Libro Sociedad Contemporane

Embed Size (px)

DESCRIPTION

introduccion histórica de Paolo Macry

Citation preview

  • Paolo Macry

    La sociedad ~

    contemporanea Una introducci6n hist6rica

    Ariel Historia

  • CAPTULO VIII

    COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS

    l. Las

  • 212 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    visitarla.3 Como reaccin, en media Europa, amplios estratos de opinin pblica opondran un alto grado de nostalgias rurales al riesgo de la dis-gregacin urbana. El miedo del conflicto social favoreca el nacimiento de una representacin estereotipada del pasado, como lugar de armonas, y la difusin de ideologas anti-urbanas. Los campos tenan que represen-tar todo lo que la vida moderna ya no ofreca, una especie de contrapeso interior y de refugio.4 Los paisajes de Wessex descritos por Thomas Hardy -cuya novela de mayor xito se titula significativamente Fuera de la demente multitud (1874)- se convirtieron en Inglaterra en objeto de un verdadero culto popular, junto con guas tursticas y peregrinajes.5 Lo que se aoraba era, en esencia, la cohesin social del mundo rural, donde -se deca- propietarios y campesinos se intercambiaban recprocamen-te proteccin y deferencia.

    En verdad, a lo largo de los siglos transcurridos, los campos haban sido escenario de relaciones sociales bastante menos lineales y pacficas. Algo saban de ello los seores de la tierra, los mercaderes de grano, los magistrados, los oficiales del impuesto de consumos que peridicamente, en la Meny England del siglo XVIII, reciban las enardecidas cartas anni-mas de sus enemigos jurados. Si no haces como ordenamos --deca una de las muchas cartas, dirigida a un mercante de vino en 1793- nosotros te haremos la peor de las torturas ... T, canalla, hijo de rata de agua, ladrn, te har saltar el cerebro. Maldita sea tu sangre, perro.6 La mti-ca deferencia de las plebes preindustriales a menudo era simulacin. Edward P. Thompson escribe:

    Precisamente es en una sociedad rural, en la que cualquier resistencia manifiesta, identificable al poder puede transformarse en inmediata repre-salia -prdida de la casa, del alquiler, e incluso persecucin legal- donde encontramos un mavor nmero de acciones en la sombra: la carta annima, el incendio provocado del pajar y de la reserva de alimentos, la cojera del ganado, el disparo o la pedrada a travs de la ventana, la verja arrancada de los goznes, el huerto arrasado, las compuertas de los viveros de peces abier-tas durante la noche. El mismo hombre que de da se quita el sombrero delante del seor de la aldea -y que pasa a la historia como un ejemplo de deferencia-, de noche puede matar a sus ovejas, capturar a los faisanes o envenenar a los perros.7

    Por otra parte, no era raro que las tensiones sociales se manifestaran abiertamente. Desde el siglo XVI hasta el XVIII , tanto en Andaluca como en Francia, en los Pases Bajos o en Grecia, en Inglaterra o en Ucrania, Europa haba conocido ocupaciones colectivas de tierras de la hacienda pblica, roturaciones abusivas de los bosques, protestas violentas en con-tra de la caresta de la vida, saqueos, incendios demostrativos. Grandes revueltas campesinas, que parecan nacer de una antigua conciencia de explotacin y de una idea radical de liberacin, haban ensangrentado la

    COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS 213

    Alemania de la Reforma o la Rusia de los siglos XVII-XVIII. Tambin en los campos occidentales pareca forjarse, bajo las cenizas de la deferencia, el espritu de aquel programa agrario que se enunciara en China, a media-dos del siglo XIX, por el movimiento T'ai-p'ing: La tierra ser propiedad de todos, todos comern arroz, todos llevarn ropa, todos gastarn dine-ro[ ... ]. En ia gran familia del Cielo, todos los sitios son iguales y cada uno vive en la abundancia. 8

    Innumerables fueron las bandas armadas que vivan en las montaas y en los bosqu~s. amenazaban a los grupos patronales, acechaban a los carros que recorran caminos escarpados y tortuosos. Nosotros estamos tristes, es verdad, pero nos han perseguido siempre -confesar un saltea-dor molisiano del siglo XIX-; los caballeros se sirven de la pluma y noso-tros del fusil, ellos son los seores del pueblo y nosotros de la montaa.9 Rebeldes y bandidos vestan a menudo prendas campesinas. Y la rebelin en contra de los seores de la tierra parece el leitmotiv de sus historias, desde Robn Hood a Musolino o a Lampiao, canga9eiro del nordeste bra-sileo.

    A continuacin, a lo largo del difcil camino de la modernizacin, las sociedades occidentales conocern tensiones y conflictos de diferente naturaleza, ms intensos, aparentemente menos controlables, concentra-dos en las ciudades, Miln, Manchester, Pars, Viena, Berln. Y, en com-paracin con la amenaza de las nuevas plebes urbanas, el antiguo conflic-to entre propietarios y campesinos parecer insignificante. A mediados del siglo XIX, la poca de las figuras mticas de la rebelin y del crimen no es ms que un recuerdo. La nueva sociedad pierde la slida simbologa de las culturas preindustriales. Se acab el caballero ladrn, y Vidocq y J esse James. Y tambin la esperanza milenaria de la llegada del mtico venga-dor, entre la miseria del se1to brasileo. El conflicto social parece gene-ralizarse. En un primer momento refleja el malestar por los drsticos cambios provocados por el desarrollo econmico, es una violencia difusa que nace de la misma segregacin de la nueva ciudad capitalista; y cada vez, con el pasar del tiempo, es ms un conflicto organizado por institu-ciones estables, sindicatos y partidos. Una expresin clsica del siglo XIX francs -classes laborieuses, classes dangereuses- indica perfectamente el ansioso temor de las lites dirigentes a que el vasto mundo del trabajo manual est perdiendo la (presunta) tradicional tica de la obediencia y vaya degenerando en la ilegalidad.

    Para los contemporneos la ciudad moderna es violenta, peligrosa, inadministrable y plantea a las autoridades pblicas problemas represi-vos de nuevo tipo. Respondiendo a la exigencia de controlar la masa an-nima de las clases peligrosas (ilegales, ociosos, inmigrantes, crimina-les), el cientfico ingls Francis Galton propondr en 1888 un mtodo para identificar a los individuos, basado en las huellas digitales y que

  • 214 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    obtendr un gran xito. Entre tanto, en las ciudades -empezando por el Pars del urbanista Georges-Eugeme Haussmann-, el viejo montn de callejuelas, pasajes, patios y callejones sin salida 10 se derruye y son sus-tituidos por grandes avenidas, que tienen que aliviar las malsanas condi-ciones de vida plebeya, pero sobre todo, impedir que contine siendo el escenario de robos y agresiones, de protestas colectivas y barricadas.

