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La ciudad y los otros Quito 1860-1940 Higienismo, ornato y policía

La Ciudad Nosotros y Los Otros Part 1

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libro de la ciudad de quito historia

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  • La ciudad y los otrosQuito 1860-1940

    Higienismo, ornato y polica

  • Eduardo Kingman Garcs

    La ciudad y los otrosQuito 1860-1940

    Higienismo, ornato y polica

  • De la presente edicin:FLACSO, Sede EcuadorLa Pradera E7-174 y Diego de AlmagroQuito EcuadorTelf.: (593-2-) 323 8888Fax: (593-2) 3237960www.flacso.org.ec

    ISBN 9978-67-108-0Cuidado de la edicin: Cecilia Ortiz B.Diseo de portada e interiores: Antonio MenaImprenta: RispergrafQuito, Ecuador, 20061. edicin: febrero 2006

  • Presentacin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

    Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11Joan Josep Pujadas

    Prlogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17Horacio Capel

    A manera de introduccin Ciudad, modernidad y poder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

    PRIMERA PARTE:QUITO, EL TERRITORIO Y LA NACIN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59

    Captulo IEl largo siglo XIX. Contexto histrico general . . . . . . . . . . . . . 61

    SEGUNDA PARTE:LA CIUDAD SEORIAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99

    Captulo IIQuito en el siglo XIX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

    Captulo IIIEspacio, etnicidad y poder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

    TERCERA PARTE:DE LA CIUDAD SEORIAL A LA DE LA PRIMERA MODERNIDAD . . . . 175

    Captulo IVEspacio y sociedad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177

    ndice

  • Captulo VCiudad, etnicidad y diferenciacin social . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215

    CUARTA PARTE:EL ORNATO Y LOS NUEVOS CRITERIOS DE CLASIFICACIN SOCIAL . . 269

    Captulo VILos primeros higienistas y el cuidado de la ciudad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273

    Captulo VIILa idea del ornato, los higienistas y la planificacin urbana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 301

    REFLEXIONES FINALES:CIUDAD, MODERNIDAD, OPOSICIONES BINARIAS . . . . . . . . . . . . . 337

    Bibliografa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 363

    ANEXOS

    Anexo 1Censo de poblacin de las parroquias urbanas y rurales de Quito de 1941, en el que se registra la divisin por castas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 397Anexo 2Los comercios en la ciudad de Quito en el ao 1894 . . . . . . . . . 398Anexo 3La manufactura quitea de acuerdo a la Gua de 1894 . . . . . . . . 404Anexo 4Situacin del comercio de acuerdo a la Gua de 1914 . . . . . . . . . 406Anexo 5Espacios de socializacin en Quito en 1914 . . . . . . . . . . . . . . . . 413Anexo 6Resumen comparativo de actividades en Quito entre 1894 y 1914 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 417

    Anexo 2Mapas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 425

  • El estudio de Eduardo Kingman Garcs analiza las relaciones de poder enQuito durante el trnsito de la sociedad seorial a la de la primera moder-nidad o modernidad perifrica; para lo cual examina distintos dispositi-vos relacionados con la administracin de la ciudad, el ornato y la saludpblica, espacios en donde entran en juego los modernos sistemas discipli-narios con las antiguas formas de administracin de las poblaciones. Deacuerdo al autor, se trata de un momento inaugural en el que las elitesintentaron asumir una modernidad y una cultura nacional, sin renun-ciar, por eso, a los privilegios coloniales. Si bien se trata de un estudio his-trico, en l se pueden encontrar algunas claves para entender el presente:la constitucin de los juegos de poder en el largo plazo, as como el fun-cionamiento de la cultura poltica. El libro es igualmente importante paradiscutir temas como el patrimonio y la memoria. Por otra parte, contribu-ye a cubrir un vaco en el campo de la investigacin histrica: el estudio delas ciudades.

    Una de las preocupaciones de FLACSO-Sede Ecuador es impulsar lainvestigacin con perspectiva histrica. No podemos perder de vista que lasmaestras, encuentros y publicaciones de FLACSO jugaron un papel fun-damental en el desarrollo de la Historia ecuatoriana contempornea. Elestudio del pasado es indispensable para entender las formas de funciona-miento de las sociedades andinas del presente. El trabajo del profesor King-

    Presentacin

  • man constituye un aporte valioso en ese sentido, pues se basa en abundan-te documentacin de archivo y en una lnea crtica de anlisis, parte delcual es producto de su investigacin doctoral en la Universidad Rovira iVirgili.

    Adrin BonillaDirector

    FLACSO-Sede Ecuador

    Presentacin10

  • La historia de las ciencias sociales consiste en un constante ir y venir entrela elaboracin de modelos interpretativos de la realidad y su contrastacinemprica. El predominio de los paradigmas tericos generados en esa partedel globo denominada de manera abusiva Occidente o lo que es lomismo, Europa Occidental y Estados Unidos constituye un reto constan-te para los cientficos sociales que analizan realidades socioculturales quemuestran procesos discrepantes con los acaecidos en esa parte desarrolladadel globo. Resulta, por ello, especialmente crucial y valioso el proyecto decontrastar y revisar dichos paradigmas con sentido crtico, a la luz de losdescubrimientos que nos proporciona el trabajo emprico sobre el terreno yel trabajo de documentacin y archivo.

    El desarrollo, que ahora sale a la luz, es el resultado de muchos aos deinvestigacin por parte de Eduardo Kingman, historiador y antroplogoandino, profesor e investigador de la prestigiosa Facultad Latinoamericanade Ciencias Sociales con sede en Quito, que ha asumido el doble reto dedocumentar e interpretar el proceso de transicin hacia la ciudad modernay, al mismo tiempo, contrastar sus logros con las aportaciones de la extensaliteratura urbanolgica, socioantropolgica, histrica y politolgica que noshabla de las relaciones sociales y polticas bajo la modernidad, introducien-do crticas substanciales y una revisin a fondo de ella con la finalidad dedejar establecidas varias cosas:

    Prefacio

    1 Universidad Rovira i Virgili, Tarragona.

  • - La especificidad del urbanismo andino y de las relaciones sociales quesubyacen en l.

    - La necesidad de adaptar el modelo ortodoxo de modernidad a las cir-cunstancias de un desarrollo urbano en contexto perifrico desde elpunto de vista geo-estratgico.

    - Las contradicciones del largo proceso de transicin entre la ciudadseorial y la ciudad de la primera modernidad, que caracteriza al casoandino.

    - La especificidad de un proceso de modernizacin y, por ello, de altera-cin substancial de las relaciones de poder econmico y poltico entresectores sociales, que coexiste con una dbil y tarda industrializacin.

    - La abigarrada continuidad, a lo largo de dicho proceso, entre las diviso-rias de clase y las divisorias tnicas que atraviesan todas las relacionessociales, las cuales nos orientan sobre las especificidades histricas delproceso de construccin de los estados andinos poscoloniales y, porende, del proceso de construccin de la ciudadana.

    El trabajo de Kingman muestra un frtil dilogo con las aportaciones dedistintos estudiosos europeos y latinoamericanos. Me interesa destacar par-ticularmente su relacin con los estudios de Andrs Guerrero2. El temacentral de ese inters compartido consiste en ubicar, en distintos contextos,al sujeto tnico durante las sucesivas etapas del proceso de construccinnacional en Ecuador. Parece bastante claro que, a pesar del proceso deconstruccin ciudadana dentro del mbito nacional, a lo largo de los siglosXIX y XX, el tiempo en el proceso de transformacin de los viejos moldesde dominacin tnica, surgidos del largo periplo colonial, resulta extrema-damente lento, extendindose a nuevos contextos y adoptando formas que,aparentemente, corresponderan a un esquema de dominacin de clases.

    En el texto de Kingman se muestra cmo las fronteras entre campo y

    Joan Josep Pujadas12

    2 Ver al respecto: Andrs Guerrero (1991). La Semntica de la dominacin: el concertajede indios. Quito: Ed. Libri Mundi y Andrs Guerrero (2000) Etnicidades. Quito,FLACSO.

  • ciudad son muy laxas. Un gran nmero de parroquias urbanas de Quito,todava a inicios del siglo XX, posean numerosos predios rsticos. No setrata tan solo de un proceso de anexin de los grandes territorios periurba-nos dentro del proceso de expansin urbana, sino de la atraccin que el mer-cado urbano de actividades representaba para los pobladores de esos nuevossuburbios. El mismo ornato de la ciudad requera de la contribucin del tra-bajo de diferentes poblaciones indgenas, por ejemplo en la limpieza de lascalles. La ciudad que camina hacia la modernidad tiene, sin embargo, otrasfronteras que se mantienen inalterables, las fronteras tnicas.

    Como seala el autor: Las necesidades de la ciudad haban contribui-do a generar una cierta especializacin productiva, acorde con las diversascondiciones ecolgicas y tradiciones de trabajo. Y, esto, tanto al interior delas haciendas como de los pueblos de indios. Nodrizas, sirvientes, plancha-doras, lavanderas, jornaleros, podan encontrarse en muchas partes. No aspicapedreros, alfareros, cesteros, albailes, jardineros, arrieros, caractersti-cos de unas zonas y no de otras.

    Junto a estos prestadores de servicios y gentes de oficio existan gruposindgenas especializados en el comercio. Los nayones, guangopolos, otavalosy hasta los yumbos del Oriente se acercaban a la ciudad con sus mercancas.Se trata de un comercio al menudeo que, antes igual que ahora, ocupa lascalles de la ciudad en un abigarrado trueque de mercancas que no apaga laimagen, real y construida a la vez, de pobreza y marginacin. Una imagenque constituye uno de los mecanismos simblicos que arrebata al indgenasu derecho a acceder a la vida urbana con los atributos del ciudadano.

    En relacin con los imaginarios urbanos, la ciudad se constituye comoel espacio civilizatorio por excelencia, un espacio racional, ordenado, quecontrasta con el desorden de los espacios rurales: el de las comunidades deindgenas. Solamente la hacienda mantiene en el agro un orden jerarquiza-do, alrededor de la figura del seor y de un orden ritual tradicional. En estecontexto, el ornato sirve como mecanismo de control del orden social y desistema de polica, en un sentido amplio. La presencia india en la ciudadtransicional constituye, a la vez, una necesidad y un obstculo para las ideasde un salubrismo arcaico, que empieza a instaurarse en el discurso polticode finales del siglo XIX. Existe una contradiccin entre una ciudad quebusca separarse y diferenciarse claramente de sus entornos rurales, media-tos e inmediatos, y una realidad econmica y social basada en una red de

    Prefacio 13

  • relaciones e intereses que agrupa a seores, caciques indgenas, al cleroparroquial y a los tenientes polticos; una realidad que atraviesa cualquierfrontera espacial y se extiende regionalmente.

