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MITOS Y LEYENDAS DE AFRICA, ASIA Y OCEANÍA FABIO SILVA VALLEJO SANTA MARTA JULIO 2003

Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

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Page 1: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

MITOS Y LEYENDAS DE AFRICA,

ASIA Y OCEANÍA

FABIO SILVA VALLEJO

SANTA MARTA

JULIO 2003

Page 2: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

INDICE

MANUI, EL QUE TRAJO EL FUEGO

Mito de Nueva Zelandia

LEYENDA DEL DIOS DE LA PORCELANA

Leyenda China

LA HUIDA DEL PINTOR LI

Leyenda China

EL BRAHMÁN, EL TIGRE Y EL CHACAL

Leyenda India

CÓMO NACIÓ EN LA INDIA EL ÁRBOL DEL PAN

Mito de la India

LA JUSTICIA DEL CADÍ

Leyenda de Arabia

IMÁN DEL YEMEN

Leyenda de Arabia

SAMBA GANA

Leyenda del Níger)

DE PURA RAZA

Leyenda de Níger

DAN-AUTA

Mito de Malí

HAZAÑAS Y AVENTURAS DE GILGAMESH

Mito de Mesopotamia

LA VENGANZA DE ISHTAR

Mito de Mesopotamia

LA MUERTE DE ENKIDU

Mito de Mesopotamia

EL HOMBRE QUE PUDO SER DIOS

Leyenda de Mesopotamia

MARDUK EL DIOS TRIUNFADOR

Mito de Mesopotamia

LA MUERTE DEL DRAGÓN

Leyenda de Mesopotamia

Page 3: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

EL REY KITAMBA KIA SHIBA

Leyenda de Angola

CÓMO NGUNZA DESAFIÓ LA MUERTE

Leyenda de Zambia

EL RELATO DE LOS BOSHONGO.

Mito de Zaire

LA HISTORIA DEL AVARO

Leyenda de Ruanda

EL HOMBRE QUE QUISO A IRUWA

Leyenda de Tanzania

LA NOVIA DEL TRUENO

Mito de Ruanda

LA LEYENDA DE MARWE

Leyenda de Etiopía

RYANG’OMBE, EN RUANDA

Leyenda de Ruanda

LA MUERTE DE RYANG'OMBE

Leyenda de Ruanda

SUDIKA-MBAMBI, EL INVENCIBLE

Mito de Kenya

MBEGA, UN NIÑO CON MALA ESTRELLA

Leyenda del Africa Meridional

LA DIOSA RADHA Y SU PENITENCIA POR LA TIERRA

Mito de la India

EL MAHABHARATA

Mito de la India

EPISODIO DE NALA Y DAMAYANTI

Mito de la India

EL RAMAYANA

Mitos de la India

WANG SHUH, UN HERBOLARIO

Leyenda China

LA CAÍDA DE LA DINASTÍA HEA.

Leyenda China

Page 4: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LAS LAGRIMAS DE SUSA-NO-WO

Leyenda Coreana

EL CAZADOR DE DRAGONES Y SU RIVAL

Leyenda de Corea

ANTAÑAVO, EL LAGO SAGRADO DE LOS ANTANKARANA

Leyenda de Madagascar

EL MITO DE OSIRIS

Mito de Egipto

MITO SOBRE EL SABER SALADO DEL MAR

Mito de todos los países musulmanes

EL LEVIATÁN

Mito del mar Mediterráneo

LA LEYENDA DEL DRAGON

Leyenda de Japón

EL MITO DE LA CREACION

Mito del Tibet

EL CICLO DE TANGUN

Leyenda de Corea

EL MITO DE LA CREACION DE LOS ANANGU

Mito de Australia

LA LEYENDA DE RA Y HATHOR

Leyenda de Egipto

LA HISTORIA DE ISIS

Leyenda de Egipto

Page 5: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

MANUI, EL QUE TRAJO EL FUEGO

Mito de Nueva Zelandia

Del héroe Manui se cuentan hazañas prodigiosas. Fue Manui quien sacó del fondo del

mar la isla más grande de Nueva Zelandia y la dejó en la superficie de las aguas, en el

mismo lugar donde hoy se encuentra. Fue Manui quien inventó el diente del arpón que

enganchara bien los peces, y el cesto con trampa para atrapar las anguilas. Fue Manui

quien trajo el fuego a los hombres. Él fue quien hizo que el día durara bastante para que

los hombres pudieran trabajar mejor. Mucha más cosas hizo Manui para el bien de su

pueblo, y fueron tantas, que no se podrían contar.

Cuando nació Manui era menudo y deforme, y su madre lo abandonó en una playa

desierta. Pero los dioses del mar lo cuidaron y Tama-nuiku-te-rangi, un antepasado suyo

que estaba en el cielo, lo llevó allí y le enseñó todas las cosas prodigiosas que él sabía.

Así es que, cuando Manui creció, volvió a la Tierra a buscar a su familia, y, al llegar,

encontró a sus hermanos jugando con los arpones a la orilla del mar.

Al ver aquel muchacho tan feo, todos se echaron a reír, y él les dijo:

¿Por qué se ríen? ¿No ven que soy el hermano menor?

Ni ellos ni su madre lo creían. Su madre le dijo:

Tú no eres mi hijo

¿No recuerdas que me abandonaste en aquella playa desierta

¡Ah, sí, es verdad; se me había olvidado! Tú eres Manui –dijo la madre, arrepentida y

contenta de volver a verlo.

Manui se quedó con su gente, y cuando los hermanos subieron en la canoa para ir a

pescar, les dijo:

Yo quiero ir con ustedes.

Pero los hermanos lo rechazaron:

No, no te necesitamos.

Los hermanos de Manui pescaban muy poco, pues sus arpones no tenían diente para

enganchar a los peces, y Manui les enseñó cómo hacer arpones con un diente en el

extremo para que los peces no pudieran escaparse.

Otro día se fueron los hermanos a pescar anguilas, pero pescaban pocas, pues las

anguilas salían por la misma puerta por donde entraban en los cestos de pescar.

Manui inventó entonces una trampa en la puerta de las nasas para que las anguilas

entraran y no pudieran salir.

Page 6: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

A pesar de eso, los hermanos no querían a Manui y no lo dejaban ir en su canoa.

Un día Manui se escondió en el fondo de la canoa y se tapó con las tablas del piso.

Cuando estaban ya en alta mar, los hermanos se dijeron:

Qué bien vamos sin Manui.

Y del fondo salió una voz:

¡Estoy aquí! –y Manui levantó las tablas y salió.

Los hermanos se enfadaron mucho y no quisieron prestarle anzuelo para pescar.

Manui no se enojó, y se dispuso a pescar con un anzuelo mágico que llevaba escondido,

hecho con la mandíbula de un antepasado.

Los hermanos no quisieron darle carnada, y entonces Manui se arañó la nariz con el

anzuelo, lo untó bien de sangre y lo lanzó al agua.

Ninguno de los hermanos pescaba nada y todos pensaban que Manui tampoco pescaría:

pero Manui esperó que el anzuelo bajara a lo más profundo.

¿Por qué eres tan testarudo? –le decían sus hermanos-. Aquí no hay pesca. Vamos a otro

lado.

Manui se reía y esperaba. De pronto sintió un poderoso tirón en la cuerda, que hizo

zozobrar la canoa. Manui sujetó con fuerza la cuerda, y sus hermanos lo ayudaron. Poco

a poco comenzó a subir el monstruo de las profundidades. Cuando llegó a la superficie,

los hermanos de Manui se quedaron aterrorizados, pues era tan grande que cubría toda

la extensión del mar que abarcaba la vista. Y es que aquello era nada menos que Te-ika-

a-Manui, es decir, “el pez que pescó Manui”, que es la isla grande de Nueva Zelandia.

Los hermanos de Manui saltaron sobre el monstruo para cortarle grandes pedazos de

carne, y los lugares donde se hundieron su cuchillos se convirtieron en barrancos, y

donde se levantó la piel se formaron montañas. Así nació del fondo de las aguas Nueva

Zelandia, que había de ser luego la tierra de los maoríes.

A medida que pasaba el tiempo Manui se iba dando cuenta de que los días eran

demasiado cortos. Tamanuitera, es decir, el Sol, se levantaba, recorría rápido el cielo y

se ponía sin dar tiempo a que las gentes pudieran hacer sus trabajos. Manui pensó que

había que obligar al Sol a que anduviese más despacio.

Atemos al Sol para que camine más despacio, y así la gente tendrá tiempo para terminar

sus trabajos –les dijo a sus hermanos.

¿Cómo vamos a hacer eso? –le respondieron-. ¿No ves que el Sol quemará a quien se le

acerque?

Ya han visto ustedes las cosas que puedo hacer –dijo Manui- ¿No levanté del fondo del

mar la isla de Te-ika-a-Manui? Pues aún puedo hacer cosas mayores.

Page 7: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Manui convenció a sus hermanos. Arrancó un mechón de cabellos de la cabeza de su

hermana Hjna y buscó manojos de lino verde para que sus hermanos trenzara fuertes

cuerdas. Manui recordaba lo que le había enseñado su antepasado que estaba en el cielo,

para que las cuerdas tuvieran poderes mágicos.

Con aquellas cuerdas hicieron una red grande, y, cargando con ella, navegaron hasta el

confín del mundo, por donde salía el Sol cada mañana.

Tardaron varios meses en arribar al confín del mundo y llegaron aél en oscura noche.

Entonces colocaron la red delante del agujero por donde había de salir el Sol.

Por la mañana salió Tamanuitera y se encontró aprisionado en la red mágica. Trató de

zafarse y no pudo. Los hermanos sostuvieron bien firme la red y lo amarraron con

nuevas cuerdas.

El Sol daba sacudidas a uno y otro lado para soltarse, y trató de romper las cuerdas, pero

eran demasiado fuertes. Entonces Manui se acercó con su bastón de guerra hecho con

un hueso de su antepasado, y empezó a apalear al Sol. El Sol trataba de rechazarlo

echando enormes bocanadas calientes que hacían retroceder a los hermanos, pero que

no lograban mover a Manui de su sitio. Así sigió la lucha, y el Sol gritaba:

Yo soy el poderoso Tamanuitera: ¿Por qué vienes así contra mí?

Porque corres tan de prisa por el cielo, que la gente no tiene tiempo de buscar la comida

y tiene hambre.

Bueno, pues yo no tengo tiempo que perder –respondió Tamanuitera.

Entonces Manui siguió dándole estacazos, hasta que ya débil y vencido gritó el Sol:

¡Basta, por favor! Yo iré despacio.

Con esta promesa lo dejaron salir de la red.

Tamanuitera cumplió lo prometido. Desde aquel día cruza despacio por el cielo y la

gente tiene tiempo de secar sus ropas y de recoger su alimento. Pero algunas de las

cuerdas con que ataron al Sol se le quedaron enredadas, y todavía se las puede ver como

rayos brillantes que atraviesan las nubes.

Todfas esas proezas llevó a cabo Manui. Pero su pueblo todavía no sabía cómo

encender el fuego.

Manui decidió descubrir el secreto en las regiones del infierno. Bajó pues, por un

agujero que halló en la tierra y encontró allá abajo a Mafuike, la diosa del fuego. Manui

le pidió un ascua a Mafuike, y ella le dio una de sus uñas encendidas. Manui salió con la

uña y pensó: “Esto no me sirve. Es en verdad fuego, pero mi gente lo que tiene que

saber es cómo encenderlo”. Y así, apagó la uña llameante en una corriente de agua y

volvió a pedir fuego otra vez.

Mafuike le entregó otra uña encendida, que Manui apagó también en el mismo arroyo.

Por tercera vez tornó a pedirle fuego a la diosa, y por tercera vez le dio una uña

encendida. Nueve veces hizo el viaje Manui, y nueve veces arrojó el fuego al agua.

Page 8: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Cuando se apareció ante la diosa por décima vez y le pidió su última uña encendida,

Mafuike lo persiguió furiosa por el infierno, pero Manui se escabulló tan rápido que no

pudo alcanzarlo. Mientras huía, Manui la insultaba, hasta que, llena de ira, Mafuike se

arrancó su última uña de fuego y se la tiró para abrasarlo.

La uña prendió fuego en los campos y en los bosques, y Manui tuvo que huir ante el

avance de las llamas. Por fin llamó en su ayuda a la lluvia, que cayó a torrentes hasta

apagar el gran incendio.

Viendo que se apagaba el último fuego del mundo. Manui recogió algunas brasas y las

escondió dentro de los árboles del bosque.

Aún queda fuego en el mundo desde aquel día, donde lo escondió Manui. Y el hombre

sabe cómo hacerlo aparecer, frotando uno con otro trozo de madera de los bosques.

Page 9: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LEYENDA DEL DIOS DE LA PORCELANA

Leyenda China

¿Quién fue el primer hombre que descubrió el secreto del caolín? ¿Quién descubrió la

virtud del fino polvo que se convierte en cristalina piedra, blanca como la nieve de las

altas montañas? ¿Quién descubrió el arte divino de la porcelana?

Sí, fue Pu, el hombre hecho dios que han adorado por siglos los alfareros chinos. Fue

Pu, el Dios de la Porcelana.

A decir verdad, el Genio de los Hornos de las tierras cocidas existió mucho antes…

Cinco mil años hacía que el Emperador Amarillo había enseñado a sus súbditos el arte

de modelar con tierra hermosos jarrones y cocerlos en el fuego que mantiene vivo el

Genio del Horno. Dos mil años después nació Pu, el hombre que el Señor de los Cielos

destinó a convertirse en el Dios de la Porcelana.

Todavía se conservan y se adoran las obras que el genio de Pu dejó para inspirar al

trabajo de alfareros y ceramistas que guardan secretos del arte maravilloso.

Y son como reliquias las que Pu dejó, porcelanas de claro cielo, brillantes como espejos.

Y las luces de alba, con vuelo de zancudas sobre los lagos.

Y las blancas, como el vestido con rocío de lágrimas de las viudas desconsoladas.

Y las grandes copas de camaleón, que vacías tienen blancura de perla y colmadas de

agua parecen llenas de peces de púrpuras.

Y, las de cielo nocturno, azul con polvo de estrellas y reflejos de luna.

Y las verdes de brotes vegetales con nubes de alabastro y soles rodeados de dragones

celestes…

Y muchas, y muchas más, maravillas del arte de Pu.

Los hombres han olvidado ya muchos de los secretos que el artesano hecho dios les

legó. Pero la memoria no se ha perdido de la emocionante historia del generoso Dios de

la Porcelana.

Tal vez podría contárnosla alguno de esos ancianos que muelen colores todo el día en

los grandes talleres de cerámica.

Y nos diría que Pu era un humilde obrero chino, que fue haciéndose gran artista con

incansable paciencia y gran ingenio. Combinaba colores, mezclaba tierras, retocaba y

transformaba dibujos, se arrodillaba ante los hornos esperando sacar de ellos la obra

perfecta y desconocida.

Llegó a alcanzar tanta fama, que no pocos lo creían un mago conocedor de los secretos

que hacen cambiar las piedras en oro, y permiten leer los misterios del mundo en las

Page 10: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

estrellas. Por eso era posible que las más hermosas formas y los milagrosos tonos de luz

pudieran salir de la suave arcilla acariciada por las manos de Pu.

Un día el mágico obrero hizo llegar al emperador una muestra de su arte prodigioso. El

Hijo del Cielo contemplaba asombrado el hermoso jarrón de reflejos de metal y de Sol,

con voladores monstruos que cambiaban de color a cada movimiento de quien los

miraba.

Mandó llamar el Hijo del Cielo al obrero admirable, y el humilde Pu fue llevado

enseguida a la sala del trono. Ante el emperador se arrodilló tres veces para tocar tres

veces el suelo con la frente, y aguardó las órdenes del Ser Augusto.

Y el emperador habló así:

Hijo, hemos aceptado tu gracioso presente, y para mostrarte nuestra complacencia por tu

encantadora obra hemos mandado que te sean entregadas cinco mil monedas de plata.

Pero escucha bien: tendrás tres veces esa suma si logras hacer para tu Emperador un

jarrón que tenga los tintes y la apariencia de la carne viva. Óyelo bien: una carne que

tiemble al encanto de las palabras de los poetas y que se turbe y conmueva con las ideas

y los pensamientos. ¡Piensa en nuestro mandato y… obedece!

Pu se retiró del palacio con angustia en el corazón. ¿Cómo podrá el hombre dar a la

materia muerta el temblor de la vida, que es el secreto del Principio Supremo?

Sabía que podría lograr matices nunca logrados. Había imitado de la rosa los suaves y

delicados tonos, el verde esmeralda de las montañas, el azul y sangre de los crepúsculos,

el lustroso brillo del oro, el verdeazul de las serpientes, el iris plateado de los peces…

Pero ¿cómo podría un hombre dar ala tierra la apariencia de la carne viva y dejarla

capaz de estremecerse con el rumor de las palabras y la sombra de los pensamientos?

Y, sin embargo, tenía que obedecer el mandato del emperador.

Tenía que consumirse en el intento de satisfacer el deseo del hijo del Cielo.

Allí, en su taller, mezclaba tierras y colores, amasaba y modelaba con la caricia de sus

manos, se arrodillaba ante el fuego, suplicando a los dioses…

En vano pasaban los meses. En vano invocaba al genio del Horno en su ayuda:

¡Oh, tú, Genio del Fuego, ayúdame! ¿Cómo podré, mísero de mí, infundir un soplo de

vida a la arcilla? ¿Cómo podré dar a este barro muerto la virtud de la carne que se

estremece con los pensamientos?

Y el Genio del Horno le respondió en su misteriosa lengua de fuego:

Inmensa es tu fe. ¿Puede algún mortal seguir las huellas del pensamiento y el temblor

de la vida?

A pesar de esta respuesta sin esperanza, el buen trabajador continuó sus pruebas sin

descanso. Pero todo fue en vano. Se le agotaron las reservas de caolín; se le agotaron las

fuerzas; agotó su ingenio y su santa paciencia. Y vino la enfermedad a morder en él y

luego siguieron la pobreza y la miseria.

Page 11: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Intentaba de nuevo casi sin fuerzas, pero en el momento en que el fuego tenía que fundir

tierras y colores en transparente materia estremecida, tornábase la masa confusamente

áspera y sucia de tintes.

Pu se quejaba angustiado:

¡Oh, Genio del Horno! Si no me socorres, ¿cómo podré acertar con el tono y el soplo de

vida que espera el Hijo del Cielo?

Y la voz del fuego le respondía misteriosamente:

¿Quieres tú hacer lo que el Esmaltador Infinito, que hace el arco iris con pinceles de

luz?

Volvía de nuevo al trabajo. A veces los colores parecían haberse fundido en la tonalidad

justa. La superficie del jarrón vibraba en el calor como piel viviente; pero a medida que

se iba enfriando, se surcaba de arrugas, y se cruzaba de grietas como piel de fruto seco.

Y Pu volvía a implorar con súplica de llanto:

¡Oh, Genio del Fuego! Si tú no me ayudas, ¿cómo podrá fundirse en el horno mi

porcelana de sensible carne?

Y otra vez la respuesta misteriosa:

¿Pretendes infundir alma a una piedra? ¿Puedes tú hacer que se estremezca con un

pensamiento la entraña de las colinas de granito?

¿Por qué, dios implacable, me has abandonado? –gritó Pu desesperado- ¿Por qué me has

olvidado, tú a quien he adorado siempre?

Y el Genio del Horno dijo entonces con rugido de fuego:

Tú no quieres dar un alma a lo que has hecho. Pero un alma no puede partirse. No

puedes dar parte de la tuya. ¡Necesito tu vida entera por la vida de tu obra!

Pu se levantó. Le llenaba los ojos un pofundo velo de tristeza, pero su corazón estaba

resuelto.

Por ultima vez preparó su trabajo. Tamizó cien veces las arcillas y tierras finísimas; cien

veces las lavó con el agua más pura, y las amasó amorosamente. Los colores se iban

mezclando poco a poco para conseguir los tonos que el Hijo del Cielo había soñado.

Luego, el prodigioso obrero comenzó a modelar aquella masa pura, tocándola y

acariciándola con los dedos hasta que la piel del hermoso jarrón pareció cobrar la leve

transparencia de la seda el suave rosado de cera y sangre de la piel de las princesas.

Pu ordenó entonces a los ayudantes que alimentaran el gran horno con finas y puras

ramas del árbol del té. Durante nueve días y nueve noches el horno estuvo encendido al

rojo, alimentado con puras y finas ramas del árbol del té. Durante nueve días y nueve

noches los hombres cuidaron que el fuego envolviera el jarrón único, que había de

cristalizar en milagrosa carne.

Page 12: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Al acercarse la novena noche, Pu ordenó a sus ayudantes que fueran a descansar, pues la

obra parecía ya acabada.

Si al alba no me encontrais aquí, sacad del horno el jarrón, pues para esa hora ya estará

como lo quiere el Hijo del Cielo.

Pu se quedó solo frene al horno en la novena noche. Se arrodilló ante el fuego y dijo su

ofrenda al Genio de las Llamas:

¡Oh Dios del Fuego! ¡Yo comprendí el profundo sentido de tus palabras! ¡Acepta mi

vida por la vida de mi obra, mi alma por su alma!

Y antes de que terminara la novena noche, Pu se arrojó al fuego vivo del horno.

Cuando al amanecer del décimo día vinieron los obreros para retirar la preciosa obra, no

encontraron al maestro. Pero -¡oh milagro!- el jarrón estaba en verdad animado como

carne que se estremece con el susurro de las palabras y la sombra de los pensamientos.

Y si lo tocaban, tan solo con la yema de un dedo, un débil sonido, como voz de un alma

doliente, dejaba oír en un suspiro el nombre del que fue desde entonces el Dios de la

Porcelana.

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LA HUIDA DEL PINTOR LI

Leyenda China

He aquí la curiosa historia de Li Chen-Jao, el pintor chino que en tiempos ya lejanos,

huyó del palacio imperial sin que nunca más se haya vuelto a saber de él.

Li nació en un lugar de una región húmeda y verde. Su vida de niño había sido alegre

entre prados y blancos árboles floridos. ¡La aldea, su dulce aldea, sus viejos padres

campesinos, el río transparente entre cañaverales de bambú!... Aquello era todo su gozo

y toda su vida. Hasta cuando dormía sonreía soñando la luz de cristal del campo.

Desde muy pequeño dibujaba los peces y los pájaros en las piedras lavadas del río, y los

rebaños y los pastores en las maderas de los establos. El yeso y el carbón eran lápices

mágicos en sus manitas de niño.

Li creció. En las aldeas y en los pueblos próximos todos hablaban de Li. Mucha gente

venía por los caminos para ver las pinturas del joven artista. La fama de su mérito fue

creciendo, creciendo hasta llegar al palacio del emperador.

El emperador llamó a Li. Se arrodilló Li tres veces ante el Hijo del Cielo, y tocó tres

veces el suelo con su frente. El emperador le dijo:

Te quedaras aquí y trabajarás para adornar los corredores y salones del palacio. Ya he

mandado prepararte en una de las salas tu taller bien provisto de colores y lacas y ricas

maderas. Tu vida cambiará desde hoy. Ya no volverás allá donde naciste.

Li estaba triste. Ya no podría ver su casa en la dulce aldea blanca de árboles floridos a la

orilla del río transparente y manso. Tendría que contentarse con soñar la alegría del

campo en las cerradas salas del palacio guarnecido de barbados dragones de piedra.

Trabajaba sin descanso para agradar al emperador. Sus pinturas llenaban los biombos

lacados, las puertas de madera y de hierro y los muros de los templos y salones

imperiales. Pero su pensamiento volaba a las bellas tierras húmedas donde había vivido

feliz.

Un día Li pintó un gran cuadro maravilloso: el transparente cielo de su infancia, el

campo de prados, el puentecito de estacas en el río bordeado de bambúes, la blanca

aldea a lo lejos entre vuelos de patos salvajes, un rojo sol de aurora y un verde limpio de

yerba húmeda.

Un gran cuadro maravilloso. Acudían a verlo príncipes y mandarines. Colgado en un

lujoso salón del palacio, parecía una ventana abierta en el recio muro frente al más

delicioso y sereno paisaje campesino.

Li había hecho su mejor obra; la que llevaba siempre en su pensamiento y en sus

sueños. A él no le parecía una pintura de su país, sino su país mismo recogido en el

cuadro como un milagro. Por eso se habría pasado horas largas frente a él, aspirando su

aire limpio y fragante; pero el pintor esclavo no podía entrar en las grandes alas

destinadas a fiestas y recepciones de príncipes y nobles. Él había de vivir trabajando en

su taller, olvidado de todos.

Page 14: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Li espiaba siempre para poder ver su cuadro a través de las puertas entreabiertas. Y un

día, ausentes un momento guardianes y criados, entró muy despacio, descolgó el campo

verde y se lo llevó por corredores oscuros para esconderlo en su taller donde podría

contemplarlo ilusionado.

La voz de alarma resonó imponente en el alacio y se extendió por toda la ciudad. La

pintura maravillosa había desaparecido. El emperador estaba furioso y amenazador. Mil

soldados buscaron al ladrón. Llegaron a todas las casas y a todos los rincones. Por fin

hallaron el cuadro en el taller de Li, escondido entre tablas y lienzos.

El emperador mandó encarcelar a Li y le ordenó que siguiera pintando cuadros en la

prisión para adornar su palacio.

Li no podía pintar. Le faltaba luz a sus ojos y le faltaba alegría a su corazón. Entonces lo

llamó el emperador y le dijo:

Vendrás otra vez a vivir y a trabajar en palacio. Para que te contentes te dejaré a solas

con tu cuadro unos momentos cada día; pero si intentas algo que pueda enojarme serás

castigado sin compasión.

Li continuó su trabajo. Cada día se le ensanchaba el alma de esperanza frente al campo

libre de su verde país. Después, seguía sufriendo la pesada tristeza del palacio imperial.

Un día ya no pudo resistir más. Se encontraba solo en la amplia sala, ante el paisaje

suyo, mirándolo con grandes ojos, muy abiertos. Su aldea, su aldea verde y luminosa;

ancho el campo para correr sin llegar al fin, para tragar el aire filtrado por los sauces,

para abrazarse a los árboles, para cantar con el viento y oír su murmullo en los

cañaverales de bambú… para huir de este otro mundo negro y pesado como una cárcel.

Sí, ancho el campo, allí cerca, blando de prados, para pisarlos , para correr allá con los

brazos abiertos como alas… Y Li se acercó, se acercó, dio un pequeño salto, se metió en

el cuadro, en el campo, en los prados, sin buscar los caminos, corriendo, corriendo, sin

descanso, alejándose, haciéndose poco a poco pequeño, pequeño, pequeñito… hasta

perderse en el horizonte azul.

Cuando los guardianes entraron para retirar a Li no lo encontraron. El emperador se

enfureció. Era imposible que hubiera salido de allí sin ser visto. Un sabio mandarín

encontró la explicación del misterio. Li había huido por el cuadro, metiéndose y

corriendo por el paisaje que había pintado. Aún se veían las huellas de sus pisadas en la

yerba húmeda de los prados.

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EL BRAHMÁN, EL TIGRE Y EL CHACAL

Leyenda India

Una vez, al pasar un brahmán por un pueblo de la India, vio a la vera del camino una

gran jaula de bambú donde se revolvía furioso un tigre que los campesinos habían

cazada en una trampa.

Al ver al brahmán dijo el tigre con voz lastimera:

¡Hermano brahmán, ábreme la puerta y déjame salir a beber agua! ¡Tengo sed y no me

han puesto agua en la jaula!

Si te abro la puerta, hermano tigre, temo que después quieras devorarme como a los

carneros de los rebaños –dijo el brahmán.

¿Cómo puedes haber pensado tal cosa? –añadió el tigre-. ¿Me crees capaz de una acción

tan baja? Anda, déjame salir tan solo un momento para beber un soprbo de agua,

hermano brahmán. Yo te mostraré mi agradecimiento.

Abrió el brahmán la puerta de la jaula y el tigre, al verse en libertad, saltó sobre él para

comérselo.

¡Hermano tigre!, ¡hermano tigre!, ¡espera! Me has prometido que no me harías daño

alguno. Lo que quieres hacer ahora no es noble ni es justo.

Eso no me importa –dijo el tigre-. Voy a devorarte, porque a mí me parece muy justo y

puesto en razón.

Tanto suplicó el brahmán, que al fin convenció al tigre de que esperara a oír el parecer

de los tres primeros caminantes con quienes toparan.

El primero que encontraron fue un búfalo que estaba tendido al borde del camino.

El brahmán se detuvo y le dijo:

Hermano búfalo, ¿a ti te parece justo y noble que el tigre quiera devorarme, después que

acabo de librarlo de una jaula donde estaba encerrado?

El búfalo levantó la vista con tristeza y dijo lentamente:

Cuando yo era joven y fuerte, mi amo me hacía trabajar sin descanso. Ahora que soy

viejo y débil, me abandona para que me muera aquí mismo de hambre y de sed. Los

hombres son muy ingratos. Si el tigre se comiera al brahmán haría una obra de justicia.

El tigre saltó furioso sobre el brahmán, pero este gritó:

¡NO!, ¡no!, ¡espera!, aún tenemos que consultar a otros dos. Me lo has prometido.

Poco después vieron un águila que planeaba el vuelo a poca altura sobre sus cabezas, y

el brahmán le gritó:

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¡Hermana águila!, ¡hermana águila!, dinos si te parece justo que este tigre quiera

comerme, después que lo he librado de un terrible encierro.

El águila contuvo su vuelo sereno durante unos instantes. Después descendió y dijo:

Yo paso mi vida entre las nubes y no hago daño a los hombres, pero los hombres me

disparan flechas y matan a mis hijos cuando encuentran mi nido. Los hombres son una

raza cruel. Yo creo que el tigre hará bien si se come al brahmán.

El tigre se abalanzó sobre el brahmán. El brahmán gritó:

¡No!, ¡no!, espera, hermano tigre. Esta es la segunda vez que consultamos y hemos

convenido en que pediríamos tres pareceres. Todavía falta uno.

El tigre, aunque rezongando, continuó el camino con el brahmán. Al poco rato

encontraron un chacal que caminaba alegremente.

El brahmán se acercó a él y le dijo:

Hermano chacal, ¿qué te parece?, ¿encuentras justo que el tigre quiera devorarme,

después que lo he librado de una jaula?

¿Cómo dices? –preguntó el chacal.

Digo –repitió el brahmán en alta voz-. Si tú crees noble y justo que el señor tigre quiera

devorarme, cuando yo mismo lo he ayudado a salir de una jaula donde estaba encerrado.

¿De una jaula? –repitió el chacal como distraído.

Sí, sí, de una jaula. Yo mismo le abrí la puerta. Ahora queremos saber tu opinión…

¡Ah!, ya –dijo el chacal-; quieres saber mi opinión. En ese caso tienes que contármelo

todo con claridad, pues yo soy un poco torpe y no entiendo bien las cosas. Vamos a ver,

¿de qué se trata?

Mira –comenzó el brahmán-, iba yo por un camino, cuando vi a l tigre que estaba

encerrado en una jaula. Entonces me llamó…

¡Huy!, ¡huy!, ¡huy! Si empiezas una historia tan larga –dijo el chacal-, no te entenderé

una sola palabra. Tienes que explicármelo mejor. ¿A qué jaula te refieres?

A una jaula ordinaria, una jaula de bambú –respondió el brahmán.

Bueno pero eso no basta. Sería mejor que yo viera esa jaula, y así comprendería bien lo

que ha pasado.

Desanduvieron el camino y llegaron los tres al sitio donde estaba la jaula.

Ahora, vamos a ver –dijo el chacal-, ¿Dónde estas tú, hermano brahmán?

Aquí mismo, en el camino.

¿Y tú hermano tigre?

Page 17: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Yo, dentro de la jaula –respondió el tigre enfadado y dispuesto a comerse a los dos.

¡Oh! Dispense señor tigre –dijo el chacal-. Soy torpe y no puedo darme exacta cuenta de

todo eso. A ver, permítame, ¿cómo estaba usted en la jaula?, ¿en qué posición?

Así, ¡torpe! –dijo el tigre saltando dentro de la jaula-. En este rincón y con la cabeza

vuelta hacia allá.

¡Ah, sí, sí!; ya empiezo a comprender. Pero ¿por qué no salía de ahí? –preguntó el

chacal.

¡No ves que la puerta estaba cerrada! –rugió el tigre.

¡Ah!... la puerta estaba cerrada. Y ¿cómo estaba, cómo estaba cerrada? –siguió diciendo

el chacal.

Así –dijo el brahmán cerrando la puerta.

Pero no veo la cerradura –añadió el chacal-. Bien se podía haber salido.

Es que hay un cerrojo –dijo el brahmán corriendo el cerrojo.

¡Ah!, vamos, hay un cerrojo. Ya veía yo que había un cerrojo –dijo burlón el chal,

viendo ya encerrado el tigre.

Y, dirigiéndose al brahmán, añadió:

Ahora que la jaula está cerrada le aconsejo, amigo mío, que la deje como está. Y usted,

señor tigre, ya puede estar tranquilo, que pasará algún tiempo sin que haya quien se

atreva a devolverle la libertad.

Luego, volviéndose al brahmán, le hizo un gracioso saludo y marchó camino adelante.

Page 18: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

CÓMO NACIÓ EN LA INDIA EL ÁRBOL DEL PAN

Mito de la India

En una región húmeda de la India ardiente vivía un hombre viejo y pobre, con su hijo,

su antiguo criado y su perro. En años de desgracia perdió su pequeña fortuna y, ya sin

ánimos y sin protección de nadie se retiró con los suyos a vivir en una casa abandonada

del campo desierto. En el arcón roto sólo pudieron llevar cuatro grandes panes: una

hogaza para cada uno. Y este era el único alimento con que habían de contar durante

todo un mes, hasta que cesara la época de las lluvias.

Sentados alrededor de la mesa, en una noche rasgada de relámpagos, el padre, el criado

y el hijo pensaban en su desamparo. El perro dormitaba a los pies de su amo. Entre el

ruido de la lluvia y el viento sonaron en la puerta recios golpes. Se apresuró a abrir el

criado y apareció en la noche un mendigo que pidió de comer.

Nadie habría podido reconocer en aquel hombre encorvado y astroso al dios Brahma,

que pasaba así transformado por la Tierra para conocer las costumbres y la vida de los

hombres, y para castigarlos o bendecidlos según sus acciones.

Oyó el padre la petición del mendigo y dijo al criado:

Dale al hombre mi pan. Él es más pobre que yo. No tiene ni casa donde refugiarse.

Pasaré sin comer hasta que de la tierra podamos sacar los bienes que nos faltan.

El criado obedeció de mala gana y dio al pobre la hogaza de su señor. Continuaron las

lluvias, y todo era tristeza en la casa humilde. Siete días después llegó otra vez el

mendigo a la puerta y pidió con qué remediar su miseria y su hambre.

El padre reflexionó un momento. Su mirada era serena y fija. Llamó después al criado y

le dijo:

si yo me he privado de comer para ayudar al hombre desgraciado, tú también debes

hacer lo mismo, pues eres joven y fuerte y vives en mi casa como un hijo. El pobre que

te pide se siente viejo y abandonado. Dale tu pan como le diste el mío.

El criado obedeció, esta vez con alegría.

Siete días pasaron. El cielo seguía negro y hostil. La casa, cerrada y silenciosa. Volvió

el mendigo a pedir con voz desfallecida.

El anciano reflexionó un momento. Habló, y su voz era grave y firme.

Ha llegado el momento en que mi hijo debe sacrificarse. Desde pequeño ha de aprender

a sufrir la miseria del prójimo como su propia miseria. Dale al hombre el pan de mi hijo.

El criado obedeció disgustado.

Pasaron otros siete días largos llenos de esperanza.

Page 19: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

El dios Brahma volvió por última vez fingiendo cansancio y hambre y desamparo.

Quería probar hasta dónde llegaba la bondan de aquellos hombres humildes. Y pidió

pan, con débil voz de lástima.

Oyó el anciano la súplica del mendigo. Reflexionó un momento y dijo acompañando

sus palabras con un lento ademán.

He dado al hombre mi pan, el de mi criado y el de mi hijo. Después de esto creo que

puedo también ofrecerle el que está destinado al perro. El buen animal no puede sentir

el placer del sacrificio. Dale el pan que queda y considerémonos dichosos de haber

podido dar algo.

Obedeció el criado sin resistencia y sin alegría.

El mendigo tomó el pan de las nobles manos. Saludó el criado para ir al lado de su amo,

pero volvió otra vez a la puerta donde oyó que lo llamaban por su nombre entre gracias

y alabanzas. En la luz gris de la tarde el mendigo se iba transformando majestuoso y

radiante como el sol. El dios Brahma mostró entre sus dedos una semilla grande como

una almendra y dijo:

Toma, dale esto a tu señor. Que lo siembre, y nunca más tendréis hambre.

El criado llegó lleno de asombro a donde su señor estaba. Le dio el raro regalo del dios

y le contó la maravillosa transformación del mendigo. El anciano cogió de la mano a su

hijo y salió para ver con sus ojos la misteriosa aparición, pero nadie había ya en la luz

gris de la tarde.

Con su hijo, su criado y su perro subió el padre a un altozano próximo, y sembró allí la

morena semilla. Al poco rato se vieron las entrañas del cielo por la rasgadura de un

relámpago, y empezó a caer una lluvia pesada y caliente. Brotó con fuerza de la tierra

un tallo duro y recto que crecía y crecía y se ensanchaba como un tronco prodigioso. Y,

en poco tiempo, se formó un árbol hermoso, entre cuyas ramas nacieron cuatro grandes

y preciosos frutos, como ovalados panes de pasta blanca y tierna. Cuatro panes para los

cuatro humildes habitantes de la casa mísera.

Y los hombres dieron gracias a Brahma, que había traído a la tierra de la India el

generoso árbol del pan.

Page 20: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LA JUSTICIA DEL CADÍ

Leyenda de Arabia

Una vez era un cazador muy diestro en cobrar piezas que luego vendía en la ciudad.

Cierto día tuvo la suerte de matar un hermoso ganso y, aconsejado de su apetito, lo llevó

al horno de su vecino, el panadero, para que lo preparara y asara como él sabía hacerlo.

Vete a tu casa –le dijo el panadero-, vuelve dentro de un rato y te llevarás el ganso ya

asado y dispuesto para la mesa.

El cazador marchó a su casa confiado y contento.

Poco después acertó a pasar el cadí muy cerca del horno y detrás del rico olor de asado

que de allí salía, entró en la casa del panadero y le preguntó:

¿Qué exquisito manjar se prepara en esta santa casa?

Un ganso, señor, que un hombre ha traído para que se ase en mi horno.

Como es un bocado que merece el honor de una noble mesa –dijo el cadí-, cuando esté

asado llévalo a mi casa sin tardar.

Y ¿cómo, señor, responderé de él ante su dueño?

Cuando venga a llevárselo –contestó el cadí-, dile: Ya estaba asado tu ganso cuando al

sacarlo del horno, me dio un terrible picotazo en un dedo y se escapó volando.

Señor –dijo el panadero-, ¿cómo podré hacerle creer que un ganso muerto y asado

pueda picar y volar?

Si no quiere creerlo –contestó el cadí-, tráelo ante mí en el tribunal y no temas.

Siguiendo el mandato del cadí, el panadero llevó el ganso a su casa, y tanto comieron

entre los dos y tan sabrosa encontraron aquella carne, que le dieron fin con gran

satisfacción y hartura.

Volvió a su horno el panadero, y volvió también el cazador muy dispuesto a llevarse lo

que le pertenecía y reclamaba su hambre.

No bien lo vio llegar el panadero, fingiendo gran disgusto, comenzó a lamentarse y a

decir:

¡Ay, hermano, qué cosa tan extraña me ha sucedido con el encargo que me

encomendaste! Nunca vi cosa igual en el mundo, y no salgo de mi asombro ni saldré en

todos los días de mi vida.

Pues, ¿qué te ha pasado? –dijo el cazador.

Mira, mira bien vacía la bandeja. Cuando tu ganso estaba asado y me disponía a sacarlo

del horno, dio un brinco, me dio un picotazo en un dedo y salió volando.

Page 21: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

A estas palabras el cazador empezó a gritar y a pedir justicia con tanta furia, que más

parecía loco peligroso que hombre pacífico y cogiendo por el cuello al panadero lo sacó

de su casa gritando: “¡Vamos al tribunal! ¡Quiero que se haga justicia con este pícaro!”

Así iban por la calle muy alborotados y reñidores, cuando pasó junto a ellos un copto

que, compadecido del panadero, avanzó hacia el cazador y le dijo:

¿Por qué lo traes así cogido del cuello con tanta rabia? ¿Qué te ha hecho?

El panadero, sin pensar en que aquel hombre hablaba en su defensa, le dio tan puñetazo

en un ojo, que lo dejó tuerto.

Agarróse el copto también al panadero, y de esta manera iban los tres por la calle,

cuando pasó un hombre montado en su asno.

El hombre, al verlos tan furiosos, les dijo:

No está bien que lo tratéis así. Dejadlo en paz, que él os pagará.

El panadero, sin más miramientos, se agarró al rabo del asno y le dio tan tremendo tirón,

que se lo arrancó de cuajo.

El buen hombre del asno se cogió también al panadero pidiendo justicia y, caminando

así, al pasar por cerca de una mezquita, libróse nuestro hombre de entre las manos que

lo sujetaban y se entró a todo correr en el templo, perseguido por sus enemigos.

Viéndose el panadero seguido tan de cerca y a punto de ser alcanzado, subióse a lo alto

de la mezquita y se arrojó, desde el alminar, con tan mala fortuna, que vino a caer sobre

uno de los fieles que hallaba en oración, dejándolo muerto en el acto.

El hermano del muerto quiso tomar justicia allí mismo, y ya había cogido al panadero

por las barbas con malísimas intenciones, pero llegaron a tiempo los tres hombres que

venían en su persecución y ya fueron cuatro los que lo arrastraron hasta llegar a

presencia del tribunal.

Una vez allí, avanzó el cazador y dijo:

Señor cadí, yo soy un pobre cazador. Esta mañana he llevado un ganso a este panadero

para que lo asara en su horno, pero este mal hombre que me lo ha robado diciéndome

que, después de asado y al sacarlo del horno, el ganso se fue volando sin que lo haya

visto más.

Hizo el cadí como si reflexionara un momento y dijo luego:

En verdad, no es posible dudar que pueda volar un ganso.

Pero ¡cómo! –exclamó el cazador-, ¿pretende hacerme creer, señor cadí, que un ganso

muerto puede resucitar?

¡Ah!, hombre de poca fe –añadió el cadí- ¿Niegas que todo sea posible al poder de Alá?

¿Te resistes a creer lo que afirma el panadero, siendo así que el Profeta ha dicho en el

santo libro: “Alá devuelve la vida a los muertos aunque estuviera en completa

Page 22: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

descomposición”? Pues ya que te niegas a creer lo que del poder de Alá está escrito, te

condeno a que pagues una multa de diez guineas.

El cazador pagó lo que se le ordenaba y se fue maldiciendo el fallo de la justicia.

Después se adelantó el copto al tribunal y dijo:

Señor cadí yo encontré por la calle a este hombre y a otro que lo llevaba fuertemente

agarrado por el cuello. Me aproximé e intervine para que lo soltara y el desgraciado me

dio tal golpe con el puño, que me sacó un ojo.

Esta vez –dijo el cadí- debemos castigar a este cruel panadero, puesto que el

Todopoderoso dice en su santo libro: “Ojo por ojo y diente por diente”

Pero, señor –explicó el panadero-, tenga en cuenta que este hombre es un copto.

Entonces –replicó el cadí- ya está la cuestión zanjada. Tú, panadero, sácale el otro ojo, y

él que te arranque a ti uno, pues un ojo de un musulmán vale por dos de un cristiano.

Así yo, señor cadí, ¿me quedaré ciego? –dijo el copto-. Pues no hablemos más; renuncio

a la justicia que reclamaba.

Bueno –añadió el cadí-, paga diez guineas por no aceptar mi sentencia.

El copto pagó las diez guineas y salió muy mohíno del tribunal.

El hermano del hombre que el panadero había matado en la mezquita adelantóse ante el

cadí y dijo:

Señor, este panadero subió a la torre de la mezquita y perseguido por estos hombres y,

al verse perdido, se arrojó desde allí y fue a caer sobre mi hermano que estaba orando.

Este hombre ha matado a mi hermano, señor.

¡Ah!, panadero desdichado –exclamó el cadí-. Tú no sabes la gravedad de tu culpa. Has

matado a un musulmán en el momento en que rogaba a Alá. Tu crimen es tremendo. Tu

pecado es horrible. Yo te condeno y te castigo como te mereces. A ver, tú, panadero,

entra en la mezquita y siéntate debajo del alminar. El hermano del hombre que tú has

matado subirá a la torre y se arrojará sobre ti. Así perecerás, si Alá quiere, y ya no

tendremos que sufrir tus fechorías.

No, no -dijo el hermano del muerto-. Yo no estoy dispuesto a tirarme desde lo alto de la

torre. No se hable más de justicia ni de derecho, que yo renuncio a ellos de buena gana.

Pues paga la multa como han hecho tus compañeros.

El hombre pagó la muerte y se fue.

Mientras esto ocurría; mientras el cadí administraba justicia en el pleito de todos

aquellos desdichados, el hombre del asno iba retirándose poco apoco hacia la puerta. Ya

se disponía a salir del tribunal con mucha cautera y sin ser visto, cuando el cadí se

levantó y dijo:

Page 23: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

A ver, traedme a ese hombre para que sepamos lo que pide.

El pobre infeliz, que había visto suficientes muestras de la justicia del tribunal, se

escapó corriendo y gritando:

Señor cadí, yo no pido nada. Confieso que mi asno vino al mundo sin rabo.

Page 24: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

IMÁN DEL YEMEN

Leyenda de Arabia

Era una vez, hace tiempo, un sultán que reinaba en el luminoso y rico territorio del

Yemen, en la Arabia Feliz.

Anciano venerable, muy encorvado ya por los años, había velado siempre por el

bienestar de su pueblo. Todos alababan su nombre al final de su vida, pero el sultán se

sentía muy solo, falto de hondos afectos familiares. Su hijo único, el Yaya, era

bondadoso y sencillo, pero se apartaba de su lado buscando para su juventud alegría y

espacio.

El buen sultán se consolaba y se entristecía recordando a Solimán Chamsán, su amigo

de siempre. Como hermanos habían jugado cuando niños. Como hermanos inseparables

crecieron, pero Solimán se apartó de él desde el día mismo en que el destino lo llevó a

ser soberano del Yemen. El amigo de siempre no quiso convertirse en consejero o

favorito del sultán, rechazó honores y poderíos y se retiró a su antigua morada de

Kauka; grandes y blancas paredes entre palmeras altas, cerca del mar de playas doradas.

Solimán Chamsán había llegado a ser el hombre más rico del Yemen y el más bueno y

más santo de toda Arabia. Vivía feliz con su hijo, el joven Osmán, en el retiro señorial

de Kauka y, desde allí, veía salir del mar Rojo sus grandes veleros de alta y firme proa

cargados de café y de aromas, para regresar empujador por los monzones de invierno,

llenos de dátiles, arroz y tapices del lado de Persia y de Omán, o las ligeras naves

portadoras de bellas esclavas africanas y del producto de los pescadores de perlas.

Muchas veces lo había llamado a su lado el buen sultán, necesitado del afecto de su

antiguo amigo, pero Solimán se negó siempre a abandonar su vida tranquila lejos del

favor del soberano.

Por el contrario, Osmán, el bello y fuerte joven, generoso y de claro talento, frecuentaba

el palacio y brillaba entre los nobles de la corte. Entre él y Yaya, el hijo del sultán, había

nacido una estrecha amistad. Juntos solían olvidarse de fiestas y cacerías, se alejaban de

Sana, la gran ciudad y, sentados en la arena, frente al mar, a la sombra de las palmeras

de Kauka, leían las bellas estrofas de Omar Kayam, el noble poeta persa.

Un día, el viejo sultán sintió el soplo frío de la muerte. La vida se le iba apagando poco

a poco. Solimán Chamsán corrió a su lado, junto al lecho y cerró para siempre el amigo

los ojos que ya no veían.

El visir se hizo cargo del gobierno del Yemen. Según la costumbre, el hijo del sultán no

podía reinar hasta después de la muerte del visir.

El príncipe Yaya buscaba cada vez más el trato paternal de Solimán Chamsán, el amigo

de su padre, y la fraternal amistad del generoso Osmán.

Una tarde en que los dos amigos, junto al palmeral de Kauka, saludaban al sol y a las

brisas marinas con gozo de versos, llegó la noticia de que el visir había muerto.

Desde aquel día Yaya era imán del Yemen.

Page 25: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Los dos amigos se miraron, primero con alegría; luego con tristeza. Los dos sintieron

que una nueva vida iba a separarlos. Yaya abrazó a Osmán y le dijo:

si no puedes acompañarme hoy, no tardes en venir a Sana. Quiero tenerte junto a mí en

el palacio, para que mi alma se fortalezca con tu presencia.

Osmán miraba inmóvil cómo se alejaba su amigo, tierra dentro, en la veloz carrera del

caballo hacia el horizonte. Él tenía que quedarse en Kauka, junto a su padre, alejado

como él de la corte del sultán. Era el deseo del anciano bondadoso y sabio.

El alma de Osmán se entristecía sin su amigo. El viejo Solimán buscó para alegrar a su

hijo una mujer más bella que el día. Después, aguardó con serenidad la muerte.

Un día le dijo a Osmán:

Hijo mío, siento que la vida se me acaba. Pronto vas a ser dueño de todos mis bienes;

pero quiero darte, además, dos consejos de más valía que todas las riquezas. Escucha:

“Jamás confíes ningún secreto a tu mujer. Piensa que cuanto más grave sea lo que tenga

que ocultar, menos tardará en traicionarte, aunque con su traición te haya de acarrear la

muerte.

“No consientas nunca en ser el favorito de un sultán, pues aunque sea muy grande la

bondad de su corazón, su amistad será siempre tan falsa como terribles son su autoridad

y su cólera.”

Poco después, el noble Solimán ordenó que lo llevasen a la orilla del mar, bajo los

datileros que él mismo había plantado en su infancia. Sentía un deseo inmenso de

reposo. El sol se iba hundiendo en las aguas rojas, como una enorme perla de fuego. La

noche fue apagando poco a poco la luz del crepúsculo y se metió en los ojos y en el

alma del anciano. Un rayo de luna atravesó el palmeral y esclareció con luz de plata la

noche cara inmóvil del que había sido el más puro de los creyentes.

En el lugar mismo donde Solimán se durmió para siempre hizo su hijo levantar una

tumba; la humilde mezquita blanca ante la cual todavía hoy se detienen a orar los

caminantes de esta playa desierta.

Después de la muerte de su padre, Osmán se sintió muy solo en la aislada casa de

Kaulka. Le renacieron los deseos de vivir en la corte junto a su amigo. No olvidó los

consejos de su padre, pero confiado en su amistad con el sultán, abandonó su posesión y

marchó a Sana, capital del Estado.

El sultán abrazó con alegría a su amigo. Osmán sería su favorito y su consejero. Para

ayudar al sultán en una acción guerrera, Osmán le entregó todas sus riquezas. En

recompensa recibió los mayores honores y los más valiosos presentes. No había en la

corte noble más influyente y poderoso.

El palacio de Osmán era grande y hermoso y cubierto de tapices y joyas. El agua

susurraba en fuentes y atanores de mármol por las amplias salas y por los jardines de

sombra fresca. Pasaban silenciosos los esclavos y se oían sonidos de brazaletes y dulces

canciones lejanas.

Page 26: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Osmán se sentía feliz. Se desbordaba su alma generosa. A todos dispensaba favores y

todos lo respetaban y hablaban de él con alabanza. Un viejo esclavo al que salvó de la

muerte un día de caza, quedó bajo su protección y llegó a ser intendente del sultán. Alí,

el antiguo esclavo, bendecía el nombre de su bienhechor y besaba sus manos y el borde

de su aljuba.

Osmán se sentía feliz.

El sultán Yaya tenía una joven gacela domesticada. Un pastor la trajo recién nacida, de

las altas mesetas del Yemen. Acostumbrada a la vida del palacio, saltaba por los

jardines, se contemplaba en las aguas tranquilas de los estanques y acudía mansa a

recibir las caricias de su amo. Yaya la llevaba siempre a su lado, le daba de comer

golosinas en la palma de la mano, la acostaba a sus pies cuando administraba justicia y,

muchas veces, ante la mirada dulce y clara de los ojos grandes del animal fijos en los

suyos, había sido más clemente para la desgracia de los hombres.

Osmán vio una noche a la gacela en el jardín blanco de luna. No había nadie en el

jardín. Osmán se detuvo sobrecogido por una ides súbita. ¿Sería posible que aquel

animal representase más que él mismo en el corazón de su amigo? Mientras acariciaba a

la gacela, recordaba las palabras de su padre: “No consientas nunca ser el favorito de un

sultán, pues su amistad será siempre falsa…”

Rápidamente, llevado de un pensamiento fijo, cogió a la gacela, la envolvió en su capa y

huyó.

Salió sin ser visto. Al llegar a su casa encerró al animal en una habitación apartada y

escondida.

Al día siguiente mandó comprar en el mercado una gacela joven, parecida a la del

sultán, y ordenó a sus criados que la mataran y la prepararan para la comida. Después

llamó a su mujer y le dijo con mucho misterio.

Voy a confiarte un grave secreto que debes guardar hasta la tumba si en algo aprecias

mi honor y mi vida. ¿Puedo confiar en ti?

Sí, esposo mío, nada puede ser más fuerte que el amor que te tengo. Yo guardaré tu

secreto hasta la muerte.

Escucha, pues, ¡oh, Halema! He tenido la desgracia de herir sin querer a la gacela del

sultán. Por temor a la ira del soberano la he matado y nuestro cocinero la está guisando

para la comida. Es mejor que desaparezca así.

Los pregoneros llenaban el día con clarines y tambores, prometiendo recompensas a

quien hallara la gacela del sultán.

La casa del noble Osmán se abrió a los visitantes que llegaban a comentar el extraño

suceso. Las mujeres hablaban en voz baja con Halema. Todas creían saber algo de lo

que pudiera haber ocurrido. Halema escuchaba, complacida de ser ella la única que

sabía la verdad. Todas hablaban, todas pretendían saber más que Halema. Y la débil

mujer, no pudiendo resistir la tentación de demostrar a sus amigas que ninguna más que

ella estaba en lo cierto, llamó aparte a las más íntimas con mucho misterio y después de

exigirles promesas y juramentos, les contó todo con gran detalle.

Page 27: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

El sultán no tardó mucho en enterarse. Osmán fue encarcelado y condenado a muerte.

Confesó que había matado a la gacela involuntariamente. Ofreció al sultán sustituirla

por otra igual; pero Yaya rechazó indignado las razones de su amigo y decidió que se le

cortara la cabeza en castigo de su crimen.

Osmán escuchó la sentencia sin turbarse y marchó al suplicio con gran serenidad. Su

gesto y su mirada eran tranquilos y severos. El sultán quiso asistir al castidgo del

culpable. Muchos antiguos amigos de Osmán fueron también a presenciarlo y ellos eran

los que con más encono decían:

Ved, imán, qué dureza de corazón. No tiembla ni se arrepiente el miserable. Deberíais

mandar que le vaciaran los ojos y lo dejaran morir en el desierto.

