Johann Wolfgang Goethe - Egmont

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    PERSONAS

    MARGARITA DE PARMA, hija de Carlos V, re-

    gente de los Pases Bajos.

    EL CONDE DE EGMONT,prncipede Gavre.

    GUILLERMO DE ORANGE.

    EL DUQUE DE ALBA.

    FERNANDO, su hijo natural.

    MAQUIAVELO, al servicio de la regente.

    RICARDO, secretario deEGMONT.

    SILVA.

    GMEZ. Servidores de Alba

    CLARITA, amante deEGMONT.SU MADRE.

    BRACKENBURG,joven ciudadano.

    SOEST, tendero

    JETTER, sastre. Ciudadanos de Bruselas.

    UN CARPINTEROUN JABONERO..

    BUYCK, soldado deEGMONT.

    RUYSUM, invlido y sordo.

    VANSEN, escribiente.

    Pueblo, squito, guardias, etc.

    La accin es en Bruselas.

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    ACTO PRIMERO

    CAMPO DE TIRO DE BALLESTAS

    SOLDADOS Y CIUDADANOS CON

    BALLESTAS

    JETTER, ciudadano de Bruselas, sastre, avanza y empulga

    la ballesta. SOEST, ciudadano de Bruselas, tendero.SOEST.- Vamos! Tirad! Acabemos de una vez!

    No me venceris! Tres crculos negros; tiro como

    se no lo habis hecho en toda vuestra vida. Y de

    este modo, ser el maestro de este ao.

    JETTER.- Maestro y rey. Quin os lo disputar?Pero tambin tendris que pagar doble escote; segn

    es justo, tendris que pagar por vuestra destreza.

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    BUYCK, holands, soldado de EGMONT.- Jetter, os

    compro vuestro derecho a tirar; repartiremos la ga-nancia; convidar a los seores. Hace ya mucho

    tiempo que estoy aqu y a todos debo muchas aten-

    ciones. Si yerro el tiro, es como si hubierais dispa-

    rado vos mismo.

    SOEST.- Tendra mucho que oponer, porque real-

    mente pierdo en el trato. Pero, Buyck, veamos.

    BUYCK.- (Dispara.) Vamos, bufn, la reverencia!...

    Uno! Dos! Tres! Cuatro!

    SOEST.- Cuatro crculos? Bravo!

    TODOS.- Viva, viva el seor rey! Otra vez viva!

    BUYCK.- Gracias, gracias, seores. Maestro seraya demasiado. Gracias por el honor.

    JETTER.- Slo os lo debis a vos mismo.

    RUYSUM.- (Frisn, invlido y sordo.) Permitid que os

    diga...

    SOEST.- Qu queris decir, buen viejo?RUYSUM.- Permitid que os diga... Tira como su

    seor, tira como EGMONT.

    BUYCK.- A su lado no soy ms que un pobre cha-

    pucero. Maneja la ballesta como nadie en el mundo.

    Y no cuando est de suerte o tiene una buena racha;no; slo con encarar el arma da siempre en el blan-

    co. Lo he aprendido de l. Sera bien torpe quien

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    sirviera a sus rdenes y no aprendiera nada... Pero

    no hay que olvidar, seores, que un rey sustenta asus servidores; por lo tanto, venga vino, a cuenta

    del rey!

    JETTER.- Est acordado entre nosotros que cada

    cual...

    BUYCK.- Soy forastero y soy rey y no respeto

    vuestras leyes y costumbres.

    JETTER.- Pues eres peor que el espaol; ste, por

    lo menos, ha tenido que respetrnoslas hasta ahora.

    RUYSUM.- Qu?

    SOEST.- (En voz ms alta.) Quiere obsequiarnos; no

    quiere consentir que paguemos nuestro escote y elrey solamente doble que los otros.

    RUYSUM.- Dejadle hacer! Pero sin sentar pre-

    cedentes! Tambin esa es la manera de proceder de

    su seor: ser esplndido y dejar que rueden las cosas

    cuando vienen derechas. (Traen vino.)TODOS.- A la salud de Su Majestad! Viva! Viva!

    JETTER.- (A Buyck.) Se sobreentiende que a la de

    Vuestra Majestad.

    BUYCK.- Gracias de todo corazn, si tiene que ser

    as.

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    SOEST.- Claro! Porque a la salud de la Majestad

    espaola no es fcil que ningn neerlands brindesinceramente.

    RUYSUM.- Por quin?

    SOEST.- (En voz ms alta.) Por Felipe II, rey de Es-

    paa.

    RUYSUM.- Nuestro clementsimo seor y so-

    berano! Concdale Dios larga existencia!

    SOEST.- No hubierais preferido a su padre, Carlos

    V?

    RUYSUM.- Dios lo tenga en su santa paz! Ese s

    que era un soberano. Tena en su mano toda la tie-

    rra y saba ser todo para todos; y si os encontraba,os saludaba como cualquier vecino saluda a otro; y

    si os espantabais de su presencia, con tan buenas

    maneras saba... Ya me comprendis... Sala, monta-

    ba a caballo cuando se le antojaba, casi sin escolta.

    Lo que lloramos todos cuando le transmiti el go-bierno a su hijo!... Yo digo, ya me comprendis, que

    ste es de otro es ms majestuoso...

    JETTER.- Cuando estuvo aqu, no se dejaba ver

    sino en medio de la pompa y aparato real. Hablaba

    poco, segn decan las gentes.SOEST.- No es seor para nosotros los neerlan-

    deses. Nuestros prncipes tienen que ser alegres y

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    francos como nosotros; que vivan y dejen vivir. No

    queremos ser despreciados ni oprimidos, siendo lobuenazos que somos.

    JETTER.- El rey, segn pienso, sera ms benvolo

    seor si tuviera mejores consejeros.

    SOEST.- No, no. No tiene ninguna simpata por

    nosotros los neerlandeses; su corazn no se siente

    inclinado hacia este pueblo; no nos quiere. Cmo

    podramos quererlo nosotros? Por qu todo el

    mundo es tan afecto al conde de Egmont? Por qu

    todos nosotros lo llevaramos sobre nuestros hom-

    bros? Porque se ve que nos quiere bien; porque la

    alegra, la franqueza y la benevolencia brillan en susojos; porque no posee cosa alguna que no comparta

    con el necesitado, y hasta con el que no lo necesita.

    Viva el conde de Egmont! Buyck, os corresponde

    pronunciar el primer brindis. Brindad por la salud

    de vuestro seor.BUYCK.- Con mi alma entera. Por el conde de

    Egmont!

    RUYSUM.- Por el vencedor de San Quintn!

    BUYCK.- Por el hroe de Gravelinas!

    TODOS.- Viva!RUYSUM.- La de San Quintn fue mi ltima ba-

    talla. Apenas poda ya caminar, apenas poda arras-

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    nuestro valor. Entonces s que fue ella! Rif! raf!

    arriba! abajo! Todos fueron muertos, todos arro-jados al agua. Y los bribones se ahogaban no bien la

    probaban; y nosotros, los holandeses, pegados a sus

    espaldas. Nosotros, que como somos anfibios, est-

    bamos en el agua tan bien como las ranas, y segua-

    mos golpeando en el ro a nuestros enemigos y los

    cazbamos lo mismo que a patos. El que se nos es-

    cap, fue muerto por las aldeanas con azadones y

    horcas. Su Majestad el rey de los gabachos tuvo en

    seguida que tender la pata y concertar la paz. Y la

    paz nos la debis a nosotros, se la debis al gran

    Egmont.TODOS.- Viva! Viva el gran Egmont! Viva! Vi-

    va!

    JETTER.- Si nos lo hubieran dado a l como re-

    gente en vez de Margarita de Parma!

    SOEST.- Eso no! Lo que es verdad es verdad! Noconsiento que se hable mal de Margarita. Ahora me

    toca a m. Viva nuestra benigna seora!

    TODOS.- Viva!

    SOEST.- Verdaderamente, hay en esa casa mujeres

    excelentes. Viva la regente!JETTER.- ES prudente y moderada en todo lo que

    hace. Si no estuviera unida a los curas con tanta

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    tenacidad y obstinacin! Tambin es culpa suya que

    tengamos en el pas las catorce nuevas mitras epis-copales. Para qu las queremos? No es verdad que

    ser para poder introducir extranjeros en los buenos

    puestos para los cuales antes se elegan abades de

    los captulos? Y hemos de creer que sea por moti-

    vos de religin? Vamos! Con tres obispos tenamos

    bastante; todo marchaba digna y ordenadamente.

    Ahora es preciso que cada uno de ellos haga como

    si fuera necesario; y as, a cada instante se originan

    disgustos y querellas. Y cuanto ms agitis y sacu-

    dis el lquido, ms turbio se pone. (Beben.)

    SOEST.- Fue voluntad del rey; ella no puede su-primir ni aadir nada a lo que l ordene.

    JETTER.- Y ahora no se nos permite cantar los

    nuevos salmos! A la verdad, estn compuestos en

    muy hermosas rimas y tienen unos versos muy edi-

    ficantes. No debemos cantarlos; pero canciones p-caras, tantas como queramos. Y por qu? Dicen

    que hay en ellos herejas y Dios sabe qu cosas. No

    obstante, tambin yo los he cantado, y si contienen

    algo nuevo no he sabido notarlo.

    BUYCK.- Quera preguntaros sobre ello. En nues-tra provincia cantamos lo que queremos. Eso de-

    pende de que el conde de Egmont es nuestro go-

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    bernador y no se mete a averiguar esas cosas... En

    Gante, en Ipres, en toda Flandes cantan lo que se lesantoja. (En voz ms alta.) Hay algo ms inocente que

    un cntico de iglesia? No es verdad, to Ruysum?

    RUYSUM.- Quin lo duda? Es un acto del servicio

    divino, cosa edificante.

    JETTER.- Pero ellos dicen que no es ese el buen

    modo de adorar a Dios, que no es ese su modo; y

    siempre es peligroso: lo mejor es abstenerse. Los

    servidores de la Inquisicin se deslizan por todas

    partes y estn al acecho; ms de un hombre digno

    ha labrado ya su desgracia. Slo les faltaba subyu-

    gar las conciencias! Ya que no me es dado hacer loque quisiera, podran siquiera dejarme pensar y

    cantar lo que se me antojara.

    SOEST.- La Inquisicin no arraigar entre nos-

    otros. No somos de la misma madera que los espa-

    oles para dejar que tiranicen nuestras conciencias.Y adems, la nobleza busca tambin el medio de

    cortarle las alas a tiempo.

    JETTER.- Es odioso. Si a esas buenas gentes se les

    antoja invadir mi casa cuando estoy sentado a mi

    trabajo y quiz canturreo un salmo francs, sin pen-sar en nada al hacerlo, ni malo ni bueno, slo lo

    mascullo porque lo tengo en la garganta, al punto

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    vida sepis lo que se gana ni lo que se pierde. Cmo

    es tomada una ciudad, asesinados sus habitantes y loque les ocurre a las pobres mujeres y a los nios

    inocentes. Es una constante angustia y riesgo, pin-

    sase a cada instante, Ah vienen! Ahora nos ocurri-

    r lo mismo a nosotros.

