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Maestro, escuela y vida cotidiana en Santafé colonial Jorge Orlando Castro Villarraga Carlos Ernesto Noguera R. Alberto Martínez Boom

Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

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La educación en la Colonia

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Maestro, escuela y vida cotidiana en Santafé colonial

Jorge Orlando Castro Villarraga

Carlos Ernesto Noguera R.

Alberto Martínez Boom

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El presente trabajo partió de los resultados del proyecto de investigación Historia de la práctica pedagógica

durante la Colonia, financiado por la Universidad Pedagógica Nacional y Colciencias. Este proyecto hizo a

su vez parte del proyecto interuniversitario Hacia una historia de la práctica pedagógica en Colombia,

integrado por los siguientes proyectos:

Historia de la práctica pedagógica durante la Colonia

Alberto Martínez Boom, Universidad Pedagógica Nacional

Los jesuitas como maestros

Stella Restrepo Zea, Universidad Nacional de Colombia

Historia de la práctica pedagógica en el siglo XIX

Olga Lucía Zuluaga, Jesús Alberto Echeverry, Universidad de Antioquia

Historia de la práctica pedagógica en el siglo XX

Humberto Quiceno, Universidad del Valle

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Curiosidades del “Correo Curioso”

El martes 24 de febrero de 1801 sale a la luz pública el segundo número del Correo Curioso, erudito,

económico y mercantil de Santafé de Bogotá1. Esta publicación, la cuarta con alguna periodicidad después

de los boletines impresos en torno al terremoto de 1785, de la Gaceta de Santafé y la edición llevada a cabo

por Manuel del Socorro Rodríguez del Papel Periódico, buscaba recoger en 4 páginas de un octavo, no sólo

aquellos ensayos periodísticos que desarrollaban temas propios del misticismo o disquisiciones en torno a la

política, el patriotismo, la administración o el movimiento científico que agrupaba la Expedición Botánica,

sino también aquellas noticias cotidianas y curiosas de la pausada y a la vez intrincada vida colonial de

principios del siglo.

El seminario incluía una sección especial denominada noticias sueltas en la que daba cuenta a los

suscriptores y al público en general, de aquellas curiosidades santafereñas que pasaban desapercibidas o que

tenían como único medio de difusión, el comentario informal en los días de mercado, en las chicherías o en

los atrios de las iglesias después del sermón diario o semanal.

Noticias sueltas gozaba de un régimen especial que la salvaba todos los artículos que se publicaban en el

periódico 2 . Eran noticias ágiles, cortas y precisas. Desde los anuncios sobre ventas de casas, las

informaciones sobre puestos vacos en aquellos cargos vendibles y renunciables, los remates de fincas o

quintas, la solicitud de algún producto en especial, hasta las comunicaciones de la burocracia virreinal a los

súbditos de la corona, o la recompensa ofrecida por la captura de un esclavo en fuga, previa descripción con

pelos y señales.

1 El Correo Curioso era la única publicación periódica (semanal) de la época. Fue fundado por el Presbítero José Luis de Azuola y Lozano y

su primo Jorge Tadeo Lozano en 1801. El número 1º salió a la luz pública el martes 17 de febrero de 1801, una vez autorizada su

publicación por el Virrey Mendinueta el 9 de febrero. 2 La legislación española fue copiosísima sobre el punto de la libertad de imprenta, y su lectura permite formar una idea de las limitaciones y

restricciones a la circulación del discurso. Tal vez por el carácter de noticia puntual y de anuncio, esta sección del periódico no tenía censura

como si lo estaba el resto del semanario.

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Pero lejos de ser simplemente unos avisos limitados de la época, esta sección recoge, en una perspectiva

fresca y rica, la multiplicidad de la vida colonial de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, reflejando

en aquella sección el nivel restringido del intercambio comercial entre compradores y vendedores que

caracterizaba la incipiente economía del Nuevo Reino de Granada, hecho preocupante para algunos

intelectuales, como lo demuestran las reflexiones publicadas en el número 17 del periódico.

Allí los editores se expresan acerca “de la necesidad del dinero corriente, y de la inutilidad del dinero

guardado”. Para ellos, “el dinero como la sangre del cuerpo, vivifica y reparte a todos y a cada uno

proporcionalmente el movimiento, y robustez que necesita”. Por esa época, era costumbre de muchos

potentados colocar el dinero a rédito o intereses en alguna obra pía o de beneficencia, antes que arriesgarse

a realizar alguna inversión en cualquier tipo de negocio; los intereses eran considerados suficientes y el

dinero estaba así seguro de los riesgos de la inversión. A este respecto, los editores decían que “el que

impone una cantidad de pesos a rédito o censo, se contenta con la más estéril de todas las ganancias” y se

preguntaban: “¿Qué se dirá pues de los que guardan el dinero? Lo uno que son amantes de la inación, lo otro

que son enemigos de su fortuna, y lo tercero inútiles individuos a la sociedad. De nada sirve el dinero sino

que para andando de mano en mano, se convierta en todas las cosas necesarias a la vida; y aplicables a la

comodidad... Si los árboles guardasen sus semillas, como se hace con en dinero ya hubiera perecido gran

parte de la naturaleza”3.

Pero volviendo a aquellas noticias sueltas, nada mejor para darnos idea del contenido de sus páginas que

una rápida lectura:

3 Correo Curioso: Erudito, Económico y Mercantil de la ciudad de Santafé de Bogotá. B.N.C. Sala de Investigadores, Fondo Pineda, No.

769, pág. 65.

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“Vacantes. Con fecha 16 de marzo de 1801 se dignó S.E. nombrar interinamente para oficial del Río

Hacha a D. Domingo Nieto, Oficial mayor de las Reales Caxas de esta capital; y por consiguiente

quedará vacante el empleo que obtenía; y que tiene dotación de seiscientos pesos anuales”.

“Ventas. Quien quisiere comprar dos solares en el Barrio Santa Bárbara en la Calle del Purgatorio,

hable con Andrés Guerrero que tiene tienda en la Calle de la Carrera baxo la Casa del Sr.

Urdaneta.

“Compras. Quien quisiere vender una o dos docenas de frasquitos chicos con tapas de cristal,

ocurra al despacho de este Correo, donde darán razón del sujeto, que los desea comprar”.

“Pérdidas. Quien tuviere noticia de un mulato que se huyó hará el espacio de quince días, ocurra a

la Calle de Las Cunitas número 16, donde su dueño, quien dará las correspondientes albricias. Las

señas del dicho mulato son: blanco, bizco, barrigón, con calzones de manta azul, ruana de jerga,

sombrero de lana, y es de edad de catorce años”.

Atendiendo a la lógica singular que orientaba esta sección del Correo descubrimos una curiosidad literaria

incluida precisamente en la edición del martes 24 de febrero de 1801:

“En la patriótica, calle de los Carneros número 5, se halla de venta la obra siguiente: Cartilla

Lacónica de las cuatro reglas de Aritmética, por D. Agustín Joseph de Torres, Maestro de Primeras

Letras... su precio 2 reales”4

Este aviso nos llama la atención por su encabezamiento. ¿Sería esta imprenta la misma que fundara Antonio

Nariño, allá por el año 1793? ¿Acaso la cartilla reseñada en el aviso fue elaborada con los mismos tipos que

permitieron la impresión de aquel folleto que costó en destierro y encarcelación a Don Antonio Nariño? 4 Ibid, pág. 8

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Situada en la Calle de los Carneros número 5, la Imprenta Patriótica pertenecía desde hacía 4 años a Don

Nicolás Calvo y Quijano, quien la había comprado al Gobierno. Sin embargo, había sido efectivamente Don

Antonio Nariño su comprador y fundador en el año de 17935. Por los tiempos del fundador, la imprenta se

localizó en la plazuela de San Carlos (hoy plazuela Cuervo), más exactamente en los bajos de la casa del

prestigioso médico francés De Rieux. Ya en 1797 inició sus publicaciones unas cuantas manzanas hacia el

norte, siguiendo por la Calle Real primera (hoy carrera séptima), hasta llegar a la Calle de los Carneros

(actual avenida Jiménez entre carreras 7ª y 8ª)6.

Era allí donde, entre otras publicaciones, se editaba el Correo Curioso que constituye para ese entonces el

más fiel cronicón de la “muy noble y muy leal ciudad de Santafé de Bogotá”, en cuyas líneas encontramos

precisiones sobre el ambiente de la época en que se desarrolla nuestra pesquisa sobre aquel maestro de

primeras letras.

Desde una perspectiva novedosa, el Correo Curioso buscaba imprimir en sus páginas la realidad que

escapaba a la pluma ilustrada de criollos y españoles. Como un correo, permitía el intercambio ágil y

preciso de las curiosidades que componían la vida del neogranadino común y corriente, constituyéndose en

oído y portavoz de las inquietudes y necesidades de una época, adquiriendo matices que hasta ese momento

5 Como consecuencia del proceso que se le siguió en torno a la publicación de la traducción de los “Derechos del Hombre” hacia finales de

ese año, la imprenta fue confiscada por el Gobierno y permaneció por algún tiempo en un rincón de la Biblioteca Real. 6 “El nombre de los Carneros debió originarse no porque existiera esa cuadra venta alguna de dichos animales, sino porque, semejante al que

metafóricamente lleva el cronicón homónimo escrito por Rodríguez Freyle, provino del hoyo grande destinado en la adyacente iglesia de

San Francisco para enterrar los muertos que no iban al regular panteón, o al destinado al mismo en el cementerio adjunto para las osamentas

sacadas ya de las sepulturas, hoyo que se llamaba Carnero, según dice la primera edición del diccionario de la Academia Española en su

cuarta acepción”. Ver: Rosa, Moisés de la. Las calles de Santafé de Bogotá, Bogotá, Concejo de Bogotá, 1938, pág. 229.

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eran propios del pregonero público, juglar de noticias, cantor de recados, pieza fundamental dentro de las

acostumbradas formas citadinas de comunicación puntual y rápida7.

En sus páginas se colaba la vida menuda de aquella sociedad conformando un suelo común donde se posaba

desde la trivialidad, el comentario y el chisme, hasta las exhortaciones a la patria, a la ciencia y a Dios. Es

esta naciente prensa una superficie donde aparecen dibujados los signos de una época; una red donde se

entrecruza y atrapa la cotidianidad.

Haciendo gala de su nombre, el Correo Curioso recurría constantemente a sus lectores para llevar a cabo

algunas de sus empresas periodísticas, como también, para tener el gusto de satisfacer la curiosidad de

aquellos. Es el caso del “padrón general del virreinato” que proponía en el número 6 del martes 24 de marzo

de 1801. En su tercera página los editores suplicaban “a las personas curiosas de todas las poblaciones, y

con especialidad a los S.S. curas, a quienes les es más fácil se tomen el trabajo de formar el de sus

respectivos lugares correspondiente al año pasado de 1800, y nos lo remitan para extractarlos” 8. Para

realizar este trabajo y como guía a los interesados, se proponía como modelo el presentado durante los dos

números anteriores del periódico en los cuales se daba cuenta del padrón realizado en Santafé, cuyo objetivo

era, como lo refiere el mismo periódico, “dejar memoria de la situación en que principió la ciudad de

Santafé el siglo 19”9.

Según este padrón, la ciudad se hallaba compuesta por 4.517 puertas “tanto de casas como de tiendas”,

agrupadas en 195 manzanas por entre las cuales se deslizaban las figuras anónimas de criollos y mestizos,

españoles pobres y mulatos, nobles y esclavos, frailes y monjas; una ciudad conformada por un tejido más o

menos complejo de calles y callejones, pilas y plazoletas, iglesias y parroquias, conventos y seminarios, y 7 El oficio de pregonero público de Santafé se constituyó en una labor susceptible de reglamentación, así fuese mínima, como se puede

observar en la postulación de José María Castañeda como pregonero público de Santafé en el año de 1790. Ver A.G.N. Empleados públicos

Cundinamarca, Tomo XVIII, fols. 737 r-747v. 8 Correo Curioso... Op. Cit. pág. 23.

9 Idem.

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un sinnúmero de pulperías y chicherías, además de 30 puentes que como el de San Victorino o el de los

Micos (denominado así por las maromas y múltiples piruetas que tenía que hacer quien intentaba pasarlo),

permitían al santafereño atravesar los caudales de los ríos de San Francisco y San Agustín o de un

sinnúmero de riachuelos y quebradas que en esa época cortaban en sendas tajadas la ciudad de oriente a

occidente. Entonces los ríos le daban un sentido a la ciudad: no es hecho casual que la Plaza Mayor se

encontrara en el centro de una especie de isla. De la Santa Iglesia Catedral hacia el norte se encontraba el río

San Francisco, su iglesia y respectivo monasterio, la iglesia de la Veracruz y la de la Tercera, la parroquia

de las Nieves y la iglesia de San Diego que marcaba el límite de la ciudad por este costado. Una vez pasaba

bajo el puente de San Francisco, desviaba el río su curso hacia el sur, cercando así la parte occidental del

centro de la ciudad cuya comunicación con la parroquia de San Victorino se hacía a través de un puente

construido a cuatro cuadras de la Plaza. Por el costado opuesto se deslizaban, desde las partes altas del cerro

de Guadalupe, varias quebradas y riachuelos que vertían sus aguas al río San Francisco; eran estos

riachuelos la fuente que surtía de agua a la ciudad, pues alrededor de ellos se habían construido las

principales tomas de agua. Hacia el sur, a escasas cuatro cuadras del Colegio Mayor de San Bartolomé,

corría el río San Agustín que algunas calles abajo de la Calle Real vertía sus aguas al San Francisco

cerrando así la isla.

Dividida en cuatro parroquias (la de San Victorino, las Nieves, Santa Bárbara y la Catedral) la capital del

Nuevo Reino, siempre caracterizada por un profundo misticismo, giraba en torno al “pasto espiritual” que

ofrecía a sus devotos un grueso contingente de eclesiásticos agrupados en los trece conventos existentes

dentro del recinto de la ciudad, ocho de religiosos y cinco de monjas, no pocas veces en disputa por alguna

prebenda real o por la partición de los diezmos voluntarios recogidos en los treinta y un templos a donde

recurrían sus feligreses, prontos a consignar sus dádivas como contrapartida generosa al necesario respiro de

sus pecados, que sin falta iban a subsanar durante matutinos ejercicios piadosos, complementados a su vez

con noctámbulas oraciones, las de las seis y las de las nueve, ya en casa por aquello de la “señal de queda”

anunciada por los serenos que rondaban la ciudad, espantando con sus faroles de cebo la espesa oscuridad

para defender así las calles del comercio, pero ante todo para sorprender a los atrevidos e insensatos

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pecadores que aprovechando el velo de la noche se deslizaban por las calles en busca de algunas de las

tantas chicherías, casas de juego o tras alguna mujer de “livianas costumbres”.

Para efectos administrativos, la Santafé de aquella época se dividía en ocho barrios: San Jorge, El Príncipe,

Santa Bárbara, Las Nieves occidental y oriental, San Victorino y el del Palacio. Su población, según el

padrón, constaba de “... ocho mil ciento noventa y un hombres, y once mil ochocientas noventa mujeres, que

componen el número de veinte mil y ochenta y un almas, a que debe añadirse setecientas diez y nueve, que

residen en los conventos de monjas, cuatrocientas ochenta y nueve en los de religiosos, y ciento setenta y

cinco en los dos colegios; cuyas partidas juntas suman veintiunmil cuatrocientas sesenta y cuatro que es el

total de la población de esta ciudad; sin incluir los transeúntes, que no baxan de mil almas, ni los mendigos,

y vagos, que no tienen casa fija y ascenderán a quinientos”10, como tampoco los esclavos que generalmente

no se contaban dentro de la población.

Un breve vistazo de la Plaza Mayor nos permitía identificar en el costado sur el palacio de los virreyes

(arruinado durante el terremoto de 1785 y un incendio en 1786)11, la cárcel de la Corte y la Casa donde

funcionaba la Real Audiencia. En su costado oriental la Santa Iglesia Catedral que era la metropolitana del

reino, la iglesia del Sagrario y la casa Real de Aduanas; en la esquina nororiental, el cuartel de caballería y

en su costado occidental la casa del Ayuntamiento y las casas de despacho y habitación de los virreyes (ésta

última tomada en arriendo desde los tiempos del virrey Gil y Lemus). En todo el centro de la plaza se

destacaba una fuente desde la cual se podía observar el colegio Mayor de San Bartolomé, ubicado en la

esquina suroriental que en compañía del Colegio del Rosario se sumaban a “los privados que mantienen los

religiosos para la enseñanza de los individuos de su orden” 12 . Por ese entonces figuraba solo una

10

Idem. 11

Sería tal el impacto de este fenómeno natural en los santafereños que se constituiría en el primer acontecimiento registrado a través de una

publicación con alguna periodicidad llevada a cabo en Santafé. Aquellas hojas sueltas recibieron en ese entonces el sugestivo título de Aviso

del Terremoto. 12

Correo Curioso... Op. Cit. pág. 19.

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universidad, pontificia y regia al cuidado de la comunidad de Santo Domingo, conocida también como

Universidad Tomística.

Una ciudad en cuyo recinto se hallaba la residencia de los virreyes, la de los Reales Tribunales de la

Audiencia, Cuentas y Cruzada, punto de confluencia de los poderes civil y eclesiástico bajo el estatuto de la

monarquía delegada pero suprema e incuestionable; una ciudad gustosa del solemne ceremonial y la estricta

etiqueta, presta a engalanarse cuando las circunstancias así lo exigieran, aún a costa de sus rentas y

apretados caudales en cuyo auxilio hubo de acudir más de una vez a dineros particulares; una ciudad que

mirada en su detalle nos deja percibir el rostro rústico y maloliente de sus calles, puentes y desagües, que al

decir de las autoridades locales, brindaban “el aspecto más horroroso y desaseado [en donde] la inmundicia

y basura que casi ya no [cabía] en ella [causaban] unas exalaciones mefíticas y destructivas de la salud de

sus habitantes”13, por donde a la par del gentío digno de conteo, se podía advertir sin mucho esfuerzo la

presencia de vagos y malentretenidos, mujeres escandalosas y de livianas costumbres, además de un ejército

nada exiguo de perros, recuas de mulas y bueyes, gallinas, marranos y otros representantes del reino animal,

que en no pocas ocasiones ponían en apuros al transeúnte desprevenido y en cuya notoriedad y aumento se

convivía, a pesar de los muchos bandos públicos expedidos para su pronta erradicación en atención al

bienestar e higiene de la ciudad.

El bando público, una comunicación del superior gobierno, manuscrita o impresa, se fijaba en determinadas

calles para informar al público en general de alguna decisión de la corona, del cabildo o de algún asunto

referido al ramo de policía. En torno a los problemas mencionados, fueron promulgados numerosos bandos

por las autoridades locales con el fin de controlar la tenencia y dispersión de animales, la botadura

indiscriminada de basuras en el vecindario o alguna otra práctica que fuese en detrimento del ornato de la

ciudad, de poco arreglo por cierto. Es el caso del que se pregonó en diciembre de 1788. Allí se advertía a la

población que se castigaría con multa de “dos pesos a los contrabentores que mantuviesen basuras al frente

de su puerta”, con el secuestro y posterior distribución dentro de los sujetos pobres de las cárceles a quienes 13

A.G.N. Cabildos, Tomo VIII, fol. 138.

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“habiendo pasado cuatro días [no hubiesen recogido] los zerdos que se encontracen en las plazas y las

calles”, o a los que entrando maderas en la ciudad no estuviesen atentos que aquellas fuesen “suspendidas

en la delantera cerca del yugo de los bueyes, cosa que no tocare la punta el suelo, de adonde venía el daño a

los empedrados de las calles”14.

Un caso especial lo constituyen aquellos bandos publicados para evitar la propagación del mal de rabia, ya

anunciado en 1794 y refrendado por el virrey Mendinueta quien cuatro años después y aún a costa de herir

los afectos y querencias caninas de los santafereños, mandaba “se reitere por bando la prohibición a toda

clase de personas, sin excepción de sexos, calidad, ni estado, de criar ni mantener perros de ninguna casta

dentro de la ciudad y sus arrabales”. El bando publicado en cuestión concede el preciso término de 24 horas

“para que todos los que tuvieren perros dentro de la ciudad los maten o retiren de ella, pasado el cual se

matarán todos los que se encontraren dentro del distrito de la población”15. La recompensa para aquellos

verdugos espontáneos se precisó en 4 reales que además incluía su extracción y enterramiento fuera del

poblado.

Por esta época se evidencia una preocupación inusitada de la intelectualidad santafereña y neogranadina, en

torno a dos viejos problemas sobre los cuales se lanza ahora una nueva mirada que los hace aparecer con

características distintas y novedosas, al punto de ser considerados de vital importancia para mantener la

estructura social y mantener el orden. Aunque cada uno de ellos tendrá su desarrollo particular,

constantemente se cruzan y articulan considerándose asuntos de policía, no en el sentido represivo que le

damos hoy al término, sino “según una acepción mucho más amplia que englobaba todos los métodos de

desarrollo de la calidad de la población y del poder de la nación... Trata de que todo lo que compone el

Estado sirva para la consolidación y acrecentamiento de su poder, pero también para el bienestar público”16.

14

A.G.N. Miscelánea, Cabildos, Tomo XVIII, fol. 834. 15

A.G.N. Miscelánea, Cabildos, Tomo XCV, fols. 686-687. 16

Donzelot, Jacques. La Policía de las familias, Valencia, Editorial Pretextos, 1979, pág. 10 y 11.

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Policía era entonces sinónimo de civilidad y en arreglo a ella se concentraba la atención del Estado para

enfrentar dos problemas que de ahora en adelante ocuparán un lugar destacado en el terreno de lo público: la

pobreza y la enseñanza. Ellos adquieren entonces realidad y valor de problema y solución en el seno de una

cultura que ahora lo reconoce como tales.

“Vagan por las calles

maleándose de mil maneras”

En 1791 ocurre en Santafé un alegato ciertamente particular: la disputa por las sobras o migajas de comida

que repartían diariamente las comunidades religiosas dentro del crecido número de pobres que rondaban la

ciudad. Este caso planteó la necesidad de diferenciar el acto de caridad, pues desde entonces, habría que

discernir entre aquel realmente miserable o pobre verdadero, y el ocioso o vago. En estos términos, el

Síndico Procurador, Don Tomás Tenorio, eleva un memorial al superior gobierno en el que se sugiere a la

comunidad capuchina otro destino para “las sobras de sus refectorios [las cuales] se reparten diariamente en

las porterías... a todos a los que allí ocurren con capa de pobres”17.

Si bien la petición busca ganar para los miserables encarcelados las sobras que diariamente se reparten,

teniendo presente que los pobres “verdaderos” podían obtenerlas en otras caritativas puertas y que en “breve

habrían de ser recogidos en los Hospicios”, el Síndico General plantea que una obra de “cuerpos tan

religiosos” no debía ser un acto indiscriminado, pues dentro de los que ocurren a dichas porterías “hay

muchos que pueden buscar el sustento por sus propias manos y que por su holgazanería perjudican a los

verdaderamente necesitados”18.

La polémica en torno a la necesidad de discriminar el acto caritativo descubre, por esta época, el velo que se

había tendido sobre la figura de aquel viejo espectro que en las últimas décadas del siglo XVIII se había

17

A.G.N. Real Audiencia, Cundinamarca, Tomo III, fols. 298r-308v. 18

Idem.

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multiplicado por toda la superficie de Santafé y el Nuevo Reino, recorriendo sus calles, aglomerándose en

los atrios de sus templos, merodeando sus plazas, descansando bajo sus puentes, siempre al acecho. Y

aunque eran asombrosas las magnitudes que había alcanzado el fenómeno de la miseria por esa época, no

hay que olvidar que la pobreza, la mendicidad y la ociosidad, eran ya fenómenos evidentes en el Nuevo

Reino desde el siglo XVI. Lo que sucedió, entonces, fue una mutación en la percepción de la miseria19.

Aquel fenómeno, durante mucho tiempo ignorado como mal social, comenzó a ser reconocido como

producto de la desorganización social, atentatorio del orden político y sobre todo como un gran peligro que

conspira contra el buen gobierno de la República. Se inició así, un proceso de desacralización de la pobreza

que la despojó de su halo mítico y la colocó en el terreno de los intereses públicos, en el terreno de la

policía. Surge entonces, una nueva mirada sobre la miseria, cambia el plano de percepción: de objeto de la

caridad al servicio de la salvación de almas, pasó a constituirse en malestar social y, por tanto, en “peligro

para la salud de la República” y amenaza constante a la estructura social y al orden.

La irrupción de la pobreza en el ámbito público fue, sin lugar a dudas, un hecho fundamental en el Nuevo

Reino de Granada. Hecho que suscitó una serie de posturas cuya pretensión fue asegurar el alejamiento, la

erradicación o el constreñimiento del desorden impuesto por la miseria. Por esa época, aparece un conjunto

de intentos por limitar el número de pobres y discriminar claramente entre pobres y pícaros, entre

“mendigos impedidos y limosneros capaces”. Además de las medidas de orden práctico como los censos de

mendigos y enfermos, su reclusión en hospitales, la fundación de casas de miseria, casas de niños expósitos,

la expedición de licencias para mendigar o las penas de flagelación y expulsión para ociosos y mendigos

disfrazados, aparecen también propuestas y planes de solución para el pauperismo.

19

Unos siglos atrás, los pobres estaban investidos de una cierta experiencia religiosa que los santificaba. Inscrita en la concepción de la

pobreza que tradicionalmente había sostenido la Iglesia, el miserable poseía una especie de dignidad asociada a la presencia de Dios. Lo que

estaba en vigor era la “idea tradicional que presentaba al pobre como intercesor privilegiado entre el creador y sus criaturas, como el que

abre las puertas al reino divino”. De allí que el cristiano, para salvarse, tuviese que pasar por el ejercicio de la caridad. Bennasar, Bartolomé.

La España del Siglo de Oro, Barcelona, Editorial Grijalbo, 1983, pág. 217.

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El contraste que planteaba la abundancia de riquezas naturales y el evidente pauperismo de los habitantes

del Nuevo Reino, obligó a la Corona, de una parte, a afinarla eficacia del proceso de extracción,

administración y transporte de aquellas, y de otra, al fortalecimiento del ramo de policía entendido como

principio de civilidad y estrategia frente a la decadencia de las poblaciones.

El superior gobierno centró su mirada en los pobladores, no precisamente con la intención de brindarles

mejores condiciones de vida, sino ante todo para determinar el grado de perjuicio que ocasionaban, en lo

político y en lo moral, su miseria y ociosidad. Para la primera estableció y consolidó espacios de

recogimiento y encierro subvencionados con las rentas de propios y donaciones particulares, y para la

segunda, estableció una jerarquización, según la cual, se determinaría su encierro en presidios, su

distribución entre los maestros de artes y oficios o simplemente su alejamiento de la ciudad.

Enmarcada dentro de esta estrategia encontramos la Instrucción para el gobierno de los alcaldes del barrio

de esta ciudad de Santafé20, expedida el 16 de noviembre de 1774 por el virrey Guirior, quien cumpliendo

con el precepto real de dividir la población en cuarteles y barrios, según la orden contenida en la Real

Cédula del 12 de febrero del mismo año, dio curso a un primer intento para enfrentar la confusión que

resultara del desorden social vigente, agravado entre otros aspectos, según el decir de algunos miembros de

Cabildo de la ciudad, por el crecido número de chicherías21 en “donde se abrigaban multitud de forasteros y

gente vaga, que sin ocupación ni ejercicio, es perjudicial al gobierno interior de la República”. La

instrucción buscaba establecer un estricto régimen de control de la población santafereña, dividida ahora en

ocho barrios y cuatro cuarteles. Cada barrio contaba con su propio alcalde quien debía utilizar como

distintivo “un bastón de bara y media de alto con puño de plata” para ser de todos reconocido y así poder

realizar la “matrícula de vecinos y de los que entran y salen” en un libro que a su vez haría parte del

Libro-maestro de la ciudad. Era este el instrumento que dotaba al gobierno, mediante la persona del alcalde

de barrio de una herramienta poderosa para lograr “el conocimiento perfecto de todos los habitantes de su

20

A.G.N. Real Audiencia, Cundinamarca, Tomo III, fols. 304r-308v. 21

Más de ochocientas, según los censos realizados entre 1717, 1739 y 1740.

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barrio, sus clases y oficio”. Pero ante todo y como consecuencia de esta pesquisa civil, lo que se precisaba

era el descubrimiento de

“los que se hallaren sin destino, los vagos y mal entretenidos, los huérfanos y muchachos

abandonados por sus padres o parientes; también los pobres mendigos de ambos sexos...” para que

valiéndose de esta información “a los últimos los trasladen sin dilación al Hospicio o Casas de

Recogidas con una voleta circunstanciada, para que se asiente y firme en el libro de entrada: a los

que por las diligencias y noticias de que ellos se tomasen, resultaren ser vagos y sin destinos, se les

pondrá en la cárcel [...] entregándose los muchachos abandonados al cuidado de Maestros, que les

enseñen oficio, poniendo particular vigilancia, en que ni los mancebos y aprendices, ni los criados

de las casas anden ociosos por las esquinas, sin atender a su trabajo, y muy particularmente, que no

se entreguen a los juegos, ni en los trucos, que visitarán a todas horas los Alcaldes, para no permitir

esta diversión, sino a aquellas personas en quien no hai motivo para impedirla, por los años que

resultan que algunos artesanos e hijos de familia se vicien y pierdan el tiempo en ella...”22.

El mal no se podía atacar simplemente con censos o con el fortalecimiento del poder local creando la figura

del alcalde de barrio. Era necesario incorporar, dentro de la potestad estatal, un conjunto de actividades

productivas regadas socialmente, que existían sin más reglamentación que la pertinente para asegurar su

coexistencia, pero siempre al margen de un estatuto político que permitiera articularlas a una estrategia más

global. Dentro de esta perspectiva se inicia un proceso de reglamentación de los oficios artesanales “en

aplicación de estas gentes reducidas al Estado de insensiblez por su abandono y universal desidia”23. Se

trataba ahora de poner las artes en el mejor estado posible para lo cual se hacía necesario, en palabras de

22

A.G.N. Real Audiencia, Cundinamarca, Tomo III, fols. 306-307 23

La cita en mención hace parte de la comunicación con la que el virrey Flórez da su concepto favorable a las Reglas generales para el

mejor método de los gremios que deben observarse por los Padres, Tutores, Maestros y encargados de la Jubentud, Governadores,

Corregidores, sus tenientes y demás Justicias y Ayuntamientos. A.G.N. Miscelánea, Cabildos, Tomo III, fols. 287r-313v.

Page 24: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Francisco Robledo, asesor general para el arreglo de los gremios del virrey Florez, “formar una instrucción

que [sirviese] de regla y método para enseñarlas y aprehenderlas”24.

A falta de escuelas de artes en el Nuevo reino era “indispensable ceñirse por ahora al estado presente,

contemporizando con su decadencia”25 y pensar más bien en mejorar la policía de los oficios “con que los

artesanos [adquieran] una educación superior a la actual, consolidándose estimación entre sí y con el resto

de las demás gentes”26. De allí que durante todo el reglamento se llame la atención sobre la necesidad de

“desterrar el error con que las gentes de otra jerarquía, o empleados de carreras de Armas y Letras,

desprecian los artesanos, teniéndolos en concepto de hombres de bajas esferas”, como también de las

interminables pugnas surgidas entre los mismos artesanos de creerse unos más que otros, abuso reprensible,

en tanto que no habiendo oficios superiores a otros, “todos debían considerarse apreciables en sí mismos,

pues todos concurren a la prosperidad pública”27.

Se trataba de reconocerle a ese gran conglomerado que era así mismo la casi totalidad de la plebe, un

espacio público totalmente controlado por el superior gobierno. El principio de la reglamentación general de

los gremios planteaba como precepto, que no habiendo ningún oficio peor o de más baja condición que otro,

ya que “sería un error político creerlo así”, lo único, óigase bien, lo único que debiera tener impresa la nota

de la deshonra y merecer todo el repudio de la sociedad, la religión y el Estado, era la ociosidad.

Implicado dentro del reordenamiento del trabajo y la vida del artesano, el Reglamento General de 1777 no

pudo, al parecer, llevarse a efecto. Pero las alternativas, propuestas y planes de solución al problema del

pauperismo, continuarán apareciendo como también la persistente denuncia de sujetos que “vagan por las

calles maleándose de mil maneras”, y paralela a ella, la advertencia sobre la gravedad de tal problema.

24

Ibid., fol. 288r. 25

Ibid., fol. 287v. 26

Idem. 27

Idem.

Page 25: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

“Invertid con usura

vuestros caudales”

...Y siendo “que es constante y notorio para una buena República, que su dicha y felicidad dependen del

orden y buena disposición de sus havitantes, especialmente en los pobres, artesanos y gentes de trabajo [en

tanto que] de este modo se evitan los desórdenes y vicios, se exterminan los vagos y delinquentes, y a mas

de lograr todos estos su necesaria subsistencia se logra el dichoso fin de su salvación”28, el 26 de julio de

1789, a petición del virrey Espeleta, Don Manuel Díaz de Hoyos presenta su reglamento de gremios como

un instrumento fundamental para atajar el pernicioso daño que causa el desorden y la holgazanería, remedio

eficaz para la miseria y vicios inherentes a la plebe contenida en la ciudad y todo el reino. El “Reglamento

para la buena administración de los oficios artesanos” sería, en palabras del autor, el mecanismo que

garantizaría “tener sujetos y en útil ejercicio a tanta gente, como es toda la pleve, destinada en los gremios,

bagamunda y olgazana, como se halla en esta ciudad, con precisa necesidad de sujeción”29.

