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Nicolás, víctima del bullying, relata su experiencia Miedo en el colegio Se burlaron de él, lo humillaron y lo golpearon hasta que ya no dio más. Se cambió de colegio y fue peor. Nicolas Tenía las mejores notas de su curso, un 6,8 de promedio, participaba en clases y buscaba ser reconocido por sus profesores y compañeros. Hacía gala de mis conocimientos y sentía que – como ocurría en mi casa, con mi familiar, a quienes ponía feliz con cada opinión que daba- el resto del mundo iba a reaccionar igual. Pero en octavo básico, todo cambio. yo era uno de los alumnos más bajos del curso. También un poco gordo. Y entre todos mis compañeros estaba David. “Era el típico bromista del curso que molesta a todo el mundo, pero ese año yo fui el foco de sus bromas pesadas y de su matonaje”, “A veces me he preguntado por qué se ensañó conmigo y pienso que fue porque yo era lo contrario de lo que era él. Él tenía problemas familiares. Su papá le pegaba a su mamá y tenía un hermano con problemas de drogas”. Cada vez que levantaba la mano y decía algo en clases, David repetía exactamente lo mismo, pero con voz chillona y despectiva. Todos reían. Después le decía gordo, chico, enano. Cada vez que trataba de expresarme, David aparecía, sin contemplaciones, para sepultarla. “Al principio me reía con todos para que pasara luego. Pero cuando las bromas siguieron y fueron más pesadas, me empecé a

Nicolás

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Hola

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Nicolás, víctima del bullying, relata su experiencia Miedo en el colegio

Se burlaron de él, lo humillaron y lo golpearon hasta que ya no dio más. Se

cambió de colegio y fue peor.

Nicolas

Tenía las mejores notas de su curso, un 6,8 de promedio, participaba en clases y

buscaba ser reconocido por sus profesores y compañeros. Hacía gala de mis

conocimientos y sentía que – como ocurría en mi casa, con mi familiar, a quienes

ponía feliz con cada opinión que daba- el resto del mundo iba a reaccionar igual.

Pero en octavo básico, todo cambio.

yo era uno de los alumnos más bajos del curso. También un poco gordo. Y entre

todos mis compañeros estaba David.

“Era el típico bromista del curso que molesta a todo el mundo, pero ese año yo fui

el foco de sus bromas pesadas y de su matonaje”, “A veces me he preguntado por

qué se ensañó conmigo y pienso que fue porque yo era lo contrario de lo que era

él. Él tenía problemas familiares. Su papá le pegaba a su mamá y tenía un

hermano con problemas de drogas”.

Cada vez que levantaba la mano y decía algo en clases, David repetía

exactamente lo mismo, pero con voz chillona y despectiva. Todos reían. Después

le decía gordo, chico, enano. Cada vez que trataba de expresarme, David

aparecía, sin contemplaciones, para sepultarla.

“Al principio me reía con todos para que pasara luego. Pero cuando las bromas

siguieron y fueron más pesadas, me empecé a sentir mal. Y pensaba que todo lo

que estaba pasando era mi culpa, que yo había sido el causante del problema.

Y dejé de hacer cosas. Ya no levantaba la mano, trataba de no hablar mucho, me

quedaba callado en clase. Me bajaron las notas. Dejé de ser el alumno de buen

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rendimiento y en mi casa no entendían lo que estaba pasando. Fue cuando se

rompió mi primer esquema de vida”.

“NO QUERÍA IR AL COLEGIO”

Yo vivía con mi familia en Peñalolén. Mi padre trabaja en una empresa de

electricidad y mi madre hace dos años atiende un café en el Parque Forestal.

Tengo cuatro hermanos y todos hombres y yo soy el menor

“Él fue un regalo para la familia”, dice Teresa, su madre. “Nuestros hijos ya

estaban más grandes y Nicolás resultó ser el niño de todos. Estábamos atentos a

él y creo que por eso le gustó leer desde chiquito para poder opinar de cada tema.

Era un ejemplo para los demás niños cuando entró al colegio. Leía mejor que

alumnos más grandes”.

Pero en el colegio, las cosas empeoraban. A pocos meses para que se acabara el

año escolar, David comenzó a decirle que le iba a pegar, que cuando lo

encontrara en algún lado nadie lo podría ayudar. “Yo lo veía y me empezaba a

doler el estómago”, dice. “Verlo se me hacía insoportable”.

Por primera vez empecé a sentir miedo cuando tenía que ir al colegio. Mi madre

iba a mi cama, tocaba mi frente y sentía la piel caliente. Mi cuerpo reaccionaba al

terror. “No quería ir al colegio y empecé a hacer la cimarra. Partía a caminar, a

leer o a escuchar música. Todo eso era mejor que las bromas. En otras ocasiones

mis papás me llevaban a la entrada del colegio, me despedía, los veía irse y no

entraba a clase”.

Un día, sintiendo hastío de David, intentó hablarle a su profesor jefe para contarle

que las bromas y las amenazas estaban siendo más y peores. El profesor lo miró

y se puso a reír.

Estás exagerando le dijo.