Yaya sentía rencor y deseo de venganza, pero en aquellos últimos momentos de la vida

de Osmán vinieron a su memoria los felices días de su juventud junto al fiel amigo, la

intimidad de sus almas fundidas en la luz de las estrofas de Omar Kayam, ante el testigo

de la mar eterna… Ya se disponía perdonar, cuando su intendente, el esclavo a quien

Osmán salvó la vida, puso a sus pies una cabeza de gacela casi carbonizada que había

encontrado detrás de la casa de su bienhechor.

Ante esto, surgió otra vez el furor del sultán y dio la orden fatal.

El verdugo probaba con el dedo el filo del sable. Osmán estaba atado y arrodillado.

Levantó la cabeza y habló:

¡Ingrato Alí! Me empujas a la muerte, tú que me debes la vida. Pero esa acusación

sañuda es falsa. Esa cabeza no es la de la gacela del sultán. Tome esta llave mi señor y

dígnese mandar que registren mi casa. En una habitación apartada del segundo piso,

detrás de la sala de esclavas, encontrarán la gacela que tanto ama nuestro soberano. Solo

te pido, ¡Oh señor!, y este es mi último deseo, que aguarden a quitarme la vida cuando

me haya podido arrodillar ante el bello animal.

Yaya esperó sin fe en las palabras de Osmán.

Los soldados emisarios volvieron de registrar la casa y la gacela saltó gozosa y

triscadora a las rodillas de su amo.

El sultán corrió lleno de contento a abrazar a su amigo y a devolverle él mismo la

libertad.

Osmán se dispuso en seguida a abandonar la ciudad. En vano quiso retenerlo el sultán.

Le ofreció ricos presentes para que olvidara su proceder injusto, pero Osmán insistió en

alejarse de la corte.

No hay riqueza ni regalo, amigo mío, que puedan valer lo que una amistad fiel. Voy a

volver a mi retiro de Kauka donde soñé una amistad sincera y eterna. He urdido esa

aventura de la gacela para comprobar si en tu estimación importaba yo tanto como un

animal que vale seis piastras. Si quieres contentarme, perdona a ese desdichado esclavo

que ha mentido para acusarme. Él no ha hecho más que lo que tantos otros para quienes

la vida un hombre no vale nada cuando puede servir para halagar a un soberano. Todos

los cortesanos que te rodean son así. Que Alá defienda tu corazón generoso contra el

veneno de su adulación. Yo me voy a vivir lejos de los hombres y de las ciudades, en la

Page 28: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

naturaleza sincera y espléndida. Quiero morir como murió mi padre, bajo las palmeras,

frente al mar inmenso, en la calma de un bello atardecer.

Page 29: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

SAMBA GANA

Leyenda del Níger)

En la ciudad de Wagana reinaba la hermosa Analia Tu-Bari.

El padre de Analia había sido el príncipe de Wagana y el señor de muchas aldeas. En

una ocasión sostuvo una guerra con un príncipe enemigo que le disputaba sus

posesiones. El padre de Analia fue vencido y tuvo que entregar una de sus aldeas. Su

orgullo no pudo soportar esto y murió de pesadumbre.

Analia heredó todo el reino de su padre. Muchos caballeros vinieron a la ciudad de

Wagana a pedir su mano, pero Analia les exigía no solo que volvieran a conquistar la

aldea perdida, sino, además, otras ochenta ciudades.

Ninguno de los caballeros se atrevía con esta empresa guerrera. Pasaron los años.

Analia perdió toda su alegría. Analia estaba cada día más hermosa y más triste.

En un país próximo había un príncipe que tenía un hijo llamado Samba Gana. Cuando

Samba Gana fue mayor abandonó la ciudad de su padre, según la costumbre del país y

salió a conquistar tierras y ciudades donde poder reinar.

Samba Gana era joven y estaba siempre alegre. Samba Gana salió contento de la ciudad

de su padre, acompañado de un bardo y dos escuderos.

Samba Gana declaró la guerra al príncipe de una ciudad y lo desafío a un duelo.

Combatieron los dos. Toda la ciudad los miraba. Venció Samba Gana. El príncipe

vencido le pidió que le perdonara la vida y le ofreció su ciudad. Samba Gana se echó a

reír y dijo:

Quédate con tu ciudad. Tu ciudad nada me importa.

Samba Gana siguió su camino. Venció a un príncipe tras otro. Lo que ganaba en sus

victorias lo devolvía siempre. A cada príncipe vencido le decía:

Quédate con tu ciudad. Tu ciudad nada me importa.

Samba Gana llegó a vencer a todos los príncipes del país y, sin embargo, no poseía

tierras ni ciudades, porque después de la victoria todo lo devolvía y seguía adelante

alegre y risueño.

Un día descansaba con su bardo a orillas del Níger. El bardo cantó la canción de Analia

Tu-Bari, llena de la hermosura, la tristeza y la soledad de la princesa. El bardo cantó:

“Sólo conseguirá a Analia y la hará reír el caballero que conquiste ochenta ciudades”

Cuando Samba Gana oyó esto, se levantó de un brinco y exclamó:

¡Arriba, mozos! ¡Ensillen los caballos! ¡Vamos al país de Analia Tu-Bari!

Samba Gana rompió la marcha con su bardo y sus escuderos.

Page 30: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Cabalgaron día y noche. Un día tras otro cabalgaron. Llegaron a la ciudad de Analia Tu-

Bari. Samba Gana vio a Analia Tu-Bari. Vio que era hermosa y estaba triste. Samba

Gana dijo:

Analia, yo conquistaré las ochenta ciudades.

Samba Gana se puso en marcha. Antes de partir, dijo al bardo:

Tú quédate con Analia; cántale, distráela, hazla reír.

El bardo se quedó en la ciudad de Analia Tu-Bari. Todos los días le cantaba canciones

de los héroes de su país, de sus ciudades, de la serpiente del río que hace crecer las

aguas, de modo que la gente recoge unos años sobra de arroz y otros años pasa hambre.

La hermosa analia lo escuchaba.

Samba Gana recorrió la comarca. Combatió a un príncipe tras otro.

Sometió a los ochenta príncipes. A todos los vencidos les decía:

Preséntate a Analia Tu-Bari y dile que tu ciudad le pertenece.

Los ochenta príncipes y muchos guerreros fueron ante Analia Tu-Bari y se quedaron en

Wagana. La ciudad crecía y crecía. Analia Tu-Bari reinaba sobre todos los príncipes y

guerreros de toda la comarca.

Samba Gana se presentó a Analia Tu-Bari y le dijo:

Ya es tuyo lo que deseabas poseer.

Analia Tu-Bari dijo:

Has cumplido tu promesa. Seré tu esposa.

Samba Gana dijo:

¿Por qué estás tan triste? No me casaré contigo hasta que vuelvas a reirte.

Antes me entristecía la vergüenza de mi padre vencido –contestó Analia-. Ahora no

puedo reír porque nadie es capaz de cumplir mi deseo.

Samba Gana dijo:

Indícame lo que debo hacer.

Mata a la serpiente del río, que un año trae abundancia y otro escasez, y estaré contenta.

Samba Gana dijo:

Nadie se ha atrevido a hacerlo, pero yo lo haré.

Samba Gana, con sus tres acompañantes, se dirigió al río y buscó a la serpiente. Siguió

andando y buscando. Llegó a una ciudad, no la encontró y siguió río arriba. Llegó a otra

ciudad, no la encontró y siguió río arriba. Por fin encontró a la serpiente y combatió con

Page 31: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

ella. Tan pronto vencía la serpiente como Samba Gana. La corriente del río iba tan

pronto en una dirección como en otra. Las montañas se desplomaban y la tierra se abría.

Ocho años luchó Samba Gana con la serpiente. A los ocho años la venció. Durante este

tiempo Samba Gana había roto ochocientas lanzas y ochenta espadas. No le quedaba

más que una espada y una lanza ensangrentada. Le dio al bardo la lanza y dijo:

Llévale esta lanza a Analia Tu-Bari, dile que he vencido a la serpiente y mira a ver si se

ríe.

El bardo cumplió el encargo de Samba Gana

Analia Tu-Bari dijo:

Vuelve y dile a Samba Gana que traiga la serpiente para que, como esclava mía,

conduzca la corriente del río a mi país. Cuando yo vea a Samba Gana con la serpiente,

reiré y estaré contenta.

El bardo volvió y dio el recado a Samba Gana. Cuando Samba Gana oyó las palabras de

Analia Tu-Bari, dijo:

Es demasiado.

Samba Gana cogió la espada ensangrentada, se la clavó en el pecho, se rió una vez más

y cayó muerto.

El bardo cogió la espada ensangrentada, montó a caballo y se fue ante Analia Tu-Bari.

Al llegar le dijo:

Aquí está la espada de Samba Gana. La sangre que hay en ella es de la serpiente y de

Samba Gana. Samba Gana se ha reído por última vez.

Analia Tu-Bari reunió a todos los príncipes y guerreros que había en su ciudad. Montó a

caballo. Todos montaron a caballo y la siguieron hasta llegar al país donde había muerto

Samba Gana. Analia Tu-Bari llegó donde estaba el cadáver de Samba Gana. Analia Tu-

Bari dijo:

Era mayor héroe que todos los anteriores. Alzadle una tumba más alta que la de todos

los reyes y héroes.

Empezó el trabajo. Ocho veces ochocientos hombres cavaron la tierra. Ocho veces

ochocientos hombres construyeron un templo sobre el suelo. Ocho veces ochocientos

hombres amontonaron tierra sobre el templo y la apisonaron y quemaron. La pirámide

crecía y crecía.

Todas las tardes Analia Tu-Bari subía con sus príncipes y guerreros a la cima de la

pirámide. Todas las mañanas al levantarse decía Analia Tu-Bari:

La pirámide no es aún bastante alta. Levantadla hasta que se pueda ver Wagana.

Page 32: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Ocho veces ochocientos hombres acarreaban tierra, la apisonaban y la quemaban. Ocho

años siguió subiendo la pirámide. Al final del octavo año salió el sol. El bardo miró en

derredor y exclamó:

Analia Tu-Bari, hoy se ve Wagana.

Analia miró hacia el Oeste y dijo:

¡Ya veo Wagana! El sepulcro de Samba Gana es todo lo grande que su nombre merece.

Analia Tu-Bari se rió. Se rió Analia Tu-Bari y dijo:

Ahora separaos, príncipes y caballeros. Dispersaos por toda la tierra y sed héroes como

Samba Gana.

Analia Tu-Bari se rió otra vez y cayó muerta. Se la enterró en la cripta de la pirámide, al

lado de Samba Gana.

Page 33: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

DE PURA RAZA

Leyenda de Níger

Durante mucho tiempo, reinó en el país de los fulbés la familia Ardo. El joven y fuerte

Goroba-Dike era un descendiente de esta noble familia, pero, por no ser primogénito, no

le había correspondido ciudad donde reinar. Por eso andaba errante por el país de

Bammana haciendo sufrir a los habitantes su mal humor. Los pueblos bammanas tenían

gran miedo de su crueldad. Goroba-Dike era un hombre duro, valeroso y violento.

Apurados y temerosos, los hombres bammanas llamaron a Alal, el escudero de Goroba-

Dike, y le dijeron:

Tú eres el único que puede convencer a Goroba-Dike. Si consigues que se marche de

este país, te daremos una buena cantidad de oro.

Al cabo de algunas semanas, Alal dijo a Goroba-Dike:

Escucha: los bammanas no te han hecho nada malo para que los trates así. Yo de ti iría

contra los fulbés que deben un reino.

Tienes razón –dijo Goroba-Dike-. ¿Qué ciudad quieres que escoja?

¿Qué te parece si fueras a Sariam donde reina Hamadi Ardo?

Goroba-Dike dijo:

Me parece bien. Vamos allá.

Llegaron cerca de Sariam. En una aldea de los alrededores se detuvieron en la casa de

un labrador y se apearon. Goroba-Dike dijo a su escudero:

Quédate aquí por ahora. Quiero primero ver yo solo la ciudad.

Se quitó los lujosos vestidos, le pidió al labrador un traje viejo de trabajador, se lo puso

y se dirigió a la ciudad.

Habló primeramente con un herrero y le dijo:

Soy un fulbé a quien de momento le va muy mal. Por un poco de comida estoy

dispuesto a ayudarte en tu trabajo.

El herrero le dijo:

¡Como no quieras tirar del fuelle!

Goroba-Dike dijo:

Lo haré con mucho gusto –y se puso a trabajar con gran afición.

Mientras trabajaba preguntó al herrero:

¿Quién reina en esta ciudad?

Page 34: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Aquí reina Hamadi, de la familia de los Ardo –contestó el herrero.

¿De modo que Hamadi Ardo?, ¿tiene caballos?

Sí –dijo el herrero-, tiene muchos caballos. Es muy rico. También tiene tres hijas. Dos

de ellas están casadas con dos valientes fulbés. La más pequeña se llama Kode Ardo y

es la muchacha fulbé más orgullosa del país. Lleva un anillo de plata en el dedo

meñique y solo permitirá casarse con el que pueda ponérselo también en el dedo

meñique, porque dice que un verdadero fulbé ha de tener miembros finos y dedos

delicados.

A la mañana siguiente reuniéronse como todos los días los jóvenes fulbés distinguidos

delante de la casa de Hamadi Ardo. Salió de su casa la orgullosa hija menor del rey.

Kode Ardo sacó de su dedo el anillo de plata y buscó entre los presentes un hombre a

quien le entrase. Unos pudieron meterlo con mucho trabajo hasta la primera falange,

unos pocos consiguieron llegar hasta la segunda falange. Pero ninguno logró pasar de

allí.

Entonces se agotó la paciencia del rey Hamadi y le dijo a su hija:

Tendrás que casarte con cualquiera que se presente.

El herrero con quien trabajaba Goroba-Dike oyó estas palabras y dijo:

En mi casa trabaja ahora un hombre. Va mal vestido, pero se conoce bien que es un

fulbé.

Tráeme al hombre –dijo el rey-. Que pruebe a colocarse el anillo de mi hija.

El herrero se fue en busca de Goroba-Dike y le dijo:

Ven pronto; el rey quiere hablar contigo.

Goroba-Dike se fue con el herrero a la gran plaza donde se hallaban el rey Hamadi,

Kode Ardo y todas las personas distinguidas. Llevaba los vestidos harapientos.

Hamadi Ardo le preguntó:

¿Eres fulbé?

Goroba-Dike contestó:

Sí, soy fulbé.

Hamadi Ardo dijo:

¿Cómo te llamas?

Goroba-Dike contestó:

No puedo decírtelo.

Prueba a meter este anillo en el dedo meñique de tu mano –dijo el rey.

Page 35: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Goroba-Dike cogió el anillo de Kode Ardo y se lo metió en el dedo. El anillo le venía

muy bien.

Te casarás con mi hija –dijo el rey.

Kode Ardo decía llorando:

No, no quiero casarme con ese hombre del campo. Con ese hombre sucio y feo.

Kode Ardo estuvo llorando todo el día, pero tuvo que casarse con el sucio Goroba-Dike.

El mismo día se celebró la boda.

Una mañana llegaron los tuaregs enemigos y robaron todo el ganado vacuno del rey

Hamadi y de la ciudad de Sariam. Todos los hombres de la ciudad se armaron para

perseguirlos. Goroba-Dike estaba tumbado en un rincón. El rey Hamadi se acercó a él y

le preguntó:

¿No quieres montar a caballo y venir con nosotros a la guerra?

¿Montar a caballo? Yo no he montado nunca a caballo. Yo soy hijo de gente pobre. Si

me dan un asno quizás pueda montar.

Kode Ardo lloraba. Goroba-Dike montó en un asno y salió en dirección contraria a la de

los demás guerreros. Kode Ardo decía llorando:

¡Padre, padre, qué desgracia me has echado encima casándome con ese hombre!

Goroba-Dike se fue a casa del labrador donde había dejado su caballo, sus armas y su

escudero. Saltó del asno y dijo:

Alal, me he casado.

¿Cómo? ¿Te has casado? ¿Con quién te has casado?

Me he casado con la mujer más orgullosa de la ciudad, con la hija del rey Hamadi Ardo.

¿Cómo? ¿Esa suerte has tenido?

Sí, pero hay otra cosa –añadió Goroba-Dike-. Los tuaregs han robado el ganado de mi

suegro. Dame pronto vestidos y armas y ensíllame el caballo. Quiero adelantarme a los

otros cortándoles el camino.

El escudero lo preparó todo y preguntó:

¿Puedo acompañarte?

Goroba-Dike dijo:

No, hoy no.

Y, tras esto, salió galopando.

Page 36: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Alcanzó pronto a los otros y galopaba a alguna distancia. Los dos yernos del rey

Hamadi y los demás fulbés lo vieron correr a campo traviesa y se dijeron unos a otros:

Debe de ser Chinar, el demonio. Nos conviene que se ponga de nuestra parte para ganar

la batalla. Debemos hablar con él.

Algunos se dirigieron a Goroba-Dike y le preguntaron:

¿Adónde vas? ¿Qué te propones?

Voy adonde hay lucha y ayudo a los que me parece –contestó Goroba-Dike.

¿Eres, pues, Chinar?

Sí, soy Chinar.

¿Quieres ayudarnos?

Goroba-Dike dijo:

¿Cuántos yernos del rey van con ustedes?

Van dos –dijeron los hombres.

Si cada uno de ellos me paga con una oreja os ayudaré.

Los hombres dijeron:

¡Eso no es posible! ¿Qué dirían en la ciudad?

Es muy sencillo –dijo Goroba-Dike-. Que digan que las han perdido en la batalla. Eso

pasa hasta por muy honroso.

Los hombres cabalgaron hasta donde se encontraban los demás y contaron a los yernos

de rey lo que pasaba. Primero no se avenían, pero luego dejaron que les cortaran una

oreja a cada uno y se las enviaron a Goroba-Dike. Este se guardó las orejas en el bolsillo

y se puso a la cabeza de la tropa diciendo:

No digan que los ha ayudado Chinar.

No, no; no lo diremos –contestaron los fulbés.

Alcanzaron a los tuaregs. Pelearon con los tuaregs. Los fulbés ganaron la batalla y

recuperaron los ganados. Goroba-Dike se apartó y cabalgó hasta la casa del labrador en

la que le aguardaba su escudero. Allí se bajó del caballo, se quitó los vestidos y las

armas, volvió a ponerse sus harapos, montó en el asno y regresó a la ciudad. Cuando iba

por las calles de Sariam, el herrero que le había dado albergue el primer día le dijo:

No traspases mi puerta. Tú no eres un fulbé; tú eres un bastardo o un esclavo; no eres

guerrero ni fulbé.

Entre tanto, habían vuelto felizmente los fulbés victoriosos con los rebaños recuperados.

Todo el mundo los saludó con alegría. El rey salió personalmente a recibirlos y dijo:

Page 37: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Todavía quedan guerreros valientes. Todavía hay fulbés. ¿Vienen heridos?

Uno de los yernos dijo:

Cuando yo me lanzaba al ataque, un tuareg muy grande me tiró un sablazo. Yo aparté la

cabeza y el sable me cortó la oreja. Gracias a esto me salvé.

Otro yerno dijo:

Cuando yo atacaba por otro lado, un tuareg pequeño me tiró una estocada con su larga

espada desde abajo contra el cuello. Estuvo a punto de cortarme la cabeza. Pero me

incliné y solo me voló la oreja.

El rey Hamadi dijo:

Oír cosas de estas, alegra el ánimo. Ustedes son unos héroes. Pero díganme: ¿no han

visto al tercero de mis yernos?

¡Oh, ese! ¡Desde el principio se marchó en dirección contraria! –dijeron todos entre

risas.

Por el otro lado venía Goroba-Dike montado en el burro. Cuando estuvo cerca espoleó

al animal, que emprendió un trotecillo. Al verlo venir en esta facha, Kode Ardo rompió

a llorar amargamente diciendo:

¡Padre, padre, qué desgracia me has echado encima!

Durante la velada los fulbés distinguidos estaban sentados en círculo y contaban lo que

habían hecho. Goroba-Dike lo oía todo desde un rincón. Uno dijo:

Cuando yo me arrojé el primero en medio de los enemigos…

Otro dijo:

Cuando yo conquisté los caballos…

Un tercero dijo:

Sí, ustedes no son como el marido de Kode Ardo, sino verdaderos héroes.

Los otros dos yernos tuvieron que repetir cómo habían perdido en la lucha las orejas,

Goroba-Dike estaba allí al lado y lo oía todo. En el bolsillo tenía las dos orejas. Cuando

se hizo de noche se fue a su casa. Kode Ardo le dijo:

¡Eres un cobarde!

Al día siguiente la ciudad fue atacada por muchos tuaregs. Cuando los divisaron de

lejos, todos los hombres capaces de tomar las armas se reunieron. Goroba-Dike montó

en el asno y salió a escape de la ciudad. La gente gritaba:

¡Ahí va el yerno del rey! ¡Ahí huye ese cobarde!

Kode Ardo decía llorando:

Page 38: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

¡Padre, padre, qué gran desgracia has echado sobre mí!

Goroba-Dike se fue a la casa del labrador en donde había dejado sus vestidos, su caballo

y sus armas. Cuando llegó, saltó del asno y le dijo a su escudero:

¡Pronto, pronto; prepara mi caballo y mis cosas! Hoy hay grandes sucesos. Los tuaregs

atacan la ciudad en grandes masas y no hay nadie que sepa defenderla.

¿Puedo acompañarte? –preguntó Alal.

Goroba-Dike dijo:

Hoy todavía no.

Se puso sus buenos vestidos, cogió sus armas, saltó sobre el caballo y salió a galope.

Entre tanto, los tuaregs habían cercado y atacado la ciudad. Hasta habían conseguido

entrar en ella, y una parte avanzaba ya contra el palacio del rey.

Goroba-Dike llegó a tiempo. Rompió las líneas enemigas, desarzonó a los tuaregs a

derecha e izquierda, saltó por encima de ellos y llegó en el momento decisivo al palacio

del suegro. En aquel instante, algunos tuaregs rodeaban a Kode Ardo y querían

llevársela. Cuando Kode Ardo vio llegar al visitante fulbés, exclamó:

¡Mi gran hermano, ven y ayúdame; mi marido ha huido cobardemente!

Goroba-Dike apartó con su larga lanza a un tuareg. Un segundo enemigo le hizo una

gran herida, pero luego Goroba-Dike lo traspasó a su vez. Los demás huyeron. Viendo

Kode Ardo que Goroba-Dike tenía una herida grave, exclamó:

¡Oh!, mi gran hermano, me has salvado pero estás herido.

Se arrancó apresuradamente la mitad de su vestido y vendó con ella la pierna

ensangrentada de Goroba-Dike. Enseguida Goroba-Dike se fue de allí y cayó sobre los

tuaregs dispersándolos en todas direcciones y haciéndoles huir despavoridos. Los fulbés

salieron a perseguirlos.

Pero Goroba-Dike se fue a casa del labrador en donde estaba su escudero Alal. Allí se

apeó del caballo, se quitó vestidos y armas, se puso sus harapos y regresó a la ciudad en

el asno.

Al velo pasar el herrero en cuya casa había parado la primera vez, le gritó:

¡Miren a ese miserable bastardo, ese perro sarnoso, ese cobarde! ¡Pasa pronto por

delante de mi casa!

Goroba-Dike dijo:

¿Qué quieres? Desde que llegué siempre he dicho que era hijo de gente pobre.

Dicho esto, arreó el asno para que galopase por la gran plaza. Allí estaban muchos

fulbés reunidos en torno del rey Hamadi, hablando de los sucesos del día. También

Page 39: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Kode Ardo estaba. Cuando Goroba-Dike llegó en aquella facha, Kode Ardo se echó a

llora diciendo:

¡Oh, padre mío! ¿Por qué me has echado tal desgracia habiendo entre los fulbés

hombres tan valerosos?

Goroba-Dike dijo:

Ya el primer día de nuestro casamiento te dije que era hijo de gente pobre y le dije a tu

padre que no entendía de caballos ni de guerras.

Pero Kode Ardo lloraba y decía:

¡Cobarde, miserable, cobarde!

Goroba-Dike se sentó indiferente en un rincón.

Vino la noche. Los fulbés se fueron a sus casas. Kode Ardo no podía dormir. Pensaba

en su cobarde esposo y en el valiente forastero que la había salvado. Hacia media noche

miró a la cama de su marido y vio que había sangre. Caía la sangre del muslo vendado,

y la venda era un trozo de su vestido. Era el trozo de vestido que ella misma había

rasgado para curar al valiente forastero. La venda apretaba el muslo de su esposo que

había venido montado en el asno. Kode Ardo se levantó y preguntó a su marido:

Dime, ¿dónde has recibido esa herida?

Goroba-Dike dijo:

Piénsalo.

Kode Ardo preguntó:

¿Quién se rasgó el vestido para vendar tu herida?

Goroba-Dike dijo:

Piénsalo.

Kode Ardo preguntó:

¿Quién eres tú?

Goroba-Dike dijo:

El hijo de un rey, pero no digas nada por ahora. Prepara manteca y pónmela en la

herida.

Kode Ardo trajo la manteca. La calentó. La hizo gotear sobre la herida. Ató la venda.

Luego salió. Fue a ver a su madre, se sentó a su lado, se echó a llorar y dijo:

Mi marido no es un cobarde. No ha huido. Es el hombre que hoy ha salvado de los

tuaregs a la ciudad. Pero no se lo digas a nadie –y salió silenciosamente.

Page 40: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Al día siguiente Goroba-Dike volvió a montar en el asno y se fue a la casa del labrador

donde había dejado a su escudero, sus armas, sus vestidos y su caballo.

Alal –dijo a su escudero-, hoy ha llegado el día de presentarnos en Sariam y al orgulloso

Hamadi Ardo como realmente somos. Ensilla mi caballo. Ensilla también el tuyo.

Goroba-Dike se vistió y cogió sus armas. Entró a caballo en Sariam seguido de su

escudero. Se apeó en la gran plaza donde estaban reunidos muchos fulbés. El escudero

clavó en tierra unas hermosas barras de plata para atar los caballos.

Goroba-Dike llamó a su mujer, que vino enseguida y lo saludó riendo.

Luego saludó a los fulbés y dijo:

Yo soy Goroba-Dike y esta es mi mujer, Kode Ardo. Yo soy hijo de un rey y el que ayer

y anteayer venció a los tuaregs.

No lo creo –dijo Hamadi Ardo-. Siempre te hemos visto montado en un asno y huyendo.

Goroba-Dike dijo:

Pregunta a los que estuvieron conmigo en la lucha.

Es verdad; siempre lo hemos visto huir en un asno –dijeron todos.

Solo los yernos del rey dijeron:

No estamos seguros.

Entonces Goroba-Dike sacó del bolsillo las dos orejas y preguntó:

¿Conocen estas orejas?

Los dos bajaron la cabeza sin decir palabra.

El rey Hamadi se acercó a Goroba-Dike, se arrodilló ante él y le dijo:

Perdóname. Toma de mis manos el reino.

Goroba-Dike dijo:

Rey Hamadi Ardo, yo no soy menos que tú. Yo soy también de la familia de los Ardo.

Y puesto que soy rey, ordeno que al herrero que me ha injuriado varias veces le den

cincuenta azotes en las nalgas.

Y así se hizo.

Page 41: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

DAN-AUTA

Mito de Mali

Una vez, hace mucho tiempo, en un tiempo que está en la espalda del tiempo, se casó un

hombre con una mujer. Solos se fueron al bosque, cultivaron la tierra y se hicieron de

cuanto necesitaban. Tuvieron una hija que llamaron Sarra. Pasaron soles y soles y

cuando Sarra era ya moza tuvieron otro hijo, tan pequeño, que le llamaron Dan-Auta.

Poco después, el padre enfermó. “Me muero”, se dijo el padre y llamó a Sarra:

Me muero –le dijo el padre-. Dan-Auta queda junto a ti. No lo abandones y, sobre todo,

cuida de que Dan-Auta no llore más.

El padre dijo esto y se murió.

Poco después la madre enfermó. “Me muero”, se dijo la madre y llamó a Sarra:

Me muero –dijo a Sarra la madre-. Dan-Auta queda junto a ti. No lo abandones y, sobre

todo, cuida de que Dan-Auta no llore más.

La madre dijo esto y se murió.

Quedaron solos en el bosque Sarra y Dan-Auta. Pero les quedaba en alto un pequeño

silo lleno de maíz y uno lleno de harinas del árbol del pan, y uno lleno de frijoles y uno

lleno de millo. Sarra dijo:

Con esto tendremos bastante para alimentarnos hasta que Dan-Auta sea hombre y pueda

cultivar la tierra.

Sarra se puso a moler maíz para hacer comida. Cuando tuvo la harina delgada, la puso

en una calabaza y la llevó a la choza para cocerla. Luego salió a buscar leña y dejó solo

a Dan-Auta que, menudillo, se arrastraba por el suelo y apenas podía aún tenerse de pie.

Dan-Auta se aburría; se acercó a la calabaza y la volcó; luego tomó ceniza del hogar y

la mezcló con el maíz. Cuando Sarra volvió, al ver lo que Dan-Auta había hecho

exclamó:

¡Ay, Dan-Auta mío! ¿qué has hecho? ¿has echado a perder la harina que íbamos a

comer?

Dan-Auta comenzó a sollozar, pero Sarra dijo enseguida:

¡No llores, no llores, Dan-Auta! Tu padre y tu madre dijeron que no llorases nunca.

Sarra volvió a salir y Dan-Auta, a aburrirse. En el hogar llameaba un tizón. Dan-Auta lo

tomó y, arrastrándose fuera de la choza, prendió fuego en el silo del maíz y en el de la

harina del árbol del pan y en el de frijoles y en el de millo. En esto llegó Sarra y, viendo

todas las despensas consumidas por el fuego, gritó:

¡Ay, Dan-Auta mío! ¿Qué has hecho? ¡Has quemado todo lo que teníamos para comer!

¿Cómo viviremos ahora?

Dan-Auta, al oírla, comenzó a sollozar; pero Sarra se apresuró a decirle:

Page 42: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

¡Dan-Auta mío, no llores! Tu padre y tu madre me dijeron que no llorases nunca. Has

quemado cuanto teníamos; pero ven, ya buscaremos qué comer.

Sarra se puso a Dan-Auta a la espalda y, sujetándolo con su vestido, echó a andar por el

bosque. Sarra encontró un camino y se fue por él hasta llegar a una ciudad. Acertó a

pasar por el barrio del rey. La primera mujer del rey los recibió y se quedaron a vivir

con ella. Cada día les daba de comer.

Sarra llevaba siempre a Dan-Auta atado a su espalda. Las otras mujeres le decían:

Sarra, ¿Por qué llevas siempre a Dan-Auta sobre tu espalda? ¿por qué no lo pones en el

suelo y lo dejas jugar como los otros niños?

Y Sarra respondía:

Déjenme a mí. El padre y la madre de Dan-Auta dijeron que llorase nunca. Mientras yo

lleve a Dan-Auta sobre mí, no llorará. Tengo que cuidar de que Dan-Auta no llore.

Un día dijo Dan-Auta:

Sarra, yo quiero jugar con el hijo del rey.

Sarra entonces lo puso en tierra y Dan-Auta jugó con el hijo del rey, Sarra tomó un

cántaro y salió por agua. En tanto, el hijo del rey cogió un palo y Dan-Auto cogió otro

palo. Ambos jugaron con los palos. Dan-Auta, de un palo le sacó un ojo al hijo del rey y

el hijo del rey quedó tendido.

En esto, Sarra llegó. Vio que Dan-Auta había sacado un ojo al hijo del rey. Nadie estaba

presente. El hijo del rey comenzó a gritar. Sarra dejó el cántaro y, tomando a Dan-Auta,

salió de la casa, salió del barrio del rey, salió de la ciudad todo lo de prisa que pudo.

Nadie estaba presente cuando Dan-Auta sacó el ojo al hijo del rey; pero el niño gritó. El

rey, al oírlo, preguntó:

¿Por qué llora mi hijo?

Sus mujeres fueron a ver lo que ocurría y al notar la desgracia comenzaron a gritar. Oyó

el rey los gritos de sus cuarenta mujeres y acudió presuroso.

¿Qué es esto? ¿Quién ha hecho esto? –preguntó el rey. Y el hijo del rey repuso: “Dan-

Auta”

¡Salgan! –dijo entonces el rey a sus guardias-. ¡Vayan por toda la ciudad! ¡Busquen por

toda la ciudad a Sarra y Dan-Auta!

Los guardias salieron y miraron casa por casa, pero en ninguna hallaron lo que

buscaban. En vista de ello, el rey llamó a sus gentes, llamó a todos sus soldados, llamó a

los de a pie y a los de a caballo y les dijo:

Sarra y Dan-Auta han huido de la ciudad. Busquémoslos en el bosque. Yo mismo iré

con los de a caballo para buscar a Sarra y Dan-Auta.

Page 43: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Dos días seguidos había corrido Sarra con Dan-Auta al lomo. Al cabo de ellos no podía

más y justamente entonces oyó que el rey y sus caballeros llegaban en su busca. Había

allí un árbol muy grande y Sarra dijo:

Subiré al árbol y así podré ocultarme entre las hojas con Dan-Auta.

Subió, en efecto, al árbol con Dan-Auta a su espalda y se ocultó en la tupida fronda.

Poco después llegaban junto al árbol el rey con sus caballeros.

He cabalgado dos días –dijo- y estoy cansado; pongan mi silla de cañas debajo del

árbol, que quiero descansar.

Así lo hicieron sus hombres y el rey se tendió en su silla, bajo la rama donde Sarra y

Dan-Auta estaban.

Dan-Auta se aburría; pero vio al rey allá abajo y dijo a Sarra: “¡Sarra!”

Sarra dijo:

¡Calla, Dan-Auta calla!

Dan-Auta comenzó a sollozar. Sarra se apresuró a decirle:

¡No llores, Dan-Auta, no llores! Tu padre y tu madre me dijeron que no llorases nunca.

Di lo que quieres.

Dan-Auta dijo:

Sarra, quiero hacer pis. Quiero hacer pis encima de la cabeza del rey.

Sarra exclamó:

¡Ay, Dan-Auta, nos matarán si hacer eso; pero no llores y haz lo que quieras!

Dan-Auta llevó a cabo su propósito. El líquido cayó sobre la cabeza del rey. El rey llevó

la mano a su cabeza y, mirándola luego, exclamó.

¡Esto es porquería!

El rey miró entonces a la copa del árbol. Vio a Sarra, vio a Dan-Auta y gritó:

Traigan hachas y echemos abajo el árbol.

Sus gentes corrieron y trajeron hachas. Comenzaron a abatir el árbol.

El árbol tembló. Luego dieron golpes más profundos en el tronco y el árbol empezó a

inclinarse. Sarra dijo:

Ahora nos prenderán y nos matarán.

Page 44: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Un gran churua –un gavilán gigante- voló entonces sobre el bosque y vino a pasar cerca

del árbol donde Sarra y Dan-Auta estaban. Sarra vio al churua. El árbol se inclinaba, se

inclinaba. Sarra dijo al churua.

¡Churua mío! Las gentes del rey van a matarnos a Dan-Auta y a mí, si tú no nos salvas.

Oyó el churua a Sarra y, acercándose, puso a Sarra y a Dan-Auta sobre su espalda. El

árbol cayó y el pájaro voló con sarra y Dan-Auta. Voló muy alto sobre el bosque, siguió

volando hacia arriba, siempre hacia arriba. Dan-Auta miraba al pájaro, vio que movía su

cola como un timón y se entretuvo observándolo bien. Pero luego Dan-Auta se aburría y

dijo: “¡Sarra!”

Sarra repuso:

¿Qué más quieres, Dan-Auta?

Y como Dan-Auta sollozase, añadió:

No llores, no llores, que madre y padre dijeron que no lloraras. Di lo que quieras

Dan-Auta dijo:

Quiero meter el dedo en el agujero que el pájaro lleva debajo de la cola.

Sarra dijo:

Si haces eso, el pájaro nos dejará caer y moriremos; pero no llores y haz lo que quieras.

Dan-Auta introdujo su dedo donde había dicho. El pájaro entonces cerró las alas, Sarra

y Dan-Auta estaban ya cerca de la tierra, comenzó a soplar un gran gugua, un torbellino.

Sarra lo vio y dijo:

¡Gugua mío! Vamos a caer enseguida contra la tierra, y moriremos si tú no nos salvas.

El gugua llegó, arrebató a Sarra y a Dan-Auta y, transportándolos a larga distancia, los

puso suavemente en el suelo. Era aquel sitio un bosque de una comarca lejana.

Sarra avanzó por el bosque con San-Auta y encontró un camino. Siguiendo el camino

llegaron a una gran ciudad, a una ciudad más grande que todas las ciudades. Un fuerte y

alto muro la rodeaba. En el muro había una gran puerta de hierro que era cerrada todas

las noches. Porque todas las noches, apenas moría la claridad, aparecía un terrible

monstruo; un Dodo. Este Dodo era alto como un asno; pero no era un asno. Este Dodo

era largo como una serpiente gigante; pero no era una serpiente gigante. Este Dodo era

fuerte como un elefante; pero no era un elefante. Este Dodo tenía unos ojos que

iluminaban en la noche como el sol en el día. Este Dodo tenía una cola. Todas las

noches el Dodo se arrastraba hasta ciudad. Por esta razón se había construido el muro

con la gran puerta de hierro.

Por ella entraron Sarra y Dan-Auta. Tras el muro, junto a la puerta, vivía una vieja.

Sarra le pidió que los amparase. La vieja dijo:

Page 45: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Yo os ampararé. Pero todas las noches viene el terrible Dodo ante la ciudad y canta con

su voz fuerte. Si alguien le responde el Dodo entrará en la ciudad y nos matará a todos.

Cuida, pues, de que Dan-Auta no grite. Con esta condición yo los ampararé.

Dan-Auta oía todo esto. Al día siguiente fue Sarra al interior de la ciudad para traer

comida. Entre tanto, Dan-Auta buscó ramas secas y pequeños trozos de madera, que

encontró junto al muro. Luego corrió por la ciudad y donde veía un makodi, una piedra

redonda con que se machacaba el grano sobre una losa, lo cogía. Así reunió cien

makodi. Luego se dijo: “Sólo necesito unas tenazas”. Y andando por la ciudad vio unas

abandonadas. Junto al muro donde había amontonado la leña colocó los makodi y,

ocultas bajo ellos, las tenazas. Nadie advirtió la faena del pequeño Dan-Auta.

A la noche Sarra le dijo:

Entra enseguida en la casa, Dan-Auta porque pronto vendrá el terrible Dodo y puede

matarnos.

Dan-Auta repuso:

Yo quiero quedarme hoy afuera.

Sarra dijo:

Entra en casa.

Dan-Auta comenzó a sollozar, pero Sarra le dijo inmediatamente:

Dan-Auta mío, no llores. Tu padre y tu madre dijeron que no lloraras nunca. Si quieres

quedarte afuera, quédate fuera.

Sarra entró en la casa donde ya estaba la vieja.

Dan-Auta permaneció fuera, sentado ante la casa de la vieja. Todas las gentes de la

ciudad estaban en sus casas y habían cerrado tras sí las puertas. Solo Dan-Auta quedaba

a la intemperie. Corrió al lugar donde había juntado la lena y le prendió fuelo. Los

makodi en el fuego se pusieron ardientes como ascuas.

En esto se sintió que llegaba el Dodo. Subió al muro Dan-Auta y vio al monstruo que

venía a lo lejos. Sus pupilas brillaban como el sol y como incendios. Dan-Auta oyó al

Dodo que, con una voz terrible, cantaba:

¡Vuayanni agarinana ni Dodo!

(¡Quién es en esta ciudad como yo, Dodo!)

Cuando Dan-Auta oyó esto, cantó a su vez desde el muro, con todas sus fuerzas, hacia

el Dodo:

¡Naiyakay agarinana naiyakai ni Auta!

(¡Yo soy como tú en esta ciudad; yo, Auta!)

Cuando oyó esto el Dodo se acercó a la ciudad, llegó muy cerca, muy cerca, y cantó:

Page 46: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

¡Vuayanni agarinana ni Dodo!

Al cantar esto el Dodo, los árboles se estremecieron el bosque y la hierba seca empezó a

arder. Pero Dan-Auta contestó:

¡Naiyakay agarinana naiyakai ni Auta!

Al oír esto, el Dodo se alzó sobre el muro. Dan-Auta bajó corriendo y fue junto al

fuego, donde relumbraban como ascuas los makodi ardiendo.

El Dodo entonces cantó de nuevo con voz más terrible que nunca y Dan-Auta, una vez

más, le contestó. Todos los hombres en la ciudad temblaron dentro de sus casas al oír

tan cerca la horrible voz del monstruo.

Más fiero que nunca el Dodo comenzó a repetir su canto:

¡Vuayanni…

Pero al abrir sus fauces para este grito. Dan-Auta le lanzó con las tenazas diez makodi

ardiendo, que le abrasaron la garganta. Enroquecido, siguió el Dodo:

¡Agarinana…!

Pero Dan-Auta le hizo tragar otros diez makodi encendidos que le hicieron prorrumpir

en un gran quejido. Entonces, con voz más débil siguió:

¡Ni Dodo!

Y Dan-Auta aprovechando la abertura de las fauces, le envió el resto de los makodi. El

Dodo se retorció y murió, mientras Dan-Auta, subiendo al muro, cantó:

¡Naiyakay agarinana naiyakai ni Auta!

Luego con un cuchillo que había dejado fuera de la casa, cortó al Dodo la cola y,

ocultándola en un morralillo, entró con ella en la habitación de la vieja; se deslizó junto

a Sarra y se durmió.

A la mañana siguiente salían de sus casas cautelosamente los habitantes de la ciudad.

Los más decididos fueron a ver al rey. El Rey preguntó:

¿Qué ha sido lo que esta noche ha pasado?

Ellos respondieron:

No lo sabemos. Por poco morimos de miedo. La cosa ha debido ocurrir junto a la puerta

de hierro.

Entonces el rey dijo a su ministro de caza:

Ve allá y mira lo que hay.

El ministro de caza fue allí y, subiendo, medroso, al muro, vio al Dodo muerto.

Corriendo volvió al rey y le dijo:

Page 47: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Un hombre poderoso ha matado al Dodo.

Entonces el rey quiso verlo y cabalgó hasta el muro. Vio al monstruo tendido y sin vida.

El rey exclamó:

En efecto, el Dodo ha sido muerto y le han cortado la cola. ¡Busquemos al valiente que

lo ha matado!

Un hombre que tenía una yegua, la mató y le cortó la cola. Otro que tenía un camello, lo

mató y le cortó la cola. Otro hombre que tenía una vaca, la mató y le cortó la cola. Cada

uno de ellos fue al rey y le mostró la cola de su animal si fuese la del Dodo. Pero el rey

conoció el engaño, y dijo:

Todos ustedes son unos embusteros; no han muerto al Dodo. Ningún hombre de la

ciudad ha matado al Dodo. Yo y todos hemos oído en la noche la voz de un niño. ¿Vive

por aquí cerca junto a la puerta de hierro, algún niño extranjero?

Los soldados fueron a casa de la vieja y preguntaron:

Vieja, ¿vive aquí algún niño forastero?

La vieja respondió:

Conmigo viven Sarra y Dan-Auta.

Los soldados fueron a Sarra y preguntaron:

Sarra, ¿ha matado al Dodo el pequeño Auta?

Sarra respondió:

Yo no sé nada; pregúntenselo a él.

Dan-Auta, ¿has matado tú al Dodo? El rey quiere verte.

Dan-Auta no respondió. Tomó su morralillo y fue con los soldados ante el rey. Allí

abrió el morralillo y, sacando la cola del Dodo, la mostró al rey. Entonces, el rey dijo:

Sí, Dan-Auta, Dan-Auta ha matado al terrible Dodo.

El rey dio a Dan-Auta cien mujeres, cien camellos, cien caballos, cien esclavos, cien

vacas, cien vestidos, cien ovejas y la mitad de la ciudad.

Page 48: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

HAZAÑAS Y AVENTURAS DE GILGAMESH

Mito de Mesopotamia

Gilgamesh reinaba en Erech, capital del reino de ese mismo nombre que formaba parte

de lo que hoy llamamos la Mesopotamia. Esta era por aquel entonces tan fértil y rica,

que se cree que allí estuvo situado el Paraíso Terrenal. Entre sus dos grandes ríos, el

Tigres y el Éufrates, se extendían infinitos huertos, jardines y palmares.

Gilgamesh era rey y merecía serlo; entonces no se heredaban los reinos, sino que se

ganaban. Gilgamesh había ganado el suyo por su gallardía varonil y por su destreza de

guerrero. Era alto, sin ser un gigante, porque estos no suelen tener agilidad ni apostura.

Gilgamesh poseía ambas cosas. Y también belleza varonil porque su piel morena, sus

cabellos negros peinados hacia arriba y sujetos con una cinta dorada, que hacía juego

con su túnica, despertaban admiración. Pero, además de hermoso y valiente, estaba

dotado de una gran inteligencia que le hacía descollar entre los más inteligentes de su

pueblo. Gilgamesh tenía dos partes de dios y una parte de hombre. La diosa Ninsun,

reina del firmamento, era su madre. También el padre debió de ser hombre ilustre

cuando se desposó con una diosa.

He dicho ya que esto que cuento –sacándolo de los ladrillos de la biblioteca de

Asurbanipal- ocurrió hace muchísimos miles de años; quizá cuando todavía los

elefantes corrían en manadas por las orillas del río Manzanares y el diplodocus, lagarto

de veinte metros de largura, se escondía de los enormes animales carniceros. Entonces

todo era descomunal y fantástico en el mundo.

Gilgamesh, a pesar de sus buenas cualidades, tenía grandes defectos. Estos venían a ser

una exageración de sus mismas buenas cualidades. Como ocurre en casi todos los

hombres. Las dos partes de dios que había en su naturaleza lo llevaban a mirar con

altanería a sus semejantes. No se conformaba con imponer al pueblo el orden y el

respeto a las leyes; excediéndose en sus severidades, no admitía freno para su real

voluntad. Cuando el Consejo de los Ancianos no se sometía a su capricho, prescindía de

su aprobación. Amaba el valor y se rodeaba de los hombres más valientes y más

apuestos del país. Amaba la belleza en todas sus manifestaciones: la poesía, la música,

la escultura, la arquitectura. Quería vivir en bellos palacios, rendir culto a los dioses en

templos grandiosos. Organizaba competiciones de luchadores, atletas, bailarinas y

cantores.

Todo eso costaba demasiado dinero y Gilgamesch abrumó con impuestos a sus súbditos

y, de una manera especial, a los campesinos. Cuando estos protestaron, los castigó sin

piedad, los despojó de sus cosechas para llenar sus propios silos, les arrebató a sus hijos

más gallardos y fuertes para formar su guardia de guerreros y se llevó a sus palacios a

las más bellas mujeres.

Los hombres han acudido siempre a Dios en sus tribulaciones. Los súbditos de

Gilgamesh, afligidos por los rigores y exigencias de su rey, recurrieron al que ellos

adoraban, al Dios-Sol, que reinaba sobre los hombres y sobre los demás dioses. Todo

rey tiene su corte y el Dios-Sol tenía la suya en una meseta, sobre la cumbre más alta

del Monte de los Cedros. Pero el Dios-Sol acudía a los templos que le estaban

consagrados y escuchaba las súplicas de sus fieles. Tantos eran los que le pedían

remedio para sus miserias, que comprendió que la situación de las pobres gentes de

Page 49: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Erech había llegado a ser intolerable por culpa del rey. Los huertos estaban

abandonados a las malas hierbas; el barro, la hojarasca y las ramas secas tenían cegados

los canales de riego. No se oía el chirriar de las norias subiendo el agua de los pozos, ni

se escuchaban los cantos de los segadores, de las vendimiadoras y de los datileros.

El Dios-Sol ordenó entonces que acudiera a presencia suya la diosa Aruru, la celestial

moldeadora y escultora de los seres vivientes. Era ella la que, en el principio de los

tiempos, había dado forma al hombre. Aruru acudió en seguida. Hacía tiempo que

anhelaba moldear algún ser extraordinario.

Aruru –dijo el Dios-Sol-, tú conoces la Gilgamesh, el rey del Erech. Quiero que

moldees un ser humano que lo supere en fortaleza y en bondad de corazón. Se llamará

Enkidu y nadie debe conocer, por ahora, su existencia.

La diosa Aruru se trasladó a lo más profundo de los bosques y, en un calvero, no lejos

de la falda del Monte de los Cedros, se dispuso a realizar su obra. La entrada al Monte

de los Cedros estaba guardada por un monstruo espantoso, llamado Jumbaba, que

convertía en estatua de piedra a todo aquel que se metía por sus dominios. Bastábale

para ello con clavar en él la mirada del único ojo que tenía en medio de la frente. Los

bramidos del monstruo llegaban hasta el calvero de bosque elegido por Aruru.

La diosa tomó primero las medidas que calculó debía de tener el cuerpo en estatura y en

anchura y las trazó en el suelo. Después dibujó la configuración del cráneo. Recordó la

anchura y rectitud de torre que tenía la frente de Gilgamesh. Aplastó un poco la línea de

la frente del nuevo ser; sería un poco menos inteligente, pero más duro luchador. En

cambio, le dio más anchura al busto, a la altura de los músculos del pecho, dejando

espacio para el corazón. No sería tan bello como Gilgamesh, pero sería más fuerte. No

sería tan inteligente, pero sería más bueno. Sobre la forma dibujada en el suelo

amontonó a puñados la arcilla, después de amasarla bien, hasta hacer una gran figura

informe y acto continuo se puso a moldearla con las manos húmedas. Acariciaba la

arcilla lo mismo que una madre acaricia un hijo: con mimo, con amor. Aquí suavizaba

un perfil, allí realzaba un músculo, más abajo daba forma al arco de los pies que habían

de aguantar tanto peso.

El Dios-Sol la veía trabajar por entre la rendija de dos nubes. No quiso asomar la cara

porque la masa de arcilla se habría secado antes de tiempo y el trabajo de Aruru podía

desmerecer. Pero cuando vio la figura terminada, con los labios entreabiertos, que

parecían querer hablar, levantado el pecho como para aspirar el aliento de vida y el

corazón dispuesto a empezar el tictac que únicamente la muerte había de interrumpir,

apartó las dos nubes que lo ocultaban y apareció radiante en el cielo.

Bien has trabajado, Aruru. Deja que haga yo ahora mi obra.

La arcilla adquirió frescura de carne, el pecho de la estatua empezó a subir y bajar, y el

corazón a enviar oleadas de sangre por las arterias. Hecha su obra, el Dios-Sol se

escondió por el Occidente, al otro lado del Monte de los Cedros y el nuevo ser abrió sus

ojos y vio el cielo azul, los bosques oscuros y el manantial cristalino.

Sólo el Dios-Sol y la diosa Aruru conocían la existencia de Enkidu. Este vivía entre los

animales selváticos, que no lo consideraban como hombre, sino como una fiera noble y

generosa. Se alimentaba de la leche de las hembras con cría y de las bayas y frutos de

Page 50: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

los árboles. Su cuerpo se cubrió de vello para poder resistir la vida a la intemperie.

Gilgamesh, por su parte, seguía oprimiendo cada vez a su pueblo. Ahora reclutaba a

viva fuerza trabajadores para la construcción de un nuevo templo que quería dejar

terminado para celebrar en el mismo las grandes ceremonias del Año Nuevo. Uno de los

jóvenes que había huido a los bosques para escapar a la tiranía de Gilgamesh salió cierto

día de su cabaña para montar cepos y cavar trampas en lugares que no había explorado

hasta entonces. Cuando volvió al siguiente día por el mismo camino para recoger las

piezas que hubiesen caído, tuvo la sorpresa desagradable de encontrar las trampas

hundidas y los cepos saltados, con señales ciertas de que alguien había libertado a los

animales que habían caído en ellos. ¿Cómo se explicaba tan extraño fenómeno? El

joven montó de nuevo los cepos y las trampas, borró sus propias huellas y se retiró a la

cabaña. Dejó transcurrir un día y volvió a recorrerlos; pero su astucia se había visto otra

vez burlada. Con gran sobresalto suyo, descubrió las huellas de unos pies de hombre.

Agazapado, poniendo el alma en los oídos, dispuesto a huir a la primera alarma o a

disparar sus flechas contra quien de ese modo le robaba el fruto de sus afanes, fue

siguiendo el rastro. Este le condujo hasta un calvero, donde estaba el nacimiento del

manantial; observó por entre unas matas, los latidos de su corazón se aceleraron y

empezó a retirarse con gran cautela. Cuando estuvo a cierta distancia, echó a correr y no

se detuvo hasta llegar a su cabaña.

Aquella misma noche marchó a su pueblo y, sin que nadie le viese, entró en la casa de

su padre. Reunida la familia alrededor del hogar, el cazador contó lo que le había

ocurrido con los cepos y trampas, y agregó:

En el claro de bosque estaba un hombrón moreno y velludo, casi un gigante, curando a

una leona una pata que se había roto al caer en una de mis trampas. Y otros muchos

animales de la selva jugaban en el calvero sin hacerse daño unos a otros porque aquel

hombre extraño les imponía respeto. Un chacal le enseñó los dientes a una gacela; esta

dejó escapar un balido, el hombre dio un grito y el chacal acabó retozando con el

asustado animalito.

¿Es hombre tan alto, fuerte y valeroso como Gilgamesh? –preguntó el padre del

cazador.

Quizá un poquito más bajo, no tan hermoso, pero más fornido.

Valeroso tiene que ser para vivir entre las fieras –exclamó la joven y bella hermana del

cazador.

Quien libra de la trampa y el cepo a los animales y cura la pata de una leona, es hombre

de buen corazón –dijo con dulzura la madre.

Será preciso contárselo a Gilgamesh. Si la noticia le llegase por otro conducto, nos

castigaría.

Marchó, pues, el padre a la capital y contó a Gilgamesh el descubrimiento que había

hecho su hijo. El rey del Erech pensó que un hombre como aquel luciría mucho en su

escolta y quizá fuese un magnífico abanderado. Y contestó:

A un hombre como ese de que me hablas, sólo con la dulzura se le puede atraer. Sería

inútil recurrir a la violencia; tendríamos que enviar contra él a un ejército y no se dejaría

Page 51: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

prender vivo. Una joven dulce y buena podría atraerlo a vivir entre los hombres y a que

abandonase la compañía de las fieras. Si lo consigues, te libraré de impuestos y

perdonaré a tu hijo.

En la corte celestial miraban con malos ojos los atropellos que Gilgamesh cometía con

su pueblo. El Dios-Sol, al que sus adoradores acudían cada vez más afligidos, llamó a

presencia suya a Ninsun, la diosa del firmamento y madre del rey del Erech, y le habló

así:

Ese hijo tuyo está agotando mi paciencia.

La diosa Ningún habló a Gilgamesh:

Hijo, modera tu carácter. Los llantos de los pobres son como el zumbido de los

mosquitos alrededor del lecho del Dios-Sol. Lo irritan contra ti.

Gilgamesh se encogió de hombros y contestó a su madre:

Cuando vea su nuevo templo terminado, el Dios-Sol se sonreirá satisfecho. Espera a las

fiestas del Año Nuevo, madre.

Y se durmió. Y mientras dormía tuvo un sueño.