Y aunque de una forma todavía difusa, la práctica de enseñanza converge en la solución de un problema tan

notorio. La asociación en gremios, articulada en torno a la figura del maestro, se involucra dentro de la

estrategia de la policía de la ciudad, y dentro de ellos, la enseñanza de un arte u oficio, se abre paso como

instrumento político de ordenamiento social, en tanto que asegura la sujeción de “tanta plebe bagamunda y

olgazana”. Con las diferencias propias de las distintas perspectivas desde donde se miraba el progresivo

“relajamiento de las costumbres”, la holgazanería y la miseria comienzan, desde entonces, a considerase

como malestar social. Los análisis en torno a la crisis parecen converger en un mismo punto: ociosos,

mendigos, vagabundos, locos e insensatos, mujeres de livianas costumbres, todos son calificados como

elementos improductivos, muchedumbre indiferenciada dedicada a la ociosidad y unida por una

28

A.G.N. Policía, Tomo III, fol. 553r. 29

Ibid., fol. 553v.

Page 26: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

característica común que la identificaba: el estigma de la ignorancia. Así, pronto se estableció una triple

relación: el ocio se encontraba articulado con la miseria; era aquel la causa originaria de ésta. Pero en la

base del ocio se hallaba la ignorancia como causa última y origen fundamental del desorden social.

En una de las páginas de su semanario, Francisco José de Caldas liga en el discurso miseria e ignorancia:

“En las tristes meditaciones que devoraban mi ánimo al contemplar el exceso de pobres que advertía

en las calles y plazas de Santafé y aun de lo demás del reino, recorría la cadena que liga a los

hombres que viven en sociedad, por si encontraba en sus eslabones la causa que motivaba aquella

tan notable desproporción, y decía: si la mucha pobreza de esta ciudad no tiene su origen en aquella

virtud que desprecia lo terreno para correr más libre a la perfección, sin duda proviene la de tantos

infelices de la inacción perezosa, del fastidio al trabajo, de una insensibilidad extravagante por las

comodidades de la vida; en una palabra, de la ignorancia criminal de aquella ley divina que

condenó al hombre a mantenerse de su trabajo y a costa del sudor de su rostro (...) De estos

antecedentes deducía yo las consecuencias precisas: luego esta multitud de pueblos que veo

entregada a la holgazanería y envuelta en los horrores de la ignorancia no tiene ni ha tenido

educación ni pública ni privada; luego es forzoso que faltándole esta carezca de costumbres; luego

es preciso que sea perjudicial al Estado y a sí misma por sus vicios y malos ejemplos”30.

De allí que la enseñanza fuese propuesta como la única alternativa posible para detener y erradicar

definitivamente el mal,

“ella es el más principal ramo de la policía, el objeto más interesante de las sociedades políticas, y

el que ha merecido toda la atención de los legisladores. Sin educación no pueden felicitarse los

pueblos; el vicio cundiría por todas las partes, las leyes, la religión, la pública seguridad y la

30

Caldas, Francisco José de. “Discurso sobre la educación”, en, Semanario del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Ed. Minerva, 1943, pág.

71. El subrayado es nuestro.

Page 27: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

privada serían violadas si no se procurase desde el principio inspirar a la juventud las sanas ideas y

obligaciones propias del cristiano y del vasallo”31.

Pero la efectividad de la alternativa salvadora necesitaba mucho más que palabras y alabanzas. Era preciso

construir o adecuar edificaciones donde se impartiera la tan proclamada enseñanza, que no se circunscribía a

las primeras letras, la aritmética o la doctrina cristiana, sino que involucraba además la enseñanza de artes y

oficios “para exercitar un gran número de hombres, que no teniendo de que subsistir se abandonarían al

latrocinio y demás vicios que ocasiona la ociosidad”32. Comienzan entonces algunos intelectuales a incitar a

“poderosos y ricos” para que aporten parte de sus caudales para la construcción de edificaciones de este

tipo. En su Papel Periódico del 27 de enero de 1792, Manuel del Socorro Rodríguez hace la relación del

“Estado en que se halla la Obra del Real Hospicio de Pobres de esta Capital, a que se dio principio el día 1

de abril de 1790”33, destaca la colaboración de varias personalidades criollas y españolas en la construcción

del edificio, y señala los beneficios que esta obra traería a la ciudad:

“Esos miserables, que en el seno de su misma Patria andaban forasteros y errantes sin asilo alguno,

de una en otra parte; ya podrán vivir tranquilamente disfrutando de la comodidad proporcionada a

su estado inválido y calamitoso. Del mismo modo se puede esperar una gran reforma de las

costumbres pues por este medio se harán vecinos útiles los que baxo el fingido hábito de pobres

eran verdaderos holgazanes, y polillas destructoras de la República”34. He ahí el poder redentor de

la enseñanza.

Por otro lado, refiriéndose a la utilidad de la construcción de escuelas públicas, Francisco José de Caldas

dice: “Ahí teneis, poderosos y ricos de Santafé, en qué emplear con usura vuestros caudales y vuestro 31

A.G.N. Fondo Instrucción Pública, Anexo, Tomo IV, fol. 354r. 32

Rodríguez, Manuel del Socorro. Papel Periódico de Santafé de Bogotá, Viernes 27 de enero de 1792, No. 50. B.N.C. Sala de

Investigadores 33

Idem. 34

Idem. El subrayado es nuestro.

Page 28: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

patriotismo en bien de esa porción desdichada que son sin embargo vuestros hermanos”35. De la mirada

misericordiosa y caritativa de años anteriores, se pasa ahora a mirar la pública utilidad que representaría el

recogimiento, limitación y erradicación de la miseria. Aquellos caudales donados para adelantar la

construcción de hospicios, casas de misericordia, escuelas, etc., no son ya únicamente para asegurar un

lugar en el reino divino, más bien pretenden ahora asegurar la estabilidad y permanencia del lugar ocupado

aquí en el mundo terrenal. La limosna como acto de caridad se transforma en inversión.

Son pues estos dos problemas el eje en torno del cual giró la vida política del Nuevo Reino de Granada a

fines del siglo XVIII, y es precisamente en este paisaje social en donde concentraremos la búsqueda del

autor de aquella curiosidad literaria reseñada en el Correo Curioso. Esas mismas calles, por donde

deambulaban mendigos y ociosos, vagabundos y mujeres escandalosas, debieron registrar también las

huellas de Don Agustín Joseph de Torres; pero otras pistas nos ayudarían a resolver algunos de nuestros

interrogantes: ¿Quién podría ser aquel maestro? ¿Acaso alguno de los intelectuales o ilustrados criollos?

¿Maestro de qué escuela? ¿Era religioso o secular? ¿Qué clase de incentivos le reportó esta publicación? Y

paralelas a estas preguntas nos planteamos otras más generales: ¿Cuáles eran las particularidades que

definían y diferenciaban el oficio de maestro de escuela a finales del siglo XVIII y principios del XIX?

¿Cuál era la relación entre este oficio público y la enseñanza que impartía la iglesia?

35

Caldas, Francisco José de. Op. Cit., pág. 69.

Page 29: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Tras la Huella

Unos sujetos

Públicos

Recorramos entonces los archivos coloniales en busca de posibles respuestas a los anteriores interrogantes.

Las primeras pistas nos ubican en la segunda mitad del siglo XVIII. En los folios de los archivos históricos

emerge un personaje cuya presencia concita entre curas y burócratas coloniales un profundo rechazo. Son

éstos unos “sujetos que andan por las estancias” pregonando enseñar a leer, escribir y contar.36

Bien pronto, pueblos y ciudades vieron surgir y expandirse unos ciertos mercaderes de la enseñanza que

vendían o cambiaban su saber por “un real, una vela y un pan semanal”, constituyéndose así en un

acontecimiento novedoso que irrumpió dentro del panorama de villas y ciudades de todos los puntos del

virreinato. Sin embargo, no bien empezaba a delinearse este nuevo personaje y ya era objeto de miradas

censurantes que denunciaban su presencia como peligrosa y que clamaban por su control y vigilancia. Su

pronta expansión por la geografía del virreinato causó una alerta comparable sólo a la producida por la

viruela u otras epidemias de años anteriores. Francisco Antonio Moreno y Escandón, Fiscal de la Real

Audiencia, observa en un documento de 1774 sobre la reforma de los estudios generales:

“que con dolor se experimenta que cualquier hombre, que no tiene para comer tome el arbitrio de

abrir en su casa, o en una tienda una escuela donde recoge algunos muchachos, a quienes por su

36

Rodríguez, Simón Narciso. “Estado actual de la Escuela y nuevo establecimiento de ella (1794)”, en, Boletín de la Academia Nacional de

la Historia, Caracas, Tomo XXIX, No. 115, julio-septiembre de 1946.

Page 30: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

sola autoridad, enseña lo que sabe, o tal vez aparenta enseñarles para sacar alguna gratificación

con qué alimentarse, sin que proceda licencia, examen ni noticia de sus superiores”37.

Años más tarde, en un plan para creación de escuela, Fray Antonio Miranda, cura de Ubaté, sienta su

preocupación y pide que por

“...ningún color, pretexto, ni motivo se permita que alguno ande por las estancias, o en el pueblo,

pretextando enseñar a leer o escribir a niños, para solapar su vagabundería y tener que comer con

título de maestro, pues por lo general ninguno de ellos sabe leer, ni escribir y así no lo puede

enseñar”38.

Pero en algunas regiones, la situación obligó a tomar medidas diferentes a la denuncia. Es el caso de los

partidos de Sogamoso y Duitama, en donde por disposición del Juzgado de Justicia Mayor, se le ordenó a

los respectivos alcaldes que si estos sujetos, una vez advertidos, experimentaban “reincidencia, les arrestará

a prisión y les exigirá la multa de diez pesos... por convenir así el bien público y a la buena administración

de justicia” 39 . En fin, estos sujetos eran considerados como “hombres perdidos, sin instrucción ni

probidad”40, que recurrían al oficio de enseñar para “asegurar su subsistencia”. Nos asaltan aquí varias dudas

en torno a estos novedosos personajes. ¿Qué condiciones rodean la aparición de estos sujetos que producen

actitudes tan contrarias en aquella sociedad: por un lado, aceptación en la población y al mismo tiempo

rechazo y persecución de las autoridades? ¿A qué se debe su expansión por el virreinato? ¿Qué tienen que

ver estos “mercaderes del saber” con los maestros de escuela como Don Agustín?

37

Método Provincional e interino de los estudios que han de observar los Colegios de Santafé, por ahora, y hasta tanto que se erige

Universidad Pública o su Majestad dispone otra cosa, Santafé, 1774. A.G.N. Instrucción Pública, Tomo II, fol. 219 y s.s. 38

A.G.N. Fondo Colegios, Tomo III, fol. 821v. El subrayado es nuestro. 39

A.G.N. Fondo Colegios, Tomo IV, fol. 310v. 40

A.G.N. Instrucción Pública, Anexo, Tomo IV, fol. 377.

Page 31: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

La aparición de estos personajes estuvo inscrita dentro de una serie de acontecimientos que hacia la segunda

mitad del siglo XVIII marcaron nuevos rumbos, principalmente a la enseñanza, y entre los cuales se

destacan dos hechos fundamentales; la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, y la puesta en marcha de

un discurso en torno a la educación, propiciado desde el Estado, que colocó a ésta como centro de interés y

como objeto de “pública utilidad”.

Con la salida de los jesuitas se dejaba a aquel sector que tenía acceso a la educación (gentes “principales y

beneméritas”) en un alto grado de desprotección, si tenemos en cuenta que esta orden religiosa ejercía un

control casi absoluto de la educación el Nuevo Reino de Granada hasta aquel año. Un año después de la

salida de los padres jesuitas, se comienza a sentir esta desprotección. El gobernador de la Provincia de

Antioquia se quejaba entonces de “la carencia de maestro de abecedario, por lo cual quedan muchos hijos de

los vecinos principales sin saber leer, ni escribir” 41 “...pues en ninguna ciudad, villa o lugar de ella

(Provincia de Antioquia) ha quedado escuela alguna después de que salieron dichos padres”42. Pero aún

muchos años después, se seguían escuchando las quejas sobre la carencia de algún tipo de enseñanza. En

1792, en la Villa de Santafé de Antioquia, “el vecindario solicita que se apruebe el nombramiento de un

maestro de primeras letras”, anotando como justificación, que la “ciudad se halla destituida de sujetos que

con propiedad ilustren la juventud instruyéndola en las primeras letras, cuya inopia se lamenta de más de

veinte años a esta parte43.

Paralelamente a estos clamores por “tan notable falta de cátedras”, se puso en marcha un discurso en torno a

la educación por parte del Estado cuyo objetivo fue tomar el control de la educación que, antes de 1767,

había permanecido principalmente en manos de los jesuitas. En la Real Provisión del 5 de octubre de 1767,

se expresa claramente la nueva posición asumida por el Estado cuando se habla allí del estancamiento en

que los jesuitas tuvieron los estudios de gramática, retórica y primeras letras, ya que ellos miraban como

41

A.G.N. Fondo Colegios, Tomo IV, fol. 87v. 42

Ibid., fol. 86v. 43

Ibid., fol. 98r.

Page 32: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

“transitoria esta ocupación, que no a la pública utilidad”44. A partir de entonces la educación se constituyó

en un elemento “conveniente al Estado”. La legislación declaraba que la enseñanza no podría seguir

perteneciendo a la familia y a la Iglesia como patrimonio autónomo e impenetrable y expresaba

taxativamente que “la enseñanza pública debe estar baxo la protección del príncipe”45 y que sólo a él, como

esencia del Estado es “a quien incumbe el cuidado y superintendencia de la educación de la juventud”46.

Este conjunto de acontecimientos propició un auge de la educación, colocándola como centro de interés de

varios sectores sociales entre los cuales se incluyen algunos para los que hasta entonces ella era un

impensado. Y es precisamente en este contexto en donde emergieron aquellos “sujetos que andaban por las

estancias”, con unas características muy particulares que los diferencian claramente de los que hasta

entonces se dedicaban a la enseñanza. No eran religiosos de orden de los que enseñaban en los Colegios o

Seminarios, ni curas de parroquia que instruían a niños en la casa cural, ni ayos o preceptores particulares

que servían en las casas de potentados, ni maestros artesanos que enseñaban su oficio a niños aprendices.

Eran sujetos seculares que realizaban su enseñanza públicamente, cobrando algún estipendio para su

sustento.

Este nuevo enseñante se constituyó en la primera forma de emergencia del maestro de escuela, y fue

precisamente a partir de los hechos que precedieron su actividad que se inició el proceso de consolidación y

delimitación de este nuevo oficio. Su número y su rápida expansión por villas y ciudades, al igual que la

acogida que tuvieron entre la población, se debió, entre otros factores, a que representaban una alternativa,

hasta entonces impensada para algunos sectores tradicionalmente excluidos de la instrucción, conllevando a

su reconocimiento casi obligatorio por parte de las autoridades virreinales. Por otro lado, las cinco escuelas

que existían en todo el virreinato, anexas a los Colegios Mayores de Santafé, Tunja, Popayán, Pamplona y

Cartagena, no constituían suficiente base material para respaldar todo el andamiaje discursivo puesto en

44

C. P. I., pág. 137. 45

Real Cédula del 14 de agosto de 1768 (C.P. II, pág. 66) 46

Idem.

Page 33: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

marcha por el Estado con el que se argumentó la instrucción pública. Se inició, de esta manera, un proceso

de reconocimiento de estos personajes novedosos, personajes que anuncian la aparición de lo que en el

curso de los años se conocerá como maestro de escuela.

Control de un ejercicio,

mendicidad de un estipendio

Siguiendo las reiteradas denuncias y señalamientos a estos personajes, continuamos nuestra pesquisa por

entre folios y legajos, percibiendo ahora un murmullo creciente de aquellos que con sus propias voces,

reclamaban una justa retribución de su oficio. Las connotaciones que alcanzan estas peticiones, como

veremos, desbordan los límites de aquel pasado en donde han quedado registradas, para confundirse con el

presente de un oficio, que hoy por hoy, bordea los dos siglos de existencia. Sigamos entonces con atención

algunas de estas peticiones.

El maestro Manuel Ramírez, nombrado en la escuela del Colegio Seminario de Popayán en agosto de 1790,

dirige una representación a las autoridades locales el 13 de diciembre de 1792 en donde habla sobre su

salario aludiendo “que no hay razón ni motivo para que se me retenga por ser legítimamente ganado con mi

sudor y trabajo al socorro de mis urgencias y asistencia de mi familia”47. Hay en esta representación dos

elementos relevantes para el análisis que nos ocupa: el reclamo del salario, y la autorización virreinal para el

ejercicio de la enseñanza pública. El primero de ellos nos presenta con gran claridad una característica que,

sin lugar a dudas, constituye uno de los primeros elementos que le fijan un estatuto propio a este sujeto de

finales del siglo XVIII, y que aún identifica al maestro del siglo XX: el reclamo de su salario, la solicitud de

aumento, o la petición de pago del estipendio atrasado.

47

A.E.P. Libro C3, Documento No. 18.

Page 34: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Es esta la paradoja de lo público. Después de emerger a la luz del día, de enfrentar “el resplandor de

públicas concurrencias” como diría Quintiliano, de lograr el reconocimiento social que como sujeto público

le venía asignado desde el discurso al considerar su ejercicio de la mayor importancia para el progreso de la

“república”, el maestro de escuela ha sido, a la vez, mendigo de su salario. Sin duda alguna, ese personaje

que veían pasar los vecinos de ciudades y villas cruzando la Plaza Mayor con destino a la sede del

Ayuntamiento o Cabildo, con un pergamino bajo el brazo, tiene que ver mucho con el que hoy vemos con

alguna periodicidad marchando por las calles o protestando por su salario, parodiando, tal vez sin saberlo, a

su colega de hace 200 años al insistir una y otra vez que no hay razón ni motivo para que se le retenga el

salario “por ser legítimamente ganado con su sudor y trabajo...”. Definitivamente es esta una continuidad

que espanta. La continuidad de la miseria, de la tragedia, del desarraigo. Azarosa continuidad que a su vez

muestra las profundas diferencias: el uno, inserto en un proceso de constitución del maestro; el otro, el de

hoy, abarcado por un proceso de sustitución, de extinción, en donde el problema no es sólo el de la

represión sino el de la productividad dirigida y la autonomía perdida48.

El segundo elemento que llama la atención en los documentos de la época se refiere a la autorización

virreinal para el ejercicio de la enseñanza pública por medio del nombramiento como maestro de primeras

letras. Esta fue la primera forma de reconocimiento de su público ejercicio. El título se constituyó, entonces,

en el mecanismo que utilizó el poder estatal para sujetar, para controlar, para vigilar a estos personajes

dedicados a la enseñanza. Por medio de él comenzaron las autoridades virreinales a poner límites a aquella

actividad que hasta entonces se ejercía libremente; se inició así, el proceso que atrapó en la norma una

actividad y al sujeto que la realizaba.

El período que va desde 1770 hasta 1800 está lleno de expedientes en los cuales se solicita la expedición de

título de maestro. Estas solicitudes antes que pretender alguna clase de privilegio social, constituyen la única

forma para muchos de asegurar y garantizar su propio sustento. Sin embargo, no todas eran aprobadas. Para

merecer el título eran necesarios, además de la “habilidad para leer, escribir y contar”, algunos requisitos 48

Comentarios al pre-texto con pretexto de un comentario del Profesor Alberto Echeverry.

Page 35: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

igualmente importantes como los de ser “hombre blanco y decente, arreglado de buen procedimiento y sin

vicio alguno”49. En una primera parte, que se extiende hasta 1790 aproximadamente, la preocupación central

no es el saber del maestro, sus conocimientos, su competencia pedagógica; el título certifica “la virtuosidad

y buenas costumbres” de un sujeto, pero sobre todo expresa el reconocimiento legal por parte del poder para

desempeñar un oficio. Un ejercicio que desde entonces fue susceptible de control y vigilancia por parte de

las autoridades virreinales, pero que en ningún momento representó erogación alguna para las arcas reales.

De esta manera se entendía, hacia finales del siglo XVIII, “lo público”.

Para la muestra un botón: Juan Antonio Vargas, maestro de escuela de San Miguel de Oyba, jurisdicción de

la Villa del Socorro, envía una representación al alcalde de dicha parroquia explicando que “con el corto

número de niños que se hallan en mi escuela no podré subsistir en la enseñanza... y sí subsistiera si se me

asignara anualmente de los propios de la Villa del Socorro alguna cosa que se considere regular”50. Estos

reclamos en torno al salario no se hacían como consecuencia de la demora en los “giros” o porque no

llegaran las “reales órdenes” para hacerlos efectivos. Por esta época, no se obtenía dinero para pago de

maestro o sostenimiento de la escuela, distinto de aquellos que provenían de los principales que habían sido

expropiados a los Jesuitas en el llamado Fondo de Temporalidades.

Sólo años más tarde, y como consecuencia de las continuas solicitudes de los vecinos, se autorizaría pagar el

sueldo de maestro con los fondos recaudados por el Cabildo, provenientes de aquellos impuestos llamados

“propios” que se impugnaban a las “casas de juego” y chicherías. La posibilidad de recibir su estipendio

dependía, como hoy, del recaudo oficial producto de las ventas a parroquianos y forasteros, que

compartiendo penas y glorias, nostalgias y esperanzas, se confundían en la embriaguez y el azar. Así lo

expresaría el virrey Espeleta cuando en su relación de instrucción pública informaba al Rey “...que en los

49

A.G.N. Instrucción Pública, Anexo, Tomo I, fol. 409v. 50

A.G.N. Fondo de Colegios, Tomo IV, fol. 344v.

Page 36: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

lugares de afuera y de alguna población, se han establecido muchas (escuelas públicas) costeadas por las

rentas de propios que en esta tendrían una digna inversión”51.

Hasta aquí, nuestra pesquisa ha arrojado una serie de elementos que nos han permitido caracterizar el

surgimiento de ese personaje que marca la segunda mitad del siglo XVIII. Esta búsqueda, sin embargo, tiene

un objeto preciso: encontrar alguna referencia que nos permita seguir el rastro de Don Agustín Joseph de

Torres, el autor de la cartilla Lacónica que viéramos reseñada en el aviso del “Correo Curioso”. Bastante

larga había sido la búsqueda hasta este momento y todavía seguíamos percibiendo aquellas voces

reclamando salarios desde diferentes lugares del territorio del Nuevo Reino de Granada. Entre todas ellas,

nos ha llamado la atención una certificación fechada el 7 de noviembre de 1796 que bien podría ser una

sugestiva síntesis de las condiciones de ejercicio del oficio de maestro, en donde se expresa que a pesar de

que Juan de la Cruz Gastelbondo “ha cumplido y está cumpliendo hasta la fecha con su obligación de

enseñanza de niños de primeras letras sin falta incesante al exercicio diario... no se le da cuenta de renta

ninguna, pues aunque está declarado y nombrado de ciento cinquenta pesos por año, no se ha verificado”52.

El caso de Gastelbondo, es el caso de un maestro que habiendo sido nombrado para la escuela de Sogamoso

desde el primero de abril de 1782, llevaba ya 14 años trabajando sin recibir sueldo alguno, a pesar de tener

reconocida la “muy corta dotación” de 150 pesos anuales.

Pero sería sólo hasta nuestra lectura del alegato que surgió en torno al nombramiento de Don Miguel Bonel

como maestro de primeras letras de la escuela de San Carlos de Santafé, en donde encontraríamos la pista

definitiva que nos condujo a Don Agustín Joseph de Torres. El caso de Don Miguel Bonel se halla incluido

en un extenso expediente que daba cuenta del acontecer, no sólo de la escuela en que había sido nombrado,

sino, ante todo, de las urgencias y las necesidades de los diferentes maestros que habían ejercido el cargo en

dicha escuela, entre los cuales figuraba Don Agustín.

51

Posada, Eduardo; Ibáñez, Pedro María. Relaciones de Mando. Memorias presentadas por los gobernantes del Nuevo Reino de Granada,

Bogotá, Imprenta Nacional, 1910 52

A.G.N. Fondo Colegios, Tomo IV, fol. 344v.

Page 37: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Se abre el expediente

Los “jesuitas expulsos”

Por la importancia de este expediente y la posibilidad que nos ofrece para esclarecer algunos de los puntos e

interrogantes que habían quedado en suspenso anteriormente, y otros que con las nuevas informaciones se

podrán desarrollar, iniciaremos su lectura destacando algunos elementos que nos permitan, a su vez,

articular de una manera más precisa y clara los acontecimientos que conformaron la estrategia de la

instrucción pública en la segunda mitad del siglo XVIII53.

Este expediente, más que construir la historia de los avatares y las penurias, las desdichas y las esperanzas

de una tal Agustín Joseph de Torres, cuarto maestro de la escuela pública de San Carlos, nos permitirá a su

vez refrendar, desde otra perspectiva, la aparición de este nuevo personaje llamado maestro de primeras

letras: personaje que si bien es cierto se nos presenta con un estatuto todavía difuso y no completamente

diferenciado, lo encontraremos de ahora en adelante en el dominio de un espacio y un tiempo llamado

escuela pública de primeras letras, al frente de una “junta de niños” con un oficio específico: enseñarles a

leer, escribir, algo de contar y doctrina cristiana. La historia de Agustín Joseph de Torres, unida a las

referencias sobre sus antecesores en la escuela de San Carlos, es pues, la historia de aquellos sujetos

reclamando su presencia pública que no era otra cosa que su dignidad y estabilidad salarial como maestros.

53

La noción “estrategia de la instrucción pública” hace parte de los resultados del trabajo de investigación que Alberto Martínez Boom

adelantó en torno al surgimiento de la escuela, el maestro y el saber pedagógico en el Nuevo Reino de Granada. Para profundizar este y otros

temas sugerimos leer sus publicaciones: “La Aparición Histórica del Maestro y la Instrucción Pública en Colombia”, en, Revista

Proyección Educativa. Bogotá, M.E.N., No. 1, 1982; El Maestro y la Instrucción Pública en el Nuevo Reino de Granada: 1767-1809,

Bogotá, CIUP, 1981; Escuela, Maestro y Métodos en Colombia: 1750-1820, Bogotá, UPN-CIUP, 1986

Page 38: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Serían pues, las particularidades de este expediente, traducidas en un sinnúmero de autos, oficios, informes,

testimonios, Reales Cédulas, Reales Ordenes, cruzadas entre las diferentes instancias de la burocracia

virreinal, las que nos permitirían escuchar los ecos de las súplicas de Don Agustín por un “corto socorro”

que le ayudara a afrontar la “escasez y la pobreza” que sufría él y su familia, unidas al sello retórico de sus

repetidas solicitudes a las más altas dignidades de estas tierras de ultramar para mantenerse, como diría el

maestro Miguel Bonel, “de vestido y demás alimentos del cuerpo” y así continuar, a pesar de todo, en el

cargo para el que había sido nombrado. Iniciaremos aquí otro capítulo del cronicón de las rúbricas que

tiñeran la solicitud de un maestro de primeras letras por un estipendio mínimo para subvenir a sus

necesidades. En este proceso, haremos un breve recuento de la constitución de la escuela San Carlos como

escuela pública de primeras letras, unida a los acontecimientos que se vivieron durante y después de la

expulsión de los jesuitas, puesto que esta escuela funcionaba anexa al Colegio Mayor de San Bartolomé y

fue por tanto testigo de aquellos acontecimientos.

El 27 de febrero de 1767, el rey Carlos III de España firmaba un Real Decreto en donde ordenaba “...se

extrañen de todos mis dominios de España, e Indias, Islas Filipinas y demás adyacentes, a los Religiosos de

la Compañía... y que se ocupen de todas las temporalidades de la compañía en mis dominios...”54. El 5 de

abril son enviadas a los reinos de Indias las reales instrucciones para que se cumpla y observe el decreto de

expulsión “con toda aquella prudencia, sigilo, madurez y precauciones”, advirtiendo que tales instrucciones

debían permanecer “cerradas y secretas hasta la víspera del día asignado para su cumplimiento”. Tres meses

después el Virrey Pedro Messía de la Cerda las recibe para ponerlas en ejecución hasta el 31 de julio, día de

la festividad de San Ignacio de Loyola.

Llegado el día, el templo de San Carlos (hoy iglesia de San Ignacio) se vio colmado de público como era

costumbre. Las diferentes comunidades religiosas, los miembros de la Real Audiencia, el Virrey y demás

autoridades locales, y un sinnúmero de devotos, concurrieron a la celebración de la fiesta del santo patrono

de los jesuitas. Pero esta celebración, según nos lo relata el cronista José María Vergara y Vergara, “se 54

C. P. I., pág. 1.

Page 39: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

convirtió en una despedida de los hijos de Loyola de los pueblos del virreinato... El estupor del auditorio no

tenía límites. ¿Para dónde se despedían los jesuitas? ¿Por qué abandonaban la ciudad donde estaban tan bien

colocados, donde vivían hacía ciento sesenta años? El Virrey que escuchaba atentamente sí sabía para donde

iban; pero su estupor era mayor que el auditorio, por diferentes razones. ¿Cómo habían sabido los jesuitas el

secreto de Estado tan admirablemente guardado?”55.

Al día siguiente, Juan Francisco Pey y Ruiz, Alcalde de Corte y Oidor de la Real Audiencia, acompañado

del Provisor y Vicario General del Arzobispado y de un escribano, se dirigió hacia el Colegio Mayor de San

Bartolomé. Una vez allí, insinuó al Padre Yarza, rector del claustro “que convocase a los demás padres que

en él residen, para intimarles un real decreto de Su Majestad”.56 Cuando estuvieron todos reunidos, “les

[intimé] en presencia del presente escribano y testigos el expresado real decreto, leyéndoselo de verbo ad

verbum y inteligenciados de él y exhortados a la resignación y obediencia, dijeron: que lo obedecían como

fieles y leales vasallos de su Majestad".57

Aquel mismo día, el Oidor y Alcalde Pey y Ruiz recibió del padre Yarza las llaves del Colegio Mayor y

desde entonces quedaron suspendidas las actividades académicas que se venían realizando. La escuela

anexa al Colegio funcionaba en el llamado patio de las Aulas en uno de los tres corredores de la planta baja

donde se encontraban además la carpintería y el aula de menores. Era una pieza con “cuatro ventanas, y de

uno y de otro lado sus asientos de madera y bancos para escribir...”58. Cuando los dos jueces comisionados

para realizar el inventario del Colegio entraron en esta pieza que servía de escuela, encontraron allí:

“...una alacena con su llave para guardar libros, catones y cartillas: en la testera donde tiene su

lugar el maestro se halla una mesa, con su cajón, y llave, una silla y dos cuadros con algunas figuras 55

Vergara y Vergara, José María. Historia de la Literatura en Nueva Granada, 2ª.Edición, Bogotá, Librería Americana, 1905, pág. 218. 56

Citado por: Hernández de Alba, Guillermo. Documentos para la Historia de la Educación en Colombia, Tomo III, Bogotá: Editorial

Kelly, 1976, pág. 301 57

Idem. 58

Ibid., pág. 331.

Page 40: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

pintadas en ellos. Y en la parte principal tiene un retablo de madera dorada, en medio del cual se

halla colocado un lienzo de San Casiano, que tendrá vara y cuarto de alto, y una de ancho, con su

velo de raso carmesí, a los dos lados en sus nichos, están San Justo y San Pastor, de media vara de

alto, con sus vestiditos de seda y en el remate está otro lienzo pintado, un atril, cuatro candeleros y

unas palmetarias de madera para el servicio de dicho altar”.59

Como se puede ver, el espacio dedicado a la enseñanza no se diferenciaba mucho de aquel dedicado a la

oración. Antes que elementos pedagógicos, el aula estaba rodeada de imágenes y utensilios religiosos. Sin

embargo, hay en esta distribución, además de los asientos y los bancos para escribir, otro elemento que si

bien no tiene relación directa con las labores escolares, por lo menos evoca la actividad de enseñanza que se

realizaba allí diariamente. No es casual entonces, que la imagen de San Casiano ocupase el centro de la

habitación, pues este santo era el patrono del primer gremio de “maestros de escuela de enseñar el arte de

leer, escribir y contar”, constituido en Madrid el 26 de diciembre de 1643 bajo el nombre de “Congregación

y Hermandad del glorioso mártir San Casiano”.60

La conformación a este tipo de agremiaciones fue muy común por toda Europa hacia finales de la Edad

Media, cuando las ciudades resurgieron y se convirtieron nuevamente en los centros de la vida social a

partir del auge del comercio y de las manufacturas en general. Fue precisamente la proliferación de

artesanos la que dio origen a estas agremiaciones que tenían como objetivo principal controlar el ejercicio

de determinados oficios mediante la expedición de licencias para abrir talleres o tiendas, previo examen o

59

Idem 60

Prudencio (muerto hacia 405) en la Pasión de San Casiano de Forum Cronelli, nos describe la muerte de un maestro a manos de sus

alumnos, ante la mirada complaciente de las autoridades. Todo sucede cuando Casiano se indispuso con las autoridades por “negarse

desdeñosamente a prosternarse ante los altares” y aquellas deciden entregarlo a sus discípulos para que le castigaren, primero desnudándole

y atándole para luego herirle y traspasar “...su cuerpo con los estiletes que utilizaban para trazar sobre las tablillas de cera los surcos de la

escritura”. Una tortura con estocadas profundas haciendo evidente el violento desahogo que les procuraba el ataque que condujo a su

agotamiento y a la muerte del maestro. Astucia del poder manifiesta en la atinada manera de elegir el “justo verdugo” para consumar el

“castigo ejemplar”. (Mause, Lloyd de. Historia de la Infancia, Madrid, Alianza Editorial, 1982, págs. 115-116.

