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1 NATURALISMO METODOLÓGICO Y DISEÑO INTELIGENTE. Fernando Ruiz Rey, MD 1 Palabras clave: Naturalismo Metodológico, Diseño Inteligente, cierre causal, Dios-de-las- hendiduras(brechas). Nota preliminar: La Teoría del Diseño Inteligente (TDI) propone una acción inteligente para explicar la presencia de numerosos fenómenos naturales, y muy particularmente, de las estructuras biológicas fundamentales para la vida. La TDI postula específicamente que ciertos rasgos de nuestro universo y muchas configuraciones biológicas complejas, no pudieron haber aparecido en la historia cósmica por la sola acción de las leyes físicas en combinación con el azar. (Ruiz, FR., 2014 (a)). De este modo, al proponer la TDI una acción inteligente como un factor causal en la dinámica de la naturaleza, rompe la norma auto-impuesta en ciencia: el Naturalismo Metodológico (NM), que acepta como lícitas y aceptables exclusivamente las teorías científicas basadas en las leyes de la naturaleza, excluyendo toda injerencia de posibles factores considerados más allá de lo ‘natural’, esto es, lo no natural o sobrenatural. La aplicación rígida y dogmática del Naturalismo Metodológico se esgrime como un obstáculo insalvable para la consideración científica de la TDI, cuya propuesta cumple, sin embargo, clara y perfectamente, con los requisitos epistemológicos exigidos para las ciencias históricas. Estas ciencias estudian el origen de algunos sucesos naturales como son el origen del universo y el origen de la vida, por lo que tanto la TDI, como la Teoría de la evolución química de la génesis de la vida, se catalogan como ciencias históricas; también lo es la Teoría de la Evolución Neo darwiniana, en cuanto estudia el desarrollo de la vida, y su diversificación, en el planeta. (Ruiz, FR., 2014 (a), Ruiz, FR., 2014 (b)) Para entender adecuadamente esta norma del NM, sus alcances y sus limitaciones es preciso revisar sus fundamentos filosóficos, y su aplicabilidad a los fenómenos naturales de los que se preocupa la TDI. Para este propósito, el ensayo comienza con un esquema filosófico de los fundamentos y supuestos filosóficos del Naturalismo Ontológico (NO) y del Naturalismo Metodológico (NM); se incluyen algunos comentaros críticos de sus fundamentos. Luego se continúa con una presentación de la Tesis del Diseño Inteligente (TDI) para mostrar su estatus científico como ciencia histórica, y despejar algunas distorsiones con que esta Tesis se presenta frecuentemente en la literatura especializada y de divulgación. En las últimas secciones de este trabajo, se analizan algunos de los argumentos esgrimidos para descartar el carácter científico 1 Psiquiatra Raleigh, NC. USA

NATURALISMO METODOLÓGICO Y DISEÑO INTELIGENTE. · Papineau, en la entrada correspondiente de la Enciclopedia de Filosofía de la Universidad de Stanford (Papineau, D. 2007), comienza

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NATURALISMO METODOLÓGICO Y DISEÑO INTELIGENTE.

Fernando Ruiz Rey, MD 1

Palabras clave: Naturalismo Metodológico, Diseño Inteligente, cierre causal, Dios-de-las-hendiduras(brechas).

Nota preliminar: La Teoría del Diseño Inteligente (TDI) propone una acción inteligente para explicar la presencia de numerosos fenómenos naturales, y muy particularmente, de las estructuras biológicas fundamentales para la vida. La TDI postula específicamente que ciertos rasgos de nuestro universo y muchas configuraciones biológicas complejas, no pudieron haber aparecido en la historia cósmica por la sola acción de las leyes físicas en combinación con el azar. (Ruiz, FR., 2014 (a)). De este modo, al proponer la TDI una acción inteligente como un factor causal en la dinámica de la naturaleza, rompe la norma auto-impuesta en ciencia: el Naturalismo Metodológico (NM), que acepta como lícitas y aceptables exclusivamente las teorías científicas basadas en las leyes de la naturaleza, excluyendo toda injerencia de posibles factores considerados más allá de lo ‘natural’, esto es, lo no natural o sobrenatural. La aplicación rígida y dogmática del Naturalismo Metodológico se esgrime como un obstáculo insalvable para la consideración científica de la TDI, cuya propuesta cumple, sin embargo, clara y perfectamente, con los requisitos epistemológicos exigidos para las ciencias históricas. Estas ciencias estudian el origen de algunos sucesos naturales como son el origen del universo y el origen de la vida, por lo que tanto la TDI, como la Teoría de la evolución química de la génesis de la vida, se catalogan como ciencias históricas; también lo es la Teoría de la Evolución Neo darwiniana, en cuanto estudia el desarrollo de la vida, y su diversificación, en el planeta. (Ruiz, FR., 2014 (a), Ruiz, FR., 2014 (b)) Para entender adecuadamente esta norma del NM, sus alcances y sus limitaciones es preciso revisar sus fundamentos filosóficos, y su aplicabilidad a los fenómenos naturales de los que se preocupa la TDI.

Para este propósito, el ensayo comienza con un esquema filosófico de los fundamentos y supuestos filosóficos del Naturalismo Ontológico (NO) y del Naturalismo Metodológico (NM); se incluyen algunos comentaros críticos de sus fundamentos. Luego se continúa con una presentación de la Tesis del Diseño Inteligente (TDI) para mostrar su estatus científico como ciencia histórica, y despejar algunas distorsiones con que esta Tesis se presenta frecuentemente en la literatura especializada y de divulgación. En las últimas secciones de este trabajo, se analizan algunos de los argumentos esgrimidos para descartar el carácter científico

1 Psiquiatra Raleigh, NC. USA

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de la TDI de acuerdo al NM, y se muestran algunos ejemplos en que el NM se presenta como una escusa para rechazar la TDI en base a una ideología agregada que manipula la ciencia.

En un intento para facilitar la lectura de este artículo he dividido el material presentado en distintas secciones. Con este formato el lector puede percatarse fácilmente de los temas tratados y, si estima necesario, concentrarse en lo que le parezca más interesante y oportuno. Consideraciones filosóficas: El nombre mismo del Naturalismo Metodológico indica que la metodología permitida por esta normativa reposa en la idea de “naturalismo”. De modo que es imprescindible revisar lo que se entiende filosóficamente por ‘naturalismo’ para evaluar adecuadamente la firmeza y la justificación con que esta metodología restringe el marco admitido para la actividad científica. Papineau, en la entrada correspondiente de la Enciclopedia de Filosofía de la Universidad de Stanford (Papineau, D. 2007), comienza diciendo que en la filosofía contemporánea, ‘naturalismo’ no cuenta con un significado preciso, y que su uso actual, deriva de los debates de los filósofos auto-denominados ‘naturalistas’, como John Dewey, Ernest Nagel, y otros, en la primera mitad y mediados del siglo XX. Básicamente estos intelectuales reducían lo real a lo natural, sin aceptar nada ‘sobrenatural’, y proponían que la ciencia y su método, eran el camino indicado para investigar todas las aéreas de la realidad, incluyendo las expresiones del espíritu humano. Papineau comenta que la mayoría de los filósofos contemporáneos aceptarían esta caracterización general y superficial de naturalismo, rechazando lo ‘sobrenatural’ y admitiendo que el método científico sería el modo de estudiar lo natural, aunque no necesariamente el único. Pero también señala este autor, que naturalmente no todos los filósofos contemporáneos adhieren al ‘naturalismo’, y otros adhieren parcialmente a una concepción estricta del naturalismo. De este modo presentado el concepto general de ‘naturalismo’, se pueden distinguir dos componentes en esta noción. El naturalismo ontológico que analiza los contenidos de la realidad y afirma la eliminación de factores sobrenaturales; y el naturalismo metodológico que estudia los modos de investigar la realidad, y afirma la autoridad del método científico para este propósito. (Papineau, D. 2007.) Naturalismo ontológico. El fortalecimiento y popularidad del naturalismo en nuestro tiempo, no solo se debe a influencias ideológicas materialistas, sino que, como lo señala Papineau (2007), también ha sido una consecuencia del desarrollo de la teoría física moderna. Las doctrinas que se subsumen bajo el nombre de materialismo, comienzan a aparecer en la antigüedad clásica y continúan presentes en nuestro tiempo; se caracterizan –aunque naturalmente con variaciones y matices--, por sostener que la realidad está sólo constituida de ‘materia’, negando la existencia de componentes de carácter espiritual o mental. Las doctrinas materialistas influyen en la concepción de lo real que adopta el naturalismo ontológico que se va conformando con el desarrollo de las tesis de la ciencia moderna, particularmente la física.

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Papineau (2007) recuerda que en el siglo XVII la teoría física que se iba engendrando, exigía una causa material para todo efecto en objetos naturales (colisiones) (Ruiz Rey, F 2014. (c)); sin embargo, con el advenimiento de las teorías de Isaac Newton y seguidores, este requerimiento se suavizó al incorporar diversas fuerzas (particularmente la fuerza de gravedad), operando a distancia en la dinámica de la mecánica newtoniana. Con la aceptación de la acción de estas fuerzas, fuera de los cuerpos, la actividad mental y las concepciones vitalistas que resurgieron en esa época, --consistentemente con las nociones físicas--, se consideraron perfectamente capaces de actuar causalmente sobre los cuerpos materiales. Posteriormente en el siglo XIX, surge en física, la ley de conservación de energía en sistemas cerrados (la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma), lo que constituye una noción fundamental para asegurar la simetría en la naturaleza. Esta ley no entra necesariamente en conflicto con la concepción de fuerzas (energías) mental y vital, pero exige que el comportamiento de toda energía, incluyendo estas fuerzas especiales, sea estrictamente regido por las leyes deterministas de la física. Con este nuevo requerimiento teórico, las fuerzas mentales y vitales, si aparecen espontáneamente, y además, si son imposibles de medir, quedan fuera de la teoría física mecánica. En el siglo XX, continúa Papineau, la estrictez de la restricción de causas naturalistas para efectos físicos, aumenta con la investigación de las células nerviosas cerebrales. Con estos estudios en el sistema nervioso, se encuentra que no se observan efectos físicos que no puedan ser explicados por causas físicas, tal como ocurre en la naturaleza en los cuerpos inorgánicos (el efecto causal mental no se detecta). Con la acumulación de este tipo de estudios, y las presiones ambientales materialistas del momento, disminuye el número de científicos e intelectuales que admiten la vigencia de la fuerza mental y de la fuerza vital. Como consecuencia de estas consideraciones teóricas y filosóficas de tono naturalista materialista, se hace extensiva la aceptación de la doctrina que se conoce como cierre causal o causalidad completa en el mundo físico, y que estipula que todos los efectos físicos pueden ser entendidos como producto de causas físicas naturales. Con esta doctrina, cualquier causa mental o biológica debe estar en sí misma constituida físicamente si va a producir efectos físicos. De esta manera se establece una forma fuerte de naturalismo ontológico, como una doctrina fisicalista que dictamina que todo estado que tenga efectos físicos debe ser en sí mismo físico. Para Papineau (2007), ni siquiera la física cuántica se escaparía del cierre causal, ya que las posibilidades abiertas en la indeterminación cuántica --reconocidas en algunos fenómenos-, no dan razón para dudar de una versión de la tesis del cierre causal a nivel de la micro-física, considerando que esos fenómenos ‘indeterminados’, estarían fijos a circunstancias físicas previas. Es importante puntualizar que esta consideración de los fenómenos cuánticos que presenta Papineau se refiere a lo que se conoce como la Teoría de Variables Ocultas –no medibles--, cuyos valores precisos permitirían la determinación del curso de los acontecimientos cuánticos. Este acercamiento teórico a los fenómenos cuánticos, no ha tenido éxito experimental, y permanece como una fracción menor de opinión de científicos, entre los cuales se cuentan Albert Einstein y Davis Bohm, y otros, movidos, no tanto por un anhelo en restaurar ‘el determinismo’, sino más bien, por preservar ‘el realismo’ en ciencia, esto es: la perfecta definición simultánea de todas las variables físicas (posición y velocidad de las

