Kelltom McIntire-Servicio Secreto 1567-Galería de Muerte (1980)

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Relato

Citation preview

  • GALERA DE MUERTEKELLTOM McINTIRECAPTULO PRIMEROEl hombre que ocupaba el camastro despert de pronto cuando la reja se desliz automticamente sobre sus rales. Levntate, cerdo! orden uno de los dos fornidos vigilantes que acababan de penetrar en la celda. El preso se rebull, inquieto. Incluso intent incorporarse, pero no lo consigui. Se senta tan dbil! El funcionario que acababa de hablarle, avanz unos pasos, le tom por un brazo y lo arroj brutalmente fuera del camastro. Pero qu... qu? murmur el hombre, con torpeza. Y apoy ambas manos sobre las baldosas grises. El hombretn que le haba sacado del lecho le dirigi una fra mirada. No s cmo logro contenerme barbot, furioso. Debera romperte las costillas a patadas, puerco asesino. Asesino...! susurr el preso, confuso. El vigilante le derrib de un tremendo patadn en el pecho. Nunca hables si yo no te invito a hacerlo. Y cuando tengas mi autorizacin, empieza siempre por la palabra seor le advirti el funcionario. Ante la impvida mirada del preso, los dos vigilantes sacaron de la celda el camastro con la sucia colchoneta y la grasienta manta. Inmediatamente salieron, y la reja volvi a deslizarse sobre sus carriles. Un momento despus, cuando ya haban desaparecido los dos vigilantes, un hombre moreno que vesta el uniforme de los condenados apareci al otro lado de la reja. Contempl un momento al cado habitante de la celda, escupi hacia l y exclam con voz dura y despectiva: Porco maffioso! Y arrastr el camastro pasillo adelante con un chirrido que hera los odos. El preso se qued mirando hacia la reja con expresin estpida. Era un hombre bien parecido, de unos veintiocho aos, delgado y esbelto. Tena unas facciones latinas, muy atractivas, frente despejada, cejas finas, nariz recta, ojos castao oscuro y una boca bien perfilada, de labios ms bien carnosos. Sus cabellos eran abundantes, negros, un poco rizados y medianamente crecidos. Unos pasos resonaron en la galera. Poco despus apareci el recluso que se haba llevado su camastro.. Deposit dos cubos en el suelo, mir con odio al inquilino de la angosta celda de seguridad, torn a escupir y gru: Pdrete, Diamanti. Antes de un mes probars el sabor del gas. Es lo que merece una fiera sanguinaria como t, deshonra de toda Sicilia. Cogi uno de los cubos, lo balance hacia atrs... y sbitamente lanz el agua sucia sobre el hombre que an permaneca derribado en tierra. El agua hedionda le empap por completo. Agua sucia y helada, que le oblig a incorporarse con torpeza. Con tanta torpeza que resbal y volvi a caer pesadamente a tierra. Y all qued, inmvil y dolorido. Circunstancia que aprovech el preso que estaba al otro lado de la reja para arrojarle el contenido del otro cubo. Luego se alej riendo a carcajadas y desapareci. Alguien jur en alguna celda prxima. Sucio maricn! Cmo te atreves a tratar as al honorable Ralph Diamanti? Ralph Diamanti. El condenado de la celda de seguridad jade, impotente, apoyado sobre el muro de la habitacin, sobre el que resbalaba an aquella agua maloliente, ptrida. Ola a excrementos, a orines... El hombre se vio asaltado por un escalofro de asco, de fro y de... miedo. Seor Diamanti!, me oye? lleg una voz bronca de algn lugar ignorado. Pero el joven que ocupaba la celda no tena capacidad para hablar. Ni siquiera para pensar Me escucha, seor Diamanti? Soy yo: Leonardo Fabbri. Leonardo Fabbri repiti entre dientes el joven moreno. Aquellas palabras no hallaban el menor eco en su embotado cerebro. Pero tampoco aquel nombre, Ralph Diamanti.

  • Y, sin embargo, Ralph Diamanti era l, al parecer. Fabbri, de Palermo. Hermano de Giorgio y de Nicola Fabbri. Tenamos un negocio de alquiler de automviles en Frisco, va recordando? volvi a orse la voz bronca. Usted me protegi, hace algunos aos. Me prest unos miles de dlares para poner el negocio y me introdujo en el sindicato. Buenos tiempos aqullos, signore Diamanti, ya lo creo...! Por desgracia... Ralph Diamanti Diamanti? se puso primero de rodillas, se sustent en la hmeda pared despus y, con enorme lentitud, logr ponerse en pie. Y as, sin separarse del muro, avanz unos pasos hacia la reja. Sin embargo, le asalt un tremendo mareo y sus piernas flojearon. Muy despacio, se escurri hasta el suelo y qued all, abrazado al muro como si le fuera la vida en ello. Qu eran aquellas palpitaciones aceleradas de su corazn, la irregular marcha cardaca, la respiracin estertorosa, el sudor que inundaba sus poros, la tremenda angustia que le asaltaba...? Est enfermo, seor Diamanti? pregunt Fabbri, desde alguna celda que deba estar situada a su izquierda. Es.. toy... en.. fermo murmur el condenado. Esos canallas! se compadeci su inmediato compaero de celda. (Ms tarde, Ralph Diamanti averiguara que tanto la celda de la izquierda como la de la derecha estaban vacas: una medida de seguridad para impedir que los dems condenados pudieran hacerle llegar algn objeto prohibido, tal como una sierra de metales, una lima, un cuchillo, un trozo de cristal o... una cuerda lo suficientemente resistente como para permitirle ahorcarse.) Bueno, digamos que ninguno de los que estamos aqu somos angelitos declar Fabbri, sarcstico. Pero esos cerdos demuestran un especial encono hacia usted, seor Diamanti. Se dira que son hienas, ansiosas por devorar su carroa. Por qu tanta prisa? Hay tiempo para todo. Incluso para morir. Fabbri dej escapar una risa ululante y aguda que contrastaba con su poderoso vozarrn. Por qu lo hizo, seor Diamanti? Fue un error, un error impropio de un caballero tan inteligente como usted. Me gustara saber por qu se carg a la familia Breeman. He odo decir que Nick Breeman era un hombre honrado, vulgar. Tal vez su esposa, Carol. Dicen que era una joven muy guapa y lozana. Todo eso puedo comprenderlo... Pero por qu mat de forma tan brutal a Jimmy y a Daisy, dos nios...? Disclpeme, padrone, pero no logro entenderlo. Yo mismo... Fabbri call un momento, atento a los sonidos que llegaban desde el otro extremo de la galera. Yo mismo asesin a dos tipos. Los estrangul con mis manos. Pero ellos me haban denunciado a la polica, y eso justificaba mi venganza. Pero usted... qu motivos tena para eliminar tan atrozmente a la pobre familia Breeman? exclam Fabbri. Diamanti se palp la pierna derecha. Alz el mojado pantaln y descubri cuatro pequeas heridas supurantes. Le escocan agudamente. No era extrao: aquella agua podrida que haban arrojado sobre l hera tambin los mltiples araazos de su rostro. Est bien. No hable, si no quiere. No se trata de simple curiosidad, sabe? En realidad, siento un gran inters hacia usted. Desde que le trajeron aqu, he intentado comunicarme con usted. Le he llamado muchas veces, de madrugada. Quera ayudarle, dentro de mis posibilidades, pero usted jams respondi. Por qu? Diamanti no contest. Logr salvar unos miles de dlares, signore Diamanti. El dinero lo puede todo, incluso en este puerco lugar. He conseguido alguna comida extra, cigarrillos. Ese cerdo de Guido Vtale, el ordenanza, me trajo en una ocasin dos botes de cerveza y un poco de whisky. En el fondo, no se pasa tan mal. Slo que... Ralph chapote sobre el piso lleno de agua. Agua... u orines? se pregunt, asqueado. Senta una gran ansiedad por escuchar ms clara y prxima la voz de... cmo haba dicho? Fabbri? Pero cuando por segunda vez trat de erguirse la cabeza le dio vueltas y se vio ob

  • ligado a desistir. De todas formas, consigui aproximarse algo ms de un metro a la reja de gruesos barrotes macizos. Fa... Fabbri llam con voz queda. S, seor Diamanti? respondi en el acto su ms prximo compaero de galera. Por qu... por qu estoy aqu? pregunt, trmula y tmidamente. En la galera reson la carcajada retumbante de Leonardo Fabbri. Por qu? exclam. Y me lo pregunta usted? Diamanti se arrastr dos palmos sobre el agua hedionda. Por... por favor! jade. Por qu me han trado aqu? Se produjo una pausa. Seguramente, en la prxima celda habitada a la izquierda, Fabbri estaba preguntndose si el famoso capo Ralph Diamanti habra sufrido un sbito ataque de amnesia. Usted lo sabe muy bien, Ralph. Masacr a la familia Breeman. Utiliz una escopeta repetidora Winchester de caones recortados para despedazar literalmente a Nick y a Carol Breeman. Despus ahorc a su hijo Jimmy, de nueve aos. Cuando Daisy, de cinco, chill horrorizada y trat de escapar, usted la agarr, la elev por encima de su cabeza y la estrell contra la pared. La nia no muri en el acto, pero usted se apresur a rematarla a golpes de atizador. Tuvo una sangre fra increble: arroj fueloil al hogar e intent quemar el cadver de la nia... Ralph Diamanti sufri un tremendo ahogo. Y tosi secamente. Yo... hice... algo... tan horrible? se atragant. Eso es lo que dicen respondi Fabbri. Al parecer, pretenda hacer desaparecer los cadveres de toda la familia, slo que una madrugadora vecina de los Breeman vio salir el humo denso de la chimenea, percibi el acre hedor de la carne quemada y se alarm. Como la puerta de la cocina estaba abierta, penetr en la casa y le descubri, cuando usted atizaba la lumbre. La mujer exhal un chillido y escap. Naturalmente, usted la persigui. Necesitaba detenerla, evitar que aquella mujer diera la alarma. Como haba estado bebiendo toda la noche en la compaa de los cuatro cadveres, tropez y se golpe con el canto de una mesita de mrmol en la frente. Cuando volvi en s, la polica le haba esposado ya... Ralph se tap el rostro con las manos, horrorizado. Y comenz a sollozar quedamente. Por qu se lamenta ahora, seor Diamanti? le lanz Fabbri, irnico. La verdad es que jamsgin tal sadismo en un hombre tan refinado como usted. Cierto que un capo del sindicato tena que ser necesariamente un hombre duro y fro, carente de cualquier escrpulo. Pero hacer esa barbaridad con un par de nios de corta edad! Dgame, Ralph, ahora que ya todo ha pasado y slo nos queda esperar. Cmo pudo hacerlo? Diamanti dej caer la cabeza contra el pecho, hundido en la desesperacin. No lo s pronunci con un hilo de voz. CAPTULO IILa reja rechin desagradablemente sobre los oxidados carriles. En pie, babosa! . Ralph abri los ojos. Se habla quedado amodorrado, sentado sobre el agua que llenaba el piso y apoyada la cabeza sobre las rodillas. En la puerta estaban los dos vigilantes y el preso que reparta el rancho. Diamanti sufri un acceso de tos. Su rostro arda y violentos espasmos recorran todo su cuerpo. En pie! repiti, furioso, el vigilante. Lo intent, pero sus rodillas, yertas, se negaron a sostenerle en vertical. Entonces el vigilante penetr en la celda se inclin y le agarr brutalmente de los cabellos. De un tirn le elev y le empuj contra la pared: Es la hora del rancho, Diamanti, aunque las hienas cmo t ni siquiera merecen un plato de comida. En cualquier caso, un brazado de piltrafas. Pero la Administracin es misericordiosa y te permite comer le escupi el funcionario. Se separ de l y Diamanti vacil, a punto de perder el equilibrio. Sin embargo, se mantuvo sujeto a la pared con un gran esfuerzo de voluntad. El otro funcionario tom el plato de plstico de manos del ordenanza, lo puso en el suelo y luego lo despidi hacia dentro de una patada. La mitad de la comida se derram sobre el agua sucia que llenaba la celda.

