NietoP Los Escogidos

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  • 8/11/2019 NietoP Los Escogidos

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    Los escogidos

    Patricia Nieto

    Slaba

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    El mismo ro de los muertos esel que los alimenta y da vidaPor Cristian Alarcn1 1

    I. Es un muerto del agua

    Margaritas para un desconocido17No hay pepes en el ro21El Bautista28Nadie los llor32Los nios del baln y del fusilfuimos los muertos39

    II.Y hallaron dolientes, unopara cada unoCompaeros de viaje45

    El vuelo del alma48Darles unhogar54El polica de las nimas58Los amores de Carmen

    69

    Vestida de blanco65

    III.Llamaste a tu mam en elltimo minuto?Volver a nombrarte73El nio est herido76La mam volvi a la casa90

    IV .En la puerta de ese ms allProfesin de fe103

    Nieto, PatriciaLos escogidos / Patricia Nieto ; prlogo Cristian Alarcn. --

    Medelln : Slaba Editores, 2012.108 p. ; 21 cm. -- (Coleccin slabas de tinta)1. Crnicas colombianas 2. Periodismo - Colombia 3. C rnicas

    Periodsticas I. Alarcn, C ristian, prl. II. Tt.070.44 cd 21 ed.A1358755

    Contenido

    CEP-Banco de la Rep blica-Biblioteca Luis ngel Arango

    Los escogidos

    ISBN: 978-958-57499-7-9

    Patricia Nieto, 201 2 Slaba Editores, 2012

    Editoras: Luca Donado y A lejandra ToroDiseo de cartula: Imago F otodiseoFotografa de cartula: Patricia NietoFotografas interiores: Patricia Nieto

    Primera edicin: Alcalda de Medelln y Slaba EditoresMedelln, febrero 201 2Segunda edicin: Slaba EditoresMedelln, septiembre 2012

    Slaba EditoresCarrera 25A No 3 8D sur-04. Medelln, [email protected]/ www.silaba.com.coPrinted and made in Colombia / Impreso y hecho en Colombia por A rtes y LetrasS.A.S, Medelln.

    Reservados todos los derechos. Prohibida, sin la autorizacin escrita de los titularesdelCopyright bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin total oparcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento.

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    A mis primos,Clara Velsquez Nieto1976 2001yEduard Hernndez Nieto1975 2006cuyos asesinatos siguen en la impunidad.

    Murieron.Y los responsables de estas muertes son los vivos.

    Antgona

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    Patricia Nieto

    El mismo ro de los muertos es el que alimenta yda vida

    Por Cristian Alarcn *

    La mem oria no yace muerta y NN en el cementerio. La mees una m ujer que anda en un bus de Medelln a Puerto Berun sube y baja de montaa y de calor hm edo. La memoria,LosEscogidos, de Patricia Nieto, es justamente esta escritora paisamirada de nube, de rbol, de monte, cerca y lejos, adentro y en un doble paso constante que la hace csmica, incansable. Lmoria de mi m ismo, de mis antepasados, de nosotros los hude nosotros los que hablamos, y de los que callamos tambin

    vanta y camina en esta crnica: porque la crnica es polifonade todos, y porque la cronista escucha como nadie, pregunta mirada, entiende el silencio y comprende el tumulto. Luego,experiencia existencial de transformacin de por medio, escr

    El relato de los vivos que en Puerto Berro escogen una tumun NN para bautizarlo con su propio apellido y convertirlo deidad personal capaz de hacer milagros o vengarse con saamanos de PatriciaNieto, un ro caudaloso como el Magdalena. Enese acontecer, como el agua que avanza sin parar, la cronisque veamos la experiencia vital del pez atrapado por los pescy dominado con un solo golpe de martillo sobre el piso de u

    Autor de los libros de no ficcinCuando me muera quiero que me toquen cum-bia, y Si me quers, quereme transa.Maestro de la Fundacin Nuevo PeriodismoIberoamericano. Director del Posgrado de Periodismo Cultural de la UnivNacional de La Plata, Buenos Aires, Argentina. Director de la RevistaAnfibia.

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    Los est lo atricia Nieto

    y la sombra helada de un muerto que se enred en la red para serencontrado y vuelto a nombrar.

    La nia nacida en Sonsn, una de las tres hijas de un matrimoniode maestros, la que siempre supo que sera periodista lleva aos, mu-cho tiempo haciendo ese viaje ni tan largo ni tan corto entre la ciu-

    dad y el pueblo que supo ser el gran puerto de barcos a vapor sobreel Magdalena. Y muchos ms en el recorrido minucioso y pacientepor las venas del conflicto colombiano, por las calles ms angostasde los municipios ms apartados. Su obra como cronista y su devenircomo maestra de cronistas se puede ver en los pliegues de este rela-to y de estos personajes que solo ella parecera poder encontrar porms que nos los entregue como si fueran sus primos y los hubieraconocido desde siempre. En este libro Patricia se lanza ms all delos registros costumbristas de la crnica social y poltica colombiana:se atreve a un levantarse la falda riguroso y potico. En Los escogidosel estilo es la estructura, y la voz el odo. La cronista se deja llevarpor las preguntas que la asaltan, y propone un dilogo fluido nadamenos que con los muertos.

    "Yo pienso que no soy ni tan estricta como parezco, ni tan respon-sable como creen, ni tan sociable como se supone", dice la autora enuna entrevista con un alumno de la Universidad de Antioquia, dondees profesora. En este libro ha debido ser todo eso y mucho ms: hasido estricta con sus notas, con sus cuestionamientos, con su espritulaico y religioso al mismo tiempo, con su pelea interior por un saber

    que va ms all de la pura experiencia del dolor. Ha sido responsablehasta las ltimas consecuencias con la misin del cronista: construirel relato de los otros sin abandonar jams el relato de lo propio, noen el sentido del uso del yo, sino en el sentido de poner las tripas enel relato. Y por sobre todas las cosas, ha sido sociable. Se la puedever, aunque apenas nos deje ver su figura delgada y el pelo lacio, elentrecejo cartesiano, la voz de terciopelo con la que dir hola, como

    est, puedo conversar un ratico con usted. Esa es la Patricia Nietode este libro, la menos tmida de todas las que hayamos conocido.Aunque no nos cuenta lo que fueron los regresos de esos viajes quehizo para reconstruir la trama vital de un escenario funerario noso-tros la vemos. Puedo imaginarla ida en sus pensamientos mientras el

    carro o el bus cruza las quebradas de San Jos del Nus. Y puedo versus notas, de letra pequea y obsesiva, con cientos de anotacionesal margen, cambiando una y otra vez la sucesin de hechos y perso-najes, construyendo la trama como una telaraa sofisticada. Puedotambin presentir la congoja, el sentimiento de estupefaccin quellega despus de una epifana. Ese morir un poco que es comprenderla herida, la cicatriz y el olvido.

    Hay en este libro una lista interminable de dilogos: conversacionesque van ms all de las que sostiene la cronista con los hombres y lasmujeres que adoptan nimas para reconfortar sus vidas sitiadas porla pobreza y por la violencia. Los escogidos dialoga con las grandesobras universales del olvido y la memoria: los veremos en las marcasque como piedras que caen en el agua se diluyen en crculos concn-tricos fugaces, colocados por la autora aqu y all. Y dialoga de formamenos evidente con algunas obras de arte y expresiones popularesque mitigan con belleza el miedo, la matazn, la prepotencia. Allest el artista colombiano Juan Manuel Echavarra que en su obraRequiera NN tom fotos a esas lpidas escogidas por los necesitadosy pintadas, adornadas, con sus flores y sus nombres inventados, y a

    esas otras todava NN: en un juego de ilusiones pticas, como el delas tarjetas animadas de los ochenta, el que mira ve una y otra tumbasegn se mueva: la epifana es la manifestacin de una ausencia enla retina, entre la sensacin de un lejano recuerdo, y la familiaridadde la estampa regalada en ocasiones, tras algn viaje. Los escogidosdialoga con las imgenes mltiples de la larga investigacin visualsobre la memoria colombiana hecha tambin de manera incansable

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    Los e.slogL

    por el fotgrafo Jess Abad, y con la obra de Gabriel Posada y Yor-lady RuizMagdalenas por el C auca,una performance de duelo en laque los artistas usan las imgenes y los recuerdos para nombrar alos muertos en el cementerio, el lecho y las orillas del Ro Cauca, alque tambin van a parar los muertos de la violencia.

    Patricia Nieto tiene mltiples vidas: es maestra, es una gran edito-ra, es una acadmica rigurosa que le toma el tiempo a la memoriadesde el anlisis en una tesis doctoral que esperamos con paciencia,es periodista, investigadora, musa. Esa condicin anfibia la marca,la vuelve original, y en este libro ms que nunca. EnLos Escogidosnos hace comprender que el mism o ro de los muertos es el quealimenta y da vida, nos hace sentir no solo el dolor de los crmenessi no el de la picadura de una raya y deja que comprendamos al en-terrador que sepult a 2 4 com andantes paramilitares. Y es por esoque el libro que podra ser una nueva lista de desgracias sube por laladera de un monte difcil: rehye la conmiseracin, se deja llevarpor la naturaleza de los deudos, de los huesos, de los pueblos. En esaposicin compleja se entrega a la construccin de la memoria. Y losingular es que de manera sorprendente aqu la mem oria an en lanegacin y el ocultamiento del desapa recido que ha sido enterradosin nombre en un nicho de nadie, tambin puede ser sueo, expec-tativa, anhelo, especulacin vital. La memoria de los que a pesar detodos esos muertos, a pesar del ro Magdalena y su caudal siniestro,buscan con la mirada el horizonte: la memoria como la posibilidad,como futuro.Los escogidosno es un libro sobre la muerte. Es un librosobre el futuro.

    I.

    Es un muerto del agua

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    Margaritas para un desconocido

    En el pabelln de caridad las araas tensan sus hilos de seda y sologorjea un pajarito. Las lagartijas atrapan cras de mosquito y las hor-migas pasan como si fueran segundos. Escucho el canto bajo de micorazn y siento la tibieza del aire que respiro. En este inframundola vida hierve en la araa que engulle su propio telar; en el pjaroque celebra el silencio perturbador; en el zancudo que escapa a lalengua de la lagartija; en la hormiga que rompe filas; en la atraccinque sobre mi ejerce Milagros: una sucesin de letras negras y redon-das escritas en el limbo inferior del paredn, a donde nadie llegaraa depositar un beso.

    Milagros me saca de la conciencia de mi propio cuerpo vivo. Al

    acercarme a ese nombre sin apellidos y sin gnero, dejo de percibir lasangre que palpita en mis sienes, la saliva seca en mis labios y el olorde mi piel cuando sudo. Frente a la lpida amarilla, donde floreceuna rosa de plstico, asisto a una historia suspendida en el clmax dela intriga. Como no se conoce comienzo ni desenlace, el libreto esthecho solo de preguntas: Quin yace en la primera bveda de estealbergue de los olvidados. De cul linaje se desgran sin dejar huella.Cmo se llama el que all se deshace mientras pasa el tiempo. Culespalabras susurr o quiz grit mientras le quitaban la vida. Quinlo busca. Por dnde vagan los que lo lloran. Cmo lleg a este puertode cuerpos sin nombre?.

