Los Narradores en Las Novelas de Torquemada Homenaje a Casalduero

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Torquemada

Citation preview

  • LOS NARRADORES EN LAS NOVELAS DE TORQUEMADA

    (HOMENAJE A CASALDUERO)

    P O R

    FRANCISCO AYALA

    En cierta oportunidad hube de sugerir que quienes, despus de Cervantes, escribimos novelas estamos siempre de nuevo reescribiendo en alguna manera El Quijote. La frase debe interpretarse por cifra; pero si hay que entenderla as para que sea de aplicacin a cualquier novelista, en el caso de Galds tiene, en cambio, un sentido muy con-creto y especfico: literalmente, Galds aprendi a novelar leyendo El Quijote (i). Por mucho' que en su obra cuenten los estmulos de los grandes novelistas europeos, Balzac y Dickens, herederos en el siglo xix de la gran tradicin cervantina, es lo cierto que en Espaadonde esa tradicin haba quedado interrumpida o, mejor dicho, no alcanz a establecerseGalds tuvo que regresar a la fuente comn para llegar a sersegn lo ha calificado Ricardo Gulln en el ttulo de un libro reciente novelista moderno. Novelista moderno quiere decir, en ltimo anlisis, eso: novelista cervantino. Tras la maraa de confusio-nes y equvocos de la discusin en torno al realismo, en la que el propio Galds particip, aunque no de lleno, sino al sesgo, lo que se oculta es un hecho significativo: que por fin, ya casi vencido el siglo, se asume en la narrativa espaola la revolucin literaria que Cervantes haba trado al mundo europeo. Hay que decirlo? Es sobre todo Gal-ds quien creativamente saca las consecuencias y obtiene los frutos de tal revolucin.

    En lo que se me alcanza, est todava por hacery creo que dara lugar a un lucido trabajo de crtica acadmicael estudio del proceso por virtud del cual el orbe artstico cervantino se transmuta en un orbe artstico galdosiano (2). Debera mostrar ese estudio, mediante el rastreo de las huellas, cmo, a partir de la ms externa, superficial y obvia imitacin, que a veces resulta incluso inocentona y tosca, llega

    (1) La matriz de todas las novelas del mundo, segn se dice en Napolen en Chamartn.

    (2) Existe, sin embargo, una apreciable tesis doctoral (Don Quijote and the novis of Prez Galds, de J. Chalmers Hermn, Ph. D., Ada, Oklahoma, 1955) que esboza el tema y rene muchos materiales textuales.

    374

  • a descubrir y utilizar Galds los ms sutiles secretos de la refinadsima tcnica desplegada en la elaboracin de El Quijote, con una apropiacin fecunda de recursos que, en manos de Cervantes, su inventor, sirvieron a intenciones muy distintas, como correspondientes a tan distinta rea-lidad histrica. Pues es claro que si el novelista del siglo xix los hace suyos, no es sin adaptarlos a su individual idiosincrasia y para erigir sus edificios imaginarios dentro de la problemtica de su tiempo.

    Al margen de las novelas de Torquemada, cuya relectura es base para uno de mis cursos este ao, quisiera yo apuntar ahora algunas observaciones a propsito.

    * * *

    Una de las caractersticas de la novela moderna o cervantina, por contraste con la novela de tipo tradicional, es que en ella la narracin incluye perspectivas diversas, de donde le viene una cierta y buscada ambigedad, imitacin de la que presenta la vida humana misma. No se trata ya de un relato llano, en que la relacin entre quien lo hace y quien lo escucha o lee es unifome y siempre directa. Por otra parte, el inters no est centrado tanto en los acontecimientos referidos como en los personajes, quienes tienden a adquirir autonoma en el sentido de prolongar su existencia, como en lnea de puntos, ms all del cuento en el mundo exterior, dando la impresin de que dicho cuento no fuera sino un episodio conocido entre los muchos posibles que jalo-nan la carrera de una vida humana.

    Para crear la ilusin potica de que sus personajes existen fuera del texto de la novela con un despliegue vital autnomo, pone en juego Galds diferentes tcnicas, algunas de las cuales vamos a examinar con referencia principal a la serie de Torquemada.

