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Los Caudillos 02 - Fructuoso Rivera

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LOS CAUDILLOS

Rivera

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HISTORIA URUGUAYA

LOS CAUDILLOS / 3

RIVERA

Un oriental liso y llano

MARTA CANESSA DE SANGUINETTI

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EDICIONES DE LA BANDA ORIENTAL

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Diseño de carátula: Fidel Sclavo

Diseño gráfico: Silvia Shablico

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ISBN 978 - 9974 -1- 0765 -6

EDICIONES DE LA BANDA ORIENTAL S.R.L. Gaboto 1582 - Tel.: 408 3206 - Fax: 409 8138 11.200 - Montevideo. Uruguay

www.bandaoriental.com.uy

Queda hecho el depósito que marca la ley Impreso en el Uruguay - 2012

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Primera parte

Etiología del caudillismo

"El liderazgo en todas sus variedades, pero sobre todo en la del caudillismo, responde a cierto número de condiciones, de las cuales una solamente radica en las cualidades personales, siendo las demás transindividuales, ya pertenezcan al grupo, ya constituyan la oportunidad o momento histórico, ya provengan del sistema de valores o de la cultura de la sociedad donde aquel fenómeno complejo se produce". (Isaac Ganón)

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"A lo largo de la historia, el hombre ha estado hechizado por la ignorancia de su propia naturaleza, y ha llenado el vacío con fantasías utópicas sobre sus deseos, en vez de afrontar la realidad de lo que él es". Esto dice el psiquiatra inglés Anthony Storr en su estudio sobre "La agresividad humana"; esto es también lo que, en gran medida, ha ocurrido con el caudillo: hemos estado "hechizados por la ignorancia sobre su propia naturaleza y hemos llenado el vacío con fantasías utópicas" al estilo de Carlyle, a pesar de que, desde hace varios años, ciencias como la Sociología, la Antropología, la Psicología Social y la Etología, han pergeñado las pautas para emprender un conocimiento científico.

Polos de interés

Varias son las fuentes de interés que impulsan a estudiar el fenómeno del liderazgo, del cual el caudillismo es una variedad de la conducción en su aspecto político. Él se da en todos los órdenes de la vida, en el presente como en el pasado, siendo uno de los aspectos más significativos de la actividad humana en sociedad.

Forma parte de la conducta del hombre, tanto en el ámbito público como en el privado, porque la conducción es indispensable en toda organización social como centro que conlleva improntas de responsabilidad, de acción y de decisión.

Esto nos indica, entonces, que una de las primeras fuentes de interés radica en la necesidad de conducción y en el hecho de que ella se realiza por un número limitado. Al respecto señala Sidney Hook —en "El Héroe en la historia"— que "allí donde unos pocos pueden aparentemente decidir tanto, no ha de sorprender que sea fuerte el interés por la significación histórica de los individuos destacados". Por otra parte, agrega, influye la "tendencia natural a asociar al conductor las realizaciones que se logran bajo su conducción".

La forma en que se han construido —y todavía se elaboran— las historias nacionales y el valor educativo que ellas han prestado a las figuras heroicas de su pasado, es otro polo de interés. En tal sentido, opina el mismo Hook que "la historia de cada nación es presentada a su juventud en términos de proezas de grandes individuos, míticos o reales". Es tal el poder atractivo y unificador de este enfoque que corrientes históricas que pretenden negar la importancia del individuo en la creación de los acontecimientos, terminan también por personificar las fuerzas sociales, las económicas, las culturales y las del espíritu, cayendo igualmente en un tipo de abstracción donde "las fuerzas" vencen los obstáculos como antaño lo hacían los héroes añejos.

Las exigencias de la acción política configuran otro centro de interés, especialmente cuando los Estados pasan por crisis agudas, cuando hay necesidad de que algo sea hecho y con urgencia. Si el líder es siempre necesario, más lo es en épocas de incertidumbre, "cuando —expresa Bailey en "Las reglas del juego político"— se deben tomar decisiones que también son innovaciones", porque la incertidumbre implica situaciones en las que las normas de conducta tradicionales o en uso no sirven de guía. El líder, en esta oportunidad, adquiere la calidad de "salvador", por ello es aun más imprescindible saber si el resultado se debe

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exclusivamente a las condiciones personales del conductor, a las que la teoría tradicional presta atributos mágicos, o además intervienen otros elementos.

En igual sentido, si nos apartamos de lo específicamente político, cualquier situación de incertidumbre, en cualquiera de las actividades humanas privadas, especialmente las empresariales, requiere un conocimiento del liderazgo para promover su surgimiento allí donde y cuando se necesite. De ahí también la amplia investigación que, en los últimos años, se ha desarrollado.

Otros polos de interés provienen del descubrimiento que el hombre ha hecho, a raíz del florecimiento de las nuevas ciencias humanas, de su propia naturaleza psico-social.

Al respecto es interesante anotar que el líder se siente a sí mismo como "padre" de su causa, sea ella política o no, abarque al país o aun grupo menor, público o privado. Esto implica que si por un lado es "padre", por otro sus adeptos, el grupo que lo sigue, son "hijos" y es en este sentido que se realiza la vinculación de "hombre a hombre" que se apoya en la responsabilidad.

En este juego de delegación que el individuo común, ser desvalido, busca para alivio de sus responsabilidades, se configura un doble sentimiento: obediencia y oposición, simpatía y antipatía, que se traducen en los términos más amplios de amor y odio. El individuo, destaca Fingermann, si por un lado quiere y necesita ser dominado, por otro desea gozar de libertad e independencia. Son estos, en fin, dos aspectos dinámicos de una misma conducta, así como también es dinámica, por inconstante, la necesidad psicológica de seguridad. Ella depende de las urgencias existenciales, de la situación, del estadio cultural, entre otros factores. Cuando la seguridad deja de ser punto relevante de preocupación, la figura del padre-sustituto se debilita, aunque no desaparece.

Dentro de los requerimientos psicológicos debemos ubicar también la tendencia a hallar, en el conductor, una compensación a las propias carencias personales, tanto materiales como espirituales. "Los fracasos e incapacidades de la vida personal —anota Hook— desaparecen del centro de la preocupación"... "La tendencia a compensar las deficiencias de uno mismo sumergiéndolas en las realizaciones gloriosas de mortales más afortunados puede ser un rasgo permanente de la vida social... Pero no se ha de perder de vista que son históricamente variables las personas y los rasgos elegidos para la identificación". Por lo mismo, en la clientela de adeptos, además de esta forma psicológica de acceso al poder, se desarrollan otras que veremos más adelante.

Un estado de relaciones variables en interacción

Tal como lo hemos de plantear en el marco del devenir histórico, el caudillismo se nos aparece como una forma de liderazgo que toma cuerpo en una determinada etapa de dicho devenir, considerando al hombre dentro del ámbito del "horno politicus". Asimismo, al poner el acento en el devenir estamos introduciendo una de las notas dinámicas que nos indican que la fisonomía del liderazgo se transforma, porque es un término que no se aplica al individuo aisladamente, sino

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un estado de relaciones variables en interacción.

Esto conduce a la aclaración de que no existe el liderazgo en una situación de aislamiento, o sea, que no hay líder si no hay adeptos y tampoco hay grupo ni conductor sin objetivos y sin una situación sobre la que pretenden actuar.

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Cuatro elementos tiene ese estado de relaciones variables que interactúan entre sí y que, por ello, establecen una relación funcional y dinámica. 1°. el líder o el caudillo; 2°. el grupo, o sea, los adeptos entendidos con organización; 3°. las individualidades que integran ese grupo; 4°. la situación tanto interna del grupo como exterior a él.

La interacción fluida y permanente de estos elementos es la que determina la modificación del liderazgo, por ejemplo, el pasaje del caudillismo al caudillaje; o la vigencia, apogeo o decadencia de los conductores porque se está dependiendo de un complejo integrado por los rasgos capacidades personales del líder, por el material humano del grupo, que nunca es homogéneo, y por la situación específica que comprende, además de la interna, la externa, porque se incluye en una estructura ambiental cultural más amplia.

Este planteo está indicando que así como no hay liderazgo en situación de aislamiento, tampoco hay liderazgo que pueda concebirse solo desde el punto de vista de las condiciones personales y exclusivas del conductor. Para explicarnos el caudillismo de Fructuoso Rivera, que actúa en torno al tiempo histórico que su vida define, no bastan los meros enunciados de sus atributos individuales. Porque si ellos son producto de sus potencialidades innatas, también en gran parte significan el producto del contacto social, vale decir, son la consecuencia de esa serie de potencialidades que la sociedad en donde ha nacido moldea, cultivando unas más que otras. En tal sentido —dice Sprott en su libro "Grupos humanos"— "cada uno tendrá la personalidad apropiada a la cultura en que se ha nutrido". De esto se deduce que para que alguien se convierta en líder de un grupo debe ante todo ser real miembro de él. Muchos de los rasgos que lo caracterizan son cualidades que sus adeptos tienen, aunque dentro de ellos el conductor es el que mejor las representa. Por otro lado, los objetivos, la situación y las circunstancias sociales que existen en ella son los que determinan cuáles de los rasgos de la personalidad son los que se convertirán en atributos del liderazgo, cuáles predominarán en un momento preciso y ayudarán al líder a mantenerse en su rol de tal.

Pero el problema es aun mucho más complejo. Pese a que lo dicho señala que no nos adherimos a la persistente creencia romántica que le presta calidades mágicas al líder, no es menos cierto que encontramos en Fructuoso Rivera las condiciones carismáticas que menciona Max Weber, pues posee una personalidad cuyo fundamento radica en "algo" que hace que en una misma situación otros individuos con análogas capacidades no tengan el éxito que él alcanza. Ese "algo", el carisma, está más allá de los simples elementos de capacidad, de inteligencia y, a su vez, tampoco está exento del fundamental elemento de autoridad que surge como un hecho social espontáneo y no como consecuencia de una jerarquía institucionalizada. "La grandeza —acota Hook— es algo que debe incluir extraordinario talento de alguna especie, y simplemente la compleja suerte de haber nacido y hallarse presente en el lugar exacto en el momento apropiado".

Dados la autoridad y peso de la personalidad de un líder, debemos tener en cuenta la influencia de su conducta individual, en cierto modo independiente del grupo y

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de la situación. Para medirla es forzoso delimitar cuándo un conductor ejerce un influjo creador sobre los objetivos y actividades del grupo actuando en una situación; o cuándo solamente es expresión y ejemplo de los ideales que han aceptado previamente, subrayando solo una situación que anteriormente estaba imprecisa. En ambos casos su acción particular se hace sentir; ambos casos se pueden dar juntos, o no, a lo largo de un mismo liderazgo, pero el primero incluye una mayor intensidad personal ya que allí el líder es algo más que un medio, es "un hombre que hace época" porque, a más de intervenir en los cambios como expresión del grupo del que él es director, los crea.

Esta propuesta, referida al pasado histórico, está naturalmente impedida de experimentación; solo cabe la posibilidad de la interpretación para establecer hasta qué punto obedecieron al influjo del caudillo los sucesos que acontecieron bajo su conducción.

Sin embargo, muy pocas veces el líder tiene carácter de agente libre. Su liderazgo, además de estar sujeto a sus objetivos personales, está sujeto a los objetivos de la organización grupal, a los de los individuos dentro de ella y a los factores exteriores que conforman el contexto. Este hecho da la pauta de que, generalmente, en el fenómeno de la conducción, el caudillo asume el carácter de medio por el cual los adeptos aspiran a lograr sus metas y satisfacer sus necesidades, o al menos es el medio que impide la disminución de dicha satisfacción.

En el juego dinámico de estos factores, los conceptos de eficacia y eficiencia, de ineptitud y fracaso, asoman como elementos que inciden en la parábola que efectúa el curso de un liderazgo y también demuestran que ese estado de relaciones variables es el que especifica que si se puede ser líder en una situación, bien se puede no serlo en otra distinta.

El análisis de los otros fundamentos que integran un liderazgo —el grupal y el situacional— será realizado conjuntamente con el personaje central de esta obra. Por ahora, hemos preferido extendernos exclusivamente en el factor líder, porque la tradición mítica siempre ha rodeado a los titulares de un liderazgo cubriendo su figura de símbolos, muchas veces solo afirmados en una simple verborragia. Esto no quiere decir que muchos de ellos no hayan adquirido, con el tiempo, calidades simbólicas; que su fuerte personalidad, que algo distinto a la de los demás debió tener, no trascienda las barreras del pasado y se nos presenten sus atributos y realizaciones como manchas de tinta sobre las cuales la gente proyecta sus deseos de seguridad y dependencia. En última instancia, esta proyección perdurará porque —tal como expresa Isiah Berlin— "uno de los más profundos deseos humanos es hallar un patrón unitario en el cual esté simétricamente ordenada la totalidad de la experiencia, el pasado, el presente y el futuro, lo real, lo posible y lo incumplido".

Tiempo, espacio y sociedad

Las fechas 1784 (?)- 1854 indican el principio y el fin de una experiencia vital, la de un hombre que se llamó Fructuoso Rivera. Sin embargo la simple enunciación de

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esas fechas oculta, bajo su superficie, significados más profundos.

Sumergirnos en la vida de Rivera supone enfrentar una extensa parte del conocimiento de nuestro pasado que contiene un tiempo, un espacio físico y estructuras determinadas en lo social, medido este en su dimensión cultural, política y económica.

Ello es así porque el hombre no solo está limitado por su naturaleza, sino también por el hecho de ser un animal social que vive en relación e interacción con los otros, tanto en su presente como en su pasado. Este se le impone bajo los usos, las costumbres, las normas —en una palabra—, por el sistema de vigencias de la sociedad en que ha nacido y que le señala los marcos de conducta. En cierta medida podemos afirmar con Augusto Comte que "los vivos son esencialmente gobernados por los muertos", pero esta sentencia tiene valor cuando se agrega que el hombre, como consecuencia de su poder de razonar, además de recibir un sistema de vigencias dado, lo reflexiona, lo discute y, por ende, lo cambia. La sociedad es entonces una realidad dinámica donde todas sus vigencias están emplazadas: unas son aceptadas y perduran, otras son rechazadas y desaparecen, otras son transformadas.

El tiempo histórico que encierran los años de la vida de Fructuoso Rivera no es meramente el de su extensión cronológica individual; no es tampoco pura cantidad, sino que, por ser obra del hombre en interacción social, es heterogéneo y cualitativo. Las unidades en que se segmenta no tienen todas igual sentido, ni espiritual, ni físicamente: hay tiempos de "vino y rosas" y tiempos de guerra y duelo, como tiempos de juventud y vejez, de triunfos y decepciones. Ellos son, más que un estado de su cuerpo y de su alma, estado de su trayectoria vital, que fluyen más o menos aceleradamente, según se ubiquen en momentos de inercia o de transformaciones que ocurren en la estructura social en la que vive.

Casi todos "los tiempos" de la vida de Rivera son tiempos revueltos, son tiempos de cambio; de cambio acelerado y violento.

La emancipación oriental, iniciada en febrero de 1811, marcará el principio de una revolución social porque —empleando la definición de Antonio Grompone— producirá "una sustitución de valores e instituciones sociales; una organización nueva, que reemplaza a la existente... la convicción de que se rompe con el pasado y que nace un período con elementos que nunca se habían presentado en el mundo. El único valor del pasado es servir de punto de apoyo para dar el salto". Al respecto expresa Aldo Solari que "la revolución así entendida supone un fenómeno de ruptura con el pasado que por ello empieza a ser una ruptura con el presente".

José Artigas fue el creador —y por ello adquiere las connotaciones del "hombre que hace época"— de esta situación que transcurre en el espacio físico-social del antiguo virreinato del Río de la Plata. Introdujo una revolución en lo que, en su comienzo, solo era una sustitución de hombres en el poder. Tomó cuerpo a través del ideario republicano y democrático por él formulado y es en el ejercicio de esta formulación que prestó su razón de ser a las masas que lo siguieron; esa razón de ser que hasta entonces se hallaba en una difusa etapa de primarios instintos de

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libertad. Esos instintos se definen ya, para su pueblo de la Banda Oriental, en el Éxodo, mojón del nacimiento de una nación que venía dibujándose vagamente desde la Colonia. Factores económicos y geográficos impulsaban a su gente, tanto la rural como la urbana, hacia un proceso de acentuada autonomía.

Aunque parezca paradójico, en cierto sentido, los hombres de "la civilización y la barbarie" no carecían de razón al afirmar que la de Artigas era "una conducta destructora de la autoridad y del orden social". Esto es porque, en la concepción geopolítica del Protector de los Pueblos Libres —que contempla sin teorías utópicas la realidad económica y social del mundo que quería emancipar y amparar en la república y la democracia—, la palabra revolución consigue las consonancias cualitativas que le imprime la tesis del filósofo Hegel: una serie de cambios cuantitativos que se transforman finalmente en cualitativos. He ahí la revolución, porque ella es el pasaje de la cantidad a la calidad. El cambio cualitativo es provocado por la acumulación de variaciones cuantitativas; llega entonces el momento en que la acumulación de cantidades hace inevitable el cambio de calidad. Y si bien Artigas en su caída configura la derrota de la revolución platense, en la medida que implica la destrucción de su visionaria creación geopolítica, es también —para el futuro— el triunfo de la libertad y del sistema democrático-republicano.

La idea federal, que en Uruguay no pudo ser, acampó en la tierra de sus detractores unitarios y en la lucha que sobrevino por la imposición del sistema —dominaciones porteña, lusitana y brasileña mediante— se conformó, a partir de 1825, la realidad de una Provincia Oriental independiente.

El Estado Oriental del Uruguay que nace en 1830 contiene, en su medio ambiente, factores culturales que son motivo de futuros antagonismos político-sociales. El conflicto interno entre "dotores" y caudillos manifiesta una realidad dividida. Por un lado, la ciudad americana —que es fruto de la civilización europea y que subsiste y se alimenta de la cultura y el intercambio extranjero—; por otro, un territorio, cuya esencia radica en el señorío de las fuerzas autóctonas, rudas y primitivas que se niegan a admitir a aquella como centro y árbitro, porque para ellas, su centro y su árbitro son los caudillos.

Las determinantes de una mayoría de población inculta, a la que le faltaba la indispensable disciplina política para llevar una convivencia ordenada, son las que la hacen propensa a afiliarse al principio de la "lealtad de hombre a hombre", al caudillo que encarna el orden, el poder y la gloria.

Son también ajenos, mínimos y sin influencia real a este contexto, los elementos moderados que siempre tratan de preservar sus intereses cuando suceden grandes convulsiones políticas: no hay industria, no hay capitales en actividad ni producción agropecuaria racional y permanente.

Es solamente por medio de un largo proceso que logrará la sociedad uruguaya la conciencia del derecho público, del funcionamiento de la res pública. Cuando en 1830 los constituyentes dieron vida a un código institucional, tuvieron la ilusión de poder, con la ley, suprimir la existencia de los caudillos. Pero estos y su territorio

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les demostraron que no se pueden pasar por alto las realidades. Imbuidos —los "dotores"— del sentimiento reverencial del Derecho que es propio del auténtico Iluminismo y de la filosofía liberal que guio sus pasos, en donde la libertad moral se transforma en libertad política, creyeron que la existencia del Derecho estaba consumada. Será ella la ideología del derecho natural, común a todos los hombres, extensiva a todas las naciones, que concibió ya Artigas y moldeó en su programa revolucionario. Mas era demasiado esperar. La ley, como dice Pedro Calmón, no posee por sí sola un fabuloso poder de transfiguración, de reivindicación, de liberación. No bastaba la revolución republicana, la declaración de derechos, deberes y garantías de carácter político para lograr el bienestar social. Los problemas sociales profundos no los resuelven esos enunciados, porque "para que haya instituciones —expresa Nietzsche en el "Crepúsculo de los ídolos"— es necesario que haya una suerte de voluntad...; una voluntad de tradición, de autoridad, de responsabilidad establecida sobre siglos de solidaridad encadenada, a través de las centurias, en el pasado y en el porvenir infinitum".

En el Uruguay de aquella época, el único elemento de organización política real eran los caudillos emanados del devenir revolucionario, verdaderos anticuerpos originados por la sociedad ante el mal de la anarquía. Se conjugaron de esta manera, en el proceso, el caudillismo y el constitucionalismo, dos modalidades o formas de encarar la realidad que, permanentemente entremezcladas, habían surgido provocadas por la dicotomía original entre las ciudades, más cultivadas, y las campañas pobladas por quienes comenzaban a constituir el nuevo rostro de América.

La comprobación es aun más penosa porque —como dice Luis Alberto de Herrera refiriéndose a Sarmiento y su teoría de "la civilización y la barbarie"— "¿no podría afirmarse que todos padecían de incapacidad para el ejercicio verdadero de la democracia, por girondinos unos, por jacobinos inconscientes otros, y que dentro de la civilización había barbarie y dentro de la barbarie vigorosos gen-nenes de civilización?".

Junto a caudillos y "dotores", unas veces al lado, otras enfrente, se irá lentamente consolidando un movimiento que aportará la visión y vigencia del Estado como soporte abstracto del poder. Dentro de ese movimiento se procrea la conciencia nacional que exigirá no ya la existencia de una nación, sino que reclamará, perentoriamente, el derecho a constituirse en Estado-Nación, al cual se le rendirá la lealtad suprema.

En la configuración real de dicha conciencia están presentes —como expresa Pivel Devoto en "Historia de los Partidos Políticos"— los partidos políticos que, nacidos primariamente de la lucha personal de los caudillos Rivera y Oribe, se convertirán en un elemento de orden civil a través del funcionamiento de una coparticipación que laboriosamente va asentando en la ley las reglas del juego político.

Ya no será en la arena del campo de batalla, en la arena de la confrontación de fuerzas individuales que se hará el juego de la política, sino que se realizará dentro del ordenamiento legal. A ese fundamental concepto advendremos recién a principios de la presente centuria, formalizándose, definitivamente en los carriles

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del Estado, aquella turbulenta realidad consecuente del medio ambiente.

Este tiempo, este espacio y esta sociedad reconocen, además, conflictuales situaciones internacionales, fruto también de nuestra intransferible historicidad. Los episodios que van hasta la Guerra Grande, y aun mucho más allá, son el resultado del prolongado y complicado proceso de independización y consolidación de la conciencia nacional. Así como la política de Rosas es la de la Argentina que no se ha resignado a la pérdida de la disputada. Provincia, de la misma manera —señala Alberto Zum Felde— la política brasileña es la de "animal en acecho", dispuesto a irrumpir en los momentos en que calibra que debe salvaguardar sus intereses o mejorarlos ostensiblemente.

La realidad del pasado —indica Marrou en "El conocimiento de la historia"— es más rica y tumultuosa que la que recogemos en los documentos. Siempre hay algo más, porque ella es pretérita y compleja. Solo alcanzamos su inteligibilidad cuando se descubren "las relaciones que unen cada etapa del devenir humano a sus antecedentes y consiguientes". De esto no se infiere que haya un encadenamiento indispensable de los acontecimientos; por el contrario, muchas veces hay hiatos. El desafío está en descubrir los encadenamientos donde quiera que ellos se den.

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Segunda parte

Vida del Brigadier General Fructuoso Rivera

"Las edades lo son de nuestra vida y no, primariamente, de nuestro organismo. Son etapas en que se segmenta nuestro quehacer vital". (José Ortega y Gasset)

"No entendemos lo que quiere decir lo que un hombre dice, mientras no sabemos en qué fecha y

de qué fecha es ese hombre". (Julián Marías)

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CAPÍTULO 1RAÍCES

Como sucede comúnmente con muchos personajes de nuestra historia, la fecha del nacimiento de Fructuoso Rivera permanece aún en las sombras. La investigación, pese a sus esfuerzos, no ha logrado hallar la partida de bautismo del caudillo; tampoco aparece determinada su edad en la partida de defunción. Por lo tanto, hasta el presente, solo se han manejado conjeturas en cuanto al año y lugar de su nacimiento y otras "probabilidades" más fehacientes en cuanto al día y mes del mismo.

Respecto a los primeros —año y lugar— Isidoro de María y José Fernández Saldaña indican 1784, en tierras que forman parte del departamento de Florida. (De María posteriormente se rectificó y propuso la fecha de 1789). Respecto a los segundos —mes y día—, según la tradición recogida por Fernández Saldaña fue el 17 de octubre; sin embargo, en el "Diario de la Guerra del Brasil" su ayudante de entonces, José Brito del Pino, estampa, debajo de la fecha 27-10-1825: "Se felicitó al señor inspector por su día...". Precisa Juan Apolant que ayuda a corroborar esto el hecho de que el 27 de octubre es, en el Santoral, San Fructuoso Confesor. Podría servir también como prueba, aunque desgraciadamente la data no está totalmente confirmada, la carta que envía Rivera a Julián de Gregorio Espinosa y que sería del 24 de octubre de 1833, en donde expresa: "parecen que los disavores han querido solemnizar el mes de mi nacimiento". Sin embargo el documento más esclarecedor lo constituye una carta de Bernardina a Fructuoso —con fecha del 3 de mayo de 1833—, en la que expresa: "... de lo que me dices si he dado alguna tertulia el día de tu cumpleaños, estás equivocado pues tu día es el 27 de octubre que bien presente lo tengo, no solo no he dado tertulia sino que no he salido a ninguna parte...".

De cualquier forma es evidente que a Rivera nunca le interesó esclarecer este punto de su vida, porque realmente la consideraba "naciendo" en 1811. Ello está demostrado por los "Apuntes" (1811-1845) como por las "Memorias de los sucesos de armas" (1811-1820) y las "Notas Biográficas" (1816-1826). Si bien se puede objetar que todas ellas tienen un acentuado carácter e intención militar, también es dable decir que no importa en sí la fecha matemática de una edad sino el concepto vital de la misma. En tal sentido podríamos sentenciar con Julián Marías que la edad originariamente no es una fecha, es una "zona de fechas". La vida para Fructuoso Rivera comenzó en aquel día de 1811 cuando se juntó a las huestes revolucionarias de Venancio Benavídez.

Nuestro caudillo fue un fruto más del prolífico matrimonio compuesto por Pablo Perafán (otros dicen Perafrán) de la Ribera Bravo, natural de Córdoba del Tucumán, y Andra Toscana (otros dicen Toscano) Velázquez, natural de Buenos Aires. Como fue habitual en la época, Pablo Perafán terminó eliminando parte del apellido paterno llamándose a sí mismo, simplemente, Pablo Ribera. Como tal figura en el padrón del Éxodo. Posteriormente, sus descendientes y entre ellos Fructuoso, sustituirán en el apellido la b por la y labio dental.

Según la tradición establecida por Isidoro de María y repetida luego, el matrimonio

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Ribera-Toscana se afincó en Las Piedras en el año de 1752. Actualmente Juan Apolant ha demostrado que dicha tradición está viciada de error, ya que figuran todavía como "vecinos" de San Isidro (Buenos Aires) bautizando, el 18 de marzo de 1774, a su hijo Julián Rivera. Por otra parte, no aparecen en la Lista de Vecinos levantada en 1761, en el Censo de 1769 y en el Padrón de Aldecoa de 1772-3. Al contrario, se registran sus pasos por primera vez en la Banda Oriental, en diciembre de 1778, cuando bautizan a una esclava adulta en el templo de Las Piedras. A partir del citado año son numerosos los documentos en que los hallamos. Por lo tanto, opina el mencionado genealogista que habríanse trasladado a la jurisdicción de Montevideo entre 1774 y 1778.

De los hermanos de Fructuoso solo señalaremos la existencia de aquellos que han sido registrados por Apolant, aunque este tampoco descarta la posibilidad de que su número sea mayor. Ellos son: Julián, Teodora (casada con José Mendoza), Agustina (casada con Bernardino Pelayo), lgnacia (casada con Francisco Zás o Tás), Félix José (casado con Martina Silva), Francisca y María Luisa, ambas solteras.

Entre los hermanos del caudillo no hacemos mención del malogrado Bernabé, a pesar de que aquel siempre lo llamó "hermano". Hasta donde podemos hacer fe, el futuro coronel Bernabé Rivera es hijo natural de María Luisa Rivera y Toscana, quien lo habría dado a luz en el año de 1799. Su padre sería Alejandro Duval, que falleció en una emboscada entre 1819 y 1820. La ilegitimidad del origen de Bernabé dio lugar a que, tanto en la familia como en la sociedad, se lo considerara como hermano de Fructuoso. Juan Apolant también admite este hecho como cierto al referirse a María Luisa, y un contemporáneo de Rivera, Carlos Anaya, lo identifica irónicamente como "su predilecto Sobrino, o Hermano".

Es un hecho notorio que Pablo Perafán de la Ribera logró adquirir, en su tierra de adopción, numerosas suertes de estancias. Dice al respecto Agustín Beraza, en "La economía en la Banda Oriental", que era "poseedor de los campos ubicados entre Carreta Quemada y Chamizo y desde el Arroyo de la Virgen hasta el Pintado, pero al mismo tiempo adquirió las estancias del Rincón de Averías y del Rincón del Arroyo Grande sobre el Río Negro. Más tarde obtuvo las estancias del Rincón de San Luis y la del Rincón del Hospital con el Río Negro, totalizando, en conjunto, unas 280.000 cuadras".

A estos cuantiosos bienes hay que sumar la quinta del Miguelete y sus establecimientos de Peñarol y Las Piedras, siendo este último, aparentemente, la primera sede de su afincamiento. Sin embargo, Perafán de Riera no resume sus actividades a las exclusivas del hacendado, ya que la escasa densidad demográfica no permitía la diferenciación de funciones: de tal forma –como parte integrante de la pequeña burguesía colonial– el hacendado era también comerciante (saladero y pulperías), funcionario (Alcalde de la Santa Hermandad y Juez Comisionado en lo que es hoy el Departamento de Durazno) y, por lo mismo, también dirigente.

