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Lágrimas De Una Eternidad Carmesí - ForuQ

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Page 1: Lágrimas De Una Eternidad Carmesí - ForuQ
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LÁGRIMAS DE UNA ETERNIDADCARMESÍ(Un cuento gótico)

José Luis Romero Campillos

Page 3: Lágrimas De Una Eternidad Carmesí - ForuQ

LÁGRIMAS DE UNA ETERNIDADCARMESÍ(Un cuento gótico)

José Luis Romero Campillos

Page 4: Lágrimas De Una Eternidad Carmesí - ForuQ

© 2019Editado por Ediciones AlféizarC/ Joan Carles I - 4146715 - Alquería de la Condesa - Valencia - España Revisión: Dana MartínezAutor cubierta: Enrico Pitton Teléfono: 34 644 524 524Email: [email protected] editorial: www.edicionesalfeizar.com

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© 2019Editado por Ediciones AlféizarC/ Joan Carles I - 4146715 - Alquería de la Condesa - Valencia - España Revisión: Dana MartínezAutor cubierta: Enrico Pitton Teléfono: 34 644 524 524Email: [email protected] editorial: www.edicionesalfeizar.com

Page 6: Lágrimas De Una Eternidad Carmesí - ForuQ

A Cristina S. R., mi apoyo constante, el motor de mi existencia, la luz que ilumina y guía mistrémulos pasos la persona que me ha dado la vida aquella en cuyos ojos me pierdo sin remedio

cada noche y cada día.

A mi familia.

A Juan Antonio Jordán (“Mentenebre”), Juan Ángel Laguna (“OcioZero”), Lucía Arca (“Lapluma del ángel caído”), a Daniel Hernández Rodríguez (“La muñeca que tenía el corazón decristal y otros relatos”), a Darío Vilas, a los responsables del e-zine literario (ya desparecido)“Punto de libro”, a Patricia Prida (“Proyecto Terror”) y a Andrea de Recuerdos (“Ciudad de

sombras”), por el apoyo que han prestado siempre a mis textos.

A Victoria Francés por su inspiración, por poner rostro y dar entidad a los personajes yatmósferas de ese oscuro, envolvente mundo, que, desde niño, me fascina y obsesiona

A mis amigos y amigas, por su confianza siempre incondicional en mis humildes e inciertascapacidades.

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A Cristina S. R., mi apoyo constante, el motor de mi existencia, la luz que ilumina y guía mistrémulos pasos la persona que me ha dado la vida aquella en cuyos ojos me pierdo sin remedio

cada noche y cada día.

A mi familia.

A Juan Antonio Jordán (“Mentenebre”), Juan Ángel Laguna (“OcioZero”), Lucía Arca (“Lapluma del ángel caído”), a Daniel Hernández Rodríguez (“La muñeca que tenía el corazón decristal y otros relatos”), a Darío Vilas, a los responsables del e-zine literario (ya desparecido)“Punto de libro”, a Patricia Prida (“Proyecto Terror”) y a Andrea de Recuerdos (“Ciudad de

sombras”), por el apoyo que han prestado siempre a mis textos.

A Victoria Francés por su inspiración, por poner rostro y dar entidad a los personajes yatmósferas de ese oscuro, envolvente mundo, que, desde niño, me fascina y obsesiona

A mis amigos y amigas, por su confianza siempre incondicional en mis humildes e inciertascapacidades.

Page 8: Lágrimas De Una Eternidad Carmesí - ForuQ

“Blood is the life,

Darkness our feeding ground,

At dusk we are strong,

At the wounds of dawn we are gone

We embrace our inmortal life…”

“The Prayer of Eternal Damnation” (13 Candles)

“Went out all night find the victims in the shadows,

in the darkness

Seeking no light fear of mourning,

let me drink the juice of life…”

“Ravens Dusk” (Mystic Circle)

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“Blood is the life,

Darkness our feeding ground,

At dusk we are strong,

At the wounds of dawn we are gone

We embrace our inmortal life…”

“The Prayer of Eternal Damnation” (13 Candles)

“Went out all night find the victims in the shadows,

in the darkness

Seeking no light fear of mourning,

let me drink the juice of life…”

“Ravens Dusk” (Mystic Circle)

Page 10: Lágrimas De Una Eternidad Carmesí - ForuQ

ÍNDICEPreludio

I

II

III

IV

Primera parte

I

II

III

IV

V

VI

VII

Interludio

I

II

Segunda parte

I

II

III

IV

V

VI

VII

Postludio

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ÍNDICEPreludio

I

II

III

IV

Primera parte

I

II

III

IV

V

VI

VII

Interludio

I

II

Segunda parte

I

II

III

IV

V

VI

VII

Postludio

Page 12: Lágrimas De Una Eternidad Carmesí - ForuQ

Preludio

(1839)

Para siempre…

“My blood I gave to thee, my love

So pale and beautiful (…)

My luscious vampyre

You, beauty of night

Take my hand and lead me

To the grave of light…”

“Princess of Twilight” (Embraced)

“My pale enchantress of the night

At last my candle s burning down

The wintermoon is shining bleak

For thee my enchantress…”

“Pale enchantress” (Tristania)

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Preludio

(1839)

Para siempre…

“My blood I gave to thee, my love

So pale and beautiful (…)

My luscious vampyre

You, beauty of night

Take my hand and lead me

To the grave of light…”

“Princess of Twilight” (Embraced)

“My pale enchantress of the night

At last my candle s burning down

The wintermoon is shining bleak

For thee my enchantress…”

“Pale enchantress” (Tristania)

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I

Las sombras aterciopeladas de la noche devoran lenta, confusamente, los últimos resquicios delatardecer...

Todo a mi alrededor (los pulcros candelabros áureos, los sombríos tapices y cortinajes deterciopelo, las suaves alfombras damasquinadas, el enorme lecho velado por un dosel de fina telaescarlata, los arcanos volúmenes de la biblioteca), todo cuanto me rodea en el crepúsculo de esteextraño aposento, parece haber sido arrancado de las deshilachadas páginas de un lúgubre cuentode hadas.

Impaciente, inquieta, conjuro tu voluble presencia desde las oscuras sombras del ocasoinvernal, perdida entre los sombríos muros de este castillo, de esta antigua fortificación pétrea,infestada de húmedos e inaccesibles laberintos.

El frío latente comienza a apoderarse de los ocultos rincones de la estancia en penumbra… elmortecino hálito de la niebla desgarra la pálida luz del ocaso, al otro lado de los gruesosventanales…

Estoy nerviosa.

Mis ojos se detienen sobre la repisa de la chimenea, una vez más…

Una misteriosa clepsidra, cobijada entre las garras de dos monstruosas, aterradoras tarascas denegra piedra, me ayuda a calibrar el suave paso del tiempo a través del continuo goteo de esedenso y oscuro líquido rojizo —casi granate, espeso, brillante— que aloja en su interior. Losminutos parecen transcurrir aquí con una insólita, inconcebible lentitud.

Aun así, pronto, muy pronto, podré volverte a ver… ese es mi único consuelo.

Lo necesito.

Necesito verte… oír tu voz.

Belzabeth…

Te necesito…

Una turbia desazón se apodera de mi vientre cuando pienso en ti.

Descubro entonces tu vaporosa imagen —tenue, nebulosa, resbaladiza—, flotando liviana,abriéndose paso lenta, pausadamente, a través de los intrincados senderos de la memoria,alojándose insidiosamente en mi cabeza, negándose a salir de allí.

Nunca antes había sentido algo por otra mujer.

Nunca, jamás…

Ni tan siquiera hubiera podido imaginar que algo así pudiera llegar a suceder.

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Las sombras aterciopeladas de la noche devoran lenta, confusamente, los últimos resquicios del

Todo a mi alrededor (los pulcros candelabros áureos, los sombríos tapices y cortinajes deterciopelo, las suaves alfombras damasquinadas, el enorme lecho velado por un dosel de fina telaescarlata, los arcanos volúmenes de la biblioteca), todo cuanto me rodea en el crepúsculo de esteextraño aposento, parece haber sido arrancado de las deshilachadas páginas de un lúgubre cuento

Impaciente, inquieta, conjuro tu voluble presencia desde las oscuras sombras del ocasoinvernal, perdida entre los sombríos muros de este castillo, de esta antigua fortificación pétrea,

El frío latente comienza a apoderarse de los ocultos rincones de la estancia en penumbra… elmortecino hálito de la niebla desgarra la pálida luz del ocaso, al otro lado de los gruesos

Una misteriosa clepsidra, cobijada entre las garras de dos monstruosas, aterradoras tarascas denegra piedra, me ayuda a calibrar el suave paso del tiempo a través del continuo goteo de esedenso y oscuro líquido rojizo —casi granate, espeso, brillante— que aloja en su interior. Los

Descubro entonces tu vaporosa imagen —tenue, nebulosa, resbaladiza—, flotando liviana,abriéndose paso lenta, pausadamente, a través de los intrincados senderos de la memoria,

Ahora sé cuán equivocada estaba… cuán equivocados estaban todos.

Y esos ocultos sentimientos, negados desde su origen, enterrados bajo un quebradizo cendal dedesconcierto, pugnan frenéticamente por aflorar a la superficie, me anulan, me hieren… meaterran.

Ignoro cuánto tiempo más podré aguantar sin la oscura luz de tu inmaterial presencia, sin tunegro, embriagador hechizo, sin los ecos de tu nebulosa fragancia otoñal…

En ocasiones sueño contigo…

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Ahora sé cuán equivocada estaba… cuán equivocados estaban todos.

Y esos ocultos sentimientos, negados desde su origen, enterrados bajo un quebradizo cendal dedesconcierto, pugnan frenéticamente por aflorar a la superficie, me anulan, me hieren… meaterran.

Ignoro cuánto tiempo más podré aguantar sin la oscura luz de tu inmaterial presencia, sin tunegro, embriagador hechizo, sin los ecos de tu nebulosa fragancia otoñal…

En ocasiones sueño contigo…

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II

Una inesperada lluvia hace de pronto su aparición golpeando rítmica, frenéticamente, los toscoscristales del ventanal, desgarrando lastimeramente el insidioso silencio imperante en la alcoba.

Las llamas, sinuosas e hipnóticas, crepitan lentamente en el hogar, dotando de vida a laspavorosas figuras de los tapices que, raídos, decolorados, cubren las extensas paredes,confiriendo a la estancia una atmósfera aún más opresiva, si cabe, con su trémulo resplandor…

Llega hasta mis oídos, siempre precedido por un estentóreo fulgor al otro lado de los cristales,el lejano estruendo de los truenos.

El viento silba frenético, amenazador, en el exterior… escucho el impetuoso repiqueteo delagua bramando contra los cristales de forma ensordecedora. Caudalosos ríos, incontrolados,incontrolables, impactando coléricamente sobre la resbaladiza superficie de vidrio.

Me levanto, aproximándome con lentitud al enorme ventanal. Retiro cuidadosamente losgruesos cortinajes de terciopelo carmesí que vedan, celosos, el paso de la débil luz.

Observo, a través de los cristales perlados, el violento telón líquido más allá de las palpitantesestelas reveladas por el vaho de mi respiración, convirtiendo la tierra del descuidado cementerio(ahí abajo, entre cipreses y enredaderas, frente a estos inmensos muros), en dúctil, voluble,maleable barro. La lluvia baña con su tristeza las lápidas agrietadas, resquebrajadas por eldespiadado paso del tiempo… impregna con su furiosa cadencia —profunda, violenta,irrefrenable—, las desconsoladas figuras de piedra que coronan el ancestral panteón.

Incandescentes brasas, mágicas, anhelantes, han terminado tomando el relevo de las extintasllamas en la chimenea.

Encamino mis pasos hacia la cómoda para encender el candelabro. Un relámpago destella a lolejos, iluminando súbita, fantasmagóricamente, los ocultos rincones de la estancia en penumbra…me siento arrebatada… extrañamente subyugada…

Por un momento, advierto mi reflejo en el descascarillado espejo.

Y siento miedo al ver mi expresión allí reflejada…

Sé tan poco de ti, en realidad…

Irrumpiste en mi vida hace apenas dos semanas. Mi pequeño y cerrado mundo estalló en unaviolenta conmoción, un perturbador estremecimiento, desde el preciso instante en que tushermosas pupilas se clavaron en las mías.

Nunca, jamás, podré olvidarlo…

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Una inesperada lluvia hace de pronto su aparición golpeando rítmica, frenéticamente, los toscos

Las llamas, sinuosas e hipnóticas, crepitan lentamente en el hogar, dotando de vida a laspavorosas figuras de los tapices que, raídos, decolorados, cubren las extensas paredes,

Llega hasta mis oídos, siempre precedido por un estentóreo fulgor al otro lado de los cristales,

El viento silba frenético, amenazador, en el exterior… escucho el impetuoso repiqueteo delagua bramando contra los cristales de forma ensordecedora. Caudalosos ríos, incontrolados,

Me levanto, aproximándome con lentitud al enorme ventanal. Retiro cuidadosamente los

Observo, a través de los cristales perlados, el violento telón líquido más allá de las palpitantesestelas reveladas por el vaho de mi respiración, convirtiendo la tierra del descuidado cementerio(ahí abajo, entre cipreses y enredaderas, frente a estos inmensos muros), en dúctil, voluble,maleable barro. La lluvia baña con su tristeza las lápidas agrietadas, resquebrajadas por eldespiadado paso del tiempo… impregna con su furiosa cadencia —profunda, violenta,

Incandescentes brasas, mágicas, anhelantes, han terminado tomando el relevo de las extintas

Encamino mis pasos hacia la cómoda para encender el candelabro. Un relámpago destella a lolejos, iluminando súbita, fantasmagóricamente, los ocultos rincones de la estancia en penumbra…

Irrumpiste en mi vida hace apenas dos semanas. Mi pequeño y cerrado mundo estalló en unaviolenta conmoción, un perturbador estremecimiento, desde el preciso instante en que tus

Acudía sola al teatro. Se trataba de una función que daba inicio a última hora de la tarde, en ellejano momento del despertar de las almas errantes, tras la nebulosa llegada del ocaso.

La representación todavía no había dado comienzo.

Alcé la vista, mientras caminaba ensimismada hacia mi butaca. Nuestros ojos se encontraronentonces. Allí estabas tú, sentada en uno de los palcos, pálida, nocturna majestuosa… tusmovimientos, lentos, ceremoniosos, serenos, envolvían tu figura en una delicada aureola demelancolía.

No dejabas de mirarme…

A pesar de mis intentos, tampoco yo pude dejar de hacerlo.

Una fuerza arrolladora, irrefrenable, me obligaba a buscarte, a encontrarte con la mirada,fascinada por tu porte, tus modos… por tu arrebatadora, espectral belleza.

Tras la actuación, la dama a quien yo había podido vislumbrar solícita, a tu lado, suplicó mipresencia ante su señora… ante ti… la condesa Belzabeth Radetzsku, descendiente de unaaristocrática familia rumana, exiliada hacía más de doscientos años de su remoto país, establecidadiscretamente en esta región desde entonces.

Logré observarte, cautivada, mientras descendías firme, lentamente, por la impresionanteescalinata de mármol. Tus pies parecían flotar en cada oscilación. Me sentí irremediablementeatrapada en las turbulentas redes de tu hechizo…

Soy incapaz de recordar el tema en torno al cuál se concentró la conversación durante esosprimeros, desconcertantes instantes.

Tan sólo unas palabras revolotean quedamente en mi memoria… “Disculpe mi atrevimiento,mas no he podido dejar de observar que ha acudido sola a la representación. Es tarde y las callesson peligrosas para una mujer solitaria. Me gustaría acompañarla. Mi cochero le conducirá a sudomicilio con mucho gusto, si usted, como es lógico, no tiene inconveniente.”

Pude detectar en la calidez de tu voz el levísimo asomo de un acento que resultaba exótico amis oídos. La sensualidad de tu profunda e insinuante mirada me arrebataba el aliento…

Tus ojos, enigmáticos, insondables, se adueñaron de mi pensamiento, se apoderaron de mivoluntad, violándola, quebrantándola, sumiéndola en un nebuloso halo de mórbido deseo. Micorazón se desbocó, jadeante, imparable...

Durante el breve trayecto me hiciste partícipe de un inquietante secreto; una extraña enfermedadte impide entrar en contacto con la luz solar.

Nos vimos la noche siguiente en la ópera. Fue el primero de nuestros encuentros nocturnosconcertados. No fue, desde luego, el último. Desde entonces, no puedo dejar de pensar en ti…

Esta tarde, tu dama de confianza me ha conducido hasta el viejo castillo en que resides (unalóbrega fortificación, adquirida por tus ilustres antepasados varias generaciones atrás),

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Acudía sola al teatro. Se trataba de una función que daba inicio a última hora de la tarde, en el

Alcé la vista, mientras caminaba ensimismada hacia mi butaca. Nuestros ojos se encontraronentonces. Allí estabas tú, sentada en uno de los palcos, pálida, nocturna majestuosa… tusmovimientos, lentos, ceremoniosos, serenos, envolvían tu figura en una delicada aureola de

Una fuerza arrolladora, irrefrenable, me obligaba a buscarte, a encontrarte con la mirada,

Tras la actuación, la dama a quien yo había podido vislumbrar solícita, a tu lado, suplicó mipresencia ante su señora… ante ti… la condesa Belzabeth Radetzsku, descendiente de unaaristocrática familia rumana, exiliada hacía más de doscientos años de su remoto país, establecida

Logré observarte, cautivada, mientras descendías firme, lentamente, por la impresionanteescalinata de mármol. Tus pies parecían flotar en cada oscilación. Me sentí irremediablemente

Soy incapaz de recordar el tema en torno al cuál se concentró la conversación durante esos

Tan sólo unas palabras revolotean quedamente en mi memoria… “Disculpe mi atrevimiento,mas no he podido dejar de observar que ha acudido sola a la representación. Es tarde y las callesson peligrosas para una mujer solitaria. Me gustaría acompañarla. Mi cochero le conducirá a su

Pude detectar en la calidez de tu voz el levísimo asomo de un acento que resultaba exótico a

Tus ojos, enigmáticos, insondables, se adueñaron de mi pensamiento, se apoderaron de mivoluntad, violándola, quebrantándola, sumiéndola en un nebuloso halo de mórbido deseo. Mi

Durante el breve trayecto me hiciste partícipe de un inquietante secreto; una extraña enfermedad

Nos vimos la noche siguiente en la ópera. Fue el primero de nuestros encuentros nocturnos

Esta tarde, tu dama de confianza me ha conducido hasta el viejo castillo en que resides (unalóbrega fortificación, adquirida por tus ilustres antepasados varias generaciones atrás),

alojándome en esta habitación, en este extraño aposento, sin que nadie sospeche de la existenciade esta cita prohibida.

Esta noche estaremos solas tú y yo.

Sé que mi belleza se encuentra en la culminación de su esplendor, mi piel es tersa, mi figura,aún esbelta.

Pienso en la delicadeza de tus gestos, propia tan sólo de un ángel escapado del paraíso…

Y sé que me deseas...

Tanto como yo te deseo a ti.

Pasaré aquí la noche, en esta vieja edificación de piedra, en la que espectrales fantasmas,desterrados de sus tumbas, vigilan ocultos entre las sombras.

No debo explicaciones a nadie, a nadie tengo que dar cuenta de mis actos. Odio a mi padre…nada debe saber de esta cita. Por nada del mundo se lo haría saber…

Y mi madre… mi madre huyó de nuestro hogar hace ya mucho, demasiado tiempo. Nosabandonó a todos a nuestra suerte. Yo apenas contaba con diez años de edad Desapareció, sedesvaneció una glacial noche de invierno, de repente, sin dejar rastro, sin una explicación… sinuna nota de despedida, tan siquiera.

La quería más que a mi propia vida.

Jamás entenderé porqué lo hizo...

Nunca más volvimos a saber de ella.

El gélido, desapacible clima, anuncia sin ambages la inminente llegada de las primeras nevadasinvernales.

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alojándome en esta habitación, en este extraño aposento, sin que nadie sospeche de la existenciade esta cita prohibida.

Esta noche estaremos solas tú y yo.

Sé que mi belleza se encuentra en la culminación de su esplendor, mi piel es tersa, mi figura,aún esbelta.

Pienso en la delicadeza de tus gestos, propia tan sólo de un ángel escapado del paraíso…

Y sé que me deseas...

Tanto como yo te deseo a ti.

Pasaré aquí la noche, en esta vieja edificación de piedra, en la que espectrales fantasmas,desterrados de sus tumbas, vigilan ocultos entre las sombras.

No debo explicaciones a nadie, a nadie tengo que dar cuenta de mis actos. Odio a mi padre…nada debe saber de esta cita. Por nada del mundo se lo haría saber…

Y mi madre… mi madre huyó de nuestro hogar hace ya mucho, demasiado tiempo. Nosabandonó a todos a nuestra suerte. Yo apenas contaba con diez años de edad Desapareció, sedesvaneció una glacial noche de invierno, de repente, sin dejar rastro, sin una explicación… sinuna nota de despedida, tan siquiera.

La quería más que a mi propia vida.

Jamás entenderé porqué lo hizo...

Nunca más volvimos a saber de ella.

El gélido, desapacible clima, anuncia sin ambages la inminente llegada de las primeras nevadasinvernales.

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III

Unos golpes secos en la puerta de la habitación sobresaltan mi ánimo, repentinamente.

Al fin…

Termina mi espera.

Por fin voy a reunirme contigo.

Tu doncella me precede a través de laberínticos corredores en penumbra, húmedos, fríos comoseres agónicos, moribundos, que trataran de escapar de su prisión en las profundidades de latierra.

Llegamos, unos minutos más tarde, al espectacular salón donde esperan las viandas.

La sensación de irrealidad es abrumadora…

Lo que veo al entrar, me corta la respiración.

La fina cubertería perfectamente dispuesta en la enorme, interminable mesa de madera de roble,cubierta por un mantel de delicada tela bordeado de encaje; las frágiles copas de cristal; la cena,servida con exquisito gusto y esmero por los sirvientes; la tenue, cálida iluminación de loscandelabros; el fuego eterno en el hogar y, más allá, ataviada con un largo vestido de terciopelonegro y púrpura, eclipsándolo todo con esa deslumbrante presencia, tú… mi dulce estrellanocturna, mi adorada Belzabeth…

Tus ojos me atrapan de nuevo en su red. Creo naufragar en las abisales profundidades del marzarco que inunda tu mirada, puedo intuir secretos insondables en el turbio destello de tu pasiónvoluptuosa, en las sutiles sombras de tu leve irrealidad.

Lucho desesperadamente por escapar de la zozobra…

Brindamos por nuestro encuentro.

La conversación resulta —a medida que los segundos van transcurriendo, desvaneciéndose—más apasionada, más íntima, más atrevida. El vino, encarnado, fragante como la sangre, embriagapoco a poco mis sentidos.

Observo desconcertada que apenas pruebas bocado.

No consigo rememorar con claridad lo que sucedió tras la cena.

La incertidumbre asalta insidiosamente mi espíritu. Únicamente algunos fragmentos,deshilachados, desordenados quizás, vuelven una y otra vez a mi consciencia, aumentando mi

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Tu doncella me precede a través de laberínticos corredores en penumbra, húmedos, fríos comoseres agónicos, moribundos, que trataran de escapar de su prisión en las profundidades de la

La fina cubertería perfectamente dispuesta en la enorme, interminable mesa de madera de roble,cubierta por un mantel de delicada tela bordeado de encaje; las frágiles copas de cristal; la cena,servida con exquisito gusto y esmero por los sirvientes; la tenue, cálida iluminación de loscandelabros; el fuego eterno en el hogar y, más allá, ataviada con un largo vestido de terciopelonegro y púrpura, eclipsándolo todo con esa deslumbrante presencia, tú… mi dulce estrella

Tus ojos me atrapan de nuevo en su red. Creo naufragar en las abisales profundidades del marzarco que inunda tu mirada, puedo intuir secretos insondables en el turbio destello de tu pasión

La conversación resulta —a medida que los segundos van transcurriendo, desvaneciéndose—más apasionada, más íntima, más atrevida. El vino, encarnado, fragante como la sangre, embriaga

La incertidumbre asalta insidiosamente mi espíritu. Únicamente algunos fragmentos,deshilachados, desordenados quizás, vuelven una y otra vez a mi consciencia, aumentando mi

desasosiego, realzando la sensación de desconcierto que acomete mi espíritu.

Tan sólo me invade una certeza. Abandonamos la sala y avanzamos juntas bajo húmedas,gigantescas bóvedas de piedra, tomadas de la mano, envueltas en la débil, restallante luz delcandil, escuchando el resonante eco de nuestros pasos perdiéndose en la nebulosa inmensidad.

Pude sentir entonces, por vez primera, tu gélido, ansiado contacto, tantas veces soñado tantasveces deseado…

Me resulta imposible describir las contradictorias sensaciones experimentadas en aquel precisoinstante.

Mi voluntad había desaparecido. Mi mente permanecía nublada, no podía pensar en lo queestaba sucediendo, simplemente me dejaba llevar, me dejaba arrastrar por ti.

Fue todo tan extraño… pasos apresurados a través de los solitarios pasadizos… gigantescosportales cediendo a tu empuje… una inmensa sala… la suntuosa oscuridad apenas atenuada porlas llamas que centellean en la chimenea… un camisón de nívea seda cubriendo escasamente tuslibidinosas formas, esculpidas, realzadas bajo la finísima tela… la lujuria desatada,desbordándose desde tu impúdica mirada, más allá de tu perversa sonrisa, acariciandolánguidamente mi cuerpo al compás de una melodía únicamente escuchada en tu depravadamente…

Tan sólo unas palabras, envueltas en tu dulce acento, acuden ahora a mi confusa memoria, una yotra vez. Palabras nostálgicas, volátiles, añorantes palabras tristes que parecen encubrir unlamento, una ilusión desvanecida tiempo atrás… “Me recuerdas a una persona a la que hace untiempo conocí. Te pareces tanto a ella… una persona a la que quise demasiado… una personacuyo nombre era Virginia.”

Virginia… mi madre también se llamaba Virginia…

Mi madre, esa extraña que mi desolado corazón continúa añorando con anhelo a pesar de losaños transcurridos, esa desconocida cuyas facciones, cuya belleza, tal y como todos aquellos quela conocieron se empeñan en recordarme una y otra vez, me legó en herencia.

En ocasiones creo reconocerla, por momentos, en el espejo, mirándome a través de mis propiosojos.

Todo transcurre lenta, muy lentamente, como en un sueño.

Y libero mi mente de los prejuicios, me dejo conducir por tus expertas caricias, me abandonoen el dulce paroxismo del deseo.

He despertado al mediodía. Me siento débil, casi sin fuerzas… agotada…

No recuerdo apenas nada.

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Tan sólo me invade una certeza. Abandonamos la sala y avanzamos juntas bajo húmedas,gigantescas bóvedas de piedra, tomadas de la mano, envueltas en la débil, restallante luz del

Pude sentir entonces, por vez primera, tu gélido, ansiado contacto, tantas veces soñado tantas

Me resulta imposible describir las contradictorias sensaciones experimentadas en aquel preciso

Mi voluntad había desaparecido. Mi mente permanecía nublada, no podía pensar en lo que

Fue todo tan extraño… pasos apresurados a través de los solitarios pasadizos… gigantescosportales cediendo a tu empuje… una inmensa sala… la suntuosa oscuridad apenas atenuada porlas llamas que centellean en la chimenea… un camisón de nívea seda cubriendo escasamente tuslibidinosas formas, esculpidas, realzadas bajo la finísima tela… la lujuria desatada,desbordándose desde tu impúdica mirada, más allá de tu perversa sonrisa, acariciandolánguidamente mi cuerpo al compás de una melodía únicamente escuchada en tu depravada

Tan sólo unas palabras, envueltas en tu dulce acento, acuden ahora a mi confusa memoria, una yotra vez. Palabras nostálgicas, volátiles, añorantes palabras tristes que parecen encubrir unlamento, una ilusión desvanecida tiempo atrás… “Me recuerdas a una persona a la que hace untiempo conocí. Te pareces tanto a ella… una persona a la que quise demasiado… una persona

Mi madre, esa extraña que mi desolado corazón continúa añorando con anhelo a pesar de losaños transcurridos, esa desconocida cuyas facciones, cuya belleza, tal y como todos aquellos que

En ocasiones creo reconocerla, por momentos, en el espejo, mirándome a través de mis propios

Y libero mi mente de los prejuicios, me dejo conducir por tus expertas caricias, me abandono

Un leve, aunque molesto dolor, impregna el costado izquierdo de mi cuello. Observo en él dosminúsculos puntos enrojecidos. Debe haberme picado algún insecto durante la noche.

Vuelvo a encontrarme en la habitación en que fui alojada ayer. No sé cómo he llegado hastaaquí… no consigo recordarlo.

No importa. Esperaré con paciencia a que las sombras extiendan sus brazos sobre el horizonte,ocultando la luz del día, para poder verte otra vez.

Es todo lo que deseo.

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Un leve, aunque molesto dolor, impregna el costado izquierdo de mi cuello. Observo en él dosminúsculos puntos enrojecidos. Debe haberme picado algún insecto durante la noche.

Vuelvo a encontrarme en la habitación en que fui alojada ayer. No sé cómo he llegado hastaaquí… no consigo recordarlo.

No importa. Esperaré con paciencia a que las sombras extiendan sus brazos sobre el horizonte,ocultando la luz del día, para poder verte otra vez.

Es todo lo que deseo.

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IV

Es pronto, todavía.

El tiempo transcurre lento, agónico, ceremonioso…

Una biblioteca repleta de polvorientos tomos revestidos de una inmemorial antigüedad, cubrecasi en su totalidad, una de las enormes paredes de la sala. Tratados de filosofía, metafísica,alquimia, poesía, nigromancia, se amontonan en las estanterías. Obras extrañas, sórdidas,sacrílegas, que hubieran conducido a la hoguera a sus poseedores, siglos atrás.

Fascinada, examino, escudriño minuciosamente los ancestrales volúmenes que pueblan lasestanterías en busca de algún texto que acompañe mi larga y solitaria espera.

Descubro, para mi sorpresa, un ejemplar insólito, inconcebible, entre la maraña de crípticoslibros que le rodean. Una cuidada edición de “Lyrical Ballads”, de William Woodsworth y SamuelColeridge.

Mi madre era una apasionada amante de la poesía. Coleridge era uno de sus autorespredilectos. Recuerdo haber visto cientos de veces los volúmenes de “The poems” en la cómodade su habitación, junto a su cama, los últimos días antes de la desconcertante desaparición. Leía yreleía sus versos, una y otra vez, en busca de nuevos matices, nuevos colores en las palabras queconformaban aquellas bellas composiciones. Me hubiera encantado heredar su delicadasensibilidad en la apreciación de tales placeres.

Extraigo el volumen, expectante… lo abro con un ligero temblor, con una melancólica nostalgia,con un respeto casi reverencial…

Una extraña sensación se apodera de mi ánimo al reencontrarme con aquellas palabras que, contanta delectación, ella paladeaba cuando yo era apenas una niña.

Algo cae de pronto, inesperadamente, al suelo. Algo que ha estado guardado, escondido duranteaños, entre sus páginas.

Se trata de varias hojas de un grueso y tosco papel amarillento, cuidadosamente plegadas. Enellas descubro un turbador texto manuscrito… la escrupulosa, esmerada caligrafía, me resultaextraña, vagamente familiar…

Leo absorta, fascinada, las palabras allí escritas…

«Despierto de repente, sobresaltada, aturdida, desconcertada…

»Puedo sentir los latidos desbocados pulsando en mi interior, mi agitado resuello, elestentóreo temblor en mis brazos… me incorporo en el lecho tratando de controlar el frenéticoritmo de mi respiración. Mis ojos intentan en vano acostumbrarse a la penumbra palpitante,claustrofóbica, de las velas a medio consumir. El denso olor de la cera derretida impregna elaire estancado en la sala.

»Reconozco, tras eternos, interminables segundos de incertidumbre, el singular entorno que

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Una biblioteca repleta de polvorientos tomos revestidos de una inmemorial antigüedad, cubrecasi en su totalidad, una de las enormes paredes de la sala. Tratados de filosofía, metafísica,alquimia, poesía, nigromancia, se amontonan en las estanterías. Obras extrañas, sórdidas,

Fascinada, examino, escudriño minuciosamente los ancestrales volúmenes que pueblan las

Descubro, para mi sorpresa, un ejemplar insólito, inconcebible, entre la maraña de crípticoslibros que le rodean. Una cuidada edición de “Lyrical Ballads”, de William Woodsworth y Samuel

Mi madre era una apasionada amante de la poesía. Coleridge era uno de sus autorespredilectos. Recuerdo haber visto cientos de veces los volúmenes de “The poems” en la cómodade su habitación, junto a su cama, los últimos días antes de la desconcertante desaparición. Leía yreleía sus versos, una y otra vez, en busca de nuevos matices, nuevos colores en las palabras queconformaban aquellas bellas composiciones. Me hubiera encantado heredar su delicada

Extraigo el volumen, expectante… lo abro con un ligero temblor, con una melancólica nostalgia,

Una extraña sensación se apodera de mi ánimo al reencontrarme con aquellas palabras que, con

Algo cae de pronto, inesperadamente, al suelo. Algo que ha estado guardado, escondido durante

Se trata de varias hojas de un grueso y tosco papel amarillento, cuidadosamente plegadas. Enellas descubro un turbador texto manuscrito… la escrupulosa, esmerada caligrafía, me resulta

»Puedo sentir los latidos desbocados pulsando en mi interior, mi agitado resuello, elestentóreo temblor en mis brazos… me incorporo en el lecho tratando de controlar el frenéticoritmo de mi respiración. Mis ojos intentan en vano acostumbrarse a la penumbra palpitante,claustrofóbica, de las velas a medio consumir. El denso olor de la cera derretida impregna el

»Reconozco, tras eternos, interminables segundos de incertidumbre, el singular entorno que

me rodea… abrumador, opresivo, asfixiante pese al gélido manto de la nebulosa tarde invernal.Tengo la sensación de estar despertando de un profundo y prolongado letargo. Me encuentrotan débil…

»Tan sólo ha sido un sueño. Una pesadilla, nada más.

»Un sudor frío se desliza por mi frente, apoderándose paso a paso de mis recuerdos,empañándolos, difuminándolos, reduciéndolos a destellos intermitentes… tan sólo retazosborrosos, lejanos, de una ominosa pesadilla… piezas sueltas, inquietantes, perturbadoras, deun puzle inacabado… empañadas imágenes que acabarán camuflándose entre los recodos de lamente, derritiéndose despacio, como si de cera fundida al calor de una llama se tratara,abriéndose paso hacia los nebulosos abismos de la mente, allí donde, posiblemente, tomaránforma nuevamente, ocultándose para convivir con otros temores, aguardando pacientementeuna nueva oportunidad para manifestarse en la adormecida consciencia…

»Los latidos van disminuyendo gradualmente de intensidad. Mi respiración comienza, poco apoco, a estabilizarse.

»Un pensamiento se repite una y otra vez en mi cerebro, sin certidumbre, sin convicción.

»Un sueño… tan sólo ha sido un sueño… un mal sueño…

»¿Lo ha sido realmente?

»El viento ha dejado repentinamente de soplar, hace tan sólo unos instantes. Una insólita,enfermiza quietud, flota ahora en el ambiente. La terrible, insondable calma, que precede a latempestad».

«La luna, casi completamente devorada por ávidas nubes de alabastro, cede su trono a losprimeros copos de nieve que comienzan a descender lentamente sobre el terreno, arrastrados,diseminados sin remisión por el amargo hálito de la ventisca.

»Un dolor agudo, sordo, apenas reconocible, palpita en uno de los lados de mi garganta.

»De pronto, una certeza asalta mi mente y recuerdo…

»Recuerdo vaga, temerosa, confusamente…

»Con un destello de aprensión, lentamente, me aproximo al espejo. Retiro la tela delcamisón. Observo mi cuello en él. Creo hallar, quejumbrosa, sutil, la reveladora estela de lahuella escarlata…

»De pronto, todo cobra sentido.

»Ahora soy capaz de entender la causa oculta de tantos extraños acontecimientos…sorprendentes sucesos, inexplicablemente concatenados, inconcebiblemente entretejidos,prácticamente fundidos entre sí, que han estado guiando mis pasos hacia este dolorosoinfierno.

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me rodea… abrumador, opresivo, asfixiante pese al gélido manto de la nebulosa tarde invernal.Tengo la sensación de estar despertando de un profundo y prolongado letargo. Me encuentro

»Un sudor frío se desliza por mi frente, apoderándose paso a paso de mis recuerdos,empañándolos, difuminándolos, reduciéndolos a destellos intermitentes… tan sólo retazosborrosos, lejanos, de una ominosa pesadilla… piezas sueltas, inquietantes, perturbadoras, deun puzle inacabado… empañadas imágenes que acabarán camuflándose entre los recodos de lamente, derritiéndose despacio, como si de cera fundida al calor de una llama se tratara,abriéndose paso hacia los nebulosos abismos de la mente, allí donde, posiblemente, tomaránforma nuevamente, ocultándose para convivir con otros temores, aguardando pacientemente

»Los latidos van disminuyendo gradualmente de intensidad. Mi respiración comienza, poco a

»El viento ha dejado repentinamente de soplar, hace tan sólo unos instantes. Una insólita,enfermiza quietud, flota ahora en el ambiente. La terrible, insondable calma, que precede a la

«La luna, casi completamente devorada por ávidas nubes de alabastro, cede su trono a losprimeros copos de nieve que comienzan a descender lentamente sobre el terreno, arrastrados,

»Con un destello de aprensión, lentamente, me aproximo al espejo. Retiro la tela delcamisón. Observo mi cuello en él. Creo hallar, quejumbrosa, sutil, la reveladora estela de la

»Ahora soy capaz de entender la causa oculta de tantos extraños acontecimientos…sorprendentes sucesos, inexplicablemente concatenados, inconcebiblemente entretejidos,prácticamente fundidos entre sí, que han estado guiando mis pasos hacia este doloroso

»Sí… todo concuerda, todo encaja a la perfección…

»Todo encaja…

»Todo. Ahora comprendo lo que me está sucediendo… ahora, como si de repente, sin previoaviso, se hubieran hecho palpables los intangibles hilos que, con especial delicadeza, hilvananlos terribles hechos que han acabado desencadenando esta terrible situación.

»Ya no necesito más evidencias… sólo existen certezas.

»Tu rostro, frío, céreo, etéreo… tu obsesiva aversión a la luz del sol…

»Tus actos, desmedidos, arrogantes, incontrolados…

»Ya no caben más dudas.

»Ahora lo sé, Belzabeth…

»Eres tú, la que en oscuras pesadillas, de su abismal destierro se alza.

»La que taciturna, hierática, al lánguido son de los violines danza, aquella a cuyos ojosfueron vedados por siempre los límpidos destellos del alba, aquella cuya alma fue condenada aun sombrío, lúgubre velo de eterna oscuridad… la que, envuelta en tersas, vaporosas sedas —diluida la silueta tras volutas de niebla—, entre húmedos panteones y criptas inmemoriales, ala espera de saciar su eterna sed, vaga…

»El temor se apodera de mis sentidos, atenaza mis movimientos. Bañada en el salobre rastrode las lágrimas, asaltada por una angustia desgarradora, derrotada por absurdas,inconcebibles certezas, intento evadirme de la aterradora realidad.

»Mas sé que esta noche volverás a hacerlo.

»De nuevo hechizarás mis sentidos, sumiéndolos en el dulce, turbador trance, que conducemi agotado espíritu al olvido.

»Y sé que mi sangre será derramada una vez más… de nuevo se convertirá en el embriagadoricor que bañará tu garganta, manteniendo tu bella piel joven y tersa, fresca, sugerente a pesarde la pavorosa edad sin límite que tu inmortal alma atesora.

»Trato de huir.

»Corro a ciegas, sin mirar atrás, desesperadamente, ansiando aprovechar la últimaoportunidad que la providencia pone en mis manos y que por momentos parece escapar,resbalando huidiza, escurridiza entre mis temblorosos dedos. Corro a toda prisa, sin unadirección preestablecida, sin puntos de referencia, extraviada entre los húmedos, lóbregoscorredores que comunican las distintas estancias de esta siniestra fortificación. Huyo sincontrol, perdida entre las entrañas de un demencial dédalo de idénticos pasillos bañados por lapenumbra, deseando estar equivocada, intentando reescribir las desgastadas páginas de miatávico destino…

»Trato en vano de escapar de esta enloquecedora, ilusoria prisión, antes que sea tarde, antes

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»Todo. Ahora comprendo lo que me está sucediendo… ahora, como si de repente, sin previoaviso, se hubieran hecho palpables los intangibles hilos que, con especial delicadeza, hilvanan

»La que taciturna, hierática, al lánguido son de los violines danza, aquella a cuyos ojosfueron vedados por siempre los límpidos destellos del alba, aquella cuya alma fue condenada a

lúgubre velo de eterna oscuridad… la que, envuelta en tersas, vaporosas sedas —diluida la silueta tras volutas de niebla—, entre húmedos panteones y criptas inmemoriales, a

»El temor se apodera de mis sentidos, atenaza mis movimientos. Bañada en el salobre rastrode las lágrimas, asaltada por una angustia desgarradora, derrotada por absurdas,

»De nuevo hechizarás mis sentidos, sumiéndolos en el dulce, turbador trance, que conduce

»Y sé que mi sangre será derramada una vez más… de nuevo se convertirá en el embriagadoricor que bañará tu garganta, manteniendo tu bella piel joven y tersa, fresca, sugerente a pesar

»Corro a ciegas, sin mirar atrás, desesperadamente, ansiando aprovechar la últimaoportunidad que la providencia pone en mis manos y que por momentos parece escapar,resbalando huidiza, escurridiza entre mis temblorosos dedos. Corro a toda prisa, sin unadirección preestablecida, sin puntos de referencia, extraviada entre los húmedos, lóbregoscorredores que comunican las distintas estancias de esta siniestra fortificación. Huyo sincontrol, perdida entre las entrañas de un demencial dédalo de idénticos pasillos bañados por lapenumbra, deseando estar equivocada, intentando reescribir las desgastadas páginas de mi

»Trato en vano de escapar de esta enloquecedora, ilusoria prisión, antes que sea tarde, antes

que la noche extienda su espectral manto sobre el mundo de los vivos.

»De no ser así, si no consigo hacerlo, la sombra de la eternidad caerá sobre mi atormentadaexistencia, condenando mi alma sin remisión, sin vuelta atrás.

»Y siempre, una y otra vez, termino regresando aquí, a esta extraña habitación en la que fuialojada desde la primera noche, como si todos los corredores, todas las direcciones posiblesencaminaran mis pasos hacia ella en una suerte de eterno, perpetuo retorno…

»Me siento tan débil… todo da vueltas en mi cabeza. Mis sentidos se hallan adormecidos,nublados, como si se encontraran bajo el influjo de un poderoso narcótico… creo estarperdiendo la razón… me siento incapaz de reconocer el camino que conduce a la salida… laoculta, la ansiada, la anhelada salida…»

«Puedo escuchar todavía tus seductoras palabras, flotando, ondeando, diluyéndose en elambiente, sumergiéndose honda, profundamente en los más oscuros rincones de mi aletargadarazón, tratando de vencer mis últimas resistencias, una vez desenmascarado tu negro secreto…

»Aún puedo oírlas, retumbando dulcemente en mis oídos, excitantes, provocadoras,desafiantes… me hablas de amor… un amor inextinguible… incondicional, pasional,frenético… desesperado… me dices que me necesitas, que soy la elegida, aquella que debepasar el resto de sus días a tu lado… la única que puede darle un sentido a tu solitaria,errática vida… palabras hechiceras, halagadoras, tentadoras…

»Me ofreces la vida eterna, la codiciada inmortalidad, la triunfal victoria sobre la despóticatiranía del último estertor…

»Mas en tus ojos destella, resplandece cegador, el frío resuello de la muerte.»

«Estoy aquí por propia voluntad. Nunca lo negué. Dejé atrás tantas cosas… mi casa, mifamilia, mi vida… no me arrepiento de nada. La rutina había terminado apoderándose de mivida… mi vida… mi insípida vida, varada, encallada en las movedizas arenas del cansancio,del tedio, de la dura y cruel indiferencia.

»No amaba a mi marido. Nunca lo hice. Cassandra y Edgar, mis adorados, idolatrados hijos,eran lo único que me importaba, lo único que me ataba a ese mundo vacío y gris en el que pocoa poco naufragaba, ahogándome lenta, dolorosamente… la única razón por la cuál nunca antesme había atrevido a dar el salto y escapar de mi terrible existencia.

»Pero ahora ellos ya son mayores. Edgar es un joven muy despierto. Cassandra, la pequeña,es ya una mujer.

»Ya no me necesitan.

»Es mejor así.