Su familia se había dado cuenta de los problemas de Nicolás. Sus notas cayeron a

5,6 de promedio. Su madre le preguntó y él le dijo que se quería cambiar de

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colegio, que un compañero lo estaba molestando. Su padre aceptó, a pesar de

que el cambio exigía un aumento de las mensualidades y de que su hijo viajara

casi una hora en micro.

El final ocurrió una mañana, en su sala, en uno de los recreos. Yo me encontré

una vez más con su victimario. Las bromas empezaron a sucederse y él trató de

que acabaran rápido para que el resto de sus compañeros dejara de reírse a costa

suya. Ya no reía. Esperaba en un silencio tenso que todo se terminara, pero esta

vez hubo una diferencia:

“Esa vez decidió pegarme”, dice Nicolás. “El golpe me llegó de lleno a la cara y me

acuerdo que ahí no me aguanté. Le respondí con mis manos, con mis pies. Me

defendí como pude. Hubo patadas, golpes, nos caímos al suelo y, de hecho,

rompimos una mesa en la pelea”.

David y yo fuimos amonestados, pero el colegio no hizo una investigación. A

Nicolás no le importó. Había decidido cambiarse.

“Cuando me fui a mi otro colegio pensé: esto es para mejor. Nunca imaginé que

las cosas que me pasarían allí iban a ser aún peores de las que había vivido”.

El colegio me parecía un mundo nuevo: un edificio enorme, con patios grandes,

una piscina que le permitiría nadar y nuevos compañeros que conocer. Las

vacaciones de verano le permitieron tomar distancia y perspectiva de lo que había

pasado. Trataría de congeniar con todos. Se sentía ansioso y optimista. El

domingo previo al primer día de clases apenas si pudo dormir. Cuando llego el

gran día me di cuenta de que tenía que volver a mi pequeño infierno en la sala de

clases. Trataba de escaparme de todos, asumiendo una soledad callada y sumisa,

no interactúa con ningunos de mis compañeros, siempre me hacía en los últimos

puestos, aunque quería hablar y compartí con mis compañeros, el miedo que

recorría todo mi cuerpo no me dejaba, hacia un nudo en la garganta que me

acompañaba todo los días escolares y que solo si iba cuando llegaba a mi casa.

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Carolina

El bullying empezó cuando tenía ocho años en su colegio de Tordera (Barcelona). Era un poco gordita, dice, y enseguida se quedó sola, cada vez más sola. Entonces se fue encerrando en sí misma, no se atrevía a hablar, ni a mirar a los ojos de los demás. Ir al colegio era horrible, pero nunca dijo nada -sus padres se enteraron del bullying cuando publicó su trabajo y el vídeo que le acompaña-. Nadie se dio cuenta, ningún profesor, y ella sintió -recuerda- que no existía.

Pesaba tanto la soledad que a los once años hizo todo lo posible para integrarse en un grupo, y entonces empezó el acoso grupal sobre ella, orquestado por la líder y seguido a ciegas por las demás. En esta etapa de paso de la infancia y de la adolescencia, en el que se toma conciencia de la propia personalidad, Carla asegura que no sabía quién era, ni qué le gustaba, ni qué quería, pero no sabía por qué. "El grupo inicia una presión psicológica sutil que provoca una confusión a la víctima -escribe en su trabajo-. Este es el primer paso que permitirá la inhabilitación del pensamiento propio de forma gradual. Después, con comentarios sarcásticos se intenta situar a esta persona en una posición de inferioridad y a continuación se la sigue sometiendo a maniobras hostiles y degradantes que la convertirán en un simple objeto fácil de manipular".

Las chicas del grupo quedaban, recuerda, para orquestar cómo iban a humillarla. Y Carla vivía en un mundo cada vez más negro. Le pusieron todo tipo de etiquetas, se consideraba una nulidad escolar, una chica problemática... y cuanto más se humilla a una persona, dice, más daño se deja infligir. Y entonces se hacen cosas que no se deberían hacer, como un grito de desespero... Pero nadie escuchaba.

Por eso, para Carla lo más importante es romper el silencio con el que uno mismo se ha envuelto, y trata de hacerlo entender con su trabajo A la recerca de la propia identidad y especialmente con el vídeo El dolor silencioso. Romper, sobre todo, el miedo a expresarse y a expresar que uno, quizás, es diferente a los demás.

Cuando termino el año escolar le dije a mis padres, que me cambiaron del colegio porque ya no soportaba las burlas, los golpes que sufrir en ese colegio y le conté todo a mis padres. Ellos al año siguiente me cambiaron. Pero todo fue peor la sensación que sentí al, ingresar al nuevo colegio fue peor al temor que sentía estando en el antiguo colegio, recuerdo que la noche anterior a el primer día de clases, no pude pegar el ojo pensando en las posibles cosas que podían pasarme en el nuevo colegio, una vez me estaba alistando sentía temor no quería ir, ya me imaginaba a mis compañeros burlándose de mí, también rondaba por mi cabeza, no hacer ninguna acción que generara posibilidades de que ellos se burlaran de mí, una vez llegue al colegio pensé mucho en, si entraba o no, mis padres fueron de gran ayuda para lograr ingresar, al llegar al salón, salude en voz no muy alta, y el profesor me hizo volver a repetir el saluda, en ese instante me sudaban las manos, me sentía fría, no quería hablar en ese instante, porque sabía que no iba a ser capaz

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