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JUAN GOYTISOLO Supervivencias trivales en el medio intelectual español red

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SUPERVIVENCIAS TRIBALES EN EL

MEDIO INTELECTUAL ESPANOL

par Juan GOYTISOLO

PARA el investigador 0 antropologo eventualmente

interesados en el tema, la actitud de un vasto sec-

tor de la intelectualidad hispana hacia la persona y

la obra de Americo Castro pudiera constituir una va-

liosa indicacion acerca de los usos y costumbres,

tabues y reglas que, a 10 largo de decadas, lustros,casi centurias mantienen incolume, recia, asombrosa-

mente viva, la cohesion y estructura de tan estupenda

fauna. En un medio social y moral en el que, por

razones no siempre claras, asistimos a una enfermiza

exaltaci6n de cuantas figuras (decretadas previamente

intocables) pueblan (con raz6n 0sin ella) el menguado

panteon de nuestras glorias, la excepcion operada con

algunas resulta, en efecto, demasiado estridente para

que podamos, de buena fe, pasarla por alto. Quien

tomara por moneda de ley la opinion escrita de nues-

tros criticos, eruditos e investigadores concluiria ra-

zonablemente que Ia Iista mayoritaria de figuras easi

enterradas bajo el peso de los elogios es objeto de unageneral devocion no menos unanime. Nada mas lejos

de Ia verdad: en Espana, como en los tiempos de Mo-

ratin 0de Alas, una cosa es 10 que se piensa, otra 10

que se dice, otra muy distinta aun 10 que se eseribe

y otra, finalmente, 10 que por a 0 por b aparece publi-

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contra la mortal agresi6n de los «anticuerpos»: judios,

moros, protestantes, enciclopedistas, liberales, maso-

nes, anarquistas, marxistas ...

Recien entrado en Ia universidad, recurri, como mu-

chos otros j6venes de mi edad, a 1a lectura de los

autores que el establishment consideraba «respetables»

(America Castro no figuraba entre ellos : cuando lei parvez primera su obra fundamental habia abandonado

definitivamente el pais y me hallaba en el Limite de

cumplir -si no los habia cumplido ya- los treinta

afios), Debo decir que mi desilusi6n fue comp1eta.

Sin olvidar la deuda que desde entonces contraje con

algunos de estos escritores, 10 que me Ilamo en se-

guida la atencion fue 1a basica concordancia de sus

tesis (de sus visiones) con las que, en forma esque-

matica y un tanto ingenua, me habian ensefiado en

las aulas. Como 1a dudosa autoridad de los manuales

excluia toda posible influencia suya sobre tan encum-

brados maestros no tenia mas remedio que inclinarme

a 1a hip6tesis contraria: 1a obra de los maestros habia

inspirado la pluma del torpe profesor universitario

segun el cual los espafioles de hoy descendertamos

poco menos que de Tubal, hijo de Jafej y nieto de Noe,

Salvando la distancia existente ' entre uno y otros,

hallaba en todos ellos las mismas «esencias» irreduc-

tibles y mit os, las mismas antipatias y prejuicios, la

misma arbitrariedad cargante: favoritismo infantil por

rornanos y visigodos, fobia morbosa contra hebreos

y musulmanes, concepcion mesianica de los hechos,

admision expresa 0 tacita de una presunta interven-

ci6n celeste en los destinos de nuestra comunidad (2).

En un pais en el que se escribe impunemente acerca

del «sevillano» emperador Trajano y de la «espafioli-

dad» de Seneca (Ortega y Gasset, Menendez Pidal),

sobre el caracter «pasajero» de la islamizaci6n de

Espana (Menendez Pidal), en el que se sostiene que

los musulmanes -esos mismos musulmanes calificados

aun recientemente de «invasores» y «depredadores»