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»De no ser así, si no consigo hacerlo, la sombra de la eternidad caerá sobre mi atormentada

»Y siempre, una y otra vez, termino regresando aquí, a esta extraña habitación en la que fuialojada desde la primera noche, como si todos los corredores, todas las direcciones posibles

»Me siento tan débil… todo da vueltas en mi cabeza. Mis sentidos se hallan adormecidos,nublados, como si se encontraran bajo el influjo de un poderoso narcótico… creo estarperdiendo la razón… me siento incapaz de reconocer el camino que conduce a la salida… la

«Puedo escuchar todavía tus seductoras palabras, flotando, ondeando, diluyéndose en elambiente, sumergiéndose honda, profundamente en los más oscuros rincones de mi aletargada

»Aún puedo oírlas, retumbando dulcemente en mis oídos, excitantes, provocadoras,desafiantes… me hablas de amor… un amor inextinguible… incondicional, pasional,frenético… desesperado… me dices que me necesitas, que soy la elegida, aquella que debepasar el resto de sus días a tu lado… la única que puede darle un sentido a tu solitaria,

»Me ofreces la vida eterna, la codiciada inmortalidad, la triunfal victoria sobre la despótica

«Estoy aquí por propia voluntad. Nunca lo negué. Dejé atrás tantas cosas… mi casa, mifamilia, mi vida… no me arrepiento de nada. La rutina había terminado apoderándose de mivida… mi vida… mi insípida vida, varada, encallada en las movedizas arenas del cansancio,

»No amaba a mi marido. Nunca lo hice. Cassandra y Edgar, mis adorados, idolatrados hijos,eran lo único que me importaba, lo único que me ataba a ese mundo vacío y gris en el que pocoa poco naufragaba, ahogándome lenta, dolorosamente… la única razón por la cuál nunca antes

»Pero ahora ellos ya son mayores. Edgar es un joven muy despierto. Cassandra, la pequeña,

»Creí sentir algo por ti, Belzabeth, algo demasiado fuerte para ignorarlo, algo que no habíasentido nunca antes.

»Sé que me amaste. Sé que me amarás… que llorarás amargamente por mí… pero ahora lavenda ha caído de mis ojos.

»Hoy es el día.

»Presiento que pretendes cerrar el ciclo esta misma noche, tras la caída del crepúsculo,cuando las incorpóreas sombras enmascaren nuestros rostros.

»Pero no lo lograrás.

»No…

»Es demasiado alto el precio a pagar. No derramaré una sola gota de sangre que no sea mía.Mi decisión es firme.

»He logrado sustraer un cuchillo durante la comida, hace tan sólo unos minutos. Tussirvientes no parecen haberse dado cuenta. Su agudo filo se convertirá en mi aliado, en miredentor. Abandonaré la vida antes de que despiertes de tu letargo, mi estimada Belzabeth.

»Y aquí sepultaré mi confesión, entre las cálidas páginas de este preciado libro, mireconfortante compañero, fiel hasta el último instante…

»Tan sólo una preocupación asedia ahora mi extenuada mente, martilleando mi desgarradaconciencia una y otra vez, ahora que se aproxima inexorable el momento final.

»Quizás nadie llegue a leer nunca estas palabras… es lo más probable. Posiblementeyacerán aquí, ocultas, anónimas, ignoradas hasta que las ásperas caricias del tiempo acabenemborronando los temblorosos trazos, convirtiéndolos en el oscuro, intangible, sutil polvo deun sueño.

»De un mal sueño…

»Virginia Richardson, en el año

de Nuestro Señor de 1832.»

Richardson… Virginia Richardson… el pulso se desboca en mi interior…

No consigo salir de mi asombro.

Richardson… el apellido de soltera de mi madre…

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»Creí sentir algo por ti, Belzabeth, algo demasiado fuerte para ignorarlo, algo que no había

»Sé que me amaste. Sé que me amarás… que llorarás amargamente por mí… pero ahora la

»Presiento que pretendes cerrar el ciclo esta misma noche, tras la caída del crepúsculo,

»Es demasiado alto el precio a pagar. No derramaré una sola gota de sangre que no sea mía.

»He logrado sustraer un cuchillo durante la comida, hace tan sólo unos minutos. Tussirvientes no parecen haberse dado cuenta. Su agudo filo se convertirá en mi aliado, en mi

»Y aquí sepultaré mi confesión, entre las cálidas páginas de este preciado libro, mi

»Tan sólo una preocupación asedia ahora mi extenuada mente, martilleando mi desgarrada

»Quizás nadie llegue a leer nunca estas palabras… es lo más probable. Posiblementeyacerán aquí, ocultas, anónimas, ignoradas hasta que las ásperas caricias del tiempo acabenemborronando los temblorosos trazos, convirtiéndolos en el oscuro, intangible, sutil polvo de

Fue ella, mi madre, quien escribió el texto… un texto fechado en el año de su desaparición.

Yo soy Cassandra, la hija de la cuál habla. Mi hermano se llama Edgar.

Mi madre estuvo recluida en esta misma edificación, en esta habitación.

Mi madre…

La carta aporta una reveladora luz a la situación.

Mi madre estuvo a escasos pasos de la inmortalidad.

Ella rechazó tu ofrecimiento…

Pero yo, aun habiendo heredado sus suaves, hermosas facciones, soy distinta a ella.

Ahora soy yo la elegida…

Y te espero de nuevo, mi dulce Belzabeth, porque tu necesidad es la mía, porque sé que menecesitas tanto como yo te necesito a ti.

Asediada, lastrada sin misericordia por sórdidos eones de espera y desaliento, busco anhelantemi camino entre las tortuosas sombras de la medianoche. Un brumoso sendero, oculto, tenue,perdido, que conduzca mis trémulos pasos hacia la ansiada eternidad.

Convertida en depositaria de tus más íntimos y aterradores secretos, ahora sé que eres tú quienme guiará en mi viaje… tú, quien con tus sangrientos besos, me revelará la senda abismal quedebo cruzar.

El deseo inunda nuestras miradas y me siento como Eva frente al Árbol de la Sabiduría, incapazde resistir la tentación de la lujuriosa manzana… sucumbiendo al fatídico ofrecimiento quecondenará mi frágil alma al exilio…

Tus labios comienzan a abrirse lenta, carnalmente, conformando una voluptuosa sonrisa quedeja entrever unos agudos colmillos, a la espera del sangriento festín.

Comienza la ceremonia.

Ligada, unida a ti, por los siglos de los siglos por siempre…

Para siempre…

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Fue ella, mi madre, quien escribió el texto… un texto fechado en el año de su desaparición.

Yo soy Cassandra, la hija de la cuál habla. Mi hermano se llama Edgar.

Mi madre estuvo recluida en esta misma edificación, en esta habitación.

Mi madre…

La carta aporta una reveladora luz a la situación.

Mi madre estuvo a escasos pasos de la inmortalidad.

Ella rechazó tu ofrecimiento…

Pero yo, aun habiendo heredado sus suaves, hermosas facciones, soy distinta a ella.

Ahora soy yo la elegida…

Y te espero de nuevo, mi dulce Belzabeth, porque tu necesidad es la mía, porque sé que menecesitas tanto como yo te necesito a ti.

Asediada, lastrada sin misericordia por sórdidos eones de espera y desaliento, busco anhelantemi camino entre las tortuosas sombras de la medianoche. Un brumoso sendero, oculto, tenue,perdido, que conduzca mis trémulos pasos hacia la ansiada eternidad.

Convertida en depositaria de tus más íntimos y aterradores secretos, ahora sé que eres tú quienme guiará en mi viaje… tú, quien con tus sangrientos besos, me revelará la senda abismal quedebo cruzar.

El deseo inunda nuestras miradas y me siento como Eva frente al Árbol de la Sabiduría, incapazde resistir la tentación de la lujuriosa manzana… sucumbiendo al fatídico ofrecimiento quecondenará mi frágil alma al exilio…

Tus labios comienzan a abrirse lenta, carnalmente, conformando una voluptuosa sonrisa quedeja entrever unos agudos colmillos, a la espera del sangriento festín.

Comienza la ceremonia.

Ligada, unida a ti, por los siglos de los siglos por siempre…

Para siempre…

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Primera parte

(1841)

Anochecer en el jardín de las almas

“I walk through the garden

touching rain like sparkling diamonds

walking next to you

in the garden of innocence…”

“Garden” (Asrai)

“We embrace like two lovers at death

A monument to the trapping of breath

As restriction is bled from the veins in my neck

To drop roses on my marbled breast

I lust for the wind and the flurry of leaves

And the perfume of flesh on the murderous breeze

To learn from the dark and the voices between…”

“The Forest Whispers My Name” (Cradle of Filth)

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Primera parte

(1841)

Anochecer en el jardín de las almas

“I walk through the garden

touching rain like sparkling diamonds

walking next to you

in the garden of innocence…”

“Garden” (Asrai)

“We embrace like two lovers at death

A monument to the trapping of breath

As restriction is bled from the veins in my neck

To drop roses on my marbled breast

I lust for the wind and the flurry of leaves

And the perfume of flesh on the murderous breeze

To learn from the dark and the voices between…”

“The Forest Whispers My Name” (Cradle of Filth)

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I

—Cassandra…

Había sido su voz, su propia voz, extraña, quejumbrosa, teñida de una infinita tristeza, la que,de pronto, había roto el silencio purpúreo de su aletargada consciencia.

Edgar abrió los ojos. Estaban empañados.

Sintió la líquida tibieza deslizándose con extraña lentitud mejillas abajo, recorriendo sinurgencia su delicada piel. Un correoso nudo le oprimía la garganta. Su pulso latía alterado. Unaimagen, diáfana, obsesiva, continuaba flotando en el negro lodazal de su mente, repitiéndose una yotra vez —menos nítida, más atenuada a cada segundo transcurrido—, torturándole, negándose adesaparecer como el eco lejano e inquietante de un intangible lamento.

Se incorporó levemente en el banco de piedra sobre el que yacía, aturdido aún. Recogió ellargo cabello —oscuro, agradecido, lustroso— a la altura de su nuca, atándolo con ayuda de unadelgada cinta de seda que llevaba anudada en su muñeca. La suave fragancia exhalada por unasrosas rojas tardías agrupadas en un frondoso macizo próximo al banco, alcanzó lentamente susfosas nasales, sumiendo en una especie de éxtasis sus adormecidos sentidos.

Miró a su alrededor tras enjugar el etéreo rastro de las lágrimas con el dorso de su mano.Distintas especies arbustivas y algunas —escasas— flores, resistentes a las inclemenciasotoñales, cubrían el suelo distribuidas en extraños parterres en torno a su posición.

Continuaba allí, solo, desconcertado, dentro de los sombríos confines del jardín encantado.

El hechizo, frágil cual copa de delicado y fino cristal en las desmañadas manos de un infante, sehabía hecho, de pronto, añicos.

Todo había sido un sueño, sólo un sueño… un dulce espejismo rescatado por su atormentadamente desde las veladas celdas del olvido, nada más.

Nada más…

Un escalofrío recorrió su cuerpo.

La superficie del banco sobre la que se encontraba sentado estaba helada. La humedadatravesaba sus ropas ahora que el sol se había ocultado ya entre los espesos recodos de las nubes,allá en lo alto. Con un ligero temblor logró enfundarse la tosca prenda de abrigo que descansaba asu lado, una especie de casaca negra de tres cuartos, abotonándola a toda prisa, arrebujándoseconfortablemente en la acogedora calidez del forro.

Su mirada se encontró nuevamente con una de las ostentosas estatuas que, a cada trecho,parecían velar por la intimidad del centenario jardín… un querubín alado con rostro de expresiónabatida, cuyos pétreos rizos se derramaban lánguidos sobre los pliegues de su túnica, señalaba elsuelo con su estilizado dedo desde lo alto de su pedestal cubierto por la hiedra, llorando quizás,pensó, por la existencia del infierno en la tierra… ese infierno que él conocía tan bien.

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Había sido su voz, su propia voz, extraña, quejumbrosa, teñida de una infinita tristeza, la que,

Sintió la líquida tibieza deslizándose con extraña lentitud mejillas abajo, recorriendo sinurgencia su delicada piel. Un correoso nudo le oprimía la garganta. Su pulso latía alterado. Unaimagen, diáfana, obsesiva, continuaba flotando en el negro lodazal de su mente, repitiéndose una yotra vez —menos nítida, más atenuada a cada segundo transcurrido—, torturándole, negándose a

Se incorporó levemente en el banco de piedra sobre el que yacía, aturdido aún. Recogió ellargo cabello —oscuro, agradecido, lustroso— a la altura de su nuca, atándolo con ayuda de unadelgada cinta de seda que llevaba anudada en su muñeca. La suave fragancia exhalada por unasrosas rojas tardías agrupadas en un frondoso macizo próximo al banco, alcanzó lentamente sus

Miró a su alrededor tras enjugar el etéreo rastro de las lágrimas con el dorso de su mano.Distintas especies arbustivas y algunas —escasas— flores, resistentes a las inclemencias

El hechizo, frágil cual copa de delicado y fino cristal en las desmañadas manos de un infante, se

Todo había sido un sueño, sólo un sueño… un dulce espejismo rescatado por su atormentada

La superficie del banco sobre la que se encontraba sentado estaba helada. La humedadatravesaba sus ropas ahora que el sol se había ocultado ya entre los espesos recodos de las nubes,allá en lo alto. Con un ligero temblor logró enfundarse la tosca prenda de abrigo que descansaba asu lado, una especie de casaca negra de tres cuartos, abotonándola a toda prisa, arrebujándose

Su mirada se encontró nuevamente con una de las ostentosas estatuas que, a cada trecho,parecían velar por la intimidad del centenario jardín… un querubín alado con rostro de expresiónabatida, cuyos pétreos rizos se derramaban lánguidos sobre los pliegues de su túnica, señalaba elsuelo con su estilizado dedo desde lo alto de su pedestal cubierto por la hiedra, llorando quizás,

El escalofrío se repitió una vez más. En esta ocasión se trataba de la respuesta de sudestemplado organismo frente a la reconfortante sensación de estar entrando nuevamente en calor.Sus labios dejaron escapar un tenue suspiro. Ahora se sentía mejor.

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El escalofrío se repitió una vez más. En esta ocasión se trataba de la respuesta de sudestemplado organismo frente a la reconfortante sensación de estar entrando nuevamente en calor.Sus labios dejaron escapar un tenue suspiro. Ahora se sentía mejor.

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II

Hacía al menos cinco años que Edgar no había pisado Houmpton Manor, la residencia señorialque le vio nacer. Ayer, al fin, había regresado al atávico lugar que siempre había considerado suhogar, con la infinitud de la tristeza grabada a fuego en la mirada.

Tanto lord Houmpton (su padre y legítimo propietario de la elegante mansión), como Cassandra(su joven y adorada hermana), habían fallecido dos años atrás, contando con menos de sesentaaños el primero y con apenas veinte la segunda.

Edgar, ignorante acerca de lo sucedido, había recibido la fatal nueva hacía tan sólo dos días, amuchas millas de allí, tras encontrarse con uno de los antiguos criados en una taberna de lacapital. Destrozado, completamente abatido, se puso en marcha de inmediato.

El trayecto estuvo marcado por el mal tiempo, como si de un fatídico, estremecedor presagio,se tratase.

Edgar, taciturno, roto por el dolor, fue recibido a su llegada, aquella aciaga tarde, por elpersonal de servicio de Houmpton Manor, con el viejo señor Sanders (mayordomo principal yhombre de confianza de lord Houmpton), a la cabeza de la comitiva. Uno a uno, todos los allípresentes fueron transmitiéndole sus deferentes —y en muchos casos, fingidas— condolencias, enun ambiente gris y silencioso, tan sólo quebrado por los enigmáticos silbidos y los poderososembates, casi regulares, con que el viento racheado azotaba los vastos ventanales de la fastuosamansión.

Lord Houmpton, a diferencia del resto de su familia, no era demasiado apreciado por la mayorparte del servicio. Pese a su insistencia en clamar a los cuatro vientos su pretendida comunión conlos postulados del protestantismo y el cristianismo, tenía fama de dispensar un trato cruel ydespótico a la amedrentada servidumbre. Del mismo modo, se habían extendido entre lossirvientes incómodos rumores acerca del libidinoso acoso al que había estado sometiendo aalgunas de las jóvenes criadas a lo largo de los últimos años, camuflado entre las sombras, enoscuros rincones perdidos entre los muros de la vasta mansión. Las sirvientas, hostigadas,atemorizadas, intimidadas por el enorme poder del cual hacía gala el señor de la casa, habíanaguantado en silencio, negando ante los demás las humillaciones a las que se habían vistosometidas en contra de su voluntad durante todo este largo tiempo (hechos que habían tenido lugarincluso en la época en que la ingenua lady Houmpton, desconocedora de la denigrante situación,ajena totalmente a ella, todavía se encontraba entre los vivos).

La lluvia, frenética, intensa, hizo de pronto su aparición allá fuera, bajo la claridad sanguíneadel crepúsculo naciente, en el momento en que el aire, extenuado, cesó de suspirar.

Edgar, cabizbajo, con los ojos empañados en lágrimas, agradeció la respetuosa acogida. Unaextraña mezcolanza de sentimientos se apoderó de su alma marchita al recorrer los familiares,sobrecogedores muros de la atávica mansión.

El anciano sir Anthony, su abuelo paterno y único superviviente de la estirpe familiar, le habíarecibido en el lecho con los brazos abiertos. Sir Anthony yacía en cama aquejado, al parecer, deuna enfermedad incurable.

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Hacía al menos cinco años que Edgar no había pisado Houmpton Manor, la residencia señorialque le vio nacer. Ayer, al fin, había regresado al atávico lugar que siempre había considerado su

Tanto lord Houmpton (su padre y legítimo propietario de la elegante mansión), como Cassandra(su joven y adorada hermana), habían fallecido dos años atrás, contando con menos de sesenta

Edgar, ignorante acerca de lo sucedido, había recibido la fatal nueva hacía tan sólo dos días, amuchas millas de allí, tras encontrarse con uno de los antiguos criados en una taberna de la

El trayecto estuvo marcado por el mal tiempo, como si de un fatídico, estremecedor presagio,

Edgar, taciturno, roto por el dolor, fue recibido a su llegada, aquella aciaga tarde, por elpersonal de servicio de Houmpton Manor, con el viejo señor Sanders (mayordomo principal yhombre de confianza de lord Houmpton), a la cabeza de la comitiva. Uno a uno, todos los allípresentes fueron transmitiéndole sus deferentes —y en muchos casos, fingidas— condolencias, enun ambiente gris y silencioso, tan sólo quebrado por los enigmáticos silbidos y los poderososembates, casi regulares, con que el viento racheado azotaba los vastos ventanales de la fastuosa

Lord Houmpton, a diferencia del resto de su familia, no era demasiado apreciado por la mayorparte del servicio. Pese a su insistencia en clamar a los cuatro vientos su pretendida comunión conlos postulados del protestantismo y el cristianismo, tenía fama de dispensar un trato cruel ydespótico a la amedrentada servidumbre. Del mismo modo, se habían extendido entre lossirvientes incómodos rumores acerca del libidinoso acoso al que había estado sometiendo aalgunas de las jóvenes criadas a lo largo de los últimos años, camuflado entre las sombras, enoscuros rincones perdidos entre los muros de la vasta mansión. Las sirvientas, hostigadas,atemorizadas, intimidadas por el enorme poder del cual hacía gala el señor de la casa, habíanaguantado en silencio, negando ante los demás las humillaciones a las que se habían vistosometidas en contra de su voluntad durante todo este largo tiempo (hechos que habían tenido lugarincluso en la época en que la ingenua lady Houmpton, desconocedora de la denigrante situación,

La lluvia, frenética, intensa, hizo de pronto su aparición allá fuera, bajo la claridad sanguínea

Edgar, cabizbajo, con los ojos empañados en lágrimas, agradeció la respetuosa acogida. Unaextraña mezcolanza de sentimientos se apoderó de su alma marchita al recorrer los familiares,

El anciano sir Anthony, su abuelo paterno y único superviviente de la estirpe familiar, le habíarecibido en el lecho con los brazos abiertos. Sir Anthony yacía en cama aquejado, al parecer, de

Estaba comenzando a anochecer. Edgar se retiró con la promesa de volver al dormitorio de sirAnthony a la mañana siguiente para tomar el desayuno junto a él. Tenía tantas preguntas que hacer,tantas historias que escuchar de sus apagados labios…

Edgar rechazó azorado, presentando sus disculpas, la cena que le habían preparado lascocineras. No tenía hambre. Se hallaba terriblemente agotado por el largo viaje.

El señor Sanders ordenó que fueran dispuestos sus aposentos de inmediato, sin mayor demora.

Edgar volvió a deambular por los extensos y oscuros corredores de la inquietante mansión. Losrecuerdos, dolorosos más allá de cuanto hubiera podido imaginar, fueron invadiendo gradualmentesu ánimo, apoderándose poco a poco de él.

A pesar de todo, sentía que lo necesitaba… su espíritu lo ansiaba, necesitaba volver a aquelloslugares donde todo había sucedido, enfrentarse a sus fantasmas, a aquellos parajes que habíanconstituido su refugio y que habían guardado sus secretos a lo largo de tantos años.

Ahora estaba allí, nuevamente.

Había vuelto.

La oscuridad se cernía lentamente sobre la vieja casa y sus alrededores, bailando al compás deltamborileo de las gotas al otro lado de los cristales empañados, al tiempo que se derramabafunesta, doliente, sobre el atormentado espíritu de Edgar, ensombreciendo, aún más, sus turbios,lúgubres pensamientos.

A pesar de lo sucedido años atrás, Edgar se hallaba firmemente convencido de que su padrejamás había llegado a contar a nadie la verdadera razón por la cuál él, su propio hijo, se habíavisto obligado a abandonar precipitadamente, de un modo inesperado e intempestivo, la vetustamansión solariega unos años atrás, ya que, en tal caso. el honor de toda la familia hubiera sidopuesto en tela de juicio.

El mundo de lord Houmpton era el de las apariencias y la hipocresía social. Jamás habríapermitido que aquel suceso (aquella historia que, de haber llegado a hacerse pública, hubierahecho caer irremediablemente en la deshonra a la familia), llegara a oídos de aquellos que lerodeaban.

Ahora, a través de las preguntas y los comentarios que todos le hacían, había podido comprobarque sus sospechas eran acertadas. El padre de Edgar había hecho creer a todo el mundo que, trasuna acalorada discusión, su hijo se había marchado a buscar trabajo a la capital, harto de la vidade ocio que llevaba hasta el momento en Houmpton Manor.

Lo que Edgar no sabía es que sir George Adler, uno de sus primos carnales, algunos años mayorque él —perteneciente a la rama paterna de la familia—, miembro destacado de la nobleza de la

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Estaba comenzando a anochecer. Edgar se retiró con la promesa de volver al dormitorio de sirAnthony a la mañana siguiente para tomar el desayuno junto a él. Tenía tantas preguntas que hacer,

Edgar rechazó azorado, presentando sus disculpas, la cena que le habían preparado las

Edgar volvió a deambular por los extensos y oscuros corredores de la inquietante mansión. Losrecuerdos, dolorosos más allá de cuanto hubiera podido imaginar, fueron invadiendo gradualmente

A pesar de todo, sentía que lo necesitaba… su espíritu lo ansiaba, necesitaba volver a aquelloslugares donde todo había sucedido, enfrentarse a sus fantasmas, a aquellos parajes que habían

La oscuridad se cernía lentamente sobre la vieja casa y sus alrededores, bailando al compás deltamborileo de las gotas al otro lado de los cristales empañados, al tiempo que se derramabafunesta, doliente, sobre el atormentado espíritu de Edgar, ensombreciendo, aún más, sus turbios,

A pesar de lo sucedido años atrás, Edgar se hallaba firmemente convencido de que su padrejamás había llegado a contar a nadie la verdadera razón por la cuál él, su propio hijo, se habíavisto obligado a abandonar precipitadamente, de un modo inesperado e intempestivo, la vetustamansión solariega unos años atrás, ya que, en tal caso. el honor de toda la familia hubiera sido

El mundo de lord Houmpton era el de las apariencias y la hipocresía social. Jamás habríapermitido que aquel suceso (aquella historia que, de haber llegado a hacerse pública, hubierahecho caer irremediablemente en la deshonra a la familia), llegara a oídos de aquellos que le

Ahora, a través de las preguntas y los comentarios que todos le hacían, había podido comprobarque sus sospechas eran acertadas. El padre de Edgar había hecho creer a todo el mundo que, trasuna acalorada discusión, su hijo se había marchado a buscar trabajo a la capital, harto de la vida

Lo que Edgar no sabía es que sir George Adler, uno de sus primos carnales, algunos años mayorque él —perteneciente a la rama paterna de la familia—, miembro destacado de la nobleza de la

ciudad y despreciado por Cassandra en sus sucesivos intentos de seducción, había estadosometiendo a chantaje a su padre durante todos estos años en los que él había estado viviendo enla capital, ajeno a lo que allí sucedía.

Sir George era el único testigo, la única persona que conocía la verdad —aquel fatídico año, seencontraba alojado en Houmpton Manor durante el periodo estival, invitado por lord Houmpton, yfue él quien, una calurosa tarde, descubrió atónito, espantado, aquello que estaba sucediendo enlas oscuras profundidades del arcano jardín—. Sir George había aprovechado esta circunstanciapara vender caro su silencio.

Tanto Edgar como su hermana, Cassandra, habían nacido y crecido entre los estrictos muros dela residencia señorial. Él vio la luz a finales de 1817, mientras que su hermana lo hizo dos añosmás tarde, en el verano de 1819. Sus padres contrataron, prácticamente desde el principio, unainstitutriz y varios maestros, algunos de ellos doctores en inquietantes materias, que se encargaronde proporcionar una esmerada educación a sus hijos a lo largo de su niñez y juventud.

Edgar y Cassandra compartieron una infancia feliz hasta el fatídico día en que lady Virginia, lamadre, desapareció sin dejar rastro durante el gélido invierno de 1832.

La historia de la familia había estado teñida por la tragedia desde aquel preciso instante.

A pesar de todo, Edgar y Cassandra, habían logrado salir adelante gracias a su inquebrantablecapacidad de superación. A pesar de que la expresión de Cassandra quedó contaminada por unatristeza trágica, amarga, el vínculo emocional y afectivo entre los dos hermanos se vio reforzado apartir de la desaparición de lady Houmpton. Pasaron a ser uña y carne desde entonces y losiguieron siendo hasta que, años más tarde, un luctuoso acontecimiento separó sus entretejidasvidas. Llegado aquel momento, Edgar tuvo que abandonar Houmpton Manor en circunstancias algoconfusas. Buscó alojamiento en la capital y terminó como aprendiz en el taller de un viejo maestrode alfarería, quien, durante los dos primeros años, se encargó de retribuir sus servicios a cambiode techo y comida. Posteriormente, comenzó a recibir un exiguo sueldo por los trabajosrealizados. Así estuvo malviviendo durante aproximadamente cinco años, hasta que, dos díasatrás, uno de los sirvientes de la casa señorial ahora jubilado, coincidió con él en una taberna deLondres, informándole entonces de la tragedia; su hermana, Cassandra y su padre, habían fallecidohacía algo más de dos años, afectados por una extraña manifestación de anemia que habíaconsumido su esencia vital en escasas jornadas.

Nadie pudo avisar a Edgar de los fallecimientos en su momento, pues ni su abuelo, ni ningunade las personas que trabajaban en la mansión, conocía el paradero real de Edgar.

Consumido por la desesperanza, Edgar decidió regresar.

La mañana se había tintado de gris.

En el dormitorio de sir Anthony se respiraba un ambiente húmedo, insalubre.

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ciudad y despreciado por Cassandra en sus sucesivos intentos de seducción, había estadosometiendo a chantaje a su padre durante todos estos años en los que él había estado viviendo en

Sir George era el único testigo, la única persona que conocía la verdad —aquel fatídico año, seencontraba alojado en Houmpton Manor durante el periodo estival, invitado por lord Houmpton, yfue él quien, una calurosa tarde, descubrió atónito, espantado, aquello que estaba sucediendo enlas oscuras profundidades del arcano jardín—. Sir George había aprovechado esta circunstancia

Tanto Edgar como su hermana, Cassandra, habían nacido y crecido entre los estrictos muros dela residencia señorial. Él vio la luz a finales de 1817, mientras que su hermana lo hizo dos añosmás tarde, en el verano de 1819. Sus padres contrataron, prácticamente desde el principio, unainstitutriz y varios maestros, algunos de ellos doctores en inquietantes materias, que se encargaron

Edgar y Cassandra compartieron una infancia feliz hasta el fatídico día en que lady Virginia, la

A pesar de todo, Edgar y Cassandra, habían logrado salir adelante gracias a su inquebrantablecapacidad de superación. A pesar de que la expresión de Cassandra quedó contaminada por unatristeza trágica, amarga, el vínculo emocional y afectivo entre los dos hermanos se vio reforzado apartir de la desaparición de lady Houmpton. Pasaron a ser uña y carne desde entonces y losiguieron siendo hasta que, años más tarde, un luctuoso acontecimiento separó sus entretejidasvidas. Llegado aquel momento, Edgar tuvo que abandonar Houmpton Manor en circunstancias algoconfusas. Buscó alojamiento en la capital y terminó como aprendiz en el taller de un viejo maestrode alfarería, quien, durante los dos primeros años, se encargó de retribuir sus servicios a cambiode techo y comida. Posteriormente, comenzó a recibir un exiguo sueldo por los trabajosrealizados. Así estuvo malviviendo durante aproximadamente cinco años, hasta que, dos díasatrás, uno de los sirvientes de la casa señorial ahora jubilado, coincidió con él en una taberna deLondres, informándole entonces de la tragedia; su hermana, Cassandra y su padre, habían fallecidohacía algo más de dos años, afectados por una extraña manifestación de anemia que había

Nadie pudo avisar a Edgar de los fallecimientos en su momento, pues ni su abuelo, ni ninguna

Las ventanas se hallaban cerradas a cal y canto y la enorme chimenea estaba encendida. Aunasí, Edgar comenzó a sentir un frío desazonador masticando lentamente sus huesos.

El anciano sir Anthony hablaba lentamente, con la pesadumbre reflejada en los ojos. La charlagiró en torno a los hechos acontecidos durante el largo periodo de tiempo que Edgar había pasadofuera de la residencia señorial. Tenían mucho de lo que hablar. Habían pasado tantas, tantascosas… tantos sucesos que Edgar desconocía… el inesperado ingreso de su hermana Cassandraen un convento tras su partida… su posterior regreso a Houmpton Manor, tres años más tarde,apenas unos meses antes de la aparición de aquella cruel enfermedad que desembocó en suprematuro fallecimiento… el desconcierto de los galenos ante la extraña afección… la arrebatadalocura de su padre al cobrar consciencia de la irreversibilidad del proceso por el cual la vida deCassandra se consumía presurosamente y sin explicación racional alguna… su propia ysorprendente muerte, días más tarde, dolorosa, agónica, al parecer contagiado del mismoinexplicable mal que había afligido a su hija…

Fueron tantas las amargas sensaciones que estas palabras le produjeron a Edgar, tan intensos losremordimientos que, sórdidos, acusadores, asaltaron su desconsolada mente, que le resultóimposible reprimir el cálido torrente de lágrimas que, brotado directamente desde algún lugar desu consumido corazón, bañó dolorosamente sus mejillas.

Edgar decidió a media tarde, tras superar sus iniciales recelos —temía reencontrarse con susrecuerdos, arañar viejas heridas, todavía abiertas—, acercarse a visitar el jardín.

El jardín…

Ese inmenso jardín, oscuro y mágico, en el interior de cuyos confines se había perdido tantasveces durante su infancia, fascinado por todo cuanto allí podía ver, oír, oler, tocar y sentir.

Traspasar el umbral, suponía entrar en un mundo encantado, sobrenatural, donde seductorascriaturas mitológicas, ángeles y arcángeles de mirada terrible, parecían cobrar vida sobre suspedestales, ante los sorprendidos ojos del visitante.

Durante años, el majestuoso jardín de la residencia señorial, diseñado y construido en el año1693 por encargo de un ilustre antepasado de lord Houmpton —su tatarabuela, Alice Holmes(Alice Houmpton, tras su boda con sir Robert Houmpton, miembro destacado de la aristocraciabritánica de la época), una apasionada admiradora de los grandes jardines que engalanaban lasmansiones de recreo de algunos de sus adinerados compatriotas, había sido el paraíso para Edgar.

El matrimonio Houmpton había celebrado unos años antes su luna de miel, viajando a distintospaíses de Europa. En Italia y Francia, gracias a los contactos de sir Robert, tuvieron laoportunidad de visitar varias de aquellas villas señoriales (así como ciertos castillos y palacios),que, según se contaba en aquella época, albergaban en sus terrenos algunos de los más bellosjardines que había creado el ser humano desde los tiempos de la antigüedad clásica. Jardinespertenecientes al estilo renacentista, como los de la Villa Pratolino, al norte de Florencia; losjardines de la Villa Lante, en Bagnaia, cerca de Viterbo; el jardín de los monstruos de Bomarzo…jardines barrocos como los de la Villa Mansi en Segromigno; los jardines de Villa Garzoni, en

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Las ventanas se hallaban cerradas a cal y canto y la enorme chimenea estaba encendida. Aun

El anciano sir Anthony hablaba lentamente, con la pesadumbre reflejada en los ojos. La charlagiró en torno a los hechos acontecidos durante el largo periodo de tiempo que Edgar había pasadofuera de la residencia señorial. Tenían mucho de lo que hablar. Habían pasado tantas, tantascosas… tantos sucesos que Edgar desconocía… el inesperado ingreso de su hermana Cassandraen un convento tras su partida… su posterior regreso a Houmpton Manor, tres años más tarde,apenas unos meses antes de la aparición de aquella cruel enfermedad que desembocó en suprematuro fallecimiento… el desconcierto de los galenos ante la extraña afección… la arrebatadalocura de su padre al cobrar consciencia de la irreversibilidad del proceso por el cual la vida deCassandra se consumía presurosamente y sin explicación racional alguna… su propia ysorprendente muerte, días más tarde, dolorosa, agónica, al parecer contagiado del mismo

Fueron tantas las amargas sensaciones que estas palabras le produjeron a Edgar, tan intensos losremordimientos que, sórdidos, acusadores, asaltaron su desconsolada mente, que le resultóimposible reprimir el cálido torrente de lágrimas que, brotado directamente desde algún lugar de

Edgar decidió a media tarde, tras superar sus iniciales recelos —temía reencontrarse con sus

Ese inmenso jardín, oscuro y mágico, en el interior de cuyos confines se había perdido tantas

Traspasar el umbral, suponía entrar en un mundo encantado, sobrenatural, donde seductorascriaturas mitológicas, ángeles y arcángeles de mirada terrible, parecían cobrar vida sobre sus

Durante años, el majestuoso jardín de la residencia señorial, diseñado y construido en el año1693 por encargo de un ilustre antepasado de lord Houmpton —su tatarabuela, Alice Holmes(Alice Houmpton, tras su boda con sir Robert Houmpton, miembro destacado de la aristocraciabritánica de la época), una apasionada admiradora de los grandes jardines que engalanaban lasmansiones de recreo de algunos de sus adinerados compatriotas, había sido el paraíso para Edgar.

El matrimonio Houmpton había celebrado unos años antes su luna de miel, viajando a distintospaíses de Europa. En Italia y Francia, gracias a los contactos de sir Robert, tuvieron laoportunidad de visitar varias de aquellas villas señoriales (así como ciertos castillos y palacios),que, según se contaba en aquella época, albergaban en sus terrenos algunos de los más bellosjardines que había creado el ser humano desde los tiempos de la antigüedad clásica. Jardinespertenecientes al estilo renacentista, como los de la Villa Pratolino, al norte de Florencia; losjardines de la Villa Lante, en Bagnaia, cerca de Viterbo; el jardín de los monstruos de Bomarzo…jardines barrocos como los de la Villa Mansi en Segromigno; los jardines de Villa Garzoni, en

Collodi; los del Parc de Saint-Cloud, en París; aquellos que circundan, exuberantes, el palacio deVersalles… Pudieron admirar, de este modo, hipnóticas fuentes adornadas con hermosísimosgrupos escultóricos, enrevesados laberintos confeccionados con setos hábilmente podados,avenidas de árboles centenarios, parterres multicolores, sinuosos estanques… todo un desplieguede maravillas que fascinaron de tal modo a los recién desposados que, a su regreso, decidieroncontratar a uno de los más célebres arquitectos de jardín italianos de la época. Su misión fue la dediseñar e impulsar la puesta en marcha de uno de aquellos inmensos y espectaculares vergeles enlos terrenos anexos a Houmpton Manor, la villa solariega que el padre de sir Robert había hechoconstruir en las afueras de la ciudad y que, antes de su fallecimiento, había legado al matrimonio.Dicha mansión solariega había sido construida sobre el terreno que había ocupado una antiguaabadía cisterciense, destruida casi un siglo antes, pasto de las llamas. El padre de sir Robert sehabía hecho, años después del incendio, con los derechos de propiedad del suelo donde habíaestado emplazada la abadía durante varios siglos y encargó la construcción de la mansiónrespetando los escasos restos del monumental edificio religioso, ahora en ruinas, que habíanquedado en pie —varias gigantescas arcadas y algunos grupos de columnas de piedra, así comopequeños y deteriorados fragmentos, dispersos, de los seculares muros del recinto—, dotando deeste modo de una extraña apariencia decadentista al entorno de la mansión. Con la construccióndel jardín, unos años más tarde, aquellos restos, cobijados bajo la húmeda sombra de lasenredaderas, quedaron plenamente integrados dentro de la arquitectura del mismo, pasando aconvertirse en parte de las misteriosas maravillas de que hacía gala Houmpton Manor.

Toda una variada gama de especies arbóreas y arbustivas, muchas de ellas autóctonas y algunasimportadas desde lejanas latitudes, pasaron a formar parte con el tiempo, de aquel idílico edén.Árboles de nudosas ramas, místicos, enigmáticos, mudos testigos del inexorable paso del tiempo—robles, olmos, cedros, tuyas, encinas, arces—, que abrigaban con su relajada sombra alocasional visitante, frágiles flores de una belleza sin igual, que mantenían el lugar tintado duranteprácticamente todo el año, con los mil y un colores de la paleta cromática —rojo, púrpura, azul,violeta, blanco, naranja, amarillo—... distintas variedades de gladiolos, jacintos, rosas, violetas,malvas, derramándose desde los abigarrados macizos, creando una ilusión de onírica ensoñacióncon sus volátiles fragancias en los cálidos días de primavera y del estío.

Lady Alice Houmpton falleció sin ver finalizadas las obras de su ansiado paraíso.

Desde aquel momento, generación tras generación, el jardín había constituido un lugar de recreoy ostentación en el que año tras año, habían sido programadas innumerables fiestas y recepcionescon una única finalidad, la de demostrar al resto del mundo que en aquella alejada región de lavieja Europa también se podían realizar obras fastuosas, obras que revelaban el incalculablepoder económico del que hacían gala las clases más altas de su caduca sociedad.

Con la traumática desaparición de su esposa (lady Virginia), la frecuencia de las visitas deesparcimiento de lord Houmpton al jardín fueron disminuyendo progresivamente, llegando,durante los últimos años de estancia de Edgar en Houmpton Manor, a ser cada vez más

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Collodi; los del Parc de Saint-Cloud, en París; aquellos que circundan, exuberantes, el palacio deVersalles… Pudieron admirar, de este modo, hipnóticas fuentes adornadas con hermosísimosgrupos escultóricos, enrevesados laberintos confeccionados con setos hábilmente podados,avenidas de árboles centenarios, parterres multicolores, sinuosos estanques… todo un desplieguede maravillas que fascinaron de tal modo a los recién desposados que, a su regreso, decidieroncontratar a uno de los más célebres arquitectos de jardín italianos de la época. Su misión fue la dediseñar e impulsar la puesta en marcha de uno de aquellos inmensos y espectaculares vergeles enlos terrenos anexos a Houmpton Manor, la villa solariega que el padre de sir Robert había hechoconstruir en las afueras de la ciudad y que, antes de su fallecimiento, había legado al matrimonio.Dicha mansión solariega había sido construida sobre el terreno que había ocupado una antiguaabadía cisterciense, destruida casi un siglo antes, pasto de las llamas. El padre de sir Robert sehabía hecho, años después del incendio, con los derechos de propiedad del suelo donde habíaestado emplazada la abadía durante varios siglos y encargó la construcción de la mansiónrespetando los escasos restos del monumental edificio religioso, ahora en ruinas, que habíanquedado en pie —varias gigantescas arcadas y algunos grupos de columnas de piedra, así comopequeños y deteriorados fragmentos, dispersos, de los seculares muros del recinto—, dotando deeste modo de una extraña apariencia decadentista al entorno de la mansión. Con la construccióndel jardín, unos años más tarde, aquellos restos, cobijados bajo la húmeda sombra de lasenredaderas, quedaron plenamente integrados dentro de la arquitectura del mismo, pasando a

Toda una variada gama de especies arbóreas y arbustivas, muchas de ellas autóctonas y algunasimportadas desde lejanas latitudes, pasaron a formar parte con el tiempo, de aquel idílico edén.Árboles de nudosas ramas, místicos, enigmáticos, mudos testigos del inexorable paso del tiempo—robles, olmos, cedros, tuyas, encinas, arces—, que abrigaban con su relajada sombra alocasional visitante, frágiles flores de una belleza sin igual, que mantenían el lugar tintado duranteprácticamente todo el año, con los mil y un colores de la paleta cromática —rojo, púrpura, azul,violeta, blanco, naranja, amarillo—... distintas variedades de gladiolos, jacintos, rosas, violetas,malvas, derramándose desde los abigarrados macizos, creando una ilusión de onírica ensoñación

Desde aquel momento, generación tras generación, el jardín había constituido un lugar de recreoy ostentación en el que año tras año, habían sido programadas innumerables fiestas y recepcionescon una única finalidad, la de demostrar al resto del mundo que en aquella alejada región de lavieja Europa también se podían realizar obras fastuosas, obras que revelaban el incalculable

Con la traumática desaparición de su esposa (lady Virginia), la frecuencia de las visitas deesparcimiento de lord Houmpton al jardín fueron disminuyendo progresivamente, llegando,durante los últimos años de estancia de Edgar en Houmpton Manor, a ser cada vez más

esporádicas y realizadas tan sólo en las soleadas horas del mediodía. Esta situación hizo que tantoEdgar como su hermana, tras aceptar y asumir las nuevas circunstancias, incrementaran sus visitasaquellas tardes en que el tiempo era bueno.

Sir Anthony, previendo su inminente fallecimiento y habiendo dispuesto ante notario unainconmensurable suma de dinero a tal efecto, había ordenado a sus jardineros cuidar y mantener enbuen estado el inmenso jardín, proporcionando las atenciones necesarias todas las mañanas hastaque dicha suma llegara a agotarse.

Edgar había vuelto a internarse en los umbríos confines del jardín encantado.

El mágico verdor lucía espectacular bajo el tibio calor del sol otoñal aquella extraña tarde.

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esporádicas y realizadas tan sólo en las soleadas horas del mediodía. Esta situación hizo que tantoEdgar como su hermana, tras aceptar y asumir las nuevas circunstancias, incrementaran sus visitasaquellas tardes en que el tiempo era bueno.

Sir Anthony, previendo su inminente fallecimiento y habiendo dispuesto ante notario unainconmensurable suma de dinero a tal efecto, había ordenado a sus jardineros cuidar y mantener enbuen estado el inmenso jardín, proporcionando las atenciones necesarias todas las mañanas hastaque dicha suma llegara a agotarse.

Edgar había vuelto a internarse en los umbríos confines del jardín encantado.

El mágico verdor lucía espectacular bajo el tibio calor del sol otoñal aquella extraña tarde.

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III

Ya no se escuchaban los cadenciosos trinos que habían mecido, minutos antes, su delicadoletargo. Cientos de exuberantes plantas bellamente ataviadas con atuendos de un palpitante verdorpara la ocasión, rodeaban al frente y a su espalda el viejo banco de piedra grisácea en el queahora se hallaba incómodamente sentado. Su mirada volvió a deambular en torno a su posición.

El viejo jardín…

Un desconcertante edén, antiguo y majestuoso, arrebatado de los confines del paraíso para eldisfrute de unos pocos elegidos. Cientos de colores; mil matices diferentes, diferenciados;embriagadoras formas y fragancias…

Allá donde la mirada descansaba, mil y una sensaciones desbordaban, hipnóticas, los sentidos.Silenciosos árboles centenarios, tranquilos, serenos, ahora escasos de hojas y tiznados aquí y allápor informes mechones de una tonalidad parda, amarillenta, bajo el brumoso influjo del hálitootoñal. Frondosos helechos, derramándose lujuriosos a cada paso, invadiendo sin límite los vagosmárgenes de las avenidas sin nombre. Puentes de piedra que atraviesan pequeños estanques,bellas balaustradas arropadas bajo tupidos y evocadores mantos de musgo, muros ancestrales,ocultos en parte bajo la eterna sombra de las enredaderas, guarecidos por las flores escarlata ypúrpura de las buganvillas…

Sí. Seguía allí, en aquel entorno mágico, atávico, embrujado… íntimamente ligado a él desdelas más recónditas y oscuras simas de su subconsciente, como si una fuerza mayor,incomprensible, le impidiera deshacer los nudos que le encadenaban desde su más tempranainfancia a ese fascinante lugar.

Siempre, desde el principio, había sido así. Una suerte de éxtasis se apoderaba de su mente ysus sentidos cada vez que sus ojos se posaban sobre aquella melancólica belleza que, húmeda,fragante, le había envuelto una y otra vez a lo largo de su infancia y su juventud, acunándole,arrullándole, atrapándole glacialmente en su multicolor abrazo.

Ahora volvía a experimentar de nuevo esa reconfortante sensación, volvía a sumergirse en laprofundidad de los olores, en las difuminadas sombras de mil y un colores, en la serenidad deloscuro y tentador silencio. Aquel misterioso, sugestivo jardín, continuaba ejerciendo tras largosaños de ausencia, un subyugante influjo sobre él. El mismo paisaje, espeso y opresivo en el que sehabía extraviado su mente agotada minutos atrás, la misma belleza, eterna y engañosa, que habíateñido los hilos de su inquietante, sorprendente, sueño.

Una desmayada calma parecía revestir el majestuoso entorno. No había nadie más allí.

Estaba solo.

“Solo” —pensó.

Solo, de nuevo, una vez más.