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partículas elementales; si se mide su ‘velocidad’, su ‘posición’ adquiere un carácter existencial de ‘potencial’). Con la estipulación del cierre causal de esta ontología naturalista, los estados mentales quedan excluidos de causalidad a nivel físico y de la dinámica del mundo natural, y, si se intenta considerar su participación, se deben identificar de algún modo con estados neuronales materiales, ya sea siendo realizados por ellos (extraña y curiosamente) –al sobrevenir metafísicamente--; o, aun peor, quedar simplemente reducidos a epifenómenos transitorios, sin sustancia objetiva. No es necesario agregar que muchas de estas explicaciones que pretenden justificar la causalidad mental a través de estados físicos, resultan forzadas y no convincentes, y no son tampoco aceptadas completamente por todos los naturalistas estrictos. El cierre causal se mantiene en filosofía de la mente en un esfuerzo por eliminar el dualismo interactivo mente–cerebro, pero los extraños recovecos conceptuales utilizados para explicar la acción causal de los estados mentales no resultan convincentes, y menos, intuitivos; la división mente-cerebro no conduce a nada más que a fondos de saco. Más verosímil e intuitivo es simplemente considerar la mente y su sustrato físico-material como una unidad viva personal en la que “mente” y “materia” son simplemente dos aproximaciones metodológicas realizadas desde el vivir en el que nos encontramos, para estudiar lo dado en la unidad viviente que somos. De esta manera, el cierre causal físico pierde su fuerza absoluta, para reemplazarse en buena medida por una correlación mente-cerebro. Sin lugar a duda, esta división ayuda a estudiar los fenómenos, pero, si olvidamos su carácter de aproximación metodológica, nos encontraremos en problemas para comprender las relaciones mente-cerebro y mente-‘realidad’. Sobre este crucial e interesantísimo punto viene al caso recordar las paradojas que ha traído el desarrollo de la física cuántica, que no solo ha puesto en duda el fundamento ‘material’ tradicional de la ‘naturaleza’, mostrando que los átomos y partículas no son realmente cuerpos sólidos, que no existen con certeza en posiciones y tiempos definitivos, sino más importante aún, la física cuántica ha introducido en la estructura conceptual de estas partículas subatómicas, la combinación de lo observado con el observador, lo que implica que la consciencia humana es esencial para su ‘existencia’. Esta interpretación cuántica parece sugerir que la composición primaria de lo real no puede entenderse sin hacer alusión a una mente. (Manifesto Post-Materialistic Science, 2014) En otras palabras, esta interpretación viene a reforzar la unidad funcional de psiquis/materia que se hace tan patente en la condición humana, y también en el ‘conocimiento’, que en rigor, no se puede escindir, lo conocido del conocedor; el hacerlo implica ya una filosofía que postula el realismo objetivo en ciencia, que como toda interpretación ontológica enfrenta serias dificultades. En la perspectiva presentada por Papineau, el NO y la ciencia física van de la mano, apoyándose mutuamente. El Naturalismo Metodológico (NM), que adopta la física en su esfuerzo por encontrar una identidad, se sujeta en el cierre causal que adquiere con el NO estatus metafísico, y de este modo, la física se inclina al fisicalismo (la ‘realidad’ es lo que estudia la física), rechazando cualquier consideración a lo que no sea estrictamente natural, estudiado con sus procedimientos metodológicos. Se establece de este modo un círculo vicioso de carácter ideológico que es fácil de detectar, y que encubre una serie de supuestos y limitaciones

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en la estructura conceptual del funcionamiento científico. En este sentido recordemos muy brevemente, que las leyes naturales emergen como explicaciones de la observación de regularidades en la dinámica de los fenómenos naturales. Estas explicaciones –leyes de la naturaleza--, se transforman en principios absolutos, olvidando que se extraen por inducción de la observación de regularidades; por simple lógica, la inducción no puede asegurar el carácter absoluto de sus resultados (no se pueden observar todos los casos particulares, y siempre es posible que ocurra uno que sea diferente). Además, se supone que las leyes aprobadas en nuestro ambiente, son válidas en lugares del universo en los que no se han hecho las observaciones pertinentes. Y hay que agregar, que el cierre causal, de tanta importancia para el NO y el NM, pierde el carácter tajante con que se le propone, frente al indeterminismo de la mecánica cuántica en el seno de lo ‘material’; Koperski comenta: “La mayoría de las interpretaciones de la mecánica cuántica, incluyen un irreducible elemento de azar,….. limitando el determinismo causal.” (Koperski, J 2015. Pág. 29-30) A la incertidumbre y el indeterminismo que se encuentran en el seno de la mecánica cuántica, hay que sumar los hallazgos de los estudios en lógica matemática como los Teoremas de Gödel y el Número Omega de Chaitin. Los Teoremas #1 y #2 de Gödel, ambos de sistemas formales (axiomáticos) matemáticos --consistentes--, que posibilitan desarrollos aritméticos fundamentales: T.#1, muestra que algunas afirmaciones matemáticas, no se pueden probar ni reprobar, y T.#2, la consistencia de un sistema no se puede probar en el mismo sistema. (Panu Raatikainen, 2001). Y el Número Omega de Chaitin: es un número tan real como pi, pero lógicamente incalculable. (Chaitin G. 2010) Estas conclusiones de la lógica matemática –siempre relativos a los axiomas desde los que se desarrollan--, y solo de aplicación limitada a las teorías físicas, y aunque permanezcan controversiales, particularmente la propuesta de Chaitin, corroen la auto-suficiencia de la matemática, la llenan de algunas opacidades, e incluso, de posibles vacíos y huecos. Estos hallazgos científicos y lógicos, restan obviamente fuerza y vigencia al determinismo estricto –con carácter ontológico--, que todavía se intenta mantener en física. En lo que se refiere a la indeterminación que emerge de la física cuántica, esta es particularmente evidente en aquellos sucesos cuánticos particulares o únicos, simplemente no se puede predecir cuál será su curso. La indeterminación baja cuando se trata de sucesos cuánticos repetidos que comparten las mismas condiciones iniciales; en estos casos, las probabilidades de predicción funcionan a un rango de 50%. En el mundo macroscópico natural, de acuerdo a las condiciones de la física cuántica, en que tenemos sistemas dinámicos de múltiples cuerpos envueltos, con diferentes condiciones iniciales, la predicción del curso a largo plazo es definitivamente muy impreciso (sistemas caóticos). No se trata de una ‘indeterminación práctica’ de medida de tantos estados iniciales de los sistemas dinámicos de múltiples componentes (propio de las concepciones de la física moderna), sino una ‘indeterminación teórica’, por la ‘incertidumbre’ inherente en los estados cuánticos de las mediciones necesarias para definir el curso futuro de los acontecimientos. Se puede afirmar que estos sistemas múltiples de la macro física, están abiertos a la indeterminación; un duro golpe a la concepción de las leyes de la naturaleza como absolutas en el tiempo y el espacio.

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Tampoco está cerrada la acción causal psicológica sobre el cerebro como lo muestran, por ejemplo, los estudios de imagen de resonancia magnética realizados en pacientes con depresión bajo tratamiento psicoterapéutico. De modo que el cierre causal, ni tampoco las leyes de la naturaleza, tienen un carácter absoluto, incontrovertible y asegurado, para erguirse en criterio para una norma dogmática (NM) de lo que puede o no estudiar la ciencia. Es importante para el propósito de este trabajo subrayar que la definición de lo ‘natural’ no es sencilla ni fácil. Esta dificultad de definir ‘lo natural’ se hace clara cuando tratamos de entender lo que denominamos “naturaleza”, que básicamente aparece como un complejo compuesto de percepciones en una malla de ideas muy ligadas al momento cultural, especialmente al momento científico. Piénsese por ejemplo en algunas entidades ‘naturales’ propuestas por la ciencia física, como: el fotón, el bosón de Higgs, la onda cuántica, para solo nombrar algunas, que poco o nada tienen ver con lo que llamamos ‘objetos naturales’ en el mundo cotidiano, que también están teñidos de ideas y conceptos emanados de las ciencias y de la cultura. Las ‘entidades’ descritas por la ciencia son maleables y cambian con las revoluciones científicas en el curso de la historia, así también lo que se entiende por ‘natural’ y por ‘naturaleza’. (Halvorson, H. 2014.). La definición de lo “natural” tiende, en nuestro tiempo, a reposar fundamentalmente en el conocimiento de la ciencia, y la ciencia --intentando establecer fronteras a su cometido--, recurre a la estrecha definición de lo natural del NO, estableciéndose un círculo vicioso de apoyo. Es claro que el NO presenta muchas debilidades que la ciencia no puede remediar, y la física como ciencia de la naturaleza, intenta innecesariamente encontrar en el NO una identidad que la proteja de posibles abusos, pero que desafortunadamente la penetra de una ideología que la constriñe, como veremos en el curso de este trabajo. Naturalismo Metodológico. El NM es una normativa que se ha impuesto en ciencia desde hace relativamente poco tiempo, y ha ganado nutrido apoyo y popularidad en muchos científicos e intelectuales contemporáneos. El NM es una norma que consiste en la restricción categórica de las explicaciones causales en ciencia a factores naturales, excluyendo explícitamente la participación de cualquier factor causal no natural, sobrenatural. La radicalidad del NM se sustenta en el naturalismo ontológico. Naturalismo metodológico y NO. El NM se ha transformado en un principio regulatorio de la ciencia, alimentado particularmente por la metafísica naturalista/materialista, incluyendo el cierre causal, y también por la consideración metodológica de que lo sobrenatural no se puede, ni observar, ni medir, por lo que no puede considerarse en las ciencias de la naturaleza. La influencia del naturalismo ontológico materialista tiene sin dudas una gran influencia en el la vigencia normativa del NM, al punto que algunos autores como Mahner (Mahner, M. 2012.), piensan que el naturalismo ontológico es perentorio para que exista la ciencia como la conocemos; Mahler considera, por ejemplo, que para lograr una aplicación exitosa de la metodología científica, y se pueda realizar una evaluación adecuada de la evidencia, se requiere considerar el naturalismo ontológico como verdadero. En esta postura se excluye naturalmente, la presencia de las agencias no naturales, y se considera como indispensable el ‘realismo’ de las cosas naturales y la existencia de leyes objetivas, además de otros aspectos