    SOEST.- Por eso es preciso que un ciudadano est

    siempre ejercitado en el manejo de las armas.

    JETTER.- S; se ejercita quien tiene mujer e hijos. Y,

    no obstante, prefiero or hablar de soldados que

    verlos delante.

    BUYCK.- Debera tomarlo a mal.

    JETTER.- Paisano, no es a vosotros a quien me re-fiero. Si nos viramos libres de las guarniciones es-

    paolas, podramos volver a respirar.

    SOEST.- Ah! Son las que ms te pesan?

    JETTER.- Brlate de ti mismo.

    SOEST.- Tuvieron en tu casa un duro alojamiento.JETTER.- Cllate la boca!

    SOEST.- Lo desterraron de la cocina, de la bodega,

    de la sala, del lecho. (Se ren.)

    JETTER.- Eres un mentecato.

    BUYCK.- Paz, seores! Tiene que ser el soldadoquien predique la paz? Pues bien, ya que no que-

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    ris saber nada de nosotros, pronunciad tambin

    vuestro brindis, un brindis civil.JETTER.- Siempre estamos dispuesto a ello. Se-

    guridad y paz!

    SOEST.- Orden y libertad!

    BUYCK.- Bravo! Con eso tambin estamos nos-

    otros conformes!

    (Chocan los vasos y repiten alegremente las anteriores palabras,

    pero en forma que cada uno diga la del anterior con lo que se

    origina una especie de canon. El viejo escucha atentamente y,

    por ltimo, acaba por juntarse a los otros.)

    TODOS.- Seguridad y paz! Orden y Libertad!

    PALACIO DE LA GOBERNADORA

    MARGARITA DE PARMA, en traje de caza.

    CORTESANO, FAJES, SERVIDORES

    GOBERNADORA.- Suspended la cacera; no sal-

    dr hoy a caballo. Decidle a Maquiavelo que venga.

    (Vanse todos.)

    No me deja reposo la idea de estos espantosos

    acontecimientos! Nada puede entretenerme, nada

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    distraerme; siempre tengo ante m estas imgenes y

    preocupaciones. Ahora dir el rey que todo es con-secuencia de mi bondad, de mi indulgencia; y, sin

    embargo, la conciencia me dice a cada instante que

    he hecho lo ms prudente, lo mejor que poda ser

    hecho. Habra debido atizar ms bien estas llamas

    con el vendaval de la clera y esparcirlas por todas

    partes? Esperaba poder aislarlas, hacer que se extin-

    guieran por s propia. S; lo que me digo a m mis-

    ma, lo que s muy bien, me justifica ante mi

    pensamiento, pero cmo lo recibir mi hermano?

    Pues cmo negarlo? La arrogancia de los doctores

    extranjeros ha crecido de da en da; han profanadonuestro santuario, conmovido la simplicidad del

    pueblo e infundido entre l un soplo de locura. Es-

    pritus impuros se han mezclado con los rebeldes y

    han ocurrido sucesos espantosos, que hacen temblar

    slo de pensar en ellos, y de los que tengo que in-formar circunstanciadamente a la Corte para que no

    llegue antes el rumor general y no pueda pensar el

    rey que quieren ocultrsele cosas an ms graves.

    No veo ningn medio de detener el mal, ni severo

    ni pacfico. Oh! qu somos nosotros, los grandesde la tierra, sobre las olas de la humanidad? Cre-

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    emos dominarla, y nos impulsa de un lado a otro,

    abajo y arriba. (Entra Maquiavelo.)GOBERNADORA.- Estn redactadas las cartas

    para el rey?

    MAQUIAVELO.- Dentro de una hora podris fir-

    marlas.

    GOBERNADORA.- Habis hecho bastante deta-

    llado el informe?

    MAQUIAVELO.- Detallado y circunstanciado, co-

    mo le gusta al rey. Refiero cmo el furor iconoclasta

    se manifiesta primero en Saint- Omer; cmo una

    enloquecida muchedumbre, provista de palos, ha-

    chas, martillos, escalas y cuerdas, acompaada deescasas gentes de armas, ataca primero las capillas,

    iglesias y monasterios, expulsa a los fieles, echa

    abajo las cerradas puertas, lo trastorna todo, derriba

    los altares, destruye las imgenes de los santos, des-

    garra todos los cuadros, destroza, despedaza y pi-sotea todo lo consagrado y santificado que puede

    encontrar. Refiero cmo en el camino se acrecientan

    las masas; los habitantes de Ipres les abren sus

    puertas; con increble rapidez, devastan la catedral,

    queman la biblioteca del obispo. Narro cmo unagran muchedumbre de pueblo, poseda del mismo

    delirio, se esparce por Menin, Comines, Werwick y

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    un momento, apaciguaris a los sublevados. Todo

    otro procedimiento ser vano y arruinaris el pas.GOBERNADORA.- Has olvidado el horror con

    que rechaz mi hermano hasta la pregunta de si se

    poda tolerar la nueva doctrina? No sabes que del

    modo ms ardiente me recomienda en cada una de

    sus cartas el mantenimiento de la verdadera fe?

    Que no quiere que sean restablecidas la calma y la

    unidad a costa de la religin? No llega hasta el

    punto de mantener espas en las provincias a los

    cuales no conocemos, para saber quin se inclina a

    las nuevas opiniones? Con gran asombro nuestro,

    no nos ha citado a tal o cual persona, que, cerca denosotros, se senta secretamente inclinada hacia la

    hereja? No ordena la severidad y el rigor? Cmo

    puedo yo ser indulgente? Puedo hacerle la pro-

    puesta de que cierre los ojos y lo soporte todo? No

    perdera con l toda confianza y todo crdito?MAQUIAVELO.- Ya lo s; el rey ordena, os hace

    saber sus propsitos. Debis restablecer la calma y

    la paz por un medio que todava agriar ms los es-

    pritus que la guerra que, inevitablemente, ha de en-

    cenderse por todas partes. Reflexionad en lo quehacis. Los ms ricos comerciantes, la nobleza, el

    pueblo, los soldados, estn contagiados del mal.

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    De qu sirve perseverar en nuestras ideas cuando

    todo cambia en torno nuestro? Si un buen espritupudiera inspirarle a Felipe que es ms digno de un

    rey gobernar sbditos de dos religiones que exter-

    minar a unos por mano de los otros!

    GOBERNADORA.- No repitas jams tales pala-

    bras! Bien s que la poltica rara vez puede mantener

    la fidelidad y la buena fe; que excluye de nuestro

    corazn la franqueza, bondad e indulgencia. Todo

    ello, por desgracia, es harto verdadero en las cues-

    tiones mundanas; pero tambin hemos de jugar

    con Dios como lo hacemos unos con otros? He-

    mos de sacrificarlo por novedades inciertas, venidasno se sabe de dnde, y que hasta se contradicen en-

    tre s?

    MAQUIAVELO.- No pensis mal de m, a causa de

    esto.

    GOBERNADORA.- Te conozco a ti y conozco tufidelidad, y s que se puede seguir siendo hombre

    honrado y prudente, aun habindose equivocado al

    escoger el camino mejor y ms prximo para la sal-

    vacin del alma. Tambin hay otros hombres, Ma-

    quiavelo, a los que a un tiempo tengo que estimar ycensurar.

    MAQUIAVELO.- A quin os refers?

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    GOBERNADORA.- Debo confesar que en el da

    de hoy Egmont me ha producido un profundo entimo disgusto.

    MAQUIAVELO.- En qu forma?

    GOBERNADORA.- Con su indiferencia y ligereza

    habituales. Recib el espantoso mensaje precisa-

    mente en el momento en que me diriga a la iglesia

    acompaada por l y otros muchos. No pude re-

    primir mi dolor, me quej en voz alta y exclam,

    dirigindome a l: Ved lo que sucede en vuestra

    provincia! Toleraris eso, conde, vos de quien se

    prometa tanto el rey?

    MAQUIAVELO.- Y qu respondi?GOBERNADORA.- Como si se tratara de una pe-

    queez, de una bagatela, replic diciendo: Ojal

    que los neerlandeses estuvieran tranquilos respecto

    a su constitucin! Todo lo dems se arreglara f-

    cilmente.MAQUIAVELO.- Quiz habl de un modo ms

    verdadero que piadoso y prudente. Cmo puede

    producirse y subsistir la confianza si el neerlands

    comprende que se trata de sus riquezas ms que de

    su bien y de la salud de su conciencia? Los nuevosobispos han salvado ms almas que disfrutado de

    suculentos beneficios y no son extranjeros en su

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    mayor parte? Todos los gobiernos estn an ocu-

    pados por neerlandeses, pero los espaoles no de-jan notar muy claramente que sienten los anhelos

    ms fuertes e irresistibles por poseer esos puestos?

    No prefiere un pueblo ser gobernado a su manera,

    por los suyos, que no por extranjeros, que primero

    tratan de adquirir bienes en el pas, a expensas de

    todos, que traen consigo una extranjera regla de go-

    bierno y dominan sin benevolencia ni simpata?

    GOBERNADORA.- Te pones del lado de mis ad-

    versarios.

    MAQUIAVELO.- No con mi corazn, segura-

    mente; y deseara que con mi razn pudiera colo-carme del todo a vuestro lado.

    GOBERNADORA.- De hacerte caso, sera preciso

    que les cediera yo mi gobierno; pues Egmont y

    Orange se hacan las mayores ilusiones de ocupar

    este puesto. Antes eran adversarios; ahora se hanligado contra m, se han hecho amigos, amigos in-

    separables.

    MAQUIAVELO.- Peligrosa pareja!

    GOBERNADORA.- Si he de hablar sinceramente,

    temo a Orange y temo por Egmont. Orange no me-dita nada bueno, sus pensamientos vuelan a muy

    lejos, es misterioso, parece aceptarlo todo, no con-

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    tradice jams, y hace lo que se le antoja con el ms

    profundo respeto, con la mayor cautela.MAQUIAVELO.- Egmont, por el contrario, cami-

    na con paso libre como si todo el mundo le pertene-

    ciera.

    GOBERNADORA.- Lleva la cabeza tan alta como

    si la mano de Su Majestad no se cerniera sobre l.

    MAQUIAVELO.- Las miradas del pueblo estn to-

    das dirigidas a l y los corazones le pertenecen.

    GOBERNADORA.- Jams ha evitado una sospe-

    cha que le comprometiera, como si nadie tuviera

    derecho a pedirle cuentas. Aun sigue usando el

    nombre de Egmont. Le gusta orse llamar conde deEgmont, como si no quisiera olvidar que sus ante-

    pasados fueron poseedores de Gelder. Por qu no

    se titula prncipe de Gavre como le corresponde?

    Por qu procede as? Quiere volver a revalidar

    extinguidos derechos?MAQUIAVELO.- Lo tengo por un fiel servidor del

    rey.