nada menos que par Emilio Garcia G6mez- no fueron

«ingrediente esencial» en Ia historia de Espaiia (el ya

citado Ortega) y se edifican teorias superferolfticas

respecto al caballero espafiol y cristiano, «paladin de-

fensor de una causa, deshacedor de entuertos e injus-

ticias que va por el mundo sometiendo toda realidad

al imperativo de unos valores supremos, absolutos,

incondicionales» (Garda Morente) (3) -elucubracio-

nes y entelequias diariamente repetidas hasta el paro-

cristiana europea, asume su destino con plenitud cristiana de

valor y de humildad.» [M. GARciA MORENTE: Idea de la hispa-

nidad, Espasa Calpe, 1961. p. 17.] La obra de este Ultimo me-

rece ser releida can atencion, Rematando su alucinada vision

mesianista de la historia espanola, he aqui como resume para

el publico de habla hispana su vision de la Segunda Republica

y de la guerra civil: «Las necesidades polfticas de un Estado

extranjero y las obligaciones ideologlcas de una teoria social

exotica determinaron que desde 1931 Espana fuese invadida,

sin previa declaracion de guerra, por un ejercito invisible, pero

bien organizado, bien mandado y abundantemente previsto de

las mas crueles armas. La Internacional cornunista de Moscu

resolvi6 ocupar Espana, destruir la nacionalidad espanola, bo-

rrar del mundo la hispanidad y convertir el viejfsimo solar

de tanta gloria y tan fecunda vida en una provincia de la

Uni6n Sovietica» (obra citada, pp. 20-21).

(3) cHubiera calificado as! nuestro fil6sofo a los obreros

emigrados al servicio de los magnates negreros del Ruhr 0 a

los valets de Chambre del Seizieme Arrondissement?Los resultados de la carpetovet6nica opinion de Quevedo (tan

unamuniana avant la lettre!) que los dignos espafioles solo iban

a Francia a guerrear y cuhrirse de gloria mientras los rastreros

y bajos franceses venlan a Ia peninsula a trabajar los comemos

ahara: los franceses vienen hoy a Espana a pasar sus vacaciones

y son los espafioles quienes van a buscarse los garbanzos a

Francia.

(2) «iQue vane derroche de ingenio se ven forzados a hacer

para explicar el origen de las cuJturas y sus avances, a veces

p~ralelos y sincr6nicos, desde su campo de visi6n, quienes

niegan cualquier genero de intervenci6n de Ia Divinidad en el

a~er ~el hombre!» [C. SANCHEZ ALBoRNOZ: Espana, un enigma

historico, Ed. Surarnericana, 1962, p, 511. IDEM: «Espana, a

quien la Providencia confirio la misi6n de salvar Ia cultura

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xisrno por tanto plumifero irresponsable-, la obra de

A. Castro escandaliza y escandalizara, Los mismos crt-

ticos que, con quisquilloso puntillismo, han consa-

grado su tiempo a formular toda clase de reparos a

Ia interpretacion castrista de la historia de Espana

aceptan en cambio, sin un pestafieo, los planteamien-

tos «rnedioevales» y mtsticos mas infundados. Cuando

Menendez Pelayo escribe : «Sin unidad de dimas y

producciones, sin unidad de cultos ... , sin conciencia

de nuestra hermandad ni de sentimiento de nacion,

sucumbimos ante Roma» (4), dando por supuesto que

habra ya espanoles en Sagunto, Numancia y hasta en

la negrisima cueva de Altamira: cuando, en su prologo

al tomo II de la «Historia de Espana» dirigida por el,

Menendez Pidal dice: «Espana, reprimiendo su ibe-

rismo, viene a ser pronto un pais plenarnente asociado

al orbe latino» y descubre en los dos Senecas «la prj-

mera rafz de ciertas propensiones artfsticas espafiolas,

que muy particularmen te se desarrollan diecisiete (!)

siglos despues can los nombres de culteranismo y cO.n.

ceptismo» a ve en Lucano «un primer brote del realis-rno [espafiol] que va de Cervantes a Goya» (5); cuando

