MAPU o La Seduccion Del Poder. Cristina Moyano

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  • Cristina Moyano Barahona

  • MAPU O LA SEDUCCIN DEL PODER Y LA JUVENTUD

    LOS AOS FUNDACIONALES DEL PARTIDO-MITO DE NUESTRA TRANSICIN (1969-1973)

    Cristina Moyano Barahona

  • MAPU o la seduccin del poder y la juventud Los aos fundacionales del partido-mito de nuestra transicin (1969-1973)

    Cristina Moyano Barahona

    Ediciones Universidad Alberto Hurtado

    Impreso en Santiago de ChileAbril de 2009

    ISBN 978-956-8421-20-5Registro de propiedad intelectual N. 177622

    Impreso por CyC impresores

    Direccin editorialAlejandra StevensonBeatriz Garca Huidobro

    Diseo de la coleccinFrancisca Toral

    Diseo y diagramacinFrancisca Toral

    Imagen de la portadaArchivo personal de ***Digitalizacin y retoque ***

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorizacinescrita de los titulares del copyright, la reproduccin total o parcialde esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidosla reprografa y el tratamiento informtico, as como la distribucinde ejemplares mediante alquiler o prstamos pblicos.

  • MAPU O LA SEDUCCIN DEL PODER Y LA JUVENTUD

    LOS AOS FUNDACIONALES DEL PARTIDO-MITO DE NUESTRA TRANSICIN (1969-1973)

    Cristina Moyano Barahona

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    AGRADECIMIENTOS

    Toda investigacin historiogrca es siempre un ejercicio colectivo. Por ello el acto de agradecer a quienes me han acompaado durante este tiempo y que posibilitaron la publicacin de esta investigacin, es siempre un reconocimiento a la conanza y a los apoyos entregados. Probablemente muchos se me queden fuera de la memoria, porque la fragilidad es una de sus principales caractersticas.

    Quiero en primer lugar agradecer a la editorial de la Universidad Alberto Hurtado por estimar que esta investigacin mereca ser publicada. Al historiador Marcos Fernndez por su compromiso con la promocin del primer manuscrito.

    A Pedro Milos director del departamento de historia de dicha universidad, quien ha sido un gran formador y gua desde hace muchos aos.

    Al Comit Memoria MAPU quien a travs de la colaboracin de Sergio Muoz nos permiti contar con un material fotogrco indito. A ellos les agradezco el compromiso y la voluntad de compartir un fragmento de sus memorias y experiencias vividas.

    A toda la escuela de historia de la USACH que me entreg una slida formacin profesional y que hoy me cobija dentro su cuerpo acadmico. Tambin agradecer al Instituto de Estudios Avanzados y en especial a la Dra. Olga Ulianova.

    A mis amigos historiadores Rolando lvarez, Claudio Prez y Claudio Barrientos, con quienes compart en diversas oportunidades parte de las reexiones que aqu se encuentran vertidas.

    A mis amigos y amigas: Daniela, Ivette, Mariela, Tatiana y Lorena, quienes han estado muy cerca de m en el ltimo tiempo y quienes me han apoyado con alegra y entereza a sobreponerme al cansancio de lo cotidiano.

    A todos quienes me brindaron su testimonio, compartieron sus

  • 8experiencias de vida y dedicaron un valioso tiempo para recordar viejas historias. Quiero resaltar aqu a Paulina Saball, Ernesto Galaz y Eugenio Tironi, quienes de diversas formas ayudaron a desarrollar esta investigacin.

    A mis padres y a mi abuela, por su amor y su conanza. A mis hijos, Javiera y Pablo, quienes le han dado alegra y fuerza a mi vida. A Felipe, mi compaero, mi amigo, mi crtico y mi impulsor. Por su conanza, su amor y respeto en estos ms de 15 aos juntos. A todos ellos mis ms sinceros agradecimientos.

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    A Felipe.A mis hijos, Javiera y Pablo.

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    NDICE

    PresentacinIntroduccin CAPTULO 1: Tres consideraciones tericas: subjetividad, memoria y cultura poltica

    CAPTULO 2: El MAPU en la historiografa. Relatos incomprensibles de una elite poltica.

    CAPTULO 3: Desde el movimiento al partido, 1969-1971. Los registros de prensa y el relato coyuntural.

    CAPTULO 4: Gobierno y quiebres 1971-1973. MAPU: el partido que naci a caballo.

    CAPTULO 5:Memoria a tres voces

    Primera voz: la memoria de los ex rebeldes de la JDC

    Segunda voz: en los mrgenes del PDC y en el centro de la universidad Tercera voz: el MAPU como atajo revolucionario al socialismo A modo de conclusin: historiando una cultura poltica. Aportes a la reexin terica para una nueva historia poltica de los partidos Bibliografa

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    EL MAPU HA MUERTO.VIVA EL MAPU!

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    Presentacin

    El MAPU fue un pequeo partido poltico, nacido a nes de los aos sesenta de la Juventud Demcrata-Cristiana, que se dividi en 1972 y se desintegr totalmente a mediados de los ochenta. En su origen reuni a la crema y nata de los jvenes intelectuales y profesionales de una poca fundacional en todo sentido. Estuvo en el nacimiento de la Unidad Popular, donde aport su marca identicada con el mundo catlico progresista y su actuacin como intermediario en el eterno conicto entre los partidos Comunista y Socialista. Esto, ms la participacin de sus tcnicos en puestos clave en el gobierno de Allende y la competencia intelectual y or-ganizativa de sus cuadros, le dieron ya entonces una inuencia que no guardaba relacin con su peso electoral.

    Despus del golpe militar, la inuencia del MAPU en la iz-quierda se hizo an mayor. En parte porque la represin hacia este grupo fue menos dura, pero sobre todo porque sus militantes re-unan las condiciones para establecer lazos de conanza entre sec-tores que se haban enfrentado duramente entre s, facilitando el colapso de la democracia. El MAPU fue el vehculo a travs del cual la izquierda chilena se vincul con la Iglesia, cuyo rol en la defensa de los derechos humanos y a favor del retorno a la democracia en los aos de dictadura fue vital. Este grupo que dispuso de buenas oportunidades de formacin en los tiempos del exilio hizo sentir su inuencia a la hora de renovar el pensamiento de la izquierda y construir el andamiaje intelectual en el que posteriormente se sostuvo la transicin. Los militantes del MAPU fueron tambin claves en el proceso a travs del cual se restableci la amistad y la co-laboracin entre la antigua Unidad Popular (UP) y la Democracia Cristiana (DC), que dio origen nalmente a la Concertacin.

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    Despus de 1990, y ya desde el Partido Socialista (PS) y del Partido Por la Democracia (PPD), los ex MAPU ejercieron un rol fundamental en los gobiernos de la Concertacin. Ellos constituye-ron un ncleo transversal, donde se imbricaron dos culturas polti-cas que hasta entonces haban sido antagnicas: la social-cristiana y la socialista-laica. Aqu, en este ncleo, estuvo el alma de la Con-certacin; aquello que le permiti ser una entidad viva, algo que iba mucho ms all de un acuerdo formal entre dirigentes de partidos.

    Esta fue la obra histrica del MAPU: la creacin y el funcio-namiento de la alianza entre la izquierda y la DC, que dio lugar a la Concertacin tal cual la conocemos hasta ahora y con ello, a una cultura poltica orientada a los acuerdos. Esto merece un homenaje.

    Pero las cosas han cambiado. Los puentes ya estn construidos. La misma Concertacin se ha formalizado: ahora descansa en la institucionalidad de sus partidos, no en las intimidades transversa-les. Y los partidos se muestran conformes con sus identidades his-tricas: han renunciado a la aspiracin de construir una comunidad poltica que capitalice lo que fue la transicin. Es el n del MAPU. Ojal no sea tambin la muerte de la Concertacin.

    Escrib lo anterior en El Mercurio en septiembre de 2005, a pocos meses de la eleccin que llev a Michelle Bachelet a la Presi-dencia de la Repblica. En ese momento, me pareci que el despla-zamiento del que haba sido objeto el entonces senador Viera-Gallo de su cupo para la re-postulacin por un Partido Socialista que haba preferido a uno de los suyos, como Alejandro Navarro, as como el surgimiento de Bachelet por sobre guras histricas como Insulza y Alvear, marcaban el n de la inuencia que ejerci la generacin del MAPU sobre la poltica chilena de las ltimas dca-das, lo que provocaba un inocultable deleite entre quienes, desde hace mucho, venan reclamando por el protagonismo alcanzado por este grupo, y por el estilo que ste le dio a la transicin y a la poltica chilenas.

    Das despus de esa columna, fui entrevistado por Claudia la-

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    mo (La Tercera, 11 de septiembre de 2005). Ah seal que las generaciones son reejo de ciertos ciclos histricos, y la del MAPU fue la expresin de un ciclo que ahora est cerrndose. Muchos [de los lderes del MAPU] pueden seguir sobreviviendo o actuando, pero en roles distintos. El papel que desempearon como genera-cin puente ya no pueden seguir representndolo. Eso fue lo que le pas a Jos Antonio Viera-Gallo en el PS. En el fondo, lo que le dijeron fue: Ya no ms. Tu rol de articulador de acuerdos, de ser un puente entre mundos distintos, no nos interesa. (...) Pero quie-ro aclararte que no soy un viudo del MAPU. Todo lo contrario. Soy de los que han venido diciendo [desde hace rato] que mi genera-cin tiene que hacerse a un lado, porque somos una generacin de sobrevivientes. Tenemos una obsesin por el orden que es excesiva para los tiempos actuales.

    Este no es un problema de edad biolgica. Es un cambio en el modo de hacer las cosas. Si uno mira la conformacin del comando de Michelle Bachelet, observa que hay una tendencia a descansar ms en las estructuras formales de los partidos. Y ya no tanto en los ncleos transversales. Es decir, aquella coalicin que se basaba en la conanza, en los vnculos y relaciones de un ncleo transver-sal, ahora ha optado por los acuerdos formales entre sus dirigentes. Pero ese ncleo transversal que estaba en La Moneda en los tiempos de Patricio Aylwin, que luego sigui con Eduardo Frei y que estuvo menos representado en los tiempos de Lagos, ya no existe ms. Lo que estamos viendo es que hoy las instituciones funcionan.