Soñó que estaba a cielo raso, en pleno campo y que, de pronto, se le clavaba una flecha

en el cuerpo y no podía arrancársela por más esfuerzos que hacía. La flecha había

venido del cielo, pero Gilgamesh no había visto al arco ni al arquero. Un dolor agudo en

el costado lo despertó pero no había señal de herida ni de flecha. Todo era efecto de la

fuerza misma del sueño…

Gilgamesh volvió a dormirse y volvió a soñar. Estaba asomado a una ventana de su

propio palacio cuando cruzó por el aire un objeto brillante. Era un hacha de guerra. ¿De

dónde venía? ¿Quién la había lanzado? El arma fue a dar con estrépito en la puerta de su

propio palacio. Al ruido del golpe se despertó Gilgamesh y mandó llamar al jefe de la

guardia. Todo estaba tranquilo. No había ocurrido nada. Gilgamesh se puso en pie y fue

en busca de su madre. Ninsun sólo supo decirle:

Hijo, un peligro muy grave te amenaza.

Pero Gilgamesh era valiente y le contestó:

No me asusta morir, madre. Alguna vez tiene que ser. Pero tú eres inmortal porque eres

diosa y tendrá que llorarme por toda la eternidad.

La diosa Ninsun dejó escapar un profundo suspiro. Gilgamesh se encogió de hombros y

pensó: “El peligro hace hermosa la vida”

Enkidu, después de ordeñar a una cierva que tenía cervatos y de vaciar sobre la hierba el

contenido de un zurrón lleno de variadas y sabrosas frutas, se disponía a cenar,

jugueteando con un cachorrito de león. No llevaba más ropa que la piel de un rebeco

que había muerto despeñado porque un bramido horrendo del monstruo Jumbaba lo

sobresaltó y le hizo perder pie al saltar de una roca otra.

Page 52: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

El Dios-Sol, a punto ya de esconderse por el Occidente, al otro lado del Monte de los

Cedros, se detuvo un instante para ver con el rabillo del ojo lo que ocurría en el calvero

del bosque. Los animales selváticos habían alzado los hocicos olfateando, como si el

viento les hubiese traido de pronto un olorcillo peligroso. Hasta el cachorro de león que

jugueteaba con Enkidu había dejado escapar un refunfuño amenazador. En el bosque del

calvero, entrando por la orilla del arroyo, apareció una joven, adornada con sus mejores

galas. La leona madre dio un salto hacia ella, un salto acompañado de un rugido

espantoso. Pero también Enkidu había saltado y el grito de mando que él lanzó hizo que

la leona, al tocar tierra, se quedase encogida y acobardada y que luego lamiese los pies

de la recién llegada, que también estaba temblorosa de miedo. Enkidu contemplaba a la

joven. El rostro de esta se parecía l suyo propio, tal y como la cara de la leona se parecía

a la del león melenudo y la de la cierva a la del ciervo de grandes cuernos rameados. Se

parecía pero de modo más fino. Enkidu era velludo y barbudo; ella era de cara lampiña,

piel suave y ojos dulces; su larga cabellera estaba bien cuidada, mientras que la de

Enkidu aparecía enmarañada y revuelta. Tomó la mano, pequeña y fina, de la joven con

su manaza grande y áspera. No había duda: aquella era su pareja. Sólo acertó a decirle:

Soy Enkidu.

Y ella le comprendió, contestándoles:

Soy Sadiru.

El Dios-Sol, al desaparecer por el Occidente del Monte de los Cedros, pintó las

nubecillas del cielo de color rosa y de color rosa fueron las sonrisas con que Enkidu y

Sadiru se saludaron.

Y entonces ocurrieron dos cosas. Enkidu comprendió que él y Sadiru eran dos seres

distintos de las fieras entre las que había vivido hasta entonces. Un rugido de la leona,

desde el extremo del calvero, hizo que el leoncillo corriese junto a ella. Enkidu se

levantó para atraparlo pero todos los animales selváticos y las fieras se desbandaron.

Habían comprendido que Enkidu no era de los suyos, como hasta entonces habían

creído, era de la raza de los hombres, sus enemigos de siempre.

Sadiru, la joven campesina, que sabía que en la noche acechan las fieras, reunió ramas y

encendió fuego. Y acertó porque los que hasta entonces habían sido amigos de Enkidu

acechaban desde todo el círculo exterior del calvero, esperando velos dormidos para

caer sobre los dos. Saduri explicó a Enkidu cómo vivían los hombres en las aldeas y

ciudades y le hizo el relato de sus fiestas y de sus cultos. Luego le contó las penas

suyas, las de los habitantes de su aldea y las de todos los moradores del Erech, por causa

de los atropellos de Gilgamesh. Y agregó:

Tú eres fuerte y te corresponde reinar entre los hombres, no entre las fieras. Te

conduciré a Erech, la ciudad más grande y magnífica que han construido los hombres.

Pronto van a celebrarse las grandes fiestas del Año Nuevo en el magnífico templo del

Dios-Sol, que es el que protege a nuestro pueblo y al que nosotros adoramos. Y si, como

eres fuerte, eres también bueno, tú nos librarás de la tiranía de Gilgamesh.

Enkidu contestó sin vacilar:

Os libraré de ella.

Page 53: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Gilgamesh es valiente.

Fuera de Jumbaba, el monstruo que guarda el Bosque de los Cedros sagrados, no temo a

nada. Y si tú me lo mandases, pelearía con Jumbaba.

Sadiru miró al gigante, que había ensanchado el pecho y abierto las enormes manazas

como para hacer presa en un enemigo invisible, y pensó:

“Vencerá a Gilgamesh y se proclamará rey”

Enkidu, por su parte, pensaba:

“Si llego a ser rey del Erech, haré reina a Sadiru”

Gilgamesh andaba atareadísimo en los preparativos de las grandes fiestas que habían de

celebrarse con motivo del Año Nuevo. En esas fiestas debía inaugurarse el nuevo

templo al Dios-sol y Gilgamesh apremiaba brutalmente a todos cuantos trabajaban en

aquella obra; sus furores y sus caprichos traían aterrorizados a los arquitectos, maestros

de obra, escultores, canteros y decoradores. Gilgamesh lo quería todo bello, todo

perfecto, grandioso todo. Las dos partes de Dios que había en su naturaleza así lo

exigían; la otra parte, la que tenía de hombre, se dejaba arrastrar a los mayores

arrebatos.

Sadiru, entre tanto, marchaba camino de la capital del Erech, acompañada de sus padres,

de su hermano el cazador y de un gigantón desconocido, al ver al cual la gente se

quedaba atónita y boquiabierta. El gigantón era Enkidu, que ya no llevaba a la cintura la

piel de rebeco, sino el ceñidor de hilo que le llegaba hasta las rodillas y una clámide o

capita corta, pero de puntas muy largas, que caían formando pliegues hasta el borde

inferior del ceñidor. Empuñaba una formidable garrota, que no era sino la misma rama

con que iba armado en el bosque, pero podaba y arreglada según las indicaciones de

Sadiru. Esta iba pensando que, si la rama se había convertido en garrota, bien podía la

garrota, afinándola aún más, convertirse en cetro de rey; porque el cetro no es sino un

bastón de mando, acortado y elegantizado y el bastón de mando una garrota afinada y

elegantizada; y la garrota una rama de árbol desbastada. Cetro, bastón, garrota, son

símbolos de autoridad, de mando.

Cuando el grupo de Enkidu cruzaba por las aldeas, se oían comentarios como estos:

Gilgamesh va a encontrar, por fin, un adversario digno de él.

Es más fornido que Gilgamesh.

Yo diría que un poco más bajo.

Gilgamesh lo hará matar por su escolta.

¿Cómo se llama ese buen mozo? –preguntaban las muchachas.

Enkidu y será nuestro libertador –contestaba Sadiru.

Nadie puede libertarnos como no sea voluntad del Dios-Sol –dijeron los ancianos.

Page 54: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

“Por lo menos demostraré a Gilgamesh que los campesinos no somos gente floja y

cobarde”, pensó Enkidu.

Llegó por fin el día en que el pueblo del Erech celebraba su rito del Año Nuevo. Los

habitantes del Erech hacían de esa fecha la fiesta del retorno de la vida; el sol empieza

alargar los días, la savia de los árboles despierta de su sueño invernal, los grillos se

asoman a la boca de su escondrijo y lanzan sus primeros cricrís y la sangre empieza a

hervir en las venas de los pájaros y les cosquillea la garganta para que canten, píen y se

arrullen.

El día apareció magnífico. Las flautas, tamborcillos y panderos llevaron la alegría por

las calles de la ciudad. Las gentes se dirigieron hacia el atrio del templo del Dios-Sol o

se agolparon en la gran avenida que conducía al mismo, entre dos grandes hileras de

soles simbólicos tallados en piedra que se alzaban sobre pedestales. Enkidu abrió paso a

Sadiru y a la familia de esta hacia el atrio mismo y allí se situaron a la sombra de una

estatua.

Se oyó a lo lejos un suave vibrar de címbalos y flautas. Sadiru se volvió hacia Enkidu y

le dijo con lágrimas en los ojos:

Ahí llega Gilgamesh. Libra a mi pueblo de su tiranía. Desafíalo, véncelo y proclámate

rey.

Enkidu sintió que se le ensanchaba el pecho, que todo su cuerpo se endurecía para el

combate y le contestó únicamente con una sonrisa.

El cortejo de Gilgamesh se iba acercando. Venían delante las bailarinas agitando

panderos y marcando los alegres pasos de la Danza de los desposados. A ambos lados,

los tamborileros, encuadrándolas y acompasándolas, hacían resonar con las manos sus

instrumentos de tamaños distintos. Detrás de las bailarinas venían las flautas y dulzainas

ejecutando la melodía de la danza.

Un buen trecho detrás, solo, magnífico, radiante de belleza, resplandeciente de alhajas,

Gilgamesh. Iba al templo para el gran rito en que, como representante de aquella ciudad

y tierra, iba a celebrar el desposorio de esta con su dios, un desposorio simbólico,

mediante el cual Erech se comprometía a dar culto al Dios-Sol y este le prometía

prosperidad para todo el año.

Detrás de Gilgamesh, la más lucida escolta de guerreros que ha guardado las espaldas a

un rey. Cerraban el cortejo los altos dignatarios, el Consejo de Ancianos y una gran

masa de pueblo que llenaba por completo la avenida.

Danzarines y músicos se colocaron a un lado del atrio, frente por frente de los

sacerdotes y Gilgamesh avanzó por el centro. En este instante se adelantó Enkidu hacia

la puerta del templo, se volvió de cara al rey, que llegaba, y cruzó la pierna derecha en

el umbral, en gesto simbólico de que le cerraba el paso y lo desafiaba.

Gilgamesh, eres el tirano de tu pueblo y no el rey. Yo vengo a libertarlo de tu tiranía –

gritó Enkidu.

Los sacerdotes levantaron sus brazos al cielo, horrorizados de tamaño sacrilegio. Una

voz vibrante añadió de entre la multitud, muda de asombro:

Page 55: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

¡Viva Enkidu, el bueno!

Era la de Sadiru.

La escolta de Gilgamesh, obedeciendo una orden de su jefe, avanzó, blandiendo en alto

las lanzas. Pero, dominando el tumulto, resonó otra vez, más terrible, la de Gilgamesh.

¡Atrás todos! Yo me basto para castigar al insolente.

Dio unos pasos hacia Enkidu y le gritó:

Prepárate. La lucha será a muerte.

Y tiró el cetro, que rodó por las losas. Enkidu hizo lo mismo con su garrota. Ambos se

quedaron solos en el centro del atrio, frente a frente.

El Dios-Sol se arrellanó en la cúpula dorada del templo para presenciar la pelea. Su

rostro redondo y mofletudo tenía una sonrisa enigmática. ¿Quién había de vencer?

¿Gilgamesh? ¿Enkidu?

Los campesinos, encabezados por Sadiru, suplicaban al Dios-Sol:

¡Da la victoria a Enkidu, que será nuestro libertador!

La guardia de guerreros gritaban a Gilgamesh:

¡Aplástalo, destrózalo!

Se acercaron el uno al otro con las manos abiertas como garras de tigres feroces.

Gilgamesh tenía dos partes de dios; pero Enkidu había luchado con fieras, esta curtido

por el sol, había trepado a las cimas peñascosas y a las copas de los altísimos cedros.

Se agarran uno a otro con fiereza, forcejean, ruedan por el suelo, se atenazan con presas

brutales, reciben y dan puñetazos como coces de caballo salvaje y patadas que parecen

martillazos de herrero. Se cubren sus cuerpos de magulladuras y de sangre. Heridas y

regueros de sangre manchan el hermoso rostro de Gilgamesh. Atornillado en una presa

irresistible de Enkidu, jadea como perro cansado, siente que se ahoga, se le aflojan las

piernas y cae al suelo con Enkidu encima. La vida del rey estaba a merced del gigante.

Los guerreros gritan ahora:

¡Es un flojo! ¡Mátalo, Enkidu! Serás nuestro rey.

En cambio, el pueblo clama con Sadiru:

¡Dale cuartel, Enkidu! No lo mates. Ha luchado como un valiente.

Los hombres valerosos y nobles son quienes mejor saben apreciar el valor y la nobleza

de sus enemigos. Enkidu pensó que Gilgamesh podía haber lanzado contra él su

guardia; sin embargo, había preferido pelear solo, sin ayuda de nadie y a cuerpo limpio.

Esa gallardía de Gilgamesh despertó en el corazón de Enkidu un sentimiento de

generosidad.

Page 56: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Mátame de una vez –balbucea Gilgamesh.

Pero Enkidu le tiene la mano, le ayuda a levantarse del suelo y le dice:

Prométeme que de aquí en adelante serás justo y benigno con tu pueblo, que le rebajarás

los tributos y que harás caso de los hombres sabios del Consejo de Ancianos.

Gilgamesh se lo promete y pregunta luego:

¿Quién eres tú, mi vencedor? ¿Eres un dios acaso? Sólo dios puede tener tu fuerza, tu

valentía y tu generosidad.

El Dios-Sol, desde lo alto de la cúpula dorada del templo, dejó oír su voz:

Hijo de Ninsun, tu vencedor, Enkidu, ha sido creado por mí de la arcilla moldeada por

Aruru, para que sepas que la gloria de un rey está en su justicia, no en su fuerza, porque

siempre puedo yo crear otro ser más fuerte. Abrazaos y haced feliz entre los dos a mi

pueblo del Erech.

Gilgamesh y Enkidu se abrazaron. El pueblo prorrumpió en vítores, los guerreros de la

escolta levantaron las lanzas, los sacerdotes entonaron himnos, los músicos hicieron

sonar sus instrumentos. Las danzarinas bailaron la danza nupcial y Gilgamesh entró en

el templo.

No hubo en el Erech fiestas de Año Nuevo más alegres y suntuosas. Gilgamesh y

Enkidu se hicieron amigos inseparables. Gilgamesh volvió a ser un rey justo y bueno,

preocupado únicamente con la felicidad de su pueblo.

Page 57: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LA VENGANZA DE ISHTAR

Mito de Mesopotamia

Ishtar era para los babilonios la diosa que regía la germinación de las sementeras y de

todos los seres vivos. Se la identificaba con la Luna y es la misma diosa a la que los

griegos llamaron Diana. Si los que llamamos alunados o lunáticos son gentes algo

locas y alucinadas, es de suponer que la Luna o Ishtar, lo era en grado superlativo:

completamente lunática y completamente alocada. En la tercera aventura de Gilgamesh

y Enkidu interviene Ishtar.

Gilgamesh, una vez descabezado Jumbaba, dejó escapar un grito de triunfo, se enjugó el

sudor del combate, limpió sus armas ensangrentadas y soltó la cinta con que enlazaba

sus cabellos. Lo mismo hizo Enkidu y ambos emprendieron inmediatamente el regreso a

Erech, la capital del reino, llevando la cabeza de Jumbaba.

La entrada de Gilgamesh y Enkidu fue triunfal. Eran los días en que los habitantes del

Erech celebraban la muerte y la resurrección anual de Tammuz, que coincidía con las

fiestas de la primavera. Los primeros días eran de llanto por la muerte de Tammuz; los

últimos eran de grandes regocijos por su resurrección. Ahora bien, Tammuz había

querido ser esposo de Ishtar –que era entonces joven y hermosa- y esta diosa alocada lo

hizo despedazar por sus propios perros. Sin embargo, ahora que ya no era joven ni

hermosa, quedó deslumbrada por la arrogancia y el valor de Gilgamesh, que más que

hombre parecía un Dios, aclamado por su pueblo. Delante de Gilgamesh iba Enkidu

llevando ensartada la cabeza de Jumbaba en lo alto de su lanza.

Ishtar tenía en Babilonia un templo en el que recibía el culto de sus devotos adoradores.

La diosa salió al encuentro de Gilgamesh y le habló de este modo:

Gilgamesh, quiero que seas mi esposo. Eres hijo de una diosa y te corresponde tener por

mujer a una diosa. Muchos han solicitado mi mano y a todos rechacé. Yo te regalaré una

carroza de oro incrustada de piedras preciosas, con un tiro de mulas veloces como el

viento. Tendrás un palacio sombreado por aromáticos cedros centenarios. Reyes y

príncipes de la tierra te rendirán tributo trayéndote la flor de sus riquezas. Tendrás

rebaños incontables de ovejas, de caballos y de vacas.

Pero Enkidu le dijo por lo bajo a Gilgamesh:

Acuérdate de Tammuz.

Y en ese mismo instante llegaron al oído de Gilgamesh los cantos rituales en que se

lloraba la muerte atroz de Tammuz. Entonces se volvió irritado hacia Ishtar, olvidando

que esta era diosa y recordando únicamente sus crueldades.

Diosa Ishtar, las riquezas que me ofreces tendría yo que pagarlas a un precio muy

caro.Obligación del esposo es cuidar del decoro del hogar y de la persona de su

mujer.Tendría yo que darte palacios y vestidos dignos de una diosa y cumplirte tus

caprichos. Pero todos saben que desde niña fuiste alocada. Hoy, como todos los años, el

pueblo llora por Tammuz, al que hiciste dar muerte cruel. Se te presentó como joven

pastor y tú lo transformaste en lobo para que muriese despedazado por sus perros y

Page 58: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

acosado por sus propios compañeros. Disfrutas envileciendo al león: clavas espuelas en

los ijares del corcel de guerra para luego hacerle beber agua cenagosa.

Gilgamesh y Enkidu se unieron a la procesión de los que lloraban a Tammuz, sin

preocuparse de Ishtar.

La diosa, irritada por aquel desprecio y aquellos insultos, corrió a la mansión celestial,

en la cumbre del Monte de los Cedros. Pero por más que lloró y pataleó, el dios padre

de los dioses se limitó a decirle que se lo tenía bien merecido.

Ishtar entonces se dejó llevar por un arrebato de locura furiosa:

Padre, soltad contra el hombre que me ha ofendido al toro del firmamento, a ese animal

feroz que cuando se enfurece produce los truenos y las tempestades o tomaré terrible

venganza en todos los hombres. Abriré las puertas del infierno y haré salir de este a los

muertos para que acosen y maten a los vivos.

El padre de la diosa Ishtar se resistió largo rato, pero temió que su hija cometiese alguna

insensatez espantosa. Por fin pareció ceder y le dijo:

Tú tienes a cargo tuyo la germinación de las plantas y la propagación de los seres vivos.

Sólo el cumplimiento de ese deber justifica tu carácter de diosa. Ya sabes las

consecuencias que acarrea fatalmente el descenso del toro celestial a la tierra de

Ramman: siete años de hambre. Obligación tuya es hacer provisión de pan para los

hombres y de forraje para las bestias, a fin de que la tierra no se despueble y los seres

vivientes no padezcan por culpa tuya.

La diosa Ishtar le contestó:

Todo lo tengo previsto y siempre hay en el Erech, gracias a mi protección, alimentos y

forrajes sobrantes de siete años de abundancia.

El toro que por orden del padre de la diosa Ishtar bajó a la tierra es el mismo que brama

con el trueno, echa bufidos de fuego con el rayo y arrasa bosques, cosechas y casas con

el huracán. Pero esta vez Ishtar dominó su indomitez y lo llevó al Erech, bajo los

mismos muros de la capital, en el momento mismo que Gilgamesh y Enkidu salían por

la puerta occidental de sus murallas. Y lo azuzó contra ellos.

La vengativa y despreciada Ishtar se dispuso a contemplar el combate. Ya veía a

Gilgamesh volando por los aires ante la acometida del toro, para ser luego recogido,

corneado y despedazado con las puntas largas y afiladas de sus cuernos. Y gritó, fuera

de sí, de rabia:

Ahora aprenderá, Gilgamesh, que no se puede ofender a Ishtar, pero lo aprenderás

demasiado tarde.

El cortejo que seguía a Gilgamesh y Enkidu se refugiaba precipitadamente dentro de las

altas murallas que rodean a la ciudad. Cierran las puertas y son muchos los que corren al

templo del Dios-Sol, pidiéndole protección.

Ni Gilgamesh ni Enkidu se arredran ante el peligro. Este último había probado muchas

veces su agilidad y la fuerza extraordinaria de sus músculos hurtando el cuerpo a los

Page 59: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

toros salvajes en su carrera y sujetándolos por los cuernos hasta quebrantárselos de raíz,

o hasta derribarlos por tierra, exhaustos y jadeantes. Este de ahora corría como un

huracán y se revolvía como un remolino. Pero en la misma ceguera de su rabia

encuentran los dos héroes el medio de burlarlo y de castigarlos. Ya su furia empieza a

amainar después de cien carreras inútiles y por efecto de los tremendos topetazos que se

da contra los árboles, rompiéndolos y rodando por el suelo, para volver a levantarse

inmediatamente. Enkidu entonces se coloca entre los dientes la espada larga y muy

afilada, engaña al toro con un quiebro del cuerpo y cuando aquel se revuelve lo agarra

por los cuernos. Después de mis coces y esfuerzos foribundos, empiezan a agotarse las

energías del toro; Enkidu empuña la espada en su mano derecha y se la hunde en las

agujas, hasta traspasarle al corazón.

El Toro Ramman se desploma patas arriba.

Los gritos de triunfo de Gilgamesh y enkidu se confunden con el alarido de furor de la

diosa de Ishtar, que ha contemplado la pelea desde lo alto del torreón que se alza sobre

la puerta de Occidente. Y el furor se convierte en locura al ver cómo Gilgamesh y

Enkidu arrancan el corazón sangrante del toro del cielo para llevarlo de ofrenda al

templo del Dios-Sol. Entonces Ishtar grita desde las almenas:

¡Ay de ti, Gilgamesh, ay de ti que has tenido la audacia de despreciarme y de matar al

toro del cielo!

El leal Enkidu quiere correr también los peligros de aquella maldición de la diosa. Para

que esta vea que él había participado en la muerte del toro, corta de sendos tajos de su

espada las dos ancas del animal, toma impulso, se las tira con toda su fuerza a la diosa,

dándole en la cara con aquella masa sanguinolenta y le grita:

¡A ti quisiera tenerte entre mis manos! ¡Te arrancaría las entrañas y las colgaría junto a

las de este animal!

Tamaña audacia dejó de momento acobardada a la diosa Ishtar y esta se dispuso a hacer

un entierro digno al cadáver del animal sagrado. Pero ya los habitantes de Erech se

habían enterado de la victoria de sus héroes, abrieron las puertas y salieron en tropel

para llevar en triunfo a Gilgamesh y Enkidu. Estos levantaron el cadáver del toro y, de

esta manera, hicieron su entrada en la ciudad, rodeados de las aclamaciones delirantes

del pueblo.

Y allá queda Ishtar en lo alto del torreón, rodeada de sus doncellas, lavando con un

torrente de lágrimas las ancas sangrantes del toro que había bajado del firmamento a

vengarla.

Page 60: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LA MUERTE DE ENKIDU

Mito de Mesopotamia

Los dioses que vivían en lo alto del Monte de los Cedros tenían su amor propio y era

frecuente que el rey de los dioses tuviese que intervenir para apaciguar las disputas que

surgían entre ellos. Tenían su amor propio y no les gustaba que ningún hombre, por

elevado que fuese su rango, se descarase con ninguno de ellos.

“El que siembra vientos, recoge tempestades” Eso estuvo pensando Enkidu, recién

acostado en el hermoso lecho de que disponía en el palacio del Gilgamesh. “Sí –se decía

Enkidu-, las temeridades de Gilgamesh nos acarrearán desgracias”. Por mucha que

fuese la influencia de Ninsun, diosa del firmamento, también Ishtar, la Luna, tenía

muchísimo poder. Y algún día Ishtar tendría de su parte a la asamblea de los dioses y

estos los castigarían.

Quizá por efecto de tales pensamientos Enkidu tuvo aquella noche sueños muy

extraños. Vio en esos sueños a los dioses reunidos en asamblea, mejor dicho,

constituidos en tribunal para juzgarlos a él y a Gilgamesh. Haber matado a Jumbaba y al

Toro del firmamento era un crimen que merecía ser castigado con la muerte. Como en la

asamblea no tomaban parte las diosas, hubo mayoría en el acuerdo de imponer un

castigo. Alguien propuso que muriese el más culpable de los dos mortales. Y allí fue

donde la asamblea de los dioses cayó en la más enconada de las disputas. Los

partidarios de la diosa Ninsun querían a todo trance salvar a Gilgamesh y los partidarios

de la diosa Ishtar querían perderlo. El más anciano de los dioses era Anu y por ser el

más anciano le llamaban y consideraban como padre y el más sabio de todos ellos. Se

hizo el silencio cuando él abrió la boca para decir:

En mi opinión, hay algo que agrava la culpabilidad de Gilgamesh. Este derribó uno de

los cedros sagrados y eso constituye un sacrilegio. Si cada habitante del Erech, viendo

que Gilgamesh no ha sido castigado, derriba a su vez un cedro, pronto quedará

desembarazado el camino hasta la cima del monte. ¿Qué haremos entonces?

Se levantó en la asamblea un griterío ensordecedor y estuvo en poco que los partidarios

de Ninsun y de Ishtar no llegasen a las manos.

El dios de los vientos gritó:

Enkidu es el verdadero criminal porque conocía el camino y fue quien guió a

Gilgamesh.

Pero el rey de los dioses, el Dios-Sol, se volvió iracundo hacia el de los vientos y bramó

con voz tonante:

¡Cállate! ¿Habrían matado ellos a Jumbaba si tú…, tú mismo…, no le hubieses cegado

con el soplo de tus vientos? Cállate, si no quieres pasar de juez a reo.

Pero el dios de los vientos también tenía voz bramadora, aunque no de trueno:

Page 61: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Harás bien en callar, ¡oh rey de los dioses!, porque yo obedecí órdenes tuyas y fuiste tú

quien los animó a cometer tan grandes atropellos.

Enkidu sintió impulsos de decir que sí, que el rey de los viento tenía razón, que la

misma diosa Ninsun le había colocado a él su distintivo e insignia. Y con los esfuerzos

que hizo para hablar, se despertó, sin que los dioses hubiesen llegado a tomar una

resolución.

Enkidu ya no pudo conciliar el sueño, convencido de que el condenado a muerte por los

dioses sería él, que no tenía ningún valedor…

Fue a la habitación de Gilgamesh y le contó el sueño; pero este se mostró seguro de que

el castigo tenía que recaer en su propia persona. Sabía perfectamente que él había sido

el instigador de todo y que Enkidu sólo le había seguido por lealtad y que se había

opuesto a que derribase el cedro sagrado. Reconocíase plenamente culpable y juzgó que

el castigo tenía que recaer en él. Pero los dioses podían infligirle un castigo peor que la

muerte: vivir sin la compañía del bueno y leal Enkidu.

Y por eso le dijo:

Amigo y hermano mío, ¿crees que los dioses no me castigan a mí de la manera más

cruel si te matan a ti? Ellos saben muy bien que, muerto tú, me sentaré yo a las puertas

de la muerte, igual que mendigo a las puertas del Palacio real, esperando que se abran,

para poder entrar a ver tu rostro querido. Muerto tú no me queda a mí sino morir.

Enkidu volvió a su cama, pero no consiguió conciliar el sueño en toda la noche.

Despierto y envuelto en la oscuridad, se puso a meditar en su corta vida. Enkidu había

sido moldeado por la diosa Aruru como hombre en la plenitud de su desarrollo. Nunca

fue niño; no conoció los besos de una madre, ni jugó y riñó con otros pequeños de su

misma edad, ni conoció las alegrías, estímulos e ilusiones del niño, ni había tenido un

padre al que tomar como modelo de valentía, previsión y seriedad. Enkidu se había

despertado a la vida siendo ya hombre hecho y derecho, y sólo supo que era hombre

cuando se le apareció la joven y bella campesina. ¿Para qué se cruzó aquella mujer en

su vida? Enkidu habría seguido considerándose como un animal del bosque y habría

vivido largos años sin incurrir en la cólera de los dioses. Recordó luego el episodio de

su mano magullada por la puerta de entrada al Bosque de los Cedros y sintió un vivo

dolor en la misma. Y al amontonarse en su recuerdo los mil pequeños detalles

dolorosos, Enkidu sintió tentaciones de maldecir la vida.

Pero amaneció. La luz del día no solamente iluminó y alegró la estancia en que dormía

Enkidu; también llevó un rayo de luz y de optimismo a su alma. Vio su lecho magnífico

y la puerta de comunicación de su estancia con el dormitorio de Gilgamesh, rey

magnífico del Erech y amigo suyo. Y recordó las gloriosas aventuras del combate con

Gilgamesh, de la muerte y decapitación de Jumbaba, de la lucha y muerte del toro

celestial y de la entrada triunfal en el Erech. La vida, como las nubes sonrosadas del

amanecer y del crepúsculo tiene dos caras, una hermoseada por el sol del amor y de la

ilusión y la otra oscura, y ese contraste la hace bella. Enkidu dio gracias en su corazón a

la diosa Aruru, que lo moldeó fuerte y sano; al Dios-Sol, que le comunicó el hálito de

vida; a la dulce Saridu, que lo trajo a vivir entre los hombres. Y aceptó la decisión que

tomasen los dioses, cualquiera que esta fuese, comprendiendo que era el rey de los

Page 62: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

dioses quien le había permitido asistir en sueños a la asamblea en que se discutí su

porvenir.

Pasadas algunas noches tuvo otro sueño; fue como si los dioses compasivos quisieran ir

preparando su espíritu para lo que se avecinaba. He aquí el sueño:

Oye un chillido prolongado y penetrante que parece brotar del cielo y de la tierra.

Enkidu se ve de pronto alzado en el aire por las garras de un monstruo espantable que

tiene cara de león y alas y garras de águila y todo el cuerpo cubierto de plumas. Pero lo

que más angustia a Enkidu es que siente que le brotan plumas en todo el cuerpo, y ve

cómo sus brazos se convierten en alas hasta que todo él se transforma en un ser parecido

al que le lleva por los aires. Entonces comprende que está muerto, que se ha convertido

en espíritu y que aquel espantable pajarraco es una de las harpías del infierno que lo

lleva hacia la morada de los muertos. Ya es sólo espíritu, aire, cosa que flota…, pájaro.

Al entrar en la mansión de los muertos Enkidu ve sentada en un trono elevado a la diosa

que reina en los infiernos. Junto a la reina de la noche eterna está acuclillada su fiel

servidoras. A medida que entran nuevas almas, esta lee la relación de sus vidas grabada

en un registro. Mientras Enkidu espera su turno, recorre con la vista una sección en la

que se agolpan todos aquellos que en el mundo habían sido grandes personajes: reyes,

nobles y sacerdotes. Pero allí no se ven coronas, ricos mantos y túnicas porque todos

están cubiertos de plumas y agitan alas; sus rostros son de espantables demonios. Ya no

tienen servidores ni comen en ricas mesas manjares apetitosos y blanco pan, sino que se

llevan a la boca cosas hediondas y basura.

Enkidu no pudo seguir viendo lo que allí ocurría porque despertó de su sueño. Se lo

contó a Gilgamesh y, esta vez, ya no hubo dudas sobre cuál de los dos había sido

condenado a morir.

Enkidu no pudo ya levantarse de la cama. Una fiebre ardorosa lo consumía; dejó de

comer y se fue debilitando día a día. Gilgamesh, afligidísimo, no se apartaba de su lado,

tratando de darles ánimos porque de ese modo se daba ánimos a sí mismo.

Pero al noveno día cayó Enkidu en un sopor profundo y Gilgamesh se alarmó,

hablándole con las más cariñosas palabras:

Enkidu, mi hermano y camarada, con el que yo afronté los mayores peligros y realicé

las hazañas más gloriosas, abre los ojos, háblame. Juntos matamos al toro del

firmamento y juntos acometimos a Jumbaba… Tus ojos se han nublado, tu voz ha

enmudecido.

Puso la mano sobre el corazón de Enkidu. Este había dejado de latir. Gilgamesh cubrió

el rostro de Enkidu con un velo. Después paseó por las habitaciones de su palacio dando

bramidos de dolor que dejaron aterrados a sus servidores. Parecía una leona a la que le

han matado sus cachorros. Se mesó los cabellos, se desgarró las vestiduras y lloró con

lágrimas ardientes al muerto querido.

Gilgamesh no podía apartar los ojos de Enkidu y durante toda la noche estuvo mirando

aquel cuerpo, tan lleno de vigor y de energías; se había achicado y encogido porque le

faltaba el hálito de vida y el alma había marchado al país de las tinieblas. Gilgamesh

anheló, más que nunca, poseer la inmortalidad para no verse como ahora estaba Enkidu.

Page 63: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Cuando las primeras luces del día entraron a la habitación en que estaba expuesto el

cuerpo de Enkidu, Gilgamesh tomó una resolución heroica, temeraria. Buscaría el

secreto de la inmortalidad. En una isla de los mares lejanos, allá por Occidente, en los

últimos confines de la tierra, vivía el único hombre al que hasta entonces había

respetado la muerte. Siglos, milenios incontables llevaba viviendo y aunque, según

decían las leyendas, sus cabellos eran blancos, su cuerpo tenía el vigor de la edad

madura. ¿Cómo había logrado hacerse inmortal? Gilgamesh se lo preguntaría y a fuerza

de súplicas y de lágrimas le arrancaría su secreto, el secreto de la inmortalidad.

Esa fue la resolución que tomó Gilgamesh, dolido y temeroso, a la vista del bueno y leal

Enkidu, del que sólo quedaba en la tierra el barro o arcilla de que lo había moldeado la

diosa Aruru.

Page 64: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

EL HOMBRE QUE PUDO SER DIOS

Leyenda de Mesopotamia

El dios de la sabiduría, Ea, tuvo un capricho; un capricho de dios. Necesitaba un

servidor que atendiese a sus necesidades y le librase de mil preocupaciones. Bajó, pues,

a tierra a la ciudad sagrada de Eridu y moldeó a un ser con cuerpo de hombre, pero le

dotó de una inteligencia y de una sabiduría tales, que no había en la tierra y en el cielo

nada que él no supiese o que no fuese capaz de comprender. La misma perfección que a

su inteligencia dio Ea a los órganos y a los músculos del nuevo ser. La habilidad de sus

manos era prodigiosa, lo mismo si se trataba de amasar y de cocer el pan, que de

preparar trampas y armas para los cazadores y redes y anzuelos para los pescadores.

Sabía ser panadero, cazador y pescador. Hablaba como el más experimentado de los

ancianos. Y era, además, un ser de nobles sentimientos, cumplidor de los mandatos

divinos, fiel servidor de Ea y cuidadoso del bienestar de los habitantes de Eridu. Todas

las noches, antes de acostarse, recorría el recinto amurallado y comprobaba que las

puertas de la ciudad estaban bien cerradas y las guardias y centinelas en sus sitios para

evitar cualquier sorpresa de los merodeadores. Este ser, que tenía cuerpo de hombre,

pero que casi podía compararse a los dioses por su inteligencia, se llamó Adapa.

Adapa salió un día de pesca en su barca. Quería sacar algunos peces para servirlos en la

mesa del dios Ea, su señor. La barca se adentró en el mar y cuando Adapa se hallaba

entregado a sus tareas, he aquí que el Pájaro gigantesco de la Tempestad se echa a volar

lejos de las costas y empieza a mover furiosamente sus alas inmensas agitando las aguas

y levantando olas gigantescas. La barca de Adapa se ve sacudida en todas direcciones:

tan pronto se levanta de proa, empujada por una ola, como parece que va a tragársela el

abismo. Un aletazo terrible del Pájaro de la Tempestad levanta un remolino súbito y la

barca da la vuelta, quedando con la quilla hacia arriba.

Adapa, que sabía de todo, sabía nadar como un pez. Salió, pues, a flote, pero aquel

percance le irritó. Por una sola vez, perdió la serenidad y se dejó llevar de la cólera. Los

mortales no ven al Pájaro gigantesco de la Tempestad. Sólo sienten sus aletazos en las

ráfagas del viento y en los huracanes. Pero Adapa sí que lo vio. Adapa estaba en ese

momento irritadísimo y gritó al Pájaro de las Tempestades, amenazándole con el puño:

Esto que has hecho me lo vas a pagar muy caro, porque voy a quebrarte las alas.

No era una fanfarronada de Adapa. Entre las cosas que este sabía, por habérselas

enseñado su señor, Ea, dios de la Sabiduría, estaban las fórmulas de encantamientos y

de maldiciones. Adapa lanzó contra el Pájaro de las Tormentas la más eficaz de todas

que sabía y apenas la maldición salió de sus labios cuando las alas de aquel se plegaron

como paralizadas. Cesó en un instante de soplar el viento; las olas se deshicieron,

quedando todo en calma; pasaron días y días sin que se moviese una hoja de árbol, sin

que se rizase el mar y cruzasen las nubes por el cielo. Todos los vientos y las brisas se

durmieron profundamente.

Page 65: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Transcurrieron así siete días y el dios de los cielos mandó llamar a su alado mensajero

Ilabrat y le preguntó:

¿Qué ocurre que desde hace siete días no soplan los vientos?

Ilabrat contestó:

Señor, el Pájaro de las Tormentas tiene rotas las alas.

¿Quién se las rompió?

Señor, fue obra de Adapa, el servidor del dios de la Sabiduría.

Esas palabras despertaron la cólera del dios de los cielos. ¿Qué clase de ser

extraordinario era aquel Adapa? ¿Cómo llegaba a tanto su poder? Había dioses que no

habrían podido realizar lo que aquel ser mortal había hecho. Resolvió aplicarle un

severo castigo y dio orden de que llevasen a Adapa a presencia suya.

Pero nada de lo que ocurría en los cielos y en la tierra escapaba al conocimiento de Ea,

el dios de la Sabiduría, que estaba además encariñado con Adapa, por ser creación suya

y porque era un servidor leal y obediente. Lo llamó a su presencia y le dijo:

Adapa, el dios de los cielos está irritado contra ti por haberle quebrado las alas al Pájaro

de las Tempestades. Te va a llamar a juicio y te castigará. Escúchame y haz lo que voy a

decirte.

El dios de la Sabiduría habló largo rato con Adapa aleccionándole en ciertos secretos de

la corte celestial que este no conocía. Y terminó diciéndole:

Sigue al pie de la letra mis consejos.

Lo primero que hizo Adapa fue despeinarse los cabellos, cubrirse la cabeza de ceniza y

vestirse de harapos como un mendigo. Llegó al poco rato el mensajero del dios de los

cielos y le ordenó que lo siguiese. Cuando llegaron a las puertas de la mansión celestial

les cerraron el paso dos dioses que allí estaban de guardia y que preguntaron a Adapa:

¿Cómo te presentas de esas trazas en la corte celestial?

Adapa le contestó con tono lastimero:

Dos dioses han desaparecido de la tierra; yo me he puesto así para hacer llantos por ello

y quiero pedir al dios del cielo que se apiade de nosotros y nos los vuelva a enviar a la

tierra.

Los centinelas preguntaron extrañados:

¿Y qué dioses son los desaparecidos?

Adapa les contestó:

Tammuz el uno y Gishzida el otro.

Page 66: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Al oír lo que decía Adapa, los dos centinelas dejaron ver una sonrisa de simpatía,

porque Tammuz y Gishzida eran ellos mismos, que se retiran en efecto de la tierra todos

los años en estación seca. Tammuz y Gishzida tratáronle con gran amabilidad y lo

llevaron a presencia del rey de los dioses, que lo recibió sentado en su trono y le

preguntó con voz terrible:

Escúchame y contéstame: ¿por qué le quebraste las alas al Pájaro de las Tempestades?

Adapa le contesta con gran serenidad:

Rey de los dioses y de los hombres: Ea, el señor de la Sabiduría, me dio una inteligencia

superior a la de todos los hombres y me puso al corriente de los misterios del cielo y de

la tierra. Yo le quedé tan agradecido, que me convertí en servidor suyo y le proveo

todos los días de los mejores alimentos que puedo conseguir. Salí un día al mar en mi

barca con el propósito de pescar peces para la comida de mi señor. El mar estaba en

calma, y de pronto el Pájaro de las Tempestades empezó a mover las alas con furia,

revolviendo las aguas de tal manera que volvió mi barca boca abajo… Yo pensé que mi

señor se iba a quedar sin comer. Eso me produjo tal cólera, que lancé una maldición y le

quebré las alas al Pájaro de las Tempestades.

El divino juez le escucha con atención, examinando sus facciones para ver si dice

verdad. No acaba de convencerse. Pero Tammuz y Gizhzida se adelantan y hablan a

favor de Adapa:

Señor nuestro, la boca de Adapa habla verdad. No se trata de un pícaro impío, sino de

un hombre que respeta y ama a los dioses. Ahora mismo, en lugar de preocuparse de su

propia suerte, viene ante vos, señor, en esas trazas, llorando la desaparición nuestra y

para pediros que os compadezcáis de los hombres. Nosotros os suplicamos, señor, que

no veáis malicia en lo que ha hecho y que no lo condenéis.

Esas palabras de Tammuz y de Gishzida aplacaron la cólera del dios. Se vuelve hacia

los dioses que le rodean y les dice:

Adapa no es culpable y yo lo declaro libre de castigo.

Y después de unos momentos de meditar consigo mismo agregó:

Puesto que Ea lo ha dotado de una inteligencia igual a la de los dioses, a pesar de su

condición de simple mortal, vamos a darle de aquí en adelante trato de dios. Servidle de

comer y de beber de lo mismo que comemos y bebemos nosotros, para que de ese modo

se convierta en inmortal.

La verdad es que no había hecho hasta entonces otra cosa que seguir punto por punto

los consejos que le había dado Ea sobre cómo debía presentarse y lo que le convenía

decir y hacer. Y el resultado había sido tal y como Ea había previsto. Al llegar, pues, al

convite que le ofreció al dios del dielo recordó Adapa las palabras de Ea: “No pruebes

bocado ni bebas una gota, porque son manjares y bebida que matan a los mortales”

¿Buscaba, en fin de cuentas, el dios del cielo desembarazarse de él después de haberle

absuelto? Adapa tuvo sus dudas, porque la posibilidad de convertirse en dios era

tentadora, pero su señor y creador Ea había sido terminante. No comas ni bebas porque

morirás. Apartó, pues, los manjares y el agua cuando le fueron puestos delante y se

negó a probarlos.

Page 67: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

El dios del cielo, al ver aquella actitud, pensó para sus adentros:

“Está visto que Adapa, a pesar de toda su inteligencia, no deja de ser un hombre: torpe,

insensato y que no ve más allá de sus narices”.

Se volvió hacia los dioses y les dijo:

Ya estáis viendo cómo se niega a comer los manjares y beber el agua que le habrían

hecho inmortal.

A continuación ordenó a sus servidores:

Lleváoslo de aquí y que vuelva a la tierra.

Pero el dios de los cielos no quiso dejar sin premio la rectitud, lealtad y devoción a los

dioses de Adapa y le dijo:

Adapa, antes de que vuelvas a la tierra quiero recompensarte. Ven y te mostraré los

misterios del cielo, con toda su gloria y sus maravillas.

Y después de habérselas mostrado, volvió a subir al trono y pronunció una orden:

Aunque Adapa tenga que volver a la tierra, yo quiero que no pueda ser nunca víctima de

enfermedades. Ninkarrak, la diosa de la Salud, cuidará de él en todo momento. Ella

cuidará de alejar de él las enfermedades. Si la peste se le acerca, ella la ahuyentará. Si

alguna desgracia va en busca suya, Ninkarrak le cerrará el paso. Si lo acosan

dificultades y le quitan el sueño, ella serenará su ánimo y loa dormecerá. Será, además,

señor y rey de hombres y sus descendientes reinarán por siempre, y la ciudad de Eridu,

en que él vive, no conocerá jamás el yugo de extraños ni pagará tributos.

Adapa volvió a la tierra. Dentro de su felicidad, no pudo menos de pensar: “¿por qué mi

señor Ea me engañó al decirme que moriría si probaba aquellos manjares? ¿por qué no

quiso que yo fuese inmortal?”

Adapa fue señor y rey. Sus descendientes se sientan hoy mismo en el trono y la ciudad

de Eridu no ha conocido nunca el yugo de extraños.

Page 68: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

MARDUK EL DIOS TRIUNFADOR

Mito de Mesopotamia

El imperio babilónico fue uno de los primeros del mundo. Su capital era Babilonia,

situada en las feraces tierras regadas por el Tigris y el Éufrates. Los babilonios

conquistaron con sus ejércitos ciudades populosas y reinos extensos. Todas las ciudades

y reinos conquistadas por los babilonios con sus ejércitos tenían sus propios dioses y

diosas. Los babilonios –pensando como se pensaba entonces- juzgaron que si ellos

habían vencido a esas ciudades y reinos, era porque el dios suyo tenía también un poder

superior al de los dioses de los vencidos. Unas veces destruyeron los templos de estos;

otras les permitieron conservar sus dioses, el culto de esos dioses vencidos, pero como

subordinados del babilónico, que era Marduk, y con obligación de rendirle pleitesía.

Marduk era rey de dioses, lo mismo que el emperador de los babilonios era rey de reyes.

Los sacerdotes de Marduk, recogiendo leyendas antiquísimas, escribieron esta de la

guerra de los dioses. La recitaban y representaban, acompañada de danzas, pantomimas

y ritos, durante las fiestas de Año Nuevo. Las estatuas de los dioses de las restantes

ciudades del reino eran llevadas en procesión a Babilonia, para formar una especie de

corte de honor a la estatua de Marduk –el rey de los dioses- en el gran cortejo que

recorría las calles de Babilonia.

En las fiestas de Año Nuevo se representaba de una manera simbólica la renovación de

la vida, porque ya la savia vuelve en esa época a correr por el interior de los árboles,

germinan las plantas y hasta florecen muchas en aquel clima caluroso. En realidad, las

fiestas babilónicas del Año Nuevo son el precedente del que se han servido las fiestas de

la primavera, que aún se celebran en muchas partes, aunque tienen un sentido distinto.

Porque entre todos aquellos supuestos dioses que Marduk –o más bien sus sacerdotes-

creyeron haber vencido, había uno que no era supuesto, sino real y auténtico, Jehová, el

dios de los descendientes de Abraham, el único, el puro espíritu que no admitía estatuas

y que barrió a Marduk de la faz de la Tierra.

Los ladrillos en que se cuenta La guerra de los dioses han sido descubiertos en las

ruinas de Nínive, capital del imperio babilónico, después de la destrucción de Babilonia.

Guerra entre los dioses

En aquel entonces, aún no existían ni el firmamento ni la tierra. Todo era agua: agua

dulce y agua salada. Sus dos grandes corrientes se entremezclaban, aunque sin formar

ríos ni mares, porque todo era un océano inmenso cuya posesión se dividían entre si

Apsu y Tiamat, dios aquel, diosa y esposa suya esta última. Tiamat tenía el dominio del

agua salada y Apsu el del agua dulce.

De esa conjunción de las dos aguas y del matrimonio de Apsu y Tiamat nacieron Lahmu

y su esposa Lahamu, que reinaron en la tierra y en el aire; y de Lahmu y Lahamu

nacieron Anshar, el dios de todo lo de arriba y Kishar, la diosa de todo lo de abajo. Hijo

de ambos fue Anu, dios del firmamento y de Anu nació Ea.

Ea nació superior a sus padres en todo: en inteligencia y en fuerza, en sabiduría y en

vigor físico. Para Ea no existía secreto ignorado ni suceso que él no fuese capaz de

Page 69: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

prever. Su serenidad y su astucia sabían hacer frente a todos los peligros. Descubrió,

además, la ciencia de las fórmulas mágicas y de los encantamientos.

Pero Anu tuvo otros muchos hijos, además del sabio y fuerte Ea. La familia de los

dioses se multiplicó de tal manera y salieron todos tan díscolos y alborotados, que

acabaron despertando la cólera de Apsu. Tendía este a su servicio al enano Mummu,

que, además de servidor, había llegado a ser su consejero y le divertía con sus cabriolas

y sus juegos de manos.

Señor –le dijo Mummu-, si queréis gozar de sosiego, hacedme caso y aniquiladlos a

todos.

Pero Tiamat, la abuela de todos los dioses se alteró al enterarse de aquella resolución.

¿Vamos a destruir los que nosotros hemos creado?

Sí, para crearlo mejor –dijo Mummu.

Apsu sentó al enano en sus rodillas y le besó, en señal de que su consejo era del agrado

suyo. El maligno enano se apresuró a dar a conocer a los dioses la noticia de que iban a

ser destruidos por Apsu. Lo hizo para gozarse en el terror de aquellos a quiene él

envidiaba.

Ea –que por algo era sabio, fuerte y decidido- no se dejó llevar por el terror como sus

hermanos y meditó en la manera de hacer frente a la peligrosa situación. Sin decir

palabra a nadie, cogió un jarro, lo llenó de agua y, acercándolo a la boca, pronunció las

palabras misteriosas del más poderoso de los encantamientos por él descubiertos.

Después se presentó a Apsu, que estaba acompañado de Mummu, y les ofreció de beber.

Entre el abuelo de los dioses y su enano agotaron el jarro.

El encantamiento produjo efectos inmediatos. Apsu se durmió profundamente y también

Mummu, por más esfuerzos que hizo para no dejarse vencer del sueño.

Ea, entonces, despojó a Apsu del paño que llevaba ceñido a la cintura, le arrebató la

corona y el alo luminoso y se colocó esas prendas que eran símbolos de divina

autoridad. Acto seguido, ató de pies y manos a Apsu, lo mató y tomó posesión del

palacio en que vivía. Después puso a Mummu una argolla en la nariz, remachó una

cadena en la argolla y lo encerró en una lóbrega mazmorra.

Todos los dioses, llenos de júbilo por haber escapado a la destrucción, acataron a Ea or

rey. Ea, para dejar constancia de su triunfo, levantó una altísima columna

conmemorativa. Construyó también en los jardines de su palacio un pabellón florido e

instaló en el mismo a Damkina, a la que acababa de tomar por esposa.

En aquel pabellón, embalsamado de aromas de flores y alegrado por el canto de los

pájaros, nació el hijo de Ea y Damkina, que se llamó Marduk. Marduk nació perfecto.

En cuanto Ea vio a su hijo, se le llenó de júbilo el corazón y decidió conferirle una suma

doble de divinidad. Le dio formas magníficas y esbeltas, un continente majestuoso y un

cuerpo gigantesco, de potentes músculos, que envolvió en resplandor tan potente como

el de diez dioses. Le dotó de cuatro ojos y cuatro orejas. Metió en su interior un hálito

de vida tan ardiente, que su boca despedía fuego. Ea, el más sabio de los dioses, previó

Page 70: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

que estos no aceptarían fácilmente el dominio de Marduk y preparó a su hijo para que

pudiera hacerles frente.

La juventud de Marduk anhelaba desfogarse en grandes empresas. Mientras le llegaba

su hora, se entretenía en travesuras como la de enlazar a todos los vientos, de modo que

sólo cuando él quisiera pudieran soplar.

Y como cosa sin importancia, amordazó al dragón que guardaba los accesos de la corte

de los dioses.

Estos que habían aceptado por rey de todos a Ea, que los había salvado de la

destrucción, contemplaban con celos mal reprimidos y con un sentimiento de terror al

exuberante hijo. Un buen día acudieron todos en queja a su abuela común, Tiamat.

¿Cómo podéis tolerar que Marduk amenace nuestro sosiego? Cuando Apsu y su enano

Mummu intentaron destruirnos, no quisisteis intervenir. Aunque disponíais de un arma

poderosa, fabricada por el mismo Apsu, dejasteis que este pereciese…, a pesar de que

era vuestro esposo. Llamad a Marduk y aplicadle un buen castigo.

Pero si Tiamat no había intervenido hasta entonces era precisamente porque participaba

del mismo temor que inspiraba Marduk a todos los dioses. Por eso les contestó ahora:

Marduk es capaz de vencernos a todos nosotros juntos. Le declararemos la guerra, pero

antes hemos de prepararnos para el combate.

Tiamat, sirviéndose de sus facultades de diosa creadora, dio forma y vida a bestias

feroces, de garras y colmillos espantosos y por cuyas venas corría veneno mortal. El

fuego que lanzaba por sus ojos y su boca bastaba para ahuyentar a los monstruos más

espantables que hasta entonces se conocían. Once eran los nuevos auxiliares que Tiamat

había creado, demonios de la Tempestad, dragones de fuego, escorpiones gigantescos y

serpientes de lengua llameante. ¿Quién podía hacer frene a su acometida?

Tiamat no se conformó con eso. Aunque ella poseía un espíritu guerrero y era capaz de

combatir contra cualquier enemigo, comprendió que los dioses preferían estar mandados

por un dios. Entonces puso sus ojos en Kingu, dios joven, gallardo y animoso, y le dijo:

Kingu, tú salvarás la bandera del combate, marcharás al frente de mis huestes y serás

quien divida el botín. Yo te doy la autoridad que tendrías si fueses mi consorte.

Y procedió a investirlo de los símbolos del poder y del mando. Luego se presentaron

Tiamat y Kingu ante los dioses, que esperaban ya, listos para el combate, armados de

sus armas y sobre sus carros de guerra. Todos entonaron entonces el himno marcial:

Ni el fuego nos aterra ni la llama,

Nuestro soplo los apagará;

Daremos con el altivo en tierra,

El fuerte de nosotros huirá.

Page 71: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Y cantando el himno guerrero, el ejército se desplegó en orden de ataque para caer sobre

el hijo de Ea, que estaba ignorante de lo que ocurría. Pero el padre de Marduk, Ea, el

más sabio y avisado de los dioses, sí que se enteró. Para obrar con cordura es preciso

pensar fríamente. Ea no se dejó llevar de la cólera y meditó. Necesitaba ante todo ganar

para su partida a los dioses mayores: a su abuelo Anshar, que era el espíritu de todo lo

de arriba, y a su padre Anu, dios del firmamento.

Fue en primer lugar a entrevistarse con Anshar y le contó cómo Tiamat estaba

preparando una rebelión contra los poderes celestiales establecidos y que a este efecto

se dedicaba a crear animales feroces y monstruosos con los que se había puesto en

campaña. Se cuidó de no hablar de las travesuras de Marduk. Anshar, furioso pero

asustado, le contestó:

Ea, tú supiste un día triunfar de Apsu y de Mummu. ¿Por qué no has de triunfar ahora

de Tiamat y de Kingu? Véncelos y mátalos.

Salió, pues, Ea a dar la batalla a las huestes enemigas. Pero en la vanguardia de esta

venían los once monstruos llameantes, creados por Tiamat. Sus rugidos y el brillo

fosforescente que los envolvía llenaron de terror a Ea y sus huestes, que volvieron

grupas y huyeron a todo correr.

Anshar supo con espanto lo ocurrido a Ea y llamó al padre de este, el dios Anu, para

decirle:

Tú eres mi hijo primogénito y no hay nadie que pueda compararse contigo en fuerza y

valor. Ve al encuentro de Tiamat y exígele en mi nombre que se someta.

