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Mario Vargas Llosa
ODISEO Y PENÉLOPE
Fotografías de Ros Ribas
Ilustraciones de Frederic Amat
Epílogo del autor
Para Aitana Sánchez-Gijón,
con agradecimiento y admiración.
Ítaca
Cuando el viaje emprendas hacia Ítaca,
vota porque sea larga la jornada,
colmada de aventuras y experiencias.
No deben asustarte, Lestrigones
ni Cíclopes ni airado Poseidón,
que nunca te saldrán en el camino,
si piensas alto, si unas emociones
escogidas te afectan alma y cuerpo.
No los encontrarás, ni a Lestrigones
ni a Cíclopes ni al fiero Poseidón,
si no los llevas tú dentro del alma,
si tu alma no los hace erguirse enfrente.
Vota porque sea larga la jornada.
Que abunden, las mañanas de verano
cuando (¡con qué delicia, qué alegría!)
entrarás en un puerto nunca visto;
detente donde venden los fenicios
y cómprales las bellas mercancías,
nácares y corales, ámbar y ébano,
9 Ítaca
toda clase de esencias voluptuosas,
perfumes voluptuosos, sobre todo;
llega hasta Egipto, a ver ciudades, muchas,
y aprende, aprende de los sabios, siempre.
Ten a Ítaca fija ante la mente.
Llegar allí es tu vocación. No debes,
sin embargo, forzar la travesía.
Mejor que se prolongue muchos años;
que arribes a tu isla siendo viejo,
rico con lo ganado en el camino,
sin esperar a enriquecerte en Ítaca.
Ítaca te dio ya la travesía.
Sin ella, no hubieras emprendido
la jornada; y no puede darte más.
Y si la encuentras pobre, no hay engaño.
Te hiciste sabio y experimentado:
ya entiendes el sentido de las Ítacas.
C.V. CAVAF I S
(1911)
(Versión española de Juan Ferraté)
Personajes
I. EL MANTO DE PENÉLOPEPenélope
Odiseo
II. LA GRUTA DE POLIFEMOPenélope
Odiseo
Polifemo
Cíclopes
III. EL PALACIO DE CIRCEPenélope
Odiseo
Euríloco
Hermes
Circe
IV. LA MORADA DE LAS SOMBRASPenélope
Odiseo
Circe
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12
VOCES DE DIFUNTOS
Tiresias
Elpenor
Anticlea
Tiro
VOCES DE LAS SOMBRAS
Agamenón
Aquiles, Patroclo, Antiloco, Áyax
Tántalo
Sísifo
V. EL CANTO DE LAS SIRENASOdiseo
Penélope
Circe
Sirenas
VI. LOS MONSTRUOS MARINOSOdiseo
Penélope
Circe
VII. LAS VACAS DEL SOLOdiseo
Penélope
Euríloco
Dios Helios
Zeus
Calipso
13
VIII. CON LA NINFA CALIPSO, EN LA ISLAOGIGIA
Odiseo
Penélope
Calipso
IX. ODISEO Y NAUSICA EN LA TIERRA DELOS FEACIOS
Odiseo
Penélope
Ino o Neblina
Nausica
Atenea
Arete
Alcino
Domódoco
Palas Atenea
X. MENDIGO EN ÍTACAPenélope
Odiseo
Euriclea
Eumeo
Telémaco
XI. LA MATANZAPenélope
Odiseo
Antinoo
Eurímaco
Euriclea
17 Odiseo y Penélope
NARRADOR La Odisea, de Homero, es una historia
que ocurre antes de la Historia, en los tiempos del
mito, cuando los dioses, adoptando formas humanas,
bajaban del Olimpo y se entreveraban con hombres y
mujeres para intervenir en sus asuntos.