    Los sectores ms infelices del nuevo proletariado se muestran como una palpable amenaza al orden tradicional. Y no injustamente, desde el momento en que se trata realmente de segmentos socia~* desarraiga-dos de sus culturas de origen, no reagrupados por motivos econmicos o por nuevos sistemas ideolgicos. Campesinos establecidos en la ciudad, minoras tnicas que ni siquiera comprenden la lengua de la ciudad donde viven, orgullosos artesanos que han perdido la posibilidad de tra-bajar y ensear a los hijos el mistery: son los que dan vida a una Cultu-ra de la calle tan viva como desesperada, privada de estructuras cultura-les de referencia como en otros tiempos haban sido la aldea y la familia. Es una cultura frecuentemente alcoholizada, la socialidad del pub, la cul-tura de la ginebra. Son grupos mal alimentados, mal vestidos, donde abun-dan los ilegtimos, que entran y salen del mercado del trabajo siguiendo el proceso alternativo del ciclo econmico. Escribe Honor de Balzac:

    Situados entre el delito y la mendicidad, ya no tienen ningn remordi-miento, y vagan cuidadosamente en torno al patbulo sin caer en l, inocen-tes en el vicio, viciosos a pesar de su inocencia [ ... ]; un pueblo superlativa-mente malo, como todas las masas que han sufrido, acostumbrado a sopor-tar males increbles y que un fatal poder obliga a perpetuidad al nivel del barro.n

    La criminalidad parece confundirse con el pauperismo, es un fen-meno de masa. 40.000 timadores, 15.000 ladrones, 10.000 descerrajado-res, 40.000 buenas mujeres que viven del dinero de los dems -calcula-r Balzac- constituyen una masa de 110-120.000 personajes bastante difciles de administrar. Considerando que la poblacin de Pars agrupa a 1.200.000 almas, el clculo se hace pronto: estos 120.000 ladronzuelos equivalen a un embrolln cada 1 O personas honestaS>>. 12 Todo esto repre-senta la respuesta a la paradoja del siglo XIX: el contemporneo aumento de la riqueza y de la pobreza, Poverty amidst Plenty, luxe o u mis ere ...

    La degradacin de la vida urbana corre el riesgo de unificar reas sociales y enteros barrios, mucho ms de cuanto lo haga, al menos al principio, la fbrica. Esta imponente muchedumbre de hambrientos, enfermos y corruptos de baja estofa -escribir desde el Londres del si-glo XIX Georges Sims, sin olvidar el drama de la Comuna- se va hacien-do peligrosa; peligrosa fsica, moral y polticamente. Su fiebre y su corrupcin puede extenderse a las viviendas de los sanos, su ejrcito sin

    COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS 215

    leyes puede levantarse. 13 En Pars, entre tanto, la guillotina se traslada de la central plaza de Greve a la perifrica barrera Saint-Jacques y las eje-cuciones pasadas de las cuatro de la tarde a las primeras luces del alba: estamos en 1832 y el gobierno ciudadano advierte de la necesidad de ocultar el momento crucial de los mecanismos judiciales. Desaparece la fiesta de la muerte, en la que participan numerosas muchedumbres, se acabaron los cortejos con el condenado en exposicin y las ventanas aba-rrotadas de espectadores. De hecho, la muchedumbre parece identificar-se en masa, annima aunque peligrosamente, con la transgresin y el delito. Las ejecuciones de la Place de Greve haban sido el momento cul-minante de famosas carreras criminales, la celebracin ritual de figuras mticas de ladrones y asesinos. Las ejecuciones en la barrera Saint-Jacques ya no tienen nada de espectacular, son srdidas, escondidas en la triste periferia parisina. Se cumple el destino de criminales comunes, sujetos peligrosos, gente como tanta otra. La guillotina se convierte en la perspectiva de los miserables, no ya de los hroes del mal.

    Louis Chevalier escribe:

    El delito ya no es pintoresco y excepcional, ya no se configura en algn clebre salteador de caminos o en un regicida, y se convierte en cotidiano, annimo, impersonal, oscuro; ya no imprime su sello en los barrios que la ley o la costumbre lo preservan, sino que invade toda la ciudad; ya no se expresa en la clamorosa expiacin en la Place de Greve -espectculo gran-dioso y datado, tan popular como la entrada del rey en la ciudad o la cele-bracin de una victoria-, sino que se transforma en una vaga amenaza, siempre y en todas partes presente, mientras que hasta la pena capital se convierte en un ajuste de cuentas como tantos otros. Se puede decir que, de pintoresco, el delito pasa a ser social."

    De todas formas, Pars no es un caso aislado. Los tumultos del mob londinense (la plebe>>, la

  • 216 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    hambre, pero tambin por el hecho de sentirse ajenos a la cultura de las clases dirigentes, al orden constituido y a sus leyes.

    2. Los comportamientos colectivos en el anlisis de las ciencias sociales: instintos y racionalidad

    El nuevo urbanismo y el conflicto social que ste parece incubar fisiolgicamente, son temas por los que se interesan instituciones esta-tales y entidades religiosas, hombres polticos, lderes sindicales, inte-lectuales y toda la opinin pblica de la Europa occidental.

    El problema llama la atencin incluso de los cientficos sociales y pare-ce desmentir las concepciones estticas y orgnicas de tendencia positi-vista. Si las teoras comtianas suponan con gran optimismo que, sobre las cenizas del Antiguo Rgimen, tendra lugar la llegada de una armnica sociedad industrial (dirigida por modernas clases productivas y valores colectivos consensuados), el marxismo destaca en cambio la imposibili-dad de suprimir el conflicto entre las clases, construyendo una teora social basada en la sucesin de los sistemas polticos y econmicos que reflejan el dominio de una clase sobre las dems y no el consenso en tomo a valores comunes. La historia de cada sociedad que ha existido hasta este momento -afirma el Manifiesto del Partido Comunista (1848)- es la historia de la lucha de clases. 15 Pero tambin la teora marxista de un con-flicto entre clases conscientes y organizadas no parece reflejar la realidad de los hechos, la disgregacin de las ciudades, la marcha espontnea de las tensiones sociales y de la violencia de plaza. Muchos socilogos, psi-clogos, politlogos estn sorprendidos sobre todo por las nuevas dimen-siones demogrficas de los fenmenos sociales, por la multiplicacin de ciudades habitadas por centenares de miles de personas. En los tratados de sociologa y psicologa social de finales del siglo XIX se empieza a hablar de muchedumbre y de masa, trminos sustancialmente aje-nos a la precedente cultura europea y cuyos timos son de por s signifi-cativos. La muchedumbre (en italiano, folla viene del latn follare, retor-cer la ropa de la colada para escurrirla) alude a una situacin de falta de espacio, de excesiva cercana. La masa (del griego masa, pasta del pan) indica una situacin colectiva informe y fcilmente maleable.

