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Instituto Bilingüe Carlos Dickens Español 1º
Sección Secundaria
Monzerrat, un testimonio más de Bullying
Un día Monse llegó y le dijo a su mamá que se quería morir.
Excélsior le presenta un caso más de acoso escolar en el Distrito Federal.
CIUDAD DE MÉXICO, 1 de marzo.- María Elena de la Fuente dice que ahora puede contarlo con serenidad,
pero sus ojos se enrojecen al recordar el momento en que su hija Monzerrat le confesó que se quería morir.
“Monse decía que se quería morir. Para una niña de la edad de ella, decir eso es que realmente su mundo se
le está derrumbando”, dice María Elena.
Esta niña de 11 años enfrentó acoso en su primaria.
“Fue muy triste para mí, todos me excluían, nadie me hacía caso, me hacían sentir muy mal… Que estaba
gorda, que parecía una ballena, estas agresiones venían de algunos compañeros en particular”, relata esta
menor, quien con autorización de sus padres y por voluntad propia acepta hacer pública su historia y dar a
conocer su nombre real.
Monzerrat pensó que al llegar a la primaria sería una continuidad del kínder, donde comenzaron los amigos,
que esta etapa sería la cristalización de los “amigos por siempre”, pero no fue así.
Dejó de tener amigos, su actitud cambió, incluso su mamá recuerda que se volvió rebelde y grosera, sus
padres no sabían cuál era el motivo porque esta menor, durante el tiempo en el que fue víctima
de bullying, nunca denunció nada.
“Estaba aislada, se escondía a llorar debajo de las mesas, durante mucho tiempo estuvo enojada, pero el
detonante fue cuando de las agresiones verbales, pasaron a las agresiones físicas”, explica María Elena.
Fue en ese momento en que Monse ya no pudo ocultarlo y soportarlo más y por fin reveló todos los años de
padecer los malos tratos.
“Lo que pasa es que mi mamá se dio cuenta de mis cambios de actitud, tenía una forma de ser de como la
tenía antes, en el kínder tenía muchos amigos y en la primaria nadie me hablaba”, expone serena, con una
voz débil.
María Elena denuncia que en la primaria mixta en la que su hija todavía cursa la educación básica, a pesar de
denunciar los hechos relatados por su hija, el caso fue tomado por los maestros como algo normal.
“En la escuela tampoco le dieron el tratamiento adecuado, porque piensan que es normal que los niños se
agredan entre ellos y que se trata de algo pasajero y no va a pasar nada”, agrega.
María Elena agradece que su esposo contara con la posibilidad de conocer a Trixia Valle, directora de la
Fundación en Movimiento, en la cual atienden casos de bullying.
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“Ya tengo más amigos, ya me hablan las niñas que no me hablan antes, ya me incluyen más o menos en sus
equipos y tengo una amiga”, dice Monse, un año después de iniciado el tratamiento.
Jiménez, Gerafdo, “ Monzerrat, un testimonio más de acoso escolar”, en Excélsiror (consulta 16 de agosto
2017)
FECHA DE ENTREGA: 07 de Septiembre 2018
ACTIVIDADES:
a) Copia y resuelve en tu libreta:
1.- Un reglamento podría haber mejorado la vivencia de Monzerrat cn sus compañeros? ¿Por qué?
2.- Cómo se podría controlar el acoso escolar en los espacios abiertos dentro del colegio?
3.- ¿Qué obligaciones debieron establecerse en la escuela para que Monze no fuera violentada?
4.- ¿Qué sanciones debieron aplicar los profesores de Monze a quienes la agresión?
5.- Si fueras Monze, ¿qué derechos en la escuela te harían sentir seguro (a)?
b) Redacta en tu cuaderno un texto donde destaques las ideas importantes del tema, revelando la valía de
los reglamentos para lograr un mundo más equilibrado y justo.
c) Analiza los siguientes casos:
1.- La biblioteca escolar no tiene un reglamento. ¿Qué ocurrirá con los libros?
2.- Las reglas de tránsito están mal redactadas y no son claras. ¿Qué podría suceder?
3.- Los dueños de la fábrica no establecieron un reglamento laboral. ¿Qué riesgos correrían sus
trabajadores?
4.- En un partido de futbol no hay árbitro y los jugadores no siguen las reglas. ¿Cuáles serían las
consecuencias?
d) Investiga los siguientes conceptos:
1.- Convivencia .