Page 41: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

previa instrucción en escuelas creadas para el efecto. Estas escuelas eran generalmente un taller a donde

concurrían los muchachos que querían iniciarse en el oficio o arte respectivo (herrería, carpintería,

construcción, etc.). Quien enseñaba el oficio era llamado maestro y para realizar esta actividad debía poseer

una autorización previa por parte del mismo gremio o de las autoridades locales. Los iniciados eran

llamados aprendices y después de varios años de trabajar a ordenes del maestro en su taller y aprobar el

examen respectivo, obtenían licencia para abrir su propio taller o tienda con lo cual ascendían a “oficiales”.

Sin embargo, no podían dedicarse a la enseñanza, para ello necesitaban comprobada experiencia y calidad

en el trabajo.

En este contexto se ubican las agremiaciones de “Maestros del Arte de enseñar a leer, escribir y contar” que

buscaban, de una parte, vigilar el ejercicio del magisterio, como es el caso del “Gremio de Maestros de la

Nobilísima Arte de Primeras Letras” creado en 1601 en la ciudad de México con el objetivo de limitar el

ejercicio de dicho arte, en vista del crecido número de sujetos que enseñaban sin preocupación adecuada; de

otra parte, buscaban brindar una protección a los asociados frente a cualquier imprevisto que les impidiera el

normal ejercicio de su oficio, tal como se halla referido en las “Ordenanzas de la Congregación de San

Casiano”, en donde además de establecer reuniones periódicas para nombrar Hermanos Mayores y

exámenes para los aspirantes, incluso contemplaban un sistema de cuotas mensuales que buscaban servir de

auxilio “...a qualquiera de nuestros hermanos, que se hallare enfermo, de enfermedad que sea...” por la

cantidad de “...8 reales cada día por término de 20 días...”.61

En lo que respecta al Nuevo Reino, el ejercicio de los oficios presenta grandes diferencias en relación con la

metrópoli y aún con los otros virreinatos. Mientras en Nueva España se conocieron los primeros gremios

desde el siglo XVI (los herreros se organizaron en 1523, los arquitectos y albañiles en 1599 y los maestros

del arte de escribir y leer en 1601)62 en el territorio del Nuevo Reino de Granada no se conoció durante la

61

Biblioteca del Museo Pedagógico “José de Calasanz” de Madrid. R/20774, fol. 7. 62

Ver: Estrada, Dorothy Tank de; et. al. Historia de las profesiones en México, México, Colegio de México, 1982, págs. 49-60; Estrada,

Dorothy Tank de. La educación ilustrada: 1785-1836, México, Colegio de México, 1987, págs. 87-109.

Page 42: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

colonia ninguna solicitud por parte de los maestros de artes y oficios a las autoridades locales para que, por

medio de un reglamento u ordenanza, protegiera el ejercicio de su respectivo oficio. Muy por el contrario, y

sólo hacia finales del siglo XVIII, el superior gobierno en vista del “descuido de las artes y el desarreglo de

los oficios” y dentro de la estrategia para enfrentar la decadencia de las poblaciones, propondrá dos

instrucciones generales para “moralizar los gremios de la plebe” una en 1777 y otra en 1879. Fueron esas

instrucciones generales para el arreglo de las artes, elaboradas en los albores del siglo XIX, instrumento de

la “policía de los oficios”, forma práctica de celar el trabajo y la vida de la “plebe”, herramientas para el

control de la población antes que estatuto de identidad y principio de autonomía.

Para el caso de la enseñanza de las primeras letras, y a pesar de los fueros adicionales y privilegios

otorgados por los reyes a los maestros de la “nobilísima arte de enseñar a leer, escribir y contar”63, los

maestros de escuela del Nuevo Reino tampoco constituyeron ningún gremio. Quizá el hecho de que muchos

maestros eran curas que enseñaban en las parroquias o en escuelas anexas a los colegios seminarios, o al

carácter acentuado de privilegio que tenía la educación colonial, o en general, a la forma dispersa e irregular

en que fueron apareciendo aquellos “sujetos que andaban por las estancias”, incidió en la ausencia de algún

tipo de agremiación de estos maestros.

Nace un oficio

Ahora bien, aunque aquella pieza que nos describieran los jueces comisionados para realizar el inventario

del Colegio Mayor, seguiría sirviendo de espacio para la nueva escuela de San Carlos y su distribución

interior seguramente sería la misma, a partir de su reapertura inicia un proceso de transformación que pronto

la convirtió en un espacio radicalmente diferente de lo que hasta entonces había sido. Cuando se reabre la

escuela el 16 de septiembre de 1767, no sólo era un lugar distinto, sino que acogería, además, a unos nuevos

63

En relación con este aspecto ver los trabajos de Dorothy Tanck de Estrada, citados anteriormente.

Page 43: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

sujetos: el maestro era un personaje de otro orden, y el primero en representar este papel fue Don Miguel

Bonel.

Unos meses después de tomar posesión de la escuela, Bonel eleva una representación al Virrey en la cual

declara “que habiendo sido nombrado por el muy venerable Dean y Cabildo de esta Santa Iglesia como

maestro de la escuela San Carlos desde el 13 de septiembre del 67”, era necesario, para continuar en su

oficio que el Superior Gobierno se dignara “...mandar para el socorro del presente tiempo se me supla con lo

que fuese del agrado de Vuestra Excelencia...”64. Sin embargo, esta solicitud de reconocimiento de sueldo

pondría a Bonel entre dos fuegos, producto de la pugna entre el poder civil y le poder eclesiástico en torno a

la potestad y competencia para llevar a cabo nombramiento de Maestros.

Una vez conocida por el Fiscal esta representación, sería utilizada como “piedra de escándalo”: en una

comunicación dirigida al Virrey expresaba su inconformidad con dicho nombramiento, poniendo de

presente que “...no se alcanza con que facultad ha procedido el Cabildo Eclesiástico a este nombramiento

que por ningún título le compete, por ser privativo y reservado únicamente a Vuestra Excelencia”65, y

aunque a continuación suaviza sus términos anotando su confianza en la buena fe con que se hizo dicho

nombramiento y teniendo en cuneta que “el público ha disfrutado en este tiempo del beneficio de la

instrucción de los niños...” 66 aprueba el que se le asigne salario (que será de 200 pesos anuales), al

solicitante, pero aclarando que dicho maestro “deberá tener entendido, que su nombramiento, pende de

Vuestra Excelencia como el apartarlo siempre que lo tenga por conveniente...”67 (eso que hoy con lenguaje

del Servicio Civil llamamos “funcionario de libre nombramiento y remoción”). De esta manera, sienta el

Fiscal la nueva posición que en adelante asumiría el Superior Gobierno frente a lo que empiezaba a

considerar como exclusivo de su potestad.

64

A.H.N.M. Sección Jesuitas, Legajo 92, Doc. No. 17 (Sin foliación). 65

Idem. 66

Idem. 67

Idem.

Page 44: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Fue éste uno de los muchos acontecimientos que en aquel período impulsaron toda una recomposición de

las relaciones interinstitucionales entre el poder civil y el poder eclesiástico y que para el caso de la

educación, delimitaron un espacio distinto para la enseñanza y un sujeto diferente de los que hasta entonces

se habían dedicado a aquel oficio. Y fue Bonel, precisamente, uno de estos “nuevos sujetos”.

Miguel Bonel inició su ejercicio como primer maestro de la escuela pública de San Carlos, el 16 de

septiembre de 1767 (tres meses después de notificada la expulsión de los jesuitas) con un grupo conformado

por 60 niños. Pero ese maestro que vieron los niños ya no era un religioso de orden, ni ningún sacerdote. Era

un sujeto secular. Una real disposición expedida algunas semanas después da razón de este nuevo hecho. El

5 de octubre, los Señores del Consejo en el Extraordinario expiden una Real Pragmática en donde plantean

la necesidad de sustituir a los maestros regulares por seculares en la enseñanza de Primeras Letras,

gramática y retórica “que tuvieron como estancados los citados regulares de la Compañía, de que nació la

decadencia de las letras humanas”68. Se ponía entonces en cuestión la enseñanza impartida por cualquier

orden religiosa que “jamás puede competir con los maestros y preceptores seglares, que por oficio e instituto

se dedican a la enseñanza y procuran acreditarse para atraer a los discípulos” 69. Lo que el poder civil

planteaba aquí era una definición de competencias frente al poder religioso, y en ningún momento una

postura atea o anticlerical. Como veremos más adelante, los requisitos exigidos al maestro implicaban una

conducta religiosa regida por los principios de la moral cristiana. Ahora bien, si estos sujetos que aparecen

al frente de la escuela pública no eran religiosos de orden ¿Cuál era entonces su procedencia?.

Fue el mismo expediente en cuestión quien nos dio respuesta a estas preguntas. Bonel comentaba en la

representación aludida anteriormente, que antes de entrar a servir en la escuela se encontraba “ocupado por

el exercicio de la pluma para mantenerme de vestido, y demás alimentos para el cuerpo...”70. Según parece,

68

A.C.M.R. Vol. VII. 69

Idem. 70

A.H.N.M. Sección Jesuitas, Legajo 92, Doc. No. 17(Sin foliación).

Page 45: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Francisco de Mendieta, sucesor de Bonel, tenía la misma ocupación de su antecesor. Pero aquel no realizaba

su oficio en Santafé sino en Maracaibo, desde donde viajó a la capital del virreinato para cumplir con el

encargo de la escuela de San Carlos. Este un hecho curioso se origina cuando el Virrey envía una solicitud

al Gobernador y Comandante General de la provincia de Maracaibo para que escoja dos sujetos solteros que

pudieran desplazarse hasta Santafé y encargarse de la escuela. El Gobernador, en carta al Virrey con fecha

10 de abril de 1768, informa que mandará a Mendieta y agrega que además se ha presentado “un joven bien

nacido... instruido en crianza, que continuamente asiste con los escribanos pareciéndome de buen juicio...”71

y pide que se le remita orden sobre lo que debe hacer. Aquí el Gobernador de Maracaibo nos enseña

claramente los primeros requisitos que apuntan hacia un estatuto de ese personaje que empieza a

estructurarse. Antes que por su saber, al maestro era definido desde la virtud.

No hay pues, por esta época, un estatuto preciso que configure claramente el oficio del maestro. Sin

embargo, podemos diferenciar dos elementos a partir de los cuales se determinaba si un sujeto era apto para

el ejercicio del magisterio. Por una parte, se exigía al maestro “...conocida probidad y buena conducta, vida

pura e irreprensible”72. Sólo serían tenidos en cuenta para el magisterio aquellos “honrados, de buena vida y

costumbres, cristianos viejos, sin mezcla de mala sangre”73. De otro lado, se hacia una segunda exigencia a

este sujeto: “saber leer con sentido, escribir correctamente y contar con expedición”74. Podríamos decir que

el estatuto de estos primeros maestros de escuela estaba dado por su carácter de “hombres virtuosos” sin

más exigencias de saber que el de las primeras letras y las cuatro operaciones aritméticas.

El caso del tercer maestro de la escuela de San Carlos, ratifica una vez más el estatuto todavía difuso, para

esta época, del oficio de maestro. Don Joseph Molano, portero del Cabildo de la Ciudad, presenta su

solicitud para el cargo que había quedado vacante en dicha escuela, y una vez aprobada, se le fija una 71

Idem. 72

A.G.N. Fondo Colegios, Tomo II, fol. 950. 73

Novísima Recopilación de las Leyes de España, mandada a formar por el Señor Carlos IV, Libro Octavo. De las Artes y Oficios París,

Vicente Salvá, 1846., pág. 467. 74

A.G.N. Fondo Colegios, Tomo II, fol. 951.

Page 46: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

asignación anual de 300 pesos que disfrutará durante los seis años que permaneció en el puesto, hasta la

llegada de su sucesor, Don Agustín Joseph de Torres.

De la escuela pía a la escuela pública:

La escuela de San Carlos

Entre los papeles que conforman este amplio expediente hemos encontrado también el Acta de Fundación

de San Carlos que data del siglo XVII, en donde se le definía como escuela pía y no como escuela pública,

designación con que se conoce hacia finales del siglo XVIII. Sobre este aspecto es necesario tener algún

nivel de claridad para comprender, de una mejor forma, no sólo el expediente, sino el proceso en el cual está

inscrito. Por lo tanto, creemos conveniente profundizar un poco más en las diferencias que existían entre

estas dos modalidades de escuela, y a la vez, diferenciar, de una forma más precisa, las particularidades de

la enseñanza entre los siglos XVII y finales del XVIII. Por el momento, los detalles en torno a la historia de

Don Agustín quedarán en suspenso.

El 8 de febrero de 1687 el Capitán Antonio González Casariego entregaba al padre Mercado, rector en ese

entonces del Colegio Mayor de San Bartolomé, la cantidad de “ocho mil pesos de a ocho reales en dos mil

doblones de oro de a dos escudos para que dicho padre Rector lo situase y cargase sobre los bienes y rentas

de este colegio, y fundase una escuela de Niños en que se enseñase a leer, escribir y contar, por un religioso

de la Compañía...”75. Con esta donación consignada en el testamento de dicho Capitán, se iniciaba la vida de

una escuela que un siglo después, y por varios años, sería la única escuela pública de Santafé de Bogotá.

¿Qué características presentaba la escuela fundada en 1687? ¿En qué se diferenciaba de la constituida

después del extrañamiento de la Compañía de Jesús en el año de 1767?.

75

A.H.N.M. Sección Jesuitas, Legajo 92, Doc. No. 17 (Sin foliación).

Page 47: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

La fundación de la escuela anexa al Colegio Mayor de San Bartolomé, se encuentra articulada al mecanismo

de las donaciones que dieron paso, en el Nuevo Reino de Granada y durante el período comprendido entre

finales del siglo XVII y mediados del siglo XVIII, a la fundación de otras cuatro escuelas que, de igual

forma, eran regentadas por los Jesuitas y funcionaban anexas a los Colegios Seminarios de Tunja, Popayán,

Pamplona y Cartagena. Estos establecimientos, llamados escuelas pías, tenían el carácter de hospicios y

eran puestas en manos de órdenes religiosas, quienes disfrutaban de los intereses o réditos que producían

anualmente los capitales que habían servido para su fundación y con las cuales se sostenía un clérigo, para

que haciendo las veces de preceptor, enseñase a los niños a leer, escribir y latinidad.

Antes de irrumpir la escuela pía como fenómeno educativo en el panorama colonial de finales del siglo

XVII, la enseñanza se restringía a la existencia de tres modalidades de instrucción. La primera de ellas la

constituían los estudios generales por medio de los cuales se preparaban las “gentes principales y

beneméritas” para el ejercicio de la jurisprudencia o para el sacerdocio. Esta modalidad educativa se llevaba

a cabo en los Colegios Mayores o Seminarios que funcionaban en las principales ciudades del virreinato. Un

segundo tipo de instrucción era realizada por preceptores particulares y dirigida exclusivamente a los hijos

de comerciantes, mineros y funcionarios de la alta burocracia virreinal, conocida con el nombre de

enseñanza hogareña. Los ayos o bachilleres de pupilos, como se les llamaba a estos preceptores

particulares, eran sostenidos en las casas de aquellos potentados y sin dejar de formar parte de la

servidumbre, estaban encargados de enseñar a los niños a leer, escribir y contar. Una última modalidad de

enseñanza era realizada por curas “párrocos que en la casa cural recogían a niños y jóvenes de buenas

capacidades y probada virtud a quien la familia deseaba hacerle eclesiástico y les enseñaba un poco de latín,

amen un tanto de los demás conocimientos esenciales para el sacerdote (...) hasta dejarlos en estado de

aspirara a los órdenes sagradas” 76 . La educación constituía entonces un privilegio de un sector de la

sociedad. Pertenecía como derecho único a aquella capa donde se encontraban las “gentes principales y

beneméritas”.

76

Otero, Jesús María. La Escuela de Primeras Letras y la Cultura Popular Española en Popayán, Popayán, 1963, pág. 23.

Page 48: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

La escuela pía, aunque manteniendo el carácter excluyente para la mayoría de la población, vinculaba a un

grupo no contemplado hasta ese entonces: el de los españoles pobres. En este sentido, la escritura de la

fundación de González Casariego expresaba que se podían recibir “hasta el número de cien pobres; y con

particularidad los niños varones expósitos que se crian en la casa de Divorciados de esta ciudad, y después

los hijos de regidores y otros inferiores (...) exceptuándose para no ser recibidos indios, negros, mulatos ni

sambos, por ser el ánimo y voluntad expresa de dicho fundador, el que sólo se reciban españoles pobres que

no sean de los prohibidos...” 77 . Sin embargo, eran estos “prohibidos” la mayoría de la población 78 .

Prohibidos para la escuela, para el colegio Mayor, para el Seminario, para los puestos públicos. La única

posibilidad para estos sujetos “libres”, como se les llamaba en el lenguaje de la época y en la cual no tenían

ninguna restricción, era la mendicidad.

Son entonces dos las características que definen y diferencian esta modalidad de las demás formas de

instrucción de finales del siglo XVII (formas que sin embargo se mantendrán durante la primera mitad del

siglo XVIII). La primera, su carácter de obra pía, es decir, obra realizada como producto de donaciones para

efectos piadosos. La segunda, la posibilidad, todavía restringida, de la instrucción para un grupo diferente de

las élites coloniales (aunque sin dejar de ser, por esto mismo, un fenómeno de carácter excluyente).

Unida a estas dos características fundamentales de la enseñanza agrupada en las escuelas pías, encontramos

en los registros de la época una referencia un tanto paradójica si se mira desde nuestro tiempo, pero de la

más común incidencia en la época colonial. Se trata de la procedencia de los dineros con que en la mayoría

de los casos se realizaba la fundación de una obra pía. En una escritura de fundación de una escuela en

Popayán, encontramos que para poder llevar a cabo la donación de 6.000 pesos, Don Manuel Díaz de Vivar

“ordenó la venta de 40 piezas de esclavos”79. Eso que la sociedad de hoy mimetiza en un complejo e

77

A.H.N.M. Sección Jesuitas, Legajo 92, Doc. No. 17 (Sin foliación). 78

Según Jaramillo Uribe, hacia 1778 la población mestiza superaba casi en 100.000 almas a la población blanca, y si sumamos a aquella la

población negra e indígena, tendremos que estos “prohibidos” conformaban más del 70% de la población total del Nuevo Reino. 79

A.C.C. Signatura 10200 (col. III 13 SU).

Page 49: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

intrincado proceso de mediación entre el trabajo obrero y el sostén del Estado, se dibuja con claridad

absoluta en la época colonial cuando es la venta de la pieza de esclavo la que permite sostener una escuela.

Pero se muestra además, esa articulación entre el mundo de los intereses materiales y la fe religiosa como

constantes que atraviesan la sociedad colonial.

Ahora bien, casi un siglo después, la escuela anexa al Colegio Mayor de San Bartolomé asumió unas

características bien diferentes a las que tuviera en la época de su fundación. Estas diferencias empiezan con

el extrañamiento de la Compañía que siempre la había tenido bajo su tutela. Una vez ratificada la expulsión,

en cumplimiento del Real Decreto del 27 de febrero de 1767, quedaron suspendidas todas las escuelas que

funcionaban anexas a los Colegios Seminarios. Pero al igual que la de Santafé, una vez abrieron sus puertas

algunos meses después, ofrecían unas características marcadamente diferentes a las que hasta ese entonces

habían presentado.

“Aquí lo que aparece es la escuela pública como lugar separado y delimitado por su propia

espacialidad, con el horario como su tiempo, con sus actividades propias que encierran la práctica

pedagógica. Es decir, estos serán los elementos que van a definir la identidad, forma y unidad de la

escuela, los que atraviesan y definen su esencia misma como ámbito institucional en una relación de

interioridad.

La escuela surge entonces como institución para la enseñanza, impartida por un sujeto cuyo

estatuto principal es definido más por una práctica de enseñanza que por una práctica religiosa;

estatuto que no lo recibe de la Iglesia sino del Estado. En el contexto de la instrucción pública

aparece la escuela como la primera institución estatal que se funda por fuera de las corporaciones

religiosas que por mucho tiempo habían sido, además, las únicas instituciones del saber. No es un

acontecimiento de orden religioso, así tenga en sus inicios una acentuada coloración eclesiástica, es

sobre todo un fenómeno que se localiza en el orden estatal.

Page 50: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Este es el origen de la escuela en Colombia. Escuela que no existió siempre y que fue producto de

una convergencia múltiple y compleja de diversos elementos y condiciones”80

Tal vez es el caso de la escuela de Popayán fundada por Manuel Díaz de Vivar. Cerrada por motivo de la

expulsión de los jesuitas, reinició sus labores en 1768 como “escuela pública” para “la enseñanza de todo

género de niños que concurriesen a aprender”81, los que el maestro nombrado deberá “admitir sin excepción

de ninguno, para que desde hoy en adelante les enseñe a leer, escribir y contar”.82

Aunque las nuevas disposiciones exigían que se abrieran las puertas de la escuela a sectores sociales que

estaban marginados de sus públicos beneficios, estos acontecimientos, enmarcados dentro de las reformas

borbónicas, más que proponer una democratización de la escuela, buscaban un reordenamiento institucional

que rescatara, para el poder de la Corona, su soberanía en diferentes dominios que como el de la educación

se hallaban hasta el momento bajo la potestad y control de las órdenes religiosas.

Se inició así un largo proceso de recomposición de aquella institución anteriormente llamada escuela pía y

que desde entonces, tuvo el carácter de escuela pública de primeras letras, redefiniendo el rumbo de la

enseñanza, delimitando un nuevo espacio y marcando el surgimiento de un sujeto diferente al eclesiástico

que la había regentado desde su fundación 80 años atrás.

Retomemos aquí nuevamente el hilo del expediente y dejemos que nos describa los avatares del cuarto

maestro de la escuela de San Carlos, Don Agustín Joseph de Torres. Acontecimientos inscritos en un

período caracterizado, de una parte, por el reordenamiento institucional entre el poder civil y eclesiástico, y

de otra, por la pugna entre la competencia y autonomía que reclamaban las colonias, y el progresivo recorte

80

Martínez Boom, Alberto. Escuela, Maestro y Métodos: 1750-1820, Bogotá, CIUP, 1986, pág. 27. 81

A.E.P. Libro D-4, Documento 5. 82

Idem.

Page 51: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

a que fue sometido el poder virreinal por la Corona en lo tocante al manejo, administración y destino de los

dineros y propiedades de sus colonias de ultramar.

El caso de este maestro, como veremos, está nutrido de estos acontecimientos que se agrupan dentro del

gran cúmulo de disposiciones oficiales conocidas como “la estrategia de la instrucción pública”.83

83

Ver: Martínez Boom, Alberto. Escuela, Maestro y Métodos...Op. Cit.

Page 52: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Segunda Parte

Comienzan las urgencias lloradas

Un “socorro de limosna”

El 30 de junio de 1787, Don Agustín Joseph de Torres elevaba una petición, con el “mayor respeto y

veneración”, a la máxima autoridad de la época, el ilustre Arzobispo – Virrey Antonio Caballero y Góngora.

Esta no será la primera que hiciere Don Agustín al Superior Gobierno, y como veremos, tampoco será la

última. Apenas constituye un eslabón dentro de las múltiples comunicaciones, representaciones,

contestaciones y solicitudes que durante 16 años vendrían a constituir lo que él mismo denominara sus

“urgencias lloradas”. A través de esta solicitud, Don Agustín describe la situación de desconcierto que

padece como maestro de la única escuela pública de Santafé al Arzobispo-Virrey, que por esta época había

fijado su residencia y sitio de despacho a muchos kilómetros de Santafé, más exactamente en Turbaco, cerca

de Cartagena.

Que sea entonces el mismo maestro el que nos relate su caso:

“Excelentísimo e ilustrísimo señor. Siendo nombrado desde trece de Diciembre de mil setecientos

setenta y cinco por la Superior Junta de Temporalidades de Maestro de primeras letras de esta

ciudad ha el tiempo de cerca de doce años, que con infatigable anhelo, Celo de Dios y del Rey, he

procurado la más perfecta educación en costumbres, letras e instrucción de la Religión, con

inviolable asistencia al exacto cumplimiento de mi obligación, como es público y notorio según se

advierte por lo muchos discípulos aprovechados, que oy ocupan los colegios, y otros destinos; a

pesar de la carga de doscientos niños poco más o menos, que desde aquel tiempo ocurren a esta

Page 53: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Escuela según patentiza por el informe, que pedí a estos Reales oficios y presento solemnemente en

donde anualmente hago constar con certificaciones de los Rectores de este Colegio Real y Seminario

de San Bartolomé el cumplimiento y la notoriedad de mis procedimientos.

Este mérito, aunque corto, me hace hacer presente a los pies de Vuestra Excelencia que hallándome

oprimido por la estrecha obligación de mujer e hijos y entre ellos dos niñas doncellas que apenas me

alcanza para el sustento escasamente con el sueldo de cuatrocientos pesos dotados de

temporalidades, sufriendo las necesidades de su desnudes: suplico a la gran piedad de Vuestra

Excelencia que movido de este justo clamor, se sirva mandar añadirme del dicho Ramo algún

socorro de limosna (que pido a V. Excelencia por el Sacramento) lo que sea de su superior agrado;

para poder seguir al servicio, y sufragar a las necesidades representadas a cuio agradecimiento

viviré, pidiendo a Dios nuestro Señor guarde la importante vida de Vuestra Excelencia muchos años

para amparo de este Reyno, Santa Fé y junio treinta de ochenta y siete”.84

Efectivamente, el maestro Torres había sido nombrado el día 13 de Diciembre de 1775 por la Junta Superior

Provincial de Temporalidades. Desde este momento, y hasta el año en que se presenta esta solicitud al

Arzobispo-Virrey, el maestro, según consta en las certificaciones expedidas por los rectores del Colegio

Seminario de San Bartolomé, cumplía a cabalidad su oficio, observando celo y virtuosidad en cada uno de

sus actos. Y eran estas demostraciones en torno a la pública notoriedad en su desempeño, las que constituían

el argumento más válido para elevar aquella solicitud invocando algún “socorro de limosna” que pudiere

favorecer la estrechez y las necesidades que padecía él y su “dilatada familia”. Concentrémonos por ahora

en explicitar la procedencia de los cuatrocientos pesos que constituían su “corta dotación”.

La escuela pública de San Carlos, como decíamos atrás, fue producto de una donación testamentaria cedida

en el siglo XVII. Su fundador, el Capitán González Casariego, había apropiado para tal efecto la suma de 84

A.H.N.M. Sección Jesuitas, Legajo 92, Documento No. 17 (Sin foliación).

Page 54: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

ocho mil pesos. Este dinero se había aplicado (o anexado) a las propiedades de los jesuitas y el rédito o

interés producido por esa suma, llamada el principal, reportaba el 5% anual, lo que en términos prácticos

eran los cuatrocientos pesos con los cuales, según lo testamentado, se pagaría el sueldo del sujeto que

hiciese las veces de maestro de dicha escuela. Una vez verificado el extrañamiento de los jesuitas, estos

dineros, que se hallaban bajo tutela de la Orden, quedaron incluidos, al igual que todos los bienes de dicha

Compañía, dentro del fondo llamado de Temporalidades. Con este nombre se conocían por aquella época,

los bienes expropiados a esa gran empresa económica que llegó a ser la Compañía de Jesús85. Tal fondo era

controlado muy celosamente por la Corona y para su administración en cada una de las colonias de ultramar

y sus respectivas regiones, había creado las ya mencionadas Juntas de Temporalidades. Por esta razón, todo

lo que se refería a la escuela de San Carlos y especialmente aquello concerniente al nombramiento y pago

de maestro, era de potestad exclusiva de dicha Junta.

Con aquella petición enviada al Arzobispo-Virrey el 30 de junio de 1787, Don Agustín Joseph de Torres

sumaba su voz a aquellas, que desde diferentes puntos del virreinato se dirigían a las autoridades

reclamando su público reconocimiento. Recordemos aquí al maestro Gastelbondo quien permaneció más de

15 años sin recibir salario alguno y sin embargo se mantuvo “sin faltar incesante al exercicio diario”, o al

maestro Ramírez que después de 2 años de trabajar en una escuela de Popayán no encontraba “razón ni

motivo” para que se le retuviera su salario “por ser legítimamente ganado” con su “sudor y trabajo”.

85

En el transcurso de casi dos siglos, la Compañía de Jesús se había asentado por todo el virreinato creando en la población la necesidad de

su presencia. Después de la fundación del Colegio Mayor de San Bartolomé en 1604, los hijos de Loyola habían creado colegios en las más

importantes provincias del reino: Popayán, Tunja, Pamplona, Cartagena, Mompox, Antioquia, Buga, Vélez, Honda, etc.; Tales colegios

conformaban los puntos de una compleja red de donaciones, limosnas, capellanías, que se formaban en torno a los colegios y a partir de los

cuales se constituyó el andamiaje económico que sostenía a la Orden.

Era imposible pensar un colegio independiente de un conjunto de piezas de esclavo, haciendas, ganado, despensas. Alegóricamente

podríamos decir que su poder se extendía desde la esquina suroriental de la Plaza Mayor hasta los rincones más apartados de los llanos

orientales.

Page 55: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Don Agustín se dirigía al Virrey, no sólo por las posibilidades que le ofrecía el hecho de regentar la única

escuela pública de la capital del virreinato, sino principalmente, porque había agotado las gestiones con los

burócratas de medianos destinos y veía que era ya momento para que se tomaran decisiones en torno a su

caso, pues su estrechez aumentaba con el correr de los días. Y fueron estas circunstancias las que dieron

forma a su respetuosa solicitud a la máxima autoridad virreinal. En todo el proceso se verá el claro

reconocimiento que hacen, tanto los funcionarios oficiales como los personajes eclesiásticos, del mérito que

ostenta y la notoriedad de su desempeño como maestro de primeras letras. Sin embargo, la decisión final no

dependía tan sólo de estas certificaciones, ya que por ser esta escuela producto de una obra pía, el principal

que la sustentaba estaba incluido en el fondo de Temporalidades y cualquier decisión a este respecto tenía

que provenir del Rey directamente. Este expediente seguiría su itinerario y sólo cuatro años después se

conocería la “real respuesta”.

En atención a lo expuesto por Don Agustín, el Arzobispo-Virrey desde su residencia en Turbaco, solicita a

la Junta de Temporalidades que obre según “lo que considere en Justicia”. Fue entonces el día 26 de octubre

en que el Fiscal Estanislao Andino, expresando lo prevenido en un sinnúmero de Reales Ordenes, deja en

claro que la solicitud del maestro de primeras letras “no halla cabimento por la vía del Ramo de

Temporalidades”. Este concepto oficial, como vemos, no expresa otra cosa que las limitaciones de la Junta y

en general de todo el gobierno virreinal en lo pertinente al manejo y al posible destino que se pudiera dar a

los jugosos rubros obtenidos de la expatriación de la Compañía.

Sin embargo, el Fiscal propone un camino que de encontrar aceptación de los señores de la Junta, podría dar

algún “alivio al suplicante”. Para ello, necesitaba un informe de los Oficiales Reales86, en donde dieran

cuenta de los sobrantes que habían quedado del pago incompleto de las dotaciones de los tres primeros

86

Estos eran funcionarios de la Real Hacienda que cumplían las tareas de recaudadores, tesoreros y veedores de los fondos reales. Su cargo

era vendible y renunciable y por lo tanto de carácter vitalicio, por lo que podía transmitirse por herencia y a perpetuidad según la fórmula

llamada “a juro de heredad perpetua”.

Page 56: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

maestros y lo que hubiese dejado recibir Don Agustín, informando “...si se hallaban retenidos, o el destino

que se les ha dado”87.

“Hame ocurrido

un pensamiento...”

Hasta este momento se veían fructificar los esfuerzos realizados 12 años antes por este maestro que

ingeniándoselas y conviviendo con sus necesidades, había logrado sacar a flote unos dineros que se creían

perdidos o sobre los cuales nadie se había preocupado. A partir del informe de los Oficiales Reales, el fuerte

de las solicitudes tendrá un piso de legalidad, pues los dineros que constituían la petición de Don Agustín no

significaban una nueva carga al Ramo de Temporalidades, pues eran sobrantes de la dotación asignada para

el pago de maestros. Efectivamente, no todos los maestros de Primeras Letras de la escuela pública de San

Carlos, que desde el año de la expatriación sumaban ya cuatro, habían recibido la suma total que les

correspondía por derecho propio y por voluntad del testamentario (400 pesos anuales), quedando entonces

un sobrante correspondiente a los veinte años y 32 días transcurridos entre el 31 de julio de 1767 (fecha en

que se verificó el extrañamiento de la Compañía) y el 31 de agosto de 1787, año en el que se rendía el

informe solicitado.

En este lapso, el principal (o sea los 8.000 de la donación) había producido anualmente un rédito (interés) de

400 pesos anuales que era el dinero correspondiente al salario de cada maestro. Sumados estos réditos, se

completaba un total de 8.035 pesos; pero como no se había pagado a todos los maestros esta suma, “...con

motivo de que el primer maestro que lo fue Don Miguel Bonel sólo se le pagó el tiempo que estuvo en la

escuela al respecto de doscientos pesos anuales. A Don Francisco Mendieta y Don Josef Molano, a razón de

trescientos pesos y al actual, que lo es Don Agustín Joseph de Torres, se le pagó al mismo respecto de

trescientos pesos desde primero de enero de mil setecientos setenta y seis en que tomó posesión de dicha

87

A.H.N.M. Sección Jesuitas, Legajo 92, Doc. No. 17.

