de las sendas lunares.Vio a sus compañeros no muy lejos, dando vueltas y vueltas,mareados por la velocidad de su viaje. Los vertiginosos cambios del

paisaje hicieron que sintiera vértigo. Cerró los ojos y se sintió mejor.Cuando volvió a abrirlos, se encontraba en tierra firme. Había

otros Garou de la partida cerca de él, tratando de recobrar el equilibriocon piernas temblorosas. Albrecht miró a su alrededor y vio queestaban todos los que habían salido de la caverna. Echó la cabezaatrás y lanzó un aullido de victoria. Los demás se unieron a él y suaullido se extendió por el paisaje Umbral en el que se encontraban, en

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las tierras del túmulo del Rey Albrecht.

EPÍLOGO

John estaba sentado en el lindero del bosque, contemplandocómo sacudía el viento las ramas desnudas de los árboles. Una ramitase partió a su espalda y al volverse se encontró con sus camaradas,que caminaban hacia él entre los troncos. Se puso en pie y trató desonreír.

--Ahí está --dijo Julia--. El hombre del día, escondido en el

bosque.--Sí --dijo Carlita. Tenía quemaduras por todo el cuerpo. Le

habían curado la mayoría de ellas por medios mágicos peroconservaría algunas cicatrices--. ¿Qué ocurre? Todo el mundo quierehablar contigo, tío. Dentro de unos años le contarán a sus cachorrosque te conocieron.

--Eso da igual --dijo John mientras volvía a sentarse--. Hemosganado. Por ahora. Pero el Wyrm sigue ahí fuera, corrompiéndolotodo. Al final vencerá.

--Uau --dijo Grita Caos. Caminaba apoyándose en un bastón perosu herida estaba evolucionando bien y dentro de poco no lonecesitaría--. ¿De donde viene eso? ¡Le clavaste una lanza en elcorazón a Jo'clath'mattric y cayó! Hubiera matado a Mari y a todos losGarou presentes, nosotros incluidos. ¿Qué es lo que te pasa enrealidad?

John guardó silencio un momento, mientras discutía consigomismo si debía o no hablarles de la historia que había presenciado alfinal, la que le había revelado el espíritu que había escapado delcorazón de Jo'clath'mattric. La historia que más había temido el dragón

y que había ocultado en lo más hondo de su corazón.«¿Estás enfermo?», preguntó Ojo de Tormenta. Aún tenía el

pelaje chamuscado. Al igual que a Carlita, le habían curado susheridas, pero conservaría algunas de las cicatrices, señales orgullosasde su triunfo. «¿Te hirió de gravedad alguna Perdición del Saber? Loscuranderos se encargarán».

--No, no se trata de eso --dijo John. Volvió a sonreír --. Lo que

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pasa es que son demasiadas cosas de una sola vez.--Claro --dijo Grita Caos--. Y la mejor medicina es la fama. Vamos,

aún se habla de ti en el banquete. Stuart Que Dice la Verdad está allí,y también Mephi Más Veloz que la Muerte. Los dos quieren oír lahistoria de tus labios, para poder llevarla a otros clanes por todo elmundo.

John se levantó y le puso una mano en el hombro.--Ese privilegio te corresponde a ti, compañero. Tú estabas allí.

Hiciste tanto como yo para acabar con Jo'clath'mattric.--Todos contribuimos --dijo Carlita--. ¿Somos una manada, ¿te

acuerdas? Todos para uno y uno para todos.--Cierto --dijo John, con una sonrisa que por un momento fue

genuina--. De acuerdo, volvamos allí y seamos el centro de atenciónun rato.

--¿Un rato? --dijo Grita Caos--. ¡Nos han ofrecido una vuelta almundo! Los Jarlsdottir de Yunque-Klaiven quiere que vayamos acontarles la historia, Y también Konietzko, allá en Cielo Nocturno. Y laverdad es que tengo muchas ganas de volver a ver a Caminante del

 Alba. ¡Estoy impaciente por volver a oír su aullido!--Y Tampa --dijo Carlita--. Será nuestra primera parada. Mis

colegas tienen que saber lo que me ha pasado.--Y luego a Londres --dijo Julia--. Tengo que contarlo todo en el

clan. Se lo merecen. Al fin y al cabo nos acogieron allí.--De acuerdo, de acuerdo --dijo John mientras levantaba las

manos en un gesto de rendición--. Ya lo cojo. Los visitaremos a todos.Esta vez en paz. Tan sólo dadme unos minutos más a solas, ¿deacuerdo? Enseguida voy.

Grita Caos lo miró unos momentos y, tras decidir que surespuesta era aceptable, respondió:

--Muy bien. Pero si no has vuelto en cinco minutos, enviaremos alos centinelas a buscarte.

John se echó a reír y se despidió con un gesto antes de volver asentarse. En cuanto se hubieron marchado, su sonrisa desapareció.

Bajó la cabeza y la apoyó en las manos.--Oh, Padre, no sé si puedes oírme, pero dime que el últimocuento era una mentira. Dime que el Fénix no profetizó nuestradestrucción.

El viento siguió soplando pero no llevó ninguna respuesta a losoídos de John. Al cabo de un rato se puso en pie, con el rostro estoicoy sombrío. Sabía acarrear cargas y tragarse la amargura. Sabía

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entumecerse y cerrar los ojos a las peores verdades. Comprendía queel conocimiento del futuro puede enloquecerte si está escrito. Conocíael secreto del dragón y se lo guardaría para sí.

Siguió el rastro de sus camaradas hasta la fiesta, hasta la alegríay la celebración, con el corazón dolorido por la suerte de quienes loesperaban allí, por el destino que ahora se cernía sobre ellos tras lamuerte de Jo'clath'mattric, tal como prometieran las palabras del Fénix.

FIN