    Llam la atencin la manera en que entr la DC [al coman-do]. Se tuvo con ellos contemplaciones y cuidados como solo se tienen con un socio al cual no se le tiene conanza. Finalmente, se opt por gente que tuviera peso en la DC y no por personas que creyeran ms en la Concertacin como proyecto. Por lo tanto, la Concertacin que hemos tenido hasta ahora ya no existe ms. (...) lo que se acab es la cultura de Concertacin. Si hay que gracarlo, la coalicin se traslad a la calle Londres, a esas reuniones en que estn sentados todos los dirigentes de partidos, pero dej de tener

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    alma propia. Es lo mismo que esas empresas que parten de la nada entre varios amigos, pero de pronto entra la segunda generacin y encuentran que todo es muy informal. Deciden institucionalizar las cosas y hacer un pacto de accionistas. Y lo que era el espritu pionero de esta alianza, se reemplaza por las precauciones jurdicas. Los que hacan de puente quedaron out y se fueron para la casa.

    No s [si eso es bueno o malo para la Concertacin]. Lo que es claro es que las instituciones son el mecanismo que se dan las organizaciones para sustituir el calor humano. Las instituciones son fras, impersonales, pero permiten resolver conictos. Y eso es muy distinto a lo que habamos tenido hasta ahora. La Concertacin descansaba menos en la formalidad y mucho ms en el calor hu-mano. Ese calor se ha ido extinguiendo. Y ahora hay que ver si las instituciones de la Concertacin funcionan.

    Ms que [como] poltico, yo miro las cosas desde la sociologa. En ese sentido, creo ms en los vnculos afectivos, en esa especie de fondo comn de sentimientos, de sueos, de frustraciones compar-tidas. Ese es, a mi juicio, el sostn de la sociedad. Por tanto, coneso que estoy mirando lo que viene con signo de interrogacin. Se est inventando algo nuevo. sta no es la Concertacin que conocimos desde nes de los ochenta. As que antes de pronunciarme, quiero ver qu pasa. Pero reconozco que no tengo la certidumbre de que esto vaya a funcionar. Un gobierno no puede descansar nicamente en una coalicin cuyos afectos son sustituidos por la formalidad de los acuerdos entre sus dirigentes. Para gobernar bien hay que tener capacidad de crear redes afectivas y de conanza.

    Temo que ahora esas redes no existan, que se les d poca im-portancia y que se crea que se puede gobernar nicamente apelan-do al cario del pueblo, prescindiendo de las intermediaciones. Eso no funciona as en Chile. Y es all donde esta generacin MAPU puede echarse de menos. Porque las instituciones funcionan, pero funcionan sobre la base de conanzas. Las redes se cultivan. Ricar-do Lagos cultiv vnculos durante veinte aos con los distintos seg-mentos de la sociedad. Eso le permiti dar gobierno a una sociedad

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    compleja como la chilena. se no es el caso de Michelle Bachelet. Ella emerge sorpresivamente con un impacto gigantesco sobre la opinin pblica, y en lo ms privado, con una relacin preeminen-te con un solo partido, el PS. Desde el punto de vista de la gente, s [es heredera de Lagos; pero desde el punto de vista de la clase po-ltica], no. Ella es parte de otra generacin. Lagos es casi la quinta esencia de la historia de la transversalidad en Chile. En ese sentido, Lagos es como un MAPU Platinum. Probablemente, Bachelet va a ser ms partidaria de que cada uno de los actores se siente a la mesa a partir de lo que son. Su gobierno va a ser ms como una reunin de directorio que como una coalicin con cultura comn. Las reuniones no se harn en la Mansin de la Novia, donde se forj la Concertacin, ni tampoco en el Mnchen.

    [Ese cambio] es un paso inevitable, pero no sabemos cmo va a funcionar. A eso, smale que el prximo ser un gobierno corto. No podr enfrascarse en pugnas testimoniales o presentar proyec-tos que no cuenten con la mayora. Va a requerir habilidades de gobernabilidad, habilidades transversales y redes. Lagos tuvo que hacer transacciones en el Plan Auge para poder sacarlo... [Transar] es la esencia de la transicin. sa es la generacin MAPU. Y eso es lo que le ha valido a gente como yo la cantidad de improperios que hemos recibido de cierta cultura de izquierda, que ha visto en esto una permanente transaca.

    [No tengo nostalgia]. Primero que nada, no me siento parte de la generacin del MAPU. No soy Viera-Gallo, Correa, Insulza o Flores. Ellos eran cuasi ministros cuando yo recin sala del colegio. Ellos vivieron la Unidad Popular y todo lo que vino despus del golpe de un modo distinto a como yo lo viv. En ese sentido, yo los he observado a ellos. No soy parte del ncleo. Siempre se me ha asi-milado como uno ms del club, pero no lo soy. Adems, lo que hoy llamamos MAPU se reere al de Jaime Gazmuri, de Enrique Co-rrea, de Jos Miguel Insulza. se era el MAPU del poder. Yo estaba en el MAPU que lideraba Carlos Montes, que era ms marginal, ms ajeno y desconando del poder. Yo apost a que todos bamos

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    a ser MAPU, en el sentido de que la Concertacin iba a dar lugar a la creacin de una identidad nueva, a un proyecto poltico que pudiera organizarse como una federacin en que todos pudisemos transitar entre un liderazgo DC, socialista, PPD o radical. Pensaba que sera un hogar comn en que las identidades ya no estuvieran fundadas en los partidos previos al 73, sino que pudiera fundarse a partir de lo que haba sido la experiencia de la transicin a la de-mocracia. Ese proyecto fracas. Y el alma de ese proyecto era la ge-neracin del MAPU. Fracas la generacin MAPU. No logr crear un proyecto fundacional ni tampoco pudo darle a la Concertacin una nueva identidad poltica. Hoy los partidos polticos vuelven a sus reductos originales.

    (...) la generacin MAPU cop muchas posiciones de poder, porque ese ncleo transversal fue esencial para el nacimiento de la Concertacin y para el xito de la transicin. Ahora se entiende que este grupo ya cumpli su tarea. Y las criaturas que fueron naciendo en estos aos ya se sienten adultos y quieren sus propios espacios. Entonces, ms que una pasada de cuentas, este es un asunto de maduracin. Era inevitable.

    En diversos actores polticos y analistas, mis armaciones an-teriores suscitaron furibundas reacciones, que pueden ser divididas en varios tipos. La primera, y la ms radical, provino de quienes me acusaban de estar inventando una entelequia, pues nunca habra existido ese ncleo transversal del que yo hablaba; y si existi decan, no tuvo relevancia alguna en la gestacin de la Con-certacin y en la transicin, pues stas se basaron siempre en las estructuras partidarias formales.

    Un segundo tipo de reaccin apuntaba a que la pretensin que yo imputara al MAPU, aunque lo criticara por no haberla impulsado con ms decisin de crear a partir de la Concerta-cin una cultura poltica que trascendiese a los partidos revelaba una ingenuidad abismal, pues en Chile los partidos histricos y sus culturas seguan siendo infranqueables: lo que yo llamara me-tafricamente el n del MAPU, por ende, no sera ms que una

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    normalizacin del sistema poltico, en la cual la disolucin de las diferencias tras la bsqueda de consensos deja lugar a la tradicional competencia basada en la acentuacin de las diferencias, incluso al interior de una coalicin como la Concertacin.

    En n, en un tercer tipo de reaccin, prominentes guras del fenecido MAPU me acusaron de algo as como estar revelando un secreto de familia. Sealaban que los MAPU no tuvieron el mono-polio del transversalismo; que no tenan dudas de que, con Bache-let, se crearan nuevas redes de afecto y complicidad como las que haban existido en el pasado; y que, por cierto, los MAPU seguiran estado ah, pues seguan vivitos y coleando.

    Nunca imaginando que mi modesta columna fuese a generar tantas pasiones y tan variopintas respuestas, quise reexionar un poco ms detalladamente sobre este fenmeno del MAPU. Un MAPU rodeado hasta hoy de una leyenda cuya relevancia supera con creces su fugaz paso por la historia poltica chilena. Me puse entonces en contacto con Cristina Moyano Barahona, una joven historiadora que en el pasado me haba entrevistado para su tesis, la cual versaba sobre el MAPU, y que me haba llamado la atencin por su conocimiento sobre el tema, su curiosidad y su inteligen-cia. Nos reunimos en torno a ciertas hiptesis que yo elabor, y planeamos trabajar en conjunto en una investigacin a fondo que permitiera separar lo que haba de leyenda y lo que hay de realidad en torno al MAPU. Durante ms de un ao, tuve que renunciar a un papel ms activo y resignarme al de comentarista de los avan-ces de Cristina; pero me alegro mucho que ella haya seguido en el proyecto, uno de cuyos frutos y seguramente no el ltimo ni denitivo es este libro.

    Cules eran esas hiptesis que nunca alcanc a desarrollar, pero que hasta ahora considero vlidas como pistas de investigacin? Como toda hiptesis, stas son provocativas y, en muchos casos, contraran el sentido comn. A continuacin las enunciar breve-mente, con la ilusin de que otros interesados, con mayor distancia y disciplina, puedan abocarse a refutarlas o validarlas.

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    1. La gestacin del MAPU tuvo sobre el Partido Demcrata Cristiano un impacto que dura hasta nuestros das. Como bien lo documenta Moyano en este libro, la ruptura de la Democracia Cristiana que condujo a la creacin del MAPU en 1969 tuvo su origen en un conicto que se remonta a 1967. Pero, en los hechos, el MAPU de Rodrigo Ambrosio, Enrique Correa, Juan Enrique Vega, scar G. Garretn, Jaime Gazmuri, Jos Antonio Viera-Ga-llo, Jos Miguel Insulza, Juan Gabriel Valds, entre muchos otros, se llev la crema y nata de la intelligentsia joven del PDC. Aunque el que se fue era un grupo muy reducido y de escaso peso electoral, lo tena en cierto grado en las estructuras del partido, dispona de una fuerte inuencia intelectual, formaba parte de las redes sociales bsicas (de las familias fundadoras) del PDC, y reclutaba a los tecncratas que manejaban las reas ms innovadoras del gobier-no de Frei Montalva, como la Reforma Agraria y la Promocin Popular. Se trataba, por lo dems, del ncleo que haba liderado un movimiento emblemtico, como fue la Reforma Universitaria, expresin local de la protesta estudiantil que sacudi las calles de Pars, Berkeley, Berln y otras capitales del mundo, desatando un proceso de liberacin que marcara el nal del siglo 20. Ms all de su nmero, la DC fue conmovida por el desgarramiento que dio nacimiento al MAPU y despus, en 1970, por la ruptura que dio origen a la Izquierda Cristiana. Los problemas que ha mos-trado la DC para adaptarse a la modernizacin de tipo capitalista y levantar un discurso capaz de competir por su hegemona en buena medida se explican por el vaco dejado en su seno por la prdida de la generacin MAPU.