Narra la gesta de Odiseo, después llamado Ulises,
desde que, terminada la guerra de Troya, en la que fue
uno de los héroes griegos, emprende el regreso a Ítaca,
hasta que llega a su pequeño reino, una islita de cabras
y de aldeanos perdida en el mar Jónico. Vive aventuras
extraordinarias, dramáticas, risueñas o macabras, lle-
nas de color y de seres fabulosos, que nos van revelan-
do la naturaleza fantástica de una realidad donde bue-
na parte de lo que ocurre es obra de la magia y los
poderes de seres mitológicos a quienes los mortales de-
ben apaciguar o seducir con “hecatombes” (sacrificios
de animales).
La Odisea es un mundo de cuentos y de apetitos
en libertad. Hombres y mujeres gozan comiendo, be-
biendo, danzando, amándose, y escuchando las histo-
18
rias y fábulas que les cuentan los aedos, pulsando una
cítara.
El regreso de Odiseo a Ítaca dura diez años –como
había durado la guerra de Troya– en los que se enfrenta
a monstruos y a ninfas, a magas y sirenas, a tempesta-
des y bestias, a encantamientos y demonios. Luego de
prodigiosas hazañas, llega, disfrazado de mendigo, a su
pequeña isla, donde mata a todos los pretendientes que
codiciaban su reino y querían casarse con su esposa.
Conoce a su hijo Telémaco, del que se separó cuan-
do éste acababa de nacer, y recobra a Penélope. El reen-
cuentro de los esposos tiene lugar luego de una escena
apocalíptica. Ello no es obstáculo para que ambos dis-
frutaran, dice el poema, “del deseable amor”, e, inme-
diatamente después, “se entregaran al deleite de la con-
versación” (Canto XXIII).
En ese momento comienza este espectáculo.
El narrador, convertido en Odiseo, toma su puesto junto a
Penélope.
Música. Sombras. Luces.
I
El manto de Penélope
21 El manto de Penélope
Odiseo y Penélope llevan algunos momentos hablando. No
se distingue lo que dicen, sólo el murmullo de sus voces,
acompañado de gestos y ademanes que revelan la concen-
tración hipnótica de la pareja en el diálogo. Las voces se van
elevando hasta volverse audibles.
ODISEO Era la tierra de los lotófagos. Dieron a varios
de mis remeros las frutas del loto con que ellos se ali-
mentan. Entonces, mis hombres se afligieron. Les so-
brevino una parálisis del ánimo. Una pereza invenci-
ble. Un deseo enloquecido de permanecer allí, para
siempre. Con los otros compañeros tuvimos que arras-
trarlos a las barcas a la fuerza. Ésa fue mi primera aven-
tura, a los pocos días de zarpar de Troya.
PENÉLOPE Hace frío. Ven, cobíjate bajo esta manta.
Quiero sentir tu cuerpo junto al mío.
ODISEO Temo dormirme y descubrir, al abrir los ojos,
que estar aquí, a tu lado y en Ítaca, era sólo un sueño.
PENÉLOPE No lo es. Es verdad. Ha ocurrido. Has
vuelto. Has recuperado tu reino. Y a mí. Después de
veinte años. ¿Ves esta manta? ¿Te gustan sus hilos de
colores? ¿Las sombras y luces que reverberan en ella
como escamas cuando la agitas? Yo misma la tejí.
ODISEO Tiene todavía el perfume de tus manos.
PENÉLOPE Tres años de mi vida están disueltos en su
trama, costuras y bordados. Nadie puso nunca tanto
desvelo en el telar y la rueca, como yo en estas hebras.
ODISEO Lo dices con amargura.
PENÉLOPE Este manto es el símbolo de mi fidelidad
a ti, Odiseo. Cuando empecé a hilarlo, el palacio ya es-
taba lleno de forasteros que me querían como esposa.
