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Hesíodo
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LA LÓGICA IMPLÍCITA EN LA COSMOGONÍA DE HESÍODO
En los versos 116 a 122 de su Teogonía, Hesíodo declara que Caos “fue de
todos el primero en surgir al ser”, seguido de la Tierra, el Tártaro y Eros. La Teogonía
constituye un esfuerzo para integrar la totalidad de lo real en un orden genealógico
global, de donde se sigue que deberíamos entender “surgir al ser” como “nacer”. Sin
embargo, esta acepción presenta dos problemas principales. En primer lugar, si
tenemos en cuenta que nacimiento implica procreación, esta afirmación involucraría
que Caos hubiera tenido un antecesor, el cual evidentemente no es nombrado por el
poeta. En segundo lugar, y siguiendo el mismo criterio, Caos vendría a convertirse en
padre tanto de Tierra y Tártaro como de Eros. No obstante, Hesíodo en ningún
momento menciona que haya lazos de parentesco entre estos seres, lo que resulta
curioso, dado que todo ser mencionado a continuación integra un orden genealógico
determinado. Cabe preguntarse, entonces, que motivos pudo haber tenido Hesíodo
para realizar esta omisión.
Tal vez la solución de este problema pueda hallarse realizando un análisis
etimológico de la palabra Caos. Esta palabra deriva de la raíz Cha-, que en griego
significa “falla” o “abertura”, como, por ejemplo, la abertura de un bostezo. El
surgimiento al ser de Caos significa entonces la emergencia de una falla o
diferenciación fundamental. Lo siguiente que habría que preguntarse sería, entonces,
dónde se sitúa esa falla, y cuáles son los dos términos que se desprenden de esa
diferenciación.
El estudio más conocido y más influyente en este problema, hasta hoy, reside
en el de Francis Cornford, titulado A ritual basis for Hesiod’s Theogony. Este autor
prueba, a través de numerosos ejemplos extraídos de la mitología comparada, que el
evento capital en toda cosmogonía arcaica es la separación de la tierra y el cielo. Este
argumento, junto al sentido de la raíz Cha-, lo conduce a reconocer, en el surgimiento
al ser de Caos, la diferenciación original de una forma única preexistente,
diferenciación que debía tener como resultado el Cielo y la Tierra. Sin embargo,
Cornford comprende que esta interpretación acarrea un serio problema, dado que
Hesíodo nos cuenta, en los versos 126 a 128, como la Tierra ha engendrado al Cielo.
Entonces, si el nacimiento de Caos es la “falla” que separa el Cielo de la Tierra, el
Cielo ya habría nacido, lo mismo que Caos y la tierra, en los versos 116/117; y los
versos126/128, donde se menciona que Tierra engendró a Urano, constituirían una
duplicación.
Sin embargo, si analizamos reflexivamente esta explicación, no podemos
aceptarla como enteramente satisfactoria.
Tártaro es introducido en el verso 119 inmediatamente después que Tierra y
en una relación muy estrecha con ella, porque el nacimiento de Caos es la falla o
diferenciación que separa la Tierra del Tártaro, y viceversa. Caos es a la vez el
elemento preexistente y aquello que permite la separación de los dos entes
fundamentales.
A partir de la separación de Tierra y Tártaro, y de la aparición de Eros,
comienzan a sucederse los nacimientos de los demás seres. En estos nacimientos
pueden reconocerse distintos tipos de relaciones genealógicas. La relación más
evidente es la de contra-distinción. En el segundo nacimiento que tiene lugar en el
linaje de Caos, Noche y Érebo, sus hijos, engendran sus contrarios específicos y
complementarios, Día y Éter (versos 123-125). De la misma manera, la Tierra
engendra sin pareja al Cielo, su complemento. Estos procesos genealógicos
ejemplifican una concepción que sería de esencial importancia en toda la filosofía
griega posterior: la idea de que todo elemento existente, para ser y aparecer en tanto
que sí mismo, exige a la vez la existencia de su contrario.