Anu marchó al encuentro de tiamat, pero cuando vio todo aquel aparato guerrero y el

rostro terrible de la madre primera de todos los seres, se aterrorizó como Ea. Corrió a

donde estaba Anshar y le hizo el relato de cuanto había visto, asegurándole que nadie

podía oponerse a la diosa rebelde.

Anshar, Anu y Ea permanecieron largo rato sumidos en el mayor abatimiento. Pero

Anshar se levantó por fin y dijo con severo continente y con el tono de suprema

autoridad:

Si queréis evitar que Tiamat consume nuestra ruina, sólo nos queda un recurso: nombrar

campeón nuestro a Marduk, el guerrero valeroso. Ve, pues, Ea y trae a nuestra presencia

a tu hijo.

Ea habló primero en secreto con su hijo; pero tampoco a este le dijo la verdad sino que

le repitió la misma historia que había contado a Anshar y Anu, es decir, le aseguró que

se trataba de una sublevación contra la corte de los dioses y el poder establecido.

Cuando vio a Marduk colérico y enfurecido contra Tiamat y los rebeldes, agregó:

Y ahora, hijo, sigue el consejo que va a darte tu padre. Ve a visitar a tu bisabuelo

Anshar. Yo sé que eres su debilidad porque te tiene por un guerrero valeroso.

Condúcete, pues como lo haría un guerrero, pues eso le agrada.

Marduk se presentó a Anshar armado de punta en blanco y exhibiendo su arrogancia y

aplomo. Anshar, complacido, besó a su bisnieto y le expuso el deseo de que fuese el

campeón suyo. Semejante confianza en él lo llenó de orgullo.

Page 72: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Anshar –le contestó-, ¿Qué no haré yo por vos, a quien tanto quiero? ¿Y quién se asusta

de una mujer? Por muy fiera que sea, Tiamat no deja de serlo. Yo la arrojaré, vencida, a

vuestros pies.

Marduk, nieto querido, marcha, pues, al encuentro de la rebelde. Ensaya primero las

buenas palabras o las fórmulas mágicas en que tan diestro es tu padre; pero si no se

somete, monta en tu carro de combate y destrúyela.

Pero Marduk, además de valiente, era ambicioso y contestó:

¿Y qué premio recibiré por mi hazaña si hago frente a los once monstruos y a todos los

dioses rebeldes con Tiamat al frente?

¿Qué premio pides? –le contestó Anshar.

Marduk se cuadró y adoptó sus aires más solemnes para contestar:

Quiero ser el jefe de todos los dioses. Quiero que lo que yo mande sea ley y que nadie

sino yo tome las resoluciones supremas.

Anshar le contestó:

Únicamente los dioses, reunidos en asamblea, pueden conferir ese poder.

Anshar llamó entonces a su mensajero y hombre de confianza, que se llamaba Gaga, y

le dijo:

Ve a la corte de mis ancianos padres, Lahmu y Lahamu, que tienen la suya en los

abismos del mar. Diles lo que ocurre con Tiamat y el premio que pide Marduk por

aplastar la rebelión. Únicamente la asamblea de los dioses de lo profundo y de las

regiones superiores puede tomar esta decisión. Di a mis padres que convoquen a los

dioses de sus regiones y que acudan todos a la asamblea general.

Gaga cruzó las regiones del aire y se sumergió en las del agua. Lahmu y Lahamu se

apresuraron a convocar a todos los dioses de sus dominios. Estos oyeron con extrañeza

la noticia y fueron partidarios de investigar las razones de aquella conducta de Tiamat.

Los palacios celestiales se llenaron de dioses y de diosas que acudían veloces a la

asamblea. Todos hablaban de ponerse al habla con Tiamat. Pero el astuto Ea les había

preparado un magnífico banquete, durante el cual corrió la bebida en abundancia.

Cuando llegó el momento de entrar en materia, hallábanse todos tan eufóricos, que se

olvidaron de sus recelos y aceptaron con entusiasmo la proposición de la jefatura de

Marduk. Este fue levantado sobre un tablado, en el que se colocó un trono, haciéndole

sentar entre aclamaciones de “¡Marduk es nuestro jefe! ¡La palabra de Marduk será

nuestra ley! ¡Que todos los poderes y honores de Anu le sean conferidos a él!”

Acto continuo se procedió a una fórmula mágica que demostrase el poder de Marduk.

Una de las diosas trajo un manto y se lo presento al nuevo jefe y todos gritaron:

Marduk, demuestra tus poderes mágicos pronunciando la frase que hará desaparecer

este manto y cuando haya desaparecido, di la frase que lo hará reaparecer.

Page 73: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Marduk pronunció una fórmula mágica y el manto desapareció. Después pronunció la

otra fórmula y el manto volvió a aparecer intacto.

¡Viva Marduk, rey nuestro! ¡Viva Marduk, rey nuestro! –gritó la asamblea en pleno y

procedieron a entregarle los símbolos de la realeza y una espada poderosísima,

agregando-: ¡Ve y degüella a Tiamat, la rebelde, y que los vientos desparramen su

sangre!

Sólo entonces se preparó Marduk para el combate. Empuñó un arco gigantesco y puso

en el mismo una flecha de dimensiones proporcionales. Hizo que su abanderado alzase

por guión el mangual erizado de rayos y se volvió en centelleos de sol. Luego fabricó

una red con la que cazaría a sus enemigos y se rodeó de una escolta de huracanes. Se

armó de la clava del trueno y montó en el carro de guerra del torbellino, que iba tirado

por cuatro dragones: El Veloz, El Furioso, El Implacable, El Encarnizado. ¡Ay de aquel

en quien clavase cualquiera de ellos sus colmillos venenosos!

Marduk se pintó de rojo los labios para protegerse contra los encantamientos y agarró en

la mano hierba olorosa para contrarrestar la pestilencia de los monstruos de Tiamat. Y

se lanzó al encuentro de las huestes enemigas.

Ni Kingu y ni los dioses que formaban su hueste habían calculado que Marduk saliese

preparado para combatir con ello. Lo habían llevado todo tan en secreto, que esperaban

sorprenderle. Por eso les invadió ahora el pánico. La única que no se amilanó ni se

doblegó fue Tiamat. Avanzó al encuentro de Marduk y para animar a sus huestes entonó

un canto que era como un desafío a su enemigo:

¡De modo que eres tú quien se jacta

de mandarnos a todos!

Mira aquí al ejército de dioses

Dispuesto a hacerte frente.

Marduk empuñó su clava y blandiéndola en el aire entonó su propio canto de desafío:

Tendrás lucha y pelea, pues la quieres,

Y ese es tu placer único.

Solo hay en ti rencores y ambiciones,

Aunque de todos eres madre.

Por tu culpa luchamos padres e hijos

Y hermanos contra hermanos.

Mucho fías de esbirros y de monstruos.

Sal tú misma y pelea.

Sí, mano a mano peleemos

Page 74: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Y que triunfe el mejor.

El desafío de Marduk hirió de tal manera los instintos guerreros y el orgullo de Tiamat,

que esta se lanzó frenética contra él, sin dar tiempo a que entrasen en acción sus once

monstruos y avanzase su tropa de dioses.

Marduk vio allí su oportunidad. Rápido como el relámpago, lanzó su red abierta en

dirección de su enemiga y, dando un rápido tirón, apresó dentro de ella a Tiamat, que se

revolvía furiosa lanzando insultos al joven guerrero. Marduk ordenó entonces a los

huracanes que avanzasen. Estos se metieron entre las fauces abiertas de Taimat, que ya

no pudo cerrar la boca. Marduk empuñó entonces el arco y descargó una flecha sobre la

boca abierta de Tiamat; la flecha le desgarró la garganta y fue a clavarse en el corazón.

El cuerpo gigantesco de la diosa se encogió y se desplomó. Marduk acabó de matarla y

plantó el pie sobre el cadáver en señal de victoria.

Cuando los dioses que formaban las huestes de Tiamat vieron muerta a la diosa, echaron

a correr en todas direcciones, pero el ejército de Marduk les dio alcance, los apresó e

hizo pedazos sus armas. Marduk los envolvió a todos ellos en una red apretada y los

arrojó a las simas infernales que están en el corazón de la tierra, condenándolos a

perpetua prisión. También sujetó con cadenas a los once monstruos y los pisoteó para

abatir su orgullo, acobardándolos de tal manera que llegaron a domesticarse y a dejarse

atraillar.

La sentencia dictada contra Kingu fue por demás severa. Se le desposeyó de la

inmortalidad y no fue ya contado entre los dioses.

Pero Marduk comprendió que, para evitar nuevas rebeliones entre los dioses, era preciso

hacer un escarmiento mayor todavía con Tiamat.

El huracán seguía metido dentro de las fauces y las entrañas d ela diosa muerta. Marduk

descargó un golpe gigantesco con su maza sobre el cráneo de Tiamat, haciéndolo añicos

y el viento, al recobrar su libertad, se llevó la sangre de sus venas cortadas.

Anshar, Ea y los demás dioses adictos lanzaron gritos de júbilo al ver la hazaña de

Marduk y corrieron hacia él aclamándolo; pero Marduk tenía otras cosas que hacer

como jefe supremo de todos los dioses. Levantó con ambas manos el cadáver de la

diosa rebelde y lo rasgó en dos. Lo hizo de manera que tuviesen la forma de dos

conchas iguales. Con la mitad superior dio forma de bóveda al firmamento. Con la otra

mitad hizo un envoltorio para las aguas que tomaron así la misma forma del firmamento

y ese envoltorio sirvió de base para la tierra. Luego asignó a Anu el reino de todo lo que

hay encima del firmamento; a Enlil, el reino de todo lo que hay entre el firmamento y la

tierra, y a Eam, las aguas que hay debajo de la tierra. Anu quedó como dios del

firmamento; Enlil, de los aires y Ea, de las profundidades.

Acto continuo, señaló Marduk cargos fijos a todos los demás dioses y creó luminarias

que alumbrasen el firmamento, incluyendo entre ellas al sol, la luna y las estrellas;

combinó los tiempos y épocas de sus movimientos. Marcó la ruta a las estrella y fijó la

duración de los meses y abrió dos puertas, una en el Oriente, para que el sol pudiese

entrar por ella a la hora del alba y otra en Occidente, por donde se recogiera a la hora

del ocaso.

Page 75: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Pero cuando Marduk estableció un orden en el cielo, en el aire y en las profundidades,

los dioses todos acudieron a él suplicantes y le dijeron:

Marduk, señor nuestro: nos habéis señalado cargos, lugares y tareas; pero ¿quién va a

proveer nuestras necesidades mientras las desempeñamos? ¿quién va a cuidar de

nuestras casas y de prepararnos el alimento?

Cuando Marduk oyó tales quejas se quedó muy preocupado y se sumió en profundas

meditaciones. Pero de pronto alzó la cabeza y se dijo para sus adentros: “Ya he dado

con la solución. Modelaré de carne y de hueso un ser que resultará como un muñeco.

Será el hombre. El hombre será el servidor de los dioses; atenderá a las necesidades de

los dioses mientras estos se hallan entregados a sus tareas”

Consultó Marduk su proyecto con Ea y este le contestó:

¿Qué necesidad tienes de crear sangre, carne y hueso nuevos? Haz que te las

proporcione uno de los dioses rebeldes.

Entonces Marduk hizo llamar a presencia suya a los rebeldes encadenados y los sometió

a un interrogatorio riguroso para averiguar quién era el principal culpable, el que los

había instigado a todos.

Los rebeldes contestaron a una:

Nuestro instigador y nuestro jefe, el que proyectó el ataque y lo dirigió ha sido Kingu.

Entonces fue traido Kingu desde su mazmorra y entregado a Ea. Este le cortó la cabeza,

le abrió las venas y con su carne, sangre y huesos formó al hombre, para que sea

servidor de los dioses y provea sus necesidades.

Cuando los dioses vieron de qué manera había atendido Marduk a su queja, le rodearon

jubilosos y exclamaron:

Marduk, señor nuestro: para demostraros nuestro agradecimiento vamos a construiros

en la tierra un templo en que podáis reposar de vuestras tareas. Y todos los años

acudiremos a ese templo para rendiros homenaje y cantar vuestros loores.

Durante dos años trabajaron sin descanso los dioses y al tercero surgió la ciudad de

Babilonia, y dominando a esta, muy por encima de los techos de sus casas, se alzaba el

gran templo de Esagila, santuario de Marduk.

Cuando este edificio se terminó, reuniéronse todos los dioses y celebraron dentro del

santuario una gran fiesta en la que rindieron homenaje a Marduk. ]este dictó ese día las

leyes por que se habían de regir los mortales y señaló sus destinos. Acto continuo, tomó

el arco gigante, con cuya saeta había matado a Tiamat y lo colgó en el firmamento para

que sea visto por todos.

Y así han quedado las cosas hasta hoy. El hombre es el servidor de los dioses; los dioses

reúnense por Año Nuevo en el santuario que tiene Marduk en Babilonia y le rinden

homenaje. Marduk dicta leyes y señala destinos al universo.

Page 76: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LA MUERTE DEL DRAGÓN

Leyenda de Mesopotamia

El dios de las Tormentas y el dragón de las aguas profundas eran desde siempre

enemigos encarnizados y anhelaban medir sus fuerzas, porque cada uno de ellos se creía

más poderoso que el otro. El dios de las Tormentas bramaba con sus huracanes y el

dragón sacudía las aguas y levantaba gigantescas olas que rompían con estrépito. De las

amenazas llegaron un día a los hechos y la pelea entre ambos fue tan estruendosa que

parecía que el mundo se venía abajo. Ambos se golpearon y se maltrataron hasta que el

dragón, en un descuido del rey de las Tormentas, lo sujetó y le arrancó lo ojos y el

corazón.

Los dioses son inmortales y aun sin corazón viven y sin ojos ven; pero el poder del dios

de las Tormentas había quedado por el momento destrozado. Largo tiempo tardó en

curarse de sus heridas y no hacía otra cosa que trazar planes para recobrar el corazón y

los ojos y con ellos su poder, y se tomaría venganza de la afrenta.

Curado ya de sus heridas, pero humillado ante los demás dioses por su derrota, bajó a la

tierra y se casó con la hija de un campesino y ella le dio un hijo. El padre lo crió, no

como él era ahora, sino como había sido antes: gallardo, valeroso, magnífico.

El dragón, por su parte, tenía una hija bellísima. Paseándose esta por las orillas del mar

vio cierto día a un joven del que quedó enamorada. No sabía de quién era hijo y lo creyó

de padre campesino. El joven correspondió al amor de la muchacha y ambos decidieron

casarse. El dios de las Tormentas vio allí su oportunidad, porque el mozo de quien la

hija del dragón estaba enamorada era su propio hijo. Cuando supo que aquella había

conseguido la autorización de esta para su matrimonio con el que creían joven

campesino, el dios de las Tormentas llamó aparte a su hijo para decirle:

Vas a ir a la casa del padre de la doncella con quien quieres casarte y le pedirás que te la

entregue. El padre te preguntará cuál es el regalo de boda que tú desea. Tú le contestarás

que quieres el corazón y los ojos del dios de las Tormentas.

En efecto, cuando el dragón preguntó al muchacho qué regalo de boda le apetecería,

este le pidió el corazón y los ojos del dios de las Tormentas.

El dragón se los regaló muy gustoso, aunque algo sorprendido. Cuando el joven volvió

a su casa se los entregó a su propio padre.

El dios de las Tormentas recuperó con su corazón todas sus antiguas energías y audacias

y, con sus ojos, el arte de pelear. En pocos días volvió a ser el dios poderoso de otros

tiempos. Así que tuvo seguridad en sí mismo, marchó a desafiar al dragón a batalla

mortal.

La lucha fue espantosa, el dos de las Tormentas se valió de la fuerza de los huracanes,

de los retumbos del trueno y del rayo, logrando hacer caer al suelo vencido a su viejo

enemigo.

Ahora bien, en el momento mismo que se libraba la feroz batalla, el hijo del dios de las

Tormentas era obsequiado y festejado en casa de su futura esposa. Al escuchar el

Page 77: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

estruendo de la lucha, salió el novio a tiempo de ver derrumbarse al dragón bajo los

golpes de su propio padre enfurecido y comprendió que este le había hecho cometer el

más horrendo de los crímenes: el de traicionar al huésped que lo había acogido en su

casa. Sólo con la vida podía el joven borrar semejante deshonra. Por eso corrió junto al

dragón y cuando el dios de las Tormentas se preparaba a traspasar a este con el rayo y a

rematarlo con el mayal, le gritó:

¡A mí también, padre, a mí también! ¡No tengas compasión de mí!

Y era tal la cólera del dios de las Tormentas que los mató a los dos: a su enemigo el

dragón y a su propio hijo.

Page 78: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

El Rey Kitamba kia Shiba

Leyenda de Angola

Kitamba era un líder que vivía en Kasanji. Perdió su mujer principal, la reina Muhongo,

y lloró su muerte durante muchos días. No sólo lloraba él, sino también pidió que su

gente compartiera su pena. «Ningún hombre hará nada en mi pueblo. Los jóvenes no

gritarán, las mujeres no molerán y nadie hablará en el pueblo.» Sus caciques se lo

reprocharon, pero Kitamba estaba obstinado, y declaró que no hablaría ni comería hasta

que se le restituyera su mujer. Los caciques se consultaron entre sí y llamaron a un

«curandero» (kimbanda). Después de recibir su cuota (primera una pistola y luego una

vaca) y enterarse del asunto, dijo: «Está bien», y se puso a juntar hierbas. Luego

machacó éstas en un «mortero para medicinas» y, después de preparar una mezcla,

mandó al rey y a todo el mundo que se lavasen con ella. Luego ordenó a algunos

hombres que «cavasen una tumba en su choza para huéspedes al lado de la chimenea»,

lo cual hicieron, y entró allí con su hijo pequeño, dando a su mujer dos últimas

instrucciones: que quitara su faja (es decir, que se vistiera como si estuviera de luto) y

que echara agua todos los días en la chimenea. Luego los hombres llenaron la tumba. El

curandero vio un camino delante de él; anduvo por él con su hijo pequeño hasta llegar a

un pueblo, donde se encontró a la reina Muhongo sentada, cosiendo una cesta. Ella le

vio acercarse y le preguntó: «¿por qué ha venido?» Él contestó de la manera normal que

exige la etiqueta de los nativos: «Para buscarle; a usted. Ya que está muerta, el rey

Kitamba no come, ni bebe, ni ~ habla. No muelen en el pueblo; ni hablan; dice: "Si yo

hablo, si como, ve a traerme mi mujer principal." Por eso estoy aquí. He hablado»

La reina entonces señaló a un hombre que estaba sentado allí, y preguntó al curandero

quién era. Visto que él no sabía, ella le dijo: «Es el señor Kalunga-ngombe; nos está

consumiendo siempre, a todos.» Dirigiendo su atención a otro hombre, que estaba

encadenado, ella le preguntó si le conocía, y él contestó: «Parece el rey Kitamba, que he

dejado en el lugar de donde vengo.» En efecto sí era Kitamba, y la reina informó al

mensajero que a su marido no le quedaban muchos más años para vivir y también que:

«Aquí en Kalunga nadie viene para luego volver». Le dio la armadura que había sido

enterrada con ella, para enseñársela a Kitamba y demostrar que había visitado la morada

de los difuntos, pero le prohibió que dijera al rey que la había visto allí. Y no debe

comer nada en Kalunga; si no nunca podría volver a la Tierra.

Mientras tanto la mujer del curandero seguía echando agua en la tumba. Un día vio que

la tierra estaba empezando a romper; las grietas se abrieron más y, finalmente, apareció

la cabeza de su marido. Salió de la tumba poco a poco, Llevando su hijo pequeño con él.

El niño se desmayó cuando Ilegó a la luz del sol, pero su padre le lavó con alguna

«medicina de hierbas» y pronto se despertó.

El día siguiente el curandero se dirigió a los caciques, presentó su informe, le pagaron

con dos esclavos y volvió a su casa. Los caciques contaron a Kitamba lo que había

dicho y le enseñaron la prueba. La única cosa que dijo aparentemente es: «Verdad que

es lo mismo.» No sabemos si canceló el luto oficial, pero podemos suponer que sí,

porque la gente empezó a comer y a beber otra vez. Luego, después de unos pocos años,

murió, y la historia concluye «Lloraron durante el funeral; se dispersaron. »

Page 79: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Cómo Ngunza desafió la muerte

Leyenda de Zambia

Ngunza Kilundu estaba fuera de casa cuando un sueño le advirtió que su hermano

menor Maka había muerto. Cuando volvió preguntó a su madre: «¿Quién mató a

Maka?» Ella solamente pudo decir que fue Kalunga-ngombe quien le había matado.

«Entonces», dijo Ngunza, «me iré y lucharé contra Kalunga-ngombe.» Fue en seguida a

un herrero y pidió una fuerte trampa de hierro. Cuando estaba preparada la Ilevó al

monte y la tendió, escondiéndose cerca con su arma en la mano. Al poco oyó un grito,

como si alguna criatura estuviera sufriendo mucho, y, escuchando, oyó a alguien decir:

«Estoy muriéndome, muriéndome.» Era Kalunga-ngombe quien estaba atrapado, y

Ngunza cogió su arma y se preparó para arrojarla. La voz gritó: «¡No me mates! ¡Ven a

librarme!» Ngunza gritó: «¿Quién eres que te debo librar?» Vino la respuesta: «Yo soy

Kalunga-ngombe.» «¡Ah, tú eres Kalunga-ngombe, quien mató a mi hermano menor

Maka!» Kalunga-ngombe comprendió la amenaza implícita y luego se explicó: «Me

acusas de matar a la gente. No lo hago sin ningún miramiento, ni tampoco lo hago por

satisfacerme; viene a mí porque sus compatriotas me la traen, o por su propia culpa.

Esto lo verás. Vete fuera y espera cuatro días: quinto día puedes ir a buscar a tu

hermano en mi país.»

Ngunza hizo esto y se fue a Kalunga. No se dice cómo llegó allí -probablemente de una

manera parecida a la del curandero en la historia anterior-. Allí le recibió Kalunga-

ngombe, quien le invitó a sentarse a su lado. Los recién llegados empezaron a entrar

Kalunga-ngombe preguntó al primer hombre: «¿Cómo te has muerto?» El hombre

contestó que en la tierra había sido un hombre muy rico; sus vecinos tuvieron envidia y

le embrujaron para que se muriese. La siguiente que llegó fue una mujer, quien admitió

que «la vanidad» había sido la causa de su muerte -es decir, había sido ávida de las

cosas de calidad y la admiración, había coqueteado con los hombres y finalmente la

había matado su marido celoso-. Y así siguió: uno tras otro entraron contando más o

menos la misma historia, y por fin Kalunga-Ngombe dijo: «Ves cómo es: yo no mato a

la gente; me la traen por una causa u otra. Es muy injusto echarme la culpa a mí. Ahora

puedes ir a Milunga y llevar a tu hermano Maka. »

Ngunza así lo hizo, y se alegró mucho de encontrar a su hermano Maka tal como había

estado en casa con ellos y, aparentemente, llevando la misma manera de vida que en la

Tierra. Se saludaron cariñosamente, y luego Ngunza dijo: «Ahora vámonos, porque he

venido para llevarte a casa.» Pero, para su sorpresa, Maka no quiso irse. «No volveré;

estoy mejor aquí que cuando vivía en la Tierra. Si voy contigo ¿me lo pasaré bien?»

Ngunza no supo cómo contestar y, sin ninguna gana, tuvo que dejar a su hermano allí

donde estaba. Se volvió tristemente y se fue a despedirse de Kalunga, que le dio, como

un regalo de despedida, las semillas de todas las plantas útiles que se cultivan hoy día en

Angola, y acabó diciendo: «Dentro de ocho días iré a visitarte en tu casa.»

Kalunga se fue a la casa de Ngunza el octavo día y se enteró de que se había huido al

Este -es decir, a la tierra adentro. Le persiguió de lugar en lugar y finalmente le

encontró. Ngunza le preguntó a Kalunga por qué le había perseguido, añadiendo: «No

me puedes matar porque no he hecho nada malo. Has insistido en que no matas a nadie,

que se te lleva a la gente por su propia culpa.» Kalunga, como respuesta, tiró su hacha a

Ngunza y Ngunza «se convirtió en un espíritu kituta».

Page 80: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

EL RELATO DE LOS BOSHONGO.

Mito de Zaire

Al principio sólo había oscuridad y Bumba estaba sólo. Un día Bumba se sentía

atormentado por su terrible dolor de estómago. A continuación sintió nauseas y al

realizar un esfuerzo vomitó el sol; y así la luz se difundió por todas partes.

El calor del sol hizo que parte de las aguas primitivas se secasen, de manera que en

algunas zonas empezó a aparecer tierra seca. Después Bumba vomitó la luna y las

estrellas, de forma que la noche tuvo también su luz.

Nuevamente Bumba se sintió mal y realizó otro esfuerzo, tras lo cual aparecieron nueve

criaturas vivas: el leopardo, el águila, el cocodrilo, un pez, la tortuga, el rayo (llamado

Tsetse), la garza blanca, un escarabajo y un cabrito. Por último apareció el ser humano,

había muchos hombres, pero sólo uno era blanco como Bumba: Loko Yima. Esas

criaturas crearon a su vez nuevas criaturas.

Entonces, los tres hijos de Bumba (Nyonye Ngana, Chongannda y Chedi Bumba)

dijeron a su padre que ellos terminarían de hacer el mundo. De todas las criaturas

solamente Tsetse, el rayo, creaba problemas. Tanto mal hizo que Bumba lo atrapó y lo

encerró en el cielo. La humanidad se quedó entonces sin fuego, hasta que Bumba

enseñó al hombre cómo sacar fuego de los árboles.

Cuando finalmente la obra de la creación estuvo acabada, Bumba se paseó entre los

pueblos y dijo a los hombres: Mirad todas estas maravillas. Os pertenecen. Del dios

Bumba, el creador, el Primer Antepasado, proceden todas las cosas y todos los seres.

Page 81: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LA HISTORIA DEL AVARO

Leyenda de Ruanda

También tenemos el cuento de Sebgugugu, el hombre avaro haciendo respetar la

moraleja casera y antigua de la oca que puso los huevos de oro, por un caso

extraordinario de egoísmo estúpido y obstinado. Sebgugugu era un pobre cuya única

riqueza era una vaca blanca con su ternero. Un día, mientras su mujer estaba fuera,

excavando su parcela en la selva y él estaba sentado tomando el sol delante de su choza,

vino un pájaro y se posó en un poste de la verja. Se puso a cantar, y mientras escuchaba

parecía oír estas palabras: «¡Sebgugugu, mata al Blanco (Gitale); mata al Blanco y

obtendrás cien! » Cuando volvió su mujer el pájaro seguía cantando, y dijo: « ¡Escucha,

mujer! ¿Oyes lo que dice este pájaro?» Ella contestó: « ¡Qué tontería! Es solamente un

pájaro cantando.» Otra vez cantó las mismas palabras y Sebgugugu dijo: «¿No

entiendes? Imana me está diciendo que si mato a la vaca blanca obtendré cien vacas.

¿Verdad?» «¿Qué quieres decir? Yo tengo que dar de comer a nuestros niños con su

leche, y si la matas ellos morirán. ¿Quieres decir que vas a creer lo que te dice un pá-

jaro?» Pero no escucharía; cogió su hacha y mató a la vaca. La familia cenó carne de

vaca y se alimentaron durante algún tiempo del resto de la carne, pero ninguna vaca más

apareció para sustituir a la Blanca. Luego el pájaro volvió a venir y esta vez le aconsejó

que matara al ternero, y lo hizo a pesar de la oposición de su mujer. Cuando se había

acabado la carne y ninguna vaca apareció empezaron todos a tener mucha hambre. (Un

africano puede preguntar: «¿No había productos del huerto?» Pero sin duda no era la

temporada para esto.) Sebgugugu dijo a su mujer: «¡Ahora los niños están

hambrientos!» Ella contestó: «¿No te dije lo que pasaría cuando insististe en matar a la

Blanca?» Luego, desesperados, decidieron ir en busca de comida.

Ató a algunos de sus niños en esteras y metió los demás en una cesta, que su mujer llevó

en la cabeza; cogió los atados, y así comenzaron a caminar. Siguieron hasta cansarse y

se sentaron al borde del camino, y Sebgugugu gritó desesperado: «¿Qué voy a hacer con

mis niños?» Luego Imana, el creador, vino y le dijo: «¿Qué te pasa Sebgugugu?» El

hombre le contó todo lo ocurrido e Imana señaló una colina lejana, diciendo: «Mira,

más allá hay ganado. Vete allí y bebed la leche de las vacas. Un cuervo me las está

cuidando. Siempre debes darle algo de leche y nunca debes darle golpes ni hablarle

mal.» Entonces se fueron al corral. No había nadie allí, no obstante encontraron todos

los recipientes llenos de leche. Cuando Sebgugugu hubo bebido toda la leche que quería

se la dio a su mujer, y ella alimentó a los niños. Se sentaron todos y esperaron a ver lo

que pasaría.

Cuando el Sol se estaba poniendo vieron al ganado volver; no había ningún hombre o

chico con ellos, sino un gran cuervo con el cuello blanca que volaba de un lado a otro

encima de ellos, juntándoles. Cuando llegaron Sebgugugu encendió un fuego en la verja

del corral para echar los mosquitos, trajo un cubo y ordeñó las vacas, haciendo como se

le había dicho, y dando un cuenco al cuervo vaquero antes de cenar.

Siguieron de esta manera durante un tiempo, hasta que Sebgugugu se puso descontento.

No está claro por qué se quejaba, pero evidentemente era «ese tipo de hombre». Dijo a

su mujer: «Ya que los niños tienen los años suficientes como para arrear el ganado para

mí no creo que nos haga falta este cuervo. Le mataré.» La mujer protestó en vano, y

Sebgugugu, cogiendo su arco y flechas, esperó la vuelta del ganado al anochecer

Cuando el cuervo se acercó lo suficiente le tiró una flecha y falló, volvió a tirar -el

Page 82: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

cuervo se fue volando y cuando se dio la vuelta ya no había ganado- y ¡ni un ternero

perdido! La familia otra vez se vio abocada a la miseria. Sebgugugu dijo: «¿Qué voy a

hacer?» Por supuesto no recibió ningún consuelo de su mujer, así que cogieron los niños

y partieron. Mientras se sentaron agotados al borde del camino descansando un poco,

gritó otra vez a Imana, y el sufrido Imana le dirigió a una plantación de melones

creciendo en el monte, de donde no sólo pudo coger melones y calabazas, sino también

variedad de otras frutas. Lo único era que no había que cultivar o podar la planta, ni

tampoco hacer nada aparte de coger frutos diarios de ello. Encontró la planta, cogió

calabazas y su mujer las cocinó. Así que otra vez todo iba bien, hasta que al hombre se

le ocurrió que la planta sería más productiva si las ramas fuesen cortadas, e

inmediatamente se marchitó como la calabaza de Jonás. Otra vez se desesperó, pero

Imana le dio una oportunidad más. Al ir al monte para cortar leña, encontró una roca

con varias grietas, de la que salía maíz de Guinea, leche, judías y otros tipos de comidas.

Cogió todo lo que pudo llevar y volvió a su mujer. Al día siguiente volvió a la roca,

llevando con él una cesta y un bote; pero se impacientó, porque el maíz y los demás

productos salían despacio y tardaba mucho en llenar su cesta. Se quejó a su mujer, pero

perseveró en su intento durante unos días, y luego le dijo que iba a abrir las grietas en la

roca, para que pudiesen obtener unos suministros más abundantes. Ella intentó disua-

dirle, con el resultado de siempre: se fue y cortó algunos postes fuertes y les endureció

en el fuego. Se fue a la roca e intentó aumentar tas grietas, utilizando sus postes como

palancas, pero, con un estrépito como el truena, se cerraron y no salió más maíz ni nada.

Volvió al campamento y vio que ya no había nadie allí; su mujer y sus hijos habían

desaparecido sin dejar ni una huella, y estaba solo en el bosque. Suponemos que así

moriría.

Page 83: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

EL HOMBRE QUE QUISO A IRUWA

Leyenda de Tanzania

Un pobre, que vivía en algún sitio en el país de Chaga, en la montaña del Kilimanjaro,

tuvo varios hijos, pero les perdió todos, uno tras otro. Se sentó en su casa desolado,

amargándose pensando en sus problemas, y por fin su ira salvaje estalló: «¿Quién ha

dicho a Iruwa que mate todos mis hijos?», una interpretación bastante literal, que

sugiere que pensaba que un enemigo había hecho esto. (Iruwa nunca lo hubiera

pensado, según él mismo.) Sin embargo, si tiene razón en su conclusión no tiene apenas

lógica; pero cuánta gente, con el corazón amargado, hubiera tenido los mismos

sentimientos, aun si los hubiesen expresado de una manera diferente. «Voy a tirar una

flecha a Iruwa.» Así que se levantó y se fue al herrero, y le pidió que le hiciera algunas

puntas de flecha. cuando ya las tenía las metió en su aljaba, cogió su arco y dijo: «Ahora

voy al extremo más lejano del mundo, al sitio donde se levanta el Sol. En el mismo

momento en que le vea tiraré esta flecha contra él: ¡Tichi!», imitando el sonido de la

flecha. Así que salió y anduvo, sin interrupción, hasta que llegó a un prado amplio,

donde vio una puerta y muchos senderos, otros seguían hasta el cielo, algunos seguían

hacia abajo a la tierra. Se quedó inmóvil, esperando que se levantara el Sol, en silencio.

Después de un tiempo oyó un ruido muy grande, y la tierra pareció temblar con el

pisotear de muchos pies, como si un gran desfile se acercara. Y oyó a la gente gritar

entre ellos: «¡De prisa! ¡De prisa! ¡Abre la puerta para que pase el rey!» En ese

momento vio a muchos hombres acercándose hacia él, todos bien presentados y

brillando como el fuego. Luego tuvo miedo y se escondió en Ios arbustos. Otra vez oyó

a estos hombres gritar: «¡Abre el camino por donde el rey va a pasar!» Se acercó una

gran multitud, y de repente, en el medio de ellos, vio al Brillante, brillando con un fuego

llameante, y detrás de él seguía otro largo desfile. Pero de repente los de delante se

pararon y empezaron a preguntarse: «¿Qué es este olor tan horrible que hay aquí, como

si un hombre de la tierra hubiera pasado?» Buscaron hasta que encontraron al hombre, y

le cogieron y le llevaron ante el rey, que preguntó: «¿De dónde eres, por qué vienes

aquí?» Y el hombre contestó: «No, señor, no fue nada sino la pena que me llevó a salir

de mi casa, y me dije: voy a ir a morir en el monte.» Luego el rey dijo: «¿Pero cómo es

que dijiste que me querías matar? ¡Venga! ¡Mata!» El hombre dijo: «¡Ay señor, no me

atrevo, ya no!» «¿Qué quieres de mí?» «¡Tú lo sabes sin que te lo diga, señor!»

«¿Entonces quieres que te devuelva tus hijos?» El rey señaló detrás de él, diciendo:

«Allí están. ¡Llévales a casa!» El hombre miró y vio a todos sus hijos juntos delante de

él; pero eran tan hermosos y radiantes que apenas les conoció, y dijo, «No, señor, ya no

me los puedo llevar. Son tuyos y tú debes quedarte con ellos.» Así que Iruwa le dijo que

volviera a casa y estuviera muy atento en el camino, porque iba a encontrar algo que le

daría mucha alegría. También le dijo que iba a tener otros hijos para sustituir a los que

había perdido.

Y así sucedió, porque con el tiempo tuvo otros hijos y llegó a criar a todos. Y lo que

encontró en el camino era un gran almacén de colmillos de elefantes, así que una vez

que sus vecinos le hubieron ayudado a llevarlos a casa se hizo rico para el resto de su

vida.

No se debe concluir demasiado precipitadamente que el deseo del hombre de tener hijos

era solamente por el egoísmo y que, siempre y cuando tenía bastante trabajo y mantenía

su posición en la tribu, no le importaba si eran los mismos que había perdido o no. Pero

Page 84: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

es fácil entender que no se sintió cómodo con estos seres brillantes y extraños, que, hay

que recordar, habían muerto cuando eran niños. Es un punto extraordinario que deben

haber sido encontrados en la compañía del dios del Sol; porque como regla general los

bantúes consideran que sus muertos viven bajo tierra. Esta misma gente chaga señala las

lagunas de montaña como entradas al mundo de los fantasmas, y tienen muchas

leyendas que suponen que los muertos viven bajo tierra en vez de en el cielo. Como han

tenido muchas relaciones con los masai y, de hecho, se han mezclado con ellos hasta

cierto punto, puede que esta idea tenga su origen en una fuente independiente, quizá

camítica. Aunque por lo visto los masai se ocupan muy poco del mundo de los espíritus.

Otra tribu bantuhablante sometida a una fuerte influencia camítica es la de los

banyaruanda, por el lago Kivu, en los límites del territorio británico y belga. Su familia

real y los clanes de que se compone la aristocracia son más altos y tienen una tez más

clara que la de los cultivadores que constituyen la mayoría de la población, y también

tienen las facciones bastante diferentes, aunque han adoptado el lenguaje de los bahutu,

como llaman a los campesinos indígenas. El nombre de su dios superior, Imana, es uno

que me ha resultado imposible localizar más allá de Ruanda. Como vimos en el último

capítulo, indudablemente se le considera como persona, y una persona caritativa además

de justa, si damos algún crédito a las leyendas.

Page 85: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LA NOVIA DEL TRUENO

Mito de Ruanda

En esta historia encontramos a Imana vinculado al trueno y relámpagos, como son el

señor del Cielo zulú y el Tilo Thonga, así que suponemos que fuera un dios del cielo, o,

por lo menos, que fuera uno en el principio. En la historia de Ruanda después el Trueno

está tratado como un personaje definido (como le tratan los nandi), pero en ningún sitio

dice que es idéntico a Imana.

Había una cierta mujer de Ruanda, la mujer de Kwisaba. Su marido se iba a las guerras

y faltaba durante muchos meses. Un día, mientras estaba sola en la choza, enfermó y no

tenía fuerzas ni para prender fuego, y si alguien hubiera estado presente lo hubiera

hecho en seguida. Gritó desesperadamente: «¿Ay, qué voy a hacer? ¡Ojalá tuviera

alguien para partir la leña y prender el fuego! ¡Moriré de frío si no viene nadie! ¡Ay, que

venga alguien, aunque fuera el mismo Trueno del cielo!»

Así habló la mujer, sin saber apenas lo que decía, y en ese momento una nube pequeña

apareció en el cielo. No la pudo ver, pero pronto se extendió; otras nubes se juntaron,

hasta que el cielo quedó bastante nublado; se puso tan oscuro como la noche en la choza

y oyó un estruendo a lo lejos. Luego hubo un relámpago de cerca y vio al Trueno ante

ella, en la forma de un hombre, con una pequeña hacha brillante en la mano. Se puso a

trabajar y partió toda la leña en un santiamén; luego prendió el fuego con un toque ~ de

la mano, como si sus dedos fuesen teas. Cuando el fuego saltó ''.. se volvió hacia la

mujer y dijo: «Ahora, mujer de Kwisaba, ¿qué ~ me vas a ofrecer?» Se paralizó del

susto y no pudo decir nada. Le dio algún tiempo para recuperarse, y luego siguió:

«Cuándo nazca tu bebé, si es una niña, ¿me la darás como esposa?» Temblando ''por

todas partes, la pobre mujer solamente pudo balbucear: «¿Sí!», y el Trueno desapareció.

Poco después nació una niña, que se convirtió en una niña bonita y sana, y le llamaron

Miseke. Cuando Kwisaba volvió de las guerras las mujeres le saludaron con la noticia

de que había tenido una hija, quedando encantado, en parte, porque pensaba en el ga-

nado que recibiría como su precio de novia cuando tuviera la edad de casarse. Pero

cuando su mujer le contó lo del Trueno se puso muy serio y dijo: «Cuando sea mayor no

debes dejarla salir fuera la casa en absoluto, o si no el Trueno la llevará.»

Mientras Miseke fue pequeña la dejaron jugar fuera con los otros niños, pero demasiado

pronto llegó del día en que tuvo que quedarse encerrada en la choza. Un día unas de las

otras chicas fueron corriendo a la madre de Miseke muy emocionadas: «¿Salen

abalorios de la boca de Miseke! Pensamos que los había puesto allí a propósito, pero

salen cada vez que ríe.» Efectivamente la madre se enteró de que era verdad, y Miseke,

no sólo produjo abalorios de los tipos más valorados, sino también pulseras preciosas de

latón y cobre. El padre de Miseke se preocupó mucho cuando le contaron lo que pasaba.

Pensó que debía ser Trueno el que había mandado los abalorios de esta manera tan

extraordinaria como los regalos que un hombre siempre tiene que mandar a su

prometida mientras crece. Así que Miseke tuvo que quedarse dentro de la casa y

entretenerse lo mejor que podía -cuando no estaba ayudando en los quehaceres- en

trenzar esteras y hacer cestas. A veces sus compañeras de juegos venían a visitarla, pero

ellas tampoco querían estar mucho tiempo en una choza oscura y viciada.

Page 86: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Un día, cuando Miseke tuvo como quince años, unas chicas se juntaron para ir y cavar

inkwa, y pensaron que seria buena idea llevar a Miseke también. Fueron a la choza de

su madre y la llamaron, pero por supuesto sus padres se negaron rotundamente a que se

fuera y tuvo que quedarse en casa. Intentaron otro día, pero sin éxito. Sin embargo,

algún tiempo después Kwisaba y su mujer fueron juntos a ver su huerto, que estaba

situado bastante lejos, así que salieron al amanecer, dejando a Miseke sola en la choza.

De alguna manera las chicas se enteraron de esto y, como ya habían planeado ir a cavar

inkwa, ese día fueron a buscarla. La tentación fue demasiado grande, y salió sin hacer

ningún ruido, acompañándolas al riachuelo donde se encontraba el barro blanco. Tanta

gente había ido allí a lo largo del tiempo por las mismas razones que se había cavado un

hoyo bastante grande. Las chicas entraron y se pusieron a trabajar, riendo y hablando,

cuando, de repente, se dieron cuenta de que se estaba oscureciendo, y, mirando hacia

arriba, vieron una nube grande y negra formarse en lo alto. Y luego, de repente, vieron

la forma de un hombre ante ellas, que gritó en voz alta: «¿Dónde está Miseke, hija de

Kwisaba?» Una chica salió del hoyo y dijo: «Yo no soy Miseke, hija de Kwisaba.

Cuando se ríe Miseke abalorios y pulseras salen de sus labios.» El Trueno dijo:

«Entonces ríete y veré.» Se rió y no pasó nada. «No, veo que tú no eres ella.» Así que

hizo la misma pregunta a una tras otra. La misma Miseke fue la última, e intentó pasar,

repitiendo las mismas palabras que las otras; pero el Trueno insistió en que se riera y

una Lluvia de abalorios cayó al suelo. El Trueno la cogió, la llevó al cielo y se casó con

ella.

Claro que tuvo mucho miedo, pero el Trueno se mostró un marido amable y se

estableció bastante feliz y, con el tiempo, tuvo tres hijos: dos niños y una niña. Cuando

la niña tuvo unas pocas semanas Miseke dijo a su marido que quería ir a casa y ver a sus

padres. No sólo se lo consintió, sino que también le proveyó de ganado y cerveza (como

suministros para el viaje y regalos al llegar) y gente para llevar su hamaca, y la mandó a

la Tierra con consejo de despedida: «Que vayas por el camino principal; no vayas por

ningún sendero poco frecuentado.» Pero, como la gente que llevaba su hamaca no

conocía bien el país, pronto se alejaron

del camino principal. Después de haber viajado bastante a lo largo de este camino

encontraron un sendero obstruido por un monstruo extraño llamado igikoko, un tipo de

ogro, que exigió algo de comer. Miseke dijo a los sirvientes que le diesen la cerveza que

llevaban: bebió toda la cerveza en un santiamén. Luego agarró a uno de los sirvientes y

lo comió, luego otro; en breve los devoró a todos, además del ganado, hasta que no

quedaba nadie más aparte de Miseke y sus niños. El ogro exigió un niño. Sin ver otro

remedio, Miseke le dio su hijo pequeño, y luego, como estaba tan desesperada, le dio el

bebé que cuidaba, pero mientras él estaba ocupado logró mandar huir al niño mayor,

susurrándole que fuera corriendo hasta que llegara a una casa . «Si ves a un viejo

sentado en el montón de cenizas en el jardín de frente será tu abuelo; si ves a unos

jóvenes tirando flechas a un blanco serán tus tíos; los chicos arreando las vacas son tus

primos, y encontrarás a tu abuela dentro de la choza. Díselo a alguien que vengan a

ayudarnos.» El niño salió, mientras su madre intentaba evitar al ogro lo mejor que

podía. Llegó a la casa de su abuelo y les contó lo que había pasado, y salieron en

seguida, después de atar los cencerros en los perros cazadores. El niño les señaló el

camino lo mejor que pudo pero no hubieran llegado hasta Miseke si ella no hubiera oído

el sonido de los perros y gritos. Luego se acercaron corriendo los jóvenes y mataron al

ogro con sus lanzas. Antes de morirse dijo: «Si me cortáis mi dedo gordo del pie, todo

lo que os pertenece os será devuelto.» Hicieron esto y salieron los sirvientes, el ganado

y los niños, ninguno dañado de ninguna manera. Luego, asegurándose que el ogro

Page 87: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

estaba muerto de verdad, se fueron a la casa anterior de Miseke. A sus padres les dio

una alegría enorme poder verla a ella y a los niños, y el tiempo pasó demasiado

rápidamente. Al final del mes empezó a pensar que debía volver, y los viejos mandaron

ganado y todo tipo de regalos, como es costumbre cuando un invitado se va a marchar.

Juntaron todo fuera del pueblo, y sus hermanos estaban dispuestos a acompañarla

cuando vieron las nubes juntándose y, de repente, Miseke, sus hijos, sus sirvientes y su

ganado subieron al aire y desaparecieron. La familia se quedó muda de asombro, y no

volvieron a ver a Miseke en la Tierra. Se supone que estaba feliz.

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LA LEYENDA DE MARWE

Leyenda de Etiopia

Los wachaga relatan una historia de cómo una chica llegó a la tierra de los fantasmas y

volvió. Marwe y su hermano fueron mandados por sus padres a vigilar el campo de

judías y echar a los monos. Guardaron su puesto durante la mayor parte del día, pero

como su madre no les había dado comida para llevar con ellos tenían hambre.

Levantaron las madrigueras de los campos de ratas, cogieron algunas, prendieron un

fuego, asaron su presa y la comieron. Luego, ya que tenían sed, se fueron a una charca y

bebieron. Esta charca estaba bastante lejos, y cuando volvieron observaron que los

monos habían bajado a la parcela de judías y habían comido todas. Tenían mucho

miedo, y Marwe dijo: «Vamos a tirarnos a la charca.» Pero su hermano pensó que sería

mejor volver a casa sin que les viera nadie y escuchar lo que decían sus padres. Así que

se acercaron silenciosamente a la choza y escucharon un momento entre tas hojas de

plátano de la quincha. Los padres estaban muy enfadados. «¿Qué vamos a hacer con dos

criaturas tan inútiles? ¿les pegaremos? ¿O les estrangularemos?» Los niños no

esperaron a oír nada más, sino que se fueron corriendo a la charca. Marwe se tiró al

agua, pero su hermano no tuvo el coraje suficiente y volvió a casa y dijo a sus padres:

«Marwe se ha ido a la charca.» Se fueron allí en seguida, olvidándose de las palabras

precipitadas provocadas por el descubrimiento repentino de su pérdida, y llamaron una

vez y otra: « ¡Marwe, vuelve a casa! ¡No te preocupes de las judías; Volveremos a

plantar la parcela!» Pero no hubo ninguna respuesta. Día tras día el padre se fue a la

charca y la Llamó -siempre en vano- Marwe se había ido al país de Ios fantasmas.

Se podía entrar por el fondo de la charca. Antes de que hubiese ido muy lejos, llegó a

una choza, donde vivía una con muchos niños. Esta vieja la dejó entrar y dijo que podía

quedarse con ella. El día siguiente la mandó con los otros a coger leña, pero dijo: «No

hace falta que hagas nada. Deja a los otros trabajar.» Sin embargo, Marwe participó con

los demás, e hizo lo mismo cuando fueron a cortar hierba o a hacer cualquier otra tarea.

Se le ofreció comida de cuando en cuando, pero siempre buscó pretextos para no

aceptarla. (Los vivos que llegan al país de los muertos no pueden volver a salir si comen

mientras están allí, una creencia que también existe en otros sitios en África.) Así que

pasó algún tiempo, hasta que un día, ya aburrida, dijo a las otras chicas: «Me gustaría

volver a casa.» Las chicas la aconsejaron que se fuera y que se lo dijera a la vieja. Hizo

esto y la vieja no tuvo nada en contra de la idea, pero le preguntó: «¿Te golpeo con el

frío o con el caliente?» No está muy claro lo que se quiere decir con esta pregunta, pero

en todas las historias de este tipo, que son numerosas, se da una elección de algún tipo

al visitante que parte del país de los fantasmas: a veces entre dos regalos y otras entre

dos maneras de volver a casa. Quizá la significación en la alternativa propuesta aquí ha

sido perdida en la transmisión o la traducción. La chica buena siempre elige el camino

menos atractivo, y Marwe pidió que «se le golpeara con el frío». La mujer le dijo que

metiera los brazos en un cacharro que estaba a su lado. Lo hizo, y cuando los sacó

estaban cubiertos de pulseras brillantes. Luego le dijo que metiera sus pies, y cuando les

sacó sus tobillos estaban adornados con cadenas finas de cobre y latón. Luego la mujer

le dio una enagua de piel con abalorios. v dijo: «Tu futuro marido se llama Sawoye. Él

te llevará a casa.»

Se fue con ella a la charca, la llevó hasta la superficie y la dejó sentada en la orilla. En

aquel tiempo había una hambruna en el país. Alguien vio a Marwe y se fue corriendo al

Page 89: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

pueblo diciendo que había una chica sentada en la charca vestida de manera lujosa y

llevando adornos preciosos que ninguna otra persona en la región podía permitirse,

porque la gente se había desprendido de todas sus cosas de valor para venderlas a los

comerciantes de la costa durante los tiempos de carestía. Entonces la población entera

salió para verla, con el jefe a la cabeza. Se llenaron de admiración por su belleza.

(Parece que no perdió su belleza en el país de los fantasmas, a pesar de no comer.)

Todos le saludaron de manera respetuosa y el jefe quería llevarla a casa; pero ella se

negó. Otros se ofrecieron, pero no escuchaba a ninguno hasta que viniera un cierto

hombre llamado Sawoye. Dio la casualidad que Sawoye estaba desfigurado por una

enfermedad que había sufrido Llamada woye, de donde viene su nombre. En cuanto le

vio Marwe dijo: «Ése es mi marido.» Así que la cogió y la llevó a casa y se casó con

ella.

Ésta es una boda poco común, desde el punto de vista bantú ya que no se dice nada de

los padres. Sin embargo, la situación entera fue poco corriente: no ocurre todos los días

que una chica vuelva del país de los muertos, con su marido señalado por la jefa:~ de

los fantasmas.

No se dice, pero creo que se puede suponer, que Sawoye pronto se recuperó de la

enfermedad que desfiguraba su piel y se hizo el hombre más guapo del clan. Compraron

una gran manada de ganado y se construyeron la mejor casa del pueblo después de

vender las pulseras de la dama. Y hubieran vivido de manera feliz si algunos de sus

vecinos no le hubieran tenido envidia y tramado matarle. Y sí le mataron, pero su fiel

esposa encontró medios para resucitarle, escondiéndole en el compartimiento interior de

la choza. Luego, cuando vinieron los enemigos para repartir el botín y llevar a Marwe al

jefe como su esposa, Sawoye salió, armado, y mató a todos. Y luego dejaron a él y

Marwe en paz.

Page 90: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

RYANG’OMBE, EN RUANDA

Leyenda de Ruanda

Los banyaruanda dan detalles de los asuntos de la familia de 'Ryang'ombe con gran

detalle. Su padre era Babinga, descrito v como el «rey de los imandwa» su madre,

originariamente llamada Kalimulore, era un tipo de persona incómoda, que tenía el

poder de convertirse en una leona y se dedicaba a matar el ganado de su padre, hasta

que él le prohibió salir con ellos y envió a otra persona en su lugar. Tanto asustó a su

primer marido que se volvió a casa con sus padres y no quiso tener nada más que ver

con ella. Después de su segundo matrimonio, con Babinga, parece no haber =habido

más problemas. No está claro cómo Babinga pudo llegar a ° ser rey de los fantasmas,

mientras aún vivía, pero cuando murió, su 'hijo, Ryang'ombe, anunció que iba a tomar el

lugar de su padre. Esto fue disputado por uno de los seguidores de Babinga Ilamado

Mpumutimuchuni, y los dos decidieron que la cuestión fuera decidida por un juego de

kisoro', que Ryang'ombe perdió. Quizá tenemos Que entender por la larga historia que

sigue que pasó algún tiempo en el exilio; porque salió de caza y oyó una profecía de al-

gunos pastores que condujo a su matrimonio. Después de algunas dificultades con sus

suegros, se estableció con su esposa y tuvo un hijo, Binego, pero pronto los dejó y

volvió a su propia casa.

Tan pronto como Binego fue lo suficientemente mayor el hermano de su madre le envió

para pastorear el ganado; el primer día clavó su lanza en una novilla y el segundo en una

vaca y su ternero, y cuando su tío protestó le mató a él también. Luego llamó a su

madre, y se dirigieron al lugar de Ryang'ombe, al que llegaron en el tiempo debido,

después de que Binego matara, en el camino, a dos hombres que rechazaron abandonar

su trabajo para guiarles, y a un bebé, por ninguna razón en particular. Cuando llegó

encontró a su padre jugando el juego final con Mpumutimuchuni. Se había dejado que

la decisión esperara durante un pequeño tiempo, y Ryang'ombe, si perdía este juego, no

sólo tendría que entregar su reino, sino también dejar a su oponente que le afeitara la ca-

beza, es decir privarle de la cresta de pelo que marcaba su rango real. Binego fue y

permaneció detrás de su padre para ver el juego, sugiriendo un movimiento que le

permitió ganar, y cuando Mpumutimuchuni protestó le apuñaló. Así aseguró a su padre

como rey, que, aparentemente, fue tan bien considerado que compensó todos los

crímenes que había cometido. Ryang'ombe le nombró primero como su segundo de a

bordo, y luego como su sucesor, y Binego, como se verá, vengó su muerte. Como todos

los imandwa, con la excepción del mismo Ryang'ombe, que es amable y benefactor, se

piensa que es maligno y cruel, y a él se teme, especialmente cuando el adivino ha

declarado, en caso de una enfermedad, que Binego es responsable. Durante estas

ceremonias, y también en los misterios celebrados de cuando en cuando, ciertas

personas no sólo son reconocidas como médiums de Ryang'ombe, Binego u otros

imandwa, sino que realmente asumen sus caracteres y se les llaman por esos nombres

durante un tiempo.