Page 57: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

escuela, hasta veinte y uno de febrero de mil setecientos setenta y siete...”88 quedaba entonces un sobrante

de 1100 pesos, resultante de la diferencia entre lo que había producido el principal durante este tiempo y lo

efectivamente devengado por los maestros en este lapso. Además se hacía constar que Don Agustín había

dejado de recibir “100 pesos 4 reales y 10 y tres quartos de maravediz”.

El panorama que se ofrecía en este informe, afianzaba de manera más categórica todavía la petición del

maestro Torres. Ahora sí tenía sentido la solicitud de esta “gratificación de gracia” ante la Corona, ya que

los argumentos allí expuestos demostraban claramente que no había carga extra para el Ramo de

Temporalidades, y que en justicia correspondía a Don Agustín disfrutar de esta merecida contribución en

atención mérito que lo distinguía. Y por si fuera poco, Don Manuel Revilla, uno de los oficiales Reales,

esbozaba en la segunda parte de su informe una propuesta demasiado atinada dentro de un período todavía

difuso de consolidación de la escuela pública, y que en atención a los planteamientos que expresa, no

podemos dejar pasar por alto. Dice Don Manuel Revilla a la Junta:

“Hame ocurrido un pensamiento, que por parecerme digno de atención, lo expongo a Vuestra

Señoría; y es que para que se haga en todo tiempo más apreciable el ministerio de Maestro con

respecto a la dotación, y que igualmente se ocurra, con más amplitud a las necesidades, que

representó al Maestro Don Agustín... sería conveniente, el que de los mil cien pesos, quatro reales,

diez y tres cuartos maravediz existentes, se impusiesen a servir los Un mil, juntando su respectivo

rédito a los quatrocientos de cuyo modo no solamente gozaría el actual Maestro de la indulgencia

que pretende sino que subcesivamente la disfrutarían sus subcesores y por consiguiente el público

por el beneficio que reciben los niño pobres, y a lo dicho persuade el resistir dicho sobrante se le de

otro destino, con reflección a la mente del fundador de esta obra pía...”89

88

Idem. El subrayado es nuestro. 89

Idem. El subrayado es nuestro.

Page 58: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Como puede verse, el Oficial Real cumple con lucidez su cotidiano encargo de administrador de los dineros

reales. Por lo menos, su propuesta está nutrida de su conocimiento del caso y en atención “al mérito,

vigilancia y celo con la que ha procedido el suplicante en el desempeño de su ministerio, y ser nada menos

que trascendental al público”90

. Aquí Don Manuel Revilla plasma, de una forma precisa, la necesidad ya

antes enunciada, de la educación como bien público.

Pero aunque pública la escuela y público el maestro, esta denominación acuñada dentro del período colonial

de finales del siglo XVIII, designaba una práctica que en ningún momento podría pensarse como que el

Estado financiaba de su propio peculio el pago de un maestro o el sostenimiento de una escuela, práctica

ésta que todavía hoy doscientos años después, sigue teniendo vigencia en algunos sectores del Estado. Lo

público, óigase bien, se entiende aquí como susceptible de intervención del gobierno para su control, su

sanción, más no como gratuito o asistido con dineros oficiales. Pero como decía el Fiscal Andino, “aunque

se apruebe la propuesta no puede ponerse en execusión sin la orden superior...”91

. Con esta comunicación

del Fiscal fechada el 15 de diciembre, culminó el año de 1787 y sólo volvimos a oír de nuevo el clamor de

Don Agustín 18 meses después.

Un silencio obligado

El año de 1789 sorprendió al Nuevo Reino de Granada con una serie de acontecimientos poco usuales

dentro de la parsimoniosa vida colonial. La pausada normalidad que envolvía las actividades cotidianas de

los neogranadinos se vio profundamente alterada por una serie de noticias, ceremonias y celebraciones que

tuvieron lugar en aquel año. Durante él, la población del virreinato vitoreó a dos reyes y fue gobernada por

tres virreyes.

90

Idem. 91

Idem.

Page 59: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

El día 14 de diciembre de 1788, siendo las 12 y 45 minutos de la mañana, murió en su palacio real Carlos III

de España, y desde ese mismo momento, las reverencias y atenciones, hasta ahora prodigadas al agonizante

anciano de 63 años, se dirigirían hacia uno de los testigos de aquel instante: su hijo y sucesor al trono, el

nuevo rey de España, Indias e Islas Filipinas, Don Carlos IV. Terminaban allí 29 años de un reinado que se

empeñó, como ningún otro, en modificar las relaciones de la metrópoli con las colonias de ultramar a partir

de un proceso de reordenamiento de la economía y la administración.

Diez días después de aquel hecho, el nuevo rey firmó sus primeras reales cédulas informando a sus súbditos

de las colonias el “infausto” hecho. Pero sólo tres meses después, los santafereños conocieron la fatal

noticia, cuando aún no terminaban las ceremonias que se habían programado con motivo de la llegada del

nuevo virrey, Don Francisco Gil y Lemus, y de la despedida de su antecesor, el Arzobispo Antonio

Caballero y Góngora. No fue, sin embargo, aquella la única noticia sorprendente que recibieron los

neogranadinos en aquel año. Una vez concluidas las ceremonias, mientras se preparaban las honras

fúnebres, luto y exequias de Carlos III, y cuando aún comenzaban los actos de “jura” al nuevo rey, éste,

variando los planes de su fallecido padre y señor, decide prolongar el viaje de Gil y Lemus más hacia el sur,

nombrándolo virrey de las tierras del Perú. En su reemplazo quedaba designado Don José de Espeleta, quien

hasta entonces se había desempeñado como gobernador de la Habana.

Debió ser muy grande la sorpresa, el desconcierto y el asombro que tales hechos produjeron dentro de la

población y varios los apuros en que se vieron las autoridades virreinales, pues basta conocer el ritual que

acompañaba las ceremonias de rigor ante esos hechos y las sumas de dinero gastadas en ellas. Aunque no

hubo dinero para dar un “socorro de limosna” a un suplicante maestro de primeras letras, de las arcas reales

se extrajeron más de 10.000 pesos para cubrir los múltiples gastos que tales eventos demandaron.

Los antecedentes ceremoniales

Page 60: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Durante seis años, Antonio Caballero y Góngora concentró entre sus manos el más grande poder que haya

tenido algún otro gobernante del Nuevo Reino de Granada. Sobre su humanidad reposaron los dos supremos

poderes que articulaban y orientaban la vida colonial: el poder divino, representado en su condición de

Arzobispo, y el poder político en su calidad de Virrey. Fue ésta la primera y única vez, por lo menos durante

el reinado de los Borbones, que concurrieron en una misma persona los más elevados cargos de la Iglesia y

el Estado en propiedad. Ahora, ¿Cómo explicar este hecho cuando uno de los propósitos fundamentales de

Carlos III y sus ministros era el de reducir sensiblemente la influencia eclesiástica en los terrenos del

Estado? No hay que dudar que tal decisión sólo pudo tener una motivación: la destacada actitud del

Arzobispo durante los desórdenes de la revuelta comunera en 1781, hecho que además de proporcionarle el

trono del virreinato, le hizo acreedor a uno de los más altos honores reales: la Orden de Carlos III.

Después de aquellos perturbadores y trágicos sucesos de 1781, el fatigado virrey Flórez (que venía en el

cargo desde 1776) presenta su renuncia, y una vez aceptada, el rey designa al entonces gobernador de la

provincia de Cartagena, Juan Torrezal Díaz de Pimienta, como su sucesor. Sin embargo, no podrá aquel

oficial del ejército desempeñarse en su nuevo cargo; después de un penoso viaje por el río Magdalena desde

Cartagena hasta Honda, y concluida la travesía desde aquella, llega a la capital el 7 de junio de 1782, pero

en lugar del alegre y pomposo recibimiento acostumbrado, la ceremonia de recepción se redujo a un

silencioso y tenso acompañamiento de la carroza que lo transportaba, pues una grave enfermedad lo

mantenía casi inmóvil, y los sopores de la fiebre le impedían asumir los ritos correspondientes a tal evento.

Ante la mirada atónita de las autoridades santafereñas, fue bajado de su coche e inmediatamente introducido

al palacio virreinal de donde fueron sacados sus despojos mortales cuatro días después, el 11 de junio, para

celebrar las honras fúnebres correspondientes. ¿Quién asumiría las riendas del gobierno interinamente? Era

la pregunta obvia de los santafereños. Pocos días después, se abría el sobre sellado que contenía las

instrucciones reales sobre la sucesión en caso de vacancia en el virreinato y quedarían resueltas las dudas; la

real cédula nombraba al Arzobispo Caballero y Góngora como virrey interino en caso de que el virrey

quedase incapacitado para ejercer. La real cédula había sido firmada desde 1777 y por esta designación

sospechamos del aprecio de Carlos III por el Arzobispo, pues el monarca debió admirar desde mucho antes

Page 61: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

sus aptitudes y méritos para hacerlo merecedor de tal encargo, en caso de algún inconveniente como el que

se presentó a mediados de 1782.

No cabe duda que aquel aprecio y buen concepto real debieron aumentarse notablemente después de los

sucesos de 1781, en donde Caballero y Góngora hizo gala de sus dotes como político, pues el 7 de abril de

1783 Carlos III lo nombró virrey en propiedad. A partir de allí, se mantendría durante 5 años en su doble

función de Arzobispo-Virrey hasta 1788, cuando considerándose satisfecho de su actividad en estos reinos,

volvió su mirada a su tierra natal y renunció a su doble labor.

En reemplazo del Arzobispo-Virrey, Carlos III nombra a Don Francisco Gil y Lemus para sucederle en el

virreinato. El nuevo virrey llega a Cartagena el 6 de enero de 1789 y allí es recibido por Caballero y

Góngora quien, como recordaremos, había localizado su desempeño a pocas leguas del puerto, en Turbaco.

Dos días después el Arzobispo hizo entrega del bastón de mando y emprendió su viaje hacia Córdoba para

asumir el Arzobispado de esta ciudad, poniendo así punto final a su inigualable “hoja de méritos y

servicios”. En marzo de este mismo año, inició el nuevo virrey Gil y Lemus su travesía hacia la capital y

durante ésta se enteró de dos noticias que no sólo sorprenderían a él, sino a la población del virreinato del

Perú. Correspondió a Gil y Lemus informar a los vasallos de estas tierras la noticia del fallecimiento real y

la organización de las ceremonias de honras fúnebres, luto y exequias.

Una vez llegado a Santafé se instaló en el nuevo palacio virreinal, que no era más que una lujosa casa

particular situada en el costado occidental de la Plaza Mayor, tomada en arriendo y adaptada para tal efecto

por las autoridades santafereñas, en vista de la destrucción del antiguo palacio como consecuencia del

terremoto de 1785 y del posterior incendio en 1786. La casa pertenecía a Francisco Sanz de Santamaría, y

por su arriendo debió pagarse a su dueño a suma de 300 pesos anuales. Desde alguna de aquellas

habitaciones en donde se improvisó el despacho virreinal, firmaría Gil y Lemus sus primeros decretos de

gobierno. Primero que todo, ordenó un estricto luto de seis meses y designó a dos regidores del Cabildo para

que se encargaran de preparar las ceremonias respectivas. Después, expidió la orden para la celebración de

Page 62: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

las honras fúnebres en la Catedral el día 29 de mayo, de la cual se pasó copia al Dean y Cabildo

Eclesiástico, a los rectores de los colegios San Bartolomé y el Rosario y a los provinciales de las diferentes

órdenes que funcionaban en la capital, Santo Domingo, San Francisco, San Agustín y los Recoletos

descalzos. Sin duda alguna la ceremonia debió ser majestuosa y para ninguno de los 20 mil o más

santafereños pasaría desapercibida. En ella, los regidores encargados de organizar los diferentes actos

gastaron la no despreciable suma de 3.000 pesos. Un maestro carpintero estuvo a cargo de la construcción

del túmulo cuyo “esqueleto de madera de ochenta vigas, ochenta tablas dobles y sencillas, doscientos y

setenta clavos...”92 estaba recubierto por cientos de varas de terciopelo negro, hilos de oro y sedas, multitud

de lámparas, cirios y flores.

La capital entera estaba vestida de luto. El normal temperamento frío que cubría y atravesaba toda la ciudad

se acentuaba aún más con los negros trajes de sus habitantes, el monumento funerario instalado en la Plaza

Mayor, las cintas negras pendientes de balcones y ventanales, y el silencio ceremonial que recorría las calles

y demás sitios públicos. Sin embargo, por el horizonte asomaba un panorama totalmente opuesto. El negro

del luto pronto se vería reemplazado por el colorido que acompañaría el recibimiento del nuevo virrey y las

ceremonias de juramento de fidelidad a un nuevo rey. Apenas terminaba Gil y Lemus de presidir las

fúnebres ceremonias cuando tuvo que preparar su salida hacia el Puente de Aranda para recibir a Don José

de Espeleta, su sucesor en el cargo.

Las Ceremonias

La recepción de los virreyes constituía un solemne acto que por su singular ceremonial mantenía

concentrada la atención del gobierno virreinal durante varias semanas. Junto con la jura a un nuevo

monarca, el advenimiento de un príncipe, el cumpleaños del soberano, los onomásticos de los integrantes de

la familia real, o el deceso del monarca, representaba uno de los principales acontecimientos en donde se

articulaban los diferentes órdenes de la vida de aquella sociedad. Es bien difícil entender desde nuestra 92

A.G.N. Miscelánea, Tomo 46, fol. 783r.

Page 63: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

actualidad cómo la actividad social, política y económica de la ciudad se concentraba en torno a los rituales

ceremoniales; cómo la distribución de los cuerpos en el espacio y el orden estricto de los movimientos

determinaban jerarquías sociales, niveles burocráticos, grados de nobleza; cómo el lujo y la ostentación, la

gala y la pomposidad que demandan gruesas sumas de dinero, eran consideradas como digna y útil

inversión. Aunque difícil de comprender, el derecho a un asiento en las diferentes fiestas civiles o

eclesiásticas, el lugar ocupado en ellos, el uso de gorra, sombrero o bastón, las venias respectivas de acuerdo

con el título nobiliario, el uso del Don y otros muchos privilegios, constituían el eje de miles de pleitos

entablados por diferentes individuos e incluso por corporaciones como la Real Audiencia, el Tribunal de

Cuentas o el Cabildo Eclesiástico entre otros, llegando a constituir gruesos expedientes en las distintas salas

de ayuntamiento, cabildos, despacho virreinal y en varias ocasiones, en la misma mesa del rey.

Una de las tantas querellas entabladas en torno a los privilegios y preferencias que otorgaba la Corona, fue

la que cursó en el cabildo de Santafé por un enfrentamiento entre el cabildo eclesiástico y el cabildo secular,

surgido a partir del acto de recibimiento del virrey Guirior, en donde había “entrado primero el cabildo

eclesiástico a felicitar su bienvenida, contra la posesión de verificarla con anticipación el cabildo secular en

esta y semejantes concurrencias”. 93 Los legajos y folios del archivo se hallan inundados de alegatos,

disputas, solicitudes de censura y demás pleitos como los siguientes: “Disputa entre el oidor decano y el

dean y cabildo de la catedral, sobre si en ausencia del virrey, tiene o no derecho a silla, cojín e incienso en

las ceremonias que en la metropolitana se celebran”; 94 “Pleito de la real audiencia por unos cojines y

almohadas, seguido al tribunal de cuentas el cual se diera por agraviado por ser privado de ellos en las

solemnidades de cuaresma”; 95 “José Angel Marzón, Gran Canciller y Registrador Mayor de la real

audiencia, reclama el asiento que tiene derecho a ocupar en las recepciones oficiales”; 96 “Petición de

sanción para el portero de la real audiencia de Santafé por no haber guardado en la ceremonia de la primera

93

A.G.N. Miscelánea, Cabildos, Tomo 128, fols. 298-299 (1774). 94

A.G.N. Real Audiencia, Cundinamarca, Tomo 10, fols. 731-755. (1793) 95

A.G.N. Policía, Tomo 4, fols. 174-187. 96

A.G.N. Real Audiencia, Cundinamarca, Tomo VIII, fols. 885-914.

Page 64: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

misa del Padre Solís, el puesto correspondiente”;97 “Censura a Sebastián de Castañeda, contador del tribunal

de cuentas, por no haber asistido a una ceremonia en la catedral”;98 “Queja de los miembros de la real

audiencia ante el virrey porque en la fiesta de Tabla, verificada en la catedral, no les hicieron honores ni los

guardas de la cárcel, ni los de las reales cajas”.99

Como una medida para evitar la proliferación de pleitos, la Corona optó en varias ocasiones por disminuir

las fiestas o por controlar la asistencia de algunos funcionarios a tales celebraciones, argumentando “que

siendo ya tantas, apenas queda tiempo para el reconocimiento de los negocios, en grave daño de la recta

administración de justicia y causa pública”100 y ordenando por real cédula de 14 de noviembre de 1771 que

“sólo asista la real audiencia a las fiestas de tabla, a las de Jesús Nazareno, a las de desagravio del Santísimo

Sacramento y las de Nuestra Señora”.101 Sin embargo, ya desde 1747 se había expedido otra real cédula

“sobre la disminución de fiestas de Corte, para que tenga más días hábiles la real audiencia”.102

Pero con órdenes reales o a pesar de ellas, con gran número de celebraciones o con la determinación de su

disminución, los pleitos se multiplicaban cada vez, al punto de obligar al rey a pronunciarse sobre la

minucia del ritual y la etiqueta como mecanismo para evitar tan reiteradas pugnas. Tal es el caso de Carlos

IV quien tuvo que elaborar dos reales cédulas, en menos de una década, fijando “...el lugar y asiento que

deben ocupar los ministros honorarios de las audiencias en las concurrencias públicas”103.

97

A.G.N. Real Audiencia, Cundinamarca, Tomo VII, fols. 169-178. 98

A.G.N. Real Audiencia, Cundinamarca, Tomo VI, fol. 876. 99

A.G.N. Real Audiencia, Cundinamarca, Tomo II, fols. 851-854. 100

A.G.N. Reales Cédulas y Reales Ordenes, Tomo XIX, s.f. 101

Idem. 102

A.G.N. Historia Civil, Sección Primera, Tomo XVI, fols. 424-428. 103

Las dos reales cédulas referidas están fechadas, la una el 18 de Agosto de 1973, y la otra, el 20 de Noviembre de 1801. Ver: A.G.N. Real

Audiencia, Cundinamarca, Tomo XX, fols. 474-475 y A.G.N. Reales Cédula y Reales Ordenes, Tomo 34, s.f.

Page 65: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Era aquella una ciudad articulada en torno al ritual y la ceremonia, en donde el poder se desplegaba del

orden meramente económico instaurándose en un conjunto de prácticas sociales en las que antes que la

posesión material de bienes, estaba el orden del día, la requisitoria social de la posesión de un privilegio: el

poder articulado al orden de lo simbólico.

El año de 1789 constituyó, sin lugar a dudas, un período particular en el que, como ningún otro, se evidencia

el carácter ritual de aquella sociedad de finales del siglo XVIII. El primer acontecimiento que marcó el

comienzo, no sólo de aquel año, sino del complejo proceso de ceremonias que caracterizaron este período,

lo constituyó el recibimiento de un nuevo virrey. Este hecho comprendía un largo ritual que duraba varios

meses.

Mientras el nuevo gobernante emprendía su camino hacia Santafé, el virrey actual reunía al Real Acuerdo y

nombraba dos embajadores, uno, para que en nombre de la Real Audiencia saliera a darle la bienvenida en

el pueblo de Facatativá, y a otro, para que hiciera lo mismo en el pueblo de Fontibón; generalmente era

designado el alcalde de segundo voto para Facatativá y el de primer voto para Fontibón. El día en que el

nuevo virrey llegaba a Facatativá, era recibido por el alcalde de segundo voto, algunos miembros de la Real

Audiencia, Tribunal de Cuentas, Ilustre Cabildo y demás tribunales y religiones; en este pueblo permanecía

tan solo un día y después de ser “cortejado con todo lucimiento”, continuaba su viaje hacia el pueblo de

Fontibón en el coche que le enviaba su antecesor. Al llegar al Puente Grande o Puente de Serrezuela (hoy

municipio de Madrid), era recibido por el alcalde de primer voto, quien montando a caballo y tomando el

estribo de la derecha del coche, lo acompañaba hasta llegar a la puerta de la iglesia de Fontibón en donde

era esperado por los oidores de la Real Audiencia, vestidos pomposamente de garnacha y listos para

dirigirlo, bajo el palio, hasta el lugar correspondiente; se cantaba el Te Deum y concluido el acto, pasaba el

virrey con toda su comitiva al hospedaje que se le tenía prevenido; allí lo dejaban con su familia y se

retiraban hasta la noche cuando concurrían a hacerle corte los señores oidores, contadores mayores, alcaldes

ordinarios, oficiales reales y algunos regidores, “sirviéndose entonces un magnifico refresco acompañado de

Page 66: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

concierto de música”104; aproximadamente hacia las diez de la noche, se retiraban todos del aposento y el

virrey cenaba sólo, sirviéndose en otra pieza una delicada cena para su familia y algunos caballeros que se

quedaban.

A las 9 de la mañana del día siguiente, los oidores, el Tribunal de Cuentas, cabildo secular y oficiales reales

pasaban al hospedaje del nuevo virrey para acompañarlo hasta la iglesia en donde se cantaba una misa en

acción de gracias; concluida, se retiraban nuevamente a sus aposentos en donde recibía, por su antigüedad, a

los Tribunales, comunidades religiosas y universidades; hacia la una de la tarde, pasaba el virrey a una pieza

ricamente adornada y destinada para servir un suculento banquete en donde participaban además la real

audiencia, el tribunal de cuentas, cabildo secular, los oficiales reales, capitanes, secretarios y asesor; en una

pieza contigua se servía otra comida para la familia y varios caballeros distinguidos de Santafé que llegaban

allí para cumplimentar al nuevo gobernante. Después de esta cena, se pasaba a otra habitación, “cubierta de

damasco carmesí, con espejos, cornucopias y un sitial y se servía entonces el ramillete y café”105; concluido

este acto, el virrey se retiraba a sus aposentos y sólo saldría hasta la noche cuando nuevamente se servía un

refresco al ritmo de la música, y luego una ostentosa cena general cubriendo varias veces la mesa.

Al tercer día de su estancia en Fontibón, una vez asistido a los oficios religiosos y servido el desayuno

(dentro de cuyo platillo destacaba el exquisito e inevitable chocolate santafereño)106, partía en coche el

nuevo virrey hacia Santafé con su respectiva escolta y caravana acompañante. En el sitio del Puente de

104

Tomada de: Papel Periódico Ilustrado, Bogotá, 20 de junio de 1882, No. 19, págs. 302-303. 105

Idem. 106

Del deleite que animaba esta exquisita bebida, confundida en la tradición santafereña, hacen eco los siguientes versos, cantados en

algunas de las sabrosas veladas de la Sociedad del Buen Gusto a finales del siglo XVIII: El cacao delicioso, / Que abundante produce

nuestro suelo, / Nutritivo y sabroso, / De los hombres consuelo, / Y que los dioses usan en el cielo. / El néctar y ambrosía, / Se mezclan en

magnífico azafate; / Mercurio los envía, / Ceres misma los bate / Y es concedido al hombre el chocolate. / Sobre el plato ya brilla / La arepa,

el pan tostado, el biscochuelo, / El queso y mantequilla, / Y el hermoso espejuelo / Como ornamento de este don del cielo.

Gutiérrez Vergara, Ignacio. “Oda al chocolate”, en, Ibáñez, José María. Crónicas de Bogotá, Tomo I, Bogotá, Imprenta Nacional, 1913, pág.

Page 67: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Aranda era esperado por el antiguo virrey, quien salía de palacio con la “Compañía de Caballos” y todos los

oficiales, llevando al estribo de la derecha al Capitán de Alabarderos y al otro estribo al Mayordomo y dos

oidores en la testera del coche. “Echando todos a pie de tierra” se saludaban los dos virreyes con un abrazo,

entregándole luego al virrey saliente el bastón del reino a su sucesor; después de este saludo y los

respectivos honores militares, la fastuosa caravana iniciaba su marcha final hacia la muy noble y muy leal

ciudad de Santafé de Bogotá: el antiguo virrey ofrecía su coche al nuevo gobernante dándole la derecha

dentro de aquél y así entraban a la ciudad por el “camino real”; en el puente de San Victorino los esperaba

una compañía de Alabarderos que marchaban al tiempo de llegar los dos virreyes, hasta la entrada de la

Plaza Mayor en donde la caravana se detenía: descendían los virreyes del coche y entraban en palacio a la

sala del dosel para efectuar el respectivo juramento: se reunía el Real Acuerdo y se leía el Real Título de

“verbo ad verbum”, lo besaban y lo ponían luego sobre sus cabezas diciendo que lo obedecerían;

seguidamente mandaban traer el Real Sello, se colocaba sobre la mesa donde también estaba preparado el

libro de los Santos evangelios y una cruz, y procedía el escribano de cámara y del Real Acuerdo a tomar el

juramento al virrey. Cumplido este acto central al que asistían las personalidades más distinguidas de la

sociedad santafereña, el antiguo virrey se retiraba a su casa en coche, acompañado de dos oidores y un

piquete de caballería. Ese día se servía en palacio un ostentoso banquete y en la noche se daba un refresco,

se ofrecía una cena y se iniciaba un gran baile. Pocas veces se veía tanta elegancia y etiqueta como en este

acontecimiento en donde la élite santafereña lucía con soberbia ostentación la esplendidez de sus trajes,

togas, mantos, capas, adornados con las más brillantes joyas, terciopelos, presillas doradas, cintillos

bordados en oro, plumas, todo ello con el lustro correspondiente a la dignidad nobiliaria que ostentaban.

Según la “Qüenta y razón de lo que se gastado en el recibimiento, provisión de despensa y repostería del

exmo. sr. virrey fr. D. Francisco Gil y Lemus”107 se consumieron durante los actos de bienvenida, 10 arrobas

de garbanzo, 5 docenas de jamones, 130 pollos, 70 gallinas, 18 pollas, 24 capones, 2 terneras, 7 carneros, 11

pavos, 30 pares de pichones, 96 lenguas saladas, 20 docenas de chorizos, 23 libras de mantequilla, 15

arrobas de manteca, 55 arrobas de azúcar, 1 arroba de velas de esperma, 2 botijas de vinagre, 7 libras de 107

A.G.N. Virreyes, Tomo II, fol. 423r a 427 y 446r a 469r.

Page 68: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

canela, 3 libras de comino y 3 de pimienta, 8 botijas de vino blanco y 5 de vino tinto; se pagaron más de 470

pesos ( que si recordamos era más de lo que ganaba el maestro Torres anualmente) en huevos, puerco,

pescados, quesos de Tunja, bizcochos, pan, bizcochuelos, confites, alfeñiques, almendras, melones, sandías,

higos, tunas, duraznos, manzanas, sesos, criadillas, sal, arroz, harina, ajos, para un total de dos mil ciento

setenta y cinco pesos, tres reales y veinticinco y medio maravedíes ($2.175, 3,25 ½ m).

Hasta este momento, el grueso de habitantes de Santafé permanecía excluido de tales ceremonias. El

recibimiento público se cumpliría, como era costumbre, varias semanas después, para lo cual se rompía

bando público a las puertas del Ayuntamiento “a son de caja”, por una escuadra de alabarderos y un cabo,

informando a los habitantes el día designado para el recibimiento en público del nuevo gobernante y

ordenando se “colgasen y aderezasen las calles”. En el tiempo que mediaba entre la llegada del virrey y su

entrada pública en la ciudad, aquel “no asiste de ceremonia en público, y si gusta de pasearse por la tarde, es

en secreto, llevando dos criados en su coche con quatro soldados a caballo”108. El día anunciado para el acto

público, la capital del virreinato lucía bellamente adornada con cintas multicolores, flores y banderas. En las

horas de la tarde salía el virrey en coche seguido de un piquete de caballería por la calle florián*, de secreto,

(eludiendo la vía acostumbrada que era la calle real) hacia el sitio de San Diego, en donde se levantaba una

tienda de campaña ricamente dispuesta. En esta tienda improvisada, el alcalde ordinario de primer voto le

tomaba el juramento ante escribano público y el Alguacil mayor, o quien designase el cabildo, hacía entrega

al nuevo gobernante de las llaves de la ciudad. Concluidos estos actos, le calzaban las espuelas y montando

en un caballo lujosamente enjaezado, se dirigía por las principales calles de la ciudad hacia la iglesia

catedral, en donde lo esperaba el Arzobispo y los miembros del Dean y Cabildo eclesiástico para cantar el

Te Deum.

Aquella noche, la ciudad desterraba su acostumbrada oscuridad, pues la Santafé colonial nunca tuvo

alumbrado público (a pesar de los esfuerzos del alcalde Nariño para mantener, durante 1791, un exiguo

108

A.G.N. Virreyes, Tomo 10, fol. 22v. * Hoy carrera octava

Page 69: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

alumbrado conocido en la época como “luces de la prevención”) y sólo contó con un “cuerpo de serenos”

que deambulaba por las oscuras calles en busca de algunos osados ladrones que de vez en cuando atacaban

las tiendas del comercio, o simplemente tratando de sorprender a alguno de tantos “pecadores” o

“malentretenidos” que aprovechando la oscuridad, se desplazaban anónimos tras los encantos de alguna de

las tantas “mujeres escandalosas”, tras las delicias de la chicha y el guarapo en una de las 800 o más

chicherías que tuvo la ciudad a fines del siglo XVIII, o tras el sutil encanto de los muchos “juegos

prohibidos”. Desde las oraciones (6 de la tarde) se ponían luminarias en toda la ciudad, hecho que constituía

un verdadero espectáculo, pues algunos potentados y comunidades religiosas se esforzaban por atraer la

atención del gran público que salía a reconocer su ciudad sin el acostumbrado velo de la oscuridad. De esta

manera, concluían los actos oficiales, pues los saludos de bienvenida, cenas, bailes y demás celebraciones,

se extendían durante algunos días más. Algunos virreyes, como Don José de Espeleta, atraídos por las

fantásticas descripciones de los santafereños, organizaban un suntuoso paseo para conocer el entonces

majestuoso salto de Tequendama.

El primero de Agosto de 1789, el Puente de Aranda se vistió de gala. Allí las autoridades virreinales y

algunos beneméritos santafereños se alistaron para recibir, en una ceremonia como la descrita

anteriormente, al segundo virrey en menos de 5 meses. Procedente de la Habana, llegó a Santafé Don José

de Espeleta, a quien le correspondió, además de presidir los actos de “jura” al nuevo rey Carlos IV, atender,

entre otras cosas, las urgencias lloradas de un maestro público.

Y continúan

las “urgencias lloradas”

Quizás aprovechando el intervalo entre le final de las ceremonias que con motivo de la muerte de Carlos III,

y el recibimiento de Gil y Lemus se realizaron, y los preparativos para la recepción del nuevo virrey

Espeleta, o simplemente por haber encontrado la posibilidad monetaria para financiar lo pertinente a la

Page 70: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

solicitud (papel sellado, pago de escribiente por copia, etc.), Don Agustín rompía el silencio de casi 18

meses. En una comunicación que el virrey Espeleta remitió al Rey, explicaba que no había podido llevar a

cabo la consulta sobre lo solicitado por el maestro para la real aprobación “por no poder subvenir a los

costos el insinuado Don Agustín de Torres”.

Y tal vez no sea aventurado definir como toda una gesta los sinsabores y batallas que ha dado y seguirá

enfrentando nuestro “caballero de la triste figura” en su lucha contra las aspas de ese gran molino

burocrático que era la España de finales del siglo de las luces. Porque si bien el maestro Manjarrés será

caracterizado por Fernando González por su cepillo de dientes “...con las cerdas para arriba, condecoración

de todo maestro de escuela” y sus pedazos de tiza en los bolsillos “...única abundancia es casa del

maestro”109, Don Agustín Joseph de Torres, delineando los contornos y definiendo los matices del maestro

como sujeto público, podría identificarse, como otros tantos en este período, más bien bajo la figura

anónima de un individuo cruzando la Plaza Mayor con dirección al Ayuntamiento, apoyado en un bastón

con su mano derecha y llevando un pergamino bajo su brazo izquierdo, en el cual, quizá por enésima vez,

formulara una solicitud o una súplica por un “socorro de limosna”, patentizando una vez más las urgencias

lloradas de aquella figura que nuestra sociedad conoce todavía como maestro de escuela.

Fue el día 10 de julio de 1879 cuando se produjo la nueva solicitud del maestro de primeras letras. Su

representación fue conocida días después por el recién posesionado Virrey, quien solicitó al Escribano una

copia del expediente para hacer efectivo lo solicitado por el suplicante. En esta representación, Don Agustín

expuso una vez más su situación, colocando el estado de la enseñanza en su escuela como justificación para

que el Virrey “se sirviese mirar este corto mérito con la claridad que exigen mujer, hijos y la escacez con

que los mantengo con los quatrocientos pesos de su dotación, que apenas me alcanza para el sustento,

sufriendo sus desnudeces” y así “se sirviese concederme del ramo de Temporalidades una gratificación

graciosa para subvenir a mis urgencias”110. Como era de esperarse, Don Agustín recoge en esta solicitud el

109

González, Fernando. El Maestro de Escuela, Medellín, Editorial Bedout, 1941, pág. 11. 110

A.H.N.M. Sección Jesuitas, Legajo 92, Doc. No. 17.