    Por lo pronto hallamos que, en varios, casos, inclusive el del pro-tagonista, la presencia del personaje haba sido establecida previamente en un plano secundario dentro de otras obras de imaginacin. El re-curso, como es bien sabido, procede directamente de Balzac, que lo ha-ba usado de modo sistemtico en la Comedia Humana, por cuyos di-ferentes cuerpos narrativos transitan, con mayor o menor destaque, los mismos personajes. Y no hay duda tampoco de que la introduccin y empleo consecuente y deliberado de este recurso en la literatura nove-lesca se debe al autor de El Quijote, cuyas dos partes no slo lo aplican con mayor riqueza imaginativa, sino que lo extienden hasta el punto de acoger en sus pginas a un ente ficticio procedente de obra ajena: el caballero granadino que, desde el apcrifo, irrumpe en el mundo de nuestros Don "Quijote. Cuando publica Galds su Torquemada en la

    375

  • hoguera, ya la figura de ste haba aparecido en El doctor Centeno como prestamista modesto, en La de Bringas con mayores alcances, y muy crecido en sus negocios en Fortunata y Jacinta. Al adoptarlo ahora para el papel protagnico, inicia Galds la narracin hablando con la voz del autor en primera persona: Voy a contar cmo fue al quema-dero el inhumano, etc. Y en el segundo prrafo nos dir Mis amigos' conocen ya, por lo que de l se me antoj referirles, a don Francisco Torquemada. Indirectamente, desde el punto de vista gramatical, pero de un modo bastante directo en la intencin, habla ahora con sus lec-tores a propsito del personaje: Ay de mis buenos lectoresexcla-ma si conocen al implacable fogonero de vidas y haciendas por tra-tos de otra clase, no tan sin malicia, no tan desinteresados como estas inocentes relaciones entre narrador y lector! Con esto se da por su-puesto que, aparte del conocimiento de Torquemada adquirido por los lectores en las obras anteriores del autor, pudieran acaso conocerlo tam-bin en su condicin de prestamista, es decir, fuera del campo de la ficcin literaria en que autor, personaje y lector conviven. Imagina-riamente, se intenta sacarlos a todos ellos, incluso al protagonista, del marco de la obra; o ms bien, si se quiere, ensanchar ste para que dentro de l quepan a su vez el narrador y sus lectores; porque lo que en verdad se hace es ficcionalizarlos de modo definitivo, convirtindo-los en personajes imaginarios que hubieran podido ser vctimas even-tuales tambin ellos de los manejos del imaginario usurero.

    De nuevo procura Galds borrar los lmites entre el mundo potico y la realidad cotidiana, cuando, al dar cuenta de la viudez de Tor-quemada, dice con leve irona cervantina: Perdnenme mis lectores si les doy la noticia sin la preparacin conveniente, pues s que apreciaban a doa Silvia, como la aprecibamos todos los que tuvimos el honor de tratarla, etc. Ya ah el autor invita a sus lectores a ingresar con l dentro del campo de la ficcin; pero pronto dar un paso an ms resuelto con referencia a Valentinito, el hijo de Torquemada. Dos hijos le quedaron: Rufinita, cuyo nombre no es nuevo para mis amigos, y Valentinito, que ahora sale por primera vez. De l nos dir pronto que: No obstante el parecido con su antiptico pap, era el chiquillo guapsimo, con tal expresin de inteligencia en aquella cara, que se quedaba uno embobado mirndole; con tales encantos en su persona y carcter, y rasgos de conducta tan superiores a su edad, que verle, hablarle y quererle era todo uno. Aqu el autor muestra implcitamente un conocimiento personal del muchacho, pues no se limita a exponer sus cualidades, sino que lo hace acompaando noticia de la impresin subjetiva producida por ellas sobre el nimo del observador. Es la preparacin para algo que va a contarnos en el captulo II. Un da