Page 91: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LA MUERTE DE RYANG'OMBE

Leyenda de Ruanda

Ryang'ombe un día fue de caza, acompañado por sus hijos, Kagoro y Ruhanga, dos de

sus hermanas y varios otros imandwa. Su madre trató de disuadirle de irse, porque

durante la noche anterior había tenido cuatro sueños muy extraños, que le parecían de

maligna profecía. Primero había visto una pequeña bestia sin rabo; luego un animal,

todo de un color; en tercer lugar un río corriendo por dos cauces a la vez, y en cuarto

lugar una niña inmadura llevando un bebé sin ngobe. Estaba muy intranquila por todos

estos sueños y rogó a su hijo que se quedara en casa, pero, a diferencia de muchos

africanos, que dan mucha importancia a estas cosas, no prestó atención a sus palabras y

partió. Al poco de empezar a caminar mató a una liebre, que al mirarla se dio cuenta de

que no tenía rabo. Su sirviente personal exclamó de inmediato que éste era el

cumplimiento del primer sueño de Nyiraryang, pero Ryang'ombe sólo dijo: «No repitas

las palabras de una mujer cuando estamos detrás de un juego.» Poco después de esto se

encontraron con el segundo y tercer portento (el animal todo de un color era una hiena

negra), pero Ryang'ombe todavía rechazó estar impresionado. Luego se encontraron con

una joven muchacha llevando un bebé sin la piel que normalmente les envuelve. Ella

detuvo a Ryang'ombe y le pidió que le diera un ngobe. El ofreció la piel de un animal

tras otro; pero ella las rechazó todas, hasta que le mostró una piel de búfalo. Luego dijo

que le tenía que vestir adecuadamente, lo que hizo, y también le dio las correas para

atarle.

Así pues ella dijo: «Coge el niño.» Él protestó, pero lo hizo cuando ella repitió su orden,

e incluso, por petición de la niña, le dio al niño un nombre. Finalmente, cansado de esta

importunidad dijo: « ¡Déjame en paz! », y la niña se alejó de inmediato, se perdió de

vista entre los arbustos y se convirtió en un búfalo. Los perros de Ryang'ombe, oliendo

la bestia, fueron a la caza, uno tras de otro, y al no volver envió a su hombre,

Nyarwambali, para ver lo que les había ocurrido. Nyarwambali volvió y contó: «Hay

una bestia aquí que ha matado a los perros.» Ryang'ombe le siguió, encontró al búfalo y

le clavó su lanza, y pensó que lo había matado, pero justo cuando estaba cantando su

canción de victoria se levantó, se lanzó sobre él y le corneó. Él se tambaleó y se apoyó

contra un árbol; el búfalo se convirtió en una mujer. cogió al niño y se fue.

En el mismo momento en el que cayó herido una hoja manchada de sangre cayó del aire

sobre el pecho de su madre. Ella sabía, de hecho, que su sueño había sido un aviso de

desastre; pero no supo lo que había pasado hasta que transcurrió una noche y un día.

Ryang'ombe, tan pronto como se dio cuenta de que había sido herido de muerte, llamó a

todos los imandwa juntos y dijo al primero y, al éste rechazarlo, a otro que fuera y

llamara a su madre y a Binego. Uno tras otro todos rehusaron, excepto el sirviente

Nkonzo, que partió de inmediato, viajando noche y día, hasta que llegó a la casa de

Nyiraryang'ombe y le dio las noticias. Ella vino con Binego de inmediato y encontró a

su hijo aún con vida. Binego, cuando hubo oído la historia completa, preguntó a su

padre en qué dirección había ido el búfalo; habiéndoselo apuntado, salió corriendo,

adelantó a la mujer, la trajo de vuelta y la mató, con el niño, cortando a ambos en

pedazos. Así vengó a su padre.

Luego Ryang'ombe dio instrucciones sobre los honores que debían tributarle tras su

muerte; éstos son, hablando de cierta forma, los fueros de la sociedad Kubandwa que

Page 92: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

practica el culto de los imandwa. Especialmente insistió en que Nkonzo, como re-

compensa por sus servicios, debería tener un lugar en estos ritos, y, de esta forma, le

encontramos representado por uno de los actores en la ceremonia de iniciación, como ha

sido fotografiado por P. Schumacher. Luego, en el momento en que su garganta se en-

dureció, nombró a Binego su sucesor y así murió.

Aquí Ryang'ombe aparece como un fuerte aventurero, cuya principal virtud es el coraje,

y es un poco difícil sacar de esta historia, como se ha relatado aquí, por qué se le

habrían concedido tantas buenas cualidades. Muestra algo de afecto por su madre

(aunque no suficiente como para hacerle considerar sus deseos) y por su hijo, y gratitud

hacia el pobre siervo que cumplió su última súplica, pero eso es todo lo que se puede

decir.

Page 93: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

SUDIKA-MBAMBI, EL INVENCIBLE

Mito de Kenya

Sudika-Mbambi era el hijo de Nzua dia Kimanaweze, que se casó con la hija del Sol y

la Luna. La joven pareja estaba viviendo con su padre Nzua, cuando un día

Kimanaweze envió a su hijo a Loanda para comerciar El hijo protestó, pero el padre

insistió, así que fue. Mientras estuvo fuera ciertos monstruos caníbales llamados

makishi destruyeron la villa y la saquearon -toda la gente que no fue asesinada huyó-.

Nzua, al volver, no encontró ni casas ni gente; buscando por los terrenos cultivados, al

final se encontró con su esposa, pero ésta estaba tan cambiada que no la pudo reconocer

a primera vista. «Los makishi nos han destruido», fue su explicación de lo que había

sucedido.

Parecen haber acampado y cultivado la tierra lo mejor que pudieron, y al cabo del

tiempo debido Sudika-Mbambi («El trueno») nació. Como otros que serán mencionados

más tarde, era un niño prodigio, que habló antes de entrar en el mundo, y venía

equipado con un cuchillo, un garrote y su kilembe, una planta mítica, explicada como el

árbol de la vida, que pidió a su madre plantarlo en la parte de atrás de la casa. Apenas

había él hecho su aparición cuando se oyó otra voz, la de su hermano gemelo

Kabundungulu. La primera cosa que hizo fue cortar troncos y construir una casa para

sus padres. Ryang'ombe y (como veremos) Hlakanyana fueron similarmente precoces,

pero sus actividades eran de un carácter muy diferente. Poco después de esto Sudika-

Mbambi anunció que iba a ir a luchar contra los makishi. Dijo a Kabundungulu que se

quedara en casa y que vigilara el kilemhe: si se marchitaba sabría que su hermano

estaba muerto; luego partió. En su camino se le unieron cuatro seres llamados

kipalendes, que se jactaban de varios logros: construir una casa sobre la roca desnuda

(una total imposibilidad en condiciones normales), tallar diez dagas al día y otras ope-

raciones más recónditas, ninguna de las cuales, como se probó, pudieron realizar con

éxito. Cuando habían recorrido cierta distancia por el bosque, Sudika-Mbambi les

dirigió y construyeron una casa, «para luchar con los makishi». Él cortó un tronco

solamente y los otros los tuvieron que cortar ellos. Ordenó a los kipalende que habían

dicho que podían levantar una casa en la roca que empezaran a construir, pero tan

pronto como el primer tronco era fijado se caía. Entonces él se dispuso a hacer el trabajo

y lo terminó rápidamente. Al día siguiente salió para luchar con los makishi, con tres

kipalendes, dejando al cuarto en la casa. A él se le apareció poco después una anciana

que le dijo que podría casarse con su nieta si luchaba con ella (la abuela) y la vencía.

Lucharon, pero la anciana pronto venció al kipalende, le colocó una gran piedra encima

cuando yacía en el suelo y le dejó allí sin poder moverse.

Sudika-Nlbambi, que tenía el don de ver dos veces, de inmediato supo lo que había

pasado. Volvió con los otros tres y liberó al kipalende. Éste contó la historia y los otros

se burlaron de él por haber sido vencido por una mujer. Al siguiente día salió con el

resto y el segundo kipalende se quedó en la casa. No se dan detalles sobre la lucha del

maktshi, salvo que «estuvieron disparando». El segundo kipalende se encontró con la

misma suerte que su hermano y de nuevo Sudika-Mbambi rápido se dio cuenta; el

incidente se repitió al tercer y cuarto día. Al quinto Sudika-Mbambi envió a los

kipalende a la guerra y él se quedó en casa. La anciana le retó, luchó con ella y la mató.

Parece haber sido una clase de bruja peculiarmente maligna, que había mantenido a su

nieta encerrada en una casa de piedra, posiblemente como cebo para extraños incautos.

Page 94: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

No se dice lo que intentaba hacer con los cautivos a los que aseguraba bajo fuertes

piedras, pero, juzgando lo que ocurre en otras historias de esta clase, se puede concluir

que los mantenía allí para comérselos llegado el tiempo.

Sudika-Mbambi se casó con la nieta de la vieja bruja y se establecieron en la casa de

piedra. Los kipalende volvieron con las noticias de que los makishi estaban totalmente

derrotados y todo fue bien durante un tiempo.

Page 95: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

MBEGA, UN NIÑO CON MALA ESTRELLA

Leyenda del Africa Meridional

Mbega en circunstancias ordinarias habría tenido poca compasión, porque le nacieron

los dientes de arriba primero, y estos niños son considerados por la mayoría de los

bantúes como extremadamente desgraciados. En verdad, tan fuerte es la creencia que

pensaban que si les permitían crecer se convertirían en criminales peligrosos, que en

tiempos anteriores hubieran invariablemente recibido la muerte. En Rabai, en el ahora

olvidado lugar de la antigua villa fortificada de la colina de arriba, una pendiente muy

inclinada apunta al lugar desde donde se arrojaban los bebés que nacían con un presagio

tan maligno. Debe haber sido la rareza de este suceso lo que les hacía ser considerados

como innaturales, y así surgió la creencia. Los padre de Mbega, sin embargo, sin duda

porque su padre no creía en tales supersticiones paganas (él debe haber sido musulmán,

aunque sus hijos no siguieron su fe), no prestaron atención a esta costumbre, sino al

contrario, cuidaron de él y creció fuerte y bien parecido y querido por todos, excepto

por sus hermanastros, los hijos de las otras mujeres. Su hostilidad no podía herirle

mientras su padre viviera, pero los dos murieron cuando todavía era joven. Tenía un

protector, que era su hermano mayor, del mismo padre y la misma madre -un parentesco

siempre así especificado con cuidado en las sociedades polígamas-. Pero su hermano

murió y el resto dispuso de su propiedad, que junto con la protección de la viuda y de

los niños- debería haber pasado naturalmente a Mbega. Ni siquiera le llamaron para el

funeral.

Cuando todas la ceremonias debidas se habían llevado a cabo y llegó el tiempo de dejar

de lamentarse, que significa matar al ganado y hacer un festín para todo el clan, durante,

o después del cuál, el heredero es colocado en posesión, todos los parientes se

reunieron, pero no se hizo ni el mínimo caso al heredero que le correspondía por

derecho. Mbega, naturalmente, estaba profundamente dolido –el dibujo le representa

diciendo: « ¡Oh, si mi hermano aún viviera, no tengo a nadie que, me aconseje, a nadie;

mi padre está muerto y mi madre está muerta! »-. Así se fue a su Casa y lloró sobre su

cama (akalia kitandani pake) desesperado.

Mbega reclama su herencia

Los hermanos eligieron al hijo de un pariente más distante para gobernar la propiedad y

casarse con la viuda, y le entregaron la casa del hombre muerto y una parte de su

ganado, repartiéndose el resto entre ellos mismos. Mbega, al oírlo, como no podía per-

mitirles esto, consultó con los ancianos de la villa y les envió a sus hermanos y a todo el

clan con este mensaje: «¿Por qué no me dan a mí la herencia? Ni una sola vez cuando

uno de la familia murió me han llamado a mí al funeral. ¿Qué mal he hecho yo?»

Cuando los mensajeros habían terminado de hablar, los hermanos se miraron a los ojos

entre sí, y cada hombre dijo a su compañero: «Responde tú.» Al fin uno de ellos habló y

dijo: «Escucha, has venido y nosotros te lo explicaremos. Ese Mbega tuyo está loco.

¿Por qué os ha enviado él a vosotros en vez de venir él mismo? Decidle que no hay

ningún hombre en nuestro clan que se llame Mbega. No queremos verle ni tener nada

que ver con él.»

Los ancianos preguntaron lo que Mbega había hecho para e le odiaran así, y el

representante replicó que era un hechicero (mchawi) causante de todas las muertes que

Page 96: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

habían ocurrido en el clan. Todos deberían saber que no era una criatura humana

normal, ya que era un kigego al que le habían salido los dientes de arriba primero; pero

sus padres habían sido débiles y habían ocultado el hecho y le habían educado como a

cualquier otro niño. Continuó diciendo que cuando la madre de Mbega había muerto él

y los otros habían consultado a un adivino, que les había dicho que Mbega era

responsable (una cruel calumnia para un hijo que quiere a sus padres) y ellos le habían

dicho a su padre que debería ser asesinado, «pero él no estaba de acuerdo por su gran

amor hacia él». Añora que los padres de Mbega y su propio hermano ya no existían iban

a tomarse la justicia por su mano, ya que, si le dejan, el solo exterminaría a todo el clan.

No deseaban tener su sangre en sus manos, pero le dejaron salir del país con peligro de

su vida, y, en cuanto a los mensajeros: «No volváis aquí de nuevo con palabras de

Mbega.» Ellos replicaron con la calmada dignidad de los consejeros ancianos: «No

volveremos de nuevo a vosotros.» Así volvieron a Mbega, que les recibió con la usual

cortesía y no les preguntó sobre su misión hasta que habían descansado y fumado.

Entonces le contaron todo, y él dijo: «He oído vuestras palabras y las suyas, y en verdad

no necesito enviar hombres allí de nuevo. Yo tampoco quiero tratos con ellos.»

Mbega, un poderoso cazador

Mbega, aunque odiado por sus parientes más cercanos, era querido por el resto de la

tribu, y más especialmente por los hombres jóvenes, a quien él llevaba con ellos en

expediciones de caza y les enseñaba el uso de los perros entrenados, entonces una nove-

dad en el país. Su padre, sin duda, había traído algo con él de Pemba. El nombre del

perro favorito del propio Mbega, Chamfumu, ha sido conservado. El cronista añade:

«Éste era su corazón.» No parece estar claro si esta frase expresa meramente el grado de

afecto por este perro en particular, o si indica de alguna manera que la vida de Mbega

estaba ligada a él. Esta idea del animal tótem como alma externa probablemente no era

extraña en los tiempos antiguos de Washambala, pero Abdallah bín Hemedí bien podía

no haberlo entendido, y nada de esto aparece por ninguna otra parte en la historia.

La tierra estaba totalmente plagada de bestias salvajes, que destrozaban el ganado y los

cultivos. Se menciona mucho al puerco salvaje, que todavía, en muchas partes del este

de África, representan un gran inconveniente para la vida del agricultor. Mbega y su

banda de leales seguidores recorrieron los bosques con los perros, terminaron con los

estragos de los animales y dieron carne a los habitantes de las villas.

Cuando los mensajeros de Mbega le comunicaron la respuesta por sus hermanos, él

llamó a sus amigos, les contó toda la historia y les informo de que tendría que dejar el

país. Luego le preguntaron adónde iba a ir y él respondió que no sabía todavía, pero que

lo averiguaría por adivinación y luego les reuniría y se despediría de ellos.

Se nos da a entender que Mbega estaba bastante entrenado en la magia -la magia blanca,

por supuesto- y esto puede haber dado pie a las acusaciones de sus hermanos. Si la

expresión que usó en esta ocasión («Voy a usar la tabla de arena») se toma literalmente

parece referirse al método de adivinación árabe, por medio de extender arena en una

tabla, conocimiento que el padre de Mbega puede haber traído con él de Pemba.

Los jóvenes protestaron por el hecho de que les fuera a abandonar y declararon que le

seguirían dondequiera que fuera. Estaba determinado a no permitir esto, sabiendo que

causaría problemas a sus padres, pero no diría nada hasta que hubiera decidió lo que iba

a hacer. Luego consultó el oráculo y determinó dirigir sus pasos hacia Kilindi, donde

Page 97: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

era bien conocido. Al día siguiente, cuando sus amigos estaban reunidos, les dijo que

debía dejarles. No les dijo a donde iba a ir para el caso de que sus hermanos les

preguntaran. Ellos no querían decir que sí a esto, insistiendo en que querían ir con él,

pero al final les persuadió para que cedieran. Mandó a buscar a todos sus perros y les

distribuyó entre los jóvenes, guardando para el siete parejas, entre ellas el gran

Chamfumu, «que era su corazón». También les dio sus recetas para la caza mágica, en

la que, hasta este día, muchos nativos tienen más fe que en las artes de la caza o la

excelencia de sus armas.

Mbega va a Kilindi

Así Mbega salió, Ilevando sus lanzas, grande y pequeña, y sus perros, y su caja de

encantamientos, y, seguido por su jauría de perros, llegó en la tarde del segundo día a la

puerta de la ciudad de Kilindi. Estaba ya cerrada porque era de noche y, aunque los que

estaban dentro contestaron a su llamada, dudaron en admitirle, hasta que les convenció

de que era en verdad Mbega de Nguu, el cazador de jabalíes. Entonces la puerta se abrió

y toda la ciudad salió corriendo para darle la bienvenida, gritando: «¡Es él, es él!» Le

escoltaron a presencia del jefe, que le recibió calurosamente, le asignó una morada y les

dio órdenes de que hicieran todo lo que fuera posible para honrarlo. «Así que le dieron

una casa con camas y alfombras de Zigula» -era lo usual en lo que se refiere a muebles-

y cuando toda la gente reunida para tal ocasión se había ido a sus casas, con gran

regocijo, Mbega descansó durante dos o tres días.

Se quedó en Kilindi durante varios meses, y no sólo limpió el campo de bestias dañinas,

sino que también aseguró toda la ciudad mediante la magia contra los humanos y otros

enemigos. Poseía el secreto de levantar una niebla tan densa como para hacerla invisible

ante cualquiera que la atacara y podía hacer encantamientos para proteger al ganado de

los leones y leopardos. Parece haber tenido i también habilidades como la del

conocimiento de las hierbas por '

, que se nos cuenta que curaba a los enfermos. Por estas cosas, y sobre todo «por ser

quien era», se hizo universalmente querido. El hijo del jefe, en particular, que insistió en

hacer una alianza de Sangre con él, le alababa con todo el entusiasmo de un joven.

La muerte del hijo del jefe

Con el paso del tiempo los jabalies de las cercanías de Kilindi fueron asesinados o

alejados y los agricultores tenían paz; pero un día se oyó que había un número de cerdos

particularmente grandes en un bosque a una distancia de dos o tres días de viaje. Mbega

de inmediato se preparó para partir, y el hijo del jefe deseaba ir con él. Mbega no quería

asumir este riesgo, y todos sus compañeros intentaron disuadir al joven, pero él insistió

y ellos finalmente cedieron a condición de que obtuviera el permiso de su padre para ir.

El padre asintió, así que se unió al grupo.

Los cerdos, cuando fueron encontrados, eran en verdad muy fieros: se dice «que rugían

como leones». Los perros, excitados más allá. de todo límite por un estimulante que

Mbega les había administrado, eran igualmente fieros, y cuando los cazadores se

abalanzaron con sus lanzas, algunos de ellos fueron derribados en la lucha y otros

corrieron para refugiarse en los árboles. Un gran número de estos cerdos salvajes

resultaron muertos, pero cinco hombres fueron heridos y cuando se limpió el campo se

descubrió que el hijo del jefe estaba muerto.

Page 98: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

No se planteó ni siquiera volver a Kilindi: Mbega sabía que le parían por la muerte del

muchacho, y por una vez estaba perdido. Cuando los otros dijeron: «¿Qué será de ti?»,

él contestó: «No tengo nada que decir; tenéis vosotros que decidir» Dijeron que debían

huir del país, y como él, siendo extranjero, no sabía a donde dirigirse, se ofrecieron para

guiarlo. Así salieron juntos, quince hombres en total (los nombres de diez de ellos han

sido conservados por la tradición), con once perros -parece que tres habían perecido en

el último o algún otro encuentro con los perros salvajes---. Sus andanzas, recogidas en

detalle, terminaron en Zirai, en la frontera de Usambara, donde se establecieron durante

algún tiempo y la fama de Mbega se extendió por todo el país. Los más ancianos de

Bumburi (en Usambara) le invitaron a convertirse en su jefe, «y él gobernó todo el país

y fue reconocido por sus habilidades en la magia y su amabilidad, y la quietud de su

cara, y su conocimiento de la Iey; y sí algún hombre estaba presionado por alguna

deuda, Mbega pagaba por él». Se casó con una joven doncella de Bumburi, y sin duda

deseaba pasar el resto de su vida allí. Pero no había contado con los hombres de Vuga.

Mbega, llamado para ser jefe de los vuga

Los vuga, la comunidad más importante de Usambara, habían estado durante algún

tiempo en guerra con los hombres de las colinas de Pare. El dirigente, Turi, habiendo

oído historias sobre los grandes poderes de Mbega, especialmente en lo que respecta a

la magia de guerra, primero envió mensajeros para preguntar la ver dad de estos

informes y después vino él mismo en persona para invitarle a ser su jefe. Acampó con

su grupo en Karange, a una corta distancia de Bumburi, tocando los tambores y cuernos

de guerra. Mbega, al oír que habían llegado, se preparó para recibirlos y también para

dar prueba de su poder Habiéndose puesto su ropa de piel de búfalo curtida, y animado

con sus espada, lanza y daga, envió un mensajero, ordenándole que dijera: «Que mis

invitados me excusen por un momento, mientras hablo con las nubes para que cubran el

Sol, ya que hace tanto calor que no puedo saludarles cómodamente.» Porque era la

estación del kaskazi, el monzón del noroeste, cuando el Sol es más fuerte.

Los hombres de Vuga se asombraron al recibir este mensaje, pero muy pronto vieron

levantarse una niebla que se extendió hasta que se convirtió en una gran nube que tapó

al Sol. Mbega había llenado su calabaza mágica de agua y la había agotado; luego había

cogido un montón de brasas y las había golpeado contra el suelo hasta que los ardientes

rescoldos quedaron esparcidos, y luego los apagó con el agua de la calabaza. El

creciente vapor formó la nube, esto impresionó profundamente a los ancianos de Vuga.

Cuando, al fin, le vieron cara a cara sintieron que todo lo que habían oído sobre él era

verdad, tan agradable era su cara y tan noble su porte. Turi explicó por qué había venido

y, después de haber tomado los pasos acostumbrados para entretener a los invitados,

Mbega estuvo de acuerdo en aceptar la invitación bajo ciertas condiciones. Éstas

principalmente tenían que ver con la construcción de su casa y la recuperación de los

encantamientos que había dejado a cargo de sus amigos kilindi en el monte. Éstos

tendrían que ser entregados a los vuga por un mensajero de confianza y escondidos en

un punto del camino fuera de la ciudad que él tendría que pasar.

Todo se había acordado, y Mbega fue a informar a su suegro y le pidió que le dejara

llevarse a su mujer -un punto interesante que indica que la organización tribal era

matrilineal-. También deberíamos señalar que el suegro señaló que, aunque él daba su

consentimiento, también debería consultar a su mujer. Ella, sin embargo, no puso

ninguna objeción: «Debo ciertamente ir y despedirme de mi hija.»

Page 99: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Mbega entonces se despidió de los ancianos de Bumburi insistiendo en que no deseaba

perder contacto con ellos y haciéndoles prometer que le mandarían aviso a Vuga de

cualquier asunto importante. Quería que el hermano de su mujer les acompañara para

que ella no se sintiera tan aislada de todos sus parientes; también cuatro de los ancianos.

El grupo partió, viajando por la noche y descansando por el ~, cuando Mbega sacrificó

una oveja y realizó varios. ritos secretos, que explicó a su cuñado. A la mañana

siguiente alcanzaron el lugar donde se habían depositado los encantamientos, y el

hombre que los había escondido los sacó y se los dio a Mbega, que se los dio a su mujer

para que los guardara. Acamparon en un lugar durante el día, y cuando llego la noche

apareció un león. Los hombres se esparcieron y huyeron; Mbega siguió al león y lo

mató con un golpe de su lanza. Cuando sus hombres volvieron les dio instrucciones

muy detalladas sobre cómo quitar y curar la piel, por razones que veremos más tarde.

Entonces partieron una vez más y alcanzaron Vuga en una fácil etapa a la mañana

siguiente temprano. El tambor de guerra fue tocado y respondieron los tambores desde

las colinas más cercanas, y aquellos de nuevo por otros más distantes, proclamando al

país entero que el jefe había venido. Y desde cada villa cercana y lejana, la gente

caminó para saludarle. Se construyó su casa, se colocó el techo y se enyesó, de acuerdo

con sus instrucciones, y cuando estaba terminada mandó matar ganado y preparó una

fiesta para los trabajadores, que eran hombres y mujeres. Luego envió a buscar la piel

del león, que mientras tanto había sido preparada cuidadosamente, y la colocó en la

cama de su mujer, que en poco tiempo iba a dar a luz a su primer niño.

Poco después de haber tomado asiento en este lugar, mandaron a buscar a la mujer de

Turi, y, habiendo llamado a otras mujeres cualificadas para que atendieran a la reina, al

cabo de poco tiempo se oyó el grito de regocijo, usual en estas ocasiones. Toda la gente

vino, trayendo regalos y saludos, y Mbega mató un buey y lo envió a las parteras. Su

primera pregunta fue si el nacimiento había tenido lugar sobre la piel de león; cuando le

informaron de que así había sido él preguntó si el bebé era niño o niña y, al responderle

que era un niño, él dijo: «¿Le habéis dado ya nombre de alabanza?» . Ellos respondieron

que no y él dijo, pues, que el nombre del niño sería Simba, el león, y por este nombre

sería Ilamado. El nombre original de Mbega, el primero que se le dio en su infancia, era

Mwene, y por esto a su hijo se le conocería como Simba (hijo) de Mwene, que se

convirtió en un título entregado a la línea masculina de la dinastía. Pero el nombre

oficialmente entregado al muchacho fue Buge.

Tan pronto como el niño creció lo suficiente los parientes de su madre lo reclamaron y

fue educado por sus tíos en Bumburi otra muestra del derecho de la madre en

Usambara-. Mbega después se casó al menos con otra mujer y tuvo varios hijos, pero la

madre Buge era la gran esposa y su hijo el heredero. Cuando hubo llegado a la edad

adulta sus parientes en Bumburi pidieron permiso a Mbega para instalarle como su jefe,

lo que éste concedió rápidamente. El muchacho reinó con sabiduría y le ordenaron

seguir los pasos de su padre. Sus hermanos más pequeños, cuando crecieron, fueron

también colocados en cargos de distritos, rigiendo como diputados de Mbega; esto se

convirtió en costumbre entre los jefes wakilindi. que también asignaron distritos a sus

hijas.

La muerte y entierro de Mbega

Sucedió que Mbega cayó enfermo, pero nadie lo sabía excepto cinco ancianos que le

atendían de cerca. El hecho de no aparecer en público no había causado extrañeza,

Page 100: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

porque había tenido el hábito ocasionalmente de ocultarse durante hasta diez días

algunas veces y no ver a nadie, cuando se decía que estaba entretenido en ritos de

magia, como era, verdaderamente, el caso. Su enfermad, que no era conocida por sus

hijos, duró sólo tres días y los ancianos guardaron el secreto durante algún tiempo.

Entonces se enviaron mensajeros a Bumburi para decir a Buge que su padre estaba muy

enfermo y que había enviado a buscarle. Él partió de inmediato y, al llegar, se encontró

con la noticia de que Mbega estaba muerto. El funeral tuvo lugar en secreto, sin duda

para asegurar la sucesión al tener a Buge en el lugar antes de que la muerte de su padre

fuera conocida. Primero se mató un toro negro se le quitó la piel y se forró la tumba con

su piel; luego se comió un gato negro y lo mataron, y eligieron a un muchacho y una

muchacha para que yacieran en la tumba uno junto al otro y se quedaran allí hasta que

se enterrara el cuerpo. Esto, sin duda, era t un acto simbólico que representaba lo que en

tiempos anteriores había sido un sacrificio humano. Cuando se colocó el cuerpo en la

tumba los dos jóvenes salieron y desde entonces fueron tabú el uno para el otro: se les

prohibió encontrarse de nuevo mientras vivieran. Luego se colocó al gato junto al

hombre muerto y se tapó la tumba.

Todo esto se llevó a cabo sin el conocimiento de la gente de la ciudad. Los ancianos

acordaron instalar a Buge como sucesor a la muerte de su padre, y fueron a buscar a su

mujer desde Bumburi. Llegó por la mañana, y al romper el día se tocaron los tambores

que anunciaban la muerte del jefe, y Buge sacrificó a dos bueyes en la tumba de su

padre. Luego fue proclamado solemnemente como jefe, y su hermano mas joven,

Kimweri, ocupó su lugar en Bumburi.

Page 101: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LA DIOSA RADHA Y SU PENITENCIA POR LA TIERRA

Mito de la India

Tomaré la forma de una mujer. ¡Damán ha lanzado sobre mí su maldición! ¿A qué

recurso acudiré ahora? Oh, tú que destruyes el temor, dímelo. Sin ti ¿qué haré para

vivir? Sin ti, mi señor, un segundo me parece la eternidad. Mi corazón, privado de tu

mirada, se secaría.

Tu rostro, bello como la luna en noche de otoño y resplandeciente como la bebida de los

dioses, oh, mi señor, lo bebo con mis ojos, a través de las pestañas de mis párpados, de

noche y de día.

Tú, eres mi alma, mi esencia, mi espíritu, mi verdadero cuerpo, lo juro. Tú eres mi vista,

mi vida y mi riqueza suprema. Que yo duerma o que vele, en ti se cifra mi pensamiento;

y veo siempre tus pies de loto.

Yo no podría vivir un instante, oh, mi dueño, sin ser tu esclava.

Yo también -le dice-, iré a la superficie de la Tierra, oh, noble diosa. Puesto que

decidido está que tú debas nacer allí, desciende conmigo. Me pasearé en los bosques de

Viraja cuando allí te encuentres, oh, bella deidad.

Te amo más que a la vida: ¿qué podrás temer, si estoy a tu lado?

Cierto día en que Hari (Krichna) acababa de separarse de su mujer Radha, después de

un largo paseo en el bosque encontró a otra gopi, Viraja, a quien rodeaban mil y mil

ninfas admirablemente bellas.

De repente, el dios veleidoso se sintió herido de amor por aquella graciosa pastora, a

quien muchos jóvenes servían de humilde cortejo.

Sentada en su carroza, que hacía las veces de trono real, vio a Hari delante de ella y Hari

la contempló: el rostro de la joven se parecía a la Luna llena; su belleza era

arrebatadora, su mirada seducía, sus gracias eran las de una ninfa de dieciséis años;

llevaba adornos del coral más rico, vestía un traje blanco y su cuerpo se estremecía de

placer al sentirse objeto de las flechas del dios del amor.

Después de haberla contemplado, Hari la llevó consigo, en un instante, a un montecillo

de flores de la gran selva despierta.

Entregada a la delicia del amor, Viraja se olvidó del mundo, oprimiendo contra su

corazón al señor de su vida.

Las compañeras de Radha, viendo a la ninfa y al dios, juntos en su fresco retiro, se

apresuraron a informar del suceso a su soberana

“¿Podéis mostrármela? Les dijo la gran diosa; si vuestras palabras son ciertas, venid

conmigo. Yo recompensaré como lo merecen, al perjuro y a la moza. Traedme sin

demora todas las demás mujeres a quienes él quiere. Cuanto a ese engañador cuyos

labios sonrientes están humedecidos por un néctar emponzoñado, si por capricho

amoroso se presenta, no le dejéis entrar.”

Page 102: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Oyendo las palabras de Radha, las ninfas se sobrecogieron de temor. Todas, juntando

las manos en forma de copa e inclinando la cabeza con respeto delante de su buena y

bien amada señora, exclamaron: “Nosotras te mostraremos a ese dios, en los brazos de

Viraja.”

A esas palabras la diosa se dirigió a su carro.

Aquel carro era un admirable monumento, un edificio inmenso de cien yodjanas de

longitud; de una latitud y de una altura proporcionadas; construido sobre un número

infinito de ruedas, rodeado de tapicerías preciosas, de voluptuosos ropajes y de

espléndidos espejos; su ornamentación era de perlas, de diamantes, de leones de oro, de

soles formados de toda clase de pedrerías, de guirnaldas y de coronas, de maderas

olorosas y perfurmadas… Columnas gigantescas le servían de soportes; por medio de

incalculables tramos, se llegaba a sus departamentos, espléndidamente amueblados,

provistos de vasos y de utensilios de oro, de todas clases.

La diosa montó en él, seguida de dos mil veces diez millones de ninfas.

Rápida como el pensamiento, la carroza llegó prontamente al retiro de Krichna y de

Viraja.

Habiendo descendido de la carroza, la diosa vio delante de la puerta del tocador de

verdura a Damán, el muy bello guardián de rostro franco tal como un loto, el servidor

querido de Krichna, rodeado de una tropa innumerable de gentes.

La diosa irritada le apostrofó de esta manera: “Vete lejos de aquí, huye muy lejos,

esclavo de un dueño libertino: ¡Quién sabe si habré de verle aún otra favorita!”

Habiendo oído la voz de Radha, el vigoroso boyero se colocó delante de ella

atrevidamente, con la vara levantada para impedirle la entrada en el retiro de su señor;

pero las compañeras de Radha, temblándoles de cólera los labios, rechazaron

prontamente a Damán con sus manos, sin embargo delicadas.

Al oír el ruidoso tumulto que producían todas aquellas mujeres, el mismo Hari se

desvaneció reconociendo entre todas las demás voces, la voz de Radha.

Temiendo la cólera de esta diosa, cuyos clamores habían trastornado a Krichna, Viraja,

entregada totalmente a la pasión de su corazón, perdió súbitamente la vida y su cuerpo

se convirtió en un río, río Admirable y bello, abundante en perlas, de diez mil yodjanas

de ancho, y de una longitud diez veces mayor, que formó su lecho al pie de la montaña,

teniendo su curso en medio de la comarca de las gopis.

Radha penetró en el retiro voluptuoso de su esposo infiel. Lo buscó dirigiendo la mirada

a todas partes; pero Hari, a quien la pasión arrastraba, había desaparecido de aquel

lugar: caminaba a lo largo de la ribera y queriendo detener el curso del río, llamó a

voces, llorando, a Viraja, que convertida en río de aguas rápidas, obedecía al poder cuyo

decreto fatal tenía que sufrir y seguía el declive que la atraía, la arrastraba y la

precipitaba, entonces, para siempre y sin cesar.

“Ven a mí –decía-, ven, oh mujer, la mejor, la primera, la más querida entre todas las

mujeres; sin ti ¿cómo podré yo vivir?

Page 103: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

“Reina de los ríos, diosa excelente, tú a quien bendigo, tú tan graciosa, ¡toma un cuerpo!

De lo que fuiste hace poco, no queda más que agua que se escapa; triunfa del sortilegio,

oh predilecta mía y reviste una forma aún más admirable que la que antes tuviste.

“Escápate de las ondas, levántate y ven hacia mí con una belleza nueva”

Y bella como Radha, la ninfa salió de las olas, para volver al lado de Hari.

Al ver a la bella deidad, Krichna, el señor de los mundos, se entregó a todos los

transportes del amor; olvidó el Universo y se retiró con su adorada al fondo de la más

completa soledad.

Un siglo después, Viraja fue madre de siete bellos hijos.

Pero, abandonada por el dios, maldijo a sus hijos.

“¡Qué este se convierta en Océano –dijo- y que nunca beba de su agua ningún

hombre!”

Profirió otras imprecaciones contra todos sus hijos. –“¡Insensatos! ¡que vivan en la

Tierra! ¡que bajen al suelo de la agradable Jambuduipa!

“Pero ¡dónde tendrán su morada? En cualquier isla en que fijen su residencia, ¿vivirán

felices mis hijos? Donde quieran que se hallen, en medio de las islas o del desierto, mis

hijos correrán de una parte a otra jugando entre los ríos”.

Por efecto de la maldición materna, el más joven se convirtió en Océano; y los otros,

penetrados de dolor, se resignaron a bajar a su destierro terrestre, después de haberse

humillado a los pies de su madre, inclinando ante ella la cabeza con respeto.

Convertidos en siete mares distintos, en otras tantas islas diferentes, se apartaron los

unos de los otros y cada uno de ellos formó uno de los mares siguientes, objeto de los

deseos humanos: mares de sal, de azúcar, de licor espirituoso, de manteca, de leche

cuajada, de leche y de agua de lluvia.

La desgraciada ninfa, privada de sus hijos, vertió abundantes lágrimas.

Sabiendo que ella se encontraba abismada en un mar de dolores, el esposo de Radha fue

de nuevo a encontrar a Viraja, con rostro franco, a semejanza de la flor del loto.

A la presencia del dios preferido, la aflicción y los suspiros cesaron: un océano de

alegría inundó el corazón de Viraja. Hari estrechó contra su pecho a la ninfa que sufría

de amor y la consoló por la pérdida de sus hijos que ella misma había proscrito.

Hari volvió en seguida al lado de Radha. Pero esta se hallaba muy irritada por la nueva

fuga de su esposo.

“¡Está bien! Krichna, tú, el amante de Viraja. Vete; aléjate de mi residencia. ¿Cómo tu

impudor se atreve a acercarse a mí, libertino, disoluto, ladrón de amor?

Page 104: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

¡Ve otra vez a encontrar a aquella mujer que te encanta, aquel loto, aquella perla!

Dirígete, si quieres, a cualquier muchacha del campo, aunque sea muy ordinaria, con tal

que ame el placer de los sentidos.

Sí, amante de un río, tú, soberano señor, dueño de los dioses, te lo ordeno; sepárate del

umbral de mi morada solitaria.

Tú que te rebajas hasta sentir las pasiones humanas y te corrompes en el vicio, entra en

el seno de una mortal y se concebido por ella. Desciende a la tierra, desde el cielo de las

gopis.

¡Vamos, Sucila, Sacikala, Madavi, que sea expulsado ese engañador! ¿Qué hace aquí?”

Las ninfas de Radha no sabían cómo ejecutar la orden de su reina. Sin embargo,

rechazaron dulcemente al dios, que retrocedió. Esa despedida irritó a Damán, que se

dirigió en estos términos a Radha:

“¿Por qué motivo, oh diosa, dirigís tan duras palabras a mi señor?

Vos, la reina y la más perfecta de todas las excelentes diosas que se hallan bajo su poder

y que le besan los pies para adorarlo, ¿no lo conocéis, pues, oh diosa preferida?...

Calmada pronto vuestra cólera; someteos a Hari que puede, con sólo fruncir el

entrecejo, aniquilar la creación, arruinar la obra de Brahma en un abrir y cerrar de ojos,

y precipitar del cielo en un solo día a veinte y ocho Indras”.

En vez de apaciguar el enojo de Radha, las palabras de Damán no hicieron más que

aumentarlo. Con los ojos encendidos y los labios trémulos, se lanzó hacia el umbral del

palacio y dijo:

“¡Vergüenza para ti, despreciable insensato, servidor de un libertino! Escucha: tú lo

sabes todo, sin duda, pero yo, yo, no conozco a tu señor; porque ese Krichna a quien

sirves no es tu señor de igual manera que lo es mío. ¡Atrás, pues, vil esclavo!

Lo mismo que los Asuras desafían sin cesar a los dioses, así tú me insultas, ser

irracional: conviértete, pues, en Asura. Boyero, vete al cielo de las gopis y ve a nacer de

un seno miserable. Ahora que estás maldecido por mí, ¿quién podrá salvarte?”

Habiendo hablado de esa manera, Radha se quedó inmóvil y como privada de

sentimiento. Las ninfas la rodearon agitando mosqueros guarnecidos de piedras

preciosas.

Damán, cuando oyó el discurso de la diosa, se mostró irritadísimo. Con los labios

temblorosos, pronunció esta imprecación:

“¡Lejos de aquí! ¡Ve a nacer en un seno abyecto! Te dejas dominar por la cólera como

una mortal: ve, pues, a ser una mujer en la tierra, oh reina, cuya exigente voluntad yo

castigo.

Radha descendió a la tierra en la que vivió separada de Hari, durante un siglo. Damán

llegó a ser jefe de los Asuras. Cuando a Krichna, ese dios, nació hijo del rey Vasudeva y

de la reina Devaki. Dicha princesa tenía un hermano, Kansú, al cual, presagios

Page 105: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

misteriosos le habían anunciado que moriría víctima del octavo hijo de su hermana.

Dansú quiso entonces matar a la reina; pero renunció a su proyecto, fiado en la promesa

que le hizo Vasudeva, de entregarle todos los hijos que Devaki diese al mundo. Seis de

esos hijos habían sido ya sacrificados. El séptimo escapó milagrosamente de la muerte.

Krichna fue el octavo. Cuando nació, su madre lo substituyó por la niña Radha, hija de

Nandi y de Yasoda.

Algún tiempo después, Kansú celebró la paz con su hermana y su cuñado; todo temor se

había desvanecido: Radha volvió a su familia y Krichna a la suya.

De ese modo entró en la India aquel héroe famoso, tipo de la raza aria, que siguiendo el

curso de los ríos y de los arroyos, conquistó la gran península

Page 106: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LOS CINCO DIOSES DEL MAHABHARATA

Mito de la India

El rey Pandú tiene dos mujeres, Kunti y Madri. Sin embargo, la maldición de un

brahmán le ha condenado a no tener hijos. Sus dos mujeres se unen, pues, a diversos

dioses, de los que tienen cinco hijos, que son, precisamente, los héroes del

Mahabharata. He aquí sus nombres: Yudhishtiva (el animoso); Arjona (el brillante);

Bhimasena (el terrible), Nakula y Sahadeva.

Al ocurrir la muerte de Pandú, sus cinco hijos son recibidos en la corte de su tío ciego

Dhritarashtra, quien tiene seis hijos propios. Pero los hijos de Pandú (los Panduidas),

están dotados, los cinco, de una fuerza invencible y de bellas cualidades morales,

además sirven de blanco a las vejaciones y aun al odio de sus primos, quienes, cierto

día, prenden fuego a la casa en que se encuentran los cinco hermanos.

Estos escaparon, conducidos por Bhimasena, el terrible, que… “dotado de una fuerza

prodigiosa, cogió a Kunti, su madre, en sus hombros, a dos de sus hermanos alrededor

de la cintura y a los otros en sus manos y huyó, derribando y aplastando árboles, terrible

y rápido como un huracán”

Los Panduidas vivieron ocultos en la selva, usando trajes de brahmanes. Allí supieron

que el rey Draupada había abierto un Suayambara, especie de torneo, en el que ofrecía

como premio la mano de su hija. Los cinco hermanos deciden presentarse.

Arjuna fue declarado vencedor, porque entre todos los concurrentes, sólo él pudo

encorvar el arco gigantesco y dar en el blanco. Pero los Chatrías protestan contra la

victoria de Arjuna y acometen a Draupada. Arjuna y uno de sus hermanos, auxiliados

por el dios Krichna, los rechazaron.

Al mismo tiempo, el amor por Dropadi surge en el corazón de los cuatro hermanos de

Arjuna. Se hallan a punto de venir a las manos, cuando una voz celeste declara que la

princesa será esposa de los cinco hermanos, los cuales, en honor de Indra, van a fundar

una ciudad nombrada Indraspatha.

Sin embargo, los cinco Panduidas mantienen todavía frecuentes querellas por causa de

Dropadi. Entonces, el buen Arjuna, sacrificándose, se marcha y hace el voto de habitar

en las soledades durante doce años.

Otro de los hermanos, Yudhishtira, extiende su soberanía en el valle del Ganges.

Durante un sacrificio, un Rajá provoca a otro Panduida, Bhimasena, quien mata al Rajá.

Uno de sus primos, celoso de la gloria de los hermanos, quiere perderlos y hace que su

padre Dhitarashtra, los invite a visitar su palacio de Hastinapura.

Ya en el camino, Yudhishtira, por la influencia de un genio enemigo, pierde a los dados

su ejército, sus riquezas y su mujer: sus hermanos fueron cargados de cadenas.

La desgraciada Dropadi queda reducida a esclavitud. Duryodhana la ultraja

públicamente. El viejo Dhritarashtra indignado, hace que se de la libertad a Dropadi y a

Page 107: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

sus cinco esposos. Pero el incorregible jugador Yudhistira se deja nuevamente seducir

por los dados, y pierde por segunda vez su libertad y la de su esposa y de sus hermanos.

Duryodhana los condena entonces a un destierro de doce años, durante los cuales

deberán errar por las selvas; y al cabo de aquel tiempo, todos juntos podrán habitar en

una ciudad, pero sin hacer reconocer su categoría.

Durante su estancia en la selva, los cinco hermanos se conducen con la austeridad de los

brahmanes; practican las virtudes y ejercitan sus fuerzas en todas ocasiones. Arjuna, en

cierto día, sostuvo un terrible combate con un dios.

Arjuna, el de los brazos fuertes, había ido a ver a Sakra, rey de los Suras y a Sankara,

dios de los dioses.

Llevaba el arco de Gandara y su propia espada de puño de oro.

Se dirigió hacia el Himalaya y llegó a un bosque sombrío, aunque rico de frutos y de

flores y poblado de pájaros de todas clases.

En el momento en que marchaba por el bosque, un gran ruido de conchas y de címbalos

estalló en el cielo; una lluvia de flores cayó seguidamente sobre la tierra y una multitud

inmensa de nubes cubrió el cielo.

Cuando hubo atravesado aquel lugar terrible, Arjuna llegó a la cima del Himalaya. Vio

allí árboles con flores, poblados de pájaros que cantaban y vio torrentes impetuosos

cuyas aguas eran del color de lapislázuli.

Aquel guerrero de gran corazón se sintió atraído por tan deliciosa selva y resolvió

someter allí su energía indomable a una terrible penitencia.

Se vistió con un traje tosco, que recubrió con una piel de antílope, tomó un cayado y se

alimentó con hojas secas.

Pasó el primer mes comiendo solamente alguna fruta cada tercera noche; en el segundo

mes no comió más que una fruta cada seis días; en el tercero, triplicó ese intervalo; y

cuando llegó el cuarto mes, el hijo de Pandú no tuvo más que el aire por alimento.

Entonces, con los brazos extendidos y levantados en alto, sin apoyo alguno, se sostuvo

descansando solamente en la extremidad del dedo grueso de un solo pie.

El venerable Hara Siva, señor de los dioses, que lleva en la mano el arco de Pinaka, se

vistió un disfraz de cazador y semejante a un árbol de oro, resplandeciente como otro

monte Merú, armado con arco y con flechas parecidas a serpientes, descendió a la tierra.

Entonces, toda la selva quedó silenciosa; el ruido de las cataratas se extinguió y el

gorjeo de los pájaros cesó.

Llegado que hubo cerca del Prithida vio, bajo un aspecto maravilloso, a un hijo de

Danú, llamado Muka, el cual había tomado la forma de un jabalí e intentaba matar a

Arjuna, disparando contra él su arco.

Pero Sankara le arrojó una flecha semejante al rayo y parecida a la llama, al mismo

tiempo que Arjuna le disparaba un dardo.

Page 108: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

La caída de las flechas produjo entonces un ruido parecido al trueno que retumba en una

montaña.

Las dos flechas hirieron a la vez al jabalí, cuyo cadáver cayó a tierra.

En aquel momento Arjuna vio delante de él a un hombre tan brillante como el oro; era

Siva, disfrazado de cazador montaraz. Arjuna le dijo estas palabras, sonriéndose y con

semblante alegre: “¿Quién eres tú que caminas por esa selva desierta? ¿No temes nada

en estos sitios tan temibles? ¿Por qué has herido a ese jabalí, que era una pieza que me

correspondía? Yo lo herí primero… por paz o por guerra, no puedes escapar vivo de mis

manos, porque no has cumplido respecto de mí un deber de la caza: así es que voy a

quitarte la vida, habitante de las montañas.”

Zankara le respondió con dulce voz:

“No temas nada por mí, porque estoy acostumbrado a estos lugares. ¿Cómo ha podido

agradarte este paraje tan incómodo?”

Arjuna le dijo entonces:

“Tengo para defenderme un arco y flechas de hierro y he sido yo quyien ha matado a

ese jabalí venido aquí para quitarme la vida”.

“Ha sucumbido bajo mis disparos –replicó el Pirata- y el botín es mío. No vengas,

envanecido con tu fuerza, a culpar a otro de tu falta de destreza. ¡Insensato! No

quedarás con vida. ¡Prepárate! ¡Voy a lanzarte mis flechas como rayos! ¡Defiéndete!

Al oír esas palabras del montaraz, Arjuna sintió un furor indescriptible y disparó sus

dardos con todas sus fuerzas contra su enemigo.

Este recibió los tiros tranquilamente: “¡Más aún; más todavía!”, exclamaba, “¡más de

prisa, más fuerte!”

Arjuna redobló entonces su lluvia de flechas.

Aquellos dos héroes, irritados, que tenían una fiereza de reyes, se atacaron mutuamente

muchas veces con sus dardos en forma de serpientes.

Después que el dios del arco de oro hubo sufrido esa lluvia de flechas durante una hora,

quedó inmóvil, sonriente y con el cuerpo libre de heridas.

Cuando Arjuna vio fracasada la acción de la lluvia de flechas, se sintió sobrecogido por

la mayor admiración y exclamó:

“¡Cómo! ¡este montaraz, de cuerpo tan delicado, ha recibido sin conmoverse mis

flechas de hierro! ¿Qué dios visible es, pues? ¿Un Yaksha, un Rudra, un Asura? Nadie

más que el dios del arco de oro hubiera podido quedar ileso del ímpetu de esa multitud

de flechas que mi arco ha disparado… Cualquier individuo que, sin ser Rudra, hubiera

recibido mis dardos acerados, habría quedado sumergido por mí en el reposo de Yama”.

Entonces, con el alma exaltada, comenzó de nuevo a disparar a centenares sus

penetrantes flechas, como el Sol envía sus rayos.

Page 109: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

El dios las recibió con impasibilidad, como una montaña recibe un aluvión de piedras.

“¡Cómo! ¿aún me desafía? Hiriéndole con el mango de mi arco, lo mismo que a un

elefante con la punta de una lanza, ¡tal vez llegaré a dar fin de él!”.

Quitó entonces la cuerda de su arco y arremetió contra el dios, pero este le quitó de las

manos el arma.

Arjuna cogió inmediatamente su cimitarra, cayó como un rayo sobre su enemigo y le

descargó en la cabeza, con toda la fuerza de su brazo, un golpe que hubiese podido rajar

algunas montañas. Pero la hoja voló hecha pedazos en la cabeza del dios.

Lanzó contra él rocas; desarraigó árboles y se los echó encima. El dios recibió en su

cuerpo estos árboles y estas rocas, y después golpeó al hijo de Pandú con sus terribles

puños; entonces se oyó un ruido espantoso de carnes desgarradas y de huesos triturados.

Ese duelo que hacía erizarse el pelo a los contendientes duró más de una hora.

Arjuna golpeó al dios en el pecho y el dios le golpeó en el rostro.

La trituración de sus brazos y el choque de sus pechos produjeron en sus miembros un

calor intenso.

Por último, el dios aprisionó a su rival entre los brazos y lo arrojó lejos de sí. Arjuna

parecía una pelota; la respiración le faltó, cayó a tierra y perdió el conocimiento.

Cuando se repuso, reconoció en su rival a aquel dios que lleva el arco de oro. Cayó

humillado a sus pies y Bhava satisfecho, le dijo con una voz tan profunda como el ruido

de las nubes:

“¡Bien, Arjuna, bien! Estoy contento de tu proeza. ¡En lo sucesivo vencerás a todos tus

enemigos en batalla, aunque sean dioses!”

Arjuna, confundido, imploró su perdón y le adoró.

“Dígnate, Zankara, tú que eres el más sutil de los dioses, dígnate perdonarme esa falta.

He venido a esta montaña impulsado por el deseo de ver tu dividinidad. Te suplico, a ti,

bienaventurado que recibes las adoraciones del mundo, que esta ofensa no me atraiga tu

castigo… Yo he sostenido contigo un combate sin conocerte. Perdóname esta falta,

Zankara, a mí que imploro tu protección”.

Al oír estas palabras, el dios del gran esplendor, que tiene por enseña el toro, sonrió,

extendió un brazo reluciente y dijo a Arjuna:

“Estás perdonado”

Indra ha enviado a Arjuna su cochero Matali para que lo transporte al cielo. La carroza

se lanza al aire desde lo alto de una montaña.

Temblando de gozo, Arjuna salta al carro celeste, que en el instante se lanza al cielo.

Cuando hubo llegado a las regiones inaccesibles a los mortales, Arjuna vio pasar en

todas direcciones, alrededor, por encima y por debajo de él, carros centelleantes. Ningún

Page 110: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

astro, ni el Sol, ni la Luna los iluminaba, sin embargo, pero de ellos mismos se

desprendía una luz deslumbradora. Los unos, en el fondo del cielo, parecían pequeños y

oscuros, como lámparas próximas a extinguirse; otros, por lo contrario, brillaban con

diafanidad espléndida.

El héroe, desprendido de todo aquello que podía atarle a la Tierra, contemplaba aquel

maravilloso espectáculo embellecido de armonías sublimes.

Vio pasar por delante de él, reyes que fueron virtuosos, piadosos anacoretas y guerreros

que perdieron la vida combatiendo con valor.

Finalmente, divisó la mansión de los santos en la mayor gloria: allí, el suelo estaba

alfombrado de flores siempre frescas y una suave brisa extendía por todas partes un

perfume dulce como la virtud.

Después de aquel lugar, había una selva siempre verde, en donde se producían sombras,

por las que pasaban algunas ninfas asidas por la cintura y cantando celestes coros.

Aquella selva era el refugio de los corazones constantes, donde nunca pueden habitar

los mortales que no se arrepienten, ni aquellos que descuidan el hacer ofrendas a los

dioses, ni los guerreros que abandonan el campo de batalla.

Aquel imperio está vedado a los que no van en peregrinación a los santos lugares, a los

que no hacen limosnas, a los que han profanado objetos sagrados, a los que se entregan

a los excesos de la alimentación o de la bebida y a los que son adúlteros.

Después de haber atravesado aquella, maravillosa selva, se oía resonar una armonía

musical voluptuosa y se penetraba en la residencia de Indra.

Un ambiente cefíreo, embalsamado de gratos olores, envolvía al señor de los dioses,

rodeado de ninfas que cantaban sus alabanzas.

Ajuna, al penetrar en la ciudad celeste, fue saludado por sus divinos habitantes. Todos

los instrumentos de música celeste resonaron a la vez: guiado por el cochero Matali,

siguió un camino sembrado de estrellas, hacia el Sol radiante de Indra. Después,

rodeado de todos los genios del cielo, de todos los reyes y de todos los brahmanes, llegó

a los pies del mismo Indra.

Al cabo, tuvo fin el destierro de los Panduidas. Fueron a vivir a la corte del rey Virhata,

donde ejercieron modestas funciones. Pero prestaron a Virhata un magnífico servicio

con ocasión del ataque de la ciudad por los Koravas. Arjuna tomó su vestidura, cogió su

potente arco y con sola su presencia, los enemigos huyeron aterrorizados.

Poco tiempo después, Arjuna dio a conocer a Virhata su verdadera condición de héroe;

Virhata le ofreció su hija y prometió a los Panduidas ayudarles a reconquistar su reino.

Los Panduidas organizan un numeroso ejército y dan a los Koravas una batalla terrible:

un choque fantástico de carros, elefantes y de caballos, y una carnicería de diez y ocho

días aparecen descritos largamente en el poema; cinco cantos de este están consagrados

a la batalla de Kuruksetra.