A pesar de esas características, su influencia no la ejerció en Montevideo, centro de acción social, política y económica de la época, sino en el medio rural, porque allí fue donde se radicó con su familia. El ambiente de su hogar estuvo exento de la mentalidad urbana que, en las ciudades americanas del siglo XIX, está

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condicionada por un intenso proceso de aculturación.

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CAPITULO II

"FRUTOSO"

Según ha recogido Isidoro de María, "Frutoso" (así firmaba en las primeras cartas que de él conocemos) careció de una educación cultivada. Hizo sus primeras letras en Peñarol, en la escuela del maestro José Bonilla, y fue intención de su padre enviarlo al Viejo Mundo a ampliar sus rudimentarios conocimientos. Estaba encargado de tal misión el socio de Perafán de la Ribera, Manuel Durán, quien debía embarcarlo en compañía de Luis Eduardo Pérerz, joven ligado por lazos de amistad familiar.

Sin embargo, muchacho rural, poco afecto a los libros y en cambio sí a las tareas del campo donde era ya proverbial su afición y destreza, Frutoso llegó a enfermar de desesperación, negándose al viaje, por lo que Durán creyó conveniente desistir. El estallido revolucionario de 1811 impediría cualquier otro probable intento posterior de encultecer a este paisano que llevaba el ambiente rural calado en los huesos. Su forma de ser campechana, afectuosa, protectora de la gente del campo a la que entendía y lo entendía a la vez, encajaba con el grupo social al que estaba ligado por "una estructura de preferencias" subterráneas, constituidas por agrados, desagrados, indiferencias e inclinaciones condensadas en cadenas de amistad que, en futuro no lejano, serían la fuente mayor de su capacidad de caudillo.

El campo es su "espacio vital"; allí encuentra el eco —imprescindible para toda comunicación humana— de su marco de conducta. Baqueano, astuto, audaz, jugador (las pencas fueron su diversión favorita), sin par con las mujeres, pero al mismo tiempo valiente, afable y fraternal, tiene, en fin, las condiciones apropiadas para el medio que lo recibió y lo tuvo siempre como uno de los suyos y de ellos, el mejor.

Estas condiciones no le impedían, como lo señala el Gral. José María Paz en sus "Memorias", que "de los humildes ranchos campesinos" pasara, "con singular soltura, a las opulentas mansiones; dormía lo mismo en la mullida cama de la casa patricia que sobre los cojinillos del recado y sobre el suelo duro".

El año 1811 trae consigo un dilatado y penoso cortejo de sangre. Comienza el incendio de la guerra que, fenómeno social colectivo por naturaleza, abarca a toda la sociedad y aun más desde que constituye un enfrentamiento que lleva impreso el sello de una revolución que heroicamente Artigas sostendría en tres frentes: el español, el porteño —con su centralismo y sus acentuadas ilusiones monárquicas— y el portugués.

Pablo Ribera y su familia toman partido por los insurgentes y mientras es perseguido por sus ideas y hecho prisionero en las mazmorras de las Bóvedas, sus hijos Félix y Fructuoso, conjuntamente con Juan Vicente Báez (Comisionado del Partido de Isla Sola) y Bartolomé Quintero, reúnen vecinos, peones y hombres sueltos y levantan la región del Yi. Félix fallece poco después, pero al impetuoso

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Fructuoso lo hallarnos, en clase de alférez, unido a las huestes de Venancio Benavídez en la acción del Colla, el 20 de abril. Fue su bautismo de fuego y el despertar de una lucha que duraría toda su vida.

Días más tarde —el 25— participa en la toma de San José y, según expresa en sus "Apuntes", allí se reunió con Artigas quien lo envió "en clase de teniente a encontrar al Gral. Belgrano que venía del Paraguay", en el pueblo de la Cruz, margen occidental del Uruguay. Cinco días antes de Las Piedras se junta con el ejército oriental en el Canelón chico; su excelente intervención en la batalla le vale el grado de capitán.

Los sucesos posteriores lo encuentran al lado de Artigas: en el primer sitio; en sus comisiones hacia la frontera amenazada por los portugueses; en el Éxodo que, con su penoso y cansino pasar de informes carretas, de jóvenes, viejos y niños, de blancos y esclavos, de indios y hombres sueltos, de incendio y desolación, era la trágica y muda manifestación de la solidaridad de un pueblo que nacía como nación. Detrás del Jefe de los Orientales, buscando un sueño de porvenir compartido, que escoge la salud de la comunidad antes que la satisfacción de los egoísmos particulares, iban también los Rivera. Fructuoso, en el ejército que los protege, don Pablo (escapado poco antes de la prisión), doña Andrea, sus hijas, sus yernos, sus nietos, sus esclavos, el ganado y los enseres que se habían podido recoger.

A medida que la triste caravana se acerca al paso del Salto, los encuentros con los portugueses obligan a frecuentes enfrentamientos que continúan cuando afincan en el Ayuí; Arapey, Santo Tomé, son los jalones más importantes. La traición se enseñorea del campamento oriental con el arribo —en junio de 1812— del enviado de Buenos Aires, Manuel de Sarratea. Algunos de los jefes artiguistas son seducidos por la infame política del porteño y las filas patriotas quedan raleadas y reducidas a las comandadas por Manuel Francisco Artigas, Fernando Otorgues y Fructuoso Rivera.

A mediados del año 12 se van superando las dificultades provocadas por la intriga; se formaliza el sitio y los combates guerrilleros se desencadenan vertiginosamente. En Arroyo Seco, Fructuoso es herido el Día de Todos los Santos, pero el 31 de diciembre está presente en la victoria del Cerrito.

Transcurren los éxitos del joven y fogueado capitán, en acciones plenas de audacia, astucia y baquía como la que desempeña por orden de Artigas, quien, agraviado por las persistentes maquinaciones de Sarratea, lo envía a robarle las caballadas. Protagoniza, por vez primera, un hecho militar que repetirá más tarde en Guayabos y en Rincón.

Con las victorias vienen los grados: en febrero de 1813 obtiene la calidad de sargento mayor de línea, resultante de las operaciones de desalojo de los "godos" de sus puestos avanzados de la Aguada y el Cordón. Ya tiene mando sobre tropas de las tres armas y es, con Otorgues, el hombre de confianza del General. De una confianza que se revela cada vez más necesaria dada la tirantez de las relaciones con Buenos Aires a raíz del rechazo del programa republicano-federal de Artigas.

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En 1813 y 1814 es misión de Fructuoso hostilizar las fuerzas porteñas. Está en todas partes: un día impidiendo que los refuerzos se unan a Rondeau; otro escurriéndose milagrosamente; un día está en observación en Colonia; otro en Soriano; un día está apoyando a Otorgues; otro aparece en la Azotea de Diego González, sorprendiendo a la guarnición enemiga "con 300 de los nuestros y 100 charrúas", dice Artigas, que lo titula "nuestro valiente y generoso Rivera". Tres meses después –10 de enero de 1815– el encuentro decisivo de Guayabos, donde aniquila a las huestes porteñas comandadas por Dorrego. Gracias a esta acción definitiva, en la que tiene bajo sus órdenes a Juan Antonio Lavalleja y a Rufino Bauzá, la corta dominación porteña en Montevideo tocará a su fin, pues Alvear se apresura a negociar. Un galón más para el guerrero: Artigas lo asciende a coronel y lo designa Jefe del Litoral Sur.

En ese tiempo, así lo vio Dámaso Antonio Larrañaga, en Mercedes: "... prontos ya para marchar observamos que llegaba al pueblo en tres columnas la división que forma la derecha de la vanguardia del ejército oriental, al mando del Sr Don Fructuoso Rivera, y que este dirigiéndose al puerto en una canoa pequeña y puesto de pie dentro de ella en compañía de un oficial venía hacia nosotros. Yo deseaba mucho conocer a este joven por su valor y buen comportamiento. Él fue quien en Guayabo derrotó a las fuerzas de Buenos Aires mandadas por Dorrego. Me pareció de unos 25 años; de buen personal, carirredondo, de ojos grandes y modestos, muy atento y que se expresaba con finura. Su traje era sencillo de bota a la inglesa, pantalón y chaquetilla de paño fino azul, sombrero redondo, sin más distintivo que el sable y la faja de malla de seda de color carmesí. Este mismo traje vestía su ayudante. En todo guardan una perfecta igualdad estos oficiales, solo se distinguen por la grandeza de sus acciones, y por las que solamente se hacen respetar de sus subalternos. Detestan el lujo y todo cuanto pueda *minarlos. Esta entrevista nos detuvo más de una hora...".

¿Lo habrá visto así también el joven corazón de Bernardina Fragoso?

Ese amor leal, manso y fuerte a la vez nació, y para toda la vida, en Montevideo un día de 181... La historia guarda el secreto, unos dicen 1810, otros 1815 o 1816. Los libros parroquiales no registran el casamiento, aunque sí su nacimiento producido en Montevideo el 20 de mayo de 1796. Hija de Pedro Fragoso, natural de Santa Eulalia de Pandemariños (Obispado de Santiago de Galicia) y de Narcisa Laredo, porteña. Sus años mozos, indica Fernández Saldaña, habrían transcurrido en la villa de San José, donde su padre tenía un modesto negocio de pulpería. Tuvo –con Fructuoso– un único hijo: José Fructuoso Fernando, nacido el 30 de mayo de 1816 y bautizado, porque su padre estaba en comisión en campaña, el 1° de junio en la Matriz. Fueron sus padrinos José Artigas, representado en la ocasión por el coman-dante Felipe Duarte, y Teodora Rivera. Corta vida tuvo este hijo que debió fallecer muy pronto, cuando Bernardina acompañaba a "su Rivera" en Minas, poco antes de la batalla de India Muerta de 1816. Muchos años después, en 1843, Fructuoso le dirá: "... visité el cementerio donde están los tiernos restos de nuestro hijo Juan José y no pude menos que conmoverme como era regular...". Pero "mientras hay lugar le digo a Bernardina que venga a dar un paseo". Y esta será la vida de Bernardina, una vida de amores, desgracias y peligros compartidos.

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Desde el 28 de febrero de 1815 llamea en Montevideo la bandera tricolor del Jefe de los Orientales. Meses más tarde, en julio, Fernando Otorgues, Gobernador Militar de la Plaza, es relevado y sustituido a causa de los excesos de sus tropas, por Miguel Barreiro, en condición de Delegado, y por el Coronel Fructuoso Rivera. Este actúa en calidad de Comandante de Armas de la ciudad y simultáneamente Jefe de la Segunda División de Infantería, fuerza predilecta a la que calificaba de "dragones" por su doble función de infantes y caballeros. La primera de sus seis compañías, acantonada en Colonia, era comandada por Juan A. Lavalleja. Al decir del padre Larrañaga: "Rivera inspira confianza, es jefe de orden; oye".

Pero la lucha de las dos corrientes políticas que se definieron en 1813, la unitaria y la federal, que demuestran además una profunda diferencia en los términos económicos y sociales que sustentan, decretará por parte de los unitarios (poco afectos al ideal republicano y a la libertad económica) la guerra a muerte al Protector de los Pueblos Libres y su llamado al invasor portugués.

Siguiendo las prácticas de la época hispana, la revolución bonaerense quería desconocer la existencia de la intrincada realidad del exvirreinato y entregaba la Provincia Oriental a los lusitanos, cercenando, al decir de Zum Felde, el miembro gangrenado. En conocimiento de tales atentados, Artigas concibe un plan de defensa del suelo patrio; a Fructuoso le ordena cubrir las fronteras de extramuros y Maldonado y la organización de las tropas para su defensa.

Días aciagos esperan a las pequeñas fuerzas orientales en la campaña que se abre en 1816. Si estudiamos bien las condiciones en que ella se desarrolló, comprendernos claramente que nunca los artiguistas tuvieron posibilidades de victoria: ni Andresito, ni Gatell, ni Latorre, ni Otorgués, ni Berdún, ni Rivera, ni Artigas. Por un lado es notoria la diferencia de recursos, tanto materiales como humanos; por otro, el clima que envuelve a la población, tanto la ciudadana como la rural. Si espinoso había sido integrar, disciplinar —y no totalmente— a aquellos "hombres sueltos" (los gauchos), a los indios y a los pueblerinos, más aun resultaba ahora cuando el temor, el cansancio y la pobreza en que había quedado sumido el país hacían flaquear las últimas reservas. Montevideo, reducto artiguista de mal grado, provoca el motín del Cuerpo de Cívicos. Cuesta reclutar "voluntarios" entre los vecinos, a los que también a la fuerza se les requisan los esclavos, las caballadas, los dineros. Este clima, generalizado en todo el territorio, se aprecia particularmente en los documentos previos a la batalla de India Muerta del 19 de noviembre de 1816, en que fueron derrotadas las bisoñas y mal preparadas tropas de Fructuoso, incapacitadas para cubrir tan grande extensión. No bastaban a la época las gloriosas y estentóreas proclamas que el poeta Bartolomé Hidalgo redactaba para Rivera, no bastaba que dijeran: "la dignidad del hombre libre debe sostenerse con sangre. ¡Viva la Patria. Mueran los tiranos!". "¡Muerte o Gloria! ". Tampoco alcanzaban las directivas de Artigas y de sus tenientes para imponer la disciplina a los gauchos y los indios, para evitar la traición de los vecinos: "... que haya otro encuentro como el de Moreyra, para que los paisanos se vayan haciendo; le encargo muy particularmente el tener orden, la mejor armonía con los compañeros, que la tropa toda en general respete el derecho del vecino. El que cometa cualquier atrocidad, darle el castigo, y si es de mayor consideración, mándelo en mi presencia. Lo mismo le digo a Ud. si algún vecino de esos destinos

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quisiese andamos maliando, darle duro, aquí remítalo que lo fusilo al golpe. Mucho cuidado, que nadie con posibles pase adelante de sus avanzadas hacia donde están los enemigos, quien quiera hacerlo sin su permiso, asegurarlo. Vivo en esto amigo".

El tenor de estas recomendaciones de "Frutoso" a Julián Muniz, en setiembre de 1816, es similar a la carta de Artigas a Rivera del 18 de enero y al oficio del General del 29 de junio al Cabildo Gobernador.

Las circunstancias hicieron inútiles las sabias instrucciones impartidas: "no dormir de noche, porque Ud. sabe lo que son los enemigos"; "mucha vigilancia por Dios para no ser sorprendidos. Nada de dormir de noche. Ud. sabe que en caso de sorpresa todo se pierde de noche... De día se descansa y se come... No hay que fiarse de quien no conozca Ud. ya sabe que hay hombres para todo y en esta revolución hay todo".

Montevideo se entrega, Barreiro abandona la plaza sin cumplir las órdenes de Artigas de destruir todo lo que pudiera servir al enemigo y el 20 de enero de 1817 Carlos Federico Lecor hace su entrada triunfal.

Artigas, como antaño, ha ordenado la guerra de recursos; hoy aquí, allá, aprovecharse de la sorpresa, engañar con lo que no se tiene en fuerzas pero sí, y mucho, en agresividad furiosa que nace del sentimiento de frustración. La astucia es suficiente para sobrevivir por el momento. Así lo demuestra la famosa retirada del Rabón que protagonizó "Frutoso", o la construcción de la "zanja reyuna" que debió abrir Lecor para evitar sus incursiones. Pero no lo es para impedir el final que se acerca inexorablemente. Unos jefes, como los Oribe y Rufino Bauzá —en 1817—, personalizando en Artigas las desgracias, desertan con sus tropas y se retiran a Buenos Aires; otros —en 1818— como Lavalleja, Bernabé Rivera, Fernando Otorgués y Manuel Francisco Artigas son hechos prisioneros y arrojados en los calabozos de la isla Das Cobras.

Derrotas morales, derrotas heroicas, la traición de Ramírez, son los hitos que recorre la estrella descendiente del caudillo Artigas, que pronto se hundirá para siempre en el Paraguay.

Fructuoso todavía resiste y despierta admiración por su despliegue de valor personal. De esta forma lo recuerda, años después, Ramón de Cáceres en sus "Memorias": "En esos momentos se aparece Don Frutos que venía en un caballo tordillo y sin sombrero; no traía más armas que una hoja de espada enastada en una caña tacuara en figura de lanza; pasó por el costado izquierdo de la columnita portuguesa, y al llegar a la cabeza, atropelló a un hombre que sin duda era oficial o guía general; este al sentir el tropel, miró a la izquierda, y Don Frutos, después de tenderse casi hasta tocar con la espalda el anca de su caballo, enderezó el cuerpo, y con la lanza en las dos manos, le pegó tan terrible lanzaso al portugués, que le salió toda la espada por el costado derecho, quebrando el asta, que llevó consigo; el herido hizo ademán de sacarse la espada y cayó muerto; este suceso hizo contramarchar la columnita, y entonces volvieron algunos cuantos de los nuestros y acuchillaron a la retaguardia como tres o cuatro cuadras ...".

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Febrero de 1820. En un panorama de miseria general, arrasada la riqueza y la gente por la guerra, "todavía Fructuoso Rivera conserva alguna fuerza reunida y representa cierta quimérica importancia", informa Lecor a su gobierno. El 2 de marzo de 1820 "la quimera" se rinde en Tres Árboles. Previamente había formalizado un armisticio con los representantes del Cabildo montevideano en el que, según expresa Rivera años más tarde en sus "Notas Biográficas", había establecido claramente: "que ninguna capitulación o transacción se verificaría que expresase cláusulas de un carácter civil en cuanto a la legítima jurisdicción de la Provincia Oriental; bajo este concepto el general Rivera se limitó a proponer una suspensión de hostilidades, mientras se dirigía al gobierno de Buenos aires, bajo cuya protección quería ponerse con sus tropas; y siendo respetada desde luego la independencia del territorio que hasta entonces se hallaba libre aún; con todo lo cual, la guerra cesaría" [...]"Lecor se negó a continuar la negociación sobre tales bases, y abandonado el camino de la decencia [...] mandó a ejecutar uno de los atentados más atroces el sargento mayor portugués Bentos Manuel, abusando de la buena fe con que el general Rivera se había prestado a las conferencias políticas... sorprendió a Rivera en el momento menos pensado, se apoderó de su persona, y le intimó terminantemente que, se diera prisionero o firmara la pretendida incorporación [...] El general Rivera reputa ese día como el más infausto de toda su vida 1.1 sus paisanos tantas veces partícipes de sus glorias e infórtunios, a quienes, en lugar de súbditos había tratado siempre como a los estimados amigos y compañeros, se coligaron con los malvados que robaban, quemaban y ultrajaban su Patria". Ramón Masini –un contemporáneo al que no se puede tachar de parcial– en su obra "Rivera y la Constitución de la República del Uruguay", señala: "No es cierto el cargo de que se le acusa de haber hecho traición a Artigas, después de haberle servido con celo, y cuando lo vio abandonado por la fortuna. Entonces hizo un gran servicio a su patria, cesando de oponer una resistencia inútil y sin ningún objeto laudable a los Portugueses, y no merece culpársele por haber cedido al voto de todas las personas, que en la ciudad representaban al partido patriota, de cuyos miembros se componía la municipalidad, a la cual se debe todo el honor o vituperio de esa negociación...".

Se ha probado que fue en esas circunstancias que envió notas a varios gobiernos de las Provincias, señalando que cualquiera fuese la suerte de su desgraciado país y la suya propia, no cesaría de trabajar por la libertad y si se decidieran a proteger a la Provincia Oriental, contasen con su decidida cooperación. Ante lo inevitable nos dice Fructuoso –en las "Notas Biográficas" mencionadas– que, habiendo perdido toda esperanza, "solo se cuidó de hacer menos terribles sus desgracias, interponiendo su influjo para con los opresores y aprovechándose de él para romper algún día la cadena... para proteger a sus paisanos en la desgracia". Del mismo tenor es la misiva dirigida a Julián de Gregorio Espinosa en setiembre de 1826: "... sacar partido de nuestra misma esclavitud para en tiempo oportuno darle al país su libertad que había perdido y con ella mucha sangre vertida y arruinada casi a los bordes de una riqueza incomparable".

La frustración que alimentara los últimos impulsos belicosos de Fructuoso, dio paso a otro sentimiento, que es también producto de ella, el de la resignación que espera. El caudillo en la desgracia —como centro de responsabilidad– personaliza el fracaso en su ser y su complejo de culpabilidad entablará la lucha en dos polos: por un lado la sublimación, el sacrificio que se deshará en abnegaciones de protección para los que

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lo rodean; por otro, asoma su intento de achacar a los demás la responsabilidad de acontecimientos de los que no se siente feliz. Pero cometía el error de todo conductor que se pregunta solo ¿qué es lo que hice mal? y no ¿qué pasaba con los demás?, Chano y Contreras –los personajes del dialoguista Bartolomé Hidalgo– se lo hubieran podido explicar muy bien: "Y así lo que solicito /Es que haiga aquí un Gobierno / Que me deje trabajar /Y vivir en mi sociego / Cuidando de mi mujer, / De mis hijos y mis nietos / Que han pasao tantos trabajos / Por esos campos huyendo / Tanto del gobierno criollo /Como del Europeo".

CAPÍTULO IIIFRUCTUOSO, "EL PARDEJÓN"

En cada acto humano gravita la historia entera. (Julián Marías)

Muertas las ilusiones de la concreción de un tratado ligeramente ventajoso, hubo de "remitirse a la clemencia del pueblo romano", o sea, a la capitulación sin condiciones. Lecor puede, por fin, comunicar que "la Provincia está pacificada", lo que quiere decir —para emplear los términos de Gastón Bouthoul— que "la agresividad de los individuos, es decir, la de los dirigentes y la de los combatientes más virulentos, terminó".

Si miramos el acontecimiento desde el punto de vista de la "corta duración", Lecor tiene razón pues es la expresión de una actitud y un deseo irracional, producto del agotamiento; pero si lo consideramos desde el ángulo de la historia concebida en "larga duración", es solo un intervalo. A pesar de que en los primeros tiempos la tendencia general es la de "inscribirse en la escuela del vencedor".

Nombrado diputado por Extramuros, Fructuoso Rivera intervino —en julio de 1821— en el Congreso Cisplatino que incorpora la Provincia a Portugal; pese al hocicamiento, se aclara expresamente que es sobre la base de que "este territorio debe considerarse como un Estado diverso de los demás del Reino Unido". Discurre entonces el caudillo en sus "Notas Biográficas": "... el General Lecor, o el ministerio de Río de Janeiro, deseaban proporcionarse un sujeto del país que por su influencia pudiese servir de instrumento a sus designios: fue entonces que el general Rivera empezó a recibir consideraciones y gracias que jamás había deseado ni esperado: a poco tiempo se le nombró con alguna fuerza del país para la frontera de Tacuarembó; después se le hizo coronel de dragones de la unión, y en seguida Jefe de la Policía de Campaña...".

El 10 de octubre de 1821, formado ya el regimiento de Dragones de la Unión —con la base del Regimiento de Orientales— cuyo comandante es Rivera, entran a figurar en el mismo: Juan Antonio Lavalleja, quien recientemente había regresado de su cautiverio, con el grado de teniente coronel; su hermano Manuel, en calidad de capitán; Bernabé Rivera, el ayudante Estanislao Durán y muchos otros. En cuanto a Manuel Oribe, los documentos del Cabildo de enero de 1822 a junio de 1823 consignan que pasó a comandar un escuadrón de caballería con las tres compañías de línea de la capital. Pablo Zufriategui es sargento mayor del Cuerpo

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de Cívicos de la ciudad. Juan Francisco Giró es capitán de la Compañía de Fusileros, Francisco Joaquín Muñoz, capitán de la Compañía de Cazadores, etc. Juan Antonio Lavalleja ocupó, además, el cargo de "Administrador de las estancias de intestados", nombrado por Nicolás de Herrera, Juez de Difuntos, y ejerció la comandancia militar de la zona donde estaban esos bienes (Rincón de Zamora) hasta su huida a las Provincias Unidas.

El caudillo nacional se va perfilando. Se enseñorea de la campaña, de su gente, mediante el atractivo que se desprende de su persona, amparando cual patriarca primitivo su clan; es su voz, su fuerza y su representante. Lecor lo necesita como él necesita del poder de Lecor "para organizar cautelosamente un partido patriota, que a su vez obrase la libertad de la Provincia", dirá en las "Notas". Por lo mismo, un día de 1821 lo vemos fundando San Pedro del Durazno, promoviendo la instalación de familias indigentes "que se veían expuestas a una miseria peligrosa y formar una barrera contra la invasión de los indios salvajes y cuartel de policía rural"; otro, levantando el cuartel para sus dragones, ocupándose persistentemente del cuidado y sostén de sus soldados y sus familias, poniendo bajo la ternura generosa de Bernardina cuanto huérfano encontraba en su camino. Al respecto escribe a Artigas, en enero de 1839: "su comadre no ha tenido hijos pero se ha ocupado de criar huérfanos que mucho le placen y le distraen".

Indudablemente vemos crecer y afianzarse su ascendiente en la red múltiple y sutil de los padrinazgos, con su interminable cadena de compadrazgos. Fructuoso y Bernardina son inveterados padrinos en las pilas bautismales, en las ceremonias matrimoniales, ya en persona, ya por poder. Nadie como el habitante del campo para darle importancia a este hecho que engendra respeto, cariño y resguardo de "quienes sabían sus obligaciones" para con el apadrinado. El país se cubre de "Fructuosos", "Bernardinos" o "Bernardinas". Se crean así los lazos de dependencia, basados en una relación de grupo humano funcionando "cara a cara" por la aproximación, la intensidad y la manera de comunicarse, pese a lo extenso de su área, pese a su tamaño. Los contactos no se establecen en forma indirecta, sino por la acción personal, familiar, del caudillo que tiene sus mismas costumbres e igual lenguaje. Las palabras "compadre" y "amigo" tienen una significación mayor a la que se les presta hoy día y son posesivas: es mi compadre, es mi amigo, porque a través de este gesto vocal, exclusivamente humano, es que se suscita la comunicación que certifica el lazo de relación y la respuesta adecuada de los otros.

Transcurren los años 1822 y 1823. Fructuoso y Juan Antonio, compadres desde los días tumultuosos de la revolución, compadres de alegrías y desgracias compartidas, abrirán la zanja de sus diferencias. La independencia de Brasil, declarada por Pedro I el 7 de setiembre de 1822 a orillas del Ipiranga, dividirá las fuerzas dirigentes portuguesas en "talaveras" y "abrasilerados", pero también dividirá a los orientales, conmoviendo profundamente a la "pacificada" Cisplatina.

Principia la fermentación del impulso belicoso del que emana un despertar de reivindicaciones. Si en un comienzo todos los cuerpos orientales de la campaña —tanto civiles como militares, incluyendo a Lavalleja—juran en octubre de 1822 su adhesión al emperador; por otro lado, los cabildantes montevideanos —confiándose en las promesas de Da Costa y en esperanzas que les infunden algunos

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porteños— promueven la rebelión con actitudes revolucionarias que se definen en diciembre de 1822 y en sus postreros enunciados de 1823.

El interior siente el sacudón que dimana de la ciudad. Algunos de sus hombres se levantan. Entretanto, el Cabildo busca el sostén argentino. Juan Antonio se pronuncia en Clara y debe huir hacia las Provincias, mientras su compadre Fructuoso permanece junto a Lecor porque "si la guerra es el examen de los pueblos" —como dice Von Bernhardi— también es una "fuente de enseñanzas". Ella le había enseñado que los tiempos no estaban maduros. Sujeta el freno y contesta a la invitación del Cabildo: "V E. se decide y me invita a defender la libertad y la independencia de la patria, y felizmente estamos de acuerdo en principios y opiniones. V.E. sabe que mis afanes no han tenido otro fin que la felicidad del país en que nací. La diferencia entre V E. y yo, en la causa que sostenemos, solo consiste en el diverso modo de calcular la felicidad común a que ambos aspiramos... V E. no puede contar con el auxilio de estas tropas europeas [portugueses]; pues como V E. afirma, solo esperan para marchar, las órdenes de su Gobierno. Tampoco con el auxilio de las provincias hermanas porque nadie da lo que no tiene, ni lo que tiene con riesgo inminente de perderlo y sin esperanza alguna de utilidad. A. V E. no puede ocultársele que las provincias hermanas, divididas en pequeñas repúblicas, continuamente agitadas del estado de revolución, no han de agotar por esta banda los recursos que necesitan para conservar la suya; ni han de comprometerse en una guerra desastrosa con una nación americana limítrofe, sin otro interés que establecer en esta parte del río un Estado independiente. Los pueblos como los hombres nunca arriesgan su fortuna y sosiego sin fundada esperanza de gloria o de provecho... porque arrojarse a una empresa de esta especie, en la esperanza remota de auxilios quiméricos y dudosos, siempre sería la más fatal de las imprudencias...".

A tal grado alcanzaba el ascendiente de Fructuoso en 1823 que incluso Carlos Anaya —uno de los enemigos más furibundos que después tuvo— escribió años más tarde, en una subjetiva biografía del caudillo: "...El Coronel Rivera llegó a adelantar en las convicciones de aquella fantástica autoridad (el Cabildo) como el único hombre de importancia capaz de ocupar la silla suprema y subordinar los pueblos y las masas...".