  • Ralph tosa y tosa sin poder contenerse. El violento e interminable espasmo provoc en l una terrible jaqueca. Pero qu ms daba? Tambin le dola ferozmente el pecho... Y las heridas de la pierna. Y el cuero cabelludo, cruelmente lastimado por el funcionario. Cuando se alejaron, el cuerpo del condenado resbal lentamente sobre el muro y cay a tierra con un chapoteo sonoro. Hasta su nariz lleg el olor del rancho. Su instinto le impulsaba a devorar lo que quedaba en el plato y el panecillo que el ordenanza haba dejado, arrugado, entre los barrotes de la celda. Ni siquiera merezco esa bazofia pens.Soy un animal sin entraas. Esta ntima afirmacin le produjo una intensa perplejidad. Yo, una fiera sin entraas? Respir jadeante. Le picaba la garganta, pero contuvo la tos, pues la cabeza le dola horriblemente. Eran unas punzadas intensas que parecan perforar su crneo y lastimar hasta lo ms profundo de sus sesos. Poco a poco se fue serenando. Respiraba con mucha dificultad, eso s. Carraspe violentamente y arroj un esputo lejos, hacia la reja. Luego se arrastr sobre el piso y agarr con un ademn tembloroso el plato del rancho. Se lo llev a la boca con ansiedad y degluti rpidamente la comida, directamente del plato, pues nadie haba puesto a su disposicin una cuchara. Luego se desliz hacia la reja, atenaz el panecillo y mastic ferozmente, como si su tranquilidad dependiera de engullir cuanto antes el alimento. Su cuerpo entr en reaccin lentamente. Pero sus ropas estaban mojadas; tiritaba. Se sinti adormecer. Sera mejor morir, se dijo. Pero un instante despus se rebelaba contra aquella idea. Por qu... por qu haba de morir? Su instinto de conservacin le impulsaba a luchar por su existencia, por su supervivencia. Debes morir. Eres un criminal, una alimaa, un individuo deshumanizado. Nuevamente algo se rebel en lo ms profundo de sus sentimientos. No soy un criminal. Sonri tristemente. Fabbri... No tena bastante con el relato que Fabbri le haba hecho de sus terribles crmenes? No recordaba nada. Absolutamente nada. Si era culpable de unos crmenes sin perdn posible, Ralph Diamanti no era ahora consciente de su culpa. No experimentaba el menor remordimiento, no se senta compadecido de s mismo, no haba en su interior la menor tensin emocional. Soto una tremenda dejacin, una debilidad sin lmites que le impulsaba a apoyar su cabeza entre las piernas, a plegarse en un cuatro, a dormir, quiz para ahuyentar la realidad de su sombra situacin. No era difcil adormecerse. El silencio era absoluto, el aislamiento, total. La pequea celda estaba vaca, a excepcin de l mismo. No haba ninguna ventana probablemente la celda estaba ubicada en el stano, ni lavabo, ni siquiera retrete. El fro era intenso y el agua que llenaba la celda difcilmente podra evaporarse con rapidez con la mnima cantidad de calor que irradiaba la dbil bombilla incrustada en el muro a tres metros y medio de altura. Ralph empezaba a sentirse yerto, los ojos se le cerraban, su corazn lata locamente, la respiracin era cada vez ms agitada. No me extraara que sufriera un colapso! pens. Torn a rebelarse ante la idea de morir en aquel infecto lugar, triste y solitario. No soy una alimaa-murmur. Pero no tuvo fuerzas para moverse. Debera ponerme en pie, gritar, chillar, maldecir, caminar, moverse, hacer ejercicio, generar un poco de calor para secar mis ropas se reproch a s mismo. Pero aquella idea no hall ninguna repercusin en su sistema nervioso aletargado, ni en sus msculos. Se durmi sin darse cuenta. Roncaba estrepitosamente y su respiracin era estertorosa, sibilante, difcil.

  • * * *El vigilante penetr bruscamente en la cabina acristalada. Qu ocurre? pregunt su compaero alzando los ojos de la revista que lea. Ese tipo, Diamanti. Habr que cambiarlo de celda. Por qu? Un cerdo slo merece una pocilga como la s que habita ese individuo. Adems... No es eso, Gordon le interrumpi Ellendale. Diamanti est muy enfermo. Le he echado una ojeada. Se ahoga y tose constantemente. Creo que ha pillado una pulmona. Y qu? Has visto las lceras de sus piernas? Las ratas han debido morderle, sin que l lo percibiera. Y las heridas estn infectadas. El agua podrida que ordenaste echar en la celda no ayudar precisamente a cicatrizarlas. !Si muriera...! Qu ms da? Est condenado a muerte. Si fallece en su celda, le habremos ahorrado trabajo al verdugo. No tiene salvacin. Ellendale se impacient. Escucha, Gordon. Yo odio a ese tipo tanto como t, pero no me gustara cargar con la responsabilidad de su muerte expres, preocupado. Nuestra obligacin es informar al jefe de servicios. Djalo correr, Bert respondi su compaero, indiferente. Ellendale pase, impaciente, a lo largo del reducido recinto. No, no lo voy a dejar. Ir a ver al jefe ahora mismo se decidi al fin. Gordon se puso pesadamente en pie y le detuvo en la puerta. Espera, Bert. Est bien, iremos a echar una ojeada a Diamanti. Los dos vigilantes abandonaron la cabina de vigilancia y penetraron en la galera de los condenados. Se detuvieron en la nmero veintisis y contemplaron al hombre que, cado de espaldas sobre el piso, respiraba jadeante, oprimindose con ademn desesperado su propia garganta. Mralo! No puede respirar advirti Ellendale. Ese hombre puede morir esta misma noche! Exageras se burl Gordon. Eres una hermanita de la caridad o un funcionario de prisiones? Recuerda lo que hizo ese tipo... T tienes dos nios de corta edad, no es cierto? Tambin los tenan Nick Breeman y su esposa. Diamanti los mat sin parpadear. Y despus intent hacerlos desaparecer en el fuego de la chimenea. Ellendale se impacient. Yo no soy quin para juzgar a ese infeliz. S, ha cometido unos asesinatos que claman venganza al cielo, pero son los jueces los que tienen que decir la ltima palabra declar, seguro de sus convicciones. No llorar el da que Ralph Diamanti camine hacia la cmara de gas, pero yo no soy quin para ayudarle a morir. Gordon dej escapar una risotada. No conoca tu vena moralista, Bert. Pero sacaremos de ah a ese cerdo. Despierta al ordenanza. No pienso manchar mis manos. Minutos despus, Ralph Diamanti era sacado de la anegada celda y trasladado a otra seca que dispona de lavabo, retrete y cama. De mala gana, el ordenanza carg con el cuerpo del condenado, lo llev a la nueva celda y le cambi el empapado uniforme por otro seco y limpio. Debers fregar la celda le orden Gordon. Y el preso obedeci a regaadientes. Sin embargo, el estado de Diamanti se agrav de madrugada. Cuando el vigilante Ellendale fue a visitarle a las cuatro, el recluso respiraba con gran dificultad y su pulso era tan precipitado que el funcionario comprendi que aquel hombre se encontraba en inminente peligro de muerte. Sin encomendarse a su compaero, descolg el telfono interior instalado en la cabina de vigilancia y despert al seor Calhagam, jefe de turno en la galera de seguridad que albergaba a los condenados a muerte. A las cuatro quince de la madrugada, Ralph Diamanti fue depositado sobre una camilla de ruedas y trasladado con urgencia al hospital anexo a la prisin. Cuando el doctor William Harper, mdico de la prisin, comprob su estado, se indign: Es... es imperdonable! reproch al jefe Calhagam. Cmo ha permitido que este hombre acabase al borde de la muerte? Seor Calhagam, los presos no son animales. Las leyes determinarn el castigo que merecen sus delitos, pero nosotros tenemos la obligacin de tratarlos como a seres humanos, no como a fieras. Y, por lo que veo, este hombre no ha recibido un trato de favor, precisamente.

  • Descubri las llagas de la pierna de Diamanti y pregunt: Puede decirme qu es esto? Hay ratas en la planta del stano, doctor. Luchamos para exterminar esa plaga, pero ya sabe lo que son los roedores: se multiplican incesantemente y... El doctor Harper le fulmin con una fra mirada. Aun suponiendo que usted no est capacitado para acabar con las ratas, seor Calhagam, es imperdonable que no me avisaran acerca de sus heridas. Y menos an la pulmona que sufre este hombre. Imagino que han inundado su celda de agua... Bien, lo siento, seor Calhagam, pero me veo obligado a pasar un informe extenso al director. Me parece indignante que sus funcionarios, sean tan negligentes. Calhagam se disculp y luego se march. Pero Harper saba cmo funcionaban las cosas en la prisin. El director se limitara a hacer comparecer en su despacho a los funcionarios responsables y les reconvendra suavemente. Y ah quedara todo. Ralph Diamanti fue aislado en una tienda de oxgeno y vigilado constantemente por ayudantes sanitarios. Durante una semana se debati entre la vida y la muerte. Sin embargo, era un hombre resistente y posea una salud de hierro, porque cuando transcurrieron ocho das estaba fuera de peligro y sus llagas comenzaban a cicatrizar lentamente. Haba sufrido un calvario durante las largas noches en que crea morir asfixiado. El mismo se haba araado el rostro y la garganta en su desesperado intento de llenar sus pulmones de oxigeno. Pero ahora, el peligro de muerte haba pasado. Pasaba las horas inmerso en una torpe modorra que atontaba sus sentidos y anulaba su voluntad. Claro que fe haban puesto tantas inyecciones sedantes... Muchas noches se vio gratificado con delirios constantes que le permitan fugarse de la prisin, al menos, con el subconsciente. Sus sueos se desarrollaban en un ambiente muy distinto al ttrico y opresivo qu le rodeaba en la prisin. Normalmente, su delirio comenzaba con la visin de un utensilio extrao: una bicicleta. * * *Como cada maana, tomaba su bicicleta, la impulsaba con fuerza cuesta abajo y, sustentndose sobre un pedal, pasaba la otra pierna gilmente sobre la rueda trasera y se dejaba caer sobre el silln. Descenda la pronunciada pendiente, a toda velocidad, frenaba prudentemente ante el paso a nivel, miraba a izquierda y derecha, y luego cruzaba (a va frrea y segua pedaleando a lo largo del sinuoso camino festoneado de caaverales y juncales. El sol calentaba su espalda. Jadeaba y el vaho que sala de entre sus labios se tornaba amarillento al ser atravesado por los rayos de sol, tibios a aquella hora de la maana. Una mujer de unos cuarenta aos le saludaba a la entrada del pueblo y l agitaba alegremente su mano izquierda. Buenos das, seora Kellerman! Rodaba despus a lo largo de una recta avenida limitada por hileras de airosos abetos. Su cuerpo iba entrando en calor y adquira progresivamente el vigor necesario para pedalear con fuerza y atacar la pendiente que llevaba hasta la cima de la colina. All, sombreado por unos airosos cipreses y varios sauces, se elevaba un bello edificio de ladrillo, coronado por un tejado de pizarra. Una veleta giraba a impulsos de la brisa matinal en lo alto de la espadaa que coronaba la esbelta torrecilla. El verde csped, perfectamente cuidado, brillaba al sol como si estuviera cuajado de esmeraldas. Avanzaba por el caminillo de guijarros blancos y unos nios salan a recibirle, jubilosos. El acariciaba las doradas cabezas infantiles y reparta saludos a Izquierda y derecha. Uno de los nios se llevaba su bicicleta hacia la caseta del jardinero. Todo era amable, apacible y luminoso.