    El captulo dedicado al anlisis de la consolidacin del discurso higie-nista y del inicio de la planificacin urbana constituye una de las partesms importantes del anlisis del libro. Una de las preguntas bsicas es cmopueden arraigar la prctica del higienismo y de la planificacin urbana, queresponden a modelos importados de Europa, en un contexto social en elque se reproducen las relaciones seoriales y corporativas, en una ciudadmercantil y burocrtica, que posea una muy dbil industrializacin. Unaciudad, en suma, con un porcentaje muy importante de poblacin flotan-te y sin residencia fija, a caballo entre el peonaje urbano y el rural, entre elvagabundeo y la marginacin, entre el comercio informal y la prcticacallejera de oficios varios. A diferencia de cualquier ciudad europea, elQuito finisecular constituye una pequea urbe de cerca de cincuenta milpersonas, entre las que las figuras del obrero y del empresario industrial sonminoritarias.

    Cules son, pues, los sujetos del ordenamiento de la ciudad que pre-conizan los reformadores sociales de inicios del siglo XX? Cul es la comu-nidad imaginada que constituye la idea de nacin y de ciudadana que sequiere proyectar sobre la ciudad? En qu medida quiere sustituir el planea-miento urbano esa vieja forma de dominacin intertnica que Guerrerodenomina administracin de poblaciones en el sistema ciudadano? Laciudad, como sugiere Richard Sennett, constituye, a la vez, una metfora yun recurso para el funcionamiento de la sociedad (nacional). Ordenandola ciudad, se reformar y se ordenar el conjunto de la sociedad. Siguiendola perspectiva foucaultiana, Kingman se detiene no en el anlisis de lasgrandes estructuras de poder, sino en una multiplicidad de juegos de podercotidianos, que se generan en las relaciones sociales (viejas y nuevas) de esaciudad transicional. Paralelamente, se concentra en una fina revisin delingente material de archivo sobre los dispositivos relacionados con la higie-ne, el ornato y la polica.

    Otra aportacin substancial del trabajo de Eduardo Kingman consti-

    Joan Josep Pujadas14

    2 Esta parte de la investigacin ser publicada en un libro en proceso de preparacinsobre la caridad y la beneficencia en Quito.

  • tuye su reflexin sobre el tema de la caridad y su transformacin en un sis-tema asistencial pblico2. Tanto la Iglesia y sus muy variados agentes, comotoda la trama social de base corporativa se resisten a que el Estado y la cosapblica, les arrebaten su control de la caridad, que constituye una de lasdimensiones simblicas de la dominacin estamental. El mecanismo queutilizan los reformadores sociales consiste, mediante la adopcin del dis-curso cientifista de los higienistas, en construir un sistema de categorasmuy diferenciadas de marginacin que, grosso modo, corresponden a lasenfermedades del cuerpo y del alma. Esa desagregacin permite, por otrolado, ir creando instituciones disciplinares muy variadas, basadas en los cri-terios de control y de represin, que responden al modelo panptico.Ordenar la marginacin es una forma, como cualquier otra, de abordar laconstruccin de la nueva ciudad, del nuevo urbanismo, de las nuevas for-mas de liderazgo social y, al mismo tiempo, constituye la manera comoQuito y sus administradores polticos pretenden alinearla con esa moder-nidad que fluye de las imgenes de la otra modernidad hegemnica.

    La virtud del libro de Eduardo Kingman es su generosidad a la hora deno ahorrarnos detalles, de incluir constantemente sutiles apostillas a lascontradicciones que emergen de dicho proceso. No se trata, ni lo pretendeel autor, de dar una ltima respuesta a todos los interrogantes que se plan-tean; se trata, ms bien, de abrir caminos por la va del cuestionamiento delos numerosos lugares comunes que la historiografa ha ido sembrando ensu intento por hacer casar los modelos hegemnicos de las ciencias socialeseurocntricas con los datos empricos que emergen de la documentacin.Los caminos abiertos por esta investigacin pionera sern, sin duda, moti-vo de nuevas andaduras por parte del mismo autor y por un nmero cre-ciente de nuevos investigadores. Creo, sinceramente, que se trata de unaaportacin mayor a la historiografa andina y a esa prctica interdisciplinarque Hannerz denomin urbanologa.

    Joan Josep PujadasUniversidad Rovira i Virgili, Tarragona

    Prefacio 15

  • Resulta, sin duda, muy atractivo un libro sobre las relaciones de poder enQuito en la primera mitad del siglo XX, especialmente porque ya desde susprimeras lneas, el autor define el objetivo de su trabajo de una manera, ala vez, clarificadora e incitante:

    Esta investigacin est dirigida escribe a estudiar las relaciones depoder en Quito en el trnsito de la ciudad seorial a la primera moder-nidad o modernidad perifrica. Se trata de un momento inaugural enel que se intent asumir una modernidad y una cultura nacional, sinrenunciar, por eso, a los privilegios coloniales.

    Una declaracin que plantea numerosas inquietudes al lector, y, entre otras,stas: si es cierto que la llamada ciudad seorial, que uno podra, de entra-da, interpretar como feudal, se prolonga hasta comienzos del siglo XX, loque pone en cuestin la eficacia de la organizacin del Estado liberal en losaos del XIX que siguen a la Independencia; qu se entiende por moder-nidad y todava ms, que significa eso de modernidad perifrica, y ququiere decir que se mantienen los privilegios coloniales en un pas inde-pendiente, y si con ello se est aludiendo a lo que Tulio Halperin Donghiha calificado en un conocido libro como el rgimen necolonial implan-tado en Amrica latina a partir de mediados del XIX y cuya madurez sealcanzara entre 1880 y 1930.

    Las lneas iniciales de este libro nos sitan, asimismo, ante una investiga-cin histrica que trata de analizar los patrones de funcionamiento social en

    Prlogo

  • los Andes, lo que significa, por tanto, una perspectiva histrica guiada porpreguntas del presente. Algo que resulta muy sugestivo en una investigacinde carcter antropolgico, especialmente por el hecho de que con mucha fre-cuencia los antroplogos han mostrado hacia la historia una gran insensibili-dad, que ha tenido, a veces, consecuencias negativas en sus investigaciones.

    El libro de Eduardo Kingman se sita en un marco temporal concre-to, el de Quito entre finales del siglo XIX y las primeras dcadas del XX,un momento calificado de transicin (aunque segn como se mire, todoslos momentos lo son), y trata de combinar una microfsica del poder, queparte de las ideas de Foucault, y una perspectiva ms amplia, que ponenfasis en el contexto y en las mallas de relaciones o significados.

    El texto se inicia con tres captulos generales e introductorios en losque se sitan las transformaciones de Quito en el trnsito entre lo que elautor llama la ciudad seorial y la ciudad de la primera modernidad.En ellos se presentan esos dos tipos de ciudades en el marco de los cambiospolticos y econmicos del Ecuador del siglo XIX. Dichos cambios se vanrealizando a lo largo de una evolucin que est relativamente bien defini-da desde el punto de vista poltico y econmico, a saber: 1) el proceso deindependencia y la formacin de la Gran Colombia (1808-1830); 2) la pri-mera fase republicana de Ecuador independiente (1830-1859); 3) el perio-do de la presidencia de Garca Moreno o periodo Garciano (1859-1875);4) el periodo Progresista (1875-1895); 5) la Revolucin Liberal (1895-1912); 6) la fase de auge y crisis de la produccin cacaotera y dominio dela oligarqua plutocrtica (1912-1925) y, 7) la crisis y las transformacionessociales que se producen entre 1925 y 1947. Una periodizacin que habraresultado interesante comparar con las de otros pases iberoamericanos (ydesde luego, tambin con Espaa), para lo que ya disponemos de propues-tas muy sugestivas, como la del citado Tulio Halperin Donghi en su cono-cida Historia contempornea de Amrica Latina.

    Los cambios que se producen en los aos que estudia Kingman Garcs soncaracterizados as por l mismo:

    Hacia los aos objeto de esta investigacin se dio un giro importante en lacotidianeidad de los habitantes de Quito, como resultado de la ampliacinde las relaciones de mercado, la creciente secularizacin de la vida social,el desarrollo de la urbanizacin y la ampliacin de los medios de trans-

    Horacio Capel18

  • porte, las comunicaciones y el sistema escolar. No obstante, continuaronoperando gran parte de los patrones clasificatorios tradicionales, organi-zando la vida de los grupos y de los individuos a partir de oposicionesbinarias: las que separaban los hombres de las mujeres, los blancos de losindios, la aristocracia de la plebe, lo urbano de lo rural, lo central de loperifrico, lo propio de lo ajeno. Estos cdigos condicionaron las formascmo los individuos, las clases, los gneros, se relacionaron entre s y cons-truyeron sus identidades, y el uso que hicieron de los espacios. Quito viviun proceso de diferenciacin social y espacial, que se expres, entre otrascosas, en un recelo de clase, y que llev a romper con las reglas de convi-vencia propias de la ciudad estamental. La forma cmo fue percibido eseproceso condujo a las elites a desarrollar diversas estrategias de representa-cin, as como mecanismos prcticos de distincin y diferenciacin socialque, de una u otra manera, marcaron las formas de funcionamiento de lacultura poltica.

    La parte dedicada a presentar el proceso de modernizacin de la ciu-dad de Quito, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, presta especialatencin al impacto de la llegada del ferrocarril en la vida econmica de laciudad y en el desarrollo urbano, a las nuevas formas de estructuracinsocial que empiezan a cambiar en la ciudad seorial y aristocrtica, y a ladiferenciacin de los oficios y su localizacin en el espacio urbano.

    Los captulos siguientes ponen nfasis en los dispositivos modernos degestin de la ciudad, y, concretamente, en las reformas higinicas y la pla-nificacin. La investigacin acaba con unas reflexiones finales y se comple-ta con unos apndices estadsticos sobre los cambios en la poblacin y enlas actividades econmicas de Quito en el periodo estudiado.

    El libro de Eduardo Kingman es una investigacin de gran valor, a laque no hay nada que objetar desde el punto de vista acadmico. Est muybien planteada en trminos tericos, muy bien apoyada en fuentes prima-rias (que incluyen material de archivo y entrevistas) y secundarias, y utili-za una bibliografa amplia y pertinente. Puede ser calificado, sin duda,como una importante y excelente contribucin a la historia social y urba-na ecuatoriana e iberoamericana.

    De todas maneras, pueden surgir en relacin con este trabajo algunosproblemas que tienen un alcance ms general y que se refieren a los estereo-tipos aceptados por parte de los cientficos sociales de los pases iberoameri-

    Prlogo 19

  • canos acerca de su situacin colonial y de las transformaciones que se hanrealizado a partir de la Independencia, unos estereotipos que, me parece,acaban afectando a toda su visin del desarrollo en los dos ltimos siglos.Con el nimo de entrar en el debate de las aportaciones que se hacen en ellibro, voy a decir algo sobre ello, precisamente por el inters que suscita untrabajo tan sobresaliente como ste y las amplias implicaciones que posee.