Los hechos posteriores demostraron que Fructuoso tenía razón: ni los auxilios argentinos llegaron, ni Álvaro Da Costa cumplió su palabra con el Cabildo y, al contrario, pactó con Lecor la entrega de la plaza al Brasil, retirándose con sus "talaveras". El 24 de febrero de 1824 el barón de la Laguna asienta nuevamente sus reales en Montevideo, mientras más de un centenar de vencidos orientales emigran a Buenos Aires. Lavalleja desde la vecina orilla renueva las angustias del extrañamiento; con sus bienes confiscados, tiene enormes dificultades para subsistir. Amargamente se queja y atribuye a su compadre las causas de su desgracia: "Yo creo —dice en carta del 31 de julio de 1824 a Miguel Barreiro— que tus esfuerzos y los de algunos otros señores que se interesan en que vuelva a reposar en mi país y en el seno de mi familia serán inútiles... Yo sé que el decreto del Emperador no distingue personas, por qué pues el señor Marquez Barreto y el Washington Rivera se oponen a que pueda volver a mi Provincia?... Te aseguro a je de amigo que si no hubiera sido una carta que escribí al Sr Barón asegurándoles que yo no tomaría una parte contra sus disposiciones, no era ese Napoleón el que me hacía perder mi país sin que antes nos hubiéramos visto las caras en el campo de batalla". Quejas similares se oirán,

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pero de boca de Rivera, cuando Lavalleja sea, de 1826 a 1828, el dueño de la situación y aquel el extrañado. Los rencores desatados tendrán altibajos y solo se apagarán en la fraternal reconciliación sobrevenida al final de sus días.

Mientras, el caudillo es lisonjeado por Lecor y su gobierno. En enero de 1823 es ordenado con el hábito de Caballero de la Orden del Cruzeiro que también había llegado para Lavalleja, pero –como dice Nicolás de Herrera– "para este ya viene tarde". Sin embargo no está quieto. Maneja camaleónicamente las ventajas a su alcance, desplegando todas las facetas de su múltiple y única personalidad. Por un lado, presenta una imagen pública que "la sociedad" comenta desfavorablemente pues, al decir de su leal amigo Julián de Gregorio Espinosa, "se le quita al Diablo para ponerle a Ud.". (Son las secuelas de su negativa a participar en la abortada revolución de 1822-23 y de la prodigalidad con que maneja los dineros que tiene a su disposición, gracias a la interesada generosidad del Barón). Por otro, no descuida ni sus miras, ni su gente, buscando los mecanismos compensatorios a su sentimiento de impotencia, forjando con ellos la base futura de su dominio de hombres y fuerzas. Logra entonces –en mayo de 1823– su promoción a Brigadier General del Imperio y la Comandancia General de la Campaña en 1824. Por este mismo año "ya andaba en algo". Según Isidoro de María "se hacían trabajos reservados" que no pudieron efectuarse. "Apúrense", escribía Lecocq a la gente de Buenos Aires (después que conversó con Fructuoso en el Durazno y recibió sus confidencias), "apúrense porque Rivera va a lanzarse unido a los jefes de Río Grande y les ganará la mano". Otros, como Pedro J. Britos, refieren entrevistas concertadas en 1824 entre Rivera y los jefes riograndenses que aspiraban, según se decía, a concertar la creación de un gran estado independiente organizado sobre la base de la Provincia Cisplatina y de la de Río Grande.

La realidad tangible es que Fructuoso tiene como siempre el dominio de la campaña y del ejército oriental y que estos se hallan "trabajados" por movimientos previos en los que se manejan soluciones libertarias, aunque de diferente tenor a las elaboradas por Juan Antonio desde la otra orilla. Las tratativas de uno y otro lado de ninguna manera son desconocidas por los dos caudillos; es evidente que cada cual puja por la propia y, en "la pulseada", ganó el compadre. Diversos son los enviados que van y vienen de las Provincias argentinas, que van y vienen del continente, incluido Río de Janeiro. José Pedro Zubillaga y Francisco Seco (Lecocq), aparentemente financiados por el entonces síndico Gabriel Pereira, son los más conocidos, pero tampoco está ausente el coronel Juan Manuel de Rosas, quien meses antes de la invasión lavallejista, disimulando un viaje de negocios, pasó a In Cisplatina a entrevistarse con Rivera.

El 19 de abril de 1825 se produce la cruzada. Lavalleja y el puñado de hombres que lo acompañan inician la rebelión, cumpliendo con el rito sacrificante de los pueblos en guerra libertadora: la exhortación a morir o matar en holocausto de la libertad. Días después, el encuentro del Monzón verifica la unidad de los compadres.

Posteriormente Lavalleja y ciertas versiones proporcionadas por sus adictos, hablaron de prisión en el Monzón. En tal sentido expresa bastante enojado Fructuoso a Julián de Gregorio Espinosa el 22 de octubre de 1826: "yo no creo que el Gen.l Lavalleja mande tal Sumaria de que he sido su prisionero porque en ese

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caso sería más criminal que yo en razón de haber confiado el mando de las principales fuerzas de la provincia haberse convenido conmigo según lo manifiestan las comunicaciones firmadas por ambos y dirigidas al Gobierno en Mayo del año 25 así como órdenes y demás que aparecen en los papeles públicos de aquel tiempo. Con ningún prisionero se capitula de ese modo y si se hace cómo se confía la suerte de un país a un prisionero; a más era tal cómo no lo participó el Sr. Lavalleja al Gobierno de la República para que este no me diese ninguna importancia, luego si yo fui su prisionero y él me autorizó es más criminal, a más mis hechos en toda la marcha desde el 28 de abril hasta el 15 de julio [1826] qué es lo que yo he hecho he dado algún paso que haya desmentido mi patriotismo mancillado ...".

A su vez, ¿qué informa el barón de la Laguna, el principal resentido?:

"…que D. Fructos foi sorprendido por Lavalleja, e que o receio de ser assasinado o obriganca a declararse pelo chamado partido de la Patria... he tal o enthousiasmo com que se tem declarado a favor do mesmo partido, que faz parecer que se achava de combinacáo com os revolucionarios....

¿Qué contaba Nicolás de Herrera –uno de los más conspicuos colaboladores del Brasil– a su cuñado Lucas José Obes, a la sazón representante le la Cisplatina en Río de Janeiro?: "Fructuoso estaba de acuerdo con los enemigos y usando de la más negra perfidia, iba desarmando los destacamentos Portugueses, que este hombre [Lecor] le mandaba con una confianza pueril; y a estas horas tiene V a la Patria mandando en toda la Provincia, hasta el Río Negro...".

La papelería es abundante y sabrosa en esta época en que los compadres vuelven a actuar de consuno. En mayo están ya en las puertas de Montevideo, tras cuyos muros –donde todo es confusión– se había refugiado el Barón. En junio se toman providencias para darle un gobierno a la Provincia y el 25 de agosto la Asamblea de la Florida declara su independencia del poder del Brasil y Portugal y la incorporación a las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Juan Antonio es Gobernador, Brigadier General y Comandante en Jefe del Ejército; Fructuoso es Inspector General del Ejército. Los furiosos portugueses ponen precio a sus cabezas: "3000 reales se pagarán a la persona que entregue la cabeza del infame traidor Juan Antonio Lavalleja, y 4000 a quien presente la del traidor Fructuoso Rivera".

La guerra no es fácil, los recursos son escasos, los argentinos no se deciden; siguen manteniendo su llamado "ejército de observación" en alerta y solo envían pertrechos los amigos de la revolución. Parece que la Provincia Oriental debe rendir el examen de sus fuerzas, pasar "las pruebas" de su valimiento: ellas serán Rincón y Sarandí. Entretanto los jefes orientales (que deben emitir severos bandos contra el pillaje, hacer un ejército disciplinado de las montoneras y reclutar voluntarios donde se hallen) mantienen un continuo contacto con sus similares brasileños, tratando de formalizar un acuerdo sin provocar derramamiento de sangre. Estos contactos con el enemigo, que en un principio aparecen únicamente como una medida para ganar tiempo ("conozco que todo son tretas para

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engañarnos hasta reunir más gente", dice Sebastián Barreto Pereira Pinto a Tomás José da Silva), se nos muestran como algo más profundo pues continúan todo el año 25 y principios del 26, como veremos más adelante.

A mediados de junio la situación mejora. "Todo el mundo se une a la causa del país... la insurrección se desborda hasta la frontera" , dirá Nicolás de Herrera a Lucas Obes. Pero el invierno se hace sentir: "estoy cansado de escribir y anoche no he dormido de frío porque una helada en la cuchilla hace desvelar a el demonio, en otra ocasión le diré de todo y muy particularmente del orden que se ha llevado para facilitar la subsistencia de la tropa...", expresa Fructuoso a Juan Antonio. No está quieto, tanto escribe al amigo "estoy estropeado un hombro de una rodada esta madrugada a la hora de la alarma, por andar de juguetes con Mansilla, y no me deja de incomodar, tanto que a gatas le escribo esta ..."; como comenta de él Nicolás de Herrera a Lucas Obes el 31 de agosto de 1825: "hizo avanzar una noche el pueblo de Mercedes, distante un tiro de cañón del campo de Abreu y habiendo sorprendido a la pequeña guarnición de infantería que había en el pueblo, se llevó dos oficiales hijas de Abreu, un Cadete su sobrino y tres o cuatro oficiales más [presos para el presunto canje de Manuelito]; habiéndose pasado a Frutos, entre la bulla del pericón, veintidós soldados del ejército de Abreu, con sus armas ...". Era su manera –siempre real y a los hechos– de responder al compadre entristecido por la prisión de su hermano Manuel porque así le había escrito el 22 de julio: "siento sobre mi corazón la desgracia de Manuelito sin embargo que él está prisionero creo que será fácil canjearlo y tal vez sea dando nosotros al General Abreu". No se dio lo del General, pero sí se dieron los hijos.

Se investiga, se vigila, se huele al enemigo. Una vez tiene "al cabo Saavedra disfrazado en clase de paisano vendiendo pan" en el pueblo; otra está en Rincón del Águila, donde es derrotado por las fuerzas superiores de Bentos Manuel Ribeiro. Juan Antonio lo consuela, pero el caudillo no tiene consuelo; es entonces que proyecta el robo de las caballadas brasileñas concentradas en el Rincón de las Gallinas, tratando de dejar "de a pie" a Abreu. Pero lo que era una maniobra de audacia y astucia, tantas veces realizada, se transformó en una de sus batallas más gloriosas, cuando sorpresivamente debió hacer frente –con solo 250 hombres– a los 800 imperiales de los coroneles Jerónimo Gomes Jardim y Mena Barreto. Este último oficial morirá en el encuentro. El 24 de setiembre en el Rincón se sanciona el primer jalón categórico; el próximo será el 12 de octubre en campos de Sarandí. Allí "el bravo y benemérito Brigadier Inspector General –observa el parte de Lavalleja a Trápani– después de haberse desempeñado con la mayor bizarría en el todo de la acción, corre una fuerza pequeña que ha escapado del filo de nuestras espadas". Al cabo de tres días de continua persecución, sin comer y sin dormir, el acoso se abandona; el hecho es aprobado tácitamente por Lavalleja.

Rincón y Sarandí rindieron la prueba de la sacrificada Provincia; los acontecimientos se desencadenan en Buenos Aires. El gobierno es obligado, por la algarabía general, a aceptar finalmente la incorporación de los orientales y declara la guerra al Imperio. Su ejército, bajo las órdenes del Gral. Martín Rodríguez, cruzará el Uruguay cuando expire el mes de enero de 1826.

Para esta fecha la correspondencia indica que "están frías" las cosas entre los

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compadres. El tratamiento es progresivamente distante y cumple con el ceremonial, no de dos amigos, sino de dos militares que observan la información obligada. Juan Antonio dirá, dos años más tarde, que Rivera "después de escaramucear ocho días volvió con el cuento de que no había podido alcanzarlo" a Bentos Manuel cuando lo corrió luego de Sarandí. Sin embargo nada de ello se desprende de la papelería de los meses posteriores al victorioso encuentro. Lo que se vislumbra en ella es que a partir de Sarandí Juan Antonio, conjuntamente con la legislatura de la Florida, actúa sin participar a Fructuoso de los adelantamientos con los argentinos, permitiéndole continuar con las tratativas comenzadas –de común acuerdo– con los jefes brasileños en mayo de 1825. Por otra parte, se evidencia un clima de malestar entre Rivera y varios jefes orientales, especialmente con el Jefe de Estado Mayor Pablo Zufriategui. Esta "mancomunidad de soberanía ha de acabar en garrotazos", había predicho el astuto Nicolás de Herrera, en mayo de 1825, y no se equivocó.

El 6 de febrero de 1826 Fructuoso le anuncia dolorido y entristecido a Bernardina: "...yo he de sostener con firmeza mi completa separación del servicio como lo he solicitado: pero este jefe [Martín Rodríguez] se ha querido morir al ver mi resolución... me ha dicho que yo continuase en el servicio de la Nación a la cabeza del contingente de mi provincia sin que tenga que reglarme por las providencias de mi jefe inmediato [Lavalleja]...". Poco después Rivera es nombrado, por el Gobierno de las Provincias, General de División del Ejército Nacional, pero la armonía con los argentinos no dura mucho.

Desde un principio había sido intención de los unitarios eliminar la autonomía de los orientales tratando, entre otras cosas, de integrar su ejército al Nacional. Para ello se aprovecharon de las disidencias entre los caudillos. El alejamiento de Fructuoso de las huestes orientales provocó numerosas deserciones de oficiales y tropa y la sublevación del Regimiento de Dragones. Comentando los hechos escribía el ministro Carlos Ma. de Alvear a Lavalleja que "el mal está en que hay dos ejércitos cuando debe haber uno". Y en esa intención de hacer "uno", es que Martín Rodríguez dispone la dispersión de los Dragones entre los cuerpos argentinos. Disgustado con esta actitud, Rivera solicitó su separación y pase a Buenos Aires, partiendo el 14 de julio de 1826 seguido de su ayudante José Augusto Possolo y una veintena de hombres. Días más tarde se sublevaban –ahora contra el mundo unitario– los Dragones encabezados por Bernabé Rivera y Felipe Caballero y en los meses siguientes –de agosto y setiembre– numerosos jefes orientales reclaman la presencia de Rivera, mientras se suceden amotinamientos porque –como diría Fructuoso a Alvear– la confianza y el afecto es lo que constituye la verdadera subordinación.

Una nueva etapa se abrirá en la agitada vida del caudillo. El 14 de setiembre de 1826 el presidente Bernardino Rivadavia "dictó un decretaso" que, según narra Fructuoso a Espinosa, el 19 de setiembre, "yo creí en broma pero cuando se apoderaron de mi Ayudante y lo pusieron en mazmorra; no me quedó entonces que dudar y me puse en aquella misma noche a salvo".

Amargo y penoso es el peregrinar del caudillo, perseguido y sometido a la caridad de sus fieles amigos, como Julián de Gregorio Espinosa, al ser confiscadas sus haciendas

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"y cuanto había en las estancias de Arroyo Grande y Averías hasta los criados y capataces...". Recala en Santa Fe, favorecido por Estanislao López. Hasta allí se allegan Bernabé y el grupo de hombres que lo siguen donde esté y "a quienes no me ha sido posible el abandonarlos a que por miseria perezcan o tengan que entregarse a vicios o encaminarse a lo malo como Generalmente Suele Suceden así es amigo que ya no tenemos qué vender nos hemos deshecho de nuestros fieles criados de Cuantas alhajas tenía mi Sra. y las niñas de su adorno todo dado por la tercera parte de su valor cubrimos a lo que tú y los demás amigos me han suplido y me suplen en esa Cubriendo mis letras que Giro cuando encuentro quien me supla". Hasta allí también, y luego de "enormes trabajos", arriba su "amada Bernardina". Pero cualquiera sea su situación, desde el primer momento de su destierro, dos son sus firmes propósitos: lograr la reconciliación con el compadre que se le niega y "desmentir con hechos que asombren y llenen de horror" las calumnias sobre su traición y "en esta justa lucha estoy resuelto a llevarla aunque Sea Solo y haré en ella lo que mis fuerzas alcancen".

Así escribía a Julián de Gregorio Espinosa en los primeros tiempos de sus ostracismo y así actuó hasta que –en 1828, desaparecida toda esperanza de unión con Juan Antonio y de entendimiento con Dorrego– inició solo, y también perseguido, la campaña de las Misiones.

La correspondencia de estos años dibuja la personalidad del caudillo: la protección de su nombre, de su gente y de su patria concebidos como un todo único e indisoluble; la inteligencia y agudeza política para observar y predecir la marcha de los acontecimientos; ya previendo la caída de Rivadavia, a raíz de su desaforada conducta unitaria; ya aconsejando a Julián para que se revista de paciencia porque "todos pueden servir por lo mismo es preciso disimularles sus bellacadas '; ya haciendo un penetrante análisis de la situación de la guerra antes y después de Ituzaingó, vislumbrando sus resultados estacionarios y la indeterminación "de una guerra que así será horrorosa e interminable". Ya, en fin, afirmando su prestigio al concluir exitosamente la comisión de pacificar a la convulsionada Entre Ríos; o mediando también en los intentos que ella sostiene con Corrientes para repartirse la Provincia de Misiones, disturbios estos que las alejan de los problemas del conflicto que se sostiene en las tierras orientales.

La hombrada de las Misiones

No ceja en sus empeños por comprometer en una lucha en territorio del Brasil, a los gobernadores litoraleños de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Misiones, como única solución que halla viable para hacer ceder al Imperio y obligar a Buenos Aires a admitirlo en las filas del Ejército del Norte que, penosamente, se va constituyendo a estos efectos.

Cuando la oposición de Lavalleja y de Manuel Dorrego obstaculiza su participación, se evade con sus orientales, cruza el Uruguay y en febrero del 28 está en suelo patrio. Intenta aquí un postrer arreglo con el compadre y cuando este —enojado con el "maldito pardejón"— promueve su persecución, enviando a Manuel Oribe, ya está lejos.

El escándalo en Buenos Aires es resonante y se decreta la muerte a todo aquel que lo

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auxilie. En realidad, como le dice Espinosa, "un nuevo tolle tolle contra tu opinión y tu conducta... nada otra cosa se hablaba que de tu traición y paso a los portugueses...".

El compadre Juan Antonio no cree que tenga suerte porque, según discurre a Julián Laguna, no es capaz de persuadirse "que ningún hombre de reflexión piense hoy día seguir a aquel caudillo y lo pasado se olvida". Pero de cualquier manera trata de conseguir, por conducto de su mujer, Anita, el concurso de Otorgues "y que no pierda un momento en venir que al momento concluiremos con ese canalla pues estoy cierto que Oribe le tiene miedo a ese mulato palangana ...". Solicita también el apoyo del Gobernador de Corrientes, Ferré, quien le envía fuerzas al mando de José López.

A todo esto, Rivera —el 21 de abril— había forzado el Paso del Ibicuy y el 30 ya está comunicando al susodicho Ferré, desde Cruz Alta, su entrada triunfal en las Misiones: "todo este vasto territorio que será parte de la gran nación argentina".

La verdad de la hazaña y de un Rivera leal es difícil de aceptar. Oribe fusila a los conductores del parte de la victoria. Pero, finalmente, los hechos se confirman y mudan las opiniones, aunque lentamente.

Entretanto Fructuoso, practicando la tradición artiguista, organiza la nueva provincia y trabaja para constituirle un gobierno provisorio, poniendo orden, respetando los bienes y personas y con ello atrayendo las simpatías de los habitantes hacia la causa republicana. La prensa, los documentos de la época y la historiografía brasileña denotan claramente la sorpresa y el temor del Imperio. Demuestran el no saber a qué atenerse con este caudillo cuyos fines nunca se aprecian muy claros. La confusión y la deserción se apoderan de la Provincia de San Pedro, se internan en los imperiales. La carta del Presidente Salvador José Maciel al Vizconde de la Laguna, del 27 de junio de 1828, es un buen ejemplo: "La audacia de Fructuoso; el terror que ha encendido; su súbita invasión, su aparente moderación, la prédica revolucionaria que usa; el conocimiento que tiene de toda nuestra gente, y la posición que ocupa, todo lo torna un enemigo peligrosísimo; y tengo por cierto que si V E. no se digna mandar Infantería en apoyo de las insignificantes fuerzas que defienden la Frontera de este lado, él puede penetrar por el Oeste o por el Norte, tomar la Villa de Río Pardo; y aun llegar hasta Porto Alegre, luego que reciba algunos refuerzos".

No estaban errados los cálculos de Fructuoso cuando escribía en mayo a Lucas Obes: "...amigo yo sé cómo está todo lo que ya estoy y tengo trabajado de aquí se va a Curitiba en menos de 3 meses con tropas al Río Pardo en menos de 6 días a puerto alegre en menos de 15 hasta allí y hasta San Pablo tenemos amigos hasta este último no se puede ir sino en un año de viaje pero bastarán relaciones...".

Río Grande y el imperio se agitan nerviosos; la Provincia solicita a gritos la presencia de la "Augusta Majestad" para levantar los ánimos e impedir las fugas y deserciones, cada vez más frecuentes y numerosas. Las proclamas militares evidencian y resumen la situación: "¡Soldados Brasileños! ¿Qué desfallecimiento es el vuestro!!?". De esta forma comienza una de las arengas del Coronel Gaspar Francisco Menna Barreto el 4 de octubre de 1828. ¿Por qué? En tal sentido nos dice el reputado historiador brasileño Joao Pandiás Calógeras, refiriéndose a Río Grande: "Como consecuencia de los tumultos que ampliamente sacudieron ambas

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márgenes del Río de la Plata y de la semejanza de medios, de modos de vida, de costumbres y de puntos de vista, se firmó, en las poblaciones sureñas, una comunidad de mentalidades. Sus afecciones dominantes se basaban en la autonomía, en la libertad de movimientos y hábitos, considerados dentro del cuadro de una federación. Artigas personificará esa ruta política... Durante la campaña de la Cisplatina, entre riograndenses y uruguayos existía mucha simpatía, mucha correspondencia de ideas. Luego del tratado de 1828, tales lazos, los viejos y los nuevos, continuaron existiendo. Los jefes y caudillos muchas veces se mezclaban en incursiones en territorio ajeno. D. Fructuoso Rivera, D. Manuel Oribe y otros, de la banda meridional de la frontera, eran amigos, parientes o estaban ligados a sus equivalentes del lado del Brasil, el mariscal Sebastián Barreto, el coronel Bento Manuel Ribeiro, el coronel Bento Gonçalves da Silva y otros. Las cuestiones políticas agitaban los grupos partidarios de las dos partes de la frontera. Ningún estudio válido de la cuenca del Río de la Plata se puede aceptar, del punto de vista histórico, si no tiene en cuenta el hecho de que, por aquellos tiempos, la región constituía un todo, una unidad político-geográfica, en la cual los límites convencionales no aislaban realmente a las poblaciones".

¿Quimera de Fructuoso, tan largamente acariciada? Tal vez, pero es la misma, después de todo, en la que se empeña el compadre Juan Antonio cuando –en sus revoluciones de 1832 contra la primera presidencia de Rivera– entra en planes con Bento Gonçalves da Silva para formar un "estado cuadrilátero" constituido por Río Grande, Corrientes, Entre Ríos y Uruguay.

Paz, independencia y fronteras

Ante la presión de los hechos fulminantes de las Misiones, los trabajos diplomáticos, que laboriosamente se venían arrastrando desde el año 25 para agenciar la paz, se aceleraron y desencadenaron en agosto, sin dejarle tiempo a Dorrego para reaccionar. Se firma entonces en Río, el 27 de agosto, la Convención Preliminar de Paz de 1828, reconociendo la independencia oriental.

De la actitud que asuma el caudillo depende la paz. Los nervios cunden, nadie sabe cómo actuará.

Se remiten numerosos enviados a su campamento, entre ellos su amigo Julián Espinosa. El temor del Imperio se reitera a través de los abundantes documentos que la época ofrece: "Recelamos mucho que Frutos quiera ser una segunda parte de Artigas... todavía nos queda este espantajo en la campaña para incomodarnos", publica el "Constitucional Riograndense" el 31 de octubre.

A esta altura ya ha nombrado el gobierno de Buenos Aires a Fructuoso Jefe del Ejército del Norte. ¿Por qué vacila?

El artículo 12 del convenio preliminar establecía que el territorio brasileño debía desocuparse en el término de dos meses, desde el día en que fueran canjeadas las ratificaciones. Pero Rivera no consideraba como territorio brasileño a las Misiones Orientales, las que, arrebatadas por los portugueses en 1801, fueron luego artículo expreso, pero no cumplido, de devolución. Sentía además como deber

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impostergable proteger a los pueblos que espontáneamente habíanse decidido por la república y quedaban –por el tratado– a merced del Imperio. "Admitir su entrega–expresaba indignado–era admitir tácitamente el derecho de conquista". Agotadas las esperanzas de sacar un fruto mayor de la ventajosa situación, resolverá finalmente la evacuación de la región en homenaje a que la soberanía de la Provincia Oriental –punto de arranque de la paz– dependía del cumplimiento del artículo 12. "No devolviéndose las Misiones —aclara Espinosa— no había ajuste". Pese a todo, intentará infructuosamente condicionarla al desalojo de la plaza de Montevideo.

El convenio del 28 no especificaba fronteras, amén de reconocerle al Imperio sus derechos sobre las Misiones. ¿Hasta dónde debía Rivera retroceder "una vez que el mal quedaba hecho y la puerta abierta para otros mayores?". La interrogante se resolverá muy pronto cuando intente, con su ejército y el pueblo misionero que lo sigue, fijarse en el Ibicuy. En la oportunidad, la paz estuvo al borde de irse al diablo y para evitarlo hubo que firmar, el 25 de diciembre del 28, la convención de lberé-Ambá por la que se estableció que "la línea provisional entre los ejércitos" es el Cuareim.

Mas no terminaron allí las angustias porque aun el 15 de enero de 1829 comunica a Espinosa que las intenciones brasileñas son las de "colocarse con sus fuerzas en el Arapey, línea que según el vizconde les pertenece. Si así fuese ahí nos hemos de ver las caras porque entonces nosotros podemos colocar las nuestras en el Piratiní o Río Grande". Después volverá sobre el tema, tratando de obtener la ampliación y consolidación de nuestros límites en su gestión ministerial, durante el Gobierno Provisorio, y en su primera presidencia. Por el momento tiene además que ocuparse de la ubicación de los siete pueblos de las Misiones Orientales y algunos de las Occidentales que han decidido, libre y soberanamente, seguir a su Gobernador y Capitán General, Fructuoso Rivera. Su consecuencia será la fundación de la colonia Bella Unión, una más de las numerosas que estimuló a lo largo de su vida, en sus intentos por poblar y civilizar el vacío territorio oriental, pasto de las incursiones brasileñas.

Es entonces, en definitiva, la conquista de las Misiones la que rubrica las gestiones diplomáticas. En primer término porque presionó al emperador para terminar un conflicto que prometía devorar al Imperio; en segundo lugar, porque sin la devolución de las Misiones no había convenio posible.

La Convención Preliminar no será otra cosa, militarmente hablando, que el acto de rendición del Brasil en sus pretensiones sobre la Provincia Cisplatina y de Buenos Aires a sus ambiciones sobre la Provincia Oriental. De esa acción militar surge una consecuencia política que es el reconocimiento internacional de un nuevo Estado cuya configuración no emergía de un hecho gracioso de los pactantes, sino de la voluntad nacional acreditada en el transcurso de 17 años de lucha en que los orientales, por vías a veces encontradas pero todas identificadas por el común denominador de la vocación autonomista, terminaban triunfando. Tan grande fue la derrota de los pactantes que ella condujo a su declinación a Lecor, a quien hasta llegaron a gritarle "fuera borracho" en el teatro de Río Grande, y a Dorrego, para el cual estos acontecimientos son el principio de su trágico fin.

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El Estado Oriental

Rivera está de regreso en su patria, su ejército puesto al servicio del Estado que va amalgamando su ser, las paces hechas con el compadre. El prestigio ganado en la hombrada de las Misiones se hace sentir en las cosas más nimias, pero por ello más reveladoras: un jaboncito con su efigie llega desde Europa a las distantes costas platenses. El suceso da para que —entre chanza y verdad— exprese a Espinosa: "Mi señora ha agradecido infinito el jabón transparente delicado y fragante que le has remitido con el retrato, nombre y apellido de Frutos. Él lo agradecerá mucho y se envanecerá al ver que la Europa lo recuerda quedándole el sentimiento que lo hayan retratado en una materia que se gasta y se disuelve con la menor humedad. Yo estoy seguro que habría tenido más gusto si lo hubieran retratado en un pedazo de oro viejo que tuviera cuando menos el peso de diez o doce quintales y se lo hubiesen remitido para eternizar su memoria, porque esto es lo real, y no se lo lleva el viento ni el agua".

Fructuoso está vivo, "es lo real y no se lo lleva el viento ni el agua". Se ha probado a sí mismo, ha hecho valer sus derechos y su reputación recuperada no es cuestión exclusiva de orgullo personal sino también de utilidad práctica, como protagonista que es de su contexto social.

Autorizado por el gobierno media en el conflicto civil en que se han sumido las Provincias Unidas a raíz del fusilamiento de Dorrego; conversa con San Martín en Montevideo; Rondeau lo nombra Jefe del Estado Mayor General del Ejército. El tribunal de la opinión pública lo ha absuelto, pero él, además, está empeñado en ganarlo totalmente porque ya piensa en la presidencia y para esto trabaja con la agudeza política que lo caracteriza, conquistando y calibrando, según su valor, a los adeptos ciudadanos. Cuando los presiente ya dominados, se interna en la campaña, a la que tampoco había descuidado pues estaba en las manos seguras de Bernabé, de José Augusto, de Felipe Caballero...