Page 71: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

último informe de Oficiales reales fechado 11 de diciembre del 87, en donde se hacía constancia del

sobrante de 1.100 pesos que no se habían pagado a los tres maestros anteriores durante su permanencia en la

escuela, incluyendo los cien pesos que se le adeudaban por su primer año de trabajo, ya que durante este año

recibió tan sólo 300 pesos de los 400 asignados por el fundador.

Esta solicitud involucra un nuevo elemento dentro de la encrucijada burocrática que poco a poco había ido

envolviendo el caso. Don Agustín deja constancia de su desespero ante la lentitud de un trámite que

consideraba de sobrada justicia, y limita su aspiración en torno a los sobrantes a que, por lo menos, se le

restituyan los “...ciento y tantos pesos que se hallan a mi favor...”111, según el informe de los Oficiales

Reales. Dos meses después de examinar el caso, el Virrey elabora la Carta No.17 de su naciente gobierno,

fechada el día 19 de noviembre de 1789, en donde presenta a consideración de la Corona, el “testimonio de

autos formados sobre la pretensión del maestro de escuela pública de primeras letras de esta Capital para

que se le contribuya con los réditos de cierta cantidad sobrante que ha impuesto y pertenece a la fundación

de la citada escuela que servían los exJesuitas; con cuyo motivo recomienda el mérito del actual maestro

Don Agustín Joseph de Torres”112.

Este hecho marcaría un acontecimiento sin precedentes, por lo menos en lo que respecta al Nuevo Reino de

Granada: la persistente solicitud de un maestro de primeras letras, enfrentando las múltiples y dispendiosas

trabas burocráticas, había logrado concentrar no sólo el interés de los más altos funcionarios del gobierno

local, sino que ahora, traspasando los límites del virreinato, tocaba directamente a las puertas del recién

proclamado rey Carlos IV de España.

Tal vez Don Agustín nunca imaginó que tan modesta solicitud alcanzara el despacho real para dejar de ser

un caso, que como tantos otros eran del solo conocimiento de los Cabildos locales, del Fiscal o de la Junta

suprema de Temporalidades. Sin embargo, las “urgencias lloradas de un maestro público” llevan impreso el

111

Idem. 112

Idem.

Page 72: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

clamor de todas esas voces que no son otras que las de ese contingente anónimo de individuos, que alegando

miseria con tintes de retórica, configuraban las bases de un oficio, siendo el caso del maestro Torres quizá la

primera y última voz de uno de estos sujetos que llegara a los oídos reales reclamando su presencia pública.

Ahora sólo quedaba esperar algún gesto favorable del recién posesionado monarca. Si el nacimiento de una

princesa o el matrimonio de un príncipe impactaban de tal manera al rey, al punto que algunas veces

resolvía, en celebridad de tales acontecimientos, conceder indulto general a los presos que se hallaban en las

cárceles del reino o regalar uno o varios títulos nobiliarios a cierto número de vasallos de sus colonias,

habría un lugar para la esperanza y cabría la posibilidad que Carlos IV, impactado aún con su reciente

ascenso al trono, ordenara impartir el socorro de limosna que solicitaba un maestro público de Santafé. A la

espera de la respuesta real, tuvo Don Agustín la oportunidad de animar sus esperanzas demostrando

públicamente su fidelidad y devoción patriótica: por esta época, el Alférez mayor, en nombre de la ciudad y

en vista de la “necesidad de mostrar como gratitud sus júbilos, como reconocimiento sus aclamaciones y

como sagrada obligación la alegría universal...”113 por la llegada al trono de Carlos IV, señaló el día 6 de

diciembre de 1789 para proclamarlo, junto con toda la ciudad, “rey suyo”.

Por tercera y última vez durante este año, los santafereños se entregarían colectivamente al ritual de la

ceremonia. Se trataba, esta vez, de la llamada “jura a Carlos IV”, justa solemnidad en la cual se refrendaba

públicamente fidelidad y obediencia al nuevo monarca. El día señalado, Don Luis de Caicedo, Alférez

mayor, y su comitiva, se dirigieron hacia el tablado instalado en la Plaza Mayor, y desde allí se realizó la

proclamación del nuevo monarca (en voz del Alférez), a la cual el numeroso pueblo, entre quienes se

contaría sin duda el maestro Torres, estalló en vivas y vítores al tiempo que retumbaban las salvas de

artillería. Y para mostrar a aquella multitud santafereña las bondades regias, en nombre del monarca, el

Alférez arrojó a la concurrencia, varias monedas de plata, aumentando así el fervor del pueblo en aquel

solemne acto. Este gesto de “liberalidad y desinterés” lo repitió el Alférez, por medio de sus cuatro hijos,

desde el balcón de su casa, por donde aquellos arrojaron una “copiosa cantidad de dinero” al innumerable 113

Vergara, Saturnino (transcriptor). “Jura a Carlos IV”, en, Papel Periódico Ilustrado, Bogotá, 1º de febrero de 1882, No.9, pág. 145.

Page 73: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

pueblo que se agolpaba en la calle presto a atrapar cualquier moneda de las que caían como muestra

irrefutable de los paternales sentimientos del rey.

Las celebraciones continuaron durante varios días: se cantó el respectivo Te Deum en la catedral, se montó

un lujoso espectáculo de escaramuza a caballo, se realizaron las infaltables corridas de toros, otro

espectáculo de fuegos artificiales y una pieza de teatro organizada por los maestros artesanos, entre otras

muchas cosas, y por fin, después de catorce días de fiesta, el 20 de diciembre por la tarde “...se repitió por

los mismos sujetos y en la misma forma, la escaramuza a caballo... con lo que se concluyeron las fiestas, sin

experimentarse en ellas desorden ni desgracia alguna”114. De esa manera, los santafereños rendían homenaje

de fidelidad al nuevo rey, en quien de ahora en adelante el maestro Torres concentraría su esperanza por

aquel socorro mendigado durante más de diez años.

Fue definitivamente aquel año de 1789 un año muy singular. Durante ninguno otro la vida social, política y

económica de la ciudad había girado tan insistentemente en torno a la ceremonia, en donde la vida citadina

se confundía con el ritual. De ello da cuenta la gruesa suma de dinero (más de 10.000 pesos) invertida

durante los actos de celebración y etiqueta, y la galanura con que las élites santafereñas saludaron tales

acontecimientos. En donde hubo dinero incluso para arrojar a manojos, pero que sin embargo no alcanzó

para otorgar la dádiva solicitada por el maestro Torres... Declinaba un año más, pero nacían nuevas

esperanzas para Don Agustín con aquella carta que pocas semanas antes de las últimas festividades envió el

virrey a la península.

En dicha carta de noviembre 19, el Virrey Espeleta hace un balance de la situación de la escuela, atendiendo

a las condiciones de su fundación y a la asignación salarial del maestro. Se refiere al residuo de 1.100 pesos

hallado en las Casas Reales y “que ha reclamado el actual maestro Don Agustín Joseph de Torres, en alivio

de las urgencias que padece por no alcanzarle los 400 de su dotación a mantener su dilatada familia”115 y

114

Ibid., pág. 147. 115

Idem.

Page 74: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

agrega que “aquel sobrante pertenece a la escuela, y si alguno es acreedor a él es el que la sirve en beneficio

del público”116. Sin embargo, Espeleta, acogiendo la propuesta del Oficial Real, considera que “de entregarse

al maestro Torres la expresada cantidad no se conseguiría otra cosa que darle un socorro temporal que

consumiría muy en breve”117, por lo que propone que dicho sobrante se anexe al principal (los 8.000 pesos

de la donación) hecho que produciría nuevos réditos “por cuyo medio al mismo tiempo que se logra darle

este auxilio más para su subsistencia, se asegura también la perpetuidad del fondo, en beneficio de esta

ciudad que conseguirá tener una dotación competente con que mantener siempre maestros hábiles de

primeras letras para la instrucción de la tierna juventud”118

Cuatro meses después, más exactamente el 31 de marzo de 1790, se produce el dictamen real: preciso y

categórico, como lo señalan las palabras que reproduce el escribano encargado de comunicar lo preceptuado

por el monarca:

“No habiendo el Rey en conceder a el maestro de primeras letras de la escuela pública de esa

ciudad el aumento de la asignación que propone Vuestra Excelencia... me manda Su Majestad

prebenga a Vuestra Excelencia que inmediatamente haga remitir a Cartagena para su embio a

estos Reynos... los un mil cien pesos...” ya que estos dineros considerados “...como verdaderos

sobrantes de obras pías deben destinarse a el pago de las pensiones alimentarias de los ex-jesuitas,

como está resuelto”119.

Ante esta comunicación, y dejando a un lado los posibles argumentos para explicar la decisión del monarca,

sólo pensamos en Don Agustín. La lectura de cada una de las palabras de la Real Orden, seguramente habrá

hecho aflorar en la mente de aquel maestro, la multitud de pasajes vividos durante estos años de urgencias y

116

Idem. 117

Idem. 118

Idem. El subrayado es nuestro. 119

Idem. El subrayado es nuestro.

Page 75: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

padecimientos, alimentados por la sola esperanza de una fallo a favor de su humilde petición. Sin embargo,

el pergamino que tenía ahora en sus manos, no significaba otra cosa más que el desmoronamiento de sus

aspiraciones de más de 16 años. ¿Qué habrá pensado el maestro Torres de la singular forma que tenía el Rey

de interpretar aquello del “público beneficio y progreso del Reyno” con que se argumentaba todo el

andamiaje discursivo, que por esta época, sustentaba la estrategia de la instrucción pública en el Nuevo

Reino de Granada, si maestros como él, de carne y hueso, no tenían siquiera cómo asegurar “los alimentos

para el cuerpo”?.

Absorto, pero meditabundo, Don Agustín necesitaría todavía un año más para salir de su desconcierto. Sólo

doce meses después de conocida la Orden Real, volvería a atravesar la Plaza Mayor con su ya acostumbrado

pergamino bajo el brazo, rumbo a la Casa de despacho del Virrey. Pero esta vez su solicitud tendría otro

propósito; el peso de 16 años de urgencias había agotado sus esperanzas en aquellos dineros que pedía y

ahora, en el borde de la desesperanza y la angustia, suplicaba al Virrey...

“...Que mirándome de cerca

me tenga presente para otro destino”

“Excmo. Señor, Señor con mi mayor veneración represento a V.E. que habiendo yo pedido el Excmo.

Señor Don Antonio Caballero y Góngora antecesor de V. Excelencia una gratificación de gracia del

ramo de Temporalidades, en atención a doce y hoy cerca de diez y seis años que sirvo a la Escuela

de Primeras Letras con infatigable aplicación, y progresos en mi enseñanza como es notorio al

público en hora de Dios, y del Rey; y de hallarme cargado de Muger e Hijos por lo que no me

alcanza el sueldo para subvenir a las estrechas necesidades que padezco: se sirvió dicho Señor

Mandar a la Junta se verificase en mi el premio que considerase. De aquí resultó hallarse en caxas

reales cien pesos y reales que se me retuvieron de mi sueldo al ingreso de la Escuela , y un mil pesos

de igual naturaleza a los antiguos Maestros; por lo que informaron los Señores Oficiales Reales que

Page 76: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

verían justo se me entregasen los cien pesos, y que los un mil se impusiesen y se me aplicase el

rédito. Así lo aprobó la citada Junta, y mandó se diese cuenta al Rey. V. Excelencia se sirvió

informarlo así en diez y nueve de noviembre de ochenta y nueve; y por Real Orden de treinta y uno

de marzo de noventa, se negó su Magestad a esta aplicación, por considerar ser resagos de

temporalidades que tienen otro destino. En esta lamentable situación; no puedo menos que hacer

presente a V.E. la mala suerte con que ha ocurrido este asunto; siendo esta obra pía de ocho mil

pesos que fundó el Capitán Antonio Casariego, para los maestros que enseñasen las primeras letras

según parece de la Fundación que se halla con este expediente en la Secretaría de Gobierno no ha

habido más diferencia de que la sirvieron los Ex-jesuitas, por lo que parece no son resagos de

Temporalidades, pero no comprehendidas en ellas. Por tanto suplico a la piedad de V.E. se sirva

informarlo a su Magestad y alcanzarme de su Real Trono este socorro que solicito para subvenir a

la escasez y pobresa que sufro a pesar de mi conducta. Y en caso que V.E. no lo halle por

conveniente, imploro su patrocinio para que mirándome de cerca me tenga presente para otro

destino en que respire mi necesidad y resplandezca la misericordia de V. Excelencia, cuya vida

Nuestro Señor guarde los muchos años que necesita este reyno, Santa Fé y Marzo treinta de mil

setecientos noventa y uno.

Excmo. Señor= Besa los pies de V.E. su rendido subdito= Agustín Joseph de Torres Patiño= Excmo.

Señor Virrey Don Joseph de Espeleta”.120

Esta carta, como ningún otro documento, deja entrever con toda claridad la situación de estos sujetos

públicos, que por allá hacia finales del siglo XVIII emprendieron, tal vez sin saberlo, la constitución y

consolidación de un nuevo oficio, con una tenacidad inigualable y muy a pesar de las múltiples urgencias

que padecían. Oficio que desde sus comienzos ha sido mirado como de fundamental importancia para la

sociedad y “útil al bien público”, pero que sin embargo, se consolidó a costa de la “escasez y pobreza” de la

120

Idem. El subrayado es nuestro.

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“desnudez y miseria” de las familias de estos pioneros mendigos de un salario, que a pesar de su intensa

lucha, permanecen ocultos tras dos siglos de historia que los ha asumido en la más profunda penumbra.

He aquí otra vez la continuidad que espanta, pero cada vez más dolorosamente. Parece que el oficio de

maestro está destinado a ser, paradójicamente, un destino pasajero. Ayer pedían cambiar de destino en

cualquier cargo que les permitiese tener una “congrua sustentación”; hoy pasan por el oficio de maestro

mientras cumplen requisitos académicos para otro destino, en el derecho, o en la ingeniería, etc. No

pretendemos dar a estos individuos la categoría de héroes o de mártires. Creemos sencillamente que rescatar

la historia de sus vidas y sus luchas es recuperar uno de los pasajes más importantes en la conformación

cultural de nuestro país, y al mismo tiempo, uno de los más desconocidos. Bien podríamos decir como

Octavio Henao: “El maestro de escuela: una metáfora de la miseria”.121

Y con razón Don Agustín aspiraba a otro destino, pues el sueldo como maestro de escuela era ínfimo

comparado con los salarios promedio de curas y funcionarios de la burocracia virreinal: “Tanto el Arzobispo

de Bogotá como el Virrey recibían 40.000 pesos al año (...) el salario de un juez de Audiencia era de 2.491

pesos. El Corregidor de Tunja ganaba 2.812 pesos y el gobernador de Girón 1.375 pesos. Dentro de la

burocracia fiscal los contadores del tribunal de cuentas ganaban 2.812 pesos y los funcionarios de rango

intermedio entre 1.000 y 1.500 pesos (...) De ahí que un ingreso de 1.000 pesos o menos resultara

ciertamente exiguo. Un salario entre 1.000 y 2.000 era sólido y modesto, y todo lo que pasara de 2.000 era

ya sustancial”.122

Ahora bien, si esta dotación de 400 pesos anuales que recibía el maestro Torres era realmente exigua, ¿Qué

decir del salario de aquellos maestros de provincia? porque Don Agustín, como maestro de la única escuela

de la Capital, era en cierto modo un “privilegiado”. Por ejemplo, recordemos el salario del maestro de la

escuela de Sogamoso, Juan de la Cruz Gastelbondo, que al igual que el de los maestros Melchor Bermúdez

121

Henao, Octavio. “El maestro de escuela: una metáfora de la miseria”, en, Educación y Cultura, Bogotá, marzo de 1985, No. 3, pág. 23. 122

Phelan, John Leddy. El Pueblo y el Rey, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1980, pág. 79.

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de la escuela de Nemocón y Josef Bonilla de la escuela de Ubaté, era de 150 pesos anuales, o en el peor de

los casos, el de José Casimiro López Sierra, maestro de la escuela de Rioacha, que tenía asignados 50 pesos

anuales de estipendio.

Volviendo al caso del maestro Torres, ante su nueva y última petición fechada el 31 de Marzo de 1791, el

Rey contestaría a través de la Real Orden del 14 de Mayo del mismo año, en la cual demanda del Virrey

Espeleta que atienda la solicitud del maestro y le asigne, como lo pide el suplicante, otro destino “conforme

a su aptitud y mérito contraído en la enseñanza pública”. De esta manera Carlos IV daba por concluido el

caso recompensando los servicios prestados al reino por este fiel vasallo: una paradoja más de las que

seguirá encerrado esta historia.

Pero el Virrey pensaba una cosa muy diferente. Si bien Don Agustín, ante las circunstancias de su extrema

pobreza había dejado planteada la posibilidad de renunciar a su cargo, si no era posible el tan esperado

“socorro de limosna”, y aunque el Rey estaba totalmente de acuerdo con aquello del “otro destino”, el

Virrey Espeleta, sea por las razones que fueran, estaba empeñado en lograr aquellos dineros, así esto lo

significase “un real jalón de orejas”. De otra forma, no nos podemos explicar que a un año y 8 meses de

conocida la orden real en la cual se le requería para que remitiera los mil cien pesos en el primer barco que

saliera de Cartagena, todavía este dinero no se hubiese enviado tal como lo exigía el Rey, y por el

contrario, hiciera llegar a la Corona una comunicación en la cual ratificaba una vez más su propuesta de

años atrás.

En esta carta, fechada el 19 de noviembre 1871, Espeleta hace presente al Rey que Don Agustín “sirve hace

muchos años el ministerio de maestro de primeras letras, en aprovechamiento de la Juventud, y por lo tanto

considero que se le debe continuar en este empleo, para el que se conoce ser a propósito, principalmente

quando por su edad no lo será tanto para algún otro destino...”123 Sin embargo, reconoce que “en realidad es

muy corta la dotación que tiene como maestro de primeras letras, y mereciendo por su aplicación y 123

A.H.N.M. Sección Jesuitas, Legajo 92, Doc. No. 17.

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desempeño que se le proporcione mejor sueldo debe tan sólo tratarse de verificarlo...”,124 aunque también

reconoce que es bien difícil por falta de arbitrios y por eso ratifica su propuesta de 2 años atrás como única

solución, y así, con los intereses que produciría esta nueva suma (9.100 pesos), no sólo se daría alivio a

Torres, sino que además “...tendrían los Maestros que fuesen en lo sucesivo un sueldo regular para

mantenerse sin angustia, y sin pensar en abandonar la enseñanza después de haber acreditado su aptitud”.125

Por lo mismo, y en atención a todo lo preceptuado dentro del expediente, el Virrey Espeleta deja en claro su

posición ante el Rey con las siguientes palabras: “Por estas razones, y por que realidad es muy poco lo que

va a perder Su Majestad en conceder este sobrante para el aumento del fondo de la escuela, cuya utilidad y

necesidad sólo se puede conocer sabiendo que no hay otra en esta capital, espero que vuestra excelencia se

servirá contribuir al intento...”.126 Como se puede ver, el Virrey no se limita a interceder por Don Agustín,

sino que su interés va más allá: por un lado, le preocupa que un maestro, después de acreditarse en el

ejercicio de la enseñanza, piense en abandonar su ministerio, y por otro lado, percibe que si esto sucede, la

escuela de San Carlos, la única de la Capital, no podría continuar, poniendo de esta forma en peligro la tan

proclamada instrucción pública en el caso de Santafé.

Espeleta comprendía lo que Carlos IV, preocupado seguramente por los últimos problemas que agobiaban a

la España de finales del siglo XVIII, no veía claro: la utilidad y el beneficio de la enseñanza no sólo

dependía de la acreditada aptitud, el celo y la notoriedad de los maestros, o del severo control de su

ejercicio, sino que ellos necesitaban mucho más que el “público reconocimiento”, y que la consolidación de

la escuela pública en el Nuevo Reino de Granada, tan proclamada y defendida por el discurso en torno a la

instrucción pública, no podía subsistir sin dineros con qué financiarla.

Hemos llegado aquí al final del expediente, documento que plasma entre sus folios de una manera muy

singular, aquel complejo y contradictorio proceso de surgimiento de la escuela y del maestro en Colombia.

124

Idem. 125

Idem. El subrayado es nuestro. 126

Idem.

Page 80: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Pero aún no sabemos qué pasó con aquel viejo maestro, con aquel pionero de la enseñanza pública, que

vencido por sus necesidades, por su edad y atrapado en la intrincada maraña burocrática de finales del siglo

XVIII, renunciaba a la única labor de su vida, aquella que había desempeñado con ejemplar mérito, y la cual

constituía su identidad: el magisterio de las primeras letras.

El expediente termina con esta categórica carta del Virrey Espeleta y en los folios de los archivos se pierde

la huella que habíamos venido siguiendo. ¿Qué habrá pasado con estos dineros? ¿Cuál habrá sido la actitud

del Rey ante la ratificación de la respuesta de Espeleta? ¿Qué habrá pasado con aquel anciano, que debería

ser por aquellos años, el tan reconocido y a la vez humillado maestro de primeras letras de la escuela

pública de San Carlos, Don Agustín Joseph de Torres?.

Page 81: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Unas páginas borrosas

Otras voces,

otras escuelas

Al llegar al último folio del expediente constituido por la carta del Virrey Espeleta, vemos quebrar

súbitamente nuestro relato en torno al caso del maestro Torres. Se abre ahora un gran espacio que nos

remonta hasta el año de 1801, fecha en que aparece aquel aviso del “Correo Curioso” en donde se reseñaba

la curiosidad literaria que motivó nuestra indagación.

Nos hallamos otra vez en el comienzo: hemos regresado al inicio, pero sin cerrar el círculo. La pesquisa, que

partiendo de 1801 nos había transportado hasta el siglo XVII, nos traía de nuevo al comienzo, delineando

una circularidad que aunque inconclusa, se presiente, aun cuando no esté todavía a nuestro alcance

configurarla plenamente. Sólo nos quedaba un camino: la búsqueda paciente de archivo, ya que ella misma

era la que nos había permitido descubrir aquellos elementos que, una vez localizados en folios y lagajos, se

habían encargado de mostrarnos una red histórica que variando en su complejidad, permitía ser descrita en

su régimen de existencia. Hasta este momento, el caso de Don Agustín nos había permitido incursionar en

las particularidades de la sociedad neogranadina de finales del siglo XVIII, dilucidando al mismo tiempo

aquella cotidianidad cubierta de paradojas que delineó el ejercicio de la enseñanza por aquella época.

Aunque nuestra búsqueda se orientaba básicamente a localizar la cartilla que mencionaba el aviso, y obtener

cualquier tipo de información que nos permitiera continuar el seguimiento del caso, fuimos percibiendo,

poco a poco, el eco de unas nuevas voces que como la de Don Agustín, nos daban cuenta de las

singularidades del ejercicio del magisterio, pero ahora en la primera década del naciente siglo. El 5 de abril

de 1808, Don Gerónimo Sierra y Quintana, vecino de Santafé, elevaba una representación al Virrey Amar y

Borbón, poniendo de presente que “ha el espacio de cuatro años que a instancias de algunos sujetos

Page 82: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

distinguidos de esta ciudad y movido del gusto de servir a la sociedad me dediqué a instruir a la juventud”127

en cuyo mérito y con el debido respeto suplica se digne librarle el título como maestro para proseguir en su

cargo con “mayor ánimo y fervor”. Siendo que en el pretendiente concurrían las cualidades necesarias para

maestro de primeras letras, como efectivamente se hace constar dentro del expediente, el Virrey conviene en

autorizar se libre título a favor del suplicante, lo cual se hace efectivo tres meses después.

Este nuevo caso nos llamó la atención, por varios aspectos: lo que se solicita es el reconocimiento de un

hecho cumplido, ya que desde 1804 Gerónimo Sierra venía desempeñándose en el magisterio “ilegal”,

dedicado especialmente a la enseñanza de hijos de “clases nobles”, que reunidos en su casa pagaban una

pensión a cambio de una “educación civil, moral y científica”. Este caso no es el de un maestro que regenta

una escuela pública (como la de San Carlos) sino por el contrario, el de un maestro pensionista, que

buscando asegurar su sustento y el de su familia, convenía en el pago de una pensión por cada uno de los

discípulos que asistían a su escuela-casa. Cuando este maestro solicita la expedición de un título, no lo hace

con el ánimo de recibir algún estipendio de las arcas reales, pues no lo necesita. El título tiene en este caso

la función de autorizar, de legalizar el ejercicio de la enseñanza. Mientras Don Agustín, como maestro de

escuela pública, con poco más o menos de doscientos niños a su cargo, tenía que suplicar por un “socorro de

limosna”, Don Gerónimo de Sierra y Quintana, con un corto número de discípulos, sólo necesitaba su título

para disfrutar, sin preocupación alguna, del cómodo estipendio que muy seguramente debía reportarle su

labor.

Además de estos detalles, el presente caso nos permite tener una idea más amplia del estado de la

instrucción, por lo menos en la capital del virreinato, y de las formas en que el Estado continúa atacando dos

problemas fundamentales que todavía, por estos años, persistían a pesar de la múltiple legislación que

buscaba normalizar la práctica de la enseñanza en el Nuevo Reino de Granada: el de la libertad de los

maestros para crear escuelas, y el de la necesidad de promover la uniformidad de la enseñanza.

127

A.H.N.M. Instrucción Pública, Tomo IV, fol. 375r.

Page 83: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

En lo que respecta al primer problema, y aprovechando la solicitud de este maestro pensionario, el

expediente sienta las bases que le dan un nuevo carácter al acto jurídico del título, desbordando los límites

de un simple nombramiento o autorización para ejercer la enseñanza y entrando ahora en la categoría de

certificación de cualidades que concurren en un sujeto, garantías morales y sanción de un cierto grado de

saber por el que debe responder. Desde entonces, para obtener título de maestro era necesario, como

primera medida, acreditar información ante testigos y autoridades civiles sobre “su lugar de domicilio, de su

vida, costumbres y limpieza de sangre”.128 Una vez cumplidos estos requisitos, el aspirante era sometido a

un “riguroso examen en la Sala del Ayuntamiento ante cuerpo municipal”, examen en que daría prueba de

su instrucción respondiendo las preguntas propuestas por los cabildantes o los sujetos que el “gobierno

tuviera a bien nombrar”.

En lo que se refiere al segundo problema, la necesidad de promover la uniformidad en la enseñanza, el

expediente establece una serie de precisiones que buscan crear la base de un modelo o plan para la

uniformidad en las escuelas de todo el Nuevo Reino de Granada. “Este plan deberá ser sencillo y común a

todas las escuelas”129, incluyendo la enseñanza de los principios religiosos, lectura, escritura, ortografía y

gramática castellana, “deberá extenderse también a la instrucción o reglas de la educación civil que

comprende los buenos modales con los superiores, con los iguales y con los inferiores”130, y en general,

todos los conocimientos indispensables al que haya de vivir en sociedad.

Se comienza a manifestar, entonces, la urgente necesidad de abrir escuelas, pues aún en los albores del siglo

XIX seguía siendo la de San Carlos la única pública de la capital. La intelectualidad granadina percibe la

importancia del hecho y pronto empiezan a surgir propuestas provenientes de diferentes puntos. Es el caso

de Nicolás Cuervo, cura párroco de la parroquia de Santa Bárbara en Santafé, quien en 1805 señalaba que la

ausencia de controles sociales podrían acarrear males irreparables al Reino en la medida en que los niños se

128

Novísima recopilación de las Leyes de España... Op. Cit., pág. 468. 129

A.G.N. Instrucción Pública, Tomo IV, fol. 378r. 130

Ibid., fol. 378v.

Page 84: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

“crian en la ociosidad, madre de todos los vicios, se acostumbran a ella y al mal ejemplo de los vagos y

delincuentes de quienes aprenden todo lo malo”.131 Y para remediar esta situación, propone la creación de

escuelas de primeras letras en las parroquias de las Nieves, Santa Bárbara y San Victorino. Los barrios aquí

nombrados estaban “destituidos de los beneficios de la educación de niños y sin arbitrio ni recurso para

aprovecharse de ella”,132 ya que las dos únicas escuelas de la capital, la pública de San Carlos y la regentada

por los dominicos, no eran accesibles a la población por varias razones: la considerable distancia, “la

pobreza casi general en las familias de las dichas parroquias” que no permitía costear maestros (a la manera

de maestros pensionarios), y por último, lo reducido de las dos escuelas para acoger el crecido número de

niños.

Pero la preocupación se hace más evidente y no se restringe ya únicamente a la propuesta de la creación de

escuelas. Preocupa además, las formas de enseñanza. No se trata simplemente de erigir escuelas; hay que

mirar dentro de ellas y pensar sobre la práctica que allí se realiza. En este sentido se ubica un artículo

aparecido en 1808 en el “Semanario del Nuevo Reino de Granada”, dirigido por el sabio Caldas, y titulado

“Plan de Escuelas Patrióticas”. Este plan no es tan solo la propuesta de la época para la creación de escuelas

para los pobres en los diferentes barrios de la capital. Su elemento novedoso radica en la forma taxativa en

que señala que “la Nueva Granada no progresará ni se convertirá en un nación sabia e ilustrada si no

garantiza que la educación tenga la circunstancia de ser pública y gratuita y estar bajo la inspección y

vigilancia del gobierno”. 133 Propone de igual forma, como una obligación del Estado, la necesidad de

elaborar una constitución o “plan que uniforme y que constantemente debe observarse en las escuelas que se

establecieran en este Reino”.134

131

B.N.C. Sala de libros raros y curiosos, Protocolos, Instrucción Pública, fol. 388r. 132

Ibid., fol. 378v. 133

Caldas, Francisco José de. Op. Cit., pág. 74. 134

Ibid., pág. 84.

Page 85: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Como vemos, la preocupación por la unificación de los contenidos, métodos y reglamentos que debían regir

una escuela pública se coloca como punto central en el orden del día para las autoridades civiles. Hacia

1809, el propósito de la uniformidad irá a pisaría terrenos más sólidos: el cura párroco del barrio de Las

Nieves en Santafé, Dr. Santiago de Torres, remitía al Virrey un conjunto de disposiciones agrupadas bajo el

nombre de “Ordenanzas que han de regir la escuela que va a fundar en Las Nieves su actual cura interino”.135

Esta propuesta constituye la más completa reglamentación de escuelas actualizadas con las últimas

disposiciones reales que regían para España y otras colonias americanas, y sin embargo, parece paradójico

que la uniformidad constituyera un propósito de primer orden en este mar de carencias, pues aunque corriera

ya la primera década del siglo XIX, la escuela pública no era aún un fenómeno masivo.

La lectura de estos documentos, antes que alejarnos de nuestra pesquisa, nos han abierto nuevas

posibilidades de análisis. Era esta la red en que se hallaba atrapado Don Agustín Joseph de Torres Patiño:

una explosión discursiva en torno a la necesidad y utilidad de la instrucción, sostenida por un voluminoso

paquete legislativo que no alcanzaba a ser absorbido por el reducido número de escuelas.

Aquella “curiosidad literaria”

Aunque hasta el momento la búsqueda nos había arrojado nuevos datos sobre el panorama educativo

colonial, todavía no obteníamos documentación que nos relacionara directamente con el caso del maestro

Torres. Fueron necesarias largas jornadas de consulta para encontrar nuevamente una pista que nos

condujera hacia la posible solución de este extenso e insólito caso. Pero por fin el trabajo tuvo una

recompensa: sumergido en las profundidades de un legajo del archivo, encontramos un folleto de 22 páginas

de un octavo impreso en la Imprenta Patriótica “con licencia del Superior Gobierno” en el año de 1797, y

cuya dedicatoria reza así:

135

A.G.N. Instrucción Pública, Anexo, Tomo IV, fol. 380r a 1002v.

Page 86: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Muy Poderoso Señor

Consagra en las superiores manos de Vuestra Alteza: esta Cartilla lacónica de las quatro reglas

de Aritmética práctica, que la escuela de primeras letras la de San Carlos de Santafé, movida en

un patriótico celo compulsó á esmeros de su maestro, para que la puerilidad tenga algunos

principios de instrucción en beneficio del bien público; y que haviendo Vuestra Alteza dignádose

admitirla en su protección logre el Reyno el honor, con que Vuestra Alteza le esmaltó para sus

felices progresos.

Muy Poderoso Señor

A los pies de Vuestra Alteza su rendida Escuela”.136

El hallazgo de este documento, a la vez que nos ofrecía nuevos datos con qué continuar hilando esta

historia, nos abría, al mismo tiempo, nuevos vacíos e interrogantes. Por un lado, nos señalaba a 1797 como

el año de aparición en público de la cartilla, cinco años después de perdida la pista del caso y veintiuno del

nombramiento del maestro Torres en la escuela de San Carlos.

Estos nuevos datos, antes que arrojarnos luces sobre el caso, nos planteaban más bien un panorama insólito,

pues no podíamos imaginarnos que ese maestro que a finales de 1791, ahogado en sus urgencias, suplicando

otro destino con que mantener su dilatada familia, hubiese sido el mismo que apenas cinco años después,

aparecía como autor de una cartilla de aritmética, teniendo en cuenta los altos costos que implicaba

cualquier publicación, como la compra de papel, -que era traído de España, pues estaba prohibida su 136

Torres, Agustín Joseph de. Cartilla Lacónica de las Quatro Reglas de la Arithmética Práctica, Santafé, Imprenta Patriótica, 1787.

B.N.C. Sala de Investigadores, Fondo Pineda, Vol. 26, pieza 2.

Page 87: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

elaboración en estas tierras- y el pago al impresor: precisamente por estas razones, en ese mismo año de

aparición de la cartilla, Manuel del Socorro Rodríguez se vio obligado a concluir la publicación de su "Papel

Periódico de Santafé de Bogotá". Y es aquí donde surge el interrogante que seguramente debe estar

planteándose el lector: ¿De dónde habrá obtenido dinero y ánimos Don Agustín para acometer la difícil

empresa de escribir una cartilla, y más aún de aritmética?