    2. La conducta del PDC ante la UP y Allende fue estimulada en parte por el desprendimiento del MAPU y, posteriormente, de la Izquierda Cristiana. Estos desgajamientos fueron interpreta-dos por la DC, y con razn, como un gesto hostil de la izquierda, tendiente a su debilitamiento o extincin. Ello contribuy fuer-temente a suscitar la reaccin anti-izquierdista que condujo a la

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    DC a descartar la tesis de la unidad del pueblo planteada por Radomiro Tomic en 1970, y que llev luego a la oposicin a la UP y Allende. De hecho, la formacin del MAPU coincide con la ruptura de los nexos entre la DC y la izquierda, lo que en el clima de polarizacin generado durante la UP la condujo a abandonar el centro y acercarse a la derecha. Fue recin en los aos ochenta, por intermedio precisamente de aquellos hijos prdigos que la haban abandonado para formar el MAPU y que ya no eran parte de sus las, que la DC volvi a acercarse a la izquierda socialista para crear la Concertacin bajo su hegemona, alcanzando con ello quiz el punto ms alto de su historia poltica.

    3. El MAPU ejerci un rol desproporcionadamente alto, tanto en la campaa de Allende como en su gobierno. Allende y el Partido Comunista pensaban que, en los intentos anteriores, un obstcu-lo grave para alcanzar la presidencia haba sido el temor del voto cristiano a la izquierda, temor que lo llevaba a volcarse abrumado-ramente hacia el PDC. El MAPU, una fuerza desgajada de la DC y formada por personajes de incuestionables credenciales cristia-nas (como Jaques Chonchol, Rafael Agustn Gumucio, Julio Silva Solar, entre otros), poda ser entonces la ganza para penetrar ese electorado clave y ganar la eleccin de 1970. Aunque es difcil de probar, no sera extrao que Allende haya tenido una participacin no conocida en el desprendimiento del MAPU del PDC, a travs de los sectores ms anes del PS (Almeyda) y el PC. Como lo do-cumenta Moyano, durante la campaa de los setenta, y a lo largo de todo su gobierno, una y otra vez Allende hizo alusiones a los cristianos de izquierda que lo acompaaban para molestia de los dirigentes del MAPU, que queran desprenderse de la identi-cacin cristiana para transformarse en un partido propiamente de izquierda, con credenciales marxistas y proletarias. No obstante, pese a la incomodidad de sus dirigente, el rol que le asign Allende le dio al MAPU un poder simblico, intelectual y poltico muy superior a su peso electoral y orgnico, rasgo que, como veremos, se reproducira despus en la oposicin a la dictadura y la transicin

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    a la democracia. En el curso de la campaa de 1970 esto se ilus-tr, entre otras cosas, en la importancia que tuvieron militantes del MAPU en la denicin del Programa de la UP.

    4. En el gobierno de la UP (19701973), el peso poltico del MAPU fue muy superior a su peso electoral, lo que se explica por su rol muy instrumental al Presidente Allende. Moyano entrega alguna evidencia de la sorprendentemente baja performance electo-ral del MAPU bajo la UP. Sin embargo, Allende coloc a muchos de sus militantes en posiciones gubernamentales claves. En parte, ello obedeci a su deseo de blindarse con esos cristianos de iz-quierda y mitigar as el temor de los grupos de centro. Tambin a la formacin y capacidad tcnica de esos militantes, que eran bienes escasos en la izquierda tradicional. Pero, por sobre todo, a que el MAPU mantena una posicin equidistante dentro de la UP entre los dos partidos dominantes (el PC y el PS), que alimentaban entre s una soterrada pugna. Tal alineacin le permita a Allende enco-mendar a militantes del MAPU tareas que no poda encomendar a socialistas o comunistas, ms eles a sus partidos que al gobier-no. No es extrao, entonces, que algunos dirigentes del MAPU se transformaran en los vicarios de Allende hacia grupos como los empresarios y los militares. La vocacin de ejercer como nexo o puente entre sectores dismiles y la delidad hacia ciertos objetivos o autoridades superiores por encima de la delidad partidista pare-cen ser ciertos rasgos de la generacin MAPU con antiguas races. Como sea, la existencia y la actuacin del MAPU son centrales en lo que fue la experiencia de Allende.

    5. El MAPU no fue un grupo homogneo: en l coexistan di-versos carismas o almas, lo que dio lugar a sucesivas divisiones internas. Moyano describe este fenmeno detalladamente. Hubo un alma cristiana, de la que era expresin buena parte de las guras fundacionales, como Gumucio, Jerez, Chonchol y Silva Solar, pero ella dej escasas huellas en el MAPU. Rpidamente entr en coli-sin con el grupo de la juventud, con fuerte inuencia del marxis-

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    mo althusseriano y decidido a constituir un partido de vanguardia a la usanza leninista, objetivo que lo llev a unirse sin mayor drama con una nueva fragmentacin del PDC para dar vida a la Izquierda Cristiana en 1970. A partir de entonces, es posible distinguir grue-samente dos carismas o almas diferentes. La primera es precisamente la del ncleo formado por Ambrosio, Correa, Gazmuri, cuyo pro-psito era formar un partido de cuadros de corte leninista, que se senta atrada por el uso y la acumulacin de poder estatal, era el a Allende, estaba cerca del PC y del comunismo sovitico, descona-ba del ultraizquierdismo, tena como mentor a Clodomiro Almeyda y ocupaba posiciones estratgicas en el gobierno de la UP a travs de guras como Fernando Flores. ste fue el grupo que, luego de perder el control del MAPU a nes de 1972, dio un golpe en marzo de 1973, quebr el partido formando el MAPU-OC, y comenz a ejercer el liderazgo poltico de facto, as como la representacin p-blica de toda la generacin MAPU hasta hoy. De otra parte, est el alma que podramos llamar basista, anti-estatal o ultraizquier-dista, conformada por guras menos conocidas en la poltica na-cional, pero con fuerte inuencia en los niveles intermedios, espe-cialmente en regiones: Eduardo Aquevedo en Concepcin, Rodrigo Gonzlez en Valparaso, Carlos Montes en la zona sur de Santiago, entre otros. Se trataba de un grupo internamente muy heterogneo, aunque comparta una ideologa antisovitica, una distancia hacia el poder del Estado en todas sus formas, fe cerrada en el poder po-pular y desconanza hacia Allende y su va chilena. Desde tales posiciones, se mantuvo en la periferia del gobierno, instalndose de preferencia en los frentes de masas. Aunque este grupo gan la ma-yora en el congreso del MAPU de 1972 y se qued con la marca MAPU, despus del quiebre de 1973 se fragment y, como tal, no alcanz la inuencia del MAPU-Obrero Campesino.

    6. La violenta divisin del MAPU en 1973 fue la puesta en escena de un conicto mucho ms amplio dentro de la UP, y que nunca se resolvi del todo. Se trata de la divisin entre dos bloques: el blo-

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    que gradualista, partidario de una negociacin con las FF.AA. y la DC; y el bloque rupturista, partidario del poder popular y de la radicalizacin del proceso de cambios. El primero era encabezado por el PC y los sectores del PS liderados por Almeyda y la juven-tud, y respaldado rmemente por la elite dirigente del MAPU. El segundo estaba encabezado por sectores del PS liderados por Carlos Altamirano, tena fuertes nexos con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), contaba con el respaldo de Cuba y, dentro del MAPU, era apoyado por los ncleos de Concepcin, Valparaso y los regionales Sur, Centro y Norte de Santiago. Esta divisin al in-terior de la UP entre dos estrategias crecientemente incompatibles no lograba resolverse, en gran medida por la ambigedad de Allen-de, desgarrado entre su intuicin socialdemcrata y su dependencia emocional hacia la Cuba de Fidel. El quiebre del MAPU en marzo de 1973 por un golpe de fuerza de corte cuasi-militar, buscaba no solo neutralizar la radicalizacin de este partido, sino precipitar una separacin de aguas al interior de la UP y el gobierno, con el n de encaminarse tras una estrategia clara ante una crisis que ya pareca inminente. En este sentido, se trat de una operacin ms vasta en la que estuvieron involucrados directamente por lo menos el PC y los sectores almeydistas del PS. Pero el quiebre del MAPU no logr el objetivo, pues la ambigedad estratgica de la UP, en vez de apla-carse, se acentu, facilitando el desenlace del 11 de septiembre.

    7. Las dos almas del MAPU, que llevaron a su divisin, han de-nido dos trayectorias diferentes para sus antiguos miembros. As, por ejemplo, en el plano intelectual, los del alma gradualista y estatista, con asiento en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), durante la dictadura se interesaron fundamen-talmente en las cuestiones relativas al sistema poltico y la demo-cracia, con fuerte predominio de la ciencia poltica. En cambio, los del alma rupturista o basista se replegaron en el Centro de Estudios Sociales y Educacin SUR, desde donde se volcaron a los temas de la sociedad civil y los movimientos sociales, priorizando la sociologa, la historia y la antropologa. En cuanto a la militancia,

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    los primeros nalmente no optaron por el PC y se incorporaron masivamente al PS, donde desplegaron sus habilidades organiza-tivas y de ejercicio del poder, aunque siempre les estuvo vedado ocupar posiciones de alta direccin partidaria. Los segundos, en cambio, se agruparon en el PPD, un partido menos organizado y con menos vocacin de poder, donde llegaron a ocupar posiciones de alta direccin. En n, en lo que respecta a su posicin social, los del alma gradualista llegaron a ocupar altas posiciones en los gobiernos de la Concertacin, mientras los del alma basista ten-dieron a quedarse en la sociedad civil: organizaciones no guberna-mentales, academia, empresas. En suma, el MAPU dio lugar a dos trayectorias de vida muy diferentes, las que no son adecuadamente diferenciadas cuando se habla de la generacin MAPU.

    8. Los antiguos miembros del MAPU ejercieron un rol relevante en el acercamiento entre la izquierda y el PDC y, con ello, en la gestacin de la Concertacin. La Concertacin cabe recordar-lo representa la materializacin de un viejo proyecto democrata-cristiano, como fue la unidad del pueblo de Tomic. Es al mismo tiempo la alianza de la izquierda con el centro y la reconciliacin del mundo laico y el cristiano, que durante la guerra fra compi-tieron codo a codo por el respaldo popular. Y junto con ello, es un sistema competitivo para dirimir la hegemona en la alianza. La Concertacin se gest a travs de tres tipos de acercamientos, que se produjeron en tres momentos histricos diferentes, pero que tuvieron en comn la participacin activa de antiguos miembros del MAPU: un acercamiento espiritual, que tuvo lugar en torno a la defensa de los derechos humanos, y cuyo escenario estuvo cons-tituido por el Comit Pro Paz y la Vicara de la Solidaridad de la Iglesia catlica; un acercamiento intelectual, que ocurri entre intelectuales de la DC y la izquierda, y que tuvo como escenario las ONG y los centros acadmicos (CIEPLAN, FLACSO, SUR, ILET, CED); por ltimo, un acercamiento poltico, que se despleg en diversos momentos, pero que entr en tierra derecha a partir del Acuerdo Nacional hasta culminar en la Concertacin por el No de

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    1988. En estos tres tipos de acercamientos fueron actores persone-ros del antiguo MAPU, a manera de nexo o puente entre la DC y la izquierda tradicional.