Despliega una energía sin igual, imparte consejos, modela planes, cuida "su" gente. "A todos se hará —comunica un día de 1829 a Bernabé pero se hará a su tiempo y como nosotros queramos y no como dispongan nuestros crueles rivales encubiertos...; yo trabajo mucho hermano para ir disponiendo al país a nuestro favor, contando nosotros con campaña nada hay que temer de esa familia que solo saben del Arroyo Seco, la Quinta de las Albahacas y nada más cuidado con nuestras caballadas de reserva esa es nuestra arma favorita, en teniendo buenos caballos y buenos soldados con ellos se sacan recursos". También es árbitro en los conflictos internos, pues cuenta: "... y antes de 48 horas hermano, ya los tenía a todos unidos al carro del orden. Es decir los aclimaté a todos... Así que una admiración universal del pulso con que yo he manejado a todos, he tenido un trabajo terrible... pero felizmente me oyeron y han respetado mis insinuaciones".

Su actitud es diferente con "su" gente, allí su patrocinio es generoso y desinteresado porque se siente como padre y como tal actúa y manda, sin discusión. Hablando de la colonia del Cuareim ordena: "nada falte para establecer a esas nuestras hermanas, hermanos y compañeros de tantos trabajos. Ellos es la primera atención que tengo en vista ya como gobierno y ya como verdadero amigo

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de su suerte futura su [...] y bienestar, serán siempre mis primeros anhelos y todas mis tribulaciones las emplearé con gusto en su bien...".

La Comandancia General de la Campaña, los ministerios, no son más que medios para ejercer su influjo con mayor poder y cuando Juan Antonio quiere reaccionar y da su golpe de Estado desalojando a Rondeau, es tarde para esa "familia". Los compadres pactan un 18 de junio de 1830. No habrá guerra; Rivera en la campaña, Lavalleja en el gobierno. Pero la suerte está echada. Sancionada y jurada la constitución, el 24 de octubre de 1830 -hallándose Fructuoso en el Durazno- la Asamblea General lo elegirá su primer presidente constitucional por 27 votos contra 5 dados al compadre.

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CAPÍTULO IV

DON FRUTOS

El Estado oriental existe, pero su cuna es como la de Hércules: dos serpientes la rodean (Fructuoso Rivera)

Las encrucijadas de la presidencia

El 6 de noviembre de 1830, en la cumbre de su poder, Don Frutos Rivera y la nación principiarán sus armas en la vida independiente del país, con el optimismo propio y natural de todo ser cuando inaugura una nueva etapa de su existencia.

El Estado Oriental había fundado, en su carta constitucional de 1830, sus leyes normativas, creando las reglas del juego político y estableciendo así una estructura política cuyas bases son los mecanismos de cambio en la estructura social. Pero una estructura política perdura si es compatible con su medio ambiente, compatible con el contexto social sobre el que pretende actuar; en caso contrario, la estructura política muere, salvo que logre crear los medios de conservación, ya sea adaptándose al medio ambiente o transformándolo para que este se adapte.

Ni una cosa ni la otra ocurrió a partir de 1830. La buena voluntad enunciada en el discurso inaugural del presidente, así como los esfuerzos emprendidos para conducir al país por los carriles normativos legales, se vieron combatidos desde el comienzo por las propias condiciones del medio ambiente cultural y natural. La competencia política se realizará, no a través de las normas impuestas por la estructura política, sino a través de las reglas normativas y pragmáticas impuestas por el contexto. En última instancia ellas transformarán la competencia en lucha, dándole nueva vigencia a la técnica de los golpes de Estado -las mal llamadas revoluciones- y entorpeciendo de esta forma el funcionamiento del sistema político.

Es importante anotar también que en ese contexto, en donde se hacían patentes las diferencias de intereses y de formación, donde ejercieron "mano a mano" su ascendiente caudillos y "dotores", el fuerte sentimiento de orientalidad no buscaba todavía su expresión en el Estado soberano. La lealtad se determina, en aquellos tiempos coloidales, frente al caudillo y no frente al Estado concebido como Estado-Nación. Esta realidad, unida al hecho de que para nuestros vecinos, argentinos y brasileños, la independencia oriental tenía carácter de tregua, aparejará su permanente intervención, ya solapada, ya evidente. Al escenario hay que agregar la convulsión de Río Grande con su revolución "farrupilha" y su conmixtión con los caudillos orientales, más los intereses exclusivamente económicos de Francia y Gran Bretaña, las potencias europeas del momento.

Si la situación política -interna e internacional-, si la situación social, eran intrincadas, no lo serán menos la situación económica heredada, ni la que es consecuencia de las debilidades propias de una organización administrativa primitiva, que no provee los agentes necesarios e indispensables para el

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funcionamiento de un Estado.

Don Frutos Presidente

Sobre tales augurios se inicia la primera presidencia constitucional del país. Nuestro caudillo, con su talento político -mezcla de intuición y realismo- tratará de sortear los enormes escollos, integrando su "familia" y su gobierno con "los hombres -al decir de Rodó- de la más alta talla intelectual entre sus contemporáneos". Santiago Vázquez, José Ellauri, Nicolás de Herrera son algunos. Al frente de ellos tenía a una de las mentalidades más brillantes de la época: el Dr. Lucas José Obes. El hecho no es nuevo, a él recurrió ya cuando en 1828 quiso darles vida política a las Misiones, a él recurrirá ahora para realizar el intricando trabajo de dar solución a uno de los mayores problemas que arrastraba la república, desde los tiempos coloniales: la contienda entre el latifundio y los poseedores, con título o sin título. La solución de este conflicto -al que atendió Artigas en su Reglamento de 1815- era de imprescindible justicia social y de profunda necesidad económica y civilizadora. Producto de esta política agraria será una serie de decretos sobre posesión de tierras, creación de las Comisiones de Catastro, de la Comisión Topográfica, de vistas fiscales favorables a los poseedores (que luego se utilizarán como fuente de jurisprudencia), de suspensión de ejecuciones de lanzamientos rurales, desembocando en la ley de enfiteusis de mayo de 1833 y en el decreto de reversión al Estado de los campos en discusión, de una vez y para siempre, del 23 de diciembre del mismo año 33.

Tales directivas significaban resolver un grave problema social y asimismo colonizar una campaña desierta. Desde el punto de vista económico, ambicionaban tanto estimular una explotación agraria racional, como propender al aumento de las rentas fiscales que permitieran, a través de la Caja de Amortización, pagar la enorme deuda pública. Estos arranques intervencionistas en una época en que campea el liberalismo económico, reflejado en el modelo del Estado "Juez y Gendarme", indudablemente vigorizaron las oposiciones. Así no serán ajenas al sentir de los propietarios las revoluciones lavallejistas; ni tampoco la intromisión de Juan Manuel de Rosas, ya que muchos de los latifundistas agraviados son argentinos.

Don Frutos hace esta política personalmente, se queja de la falta de cooperación del legislativo y, a veces, de la de sus ministros, que no deciden con la velocidad requerida y viven su refriega personal de prevalencia económica y política.

La prensa de la época despunta no solo las dificultades sino también cómo honras y virtudes se pasean por el suelo, atrapadas en pasiones que se hundían en las divisiones acunadas en tiempos de la Cisplatina. A mediados de setiembre de 1831, el gobierno pretende acreditar ante la corte de Río de Janeiro al Dr. Lucas José Obes, con el propósito de promover la celebración de un tratado de límites que reclamará las fronteras del de San Ildefonso. En la ocasión, los diarios lavallejistas tildaron injustamente de abrasilerados tales intentos, cuando lo que el gobierno de Rivera buscaba no era otra cosa que lo que ya había procurado en 1829 y 1830: afirmar la estabilidad de nuestra realidad independiente constantemente sometida a las intervenciones de Rosas y del Brasil y conquistarla con un acuerdo justo que

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reconociera el derecho proveniente de la ley y no de la fuerza.

La misión fracasó antes de comenzar dadas las peripecias internas por las que atravesaba el gobierno en esos momentos, pero el esclarecimiento limítrofe y el derecho a la intervención del Uruguay en un problema que era específico de su soberanía se hizo más perentorio a medida que se dibujaba la sombra de Rosas sobre los alzamientos del compadre. Precisamente a esta situación responde el nombramiento -el 28 de diciembre de 1832- del Gral. José Rondeau, en carácter de Enviado Extraordinario ante el gobierno del Gral. Balcarce, hombre tras el cual ocultaba Rosas su poder. De las entrevistas confidenciales el Gral. Rondeau extrajo la convicción de que "el misterio" que encerraba la política de las Provincias respecto al Uruguay "consistía —según expresa uno de sus informes— en la incorporación de esa República [el Uruguay] a la Argentina, llegado que sea el período del tratado definitivo, valiéndose de cuantos medios sean conducentes a su consecución, siendo uno de los principales contar; como se cuenta, con los disidentes de este gobierno residentes aquí y en este Estado [la Argentina], más con la masa de personas que puedan alucinar, atribuyendo miras siniestras a esa administración". Las negociaciones las continuará Juan de Gregorio Espinosa y sus resultantes son también negativas, pues le declara a Don Frutos el 20 de marzo de 1833: "aún no puedo arribar al cumplimiento de mis deseos a favor de una Patria que miro con igual amor a la de mi nacimiento: no obstante he de seguir con el mismo empeño...

En febrero de 1833 Luis Eduardo Pérez, presidente en ejercicio, y Santiago Vázquez, ministro, hacen sin provecho esfuerzos para conseguir la mediación de Inglaterra y gestionarán --al mismo tiempo- el envío de Obes al Brasil y a Europa. Los proyectos fracasan uno tras otro; el propio Lucas Obes pergeña -a mediados de 1834- un ambicioso e inteligente plan: promover el arreglo de límites con el Imperio consiguiendo la unión de todos los países americanos que tienen pendiente la delimitación de sus fronteras con el Brasil. Consecuente de este plan es la misión de Francisco J. Muñoz a Bolivia quien, a su paso hacia ese país, recaba las opiniones de los diferentes gobernadores argentinos. La empresa, que conoció comienzos auspiciosos, abortó en 1835 cuando el presidente Manuel Oribe desistió de ella por la presión de Juan Manuel de Rosas.

La conducción del caudillo navega entre los obstáculos y podemos decir fundamentalmente que su primera presidencia la pasó prácticamente "a caballo", debiendo por lo mismo delegar frecuentemente sus funciones en los diversos presidentes del Senado: Luis Eduardo Pérez, Gabriel A. Pereira o Carlos Anaya.

La primera salida a la campaña -que va de enero a junio- la tiene que hacer antes de que pasen los dos meses iniciales de su mandato. Debe combatir las hordas de charrúas que en el norte del país -según reza el mensaje del ministro Dr. José Ellauri- reunidos en más de 600 hombres "habían arrebatado tropas de mil y mil quinientas cabezas, a pesar de las medidas represivas tomadas por los dañados en defensa de sus intereses- .

La correspondencia de Don Frutos con De Gregorio Espinosa en febrero 4 de 1831 nos dice mucho más que este mensaje, pues exterioriza que esos indios y gauchos,

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culpables de destrozos, violaciones, incendios y robos, son estimulados en sus fechorías por los extranjeros, especialmente los franceses que les compran los cueros. Han sido tales, la matanza y las pérdidas, que es realmente un verdadero desastre para la economía del país. El 28 de marzo, a pesar de que "los indios están como avispas", guarda aún esperanzas de que pueda llegarse a una solución por la vía pacífica y exclama al amigo: "ah! que glorioso Será Si se consigue que esta tierra tan privilegiada no se manchase con sangre humana si sucediese así es preciso que no te vayas quiero entonces tener el placer de irte a abrazar...". Pero todo fue inútil ya que el 12 de abril está informando desde Salsipuedes al presidente del Senado, Luis Eduardo Pérez, lo siguiente: "Después de agotados todos los recursos de prudencia y humanidad; frustrados cuantos medios de templanza, conciliación y dádivas pudieron imaginarse para atraer a la obediencia y a la vida tranquila y regular a las indómitas tribus charrúas... En tal estado, y siendo ya ridículo y efímero ejercitar por más tiempo la tolerancia y el sufrimiento, cuando por otra parte sus recientes y horribles crímenes exigían un ejemplar y severo castigo, se decidió poner en ejecución el único medio que ya restaba, de sujetarlos por la fuerza. Mas los salvajes, o temerosos o alucinados, empeñaron una resistencia armada, que fue preciso combatir del mismo modo, para cortar radicalmente las desgracias que con su diario incremento amenazaban las garantías individuales de los habitantes del Estado y el fomento de la industria 'nacional constantemente depredados por aquéllos. Fueron, en consecuencia, atacados y destruidos, quedando en el campo más de 40 cadáveres enemigos y el resto con 300 y más almas en poder de la división de operaciones...".

En agosto aún continuaban los problemas con los indígenas, encargándose de ellos el coronel Bernabé Rivera, quien en los campos de [Mataperros y Arerunguá acaba de "dar un golpe a los restos de salvajes'', según cuenta Rivera a Espinosa. La posible paz de la campaña, consecuencia del sojuzgamiento de los indios y la desaparición de sus devastadoras correrías, abrió en Don Frutos esperanzas de "poblar ventajosamente esa parte de nuestra Campaña que estaba tanto tiempo desierta". Por lo mismo inició -en 1832- proyectos poblacionales.

Siempre estos designios se malogran o quedan a medias, como tantos otros propósitos de desarrollo y fundamentación de la República, porque la presidencia va pasando entre la "vulla de los muchachos", las "vrutangas " del compadre, los problemas de los emigrados y del "espión " de Juan Correa Morales, representante de Rosas en Montevideo. La conducción se esteriliza en el peregrinar de una a otra frontera, en reclamar neutralidad a la Confederación y al Brasil, en la carencia de un ejército en pie de guerra.

La "vulla de los muchachos" se detecta fácilmente en los cambios ministeriales; sus "dolores" no lo dejan en paz. Los líos con la otra "familia" comienzan ya en marzo del 31 con el episodio del "tinteraso" que le arrojó a Eugenio Garzón y que "fue un acto familiar y no como Presidente de Estado sino como F. Rivera a Eugenio Garzón". También por ahí anda dolorido el compadre Lavalleja, azuzado por doña Anita, por los opositores al régimen y a Frutos, por los caudillos litoraleños López y Echagüe, estimulados —a su vez— por Juan Manuel y, en fin, por los "farrapos" riograndenses.

Tres revoluciones le armó Don Juan Antonio a Don Frutos.

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1832: en mayo el indio Lorenzo provoca disturbios unido a los restos charrúas y alborota el descontento en la Colonia del Cuareim. Bernabé los persigue y disuelve pero muere trágicamente en el empeño. Fructuoso llora amargamente su deceso pero también llora la suerte de su patria "porque en ella se puede hacer todo".

No se había aquietado aún el ambiente cuando estalla, el 29 de junio en el Durazno, el motín subversivo del mayor Juan Santana, escoltado por 400 hombres. Allí se hallaba Rivera enfermo y en cama y a la casa se allegó Santana con intenciones de matarlo. Su alma de baqueano olió el peligro y acompañado del fiel negro Yuca (José María Luna) saltó en la noche por la ventana, a medio vestir, cruzó a nado el Yi y buscó asilo en el escuadrón de su leal José Augusto. Entretanto, el 3 de julio, los Comandantes de Línea de la Capital y Extramuros conducidos por Garzón y Pablo Zufriategui encabezan un golpe de Estado que indica, mediante mensaje a la Asamblea, la no obediencia a Rivera y su adhesión a Lavalleja. Las medidas que adopta el Parlamento son las de transar, conversar, enviar comisiones, hacer —como antaño— pactos. Esta actitud de la propia Asamblea está reconociendo que el código fundamental no funciona. También lo había reconocido con tristeza Don Frutos. En 1831 ante una oposición que se perfilaba ya dispuesta a emplear medios distintos a los fijados por la norma constitucional para acceder a sus aspiraciones, le dice a Bernabé —con una mezcla de realismo e ingenuidad—: "... ya no me dejan dudas que mucho hay preparado dejarnos estar y confiarnos en la ley que da el código constitucional como hizo Rivadavia en Buenos Aires será exponernos al chasco que aquél sufrió... Con que los elementos están en manos de nuestros rivales. Les saldremos nosotros con la constitución y nos la ponen en las piernas, nos cuelgan y luego nos queman a ello es preciso desengañarse que el mundo es hecho desde que se formó Dios mismo se vido apurado para formarlo porque le armaron diferentes montoneras le dieron de azotes lo crucificaron en vida y hicieron de él cuanto les dio la gana y por qué? porque él no preparó de antemano un poder que contuviese a los rivales que se presentaron a su Fe Santa. Peores han de tratarnos a nosotros si nos pillan les hemos de pagar en una las ciento que nosotros les hemos hecho por librarnos de sus injustas persecuciones".

¿Se habrían eliminado estos usos ilegales de la oposición si los militares hubieran tenido acceso al Parlamento, tal como lo solicitaron respetuosamente en oportunidad de la redacción de la carta de 1830? El "sí" en la historia a lo sumo puede plantear caminos que no se dieron; dada la situación del contexto social en aquellos tiempos, pensamos que las "revoluciones" hubieran ocurrido igual. Es de observar que a pesar de esta situación y de que Don Frutos se sentía "atado" por la ley nunca, en el curso de esta presidencia, la violó.

Por último, el suceso se conjura. Santiago Vázquez obtiene, luego de arduas conversaciones con Manuel Oribe, su participación y la de varios jefes, así como también el aporte de elementos civiles que juntan sus fuerzas con las del presidente. Entre cabildeos por un lado y encuentros militares por otro, consiguen la derrota de los subversivos. A fines de setiembre de 1832, Lavalleja, desbandado después de Tupambay, cruza el Yaguarón y se interna en el Brasil. Allí intentará soliviantar a Bentos Goncalves da Silva; más tarde pasará a las Provincias argentinas y organizará los restantes alzamientos, pero sus ramificaciones con Río Grande igualmente continuarán.

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1833: Don Frutos renueva su tránsito de una a otra frontera. Entretanto "aquí (Montevideo) ha vuelto el tiempo del «granizo» y el «pampero» ", le contará preocupado a Espinosa. Son los «dotores» de su propio círculo, es la oposición desatada que desde lejos no puede controlar e inutiliza esfuerzos y sacrificios. Piensa en "hacer salir el gobierno a la campaña". En esta —a su vez— las dificultades son grandes. Se proyecta y huele el clima levantisco que pronto estallará a raíz de otra invasión del compadre, esta vez sirviéndose de las fuerzas de Manuel Olazábal, Comandante en Jefe del Segundo Cuerpo del Ejército Restaurador. Por otro lado acosan las carencias administrativas:

"... he tenido intensamente que escribir -dice a Espinosa en junio- a causa de que todo tengo que hacerlo porque aquí no hay quien haga una carta. Toda es gente de sable como yo... sin embargo yo voy dando palotadas hasta que por aquí venga Reyes o algún otro que me saque de encima, este peso que me arreventa".

Su salud no ha sido, últimamente, muy buena. Los años, las mojaduras a caballo, los fríos; las noches en vela, la resienten. Alarmado le escribe a Julián: "tu existencia es indispensable a la existencia de la Patria, a lo menos mientras se consolidan las leyes". Pero ¿cómo hacer?

1834: es la tercera revolución de Don Juan Antonio. Comenzó en marzo en Higueritas y duró -con intermitencias- siete largos meses. En esos interregnos, contra viento y marea, lo que más le preocupa a Don Frutos -dentro del país- es erradicar la anarquía, poblar la nada, porque "para lo demás habrá tiempo si conseguimos tener paz".

La paz nunca llegó, pero sí el fin de la presidencia. En los meses previos a la elección hay quienes procuran que Rivera no resigne el mando el 24 de octubre, aniversario de su elección, y permanezca, por lo menos, hasta el 1° de marzo en que deberá elegirse al nuevo presidente. El asunto se ventila en la prensa nacional y argentina, pero Don Frutos entrega en la fecha precisa, ni un día más ni un día menos, dando lugar a elogios que hoy nos pueden parecer exagerados, pero que vistos con la óptica del momento adquieren la relevancia debida por el respeto y sumisión a las leyes que el acto del todopoderoso caudillo implicaba. "En el mando y fuera de él -dice en la ceremonia- el Pueblo Oriental debe saber que yo no soy más que un soldado pronto a derramar su sangre por su libertad y sus instituciones".

"Nuestro Oribe".

El 1° de marzo de 1835 el Brigadier General Manuel Oribe es electo -por unanimidad- presidente de la República. Al día siguiente, el 2 de marzo, escribía a Don Frutos:

"Mi General y amigo: Ayer ha quedado hecha la elección en que tantas pruebas me ha dado de amistad y que yo deseo corresponder. No sé decirle a Ud. cómo me habré portado pero cuando Ud. venga, los amigos se lo dirán, lo que puedo asegurarle a Ud. es que el corazón lo tenía muy cerca de la boca, Deseo que cuanto antes se venga Ud. para que tenga el gusto de

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darle un abrazo a su verdadero amigo q.B.S.m.

Manuel Oribe, A mi señora, Dona Bernardina y las niñas finos recuerdos".

Siempre Don Frutos se caracterizó por ubicar los hombres en los puestos que más convenían a sus condiciones. Elevado a la presidencia en 1830 nombró, para la Capitanía del Puerto, al Coronel Manuel Oribe, aunque hubiera sido su inagotable perseguidor del año 28. Siendo militar de escuela, era el más indicado para el cargo.

Cuando advienen los primeros alzamientos del compadre -en julio de 1832- Don Manuel se transforma, acabadamente, en "nuestro Oribe". Con esa expresión Don Frutos lo reconoce en su frecuente correspondencia con Espinosa. También por la misma se aprecia que Oribe es el encargado de hacer llegar, a uno y otro, las cartas que se cruzan. La misiva que el 19 de junio de 1832 redacta Santiago Vázquez a Fructuoso Rivera instruye: "... la última conferencia con Don M Oribe ha tenido lugar ayer, quedando definitivamente convenido que se pondrá de acuerdo con Usted para abrir operaciones, apartándose de cualquier compromiso de formas que pudiese mediar con Lavalleja y que el mismo señor Oribe me asegura no existe. Eso no obstante, no ha sido sin que haya tenido yo que empeñar compromiso a nombre de usted, a lo que espero prestará su completa aprobación. Era el único medio de salir de la endiablada coyuntura que nos han metido los incurables desaciertos de su compadre don Juan Antonio". Posteriormente, el 14 de agosto de dicho año, el Coronel Oribe es ascendido a Coronel Mayor, "en premio a los importantes servicios que ha prestado a la sagrada causa del restablecimiento del imperio de las leyes...", según reza el decreto respectivo. En setiembre ya es Comandante General de Armas y Jefe interino del Estado Mayor y desde el 15 de febrero de 1834 es Ministro de la Guerra, alcanzando en octubre 3 el grado de Brigadier General.

En el clima de algarabía y de homenaje general que adquiere, en su exaltado lenguaje, ribetes de obsecuencia por parte del Presidente interino Carlos Anaya y de los ministros Oribe y José Ma. Reyes, se crea -el 29 de octubre de 1834— el cargo de Comandante General de la campaña y se designa en él al Caudillo, "persuadido [el gobierno] que no podía colocar los destinos de tan alta responsabilidad en mejores manos

El 4 de noviembre del 34 un nuevo homenaje se le tributa. El presidente interino Carlos Anaya, ordena la confección de una espada que "será presentada al señor general don Fructuoso Rivera... como un testimonio de la consideración que han merecido sus distinguidos servicios" y que llevará la inscripción "El Poder Ejecutivo al General Rivera". Recibirá también, más tarde, la calificación de Fundador de la Independencia.

Poco duró esta "luna de miel". La tormenta se prepara ya en los primeros tiempos del gobierno de Oribe con los decretos de amnistía —tanto económica como personal— a los revolucionarios de 1832; con las medidas contra la libertad de prensa y el abandono de la misión Muñoz, decisiones tomadas por exigencias de Rosas; con la política de defensa de los grandes propietarios de tierras en contra de

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los poseedores, llevada a cabo por el nuevo titular de la Fiscalía de Hacienda, el porteño Julián Segundo de Agüero.

El conflicto toma forma cabal en el decreto de suspensión de la Comandancia General de la Campaña y en el proceso político al último año de la administración de Rivera, realizado por la Comisión de Cuentas del cuerpo legislativo. Es lo que Eduardo Acevedo calificará como la "obra de anulación de Rivera".

El primero de estos hechos tiene lugar el 19 de febrero de 1836, en virtud de considerarse que ya no existían los motivos que impulsaran su creación. Desde Durazno Don Frutos acepta la resolución, señalando que ve en ella "una demostración del estado de consoliden en que se hallaban las instituciones y leyes del país". Cinco meses más tarde, el 14 de julio, el Presidente Oribe restablecerá la Comandancia designando a su hermano Ignacio.

En cuanto a los trabajos y resultancias de la Comisión de Cuentas —que se producen en 1836— es interesante apuntar que siempre, hasta ese momento, se había considerado (tanto por la opinión pública como por los mensajes del Ejecutivo a la Asamblea y por esta misma) que el estado deplorable de la hacienda pública era consecuencia: 1° de los grandes compromisos contraídos durante el Gobierno Provisorio; 2° de los emergentes del nacimiento de un Estado al que hay que organizar burocráticamente como tal; 3° de las exigencias que acarreaba la necesidad ineludible de mantener un fuerte ejército regular; 4° de la carencia de entradas regulares, cuya casi única y principal fuente continuaba siendo, como en el coloniaje, la renta de Aduanas. Esto es precisamente lo que reconoce el Presidente interino —desde el 6 de marzo del 34 al 1° de marzo del 35— Carlos Anaya, en su mensaje a la Asamblea el 15 de febrero de 1835. Sin embargo, todos estos argumentos desaparecen cuando la Comisión de Cuentas decide dar —por vez primera— señales de vida en 1836 (por obligación constitucional debió reunirse todos los años al empezar el Legislativo su período de sesiones). Abarcará su estudio, solamente, las cuentas del año contado desde el 16 de febrero de 1834 hasta fines de febrero de 1835, amén de las cuentas presentadas por la Comisaría particular del Ejército, correspondientes a la campaña de 1834. Aquí el único cargo directo que se formula contra Rivera es sobre el destino que tenía la cuenta corriente llevada por el sastre Beltrán Cadillón a Don Frutos, sobre $1.500. Los demás cargos de mala administración acusan a todo el círculo del expresidente, círculo que entonces también incluía a Oribe, Ministro de Guerra, y a adictos suyos como Carlos Anaya y Reyes.

En última instancia, a esta campaña escandalosa y difamatoria, a la que contribuía la propia personalidad del caudillo y su condición de tal, hay que añadir los rozamientos producidos entre Don Frutos y don Manuel con motivo de la posición del país frente a la revolución "farrupilha" que había estado en Río Grande en 1835 y de la que participaban elementos lavallejistas. Tampoco debemos olvidar las controversias que se sucedieron por motivo de los emigrados argentinos que actuaban en torno al dolido caudillo y su "familia".

"El presidente Oribe se ha sublevado contra el General Rivera"

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Esta frase de un paisano de la época que la tradición ha recogido, resume la situación sin necesidad de mayores precisiones. Con admirable economía de medios nos informa tanto del juicio del contexto social respecto a los hechos e instituciones, como del punto en que se hallaban ambos liderazgos. El uno que se había ido configurando a través del elemento institucional; el otro que se continuaba ejerciendo con prescindencia del poder instituido, en base a un sistema de valores que se apoyaba en la dependencia de hombre a hombre.

En tal estado de cosas, la "revolución" que sobreviene el 16 de julio de 1836 no se puede detener, ni tampoco dejar de internacionalizar pues así como Oribe se acerca más y más a Rosas, Rivera aprovecha de los emigrados unitarios, especialmente uno de los más odiados por Rosas: Juan Lavalle.

El 19 de setiembre nacen las divisas en los campos de Carpintería; cada -familia" tendrá, de ahora en adelante, su "color": blanca la de Oribe; colorada, despuntada del revés de los ponchos, la de Don Frutos. En la ocasión, este lleva la peor parte pero el revés no es concluyente hasta que defeccionan —un mes después— el Coronel José María Raña y los comandantes Marote y Álvarez. Con cerca de 1.000 hombres se ampararán en el decreto de indulto del Presidente Oribe. Rivera, a pesar de que todavía domina el litoral y las plazas de Salto y Paysandú, no puede sostenerse y tiene que cruzar la frontera brasileña e internarse con sus huestes en el convulsionado Brasil.

La conmixtión de los aliados uruguayos y riograndenses se trasforma: ahora serán Fructuoso y los unitarios los aliados de Bentos Manuel Ribeiro, primero adscripto a la causa del Imperio y luego unido a los sublevados de Bentos Conçalves. En el caos que sufre la provincia hermana don Frutos es hecho prisionero en Porto Alegre. Mas, habiendo logrado evadirse, se junta nuevamente a Bentos Ribeiro.

A partir de mayo de 1837 Don Frutos realiza esporádicas intromisiones en territorio uruguayo hasta que, en octubre, invade decididamente y el día 22, en el potrero de Yucutujá, vence al presidente. Se abre entonces una serie de acciones militares que apuran la paciencia y el valor de los adversarios, por la constante movilidad que despliega. Fructuoso rejuvenece su capacidad de baqueano y sus viejas virtudes para realizar eficazmente una guerra de recursos con un número limitado de hombres y pertrechos.