    `Es un muerto del agua', dice alguien al pasar. Levanto la miraday veo a un hombre alejarse. Con las manos atrs, tendidas sobre lacadera, sostiene un ramo de flores blancas. Lo veo ir hacia el fondodel pabelln expuesto a la luz del medio da. Con el puo apretadogolpea tres veces una lpida de cemento. Lo escucho persignarse y

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    luego hablar en tono confidente. No reza. Cuenta una historia mien-tras trata de encajar los tallos en los imperfectos del revoque. Acen-ta los dramas del relato con gestos de boca y manos. La excitacincede y entra en el silencio. Se sienta en el suelo, desgonzado. Lamuralla de muertos le sostiene la espalda, cierra los ojos y respira

    hondo.El hombre que descansa no me ve. O no le importa que lo con-

    temple tendido ante su obra fnebre. Margaritas para un escogidopodra llamarse el cuadro que observo. Las flores bordean los cuatrolados de la lpida pintada de celeste. Dos letras apenas dominan elplano y significan que all descansa un desconocido. A los pies delhombre annimo, mecido en su muerte por aguas del ro Magdalena,un sufriente descarga su dolor, su miedo y su esperanza.

    `Hay que tenerlo siempre en la mente y traerlo a la boca en todo

    momento', instruye una mujer a su hijita dispuesta a entrar en comu-nicacin con los muertos. La nia, sentada con las piernas cruzadascomo su madre, trata de ver a travs de las rendijas a aquel quedeber invocar en cada acto de su vida. Tomadas de la mano se dis-ponen a orar por las almas benditas despus de quitar la suciedad deuna lpida abandonada. La madre apoya los codos en las rodillas ycon las manos sostiene un folleto deshojado. Lee oraciones viejas y lania acosa a un sapito que entra y sale de la oscuridad de la bveda.Hay angustia en el rostro de la madre cuando se dispone a hablar enintimidad. La nia se aleja saltando y trepa a las tumbas engalanadas

    de los que s tienen nombre.Desde los cactus que custodian una suntuosa tumba en tierra sale

    la nia cuando la madre la apura. Le entrega un delgado tizn negroque sirve de lpiz. La hijita, en cuclillas, ensaya letras. Despus deobservar lo escrito y repasar los trazos, la madre sube la nia a lacanastilla de una bicicleta y la empuja hasta salir a la va polvorientapor donde llegan todos los cortejos. Sobre el fondo blanco leo una

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    Patricio _Meto

    palabra que, revestida ya de oraciones, sella el vnculo de estas muje-res con el annimo que ocupa un nicho casi a ras de piso. Han escrito`escogido' para anunciar su decisin de entrar en comunin con elespritu de ese alguien del que no se ha dado noticia de su muerte.

    `Para qu ponerle un nombre si es un ene ene', pregunta una dama

    negra que se desplaza con autoridad por el pabelln. Habla sola,como respondindose preguntas del pasado. No hay vacilacin ensus actos. Camina con los brazos un tanto separados del cuerpocomo cuidndose. Toma una escalera con una mano mientras quecon la otra sostiene flores y follaje. Trepa hasta el ltimo peldao yall, arriba, se aplaca su nimo. Apoya la frente contra el muro y llorasin agitarse. Las lgrimas caen suavemente por los pmulos. No hayangustia ni desesperanza. Parece un llanto sosegado como el queviene cuando los malos tiempos han pasado.

    Con el pulgar izquierdo, abrazado por una argolla que semeja unaenredadera, la mujer repasa los signos con los que distingue a suamigo sin nombre conocido: NN 1999. Descarga el punto final y sedispone a pegar flores sobre la lpida tinturada con el color de la be-renjena. Recobra la fortaleza y en un monlogo prolongado repasalos sucesos de la semana porque es lunes de difuntos, da de arrepen-timientos y de promesas. Al descender asegura que volver porquesu gratitud no tiene fecha de vencimiento.

    Desde el pequeo jardn de los cactus, vecino de la parcela que fueel muladar, el pabelln de caridad del cementerio de Puerto Berrosemeja un caleidoscopio. Cuadrados iridiscentes se reproducen antemis ojos por el efecto de la luz de las dos de la tarde. Amarillos,ocres, magentas, ndigos, prpuras danzan sobre la superficie rsticade la seccin destinada hace cuarenta aos para los ms pobres deuna tierra baada en agua, sembrada de bosques, iluminada por eloro, repleta de petrleo.

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    A lado de los desheredados han encontrado lecho los cuerpos infla-dos, perforados, picoteados que el ro deja en playas oscuras desde1948 ms o menos. Los pescadores se cansaron de verlos deshacerseen jirones a la orilla del ro. Hoy son coleccin y propiedad temporalde un pueblo catlico que no solo los invoca a cada minuto. Los res-

    cata, les quitael lodo con tapones de esparto,'los nombra, los sepultay adorna sus tumbas com o queriendo sealar que la muerte hacevibrar la vida. Se les somete.

    No hay lunes sin misa de difuntos, sin oracin por los sin nom bre.Escucho a la multitud implorar a Dios por todos los que han muer-to en su misericordia. Repaso la tumba de Milagros: plana, tersa.Pienso en escogerla. Ser fro el v nculo con los muertos. Con cullenguaje se les hablar. Por qu tatuar mi mente con la presencia se-vera de un ene ene. Podr sobrevivir a la certeza de jams conocer elorigen de ese que no me habla. Ser capaz de conversar con el nimade un desconocido. Soportar la familiaridad con el m s all. Tendrcalma mi ser despus de imaginar de mil maneras su minuto final. Aquin amar cuando lo invoque. Podr compartir el espacio con losespritus. Para qu ingresar en el mundo de los muertos de la guerraarrullados por el agua?

    Desisto.

    As baaron a Esteban en "El ahogado ms hermoso del m undo".

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    No hay pepes en el ro

    A media noche, la brisa es propicia para la faena. En el lancefamilia Lpez algunos remiendan redes y otros se hacen al agembarcacin es una canoa estrecha y alargada, labrada en el vde una ceiba. Los pasajeros se acomodan uno detrs del otro. Nno lleva chaleco o flotador. Camisetas radas y pantalones cortola nica indum entaria. No hay joyas adornando los cuellos, rodeando dedos, o relojes para ver como minutero y segundalinean a las doce. Lmparas aseguradas con elsticos a las cde los pescadores son su nica dotacin. Los pies se hundenfondo mohoso de madera expuesta a la intemperie. El capitms distintivo que su voz de lobo viejo, ordena navegar.

    Las bombillas que dan luz sobre el puente que une a BerrOlaya me ayudan a ver las orillas del gran ro por el que nos inmos ahora. El agua del Magdalena es insabora y tibia aunqueel viento trae una lluvia fra que aporrea mi cara. Sa l Polo, etn de 6 5 aos, ha escogido el centro de los quinientos metrson su lnea de pesca para detenerse. Ciro Bedoya, 24 aos entira la cuerda de la que pende un peso de plomo para anclar. WSierra, que aprendi primero a nadar que a caminar, mantiposicin remando a veces. Y Csar, de 12 aos, se lanza al aguestirar la red y asegurar sus extremos con cubos pesados para qla arrastre la corriente.

    Tres siluetas delgadas de pie en la canoa y un nio flotando apera de que caiga la presa, es lo que veo. Lo dems son aguas oque se iluminan con los rayos de una tormenta lejana. No se eslos truenos. Sal, Ciro, W ilder y Csar no necesitan verse nipara entenderse. Vigilan el agua. Atentos al cambio de la cor

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    L o s e s c o g i d o s

    al aleteo, al revolcn en la profundidad. Giran las cabezas hacia elpunto de la novedad y los farolitos dejan ver las huellas de algunacaza en el agua. Sin noticia regresan a sus pensamientos remotos, asu silencio imperturbable de hombres del ro y de la noche.

    `El agua seda', recuerdo a una islea dicindolo frente al mar. Apa-

    cigua, serena, calma debera concluir al ver a los tres pescadores y alnio buzo esperando, atentos, el ajetreo de un pez al tratar de libe-rarse de la red. Comienza abril y hace una semana debieron colgarlas redes para no interrumpir el ciclo natural del apareamiento. Mehan contado que los peces bajan desde Honda rumbo a las cinagasque forma el Magdalena antes de encontrarse con el mar. Las hem-bras, en la flor del ro, descubren su aparato reproductor y los ma-chos con apenas un roce fecundan los huevos, explican los pescado-res. En invierno, como ahora, las aguas turbias protegen las larvas.

    Las arrastran hacia tierras anegadas donde quedan a salvo mientrascrecen y se aventuran por la corriente del ro ms largo de Colombia.Entonces ser tiempo de subienda y Sal recordar la feliz jornadade 1957 cuando pesc 300 arrobas de bagre con apenas un chincho-rro. Pero hoy es vspera de veda y no quedan casi presas en el ro.

    La lluvia arrecia. El viento mece la canoa y el silencio de la madru-gada se impone. Agacho la cabeza para no ver la corpulencia del roque sacude la embarcacin. Una voz casi extinguida anuncia que haypesca. Abro los ojos cuando ya Csar ha vuelto de la profundidad

    para anunciar que se trata de un pez grande. Lo ha visto pese a la os-curidad aguas abajo. Los hombres maniobran un extremo de la red.El nio vuelve al agua. Me explican que va a conducir el animal has-ta nosotros. Al sumergirse no deja ni una estela. Parece un animalitode agua. No hay aspavientos. Solo miradas fijas en la corriente. Wil-der dirige su lmpara a la superficie, ubica a Csar y lo gua con unrayo tenue. A la voz de tres, los hombres levantan el manto de la red

    Patricia Nieto

    vuelto un nudo. Lo descargan en el fondo de la embarcacin. Cirodesenvuelve las cuerdas, y dice que le gusta asegurar la pesca.

    A mis pies un ser del ro abre y cierra la boca. Lo examinan con laluz de las tres lmparas y confirman lo que el tamao predeca. 'Esuna bagre', dice Wilder. Sal me da las gracias por traerles la suerte

    encarnada en los 28 kilos de una hembra formidable. Ciro procede ainmovilizarla para que la canoa no zozobre con su lucha de pez fueradel agua. El nio vuelve a su trabajo de vigilante anfibio y los otrosdos a atisbar desde popa y proa. Ciro acaricia la piel fra y cerosa delanimal. Me confiesa que no le gusta ir a bordo, sino permanecer enel agua entendindose con los bocachicos que saltan como atletas ybrillan como monedas de plata.

    `La pesca no siempre es buena', dice Ciro buscando mis ojos. To-dava era un nio cuando el ro dej de parecerle el paraso. Sintique la red se templ y con solo mirar a su padre supo que debasumergirse, nadar hasta el punto de tensin, valorar la presa y subirpara dar aviso. Lo visto no le pareci conocido. Se acerc, lo palp ysupo que no era piel de animal de ro. Con solo tocarlo, las carnes sedeshacan. Lo rode a nado y lo explor. Era el cuerpo de un hombreboca arriba, desnudo, con la cabellera revuelta y los dedos descarna-dos. Solo en la superficie, cuando recuper el aliento, se dio cuentade que lloraba como el nio que era. Se ech a flotar y llorique mi-rando el cielo, de espaldas al agua que lo arrastraba. Despus de unsuspiro hondo, retorn al seno del ro con la pena de haber perdido

    la inocencia. Liber el cuerpo de la red y dej que la corriente se lollevara.En Puerto Berro est prohibido pescar los muertos del agua; que

    alguien les de sepultura, que alguien, incluso, les llore. 2 Ciro lo sabe

    2 La prohibicin de sepultar a Polinices en Antgona.

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    primera inmersin, ni el tamao de su primera red, ni su primerajornada de pesca.