A continuación damos algunos episodios de este encuentro épico:

Page 111: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Por todas partes estalló un tumulto espantoso: eran aclamaciones, llamamiento al

combate, redobles de tambor, ruidos de charangas y de caracolas, gritos de guerra,

rechinamientos de carros, relinchos de caballos, rugidos de elefantes… Todas las tropas

de Kurú y de Pandú reunidas se habían levantado a los primeros albores del día.

Los dardos, las corazas, las flechas, las lanzas, resplandecían ofuscando la vista… Se

veían brillar, como nubes tornasoladas, los elefantes y los carros centelleantes de oro.

Como un grupo de poblados, carros innumerables brillaban y un resplandor magnífico

rodeaba al jefe, parecido a la luna en plenitud… Se veían ondear ene l aire millares de

banderas resplandecientes, que lucían, como llamas ardientes, sus astas de oro,

esmaltadas de pedrerías y en el palacio de Indra flameaban sus estandartes.

Aquellos dos inmensos ejércitos parecían dos mares que confundían sus torbellinos

repletos de monstruos furiosos…

Había amanecido: la Luna y las brillantes estrellas se habían extinguido en el cielo; el

Sol se elevaba radiante; los chacales, los buitres, los animales que se alimentan de carne

y sangre, con estentóreos graznidos pedían cadáveres…

Todas las regiones del cielo anunciaron, por medio de extraordinarios prodigios,

acontecimientos terribles… La región oriental del cielo tenía color de sangre… La

Tierra se estremeció; vientos impetuosos soplaron, levantando un polvo molesto que no

dejaba ver nada: el Sol parecía cubierto con un velo rojo… Como en las selvas de

palmeras, corría un largo gemido y se oían los crujidos de las banderas agitadas por el

viento y el tañido de sus millares de campanillas…

Entonces, a la vista de los antepasados y de los dioses, ávidos de contemplar el choque

espantoso, se desarrolló un terrible combate. Centenas de millares de soldados de

infantería se pusieron frente a frente, y lanzando gritos, se precipitaron unos contra

otros. El hijo no conocía ya a su padre, ni el padre a su hijo, ni el hermano al hermano,

ni el amigo al amigo…

Elefantes de guerra, cuyas mejillas hendidas regaban de sangre su rostro, encerrados en

un círculo de flechas, de mazas, de cimitarras, lanzaban temerosos berrido y de pronto

se derrumbaban destruyéndolo todo a su alrededor. Otros, berreando furiosamente,

corrían de una parte a otra…

Los caballeros chocaban con un ruido terrible, llevando sus monturas al galope o se

lanzaban flechas agudas, relucientes como el oro, que caían de todas partes como

serpientes… Montados en caballos de velocidad prodigiosa, algunos héroes se

precipitaban hacia los carros, y con su cimitarra, hacían volar las cabezas de los que los

montaban. Producíanse grandes remolinos de aceros brillantes y sus destellos se

mezclaban con chorros de sangre.

Algunos elefantes furiosos, de adornos auríferos, magullaban con sus macizos pies, a

los caballos derribados. Otros hundiendo sus colmillos, al azar, en las masas de hombres

y de caballos, llevaban la cabeza destrozada y el cuerpo erizado de dardos y de flechas y

caían lanzando prolongados gemidos.

Otros elefantes, levantando con su trompa caballos y caballeros, los arrojaban al suelo y

los aplastaban bajo sus pies; después corrían pesadamente hacia los carros. Algunos,

Page 112: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

embriagados por el combate, con sus pies, con sus trompas estrujaban, machacaban,

pisoteaban, aplastaban y destruían a caballeros y a caballos, sin temor a las flechas

aceradas, centelleantes, parecidas a reptiles, que caían sobre ellos de todas partes,

hundiéndose en sus grandes ijares…

Y otros, por último, volcando los carros, los cogían luego con sus trompas, los sacudían

y los golpeaban contra la tierra, produciendo un ruido formidable.

Entre los guerreros heridos, algunos, con gritos penetrantes, llamaban a su hijo, a su

padre…

Estos, amenazadores, con el pelo erizado y la boca abierta se mostraban los dientes,

ebrios de furor y se lanzaban horribles imprecaciones… Aquellos agujereados por las

flechas, abrumados por los sufrimientos, mutilados, pero con el alma intacta y la energía

moral entera, permanecían silenciosos.

Otros héroes que habían perdido sus carros y buscaban otro en el tumulto de la pelea,

eran de improviso arrebatados por elefantes y después brillaban en tierra,

ensangrentados, como Kinsukas floridos…

Después de la batalla.

… El suelo estaba todo cubierto de arcos dorados y de ricos adornos, caídos de las

manos yertas de todos aquellos guerreros que ahora yacían sin vida sobre su propia

sangre.

Flechas de oro emplumadas brillaban en el suelo, semejantes a serpientes. Alrededor de

los cadáveres se veían cimitarras de puño de marfil, escudos recubiertos de oro,

armaduras brillantes, mazas, espantamoscas, abanicos… En todas partes se veían

hombres yacentes en tierra, con la cabeza triturada, los miembros rotos o aplastados por

los elefantes y en muchos sitios cubiertos por trozos de los carros que habían sido

volcados y hechos trizas.

El suelo brillaba por los reflejos de los brazaletes que adornaban los brazos cortados,

parecidos a trompas de elefantes, que estaban esparcidos por todas partes. En el mismo

suelo se veían resplandecer los adornos de pendientes, pedrerías y penachos que

ostentaban las cabezas cortadas.

En otros sitios, las corazas de oro esparcidas en tierra y manchadas de sangre, lucían

como fogatas cuya llama se extingue.

La tierra se ofrecía a la vista cubierta de arcos esparcidos, de flechas empenachadas de

oro, de caballos que yacían acá y allá, con la lengua fuera de la boca, los ojos fijos y

bañándose en su sangre.

Con tantos tesoros sembrados en la tierra, esta parecía adornada como una mujer.

Las aves de rapiña se aproximan… y llénanse de gozo los perros, los chacales, las

cornejas, los buitres, los lobos y las hienas; tropas de monos llegan también y, haciendo

muecas, arrastran los cadáveres, les arrancan la piel, les sacan los ojos con los dientes,

beben su sangre, trituran sus huesos para chuparles el tuétano.

Page 113: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Un río corría caudaloso, difícil de atravesar por tener su cauce obstruido por montañas

de elefantes, fío que tenía sangre por ondas, carros destrozados por barcas, cabezas

humanas por lotos, carnes por lino y proyectiles de todas clases por guirnaldas de

plantas acuáticas…

Sobre aquella carnicería, la Luna lució pronto, blanca y diáfana; disipó las tinieblas y

trajo consigo la serenidad de la noche.

Las esposas de los guerreros acuden al campo de batalla para buscar a sus hijos y a

sus esposos, y librarlos de los animales feroces.

De sus casas parecidas a blancas colinas, sin llevar adornos y con el cabello suelto,

salieron, como salen las grutas de la montaña las ciervas cuyo jefe ha sucumbido… En

grupos numerosos corrían en todas direcciones como yeguas en el corral… Después de

haber reconocido, gimiendo, a su hijo muerto y a su esposo atravesado por crueles

flechas, presentaban un espectáculo semejante a la desolación del mundo, al fin de una

época… Llorosas, corriendo sin concierto para volver al mismo punto, con el alma

atravesada de dolor, no sabían qué hacer…

Y Gandhari, la reina, cuyos hijos todos habían muerto, pronunció esta dolorida queja:

“¡Oh héroes que en otras ocasiones reposabais en preciosos lechos, teniendo perfumado

de sándalo el cuerpo, y que hoy dormís sobre la tierra desnuda! ¡Ningún ensueño alegre

viene a ocupar vuestro cerebro helado! Los buitres y los chacales, dando lúgubres

gritos, dispersan vuestros adornos. Otros cadáveres cubiertos con sus corazas y

conservando sus armas centelleantes, son respetados por las fieras, que, creyéndolos

vivos, no se atreven a atacarlos…”

Y sus mujeres iban de una parte a otra: su rostro, bello como el Sol y parecido al oro,

por las lágrimas de dolor, habíase tornado en color de cobre. Unas, después de hondos

suspiros, sucumbían bajo el peso de su sufrimiento y quedaban inanimadas: otras

redoblaban sus gritos al ver los cadáveres… algunas se golpeaban la cabeza con sus

delicadas manos. Sus rostros pegados unos a otros, sus cabelleras enredadas y sus

cuerpos juntos y enlazados, presentaban un conjunto agitado por el más triste dolor.

Al contemplar cadáveres sin cabezas, cabezas sin cuerpos, algunas mujeres eran

víctimas de una horrible emoción, enloquecían y se ponían a gritar y a reír…

La esposa de Duryodhana se aproxima; abraza el cadáver, lo besa, le lava el rostro… Se

ven mujeres ahuyentando a los buitres y a los chacales; pero unos y otros vuelven…

Algunas mujeres, al ver a sus hermanos, otras al contemplar a sus esposos o a sus hijos

muertos, caen, retorciéndose las manos… Una permanece de pie, fija, inmóvil, teniendo

en sus manos una cabeza separada del cuerpo correspondiente… Aquí está Dusasena;

allí Vikarnas, que reposa inanimado en medio de elefantes, como la Luna de otoño

rodeada de nubes negruzcas, y su joven esposa no consigue ahuyentar de aquel cuerpo a

los buitres. Ahí está Durmukha, la mitad de su rostro ha sido ya devorado por las fieras.

Más allá se ve a Kchitrasena a quien rodean sus mujeres desoladas, en medio de una

multitud de animales salvajes… Y los aullidos de las fieras se confunden con los

sollozos de las mujeres.

Page 114: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Los Koravas quedaron exterminados, lo mismo que los cien hijos de Dhritarashtra. Este

se entregó en el campo de batalla con las mujeres y las hijas de sus hijos. Aquel grupo

lamentable fue al encuentro del ejército de los Panduidas y el anciano rey se reconcilió

con sus sobrinos.

Mas tan feroces luchas sumieron al dulce Yudhishtira en una profunda melancolía:

pensó en abandonar una realeza que tanta sangre costaba; pero se le apareció Viasa, su

abuelo y reanimó su fiereza. Entonces decidió hacer su entrada triunfal en la ciudad de

Hastinapura, aunque dispensó a Dhritarashtra de figurar al frente del cortejo.

El anciano rey, impresionado por el afecto y el respeto de que le rodeaban sus sobrinos,

les da excelentes consejos para la dirección de los asuntos de su reino; presintiendo que

su fin se aproxima, el viejo rey se retira al bosque para terminar su vida en piadosas

meditaciones, como lo exige la ley de los brahmanes.

Llevó consigo a su mujer, a la hermana de esta y a un solo servidor. Pero los cuatro

perecieron poco después, víctimas de un incendio que devoró el bosque.

En el campo de batalla de Kuruksetra, la reina Ghandari, enloquecida por la pena,

maldijo a Krichna. Esta malidición ahora se cumple: Krichna, rey de los Yadavas,

muere a manos de un cazador, después de haber asistido a la matanza de sus súbditos.

Arjuna le hace quemar sobre una pira con todas sus mujeres. (Se ha perpetuado casi

hasta nuestros días, la costumbre de estos odiosos sacrificios de las mujeres cuyo rajá

hubiera muerto. Todo hace creer que el origen de esta práctica bárbara es la fe ciega de

los pueblos indos en los poemas védicos –que todavía tienen la autoridad de verdaderas

leyes en varias comarcas de la India.)

Yudhisthira mismo deja la ciudad y, acompañado de sus hermanos y de Dropadi, va a

recorrer el bosque.

Atraviesan una inmensa extensión de campos, bosques, ríos, lagos. Llegan al pie del

Monte Merú coronado de nieves perpetuas. Empiezan su ascensión hacia el país de la

paz infinita. Suben guardando silencio, entregados a un piadoso éxtasis. Dropadi cae la

primera; después, sucesivamente, mueren cuatro de los Panduidas.

Yudhisthira, solo, seguido de su fiel perro, continúa caminando hacia el cielo

resplandeciente de luz. Indra, el señor de los dioses, se presenta a él y le ofrece entrar en

el cielo. El Panduida rehusa, a menos que se permita a su perro entrar con él. Indra no

accede. Yudhisthira ya va a renunciar al cielo cuando el dios, conmovido sinceramente

por el héroe, accede.

Yudhisthira entra, pues, en el Suarga, seguido de su perro que es una encarnación de

Yama, dios de la muerte, padre de Yudhisthira. No ve en el cielo, aunque así se lo había

prometido el dios Indra, ni a sus hermanos ni a Dropadi. Por el contrario, encuentra allí

a todos sus enemigos.

Se entera de que los Panduidas están en los infiernos y va a reunirse con ellos.

Bajada espantosa… En medio de horrorosas tinieblas, infestadas del olor de carne y

sangre; en sitios llenos de cadáveres, de huesos y cabelleras, donde hormiguean

innumerables insectos, el héroe siente erizársele de horror los cabellos… Monstruos

Page 115: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

horribles le atacan, le rodean, le hostigan; cae agobiado de fatiga y de espanto… llegan

a él voces quejumbrosas que le dicen:

“¡Ay! Quédate un instante para dulcificar nuestras penas; a tu alrededor se esparce el

perfume delicioso de tu alma piadosa. Ese soplo embalsamado nos devuelve la

tranquilidad… quédate aquí; no sufrimos desde que tú has llegado…”

El héroe, impresionado por estas quejas que procedían de sus hermanos y de su esposa,

renuncia a volverse al cielo y prefiere participar de la estancia de los seres que amó. Se

queda, pues, pero…

“… después que Yudhisthira hubo descansado algún tiempo en la región de los

castigos, Indra, Yama y los otros dioses descendieron al abismo de horror. En seguida,

la luz emanada de los inmortales disipó las tinieblas, y los sufrimientos de las almas

torturadas de los malvados terminaron. No más río de fuego; no más selva de espadas

donde se agitaban las hojas aceradas… no más lagos inflamados, no más cadáveres

llenos de gusanos… Un soplo dulce y embalsamado se extiende al paso de los dioses, y

el infierno apareció iluminado con la radiante luz del cielo.

Los dioses permiten al héroe llevar consigo a los otros hijos de Pandú; los héroes

vuelven a su estado de seres divinos, como eran antes de su residencia en la Tierra.

Page 116: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

EPISODIO DE NALA Y DAMAYANTI

Mito de la India

Hubo entre los Nishadenos un rey vigoroso, Nala, hijo de Virasena. Era gallardo, reunía

las cualidades que más se desean y era hábil para manejar cabellos: era un héroe

piadoso que sabía el Veda; era verídico, fuerte y mandaba un numeroso ejército; era

generoso; como valiente guerrero, manejaba perfectamente el arco y parecía que era el

mismo Manú, hecho visible en la Tierra; pero… era aficionado al juego de dados.

En la misma época, Bhima, rey del Vidharba, tuvo tres hijos, jóvenes príncipes

generosos hasta el exceso y una hija, Damayanti, de talle gentil.

Ataviada con todas sus galas, Damayanti brillaba en medio de sus compañeras,

colocadas por centenares en grado inferior al de aquella. Esta virgen de ojos grandes

estaba dotada de una belleza superior y en ninguna parte se veían parecidas formas, ni

entre los Yaksas, ni entre los dioses.

Esta joven llenaba de amor el alma y era bella aun para los dioses.

Se complacían en elogiar a Nala delante de ella, y en ensalzar a Damayanti en presencia

de Nala. Esas continuas alabanzas de las cualidades de uno y de otra, despertaron el

amor entre los dos.

Nala no pudo vencer ese amor que había brotado en su corazón y fue secretamente a

sentarse en un bosque cerca del gineceo. Vio allí cisnes paseándose en el bosque. Cogió

uno, el cual le dirigió la palabra en estos términos: “Si respetas mi vida, haré algo que te

será muy agradable: hablaré de ti tan bien en presencia de Damayanti, que ella no querrá

nunca a ningún otro hombre más que a ti”.

El príncipe soltó el ave. Los cisnes volaron y fueron a caer cerca de Damayanti.

Damayanti, rodeada de sus amigas, admiró aquellos huéspedes del aire de maravillosa

belleza y trató de coger uno.

Los cisnes se posaron en todas partes, en los jardines del serrallo y las jóvenes corrieron

acá y allá tras los plumíferos.

El ave que perseguía Damayanti se detuvo ante ella y, adquiriendo voz humana, le habló

en este lenguaje: “Damayanti, entre los Nishadenos hay un rey llamado Nala, que iguala

en belleza a los Asuines y que no tiene igual entre los hombres.

Si tú llegaras a ser su esposa, tu juventud y tu belleza no quedarían sin fruto, virgen de

esbelto talle. Eres la perla de las mujeres, Nala es el más bello de los hombres. Vuestra

alianza sería proporcionada y feliz”.

Damayanti respondió entonces: “Habla a Nala de igual modo que amí”. El cisne voló,

volvió adonde estaban los Nishadenos y reveló todo a Nala.

La virgen se puso triste, sumergida en sus pensamientos, lanzando grandes suspiros y

con la cara pálida; el amor en un momento había penetrado en su alma.

Page 117: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Las compañeras hicieron saber al rey del Vidharba el estado en que se hallaba

Damayanti. Entonces su padre pensó en casarla y dijo: “Que se proclame el

Suayanvara”.

Todos los príncipes y los reyes acudieron a casa de Bhima, llenando la tierra con el

ruido de sus caballos, de sus elefantes, de sus carros; todos venían ricamente adornados,

admirables, fuertes, revestidos de galas doradas y de guirnaldas de flores.

Los más poderosos inmortales, los guardianes del mundo, se aproximaron al rey de los

dioses; oyeron a Narada anunciar el Suayanvara de Damayanti y, entusiasmados por

aquellas palabras, exclamaron: “¡Vamos también nosotros!”

Entonces todos, con sus carros y con sus séquitos, fueron a la residencia de los

Vidharbanos, adonde afluían todos los príncipes de la Tierra.

En el camino divisaron a Nala. Al ver a aquel joven brillante como el Sol, los

guardianes del Mundo quedaron sorprendidos y admirados de tan perfecta belleza;

detuvieron sus carros, se bajaron y propusieron al Nishadeno que hiciese alianza con

ellos y fuese su mensajero ante Bhima, padre de Damayanti.

Aceptó… pero al contemplar a aquella princesa de seductora sonrisa aumentó su amor;

sin embargo, contuvo su pasión…

“¿Quién eres tú –le dijo Damayanti-, tú que pareces un dios?”

“Soy Nala y vengo aquí como enviado de los dioses. Los inmortales Sakra, Agni,

Varuna y Yama, desean obtener tu mano. Elige, mujer encantadora, uno de estos dioses

para esposo tuyo”

Damayanti respondió sonriendo a Nala: “Príncipe, la palabra que me han dicho los

cisnes me quema; por tu causa he hecho convocar a los reyes; si rechazas mi amor, tu

negativa me sumirá en la vergüenza y en el dolor, cosas peores que la muerte”.

Nala respondió a la Vidharbana: “¿Cómo desea tú un hombre siendo tan deseada por los

dioses? ¡Yo que ni siquiera igualo al polvo de sus pies! Únete a los dioses y goza de

vestiduras inmaculadas, de los más bellos adornos y de guirnaldas celestes”

Aquel lenguaje hizo brotar lágrimas de los bellos ojos de la Vidharbana y esta dijo a

Nala: “Comienzo por dirigir mi adoración a todos los dioses y en seguida te escojo por

marido”.

Cuando los dioses llegaron, Damayanti juntó las palmas de sus manos y dirigió estas

palabras a los inmortales: “Por lo que me dijeron los cisnes he escogido al Nishadeno

por esposo…” Después colocó una guirnalda de flores en sus hombros, y así quedó

declarada la elección hecha por la virgen regia…

Entonces los dioses, muy gozosos, concedieron ocho gracias a Damayanti, y se

marcharon como habían venido…

Nala volvió a sus Estados con su mujer. Pero un dios, Kali, envidioso de la felicidad de

Nala, persiguió a este con su cólera y le obligó a jugar a los dados. Nala perdió todas

sus riquezas jugando con Pushkara. El vicio del juego dominó de tal manera al

Page 118: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

desgraciado rey, que este llegó a perder hasta su último traje. Damayanti quiso

refugiarse con él cerca del rey su padre; peor Nala se opuso, y los esposos, desprovistos

de todo, se fueron a vivir miserablemente a una selva. Durante el sueño de Damayanti,

Nala se decidió a abandonarla, esperando que su mujer volvería a la casa de su padre,

donde encontraría la tranquilidad perdida. Damayanti, sola en la selva, se lamentaba así:

“¿Has visto al rey Nala, oh montaña, en esta selva espantosa, en alguna de sus cimas

que tocan el cielo? A ese héroe sabio, lleno de energía, bravo, llamado Nala, soberano

de los Nishadenos ¿le has visto? ¿Por qué, santa montaña, tu voz no me tranquiliza, ya

que estoy turbada, desamparada y llorosa, como si yo misma fuera una hija tuya caída

en el infortunio? Y si estás en este bosque, oh tú, soberano de la Tierra, héroe valeroso,

¿por qué no te muestras ante mis ojos?

“¿Cuándo volveré a oír a mi Nishadeno, llamarme con su voz profunda y dulce parecida

a la de un inmortal? ¿cuándo oiré a ese magnánimo rey que me diga con su voz sonora y

dulce: “¡Vidharbana!”

“¡Oh, gran rey! ¡Oh, mi señor!... ¿Por qué me has abandonado? ¡Ay! ¡yo muero! ¡Estoy

perdida! El temor se ha apoderado de mí en esta selva horrible… ¿Por qué te has

separado de mí, dejándome dormida en medio de este bosque?... ¡Tengo miedo!

¡Mírame, oh soberano invencible! ¿No estás por aquí, cerca de mí? ¿No eres tú aquel a

quien veo reclinado detrás de aquellos arbustos? ¿Por qué no me respondes?... “

La hija de Bhima, sollozando, corrió de un lado para otro, como una loca, cayendo,

levantándose, lanzando gritos y repitiendo entre gemidos “¡Ay de mí!”

Damayanti fue amparada en la ciudad de Chedi por el rey Subahú, quien la hizo llevar

al palacio del rey Bhima. Buscaron a Nala que estaba de cochero del rey Riturpana. Por

ultimo, se reunieron los dos esposos.

El rey Nala, restablecido en su antiguo esplendor, abrazó a Damayanti y a sus dos

hijos… Pero al recordar sus dolores, la mujer de rostro encantador y de grandes ojos,

apoyando la cabeza en el pecho de su esposo, comenzó a llorar. Entonces, el rey abrazó

a la mujer de cándida sonrisa y permaneció largo tiempo inundado de pesar…

Después, los dos esposos, llenos de alegría, pasaron la noche refiriéndose sus pasadas

peregrinaciones en el bosque.

De esa manera fue como, al cuarto año de separación, el rey Nala se reunió con su

esposa y cumplidos todos los deseos, disfrutó una dicha suprema.

La misma Damayanti saboreó el placer de su reunión con su esposo, como la Tierra

cuando obtiene la lluvia para sus frutos a medio madurar.

Así, junto a su esposo, sus inquietudes calmadas, sus deseos cumplidos, su corazón

inundado por la alegría, la hija de Bhima, cuando hubo sacudido el sueño, resplandeció

como la noche durante la claridad de la Luna.

Page 119: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LA AMENAZA DE LOS RAKSASAS

Mito de la India

Los dioses son amenazados por los Raksasas, raza de demonios terribles, de inmensa

fuerza, gobernados por el rey de diez cabezas, Ravana, que reside en Lanka (Ceilán).

Aquellos seres dedicados al mal, invaden poco a poco el universo y hasta amenazan al

cielo y a sus divinos habitantes; el dios Vichnú se sacrifica por el bien de todos y

encarna entre los hombres:

Desarata, rey de Ayodya, hace beber a sus cuatro mujeres un brebaje compuesto por los

dioses; Kaosalya, su primera mujer, da al mundo a Rama. El cuerpo de ese príncipe es

el que anima Vichnú, ignorándolo todos y hasta el mismo Rama, que no sabrá su divina

esencia sino después del cumplimiento de su misión.

Otra mujer del rey, Kekeyi, da al mundo a Barata; Sumitra, la tercera, es madre de

Laksmana y de Satruña. Este era devoto de Barata y Laksmana lo era de Rama.

Rama contrae matrimonio con Sita, hija del rey de Mitila, del país de Videa; después de

ese acontecimiento, el rey Dasarata maduró el proyecto de compartir su poder real con

Rama; pero el día en que Rama debía ser consagrado, Kekeyi, inspirada por la Raksasa

Mantara, obliga al rey, su esposo, a cumplir una promesa que le había hecho de

concederle el primer favor que ella le pidiese. Le pide, pues, que destierre a Rama y que

en lugar de este, ponga en el trono a su propio hijo Barata. El rey se resiste, pero Kekeyi

porfía y vence hasta la voluntad de Kaosalya, madre de Rama, la que, “delirante de

pena” teme que su hijo sea desterrado en medio de los bosques.

Pero Rama, hijo respetuoso, da cumplimiento a la voluntad de su padre y marcha a la

selva donde habrá de residir catorce años. Le siguen a su retiro Sita y Laksmana.

“Y he aquí que entran en el bosque de Chitrakuta, de árboles variados: Rama habla de

este modo a Sita:

“Mira, mi bella amada, mira cómo en los bordes del Mandakini, la Naturaleza, al pie de

cada árbol, nos ha preparado lechos bordados con multitud de flores”.

Los dos hermanos se construyeron, pues, una cabaña.

Llegamos a saber, en el intervalo, que Dasarata se halla bajo la maldición de un anciano

anacoreta ciego, a cuyo hijo mató por descuido en una cacería. El poerta nos refiere la

escena patética en la que Dasarata presenta al anciano y a su mujer, ciegos, el cadáver

de su hijo Yadjnadatta.

Oprimidos por una pena mortal, el anciano y su mujer caen inanimados exhalando un

doble grito de dolor. La madre recobra primeramente sus sentidos y cubre de caricias el

rostro de su esposo: después gime de una manera lamentable, como una vaca a la que

han quitado el ternero que cría. “Oh, hijo mío, mi Yadjnadatta, muy amado, -exclama la

infeliz-, ahora guardas un profundo silencio: ¿por qué me has dejado, a mí, a tu madre,

que era para ti más querida que la vida? Tú no me has abrazado antes de partir para tu

último viaje”. El padre de Yadjnadatta se reanima al cabo y siente el corazón traspasado

por el sufrimiento. Dirige a su hijo palabras extraviadas por el dolor, al mismo tiempo

Page 120: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

que palpa con sus manos trémulas el cadáver del infortunado adolescente. “Oh, hijo

mío, ya no reconoces a tu padre, ciego el infeliz. ¡Vamos, levántate! Pasa un brazo

alrededor del cuello de tu madre y el otro alrededor de mi cuello. Guíanos y marchemos

al bosque… Después, párate, coge frutas para nosotros, corta leña para encender el

fuego que cocerá nuestros alimentos… porque ¿de qué modo podría hacer ese oficio, yo

que soy ciego, y cómo tu madre, ciega también, podría subsistir sin tu ayuda pero estás

muerto. No te moverá más. Espera el día que seguirá al presente: la pena habrá agotado

nuestra resistencia, ya tan débil, y partiremos contigo…

“Tú has vivido inocente y has sucumbido bajo los golpes de un malvado: por ese motivo

habitarás en el cielo con los héroes que han sido libertados del suplicio de una nueva

existencia. Habitarás en la esfera en que residen aquellos que fueron en vida fieles a sus

esposas: vivirás una existencia inmortal al lado de todos aquellos que procuraron en la

Tierra el bien a sus semejantes, porque fuiste el fundamento de la felicidad de tus

padres”.

Yadjnadatta se apareció a sus padres y subió al cielo. El anacoreta maldijo entonces a

Dasarata y le deseó una desdicha.

Dasarata, ya en la vejez, murió dulcemente, estando al lado de su mujer Kaosalya,

dormida. Al despertar, la reina se dio cuenta de que su esposo no era ya más que un

cadáver frío: entonces prorrumpió en dolorosos gemidos; se extendió la noticia por

todas partes y, por último, la reina dedicó a Dasarata magníficos funerales.

A la muerte del rey, su padre, Barata quiere que pase el poder a manos de Rama y

marcha a buscarlo.

Cuando Barata hubo atravesado el Ganges con todas sus tropas, dijo a Gua: ¿Por qué

camino deberemos ir para llegar al sitio en que se encuentra el digno hijo de Ragú?

Gua le respondió: “A partir de aquí debes ir hacia la selva a buscar la confluencia,

donde hay multitud de variadas clases de pájaros. Harás alto en este sitio y, en seguida,

dirigirás la ruta hacia el retiro de Baradvadja, situado al Este del bosque, a la distancia

de un krosa”

Cuando a cierta distancia divisó el retiro de Baradvadja, el augusto príncipe mandó

hacer alto a todo su ejército y él avanzó acompañado de sus ministros. Marchaba a pie

detrás del gran sacerdote del palacio, sin armas, sin escolta, y vestido con un humilde

traje de lino. Llegado al umbral de la cabaña siguiendo al gran sacerdote, Barata vio al

anacoreta rodeado de una majestad suprema y con el brillo de un esplendor reluciente.

Al notar la presencia del santo, el digno hijo de Ragú suspendió en el acto la marcha de

los ministros, y él entró solo con el consejero. Apenas el ermitaño de las grandes

maceraciones hubo visto a Vasista, se levantó precipitadamente de su asiento.

“Permíteme que te ofrezca –dijo el solitario al hijo de Kekeyi-, los refrescos que un

individuo debe dar a su huésped. Pero quiero, además, ofrecer un banquete a todo ese

ejército que te sigue. Para mí será muy grato el pensar, oh noble príncipe, que ese

ejército haya recibido de mí una buena acogida”.

Entonces penetró en el recinto del fuego sagrado, bebió agua, se purificó y como

necesitaba disponer de todo aquello que la hospitalidad demanda, invocó e hizo

Page 121: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

aparecer al mismo Visvakarma. “Quiero dar un banquete a mis huéspedes –dijo al

celeste genio llegado a su presencia-. ¡Que me proporcione sin dilación un espléndido

festín! Haz que corran por aquí todos los ríos de la Tierra y del mismo cielo y que

entren por Oriente y salgan por Occidente; que unos sean de licor, que otros contengan

vino en vez de agua; y que en otros corra una onda fresca y dulce semejante, por el

sabor, al jugo que se extrae de la caña del azúcar.

“Que la Luna me proporcione alimentos más sabrosos, todas las cosas que se comen, se

saborean, se chupan, se beben, toda clase de carnes y de bebidas y diversidad de ramos

de flores y guirnaldas; y que haga que de estos árboles mane miel y toda especie de

licores espirituosos”.

Mientras que el ermitaño, con las manos juntas permanecía con el rostro inclinado hacia

Oriente y con el alma sumergida en la contemplación, todas las divinidades llegaron a

su retiro, familias por familias.

La tierra se allanó por sí misma en una extensión de cinco yodjanas a la redonda, y se

cubrió de tierno césped que semejaba un semillero de lapislázuli coloreado de azul. Allí

aparecieron plazas espléndidas cerradas por cuatro edificios, caballerizas destinadas a

los corceles, establos para elefantes, numerosas arcadas, una multitud de suntuosas

casas, innumerables palacios y hasta un castillo real adornado de majestuoso pórtico,

regado con aguas perfumadas, tapizado de flores blancas y parecido a grupos argentados

de nubes.

Cuando el héroe de los fuertes brazos, hijo de Kekeyi, se hubo despedido del gran

sacerdote, entró en aquella morada deslumbradora por las muchas pedrerías. En el

mismo instante, a una voz de Baradvaja, se presentaron delante del huésped los coros de

las Apsaras, adornadas con sus más preciosos ornamentos, formando numerosos

enjambres enviados por el dios de las riquezas, mujeres celestes en número de veinte

mil, parecidas al oro por su esplendor y flexibles como los tallos del loto. El huésped

fue cogido por una de ellas, que haría enloquecer de amor repentinamente a cualquier

hombre. Treinta mil mujeres más acudieron de los bosques de Nandana.

“¡Vamos, decían; todo está dispuesto! ¡Que sin medida, se beba leche y sura mezclada

con agua o pura! Tú, que deseas comer, saborea aquí a toda tu satisfacción las viandas

más exquisitas”.

Complacidos en todas las cosas que el deseo puede apetecer; adornados con velos rojos;

arrebatados hasta el encantamiento por los atractivos de las Apsaras, los hombres del

ejército lanzaban al aire estas palabras: “¡No queremos regresar a Ayodya! ¡No

queremos volver a la selva de Dandaka! ¡Adiós, Barata! ¡Que Rama haga de nosotros lo

que quiera!”

Así hablaban infantes, jinetes, servidores, guerreros que combatían montados en carros

o en elefantes. Miles de hombres lanzaban gritos de alegría diciendo: “¡Este es el

paraíso!”

Mientras que así se regocijaban en el retiro del anacoreta, como los inmortales en los

bosquecillos de Nandana, transcurrió la noche entera. Entonces, los ríos, los Gandarvas

y las ninfas celestes se despidieron de Baradvadja y se marcharon como habían venido.

Page 122: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Después de alojado el ejército, el eminente Barata, impaciente de ver a su hermano, se

dirigió al retiro de este acompañado de Satruña. “Ya hemos llegado, según creo, al sitio

de que Baradvadja nos ha hablado. De la cabaña de Rama procede, sin duda, aquel

humo que veo subir y confundirse en el cielo azul, humo del fuego sagrado que los

penitentes alimentan sin fin en medio de las selvas. Hoy verán mis ojos a ese digno

vástago de Kakutsta, cuyo aspecto es semejante al porte de un gran santo, y cuyo

proceder está completamente ajustado a los mandatos de mi padre”.

Allí, en un lugar situado entre el Norte y el Este, Barata vio en la casa de Rama un altar

elevado, donde brillaba el fuego sagrado; después vio al reverendo solitario sentado en

lo interior de su choza de follaje, aquel Rama, de hombros de león que, fiel al

cumplimiento de su deber, llevaba humildemente su áspero vestido de corteza y sus

cabellos al estilo de los anacoretas.

Inundado por el dolor y la pena, al aspecto del noble ermitaño, que descansaba sentado

entre su esposa y Laksmana, el afortunado Barata, hijo virtuoso de la injusta Kekeyi, se

precipitó a los pies de su hermano y balbuceó estas palabras con voz sofocada por las

lágrimas:

“¡Por causa mía, mi hermano, acostumbrado a todos los placeres de la existencia, fue

condenado a tal infortunio! ¡Yo soy un bárbaro! ¡Vergüenza eterna para mi vida,

censurada por todo el mundo!”

Llegado cerca de Rama, afligido y con el rostro inundado de sudor, el desgraciado

barata cayó llorando a los pies de su hermano. El mayor de los Ragüidas besó en la

frente a Barata, le estrechó entre sus brazos, le hizo sentar a su lado y le dirigió

dulcemente estas preguntas:

“¿Dónde está tu padre, amigo mío, cuando has venido a estos bosques? Porque tú no

podrías venir sin él viviendo nuestro padre. ¿Cómo está el rey Dasarata, fiel observador

de la verdad? Y Kaosalya, la gran reina, ¿vive con alegría?

Entonces Barata, con el alma turbada y bajo una profunda aflicción, hizo saber en estos

términos al piadoso Rama que le interrogaba, la muerte del rey su padre:

“Noble príncipe, el gran monarca ha abandonado su imperio y se ha ido al cielo,

perturbado por el pesar del acto doloroso que llevó a cabo desterrando a su hijo.

Siguiéndote a todas partes con sus remordimientos, privado de tu presencia, no

pudiendo separar de tu pensamiento su alma siempre unida a ti, abandonado por ti, por

causa tuya tu padre ha descendido al sepulcro.

“¡Dígnate concederme ahora una gracia, a mí que soy tu servidor! ¡hazte consagrar en el

trono de tus padres, como Indra lo fue en el trono del cielo! Todos los súbditos que ves

y nuestras nobles madres, las viudas del rey difunto, han venido a buscar aquí tu

presencia: concédeles también el mismo favor”.

Rama, entonces, abrazó al príncipe dolorido y le dirigió estas expresiones, acompañadas

de suspiros:

“Cuando mi padre y esa madre, distinguidos por tantas virtudes, me dijeron: “¡Vete a

los bosques!” ¿Cómo yo, descendiente de Ragú, podía obrar de otra manera?

Page 123: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Tu destino es ceñir en tu frente, en Ayodya, esa diadema respetada en el Universo; el

mío consiste en habitar la selva Dadaza, a modo de ermitaño, vestido con túnica

grosera.

Confinado por catorce años en la selva Dandaka, quiero pasar aquí ese tiempo, tal como

lo dispuso mi magnánimo padre.

Al oir esas palabras, Barata respondió así: “¿Puede ser mi conducta digna de un rey, si

empiezo faltando a mi deber? Es ley constante, noble príncipe, que siempre ha existido

entre nosotros, esta: “Mientras el primogénito exista, el hijo segundo no tiene derecho a

la corona”. ¡Ve, digno hijo de Ragú, ve a la deliciosa Ayodya, poblada por ricos

habitantes y hazte consagrar!”

Cuando Rama oyó esas palabras escapadas de los labios de Barata, extendió los brazos

y cayó al suelo, como cae un árbol de florida copa abatido por el hacha en medio de la

selva. Pero cuando hubo recobrado sus sentidos, exclamó, teniendo los ojos bañados en

lágrimas, al pensar en su padre descendido a la tumba: “Aun llegado el término de mi

destierro en este bosque, creo que no tendré la energía necesaria para volver a esa

Ayodya, privada de su jefe, privada del mejor de los reyes y turbada en la paz de su

vida. ¿De qué boca oiría ahora aquellas palabras, tan dulces a mi oído, con que mi padre

me acogía al regreso de largos viajes?”

Después que hubo hablado de esa manera a Barata, el noble anacoreta, aproximándose a

Sita, le dijo: “Tu suegro ha muerto, Sita: Barata acaba de comunicarme la infausta

noticia de que el señor de la Tierra se ha separado de nosotros para ir al cielo”. A la

noticia de que su suegro, reverenciado por todo el mundo, había muerto, la hija del rey

Djanaka no pudo ver nada, porque sus ojos se llenaron de lágrimas.

Seguidamente, acompañado de los ministros y de los guerreros jefes del ejército, Barata

se aproximó al piadoso Argüida. Y, esclavo de la ciencia del deber, se sentó con ellos a

los pies de Rama.

Los sacerdotes, los poetas, los bardos, los panegiristas oficiales y las madres, con voz

debilitada por las lágrimas, ellas, que amaban al hijo de Kaosalya con igual ternura,

arrodillados delante de Rama, suplicaban todos, al mismo tiempo que Barata, al piadoso

anacoreta.

Pero Rama, continuando firme en su propósito de seguir el camino del deber, respondió:

“Recobra tu firmeza; no te entregues a ese duelo; ve, tigre de los hombres, ve

prontamente a habitar en la bella capital y procede como mi padre te ha ordenado: sería

impropio de mí faltar al mandato que recibí de mi padre, mandato que de igual modo tú

debes seguir”

A esas palabras, Barata opuso las siguientes: “Tú eres fiel a tu alianza con la verdad;

pero a mí, separado de ti y privado de mi padre, me será imposible vivir, sofocado por

mi pena, como la gamuza herido por una flecha envenenada. ¡Toma, pues, en tu mano el

cetro de la Tierra!”

Pero Rama no llevó su espíritu hacia el pen

Page 124: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

maestros y el gran sacerdote del palacio. Las mismas lianas lloraban una lluvia de

flores: ¿cómo no habían de llorar los hombres, cuya alma es tan sensible a las penas de

la humanidad?

Rama, vivamente emocionado por ese incidente, estrechó en un abrazo efusivo a Barata,

y dijo a su hermano que estaba oprimido de pena y con los ojos bañados de lágrimas.

“Amigo mío, basta. ¡Vamos! Detén tus lágrimas; observa cómo el dolor nos atormenta a

los dos. ¡Vamos! ¡Regresa a Ayodya!”

Barata enjugó las lágrimas que mojaban su rostro, “Concédeme tu benevolencia –

exclamó- y no olvides que me resigno, pero bajo la condición que envuelven estas

palabras que han salido de tu boca: “Toma a título de depósito la corona imperial de

Ikswakú”.

Entonces Vasista, orador hábil, dijo estas palabras hallándose rodeado por la masa del

pueblo: “Pon ahora en tus pies, noble Rama, estas sandalias: enseguida quítatelas,

porque van a servir para arreglar los asuntos presentes a gusto de todo el mundo”:

El inteligente Rama, el hombre de gran esplendor, puso en sus pies y después se quitó

las sandalias y seguidamente las dio al magnánimo Barata. Este, lleno de firmeza en sus

decisiones, recibió aquel calzado con alegría, dirigió al piadoso Ragüida palabras

impregnadas de respeto y colocó las dos sandalias sobre su cabeza, alta como la de un

gigantesco elefante.

A continuación, Barata, acompañado por Satruña, montó en el carro que los había

llevado y precedido de Vasista, de Vamadeva, de Javali y de todos los ministros,

redirigió a Ayodya y entró en el palacio de su padre, deshabitado ahora por aquel Indra

de los mortales, como una caverna abandonada por el león que antes la ocupara.

La diosa Surpanaka turbó el retiro de Rama y de Sita: quiso separar a Rama de su

mujer; pero Laksmana se lanzó a ella y le cortó la nariz y las orejas. La diosa, fue a

quejarse a su hermano Kara, el dios Raksasa. El dios envió contra Rama catorce

demonios, a los que Rama dio muerte a flechazos.

El dios, irritado, decidió ir a combatir personalmente al mortal que había sido capaz de

oponerle resistencia.

Kara, ardiendo en cólera, subió a su carro tirado por vigorosos corceles, pero dotado de

un movimiento espontáneo, con una pértiga cubierta de perlas y de lapislázuli, donde

brillaba como oro el astro de las noches.

De pronto una gran nube hizo caer sobre el demonio una lluvia oscura, en la que el agua

iba mezclada con piedra y con sangre. Una sombría nube envolvió con su manto negro

bordado de rojo al astro del día, que por el color de su disco parecía entonces un tizón

ardiendo.

El cielo brilló con color sangriento antes de la hora que anuncia el crepúsculo. Soplo un

viento impetuoso; el Sol perdió su claridad y en mitad del día se vio brillar la Luna

rodeada de todas las estrellas. En aquel momento acudieron, todos deseosos de ver

aquel gran combate, los Risis, los Sidas, los Dioses, los principales Gandarvas y los

celestes coros de las Apsaras.

Page 125: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Cuando Kara, el demonio de fogosa audacia, llegó a los alrededores de la santa choza de

Rama, este y su hermano vieron siniestros augurios. Y el primogénito de los Ragüidas

dirigió al otro este lenguaje: “¡Hermano, tenemos a nuestro alcance una victoria con la

derrota del enemigo, puesto que mi rostro está sereno y tu ves cómo brilla! Armado con

tu arco y con tus flechas en la mano, ve a buscar a Sita y corre a ponerla a salvo en

algún lugar oculto de la montaña que esté rodeado de árboles y que sea de difícil acceso.

Quédate allí bien provisto de armas, con la princesa del Videa”.

Al oír esas palabras de Rama, Laksmana tomó su arco y sus flechas; después,

acompañado de Sita, se fue hacia una caverna de acceso impracticable. “Bien”, dijo

Rama que entonces sujetó sólidamente su coraza. En aquel momento el Kakústida,

dirigiendo sus ojos a todas partes vio a los batallones de los Raksasas que se ponían en

frente de él para el combate. Con el arco empuñado y con las flechas fuera del carcaj,

permaneció dispuesto a la lucha.

Al ver al terrible hijo de Ragú, todos los Raksasas cayeron en profunda estupefacción y,

aunque deseosos de combatir, se quedaron inmóviles como rocas.

Kara, con una bravura impetuosa, se precipitó en su carro contra el valiente vástago de

Kakutsa, como Raú cae sobre el astro productor de la luz. Cuando el ejército del

Raksasa vio a Kara empujado al combate por el aguijón del furor, se lanzó detrás de él

en apretada falange, produciendo un ruido semejante al de las nubes que se entrechocan

en grandes masas de color de cobre.

Entonces, llenos de cólera, los demonios hicieron caer sobre el invencible una lluvia de

proyectiles. Él, por su parte, recibió todas las flechas con aire impasible, como el

Océano recibe las olas de los ríos. En el combate, Rama enviaba en masa a los

demonios sus dardos adornados de oro, certeros, irresistibles y parecidos al zarpazo de

la muerte. Las cabezas de los enemigos, cortadas por los dardos en forma de media luna,

caían por millares a tierra, donde los plegados labios de su boca se agitaban

convulsivamente. En aquel momento, refugiados al abrigo del monarca y de su hermano

Susana, los cuerpos se amontonaron alrededor de ellos como un rebaño de elefantes.

Entonces Kara, al ver sus batallones destruidos por las flechas de Rama, con el corazón

lleno de ira, dijo al general de sus tropas, guerrero de valor admirable: “Héroe, haz que

se reanime el valor de mi ejército; que se intente un nuevo esfuerzo”. Dusana se

precipitó hacia Rama con furor; todos los malos genios, sin temor, puesto que veían a

Dusana cerca de ellos, cayeron sobre Rama por segunda vez. El héroe de fuertes brazos

marchando, como si jugara, dentro del mismo círculo formado por los malos genios, fue

cortando con ligereza cabezas y brazos.

En aquella situación, Dusana, con vigor invencible, cogió una maza nunca vista,

parecida a una montaña y, como si fuera la muerte, se lanzó sobre el valeroso Rama, tal

como en otro tiempo se vio al demonio Vrita arrojarse contra el poderoso Indra. Viendo

a Dusana, inflamado de cólera, avanzar impávido, el guerrero le disparó dos flechas y

con una de ellas cortó los dos brazos adornados y armados de aquel fiero demonio: la

espantosa maza escapó con la mano cortada y cayó con ruido atronador en el campo de

batalla, aún llevando asido a ella el brazo mutilado, como una bandera cae de la cúpula

de un templo; y el mismo Dusana, vencido, cayó moribundo en el suelo.

Page 126: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

El campo de batalla quedó libre de combatientes porque el fuego de las flechas de Rama

lo había arrasado todo. En aquella jornada Rama inmoló con terribles hazañas a catorce

mil Raksasas y, sin embargo, estaba solo, iba a pie y no era más que un mortal.

Al contemplar aquella desolación, Kara se sintió dominado por la cólera; armó su gran

arco y disparó contra Rama innumerables flechas.

Rama las aniquiló inmediatamente con sus irresistibles dardos de hierro. La bóveda del

cielo se había inflamado por efecto de las agudas flechas que recíprocamente se

enviaban Kara y Rama, como sucede cuando esa bóveda aparece como surcada de

nubes encendidas por el fulgor del rayo.

En aquel momento, teniendo el cuerpo bañado en sangre por efecto de los numerosos

dardos que el Raksasa le había enviado con su arco, el Kakútstida brillaba con el mismo

fulgor que un ardiente braser. Blandiendo su gran arco, semejante al de Sakra mismo,

con su mano derecha disparó veintiuna saetas.

Kara, ardiendo en cólera, arrojó contra Rama, con un rayo inflamado, su maza adornada

con brazaletes de oro, enorme, fulgurante, horrible, espantosa, envuelta entre llamas,

como un meteoro de fuego. De los arbustos y aun de los árboles que había en el sitio por

donde pasó aquella tromba, no quedaron más que cenizas. Inmediatamente el hijo,

afortunado de Ragú, queriendo destruir aquella maza, tomó de su carcaj la flecha de

fuego semejante a una serpiente y disparó aquel dardo resplandeciente… El rayo de

Agni, parecido al fuego, alcanzó en medio de los aires a la gran maza, la hizo girar

varias veces sobre sí misma, le quitó la velocidad y la precipitó a tierra, destrozada y

deshecha, con sus ornamentos y sus brazaletes, como un globo de fuego.

El demonio, mirando a todos lados, vio un árbol enorme: con fuerza inmensa desarraigó

aquel árbol y cargado con él corrió y, viendo a Rama, lanzó un grito y arrojó contra él

aquella pesada mole, exclamando al mismo tiempo: “¡Ya moriste!” Pero su augusto

enemigo detuvo con un raudal de flechas el vuelo del proyectil foliáceo.

Por último, bañado de sudor e hirviendo de cólera, en otro combate, Rama traspasó al

demonio con un millar de flechas.

En el mismo instante se esparció por toda la amplitud de la atmósfera un sonido de

tambores celestes, mezclado con el canto de voces melodiosas que con grandes

aclamaciones decía: “¡Bien, bien!” Una lluvia de flores cayó en medio del campo de

batalla sobre la cabeza de Rama.

Después de aquellos sucesos, Rama, feliz entre Laksmana y su esposa Sita, la de los

ojos de gacela, pasó en su retiro una vida agradable, rodeado de los honores que le

tributaban todos los ermitaños reunidos alrededor de su persona.

Pero Surpanaka no se dio por vencida y persuadió a Ravana, azote del mundo, para que

sedujera a Sita. Ravana dirigió a Sita hábiles lisonjas.

“¡Mujer de encantadora sonrisa, de dulces ojos, de rostro amable, tímido y gracioso; tú

brillas con vivo fulgor, como vergel florido! ¿Quién eres tú, cuyo vestido de seda color

de Sol, se asemeja al cáliz de una flor dorada y a quien todavía embellece más esa

guirnalda de lotos rojos y de nenúfares azules? ¿Eres la Gloria, el Pudor, la Felicidad, la

Fortuna, la Belleza, la Voluptuosidad misma o la misma Vida? ¡Qué blancos, pequeños,

Page 127: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

iguales y unidos son tus dientes, oh mujer de talle escultural! Eres bella como una diosa

y tus cejas finas y arqueadas son un precioso adorno de tus ojos. Tus mejillas, dignas de

tu boca, son hermosas, suaves y dan forma armoniosa a tu figura; tienen color brillante,

frescura exquisita, contorno elegante y nada hay más digno de nuestra contemplación,

¡Oh mujer querida, de encantos seductores! Tus finas orejas adornadas con pendientes

de oro, pero mejor adornadas con su belleza natural, forman líneas curvas dibujadas con

las más delicadas proporciones. Tus manos, tan flexibles, tienen matiz azulado, como

los pétalos del loto; oh criatura de risa deliciosa, tu gentileza está en armonía con tus

otros encantos. Tus pies que, juntos en este momento el uno al otro, se hacen

mutuamente resaltar, son de una belleza inexpresable; u forma es de una delicadeza

infantil y sus dedos son de una frescura incomparable: bellos como las flores más

deslumbradoras, durante la marcha se muestran llenos de atractivos y de gracia… Tus

piernas, finas y elegantes, son dignos sostenes de su cuerpo flexible… Tus grandes ojos,

bordeados por un círculo de púrpura, son dos estrellas de azabache engastadas en medio

de un esmalte purísimo. Tu cabellera es magnífica, tu cintura podría ceñirse con las dos

manos… No, nunca he visto en la superficie de la Tierra una mortal, ni una ninfa, ni aun

una diosa que se iguale a ti en atractivos.

Engañada por ese lenguaje, Sita dio hospitalidad a Ravana, vestido de anacoreta. El

Raksasa hizo ostentación de su poder ante los ojos de la princesa. Sita quiso arrojarlo de

morada. Ebrio de furor, el dios recobró su forma y se apoderó de Sita, a la que se llevó

en su carro mágico.

El rey de los pájaros. Djatayú, presenció el rapto de Sita y quito quitársela a Ravana;

pero el Raksasa lo mató y siguió su marcha por los aires.

Sita dejó caer al suelo sus alhajas que el rey de los monos, Sugriva, encontró y presentó

a Rama, quien solicitó su ayuda para buscar a Sita.

El rey de los monos supo que Sita se hallaba en la ciudad de Lanka, prisionera de

Ravana; pero el monarca de los Raksasas no había podido vencer la resistencia de Sita:

por el contrario, esta le amenazaba.

“Ni tu imperio, ni tus riquezas pueden seducirme: yo no pertenezco más que a Rama,

como la luz no pertenece más que al astro del día. No tardará mucho tiempo en que el

Ragüida, mi esposo, cayendo sobre ti, su odioso rival, me arrancará de tus manos”

Las furias Raksasas amenazan devorar a Sita

Una Raksasa de horrible aspecto llamada Vientre de Trueno rugió estas palabras, al

mismo tiempo que blandía una gran pica:

“Cuando vi que Ravana había hecho presa de esta mujer, cuyo seno se agitaba como una

onda con palpitaciones de temor, sentí un gran deseo de comérmela. ¡Qué regalo –

pensaba- será saborear su hígado, sus nalgas, sus pechos, sus entrañas, su cabeza y su

corazón, y todo ello goteando su sangre líquida. Estrangulémosla y, después vayamos a

anunciar que ha muerte de repente. Cuando el señor vea a esta mujer sin respiración y

entregada al dominio de Yama, nos dirá: “¡Cómo ha de ser! Coméosla”

Al oír las palabras de la Raksasa, la prudente Videana se apoyó en una larga rama

florida de asoka, y allí, abatida por la pena, con el alma lacerada, llevó su pensamiento

Page 128: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

hacia su esposo y sintió las lágrimas que corrían por sus mejillas. Dolorida,

desesperada, con la cabeza inclinada hacia la tierra, la joven se lamentó como una

extraviada, pareciendo a veces adormecida por una tristeza sombría, y arrojándose otras

al suelo como un potro que se revuelca en la arena.

Pero en aquel momento cantó un pájaro subido en una rama de árbol próximo a Sita y

dirigió a la afligida joven una y otra vez gorjeos de consuelo: corneja afortunada, envió

a la cautiva sus dulces palabras de “¡Buenos días!” y pareció anunciar a Sita la próxima

llegada de su esposo.

Entonces el inteligente mono Hanumat hizo llegar con lentitud estas palabras al oído de

Sita: “Reina a quien el Videa vio nacer, tu esposo Rama te dice por mi boca lo que te

puede ser más agradable de oír; y el joven hermano de tu marido, Laksmana, el héroe, te

desea felicidades”.

Temblorosa y con el alma emocionada, la modesta Sita vio sentado entre varias ramas a

un mono de porte amable.

A la vista de aquel noble cuadrumano colocado en actitud respetuosa pensó la Mitilana:

“Lo que he creido oír no será más que un sueño. Si hay alguna cosa real en lo que dice

ese habitante de los bosques, dígnense los dioses permitir que todas sus palabras sean

verdaderas.”

Entonces la dulce Sita, a quien el nombre de su esposo había colmado de alegría,

respondió en estos términos al gran mono que había bajado de las ramas del sisapa: “Yo

soy la hija del magnánimo Djanaka, rey del Videa: me llaman Sita y soy la esposa del

sabio Rama”.

Seguidamente, la Videana tuvo el deseo de conocer mejor al mono y dijo a este: “Puesto

que eres mensajero de Rama, consiente en decirme, oh mono, el mejor entre todos, si

Rama se ha aliado con los monos, habitantes de los bosques”.