    9. Los antiguos miembros del MAPU han ocupado en los gobier-nos de la Concertacin posiciones de poder que no se condicen con el poco relevante peso poltico que poseen en los partidos en que militan, o del que disponen en la arena electoral. Es lo mismo que les ocurri bajo Allende. En efecto, sobre todo hasta el gobierno de Lagos, han ejercido altas posiciones institucionales en el gobierno, la mayora en reas crticas, donde tambin se han desempeado como asesores. Tambin alcanzaron posiciones en el Congreso, tanto en las las del PS como del PPD. Ejercen roles de inuencia en el campo cultural, intelectual, en el mundo acadmi-co, en los medios de comunicacin y en la empresa, y son recono-cidos por disponer de amplias redes transversales en los crculos de inuencia y poder. El secreto en todo esto no se encuentra en su capacidad conspirativa, sino en su consabida capacidad profesional y de trabajo, lo que en el caso de los que vienen del alma estatista se une a su hbil manejo del poder y de los hilos del aparato de gobierno. Tambin les ha ayudado el hecho de conocer a fondo y desde dentro el mundo laico socialdemcrata (del que hoy forman parte) y el mundo humanista-cristiano (donde se formaron), con redes personales en ambos, lo que les facilita enormemente despla-zarse en el seno de una coalicin como la Concertacin, formada por esos dos segmentos. Esta alianza, nica en el mundo, ha encon-trado en los antiguos MAPU un invisible factor de cohesin. 10. La mayor obra histrica del MAPU fue la creacin de la Con-certacin: su institucionalizacin o disolucin terminan con su rol histrico. Obviamente, la Concertacin no es obra exclusiva del MAPU, ni mucho menos; pero desde el punto de vista de su trayectoria o de sus miembros, la creacin de la Concertacin es su obra ms robusta y permanente, considerando que los sueos de crear un partido nuevo (el tercer partido de la izquierda) fracasaron. No obstante, el logro del MAPU con respecto a la Concertacin

    PRESENTACIN

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    no fue completo. Su culminacin natural tendra que haber sido la creacin del Partido de la Concertacin; esto es, una identidad y organizacin nueva, que superara a los partidos histricos (So-cialista, Por la Democracia, Demcrata Cristiano y Radical Social Demcrata). Hubo algunos intentos en este sentido. Pero con el tiempo, las identidades e institucionalidades partidarias histricas (como el PS y el PDC) se fueron imponiendo sobre la transversa-lidad que dio vida y anim la Concertacin hasta el gobierno de Bachelet, dejando sin su espacio histrico a la generacin MAPU.

    Respondiendo a algunas de las crticas que recib por mis ar-maciones acerca del n del MAPU, a nes de septiembre de 2005 publiqu en La Tercera una columna titulada Sin miedo, con pena, sin nostalgia. Ah armaba que mi intencin haba sido rendirle un homenaje a la generacin MAPU por haber sido el nexo cul-tural y poltico entre la izquierda laica y el centro cristiano, trans-formndose con ello en el motor de la Concertacin y, por esta va, de la transicin. Y que cuando he hablado de su fracaso me he referido a algo muy especco, como fue no haber logrado consumar el destino natural del MAPU: la creacin, a partir de la Concertacin, de una fuerza poltica con identidad y organiza-cin propias que superara a los partidos histricos. Y agregaba: La Concertacin es una entidad con vida propia a nivel de la ciu-dadana (...) pero ella sigue encauzada por la estructura de partidos pre-73, con muchos dirigentes partidarios que la soportan, pero no la quieren ni promueven. () me habra gustado y esto lo digo con pena haber dado en este aspecto un paso fundacional tan potente como los que ha dado Concertacin en otros campos; o, dicho de otro modo, que en vez de destinar energas en institucio-nalizar a los partidos antiguos, las hubisemos puesto en darle una identidad y organicidad ms potente a la Concertacin. Pero esto, lo admito, ya es historia.

    Terminaba diciendo: Tengo gran admiracin y cario por lo que ha realizado la Concertacin, y har todo lo que est a mi al-cance para que este nuevo modelo funcione. En lo personal, tengo

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    un gran respeto por las instituciones; pero no creo que stas puedan funcionar sin una base de conanza y afecto. Hay aqu, quizs, un punto de quiebre con la experiencia de mi generacin, marcada por la ruptura del 73, cuando nos toc ver como hasta las ms sagradas instituciones nos estallaron en la cara. Por lo mismo y as lo he venido sosteniendo desde hace mucho tiempo estoy porque una generacin sin esos traumas asuma el protagonismo de estos nuevos tiempos; lo que no signica que est conminando a nadie a jubilar-se Solo que la sociedad cambia, y nadie puede quedarse ejercien-do para siempre los roles de ayer, por gloriosos que hayan sido.

    El MAPU ha muerto. Viva el MAPU!

    Eugenio TironiSantiago, 30 de noviembre de 2008

    PRESENTACIN

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    INTRODUCCIN

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    Introduccin

    Diversas razones de ndole familiar, polticas y de inters inte-lectual me impulsaron a cuestionar la problemtica de las iden-tidades polticas y su conguracin histrica. As descubr, en conversaciones cotidianas y en observaciones poco sistemticas, cmo diversos actores sociales hacan mencin a la existencia de un grupo, inorgnicamente poltico, que aparentemente tena mucha injerencia en la construccin del proceso de transicin a la democracia y en la administracin del Estado desde la dcada del 90 hasta nuestros das. Me reero puntualmente a los ex mi-litantes del MAPU.

    Una disputa ideolgica y con algunos rasgos de academicis-mo que se fueron diluyendo enfrent al historiador Alfredo Jocelyn-Holt con el socilogo Eugenio Tironi en una epistolar controversia cuyo problema de fondo eran las redes de poder que, segn el historiador, tena al MAPU en las lneas de direc-cin de la poltica y tambin, en menor medida, en el mundo empresarial. Uno de los puntos ms signicativos se puede gra-car en el titular de la revista Cosas del ao 2000, donde Joce-lyn-Holt armaba que el Gobierno de Frei Ruiz-Tagle era un gobierno DC dirigido por gente del MAPU.

    Sobre este debate, que me interes muchsimo, nacieron mis primeras inquietudes acadmicas por tratar de dilucidar una pro-blemtica que adems de poltica consideraba histrica. Cmo es posible que quienes militaron en un partido desaparecido hace ya ms de dos dcadas (y que se integraron en su mayora a otras colectividades) sigan siendo visibles e identicados con su militancia primera? Qu volva a los MAPU tan atractivos pero, a la vez, por qu eran tan fustigados? Por qu dentro de

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    los actuales partidos, donde muchos de ellos se desenvuelven, siguen apareciendo como un grupo con conexiones, homogneo e incluso con relaciones transversales y diversas en lo ideolgico? Hay detrs de ellos una propuesta ideolgica unitaria que los hace identicables o son ms bien portadores de una cultura poltica particular congurada histricamente?

    Mis intentos por dilucidar estas interrogantes se volcaron ha-cia el estudio histrico de la constitucin de una cultura poltica particular. Paralelamente, se agruparon en una gran pregunta: por qu los ex militantes del MAPU son todava maniestos, en tanto tales, aun cuando orgnicamente su referente espacial, temporal y de construccin narrativa, como lo fue el partido pro-piamente tal, dej de existir hace ya ms de 15 aos? O, dicho de otra forma, cmo constituyeron una identidad tan particular y presente en la actualidad que ha trascendido a las estructuras partidarias clsicas y que sigue siendo perceptible especialmente para los otros?

    A lo largo de este escrito, se arma que el MAPU fue un partido generacional muy compacto en su desarrollo histrico, y que sin haber logrado nunca ser un movimiento de masas logr formar importantes cuadros individuales. Esto, junto a los poderosos lazos sociales forjados en una historia comn, que rompi con la pertenencia hacia el pasado, se tradujo en una especial y particular manera de entender y de hacer la polti-ca entre los aos 69 y 73. El peso de esa historia compartida en aos tan complejos de la historia chilena, combinado con las formas que impusieron en la poltica, ms como prcticas que como aporte ideolgico, gener en sus militantes proce-sos de identicacin tan poderosos que, aun cuando el partido haya desaparecido histricamente en el ao 89, siguen existien-do como seas de identidad en sus ex militantes. En suma, se puede hablar de la constitucin de una cultura poltica MAPU que impregna cierta matriz identitaria en quienes participaron de ese proceso fundacional, que se superpone a las identidades

    INTRODUCCIN

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    partidarias vigentes y que construye un nuevo referente poltico en el Chile contemporneo, superando las estructuras polticas partidistas.

    Sin embargo, se vuelve imperioso aclarar que no se est re-riendo a una entelequia o esencia del MAPU como algo que se constituy en un momento histrico y que se ha manteni-do inmutable en el tiempo, como podra pensarse a primera vista. Aun as, queremos enfatizar que las identidades son mu-tables y se van construyendo incesantemente en el transcurso del tiempo, en espacios, ambientes y lenguajes o narraciones distintas. No obstante, existen ncleos de acontecimientos que se constituyeron en espacios y tiempos especcos y que son ms importantes en tanto aglutinadores y conformadores de ciertos elementos de identidad. Esta visin solo se puede abordar des-de una perspectiva histrica, en un proceso mayor, aun cuando para el caso puntual hagamos nfasis en la genealoga del parti-do estudiado.

    Sern entonces, a nuestro juicio, tres los momentos histri-cos cruciales que han congurado una cultura poltica MAPU: el primero, y del que se har cargo este estudio, es el momento fundacional. El segundo, las vivencias de los militantes duran-te la clandestinidad al interior de Chile Y el tercero, el exilio y el proceso de renovacin socialista. Todos ellos conuyen para explicar la pregunta que desde el presente se hace sobre la identi-dad y la cultura poltica de los MAPU. En este escrito se aborda-r el momento fundacional, ya que creemos que los smbolos de identidad y de cultura poltica que explican la vigencia de la mi-rada a los MAPU en la realidad nacional actual son ms fuertes en quienes iniciaron este proceso que en aquellos que ingresaron posteriormente a la colectividad.