  • De pronto se oy un leve crujido sobre la gravilla. l se volva y vea ascender por la pendiente un pequeo coche europeo. Una joven descenda del vehculo. Sus cabellos eran dorados y flotaban al viento, esplendentes y brillantes. Era deliciosa. Delgada, esbelta, sus largar piernas escalaban lo ltimos metros de la pendiente el cochecito haba quedado estacionado bajo los sauces y ella diriga una jubilosa sonrisa al hombre. No se cansaba l de admirar los ojos azules, claros, chispeantes, que despedan cordialidad y... amor? Buenos das, queridos. Buenos das, pequea. Te vi pedalear cuesta arriba y no quise esperar ms. Tienes una fuerza increble en las piernas... no consegu alcanzarte aunque pis el acelerador a fondo! exclam ella con profunda admiracin. Contemplaba intensamente los frescos pmulos de la joven, la breve nariz anhelante, los labios hmedos, jugosos, sus senos que se agitaban temblorosos al comps de la precipitada respiracin. Qu bonita era...! Los nios rean y brincaban alrededor de los dos. Que se casen, que se casen ...! parloteaban, desvergonzados: Nios! l les amenazaba con la mano, falsamente disgustado. Djalos! le suplicaba ella. Y clavaba en los del hombre sus rutilantes ojos azules. Luego... las imgenes se deformaban lentamente, se difuminaban. El bello rostro desapareca como sumergido en una superficie de rielante lquido. Todo se esfumaba: el alegre edificio, los nios, la colina. Y ella. A veces un rostro brutal vena a sustituir las anteriores clidas imgenes. Eran las facciones del vigilante Gordon, que grua cruelmente: Una cucaracha no merece vivir. Es preciso aplastarla con la puntera del zapato. Una cucaracha no merece... Pero ahora no eran las facciones de Gordon, sino el rostro noble y amable del doctor Harper. CAPTULO IIIQu tal se encuentra, Ralph? Se incorpor un poco sobre la almohada, intent decir algo, pero le fue imposible. Sus cuerdas vocales estaban secas, tanto como su garganta, su lengua, sus labios. Se congestionaba, se ahogaba en su impotente esfuerzo por expresarse. Tranquilo, tranquilo, Ralph. Todo va bien. Yo estar aqu, cuidndole. Descanse. Ha mejorado mucho. Ya pas el peligro. Ahora debe... Harper call. Porque iba a decir: Ahora debe esforzarse en vivir. Pero, cmo dirigir una recomendacin semejante a un hombre cuyo inexorable destino era la cmara de gas o, en el mejor de los casos, la inyeccin letal? El doctor Harper no conoca muy bien a Ralph Diamanti. Saba algo acerca de los delitos cometidos por el mafioso personaje, pero para el mdico no tenan mucha importancia los crmenes que haban llevado a la prisin a los miles de hombres que dependan de l y de sus auxiliares. Harper se limitaba a curarlos, a aliviar sus dolencias fsicas y, en la medida de sus posibilidades, tambin las psquicas. Pero le haba impresionado mucho el aspecto de total desvalimiento de aquel hombre joven y atractivo. Desde luego, el descuido de los funcionarios si no su reprochable rudeza no tenan disculpa. Haban puesto en sus manos a un hombre lacerado, herido, con una pulmona declarada, totalmente arruinado fsica y psquicamente. Diamanti se agitaba en el lecho de forma impresionante. Gesticulaba, intentaba articular unas palabras, pero de sus fauces apenas brotaba un estertor ininteligible. Calma, Ralph. Veamos. Creo que quieres decirme algo, pero no puedes hablar. No temas: probablemente tus cuerdas vocales estn inflamadas, pero ser una afeccin pasajera le dijo, con un tono clido y tranquilizador. Ya, ya lo s! Quieres papel y algo con lo que escribir, no es eso? Diamanti asinti vivamente. Muy bien, buscar algo para que puedas escribir. El enfermo se dej caer sobre el lecho y dej escapar un suspiro de alivio.

  • Harper le trajo una carpeta, una hoja de papel y un rotulador. Mientras el preso se acomodaba sobre la almohada y tomaba el rotulador, Harper prepar una solucin de antibiticos para inyectrsela. Vulvete le dijo cuando la inyeccin estuvo preparada. Y Diamanti obedeci, sumiso. Harper hinc la aguja en su glteo. Ya iba a inyectar cuando advirti las numerosas seales de pinchazos en ambas nalgas del hombre. Le puso la inyeccin. Una arruga de incertidumbre se marc en su entrecejo. Un momento despus haca venir a Sawyer, uno de sus ayudantes tcnicos sanitarios. Si, doctor Harper? Sawyer, acabo de inyectar antibiticos a Diamanti. He contado no menos de setenta pinchazos de inyecciones. Como quiera que yo no he aconsejado un nmero tan abrumador de inyecciones, me gustara saber a qu se deben esas seales explic el mdico. Desde luego. El enfermo ha sufrido frecuentes ataques nerviosos, en su ausencia, doctor. Mis compaeros y yo nos hemos visto obligados, en numerosas ocasiones, a inyectarle sedantes para apaciguarle. Usted no conoce a ese hombre cuando estalla en una crisis neurtica. Se agita como un posedo, destroza ropas y muebles, nos golpea. En ms de una ocasin, nos hemos visto obligados a colocarle una camisa de fuerza. Harper observ a su ayudante con curiosidad. Opina usted que ese hombre dirigi una ojeada a Diamanti, que se esforzaba en escribir rpidamente sufre algn tipo de desequilibrio mental? Sawyer se apresur a negar tal posibilidad. No, no, ni mucho menos! respondi. Sencillamente est desesperado porque intuye lo que le aguarda. Solamente es un salvaje. Anoche me dirigi una dentellada al cuello. Si me hubiera alcanzado, ahora sera yo el que estara hospitalizado. Crame, doctor, Diamanti es un individuo peligroso. Harper asinti, pensativo. Est bien expres, al cabo. Eso es todo, le agradezco su informe. Sawyer abandon la estancia. El mdico observ a Diamanti, reflexivo. Naturalmente que un asesino deba ser, en esencia, un individuo peligroso. Para la sociedad, en su conjunto. Lo curioso del caso era que aquel hombre jams haba dado muestras de inquietud o violencia en su presencia. Al contrario, Ralph Diamanti le haba parecido un hombre sosegado, sumiso y amable, aunque atormentado, era evidente. Con gran curiosidad, Harper se acerc al lecho del preso y mir lo que estaba escribiendo. Ralph se volvi haca l, plido y agitado, y le tendi la hoja que acababa de escribir. La haba llenado en breves minutos. Tea una letra preciosa, casi caligrfica, y las frases haban sido redactadas con toda correccin, sin una sola falta de ortografa. Profundamente interesado, Bill Harper se retir unos pasos y ley detenidamente la comunicacin: Querido doctor Harper:Necesito desesperadamente que me ayude. No, no voy a pedirle que me ayude a escapar de aqu: mi sentido de la realidad es confuso, pero le aprecio demasiado como para solicitar de usted algo semejante. Lo que le pido es que me ayude a encontrarme a m mismo. Actualmente, soy un hombre arruinado, mortalmente desesperado.La verdad es que no s quien soy. Uno de los presos me cont algunos detalles sobre m mismo. Dicen que he cometido unos crmenes horrendos, pero yo no recuerdo nada. En realidad, ni siquiera s quin soy, aunque he odo que me llaman Ralph Diamanti. Lo cierto es que me siento ntimamente desorientado. La sola idea del crimen me repugna. Yo no logro reflejarme, aceptarme, en la imagen que me atribuyen!Todos me miran con odio, con verdadero asco; los funcionarios, los ayudantes sanitarios, excepto usted. Usted siempre me ha tratado como a un ser humano, sin discriminacin alguna... Harper dirigi una inquisitiva mirada al preso. Diamanti le contemplaba fijamente, con concentrada atencin, ansioso. Tiene una expresin noble, sincera pens el mdico. A qu grados de fingimiento puede lleg un hombre que se ve abocado a morir en la cmara del gas? Pero en seguida volvi a dedicar su atencin al folio manuscrito de Diamanti.

  • Ignoro cundo me trajeron aqu y me desespero en un mar de preguntas, de cuestiones que nadie es capaz de responderme.He tenido algunos sueos en que me veo absolutamente diferente. En mi delirio, me siento un hombre respetable y querido. Pero no s cmo explicrmelo.Por otra parte, desde que recobr mi consciencia, advierto que mis pensamientos son inconexos, fugaces, aberrantes. No s si esto se deber a mi actual debilidad fsica, pero lo cierto es que a menudo me olvido incluso de cosas que ocurrieron ayer. En los escasos momentos de lucidez, tengo la sensacin de que yo no soy ese horrible personaje, Ralph Diamanti, que todos ven en m. Es una idea muy confusa, lejana y fugaz.Pero no voy a seguir habindole de esto. Lo nico que pido de usted es que me ayude a encontrarme a m mismo. Quiero saber quin soy, qu he hecho, cul es mi sudacin dentro de esta prisin.Se lo ruego... Harper dej la hoja manuscrita sobre una mesita auxiliar y se acerc al lecho de Ralph Diamanti. Tom una silla y se sent junto a l. Le contempl, pensativo, unos instantes. Imagino que tienes la esperanza de que tu pretendida amnesia influya sobre la decisin del presidente dijo. Ralph se atragant. Comprendiendo su impotencia, Harper busc un par de folios y se los entreg. Inmediatamente, Diamanti comenz a escribir. Lo haca con gran soltura y rapidez. Su caligrafa era admirable y pulcra y los renglones rectos y paralelos, lo cual produca cierto asombro en el doctor Harper. A ver... tom la hoja que el preso le tenda con un ademn nervioso y ley. No s lo que va a ocurrirme, ni cul es mi responsabilidad, doctor. No trato de fingir una amnesia... precisamente quiero tener mis propios recuerdos!.Y esto es lo que le pido, doctor: que se informe bien y me diga en concreto quin soy yo (no me diga que soy Ralph Diamanti), necesito conocer mi vida anterior y los hechos que me trajeron a la crcel.Se lo agradecer mientras viva. Harper se estremeci. Poco tiempo ser eso, pobre iluso. Es probable que camines hacia la cmara del gas en el plazo de un mes, pens. Y se sinti disgustado consigo mismo. Consult el reloj: eran las siete de la tarde. Debo marcharme ya. Ralph: llevo tres das sin cenar, con mi esposa dijo con voz pausada.Pero antes de abandonar la prisin, tratar de informarme acerca de cuanto te interesa. Nos veremos maana. Me permites qu conserve estas hojas manuscritas? El preso asinti vivamente. (Qu desesperado y falto de aliento pareca...!) Descansa, Ralph. Estoy muy interesada en ayudarte prometi. Diamanti le dirigi una mirada de profundo reconocimiento que se qued clavada en la memoria de Bill Harper. CAPTULO IVJack, necesito una copia del informe policial y del testimonio de condena de Ralph Diamanti solicit el doctor Harper. Jack Hagerty dirigi al mdico una rpida mirada por encima de las gafas. Para qu necesitas todo eso? pregunt, asombrado. Ralph cree padecer una amnesia. Quiero... Ah, vamos! Hagerty sonri, comprensivo. No le hagas caso. Es un condenado a muerte. Probablemente, el presidente denegar el indulto que ha solicitado su abogado. No tiene muchas esperanzas. Creo que hablamos en idiomas diferentes, Jack. Yo no trato de defender a Diamanti. Mi conducta como mdico ha sido siempre muy clara al respecto. Me interesa Diamanti como ser humano... Ser humano! Es que no conoces el historial de ese individuo?. Slo echar una ojeada a su expediente produce intensas nuseas exclam el director de la prisin. Precisamente. Slo tengo una vaga idea acerca de Diamanti. Y siento una enorme curiosidad por conocer todas las circunstancias que le trajeron a la prisin. Por eso te he pedido sus antecedentes especific el mdico. Hagerty asinti con un movimiento de cabeza. Est bien, si se trata de simple curiosidad puls un botn de su interfono y dijo: Harry,