    En 1895, el francs Gustav Le Bon publica La psicologa de la muche-dumbre (1895), un ensayo destinado a tener un gran xito en su pas (vein-ticinco ediciones en igual nmero de aos e innumerables traducciones). El mbito intelectual en que se mueve Le Bon es conservador y antijaco-bino. Por otra parte, el contexto socio-poltico es el de una Francia opri-mida por las crisis nacionalistas, los intentos golpistas de Boulanger y un antisemitismo extendido para quien el caso Dreyfus es una especie de pie-

    .l'f 1

    COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS 217

    dra filosofal. En polmica con el cientifismo racionalista, la Psicologa de Le Bon presta atencin a los movimientos profundos -latentes, incons-cientes- de la actuacin humana y contrapone el instinto de los compor-tamientos colectivos a la racionalidad del comportamiento individual. Las muchedumbres son afectivas, msticas, excitables, transformables, primiti-vas. En una palabra, irracionales. Su psicologa est determinada por los sentimientos y creencias, por herencias culturales que se sumergen en el pasado. Tienen motivaciones a veces difciles de descifrar, actan por sugestiones, a menudo desembocan en la violencia. En su interior, los indi-viduos se pierden, abdicando en una especie de alma colectiva que no est civilizada.

    Desde Le Bon hasta Pareto, desde Michels hasta Ortega y Gasset, buena parte de la cultura europea del siglo XIX-XX no esconder su pesi-mismo antidemocrtico y una fuerte aversin en relacin con las masas (elitismo). Del avance de colectividades privadas de conciencia histrica, que van sustituyendo al tradicional gobierno de las minoras, habla La rebelin de las masas de Ortega (1930). Y mientras Gaetano Mosca desta-ca el instinto del hombre de 16 y el socilogo alemn Georg Simmel distingue una ten-dencia humana general y no elminable de la afiliacin, Sigmund Freud analiza la profunda relacin afectiva que une las masas a los

  • 218 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    lisis social. En 1933, el ao de la llegada de Hitler al poder, Wilhelm Reich publica su Psicologa de masas del fascismo relacionando la profunda iden-tificacin de las masas y sus jefes con el sistema sexualmente represivo de la familia y, dentro de ella, con la relacin entre padres e hijos.

    La interpretacin de los comportamientos colectivos como fenmenos instintivos e inacionales se halla, sin embargo, circunscrita a la Europa continental. La cultura anglosajona contina a distancia, permaneciendo fiel a su modelo individualista y antiautoritario. En 1909, el socilogo americano Charles H. Cooley destacar que los excesos ms relevantes de la plebe francesa o parisina [ ... ] parecen estar derivados de una falta de adiestramiento en el ejercicio del poder, inevitable en un pas donde la democracia brota de la revolucin>>. 18 Por tanto, el problema no es la ori-ginaria incontrolabilidad de la muchedumbre, sino la poca madurez -en Francia, por ejemplo- de un sistema poltico participativo. Ms tarde, en los aos veinte, Robert Park (el impulsor de la escuela sociolgica de Chicago) tender a desmentir la concepcin de la muchedumbre como antittica respecto a los individuos que la componen, sosteniendo, por el contrario, que los comportamientos colectivos son el fruto de las relacio-nes recprocas que se establecen entre cada persona (interaccin social). Producidas por la interaccin social, las muchedumbres tienen, segn Park, finalidades razonables y, a menudo, son dinmicas, creativas e innovadoras.

    Con respecto a los europeos, los americanos tienen, por otra parte, referentes contextuales distintos. En sus anlisis sobre los comportamien-tos colectivos, juega un claro papel, por ejemplo, el mito cultural de la frontera y la memoria de los grupos de pioneros que haban emprendido con xito la conquista de las tierras del oeste. Pasando del concepto de muchedumbre al de pequeo grupo, las ciencias sociales de ultraoca-no acabarn por concentrarse en las caractersticas de las relaciones nter-personales, los mecanismos de adaptacin de los individuos al grupo (con-formismo), los sistemas de comunicacin internos (formacin de opinion le:zders). De esta forma se recuperar un vnculo entre individuo y colecti-vidad que, en la reflexin intelectual europea, era visto como peligrosa-n:ente dbil. Lejos de ser sinnimo de violencia y de instintividad incons-Ciente, el grupo, entendido como estar juntos, se convierte en un ele-mento coherente con los fines del individuo y altamente positivo.

    M~s. tarde, esta lectura optimista de la relacin entre individuo y colectlVldad tender a agrietarse. Analizando la lgica de la actuacin comn, numerosos estudiosos, desde Elton Mayo y Kurt Lewin hasta John von Neumann y Mancur Olson, descubrirn contradicciones y lmi-tes, aunque sin llegar a las inquietantes interpretaciones de los europeos. Tampoco estos comportamientos colectivos, que parecen irracionales y

    "'f 1

    COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS 219

    consiguen resultados negativos (sub-optmales), se vern como el sntoma de instintos que se liberan en la muchedumbre, sino como el resultado del h~ch? ?e que, detrs de un accin colectiva, se hallan las opciones de cada mdividuo, cada uno de los cuales procura su bien (v, al mismo tiem-po, est condicionado por las opciones de los dems). El pnico, de la que es presa una multitud en una situacin de riesgo (con grave peligro para

    ~a s~~ridad personal), ~s, P

  • 220 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    3. El conflicto social como problema historiogrfico

    El anlisis histrico de los comportamientos colectivos en poca con-tempornea se resiente de las teoras que han formulado sobre ellos las ciencias sociales, pero no es inmune a las interpretaciones e influencias tpicas del siglo XIX. De hecho, los historiadores han identificado a veces la protesta popular con las vicisitudes de los partidos y de los sindicatos obreros, haciendo implcitamente propia la tendencia de aquellas organi-zaciones de representar todo el conflicto social y determinarlo con su poltica. Otras veces, stos han relacionado estrechamente la protesta popular con las condiciones materiales de vida de la gente, asumiendo as una clsica idea-fuerza del siglo XIX: la preponderancia de la economa sobre la sociedad. En fin, indagando los comportamientos colectivos, esta historiografa parece tener precisamente aquel sentido miedoso de los comportamientos colectivos que -tpicamente- serpentea entre las li-tes europeas del siglo XIX.