    De esta manera, el elemento generacional que asume la ma-triz identitaria del partido en el momento fundacional no sigui un curso normal, si es que pudiera haber existido alguno, debido al impacto que produjo en el sistema poltico el golpe de Estado

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    de 1973. As, este golpe asestado contra la democracia ese 11 de septiembre ayud a cristalizar la identidad y la cultura polti-ca MAPU sin haber logrado institucionalizar la colectividad. El partido en cuestin fue impelido rpidamente, pese a su corta vida, a abandonar la vida partidaria normal y a sumergirse en la clandestinidad, donde las identidades de todos los partidos polticos de oposicin al rgimen de facto se confundieron en la gran caracterizacin y denominacin de opositores, upelien-tos perseguidos, marxistas o traidores, segn quien emitiera el juicio sobre los mismos.

    Este elemento de homogeneizacin, que comenz a diferen-ciarse en los procesos de articulacin para derrotar a la dicta-dura y en las distintas apuestas tericas que dieron sustento a las prcticas, hizo que mientras los dems partidos opositores sumaban a su construccin poltica presente su historia y una identidad forjada en aos de lucha, que no solo se retrotraa a la UP, el MAPU aportara solo su identidad, donde el momento fundacional, como eje aglutinador de los lazos y redes sociales que sostuvieron el proceso, se hizo muy importante. De all la relevancia que le damos en este estudio a ese periodo histrico y su relacin con la memoria sobre el mismo.

    Para llegar a esta propuesta decid sumergirme en las cauda-losas aguas del estudio de las subjetividades colectivas e indivi-duales y de la conguracin de culturas polticas. Lamentable-mente, la mayora de los estudios historiogrcos se reere ms a investigaciones acerca de ideologas expresas, comportamien-tos electorales, alianzas y discursos sobre determinados ejes, ta-les como estrategias de lucha, tcticas y formas de conceptua-lizar y practicar el poder, que a la vertiente subjetiva, aquella ms volcada a las experiencias cotidianas, a las redes sociales y a los modos de construir los universos discursivos que con-guran los marcos de accin que ayudan a formar identidades colectivas, visibles no solo para quienes se sienten partcipes del grupo en cuestin, sino tambin para los otros actores con los

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    que se comparten espacios, se lucha y se construyen alianzas y oposiciones.

    Los universos discursivos que los sujetos construyen acerca de su mundo ayudan a la comprensin de los perodos histri-cos, ya que dan cuenta no solo de una realidad aparentemen-te objetiva, sino que, con la utilizacin de tal o cual lenguaje, determinan la manera como dicho sujeto o grupo comprende la realidad. El lenguaje como instrumento de comprensin, y como herramienta de construccin a la vez, permite articular identidades propias que vuelven visibles a los sujetos a s mismos y a los dems. De esta forma, el estudio de las construcciones discursivas hace posible captar tanto esa objetividad o mate-rialidad en la cual los sujetos actan y pretenden cambiar, como la constante articulacin de nuevos mundos discursivos que re-construyen las realidades en las que estn insertos.

    En este marco, pertenecer a una colectividad poltica signi-ca adherir no tan solo a un discurso ideolgico en particular, sino tambin a la construccin colectiva de una identidad, a la participacin en redes sociales, a la prctica de formas de lucha que hacen al sujeto sentirse parte de un grupo que lo dene en forma particular y que lo hace visible a los otros sujetos con quienes convive.

    Dado lo anterior, la decisin de pertenecer a un partido po-ltico, ms all de condicionar el modo de percibir el mundo y el discurso al que se adhiere, permite construir una realidad en conjunto, hacer amigos, formar una familia, fortalecer y ampliar redes que, en el plano de la afectividad, van dando sentido y un nuevo cariz a la vida individual y social. El sujeto y su vida se modican a la luz de la militancia, as como el partido se forja a la luz de la vida de los sujetos.

    As se abordan los elementos constitutivos de lo que enten-deremos como cultura poltica de un partido, concepto que est compuesto por la manera de construir discursos polticos, la for-macin de las auto y heteroimgenes, las prcticas polticas, las

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    formas de organizacin y de lucha, las redes sociales y los modos de expresar discursivamente las experiencias de vida.

    Comprender la cultura poltica de este partido puede ayu-darnos a complejizar los actuales anlisis sobre las elites polticas. Nuestra transicin a la democracia, con sus altos y bajos, sus aciertos y fracasos, no podra comprenderse si no escarbamos en las construcciones identitarias de los principales lderes que la dirigieron. Muchos de quienes son apuntados como los artces de nuestra transicin militaron en esta tienda poltica, por lo que nos atreveramos a decir que fueron sus imgenes sociales las que articularon una visin hegemnica de nuestra sociedad y sobre las cuales se pensaron y disearon las acciones de salida a la dictadura.

    Los MAPU se han venido constituyendo en los demonios de la Concertacin, los negociadores y los lobbistas, los que aban-donaron sus banderas para venderse a las bondades de un mer-cado que antao criticaban. Estas imgenes se hicieron mucho ms potentes en el curso de la eleccin presidencial que llev a la Concertacin a su cuarto gobierno. Se habl del n de esa elite, ya que esos hroes fatigados haban sido expulsados por un re-cambio poltico y ciudadano. Estas interpretaciones sufrieron un revs cuando volvan a La Moneda ministros como Jos Antonio Viera-Gallo, lo que fue titulado por la prensa como el retorno del MAPU al poder.

    Ms que una constatacin de estas armaciones, este libro invita a pensar desde las identidades y las culturas polticas. Ms que lapidar al MAPU y su vigencia, hay aqu una invitacin a recorrer cinco aos de su corta vida poltica. Si el MAPU est muerto o vivo, si resucitar al amparo de un Lagos o de un In-sulza el 2009 o si verdaderamente las estructuras histricas de los partidos de la Concertacin abortaron su forma de existencia, no son cuestiones que podremos resolver como analistas. Pero ante las preguntas surge al menos una observacin: unidos o dis-persos, la elite fundadora del MAPU encontr formas de sobre-

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    vivencia innovadoras que, habiendo molestado a los militantes histricos y a su propia meritocracia, han logrado mantener su identidad pese a los golpes recibidos. Si el 73 se levant despus del quiebre, si resisti la dictadura con dos escisiones y nuevas fusiones, quin puede augurar su muerte denitiva? Ser esta una expresin posmoderna de una poltica en crisis?

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    CAPTULO 1

    TRES CONSIDERACIONES TERICAS: SUBJETIVIDAD, MEMORIA

    Y CULTURA POLTICA

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    Subjetividad

    El gran cientista poltico Norbert Lechner, fallecido hace unos aos, haca un llamado en sus escritos a volcar las miradas y los estudios sociales hacia la comprensin de la vertiente subjetiva de la poltica. Segn dicho autor, el acercamiento a este aspec-to, controvertido y poco estudiado, era necesario no solo para comprender el funcionamiento del sistema poltico en s mismo, sino tambin para saber la percepcin que tiene de la poltica el comn de las personas y las valoraciones, simbolizaciones y apropiaciones afectivas que de dichos universos subjetivos hacen los sujetos en su vida cotidiana.

    Hacindonos eco de este llamado, creemos que los estudios sobre subjetividades polticas son importantes tambin para comprender el funcionamiento de los partidos, en especial para indagar acerca de las particularidades que los hacen atractivos ms all del mero enunciado de sus ideales programticos.

    Si entendemos por poltica la construccin del orden deseado por una colectividad y por los sujetos que la componen, la subje-tividad es inherente a la misma. Los discursos sobre los distintos rdenes, las formas de articulacin del poder y los signicados que en ese proceso juegan los actores de carne y hueso no son solo una tcnica de administracin, sino una creacin simblica y signicativa que pone en discusin el lugar que cada sujeto quiere, desea y puede ocupar en el nuevo orden por el cual lucha, acta, se moviliza; en suma, por el cual vive.

    Por este motivo, los discursos programticos de los partidos dan cuenta de la constitucin de estos universos simblicos que intentan comprender la realidad en la cual estn insertos para as mantenerla o cambiarla. De esta forma, la administracin de la

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    poltica por un grupo en particular no debe ser analizada solo en tanto impacto de polticas pblicas, sino tambin en tanto apropiacin afectiva de sus receptores, quienes, al no ser pasivos, resignican las acciones y modican conductas, alterando siem-pre las delicadas y mltiples redes de poder.

    Las suposiciones anteriores, sin embargo, solo tienen validez si estimamos, como arma Lechner1, que la poltica posee un carcter constructivista, es decir, que es la herramienta que nos permite construir sociedad. Solo all la subjetividad social ofrece las motivaciones que alimentan el proceso de constitucin sim-blica y valrica de lo social.

    En este contexto, volcarse hacia lo subjetivo no signica re-nunciar al afn de comprensin global, no signica querer crear discursos falsos o irreales, sino que aspirar a abrir una nueva luz en la comprensin de los sujetos sociales y sus universos. De esta manera, cuando estudiamos un partido poltico debemos partir de la premisa de que est compuesto por sujetos activos, que sienten, que valoran y que cambian en el transcurso de la histo-ria, herederos de un pasado y constructores de un futuro. Son la fuerza de la historia, y olvidar esta vertiente signica renunciar a la comprensin ms profunda del pasado. Un partido poltico, entonces, no es solo una estructura, sino que es un colectivo, y como tal est compuesto por sujetos-actores que construyen su historia presente hacindose eco de un pasado conjunto y que proyectan sus visiones de futuro en la lucha poltica electoral, administrativa, valrica e ideolgica.

    Lechner arma que las experiencias pasadas, sean rutinas inertes o acontecimientos extraordinarios, nos jan los objetivos que ambicionamos. () expuestos a un futuro indito, somos llevados a buscar en el pasado las lecciones que ayuden a com-prenderlo.2 De esta forma, la concatenacin temporal del pasa-do-presente-futuro, constitutiva de la concepcin moderna de la historia, tiene como vector de direccin elementos subjetivos que motivan a los sujetos a su accin, ya sea de forma individual

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    o colectiva. Son esos elementos subjetivos racionalizados en las acciones colectivas los que han estado ausentes en los estudios de la teora poltica contempornea y de las ciencias sociales en general, por cuanto se ha tendido a fomentar un proceso de des-subjetivizacin.

    Una poltica que no da cuenta de los deseos, ansiedades y dudas de las personas corre el peligro de caer en la denominada crisis de representacin, es decir, una crisis que se caracteriza por estar constituida por discursos y acciones vacas, alejadas del sentir popular, del sentir colectivo, que no representa nuestros anhelos y que, por lo mismo, pierde el sentido de su ser. Segn Lechner, la brecha que se abre entre sociedad y poltica tiene que ver con las dicultades para acoger y procesar la subjetivi-dad. Esta no es una materia prima anterior a la vida social, es una construccin cultural. Depende, pues, del modo en que se organiza la sociedad y, en especial, de la manera en que la polti-ca moldea esa organizacin social3.