    GODERNADORA.- Si quisiera hacerlo, qu mere-

    cimientos podra adquirir ante el gobierno! Pero en

    vez de ello, sin provecho para s mismo, nos haproducido ya innumerables disgustos. Sus reunio-

    nes, sus banquetes y fiestas, han ligado y enlazado

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    ms a la nobleza que las ms peligrosas asambleas

    secretas. Con sus brindis, los huspedes han adqui-rido una embriaguez permanente, un vrtigo que no

    se disipa jams. Qu frecuentemente, con sus bro-

    mas, ha conmovido los nimos del pueblo, y cmo

    se queda boquiabierta la plebe ante las nuevas li-

    breas, las ridculas insignias de sus servidores!1

    MAQUIAVELO.- Estoy convencido de que fu sin

    intencin.

    GOBERNADORA.- Ya es bastante daino an sin

    eso. Es lo que yo digo: nos perjudica sin provecho

    suyo. Toma a broma lo ms serio y nosotros, para

    no parecer indolentes y descuidados, tenemos quetomar la broma en serio. De este modo una cosa

    provoca otra; y lo que se trata de evitar es justa-

    mente lo que se realiza. Es ms peligroso que el jefe

    franco de una conspiracin y me equivocara mucho

    si en la Corte no le llevaran cuenta de todo. Nopuedo negar que pasan pocos das en que no me

    hiera, en que no me hiera dolorosamente.

    MAQUIAVELO.- Parceme que procede en todo

    segn su conciencia.

    1Vase la nota de las pginas 80 y 81.

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    GOBERNADORA.- Su conciencia es un espejo

    complaciente. Su conducta suele ser ofensiva. A ve-ces semeja como si viviera en el pleno convenci-

    miento de que l es el seor y que slo por

    amabilidad no quiere hacrnoslo notar, no quiere

    arrojarnos del pas directamente; ya ocurrir ms

    tarde.

    MAQUIAVELO.- Os ruego que no interpretis de

    una manera harto peligrosa su franqueza, su buen

    carcter, que le hace tratar todo lo importante con

    ligereza. Lo dais a l y os dais a vos misma.

    GOBERNADORA.- No interpreto. Hablo slo de

    inevitables consecuencias y conozco a Egmont. Sunobleza flamenca y su toisn de oro pendiente so-

    bre el pecho, fortalecen su confianza, su osada.

    Ambas cosas pueden protegerle de un precipitado y

    arbitrario enojo del rey. Considralo despacio: l es

    el nico culpable de todas las desgracias que afligena Flandes. En primer lugar, toler a los doctores

    extranjeros; no consider el asunto con suficiente

    reflexin y acaso se alegr en lo secreto de que tu-

    viramos que luchar con algo. Djame; he de mani-

    festar en esta ocasin todo lo que guardo en mipecho. Y no quiero lanzar en vano mis flechas; s

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    cul es su punto vulnerable; porque tambin l es

    vulnerable.MAQUIAVELO.- Habis hecho convocar el con-

    sejo? Vendr tambin Guillermo de Orange?

    GOBERNADORA.- En su busca he enviado un

    mensajero a Amberes. Quiero imputarle directa-

    mente todo el peso de la responsabilidad; han de

    combatir realmente el mal juntos conmigo, o decla-

    rarse rebeldes. Apresrate para que las cartas estn

    dispuestas y tremelas a la firma. Despus enva r-

    pidamente a Madrid a nuestro acrisolado Vasca; es

    infatigable y fiel; que mi hermano sepa primero las

    noticias por l y que la voz pblica no se adelante.Quiero hablarle yo misma antes de que parta.

    MAQUIAVELO.- Vuestras rdenes sern cumpli-

    das fiel y puntualmente.

    CASA DE ARTESANOS

    CLARA. LA MADRE DE CLARA,

    BRACKENBURG

    CLARA.- No queris tenerme la madeja, Bra-ckenburg?

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    BRACKENBURG.- Clarita, os ruego que me dis-

    pensis.CLARA. Qu vuelve a ocurriros? Por qu me ne-

    gis este pequeo servicio amistoso?

    BRACKENBURG.- Con vuestra hebra me amarris

    firmemente delante de vos y no puedo evitar la mi-

    rada de vuestros ojos.

    CLARA.- Qu tontera! Vamos, sostenedla.

    LA MADRE (Calcetando en su silln.) - Cantad alguna

    cosa. Brackenburg acompaa tan bien! En otro

    tiempo estabais siempre alegres y no estaba yo pri-

    vada de algo de que rer.

    BRACKENBURG.- S, en otro tiempo!CLARA.- Cantemos.

    BRACKENBURG.- Como queris.

    CLARA.- Pero con animacin y viveza. Una can-

    cin militar: mi pieza favorita. (Devana la madeja y

    canta con BRACKENBURG):

    El tambor redobla,

    los pfanos suenan.

    Armado, mi amante

    sus huestes ordena;con lanza en el puo

    sus gentes gobierna.

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    Mi pecho palpita,

    mi sangre se quema:Quin sombrero y calzas

    y jubn tuviera!

    Con resuelto paso

    salgo tras sus fuerzas;

    cruzo las provincias,

    voy adonde l quiera.

    Cede el enemigo,

    nuestras balas vuelan.

    Dicha incomparable

    si un hombre yo fuera!

    Al cantar,BRACKENBURGcontempla frecuentemente a

    CLARITA; por ltimo, fltale la voz, llnansele de lgrimas

    los ojos, deja caer la madeja y se asoma a la ventana.

    CLARITA acaba de cantar sola; la madre le hace seassemiinvoluntarias; la muchacha se levanta, avanza algunos

    pasos haciaBRACKENBURG,vulvese semiindecisa y se

    sienta de nuevo.

    MADRE.- Qu pasa en la calle, Brackenburg? Oi-go pasos.

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    BRACKENBURG.- Es la guardia de la gobernado-

    ra.CLARA.- A esta hora? Qu quiere decir eso? (Se

    levanta y se asoma a la ventana junto aBrackenburg.) No

    es la guardia ordinaria; es mucho mas numerosa!

    Casi todas sus tropas. Ah, Brackenburg! Salid! Id

    a saber qu es lo que ocurre! Tiene que ser algo ex-

    trao. Id, buen Brackenburg; hacedme esa merced.

    BRACKENBURG.- Voy. Volver al instante. (Al

    salir, le tiende la mano; ella le da la suya.)

    MADRE.- Lo despachas ya?

    CLARA.- Me siento curiosa; y, adems, no lo tomis

    a mal, su presencia me causa dolor. Nunca s cmodebo portarme con l. Me reconozco culpable en

    relacin con su persona y me corroe el alma que lo

    sienta tan vivamente... Pero puedo hacer que sea de

    otro modo?

    MADRE.- Es tan buen muchacho!CLARA.- Por eso no puedo dejar de recibirlo con

    afecto. Mi mano oprime la suya inadvertidamente,

    cuando me la coge con tanta dulzura y terneza. Me

    hago el reproche de que lo estoy engaando, de que

    alimento en su pecho una vana esperanza. Eso meatormenta. Pero Dios sabe que no lo engao. No

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    quiero que conserve esperanzas y, sin embargo, no

    soy capaz de hacerle desesperar.MADRE.- Eso no est bien.

    CLARA.- Me gustaba su compaa y aun hoy no lo

    quiere mal mi alma. Hubiera podido ser su mujer y

    creo que nunca estuve enamorada de l.

    MADRE.- Siempre hubieras sido feliz a su lado.

    CLARA.- No hubiera carecido de nada y tendra

    una pacfica existencia.

    MADRE.- Y todo lo has dejado perder por tu cul-

    pa.

    CLARA.- Me encuentro en una extraa situacin.

    Cuando reflexiono en cmo ha ocurrido esto, lo sy no lo s al mismo tiempo. Pero slo necesito vol-

    ver a ver a Egmont y todo se me hace comprensible;

    aunque fuera mucho ms, tambin lo comprendera.

    Ah, ese s que es un hombre! Todas las provincias

    lo veneran, y yo, entre sus brazos, no haba de serla criatura ms dichosa del mundo?

    MADRE.- Qu porvenir nos espera?

    CLARA.- Ah! yo no me pregunto nada ms, sino

    si l me quiere; y si me quiere cabe preguntar otra

    cosa?MADRE.- No tiene una ms que preocupaciones

    con sus hijos. Cmo acabar esto? Siempre penas y

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    cuidados. No terminar con bien. Te has hecho

    desgraciada! Me has hecho desgraciada!CLARA.- (Tranquilamente.) Sin embargo, al principio

    no os opusisteis.

    MADRE.- Por desgracia fui demasiado buena;

    siempre soy demasiado buena.

    CLARA.- Cuando Egmont pasaba a caballo y yo

    corra a la ventana, me reprendais por ello? No

    os asomabais vos misma? Cuando levantaba a m

    los ojos, se sonrea, me haca seas y saludaba, os

    causaba algn enojo? No era ms bien como si os

    sintierais honrada en vuestra hija?

    MADRE.- Hazme an reproches!CLARA.- (Conmovida.) Y cuando todava pas con

    ms frecuencia por nuestra calle, y conocimos muy

    bien que era por m por quien recorra aquel cami-

    no, no fuisteis vos misma quien lo hizo observar

    con secreta alegra? Me mandabais retirar cuandome pona detrs de la vidriera, esperndolo?

    MADRE.- Podra pensar que llegara hasta tan le-

    jos?

    CLARA.- (Con voz entrecortada y conteniendo el llanto.) Y

    aquella noche, cuando nos sorprendi al pie denuestra lmpara, envuelto en su capa, quin se

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    apresur a recibirlo, ya que yo me qued en mi

    asiento como pasmada, paralizada por el asombro?MADRE.- Podra yo temer que este desdichado

    amor arrebatara tan pronto a la sensata Clarita?

    Ahora tengo que soportar que mi hija...

    CLARA.- (Deshecha en llanto.) Madre! Os empeis

    en ello! Gozis en atormentarme.

    MADRE.- (Llorando.) Y adems llora! Haz an ma-

    yor mi desdicha con tu afliccin. No es ya bastante

    pena para m el que mi nica hija sea una muchacha

    perdida?

    CLARA.- (Framente, ponindose en pie.) Perdida! La

    amada de Egmont una muchacha perdida?... Quprincesa no envidiara a la pobre Clarita por el

    puesto que ocupa en su corazn? Oh, madre! Ma-

    dre ma! Antes no hablabais as. Sed buena, querida

    madre. Qu importa el pueblo y lo que piense, las

    vecinas y sus murmuraciones?... Esta habitacin,esta casita, son un paraso desde que en ellas vive el

    amor de Egmont.

    MADRE.- Eso es verdad, hay que quererlo. Siempre

    se muestra tan afectuoso, franco y abierto.

    CLARA.- No hay en l ni una veta de falsedad. Mi-rad, madre, es el gran Egmont, y, sin embargo,

    cuando viene a verme, qu carioso y qu bueno se

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    muestra! Con qu gusto me ocultara su rango y su

    valor! Cmo se ocupa de m, slo como hombre,como amigo, como enamorado!

    MADRE.- Vendr hoy quiz?

    CLARA.- No me habis visto ir frecuentemente a

    la ventana? No habis observado con qu atencin

    escucho si hay algn rumor en la puerta?... Aunque

    ya s que no viene antes de la noche, barrunto su

    presencia desde por la maana cuando me levanto.