    Harold s repite la leccin. 'Lo primero que aprend fue a hacercaso' porque el ro tiene su lenguaje para comunicar el cambio de losvientos, de los remolinos, de los bajos. Eso se descubre mirando el

    movimiento de las aguas, el vuelo de los gallinazos, la danza de lasnubes, el canto de los rboles, las indicaciones de los mayores, lasexperiencias propias. Una noche se fue a pescar vestido apenas conun jean que le llegaba a las rodillas. Se tir a las aguas y sinti quesu cuerpo se opona a la corriente cuando el botn del pantaln seengarz en una rama. Pas un minuto antes de que pudiera desnu-darse para salvar su vida. Otro da, qued enganchado a un hilo de laatarraya por una argolla de latn que llevaba en el dedo del corazn.Despus de forcejear con pita, argolla y dedo logr llegar a la orillacon la mano baada en sangre, sin argolla y con el dedo desgarradoya de carnes. Tambin sabe Harold como duelen los odos cuandobaja al fondo del ro y se entretiene asegurando la red o mirandocosas extraas del mundo subacutico. De all regresa con la nariz ylas orejas convertidas en ros de sangre.

    `iDolor?... el que deja la picadura de una raya', dice Sal. Cuentaque siempre chuza el cuerpo cinco, seis, siete veces con una rapidezque no parece propia de un animal de cuerpo plano, circular, dotadocon una cola robusta, pesada. Chuza y se va por donde vino mientrasque el pescador herido debe salir del agua porque el dolor se le hace

    insoportable. Harold y Sal recuerdan sus propias heridas, se buscancicatrices en las piernas, en los glteos, en la espalda. Y traen a laboca a otros animales del ro: el barbudo, afrodisaco y delicioso alpaladar; el mata-caimn lleno de puyas y armado con un alicate; elbagre-sapo tan desagradable que no se ve bien en ningn plato pesea que dicen, quienes se han atrevido a probarlo, que no sabe mal;la yumbila que se desplaza con su largo cuerpo como si fuera una

    Patricio Nieto

    culebra; el chango salvado de las redes porque no es apetecido enlos mercados; la tota, apodada la manicurista, experta en rebanar lascutculas y los padrastros de manos y pies de pescadores y baistas;los fenmenos sin ojos o sin aletas o casi transparentes; y los pepes,enormes, arrastrados por el ro con un tiro de gracia en la frente.

    Una vez palpados o vistos, los pepes no se olvidan. Si van entrelas aguas y se quedan en la red es porque les han cambiado vsceraspor piedras para que viajen a ras del fondo y nadie sepa que van porah. Si flotan, aunque sea en pedazos, es porque llevan un mensajeque anticipa el horror que sobrevendr a quienes no obedezcan lasrdenes de los amos de la guerra. Una vez, les digo, vi un cadverflotar coronado por un gallinazo con las alas extendidas como si fue-ra una bandera. 'Hace un mes baj uno', dice Harold. 'Ander pasarontres', actualiza Sal, y agradece que esta noche de tormenta no hubopepes en el ro.

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    El B autista

    `Sobre la mesa de la morgue todos somos iguales'. Dice Jorge Pare-ja, forense que durante una dcada examin a todos los muertos dePuerto Berro. Pero los cuerpos desconocidos son, sin duda, los mssilentes y sombros. Nadie habla ni pregunta por ellos. Solo sus car-nes desgarradas tendidas sobre el mesn pueden ayudar a saber siera hombre o mujer, joven o anciano, alto o bajo, grueso o delgado,negro o indgena. A calcular si lo dejaron sin vida ayer, seis das atrso hace ms de un mes. A descubrir si antes de matarlo le quemaronlas palmas de los pies, lo sumergieron en agua, o lo fuetearon concables cargados de energa. A revelar si lo asesinaron a disparos o acuchilladas. A averiguar si despus de muerto lo descuartizaron, le

    abrieron el vientre, le sacaron las vsceras, le amarraron a las costi-llas una bolsa cargada con piedras, y lo tiraron a las aguas del roMagdalena. A saber quin es ese al que baan con el poderoso cho-rro de agua que bota una manguera.

    Quin es: se pregunta el forense frente al muerto del agua. JorgePareja conoce como nadie los surcos de esa pregunta. Un camino de-bera llevar a conocer la identidad: nombres, apellidos, edad, lugarde nacimiento, ocupacin; y otro, no menos azaroso, a saber cmoera ese cuerpo en vida y cmo se ha comportado en la muerte. 'Esasombroso que un cadver viaje doscientos kilmetros y llegue encondiciones de ser examinado', dice Pareja y procede a describir laimagen que todava lo perturba como mdico, como forense, comohombre que todos los das se enfrenta a la muerte en carne y hueso.

    Pasaba su tarde de domingo, libre de turnos en la morgue, pescan-do en el ro Magdalena. Pescaba como cuando era nio en PuertoBerro y sus tos lo llevaban a la orilla, pescaba como cuando era

    PG In :la Mielo

    estudiante de medicina y pasaba sus vacaciones con los mismos tos,en las mismas orillas, en el mismo ro de la infancia. Simplementepescaba. Acodado en una piedra sostena la caa y miraba el aguamarrn que pasaba serena. De repente, desde el lecho se desprendiun zumbido que creci hasta convertirse en estruendo al romper lasuperficie y liberar un esperpento. Los ms viejos guardaron silencioporque la escena les era cotidiana, pero Jorge no pudo quitar la mi-rada de la yubarta que se le acercaba empujada por el agua. Dos mi-nutos despus pas frente a sus ojos, desaliado, desencajado y des-compuesto, un muerto del agua que no tardara en ser depositado ensu mesa de forense del hospital La Cruz o del cementerio local.

    Pareja ve lo sublime en lo que a m me espanta; sabe que hay vidaen la muerte. 'Abra ese cuerpo para que vea la belleza', me dicesimulando que soy una de sus estudiantes de anatoma. Y pasa ala ctedra. El cuerpo muerto arrojado al ro se va a la profundidad

    donde el agua fra lo conserva por algunas horas. Y en esas horaslas bacterias, que no han muerto, convierten el abdomen en un granflotador repleto de gases. De all la energa con la que ese cuerpoemerge con los brazos y las piernas abiertas. Y as, me dice el mdi-co, llega a la morgue.

    Muchas veces, entre 1998 y 2008, Jorge Pareja les habl a los muer-tos del agua antes de empezar las autopsias. Dice que lo haca pararomper el hielo, por respeto al cuerpo que es un hombre con historia,para sentirse autorizado a proseguir. Abrir el crneo y ver. Abrir el

    trax y ver. Desprender la piel y ver. Desgajar el msculo y ver. Lim-piar las costillas y ver. Desarmar la columna y ver. Ver la huella delproyectil en el occipital izquierdo, el corte del cuchillo atravesandoel rin, el talin de la sierra a la altura de la ingle, el proyectil alo-jado en una vrtebra, el paso del machete por la trquea, el corte dela navaja en el abdomen. Ver para saber cmo lo mataron. Ver para`reconocer el sufrimiento en el momento de la muerte', dice Pareja.

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    Y proseguir. Buscar entre los pliegues, si todava hay carnes, o entrelos huesos para tratar de saber quin es el que ir al pabelln de losolvidados.

    Antes del ao 2004, proseguir era tomar huellas digitales si los ani-males del ro no haban devorado las yemas junto con labios, orejas y

    puntas de nariz. O impregnar un trozo de tela de garza, la misma delos paales, con algo de sangre y guardarla en la nevera con la espe-ranza de que llegara viva a la prueba de ADN. O retirar un canino yguardarlo en la misma nevera a la espera de la misma prueba tarda.O cortar cinco centmetros de fmur y meterlo en la misma neveracon diente y paal.

    Despus de esa fecha, la de la expedicin de la Ley de Justicia yPaz, el aparato judicial de Colombia impuso la cadena de custodia dela prueba. Dict instrucciones para manipular los indicios materialesrelacionados con un delito; y un cadver es uno de ellos. En conse-cuencia a las morgues remotas llegaron protocolos fotocopiados ytarjetas FTA para tomar, purificar, archivar y conservar las muestrasde ADN obtenidas de los muertos y de los vivos.

    Fue entonces cuando el pabelln de los olvidados se convirti entablero de ajedrez para el doctor Pareja. l, escrupuloso en su labo-ratorio de cuchillos oxidados, cubetas curtidas, seguetas desdenta-das y claustrofbico como una tumba, no poda saber porque los cua-drados blancos y grises de su tablero amanecan teidos de amarillo,ocre, magenta, ndigo, prpura, cian, turquesa, zafiro, malva, coral,

    oro, esmeralda, lavanda, mbar, naranja, salmn o violeta. l, con-vencido de que la vida eterna est en la gentica, no quera entenderporqu los devotos echaban color sobre las series de nmeros y letrasque seran, a la postre, las claves para acceder a un cuerpo en buscade su identidad. Furioso, llamado a rendir cuentas por la Fiscala quelo cuestion por dejar que las tumbas de los ene enes parecieran lacarpa de un circo, perdi el sueo durante semanas.

    Patricia Nieto

    Encarg un plano del pabelln de los olvidados y marc cada tum-ba, de esa maqueta de cartn, con los datos oficiales que la devocinpopular ocult. Cuando comprob que el sepulturero y los f ieles delos difuntos cambiaban los cuerpos de lugar, entr en clera. Ordentumbar lpidas para encontrar los restos extraviados, los devolvi a

    su nicho, y logr que pabelln, maqueta y archivo coincidieran efec-tivamente. Luego se reconcili con los vivos y entr como un jugadorms de ese ajedrez anrquico. A cada tumba le dio un nombre quesirviera como clave secreta en caso de que una familia desesperadallegara al puerto en busca de uno de sus muertos. Es a Pareja a quiense le debe la bella letana de nombres Nelson Noel, Nevardo Neva-do, Nancy Navarro, Narciso Nanclares, Narana Navarro con la queprotegi las identidades perdidas de los ene enes de Puerto Berro.

    Quines son ellos? me pregunta. S que se refiere a los muer-tos annimos enterrados en su pueblo, a los que vio en su mesa deforense, a los que vel como un custodio, a los que quiso nombrarcomo si fuera el que bautiza. Cmo no puedo responderle, le pre-gunto de dnde llegaron los ene enes, quines los convirtieron encarnes sin ascendencia, por qu les quitaron la vida, el nombre, elapellido. Entonces indaga en mi mirada y casi dice que no va a res-ponder. Se aleja, sin decir palabra, por los pasillos grises y lustrososde la morgue de Medelln en busca del cadver de un adolescenteque debe ver.

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    Nadie los llor

    Sentado sobre la cubierta de una limusina cobre, ms de mil vecesencerada, Francisco Luis Mesa Buritic disfruta de la brisa. Un vien-to suave refresca la noche de este paraje acostumbrado a 27 gradoscentgrados an a la hora del crepsculo. Pacho no lleva zapatoscerrados ni cuellos altos. Con los pies al aire, pantaln caqui y unacamisilla de sisas holgadas se expone al silencio de esta hora extraacuando el da muere para que la noche viva.