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Ya no se escuchaban los cadenciosos trinos que habían mecido, minutos antes, su delicadoletargo. Cientos de exuberantes plantas bellamente ataviadas con atuendos de un palpitante verdorpara la ocasión, rodeaban al frente y a su espalda el viejo banco de piedra grisácea en el que

Un desconcertante edén, antiguo y majestuoso, arrebatado de los confines del paraíso para eldisfrute de unos pocos elegidos. Cientos de colores; mil matices diferentes, diferenciados;

Allá donde la mirada descansaba, mil y una sensaciones desbordaban, hipnóticas, los sentidos.Silenciosos árboles centenarios, tranquilos, serenos, ahora escasos de hojas y tiznados aquí y allápor informes mechones de una tonalidad parda, amarillenta, bajo el brumoso influjo del hálitootoñal. Frondosos helechos, derramándose lujuriosos a cada paso, invadiendo sin límite los vagosmárgenes de las avenidas sin nombre. Puentes de piedra que atraviesan pequeños estanques,bellas balaustradas arropadas bajo tupidos y evocadores mantos de musgo, muros ancestrales,ocultos en parte bajo la eterna sombra de las enredaderas, guarecidos por las flores escarlata y

Sí. Seguía allí, en aquel entorno mágico, atávico, embrujado… íntimamente ligado a él desdelas más recónditas y oscuras simas de su subconsciente, como si una fuerza mayor,incomprensible, le impidiera deshacer los nudos que le encadenaban desde su más temprana

Siempre, desde el principio, había sido así. Una suerte de éxtasis se apoderaba de su mente ysus sentidos cada vez que sus ojos se posaban sobre aquella melancólica belleza que, húmeda,fragante, le había envuelto una y otra vez a lo largo de su infancia y su juventud, acunándole,

Ahora volvía a experimentar de nuevo esa reconfortante sensación, volvía a sumergirse en laprofundidad de los olores, en las difuminadas sombras de mil y un colores, en la serenidad deloscuro y tentador silencio. Aquel misterioso, sugestivo jardín, continuaba ejerciendo tras largosaños de ausencia, un subyugante influjo sobre él. El mismo paisaje, espeso y opresivo en el que sehabía extraviado su mente agotada minutos atrás, la misma belleza, eterna y engañosa, que había

Tan solo como lo había estado, lejos de allí, durante los últimos años. Tan solo como se habíasentido prácticamente durante toda su vida… solo con sus pensamientos, luchando contra ellos,buscando en los oscuros recovecos de su mente el cabo del ovillo que le ayudara a escapar deaquel enmarañado dédalo de agridulces recuerdos en el que se hallaba eternamente extraviado.

Ella no estaba allí. Ya nunca estaría allí, ni en ningún otro lugar. Todo había sido un sueño. Unmaldito sueño, tan sólo un sueño… algo irreal, ilusorio, pero tan vívido, tan cercano, tan real a unmismo tiempo…

Por unos segundos, su mente atormentada, adormecida, liberada de la férrea presión de laconsciencia, había logrado revivir durante fugaces segundos aquellos instantes que la vida real,sometida a sus crueles e implacables leyes, le había negado ya para siempre. El cansancio habíapodido más que su debilitada voluntad.

Desde su posición podía divisar —a lo lejos, más allá, en un nivel superior del terreno— lasextrañas avenidas conformadas por hileras paralelas de acebos, cuyas fantasmagóricas ramas,entrelazadas en lo alto, robaban la luz del sol conformando el sombrío túnel que, finalmente,desembocaba en el laberinto encantado.

El laberinto prohibido… recóndito, hermético…

Su mente le condujo, por un instante, de vuelta a su lejana niñez. Misteriosos muros esmeralda,envueltos en una tenue neblina, setos de arbustos esmeradamente recortados, altos, compactos,insondables, una abigarrada confusión de hojas redondeadas y tallos invisibles que ocultaban a lavista enigmáticos senderos y pasadizos, donde oscuros secretos se mantenían a salvo. El lugardonde tantas veces jugó con Cassandra. El lugar que, más tarde, arropó su amor.

La luz comenzaba a declinar, lentamente.

“Debería marcharme antes de que se haga más tarde. Pronto caerá la noche.”

No debía demorarse. Era suficiente por hoy. Sabía que debía irse antes de que anocheciera,aunque allí se sentía protegido, reconfortado, a salvo del mundo exterior… ese mundo hostil alque debía enfrentarse, sin ayuda alguna, cada nuevo día.

“Tan sólo unos minutos más…”

Una extraña mezcolanza de fragantes aromas y acres olores procedentes de la descomposiciónvegetal le sorprendió de pronto, trayendo de vuelta a su memoria los días previos a su partida,varios años atrás. Recuerdos amargos, tortuosos, volvieron a asaltar su mente.

Habían pasado años, demasiados tal vez, desde aquella lejana noche de verano, cálida,asfixiante, bañada en la pesada fragancia del jazmín… aquel último instante en que sus pieshabían hollado la verde humedad del césped, aquella última vez en que la había visto con vida…aquel último momento en el que había podido disfrutar de sus dulces, delicadas caricias, allí, enaquel arrebatado edén.

La culpa pesaba como una losa sobre sus espaldas.

Ella no volvería.

La temperatura era ahora muy diferente. El sombrío otoño, preludio de gélidas nieves y turbias

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Tan solo como lo había estado, lejos de allí, durante los últimos años. Tan solo como se habíasentido prácticamente durante toda su vida… solo con sus pensamientos, luchando contra ellos,buscando en los oscuros recovecos de su mente el cabo del ovillo que le ayudara a escapar de

Ella no estaba allí. Ya nunca estaría allí, ni en ningún otro lugar. Todo había sido un sueño. Unmaldito sueño, tan sólo un sueño… algo irreal, ilusorio, pero tan vívido, tan cercano, tan real a un

Por unos segundos, su mente atormentada, adormecida, liberada de la férrea presión de laconsciencia, había logrado revivir durante fugaces segundos aquellos instantes que la vida real,sometida a sus crueles e implacables leyes, le había negado ya para siempre. El cansancio había

Desde su posición podía divisar —a lo lejos, más allá, en un nivel superior del terreno— lasextrañas avenidas conformadas por hileras paralelas de acebos, cuyas fantasmagóricas ramas,entrelazadas en lo alto, robaban la luz del sol conformando el sombrío túnel que, finalmente,

Su mente le condujo, por un instante, de vuelta a su lejana niñez. Misteriosos muros esmeralda,envueltos en una tenue neblina, setos de arbustos esmeradamente recortados, altos, compactos,insondables, una abigarrada confusión de hojas redondeadas y tallos invisibles que ocultaban a lavista enigmáticos senderos y pasadizos, donde oscuros secretos se mantenían a salvo. El lugar

No debía demorarse. Era suficiente por hoy. Sabía que debía irse antes de que anocheciera,aunque allí se sentía protegido, reconfortado, a salvo del mundo exterior… ese mundo hostil al

Una extraña mezcolanza de fragantes aromas y acres olores procedentes de la descomposiciónvegetal le sorprendió de pronto, trayendo de vuelta a su memoria los días previos a su partida,

Habían pasado años, demasiados tal vez, desde aquella lejana noche de verano, cálida,asfixiante, bañada en la pesada fragancia del jazmín… aquel último instante en que sus pieshabían hollado la verde humedad del césped, aquella última vez en que la había visto con vida…aquel último momento en el que había podido disfrutar de sus dulces, delicadas caricias, allí, en

La temperatura era ahora muy diferente. El sombrío otoño, preludio de gélidas nieves y turbias

tormentas, había hecho su aparición unas semanas atrás.

Un mórbido silencio parecía ir adueñándose del solitario lugar a medida que el sol, trémulo,sangrante, iba tiñendo con un leve matiz escarlata todo cuanto abarcaba la vista, justo antes deesconderse tras la inalcanzable línea del horizonte.

Enjugó las lágrimas con un gesto de su mano.

Era inútil continuar mortificándose por lo que había sucedido ya no había vuelta atrás.

Nunca la habría ya. Nunca.

El tiempo avanzaba, inexorable.

Húmedos jirones de resbaladiza, espesa neblina, comenzaban a derramarse sobre lasamenazantes formas que le rodeaban, cubriendo insidiosamente sus retorcidos contornos,acariciándolos, lamiéndolos, despojándolos pausada, despiadadamente, de su hálito vital,transfigurándolos en fantasmagóricas siluetas danzando bajo la incierta luz del crepúsculoagonizante.

Era hora de volver a casa.

Las sombras de la noche ya se deslizaban tenebrosas a su alrededor en el preciso instante enque Edgar decidió, finalmente, levantarse del banco.

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tormentas, había hecho su aparición unas semanas atrás.

Un mórbido silencio parecía ir adueñándose del solitario lugar a medida que el sol, trémulo,sangrante, iba tiñendo con un leve matiz escarlata todo cuanto abarcaba la vista, justo antes deesconderse tras la inalcanzable línea del horizonte.

Enjugó las lágrimas con un gesto de su mano.

Era inútil continuar mortificándose por lo que había sucedido ya no había vuelta atrás.

Nunca la habría ya. Nunca.

El tiempo avanzaba, inexorable.

Húmedos jirones de resbaladiza, espesa neblina, comenzaban a derramarse sobre lasamenazantes formas que le rodeaban, cubriendo insidiosamente sus retorcidos contornos,acariciándolos, lamiéndolos, despojándolos pausada, despiadadamente, de su hálito vital,transfigurándolos en fantasmagóricas siluetas danzando bajo la incierta luz del crepúsculoagonizante.

Era hora de volver a casa.

Las sombras de la noche ya se deslizaban tenebrosas a su alrededor en el preciso instante enque Edgar decidió, finalmente, levantarse del banco.

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IV

Algo se movió, allá a lo lejos, cerca de la negra verja de hierro forjado. Un resplandor,difuminado por la niebla y la creciente oscuridad, camuflado en parte por la vegetación…

El frío viento había comenzado a soplar, lastimando sus mejillas. Con un gesto inconscientecerró sobre su garganta el cuello de la casaca. Aceleró el ritmo de sus pasos. La luna, brillante,blanquecina, plena, había tomado posesión de su trono en el firmamento.

De pronto, allí, al frente, un sonido, un leve crujido, rasgó el silencio nocturno. Edgar detuvosus pasos.

La sutil figura apenas entrevista a través de la algodonosa bruma unos segundos atrás,continuaba ahora avanzando en su dirección, erguida, serena, insondable, convertida tan sólo enuna sombra al abrigo de las retorcidas ramas que flanqueaban las lindes del sendero, bajo latemblorosa luz de un candil.

Caminaba lentamente, sin prisas, sin mirar atrás. El espeso cabello, liso, negro como la noche,ondeaba levemente a su alrededor, aureolando su frágil silueta al compás de livianas,prácticamente imperceptibles, ráfagas de viento otoñal. Un denso manto de hojas inertes que elaire removía sin cesar, dócilmente, una y otra vez, tapizaba el estrecho sendero sobre el cual lamujer, devorados sus pies por la incorpórea neblina, parecía deslizarse de forma delicada, etérea,como en un sueño. Hojas muertas, exánimes, al igual que los cuerpos deshilachados de aquellosque yacían a escasas millas de allí, atrapada su alma pecaminosa bajo pesadas lápidas de mármolo en el interior de húmedos y desolados mausoleos… hojas sin vida, inanimadas, que parecíanresucitar justo en el último instante bajo el empuje del viento nocturno para volver a morir denuevo con un grito final, agónico, estentóreo, bajo cada uno de los lentos y calculados pasos de laextraña joven, crepitando, sollozando, impregnando el gélido ambiente con una eterna,desgarradora desolación… una desolación viscosa, densa, prácticamente sólida.

Edgar, inquieto, mantuvo la mirada alzada, expectante.

Ella continuó avanzando. Sus pasos se detuvieron unos metros frente a él. Lentamente, aproximóel candil a su rostro.

Ahora podía verla con claridad.

La mente de Edgar sufrió un repentino colapso. Su corazón dio un vuelco. No podía dar créditoa lo que sus ojos estaban viendo. Debía estar soñando nuevamente. Anonadado, sobrecogido,completamente estupefacto, dejó que de sus trémulos labios escapara un nombre… el úniconombre que habría deseado no dejar de pronunciar en todo lo que restaba de su desdichada vida.

—Cassandra…

Sí, sólo podía ser un sueño.

Le deslumbró su pálida, quimérica, imposible belleza. Desconcertado, aturdido, temblando porla emoción, repitió el nombre lenta, suavemente, como bajo el hipnótico influjo de una alucinaciónprovocada por un delirio de opio.

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Algo se movió, allá a lo lejos, cerca de la negra verja de hierro forjado. Un resplandor,

El frío viento había comenzado a soplar, lastimando sus mejillas. Con un gesto inconscientecerró sobre su garganta el cuello de la casaca. Aceleró el ritmo de sus pasos. La luna, brillante,

De pronto, allí, al frente, un sonido, un leve crujido, rasgó el silencio nocturno. Edgar detuvo

La sutil figura apenas entrevista a través de la algodonosa bruma unos segundos atrás,continuaba ahora avanzando en su dirección, erguida, serena, insondable, convertida tan sólo enuna sombra al abrigo de las retorcidas ramas que flanqueaban las lindes del sendero, bajo la

Caminaba lentamente, sin prisas, sin mirar atrás. El espeso cabello, liso, negro como la noche,ondeaba levemente a su alrededor, aureolando su frágil silueta al compás de livianas,prácticamente imperceptibles, ráfagas de viento otoñal. Un denso manto de hojas inertes que elaire removía sin cesar, dócilmente, una y otra vez, tapizaba el estrecho sendero sobre el cual lamujer, devorados sus pies por la incorpórea neblina, parecía deslizarse de forma delicada, etérea,como en un sueño. Hojas muertas, exánimes, al igual que los cuerpos deshilachados de aquellosque yacían a escasas millas de allí, atrapada su alma pecaminosa bajo pesadas lápidas de mármolo en el interior de húmedos y desolados mausoleos… hojas sin vida, inanimadas, que parecíanresucitar justo en el último instante bajo el empuje del viento nocturno para volver a morir denuevo con un grito final, agónico, estentóreo, bajo cada uno de los lentos y calculados pasos de laextraña joven, crepitando, sollozando, impregnando el gélido ambiente con una eterna,

Ella continuó avanzando. Sus pasos se detuvieron unos metros frente a él. Lentamente, aproximó

La mente de Edgar sufrió un repentino colapso. Su corazón dio un vuelco. No podía dar créditoa lo que sus ojos estaban viendo. Debía estar soñando nuevamente. Anonadado, sobrecogido,completamente estupefacto, dejó que de sus trémulos labios escapara un nombre… el único

Le deslumbró su pálida, quimérica, imposible belleza. Desconcertado, aturdido, temblando porla emoción, repitió el nombre lenta, suavemente, como bajo el hipnótico influjo de una alucinación

—Cassandra.

Ella no se movió. Sus ojos, dos deslumbrantes estelas a la luz del candil que portaba en una desus pálidas manos, seguían clavados en los de él. Edgar, fascinado, no podía dejar de mirarla. Suhermana siempre había sido una mujer muy hermosa, aunque jamás, ni en sus mejores recuerdos,había lucido tan bella como lo hacía ahora ante sus atónitos ojos. Una dulce expresión inundaba lamirada de la joven concediéndole un cándido aspecto angelical, de serena placidez, a su lívidorostro.

—No, no puede ser… estás… —Edgar tragó saliva con dificultad antes de terminar la frase. Lasorpresa inicial dio paso a una tortuosa sensación de inquietud reptando sinuosa a lo largo de suespina dorsal—. Estás viva…

—Mi amado Edgar… mis presentimientos han resultado acertados. Sabía que te encontraríaaquí. Ha pasado mucho tiempo. Continúas siendo tan bello… —la voz de la mujer era tan sólo unsusurro, un lúgubre y entrecortado susurro—. No me llames Cassandra. Mi nombre ha cambiado…toda mi existencia ha cambiado. Puedes llamarme Siddahia.

—Siddahia… —Edgar pronunció el extraño nombre, inseguro, tratando de grabarlo en lamemoria.

—Al fin te he encontrado, al fin has regresado… acércate, ven conmigo —Siddahia dejó elcandil en el suelo, sobre un lecho de hojas muertas, y extendió los brazos abriendo sus manos enun gesto cálido, esperando a su amado. Su blanquecina faz, iluminada desde abajo por la titilanteluz del candil, adquirió un perverso cariz tétrico.

Hipnotizado por los ojos de Siddahia —teñidos por una hipnótica, fascinante fosforescencia—,Edgar avanzó lentamente en su dirección. No podía creerlo. Estaba allí.

No había muerto. Todos le habían engañado. ¿Cómo había sido posible?

Se fundieron, a pesar de la sorprendente gelidez de la piel de Siddahia, en un abrazovehemente, pasional, desesperado, se anudaron como sólo se pueden unir dos corazones que hansido separados, heridos, alejados durante tanto tiempo por la crueldad y la ignorancia de aquellosque nunca comprendieron su amor. Se buscaron, con los labios, con las manos, con toda la gélidapiel, como hicieran en tantas ocasiones, años atrás. Nada ni nadie los hubiera podido separar estavez.

Sin romper el abrazo, con su cabeza apoyada en el rostro de ella, Edgar se sumió en un llantotierno, desconsolado.

—No llores, Edgar. Ya estoy aquí —Siddahia saboreó con fruición las saladas lágrimas que sedeslizaban por su rostro, quemando a su paso la piel dañada por el tiempo—. Ven, sígueme.

Siddahia inició la marcha a través del sendero, en dirección al laberinto. Edgar se dejaballevar, su voluntad estaba en suspenso, su mente parecía flotar en una especie de trance que leimpedía cuestionar la realidad de aquello que estaba sucediendo. El idílico paisaje envolvía sus

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Ella no se movió. Sus ojos, dos deslumbrantes estelas a la luz del candil que portaba en una desus pálidas manos, seguían clavados en los de él. Edgar, fascinado, no podía dejar de mirarla. Suhermana siempre había sido una mujer muy hermosa, aunque jamás, ni en sus mejores recuerdos,había lucido tan bella como lo hacía ahora ante sus atónitos ojos. Una dulce expresión inundaba lamirada de la joven concediéndole un cándido aspecto angelical, de serena placidez, a su lívido

—No, no puede ser… estás… —Edgar tragó saliva con dificultad antes de terminar la frase. Lasorpresa inicial dio paso a una tortuosa sensación de inquietud reptando sinuosa a lo largo de su

—Mi amado Edgar… mis presentimientos han resultado acertados. Sabía que te encontraríaaquí. Ha pasado mucho tiempo. Continúas siendo tan bello… —la voz de la mujer era tan sólo unsusurro, un lúgubre y entrecortado susurro—. No me llames Cassandra. Mi nombre ha cambiado…

—Siddahia… —Edgar pronunció el extraño nombre, inseguro, tratando de grabarlo en la

—Al fin te he encontrado, al fin has regresado… acércate, ven conmigo —Siddahia dejó elcandil en el suelo, sobre un lecho de hojas muertas, y extendió los brazos abriendo sus manos enun gesto cálido, esperando a su amado. Su blanquecina faz, iluminada desde abajo por la titilante

Hipnotizado por los ojos de Siddahia —teñidos por una hipnótica, fascinante fosforescencia—,

Se fundieron, a pesar de la sorprendente gelidez de la piel de Siddahia, en un abrazovehemente, pasional, desesperado, se anudaron como sólo se pueden unir dos corazones que hansido separados, heridos, alejados durante tanto tiempo por la crueldad y la ignorancia de aquellosque nunca comprendieron su amor. Se buscaron, con los labios, con las manos, con toda la gélidapiel, como hicieran en tantas ocasiones, años atrás. Nada ni nadie los hubiera podido separar esta

Sin romper el abrazo, con su cabeza apoyada en el rostro de ella, Edgar se sumió en un llanto

—No llores, Edgar. Ya estoy aquí —Siddahia saboreó con fruición las saladas lágrimas que se

Siddahia inició la marcha a través del sendero, en dirección al laberinto. Edgar se dejaballevar, su voluntad estaba en suspenso, su mente parecía flotar en una especie de trance que leimpedía cuestionar la realidad de aquello que estaba sucediendo. El idílico paisaje envolvía sus

pasos favoreciendo la ilusión, bajo la temblorosa luz del candil. Todo parecía encontrarse bajo elinflujo de un fantasmagórico halo de irrealidad. La bruma, más etérea ahora, envolvía bajo sublanquecino abrazo todo cuanto se hallaba a su alrededor… el templete gótico del estanque, consus elegantes columnas de mármol verde italiano, las húmedas escalinatas de piedra rodeadas derododendros cuyas ambarinas hojas se preparaban para abandonar en breve su regazo, elcristalino rumor del agua en los estanques, los decadentes grupos escultóricos engalanados contúnicas de inquieto musgo adornando las fuentes que poblaban el místico jardín, faunos, nereidas,ninfas, náyades, dríadas… toda una miríada de criaturas quiméricas, escapadas de los relatos dela mitología clásica, vigilando ahora las almas de aquellos que osaban traspasar las puertas deentrada en la oscuridad.

La emoción le embargaba, oscureciendo los límites de su consciencia. Sentía los latidos delcorazón palpitando con fuerza en su pecho, la dicha, inundando cada poro de su cuerpo.

Cientos de hojas secas, crujientes, alfombraban el suelo bajo sus pies.

Se detuvieron un instante ante el umbral del oscuro túnel formado por la doble hilera de acebos.

Se disponían a atravesar la umbría arcada… más allá, el intrincado laberinto esmeralda,húmedo, fragante algún tiempo atrás, convertido ahora en una tortuosa maraña de melancólicasavenidas en penumbra, dejaba escapar su lamento arrebatador, un triste canto de sirena que lesarrullaba y parecía querer engullirlos bajo su protector abrazo.

Entraron tomados de la mano. Edgar ya no era consciente del frío. Siddahia estaba allí junto aél. Y le miraba. En sus negros ojos brillaban húmedos destellos de melancolía.

Quizás se trataba de otro sueño, o de una etérea, frágil ensoñación, mas esperaba que de ser así,nada, nadie se atreviera a despertarle en esta ocasión.

Siddahia le condujo con paso firme hasta el corazón mismo del recóndito laberinto, allí dondeel leve rumor del agua —derramada desde una pequeña fuente coronada por una ninfa de tristemirada—, era el único sonido imperante. Su delicado vestido, una amalgama de tenue gasa,purpúrea seda y negro terciopelo, dejaba entrever la esbeltez de su joven y pálido cuerpo. Lahúmeda fragancia del césped invadía, penetrante, sus fosas nasales. Miró a Edgar fijamente.Continuaba aturdido, sin entender lo que estaba sucediendo.

—Edgar, amado mío, necesito tu ayuda —su voz era tan sólo un susurro.

—¡Dios, Siddahia! —el dolor se desbordó palpable en la voz de Edgar—. No puedes imaginarcómo me he sentido… me dijeron que habías muerto.

—Lo sé, querido, lo sé —Siddahia intentó calmarle, acariciando sus mejillas. Se fundieron denuevo en un abrazo… un abrazo trémulo, emotivo.

—No… no puedes saber lo que eso significa… cinco años, cinco largos, aborrecibles años, sinverte, sin saber nada de ti y, de pronto, alguien te asegura que la persona a la que amas ha… —laslágrimas volvieron a asomar a sus ojos

—Lo sé, Edgar. Lo siento. Lo siento tanto… Entiendo tu dolor. Yo también lo he pasado mal. Tehe echado mucho de menos, pero ya lo ves, estoy bien, sigo caminando por los oscuros senderosde este desventurado mundo…

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pasos favoreciendo la ilusión, bajo la temblorosa luz del candil. Todo parecía encontrarse bajo elinflujo de un fantasmagórico halo de irrealidad. La bruma, más etérea ahora, envolvía bajo sublanquecino abrazo todo cuanto se hallaba a su alrededor… el templete gótico del estanque, consus elegantes columnas de mármol verde italiano, las húmedas escalinatas de piedra rodeadas derododendros cuyas ambarinas hojas se preparaban para abandonar en breve su regazo, elcristalino rumor del agua en los estanques, los decadentes grupos escultóricos engalanados contúnicas de inquieto musgo adornando las fuentes que poblaban el místico jardín, faunos, nereidas,ninfas, náyades, dríadas… toda una miríada de criaturas quiméricas, escapadas de los relatos dela mitología clásica, vigilando ahora las almas de aquellos que osaban traspasar las puertas de

La emoción le embargaba, oscureciendo los límites de su consciencia. Sentía los latidos del

Se detuvieron un instante ante el umbral del oscuro túnel formado por la doble hilera de acebos.

Se disponían a atravesar la umbría arcada… más allá, el intrincado laberinto esmeralda,húmedo, fragante algún tiempo atrás, convertido ahora en una tortuosa maraña de melancólicasavenidas en penumbra, dejaba escapar su lamento arrebatador, un triste canto de sirena que les

Entraron tomados de la mano. Edgar ya no era consciente del frío. Siddahia estaba allí junto a

Quizás se trataba de otro sueño, o de una etérea, frágil ensoñación, mas esperaba que de ser así,

Siddahia le condujo con paso firme hasta el corazón mismo del recóndito laberinto, allí dondeel leve rumor del agua —derramada desde una pequeña fuente coronada por una ninfa de tristemirada—, era el único sonido imperante. Su delicado vestido, una amalgama de tenue gasa,purpúrea seda y negro terciopelo, dejaba entrever la esbeltez de su joven y pálido cuerpo. Lahúmeda fragancia del césped invadía, penetrante, sus fosas nasales. Miró a Edgar fijamente.

—¡Dios, Siddahia! —el dolor se desbordó palpable en la voz de Edgar—. No puedes imaginar

—Lo sé, querido, lo sé —Siddahia intentó calmarle, acariciando sus mejillas. Se fundieron de

—No… no puedes saber lo que eso significa… cinco años, cinco largos, aborrecibles años, sinverte, sin saber nada de ti y, de pronto, alguien te asegura que la persona a la que amas ha… —las

—Lo sé, Edgar. Lo siento. Lo siento tanto… Entiendo tu dolor. Yo también lo he pasado mal. Tehe echado mucho de menos, pero ya lo ves, estoy bien, sigo caminando por los oscuros senderos

—Siddahia… —Edgar cerró los ojos al tiempo que estrechaba aún más su abrazo—. ¿Y papá?¿Él…?

— Sí; papá está muerto.

A pesar de todo lo sucedido, Edgar siempre había querido a su padre. No le guardaba rencor.Abrió de nuevo los ojos, rompiendo suavemente el abrazo. Tragó saliva con dificultad antes decontinuar.

—Siddahia… ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué todos en Houmpton Manor te dan por muerta? Meencontré con Williams en Londres, él me contó que... —tragó saliva, lenta, dolorosamente—, quetú y papá habíais fallecido, dos años atrás… por eso estoy aquí…

Siddahia clavó sus ojos de nuevo en él, fijamente. Su expresión había cambiado. Edgar pudoleer el deseo hambriento en su mirada.

—Shhhh, calla, mi dulce Edgar —Siddahia tapó con su mano la boca de su hermano,suavemente. Un nuevo estremecimiento recorrió entonces su piel—. Habrá tiempo más tarde parahablar de eso. Ahora, déjate llevar. ¿No escuchas la suave melodía de la noche, invitándonos arecuperar el tiempo perdido?

Edgar enmudeció fascinado por la sutil fosforescencia rojiza que, de pronto, parecían adquirirlos bellos ojos de su hermana.

Siddahia apagó el candil. Sin dejar de mirarle, dejó resbalar el vestido por sus suaveshombros, a pesar de la cruda temperatura.

—Ven, acércate más… toma mi cuerpo.

—Siddahia…

Edgar volvió a cerrar los ojos. En ese momento creyó enloquecer. Ebrio, cegado por el deseocontenido durante años, se abandonó en cuerpo y alma al disfrute del éxtasis que —a pesar de lagelidez exhalada por su bello cuerpo— Siddahia ponía ahora a su disposición.

—Te he echado tanto, tanto de menos —la voz de Edgar sonó trémula en el silencio de la noche.

—Lo sé, mi amor lo sé.

—Siddahia…

La niebla había perdido parte de su espesor. Tan sólo el relajante murmullo de la fuente rompíael silencio de la noche. La ropa cubría sus jóvenes cuerpos de nuevo. Yacían sobre el húmedocésped enlazados en un tierno abrazo, intentando recuperar algo de calor. Los labios de Edgarrecorrían el rostro de Siddahia, lenta, pausadamente.

—Dime, ¿qué has hecho durante estos años?, ¿Por qué abandonaste la mansión?, ¿Dónde estásviviendo ahora? Hay tantas cosas que necesito saber…

—Edgar, hay algo más importante de lo que debemos hablar sin más dilación. Dispongo de

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—Siddahia… —Edgar cerró los ojos al tiempo que estrechaba aún más su abrazo—. ¿Y papá?

A pesar de todo lo sucedido, Edgar siempre había querido a su padre. No le guardaba rencor.Abrió de nuevo los ojos, rompiendo suavemente el abrazo. Tragó saliva con dificultad antes de

—Siddahia… ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué todos en Houmpton Manor te dan por muerta? Meencontré con Williams en Londres, él me contó que... —tragó saliva, lenta, dolorosamente—, que

Siddahia clavó sus ojos de nuevo en él, fijamente. Su expresión había cambiado. Edgar pudo

—Shhhh, calla, mi dulce Edgar —Siddahia tapó con su mano la boca de su hermano,suavemente. Un nuevo estremecimiento recorrió entonces su piel—. Habrá tiempo más tarde parahablar de eso. Ahora, déjate llevar. ¿No escuchas la suave melodía de la noche, invitándonos a

Edgar enmudeció fascinado por la sutil fosforescencia rojiza que, de pronto, parecían adquirir

Siddahia apagó el candil. Sin dejar de mirarle, dejó resbalar el vestido por sus suaves

Edgar volvió a cerrar los ojos. En ese momento creyó enloquecer. Ebrio, cegado por el deseocontenido durante años, se abandonó en cuerpo y alma al disfrute del éxtasis que —a pesar de la

—Te he echado tanto, tanto de menos —la voz de Edgar sonó trémula en el silencio de la noche.

La niebla había perdido parte de su espesor. Tan sólo el relajante murmullo de la fuente rompíael silencio de la noche. La ropa cubría sus jóvenes cuerpos de nuevo. Yacían sobre el húmedocésped enlazados en un tierno abrazo, intentando recuperar algo de calor. Los labios de Edgar

—Dime, ¿qué has hecho durante estos años?, ¿Por qué abandonaste la mansión?, ¿Dónde estás

—Edgar, hay algo más importante de lo que debemos hablar sin más dilación. Dispongo de

poco tiempo, pronto tendré que irme. Antes debo… debo pedirte algo… —su voz era tenue comoun susurro, pero estaba teñida ahora por un doloroso dramatismo. Siddahia comenzó a levantarse,tendiendo la mano a su hermano para que la siguiera. Sus miradas quedaron enfrentadas—.Necesito tu ayuda.

—Por ti, haría lo que fuera, lo que fuera… te quiero tanto… aunque lo he intentado, no hepodido olvidarte.

—Se trata de algo terrible, Edgar —sus ojos adquirieron una expresión atormentada antes dedirigir la mirada hacia el suelo—. No puedo aguantar más esta situación. Tienes que ayudarme aacabar con alguien. Yo sola no puedo hacerlo. Me ayudarás, ¿no es cierto?

Edgar, perplejo, enredado en las brumas del desconcierto, fue incapaz de responder a lapetición de su hermana de forma inmediata y se limitó a observarla con la duda reflejada en susfacciones.

—¿Lo harás? —había un tono implorante en su frágil voz.

—¿Me… me estás pidiendo que… mate a alguien…?

—Ella ya murió hace tiempo… mucho, demasiado tiempo… ahora es la consunción de otraspersonas la que anima su organismo en una especie de sucedáneo de vida. Se trata de un monstruo.No merece continuar viviendo. Me está robando la vida poco a poco, lentamente. Edgar, sé que loque voy a decir ahora suena a locura, pero es la única forma de que entiendas la razón por la cualte estoy pidiendo algo así… prométeme que no te burlarás de mí cuando te cuente lo que me estásucediendo…

Edgar asintió en silencio, al tiempo que estrechaba las frías manos de su hermana tratando detransmitirle confianza.

Siddahia desató una cinta de terciopelo azabache que llevaba anudada en una de sus muñecas yde la que no se había deshecho ni tan siquiera al desnudarse minutos antes. Edgar pudo distinguir,horrorizado, bajo la vaporosa luz de la luna, dos diminutas heridas circulares parcialmentecicatrizadas allí donde sus azuladas venas se dibujaban bajo la nívea piel.

—¿Estás insinuando que se trata de… de una…? —el horror insinuado en las frágiles heridas leimpidió terminar la frase. La insania parecía querer acomodarse nuevamente entre los pasadizosde su mente.

—Tan sólo te pido que acabes con ella antes de que complete el ciclo —algunas lágrimasasomaron a sus ojos, brillantes como diminutos diamantes, y comenzaron a rodar por sus heladasmejillas—. Me resta tan poco tiempo de vida… —la voz de Siddahia sonaba negra como unpresagio—. Mañana a estas horas, pasado a lo sumo, estaré definitivamente muerta si noacabamos con ella. Habrás observado lo débil que estoy, la palidez se ha ido adueñando de cadatramo de mi piel… ese monstruo está drenando mi sangre, está consumiendo mi vida…

Te diré dónde encontrarla y cómo acabar con ella. En las horas en que muestra una mayorvulnerabilidad yo no puedo hacerlo. No dejes que termine lo que ha comenzado, mi amado Edgar,tu regreso ha resultado providencial… llegas a Houmpton Manor justo a tiempo para poner fin aesta infernal pesadilla… ¿Lo harás por mí, mi dulce amor? Sólo puedo confiar en ti para acabar

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poco tiempo, pronto tendré que irme. Antes debo… debo pedirte algo… —su voz era tenue comoun susurro, pero estaba teñida ahora por un doloroso dramatismo. Siddahia comenzó a levantarse,tendiendo la mano a su hermano para que la siguiera. Sus miradas quedaron enfrentadas—.

—Por ti, haría lo que fuera, lo que fuera… te quiero tanto… aunque lo he intentado, no he

—Se trata de algo terrible, Edgar —sus ojos adquirieron una expresión atormentada antes dedirigir la mirada hacia el suelo—. No puedo aguantar más esta situación. Tienes que ayudarme a

Edgar, perplejo, enredado en las brumas del desconcierto, fue incapaz de responder a lapetición de su hermana de forma inmediata y se limitó a observarla con la duda reflejada en sus

—Ella ya murió hace tiempo… mucho, demasiado tiempo… ahora es la consunción de otraspersonas la que anima su organismo en una especie de sucedáneo de vida. Se trata de un monstruo.No merece continuar viviendo. Me está robando la vida poco a poco, lentamente. Edgar, sé que loque voy a decir ahora suena a locura, pero es la única forma de que entiendas la razón por la cualte estoy pidiendo algo así… prométeme que no te burlarás de mí cuando te cuente lo que me está

Edgar asintió en silencio, al tiempo que estrechaba las frías manos de su hermana tratando de

Siddahia desató una cinta de terciopelo azabache que llevaba anudada en una de sus muñecas yde la que no se había deshecho ni tan siquiera al desnudarse minutos antes. Edgar pudo distinguir,horrorizado, bajo la vaporosa luz de la luna, dos diminutas heridas circulares parcialmente

—¿Estás insinuando que se trata de… de una…? —el horror insinuado en las frágiles heridas leimpidió terminar la frase. La insania parecía querer acomodarse nuevamente entre los pasadizos

—Tan sólo te pido que acabes con ella antes de que complete el ciclo —algunas lágrimasasomaron a sus ojos, brillantes como diminutos diamantes, y comenzaron a rodar por sus heladasmejillas—. Me resta tan poco tiempo de vida… —la voz de Siddahia sonaba negra como unpresagio—. Mañana a estas horas, pasado a lo sumo, estaré definitivamente muerta si noacabamos con ella. Habrás observado lo débil que estoy, la palidez se ha ido adueñando de cada

Te diré dónde encontrarla y cómo acabar con ella. En las horas en que muestra una mayorvulnerabilidad yo no puedo hacerlo. No dejes que termine lo que ha comenzado, mi amado Edgar,tu regreso ha resultado providencial… llegas a Houmpton Manor justo a tiempo para poner fin aesta infernal pesadilla… ¿Lo harás por mí, mi dulce amor? Sólo puedo confiar en ti para acabar

con esta pesadilla. ¿Lo harás? ¿No es cierto?

Estaba en juego la vida de la persona a la que más quería en este mundo. Tras unos segundos dereflexión, Edgar accedió con un gesto trémulo de su cabeza. Siddahia, imperturbable, leproporcionó las instrucciones precisas para encontrar a la extraña y acabar definitivamente conella. Después, volvió a utilizar un tono susurrante y seductor en sus enigmáticas palabras.

—No debes decir a nadie que me has visto, nadie debe saberlo, es extremadamente importante,Edgar. Mañana por la noche, al caer el crepúsculo, cuando hayas finalizado la tarea, cuando mehaya visto liberada de su yugo al fin, te buscaré de nuevo aquí, en el jardín. Entonces terecompensaré, mi querido Edgar. Ahora debo dejarte.

—Pero, ¿dónde vas? Espera, voy contigo…

—No, Edgar. No puedes venir conmigo. Si realmente me quieres, haz cuanto te he dicho, sóloasí podré salvarme de una muerte certera… confío en ti, mi dulce amor… no puedo decirte nadamás ahora… confío en ti.

—¿Dónde vas?

Siddahia selló la boca de su hermano con un gélido beso y sin más explicaciones, desaparecióde pronto, devorada por la niebla, entre las sinuosas avenidas del laberinto hechizado.

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con esta pesadilla. ¿Lo harás? ¿No es cierto?

Estaba en juego la vida de la persona a la que más quería en este mundo. Tras unos segundos dereflexión, Edgar accedió con un gesto trémulo de su cabeza. Siddahia, imperturbable, leproporcionó las instrucciones precisas para encontrar a la extraña y acabar definitivamente conella. Después, volvió a utilizar un tono susurrante y seductor en sus enigmáticas palabras.

—No debes decir a nadie que me has visto, nadie debe saberlo, es extremadamente importante,Edgar. Mañana por la noche, al caer el crepúsculo, cuando hayas finalizado la tarea, cuando mehaya visto liberada de su yugo al fin, te buscaré de nuevo aquí, en el jardín. Entonces terecompensaré, mi querido Edgar. Ahora debo dejarte.

—Pero, ¿dónde vas? Espera, voy contigo…

—No, Edgar. No puedes venir conmigo. Si realmente me quieres, haz cuanto te he dicho, sóloasí podré salvarme de una muerte certera… confío en ti, mi dulce amor… no puedo decirte nadamás ahora… confío en ti.

—¿Dónde vas?

Siddahia selló la boca de su hermano con un gélido beso y sin más explicaciones, desaparecióde pronto, devorada por la niebla, entre las sinuosas avenidas del laberinto hechizado.

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V

El carruaje se había detenido a varios cientos de metros de allí, con la orden de esperar suregreso oculto entre la espesura. Las murallas del sobrecogedor castillo asomaban por entre eltupido ramaje del silencioso bosque.

En el cerebro de Edgar resonaban como martillazos las palabras que Siddahia le había dirigidola noche anterior. Los nervios atenazaban sus sentidos, distorsionando sus sensaciones. El miedole hacía temblar, poniendo en peligro los resultados de su incierta misión.

«Recuerda, tan sólo dispondrás de unos minutos antes de que haga su aparición el ocaso. Sóloen ese momento del día, en que se encuentra tan próxima la llegada del anochecer y con él, elnuevo renacimiento de su alma a la vida, la vigilancia de aquellos que velan por su seguridad serelaja… aquellos que conocen sus horribles secretos y le proporcionan sus servicios tan sólocomo consecuencia del temor que le profesan.»

Sonaba tan absurda aquella insólita historia ahora, bajo la luz del día… una historiadescabellada, propia de los cuentos de hadas que su padre les contaba cuando todavía eran niños,en las desapacibles noches invernales, al calor de la lumbre en el hogar…

Aun así, no dudaba de la palabra de su hermana.

En Londres había tenido acceso a uno de los viejos tratados del abate Dom Agustin Calmet;aquel en el que se constataban casos de personas que, inexplicablemente, habían regresado desdela muerte para alimentarse de la esencia vital de los vivos. En un principio estas historias lehabían parecido una sarta de patrañas sin fundamento alguno, pero tras las palabras de Siddahia,la duda se había alojado en su mente.

Si lo que su hermana le había contado era cierto, sólo él podía liberarla de una muerte segura yno dudaría en hacerlo, por cruel e inhumano que fuera el precio a pagar.

Oculto entre el ramaje y pertrechado de algunos extraños objetos dentro de un viejo talego,Edgar aguardaba impaciente el momento de burlar la vigilancia del sirviente que hacía guardia enel pequeño cementerio, confinado dentro de los límites del jardín anexo a la fortificación.

Una vez dentro, debía tratar de localizar el viejo panteón familiar indicado por Siddahia antesde que fuera tarde, antes de que todo terminara, absurda, irremediablemente, para ella.

Aunque aún no había anochecido, había traído un pequeño quinqué. Iba a necesitarlo másadelante, cuando penetrara en el sombrío vientre de la mole funeraria.

El quejumbroso gris del cielo anunciaba la inminente llovizna otoñal. El frío comenzaba ahacerse notar.

Una mórbida sensación de intranquilidad devoraba el estómago de Edgar. Podía sentir losfuertes bocados en sus entrañas, como si se tratara de una enorme larva procurándose el alimento

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El carruaje se había detenido a varios cientos de metros de allí, con la orden de esperar suregreso oculto entre la espesura. Las murallas del sobrecogedor castillo asomaban por entre el

En el cerebro de Edgar resonaban como martillazos las palabras que Siddahia le había dirigidola noche anterior. Los nervios atenazaban sus sentidos, distorsionando sus sensaciones. El miedo

«Recuerda, tan sólo dispondrás de unos minutos antes de que haga su aparición el ocaso. Sóloen ese momento del día, en que se encuentra tan próxima la llegada del anochecer y con él, elnuevo renacimiento de su alma a la vida, la vigilancia de aquellos que velan por su seguridad serelaja… aquellos que conocen sus horribles secretos y le proporcionan sus servicios tan sólo

Sonaba tan absurda aquella insólita historia ahora, bajo la luz del día… una historiadescabellada, propia de los cuentos de hadas que su padre les contaba cuando todavía eran niños,

En Londres había tenido acceso a uno de los viejos tratados del abate Dom Agustin Calmet;aquel en el que se constataban casos de personas que, inexplicablemente, habían regresado desdela muerte para alimentarse de la esencia vital de los vivos. En un principio estas historias lehabían parecido una sarta de patrañas sin fundamento alguno, pero tras las palabras de Siddahia,

Si lo que su hermana le había contado era cierto, sólo él podía liberarla de una muerte segura y

Oculto entre el ramaje y pertrechado de algunos extraños objetos dentro de un viejo talego,Edgar aguardaba impaciente el momento de burlar la vigilancia del sirviente que hacía guardia en

Una vez dentro, debía tratar de localizar el viejo panteón familiar indicado por Siddahia antes

Aunque aún no había anochecido, había traído un pequeño quinqué. Iba a necesitarlo más

El quejumbroso gris del cielo anunciaba la inminente llovizna otoñal. El frío comenzaba a

Una mórbida sensación de intranquilidad devoraba el estómago de Edgar. Podía sentir losfuertes bocados en sus entrañas, como si se tratara de una enorme larva procurándose el alimento

a su costa, en el interior de su organismo. El tiempo corría en su contra.

Apenas comenzaba a caer la oscuridad cuando el anciano sirviente, confiado y temeroso, sedispuso a abandonar el cementerio, cerrando las verjas de entrada tras de sí sin pasar ningunallave. Una vez llegada la noche, su señora ya no necesitaba ningún tipo de protección. Entonces,ella se valía por sus propios medios.

La luz, etérea, irreal, comenzaba a escasear. Los cipreses movían mansamente sus copas alcompás de las suaves ráfagas de viento.

Edgar apremió su paso. Podía sentir el pánico carcomiendo sus frágiles vísceras, violenta,despiadadamente.

Lápidas maltratadas por el tiempo y grisáceos mausoleos —prácticamente en ruinas, envueltosen una tenue niebla blancuzca—, conferían un tétrico aire trágico al entorno. Arcángeles yserafines alados, ataviados con largas túnicas de piedra, velaban con aire desconsolado los restosde antiguos moradores de la fortificación desde lo alto de sus desvencijadas atalayas de mármol,sobre el húmedo suelo tintado por el rubor anaranjado de cientos de hojas secas. Serenos,lánguidos, inmóviles, observaban en silencio el avance del azorado intruso.

Decenas de sinuosas ramas entretejidas devoraban los últimos resplandores, apagados einocentes, del caliginoso crepúsculo otoñal.

Edgar localizó al fin el panteón. Prendió el quinqué tras varios intentos con uno de los fósforosque había traído consigo. Pudo leer, al otro lado de la verja exterior, el apellido extranjero al cuálhabía aludido su hermana, firmemente inscrito en la piedra. No había tiempo para tratar dedescifrar el resto de las enigmáticas inscripciones esculpidas en la fría mole de granito. Buscó lacerradura de la verja. La cerradura estaba rota. Una oxidada cadena daba varias vueltas a losnegros barrotes, enrollada alrededor de ellos. Los extremos de la misma quedaban ocultos al otrolado de la oxidada plancha metálica que cubría la parte inferior de la reja. Edgar tiró de lacadena, dispuesto a forzar el candado, pero tal y como había aseverado Siddahia, ningún candadoaseguraba la cadena tras la verja.