  • saque unas fotocopias del expediente de Ralph Diamanti y entrgueselas al doctor Harper. Le estaremos esperando. Se puso en pie, abri la vitrina de cristal esmerilado de un mueble tallado y sac una botella de jerez y dos vasos. Tmate una copa conmigo, Bill. ltimamente ests tan ocupado que apenas tenemos oportunidad de permanecer un rato juntos dijo Hagerty. Puso una copa en su mano, bebieron un sorbo de fragante vino y luego encendieron cigarrillos. No he obtenido contestacin tuya acerca de mi informe sobre los vigilantes Ellendale y Gordon. Es que no vas a tomar medidas contra ellos? pronunci el mdico, con claro reproche. Hagerty aspir el humo de su cigarrillo. Qu crees que puedo hacer, Bill? Durante los tres primeros meses del ao, quince funcionarios han conseguido la excedencia y seis se despidieron para siempre, hartos de la prisin explic. Llam a esos dos funcionarios y no slo les reconvine, sino que les amenac con una nota disciplinaria en sus expedientes... Pase hasta el muro frontero, contempl, extasiado, una bella marina colgada de la pared, y se volvi hacia Harper. Por desgracia, yo no puedo luchar contra el ambiente apreci. Tenemos a tres mil quinientos presos aqu. Son la escoria de las crceles, seres endurecidos, peligrosos. Los vigilantes tienen que enfrentarse constantemente a motines, plantes, peleas. Los nervios se disparan a menudo. En ocasiones, los funcionarios se sienten amenazados... Todo eso crea una psicosis de violencia muy desagradable, que les impulsa a buscar el porvenir en profesiones o negocios menos peligrosos. Creme, Bill; hago todo lo que puedo. Pero si aprieto demasiado a mis empleados, ellos rae abandonarn. Harper asinti con lenta cabezada. El conoca muy bien el peculiar ambiente opresivo de la prisin. Lo cual no era obstculo para que desease con todas sus fuerzas que el trato a los presos fuese ms equitativo y humano. Harry Foster penetr poco despus en el amplio despacho con las copias de los documentos que necesitaba Bill Harper. Este los recogi; termin su copa, estrech la mano de Hagerty y se despidi: Hasta maana. Debra estar comenzando a impacientarse dijo. Y abandon la prisin. Tard un cuarto de hora en trasladarse en su automvil a Stone Bay, localidad situada a unos diecisis kilmetros de la prisin donde el matrimonio Harper resida. Debra Harper le recrimin por su tardanza, pero su gesto fosco desapareci en cuanto el doctor Harper la abraz y la bes tiernamente en los labios. Entraron. Bob, su nico hijo, un muchacho de doce aos, estaba viendo un filme del Oeste en la televisin. Bob bes a su padre distradamente en la mejilla y volvi a concentrarse en el televisor. Harper sonri, comprensivo, tom a su esposa por el talle y ambos fueron a la cocina. Sintate. Pareces preocupado coment la atractiva seora Harper, escrutando, sagaz, su semblante. Sacar una botella de vino y te preparar unos filetes y ensalada. Reljate. Creo que trabajas demasiado, Bill. Oyendo la conversacin de su esposa, Harper se fue relajando poco a poco. Bebi un poco de vino, pic en los entremeses que Debra haba dejado a su alcance y extendi sobre la impecable mesa de la cocina el informe sobre Ralph Diamanti. Poco despus se haba abstrado tan profundamente en la lectura que ni siquiera advirti que su esposa dejaba en la mesa una bandeja con su cena. Volvi a llenarse la copa sin mirar y sigui leyendo hasta dar fin a los treinta y ocho folios de que contaba el expediente: Cuando termin, lanz un suspiro y dej los folios sobre la mesa. En resumen, la historia de Ralph Diamanti haba sido una cadena sin fin de delitos; robos, reyertas, violaciones, abusos y transgresiones de todo tipo. Diamanti proceda de una familia de inmigrantes sicilianos. A los catorce aos se le conoca en Little Italia (un barrio de Nueva York considerado un ghetto ms), como un adolescente introvertido y cruel que gozaba haciendo sfralos animattos que caan en sus manos. En el pequeo patio-jardn de su casa de vecindad en Little Italia tena un cementerio en e! que haba sepultado unos cincuenta perros y gatos, que l cazab

  • a en los callejones y en los edificios semiderruidos del barrio. Animales a los que mataba, despus de someterlos a cruentas e incontables torturas. A los diecisis aos viol a una nia de catorce aos. Ser menor de edad le vali una estancia de un ao en Cottage Bitch, de donde sali convertido en un bravucn insolente y peligroso. Para entonces, Diamanti comenz a tomar gusto a los negocios. Al anochecer, l y sus amigotes, componan una numerosa cuadrilla que se dedicaba a apedrear los escaparates de las humildes tiendas del ghetto. Al da siguiente, Ralph se presentaba al dueo del negocio en cuestin y le peda cincuenta dlares mensuales... a cambio de la seguridad de que su tienda no volvera a ser destrozada en adelante. Despus... Una estancia de cuatro aos en una prisin para delincuentes juveniles por homicidio frustrado. Numerosas detenciones hasta los veinticuatro aos. Denuncias por lesiones a personas que no suponan ningn peligro para l: ancianos, invlidos, minusvlidos, ciegos que vendan baratijas, menores... Por entonces, Ralph dorma a menudo en los calabozos de las comisaras de Nueva York. Haba ampliado sus negocios de proteccin y se dedicaba con gran xito a las apuestas ilegales, al asalto de camiones en ruta, a las loteras clandestinas y a toda clase de actividades execrables. Se le sealaba ya como un activo del sindicato y se supona que gozaba de ingresos cuantiosos, del orden del milln de dlares anuales, aunque la polica nunca pudo establecer dnde guardaba sus ahorros o inverta sus ganancias. La presin policaca le aconsej finalmente trasladarse a una nueva tierra de promisin: la costa Oeste de California. Enormes ciudades, fabulosas posibilidades de enriquecerse. En San Francisco, Ralph Diamanti pronto se dio a conocer y a temer. Controlaba a centenares de pandilleros, chivatos, intermediarios y asesinos a sueldo. A lo largo de cuatro aos, Diamanti fue citado ante diferentes tribunales, acusado de asesinato, soborno, cohecho, amenazas a diferentes personalidades y tambin de dirigir un grupo maoso en el Estado de California. Pero Ralph era ya todo un personaje a aquellas alturas. No slo diriga numerosos negocios legales: tambin posea autoridad en los negocios fruteros y de los transportes. Se le vea a menudo codearse con actores y actrices e incluso con influyentes personajes de la poltica. Contaba con los mejores abogados, que nunca tuvieron grandes dificultades en obtener para l la absolucin por insuficiencia o por absoluta carencia de pruebas. Testigos que das antes estaban dispuestos a testificar contra l, se negaban a comparecer ante los tribunales o desaparecan misteriosamente para no volver. Fue entonces cuando se produjo el asesinato masivo de la familia Breeman. Por qu cometi Diamanti aquel tremendo error, no poda explicrselo la polica, que s sinti muy satisfecha cuando logr esposar al mafioso con pruebas abrumadoras a sus espaldas. Tampoco poda explicrselo al sensible doctor William Harper. Ralph pudo encargar ese sucio trabajo a unos cuantos de sus matones. Y jams hubiera ido a parar a la crcel. Pero... Diamanti posea un restaurante italiano en el centro de San Francisco. Y una de las camareras que atendan a los clientes era precisamente Carol Breeman. Era una mujer muy hermosa. De belleza un tanto provocativa, en seguida capt las lascivas apetencias del capo, que desde el principio consider a la bella y joven mujer bocado fcil. Se equivocaba, lamentablemente. Porque en verdad Carol Breeman era una mujer honesta, amante de su marido y de sus hijos. Si trabajaba en el restaurante uno de los pocos negocios lcitos del gngster era nicamente con un motivo noble y limpio: Nick Breeman, su esposo, padeca una grave enfermedad del corazn que le impeda realizar trabajos fatigosos. Nick decoraba piezas de cermica en su propio hogar y su esposa ganaba un poco ms de dinero, lo que permita que la familia Breeman atendiese sin apreturas a los gastos del hogar y a la educacin de sus dos pequeos hijos. Segn las pruebas, Ralph Diamanti haba, perseguido durante casi un ao a Carol Breeman. Obcecado en sus deseos, haba llegado a amenazar pblicamente a la mujer.

  • Luego, aquella noche, perdi, el control de s mismo por primera vez en su vida. El despecho provocado por haber fracasado con una mujer, le impuls a beber desordenadamente. A las once de la noche penetr por la fuerza en el hogar de los Breeman, una confortable casita a las afueras del gran San Francisco, para lo cual hubo de fracturar la puerta posterior del chalet. Sorprendi al matrimonio Breeman viendo un programa de televisin. Sin previo aviso, sac de debajo de su ligera gabardina la recortada repetidora Winchester y dispar hasta descargar los siete cartuchos de que dispona el arma. Harper haba visto unas horribles fotografas en la prensa diaria. Los Breeman haban muerto instantneamente, destrozados sus rostros y convertidos sus pechos en una carnicera repugnante. Jimmy Breeman, que ocupaba un dormitorio en el piso alto, apareci en la escalera y contempl con horror los cadveres de sus padres y el saln manchado de sangre. Paralizado por el pnico, fue presa fcil del criminal, que cort el fuerte cordn de una persiana, enlaz al nio por el cuello y le ahorc desde lo alto de la propia escalera. Con Daisy fue an peor. La nia intent escapar, dando chillidos de espanto, Diamanti la alcanz en la mitad del saln, la agarr por los cabellos y por una pierna y la estamp contra la pared frontera. Luego, la remat a golpes de atizador en el suelo..,. Lo que sucedi despus, excit los nimos de los ciudadanos hasta el paroxismo: el asesino pas el resto de la noche emborrachndose en el hogar de los Breeman. De madrugada se le ocurri la idea salvadora que habra de eliminar toda huella de los brutales asesinatos. Empap de fueloil el cuerpecito de Daisy Breeman y lo arroj al fuego de la chimenea. Sin duda, pensaba hacer lo mismo con los cadveres de Jimmy, de Carol y de Nick Breeman. Pero las circunstancias no estaban a su favor ya. Una mujer penetr en el domicilio de los Breeman y sorprendi al gngster cuando ste atizaba el fuego en el que estaba carbonizazndose el cuerpecito de la nia. Entorpecido por la borrachera, Ralph no consigui detener a la mujer, que se lanz a la calle, despavorida y escandalizando con sus gritos a la vecindad. Cuando los agentes de un auto-patrulla penetraron despus en el domicilio de los Breeman, contemplaron un panorama dantesco: el saln convertido en un matadero, el fuego expeliendo un hedor acre y... Ralph Diamanti desvanecido en el suelo. Se haba golpeado accidentalmente contra una mesa. La herida abierta en su crneo empapaba de sangre sus negros cabellos... * * *Bill Harper se quit las gafas, frot sus prpados con las yemas de los dedos y tom un sorbo de vino. Luego, distrado, prob unos bocados de la comida que Debra haba dispuesto para l. Es curioso... pens. Yo dira que entre el Diamanti que se describe aqu y el hombre al que he estado atendiendo estos das, existen sustanciales diferencias. El asesino mafioso era un hombre brusco, violento, irascible. El Ralph. Diamanti que Harper haba cuidado en el hospital era tmido, amable y callado. Y si no fuesen la misma persona?; se pregunt, estupefacto. CAPTULO VQuiere dejarnos un momento a solas, Sawyer? pregunt amablemente el doctor Harper a su ayudante sanitario. Sawyer alz la cabeza, sorprendido, mir alternativamente al enfermo y al mdico, y abandon la habitacin. * Cuando estuvieron solos, Harper observ a Diamanti. Le tom el pulso y le puso el termmetro, un tanto preocupado. La temperatura del preso era de casi cuarenta grados. Sin embargo, la temperatura que Sawyer haba anotado en el grfico dos horas antes apenas sealaba treinta y siete grados. Diamanti tena las mejillas encendidas y los ojos velados. Puedes hablar, Ralph? pregunt el mdico. Diamanti movi los labios con torpeza. Con... mucha... dificultad, doctor balbuce. Harper dirigi una mirada a la puerta.