Al promediar el año 37 toda la campaña está convulsionada. En San Pedro del Durazno, en "su pueblo" o el "maldito pueblo" —como lo llama Bernardina cuando la atacan sus no infundados celos—, corren copias manuscritas, versos, cielitos y medias cañas, portadores de consignas revolucionarias. "Escritos a pluma", según declara una de las implicadas (la joven María Saturnina Machado) ante Felipe Martínez, el Alcalde Ordinario interino. Informa también, dicho Martínez que pese a sus investigaciones le ha sido imposible verificar la identificación de los esclavos distribuidores de las misivas, cuyas amas los envían por las casas al amparo de la noche. Petrona Pintos, Carmen Fernández de García, su hermana Ramonita —uno de los amores de Frutos— no declararon nada, pero el propio Presidente Oribe debe intervenir contra esta conspiración femenina. Ordena el envío de las mujeres a Montevideo y las aloja en el Mercado, porque no tienen casa particular en donde

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hacerlo. Otras, como la esposa del pulpero Martín Martínez, que también fue extrañada a la capital, se halla en una quinta de Extramuros y es vigilada por el Comisario de la Seccional para que "no salga de ella hasta nueva resolución del gobierno" y algunas, como Narcisa Caballero de Leal, piden socorro al Estado porque no tienen con qué subvenir a sus necesidades. El gobierno les destina la cantidad de $ 30 mensuales.

El clima no era fácil para el Presidente Oribe. El sorpresivo ataque a Paysandú, a fines de diciembre, y la pasmosa aparición sobre Montevideo —en el camino que va de la Aguada al Cordón— en los primeros días de enero del 38, alarman a una población ganada por el temor, la miseria y el cansancio de una lucha sin cuartel. Los corrillos comentan ya, en voz alta, de la probable renuncia del presidente; igual opinión gana al cuerpo legislativo y se define totalmente cuando, el 15 de junio de 1838, Ignacio Oribe padece rotunda derrota en Palmar. Al respecto expresa a Fructuoso —el 30 de setiembre— Julián Álvarez, Presidente del Tribunal y de la Comisión que parlamenta en nombre de Oribe: "... Ignacio, recién venido del Palmar persuadió a su hermano que renunciase, Ud. lo sabe y después de persuadido y comprometido a hacerlo con la Asamblea, no faltó quien le dijese que era preciso pensarlo. Pobres de los que mandan, que no gustan sino de las verdades que les gustan! ... El resultado fue que D. Ignacio se amostace y hubo de aquello de oro y azul entre los hermanos; conducta que hace honor a sus negociadores. Desde entonces se metió en su casa, donde vive solo, lo que se llama solo. Dudo mucho que su posición, le dé el ascendiente que Ud. Parece cree,: A la altura que estamos, la conducta del Presidente se apoya en compromisos extranjeros, que se ostentan y se niegan alternativamente con una inconsecuencia y una imperturbabilidad que me hace erizar los cabellos".

En dichos cabildeos se hallan mezclados los franceses que bloquean el puerto de Buenos Aires y, entre protestas y vaivenes de cónsules y militares, Oribe enfría sus relaciones con ellos, presionado por Juan Manuel. Los franceses se ponen entonces en contacto con Frutos, utilizan sus puertos y ante la inminencia de la fortificación de la isla de Martín García por el almirante Brown, toman con Rivera dicha isla el 11 de octubre de 1838, cortándole a Oribe las comunicaciones con Rosas.

El 21 del mismo mes, los comisionados del presidente y de Rivera firman la convención de paz sobre la base de la resignación de Oribe. Por parte del primer mandatario eran: el Gral. Ignacio Oribe, el Dr. Julián Álvarez, Presidente del Tribunal, el Colector General Francisco J. Muñoz, Juan Feo. Giró y Alejandro Chucarro. Por parte de Fructuoso Rivera: Santiago Vázquez, su "Secretario de Negocios Interiores y de Hacienda", el Gral. Enrique Martínez, "Secretario de Guerra y Marina", el Gral. Anacleto Medina, Andrés Lamas (secretario particular de Rivera) y Joaquín Suárez.

El convenio de paz debió ser ratificado por la Asamblea, pero ello no aconteció porque el Presidente Oribe, atendiendo a la situación general, presentó el 23 de octubre su renuncia. Al día siguiente, la Asamblea presidida por Lorenzo J. Pérez la aceptó, así como también la del Presidente del Senado, Carlos Anaya. Oribe, acompañado de un alto número de adictos (218 según especifica el informe del cónsul francés Baradére), se embarcó para Buenos Aires en buques de la

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escuadrilla francesa.

"Esa renuncia –dice Luis Alberto de Herrera en su obra «La tierra charrúa»— interpuesta y aceptada en debida forma cierra la puerta a toda justificación legal sobre su posterior conducta. Si el mandatario derrocado pensó volver por sus fueros agredidos estuvo de sobra aquella actitud, en esencia espontánea, que hacía caducar legítimamente su derecho".

Faltaban, para terminar el ejercicio presidencial de Manuel Oribe, solo cuatro meses y cinco días.

"Un cuchillo suspendido"

El 1° de noviembre de 1838 Don Frutos y su ejército, proclamado Constitucional, hacen su entrada triunfal en Montevideo. Poco después suspende las garantías de la ley fundamental "tan solo –dice– los días estrictamente necesarios para restablecer el orden, acallar las pasiones y preparar el libre ejercicio de aquellos poderes". Tales intenciones –de las que el caudillo es el garante personal, como indica expresamente– propician "el absoluto olvido de opiniones anteriores a la fecha". En consecuencia, uno de sus primeros actos es restaurar la libertad de imprenta porque —observa el decreto— "las producciones de la imprenta libre son el freno de los malos mandatarios, la recompensa de los que gobiernan bien, y el vehículo más seguro para derramar la ilustración y educar a los pueblos". "Los ataques de cualquier género que se dirigieran por la imprenta, sea contra la persona del jefe del Gobierno, la de sus secretarios o contra los actos administrativos, no quedaban sujetos a responsabilidad alguna; y para asegurar esta declaración el jefe del gobierno y sus secretarios renunciaban, mientras él estuviera en el mando, a la protección de la ley actual y todo otro medio de vindicación", tal señala Fernández y Medina en "La imprenta y la prensa en el Uruguay".

Esta medida, conjuntamente con las que disponen el retorno de los emigrados unitarios, el acuerdo con los franceses y el tratado concertado con la Provincia de Corrientes, el 31 de diciembre de 1838, reforzaron los argumentos hostiles de Juan Manuel de Rosas, dispuesto a reincorporar a la ex provincia Oriental desde que se convirtiera, en el año 29, en el factótum de la Federación.

El caudillo había presagiado años ha –con cristalina claridad– el porvenir que se presentaba a estas regiones. Cuando el fusilamiento de Manuel Dorrego por Lavalle, había dicho a Espinosa, el 3 de enero de 1829: "La imaginación me pinta una cadena de males interminable, cuyo primer eslabón bañado de sangre nace de la tumba del desgraciado Dorrego [...] ellas [las provincias] se han de creer altamente ofendidas y ultrajadas y envilecidas en uno de sus más preciosos derechos. Verán en este cambio extraordinario el fin de su existencia política, y este va a ser el grande choque de la federación y la Unidad! desgraciadas provincias del Río de la Plata! Digan lo que quieran, todas se van a armar contra Buenos Aires por los dos grandes motivos que han de poner en acción, a saber, la muerte del Jefe de la República, y el sistema federal amenazado [...] el triunfo será de las Provincias". Había nacido Rosas; había, también Nacido el Estado oriental

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pero no en vano "su cuna es como la de Hércules".

El poderoso gobernador porteño no era ya un problema ajeno para el Uruguay. Como dice Luis Alberto de Herrera –en la obra ya citada–: "Rosas más que una amenaza era un cuchillo suspendido sobre la cabeza del Uruguay. Su prevención y su hostilidad nos pertenecían".

En el correr de los años 1829 a 1834, la fructuosa correspondencia de Rivera con Espinosa, amigo a su vez de Rosas, revela las precauciones que toman ambos respecto al dictador argentino. Las protestas de amistad evidencian ora con el regalo de un ejemplar de la constitución uruguaya, que le envía Frutos en enero de 1830, ora en la banda y las espada que le obsequia cuando es nombrado Rosas Brigadier General en 1831. A estas protestas de amistad hay que unir las frecuentes de neutralidad que ambiciona Rivera mantener a todo trance pese a que "querían los unitarios antes que yo persiguiese a los federales ahora los federales que yo degüelle, que yo amenace y destierre a los unitarios... cómo pues sin infligirle [la constitución] podré condescender con uno u otro partido". Esto escribe a Julián en mayo de 1831. En junio de 1832 la situación es más grave. López y Echagüe intervienen constantemente en el país: no lo dejan "vivir en sosiego", dirá a Espinosa y el compadre Juan Antonio comenzará sus "vrutangas" apadrinadas desde la otra margen, pues va a pasar desde el Brasil a Buenos Aires y "volver después según lo han vociferado". En el primero de estos alzamientos Rivera se ha servido de las fuerzas de Lavalle y comunica a Rosas, por intermedio de Julián de Gregorio Espinosa, que así lo seguirá haciendo porque "en lo demás yo no puedo mandar a medias mi patria". Pero aún trata de contemporizar pese a que significa amargamente a Julián en octubre del 32: "Tenemos mil motivos para sospecharle de una injerencia activa en las turbulencias revolucionarias, que acaban de agitarnos; tenemos otros mil para graduar la política observada, como hostil y poco digna de los compromisos respecto a este Estado. Sin embargo estamos dispuestos a todo. Siempre que en nada hayamos de exceder de nuestra elevación y principios. La República es poseedora de una fuerza pública respetable cual nunca y su Gobierno acabado ya de reunir elementos de moral y de poder, verdaderamente Nacionales: A nadie teme ni con nadie capitula deshonrosamente. Su política la aleja de toda injerencia en los negocios de sus vecinos y quiere la recíproca, con mucha justicia; bajo la base que su actitud actual no es comparable con la de ninguna otra fracción de las muchas que la República Argentina se ha creado. Trabaja, pues, mi querido amigo, en hacer ver claro a esos Señores, manifestarles cuáles son mis principios y cuál la conducta, por que me han juzgado hasta ahora".

El pasado, que siempre es mucho más rico en matices y complejidades que cualquier construcción que se proponga sobre él, delinea otra lucha en esta encrucijada. Sorda a veces, a voces otra, es la que se conjuga entre las dos tendencias que moran en el contexto social: el caudillo y los "dotores". En el forcejeo por su precedencia de ideas y posiciones se hallará muchas veces la explicación de los acontecimientos que envuelven el período del nacimiento de nuestro Estado. Su estudio también devela en qué medida el conductor, considerado todopoderoso, tiene las manos atadas y cómo muchas de sus actitudes no son producto de su voluntad sino imposición de una situación que siempre es

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compartida. En el conflicto, el caudillo Rivera, motejado posteriormente de cerril y bárbaro, tuvo antes que nadie —así lo prueba la carta que transcribimos en párrafos anteriores-- conciencia de soberanía nacional, aunque ella fuera el producto primario de la identificación de su honor personal con el país.

Lo que Don Frutos trató de eludir, y Oribe no supo evitar, detonó en 1839. La protesta posterior a la renuncia —que Oribe protagonizó— le otorgó a Rosas, con los cuatro meses de legalidad renunciada, un argumento que en verdad el compadre Juan Antonio no había podido presentar. Así lo dio a entender Juan Manuel de Rosas el 25 de setiembre de 1833 a Vicente González: "... No hay nada peor que seguir una causa mala. La de Lavalleja sería justa, sería seguro el triunfó, pero era ilegal; de aquí la razón por que todo se perdió, perdiéndose, perdiendo mucho, y dando a don Frutos lo que no tenía ni jamás pudo nadie creer que adquiriese. Por el contrario si Lavalleja hubiera puesto en ejercicio los principios constitucionales, el triunfó hubiera sido seguro...". Por más de diez años Oribe será considerado Presidente legítimo y Don Frutos el intruso.

El Sitio Grande

Entrarnos aquí en un punto de nuestra historia que la periodificación ha denominado "Guerra Grande" y que, en su momento, fue tenido por "Sitio Grande". El término "grande" nos habla de la amplitud de una confrontación armada que abarca un extenso tiempo cronológico, pero también infiere la existencia de otro tiempo en el cual la cronología pura no es su esencia, sino algo más, y ese "algo" es mucho más profundo.

La esencia de la Guerra Grande radica en que ella constituyó una de las etapas más difíciles por las que atravesó el ser nacional en el espinoso sendero de su configuración etática.

Estado y nación no comparten los términos de una misma naturaleza sociológica y jurídica. Tanto pueden existir estados no nacionales o multinacionales, como naciones que no integren un Estado. Vale decir que de la existencia de uno no deriva necesariamente la del otro. Por ello es que –nacidos los orientales a !a vida independiente a partir de 1828 y a pesar de constituir una nación desde la época artiguista– la nacionalidad no estaba lo suficientemente sólida como para que la idea del derecho nacional fuera lo bastante fuerte y se representara a través del poder abstracto, del cual el Estado es el titular. En este período el poder que encarna las aspiraciones de la comunidad no se encuentra radicado en el Estado, sino en los caudillos. No existirá entonces un patriotismo que revele una intensidad del ser nacional que perentoriamente exija la constitución de una organización total: el Estado. En una palabra, hay una nación pero no hay nacionalismo.

En el nacionalismo la nación o la nacionalidad no es solo el grupo que se mantiene unido por la conciencia común, sino además es un grupo que presta al concepto de soberanía una doble significación: por un lado la que hace referencia a las relaciones del Estado con sus ciudadanos; por otro, la que hace referencia a su valor internacional, que se resume en la independencia respecto a los demás

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estados.

Durante las luchas del Sitio Grande este concepto de soberanía que está en estado coloidal soporta, a su vez, las presiones emanadas de las potencias vecinas, las duras consecuencias de haber surgido de una convención oscura, en cuanto a fronteras e intenciones, y las complicaciones derivadas de los enfrentamientos imperiales de Francia e Inglaterra.

El 1° de marzo de 1839 Fructuoso Rivera fue electo, por segunda vez, presidente de la República. Nueve días después, llevado por las circunstancias internas y externas - que no eran de su voluntad– declaró la guerra a Juan Manuel de Rosas.

Las acciones iniciales son desfavorables. Los aliados correntinos, que son aplastados en Pago Largo a fines de marzo, dejan expedita la entrada al Uruguay. El primero que pretende incursionar es Lavalleja sustentado por un movimiento interno que abarca en abanico al país. Esto obligó a Don Frutos a dispersar su ejército y en esas circunstancias se encontraba cuando el 30 de julio, estando en el Monzón, es noticiado por el Gral, Aguiar de la invasión de Echagüe al frente de 5.400 hombres. Mientras Rivera reorganiza la campaña con Anacleto Medina, Aguiar y Venancio Flores, en Montevideo el Vicepresidente Pereira y el Ministro Rondeau dirigen la obra defensiva de la plaza.

Cinco meses durarán los movimientos previos, a pesar de los reclamos imperiosos que vienen de Montevideo. Respecto a ellos comunica Don Frutos que solo está dispuesto a batirse "donde entienda que conviene al interés de la República el hacerlo". En refriegas aisladas y movimientos de mutua observación, los rivales miden sus fuerzas. Echagüe será el que provoque el enfrentamiento, iniciando sorpresivo ataque cuando Frutos y sus hombres acampan en las cercanías del arroyo Cagancha. El 29 de diciembre los chasques sudorosos alarman la quietud del campamento. Las tropas rosistas se vienen a galope tendido pero la sorpresa original se convierte en un enorme revés para los invasores y las tintas de los vencidos se cargan contra el compadre Juan Antonio, a quien se acusa de ejecutar equívocamente la maniobra de flanqueo. Nunca más le dejarán fuerzas a su cargo. Con la victoria de Cagancha la invasión queda detenida. Mas ¿por cuánto tiempo?

La euforia montevideana se desata en homenajes hiperbólicos. Hoy Frutos es "padre de los pueblos, columna de la Constitución y benemérito de la patria". Mañana, quién sabe. Una vaga melancolía se desprende de sus cartas a Bernardina. No sabemos qué pesan más, en ese "pardejón" de rostro curtido y oscuro y brazos blancos como la leche, si los esfuerzos físicos que se sienten con mayor apremio día a día, o la convicción de que su destino es el del guerrero sin reposo. Piensa en Artigas. Como en 1839 trata –en 1841– de ponerse en contacto con su jefe, enviando al Paraguay al Sargento Mayor Federico Albín. Silencio y negación es la respuesta del patriarca, pero el propósito del antiguo subordinado está cargado de las angustias de alguien que, ahora sí, comprende que el poder nunca es omnisciente.

1840-42: la intrincada política platense va configurando un panorama de alianzas y tratados en los que intervienen –por un lado– las Provincias de Santa Fe,

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Corrientes, Entre Ríos, Córdoba, Río Grande del Sur y el Uruguay; y por otro, la corte diplomática y militar de franceses y británicos que realiza el juego en consonancia con sus intereses. Ya sustentan a los antirrosistas, ya los dejan al descubierto, contrayendo compromisos con el jefe de la Confederación que, aunque finalmente invalidados, alcanzan para trastornar la situación.

La guerra, que se había continuado en suelo argentino con variada fortuna, asume otro cariz cuando el 6 de diciembre de 1842 Don Frutos, al frente de un desorganizado ejército aliado, experimenta terrible derrota en Arroyo Grande. Lacónicamente, comunica a Montevideo: "hemos sufrido un contraste inesperado" y ese mismo día repasa el Uruguay.

Las devastadas tropas de Rivera son ahora las únicas que quedan en pie para hacer frente a la invasión. La retirada ha sido confusa, sangrienta; se han perdido amigos y familiares. "Ya no hay esperanzas de nuestro Pedrito es menester ir conformando a la pobrecita de nuestra hija Bernarda", dice Don Frutos a Bernardina, poco después. Pero hay que hacer frente. Las avanzadas se empeñan en demorar lo inevitable y el ejército viene empleado "en retirar las caballadas y proteger a un inmenso pueblo que se ha retirado de la costa del Uruguay; esto no se puede ver sin afligirse así es que allí te irá un mundo de gente desgraciada y afligida para que la hagas acomodar como se pueda", cuenta el caudillo a su mujer el 20 de diciembre del 42. La casa grande y generosa de Rincón y Misiones se puebla de desheredados; también la capital que apresuradamente levanta y refuerza sus fortificaciones.

La derrota de Arroyo Grande –que había dejado al descubierto al país–exteriorizó por fin las divergencias con los "dotores". Despojado el caudillo de su carácter de infalibilidad, los adictos ciudadanos desembozadamente enjuician su capacidad, su fama y su poder. Cuando el gobierno interino de Joaquín Suárez coloque a la cabeza de la defensa al general argentino José Ma. Paz, Frutos hará entrada aparatosa en la ciudad, luego de acampar con sus 6.000 hombres en el potrero de Pereira. Exigirá y realizará cambios ministeriales pero se verá obligado a transar sobre lo de José María Paz, que permanece, aunque reducido su comando a las fuerzas de la capital. Rivera continuará como General en Jefe de las Fuerzas de Mar y Tierra y como tal saldrá de nuevo a la campaña el 3 de febrero de 1843. Obtiene satisfacción pero no el triunfo. Melchor Pacheco y Obes es el "hombre" en esos momentos.

El 16 de febrero Oribe principia el sitio a Montevideo. La capital se defenderá con uñas y dientes. Las legiones francesa, italiana, española e inglesa; milicias orientales, argentinas y batallón de libertos, constituirán su defensa conjuntamente con los 6.000 hombres de Frutos.

Rivera reitera su "caballito de batalla": la guerra de recursos. Dispone que en Montevideo permanezca el Gral. Félix Aguiar, envía al Gral. Anacleto Medina sobre Ignacio Oribe, destaca al coronel Bernardo Báez para cubrir Durazno y el norte del Río Negro hasta Salto, y encomienda al coronel Jacinto Estivao actuar en San José y Colonia, mientras él se vuelca sobre Maldonado.

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El 1° de marzo del 43 cesa el mandato constitucional de Rivera. No es posible consumar las elecciones en medio de la guerra. Asume entonces el Presidente del Senado y Vicepresidente de la República Joaquín Suárez, quien confirma a los ministros y a Fructuoso Rivera como General en Jefe del Ejército Nacional.

Las victorias, que con denuedo se obtienen, tonifican los ánimos. 123 de junio de 1843 se publica en "El Nacional" un diálogo gauchesco que ensalza la figura del caudillo y tiene las connotaciones de la literatura de combate.

Don Frutos comanda, en esos instantes, no solo un ejército sino a todo un pueblo que los acompaña. Un empadronamiento registró más de 10.000 personas que se acrecentaron con los emigrados del norte y del litoral. El cruel invierno del 43 los castiga sin clemencia. "... están tan desgraciadas –narra a Bernardina refiriéndose a un grupo de mujeres– que quiebra el el corazón. Sus maridos e hijos y compañía están en las filas del Ejército y ellas solas con sus pequeñitos están por las costas de estos arroyos sin alimentos desnudas entregadas a la intemperie sin carretas y sin cosa alguna así es que te ruego que promuevas entre las señoras de Montevideo particularmente las de nuestra amistad una suscripción que no sea plata, pero sí una Vara de liencillo sarasas ordinarias arroz fariña balletas, etc. sería lo bastante para favorecer a estas desgraciadas familias a este respecto cuento que tú harás cuanto puedas". Y agrega –testimoniando su propia pobreza –: "Pe a mi zapatero que me mande un par de botines buenos y mandame las botas largas estoy descalzo he dado toda mi ropa a penas estoy con la precisa..."

Transcurre 1843, la campaña se recupera palmo a palmo. San José, Rosario, Colonia, Durazno, Paysandú, Salto van siendo liberadas de las tropas invasoras. Rivera pone en práctica la segunda parte de su plan: estrechar a Manuel Oribe contra los muros de la capital. Avanza hacia el sur triunfalmente y solicita a Montevideo infantería para presentar la batalla final' pero el Gobierno se la niega. Don Frutos ve escapar la oportunidad, antes la había perdido Oribe cuando, al comenzar el Sitio, Rosas le impidió atacar a un Montevideo desguarnecido. Ahora es Oribe el que aprovecha el tiempo y acude desesperadamente a Rosas en procura de auxilio. El 10 de julio del 43, al frente de 4.000 hombres bien montados, traspasa Urquiza el Uruguay. Ahora es Don Frutos el que no puede quedar apretado entre Oribe y Urquiza y reabre la porfiada campaña de recursos.

Lo primero es poner a cubierto al pueblo ambulante que lo seguía. Con su habilidad señera logra escurrirse hasta colocarlo en la frontera cercana al Brasil; dispersa entonces sus fuerzas para provocar el desgaste de un enemigo implacable en su persecución. En estos trámites trascurrirá todo el año 44 y llega el 45, que le será fatal. El 27 de marzo es aniquilado por Justo José de Urquiza en India Muerta. Los restos de los vencidos huyen al Brasil por Santa Teresa y el Yaguarón. Mil cadáveres quedaron en la llanura y 600 prisioneros en manos del caudillo entrerriano que los degüella al son de músicas marciales.

Tan dramática como la retirada de los derrotados es la huida de las familias escoltadas por las pocas fuerzas que habían podido reorganizar, para la emergencia, Anacleto Medina, Bernardino Báez, Estivao, Flores. "Más de dos mil viejos, mujeres y niños —narra el testigo José Gabriel Palomeque— llegaron al río

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[...] aquí, una mujer montada en un caballo flaco y escuálido, llevaba un niño de delante y dos en ancas, y otro atado a la cola con los utensilios de su hogar Allí, una muchachita de nueve o diez años, descalza y en camisa marchando a pie conduciendo de la brida el caballo en que iba la madre o la abuela enferma [...] acá otro que apenas podía moverse, acompañado de un hijo mozo que lo llevaba del brazo, con un chiquito a la espalda y el atado de ropa en la cabeza...".

"Cosas de llorar", dirá —como en Arroyo Grande— Don Frutos.

Una "cierta altura de los tiempos"

"Lo mismo que una edad significa una cierta altura de la vida, una época no es otra cosa que una cierta altura de los tiempos", dice Julián Marías. A esta altura de la vida y de los tiempos se configura, para el caudillo, la época de su declinación. A pesar de ello debemos adelantar que la decadencia de su liderazgo nunca llegó a ser total.

El 10 de agosto de 1845, la Defensa de Montevideo declaró cesante a Don Frutos en su cargo de General en Jefe del Ejército Nacional y comunicó al gabinete imperial que no debía dejárselo retornar.

El enfrentamiento entre el caudillo y los "dotores" se concreta. De aquí en adelante, definitivamente y a pesar de los altibajos, la conducción de la cosa pública la ejercerán los hombres de la Defensa: Manuel Herrera y Obes, Andrés Lamas, Melchor Pacheco y Obes, Joaquín Suárez, César Díaz...

Es sin embargo difícil suprimir el poder del caudillo, porque si es válido el principio de que nunca un liderazgo se funda en las exclusivas condiciones del líder, en este caso, las cualidades carismáticas de que habla Max Weber se revelan plenamente y son ellas las que permitirán a Frutos ser un elemento de peso en la vida nacional, cualquiera sea la circunstancia.

En marzo de 1846 Rivera recala en la rada de Montevideo. La correspondencia con sus adictos, como Bustamante e Isidoro de María, con su esposa, descubre los movimientos previos, el clima que va expandiéndose en la ciudad sitiada y que se va manejando —en la prensa y en el gobierno— de forma que haga propicio el retomo del caudillo extrañado. Las consignas salen misteriosas y raudas de la "casa grande" y el murmullo dice: "se viene el patrón". Los primeros en proferir la alarma son los legionarios franceses al grito de ¡Viva Rivera! ¡Mueran los traidores! ¡Muera Pacheco! Las animosidades internas estallan. Las legiones refriegan entre sí, refriegan sus jefes, los jefes orientales también. La Capitanía del Puerto es asaltada y en horrorosas escenas sangrientas es destripado el coronel Estivao y son asesinados los hombres que lo apoyan. El 1° de abril ocurre un motín militar; el General Melchor Pacheco y Obes, Jefe de la Guarnición y factótum de la Defensa, huye; el gobierno se refugia en casa del ministro francés. La confusión es grande y el caudillo triunfa. Desembarca de la fragata "Perla" el 6 de abril y el gobierno declara que su presencia "era exigida en la Capital por la conveniencia pública". Sus amigos de la Asamblea de Notables, cuerpo que en 1846 había sustituido a las Cámaras, obtienen su incorporación a la misma. En mayo será su presidente y

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también General en Jefe del Ejército en operaciones.

Como en el 43 es una satisfacción y no una victoria. Las apariencias engañan, el triunfo es a medias y se detecta en uno de los primeros actos de poder: el destierro de varios militares opositores —entre ellos los coroneles César Díaz y Francisco Tajes— no se efectuará.

Otra vez lo vemos en campaña. Consuma con éxito varias acciones militares: salidas en las cercanías de Montevideo, toma de Mercedes, toma de Paysandú. En el ínterin, en el mes de setiembre, se produce en su casa un atentado contra su vida protagonizado por Laureano Calo, quien aparece mezclado confusamente con Andrés Cabrera—más tarde asesino de Florencio Varela– y con algunas gentes del campo sitiador y un médico francés Arnoult, partidario de Oribe. Tiempo más tarde Don Frutos, ya en el Brasil, intercede en favor del frustrado homicida porque, como dice Rodó, "había en él una satisfacción más alta que el goce de vencen y era el goce de perdonar".

Las victorias conseguidas son efímeras y se queja de la falta de colaboración del gobierno, en cuanto a gente, dinero y armas. Procura desde Maldonado, luego del desastre de las Ánimas, recuperar sus fuerzas y en ello está cuando el estado de la región precipita los acontecimientos y sus intentos de pacto con Oribe son dados a publicidad, pergeñando la excusa suprema que aguardaba la Defensa.

Las bases del abortado acuerdo instituían, en lo más fundamental, que "se establecerá una buena inteligencia entre los brigadieres generales de la República don Manuel Oribe y don Fructuoso Rivera y ambos declararán a la faz del Estado que los observa que se comprometen por su honor y ante las aras de la patria, por la que han hecho inmensos sacrificios, que promoverán cuanto fuera necesario al restablecimiento de la paz en toda la República bajo sus principios constitucionales". Dichas bases anotan, además, que Rivera está dispuesto a desterrarse, si ello es preciso.

¿Connivencia con el enemigo? No. ¿Error de cálculo? Tampoco. Es simplemente su forma de concebir la patria y el Estado que son él en carne, huesos y espíritu. Es la solución de un "pacto de compadres", el mismo que cree, en 1848, que podrán hacer Rosas y Urquiza porque en esta fecha confidencia a Santiago Labandera que: "Se habrán acomodado y ese negocio habra tenido un término de compadres; así es mi opinión. Si es que se piensa poner término a la Guerra, porque a mi ver, no hay objeto ostensible, para continuarla". El intento es, en definitiva, la expresión de la primaria conciencia nacional que imagina a las personas como la causa absoluta de un conflicto, sin darse cuenta de que la realidad guarda otras muchas y diversas complejidades. Y si por un lado es la medida patriarcal del jefe que se sacrifica en aras de la concordia, por otro es la única forma que conoce para recuperar la paz nacional y su desvanecido prestigio.