    376

  • diceme hablaron de l dos profesores amigos mos que tienen colegio de primera y segunda enseanza, llevronme a verle y me qued asombrado. Jams vi precocidad semejante ni un apuntar de la inte-ligencia tan maravilloso. Porque si algunas respuestas las endilg de tarabilla, demostrando el vigor y riqueza de su memoria, en el tono con que deca otras se echaba de ver cmo comprenda y apreciaba el sentido. Ahora ya los lectores han quedado fuera, reducidos a me-ros destinatarios de la informacin. Presenciamos una pequea escena en la que el autor participa directamente, hacindose as por un mo-mento personaje activo, aunque con papel mnimo, en el curso de la accin. Es, por supuesto, un personaje marginal, cuya actuacin se limita a dar noticia de algo que ha odo o a lo sumo, como en el episodio transcrito, algo de que ha sido testigo presencial. Con esto, se ha desdoblado en dos figuras de narrador: uno es el que se con-creta dentro de la historia como una figura ms, y otro, el autor omnisciente que relata, en general, cosas imposibles de conocerse des-de una perspectiva individualizada, como, por ejemplo, cuando viene a referirnos en Torquemada en la cruz (captulo V) el efecto que el protagonista produce a la que llegar a ser su esposa, Fidela, cuando por primera vez lo ve: Tard bastante en aplomarse delante de Tor-quemada, el cual, ac para nter nos, le pareci un solemne ganso. El autor ha penetrado en la mente del personaje y, con actitud de reserva (ac para nter nos: yo, autor que lo s todo, y t, lector, a quien te comunico aquello que me conviene sepas), lo pone al tanto de la reaccin causada en la joven por su visitante.

    La narracin a cargo de un autor-personaje haba sido empleada ya ampliamente por Galds. Los Episodios nacionales asumen la forma de relato autobiogrfico escrito por el protagonista en los aos d su vejez extrema, y lo abre bajo la invocacin de un precedente clsico. Doy principio, pues, a mi historia como Pablos, el buscn de Segovia, dice al comenzar Trafalgar; y ya es sabido que la for-zada participacin del personaje relator en todos los sucesos importan-tes de esta historia, que es la de Espaa, crea grandes dificultades tcnicas, resueltas por don Benito con mejor o peor fortuna. En El amigo Manso encontraremos la misma tcnica narrativa aplicada con enorme originalidad, pues aqu, el protagonista que en primera per-sona cuenta la historia es un ente de ficcin que ha comenzado por declarar su inexistencia. Soy... una condensacin artstica; Qui-mera soy, sueo de sueo y sombra de sombra, y desde los espacios de la idea, donde mora todo lo que no existe, concita la figura del autor: un amigo que ha incurrido... en la pena infamante de es-

    377

  • cribir novelas, as como otros cumplen, leyndolas, la condena o mal-dicin divina. Es otra vez el autor omnisciente, soberano.

    Adems de este autor-demiurgo, y del narrador que participa como personaje en la accin con un papel principal o ms o menos acceso-rio, finge Galds otros autores de carcter secundario al comenzar Torquemada en el purgatorio. Vale la pena de reproducir aqu por extenso lo que se lee en el captulo primero de la primera parte: Cuenta el licenciado Juan de Madrid, cronista tan diligente como malicioso de los Dichos y hechos de don Francisco Torquemada, que no menos de seis meses tard Cruz del guila en restablecer en su casa el esplen-dor de otros das... Disiente de esta opinin otro cronista no menos grave, el Arcipreste Florin, autor de la Selva de comilonas y laberinto de tertulias, que fija en el da de Reyes la primera comida de etiqueta que dieron las ilustres damas en su domicilio de la calle de Silva. Pero bien pudiera ser esto error de fecha... Y vemos corroborada la primera opinin en los eruditsimos Avisos del arte culinario, del maes-tro Lpez de Buenafuente, el cual, tratando de un novsimo estilo de poner las perdices, sostiene que por primera vez, etc. No menos escrupuloso en las referencias histricas se muestra el Cachidiablo que firma las Premtics del buen vestir, quien relatando unas suntuo-sas fiestas, etc. Ni se necesita compulsar prolijamente los tratadistas ms autorizados de cosas de salones, para adquirir la certidumbre de que las seoras del guila permanecieron algn tiempo en la oscuri-dad, como avergonzadas, despus de su cambio de fortuna. Mieles no las cita hasta muy entrado marzo, y el Pajecillo las nombra por pri-mera vez enumerando las mesas de petitorio en Jueves Santo, en una de las ms aristocrticas iglesias de esta corte. Para encontrar noticias claras de pocas ms prximas al casamiento, hay que recurrir al ya citado Juan de Madrid, uno de los ms activos y al propio tiempo ms guasones historigrafos de la vida elegante... Llevaba el tal un Centn en que apuntando iba todas las frases y modos de hablar que oa a don Francisco Torquemada (con quien trab amistad por Dono-so y el marqus de Taramundi), etc.