La lluvia hizo de pronto su aparición.

Las hojas de la verja se abrieron con un escalofriante chirrido. Edgar intentó abrir la puertainterior. Ésta tampoco opuso resistencia. Su corazón comenzó a palpitar de forma desenfrenada.

Tras la puerta abierta, una absoluta negrura se abismaba frente a él. Bajo sus pies, loscuarteados escalones de una desgastada escalinata se adentraban en los confines de lodesconocido. Edgar cobró, de repente, consciencia del frío. Una pregunta comenzó a golpearfrenéticamente en su cerebro: “¿Seré capaz de hacerlo?”

Temeroso, inseguro, comenzó a bajar los escalones. La temblorosa luz del quinqué dotaba devida artificial las funestas sombras que se proyectaban a su alrededor. Un hedor húmedo,sepulcral, comenzó a invadir pesadamente sus fosas nasales, alojándose insidiosamente en ellas,dificultando su respiración a medida que sus pasos se iban aproximando al final de la escalera.

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Apenas comenzaba a caer la oscuridad cuando el anciano sirviente, confiado y temeroso, sedispuso a abandonar el cementerio, cerrando las verjas de entrada tras de sí sin pasar ningunallave. Una vez llegada la noche, su señora ya no necesitaba ningún tipo de protección. Entonces,

La luz, etérea, irreal, comenzaba a escasear. Los cipreses movían mansamente sus copas al

Edgar apremió su paso. Podía sentir el pánico carcomiendo sus frágiles vísceras, violenta,

Lápidas maltratadas por el tiempo y grisáceos mausoleos —prácticamente en ruinas, envueltosen una tenue niebla blancuzca—, conferían un tétrico aire trágico al entorno. Arcángeles yserafines alados, ataviados con largas túnicas de piedra, velaban con aire desconsolado los restosde antiguos moradores de la fortificación desde lo alto de sus desvencijadas atalayas de mármol,sobre el húmedo suelo tintado por el rubor anaranjado de cientos de hojas secas. Serenos,

Decenas de sinuosas ramas entretejidas devoraban los últimos resplandores, apagados e

Edgar localizó al fin el panteón. Prendió el quinqué tras varios intentos con uno de los fósforosque había traído consigo. Pudo leer, al otro lado de la verja exterior, el apellido extranjero al cuálhabía aludido su hermana, firmemente inscrito en la piedra. No había tiempo para tratar dedescifrar el resto de las enigmáticas inscripciones esculpidas en la fría mole de granito. Buscó lacerradura de la verja. La cerradura estaba rota. Una oxidada cadena daba varias vueltas a losnegros barrotes, enrollada alrededor de ellos. Los extremos de la misma quedaban ocultos al otrolado de la oxidada plancha metálica que cubría la parte inferior de la reja. Edgar tiró de lacadena, dispuesto a forzar el candado, pero tal y como había aseverado Siddahia, ningún candado

Las hojas de la verja se abrieron con un escalofriante chirrido. Edgar intentó abrir la puerta

Tras la puerta abierta, una absoluta negrura se abismaba frente a él. Bajo sus pies, loscuarteados escalones de una desgastada escalinata se adentraban en los confines de lodesconocido. Edgar cobró, de repente, consciencia del frío. Una pregunta comenzó a golpear

Temeroso, inseguro, comenzó a bajar los escalones. La temblorosa luz del quinqué dotaba devida artificial las funestas sombras que se proyectaban a su alrededor. Un hedor húmedo,sepulcral, comenzó a invadir pesadamente sus fosas nasales, alojándose insidiosamente en ellas,dificultando su respiración a medida que sus pasos se iban aproximando al final de la escalera.

Polvorientas telarañas, con sus delicadas y complejas tramas deshilachadas, devastadas en loslugares de paso, invadían los cenicientos rincones de las paredes, conformando fantasmalescontrastes en la oscuridad latente.

El agua comenzaba a arreciar en el exterior. El sonido de la lluvia llegaba atenuado a sus oídos,ahogado entre extraños ecos.

Llegó al final de la vieja escalera. Una amplia cripta de techo abovedado y muros de gruesapiedra se abrió ante él, asfixiante, opresiva. Ni una sola abertura, ni un nimio resquicio, se abríaentre los recios bloques de piedra. Un frío húmedo se apoderó de sus huesos. El vaho de surespiración flotaba incorpóreo a su alrededor. Había entrado, no le cabía duda alguna, en lapostrera residencia de la muerte.

Temblando, buscó en su talego las toscas estacas de espino blanco que, a petición de Siddahia,él mismo se había encargado de tallar y afilar durante la mañana. Allí también guardaba un pesadomazo, un atizador de hierro, algunos fósforos y una pequeña sierra de dientes algo desgastados porel uso.

No tenía tiempo que perder.

Pronto llegaría la noche, y si lo que su hermana le había referido era cierto, el cuerpoinanimado de su agresora despertaría de nuevo a la vida dentro de apenas unos minutos.

Varios ataúdes situados sobre sus respectivos catafalcos, envueltos en negro paño, sedistribuían a lo largo de la oscura sala. El ambiente era prácticamente irrespirable allí abajo.Alzó el quinqué y tras acercarse uno tras otro a los distintos féretros, distinguió al fin aquel cuyacubierta ostentaba el emblema de un dragón alado tallado en relieve. Edgar tragó saliva condificultad sintiendo que era el momento de averiguar, de una vez por todas, si lo que Siddahia lehabía contado era —o no— verdad.

Dejó el quinqué en el suelo, al pie del ataúd. Sus extremidades mostraban un temblor leve,incontrolado, en el momento en que situado ante la inmensa caja de madera aplicó el extremo delatizador en un punto indeterminado de las junturas de la tapa, tratando de utilizarlo a modo depalanca. El esfuerzo le hizo sudar copiosamente. Pequeñas gotas resbalaban lentamente por sufrente yendo a parar a sus ojos, cegándolos parcialmente durante breves segundos. Las palmas desus manos, empapadas, amenazaban con dejar escapar el escurridizo metal.

Escuchó la cubierta de madera desencajarse con un sutil crujido, mientras, nervioso, excitado,trataba de retirar con frenéticos aspavientos el sudor que, por momentos, seguía invadiendo susojos. La tapa cayó pesadamente al suelo con un gran estruendo. Sentía los latidos de su corazóngolpeando furiosamente en el interior de su pecho, como resonantes cascos de caballosdesbocados. Lo que vio Edgar en ese preciso instante tras alzar el quinqué, constituía laconfirmación de sus más recónditos temores. En el interior del ataúd forrado con una sedosa telamalva, yacía el cuerpo incorrupto y extremadamente pálido de una joven mujer de indescriptiblebelleza, ataviada con lujosas ropas y cuyos brazos descansaban cruzados sobre el pecho inmóvil.La expresión de su céreo rostro —serena, impávida—, le resultó pavorosa a la luz de la titilantellama. Agachándose para dejar el quinqué nuevamente sobre el irregular piso, extrajo a toda prisade su bolsa una de las estacas y el sólido mazo. Se reincorporó, tratando de convencersementalmente de que aquella criatura a la que estaba a punto de empalar y decapitar, no era en

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Polvorientas telarañas, con sus delicadas y complejas tramas deshilachadas, devastadas en loslugares de paso, invadían los cenicientos rincones de las paredes, conformando fantasmales

El agua comenzaba a arreciar en el exterior. El sonido de la lluvia llegaba atenuado a sus oídos,

Llegó al final de la vieja escalera. Una amplia cripta de techo abovedado y muros de gruesapiedra se abrió ante él, asfixiante, opresiva. Ni una sola abertura, ni un nimio resquicio, se abríaentre los recios bloques de piedra. Un frío húmedo se apoderó de sus huesos. El vaho de surespiración flotaba incorpóreo a su alrededor. Había entrado, no le cabía duda alguna, en la

Temblando, buscó en su talego las toscas estacas de espino blanco que, a petición de Siddahia,él mismo se había encargado de tallar y afilar durante la mañana. Allí también guardaba un pesadomazo, un atizador de hierro, algunos fósforos y una pequeña sierra de dientes algo desgastados por

Pronto llegaría la noche, y si lo que su hermana le había referido era cierto, el cuerpo

Varios ataúdes situados sobre sus respectivos catafalcos, envueltos en negro paño, sedistribuían a lo largo de la oscura sala. El ambiente era prácticamente irrespirable allí abajo.Alzó el quinqué y tras acercarse uno tras otro a los distintos féretros, distinguió al fin aquel cuyacubierta ostentaba el emblema de un dragón alado tallado en relieve. Edgar tragó saliva condificultad sintiendo que era el momento de averiguar, de una vez por todas, si lo que Siddahia le

Dejó el quinqué en el suelo, al pie del ataúd. Sus extremidades mostraban un temblor leve,incontrolado, en el momento en que situado ante la inmensa caja de madera aplicó el extremo delatizador en un punto indeterminado de las junturas de la tapa, tratando de utilizarlo a modo depalanca. El esfuerzo le hizo sudar copiosamente. Pequeñas gotas resbalaban lentamente por sufrente yendo a parar a sus ojos, cegándolos parcialmente durante breves segundos. Las palmas de

Escuchó la cubierta de madera desencajarse con un sutil crujido, mientras, nervioso, excitado,trataba de retirar con frenéticos aspavientos el sudor que, por momentos, seguía invadiendo susojos. La tapa cayó pesadamente al suelo con un gran estruendo. Sentía los latidos de su corazóngolpeando furiosamente en el interior de su pecho, como resonantes cascos de caballosdesbocados. Lo que vio Edgar en ese preciso instante tras alzar el quinqué, constituía laconfirmación de sus más recónditos temores. En el interior del ataúd forrado con una sedosa telamalva, yacía el cuerpo incorrupto y extremadamente pálido de una joven mujer de indescriptiblebelleza, ataviada con lujosas ropas y cuyos brazos descansaban cruzados sobre el pecho inmóvil.La expresión de su céreo rostro —serena, impávida—, le resultó pavorosa a la luz de la titilantellama. Agachándose para dejar el quinqué nuevamente sobre el irregular piso, extrajo a toda prisade su bolsa una de las estacas y el sólido mazo. Se reincorporó, tratando de convencersementalmente de que aquella criatura a la que estaba a punto de empalar y decapitar, no era en

realidad un ser humano.

Apoyó la estaca suavemente sobre el pecho de la mujer, en la zona aproximada bajo la cualdebía encontrarse su corazón y lentamente alzó el mazo con la otra mano. La luz, procedente ahoradel suelo, realzaba los tenebrosos rasgos en un claroscuro de fantasmales sombras. Edgar ya ni tansiquiera podía oír los latigazos de la lluvia, empujada en ráfagas por el viento contra los murosdel panteón, allá arriba, en el exterior. Sólo escuchaba a su estremecido corazón, pidiendo a gritosque pusiera fin a aquello que había venido a hacer.

Por un momento, su cabeza comenzó a dar vueltas. ¿Cómo podía estar seguro de que esa mujerno había sido enterrada ayer mismo…?, ¿hoy, quizás?

La incertidumbre volvió a asaltar de pronto su mente racional instalándose en ella,cuestionando el insensato relato de su hermana, poniendo en duda su absurda misión.

¿Cómo podía asegurar que su hermana no había enloquecido durante este largo periodo detiempo en que, según le había referido sir Anthony, había permanecido recluida en un conventopor una irrevocable, incomprensible, decisión de su padre?

No, no lo podía saber.

Hubiera debido informarse previamente acerca de la fecha de la muerte de aquella que ahoraparecía descansar en paz, eterna, perpetuamente, ante su desconcertada mirada.

La tensión hacía temblar su brazo.

¿Descargaría sin remordimientos el certero golpe?

No… no podía hacerlo… no lo haría.

No mancillaría el cadáver de una mujer en respuesta a la locura de su hermana.

No. No lo haría…

La decisión estaba tomada.

Aliviado, conteniendo a duras penas las náuseas, colmó sus pulmones con el viciado, fétidoaire de la sala, cerrando los ojos unos segundos para pasar, antes de abrirlos nuevamente, aexhalarlo lenta, pausadamente a través de su boca, intentando ralentizar el ritmo de su agitadocorazón.

Lo que vio justo en el momento en que, abandonada su idea inicial, bajaba el mazo, despacio,lentamente, le heló la sangre en las venas.

Unos ojos de fosforescentes iris le escudriñaban de repente desde el ataúd abierto. Suexpresión era ahora espantosamente perversa. Una sonrisa sombría, turbia, hiriente, dejó entreverlos afilados colmillos de una bestia hambrienta asomando húmedos, lascivos, por entre los finoslabios. Una especie de jadeo, sibilante, aterrador, rompió el viscoso silencio. El pulso de Edgarvolvió a desbocarse, irrefrenable.

Sobrecogido, temblando convulsivamente, gritando desesperadamente, alzó presto la estaca y,sin pensar, sin conceder ni un segundo más, descargó sobre el pecho del execrable cuerporedivivo varios mazazos con todas sus fuerzas, violenta, despiadadamente, una y otra vez. Un

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Apoyó la estaca suavemente sobre el pecho de la mujer, en la zona aproximada bajo la cualdebía encontrarse su corazón y lentamente alzó el mazo con la otra mano. La luz, procedente ahoradel suelo, realzaba los tenebrosos rasgos en un claroscuro de fantasmales sombras. Edgar ya ni tansiquiera podía oír los latigazos de la lluvia, empujada en ráfagas por el viento contra los murosdel panteón, allá arriba, en el exterior. Sólo escuchaba a su estremecido corazón, pidiendo a gritos

Por un momento, su cabeza comenzó a dar vueltas. ¿Cómo podía estar seguro de que esa mujer

La incertidumbre volvió a asaltar de pronto su mente racional instalándose en ella,

¿Cómo podía asegurar que su hermana no había enloquecido durante este largo periodo detiempo en que, según le había referido sir Anthony, había permanecido recluida en un convento

Hubiera debido informarse previamente acerca de la fecha de la muerte de aquella que ahora

Aliviado, conteniendo a duras penas las náuseas, colmó sus pulmones con el viciado, fétidoaire de la sala, cerrando los ojos unos segundos para pasar, antes de abrirlos nuevamente, aexhalarlo lenta, pausadamente a través de su boca, intentando ralentizar el ritmo de su agitado

Lo que vio justo en el momento en que, abandonada su idea inicial, bajaba el mazo, despacio,

Unos ojos de fosforescentes iris le escudriñaban de repente desde el ataúd abierto. Suexpresión era ahora espantosamente perversa. Una sonrisa sombría, turbia, hiriente, dejó entreverlos afilados colmillos de una bestia hambrienta asomando húmedos, lascivos, por entre los finoslabios. Una especie de jadeo, sibilante, aterrador, rompió el viscoso silencio. El pulso de Edgar

Sobrecogido, temblando convulsivamente, gritando desesperadamente, alzó presto la estaca y,sin pensar, sin conceder ni un segundo más, descargó sobre el pecho del execrable cuerporedivivo varios mazazos con todas sus fuerzas, violenta, despiadadamente, una y otra vez. Un

espeluznante, aterrador alarido, salvaje, inhumano, escapó de la garganta de la convulsa criaturaimpregnando todos y cada uno de los ocultos rincones de la impía cripta. Edgar entró en untrémulo estado de conmoción al tiempo que recibía angustiado el certero impacto de miles degélidas, densas, resbaladizas gotas de sangre en el rostro y las ropas.

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espeluznante, aterrador alarido, salvaje, inhumano, escapó de la garganta de la convulsa criaturaimpregnando todos y cada uno de los ocultos rincones de la impía cripta. Edgar entró en untrémulo estado de conmoción al tiempo que recibía angustiado el certero impacto de miles degélidas, densas, resbaladizas gotas de sangre en el rostro y las ropas.

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VI

Hacía unas horas que había dejado de llover. La cenicienta bruma volvía a esparcirselentamente a su alrededor, confundiendo los distintos olores de la noche bajo una vaharada derancia humedad.

No sabía exactamente cuándo había llegado. Tampoco cuánto tiempo llevaba allí. Era unasensación extraña, desconcertante.

Sentado en uno de los bancos de piedra, con el quinqué encendido a su lado, esperaba inquietola aparición de Siddahia.

Aunque se había cambiado de ropa antes de volver al jardín, su largo cabello se hallabahumedecido aún. El frío se estaba apoderando nuevamente de sus huesos.

Un silencio denso, impenetrable, casi sólido, parecía haberse adueñado en los últimos minutosdel umbrío jardín.

Al fin, tras un breve lapso de tiempo que a Edgar se le antojó eterno, el frágil crepitar de unospasos sobre la masa de hojas muertas anunció la llegada de Siddahia.

El vuelo de la liviana falda y las amplias mangas flotando en derredor, aureolaban suquebradizo contorno a la luz del candil que sostenía una de sus manos. El largo cabello azabacheondeaba suavemente, oscilando a su alrededor al compás de sus lánguidos pasos, rebasando sucintura, concediéndole un aura de delicada elegancia.

Edgar corrió a su encuentro. Siddahia dejó el candil en el suelo. Sin mediar palabra, se miraronfijamente el uno al otro. Edgar no podía dejar de mirar los ojos de Siddahia… parecían tener unefecto hipnótico sobre él. Sus iris volvían a presentar ahora aquel sutil fulgor rojizo que habíapodido detectar la pasada noche, en contraste con su cérea piel.

Siddahia le acogió maternalmente entre sus brazos, consoladora. Edgar bajó su cabeza,cerrando sus ojos durante unos segundos. Una vez más, las lágrimas inundaron lentamente su faz.Su voz sonó quebrada, rota por el imborrable dolor de su alma.

—¡Dios! Siddahia, si supieras… he llegado a dudar de tu palabra…

—Tranquilo, cariño, ya ha pasado todo —Siddahia tomó su barbilla y la levantó con cuidado,volviendo a quedar enfrentadas sus miradas. Su voz se convirtió entonces en un dulce susurro—.No debes llorar, querido mío. Finalmente has hecho lo que debías. Me has librado de ese parásito.Tu conciencia puede estar tranquila. Sé que ha debido resultar duro para ti, pero debes tener lacerteza, la absoluta certeza, de que en realidad, no has matado a nadie. Ella ya estaba muerta yenterrada —una sardónica risa escapó de sus labios tras estas palabras.

Edgar la miraba, fascinado. Jamás había visto una belleza similar a la de su hermana.

—Si supieras lo que he visto… ya nunca podré dormir tranquilo.

—Sé lo que has visto, mi amado Edgar —Siddahia acarició dulcemente su largo cabello—.Ahora deja de preocuparte. Has cumplido tu promesa y yo he venido para cumplir la mía. Ven

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Hacía unas horas que había dejado de llover. La cenicienta bruma volvía a esparcirselentamente a su alrededor, confundiendo los distintos olores de la noche bajo una vaharada de

No sabía exactamente cuándo había llegado. Tampoco cuánto tiempo llevaba allí. Era una

Sentado en uno de los bancos de piedra, con el quinqué encendido a su lado, esperaba inquieto

Aunque se había cambiado de ropa antes de volver al jardín, su largo cabello se hallaba

Un silencio denso, impenetrable, casi sólido, parecía haberse adueñado en los últimos minutos

Al fin, tras un breve lapso de tiempo que a Edgar se le antojó eterno, el frágil crepitar de unos

El vuelo de la liviana falda y las amplias mangas flotando en derredor, aureolaban suquebradizo contorno a la luz del candil que sostenía una de sus manos. El largo cabello azabacheondeaba suavemente, oscilando a su alrededor al compás de sus lánguidos pasos, rebasando su

Edgar corrió a su encuentro. Siddahia dejó el candil en el suelo. Sin mediar palabra, se miraronfijamente el uno al otro. Edgar no podía dejar de mirar los ojos de Siddahia… parecían tener unefecto hipnótico sobre él. Sus iris volvían a presentar ahora aquel sutil fulgor rojizo que había

Siddahia le acogió maternalmente entre sus brazos, consoladora. Edgar bajó su cabeza,cerrando sus ojos durante unos segundos. Una vez más, las lágrimas inundaron lentamente su faz.

—Tranquilo, cariño, ya ha pasado todo —Siddahia tomó su barbilla y la levantó con cuidado,volviendo a quedar enfrentadas sus miradas. Su voz se convirtió entonces en un dulce susurro—.No debes llorar, querido mío. Finalmente has hecho lo que debías. Me has librado de ese parásito.Tu conciencia puede estar tranquila. Sé que ha debido resultar duro para ti, pero debes tener lacerteza, la absoluta certeza, de que en realidad, no has matado a nadie. Ella ya estaba muerta y

—Sé lo que has visto, mi amado Edgar —Siddahia acarició dulcemente su largo cabello—.Ahora deja de preocuparte. Has cumplido tu promesa y yo he venido para cumplir la mía. Ven

conmigo, Edgar. Olvida las penurias de este mundo. Vengo para llevarte conmigo. Yo guiaré tuspasos, sígueme.

Comenzaron a caminar lenta, parsimoniosamente, como en un sueño. Edgar sabía cuál era eldestino final hacia el que, sin prisas, se encaminaban. Volvieron a recorrer los senderos y lasavenidas del jardín encantado bajo la atenta mirada de las estatuas en sus pedestales, ocultas entrelas volátiles faldas de la creciente oscuridad y la espesa niebla.

Penetraron en las sombrías fauces del húmedo laberinto.

Quedaron de nuevo frente a frente, las lámparas en el suelo, junto a la fuente. Siddahia tomó aEdgar de las manos. El incesante rumor del agua, constante, monótono, contribuía a acentuar elfascinante efecto hipnótico.

—Voy a recompensarte, Edgar, tal y como te prometí.

Edgar, sintió las frenéticas palpitaciones de su corazón escapando una vez más a su control.Siddahia inclinó ligeramente la cabeza.

Le sobresaltó la aterradora expresión de su mirada dura, cruel, despiadada, semejante a la deun lobo rabioso, hambriento, al acecho certero de la presa indefensa. Unos afilados colmillosnacarados destellaron bajo la macilenta luz de la luna llena La extenuada mente de Edgar comenzóa dar vueltas y más vueltas, violenta, desesperadamente… “La condenación del beso vampírico…dicen que aquellos que la sufren, nacen de nuevo a la vida tras la muerte…”

—¿Tú? ¿Tú también eres un no-muerto…, un …?

Las palabras de Edgar fueron interrumpidas por una estridente carcajada.

—Vaya, mi querido e inocente Edgar. Al fin lo has comprendido.

Edgar miró a su hermana, atónito, desconcertado.

—Pero, entonces me engañaste… me has utilizado. No era cierto aquello que me contaste. Tuvida no estaba en peligro… en realidad, también tú estás muerta…

La carcajada se repitió, esta vez con una menor intensidad.

—Edgar, necesitaba tu ayuda. No sabía cómo reaccionarías si te contaba la verdad. Necesitabalibrarme de esa escoria, ella me dio esta vida. Una especie de vínculo inquebrantable ata lavoluntad de aquel que ha sido revivido a la de su mentor. Tras dos largos años bajo su dominio,bajo el dominio de su voluntad, la larga sombra del desengaño terminó abatiéndose sobre mí.Comprendí entonces que, a pesar de lo que en un principio había llegado a creer, en realidad ya nole amaba. Necesito libertad para actuar por mí misma. Precisaba librarme de ella, pero no sabíacómo hacerlo sin ayuda. Únicamente sorprendiéndola durante el sueño diurno podía terminar consu vida. Sabía que tarde o temprano acabarías regresando al jardín. Vine tantas, tantas veces, en tubusca… sólo podía confiar en ti. Tenía que cerciorarme de que me ayudarías. No podía dejar quela misión fracasara. Tuve que simular incluso, las marcas recientes desgarrando con mis propiosdientes la piel de mi muñeca. Ahora soy libre, al fin me has liberado de mi yugo, Edgar, queridohermano.

—¿Entonces? —Edgar la miraba confundido—. ¿Papá…? ¿Fuiste tú, no es cierto? ¿Tú quien

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conmigo, Edgar. Olvida las penurias de este mundo. Vengo para llevarte conmigo. Yo guiaré tus

Comenzaron a caminar lenta, parsimoniosamente, como en un sueño. Edgar sabía cuál era eldestino final hacia el que, sin prisas, se encaminaban. Volvieron a recorrer los senderos y lasavenidas del jardín encantado bajo la atenta mirada de las estatuas en sus pedestales, ocultas entre

Quedaron de nuevo frente a frente, las lámparas en el suelo, junto a la fuente. Siddahia tomó aEdgar de las manos. El incesante rumor del agua, constante, monótono, contribuía a acentuar el

Edgar, sintió las frenéticas palpitaciones de su corazón escapando una vez más a su control.

Le sobresaltó la aterradora expresión de su mirada dura, cruel, despiadada, semejante a la deun lobo rabioso, hambriento, al acecho certero de la presa indefensa. Unos afilados colmillosnacarados destellaron bajo la macilenta luz de la luna llena La extenuada mente de Edgar comenzóa dar vueltas y más vueltas, violenta, desesperadamente… “La condenación del beso vampírico…

—Pero, entonces me engañaste… me has utilizado. No era cierto aquello que me contaste. Tu

—Edgar, necesitaba tu ayuda. No sabía cómo reaccionarías si te contaba la verdad. Necesitabalibrarme de esa escoria, ella me dio esta vida. Una especie de vínculo inquebrantable ata lavoluntad de aquel que ha sido revivido a la de su mentor. Tras dos largos años bajo su dominio,bajo el dominio de su voluntad, la larga sombra del desengaño terminó abatiéndose sobre mí.Comprendí entonces que, a pesar de lo que en un principio había llegado a creer, en realidad ya nole amaba. Necesito libertad para actuar por mí misma. Precisaba librarme de ella, pero no sabíacómo hacerlo sin ayuda. Únicamente sorprendiéndola durante el sueño diurno podía terminar consu vida. Sabía que tarde o temprano acabarías regresando al jardín. Vine tantas, tantas veces, en tubusca… sólo podía confiar en ti. Tenía que cerciorarme de que me ayudarías. No podía dejar quela misión fracasara. Tuve que simular incluso, las marcas recientes desgarrando con mis propiosdientes la piel de mi muñeca. Ahora soy libre, al fin me has liberado de mi yugo, Edgar, querido

—¿Entonces? —Edgar la miraba confundido—. ¿Papá…? ¿Fuiste tú, no es cierto? ¿Tú quien

acabó con su vida? —el sentido de estas palabras daba vueltas en su confuso cerebro.

—Por supuesto —una leve, perversa sonrisa, iluminó aún más el lívido rostro de Siddahia —.Él lo merecía, era una maldita bestia. Jamás podrás entender lo que supone para una mujer el serapartada por la fuerza de la vida. ¿Nunca llegaste a enterarte de lo que sucedió una vez te echó denuestras vidas, después de obligarte a marcharte con lo puesto maldiciendo tu nombre, aquellafatídica noche en que George nos sorprendió aquí, en este mismo lugar, verdad? —su tono hervía,inundado por la ira—. Maldito monstruo… me destrozó la cara a golpes, llenó mi frágil cuerpo demoretones, destruyó la estima que desde niña le dispensaba. Incluso intentó… —su voz se quebróde pronto— intentó… —sus ojos, trémulos, se encontraron con los de su hermano. No tuvo fuerzaspara acabar la frase.

Edgar no podía dar crédito a lo que oía. La cólera se iba apoderando de su ánimo a medida quelas palabras de Siddahia iban relatando lo sucedido. Jamás hubiera llegado a pensar que su padrepodía hacerle algo así a su propia hija.

—Ya nunca más lo pude ver como un padre. Hizo creer a todo el mundo que había caído por lasescaleras accidentalmente, amenazándome con matarme si revelaba lo que había sucedido enrealidad.

Siddahia continuó hablando en un murmullo casi inaudible, con el cenagoso rencor grabado ensus ojos, extraviados ahora en la inmensidad de la negra noche.

—Organizó mi ingreso en un convento. Era su forma de castigarme por nuestros encuentros.Tres largos años sometida a las humillaciones más horribles que puedas imaginar, a las másespantosas vejaciones, escondida del mundo, recluida entre esos opresivos muros… tres largosaños, hasta que decidió sacarme de allí convencido de que había aprendido la lección. Nuncanadie sabrá cuánto odio he ido acumulando en mi corazón durante estos inacabables años…

—Yo… yo, lo siento… nunca supe nada de lo que había sucedido tras mi marcha. Mi únicoanhelo era tratar de sobrellevar con dignidad el transcurso del tiempo hasta que pudiese volverpor ti… hasta que los años hubiesen borrado, o al menos atenuado, la nebulosa mancha que desdeaquella desdichada noche se esparcía sobre nuestras vidas. Entonces hubiera vuelto para llevarteconmigo a otro lugar, a algún lejano rincón olvidado del mundo, en que nuestras vidas noestuviesen sometidas al juicio de aquellos que ven en nuestro amor la oscura encarnación de undeletéreo pecado… nunca he dejado de quererte, Siddahia… nunca…

—No te lamentes, Edgar. Cumpliste tu palabra. Me has liberado de mis cadenas. Vuelvo a vivir.Ahora tú también vas a conocer esta maravillosa sensación. Voy a librarte de las penurias de estemundo, de tus miedos, de las enfermedades, de la auténtica muerte, solitaria, lúgubre, eterna…

Siddahia atrajo lentamente a su hermano hacia sí. No existía resistencia en su actitud. De nuevo,la voluntad había sido anulada bajo el hipnótico influjo de su mirada.

Los cuerpos se enlazaron, lenta, despaciosamente en un principio, furiosa, impetuosamente,desbordantes de lujuria, después. Las lenguas recorrieron ávidas la dermis, las ocultas oquedades,mutuamente, recíprocamente, lamiéndolas, humedeciéndolas. En un frenético arrebato de locura laropa fue arrancada a tirones. Siddahia gemía, complacida, sedienta. Sus labios, sensuales, seposaron suavemente sobre un punto concreto en el cuello de Edgar. El cosquilleo sumió su cerebro

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—Por supuesto —una leve, perversa sonrisa, iluminó aún más el lívido rostro de Siddahia —.Él lo merecía, era una maldita bestia. Jamás podrás entender lo que supone para una mujer el serapartada por la fuerza de la vida. ¿Nunca llegaste a enterarte de lo que sucedió una vez te echó denuestras vidas, después de obligarte a marcharte con lo puesto maldiciendo tu nombre, aquellafatídica noche en que George nos sorprendió aquí, en este mismo lugar, verdad? —su tono hervía,inundado por la ira—. Maldito monstruo… me destrozó la cara a golpes, llenó mi frágil cuerpo demoretones, destruyó la estima que desde niña le dispensaba. Incluso intentó… —su voz se quebróde pronto— intentó… —sus ojos, trémulos, se encontraron con los de su hermano. No tuvo fuerzas

Edgar no podía dar crédito a lo que oía. La cólera se iba apoderando de su ánimo a medida quelas palabras de Siddahia iban relatando lo sucedido. Jamás hubiera llegado a pensar que su padre

—Ya nunca más lo pude ver como un padre. Hizo creer a todo el mundo que había caído por lasescaleras accidentalmente, amenazándome con matarme si revelaba lo que había sucedido en

Siddahia continuó hablando en un murmullo casi inaudible, con el cenagoso rencor grabado en

—Organizó mi ingreso en un convento. Era su forma de castigarme por nuestros encuentros.Tres largos años sometida a las humillaciones más horribles que puedas imaginar, a las másespantosas vejaciones, escondida del mundo, recluida entre esos opresivos muros… tres largosaños, hasta que decidió sacarme de allí convencido de que había aprendido la lección. Nunca

—Yo… yo, lo siento… nunca supe nada de lo que había sucedido tras mi marcha. Mi únicoanhelo era tratar de sobrellevar con dignidad el transcurso del tiempo hasta que pudiese volverpor ti… hasta que los años hubiesen borrado, o al menos atenuado, la nebulosa mancha que desdeaquella desdichada noche se esparcía sobre nuestras vidas. Entonces hubiera vuelto para llevarteconmigo a otro lugar, a algún lejano rincón olvidado del mundo, en que nuestras vidas noestuviesen sometidas al juicio de aquellos que ven en nuestro amor la oscura encarnación de un

—No te lamentes, Edgar. Cumpliste tu palabra. Me has liberado de mis cadenas. Vuelvo a vivir.Ahora tú también vas a conocer esta maravillosa sensación. Voy a librarte de las penurias de este

Siddahia atrajo lentamente a su hermano hacia sí. No existía resistencia en su actitud. De nuevo,

Los cuerpos se enlazaron, lenta, despaciosamente en un principio, furiosa, impetuosamente,desbordantes de lujuria, después. Las lenguas recorrieron ávidas la dermis, las ocultas oquedades,mutuamente, recíprocamente, lamiéndolas, humedeciéndolas. En un frenético arrebato de locura laropa fue arrancada a tirones. Siddahia gemía, complacida, sedienta. Sus labios, sensuales, seposaron suavemente sobre un punto concreto en el cuello de Edgar. El cosquilleo sumió su cerebro

en un turbulento torbellino de voluptuosidad.

Susurros de placer.

Un leve crujido desgarrando la piel.

Hipnótica fascinación…

El abrazo letal del vampiro…

El acto supremo da inicio, una vez más.

Edgar apenas sintió el dolor, sumido en la absorbente, frenética espiral de placer, tan intensacomo no podía recordar. Dos exiguos orificios, convertidos pronto en pródigos surtidores, sehabían abierto limpiamente en su cuello.

—Mi amado… —la voz de Siddahia era ahora casi un ronco gruñido, empapado en eldesbordante fluido carmesí. Finísimos hilos de oro escarlata, líquido, espeso, resbalabanlánguidamente desde sus labios violáceos sin vida —curvados ahora en una delicada, sensualsonrisa— ramificándose, trazando desbocados surcos encarnados sobre su barbilla. Los obscenoschasquidos de su lengua se confundían con el murmullo del agua en la fuente.

Siddahia sintió el calor inundando lentamente su cuerpo al tiempo que un leve rubor comenzabaa colorear lentamente sus facciones.

En el preciso instante en el que Edgar estaba a punto de desfallecer, Siddahia apartó los labiosde la vena abierta, trazando con sus propias uñas un profundo corte en su muñeca izquierda. Llevóla muñeca sangrante a los labios de un Edgar prácticamente inconsciente y con voz firme leordenó:

—Toma ahora mi sangre, Edgar. Bebe, bebe… eso es… entra de mi mano en la eternidad.

—Siddahia —su voz era apenas un susurro—, siempre te he amado… siempre te amaré…

—Siempre… —una sarcástica risa precedió las nuevas palabras de Siddahia—. He podidocomprobar que eso sólo sucede en los cuentos de hadas. No, Edgar, amado mío, ahora ambostenemos una infinitud por delante. No voy a encadenar tu voluntad a la mía. Debemos buscarnuestro camino por separado, más allá de nuestras ansias de permanecer unidos. Tenemos antenosotros la oportunidad de experimentar tantas sensaciones desconocidas hasta el momento, deconocer tantos lugares, de aprender tantas cosas… no… no te llevaré conmigo, no te condenaré aque me aborrezcas tan pronto. He permanecido cinco años sin verte, sin saber nada de ti,pudriéndome lentamente en un lugar que odiaba más que a la propia muerte, en contra de mivoluntad, sin saber si algún día regresarías al fin. He llorado, he gritado, he desesperado, perofinalmente, he aprendido a vivir sin ti, Edgar y, aunque al principio creía que me resultaríaimposible continuar viviendo sin verte otra vez, ahora sé que el tiempo realmente puede curaralgunas heridas. Tendrás que aprender a vivir esta nueva vida sin mí. En adelante, sólo tienes queseguir tus instintos para sobrevivir. Cuídate de la luz del sol… ella puede constituir tuperdición… ocúltate en las sombras, no te dejes ver cuando necesites calmar tu sed y no dejes,

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Edgar apenas sintió el dolor, sumido en la absorbente, frenética espiral de placer, tan intensacomo no podía recordar. Dos exiguos orificios, convertidos pronto en pródigos surtidores, se

—Mi amado… —la voz de Siddahia era ahora casi un ronco gruñido, empapado en eldesbordante fluido carmesí. Finísimos hilos de oro escarlata, líquido, espeso, resbalabanlánguidamente desde sus labios violáceos sin vida —curvados ahora en una delicada, sensualsonrisa— ramificándose, trazando desbocados surcos encarnados sobre su barbilla. Los obscenos

Siddahia sintió el calor inundando lentamente su cuerpo al tiempo que un leve rubor comenzaba

En el preciso instante en el que Edgar estaba a punto de desfallecer, Siddahia apartó los labiosde la vena abierta, trazando con sus propias uñas un profundo corte en su muñeca izquierda. Llevóla muñeca sangrante a los labios de un Edgar prácticamente inconsciente y con voz firme le

—Siempre… —una sarcástica risa precedió las nuevas palabras de Siddahia—. He podidocomprobar que eso sólo sucede en los cuentos de hadas. No, Edgar, amado mío, ahora ambostenemos una infinitud por delante. No voy a encadenar tu voluntad a la mía. Debemos buscarnuestro camino por separado, más allá de nuestras ansias de permanecer unidos. Tenemos antenosotros la oportunidad de experimentar tantas sensaciones desconocidas hasta el momento, deconocer tantos lugares, de aprender tantas cosas… no… no te llevaré conmigo, no te condenaré aque me aborrezcas tan pronto. He permanecido cinco años sin verte, sin saber nada de ti,pudriéndome lentamente en un lugar que odiaba más que a la propia muerte, en contra de mivoluntad, sin saber si algún día regresarías al fin. He llorado, he gritado, he desesperado, perofinalmente, he aprendido a vivir sin ti, Edgar y, aunque al principio creía que me resultaríaimposible continuar viviendo sin verte otra vez, ahora sé que el tiempo realmente puede curaralgunas heridas. Tendrás que aprender a vivir esta nueva vida sin mí. En adelante, sólo tienes queseguir tus instintos para sobrevivir. Cuídate de la luz del sol… ella puede constituir tuperdición… ocúltate en las sombras, no te dejes ver cuando necesites calmar tu sed y no dejes,

jamás dejes, que los remordimientos eclipsen tu razón. Ahora vas a pasar a formar parte del másalto eslabón en la cadena alimentaria… aprovéchalo, disfrútalo… quizás te preguntes cómopodemos subsistir, cómo podemos pasar desapercibidos a pesar de las desnudas huellas impresasen los cuerpos exhaustos… recuerda lo que voy a decirte ahora, Edgar, no lo olvides nunca… losvampiros no existimos, somos tan sólo criaturas de leyenda, creadas —dotadas de una ilusoria,ficticia vida—, gracias al poder de tradiciones ancestrales, de cuentos que han ido pasando boca aboca, generación tras generación. Esta es nuestra mejor arma contra el mundo. Por muchasevidencias que existan, nadie llegará a creer nunca, jamás, que el responsable de una muertepueda ser una criatura escapada de una inverosímil leyenda o una turbadora, irreal pesadilla.Somos dioses, mi querido Edgar… en aras de nuestra nueva condición, adquirimos la potestadabsoluta para decidir quién morirá bajo el roce de nuestros labios y quién, por el contrario, nosacompañará en nuestro tránsito por los retorcidos senderos de la inmortalidad.

Edgar escuchaba estas palabras aturdido, espantado, intentando encontrar un sentido a aquelloque estaba oyendo. Su consciencia se hallaba a punto de desvanecerse. Siddahia continuó,imprimiendo un firme tono a su voz.

—Cuando despiertes no me hallarás aquí, mas un día, regresaré por ti. Si realmente me amas,me esperarás, esa será la auténtica prueba de tu amor. Mantendremos encendida la llama más alládel tiempo y las distancias. Disfruta de aquello que esta nueva existencia te va a ofrecer a partirde este mismo instante. Yo ya sufrí demasiado, ahora te toca a ti… voy a darte la oportunidad dedemostrar que el amor que me profesas es, como afirmas, realmente eterno. Este es tu bautizo desangre. Una vez despiertes ya no serás Edgar nunca más. A partir de ese momento, tu nombre seráÁlesar.

Lo último que Edgar creyó ver, tal y como si se tratara de un oscuro presagio de la existenciaque le esperaba a partir de aquel preciso instante, antes de perder la consciencia (hundida depronto en un vertiginoso remolino de confusas imágenes de su anterior vida), fue un líquidoespeso, granate, manando a borbotones por los distintos caños de la pequeña fuente, reverberandoen los labios de la desnuda ninfa, enturbiando el agua a sus pies bajo la tibia luz de la luna llena.

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jamás dejes, que los remordimientos eclipsen tu razón. Ahora vas a pasar a formar parte del másalto eslabón en la cadena alimentaria… aprovéchalo, disfrútalo… quizás te preguntes cómopodemos subsistir, cómo podemos pasar desapercibidos a pesar de las desnudas huellas impresasen los cuerpos exhaustos… recuerda lo que voy a decirte ahora, Edgar, no lo olvides nunca… losvampiros no existimos, somos tan sólo criaturas de leyenda, creadas —dotadas de una ilusoria,ficticia vida—, gracias al poder de tradiciones ancestrales, de cuentos que han ido pasando boca aboca, generación tras generación. Esta es nuestra mejor arma contra el mundo. Por muchasevidencias que existan, nadie llegará a creer nunca, jamás, que el responsable de una muertepueda ser una criatura escapada de una inverosímil leyenda o una turbadora, irreal pesadilla.Somos dioses, mi querido Edgar… en aras de nuestra nueva condición, adquirimos la potestadabsoluta para decidir quién morirá bajo el roce de nuestros labios y quién, por el contrario, nosacompañará en nuestro tránsito por los retorcidos senderos de la inmortalidad.

Edgar escuchaba estas palabras aturdido, espantado, intentando encontrar un sentido a aquelloque estaba oyendo. Su consciencia se hallaba a punto de desvanecerse. Siddahia continuó,imprimiendo un firme tono a su voz.

—Cuando despiertes no me hallarás aquí, mas un día, regresaré por ti. Si realmente me amas,me esperarás, esa será la auténtica prueba de tu amor. Mantendremos encendida la llama más alládel tiempo y las distancias. Disfruta de aquello que esta nueva existencia te va a ofrecer a partirde este mismo instante. Yo ya sufrí demasiado, ahora te toca a ti… voy a darte la oportunidad dedemostrar que el amor que me profesas es, como afirmas, realmente eterno. Este es tu bautizo desangre. Una vez despiertes ya no serás Edgar nunca más. A partir de ese momento, tu nombre seráÁlesar.

Lo último que Edgar creyó ver, tal y como si se tratara de un oscuro presagio de la existenciaque le esperaba a partir de aquel preciso instante, antes de perder la consciencia (hundida depronto en un vertiginoso remolino de confusas imágenes de su anterior vida), fue un líquidoespeso, granate, manando a borbotones por los distintos caños de la pequeña fuente, reverberandoen los labios de la desnuda ninfa, enturbiando el agua a sus pies bajo la tibia luz de la luna llena.

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VII

El cuerpo sin vida de Edgar fue descubierto por uno de los hombres que atendían el cuidado deljardín a la mañana siguiente, poco antes del amanecer, en el momento en que se disponía acomenzar su interminable labor en los altos setos del laberinto encantado.

Aunque todos cuantos tuvieron oportunidad de verlo pudieron distinguir las pequeñas marcasgranas en el pálido cuello —persignándose horrorizados muchos de ellos, oprimidos bajo lastenaces garras de la superstición—, nadie hizo referencia a ellas en público como posible causadel fallecimiento.

Una monstruosa tormenta se desencadenó en el firmamento al día siguiente, justo en el precisoinstante en que se iniciaba el traslado del cuerpo al cementerio situado a escasas millas de lamansión de lord Houmpton (cuya cripta en el subsuelo nunca había llegado a utilizarse,continuando la tradición de los enterramientos en el viejo panteón familiar del camposanto, en lasafueras del pueblo). El violento fulgor de los relámpagos encendía por momentos el cielo gris ypesaroso al otro lado de las ventanas. Sir Anthony, destrozado, abatido por el dolor de una nuevamuerte, se había levantado del lecho con la ayuda de uno de los sirvientes para, con el apoyo deun báculo, acudir a dar el último adiós a su preciado nieto.

Los desesperados relinchos de los caballos, furiosamente encabritados, se unieron al estruendoapocalíptico de los truenos en el horizonte cuando el féretro fue depositado por varios hombres enuno de los lujosos carruajes. El viento gélido y la copiosa lluvia, diseminada en fuertes ydesapacibles rachas, azotaron sin piedad a la reducida comitiva funeraria (compuesta casiexclusivamente por trabajadores de la casa), durante el corto trayecto.

Edgar no tenía más familia.

Su cuerpo fue sepultado en el panteón familiar en que descansaban los restos de susantepasados y —según todos creían—, los de su hermana, tras una breve ceremonia. Decenas deflores depositadas tiempo atrás en algunos de aquellos sepulcros comenzaban a deshojarse, ahoramarchitas, bajo la devastadora arremetida de la intemperie.

Las afligidas lágrimas de los asistentes al funeral se confundieron, aquella desabrida mañana,con aquellas que el cielo, desconsolado, derramaba por el alma perdida de Edgar.

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VII

El cuerpo sin vida de Edgar fue descubierto por uno de los hombres que atendían el cuidado deljardín a la mañana siguiente, poco antes del amanecer, en el momento en que se disponía acomenzar su interminable labor en los altos setos del laberinto encantado.

Aunque todos cuantos tuvieron oportunidad de verlo pudieron distinguir las pequeñas marcasgranas en el pálido cuello —persignándose horrorizados muchos de ellos, oprimidos bajo lastenaces garras de la superstición—, nadie hizo referencia a ellas en público como posible causadel fallecimiento.