La primera respuesta que aparece, y desde luego la más evidente es, sin lugar a dudas, que después de tantas

súplicas por fin el Rey accedió a otorgar aquel "socorro de limosna" al maestro suplicante; pero como

veremos, esta opción aunque importante, no es la solución definitiva del caso. Veamos por qué: en el

supuesto de que Carlos IV hubiese aceptado la propuesta de Espeleta, los 1.100 pesos en torno a los cuales

giraba la petición se habrían anexado entonces al principal de 8.000, constituyendo un nuevo capital de

9.100 pesos, que a un interés del 5% anual, como era lo acostumbrado en la época, habría significado un

aumento de tan sólo 55 pesos a nuestro maestro, lo cual vendría a ser un verdadero “socorro de limosna”. Y

estamos seguros que este leve socorro habría aliviado sólo en una mínima parte la desnudez y demás

necesidades de la dilatada familia de Don Agustín, siendo imposible que en estas circunstancias tuviese

respiro para pensar siquiera en escribir una cartilla, y mucho menos costear de su bolsillo los gastos de su

impresión.

Y aún así, en el lapso comprendido entre 1792 y 1797, había sucedido algo, un hecho que todavía no

lográbamos descubrir pero que dio el suficiente ánimo y dinero para proponer a Nicolás Calvo, editor y

dueño de la Imprenta Patriótica, la publicación de su cartilla. En nuestra incursión por los archivos se nos

presentaron una multitud de posibilidades que, poco a poco, fueron quedando desvirtuadas ante la ausencia

de respuestas precisas, obligándonos a plantear una serie de alternativas, ubicadas más bien en el campo de

lo azaroso y de lo casual: el mismo trabajo nos fue exigiendo asumir un tipo de hipótesis más arriesgadas

con la perspectiva de desentrañar la red todavía confusa y empañada que constituye estas páginas borrosas.

Page 88: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Es muy difícil pensar en otro auxilio del Superior Gobierno que no sea el supuesto “socorro de limosna” que

el Rey hubiese venido en conceder al maestro, pues es conocida la estrechez de las arcas reales para asumir

una erogación de esta naturaleza. Como vemos, cada avance en este caso deja entrever un horizonte, por

demás insólito, tocando a estas alturas los límites de lo real y lo fantástico. Teníamos entonces que optar por

posibilidades más arriesgadas; quizá la Cartilla Lacónica, en ausencia de instituciones o personas que

patrocinaran su publicación, hubiese dependido más bien de un golpe de suerte de su autor; tal vez una

afortunada boleta de lotería o una ganancia ocasional en un juego de azar, tan de moda por aquellos

tiempos, o de pronto una inesperada herencia familiar. Estas posibles respuestas se iban articulan, poco a

poco, y sólo en la medida en que profundizamos en nuestra consulta de archivo, adquirieron vigencia, o se

desmoronaron totalmente.

En relación con la primera hipótesis, los registros de la época nos permitieron observar una fuerte tendencia

de la población hacia los juegos de azar. Las “casas de juego” proliferaban en villas y pueblos arrojando

rentas que el gobierno virreinal fue canalizando como una fuente de abastecimiento para las arcas de

Cabildos y Ayuntamientos, y con destino a la financiación de obras de pública utilidad. Parece ser, que

desde sus inicios, los juegos de azar y las diversiones públicas en general, eran vistas como una fuente de

recursos para la realización de obras de este tipo. Recordemos aquí el informe que hiciera el Virrey Espeleta

en su Relación de Mando de 1796, en donde explicaba que en algunos pueblos y Villas (Sogamoso,

Duitama, Soatá, Oyba, Socorro, entre otras) se habían establecido escuelas costeadas con las “rentas de

propios”, formadas a partir del cobro de impuestos a entidades comerciales entre las que se contaban

principalmente las “casas de juego y chicherías”. Tal era el caso de la villa de San Gil, en donde varios de

los vecinos, con el apoyo de las autoridades locales, solicitaban en 1787 al “Superior Govierno la gracia de

que los arvitrios de mesas de Truco, Patios de Bolas, Chicherías, etc., que se van a establecer por formal

ramo de propios sea con lo que se contribuya a los Maestros de escuela...”137

137

A.G.N. Instrucción Pública, Anexo, fol. 358v.

Page 89: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

No es de extrañar entonces que nuestro maestro, conviviendo con su miseria, pero también en atención de

ella, hubiese pensado frecuentar alguno de estos sitios, aunque estamos seguros que esta idea sólo pudo

haber sido una remota posibilidad, pues su condición de “maestro público” le fijaba una serie de normas de

comportamiento moral muy estrictas, tanto en su vida pública como privada. Sus pasos eran observados

detenidamente por mil miradas, en tanto que era el símbolo de la virtud y el ejemplo: sujeto de “conocida

probidad y buena conducta de vida pura e irreprensible”138 por lo que se le exigía “arreglar su vida por una

conducta seria y juiciosa que pueda servir de regla a sus discípulos”.139 De allí que esta posibilidad perdiera

significación para nuestra pesquisa.

En cuanto a la posibilidad de una afortunada boleta de lotería, el Correo Curioso se encargaría de cerrar esta

muy sugestiva vía para dar razón del auxilio que hubiese podido mejorar la situación del maestro Torres. En

las páginas del número 31, correspondiente al martes 15 de septiembre de 1801, encontramos un aviso en el

que se informaba que el sorteo de la lotería había sido autorizado desde el 3 de agosto del mismo año,

incluyendo, además, la publicación de los últimos artículos del “Reglamento del establecimiento de la

Lotería Municipal, que principiará el día primero de noviembre”,140 iniciada en el número anterior.

Lejos se encontraba todavía Don Agustín de acceder a este azaroso mecanismo para aliviar con un poco de

suerte su estrechez económica. Por el contrario, aquella tercera posibilidad, no menos insólita que las dos

anteriores, se nos fue dibujando hasta llevarnos a percibir las márgenes de este relato.

Historia y ficción: 138

A.G.N. Fondo Colegios, Tomo II, fol. 950r. 139

A.G.N. Miscelánea, Tomo 118, fol. 45r. 140

B.N.C. Sala de Investigadores, Fondo Pineda, No. 769, pág. 122. La lotería no se escapa a la situación descrita en relación con los demás

juegos de azar, pues precisamente su creación tuvo origen en una propuesta para recolectar fondos con qué eregir una “Casa de Recogidas

para castigo y contención de mugeres abandonadas y prostitutas”, como lo señalaba el artículo 29 del reglamento.

Page 90: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

un legado como respiro

Concentrados en la lectura de empolvados folios, explorando alternativas que nos permitieran clarificar en

alguna medida estas páginas borrosas del caso del maestro Torres, salió a flote la evidencia de una herencia

que le extendía un familiar cercano, y que se encuentra ubicada, precisamente, antes de la publicación de la

cartilla y después de la última carta del Virrey con la cual finaliza el expediente en 1792.

Tratando de establecer la genealogía de Don Agustín, en uno de los legajos de los archivos notariales,

encontramos referencia de sus padres, Don Pedro Rafael de Torres de Aragón y María Antonia Valenzuela y

Patiño, españoles venidos a estas tierras de ultramar desde la provincia de Aragón y de sus hermanos, Don

Joseph Clemente y Don Antonio, presbíteros del Arzobispado de Santafé. Cabe anotar aquí que esta era una

clara prueba de la “limpieza de sangre” que Don Agustín debió anexar para que se le concediera el título y

el cargo de maestro de la única escuela pública de la capital.

Ahora bien, la hipótesis de una inesperada herencia familiar, tomó fuerza cuando localizamos en uno de los

legajos de la Notaría Primera de Santafé, un voluminoso testamento, registrado en el año de 1793 en el que

Don Joseph Clemente, presbítero de La Capellanía de Monserrate, disponía de sus múltiples bienes y

haberes entre los cuales se contabilizaban 16.000 pesos, suma que por sí sola significaba ya una gruesa

fortuna. En una de las cláusulas del testamento, ordena que a su muerte, esta suma de imponga “para que de

sus réditos (que son ochocientos pesos al cinco por ciento según costumbre) usufructen y perciban mis

hermanos Don Agustín y Don Antonio de Torres, en la misma forma que en la cláusula cuarta tengo

explicado...”141 la cual, dispone que aquellos réditos se dividan en tres partes: una para cada hermano, y otra

tercera para que “...anualmente se le hagan sufragios y para que se repartan limosnas en los pobres de

Nocayma, Cuinubá y Simacota...”.142

141

A.G.N. Notaría 1ª, Tomo XIII, Año 1793, fol. 129r. 142

Ibid., fol. 129v.

Page 91: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

En términos concretos, este legado significaba para Don Agustín incrementar en 266 pesos su sueldo anual,

con lo cual sus ingresos ascenderían a 666 pesos. Si a esta suma se le agrega el posible “socorro de limosna”

que pedía, solicitado desde años anteriores, contaría entonces con 721 pesos, rubros que aunque no

elevados, habrían satisfecho sus necesidades y las de su familia. De esta forma, la cara de la miseria, tan

familiar a Don Agustín, se veía borrada, aunque fuese por un momento, por los designios del azar. Era la

suerte en forma de legado la que acudía en su ayuda a través de un pariente que, actuando por un precepto

moral, le extendía una dádiva a un hermano, sin imaginar tal vez que al hacerlo, abría el camino para la

elaboración y publicación de una cartilla de “Arithmética Práctica” escrita por un maestro en honor a su

escuela y a su patria “...para que la puerilidad tenga algunos principios de instrucción en beneficio del bien

público...”.143

Esta evidencia enterrada por el tiempo, se nos presenta ahora viva, reafirmando esa realidad que no es la de

hace doscientos años, ni la del papel, y en este caso, ni la del pergamino, sino aquella que vive con nosotros.

Una realidad que desborda sus propios límites, y en donde, como diría García Márquez: “Poetas y

mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada

hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la

insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Es este, amigos, el nudo de

nuestra soledad”.144 Insólita, paradójica, ridícula, increíble: así es nuestra realidad, y esta historia nos lo

recuerda.

Retomemos aquí nuevamente aquel insólito documento que nos diera razón de los hechos que habían

permitido a Don Agustín, llevar a cabo su propósito de escribir una cartilla para la enseñanza de la

aritmética. Hay un aspecto en él que nos llama la atención: la profunda diferencia que separa a estos dos

hermanos: el uno sacerdote, salvador de almas y con una gran fortuna; el otro maestro de primeras letras,

formador de la juventud en beneficio del bien público, y mendigo de su salario. Una diferencia particular

143

Torres, Agustín Joseph de. Op. Cit., pág. 2. 144

García Márquez, Gabriel. Discurso pronunciado en el acto de entrega del premio Nobel de Literatura, 1982.

Page 92: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

que nos da cuenta de una práctica social generalizada por aquella época en la que el sacerdocio, antes que

obedecer a un llamado divino y a una profunda vocación, era una profesión, y de las más importantes. No es

extraño, entonces, encontrar que el oficio privilegiado al cual aspiraban los hijos de beneméritos principales

fuese el Ministerio pastoral, pues además de proporcionar respetabilidad social, aseguraba un buen sustento

económico. El oficio de pastor “al servicio y en aprovechamiento de las almas”, generaba en aquel tiempo

jugosas satisfacciones materiales, quizá como aliciente para sobrellevar las pesadas cargas de la fé y los

horrores de este mundo terrenal. Mientras un maestro recibía anualmente en promedio 150 pesos, “la

Parroquia del Socorro le producía a su párroco el ingreso anual de 5.000pesos...”.145 Por otro lado, “El

curato del pueblo de Ubaté que es el mayor de la Jurisdicción de Santafé... rentaba a su párroco 2.500 pesos

(...) el Curato del pueblo de Guatabita... 1.200, el Curato de Chocontá... 1.300 pesos, el Curato del caxica...

1.200 pesos...”.146

En el caso de Don Agustín, su calidad de maestro se confunde, paradójicamente, con la condición de criollo

pobre; su inclinación y persistencia en la enseñanza “al servicio” y en aprovechamiento de la juventud”, con

su condición de miseria, y su notoriedad y público reconocimiento en su oficio, con su condición de

mendigo de salario.

Pero de nuevo, al final del testamento de Don Joseph Clemente, perdíamos el rastro de Don Agustín. Sin

embargo, teníamos en nuestras manos un “monumento”, que aunque minúsculo en su tamaño, representa,

desde el punto de vista histórico, un hecho sin precedentes, constituyéndose en un verdadero acontecimiento

pedagógico para la época: la cartilla lacónica. En esta parte del relato comprobamos una vez más la estrecha

semejanza entre el trabajo documental y la búsqueda del arqueólogo: es muy extenso el terreno que hay que

145

Phelan, John Leddy. Op. Cit., pág. 55. 146

Oviedo, Basilio Vicente de. Pensamiento i noticias escogidas para utilidad de curas. Lib. X. Del Nuevo Reino de Granada, sus riquezas i

demás qualidades, i de todas sus poblaciones i curatos con específica noticia de sus gentes y gobierno, Santafé, 1761, fo1. 93r. Biblioteca de

la Real Academia de Historia de Madrid, Colección Muñoz, A-86 (4820) Ms.

Page 93: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

recorrer y escudriñar para, en la mayoría de las veces, obtener algún minúsculo monumento que permita

continuar describiendo esa compleja red de la historia.

Una cartilla singular

La “Cartilla Lacónica” nos ofrece, al igual que todos los documentos que hemos recuperado en esta historia,

una doble dimensión: continuar la descripción de la vida del maestro Torres, y paralelamente, lanzar una

mirada hacia aquella lejana y atractiva sociedad colonial de finales del siglo XVIII. Su lectura nos permite

escuchar una vez más al maestro Agustín, pero esta vez ya no llorando sus urgencias ante el poder, sino

ahora hablando desde el ejercicio de un saber que lo afirma como maestro de primeras letras y como un

intelectual que piensa y escribe sobre su quehacer diario. La cartilla se constituye entonces en un

acontecimiento discursivo sin precedentes, para aquel momento, en el que el acto de escribir estaba

restringido a una preclara élite, y la circulación de impresos, celosamente controlada por el poder civil y

eclesiástico.

En este sentido Don Agustín representa una fisura, un quiebre que nos ofrece la ilusión del maestro como

intelectual, disputando un lugar a la ilustración criolla y española; un pliegue en la historia, una “rareza” en

aquel ámbito donde el maestro era, a pesar de todo el discurso, un personaje de tercera categoría al cual se le

había otorgado algún modesto puesto debajo del ocupado por las autoridades virreinales, por el estamento

eclesiástico y por la intelectualidad de la época, en la rigurosa pirámide jerárquica que daba forma y sentido

a la sociedad colonial. Aunque el maestro recibía también el nombre de director de escuela, su actividad

dentro de ella estaba totalmente controlada y dirigida por las autoridades civiles y eclesiásticas: a las

primeras debía su nombramiento y de ellas dependía su permanencia en el cargo, por lo tanto su

comportamiento dentro y fuera de la escuela era seguido de cerca por funcionarios del Cabildo o del

Ayuntamiento; a las segundas, debía su aprobación moral, su “bendición” como sujeto virtuoso.

Page 94: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Curas y burócratas definían así las condiciones morales y de saber para el ejercicio de la enseñanza: los

procedimientos, los saberes, los fines de tal oficio, y el estatuto del sujeto de la enseñanza.

Ahora bien, antes que las calidades intelectuales, los esfuerzos y méritos de un maestro, la cartilla se nos

presenta como una superficie sobre la cual aparece dibujado un saber: el saber de la arismética práctica, un

saber profundamente práctico que dice de los acontecimientos de la vida diaria por su articulación estrecha

con ellos. La incipiente actividad comercial y mercantil asociada con la ignorancia de las primeras letras y

la aritmética, por parte de la gran mayoría de la población, planteaban la necesidad de unos elementos

mínimos de instrucción para afrontar de mejor manera las actividades cotidianas, y en este sentido la

arismética práctica cumplía un papel importantísimo, pues su función, básicamente instrumental, consistía

en resolver ciertas necesidades de orden doméstico y comercial. Quizá por estos motivos Don Agustín se

empeñó en escribir su cartilla, y no otra para la enseñanza de la lectura o la escritura.

Era esta carencia, sin duda, una preocupación general de autoridades e intelectuales. En 1789, el Doctor

Don Felipe Salgar, cura párroco de la villa de San Juan de Girón, planteaba que es “por efecto del descuido

de las escuelas públicas o por el mal gobierno de ellas en los lugares donde las hay, que las personas más

elevadas carecen del conocimiento de los números y se ven obligadas a mendigar e1 auxilio de otras para

sus negocios domésticos, confiando sus secretos a quienes tal vez carezcan de la probidad necesaria para

guardarlos”.147 De ahí la necesidad de saber contar con exactitud y de “aprender los principios de la

Aritmética práctica que deberá enseñarles el maestro con toda la eficacia necesaria”.148 El cura Salgar,

aunque destaca la importancia de la aritmética en la escuela, no puede ver más allá de la utilidad práctica

que ésta representa, pues “los niños de escuela no necesitan precisamente del perfecto conocimiento de

todas las operaciones de esta ciencia, siempre será muy conveniente que aprendan al menos las cuatro

primeras, que son muy fáciles por sí, y les bastarán para el despacho de sus negocios”.149

147

A.G.N. Fondo Colegios, Tomo II, fol. 949r. El subrayado es nuestro. 148

Ibid. fol. 955r. 149

Idem.

Page 95: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

El eje de la enseñanza de una aritmética de este tipo, no podría ser otro que el ejemplo. Antes que una

traducción simbólica que permitiera una evocación mental de la operación, el énfasis se colocaba en la

mecanización de las actividades a partir de algunos ejemplos. Y en este sentido, la cartilla lacónica es bien

ilustrativa. La resta, para tomar un caso, se presenta al lector como la forma de determinar “los restos”,

aquello que sobra después de haber pagado una deuda; “restar es quitar un número de otro mayor, o igual

para hallar la diferencia, como quitar 4 de 6, para saber la diferencia 2 ...Escríbase primero la deuda, y

debaxo la paga, de suerte que el número mayor ha de ser el primero,”150 éste depende de una cosa con la

cual pueda asociársele, siendo más importante la naturaleza de la cosa a la cual se encuentra adherido que su

conceptualización o abstracción. Antes que operaciones con números, esta aritmética centraba su interés en

las operaciones con cosas.

Si bien esta corta mirada al interior de la cartilla nos ha mostrado el saber profundamente práctico que

articulaba la enseñanza de la aritmética, vista desde su exterioridad, nos permitirá reconocerla como un

acontecimiento que rompe con el tipo de impresos editados hasta ese momento, y todavía mucho tiempo

después, en el Nuevo Reino de Granada.

De la incertidumbre

al desconcierto

En el año de 1797 salen a la luz pública nueve folletos, impresos en Santafé, dedicados especialmente a

asuntos de orden religioso, con excepción del último número del Papel Periódico de Santafé de Bogotá y la

Cartilla Lacónica de las quatro reglas de la arithmética práctica.151 Desde la aparición de la primera

150

Agustín Joseph de Torres. Op. Cit., pág. 6. 151

Con base en E. Posada, los impresos registrados en 1797 tratan de los siguientes asuntos: indulgencias a las reliquias de Tierra Santa;

Oficio del Beato Miguel Asantis (en latín); Divinos Oficios; Obra pía de Jerusalen; Novena de San Gerónimo; Novena de San Francisco de

Page 96: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

imprenta en estos reinos, en el año de 1738, de propiedad exclusiva de los Jesuitas, hasta la publicación de

la Cartilla en 1797, sólo se había llevado a cabo la edición de algo más de un centenar de folletos, hojas

sueltas y unos pocos libros. Impresos de carácter preferentemente religioso (oraciones, novenas, sermones,

máximas morales, decretos de indulgencias, calendarios o almanaques) y otros que registraban asuntos de

gobierno (edictos, disposiciones en torno a la administración y recaudo de aguardientes y alcabalas, deberes

de los funcionarios reales tratados entre la metrópoli y otros estados, régimen de policía).

El panorama que nos brinda la revisión de los años en que fueron impresas estas obras y las temáticas que

frecuentaban, dejan entrever el estado de atraso de la ilustración en el Reino de Granada, en donde la

imprenta, “el vehículo de las luces y el conductor más seguro que las puede difundir...”152, además de haber

sido severamente controlada, se presentó como un fenómeno tardío en 1738, mientras que “en México y en

Lima empezó a funcionar desde 1535 y 1585, respectivamente, y en Lima apareció ya en 1599, en hojas

volantes, el primer periódico del Nuevo Mundo...”153.

Si bien en aquel año sale a la luz pública el primer impreso realizado en el Nuevo Reino de Granada,

consistente en una novena del Padre Ricaurte y Terreros, sólo hasta 1777 el virrey Flórez, a petición del

entonces Fiscal y Director de Estudios, Moreno y Escandón, puso en conocimiento de la Corona la

necesidad que tenía la juventud y 1os literatos de este reino de “manifestar el fruto de sus tareas por medio

de una imprenta de que han carecido”154 e indispensable además para “facilitar las órdenes circulares de

gobierno y asuntos públicos que deben ser trascendentales a todas las provincias”.155 A este efecto, solicita

Paula; Fiesta del Tránsito de Nuestra Señora; el Papel Periódico y la Cartilla Lacónica. Para una reseña más detallada ver: Posada, Eduardo.

Bibliografía Bogotana, No. l, Bogotá, Imprenta de Arboleda y Valencia, 1917-1925, págs. 131-135. 152 Camilo Torres. Memorial de Agravios o Representación del Cabildo de Santafé de Bogotá a la Suprema Junta Central de España,

Santafé, Noviembre de 1809. 153 Cristina, María Teresa. “La literatura en la Conquista y la Colonia”, en, Manual de Historia de Colombia, Tomo I, Bogotá, Procultura

S.A., 1982, pág. 516. 154

A.G.I. Audiencia de Santafé, Legajo 736 A, No. 269. Sin foliación 155

Idem.

Page 97: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

que se provea a esta capital de una imprenta que, dentro de la sugerencia de Moreno y Escandón, entraría a

complementar las tareas de la recién creada Biblioteca Real, en donde se había logrado concentrar, en un

solo local, los fondos de las bibliotecas pertenecientes a los Jesuitas expulsos, poniéndolos a disposición del

público y “...satisfacción de los literatos que por falta de buenos libros no pocas veces privan al común de

los sazonados frutos de sus tareas...”156. Aunque el virrey Flórez había dispuesto ya a su paso por Cartagena

el traslado a Santafé de una vieja imprenta propiedad de Don Antonio Espinosa de los Monteros, logrando

“la impresión de un almanaque para que los vecinos y moradores [supiesen] los días de fiesta, vigilia y

abstinencia”157, y algunos otros asuntos de gobierno, debido a su pésimo estado, y a la necesidad de nutrirla

con “letra buena”, obtiene una sanción real en 1779 en la que se autoriza el envío, desde el puerto de Cádiz,

de “24 caxas de letras e instrumentos”158 que llegarían a Santafé solamente hasta 1782, fecha en la cual

aparecerán los primeros escritos con la leyenda “Impreso en la Imprenta Real”. Once años después, Antonio

Nariño traería una nueva tipografía bautizándola con el sugestivo nombre de Imprenta Patriótica, que una

vez confiscada dentro del proceso que se le siguió permanecería muda, abandonada en algún rincón de la

Biblioteca Real, hasta el año de 1797, fecha en la cual, bajo los designios de su nuevo dueño Don Nicolás

Calvo, sería la responsable, en compañía de la Imprenta Real, de las nueve publicaciones que salieron a la

luz en aquel año.

Paralelo al ejercicio de la censura a que eran sometidos por esta época todos los certámenes, actuaciones y

escritos de carácter público, encontramos la persistente ausencia del Estado para patrocinar cualquier evento

u obra de carácter cultural, alegando, como todavía es costumbre en nuestros tiempos, su estrechez

económica y los múltiples compromisos que desangraban los fondos de las “caxas reales”. Su interés en

estos casos, se restringía más bien al ejercicio de la censura, compartida con el poder eclesiástico, a través

de cada uno de los escalones burocráticos por los que era necesario desplazarse para obtener “licencia del

Superior Gobierno”.

156

Idem. 157

Idem. 158

Idem.

Page 98: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

En estas circunstancias, aquel que se empeñaba en llevar a cabo cualquier tipo de publicación, actividad u

obra de carácter cultural, se veía enfrentado a asumirlo a su propio riesgo y fortuna, con la posibilidad,

siempre presente, de abandonar su intento antes de ver finalizada su empresa o en el transcurso de la misma,

absorbido, tal vez por los altos costos del papel (traído directamente de España), por los impuestos o cargas

que acarreaba, por las continuas censuras civiles y eclesiásticas, o por el sinnúmero de trámites burocráticos

que actuaban más bien como una “barrera natural” del gobierno para controlar cualquier vana intención de

alborotar los ánimos de los neogranadinos. Un complicado proceso al cual debieron someterse igualmente la

Cartilla Lacónica y el Papel Periódico.

De allí que el oficio de escribir, la posibilidad de sostener una publicación periódica, o la iniciativa de la

realización de un evento o certamen cultural, se constituía en todo un acontecimiento para la época; tareas

restringidas en la casi totalidad de los casos a los beneméritos y acaudalados señores (sin ninguna otra

preocupación más que la de asegurar su inversión), a pequeños círculos o tertulias literarias conformadas

por algunos criollos y españoles que habitualmente se nutrían del espíritu de las luces (al amparo de sus

pequeñas fortunas), o muy remotamente a un vasallo “movido por un profundo celo patriótico” (con la clara

convicción de restarle a su estipendio, un porcentaje que hiciera posible su empeño).

Un claro ejemplo del desconcierto y los riesgos que asumía aquel que se veía tentado a emprender tales

actividades, lo encontramos en Don Tomás Ramírez, acaudalado comerciante español, que habiendo

solicitado licencia para llevar a cabo lo que juzgaba sería un buen negocio, obtuvo la aprobación de la Junta

de Policía para levantar un Coliseo o Casa de comedias en la ciudad.159 Con tal empeño compró Ramírez un

159 “El 16 de febrero de 1792 concedió el virrey Espeleta a los señores José Tomás Ramírez y José Dionisio del Villar la licencia para

establecer en Santafé una “casa de comedias”, y el 2 de agosto de dicho año, los interesados obtuvieron concepto favorable de la Junta de

Policía de la ciudad, en la cual figuraban Don Antonio Nariño, Don José Manuel Pey y el oidor Alba”. Cordovez Moure, J. M.

Reminiscencias de Santafé y Bogotá, Bogotá, Compañía Grancolombiana de Ediciones S.A., (1949), pág. 48.

Page 99: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

corral “...que demoraba cuadra y media arriba de la Plaza Mayor”160 encargando al ingeniero Domingo

Esquiaqui la construcción de la obra, siguiendo los planos del teatro de la Cruz de Madrid. Cuenta Vergara,

que el virrey Espeleta brindó abiertamente su apoyó espiritual a la obra propuesta por Ramírez, actitud muy

diferente a la asumida por el contrariado arzobispo del reino, Señor Martínez Compañón, quien una vez

agotados los recursos de su elocuencia “...llegó a ofrecerle hasta cuarenta mil pesos con tal que renunciara a

esa obra inspirada por Satanás”161. A esta actitud arzobispal, se sumaría la censura teológica, en atención a

la “moralidad” y “al bien público”, de varias comunidades religiosas, entre las cuales se destacaría la cruda

guerra contra las representaciones escénicas propiciadas desde la sacra influencia del púlpito, a través de las

“luengas y pobladas barbas” de más de un integrante de la comunidad de capuchinos.162

“No sabemos si fue Satanás o el virrey quien aconsejó a Don Tomás que desechase la propuesta”163 y que

hiciera caso omiso al fantasma de la excomunión, pero lo único cierto es que el coliseo, aún antes de haber

sido terminado completamente, abrió sus puertas hacia finales de 1793. El edificio, una construcción sólida

y amplia de mampostería que podía contener hasta 1.200 espectadores, “tenía tres órdenes de palcos, un

escenario incompleto, y la platea, en forma de herradura, medía 22,50 metros de largo por 15 de ancho”.164

En esta obra invertiría Ramírez “la gruesa suma de sesenta mil pesos”165 que muy a su pesar, significaron su

ruina, presagiada ya en un pronóstico que el arzobispo le hiciera antes de ser estrenado el coliseo: de “que

perdería toda su fortuna y que el día de mayor concurrencia se desplomaría el teatro sobre los espectadores,

dejándolos a todos sepultos bajo sus ruinas”.166 La anterior profecía se cumpliría casi al pie de la letra, pero

sólo en la primera parte, ya que en lo que respecta a la segunda, no fue posible entre otras cosas porque el

160

Vergara y Vergara, J. M. Historia de la literatura en la Nueva Granada, Tomo II, Bogotá, Banco Popular, 1974, pág. 33. 161

Idem. 162

Ibáñez, Pedro María. Op. Cit., pág. 351. 163

Vergara y Vergara, J. M. Op. Cit., pág. 33. 164

Ibáñez, Pedro María. Op. Cit. pág. 119. 165

Idem. 166

Cordovez Moure, J. M. Op. Cit., pág. 48.

Page 100: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

“edificio se usó sin cielo raso -que se reemplazó con un lienzo, desde sus primeras representaciones”167. Por

cierto, todavía en el año de 1846, el cielo raso seguiría siendo, en palabras de Cordovez Moure “una

maravilla de los tiempos primitivos [consistente] en un gran toldo de lienzo ordinario todo manchado y

remendado, sostenido por el centro por un florón de madera dorada, del cual salían radios de cuerdas

forradas en percal amarillo y atados a las columnas de los palcos de gallinero”.168

Eran estos algunos de los riesgos y desenfados que comúnmente ocurrían a aquel que osaba empeñarse en la

realización de una obra o una actividad cultural, en cuyo propósito peligraban fortunas y surgían otras tantas

deudas. Sin embargo, este factor, unido a la falta de incentivos, a la desazón, a los improperios, y a las no

pocas censuras morales, contribuían de manera reiterada a que sus gestores claudicaran o desistieran en tal

empeño. Ésta por lo menos fue la suerte corrida por los editores de los dos periódicos que constituyen los

antecedentes más claros del surgimiento del periodismo en nuestro país: el Papel Periódico de Santafé de

Bogotá, publicado entre 1741 y 1797, y el Correo Curioso, erudito, económico y mercantil, impreso

solamente durante el año de 1801. Algunos párrafos insertos en sus diferentes ediciones dejan entrever,

desde otra perspectiva, las condiciones y obstáculos que cobijaban a aquel que se atrevía a escribir e

imprimir sus pensamientos.

El viernes 6 de Enero de 1797, la Imprenta Real publica el último número del Papel Periódico que llegaba a

su edición No. 265. Así terminaba la vida de un semanario que durante seis años había circulado en el

Nuevo Reino de Granada, con algunas interrupciones, como única publicación periódica de la época,

víctima de los avatares del naciente periodismo, foco de las críticas que recibía constantemente desde

diferentes sectores, pero fundamentalmente, de la clerecía y ahogado por las crecientes cargas económicas

que tenía que sobrellevar a falta de un mayor número de suscriptores. Su autor, haciendo eco del dolor

contenido en su pluma, catalogaba, en ese entonces, como de “triste experiencia” y “premio miserable”,

167

Ibáñez, Pedro María. Op. Cit. pág. 121. 168

Cordovez Moure, J. M. Op. Cit., pág. 49.

Page 101: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

esos seis años de dedicación al semanario, en un epigrama que se encuentra inserto en la última edición, a

manera de epitafio, y que reza así:

“Por cumplir con la ley de la obediencia

Te pusiste a escribir ¡oh pluma mía!

Llevando a la verdad siempre por guía

Y al bien común por alma y por esencia.

¿Mas que has logrado al fin? ¡Triste experiencia!

Mil afanes sangrientos que a porfía

Te han hecho con infanda tiranía

Los hijos de la cruel malevolencia.

¡Oh infausta estrella, y premio miserable

Del que con fino amor servir procura

A este mundo despótico y variable!

Ea pues, descansa en plácida clausura

Que si duermes en ocio perdurable

Lograrás de la envidia estar segura”169

Unos años más tarde, y ya marchando el nuevo siglo, el Correo Curioso, en su edición número 26,

publicaba un artículo titulado Reflexiones del Ermitaño en donde se describen las precarias condiciones en

que se hallaba el arte de escribir y los múltiples tropiezos que deparaba su ejercicio:

169

Rodríguez, Manuel del Socorro. Papel Periódico de Santafé de Bogotá, Bogotá, Viernes 6 de enero de 1797, No. 265. B.N.C. Sala de

Investigadores.