    Tuve el privilegio de formar parte del tribunal que juzg el libro doc-toral presentada por Eduardo Kigman en la Universitat Rovira i Virgili deTarragona y elaborada en el marco del Programa de Doctorado en Antro-pologa Urbana del Departamento de Antropologa, Filosofa y TrabajoSocial de dicha Universidad. Pude iniciar ya este debate con l y con otrosmiembros del tribunal. Y agradezco la oportunidad de prologar ahora ellibro que surgi de aquel trabajo, ya que permite establecer un dilogotransocenico que estimo de particular inters en este momento, porqueobliga a repensar nuestras comunes identidades culturales con vistas a unproyecto planetario de amplio alcance.

    La ciudad andina y la ciudad europea

    Algunas preguntas que se hacen en el libro pueden plantear dudas en cuan-to a su formulacin precisa. Por ejemplo, las que se hacen a partir de laconstatacin de que cuando las elites ecuatorianas miraban a Europa pen-saban en ciudades, lo que lleva al problema de qu es una ciudad. El autorescribe que:

    La ciudad constituye, de acuerdo a Weber, un modelo propio de Occi-dente. Como modelo responde a un proceso de racionalizacin crecientede la vida social. Las preguntas que cabe hacer, entonces, son las siguien-tes: En qu medida ese modelo poda ser aplicable a ciudades donde sereproducan relaciones coloniales y postocoloniales como las nuestras? Apartir de qu parmetros se poda medir la racionalidad poltica y cultu-ral de esas ciudades?

    Lo que est implcito en esas preguntas aparece ms tarde con referencia auna idea de ciudad que se identifica de forma restrictiva con la ciudadindustrial y que parece reflejar una idea no muy ajustada de la forma

    Horacio Capel20

  • cmo se desarroll el proceso de cambio desde el Antiguo Rgimen al rgi-men liberal en la Europa del siglo XIX y comienzos del XX; un procesoque, en algunas ciudades, se hizo de forma paralela a una fase de indus-trializacin, pero en otras se realiz manteniendo las funciones terciarias.

    El autor escribe acerca de esos cambios lo siguiente:

    La modernidad, tal como se la concibi en los Andes, y de manera espe-cfica en Ecuador, no constitua un proyecto aplicable de manera homo-gnea al conjunto de sectores sociales. Si bien en esos aos asistimos a unaampliacin y mejoramiento de los medios de transporte, fundamental-mente gracias al ferrocarril y a una renovacin del ambiente de las ciuda-des, la modernizacin, y menos an la modernidad, no lleg de maneraigual a todas partes. La mayora de la poblacin conservaba an elemen-tos de sus culturas locales y aunque se haba generado un mercado inter-no, segua teniendo peso un tipo de economa domstica de autosubsis-tencia y una economa simblica basada en el intercambio de dones. Elmercado en el cual participaban de manera activa muchos grupos indge-nas no era incompatible con la reproduccin de formas sociales y cultu-rales premodernas. Todo esto estaba relacionado con la imposibilidad delpropio Estado para incorporar al conjunto de sectores sociales a la ciuda-dana, dadas sus bases patriarcales, y a la existencia de profundas fronte-ras tnicas de raz colonial sobre las cuales, de manera paradjica, el pro-pio proyecto nacional se levantaba. Recordemos, por ejemplo, que lamayora de la poblacin era analfabeta, a la vez que estaba escasamentesecularizada, de modo que no participaba de buena parte de los imagina-rios a partir de los cuales se intentaba construir la sociedad nacional.

    Las propias elites no eran completamente modernas y en muchosaspectos su modernidad se reduca a signos exteriores. En el caso deQuito, en concreto, los seores de la ciudad eran, al mismo tiempo, seo-res de la tierra, de modo que su paso a la modernidad fue, hasta los aostreinta y cincuenta (del siglo XX), resultado del incremento de las rentashecendatarias y el desarrollo del capital comercial y bancario, antes quede una incursin en la industria o un desarrollo manufacturero. Se trata-ba de una modernidad incipiente y excluyente, a su vez, que se expresa-ba, sobre todo, en el consumo y en la secularizacin de los gustos y cos-tumbres. Se trataba, en todo caso, de una modernizacin tradicional enla que se seguan reproduciendo muchos elementos de la sociedad deAntiguo Rgimen, tanto en trminos sociales, como culturales y morales.

    Prlogo 21

  • Si suprimimos de esta cita las alusiones a los indgenas (porque normal-mente se aplica este trmino a sociedades no europeas, olvidando que ind-gena es, como dice el Diccionario de la Real Academia Espaola, el origina-rio del pas de que se trata, y que, por tanto, todos los nativos de Espaa ode Francia son igualmente indgenas), es probable que muchos especialistasen historia contempornea europea aceptaran que ese texto describe el desa-rrollo del proceso de modernizacin de muchas regiones y ciudades del con-tinente europeo durante el siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial. Dehecho, el desarrollo industrial afect esencialmente a unas regiones y ciuda-des determinadas, y no se extendi a todas las europeas.

    De manera similar, podran aceptarse tambin en Europa caracteriza-ciones como las que se hacen en el libro y que resaltan que en las ciudadesecuatorianas la modernizacin de las instituciones se dio en un contextoen el que segua funcionando una sociedad tradicional, estamental y jerr-quica (...); la modernidad urbana era, en gran medida, una construccinimaginaria que permita mantener la decencia en el contexto de una ciudadde provincia. Como puede ser asimismo compartida la afirmacin de quela ciudad considerada por las elites, y parcialmente aceptada por otros estra-tos de la sociedad, era una ciudad habitada por figuras decentes e inde-centes; no hay ms que recordar, en ese sentido, el amplio uso que estosconceptos de decencia e indecencia tuvieron en las ciudades europeas delsiglo XIX, y las descalificaciones que se hicieron de los grupos populares,visibles en los tratados de urbanidad y de buenas costumbres que se publi-caron en ese siglo y todava hasta los aos 1930 en los pases europeos.

    De forma similar, la idea de que la ciudad como locus de la moderni-dad, en oposicin a la rusticidad del mundo rural, es asumida como tal enlas primeras dcadas del siglo XX, me parece que podra afirmarse, igual-mente, de la situacin europea en el mismo periodo. Tambin podramosreconocer en Europa la dualidad social que se observa en la ciudad ecuato-riana, reflejada en el hecho de que en ella existan dos ciudades, con par-metros urbansticos, sociales y culturales distintos: la ciudad moderna y laciudad resultado de la anomia, o, si se quiere, de la degradacin de las rela-ciones y de los ambientes, formada por gentes venidas de ninguna parte;para comprobar la validez de eso mismo en ellas, bastar con recordar losestudios de los primeros socilogos europeos del siglo XIX como Booth oLe Play, las descripciones que se hicieron de grandes urbes como Nueva

    Horacio Capel22

  • York por autores como Jacob Riis, el autor de How the Other Half Lives(1890), o las descripciones de tantos higienistas y antroplogos sobre ciu-dades europeas de fines del XIX.

    Tanto en los centros urbanos ms pujantes de los pases que primera-mente realizaron la Revolucin Industrial, como en los de reas dondesta se produjo ms tardamente, se puede poner nfasis en las continui-dades o en el cambio y en lo nuevo. Sin duda, los procesos de cambio sedesarrollan lentamente, y con ritmo diverso de unas reas a otras. Peropuede formularse la hiptesis de que los cambios fueron, en lo esencial,similares a un lado y otro del Ocano, es decir en la vieja Europa y en laEuropa ultra atlntica, que incluye a toda la Amrica hispana, portugue-sa, inglesa y francesa.

    Muchas de las relaciones econmicas que se describen eran tambinsimilares a las que se encuentran en Europa; por ejemplo, los mercadosregionales de los productos agrcolas, las relaciones estrechas entre ciudady campo, la integracin de muchas poblaciones campesinas en el mundode relaciones urbanas. Las diferencias que en el libro se sealan entre Quitoy Guayaquil tienen asimismo un paralelo en diversos pases europeos, entreciudades capitales y otras con grupos de poder mucho ms dinmicos, decarcter mercantil y financiero, interesados en el control del Estado y enextender su dominio a todo el territorio nacional, como se describe a losgrupos de la oligarqua guayaquilea.

    Haba, sin embargo en Ecuador y otros pases americanos del Norte ydel Sur, algn aspecto especfico que tiene que ver con un pasado en el quelas relaciones sociales se haban visto afectadas por el sometimiento depoblaciones indgenas a partir de la colonizacin espaola, portuguesa oinglesa, y por el mantenimiento de formas de esclavitud (en Estados Uni-dos hasta mediados de siglo y hasta algo ms tarde en pases como Brasil yCuba). El fracaso del intento de crear un orden civil no feudal y relativa-mente igualitario que intentaron en las Indias espaolas las Leyes Nuevasde 1542, dio lugar a una situacin que todava estaba presente despus dela Independencia. Algo que, en lo que se refiere a Ecuador, aparece refleja-do en este prrafo:

    Uno de los problemas bsicos que se planteaba la sociedad republicana eracmo hacer compatibles el proceso de invencin de una nacin con los

    Prlogo 23

  • requerimientos de sujecin y administracin de las poblaciones indge-nas. Tanto el tributo de indios como el sistema de trabajo subsidiariomarcaban una desigualdad de base entre los ecuatorianos que se expresa-ba en las relaciones sociales.

    La posibilidad de que en la vida cotidiana todos podan hacer de los indioslo que queran -en el caso de que esa afirmacin corresponda a la realidaden Ecuador, cosa que dudo- nos sitan, desde luego, ante algo diferente alo que ocurra en la Europa del siglo XIX. En todo caso, convendra noolvidar que esos indgenas ecuatorianos de que habla no eran esclavos, yque, por el contrario, la esclavitud perdur durante varias dcadas en Esta-dos Unidos despus de la Independencia; es decir, que mucho ms que esopodra decirse tambin de la poblacin negra norteamericana por no citarahora a los propios indgenas del centro y oeste de Estados Unidos; y, sinembargo, los cientficos sociales de los pases iberoamericanos olvidan sor-prendentemente ese hecho en sus estudios de historia social. La compara-cin sistemtica que realizan con las reas dinmicas de los pases europe-os ms avanzados les lleva as, con frecuencia, a concluir en una inferiori-dad y marginalidad de sus propios pases, cayendo por ello en un comple-jo que contribuye a afirmar ese mismo sentimiento de inferioridad y mar-ginalidad.