    Para Zygmunt Bauman, coincidentemente con Lechner, el problema no es solo metodolgico sino que tambin polti-co. Para dicho autor, la poltica en la actualidad no solo no da cuenta de las subjetividades, sino que se ha constituido sobre la negacin de la representatividad de nuestros anhelos y las promesas incumplidas. En lneas generales, el aumento de la libertad individual puede coincidir con el aumento de la im-potencia colectiva mientras los puentes entre la vida pblica y la vida privada estn desmantelados o ni siquiera hayan sido construidos alguna vez, o, para expresarlo de otro modo, mien-tras no exista una forma fcil ni obvia de traducir las preocupa-ciones privadas en temas pblicos e, inversamente, de extraer de las preocupaciones privadas temas de inters pblico. Y si en nuestra clase de sociedad los puentes entre ambas dimensiones estn cortados, o desaparecieron abiertamente, lo pblico y lo privado se vuelven antagnicos, incomprensibles entre s y di-ferenciados. De esta forma, los agravios privados, los problemas

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    cotidianos, al estar los puentes cortados, no se convierten en causas colectivas4.

    Esta interpretacin sirve para entender el descontento, el desnimo y la incredulidad reejados en numerosas encuestas y estudios ms o menos serios de nuestro pas, que dan cuenta de un cambio en la identidad chilena. Se opone a la imagen de una sociedad politizada, participativa y con proyectos globales, como la chilena de las dcadas de los sesenta y de los setenta, una sociedad incrdula, individualista, desconada y pesimista de los aos noventa y del 2000. Algunos analistas sociales culpan de este proceso a la dictadura militar de los aos setenta y ochenta. Sin embargo, los cambios parecieran ser, segn Bauman, ms complejos, ms globales y menos locales. En otras palabras, po-dramos entender la dictadura militar como un factor que ace-ler en Chile un proceso de transformacin de la poltica que hoy parece ser caracterstico de la sociedad mundial-global. No obstante, lo que no podemos desconocer es que la poltica ac-tual tiene poco que ver con la de antao y, ms an, que a pesar de una permanencia de los actores, los discursos han cambiado, para volverse vacos, televisivos y de poco impacto.

    As, la conguracin de los universos de lo deseable, de lo anhelable, de lo justo, de lo tico y de lo bueno son construc-ciones culturales simblicas que dan cuenta de las relaciones de poder sobre las cuales se fundamentan, se constituyen, cambian y se descomponen. Dichas relaciones de poder son, por ende, relaciones de poltica. Poltica de lo cotidiano, poltica de la vida diaria, que nutre los discursos pblicos y viceversa.

    De esta manera, cuando un partido poltico convoca a la mi-litancia y a sus adeptos y el colectivo es capaz de construir seas de identidad social, ese partido ha logrado unir los elementos de la subjetividad individual y colectiva y hacerlos eco en un dis-curso pblico coherente y atractivo. Es un partido que impregna lo cotidiano porque da cuenta de lo cotidiano, pero, a su vez, da sentido a las mismas acciones con ambiciones de trascendenta-

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    lidad y cambio en el n ltimo de la poltica, la bsqueda del poder.

    De este modo, cuando la estructura partidaria desaparece y el imaginario colectivo sigue haciendo referencia a la existencia del partido-inexistente, podramos estar en presencia de una nueva forma de organizacin poltica, que ya no necesita de la estructura tradicional de funcionamiento, sino que son sus lde-res, militantes y adeptos quienes llevan al partido en su subje-tividad, en sus acciones cotidianas, y pueden desarrollarse an dentro de otros partidos polticos. El reconocimiento de estos actores-enclaves es sustancial para nuestra interpretacin de lo que entenderemos como cultura poltica del MAPU.

    Los sujetos y sus discursos e imaginarios, por lo tanto, se hacen ms necesarios de estudiar, por cuanto la estructura le-gal ya no existe y no se articula, como habitualmente se supone lo hacen los partidos polticos tradicionales5. El partido est en cada uno de los sujetos, aun cuando stos ni siquiera estn jun-tos, porque dicho partido ms que discurso ideolgico fue cons-tructor de una identidad colectiva, donde el individuo explica y entiende su vida cotidiana y poltica.

    As, el sujeto no es una unidad cerrada, como postulan las vas inductiva y deductiva, sino abierta (disparatada, contradic-toria). La transduccin se mueve en el elemento de la unidad, pero de una unidad problemtica.6 Individuo considerado como frontera topocronolgica que divide el universo en dos zonas: una interior/pasado (la parte del universo ya incorpora-da) y una exterior/futuro (la parte del universo por incorporar)7. Individuo depositario y constructor de historia, entendido ste como el ser que aglutina en su interior lo pasado y lo futuro como vivencia y proyecto.

    La consideracin del sujeto como unidad topocronolgica sugiere, sin embargo, una problemtica de acercamiento meto-dolgico y epistemolgico a la vez. Si el observador es sujeto/individuo que intenta observar/comprender a otro sujeto/indi-

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    viduo como universo independiente y distinto, debe negarse a s mismo en tanto observador/activo. Esta escisin pone una disparacin o una contradiccin en el corazn del universo: el mundo es indudablemente s mismo (esto es, idntico a s mis-mo), pero en cualquier intento de verse a s mismo como objeto, debe tambin, indudablemente, actuar de modo que se haga a s mismo distinto, y por tanto, falso a s mismo. En estas condicio-nes siempre se eludir parcialmente a s mismo8.

    Esta disyuntiva quiz pueda resolverse a travs de darle validez a la subjetividad inherente a cada sujeto, que al interrelacionarse se vuelve intersubjetiva y plausible de aprehender como objeto de anlisis social. Lograr simular mediante la accin simblica y lingstica universos construidos y vividos en la simultaneidad del relato permite asir la realidad pasada intersubjetivamente, sin necesidad de que esta reconstruccin sea intrnsecamente falsa.

    Segn Ibez, el sujeto actual es un sujeto reexivo, pues tiene que doblar la observacin del objeto con la observacin de su observacin del objeto (medida cuntica). El sujeto y el objeto son efectos del orden simblico: el sujeto est sujetado y el objeto objetivado por el orden simblico.9 La estructura de este orden simblico, sin embargo, no es inmutable, sino que histrica. Es en dicho orden donde las funciones de arquetipo ideal o imaginario dan las coordenadas de nuestra situacin y de nuestro futuro.

    Es en el cambio o en las mutaciones permanentes del orden simblico donde se sita y construye a s mismo el sujeto, se cru-zan, segn Ibez, dos movimientos: un movimiento de repre-sin, que produce el desvanecimiento del sujeto (que pierde su profundidad vertical, para quedar aplanado en la horizontalidad supercial del intercambio), y un movimiento de retorno a lo reprimido (del sujeto de la enunciacin). Se puede hacer coinci-dir el primer movimiento con la modernidad, y el segundo que acta ya en la modernidad con la posmodernidad10.

    TRES CONSIDERACIONES TERICAS

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    Es el sujeto de la enunciacin el que nos interesa, por cuanto es en l donde prima la subjetividad. El sujeto de la enunciacin no se resigna a perder lo bello, lo bueno, lo verdadero. Reivindica equivalentes de valor que sean, otra vez, unidad de medida y te-soro. El movimiento que desemboca en el formalismo reivindica la unidad de medida. Es el retorno de los reprimidos en el objeto y en el sujeto. No hay cobertura en la horizontal de la circulacin: la hay en la vertical, arriba est el ideal, abajo est el tesoro11

    Lo real aparece, de esta forma, en la perspectiva del sujeto como interioridad experiencial. Nuestro tesoro solo es alcanza-ble a travs de la memoria, ya que sta permite dar cuenta de las construcciones simblicas y de valor que dan coherencia a los universos colectivos. Segn Subercaseaux, se trata de realzar el proceso de constitucin y autonoma del sujeto, sin desconocer los determinismos sociales, pero focalizando el anlisis en ese espacio en que el sujeto llega a ser y en que se maniesta o re-presenta su autonoma. En este proceso el yo interacta con el mundo externo. El sujeto se constituye y es modicado en dilogo continuo con el otro, con las formaciones discursivas y con los mundos culturales exteriores. 12

    El dilogo continuo de la multiplicidad de sujetos indivi-duales (yo) no debe ser considerado en los anlisis sociales como individualidad pura, sino que como contacto transcultural con otros sujetos. De all la validez historiogrca de los relatos, de las memorias que dan cuenta de las subjetividades individuales y colectivas. De este modo, la nocin de sujeto histrico apunta a un sujeto colectivo compacto, a un conjunto de yoes que se proyectan e interactan en lo poltico y cultural. Cuando nos referimos a un sujeto colectivo, al usar la voz sujeto, en lugar, por ejemplo, de hablar simplemente de sector social, estamos implicando que tiene conciencia de s13. O, dicho en otros tr-minos, estamos hablando de sujetos con identidad.

    En estos usos el espacio semntico del yo pareciera que se disuelve, o se presupone plegado a un sujeto preconstituido, o,

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    en algunos casos, cooptado por la dimensin de lo poltico y lo social. Sin embargo, la dimensin poltico-social implica siem-pre una eleccin de valores y una accin dentro de un repertorio posible de opciones. Se trata, por ende, de un espacio en que opera la autonoma del sujeto desde el yo, pues es desde all desde donde se elige y acta. Y es desde all tambin que se pliega o no a un determinado discurso y a un conjunto de valores 14

    Ese es el espacio donde la subjetividad opera, donde las ac-ciones adquieren su sentido y signicado ms profundo. La ar-ticulacin de la tensin operativa entre el mundo individual, el yo, y el mundo colectivo del cual formo parte, los yoes, nutre la subjetividad poltica de los actores. Es en esta tensin donde las decisiones valricas, de militancia, de hacerse y sentirse parte de un discurso y de una accin, cobran la relevancia de la que queremos dar cuenta en este estudio.

    Tensin que existe tambin en la relacin histrica de pasa-do, presente y futuro, ya que cada sujeto llega cargado de una he-rencia cultural propia, que congura su existencia del presente, y sobre el cual se articularn las opciones de futuro. Sin embargo, si bien ese pasado no es determinante, tampoco es ftil. Por esa razn, el sujeto activo debe ser considerado siempre un sujeto topocronolgico, ya que las interrelaciones temporales para este estudio sern muy relevantes en la conguracin de una particu-lar cultura poltica.

    Los mundos de los cuales los sujetos provienen, sus crculos sociales, sus experiencias pasadas, los hacen sentirse ms cerca o ms lejos de otros sujetos con quienes pueden compartir o no dichos universos simblicos y signicantes. El presente, por su parte, ser comprendido a la luz de esa experiencia pasada. Sin embargo, las nuevas vivencias interrelacionadas van a la vez con-gurando las opciones de futuro, la nueva relectura del mundo social, la construccin de nuevos universos discursivos, que rein-terpretan mi pasado, pero que me guan hacia mi futuro. Aqu se constituye, entonces, una determinada cultura poltica.