    Por decirlo de un modo esquemtico, estas interpretaciones han aca-bado por deformar el conflicto social segn una ptica que se muestra, demasiado poltica unas veces, o economicista otras, e incluso irraciona-lista en otras. Intentemos recorrer, aunque sea brevemente, algunos de los momentos de la discusin historiogrfica.

    Fueron los historiadores del movimiento obrero, generalmente de extraccin socialista, los que identificaron el conflicto social con los com-portamientos colectivos de tipo organizado. Lo que se estudiaba eran las incidencias de los partidos y los sindicatos de las clases trabajadoras y (menos) las acciones que stos haban promovido. El conflicto se lea especialmente bajo la ptica poltica y pasaba a ser enfrentamiento entre partidos o debate poltico en su interior.

    Incluso cuando el objetivo de la investigacin pasaba de la historia de los partidos a las acciones concretas (huelgas, piquetes, ocupacin de fbricas), la identificacin entre conflicto social y organizaciones poltico-sindicales acababa por reducir impropiamente el campo, desde el punto de vista sociolgico, restringiendo el anlisis a los conflictos obreros. Se infravaloraba el hecho de que -aparte de una precisa fase de la historia occidental que va de finales del siglo XIX a los aos setenta del siglo xx-los movimientos colectivos y los episodios de protesta popular compren-den un arco sociolgico bastante amplio y un articulado abanico de moti-vaciones. No estn caracterizados por el centralismo de la clase obrera, por ejemplo, las grandes turbulencias que asolan Europa despus de las guerras napolenicas o en torno a 1830 o en 1848. Tampoco hay que olvi-dar el peso que, en la historia de los movimientos colectivos en poca con-tempornea, tienen los movimientos de protesta de agricultores y em-pleados, estudiantes y amas de casa. Es famoso el papel desempeado (a

    i COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS 221

    menudo en las plazas) por una especie de partido de los consumidores en la Alemania guillermina, por los viticultores en Languedoc en 1907, por los veteranos en las agitaciones de la primera posguerra, por los cuellos blancos en los movimientos fascistas de los aos veinte y treinta, por los negros en los Estados Unidos de Martn Luther King y Malcolm X.

    La tendencia a circunscribir el anlisis a la historia de los partidos y los sindicatos ha comportado tambin una distincin demasiado rgida entre una fase caracterizada por movimientos espontneos y la fase de las organizaciones polticas. Una periodizacin que en realidad esconde un juicio de valor: desde esta ptica, de hecho, los movimientos colectivos asumen legitimidad (y atraen la atencin de los historiadores) slo si entran conscientemente en el combate poltico y si, por tanto, aceptan su contexto institucional (por ejemplo, el sistema industrial, las reglas del mercado, las leyes vigentes). Segn sea su carcter espontneo o, en cam-bio, de la capacidad de organizarse, el fenmeno histrico de la protesta popular es calificado como prepoltico o poltico, irracional o racional, reaccionario o progresista, utpico o realista.

    En los ltimos aos, sin embargo, Con la gradual desintegracin ideolgica o poltica de los grandes movimientos socialistas -tanto socialdemcratas como comunistas- en la mayor parte de Europa, tambin los historiadores del movimiento obrero han empezado a ocu-parse tanto de la base como de los lderes, de las masas no organiza-das como de las organizadas, de los obreros Conservadores como de los radicales o revolucionarios. 22 Al mismo tiempo, los fenmenos colectivos no-institucionales que azotan a Occidente en los aos sesen-ta (movimientos estudiantiles y juveniles, luchas espontneas de fbri-ca, Mayo francs, movimientos de las mujeres, etc.) inducen a los his-toriadores a explorar el vasto territorio de la protesta espontnea, de la revuelta (el riot), de la muchedumbre que forma tumultos (el mob). De ello nace, segn algunos, una verdadera moda historiogrfica: en este momento el desertor, el amotinado, el rebelde primitivo, el bandido de campo, el revoltoso de los mercados pblicos, el criminal de ciudad, el ladrn y el profeta de aldea han sido introducidos ya como miembros honrados y bien acogidos en las salas de los docentes de las universida-des inglesasY

    Entre tanto, la historiografa econmica ha subrayado en cambio el nexo que existira entre la protesta popular y el ciclo econmico. Se debe a W. W. Rostow la primera teorizacin clara al respecto. En 1948, Rostow crea lo que llama grfico de la tensin social>>, hipotizando que las agi-taciones sociales dependen directamente de los precios del trigo (o de las dietas populares) y del nivel de desocupacin: desde 1790 hasta 1850 hubieron al menos tres fuerzas econmicas fundamentales que contribu-yeron, en distintas pocas, a las agitaciones sociales y polticas de Gran

  • 222 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    Bretaa: desocupacin cclica, fluctuacin de las cosechas interiores y desocupacin tecnolgicaY En particular, destaca Eric J. Hobsbawm,

    las depresiones empezaban esencialmente en el sector agrcola -en general, por la mala cosecha- y repercutan en el sector industrial a travs de la falta de materias primas; pero sobre todo a travs de la contraccin de la deman-da nacional, que era principalmente agrcola. En consecuencia, en perodos de precios de caresta, tenda a producirse un alto grado de desocupacin, creando una situacin que casi obligaba a los trabajadores a la agitacin y a la revuelta. 25

    En la Inglaterra de finales del siglo XVIII, las tensiones sociales se agu-dizan en general hacia mayo, junio, en las semanas que preceden a la recogida de la cosecha, cuando se agotan las provisiones del ao anterior y los precios, en consecuencia, suben. Es un modelo de la depresin: el conflicto nace de la crisis de los balances familiares.