    A la lectura de estos prrafos no es difcil darse cuenta de que Gal-ds est incurriendo en una imitacin bastante directa de Cervantes. Para empezar, se refiere a un licenciado Juan de Madrid, supuesto autor de una crnica sobre los Dichos y hechos del protagonista de la novela. El tono de broma literaria resulta patente. Dicho licenciado se nos presenta como figura de pergeo arcaizante introducida, con propsitos de pura facecia, a la cabeza de una serie de personajes anlogos: el arcipreste Florin, el maestro Lpez de Buenafuente y el Cachidiablo, autores de sendos libros cuyos ttulos, como el del

    378

  • licenciado, suenan a trasunto de la parodia cervantina: Selva de co-milonas y laberinto de tertulias, Avisos del arte culinario, Premticas del buen vestir... Un leve aire de soflama mueve esta atmsfera cl-sica, acentuado todava al afirmar en seguida el autor con gravedad burlesca: Ni se necesita, compulsar prolijamente los tratadistas ms autorizados de cosas de salones, etc. Estos autorizados tratadistas usan seudnimos tan ridculos como Mieles y el Pajecillo, y con ellos pasa Galds de la parodia cervantina en segundo grado a una parodia di-recta, de ms libre imitacin cervantina, pues se trata ahora, no de calcos literarios del siglo de oro, sino de figuras pertenecientes al pe-riodismo contemporneo: Mieles y el Pajecillo son caricatura de los revisteros de sociedad cuyo estilo sirve a Galds como objeto de ligera mofa: en una de las ms aristocrticas iglesias de esta corte. En cambio, los papeles del licenciado se mencionan como una fuente de informacin ajena a las prensas, despus de haberle caracterizado as: uno de los ms activos y al propio tiempo ms guasones his-torigrafos de la vida elegante, hombre tan incansable en el comer como en el describir opulentas mesas y saraos esplndidos, que lleva-ba un Centn [de nuevo el rasgo arcaizante] en que apuntando iba todas las frases y modos de hablar que oa a don Francisco Torque-mada (con quien trab amistad por Donoso y el marqus de Taramun-di), amistad sta que lo sita ahora, en cuanto personaje real en el campo de la realidad fingida de la novela.

    Aquellos periodistas son abandonados, mientras que en la tercera parte, captulo primero de este volumen, reaparece, asumiendo su puesto, el licenciado Juan de Madrid. De l se nos dice que describa con plu-ma de ave del paraso el esplndido sarao, concluyendo por pedir con relamidas expresiones que se repitiera. Ahora el licenciado acta como cronista de sociedad con alguna publicacin.

    Por ltimo, con ocasin /del banquete ofrecido a Torquemada, vuelve a echar mano el autor de relatos cuya fuente se supone inde-pendiente de su propia omnisciencia. Concuerdandice en el cap-tulo VTlos diferentes cronistas de aquel estupendo festn en la afir-macin de que... Se trata ahora de cronistas indeterminados: los mismos que deban escribir en los peridicos de la maana, de que se habla en el captulo VII; pero en seguida aquel licenciado Juan de Madrid, que al principio de la novela pintaba como una figura grotesca arrancada de El Quijote, toma cuerpo concreto (ya sabamos que haba trabado amistad con- Torquemada) y se nos aparece asistiendo al banquete en medio de un grupo de burlones: Achantaditos en un extremo de la mesa lateral, a la mayor distancia posible de la cabecera, hallbanse Serrano Morentn, Zarate y el licenciado Juan