El decreto de destierro que firma –basada en estos motivos– la Defensa contra Don Frutos, en los primeros días del mes de octubre de 1847, también reconoce el hecho sociológico de que cuando las cosas van por mal camino, nada hay como tener una "cabeza de turco", máxime si ella es la de un caudillo des-santificado. La

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culpabilidad colectiva queda así liberada, el caudillo anárquico alejado y la situación limpia para empezar a actuar por otras vías más legales o más "civilizadas".

El 5 de octubre del 47 el Ministro de la Guerra, Coronel Lorenzo Batlle, arriba con gran aparato, y por qué no temor, al puerto de Maldonado. La entrevista con Don Frutos es áspera, hay ciertos intentos de sublevarse contra la medida, mas por último el caudillo acepta los hechos y en la tarde primaveral del 6 de octubre embarca hacia el Brasil en la fragata francesa "L'Alsacienne". Hablase negado a aceptar el transporte uruguayo de la "Maipú". Otros fieles oficiales y civiles, como Bernardino Báez, Camilo de la Vega y Domingo Veracierto, lo siguen al destierro.

En Montevideo no todo es silencio. El Dr. Estanislao Vega ataca el decreto de expatriación señalando que el gobierno violaba las garantías individuales de que gozaban los integrantes de ese cuerpo. Rivera era uno de ellos y como tal debía ser respetado.

El viaje es accidentado; semiahogado y lastimado arriba a Santa Catalina, destino que le marcaba la Defensa. Sin embargo, angustias y peregrinar no terminarán allí; el presidente de la Provincia –Brigadier Antero Ferreira de Brito– tiene órdenes expresas de remitirlo a Río de Janeiro.

A un hombre siempre lo siguen sus hechos, son sus fantasmas y su realidad. Siempre es lo que él hace con su vida, pero también es, porque no vive aislado, el producto de los hechos de los demás y del sistema de vigencias de la sociedad, de sus usos, de sus costumbres, de sus valores. Don Frutos, desde fines de 1847 hasta mediados de marzo de 1853, vivirá en el destierro las amarguras y sinsabores de la pobreza, de la prisión, de la vejez y la enfermedad. Tiene por todo sostén el cálido aliento que ofrecen Bernardina y sus fieles amigos; por todo sostén su propia fuerza interior y la convicción de una conducta honesta, afirmación esta que necesita para enfrentar una situación hostil que intuye pero no alcanza a comprender.

En octubre de 1848 escribía a Santiago Labandera: "Mi estimado hijo Santiago: Hoy hace un año que este gobierno Se apoderó de mi persona y me confinó brutalmente en esta fortaleza sin que hasta ahora haya conseguido saber por qué ni para qué la conducta que hasta este momento ha observado el Gobierno de la República a mi respecto es otro enigma que el diablo que lo entienda pero es de Suponer que hay un misterio que no se quiere, o no Se puede resolver hasta no obtener conseguido el objeto que se han propuesto...". Lo mismo sucede cuando es nuevamente encerrado en febrero de 1851. La carta que dirige a Francisco Magariños desde la fortaleza de Santa Cruz, el 3 de febrero de 1851, también confirma su estupor y su intuición.

La distancia que interpone el tiempo nos permite hoy entrever, claramente, que los caminos emprendidos por la Defensa para la solución del conflicto son muy distintos a los que usaba y pretendía el caudillo. Fracasada la política de las intervenciones extranjeras, que se originan en 1845, vuelven al tapete —proyectadas por Manuel Herrera y Obes y Andrés Lamas— soluciones de

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compromiso que hasta poco antes se tenían como indignas o imposibles. El regreso de Rivera en 1846 detuvo y desquició las tratativas que se habían empezado con Justo José de Urquiza. La situación con Rosas, en esos momentos, era lo suficientemente fuerte, además, como para desbaratar cualquier disgregación de su autoridad en las Provincias. No florecerán, sin embargo, similares condiciones a partir del destierro de Don Frutos.

El cerebro y principal sostén de la maniobra, Manuel Herrera y Obes, entablará un juego de aproximación al caudillo entrerriano y al Imperio, ofreciendo a aquel la oportunidad de hacer "su" federación y a este el medio de sacar ventajas de la situación angustiante de la República, mediante un acuerdo limítrofe que le asegurará contra las viejas y justas reclamaciones uruguayas. Dentro de las coordenadas más importantes del plan figura la necesidad de mantener a Don Frutos al margen del Uruguay y en total oscuridad respecto a los tratados que gestionará Andrés Lamas, llegado al Janeiro en diciembre del 47, precisamente tres días antes que Rivera. La influencia del caudillo, opuesto a las intervenciones extranjeras y a una posible injerencia del Imperio, debe ser anulada, porque si así no fuese "estamos perdidos porque sus amigos harán o intentarán hacer toda clase de desatinos", dice Herrera y Obes a Andrés Lamas en 1848.

El Brasil se presta a "colaborar", no sin antes haber tomado la precaución de investigar la fuerza que le quedaba a Don Frutos en Montevideo. La profusa correspondencia de Andrés Lamas con Manuel Herrera y Obes descubre los escrúpulos de aquel frente a la conducta deshonesta practicada con Rivera y frente a los tratados, pidiendo repetidamente que sus instrucciones sean confirmadas; también destaca la firmeza de posición de Manuel Herrera, que se planta en su programa sin claudicaciones de ninguna especie.

En consonancia con los acuerdos contraídos por la Defensa —en mayo de 1851— con las Provincias de Corrientes y Entre Ríos y con el Brasil, el 19 de julio las huestes de Urquiza invaden el país mientras los contingentes orientales de Manuel Oribe defeccionan uno a uno, con Servando Gómez a la cabeza. El 8 de octubre de 1851 se firmará la paz sobre la base de "ni vencidos, ni vencedores". Ella importa, entre otras cosas, la eliminación política de otro caudillo: Manuel Oribe.

Días después, el 30 de octubre, el gobierno de la Defensa, ante los insistentes reclamos de Bernardina y los adictos a Rivera, expide un decreto que lo declara hombre libre de regresar a su patria. Brasil se enfurece y el Ministro Soares dice a Lamas que esto es dar por sentado que "somos simples carceleros de los Señores". La reacción del Imperio entorpece y complica la posición de la Defensa, más aun sin tenemos en cuenta que Oribe continúa en el Uruguay. Nuevamente escribe Lamas a Herrera y Obes que la circunstancia es demasiado grave, porque "la suerte de Rivera comparada con la de Oribe subleva a todos; ella rehabilita a Rivera; ella separa de nosotros a los defensores de Montevideo, más que ninguna otra cosa" y, termina observando que lo único con que cuentan a su favor es con "el cansancio universal". El mantenimiento de Frutos en prisión por parte del Imperio es, en el fondo, consecuencia de la desconfianza que sienten por la primacía de Urquiza en todo este proceso. La salida decorosa que Brasil intuye para el espinoso problema de los caudillos vencidos es aplicar, tanto a uno como a otro, el artículo de amnistía

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del tratado que se firmara el 12 de octubre del 51. Con ello, se los podría liberar y desterrar al mismo tiempo, manteniendo así a Don Frutos en Río y a Oribe fuera del Uruguay.

El 2 de febrero de 1852 concluye el rosismo en los campos de Caseros; el 16 Rivera recupera su libertad pero permanecerá cerca de un año en Río de Janeiro porque —escribe a Bernardina un 30 de julio de 1852—: "Yo siento tener que decirte que tendré que demorarme por algún tiempo, bien a mi pesar, porque no puedo ni debo retirarme de esta Corte sino cuando haya pagado lo que debo... mientras tanto no se consiga obtener más para un día pagar lo que debo, iré limitándome al día. De consiguiente, no me será posible ya regresar al país de nuestro nacimiento".

Por fin está en condiciones de retornar. El 20 de enero de 1853 se embarca en Río hacia Santa Catalina; desde allí continúa el trayecto por tierra, instalándose cerca de la frontera uruguaya en la población brasileña de Yaguarón

"Un fabricante nato de universos"

Dice Ortega y Gasset: "el hombre es un fabricante nato de universos". Un hombre como Don Frutos no podía dejar de serlo, si no, ¿por qué no retorna definitivamente? ¿Por qué no está ya en su tierra?

El 1° de marzo de 1852 las Cámaras, con mayoría blanca, designaron presidente de la República a Juan Francisco Giró. Naturalmente que esta elección, como la anterior del cuerpo legislativo, ocurrió en medio de grandes penurias que se habían acentuado con el fallecimiento del General Eugenio Garzón, candidato que se tenía por más neutral. La oposición violenta y a los hechos que siempre proporcionaban las costumbres del ambiente, hicieron muy pronto esfumar la sensación de euforia que se desatara –en el país– al término de la guerra. Las condiciones deplorables en que quedó el territorio después de 15 años de luchas, contribuyeron ampliamente –a su vez– al "cambio de humor". Los rencores se renovaron en las pequeñas y grandes cosas: en una casa a la que no se puede retornar porque está ocupada o en ruinas, en tierras o animales que irremisiblemente se han perdido, en seres queridos que han muerto, en lo que se ha padecido, en lo que se ha odiado.

El partido Colorado está en vías de extinción. Sus hombres, divididos por pasiones e ideas, buscan un acuerdo y una figura que logre nuclearlos. Esa figura –concibe Melchor Pacheco y Obes– debe ser el viejo caudillo. Tal es el propósito y tales los fines a los que concurren los esfuerzos. Algo de ello rondaba ya en 1852 cuando los dos generales –antaño enemigos-- se encontraron en Río de Janeiro; uno recién salido de la prisión, el otro recién llegado de Europa. A ello obedecen los sondeos de opinión a que se lanza Pacheco, luego de su retorno a Montevideo, y la carta que envía Rivera –por su intermedio– a su antiguo enemigo, el Gral. Enrique Martínez: "Le supongo a Ud. más viejo que Matusalem que tenía 900 años, mientras yo me conservo mas mozo que Don Carlos Anaya; no tengo un pelo blanco, gracias a las pomadas pretas de la Rua Ouvidor Ya Ud. habrá sabido que el mes pasado [agosto] me dio un ataque que me tuvo por las gavias, la muerte me anduvo arañando por las costillas...; estoy gracias a dios muy mejorado y a su disposición como siempre... El Gral. Pacheco y

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Obes está poseído de los más nobles sentimientos por el bien del país. Ud y los amigos todos deben rodearlo y no dudo que encontrarán en sus raciocinios una positiva esperanza para la conservación del reposo público y de todas las garantías que en conformidad de la ley, todos tenemos derecho a esperar".

El 4 de octubre, desde Montevideo, Pacheco le informa a Frutos que "... Lo que nos aseguraría verdaderamente sería la reorganización del Partido Colorado como yo lo entiendo, como solo podrá ser conveniente para el Partido y para el País... Hasta ahora las disposiciones que he encontrado Non las mejores. Así es que puedo decir que cuento con las adhesiones indiyiduales de cuasi todo lo que fue notable en el Sitio de Montevideo. Casi todas ellas están confirmes en que Ud. venga al seno del Partido Colorado, para tomar parte en la dirección de los trabajos que él debe iniciar, y darle con el apoyo de su influencia la posibilidad de ser útil y no perderse como partido... En el ínter debo decir a Ud. que la posición que tiene en el país s aun mejor de lo que yo creía. Ud. puede todo por el bien público y el quitarle esa posición no está en las manos de nadie desde que Ud. tenga la voluntad de conservarla, es decir, desde que se conduzca como lo demandan las nuevas necesidades y los positivos intereses del país. Si hubiera encontrado oposición hacia Ud. en las notabilidades de la Defensa, le hubiera aconsejado que viniese al país metiéndose en su casa sin ocuparse de política, sin hacer otra cosa que predicar a sus compatriotas respecto a la autoridad y a las instituciones...".

La debilidad de una figura poco impositiva como el Presidente Giró y las constantes dificultades con sus contrarios y hasta con sus propios correligionarios, las improntas del ambiente, conducen al motín del 18 de julio de 1853, liderado por Melchor Pacheco y Obes, César Díaz, José Ma. Muñoz y Venancio Flores. En la oportunidad, aparentemente por temor a Oribe, los propios revoltosos obligan al presidente a quedarse, salvando el asunto con ciertos cambios ministeriales que dejan a Giró en manos de Flores.

Don Frutos, plenamente sumergido en "la cosa", pero impedido de correcta información, renueva nostálgicos tiempos y escribe el 28 de julio de 1853 al Jefe Político de Cerro Largo, José Ma. Morales, y al Comandante del Pueblo de Arredondo, fechando desde el "cuartel general en marcha". Otra vez está "en marcha", como antaño, como siempre. La noticia causó revuelo y la preocupación consiguiente. Así expresa Pacheco el 8 de agosto a Faustino López: "...Ahora hay una noticia que causó sensación. El Gral. Rivera apenas supo del suceso del 18, se dirigió a las autoridades de Cerro Largo y les anunció que se ponía al frente del movimiento. Yo supongo que cuando haya sabido los sucesos posteriores, el Gral. se habrá conformado con el arreglo que hicimos aquí, pero si sucede lo contrario, estoy resuelto a sostener la resolución que él tome por todos los medios a mi alcance".

"Como si estuviese hablándote"

"Mucho me he acordado de ti después de que te fuiste te tenía tan presente como si estuviese hablándote. Tu amante esposo que verte y abrazarte desea".

La pluma expresiva y generosa de Fructuoso, en el fuego de la juventud, o en la comprensión y compañerismo de la madurez, nos deja compartir a Bernardina. Es

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por su esposo, por su "amado Rivera", que podemos penetrar y alcanzar a esta mujer, que podemos conocer que por más Guaireñas, Ramonitas y Matildes, es solo ella, Bernardina, la que permanece.

Nacida y vivida en la vigencia de una sociedad fundamentada en valores eminentemente masculinos, muchas veces, el perfil de Bernardina se contempla solo como el de la esposa paciente, que sabe perdonar, que sabe esperar, que sabe sufrir –sin reproches– miserias y angustias. Es la madre frustrada que cobija en sus brazos a Pablito, siempre tan extrañado: a Dolores, a Concepción, a Bernarda, a Delmirita, las queridas y contempladas "niñas". Es la mujer que recibe en su casa a los desheredados –92 personas contó uno de los censos que se efectuaron durante la Guerra Grande–, o la señora del Presidente que organizó la Sociedad de Caridad para ocuparse de los heridos durante la Defensa, o la que no va a Montevideo para las fiestas de julio porque no tiene con qué cubrirse decentemente.

Pero Bernardina fue algo más que una mujer de la época, sometida a los vaivenes de la revuelta política de los tiempos, prisionera hoy de los porteños, mañana huyendo de los portugueses en ancas del compadre Joaquín Suárez, recorriendo incansablemente los campos en procura de su Rivera, ora en Minas, ora en Santa Fe, ora en las Misiones o en Río. Fue algo más que una "simple" mujer porque siempre, y en especial en los últimos años de la vida política de Fructuoso, fue uno de sus puntales más grandes. Es en su casa donde se gesta el motín de marzo del 46. Ella es la corresponsal infatigable, el lazo de unión entre el caudillo en Río y sus partidarios. Luego, cuando ocurren los sucesos del destierro –que prácticamente será definitivo– no cesó de ser, en todo momento, un centro activo de reunión. Encabezó las solicitudes de amnistía, parlamentó con el compadre Suárez, juntó los escasos fondos que aún conservaba, para mantener al esposo en la miseria. Trabajó arduamente para obtener su regreso y su nueva afirmación en la política nacional, no siendo escasas sus contribuciones en los hechos que determinaron los sucesos del 1853 y la formulación del posterior triunvirato, con la presencia de Don Frutos.

Diez años sobrevivió Bernardina a su "amado Rivera". Diez años más de penas, de dolor; perseguida por los acreedores, comprometida para siempre su casa montevideana, la del Durazno abandonada y las pocas tierras que restaban perdidas en litigios que se arrastran desde las épocas del destierro del caudillo. La viuda del poderoso Juan Ma. Pérez, y sus herederos después, quedarán con los escasos bienes que habían dejado en pie "las atenciones de la guerra" y la mano generosa y protectora de Fructuoso. Así terminó en la nada la cuantiosa fortuna que laboriosamente levantara el cordobés Pablo Perafán de la Ribera.

Todo lo soportó Bernardina, todo lo pasó, mientras hubo alguien que dijera: "hoy es el aniversario de la batalla de Guayabo día clasico para lo que ya somos una Sociedad ya van corridos 27 años y ya luchabamos contra la ambición y tiranía de nuestros vecinos y entonces hermanos y muy hermanos. Aquel suceso fue el primero de mi carrera pública ya puedes valorar cuánto será el respeto que debe merecerme después de todos los demás sucesos que se han desenvuelto desde entonces aca no dudo que será igualmente tuyo por la parte que has tenido y tienes en los Sucesos todos de mi Vida como hombre público". Mientras hubo alguien que

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tierna e incansablemente repitiera: "... te agradezco cuanto cualquier cosa que me mandes pues esto me prueba tu cariño y como el que yo te profeso es sin límites cuento con que uno y otro será eterno para complacencia de ambos tu amante esposo que verte y abrazarte desea".

Réquiem para dos compadres

Los acontecimientos del 18 de julio de 1853 marcaron una tregua que apenas llegó a cumplir dos meses. El 24 de setiembre, ante una definitiva radicalización de los conflictos y temiendo por sus vidas, el Presidente y Berro se refugiaron bajo la bandera francesa. Desde la fragata de guerra "Androméde", Giró presentó su renuncia. Dueños del poder, los principales hombres que habían promovido la situación, el Coronel Venancio Flores y el General Melchor Pacheco y Obes, entre otros, instituyen –luego de dirigirse a la Comisión Permanente– un Triunvirato integrado por: Juan Antonio Lavalleja, Fructuoso Rivera y Venancio Flores.

Otra vez están en danza los compadres. Un año antes habían reiniciado sus relaciones, pues con la emoción que es dable esperar contestaba Don Frutos a Don Juan Antonio, el 11 de setiembre de 1852: "... Ud. me acaba de dar una prueba de lealtad que yo jamás dudé de su nobleza de corazón y sentimientos habiéndome ocupado en romper su silencio que había sido interrumpido por tanto tiempo. Pena a la verdad ha sido que nosotros hayamos tenido la desgracia de desviarnos olvidándonos de lo que fiamos en nuestra época y al principio de nuestra carrera con gloria en el desarrollo de la Revolución. Debemos lamentarnos ese cruel destino que nos depararon los azares en las brutales contiendas en que nos hemos visto envueltos probablemente sin desearlo y sin merecerlo... hemos sido víctimas a la par de nuestra desventurada patria, que lamentará para siempre la discordia de sus buenos hijos. En fin compadre esa mala historia pasó, motivos poderosos tenemos para ser más cautos... Tengamos presente que ambos somos de los muy pocos que hemos quedado de los que en otra hora más dichosa victoriábamos las glorias de la patria y soportábamos con contento en armas sus azares. Yo tengo un placer la ocasión que Ud. me ha proporcionado para invitarle a que se restablezca para siempre nuestra amistad con sinceridad y buena fe lo creo sin temor a equivocarme y no habrá uno solo de nuestros compatriotas que no desee vernos en un abrazo y que nuestras canas se liguen a nuestra edad como tantas veces se unieron nuestras espadas triunfantes en el centro de los campos de batalla combatiendo unidos por los derechos inalienables del suelo en que nacimos hacen más de 60 años. P.D. Disimule la letra a mí me ha sucedido lo que a un herrero que trabaja diariamente en el oficio y se le olvidó. Yo escribo más que un alazán y cada vez voy a peor, tenga Ud. paciencia si no puede entenderme la letra".

De aquí hasta la muerte, la correspondencia cariñosa y fraternal de los compadres reitera la abundancia de la de los viejos tiempos. El deseo de verse, de abrazarse, que en ellas se expresa, no se pudo cumplir. Un 22 de octubre de 1853, oficiando en sus funciones de triunviro en el Fuerte —antigua residencia del gobierno— fallece el compadre Juan Antonio. Esa misma mañana había escrito a Don Frutos, preocupado por las malas noticias que corrían respecto a su salud: "Mi estimado Compadre y amigo: Su favorecida del 13 a que contesto, me fue muy grata al saber el rápido restablecimiento de su salud que me tenía en gran cuidado por las noticias

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exageradas que corrieron de su mal estado. Ahora confío en que pronto el gusto de abrazarlo en estay conjuntamente podamos concurrir a asegurar la paz y prosperidad de nuestra infortunada Patria... nos resta ahora restablecer un Gobierno permanente que marche con paso firme en la senda de la justicia. Si esto logramos habremos hecho el complemento de nuestros servicios como verdaderos patriotas cuyos títulos hemos siempre proclamado. Devuelve a Ud. sus recuerdos su Comadre y familia y dándolos igualmente a mi Comadre, se repite a Ud. afectuosamente compadre y amigo Q.S.M.B. Juan Antonio Lavalleja".

Dolido en espíritu y carne el viejo caudillo debe "volar" —llamado perentoriamente por Melchor Pacheco— a hacerse cargo de su puesto en el cercenado Triunvirato, que no había previsto solución en caso de muerte de los integrantes. El enfermo, desechando toda prudencia, se pone en marcha. Sera "su" última marcha; más fatigosa que las antaño acostumbradas. Bernardina se adelanta para preparar el recibimiento en la casona montevideana; no lo verá más con vida. Entrado ya en suelo uruguayo, un día 13 del verano de enero de 1854 a orillas del arroyo Conventos, expira en el modesto rancho de Bartolo Silva.

Meses de agonía interminable, habían sido los anteriores. Las cartas de Melchor Pacheco, de Bernardina, del compadre, de Flores, de José Zubi llaga denotan que la muerte le "anduvo arañando por las costillas". El fúnebre cortejo partió hacia Montevideo. Por el camino iba uniéndose la gente en triste caravana, alucinada por esa sensación de vacío, de desamparo, de temor que provoca siempre la desaparición de un padre protector a quien sus hijos, necesariamente, piensan inmortal.

Llegados a los aledaños de la ciudad pernoctan en la iglesia de la villa de la Unión, aquella que "nuestro Oribe" había levantado en el pueblo nacido del Sitio Grande. Cuenta la tradición que su cuerpo —que descansará en la Catedral montevideana al lado del compadre— había sido conducido, para su conservación, en un barril lleno de caña que los soldados, por el trayecto, fueron tomando para adquirir la fuerza del caudillo, sin saber que con ello cumplían un rito de transferencia tan primitivo como mágico.

¿Falso o verdadero? De cualquier forma, ahora, esto no importa. Solo sentimos el latir de una triste premonición, una y mil veces repetida, una y mil veces rechazada: "no me será posible ya regresar al país de nuestro nacimiento".

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Tercera parte

Evaluación de un liderazgo

"Igual que los dedos de una mano, los hombres no son iguales" (Dicho popular)

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Diseñadas, en la primera parte de este trabajo, las bases causales del caudillismo y presentada, en la segunda, la vida de nuestro héroe, ensayaremos ahora una evaluación de su liderazgo.

Hemos caracterizado el liderazgo como un estado de relaciones variables en interacción, compuesto de cuatro elementos que laboran funcionalmente: el líder, el grupo que lo sigue, las individualidades que integran esa organización grupal y, finalmente, la situación interna de la organización y la exterior a ella.

También hemos dicho que el juego dinámico de estos factores produce la modificación del liderazgo, haciendo perceptible el movimiento de nacimiento, ascenso, apogeo y caducidad de una conducción.

Es llegado entonces el momento de pulsar, en Fructuoso Rivera, la articulación de su caudillismo.

Los atributos de un caudillo

Insistimos, a lo largo de las dos primeras partes de nuestra exposición, sobre el hecho de que la sociedad es la que provee las pautas de conducta del individuo, inculcándole las normas morales básicas, desarrollando en él la mayoría de sus intereses, proveyéndolo de sus gestos –vocales y no vocales–, transmitiéndole, en fin, todo un sistema de valores. Fructuoso Rivera no es una excepción: constituyó no solo un reflejo de su contexto social sino que fue, por sobre todas las cosas, uno de sus ejemplos máximos. Es aquí donde entran a tallar las condiciones innatas que son las que, en última instancia, determinan que algunos hombres sobresalgan.

Fructuoso Rivera poseía las cualidades que se necesitaban para lograr una función dirigente en su comunidad.

Educado en un medio pastoril, de hombres a caballo, de caballeros en la expresión más literal del término, sus atributos de inteligencia y fuerza, valor y destreza, audacia y resolución echaron los fundamentos de su prestigio que encontrará, en la convulsión del estallido revolucionario de 1811, los caminos de su afirmación.

El ambiente, las circunstancias socioeconómicas, políticas y espirituales hacen valedera aquí la sentencia de Fray Luis de Granada de que "las hazañas más admiradas en el hombre son aquellas que piden esfuerzo, valor y desprecio de la muerte".

Los atributos mencionados significarán al caudillo en ciernes una meteórica carrera militar que, formulada en acciones astutas y arriesgadas como la de Guayabos, permitirá desenvolver su natural don de mando. El aprendizaje no será fácil. Las turbulentas fuerzas que constituyen el alma de los primeros ejércitos patrios, donde se dan cita tanto el gauchaje indómito y solitario como los exponentes organizados de la sociedad, lo obligan, muchas veces en aquellos tiempos, a soportar la contestación a su incipiente autoridad. Pero ella se va solidificando por la vía de los hechos, su vía preferida, la de toda la vida, la única

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que conoce su espíritu agonista; la única que aprendió en una sociedad que, carente de esferas de competencia claramente definidas, conmina al individuo a afirmar con realizaciones su derecho a ser tratado como un igual y, en último término, su derecho a ser superior.

Al propio tiempo, amparada en el ala sabia y protectora de José Artigas, la inteligencia ingénita del joven "Frutoso" descubre un futuro poblado por las hermosas visiones que alientan bajo la intangible realidad del "pacto social", fuente de la democracia y la república. Estos serán los objetivos primarios del pueblo oriental en armas. Entre instrucciones de campaña que aconsejan ''no dormir de noche, porque Ud. sabe lo que son los enemigos" y proclamas que vocean "compatriotas, vuestro amigo será el primero que presentará su pecho a la muerte y jamás se separará de vuestro lado", se va enhebrando la sutil trama de la vinculación de hombre a hombre.

Es interesante anotar que, por aquellos años, José Artigas inculca en sus lugartenientes el concepto de que los individuos son, antes que nada, ciudadanos. La correspondencia de "Frutoso" revela la palabra "ciudadano", que califica a todo aquel que participa en las contiendas y que carece o no del grado militar. Como si pretendiera dar vida —a través del mágico vocablo popularizado por los revolucionarios norteamericanos y franceses— a una relación que une al hombre a una idea superior y no a otro individuo. Esa realidad por entonces no pudo ser y el término adquiere tonos nostálgicos cuando en 1839 Rivera encabeza la cubierta de su misiva: "Al Ciudadano José Artigas".

La función protectora, producto en principio de su generosidad, es otro asgo que incide en este liderazgo que se va conformando en las tribulaciones del mando militar, primero, y de todo un pueblo, después. En 1816 se lamenta al Delegado Miguel Barreiro de la escasez que significan los cinco pesos mensuales que reciben para yerba y carne los soldados. Aquél le contesta: "tú solo miras tu tropa; pero mira el todo..." Y ese "todo" no es únicamente la pobreza de la Provincia, son los portugueses que, como dice Artigas "se nos acercan con movimientos que no pueden menos que excitar nuestro cuidado. Ya sea interés de aquella Corte, ya esfuerzo de los emigrados, ya intrigas de Buenos Aires, lo cierto es que se vienen y debemos prepararnos para remarcar el año 16". Cuatro años de desastres, de traiciones, de difamación; el crédito del caudillo Artigas se desvanece.

No es el caso analizar aquí el proceso de la decadencia del liderazgo de Artigas, pero cabe apuntar en él la concurrencia de ciertos rasgos de su personalidad contrapuestos a la de Fructuoso Rivera. Respecto al primero, es notoria su inflexibilidad y esta es su característica negativa en cuanto al mantenimiento del status del caudillo. Conservar el liderazgo es en gran parte el resultado de saber modificar la propia conducta a medida que cambian los otros aspectos de la estructura y saber promover transformaciones en otras partes. Se puede afirmar, en consecuencia, que un líder no puede actuar como fanático todo el tiempo; la misma naturaleza situacional del fenómeno se lo impide. Por eso es que Artigas se nos presenta como una personalidad básica contrapuesta a Rivera, personalidad abierta, que se adapta a las circunstancias, decidiéndose —en 1820— a lo irremediable, tal vez con un sentido más definido de la patria chica, tal vez porque

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Artigas en su derrota no representaba más la idea genial.

En el trágico año XX Fructuoso Rivera resuelve empezar el difícil juego "para —como dice— sacar partido de nuestra esclavitud" y de esta forma hacer pie, conservando la autoridad allí donde más se necesitaba e interesaba.

He aquí un punto muy controvertido por nuestra historiografía y por el cual Fructuoso ha sido maltratado innúmeras veces. El eminente Eduardo Acevedo, en su Alegato, culpa a Rivera de la caída de Artigas porque se negó a seguirlo cuando partió hacia el litoral argentino, luego del desastre de Tacuarembó. No solo estamos en desacuerdo con esta opinión, que simplifica en extremo los hechos y no aprecia que la estrella desvaída del gran caudillo cumplía en 1820 la última etapa de un liderazgo en crisis, sino además afirmamos que la actitud de Rivera salvó la identidad de los orientales.