    Despus de 1850 aproximadamente, en varios pases occidentales las cosas tendern a cambiar porque, con la mejora de los sistemas de trans-porte y la disminucin del papel econmico y social de la agricultura, las poblaciones urbanas dependern cada vez menos del resultado de la cose-cha. Al contrario, el conflicto social (principalmente animado en estos momentos por los obreros de fbrica) tiende a aumentar precisamente en los perodos de crecimiento econmico y ocupacional: tal crecimiento determina de hecho un aumento del poder contractual de las clases tra-bajadoras y la posibilidad de afrontar mejor los costes del conflicto (pr-didas salariales a causa de las huelgas). A fases de desarrollo econmico sigue, por otra parte, la tendencia de los trabajadores a reivindicar una parte de la acrecentada riqueza social en forma de aumentos salariales.

    El vnculo entre luchas sociales y condiciones econmicas es, sin embargo, una llave interpretativa restringida. La relacin entre economa y sociedad, como se ha dicho en el captulo quinto, no se presta a simples esquematizaciones. Adems, la distincin entre un perodo en que la ten-sin social estara inmediatamente determinada por las urgencias ali-mentarias y una poca caracterizada por conflictos organizados supone una especie de evolucin entre lo inmediato y lo elemental de las agita-ciones sociales que nacen del precio del pan, por un lado y, por el otro, la complejidad de las sucesivas luchas organizadas, por el otro. En un ensa-yo de 1958 que parece hacer suyas las teoras instintualistas de la psico-loga social, Louis Chevaler describe Pars a principios del siglo XIX donde el crecimiento demogrfico y las olas migratorias determinan una congestin urbana de terribles efectos sociales. Encerrada en una especie de mordaza maltusiana, la poblacin parisina ve cmo se derrumban las mismas bases biolgicas: est subalimentada, alcoholizada, enferma, espantosa y repelente en el aspecto fsico,26 dispuesta a la prostitucin

    COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS 223

    y al infanticidio, marcada por los suicidios, asocial, sistemticamente inclinada a la violencia. 27 Al pueblo parisino no le interesa la poltica, no est organizado, intenta ms bien hacerse sitio en un ambiente hostil y, al no conseguirlo, se abandona al odio, a la violencia y a todas las preva-ricaciones posibles.28

    Entre instintos, estructuras biolgicas y determinaciones econmicas, los comportamientos colectivos corren el riesgo de simplificarse excesi-vamente. Antes del conflicto moderno (organizado e institucional), la pro-testa popular es oscura, irracional, espasmdica. As, hace algunas dca-das, J. J. Plumb poda definir elludismo como una jacquerie industrial obtusa y frentica, 29 mientras que T. Ashton crea que los tumultos de los mineros del carbn en el siglo XVIII se podan explicar mediante algo ms elemental que la poltica: se trataba de una reaccin instintiva de la virilidad del hambre.30

    Pero el vnculo puro y simple entre hambre y tensin social empobre-ce gravemente la complejidad de la actuacin comn. La casustica his-trica muestra que las respuestas de la gente a las necesidades econmi-cas son articuladas y complejas. En los comportamientos colectivos se mezclan cuestiones de orden socio-poltico, cuestiones relativas a los valores vigentes y a las culturas locales, problemas de orden pblico (la capacidad de control del Estado) etc., a los que los estudios de corte eco-nmico no siempre han prestado la debida atencin. Comparando esta historiografa de las rebeliones del estmago con los anlisis antropo lgicos dedicados a los grupos primitivos, Edward P. Thompson destaca irnicamente que

    nosotros tenemos conocimiento de todo lo que tiene relacin con el delica-do tejido de normas e intercambios sociales que regulan la vida de los habi-tantes de las Trobriand, y tambin de las energas psquicas implicadas en los cargo cults de la Melanesia; pero en un momento determinado, esa cria-tura social infinitamente compleja que es el hombre melanesio, se transfor-ma -en nuestros anlisis histricos- en el minero ingls del siglo XVIII que se golpea convulsivamente el estmago con las manos y responde slo a est-mulos econmicos elementales.31

    Tanto si es espontneo como organizado, socialmente caracterizado o difuso, ciudadano o rural, es difcil englobar el conflicto social en un esquema.

    Tomemos un clsico fenmeno contra el que se ha ejercido la execra-cin de los apologetas del industrialismo del siglo XIX (y de algunos his-toriadores del siglo xx): aquel ludismo que, destruyendo las nuevas mquinas, parece querer negar a la misma historia su camino progresivo. El movimiento ludista nace, en realidad, de la percepcin colectiva de las complejas consecuencias -econmicas, sociales, culturales- provoca-das por el sistema de fbrica: prdida de la independencia, desocupacin,

  • 224 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    utilizacin de mujeres y nios, modificacin de la calidad de trabajo. No es en absoluto un fenmeno ciego, elemental, irracional, ni est (a pesar de las apariencias) condenado al fracaso. Lo que se pone en marcha, en la Inglaterra de los primeros aos del siglo XIX como respuesta a la ame-naza que representa la emergente organizacin industrial del trabajo, es una protesta espontnea, extendida, violenta, antiinstitucional, y que, sin embargo, dar prueba de notables capacidades organizativas, habilidad tctica, claridad estratgica a la hora de valorar objetivos a perseguir y medios a disposicin y a la hora de buscar alianzas oportunas con otros sectores de la sociedad.

    El movimiento, por mencionar una caracterstica, nunca es indiscri-minado. En Nothingam, en diciembre de 1811 -escribir una hoja local- los ciudadanos Slo destrozaron los telares de los que han dis-minuido los salarios de los obreros; los que no los han disminuido con-servan intactos sus telares>>Y Del mismo modo, en Lancashire, se olvida-rn de las mquinas de hilar de ms modestas proporciones y se destrui-rn slo las ms grandes, utilizadas en las fbricasY El conflicto tiene finalidades concretas, objetivos determinados y es capaz de alcanzar un buen nivel organizativo. Los ludistas actan bajo mandos regulares, cuyo jefe, quien sea de entre ellos, es llamado Generale Ludd, y sus rde-nes son implcitamente obedecidas como si hubiera recibido su autori-dad de manos de un monarca>>.34 Se organizan en pequeas bandas armadas que se [desplazan] con gran rapidez de una aldea a otra con el favor de la obscuridad>>,35 disponen de mosquetes, pistolas y hachas, usan disfraces y mscaras, recogen fondos para las familias de los trabajado-res que han sido despedidos a causa de la destruccin de las mquinas, tienen un sistema de correo que les permite estar informados de lo que sucede en zonas lejanas, alcanzan una movilidad territorial que los pone a cubierto de policas y soldados, consiguen encontrar apoyo en amplias franjas de poblacin, hostiles o desconfiados respecto al proceso de mecanizacin. No hay que olvidar que, aun sin conseguir detener el cre-cimiento del sistema industrial, el ludismo obtuvo importantes resulta-dos, evitando a los empresarios los costes sociales y econmicos que hubieran tenido que afrontar si queran instalar las nuevas tecnologas, Y acabando en consecuencia por retrasar efectivamente la difusin de las mquinas. Despus de las grandes destrucciones de 1830 a manos de los braceros las trilladoras inglesas, por poner un ejemplo, no volveran a los precedentes niveles de difusin. El temor a poner en peligro sus mquinas, sus bienes capitales y quizs su persona, indujo a numerosos empresarios a innovar los sistemas de trabajo con gran cautela. De este modo los beneficios eran inferiores a los que, en teora, se hubieran podi-do obtener, pero en compensacin, destacaban los mismos industriales