Page 102: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

“Nuestra decantada ilustración sólo se manifiesta por la impresión de una novena cada dos o tres

años, y si se establece un papel público para facilitar un medio costoso de comunicarnos nuestras

ideas, en lugar de protejerlo y coadyuvar a su adelantamiento se le ataca, se le combate y se procura

destruirlo, siendo lo más gracioso, que se toma por pretexto el honor del reino”.170

El periódico se publicaría durante cuatro meses más, alcanzando la edición No. 46. A pesar de sus continuos

llamados al público lector sobre la importancia de la labor periodística y la urgente necesidad de obtener el

mínimo de suscriptores para sufragar los costos de su impresión, este periódico, que recibió entre sus

páginas al recién nacido siglo XIX, llegó a su final en diciembre de 1801, no habiendo podido celebrar su

primer aniversario. Era esta la muerte de aquel registro histórico que nos había incitado a escribir esta

historia, y nada mejor que las siguientes líneas, escritas algunos meses antes de su deceso, tal vez

presagiando su corto destino, para darnos cuenta de las causas que ahogaron este interesante intento

periodístico:

“La negra envidia de unos, de otros la jactancia y vana presunción de saber, la crasísima

ignorancia de algunos y la decidida inacción de tantos, han atacado en sus propias trincheras a

nuestro “Correo Curioso”, durante la primera suscripción; ahora en la segunda lo quieren coger

por hambre, porque de esta ciudad apenas hay efectivos diez y siete suscriptores. Y aunque muchos

dicen que estamos perdiendo el tiempo y nosotros vemos que estamos perdiendo el dinero, con todo

hemos determinado seguir haciendo el glorioso sacrificio de nuestro trabajo e intereses, porque

aunque no se expenda un ejemplar, los montones de ellos que queden rezagados serán para la

posteridad monumentos irrefragables de nuestro patriotismo y prueba convincente del egoísmo

actual, que es la leche inficionada que está mamando el infeliz recién nacido siglo décimo nono”.171

170

“Reflexiones de un Ermitaño”, en, Correo Curioso erudito, económico y mercantil de la ciudad de Santafé de Bogotá, Bogotá, martes 11

de Agosto de 1801, No. 26. B.N.C. Sala de Investigadores. Fondo Pineda. No. 769, pág. 101-103. 171

Ibid.

Page 103: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

La muerte del Correo Curioso coincide con el ocaso de este capítulo. Después de 1801, encontraríamos dos

informaciones referidas al maestro Torres. La primera consistía en una escritura pública fechada el 9 de

septiembre de 1806, en donde “...da en venta real y enajenación perpetua desde aora y por siempre jamás

[...] una casa de tapia y teja baja cituada en la Parroquia de San Victorino, en el Camino Real como quien va

para la Alameda [...] la qual huvo por herencia de su lexitima hija doña Ma. Ambrosia de Torres, quien

falleció en esta capital sin subcesión lexitima ni marital como es público y notorio...”.172

La segunda, nos condujo de la incertidumbre de estas páginas borrosas al desconcierto de tener que pensar

de nuevo esta historia: en uno de los 1.249 legajos que componen la sección Gobierno del Distrito

Audiencial de Santafé del Archivo General de Indias en Sevilla (España), reposa una “lista de los

expedientes que se hallan pendientes en la mesa del Rey”, correspondiente al año de 1806, dentro de la cual

alcanzamos a distinguir la siguiente reseña: “sobre el socorro que solicita Don Agustín de Torres Maestro

de Primeras Letras de Santafé...”.173

Entre la zozobra y el terror: Morillo en Santafé

Próximos a celebrar un año más del Grito de Independencia y el advenimiento de la Primera República

ocurrido un 20 de julio, no pocos santafareños testigos ya de la inestabilidad de las Provincias Unidas, de la

guerra intestina desatada durante estos años y las disputas sobre territorios y legitmidades, entraron en

pánico y permanente zozobra ante las noticias, la mayoría pesimistas, sobre la avanzada de las tropas

172 A.G.N. Notaría 1ª., 1793-1806, fol. 90r.

Doña Ma. Ambrosia fue una de las doncellas a quienes se refería el maestro Torres en sus reiteradas solicitudes por un socorro de limosna.

El hecho que haya muerto sin esposo e hijos nos hace pensar en la imposibilidad que tuvo su padre para cumplir siquiera con la necesaria e

indispensable dote requerida para asegurarle a su hija el derecho al sacramento del matrimonio. 173

A.G.I. Audiencia de Santafé, Legajo 731. Sin foliación.

Page 104: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

realistas dirigidas por el General en Jefe, Don Pablo Morillo, llamado también El Pacificador, quien había

desembarcado a principios de 1815 en territorio americano, primero en las Islas Margaritas, doblegando un

importante reducto patriota, para seguir luego a Caracas. Y entonces llegó la noticia.

Se trataba de la primera proclama de Morillo dirigida a los pobladores del Nuevo Reino, que hubo de armar

todo un torbellino de recriminaciones y temores, pero ante todo de pánico, por el inminente desenlace, lo

cual no era para menos. De hecho, ya en La Bagatela, Nariño advertía una realidad que estaba por tocar a la

puerta de todos, no importaba procedencia, caudal, ni casta.174

“¿Habrá todavía almas tan crédulas que piensen escapar del cuchillo si volvemos a ser

subyugados? Que no se engañen. Somos insurgentes, rebeldes, traidores, y a los traidores, a los

insurgentes y a los rebeldes se les castiga como a tales. Desengañense los hipócritas que nos

rodean, caerán sin misericordia bajo la espada de la venganza, porque nuestros conquistadores

no vendrán a disputar con palabras como nosotros, sino que segarán las dos yerbas sin

detenerse a examinar y apartar la buena de la mala. Morirán todos, y el que sobreviviere sólo

conservara su miserable existencia para llorar al padre, al hermano, al hijo o al marido.” (La

Bagatela, 19 de septiembre de 1811)

Tendiendo un cerco cada vez más envolvente sobre Santafé, bastión y cuna de la revolución, la proclama de

Morillo buscaba minar lealtades y obnubilar a los nacientes ciudadanos, especialmente a aquellos que

añoraban todavía, condición de vasallos, anteponiendo para tal efecto, la voluntad y autoridad regia.

Firmada el 17 de mayo de 1815, Morillo se dirige a los habitantes del Nuevo Reino de Granada, en los

siguientes términos:

174

La Bagatela, una breve hoja fundada el 14 de junio de 1811 por Antonio Nariño, se constituyó en una de sus más contundentes armas

políticas, desde la cual asumió gran parte de su crítica al naciente gobierno, a su negativa romper de manera integral con España y

denunciar la inconveniencia de un sistema federal.

Page 105: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

“Disensiones promovidas por la ambición de algunos pocos, os separaron de la obediencia del rey.

La voluntad vuestra no era esa; pero la falta de energía para oponeros a los malvados, os cuesta ya

bien caro, sufriendo los mismos horrores que los desgraciados de Venezuela, y por la propia mano.

Escarmentad con el ejemplo de los desdichados. En breve estaré en medio de vosotros con un

ejército que ha sido siempre el terror de los enemigos del soberano; entonces gozaréis de la

tranquilidad que ya disfrutan estas provincias. Apresuraos a arrojar de entre vosotros a los autores

de vuestros males: a aquellos hombres que viven y gozan de la desgracia universal. Desaparezcan

esos miserables de la vista de unas tropas que no vienen a verter la sangre de sus hermanos, ni aún

de los malvados si se puede evitar, como ya lo habéis visto en Margarita. Ellas protegerán al débil

y sepultarán los sediciosos. Vosotros acusaréis mi tardanza: pero es preciso dejar estas provincias

de modo que por algún tiempo no necesiten de mi presencia, y en situación de no seros gravoso de

manera alguna. Me lisonjeo de que aprovecharéis mi venida y os reuniréis alrededor del trono del

más deseado de los reyes y entonces cesarán vuestros males. Caracas 17 de mayo de 1815. El

General en jefe, Morillo.”175

Cobarde e hipócrita benevolencia con un pueblo que en su momento habría de doblegar ante el poder que

representaba, subyugándolo y pasando al cadalso a todo insurgente, rebelde, traidor, o a cualquiera sobre el

cual recayera la más mínima sospecha, por público testimonio o furtiva delación. Así estaba previsto y así se

hizo. 176

175

Díaz Díaz, Oswaldo. “La reconquista española: Invasión pacificadora – Régimen del terror – Mártires, conspiradores y guerrilleros

(1815-1817)”, en, Historia Extensa de Colombia, vol. VI, t. I, Bogotá, Ediciones Lerner, 1964, pág. 39.

Page 106: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

El 6 de mayo de 1816, un año después de la anterior proclama, entraron las tropas realistas a Santafé de

Bogotá bajo el mando del comandante general Miguel de La Torre177

, experimentado oficial español, sobre

el cual los habitantes de Santafé habían desatado un cierto sentimiento de confianza y optimismo por el

indulto prometido desde Zipaquirá, dos días antes de verificar su entrada en la capital. Transcribimos aquel

documento en su totalidad, ante todo porque muestra la génesis de las prácticas de delación, algunas veces

recompensada en metálico, y que hoy por hoy, constituyen la vanguardia de nuestros modernos sistemas

judiciales; por otro lado, este documento deja entrever, por un efecto sutil de ingenuidad no sabemos si

patriótica o de tozudez endémica de los criollos y paisanos, las prácticas y procedimientos que habrían de

diluir aquel sentimiento esperanzador de los habitantes de Santafé y que a la postre significó una verdadera

sentencia de muerte:

“Americanos: El excelentísimo señor general en jefe Pablo Morillo, destinado por el soberano

para pacificar esta vasta región de sus dominios, me ha confiado el mando del ejército oriental

del Magdalena; constituido por este empleo a obtener la satisfacción de gobernar un territorio

desolado por unos malvados, que so color de amor a la patria la han aniquilado y destruido

hasta el extremo en que yace; y usando de las facultades que S.E. me concede, como fiel

intérprete de las piadosas intenciones del rey nuestro señor, quiero antes de ensangrentar mis

bayonetas, haceros partícipes del último indulto que ofrezco. Todos los sargentos, cabos y

soldados, empleados de hacienda y demás cargos civiles, que deponiendo sus armas y actual

servicio vuelvan a los pueblos de su domicilio a ejercitarse con toda seguridad en sus antiguas

profesiones, se harán acreedores a esta gracia, y merecerán el perdón de su extravío. Indulto

también a todos los oficiales desde capitán inclusive abajo, siempre que algún servicio

extraordinario les purgue del feo borrón que han contraído, como aprehender y presentar al

general o jefe que los mande; descubrir un depósito de armas o municiones en gran número;

177

La Torre fue uno de los expedicionarios de más larga trayectoria. Participó en el Sitio de Cartagena y en febrero de 1816 recibió el

mando de la que Morillo llamó División del Oriente del Magdalena, integrada por el regimiento de infantería de La Victoria, un escuadrón

de artillería volante, una compañía de húsares y otras compañías sueltas de distintas unidades. (Ver: Ibid., pág. 61)

Page 107: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

presentarse con la tropa armada, el capitán con el completo de su compañía; el teniente, con la

mitad, y el subteniente con la cuarta, reputándose el completo de ella por cien hombres. El

soldado de caballería o infantería que se presente con sus armas o caballos recibirá, además,

una gratificación en metálico. Los esclavos que aseguren y presenten algún cabecilla o jefe

revolucionario a quien pertenezcan, se les concederá su libertad, una gratificación pecuniaria y

además serán condenados conforme al mérito que contraigan con la prisión del sujeto. Conferiré

distinciones y prerrogativas a todos los ayuntamientos, que excitando en los pueblos el noble

deseo de destruir los enemigos del rey, persigan a los contumaces y revoltosos hasta lograr su

aprehensión, elevando hasta el trono tales pruebas de adhesión, para que la majestad conozca

afecto tan señalado, ofreciendo a los aprehensores una suma proporcionada a la persona

capturada. Por último: muy particularmente se premiará la persecución de aquellos malvados

cuyos hechos sanguinarios o sediciosos los hagan señalar de entre los demás; haciéndose

acreedoras las corporaciones o personas que logren aprehender a estos corifeos, no sólo a la

consideración que testifiquen su lealtad y recompensen sus méritos. Estas generosas

proposiciones, que en medio de 6.000 vencedoras bayonetas pronuncio, podrán convenceros que

ningún género de temor me las hace proclamar; y sí sólo el ardiente deseo de restituir aquella

tranquilidad que respira todo vasallo protegido por nuestras leyes. Preguntad a los pueblos por

donde ha transitado mi ejército, los mismos pueblos que los bandidos de Serviez178

han

saqueado sin perdonar lo más sagrado y recóndito de los templos; preguntadles qué conducta ha

observado: no hay esposa ni madre que no llore la perdida de un hijo, cuando ve en su casa

alojado un español, y deponiendo su fuerza militar se entretiene en consolarla; jóvenes esposas

clamad vuestro llanto y vivid persuadidas que vuestros consortes arrancados del lecho nupcial

por la crueldad y el despotismo de los que los gobiernan, volverán a enlazarse con indisoluble

vínculo, luego que sepan esta invitación que les hago en nombre del rey nuestro señor Don

Fernando VII. Zipaquirá, 4 de mayo de 1816. El Comandante General Miguel de la Torre.” 179

178

Oficial patriota de origen francés, al servicio de las fuerzas de las Provincias Unidas. 179

Ibid., pág. 66-67.

Page 108: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Morillo entró en la capital, de soslayo y a hurtadillas según cuentan, el 26 de mayo por la noche, víspera de

la solemne y efusiva recepción que los atemorizados habitantes de la capital le tenían preparada,

apaciguados un tanto por la conducta y benevolencia que había manifestado de La Torre. Pero no bien pisó

las calles santafereñas engalanadas para su recepción, determinó la detención y captura de todos los

implicados en la revolución, reprendió a La Torre y Calzada por admitir obsequios de sus moradores y no

haber reducido a prisión a todos los insurgentes o rebeldes. Y como era de esperarse, declaró nulo el indulto

hecho por La Torre en Zipaquirá “que sólo sirvió para engañar a los crédulos”, como ya había ocurrido con

las capitulaciones firmadas entre el gobierno español y los comuneros, en el siglo anterior. Las seis mil

bayonetas blandían ahora en el horizonte de la altiplanicie.

Las ejecuciones en la capital se iniciaron a la semana de haber entrado Morillo a ella. Para el 10 de julio ya

habían sido ejecutados Ignacio Vargas, José de la Cruz Contreras, José María Carbonell, Jorge Tadeo

Lozano y otros. Después seguirían Francisco José de Caldas, Camilo Torres y muchos otros.

Pero las ejecuciones no lo eran todo. No bastaba con eliminar al enemigo, se necesitaba hurgar en la vida

pública y privada, atrapar en la urdimbre documental, tan propia de la burocracia indiana, a todos y cada

uno de los implicados, así no tuviesen nada que ver. La maquinaria de represión en la Nueva Granada

organizada por Morillo se compuso de cinco instrumentos: a) Consejos de Guerra, b) Consejo de

Purificación, c) Junta de secuestros, d) Aplicación de fuero castrense a sacerdotes rebeldes con omisión de

su fuero eclesiástico, y e) Restablecimiento del santo oficio de la inquisición.180

En Santafé el Consejo de

Guerra sesionó de manera permanente y aún no daba tregua. El Consejo de Purificación estaba encargado de

calificar la conducta de los individuos y determinar su participación en la insurgencia. Por su parte, la Junta

de Secuestros, se ocupaba de incautar bienes, aplicándolos a la Corona y al sostenimiento de la expedición

“pacificadora”. 180

Ibid., pág. 101.

Page 109: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

En el caso del Consejo de Purificación se presentaron casi exclusivamente los empleados públicos para

poder, con ese requisito, continuar en el goce de sus cargos. “Muchos de ellos eran reconocidos realistas,

[los cuales] salieron bien librados y continuaron desempeñando sus empleos; otros fueron suspendidos pero

no perdieron la libertad ni sufrieron sanción pecuniaria, pero la gran mayoría tuvo que pagar multas más o

menos cuantiosas.”181

A quien llenaba todos los requisitos y pasaba la prueba de purificación se le expedía

un documento llamado cédula de inmunidad o pasaporte.

En este momento, y en virtud de una nueva solicitud de sueldo como maestro público, Don Agustín Joseph

de Torres aparece nuevamente en escena.

El Maestro Torres ante el Consejo de Purificación

Del grito de independencia y la euforia de los primeros años de fugaz República sólo quedaba el susurro y el

lamento. Extirpadas las voces patriotas e impuesto el régimen del terror, la vida cotidiana de Santafé, ahora

vestida de luto, se hallaba como suspendida en el limbo. No se sabía qué destino podía correrse. Los papeles

de gobierno que daban cuenta de la participación en cargos, no habían sido destruidos, por olvido o

confianza, y aquellos se encontraban en poder de los realistas. Cualquiera podía ser objeto de denuncia; las

noticias secretas y los rumores se confundían en estos tiempos obscuros. Sin Presidente ni Congreso, ni

Virrey, ni Real Audiencia, la única forma de gobierno descansaba en los designios y “buen sentido” de

Morillo, quien por delegación expresa del Rey, tenía el encargo, muy honroso por cierto, de no dejar la

menor duda en estos vasallos tórridos y díscolos sobre a quién debían obediencia y respeto.

181

Ibid., pág. 115

Page 110: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

De tal suerte, además de la arrogancia peninsular paseándose y husmeando la procedencia y calidades de los

vecinos de Santafé, esta ciudad, como todas las de la abortada república, fueron testigas del levantamiento

de cadalsos en sitios públicos a la vista y escarmiento de todos. Aquellos que se salvaron de la horca o el

fusilamiento, enfrentarían penas de destierro, penas corporales o trabajos forzados. Otros quedaron a la

espera de un destino ya fuese en hospitales, maestranzas o dependencias militares.

De nadie se podía confiar. Todos debían comprobar, ante el régimen instaurado, su lealtad al trono. Y

obviamente, Don Agustín Joseph de Torres, maestro público, no podía ser la excepción. Ante tales

circunstancias, ya nuestro maestro había tomado algunas medidas ajustadas a los tiempos de reconquista, y

previas a su presentación ante el Consejo de Purificación. El 18 de junio de 1816, un mes después de

haberse cumplido la entrada de las tropas realistas en Santafé, obtenía del escribano público del número, una

certificación en la cual dicho funcionario daba crédito sobre su conducta, celo y aplicación, “sin que se le

haya notado interbención, cedición, ni empleo alguno en la anterior rebolución...(sic)”182

Posteriormente, en

noviembre 28 del mismo año, el Contador Mayor Don Martín Urdaneta certificaba la probidad del referido

maestro, a solicitud del mismo, y para efectos de lo que en lo futuro le pudiera convenir.

Sería en enero de 1817, cuando ya se había cumplido la retirada de la capital de Morillo y se habían

apaciguado un tanto los ánimos, que el maestro Torres, como ya era su costumbre de vieja data, se llenaba

de valor para dirigir una nueva representación a la autoridad suprema en ese momento, es decir, al

Gobernador y Capitán General Juan Sámano, cuyo objeto se centra en dos puntos centrales:

en primer lugar, y argumentado los ya 40 años de ejercicio continuo en el magisterio de las primeras letras,

hace alusión a los 400 pesos de dotación que dicho cargo tenía sobre el ramo de las temporalidades.

Habiendo la escuela cesado en sus actividades “desde el 6 de mayo pasado de 816 en que las tropas Reales

ocuparon los Colegios en donde está situada” requiere el maestro, alegando su desempeño, dilatada familia

182

A.G.N. Sección República, Fondo Ministerio de Instrucción Pública, fol. 1r.

Page 111: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

y pobreza, el pago del tercio que tiene devengado de enero, febrero, marzo y abril, como también la

continuación de la enseñanza.

En segundo lugar, “y en atención a lo arruinado de trastes y adorno de la escuela en qe ha quedado por

haberse echo caballeriza pa la tropa se sirva V

sa mandar a un comisionado q

e la registre y que se repare de

los reditos qe han caido desde el dho 6 de mayo proximo pasado hasta el presente ... 1817 ...”

183

Seguramente, los años que nos ocupan están teñidos de crónicas sobre hazañas, batallas y guerras en el

terreno militar. Pero lo que nos está mostrando aquí Joseph, ya anciano, no puede ser interpretado solamente

como un alegato de sueldo, que de por si podría catalogarse de imposible, en un momento de escasez de

recursos y guerra total. Lo interesante de esta representación es su tesón por dar continuidad a su ejercicio y

recuperar para la enseñanza un espacio usurpado para caballeriza de un regimiento armado.

Ante ésta solicitud, que pasa de Sámano al Fiscal y de aquel al Oficial Real, consultando si existen recursos,

se responderá como ya era de suponerse, con una negativa, ya que “no existen fondos ni para el pago de

tropas”. Una respuesta, que por cierto no cejó al maestro Torres en su empeño, como lo vamos a ver

posteriormente, y que en el entretanto lo colocó de frente al Consejo de Purificación, según observación

hecha por el Oficial Real, quien argumentara que aunque hubiese fondos, el sujeto en cuestión tendría que

justificar “su indemnización y purificación, según se le ha practicado con los demás empleados”184

... Que es honrado, timorato, recogido y de gesto pacífico

De nada valió la presentación de los testimonios ya recogidos por el maestro Torres, del Contador y del

Escribano, ni tampoco las certificaciones del Escribano del Número Eugenio Elorza y ni del escribano

actual de gobierno, Vicente de Roxas. Se tenía que cumplir con un procedimiento, valga decir, instruyendo

183

Ibid., fol. 3. 184

Ibid., fol. 4.

Page 112: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

su solicitud en forma. Tres eran las preguntas que debían contestar y tres eran los testigos que debían

presentarse ante un fiscal o la persona que determinase el Gobernador.

Las preguntas fueron las siguientes:

“1º Si me conocen de vista, trato y comunicacion, honradez y conducta en 40 años qe ha que

sirvo la escuela de primeras letras con aprobacion de S.M.

2º Si saben qe no he tenido otra ocupación q

e la referida en q

e me he portado con celo y

aplicacion en servo de Dios y del Rey

3º Si les consta de publico y notorio qe

xamas haya tenido interbencion, comision, ni adepcion

alguna en la pasada insurgencia”185

Tres fueron entonces los testigos que presentó el Maestro Torres: Félix Lotero, Don José María Zapata y

Porras y Don Lorenzo Pacheco y Sea. El testimonio del primero de ellos, reza lo siguiente:

“... y siendo por el tenor del interrogatorio que motiva esta diligencia dixo:

A la primera pregunta: Que conoce al que lo presenta, de vista, trato y comunicación ha muchos

años. Que cuando vino el declarante a esta capital, ya se hallaba empleado en ella de Maestro

de Primeras Letras en la Escuela denominada San Carlos, en cuyo exercicio ha oydo con

generalidad se ha mantenido con notorio aprovechamiento de crecido numero de jóvenes, poco

después del extrañamiento de los Jesuitas. Que ignora si tiene o no aprobación de su magesad,

pero que su posecion ha sido quieta y pacifica hasta ahora pocos meses que las tropas del Rey

ocuparon para su alojamiento las piezas destinadas a las Aulas en cuyo edificio estaba

comprehendida la escuela y responde,

185

Ibid., fol. 6r.

Page 113: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

A la segunda: Que es cierto todo su contenido, expresado ya en mucha parte en la anterior

respuesta; y añade en esta que el que lo presenta, es notoriamte tenido y reputado p

r hombre

pacifico, recogido y timorato y responde,

A la tercera: que en obsequio de la verdad y de la justicia puede asegurar qe en todo el tiempo de

la rebolucion no ha oydo, ni sabido qe D

n Agustin de Torres se haya mesclado en lo mas minimo

de estos negocios en qe directa o indirectam

te hubiese ofendido respetos justam

te devidos a la

soberania y sus ministros ...” (fols. 7r-7v)

Los testimonios de Don José María Zapata y Porras y de Don Lorenzo Pacheco y Sea, ratifican la conducta

arreglada, la juiciocidad y el ser notoriamente timorato, condiciones que, según los declarantes, le han

separado de conversaciones, papeles y de todo lo demás que de algún modo pudiera obrar a su opinión y

buen nombre.186

Estas consideraciones sobre las calidades del maestro Torres, serán planteadas igualmente

por Don Eugenio de Elorza (Escribano Público del Número) y Don Vicente de Roxas (Encargado del

Despacho de asuntos de gobierno de la Provincia) en donde en consideración al maestro describen su

conducta, palabras más, palabras menos, como la de un buen realista.

El 11 de marzo de 1817, Sámano declara al maestro acreedor a los sueldos que demanda y autoriza las

consultas para hacer efectiva la refacción de la escuela. Y no hubiera podido ser de otra manera, ante tan

“superabundantes pruebas” como bien lo expresa Don Joseph de Torres en una nueva representación ante el

Gobernador y Capitán General Sámano un mes después, solicitando permiso para que la escuela funcione

provisionalmente en su casa de habitación, mientras se repara la propia.

Y Sámano aceptó, remitiendo el expediente al Síndico Procurador General para que promoviera lo

conveniente a la refacción de la escuela de primeras letras. Don Agustín iba ganando sus pequeñas batallas

ante uno de los más temidos y rudos oficiales españoles, quien devino en Gobernador y Capitán General por

las circunstancias de la guerra, y quien generara la situación de hecho en la Provincia de Popayán que 186

Ver: Ibid., fol. 8r.

Page 114: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

motivó la decisión de Nariño de renunciar a la Presidencia y liderar el ejército del sur para recuperar estos

territorios.

Juan Sámano: su procedencia y destino

La relación de Sámano con el Nuevo Reino de Granada data de 1782 cuando arribó por primera vez a estas

tierras. Entre ires y venires, vuelve a desembarcar en 1794 en Cartagena y se conocen actuaciones

documentadas en Santafé.187

Entre 1805 y 1809 se desempeñó como gobernador de la Provincia de

Riohacha. Como lo comentara Morillo en un oficio reservado dirigido al Ministerio de Guerra en 31 de

agosto de 1816: “Desde antes de la revolución que hizo deponer al virrey Amar, era Sámano conocido por la

rígidez de sus costumbres, conocimientos militares y carácter inflexible contra los malos. Aquí (Santafé) es

temido y todos convienen en que si se le hubiera dejado obrar, no hubiera habido revolución).”188

Como lo refieren las crónicas de la época, Sámano tuvo formado y municiado el batallón auxiliar en el patio

del cuartel, pero el virrey no quiso disponer de la fuerza. “Al día siguiente, y según lo resuelto en esa

memorable ocasión, las tropas de la guarnición debían jurar el nuevo gobierno, Sámano lo hizo así pero a

regañadientes, ya que el día 25 la Suprema Junta de Santafé le extendió pasaporte a solicitud propia, y para

comienzos de 1811 se hallaba de nuevo en España.”189

Después participa en la toma de Quito y varias

batallas en la Presidencia de Quito, y posteriormente es encargado por Don Toribio Montes de la

reconquista de Popayán.

El 30 de diciembre de 1813, Nariño, Presidente de Cundinamarca y general en jefe del ejército del sur,

infringe una grave derrota a Sámano, haciéndolo abandonar Popayán. En Calibío se cumple otro

187

“... el 9 de noviembre de 1794, según Oswaldo Díaz Díaz, se hallaba al frente de su unidad de batallón en Santafé, Tanto así que en mayo

de 1798 denuncia al virrey como un hecho arbitrario, el que el alcalde de segundo voto, don Lorenzo Marroquín, haya arrestado a un recluta

del Auxiliar. 188

Díaz Díaz, Oswaldo. Op Cit., pág. 83. 189

Idem.

Page 115: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

enfrentamiento el 15 de enero de 1814, del cual también sale derrotado Sámano, quien se refugia en Pasto.

Después es relevado del mando por Montes, y mandado a Panamá, tránsito en el cual es apresado por los

patriotas. Sin saberse a ciencia cierta si fue liberado por los realistas o dejado en libertad por los patriotas,

aparece nuevamente en Quito. Sucedida la derrota del jefe español Aparicio Vidaurrázaga se le presentó

otra oportunidad y fue enviado nuevamente a Pasto, ciudad leal a los realistas y después de reconquistar

Popayán, llega a Santafé a reemplazar en el mando a Morillo, quien le concede amplias facultades que le

permitieron continuar con los procedimientos del General en Jefe, hasta recrudecerlos cuando comenzaron a

aflorar los primeros brotes de deserción y sedición oculta en el país, aquellos que llevaron a Policarpa

Salavarrieta al cadalso.

Y es este mismo personaje ante el cual, el maestro Torres interpone y gana.

... para que mirándolas los niños por modo de distracción se les imprima su objeto

Con cargo al Fondo de Temporalidades, Sámano, siguiendo los conceptos del Síndico Procurador General,

aprueba la refacción de la escuela, que según el cálculo de los peritos Nicolás León (maestro Albañil) y

Leonardo Salgado (maestro de Carpintería), se elevaba a 350 pesos. El 18 de mayo de 1818, un año después

de decretada la refacción, y ante las incomodidades de la enseñanza provisional en la casa de habitación,

Don Agustín Joseph de Torres recibe las llaves de la escuela ya restaurada, entrega que se había dilatado sin

justificación durante todo este tiempo.

Las novedades en mobiliario y arreglos del sitio ocupado por las tropas y utilizado como caballeriza, debió

dejar absortos y con la boca abierta tanto a maestro como a discípulos. De tales cambios da cuenta Don

Agustín en un documento que como ningún otro nos brinda una imagen certera de la distribución,

ornamentación y organización del espacio escolar, ya en el umbral de la colonia:

Page 116: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

“Razon de los reparos y composicion de la Escuela de primeras letras para su seguimiento en

la enseñanza y direccion de Don Francisco Domínguez como comisionado del Superior

Gobierno en la forma siguiente:

Primeramente se enladrilló toda la escuela

Item se blanquearon sus quatro paredes

Item se hizo un Alteron con su mesa y silla de sentarse para el Maestro a cuyos lados se hicieron

asientos de madera de dos ordenes para los niños de distinción y aplicación

Item se hizo el Altar nuevo colocando la imagen de la Santísima Trinidad antigua con su marco

de yeso y San Casiano como Patrono de la escuela.

Item se renobó y limpió dicha imagen y los santos de San Ignacio y San Francisco Xavier que se

colocaron con su gotera encima del asiento del maestro

Item se colocaron en el Altar los dos niños San Justo y San Pastor limpios y aseados en sus

repisas de yeso

Item se refaccionaron 5 estantes de escribir con sus bastidores nuevos para muestras igualmente

los bancos de sentarse que se compusieron

Item un escaño nuevo de madera en que se podran sentar 6 niños cartilleros

Item se hizo un bastidor de la ventana frente al Maestro de vidrieras para la mejor luz como

estaba antes

Item se gravaron en las paredes letras distintas del Alabado para que mirandolas los niños por

modo de distracción se les imprima su objeto

Item en las paredes de arriba y el cuerpo de una pared de las principales se hicieron manzanas

de maderas para poner los sombreros y capas

Item en la puerta de dicha escuela se le puso chapa y llabe y un cerrojo abajo todo de buen gusto

y seguridad

Item un escañito de madera para sentarse el portero

Item en la puerta de la calle se le puso chapa llabe cerrojo de fierro y un pasamano de madera

Page 117: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Item se me entregó la llabe de la Escuela por mano de Don Francisco Roxas Oficial de la

Escribanía de Gobierno. Y para que conste doy y firmo la dicha razon en Santafe a 12 de mayo

de 1818.

Agustin Josef de Torres190

De la solicitud que nunca presentó y su jubilación por decreto, ya en la República

Teniendo sobre sus hombros más de cuarenta y dos años de ejercicio como maestro Público, desde 1818

comienza a considerarse la posibilidad de promover la jubilación de Don Agustín Joseph de Torres,

jubilación que él nunca solicitó y que fue promovida, paradójicamente, por su persistencia en ejercicio de la

enseñanza. Eso fue lo que sucedió cuando el maestro Torres, preocupado por la demora en la entrega de la

escuela, escribió una más de sus misivas, pero esta vez en un tono enérgico que contrasta con su tradicional

acento suplicante. El 3 de abril de 1818, casi un año después de ordenarse la refacción de la escuela, Don

Agustín se dirige al General en Jefe, Juan Sámano, en los siguientes términos:

“... se sirvio la justificacion de V.E. por tres decretos de 20 de Febrero, 11 de Marzo y 11 de Abril

del año pasado de 1817 declararme acreedor a dicha Escuela y sueldos de su dotacion, y que se

entregase el Expediente al Procurador Gral. Dn Francisco Dominguez para que concurriese a la

composicion y reparos de ella. En efecto a poco tiempo se compuso dicha escuela. Mas habiendole

recombenido, por mi y muchas personas por la llabe haciendole presente la incomodidad de la

enseñanza provisional en mi casa, la de los padres de familia que anelan por sus hijos; a vista de

tan enorme y estraña dilacion de un año que se cumple este 11 de Abril del presente año de 1818,

suplico a la piedad de V.E. se sirva mandar a dicho Dn Francisco Dominguez que en el acto

entregue la llabe de dicha Escuela para seguir en la enseñanza y cumplir con las sabias

190

A.G.N. Sección República, Fondo Ministerio de Instrucción Pública, fol. 326

Page 118: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

providencias de V.E...”191

Ante la contundencia de los argumentos de Don Agustín, el Síndico Procurador General se vio en la

obligación de explicar su actitud, aclarando que “no se concluyo la obra con la presipitud que era necesaria

porque se presentaron varias dificultades al efecto y no se le entrego la llabe al maestro por lo mismo y no

por una negativa como quiso suponer...”192

La denuncia de la negligencia del alto funcionario virreinal en el

cumplimiento de tan importantes ordenes superiores, colocaría al maestro Torres como blanco de la furia

del Síndico Procurador, quien no tardó en dar los primeros pasos para vengar tan alevosa actitud de un

funcionario de menor destino. No bien entregó las llaves de la nueva escuela, procedió a escribir dos notas a

Sámano: en una de ellas, de manera premeditada y en tono confuso, insinuó la necesidad de jubilar a Don

Agustín; en la otra, aprovechando la remisión formal de la entrega de las llaves de la escuela, propuso que

se pasara el expediente en cuestión al Ilustre Cabildo para que aquél, como patrono de la escuela,

estableciera las reglas y método a las cuales debería someterse el maestro “que estuviese a cargo de la

escuela”.