    Es la hora que ms se le parece, pienso cuando me le acerco. Culotra puede ser la luz esencial para un hombre capaz de recogermuertos ajenos solo por misericordia. El amanecer puede llevar ala mana, pienso, y ese no es el estado propio de un enterrador. Al

    medio da, el sol calcina las riberas del Magdalena Medio y la gentese pone bajo techo pese a la ansiedad de volver al comercio, a laescuela, a la plaza, a la atarraya. La noche joven se me hace el mo-mento sereno de los capaces de entregarse al prjimo y sentir con lsu extremo sufrimiento.

    Pacho est en su hora, sin duda. Lamento interrumpir su contem-placin. Pero l me sorprende con un apretn de manos fuerte y unavoz que quiere expandirse por toda la regin aunque solo yo la es-cucho. Aprendi a hablar bajito sin perder el vigor. Lleg a ese tonopara que las paredes no lo escuchen. Para que las mujeres errantesconfen en las noticias que l puede darles de los cadveres lacera-dos, tiroteados, desmembrados de sus hijos.

    En veinticuatro aos como propietario de la Funeraria San Judas,Pacho dice haber puesto sus manos sobre 786 cuerpos de personassin identidad conocida. Gente de las acequias, de las cinagas, delos pozos, de los riachuelos, del ro Magdalena. Muertos del agua.

    Barcos fantasmas que atracan en una playa, en una raz o en unaatarraya de donde son salvados y entregados con dolor y espanto aPacho; el dueo de los sin nombre.

    `Siempre recuerdo los detalles', enfatiza Pacho. Repaso la talla delas dos medallas que custodian su pecho. Una es Mara Auxiliadora,

    la patrona segn me explica. La otra, un soberbio crucifijo de oro yplata. l siempre pregunta por las pequeas marcas del cuerpo quealguien busca. Un escapulario amarrado al tobillo, un anillo con elrostro de Jesucristo, una camndula prendida al cuello; un delfntatuado en la espalda, una rosa en un seno o una espada en una pier-na; una correa rematada con la imagen de un cndor en la chapa,cinco agujeros en la oreja derecha o una perforacin en la lengua.

    A veces alguna seal particular dispara el recuerdo y Pacho activasu obsesin. Busca notas en libretas viejas, va a las fotografas quetomaba cuando la ley no se lo prohiba, esculca la caja llena de co-rreas y zapatos que conserva de otras dcadas, se asla para repasarsus antiguas sensaciones y, a veces, logra hasta decir el nmero dela bveda donde enterr a aquel indefenso, a merced de los dems. 3Cuando eso pasa, el alma de este hombre fuerte, de carcter y decuerpo, se llena de regocijo. Una fiesta que goza solo en la intimidadde sus pensamientos porque no es gente de misas ni de bares.

    La dicha de esa hora solo es comparable con la de sepultar a unmuerto vagabundo. 'Yo lo meto a la bveda y descanso', cruza losbrazos en seal de que hasta ah llega su trabajo. Pacho va hastadonde le indiquen que hay un cadver abandonado en jurisdiccin deseis cabeceras y treinta y cinco veredas. Casi nada lo detiene. A plenosol o ya entrada la noche, va a cumplir un deber por el que jamsrecibe recompensa material: enterrar a los muertos sin nombre.

    3 As contempl T homas Lynch a su padre muerto enEl Enterrador.

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    `Yo contemplo el cuerpo de un ene ene y me pregunto qu necesita.l necesita una sepultura', se responde Pacho y procede a levantarlodel lecho de la muerte. Desde la playa, el potrero, la zanja, la va oel puerto lo transporta en limusina, canoa o caballo hasta la morgue.Frente al rostro del difunto no se pregunta cules fueron sus ideasni sus oficios. 'A l nadie lo llor', me explica. Pacho est ah paracomponer al menos sus facciones. 'Lo limpio, lo afeito le cierro losojos y la boca,4 lo amortajo, lo conduzco al cementerio, lo meto a labveda y ruego que descanse en paz', simplifica. Dirige su vista a unmuchacho que vocifera por telfono al mando de una motocicleta.Al interlocutor le qued claro que si no cumple, en menos de veinti-cuatro horas es hombre muerto.

    `No he visto ni odo', parece decirme Pacho al regresar a la conver-sacin como si la pausa se tratase apenas de un punto seguido. 'Hacetreinta aos met al primero en un atad', testimonia. Fue un 29 dediciembre el da que el oficio de funerario le sobrevino contundente,en forma de tragedia. Viajaba entre Medelln y Maicao. Ya rodabapor la planicie que es Taraz, despus de superar los riscos de Mata-sano, Don Matas, Santa Rosa y Yarumal. Senta el viento clido quepeina las aguas del ro Cauca al extenderse sobre el valle, cuando losorprendi un nudo de gente que invada la calzada. Sobre el pavi-mento vio los cuerpos sin vida de tres hombres. Se acerc sin caute-la, llevado por su energa natural de hombre de accin, y reconocientre los muertos a uno de sus grandes amigos.

    `Ese da me encontr con la necesidad', reconstruye. Mir el paisajede rostros atemorizados, paralizados en un silencio impenetrable.Comprendi la soledad de los muertos abaleados lejos de casa y acep-t que a l le tocaba el oficio. No haba indicios de autoridad. Orden

    4 Lo mismo que T homas Lynch hace al cuerpo de su amigo Milo enEl Enterrador.

    Patricia Nieto

    a los pasajeros del bus, conducido por su amigo asesinado, desalojarel vehculo. Busc entre los curiosos y encontr al hombre que leayud a clavar cajones rsticos y a empacar en ellos a los muertos.Los meti en el maletero, dio encendido al carro, dobl sobre la va yregres a la ciudad por la carretera coronada de neblina.

    Durante las horas que siguieron, Pacho actu dirigido como porun motor en modo de automtico. Dej los cuerpos en manos de lasautoridades, condujo a la hija de su amigo para que reconociera elcuerpo del pap. Contact funeraria, decidi forma y color del atad,eligi el protocolo del cortejo, desfil en el funeral, abraz a la niitahurfana, suplic por el descanso eterno del alma de los fieles difun-tos. 'Entre jueves y sbado se hizo esa obra', afirma. El domingo nodescans. Prest su primer servicio como funerario profesional.

    Desde entonces no ha dejado de sorprenderse de la condicin hu-

    mana. Incluso hoy, sobre la cima de sus tres dcadas en el oficio,habla del muchacho que enterr por caridad hace apenas dos das.El chocoanito se muri sin alharacas. Sin disparos que rompieran latranquilidad de los durmientes, sin cuchilladas que lo obligaran adoblarse mientras que su sangre manchaba las aceras. El negro quelleg a Puerto Berro hace aos sin decir su nombre ni hablar de supasado, estuvo en la cava de la morgue trece das con sus noches. Adnde iba a ir ese ser sin lecho propio, sin madre que lo llorara, sinsobrinos que lo cargaran, sin novia que lo perfumara.

    El chocoanito permaneci en el nicho de hielo a la vista de mediopueblo. Las autoridades buscaban que alguien diera nombre, apelli-do, domicilio, edad; identificacin. Muchos lo contemplaron en suhora final. Repararon sus facciones y dijeron que s era el chocoanito.Todos lo conocan, pero nadie saba su nombre, el que pronunci uncura al momento del bautizo, el que registr su madre al dejarlo porprimera vez en la escuela.

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    A su presencia lleg Pacho, llamado de urgencia por el forense. Seocup de lavarlo y de amortajarlo. El tambin lo conoca solo por elapodo, de manera que no pudo decirle Luis, Pedro, Juan, Samuelo Ignacio. Lo mim con especial ternura, lo guard en un cajn demadera sin cepillar, lo mont a su limusina y lo condujo a la ltimamorada en la seccin de los pobres del cementerio parroquial. En-terr el muerto: ech sobre su cuerpo rido polvo y cumpli los ritos

    necesarios.5 En el pabelln de los olvidados, el chocoanito es un eneene ms.

    En este caso, como en los de todos los muertos pobres o annimosdel puerto, Pacho cubre todos los gastos, menos el del atad que escompromiso del gobierno local. Cuando estira sus dedos largos paraechar cuentas exhibe sus joyas: dos argollas de oro con crucifijos,una de ellas en el meique izquierdo; un gran nix cuadrado en eldedo mayor derecho; y una ms en el anular que es, concluyo parano distraerlo de su mundo de las cifras, un cuarzo transparente. 'Elprocedimiento, el plstico, la metida al cajn y el cortejo en la limu-sina pueden costar doscientos mil', calcula Pacho. Lo dems no tieneprecio: la flor que se toma del mismo campo santo, la oracin queencabeza alguna devota de las nimas, el funeral exprs que oficia elcura, el rezo que Pacho masculla por el eterno descanso de un almaque emprende solitaria el camino hacia la presencia de Dios que lajuzgar.

    `Es difcil darle trascendencia al tema del paraso', dice Pacho para

    no exponer sus creencias. Solo afirma que las nimas, sus mejoresamigas, son compaa, proteccin y lealtad. Y se explica. Cada vezque emprende un viaje pasa por la puerta del cementerio, abre lascuatro puertas de su carruaje y las invita a pasar. Ellas acuden alllamado y, aunque son invisibles forman multitud. En su compaa,

    El Guardin revela como alguien dio sepultura al cuerpo de Polinices en A ntgona.

    Patricia Meto

    ha recorrido kilmetros asolados por la guerra. Senderos enmon-tados, casas quemadas, fondas abandonadas, escuelas destechadas,potreros enmalezados; es lo que Pacho ha visto en sus largos viajesde funerario custodiado por las benditas almas del purgatorio. 'Sonserviciales', dice,y muy estrictas. Con ellas, incorpreas, no se puedejugar porque todo lo conocen, hasta los pensamientos.

    `Les gusta despedirse', explica. Se hacen ver de la gente que quisie-ron para enterarla de que ya han dejado el cuerpo. El ser humano,contina Pacho, tiene la misma virtud que la flor: `capulla, botonea,florece, marchita y cae'. Cuando el cuerpo cae, el nima se presentapor medio de impresiones, apariciones, para despedirse de la genteque quiso. 'Por eso no hay que tenerle miedo a las nimas. Ni siquie-ra cuando se conocen sus pecados en vida', dice l que ha enterradoa veinticuatro comandantes paramilitares y a cinco jefes de las Con-vivir. 'Los he tenido en mi mesa de trabajo, los he amortajado, los heconducido al cementerio', repasa. Nunca se le han presentado comoseres del infierno, en ningn tiempo le han quitado el sueo, y jamsde los jamases se le han aparecido penitentes, agobiados por la sed.

    Sobre lo que pasa al otro lado de la vida, parece decir, los encarna-dos no tenemos explicacin cientfica. Pero lo cierto, segn su creer,`es que quienes mueren mal quedan por ah, deambulando, en psi-cosis'. Entonces habla de los miles de muertos que arrastra un ro ensu eterno movimiento. 'Desde 1965, Colombia le tira muertos al ro',ilustra. Segn sus clculos de experto en estadsticas de gente dego-llada, descuartizada, fusilada, acuchillada, todos los das veinticincocuerpos caen al ro como a una fosa comn. 'Si furamos ahora, nue-ve de la noche, a prestar guardia veramos pasar varios hacia Bocasde Ceniza', me reta. 'Pero ese que baja ya no nos importa', se queja.