  • 226 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    Europa -con su usual fenomenologa de molinos asaltados, emboscadas a los carros cargados de trigo, hornos saqueados, incendios a los pajares-responden a una idea especfica (comn a todos), de lo que es justo y de lo que es injusto, o bien a una especfica nocin de legitimidad. Con nocin de legitimidad -escribe Edward P. Thompson, a propsito de la Inglaterra del siglo XVIII- entiendo que el comportamiento de los hom-bres y de las mujeres estaba guiado por la conviccin comn de defender, de este modo, derechos y costumbres tradicionales; y, ms en general, por la conviccin de gozar de la ms amplia aprobacin de la comunidad.41 Es este sentimiento de la justicia lo que, durante siglos, permite a la gente bajar a la plaza y ser violentos con molineros, agricultores y mercaderes cuando stos parecen aprovecharse de una mala cosecha para subir dema-siado el precio del pan. Esas protestas, con frecuencia radicales, a veces cruentas,

    actuaban segn la concepcin popular que defina la legitimidad o ilegiti-midad de las formas de ejercer el comercio, el molido del trigo, la prepara-cin del pan, etc. Y esta concepcin, a su vez, estaba arraigada en una con-solidada visin tradicional de las obligaciones y de las normas sociales, de las correctas funciones econmicas de las respectivas partes de la comuni-dad que, en su conjunto, constituan la economa moral del pobre. Una ofensa contra estos principios morales, ms que un efectivo estado de priva-cin, era el incentivo habitual para una accin inmediata_>43 (refuerzo fiscal de los Estados, ampliacin de los mercados, urbanizacin, etc.): estos procesos han modificado tanto las formas de expresin como a los mismos actores del conflicto social. Revisando cua-tro siglos de historia francesa, Tilly destaca que, entre los siglos XVII y XVIII, la protesta colectiva se dirige en primer lugar contra el fisco real y sus recaudadores y despus contra el libre comercio de los productos agrcolas (sobre todo del grano). Estas acciones colectivas -antifiscales o para el justo precio del pan- tienen caractersticas propias: se desa-rrollan sobre la base local (la aldea, la parroquia), atacando a los perso-najes considerados como inmediatos responsables de la injusticia (agentes del fisco, comerciantes de harina, molineros, panaderos); asu-men temporal e impropiamente algunos poderes pblicos (fijan el nuevo precio del pan por la violencia popular, secuestran con violencia y distri-

    COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS 227

    buyen colectivamente la harina, etc.); a menudo piden proteccin a las autoridades locales que se muestren abiertas a las instancias populares o tengan inters en sostenerlas (patronal); tienen formas de expresin par-ticulares (asalto a los carros con trigo, destruccin de las barreras adua-neras, expulsin de los recaudadores de impuestos, etc.).

    En poca contempornea, desde mediados del siglo XIX, la protesta popular asumir contenidos y formas distintos. Las luchas sociales se convertirn sobre todo en conflictos laborales (en general, el enfrenta-miento se produce entre patronal y asalariados); sern tendencialmente nacionales y no locales, no ya relacionados con la proteccin de algn patrn del lugar, sino decididamente autnomas de las autoridades cons-tituidas, ms estructuradas, a menudo organizadas en asociaciones espe-cficas; se basarn en programas, slogans y smbolos que indican explci-tamente la pertenencia de los participantes al grupo; se contrapondrn a los poderes pblicos, ms que asumir temporalmente sus funciones; darn vida a nuevos comportamientos, como huelgas, manifestaciones reivindicativas, irrupcin en asambleas oficiales, ocupacin de suelo pblico, etc.

    Para subrayar su carcter no c~sual, Tilly llama repertoire al conjunto de formas de expresin que asume, en los varios perodos, la protesta colectiva, y destaca que cada poblacin posee un repertorio limitado de acciones colectivas y lo sita en escena, cada vez, adaptndolo al objeti-vo del momento, como si fuera una especie de comedia del arte. Detrs de la sucesin de los repertorios se entrev la combinacin de factores poltico-institucionales, transformaciones econmicas, una compleja dia-lctica social y territorial (la relacin entre centro y periferia). Tales tipo-logas reflejan las transformaciones seculares de Occidente, su moderni-zacin, el paso de la comunidad a la sociedad y, al mismo tiempo, se entrelazan con temas locales y contextos concretos. Los comportamien-tos colectivos, dir E. P. Thompson, requieren toda la atencin que los antroplogos prestan a los primitivos de Melanesia o de Amazonia.

    4. Segregacin y movilidad social

    El conflicto social est relacionado con el carcter dinmico de los sistemas occidentales de los siglos XIX-XX, y constituye, en cierto modo, un elemento fisiolgico. Pero las categoras de conflicto y transforma-cin -sobre las que ha insistido la historiografa- no pueden hacer olvi-dar la existencia de fenmenos y mecanismos que van en direccin opuesta a la estabilizacin social. No sera posible comprender, en caso contrario, la esencial capacidad de supervivencia demostrada por lites dirigentes e instituciones pblicas occidentales en los ltimos dos siglos

  • 228 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    (a pesar de los altos costes sociales de la modernizacin), ni el fracaso histrico de las hiptesis de cada y

  • 230 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    de los campesinos hasta el nacimiento ex novo de los cuellos blancos. Las transformaciones ocupacionales de los siglos XIX y XX son demasiado amplias para poder pensar en fenmenos de simple autoreclutamiento. Los obreros de la nueva industria mecnica, por ejemplo, no son slo los descendientes de los viejos artesanos del sector; ni los siete millones de empleados de la Alemania nazi pueden ser, todos ellos, hijos o nietos del milln de cuellos blancos del Reich guillermino. Y, por poner otro ejem-plo, en las postrimeras del siglo, ms del 40 % de los empleados londi-nenses es de extraccin obrera.48 El nacimiento de figuras profesionales y sociales nuevas explica, por tanto, gran parte de los fenmenos de movi-lidad que acompaan a la historia occidental de los siglos XIX-XX.