La segunda relación que podemos mencionar es la de apareamiento de
contrarios. Esta necesidad de un contrario evoca naturalmente la idea de afinidad;
amor en un lenguaje más mítico. Separación implica unión dialéctica de opuestos que
rigen la misma oposición. Aquí vemos por qué entre los cuatro elementos primordiales
debe encontrarse necesariamente Eros. En tanto fuerza que une y acerca a los seres,
Eros difiere específicamente de Caos, que es una “falla” o separación, y se encuentra
requerido por este último como su contrario. Sin embargo, de la misma manera que
separación implica unión, unión implica separación. Se trata no de una fusión de
identidad, sino de armonía entre contrarios. Si entonces consideramos la relación
entre Tierra y Cielo, podemos ver que conviene perfectamente que el primer ser que
fue descendiente de su unión amorosa sea Océano, ya que Océano es la corriente o
“río” circular que delimita el más lejano horizonte, allí donde la tierra se junta con el
Cielo, por lo que constituye una especie de “costura” o “unión” entre estos últimos, que
están a la vez juntos y separados.
En tercer lugar encontramos la auto-especificación. El ejemplo más claro es
el que nos ofrecen los nacimientos partogenéticos que tienen por autores a Nix (la
Noche), y más tarde, al propio hijo de la Noche, Eris (la Discordia). La noche implica
un sentimiento de vulnerabilidad frente las fuerzas de destrucción que el hombre es
incapaz de dominar. La múltiple descendencia de la noche refleja, en efecto, los
múltiples aspectos en los cuales ese sentimiento fundamental se presta al análisis:
Moira (el Destino), Thánatos (la muerte), Eris (la discordia).
Por último, podemos citar la auto-especificación como origen de los
contrarios. Este es el caso de la Tierra, que engendra partogenéticamente a las
montañas y el mar. Tierra, que originalmente se presentaba como un todo
interiormente indiferenciado se especifica -o diferencia- en términos de elementos
geográficos evidentemente complementarios, como montaña (elevada, seca, arbolada)
y mar (bajo, líquido, infecundo).
Del análisis de estas relaciones genealógicas se desprende, entonces, que
existe en la Teogonía una aplicación de la lógica de contrarios. Según el principio de
contra-distinción, todo ser, para ser él mismo, exige su contrario. Con Caos y Tierra, el
principio de diferenciación –representado espacialmente como una falla-y el centro del
mundo diferenciado vienen a la existencia; inmediatamente después aparece Eros,
principio de integración. Sigue una serie de nacimientos -es decir de diferenciaciones e
integraciones- que hacen del cosmos que tiene a la Tierra por centro el perfecto
contrario, completo en todos sus puntos, de Tártaro.
Sintetizando, podríamos decir que Hesíodo, al considerar la cosmogonía
como un proceso de diferenciación, se remonta a una condición primordial de
indiferenciación, representada por Tártaro. Pero esta condición de indiferenciación
presupone, al mismo tiempo, la condición complementaria de diferenciación; mas aún,
la primera no puede ser comprendida sino en referencia a la segunda. Es por este
motivo que Hesíodo hace de la Tierra un gemelo de Tártaro, y de los dos es a ella a
quien nombra en primer lugar. La co-existencia de Tierra y Tártaro supone, entonces,
su diferenciación. Esta diferenciación, en tanto que le permite a cada uno de ellos ser
lo que es, en contraste con el otro, funda su existencia y les precede a los dos. Es así
que Hesíodo nombra a Caos como “el primero de todos”, dándole precedencia, tanto
en el orden de aparición como de designación de los seres, respecto de la Tierra y de
Tártaro. La existencia misma de Tártaro en tanto que ser primero y fundamental
consiste en su auto-negación y auto-subordinación en relación a los seres que él
exige. Finalmente, la diferenciación exige integración, y es entonces que aparece
Eros, como contrario y complementario de Caos.
Podemos concluir que, si los versos 116 a 133 tomados en su conjunto
rompen con la genealogía antropomórfica, los versos 116 a 122 rompen con la
genealogía como tal. La primera ruptura prefigura el pasaje del mito a la cosmología.
En particular la familia hesiódica de Tierra, Cielo y Océano hacen pensar en la
concepción milesia de un sistema cósmico basado en la simetría, mientras que el
Tártaro evoca el de Anaximandro. La segunda ruptura, por otra parte, prefigura
la mutación más radical de la cosmogonía en una lógica del ser. Los puntos de vista
de Hesíodo sobre la autosubordinación inmediata y paradojal del Tártaro
indiferenciado, anticipan las reflexiones capitales de Parménides sobre el no ser.