Habían venido de toda la región y, algunos, de sitios
muy lejanos. Me acosaban. Me decían:
(Imitando a un pretendiente)
“Todos los príncipes aqueos que fueron a guerrear
a Troya con el rey Agamenón han regresado o están
muertos, Penélope. Odiseo no ha vuelto. Por lo tanto,
está muerto también, entre las ruinas de Troya o en las
profundidades del océano. ¡Olvídalo! Actúa como una
soberana responsable. Elige a uno de nosotros por espo-
so. Ítaca necesita un rey. Y tú, bella Penélope, necesi-
tas un marido”.
22
No sólo los pretendientes me aseguraban que esta-
bas muerto. También mi propia familia. Y la tuya.
Y los cortesanos.
(Imitando a un cortesano)
“Ítaca necesita un rey, señora. Aquí tienes, a tus pies,
a todos los monarcas y príncipes de las islas de Duliquio
y de Same y muchas más. Decídete por uno, de una vez.”
Entonces, en el sueño, un diosecillo me dictó el pri-
mer engaño que usé en estos diez años, para ganar
tiempo, a ver si aparecías.
“Jóvenes, señores, amigos que me honráis con vues-
tro deseo de desposarme, escuchad. Sea, os creo. Odi-
seo, mi esposo, ha muerto. Pero, dadme tiempo. Que
mi boda espere hasta que termine el manto que servirá
de sudario al que fue señor de Ítaca y mío. Que nadie
pueda decir que Odiseo no viajó al Hades, el mundo de
las sombras, sin una tela primorosa, hilada por su viu-
da como homenaje a su memoria.”
Les mentí con tanta convicción, que me creyeron.
ODISEO ¿Y te tomó tres años hilarlo?
PENÉLOPE Me habría tomado muchos más, si no me
hubiera traicionado alguna de mis siervas. Lo hilaba de
día y lo deshilaba de noche. El manto crecía con la luz
y decrecía con las sombras. Le cambiaba los hilos, los
bordados, las tramas, hacía cada vez combinaciones
distintas.
23 El manto de Penélope
“Es como el tiempo”, me dijo un filósofo. “Avanza sin
cesar y, sin embargo, no se mueve. Has atrapado un pe-
dazo de la eternidad en ese manto que tejes, Penélope.”
ODISEO ¿No se daban cuenta del engaño?
PENÉLOPE Al principio, me creyeron. Yo les mostra-
ba el manto cada día. Lo miraban con desconfianza. Lo
medían, se secreteaban, apenas se atrevían a tocarlo.
Presentían en él algo mágico, que los asustaba.
ODISEO ¿Cuál esclava te traicionó?
PENÉLOPE Tal vez Melanto, una de las que mataste
ayer. Se acostaba con Eurímaco y me enloquecía ur-
giéndome a que me casara con él. No lo sé. Tal vez
fue otra, o varias, las que me delataron. Yo procuraba
deshilar lo hilado cuando ellas estaban dormidas. De-
bieron de sorprenderme. Al descubrir el engaño, me
obligaron a terminar el manto. Le guardo un cariño
especial por eso. ¿Abriga bien, verdad, Odiseo?
ODISEO Tu cuerpo abriga todavía mejor, Penélope.
PENÉLOPE Ésta ya no es la hora del amor, sino la de
los cuentos. Sigue con tu historia.
ODISEO Que sea nuestra historia, Penélope. Ayúda-
me a reconstruirla. Compártela conmigo. Yo mismo no
24
25 El manto de Penélope
la tengo clara y ordenada en mi memoria. Resucité-
mosla juntos, como si la hubiéramos vivido los dos.
PENÉLOPE ¿Quieres que juguemos a inventar el pasa-
do, Odiseo?
ODISEO No a inventarlo. A hacerlo, a vivirlo de ver-
dad, otra vez, con la fantasía y la memoria, pero, aho-
ra, juntos. El pasado es maleable como la arcilla, de-
pende de nosotros tanto como el futuro, Penélope.
PENÉLOPE Bueno. Empecemos. Al escapar de los lo-
tófagos, la marea os arrastró a...
Música. Sombras. Luces.