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    Lechner armaba, los temores al futuro nacen en el pasado. Y los sueos de futuro nos hablan de las promesas incumplidas del pasado; lo que pudo ser y no fue. De lo que hemos perdido y de lo que no deba haber sucedido. Hacer memoria es actua-lizar nuestras experiencias15. As, memoria y subjetividad estn interrelacionadas, por cuanto la primera se constituye no solo en herramienta para excavar en las subjetividades, sino en parte constitutiva de la misma subjetividad.

    Cultura poltica como sntesis comprensiva

    Finalmente, uno de los ltimos conceptos ancla de esta investi-gacin es el de cultura poltica, el que a diferencia de lo refe-rido a la memoria, no existe una sistematizacin muy acabada. La principal fuente terica acerca de este tpico se encuentra en la ciencia poltica, en la sociologa y en algunos estudios de antropologa; sin embargo, en ninguno de ellos se da una de-nicin exhaustiva de l. Por lo general, se habla y se entiende el concepto cultura poltica como formas de hacer poltica o produccin de universos simblicos y discursivos.

    Por su parte, el anlisis historiogrco es casi inexistente, salvo los estudios de Ana Mara Stuven, quien utiliza una de-nicin bastante somera para referirse a la cultura poltica de la elite chilena en el proceso de construccin de la nacin16, y los de Julio Pinto y Vernica Valdivia, quienes en Revolucin proletaria o querida chusma..., quizs rozando el concepto, se acercan a la produccin de signicado y de apropiacin que los discursos y la expresin en prcticas polticas determinadas gene-raron con las propuestas socialistas de Recabarren y el populismo alessandrista17.

    La escasa sistematizacin conceptual de los estudios histo-riogrcos monogrcos sobre algn partido o movimiento ha hecho primar la atencin en los aspectos ms visibles de la

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    constitucin y actuacin de los mismos, obviando los efectos subjetivos que la participacin, la produccin de signicados y representacin generan en los militantes y en los no militantes en un determinado tiempo histrico.

    Para este estudio, el concepto de cultura poltica constituir un eje central en el anlisis, porque nos permitir interrelacionar las variables objetivas (nmero de militantes, discursos, votos, escritos de prensa) con aquellas variables subjetivas de apropia-cin de signicados, produccin de sentidos, construccin de mapas mentales y cognitivos que siten a los actores en la lucha por la construccin de un determinado orden social.

    De esta forma, cultura poltica ser el modo en que un movi-miento entiende la actuacin poltica y simblica de sus miem-bros dentro de la construccin de un orden social determinado; la signicacin que realizan de su actuacin; las luchas por la bsqueda de las hegemonas del recuerdo y del presente; la di-reccionalidad que le entregan a la accin y las lecturas que hacen de ella; las redes sociales que articulan sus relaciones; en suma, la manera en que construyen una identidad partidaria forjada en la vida cotidiana misma.

    Para esto, ser necesario tratar de esbozar los mapas menta-les que los actores construyeron durante el perodo en estudio para as entender espacial y temporalmente las signicaciones que desde la memoria realizan de los mismos. Entenderemos por mapa mental la forma que tienen los sujetos de representar una determinada realidad social para hacerla inteligible en los tres tiempos histricos.

    Segn Lechner, hay distintas maneras de mirar y sentir cada uno de los tres tiempos y, en particular, de anudar los hilos, te-nues o gruesos, entre ellos. Y de esa delicada trama depende -nalmente la construccin del orden social y su sentido. Nuestro modo de vivir el orden social tiene que ver con la forma en que situamos al presente en la tensin entre pasado y futuro18.

    En dichos mapas se encontrarn los horizontes de lo poltico

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    (los lmites geogrcos entre lo que se considera poltico y lo que no lo es), las utopas, los anhelos, el poder y las relaciones sociales dentro del mismo. Tambin, la manera de simbolizar y de textualizar las acciones con sus signicados y los modos de nominar el orden social.

    La construccin del orden est ntimamente ligada a la pro-duccin social del espacio y del tiempo. Por un lado, el orden es creado mediante la delimitacin de su entorno, estableciendo una separacin entre inclusin y exclusin. No hay orden social y poltico sin fronteras que separen un nosotros de los otros. An ms, la nocin de orden modela la idea del espacio.

    Dentro de este contexto, la reformulacin de los cdigos in-terpretativos, el manejo de nuestros miedos, el trabajo de hacer memoria, son facetas de la subjetividad social, abarcando tanto los afectos y las emociones como los universos simblicos e ima-ginarios colectivos. La politicidad de estos elementos se manies-ta en una doble relacin: como formas de experiencia cotidiana que inciden sobre la calidad de la democracia y, a la vez, como expresin de la sociedad que es construida por la poltica.

    Un estudio de cultura poltica debe volcar su mirada a la vida cotidiana que los militantes realizan durante un perodo en cues-tin, por cuanto ella ayuda a revisar los procesos de apropiacin simblica de los discursos y de las acciones mismas. Segn Le-chner, al tomar una parte de nuestra vida como lo normal y na-tural estamos elaborando cierto esquema de interpretacin para concebir los otros aspectos de nuestra vida. Al denir un con-junto de actividades como cotidianas, jamos ciertos criterios de normalidad con los cuales percibimos y evaluamos lo anormal, es decir, lo nuevo y lo extraordinario, lo problemtico. Tal vez el aspecto ms relevante de la vida cotidiana es la produccin y reproduccin de aquellas certezas bsicas sin las cuales no sabra-mos discernir las nuevas situaciones ni decidir qu hacer. Para un animal de instintos polivalentes como el ser humano, crear esta base de estabilidad y certidumbre es una experiencia indispen-

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    sable, requiere un mbito de seguridad para enfrentar los riesgos de una vida no predeterminada. Enfrentado a un futuro abierto, recurre a un mundo familiar donde encontrar los motivos, los por qu, que le permitan determinar el para qu19.Qu es lo poltico para unos y cmo se pone en prctica, hasta dnde llega el partido y hasta dnde el militante, cmo me apropio del discurso de accin en mi vida privada y cmo se crean y entre-cruzan las nuevas y antiguas redes sociales son elementos que forman parte de la vida cotidiana y tambin de la cultura poltica de un grupo en particular. Cada grupo social concibe su vida diaria en referencia, tcita o explcita, a otros grupos, asimilando o modicando, aspirando o rechazando lo que entiende por la vida cotidiana de aquellos. Encontramos pues diferentes vidas cotidianas, determinadas por el contexto en que se desarrollan los distintos grupos. La vida cotidiana es un mbito acotado, pero no aislado. Solo en relacin con la totalidad social y, espec-camente, con la estructura de dominacin, puede ser aprehen-dida la signicacin de la vida diaria en tanto cara oculta de la vida social20.

    La vida cotidiana de los aos sesenta y setenta fue particu-larmente especial, segn cierto consenso historiogrco que en-fatiza que en dicha poca existi una gran polarizacin y discu-sin poltica que los actores vivenciaban a diario. Todos parecen coincidir en que en esos aos lo poltico se volvi precisamente cotidiano y marc a generaciones, sobre todo a los jvenes, en la comprensin de un mundo donde las relaciones polticas y de poder, sistematizadas en discursos, movimientos y prcti-cas polticas, construan la identidad particular y colectiva de los mismos. Por esa razn, obviar la produccin subjetiva de las prcticas polticas cotidianas y los lazos afectivos de la accin parece absurdo al momento de querer adentrarnos en las arenas de la comprensin de una cultura poltica particular como lo fue la del MAPU durante esos aos (69 al 73).

    As, estudiar a un partido desde lo cotidiano implica consi-

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    derar el cruce de las relaciones entre los procesos micro y macro sociales. En lugar de reducir los procesos microsociales al plano del individuo (en contraposicin a la sociedad), habra que vi-sualizar la vida cotidiana como una cristalizacin de las contra-dicciones sociales que nos permiten explorar la textura celular de la sociedad de algunos elementos constitutivos de los procesos macrosociales. Desde este campo de anlisis de los contextos en los cuales diferentes experiencias particulares llegan a recono-cerse en identidades colectivas. Ello remite, por otro lado, a la relacin entre la prctica concreta de los hombres y su objetiva-cin en determinadas condiciones de vida. En lugar de reducir la vida cotidiana a los hbitos reproductivos de la desigualdad social (Bourdieu), habra que sealar igualmente cmo a raz de la vivencia subjetiva de esa desigualdad estructural las prcticas cotidianas producen (transforman) las condiciones de vida obje-tivas. Vista as, la vida cotidiana se ofrece como un lugar privile-giado para estudiar, segn una feliz expresin de Sartre, lo que el hombre hace con lo que han hecho de l21.

    La memoria, la vida cotidiana y la cultura poltica como sn-tesis comprensiva son tres elementos que van de la mano en esta investigacin que quiere adentrarse en la aguas de la produccin simblica y subjetiva para comprender la vigencia de un movi-miento que en la actualidad, sin tener estructura formal, sigue inuyendo y es reconocido por otros actores como parte impor-tante en las luchas por el poder poltico. Las claves, creemos, estn en la genealoga misma del partido, en la cultura poltica que en el momento fundacional contrapuso a jvenes y viejos, antiguos y nuevos discursos, acciones y smbolos de poder, marxismo y cristianismo, gradualidad y revolucin, ideologa y pragmatis-mo, que marcaron la forma de hacer poltica de sus militantes, desde los dirigentes hasta sus bases. La participacin militante de los miembros de este partido ha congurado histricamente una cultura poltica particular que a nuestro juicio tiene tres mo-mentos sustanciales: el perodo fundacional, la clandestinidad y

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    el proceso de renovacin socialista, y por ltimo el retorno a la democracia en los aos 89-90. Sin embargo, a pesar de creer que los tres momentos mencionados son importantes, esta investiga-cin solo ahondar, por razones metodolgicas, el primer pero-do, dejando para investigaciones posteriores los otros momentos histricos en la conguracin de la cultura poltica MAPU.

    Las razones para anclar este estudio particularmente en el pe-rodo de formacin son bsicamente la existencia de varias ten-siones puntuales que a nuestro juicio tuvieron expresin solo en el perodo fundacional (de all su importancia histrica). Dichas tensiones son las siguientes:

    1. Existencia de dos maneras de hacer poltica, sintetizada en la pugna juventud versus antigua escuela. El MAPU vivenciar du-rante los aos de su formacin una fuerte pugna por el control del partido, la que contrapone dos maneras o concepciones de entender y practicar la poltica. Una es la vigorosa, nueva y fuer-te que traen los jvenes, y la otra, la clsica y un tanto despres-tigiada que tenan los viejos cuadros provenientes de la DC. De este modo, se da en el MAPU una tensin generacional, donde el grupo ms joven terminar por hegemonizar el partido y darle un cariz distintivo.