    Quin va a dejar el arrullo de la mecedora, la adorable charla devecinos bajo el fresco de la nochecita, la partida de billar donde se

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    apuesta el honor, el tablero de ajedrez sobre el que se define el com-bate, la serenidad de esta noche amenizada por las chicharras parair en busca del muerto que no se le ha perdido. Tal vez solo Pachose siente mal por no hacerlo. 'Si yo fuera diario al ro, sacaba tres ocuatro', hace cuentas. 'Y si tuviera un bo te con motor... ni te digo',aprieta los labios y mueve la cabeza como diciendo que no le da paralos clculos.

    `En cinco minutos, un cadver recorre un kilmetro por el ro', estseguro. Si tuviese una lancha, los pescadores se propondran darleaviso en cuanto divisaranel promontorio oscuro y sigiloso.6 Y l, seanimara a rescatarlo apenas un poco ms abajo. L o detendra conpalos, ramajes y sogas. Lo alzara con sus brazos de hombre de ro.Lo acomodara en su nave tapizada de flores. Le cubrira el rostrocon sus manos de funerario antiguo. Le dira al odo que lleg a casay lo llevara a tierra. Pero no hay canoa ni bote ni motor.

    Ni ganas, le digo.Asiente.Y com ienza a recitar la llamada cadena de custodia que le prohbe

    auxiliar a ese desventurado, a quien le arrebataron la identidad enel momento del asesinato clandestino y va, inexorablemente, a per-derse para siempre.

    6 Como se divisan los muertos del agua en "El ahogado ms hermoso del mundo".

    Los nios del baln y del fusil fuimos los muertos

    Al prom ediar los aos 60 la guerra era un juego para los de Puerto Berro. Braulio Carrasquilla retrocede casi cincuenten busca de las respuestas a las preguntas por los ene enesparece que cierra los ojos para verse en la casa de su infancia caprenda a juntar letras y no era todava lder estudiantil ni soviente del Movimiento Obrero Independiente Revolucionario Me parece que abre los ojos cuando encuentra una imagen rdora. 'Los nios jugbamos ftbol y pasbamos las vacacionesELN', dice y sonre como quien ha encontrado la primera imala historia que est por deshojar.

    Jugar ftbol se pareca a aprender a bailar con la Sonora Mata

    a fisgonear en el Cabaret Herm anos, a esperar la llegada de locos para ver hombres con z apatos negros y blancos, a perseguijugadores paraguayos que se hospedaban en el hotel Magdalgatear a las mujeres rusas y cubanas que buscaban las sombrabrisas, a ir a la misma escuela con los nios ricos, a recibir uOrient como regalo del compaero de pupitre. Y para Braulioparticular, jugar ftbol era como escuchar al seor Y ong, su vchino, leer en voz alta las pginas de los diariosChina Ilustrada oPekn Informa; orlo exponer las cinco tesis filosficas de Mao TTung com o si fuera literatura de otro mundo, y verlo jugar pincon la concentracin de quien va a cobrar un penalti.

    El ELN los llevaba de 'vacaciones' en los recesos escolares de y diciembre. Vacacionar era remontar el Cerro Grande que sea Antioquia del Sur de Bolvar y alcanzar la Serrana de San para reunirse con los verdaderos combatientes. Y all, hacersebre: acampar a la orilla de un ro, entender la revolucin, ba

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    ciones. 'Resultamos de enemigos los que habamos crecido juntos',dice. 'Mi mejor amigo fue el que me dispar', dice. 'El compaerode pupitre fue el que mat', dice. los nios del baln y del fusil fui-mos los muertos', dice. Y relata las mil formas que la humillacin,el sometimiento, la tortura y el asesinato tomaron en el Magdalenamedio. No valieron las palabras con las que Gonzalo Lpez, el prro-co de Nuestra Seora de los Dolores, denunci las atrocidades pesea que el presidente Belisario Betancur lo llamaba comunista paracallarlo. Ni los procesos de paz, ni las reinserciones, ni la creacin deun partido poltico para canalizar el debate sirvieron para apagar elfuego en los 80, en los 90, en el 2000.

    Braulio Carrasquilla, lder del MOIR, se salv del filo de la bayon-eta que le entr por la espalda. Pero otros miles no tuvieron la mismasuerte. 'Desde 1964 los nios del ro no hemos dejado de morir',asegura. Y son ellos y sus vecinos y sus primos y sus abuelos y sus

    novias y sus hijos los que bajan silenciosos, indefensos y annimospor el ro Magdalena, el mismo que les traa la msica, la moda y elamor cuando los das eran azules y las noches libres de tormentas.

    II.Y

    hallaron dolientes, uno para cada uno

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    Compaeros de viaje

    Los que yacen aqu se salvaron de deshacerse como panes nados al agua. Detuvieron su marcha de cadveres errantes cu

    encallaron en las races de los rboles que se extienden hacia edel ro o quedaron atrapados como peces prehistricos en lasde un humilde chinchorro. Encontraron cama de cem ento dperder las ltimas carnes y secar sus huesos hasta dejarlos astas ocres. Y hallaron dolientes, uno para cada uno por lo mGente que espera con ansias la llegada al puerto de un ene enquien perderse en un viaje de palabras hasta la infancia remotade siguen vivos los grandes amores y las penas duelen todav a

    Al arribo de un ene ene al cementerio de Puerto Berro le si

    con diferencia de segundos, los que le esperan. La noticia se trte por rumores y a ellos, sin necesidad de confirmacin, respolos devotos. En bicicleta, en moto, a pie, o en burro llegan ade entrada del campo santo con la pregun ta inscrita en los roNo hacen falta las palabras. A una seal del sepulturero, que noce el deseo de nima en el ex trao gesto de alegra y miedtraen, se dirigen a la morgue donde el m dico forense interrogcuerpo casi deshecho. Ha ocurrido que miran por las ranurafisgonean por la puerta entreabierta, que incursionan en el almdico y difunto. Entonces averiguan si es hombre o mujer, nmestizo; si viene del agua o del monte, si se muri o si lo masi est completo o le faltan brazos, piernas o cabeza. Solo cla curiosidad primera. Se retiran al pabelln de caridad a espefuneral. Y durante la espe ra, deciden si lo convertirn en su ecompaero.

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    Los escogidos atricia Nieto

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    Para emprender el viaje solo basta saber que es un ene ene, quenadie lo llora, que nadie lo reza. Solo importa que su alma deambulaentre los vivos. Que la pobrecita busca oraciones de cristianos quela acompaen en el momento de presentarse ante Dios y escucharel veredicto. Que est dispuesta a favorecer a los vivos a cambio deoraciones. No tiene sentido indagar en su pasado de ama de casadesventurada, de estudiante dscolo, de lder campesino entrenadoen armas, de obrero enardecido, de alzado en armas, de asesino asueldo, de correo entre guerreros, de mando paramilitar. Todos so-mos iguales ante Dios, predican ellos. Y slo l, soberano sobre todaslas cosas, presente en todo lugar y conocedor absoluto de lo que hasido, es y ser, puede juzgar.

    Mientras que la faena del forense prosigue, los adoptantes, senta-dos a la vera del pabelln y recostados a la fila de lpidas, imaginanlo que vendr. Darle un nombre para llamarlo, prestarle su apellido

    para que se sienta en casa, imaginarle un rostro de modo que con-versar con l no parezca cosa de otro mundo, contarle su vida comosi desgranara una mazorca, rezar todos los das por el descanso desu alma en el entendido de que se encuentra en trnsito y no yacondenada en el infierno, prometerle favores a cambio de ayuda, ycumplirle cada promesa a tiempo y con precisin.

    No slo de rituales espirituales se alimentar la unin de estos fie-les con las almas escogidas. Ese extrao amor se exhibe con coloresproscritos en los cementerios pulcros de las ciudades higienizadas.

    Algunos han contado que antes de escoger a su ene ene ya han deci-dido el tono que llevar la lpida y los accesorios con los que la en-galanarn. Es un goce escucharlos exponer los criterios de su estticaparticular. No les gusta el blanco ni el gris, y al negro solo convieneusarlo en los letreros. Predominan las poderosas mezclas de coloresdiluidas en agua-cal que resultan en prpura, cian, turquesa, zafi-ro, malva, coral, oro, esmeralda, lavanda, mbar, naranja, salmn o

    violeta. Y sobre ellas, aplicadas en varias manos, pegarn vrgenes,ngeles, crucifijos, flores, corazones de papel, plstico o metal debajo costo.

    La muralla que separa los cuerpos de los vivos de los restos de losmuertos en Puerto Berro parece de fantasa. Furia de color sobre lasuperficie de la muerte. Manto de luz que se hace espejo del polvoque seremos. nico borde material al cual acercarse en busca de lossecretos del ms all. Acantilado por el que finalmente han de caerlos cuerpos ya vacos.

    Anteel pabelln de los sin nombre, solo escucho el zureo de laspalomas, el chirriar de las golondrinas y el bisbiseo de los que a estahora conversan con los muertos. Me han dicho que al otro lado de lamuralla, que no es realmente ese universo de cubculos donde repo-san los huesos, hay zozobra, ansiedad y sufrimiento. Hay gentos denimas sueltas por las calles,' aseguran los devotos, pero no las veo,no las escucho, no siento sus alientos porque no me he dispuestopara ello. Se lamentan.

    Le dice a Juan Preciado la mujer que le dio agua de azahar para los nervios enPedro Pramo.

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    E vuelo del alma

    Javier Gallego disfruta del cementerio desde que era un muchacho.Antes vena al pabelln de los olvidados porque el sol le era ben-volo y lograba llorar sus penas lejos de los rufianes que le sacabanen cara su paso sin honra por el Atl tico Nacional. En Puerto Berroera el genio que jugaba ftbol con los ojos vendados; en Medelln, elmuchachito que se conm ova hasta las lgrimas cada vez que habla-ba con su madre. En Puerto Berro era una promesa; en Medelln, eladolescente que sufra la desgracia de ser un talento a quien separa-ban de sus hermanos, de sus amigos, de su paisaje pa ra convertirloen estrella.

    No haba puesto un pie en tierra, regres a casa con la derrota a

    cuestas, cuando comenz a sentir el peso de las miradas escrutado-ras. Javier, a quien no explicar porque apodaban Palavecino, notena palabras para nombrar su paradoja. El sosiego que le producaregresar al rincn del mundo donde vio la luz, era la contracara dela frustracin de saber que nunca pateara un baln ni en el Atanasiode Medelln ni en el Maracan de Ro de Janeiro. No se lamentaba encasa para no romperle el corazn a la mam. No hablaba de su penaen las calles para no darles argumentos a quienes le criticaban sufalta de valor. No se expona en los parques para que no le anegaranla angustia en alcohol. Solo pateaba frente al arco para no olvidarque era un goleador. Y visitaba el cementerio donde poda sentarsea la vera del pabelln de caridad a mascar su tristeza.

    Una de esas tardes de duelo se hizo amigo de las nimas. Ya lasconoca porque en Puerto Berro ningn nio crece sin haberlas vistopasear en las noches lluviosas de noviembre; ningn mal estudiantese hace bachiller sin sus oficios; ningn muchacho llega a adulto sin

    haberlas invocado por lo menos una vez ante el peligro. Simplte esa tarde, despus de muchas jornadas de iguales pensamtristes y peroratas largas, Javier se sinti ms liviano, casi ade sus ntimos abismos. Entonces, en vez de alejarse del lugarcura como los enfermos que jams regresan a la unidad de cuiintensivos, se apeg a ese refug io y lo convirti en el hogar ms profundas meditaciones.