    Pero esto no significa que la sociedad de mercado sea el paraso de las oportunidades. Claro, las expectativas de progreso colectivo se arraigan en vastos estratos de la opinin pblica de los siglos XIX-XX. Improvement es una palabra clave para comprender el clima cultural de la Inglaterra victoriana y Samuel Smiles con su Self-help (1859) vender, slo en Gran Bretaa, ms de doscientas cincuenta mil copias.49 Y sin embargo, como se ha visto en los captulos anteriores, desigualdades y barreras sociales son numerosas en las sociedades contemporneas. Y si, siguiendo los veloces ritmos del mundo contemporneo, ciertas jerarquas parecen ms mviles de cuanto lo fueran en el Antiguo Rgimen, queda el hecho de que los sistemas de los siglos XIX-XX no carecen de verdaderos aislamien-tos sociales.

    Las lites consiguen con frecuencia mantener cerrados los canales de acceso a sus rangos. Por regla, en los niveles altos de la jerarqua social, el autorreclutamiento es muy rgido. Incluso la aristocracia inglesa, que goza de la fama de estar entre las ms dispuestas a acoger las oportuni-dades econmicas del

  • 232 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    truccin o no se servan de ella; y el contraste entre el que abandonaba la escuela y el que permaneca en ella, o entre quien encontraba trabajo gra-cias a la educacin escolar y para quienes sta era irrelevante [ ... ] aviv la diferencia que se apreciaba entre trabajadores manuales y no manuales.''

    Adems, los caminos de ascensin social, cuando no son una fantasa ideolgica, son de todos modos mediocres. Por ejemplo, los que consi-guen pasar de la clase obrera a oficios no manuales lo hacen casi siem-pre en los niveles ms bajos del mundo de los empleados. Hacia 1900, una gran parte de los cuellos blancos londinenses es de extraccin obre-ra, pero se trata de empleados con funciones y rentas de entre las ms modestas: a menudo son de extraccin obrera los trabajadores de los ferrocarriles (SO %), muchos menos los agentes de seguros (22 %) y los periodistas (13 %), raramente los bien pagados y prestigiosos em-pleados de banco (7 %). Ms que pasos de una a otra de las clases mar-xistas, del proletariado a la burguesa, son desplazamientos en el interior de una zona de frontera situada entre ellas: el lugar ocupado, por un lado, por la pequea burguesa autnoma o dependiente y, por otro, por los sectores altos de la clase obrera.

    La mayor parte de la movilidad, al tener un radio bastante limitado, comporta un movimiento hacia el interior y hacia el exterior de esta zona, ms que un movimiento de las clases hacia las extremidades. Esta es una razn importante que explica por qu generalmente la movilidad no da ori-gen a problemas de adaptacin muy acusados. Los modelos de comporta-miento y el simbolismo social de la clase obrera respetable no deberan ser de particular molestia o extraos para un miembro tpico de la clase media inferior [ ... ]. Parece probable que gran parte de la que se considera movilidad social consista simplemente en fluctuaciones marginales de clase de los miembros de las mismas familias, de una generacin a otra.'

    Es en esta rea social media, en la interseccin entre las dos clases marxistas, donde se producen los principales (aunque reducidos) proce-sos de movilidad, se atena el conflicto social, se amalgaman las culturas y las formas de vida o, por el contrario, se erigen barreras y trincheras de tipo ideolgico. Aqu, los sistemas poltico-sociales del Occidente con-

    '"T temporneo parecen encontrar importantes motivos de desestabiliza-cin. No es una casualidad que el peso poltico de los grupos que perte-necen a l suela ser mayor de lo que se podra pensar por su funcin de mercado o por su nivel organizativo. Por otro lado tampoco se explica la atencin que los gobernantes, polticos, cientficos sociales dedican, entre finales del siglo XIX y principios del xx a las extenuadas aristocracias obreras, a la descompuesta lower-middle class de los empleados, a la mirada de detallistas, a las hundidas pequeas empresas artesanas.

    El esquema que atribuye un grado proporcional de movilidad social a

    r COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS 233 la intensidad del desarrollo econmico es discutible. Los procesos de movilidad, como demuestra perfectamente el caso alemn, no estn nece-sariamente estimulados por el crecimiento econmico o, en cualquier caso, no son contemporneos a l. La sociedad guillermina, que tambin vive una intensa industrializacin, se muestra relativamente inmvil y segmentada: en Bochum, un centro minero del Rhur, en los veinte aos que van de 1880 a 1900, el 80 %de los obreros simples o semiespeciali-zados y el 60 % de los obreros cualificados no obtendrn ninguna mejo-ra en su condicin. 57

    Pero el optimismo implcito a una relacin desarrollo-movilidad se desmiente mediante otra consideracin. Los procesos de movilidad son bidireccionales. Existe tanto una movilidad ascendente como una movi-lidad descendente. En Bochum, casi la mitad de los hijos de los trabaja-dores no manuales tienen que contentarse con ocupaciones manuales.58 En los primeros quince aos del siglo XX, ms del 40 % de la pequea burguesa alemana desciende a una clase inferior respecto al status social de sus familias de origen.59 No slo son los sectores de los empleados y el Mittelstand los que experimentan el fenmeno del declive social. Muchos hijos de obreros especializados no consiguen conservar el nivel de cuali-ficacin de los padres y desempean tareas ms bajas (y menos retribui-das): en Bochum son ms del 30 %. El fenmeno, destacable en el plano poltico y cultural adems de en el sociolgico, se prolongar hasta la segunda mitad del siglo XX. Muchas sociedades industriales -nota Frank Parkin en 1971- estn detectando tener porcentajes de movilidad descendiente ms altos que los de movilidad ascendente. En Gran Bretaa, por ejemplo, ms del 40 % de los nacidos en la clase no manual caer seguramente en la clase de los trabajadores manuales.60

    Por tanto, las contemporneas no son slo sociedades de frontera, que viven en el mito realizado de la ascensin social, del progreso y del self-help: inestabilidad, inseguridad, miedo, son fenmenos colectivos tambin plausibles, los cuales llevan el argumento al tema de partida a cerca de la tensin social y el conflicto.