    Es probable que resulte excesiva la afirmacin que hace el autor de quecon la Independencia no se modificaron las relaciones coloniales. Esimposible que la guerra civil que condujo a la emancipacin de Ecuador yde otros pases de la Amrica hispana no produjera cambios trascendenta-les respecto a la situacin del Antiguo Rgimen; como ocurri en Espaacon las Cortes de Cdiz y la Constitucin de 1812, a pesar del retrocesoque luego supuso el intento de restauracin de la monarqua absoluta y delAntiguo Rgimen durante el reinado de Fernando VII; retroceso que, enparte, tambin pudo producirse en Amrica hispana debido al hecho deque los lderes de la Independencia no siempre fueron representantes de lossectores liberales ms progresistas. En todo caso, la abolicin de derechosjurisdiccionales en los seoros y la difusin de nuevas formas econmicas,del trabajo asalariado y de nuevas correlaciones de fuerza implicaron, tantoen Espaa como en los pases independientes de Amrica, cambios de grantrascendencia.

    Horacio Capel24

  • Es indudable que con la Independencia se produjo momentneamente,en el caso de Ecuador, una debilitamiento del Estado, un reforzamiento delos poderes locales y una cierta privatizacin del poder. Es decir, que, al igualque en Espaa (afectada durante casi una dcada por la guerra civil carlista,que opona a los liberales y a los partidarios del Antiguo Rgimen), el rgi-men liberal se tuvo que implantar con grandes dificultades. En Ecuador, losmunicipios cumplieron un papel importante en la organizacin del nuevoEstado (y, tanto all como en muchos pases, en el mismo inicio del proce-so emancipador), y el conflicto y las negociaciones entre unos y otro fueronconstantes. Sin duda, en eso hay diferencias importantes respecto a lo queocurri en Europa, aunque no hay que olvidar que en muchos pases de estecontinente la implantacin del rgimen liberal supuso que los ayuntamien-tos se convirtieran en el ltimo escaln de la organizacin estatal.

    En todo caso, en Ecuador la accin de los cabildos estaba tambin rela-cionada con la administracin de poblaciones indgenas cercanas a la ciu-dad, utilizando para ello a las propias poblaciones indgenas. La distincinentre ciudadanos y campesinos (que tambin se daba en Europa) iba allreforzada por la distincin entre blanco y mestizo, por un lado, e indgenapor otro, y por la cercana de una situacin en la que la esclavitud habaestado presente.

    La lectura de el libro hace aparecer, una y otra vez, preguntas y dudassobre lo que es general europeo y lo que es especficamente hispanoamerica-no y herencia de una situacin colonial peculiar, o lo que, ms an, es espe-cficamente andino. En algn caso, si sustituimos indgenas por campesi-nos, lo que se describe en el libro puede reconocerse tambin en las ciuda-des europeas. En otros casos vemos que no es as, como cuando se hacen alu-siones a la permanencia de formas de trabajo campesino que parecen derivarde la mita, o trabajo forzado indgena. En todo caso, que los sectores popu-lares mantuvieran fuertes vnculos con el agro, ya sea directamente o a tra-vs de redes de parentesco y mestizaje no es tampoco especfico de Ecuador,como tantos estudios de redes urbanas europeas han puesto de manifiesto.

    La descripcin de la ciudad de Quito nos conduce a un paisaje urba-no que tiene mucho que ver con la ciudad europea del siglo XIX, espe-cialmente en ciudades medias y pequeas. Podemos citar algunas. Losaguadores, que en las ciudades pequeas espaolas pudieron perdurarhasta los aos 1950, como yo los he visto de nio todava en Lorca. Las

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  • acciones misionales, que se dieron en contextos diversos de recristianiza-cin, como ocurri en la Francia y la Espaa de fines del XIX, en elmomento de las Restauraciones que siguieron a los periodos revoluciona-rios de 1870, as como en el Canad francs, entre otros pases; o todavade nuevo en la Espaa franquista de los aos 1940 y 1950. Los sirvientesde casas urbanas (llamados en Ecuador, huasicamas) y las muchachas queeran entregadas para que fueran criadas y sirvieran en casas acomodadaseran similares a los criados o criadas en las ciudades espaolas; la inter-pretacin de esa situacin en trminos no econmicos y con alusiones a laviolencia simblica es, de todas formas, algo que resulta poco claro o quenecesita de mayores datos.

    La descripcin de la vida cotidiana de Quito en el siglo XIX y comien-zos del XX, realizada a partir del testimonio de viajeros y del anlisis deguas urbanas, resulta viva y atractiva, y muestra, otra vez, situaciones quepueden resultar familiares tambin en numerosas ciudades europeas. Desdeluego, al lector le gustara saber ms de la composicin del concejo muni-cipal, de la estructura de la propiedad, de las bases econmicas de las elitesquiteas y de otros muchos aspectos importantes, pero hay que reconocerque lo que se aporta ya es mucho y permite plantear interesantes perspec-tivas de trabajo para el futuro.

    Hace bien el autor en llamar la atencin sobre visiones distorsionadasque los viajeros podan tener de las ciudades que visitaban; por ejemplo, aldestacar la suciedad e insalubridad de Quito, olvidando las que existan enmuchas ciudades europeas del XIX y comienzos del XX. Por otra parte,conviene recordar que si los indios eran percibidos y representados comoexticos, de manera parecida eran vistos los campesinos europeos del XIXpor los viajeros urbanos, tanto romnticos como positivistas.

    La crtica que se hace de la ciudad ecuatoriana y el cuestionamientoque realiza de que sea realmente la huella de Europa en Amrica resultasugestiva, pero los argumentos que se proporcionan (por ejemplo otrosbarrios, o mejor aun otras formas de vivir e incorporarse, e incluso de asu-mir otras culturas, expresin de carcter complejo de nuestras repblicas)deben ser clarificados.

    Las formas de distincin de la elite son objeto de un interesante apar-tado del captulo 3 titulado El orgullo aristocrtico. Conviene advertir,de todas formas, que la mayor parte, si no todas, son muy parecidas en

    Horacio Capel26

  • diferentes contextos urbanos, al menos de la Europa meridional. Y con-vendra tambin hacer comparaciones con lo que ocurre en otros pases,para ver con claridad los rasgos comunes y las diferencias.

    Muchas cosas son similares a la evolucin de ciudades espaolas. Losprocesos de desvinculacin de mayorazgos, de desamortizacin de bieneseclesisticos, la desamortizacin de tierras municipales o la expropiacin detierras comunales indgenas, que se producen a partir de la Independencia,son semejantes, en muchos aspectos, a lo que sucede en Espaa.

    Los conceptos de modernizacin marginal, de subdesarrollo y otrosampliamente utilizados por cientficos sociales de pases iberoamericanoshan permitido, sin duda, descubrir aspectos poco visibles de aquella reali-dad, como en algn momento tambin de la realidad espaola; pero esposible que, a veces, puedan ser tambin ocultadores de otros aspectos, ylleven a ver especificidades donde hay, sobre todo, similitudes y desarrollosparalelos. Las mismas consecuencias negativas pueden tener, hoy da, lautilizacin acrtica por parte de antroplogos y otros cientficos sociales deteoras o especulaciones tericas elaboradas en mbitos que no tienen nadaque ver con el mundo hispano. Por ejemplo, las construcciones tericassobre clases subalternas elaboradas por autores anglosajones con referenciaa la India y aplicadas con excesivo mimetismo al mundo iberoamericano.

    Donde el autor ve diferencias y especificidades el lector europeo puedepercibir numerosas similitudes, a veces con ciertos desfases, pero muchascon sorprendentes coincidencias temporales.

    Es interesante observar, por ejemplo, la creacin de barrios de vivien-das populares, que empieza a materializarse en Ecuador a partir de 1908con proyectos para barrios obreros o para trabajadores, impulsados por elConcejo Municipal, lo cual se produce de forma contempornea a lo queocurre en Europa y en otros pases iberoamericanos como Chile (como hamostrado Rodrigo Hidalgo Dattwyler en su Tesis Doctoral) o Argentina.Tambin es temprana la intervencin de entidades financieras, como laCaja de Pensiones, que inici la construccin de ciudadelas en la partenorte de la ciudad de Quito, en reas que iban adquiriendo prestigio. Y losprocesos de parcelacin perifrica, que pueden compararse con los que seprodujeron casi al mismo tiempo en ciudades de Europa y Estados Unidos.

    La distincin entre lo mejor de la ciudad y la clase obrera que se daen 1910 en Quito, aparece igualmente en Europa. Tambin en Europa las

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  • denuncias de la plebe ebria son comunes, y de manera similar las cruzadascontra el consumo de bebidas alcohlicas eran percibidas como parte de laaccin civilizadora. Lo mismo la literatura moralizante para las clases popu-lares. En cuanto al tranva, la pauta de utilizacin que se da en Quito- donde era usado por las clases privilegiadas y no por las clases populares,ya que las tarifas resultaban altas, y la gente pobre iba a pie- es similar a laque se produce en muchas ciudades europeas, y concretamente en Barcelo-na, hasta los aos 1920, como han puesto de manifiesto diversos estudios.

    La descripcin de la pervivencia de algunos aspectos del sistema derelaciones sociales del Quito del Antiguo Rgimen, todava en el siglo XIX,es luminosa y se expresa de forma admirable en observaciones sobre lasrelaciones personalizadas donde el recelo de las clases aun no se habageneralizado: el barroco andino era permisivo, sin ser ajeno a la conforma-cin de un orden social y de unas jerarquas. De todas maneras, los juiciosnegativos que a veces se hacen sobre la forma de relacin social de Quitoen el siglo XIX con trato directo patriarcal y diferentes formas latentes oexplcitas de subordinacin, tal vez debieran compararse con las relacionessociales en el mundo anglosajn, tanto en la metrpoli como en la NuevaInglaterra. Sera de gran utilidad que los investigadores sociales de los pa-ses iberoamericanos se decidieran, finalmente, a acometer (sin complejosde inferioridad) estudios comparativos sobre esas cuestiones.

    Tambin es excelente el apartado sobre la vida cotidiana en el siglo XIXy el dedicado a la descripcin de los valores aristocrticos, con las pautas deconducta y estrategias familiares que han podido hacer sentir su influenciahasta buena parte del siglo XX.

    Parecen en cambio discutibles, o merecen mayor justificacin, afirma-ciones como las que se hacen con referencia a la segunda mitad del sigloXVIII, cuando Amrica fue abandonada a su suerte dando paso a la cons-titucin de un tipo de sociedad barroca -en el sentido americano- (...). Unproceso complejo e inacabado de generacin de formas culturales barrocasparte de las cuales eran resultado de la incorporacin del mundo europeoal mundo americano antes que lo contrario. No s si con ello se hace jus-ticia al esfuerzo de modernizacin que emprendieron durante el Setecien-tos tanto las elites criollas como la misma administracin espaola.

    Horacio Capel28

  • Higienismo y formas de control

    Si todo lo que se ha sealado anteriormente es vlido, entonces sera posi-ble disear programas de investigacin que partan de la hiptesis de quelos procesos que han sido bien estudiados en ciudades europeas puedendetectarse tambin en las ciudades iberoamericanas, y viceversa. Estudiosya realizados muestran la utilidad de esta perspectiva. En el caso del higie-nismo, podra partirse de la idea de que esa corriente tuvo que desarro-llarse tambin tempranamente al igual que en las ciudades espaolas yeuropeas en general; y que, por tanto, sera necesario revisar y matizar lahiptesis con que se abre el citado captulo en el sentido de que el higie-nismo no pas de constituir una tendencia coherente de accin social sinoen las primeras dcadas del siglo pasado y ms especficamente en los aostreinta.