    Oh! Si fuera un rapaz para poder ir siempre con

    l, a la corte y a todas partes! Si pudiera seguirle

    llevando su estandarte en las batallas!

    MADRE.- Siempre has sido una aturdida; ya desdenia pequea, tan pronto alocada como pensativa.

    No te arreglas un poco?

    CLARA.- Acaso, madre; s me aburro... Figuraos

    que ayer pasaron por aqu algunas de sus gentes y

    cantaban canciones en su honor. Por lo menos sunombre figuraba en la letra; lo dems no pude com-

    prenderlo. El corazn me saltaba hasta la garganta.

    Me habra gustado llamarlos si no me hubiera dado

    vergenza.

    MADRE.- Ten cuidado. Tu vivacidad puede es-tropearlo todo; te haces manifiestamente traicin

    delante de la gente. El otro da, en casa de tu primo,

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    cuando encontraste el grabado en madera con la

    descripcin al pie, exclamaste de pronto: El condede Egmont!... Me puse roja como el fuego.

    CLARA.- Y cmo no gritar? Era la batalla de Gra-

    velinas, y encontr arriba en el cuadro la letra C y

    busqu la C abajo en la descripcin, y pona: El

    conde de Egmont a quien le fue muerto bajo l el

    caballo que montaba Me aterr toda, y en seguida

    tuve que rerme del Egmont del grabado que era tan

    grande como la torre de Gravelinas, que estaba pe-

    gada a l, y como los navos ingleses all al lado...

    Cuando recuerdo, a veces, cmo me imaginaba an-

    tes una batalla, y la imagen que, de muchachilla, meformaba del conde de Egmont, al or hablar de l y

    de todos los condes y prncipes... y lo que me ocurre

    ahora.

    (EntraBRACKENBURG.)

    CLARA.- Qu pasa?

    BRACKENBURG.- No se sabe nada a punto fijo.

    En Flandes deben haberse producido recientemente

    unos tumultos; la gobernadora debe estar con cui-dado por si se extienden aqu. El palacio est fuer-

    temente guardado; hay muchos ciudadanos en las

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    puertas de la ciudad; el pueblo murmura por las ca-

    lles... Corro a toda prisa a reunirme con mi ancianopadre. (Hace que se va.)

    CLARA.- Os veremos maana? Voy a arreglarme

    un poco. Va a venir mi primo y estoy vestida con

    demasiado descuido. Ayudadme un momento, ma-

    dre... Llevaos ese libro, Brackenburg, y traedme otra

    historia semejante.

    MADRE.- Adis.

    BRACKENBURG.- (Tendindole su mano.) Vuestra

    mano.

    CLARA.- (Negndole la suya.) Cuando volvis.

    (Vanse la madre y la hija.)

    BRACKENBURG.- (Solo.) Habame propuesto mar-

    char inmediatamente, y como ella me lo consiente y

    me deja partir monto en furia... Desdichado! Y note conmueve la suerte de tu patria? El creciente

    tumulto?... Es para ti lo mismo compatriota que

    espaol, quin gobierna y quin tiene razn?... De

    qu otro modo era yo cuando estudiante!... Cuando

    se nos daba por tema: Discurso de Bruto en defen-sa de la libertad como ejercicio de elocuencia. Fritz

    era siempre el primero, y el rector deca: - Si hu-

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    pero la atemorizada naturaleza fue ms fuerte que

    yo; comprend que poda nadar y me salv a pesarmo... Si pudiera olvidar los tiempos en que me

    quera, en que pareca quererme!... Por qu penetr

    esa dicha hasta lo ms profundo de mi ser? Por

    qu esas esperanzas han consumido todo mi goce

    de vivir, mostrndome desde lejos un paraso?... Y

    aquel primer beso! Aquel nico!... Aqu (Pone la ma-

    no sobre la mesa), aqu estbamos solos... Siempre se

    me haba mostrado bondadosa y amable... Entonces

    pareci ablandarse... Me mir... Todos mis sentidos

    se turbaron y sent sus labios sobre los mos. Y... y

    ahora?... Perece, desdichado! Por qu vacilas? (Sa-

    ca un frasquito del bolsillo.) Veneno saludable, no quie-

    ro haberte robado en vano del estuche de mi

    hermano el doctor! T debes consumir y resolver de

    repente este miedo, este vrtigo, este sudor de

    muerte.

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    ACTO SEGUNDO

    PLAZA EN BRUSELAS

    JETTERy unMAESTRO CARPINTEROse encuen-

    tran

    CARPINTERO.- No lo haba yo ya predicho? Aun

    hace ocho das, en nuestro gremio, dije que iba a

    haber graves luchas.JETTER.- Pero es verdad que han saqueado las

    iglesias de Flandes?

    CARPINTERO.- Han destrozado por completo

    iglesias y capillas. No han dejado otra cosa sino las

    cuatro desnudas paredes. Valiente canalla! Y esoempeora nuestra buena causa. Antes, con todo or-

    den y perseverancia, le habramos expuesto nuestros

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    derechos a la gobernadora, y los habramos sosteni-

    do. Si ahora hablamos, si ahora nos reunimos, quie-re decirse que nos juntamos a los sublevados.

    JETTER.- S; eso es lo que cada cual piensa pri-

    mero: Para qu vas a meter tus narices en esa cues-

    tin? El gaznate est en relacin muy inmediata con

    ellas.

    CARPINTERO.- Temo que comience a alborotar-

    se la chusma, la gente del pueblo que no tiene nada

    que perder. Tomarn por pretexto lo que nosotros

    tenemos tambin que reclamar y llevarn al pas

    (SOEST se junta a ellos.)

    SOEST.- Buenos das, seores. Qu hay de nuevo?Es verdad que los destructores de santos se dirigen

    aqu precisamente?

    CARPINTERO.- No tocarn a nada!

    SOEST.- Para comprar tabaco, entr un soldado en

    mi tienda y le he preguntado. La gobernadora, aun-que mujer cauta y valiente, est fuera de s esta vez.

    Tiene que ser muy mala la situacin para que se es-

    conda, como lo hace, detrs de su guardia. La ciu-

    dadela est llena de tropas. Hasta se cree que quiere

    huir de la ciudad.CARPINTERO.- No debe marcharse! Su presencia

    nos protege y debemos inspirarle ms confianza que

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    los bigotazos que la rodean. Y si nos conserva

    nuestras franquicias y libertades, la llevaremos enpalmas. (Un fabricante de jabn se une a ellos.)

    JABONERO.- Mala cuestin! Feo asunto! Hay

    malestar y todo anda revuelto... Tratad de perma-

    necer bien tranquilos para que no os tomen tambin

    por sublevados.

    SOEST.- Aqu vienen los siete sabios de Grecia.

    JABONERO.- Ya s que hay muchos que se en-

    tienden secretamente con los calvinistas, que acusan

    a los obispos, que no temen al rey; pero un sbdito

    fiel, un catlico sincero...

    (Poco a poco jntanse en torno a ellos toda especie de gentes que

    escuchan sus palabras. AcrcaseVANSEN.)

    VANSEN.- Dios os guarde, seores. Qu hay de

    nuevo?CARPINTERO.- No os rocis con ese; es un mal

    sujeto.

    JETTER.- No es el escribiente del doctor Wiets?

    CARPINTERO.- Ha tenido muchos amos. Primero

    fu escribiente y como todos los patronos lo echa-ban, a causa de sus briboneras, se entremete ahora

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    a ejercer la profesin de los notarios y abogados y

    es un tonel de aguardiente.

    (Renese ms gente y se forman grupos.)

    VANSEN.- Ya que estis reunidos, hablaos en voz

    baja para poneros de acuerdo. Siempre vale la pena

    de tratar del asunto.

    SOEST.- Esa es tambin mi opinin.

    VANSEN.- Si en este momento algunos de nos-

    otros tuvieran corazn y otros cabeza, bien pronto

    podramos sacudir las cadenas espaolas.

    SOEST.- Seor, no debis hablar as. Hemos pres-tado juramento al rey.

    VANSEN.- Tambin l a nosotros. Fijaos en ello.

    JETTER.- Eso es hablar! Decid vuestra opinin.

    OTROS.- Od, od. Ese sabe lo que dice. Es un

    buen truchimn.VANSEN.- Tuve un viejo patrn que posea per-

    gaminos y documentos de antiqusimas fundaciones,

    contratos y sentencias: le interesaban los libros ms

    raros. En uno de ellos estaba toda nuestra constitu-

    cin: cmo nosotros, los neerlandeses, fuimos alprincipio regidos por prncipes independientes, to-

    do segn tradicionales derechos, privilegios y cos-

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    JETTER.- Maldita sea! Por qu no se presentar

    de cuando en cuando alguien que le diga a uno estascosas?

    VANSEN.- Os las digo yo ahora. El rey de Espaa,

    que por casualidad posee todas las provincias uni-

    das, debe regir y gobernar en ellas no de otra suerte

    sino como lo hacan los pequeos prncipes que las

    posean aisladamente en otro tiempo. Lo com-

    prendis?

    JETTER.- Explcanoslo.

    VANSEN.- Es claro como la luz del da. No tenis

    que ser juzgados segn las leyes de vuestra propia

    provincia? De dnde proceder eso?UN CIUDADANO.- Es verdad.

    VANSEN.- Los de Bruselas no tienen un derecho

    diferente que los de Amberes? Los de Amberes

    que los de Gante? De dnde vendr eso?

    OTRO CIUDADANO.- Pardiez!VANSEN.- Pero si dejis que sigan as las cosas,

    pronto seris tratados de otro modo. Uf! Lo que no

    lograron Carlos el Temerario, Federico el Belicoso y

    Carlos V, lo realiza Felipe por medio de una mujer.

    SOEST.- S, s. Los antiguos prncipes tambin tra-taron de hacerlo.

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    VANSEN.- Indudablemente!... Pero nuestros ante-

    pasados vigilaban. Cuando un seor se les hacaodioso, le capturaban su hijo y heredero, lo retenan

    entre ellos y no se lo devolvan sino bajo las mejo-

    res condiciones. Nuestros padres eran hombres!

    Saban apoderarse de lo que les convena y hacerse

    firmes en ello! Hombres autnticos! Por eso son

    tan claros nuestros privilegios, estn tan bien garan-

    tizadas nuestras libertades.

    JABONERO.- Qu decs de libertades?

    EL PUEBLO.- De nuestras libertades! De nues-

    tras franquicias! Habladnos algo ms de nuestras

    franquicias!VANSEN.- En especial nosotros, los brabanzones,

    aunque todas las provincias tengan sus privilegios,

    estamos provistos de ellos del modo ms soberbio.

    He ledo todo eso.

    SOEST.- Decidlo.JETTER.- Dejad or.

    UN CIUDADANO.- Por favor!

    VANSEN.- En primer lugar est escrito: el duque

    de Brabante debe ser un seor bondadoso y fiel.

    SOEST.- Bien! Lo dice de ese modo?JETTER.- Es verdad? Fiel?

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    VANSEN.- Como os lo digo. Tiene obligaciones

    para con nosotros, como nosotros para con l. Ensegundo lugar: en modo alguno debe mostrar, dejar

    aparecer o pensar en permitir ninguna especie de

    poder o voluntad arbitrarios.