  • La sospecha se iba abriendo paso aceleradamente en su cerebro. Te han puesto alguna inyeccin?.pregunt al recluso. Tres... desde anoche respondi Ralph, con voz sibilante. Sedantes? No... lo s, doctor. Diamanti daba la sensacin de un intenso torpor fsico. Sus ademanes eran lentos y mantena los prpados casi cerrados. Le estn atiborrando de sedantes. Pero por qu? se pregunt Harper, desorientado. Camin hacia la puerta. Se oy entonces un rumor en el pasillo o slo lo imagin? Abri la puerta y se asom: Sawyer manipulaba en el autoclave del botiqun anexo. Quiere venir un momento? dijo el mdico. Sawyer se apresur a reunirse con l en el pasillo. S, doctor? A partir de ahora no se inyectarn sedantes a Ralph Diamanti indic, tajante. Pero ya sabe que ese hombre sufre frecuentes accesos de violencia... Limtense entonces a reducirlo y a colocarle la camisa de fuerza. Avsenme con urgencia en cuanto se produzca uno de esos accesos. Queda bien entendido? Sawyer asinti. Como usted disponga, doctor respondi. Y volvi a su botiqun. Harper entr en la habitacin de Diamanti, cerr la puerta y aguard un momento, presto el odo. Luego se tranquiliz al or el rumor que produca Sawyer marcando un nmero de telfono. Observ al recluso, que permaneca en la misma actitud esttica y somnolienta. Es muy extrao se dijo Harper. Este hombre slo sufre accesos violentos cuando yo me alejo de la prisin. Busc su maletn, seleccion una ampolla, le cort el cuello hbilmente y verti su contenido en un vaso, que mezcl con un poco de agua. Luego tom a Ralph por el cuello y le incorpor. Vamos, muchacho, toma esto. Suavizar tu garganta y te ayudar a hablar dijo. Diamanti obedeci, confiado. Diez minutos ms tarde, el enfermo se incorporaba sobre sus codos y murmuraba: Doctor, anoche tuve una de esas pesadillas vacil. Bueno, no era exactamente una pesadilla: yo dira que empezaba a recordar:.. Recordar... qu? Acrquese, por favor. Harper tom una silla y se acomod cerca de Ralph. Dime. * * *Los chicos se haban marchado ya. La estancia haba quedado solitaria y silenciosa. Tambin se haba marchado ella. Dijo que tena que hacer unas compras en la ciudad, pero que volvera antes del anochecer. No quiero que te intranquilices por mi causa aadi, con una sonrisa encantadora. Y se fue. Entre sus dedos tena un montn de hojas de ejercicios. Los repas cuidadosamente. De vez en cuando, diriga una mirada llena de ansiedad a la fotografa enmarcada en un barato pero atractivo, marco de piel: all estaba reflejada ella, sonriente y entraable. Y su firme y graciosa letra redondilla: A Blaine Prentice, con amor. Francey. A travs de los ventanales penetraban los ltimos rayos de un sol otoal. En el silencio poda escuchar claramente el tictac de su reloj de pulsera. Tras la prolongada jornada, era agradable trabajar en aquel recogimiento silencioso. Trabaj durante largo rato. La luz huy y hubo de encender el tubo fluorescente ms prximo a su mesa. Luego, de repente, se oy el zumbido de un escape. Ella? Bruscamente, la puerta se abri y tres individuos penetraron en la estancia. Eran hombres jvenes, de su edad aproximadamente, vestan ropas caras y sus facciones eran duras e insolentes. Le observaron fijamente, con insistencia. Parecan muy sorprendidos.

  • Uno de ellos sac una cartulina, la mir, desvi su mira da hacia el hombre que se sentaba tras la mesa y luego ofreci la fotografa a sus compaeros, que la examinaron con idntica vehemencia. Parece imposible! Pero ah est. Ese tipo, Rocksoh, no se equivocaba. Este es nuestro hombre. No lo hubiera credo..., si no lo tuviera ahora mismo ante m expres otro. Se puso en pie tras la mesa, intrigado y ofendido. Pueden decirme qu hacen aqu? Los tres hombres se acercaron a l. Sonrean. Desde luego, que pensamos darle esa satisfaccin, seor. Quiere acercarse? Descendi del plinto y... uno de aquellos individuos le atenaz un brazo a la espalda con una violencia inaudita. Pero qu hacen! clam, ms sorprendido que asustado. Otro hombre alz un puo sobre su rostro, pero su camarada le atenaz por la mueca. Nada de golpes, Burt. Ya sabes las instrucciones. No hemos de hacerle ningn dao, ninguna marca. Hay otros procedimientos, amigo mo... El hombre sac un frase de un bolsillo. Le quit el tapn y verti algo sobre un pauelo. Antes de que el agredido pudiera apercibirse de lo que iba a ocurrir, una mano aplast el pauelo contra su boca y su nariz, mientras los otros dos individuos le sujetaban frreamente. Sin querer, aspir profundamente y... le lleg un intenso vahdo. Iba a perder la consciencia de un momento a otro. Quiso protestar, oponer alguna resistencia a dejarse avasallar, pero sus rodillas se doblaron y todo su, cuerpo se abati, inerte. Oy la conversacin de aquellos individuos cuyas voces se alejaban pausadamente. Luego ya no pudo percibir nada: haba perdido el conocimiento. * * *Nada ms? indag el doctor Harper, que haba tomado unas notas sobre el sueo de Ralph Diamanti. La pesadilla se interrumpi. Sawyer me haba despertado bruscamente y me obligaba a ponerme de espaldas para inyectarme. Poco despus volv a dormirme, pero ya no pude soar ms respondi el condenado. Harper se incorpor y guard el bloc en su maletn. Volvi al lecho de Ralph y le mir, abstrado. Dnde est la cicatriz de su crneo, Ralph? pregunt de improviso. El preso alz su mirada, confuso. Cicatriz? pregunt. Era la primera prueba a que Harper le someta. El informe deca literalmente: la herida abierta en su crneo empapaba de sangre sus negros cabellos... record Harper para s. Diamanti deba haberse llevado la mano a la cicatriz de su crneo, instintivamente, pero no haba sido as. Entonces se acerc y dijo: Me permite, Ralph? Me gustara examinar su cabeza. S, doctor se pleg el recluso con su caracterstica amabilidad. As? . e inclin el torsa adelante. Harper apart sus cabellos y busc la cicatriz, pacientemente. Los cabellos de Diamanti eran muy espesos y le llev varios minutos cerciorarse de que... en aquel crneo no haba ninguna cicatriz. Y entonces sus sospechas se afianzaron. "Estaba casi seguro de que aquel hombre no era Ralph Diamanti". Era una locura, lo saba. Quin hubiera ocupado voluntariamente el lugar de un hombre condenado a muerte, cuyo destino estaba pendiente de la decisin del presidente de la nacin? Nadie se respondi a s mismo el mdico. Excepto que... Pero, no, no. Era un pensamiento descabellado! A pesar de ello, Bill Harper se propuso realizar algunas discretas indagaciones. Preocupado por la suerte del recluso que tena a su custodia, permaneci durante todo el da en la prisin... A las ocho, justo en el momento en que Dan Sawyer volva a hacerse cargo del servicio, decidi marcharse. Le recomend a su ayudante que obedeciera estrictamente sus indicaciones y abandon

  • la prisin. Fuera, se le acerc el vigilante del aparcamiento afecto a la prisin. Buenas noches, doctor Harper. Ah, buenas noches, Parks! respondi. Abrguese. Hace mala noche. Eso iba a decirle coment Parks Por cierto, doctor: debera cambiar ya los neumticos de su coche. Estn casi gastados y eso es peligroso. Se acerca el invierno. Llover y helar. Ya sabe... Harper dirigi una ojeada a las ruedas del Buick. Diablos, tiene razn! Cmo es posible? Los cambi el mes pasado, cuando cayeron las primeras lluvias. Nunca cre... Hgame caso. Vale ms gastar un puado de dlares en neumticos nuevos, que sufrir un accidente. Buenas noches, doctor Harper. Buenas noches, Parks. Puso el motor en marcha y arranc. Mientras conduca carretera adelante, con direccin a Stone Bay, pens en los neumticos. Cmo era posible que en poco ms de un mes se hubieran desgastado tanto...? Desde luego, no haba dedicado mucha atencin a su automvil, siempre tan atareado con los problemas de la prisin, pero... Puso la luz larga y se concentr en la conduccin. Chispeaba. Pero pronto la lluvia arreci y se transform en violento chaparrn. Habra recorrido unos siete kilmetros y descenda hacia el puente sobre el Chilliagawa River, cuando el automvil comenz a comportarse de forma extraa. La direccin apenas obedeca y el coche daba furiosos bandazos de extremo a extremo de la ancha carretera. Sbitamente se aproxim al puente. Descenda a noventa kilmetros por hora cundo comenz a frenar. El automvil redujo su marcha, pero prosigui, impertrrito, hacia la ribera del Chilliagawa. Harper adivin lo que iba a suceder y no pudo evitar un alarido de espanto. El Buick golpe de refiln contra la balaustrada izquierda del puente, salt en el aire describiendo un violento tirabuzn y rebot pesadamente sobre las rocas que erizaban la orilla del ro. Finalmente se inmoviliz entre dos erizados peascos, completamente destrozado. Sin embargo, uno de sus faros luca an. A la luz amarillenta, se vio brotar el vapor blanquecino del radiador del coche siniestrado. Un minuto despus, otro automvil apareci en lo alto de las colinas y descendi a gran velocidad la pendiente, abandon la carretera y rod a campo travs por la elevada margen del Chilliagawa. River... Apaga los faros! gru alguien dentro del vehculo. No quiero que nos vean. Tres hombres se apearon del automvil y comenzaron el descenso a travs del roquedal. Llevaban linternas que enfocaban al suelo para disminuir los halos luminosos. Est muerto dijo uno de ellos, sacando la cabeza del automvil del doctor Harper. Tiene el cuello roto. Dame su maletn. Y no se te ocurra tocar nada! Te has puesto los guantes? Desde luego, Burt. Crees que soy estpido? T, Glen, rompe ese maldito faro. Cmo? Pedazo de idiota! Coge una piedra y destrzalo! Se oy un crujido y el tintineo de unos cristales. El nico faro indemne del Buick se apag. Aqu est el maletn. Unas manos enguantadas lo abrieron y registraron su contenido. Esto parece interesante los dedos sostuvieron el bloc del doctor Harper y la copia del expediente de Ralph Diamanti, en cuyas hojas haban hecho el mdico algunas anotaciones. Devuelve el maletn a su sitio. Y t, Glen, qu esperas para cambiar los tornillos de la direccin? Con el coche volcado, slo te llevar unos minutos. Unos gruesos dedos extrajeron un tornillo roto, lo reemplazaron por otro nuevo y lo atornillaron con una llave fija. Despus impregnaron el metal con un cido rpido para que el tornillo se oxidara rpidamente. Listo? Vmonos! Los tres hombres escalaron la abrupta pendiente y volvieron al coche. Poco despus se alejaban a gran velocidad.