Garda Morente escribe : «La serie de los emperadores,

de los filosofos, de los poetas, de los oradores esparto-

les que marcaron rumbas en la poIitica y en la cultura

del Imperio [romano] esta en Ia mente de todos. Es-

pana, en su primer encuentro can un elemento extra-

no, supo, pues, maravillosamente asirnilar 10 necesario,

conservando, empero, y afirrnando la peculiaridad de

sus propias esencias populares» (6), el ingenuo lector

espera razonablemente que los mordaces crfticos de la

obra de Castro eleven alguna objeci6n a afirmaciones

e hipotesis tan discutibles, Esperanza Ilusoria y que

rnuestra por parte de quien incurre en ella una total

incornprension de los criterios y estimaciones vigentes

en nuestra comunidad intelectual : dichos autores son,

han sido, seguiran siendo objeto de culto y de mimo

par los abcrlgenes de la tribu. Lo que en esta cuenta

es la fidelidad al mito cristiano viejo tras el cual, a

partir del siglo XVI, los espanoles nos guarnecimos y

enmascaramos (7). Perfectamente normal, pues, la di-

sociacion entre «las tareas historiograficas y las exi-gencias de cierto rigor mental, previo a todo trabajo

de erudicion» que sefialara Castro. Como los mate-

maticos, nuestros historiadores y eruditos anteriores

a 6} solian dar por supuesta Ia validez de las premisas

en las que fundaban sus investigaciones y concentra-

ban todo su rigor e interes en las operaciones de

calculo : sobre algo tan brumoso e incierto como Ia

continuidad secular de «Espafia» desde los tiernpos

de Ia conquista rornana hasta hoy, algunos de ellos

levantaron hermosos edificios armoniosamente estruc-

turados, con decorados y adornos a menudo admira-

bles, sin preocuparse jamas de averiguar la solidez del

(4) Historia de Espana, 1934, p. 352.(5) Mis pdginas preieridas, Ed. Gredos, 1957, pp. 112-115.

(6) Obra citada, p. 16.

(7) La lectura del ultimo ataque del senor Asensio causo

las delicias de uno de esos tfpicos representantes de nuestra

fauna que, lejos del caldo de cultivo nacional, suspiraba por

su regreso a Sansuefia, dado que, segun su prcpia confesi6n,

«no podia vivir lejos de su tertulia», En el curso de nuestra

conversacion, recuerdo que el personaje de marras (mezcla

fantastica de tradicional cacique y modernisimo computer, se-

gun denominara un distinguido escritor a los de su especie) serefirio a Cernuda en estes terrninos : «Lo conoci, Un tonto,un antipatico y un atravesado, Manclito Altolaguirre y Ernilito

Prados ya ctra cosa. Manolito, sabre todo, fue un gran con-

versador.»

De haber tenido oportunidad de conocer al senor Asensio

le hubiese aconsejado que, con Ill. rnisma ingeniosidad que

dernuestra en rnanipular los argumentos de Castro para «pro-bar» e l o rigen cristiann nuevo de Quevedo, se sirviese, por

ejemplo, de los argumentos de Menendez Pidal en favor de la

milenaria continuidad historica de Espana para deducir a su

vez, fundandose en las palabras de Estrabon y de Trogo, el

origen hispanico (numantino 0 saguntino) de los desdichados

habitantes de Biafra,

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Rompiendo con los prejuicios Y anteojeras de nues-

tra hlstoriograffa, Americo Castro ha respondido con

audacia, originalidad y fuerza a la vieja pregunta que

desde mozos nos planteabarnos : ,Como se produjo Ia

peculiaridad nacional espanola y a partir de que epoca?

E1 valiente, innovador enfoque por €l adoptado lIevaba

consigo, desde sus comienzos, el necesario enfrenta-

miento con el inmenso aluvion de t6picos acumulados

en los libros de historia y manuales al uso y, a partir

de la primera versi6n de su obra fundamental, se ha

consagrado a tan ardua tarea sin vacilacion ni des-

mayo. «Las visiones e interpretaciones del pasado hu-

mano -escribe en Los espaiioles, como llegaron a

serlo- dependen de las ideas y prejuicios de quienes

10 contemplao... Por ser esto ast, la historiograffa

espanola era antes un informe tapiz, tejido de exalta-

ciones ~atri6ticas, .complejos de inferioridad, antipa-

ti~s ~acla el ISlam y los judios;. en suma, mas pOI' el

cnteno valorativo del historiador que par el sereno

juicio de que es y no es real .» Si va a decir verdad,

1a busqueda del «glorioso linaje espafiol» por partede nuestros historiadores recuerda 1a de ciertos hom-