    Probablemente, para analizar la historia del higienismo en Quito,debera partirse del siglo XVIII. Es bastante improbable que los debates ylas reformas que en ese sentido se realizaron en Lima o Santa Fe de Bogo-t, a fines del Setecientos, no fueran conocidas en la capital de la Audien-cia de Quito, y que, en particular, la obra de Jos Hiplito Unanue notuviera un eco, por lejano que fuera, en esta ciudad. Los estudios ya exis-tentes sobre historia de la medicina y de historia de la ciencia en general,en Per y Colombia (por ejemplo, los de Marcos Cueto o Emilio Queve-do, por citar algunos), y los que ya se han realizado en Ecuador (por ejem-plo, por Eduardo Estrella sobre Eugenio Espejo), pueden ser de interspara situar adecuadamente esta historia del higienismo, que estoy seguropermitir descubrir autores y propuestas tempranas de gran inters. Es dif-cil pensar que la tradicin de las topografas mdicas (brillantemente estu-diada en Espaa por Luis Urteaga) y que las iniciativas higienistas que tanpresentes estuvieron en los crculos mdicos de las ciudades espaolas(como ha mostrado Rafael Alcaide y otros) no hayan tenido ninguna repre-sentacin en Ecuador durante todo el siglo XIX.

    Las dudas que el autor expresa sobre el temprano surgimiento decorrientes y debates higienistas en Quito, y en Ecuador en general, segura-mente sern resueltas en el futuro con una adecuada incursin en los archi-vos de la facultad de Medicina de Quito y en las revistas ecuatorianas, si esque no lo han sido ya. Mientras tanto, podemos sospechar que el creci-

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  • miento de la poblacin en Quito y Guayaquil, aunque fuera limitado, y losproblemas de salud que se conocieron en esas y otras ciudades, no dejarande generar inquietudes en ese sentido, aunque solo fuera por el conoci-miento de los debates que se producan en otros lugares. Tanto ms cuan-to que en Quito se dio un proceso de densificacin de la poblacin del cen-tro de la ciudad a partir de los aos 1880 y que en Guayaquil se plantea-ban problemas mdicos que era necesario resolver para facilitar los inter-cambios mercantiles.

    Seguramente, es esa tradicin de debates higienistas la que explica queen Quito, adems, el Cabildo se interesara a fines del siglo XIX por lasenfermedades infecciosas y la mejora de las condiciones sanitarias de lapoblacin y de los establecimientos pblicos. Algo similar a lo que ocurraen ciudades espaolas del mismo perodo, y ha sido bien estudiado por loshistoriadores de la medicina.

    Tambin debera revisarse o profundizarse en cuanto a lo que se dicesobre el desarrollo de la ciencia de polica, que tiene races que han sidobien estudiadas en diversos trabajos de Pedro Fraile, y en particular en Laotra ciudad del Rey. Las ordenanzas urbanas establecen sistemas de policasimilares a los de las ciudades espaolas. El proceso de organizacin inci-piente, en Quito, de un cuerpo de policas y celadores en el siglo XIXdebera ser tambin objeto de mayor atencin, y tiene que ver, sin duda,con la aparicin de un nuevo tipo de ciudad, con nuevos problemas y nue-vas soluciones.

    La relacin entre la higiene corporal y la higiene del espritu y entre eldiscurso de la higiene fsica y el de la higiene moral eran tambin habitua-les en Europa a fines del siglo XIX, como puede verse en el caso de Barce-lona. Similares mecanismos de control de pobres y enfermos a los que sepusieron en prctica en Quito pueden encontrarse en ciudades europeas,incluso ciudades industrializadas como Barcelona. A las investigacionesque ya se han realizado en Quito habra que aadir otras sobre higiene delas clases populares (lavaderos pblicos y baos).

    El autor insiste, una y otra vez, en la importancia de los comporta-mientos racistas. Por ejemplo: no cabe duda de que los requerimientosprofesionales de los primeros mdicos que se orientaron por el higienismo,se enmarcaron dentro de un contexto en el que las prcticas racistas domi-naban la escena urbana. No ser yo quien me atreva a negar tal cosa sin

    Horacio Capel30

  • conocer bien la realidad quitea. Pero tengo la impresin de que compor-tamientos profesionales similares pueden encontrarse en las ciudades euro-peas dentro de un contexto de en el que los indgenas son simplementelas clases populares. Y no digamos en los Estados Unidos actuales donde,como conozco por testimonios directos, lo primero que el mdico le pre-gunta a una embarazada es por la raza del padre.

    En todo caso, tanto el captulo dedicado al higienismo como los que sededican a estudio de los mecanismos de asistencia social a los pobres y a lasprcticas hospitalarias, los saberes mdicos y la polica, son aportaciones degran valor en la investigacin de Kingman, y nos permiten avanzar en elconocimiento de las prcticas sociales y de control de la poblacin. Elmanejo de las fuentes se realiza, aqu como en todo el libro, con una gransolvencia y muestra, otra vez, la pericia investigadora del autor.

    La ecuatorianeidad

    Los autores ecuatorianos, incluso los ms crticos, no cuestionan, natural-mente, la existencia de Ecuador. Ms bien ponen nfasis en los problemasy en las insuficiencias de la construccin nacional. En esa misma lnea elautor insiste en las dificultades e insuficiencias de la construccin de lanacin ecuatoriana, lo que relaciona con problemas econmicos y polticos.Sin embargo, visto desde afuera todo ese proceso aparece, en realidad, comoalgo extraordinario. No deja de ser sorprendente que los patricios y empre-sarios de Guayaquil, los aristcratas de Quito y los hacendados de la Sierrase pusieran de acuerdo en la construccin de una entidad poltica nacionalque se llam Ecuador a partir de 1830, a pesar de las diferencias de intere-ses econmicos, de relaciones sociales, regionales y clientelares, de concep-ciones diferentes sobre las polticas econmicas (proteccionismo de losobrajes serranos frente a librecambismo defendido por los comerciantes deGuayaquil), de organizacin del Estado (centralismo frente a federalismo).

    Sin duda, la estructura poltica del periodo hispano virreinal y las soli-daridades regionales procedentes de esa poca fueron decisivas. Nada esta-ba dado, y se construy a partir de 1830. Porqu ocurri es algo que debeser debatido huyendo de los estereotipos de la historiografa nacional sur-gida de la Independencia y que acepta sta, sin cuestionar la misma exis-

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  • tencia de la ecuatorianeidad. Que en relativamente poco tiempo el apara-to estatal impusiera la unidad nacional y la creacin de un sentimientopatritico de ecuatorianeidad en las condiciones fsicas tan difciles y diver-sas que existen en Ecuador, es asombroso y admirable.

    Sin duda, como se seala en el libro, muchas veces el sentimiento depertenencia a la comunidad local era ms intenso que el que vinculaba alEcuador independiente de la Gran Colombia solo a partir de 1830. Pero,a lo largo del siglo XIX, se fueron poniendo a punto diversas y podero-sas estrategias de integracin. La construccin de la nacin, seala elautor, se hizo apoyndose en estrategias retricas de integracin, desdedesfiles a actos cvicos, y en smbolos religiosos, especialmente durante lapresidencia de Garca Moreno (1859-1875), que puso nfasis en la ideadel pueblo ecuatoriano como una comunidad de catlicos. Los procesosde creacin de ciudadana fueron intensos y con mecanismos semejantesa los europeos en lo que se refiere a la importancia de la alfabetizacin yla cultura. Como ha escrito el autor, los indgenas quedaban excluidosde la ciudadana no por su condicin, ya que formaban parte del pueblocristiano sino por su falta de instruccin. Eso mismo ocurra en los pa-ses europeos, donde la escuela junto al ejrcito, los correos, la construc-cin de caminos, o el telgrafo fueron asimismo factores esenciales deintegracin.

    En todo caso, el xito del proyecto liberal en Ecuador (y, ms atrs, dela estructura cultural hispana en Amrica) se observa hoy cotidianamenteen Espaa con solo observar el comportamiento de los inmigrantes ecua-torianos que trabajan en este pas, mucho ms educados, en general, quelos mismos espaoles.

    Sin duda, el anlisis antropolgico sobre los mecanismos simblicos yclientelares de relacin, son importantes. Pero ms lo es, me parece, el estu-dio concreto de las formas cmo se fue implantando el aparato estatal,desde los ayuntamientos, la polica y el sistema judicial hasta los correos ylos maestros de escuela.

    La construccin de Ecuador se hizo por un rgimen liberal, aunquecon las limitaciones que se dieron tambin en otros pases hispanoameri-canos debido al insuficiente triunfo de ste y la necesidad de transaccionescon los partidarios del Antiguo Rgimen. La guerra civil que se libr enEspaa entre partidarios del Antiguo y del Nuevo rgimen (en las llamadas

    Horacio Capel32

  • guerras carlistas) se libr tambin en los pases americanos, aunque en ellosse vio enmascarada por las luchas de la Independencia. La nueva situacinpoltica supuso el triunfo de las tesis liberales, pero desgraciadamente stastuvieron que ser a veces puestas en prctica por libertadores y grupos oli-grquicos que tenan claras simpatas por el Antiguo Rgimen.

    En todo caso, el libro de Eduardo Kigman Garcs est lleno de suge-rentes observaciones. Como esa de que la patria se confunda con la his-toria de las elites, y era difcil establecer una demarcacin neta entre laesfera pblica y la privada. Los captulos en los que se realiza un anlisisen profundidad de las transformaciones referentes a cuestiones de ornatoy salubridad y sobre de instituciones especficas de control, son brillantesy clarificadoras, y abren tambin nuevas perspectivas de investigacin parael futuro.

    En definitiva, estamos ante un trabajo importante sobre la construc-cin de Ecuador, sobre la evolucin de Quito, y sobre las relaciones depoder que aseguraron la dominacin; pero, al mismo tiempo, las transfor-macin y el paso de una sociedad del Antiguo Rgimen a la modernidad.A partir de su formacin antropolgica, el dilogo que el autor ha mante-nido con otros marcos tericos y otras metodologas le ha permitido adop-tar una perspectiva integradora que ha dado un resultado brillante en estainvestigacin y que abre las vas para comparaciones y debates ms genera-les, que convendra realizar cuanto antes a la escala de todos los pases his-panoamericanos y lusoamericanos.