    2. De lo anterior surgir una caracterstica muy importante de considerar en este partido, que tiene relacin con las particulares formas como estos jvenes se relacionarn entre s y con los cr-culos de poder. Muchos jvenes militantes, estudiantes univer-sitarios, profesionales recin egresados, estudiantes de enseanza media, pobladores y trabajadores, participarn del proyecto pol-tico de la UP, imprimindole un sello especial de mpetu juvenil, pero generando una identidad particular en los miembros mis-mos. Ellos se hicieron polticos en la cspide del poder admi-nistrativo del Estado. Esta caracterstica no la ha tenido ningn otro partido poltico en Chile.

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    3. Existencia de una compleja combinacin entre la teora mar-xista y una vertiente del cristianismo social que haca de la pro-puesta del MAPU una apuesta novedosa, heterodoxa y con cierta cercana a grupos de jvenes de clase media y acomodada, donde se mezclaban el mesianismo redentor, el materialismo histrico, la lucha de clases, el concepto de revolucin y el paternalismo.

    4. Otra de las tensiones que cruzarn no solo al MAPU sino que al espectro poltico general de izquierda y centro tiene que ver con la relacin entre cambio gradual y revolucin. Si bien la mayora del partido abogaba por un cambio revolucionario, los tiempos de la revolucin y la evaluacin de sus costos se encon-traron supeditados a la disputa generacional y posteriormente a la que se dio entre gradualistas-aliancistas y revolucionarios-rup-turistas. Ser en esta ltima tensin donde dos concepciones del poder y sus propuestas de cmo alcanzarlo terminen empujando al MAPU a la divisin en el ao 1972 en MAPU-OC y MAPU-Garretn, contraponiendo dos formas de cultura poltica que se unirn posteriormente en el proceso de renovacin socialista y retorno a la democracia.

    Especicadas las tensiones descritas ms arriba, creemos que el perodo fundacional merece una especial atencin, sobre todo en lo que respecta a la conguracin de una cultura poltica par-tidaria especial que identic y an hace visibles a sus ex militan-tes como miembros de un colectivo estructuralmente inexistente pero subjetivamente vivo.

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    CAPTULO 2

    EL MAPU EN LA HISTORIOGRAFARELATOS INCOMPRENSIBLES DE UNA

    ELITE POLTICA

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    Introduccin

    La reconstruccin historiogrca sobre nuestro pasado reciente ha estado sujeta a una serie de avatares epistemolgicos e inter-pretativos. Por una parte, aparecen los clsicos cuestionamientos frente a la posibilidad que tiene el historiador de escribir sobre algo en que l (ella) mismo(a) fue actor sin caer en la excesiva subjetivizacin de ese pasado reciente. Por otra, surge la proble-mtica de cmo acercarse a ese objeto de estudio, a las fuentes y a las memorias que cruzan el perodo si muchos de los actores estn vivos y pueden validar los estudios segn sus propias ex-periencias.

    Sin embargo, a pesar de lo anterior y de las mltiples crti-cas que puedan provenir de la historiografa ms conservadora y positivista, nuestro pas ha visto como se han multiplicado en la ltima dcada los anlisis sobre el pasado reciente, el que, pro-ducto de la gran fractura ocasionada por el golpe de Estado, hizo cambiar la conguracin del presente en que vivimos. De esta manera, el estudio de los aos sesenta y setenta hasta el golpe mismo se ha vuelto un tema de ridas disputas interpretativas por cuanto las distintas visiones buscan enfocar nuestra realidad desde sus particulares posiciones polticas.Denir cmo ramos y qu sucedi es fundamental para llegar a comprender cmo somos en la actualidad, y en ese margen existencial la visin in-terpretativa del pasado es fundamental.

    Quizs uno de los hechos trascendentales y abiertamente po-lmicos de esta problemtica, en el plano de la historiografa, fue la disputa entre Gonzalo Vial (como representante de una corriente historiogrca y por cierto poltica) y un grupo r-mante de lo que se conoci como el Maniesto de historiado-

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    res. Entre ellos se desat un debate en torno a temas cruciales de las dcadas mencionadas, cuestionndose las bases clsicas de la aproximacin al estudio de dicho perodo, que haca ver a Gonzalo Vial no solo la inevitabilidad del golpe sino tambin su justicacin en tanto proceso de quiebre de la democracia.

    De esta forma entr al tapete de la opinin pblica la fuerza de la historiografa como herramienta poltica para la interpre-tacin del pasado. Esta dejaba de ser encubiertamente objetiva para transformarse en instrumento de accin de los sujetos para el presente. Detrs de ella haba una cuestin de proyecto, una idea de destino. La nalidad ya no era saber del pasado porque s, sino comprender nuestro presente y actuar sobre l. Y esto obviamente sin cambiar arbitrariamente los hechos.

    La abundancia de textos sobre la historia presente se puso de maniesto tambin cuando se conmemoraron los 30 aos de la eleccin y triunfo de Allende y ms tarde los 30 aos del golpe de Estado. Esto dej de maniesto que las dcadas pasadas tenan mucho que decirnos sobre nuestro presente, y frente a la necesidad permanente de las sociedades de comprenderse, la historiografa apareca como una herramienta muy vlida, sin embargo no nica, ya que los aportes disciplinarios que entre-gaban la sociologa, la antropologa y la ciencia poltica venan a complejizar los anlisis y hacerlos ms tiles para ese intento comprensivo.

    De esta manera, el presente captulo pretende dar cuenta de la discusin que dentro de las ciencias sociales ha existido sobre este pasado reciente. Las dcadas de los sesenta y de los setenta resultan cruciales para la comprensin del quiebre de la demo-cracia en Chile. Sin embargo, las distintas miradas nos comple-jizan las relaciones y cambian los enfoques interpretativos. El nacimiento del MAPU como partido en el ao 69 debe ser ana-lizado a la luz de la perspectiva histrica de esas dcadas, de sus especicidades, as como de sus continuidades. Un enfoque de ms largo plazo (estructural) u otro que ponga su eje en la co-

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    yuntura explican de distinta manera el origen de la colectividad. De ah la importancia de contraponer estas visiones, por cuanto nos abren dos perspectivas de anlisis sobre un mismo proceso, que si bien no son antagnicas, por lo menos son diversas y hasta cierto punto complementarias.

    El ethos cultural de la poca en el corto plazo: Las dcadas de los sesenta y de los setenta segn las ciencias sociales.

    La mayora de los estudios sociales sobre las dcadas en cuestin ha puesto fuerte nfasis en los temas que tienen relacin con el espacio o la esfera poltica. El sistema de partidos, los anlisis de los cambios electorales y los partidos polticos y sus comporta-mientos en torno a discurso, prcticas y alianzas constituyen la piedra angular dentro de la mayora de las aproximaciones a este pasado reciente.

    El recuento que propone este apartado comenzar al revs de la mayora de los anlisis. Es vlido iniciarlo con la reconstruc-cin que han hecho las ciencias sociales del el campo cultural y la produccin simblica y discursiva que permite denir el ethos cultural propio de una poca. Ello har posible validar la propuesta de la importancia de la subjetividad en la poltica, y tratar de comprender las clsicas armaciones que nos hablan de una poca de gran radicalizacin e ideologizacin en la cual se movilizaban los individuos.

    El no caracterizar esta parte ms subjetiva de las produccio-nes polticas puede llevarnos a no comprender cabalmente las producciones discursivas de la poca, los enfrentamientos sim-blicos que estaban detrs de los proyectos de los diferentes ac-tores polticos. En suma, puede llevarnos a no comprender ese pasado tan distinto, culturalmente hablando, del nuestro. La di-mensin subjetiva de la poltica puede acercarnos a este pasado de una manera distinta para que las otras esferas adquieran ms sentido.

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    Acto en Valparaso en apoyo a la Unidad Popular

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    Los estudios en este mbito no son muy abundantes, y la ma-yora de los que han analizado la poca entregan descripciones no muy exhaustivas sobre las producciones culturales y discursivas que la sociedad chilena, en especial los partidos polticos, creaba en ese entonces como marco de signicacin de sus acciones. Tal como lo expresa Moulin, la poltica se despliega mediante la produccin de un imaginario donde la realidad aparece sim-blicamente elaborada. Esta construccin contiene deniciones del mundo social realizadas en trminos fcticos (proposiciones donde se arma la existencia objetiva de hechos sociales) y en trminos normativos (proposiciones del deber ser)22.

    Este artefacto, denominado por Moulin como imaginario, sirve para orientar las acciones de los sujetos as como para mo-vilizar las voluntades. Dentro de l conuyen, adems, las mo-tivaciones inconscientes y los sentidos racionales e irracionales que se entremezclan en las estrategias, alianzas y clculos de las mismas acciones23. De all que el plano discursivo sea tan im-portante como las actuaciones, porque estas ltimas adquieren sentido en el primero, all se signican e incluso se evalan.

    El papel que juega la construccin discursiva tambin ayuda a visibilizar la realidad social. Al transformar en texto lo que presenciamos, lo que sentimos y lo que vivenciamos, ste ad-quiere la validez de su existencia. As lo expresa Illanes al enfati-zar que el papel que juegan las ideologas dentro de las socieda-des es nominar y visibilizar las corrientes del cambio social24. En otras palabras, darle cuerpo de signicacin y coherencia analtica a una realidad diversa, compleja y dispersamente ininteligible.

    Dadas las premisas anteriores, la caracterizacin cultural de las dcadas de los sesenta y de los setenta resulta primordial para entender algunas particularidades que los cientistas sociales, des-de distintos enfoques, han manifestado casi de manera consen-sual: la existencia de una gran polarizacin y radicalizacin en los discursos polticos de la poca, que dieron el marco de accin

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    para que el sistema poltico adquiriera la forma que tena en esos aos.

    Segn Moulin, una caracterstica central de la poca estudia-da tiene relacin con la fuerte contraposicin entre crecimiento econmico real y expectativas de derrumbe del capitalismo. Tal como lo expresara Hobsbawm en su historia del siglo XX, los aos que van desde el 50 hasta el 73 corresponden a lo que l denomina como los aos dorados del capitalismo. El alto creci-miento econmico y la conguracin de un Estado benefactor hicieron que muchos sectores sociales marginales pudieran incor-porarse al consumo. En los pases en desarrollo ampli las expec-tativas educacionales, mejor los sistemas de salud e incorpor al movimiento obrero a prcticas sindicales que exigan cada v