bres de negocios sospechosamente enriquecidos que,

para hacer olvidar los ortgenes turbios de su fortuna

se fabrican una genealogla que se remonta a la epoca

de las Cruzadas. Este abo' de magnificar los origenes

coincide, en efecto, can e1 secreta deseo de borrar

una afrenta: la «continuidad» espanola, mantenida

desde tartesios e iberos hasta nuestros dfas sufre

~i~teriosamente, una interrupcion : cuando el ~jercit~

visigodo de don Rodrigo es derrotado en el Guada1ete

par las huestes de Tariq, los invasores arabes no son

ni dev~ndran nunca «espafioles» a pesar de haber per"

manecido en la peninsula, sin interrupcion, por espacio

de nueve siglos, Can la toma de Granada por los

terrene. Pero tales problemas no son objeto de discu-

sion por parte de los impugnadores de Castro: la cri-

tica de los maestros constituiria no s6lo una notoria

falta de respeto a los usos y buenas costumbres (algo

aSI como hurgarse la nariz en publico); serla, asimis-

rna, sacrflega, Tal actitud, incomprensible en otro pals

que no fuere Espana, explica La fantastica prolifera-

ci6n de dislates que, a 1a sombra de los intocables,honniguea en peri6dicos, revistas y publicaciones sin

que nadie, en e1 anestesiado pals, se tome 1a molestia

de rebatirlos, Si Seneca y Trajano fueron «espafioles»

y la «pasajera» invasion musulmana no constituyo si-

quiera un «ingrediente esencial» en la historia de Espa-

na desembocamos facilmente, gracias a nuestra «sin-

raz6n congenital>, en aquello de que el emperador

Trajano hablaba latin con fuerte acento de Sevilla, en

Ia pregunta planteada por un distinguido colaborador

de «ABC»: «lEra andaluz uno de los Reyes Magos?»,

o en el reciente Iibro del senor Ignacio Olague, cuyo

titulo se pasa ya de todo comentario : «Los arabesjamas invadieron Espafia.» No, no Ia invadieron, y 10

de Ia mezquita de Cordoba, la Giralda y la Alhambra

fue simplemente producto de una caprichosa moda

oriental (8).

(8) En una obra anterior, dedicada a Rarniro Ledesma Ra-

mos, La decadencia espanola (Libreria Internacional, San Se-

bastian, 1939), el sefior Olague, despues de calificar de «solemne

ernbuste» y «patrafia» la idea de ser el judio un habil productor

de riqueza y el arabe un maestro del regadio (<<Ningun histo-

riador que trate de asuntos espafioles debe ignorar que Ia

tecnica del regadio data en Espana nada rnenos que del Neoll-

tico»), celebra asi los decretos de expulsion de 1492 y 1610:

«Quien hubiera vista un siglo antes a nuestra peninsula, po-blada de seres tan varies, multicolores y ccrruptos, no hubiera

podido menos de ascmbrarse al reconocerla mas tarde forman-

do Ia rnasa mas homogenea que existiera en Europa, y que

puesto a prueba en las mas dificiles circunstancias. hizo Ia

maravilla de propios y extrafios» (voL I, p. 236). Precisaremos

(por si las cosas no estuvieran claras) que, para el sefior Ola-

giie, «UIl cristiano judio suele ser tan judio y nefasto como

un hebreo judio». (Id., p. 224.)

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Reyes Catolicos se cierra, pues, para muchos, un largo

y vergonzoso parentesis de la historia de Espana: la

casi simultanea expulsion de los judios no conversos

y la que se operara en 1610con los moriscos en aras

de la unidad religiosa, equivalen, segun el criterio tra-

dicional, a la eliminacion de dos comunidades extrafias

a la «esencia» del pais no obstante su dilatada convi-

vencia con la cristiana vencedora, Libre de moros y

judios, Espana recupera su identidad, deviene de nue-

vo Espana ...