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considerados ‘naturales’, y esenciales para la ciencia. Las condiciones establecidas por Mahner son fuertemente metafísicas. Es efectivo que la ciencia opera con numerosos supuestos, incluyendo algunos de carácter metafísico --que en general son comúnmente aceptados en el campo científico estudiado y que no ocasionan divisiones entre los científicos--; pero de esta característica, a matricular la ciencia para su existencia, con la aceptación a priori de una metafísica naturalista materialista robusta, es altamente cuestionable; más pareciera que estas condiciones que apunta Mahner son a posteriori, aparecen más bien como consecuencia de reflexiones sobre la actividad y experiencia científica. Por lo demás, la ciencia opera metodológicamente --y pragmáticamente--, de tal manera, que se valida a sí misma con sus resultados, y estos resultados, pueden apoyar algunos de los predicamentos del naturalismo, pero como es bien sabido, estos logros y, los métodos que los hacen posibles, están abiertos a diversas consideraciones filosóficas (realismo, anti-realismo, pragmatismo y otras). En lo que respecta a la exclusión absoluta de agencias sobrenaturales de su existencia posible, para asegurar su no intervención en los asuntos de la naturaleza, y perturbar el curso de la ciencia, resulta innecesaria, puesto que muy bien podrían existir divinidades o espíritus indiferentes o respetuosos de las leyes de la naturaleza. Por lo demás, toda hipótesis/teoría naturalista o no naturalista que no sea explicativa y no genere nuevas investigaciones será eliminada por la metodología fundamental de la ciencia. Además hay que recordar que de hecho tenemos teologías vigentes, en las que Dios aparece como el creador y responsable de las propiedades de todos los objetos naturales existentes; propiedades que hacen posible la ciencia. La intensidad e intransigencia con que se impone la normativa del NM, toma inspiración y fuerza en las concepciones de la Fe y de la Razón del pensamiento ‘ilustrado’; con los filósofos de la Ilustración se escinde la Fe de la Razón. Para los pensadores bajo esta influencia, la ciencia es objetiva, verificable y pública, en cambio la religión pertenece a la esfera privada y, por consecuencia, presenta variaciones múltiples. Por tanto, la ciencia se debe construir con las deliberaciones de la razón y la participación de los sentidos: percepción, sin ninguna interferencia de ideas sobrenaturales. Esta óptica ilustrada está impregnada de una ideología materialista y una credulidad en el racionalismo, que elimina la Fe o la reduce a un insignificante papel subjetivo, sin considerar que toda actividad cognitiva implica supuestos, ideas y creencias, la ciencia no está inmune a estas condiciones, ni a la perspectiva relativa –y necesariamente incompleta—, derivada de su metodología; la era de la creencia en el positivismo ha sido superada, por sus prejuicios y errores. La Fe entre otras cosas, provee un marco en que los datos recogidos por la Razón cobran sentido y unidad, y no debe olvidarse, que la necesidad del trabajo multidisciplinario se reconoce en la actualidad, cada vez más en todas las áreas del saber, y en esta integración participan la filosofía y la teología. Naturalismo Metodológico Suave. Se debe reconocer que muchos intelectuales tienden a minimizar la influencia ontológica naturalista materialista, para hablar de un ‘Naturalismo Metodológico suave’, que exige solamente el atenerse a la norma prescrita, “como si fuera”

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verdadero el naturalismo ontológico; esto es, su aplicación es independiente de las creencias que se puedan tener respecto a Dios y a lo sobrenatural. De este modo, se intenta proteger al NM de la acusación de ligarse a una posición metafísica singular, y de ser dogmático (Fishman YI, M Boudry M. 2013). El naturalismo metodológico se presenta entonces, como metodológico –no ontológico--, y se justifica, entre otras razones, para evitar que se recurra a fuerzas sobrenaturales – carentes de poder causal físico, además de no ser medibles, ni manejables, --para explicar el comportamiento o características de los fenómenos naturales. En cierto modo esta preocupación podría ser atendible en lo que respecta a las ciencias experimentales, ya que este tipo de actividad científica trabaja con procedimientos experimentales y sus explicaciones están primariamente fundamentadas en las leyes naturales. Pero no sucede lo mismo con las ciencias históricas o de origen que estudian hechos/sucesos pasados, en muchos casos irrepetibles imposibles de observar o reproducir en laboratorios (origen del universo, de la vida, etc.). (Ruiz RF 2014. (b)) Sin embargo, las ciencias experimentales pueden perfectamente estudiar los posibles efectos de fenómenos parapsicológicos, percepción extra-sensorial y otros fenómenos considerados derivados de influencias no-naturales, si se diseñan las investigaciones adecuadamente. Lo que sí es claro, es que la ciencia no puede estudiar específicamente lo sobrenatural con sus procedimientos metodológicos, simplemente no tiene acceso a esa esfera de lo invisible, de lo intocable. Tampoco resulta adecuado incorporar lo sobrenatural como hipótesis explicativa en el interior de la dinámica de las ciencias experimentales, en las que las leyes naturales juegan un importante papel; esta sería una hipótesis en la que se desconoce cómo se realiza la causalidad, y constituiría una interrupción en la dinámica de las leyes naturales. Sin embargo, como veremos más adelante, la ciencia no necesita de esta ‘protección’ agregada del NM, su misma metodología la libera de hipótesis de insuficiente poder explicativo y sin capacidad de engendrar nuevas investigaciones. Naturalismo metodológico, apoyo teológico. Es importante, y también sorprendente, notar que el NM no solo está inspirado y vigorizado por el naturalismo ontológico y las tendencias materialistas, también se encuentra endosado por algunas teologías que asumen que la dinámica de la naturaleza se genera gracias a las causas segundas creadas por Dios en todos los objetos naturales –accesibles a la ciencia--, para que el mundo se desarrolle autónomamente; pero naturalmente siempre bajo la supervisión divina. En esta perspectiva teológica, la economía del mundo es completa. La intervención directa de Dios en los asuntos naturales –fuera de los milagros—se considera como una ‘naturalización’ de Dios, lo que rebajaría su poder reduciéndolo a una entidad operativa mundana, que el hombre en cierto modo puede manejar. Plantinga (1994.) advierte que toda teología seria reconoce que Dios creó el mundo y lo sostiene momento a momento; todo lo que ocurre depende de él, incluso las leyes de la naturaleza. De modo que los milagros –ajenos a la ciencia y al espíritu naturalista materialista--, no son una intervención inusual de Dios, y tampoco para hacerlo requeriría encontrar rincones de indeterminación en el mundo operado mecánicamente leyes (deificadas por el espíritu ilustrado). De manera que la mano de Dios está presente en todo lo creado, en toda la ‘realidad’, en todo lo que estudian las ciencias de la naturaleza. La ciencia simplemente, no naturaliza a Dios; muy por el contrario, Dios hace posible la ciencia, y la racionalidad humana.

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También se ha dicho desde la teología –curiosa y trivialmente--, que el MN ayuda a separar dos terrenos, el científico y el teológico-filosófico, lo que impide, o hace más difícil la intrusión molesta de científicos en áreas intelectuales desconocidas para ellos; naturalmente este es un argumento ligero y banal. Sin embargo, una adscripción teológica defensiva al NM, muestra el temor de una fricción entre esa teología y la ciencia; esta situación se hace particularmente clara en la pertinaz resistencia de algunos intelectuales neotomistas a la consideración seria y franca de la TDI.(Ruiz R. F 2014 (d)) Pero no se trata en verdad, de una oposición entre el desarrollo de la ciencia y las verdades reveladas de la religión, sino que más bien, una colisión del avance científico necesario, con las elaboraciones e elucubraciones intelectuales que se han hecho a partir de las verdades reveladas, y que obviamente son susceptibles de ajustes y modificaciones. Historia de la ciencia y NM. Es importante notar, que en la historia de la ciencia no ha imperado el dogma del NM hasta recientemente, como se puede notar en los trabajos de Isaac Newton, que se refiere a Dios como responsable de la fina calibración de las órbitas de los planetas en el sistema solar, y Robert Boyle del diseño inteligente de los animales (Nelson, P. 2014.); y, por lo demás es bien sabido que muchos científicos en los siglos XVI, XVII y XVII, y también una buena parte de los del siglo XIX, eran auténticos creyentes. Esto nos muestra que durante varios siglos la ciencia se desarrolló en un contexto cristiano, y que el NM no fue necesario para protegerla y asegurar el desarrollo del conocimiento empírico. El auge del NM comienza en el siglo XIX y se prolonga hasta nuestros días. El dogmatismo con que se esgrime el NM no es justificado, nada aporta a lo que hace y logra la ciencia por sí misma --desligada de trabas ideológicas externas--; por el contrario, estas ideologías adosadas son perturbadoras para el funcionamiento amplio y flexible de la actividad científica. Desde una perspectiva diferente a la frontalmente ideológica y teológica, algunos autores señalan que históricamente las hipótesis que han recurrido a lo no-natural en ciencia han sido descartadas como fallidas; la postura naturalista, en cambio, ha mostrado claramente éxito teórico y práctico en la historia de la ciencia. (Boudry M. y cols. 2010.) Basados en esta opinión, estos autores proponen que el NM es una regla segura, conveniente, y práctica para el ejercicio de la actividad científica, una regla que se puede tomar como provisional, sin compromiso ideológico. Pero el NM, fuerte, suave o provisional, no deja de ser NM, y como tal es innecesario y constriñe la actividad libre e innovadora de la ciencia. Tesis del Diseño Inteligente (TDI). Como ya mencionamos en la Nota preliminar, la Tesis del Diseño Inteligente (TDI) propone una acción inteligente para explicar la aparición de ciertos fenómenos naturales en la historia de nuestro universo. Son numerosos los sucesos en la naturaleza cuya génesis resulta muy difícil explicar por la sola acción de las leyes naturales conocidas, aun apelando al azar; entre estos fenómenos se encuentran, la fina calibración de las constantes físicas que hacen posible el universo con capacidad de apoyar la aparición de la vida; el origen de la conciencia humana; y