    JETTER.- Admirable! Admirable! No debe mos-

    trar...

    SOEST.- Ni dejar aparecer...

    OTRO.- O pensar en permitir... Ese el punto capi-

    tal. No permitirle a nadie, de ninguna manera...

    VANSEN.- As consta, en trminos expresos.

    JETTER.- Trenos el libro.

    UN CIUDADANO.- S; tiene que ser nuestro.OTRO.- El libro! El libro!

    OTRO.- Nos presentaremos con l a la goberna-

    dora.

    OTRO.- Vos seris el que hable, seor doctor.

    JABONERO.- Oh! qu necios!OTROS.- Dinos alguna cosa ms del libro.

    JABONERO.- Le clavo los dientes en el gaote si

    vuelve a decir palabra!

    EL PUEBLO.- Ya veremos si hay alguien capaz de

    hacerle dao. Decidnos algo ms de nuestros pri-vilegios! Todava tenemos privilegios?

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    CARPINTERO.- Paz en nombre del cielo! (Mz-

    clanse otros en la contienda.) Ciudadanos, qu es esto?(Unos pilluelos silban, arrojan piedras, azuzan perros; los

    transentes se detienen y miran boquiabiertos; corren gentes del

    pueblo, otras van tranquilamente de un lado a otro, otras ha-

    cen toda suerte de burlas, gritando y lanzando clamores de

    jbilo.)

    OTROS.- Libertad, privilegios! Privilegios y li-

    bertad. (EntraEGMONTcon acompaamiento.)

    EGMONT.- Paz! paz, ciudadanos! Qu es lo que

    ocurre? Separadlos!

    CARPINTERO.- Benigno seor, llegis como un

    ngel del cielo. Silencio! No veis quin est aqu?El conde de Egmont! Respetad al conde de Eg-

    mont!

    EGMONT.- Tambin entre nosotros? Qu osis?

    Ciudadanos contra ciudadanos? Ni siquiera os

    detiene la proximidad de nuestra regia gobernadora?Separaos! Id cada cual a vuestros asuntos! Mala

    seal es cuando aparecis ociosos en da de trabajo.

    De qu se trataba?

    (El tumulto se calma poco a poco y todos le rodean.)

    CARPINTERO.- Se pegaban por sus privilegios.

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    EGMONT.- Que todava estn destruyendo atur-

    didamente... Y quin sois vosotros? Me parecisgente honrada.

    CARPINTERO.- A eso aspiramos.

    EGMONT.- De qu gremio?

    CARPINTERO.- Carpintero y maestro jurado.

    EGMONT.- Y vos?

    SOEST.- Tendero.

    EGMONT.- Vos?

    JETTER.- Sastre.

    EGMONT.- Recuerdo que habis ayudado a hacer

    las libreas de mis gentes. Os llamis Jetter.

    JETTER.- Os doy gracias, por acordaros de minombre.

    EGMONT.- No es fcil que yo me olvide de quien

    he visto y hablado una vez sola... Buena gente, en

    cuanto el mantenimiento de la paz dependa de vos-

    otros, no dejis de procurarlo; estis ya bastante malnotados. No incitis ms al rey, que, en resumidas

    cuentas, tiene el poder en sus manos. Un ciudadano

    como es debido, que gana su sustento honrada y

    diligentemente, tiene siempre y en todas partes tanta

    libertad como precisa.CARPINTERO.- S, s; ese es justamente el mal.

    Los haraganes, los borrachos, los poltrones, con li-

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    sas imgenes estn como impresas en mi frente con

    un hierro candente.

    MORADA DE EGMONT

    EL SECRETARIO, sentado a una mesa llena de papeles;

    se levanta intranquilo

    SECRETARIO.- Siempre sin venir! Y hace ya dos

    horas que le espero con la pluma en la mano y los

    papeles delante; y justamente hoy que me gustara

    salir temprano! Tengo como fuego bajo los pies.

    Apenas puedo contener mi impaciencia. Estateaqu a la hora exacta, ordenme todava antes de su

    marcha; y ahora no viene. Hay tanto que hacer que

    no terminar antes de media noche. Cierto que a

    veces hace la vista gorda. Pero preferira que fuera

    severo y le dejara a uno libre en el debido momento.Podra uno concertar sus asuntos. Hace ya dos ho-

    ras que sali de junto a la gobernadora; sabe Dios

    con quin habr pegado la hebra por el camino.

    (EntraEGMONT.)

    EGMONT.- Cmo andan las cosas?

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    comarcas vecinas. Los disturbios estn apaciguados,

    en su mayor parte...EGMONT.- Comunica que se han producido an

    diversas majaderas y locuras?

    SECRETARIO.- S. Aun hay algo de eso.

    EGMONT.- Exmeme de orlo.

    SECRETARIO.- Han sido presos otros seis crimi-

    nales que han destrozado en Werwick una imagen

    de la virgen. Pregunta si deben ser ahorcados como

    los otros.

    EGMONT.- Estoy cansado de mandar ahorcar.

    Que los azoten y se vayan.

    SECRETARIO.- Hay dos mujeres entre ellos.Tambin deben ser azotadas?

    EGMONT.- Que las amoneste y las deje correr.

    SECRETARIO.- Brinck, de la compaa de Breda,

    quiere casarse. El capitn espera que le neguis el

    permiso. Escribe que hay demasiadas mujeres en lastropas y que si salimos a campaa no parecer un

    ejrcito de soldados, sino una cuadrilla de gitanos.

    EGMONT.- Djese casar an a ste! Es un buen

    mozo; me lo rog insistentemente antes de mi par-

    tida. Pero que no se le permita a ninguno ms, pormucho que me duela privarles de su mejor diversin

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    a esos pobres diablos, que ya estn bastante fasti-

    diados sin eso.SECRETARIO.- Dos de vuestros soldados, Seter y

    Hart, le han jugado una mala pasada a una moza,

    hija de un hostelero. La encontraron sola y la nia

    no pudo defenderse de ellos.

    EGMONT.- Si es muchacha honrada y han em-

    pleado violencia, que les den tres das consecutivos

    carrera de baquetas, y si poseen algunos bienes, que

    se tome de ellos lo necesario para poder dotar a la

    rapaza.

    SECRETARIO.- Uno de los doctores extranjeros

    pas secretamente por Comines y fue descubierto.Jura que su intencin, era la de pasar a Francia. De-

    be ser decapitado, segn lo dispuesto.

    EGMONT.- Que lo pongan secretamente en la

    frontera y le aseguren que la segunda vez no es-

    capar de este modo.SECRETARIO.- Carta de vuestro tesorero. Escribe

    que ingresa poco dinero y que le ser difcil enviar

    en esta semana la cantidad pedida; los disturbios

    han producido en todo la mayor confusin.

    EGMONT.- Tiene que mandar el dinero! l vercomo lo junta.

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    SECRETARIO.- Dice que har todo cuanto pueda

    y que por fin demandar y har encarcelar a ese Ra-ymond que es vuestro deudor desde hace tanto

    tiempo.

    EGMONT.- Pero ha prometido pagar.

    SECRETARIO.- La ltima vez; l mismo fij el

    plazo de quince das.

    EGMONT.- Pues que le concedan otros quince, y

    despus pueden proceder contra l.

    SECRETARIO.- Hacis bien. No es falta de recur-

    sos, es mala voluntad. Sin duda que se conducir

    con seriedad cuando vea que no bromeis... Ade-

    ms, dice el recaudador que quiere retener mediomes de pensin a los antiguos soldados, las viudas y

    algunas otras gentes a quienes socorris; mientras

    tanto, ya se ver lo que se hace; los socorridos se

    arreglarn como puedan.

    EGMONT.- Cmo que se arreglarn? Esas gentestienen ms necesidad que yo de dinero. Que no se

    meta en eso.

    SECRETARIO.- Pues de dnde ordenis que sa-

    que los cuartos?

    EGMONT.- l ver; ya se lo dije en la carta an-terior.

    SECRETARIO.- Por eso hace estas proposiciones.

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    EGMONT.- Que no sirven de nada. Que piense

    otra cosa. Que haga proposiciones que sean acepta-bles, y sobre todo, que se proporcione el dinero.

    SECRETARIO.- Vuelvo a presentaros la carta del

    conde Oliva. Perdonad que os la recuerde. Este an-

    ciano merece, antes que nadie, una circunstanciada

    respuesta. Ibais a escribirle vos mismo. De fijo que

    os quiere como un padre.

    EGMONT.- No me es posible hacerlo. De todas las

    cosas que me son odiosas, ninguna lo es ms que

    escribir. Imitas tan bien mi letra! Escrbele en mi

    nombre. Yo espero a Orange. No me es posible ha-

    cerlo yo mismo, pero deseo que se conteste a susinquietudes dicindole algo muy tranquilizador.

    SECRETARIO.- Decidme aproximadamente cmo

    pensis que debe ser la respuesta; redactar la carta y

    la someter a vuestra aprobacin. Ser escrita en tal

    forma que hasta ante un tribunal pueda pasar porletra vuestra.

    EGMONT.- Dame su carta. (Despus de haberle echado

    la vista encima.) Venerable anciano! Eras ya tan

    prudente en tu juventud? No has escalado jams

    una fortaleza? Te quedabas a retaguardia en la ba-talla, como aconseja la prudencia?... Qu cariosa

    solicitud! Desea mi felicidad y mi vida y no advierte

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    que ya est muerto aquel que slo vive o para guar-

    darse... Dile que puede estar descuidado; que proce-do como debo, que ya cuido de mi seguridad; que

    emplee en mi favor su consideracin en la Corte y

    que est convencido de mi completo agradecimien-

    to.

    SECRETARIO.- Nada ms? Oh, l espera otra

    cosa!

    EGMONT.- Qu ms puedo decirle? Si quieres

    poner ms palabras, de ti depende. Da siempre

    vueltas alrededor del mismo punto: que debo vivir

    como no soy capaz de vivir. Que soy alegre, que to-

    mo las cosas ligeramente, que vivo de prisa; esa esmi dicha, y no la cambio por la seguridad de un

    panten. Ni una gota de sangre tengo en mis venas

    para vivir a la espaola; no me divierte acomodar

    mis pasos a la nueva y grave cadencia de la Corte.

    No he de vivir ms que para pensar en la vida?No he de gozar del momento actual para estar se-

    guro del siguiente? Y consumir tambin ste con

    preocupaciones y cuidados?

    SECRETARIO.- Os suplico, seor, que no seis tan

    spero y duro con este hombre excelente, vos quesois tan afable con todo el mundo. Decidme unas

    palabras afectuosas que tranquilicen a este noble

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    amigo. Fijaos en lo solcito que es, en la delicadeza

    con que toca lo que cree que puede seros til.EGMONT.- S, pero toca siempre la misma cuerda.

    Sabe, desde hace mucho, lo odiosas que son para m

    estas amonestaciones; no hacen ms que confundir,

    no sirven para nada. Y si yo fuera un sonmbulo y

    me paseara por el peligroso alero de una casa, es

    amistoso llamarme por mi nombre, para advertirme,

    despertarme y hacerme estrellar? Dejad a cada cual

    que siga su camino; ya se guardar l.

