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(Víctor Carvajal) MAMIRE EL ÚLTIMO NIÑO

Mamire El Último Niño - Clase 1

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Mamire el ltimo nio

(Vctor Carvajal)Mamire el ltimo nio

Actividad individualA partir de la lectura siguiente , responde las preguntas:Escribe los nombres de los dos captulos y haz una lista de los personajes presentes.Dnde se ubicaba el Valle de Aroma? Qu haba pasado con sus ciudadanos?Cul era la situacin actual del pueblo? Qu representaba Mamire para los ancianos?Seala tres labores que Mamire aprendi de los ancianos.Escribe un resumen del captulo ledo. Extensin mnima 7 lneas y mximo 15.

1. El Valle de AromaQuisiera que volvieran los aos de mi infancia para vivir alegre y sin preocupacin... As suele cantar doa Mercedes Ocsa, una de las abuelas centenarias de Mamire, el ltimo nio del valle de Aroma. Mamire vive entre ancianos que suspiran por el luminoso pasado y miran con temor el futuro porque solo un milagro puede salvar la vida en el pequeo valle, que no figura en atlas ni mapas. En medio del desierto, el Aroma yace enterrado, casi, entre cerros parduzcos y secos. Es un corredor estrecho que bordea unas diez leguas el curso del ro, y baja de la cordillera nieve a la mar salada, a travs del corazn ardiente de un territorio arisco, despoblado y solitario. El valle es el nico corredor verde en cientos de kilmetros a la redonda. En Aroma se alza un casero cruzado por dos calles que nacen del cerro arriba y terminan cerro abajo junto al esmirriado ro. En la plazoleta del pueblo estn la capilla, la escuelita, el mercado y la alcalda, edificios todos de piedra cal, adobones y paja brava. Unos pocos rboles se suman a los frutales que se alzan en los patios interiores de las moradas, blancas todas como la misma sal del desierto. En sus buenos tiempos Aroma fue prspero, rico en frutas, hortalizas y verduras que crecan en abundancia. Lo obtenido entonces satisfaca las demandas de la poblacin del valle y tambin las de los poblados vecinos. Famosos fueron los mercados que cada semana se hacan en pueblos aledaos y adonde acudan los lugareos a intercambiar productos y mercancas. En aquel entonces la vida no solo era prspera y abundante. Los arominos vivan en perfecta armona, tal como Dios lo dispuso, en sus casas de un piso levantadas en medio del escaso verde de los empinados cerros que sorprenden la mirada con el cambiar constante de su colorido. Las familias Huarache, Soto, Panire, Gamboa, Choque. Lucai, Caipa, Ocsa, Cevallos, Perea Contreras vieron crecer con satisfaccin a sus hijos. Los enviaron a la nica escuela del pueblo y al tener edad para merecerlo, los hicieron novios y los casaron sin dilacin para que la vida en el valle prosperara. La vida en plena pampa es silenciosa, arisca y solitaria, los hombres son parcos y cautelosos. Los nios, sin embargo, cuando los haba en abundancia, se manifestaban a grandes voces, risas y gritos bajo el invariable sosiego de las montaas. Ahora, en cambio, es el viento la nica compaa de Mamire. Y tambin el rumor del ro, el que con su borboteo, tenue y amistoso, parece risa de aguas en cada choque contra las piedras; esa alegra recibe al nio que por ah cruza cada tarde, cuando el pastoreo lo lleva hasta los cerros. Tal vez por ello los lugares preferidos de Mamire para sus juegos son las dos riberas del ro.