  • * * *El cadver del doctor, William Harper fue descubierto a la maana siguiente. Tras la investigacin correspondiente, la encuesta admiti que la muerte del mdico se haba producido en un accidental casual. Para ellos fue decisivo el testimonio de Ed Parks, vigilante del aparcamiento de la prisin. Yo se lo advert, la noche anterior. Los neumticos de su coche estaban completamente desgastados. Y en una noche lluviosa, ya se sabe... tena que ocurrir! El cadver del infortunado Bill Harper fue sepultado en el cementerio de Stone Bay. Adems de su viuda y de su hijo, Bob, estuvieron presentes en el sepelio numerosos amigos, entre los que se contaban el director de la prisin, Jack Hagerty, y algunos funcionarios de la misma. Cuando Hagerty volvi a la penitenciara, lo primero que hizo fue pedir a su secretario que escribiese una comunicacin urgente al Departamento de Prisiones solicitando un nuevo mdico para cubrir la baja del doctor Harper. Entretanto, un mdico de Stone Bay se hizo provisionalmente, cargo de la sanidad de la penitenciara. Tres das ms tarde lleg el nuevo mdico. Se trataba del doctor Peter Lovelock, un hombre alto, delgado y hermtico. Casi calvo y de facciones cetrinas y austeras, Lovelock en nada se pareca al difunto Bill Harper. Al da siguiente, el doctor Lovelock examin a los enfermos del hospital penitenciario. Cuando penetr en la habitacin de Ralph Diamanti, el ayudante Sawyer, que le acompaaba, le inform, obsequioso: Es Diamanti, ya sabe. Pill una pulmona, pero ya est fuera de peligro. El fallecido doctor Harper se dispona a darle de alta. Lovelock dirigi al recluso una mirada insistente, y fra. Muy bien dijo. Pase aviso al director. Dgale que los vigilantes pueden llevarse a este hombre. Ralph dej caer la cabeza sobre el pecho. Acababa de recibir la noticia de la muerte del doctor Harper y ello le causaba un intenso desconsuelo. Saba que a partir de entonces no contara ya con la simpata y el aliento de un hombre tan comprensivo y sensible como Bill Harper. En consecuencia, sus esperanzas se desmoronaron. CAPTULO VIEst ah, Fabbri? susurr Ralph. Escuch atentamente, pero no obtuvo respuesta. Del techo provena un acompasado runrn que haca vibrar tenuemente su celda., / Fabbri! llam en voz alta. Un camastro rechin, prximo. Ah, seor Diamanti! Al fin le trajeron...! Qu tal lo pas all arriba? Seguro que ha engoado... se burl el siciliano. No crea que lo he pasado tan bien contest Diamanti. Suspir profundamente y aproxim su rostro a la reja. Dgame, Leonardo, qu es ese ruido que hace vibrar las rejas? Ah, eso! Es el camin de propano, que descarga combustible encima de nosotros. Arriba hay un patio de servicios, sabe? El camin viene una vez por mes. Utilizan propano para la calefaccin y para las cocinas. Ya musit Ralph. Por el corredor se deslizaban las volutas del cigarrillo que, sin duda, estaba fumando Leonardo Fabbri. Al aspirar el humo, Ralph, tosi secamente. Quiere un cigarrillo? pregunt su interlocutor. Puedo envirselo rodando por el suelo. Con suerte, conseguir atraparlo. Espere: meter dentro del cigarrillo un par de fsforos. No se olvide de tirar la colilla al retrete. No se moleste rehus Diamanti. No podra fumar... despus de la pulmona. Sin embargo, puede estar seguro de que le agradezco mucho este rasgo. Fabbri murmur una imprecacin entre dientes. Seor Diamanti, no parece usted... No me llame seor Diamanti suplic Ralph. De acuerdo: le llamar Ralph. Tiene usted razn, dentro de poco los dos seremos iguales. Qu quiere decir? la intensidad vibraba en las palabras de Diamanti. Nada, no me haga mucho caso. A veces empiezo a desvariar. Es normal: llevo ms de cuatro aos en el talego.

  • Creo que antes se dispona a decirme algo. S, le deca que no parece usted el mismo Ralph Diamanti que conoc hace tiempo. No tome en cuenta mis palabras, pero la verdad es que antes era un hombre bastante desagradable. Hablaba un ingls detestable, salpicado de tacos italianos, era engredo, grosero y brutal. Ahora, en cambio... Siga. Pues que me agrada ms. Me parece un hombre sencillo, educado y amable. Cmo lo consigui? Asisti a alguna academia, tom clases de algn aristcrata? Ralph se concentr en recordar. Finalmente se encogi de hombros. No lo s respondi. Soy as y basta. Por cierto, quera hacerle otra pregunta call. En latancia reson un fuerte golpe metlico, pero despus todo qued tranquilo. Hgala le anim su ms prximo compaero de celda. Leonardo, qu hacemos aqu? . Fabbri no respondi inmediatamente. Luego dej escapar una brutal carcajada. Cmo, que no sabe lo que hacemos aqu? Esta es la galera de los condenados a muerte, amigo mo! declar, impaciente. Ralph palideci. Quiere decir que yo... estoy condenado a muerte? insisti. Pero, vamos, amigo mo, no se haga de nuevas! Supongo que no imaginara que le iban a enviar de vacaciones, despus de despachar a la familia Breeman al completo chill Fabbri, irritado. O es que quiere bromear? No, no, se lo juro! Slo que... call de repente y se encogi en un silencio hermtico y angustioso. Al cabo de unos minutos, su vecino le dirigi la palabra de nuevo. Ea, djese de preocupaciones! Al fin y al cabo, le van a dar lo mismo. Coma, beba, duerma y fume... hasta que llegue la hora de desfilar hacia el octgono. El octgono? La cmara, amigo, tiene ocho caras. Dicen que no se pasa mal all dentro. Claro que ninguno de los que nos precedieron volvi para darnos su opinin personal su propia gracia hizo rer con gran jbilo a Fabbri. Si se quiere terminar pronto, hay que estar relajado inspirar rpidamente el gas letal. Aseguran que no se sufre nada. Pero maldita sea, me gustara conocer al "julai" que es capaz de mantenerse relajado cuando sabe que en un momento la va a diar! Ralph no comprenda muy bien algunos trminos del argot de Fabbri, pero no haba que esforzarse demasiado para leer entre lneas. Tambin Ralph tena algunas nociones de la cmara de gas. Haba ledo algunos reportajes referidos a la pena de muerte y a las diferentes formas de ejecutar la sentencia. Tambin haba visto, muchos, aos atrs, cuando apenas era un adolescente, aquella angustiosa pelcula protagonizada por Susan Hayward y que tan mal sabor de boca le haba dejado: QUIERO VIVIR. La mecnica de la sentencia supona un breve acto muy sencillo: el reo era encerrado en aquella cmara octogonal, despus de hacerle sentarse sobre un silln e inmovilizar sus brazos y piernas. Una vez cerrada hermticamente la cabina, varias bolas de cianuro caan en el bao de cido situado bajo el asiento del condenado. La reaccin formaba un gas letal que produca la muerte del reo en pocos minutos. Cuanto ms profundamente se aspiraba el fluido venenoso, tanto ms rpidamente sobrevena la muerte. Pensando en todo ello, un escalofro oblig a Ralph a estremecerse. Hace unos cuantos aos dijo Fabbri, usted y yo nos habramos salvado, Ralph. Entonces corran vientos progresistas en este Estado... Pero ahora... han vuelto a reinstaurar la pena de muerte. No creo que ninguno de los dos podamos abrigar muchas esperanzas. Hasta ahora, Jim Thomas, mi abogado, ha conseguido retrasar la ejecucin con triquiuelas, pero la sentencia est ya madura. Cualquier da de stos... Por qu van a matarle, Leonardo? pregunt Ralph, interesado a su pesar. No se lo cont ya? exclam Fabbri. Estrangul a Ettore y Amedeo Dargenti, dos tipos que se dedicaban a la usura. No slo eran prestamistas, tambin colaboraban con la polica. Me denunciaron, dijeron que yo compraba objetos robados. Y era cierto. Ellos mismos se quedaron por cuatro cuartos con varias pulseras de oro y otras chucheras. Pues bien: una noche me present en el domicilio de los Dargenti, cerr la puerta y los sorprend cuando estaban contando sus tesoros cerca de la caja de caudales... Fabbri resoll con fuerza.

  • Sorprend a Amedeo y le romp el cuello con mis manos. A Ettore lo estrangul lentamente. El muy puerco me manch las manos de baba...! a tres metros de distancia, Ralph Diamanti trag saliva; angustiado. Comet un error tremendo: vi un montn de billetes y unas joyas valiosas... Me llev setenta mil dlares y algunas alhajas. Un valor de doscientos mil dlares en total. Nunca deb tocarlos! Fue eso lo que provoc mi condena a muerte. Sin el robo hubiera escapado con una condena a cadena perpetua. Hizo una pausa, sorbi groseramente y agreg: Aunque no s qu ser peor... Si pudrirme lentamente en la crcel o... terminar de una puetera vez en la cmara de gas. Fabbri call. No pareca de humor para seguir charlando. Al cabo, sin embargo, Ralph le interes: Y de m, Leonardo? Qu sabe usted de mi situacin actual? Fabbri barbot una maldicin en siciliano. Pero, bueno, otra vez? Est bien, si quiere que le baile el agua... Ya sabe que est condenado a muerte, pero sus abogados han recurrido al Supremo. No s, no s... Las cosas estn muy mal en su caso. Pero al fin y al cabo, usted es un hombre rico y poderoso. Puede permitirse pagar diez mil dlares mensuales, ms gastos, a sus abogados. Para qu engaarnos? Podra producirse el milagro! Usted controla muchos intereses y est en posesin de muchos secretos sobre importantes personajes, qu le voy a decir cambi de tono y dijo, ms animado: Vamos, hombre, no se amilane. Aqu me tiene a m, con pocas esperanzas, pero sin permitirme el menor desmayo. Adems... es posible que obtenga la conmutacin por la condena a cadena perpetua! Usted cree? pregunt Diamanti, indiferente, como si aquella dramtica situacin no guardase relacin alguna con l. . Por qu no? Oiga Fabbri adopt un tono insinuante, baj la voz. Si logra la conmutacin noe olvide de m, Ralph. Sus hombres podran... su voz se convirti en un siseo podran echarme una mano. Ya sabe: organizar mi fuga. No s respondi Ralph, confuso. Cmo que, no? Si logra escapar de la cmara, no habr nada imposible para usted. Conseguir que le trasladen a una prisin ms cmoda y vivir como un raja. No se olvide de m, entonces. Est bien asinti Ralph, por decir algo. Le tendr en cuenta. Pero quines son esos amigoss de los que usted habl antes? Corpo del diavolo! se impacient Fabbri. Es que no le dicen nada nombres como Delaney, Wilcox, Darena, McMinn, Goldman...? Son personajes poderosos de la Banca, del comercio, la industria y la poltica. Poseen intereses en Nueva York, Chicago, Denver, Dallas, Milwaukee, Detroit, Boston, Baltimore... Si sus amigos presionan en Washington, obtendr, como ltimo recurso, el indulto del presidente. Ralph se esforz en retener aquellos datos en su mente. Cuando Fabbri call, aburrido, los repiti una y otra vez: Denaley, Wilcox, Darena, McMinn, Goldman... Delaney, Wilcox, Darena, McMinn, Goldman. Y as hasta estar seguro de que podra repetir aquellos cinco nombres de memoria. Seguro? Entonces... por qu no poda recordar a los Breeman ni los sucesos que acontecieron despus? En realidad, era ahora, por primera vez cuando se senta lcido v De pronto, se le ocurri aquella idea: Me han estado drogando para que no pudiera recordar. Pero qu debo recordar? Se propuso no permitir que le pusieran una inyeccin ms. Pero entonces cay en la cuenta de que tambin podan dragarle mediante el rancho, incluso el pan. Iba a poder resistir sin tomar alimentos? Permanecer en ayunas era la nica solucin para evitar que le drogasen, pero tambin supona un primer paso hacia la muerte. CAPTULO VIIFrank Gordon penetr a las once de la noche en el club Black and White. Tom un combinado en la barra, brome con una de las chicas top-less que atendan a los clientes y fum un par de cigarrillos. De cuando en cuando, diriga una fugaz ojeada a las cabinas del fondo, veladas por cortinas de terciopelo rojo. A las once y media, un caballero con gafas, sombrero y gabn penetr en una de las cabinas. Gordon tom su vaso, rode las mesas, simul admirar una de las erticas pinturas del tapizado muro y, advirtiendo que nadie reparaba en l, empuj las cortinas y p