Una monstruosa tormenta se desencadenó en el firmamento al día siguiente, justo en el precisoinstante en que se iniciaba el traslado del cuerpo al cementerio situado a escasas millas de lamansión de lord Houmpton (cuya cripta en el subsuelo nunca había llegado a utilizarse,continuando la tradición de los enterramientos en el viejo panteón familiar del camposanto, en lasafueras del pueblo). El violento fulgor de los relámpagos encendía por momentos el cielo gris ypesaroso al otro lado de las ventanas. Sir Anthony, destrozado, abatido por el dolor de una nuevamuerte, se había levantado del lecho con la ayuda de uno de los sirvientes para, con el apoyo deun báculo, acudir a dar el último adiós a su preciado nieto.

Los desesperados relinchos de los caballos, furiosamente encabritados, se unieron al estruendoapocalíptico de los truenos en el horizonte cuando el féretro fue depositado por varios hombres enuno de los lujosos carruajes. El viento gélido y la copiosa lluvia, diseminada en fuertes ydesapacibles rachas, azotaron sin piedad a la reducida comitiva funeraria (compuesta casiexclusivamente por trabajadores de la casa), durante el corto trayecto.

Edgar no tenía más familia.

Su cuerpo fue sepultado en el panteón familiar en que descansaban los restos de susantepasados y —según todos creían—, los de su hermana, tras una breve ceremonia. Decenas deflores depositadas tiempo atrás en algunos de aquellos sepulcros comenzaban a deshojarse, ahoramarchitas, bajo la devastadora arremetida de la intemperie.

Las afligidas lágrimas de los asistentes al funeral se confundieron, aquella desabrida mañana,con aquellas que el cielo, desconsolado, derramaba por el alma perdida de Edgar.

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Interludio

(1859)

Luna de lobos

“Through twilight, darkness and moonrise

My scarlet tears will run

As stolen blood and whispered love

Of fantasies undone…”

“Dusk and Her Embrace” (Cradle of Filth)

“Darkness be over thee

Angels to beckon thee

True eternal passion

An eternal torment…”

“The Flame of Wrath” (The Sins of thy Beloved)

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Interludio

(1859)

Luna de lobos

“Through twilight, darkness and moonrise

My scarlet tears will run

As stolen blood and whispered love

Of fantasies undone…”

“Dusk and Her Embrace” (Cradle of Filth)

“Darkness be over thee

Angels to beckon thee

True eternal passion

An eternal torment…”

“The Flame of Wrath” (The Sins of thy Beloved)

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I

Álesar abrió los ojos, de repente. A pesar de la oscuridad y el silencio absolutos, una leve,vaporosa luminosidad, parecía flotar a su alrededor.

Desconcertado, descubrió que le faltaba el aire. Intentó llenar sus pulmones con una convulsabocanada.

Se hallaba tumbado. Observó, a escasos centímetros de su rostro y a ambos lados de su cuerpo,un forro de tela roja —que al tacto, creyó identificar como terciopelo—, recubriendo unasuperficie oblonga de un material duro, rígido, que confinaba, asfixiante, su cuerpo y susmovimientos.

De pronto, una lívida luz, pálida como su delicada piel, iluminó tenue, lentamente, su memoria.

Y recordó…

No tardó en colegir entonces dónde se encontraba.

No podía creer lo que estaba sucediendo.

Insólitamente, había regresado desde la muerte.

Estaba vivo, de nuevo.

Vivo, de nuevo…

La pesada tapa del féretro había cedido con facilidad ante su empuje.

Álesar recorrió con su mirada el opresivo recinto de piedra, sumido en las tinieblas,confirmando de este modo sus irracionales sospechas. La oscuridad no era ahora un impedimento,no necesitaba la luz. Como si de una bestia nictálope se tratara, comprobó que aun con una ciertadificultad, inexplicablemente, podía ver en la oscuridad.

La humedad, fría, viscosa, inundaba las paredes de la inmensa cámara funeraria y se esparcíaneblinosa en derredor suyo.

Aunque de haber tenido un espejo ante sí, no hubiera podido ver reflejada su cara en elmercurio, pudo intuir sus facciones suavizadas tras el proceso, los rasgos ligeramenteperfeccionados que dotaban de una mayor ambigüedad a su rostro ya de por sí andrógino. Subelleza era ahora la de un oscuro serafín escapado de los infiernos.

Una voraz sed, inhumana y desgarradora, abrasaba por momentos su garganta, feroz,brutalmente, afectando a todas sus acciones, contaminando todas sus sensaciones. Necesitabacalmarla si no quería enloquecer.

Antes de salir de allí, decidió buscar el ataúd donde debía descansar el cuerpo de Siddahia. Alabrirlo, corroboró que, tal y como preveía, un silencioso vacío ocupaba su lugar.

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Álesar abrió los ojos, de repente. A pesar de la oscuridad y el silencio absolutos, una leve,

Desconcertado, descubrió que le faltaba el aire. Intentó llenar sus pulmones con una convulsa

Se hallaba tumbado. Observó, a escasos centímetros de su rostro y a ambos lados de su cuerpo,un forro de tela roja —que al tacto, creyó identificar como terciopelo—, recubriendo unasuperficie oblonga de un material duro, rígido, que confinaba, asfixiante, su cuerpo y sus

Álesar recorrió con su mirada el opresivo recinto de piedra, sumido en las tinieblas,confirmando de este modo sus irracionales sospechas. La oscuridad no era ahora un impedimento,no necesitaba la luz. Como si de una bestia nictálope se tratara, comprobó que aun con una cierta

La humedad, fría, viscosa, inundaba las paredes de la inmensa cámara funeraria y se esparcía

Aunque de haber tenido un espejo ante sí, no hubiera podido ver reflejada su cara en elmercurio, pudo intuir sus facciones suavizadas tras el proceso, los rasgos ligeramenteperfeccionados que dotaban de una mayor ambigüedad a su rostro ya de por sí andrógino. Su

Una voraz sed, inhumana y desgarradora, abrasaba por momentos su garganta, feroz,brutalmente, afectando a todas sus acciones, contaminando todas sus sensaciones. Necesitaba

Antes de salir de allí, decidió buscar el ataúd donde debía descansar el cuerpo de Siddahia. Al

La noche se extendía, extraña, ante sus ojos. La tormenta había cesado a última hora delatardecer. Una voluptuosa neblina comenzaba a engullir lascivamente las formas a su alrededor.Álesar caminó hacia la salida del cementerio. Sus movimientos habían ganado en seguridad,parecían haber cobrado una distinguida elegancia señorial. El suelo permanecía encharcado ennumerosos tramos a lo largo del sendero.

No sabía hacia dónde debía dirigir sus pasos. Tan sólo una idea absorbía el resto de suspensamientos, una idea inconsciente, instintiva, obsesiva. Necesitaba apaciguar la sed.

Se internó en el bosque, en dirección al pueblo. Retorcidas ramas, muchas de ellas desprovistasya de hojas, arañaban suavemente el rostro y los brazos de Álesar impregnándolos con cientos depequeñas gotas, frágiles diamantes fríos, inconsistentes, que fragmentándose tras el impacto,resbalaban por su tersa piel y lentamente impregnaban su vestimenta.

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La noche se extendía, extraña, ante sus ojos. La tormenta había cesado a última hora delatardecer. Una voluptuosa neblina comenzaba a engullir lascivamente las formas a su alrededor.Álesar caminó hacia la salida del cementerio. Sus movimientos habían ganado en seguridad,parecían haber cobrado una distinguida elegancia señorial. El suelo permanecía encharcado ennumerosos tramos a lo largo del sendero.

No sabía hacia dónde debía dirigir sus pasos. Tan sólo una idea absorbía el resto de suspensamientos, una idea inconsciente, instintiva, obsesiva. Necesitaba apaciguar la sed.

Se internó en el bosque, en dirección al pueblo. Retorcidas ramas, muchas de ellas desprovistasya de hojas, arañaban suavemente el rostro y los brazos de Álesar impregnándolos con cientos depequeñas gotas, frágiles diamantes fríos, inconsistentes, que fragmentándose tras el impacto,resbalaban por su tersa piel y lentamente impregnaban su vestimenta.

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II

Ya no llovía. Una niebla más vaga, menos espesa que en noches anteriores, flotaba incorpóreaen el ambiente. La niña llevaba perdida varias horas dentro de los confines del inmenso bosque.La lluvia arreciaba, tras unas horas de calma, en el momento en que ella decidió internarse en laespesura tratando de refugiarse bajo las ramas de los centenarios árboles que todavía no habíanperdido todas sus hojas ante las arremetidas del viento otoñal. Las otras chiquillas con las queestaba jugando al borde del bosque habían huido, presas del pánico, ante la espectacular trombade agua, dispersándose hacia sus respectivos hogares, cubriendo sus frágiles cabellos bajo lasmanos sin reparar, en pleno maremagno de la tempestad, en la dirección que había tomado laúltima de ellas.

El dolor que ahora sentía en sus pies, cubiertos por unas desvencijadas botas totalmenteembarradas, le hizo buscar un lugar donde sentarse durante unos instantes.

Varios espeluznantes aullidos desgarraron el silencio nocturno, no demasiado lejos de allí.Estaba muy asustada. Las lágrimas corrían desesperadas por sus mejillas. La luz imprecisa de laluna llena le permitió localizar un tronco talado que emergía solitario en un claro entre la marañade tenebrosos árboles. Los nervios se habían apoderado de su ánimo. Si no encontraba pronto lasalida, iba a tener que quedarse allí a pasar la noche. Su ropa continuaba empapada. El frío y lahumedad se alojaban, pegajosos, despiadados, en los más recónditos intersticios de su infantil ytrémulo cuerpo.

El silencio se vio roto nuevamente en las oscuras profundidades del tenebroso bosque. Unoschasquidos le hicieron volver la cabeza, atemorizada.

Lo que creyó ver a continuación, a través de la difusa luz derramada por la luna y filtrada por elborroso tamiz de las lágrimas, erizó de pronto sus dorados cabellos. Temblandodesesperadamente, sus manos se cerraron sobre la boca, abierta en un monstruoso gesto de horrorrubricado por su aterrada mirada, intentando ahogar el alarido que amenazaba con desbordarse através de su garganta.

Cinco enormes, majestuosos lobos, se acercaban en su dirección, lentamente, tratando de rodearsu posición. Los fríos ojos de los depredadores brillaban bajo el resplandor del plenilunio. Unode ellos avanzaba en primer lugar, los otros parecían cubrir la retaguardia. Detuvieron sus pasos aescasos metros de ella. El que parecía ser el líder de la manada, clavando sus bellos ojos llenosde hostilidad en los de la niña, abrió sus fauces mostrando los agudos colmillos al tiempo quegruñía ferozmente. El resto le imitó, erizando el pelo grisáceo.

La chiquilla se incorporó de un salto, temblorosa, al borde del desfallecimiento. Su cabezadaba vueltas. Los bucles mojados se pegaban a su frente, dificultando por momentos, aún más sicabe, la confusa visión. Esta vez no pudo contener el terrible chillido que escapó de sus labiosresonando con un evanescente y lejano eco entre los ocultos rincones del siniestro dédaloboscoso.

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Ya no llovía. Una niebla más vaga, menos espesa que en noches anteriores, flotaba incorpóreaen el ambiente. La niña llevaba perdida varias horas dentro de los confines del inmenso bosque.La lluvia arreciaba, tras unas horas de calma, en el momento en que ella decidió internarse en laespesura tratando de refugiarse bajo las ramas de los centenarios árboles que todavía no habíanperdido todas sus hojas ante las arremetidas del viento otoñal. Las otras chiquillas con las queestaba jugando al borde del bosque habían huido, presas del pánico, ante la espectacular trombade agua, dispersándose hacia sus respectivos hogares, cubriendo sus frágiles cabellos bajo lasmanos sin reparar, en pleno maremagno de la tempestad, en la dirección que había tomado la

El dolor que ahora sentía en sus pies, cubiertos por unas desvencijadas botas totalmente

Varios espeluznantes aullidos desgarraron el silencio nocturno, no demasiado lejos de allí.Estaba muy asustada. Las lágrimas corrían desesperadas por sus mejillas. La luz imprecisa de laluna llena le permitió localizar un tronco talado que emergía solitario en un claro entre la marañade tenebrosos árboles. Los nervios se habían apoderado de su ánimo. Si no encontraba pronto lasalida, iba a tener que quedarse allí a pasar la noche. Su ropa continuaba empapada. El frío y lahumedad se alojaban, pegajosos, despiadados, en los más recónditos intersticios de su infantil y

El silencio se vio roto nuevamente en las oscuras profundidades del tenebroso bosque. Unos

Lo que creyó ver a continuación, a través de la difusa luz derramada por la luna y filtrada por elborroso tamiz de las lágrimas, erizó de pronto sus dorados cabellos. Temblandodesesperadamente, sus manos se cerraron sobre la boca, abierta en un monstruoso gesto de horrorrubricado por su aterrada mirada, intentando ahogar el alarido que amenazaba con desbordarse a

Cinco enormes, majestuosos lobos, se acercaban en su dirección, lentamente, tratando de rodearsu posición. Los fríos ojos de los depredadores brillaban bajo el resplandor del plenilunio. Unode ellos avanzaba en primer lugar, los otros parecían cubrir la retaguardia. Detuvieron sus pasos aescasos metros de ella. El que parecía ser el líder de la manada, clavando sus bellos ojos llenosde hostilidad en los de la niña, abrió sus fauces mostrando los agudos colmillos al tiempo que

La chiquilla se incorporó de un salto, temblorosa, al borde del desfallecimiento. Su cabezadaba vueltas. Los bucles mojados se pegaban a su frente, dificultando por momentos, aún más sicabe, la confusa visión. Esta vez no pudo contener el terrible chillido que escapó de sus labiosresonando con un evanescente y lejano eco entre los ocultos rincones del siniestro dédalo

Una inesperada figura hizo su aparición de pronto en el claro, sin duda atraída por elconsternado grito. La niña experimentó una momentánea sensación de alivio al ver a aquelmisterioso joven vestido de negro —cuyos contornos casi se perdían en la noche, camufladosentre las sombras que le rodeaban—, entrando lentamente en el claro. Las bestias voltearonvelozmente en su dirección al escuchar los pasos. Álesar miró a la muchacha. Ésta, a pesar de losnervios, pudo distinguir a lo lejos la extraña blancura de su piel y la débil fosforescencia quecircundaba sus pupilas. La consternada voz de la pequeña brotó débil y entrecortada por el llanto.

—¡Por favor… ayúdeme!

Álesar se arrodilló en el suelo. Las fieras, amenazantes, habían detenido su avance a escasadistancia del punto en que éste se hallaba, bufando y gruñendo furiosas. Con una enérgica firmeza,siguiendo los dictados de su instinto, Álesar enfrentó la mirada del líder durante unosimperceptibles segundos. Éste último, comprendiendo entonces la superioridad de la bestia a lacual se enfrentaban, agachó de pronto la cabeza gimiendo en señal de sumisión y comenzó a correren dirección opuesta, seguido del resto de miembros de la manada, internándose, perdiéndosenuevamente en los lóbregos confines de la negra espesura.

Álesar se acercó a la niña. Ésta se había dejado caer sobre el tronco, extenuada. Todavíasollozaba, pero ahora el llanto estaba teñido de desahogo tras la insoportable tensión acumulada.Álesar se agachó ante la muchacha. Sin dejar de mirarla, sin pestañear, alzó su suave barbilla conuna mano al tiempo que enjugaba las lágrimas con la otra. El tacto gélido de sus manos provocó enella un escalofrío. Retiró los rizos que caían sobre la frente, húmedos aún. La cría clavó susinocentes ojos, límpidos, verdes como dos esmeraldas, en los de él. Llevada por la emoción delmomento la pequeña abrazó fuertemente a Álesar.

Cuando deshizo el abrazo, le volvió a mirar. Algo extraño, una enigmática expresión, inundabaahora la mirada del misterioso joven

—Me has salvado… —la niña, fascinada, inclinando ligeramente la cabeza, admiró (a la luz dela luna, boquiabierta, con estupefacción) los rasgos pulcros, perfectos, de su benefactor. Nuncahabía visto a nadie tan hermoso. Era como aquellos seres dotados de la perfección absoluta de losque hablaba el sacerdote en la misa de los domingos. Debía proceder del paraíso. Tan sólo faltabauna cosa… las alas…

La inocencia brillaba en su cándida mirada. Álesar la estrechó entre sus fríos brazos,meciéndola durante unos instantes.

—¿Eres un ángel, verdad? —la voz de la niña, dulce y temblorosa, resonó en la calma nocturna.

—Sí, un ángel… —la sed era insoportable. Los colmillos asomaron entre sus mortecinos labios—. Un ángel negro… un ángel escapado del infierno…

La luna llena parecía ahora envuelta en un halo de cenicienta bruma en lento, perpetuomovimiento allá arriba, en los majestuosos dominios de la bóveda celeste.

Aquella fue su primera víctima. La primera de una sempiterna lista. La primera de toda una

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Una inesperada figura hizo su aparición de pronto en el claro, sin duda atraída por elconsternado grito. La niña experimentó una momentánea sensación de alivio al ver a aquelmisterioso joven vestido de negro —cuyos contornos casi se perdían en la noche, camufladosentre las sombras que le rodeaban—, entrando lentamente en el claro. Las bestias voltearonvelozmente en su dirección al escuchar los pasos. Álesar miró a la muchacha. Ésta, a pesar de losnervios, pudo distinguir a lo lejos la extraña blancura de su piel y la débil fosforescencia quecircundaba sus pupilas. La consternada voz de la pequeña brotó débil y entrecortada por el llanto.

Álesar se arrodilló en el suelo. Las fieras, amenazantes, habían detenido su avance a escasadistancia del punto en que éste se hallaba, bufando y gruñendo furiosas. Con una enérgica firmeza,siguiendo los dictados de su instinto, Álesar enfrentó la mirada del líder durante unosimperceptibles segundos. Éste último, comprendiendo entonces la superioridad de la bestia a lacual se enfrentaban, agachó de pronto la cabeza gimiendo en señal de sumisión y comenzó a correren dirección opuesta, seguido del resto de miembros de la manada, internándose, perdiéndose

Álesar se acercó a la niña. Ésta se había dejado caer sobre el tronco, extenuada. Todavíasollozaba, pero ahora el llanto estaba teñido de desahogo tras la insoportable tensión acumulada.Álesar se agachó ante la muchacha. Sin dejar de mirarla, sin pestañear, alzó su suave barbilla conuna mano al tiempo que enjugaba las lágrimas con la otra. El tacto gélido de sus manos provocó enella un escalofrío. Retiró los rizos que caían sobre la frente, húmedos aún. La cría clavó susinocentes ojos, límpidos, verdes como dos esmeraldas, en los de él. Llevada por la emoción del

Cuando deshizo el abrazo, le volvió a mirar. Algo extraño, una enigmática expresión, inundaba

—Me has salvado… —la niña, fascinada, inclinando ligeramente la cabeza, admiró (a la luz dela luna, boquiabierta, con estupefacción) los rasgos pulcros, perfectos, de su benefactor. Nuncahabía visto a nadie tan hermoso. Era como aquellos seres dotados de la perfección absoluta de losque hablaba el sacerdote en la misa de los domingos. Debía proceder del paraíso. Tan sólo faltaba

La inocencia brillaba en su cándida mirada. Álesar la estrechó entre sus fríos brazos,

—¿Eres un ángel, verdad? —la voz de la niña, dulce y temblorosa, resonó en la calma nocturna.

—Sí, un ángel… —la sed era insoportable. Los colmillos asomaron entre sus mortecinos labios

La luna llena parecía ahora envuelta en un halo de cenicienta bruma en lento, perpetuo

Aquella fue su primera víctima. La primera de una sempiterna lista. La primera de toda una

torturada, imperecedera, inmarcesible eternidad.

También fue la primera de su nueva existencia aquella desmayada lágrima que, una vez exhaustoel virginal cuerpo, resbaló dolorosamente por su fina mejilla, ahora tintada por el rojo rubor de lavida que volvía a circular exultante por sus venas.

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torturada, imperecedera, inmarcesible eternidad.

También fue la primera de su nueva existencia aquella desmayada lágrima que, una vez exhaustoel virginal cuerpo, resbaló dolorosamente por su fina mejilla, ahora tintada por el rojo rubor de lavida que volvía a circular exultante por sus venas.

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Segunda parte

(2007)

El lamento del ángel negro

“A sexual desire

A lust to kill again

Victim after victim

Are drained of all their blood

This is my only life (…)

The hunger within

Feel the pain inside our souls…”

“The hunger within” (13 Candles)

“Alone in the dark

Without no friends

Just waiting for the time

When her misery ends…”

“Silent pain” (The Sins of Thy Beloved)

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Segunda parte

(2007)

El lamento del ángel negro

“A sexual desire

A lust to kill again

Victim after victim

Are drained of all their blood

This is my only life (…)

The hunger within

Feel the pain inside our souls…”

“The hunger within” (13 Candles)

“Alone in the dark

Without no friends

Just waiting for the time

When her misery ends…”

“Silent pain” (The Sins of Thy Beloved)

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«Tiempo de penumbras… brisa de eternidad que empaña con su lamento nuestros rostros…

»Destinado a caminar eternamente por la senda de la oscuridad, te busco desesperado,incansable, bajo la impenetrable sombra del desasosiego.

»Puedo sentir tu incertidumbre, tus dudas… puedo percibirte, perdida entre los rescoldos delos arcanos sueños que gobiernan mis designios, desde las profundidades del sueño eterno, alládonde mi alma mora triste, solitaria, en busca de tu calor.

»Anhelo hallarte, encontrarte… reunirme contigo, nuevamente.

»Danzando al tenebroso son del último vals, en el recuerdo purpúreo del crepúsculoagonizante, de nuevo me ahogo en un doloroso mar de lágrimas de sangre.

»Siddahia, amada mía…

»¿Dónde estás?

»Ignoro cuánto tiempo podré continuar así.

»Siddahia… mi dulce ángel de oscuridad.»

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«Tiempo de penumbras… brisa de eternidad que empaña con su lamento nuestros rostros…

»Destinado a caminar eternamente por la senda de la oscuridad, te busco desesperado,incansable, bajo la impenetrable sombra del desasosiego.

»Puedo sentir tu incertidumbre, tus dudas… puedo percibirte, perdida entre los rescoldos delos arcanos sueños que gobiernan mis designios, desde las profundidades del sueño eterno, alládonde mi alma mora triste, solitaria, en busca de tu calor.

»Anhelo hallarte, encontrarte… reunirme contigo, nuevamente.

»Danzando al tenebroso son del último vals, en el recuerdo purpúreo del crepúsculoagonizante, de nuevo me ahogo en un doloroso mar de lágrimas de sangre.

»Siddahia, amada mía…

»¿Dónde estás?

»Ignoro cuánto tiempo podré continuar así.

»Siddahia… mi dulce ángel de oscuridad.»

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I

“Cientos de lugares recorridos alrededor del ancho mundo en busca de una impalpableilusión, de un intangible espejismo. Más de un siglo escondiéndose en las sombras, sin dejarsever en los espacios abiertos. Más de cien años de cambios constantes, de desconcertanteconfusión, de adaptación a los nuevos tiempos. Más de cien años sin amor, esperando en vanover de nuevo su imagen aparecer, flotando entre la niebla, en cualquier momento, en cualquierlugar…”

El tiempo… los segundos, los minutos… se escapan a borbotones a través de sus finas manoscomo si de ingrávidos granos de arena de un sombrío desierto se tratara.

Y ahora su mente se encuentra exhausta. Ya no sabe qué esperar. Noche tras noche se vaevaporando, se va desvaneciendo un poco más, la absurda esperanza de tenerla de nuevo a sulado.

Y la decepción que ahora, al aceptarlo al fin, siente, el dolor que, corrosivo, supura de susabiertas heridas, el sentimiento de rabia que, demoledor, inunda sus entrañas, son tan grandes…tan abrasadores…

Hasta el momento siempre ha actuado oculto entre las sombras, evitando la mirada de aquellosque no han sido elegidos para calmar su insaciable sed. Gracias a su elegante porte y a susfascinadores rasgos ha disfrutado de las pasiones humanas en apartados rincones, en oscurosparajes, pero nunca ha pensado en dejar su corazón en las manos de nadie.

Los últimos años ha deambulado por pequeños pueblos y aldeas perdidas. Ahora ha regresadonuevamente a Londres. Se ha instalado en las afueras de la ciudad, en el caserón que hace más deun siglo compró, por mediación de uno de sus conocidos en la capital tras la muerte de su padre,con el dinero que éste le dejó en herencia.

Ha llegado ya la hora de abandonar las sombras, de dejarse ver por aquellos que disfrutan de lanoche en una gran ciudad, aquellos que, de intuir su verdadera naturaleza, huirían horrorizados ose creerían asediados por la demencia… la hora de observarlos, de estudiarlos, de salir delaislamiento… de mezclarse con el mundo que ha nacido para temerle y alimentar su inmortalidad.

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I

“Cientos de lugares recorridos alrededor del ancho mundo en busca de una impalpableilusión, de un intangible espejismo. Más de un siglo escondiéndose en las sombras, sin dejarsever en los espacios abiertos. Más de cien años de cambios constantes, de desconcertanteconfusión, de adaptación a los nuevos tiempos. Más de cien años sin amor, esperando en vanover de nuevo su imagen aparecer, flotando entre la niebla, en cualquier momento, en cualquierlugar…”

El tiempo… los segundos, los minutos… se escapan a borbotones a través de sus finas manoscomo si de ingrávidos granos de arena de un sombrío desierto se tratara.

Y ahora su mente se encuentra exhausta. Ya no sabe qué esperar. Noche tras noche se vaevaporando, se va desvaneciendo un poco más, la absurda esperanza de tenerla de nuevo a sulado.

Y la decepción que ahora, al aceptarlo al fin, siente, el dolor que, corrosivo, supura de susabiertas heridas, el sentimiento de rabia que, demoledor, inunda sus entrañas, son tan grandes…tan abrasadores…

Hasta el momento siempre ha actuado oculto entre las sombras, evitando la mirada de aquellosque no han sido elegidos para calmar su insaciable sed. Gracias a su elegante porte y a susfascinadores rasgos ha disfrutado de las pasiones humanas en apartados rincones, en oscurosparajes, pero nunca ha pensado en dejar su corazón en las manos de nadie.

Los últimos años ha deambulado por pequeños pueblos y aldeas perdidas. Ahora ha regresadonuevamente a Londres. Se ha instalado en las afueras de la ciudad, en el caserón que hace más deun siglo compró, por mediación de uno de sus conocidos en la capital tras la muerte de su padre,con el dinero que éste le dejó en herencia.

Ha llegado ya la hora de abandonar las sombras, de dejarse ver por aquellos que disfrutan de lanoche en una gran ciudad, aquellos que, de intuir su verdadera naturaleza, huirían horrorizados ose creerían asediados por la demencia… la hora de observarlos, de estudiarlos, de salir delaislamiento… de mezclarse con el mundo que ha nacido para temerle y alimentar su inmortalidad.

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II

El ruido del tráfico es insoportable a esta hora de la tarde. Decenas de autobuses de doble pisobrindan una alegre nota de color a la taciturna ciudad con su roja, férrea estructura, agredida porengañosos reclamos publicitarios. Algún que otro carruaje, tirado por estilizados caballos, se unecon su pausado ritmo a los ruidosos automóviles en el negro asfalto desvelando los secretos de laciudad a ciertos turistas caprichosos.

Lorelei camina por una calle concurrida, muy cercana al margen del Támesis. Lo hace lenta,pausadamente —a pesar de sus desesperadas ansias por llegar cuanto antes a casa, a su único yverdadero hogar—, tropezando a cada paso con aquellos que caminan en su dirección, abstraída,perdida en el desorden de sus mórbidos pensamientos. Se puede adivinar el desconsuelodespuntando en los bellos rasgos camuflados bajo el siniestro maquillaje de su rostro. Y aunqueese ensimismamiento no le permite ser consciente de ello, miles de ojos, ojos de todos los coloresy formas posibles, despectivos unos, indiferentes el resto, se incrustan una y otra vez en su frágil yextravagante figura.

Ojos… La raya de los suyos, negra como el ébano, más gruesa de lo habitual en las chicas de suedad, se difumina bajo la estela de las lágrimas que resbalan lentamente por sus mejillas dealabastro.

Aunque ya ha transcurrido algo más de un año, la idea del suicidio todavía no ha abandonadode forma definitiva su atormentada mente.

Y tiene miedo. Mucho miedo.

Miedo a volver a caer… a volver a derrumbarse.

La psicóloga había insistido. Las depresiones eran así. Era imprescindible marcarse unas metasasequibles, unos objetivos a alcanzar. No podía seguir viviendo sin ilusiones, sin ningunamotivación.

Ella tenía razón.

Estaba luchando por conseguirlo, pero resultaba tan duro… tan difícil…

A escasa distancia, las gaviotas sobrevuelan el río con sus característicos chillidos.

El Big Ben anuncia las siete de la tarde con sus retumbantes campanadas desde el edificio delParlamento, una bella construcción del siglo XIX que exhibe orgullosa sus altas torres, susinnumerables vitrales, sus agudas agujas y pináculos de piedra y el resto de fastuosos elementosarquitectónicos de estilo neogótico que adornan teatralmente su fachada.

Lorelei casi puede escuchar el manso rumor de las turbias aguas acunando la inminente llegadade la noche, unos metros más allá. Sorteando a varios de los viandantes que se cruzan en sucamino, sin mirarles a los ojos, enjuga con sus manos enfundadas en unos mitones de rejilla, lahúmeda huella de su llanto.

La fina base de maquillaje blancuzco confiere a su faz un espectral tono lechoso. Los únicosdetalles de color que adornan su vestimenta son la parte del corsé de encaje morado que la blusa

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El ruido del tráfico es insoportable a esta hora de la tarde. Decenas de autobuses de doble pisobrindan una alegre nota de color a la taciturna ciudad con su roja, férrea estructura, agredida porengañosos reclamos publicitarios. Algún que otro carruaje, tirado por estilizados caballos, se unecon su pausado ritmo a los ruidosos automóviles en el negro asfalto desvelando los secretos de la

Lorelei camina por una calle concurrida, muy cercana al margen del Támesis. Lo hace lenta,pausadamente —a pesar de sus desesperadas ansias por llegar cuanto antes a casa, a su único yverdadero hogar—, tropezando a cada paso con aquellos que caminan en su dirección, abstraída,perdida en el desorden de sus mórbidos pensamientos. Se puede adivinar el desconsuelodespuntando en los bellos rasgos camuflados bajo el siniestro maquillaje de su rostro. Y aunqueese ensimismamiento no le permite ser consciente de ello, miles de ojos, ojos de todos los coloresy formas posibles, despectivos unos, indiferentes el resto, se incrustan una y otra vez en su frágil y

Ojos… La raya de los suyos, negra como el ébano, más gruesa de lo habitual en las chicas de suedad, se difumina bajo la estela de las lágrimas que resbalan lentamente por sus mejillas de

Aunque ya ha transcurrido algo más de un año, la idea del suicidio todavía no ha abandonado

La psicóloga había insistido. Las depresiones eran así. Era imprescindible marcarse unas metasasequibles, unos objetivos a alcanzar. No podía seguir viviendo sin ilusiones, sin ninguna

El Big Ben anuncia las siete de la tarde con sus retumbantes campanadas desde el edificio delParlamento, una bella construcción del siglo XIX que exhibe orgullosa sus altas torres, susinnumerables vitrales, sus agudas agujas y pináculos de piedra y el resto de fastuosos elementos

Lorelei casi puede escuchar el manso rumor de las turbias aguas acunando la inminente llegadade la noche, unos metros más allá. Sorteando a varios de los viandantes que se cruzan en sucamino, sin mirarles a los ojos, enjuga con sus manos enfundadas en unos mitones de rejilla, la

La fina base de maquillaje blancuzco confiere a su faz un espectral tono lechoso. Los únicosdetalles de color que adornan su vestimenta son la parte del corsé de encaje morado que la blusa

de amplias mangas azabache, con un delicado entramado de transparencias en su parte central,deja al descubierto y los complementos plateados que destellan bajo la deslavazada luz de latarde (varios anillos adornando sus largos y finos dedos, los aros que cubren sus orejas y el queatraviesa su nariz, la pequeña hebilla de su cinturón, y las cadenas de diminutos eslabones quecuelgan de él, circundando su cintura). El resto —las medias, también de rejilla yconvenientemente agujereadas en varios puntos estratégicos, la gargantilla de suave terciopelo querodea su níveo cuello, el minúsculo bolso, la gruesa falda de vuelo, las altas botas y el largoguardapolvo de cuero, los labios y las uñas de sus manos incluso—, comparte el sombrío color dela noche.

En los auriculares atruena el sonido lánguido, brumoso, de una de las primeras odas al doloreterno de Tristania.

Necesita llegar pronto a casa. La sesión de hoy ha resultado desesperante.

Después de una retahíla de halagos, Rachel, la psicóloga que está llevando su caso, habíavuelto a importunarla con un tema recurrente. Una vez más le planteaba la necesidad de alejarsede esa estética lúgubre, oscura, de toda esa corriente cultural que en su opinión, no constituíaninguna ayuda para salir de la depresión.

Habían tratado el tema en más de una ocasión.

Para Lorelei, su imagen, aquella que ofrecía ante los demás, era tan sólo una insinuación de suidentidad, de su forma de ser y de entender el mundo que le rodeaba. Vivía inmersa en un mundomágico, romántico e ilusorio, teñido por la melancolía, que no quería –de ningún modo—abandonar y que no se ajustaba a la realidad de la vida cotidiana, a la dureza de aquellas cosascon las que no comulgaba o a las que odiaba visceralmente. No le gustaba la sociedad en la que lehabía tocado vivir. Odiaba las guerras, la opresión en cualquiera de sus repugnantes formas, ladiscriminación, el hambre, el maltrato a los animales… Lorelei había hecho suyo el lema delmovimiento cultural en el que se sentía inmersa: “vestimos de negro porque estamos de luto por elmundo.”

Estaba convencida de que sus pasiones —la música, la ropa negra y de época, la literatura y lasviejas películas de horror y fantasía—, eran tan sólo una inclinación estética relacionada con unade las distintas, diversas expresiones del arte, un reflejo de la poesía de la decadencia, de lalírica de la oscuridad… Podía estremecerse, llorar de emoción incluso, con la visión de una rosamarchita deshojándose sobre una antigua lápida en el cementerio, ante una ilustración, un relato,una melodía con una ambientación oscura, tenebrosa, como la que ahora sonaba en su minúsculoreproductor de MP3…

En su mente tomaban vida nebulosas imágenes. Imágenes tristes, lujuriosas, siniestras…extrañas imágenes que hubieran horrorizado al común de los mortales, pero en las que elladescubría una etérea aureola romántica, una singular belleza a la que sutilmente aspiraba. Sesentía transportada a lugares imaginarios en épocas anteriores, imaginando historias de amorprohibido, más allá de la tiranía impuesta por la muerte… sensaciones y emociones queembargaban su ser, que le proporcionaban un nuevo hálito para escapar de este odioso mundo quele había tocado vivir, para seguir subsistiendo… para seguir buscando, para seguirdescubriendo…

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de amplias mangas azabache, con un delicado entramado de transparencias en su parte central,deja al descubierto y los complementos plateados que destellan bajo la deslavazada luz de latarde (varios anillos adornando sus largos y finos dedos, los aros que cubren sus orejas y el queatraviesa su nariz, la pequeña hebilla de su cinturón, y las cadenas de diminutos eslabones quecuelgan de él, circundando su cintura). El resto —las medias, también de rejilla yconvenientemente agujereadas en varios puntos estratégicos, la gargantilla de suave terciopelo querodea su níveo cuello, el minúsculo bolso, la gruesa falda de vuelo, las altas botas y el largoguardapolvo de cuero, los labios y las uñas de sus manos incluso—, comparte el sombrío color de

En los auriculares atruena el sonido lánguido, brumoso, de una de las primeras odas al dolor

Después de una retahíla de halagos, Rachel, la psicóloga que está llevando su caso, habíavuelto a importunarla con un tema recurrente. Una vez más le planteaba la necesidad de alejarsede esa estética lúgubre, oscura, de toda esa corriente cultural que en su opinión, no constituía

Para Lorelei, su imagen, aquella que ofrecía ante los demás, era tan sólo una insinuación de suidentidad, de su forma de ser y de entender el mundo que le rodeaba. Vivía inmersa en un mundomágico, romántico e ilusorio, teñido por la melancolía, que no quería –de ningún modo—abandonar y que no se ajustaba a la realidad de la vida cotidiana, a la dureza de aquellas cosascon las que no comulgaba o a las que odiaba visceralmente. No le gustaba la sociedad en la que lehabía tocado vivir. Odiaba las guerras, la opresión en cualquiera de sus repugnantes formas, ladiscriminación, el hambre, el maltrato a los animales… Lorelei había hecho suyo el lema delmovimiento cultural en el que se sentía inmersa: “vestimos de negro porque estamos de luto por el

Estaba convencida de que sus pasiones —la música, la ropa negra y de época, la literatura y lasviejas películas de horror y fantasía—, eran tan sólo una inclinación estética relacionada con unade las distintas, diversas expresiones del arte, un reflejo de la poesía de la decadencia, de lalírica de la oscuridad… Podía estremecerse, llorar de emoción incluso, con la visión de una rosamarchita deshojándose sobre una antigua lápida en el cementerio, ante una ilustración, un relato,una melodía con una ambientación oscura, tenebrosa, como la que ahora sonaba en su minúsculo

En su mente tomaban vida nebulosas imágenes. Imágenes tristes, lujuriosas, siniestras…extrañas imágenes que hubieran horrorizado al común de los mortales, pero en las que elladescubría una etérea aureola romántica, una singular belleza a la que sutilmente aspiraba. Sesentía transportada a lugares imaginarios en épocas anteriores, imaginando historias de amorprohibido, más allá de la tiranía impuesta por la muerte… sensaciones y emociones queembargaban su ser, que le proporcionaban un nuevo hálito para escapar de este odioso mundo quele había tocado vivir, para seguir subsistiendo… para seguir buscando, para seguir

Un débil zumbido, escuchado apenas a través de las delgadas paredes del bolso en el momentoen que la canción finaliza, saca a Lorelei de sus pensamientos. Rebusca en el fondo del bolsohasta que da con el vibrante móvil. La pantalla iluminada indica que la llamada es de Yasmine. Enel reproductor comienzan a sonar las enigmáticas notas medievales de “A Hamlet for a SlouthfulVassal”, de Theatre of Tragedy.

Retira los pequeños auriculares de sus oídos para atender la llamada sin dejar de caminar enmedio de la asfixiante, tumultuosa, multitud.

La noche es fría en la bulliciosa capital, a pesar de que el invierno ya ha quedado atrás. Lasluces de neón, brillantes, extrañas, invaden las calles con su hiriente claridad multicolor,confabuladas con los cientos de farolas cuyo fulgor inunda a cada tramo la ciudad para adulterarcon su luminosidad la indeleble magia del oscuro reino de las tinieblas.

Siempre, cualquier día de la semana, sea la hora que fuere, alguien camina por la metrópoli enlas turbulentas horas que siguen al crepúsculo. Vehículos que, vertiginosos, se desplazan en una uotra dirección bajo los tediosos dictados de la monotonía. Individuos, excitados o desencantados,que asaltan las calles y los locales de esparcimiento en las inciertas horas de la madrugada, unos,simplemente buscando algo de diversión, otros dando rienda a sus más bajos instintos.

La noche… negro crisol de pasiones voluptuosas… eterno dominio de los olvidados… sombríoterritorio de amarga sordidez… de secretas, recónditas perversiones…

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Un débil zumbido, escuchado apenas a través de las delgadas paredes del bolso en el momentoen que la canción finaliza, saca a Lorelei de sus pensamientos. Rebusca en el fondo del bolsohasta que da con el vibrante móvil. La pantalla iluminada indica que la llamada es de Yasmine. Enel reproductor comienzan a sonar las enigmáticas notas medievales de “A Hamlet for a SlouthfulVassal”, de Theatre of Tragedy.

Retira los pequeños auriculares de sus oídos para atender la llamada sin dejar de caminar enmedio de la asfixiante, tumultuosa, multitud.

La noche es fría en la bulliciosa capital, a pesar de que el invierno ya ha quedado atrás. Lasluces de neón, brillantes, extrañas, invaden las calles con su hiriente claridad multicolor,confabuladas con los cientos de farolas cuyo fulgor inunda a cada tramo la ciudad para adulterarcon su luminosidad la indeleble magia del oscuro reino de las tinieblas.

Siempre, cualquier día de la semana, sea la hora que fuere, alguien camina por la metrópoli enlas turbulentas horas que siguen al crepúsculo. Vehículos que, vertiginosos, se desplazan en una uotra dirección bajo los tediosos dictados de la monotonía. Individuos, excitados o desencantados,que asaltan las calles y los locales de esparcimiento en las inciertas horas de la madrugada, unos,simplemente buscando algo de diversión, otros dando rienda a sus más bajos instintos.

La noche… negro crisol de pasiones voluptuosas… eterno dominio de los olvidados… sombríoterritorio de amarga sordidez… de secretas, recónditas perversiones…

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III

Lorelei perfila sus ojos por encima del blanquecino maquillaje que cubre suavemente su carafrente al espejo. La luz es escasa en el minúsculo cuarto de baño. Son casi las nueve. Tiene quedarse prisa.

Es jueves. La noche está a punto de comenzar.

Aunque mañana debe madrugar, Yasmine había logrado convencerla para salir; sabía que norechazaría la propuesta si el destino era el único local en que ella parecía sentirse a gusto.

En el equipo de música de su habitación, situada al lado del baño, Moonspell desgranan losfuliginosos versos de “Opium”. Las llamas de varias velas de distintos tamaños y colores palpitansobre la superficie del escritorio inundando el ambiente con el olor dulzón de la cera derretida.

Yasmine había demostrado ser una de sus pocas, verdaderas amigas. Siempre había estado ahícuando la había necesitado. Incluso cuando no lo había hecho.

En un principio, Lorelei había dudado de sus intenciones. Yasmine estuvo perdidamenteenamorada de ella, algunos años atrás. Lorelei sentía por ella un cariño fuera de toda duda, unamor fraternal, casi enfermizo, pero jamás le había correspondido. El día en que Yasmine entrelágrimas le declaró sus sentimientos, fue duro hacerle saber que no sentía aquello que a ella leestaba destrozando en silencio. Durante algún tiempo se produjo una inevitable separaciónYasmine, destrozada, aceptó la situación, pero, aunque intentó seguir viendo a Lorelei tan sólocomo una amiga, necesitó alejarse un tiempo de ella, de la persona que alimentaba sus más íntimossufrimientos.

Casi dos años más tarde se produjo el reencuentro. Desde entonces, Yasmine no había vuelto ainsistir en el tema y, con el paso del tiempo, había vuelto a convertirse en su más firme apoyo antelas adversidades. Fue ella quien, tras su fallido intento de suicidio, más le había ayudado, quienmejor le había comprendido, quien más le había arropado en los inciertos momentos, ante lasaciagas dudas.

Ahora también era ella quien le intentaba sacar de casa, quien se preocupaba por su estadoanímico, quien le proporcionaba las fuerzas para seguir viviendo.

El viejo reloj de pared del salón anuncia la hora con nueve melodiosas campanadas que llegan,atenuadas desde el otro lado de la puerta del baño, a sus oídos.

Los últimos retoques ante el espejo… se observa atentamente en él, su mirada continúa siendotriste.

En unos minutos sonará el timbre.

Ninguna de las dos ha sido nunca puntual.

Una niebla muy ligera empieza a condensarse en el ambiente nocturno.

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Lorelei perfila sus ojos por encima del blanquecino maquillaje que cubre suavemente su carafrente al espejo. La luz es escasa en el minúsculo cuarto de baño. Son casi las nueve. Tiene que

Aunque mañana debe madrugar, Yasmine había logrado convencerla para salir; sabía que no

En el equipo de música de su habitación, situada al lado del baño, Moonspell desgranan losfuliginosos versos de “Opium”. Las llamas de varias velas de distintos tamaños y colores palpitan

Yasmine había demostrado ser una de sus pocas, verdaderas amigas. Siempre había estado ahí

En un principio, Lorelei había dudado de sus intenciones. Yasmine estuvo perdidamenteenamorada de ella, algunos años atrás. Lorelei sentía por ella un cariño fuera de toda duda, unamor fraternal, casi enfermizo, pero jamás le había correspondido. El día en que Yasmine entrelágrimas le declaró sus sentimientos, fue duro hacerle saber que no sentía aquello que a ella leestaba destrozando en silencio. Durante algún tiempo se produjo una inevitable separaciónYasmine, destrozada, aceptó la situación, pero, aunque intentó seguir viendo a Lorelei tan sólocomo una amiga, necesitó alejarse un tiempo de ella, de la persona que alimentaba sus más íntimos

Casi dos años más tarde se produjo el reencuentro. Desde entonces, Yasmine no había vuelto ainsistir en el tema y, con el paso del tiempo, había vuelto a convertirse en su más firme apoyo antelas adversidades. Fue ella quien, tras su fallido intento de suicidio, más le había ayudado, quienmejor le había comprendido, quien más le había arropado en los inciertos momentos, ante las

Ahora también era ella quien le intentaba sacar de casa, quien se preocupaba por su estado

El viejo reloj de pared del salón anuncia la hora con nueve melodiosas campanadas que llegan,

Los últimos retoques ante el espejo… se observa atentamente en él, su mirada continúa siendo

Álesar divisa a lo lejos, en un callejón pobremente iluminado, un cartel que anuncia —con unoscaracteres espectaculares, retorcidos y abigarrados, que recuerdan los empleados en losenrevesados logotipos de algunas bandas de metal oscuro—, el nombre de un local nocturno. Juntoa la puerta puede observar varios chavales charlando, ataviados casi en su totalidad de rigurosonegro, con vestimentas que parecen sacadas de una novela romántica de Jane Austen –camisasblancas con chorreras en cuello y puños, blusas de raso, chaquetas de terciopelo negro—, con loscabellos cardados unos, luciendo largas cabelleras con mechones de extraños colores otros, lamayor parte de ellos (tanto las chicas como los chicos), maquillados como si se tratara defantasmales espectros escapados de la sepultura.