2.- Democracia.
3.- Decálogo.
4.- Reglamento.
e) En el texto encontrarás palabras subrayadas y en negritas. Extráelas, busca su significado y explica,
¿qué significa dicha palabra en el texto?
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Narciso
Robert Graves
Era tespio, hijo de la ninfa azul Liríope, a la que el dios fluvial Cefiso había rodeado en una ocasión con las vueltas de su corriente y luego ultrajado. El adivino Tiresias le dijo a Liríope, la primera persona que consultó con él: «Narciso vivirá hasta ser muy viejo con tal que nunca se conozca a símismo.» Cualquiera podía excusablemente haberse enamorado de Narciso, incluso cuando era niño, y cuando llegó a los dieciséis años de edad su camino estaba cubierto de numerosos amantes de ambos sexos cruelmente rechazados, pues se sentía tercamente orgulloso de su propia belleza. Entre esos amantes se hallaba la ninfa Eco, quien ya no podía utilizar su voz sino para repetir t o n t a m e n t e l o s g r i t o s a j e n o s , l o q u e c o n s t i t u í a u n c a s t i g o p o r h a b e r e n t r e t e n i d o a H e r a c o n l a r g o s relatos mientras las concubinas de Zeus, las ninfas de la montaña, eludían su mirada celosa y hacían su escapatoria. Un día en que Narciso salió para cazar ciervos, Eco le siguió a hurtadillas a través del bosque sin senderos con el deseo de hablarle, pero incapaz de ser la primera en hablar. Por fin Narciso, viendo que se había separado de sus compañeros, gritó: —¿Está alguien por aquí? —¡Aquí! —repitió Eco, lo que sorprendió a Narciso, pues nadie estaba a la vista. —¡Ven! —¡Ven! —¿Por qué me eludes? —¿Por qué me eludes? —¡Unámonos aquí! —¡Unámonos aquí! —repitió Eco, y corrió alegremente del lugar donde estaba oculta a abrazar a Narciso. Pero él sacudió la cabeza rudamente y se apartó: —¡Moriré antes de que puedas yacer conmigo! —gritó. —Yace conmigo —suplicó Eco. Pero Narciso se había ido, y ella pasó el resto de su vida en cañadas solitarias, consumiéndose de amor y mortificación, hasta que sólo quedó su voz
Graves, Robert. “Narciso”, en Los mitos griegos, Vol.1, 2ª ed., Alianza Editorial Madrid 2011 ( fragmento)
FECHA DE ENTREGA: 14 de septiembre 2018
ACTIVIDADES:
a) Copia y resuelve en tu libreta:
1.- Si fueras Eco, ¿qué argumentos darías a Narciso para lograr obtener su amor?
2.- La historia de Eco y Narciso sirve par a explicar un fenómeno físico que ser presenta en la Naturaleza,
¿Cuál es? , ¿ en qué lugares se puede notar?
3) En el texto encontrarás palabras subrayadas y en negritas. Extráelas, busca su significado y explica,
¿qué significa dicha palabra en el texto?
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La Bella Durmiente
Los hermanos Grimm
Hace muchos años vivían un rey y una reina quienes cada día decían: "¡Ah, si al menos tuviéramos un hijo!"
Pero el hijo no llegaba. Sin embargo, una vez que la reina tomaba un baño, una rana saltó del agua a la
tierra, y le dijo: "Tu deseo será realizado y antes de un año, tendrás una hija."
Lo que dijo la rana se hizo realidad, y la reina tuvo una niña tan preciosa que el rey no podía ocultar su gran
dicha, y ordenó una fiesta. Él no solamente invitó a sus familiares, amigos y conocidos, sino también a un
grupo de hadas, para que ellas fueran amables y generosas con la niña. Eran trece estas hadas en su reino,
pero solamente tenía doce platos de oro para servir en la cena, así que tuvo que prescindir de una de ellas.
La fiesta se llevó a cabo con el máximo esplendor, y cuando llegó a su fin, las hadas fueron obsequiando a la
niña con los mejores y más portentosos regalos que pudieron: una le regaló la Virtud, otra la Belleza, la
siguiente Riquezas, y así todas las demás, con todo lo que alguien pudiera desear en el mundo.