Esta interpretacion de nuestro pasado hist6rico no

se ajusta, como hoy sabernos, a Ia verdad de los he-

chos. Como ha sefialado con pertinencia A. Castro,

fberos, celtas, romanos y visigodos no fueron nunca

«espafioles» y si 10 fueron en cambio a partir del siglo x

los musulmanes y judios que, en estrecha convivencia

con los cristianos, configuran la peculiar civilizaci6n

hispanica, fruto de la triple concepcion islamico-cris-

tiano-judaica. El esplendor de la cultura de Al-Andalus

y el papeI desernpefiado por los hebreos en los reinos

cristiancs de la peninsula modelaron de modo decisivola futura identidad de los espafioles, diferenciandolos

radicalmente de los restantes pueblos del Occidente

europeo. Esta herencia semita explica, en gran parte,

nos guste 0 no, el peso de la religion en la vida del

pais, el influjo y poder de Ia Iglesia y la escasa predis-

posicion nacional por los gobiernos de esencia demo-

cratica,

La ingente labor mitoclasta de Americo Castro re-

sulta absolutamente excepcional entre nosotros y, para

hallarle antecedentes, deberiamos buscarlos entre los

raros escritores que, como el, construyeron su obra

al margen a en oposicion a los valores hipnoticos de

la comunidad. En fecha reciente, repasando los articu-

los en lengua inglesa del escritor espafiol de mayor

talla intelectual de la prirnera mitad del siglo XIX -me

refiero al silencioso Blanco White, cuya obra, como

dice con raz6n Vicente Llorens, constituye «Ia confe-

sion mas angustiosa y personal que haya escrito un

espafiol en los tiempos modernos.s-s- tropece con unos

pasajes en los cuales, can su inteligencia e intuici6n

habituales, el autor de las Letters from Spain expli-

ca para el lector de orillas del Tamesis las razones de

la proverbial intolerancia hispana en unos terminos

que, curiosamente, hacen presentir la esclarecedora

teoria de Castro:

«The circumstances which attended the growth

of the Spanish nation from the time of Pelayo to

the conquest of Granada, under Ferdinand and

Isabella, were necessarily productive of the spirit

of bigotry and religious intolerance which still

forms the most prominent feature of that people.»

«As long as the Moors were powerful, their

military prowess saved them from the contempt

of their adversaries: indeed, alliances between the

Christian and Moorish kings, though always dis-

reputable to the former, are frequent in the early

part of Spanish history. The Mahometan inhabi-tants of conquered towns enjoyed, at that period,

a certain degree of toleration, though inferior to

what they had originally granted to the Christians.

But the decline of the Moorish power after their

signal defeat at the Navas de Tolosa, in 1212, al-

lowed full scope to the proud zeal of the Castil-

lians ...»

«When the last of the Moorish states was con-

quered and such of the Mahometans as would not

leave the land of their birth were left at the mercy

of the victors, the ancient spirit of martial rivalry

was completely transformed into that strange mix-

ture of hatred, fear and contempt which turns a

difference of creed into a source of imaginary pol-

lution, making orthodoxy the principle of a preten-

ded superiority of nature, which distinguishes the

nobler from the inferior and degenerate castes.

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Hitherto the Jews alone had been in a condition

sufficiently abject to create this kind of abhorrence.

But as the Moorish slaves became numerous, and

neither Jews nor Mahometans were hallowed by

the Christian ceremony of baptism, the Spaniards

soon made no distinction between them. The not-

ion of purity of blood, which had taken but a slight

hold on the public mind in the early ages of themonarchy, grew into the most rooted of the national

prejudices. The appellation of honourable (hon-

rado) to which the purity of descent entitles a

Spaniard, even in the humblest condition of life,

and which, though usually coupled with the qual-

ification of honest (hombre de bien), is reckoned

far above this praise, created a species of gentry

among the lower classes. The poorest peasant

grew prouder of his genuine and unpolluted Chris-

tian blood than the grandees of their pompous

titles. Both the peasantry and the middle ranks

were, in fact, the more attached to this imaginary

distinction, because the highest nobles and eventheir monarchs, allured by the rich portions of

some beautiful miscreants, had not unfrequently

entailed on their posterity the Spanish reproach

of having some among their ancestors who stoodon their legs for baptism:»

« . • . Honour and disgrace are, indeed, the crea-

tures of opinion, and no power on earth can

distribute the one or the other against the will

of a national majority. The most outrageous li-

beral of the present day would fain escape the

discovery of any mixed blood in his veins. The

cortes of Cadiz denied the rights of citizenship to

such of the native Spaniards as are known todescend from Africans or Indians" (9).