A esas palabras contestó el augusto hijo del Viento:

“¡Dentro de poco tiempo verás llegar a tu Rama, acompañado de Laksmana y de sugriva

y rodeado de diez millones de monos, como Indra en medio de los Marutas! Yo soy el

mono Hanumat, consejero de Sugriva y mensajero de Rama, ese león de los reyes. He

pasado el gran mar y he entrado en la ciudad de Lanka. Como en mí no puedes ver más

que un mono, oh prudente Mitilana, recibe este anillo, en eque está grabado el nombre

de Rama, y que este noble héroe me entregó para que yo pudiera acreditar mi

representación”

La joven reina cautiva, palpitante de alegría y llorosa de emoción, recibió aquel anillo y

lo guardó en su pecho…

El gran mono le dijo entonces: “Hoy mismo voy a llevarte al lado de Rama. Mitilana de

los cabellos flexibles, ven, sube sobre mi espalda, Reina, y agárrate a mis crines. ¡Mira

antes la forma que voy a tomar!” Entonces, aquel tigre de los monos, dotado de gran

fuerza y a quien estaba concedido adoptar cualquier forma, aumentó el tamaño de sus

miembros. Habiendo llegado a ser semejante a una sombría nube, el príncipe de los

cuadrumanos se aproximó a Sita, a quien habló de esta manera: “Tengo fuerza bastante

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para transportar la villa de Lanka, incluyendo sus caballos, sus elefantes, sus arcadas,

sus palacios, sus murallas, sus parques, sus bosques y sus montañas”.

Cuando la hija del rey Djanaka vio al hijo del Viento semejante a una montaña, la

princesa de ojos grandes como los pétalos de los nenúfares, le dijo: “Sé que tienes

fuerza bastante, mono, para llevarme en esta carrera; pero no está bien que la esposa de

Rama, para quien el deber es antes que todo, monte en la espalda de un ser que se llama

con un nombre correspondiente al sexo masculino”

Entonces Sita, mirando todo el gracioso conjunto de su cabellera formando una trenza,

deshizo esta y dio al mono Hanumat la joya que mantenía sus cabellos reunidos:

“Entrégala a Rama y di al rey de los hombres: Sita la Djanákida, queda recostada, presa

de dolor, al pie de un asoka, y duerme en la tierra desnuda. Con su cuerpo palpitando de

pena y deseando con todo su corazón volver a verte, está sumergida en un océano de

tristeza: dígnate sacarla de ese estado. ¡Eres señor de la Tierra, posees gran vigor, tienes

flechas, dispones de ejércitos y, sin embargo, Ravana, que merece la muerte, vive

todavía! ¿Por qué no despiertas?”

Hanumat devastó la selva en que se hallaba Sita. Ravana fue a combatirlo y lo ató con

un lazo de Rama. Tirado a tierra e impotente, el mono reclamó sin embargo, del rey, la

libertad de Sita. El rey mandó entonces que sus gentes quemasen el rabo del mono. Ante

el peligro, el mono se redujo mucho para escaparse del lazo y después tomó súbitamente

grandes proporciones y corrió a llevar el incendio a la ciudad de Lanka.

Después, acompañado de Sugriva, rey de los simios, fue a notificar a Rama su entrevista

con Sita.

Mientras tanto, Ravana decidió combatir a Rama. El prudente Vibisana pretendió

disuadirlo: Ravana lo insultó y entonces Vibisana marchó a reunirse con Rama, “héroe

del deber”.

Habiendo llegado Vibisana a la ribera septentrional del mar, quedó allí cerniéndose en

medio de los aires. Aquel demonio de gran prudencia, dirigiendo sus miradas hacia el

monarca y los monos, les dijo gritando con voz fuerte: “Oh monos, sabed que he venido

para ver al noble Rama. Soy el hermano segundo de Ravana y mi nombre es Vibisana.

Intenté abrir los ojos de mi hermano mediante prudentes discursos: “¡Vamos! Le dije

varias veces –deja que Sita vuelva al lado de Rama”. Pero Ravana, a quien la muerte

empuja, no quiso dar oído a las discretas razones que le dirigí. Anunciad

inmediatamente al magnánimo Rama, protector de todas las criaturas, que yo he venido

a solicitar su protección”.

Vibisana descendió a tierra con sus compañeros. El inteligente monarca de los

cuadrumanos se aproximó a él, lo estrechó entre sus brazos y lo presentó al héroe hijo

de Ragú. Entonces el Raksasa, lleno de alegría ató sus armas a los troncos de los árboles

que se hallaban próximos a él: sus compañeros hicieron lo mismo: el virtuoso demonio

cambió su forma en otra más propia de las circunstancias y se prosternó a los pies de

Rama.

Este no dejó que el demonio le besara los pies; le hizo levantar, le dio un abrazo y le

dijo esta dulce expresión: “Tu grandeza sea bienvenido”. Al oír aquel lisonjero lenguaje,

Vibisana respondió en estos términos: “Yo he abandonado la ciudad de Lanka, mis

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riquezas y mis amigos, y vengo a refugiarme cerda de tu majestad que es un segundo

para todas las criaturas. A ti deberé todo: mi vida, mis riquezas y el imperio mismo.

Celebraré contigo una alianza, oh héroe de gran prudencia, y conduciré tus ejércitos

para que derrote a los Raksasas y conquiste a Lanka”.

A continuación Hanumat y Sugriva dijeron a Vibisana: “¿Cómo atravesaremos ese mar,

inaccesible asilo de monstruos marinos? Los dioses poderosos, con Indra al frente de

ellos, no podrían conquistar a Lanka si no tendiesen un puente sobre este mar, estancia

inviolable de Varuna! ¡No perdamos el tiempo y construyamos un puente que nos

facilite el medio de pasar ese mar!”

Pero Rama, aunque exaltó sus sentidos, no consiguió que el mar se mostrara a sus ojos.

Entonces, irritándose contra el mar, arrancó de las manos de Laksmana sus flechas y su

arco celeste, al cual ató inmediatamente la cuerda. Encorvó después su gran arco y este

movimiento hizo estremecer la Tierra; luego disparó sus dardos acerados, de igual modo

que Indra lanza sus rayos.

En el mismo instante se elevaron por millares, semejantes al monte Vindya, las olas del

soberano de los ríos, llevando hasta las nubes los tiburones y cocodrilos. Erizado de

multitud de ondas monstruosas, en las que se agitaban masas de moluscos, el gran

receptáculo de las aguas agitaba sus olas envueltas en humo.

Abriendo, pues, cerca del noble Rama sus vastas olas, el mar se mostró rodeado de

monstruos de fauces inflamadas. Semejante al suave lapislázuli, y vestido con traje

dorado cubierto de guirnaldas de flores rojas y adornos de diamantes, el mar,

acompañado de sus ministros, se aproximó a Rama, al que dirigió estas palabras:

“Rama, no quiero que tiendan sobre mí un puente; pero construye un muelle en mis

aguas y te prepararé un camino fácil por el que puedan pasar tus monos.”.

El mar se despidió inmediatamente de Rama y entró en su dominio.

Obedeciendo las órdenes de Sugriva, los monos se lanzaron a la obra llenos de

entusiasmo. Centenares de miles construyeron una calzada en las aguas del mar. Los

unos, con una fuerza inmensa, arrancaban a porfía las crestas de las montañas y las

rocas relucientes como oro y venían a depositarlas en las manos de Rama. Los otros,

parecidos a elefantes, contribuían a formar aquel muelle con montes grandes como

ciudades y con árboles aún llenos de flores… Construida la escollera, el paso de kotis

(batallones) de monos por millares exigió un mes entero.

Rama, después de haber enviado a Ravana como embajador a Angada, hijo de Bali, para

pedirle por última vez la libertad de Sita, ataca la ciudad de Lanka

Entonces, ante los mismos ojos del monarca de los Raksasas, los ejércitos favorables a

Rama escalaron por secciones las murallas de la ciudad.

Ravana dispuso que inmediatamente sus ejércitos salieron a paso de carga. A su orden,

los héroes se lanzaron gozosos a las puertas, en masas compactas, como las corrientes

del mar. En el mismo instante una batalla formidable se emprendió entre los Raksasas y

los monos.

El sol llegó a su ocaso y su luz fue reemplazada en los cielos por la oscuridad de la

noche destructora de vidas. Entonces el combate, durante la noche, se hizo infinitamente

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más espantoso entre aquellos guerreros, impulsados por un odio vivo de cada uno contra

los demás. “¿Eeres Raksasa?” –decían los monos. “¿Eres simio?” preguntaban los

Raksasas. Y todos, después de esas palabras, se golpeaban en combates recíprocos

cuerpo a cuerpo en medio de la horrible oscuridad. “¡Hiende, destruye, golpea!” –decían

los unos. “Mátalo, arrástralo, hazlo pedazos!” –gritaban los otros.

Rama y Laksmana, atisbando con precisión a los más tremendos noctívagos, los herían

con sus flechas parecidas a llamas. El campo de combate, repugnante a la vista, donde

había que marchar sobre un lodazal de carne y de sangre, no ofrecía más que montones

de armas y de dardos, en vez de matas de flores

Pero Indradgit el Ravanida hiere a Rama y a Laksmana: los dos héroes caen.

Entonces Indradgit prorrumpió en risa ruidosa y dijo estas palabras: “Ved, Raksasas; a

la vista del ejército he agarrotado a los dos hermanos, compañeros de fortuna, con la

infamante cuerda de un arco”. En el momento gritaron todos, con ruido atronador como

el de las nubes tonantes: “Rama ha muerto”.

En seguida, el indomable Indradgit entró rápidamente en la ciudad de Lanka; se

aproximó a Ravana y le dio la agradable noticia de que Rama y Laksmana ya no

existían.

Entonces Sita, desde el carro en que estaba sentada en compañía de Tridjidata, vio la

tierra cubierta por ejércitos de héroes cuadrumanos, a los Raksasas con el alma llena de

gozo pero con alegría feroz y a los monos abatidos por el dolor, al lado de Rama y de

Laksmana. Y ahogada por las lágrimas de honda pena, cayó al suelo inanimada. Parecía

que la vida se había escapado de su cuerpo; sus mejillas adquirieron el color de la

ceniza; sus finísimos labios quedaron descoloridos: sus dulces ojos fueron velados por

los párpados y su respiración apenas levantaba su pecho delicado.

Cuando recobró el uso de sus sentidos vertió abundantes lágrimas: después gimió e

invocó a su marido a quien creía muerto:

“No quiero sobrevivirte, oh esposo mío de reconocido valor: el amor que te tengo me lo

impide; además, la vida me serviría ahora de tormento sin tu querida presencia. Mi

viudez representa el fin de mi existencia, ya amargada por innumerables dolores desde

que fui separada de ti, porque el más dulce asilo de la mujer es el que encuentra al lado

de su marido; y cuando se queda irremediablemente sin este, no puede encontrar refugio

más que en la muerte.

“Sería vergonzoso para mi memoria el hecho de que te dejara solo en la muerte, porque

tú has sucumbido en tu marcha atrevida contra las impías Raksasas solamente por mí,

solamente por salvarme. Sin duda estás ya en los cielos al lado de tu padre y de todos

tus antepasados.

“Allí, aquellos reyes virtuosos celebran sacrificios divinos y forman una constelación de

resplandeciente pureza.

“Oh Rama, esposo mío muy amado, ¿por qué no has de volver más hacia mí tus ojos?

¿Por qué no me has de dirigir ya una palabra, a mí tu compañera fiel desde los años de

nuestra juventud, a mí que siempre he vivido a tu lado hasta que un odioso demonio

vino a separarno? Eramos tres en nuestro destierro: tú, tu hermano Laksmana y yo, tu

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esposa amante; y Laksmana volverá solo a nuestro reino y verterá lágrimas refiriendo

nuestro triste fin.

“Cuando tu madre le pregunte, ansiosa, se verá precisado a decir de qué modo afrentoso

te ha asesinado un demonio, después de haberme arrancado de nuestra querida soledad.

Esa noticia lamentable le quitará la vida también a ella, porque su fuerte alma se

quebrantará…

¡Ven, demonio, mátame sobre el cuerpo de mi esposo Rama! Reúne la esposa a su

marido muy amado: así satisfarás tu rabia y me darás el único bien que puedes

proporcionarme, porque me reuniré con mi compañero y mi cabeza helada reposará para

siempre al lado de la suya”

Pero la raksasa Tridjidata dijo a la infortunada: “Reina, no te entregues a la

desesperación porque tu esposo vive. Hay señales evidentes que acompañan siempre a

la desgracia de los héroes: cuando un ejército pierde a su general queda sin vigor y sin

energía; pero ese ejército, por el contrario, lleno de ardor y sin trastornos, manteniendo

en buen orden sus legiones, guarda aquí al Kakútsida permaneciendo en el campo de

batalla. Desecha esa pena y ese dolor; los dos héroes no han perdido la vida”.

Lo mismo que una hija de dioses, Sita juntó las manos y aún afligida, repuso a esas

palabras de Tridjidata: “¡Ojalá sea así!”

En aquel mismo instante, el Viento se aproximó gimiendo al héroe y le sopló al oído

estas palabras: “¡Rama! ¡Rama de los fuertes brazos, acuérdate en tu interior de ti

mismo! Tú eres el bienaventurado Narayana, encarnado en este mundo para librarlo de

los Raksasas: acuérdate solamente de Vinata, el divino Garuda de vigor inmenso que

devora las serpientes. En el acto vendrá aquí para libraros, a ti y a tu hermano, de ese

afrentoso dogal con que os han encadenado serpientes con apariencias de flechas”.

Apenas había pasado un solo instante cuando todos los simios notaron la presencia de

Garuda, el de la gran fuerza, bajo la apariencia de un fuego que flameaba en medio del

cielo. Al ver al pájaro que se aproximaba con las alas extendidas, los reptiles huyeron en

todas direcciones y las serpientes que en forma de flechas permanecían en el cuerpo de

los dos robustos y nobles héroes, escaparon precipitadamente y se escondieron en los

agujeros de la tierra. Tan pronto como el dios pájaro vio a los príncipes Kakútsidas se

aproximó a ellos, los saludó y les limpió los rostros que resplandecieron como la Luna.

Todas las heridas se cerraron en el instante en que las tocó el pájaro divino y su

influencia, igual para todo el cuerpo, borró en un momento las cicatrices todas.

Después Garuda, con fuerza impetuosa, lanzándose al seno de los aires, escapó en forma

parecida al viento.

Al contemplar aquel maravilloso espectáculo y el de los Ragüidas, vueltos a la salud,

los simios lanzaron innumerables aclamaciones de triunfo que llevaron el terror al alma

de los Raksasas…

Entonces, Ravana mandó al raksasa Dumraksa a combatir a Rama y al pueblo de los

bosques.

Con su arco en la mano y en la primera fila de batalla, Dumraksa, riendo, dispersó por

todos los puntos del espacio a los monos que desatentadamente huían de aquella lluvia

Page 133: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

de flechas. Pero apenas el Marútida vio que el Raksasa maltrataba su ejército, empuñó

una roca espantosamente enorme y, furioso, cayó sobre él. Este, levantando su maza,

fue rápidamente al encuentro de Hanumat y, con una impetuosidad increíble, dejó caer

aquella arma erizada de púas, sobre el pecho del Marútida.

El mono, sin pararse a pensar en el golpe recibido, descargó el trozo de montaña en la

cabeza del Raksasa. Atolondrado por el tremendo golpe, Dumraksa quedó vacilante y

cayó después a tierra, como una montaña que se desploma.

En el momento en que Ravana se enteró de aquella horrible desgracia, envío contra los

simios a Acampana, rodeado de formidables Raksasas. La batalla se encendió de nuevo,

encarnizada, espantosa.

Los monos no podían resistir y huían destrozados por las flechas del general enemigo.

Cuando Hanumat vio que sus parientes caían en manos de la muerte, se adelantó con

inmenso valor. El mono de la gran fuerza arrancó en un movimiento rápido una

corpulenta encina para atacar a su enemigo. Teniendo su árbol en alto, se precipitó con

supremo esfuerzo y descargó un tremendo golpe con su espantosa arma sobre el

noctívago Akampana, quien al recibir de lleno en la cabeza el porrazo que le asestó el

mono, cayó a tierra y murió.

Cuando Ravana supo la noticia de aquella nueva derrota, dijo, dirigiéndose a los

Raksasas: “¡Que preparen mi carro y que lo traigan aquí inmediatamente!”

Al aspecto de Ravana que corre con rápido vuelo, llevando en las manos su arco y su

dardo inflamado, el monarca de los simios se apresta a su encuentro, impaciente de

medirse con él en un combate. Con sus brazos vigorosos arrancó la cumbre de una

montaña, se acercó al rey de los Raksasas y levantando aquella enorme carga, lanzó a

Ravana la mole coronada con una meseta cubierta por un bosque. Pero al ver aquel

monte que iba a caer sobre él, rápidamente el héroe de las diez cabezas lo partió con sus

flechas parecidas al cetro de la muerte.

Después que hubo desmenuzado en pedazos aquella montaña, el feroz monarca tomó

una flecha terrible y la disparó contra el jefe de las tropas simias. El dardo alcanzó a

Sugriva y le agujereó con impetuosidad. El rey herido lanzó un grito y cayó a tierra, con

el alma extraviada.

El hijo del Viento, Hanumat, de gran esplendor, viendo que Ravana disparaba en todas

direcciones sus flechas, había avanzado contra él: se aproximó a su caror y levantando

su brazo derecho hizo temblar al héroe.

“Este brazo vigoroso, este brazo derecho que tengo levantado va a arrancar de tu cuerpo

el alma negra que lo habita y de la cual ha sido refugio durante mucho tiempo”

Entonces, teniendo los ojos espantosamente enrojecidos, el vigoroso Ravana levantó su

terrible puño que descargó pesadamente en el pecho del simio. El gran mono quedó

paralizado, perdió el conocimiento y vaciló.

El valiente rama, viendo las muestras de coraje del poderoso noctívago y a tantos

famosos héroes de los ejércitos simios tendidos sin vida en el suelo, corrió tras Ravana

y haciendo resonar la cuerda de su arco, gritó con voz estentórea al monarca de los

Yatavas: “¡Detente! Aun cuando quieras buscar refugio cerca de Indra, no podrás

Page 134: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

escapar hoy a mi cólera”. Así gritando, llegó cerca del carro de Ravana y con sus dardos

de aguda punta destrozó el carro, incluso las ruedas, los caballos, el cochero, su amplio

estandarte y su blanca sombrilla de mango de oro. Después, inmediatamente hirió al

mismo demonio en el pecho con una gran flecha, de efectos parecidos a los del

relámpago y el trueno. Aquel orgulloso rey a quien no habían podido quebrantar las

violencias del rayo ni el estruendo de la tempestad, alcanzado por la flecha de Rama,

vaciló al golpe y vencido, trastornado por el dolor, dejó caer de su mano el arco. Al

notar aquella vacilación de su enemigo, el generoso Rama tomó un dardo flamígero en

forma de luna, medio plano, y se contentó con cortar rápidamente la tiara radiante, color

de Sol, que llevaba en la cabeza el rey de los Yatavas.

Ravana, cuyo orgullo había sido humillado, su jactancia abatida, su arco roto, el cochero

y los caballos muertos, la regia tiara destrozada, se decidió a volverse a Lanka,

consumido por la pena y considerando eclipsada toda su gloria.

Se aproximó a su trono, lo ocupó, y mirando a su consejeros les habló de esta manera:

“Todas esas empresas penosas que he realizado han sido inútiles; porque yo, que soy

igual al rey de los dioses ¡He sido vencido por un hombre! ¡Que Kumbakarna, de valor

incomparable y que ha abatido el orgullo de los Danavas y de los dioses, sea despertado

del suelo en que está aletargado por la maldición de Brahma! Ese gigante de largos

brazos, en el combate, excede a todos los Raksasas como la cima de una montaña: él

destruirá pronto a los monos y a los dos príncipes dasarátidas.

Al oír esas palabras del monarca, los Raksasas corrieron apresuradamente hacia el

palacio de Kumbakarna. Allí vieron tendido y durmiendo, con todo el aspecto de helado

terror y con el pelo erizado, a aquel horrible jefe de los Nairritas, a aquel devorador de

carne, roncando horriblemente, soplando como una boa, con respiración que parecía una

tempestad espantosa, saliendo de una boca tan grande como la misma entrada del

infierno.

Entonces, colocándose a su rededor y sosteniéndose los unos a los otros fuertemente, se

aproximaron al gigante. Entonaron himnos en honor de Kumbakarna para despertar de

su pesado sueño al héroe destructor de sus enemigos. Los Yatudanas hicieron tanto

ruido como nubes tormentosas: lanzaron gritos, golpearon y sacudieron al durmiente.

En vano se fatigaron, porque no pudieron despertarlo. Intentaron entonces un mayor

esfuerzo: con sus trompetas relucientes como la Luna, llenas de aire, todos a la vez,

produjeron sonidos agudísimos y al mismo tiempo castigaron con palos a los camellos,

con látigos a los asnos y a los caballos y con aguijones a los elefantes e hicieron resonar

contadas sus fuerzas timbales, caracolas y tambores. Después golpearon los miembros

del gigante, con martillos, mazas y porras.

Pero todo en vano: aquel extraordinario tumulto no despertó al demonio dormido.

Cansados de tantos esfuerzos inútiles, los noctívagos (vagabundos nocturnos) pusieron

en práctica un nuevo procedimiento: hicieron ir encantadoras mujeres adornadas con

collares de pedrerías resplandecientes. Y con sus movimientos seductores, aquellas

damas celestes de celestes adornos, embalsamadas con celeste incienso y perfumadas

con olores celestes, llenaron de aromas suavísimos aquella espléndida habitación.

Despertado por el gorjeo de su charla, por el ludir de sus trajes, por el concierto de sus

cantos, unidos a la música de sus instrumentos, con sus dulces voces, sus perfumes

Page 135: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

exquisitos y el ligero ruido de sus pis desnudos tocando el suelo, el gigante creyó que

nunca había gustado más deliciosas sensaciones.

Alargó sus brazos tan altos como si fueran montañas, abrió su boca semejante a un

volcán submarino y bostezó horrorosamente. En seguida preguntó a sus despertadores la

causa de verlos alrededor de él.

Ravana le dijo entonces: “Tú no has podido saber, por haber estado sumido en dulce

reposo, cuál es el infortunio en que me ha colocado Rama. Mira y verás, en las puertas

de Lanka, de qué manera los monos, llegados por una calzada marina, hacen aparecer de

color pardo nuestros vergeles amenos. Destruye, oh enemigo de los dioses, a Rama y a

todo su ejército”.

“puedes deponer tu pena y tu cólera, tigre de los Raksasas; porque yo inmolaré al que es

causa de tus disgustos. ¡Yo, yo mismo, iré solo! ¡que tu ejército permanezca aquí!”

Tan pronto como el inmenso coloso hubo pasado los umbrales de la ciudad, lanzó un

clamor horrible que resonó en todo el Océano. Después se bajó del carro y, llevando su

lanza levantada, se precipitó rápidamente en medio de los aires, como si fuera una

montaña alada.

Cayó en los ejércitos de los monos y entre sus brazos cogió a muchos de estos y los

devoraba en su furor, como Garuda se come las serpientes.

Entonces Rama se adelantó, cogió su arco, aquella perla de los arcos y clavó dos flechas

invencibles en el mismo corazón de Kumbakarna; de la boca del coloso enfurecido salió

una mezcla de llamas y de humo negro. En su vacilación, cayó de su mano su lanza

terrible; y cuando vio desarmado su propio brazo, el monstruo hizo una gran carnicería

a patadas y a manotazos, devorando sin distinción a cuadrumanos y a Raksasas.

En aquella situación, Rama disparó contra el noctívago la gran flecha del viento y le

cortó un brazo, el cual cayó en medo de los ejércitos cuadrumanos y golpeó en sus

convulsiones a los batallones de los monos. El gigante arrancó una encina y, cargado

con ella, se arrojó sobre su adversario. Pero Rama, uniendo a la flecha de Indra un dardo

parecido al relámpago y al trueno, le cortó el otro brazo.

A pesar de todo, el Raksasa corrió con la misma furia, aunque sin brazos: a su vista

Rama tomó dos flechas de hierro en forma de media luna y le cortó los dos pies.

Entonces, el demonio abrió su inmensa boca y vociferando, aunque tenía cortados los

brazos y las piernas, avanzó impetuosamente hacia el Ragüida: Rama, con rapidez, le

llenó la garganta de flechas con la punta aguda y el monstruo, con la boca llena de

dardos no pudo producir más que sonidos inarticulados.

Rama tomó otro dardo celeste que los dioses y hasta el mismo Indra, consideraban

como el segundo cetro de la muerte. Inmediatamente la flecha cortó al rey de los

Yatavas la cabeza, tan grande como la cumbre de una montaña: el demonio lanzó un

espantoso grito y cayó muerto: su cuerpo aplastó a dos mil monos y la caída del gigante

hizo temblar las murallas y los pórticos de Lanka: el dilatado mar fue también agitado…

Entonces Indradgit montó en su carro y apresuró su marcha hacia el campo de batalla.

Despidió a su ejército, y solo, invisible para todos, envió a los ejércitos de los monos

una tempestad de flechas.

Page 136: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Cuando hubo inutilizado con sus dardos emponzoñados a los héroes y al monarca de los

monos, envolvió a Rama y a Laksmana en la lluvia de sus flechas tan rápidas como el

rayo. Los dos poderosos Ragüidas, cubiertos de heridas cayeron a tierra, y el príncipe de

los Raksasas dio por terminado el combate y lanzó un gran grito de victoria.

Entonces Djambavat, el monarca de los osos, dijo a Vibisana: “Mira al príncipe

Marútida que, aunque tendido en tierra, conserva un esplendor parecido al del fuego:

también el invencible Hanumat respira: ese ejército, aunque ha sucumbido, puede vivir

aún”.

Seguidamente dijo a Hanumat: “Levántate, príncipe de los simios y decídete a salvar a

los cuadrumanos. Dirige tu marcha hacia el Himalaya, rey de los montes. Allí verás una

montaña de oro llamada Risaba, de aspecto nebuloso. Entre dos cimas, verás una

admirable montaña de una claridad incomparable: es la montaña de los simples, rica en

todas las hierbas medicinales. Una de ellas resucita a los muertos; otra hace salir de las

heridas las flechas; la tercera cicatriza las llagas; y otra, en fin, esparce sobre los

miembros curados un color uniforme y natural. Tómalas todas, Hanumat, y vuelve aquí

prontamente para hacer a todos los monos el obsequio de la vida.

Al oír esas palabras, Hanumat extendió sus brazos parecidos a serpientes, y atravesando

las capas atmosféricas, dirigió su vuelo hacia el Meú, gran rey de los montes. El gran

mono divisó pronto el Himalaya, coronado de cataratas y de selvas, con sus cumbres de

aspecto magnífico semejantes a masas de nubes blancas.

Se puso a buscar las cuatro estimables panaceas; pero aquellas divinas plantas, habiendo

sabido que Hanumat no había ido a aquel lugar más que para apoderarse de ellas, se

ocultaron debajo del follaje. El noble mono se irritó porque no las encontraba y dio un

grito de cólera. En seguida aquel ser de gran fuerza, abrazando la cumbre, la arrancó de

un solo esfuerzo y cargó con ella, llevándose, además, sus elefantes, su oro y sus minas

de mil metales.

Cargado con la meseta de la montaña desarrolló su velocidad impetuosa y, asustando al

mundo, se lanzó a través del inmenso espacio.

Tan pronto como los monos reconocieron a Hanumat prorrumpieron en exclamaciones

de alegría. El héroe, sosteniendo la cumbre de la montaña, bajó y se colocó en medio de

ellos. Apenas los dos descendientes del monarca Ragú hubieron aspirado el olor que

exhalaban las celestes panaceas, notaron que las flechas salían de sus heridas y que su

cuerpo curaba de todas sus incomodidades.

Y al mismo tiempo, todos los monos privados de la vida salieron del estado de muerte,

como se sale del sueño al fin de la noche y, lanzando gritos de gozo, vitorearon a porfía

a aquel glorioso hijo del Viento.

Mientras tanto, Indradgit, después de su victoria, había entrado en Lanka; pero pronto

volvió a salir, resuelto a poner en obra la magia para fascinar a los cuadrumanos.

Entonces, haciendo uso de su magia, preparó un fantasma parecido a Sita montada en su

carro; después avanzó por el campo de batalla. Los monos, al frente de los cuales iba

Hanumat, se adelantaron inflamados de cólera y con las manos llenas de piedras.

Creyendo ver a Sita víctima de grandes penas, Hanumat se precipitó sobre el hijo de

Page 137: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Ravana; pero este, sacando de la vaina su espada y lanzando una estridente carcajada,

cogió por los cabellos al fantasma de Sita, la cual exclamaba con grandes voces

“¡Rama! !Rama!” Después la golpeó con la espada, partió en dos pedazos el muñeco, lo

mismo que si hubiera sido un hijo y lo arrojó a Tierra, haciendo creer que arrojaba a la

bella anacoreta de cuerpo seductor.

Hanumat dio conocimiento de ese horrible suceso a Rama y este, sofocado por el dolor,

cayó sin sentido al suelo.

Afortunadamente Vibisana dijo estas palabras consoladoras al Ragüida, que después de

un momento había recobrado el uso de los sentidos: “en lo que te ha contado Hanumat,

todo afligido, pienso que no hay más verdad que si te dieran esta otra noticia: “El mar

está seco”. Desecha esa desesperación que no tiene fundamento”.

Entonces comenzó un combate espantoso, encarnizado, cuerpo a cuerpo, entre Ravana y

Rama. Los dos guerreros se hirieron mutuamente con numerosas flechas. Con suma

atención se observaban, describían evoluciones varias alrededor de su enemigo y los dos

héroes hasta entonces no vencidos, se lanzaban con habilidad y destreza un montón de

proyectiles.

Por fin, Ravana, con mano vigorosa, plantó un haz de flechas de hierro en la frente del

valeroso Dasarátida; pero este, llevando en la frente aquella extraña corona, como si

fuese guirnalda de lotos azulados, no experimentó ninguna emoción, y disparó una

flecha contra el tirano que permanecía de pie en su carro; Ravana devolvió aquella

flecha que, silbando, se clavó en la tierra y cogió otra, la de los Asuras, que lanzó contra

su enemigo. El Ragüida, irritado y silbando como una serpiente, disparó contra Ravana

innumerables dardos terminados en hocico de tigre y de león, en pico de buitre y de

cuervo, que anularon el poder de la flecha del rey de los Raksasas.

El enérgico Laksmana apareció entonces disparando siete dardos que destrozaron la

bandera del monarca y con una sola flecha hizo caer del carro al cochero de Ravana.

Este se armó con una lanza de hierro más temible que la misma muerte: vio a Laksmana

y arrojó contra él su lanza, al mismo tiempo que gritaba estentóreamente.

Rama habló así al arma de hierro: “¡Se inútil! ¡No llegues a donde vas dirigida!” Pero

mientras enunciaba ese pensamiento, la férrea lanza, vibrando, hirió el pecho de

Laksmana.

Este cayó al suelo con el corazón traspasado.

Después, montado en una carroza deslumbradora, parecida al fuego, Ravana atacó

nuevamente a Rama.

En aquella ocasión, Indra, viendo a Rama que iba a pie, le mandó su carroza de oro, con

su bandera de asta de oro, y las cien zonas de campanillas, su arco, su coraza parecida al

fuego, sus flechas semejantes a los rayos del Sol y sus lanzas férreas, relucientes y

aceradas.

Rama, después de haber tomado aquellas armas, subió a la carroza del rey de los dioses

y en seguida, Matali, el cochero más hábil entre todos, lanzó sus caballos contra el carro

de Ravana. Este, entonces, hizo caer sobre Rama una espantosa lluvia de flechas, con

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las que destrozó a Matali, abatió la bandera de oro que cayó al fondo de la carroza e

hirió a los corceles de Indra.

Al ver al Ragüida perseguido por su enemigo, los mismos dioses temblaron. El mar,

ardiendo, por decirlo así, envuelto en humo y teniendo sus olas agitadísimas, se

encrespó con furor hasta tocar en las alturas del espacio a la antorcha del día. El Sol,

cuyos fulgores se habían oscurecido, aparecía horrible, de color de cobre, con su disco

empañado y pegado, en cierto modo, al fondo del cielo.

Inmediatamente los Asuras y los Dioses volvieron a encender la antigua guerra que

entre ellos existía desde tiempo remoto. Aclamaciones apasionadas se producían entre

unos y otros.

“¡La victoria para ti, Ravana!” exclamaban los Asuras. “¡La victoria para ti, Rama!”

gritaban los dioses.

En aquel momento, Ravana tomó una lanza espantosa, que era el terror de todas las

criaturas y tenía el filo de diamante. Al verla terrible y resplandeciente, el Ragüida,

levantando su arco, envió contra ella sus dardos más agudos, que la alcanzaron y la

cortaron en medio de su vuelo.

Pero la gran pica del Raksasa inutilizó sus flechas que le disparaba su rival. El Raguida,

entonces, se sintió poseído de cólera y empuñó la pica de hierro de Indra. Apenas hubo

levantado con mano vigorosa el arma de innumerables campanillas, el cielo se iluminó.

Tiró la pica para que destrozara la gran lanza del rey de los Yatavas y, en efecto, aquella

lanza rota en varios pedazos, cayó, quedando extinguidos sus fulgores y destruido su

poder.

A continuación, Rama hizo sucumbir los corceles de Ravana y a este mismo lo hirió con

tres flechas en el pecho y con otras tres en medio de la frente. Después, riendo

irónicamente dijo a Ravana: “¡En castigo de haber tenido cautiva a mi esposa, vas a

perder la vida, tú que eres el más vil de los Raksasas!... has alardeado de valor con

mujeres indefensas; te has portado como hombre depravado y piensas: “Soy un

héroe…” No duermo de día ni de noche, noctívago de acciones criminales. No puedo

reposar hasta que te haya arrancado la vida… ¡Que aquí pues, hoy mismo, de tu cuerpo

acribillado con mis dardos y tendido, sin vida, las aves del cielo extraigan tus entrañas,

como Garuda devora las serpientes!”

Entonces Rama abrumó con sus flechas a Ravana, a quien los monos lanzaron al mismo

tiempo una lluvia de piedras. Ravana contestó. Rama cortó una de las cabezas de

Ravana. Pero, inmediatamente, sobre los hombros de Ravana surgió otra cabeza que

Rama derribó igualmente. Una tercera cabeza le nació en el acto, la cual también cayó

como las otras bajo las flechas del Ragüida. Pero mientras más cabezas le cortaba, otras

le nacían: Rama le cortó así un centenar de cabezas, una tras otra, y no por eso se

extinguió la vida del monarca de los Raksasas.

A su vez Ravana hostilizaba a Rama con una diversidad de flechas.

La escena de aquel tumultuoso y formidable combate se desarrolló unas veces en el

cielo y otras en la tierra y duró siete días, sin cesar ni una hora ni un minuto.

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Rama, en aquel trance, tomó un dardo que Brahma había fabricado en otro tiempo a

favor de Indra; ese dardo, en su parte emplumada tenía el viento y en su punta, el fuego

y el sol. Brahma había hecho que en el centro de ese dardo se sentaran las divinidades

que representan el terror: tenía, además, la forma de la muerte.

Rama blandió con toda su fuerza su arco e, hirviendo de coraje, lanzó a Ravana aquel

dardo terrible, que cayó sobre el demonio y le horadó el corazón: en seguida, cumplido

su objeto, el dardo volvió por sí mismo a su aljaba.

Ravana, extinguido su esplendor, aniquilada su fogosidad, exhalada su alma, se

desplomó desde su carro sobre la tierra.

La batalla había concluido. Rama envió a Hanumat a la ciudad de Lanka y le encargó

que buscase a Sita, su esposa. Esta, “cuya alegría no dejaba paso a su voz, incapaz de

articular una sola palabra”, vestida con preciosos trajes, ostentando joyas

deslumbradoras y ocupando una rica litera, se hizo conducir al lado de su esposo.

En presencia de aquella mujer que animaba un cuerpo de celestial belleza, Rama no

pronunció una sola palabra, porque la duda había entrado en su alma: sus ojos aparecían

amoratados extremadamente, como consecuencia del esfuerzo que el héroe hacía para

contener las lágrimas. Sita, sin tacha, inocente, de alma pura, no consiguió de su esposo

ni una sola palabra. Así, con los ojos bañados por lágrimas de pudor, al hallarse entre

los pueblos reunidos, prorrumpió en torrentes de llanto cuando se fue aproximando a

Rama, a quien dijo: “¡Esposo mío!” Y se pudo observar que la intensa mirada que

dirigió a este, expresaba más de un sentimiento: había en ella admiración, alegría, amor,

cólera y dolor. Pero Rama, contrayendo sus negras cejas le dirigió estas cáusticas

palabras: “He hecho todo lo que puede hacer un hombre para lavar una ofensa; por ese

motivo te he libertado. He dejado, pues, en salvo mi honor. Pero ¿es digno de un

hombre de corazón, perteneciente a familia ilustre, y en cuya alma ha brotado la duda,

es digno que vulva a vivir con su esposa, después que esta ha habitado bajo el techo de

otro hombre? Ve, pues, donde quieras; me despido de ti: ve, Djanákida, allí donde te

plazca. He ahí los diez puntos cardinales del espacio: escoge. Ya no hay nada de común

entre nosotros dos”

Enjugando su rostro bañado por las lágrimas, Sita dijo a su esposo, lentamente y con

voz conmovida, estas palabras: “Nunca, nunca, ni en pensamientos, he cometido contra

ti la más mínima falta; que los dioses, nuestros dueños, te den una felicidad tan

verdadera como cierta es esta afirmación mía. Si mi alma, príncipe, si mi natural casto y

nuestra vida en común, no han sido bastantes para darte confianza en mí, esa desgracia

me matará para la eternidad”

Después dijo con tristeza a Laksmana: “Hijo de Sumitra, levanta para mí una pira; ese

es el único remedio que a mi infortunio queda; castigada injustaente por tantos golpes,

ya no me restan fuerzas para soportar la vida” Después de esas palabras de la Mitilana,

el robusto guerrero, conformándose a los deseos de Sita, preparó una hoguera.

Entonces, Sita, con suprema resolución, se prosternó un momento ante su esposo y se

arrojó a las llamas.

De pronto, Kuvera, rey de las riquezas, Yama, dios de la muerte, el dios de la mil

miradas, monarca de los inmortales y Varuna, soberano de los dioses, el afortunado,

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Siva, de los tres ojos, el augusto y afortunado creador del mundo entero, Brahma, y el

rey Dasarata, conducidos en una carroza por los aires, acudieron a aquellos lugares.

En seguida, el más eminente de los inmortales extendió su fuerte brazo y dijo al

Ragüida que estaba ante él con las dos manos juntas en forma de copa: “¿Cómo puedes

ver con indiferencia el hecho de que Sita se arroje al fuego de una hoguera? ¿Cómo, oh

tú, el primero entre los mayores dioses, no te reconoces a ti mismo? ¡Cómo! ¿Eres tú

quien se atreve a dudar de la casta Videana, como si fueras un esposo vulgar?

A estas palabras del creador de todo el Universo, Rama respondió: “Yo creo que soy

simplemente un hijo de Manú, que sólo soy Rama, hijo del rey Dasarata” Entonces el

Ser del esplendor infinito habló así al Kakútstida: “Escucha ahora la verdad ¡tú de quien

la fuerza nunca se ha desmentido! Tu excelencia es Narayana, dios augusto y

afortunado. Eres la morada de la verdad; se te ha visto desde el principio hasta el fin de

los mundos; pero no se sabe ni tu principio ni tu fin. Para la muerte de Ravana entraste

aquí abajo en un cuerpo humano. Para beneficio nuestro has consumado esa empresa.

¡Oh tú, la más fuerte columna que sostiene el principio del deber! Ahora que el impío

Ravana ha muerto, vuelve gozoso a tu mansión”.

Mientras tanto, el fuego ardiente y sin humo había respetado a la Djanákida colocada en

medio de la hoguera: de pronto, el fuego encarnó en un cuerpo y se lanzó por los aires

llevando a Sita en sus brazos.

El Fuego mismo puso en el seno de Rama a la joven, a la bella, a la sabia Videana de las

joyas de oro puro, vestida con traje escarlata, adornada de frescas guirnaldas de flores y

parecida al Sol.

Entonces, el testigo incorruptible del mundo, el Fuego, dijo a Rama: “He aquí a tu

esposa pura y sin tacha: yo, el Fuego que ve todo lo que hay manifiesto y oculto, te

garantizo que no existe en ella la menor falta…”

El rey Dasarata dijo a su hijo estas palabras: “Tú has visto, héroe, transcurrir catorce

años, durante los cuales, por mí has habitado los bosques en compañía de tu Videana y

de Laksmana. Tu estancia en los bosques, es pues, hoy una deuda pagada y tu promesa

está cumplida. Ahora, sosegado, con tus hermanos disfruta de larga vida”.

Mientras que el Kakútstida deificado se fue por los aires, Indra dijo estas palabras a

Rama: “Estamos contentos; dinos, lo que tu corazón desea”. A estas palabras el

Ragüida, con serenidad de alma, contestó alegremente: “Voy a pedirte una gracia,

soberano del mundo entero de los inmortales; dígnate concedérmela. Que todos los

monos, que vencidos en estos combates cayeron por mi causa en el imperio de Yama,

resuciten, gratificados con nueva vida. Que ríos límpidos circulen por los lugares donde

estén los monos y que para ellos nazcan raíces, frutos y flores hasta en el tiempo en que

no sea su estación propia…” El gran Indra respondió: “Hoy mismo será así”. Entonces,

Sakra vertió una lluvia mezclada de ambrosía en el campo de batalla. Apenas el

aguacero hubo caído, los magnánimos monos, vueltos a la vida, se levantaron como si

despertaran de un largo sueño.

Rama acompañado de Sita, recupera entonces la ciudad de Ayodya, de la que Barata le

entrega el imperio.

Page 141: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

WANG SHUH, UN HERBOLARIO

Leyenda China

Una historia china trata de la búsqueda hecha por Wang Shuh, un herbolario, de la

hierba de la nube roja. Siguió el curso de un arroyuelo de montaña un cálido día de

verano y, a medio día, se sentó a descansar y comer arroz bajo la sombra de unos

árboles al lado de la poza profunda de una cascada. Mientras estaba en la orilla mirando

el agua quedó sorprendido al ver en las profundidades un “chico azul”, de

aproximadamente un pie de estatura, con un junco azul en sus manos, montando sobre

una carpa roja sin molestar en absoluto al pez, el cual se movía de acá para allá. Pasados

unos momentos, la pareja subió a la superficie y ascendiendo por el aire tomaron la

dirección Este. Fueron velozmente hacia un banco de nubes que se deslizaba por el cielo

azul y desaparecieron de la vista.

El herbolario continuó ascendiendo la montaña en busca de la hierba y cuando llegó a la

cumbre se sorprendió al observar que el cielo estaba completamente encapotado.

Grandes masas de nubes amarillas y negras habían ascendido desde el mar oriental y

amenazaba tormenta. Wang Shuh se dio cuenta que el chico que había visto encima de

la carpa no era sino el dragón del trueno. Observó por entre las nubes y percibió que el

chico y la carpa se habían transformado en un kiao negro (dragón con escamas). Se

asustó y se escondió en un árbol hueco.

Pronto estalló la tormenta con toda su furia. El herbolario se asustó de veras al oír los

ruidos del dió al escuchar una música muy dulce. Observando a través de las ramas de

los árboles, vislumbró al chico sobre la carpa roja regresando desde el Este y posándose

sobre la superficie del agua. Pronto el chico estuvo de nuevo en las profundidades con

su juguetón compañero.

Paralizado por el miedo, el herbolario fue incapaz de moverse durante unos instantes.

Cuando reunió suficiente fuerza y valentía para hacerlo descubrió que el chico y la

carpa habían desaparecido. Entonces descubrió que la hierba de la nube roja, que había

estado buscando, había crecido en la orilla de las mismas aguas. Inclinándose, arrancó

una gran cantidad de un tirón. Tan pronto como lo hizo bajó como alma que lleva el

diablo colina abajo. Al llegar a su aldea Wan contó a sus amigos la maravillosa historia

de su aventura y de su descubrimiento.

Sucedió ahora que la hija del emperador –una muchacha muy hermosa- estaba enferma

en el palacio real. Los médicos de la corte trataban en vano de curarla. Al oír hablar del

descubrimiento de la hierba de la nube roja realizado por Wang Shuh, el emperador

mandó a buscarle. Al llegar a palacio, el herbolario fue recibido por el mismo

emperador que le dijo: “¿Es verdad como cuentan los hombres que has visto el kiao

negro en la forma de un chico azul montado en una carpa roja?”

Wang Shuh respondió: “Completamente”

“¿Y es verdad que has hallado la hierba del dragón que crece durante la tormenta?

“La he traído conmigo, majestad”

“Quizá devuelva la salud a mi hija”, dijo el emperador.

Page 142: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Wang Shuh le ofreció la hierba y el emperador le guió a una habitación donde se

encontraba la princesa enferma. La hierba tenía un olor dulce y Wang Shuh arrancó una

hoja y se la dio a la muchacha para que la oliera. Ella, al instante, mostró signos de

recuperación, lo que fue interpretado como señal de buenos augurios. Wang Shuh hizo

una medicina con la hierba y cuando la princesa la hubo tomado se puso bien y sana de

nuevo.

El emperador recompensó a Wang Shuh nombrándole su médico principal. Así el

herbolario se convirtió en un hombre importante.

Pocos mortales tienen la fortuna de ver un dragón, y esos pocos después de la visión son

agraciados con muy buena fortuna.

Page 143: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LA CAÍDA DE LA DINASTÍA HEA.

Leyenda China

Un saco de espuma de dragón, que había sido guardada en el palacio real durante tres

dinastías, fue abierta un día y apareció un dragón con la forma de un lagarto negro.

Tocó a una virgen y la dejó embarazada de una niña, a la que parió en secreto y dejó

abandonada en un bosque. Sucedió que un hombre muy pobre y su mujer, que no tenían

hijos, pasaron por casualidad y habiendo oído el llanto del bebé se lo llevaron a su casa,

donde le cuidaron mucho cariño. Pero los magos descubrieron la existencia de la hija

del dragón, de quien se había profetizado que destruiría la dinastía. Se organizó una

partida para buscar a la niña y los padres adoptivos se escaparon con ella al país de Pao.

Se la ofrecieron al rey del lugar, y ella creció hasta convertirse en una bella doncella

llamada Pao Sze. El rey la amaba tiernamente y cuando le dio un hijo, la hizo su reina

degradando a la reina Chen y su hijo, el príncipe heredero. Poh Fuh, el hijo de la mujer

dragón, fue entonces el príncipe en su lugar.

Pao Sze, aunque muy bella, tenía el semblante muy triste. Nunca sonreía. El rey hacía

todo lo que estaba en su mano para que sonriera y fuera feliz. Pero todos sus esfuerzos

eran en vano.

“Me complacería oirte reír”, decía él.

Pero ella sólo suspiraba y decía: “No me pidas reír.”

Un día el rey, en sus intentos por romper el hechizo que envolvía a su hermosa reina,

dispuso que los miembros de la corte entraran en palacio diciendo que un ejército

enemigo esta próximo y que la vida del rey corría peligro

Así lo hicieron. Estaba el rey divirtiéndose cuando entraron de repente sus nobles y

dijeron: “Majestad, el enemigo ha llegado mientras estás sentado solazándote, y tienen

la pretensión de matarte.”

El súbito cambio en el semblante del rey hizo que la mujer dragón comenzara a reír. Su

majestad estaba muy complacido.

Entonces aconteció que el enemigo vino de veras. Pero cuando se dio la voz de alarma,

los nobles pensaron que era una falsa alarma. El ejército tomó la ciudad, entró en el

palacio y ejecutó al rey. Pao Sze fue hecha prisionera debido a su belleza fatal; pero ella

se transformó en dragón escapándose y causando una furiosa tormenta.

Page 144: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LAS LAGRIMAS DE SUSA-NO-WO

Leyenda Coreana

Los budistas de todo el Oriente creían que en un dios que, mediante una simple gota de

agua podía proporcionar lluvia a uno o dos reinos e incluso evitar que el mar se secara

Las lagrimas malignas de Susa-no-wo eran por supuesto las de un dios perversoo de uno

que estaba enfermo de dolor.

Izanagi, al contemplar al gobernante del océano llorando, le preguntó por qué lo hacía.

Susa-no-wo respondió:

-Lloro porque quiero marcharme al país de mi madre muerta que se encuentra en el país

lejano.

Izanagi se enfadó y dijo: “Si deseas eso, ya no vivirás más en el imperio del océano”.

Desterró entonces a Susa-no-wo a Afumi.

Susa-no-wo le respondió que primero se despediría de su hermana, Ama-terasu, diosa

del Sol. Se elevó por los aires como hace el dragón que trae la tormenta. Dice el Ko-ji-

ki:

“(Con estas palabras) subió al cielo, donde todas las montañas se estremecieron y toda

región y país se estremeció. Entonces Ama-terasu, asustada por el ruido, dijo: “La razón

de la subida de mi hermano mayor seguramente no es buena, posiblemente desea

arrebatarme la región”.

La diosa se desató el pelo, se trenzó el pelo, se puso un collar de quinientas piedras

preciosas curvadas (magatama, es decir, en forma de uña) y se armó con un arco y una

flecha. Permaneció “valientemente como un hombre poderoso” y preguntó a su

hermano por qué había subido. Susa-no-wo declaró que no tenía ninguna intención

perversa, a lo que ella le pidió que le probara su sinceridad y sus buenos deseos. Él le

propuso que deberían prometerse fidelidad y tener hijos. Ella aceptó y “se juraron

fidelidad desde las riberas opuestas del río tranquilo del cielo”.

Ama-terasu pidió a Susa-no-wo su espada. Él se la dio y ella la rompió en tres pedazos.

Ella hizo un sonido tintineante con sus joyas, las cogió y las lavó en el Pozo del

Estanque de la Verdad del Cielo y “las hizo crujir”. Entonces del vaho (de su aliento)

nacieron los dioses: Princesa del Vaho del Torrente, la Princesa de la Isla Maravillosa y

la Princesa del Torrente.

Susa-no-wo pidió a Ama-terasu el collar de las quinientas piedras preciosas que estaba

enrollado en su trenza izquierda. Hizo un sonido tintineante con las joyas, las lavó y,

habiéndolas hecho crujir, “las sopló” y de su aliento nacieron los dioses: El Dios

Conquistador de Grandes Orejas, Ame-no-holi el Señor del Cielo y Kumano. En total

nacieron ocho deidades, tres diosas y cinco dioses.

Los nobles japoneses dicen descender de estos dioses. Se creía que los mikados

procedían del Dios de Grandes Orejas (Masa-ya-a-katsu-kachi-haya-hi-ama-no-oshi-ho-

mi-mi). En otro mito el mikado desciende de la diosa del Sol y de Taka-mi-musubi (el

Page 145: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Dios Grande y Augusto del Nacimiento y del Desarrollo que es, en cierta manera, un

Osiris japonés. Ha sido comparado al dios hindú Shiva. Aston dice que “musubi” es “el

proceso abstracto del desarrollo personificado, es decir, un poder inmanente en la

naturaleza y no externo a ella”. Breasted igualmente observa a Osiris como “el principio

imperecedero de la vida allá donde se encuentre” Shiva como “principio fructificador”

es representado por el falo. Se cree que este símbolo era el “shintai” (cuerpo del dios) de

Musubi.

Después del nacimiento de las tres diosas y los cinco dioses, Susa-no-wo afirmó: “Sin

duda he vencido”. Procedió entonces a asolar las regiones celestes. Rompió las lindes de

los campos de arroz, desbordó las acequias, defecó en el palacio en el que la diosa

comía. Se hizo incluso más violento. Habiendo hecho un agujero en la casa sagrada en

la que se sentaba Ama-terasu para supervisar cómo se tejían los trajes de los dioses, dejó

caer un caballo de varios colores desde el cielo que había sido desollado (una ofensa

terrible). Las tejedoras estaban aterrorizadas.

Asustada por lo que Sus-no-wo había hecho, la diosa del Sol penetró en su cueva, la

Morada de la Roca Celeste y cerró la puerta rápidamente. Todo el país se volvió oscuro.

Entonces las ochocientas deidades se reunieron a la orilla del río del cielo para planear

cómo seducir a la diosa del Sol para que saliera de su escondrijo. Hicieron que los

gallos (“los pájaros que cantan durante la noche eterna”) cantaran fuertemente, hicieron

que el Herrero Celeste forjara un espejo de hierro (“el verdadero metal”) procedente de

las montañas de Metal Celeste (minas) y encargaron al Antepasado de las Joyas (Tama-

noya-no-mikoto) que hiciera un collar con quinientas piedras preciosas curvadas.

Arrancaron también un árbol del monte Kagu celestial y en él colgaron el espejo, la

joya, la corteza del cerezo y otras ofrendas. Se recitó el ritual y posteriormente Ama-no-

Uzume (La Dama Celestial del Terror), llevando un tocado metálico (flores de oro y

plata), un fajín de tréboles procedente de las montañas celestiales y en sus manos un

ramillete de hierba de bambú, se puso a bailar hasta que las ochocientas deidades se

rieron. Deseando escuchar música alegre en lugar de sones tristes, la diosa del Sol abrió

la puerta de su cueva un poco y preguntó de qué se rían. Le dijeron que las deidades se

reían porque había entre ellos una diosa más augusta que ella.

Uno de los dioses le acercó el espejo y la diosa del Sol se sorprendió al contemplar una

diosa radiante, sin saber que estaba viendo su propia imagen y poco a poco se fue

maravillando de su propia belleza y luminosidad. Una de las deidades la tomó de la

mano y la sacó, mientras que otra, llamada Gran Joya, puso una cuerda de paja detrás de

ella para evitar que retrocediera Así la diosa del Sol fue convencida para que regresara e

iluminara el mundo.

Lo que sucedió después fue la segunda expulsión de Susa-no-wo. Sufrió muchos

castigos: le cortaron la barba y le amputaron los dedos meñiques de pies y manos.

Según el Ko-ji-ki imploró comida a la diosa de los alimentos. Ella tomó “cosas

delicadas” de varias partes de su cuerpo que él, sin embargo, consideró como basura,

por lo que la mató. Entonces de la cabeza de la diosa “nacieron gusanos de seda, de sus

ojos brotaron semillas de arroz, de sus orejas surgió mijo, de su nariz germinaron

pequeñas judías, de sus parte íntimas nació cebada, de su esencia surgieron habas”.

Fueron utilizadas como semillas. Según el Nihon-fi fueron sembradas “tanto en los

campos estrechos como en los grandes campos del cielo”.

Page 146: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Los motivos de conservar el espejo y las joyas (tama) en el santuario de Ise y de adorar

allí tanto a la diosa del Sol como a la de los alimentos, están así explicados en la

mitología sintoísta. Las sacerdotisas vírgenes bailaban en las ceremonias religiosas de la

misma manera que había hecho la diosa y las ofrendas se colgaban de los árboles al

igual que ocurría en las regiones celestes, mientras que la cuerda de paja se utilizaba

para mantener a los demonios alejados y asegurar la salida del Sol evitando que la diosa

solar retrocediera.

Page 147: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

EL CAZADOR DE DRAGONES Y SU RIVAL

Leyenda de Corea

Después de que Susa-no-wo hubiera sido desterrado del cielo, descendió al Tori-kami,

al lado del río Hi, en la provincia de Idzumo. Vio bajar flotando un palo en el río, por lo

que supo que había gente viviendo cerca y marchó en su busca. Pronto encontró a un

viejo y a una vieja llorando amargamente; entre ellos había una hermosa doncella.

Susa-no-wo preguntó: “¿quién eres?”