    Horacio CapelUniversidad de Barcelona

    Prlogo 33

  • Este libro forma parte de una investigacin de mayor alcance, orientada aexplicar el trnsito de la ciudad seorial a la de la primera modernidad. Sucontexto es Quito a finales del siglo XIX e inicios del XX. Si bien se tratade una investigacin histrica, ha sido planteada desde problemas y pre-guntas del presente.

    La investigacin muestra los factores econmicos, sociales, culturales yurbansticos que operaron durante ese trnsito, para luego pasar al estudio dealgunos de los dispositivos de manejo de la poblacin que entraron en juegoen la poca sealada, as como los discursos e imaginarios que les sirvieronde base1. Me refiero a los dispositivos de atencin a los pobres que funcio-naron bajo la idea de la Caridad y su paso a la Beneficencia y AsistenciaPblica, as como a las relaciones ambivalentes entre los modernos dispositi-vos higienistas y de la planificacin urbana y los del ornato y la polica.

    En esta investigacin me ha preocupado, particularmente, entender lossistemas de administracin de poblaciones y los individuos en el contextode una ciudad andina; es decir, de una ciudad atravesada por profundasfronteras sociales y tnicas. Me interesan tanto los mecanismos de repre-

    A manera de introduccin Ciudad, modernidad y poder

    1 Para efectos de esta investigacin me preocupan tanto los discursos sobre la ciudad,como los discursos prcticos o incluso las prcticas no discursivas relacionadas con lacolocacin de hitos, las ordenanzas, catastros, cartografas, estadsticas y censos, o lasprcticas de ordenamiento urbano y de salubridad pblica. Valdra la pena examinar susrelaciones con tramas discursivas ms amplias (como las planteadas en torno a la ideade nacin o ciudadana) y saberes diversos, as como con los procesos econmicos, pol-ticos y sociales.

  • sentacin orientados a reproducir un orden estamental al interior de laurbe, como las medidas dirigidas a asumir a la ciudad como objeto deintervencin del Estado (y por tanto, como objeto de una biopoltica).

    Me ha interesado saber, sobre todo, y a partir del trabajo historiogrfi-co, hasta qu punto fue posible desarrollar dispositivos disciplinarios en uncontexto en el cual las actividades industriales estaban poco desarrolladas yen donde, hasta avanzado el siglo XX, dominaban formas de poder perso-nalizadas y un tipo de separacin, incorporada al habitus, entre plebe y gentedecente. Me parece, en este sentido, que muchos de los estudios de inspira-cin foucaultiana que se realizan en Amrica Latina, en el campo de la his-toria urbana, corren el riesgo de convertirse en una copia empobrecida deFoucault, en la medida en que renuncian a la realizacin de un trabajo cre-ativo basado en una lectura crtica de las propias fuentes documentales.

    En Vigilar y Castigar adverta Foucault (2001) que su preocupacinno era tanto la historia de los sistemas penitenciarios como los juegos depoder que se generaban a partir de ello: se trata de una precisin metodo-lgica importante que he tratado de tener presente a lo largo de este traba-jo. Por otra parte, en La Filosofa Analtica de la Poltica, el mismo Fou-cault destacaba la importancia que tena asumir como punto de partida dela investigacin sobre el poder, una microfsica. Deca que en vez de estu-diar el gran juego del Estado con los ciudadanos o con los otros estados,prefera interesarse por los juegos de poder ms limitados, ms humildes,que no tienen en la filosofa un estatuto noble que se reconoce a los gran-des problemas: juegos de poder en torno a la locura, en torno a la medici-na, en torno a la enfermedad, juegos de poder en torno al sistema penal yla prisin (Foucault 1999: 118).

    Ahora bien, en el caso de la investigacin histrica y antropolgica enEcuador, este tipo de microfsica tiene tanto un fin en s -ya que permiteentender formas especficas, no derivadas, de funcionamiento del poder- como un fin ms amplio - ya que constituye un prerrequisito, aunque noel nico (hasta el momento no cumplido o cumplido insuficientemente)para poder comprender las formas histricas de configuracin del Estado yla sociedad nacional en Ecuador2.

    Eduardo Kingman Garcs36

    2 Un uso creativo de este tipo de perspectiva en contextos urbanos se puede encontrar enlos trabajos compilados por Sabato (2002).

  • El inters de la investigacin radica en lo social y en las formas derepresentacin de lo social, y esto incluso en los captulos en los que lanarrativa no toma como punto de partida los sectores y grupos sociales sinola ciudad. En realidad, tanto la ciudad como la arquitectura interior de loshospitales y los hospicios son asumidas como campos de fuerzas. Intentoestudiar lo urbano y los dispositivos urbanos de administracin de laspoblaciones (el ornato, la Polica, el salubrismo) como recursos de repre-sentacin y de organizacin de lo social: la ciudad concebida, a su vez,como metfora y como recurso de funcionamiento social (Sennet 1997).Se trata, si se quiere, de una preocupacin por lo arquitectural en el senti-do de Derrida, es decir, como categora social antes que tcnica: por la ciu-dad producida por los hombres, pero tambin por el papel jugado por lasciudades en la produccin y reproduccin de la condicin humana (Sig-norelli 1999: 119).

    Cabe insistir, aunque el estudio tope elementos relacionados con la his-toria del urbanismo y la historia de la medicina, no se inscribe dentro desus campos de discusin y anlisis. En realidad, se asumen esos aspectosslo en cuanto tienen que ver con una historia social o con una historia delas relaciones de poder, dejando para los especialistas otros campos de estu-dio, fundamentales, pero que rebasan mis propios intereses y posibilidadesde anlisis.

    La investigacin se inscribe dentro de un mbito poco explorado porlas ciencias sociales en los Andes, y por los estudios urbanos, de manerams especfica: el de las maneras de hacer (De Certeau 1995: 49) o rela-ciones cotidianas, concebidas no como entelequias alejadas de cualquierjuego de poder, sino como campos de fuerzas, condicionados por dispo-sitivos y aparatos de poder y por las relaciones de clase. Antes que unafenomenologa de la vida cotidiana, mi inters radica en analizar las for-mas en que entr en juego el poder en las relaciones cotidianas (Macha-do Pas 1986).

    Parto del criterio de que a finales del siglo XIX e inicios del XX, seconstituyeron buena parte de la cultura poltica y de los imaginarios quecondicionaron el funcionamiento de la vida social hasta los aos sesenta delsiglo pasado, y que su peso fue tan grande que, en muchos aspectos, esacultura comn contina gravitando hasta el presente (como negacin,pero tambin como espectro).

    A manera de introduccin: ciudad, modernidad y poder 37

  • Me refiero a las ideas de progreso y modernidad urbana, as como decivilizacin, distincin y diferenciacin social y tnica, en un contexto enel que haban dominado las relaciones personalizadas, el racismo y la mas-culinidad. Aunque esos contenidos han sido cuestionados en los ltimosaos, como resultado del mayor desarrollo econmico, social y cultural yde los cambios producidos por los movimientos sociales y ciudadanos, con-tinan operando en la vida cotidiana, de alguna manera, de modo prcti-co y como parte de un sentido prctico, a modo de sistemas clasificatoriosbinarios.

    Tal como se han ido constituyendo las ciencias sociales en los Andes,uno de sus problemas, sobre todo en la ltima dcada, ha radicado en laprdida de perspectiva histrica. Esto limita sus miras, ya que las conducea una preocupacin excesiva por las urgencias del presente. En algunoscasos, esta situacin se traduce en un anlisis externo de lo social. Sabemos,por el contrario, que las relaciones sociales, tnicas y de gnero no se cons-tituyen de la noche a la maana. Aunque los acontecimientos puedendarnos algunas pistas significativas sobre el funcionamiento de la vidasocial, no nos permiten entender, por s solos, las estructuras ms profun-das. Los propios acontecimientos slo se perciben en su complejidad conrelacin a lo que permanece en medio de los cambios coyunturales. Conesto no quiero defender la existencia de matrices invariables o de unos or-genes a los que siempre se retorna. A lo que hago referencia es a un con-junto de factores constituido en el largo y mediano plazos, que entran enjuego en cada coyuntura, condicionando el campo de fuerzas en el que semueven los grupos sociales, as como sus imaginarios y sistemas de repre-sentacin.

    Es interesante observar cmo la crisis actual del Estado nacionalmonotnico, y de las estrategias generadas a partir de las ideas de moder-nidad y progreso, secularizacin, y racionalizacin -por ende masculiniza-cin- de la vida social, nos remiten a los distintos momentos en los quehistricamente se constituyeron esas metanarrativas, tanto en los centrosculturales de Occidente como en todos y cada uno de los espacios perif-ricos de poder.

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  • Ciudades andinas: orden social y orden urbano

    Las ciudades andinas surgieron como resultado de las estrategias colonialesde control territorial y administracin de las poblaciones indgenas, yexpresaron (y en parte expresan hasta el presente) las ambigedades de esapoltica.

    Las ciudades sirvieron de base para el desarrollo de oficios y obrajes ypara la organizacin de mercados regionales de productos agrcolas, ascomo para el control y distribucin de la mano de obra. Se constituyeron,al mismo tiempo, como espacios de poder y prestigio, as como de acu-mulacin de capital cultural y simblico.

    Las ciudades coloniales y las del siglo XIX se caracterizaron por serfuertemente corporativas, estamentales y jerrquicas. Se trataba de ciuda-des seoriales, pero que daban lugar, a su vez, a un cruce constante entrelos distintos estamentos sociales. En trminos de Duby (1992) se podradecir que ese tipo de ciudad responda tanto a un orden social estructura-do en la larga duracin como a un orden imaginario. Ese orden nos remi-te a la idea de comunidad o corporacin de vecinos3. Ahora bien, la par-ticipacin de los vecinos en el gobierno de la ciudad se daba de acuerdo aun estatus. La propia nocin de ciudadano, tal como se utilizaba en esapoca, no se identificaba con la participacin en un universo polticoigualitario, sino privilegiado, correspondiente a la tambin privilegiadacalidad de ciudad (Chiaramonte 2002). A la vez que nos remite a un pro-yecto imaginado de Nacin, la ciudadana se constituye histricamentecomo una condicin privilegiada que se deriva del ser habitante de unaciudad (no tanto en sentido fsico como cultural) y de la de ser parte deun estamento.

    Esta condicin ciudadana no impeda, en todo caso, la participacinde otros estamentos en la vida urbana. Se trataba de una situacin aparen-temente contradictoria en la que se reproduca el privilegio y, al mismotiempo, se promova la participacin. Al interior de esas ciudades, y comoparte de una cultura que a pesar de los proyectos ilustrados continuabasiendo barroca, se daban encuentros permanentes entre los diversos esta-mentos, sincretismos y transculturaciones, cuya mejor expresin fueron los

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    3 La ciudad no es concebida tanto en trminos demogrficos como polticos.

  • usos que se dieron de la plaza pblica4. Por otro lado, ese cruce social y cul-tural llevaba a una preocupacin permanente por la reproduccin de unorden o una jerarqua - en lo ritual, lo ceremonial, lo gestual y lo escritu-ral - entre lo aristocrtico, lo indio, lo mestizo, lo cholo y entre los dis-tintos estamentos existentes al interior de ello5.