EI amable lector nos excusara la latitud de la cita

que he traido unicamente a colacion can el proposito

de mostrar que los factores y hechos a los que Blanco

alude no solo existieron realmente, sino que preocu-

paron tambien a los espafioles mas lucidos de todos los

tiempos.

Como es de suponer, las observaciones de Blanco

cayeron en el vacio y sus paisanos tuvieron que espe-rar bastante mas de un siglo para poder interpretar

con mayor correcci6n, gracias a la obra de Castro, su

autentico pasado historiable.

Agradezcarnos a Americo Castro su «irreverencia»:

el que en lugar de postrarse ante el mito aborigen y

rendirle idolatrica adoracion, haya ayudado eficazmen-

te a despejar la espesa nube de tint a con 1a que los

enojados calamares pretendfan escurrir el bulto, cu-

briendonos, al rnismo tiernpo, los ojos (10). EI lector

honesto debe reconocer hoy que su obra significa una

autentica revolucion en el campo de nuestra historic-

grafia: una revoluci6n que no se detiene y continua-

mente revisa y somete a critica sus propios plantea-mientos (rasgo este ins6lito en un pais en donde las

opiniones se suelen emitir de una vez para siernpre),

Los miembros del establishment que can tanta com-

placencia se detienen a sefialar «10 flaco de sus cirnien-

tos», «10 aventura do de sus conjeturas», «la frecuente

variacion de sus juicios y opiniones», etc., no parecen

caer en la cuenta que el valor de un trabajo cientifico

no puede reducirse en modo alguno a su resultado

final: su fecundidad verdadera radica igualmente en

sus tanteos, los cambios de rumba, las direcciones bre-

vemente apuntadas, los grados sucesivos de elabora-

(10) «En Espana se decfa que yo carezco de respeto; no meinteresa mucho opinar sobre si carezco 0 no de sentido reve-

rencial, pero si indicar que para sentir respeto ante algo 0

alguien estirno indispensable... que este algo 0 alguien sean

previamente respetables» [Luis CERNUDA: Poesia y liieratura II,E. Seix-Barral, 1964,pp. 235-36].

(9) «A visit to Spain», The Quarterly Review, vol, XXIX,

num, LVII, pp. 24243.

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CIon. Unicamente los dogmaticos de toda Iaya (en Es-

pana, legion) aspiran a un sistema de conclusiones y

formulas acabadas y perfectas (que sean 0 no fun-

dadas es harina de otro costal); no el espiritu investi-

gador que busca en la obra de sus predecesores las

pistas, orientaciones, impasses, dificultades, descubri-

mientos, sugerencias que le permitiran caminar mas

tarde por su propio pie.

En su fino ensayo sobre «La evoIuci6n del pensa-

miento hist6rico de Americo Castro» (11), Guillermo

Araya observa con acierto que una «produccion inte-

lectual en perpetuo reajuste y cambio no es muy fre-

cuente» y, tras analizar el espiritu de «insatisfacci6n

y renovacion» que la guia, concluye su examen di-

ciendo: «0 hay que plegarse a la doctrina de D. Arne-

rico 0 hay que tener muy buenas razones para no

hacerlo, pero siempre hay que decidirse al respecto.»

Nosotros no podemos sino suscribir esta conclusi6n al

asociarnos al homenaje que hoy se le rinde. La figura

de nuestro historiador se destaca admirablemente en-

tre el escaso numero de personalidades espafiolas cuyo

sana inconformismo debernos defender dentro y fuera

de nuestras fronteras. S610 un conocimiento mas ca-

bal del pas ado puede ayudarnos a comprender el

presente y evitar asi que este se repita en el porvenir.

Impugnadora de un mito multi secular, la obra histo-

rica de Castro -y este es un merito que ni siquiera

sus adversaries podran en adelante negarle=- habra

contribuido decisivamente a centrar el problema.

(11) Estudios illologicas, Dum. 3, 1967.

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