El anciano respondió: “Soy un dios de la Tierra, hijo de un dios de la montaña y me

llamo Ashi-na-dzu-chi (“el que golpea con el pie”); esta mujer es mi esposa y se llama

Te-na-dzu-chi (“el que golpea con la mano”); la doncella es mi hija Kush-inada-hime

(“La doncella del sol del campo del arroz milagroso”)”

Preguntó Sua-no-wo: “¿Por qué lloras?”

Dijo el viejo: “He tenido ocho hijas, pero cada año la serpiente de las ocho colas

(dragón) de Koshi ha venido y me las ha ido devorando una tras otra. Lloro ahora

porque ha llegado el día en que debo entregar a Kush-inada-hime a la serpiente”.

“¿Cómo es la serpiente?”

“Sus ojos son rojos como la cereza invernal. Tiene el cuerpo con ocho cabezas y ocho

colas y en su cuerpo crece el musgo y algunos árboles. Es tan larga que se extiende

sobre ocho valles y ocho columnas. Su vientre está continuamente inflamado y

vertiendo sangre”

Dijo Susa-no-wo: “Si esta doncella es tu hija, ¿me la entregarás?”

El anciano respondió: “Me hacéis un honor, pero no sé tu nombre”

“Soy el querido hermano de la diosa del Sol y acabo de bajar del cielo”

Dijo el viejo reverentemente: “Con humildad os ofrezco mi hija”

Susa-no-wo transformó entonces a la muchacha en una peineta que colocó en su pelo.

Después de hacer esto, ordenó a la pareja de ancianos que prepararan cerveza de arroz

(sake). Le obedecieron y les pidió que construyeran una valla con ocho puertas y ocho

bancos y que en cada banco situasen una tinaja con la cerveza.

Pasado el tiempo la serpiente de ocho cabezas se acercó. Introdujo cada una de sus

cabezas en cada una de las tinajas, se bebió el sake, se emborrachó y se tumbó a dormir.

Susa-no-wo sacó su espada de dos empuñaduras y cortó a la serpiente en pedazos. El río

Hi se tiñó de rojo con la sangre.

Cuando Susa-no-wo cortó la cola del medio se le rompió la espada. Esto le maravilló.

Cogiendo la punta de la espada con sus manos, la hincó y siguió cortando, miró adentró

y halló una hoja muy afilada dentro de la cola. La sacó y se la envió a su hermana Ama-

terasu, diosa del Sol. Esta espada es la Kusa-nagi-no-tachi (la espada del dragón

“destruye la tierra”)

Page 148: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Posteriormente, Susa-no-wo construyó una casa en la tierra de Idzumo, en un lugar

llamado Suga. Surgieron nubes de ese lugar. Encomendó al padre ser el guardián de

dicha residencia.

En su casa nupcial tuvo varios hijos con la muchacha que había rescatado del dragón:

Oho-toshi-no-kami (el Dios de la Gran Cosecha), Uka-no-mitana (el Espíritu Augusto

de la Comida) y Ohonamochi (El Poseedor del Gran Nombre) y el dios de Idzumo que

podía asumir la forma huma o de serpiente a voluntad.

Ohonamochi y sus ochenta hermanos querían casarse con la princesa Yakami en Inaba.

Por el camino los ochenta hermanos se burlaron de una liebre que pasaba con una herida

muy dolorosa, sin embargo Ohonamochi la curó. La liebre agradecida de Inaba, llamada

ahora “La Diosa Liebre”, prometió a Ohonamochi, que llevaba el equipaje de sus

hermanos como si fuera su siervo, que la princesa se convertiría en su esposa.

La princesa posteriormente no quiso casarse con ninguno de los ochenta hermanos

diciendo que prefería a Ohonamochi. Los hermanos, muy enfadados, se reunieron y

decidieron decir a Ohonamochi: “Hay un jabalí rojo en esta montaña llamada Tema del

País de Hataki. Cuando lo derribemos debes cogerlo. Si no lo haces, te mataremos.

Habiendo dicho esto, las ochenta deidades encendieron un fuego en el que calentaron

una gran piedra que tenía la forma de un jabalí. Hicieron rodar la piedra colina abajo y

cuando Ohonamochi lo atrapó, se quemó tan dolorosamente que murió.

Entonces su madre lloró y se lamentó y, ascendiendo a los cielos, convocó a Kami-

musu-bi-no-kami (Deidad Productora de Cosas Maravillosas), uno de los dioses más

viejos, que envió a Kisa-gahi-hime (La Princesa de la Concha del Berberecho) y a

Umugi-hime (La Princesa de la Almeja) para devolver la vida al dios muerto. Kisagahi-

hime trituró y quemó su concha y Umugi-hime le llevó agua y le untó con leche

materna. De esta manera Ohonamochi resucitó y volvió a ser un joven apuesto.

Los ochenta dioses engañaron a Ohonamuchi. Le condujeron a las montañas. Allí

talaron un árbol al cual dividieron e introdujeron una cuña en él. Una vez hecho esto,

pusieron a Ohonamochi en medio, quitaron la cuña y lo mataron.

La madre de este lloró de nuevo. Cortó el árbol y sacándolo devolvió la vida de nuevo a

su hijo. Entonces el joven huyó al País de los árboles, tratando de escapar de sus

perseguidores. Estos, sin embargo, se habían ocultado en la copa de un árbol con flechas

dispuestas en los arcos.

Aconsejaron a Ohonamochi que huyera al País Lejano Inferior (Hades), donde moraba

Susa-no-wo. La princesa Descarada le encontró, se enamoraron y se casaron. Ella dijo a

su padre, Susa-no-wo, que un dios muy hermoso había llegado. Pero Susa-no-wo se

enfadó y llamó al joven dios: “El feo Dios Varón de la Llanura del Junco”) y le ordenó

que se durmiera en la madriguera de la serpiente. La Princesa Desacarada dio a

Ohonamochi un pañuelo para la serpiente, diciendo que lo agitara tres veces si la

serpiente quería morderle. Lo hizo así y no le sucedió nada. La noche siguiente Susa-no-

wo ordenó al joven dios que durmiera en el cubículo de los ciempiés y de las avispas,

pero la princesa le dio otro pañuelo que lo protegió igualmente.

Page 149: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Al día siguiente, Susa-no-wo disparó una “flecha zumbante” en mitad de un páramo y

ordenó a Ohonamochi traerla a palacio. Cuando el joven se marchó hacia el páramo,

Ohonamochi prendió fuego alrededor de dicho lugar. Ohonamochi no podía encontrar

ninguna salida. Mientras se encontraba en esa situación, se le acercó un ratón, el cual le

dijo que había un agujero en el que se podía ocultar. Fue corriendo hacia el agujero y se

ocultó hasta que terminó el incendió. Después el ratón descubrió la flecha y se la trajo.

“Las crías del ratón trajeron en sus bocas las plumas de la flecha”

La Princesa Descarada se lamentó por la suerte de su marido y Susa-no-wo creyó que

este habría muerto. Sin embargo, la Princesa halló su marido y lo trajo de vuelta a casa.

Devolvió la flecha a Susa-no-wo. Este dios tenía muchos ciempiés en su pelo y ordenó

al joven que se los quitara. Ohonamochi fingió hacerlo y mientras Sua-no-wo se quedó

dormido.

Entonces Ohonamochi ató el cabello de Susa-no-wo a una viga, puso una gran piedra

contra la puerta y se escapó llevándose a la Princesa Descarada a sus espaldas. Se llevó

también la espada de Susa-no-wo así como el arco y las flechas de la vida y el laúd

celestial que hablaba.

Mientras Ohonamochi huía, el laúd tocó accidentalmente en un árbol y la tierra resonó

con su llamada. Susa-no-wo se despertó con la llamada del espíritu. Tiró la casa abajo

para poder liberarse, pero tardó tanto tiempo en desenredar sus cabellos de la viga que

cuando inició la persecución no pudo divisar a Ohonamochi hasta que estaba en el Paso

de Yomi (Hades)

Susa-no-wo gritó a Ohonamochi, aconsejándole que persiguiera a sus ochenta medio-

hermanos con la espada y con el arco y las flechas de la vida hasta arrojarlos a los

rápidos del río. “Después, tunante, conviértete en Oho-kunimushi (Gran Dios del País) y

convierte a la Princesa Descarada en tu consorte. Levanta las columnas del templo a

pies del monte Uka sobre cimientos de piedra y eleva las vigas traveseras hasta la

Llanura del Alto Cielo. Vive allí, malandrín”.

Ohonamochi persiguió y destruyó a las ochenta deidades. Continúa la narración:

“Entonces comenzó a construir el país”.

Aquí nos encontramos con otro mito de la Creación.

Ohonamochi y la Princesa Descarada tuvieron dos niños. Fueron: Ki-no-mata-no-kami

(El Dios del Tridente) y Mi-wi-no-kami (El Dios de los Torrentes Augustos).

Como Odín, Ohonamochi corteja durante su vida a más de una diosa. Una de ellas, la

Princesa de Nuna-kaha (el río de la Laguna), le canta:

“Siendo un hombre posiblemente tienes en tus islas promontorios que puedes ver y en

cada playa promontorios que miras y a una mujer que le gustan las hierbas tiernas. Pero

yo ¡ay!, siendo mujer, no tengo otro hombre nada más que tú”

Un dios elfo cruza el océano para ayudar a Ohonamochi a “crear y consolidar el país”.

Se llama Sukuna-bikona (El Dios Principito). Vestido con pieles de pájaro, el pequeño

dios navegaba en una barca hecha de Kagami divino.

Page 150: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Después de estar un tiempo ayudando a consolidar el país, se marchó rumbo a Toko-yo-

no-kuni (El País Eterno).

Después vino un dios que iluminaba el mar a ayudar a consolidar el país. Pidió un

templo en el monte Mimorro donde fue posteriormente adorado. Después se marchó al

País Eterno (Toko-yo-no-kuni) donde crece el naranjo de la vida. Allí la deidad reveló

que el principio se llamaba Príncipe que se Desmenuza; sus piernas no caminan, pero

conoce todo lo que hay bajo los cielos

Page 151: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

ANTAÑAVO, EL LAGO SAGRADO DE LOS ANTANKARANA

Leyenda de Madagascar

En el País Antankarana, en el norte de Madagascar, se encuentra el lago Antañavo.

Cuenta el Pueblo Antankarana que hace mucho tiempo, donde hoy está el lago existía

un gran poblado que contaba con su rey, príncipes y princesas, con grandes manadas de

vacas y campos de yuca, patatas y arroz.

En este pueblo, mezclados entre la población, vivían un hombre y una mujer a quienes

sus vecinos no conocían. Se habían casado y tenían un niño de unos seis meses de edad.

Una noche, el niño empezó a llorar, sin que la madre supiera qué hacer para calmarlo. A

pesar de las caricias de la madre, de mecerle en sus brazos, de intentar darle de mamar,

el niño no cesaba de llorar y gritar.

Entonces, la madre cogió al bebé en brazos y fue a pasear con él a las afueras del

pueblo, sentándose bajo el gran tamarindo donde las mujeres solían juntarse por la

mañana y por la tarde para moler arroz, por lo que le llamaban ambodilôna. La madre

pensaba que la brisa y el frescor de la noche calmarían al niño. En cuanto ella se sentó,

el niño se calló y se quedó dormido. Entonces, suavemente volvió para casa, pero nada

más cruzar la puerta, el niño se despertó y comenzó de nuevo a llorar y gritar.

La madre salió de nuevo y volvió a sentarse en un mortero a arroz y, como por

encantamiento, el niño dejó de llorar y volvió a dormirse. La madre, que quería volver

junto a su marido, se levantó y se dirigió hacia casa. Nuevamente, en cuanto la mujer

cruzó el umbral de la puerta el niño se despertó y comenzó a llorar violentamente. Por

tres veces hizo la madre lo mismo, y tres veces el niño, se dormía en cuanto ella se

sentaba en el mortero de arroz, y se despertaba cuando ella intentaba entrar en casa. L

cuarta vez, decidió pasarse la noche bajo el tamarindo.

Apenas había tomado esta decisión, cuando de repente todo el pueblo se hundió en la

tierra desapareciendo con un gran estruendo. Donde hasta entonces había estadio el

pueblo no quedaba sino un enorme agujero que de pronto comenzó a llenarse de agua

hasta que ésta llegó al pie del tamarindo donde la mujer asustada sostenía a su hijo,

apretándole entre sus brazos.

En cuanto se hizo de día, la mujer fue corriendo hasta el pueblo más cercano para

contarles lo que había sucedido ante sus ojos y cómo habían desaparecido todos los

vecinos.

Desde entonces, el lago adquirió un carácter sagrado. En él viven muchos cocodrilos en

quienes los antankarana y los sakalava creen que se refugiaron las almas de los antiguos

habitantes de la aldea desaparecida bajo las aguas. Por esta razón, no sólo no se les mata

sino que se les da comida en ciertas fechas.

Tanto el lago Antañavo, los cocodrilos que en él habitan como el gran tamarindo

ambodilôna son venerados y se acude a ellos para pedir ayuda.

Así, cuando una pareja no acaba de tener hijos, acude al lago e invoca a las almas de los

habitantes desaparecidos pidiéndoles que se le conceda una numerosa descendencia,

Page 152: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

prometiendo, a cambio, volver para ofrecerles el sacrificio de animales para su

alimento. Cuando la petición tiene éxito, la pareja regresa al lago para cumplir lo

prometido. Los animales sacrificados se matan muy cerca del agua, parte se echa en el

agua y parte de su carne se reparte por las cercanías del lago para provocar que los

cocodrilos se alejen lo más posible del agua porque piensan que cuanto más se alejen

mayor será la ayuda que proporcionarán.

Cuando un antakarana cae enfermo, se le lleva muy cerca del lago, se le lava con sus

aguas y dicen que se cura.

Está prohibido bañarse en sus aguas e incluso hasta meter en ellas las manos o los pies.

Cuando uno quiere beber o tomar agua del lago, debe hacerlo con la ayuda de un

recipiente dispuesto al final de una vara larga y sólo puede beberla a algunos pasos de la

orilla.

También está prohibido escupir en el lago o cerca de él, así como hacer sus necesidades

en los alrededores. Se cree que quien violara estas prohibiciones sería devorado, pronto

o tarde, por los cocodrilos.

Page 153: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

EL MITO DE OSIRIS

Mito de Egipto

Cuando Ra todavía gobernaba el Mundo, fue advertido de que su hija Nut (Rea), diosa

de los espacios celestes, tenía comercio secreto con Geb (Cronos), dios de la Tierra, y

que si en algún momento diese a luz un niño, este gobernaría la humanidad, por lo que

Ra maldijo a Nut de manera que nunca podría tener un hijo en ningún día y ninguna

noche del año ("Asi nunca Nut pueda dar a luz niño alguno ni en el transcurso del mes

ni en el transcurso del año"). Nut pidió consejo al gran Thot (Hermes), dios de la

sabiduría, quien por cierto estaba enamorado de la diosa, de la que también había

obtenido favores en su momento. Este, por medio de su sabiduría, encontró la forma de

evitar la maldición. Thot acudió a Jonsu, dios lunar, cuyo brillo era entonces casi como

el del Sol y lo desafió a un juego de mesa, en el que Jonsu apostaba su propia luz.

Ambos jugaron y la suerte siempre estaba de parte de Thot, hasta que Jonsu fue

derrotado. La apuesta consistía en 1/72 parte de la luminosidad diaria de la Luna, y

desde entoces Jonsu no ha tenido suficiente fuerza para brillar a lo largo del mes, por

eso mengua y se recupera. Con esta luz Thot creo 5 nuevos días, conocidos como

epagómenos, en el calendario que hasta entoces constaba de 12 meses de 30 diás cada

uno y los añadió justo al final del año, de manera que no pertenecían ni al año viejo ni al

nuevo. Así Nut pudo tener a sus 5 hijos, y al mismo tiempo se cumplió la maldición de

Ra. Primero nació Osiris, y su nacimiento fué anunciado como el de un dios bondadoso

y benefactor del pueblo (" El gran señor de todas las cosas ha aparecido bañado por la

luz"). El segundo fue reservado para el nacimiento de Horus (Apolo), hijo de Osiris e

Isis, el tercero para Seth (Tifón), quien no nació ni en el tiempo que le correspondía ni

por el camino adecuado, sino rasgando el costado de su madre Nut. El cuarto día nació

Isis , entre las marismas, y el último Neftis (Afrodita, Teleuté y Victoria).

Osiris, el primogénito, era el heredero del reino y representaba el lado bueno, la

regeneración y la fertilidad de la tierra, mientras que Seth representaba la aridez, el lado

oscuro y las zonas desérticas. Con el tiempo Osiris se casó con su hermana Isis, a quien

amaba desde el vientre de su madre. Seth se casó con Neftis, pues al ser un dios sólo

una diosa podía ser su esposa. Isis, la más inteligente de los 4 hermanos, obtuvo con

destreza el nombre secreto de Ra, el nombre que le otorgaba poder y grandeza (Véase

historia de Ra) y con el tiempo Osiris se convirtió en el Rey de Egipto. En aquellos

tiempos la humanidad vivía en estado salvaje, practicando el canibalismo, y fue Osiris

quien enseñó a su pueblo a cultivar los campos, aprovechando las inundaciones anuales

del Nilo, y cómo segar y recoger la cosecha para alimentarse. También les enseñó como

sembrar vides y obtener vino (de ahí la asociación griega con Dionisio) y la forma de

fabricar cerveza a partir del cultivo de cebada. Pero no sólo enseñó al pueblo cómo

alimentarse y cultivar sino que le dió leyes con las que regirse en paz, la música y la

alegría y les instruyó en el respeto a los dioses.

Cuando había acabado su función Osiris partió a proclamar sus enseñanzas en otras

tierras, dejando a cargo de Egipto a Isis quien gobernó sabiamente en ausencia de su

marido. Pero Seth odiaba a su hermano, su poder y su popularidad, por lo que mientras

Osiris se encontraba en otras naciones confabuló un plan junto con otros 72

conspiradores y la reina de Kush (Etiopía), Aso. En secreto obtuvo las medidas exactas

del cuepo de Osiris y fabricó un cofre de maderas nobles, ricamente adornado, como un

Rey se merecía y en el que encajaba perfectamente el cuerpo de su hermano. Tras el

Page 154: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

regreso de Osiris, Seth decidió dar un gran banquete en honor a su hermano, e Isis,

enterada de la posible conspiración advirtió a Osiris, quien no vió nada malo en acudir

al banquete. La fiesta, a la que habían asistido los 72 conspiradores, fue grande; las

mejores comidas y bebidas y los mejores bailes de todo el reino. La fiesta y los

acontecimientos que se relatan a continuación se produjeron durante el día 17 del mes

Athyr del año 28 del reinado de Osiris.

En un momento de la fiesta, cuando ya los corazones de los invitados estaban jubilosos,

Seth enseñando el cofre dijo, con voz dulce: "Daré este cofre a aquel cuyo cuerpo

encaje perfectamente en él". Los invitados fueron probando uno a uno si su cuerpo

encajaba dentro del cofre, pero ninguno lo obtuvo porque para unos era largo o corto y

para otros demasiado ancho o estrecho. Osiris, maravillado por la grandeza del oro y

maderas y por las pinturas que lo adornaban, acercándose a él dijo: "Permitidme probar

a mi". Osiris lo probó y viendo que encajaba afirmó: "Encajo y será mio para siempre",

a lo que Seth respondió "Tuyo es, hermano y de hecho lo será para siempre" y cerró la

tapa bruscamente, clavándolo luego con ayuda de los invitados y sellándolo con plomo

fundido. El cofre fue transportado hasta el Nilo donde lo arrojaron. Hapi, el dios del

Nilo, lo arrastró hasta la costa fenicia, junto a la ciudad de Byblos, donde las olas lo

lanzaron contra un arbusto de tamarisco, en el que quedó incrustado. El arbusto creció y

se convirtió en un grandioso árbol con el cofre incrustado en su tronco. Pronto se corrió

la voz de la grandeza del arbusto por las tierras del reino y el rey Malcandro, avisado de

la extraordinaria apariencia del árbol, se acercó al lugar. ordenando fuese talado, para,

con é,l construir un pilar que en adelante sujetara el techo de su palacio.

Isis, enterada de la traición de Seth, se propuso encontrar el cadaver de su marido para

darle la justa sepultura, digna de un dios, y partió en su busca junto a su hijo Horus,

también llamado Horus el Niño o Harpócrates, encontrando refugio en la isla de Buto en

la que vivía Uadyet, a quien los hombres llamaban también Buto o Latona, y le confió a

Horus, temiendo que el odio de Seth acabase con la vida de su hijo de la misma forma

que había acabado con la de su marido.

Isis deambuló por toda la tierra en busca del cuerpo de Osiris, preguntando a todos los

que veía, pero no había hombre ni mujer que conociese el paradero del cofre, y la magia

que Isis poseía no tenía efectos en tales circunstancias. Hasta que encontró a unos niños

que jugaban en la ribera del río, quienes la informaron de la rama del Nilo por la que

había llegado el cofre al mar. Además Isis descubrió meliloto en la corona que Osiris

había dejado cerca de Neftis, signo inequívoco del comercio que éste había mantenido

con su hermana Neftis, a quien confundió con la misma Isis. De esta unión nació

Anubis a quien Neftis había escondido al dar a luz por miedo a la posible venganza de

Seth. Isis, guiada por perros, le encontró, le cuidó y alimentó y desde entonces Anubis

se hizo su guardián y acompañante.

Después Isis, solicitando siempre la ayuda de los niños, averiguó que el cofre había

llegado hasta la localidad de Byblos, noticia que le había sido transmitida por un viento

divino. Llegó a esta ciudad y se sentó en la orilla del mar. Las doncellas de la reina

Astarté, esposa de Malcandro, bajaban cada día al río a bañarse e Isis, a la salida del

baño, les enseñó cómo peinarse, trenzando sus cabellos, y las perfumó con las

fragancias que emanaban de su cuerpo. Cuando las doncellas regresaron a palacio su

señora quedó maravillada por sus nuevos peinados, hasta entonces desconocidos, y por

las fragancias con las que habían sido ungidas. Las doncellas le relataron su encuentro

con una mujer que se encontraba en la orilla, una mujer solitaria y triste que las había

Page 155: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

peinado y perfumado con sus fragancias. La reina mandó a buscarla y le propuso a Isis

que sirviese en palacio cuidando de su pequeño hijo, que se encontraba débil y enfermo,

al borde de la muerte. Isis aceptó diciendo 'puedo hacer que este niño sea grande y

poderoso, pero lo haré con medios propios y nadie debe interferir en mi obra'. Poco a

poco el niño fue creciendo aunque Isis no hizo más que darle a chupar su dedo, en lugar

del seno. Más tarde Isis, que sentía gran afecto por el niño, decidió hacerlo inmortal,

quemando sus partes mortales. Por la noche ponía grandes troncos en el fuego y

arrojaba al niño a las llamas; después se convertía en una golondrina y emitía grandes

lamentos en torno al pilar en el que se encontraba Osiris. La reina preguntó a sus

sirvientes si conocían qué hacía su amiga para que el niño se hubiese restablecido de esa

forma, pero nadie conocía el secreto de la diosa, por eso una noche, ávida de curiosidad

acudió a espiar a Isis y cuando vio que su hijo era arrojado al fuego fue a rescatarlo,

privándole de la inmortalidad. Isis entonces pronunció las siguientes palabras: '¡Oh

madre imprudente! ¿Por qué has cogido al niño?, sólo unos días más y todas sus partes

mortales habrían sido destruidas por el fuego y, como los dioses, habría sido inmortal y

joven por siempre'. En ese instante Isis adoptó su verdadera forma y la reina advirtió

que se encontraba ante una diosa. Los reyes ofrecieron a Isis los mejores regalos que

podía imaginar, pero ella sólo pidió una cosa: el gran pilar de tamarisco que sujetaba el

palacio y todo lo que en él estuviese contenido. Cuando se lo ofrecieron Isis lo abrió, sin

ningún esfuerzo, y tomó el cofre, devolviendo el pilar al Rey cubierto por una fina tela

ungida en esencias y flores. Este trozo de madera se mantuvo en Byblos como el pilar

que una vez albergó el cuerpo de un dios, y como tal, fue largamente venerado. Cuando

Isis recogió el cofre que contenía el cuerpo difunto de su marido, se estremeció,

dejándose caer sobre él y de ella emergió un lamento tan profundamente agudo que el

más pequeño de los hijos del rey quedó como muerto en ese mismo instante. Isis cargó

el cofre en un barco ofrecido por el rey y partió hacia Egipto en compañía del mayor de

los hijos del rey. En la travesía a lo largo del río Fedros (Ouadi-Fedar actualmente)

soplaba un viento extremadamente fuerte y violento. Isis, en un momento de irritación,

desecó el curso. Cuando Isis se creía segura y sola decidió abrir el cofre que contenía el

cuerpo de su marido, a quien besó. Pero el principe se encontraba cerca observándola.

Isis le descubrió y fue tal la mirada que surgió de sus ojos que el hijo del rey falleció en

el momento.

A su llegada a Egipto, Isis escondió el cofre en los pantanos del Delta y acudió a Buto

en busca de Horus. Seth, que se encontraba cazando jabalíes una noche, encontró, por la

luz de la Luna, el cofre y lo reconoció. Encolerizado por el hallazgo lo abrió, tomó el

cuerpo de Osiris y lo despedazó en 14 trozos que esparció a lo largo del Nilo para que

sirviese de alimento a los cocodrilos. "¿No es posible destruir el cuerpo de un dios?".

"Yo lo he hecho - porque yo he destruido a Osiris"! dijo Seth riendo, y su risa se oyó en

todos los rincones de la Tierra, y todos aquellos quienes la percibieron temblaron,

estremeciéndose de terror.

Isis debía empezar de nuevo su busqueda, pero esta vez no se encontraba sola, contaba

con su hermana Neftis, esposa de Seth, con quien estaba enfrentada en su rivalidad con

Osiris y con Anubis, hijo de Osiris y Neftis. En su búsqueda iba acompañada y

protegida por 7 escorpiones, viajando por el Nilo en una barca de papiro, y los

cocodrilos en reverencia a la diosa ni tocaron los trozos de Osiris ni a ella. Por eso en

épocas posteriores cuando alguien navegaba por el Nilo en un barco de papiro se creía a

salvo de los cocodrilos, pues se pensaba que estos todavía creían que era la diosa en

busca de los trozos del cuerpo de su marido. Poco a poco Isis fue recuperando cada uno

de los trozos del cuerpo, envolviéndolos en cera aromatizada, y en cada lugar donde

Page 156: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

apareció un trozo, Isis entregó a los sacerdotes la figura, obligándoles a jurar que le

darían sepultura y venerarían, además de consagrarle el animal que ellos mismos

decidiesen al que venerarían con los mismos honores en vida, cuando muriese y tras su

muerte. Sólo un pedazo quedó por recuperar, el miembro viril, comido por el lepidoto,

el pagro y el oxirrinco, especies que quedaron malditas a partir de ese momento, y

nunca más ningún egipcio tocaría o comería pez de esta clase (estas especies inspiraban

terror a los egipcios). Isis reconstruyó el cuerpo y con su magia asemejó el miembro

perdido, consagrando así el falo, cuya fiesta celebrarían más tarde los egipcios. Gracias

a Anubis lo embalsamó, convirtiéndose en la primera momia de Egipto, y lo escondió

en un lugar que sólo ella conocía y que permanece oculto y secreto hasta este día.

Page 157: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

MITO SOBRE EL SABER SALADO DEL MAR

Mito de todos los paises musulmanes

Existe una leyenda similar, de origen musulmán, que también hace alusión al sabor

salado del agua: En los primeros días del mundo Dios creó el mar, pero, acordándose

del hombre, obra maestra de la creación, puso ciertos límites al poder del líquido

elemento.

-Te ordeno -dijo Dios al mar- que respetes aquella porción de tierra en la que, para

disfrute del hombre, crecen las plantas y las flores. Te he concedido grandes privilegios,

tu superficie reflejará el azur de los cielos y en tus rugientes olas se escuchará el eco del

trueno de mi voz.

El mar prometió respetar la porción de tierra que Dios, había puesto más allá de sus

dominios. Sin embargo, el mar orgulloso y arrogante, pronto olvidó su promesa y

desafió al Eterno. Descargó sus estruendosas olas sobre la Tierra para inundarla y el

hombre estuvo a punto de desaparecer. Entonces Dios intervino, decidió dar una lección

de humildad a las arrogantes aguas y envió un enjambre de insectos que se tragaron el

mar. Desde el interior de las pequeñas criaturas, el rebelde, se arrepintió en voz alta de

su arrogancia y proclamó el poder del Eterno. El mar fue perdonado; pero sus aguas

perdieron para siempre su sabor dulce.

Page 158: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

EL LEVIATÁN

Mito del mar Mediterráneo

Había una vez un hombre que diariamente ordenaba a su hijo que pusiera en práctica el

mandamiento del predicador que decía: «Lanza tu pan sobre las aguas porque muchos

días después lo volverás a encontrar». Entonces sucedió que un día el anciano murió y

el hijo, recordando las enseñanzas de su padre, partía su pan y todos los días tiraba un

trozo al mar. Y todos los días venía un pez que se comía el pan y que se hizo tan grande

y fuerte que tenía sometidos a todos los demás peces. Los desdichados peces se

reunieron y decidieron ir a presentar sus quejas ante Leviatán, el rey de las aguas.

-Señor-dijeron los peces-, hay un gran pez que mora en estas aguas que se ha hecho tan

grande y fuerte que estamos indefensos contra él. Todos los días se traga a más de

veinte de nosotros. Estamos condenados a la desaparición. Así hablaron los peces que

imploraron la ayuda de Leviatán. Leviatán envió a un mensajero que trajera al gran pez

a su presencia. El gran pez, sin embargo, se tragó al mensajero. Leviatán envió a un

segundo mensajero, que encontró igual destino. Cuando Leviatán se dio cuenta de que

el pez desafiaba su autoridad negándose a comparecer ante él, fue él mismo a visitar al

pez y le dijo:

-¿Cómo es que entre los muchos peces que habitan en estas aguas sólo tú te has hecho

tan grande y poderoso que

puedes tragarte a tantos de ellos sin que ninguno pueda resistirse?

Entonces el pez contestó:

-Si me he hecho tan grande y fuerte es gracias a un hombre que vive en la tierra. Este

hombre todos los días echa al agua un trozo de pan que yo me como y con esta comida

diaria he crecido grande y fuerte. Todas las mañanas devoro veinte peces y todas las

tardes treinta.

-¿Y por qué te comes a tus iguales? -inquirió Leviatán.

-Son ellos los que se exponen al peligro acercándose mí. Es culpa suya.

Entonces Leviatán ordenó al pez que trajera a su presencia al hombre que diariamente le

llevaba el pan. -Mañana, señor -dijo el pez-, llevaré al hombre a tu presencia.

Entonces nadó hasta la orilla que diariamente visitaba el muchacho y desde la que tiraba

el pan al agua. El pez excavó un agujero en la orilla y cuando el muchacho se acercó

cayó por él al agua. Inmediatamente, el pez, que le estaba esperando con la boca abierta,

se lo tragó y se dirigió a presencia de Leviatán.

-Te he traído al hombre, señor. -Escúpelo ordenó Leviatán.

El pez obedeció y escupió al muchacho, que fue a caer en la boca abierta de Leviatán.

-Hijo mío -dijo el rey de los peces-, porque arrojas tu pan al agua?

-Lo hago obedeciendo las enseñanzas que recibí de mi padre -replicó el muchacho.

Page 159: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

Entonces Leviatán besó al que así honraba la memoria de su padre y tan fiel se mantenía

a sus enseñanzas. Le enseñó a hablar las setenta lenguas que se hablaban en el mundo y

le escupió sobre la tierra a una distancia de trescientas millas de la orilla. El muchacho

se encontró en un lugar que nunca había sido pisado por el ser humano. Mientras estaba

tendido en el suelo agotado y exhausto, vio pasar volando dos cuervos y les oyó

conversar entre ellos. Como Leviatán le había enseñado no sólo el lenguaje humano

sino también el de las bestias y las aves, pudo comprender lo que los cuervos iban

diciendo.

-Padre --decía el cuervo más joven-, mira ese hombre que está tirado en el suelo. ¿Tú

crees que está vivo 0 muerto?

-No lo sé, hijo mío -replicó el cuervo viejo.

-Voy a descender -dijo el cuervo joven- y a sacarle los ojos, porque me apetece mucho

comer ojos humanos.

Pero el cuervo padre advirtió a su hijo diciendo:

-No bajes, hijo mío, porque ese hombre aún está vivo. Sin embargo, el impetuoso

cuervo joven desobedeció el prudente consejo de su padre, llevado por sus ganas de

comerse los ojos del hombre. El muchacho esperaba prevenido a su enemigo y en

cuanto el ave de presa se posó en su frente lo agarró por las patas y lo sujetó

fuertemente.

-Padre, padre -gritaba el joven cuervo en su desgracia-, he caído en manos del hombre y

me tiene prisionero. ¡ Sálvame! Cuando el cuervo padre escuchó los gritos de su hijo

comenzó a lamentarse gritando:

-¡Lástima de mi hijo!

Y dirigiéndose al muchacho le dijo así:

-Ojalá pudieras entender mi lengua. Si entiendes lo que te digo, levántate y excava en el

lugar donde ahí encontrarás el tesoro de Salomón, el rey de Israel.

Cuando el muchacho escuchó estas palabras, las cuales podía entender, soltó al joven

cuervo y empezó a excavar en aquella tierra. Allí encontró el tesoro del rey Salomón,

que consistía en perlas y piedras preciosas. Así, gracias a que Leviatán le enseñó el

lenguaje de bestias y aves y a que siguió fielmente las instrucciones de su padre, el mu-

chacho llegó a hacerse rico.

Page 160: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LA LEYENDA DEL DRAGON

Leyenda de Japón

"Hi-ko-hoho-da-mi no mikoto (un dios) salió de caza y su hermano mayor Hono-sa-su-

ri no mikoto salió de pesca. Tuvieron mucha suerte y se propusieron mutuamente

cambiar de ocupación. Lo hicieron así.

Hono-sa-su-ri no mikoto salió a las montañas a cazar, pero no cogió nada, por tanto

devolvió su arco y su flecha; pero Hi-ko-hoho-da-mi no mikoto perdió el anzuelo en e?

mar; así pues, trató de devolverle uno nuevo, pero su hermano no lo quiso, quería el

viejo, y el mikoto estaba muy apenado y andando por la orilla encontró a un viejo lla-

mado Si-wo-tsu-chino-gi, y le dijo lo que le había pasado.

Este último hizo una jaula llamada mé-na-shi.kogo, lo encerró en ella y lo sumergió

hasta el fondo del mar. El mikoto siguió hasta el templo del dios del mar, quien le dio

una chica, Toyotama, en matrimonio. Se quedó allí tres años y recuperó el anzuelo que

había perdido, así como dos piezas de jade a las que llamó "flujo" y "reflujo". Y volvió.

Después de unos años murió. Su hijo Hi-ko-na-gi-sa-ta-k'e-ouga-ya-fu-ki-aya-dzu no

mikoto, le sucedió en el trono.

Cuando su padre le propuso volver, su esposa le dijo que estaba encinta y que ella

saldría a la orilla cuando el tiempo fuera desapacible y el mar bravo, diciendo: Deseo

que esperes hasta que hayas completado una casa para mi confinamiento. Después de

algún tiempo Toyotama llegó hasta él y le rogó que nunca se acercará a su cama mien-

tras ella dormía. Sin embargo, se aproximó sigilosamente y echó una ojeada. Él vio a un

dragón que tenía un bebé en medio de sus anillos. De repente, el dragón se puso en pie

de un salto y se lanzó al mar."

Page 161: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

EL MITO DE LA CREACION

Mito del Tibet

En el principio era la Vacuidad, un inmenso vacío sin causa y sin fin. De este gran vacío

se levantaron suaves remolinos de aire, que después de incontables eones se volvieron

más densos y pesados, formando el poderoso cetro doble rayo, el Dorje Gyatram.

El Dorje Gyatram creó las nubes, las cuales, a su vez, crearon la lluvia. Esta cayó

durante muchos años, hasta formar el océano primigenio, el Gyatso3. Luego, todo

quedó en calma, tranquilo y silencioso, y el océano quedó límpido como un espejo.

Poco a poco, les vientos volvieron a soplar, agitando suavemente las aguas del océano,

batiéndolas continuamente hasta que una ligera espuma apareció en su superficie. Así

como se bate la nata para hacer mantequilla, del mismo modo las aguas del Gyatso

fueron batidas por el movimiento rítmico de los vientos para transformarlas en tierra.

La tierra emergió como una montaña, y alrededor de sus picos susurraba el viento,

incansable, formando una nube tras otra. De éstas cayó más lluvia, sólo que esta vez

más fuerte y cargada de sal, dando origen a los grandes océanos del universo.

El centro del universo es el Rirap Lhunpo (Sumeru)4, la gran montaña de cuatro caras

hecha de piedras preciosas y llena de cosas maravillosas. Existen ríos y arroyos en el

Rirap Lhunpo, y muchas clases de árboles, frutos y plantas, pues el Rirap Lhunpo es

especial, es la morada de los dioses y los semidioses.

En torno al Rirap Lhunpo hay un gran lago, y rodeando a éste, un círculo de montañas

de oro. Más allá del círculo de montañas de oro hay otro lago, éste también rodeado por

montañas de oro, y así sucesivamente hasta siete Lagos y siete círculos de montañas de

oro5 y más allá del último círcculo de montañas se encuentra el lago Chi Gyatso.

En el Chi Gyatso es donde se encuentran los cuatro mundos, cada uno de éstos

semejante a una isla, con su forma particular y sus habitantes distintos.

El mundo del Este es el Lu Phak, que tiene forma de media luna. Las gentes del Lu

Phak viven quinientos años y son pacíficas, no hay contiendas en el Lu Phak. Sus

habitantes tienen cuerpos gigantescos y caras en forma de media luna. No obstante, no

son tan afortunados como nosotros, pues no tienen ninguna religión para poder seguir.

El mundo del Oeste se llama Balang Cho y su forma es como la del sol. Como en el Lu

Phak, las gentes son de gran estatura y viven quinientos años, sólo que sus caras tienen

forma de sol y se dedican a la cría de diversas clases de ganado.

La tierra del Norte es de forma cuadrada y se llama Dra Mi Nyen. Las gentes de Dra Mi

Nyen tienen caras cuadradas y viven mil años o más. En Dra Mi Nyen la comida y las

riquezas son abundantes. Todo lo que un hombre necesita en sus mil años de vida lo

obtiene sin esfuerzo ni padecimiento; viven con lujo, sin carecer de nada. Pero durante

los siete últimos días de su vida, el dolor y el tormento anímicos acometen a los seres de

Dra Mi Nyen, pues entonces es cuando reciben una señal de que están a punto de morir.

Les visita una voz -una voz terrible- que les susurra cómo morirán y qué monstruosos

sufrimientos habrán de soportar en los infiernos después de la muerte. En sus últimos

Page 162: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

siete días de vida, todas sus riquezas y posesiones decaen y ellos experimentan mayor

sufrimiento que nosotros en toda una vida. Dra Mi Nyen se conoce como la «Tierra de

la Voz Pavorosa».

Nuestro propio mundo, en Ci Sur, se llama Dzambu Ling6. Al comienzo, nuestro

mundo estuvo habitado por dioses de Rirap Lhunpo. No había dolor ni enfermedades, y

los dioses nunca necesitaban comida. Vivían en el contento, pasando sus días en

profunda meditación. No había necesidad de luz en Dzambu Ling, pues los dioses

emitían una luz pura de sus propios cuerpos.

Un día, uno de los dioses reparó en que en la superficie de la tierra había una substancia

cremosa y, probándola, comprobó que era deliciosa al paladar y animó a los demás

dioses a probarla. Tanto les gustó a todos los dioses la cremosa substancia, que no

querían comer otra cosa, y cuanto más comían, más se reducían sus poderes. Ya no

fueron capaces de estar sentados en profunda meditación; la luz que antes había brotado

con tal resplandor de sus cuerpos empezó a apagarse poco a poco y finalmente

desapareció por completo. El mundo quedó sumido en tinieblas y 105 grandes dioses de

Rirap Lhunpo se convirtieron en seres humanos.

Entonces, en la oscuridad de la noche, apareció en los cielos el sol, y cuando el sol se

apagó, la luna y las estrellas iluminaron el cielo y dieron luz al mundo. El sol, la luna y

las estrellas aparecieron a causa de las buenas acciones pasadas de los dioses, y son para

nosotros un recordatorio permanente de que nuestro mundo fue una vez un lugar

hermoso y tranquilo, libre de codicias, sufrimientos y dolor.

Cuando la gente de Dzambu Ling hubieron agotado la provisión de la cremosa

substancia, empezaron a comer los frutos de la planta nyugu. Cada persona tenía su

propia planta, que producía un fruto corno los de las mieses, y cada día, cuando el fruto

había sido comido, aparecía otro; uno cada día, lo cual era suficiente para satisfacer el

hambre de los seres de Dzambu Ling.

Una mañana, un hombre se despertó y descubrió que en vez de producir un solo fruto,

su planta había dado dos. Cayendo en la avidez, se comió los dos frutos; pero, al día

siguiente, su planta estaba vacía. Necesitando satisfacer su hambre, ese hombre robó la

planta de otro hombre y así fueron haciendo todos, pues cada persona tuvo que robarle a

otra para poder comer. Con el robo, llegó la codicia, y todos, temiendo quedarse sin

comer, empezaron a cultivar más y más plantas nyugu, debiendo trabajar cada cual cada

vez más para asegurarse de que tendría bastante que comer.

Cosas extrañas empezaron a ocurrir en Dzambu Ling. Lo que había sido una tranquila

morada de los dioses de Rirap Lhunpo, estaba ahora lleno de hombres que conocían el

robo y la codicia. Un día, un hombre empezó a sentir malestar por sus genitales y se los

cortó, convirtiéndose así en una mujer. Esta mujer tuvo contacto con hombres y pronto

tuvo hijos, quienes a su vez tuvieron más hijos, y en poco tiempo Dzambu Ling se lleno

de gente, toda la cual tenía que procurarse comida y un lugar donde vivir.

Las gentes de Uzambu Ling no vivían juntas en paz. Había muchas peleas y robos, y los

hombres de nuestro mundo empezaron a experimentar realmente auténtico sufrimiento,

que nacía del estado insatisfactorio en que se encontraban. La gente se dio cuenta de que

para sobrevivir tenían que organizarse. Todos se juntaron y decidieron elegir un jefe, a

quien llamaron Mang Kur, que significa «mucha gente lo hizo rey». Mang Kur enseñó

Page 163: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

al pueblo a vivir en una relativa armonía, cada cual en una tierra propia en que construir

una casa y cultivar alimentos.

Así es como nuestro mundo llegó a ser, como, de dioses, nos convertimos en seres

humanos sujetos a la enfermedad, la vejez y la muerte. Cuando contemplamos el cielo

nocturno, o recibimos el cálido brillo del sol, deberíamos recordar que, de no ser por las

buenas acciones de los dioses de la preciosa montaña de Rirap Lhumpo, viviríamos en

una total obscuridad y que, de no ser por la codicia de una persona, nuestro mundo no

conocería el sufrimiento que hoy experimenta.

Page 164: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

EL CICLO DE TANGUN

Leyenda de Corea

La leyenda de Tangun tiene muchas versiones. La mayoría empiezan cuando Tangun le

revela al padre su deseo de vivir en la Tierra. Hwanin, elige el Monte t’aebaek en la

actual Corea del Norte, como la residencia ideal para su hijo. Hwanung desciende a la

Tierra con 3000 compañeros y se declara rey. Reina en armonía y prosperidad, asistido

por tres ministros: el Conde del Viento, el Maestro de la Lluvia y el Maestro de las

Nubes.

Un día, un oso y un tigre piden a Hwanung que los ayude a convertirse en hombres.

Entonces, Hwanung les entrega 20 dientes de ajo y un racimo de artemisa, indicándoles

que coman las hierbas y que se retiren a sus cuevas durante 100 días, evitando la luz

solar. Si cumplen las condiciones impuestas, se convertirán en seres humanos. El tigre,

símbolo de la naturaleza salvaje, deja la cueva antes de lo pactado, empujado por su

hambre voraz. El oso espera pacientemente y pasados los 100 días de encierro, emerge

convertido en mujer.

El oso convertido en mujer, que simboliza la resistencia, desea un hijo y le reza a un

árbol de sándalo para que la ayude. Hwanunug decide casarse con ella y poco tiempo

después, nace su hijo: Tangun, el Emperador del Sándalo. (Algunas versiones dicen que

el tigre estaba destinado a ser el esposo del oso transformado en mujer, pero como se

alejó, el hijo quedó huérfano de padre.)

La leyenda cuenta que Tangun se convirtió en el primer humano que gobernó Corea, el

ancestro del pueblo coreano, y la persona que dio a Choson el nombre de: “La tierra de

las mañanas calmas.”

Versión traducida del artículo de Loretta Kim escrito para la Británica.com.

Los orígenes de Tangun

Nieto de Hwanin “El creador” e hijo de Hwangun. Fue concebido mediante la

respiración de su padre sobre una joven y hermosa mujer. Según la mitología, Tangun,

el nacido del aliento de su padre, fue el primer rey de los coreanos en el año 2333 a. de

C.

Las leyendas sobre este héroe difieren en detalles. Siguiendo a una, su padre Hwangun

dejó el cielo y habitó la punta del Monte T´aebaek (actualmente Daebaik) desde donde

gobernó la tierra.

En determinado momento, dos animales, un oso y un tigre, expresaron su deseo de

convertirse en seres humanos. Él ordenó a las bestias que se quedaran dentro de una

cueva por cien días y los obligó a que comieran sólo ajo y artemisa -planta de poder

medicinal- y que evitaran la luz solar.

El tigre no tardó en impacientarse y abandonó la cueva, pero el oso se quedó y después

de tres semanas fue transformado en una bella mujer, quien sería la madre de Tangun.

Page 165: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

EL MITO DE LA CREACION DE LOS ANANGU

Mito de Australia

Los anangu son un pueblo aborigen australiano que desde un imprecisable tiempo,

habita en la región donde se alza el famoso macizo de Uluru. Los anangu creen poseer

una misión: la de custodiar el sagrado Uluru y todo el pasado ancestral que perdura en

su presencia imponente y en las paredes de sus cuevas. Y los anangu también protegen

su propia memoria mítica que danza en derredor del Tjukurpa, el drimetime, la época de

los sueños, la época de los comienzos, de la creación, de los seres ancestrales. Una era

acaso más real que la nuestra.

Y los anangu dicen que...

En el Tiempo de los Sueños, en la época Tjukurpa, sólo había una vida sobre la tierra.

Una vida inmóvil, representada por una masa embrionaria gigantesca, transparente,

hecha de una amalgama de seres inacabados, replegados sobre sí mismos. Y estos

proyectos de seres pertenecían cada uno a una especia animal o vegetal.

Impreso en una materia primigenia se encontraba todo el devenir de la Humanidad. ¡

Todo El pasado, el presente y el futuro del mundo se hallaban allí latente ! "Aquel que

salió de la nada y existe por sí mismo", el llamado Ser Supremo, modificó esa masa.

Esculpió con ella un cuerpo, brazos, manos, piernas y una cabeza. En una de las caras

de la cabeza, practicó dos orificios para los ojos; formó la nariz. Hizo una hendidura

para la boca y un agujero para el ano. Así fue como los entes inacabados fueron

transformados en seres capaces de sostenerse en pié.

El Tjukurpa habla en términos de pasado y presente. Toda la tierra, incluyendo todo lo

que hay y todo lo que vive sobre ella, fue creada durante el Tjukurpa y por el Tjukurpa.

Ninguna montaña, valle, llanura, corriente de agua, existía anterior al Tjukurpa; nada

había. Durante aquel tiempo, seres ancestrales en forma de humanos, animales y plantas

viajaron a lo largo y ancho de la tierra y perpetraron hechos remarcables de creación y

destrucción. Los viajes de aquellos seres son recordados y celebrados hoy, donde quiera

que fueran. La memoria de sus actividades existe hoy en día en la forma de accidentes

geográficos como en la montaña sagrada de Uluru.

Cada hombre y cada mujer quedaron ligados a la especia animal o vegetal de la que

habían salido; y ese animal o vegetal se convirtió en su Tjukurpa. Así pues, en cada uno

de los seres humanos, en cada uno de los animales, de las plantas y los minerales, en las

estrellas y en el aire y en el agua, el Ser Supremo, la Energía vital sagrada, difundió su

esencia divina, haciendo entrar en una sola, pero inmensa familia, a todas las formas de

la Vida. Pero, por desgracia, retenido por el cosmos, no dispuso de tiempo suficiente

para concluir su obra y los hombres nacieron imperfectos. Enriquecidos por el

Conocimiento primordial del que habían surgido, inspirados por la esencia divina de la

que estaban impregnados, los Grandes Antepasados, criaturas gigantescas, ni hombres

ni animales, se pusieron a crear el mundo tal y como es ahora. En la inmensa llanura

inacabable que era la tierra, crearon los ríos, las colinas y todos los accidentes del

terreno. Promulgaron las leyes destinadas a vincular a todos los hombres entre sí por

medio de parentescos sumamente complicados, parentescos que se imbrican los unos en

los otros, naciendo aquí para reanudarse allá, arrastrando a todos los miembros de un

pueblo en un verdadero torbellino de obligaciones de ayuda mutua, encadenando los

Page 166: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

unos a los otros desde el nacimiento hasta la muerte. Asimismo, proveyeron de vínculos

parecidos a los diferentes pueblos. Así, de norte a sur, de este a oeste, los parentescos

creados tejieron una gigantesca telaraña cuyos hilos nos guían y protegen desde

entonces. Luego, antes de desaparecer, antes de que concluyera el Tiempo de los

Sueños, cuando aparecieron los hombres en su forma actual, les dijeron: "Este es

vuestro país. Lo hemos creado para vosotros. Aquí viviréis y lo conservaréis tal como

os lo entregamos. No lo dejaréis nunca, pues sois sus Guardianes. Sois los Guardianes

de nuestra Creación.

Page 167: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

LA LEYENDA DE RA Y HATHOR

Leyenda Egipcia

Ra fue el dios del sol, Rey de los dioses y creador de las cosas, incluyendo a la raza

humana, Ra vivio en la tierra y rigio un reino glorioso, por un buen tiempo, los hombres

le dieron a Ra un gran respeto, pero Ra comenzo a envejecerse, y comenzo a enojarse al

escuchar la blasfemia de los hombres, entonces, reunio a los dioses para un consejo.

Los dioses se unieron secretamente y los hombres no sabian nada de esto, Ra les conto

de la insolencia de los hombres, le conto a su padre Nu, que era el primogenito y el mas

viejo de los dioses, le dijo que el era su hijo y que necesitaba su consejo, le dijo que los

hombres que el creo, hablan cosas malas de el, y que su mal humor ya era mucho, pero

que no los destruiria sin antes tener su consentimiento.

Nu le respondio que el era un gran dios, mas que el, y que el era un hijo mas fuerte que

su padre, pero que si el se volteaba contra los hombres, el se blasfemara a si mismo y

que morira en la tierra. Haciendo como Nu le dijo, el se torno contra los hombres,

haciendolos correr y escondiendose entre las sombras, donde el ojo de Ra no pudiera

verlos.

Otra vez mas los dioses se reunieron para un consejo con Ra, y le dijeron que es

necesario que el mande su ojo hacia mas abajo, donde ellos no pueden esconderse, y el

ojo de Ra, en forma de la diosa Hathor, fue hacia el escondite de los hombres, y muchos

de ellos fueron decapitados, y Hathor retorno a Ra, tan poderosa como una leona,

tomando la forma de Sekhmet, ella declaro que fue grandiosa dentro de los hombres y

que fue muy bueno el haber probado la sangre.

Ra ahora sentia miedo que Hathor-Sekhmet podrian destruir la raza humana

completamente. El hubiera querido regirlos, pero no destruirlos, pero habia una sola

forma de parar a Hathor-Sekhmet, el tenia que engañarla, le ordeno a sus asistentes el

traerle siete mil jaras de cerveza y teñirla de rojo, de manera que pareciera la sangre de

esos a quienes decapito. Ra le dijo a sus asistentes que llevaran la cerveza al lugar

donde los hombres fueron muertos por Hathor, ella se llego al lugar, vio la cerveza y se

la tomo, se emborracho dejando asi su sed por la sangre.

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LA HISTORIA DE ISIS

Leyenda de Egipto

Muchos, muchos años atras, el dios del sol Ra, creador virtual de todo lo que existe en

el mundo con solo mencionar la palabra, el creo todo, lo controlaba, solo mencionaba

algo y lo mencionado por su boca ya era realidad.

Isis recibio el regalo de dioses en el arte de las magias, envidiando los poderes de RA,

ella deseaba saber sus secretos, porque era la llave de su magia, esto le daria a ella un

gran poder. Isis paso mucho tiempo preguntandose de como podria obtener los secretos

de Ra, mas cuando este se avejento, ella decidio crear un complot en su contra.

Cada vez que RA escupia en la tierra, ella se acercaba, y una vez, cubrio la escupida con

tierra, creando asi una serpiente, aunque la serpiente haya venido de RA, este no la creo,

pues estaba fuera de su control, ella moldeo la serpiente en forma de flecha o dardo, y la

dejo en el camino que usaba Ra diariamente para caminar a traves del cielo, la serpiente

se le abalanzo y lo mordio.

Muy rapido, Ra comenzo a quemarse por el veneno de la serpiente, y trato de

controlarla, pero se desmayo al descubrir que el no tenia poderes sobre ella, no

pudiendo curar asi su cuerpo de ese dolor tan horrible que le producia el efecto del

veneno, el llamo a sus hijos para que lo ayudaran, pero ellos no pudieron hacer nada.

Entonces, Isis se le acerco y se ofrecio para ayudarle con su magia, ella le insistio

diciendole que lo podia curar si le revelaba el secreto de su magia. Ra le ofrecio varios

nombres, pero Isis no fue tomada por tonta, mas el temiendo por su vida, le dijo sus

secretos a ella, y de esta forma, Isis supo del secreto de la magia poderosa de Ra.

Page 169: Mitos de Africa Asia y Oceania. Fabio Silva

BIBLIOGRAFIA UTILIZADA

Africa. Alice Werner. M.E. Editores. 1996

Cuentos populares tibetanos. Barcelona, José Olañeta Editor. 1995

China y Japón. Donal A. Mackenzie. Studio Editoresd. 1994

El Cahamanismo y las técnicas arcaicas del extasis. Mircea Eliade. Fondo de Cultura

Economica. 1986.

El heroe de las mil caras. Joseph Campbell. Fondo de Cultura Económica. 1994.

El Mar. Angelo S. Rappoport. Studio Editores. 1995

Empezó en Babel. Herbert Wendt. Edi. Noguer. Mexico. 1960.

La India literaria. Jeoge Frilley. Biblioteca Liliput. Paris. 1958.

Leyendas de Mesopotamia. A. Lazaro Ros. Ed. Aguilar. 1963

Mito y Epopeya. Georges Dumezil. Ed. Seix Barral. 1977

Mitologia Egipcia.F. Max Muller. Edicomunicación. 1996

Monstruos Mitologicos. Charles Gould. M.E. Editores. 1997

Nuestros Contemporaneos primitivos. George Peter Murdock. Fondo de Cultura

Economica 1975

Oros viejos. Herminio Almendros. Editorial Pueblo y Educación. Cuba. 1990

Religiones del Mundo. Jorge Morales de Castro. Edi. Libsa. 2003