Con estos comentarios, pensaba el Síndico resarcir su honor y poner en regla al insolente maestro. Pero por

aquellos juegos del azar y de la buena estrella que acompañó a nuestro ya anciano maestro, quiso el destino

jugarle una mala pasada al negligente funcionario: el Ilustre Cabildo, al leer la nota del Síndico, manifestó

su sorpresa ante tamaña sugerencia, y en una extensa misiva de respuesta, dejo en claro la importancia de

mantener a Don Agustín en la enseñanza y la impertinencia de la solicitud del Procurador:

“...estando D. Agustin de Torres en aptitud de poder desempeñar el destino de Maestro de

primeras letras, y sin que haya cometido falta alguna en el exercicio de esas funciones, sin

injuria no se le podría separar de el. Por muchos años ha servido con honradez y con aplicación

y sus tareas y trabajo han sido provechosas al publico por la educacion que de el han recibido

191

Idem. 192

Ibid., fol. 327

Page 119: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

los niños a quienes ha enseñado a leer a escribir y los primeros rudimentos de la religion. Él no

ha pretendido que se le jubile, y antes bien ha solicitado se le entreguen las llaves de la escuela

para seguir en su antiguo exercicio. Por esto, y por que no hay ramo de donde se deduzca la

extemporanea jubilacion que el Procurador quiere... debe declararse sin lugar tal pretension

como opuesta a lo que el mismo representa.”193

Pero los argumentos del Cabildo no se quedaron allí. Ante la otra pretensión del Procurador, aquella referida

a la necesidad de establecer las reglas y el método para sujetar el ejercicio del maestro, los cabildantes

señalan enfáticamente:

“... en quanto a la distribucion de las horas, y de las clases de discipulos el Maestro es quien debe

hacerlo, como que inmediato de ellos conoce las ventajas que van adquiriendo, su capacidad, y

por consiguiente el trabajo de que sean susceptibles y la clase a que deban abscribirse.”194

Este será el último rastro del maestro Torres bajo el régimen español. Don Agustín, un realista y noble

vasallo, ajeno a cualquier acto en contra de la dignidad de su majestad, pero persistente en la defensa de su

escuela y su dignidad como maestro, ya en la recién fundada república, y por las paradojas del destino,

resultó ser catalogado como buen patriota, y recibió en el año de 1820, sin haberlo solicitado, y bajo las

rúbricas de los nuevos gobernantes, su jubilación con una asignación de 150 pesos. Quizás los nuevos

patriotas, ante la notoriedad de la labor de aquel anciano maestro, tuvieron un gesto de piedad y a pesar de

conocer sus afectos realistas, optaron por retirarlo de la mejor manera, sin manchar su dignidad y decoro.

Así parece mostrarlo la solicitud que hiciera el Ministro del Interior el 6 de abril de 1820:

El M.I.A. persuadido de que uno de sus principales deberes es promover la educación de la

193

Ibid., fol. 330 194

Ibid., fol. 330

Page 120: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

juventud, ha acordado en Acta de 5 del corriente se represente por mi ante Su Excelencia, la

necesidad de que se provea la escuela de un maestro. El Señor Agustín Torres a pesar de haber

desempeñado hasta el día este destino con la mayor exactitud, y de un modo tan satisfactorio al

público, ha llegado por su edad, a un estado de casi absoluta incapacidad. Un decidido

patriotismo, y quarenta o más años de servicio, y entera consagración en la educación de la

juventud, hacen a este individuo acreedor a las consideraciones del Alto Gobierno y digno por lo

mismo de que su Escelencia le dé por jubilado y decrete alguna recompensa, que puede consistir en

cierta asignación anual de la dotación misma de la escuela en la que Su Excelencia tenga a bien.

Lo digo a V.S. en cumplimiento de lo dispuesto por esta corporación, para que se digne elevarlo al

conocimiento de S. Excelencia. Dios guarde a V.S. muchos años, Bogotá, 6 de junio de 1820. Firma

Jose J. Echeverri195

El 12 de junio, el Secretario del Interior Estanislao Vergara, determina la jubilación del maestro Torres y

autoriza la fijación de carteles para proveer el cargo de maestro de escuela con una dotación de trescientos

pesos. En su comunicado se fijan las condiciones que debe tener el nuevo maestro, así:

“Debe tener el opositor la cualidad de leer y escribir correctamente, principios de aritmética,

buenas costumbres en lo moral y opinión por la República”.196

Serán nuevos tiempos, los de la Gran Colombia y la noche septembrina, los de Santander y las escuelas

lancasterianas. Mientras se acomodan las fuerzas del convulsionado siglo decimonónico, asistimos ahora al

ocaso del maestro Torres. Su sucesor se nombró dos meses después... pero, vamos, esa es otra historia.

195

Ibid., fol. 384 196

Ibid., fol. 385

Page 121: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Epílogo

Reflexiones sobre

la historia del maestro

en Colombia

¿Dónde estarán

aquellos maestros...?

He aquí algunos fragmentos, retazos discursivos que forman parte de la historia de la práctica pedagógica en

Colombia. Fragmentos de un discurso que, inicialmente y a manera de cronicón de rúbricas, registra un

acontecimiento fundamental dentro del panorama cultural de la Colonia: el surgimiento del maestro, pero

que a la vez van describiendo las vicisitudes, los avatares, las miserias, las luchas, las esperanzas e ilusiones

de una figura cada vez más desplazada y oculta tras dos siglos de historia: el maestro de escuela.

¿De dónde proviene

el maestro de escuela?

“Admite un pobre artesano en su tienda los hijos de una vecina para enseñarlos a leer; ponerlos

a su lado mientras trabaja a dar voces en una cartilla, óyelos todo el vecindario; alaban su

paciencia; hacen juicio de su buena conducta; ocurren a hablarle para otros: los recibe y al

poco tiempo se ve cercado de cuarenta o cincuenta discípulos”. (Simón Rodríguez, 1794)

Page 122: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Artesano: carpintero, barbero, peluquero, sastre, zapatero, dueño de un saber que materializa con sus manos

en una obra para gusto del cliente y reconocimiento suyo, acoge a su lado, con la esperanza de un real, una

vela, un pan o un huevo semanal, una materia prima en la que, paralelamente a su práctica artesanal, grabará

e imprimirá las letras del alfabeto, los números, algunas oraciones y pautas morales.

“Y se verá que ha sido costumbre antigua retirarse los artesanos de sus oficios en la vejez, con

honores de maestros de primeras letras y que con el respeto que infunden las canas y tal cual

inteligencia del catecismo, han merecido la confianza de muchos padres para la educación de

sus hijos: que muchos aún en actual ejercicio forman sus Escuelas públicas de leer y peinar, o

de escribir y afeitar, con franca entrada a cuantos llegan sin distinción de calidades, y nunca se

ve salir de ellas uno que las acredite”. (Estado actual de la escuela y nuevo establecimiento de

ella. Simón Rodríguez, 1794)

La enseñanza pública de las primeras letras en Colombia, aparece históricamente ligada a la posibilidad de

cierta redención económica. Posibilidad planteada para algunos sujetos que vinculan la enseñanza de las

primeras letras a la enseñanza de un oficio artesanal. Cuando, hacia la segunda mitad del siglo XVIII, el

Estado declara la educación como objeto público, la enseñanza de las primeras letras pasa a ser un oficio

civil e independiente, inaugurando, de esta manera, un nuevo espacio de trabajo dentro de la restringida

sociedad colonial, hacia el cual confluyen algunos sujetos con la pretensión de mantener una posición con

asomos de decoro. Por aquella época, villas y ciudades vieron surgir y expandirse unos ciertos mercaderes

de saber, sujetos anónimos que no bien marcan el umbral de su presencia, cuando son tildados de “hombres

perdidos, sin instrucción ni probidad”; mercaderes de la enseñanza que deambulan por las calles, individuos

desheredados sin ninguna raigambre social,

“sujetos que andan por las estancias pretextando enseñar a leer o escribir a niños, para solapar

su vagabundería y tener que comer con título de maestro”. (Francisco A. Miranda, cura de

Ubaté, 1792)

Page 123: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

Signados por su propio origen, las formas que definieron su inclusión dentro de las prácticas sociales de la

época, fueron las del control y la vigilancia. De aquí y allá se escuchanban las denuncias de curas,

burócratas y vecinos notables; denuncias que en algunos casos llegaron a exigir el arresto de aquellos

novedosos personajes, que desde una casa o una tienda,

“recogen algunos muchachos a quienes por su sola autoridad enseñan lo poco que saben, o tal

vez aparentan enseñarles para sacar alguna gratificación con qué alimentarse, sin que proceda

licencia, examen ni noticia de sus superiores”. (Francisco A. Moreno y Escandón, 1774)

Fue precisamente en este juego entre alguna gratificación con qué alimentarse y la ausencia de autorización

estatal, examen y noticia de superiores, en donde se debatió el estatuto del nuevo sujeto. Sujetos que por “su

mala situación económica, la abundante familia, o la necesidad de mantener por otros medios”, (Darío

Echandía, Ministro de Educación, 1936) recurrían a la enseñanza de las primeras letras, como una

posibilidad, una alternativa, una esperanza, o simplemente una solución inmediata y pasajera mientras se

plantean mejores oportunidades. Cientos de expedientes sobre solicitud de nombramiento o expedición de

título de maestro se encuentran en los folios de los archivos coloniales:

“Pues busco honestamente los medios de sostener a tres hermanas mías doncellas y a mis

ancianos padres que rayan ya en la edad octogenaria” (Miguel Jerónimo Sierra y Quintano,

1808)

Juan de la Cruz Gastelbondo, maestro de escuela de Sogamoso, solicita al Virrey en 1792, “se sirva prohibir

toda otra escuela y que no haya si no la del maestro Melchor Zerón y la mía...”, argumentando como

principal razón para su solicitud que

Page 124: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

“...como es notorio, he tomado esto por oficio, como tan útil y santo; y aunque es cierto que

pretendo en algún modo por este medio subvenir a las notorias escaseces mías y de mi familia,

también es notorio que a más de que el salario que de uno u otro niño recibo es muy escaso,

enseño de balde a la mayoría de ellos”.

Son estas peticiones y solicitudes cuyo argumento principal es la amenaza del hambre y la desnudez, las

formas que adquirió la batalla solitaria de unos cuantos sujetos que andando por las estancias, y a costa de

su escasez y pobreza, de su desnudez y miseria, intentaron ganar las condiciones de existencia de una

práctica, que si bien no satisfaría sus necesidades, por lo menos, como diría siglos después, el ministro

Echandía, les permitía mantener una posición con asomos de decoro.

Limpieza de sangre,

limpieza de alma

“...cristiano viejo, sin mezcla de mala sangre”

Desde su mismo surgimiento, el maestro logra un espacio y un tiempo para su decir, pactando y sometiendo

su cuerpo y su alma a la mirada pública y a los designios del poder estatal. De allí que la definición del

contenido y la forma de su práctica no se halle al interior de su gremio, que a la vez que estableciera el

régimen de preeminencias y sanciones, concediera un cierto nivel de identidad y autonomía a sus asociados,

sino más bien de aquella que proviene del exterior, en donde la sanción, el control, la vigilancia dependen

del cura, de los vecinos o de cualquier funcionario de mediano o corto destino.

Artesano de un saber sobre las primeras letras, las exigencias en torno a su oficio corresponden más al orden

de la virtuosidad, que al de sus condiciones y requerimientos de saber como sujeto enseñante. De allí que su

principal obligación fuese la de inculcar, a partir del ejemplo, el santo temor de Dios y la obediencia al Rey,

Page 125: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

después de la cual podía asumir la instrucción de los niños en los rudimentos de las primeras letras, basado

en la práctica del catecismo y la cartilla de oración. Caracterizado por una relación precaria con el saber, el

ejercicio del magisterio público de primeras letras se convalidó y ratificó socialmente en tanto que armonizó

su acción con el orden del cristiano y del vasallo.

Ante la arremetida del Estado para declarar la educación como objeto público, entendiendo por público

aquello susceptible de su control, el oficio del maestro fue reconocido como un bien público, en tanto se

hallaba articulado a la felicidad del reino, pero ante todo porque estaba comprendido dentro de la órbita de

lo estatal; a fin de cuentas, fue el Estado quien lo engendró, delegándole cierta autoridad y algún derecho,

siempre restringido, de pronunciar y

“ejercer un discurso dentro de un tiempo y un espacio propio, precisamente en un momento en

el cual el cura tenía el privilegio exclusivo de intelectual además de preceptor, formador y

director espiritual de los feligreses de su parroquia”. (Escuela, Maestro y Métodos en

Colombia: 1750-1820”, Alberto Martínez Boom)

Si bien la presencia de aquellos mercaderes de saber suscitó el rechazo del cura y, en alguna medida, de las

autoridades virreinales, aquel entendió que la única forma de regular y controlar su peligroso acercamiento a

los parroquianos era la de concretar las directrices emanadas del Superior Gobierno sobre instrucción

pública, en las cuales se reiteraba la importancia del maestro como el gestor de mentes y cuerpos. Haciendo

eco de la necesidad que tiene el maestro de ser “mirado por el público con la veneración y respeto que

merece una ocupación tan respetable, como que de ella pende la felicidad pública”, (Santiago de Torres,

cura de las Nieves, Santa Fé, 1809) reafirma, igualmente, el deber del vecindario en general, de estar en la

mira de que el maestro nombrado satisfaga cumplidamente su obligación. (Cabildo del pueblo de Nemocón,

1778)

Page 126: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

El maestro apareció, entonces, en medio de un doble juego, de una doble presencia: de una parte, bajo la

condición de formador de la juventud, de los vasallos, elemento esencial para la permanencia y cohesión

social, elemento útil para asegurar la existencia de la escuela; pero también, y en donde lo importante no fue

tanto su oficio como su persona, la de centro de miradas, motivo de rigurosa vigilancia, calificación y

control. Teniendo entendido que al maestro corresponden “todas las gracias, franquezas y libertades que por

razón de su dicho oficio le deben ser guardadas y le pertenecen, en cualquiera manera” (Corregidor Justicia

Mayor de Sogamoso, 1782), de igual forma y en atención a su condición pública, debería “arreglar su vida

por una conducta seria y juiciosa que sirva de regla a sus discípulos” (Domingo Duquesne de la Madrid,

cura de Lenguazaque, 1785). Siendo lo esencial su conducta moral, el maestro debió sujetar sus mínimas

flaquezas, distanciándose de su condición primera de “hombre libre”, aquel que andaba por las estancias, y

pasando a ser sujeto público, delineado desde la virtuosidad, en sus condiciones personales, y por las

directrices estatales, en lo que respecta a su oficio.

La demanda por el saber, la otra cara del oficio del maestro, fue escasa y precaria. Poco importaba, en todo

caso, cuando lo que estaba en juego era la regulación, el control y la vigilancia de un “sujeto” de reciente

nacimiento. Se tejió así una red de poder sobre este nuevo sujeto: del cura recibió el favor del púlpito y la

certificación de la virtuosidad y buenas costumbres; de los vecinos, su reconocimiento o aprobación social

gracias a que su oficio les permitía el “descargo de sus conciencias”; y de los funcionarios reales, las

sanciones y prerrogativas de la Corona, la expedición de su título (primera forma de reconocimiento de su

público ejercicio), pero en su misma figura sufriría la suerte de la desidia del Estado, hasta interiorizarla.

Una “congrua sustentación”

Enjuto de hombros, con flacura de maestro de escuela, que no es precisamente su condición natural, sino

que la padece (El Maestro de escuela, Fernando González, 1936), el maestro surge desde la solicitud en

justicia, “por público y notorio”, de una congrua sustentación para subvenir a sus necesidades. Larga

Page 127: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

esperanza de un remedio que ponga fin, de una vez por todas, a la desidia que le ignora su pagamento o

mínimo estipendio,

“no solo el actual, el resagado, con cuia causa me hallo en la más miserable situación, que el

compasivo pecho de Vuestra Excelencia puede considerar: expuesto cuasi a la mendigua, para

la manutención de mi familia, por manera que muchos días deja de calentar el sol cuando aún

no se ha resebido el desayuno...” (Juan de la Cruz Gastelbondo, 1798)

Congeladas sus voces en pergaminos, multitud de folios que conforman medianos expedientes, extensos

algunas veces, se encuentran allí elegías de la prosternación, alegatos en justicia mayor, agonías, entierros.

El maestro surge investido de una ética que le impone una forma de vivir, dirigida al control del cuerpo,

como resistencia al hombre en un lento proceso de descomposición ante las ausencias de alimento corporal

e intelectual. Ante la inminencia de la crisis última, el cuerpo se sobrepone, la mente se vuelve lúcida, la

pluma se desliza sobre el pergamino, disponiendo así el maestro, tal vez, de lo único que es suyo: el sello

retórico de su discurso. Ante la resignación total lo único que le queda es su discurso: y el primer discurso

del maestro es el de la súplica; su presencia primera evoca el profundo acatamiento, el mayor respeto y

veneración, la más humilde representación, el socorro de limosna. Decálogos de la postración ante los pies

de...

“...que siendo nombrado ha el tiempo de onze años, cinco meses y sufriendo algunas

necesidades para la vida humana, les suplico se sirvan movidos de la caridad del Rey, mandar

añadirme algún leve socorro del dicho ramo de Temporalidades para poder subvenir a las

urgencias lloradas.” (Agustín Joseph de Torres, maestro de escuela, Santafé, 1787)

Se escuchan más de una vez los ritmos de las agonías, aparecimientos marginales de sujetos sin rostro,

solicitando tímidamente, nunca exigiendo, no su salario, sino tal vez alguna indulgencia, una congrua

Page 128: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

sustentación, o quizás una gratificación graciosa. Peticiones sucesivas que en los más de los casos, duran lo

que dura su vida. Circularidad que atormenta. Punto permanente de encuentro.

“Como así mismo se mandó por Vuestra Excelencia, comparecer de su Fiscal se me pagara

ciento cincuenta pesos por cada año, de los propios de esta jurisdicción, lo que hasta la fecha

no se ha verificado... No podré menos excelentísimo Señor que justamente lamentarme y ocurrir

a la fuente de su justicia exclamando por medio de esta representación, las diarias necesidades

que padesco, por las cuales he llegado al bergonzoso caso de pedir limosna algunas veces, para

mantenerme, como el ya forzoso de molestar el piadoso ánimo de Vuestra Excelencia,

significando cómo en los seis años que hace que celebro el primer despacho de Vuestra

Excelencia, no he faltado al cumplimiento de esta obligación de tan pesado trabajo, con copioso

número de jóvenes, sin la más leve renta, mantenido solo con la esperanza de que cuando no

hoy, mañana, se me contribuyese con el correspondiente pago...” (Juan de la Cruz,

Gastelbondo, 1796)

Denuncia ante la cual se contrapone la perseverancia constante en la enseñanza, la asistencia incesante a su

cita diaria “como es público y notorio”, al frente de una junta de niños (que en muchos casos llegaba a

doscientos), testigos accidentales, cómplices espontáneos de las hambrunas no solo corporales sino también

intelectuales (aunque menos evidentes), de su maestro, aquel que difícilmente les enseñaba a garabatear su

vida entre sílabas y avemarías, jolgorios y castigos de sangre deletreada; empeñado, como ningún otro, en

trasegar a sus mentes no pocas “nociones fantásticas” sobre los números y la religión, la obediencia al Rey y

el santo temor a Dios.

Solicitudes que se repiten, sucediéndose una tras otra hasta llegar al desconcierto, “canción de necesidad y

de miseria perdida en sórdidos legajos...” (Historia de Maestros, Jesús Alberto Echeverry) de archivos,

peticiones que desbordan los posibles límites de aquel pasado donde han quedado registradas, para

confundirse con el presente de un oficio que hoy por hoy supera los dos siglos de existencia.

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El maestro de escuela ha sido mendigo de su salario...

“...el qual no ha ni motibo para que se me retenga por ser legítimamente ganado con mi sudor y

trabajo necesario al socorro de mis urgencias y asistencia de mi familia.” (Manuel Ramírez,

maestro de escuela de Popayán, 1792)

Una ilusión:

El maestro intelectual

Desde sus inicios, el magisterio de las primeras letras aparece marcado, como una huella congénita, por la

ilusión de un estatuto intelectual.

“Como formador de las mentes de los niños, como guías en su dirección por las sendas de la

subordinación, obediencia y respeto a las potestades legales” al maestro se le deben guardar

“todas las honras, gracias, preheminencias, franquezas y libertades que le corresponden sin que

le falte cosa alguna”. Su trabajo “debe ser mirado por el público con la veneración y el respeto

que merece una ocupación tan respetable, como que de ella pende la felicidad pública”; por lo

cual, “ningún sujeto, sea de la clase o condiciones que sea, tendrá facultad para reprehender,

amenazar, e insultar al maestro.” (Josef Ignacio Ortega, Gobernador de Popayán, 1776)

Ninguna oportunidad es desaprovechada por el poder para referirse al maestro como el forjador del mañana,

como el encargado de la delicada tarea de transmitir la herencia cultural a las nuevas generaciones. Siendo

colocado su oficio como de los más dignos y respetables, su labor ha sido considerada de las más

importantes y útiles a la sociedad. Sin embargo, desde su surgimiento el maestro ha ocupado un plano

Page 130: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

secundario en el terreno intelectual, ha sido desplazado por otros sujetos, otros han hablado por él, otros han

definido históricamente su estatuto, otros han condicionado y delimitado su hacer y su decir.

Dentro de estos otros, el cura ha ocupado un lugar privilegiado. Desde mucho antes de la aparición del

maestro, el cura se perfiló en el panorama social como el intelectual por excelencia. Era él el depositario de

la verdad divina, dominaba la lectura y la escritura, conocía el latín, había sido formado en Teología y

Filosofía, y además, poseía toda una tradición como sujeto enseñante. Saber y poder se articulaban en la

figura del cura como en ningún otro sujeto. Cuando comienzan a. aparecer aquellos sujetos que andan por

las estancias, fue el primero en alertar los vecinos sobre el peligro que representa poner a los niños en

manos de “hombres perdidos, sin instrucción ni probidad”. Por ello, todo sujeto que pretendiese dedicarse a

la enseñanza debía, primero que todo, contar con su aprobación: bendición moral que se anexaba a manera

de certificado y como requisito indispensable de buena conducta en las solicitudes de nombramiento ante

Cabildos y Ayuntamientos.

Así, e1 maestro aparece ligado a la figura del cura. Su autonomía, muy a pesar de su designación como

director de escuela, estuvo restringida. La selección de los discípulos que asistirían a su escuela, “la fecha

de los exámenes, los horarios, la premiación y en ocasiones el premio, todo esto era decidido más que por

el maestro, por el Cabildo y aun más por el cura”, (Escuela, Maestro y Métodos en Colombia: 1750-1820,

Alberto Martínez Boom)

La autonomía del maestro queda así desdibujada.

Usurpada su autonomía, definido por otros, dependiente del cura para su aprobación moral, y del Cabildo

para su autorización legal, el maestro se constituye en un intelectual de segunda categoría. Su ilusión como

intelectual surge entonces como producto del enfrentamiento entre las condiciones de miseria, las urgencias

lloradas, las súplicas por un socorro de limosna, y la figura idealizada promovida por el Estado. En la lucha

Page 131: Maestro, Escuela y Vida Cotidiana en Santafé Colonial

contra el hambre, contra la desnudez, el maestro interioriza esa imagen delineada desde el discurso estatal

como forma de dignificarse, como estrategia para derrotar su condición subordinada, sus miserias.

Es la ilusión que lo anima, que lo impulsa a persistir en su ejercicio, que le permite vivir con cierta dignidad.

Dignidad de maestro de escuela cuya primera forma de utilización de su saber ha quedado, a manera de

monumento histórico, como una súplica por un mínimo estipendio: representaciones en donde, a partir de

una singular retórica, se delinea dramáticamente la menesterosidad de la práctica pedagógica: “poiesis” que

nos describe las primeras formas de un drama cultural.

La ilusión del maestro como intelectual ha sido, entonces, un mecanismo particular para atraer y mantener

sujetos en la enseñanza: mecanismo que articulado a la vocación, hace del maestro un privilegiado, un

escogido, y de su labor, un apostolado. Sutiles formas del poder que a través de dos siglos han logrado

mantener sujeto, bajo control y vigilancia, al maestro de escuela.

Hace algo menos de doscientos años, Agustín Joseph de Torres Patiño, pionero del magisterio colombiano,

inauguró aquella ilusión intelectual del maestro. Después de solicitar durante veinte años un aumento de

salario, y gracias a un designio del azar que le permitió momentáneamente subvenir a sus urgencias, ya

naturales de maestro de escuela, escribió una Cartilla Lacónica de las Cuatro Reglas, de la Aritmética

Práctica. Un acontecimiento cultural que no bien se suscitó, quedó relegado al olvido. Primera cartilla, y de

aritmética, que escrita, según los cánones de la época, posee dos méritos particulares, entre otros: haber sido

escrita por un maestro escuela, y emerger a la luz pública en un momento en que la escritura y los impresos

estaban sometidos a una estricta práctica de censura, además de su carácter restringido a una élite

intelectual. Cartilla que había permanecido sumergida tras dos siglos de historia y que hoy tenemos como

símbolo de una ilusión que se ahogó en las urgencias lloradas de un maestro público. Registro que atraviesa

la historia, testimonio irrefragable de la ilusión intelectual de un maestro cuya huella se perdió en la historia,

dejándonos tan sólo su escritura, registro paradójico de su vida y de su condición de maestro de escuela;

escritura desde la cual nos enseña, a su manera, las cuatro operaciones de cuentaguarismo, escritura que nos

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describe a la vez, la condiciones del surgimiento de un sujeto en el panorama cultural de finales del siglo

XVIII.

Paradigma moral... y de pobreza

Emprender la recuperación histórica del maestro en Colombia, además de permitirnos rescatar uno de los

capítulos culturales más importantes de nuestra historia, nos ha remitido a la descripción de un drama:

drama cultural cuyo personaje central ha sido el maestro de escuela; drama cultural que ha tenido como

temática fundamental la “ilusión del maestro como intelectual” y como escenario, la subordinación y

condena social del magisterio.

La historia del maestro es, pues, la historia de una paradoja permanente que ha marcado el discurso

pedagógico en nuestro país. Desde sus inicios hacia la segunda mitad del siglo XVIII, el maestro en

Colombia ha sido dibujado por el poder estatal como la figura cultural por excelencia, como el intermediario

privilegiado entre sus políticas educativas y los fines sociales de la educación, como el sujeto digno de la

mayor consideración social, como el símbolo de la virtud y el ejemplo. Dibujo caricaturesco que se ha

esmerado en pulir desde hace ya dos siglos para superponer a la figura escuálida, mendicante, anónima,

marginada, a veces indolente, de un sujeto cuya primera huella en la historia tiene la forma de una súplica

por un “socorro de limosna con qué subvenir a sus urgencias y a las de su dilatada familia, con qué

mantenerse de vestido y demás alimentos para el cuerpo”. Las finas líneas con que el poder ha delineado

desde el discurso al maestro, contrastan notablemente con la rudeza de la miseria que ha marcado el cuerpo

y aun el espíritu del maestro de escuela.

Armado con los rudimentos de un saber sobre las primeras letras y las cuatro operaciones del

cuentaguarismo, un novedoso personaje, hace ya más de dos siglos, se lanzó por villas y ciudades a derrotar

su miseria con la esperanza de un pan, una vela o un huevo semanal, trueque que recibía de sus discípulos a

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cambio de su exiguo saber. Mercader de saber, no bien traspasa el umbral de lo público, cuando ya es objeto

de disímiles miradas: de aceptación y acogida entre la población; de rechazo y persecución por parte de

autoridades civiles y eclesiásticas. Marcado por esta contradicción, pronto se ve atrapado por la red del

poder, y de sujeto libre, pasó a ser mendigo de un salario.

Y es ésta la condena de lo público. Desde sus primeras inmersiones en el panorama social, el maestro ha

merecido, o mejor aún, ha padecido el carácter de sujeto público, condición que adquiere desde el mismo

momento en que es atrapado por aquella red ambivalente del poder civil y el poder eclesiástico que lo

condena a un doble juego: control de su ejercicio y mendicidad de su estipendio. Lo público se erige

entonces sobre el maestro, antes que a manera de territorio propio donde ejercer su práctica, donde poner a

funcionar su saber para saberse, más bien como territorio de exilio dentro del cual no solamente se verá

normatizada su práctica sino su vida misma, pues quedará, desde entonces, expuesta a la mirada y censura

pública. Aunque el maestro recibió el título de Director de escuela, su actividad dentro de ella estaba

totalmente controlada y dirigida por las autoridades civiles y eclesiásticas locales: a las primeras debía su

nombramiento, su autorización para el ejercicio de la enseñanza y de ellas dependía su permanencia en el

cargo; a las segundas debía su aprobación moral, su “bendición” como sujeto virtuoso. Curas y burócratas

seguían de cerca su comportamiento dentro y fuera de la escuela y definían las condiciones morales y de

saber para el ejercicio de la enseñanza.

Los múltiples destinos

Como sujeto público, el maestro debía ser un hombre ejemplar, de “conocida probidad y buena conducta, de

vida pura e irreprehensible”; debía el maestro entonces “arreglar su vida por una conducta seria y juiciosa

que pueda servir de regla a sus discípulos”. Es este su primer estatuto: hombre virtuoso antes que erudito,

condición que matizada, acompaña aún su imagen. Como sujeto público, debía, además, contar con la

autorización virreinal para percibir un estipendio a cambio de su trabajo, hecho que lo liga paternalmente al

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poder estatal. He ahí el precio que pagaron los primeros maestros por ganar las condiciones para el ejercicio

de una práctica: pago por la legalización de su oficio, por la autorización del poder civil, a manera de título

para cobrar algún estipendio por su labor, y del poder eclesiástico, a manera de aprobación moral, para

obtener la confianza de los fieles en el ejercicio de su práctica. Práctica que desde entonces ha quedado

atrapada en las redes del poder imponiendo al magisterio el carácter de práctica normatizada y controlada

por el Estado. El maestro, en contraposición con el carácter de hombre público, ha sido más bien sujeto

público, es decir, sujeto de lo público, como lo ha entendido el Estado: como territorio de su jurisdicción, de

su potestad, y por tanto, de control y vigilancia. Quedó así el maestro sujeto al poder por la norma que

dirige, controla, circunscribe su práctica y hasta su vida misma mediante la caracterización moral que hace

del sujeto de la enseñanza y por el salario que recibe, el cual tiene que mendigar.

Estas condiciones impuestas al maestro han hecho que se plantee, desde su mismo surgimiento, una triple

opción: pensar en otro destino, refugiarse en la vocación para sobrellevar las vicisitudes de la enseñanza o

interiorizar la ilusión del maestro como intelectual. Agustín Joseph de Torres, quien fuera maestro de la

primera escuela pública de Santa Fe de Bogotá, al borde de la miseria, y agotado de suplicar un aumento de

salario a manera de “socorro de limosna” durante más de diez y seis años, pide al Virrey en 1791 que de no

ser posible su solicitud, le asigne otro destino en el que “respire mi necesidad y resplandezca la misericordia

de Vuestra Excelencia”. Bartolomé de los Arcos, maestro de escuela de Popayán, se vio obligado a

renunciar a su cargo después de siete años de ejercicio por presiones de vecinos, autoridades civiles y

eclesiásticas ante la imposibilidad de dedicarse exclusivamente al magisterio, pues su salario asignado no

era suficiente para cubrir sus necesidades. Ayer pedían cambiar de destino por cualquier otro que les

permitiera una “congrua sustentación”; hoy pasan por el magisterio mientras cumplen con los requisitos

académicos para otro destino, en los negocios, la ingeniería, el derecho, la arquitectura.

Visto así, el oficio de maestro sería un oficio pasajero si no existiese ese doble mecanismo para mantener

sujetos en la enseñanza: la vocación y la ilusión intelectual. Es el caso de algunos que imposibilitados o no

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tan ambiciosos para pensar en otro destino, interiorizando cierta ética de la resignación, recurren a la

vocación para dignificar su destino.

Es la imagen del maestro-apóstol, del elegido, del escogido, del privilegiado con el don de la paciencia, la

dedicación, el amor a la niñez. Otros recurren en cambio a la ilusión del maestro como intelectual, como la

esperanza que anima su arduo trabajo frente a una junta de niños, numerosa en la mayoría de los casos. Es

la ilusión de un reconocimiento social por su exiguo saber que, sin embargo, lo coloca por encima de sus

discípulos y de los vecinos semi-analfabetos; ilusión que se apoya en los simulacros de las disertaciones

públicas ante un doblegado y apático auditorio infantil.

La ilusión del maestro como intelectual, surge entonces en ese choque, en ese enfrentamiento entre las

condiciones de miseria, las urgencias lloradas, las súplicas por una “gratificación graciosa”, y la figura

idealizada del maestro que promueve el Estado. Ilusión que se imprime como signo congénito en el maestro

como lo demuestran estas palabras del ministro Jovellanos, cuando se preguntaba hace dos siglos:

“¿y dónde encontraremos los maestros? En todas partes donde haya un hombre sensato, honrado

y que tenga humanidad y patriotismo. Si los métodos son buenos, se necesita saber muy poco para

este de que suyo es tan fácil”

Hoy, dos siglos después, podemos afirmar, parodiando a Jovenallos: “¿Y dónde están los futuros maestros? En

todas partes donde haya un hombre o mujer medianamente inteligente, honrado y que tenga humanidad y

patriotismo. Si hay buenos textos escolares, televisión, videos, internet, ¿para qué maestros?