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muy particularmente, la génesis del ADN que constituye el asiento de la vida biológica, con una compleja estructura que encierra mensajes funcionales codificados en forma digital, fundamentales para el desarrollo de un organismo. Se puede decir que por estas características, el ADN se ha convertido en un ejemplo paradigmático para la TDI. La TDI centra su atención particularmente en el origen de las organizaciones moleculares biológicas esenciales para que emerja la vida en el planeta; estas estructuras se conocen como sistema genético. El problema de la aparición de estas configuraciones moleculares en el curso del desarrollo del universo no es naturalmente un asunto biológico, sino que básicamente es un problema que se plantea a nivel físico-químico, ¿cómo surge la compleja organización química de este enmarañado sistema genético? La TDI—abocada a estudiar este problema-- es por tanto una ciencia histórica, lo que significa que no tiene acceso al suceso mismo de la aparición de la primera carga genética; tampoco se conocen con precisión las condiciones iniciales en que ocurrió este importante fenómeno, por lo que no se pueden realizar experimentos de laboratorio adecuados para reproducir la formación de estos complejos bioquímicos. Pero los rasgos fundamentales morfológicos y funcionales del sistema genético inicial, se han ido transmitiendo de generación en generación, lo que permite estudiar y analizar sus características esenciales en el momento actual. Ácido desoxirribonucleico (ADN). El ácido nucleico ADN, es una pieza esencial en el sistema genético, y juega un papel primordial en la trasmisión de mensajes biológicos de una generación a otra en la mayoría de los organismos conocidos, incluso en los virus (los retrovirus usan el ácido ribonucelico: ARN). El esqueleto del ADN está constituido por dos cadenas regulares helicoidales de azucares y fosfatos, entre las cuales se encuentran diversos arreglos potenciales --no repetitivos--, de cuatro bases nitrogenadas: adenina, guanidina, tiamina, o citocina (en el ARN las cuatro bases nucleares son adenina, guanidina, citocina y uracilo). La variabilidad de la secuencia en que se presentan estas bases constituye el fundamento material de la información biológica genética. Las cuatro bases nitrogenadas son como las ‘letras’ de un alfabeto básico con que se transmiten ordenes físico-químicas para construir las proteínas esenciales necesarias para la vida de un organismo. Las bases operan como grafemas en un lenguaje escrito, o símbolos de un código computacional. La secuencia particular de tres de estas bases, forma, por decirlo así, una ‘palabra’ con un mensaje específico; esto es concretamente, la clave para la construcción de una de las proteínas esenciales para el organismo. Con el descubrimiento de la estructura y del potencial informático del ADN por James Watson y Francis Crick en 1953, la información pasó a formar parte esencial de los fundamentos biológicos de la vida. (Meyer S. 2009. Pág. 112-135. Meyer S. 2013, C. 17.) En las investigaciones de la biología molecular más reciente se ha descubierto un nuevo código en el ADN, superpuesto al código que comanda la construcción de las proteínas, se trata de una codificación destinada a la regularización de los genes; esta información se menciona exclusivamente para ilustrar la sorprendente complejidad de esta configuración molecular, y del sistema genético y epigenético en general, que van mostrando a medida que avanza la investigación biológica, asombrosas estructuras con funcionamiento específico, impresionantemente coordinadas y efectivas. Estos descubrimientos muestran la inmensa

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dificultad o, más bien, la imposibilidad de una explicación meramente neo-mecanicista de estas fascinantes estructuras biológicas. (Seiler S. 2013.) En el proceso de reproducción de un organismo, el ADN (duplicación) transporta la información genética al nuevo ser. La información inscrita –codificada--, en las secuencias de las bases nitrogenadas genéticas, es copiada –transcrita-- en el ARN (acido ribonucleico) –ARNm-, y transportada al ribosoma en el seno del citoplasma, en donde la secuencia de las tres bases, la ‘palabra’ o, como se llama en biología, codón, es expresada –traducida--, en la formación de la proteína correspondiente. No es necesario señalar que este complejo proceso incluye varias fases e intervención de diversas estructuras funcionales, como por ejemplo las encimas específicas para catalizar las reacciones bioquímicas. Lo importante a destacar en este breve y somero bosquejo, es que para que ocurra este calibrado proceso, es necesaria la presencia de estructuras biológicas que envuelven numerosos elementos químicos --fina y adecuadamente organizados--, que permiten la integración de sus acciones para la codificación, transporte y traducción de la información biológica genética, indispensable para el desarrollo del nuevo organismo. Formulación de la hipótesis de la TDI. Lo particularmente notable de estructura y de la función del ADN es la codificación de la información biológica. Esta codificación es ‘análoga’ –más que análoga, idéntica--, a la codificación del lenguaje humano, y computacional. La única fuente de origen conocida para la codificación de estos lenguajes es la inteligencia humana. Esta causalidad inteligente que se observa diaria y sostenidamente en la vida cotidiana --además obviamente ratificada en estudios de laboratorio--, constituye la base empírica para la formulación de la hipótesis de la TDI, que propone que en el origen primigenio del sistema genético, particularmente el ADN, se encuentra envuelta una acción causal inteligente. No se trata entonces, de una hipótesis especulativa o teórica de una causa posible, sino que de una propuesta basada firmemente en una observación empírica. Este sólido fundamento de la causalidad inteligente, aseguran la pureza, y por ende la fuerza de la lógica empleada: abducción, para formular la inferencia de la hipótesis de acción inteligente en la aparición del primer ADN. Este proceso de abducción consiste en la elaboración de una hipótesis, adecuadamente apoyada en la observación empírica presente (causa adecuada), para realizar una ‘inferencia’, que se ofrece como la ‘mejor explicación disponible’ para dar cuenta de las estructuras portadoras de mensajes codificados en el ADN original. Teleología de las estructuras biológicas. La causalidad inteligente también se puede inferir para explicar la génesis de las proteínas accesorias envueltas en el proceso de reproducción, transporte y traducción de la información genética del ADN, como el ARN y las encimas catalizadoras de los procesos bioquímicos. Esta es una inferencia realizada en base a la alta complejidad estructural y funcional de estas sustancias proteicas --dirigidas coordinadamente a la realización de una meta biológica específica--, puesto que este tipo de estructuras complejas y teleológicas, en nuestra experiencia actual, solo son posible de lograr con el uso de la inteligencia.

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Como vemos, la TDI no reduce su foco exclusivamente al ADN del sistema genético, sino que estudia todas las estructuras biológicas que exhiben una organización funcional compleja teleológica, esto es, poseedoras de una configuración dispuesta de tal modo que logran una meta o finalidad funcional específica; estas metas, a su vez se integran para otros fines que en su conjunto permiten la vida del organismo. Esta fina y compleja organización estructural y funcional de un organismo implica en su génesis, conocimiento, discernimiento y propósito, es decir un factor causal que al final de todas las concatenaciones bioquímicas del desarrollo embrionario y genético en la cadena de la vida en el planeta, apuntan en su origen a una acción causal inteligente. Es importante enfatizar que la complejidad biológica con meta funcional no es una mera impresión subjetiva, sino una clara percepción que se hace perfectamente nítida cuando se tienen presente las verdaderas posibilidades de las acciones físico-químicas, carentes de ningún principio organizador. La complejidad con fines específicos, tampoco es un concepto vago, impreciso, porque es perfectamente susceptible de objetivarse y cuantificarse. Es conveniente enfatizar, para captar bien lo que significa una configuración teleológica, organizada inteligentemente hacia una meta, que no hay proceso naturalista que pueda explicar la construcción de estas complejas estructuras, las fuerzas elementales de la física no consultan propósito de una meta más allá de sus efectos inmediatos conocidos. En la ciencia contemporánea se intenta unificar las cuatro fuerzas fundamentales de la física en un modelo –todavía no logrado--, que las comprenda como una sola fuerza de distintas expresiones. La unificación mediante un elemento más simple juega un papel importante en el esfuerzo de la física por comprender la compleja estructura del universo; tradicionalmente fue el átomo en distintas concepciones, luego el núcleo atómico, luego las partículas elementales, y los campos energéticos; una reducción sucesiva que comenzó en la antigüedad griega, y que quizás no tenga fin cercano. Esta reducción del todo a las partes, no resulta satisfactoria para explicar la complejidad de la naturaleza, y muchos físicos no concuerdan con este reduccionismo extremo. Esta reducción –que tiende a imperar en ciencia-- plantea el interesante problema de cómo explicar que de una partícula elemental (o grupo de partículas), se logre generar en la historia del universo, la compleja estructura vital de un ser vivo, considerando que estas partículas están animadas solo por fuerzas elementales ciegas sin poder de organización. Ahora, si se considera el reduccionismo físico, no como una reducción a partículas elementales concretas, sino como una reducción a ambiciosas ecuaciones matemáticas que lo explicarían todo (reducción a una fuente primaria de explicación; o, a un encuentro de simetrías y equivalencias entre lo microscópico y lo macroscópico), igualmente, esto no soluciona el problema que plantea la génesis de la vida biológica, porque las fuerzas que aglutinan lo físicamente existente no poseen ningún principio de ordenación teleológica, fuera de sus efectos de atracción y repulsión. Se debe puntualizar entonces, que si surgiera una hipótesis alternativa a la propuesta por la TDI para explicar las configuraciones orgánicas, tendría que dar cuenta de su teleología y de la integración de sus metas, para lograr fines funcionales más amplios y poder así, sustentar la vida de los organismos; esto significa que esta hipótesis alternativa tendría que consultar un fino principio organizador, y esto, indefectiblemente indica inteligencia.