    Reconciliado ya con su remoquete abreviado aPala, Javier viene alcementerio los lunes de difuntos y, a veces, trae m argaritas blcomo hoy. H abla de los muertos del agua con un respeto acenexpresado en la lentitud de sus frases, en el tono bajito de suto. De nio oy hablar de ellos en las historias de la violencile contaban los ms viejos. Y a adolescente, ellos se le conviren la evidencia del terror. Ver un m uerto del ro era conocepreguntar, los horrores de sus ltimas horas: lo raptaron de suo de la esquina o del parque o de la cancha de f tbol de su pule taparon la boca con un trapo, le am arraron las muecas a lara de la cadera; lo empujaron al volquete de una cam ioneta dsinti la respiracin entrecortada de otros de su edad; lo llevpor caminos de lluvia sin estrellas; lo arrojaron en un descamy lo golpearon con culatas y botas revestidas de acero. Con lapegada a la tierra escuch los tiros de fusil y esper el suyo; siardor de las balas al perforar su espalda y 'abri apenas la bocque el alma volara', Javier termina la secuencia.

    `En 1988, cuando yo jugaba, el carro andaba por ah', denuncuna camioneta de v idrios oscuros. Recorra los pueblos del rdisciplinar a plomo a quienes no obedecan a los amos de la ga veces eran militares; otras, autodefensas; y luego se nombMAS, Muerte a Secuestradores. El rugido de la camioneta abdose paso por las calles de Puerto Berro era anuncio de tragLos bares apagaban la msica y bajaban sus persianas. Las m

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    Non( l toL 0. V.Senph

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    vuela', me explica Javier. Y como ella es libre, le entiendo, puedeayudarlo en las dificultades que no son pocas. Desde esa primeraoracin han pasado ya diez aos; una dcada de relaciones trunca-das por malos momentos.

    `Le voy a hablar del problema que tuve con ella', anuncia. Entien-do que fue grave porque Javier ya cont sin sobresalto que una vezalguien quem todos los adornos de la lpida y sus devotos, que sonvarios y se celan, se vieron obligados a reunir dinero para las refac-ciones. 'Una vez me la encontr y yo estaba borracho', comienza.Javier vio la lmpara del animero y escuch el taer de su campanaa ms de doscientos metros. Luego, el murmullo de los rezos se lemeti en los odos y un escalofro le recorri todo el cuerpo. La eufo-ria de la embriaguez se le convirti de sbito en un pnico que conlos das se le hizo pena.

    `Yo promet que la iba a sacar en noviembre y no le cumpl', con-fiesa. EntoncesNN Mujer se le present con ese aturdimiento en losodos y ese fro de fiebre que le cubri toda la piel y le penetr loshuesos durante varios das. Ella, compaera sumisa, se sublev. Des-carg sobre el cuerpo de Javier la rabia por el abandono; por lahumillacin de desfilar sola entre la multitud de nimas siguiendoapenas los pasos del animero, un hombre que quiz jams le habadirigido una palabra personal. No eran los siete das de fiebre, dolorde cabeza y resentimiento de todo el cuerpo que anuncian el denguepor lo que sufra. Era el pasmo que le enviaba su amiga desde el otro

    mundo para recordarle sus deberes y repetirle, como se lo habanadvertido otros fieles, que con las nimas no se juega.

    Varias semanas tard Javier en darle la cara. Cargaba la culpa has-ta dormido. Soaba que vea a NN Mujer entre el follaje de un bos-que y cuando mova las ramas, con la intencin de hablarle, ella yano estaba; la divisaba a bordo de una canoa de pescadores, esperaba

    ecerraban a sus hijos nios, a sus maridos jvenes, a sus hermanosmayores. Los hombres buscaban la proteccin de los rboles paraalcanzar los portones abiertos de casas y solares. El pueblo dormasin cerrar los ojos.

    Pese a las malas noches, los futbolistas de Puerto Berro celebrabanel amanecer. No reconocan el milagro de seguir vivos, de no habersido conducidos a la garganta de la camioneta negra. Celebraban ladicha de volver a la cancha. Durante el trote de calentamiento, Ja-vier no perciba el calor de la sangre hirvindole en las piernas. Nosenta los glteos ni el abdomen ni los brazos tensos. Su pensamien-to permaneca fijo en los cadveres vistos antes de las cinco de lamaana rumbo al entrenamiento, en los nombres de los asesinadospronunciados por el locutor de la radio local, en el reporte aterradorde los vecinos. Solo cuando el profesor tiraba los balones a la grami-lla y la fila de trotadores se deshilaba, Javier volva a sentir nimo

    para enfrentar la vida.`Escoja una que no est comprometida', le dijeron la tarde de un

    lunes. Javier paseaba con su esposa por el pabelln de caridad yella, devota que es, golpe con sus nudillos una lpida lavada. Unamujer que al observarlos vio fervor y necesidad en ellos, los indujoen el arte de adoptar a los muertos: escoger un ene ene que no tengadueo, presentarse ante su tumba, rendirle un resumen de su vida,prometerle rezar por el descanso de su alma, traerla a la boca encada minuto, pedirle favores simples, y recompensarla sin falla por-

    que 'ellas son cabronas', les dijo.Con la leccin aprendida, Javier dio en escoger a la NN Mujer que

    su esposa haba llamado al pasar. Volvi a sus meditaciones de nioya no de espaldas al pabelln de los sin nombre. Reanud sus re-flexiones de cara a la tumba de una mujer que haba trascendido yala vida terrenal. 'El cuerpo de ella est desintegrado pero su alma

    Lo.s esco;idos Patricia Melo

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    a la orilla del ro el desembarque y al preguntar por ella, los hom-bres le decan que jams una mujer los acompaaba en su quehacer;la observaba alejarse por la carrilera en desuso y cuando estaba apunto de alcanzarla la perda de vista. En la vigilia, tampoco podaalejarla de su pensamiento. Si jugaba ftbol, erraba ante el arco. Sifunga de rbitro, no perciba las faltas. Si serva de vigilante, olvi-daba las horas para dar la ronda. Solo cuando la enfrent, recuperla calma.

    `He tratado de pensar en cmo era ella o en cmo muri pero nome hago a una idea', me dice. Pese a tantos aos de fervor ningncolor, ninguna forma, ningn gesto la retratan. Javier solo sabe queella lo escucha en sus horas de angustia y por eso la quiere. Arreglasu tumba, le trae una florecita, la inscribe en la misa de los lunes, yreza todos los das por el descanso de su alma. 'Pido por ella cuandome acuesto y otra vez la traigo a mi boca cuando e l agua me cae enla cara', me cuenta para reafirmar su com promiso con el alma deSandra o de Gloria, como llaman otros devotos aNN Mujer.

    Tres placas de mrmol recostadas a la lpida, le agradecen. Unala puso Javier cuando con el 1252, n mero de la tumba, sali fa-vorecido en la rifa de veinticinco cajas de cerveza que vendi porquinientos mil pesos. Las otras dos, las pusieron devotos que Javierdistingue por haberlos buscado para reparar la tumba cuando la que-maron, pero a los que no frecuenta. 'Una vez vi que un muchacho latoc y sent celos', confiesa. Tambin se mortifica cuando le cambian

    de color a la lpida sin previo aviso ha sido verde, morada, lila yahora es amarilla pero no entra en conflictos porque sabe que haymuchas maneras de amarla a ella, tan generosa que una vez lo salvde la muerte.

    Javier era todava un muchacho cuando lo contactaron. Deba ca-minar hasta el cerro La Lgrima del vecino municipio de R emedios y

    rescatar cuarenta canecas de gasolina. Si las llevaban intactasun sitio secreto metido en la montaa les pagaran un m illn sos a cada uno, si lograban arribar con por lo menos 3 0, les de a quinientosmil.Con ese dinero podra comprar una motociclefina. Una semana perm aneci Javier en la montaa con sus ceros de aventura. A rrastraron las canecas entre la selva y lucpara que no les rodaran por la montaa. Vendieron tres para prar comida y a las otras las cuidaron con celo extremo pues sque les seguan los pasos.

    Quienes los perseguan no eran hombres de los que piden exciones y aceptan excusas. Simplemente saban apuntar y disTal vez la noche ms peligrosa, cuando sintieron hasta las respnes de quienes los buscaban, fue la tercera. Entonces, presa dedo Javier implor:`NN Mujer:protgeme y te prometo que no vuelvopor estos pasos'. Minutos despus, la agitacin cedi y el silprofundo rein de nuevo en la montaa. Javier permaneci deto. No tena miedo. Una serenidad plena, hasta entonces descida por l, lo acompa durante toda la madrugada. Vio aclada, escuch el despertar de los pjaros y reconoci los rostrosamigos convertidos en sobrevivientes.

    Por devolverle la vida y enderezarle el camino, Javier est unNN M ujerpara siempre. Si un da el sepulturero le avisara, tal coest convenido, que alguien ha venido para llevarse los restos,le pagara al sacerdote por celebrar una misa solo para ella y re

    una ltima oracin en su memoria. Se retirara con la certeza berla cuidado y respetado. La dejara ir, sin reclamos ni quejaslos seres que la amaron desde que era una n ia. Y de tarde en la evocara trayndola a sus labios con su verdadero nombre.

    Patric ia

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    Dgrlesun hogar

    Soy devota de las almas desde que nac.Una vez caminando por aqu vi unas tumbas muy tristes. Yo pensa-

    ba que la plata que les gastara en flores, se me iba a multiplicar porla gratitud de los que estaban ah dormidos. Pero la idea se m e con-gel ah hasta que una tarde, estbamos enterrando una guerrilleritay la escog. Me llam la atencin el abandono de esa muchacha, lasoledad de esa muertica. No le puse nombre porque no me naci. Mepegu de ella. Esper a que Pacho terminara de amortajarla y ayuda meterla a la tumba. Ah mismo le rec el primer responso: 'De lapuerta del infierno / saca, Seor, su alma'. As fue como empec enserio.

    Esa guerrillerita me cum pli. Yo le ped trabajo y a l poco tiempome llamaron para una finca. Me arremangu las faldas y me met aesos potreros. No me dola levantarme antes de que amaneciera amontar el desayuno para los peones, a dar ronda por los gallineros,a contar los cerdos, a vigilar la ordeada de las vacas. Me met enel oficio de frente y el da que me pagaron la primera quincena m eemborrach.

    La vida era buena conmigo. Me acomod. Y comet el error: meolvid de la guerrillerita. Dej un novenario a medias, embolat la

    cartilla donde estaban las oraciones, en lugar de tenerla a ella en m iboca cantaba rancheras, y cuando sala al pueblo beba, montaba acaballo, gastaba en ropa, hasta me haca peinar pero no iba al ce-menterio. Ah fue que esa m ujer se enoj de lo ms lindo. Ella hizoque de la finca me robaran un ganado y el patrn me sac, con loscorotos y los muchachitos, hasta un crucero donde poda coger uncolectivo.

    Una com adre me recibi en su casa y a ella le tocaba hasta la comida. Yo sala a la calle con ganas de pedir, de limosneacuando ya iba a abrir la boca o a estirar la mano una fuerza rme dejaba. Empec a pensar que la guerrillerita me estaba cuipero no tuve el valor para visitarla y pedirle perdn. Entoncedescarada yo, fui al cementerio y escog otro ene ene.