Álesar se encamina hacia la puerta caminando lentamente. Probablemente, su mórbida palidez ysus atávicas ropas pasarán allí desapercibidas.

Las risas de los jóvenes hienden la noche recién iniciada.

Logra descifrar el nombre del local cuando se halla a escasos metros de la entrada; lasensortijadas letras sangrantes anuncian el “Twilight” con su fulgente, vívido rojo, luciendo sobreun tétrico fondo en sombras. Un poderoso estruendo se deja escuchar, amortiguado, al otro ladodel umbral.

Más allá de los translúcidos cristales pueden observarse los resplandores rojizos, azulados,violetas y verdosos de las luces estroboscópicas, destellando una tras otra en la oscuridad, alcompás de la siniestra y estridente música. Álesar abre las puertas.

Una escalera pobremente iluminada desciende hasta el piso inferior, bajo el nivel del suelo Lamúsica retumba atenuada en los escalones Álesar inicia el descenso. El humo y la neblinaartificial se acumulan en el hueco de la escalera, dificultando la respiración. En los altavoces delinterior de la sala estalla “Walk Away” de Sisters of Mercy, en la versión de Paradise Lost. Puedesentir las potentes notas del bajo eléctrico y la batería cobrando vidas impetuosas, temblando,reverberando bajo sus pies.

Al final de la escalera, una puerta de dos hojas da acceso a la sala. Álesar abre una de las hojasde la liviana puerta, accediendo al interior.

El estruendo se intensifica, distinguiéndose ahora con total claridad los tonos graves y los másagudos. Le impresiona aquello que ve a través de la etérea niebla artificial.

Varias columnas repartidas a lo largo y ancho del local, revestidas de un extraño materialsimilar a la resina, simulan los nudosos, retorcidos troncos, de algún árbol milenario. Las paredesparecen recrear los húmedos muros de una lóbrega mazmorra medieval. Decenas de jóvenes, lamayor parte de ellos maquillados y vestidos como aquellos que acaba de ver en la calle, danzansinuosos, componiendo extraños, hipnóticos movimientos al compás de la embriagadora músicaen una pequeña pista central, similar, aunque mucho menor a la de una discoteca. Ojos extáticos,envueltos en cenagosos cercos de rímel; labios teñidos de negro; crestas imposibles —afeitadosambos lados de la cabeza—, que dotan de una sombría apariencia cadavérica a los cerúleosrostros; metal plateado brillando en las prendas de negro cuero; cabellos más allá de la cintura;mangas que simulan las membranosas alas de gigantescos, pavorosos murciélagos hematófagos…

A través de la vorágine de los danzantes, puede ver otras personas con similar aspecto sentadas

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Álesar divisa a lo lejos, en un callejón pobremente iluminado, un cartel que anuncia —con unoscaracteres espectaculares, retorcidos y abigarrados, que recuerdan los empleados en losenrevesados logotipos de algunas bandas de metal oscuro—, el nombre de un local nocturno. Juntoa la puerta puede observar varios chavales charlando, ataviados casi en su totalidad de rigurosonegro, con vestimentas que parecen sacadas de una novela romántica de Jane Austen –camisasblancas con chorreras en cuello y puños, blusas de raso, chaquetas de terciopelo negro—, con loscabellos cardados unos, luciendo largas cabelleras con mechones de extraños colores otros, lamayor parte de ellos (tanto las chicas como los chicos), maquillados como si se tratara de

Álesar se encamina hacia la puerta caminando lentamente. Probablemente, su mórbida palidez y

Logra descifrar el nombre del local cuando se halla a escasos metros de la entrada; lasensortijadas letras sangrantes anuncian el “Twilight” con su fulgente, vívido rojo, luciendo sobreun tétrico fondo en sombras. Un poderoso estruendo se deja escuchar, amortiguado, al otro lado

Más allá de los translúcidos cristales pueden observarse los resplandores rojizos, azulados,violetas y verdosos de las luces estroboscópicas, destellando una tras otra en la oscuridad, al

Una escalera pobremente iluminada desciende hasta el piso inferior, bajo el nivel del suelo Lamúsica retumba atenuada en los escalones Álesar inicia el descenso. El humo y la neblinaartificial se acumulan en el hueco de la escalera, dificultando la respiración. En los altavoces delinterior de la sala estalla “Walk Away” de Sisters of Mercy, en la versión de Paradise Lost. Puedesentir las potentes notas del bajo eléctrico y la batería cobrando vidas impetuosas, temblando,

Al final de la escalera, una puerta de dos hojas da acceso a la sala. Álesar abre una de las hojas

El estruendo se intensifica, distinguiéndose ahora con total claridad los tonos graves y los más

Varias columnas repartidas a lo largo y ancho del local, revestidas de un extraño materialsimilar a la resina, simulan los nudosos, retorcidos troncos, de algún árbol milenario. Las paredesparecen recrear los húmedos muros de una lóbrega mazmorra medieval. Decenas de jóvenes, lamayor parte de ellos maquillados y vestidos como aquellos que acaba de ver en la calle, danzansinuosos, componiendo extraños, hipnóticos movimientos al compás de la embriagadora músicaen una pequeña pista central, similar, aunque mucho menor a la de una discoteca. Ojos extáticos,envueltos en cenagosos cercos de rímel; labios teñidos de negro; crestas imposibles —afeitadosambos lados de la cabeza—, que dotan de una sombría apariencia cadavérica a los cerúleosrostros; metal plateado brillando en las prendas de negro cuero; cabellos más allá de la cintura;

A través de la vorágine de los danzantes, puede ver otras personas con similar aspecto sentadas

más allá, charlando, bebiendo, devorándose mutuamente algunas de ellas a la temblorosa luz delas velas con que los candelabros que decoran las mesas hacen frente a las tinieblas. A suizquierda, una pequeña barra atendida por dos mujeres cuyo extravagante aspecto no desentona enel local da paso, allá en lo alto, a una cabina donde un disckjockey —cuyo largo cabello se alza,cardado, al estilo del que el líder de The Cure puso de moda entre los siniestros durante la décadade los ochenta—, realiza diligentemente la selección de los temas que van a sonar.

Los altavoces susurran ahora “Siren”, de 13 Candles, el melancólico, estremecedor réquiemque Dracul, el bajista del grupo, dedicó a su hijo fallecido.

A pesar de que Álesar no reconoce ninguno de los grupos que inundan con sus melodías elopresivo ambiente, es consciente de la sombría atracción que dichas cadencias provocan en lomás profundo de su ser.

Enormes redes penden de los techos, simulando harinosas telarañas a la espera de una presa.Posters de grupos encuadrados en el ámbito de la música oscura (en actitud lasciva osadomasoquista, esotérica o simplemente nostálgica), láminas enmarcadas con la inquietanteportada de algún disco o cualquier otra terrorífica ilustración, surgen a cada trecho en las paredes,profanando el recinto con su sangrante herejía.

Decenas de miradas sin género, se clavan fascinadas en la figura de Álesar, en su andróginabelleza, en el levísimo resplandor de sus ojos entrevisto en los inciertos momentos de plenaoscuridad. Puede verlos ahí, frente a él, mirándole fijamente, sentirlos a sus espaldas, lúbricos,lujuriosos algunos, cautivados, trémulos, reverenciales, otros…

Echando un último vistazo a la sala, se dirige hacia la barra. Desde allí, mientras espera suturno, atraído por la decadente morbidez de los muchachos que hacen cola delante de él y a sualrededor, localiza una mesa vacía al fondo, en un rincón, cerca de un falso ventanal enmarcadopor la tela grana de un grueso cortinaje recogido a ambos lados mediante un anudado cordel dealgodón. Aunque hay otras mesas desocupadas, la que ha elegido es la más alejada de la gente y seencuentra en una posición de privilegio para observar con discreción, oculto en parte a lasmiradas ajenas.

La brumosa armonía de “Beholder´s Tears”, de los depresivos Tristitia, se diluye lánguida,insidiosamente, en el ambiente, impregnándolo, humedeciéndolo… anegándolo con su hermosa,melancólica, ilimitada tristeza… los movimientos en la pista son ahora lentos, introspectivos,retraídos.

Una lúgubre lamia, cuya cresta de cabellos morados reverbera en las sombras, se funde en unlastimero abrazo con un chico algo mayor que ella, al son de las dolorosas palabras que la vozdesgarrada, brutal, brotada desde las profundidades del mismísimo infierno, deslizadesconsolada, taciturna, sobre las notas.

Ojos humedecidos brillan ahora, evocadores, heridos en la perenne, neblinosa penumbra de susalmas.

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más allá, charlando, bebiendo, devorándose mutuamente algunas de ellas a la temblorosa luz delas velas con que los candelabros que decoran las mesas hacen frente a las tinieblas. A suizquierda, una pequeña barra atendida por dos mujeres cuyo extravagante aspecto no desentona enel local da paso, allá en lo alto, a una cabina donde un disckjockey —cuyo largo cabello se alza,cardado, al estilo del que el líder de The Cure puso de moda entre los siniestros durante la década

Los altavoces susurran ahora “Siren”, de 13 Candles, el melancólico, estremecedor réquiem

A pesar de que Álesar no reconoce ninguno de los grupos que inundan con sus melodías elopresivo ambiente, es consciente de la sombría atracción que dichas cadencias provocan en lo

Enormes redes penden de los techos, simulando harinosas telarañas a la espera de una presa.Posters de grupos encuadrados en el ámbito de la música oscura (en actitud lasciva osadomasoquista, esotérica o simplemente nostálgica), láminas enmarcadas con la inquietanteportada de algún disco o cualquier otra terrorífica ilustración, surgen a cada trecho en las paredes,

Decenas de miradas sin género, se clavan fascinadas en la figura de Álesar, en su andróginabelleza, en el levísimo resplandor de sus ojos entrevisto en los inciertos momentos de plenaoscuridad. Puede verlos ahí, frente a él, mirándole fijamente, sentirlos a sus espaldas, lúbricos,

Echando un último vistazo a la sala, se dirige hacia la barra. Desde allí, mientras espera suturno, atraído por la decadente morbidez de los muchachos que hacen cola delante de él y a sualrededor, localiza una mesa vacía al fondo, en un rincón, cerca de un falso ventanal enmarcadopor la tela grana de un grueso cortinaje recogido a ambos lados mediante un anudado cordel dealgodón. Aunque hay otras mesas desocupadas, la que ha elegido es la más alejada de la gente y seencuentra en una posición de privilegio para observar con discreción, oculto en parte a las

La brumosa armonía de “Beholder´s Tears”, de los depresivos Tristitia, se diluye lánguida,insidiosamente, en el ambiente, impregnándolo, humedeciéndolo… anegándolo con su hermosa,melancólica, ilimitada tristeza… los movimientos en la pista son ahora lentos, introspectivos,

Una lúgubre lamia, cuya cresta de cabellos morados reverbera en las sombras, se funde en unlastimero abrazo con un chico algo mayor que ella, al son de las dolorosas palabras que la vozdesgarrada, brutal, brotada desde las profundidades del mismísimo infierno, desliza

Ojos humedecidos brillan ahora, evocadores, heridos en la perenne, neblinosa penumbra de sus

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IV

Yasmine está deslumbrante.

Su estilo es totalmente diferente al de Lorelei. Detesta el color negro, aborrece las cancionessiniestras… odia el tipo de locales que Lorelei adora, se encuentra incómoda en ellos. Peroacabar en uno de estos lugares es la única opción posible para intentar que Lorelei salga de casa yse olvide por unas horas de sus problemas.

Yasmine comparte la opinión de la psicóloga de Lorelei. Siempre le ha resultado inquietante laimagen de aquellos jóvenes atormentados disfrazados de criaturas de la noche, bailando enéxtasis, en cuyas miradas se puede leer la eterna, desesperada búsqueda, de algo que ni tansiquiera ellos saben bien qué es.

Han cenado en un restaurante chino. La conversación ha animado algo a Lorelei. Tras la cena sedirigen hacia aquel oscuro antro en el que se siente como en su propio hogar.

Pueden ver el letrero iluminado en el callejón. Hay gente en la puerta.

Bajan la escalera tomadas de la mano. El corazón de Lorelei da un vuelco, disparándose alreconocer las sugerentes notas de “Alleine Zu Zweit”. Las insinuantes voces de Tilo Wolff y AnneNurmi, de Lacrimosa —uno de sus grupos predilectos—, arropan, evanescentes, su entrada en elneblinoso reino de las tinieblas, una vez más... decenas de voces rotas corean el apasionadoestribillo.

El local se encuentra prácticamente lleno. Las volutas de humo bailan etéreas bajo laintermitente luz de los focos, tiñéndose, llenando su vacío translúcido con los distintos colores delarco iris a cada segundo.

Se acercan a la barra directamente. A lo largo del trayecto varios de los habituales del localsaludan a Lorelei. Una vez servidas, se sientan en una de las mesas más cercanas a la pequeñapista de baile. La cera derretida se acumula en varias capas de estalagmitas, coaguladas en la basede los candelabros, dando lugar a grotescas y cambiantes formas surgidas de las profundidades deuna pesadilla. Su pesado aroma se esparce, cenagoso, empalagoso, en derredor…

El suelo retumba con cada nota. La música se encuentra a un volumen excesivo para lasreducidas dimensiones del local. Sus grupos, aquellos grupos que Lorelei ama, siguen sonandouno tras otro, dirigidos sin transición por las hábiles manos del joven de la cabina. La tenebrosaintroducción de “Humana Inspired to Nightmare” arranca enardecidos aullidos en la concurrencia,fundiéndose con el inicio de “Heaven Thorn Asunder”. A pesar de la lánguida tristeza, certera,omnipresente, esculpida en sus rasgos, los ojos de Lorelei brillan de pronto emocionados,confinados dentro de una sombra de maquillaje bruna como la obsidiana. Un estremecimientorecorre su pálida piel. Cradle of Filth —la cuna de la inmundicia, las huestes vampíricas de laoscuridad…—, destripan a un frenético, vertiginoso ritmo, la desgarradora poética de los abismoscon sus mórbidas letanías de condenación eterna.

Yasmine, mira a Lorelei, complacida pese al estruendo, con una condescendiente sonrisa

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Su estilo es totalmente diferente al de Lorelei. Detesta el color negro, aborrece las cancionessiniestras… odia el tipo de locales que Lorelei adora, se encuentra incómoda en ellos. Peroacabar en uno de estos lugares es la única opción posible para intentar que Lorelei salga de casa y

Yasmine comparte la opinión de la psicóloga de Lorelei. Siempre le ha resultado inquietante laimagen de aquellos jóvenes atormentados disfrazados de criaturas de la noche, bailando enéxtasis, en cuyas miradas se puede leer la eterna, desesperada búsqueda, de algo que ni tan

Han cenado en un restaurante chino. La conversación ha animado algo a Lorelei. Tras la cena se

Bajan la escalera tomadas de la mano. El corazón de Lorelei da un vuelco, disparándose alreconocer las sugerentes notas de “Alleine Zu Zweit”. Las insinuantes voces de Tilo Wolff y AnneNurmi, de Lacrimosa —uno de sus grupos predilectos—, arropan, evanescentes, su entrada en elneblinoso reino de las tinieblas, una vez más... decenas de voces rotas corean el apasionado

El local se encuentra prácticamente lleno. Las volutas de humo bailan etéreas bajo laintermitente luz de los focos, tiñéndose, llenando su vacío translúcido con los distintos colores del

Se acercan a la barra directamente. A lo largo del trayecto varios de los habituales del localsaludan a Lorelei. Una vez servidas, se sientan en una de las mesas más cercanas a la pequeñapista de baile. La cera derretida se acumula en varias capas de estalagmitas, coaguladas en la basede los candelabros, dando lugar a grotescas y cambiantes formas surgidas de las profundidades de

El suelo retumba con cada nota. La música se encuentra a un volumen excesivo para lasreducidas dimensiones del local. Sus grupos, aquellos grupos que Lorelei ama, siguen sonandouno tras otro, dirigidos sin transición por las hábiles manos del joven de la cabina. La tenebrosaintroducción de “Humana Inspired to Nightmare” arranca enardecidos aullidos en la concurrencia,fundiéndose con el inicio de “Heaven Thorn Asunder”. A pesar de la lánguida tristeza, certera,omnipresente, esculpida en sus rasgos, los ojos de Lorelei brillan de pronto emocionados,confinados dentro de una sombra de maquillaje bruna como la obsidiana. Un estremecimientorecorre su pálida piel. Cradle of Filth —la cuna de la inmundicia, las huestes vampíricas de laoscuridad…—, destripan a un frenético, vertiginoso ritmo, la desgarradora poética de los abismos

Yasmine, mira a Lorelei, complacida pese al estruendo, con una condescendiente sonrisa

dibujada en sus delicados labios. Alzando la voz, se dirige a ella.

—No sé cómo puedes disfrutar en un sitio como éste. Ni tan siquiera se puede hablar encondiciones.

Lorelei le mira a su vez, fijamente, antes de cerrar los ojos por unos instantes. La músicaimpregna su alma, se desliza a través de ella, recorre todos y cada uno de los poros de su cuerpo yde su mente alojándose en ellos, dejando allí su indeleble huella, transportándola a un mundolejano, irreal, inverosímil proporcionándole de nuevo la vida.

Con un gesto señala la carne de gallina que tatúa momentáneamente sus brazos. No le hacenfalta palabras para responder. Un leve asomo de sonrisa, ingenua, melancólica, adorna ahora supálida cara realzando su lívida belleza.

—Me gusta verte así —las palabras de Yasmine le llegan emborronadas, ahogadas bajo elconfuso estruendo—, pareces renacer…

Lorelei mira su vaso. La trémula llama del candelabro palpita allí, reflejándose en el oscurolíquido como un pequeño barco a la deriva en un océano sombrío, como un reflejo de su propiavida a la deriva en la inmensidad de ese mundo ajeno, hostil… en esas tinieblas cenagosas a lasque, en ocasiones, su espíritu termina sucumbiendo.

Yasmine saca a Lorelei de sus pensamientos intentando recuperar la conversación. Las miradasse encuentran nuevamente.

—Lorelei, no puedo continuar aquí, a tu lado, sin preguntarte… —su voz, cálida, acogedora,deja traslucir una sincera preocupación. Su mano toma la de Lorelei, acariciándola muysuavemente, tratando de transmitirle un poco de calor antes de dirigirle la inevitable pregunta—.¿Cómo estás? —la mirada de Yasmine, firme, interrogante, atraviesa las barreras que Lorelei, díatras día, año tras año, ha ido construyendo en su mente, traspasándolas, derribándolas, llegando alas ocultas profundidades de su ser. —¿Sabes? Te encuentro bien. Pareces estar mejor, másanimada, pero necesito saber cómo te sientes realmente...

Lorelei tarda algunos segundos en dar una respuesta. Retira el flequillo de su cara y la sonrisatriste vuelve a instalarse en su mirada. En la sala ha llegado el momento de los clásicos. Ladesquiciada voz de Peter Murphy desgrana las estrofas de uno de los inquietantes himnos deBauhaus sobre el lecho de notas tejido por los discordantes acordes... “Bela Lugosi´s Dead”devuelve por momentos a los enfervorizados asistentes a los excitantes años dorados delmovimiento gótico europeo. Los focos colorean la bruma artificial que envuelve bajo su sutilabrazo la sala y sus ocupantes.

—Estoy bien —la voz de Lorelei no suena demasiado convincente a los oídos de Yasmine—.No te preocupes, estoy bien… —sabe que su amiga no le cree.

Algo indefinido parece reclamar su atención en un extremo de la sala.

Sus ojos se cruzan de pronto con los de un joven solitario, allá en el fondo, en una mesaapartada. Un escalofrío sacude, lacerante, su espina dorsal. A pesar de la leve neblina que fluctúaen el ambiente es capaz de apreciar la profundidad, la intensidad de su evocadora mirada. Pese ala fuerza que transmiten, esos ojos hermosos, umbríos, parecen traslucir una vasta, fascinadora

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—No sé cómo puedes disfrutar en un sitio como éste. Ni tan siquiera se puede hablar en

Lorelei le mira a su vez, fijamente, antes de cerrar los ojos por unos instantes. La músicaimpregna su alma, se desliza a través de ella, recorre todos y cada uno de los poros de su cuerpo yde su mente alojándose en ellos, dejando allí su indeleble huella, transportándola a un mundo

Con un gesto señala la carne de gallina que tatúa momentáneamente sus brazos. No le hacenfalta palabras para responder. Un leve asomo de sonrisa, ingenua, melancólica, adorna ahora su

—Me gusta verte así —las palabras de Yasmine le llegan emborronadas, ahogadas bajo el

Lorelei mira su vaso. La trémula llama del candelabro palpita allí, reflejándose en el oscurolíquido como un pequeño barco a la deriva en un océano sombrío, como un reflejo de su propiavida a la deriva en la inmensidad de ese mundo ajeno, hostil… en esas tinieblas cenagosas a las

Yasmine saca a Lorelei de sus pensamientos intentando recuperar la conversación. Las miradas

—Lorelei, no puedo continuar aquí, a tu lado, sin preguntarte… —su voz, cálida, acogedora,deja traslucir una sincera preocupación. Su mano toma la de Lorelei, acariciándola muysuavemente, tratando de transmitirle un poco de calor antes de dirigirle la inevitable pregunta—.¿Cómo estás? —la mirada de Yasmine, firme, interrogante, atraviesa las barreras que Lorelei, díatras día, año tras año, ha ido construyendo en su mente, traspasándolas, derribándolas, llegando alas ocultas profundidades de su ser. —¿Sabes? Te encuentro bien. Pareces estar mejor, más

Lorelei tarda algunos segundos en dar una respuesta. Retira el flequillo de su cara y la sonrisatriste vuelve a instalarse en su mirada. En la sala ha llegado el momento de los clásicos. Ladesquiciada voz de Peter Murphy desgrana las estrofas de uno de los inquietantes himnos deBauhaus sobre el lecho de notas tejido por los discordantes acordes... “Bela Lugosi´s Dead”devuelve por momentos a los enfervorizados asistentes a los excitantes años dorados delmovimiento gótico europeo. Los focos colorean la bruma artificial que envuelve bajo su sutil

—Estoy bien —la voz de Lorelei no suena demasiado convincente a los oídos de Yasmine—.

Sus ojos se cruzan de pronto con los de un joven solitario, allá en el fondo, en una mesaapartada. Un escalofrío sacude, lacerante, su espina dorsal. A pesar de la leve neblina que fluctúaen el ambiente es capaz de apreciar la profundidad, la intensidad de su evocadora mirada. Pese ala fuerza que transmiten, esos ojos hermosos, umbríos, parecen traslucir una vasta, fascinadora

tristeza.

Por momentos Lorelei parece sumergirse aletargada en la frenética espiral de un impenetrableabismo, experimentando una extraña, plácida sensación a través de la súbita, vertiginosa caída…

—Lorelei, ¿qué pasa? ¿Te encuentras bien?

La envolvente melodía de “Temple of Love”, de Sisters of Mercy, se desliza inquietante por losrincones de la sala en penumbra. Las pasiones se desatan. Decenas de cuerpos ambiguos,sudorosos, danzan místicos, arrebatados, en la pequeña pista. Parejas, tríos, se sumen en lascaricias, se abandonan a los abrazos, se dejan caer en las viscosas redes de la voluptuosidad… sedevoran palmo a palmo, mutuamente, en un lúbrico, obsesivo, delirio carnal.

Lorelei no responde. Un irracional impulso mantiene su voluntad atada a la del misteriosojoven. En su interior una certeza pugna por hacerse consciente. La convicción, primigenia,irracional, de haber encontrado al fin —flotando penosamente entre las viscosas aguas del cenagalde la desesperanza, luchando por no ser engullido por ellas—, un ángel condenado a la oscuridadde las sombras, un ser de luz atormentado por la desdicha… aquel que parecía lucir los atributosde su ansiada, largamente anhelada, alma gemela…

El enigmático joven se levanta de la mesa y se dirige a la salida, entre la multitud. Una últimamirada, intensa, arcana, sumida en las profundidades de un océano de melancólico desconsuelo, sedetiene en Lorelei.

Yasmine gira su cabeza para mirar el lugar en que los ojos de Lorelei están extraviados. Depronto comprende que ha perdido la batalla. Algo en la mirada del hermoso joven del largocabello (algo sórdido, cenagoso), le anuncia que su amiga ya no va a poder escapar delinextricable laberinto en el que se acaba de disipar.

Álesar abandona a su pesar el local, apremiado, consumido por la urgencia.

Unos pasos resuenan retumbantes en el relativo silencio nocturno. La niebla se descuelga lenta,sombría, sobre las calles iluminadas por la luz artificial de las farolas, como si de un evanescentetelón teatral se tratara. Un olor acre, húmedo, es reconocible en su invisibilidad. El frío de lanoche se desliza engañoso bajo las gruesas prendas de abrigo de aquellos que osan hollar el reinode las sombras.

Álesar camina decidido. Sus excéntricas ropas, la seguridad que transmite en sus movimientos,la recóndita fiebre que poco a poco vuelve a consumir su organismo interiormente, la aciagaavidez esculpida ahora en su lívido rostro, le convierten en objeto de trémulas, desconfiadasmiradas, a su paso.

Su mente está confusa, sin embargo, aunque hay algo sobre lo que no tiene dudas. Ha sentidouna afinidad especial con aquellos extraños muchachos y muchachas que abarrotaban el local. Seha sentido cautivado por su extravagancia, por su lucha, su oposición manifiesta contra lanormalidad establecida e impuesta por la sociedad, por la pasión con la cual se pasean por el ladooscuro de la realidad, por la oscuridad que mana de las letras, de la envolvente música.

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Por momentos Lorelei parece sumergirse aletargada en la frenética espiral de un impenetrable

La envolvente melodía de “Temple of Love”, de Sisters of Mercy, se desliza inquietante por losrincones de la sala en penumbra. Las pasiones se desatan. Decenas de cuerpos ambiguos,sudorosos, danzan místicos, arrebatados, en la pequeña pista. Parejas, tríos, se sumen en lascaricias, se abandonan a los abrazos, se dejan caer en las viscosas redes de la voluptuosidad… se

Lorelei no responde. Un irracional impulso mantiene su voluntad atada a la del misteriosojoven. En su interior una certeza pugna por hacerse consciente. La convicción, primigenia,irracional, de haber encontrado al fin —flotando penosamente entre las viscosas aguas del cenagalde la desesperanza, luchando por no ser engullido por ellas—, un ángel condenado a la oscuridadde las sombras, un ser de luz atormentado por la desdicha… aquel que parecía lucir los atributos

El enigmático joven se levanta de la mesa y se dirige a la salida, entre la multitud. Una últimamirada, intensa, arcana, sumida en las profundidades de un océano de melancólico desconsuelo, se

Yasmine gira su cabeza para mirar el lugar en que los ojos de Lorelei están extraviados. Depronto comprende que ha perdido la batalla. Algo en la mirada del hermoso joven del largocabello (algo sórdido, cenagoso), le anuncia que su amiga ya no va a poder escapar del

Unos pasos resuenan retumbantes en el relativo silencio nocturno. La niebla se descuelga lenta,sombría, sobre las calles iluminadas por la luz artificial de las farolas, como si de un evanescentetelón teatral se tratara. Un olor acre, húmedo, es reconocible en su invisibilidad. El frío de lanoche se desliza engañoso bajo las gruesas prendas de abrigo de aquellos que osan hollar el reino

Álesar camina decidido. Sus excéntricas ropas, la seguridad que transmite en sus movimientos,la recóndita fiebre que poco a poco vuelve a consumir su organismo interiormente, la aciagaavidez esculpida ahora en su lívido rostro, le convierten en objeto de trémulas, desconfiadas

Su mente está confusa, sin embargo, aunque hay algo sobre lo que no tiene dudas. Ha sentidouna afinidad especial con aquellos extraños muchachos y muchachas que abarrotaban el local. Seha sentido cautivado por su extravagancia, por su lucha, su oposición manifiesta contra lanormalidad establecida e impuesta por la sociedad, por la pasión con la cual se pasean por el lado

Sí. Le hubiera resultado fácil, tan fácil, elegir a alguno de aquellos jóvenes como presa… hapodido constatar su ilimitado poder de seducción, una vez más. Una visita a los baños, en algúnoscuro rincón… una cita en cualquier otro lugar menos concurrido, quizás.

Pero no lo iba a hacer. Su decisión había sido tomada desde el mismo instante en que, sentado ala luz vacilante de las velas alojadas en el candelabro que decoraba su mesa, había sidoconsciente de la idolatría que esas personas que le rodeaban profesaban a aquellos que eran comoél, a los hijos de la noche eterna, a los inciertos habitantes del reino de la oscuridad, a aquellosque habían sido desterrados por siempre de los dominios de la luz del sol y del añorado calor deldía.

Álesar camina sin rumbo por las extrañas callejuelas, marcado por otra idea… una idea fija,obsesiva, que parece no querer abandonar su mente.

Aquella chica… el recuerdo le arranca un escalofrío.

Sus ojos, su expresión… algo indefinido e indefinible le ha recordado a Siddahia y todoaquello que una vez amó en ella. Una belleza realmente oscura, trágica, más allá de la máscaradibujada a través del maquillaje, del disfraz de temible criatura nocturna impregnada en unatristeza sin nombre, torturada por un sufrimiento brumoso, palpable, casi físico…

La expresión de la muchacha, lánguida, fascinada, se dilata en su mente, reabriendo a su pasolas heridas mal cerradas de su corazón.

Una firme determinación se instala en su mente. Volverá otra noche a aquel extraño lugar. Sí,volverá y ella también lo hará. Se ha producido una mística conexión entre ellos. En su ánimo lateimperiosa la necesidad de conocer a aquella joven, de acercarse a ella, al tortuoso mundo en quese halla inmersa.

El leve sonido de unos pasos lejanos saca a Álesar de sus pensamientos. Es consciente de queen esta zona, emplazada en las afueras de la ciudad, apenas hay tráfico a estas horas de la noche.

La sed atenaza insidiosamente su garganta, secándola, quemándola. Cientos de clavos ardientesparecen punzar internamente su glotis, destrozándola, desgarrándola. La inaplazable exigencia,poco a poco, segundo a segundo, acaba tornándose intolerable, insoportable. No podrá aguantarmucho tiempo más. El instinto predador se impone al resto de consideraciones, a cualquier tipo deemoción o sentimiento.

Los penumbrosos callejones sin salida que se abren ante él semiocultos en la fría niebla,empapados por la humedad, le van a ayudar a consumar el ritual de las sombras. Es hora derealizar una elección.

Un hombre, un ejecutivo a juzgar por su aspecto, avanza dando tumbos por la calle desiertaprobablemente bajo los efectos del exceso de alcohol. Aunque todavía se pueden ver luces quepermanecen encendidas en algunas ventanas tras cortinas multicolores, a salvo de miradasindiscretas, la mayor parte de la ciudad duerme ahora.

Álesar detiene sus pasos. La sed es más fuerte que su propia voluntad. Le maneja, le domina,controla todos y cada uno de sus actos. Su mente gira en una turbulenta espiral.

Es hora de actuar.

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Sí. Le hubiera resultado fácil, tan fácil, elegir a alguno de aquellos jóvenes como presa… hapodido constatar su ilimitado poder de seducción, una vez más. Una visita a los baños, en algún

Pero no lo iba a hacer. Su decisión había sido tomada desde el mismo instante en que, sentado ala luz vacilante de las velas alojadas en el candelabro que decoraba su mesa, había sidoconsciente de la idolatría que esas personas que le rodeaban profesaban a aquellos que eran comoél, a los hijos de la noche eterna, a los inciertos habitantes del reino de la oscuridad, a aquellosque habían sido desterrados por siempre de los dominios de la luz del sol y del añorado calor del

Álesar camina sin rumbo por las extrañas callejuelas, marcado por otra idea… una idea fija,

Sus ojos, su expresión… algo indefinido e indefinible le ha recordado a Siddahia y todoaquello que una vez amó en ella. Una belleza realmente oscura, trágica, más allá de la máscaradibujada a través del maquillaje, del disfraz de temible criatura nocturna impregnada en una

La expresión de la muchacha, lánguida, fascinada, se dilata en su mente, reabriendo a su paso

Una firme determinación se instala en su mente. Volverá otra noche a aquel extraño lugar. Sí,volverá y ella también lo hará. Se ha producido una mística conexión entre ellos. En su ánimo lateimperiosa la necesidad de conocer a aquella joven, de acercarse a ella, al tortuoso mundo en que

El leve sonido de unos pasos lejanos saca a Álesar de sus pensamientos. Es consciente de que

La sed atenaza insidiosamente su garganta, secándola, quemándola. Cientos de clavos ardientesparecen punzar internamente su glotis, destrozándola, desgarrándola. La inaplazable exigencia,poco a poco, segundo a segundo, acaba tornándose intolerable, insoportable. No podrá aguantarmucho tiempo más. El instinto predador se impone al resto de consideraciones, a cualquier tipo de

Los penumbrosos callejones sin salida que se abren ante él semiocultos en la fría niebla,empapados por la humedad, le van a ayudar a consumar el ritual de las sombras. Es hora de

Un hombre, un ejecutivo a juzgar por su aspecto, avanza dando tumbos por la calle desiertaprobablemente bajo los efectos del exceso de alcohol. Aunque todavía se pueden ver luces quepermanecen encendidas en algunas ventanas tras cortinas multicolores, a salvo de miradas

Álesar detiene sus pasos. La sed es más fuerte que su propia voluntad. Le maneja, le domina,

Hora de dar caza a una nueva, indefensa, confiada presa.

Hora de alimentarse.

Una vez más…

Álesar contempla el cuerpo inerte.

Varias lágrimas se derraman, deslizándose salobres, extrañas, mejillas abajo, mezclándose,confundiéndose en sus labios con el cobrizo, metálico sabor de la sangre.

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Hora de dar caza a una nueva, indefensa, confiada presa.

Hora de alimentarse.

Una vez más…

Álesar contempla el cuerpo inerte.

Varias lágrimas se derraman, deslizándose salobres, extrañas, mejillas abajo, mezclándose,confundiéndose en sus labios con el cobrizo, metálico sabor de la sangre.

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V

—¿Todavía sigues pensando en ese tipo de anoche? —la voz de Yasmine suenapretendidamente indignada al otro lado del teléfono, tratando de camuflar la preocupación queinunda su ser.

Lorelei no había podido apenas dormir. Los remordimientos habían asaltado su mente en elmomento en que se había dejado caer sobre la cama, tras su regreso. Lamentaba no haber tenido elvalor suficiente para actuar siguiendo los dictados más primarios de su corazón herido, paralevantarse de la mesa e ir tras él, tal y como su instinto le había impulsado a hacer en aquelpreciso momento.

—Tengo miedo, Yasmine. ¿Y si no le vuelvo a ver? ¿Dónde le buscaré? Estoy completamentesegura de que algo muy fuerte, un extraño lazo invisible, etéreo, espiritual, nos unió anoche enmisteriosa comunión. Tengo que verle de nuevo, lo necesito. Necesito conocerle, ayudarle a ponerfin a su lamento. Esa es la terapia que necesito, esa es la única vía para alcanzar la recuperación.Lo presiento, estoy firmemente convencida de ello.

—Pero si no le conoces… tú misma dijiste anoche que era la primera vez que lo veías.

—Lo sé, Yasmine, pero viste cómo me miró… Pude vislumbrar su espíritu torturado en lasprofundidades del barrizal de sus ojos. Sentí un escalofrío extraño, sinuoso, como nunca antes lohabía sentido recorriendo mi espalda, mi nuca, mis brazos… mi estómago… sé que se trata de unalma afín a la mía que navega sin rumbo, que se pierde en la inmensidad del océano de la vida. Unalma varada en el sufrimiento. Mi alma gemela…

—Pero, ¿de verdad no fuiste consciente de lo que pasó anoche? No debes precipitarte, Lorelei—el nerviosismo se ha apoderado ahora de la timbrada voz de Yasmine—. No puedes fiarte deese tipo, es un extraño. No sabes nada de él. Y puedo decirte algo más. No se trataba de un ángel,¿sabes? Algo turbio brillaba en su mirada. Intenciones venenosas, un secreto comprometedorquizás… parecía tratar de hipnotizarte. ¿Me oyes, Lorelei?

El silencio de Lorelei ya estaba respondiendo a su pregunta. Se había dejado atraparcandorosamente bajo las viscosas redes del desconocido. Había sucumbido bajo el hechizo de susojos de encantador de serpientes, los ojos de aquel en cuya hechicería también, aunque de unmodo muy diferente, había llegado a caer ella misma, sintiéndose arrastrada, sumergida en unanebulosa ola de ominoso temor, un temor resbaladizo, escurridizo, tan ancestral como el temor a laoscuridad, como el resto de temores primigenios de la raza humana.

—¿Son los celos los que te hacen actuar así, Yasmine? —el desdén se había instalado de prontoen la voz de Lorelei—. ¿Qué te sucede? ¿No puedes soportar que mire a otra persona? ¿Temortifica que alguien se fije en mí? Creí que ese asunto ya estaba solucionado.

—¿Pero, de qué me estás hablando, Lorelei? ¿De verdad crees que se trata de celos? Sólopienso en ti, en tu seguridad.

—Pues piensa en la tuya, no me amargues la vida.

—Creo que no es necesario continuar con esta conversación. Soy tu amiga, Lorelei, pero no

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—¿Todavía sigues pensando en ese tipo de anoche? —la voz de Yasmine suenapretendidamente indignada al otro lado del teléfono, tratando de camuflar la preocupación que

Lorelei no había podido apenas dormir. Los remordimientos habían asaltado su mente en elmomento en que se había dejado caer sobre la cama, tras su regreso. Lamentaba no haber tenido elvalor suficiente para actuar siguiendo los dictados más primarios de su corazón herido, paralevantarse de la mesa e ir tras él, tal y como su instinto le había impulsado a hacer en aquel

—Tengo miedo, Yasmine. ¿Y si no le vuelvo a ver? ¿Dónde le buscaré? Estoy completamentesegura de que algo muy fuerte, un extraño lazo invisible, etéreo, espiritual, nos unió anoche enmisteriosa comunión. Tengo que verle de nuevo, lo necesito. Necesito conocerle, ayudarle a ponerfin a su lamento. Esa es la terapia que necesito, esa es la única vía para alcanzar la recuperación.

—Lo sé, Yasmine, pero viste cómo me miró… Pude vislumbrar su espíritu torturado en lasprofundidades del barrizal de sus ojos. Sentí un escalofrío extraño, sinuoso, como nunca antes lohabía sentido recorriendo mi espalda, mi nuca, mis brazos… mi estómago… sé que se trata de unalma afín a la mía que navega sin rumbo, que se pierde en la inmensidad del océano de la vida. Un

—Pero, ¿de verdad no fuiste consciente de lo que pasó anoche? No debes precipitarte, Lorelei—el nerviosismo se ha apoderado ahora de la timbrada voz de Yasmine—. No puedes fiarte deese tipo, es un extraño. No sabes nada de él. Y puedo decirte algo más. No se trataba de un ángel,¿sabes? Algo turbio brillaba en su mirada. Intenciones venenosas, un secreto comprometedor

El silencio de Lorelei ya estaba respondiendo a su pregunta. Se había dejado atraparcandorosamente bajo las viscosas redes del desconocido. Había sucumbido bajo el hechizo de susojos de encantador de serpientes, los ojos de aquel en cuya hechicería también, aunque de unmodo muy diferente, había llegado a caer ella misma, sintiéndose arrastrada, sumergida en unanebulosa ola de ominoso temor, un temor resbaladizo, escurridizo, tan ancestral como el temor a la

—¿Son los celos los que te hacen actuar así, Yasmine? —el desdén se había instalado de prontoen la voz de Lorelei—. ¿Qué te sucede? ¿No puedes soportar que mire a otra persona? ¿Te

—¿Pero, de qué me estás hablando, Lorelei? ¿De verdad crees que se trata de celos? Sólo

—Creo que no es necesario continuar con esta conversación. Soy tu amiga, Lorelei, pero no

estoy dispuesta a consentir que me hables así. Cuando cambies de idea me llamas, quizás entoncespodamos hablar como personas —Lorelei todavía puede escuchar un murmullo lastimeroprecediendo el corte de la comunicación al otro lado de la línea.

Lorelei cuelga a su vez, pensativa, enfurecida. La inquietante, tenebrosa mirada de GaryOldman sigue atenta sus movimientos desde el inmenso y barroco cartel de la película “Drácula”,de Ford Coppola, que tapiza con sus tonos sombríos, casi abarcándola en su totalidad, una de lasparedes del salón de su casa.

“Está resentida. Los celos le consumen. Quién me lo iba a decir… otra vez la misma historia.

”Pero no pienso ceder esta vez. No puedo volver a dejar escapar la oportunidad. Debo buscar aese chico, tengo una corazonada. Creo que es la persona a la que he estado buscando durante todosestos años. Nunca antes había sentido aquello que sentí anoche. Fue tan mágico… tan especial…

”Le buscaré. Y una vez lo encuentre, no le dejaré escapar. Yasmine no me lo impedirá. Nadie lohará. No voy a permitir que eso suceda.

”Él es como yo, lo sé, lo presiento. Algo en mi fuero interno me dice que así es.”

Lorelei se dirige vacilante hacia el equipo de música. Sube el volumen un par de puntos. Eldesconsolado lamento del violín de The Sins of thy Beloved comienza a flotar desnudo en elambiente, llenándolo con su tristeza, dando paso al duelo de voces que entona los quejumbrososversos de “The Kiss”. Un estremecimiento se deja sentir en su espina dorsal.

Un voluminoso ramo de rosas escarlata comienza a marchitarse en un recargado jarrón decristal, sobre la mesa del salón. El olor dulzón, empalagoso, pesado, se esparce por la sala de lamano de las tristes armonías que resuenan engullendo los trazos inertes del silencio.

Lorelei camina sola, veloz, tras apearse del concurrido vagón del metro, en dirección al“Twilight”. Es viernes. Un pequeño paréntesis en su odioso trabajo. Mañana no es necesariomadrugar. La noche comienza a extender sus negras alas sobre la inquieta ciudad, dispuesta a vivirplenamente cada segundo del fin de semana.

Ha recibido varias llamadas de algunas de sus amistades a lo largo del día, pero finalmente haacabado rechazando todas las propuestas para quedar que le han planteado.

Yasmine ni tan siquiera se ha dignado en llamarle para disculparse. Allá ella. No le importa.

Tampoco ella ha llamado a Yasmine para contarle su plan, aunque, evidentemente, ella debeimaginarlo.

No la necesita para nada. Incluso podría llegar a constituir un estorbo.

Lorelei está nerviosa. Siente la excitación corriendo por sus venas, la adrenalina se desborda,se siente como cuando, siendo todavía una niña, tuvo la primera cita o como cuando, poco mástarde, se reunía con sus amigos y amigas en busca de nuevos lugares donde dar rienda suelta a laruptura de las prohibiciones. Su estómago está revuelto, su pulso late frenético, desesperado.

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estoy dispuesta a consentir que me hables así. Cuando cambies de idea me llamas, quizás entoncespodamos hablar como personas —Lorelei todavía puede escuchar un murmullo lastimero

Lorelei cuelga a su vez, pensativa, enfurecida. La inquietante, tenebrosa mirada de GaryOldman sigue atenta sus movimientos desde el inmenso y barroco cartel de la película “Drácula”,de Ford Coppola, que tapiza con sus tonos sombríos, casi abarcándola en su totalidad, una de las

”Pero no pienso ceder esta vez. No puedo volver a dejar escapar la oportunidad. Debo buscar aese chico, tengo una corazonada. Creo que es la persona a la que he estado buscando durante todos

”Le buscaré. Y una vez lo encuentre, no le dejaré escapar. Yasmine no me lo impedirá. Nadie lo

Lorelei se dirige vacilante hacia el equipo de música. Sube el volumen un par de puntos. Eldesconsolado lamento del violín de The Sins of thy Beloved comienza a flotar desnudo en elambiente, llenándolo con su tristeza, dando paso al duelo de voces que entona los quejumbrosos

Un voluminoso ramo de rosas escarlata comienza a marchitarse en un recargado jarrón decristal, sobre la mesa del salón. El olor dulzón, empalagoso, pesado, se esparce por la sala de la

Lorelei camina sola, veloz, tras apearse del concurrido vagón del metro, en dirección al“Twilight”. Es viernes. Un pequeño paréntesis en su odioso trabajo. Mañana no es necesariomadrugar. La noche comienza a extender sus negras alas sobre la inquieta ciudad, dispuesta a vivir

Ha recibido varias llamadas de algunas de sus amistades a lo largo del día, pero finalmente ha

Tampoco ella ha llamado a Yasmine para contarle su plan, aunque, evidentemente, ella debe

Lorelei está nerviosa. Siente la excitación corriendo por sus venas, la adrenalina se desborda,se siente como cuando, siendo todavía una niña, tuvo la primera cita o como cuando, poco mástarde, se reunía con sus amigos y amigas en busca de nuevos lugares donde dar rienda suelta a la

La pieza superior de un vestido de negro raso, cuya falda acaba rematada en puntillas, cubreparte de la camisa de gasa marfileña con chorreras que descuella bajo el pronunciado escote,proporcionándole un aspecto atávico, romántico… el decadente aspecto de la protagonista dealguna novela ambientada en una época lejana, perdida, confinada en los inextricables laberintosdel tiempo.