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Teleología, ‘procesos de información’ y perfección. Es importante no confundir términos informáticos, como, “procesos de información”, “circuitos integrados” y muchos otros, con el punto central de la TDI que es el proponer una acción inteligente para explicar la génesis de las estructuras biológicas complejas con meta y finalidad. Los términos informáticos aparecen con frecuencia en la literatura de la TDI, y representan un esfuerzo para describir y manejar en biología, las características de una acción inteligente en la organización funcional de sus estructuras bioquímicas. No se trata entonces que la TDI esté usando una falsa analogía, entre, específicamente la informática y las estructuras biológicas teleológicas concretas, si no que la analogía básica es entre las configuraciones biológicas teleológicas integradas, y la estructura (teleológica) de la creación humana: lenguaje, artefactos, ciencia, arte, etc., realizados gracias a su ‘inteligencia’, que implica, conocimiento, discernimiento, propósito. Que las estructuras complejas con finalidad impliquen en su construcción acción inteligente, no significa que estas estructuras sean necesariamente perfectas o adecuadas. Este es un juicio de valor, independiente del hecho de que estas configuraciones biológicas sean explicadas como producto de una inteligencia. La adecuación de estas estructuras es, si se quiere, un tema de especulación metafísica, pero también y, más significativo epistemológicamente, es que son susceptible de ser estudiadas por la ciencia. Estructuras complejas especificadas. Willam Dembski (Dembski, W. 1998 y 2004.) desde la informática y de la teoría de las probabilidades, afirma que estas estructuras biológicas complejas teleológicas, con meta funcional, no pueden ser generadas en forma naturalista. Con la acción de las leyes de la naturaleza solo se generan estructuras complejas, --sin orden--, a lo más con ciertas regularidades simples, como es el caso de los cristales y los vórtices, pero no tienen especificación. La especificación de una estructura compleja se refiere a que la secuencia de sus elementos poseen una forma significativa, que en el caso de las estructuras biológicas, corresponde a la función específica que realizan; en estas configuraciones, los elementos químicos envueltos, están ubicados de tal manera que su acción sincronizada genera un efecto biológico definido. El azar. En las teorías ‘evolutivas’, química y biológica, se apela al azar para suplementar la clara insuficiencia de las condiciones naturales básicas para organizar las estructuras biológicas teleológicas imbricadas. Pero el recurrir al azar como factor causal explicativo –o co-causal,--, es básicamente un sin sentido, es un recurrir a la irracionalidad para encontrar explicaciones. Si aceptásemos el azar en el mundo, significaría que los sucesos ocurren simplemente sin causa alguna que las explique, suceden pues, porque sí, desde la nada, porque el azar no es un agente casual; el azar no tiene carácter ontológico, no es un ente específico. De modo que apelar al azar en búsqueda de acciones causales o co-causales, significa caer de bruces en la irracionalidad del pensar, y de la estructura de la naturaleza. Si se propone el azar como factor causal en el sentido de sucesos ‘acidentales’, en el contexto de la física moderna tradicional, resulta evidente que es inconsistente con la concepción mecanicista del mundo en la que todo movimiento/cambio que ocurra en la naturaleza, tiene una causa eficiente, siguiendo las leyes naturales (determinismo). De modo que proponer el

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azar como un factor condicionante causal, o rompe la concepción mecanicista determinista, dando cabida a otras posibilidades de acción y de causalidad en la naturaleza; o simplemente, se usa para encubrir la insuficiencia del mecanicismo físico-químico en dar cuenta de la aparición de estructuras complejas especificadas, pretendiendo que aparecen en forma ‘natural’. Se dice que el azar es lo que ocurre por accidente en la dinámica de la física tradicional, pero si nos atenemos con rigor al determinismo de la mecánica clásica, todo ocurre según la acción de las leyes naturales; nada ocurre en la naturaleza por accidente, al menos teóricamente. Cabría todavía una tercera posibilidad que conserva el determinismo de esta concepción física (pero no en forma estricta, exclusiva), y consiste concebir que la dinámica de la naturaleza con sus fuerzas elementales y leyes, conlleva una ‘causa final’ que explicaría la aparición de las estructuras fundamentales para la vida (y otros fenómenos naturales); pero como es bien sabido, la ‘causa formal’ y la ‘causa final’ de la tradición aristotélico-tomista medieval fueron eliminadas del estudio de la naturaleza por Descartes, para reducir la ciencia a las meras ‘causas eficientes’ medibles de la ‘extensión’ de los objetos naturales. (Ruiz R.F. 2014 (c)) Naturalmente esta tercera posibilidad es impensable para la ciencia moderna; las causas ‘formal’ y ‘final’ pertenecen a la metafísica. Con el advenimiento de la física cuántica el determinismo de la mecánica tradicional fue suplantado por el indeterminismo de la onda cuántica. El azar utilizado tradicionalmente para describir lo ‘accidental’ y lo ‘prácticamente’ difícil o imposible de medir del mundo físico, se va a usar ahora, para referirse a lo intrínsecamente indeterminado, del ámbito cuántico. El azar ya no describe accidentes, ni lo prácticamente inmedible, sino el comportamiento probabilístico derivado de la ‘incertidumbre’ inherente de los estados cuánticos. Es importante señalar que estos cambios radicales en la comprensión de la situación física, no trae ningún principio capaz de dar cuenta de formación de las configuraciones teleológicas biológicas. Lo que resulta increíble es que el NM esté ciego a estas, y otras dificultades que presenta la noción de azar, y no solo no cuestiona su uso en su forma operativa, práctica metodológica o hipotética en ciencia, sino que hace caso omiso, aun cuando se utiliza el azar con poderes causales o co-causales en algunas teorías que se proclaman auténticamente científicas. Esta situación ilustra una vez más la tremenda contaminación ideológica que sufre la ciencia en el momento actual. Auto-organización de la materia. Tampoco la propuesta de S. Kauffman, y otros investigadores, de la presencia de un principio de auto organización de la materia, resuelve el problema de la génesis de la organización compleja especificada de las estructuras biológicas básicas para el comienzo de la vida. Ya que la única manera de que tenga sentido explicativo este principio, es tomarlo de un modo un tanto tautológico: la materia se organiza en biología, porque posee un principio de autoorganización; una afirmación de hecho, sin explicación. Los problemas surgen cuando se tratan de explicar los detalles de esta autoorganización, con las características reales de los elementos químicos (leyes de la físico-química) pertinentes que se encuentran sumidos en la sopa primigenia. Para que surjan las moléculas y las complejas estructuras multi-moleculares esenciales para la aparición de la vida –al igual que en la

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evolución química propiamente tal--, se requiere de un azar providencial. (Meyer S. 2013. C. 15, pag. 291 ss.) El azar desde la informática/matemática. Sols F. (2015) considera que el azar es un concepto ubicuo que puede entenderse en términos generales como ‘indeterminación sin diseño’. Se utiliza fundamentalmente en física estadística y física cuántica, pero, según este autor, el azar entraña un serio problema, “…nunca puede asignarse con seguridad a una secuencia concreta de sucesos convenientemente cuantificados.” La razón de este problema se desprende de los estudios del matemático y estudioso de las ciencias de computación Gregory Chaitin, realizados en la segunda mitad del siglo XX. Para Chaitin bajo la influencia de los Teoremas de Gödel y de los estudios en computación de Alan Turing, dentro de la teoría algorítmica de la información, le resulta más sencillo definir la ausencia de azar, que probar su presencia. Así dice que en una secuencia matemática larga –por ej. de: 0s y 1s--, no es aleatoria (este vocablo equivale a azar en este tipo de ciencias), si se puede comprimir en una secuencia más corta que, en una computadora la puede reproducir, esto es, que la contenga; en otras palabras, una serie aleatoria no es ‘comprimible’. Esto significa que no es posible decir que una secuencia larga de sucesos, es aleatoria, porque siempre cabe la posibilidad de crear –diseñar--, un programa más corto que la produzca; es ‘indecible’ que sea aleatoria. (Final Project Theory) El azar en esta perspectiva de Chaitin, --“indecible”--, se puede considerar una hipótesis útil, incluso necesaria en algunos contextos [informáticos-matemáticos]; Sols menciona por ejemplo, su uso en física cuántica. Es interesante que este concepto, tan vacío, insustancial e ‘indecible’, se use, aunque solo sea en forma operativa, en descripciones matemáticas de la microfísica; las implicaciones filosófico-metafísicas, y epistemológicas, de este uso, serían importantes de explorar. En todo caso, lo importante a recalcar es que una teoría con carácter universal, que invoque el azar en secuencias matemáticas (u observaciones matematizadas) no se puede sostener como tal, porque el azar no se puede asignar a ninguna secuencia matemática larga. La ‘mejor explicación’ disponible. La acción inteligente es la ‘mejor explicación’, porque esta causalidad es capaz de generar dichas configuraciones genéticas, este poder causal está adecuadamente fundamentado en la observación empírica actual. De manera que si no hubiese actuado esta causa inteligente en la historia del universo, el curso esperado de los sucesos fisicoquímicos, de acuerdo a sus propiedades físicas (sin capacidad de organización significativa), hubiera sido una complejidad inespecífica de elementos químicos, sin ninguna meta funcional, ni propósito, desordenada; sin teleología. Sin vida posible. El poder explicativo de la propuesta de la TDI constituye una comprobación de su validez, particularmente cuando se compara con hipótesis alternativas (evolución química). La complejidad de los procesos genéticos es tan enorme que conviene tenerla presente para comprender cabalmente el poder explicativo de una causalidad inteligente. Sobre este tema es importante recordar que el ADN necesita de estructuras proteicas (complejas y especificadas) para cumplir sus funciones de proveer información esencial para la formación estructural de proteínas, regulación genética y otras funciones. A su vez, estas sustancias proteicas necesitan del ADN para su formación; tenemos una curiosa situación de origen que muestra la tremenda dificultad que enfrenta la