  • enetr en la cabina ocupada por el caballero de las gafas oscuros. Sintate, Frank le invit aquel individuo. Cuando Gordon se sent frente a l en el muelle divn, el caballero puso un abultado sobre en la mesita, que Frank se apresur a coger. Le ech una rpida ojeada al contenido del sobre y mir a su interlocutor con desconfianza. Diez mil? Por qu? Hasta ahora he estado percibiendo mil a la semana dijo. Precisamente. Y seguirs recibiendo la misma cantidad hasta el fin de tus das. Hecho que deseo se produzca dentro de largos aos. Los diez mil son una compensacin extra a cambio de un trabajo especial. Qu trabajo? Tienes que librarnos de Diamanti pronunci el otro, con el mismo tono con que se encarga una reserva en un hotel. Frank se irgui, rgido. Ah, no, esto es demasiado. Cargarme a ese pobre estpido! No, no lo har. Ya me he pringado bastante en este sucio asunto protest, asustado. Y te pringars definitivamente si no llevas a cabo el encargo. Tenemos pruebas abundantes contra ti y las usaremos sin dudar si rehusas. Pero adems... tenemos otros procedimientos mucho ms drsticos y eficaces. Recuerda al doctor Harper. Pero maldita sea, Carlin, yo no puedo! No vuelvas a pronunciar mi nombre o... te romper la boca de un culatazo advirti Carlin, iracundo. Est bien, devulveme el dinero. Gordon palideci. Era un hombre muy alto y robusto, pero el delgado Carlin le dominaba a su capricho. Espera! vacil. Si no hay ms remedio, lo har. Muy sensato por tu parte. Adems... hemos pensado en tu seguridad Carlin puso un pequeo frasco sobre la mesa. Slo tienes que poner tres gotas de este producto en el rancho del preso. Cada da aumentars una gota, hasta... Pero... Pon atencin! Si hemos decidido eliminar a Diamanti es porque no hay otra solucin. Vuestro tratamiento no surte el efecto deseado en Diamanti. Sawyer... Te advert que no pronunciases nombres! Limtate a cumplir mis instrucciones. En pocos das, el corazn de Ralph Diamanti se resentir paulatinamente. Procura que acuda al mdico a los primeros sntomas. Es muy importante. Pero el doctor Lovelock podra descubrir que estamos envenenando a ese hombre se alarm el funcionario de prisiones. Carlin dej escapar una risita irnica. Qu sabes t! Le habis comprado tambin! se admir Gordon. No he dicho tal cosa pero Gordon comprendi que haba dado en el clavo. El doctor Lovelock no se pringara en aquel asunto: se limitara a certificar la muerte por paro cardaco de Ralph Diamanti. No te olvides, cada da una gota ms a partir de tres. No alteres la dosis. Todo ir bien asegur Carlin. Y ahora, espera aqu hasta que yo haya salido. Gordon hubiera querido detenerlo, pero cuando quiso reaccionar Carlin haba desaparecido. Tembloroso, guard el abultado sobre en el bolsillo interior de su chaqueta. Prob el ltimo trago de su combinado: saba demasiado amargo y estaba asquerosamente caliente. * * *Sus augurios haban resultado certeros. Cuando llegaron las siete de la tarde, no fue Guido Vtale, el preso-ordenanza, quien le trajo un plato de rancho y el panecillo, sino Frank Gordon, el odioso vigilante. Sin embargo, algo haba mejorado: el trato. Gordon. Se haba olvidado de sus brutales modos y se mostraba ahora ms amigable, incluso solcito. Cuando la reja automtica se descorri, el vigilante sonri. Con todo cuidado, puso en manos del recluso el abundante plato de comida y el panecillo. Vamos, Diamanti, come. He dicho al ordenanza que te pusiera racin doble. No queremos que nuestros clientes tengan ese macilento aspecto que t muestras dijo, bromist

  • a. Pero Ralph demostr tanta torpeza al tomar el plato de humeante y olorosa comida, que la mitad cay al suelo. Gordon movi la cabeza, comprensivo. No importa, no importa, luego lo recogers! exclam, amable. Cmetelo. Te traer otro platms. Y alguna fruta. No entra en el men, es ma sabes? Ralph no se senta aturdido ni dbil, pero cuando camin con indecisin hasta el fondo de la celda, arrastraba los pies y nuevamente el plato se balance y derram parte de su contenido. Contra lo que hubiera sido de esperar, el vigilante no le apostrof. Por el contrario, apenas poda disimular su satisfaccin al comprobar la ineptitud del preso. Ralph se sent sobre el borde del camastro, dej el plato en el suelo y mordisque un pico del panecillo. Gordon segua en la puerta, vigilndole, sin perder uno solo de sus movimientos. Vamos! Qu esperas para comer? Es qu la comida no es lo suficientemente buena para ti?. un trmolo de ira vibraba en la voz del vigilante. Qu poda hacer Ralph? Si se negaba a comer, Gordon le metera la comida a la fuerza por la boca. Y algo peor: el funcionario sospechara que Diamanti estaba al tanto del complot que se tramaba contra l. Tom el plato y la cuchara de plstico y comenz a comer groseramente, sin masticar. En pocos minutos haba dado cuenta del plato. Quieres ms? pregunt el vigilante con hipcrita solicitud. Ralph deneg con un gesto torpe. Gordon hizo un signo con la mano y desde la cabina Ellendale accion el botn correspondiente a la celda de Diamanti, que se cerr en seguida. Angustiado, Ralph cont los pasos del vigilante hacia la distante cancela... Treinta y dos, treinta y tres, treinta y cuatro! Los haba contado ya multitud de veces: Gordon necesitaba dar cuarenta y cuatro pasos para llegar al rastrillo que cerraba la galera. Treinta y ocho, treinta y nueve, cuarenta...!, cont mentalmente el condenado a muerte. Corri al lavabo, abri el grifo y comenz a tragar agua hasta que perdi la respiracin. Seguidamente, se inclin sobre el retrete, introdujo tres dedos en su garganta y las nuseas le obligaron a vomitar. Volvi a beber agua. Quiz un litro y medio. Y torn a repetir la misma operacin. Era asquerosa, pero vitalmente necesario. Al fin, respir tranquilo. Estaba seguro de que en su estmago no quedaba una mnima porcin de la comida que acababa de ingerir. Mir el panecillo con ansia y con pena. A pesar de lo cual, lo desmenuz en pequeas migas que arroj al retrete. Luego oprimi el botn de descarga de la oculta cisterna y el agua lo arrastr todo a travs de las alcantarillas. Reflexion. Poda tener, razonablemente, alguna duda de que trataban de asesinarle? Ninguna se respondi. Bastara observar la insistencia de Gordon para comprobar que se proponen atentar contra m. Pero por qu causas? Si era un condenado a muerte, no era sta suficiente desgracia? Desde luego, no podra aguantar muchos das sin ingerir alimento. A cada da transcurrido ira sintindose ms y ms dbil. No importa murmur, tozudo. Prefiero ser dueo de mis sentidos y de mi voluntad. De repente, su rostro se anim. Fabbri! No haba dicho el siciliano que se senta agradecido a Ralph Diamanti? Al parecer, el ordenanza le surta de alimentos suficientes a cambio de dinero o cigarrillos. Tendra que recurrir a l. Todo antes que esperar una oscura muerte por envenenamiento en una ignorada celda del stano de la penitenciara. * * *La seora Stevens se inclin, suplicante, sobre su hija. Esto no puede seguir as, Francey rog. Desde que desapreci Blaine no haces ms que llorar y suspirar. Te encierras en tu habitacin, apenas comes, no sales, ni siquiera te ocupas de tus nios como antes. La bella muchacha rubia no respondi. Careca concentrada en sus ntimos pensamientos.

  • Al parecer, todo lo dems se esfumaba en una bruma densa e infranqueable. T conocas bien a Blaine. Era un joven inquieto, eternamente insatisfecho. T y yo le omos decir en ms de una ocasin que algn da se alejara de Miles City. Debi aburrirse de esta ciudad, quiz recibi una oferta de un centro de enseanza ms importante declar Faye Stevens, compungida. En cualquier caso, no demostr gran inters por ti. Pero t no puedes estar suspirando por l toda la vida. Hace ms de un mes que se march sin dejar un simple aviso, una nota, como hubiera sido lo correcto. No puedes seguir obsesionada, hijita! Francey se volvi y le dirigi una mirada desvada, lejana. Blaine no se march por su voluntad dijo con voz pausada. Yo le conoca bien. Era un hombre bueno, paciente, valeroso y delicado. Tan viril a pesar de su delicadeza,...! Yo lo s muy bien, mam. A pesar de sus constantes proyectos, l jams se hubiera marchado as. Yo s que me amaba. La seora Stevens oprimi cariosamente los hombros de su hija. Vuelves a obsesionarte, Francey le reproch, afectuosa. Tambin t pudiste equivocarte. Viste amor donde slo exista camaradera, simpata. Te concedo que Blaine Prentice era un hombre muy atractivo y agradable, demasiado quiz para una joven tan inexperta como t. Pero debes desengaarte, querida. No te quera como t pretendes. Si se hubiera enamorado de ti, de ninguna forma se hubiera marchado como lo hizo. Pero es que Blaine no se march por su voluntad! repiti Francey, tenaz. No lo recuerdas? Dej abierta la puerta de su clase. Los ejercicios de examen de sus alumnos estaban regados por el suelo... Eso tiene fcil explicacin, hijita se apresur a decir la seora Stevens. Se olvid de cerr la puerta... a quin no le ha ocurrido esto alguna vez? El viento sopl fuerte y desparram los folios que tena sobre la mesa. No, no, no! Su bicicleta estaba en la caseta del jardinero. Quiz te parezca tonto, pero Blaine le tena un especial cario a esa bicicleta. La anterior Navidad se la regalaron sus nios, que en secreto reunieron algn dinero y sumaron la cantidad necesaria para comprarla en los almacenes Adley. Blaine me dijo en una ocasin que jams olvidara aquel rasgo y que conservara la bicicleta aunque se cayera de puro vieja. Y era cierto: la cuidaba con esmero, se dira que la mimaba. Jams la olvid. Por el contrario, le adapt pilotos, placas reflectantes, un espejo retrovisor, una banderita... El hecho de que dejase su bicicleta en la caseta del jardinero, es precisamente mi principal argumento para sospechar que a Blaine le ha ocurrido algo desagradable. Su madre se desesper. Qu podemos hacer? Tu padre ha llevado a cabo un centenar de llamadas telefnicas, multitud de gestiones personales, cartas... Todo para conseguir averiguar el paradero de Blaine. Sin el menor resultado. Y todo eso sirve para reforzar mi opinin de que a Blaine le ha ocurrido algo anormal la interrumpi Francey, veloz Si hubiera tenido que ausentarse por unos das, si una causa normal le hubiera alejado de Miles City por unas horas, nosotros le hubiramos situado, encontrado. Pero no ha sido as termin la joven, desesperada. * * *Ralph Diamanti! reson la voz, potente, en la galera. El grito, destemplado, le impuls a incorporarse de un brinco. Pero no lo hizo. Ralph comenzaba a educar sus reflejos y saba muy bien lo que tena que hacer. Aguard a que el grito se repitiera. Y luego, se movi un poco, dej escapar un murmullo ininteligible, y se incorpor despacio, simulando un gran esfuerzo. Abri los prpados sin prisas. En la puerta, por fortuna, no estaba Frank Gordon. Era otro funcionario penitenciario, uno llamado Wing. Salga le orden el vigilante. Su abogado le espera. Se sent en el borde del camastro y se desperez. Luego se rasc con desesperante lentitud los rizados y crespos cabellos negros. El vigilante comenz a impacientarse. Le he dicho que salga! Arrastr los pies hacia la puerta. Al parecer las medidas de seguridad eran seversimas: cuatro guardias armados de metralletas vigilaban el pasillo. Wing le espos. En el rastrillo aguardaba el jefe de servicios Calhagam, que asista a la escena con expresin inexcrutable.