    SECRETARIO.- No estara bien en vos el preocu-

    paros, pero en quien os conoce y ama!...

    EGMONT (Mirando la carta).- Vuelve otra vez conlas viejas historias de lo que hemos hecho y dicho

    una noche, en la fcil petulancia de la intimidad y el

    vino, y con todas las deducciones y consecuencias

    que de aqu se han sacado, pasendolas por todo el

    reino... Bueno! Pues es verdad que hemos hechobordar caperuzas de bufn y cabezas de loco en las

    mangas de nuestros criados y que despus hemos

    cambiado estos ridculos adornos por haces de fle-

    chas, smbolo aun ms peligroso a juicio de todos

    los que quieren encontrar significacin en lo que nola tiene. En momentos de placer, hemos concebido

    y realizado ms de una locura; somos culpables de

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    carnaval se iguala con un crimen de alta traicin?

    Hay que estar celoso por los breves y abigarradosharapos que un valor juvenil y una excitada fantasa

    pueden haber colgado en torno a la pobre desnudez

    de nuestra vida? Si la tomis demasiado en serio

    qu encontraris en ella? Si la maana no nos des-

    pierta para nuevas alegras y a la noche no podemos

    esperar ya ningn placer, vale la pena de vestirse y

    desnudarse? Almbrame hoy el sol para que refle-

    xione en lo que era ayer, y para adivinar y calcular lo

    que ni se adivina ni se calcula, el destino de un da

    por venir?... Aparta de m esas consideraciones; de-

    jmoslas para los escolares y los cortesanos. Quecavilen y mediten, muden de opiniones y avancen

    furtivamente; que alcancen adonde puedan y obten-

    gan lo que puedan... Si te es dado aprovechar algo

    de esto sin que tu epstola se convierta en un libro,

    estar satisfecho con ello. Al buen viejo todo le pa-rece demasiado importante. Igual que un amigo, que

    nos ha tenido cogida la mano largo tiempo, la opri-

    me an con ms fuerza cuando va a soltarla.

    SECRETARIO.- Perdonadme, pero un peatn

    siempre siente vrtigos cuando ve pasar a alguien encoche por su lado a una velocidad frentica.

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    EGMONT.- No ms, no ms, criatura! Como azo-

    tados por invisibles espritus, los caballos del sol deltiempo arrastran consigo el ligero carro de nuestro

    destino; y a nosotros no nos resta otra cosa sino

    mantener firmes las riendas, con esforzado nimo, y

    tan pronto a derecha como a izquierda, apartar las

    ruedas, aqu de una piedra, all de un precipicio.

    Adnde se va, quin lo sabe? Apenas se acuerda

    uno de dnde viene.

    SECRETARIO.- Seor! Seor!

    EGMONT.- Estoy en lo alto y puedo y debo subir

    ms todava; siento en m la esperanza, el valor y las

    fuerzas para hacerlo. Aun no he alcanzado la cspi-de de mi desarrollo, y si alguna vez llego arriba, me

    mantendr firme y sin recelo. Si he de caer, que sea

    un rayo, un huracn, hasta un mal paso mo lo que

    me precipite a lo profundo, yacer all con muchos

    miles de hombres. Jams desde el jugarme san-grientamente la vida con mis buenos compaeros

    de armas por cualquier ventaja pequea, e iba a

    andar con roeras ahora cuando se trata de todo el

    valor de la libre existencia?

    SECRETARIO.- Oh seor! No sabis qu pala-bras pronunciis! Que Dios os proteja!

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    EGMONT.- Recoge tus papeles. Orange llega.

    Despacha lo ms necesario para que partan tusmensajeros antes de que estn cerradas las puertas.

    Para lo otro hay tiempo maana. Deja hasta maana

    la carta del Conde; no dilates el visitar a Elvira y

    saldala de mi parte... Entrate de cmo se encuen-

    tra la gobernadora; aunque lo oculte, no debe estar

    buena.

    (Vase elSECRETARIO.)EntraORANGE.

    EGMONT.- Orange, bien venido. Me parecis un

    tanto preocupado.ORANGE.- Qu me decs de nuestra conversa-

    cin con la gobernadora?

    EGMONT.- No encontr nada de particular en su

    manera de recibirnos. Con frecuencia la he visto de

    ese modo. No me pareci que se hallaba del todobien.

    ORANGE.- No notasteis en ella una reserva ma-

    yor de la acostumbrada? Primero quiso aprobar

    framente nuestra conducta en la nueva revuelta del

    populacho; despus hizo observar la falsa luz quepoda ser arrojada sobre esos acontecimientos; deri-

    v despus la conversacin hacia sus antiguos ha-

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    bituales discursos: que jams han sido agradecidos

    suficientemente, que han sido tratados con dema-siada ligereza sus procedimientos afables y bonda-

    dosos, su amistad hacia nosotros los neerlandeses;

    que no hay cosa alguna que lleve la direccin que

    ella desea; que, al final, bien puede llegar a sentirse

    cansada y a tener que decidirse el rey por otros pro-

    cedimientos. Habis odo esto?

    EGMONT.- No todo; entre tanto pensaba en otra

    cosa. Ella es mujer, querido Orange, y las mujeres

    siempre querran que todo se plegara suavemente

    bajo su dulce yugo, que cada Hrcules depusiera la

    piel de len y aumentara su corte de hilanderas; que,porque ellas tienen un carcter pacfico, la fermenta-

    cin que se apodera de un pueblo, la tormenta que

    suscitan, unos contra otros, rivales poderosos, pu-

    diera terminarse con una amable frase, y que se

    unieran a sus pies, en una dulce armona, los mscontrarios elementos. Ese es su caso; y como no

    puede conseguir lo que quiere, no le queda otro ca-

    mino sino ponerse de mal humor, quejarse de in-

    gratitud e imprudencia, amenazar para el porvenir

    con espantosas perspectivas y amenazar... con mar-charse.

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    ORANGE.- No creis que esta vez realizar su

    amenaza?EGMONT.- Jams! Cuntas veces no la he visto

    ya dispuesta para el viaje! Adnde podra ir? Aqu

    es gobernadora, reina; crees t que le divertira de-

    vanar la madeja de unos insignificantes das en la

    Corte de su hermano, o ir a Italia para llevar tras s,

    de un lado a otro, a toda su vieja parentela?

    ORANGE.- No se la cree capaz de esta determi-

    nacin porque se la ha visto vacilar, porque se la ha

    visto volverse atrs; no obstante, slo depende de

    ella: nuevas circunstancias pueden impulsarla hacia

    una solucin demorada largo tiempo. Y si se fueray el rey mandara a algn otro?

    EGMONT.- Pues llegara y encontrara tambin

    muchas cosas que hacer. Vendra con grandes pla-

    nes, proyectos e ideas, de cmo quera ponerlo todo

    en su sitio, someterlo y tenerlo en su mano; y hoytendra que ocuparse de esta pequeez, maana de

    aquella otra, pasado maana encontrara tal difi-

    cultad, pasara un mes con proyectos, otro enojado

    por sus fracasadas empresas, medio ao preocupa-

    do por una sola provincia... Tambin para l correrel tiempo, sentir mareos, y las cosas seguirn su

    curso como antes, de modo que, en lugar de navegar

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    por los dilatados mares hacia una lnea prescrita por

    l, tendr que dar gracias a Dios si, en medio de latempestad, mantiene su nave libre de arrecifes.

    ORANGE.- Pero y si le aconsejaran al rey que hi-

    ciera una prueba?

    EGMONT.- Cul?...

    ORANGE.- Ver lo que haca el tronco sin cabeza.

    EGMONT.- Cmo?

    ORANGE.- Egmont, hace muchos aos que llevo

    en mi corazn todas las circunstancias del mundo

    en que nos movemos; estoy siempre como delante

    de un tablero de ajedrez y no considero insignifi-

    cante ninguna jugada del adversario; y lo mismo quehay gentes ociosas que se preocupan con el mayor

    cuidado de los secretos de la naturaleza, considero

    yo como deber mo, por mi categora de prncipe,

    conocer las opiniones y los propsitos de todos los

    partidos. Tengo motivos para temer un gran cam-bio. El rey hace mucho tiempo que viene proce-

    diendo segn ciertos principios; ve que, con ello no

    logra lo que quiere; qu cosa ms verosmil sino

    que intente otro camino?

    EGMONT.- No lo creo. Cuando se hace uno viejoy se han ensayado tantas cosas y nunca se encuentra

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    manera de arreglar el mundo, por ltimo tiene uno

    que acabar por decirse que ya basta.ORANGE.- Hay una cosa que no ha ensayado to-

    dava.

    EGMONT.- Cul?

    ORANGE.- Tratar bien al pueblo y perder a los

    prncipes.

    EGMONT.- Cunto no se ha temido ya eso desde

    hace tanto tiempo! No hay que inquietarse.

    ORANGE.- Al principio era una inquietud, poco a

    poco se me convirti en sospecha; por ltimo, ha

    llegado a ser una certidumbre.

    EGMONT.- Pero tiene el rey servidores ms fielesque nosotros?

    ORANGE.- Le servimos a nuestra manera; y aqu,

    entre nosotros, podemos confesar que sabemos

    equilibrar muy bien los derechos del rey y los nues-

    tros.EGMONT.- Quin no lo hace? Somos sus sb-

    ditos y servidores en lo que le corresponde.

    ORANGE.- Pero y si l quisiera atribuirse ttulos

    mayores y llamara traicin a lo que nosotros deci-

    mos mantenimiento de nuestros derechos?EGMONT.- Podremos defendernos. Que convo-

    que a los caballeros del Toisn y seremos juzgados.

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    ORANGE.- Y si hubiera sentencia antes del pro-

    ceso? Castigo antes de la sentencia?EGMONT.- Esa es una injusticia de que jams se

    har culpable Felipe, y una locura que no les impu-

    tar a l ni a sus consejeros.

    ORANGE.- Y si fueran injustos y locos?

    EGMONT.- No, Orange; es imposible. Quin osa-

    ra poner mano en nosotros?... El de prendernos

    sera un trabajo prfido y estril. No, no osan elevar

    tan alto el pendn de la tirana. La rfaga de viento

    que esta noticia difundira por todo el pas provoca-

    ra un espantoso incendio. Y para qu iban a ha-

    cerlo? El rey solo no puede juzgar y condenar;atentaran a nuestras vidas como asesinos?... No

    pueden pretenderlo. En un instante se unira el pue-

    blo en una liga formidable. Seran proclamados, con

    toda violencia, el odio y la separacin eterna de to-

    do lo espaol.ORANGE.- Las llamas bramaran sobre nuestras

    tumbas y la sangre de nuestros enemigos sera de-

    rramada como vano sacrificio expiatorio. Hay que

    pensarlo, Egmont.

    EGMONT.- Pero cmo podran?...ORANGE.- Alba viene de camino.

    EGMONT.- No lo creo.

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    ORANGE.- Lo s.

    EGMONT.- La gobernadora pretenda no sabernada de esto.

    ORANGE.- Con lo cual qued tanto ms con-

    vencido. La gobernadora le har sitio. Conozco al

    duque y su espritu sanguinario trae consigo un ejr-

    cito.