Grupos de jóvenes (y no tan jóvenes) se cruzan con ella, vociferantes, eufóricos, ruidosos, acada trecho.

El ambiente se ha tornado fresco. Una neblina muy leve, extremadamente volátil, comienza ahacer su aparición nuevamente, destilando sutiles efluvios de humedad sobre las calles.

Son más de las once.

Lorelei llega al callejón. Allí puede ver a otros muchachos enlutados formando corros bajo elcartel, junto a la puerta de entrada. Su corazón golpea en el interior del pecho, desbocado. Puedesentir la llamada apremiante del brumoso local, invitándole a adentrarse en sus oscuras yacogedoras entrañas.

La música brama en los altavoces al otro lado de la puerta de doble hoja, allí abajo. Lasinsinuantes notas de “Cold Seed” de Tiamat acompañan, entumecidas, su descenso. Mientras bajapor las escaleras mal iluminadas, una angustiosa duda asalta de pronto su mente. ¿Y si él no estáallí esta noche? ¿Dónde iba a buscarlo entonces? Jamás lo había visto por el local antes. Tampocoen las tiendas especializadas de discos o de ropa antigua que ella solía frecuentar. ¿Qué haría ental caso? ¿Dónde le buscaría?

Nunca había tenido mucha suerte con los chicos. Por lo general, todos aquellos con los quehabía iniciado una relación habían acabado demostrando una enorme inmadurez. Las cosas nuncahabían funcionado demasiado bien. Muchos de ellos no habían llegado a entenderle, algunos ni tansiquiera lo habían intentado. Para ellos su mundo, ese mundo oscuro y fantasioso, era tan sólo unapose, una forma de vestir y maquillarse, sin nada más detrás. Ninguno de ellos había sido capaz decomprender que para ella, aquello no era ninguna moda, era, en realidad, su forma de sobrevivir,su forma de enfrentarse a ese otro mundo, el mundo real, en el que personas como ella no teníanapenas cabida.

Abre la puerta que separa el descansillo, al final de la escalera, de la sala propiamente dicha,penetrando en la familiar penumbra neblinosa.

La pista ya se halla ocupada por aquellos que sienten la imperiosa necesidad de expresarse através de los movimientos ondulantes, misteriosos, sensuales, de sus jóvenes cuerpos.

Lorelei camina aletargada en dirección a la zona de las mesas. Su mirada se dirige hacia elfondo del local. En la mesa que anoche ocupara el enigmático joven, un chico ataviado con unachaqueta y una larga falda de cuero, recoge ahora sus largos cabellos dorados en una coleta antesde buscar ávido, con sus labios tiznados de negro, los de su sepulcral compañera.

Una leve punzada de decepción se apodera de su estómago.

Detiene sus pasos cerca de la barra. Sus ojos se pasean por la sala, ansiosos, desesperados. Depronto, la extraña sensación, agobiante, pegajosa, de ser observada, se apodera de su ánimo. Una

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La pieza superior de un vestido de negro raso, cuya falda acaba rematada en puntillas, cubreparte de la camisa de gasa marfileña con chorreras que descuella bajo el pronunciado escote,proporcionándole un aspecto atávico, romántico… el decadente aspecto de la protagonista dealguna novela ambientada en una época lejana, perdida, confinada en los inextricables laberintos

Grupos de jóvenes (y no tan jóvenes) se cruzan con ella, vociferantes, eufóricos, ruidosos, a

El ambiente se ha tornado fresco. Una neblina muy leve, extremadamente volátil, comienza a

Lorelei llega al callejón. Allí puede ver a otros muchachos enlutados formando corros bajo elcartel, junto a la puerta de entrada. Su corazón golpea en el interior del pecho, desbocado. Puedesentir la llamada apremiante del brumoso local, invitándole a adentrarse en sus oscuras y

La música brama en los altavoces al otro lado de la puerta de doble hoja, allí abajo. Lasinsinuantes notas de “Cold Seed” de Tiamat acompañan, entumecidas, su descenso. Mientras bajapor las escaleras mal iluminadas, una angustiosa duda asalta de pronto su mente. ¿Y si él no estáallí esta noche? ¿Dónde iba a buscarlo entonces? Jamás lo había visto por el local antes. Tampocoen las tiendas especializadas de discos o de ropa antigua que ella solía frecuentar. ¿Qué haría en

Nunca había tenido mucha suerte con los chicos. Por lo general, todos aquellos con los quehabía iniciado una relación habían acabado demostrando una enorme inmadurez. Las cosas nuncahabían funcionado demasiado bien. Muchos de ellos no habían llegado a entenderle, algunos ni tansiquiera lo habían intentado. Para ellos su mundo, ese mundo oscuro y fantasioso, era tan sólo unapose, una forma de vestir y maquillarse, sin nada más detrás. Ninguno de ellos había sido capaz decomprender que para ella, aquello no era ninguna moda, era, en realidad, su forma de sobrevivir,su forma de enfrentarse a ese otro mundo, el mundo real, en el que personas como ella no tenían

Abre la puerta que separa el descansillo, al final de la escalera, de la sala propiamente dicha,

La pista ya se halla ocupada por aquellos que sienten la imperiosa necesidad de expresarse a

Lorelei camina aletargada en dirección a la zona de las mesas. Su mirada se dirige hacia elfondo del local. En la mesa que anoche ocupara el enigmático joven, un chico ataviado con unachaqueta y una larga falda de cuero, recoge ahora sus largos cabellos dorados en una coleta antes

Detiene sus pasos cerca de la barra. Sus ojos se pasean por la sala, ansiosos, desesperados. Depronto, la extraña sensación, agobiante, pegajosa, de ser observada, se apodera de su ánimo. Una

poderosa fuerza invisible parece obligarle a darse la vuelta.

Su corazón sufre un vuelco. Allí, frente a ella, elegante, lóbrego, majestuoso, está él. Su miradafirme, profunda, le traspasa llegando a lo más íntimo de su ser. Una leve inclinación de cabeza enseñal de saludo, al estilo de las antiguas reverencias de la nobleza, precede al ofrecimiento de sumano. Su larga melena negra, levemente ondulada, se derrama por su espalda. Lorelei, fascinada,no puede dejar de mirar esas pupilas que se dilatan como dos cósmicos agujeros negros, capacesde engullir el infinito en su torbellino.

Como en un sueño, ajena a lo que sucede ahora a su alrededor, Lorelei tiende una de sus manoshacia el desconocido. Éste la toma a su vez, llevándola a sus fríos labios. Tras besarla suave,dulcemente, le indica con un ademán una de las mesas vacías que se encuentran más allá,ofreciéndole su brazo.

Lorelei acepta el ofrecimiento. El brillo destella en sus oscuros iris.

Toman asiento, quedando uno frente al otro, sin dejar de mirarse. El perfume dulzón de Lorelei,una fragancia a base de esencia de vainilla, flota inconsistente en el ambiente, penetra libidinosoen las fosas nasales de Álesar, se desliza por los laberínticos rincones de su cerebro trayendo a sumemoria jirones de historias olvidadas en el tiempo. Las llamas de las velas parpadean en elcandelabro que reposa sobre la mesa.

—Espero que no te haya asustado el modo en que te he abordado —la voz de Álesar suenaclara, enérgica, deslizándose sobre el triste, evocador recitado infantil del “Dead Boy´s Poem”,de los finlandeses Nightwish.

—No… no, es tan sólo que… —una desagradable sensación de sequedad se instala en lagarganta de Lorelei. Sus palabras se ahogan en un abrasador abismo, antes de alcanzar el exterior—. Tenía… tenía la corazonada de que hoy te volvería a ver.

—Yo también la tenía. Es más, estaba seguro de ello —una tenue sonrisa ilumina ahora el rostrode hermosas facciones, casi femenino, atrapándole bajo los viscosos hilos de su encantamiento—.Tienes unos bellos ojos, ¿lo sabías? Anoche, cuando me marchaba, no pude evitar fijarme enellos. Son como dos oscuras lunas reflejadas en las gélidas aguas de un lago… un lago agitadotras la tormenta… quedé total, absolutamente prendado de ellos.

Lorelei le mira, hipnotizada. No recordaba haber oído unas palabras tan delicadas desde laépoca en que aún era una mocosa.

—Dime, ¿cuál es tu nombre?

—Me llamo Lorelei.

—Lorelei —el nombre suena dulce, extrañamente hermoso, en sus finos labios—. Preciosonombre.

Lorelei tiembla.

—¿Y tú? ¿Cómo te llamas?

Los acordes de “Love Song”, de The Cure, acarician suavemente su respuesta.

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Su corazón sufre un vuelco. Allí, frente a ella, elegante, lóbrego, majestuoso, está él. Su miradafirme, profunda, le traspasa llegando a lo más íntimo de su ser. Una leve inclinación de cabeza enseñal de saludo, al estilo de las antiguas reverencias de la nobleza, precede al ofrecimiento de sumano. Su larga melena negra, levemente ondulada, se derrama por su espalda. Lorelei, fascinada,no puede dejar de mirar esas pupilas que se dilatan como dos cósmicos agujeros negros, capaces

Como en un sueño, ajena a lo que sucede ahora a su alrededor, Lorelei tiende una de sus manoshacia el desconocido. Éste la toma a su vez, llevándola a sus fríos labios. Tras besarla suave,dulcemente, le indica con un ademán una de las mesas vacías que se encuentran más allá,

Toman asiento, quedando uno frente al otro, sin dejar de mirarse. El perfume dulzón de Lorelei,una fragancia a base de esencia de vainilla, flota inconsistente en el ambiente, penetra libidinosoen las fosas nasales de Álesar, se desliza por los laberínticos rincones de su cerebro trayendo a sumemoria jirones de historias olvidadas en el tiempo. Las llamas de las velas parpadean en el

—Espero que no te haya asustado el modo en que te he abordado —la voz de Álesar suenaclara, enérgica, deslizándose sobre el triste, evocador recitado infantil del “Dead Boy´s Poem”,

—No… no, es tan sólo que… —una desagradable sensación de sequedad se instala en lagarganta de Lorelei. Sus palabras se ahogan en un abrasador abismo, antes de alcanzar el exterior

—Yo también la tenía. Es más, estaba seguro de ello —una tenue sonrisa ilumina ahora el rostrode hermosas facciones, casi femenino, atrapándole bajo los viscosos hilos de su encantamiento—.Tienes unos bellos ojos, ¿lo sabías? Anoche, cuando me marchaba, no pude evitar fijarme enellos. Son como dos oscuras lunas reflejadas en las gélidas aguas de un lago… un lago agitado

Lorelei le mira, hipnotizada. No recordaba haber oído unas palabras tan delicadas desde la

—Lorelei —el nombre suena dulce, extrañamente hermoso, en sus finos labios—. Precioso

—Puedes llamarme Álesar —mientras todavía parecen resonar las palabras a su alrededor, susojos vuelven a adquirir el matiz melancólico que anoche inundaba su mirada.

“Álesar… jamás olvidaré ese nombre”. Su mente parece flotar en la nebulosa inconsistenciaque se extiende por la sala derramándose sobre la figura de los danzantes, cambiando de forma,continua, incesantemente, a su alrededor.

—Dime… ¿vienes a menudo por aquí?

—No tanto como desearía —una pincelada de melancolía vuelve a tiznar momentáneamente lamirada de Lorelei. El silencio se instala entre ellos durante unos segundos, velado por el voraz,retumbante, omnipresente, clamor de la música.

Una mirada herida vigila atenta sus movimientos allá a lo lejos, oculta entre las sombras,tratando de pasar desapercibida.

Lorelei retoma la respuesta.

—A mis amigos, ya sabes, no les gusta demasiado esta música. ¿Y tú? Nunca te había visto poraquí…

—Hace poco tiempo que he llegado a la ciudad. Anoche descubrí el local, por pura casualidad.Nunca antes había estado aquí —sus ojos permanecen fijos en los de ella, sin parpadear, dotadosde una certera, inhumana, intensidad—. ¿Y tu amiga? La chica con la que estabas ayer… creo queno le caí demasiado bien.

—¡Ah!, Yasmine. La conozco desde que era una cría. Es una de mis mejores amigas, o lo era almenos hasta ayer. Anoche tuvimos una pequeña discusión, pero no debes hacerle caso. Es muydesconfiada. No se fía de los hombres. Cree que todos sois unos violadores en potencia o unosaprovechados.

Álesar asiente con la cabeza, antes de volver a hablar.

—Pero, soy un desconsiderado… ni tan siquiera te he preguntado qué te apetece tomar —unatisbo de sonrisa arquea leve, seductoramente, sus labios al tiempo que pronuncia estas palabras.

—Eeeh… —Lorelei muerde su labio inferior, pensativa—. No sé, creo que tomaré un whiskycon cola. No, mejor cola sola. Me olvidaba de la medicación. Hace tanto que no bebo alcohol…

Álesar afirma con la cabeza, antes de levantarse de su silla.

Lorelei observa, hipnotizada, la extraña elegancia de sus movimientos, la misteriosa seguridadque transluce su firme paso en dirección a la barra. Decenas de miradas son atraídas por sumisteriosa, ambigua figura, desde distintos puntos de la sala, más sólo ella ha resultado elegidapara acompañarle en aquella mágica noche.

Continúa nerviosa. El misterioso joven se encuentra a su disposición y sin embargo, apenas seatreve a preguntarle aquello que desea, que anhela, que necesita saber, acerca de él.

Las notas impregnadas de un místico hálito romántico, de “My Lost Lenore”, desgranadas porlos noruegos Tristania, se derraman lánguidas en el ambiente, trayendo a su memoria retazos deviejos poemas de Poe. Su corazón se deja sentir bajo los pliegues de su ropa latiendo descarnado,

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—Puedes llamarme Álesar —mientras todavía parecen resonar las palabras a su alrededor, sus

“Álesar… jamás olvidaré ese nombre”. Su mente parece flotar en la nebulosa inconsistenciaque se extiende por la sala derramándose sobre la figura de los danzantes, cambiando de forma,

—No tanto como desearía —una pincelada de melancolía vuelve a tiznar momentáneamente lamirada de Lorelei. El silencio se instala entre ellos durante unos segundos, velado por el voraz,

Una mirada herida vigila atenta sus movimientos allá a lo lejos, oculta entre las sombras,

—A mis amigos, ya sabes, no les gusta demasiado esta música. ¿Y tú? Nunca te había visto por

—Hace poco tiempo que he llegado a la ciudad. Anoche descubrí el local, por pura casualidad.Nunca antes había estado aquí —sus ojos permanecen fijos en los de ella, sin parpadear, dotadosde una certera, inhumana, intensidad—. ¿Y tu amiga? La chica con la que estabas ayer… creo que

—¡Ah!, Yasmine. La conozco desde que era una cría. Es una de mis mejores amigas, o lo era almenos hasta ayer. Anoche tuvimos una pequeña discusión, pero no debes hacerle caso. Es muydesconfiada. No se fía de los hombres. Cree que todos sois unos violadores en potencia o unos

—Pero, soy un desconsiderado… ni tan siquiera te he preguntado qué te apetece tomar —un

—Eeeh… —Lorelei muerde su labio inferior, pensativa—. No sé, creo que tomaré un whisky

Lorelei observa, hipnotizada, la extraña elegancia de sus movimientos, la misteriosa seguridadque transluce su firme paso en dirección a la barra. Decenas de miradas son atraídas por sumisteriosa, ambigua figura, desde distintos puntos de la sala, más sólo ella ha resultado elegida

Continúa nerviosa. El misterioso joven se encuentra a su disposición y sin embargo, apenas se

Las notas impregnadas de un místico hálito romántico, de “My Lost Lenore”, desgranadas porlos noruegos Tristania, se derraman lánguidas en el ambiente, trayendo a su memoria retazos deviejos poemas de Poe. Su corazón se deja sentir bajo los pliegues de su ropa latiendo descarnado,

desesperado.

Álesar regresa a la mesa con dos vasos rebosantes de un líquido oscuro en el que varios cubitosde hielo flotan tintineantes.

—¿Me decías que hace poco tiempo que estás en Londres? —Álesar percibe un tenue tembloren las palabras de Lorelei.

—Así es.

—¿No eres de aquí?

—No —su mirada vuelve a cobrar una enigmática intensidad.

—Pero, ¿estás aquí de paso?

—Eso nunca se sabe. ¿Quién es ese de ahí? —Álesar intenta cambiar de tema señalando uno delos posters de la pared, aquel en que Tilo Wolff besa teatralmente la mano de su compañera degrupo, Anne Nurmi, con la ilustración de la portada de su álbum “Elodia” como telón de fondo.

Lorelei frunce el ceño.

—¿No le conoces? —le parece imposible que alguien a quien le guste la música oscuradesconozca una de las bandas emblemáticas del movimiento—. Es el cantante de Lacrimosa.

—Me gusta su imagen —en la foto, una cresta bicolor, dorada y negra, se ladea hacia el costadoderecho de su rostro dejando el lado izquierdo, totalmente rasurado, al descubierto. Un enormearo atraviesa limpiamente el lóbulo de su oreja. El extremo de su larga melena cae más allá de sushombros, sobre una camisa blanca de amplias mangas. Sus finas cejas enmarcan unos ojosperfectamente perfilados por el rímel. La pintura que delimita sus labios y la que adorna lascuidadas uñas de sus manos es negra como una noche sin luna—. Si yo tuviera ocasión… —laspalabras de Álesar resuenan teñidas por un leve deje de nostalgia.

—¿Hablas de cambiar tu aspecto?

Álesar duda antes de responder.

—Hace mucho tiempo que mi aspecto no ha cambiado. Mucho, demasiado tiempo.

—Quizás podría ayudarte. Trabajo en una peluquería. En casa tengo todos los artilugiosnecesarios y, créelo, tengo práctica con el maquillaje —una bella sonrisa iluminó nuevamente susdescoloridos rasgos.

—Quizás… —la voz de Álesar se convierte en un susurro, profundo, sugerente, abriendopuertas a la esperanza

—¿Y tú? ¿A qué te dedicas?

—Permíteme que mantenga eso en secreto, al menos de momento —el misterio vuelve aadueñarse de sus palabras. Álesar respira hondo antes de continuar—. Digamos que tengo los díasmuy ocupados y que mi vida se desarrolla realmente durante la noche —. Un nuevo destello detristeza ensombrece ahora la limpia, intensa mirada.

Lorelei apura el contenido de su vaso, mientras observa sorprendida que Álesar no ha tocado el

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Álesar regresa a la mesa con dos vasos rebosantes de un líquido oscuro en el que varios cubitos

—¿Me decías que hace poco tiempo que estás en Londres? —Álesar percibe un tenue temblor

—Eso nunca se sabe. ¿Quién es ese de ahí? —Álesar intenta cambiar de tema señalando uno delos posters de la pared, aquel en que Tilo Wolff besa teatralmente la mano de su compañera de

—¿No le conoces? —le parece imposible que alguien a quien le guste la música oscura

—Me gusta su imagen —en la foto, una cresta bicolor, dorada y negra, se ladea hacia el costadoderecho de su rostro dejando el lado izquierdo, totalmente rasurado, al descubierto. Un enormearo atraviesa limpiamente el lóbulo de su oreja. El extremo de su larga melena cae más allá de sushombros, sobre una camisa blanca de amplias mangas. Sus finas cejas enmarcan unos ojosperfectamente perfilados por el rímel. La pintura que delimita sus labios y la que adorna lascuidadas uñas de sus manos es negra como una noche sin luna—. Si yo tuviera ocasión… —las

—Quizás podría ayudarte. Trabajo en una peluquería. En casa tengo todos los artilugiosnecesarios y, créelo, tengo práctica con el maquillaje —una bella sonrisa iluminó nuevamente sus

—Quizás… —la voz de Álesar se convierte en un susurro, profundo, sugerente, abriendo

—Permíteme que mantenga eso en secreto, al menos de momento —el misterio vuelve aadueñarse de sus palabras. Álesar respira hondo antes de continuar—. Digamos que tengo los díasmuy ocupados y que mi vida se desarrolla realmente durante la noche —. Un nuevo destello de

Lorelei apura el contenido de su vaso, mientras observa sorprendida que Álesar no ha tocado el

suyo.

—¿No bebes?

—No suelo hacerlo. No me agrada demasiado el alcohol.

De pronto, ella siente un escalofrío al escuchar las notas de la canción que comienza ahora adeslizarse sutilmente por la sala.

—¿Qué es esto que suena?

—¿Tampoco conoces a Theatre of Tragedy?

Álesar, sin dejar de mirarla a los ojos, ofrece una negativa con un lento movimiento de cabeza.

—Es mi canción. Se titula “Lorelei”.

De pronto el teléfono que Lorelei ha depositado sobre la mesa al llegar, comienza a vibrar, altiempo que la pequeña pantalla se ilumina.

—Disculpa… —Lorelei mira la pantalla, sobresaltada. “Identidad oculta”. Duda unos segundosante la posibilidad de ignorar la llamada. Frunce las cejas, intrigada, antes de levantarse ydirigirse hacia la salida para atender la llamada.

El estribillo de la canción susurra su nombre en un nebuloso juego de voces masculinas yfemeninas.

Álesar advierte una punzada en su garganta. Es la primera señal. Pronto deberá abandonar aLorelei. La sed no tiene hora, en cualquier momento puede aparecer y una vez se muestra resultaimposible ignorarla, todos los actos están guiados por la sed… nubla la razón, eclipsa lavoluntad… es necesario calmarla o, de lo contrario, el desgarro interior se hace presente.

Lorelei regresa con la preocupación grabada en su rostro.

—Me tengo que ir. Me llamaban desde el hospital. Al parecer mi madre ha empeorado. Estáingresada, la operaron hace unos dos meses y un virus hospitalario impidió que le dieran el altatras la operación. He estado con ella esta tarde y parecía encontrarse bien, pero, según me hacomunicado una de las enfermeras, la fiebre está atacándole peligrosamente de nuevo. Lo siento.¿Nos volveremos a ver?

—Claro.

Lorelei abre su bolso y comienza a rebuscar en su interior hasta dar con una pequeña libreta yun bolígrafo. Arrancando una de las hojas, pide a Álesar que tome nota de su número de teléfono.

—No voy a llamarte. No tengo teléfono.

Lorelei apunta rápidamente, con una letra digna de un cuaderno de caligrafía, su dirección en elpapel, entregándoselo a continuación.

—Esa es mi dirección. ¿Pasas a buscarme mañana a las nueve?

—A las once. Antes me resulta imposible

—De acuerdo. Te esperaré. Me voy —un beso en la mejilla de Álesar le hizo comprobar,

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De pronto, ella siente un escalofrío al escuchar las notas de la canción que comienza ahora a

De pronto el teléfono que Lorelei ha depositado sobre la mesa al llegar, comienza a vibrar, al

—Disculpa… —Lorelei mira la pantalla, sobresaltada. “Identidad oculta”. Duda unos segundosante la posibilidad de ignorar la llamada. Frunce las cejas, intrigada, antes de levantarse y

El estribillo de la canción susurra su nombre en un nebuloso juego de voces masculinas y

Álesar advierte una punzada en su garganta. Es la primera señal. Pronto deberá abandonar aLorelei. La sed no tiene hora, en cualquier momento puede aparecer y una vez se muestra resultaimposible ignorarla, todos los actos están guiados por la sed… nubla la razón, eclipsa la

—Me tengo que ir. Me llamaban desde el hospital. Al parecer mi madre ha empeorado. Estáingresada, la operaron hace unos dos meses y un virus hospitalario impidió que le dieran el altatras la operación. He estado con ella esta tarde y parecía encontrarse bien, pero, según me hacomunicado una de las enfermeras, la fiebre está atacándole peligrosamente de nuevo. Lo siento.

Lorelei abre su bolso y comienza a rebuscar en su interior hasta dar con una pequeña libreta y

Lorelei apunta rápidamente, con una letra digna de un cuaderno de caligrafía, su dirección en el

—De acuerdo. Te esperaré. Me voy —un beso en la mejilla de Álesar le hizo comprobar,

sorprendida, la gelidez de su temperatura corporal—. Hasta mañana.

Le hubiera gustado que se hubiese ofrecido para acompañarla, pero era la primera vez quehablaba con él, no podía pedir más. Sus pasos se aceleran en dirección a la salida con laesperanza de encontrar pronto un taxi ahí fuera, en la penumbra artificialmente iluminada de lanoche.

Álesar espera aún unos minutos sentado, antes de dirigirse hacia la salida. “Thirteen Autumnsand a Widow”, una de las oscuras elegías que Cradle of Filth había dedicado a Erzébet Báthory, lacondesa sangrienta, rugía tenebrosa a través de los potentes altavoces de la sala en aquel precisoinstante.

Álesar sale a la fría noche. Los coches circulan por la carretera a una extraña velocidad, lamayoría de ellos con la música a todo volumen. La niebla se espesa en torno a las farolas.

De pronto, esa acentuación de los sentidos que adquirió con su nueva condición hace ya tantos,tantos años, le permite escuchar unos pasos que le siguen a lo lejos. Busca con la mirada lapróxima bocacalle. Está muy próxima a él, un poco más adelante, a su derecha. Gira por allídeteniéndose en la esquina, a la espera de su presa. El sonido de los pasos sobre el asfalto suenaprogresivamente acentuado en sus privilegiados oídos.

Alguien gira velozmente la esquina de pronto, sin esperar encontrarse de frente al tipo al quesigue a escondidas. El sobresalto le hace retroceder unos pasos con un brusco movimiento.

—¿Eres tú? —la voz de Álesar, enérgica, resuena en la noche—. ¿Por qué me sigues?

Yasmine siente su corazón descontrolado, a punto de salir del pecho. Respira de forma agitada.El pavor se ha adueñado de su ánimo.

Temblando, se dirige a Álesar con la mirada y la voz inundadas de ira.

—¿Qué es lo que pretendes? Deja en paz a Lorelei, no se te ocurra tocarla. Sé, tengo la absolutacerteza de que escondes algo… vi cómo la mirabas anoche, ¿sabes? Y también he visto cómo lamirabas hoy. Hay algo perturbador en tus ojos y ha quedado atrapada en ellos, en la tristemelancolía que los colma, pero yo no soy tan ingenua. Lorelei es muy vulnerable y no permitiréque juegues con sus sentimientos. ¿Me escuchas? Sé que tus intenciones no son buenas, lo intuyo yno suelo equivocarme con estas cosas.

—¿Me has seguido para pedirme que no vuelva a ver a Lorelei? —los ojos de Álesar, brillandoen su cara de cera, le taladran con ferocidad.

—¿Para pedírtelo? No, te he seguido para exigírtelo… o la dejas en paz o te denuncio a lapolicía. Seguro que tienes mucho que ocultar —una risa nerviosa, trémula, brota de pronto de suslabios.

La expresión de Álesar cambia de pronto. La sed se apodera de sus entrañas, arañándolas,rasgándolas, quebrándolas… sus ojos se sumergen en un leve resplandor rojizo que les confiereuna lóbrega apariencia sanguínea. Puede sentir su respiración alterada, excitada.

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Le hubiera gustado que se hubiese ofrecido para acompañarla, pero era la primera vez quehablaba con él, no podía pedir más. Sus pasos se aceleran en dirección a la salida con laesperanza de encontrar pronto un taxi ahí fuera, en la penumbra artificialmente iluminada de la

Álesar espera aún unos minutos sentado, antes de dirigirse hacia la salida. “Thirteen Autumnsand a Widow”, una de las oscuras elegías que Cradle of Filth había dedicado a Erzébet Báthory, lacondesa sangrienta, rugía tenebrosa a través de los potentes altavoces de la sala en aquel preciso

Álesar sale a la fría noche. Los coches circulan por la carretera a una extraña velocidad, la

De pronto, esa acentuación de los sentidos que adquirió con su nueva condición hace ya tantos,tantos años, le permite escuchar unos pasos que le siguen a lo lejos. Busca con la mirada lapróxima bocacalle. Está muy próxima a él, un poco más adelante, a su derecha. Gira por allídeteniéndose en la esquina, a la espera de su presa. El sonido de los pasos sobre el asfalto suena

Alguien gira velozmente la esquina de pronto, sin esperar encontrarse de frente al tipo al que

Yasmine siente su corazón descontrolado, a punto de salir del pecho. Respira de forma agitada.

—¿Qué es lo que pretendes? Deja en paz a Lorelei, no se te ocurra tocarla. Sé, tengo la absolutacerteza de que escondes algo… vi cómo la mirabas anoche, ¿sabes? Y también he visto cómo lamirabas hoy. Hay algo perturbador en tus ojos y ha quedado atrapada en ellos, en la tristemelancolía que los colma, pero yo no soy tan ingenua. Lorelei es muy vulnerable y no permitiréque juegues con sus sentimientos. ¿Me escuchas? Sé que tus intenciones no son buenas, lo intuyo y

—¿Me has seguido para pedirme que no vuelva a ver a Lorelei? —los ojos de Álesar, brillando

—¿Para pedírtelo? No, te he seguido para exigírtelo… o la dejas en paz o te denuncio a lapolicía. Seguro que tienes mucho que ocultar —una risa nerviosa, trémula, brota de pronto de sus

La expresión de Álesar cambia de pronto. La sed se apodera de sus entrañas, arañándolas,rasgándolas, quebrándolas… sus ojos se sumergen en un leve resplandor rojizo que les confiere

Yasmine tiembla descontrolada, despavorida, se siente presa del pánico.

—¿Qué te pasa, maldito cerdo? ¿Qué crees que estás haciendo? —sus manos temblorosasbuscan infructuosamente el spray antivioladores dentro de uno de los departamentos del bolso quecuelga en uno de sus costados.

Álesar gruñe jadeante, como una terrible bestia. Sus afilados colmillos asoman por entre loslabios purpúreos. La sed es ahora, de nuevo, insoportable.

—¡Vete! ¡Márchate de aquí! —su voz, susurrante, agónica, se convierte de pronto en un gritodespiadado, furioso, feroz… una orden incontestable, incuestionable—. ¡Ahora! ¡Maldita sea,corre! ¡Corre! ¡Correee!

Lorelei se recuesta en el mullido respaldo del asiento posterior del taxi.

Regresa a casa ensimismada, pensativa, sumida en la bruma de sus pensamientos. El conductordel taxi mira de tanto en tanto, receloso, su imagen reflejada en el retrovisor. Un monótono locutoranuncia en la radio la canción que va a sonar a continuación.

¿Quién le había llamado hacía prácticamente una hora, mintiéndole acerca de lo que le sucedíaa su madre?

Ni tan siquiera le habían dejado entrar a su habitación a verla. Era demasiado tarde y trasrealizar las comprobaciones de rigor, le confirmaron que nadie le había telefoneado desde elhospital. Su madre continuaba estable y ahora dormía apaciblemente. Alguien le había gastado unamala pasada. ¿Quién? ¿Con qué objeto…? Sólo podía tratarse de alguien que conociera lasituación de su madre. Eso reducía considerablemente la lista de posibles conspiradores.

Una idea va tomando cada vez mayor consistencia en los ocultos intersticios de su mente amedida que van transcurriendo los segundos, los minutos. Una idea extravagante, ridícula… casiparanoica.

¿Y si la autora de la llamada hubiese sido Yasmine?

No era algo tan descabellado, al fin y al cabo.

No era su voz, desde luego, aquella que había escuchado al otro lado de la línea. Pero, ¿y sihabía convencido a alguien para que le llamara, ocultando el número de teléfono desde el quetrataba de establecer la comunicación?

Quizás Yasmine está realmente celosa. Quizás quería impedir que viera a Álesar. Para ellaresultaría fácil suponer que trataría de encontrarse de nuevo con él en el “Twilight”. Ella es una delas contadas personas que conocen la complicada situación de su madre.

Lorelei, irritada, busca en su móvil la función de marcación automática y tras seleccionar elnúmero de Lorelei, espera la contestación, impaciente.

La música se desliza suave, a través de los altavoces del vehículo. Lorelei mira a través delcristal, perdida en sus reflexiones, sin ver nada más allá.

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—¿Qué te pasa, maldito cerdo? ¿Qué crees que estás haciendo? —sus manos temblorosasbuscan infructuosamente el spray antivioladores dentro de uno de los departamentos del bolso que

Álesar gruñe jadeante, como una terrible bestia. Sus afilados colmillos asoman por entre los

—¡Vete! ¡Márchate de aquí! —su voz, susurrante, agónica, se convierte de pronto en un gritodespiadado, furioso, feroz… una orden incontestable, incuestionable—. ¡Ahora! ¡Maldita sea,

Regresa a casa ensimismada, pensativa, sumida en la bruma de sus pensamientos. El conductordel taxi mira de tanto en tanto, receloso, su imagen reflejada en el retrovisor. Un monótono locutor

¿Quién le había llamado hacía prácticamente una hora, mintiéndole acerca de lo que le sucedía

Ni tan siquiera le habían dejado entrar a su habitación a verla. Era demasiado tarde y trasrealizar las comprobaciones de rigor, le confirmaron que nadie le había telefoneado desde elhospital. Su madre continuaba estable y ahora dormía apaciblemente. Alguien le había gastado unamala pasada. ¿Quién? ¿Con qué objeto…? Sólo podía tratarse de alguien que conociera la

Una idea va tomando cada vez mayor consistencia en los ocultos intersticios de su mente amedida que van transcurriendo los segundos, los minutos. Una idea extravagante, ridícula… casi

No era su voz, desde luego, aquella que había escuchado al otro lado de la línea. Pero, ¿y sihabía convencido a alguien para que le llamara, ocultando el número de teléfono desde el que

Quizás Yasmine está realmente celosa. Quizás quería impedir que viera a Álesar. Para ellaresultaría fácil suponer que trataría de encontrarse de nuevo con él en el “Twilight”. Ella es una de

Lorelei, irritada, busca en su móvil la función de marcación automática y tras seleccionar el

La música se desliza suave, a través de los altavoces del vehículo. Lorelei mira a través del

Un desagradable, estridente tono, se clava en su cerebro unos interminables segundos más tarde,indicándole que no hay respuesta al otro lado.

Lorelei cuelga airada su teléfono.

Mira su reloj de pulsera. Son casi las tres de la madrugada.

Vuelve a marcar el teléfono de Yasmine.

Continúa sin haber respuesta.

Mañana lo volvería a intentar. Debía aclarar lo sucedido.

Las luces nocturnas fulguran débilmente bajo la neblina al otro lado de la sucia ventanilla, en lafría noche londinense.

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Un desagradable, estridente tono, se clava en su cerebro unos interminables segundos más tarde,indicándole que no hay respuesta al otro lado.

Lorelei cuelga airada su teléfono.

Mira su reloj de pulsera. Son casi las tres de la madrugada.

Vuelve a marcar el teléfono de Yasmine.

Continúa sin haber respuesta.

Mañana lo volvería a intentar. Debía aclarar lo sucedido.

Las luces nocturnas fulguran débilmente bajo la neblina al otro lado de la sucia ventanilla, en lafría noche londinense.

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VI

Lorelei despierta sobresaltada. El inconfundible timbre del teléfono fijo de su casa le haarrancado de pronto de las garras de un inquieto sueño poblado de personajes, lugares ysituaciones extrañamente incongruentes La luz del sol se cuela a través de las rendijas de laspersianas, iluminando levemente la pequeña habitación.

Mira los brillantes números que fluctúan en la negra pantalla del despertador digital, antes derestregar con fuerza sus ojos. Pasan algunos minutos de las diez de la mañana. El molesto timbredel teléfono no deja de sonar.

“¿Quién insistirá tanto? ¿Por qué no cuelgan de una vez y me dejan dormir tranquila? Es sábado,estoy en mi derecho de dormir un poco más de lo habitual.

”Pero, ¿y si llaman del hospital? Tanta insistencia no es normal.”

Lorelei se levanta y camina hasta el salón de su casa. Allí, tras un largo bostezo, descuelga elauricular.

—¿Lorelei Bleyne?

—Sí, soy yo.

Una llamada de la policía. La sorpresa inicial da paso segundos después a un mareo que laconduce al borde del desvanecimiento.

Lorelei se deja caer sobre el sillón aturdida, descompuesta.

Los distintos relojes de la casa marcan, minuto arriba, minuto abajo, una misma hora.

Faltan unos diez minutos para las once de la noche.

Lorelei se encuentra fatal, está destrozada. El llanto no ha cesado prácticamente en todo el día.Está tirada sobre la cama, tiritando a pesar de que hoy la temperatura se mantiene bastante suave.

Yasmine, muerta…

Yasmine…

No lo podía creer.

Una pregunta ronda ahora sin tregua, sin respuesta, en su confuso cerebro.

¿Quién había podido hacer algo así? ¿Quién? ¿Qué clase de bestia inmunda, qué clase demonstruo sin conciencia había podido segar de golpe una vida inocente?

Las náuseas se han apoderado de su estómago retorciéndolo, atenazándolo. Era la cuarta vezque vomitaba. Una punzada constante taladra su cabeza. El dolor es insoportable. Se hallamareada, la realidad parece flotar tintando de negro todo cuanto sucede a su alrededor.

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Lorelei despierta sobresaltada. El inconfundible timbre del teléfono fijo de su casa le haarrancado de pronto de las garras de un inquieto sueño poblado de personajes, lugares ysituaciones extrañamente incongruentes La luz del sol se cuela a través de las rendijas de las

Mira los brillantes números que fluctúan en la negra pantalla del despertador digital, antes derestregar con fuerza sus ojos. Pasan algunos minutos de las diez de la mañana. El molesto timbre

“¿Quién insistirá tanto? ¿Por qué no cuelgan de una vez y me dejan dormir tranquila? Es sábado,

Lorelei se levanta y camina hasta el salón de su casa. Allí, tras un largo bostezo, descuelga el

Una llamada de la policía. La sorpresa inicial da paso segundos después a un mareo que la

Lorelei se encuentra fatal, está destrozada. El llanto no ha cesado prácticamente en todo el día.

¿Quién había podido hacer algo así? ¿Quién? ¿Qué clase de bestia inmunda, qué clase de

Las náuseas se han apoderado de su estómago retorciéndolo, atenazándolo. Era la cuarta vezque vomitaba. Una punzada constante taladra su cabeza. El dolor es insoportable. Se halla

Ha pasado la mañana en una sórdida comisaría, sometida a un absurdo interrogatorio.Posteriormente ha acompañado a los desconsolados padres y a la hermana menor de Yasmine,reunidos con algunos familiares y otras amistades de su hija tristemente fallecida, tratandoinútilmente de transmitirles un poco de calor. El sepelio se realizaría al día siguiente.

No era posible.

Yasmine…

Muerta…

Exangüe, vaciada, desangrada como en aquellas viejas películas de vampiros que ella tantoamaba… era todo tan extraño…

La policía le había dado a entender que no descartaba a nadie que perteneciese a su cerradocírculo de amistades como posible sospechoso.

Las lágrimas se derraman amargas, lacerantes, desde sus negros ojos, hoy sin maquillaje algunoque pueda distorsionar la oculta profundidad de su mirada perdida, la atroz dentellada de losremordimientos, su imborrable, indisoluble, inconmensurable dolor.

Álesar camina por las calles nuevamente concurridas de la capital, arrancando escalofríos a supaso. Lo ha pensado mucho antes de encaminarse hacia la dirección que Lorelei le dio la nocheanterior. Sabe que está poniendo en peligro su supervivencia. Pero necesita ver a Lorelei. Es unanecesidad extraña, imperiosa, impetuosa. Necesita ver sus tristes ojos, sentir su cálido aliento,tocar sus delicadas manos de largos y finos dedos.

No puede dejar de pensar en ella. Siente un inquietante cosquilleo —olvidado muchos,demasiados años atrás—, en la boca del estómago al imaginar su hermosa mirada inundada poruna húmeda, devastadora melancolía.

Parece que ha llegado la hora de poner en práctica aquello que Siddahia le enseñó.

Siddahia… ¿Cuántos años había estado esperándola? ¿Cuántos desengaños puede acumularalguien a lo largo de una larga, eterna vida?

Ella nunca volverá. El desencanto ha acabado apoderándose finalmente de su ánimo.

Ahora una certeza invade su mente.

Nunca, jamás la volverá a ver.

Siddahia retorció cruelmente sus sentimientos, jugó con ellos como juegan los niños con losmuñecos inertes, carentes de sentimiento. Fue una especie de castigo por haberla abandonado.Ella sabía desde el primer momento que nunca iba a regresar, que jamás se reuniría con él y ahora,al fin, es plenamente consciente de ello.

Ha conseguido romper las cadenas que todavía le unían, sentimental, emocionalmente, a ella.

Ahora necesita alguien a su lado. Alguien que le acompañe a lo largo de los años, de los siglos

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Ha pasado la mañana en una sórdida comisaría, sometida a un absurdo interrogatorio.Posteriormente ha acompañado a los desconsolados padres y a la hermana menor de Yasmine,reunidos con algunos familiares y otras amistades de su hija tristemente fallecida, tratando

Exangüe, vaciada, desangrada como en aquellas viejas películas de vampiros que ella tanto

La policía le había dado a entender que no descartaba a nadie que perteneciese a su cerrado

Las lágrimas se derraman amargas, lacerantes, desde sus negros ojos, hoy sin maquillaje algunoque pueda distorsionar la oculta profundidad de su mirada perdida, la atroz dentellada de los

Álesar camina por las calles nuevamente concurridas de la capital, arrancando escalofríos a supaso. Lo ha pensado mucho antes de encaminarse hacia la dirección que Lorelei le dio la nocheanterior. Sabe que está poniendo en peligro su supervivencia. Pero necesita ver a Lorelei. Es unanecesidad extraña, imperiosa, impetuosa. Necesita ver sus tristes ojos, sentir su cálido aliento,

No puede dejar de pensar en ella. Siente un inquietante cosquilleo —olvidado muchos,demasiados años atrás—, en la boca del estómago al imaginar su hermosa mirada inundada por

Siddahia… ¿Cuántos años había estado esperándola? ¿Cuántos desengaños puede acumular

Siddahia retorció cruelmente sus sentimientos, jugó con ellos como juegan los niños con losmuñecos inertes, carentes de sentimiento. Fue una especie de castigo por haberla abandonado.Ella sabía desde el primer momento que nunca iba a regresar, que jamás se reuniría con él y ahora,

Ahora necesita alguien a su lado. Alguien que le acompañe a lo largo de los años, de los siglos

quizás, que aún están por llegar. Alguien que le comprenda. Alguien que mitigue su pesar, sueterna y doliente soledad.

Lorelei, esa bella criatura de ojos perdidos en la tristeza, es la elegida.

El timbre de la calle suena estridente a las once y diez de la noche, aproximadamente. Loreleino tiene apenas fuerzas para levantarse de la cama, consumida por el dolor y la desesperanza.

Unos segundos más tarde, abre la puerta. Álesar se encuentra ante el umbral. Su largo cabelloreverbera ante la tenue luz del recibidor. Sus ojos firmes, profundos, buscan la complicidad deLorelei. Ella se derrumba al verlo y cae sobre él, buscando su protector abrazo. Las lágrimasafloran nuevamente a sus ojos, yermas, desoladas…

Álesar puede sentir la borrosa fragancia del perfume en su piel, el insidioso desanimo en susconsternados gestos, el dolor obsceno que se desborda en los pequeños diamantes, líquidos,transparentes, que, uno tras otro, sin cesar, sin remisión, resbalan lentamente por sus mejillas.

Las horas transcurren lentamente a la temblorosa luz de las velas que se esparcen, encendidas,por todo lo largo y ancho del salón. La música se despliega, ondeando a bajo volumen, alcanzandotodos y cada uno de sus ocultos rincones en penumbra. Los cubitos de hielo se han disuelto haceya demasiado tiempo en el oscuro líquido que colma el vaso de Lorelei, rellenado una y otra vez,sin descanso, sin esperar a que se acabe de vaciar en ninguna ocasión.

Es casi la una de la madrugada. Lorelei está recostada en el sofá, la cabeza apoyada en unalmohadón, con la mirada extraviada en la inmensidad de sus pensamientos. A su lado, Álesarcontinúa escuchando sus palabras heridas, su tortuoso sufrimiento empapado en la salada humedaddel desconsuelo, en los deformantes vapores del alcohol que comienzan a nublar su mentevulnerada.

—Era como mi hermana. ¿Por qué llegué a desconfiar de ella?

—No debes culparte por ello. No tienes ninguna culpa.

—Tú no lo puedes entender. Fue una de las pocas personas que intentó ayudarme cuando mediagnosticaron la depresión. Fue ella quien intentó quitarme de la cabeza la idea del suicidio, trasun primer fallido intento. Estuvo enamorada de mí hace algún tiempo, ¿sabes? Y supo encajar mirechazo con dignidad. Nunca me abandonó, siempre estuvo ahí para protegerme, para ayudarme. Yahora, yo le he fallado… ¿Puedes comprender cómo me siento?

—Pues claro que lo comprendo, pero tú no eres ningún dios… no podías estar veinticuatrohoras detrás de ella para protegerla.