    379

  • de Madrid, ste con la intencin ms mala del mundo, pues prepar-base a tomar nota de todas las gansadas y solecismos que forzadamen-te haba de decir, en su discurso de gracias, el grotesco tacao, objeto de tan disparatado homenaje. Ahora, en vista de esto, sus pape-les, el centn titulado Dichos y hechos de don Francisco Torque-mada, termina de perfilarse ante nosotros como la broma actual de un periodista burln (de quien, por su parte, acaba de burlarse el autor atribuyndole pluma de ave del paraso). Ms adelante, el na-rrador reproduce en nota al pie de pgina (captulo VIII) un breve dilogo donde escuchamos de labios del licenciado una opinin sobre Torquemada que no coincide exactamente con el concepto en que nos pareca tenerle. Dice as dicha nota: En el grupo de los crticos. Mo-rentn: "Pero han visto ustedes un ganso ms delicioso?". Juan de Madrid: "Lo que veo es que es un guasn de primera", Zarate: "Como que nos est tomando el pelo a todos los que estamos aqu". El gua-sn resulta ser, pues, no el licenciado, sino Torquemada mismo.

    En la informacin acerca de ese banquete no se corformar Galds con las facultades de omniscencia que su condicin de autor soberano le confiere, ni con la ayuda que puedan prestarle los periodistas. Nos dice que: Gracias a los diligentes taqugrafos que el narrador de esta historia llev al banquete, por su cuenta y riesgo, han salido en letras de molde los ms brillantes prrafos de aquella notable oracin, como ver el que siga leyendo, (captulo VII, in fine). Con esto, vuelve el autor a meterse dentro del mbito imaginario en calidad de persona-je individualizado, tomando alguna parte, aunque sea marginal, en la accin. El narrador ha asistido personalmente al banquete, igual que el licenciado Juan de Madrid; y, no contento con ello, ha llevado sus propios taqugrafos para poder ofrecer una versin textual del discurso pronunciado por el protagonista.

    Sin embargo, al reproducir este discurso (captulo VIII) vuelve el autor omnisciente a poner notas al pie de su texto, por el estilo de las que siguen: Frase aprendida de Donoso dos das antes; Pro-cura recordar un final de prrafo que oy en el Senado, y al fin lo enjareta como Dios le da a entender; Adverbios que pesc en el Senado el da anterior; Frase tergiversada de otra que ley el da anterior en un peridico.

    Por ltimo, en Torquemada y San Pedro (donde reaparecer toda-va el licenciado Juan de Madrid, ahora como amigo de la familia en las exequias de Felisa), se da una curiosa combinacin en que el autor es, a la vez, omnisciente y, sin embargo, est personalizado. Es casi seguro que la dama trgica y la dama cmica... hablaron de aquel misterioso asunto, y que Augusta no ocult a su amiga la verdad o

    380

  • la parte de verdad que ella saba; mas no consta que as lo hiciera, porque cuando las hallamos juntas no hablaban de tal cosa, y slo por algn concepto indeciso se poda colegir que la marquesa de San Eloy no ignoraba el punto negro... de la vida de su idolatrada com-paera, se lee en el captulo VIII. De ah resulta que el narrador, in-visible desde su posicin, es capaz de sorprender las conversaciones pri-vadas; pero, por otro lado, cuando escucha el dilogo entre estas dos mujeres es ya demasiado tarde para cerciorarse de lo que han hablado antes, y slo le queda la conjetura. As, pues, no sera ya como un Dios ubicuo que todo lo sabe y todo lo ve, aunque no cuente sino aquello que crea conveniente, sino a manera de fantasma desencarna-do que ronda por el mundo de los vivos...

    Esa gran pluralidad de perspectivas que, segn hemos comproba-do, usa Galds en su narracin tiene por objeto proyectar sobre su asunto puntos de vista diversos, enriqueciendo poderosamente la ilu-sin de realidad, y muestra cuan fecundos han sido los frutos de la leccin cervantina en la obra de su madurez de novelista.

    FRANCISCO AYALA 54 W 16 Street NEW YORK (USA)

    381