    EGMONT.- Para agobiar de nuevo las provincias?

    El pueblo lo soportar muy difcilmente.

    ORANGE.- Se apoderarn de los jefes.

    EGMONT.- No, no!

    dRANGE.- Vaymonos cada cual a nuestra pro-

    vincia. All nos haremos fuertes; no comenzara porla violencia.

    EGMONT.- No tenemos que saludarle cuando

    llegue?

    ORANGE.- Lo dilataremos.

    EGMONT.- Y si al llegar nos llama en nombre delrey?

    ORANGE.- Buscaremos subterfugios.

    EGMONT.- Y si insiste?

    ORANGE.- Nos excusaremos.

    EGMONT.- Y si se obstina?ORANGE.- Vendremos cada vez menos.

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    EGMONT.- Y si se declara la guerra, seremos re-

    beldes... Orange, no te dejes seducir por la pru-dencia; ya s que el temor no puede hacerte re-

    troceder. Reflexiona en el paso que vas a dar.

    ORANGE.- Ya he reflexionado.

    EGMONT.- Piensa en la cosa de que te haces cul-

    pable si no aciertas: de la guerra ms destructora que

    puede asolar un pas. Tu negativa es la seal que de

    repente convoca las provincias a las armas; que jus-

    tifica todas las crueldades para las que Espaa

    siempre se ha apresurado a aprovechar todo pre-

    texto. Lo que hemos ido calmando lenta y trabajo-

    samente, lo azuzars con un solo gesto hasta quellegue a producirse la confusin ms espantosa.

    Piensa en las ciudades, la nobleza, el pueblo, el

    comercio, la agricultura, los oficios! Y piensa en la

    desolacin y la muerte!... Cierto que el soldado ve

    con serena mirada cmo cae junto a l su camaradaen el campo de batalla; pero los ros arrastrarn ha-

    cia ti cadveres de ciudadanos, de nios, de donce-

    llas, de modo que lo contemplars con espanto y ya

    no sabrs cuya causa defendas, ya que habrn pere-

    cido aquellos por cuya libertad tomaste las armas. Yqu sentirs en tu interior cuando tengas que de-

    cirte: - Fue por mi seguridad por lo que las tom?

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    ORANGE.- No somos particulares, Egmont. Si nos

    toca sacrificarnos por muchos, tambin nos tocaguardarnos para muchos.

    EGMONT.- Quien se guarda tiene que hacerse sos-

    pechoso a s mismo.

    ORANGE.- Quien se conoce puede avanzar o re-

    troceder seguro de s.

    EGMONT.- El mal que temes se convertir en

    cierto con esa accin tuya.

    ORANGE.- Es prudente y osado ir al encuentro de

    un mal inevitable.

    EGMONT.- En peligro tan grande hay que tener en

    cuenta la ms leve esperanza.ORANGE.- Y no nos queda espacio ni para el paso

    mas pequeo: el abismo se abre cruelmente ante

    nosotros.

    EGMONT.- El favor real, es terreno tan estrecho?

    ORANGE.- Estrecho no, pero resbaladizo.EGMONT.- Pardiez! Se le injuria. No puedo so-

    portar que se piense injustamente de l. Es hijo de

    Carlos V y no es capaz de ninguna bajeza.

    ORANGE.- Los reyes no hacen nunca ninguna ba-

    jeza.EGMONT.- Habra que conocerlo.

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    ORANGE.- Ese conocimiento, precisamente, es lo

    que nos aconseja que no esperemos una prueba pe-ligrosa.

    EGMONT.- No hay prueba peligrosa si se tiene

    valor para ella.

    ORANGE.- Te acaloras, Egmont.

    EGMONT.- Tengo que verlo con mis propios

    ojos.

    ORANGE.- Oh! Si pudieras ver esta vez por los

    mos! Amigo, porque los tienes abiertos ya crees ver.

    Yo parto. Espera t la llegada de Alba y que Dios te

    proteja. Acaso te salve mi retirada Acaso el dragn

    no crea tener presa suficiente si no nos devora a lavez a ambos. Acaso lo retrase para ejecutar con ma-

    yor seguridad su proyecto, y acaso tambin, mien-

    tras tanto, veas t las cosas en su figura verdadera.

    Pero entonces de prisa! de prisa! Slvate! Slva-

    te!... Adis!... Que no haya detalle alguno que seescape a tu vigilante atencin: cunta tropa trae con-

    sigo, cmo ocupa la ciudad, qu poderes retiene la

    gobernadora, cmo se conducen tus amigos. Dame

    noticias... (Pausa.) Egmont!...

    EGMONT.- Qu quieres?ORANGE. (Cogindolo por la mano.) - Djate conven-

    cer! Ven conmigo!

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    EGMONT.- Qu es eso? Lloras, Orange?

    ORANGE.- Llorar por un perdido amigo no es in-digno de hombres.

    EGMONT.- Me juzgas perdido?

    ORANGE. Lo ests. Piensa en ello. Slo te queda

    un breve plazo. Adis. (Vase.)

    EGMONT. (Solo.) - Que los pensamientos de otras

    criaturas tengan tal influjo sobre nosotros! Jams se

    me hubiera ocurrido; y este hombre me transmite su

    inquietud... Fuera!... Eso es en m sangre una gota de

    sangre ajena. Salud ma, rechzala! Y para borrar de

    mi frente las arrugas de la preocupacin, todava

    tengo un delicioso medio.

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    ACTO TERCERO

    PALACIO DE LA GOBERNADORA

    MARGARITA DE PARMA

    MARGARITA.- Hubiera debido sospecharlo. Ah!

    Cuando pasa uno su vida en medio de molestias y

    trabajos siempre se imagina que hace todo lo posi-

    ble; y el que vigila y ordena desde lejos cree que sloexige lo que puede ser hecho... Oh! Los reyes!...

    Jams habra credo que iba a disgustarme tanto. Es

    tan hermoso mandar!... Y abdicar?... No s como lo

    logr mi padre, pero quiero hacer lo que l.

    MAQUIAVELO aparece por el fondoGOBERNADORA.- Acrcate, Maquiavelo. Estoy

    aqu pensando en la carta de mi hermano.

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    MAQUIAVELO.- Me es permitido saber lo que

    contiene?GOBERNADORA.- Tantas tiernas atenciones ha-

    cia mi persona como solicitud por sus Estados.

    Arriba la firmeza, el celo y la fidelidad con que he

    velado hasta ahora en este pas por los derechos de

    Su Majestad; me compadece porque el indmito

    pueblo me de tanto que hacer; est tan profunda-

    mente convencido de la sagacidad de mis opiniones,

    tan extraordinariamente contento con la prudencia

    de mi proceder, que, tengo que decirlo, la carta est

    casi demasiado bien escrita para un rey y segu-

    ramente lo est para un hermano.MAQUIAVELO.- No es la primera vez que os

    muestra su justa satisfaccin.

    GOBERNADORA.- Pero s la primera vez que la

    emplea como figura retrica.

    MAQUIAVELO.- No os comprendo.GOBERNADORA.- Ahora me comprenderis...

    Pues tras esta introduccin, aade que sin tropas,

    sin un pequeo ejrcito, siempre habr de hacer

    aqu mala figura. Hemos hecho mal, dice, en retirar

    de las provincias nuestros soldados atendiendo a lasquejas de los habitantes. Opina que una guarnicin

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    que cargue sobre los hombros del ciudadano le im-

    pide, con su peso, el que d grandes saltos.MAQUIAVELO.- Eso excitar extraordinariamen-

    te los nimos.

    GOBERNADORA.- Pero el rey opina, me escu-

    chas?... Opina que un buen general, un general que

    no oiga razones, se har muy pronto dueo del

    pueblo y de la nobleza, de los ciudadanos y los cam-

    pesinos... Y para eso enva, con un fuerte ejercito...

    al duque de Alba.

    MAQUIAVELO.- Al de Alba?

    GOBERNADORA.- Te asombras?

    MAQUIAVELO.- Dijisteis: enva. Ser que pre-gunta si lo debe enviar.

    GOBERNADORA.- El rey no pregunta; lo enva.

    MAQUIAVELO.- De ese modo tendris a vuestro

    servicio un militar de gran experiencia.

    GOBERNADORA.- A mi servicio? Habla franca-mente, Maquiavelo.

    MAQUIAVELO.- No querra anticiparme...

    GOBERNADORA.- Y yo querra disimular! Es

    muy doloroso para m, muy doloroso. Preferira que

    mi hermano dijera las cosas como las piensa, que nofirmara ceremoniosas epstolas redactadas por un

    secretario de Cmara.

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    MAQUIAVELO.- No se podra descubrir?...

    GOBERNADORA.- Los conozco por dentro y porfuera. Les gustara tenerlo todo limpio y arreglado y

    como ellos mismos no se ponen al trabajo, prestan

    confianza a todo el que llega con una escoba en la

    mano. Oh! Para m es como si viera al rey y su

    Consejo pintados en ese tapiz.

    MAQUIAVELO.- Tan claramente?

    GOBERNADORA.- No les falta ni un rasgo. Hay

    buenas gentes entre ellos. El honrado Rodrigo, con

    tanta experiencia y moderacin, que no apunta de-

    masiado alto y, sin embargo, no se le va una pieza;

    el recto Alonso, el diligente Freneda, el firme LasVargas, y todava algunos otros que colaboran

    cuando el partido de los buenos es el poderoso. Pe-

    ro all est el toledano, con sus ojos hundidos, su

    frente de bronce y su honrada mirada de fuego;

    barbota algo acerca de la indulgencia de las mujeres,de su condescendencia inoportuna, y dice que les

    gusta ser llevadas por caballos mansos, pero que

    ellas mismas son malos domadores, u otras bromas

    anlogas que en otro tiempo tuve que aguantar de

    los hombres polticos.MAQUIAVELO.- Habis escogido para vuestro

    cuadro una buena caja de colores.

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    GOBERNADORA.- Pero confiesa, Maquiavelo,

    que entre todas las tintas sombras con que pudierapintarlo, no hay ningn tono tan amarillo ni tan ne-

    gro como los matices del semblante de Alba ni co-

    mo los colores que emplea l mismo. Para l, todo

    hombre es blasfemador y reo de lesa majestad, por-

    que, con esta opinin, al punto puede enrodar, em-

    palar, descoyuntar y quemar a todo el mundo... El

    bien que yo aqu he hecho es indudable que no pa-

    recer nada desde lejos, justamente por ser bien...

    All se atienen a las locuras ya pasadas, recuerdan

    todas las perturbaciones ya apaciguadas, y presen-

    tan, ante los ojos del rey, tantos motines, subleva-ciones y locuras, que el monarca se imagina que las

    gentes se devoran aqu unas a otras, cuando, entre

    nosotros, un pasajero y transitorio descomedi-

    miento de un grosero pueblo est olvidado ya desde

    hace tiempo. De aqu adquiere Felipe un odio muycordial contra la obre gente; lo parecen tan repulsi-

    vos como bestias y monstruos; vuelve la vista hacia

    la espada y el fuego y se imagina que de este modo

    se domea a los hombres.