A la luz que nos proporcionan las circunstancias y la distancia temporal, que enfría las pasiones, la resolución de Fructuoso de quedarse en su tierra, lo hace alcanzar la calidad del "Hombre que hace época". En esta encrucijada histórica Fructuoso Rivera, el individuo que es, ejerce un influjo creador sobre los objetivos y actividades del grupo y ellos son mantener, a toda costa, la condición de oriental. En un momento en que la Provincia sucumbía definitivamente al dominio portugués, en que los restos de su burguesía se entregaban con alivio al vencedor, en que la despoblada y arrasada campaña bajaba los brazos ante una lucha estéril, en que Artigas no existía ya y muchos de sus jefes –como Lavalleja– estaban prisioneros en Brasil, Fructuoso se erigirá en el núcleo de sostén de un pueblo sometido al extranjero. En un paciente trabajo que lentamente aprovecha cargos y títulos que se van dando, afirma, en el doble juego de un poder autorizado, su preponderancia personal que en la difusa nacionalidad encarna el objetivo existencial y la lealtad suprema.

Fructuoso adopta actitudes hipócritas que parecen contradecirse con sus anteriores posturas. Sin embargo, estas aparentes contradicciones son fruto de la necesidad de afrontar y adaptarse a la nueva situación. Su flexible personalidad se acomoda a ella en beneficio del objetivo superior. Esto es lo que explica que la lealtad en una situación se pueda contravenir –en apariencia– a la lealtad en otra.

Nuestra historia, sometida más a los vaivenes de las pasiones políticas que a un verdadero espíritu científico, ha criticado también efusivamente esta actitud de Rivera. Pero como dice Pitt-Rivers, "la reputación no es solo cuestión de orgullo sino de utilidad práctica en estos años de sumisión. Su postura responde, con sus pies puestos en tierra, a la verdad de que la vida social en los hechos está conformada por compromisos. Responde a su personalidad abierta que no sigue, como su maestro, una ruta rígida y sin compromisos, sino que es tanto más dura porque engendra reacciones negativas que sufrirá, nuestro hombre, a lo largo de su vida.

Los argumentos agraviantes que se proclaman en 1826 para perseguirlo, tanto lo por parte de los orientales como de los argentinos, tienen su origen en ella. La correspondencia privada de Rivera con Julián de Gregorio Espinosa que adquiere

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hoy enorme valor por el solo efecto de ser privada– descubre los verdaderos sentimientos y juicios de Fructuoso respecto a sus acciones y resultados. Nunca dejó de considerarse un hombre de honor, de ahí su confianza; pero el honor no es exclusivamente la estima de una persona a sus propios ojos, también lo es a los ojos de su sociedad, que le atribuye o no dicho reconocimiento. Y en tal sentido, las opiniones nunca, o a lo sumo en muy pocas oportunidades, son unánimes y menos cuando se trata del honor-virtud de un hombre público que además es líder. Ambas situaciones

la de ser hombre público y líder– intensifican los sentimientos de simpatía y antipatía y si, por un lado, el caudillo obtiene la actitud aprobatoria del grupo que lo sigue, por otro, no alcanza la misma dignidad para el grupo que lo rechaza y otros, en fin, pueden tener una tercera categorización.

En 1826 el liderazgo de Rivera está en condiciones de afrontar campañas de desprestigio porque, todavía, lo que es sirve de garantía para la evaluación de sus actitudes y puede "alcanzar la talla" frente a los que discuten, demostrándose en la "hombrada de las Misiones".

A partir de 1820-25 Fructuoso Rivera es el líder que transforma el caos y controla la situación y, por lo mismo, es el conductor que tiene en sus manos las riendas del ambiente. Este hecho facultó la renovación exitosa de los ideales de libertad de los orientales cuando cambia la situación a raíz de la cruzada lavallejista. Este hecho influyó –en gran medida– en el naufragio de la Revolución de 1823.

Por el contrario, en otras circunstancias, el caudillo es un medio que subraya una situación que anteriormente existía, aunque en forma más imprecisa.

En 1828, por ejemplo, las consecuencias de la gesta individual de la conquista de las Misiones son las que precipitan y definen la conclusión de un Uruguay cuya realidad independiente reconoce antecedentes bastante lejanos si tenemos en cuenta el espíritu autonómico-nacional de los orientales y las gestiones que se venían cumpliendo desde el propio año de 1825.

Algo similar ocurrió en 1836 cuando Rivera se levantó contra el Presidente Manuel Oribe. Su persona no fue más que el precipitante de las condiciones que ambientaba el medio, así como también lo fue Lavalleja durante la presidencia de Rivera. Y si analizamos los sucesos que condujeron a la declaración de guerra a la Confederación Argentina en 1839, se agudizan aun más las características de agente no libre que casi siempre se verifican en un liderazgo. En ese instante, nuestro hombre es desbordado y obligado a comenzar un conflicto, cuando su pretensión era eludirlo en lo posible.

Distintas son, por consiguiente, las situaciones recientemente anotadas de aquella que se ubica entre 1820 y 1825, pues en esta se decantan modificaciones sustanciales que son creadas sobre la base de lección individual del caudillo.

Vayamos a otro rasgo de Rivera que tanto es producto de su individualidad como del medio social. Nos referimos a las vinculaciones personales que, a través de la

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práctica del compadrazgo, se consolidan e intensifican.

Un contexto social que solicita, porque precisa, el servicio y protección del caudillo padre-sustituto, halla en Fructuoso y por derivación en Bernardina, un eco generoso. Estos viejos vínculos recíprocos, que siempre fueron la base de sociedades que desarrollaron el sistema de patrón-clientela, conducen al caso de que, al tiempo que los adeptos obtienen satisfacción de sus necesidades y participan de la gloria del jefe, el jefe aumenta a su vez su prestigio y autoridad a medida que crece el número de esos vínculos. Servicio y protección son las dos puntas de una misma relación. Es aquello de "el que tiene padrinos se bautiza" o la sabia reflexión de Martín Fierro de "siempre es bueno tener palenque ande ir a rascarse".

El refuerzo que conlleva en sí la institución del compadrazgo, instaurando lazos de hermandad que sacralizan las relaciones, origina (tanto entre iguales –verbigracia el compadrazgo de Rivera y Lavalleja– como entre "menos iguales") el concepto de traición humillante cuando se cree que una de las partes no ha cumplido como es debido. De ahí la importancia que se le daba, y aún hoy en el campo se les da, a los términos "compadre", "padrino" y, por extensión natural, al de "amigo". Significan, en última instancia, un juramento tácito de lealtad. De una lealtad personal que por muchos años perdurará por encima del Estado, dada la impronta político-social de nuestro país. En tal sentido señala Pitt-Rivers, en "Honor y categoría social", contemplando las sociedades pequeñas relacionadas "cara a cara", que "se debe ser honrado con personas con las que se tienen o desea tener lazos: parientes, amigos, patronos, especialmente si son padrinos; menos con las entidades abstractas, como las sociedades mercantiles y nada en absoluto con el Estado, puesto que no siendo personas, no pueden ofrecer la reciprocidad que requiere el sistema de patronaje". Este fenómeno de la vinculación personal es tan fuerte que aun en sociedades más amplias y distintas, donde ella está diluida, el individuo sumergido en la masa trata siempre de establecer lazos que lo hagan sentir que la relación se efectúa con él –fulano de tal— y no con otro. Esta característica ingénita del hombre es la que explota la propaganda moderna al decirle, por ejemplo, a la gente: "tal cigarrillo está hecho exclusivamente para Ud.", o "nada más que hombres de su categoría usan...".

El cortejo de nuestro caudillo se sustentará en esta especie de "fraternidad artificial" que desaparecerá cuando, en cierto grado, se destruyan estas formas de "valer más" y "valer menos" y cuando otras instituciones sean los medios. Sin embargo, en el transcurso existencial de Fructuoso Rivera, esta "fraternidad artificial" está en su apogeo y es tal su intensidad que el propio caudillo, cuando comienza, a partir de 1829, el juego de las facciones, utiliza inconscientemente la palabra "familia" para referirse ya a sus contrarios, ya al núcleo que constituye la suya. Esos son los partidos políticos en su origen: "familias". Los "dotores" tratarán de eliminar la correspondencia personal que se asienta en uno y otro partido, trabajando para despersonalizarlos; procurando, por ejemplo en 1847, demostrar que Fructuoso Rivera no encarna ya, porque no sirve, los ideales y objetivos de un grupo que se quiere que no sea más una "familia".

El fundamento sociológico de estas aseveraciones nos lleva a aspectos de

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Fructuoso Rivera que especifican el sello de su personalidad irrepetible y asimismo lo delimitan como representante de su medio.

La generosidad, a que hiciéramos mención anteriormente, fue uno de los rasgos más sobresalientes de su capacidad para el desprendimiento de los bienes materiales y para el amparo de los abandonados. Los numerosos huérfanos que cobija junto a Bernardina (20 llega a albergar en la estancia del Arroyo de la Virgen en 1826); los campos que compra para José Augusto o para otros tan fieles y consecuentes como él, porque es preciso irles formando una fortuna, o porque es su deber restituírselos ya que los vendió como propios en los azares de las guerras, constituyendo un centro permanente de sus preocupaciones. Las deudas que contrae ponen en peligro y terminan con su fortuna porque no administra, porque juega, porque da, porque todo lo ofrece al servicio de la causa.

Esa generosidad se motiva en su humanidad, una humanidad que el áspero medio no proveía. No fue un caudillo sanguinario y la mezcla que poseía de comprensión y olfato socio-político lo convirtieron en un puntal progresista dentro de las limitadas perspectivas del momento. Fundó pueblos, acomodó familias e impulsó la obra del gobierno; atendió a las penurias socioeconómicas y procuró hacer vivir las disposiciones sobre tierras que se sancionaron durante su primer mandato presidencial. De estas urgencias nacen también sus avanzadas contra los charrúas y los vagos, que hoy se envuelven en una leyenda negra, pero a las que, si les quitamos los matices irracionales y anacrónicos con que se las inviste, les encontramos explicación altamente plausible.

La generosidad es, en un mundo desamparado, un valor supremo; pero ser rico y generoso no basta. Al respecto dice de Fructuoso Rivera José Enrique Rodó, en "El mirador de Próspero": "De todos los caudillos del Río de la Plata, contando lo mismo los que le precedieron que los que vinieron después de él, Rivera fue el más humano: quizás en gran parte porque fue el más inteligente...". Esta cualidad, la inteligencia, permite penetrar otro rasgo del caudillo que consagró e hizo tan vigente su liderazgo. Si supo encarnar el "deber ser" de un mundo pastoril, supo también transar –como apunta el mismo Rodó– con la parte culta, con "el elemento de civilización, de saber y cultura".

La parábola del liderazgo

Toda sociedad oculta sistemas de valores diferentes que compiten por su imposición. Esa distinción de valores está diciendo que hay divergencias culturales que hacen que unos valores sean aceptados, rechazados o modificados.

En los tiempos que nos ocupan –hacia 1830– una parte de la sociedad pugnaba por salir del sistema de patrón-clientela hacia otro que afirmara el poder político en el soporte abstracto del Estado. En términos tradicionales, unos estarían representados por los elementos de la campaña y los otros por los elementos ciudadanos, los "dotores".

La corte del caudillo Fructuoso Rivera estará alimentada por individuos que actúan en las dos posiciones.

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Si estudiamos la calidad del grupo que sigue a Rivera a partir del surgimiento del Uruguay independiente, observaremos que su constitución ampara ambas posiciones; ellas, unidas a la situación exterior del grupo, redundarán en la modificación del liderazgo.

Pese a las variaciones, y en la necesidad de simplificar, se pueden distinguir dos clases de adeptos: un núcleo moral formado por aquellos que son –en general– leales en todos los momentos, cualquiera sea el punto en que se encuentre la conducción de un líder, y una clientela de adeptos de carácter transaccional, vale decir, de personas que, de acuerdo con las circunstancias generales o individuales, están o no con el caudillo.

Los que integran el primer conglomerado se erigen en el más importante crédito político de Fructuoso. La vinculación que sostienen con él se basa en una relación mítica y moral menos sometida a los avatares de la situación que a la identificación que hacen del poder con el caudillo y de su persona con el Estado y la nación.

Los partidarios que se incluyen dentro del segundo conglomerado, por su impronta transaccional, son más aleatorios, al no haber una sustanciación ni mítica ni moral que los ate al caudillo. Tienen más el valor de aliados.

Los rasgos individuales de Rivera y el hecho de que sea el líder de un grupo que no es totalmente transaccional, sino también moral, es lo que explica la persistencia de su liderazgo, aun en medio de la decadencia.

Hacia 1830, una vez recuperada y aumentada la reputación con la campaña de las misiones, Don Frutos había sabido trabajar para obtener la presidencia y constituir, bajo su autoridad y prestigio, una "familia" numerosa y dispar, en que si para unos es el mejor de todos ellos, para otros es la encarnación del orden y la posibilidad de alcanzar el poder.

Autoridad y prestigio, dos factores que caminan juntos en la senda de un liderazgo, así como también los de eficiencia y eficacia, asoman en nuestra trama.

La autoridad no es el exclusivo producto de las condiciones de una personalidad. Como el prestigio, se valoriza de acuerdo con la opinión de los demás. La autoridad de Rivera estará circunscripta y definida por la autoridad de los otros y, a su vez, su propio grado de autoridad determinará la que tengan los demás.

En estos momentos, a pesar de las revoluciones lavallejistas que significan un desmedro para su autoridad personal e institucional, es un caudillo fuerte porque todavía puede —en gran medida— ordenar y disponer de acuerdo con su albedrío. Su autoridad deriva de su fuerza real y de esta depende, en definitiva, su poder. Pero el poder se desgasta en el juego político y con él la autoridad y el prestigio. Es indispensable, para los oponentes al caudillo, concurrir a medios que impliquen una merma de la reputación. A este expediente recurre el Presidente Oribe cuando, en su intento por independizarse, inicia entre 1835 y 36 las campañas contra la administración de Rivera.

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La afrenta, en un principio, tiene notas ambiguas. Incide más en el conglomerado de adeptos transaccionales, en los cuales descansó gran parte de la gestión de la cosa pública, que en el mismo caudillo, al que adviene más por accesión. Pero cuando se suman las que provienen de la eliminación de la Comandancia General de la Campaña y su posterior recreación bajo otro mando que no es el de Fructuoso, el ataque personal se ejemplifica y la afrenta se transforma en injuria. Un agravio que el honor mancillado del caudillo, más el honor mancillado de su grupo, no puede soportar porque la infamia y el deshonor equivalen en política a lo que la muerte es en la vida física.

Como muy bien lo señala Pitt-Rivers: "los grupos sociales poseen un honor colectivo en el que participan sus miembros; la conducta deshonrosa de uno repercute sobre el honor de todos". Esto es aun más cierto en el caso de adeptos y líderes políticos donde perdura siempre la antigua idea de que el honor reside en la "cabeza" del grupo. La famosa frase de "el Presidente Oribe se ha sublevado contra el general Rivera" determina por sí sola dónde se encontraba radicada la autoridad política y con ella la legitimidad del poder. La autoridad de Don Frutos es la que no admite legitimidad en las acciones de Manuel Oribe-Presidente y, al propio tiempo, es la que legitima las suyas y el consiguiente uso de la fuerza.

Rodean el cuadro, por estas fechas, las presiones de la situación exterior en las que se entremezclan intenciones de Rosas, confrontaciones internas de los argentinos, emigrados unitarios, revolucionarios riograndenses y potencias europeas.

A partir de 1839 son estas presiones las que empujan y cristalizan la modificación que ocurre en la composición del grupo que acaudilla Don Frutos. Aumenta el número de secuaces transaccionales frente a los morales. Los unitarios, militares o intelectuales, los legionarios extranjeros, las alianzas contraídas con los "farrapos" y las fuerzas provinciales contrarias a Rosas, aportan mayor disparidad al grupo, ya de por sí heterogéneo.

El "funcionar de común acuerdo" se torna difícil y esta ausencia de armonía conspira contra el sentimiento de conformidad que ayuda a actuar a un grupo como tal. La autoridad y el prestigio del caudillo necesitará para mantenerse, con mayor frecuencia, de los factores de eficacia y eficiencia. En una palabra, del éxito. Asimismo, en más oportunidades se apreciará la condición de agente no libre que un líder tiene y cómo también las transformaciones que provocan el cansancio, el hastío y la miseria de una guerra interminable reducen el conglomerado de adeptos morales.

Hay que destacar, por otra parte, el cambio del grupo que marcha tras Fructuoso desde el punto de vista cuantitativo. Se ha vuelto más grande y su magnitud es un factor vital que condiciona la relación entre la conducta del caudillo y la evaluación de este por sus subordinados.

La influencia personal directa es mucho menor en un grupo geográfica y numéricamente extendido, pues al igual que en el caso de la calidad de los adeptos —morales y transaccionales— da lugar a que prendan con más fuerza los factores de desprestigio, ya sean verdaderos o creados con fines difamatorios. El contacto

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personal, directo, es más escaso y esto, en una época en la cual las comunicaciones eran muy dificultosas, redunda contra la indispensable correspondencia que debe mantener el líder con los adeptos para conservar una interacción adecuada.

Esta situación es la que también incide para que adquieran mayor relieve los intermediarios, especies de puentes que unen las comunicaciones entre la dirección y el grupo, pero su existencia es negativa para el conductor a medida que aumentan su importancia y obtienen influencia propia, ya que pueden entonces deformar las decisiones del caudillo. Esto es lo que pasará con Rivera y los miembros de la Defensa. La clase de comunicación "cara a cara" que efectuaba Fructuoso con su grupo en los primeros tiempos de su liderazgo, era muy eficaz en un ambiente que cobijaba las pautas del sistema patrón-clientela. Su conducción se irá desvaneciendo cuando esas pautas —que eran también bases de su liderazgo— se modifiquen como consecuencia de la transformación de la calidad del grupo y cuando el estado de guerra obligue a intensificar la comunicación a "distancia".

Los mencionados problemas conducen a otro no menos interesante: el líder no puede cumplir con todas las obligaciones de todos los miembros. Su propio desempeño depende del desempeño de los demás y estos, en una situación inestable como la que se acerca y define hacia 1839, son inducidos a conductas diferentes a las autorizadas, ya porque piensen que esa es la mejor de las decisiones que se pueden adoptar, ya porque haya intenciones de sustituir al jefe en el liderazgo o porque no se crea en él como tal.

Los adeptos individualmente, cualquiera sea su clase, también pueden actuar aleatoriamente. Es deber del caudillo impedirlo, pero solo lo podrá cumplir según sea el estado en que se encuentre su conducción.

Calibremos estas precisiones con los hechos. El 6 de diciembre de 1842, en terrenos que particularmente no son los suyos y apoyado por aliados desunidos y desorganizados, Don Frutos sufre desoladora derrota en Arroyo Grande. De aquí en adelante su liderazgo comenzará a ser cuestionado y juzgado de viva voz. Y si todavía logra hacer valer el peso de su autoridad para imponer algunas de sus decisiones, ello se dará con menor frecuencia.

Está en discusión su capacidad militar, uno de los fundamentos más sólidos de su afirmación como caudillo y el que más efecto hacía en los "dotores", porque constituía su fuerza real frente a ellos. Pero se controvierte también su calidad de "medio" para la adquisición de poder.

Las incidencias de la guerra, la peculiar situación que veda la realización normal de las elecciones, van colocando en manos de los hombres de la Defensa de Montevideo los destinos del país. El conflicto legitima la autoridad de su gobierno; la declinación de Don Frutos también. Las diferencias que se advertían sobre objetivos ideológicos y prácticos se acentúan.

El clima de la internacionalizada Montevideo no es el más propicio para el control de los símbolos que identificaban con Fructuoso Rivera las abstracciones del Estado y la Nación. La elite modernizadora lo sentía y aguardaba.

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Marzo de 1845 se cierra con un nuevo desastre militar. Los campos de India Muerta otra vez son, como en el lejano 1816, un escenario trágico para el caudillo. Desde 1843, a costa de audacia e ingentes esfuerzos, Don Frutos había reconquistado la campaña y reducido a Oribe a los límites del Sitio. Reclama de la Defensa –para concluir el golpe final— el envío de refuerzos, pero el gobierno se niega. Oribe, mientras, tiene más suerte con Rosas y Urquiza invade el Uruguay. Tiempo después se produce la calamidad de India Muerta. El viejo general y los restos desbandados de su ejército se internan en Brasil. Es casi un exilio no declarado abiertamente. Pero aún el caudillo conserva la magia de su atracción y gran parte de adictos morales. Muchos de sus hombres, tanto militares como civiles, ocupan cargos de importancia. En marzo de 1846 se corre la voz de que "se viene el patrón" y estruendosamente se impone Don Frutos en ancas de un motín que, entre popular y miliciano, mueve los cimientos del gobierno.

Nuevamente está en la lucha para recuperar, con hechos, su crédito lesionado. Pero es un líder débil. Ya su imperio no dispone de hombres e instrumentos. Los puntos que marca contra las fuerzas de Oribe son transitorios y procura, en setiembre del 47, arribar a un acuerdo personal, a un "pacto de compadres".

El gobierno de la Defensa de Montevideo, conducido por la inteligencia de Manuel Herrera y Obes, está desde tiempo atrás convencido de que nada podrá hacerse mientras no esté acabado el "reino político" de Don Frutos. Moteja de traición el pretendido arreglo y quita de en medio al caudillo, al líder que había dejado de ser eficaz en la persecución de los objetivos generales y que había dejado de ser eficiente en la satisfacción de las motivaciones individuales.

Hay un clima de desprestigio que se fomenta en la decadente popularidad de Frutos. Los traidores de la hora asoman su rostro y Rivera es conminado a embarcar hacia el exilio.

Había tratado de resolver el conflicto entablando las bases de un convenio personal que, de haber tenido éxito, le hubiera abierto las puertas que en aquel momento se le cerraban. Quiso encontrar una vía honorable para sí y para un pueblo que todo le seguiría debiendo si "la suerte" se le daba. Pero no era cuestión de "suerte" sino de la situación en que se hallaba su liderazgo.

Aquel fue su "modo" de ver, de sentir, de concebir la patria. También fue el "modo" de muchos, pero los tiempos habían cambiado. Ahora es humillante lo que antes no lo era. Nadie obedece las directivas de una persona a la que se considera sin títulos para darlas. Ya no se acepta su protección porque no hay servicio, ya no significa una fuente de responsabilidad, ni de capacidad, ni de rendimiento. Únicamente permanece leal un reducido grupo de adeptos morales; para los otros habrá fracasado rotundamente.

En cierto grado el naufragio se debió a que no supo o no pudo, pese a su flexibilidad, afrontar la aparición de nuevas condicionantes en la estructura que debilitaron el ancestral sentimiento de solidaridad personal, fundamento principal de su liderazgo. Don Frutos demuestra en la coyuntura una falta de disposición para reaccionar a situaciones no conocidas. El hecho, en cuanto al mantenimiento

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de su conducción, es grave porque es esta disposición la que permite sobrevivir y ajustar, a su mandato, los sucesos del medio ambiente cambiante. Es evidente que para que esto ocurra con éxito es preciso que las disposiciones, de alguna forma, hayan sido preparadas; mas el bagaje cultural de Don Frutos no estaba en condiciones de proveer soluciones para tales requerimientos.

El liderazgo de Fructuoso Rivera compone un extraordinario caso de vigencia. Nunca llegó a desaparecer totalmente. Cuando los tiempos fueron nuevamente revueltos, cuando pasó la euforia del fin de la Guerra Grande y la dolorosa realidad de divisiones y miseria se presentó a la conciencia de los uruguayos, los disgregados integrantes del partido de la Defensa, reunido a impulso de Melchor Pacheco y Obes –antaño uno de los más conspicuos contrincantes del caudillo– hallaron que Don Frutos podía nuevamente ser el "medio", el padre-sustituto que sacaría al partido del caos.

Producida la caída del Presidente Giró y establecido un triunvirato, Rivera fue llamado para integrarlo. Una vez más el país requería los servicios del viejo guerrero.

"Puer robustus, horno malus" dice el adagio latino. Pese a su verdad, no corresponde aplicarlo a Don Frutos Rivera quien, agonista por formación, antagonista por obligación y protagonista por vocación, morirá prendido a la mágica ilusión de su lucha, una lucha eternamente renovada.

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SELECCIÓN DOCUMENTAL

CARTA DE FRUCTUOSO RIVERA A JULIÁN DE GREGORIO ESPINOSA

Queguay, mayo de 1831.

Mi estimado Julian: no quiero dejar de darte mis noticias p.a.q.e.sepas que estoi sin nobedad y q.e. continuo en mis operacion.s de Canpaña tu q.e saves su estension, los avusos q.e. en ella se esperimentan yp.r los cuales no me es tan facil regresar tan pronto ala capital como yo y vd.s (los amig.․) lo desean purgar el pais delos avigeos esterminio total de olgasanes, exterminar conpletame.te alos salvages; cuvrir nuestras fronteras, del N. y oesete, hasta hoy esentas de una fuersa q.e. garantice nuestra seguridad ynterna, salir de ese enorme peso con que se avruma al ramo (la Colonia del Cuareyn) de la cual los Goviernos de Entre Rios y Corrientes la asechan con intrig.s y q.e ponen aeste Gov.o en el caso de tomar medidas en nuestras fronteras p.r si vienen maldadas. Lo dicho creo lo vastante p.a q.e me compadescas y te convensas q.e ay q.e aser con mucho mas interes q.e no ir a Montv. o a estar firmando decretos q.e delos cuales mui poco rail sepodra sacar: Los amigos allí son unos majaderos me dan su / travajo p.r.q.e no ay toda la conformidad vastante entre ellos p.a poder ayudarme allevar la enorme carga q.e pesa sovre mis deviles honbros parecen unos niños. D.s. me de pas (i) encía p.a soportarlos yq.e les ilumine lo mejor p.a q.e no vayan a ser otro varro cmo el dela ves pasada q.e nos ocasionaron no pocos disgustos y q.e p.r [(los cuales)] y q-e pucieron el pais avarato ocacionandole disturvios q.e p.r un milagro tuvieron un termino feliz pero se pase Julian amigo es preciso q.e nuestros amigos sepan q.e yo con raz.n les ede ojetar algo q.e conprendan q.e nos puede ser de perjuicio delo contrario seria dejarme llevar por un arre(s)to y tu ves mi vuen amigo q.edespues de 20 años de vaqueteo derevolucion erapreciso aversido mui rrudo p.a no ver claro como ven en las cosas politicas los Dotor.s.