2. Los primeros en marcharseCuentan los ancianos que hace ya muchsimos aos la modernidad se trag la vida mansa del pueblo. Por el valle se intern un da la interminable hilera de afuerinos, apertrechados de herramientas, arracimados en mquinas blindadas que con motores amenazantes remecieron hasta las rocas del paraje. Aquellos hombres levantaron a su paso una polvareda que ocult el sol por varios das consecutivos. Entre los vecinos del valle corri en aquel entonces el rumor de que la prosperidad, cual reina y squito, era la que llegaba. Pero esos hombres empujando el futuro sobre las brechas polvorientas no acudieron precisamente para quedarse. Apenas se detuvieron un instante a saciar la sed de las mquinas, para continuar enseguida su viaje al interior del desierto, dejndose tragar por la ms estrecha de tas pedregosas gargantas. Atravesaron montaas, dejando seales profundas en la arena endurecida; por ellas deban seguir ruta los vehculos venideros, sin que extraviaran curso y camino en aquel ocano de roqueros, montculos y quebradas. Con el tiempo ese mismo camino se fue llevando a los hombres jvenes de Aroma. Los atrajeron las promesas de riqueza que ofreci la extraccin salitrera en pleno corazn de la pampa. El joven yacimiento necesitaba brazos vigorosos y resistentes, aclimatados al quemante sol del da y al helado aire de las noches. Los arominos que se marcharon del valle aprendieron rpidamente a conocer el valor del dinero. Con idntica celeridad, comenzaron a menospreciar labores que no lo eran. En el pasado qued la vieja y sabia costumbre de ser generosos bien dispuestos para regalar a los dems el tiempo libre de cada cual. En aquel entonces, en lugar de preguntarse: Qu gano yo con esto?, pensaban: Qu bien puedo hacerle a los dems? cada vez que ofrecan su tiempo sobrante. Tambin en el recuerdo qued aquella vida anterior cuando el comercio se haca con trueque y permuta. Eran los tiempos de antao. Las salitreras se alzaron cual ciudades esplendorosas creando su propia moneda de compra y de cambio. Tan florecientes eran, que solo un loco habra podido pensar que en pocos aos seran restos y escombros. En los hogares sin varones del Aroma, las madres ocuparon el lugar dejado por los maridos. Y los hijos, despus de la escuela y de las labores del campo, secundaron en la casa a las mujeres en aquellos trabajos que antao solan hacer los hombres. Por ello, fue habitual ver en Aroma a nios detrs de mulos cargando lea, arreando chivos de monte, soportando pesados atados de hierbas sobre el esqueleto de sus hombros. Por esos tiempos, los nios asistan a la escuela tres o cuatro aos a lo ms. Pocos llegaban al sexto ao de educacin obligatoria. En menos que canta un gallo, aquellos mocosos tambin emigraron hacia el interior del desierto por la nica senda que les hizo seguir calcados los pasos de sus padres, ilusionados con alcanzar la fortuna que bondadosamente pareca repartir esa tierra sobrada de sales y minerales. La explotacin del salitre cre un puerto junto al mar. Cercano a la playa desierta, sobre el roquedo inhabitado surgi una ciudad que llam con sus cantos de opulencia a los hombres deseosos de obtener el mayor de los provechos de la fuerza joven de sus brazos. El yacimiento creci en decenios, hasta que los alemanes, en menos tiempo, inventaron salitre de laboratorio y con l llenaron los mercados mundiales. El mundo dej de comprar salitre natural y entonces las oficinas de la pampa iniciaron su decadencia hasta su total extincin. As, quedaron convertidas en verdaderos pueblos fantasmas. Sin embargo, la ciudad y el puerto corrieron una suerte distinta creciendo con el paso del tiempo. Hacia all continuaron emigrando los habitantes de los pequeos pueblos del desierto. El valle de Aroma qued justo a medio camino, entre la ciudad nueva y las runas de la oficina salitrera. Achicase el valle de Aroma poco a poco. Se puso enjuto, como una espiga verduzca. Varias generaciones pasaron hasta que el valle, a finales de este siglo XX, qued habitado solo por ancianos que viven de la poca siembra del maz, del ajo y de la papa; viven sembrando recuerdos, sintiendo ansias de elevar al monte sus voces, entonando antiguas tonadas que evocan un pasado brillante. Pero hay que ser justo. Los ancianos tambin se alegran al observar cada maana, feliz camino a la escuela; al ltimo nio del valle: Mamire, el nieto de todos los abuelos. Sus padres forman el ms reciente de los matrimonios y se comenta que por ser los ltimos, muy pronto emprendern la marcha definitiva. Pero mientras aquello no ocurra, cada anciano del valle se siente abuelo de Mamire. Fueron ellos quienes le ensearon, a su debido tiempo y por turno, mucho de lo que el nio sabe. De la abuela Ocsa, aprendi el canto. De doa Gregoria. obtuvo las tradiciones de familia, los secretos del riego; los misterios del valle los aprendi de la autoridad del pueblo, el abuelo Panire; los del rebao y su pastoreo los aprendi observando cada movimiento del viejo Caipa. El humor sereno lo hered del abuelo Cevallos, que siempre est de risas, y la seriedad de la vida, de la abuela Perea. A cazar liebres le ense el abuelo Contreras. La abuela Huarache fue la primera en mostrarle los colores de las montaas. Los nombres de las estrellas se los ense el abuelo Gamboa, aficionado a las sorpresas del cielo. De cada abuelo Mamire obtuvo parte de la sabidura del valle y cada uno de ellos vio en el nio de Aroma al ms apreciado de sus nietos.