    Me dijo A rnulfo, el sepulturero, que era otra guerrillera. A mgust porque la primera pelada result muy seria. A la nueva la contar mi vida desde los comienzos. Le confes los pecadnunca fui capaz de decirle al cura, le descargu la caera. No met grandes cosas porque ya me saba faltona. Me dio vergAdem s, las nimas conocen todo lo de uno porque ellas ven lo de este mundo. Yo deba estar cada con todas ellas, entoncqu engaarlas con promesas falsas. Con esa fui muy eleganguerrillerita me consigui trabajo y me mantuvo en ese pues

    de un ao. No le falt un solo lunes con la oracin as yo estlejos. Y empataba una novena con otra para que ella no se mmiera.

    A los das m e dijo Arnu lfo que haba cado otro guerrilleroa verlo. Era un muchacho alto, acuerpado. Tena diecisis dnaturales, ocho arriba y ocho abajo. De ah saqu el n mero papuestas mas. Siempre juego con el 168 combinado de difeformas. Ese muchacho m e trajo mucha suerte. Tanta plata mque le compr un osario y ah lo met con la segunda mucha

    Yo quera que aunque fuera ya muertos se acompaaran y pbueno. Eso es darles un hogar. El da que los saqu de las tumbesos huecos tan tristes, sent una paz infinita.

    Despus se me ocurri ponerles nombres. No les invent nosino que los puse como gente muy rica de aqu. Yo no le voy los nombres verdaderos porque se me salan. Pero digamos

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    Los escogidos Pntr,cr:

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    muchacho lo puse Bernardo Laverde y a la muchacha M ariela Ruiz.Yo estoy rezando por la salvacin de las almas de ellos, aunque nose han muerto, a travs de los guerrilleritos. Yo d igo: 'Ayuda a losque fueron ricos aqu, y all son los ms pobres'. Entonces, cuandoellos se mueran van a tener muchas novenas adelantadas y me vana recompensar.

    Desde hace ya varios aos, siento que las nimas dirigen mi vida.Yo les pido permiso para todo y cuando no les obedezco, les pidoperdn. Todos los das vengo al cementerio por lo m enos dos veces yvisito a estos que no tienen nombre. Ahora todos son mis escogidosporque la obra en la que estoy es grande. Q uiero construir una casitay necesito la ayuda de todas stas. Uno tiene que ser m edido conlo que pide, no abusar de los bondad de ellas. Yo c reo que si todasme ayudan, esa casa se hace en menos de un ao. Ahora no les pidonada ms. Aunque, iAve Mara si les he pedido cosas.

    En estos das estoy dedicada a Evelio Tamayo. l era un hombremuy rico pero ya nadie se acuerda de l. Vi el descuido de esa tumbay me dediqu a arreglarla. Despus me encontr un crneo pequeo,puestecito en una bveda abierta. Yo entend que era un regalo delas nimas y me lo met en la cartera. La hija ma se horroriz. Medijo que respetara los huesos de los muertos pero no le hice casoporque ella no entiende de esto. Lo puse en el nochero y dorm con lah. Al otro da, Hernn, el animero, me dijo que lo lavara con aguabendita y lo bautizara. Eso hice. Lo puse Evelio Tam ayo. A l nada

    ms le toca cuidarme la casa y, a veces, lo saco a pasear para que veala gente que l conoci y para que me cuide mientras me tomo unosaguardientes.

    En otra poca yo fumaba marihuana y bazuco; me adelgac y meafee del todo. Yo llegaba a la casa muy mal, con los bolsillos llenosde puchos y m e encerraba en el bao desesperada por consumir.

    Una tarde me mir en el espejo y ya con el cigarrillo en la bogrit a las nimas que no me dejarn fumar. Entonces me cogicachetadas, me dieron en la cara, me deja ron roja de la pela qpegaron. Y eso fue lo que apliqu. Las llamaba en medio de eslere y ellas me castigaban. As dej el vicio. Dgame si no voy en ellas, dgame porque le voy a tener miedo a Evelio Tamayo

    El da que no vengo al cementerio me siento desprotegida, essi me faltara algo. Le ayudo al seor que vende flores a armar mos o colaboro cuando llega un cuerpo del ro. Eso es lo msEl cuerpo ah tirado y la familia de l ni siquiera sabe que lo ron; entonces los hermanos no vienen en camino, ni la mam lllorando. Entonces yo rezo para que el alma de ese difuntico dse en paz, si, porque despus de esas muertes tan feas un esprqueda en capacidad de volar.

    Los espritus que no se elevan son los que se vuelven amiguno. A m , ellos me han ayudado a desbaratar matrimonios, a qrico caiga a pobre, a que una quita maridos quede seca de carahora me van a ayudar con los perfumes del nido del pjaro mpedacito de oro, pedacito de plata, lluvia de plata, sndalo, esde canela y rezar el conjuro que me ense el indio amaznicoeso se libera la gente de los malos amores y la vida se enderez

    Yo me he estado echando el perfume para que el marido mlargue para la mierda. Primero pens meter un papelito doblaocho por una ranura de la tumba de los guerrilleritos. En es

    pelito deca: que mi marido no m e insulte ms. Pero me arrePens que lo mejor es que m e deje en paz. Entonces con el pems una boleta que le met por all en una tumba fea, el hose perdi. Ya lleva dos das sin aparecer por la casa. Ojal qupasando bueno. nimas Benditas, que no m e vayan a decir hombre m uerto

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    Los escogldta Patricia Nieto

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    Todos los das vengo al cementerio, camino por los pabellones,reviso las lpidas, converso con todas, me quedo un rato con las deatrs que son las ms desamparadas y rezo novenitas por encargopara ganarme unos pesos. Yo no puedo tener almas preferidas. Sim-plemente hay gente que no tiene tiempo para rezar o no sabe porqueeso tiene su arte, entonces me llama y me confa esa alma bendita.

    El oficio mo es rezar parejito por todas. Y nada ms.Y ellas, pobrecitas que estn en pena, pagan las oraciones con pro-

    teccin. Hay gente del pueblo que me busca para que la acompaeen vueltas delicadas porque creen que conmigo van todas las ni-mas, y as es. Yo las invoco y ellas me cumplen. Hace cuatro aosunos tipos tumbaron la puerta de mi casa. Estaban buscando a unhombre que vivi en ese ranchito hace mucho tiempo para matarlo.Ellos no escuchaban lo que la mujer y los hijos mos les decan. Yosent cuando uno le quit el seguro al revlver. nimas benditas

    berri. Y el arma se trab, no funcion. Despus empec a conversarcon ese muchacho y se volvi tan amigo mo que iba a mi casa a co-mer arepa asada en carbn.

    Yo me iba a morir de tuberculosis y ellas me salvaron. Me estabaahogando en el ro y me sacaron. Una noche vena yo de La Malenaen bicicleta, eran tiempos tenebrosos en los que uno no poda cir-cular por all sin permiso. Yo me sent azarado, como si me siguie-ran. Mir para atrs y preciso, una cuatro puertas que en ese tiempollamaban carevacas, con las luces apagadas y despacio. Eso era de

    mucho temer. Yo me desprend por esa bajada y como a los trescien-tos metros se me cay la capa. Qu iba a hacer yo. Parar. Para nadame sirvi la carrera. Entonces dije muy pasito: 'nimas benditas delpurgatorio, las necesito a todas aqu'. Fren. Me baj de la bicicletatemblando. Cuando me agach para coger la capa, las luces de lacamioneta me iluminaron. Ah vi que eran Ramn y sus secuaces. El

    tipo se baj fresco. Y yo sin poderme parar. `i.Qu esta haciendo esteviejo por aqu? Yo no respond porque no se me mova la lengua.`Empute pa' la casa que nosotros lo cuidamos', dijo como con pesar.As fue como este pobre cristiano lleg vivo al rancho custodiado porunos paracos de los ms terribles que hemos tenido por aqu.

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    PatrIdU

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    Los amores de Carmen

    Pido permiso para hablar. No s q uin fue usted en vida y le juroque no me importa. A m me ensearon que todos somos iguales

    ante Dios y es l el nico que puede juzgarnos. Entonces me arrimopara orar por el eterno descanso de su alma. S i est en pena, mis o ra-ciones le ayudan a rebajar tiempo. Si est en el cielo, nos va mejor alos dos. Yo no creo que est en el infierno porque ese lo vivimos enla tierra.

    Vengo a rogarle, nima b endita, a implorarle ayuda porque ya notengo fuerzas. Estoy a punto de quedarme sola otra vez y si eso pasayo no soy capaz de vivir. No s si usted fue mujer. Si fuera me enten-dera. Pero si fue hombre, da igual, porque usted ya no depende dela carne como yo.

    Me llamo Carmen Piedrahta y soy delgada, triguea y as comoapagada. Cuando era muy nia perd a m i padre, alma bendita. lfue, como decimos, el primer amor. Los domingos me llevaba al roy a esperar el tren. Y ya por la nochecita cantaba, cantaba y se rea.Yo am aba a m pap y me lo quitaron porque en este pueblo no de-jan vivir lo bueno. Usted sabe. A mi me han dicho que las nimas yasaben todo pero que uno tiene que repetirles las cosas. El da que loenterramos em pec a entristecerme. Y o, nica mujer entre nuevehombres, me senta tan sola sin mi pap. El me protega. Me adorabaporque mam no pudo criarme. Mis hermanos no entendan cmose quiere a las mujeres. Eran muy jvenes y me queran como si yofuera otro macho. Y yo era nia. Y ellos me miraban como si yo fueraigual a ellos. Iguales no somos.

    A m me ha tocado llorar a dos hermanos y a mi primer esposo. Nose decirle cul de esos dolores fue peor porque cuando se trata de

    muertos no se puede entrar a comparar. Cada uno me doli dicomo en una parte diferente del cuerpo, y me dej la cicatrizasesinos supieran como nos duele la muerte a los que q uedvivos...no digo ms porque m e da miedo. Y o vivo con miedosabe, y no quiero que mis hijos se den cuenta porque me da Qu tal ellos tan nerviosos como la mam. La mam que no dque no come , que se mete al bao a llorar para que ellos no la

    A m i hermano mayor, Guillermo, lo deben haber matado porto Perales. Nadie supo como m e doli esa muerte. Mis hercorran, lloraban, gritaban, se emborrachaban, y yo vea todonublado. Yo era muy nia todava y no tengo muy claros los rdos. Ese da como que l se me perdi de la cabeza. Cuando que l me hace falta, me pongo triste y al ratico me lleno deYo s que eso est mal, pero as es. Guillermo fue como mi otroCmo pueden matarle a uno dos veces al pap. Para calmarm

    los recortes de los peridicos donde informaron de la desapade l, los leo y lo pienso mucho. Quisiera saber dnde est patraerlo. Para rezar all, para ir a visitarlo en su tumba. Pero esopuede. Ya pas mucho tiempo y no s por dnde empezar a b

    A usted de pronto le ocurri lo mismo, que se perdi de su vino a parar aqu. Quin sabe dnde estar mi hermano? Ustiene nombre, no sabemos ni de donde vino. Lo escog porqdijeron que usted es un muerto del agua y eso me parece muyYo me ofrezco a rezar, nada ms que rezar. No puedo hacer

    Me enfrento a lo que queda de su cuerpo como un sacrificio,muestra de mis buenas intenciones.Al pap de mi hija m ayor lo mataron cerquita de La D orad

    a recoger un embarque de ganado. A mi me dijeron que lo eesperando para matarlo con tal de no pagarle una plata. Yo toveo las fotos para recordar como era vivo porque, aunque la