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perspectiva neo-mecanicista para explicar el origen primario de esta complejidad estructural/funcional. Se puede apreciar fácilmente que la hipótesis de acción inteligente, no surge de la ignorancia, ni se trata de una tesis a priori, sino por el contrario, emerge de la experiencia y de la observación de la acción creadora implementada por la inteligencia humana: codificación de mensajes y generación estructuras teleológicas complejas, para lo cual es necesario, como ya se ha dicho: conocimiento, discernimiento y propósito. Esta hipótesis se presenta con carácter probabilístico, susceptible de ser potencialmente reemplazada por una hipótesis competitiva más explicativa y fructífera, siguiendo la dinámica propia de la ciencia. Una acción inteligente envuelta en la organización de las estructuras complejas especificadas, no rompe ni altera ninguna ley natural establecida, estas siguen funcionando en una estructura físico-química con configuración teleológica. De este modo la TDI se injerta orgánicamente en la ciencia a través de la epistemología de las ciencias históricas, y queda patente que en modo alguno la TDI propone una hipótesis dogmática, muy por el contrario, espera que la ciencia continúe las exploraciones en búsqueda de hipótesis competitivas. En este proceso dinámico se aseguran en ciencia, las tesis con mejor poder explicativo, y con documentada causalidad adecuada. Agente o agencia inteligente. La propuesta de una acción inteligente en la génesis de las estructuras básicas para el comienzo de la vida implica la presencia de una agencia o agente inteligente; esta implicación de carácter metafísico es ‘permitida’ en consideración a los hechos empíricos; no es una proposición que se ‘invoca’ para justificar la presencia de inteligencia en biología. La apertura a lo no natural no significa que la TDI –la ciencia--, deba estudiar las características de esa agencia, o que pueda hacer predicciones de futuras acciones inteligentes, este tema corresponde a otras disciplinas; la TDI se limita a diagnosticar y estudiar las configuraciones teleológicas y a realizar predicciones en base a estas investigaciones. La TDI y la metodología de la ciencia. La TDI resulta perfectamente aceptable para la ciencia, no solo porque cumple con los requerimientos epistemológicos propios de las ciencias históricas, sino porque también es perfectamente compatible con la actividad científica en general, si se destacan las características metodológicas de la ciencia, que enfatizan su base empírica con observación y análisis de los fenómenos estudiados (en las ciencias históricas: vestigios cuando presente, o fenómenos análogos), para elaborar teorías o sistematizaciones con el mejor poder explicativo que den cuenta de los datos correspondientes, y que sean además, sencillas --con un mínimo de supuestos agregados para acomodar su poder explicativo--, coherentes y fructíferas en generar nuevas investigaciones. Y muy importantemente, la metodología científica exige la confrontación constante de estas hipótesis/teorías/sistematizaciones aceptadas, con la observación de nuevos fenómenos y resultados de investigaciones pertinentes, que ponen a prueba su efectividad explicativa y su coherencia. Se trata de un proceso dinámico en constante revisión; la meta de la ciencia es la adquisición de conocimientos, apoyados en evidencias empíricas. La ciencia no tiene una metodología estándar que se aplique a todas las actividades científicas, ya que tiene que ajustarse a diversos fenómenos y sucesos en variadas circunstancias; así

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tenemos las ciencias experimentales que constituyen el paradigma de las ciencias, pero también tenemos ciencias observacionales en las que los experimentos o son reducidos o ausentes, como podría ser el caso de ciertas áreas de la astronomía; ciencias históricas que estudian sucesos remotos y utilizan sucesos-causales más que leyes naturales en sus explicaciones; ciencias teóricas, etc. Sin embargo, las características metodológicas generales señaladas más arriba, se pueden considerar señeras de la actividad científica porque enfatizan la colección de datos observacionales, y experimentales cuando posibles, y la constante revisión de evidencias y de teorías, lo que la salvaguardan de errores inveterados y de insuficiencias. Críticas a la TDI desde el Naturalismo Metodológico (NM). Críticas a partir de una definición de ciencia. Los filósofos de las ciencias se muestran en acuerdo al aceptar que no hay una definición única e inflexible de ciencia, y que en muchas circunstancias de la práctica de la actividad científica, los límites de la ciencia se vuelven borrosos y fluidos al entrar en contacto con otras disciplinas, e incluso con casos de pseudo-ciencia. Es sabido que la ciencia enfrenta el conocido problema de la demarcación, en determinar cuáles son los parámetros que la definen, cuáles son sus fronteras que permitan diferenciarla de la no-ciencia, de la pseudociencia. Este es un problema complicado, porque la práctica científica no tiene un método único que permita identificarla, sino que ésta se adapta al objeto y meta del estudio. Koperski, J (2015. Pág. 208) señala que en la historia del conocimiento de la naturaleza se puede notar una cadena cambiante de ‘principios regulatorios’ de la actividad científica que fijan un marco conceptual para la validez de este proceso cognitivo, desde la teoría de las cuatro causas aristotélicas, hasta más recientemente la estabilidad del universo, pasando por las colisiones inmediatas cartesianas y las fuerzas actuantes a distancia de Newton. No obstante estas características del proceso científico, en términos generales, se puede afirmar que los aspectos metodológicos fundamentales señalados más arriba, –sin afán de definición estricta-- son particularmente significativos para la ciencia moderna, especialmente para las ciencias experimentales que constituyen el cuerpo fundamental de la ciencia, y la más patente muestra de su éxito práctico. La normativa del NM constituye un esfuerzo más en lograr una definición que pueda separar la ciencia de otras actividades cognitivas, pero de partida esta pretensión resulta ilusoria, con el agravante que limita sus posibilidades innecesariamente, particularmente en algunas ciencias históricas. Tal es el caso de la TDI, que no propone nada sobrenatural en la explicación de las configuraciones de las complejidades especificadas biológicas, sino que nada más que una inteligencia organizadora, la inteligencia no es una fantasía inventada, sino un hecho constatado en la vida diaria. La TDI, como ya señalado, sí apunta a lo metafísico en cuanto a la agencia inteligente responsable, pero sin incorporarla a la ciencia propiamente tal. Tanto el NM ontológico como el NM suave no se diferencian en la imposición de su normativa dogmática, esta se reduce a una diferenciación más bien retórica; la ideología naturalista impregna a ambos naturalismos metodológicos. Como ya hemos visto a propósito del Naturalismo Ontológico, las leyes naturales no tienen el carácter absoluto con que las pretende presentar el NM. Agregamos aquí otra característica de

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lo que se denomina ‘leyes naturales’ y se refiere a que estas leyes son más bien descriptivas de una situación natural (regularidades observadas), más que explicativas de esa situación (el por qué existen esas regularidades), y además se suponen absolutas y necesarias. Si se buscan explicaciones científicas a estas leyes, estas explicaciones todavía siguen siendo más descriptivas que explicativas, y así sucesivamente. La ciencia simplemente no tiene explicaciones últimas, solo acepta y estudia lo dado en la naturaleza; las explicaciones científicas no alcanzan las causas últimas, el terreno metafísico no es su área de trabajo. De manera que aplicar dogmáticamente el NM para rechazar la TDI, basándose en una definición de ciencia que solo acepta como explicaciones las basadas en las leyes naturales y prohíbe todo contacto con lo sobrenatural, es una arbitrariedad y además una inconsecuencia, puesto lo metafísico rodea todo lo que la ciencia estudia. Así por ejemplo, las fuerzas elementales de la naturaleza se aceptan como se presentan con sus rasgos primarios, la ciencia las toma como tales, simplemente están ahí, la física las estudia, las mide, las cataloga, e intenta explicarlas del mejor modo posible de acuerdo a las teorías aceptadas del momento; simplemente no cuestiona de donde se originan últimamente, ni por qué tienen las características básicas que poseen. Se podría decir que tanto las estructuras complejas especificadas en biología, y los campos de energía y las entidades corpusculares en física, tienen igualmente implicaciones metafísicas, la diferencia radica en que las estructuras complejas especificadas entrañan una configuración inteligente, lo que es obviamente enigmático, y no se puede desdeñar fácilmente; no se puede adoptar una actitud indiferente frente a las estructuras biológicas, que obviamente muestran teleología e imbricación de metas y fines para hacer posible la vida de un organismo. La ciencia no debe estar sorda y ciega a esta complejidad del mundo viviente, no debe ignorar que la inteligencia organizadora está presente a este nivel de la realidad; la ciencia no debe insistir en abordar estos fenómenos con simplicidad neo-mecanicista. En cambio, las fuerzas elementales de la física –que toman distintas expresiones--, no ofrecen ninguna complejidad particular, ni teleología significativa, se manifiestan con aparente sencillez, por lo que puede dejar a la metafísica el problema del origen del ser de las cosas con las que trabaja, incluyendo sus características radicales; o caer en la especulación y proponer, aunque sea en términos fisicomatemáticos, la posible eternidad de todo; pero la eternidad es clara y definitivamente ni observable, ni medible, por lo que esta proposición no es científica, sino más bien metafísica (el infinito matemático es abstracto, pero en el contexto de la física adquiere un carácter metafísico). Los filósofos de las ciencias han señalado que la ciencia envuelve ineludiblemente elementos metafísicos y supuestos de diversos tipos, tanto de carácter filosófico como técnico, y también de nociones metafísicas subyacentes. Pero la metodología fundamental de la actividad científica limita el riesgo de que incurra en predicamentos ideológicos, o adopte procedimientos dogmáticos, y asegura, no solo una ‘comprensión’ de la materia estudiada, sino también un ‘manejo’ práctico de esa realidad. La ciencia simplemente no necesita de un soporte metafísico ad hoc –como el Naturalismo Metodológico--, ni para su definición y ni para preservar su credibilidad y efectividad. La ciencia no debe adentrarse en terrenos que no le