    Glave muestra el funcionamiento de la economa, la sociedad y lasmentalidades en el contexto de la ciudad barroca. En este tipo de ciudadse haba desarrollado el gusto por las representaciones: Lima, era unaautntica comunidad de fiestas, en donde las grandes celebraciones delbarroco daban una expresin integral y grfica del esplendor del que loshabitantes de Lima se sentan reflejo (Glave 1998: 147). Estas grandescelebraciones incluan tanto a los blancos como a los mestizos, los indios ylos negros. Se trataba de un tipo de sociedad o de cultura que alcanz sumayor esplendor en el siglo XVII, pero que de un modo u otro continureproducindose en los siglos siguientes. El proyecto fue impulsado, ini-cialmente, por los jesuitas, como una forma de modernidad no seculariza-da, pero continu reproducindose luego de su expulsin, como parte dela vida cotidiana. Se trataba de procesos de transculturacin (Lafaye 1983)en los que tanto los dominadores como los dominados ensayaron distintasformas de mezcla, incorporacin y resignificacin de las culturas del Otro.

    Se trataba de pequeas ciudades pegadas al campo y atravesadas por elcampo ellas mismas. Ciudades que se llenaban con una poblacin flotanteque vena del campo o que tena doble domicilio, en las que se reprodu-can los espacios del mundo indgena, y en las que los distintos sectoressociales se encontraban e incluso, en determinados momentos de inter-cambio material y simblico, se confundan. Las descripciones de Quito enel siglo XVIII y en la primera mitad del XIX, dan cuenta del desarrollo de

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    4 La utilizacin que hago de la nocin de barroco en esta investigacin, nos remite a uncontexto americano en el cual el barroco se convierte en la mejor expresin del dobleproceso cultural que vivan (y en parte viven) nuestros pases: por un lado, la coexis-tencia de distintos rdenes jerrquicos y por otro, el mestizaje y la hibridacin. Se tratade una nocin descriptiva que nos ayuda entender los procesos culturales en AmricaLatina, pero que requiere de otros instrumentales de anlisis econmicos y sociales. Veral respecto la discusin planteada por Manrique (1994).

    5 En Quito, en particular las dos plazas principales, la Plaza Mayor y la de San Francisco,podan ser utilizadas indistintamente como espacios de representacin de un orden esta-mental o como espacios de intercambio y socializacin entre distintos sectores sociales.

  • lazos patrimoniales basados en la diferenciacin de rdenes jerrquicos, ymuestran, al mismo tiempo, una ciudad plebeizada en donde las formasculturales que escapaban a las normas estaban generalizadas y en la quese haban mezclado los estilos de vida.

    Este orden seorial, estamental y al mismo tiempo diverso, comenz amodificarse en trminos sociales y culturales, y en el caso especfico deQuito a finales del siglo XIX y las primeras dcadas del XX, con las trans-formaciones liberales, el desarrollo de las vas (particularmente el ferroca-rril) y la dinamizacin del mercado. Todo esto coincidi con una relativasecularizacin de la vida social y una poltica de adecentamiento. Se tra-taba de cambios dirigidos no slo a generar modificaciones urbansticas yarquitectnicas, sino a la diferenciacin social de los espacios, as como aintroducir lmites imaginados entre la ciudad y el campo. Los criteriosque sirvieron de base a esa diferenciacin no fueron nicamente tcnicos,sino que estuvieron relacionados con una trama de significados culturales6.

    Ahora bien, una de las propuestas que intento probar con esta investi-gacin es que en Quito, como en otras ciudades de los Andes, se adopt elespritu moderno, pero las bases que sirvieron para ello no fueron siempremodernas. El trnsito de la ciudad seorial a la de la primera modernidadfue resultado del incremento del capital comercial y de las rentas prove-nientes del sistema de hacienda antes que de la introduccin de relacionessociales modernas. La adopcin de cdigos y prcticas culturales moder-nos sirvi como un mecanismo de distincin con respecto a lo no moder-no, lo no urbanizado y lo indgena, antes que como una estrategia dedemocratizacin de las relaciones sociales. El sistema de oposiciones bina-rias a partir del cual las elites comenzaron a percibir la vida social, puederesumirse en los siguientes trminos:

    - La ciudad como oposicin al mundo rural. Lo que constitua un des-propsito ya que estamos hablando de un tipo de economa regionalbasado, en gran medida, en el sistema de hacienda y en el intercambiode bienes, servicios y mano de obra entre ciudad y campo. La dinmi-ca del mercado interno, generada a partir de la construccin del ferro-

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    6 Que constituye uno de los objetivos de anlisis de esta investigacin. Ver al respecto eltercer captulo.

  • carril, incorpor a buena parte de la poblacin rural a este sistema,aunque bajo formas y grados diversos.

    - La ciudad como oposicin a las pequeas ciudades de provincia y lospoblados. Aunque las distintas ciudades y poblados tendieron a formarparte de una misma red, se estableci una jerarqua al interior de lourbano, cuyos elementos de valoracin eran, por una parte, la idea delornato, as como el capital de prestigio y el confort; y por otra, lamayor o menor relacin con las formas de vida rural. Una ciudad comoLatacunga era vista por los quiteos como demasiado aldeana, mien-tras que Quito era el referente jerrquico de los ciudadanos de las pro-vincias.

    Se diferenciaba a la ciudad como centralidad de lo que quedaba fuera de sumbito, estaba disperso, formaba parte de sus arrabales o la circundaba.Una categora intermedia en el siglo XIX eran los barrios, a medio cami-no entre la ciudad y el campo. Las villas y ciudadelas que comenzaron aconstruirse en las primeras dcadas del siglo XX expresaron la necesidad deestablecer una diferenciacin espacial y social con respecto a los otrosbarrios, los cuales comenzaron a ser percibidos como ambiental y social-mente contaminados a partir de las propuestas de los higienistas.

    Lo urbano se identific con determinadas formas culturales. Estas for-mas culturales eran asumidas, muchas veces, como mecanismos de distin-cin (en el sentido de Bourdieu) o como preocupacin de las elites porreinventar su origen: las ideas del Patrimonio, los ciclos fundacionales, laHispanidad; en otros casos, como futuro deseado o nostalgia de futuro.Al interior de lo urbano exista lo no urbano (me refiero a la presenciaindgena en la ciudad) pero era invisibilizado, no se haca un registro deello o, en otros casos, se lo asimilaba a la barbarie o a la suciedad, la enfer-medad, la anomia.

    Si a finales del siglo XIX y en los primeros aos del XX lo que rigi conrelacin a la ciudad fue el ornato, lo que comenz a operar a partir de losaos treinta fueron parmetros positivistas - salubristas, primero y de pla-nificacin urbana, despus - orientados a establecer criterios clasificatoriosde organizacin de la sociedad y de los espacios as como a intervenir sobrela vida de los grupos sociales y los individuos. Los aos treinta coincidie-

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  • ron con momentos de crisis econmica y social, y crisis del propio sistemade gobernabilidad tradicional, as como con procesos de modernizacin delEstado. Como toda crisis, sta no puede medirse slo en trminos negati-vos, sino como un momento creativo, en primer lugar, porque no afect atodas las regiones por igual y en segundo, porque dio paso al surgimientode nuevos sectores sociales que daran lugar, a su vez, a nuevos juegos depoder y correlaciones de fuerza. En el caso de Quito, en particular, se asis-ti a un relativo desarrollo industrial y a un incremento de las capas mediasy populares, como resultado de las migraciones desde el campo y las peque-as ciudades de provincia. Todo esto dio lugar a procesos de movilidadsocial y a cambios en los sistemas de representacin y en la vida cotidiana.Estos cambios, muchas veces imperceptibles, se expresaron en la vida de lasinstituciones educativas, de salud y de organizacin de la ciudad. En estainvestigacin me interesa examinar el paso de la Caridad a la Beneficenciaa la Seguridad Social, as como el paso desde los criterios del ornato a lossalubristas y de la planificacin en el manejo de la ciudad.

    Horizonte temporal de la investigacin

    La documentacin utilizada en este estudio abarca un espacio temporalubicado hacia el ltimo tercio del siglo XIX y las primeras dcadas del sigloXX, sin embargo, en determinadas circunstancias se introduce informacinde otros momentos histricos, y se lo hace ah donde la comprensin de talo cual proceso lo vuelve necesario.

    Si en trminos de la problemtica analizada podemos ubicar el presen-te estudio en esos aos, lo que marca realmente su mbito temporal sonms unos contenidos que una cronologa. En realidad, se trata de un corterealizado a partir de un problema analtico: el trnsito de la ciudad seo-rial a la de la primera modernidad. Es difcil sealar cundo comienzan ycundo terminan la ciudad seorial y la ciudad moderna, y menos an entrminos sociales y culturales.

    En cuanto a las fuentes orales, se trata de un trabajo con unos pocosentrevistados, pero que de un modo u otro, han acompaado a esta inves-tigacin. La memoria no nos devuelve la realidad de los hechos, sino for-mas de ver, representaciones que, adems, han sido transformadas por la

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  • vida y el trabajo de la memoria. Pero hay adems, otro elemento que noshace relativizar cualquier corte epocal y es la existencia de fenmenos queatraviesan perodos mucho ms amplios, a veces diversas pocas, como lacondicin colonial o el proceso civilizatorio. La discusin sobre la moder-nidad en los Andes, por ejemplo, nos remite al siglo XVIII y an antes.

    Si los cambios en la estructura fsica de la ciudad o la secularizacin dela vida cotidiana pueden ser asumidos como signos de modernidad relati-vamente tempranos, existen otros elementos relacionados con la organiza-cin misma de la vida social, o con el campo de las representaciones, quese modifican de modo mucho ms lento: as, el peso de las relaciones deservidumbre o de los vnculos patrimoniales. No olvidemos que las modi-ficaciones en la estructura agraria que sirven de base a los cambios ms pro-fundos que se producen en las relaciones entre las clases y sectores sociales,y en la relacin de los individuos en la vida cotidiana, toman forma yaavanzado el siglo XX, en la dcada de los sesenta (Guerrero 1992) aunqueevidentemente muchas cosas estn cambiando desde inicios de ese siglo.

    Cuando hablo de ciudad seorial me referiero a un tipo de ciudadconstituida sobre la base de relaciones jerrquicas, lo que Basadre y mstarde Flores Galindo, en el Per, llamaran Repblica Aristocrtica. Sesupone que la modernidad introduce cambios en esas relaciones y generauna dinmica de intercambios orientada por la nocin de ciudadana.Ahora bien, Quito guarda muchos de los rasgos de una ciudad seorialhasta avanzado el siglo XX. Al mismo tiempo, no se puede decir que nohubiese accedido a la modernidad, slo que el proyecto de modernidad nose realiz en los trminos clsicos. Existen, por otra parte, varias moderni-dades que entran en juego con procesos culturales diversos. Bajo estas cir-cunstancias cualquier corte temporal tiene sus riesgos.