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    Los escogidos

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    no crea, a uno se le va borrando la cara de los que se mueren. Esono me gusta. Lloro mucho porque no lo quiero olvidar. Hay una fotode cuando fuimos a conocer el mar y un volcn de lodo. Yo lo veo enesa foto con la nia mayor y conmigo, pero es com o si fuera la fotode otra familia. Todo eso se perdi. Lo bueno siempre se va adelante.Bendito sea Dios

    A Arnoldo lo mataron despus. Ese muchacho era raro. Empezmatando a una persona en C aucasia y pag apenas una parte dela condena. A l le daban 72 horas, cada m es, para venir. En unade esas salidas se fug. A nosotros nos contaron que conoci a unamujer y se meti con ella a los paracos. l siempre quiso ser paracoy lo logr. Cmo le parece que le decan Comandan te Calavera. Esoduele y da vergenza pero as era. iA un hermanito mo le decan Co-mandante Calavera Una tarde llamaron a mi casa y me dijeron: 'Noespere a Arnoldo que l vol'. Lo que entend ese da es verdad porque

    l nunca volvi a llamar, ni nadie nos volvi a dar razn de l.Esa ha sido mi vida y m ire que apenas tengo treinta aos. Yo noquiero sufrir ms. Pero veo venir otra tragedia y por eso estoy aqupara invocar su ayuda. Mi segundo esposo, el pap de mi nia, tra-baja lejos, en otro pueblo. Y desde hace das no quiere venir; ya com-plet dos meses sin venir. Usted, si es m ujer sabe que eso tiene dosexplicaciones: miedo o am or. Si es miedo yo le pido que lo protejade todos los males y peligros. Si es amor, le pido que desamarre loque se est amarrando. A mi me gustara coger el bus y aparecermeall en La Dorada, que no es tan lejos, pero no tengo plata ni puedodejar las nias solas. Entonces, nima bendita, yo le pido que me lodevuelva para la casa aunque sea sin trabajo. Yo prefiero la pobrezaa quedarme otra vez sola.

    A partir de hoy prometo venir todos los das durante este novena-rio y tenerla a usted siempre en m i boca.

    Vestida de blanco

    A Lucina Andrade le gusta que le digan 'la devota'. Viene al cterio los lunes de difuntos. Entra sin prembulos. No agacha la

    za ni se bendice. No se detiene en tumbas de conocidos ni repel jardn recin removido. Se interna a la derecha y, en diez alcanza el pabelln de los olvidados. Por ah se desplaza comy seora, rpida y segura. Va a la lmpara encendida y la apavaso lleno de agua y lo derrama, al papelito doblado en ocho yal muladar. A ella, experta en el trato con las nimas, no le gustfetiches. 'Estas cosas las fastidian', agarra un tabaco de tela benvoltorio de monedas de las que ya no circulan, y lo lanza cuna piedra.

    Tom a la escalera de madera segura de que le toca el turno dela y trepa para estar muy cerca deNN 1999. Saca su instrumental:trapo hmedo para quitar telaraas, huevos de z ancudos, marsecas y excrementos de palomas q ue pasan las noches en loperfectos de la fachada; cuchillo romo para repasar los bordla lpida donde el polvo se asienta y forma callo; tijeras para las hojas de las florecitas que deja com o ofrenda. Solo al termcuracin, Lucy se aquieta. Descansa su frente en el paredn cofuera a llorar. Al instante llora y reza moviendo m enudito losy pasa su palma, una y otra vez, sobre la superficie rugosa. 'Aa los cados en los campos de batalla. Ayudad a los sepultadosmares. Ayudad a los necios, que vieron morir a tantos no acordse de su propia muerte', le oigo pedir.

    `H ace doce aos esto estaba muy abandonado', da fe porqufue la primera que se atrevi a pisar el pabelln de los olvidadla intencin de quedarse. No, com o lo hacan otros, con curio

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    Los em.siclos Patricio Nict,

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    morbosa; sino empujada por la esperanza de que un alma en trnsitode la vida terrenal a la eterna la socorriera en ese mom ento crucialde su ex istencia. El corazn le dio un brinco inusual cuando pisel pasillo invadido por plantas rastreras. Y las manos le temblaronmientras caminaba hasta el segundo bloque en busca del muchacho.`Yo quera a uno de los tres que haban muerto el mismo da en el

    mismo hecho', rememora Lucy. Y lo encontr. Era un guerrillero, sinduda. A l se aferr desesperada por la necesidad.`Yo no s quien ser usted, pero me va a ayudar', recuerda Lucy

    que lloraba y suplicaba recostada como ahora en la m isma tumba.Despus de estudiar durante aos, de recibir el dinero que tres desus hermanos ganaban rompindose el espinazo, de que sus hijos latuvieran como a una herona, de que su m arido la admirara, de quesu familia de Duitama anunciara viaje para verla graduar, Lucy sesenta derrotada y a punto de arrastrarse llevada por la ve rgenza.

    Con el m al trago atrancado en la garganta viaj a Pu erto Boy-ca donde todos los Andrade se reunieron para un funeral. Mientrasque los mayores asum ieron las labores propias de un entierro, Lucycamin por el cementerio aturdida por un ruido que embotaba sucabeza. Si no consegua cuatrocientos mil pesos, su mam no la veraformando fila con las nuevas enfermeras. Su sueo se convertira enpesadilla. Perdera el respeto de sus hijos, la confianza de sus herma-nos, el abrazo de sus am igos. El miedo a fracasar no la dej llorar enpaz la muerte de su hermano. Y por eso se fue a vagar mientras queotros alistaban inciensos y jarrones.

    `Ese cementerio me dio mucha paz', Lucy cierra los ojos. Cami-naba m irndose la punta de los zapatos como lo hacen las mujeressolas cuando dio con un montculo. Levant la mirada hacia un altarinusual. En cientos de placas de mrm ol, los devotos de las nimasbenditas del purgatorio agradecan al sepultado por los favores re-

    cibidos. 'Este debe ser un milagroso', concluy Lucy. Ms tardvez cum pli los ritos familiares, regres para saber algo que lde la angustia, le devolvi la esperanza y le cambi la vida. Ede las gratitudes se levantaba sobre la tumba de tres guerrimuertas en combate. Muchachitas sin nombre y sin edad quepulturero local enterr por piedad.

    El viaje entre Puerto Boyac y Puerto Berro, bordeando el rodalena, le supo a eternidad. Descarg el equ ipaje al pie del pade los olvidados y camin ve loz como si temiera que alguiennara la carrera. 'Como esto no se ha visto aqu, van a decir queloca', pens Lucy pero no se detuvo. Escogi aNN 1999. Trep a laescalera con la necesidad convertida en llaga y le habl. M s hora tard su declaracin y para terminar le prometi: si me ale regalo una placa. Y se fue con la novena de difuntos embula cartera.

    Cuando la noche le trajo un poco de sosiego, Lucy se entregoracin. 'Te ruego po r el alma deNN 1999 a quien has mandadoemigrar de este mundo, para que no la dejes en el purgatorioque m andes a tus santos ngeles para que la tomen y la llevepatria del paraso' repiti en medio de un Padre Nuestro y uMara. Lo que rez despus, no sabe quien se lo dict. Lucy mdiestra la camndula mientras repas los Cien Rquiem y, luegclam como si lo supiera de memoria De Profundis, el ms code los salmos de David: 'Desde el profundo abismo de m is peTi clamo, Seor, de noche y de da/ oye, mi Dios, los incesantgos / de un corazn contrito que se humilla', se oy decir en de la nada, bajo esa noche de brisa.

    Se fue a la cam a tranquila, liberada de la piedra que le opripecho. So que rezaba y cuando despert todava le quedabaga para seguir hacindolo com o si fuera necesario duplicar n

    Los escogi(L s Patricia Nieto

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    Dej de pensar en la fatalidad que le sobrevendra si se quedabasin el ttulo de Auxiliar de Enfermera y se entreg a las oraciones.No poda dejar de rezar por el descanso del guerrillero. Lo imagincomo un muchacho negro, fuerte, bien mozo, que muri en la selva;muy adentro.

    Una semana despus, Lucy volvi a Puerto Boyac para responder

    al llamado de un viejo amigo. 'Le tengo un regalito', le dijo el hom-bre. Cuando Lucy abri el sobre vio un fajo de billetes y a simplevista supo que eran, al menos, cuatrocientos mil pesos. En la casa delos Andrade hubo enfermera. La madre vio a Lucy vestida de blanco.Hermanos, cuados, amigos vecinos celebraron con msica en vivoy cerdo en la paila. Era 1999 y en el pabelln de los olvidados apare-ci la primera lpida colorida. Lucy escogi el color de la berenjenacuando no llega todava a muy madura y escribi: 'Gracias N.N. porel favor recibido. Lucy, la devota'.

    En pocas semanas, todos los hurfanos del pabelln de los olvida-dos fueron escogidos; les eligieron un padre y una madre, y otros sehicieron sus hermanos, tos y primos. Y as a travs de ellos todos en

    el pueblo terminaron por ser parientes entre sis No pas un mes paraque otra placa llegara al pabelln y despus otra y otra ms paraconfirmar que las nimas, cuidadas y queridas, interceden por lospobres de este mundo.

    Lucy no da instrucciones ni atiende reclamos provenientes del pa-belln de caridad. No es ella sacerdotisa, ni mediadora. Tal vez nose ha dado cuenta de que predica la devocin con su perseverancia.Todos los lunes desde hace ya trece aos, bajo el sol o la tormenta,visita a su ene ene. Ya no le pide nada, simplemente lo acompaa

    8 Como pas con Esteban minutos antes de ser arrojado por el acantilado, enEl ahogado ms hermoso del mundo .

    mientras que l alcanza el cielo. Lo que significa que jams deja-r de invocarlo porque a los vivos nos est negado saber cuandoun alma ha sido admitida en el reino de los cielos o condenada alfuego eterno. Esta tarde, Lucy vino solo a hablarle. A repetirle quemientras lava bistures, pinzas y tijeras en el hospital local, lo traea su boca para bendecirlo y lo muerde como si fuera una hojita de

    yerbabuena.

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    III.Llamaste a tu mam en el ltimo minuto?

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    Las e scog idos Pa t ricia Tdeto

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    reconozco carente de la com pasin suficiente para enfrentar la tareade averiguar quin eres para llevarte a casa.

    Por dnde em pezara la tarea si, despus de la fatiga de da demuertos, decidiera descargar mis pesos y levantar solo el de encon-trar tu nombre. Tal vez la primera pregunta vendra del ltimo mo-mento: Q uin te dej en este pabelln de los olvidados? Al pronun-

    ciar esa sentencia tendra que alistar mi reloj de mueca para queanduviera hacia atrs. El relojero de mi pueblo lograra que a las seisles siguieran las cinco y a stas las cuatro y luego las tres. De esemodo despus de enero sobrevendra diciembre y despus noviem-bre. Y del 20 12, caera yo al 2011 y luego al 2010 y as hacia atrshasta dibujar un caminito hasta tu cuna.

    En las leyes de ese nuevo universo, las preguntas seran manivelapara el paso de los segundos. Y ellas se veran como las hormigas quevan ahora por el ribete de tu tumba. Una detrs de otra, sin pausa,

    con apuro: Llegaste en carreta, bestia o coche fnebre. Qu dijo elmdico cuando ex plor tu pupila. Fue Pacho, el dueo de los muer-tos pobres quien recompuso tus facciones. Alcanzaste bendicin delcura. Alguna mujer te rez un resp