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corresponden, como el metafísico, al que el naturalismo materialista ideológico la empuja. La ciencia debe reconocer sus límites y no sucumbir a especulaciones sin apoyo alguno en la evidencia, que luego pregona como reales para probar una agenda ideológica, sirve de ejemplo algunas especulaciones metafísico-matemáticas de la cosmología contemporánea. En este ánimo, se oyen voces que sugieren eliminar de la ciencia, el requerimiento metodológico de apoyarse en la evidencia para elaborar sus teorías; la contaminación ideológica de la ciencia es tan intensa y maligna, que amenaza seriamente su identidad epistemológica y su idoneidad. El Naturalismo Metodológico a priori. El NM se impone claramente como una normativa a priori, sin flexibilidad ni discernimiento metodológico, esto se hace evidente en su repudio de la propuesta de la TDI. La hipótesis de la TDI, como hemos visto, emerge de datos empíricos y debiera suavizar o modificar la norma del NM; pero esto no sucede, la ideología imperante en ciencia no lo permite. Muchos intelectuales y científicos insisten que el NM no es una norma a priori, que la ciencia no está de partida comprometida metafísicamente, que el NM no es un rasgo definitorio de la ciencia, sino que por el contrario, esta normativa es un producto de la experiencia, un a posteriori de la actividad científica de tipo naturalista, de su éxito, de su productividad, y de la tradicional falla de las explicaciones no-naturales en ciencia. Pero, como ya hemos señalado repetidas veces, la TDI no niega el éxito explicativo y práctico de la visión neo-mecanicista del mundo físico-químico, pero muestra su incapacidad para percibir y aceptar la presencia de configuraciones biológicas configuradas en forma inteligente en el sustrato que hace posible la vida. La TDI solo propone suplementar e integrar esa visión neo-mecanicista en un marco más amplio, y hacer más comprensible el mundo natural, particularmente, el biológico. Pero esta proposición no es compatible con el apriorismo del NM. El NM pasa de ser una posible regla metodológica, para convertirse abiertamente en una norma a priori de claro corte ideológico, que se impone en forma dogmática, impidiendo un desarrollo amplio y enriquecedor de la ciencia. Azar y diseño como ‘indecibles’ en logaritmos informáticos/matemáticos. Como vimos en la sección anterior sobre Azar realizada desde la informática/matemática, según el análisis que ofrece Chaitin, en una serie matemática (u observaciones empíricas debidamente matematizadas) no se puede asegurar –demostrar—, que sea aleatoria, y tampoco se puede refutar en principio, que la serie envuelva una teleología. Esta situación de ‘indecibilidad’ de las secuencias matemáticas largas, tiene, de acuerdo con Sols (2015) consecuencias prácticas, en la medida que el azar es entendido como ‘indeterminación en ausencia de diseño’, y el diseño no se puede descartar: “…nunca puede ser legítimo presentar la ausencia de diseño, como una conclusión científica [matemática].” De modo que en una serie matemática (incluyendo series de observaciones de objetos naturales matematizados), no se puede diagnosticar azar, ni eliminar diseño. Sols (2015) ve que esta conclusión podría ser beneficiosa para las teorías que proponen diseño como una teoría general, en una serie matemática (incluyendo observaciones matematizadas). Pero agrega, que si seguimos el criterio de Karl Popper para la validez de una teoría científica –con carácter de ley general--, no se puede adscribir aleatoriedad ni diseño a una teoría consistente en una serie matemática, puesto que estas características no se pueden probar ni

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refutar, por tanto caen fuera de las proposiciones científicas. El criterio de Popper requiere que para que una afirmación teórica de carácter universal sea considerada como científica debe ser susceptible de refutación; una teoría con este carácter universal, solo se puede refutar, no se puede verificar, porque simplemente no se conocen los resultados de todas las posibles instancias de la teoría. En el caso de azar y de diseño, la imposibilidad de demostración o refutación no es de carácter práctico, sino genuinamente teórica, supuestamente desprendida por Chaitin de los teoremas lógicos de Gödel y los estudios de Turing. En palabras de Sols (2015): “…el trabajo de Chaitin sobre la indecibilidad del azar nos lleva a la conclusión que la hipótesis del diseño es irrefutable como ley general [teoría] mientras que la hipótesis del azar es inverificable en cualquier caso particular. Ambos casos de suposiciones quedan fuera del alcance del método científico.” De manera que, en cualquier caso en que se sugiera diseño en una observación natural matematizada,…..“no puede haber un experimento u observación decisivos”….para determinarlo. Estas afirmaciones tan categóricas hechas en nombre de la ciencia merecen un breve comentario. Es cierto que el criterio de Popper para definir una teoría científica es el más conocido entre los científicos practicantes, pero no es de corte absoluto, hay otras dimensiones de las teorías científicas que no son consultadas en este criterio, como el ser un núcleo para un programa científico, de modo que, experiencias u observaciones contrarias a la teoría, no resultan automáticamente en su rechazo. En lo que se refiere a la tesis de Chaitin, solo es importante recordar que su interpretación de los Teoremas de Gödel es controversial (Panu R. 2001. Franzen, T. 2005). Pero lo más importante y obvio, es que el diseño al que se refiere la TDI no es una suposición realizada desde una secuencia matemática, sino una evidencia empírica, estructuras bioquímicas complejas que funcionan con una teleología manifiesta e indiscutible, al punto que los opositores recalcitrantes de la TDI admiten que se trata, al menos, de un pseudodiseño. La tesis presentada por Sols (2015. Nota: 33) implica que si las estructuras teleológicas biológicas se pudieran describir matemáticamente de modo adecuado, dejan de ser diseño; o puesto de otra manera, si se describen igualmente en forma matemática una bicicleta y una mariposa (si esto fuera realmente posible), uno es obviamente diseño porque se conoce al diseñador –un ser humano--, y la otra no, porque se desconoce al diseñador; simplemente en el caso de la mariposa no se puede asegurar que es diseño, es controversial. Ahora, que desde el punto de vista de esta lógica matemática no se puedan generar experimentos para probar diseño en ninguno de los dos, hace pensar que se trata de una tesis que no tiene aplicación en este terreno de la realidad: las estructuras complejas teleológicas de la biología; los diseños aquí son obvios (hay que recordar que la tesis de Chaitin surge de los logaritmos informáticos). Pareciera que con esta lógica lo que definiría un diseño en buenas cuentas sería la presencia –real o ilusoria--, de un diseñador, no su estructura fenomenológica, que en biología es claramente funcional. En relación a esta tesis es conveniente recordar los estudios informáticos/matemáticos de Dembski, que diferencian en las estructuras complejas, la complejidad desordenada y la complejidad especificada, que coincide con una forma –patrón--,

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significativo independiente; esta forma especificada, en biología, indica una estructura teleológica funcional. Por lo demás, negar la calidad de diseño patente a una estructura como el ADN, por no conocer a su posible diseñador, simplemente implica un prejuicio metafísico, que no es propio de la ciencia, sino de una ideología. Esta sección es incluida en este trabajo sobre NM y TDI, básicamente porque se pretende excluir del campo científico el reconocimiento de diseño en la naturaleza, en base a una concepción lógica de secuencias matemáticas que probablemente tiene sentido en computación e informática, pero no en otras áreas de la realidad, particularmente de la naturaleza viviente, a este nivel no resulta en modo alguno convincente. Es claro que la tesis resulta inadecuada al hacer depender la presencia de diseño obvio –bicicleta, mariposa, ADN-- del conocimiento del diseñador, y no de las características de la configuración de las estructuras mismas del fenómeno, matemáticamente descrito, o no, que es lo definitorio de diseño. Pero también se incluye, porque ilustra muy claramente, cómo se filtran fácilmente, los prejuicios ideológicos en la actividad científica, y se dictamina desde ellos, con la apariencia de ser destilados de la más pura lógica matemática. Dios de las hendiduras. Con esta expresión se señala el uso de explicaciones causales de carácter sobrenatural, particularmente Dios, en los problemas que presenta la ciencia. En estos casos, Dios se convierte en un comodín para llenar una ranura de ignorancia causal en el proceso teórico de la ciencia, y naturalmente, esta solución de recurrir a una acción divina es muy fácil, pero entraña el riesgo de dañar la vocación científica y el entusiasmo que despiertan los hallazgos de la ciencia. Si Dios entra a manipular la naturaleza no se puede confiar en las leyes naturales, y como consecuencia, se cercena el interés por la búsqueda de la verdad científica que permite el manejo del naturaleza; si Dios intervino una vez, puede volver a hacerlo en cualquier momento. Sin embargo, hay autores que no ven en forma negativa la utilización de lo sobrenatural como explicaciones causales en ciencia; Koperski, por ejemplo comenta la opinión del filósofo WVO Quine: “…siendo él un ardiente naturalista [considera que]: si la mejor explicación para un fenómeno natural es diseño, aun diseño sobrenatural, eso todavía contaría como una explicación científica.” (Koperski J. (2015). Pág. 214.) La TDI es una ciencia de tipo histórico que propone la hipótesis de una acción inteligente para explicar el origen primigenio de las estructuras biológicas especificadas; esta hipótesis se fundamenta en la analogía de estas estructuras, particularmente el ADN, con el lenguaje y formas teleológicas generadas únicamente por la inteligencia humana. La acción inteligente no altera, ni desordena el funcionamiento de las leyes de la naturaleza, las complementa para generar esas estructuras teleológicas; no se produce en modo alguno un conflicto entre ellas; la estabilidad de la ciencia es preservada, y enriquecida. La TDI no es un caso de Dios-de-las-hendiduras. En las ciencias experimentales que recurren directamente al poder causal de las leyes naturales, es comprensible que se mire con desconfianza una hipótesis con tonos sobrenaturales. Sin embargo, este recelo no es razón para la imposición dogmática de la normativa del NM, porque la metodología fundamental de la ciencia descartará cualquier hipótesis –natural o no--, que no