    Juan Maiguashca muestra en qu medida la historia vista desde el cen-tro poltico, nos devuelve una visin distorsionada del pas. Desde estaperspectiva, el siglo XIX es un siglo de ruptura: independencia, repblica,secularizacin, liberalismo. Sin embargo, visto desde la periferia, estemismo siglo luce diverso. Puesto que a la periferia las rupturas llegaron len-tamente, lo que en ellas se capta con claridad son las continuidades (Mai-guashca 1994: 14). Y puedo decir algo parecido en cuanto a los diversossectores sociales: unas son las repercusiones del ferrocarril en la vida ciuda-dana y otras en la dinmica de las comunidades indgenas. Igualmente,

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  • cuando hablamos de ciudad seorial o de ciudad moderna, tendemos aperder de vista la dinmica generada por las relaciones entre la ciudad y elmundo indgena, tanto con el que existe en la zona circunquitea, como laque se reproduce en la propia urbe. La investigacin histrica no ha estadoen condiciones de ubicar estas diferencias, no slo por la perspectiva de suenfoque, sino por el tipo de fuentes utilizadas. Todo esto relativiza, adems,cualquier intento por hacer periodizaciones lineales a partir de la poltica ode la economa, aunque, sin duda, un referente necesario de este trabajoson las periodizaciones hechas a partir del marxismo y que establecen laexistencia de distintas formaciones sociales, as como momentos de transi-cin entre unos y otros.

    Como en toda investigacin, en la actual me he visto obligado a renun-ciar a examinar todos los factores en juego. En todo caso, algunos aspectoshan sido subsumidos en el anlisis o incorporados al contexto (es el caso dela separacin Iglesia-Estado, y la secularizacin de la vida social, que nohan podido ser analizadas de modo explcito pero que constituyen ele-mentos fundamentales para el desarrollo de nuestro tema). Antes de entraren materia, discutamos determinados aspectos conceptuales relacionadoscon la modernidad.

    Modernidad y ciudad: algunos criterios de anlisis

    La ciudad ha sido percibida en los Andes como sinnimo de modernidad,en oposicin al campo, concebido como espacio de atraso y de barbarie. Setrata de una construccin imaginaria que an cuando no responde a losprocesos reales de urbanizacin, se halla incorporada al sentido comn7.

    Hoy sabemos que ese tipo de divisin no tiene sentido (Leeds 1994;Pujadas 1996), no slo porque la urbanizacin abarca tanto a la ciudadcomo al campo, sino porque vivimos una dinmica de organizacin del

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    7 La formulacin clsica de esta tesis fue hecha por Marx (1971) y Engels (1981), quie-nes, al mismo tiempo, vislumbraron la posibilidad histrica de superacin de estas con-diciones. Raymond Williams, por su parte, muestra en qu medida esta percepcindicotmica continu reproducindose en la literatura inglesa, mucho tiempo despusde que la sociedad en su conjunto pasase a ser predominantemente urbana (Williams2001: 26).

  • espacio en un mbito global en el que el sentido de la localidad ha cam-biado (Sassen 1999). Al mismo tiempo, entiendo que esa dinmica noincorpora a todas las zonas por igual (Castells 1998). Los Andes no hansido ajenos a ese proceso contradictorio. Tambin aqu la antigua separa-cin campo-ciudad se ha desvanecido. Los flujos de informacin, inter-cambios econmicos, movimientos de poblacin, se han vuelto muchsimoms amplios que en el pasado, de modo que la posibilidad de mirar los pro-cesos econmicos y sociales nicamente desde una perspectiva local, haperdido asidero8.

    Nuestras culturas estn sujetas a un proceso de transterritorializacin yfronterizacin, de asimilacin de cdigos culturales diversos y, en mucho,contradictorios, al cruce de repertorios mltiples y a la utilizacin obliga-da de vas de comunicacin heterogneas (Garca Canclini 1990). No obs-tante, nuestras ciudades siguen siendo fuertemente excluyentes y las posi-bilidades de acceso a recursos (entre los que se incluye la informacin) porparte de la mayora, contina siendo limitada. La globalizacin se hallalejos de disminuir las brechas entre los distintos grupos sociales y las ahon-da entre las regiones. La urbanizacin, por otra parte, no siempre es com-patible con una dinmica de construccin de ciudadana y de formacin deuna esfera pblica moderna, abierta al conjunto de la poblacin, en la quese defina la poltica. Muchas de las ciudades se encuentran dbilmenteincorporadas al sistema mundo y an en el caso de mega ciudades, comoLima y Bogot, la modernidad capitalista se combina con ritmos y formasde vida que no caben en el esquema preestablecido de lo moderno. Es elcaso de las relaciones de afinidad y parentesco y su reproduccin ms allde la localidad de origen (Espinoza 1999; Roberts 1995; Altamirano1988); pero tambin de la posibilidad de construccin de modernidades

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    8 El papel de las ciudades en este contexto se ha modificado ya que no se las puede mirarcon relacin a un territorio o en una relacin univoca campo-ciudad, sino a una din-mica de flujos transterritorializados. De acuerdo a Nivn (1994), en la actualidad, elpapel productivo de las grandes aglomeraciones metropolitanas (entre las cuales hay queincluir algunas latinoamericanas como Sao Paulo, Bogot o Mxico), radica menos enlas ventajas comparativas derivadas de la aglomeracin que consista en la dotacin delos insumos, mano de obra y mercados para el funcionamiento de los emplazamientosindustriales, que en los apoyos que brindan a los staffs de las empresas, a travs de ase-soras de inversin, mercados de exportacin, servicios informticos. No conozco estu-dios que muestren el papel de las pequeas ciudades del Tercer Mundo en ese proceso.

  • alternativas desde el mundo indgena y de las comunidades, los negros, lossectores populares urbanos, o desde las mujeres, los jvenes, los gay. Porltimo, y de manera ms relacionada con las preocupaciones de esta inves-tigacin, cabe preguntarse hasta qu punto el sentido comn ciudadanosigue percibiendo al campo como en el pasado: bajo las figuras del atraso yla barbarie, algo ajeno a la dinmica de urbanizacin y globalizacin en laque tanto los espacios de la ciudad como los rurales se hallan insertos? Sepodra decir que se trata de una oposicin imaginaria (y de alguna maneraimaginada) entre espacios histricamente conectados; sin embargo, esto nosignifica que debamos restarle importancia, ya que es a partir de ah, antesque desde los proceso materiales, que se definen muchas relaciones cultu-rales, sociales y polticas.

    Pero, qu suceda en la poca objeto de este estudio? Cul era elalcance de la modernidad en el contexto social de esos aos? De qu modose representaban los distintos sectores sociales urbanos el mundo rural?Qu percepcin tenan de la propia ciudad, tanto de su presente como desu futuro?

    Cuando se habla de modernidad, se tienden a hacer caracterizacionesgruesas, fuera de cualquier contexto y periodizacin. En realidad, se tratade asumir la modernidad como una nocin histrica, antes que como cate-gora terica: como algo relativo a cada poca y a las mentalidades de cadapoca. Para efectos de este estudio he preferido hablar de primera moder-nidad, para diferenciarla de la modernidad contempornea9. An cuandoen determinados momentos he utilizado el trmino modernidad perifri-ca, acuado por Beatriz Sarlo (1999), soy consciente de las grandes dife-rencias existentes entre ciudades como Quito y Buenos Aires. Sarlo hablade una ciudad cosmopolita, resultado de una cultura de la mezcla, en laque se han ido formando espacios pblicos alternativos que entran en dis-puta con la cultura criolla tradicional. No creo que ese sea el caso de Quitoen esos aos.

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    9 Los estudios clsicos sobre el desarrollo del capitalismo en Amrica Latina identificabaneste momento con una suerte de acumulacin originaria. En trminos econmicos ysociales podramos hablar de un momento de transicin en el que se estn formandonuevos sectores sociales, con sus propios intereses y necesidades, pero en el que, al mismotiempo, continan teniendo un peso significativo las antiguas relaciones de produccin.

  • Cuando nuestras elites miraban a Europa, pensaban en ciudades. Lamodernidad se identifica histricamente con el mundo urbano y, particu-larmente, con determinadas ciudades. Son Pars, Londres o Nueva York y,en menor medida, otras ciudades como Madrid o Barcelona. Sin embargo,sabemos desde Marx, en su estudio sobre la Acumulacin Originaria delCapital, que la modernidad se constituye tanto en la ciudad como en elcampo y tanto desde lo que incluye como desde lo que aparentemente pos-pone y deja de lado. La ciudad constituye, de acuerdo a Weber, un mode-lo propio de Occidente. Como modelo responde a un proceso de raciona-lizacin creciente de la vida social. Las preguntas que cabe hacer, entonces,son las siguientes: En qu medida ese modelo podra ser aplicable a ciu-dades como las nuestras e incluso al desarrollo concreto de muchas ciuda-des europeas? La modernidad tuvo en los Andes visos particulares e inclu-so dio lugar (y en parte se siguen dando) a tendencias no modernas y anti-modernas que convivieron con ella. A partir de qu parmetros se podamedir la supuesta racionalidad poltica y cultural de esas ciudades?

    Hacia la segunda mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX, la moder-nidad en los Andes se identificaba con la idea del Progreso y con el orna-to10, pero a diferencia de Pars o de Londres (aunque posiblemente no deotras ciudades europeas, como algunas espaolas) estas ideas no eran resul-tado de la industrializacin, ni de la formacin de sectores sociales moder-nos sino de un ethos internacional, basado en la adopcin de nuevos patro-nes de consumo, cuyo teln de fondo era la insercin creciente al mercadomundial en calidad de proveedores de materias primas y consumidores deproductos manufacturados provenientes de los pases industrializados11.

    En los aos veinte y treinta del siglo pasado se produjo una cierta dina-mizacin de la industria en muchas ciudades andinas, y se asisti al naci-miento de nuevos sectores sociales inscritos en el proceso de moderniza-cin. Lo que est en cuestin, sin embargo, son los patrones de moderni-dad por los que optaron estos sectores12.

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    10 A este tema he dedicado la ltima parte de esta investigacin.11 Lo que no deberamos perder de vista es que tanto Pars como Londres atravesaron por

    procesos manufactureros e industriales en los cuales, junto a las formas modernas, sedieron diversas formas premodernas e incluso antimodernas, tanto en trminos econ-micos y sociales como de mentalidades. Ver al respecto Duby y Mandrou (1981).

  • La modernidad, tal como se la concibi en los Andes, y de maneraespecfica en Ecuador, no constitua un proyecto aplicable de manerahomognea al conjunto de sectores sociales. Si bien en esos aos asistimosa una ampliacin y mejora