Mi Carta va aser mui larga dispensame si te molesta y enpieso adecirte q.e estoi mas ymas mu disgustadocomo lo notarias en mi anterior q.e te dirigi del rionegro. Ayer an llegado amis manos algunos numeros del Clasificad.r en ellos como tu avras visto serregistran livelos enlos cuales se me trata de aser una Guerra avierta por Cavia opor el Gov. o avlando claro sin duda p.r q.e yo no equerido prestarme amatar a Lavalle y demas unitarios q.e se an refugiado aesta patria que precido Julian te avlo con la franquesa que devo nada q.e solo tuviese tendencia aci ami indi[vi]duo me aria la menor in precion pero mi amigo aci q.e vi uno de los dichos diarios q.e avlando con respeto aeste estado, se le cinifica con una R::. que no tiene tino 50 mil avitantes &&& provavlemen.te la R quiere decir rratonera y otros desatinos de esta especie te lo repito amigo querido estome me a gravi[a]do mui mucho y solo puedo desaogarme en el seno de nuestra vedadera amistad Cavia ylos desu cuño llevan un plan yp.a avivar ael an enpesado la antomado con migo y con todos los orientales tu saves mis principios enla cuestion de unitarios y federales recuerda mis vaticinios y lo save ese Gov.o ytodo el mundo pues yo vienclaro y categoricam.te selo dige a Correa Morales antes de salir de Montv. q.e yo Fructuoso Rivera tenia mi opinion aviando arrespeto dela cuestion de anvos partidos pero como magistrado de esta patria q.e les contase q.e guardaria la mas

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firme neutralidad q.e aunque los federales dijeran que era un lucifer yo dispensaria la ospitalidad q.e me marcavan leyes alos unitarios alos federales y atodo el mundo y q.e desta marcha nose cansasen q.e no avía desalir si ella no es conforme alos intereses del Gov.o atual de B.s Ay.s poco y mui poco me supone q.e aga queias, que aga reclamaciones, aeste Gov. o por que no are retirar los Argentinos unitarios q.e seallan p.r las costas del Uruguay se p.r q.e se me aescrito q.e sepensava mandar una reclamacion formal con ese unico ojdjto [objeto] / y pues echo este ynegandose este Gov. o entonces el autual dela provincia de B.s. Ay.s nos declara la guerra pues en tales canoso es lo q.e se [aseguraba] p.r que esta conocido ya p.r. elinteres q.e se atomado en desacreditamos ridiculisamos p.r la prensa y si tal sucede Julian q.e asemos dejamos insultar, (nos) dejamos ser el juguete debo que quiera Rosas debo q.e quiera Cavia el padre Figeredo y otros de este jaes p.r.q.e amigo ese Gov. o eso [s] livelistas esos demagog.s en fin nos estan insultando creen p.r acaso q.e todavía les pertenesemos es p.r envidia p.r q.e disfrutamos ridiculisarnos p.r la prensa y si tal sucede Julian q.e asemos dejarnos p.a su misma patria si el dirigirme esos injustos tiros enlos cuales quieren poner en duda mi patriotismo y aser q.e. mi patria dude del se anmi serables mis echos (no como los de ellos) vasten p.a confundirlos y mi patria es justa ella aes pretimentado yesta esperimentando vienes riales ami direcion y como yo mirara con desprecio esas barrasadas de hombres q.e solo la revolucion pudo averlos colocado en la po[si]cion q.e ocupan ojala amigo telo juro afe de nuestra amistad q.e. continuen sus injustos tiros y despues nos declaren la Guerra ella no la deceo ni la decea el m.s infimo delos orientales pero si aella senos provoca q.e remedio si no aserto Julian 1° p.r.q.e aella se nos provoca 2° p.r.q.e caranva te avlo la verdad la emos de aser mejor q.e ellos y no nos emos de contentar con poco los orientales estamos resueltos avai lar el son que nos toquen quieren vuena intelig.a. latendremos/ senos insulta, senos provoca a la Guerra lasemos, senos quiere aser tomar parte en una cuestion particular la tomaremos pero la emos de tomar como yo ylo demas lo entendemos que quieren q.e yo me despeche tanvien lo are pero cuidado no les salga la criada respondona p.r.q.e yo no entiendo de paños calientes conosco todo Julian se la marcha q.e ese Gov. o se apropuesto segir anuestro respeto todos sus pasos los se de vuena letra y aci es q.e. yo no me edejar pisar y sino lo que yso Gido, cuando los disturvios de Abril lo q.e. ahora se esta aciendo conque te parece justo q.e. yo me este con los vrasos crusados y me deje estropiar delos SS porteños delos federales delos unitarios y detodo el que quiera queseamos lobeja y la casa ninguna segun sucentir Puede ser Julian q.e esto q.e ellos llaman Ratonera no sean ellos capases de contenerla si la ponen en el disparad.r todos nos conocernos suistoria yla nuestra esta vien de manifiesto y anadies unos y otros podemos engañar. Estoy inclinado con las ynjusticias detus paisanos y voy a concluir esta p.a. decirte q.e siento en este momen. to un desaogo y desaria q.e. tu con tu prudencia itino que acostunvras aviases a Rosas y aesos hombres quenos dejen de insultar q.e miren suestado calamitoso / en que ellos, los unitarios, y toda esa gavilla (a puesto) ala desgraciada patria q.e los avisto naser. ya savras Julian amigo que el Ex Enperad.r D Perico fue depuesto quese fue aeuropa con su esposa y q.e el Brasil aeste suceso enpiesa su carrera politica ho amigo este sucesocomo me alienado de orgullo tusaves todo lo que avido aeste respeto y que dir.n haora nuestros Dotores creran lo q.e. seles dijo p.r. mi en el mom.to mismo de averme recibido del Gov. acuerdate q.e. les dije q.e. el Enperad.r no durava 6 meses ve pues si acido al pie dela letra cuanto ya les dije y ellos miravan como imajinario enfin

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felicitame p.r esto como yo lo ago p.r el inmenso vien q.e nuestra patria (si tiene juicio) a de esperar de un tan tnesperado Suceso y vamonos preparando p.a cosas mas grandes sinos dejan en pas tus paisanos pues ellos nos estan aciendo una Guerra de sapa y mina p.r todas partes q.e es preciso repeler no del modo q.e. sino ::::

Nada te able anteriorm.te arrespeto de tu carta en q.e me avlavas sovre mis intereses y/ que no me enpliara en pequeñeces q.e no me acian honor q.e mis conatos devia ser puram.te a la direcion del Estado tener razon Julian pues cin duda ati te an informado q.e. yo eperdido el juicio q.eerrovado cueros alos mercachifles alos gauchos & sera por esto que tu llamas pequeñes pues mi amigo ni una cosa ni otra echo pero ni lo epensado se envargaron p.r mis providencias un n.o considerables de cuer.s se dio cuenta al Gov.o y este los mando dejar a sus tenedor.s q.e daran 6 mil y tantos tomados en los campos de Sopas Daiman & alos forajidos estos se pucieron adisposicion del Gov. o p.a con su produto atender alas urgencias del Erario en lo de mas Julian yo no tengo mis tiendas, yo no tengo vuques q.e navegen, ni rexistros, tengo en mis terrenos algun ganado q.e. lo devo y unas pocas de yeguas ni criados &a q.e lo tengo entregado aun capatas sin conocimientos y desconocido yo creo Julian q.e aviando en este sentido ati ce te adicho p.r persona q.e tiene interes en q.e yo le entrege asu aministracion lo poco q.e tengo esto no lo are jamas solo ati como te lo edicho de mucho tienpo antes yo ellevado un chasco q.e te lo erreservado no quiero llevar otro y mas vien q.e lo poco q.e oy se pierda / pr. falta de vuena aministracion q.e no que otros se aprovechen como asucedido yo tengo mis créditos q.e no poco me avruman pero ellos alpresente no pasan de 12 mil p.s pero con la mitad dela 3ra. parte debo q.e. tengo puedo pagarlos yentonces querido amigo yo soi el hombre mas adorado en este pais pues es lo unico p.r donde mis antagonistas me pueden tildar debo de mas no les temo amas Julian mis compromisos no ancido causados p.r derrochamiento mio como adicho Llanvi los disturvios de Abril del año pasado los conciderados dela comicion a la A sovre la Colonia del Cuareyn me an ocasionado perjuicios inmensos en los de mas tusaves q.e los créditos contraidos en mi peregrinacion yo me decise de mi estancia vendi asta las criadas ami S.a page a D. Franc.co Aedo page Alsaga y atodos mis amig.s q.e me avi(an) dado más de 20 mil p.s plata en aquel tiempo como es pues q.e se me pinta con los epitetos de enbrollon aun p.r muchos de nuestros mismos honbres alaves con nuestros rivales. Esta es desgracia Julian amigo y p.r la q.e yo tengo q.e pasar p.r que en una ves no me pongo serio yles avlo como devo:

Mi S.a esta en el Du.o con las niñas vastante mejorada yo voy marchando p.r lo interior alo de[s]cuvierto de nuestra Campaña ede dar mi / vuelta pronto y estare en Montv.o antes del 25 alli oantes espero tus cartas q.e tanto aprecio ytalves medes el plaser de q.e pueda avrasarte y tener el gusto de verte intertanto avrasa alafamilia toda y no dudes dela verdadera amistad detu amigo q.B.T.m

Fructuoso Rivera

CARTA DE FRUCTUOSO RIVERA A D. JOSÉ ARTIGAS

Montevideo, Enero 11 de 1839.

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/Sor. D.n Jose Artigas

Mont.oEn.o 11 1839

Mi Conpadre y amigo:

La primera bes que se me presenta una oportunidad de dirijir a Vd noticias mias despues de 18 años ypodercerlas dar desu familia y dela mia. Su yjo. D.n Jose Maria esta casado ya con y jos esta en el Ex.to permanente en la clase de Teniente Coronel. Sienpre aestado ami lado pocos an fallecido desus parientes despues de el fallecimiento de su ermano. D. Man. solo se cu(e)nta el de D.An.to. Pereira q.e murio asen 2 meses a los 80 ymas años D.Man.l. Billagran esta bueno aci como todos sus sovrinos, de mi familiaecisten pocos murio el año 25 mi padre eciste muy anciana mi madre Su comadre Narcisa murio el año 28 el año 32 murio mi hermano Bernabe dejo 2 yjos avia salido ynpar/tante avia arquirido Capacidad y desenbuelto alos 22 años atitudes no comunes los charruas le mataron en un encuentro destas tribus ya no ecisten ci no uno q.e otro en los pueblos Mi ermana YNacia murio el año 21 dejo 2 niñas y un niño. Su marido el catalan murio el año 31. Esta carta va dirijida ael Em.o Sor Supremo ditador y ojala que Vd pudiece escrevir aSu Jose Maria y a D.a Polonia q.e toda vía ce conserva fuerte. y Gavriel (Pereira) Su Sovrino y Velasco.aci como Sus ermanas Eulojia y Mariquita.

Mi S. a Su comadre a ci como mi ermana Tiodora y Agustina le saludan afetuo-samen.te aci mismo lo ase mi madre q.e siempre ce esta acordando de Ud Su comadre no atenido yjos pero ce aocupado en criar guerfanos q.e mucho le plasen yle distraen.

Le saluda afetuosamen.te Su conpadre y amigo q.B.S.M.

Fructuoso Rivera

P.D. ala vuelta

/ El Gen.I Rondo esta bueno ([va a ser])

[En la cubierta dice:]

Al Siudadano Jose Artigas en la Rep.ca Por favor del S P Ditad.r del Paraguay

FRAGMENTO DEL DOCUMENTO ORIGINAL —1828—.

...(/) Sería arrancado del corazón de ese mismo Exercito: Sus filas se aumentaran admirablemen.te y entonces ¡que magestuosa, q.e imponente se presentará a la faz del Mundo la Republica Argentina! y a nosotros quizá nos sería dado soñar p.r la completa reunión de n.tra.gran familia. ¡Qué perspectiva tan alagüeña presenta a la imaginación la sola idea de la futura felicidad y engrandecim.to de n.tra amada Patria! Pero al mismo tiempo, q.e dificil es arribar a un resultado semejante, no p.r q.e no pueda obtenerse, sino p.r q.e no se quieren poner los medios y se contentan con miserables paliativos.

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...Segun la mejora militar y politica en q.e se ve la Republica por larestauracion de Misiones, las propuestas del Emperador sob.e las bases de la paz deven ser despreciadas; y muy principalmen.te cuando ella nos ofrece huna nueba Monarquía feudal, un hun Ducado establecido bajo los principios del Emperador que serian identificados a los q.e rigen en el Brasil con sienta dependencia q.e muy pronto vendria a ser huna completa esclavitud. Por lo mismo la g.rra debe continuar h.ta que tomemos los... necesarios pa. hacer huna paz honorable y ventajosa.

Ni me es desagradable la noticia q.e V. me da sobre el ataque g.ral q.e los Potentados de Europa hacen a los Turcos y el Combenio de repartirse aquel Imperio porq.e/de esto ha de resultar necesariamente huna feroz g.rra entre todos ellos como V. se persuade. A nosotros nos es muy combeniente el q.e los Gobiernos del Mundo Viejo se mantengan en g.rra por q.e mientras tanto, ntros principios se van generalizando y consolidándose el gran sisteMa.

La Europa constanteme.te ha de contrariar los deseos de America pa.que (/) el contagio de la democracia no atraviese los Mares, y los haga desaparecer de los Tronos q.e ocupan por el incontrovertible drho de la fuerza. Por esto es q.e yo no dudo que el viejo sonso Emperador de Austria mande a su Yerno D. Pedro de los palotes los consavidos quinse mil Alemanes, aún cuando sepa muy bien el modo q.e vajó su hija al descanso de los muertos, pues esa clase de hombres coronados tienen el Corazon en la cabeza. A nosotros nos importa un bledo la venida de quinse o veinte mil Carneros q.e tendran tan buen resultado como las empresas del Marq.z de Balacena... A otra cosa.

N.tras Misiones se hallan en completa tranquilidad. El Vesind.o muy contento p.r q.e no les roban las Bacas y las fuerzas Imperiales no ozan asomar el ozico por la Frontera!...........

El Sor. López aún no ha llegado y seg.n se nota por la lentitud de sus marchas, no llegará en muchos días a pesar de haverle dicho en mis comunicacion.s q.e era necesaria y muy hutil la presencia de su Division en esta Prov.a.

Por ahora nada mas tengo q.e pedir a V. y concluyo ofreciendole de nuebo los senti-mientos del Particular afecto con q.e se le repite amigo imbariable y seg.o Servidor Q.B.S.M.

Fructuoso Rivera

CARTA DE FRUCTUOSO RIVERA A SU ESPOSA BERNARDINA FRAGOSO DE RIVERA

Abril 11 de 1841.

Mi amada Bernardina anoche a las 8 rrecivi tu cartita de el 8 ypor ella me istruyes del fallecimiento de mi madre, aunque podre decente aeste rrespeto, ya te aras cargo cual sera eltamaño de mi dolor p.r tan yn rreparavle perdida. Sin en vargo, yo no ce con que espreciones podre agradecerte el esmero q.e por tantos años las

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tratado, es una de las mayores pruevas q.e tengo detu cariño q.e nunca olvidare. en este mom.to q.e esrivo esta no puedo contener las lagrimas asta ora rresuenan en mis oydos las ultimas palavras de madre el dia q.e parti de esa, Pedrito de avra dicho algo p.r q.e el tan vien ce quedo llorando ael oirla pronunciarse como loiso en aquel m.to.

Ya errecivido noticias de Serro Largo todo va vien alli, no etenido no[tici]as de Baes pero su pongo q.e todo avra calmado cin en vargo pienso yr muy pronto alli lo q.e tendra lugar tan luego llegue D. Pascual Costa.

Las vromas de el Cor.l Silva tanvien an terminado yel marachara vien si oye mis consejos.

Aqui estoy rreuniendo rrecursos creo q.e este ynvierno tendre un Ex.to fuerte y p.a la primavera sera ocupado provechosam.te.

A mi yjo Pablito le escrivire pr Savoredo y lo mismo lo are a delmirita a todas las niñas y ala de mas familia mil cosas y tu rrecive el alto de tu amante esposo queverte decea.

F Rivera

P.D.[Cele]vro q.e ayas mejorado del tumor escriveme mas largo ymandame unas camisetas de punto finas como la q.e me mandastes dial pasados q.e es mui vuena.

EL PRESIDENTE DE LA PROVINCIA DE RÍO PARDO, SALVADOR JOSÉ MACIEL AL MINISTRO DE GUERRA BENTO BARROZO PEREIRA

Porto Alegre 26 de julio de 1828.

Por las copias adjuntas que acabo de recibir ahora, remitidas por el Ex.o Comandante de la Frontera de Río Pardo, conocerá VE. lo que pasa en Misiones y como se va formando la tempestad amenazadora de la seguridad del resto de esta importantísima Provincia.

Si el enemigo levantó el Departamento de Misiones con 270 hombres casi desar-mados, cuando aquella Frontera era defendida por más de 600 hombres bien armados y municionados, sin que nuestra gente disparase un tiro; cómo le escapará Porto Alegre y Río Pardo, cubierto apenas por los restos del Regimiento 24 / que cobardemente huyeron / por algunos reclutas y Paisanos, cuyo número total no llegará a cuatro cientos hombres? Unicas fuerzas que puede oponer el Coronel Gaspar que las comanda, a dos mil que el enemigo no dejará de reunir.

Cuatro campañas desgraciadas y muchas cosas que ocurren, me hacen creer que la Provincia se perderá infaliblemente si su Magestad el Emperador no viniese rápidamente a remover el montón de males y causas que por desgracia nuestra, secundan de una manera increíble las tentativas del enemigo. Cúmpleme hacer presente a V.E. que mi dolor es inmenso al observar la veloz carrera que lleva a la pérdida de la Provincia, y que solo me resta su deplorable entrega, si no fuese

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socorrida a tiempo con tropas y dinero, y si no se toman medidas gubernativas proporcionales a la disposición en que se encuentran los espíritus, y capaces de constreñir prontamente a todos los hombres a cumplir sus deberes.

CARTA DE FRUCTUOSO RIVERA A JULIÁN DE GREGORIO ESPINOSA

Ytaqui, Julio 21-1828.

Mi estimado Julian ya te acuso recibo de todas tus notas; y sin en vargo q.e aun no allegado Jose Aug.to pa. fijar como devo mi juicio quiero adelantarte algunas refiecion.s sovre las resolucion.s del Gov.o qe. me an dejado frio tu saves todo cuanto a ocurrido desde mi separacion de la vanda oriental i mi trasladacion a Bs. Ay.s alli y entoses se me enplaso por el vruto de Rivadavia p.r editos pa. q.e apareciese arresponder acrimenes de alta traicion yo no loice pr. q.e no era tan necio pa. ponerme en manos de aquellos tigres pa. qe. me devorasen como lo an echo con tantos ynfelices gefes que el pueblo con padese: tu saves / Julian q.e entonces Rivadavia me ofrecia diferentes destinos en Bs. Ay.s qe. no asete pr. qe. no me acian honor (/) y por qe. no quería ser yo instrum.to de las alvitrariedades y planos disparatados de aquel y preferi á ir a vibir del fabor de ti y mis dem.s amigos en S.ta Fe allí errecibido y tengo en mi poder cartas del Sor Dorrego qe. despues de ayer desendido Rivadavia. Se me decia qe. yo devia prestar mis servicios en la espedicion a Micion.s & &a. Suvio al Gov.o el dicho S. Dorrego y tu saves como yo qe. en el capitulo 7 de las istrucion.s qe. dio a su enviado aserca de los Gov.s de las provincias Dr. Vidal le decia que el Gov.r de Bs. Ay.s dava su consentimiento pa. qe. el Ger.l Rivera y su ermano fuesen enpliados en el Ex.to del Norte qe. devia invadir (/) por separado las Micion.s orientales en la istipulacion.s echas con entre Rios y S.ta Feé se rratifico el deseo del Gov.o de Bs. Ay.s por cuya razon tu saves pase aesa pa. recavar los articulos de Guerra pa. poner en planta lo qe. uvo entoses y lo que secigio yo no quiero recordate por que me avochorno lo qe. el Govierno dijo entonces qe. no podía menos q.e retrogradar de la resolucion primera pr. qe. el Gen.l Lavalleja no estava conforme con qe. del G.al Rivera se le diese destino pr. qe. yo era traidor yneto vicioso ynmoral &a. &a. y pa. decir esto escribio ael Señor Dorrego (/) 8 pliegos de papel llenandolo de amenasas qe. vastaron sin duda pa. qe. Su ex.a el Sr. Dorrego me iciese perseguir en todas direccion.s segun lo manifiestan sus terribles notas qe. iso dirigir a todos los Goviernos de las provincias litorales y a el Cor.l oribe ami mismo p.r tu conduto se me dirijieron comunicacion.s oficiales y particulares pa. despues de ayer echo poner en el pior punto de vista con toda la Republica se me llamava a Bs. Ay.s en donde tendria un destino arreglado a mi rango y qe. me aria onor. esto mismo Julian, como tu saves, me oficio Rivadavia, y despues me persigio del modo mas atros yo tengo en mi poder la Carta del Señor Dorrego qe. tu me en (/) tregastes qe. despues de istarme a qu regresase a Bs. Ay.s me dice por conclusion qe. si no lo ago todo lo demas qe. yo pueda aser no me Baler y qe. me a de perseguir asta conclu irme yo sin envargo desto y conciderando mal informado ael Sr. Dorrego depresie sus ofertas y amenasas y lleve al cavo mi resolucion por que la crei siempre dina pr. qe. era el veneficio del pais pr. qe. de echo yo desmentia las injustas inputacion.s qe. me iso el toro de Rivadavia Lavalleja y el mismo Sr. Dorrego al mismo tiempo yo salvara el compromiso qe. mi amigo Julian de G. Espinosa avía contraido pa. con los siudadanos avogando por mi causa y parecia dable qe. yo no

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omitiese sacrificio alguno asta sacarle airoso como aD.s gra-(/) cia lo everificado y estoi satisfecho y lo estare mucho mas cuando vea que el Gov.o y el Gen.l Lavlleja qe tan atros y publicante me an calumiado me den una satisfacion tan publica como acido la ofensa de los contrario yo no podre almitir ningun destino qe. el Gov.o quiera darme en los Ex.tos de la republica adonde no van pasados 4 meses se me nego asta en la clase de soldado rraso, esta causaes la me a obligado a devolver ael Señor Gen.l Lopez los despachos que el Gov.r p.r su conduto me avia remitido y lo mismo los de mi ermano qe. como tu saves eciste una horden del dia en el Ex.to q.e dio Albiar pa.a qe. se le percigiese pr. traidor anarquista &a. y pr. que amigo Julian aun ecisten en todo su vigor los decretos del 7 y 11 de marco de Man.1 Oribe este con representacion y con fuersa en atitud de continuar con las mismas o piores ferocidades qe. aprepetrado anuestro respecto. Lavalleja a mi ver se conserba lo mismo qe. antes su contestacion algovierno lo demuestra pues ella no ecise otra cosa qe. inportunar pues adonde estan mis presedimientos anarquicos q.e el sita y qu. elo obligaron a tornar medidas energicas pa mi esterminio.

Amigo despues de ayer tocado asta lo infinito un desengaño como tu saves de la tenacidad de Lavalleja recavar del una reconciliasion de vuena fe? Seria obligar a una niña a casarse con un hombre que no quiere? pues de tales enlases tu saves lo q.e se puede esperar yo veo que nunca me miro mas espuesto qe. en las presentes sircunstancias si como quiere el Gov.r Dorrego yo me someto como si fuese un ente sin sentimientos a todos sus mandatos indudablem.te voi a ser sacrificado pr. Lavalleja...

Te escrito mui largo y mui mal escrito yme a costado mucho aserlo por qe. ase dias qe. no estoi vueno de una puntada en el costado que me tiene mui mortificado (/) por esta razon concluyo repitiendome como siempre tu am.o y Serbid.r q.T.m.b.

Fructuoso Rivera

"ORIENTAL LISO Y LLANO"

... voy adelante, mi deber es uno y mi misión la dicha de nuestra patria. Si le conservo sus instituciones y le doy paz he llenado todas mis aspiraciones... La historia ha de juzgarnos a todos por los hechos y no por las palabras. Es mi marcha y con ella he de ir llevando el carro hasta donde se aguante el eje (dispense amigo esta gauchada)... Hemos señalado el camino de la libertad a los que la habían perdido, les hemos dado patria a unos, hemos armado a otros para que la recobren y a todos le hemos servido de antemural con nuestra sangre y al presente les ayudaremos y les haremos su retaguardia; esta es nuestra historia que, nadie podrá negar, nada importa que se diga lo contrario... Esta carta va siendo muy larga, la concluyo asegurándole que no soy ni he sido ni seré sino Oriental, nomás, liso y llano como dicen los paisanos" (Fructuoso Rivera a Andrés Lamas, 3 de junio de 1841).

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CRONOLOGÍA BÁSICA

–1784 (?) –Probable fecha del nacimiento de Fructuoso Rivera, hijo de Pablo Perafán de la Ribera y Andrea Toscana. Niñez y adolescencia en el medio rural.

–1811-1820 –Período artiguista de Fructuoso Rivera. Participa activamente en él desde el levantamiento oriental en febrero de 1811. Lugarteniente de confianza de José Artigas, realiza meteórica carrera militar.–Primera acción: 20 de abril de 1811, Colla.–Enero 10 de 1815: victoria de Guayabos.––Se casa con Bernardina. Un único hijo que nace y muere en 1816.–Desde 1816, luego de la derrota de India Muerta del 19 de noviembre, concreta una guerra de recursos hasta marzo de 1820. Es la última fuerza artiguista en dejar de combatir.

–1820-1825 –Sometido a los portugueses votará la incorporación al Imperio en 1821. Comanda el Regimiento de Dragones de la Unión. Funda San Pedro del Durazno.–En octubre de 1822 se pronuncia por el Brasil y desestima intervenir en el intento revolucionario de 1822/23.–1823. Dominio firme de Fructuoso en la campaña oriental. Cruzada de Lavalleja en 1825 y encuentro en el Monzón de los dos compadres. En adelante actuarán de consuno.

–1825-1830 –Batallas del Rincón (24 de setiembre de 1825) y Sarandí (12 de oc-tubre de 1825). Desinteligencias con Juan Antonio Lavalleja primero y con el Gral. argentino Martín Rodríguez. Pasaje a Buenos Aires en julio de 1826. Decreto de Rivadavia, titulándolo de traidor, en setiembre de 1826. Huida a Santa Fe.–-Trabaja todo el año de 1827 por la concreción de un ejército del Norte que lleve la guerra a tierras del Brasil. Fracasa en sus propósitos de ser admitido en dicho ejército. Fuga con sus orientales –en febrero de 1828– y configura la campaña de las Misiones, perseguido tanto por argentinos como por orientales.–Se firma el 27 de agosto de 1828 la Convención Preliminar de Paz, que determina la independencia oriental. Entrega de las Misiones, punto vital del convenio. Disputas con el ejército brasileño por las fronteras y consecuentemente tratado de Iberé-Ambá del 25 de diciembre de 1828. El convenio establece la frontera provisional de ambos ejércitos en el río Cuareim. El pueblo misionero lo sigue. A orillas del Cuareim se fundará la Colonia de Bella Unión.–Prestigio y autoridad. Interviene en la acción del Gobierno Provisorio de 1829 a 1830. Nuevas desinteligencias con el compadre Juan Antonio Lavalleja, producto de la lucha por el poder. El 18 de junio pactan la paz y el 18 de julio de 1830 –un mes después– se jura la primera Constitución de la República.

–1830-1834 –El Brigadier general Fructuoso Rivera es elegido Primer Presidente de la República por 27 votos contra 5 del compadre, el 24 de octubre de 1830. Asume el 6 de noviembre.–En 1831 y en 1832, campañas contra los charrúas.

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–Preocupaciones con Juan Manuel de Rosas y actividades de los emigrados argentinos.–Gestiones principales de su gobierno: legislación sobre tierras, el problema de los límites; pero casi todo el período presidencial de Rivera está conmovido por los alzamientos lavallejistas que van de 1832 a 1834. Por lo mismo: delegación de la presidencia en manos de los vicepresidentes. En los alzamientos están implicados Rosas y los riograndenses.

–1834-1836 –El 24 de octubre de 1834 termina el período de su Presidencia, negándose a las gestiones que pretendían hacerlo quedar hasta el 6 de noviembre o incluso el 1° de marzo.–E! 29 de octubre de 1834 se crea al cargo de Comandante General de la Campaña. Se nombra para él a Rivera.––El 1° de marzo de 1835 es electo Presidente de la República el Briga-dier General Manuel Oribe. Campaña del Presidente contra la adminis-tración anterior, amnistía a los revolucionarios lavallejistas, eliminación de la Comandancia General de la Campaña, el 19 de febrero de 1836. Recreación de la misma el 14 de julio y el 16 de julio (1836) alzamiento de Rivera contra Oribe.–Acción de Carpintería: nacen las divisas, el 19 de setiembre de 1836. Revés de Fructuoso, traición de Raña, huida al Brasil. Intervención en los conflictos riograndenses.

–1837-1839 –Retorno a mediados de 1837. Posición cada vez más ventajosa de Rivera, apoyada en acciones victoriosas, especialmente la obtenida sobre Ignacio Oribe en Palmar, el 15 de junio de 1838. Parlamentos y convenio sobre la base de la renuncia del Presidente. Oribe renuncia el 23 de octubre de 1838. Protesta luego de ella ante Rosas.–Noviembre de 1838 al 1° de marzo de 1839: dictadura de Fructuoso Rivera.

–1839-1843 –El 1° de marzo de 1839, el Brigadier General Fructuoso Rivera es electo, por segunda vez, Presidente de la República. El 10 de marzo, declara la guerra a Rosas.–Invasión de las fuerzas argentinas al mando de Echagüe y cinco meses después, 29 de diciembre de 1839, resonante victoria de Rivera en Cagancha. Rechazados los argentinos, se renuevan alianzas con las Provincias disidentes de Rosas. Actuaciones de las potencias europeas: Francia e Inglaterra. 6 de diciembre de 1842: Oribe derrota a Rivera en Arroyo Grande. Invasión de los ejércitos de la Confederación al mando de Oribe y sitio a Montevideo el 16 de febrero de 1843.

–1843-1845 –1° de marzo de 1843, termina la segunda Presidencia de Rivera. Continúa siendo General en Jefe del Ejército Nacional. Reconquista del territorio, pero impedido de dar el golpe final es nuevamente acorralado. El 27 de marzo de 1845: desastre en India Muerta. Huida al Brasil. Virtual exilio.

–1846-1847 –Retorno a Montevideo. Motín cívico-militar. Integra la Asamblea de Notables, que lo nombra su Presidente. Es también General en Jefe del Ejército en operaciones.–Victorias fugaces y costosas. Desacuerdos con la Defensa, cada vez más profundos. Setiembre de 1847: entra en arreglos con representantes de

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Oribe para lograr la paz. La Defensa aprovecha para desterrarlo definitivamente: el 6 de octubre de 1847 embarca para el Brasil.

–1847-1854 –En el exilio en Río de Janeiro. Será encarcelado numerosas veces: en 1848 y en 1851 hasta 1852; también se le confina en otras oportunidades en su residencia. Interés de la Defensa y de Brasil en mantenerlo al margen de la política nacional que concretará los acuerdos con Brasil–y con Urquiza para lograr el fin de la Guerra Grande, cuya paz se firma el 8 de octubre de 1851. Rivera continúa en prisión. Se reclama su libertad, la que obtiene recién el 16 de febrero de 1852. Permanece casi un año en Río, pagando las deudas que se habían acumulado. El 20 de enero de 1853 embarca y desciende en Santa Catalina, prosiguiendo el viaje por tierra hasta la frontera uruguaya. Se establece en la cercana población brasileña de Yaguarón.–Producida la caída del Presidente Giró, es nombrado para integrar el Triunvirato junto a Lavalleja y Venancio Flores. Procurando arribar a Montevideo. fallece en su tierra en el humilde rancho de Bartolo Silva, a orillas del Conventos, el 13 de enero de 1854. Sus restos son trans-portados a la capital y enterrados, con todos los honores, en la Iglesia Matriz.

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Índice

Primera parte

Etiología del caudillismo

Segunda parte

Vida del Brigadier General Fructuoso Rivera

Capítulo 1 Raíces

Capítulo II "Frutoso"

Capítulo III

Fructuoso, "El Pardejón"

Capítulo II

Don Frutos

Tercera parte

Evaluación de un liderazgo

Selección documental

Cronología básica

Bibliografía mínima

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