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tenga poder explicativo y productividad competitiva con respecto a hipótesis alternativas. El hecho que una hipótesis no-natural sea propuesta en la dinámica de la ciencia, no significa que deba ser automáticamente rechazada, si cumple con los requisitos exigidos de poder explicativo y productividad, como lo comentan algunos filósofos, entre otros, Quine y Plantinga. La ciencia actual ideologizada, se cierra a la posibilidad de que Dios --o un agente inteligente--, pueda intervenir en la naturaleza, pero esta actitud, no es un producto de la actividad científica, es una idea de carácter metafísico adoptada e impuesta por la ciencia, lo que cierra la posibilidad de estudiar científicamente la naturaleza en un marco metafísico más amplio, tolerante y fructífero. En el caso de las ciencias históricas o del origen, en muchas de las cuales, ni la observación, ni la medición, ni la experimentación son posibles de realizarse, ni tampoco son factibles de reproducirse adecuadamente, el recurso a lo no-natural es más comprensible, porque el origen de ciertos fenómenos naturales, como el origen del universo, el comienzo de la vida y de la conciencia humana, tocan muy de cerca posturas metafísicas; el origen último de las cosas está fuera del alcance de la metodología de la ciencia. De modo que excluir lo sobrenatural del contorno de la visión científica, ya sea porque se adhiere a una definición ideológica (naturalista/materialista) de ciencia o, por concebir la causalidad en el mundo de una manera exclusivamente física –como hemos visto anteriormente--, no resulta ni clara, ni legítima. El negar la posibilidad de lo sobrenatural en estos casos, implica inevitablemente una postura metafísica (naturalista/materialista), con lo que la ciencia entra ilícitamente a opinar dogmáticamente en ese terreno. Y esto es lo que ocurre con la TDI, el NM la rechaza por su connotación de un agente inteligente en el origen de las estructuras biológicas complejas especificadas, aunque solo se apunta a esa dimensión, en consideración a la presencia clara y objetiva de su configuración inteligente. La TDI propone fundamentalmente que se reconozcan estas características y se estudien como corresponde. ¿Cómo pudo ocurrir una agencia causal inteligente en nuestro universo? La respuesta a esta pregunta cae fuera de la esfera de la ciencia. En este punto se debe recalcar lo ya dicho, la TDI no propone su tesis dogmáticamente, sino como la mejor explicación disponible; está abierta a ser desplazada por hipótesis alternativas –incluyendo tesis naturalistas-- que brinden una explicación mejor y bien fundamentada. Algunos autores han adscrito al NM señalando que de este modo se previenen, no solo las buenas acciones de lo sobrenatural, sino también las malas; esto es, posibles distorsiones causales en los fenómenos naturales, que embrollarían a los investigadores; algo así como la intervención de un genio maligno. Si existiera en verdad un genio maligno que interviniera en el mundo --en nuestras neuronas--, haciéndonos creer cosas inexistentes o falsas, no podríamos obviamente eliminarlo con nuestra creencia en la ontología naturalista materialista. Pero, es patente que en ciencia se tiene control metodológico de las situaciones estudiadas, y se pueden observar y ratificar el comportamiento de las fuerzas fundamentales de la naturaleza –de las cuales derivan sus leyes; y muy importantemente, podemos beneficiarnos de los conocimientos científicos con su aplicación tecnológica. La ciencia tiene un carácter pragmático muy fuerte y convincente.

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La ciencia puede perfectamente estudiar algunos supuestos efectos causados por una agencia metafísica y también algunos efectos posibles parapsicológicos –y similares--, realizando investigaciones bien diseñadas, ateniéndose rigurosamente a la metodología científica. No se pueden rechazar este tipo de estudios científicos simplemente por no conocer cómo se producirían estos efectos; la ciencia con sus estudios puede llegar a situaciones límites, en las que tiene que apuntar en una dirección más allá de su propia actividad. La ciencia no debe encerrarse en un reduccionismo ideológico que la paralice, y que solo sirva intereses sectarios; más bien debe esforzarse en mantener una cosmovisión amplia en la que pueda operar con máxima productividad. Básicamente la objeción de perturbación de las regularidades naturales del mundo –leyes de la naturaleza--, que hace el NM con respecto a la TDI, no es más que una escusa para endosar una ideología materialista. La crítica de usar a Dios para suplir nuestra ignorancia –Dios-de-las-hendiduras--, alcanza su máximo sentido y fuerza, cuando se supone un trasfondo metafísico materialista-naturalista del mundo, concebido éste, como una gran y compleja maquinaria, lograda evolutivamente, y operada por las cuatro fuerzas elementales y las consecuentes leyes de la naturaleza (naturalmente –e inconsecuentemente con sus propios principios--, ayudada por el azar). Un mundo así concebido, es totalmente susceptible de ser adecuada y certeramente conocido y entendido, exclusivamente por el poder epistemológico de la ciencia, y además manejado, con la aplicación tecnológica del conocimiento logrado; en este contexto, apelar a Dios es por principio una muestra de ignorancia. Esta visión naturalista/materialista extrema, y además reduccionista, se refleja muy bien en la exaltación del NM. Pero esta concepción de la física tradicional, rígida y determinista, se ve ahora desafiada por la física cuántica que rompe el determinismo, corroyendo de este modo, las bases que pretenden sustentar al NM, y pone además, una nota ‘probabilística’ a la evolución cosmológica. Sin embargo, es importante señalar que esta nueva física, no ofrece ningún principio organizador capaz de explicar las complejidades biológicas. De manera que, una visión de la naturaleza exclusivamente ‘neo-mecanicista’ o ‘cuántica’, se transforma en un reduccionismo obviamente insuficiente, que si presentado en forma rígida y dogmática, adquiere carácter ideológico. La TDI como una estrategia para imponer una religión. El NM se ha justificado clamando que la TDI se trata de una estrategia camuflada para demostrar la existencia de Dios y que intenta imponer una doctrina religiosa, cuando apunta a un agente inteligente envuelto en la génesis de estructuras biológicas teleológicas. Como ya hemos visto, la TDI parte de la observación y del análisis de las estructuras biológicas teleológicas, particularmente del ADN, y constata que no hay ninguna fuerza física elemental, ni ley natural con la capacidad de generar estas configuraciones funcionales. Estas estructuras complejas denotan un ordenamiento específico para lograr una meta biológica que solo una inteligencia puede generar. La TDI se reduce a proponer que la hipótesis más adecuada para explicar estos fenómenos es una acción inteligente; una acción inteligente implica una agencia o agente causal inteligente, los hechos empíricos permiten esta conclusión con proyecciones metafísicas. Sobre este tema se debe repetir, la TDI no especula acerca de la naturaleza ni de las características del agente o agencia inteligente responsable, ni tampoco propone ningún credo religioso.

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Con el panorama ideológico –que reina en la ciencia contemporánea--, proponer, o meramente atisbar, una acción no natural, como lo plantea la TDI, constituye una posibilidad inadmisible para la ideología materialista. Es perfectamente razonable que la ciencia proceda buscando regularidades en la naturaleza, y teorice acerca de leyes, fuerzas y dinámicas de los fenómenos naturales, como también lo es que no proceda solicitando la ayuda de Dios para resolver los problemas que encuentra en su camino, paralizando así su espíritu crítico y espontaneidad intelectual. Pero esto no significa que deba adscribir o contaminarse con ideologías ajenas al proceder científico, para caer en una visión del mundo que ciegue la conciencia de los límites de su paradigma, e impida ampliar el marco metafísico que ha adoptado. El dogmatismo ideológico, que espera resolver con la ciencia tipo ‘neo-mecanicista’, y ahora cuántica, todas las interrogantes que nos plantea la naturaleza, conlleva el peligro de la paralización del pensar y de la creatividad científica. Solo la acción inteligente humana. Algunos promotores del NM están dispuesto a aceptar la acción humana inteligente como un factor causal, pero no otra posible acción inteligente fuera de ésta, nada sobrenatural; y están dispuesto a aceptar la acción humana inteligente como causa, fundamentalmente, porque, como ya hemos visto, el naturalismo ontológico está amarrado al cierre causal, y considera la mente (inteligencia) operando en base material: el cerebro, que sería en última instancia el factor causal físico. Una postura anti-intuitiva, francamente absurda, puesto que vivimos, pensamos y razonamos desde un estado vital, en que lo ‘mental’ y lo ‘material’ son divisiones que se realizan desde este estado primario, para estudiar nuestra compleja condición. De manera que reducir lo ‘mental’ a lo ‘físico’ olvida la división que se hace desde la experiencia primaria que es el vivir, que es nuestra realidad más básica y radical. A lo absurdo hay que agregar, que al reducir lo ‘mental’ a lo ‘material’, nos encontramos nuevamente con que el mundo material físico no posee los factores causales capaces como para generar la organización teleológica de un cerebro como el nuestro, y que mente-cerebro interactúan, y ambos son necesarios para tener un ser humano, para tener una persona, irreducible ni a “cerebro” ni a “mente”. La persona encierra el misterio, del saber y de la ignorancia, del bien y del mal, de la vida y de la muerte; en otras palabras, es el centro primario de nuestro ser. Cambio de paradigma en ciencia. Resulta claro que se necesita un cambio de paradigma de las ciencias de la naturaleza, para homogenizar el confuso campo epistemológico que se presenta con el modelo neo-mecanicista en el nivel físico-químico, y en otro, la necesidad de estudiar las complejidades biológicas que presentan teleología y causalidad descendente. La captación de la causalidad inteligente no rechaza la causalidad derivada de las fuerzas elementales, la complementa y las integra en una visión más amplia y con sentido de vida. La TDI obliga a un cambio de paradigma en la ciencia, no para estudiar lo sobrenatural en cuanto tal como un objeto científico, lo que es obviamente imposible y fuera del campo científico, sino para mostrar que tenemos ante nuestros ojos, objetos naturales biológicos estructurados con una organización inteligente que deben ser estudiados como tal en forma científica. Es fácil de entender que la presencia de configuraciones biológicas que implican inteligencia, son inquietantes e inaceptables para la ideología naturalista materialista, pero esto

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no debe ser una preocupación para la ciencia que debe atenerse a lo dado como mejor se pueda entender y estudiar, sin prejuicios ideológicos. La apertura que propone la TDI en el estudio científico de la biología, limita la tendencia reduccionista que muestra la ciencia contemporánea intentando explicar todo lo existente, desde lo ínfimamente microscópico hasta la conciencia humana, como producto de una visión exclusivamente física del mundo. Un fisicismo reduccionista neo-mecanicista, que fuerza su camino alimentado por el naturalismo materialista. La aparición de formas biológicas teleológicas en el curso de la historia cosmológica, resulta –sin duda--, amenazante para la ciencia física casada con el naturalismo materialista que favorece una ‘evolución cósmica’ de carácter neo-mecanicista o cuántico, basado en las fuerzas primarias de la naturaleza y sus diversas expresiones. La TDI que intenta explicar el origen de estas estructuras teleológicas requiere un cambio de paradigma en la ciencia, y un desligarse de las ideologías agregadas que la limitan, para poder estudiar lo dado en la naturaleza, tal como se presenta, y se entienda mejor. La incorporación de la causalidad inteligente constituye un avance necesario e enriquecedor para la ciencia. BIBLIOGRAFÍA: Boudry Maaten, Blancke Stefaan, Braeckman Johan (2010). How not to attack Intelligent Design Creationism: Philosophical misconceptions about Methodological Naturalism. https://sites.google.com/site/maartenboudry/teksten-1/methodological-naturalism (Accedido en febrero del 2015) Chaitin, Gregory (2010). Omega and why maths has no TOEs. + plus magazine. https://plus.maths.org/content/os/issue37/features/omega/index (Accedido en marzo del 2015) Koperski, Jefrrey (2015). The Physics of Theism. Willey Blackwell. Dembski, William (1998). The Design Inference: Eliminating Chance Through Small Probabilities. Cambridge; Cambridge University Press. Dembski, William (2004). The Design Revolution. Answering the Toughest Questions About Intelligent Design. Downer’s Grove: InterVarsity Press.

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