—No se trata de eso. Lo que flagela mi mente, lo que la hostiga sin compasión, es el hecho dehaber dudado de ella. Llegué a pensar que Yasmine había sido quién había urdido la llamada

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quizás, que aún están por llegar. Alguien que le comprenda. Alguien que mitigue su pesar, su

El timbre de la calle suena estridente a las once y diez de la noche, aproximadamente. Lorelei

Unos segundos más tarde, abre la puerta. Álesar se encuentra ante el umbral. Su largo cabelloreverbera ante la tenue luz del recibidor. Sus ojos firmes, profundos, buscan la complicidad deLorelei. Ella se derrumba al verlo y cae sobre él, buscando su protector abrazo. Las lágrimas

Álesar puede sentir la borrosa fragancia del perfume en su piel, el insidioso desanimo en susconsternados gestos, el dolor obsceno que se desborda en los pequeños diamantes, líquidos,

Las horas transcurren lentamente a la temblorosa luz de las velas que se esparcen, encendidas,por todo lo largo y ancho del salón. La música se despliega, ondeando a bajo volumen, alcanzandotodos y cada uno de sus ocultos rincones en penumbra. Los cubitos de hielo se han disuelto haceya demasiado tiempo en el oscuro líquido que colma el vaso de Lorelei, rellenado una y otra vez,

Es casi la una de la madrugada. Lorelei está recostada en el sofá, la cabeza apoyada en unalmohadón, con la mirada extraviada en la inmensidad de sus pensamientos. A su lado, Álesarcontinúa escuchando sus palabras heridas, su tortuoso sufrimiento empapado en la salada humedaddel desconsuelo, en los deformantes vapores del alcohol que comienzan a nublar su mente

—Tú no lo puedes entender. Fue una de las pocas personas que intentó ayudarme cuando mediagnosticaron la depresión. Fue ella quien intentó quitarme de la cabeza la idea del suicidio, trasun primer fallido intento. Estuvo enamorada de mí hace algún tiempo, ¿sabes? Y supo encajar mirechazo con dignidad. Nunca me abandonó, siempre estuvo ahí para protegerme, para ayudarme. Y

—Pues claro que lo comprendo, pero tú no eres ningún dios… no podías estar veinticuatro

—No se trata de eso. Lo que flagela mi mente, lo que la hostiga sin compasión, es el hecho dehaber dudado de ella. Llegué a pensar que Yasmine había sido quién había urdido la llamada

telefónica, a causa de los celos.

—Eso nunca lo sabrás.

—¿Qué… qué quieres decir con eso? —Lorelei es consciente ahora del aturdimiento quedificulta la pronunciación de sus palabras.

Álesar acerca su lívido rostro al de ella y, en silencio, contemplando esos ojos que tanto lerecuerdan a los de Siddahia, toma su mano. Ella, a pesar de la embriaguez que comienza aexperimentar en estos instantes, puede sentir un estremecimiento recorriendo velozmente sumédula espinal ante el frío tacto de la piel rediviva.

—Shhhh… —Álesar pide a Lorelei silencio con un tenue susurro, mirándola fija,profundamente. Desde las paredes les vigilan los ojos ávidos de siniestros personajes de lamitología vampírica del séptimo arte. Decenas de libros de autores malditos —Poe, Le Fanu,Stoker, Baudelaire, Blake, Lovecraft—, desbordan las estanterías del salón escoltados porgrotescas figuras de pesadilla y algunos de los personajes de triste mirada concebidos por laextravagante mente de Tim Burton. Las velas crepitan a su alrededor, contribuyendo a incrementarla sensación de ensoñación que les envuelve en su mórbido manto.

—Debes saber que no le he hablado de ti a la policía. No quería que te complicasen la vida —Lorelei suspira profundamente, antes de continuar—. Ha sido una suerte que hayas venido hoy. Megustas, Álesar… desde que te vi hace un par de noches no he dejado de pensar en ti. A pesar de tuaspecto, tan similar al del resto de chicos que comparten ideales estéticos e inquietudes artísticascercanas a las mías, eres diferente. Algo en tus ojos, en esa enigmática tristeza en que minuto aminuto zozobran ahogándose una y otra vez, me dice que eres distinto, que tu sufrimiento es real,hondo, profundo… que no responde a los cánones de una vacua moda pasajera… que el tormentointerior al que te hayas sometido es mayor de lo que el resto podemos llegar ni tan siquiera aimaginar… —su voz, entrecortada por el esfuerzo, sonaba extrañamente sincera—. Piensa en ellospor un momento… la mayoría abandonará esa imagen repudiada por la sociedad en el momento enque les ofrezcan un trabajo o cuando se enamoren de alguien que no comparta sus mórbidosgustos, o en el preciso instante en que se cansen de formar parte de una tendencia artificial con laque la una gran parte de ellos, en realidad, en lo más profundo de sus corazones, jamás hanllegado a comulgar con sinceridad. Su tormento no es real, su desesperación no es real… formaparte de su imagen, de su actitud, pero tú llevas el dolor esculpido en los ojos. Tu espíritu se hallarealmente atormentado y quisiera saber cuál es el motivo de tan inmenso sufrimiento. Llevamoshoras hablando. Ahora tú ya conoces mi historia. Me gustaría conocer la tuya, acercarme a tudolor, compartirlo contigo. Sé, tengo la certeza de que podría ayudarte.

Lorelei comienza a sentir el efecto del alcohol adormeciendo sus sentidos. Una vaporosa nubeempaña torpemente su conciencia. Sus ojos se entrecierran, agotados. Todo empieza a flotar a sualrededor nuevamente, intensificada ahora la sensación por los ardientes efluvios del whisky. Unaturbia sensación de irrealidad le abruma de repente. Cierra los ojos y, dejándose llevar, acercasus labios a los de él.

Ambos se buscan mutuamente, sus cuerpos se enredan en un férreo abrazo, sus bocas semuerden, se lamen, se unen finalmente en un vehemente, pasional, contacto. Los labios de Álesarson como pedazos de hielo arrancados de un iceberg.

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—¿Qué… qué quieres decir con eso? —Lorelei es consciente ahora del aturdimiento que

Álesar acerca su lívido rostro al de ella y, en silencio, contemplando esos ojos que tanto lerecuerdan a los de Siddahia, toma su mano. Ella, a pesar de la embriaguez que comienza aexperimentar en estos instantes, puede sentir un estremecimiento recorriendo velozmente su

—Shhhh… —Álesar pide a Lorelei silencio con un tenue susurro, mirándola fija,profundamente. Desde las paredes les vigilan los ojos ávidos de siniestros personajes de lamitología vampírica del séptimo arte. Decenas de libros de autores malditos —Poe, Le Fanu,Stoker, Baudelaire, Blake, Lovecraft—, desbordan las estanterías del salón escoltados porgrotescas figuras de pesadilla y algunos de los personajes de triste mirada concebidos por laextravagante mente de Tim Burton. Las velas crepitan a su alrededor, contribuyendo a incrementar

—Debes saber que no le he hablado de ti a la policía. No quería que te complicasen la vida —Lorelei suspira profundamente, antes de continuar—. Ha sido una suerte que hayas venido hoy. Megustas, Álesar… desde que te vi hace un par de noches no he dejado de pensar en ti. A pesar de tuaspecto, tan similar al del resto de chicos que comparten ideales estéticos e inquietudes artísticascercanas a las mías, eres diferente. Algo en tus ojos, en esa enigmática tristeza en que minuto aminuto zozobran ahogándose una y otra vez, me dice que eres distinto, que tu sufrimiento es real,hondo, profundo… que no responde a los cánones de una vacua moda pasajera… que el tormentointerior al que te hayas sometido es mayor de lo que el resto podemos llegar ni tan siquiera aimaginar… —su voz, entrecortada por el esfuerzo, sonaba extrañamente sincera—. Piensa en ellospor un momento… la mayoría abandonará esa imagen repudiada por la sociedad en el momento enque les ofrezcan un trabajo o cuando se enamoren de alguien que no comparta sus mórbidosgustos, o en el preciso instante en que se cansen de formar parte de una tendencia artificial con laque la una gran parte de ellos, en realidad, en lo más profundo de sus corazones, jamás hanllegado a comulgar con sinceridad. Su tormento no es real, su desesperación no es real… formaparte de su imagen, de su actitud, pero tú llevas el dolor esculpido en los ojos. Tu espíritu se hallarealmente atormentado y quisiera saber cuál es el motivo de tan inmenso sufrimiento. Llevamoshoras hablando. Ahora tú ya conoces mi historia. Me gustaría conocer la tuya, acercarme a tu

Lorelei comienza a sentir el efecto del alcohol adormeciendo sus sentidos. Una vaporosa nubeempaña torpemente su conciencia. Sus ojos se entrecierran, agotados. Todo empieza a flotar a sualrededor nuevamente, intensificada ahora la sensación por los ardientes efluvios del whisky. Unaturbia sensación de irrealidad le abruma de repente. Cierra los ojos y, dejándose llevar, acerca

Ambos se buscan mutuamente, sus cuerpos se enredan en un férreo abrazo, sus bocas semuerden, se lamen, se unen finalmente en un vehemente, pasional, contacto. Los labios de Álesar

Ha llegado el momento.

El olor de la cera derretida satura, viscoso, el ambiente.

Álesar se prepara para consumar el acto, ese acto supremo que le proporcionará un grado deplacer infinitamente mayor que el que le brinda la propia unión de la carne y el espíritu. El latidohórrido, etéreo, de “In Remembrance of a Shroud”, de Dismal Euphony, acompaña dramáticamentesus movimientos desde los altavoces instalados en lo alto del enorme mueble de madera antigua,artificialmente envejecida, que preside el espacioso salón.

Lorelei mantiene sus ojos sellados. Los agudos colmillos de Álesar brillan a la luz de las velas.Sus ojos se tiñen una vez más con el rojizo fulgor que precede al derramamiento de la sangre delos inocentes.

Todo dispuesto para la sacrílega ceremonia.

Álesar acerca sus labios al cuello de Lorelei. Ella, aturdida, conmocionada, ajena al peligro,puede sentir su frío aliento latiendo sobre la garganta.

De pronto, una sensación desconocida se apodera de la mente de Álesar obligándole a detenersu acción al instante. Un extraño zumbido, un horrible sonido como nunca antes había escuchado,se instala en el interior de su cabeza. Un zumbido de tal intensidad que le paraliza, le corroe, leagujerea el cerebro, forzándole a apartar los labios de la garganta de su víctima. Álesar cierra losojos al tiempo que se lleva ambas manos a la cabeza y aprieta los dientes en un supremo gesto dedolor. Una imagen comienza a tomar forma en su mente, poco a poco, lentamente… una imagenbañada por la vaga luz de la luna, bajo el telón de una cambiante, inconsistente niebla. Unescenario familiar, protector, acogedor, casi perdido en la memoria, vuelve ahora a resurgir contodos sus detalles ante él. El paralizante zumbido comienza a tornarse ahora en una especie dedulce, extraña música, en el interior de su cabeza. Reconoce el lugar.

Sí, se trata del laberinto del jardín de Houmpton Manor, su amado jardín… En él, unaenigmática figura, de espaldas, vestida con un largo camisón blanco, deja resbalar su larga melenaazabache por la espalda.

Álesar tiembla incontroladamente.

Sabe quién es ella.

Lenta, pausadamente, la figura femenina comienza a girar, hasta quedar de frente. Una perversaexpresión inunda su hermoso rostro níveo. La sonrisa deja entrever sus afilados instrumentos demuerte. Sus brazos abiertos le reclaman con un gesto que sus manos de largos y pálidos dedosreafirman. Álesar escucha la sedante, arrulladora voz, retumbando en su confusa mente,susurrando una y otra vez su nombre. Una irresistible fuerza le requiere, le abruma, le impele alevantarse y abandonar todo para ir a reunirse con Siddahia en el jardín encantado de su infancia.

Lorelei abre los ojos. Su grito se eleva en la penumbra de la sala por encima de las notas de lacanción que el equipo de música desgrana en estos momentos.

—¡Álesar! ¿Qué te pasa? ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien?

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Álesar se prepara para consumar el acto, ese acto supremo que le proporcionará un grado deplacer infinitamente mayor que el que le brinda la propia unión de la carne y el espíritu. El latidohórrido, etéreo, de “In Remembrance of a Shroud”, de Dismal Euphony, acompaña dramáticamentesus movimientos desde los altavoces instalados en lo alto del enorme mueble de madera antigua,

Lorelei mantiene sus ojos sellados. Los agudos colmillos de Álesar brillan a la luz de las velas.Sus ojos se tiñen una vez más con el rojizo fulgor que precede al derramamiento de la sangre de

Álesar acerca sus labios al cuello de Lorelei. Ella, aturdida, conmocionada, ajena al peligro,

De pronto, una sensación desconocida se apodera de la mente de Álesar obligándole a detenersu acción al instante. Un extraño zumbido, un horrible sonido como nunca antes había escuchado,se instala en el interior de su cabeza. Un zumbido de tal intensidad que le paraliza, le corroe, leagujerea el cerebro, forzándole a apartar los labios de la garganta de su víctima. Álesar cierra losojos al tiempo que se lleva ambas manos a la cabeza y aprieta los dientes en un supremo gesto dedolor. Una imagen comienza a tomar forma en su mente, poco a poco, lentamente… una imagenbañada por la vaga luz de la luna, bajo el telón de una cambiante, inconsistente niebla. Unescenario familiar, protector, acogedor, casi perdido en la memoria, vuelve ahora a resurgir contodos sus detalles ante él. El paralizante zumbido comienza a tornarse ahora en una especie de

Sí, se trata del laberinto del jardín de Houmpton Manor, su amado jardín… En él, unaenigmática figura, de espaldas, vestida con un largo camisón blanco, deja resbalar su larga melena

Lenta, pausadamente, la figura femenina comienza a girar, hasta quedar de frente. Una perversaexpresión inunda su hermoso rostro níveo. La sonrisa deja entrever sus afilados instrumentos demuerte. Sus brazos abiertos le reclaman con un gesto que sus manos de largos y pálidos dedosreafirman. Álesar escucha la sedante, arrulladora voz, retumbando en su confusa mente,susurrando una y otra vez su nombre. Una irresistible fuerza le requiere, le abruma, le impele a

Lorelei abre los ojos. Su grito se eleva en la penumbra de la sala por encima de las notas de la

En la mente de Álesar un balbuceo, apenas un murmullo, traspasa las barreras de suconsciencia. Sus manos continúan sobre la frente, sigue respirando con dificultad, jadeando,resoplando. Lorelei, asustada, le mira con la preocupación grabada en su rostro.

Álesar abre los ojos. Éstos han perdido toda expresión. Parece estar hipnotizado, sedado…

—Debo irme…

—¿Qué te pasa, Álesar? Me estás asustando.

Álesar la toma por el brazo con una fuerza despiadada. Lorelei grita de nuevo.

—¡Me haces daño!

Álesar afloja la presión. Por un momento, parece haber recuperado la consciencia. Mirándolanuevamente a los ojos intensa, penetrantemente, Álesar siente que el tiempo es ahora crucial y seescapa veloz, despiadadamente, a través de sus dedos.

—¡Tengo que irme! ¡Ahora! Hay algo que debo arreglar. Una cuestión relativa a mi pasado.Pero volveré. Volveré a por ti... ¿me esperarás?

Lorelei le mira en silencio, desconcertada, aterrorizada.

—¿Me esperarás? —Álesar insiste, con la rudeza de la desesperación tatuada en su voz.Lorelei demora su respuesta sin dejar de buscar los ojos de Álesar unos segundos más.

—Sí, te esperaré…

Liberándola de su presión, Álesar sella bruscamente la boca de Lorelei con un violento,dramático beso, humedecido por sus angustiadas lágrimas.

Álesar abandona la casa dejando a Lorelei derrumbada en el sofá, empapada en su propiolamento, sumida en la desolación. El fúnebre ritmo de uno de los quejumbrosos himnos en honor ala oscuridad de Tristania, arropa su desgarro. Las sombras palpitan a su alrededor desde lapenumbra amparada por las menguantes llamas de las velas.

Los cirios están a punto de consumirse. El vaso ha derramado su líquido contenido sobre laalfombra. Hace un rato que Lorelei ha desconectado el equipo de música.

Hundida en la cálida y acogedora tela del sofá, derrotada, intenta dormir aunque su mente,extenuada, no se lo permite. En su cabeza aparecen imágenes recurrentes, imágenes tortuosas queno paran de dar vueltas y más vueltas, que le impiden pensar en otra cosa.

Yasmine…

Álesar…

Es todo tan extraño, tan irreal…

De repente, un sonido en la puerta de la calle. El corazón de Lorelei sufre un vuelco. Seincorpora, sobresaltada. Desde su posición no puede ver la puerta, más allá del pasillo, al otro

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En la mente de Álesar un balbuceo, apenas un murmullo, traspasa las barreras de suconsciencia. Sus manos continúan sobre la frente, sigue respirando con dificultad, jadeando,

Álesar afloja la presión. Por un momento, parece haber recuperado la consciencia. Mirándolanuevamente a los ojos intensa, penetrantemente, Álesar siente que el tiempo es ahora crucial y se

—¡Tengo que irme! ¡Ahora! Hay algo que debo arreglar. Una cuestión relativa a mi pasado.

—¿Me esperarás? —Álesar insiste, con la rudeza de la desesperación tatuada en su voz.

Liberándola de su presión, Álesar sella bruscamente la boca de Lorelei con un violento,

Álesar abandona la casa dejando a Lorelei derrumbada en el sofá, empapada en su propiolamento, sumida en la desolación. El fúnebre ritmo de uno de los quejumbrosos himnos en honor ala oscuridad de Tristania, arropa su desgarro. Las sombras palpitan a su alrededor desde la

Los cirios están a punto de consumirse. El vaso ha derramado su líquido contenido sobre la

Hundida en la cálida y acogedora tela del sofá, derrotada, intenta dormir aunque su mente,extenuada, no se lo permite. En su cabeza aparecen imágenes recurrentes, imágenes tortuosas que

De repente, un sonido en la puerta de la calle. El corazón de Lorelei sufre un vuelco. Seincorpora, sobresaltada. Desde su posición no puede ver la puerta, más allá del pasillo, al otro

lado del salón.

Lorelei se levanta del sofá, encaminándose hacia la puerta.

—¿Álesar? ¿Eres tú? —su voz tiembla como un árbol raquítico, deshojado, frente a la enérgicaacometida del viento. Su corazón estalla bajo la ropa.

Nadie contesta más allá.

—Por favor, Álesar… ¿Eres tú?

Lorelei mira a través de la mirilla. Lo que ve al otro lado hiela de pronto la sangre en susvenas.

—¡No! ¡No puede ser! ¡Dios! ¡Debo estar soñando! –un llanto desgarrado, desesperado,desconsolado comienza a brotar desde lo más profundo de sus entrañas.

Lorelei, atónita, estupefacta, sintiéndose flotar en las garras de una atroz pesadilla, abre lapuerta.

Ahí está Yasmine, sola, demacrada, extraña… su mirada parece cambiada.

—Yasmine... Dios, Yasmine… —las lágrimas, turbias, dolorosas, afloran turbulentas, comoformando parte de un torrente desbocado, enloquecido, desde los vertiginosos abismos de susnegros ojos, una vez más. Temblando, se lanza a los brazos de Yasmine.

Fundidas en un tierno abrazo, Lorelei siente en su contacto la misma frialdad que emana de lablanquecina piel de Álesar.

—Yasmine…

Deshaciendo el abrazo, Lorelei toma de la mano a su amiga tras cerrar la puerta para llevarla alsalón. Una leve corriente de aire apaga las velas repentinamente, sumiendo la estancia en lostenebrosos dominios de la oscuridad.

De pronto, todo sucede con rapidez, con demasiada rapidez. Ni tan siquiera tiene tiempo debuscar el interruptor. Un tenue sonido, una respiración sibilante, le anuncian que algo no marchabien. La oscuridad le impide ver el horror que se esconde a sus espaldas, los nacarados colmillosque asoman lascivos bajo los labios sin vida de la figura que ahora jadea tenuemente a su lado.

Antes de que la presa intente escapar, antes aún de que pueda siquiera reaccionar, se produce laescalofriante embestida. Un alarido aterrorizado es apagado bajo la fuerte presión ejercida porunas poderosas manos sobre la boca de Lorelei. El rojo fluido de la vida es drenado, lamido,succionado con voraz fruición a través de los pequeños orificios que tras la violenta mordedura seabren ahora, generosos, lujuriosos, en la garganta de la joven.

Toda la vida de Lorelei pasa aceleradamente por su mente tras la feroz, brutal dentellada, antesde caer exhausta, desahuciada en el más absoluto y silencioso vacío. El vacío de la inexistencia…

Diminutas gotas, brillantes como rubíes, resbalan lentamente por el empalidecido cuello,imprimiendo en su superficie un oscuro, temible rastro de muerte.

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—¿Álesar? ¿Eres tú? —su voz tiembla como un árbol raquítico, deshojado, frente a la enérgica

Lorelei mira a través de la mirilla. Lo que ve al otro lado hiela de pronto la sangre en sus

—¡No! ¡No puede ser! ¡Dios! ¡Debo estar soñando! –un llanto desgarrado, desesperado,

Lorelei, atónita, estupefacta, sintiéndose flotar en las garras de una atroz pesadilla, abre la

—Yasmine... Dios, Yasmine… —las lágrimas, turbias, dolorosas, afloran turbulentas, comoformando parte de un torrente desbocado, enloquecido, desde los vertiginosos abismos de sus

Fundidas en un tierno abrazo, Lorelei siente en su contacto la misma frialdad que emana de la

Deshaciendo el abrazo, Lorelei toma de la mano a su amiga tras cerrar la puerta para llevarla alsalón. Una leve corriente de aire apaga las velas repentinamente, sumiendo la estancia en los

De pronto, todo sucede con rapidez, con demasiada rapidez. Ni tan siquiera tiene tiempo debuscar el interruptor. Un tenue sonido, una respiración sibilante, le anuncian que algo no marchabien. La oscuridad le impide ver el horror que se esconde a sus espaldas, los nacarados colmillos

Antes de que la presa intente escapar, antes aún de que pueda siquiera reaccionar, se produce laescalofriante embestida. Un alarido aterrorizado es apagado bajo la fuerte presión ejercida porunas poderosas manos sobre la boca de Lorelei. El rojo fluido de la vida es drenado, lamido,succionado con voraz fruición a través de los pequeños orificios que tras la violenta mordedura se

Toda la vida de Lorelei pasa aceleradamente por su mente tras la feroz, brutal dentellada, antesde caer exhausta, desahuciada en el más absoluto y silencioso vacío. El vacío de la inexistencia…

Diminutas gotas, brillantes como rubíes, resbalan lentamente por el empalidecido cuello,

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VII

Álesar se detiene un instante, fascinado, antes de continuar su camino.

Houmpton Manor, enigmática, fastuosa, se alza ante él. Todavía sigue en pie a pesar de losdesperfectos cada día mayores causados por el implacable paso del tiempo. Cientos de recuerdosasaltan de pronto su mente torturada.

Han pasado menos de veinticuatro horas desde que la llamada de Siddahia arrebatara,hipnótica, letárgica, su frágil voluntad.

El eterno jardín se muestra ahora de nuevo ante sus ojos, esplendoroso, fascinante, majestuosobajo la evanescente luz de la luna primaveral. Al parecer y contra todo pronóstico, sin demasiadoscambios. Prácticamente tal y como lo recordaba, a pesar del tiempo transcurrido.

Álesar cae de nuevo en las garras de su hechizo. La arrebatadora fragancia de extrañas plantasexóticas se hunde en sus fosas nasales. Camina aturdido, turbado, como en trance… sus ojos seclavan en las inmensas arcadas de piedra engullidas por la hiedra y los retazos de fría niebla, enlas erosionadas, fantasmagóricas estatuas, que se alzan a cada paso devoradas por la humedad,guarecidas por árboles gigantescos… en las fuentes, los estanques rezumantes de vida ignota,desconocida…

Vuelve a sentir un escalofrío como los que antaño, hace tanto, tanto tiempo, recorrían sucolumna vertebral ante la fascinación que tal belleza le causaba. De nuevo su mente le lleva devuelta a un pasado que ya no habría de volver. Una época mágica, excitante, que su gastadamemoria todavía rememoraba como un tiempo inundado de candor, de ingenuidad… de felicidad.

Álesar atraviesa las avenidas del jardín en penumbra. Una oscura fuerza le arrastra, inexorable,encaminando sus pasos hacia el laberinto. Una fuerza poderosa, incontestable, brutal, que leencadena a la voluntad de su hermana. Una fuerza que dirige, que canaliza todos y cada uno de susmovimientos.

Inútil resistirse a ella.

Un enorme buho alza el vuelo a su paso; el tumulto de su aleteo resquebraja el silencionocturno.

Álesar divisa el túnel de acebos. Puede sentir al otro lado la poderosa presencia que manejalos hilos de sus movimientos.

El rumor del agua fluyendo a través de los caños de la fuente llega hasta sus oídos levementeatenuado.

Unos pasos sigilosos se deslizan suavemente, más allá del oscuro túnel. Puede intuirlos, másque oírlos.

Atraviesa sin prisa el lúgubre túnel.

Allí, al otro lado, de pie, envuelta en un largo, elegante traje de negro terciopelo, se encuentraSiddahia. Pálida, lóbrega, tenebrosa... una rosa de ennegrecidos, marchitos pétalos, asoma entre

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Houmpton Manor, enigmática, fastuosa, se alza ante él. Todavía sigue en pie a pesar de losdesperfectos cada día mayores causados por el implacable paso del tiempo. Cientos de recuerdos

Han pasado menos de veinticuatro horas desde que la llamada de Siddahia arrebatara,

El eterno jardín se muestra ahora de nuevo ante sus ojos, esplendoroso, fascinante, majestuosobajo la evanescente luz de la luna primaveral. Al parecer y contra todo pronóstico, sin demasiados

Álesar cae de nuevo en las garras de su hechizo. La arrebatadora fragancia de extrañas plantasexóticas se hunde en sus fosas nasales. Camina aturdido, turbado, como en trance… sus ojos seclavan en las inmensas arcadas de piedra engullidas por la hiedra y los retazos de fría niebla, enlas erosionadas, fantasmagóricas estatuas, que se alzan a cada paso devoradas por la humedad,guarecidas por árboles gigantescos… en las fuentes, los estanques rezumantes de vida ignota,

Vuelve a sentir un escalofrío como los que antaño, hace tanto, tanto tiempo, recorrían sucolumna vertebral ante la fascinación que tal belleza le causaba. De nuevo su mente le lleva devuelta a un pasado que ya no habría de volver. Una época mágica, excitante, que su gastada

Álesar atraviesa las avenidas del jardín en penumbra. Una oscura fuerza le arrastra, inexorable,encaminando sus pasos hacia el laberinto. Una fuerza poderosa, incontestable, brutal, que leencadena a la voluntad de su hermana. Una fuerza que dirige, que canaliza todos y cada uno de sus

Un enorme buho alza el vuelo a su paso; el tumulto de su aleteo resquebraja el silencio

Álesar divisa el túnel de acebos. Puede sentir al otro lado la poderosa presencia que maneja

El rumor del agua fluyendo a través de los caños de la fuente llega hasta sus oídos levemente

Unos pasos sigilosos se deslizan suavemente, más allá del oscuro túnel. Puede intuirlos, más

Allí, al otro lado, de pie, envuelta en un largo, elegante traje de negro terciopelo, se encuentraSiddahia. Pálida, lóbrega, tenebrosa... una rosa de ennegrecidos, marchitos pétalos, asoma entre

sus lívidos dedos.

Siddahia, el bello serafín caído… la dulce empusa del averno, tanto tiempo anhelada, tantasnoches añorada…

—Mi querido Álesar, por fin nos reencontramos —una sonrisa impregnada de oscuro cinismose dibuja en su cara.

—Siddahia…

Álesar se mantiene erguido, paralizado por la belleza que Siddahia, resplandeciente, irradia através de todos y cada uno de sus poros. La fresca fragancia del césped, se esparce húmeda,incierta, en el ambiente.

—¿No me vas a abrazar, hermano? —su risa sorda, sórdida, le arranca un escalofrío.

Confuso, sin dejar de mirar sus gélidos ojos, Álesar encamina los pasos lentamente en sudirección. Ella le toma de la mano y le conduce en silencio, como hiciera en tantas ocasionesaños, siglos atrás, hasta la parte central del laberinto, donde la vieja ninfa de ojos dolientesapenas ha sucumbido a los despiadados envites del tiempo. El cristalino sonido del agua,brotando fluida desde los distintos caños, rasga armónicamente la calma nocturna.

—¿Qué quieres de mí, Siddahia? —las palabras de Álesar resuenan trémulas en el interior delnebuloso dédalo esmeralda.

—¿Preguntas qué es lo que quiero? —la mirada de Siddahia adquiere repentinamente la durezaintuida en las agudas aristas de un diamante—. ¿De veras lo ignoras? —el tono de su voz es frío,áspero, desapacible.

—Te he buscado incansable a través del tiempo. He gritado, desesperado, hasta enloquecer. Hederramado tantas amargas lágrimas por ti, por el vacío que dejaste, por tu inexplicable ausencia…he sufrido tanto, tanto —un dolor desgarrado, palpable, contamina las palabras de Álesar—. Nohe sido más que un triste pelele en tus manos. Pero al fin ha acabado todo. Finalmente heconseguido arrancar el velo que cubría mis ojos tiñendo el futuro con vanas, estériles esperanzas,impidiéndome ver más allá. Ahora ya no te necesito, Siddahia. ¿Me oyes? Ya no te necesito.

La risa herida de Siddahia precede al dramático gesto teñido por el despecho que supura laexpresión de su rostro, sumiendo en una tempestuosa espiral sus palabras.

—¿Y eras tú quien prometía amor eterno?

El silencio se instala durante un breve lapso de tiempo entre ellos. Siddahia acariciasuavemente los negros pétalos, secos, ajados, de la flor que yace en una de sus manos. Las espinasdel tallo se clavan con fuerza, como afiladas agujas, en su nívea piel carente de sensibilidad aldolor.

—¿Por qué lo hiciste, Siddahia? ¿Por qué?

—¿Por qué? ¿De verdad no lo has entendido aún, mi dulce hermano? Lo hice para queentendieras lo que se siente al ser abandonado por aquel a quien más quieres en el mundo, aquel aquien necesitas para seguir viviendo… para que experimentaras en tus propias carnes el infame,desgarrador tormento de la obsesión, el frío dolor de la desesperación, el aciago desaliento de la

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Siddahia, el bello serafín caído… la dulce empusa del averno, tanto tiempo anhelada, tantas

—Mi querido Álesar, por fin nos reencontramos —una sonrisa impregnada de oscuro cinismo

Álesar se mantiene erguido, paralizado por la belleza que Siddahia, resplandeciente, irradia através de todos y cada uno de sus poros. La fresca fragancia del césped, se esparce húmeda,

Confuso, sin dejar de mirar sus gélidos ojos, Álesar encamina los pasos lentamente en sudirección. Ella le toma de la mano y le conduce en silencio, como hiciera en tantas ocasionesaños, siglos atrás, hasta la parte central del laberinto, donde la vieja ninfa de ojos dolientesapenas ha sucumbido a los despiadados envites del tiempo. El cristalino sonido del agua,

—¿Qué quieres de mí, Siddahia? —las palabras de Álesar resuenan trémulas en el interior del

—¿Preguntas qué es lo que quiero? —la mirada de Siddahia adquiere repentinamente la durezaintuida en las agudas aristas de un diamante—. ¿De veras lo ignoras? —el tono de su voz es frío,

—Te he buscado incansable a través del tiempo. He gritado, desesperado, hasta enloquecer. Hederramado tantas amargas lágrimas por ti, por el vacío que dejaste, por tu inexplicable ausencia…he sufrido tanto, tanto —un dolor desgarrado, palpable, contamina las palabras de Álesar—. Nohe sido más que un triste pelele en tus manos. Pero al fin ha acabado todo. Finalmente heconseguido arrancar el velo que cubría mis ojos tiñendo el futuro con vanas, estériles esperanzas,

La risa herida de Siddahia precede al dramático gesto teñido por el despecho que supura la

El silencio se instala durante un breve lapso de tiempo entre ellos. Siddahia acariciasuavemente los negros pétalos, secos, ajados, de la flor que yace en una de sus manos. Las espinasdel tallo se clavan con fuerza, como afiladas agujas, en su nívea piel carente de sensibilidad al

—¿Por qué? ¿De verdad no lo has entendido aún, mi dulce hermano? Lo hice para queentendieras lo que se siente al ser abandonado por aquel a quien más quieres en el mundo, aquel aquien necesitas para seguir viviendo… para que experimentaras en tus propias carnes el infame,desgarrador tormento de la obsesión, el frío dolor de la desesperación, el aciago desaliento de la

incertidumbre… ahora ya sabes lo que se siente.

—Estás enferma, Siddahia —la tristeza se apodera de las palabras de Álesar—. Ya no tengoque rendirte cuentas. Me voy.

—Álesar, continúas siendo un ingenuo —Siddahia le mira, desafiante—. Eres mío, meperteneces. ¿Acaso lo has olvidado? —una pérfida sonrisa vuelve a ensombrecer su expresión.

Él la mira pensativo unos segundos aún antes de darle la espalda, iniciando el camino hacia lasalida. Antes de alcanzar el arco formado por las retorcidas ramas de los acebos, la voz deSiddahia tras él, paraliza nuevamente sus movimientos.

—Álesar, hay algo que nunca te he contado. Algo que debes saber.

Álesar detiene sus pasos, girando despacio nuevamente en su dirección. Algo indefinido en eltono que ahora oscurece sus palabras le apremia a escucharla.

—Sé quién es ella, pero tú no lo sabes —el silencio de la noche casi se puede escuchar en eljardín encantado—. Álesar… aquella noche… aquella última noche en que las caricias y losbesos fueron mucho más allá de lo habitual, quedé embarazada.

La sorpresa cae de pronto como una ruda losa sobre su espalda.

—¿Qué…?

—Sí, hermano. Tuve una hermosa niña. Las monjas la vendieron por unas cochinas monedas auna familia adinerada de la capital, con el consentimiento de nuestro amado padre…

—Pero, ¿por qué… por qué no me lo dijiste?

—¿Más preguntas? Trata de responderlas tú mismo, querido hermano. ¿Acaso crees que yoquería a esa hija? ¿Crees que era una hija deseada?

—Pero…

—Nunca me dijeron a quién la habían entregado. Todo lo que hice fue apartar de mi mente elsuceso, tratar de olvidar —el susurro del agua se confunde con sus palabras—. Hace apenas unosaños me crucé con una joven en las calles de Londres. Por casualidad reconocí en sus rasgosnuestros genes. Inmediatamente seguí todos sus movimientos, investigué su pasado, su árbolgenealógico concienzudamente, con la ayuda de algunos conocidos que habían servido a mis finesen otras ocasiones.

Álesar la escuchaba anonadado, estupefacto. Intuía, estaba casi convencido de saber qué era loque vendría a continuación. Siddahia continuó relatando la historia.

—No cabía duda. Era una descendiente de la rama materna de nuestra hija. ¿Y sabes cuál era sunombre? Sí, creo que lo sabes perfectamente… se llamaba Lorelei.

Un escalofrío surcó la columna vertebral de Álesar.

—Sabía que si en alguna ocasión, por cualquier motivo, terminabas cruzándote con ella, caeríasfascinado, atrapado por siempre, para siempre, en las viscosas redes de su telaraña. En unprincipio esto no me preocupaba lo más mínimo, las probabilidades de coincidir con ella eran

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—Estás enferma, Siddahia —la tristeza se apodera de las palabras de Álesar—. Ya no tengo

—Álesar, continúas siendo un ingenuo —Siddahia le mira, desafiante—. Eres mío, me

Él la mira pensativo unos segundos aún antes de darle la espalda, iniciando el camino hacia lasalida. Antes de alcanzar el arco formado por las retorcidas ramas de los acebos, la voz de

Álesar detiene sus pasos, girando despacio nuevamente en su dirección. Algo indefinido en el

—Sé quién es ella, pero tú no lo sabes —el silencio de la noche casi se puede escuchar en eljardín encantado—. Álesar… aquella noche… aquella última noche en que las caricias y los

—Sí, hermano. Tuve una hermosa niña. Las monjas la vendieron por unas cochinas monedas a

—¿Más preguntas? Trata de responderlas tú mismo, querido hermano. ¿Acaso crees que yo

—Nunca me dijeron a quién la habían entregado. Todo lo que hice fue apartar de mi mente elsuceso, tratar de olvidar —el susurro del agua se confunde con sus palabras—. Hace apenas unosaños me crucé con una joven en las calles de Londres. Por casualidad reconocí en sus rasgosnuestros genes. Inmediatamente seguí todos sus movimientos, investigué su pasado, su árbolgenealógico concienzudamente, con la ayuda de algunos conocidos que habían servido a mis fines

Álesar la escuchaba anonadado, estupefacto. Intuía, estaba casi convencido de saber qué era lo

—No cabía duda. Era una descendiente de la rama materna de nuestra hija. ¿Y sabes cuál era su

—Sabía que si en alguna ocasión, por cualquier motivo, terminabas cruzándote con ella, caeríasfascinado, atrapado por siempre, para siempre, en las viscosas redes de su telaraña. En unprincipio esto no me preocupaba lo más mínimo, las probabilidades de coincidir con ella eran

ínfimas, prácticamente nulas, era casi imposible… ignoro cómo ocurrió, pero contra todopronóstico, acabó sucediendo —realizó una breve pausa, antes de continuar—. Una vez te dije queestábamos íntimamente ligados. Eso es cierto, lo sabes bien. Pude sentir ese encuentro, el impactoemocional que te produjo y supe entonces que la habías hallado. Nunca, en todos estos largosaños, había sentido nada igual. Eso me confirmó que se habían despertado de nuevo tussentimientos, que tu amor hacia mí estaba en peligro y me ayudó a comprender que ya habíallegado la hora de reclamar mi trofeo. Álesar, querido, vuelvo a insistir… me perteneces… sabesque es así.

—No, Siddahia… has perdido tu oportunidad. No dejaré que me conviertas en tu esclavo. Tequise más que a nada en este horrible mundo, pero eso ya ha cambiado. No puedo dejar que sigasmanipulando mi vida. Eso ya ha quedado atrás… ahora hay alguien que me espera, alguien que síquiere compartir su vida conmigo…

—¡Iluso! —el grito de Siddahia retumbó entre las avenidas formadas por los altos setos. Suspuños se cerraron con fuerza en torno al espinoso tallo—. Te busqué. No fue difícil encontrarte,gracias a ese especial vínculo que encadena nuestros destinos y, camuflada entre las sombras,pude observaros. Pude ver vuestras miradas de complicidad… incluso vi tu discusión con suamiga.

—Fuiste tú quien…

—Sí… ahora es una de las nuestras y ha servido bien a mis propósitos.

—¿Qué estás insinuando? —Una desazonadora inquietud empezaba a instalarse en el ánimo deÁlesar.

—No es necesario que regreses, mi dulce hermano. Ahora Lorelei, tu amada Lorelei, estarásiendo delicadamente depositada en un confortable nicho por sus desconsolados familiares,apesadumbrados por el descanso eterno de su alma impura.

—¡No! ¡No te creo! ¡No has podido hacer algo así! —El quejido lastimero de su voz se traduceen un brillo húmedo, resplandeciente, inundando sus taciturnos ojos. Un brutal desgarro, un dolorinsufrible, insoportable, se adueña hiriente de su atormentado espíritu.

Puede ver a Siddahia, ahí, en pie, frente a él. La cínica sonrisa, la mirada cruel, impía,despiadada, asoman tenebrosos de nuevo en el rostro de su hermana, confirmando brutalmente susmás recónditos temores.

—¡Noooo!

Álesar, llevando ambas manos a la cabeza en un gesto trágico, amargo, desesperado, sedesploma lentamente, quedando de rodillas sobre el mullido suelo de césped. Su voz se rompe. Unnudo atenaza sus entrañas.

—Te desprecio, Siddahia. Nunca te perdonaré… nunca —las lágrimas, cálidas, ardientes,abrasadoras, inundan desbordantes sus bellos ojos quemando la fría piel a su paso, labrando enella profundos, descarnados surcos de odio y aflicción.

Las nubes de niebla parecen adquirir tenebrosas formas bajo el azote de las ráfagas de fríoviento que han hecho de pronto su aparición repentina, inexplicablemente…

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ínfimas, prácticamente nulas, era casi imposible… ignoro cómo ocurrió, pero contra todopronóstico, acabó sucediendo —realizó una breve pausa, antes de continuar—. Una vez te dije queestábamos íntimamente ligados. Eso es cierto, lo sabes bien. Pude sentir ese encuentro, el impactoemocional que te produjo y supe entonces que la habías hallado. Nunca, en todos estos largosaños, había sentido nada igual. Eso me confirmó que se habían despertado de nuevo tussentimientos, que tu amor hacia mí estaba en peligro y me ayudó a comprender que ya habíallegado la hora de reclamar mi trofeo. Álesar, querido, vuelvo a insistir… me perteneces… sabes

—No, Siddahia… has perdido tu oportunidad. No dejaré que me conviertas en tu esclavo. Tequise más que a nada en este horrible mundo, pero eso ya ha cambiado. No puedo dejar que sigasmanipulando mi vida. Eso ya ha quedado atrás… ahora hay alguien que me espera, alguien que sí

—¡Iluso! —el grito de Siddahia retumbó entre las avenidas formadas por los altos setos. Suspuños se cerraron con fuerza en torno al espinoso tallo—. Te busqué. No fue difícil encontrarte,gracias a ese especial vínculo que encadena nuestros destinos y, camuflada entre las sombras,pude observaros. Pude ver vuestras miradas de complicidad… incluso vi tu discusión con su

—¿Qué estás insinuando? —Una desazonadora inquietud empezaba a instalarse en el ánimo de

—No es necesario que regreses, mi dulce hermano. Ahora Lorelei, tu amada Lorelei, estarásiendo delicadamente depositada en un confortable nicho por sus desconsolados familiares,

—¡No! ¡No te creo! ¡No has podido hacer algo así! —El quejido lastimero de su voz se traduceen un brillo húmedo, resplandeciente, inundando sus taciturnos ojos. Un brutal desgarro, un dolor

Puede ver a Siddahia, ahí, en pie, frente a él. La cínica sonrisa, la mirada cruel, impía,despiadada, asoman tenebrosos de nuevo en el rostro de su hermana, confirmando brutalmente sus

Álesar, llevando ambas manos a la cabeza en un gesto trágico, amargo, desesperado, sedesploma lentamente, quedando de rodillas sobre el mullido suelo de césped. Su voz se rompe. Un

—Te desprecio, Siddahia. Nunca te perdonaré… nunca —las lágrimas, cálidas, ardientes,abrasadoras, inundan desbordantes sus bellos ojos quemando la fría piel a su paso, labrando en

Las nubes de niebla parecen adquirir tenebrosas formas bajo el azote de las ráfagas de frío

El ambiente se torna asfixiante, irrespirable.

Siddahia se aproxima lenta, fantasmagóricamente, como emergiendo desde la irrealidad de unmal sueño.

—Sé que me amas, Álesar. Nunca me olvidaste y nunca me olvidarás —su voz se convierte enun tenue, sibilino susurro—. Me perteneces. No lo olvides jamás. Jamás…

La rosa negra se desliza desde sus manos, cayendo dócilmente junto a las rodillas de Álesar. Elrocío salado de sus ojos baña los negros pétalos bajo la incierta luz de la luna.

Los pasos de Siddahia abandonando el laberinto hechizado, camuflados entre los escalofriantessilbidos del viento, apenas resuenan en la blandura del fragante césped.

La luz ambarina de un nuevo día casi puede intuirse arribando sin prisas desde el otro lado delhorizonte, trayendo consigo el ocaso de otra umbría noche.

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El ambiente se torna asfixiante, irrespirable.

Siddahia se aproxima lenta, fantasmagóricamente, como emergiendo desde la irrealidad de unmal sueño.

—Sé que me amas, Álesar. Nunca me olvidaste y nunca me olvidarás —su voz se convierte enun tenue, sibilino susurro—. Me perteneces. No lo olvides jamás. Jamás…

La rosa negra se desliza desde sus manos, cayendo dócilmente junto a las rodillas de Álesar. Elrocío salado de sus ojos baña los negros pétalos bajo la incierta luz de la luna.

Los pasos de Siddahia abandonando el laberinto hechizado, camuflados entre los escalofriantessilbidos del viento, apenas resuenan en la blandura del fragante césped.

La luz ambarina de un nuevo día casi puede intuirse arribando sin prisas desde el otro lado delhorizonte, trayendo consigo el ocaso de otra umbría noche.

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Postludio

Una nueva noche despierta a la vida, nace cobijada al calor de la luz ambigua de farolas yneones, de la alargada sombra de las nocturnas criaturas de la imaginación.

Un alma solitaria deambula taciturna por imprecisas callejuelas en penumbra, camufladas bajoun vacilante telón brumoso.

Sus pasos erráticos le conducen hacia ningún lugar, hacia ninguna parte.

Los sueños se quiebran inconsistentes en el rumor de la impenetrable inmensidad.

Un lamento desnudo se esconde en su mirada, allí donde un turbulento mar engulle voraz susesperanzas… en el profundo mar desde el que brotan los transparentes ríos que, en ocasiones,humedecen su mortecina, gélida piel… los ríos salados y ardientes… las mudas, dolorosas,lacerantes lágrimas…

Las lágrimas de una eternidad confusa, inabarcable.

Las lágrimas de una eternidad carmesí…

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Postludio

Una nueva noche despierta a la vida, nace cobijada al calor de la luz ambigua de farolas yneones, de la alargada sombra de las nocturnas criaturas de la imaginación.

Un alma solitaria deambula taciturna por imprecisas callejuelas en penumbra, camufladas bajoun vacilante telón brumoso.

Sus pasos erráticos le conducen hacia ningún lugar, hacia ninguna parte.

Los sueños se quiebran inconsistentes en el rumor de la impenetrable inmensidad.

Un lamento desnudo se esconde en su mirada, allí donde un turbulento mar engulle voraz susesperanzas… en el profundo mar desde el que brotan los transparentes ríos que, en ocasiones,humedecen su mortecina, gélida piel… los ríos salados y ardientes… las mudas, dolorosas,lacerantes lágrimas…

Las lágrimas de una eternidad confusa, inabarcable.

Las lágrimas de una eternidad carmesí…