    MAQUIAVELO.- Me parecis harto agitada; to-mis la cosa demasiado en serio. No segus siendo

    la regente?

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    GOBERNADORA.- Bien conozco eso. Traer ins-

    trucciones... Soy lo bastante vieja en asuntos de Es-tado para saber cmo se desposee a alguien sin

    quitarle su nombramiento... Primero presentara unas

    instrucciones que sern vagas y tortuosas; empuar

    el poder porque tiene la fuerza, y si yo me quejo,

    alegar unas instrucciones secretas; si quiero verlas,

    ir dndome largas; si insisto en ello, me ensear

    un papel que contenga cualquier otra cosa, y si no

    me tranquilizo, ser lo mismo que si no digo nada...

    Mientras tanto har lo que temo y lo que deseo ser

    abandonado.

    MAQUIAVELO.- Quisiera poder contradeciros.GOBERNADORA.- Lo que yo, con indecible pa-

    ciencia, logr calmar, volver l a provocarlo con su

    sus crueldades y dureza; ver mi obra destruida ante

    mis propios ojos, y adems, aun tendr que cargar

    con las culpas que a l le corresponden.MAQUIAVELO.- Esprelo as Vuestra Alteza.

    GOBERNADORA.- Tengo bastante dominio so-

    bre m misma para permanecer tranquila. Que ven-

    ga; con las mejores formas le ceder el puesto, antes

    de ser arrojada de l.MAQUIAVELO.- Queris dar tan precipitada-

    mente un paso de esa importancia?

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    GOBERNADORA.- Ms difcil de lo que t pien-

    sas. Quien est acostumbrado a mandar, aquel paraquien es uso establecido que la suerte de miles de

    hombres penda de sus manos, desciende del trono

    como si fuera a la tumba. Pero mejor es eso que

    quedar entre los vivos como un fantasma, y querer

    conservar, como vana apariencia, un puesto que ha

    sido ya heredado por otro, que ahora lo posee y dis-

    fruta de el.

    VIVIENDA DE CLARITA

    CLARITA. SU MADRE

    MADRE.- Amor como el de Brackenburg no lo he

    visto jams; crea que slo exista en las historias

    heroicas.

    CLARITA.- (Va y viene por la habitacin, canturreando.)

    Tan slo es dichosa

    el alma amorosa.

    MADRE.- Sospecha tus relaciones con Egmont, y

    creo que, si lo trataras algo amistosamente, que si tte lo propusieras, aun ahora se casara contigo.

    CLARITA.- (Canta.)

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    Llena de alegra,llena de dolor,

    sumida en angustias

    y cavilacin;

    anhelar

    y temblar

    en penas perennes;

    gritos de delicia,

    tristezas de muerte:

    tan slo es dichosa

    el alma amorosa.

    MADRE.- Djate de esa cantilena!

    CLARITA.- No me riis; es una cancin de gran

    poder. Con ella, ms de una vez he acunado los

    sueos de un nio grande.

    MADRE.- Nada tienes en la cabeza, sino tu amor.Lo dejas todo por una sola cosa. Te deca que de-

    bas tener consideraciones para Brackenburg. Aun

    puede hacerte dichosa.

    CLARITA.- l?

    MADRE.- Oh, s! Llegar ese tiempo!... Vosotras,criaturas, no previs nada y no prestis atencin a

    nuestra experiencia. Todo tiene su trmino, la ju-

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    CLARITA.- La tenemos! Estad tranquila, madre; ya

    he dispuesto todo lo necesario, lo he preparado.Madre, no me descubris.

    MADRE.- Ser bastante escaso.

    CLARITA.- No juzguis hasta verlo. Y, adems, me

    digo a m misma: Si cuando l est conmigo no ten-

    go hambre ninguna, tampoco debe tener l gran

    apetito cuando yo estoy con l.

    EGMONT.- Crees t?

    (CLARITAgolpea el suelo con el pie y se vuelve de mal hu-

    mor.)

    EGMONT.- Qu te pasa?

    CLARITA.- Cmo estis hoy tan fro? Aun no mehabis dado ni un beso. Por qu tenis los brazos

    envueltos en esa capa como un recin nacido? No

    es propio de militares ni de amantes andar con los

    brazos as arrebujados.

    EGMONT.- A veces, amada Ma, a veces. Si el sol-dado est de emboscada y quiere engaar al enemi-

    go, entonces se recoge en s mismo, se cruza de

    brazos y rumia sus designios. Y un enamorado...

    MADRE.- No queris tomar asiento? Acomoda-

    ros? Tengo que ir a la cocina; Clarita no piensa ennada estando vos aqu. Tendris que contentaros

    con lo que haya.

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    mis acciones, sino el gran maestre de la Orden con

    el Captulo de los caballeros.CLARITA.- Oh, lo que es t podras dejar que ti

    juzgara el mundo entero!... El terciopelo es ma-

    ravilloso! Y las pasamaneras! Y los bordados! No

    se sabe por dnde empezar.

    EGMONT.- Mralo todo cuanto quieras.

    CLARITA.- Y el toisn de oro! Me contasteis la

    historia y me dijisteis que es un smbolo de todo lo

    que es grande y precioso, que slo con trabajo y pe-

    nas se merece y adquiere. Es precioso... Puedo

    compararlo a tu amor... Tambin lo llevo as en el

    corazn... Y, sin embargo...EGMONT.- Qu quieres decir?

    CLARITA.- Y, sin embargo, no pueden compararse.

    EGMONT.- Por qu?

    CLARITA.- No lo adquir con trabajo y penas; no

    lo he merecido.EGMONT.- En amor es de otro modo. Lo mere-

    ciste porque no lo pretendas... Y, en general, slo lo

    poseen los que no han corrido tras l.

    CLARITA.- Infieres eso de lo que le ocurre a tu

    persona? Has hecho esa orgullosa observacinpensando en ti mismo, en ti, a quien todo el pueblo

    adora?

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    EGMONT.- Si hubiera hecho algo en su favor! Si

    pudiera hacerlo! Por pura buena voluntad es por loque me quieren.

    CLARITA.- De fijo que habrs visitado hoy a la

    gobernadora.

    EGMONT.- S; fui a verla.

    CLARITA.- Ests bien con ella?

    EGMONT.- As parece. Nos mostramos afectuosos

    y serviciales uno para otro.

    CLARITA.- Y all, por dentro?

    EGMONT.- La quiero bien. Cada cual tiene sus

    opiniones. Nada importa. Es una mujer excelente,

    conoce su mundo y vera las cosas con bastante pe-netracin aunque no fuera recelosa como es. Le doy

    mucho que hacer, porque siempre quiere descubrir

    secretos detrs de mi conducta y no tengo ninguno.

    CLARITA.- Ninguno en absoluto?

    EGMONT.- Vamos! Algn pequeo disimulo.Todo vino, con el transcurso del tiempo, deposita

    trtaro en los toneles. Orange es para ella una preo-

    cupacin todava mayor y un enigma siempre nue-

    vo. Ha adquirido fama de tener siempre algn

    secreto, y ahora ella le mira constantemente a lafrente para saber lo que puede pensar, y observa sus

    pasos queriendo averiguar adnde se dirigir.

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    CLARITA.- Es disimulada?

    EGMONT.- Es gobernadora y preguntas eso?CLARITA.- Perdname; quera preguntar: es falsa?

    EGMONT.- Ni ms ni menos que todo el que quie-

    re lograr sus propsitos.

    CLARITA.- Yo no sabra encontrarme en ese mun-

    do. Pero tambin ella tiene un espritu varonil; es

    una mujer de otra clase que nosotras, las que cose-

    mos y guisamos. Es grande, animosa, resuelta.

    EGMONT.- S; cuando los asuntos no estn de-

    masiado embrollados. Esta vez anda un poco des-

    concertada.

    CLARITA.- Cmo?EGMONT. Tiene tambin un bigotito en el labio

    superior y, a veces, un ataque de gota. Una ver-

    dadera amazona!

    CLARITA.- Una mujer majestuosa! Me espantara

    tener que presentarme ante ella.EGMONT.- En general no eres tmida... No sera

    miedo, sino vergenza de doncella.

    (CLARITA baja los ojos, coge la mano de Egmonty se

    apoya en l.)

    EGMONT.- Te comprendo, querida nia! Puedesir a todas partes con la vista bien alta. (Le besa los

    ojos.)

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    CLARITA.- Djame que guarde silencio! Djame

    estrecharme contra ti! Djame mirarte a los ojos yencontrarlo todo all, consuelo, y esperanza, y ale-

    gra, y congoja! (Lo abraza y lo mira fijamente.) Dme-

    lo, tu; dmelo! Yo no puedo comprenderlo... Eres

    t Egmont? El conde de Egmont? El gran Eg-

    mont que hace tanto ruido, de quien hablan las ga-

    cetas y de quien dependen las provincias?

    EGMONT.- No, Clarita, no lo soy.

    CLARITA.- Cmo?

    EGMONT.- Mira, Clarita... Djame que me siente.

    (Se sienta, ella se arrodilla a sus pies en un taburete, apoya los

    brazos en sus rodillas y lo contempla.) Ese Egmont es unEgmont malhumorado, tieso y fro, que tiene que

    dominarse y poner ahora esta cara y luego aquella

    otra; hostigado, mal conocido, lleno de confusiones,

    mientras las gentes lo tienen por alegre y contento;

    amado por un pueblo que no sabe lo que quiere;venerado y exaltado por una muchedumbre con la

    cual nada puede hacerse; rodeado de amigos en

    quienes no le es dado confiar; vigilado por hombres

    que por todos los medios querran igualarse con l;

    que trabaja y se fatiga, con frecuencia sin objeto, casisiempre sin recompensa... Oh! djame que no te

    diga lo que le sucede ni en qu disposicin est su

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    nimo... Pero este otro, Clarita, que es sereno, fran-

    co, feliz, amado y conocido por el mejor de los co-razones, al cual tambin l conoce por completo y

    estrecha contra s con el mayor cario y confianza...

    (La abraza.) Este es tu Egmont!

    CLARITA.- Oh! Murame yo ahora! Despus de

    esto, el mundo no puede tener ya ninguna alegra

    para m!

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    ACTO CUARTO

    CALLE

    JETTER. EL CARPINTERO

    JETTER.- Eh! Chis! Eh! Vecino, una palabra!

    CARPINTERO.- Sigue tu camino y estate tran-

    quilo.

    JETTER.- Slo una palabra. Nada de nuevo?CARPINTERO.- Nada, sino que de nuevo nos est

    prohibido hablar.

    JETTER.- Cmo?

    CARPINTERO.- Arrimaos aqu, a la pared de esta

    casa. Tened cuidado! El duque de Alba, inmedia-tamente despus de su llegada, ha hecho publicar un

    bando, en virtud del cual, dos o tres personas que

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    conversen reunidas en la calle son declaradas reos

    de alta traicin, sin instruccin de proceso.JETTER.- Oh dolor!

    CARPINTERO.- Con amenaza de cadena perpetua

    est prohibido hablar de los asuntos de Estado.

    JETTER - Oh nuestra libertad!

    CARPINTERO.- Y nadie debe censurar los actos

    del Gobierno, bajo pena de muerte.

    JETTER.- O