  • Camine! le dijeron. Avanz con torpeza y los guardias le escoltaron, sin perderle de vista. Ms aprisa! Pero no aument el ritmo de sus pasos; por el contrario, gradualmente se fue retrasando. Hasta que Wing le impulso por la espalda. Sin rudeza, pero suficiente energa. As, muy despacio, salieron de la galera de la muerte y ascendieron la escalera que conduca a la planta baja. El rastrillo se cerr con un chasquido metlico a su espalda. Un pasillo, largo y ancho, con pequeas ventanas enrejadas a la izquierda. Por qu no recordaba nada de aquello? Lgicamente, si le haban llevado a la galera de los condenados a muerte a travs de aquel camino el nico, por otra parte, no debera resultarle familiar aquel largo corredor? Calhagam empuj una puerta a la derecha y Wing le indic: Entre! Penetr en una habitacin de discretas dimensiones. Al fondo haba un enorme cristal irrompible. Detrs de l, iluminado por un tubo de nen,. Ralph vio a un hombre bien parecido, de cabellos bien cortados, facciones bronceadas, gafas de ejecutivo, que vesta un elegante gabn azul. Wing le oblig a sentarse en una silla, frente a aquel desconocido. Levante este auricular y hable le indic el vigilante. Diamanti se volvi, desorientado. Dos guardias armados haban ocupado los ngulos ms alejados del locutorio y le vigilaban sin perderle de vista. El jefe Calhagam y el vigilante Wing permanecan a su espalda hierticos. Ralph tom el auricular y se lo llev al odo. El caballero que estaba al otro lado del grueso cristal hizo lo mismo. Quin es usted? pronunci el preso. No le conozco. Su visitante sonri. Vamos, Ralph. El jefe Calhagam me ha hablado de algunas de tus genialidades. Por supuesto que me conoces: soy Herbert Merrill, tu abogado pleg los labios en una sonrisa alentadora. Puedes hablar con toda tranquilidad. Te he trado los documentos para la legacin de fondos a la Fundacin Lusk, segn t me pediste. Qu es lo que ped, de qu se ocupa la Fundacin Lusk? Merrill arque las finas cejas con un gesto de asombro. Amigo mo, t creaste la Fundacin Lusk, para la proteccin de minusvlidos. Insististe en que Merrill carraspe por si ocurra lo peor, queras dejar legalmente zanjada esta cuestin. Si ocurre lo irremediable, todo tu dinero ir a parar a la Fundacin. Es el ms noble gesto que he podido admirar en mi vida. No firmar nada se agit Diamanti, tenso. Esperaba que mi abogado me diera cuenta de su gestin en mi favor, no de una donacin a esa Fundacin Lusk. Impvido, Herbert Merrill sac de su lujoso portafolios unos documentos que tendi a un funcionario, el cual se march con ellos por una puerta del fondo. Hablaremos de tu situacin en cuanto tenga esos documentos firmados en mi poder-especific el abogado. Ralph se frot violentamente los cabellos con un ademn nervioso, descontrolado. Adrede, permiti que su baba resbalara por la comisura de los labios. Merrill le observaba fra y fijamente, sin perderse uno solo de sus movimientos. Al diablo! chill Diamanti. Y se puso bruscamente en pie. Al diablo con todo! Vete al infierno, Herbert Merrill! Wing le oblig a volver a su asiento. Mientras presionaba brutalmente el cuello del preso, tom el auricular que estaba colgando de su cable y se disculp servilmente: Disclpele, seor Merrill. ltimamente el seor Diamanti no parece muy dueo de sus actos. Un funcionario lleg con los documentos y los dej sobre el tablero. Alguien tendi a Ralph un bello bolgrafo de plata. Firma, Ralph le lleg la voz del abogado a travs del auricular. Tuviste un bello gesto al crear la Fundacin Lusk. Refrndalo ahora con tu firma. Wing le puso el bolgrafo en las manos. De repente, en una brusca mutacin, Ralph tom el bolgrafo y estamp su firma. Cuidadosamente escribi con su bella letra caligrfica: Blaine Prentice.

  • Pero...! exclam el vigilante Wing. Djenlo se apresur, a intervenir Herbert Merrill. Por qu finges, Ralph? Qu significa eombre? T sabes que no es el tuyo! Pero Ralph no le escuchaba. l se senta tan asombrado como las personas que le contemplaban. Blaine Prentice, haba escrito fluidamente. Quin era Blaine Prentice? No le haban tratado de convencer de que l era Ralph Diamanti? Por qu ahora, su mano, voluntariamente, haba escrito un nombre tan diferente? Devulvanme esos documentos, por favor pidi Merrill a Calhagam con forzada amabilidad. Volver cuando el seor Diamanti haya recobrado un poco de su buen juicio. Ralph alz la cabeza cuando el abogado devolvi a su portafolios los folios mecanografiados. Merrill entorn los prpados. Disimulaba a duras penas su ira, era notorio. Lamento no poderte traer mejores noticias, querido Ralph comenz a hablar con lentitud. Los esfuerzos de mi equipo de abogados para conseguir una revisin de tu sentencia en el Supremo han resultado intiles. Pero no debes desfallecer. He elevado una peticin de clemencia al presidente de los Estados Unidos. He procurado tantear nuestras posibilidades, me he comunicado con amigos de Washington. No voy a mentirme: las noticias no son positivas. Al parecer, el presidente no se atreve a desafiar la opinin pblica, excitada en las ltimas semanas por la presin de la prensa, la radio y la televisin. A pesar de todo, querido Ralph, no deberemos perder la esperanza. En el ltimo momento, la Providencia nos ayude!, puede producirse el milagro. Se alz elegantemente de su asiento, comprob que su indumentaria estaba en orden, tom nuevamente el auricular y dijo solemne: Buena suerte, amigo mo. Volver en cuanto tenga noticias para ti. Wing tom a Ralph por el hombro y le oblig a ponerse en pie. Le hicieron volver a su celda de la galera de la muerte. Blaine Prentice... Prentice repiti en voz alta el preso en cuanto se qued solo. Por qu le resultaba familiar aquel nombre, qu extrao instinto le haba impulsado a escribirlo? Eh, Ralph! le lleg la voz de Leo Fabbri. Cmo ha ido eso? Qu le ha dicho su abogado? peranzas? Qu deba responder? Su estmago vaco le impuls a mentir. Esplndido, amigo mo! respondi con falso entusiasmo. Merrill me ha asegurado que el presidente firmar la conmutacin a cadena perpetua. Por supuesto, ser fcil, dentro de unos meses, el traslado a otra prisin. Quiz... baj la voz incluso la fuga. Podra hacerme la ciruga esttica, una vez libre. Y algn tiempo ms tarde, comenzara una nueva vida, como el Ave Fnix resurgida de sus cenizas. Quiz escoja Australia. O tal vez Europa, tengo que pensarlo. Vaya, vaya! exclam Fabbri, notoriamente excitado. No sabe cunto lo celebro, amigo mo. Supongo que ahora, que ha logrado esquivar la cmara, no se olvidar de m. Ralph Diamanti slo tiene una palabra, Leo. Tengo grandes proyectos para usted tambin. Lo primero que he hecho ha sido encargar a Herbert Merrill, mi abogado, que se informe acerca de su caso. Dice... dice que aconsejar a Jim Thomas para que presente una apelacin por defecto de forma, lo que podra provocar un nuevo juicio. Y si ste se llegara a celebrar... Bueno, usted sabe cmo funciona el sindicato: no sera difcil asaltar el coche celular en que le trasladaban al Palacio de Justicia. Est seguro de que eso es posible? susurr Fabbri, esperanzado. Es una posibilidad. Por lo dems, Herbert Merrill es un hombre muy hbil y conoce todos los trucos de la ley. Crame, Leo, no pienso olvidarle. Madonna, si fuera verdad! gimi su vecino de celda. Ralph trag saliva. Era tico hacer concebir falsas esperanzas a un condenado a muerte...? Peor sera atormentarle con la realidad se respondi. Necesitaba la ayuda de Leo para sobrevivir. Cuando la vida de un hombre est en peligro inminente, hay algn recurso que pueda considerarse amoral? CAPTULO VIIILe sacaron del furgn y le llevaron en volandas hasta la cabina del viejo garaje fuera de servicio.

  • Sus pies arrastraban por el suelo y se mancharon en un charco de grasa negruzca. Los hombres que le agarraban le introdujeron en la cabina y le dejaron caer sobre un colchn de muelles, despanzurrado. Una ancha banda de cuero le ci el pecho. Luego inmovilizaron tambin sus brazos y sus piernas con anchas pulseras del mismo material. Todava bajo los efectos del cloroformo, el prisionero no hizo ningn movimiento para oponerse a sus agresores. Respir hondo, acompasadamente. Poco a poco fue recuperando la consciencia. Al abrir, los ojos, el foco que colgaba de lo alto le ceg. Parpade, pero al fin pudo ver a los tres individuos que le contemplaban con gran atencin. Buenas noches, Ralph Diamanti dijo uno de ellos, con burla. Oigan! Yo no me llamo Diamanti, me llamo... Ralph Diamanti repiti su interlocutor, que se volvi hacia sus compaeros y pregunt: Cm llama este hombre? Vaya pregunta! Es Ralph Diamanti, por supuesto! Ese es su nombre respondi el de la izquierda. Y se acerc. As consta en su documento de identidad y en su pasaporte: Ralph Diamanti. Extendi ante l los dos documentos y el hombre inmovilizado sobre el catre, irgui la cabeza y mir, con ansiedad. Ralph Diamanti, de 28 aos de edad, soltero, hijo de Damiano y Francesca, nacido en Nueva York el da... All estaba su rostro! Es una burda falsedad! Yo soy... comenz a protestar. Pero nadie le hizo caso. Los tres hombres acababan de abandonar la cabina. Desde el exterior lleg el chirrido de la puerta basculante y el petardeo del escape del automvil que, sin duda, acababa de penetrar en el garaje. Los pasos se aproximaron. Los tres individuos acompaaban a un cuarto hombre. Un individuo de unos cincuenta aos, cabellos grises y rostro plido, marfileo. Llevaba en la mano un maletn profesional. Pareca un mdico. El recin llegado le mir, con gran curiosidad. Y exclam: Es increble. Parece... Ralph Diamanti. Es Ralph Diamanti, doctor afirm uno de los individuos que le haban secuestrado. El mdico asinti. Dej su maletn en una vieja mesa con quemaduras de cigarrillos y sac un equipo de inyecciones. Alterada la respiracin, agitado e inquieto, el prisionero vio cmo sacaba una ampolla de cristal, rompa su cuello, absorba cuidadosamente la solucin, adaptaba una aguja hipodrmica y se aproximaba a l Sujtenle bien la cabeza indic el mdico. Es preciso impedir que se mueva lo ms mnimo. Forceje violentamente, asustado. Pero todos sus esfuerzos fueron vanos: Los tres canallas le aferraron enrgicamente. Uno por los cabellos, el otro aplast su cabeza contra el colchn destripado, el tercero le sujet la mandbula. Not el pinchazo en el cuello. La aguja tante y profundiz. El lquido penetr lentamente en su torrente sanguneo. Todo comenz a girar locamente alrededor de l. Su cuerpo se encontraba en el centro de una bullente vorgine que Je absorba, le absorba, le absorba. De repente, su cerebro estall en mil pedazos y la luz huy. Al cabo del tiempo comenz a escuchar aqulla voz susurrante. Me llamo Ralph Diamanti, tengo 28 aos, nac en. Nueva York, en Little Italia, soy soltero, mis padres son Damiano Diamanti y Francesca Groppa... * * *Dio un grito y despert, baado en sudor. Se incorpor, dirigi una desorientada mirada a las hmedas paredes de su celda, se palp el pecho, los brazos, las piernas. Luego c