    Hay que recordar, finalmente, que el problema histrico de la conflic-tividad/estabilidad del Occidente contemporneo no puede prescindir de la consideracin de los factores y los procesos de tipo poltico-institucio-nal: la formacin o la modernizacin de los Estados nacionales, la orga-nizacin de nuevas relaciones entre el centro poltico y las periferias, la nacionalizacin de las masas, el surgimiento de la moderna forma de par-tido y de los sistemas de representacin liberales. Es dentro de un marco poltico-institucional as donde se sitan tanto los conflictos sociales como las capacidades de control y estabilizacin de los poderes consti-tuidos. La modificacin del repertorio de la protesta popular, que Tilly sita entre finales de la edad moderna y principios de la poca contem-

  • 234 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    pornea, se explica tambin con el hecho de que los Estados occidentales se van dotando, en el siglo XIX, de nuevos instrumentos para reprimir a los que -individuos y grupos- tengan comportamientos ilegales o socialmente peligrosos. Gracias a policas, jueces y subsidios estatales, las sociedades contemporneas irn eliminando las masas de mendigos que las atravesaban en el Antiguo Rgimen. Mientras tanto, otras transfor-maciones aprobadas por el poder estatal (la burocratizacin de las rela-ciones pblicas, la difusin de los derechos polticos, la escolarizacin a gran escala, etc.) acaban por homogeneizar los comportamientos, si bien esto no implica necesariamente la reduccin de los desniveles socioeco-nmicos.

    Al problema histrico de la poltica y del Estado -una dimensin con-ceptual y analtica que permite hilvanar algunas de las temticas afron-tadas en este libro- est dedicado el prximo captulo.

    Notas

    l. Citado en E. J. Hobsbawm, Il trion{o della borghesia: 1848-1875, cit., p. 11.

    2. C. Tilly, La Francia in rivolta (trad. it.), Npoles, Guida, 1990. p. 516. 3. Citado en S. Marcus, Engels, Manchester e la classe lavoratrice (trad. it.),

    Turn, Einaudi, 1980, p. 47. 4. M. J. Wiener, Il progresso senza ali. La cultura inglese e il declino dello spi-

    rito industriale: 1850-1980 (trad. it.), Bolonia, Il Mulino, 1985, p. 99. S. Ibdem, p. 100. 6. Citado en E. P. Thompson, Societa patrizia, cultura plebea. Otto saggi di

    antropologa storica sull'Inghilterra del Settecento (trad. it.), Turn, Einaudi, 1981, p. 193.

    7. Ibdem, p. 298. 8. J. Chesneaux, L'Asia Orientale nell'eta dell'imperialismo. Cina, Giappone,

    India e Sud-est asiatico nei secoli XIX e XX (trad. it.), Turn, Einaudi, 1969, p. 90. 9. E. J. Hobsbawm, I banditi. Il banditismo sociale nell'eta moderna (trad.

    it.), Turn, Einaudi, 1974, p. 11. 10. L. Chevalier, Classi lavoratrici e classi pericolose. Parigi nella rivoluzione

    industriale (trad. it.), Bari, Laterza, 1976, p. 4. 11. Ibdem, p. 68. 12. Citado en L. Chevalier, Classi lavoratrici e classi pericolose, cit., p. 87. 13. Citado en G. Stedman Jones, Londra nell'eta vittoriana (trad. it.), Bari,

    De Donato, 1980, p. 215. 14. Ibdem, p. 74. 15 .. Tambin la teora social de inspiracin marxista es, sin embargo, sensi-

    ble a. los Ideales de progreso y racionalidad del siglo XIX, distinguiendo en el pro-le.tanado, en su~ luchas y en su organizacin poltica los intrumentos para cam-b.Iar el.ord~n existente -:-una vez que este orden (burgus) haya cumplido su fun-Cin histnca- y para mstaurar una sociedad libre del conflicto de clase.

    .16 .. Citad? en M .. Olson, La logica dell'azione collettiva. I beni pubblici e la teona dez gruppz (trad. It.), Miln, Feltrinelli, 1983, p. 30.

    1

    \i . ~ '

    COMPORTAMIENTOS COLECTIVOS 235

    17. Citado en A. Mucchi Faina, L'abbraccio della folla. Cento anni di psico-loga collettiva, Bolonia, 11 Mulino, 1985, p. 89.

    18. Ibdem, p. 78. 19. Ibdem, p. 168. 20. M. Olson, La logica dell'azione collettiva, cit., p. 14. 21. J. L. Cohen,

  • 236 LA SOCIEDAD CONTEMPORNEA

    49. Cfr. A. Brggs, L'Inghilterra vittoriana (trad. it.), Roma, Editori Riuniti, 1978, p. 123.

    50. H. Kaelble, Social Mobility in Germany: 1900-1960, Journal o{ Modern History, 50 (1978), n. 3.

    51. H. Kaelble, Borghesia francese e borghesia tedesca: 1870-1914, en J. Kocka (ed.), Borghesie europee dell'Ottocento (trad. it.), Venecia, Marsilio, 1989, p.139.

    52. H. MacLeod, White Collar Values and the Role of Religion, en G. Crossick (ed.), The Lower Middle Class in Britain: 1870-1914, cit., p. 85.

    53. H. Kaelble, Social Mobility in Germany: 1900-1960, Journal o{ Modern History, 50 (1978), n. 3.

    54. Cfr. supra, cap. VII, apartado 4.2. 55. E. J. Hobsbawm, Lavoro, cultura e mentalita nella societa industriale,

    cit., pp. 209-211. 56. F. Parkin, Diseguaglianza di classe e ordinamento poltico, cit., p. 57. 57. D. Crew, Definitions of Modernity: Social Mobility in a German Town,

    1880-l90l,Journal o{ Social History, 7 (1973). 58. Jbidem. 59. H. Kaelble, Social Mobility in Germany: 1900-1960, Journal of

    Modern History, 50 (1978), n. 3. 60. F. Parkin, Diseguaglianza di classe e ordinamento poltico, cit., p. 53.