Cuando la décimo primera de ellas había dado sus obsequios, entró de pronto la décimo tercera. Ella quería
vengarse por no haber sido invitada, y sin ningún aviso, y sin mirar a nadie, gritó con voz bien fuerte: "¡La
hija del rey, cuando cumpla sus quince años, se punzará con un huso de hilar, y caerá muerta
inmediatamente!" Y sin más decir, dio media vuelta y abandonó el salón.
Todos quedaron atónitos, pero la duodécima, que aún no había anunciado su obsequio, se puso al frente, y
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aunque no podía evitar la malvada sentencia, sí podía disminuirla, y dijo: "¡Ella no morirá, pero entrará en
un profundo sueño por cien años!"
El rey trataba por todos los medios de evitar aquella desdicha para la joven. Dio órdenes para que toda
máquina hilandera o huso en el reino fuera destruido. Mientras tanto, los regalos de las otras doce hadas, se
cumplían plenamente en aquella joven. Así ella era hermosa, modesta, de buena naturaleza y sabia, y
cuanta persona la conocía, la llegaba a querer profundamente.
Sucedió que en el mismo día en que cumplía sus quince años, el rey y la reina no se encontraban en casa, y
la doncella estaba sola en palacio. Así que ella fue recorriendo todo sitio que pudo, miraba las habitaciones y
los dormitorios como ella quiso, y al final llegó a una vieja torre. Ella subió por las angostas escaleras de
caracol hasta llegar a una pequeña puerta. Una vieja llave estaba en la cerradura, y cuando la giró, la puerta
súbitamente se abrió. En el cuarto estaba una anciana sentada frente a un huso, muy ocupada hilando su
lino.
"Buen día, señora," dijo la hija del rey, "¿Qué haces con eso?" - "Estoy hilando," dijo la anciana, y movió su
cabeza.
"¿Qué es esa cosa que da vueltas sonando tan lindo?" dijo la joven.
Y ella tomó el huso y quiso hilar también. Pero nada más había tocado el huso, cuando el mágico decreto se
cumplió, y ella se punzó el dedo con él.
En cuanto sintió el pinchazo, cayó sobre una cama que estaba allí, y entró en un profundo sueño. Y ese
sueño se hizo extensivo para todo el territorio del palacio. El rey y la reina quienes estaban justo llegando a
casa, y habían entrado al gran salón, quedaron dormidos, y toda la corte con ellos. Los caballos también se
durmieron en el establo, los perros en el césped, las palomas en los aleros del techo, las moscas en las
paredes, incluso el fuego del hogar que bien flameaba, quedó sin calor, la carne que se estaba asando paró
de asarse, y el cocinero que en ese momento iba a jalarle el pelo al joven ayudante por haber olvidado algo,
lo dejó y quedó dormido. El viento se detuvo, y en los árboles cercanos al castillo, ni una hoja se movía.
Pero alrededor del castillo comenzó a crecer una red de espinos, que cada año se hacían más y más grandes,
tanto que lo rodearon y cubrieron totalmente, de modo que nada de él se veía, ni siquiera una bandera que
estaba sobre el techo. Pero la historia de la bella durmiente "Preciosa Rosa," que así la habían llamado, se
corrió por toda la región, de modo que de tiempo en tiempo hijos de reyes llegaban y trataban de atravesar
el muro de espinos queriendo alcanzar el castillo. Pero era imposible, pues los espinos se unían tan
fuertemente como si tuvieran manos, y los jóvenes eran atrapados por ellos, y sin poderse liberar, obtenían
una miserable muerte.
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Y pasados cien años, otro príncipe llegó también al lugar, y oyó a un anciano hablando sobre la cortina de
espinos, y que se decía que detrás de los espinos se escondía una bellísima princesa, llamada Preciosa Rosa,
quien ha estado dormida por cien años, y que también el rey, la reina y toda la corte se durmieron por igual.
Y además había oído de su abuelo, que muchos hijos de reyes habían venido y tratado de atravesar el muro
de espinos, pero quedaban pegados en ellos y tenían una muerte sin piedad. Entonces el joven príncipe dijo:
-"No tengo miedo, iré y veré a la bella Preciosa Rosa."-
El buen anciano trató de disuadirlo lo más que pudo, pero el joven no hizo caso a sus advertencias.
Pero en esa fecha los cien años ya se habían cumplido, y el día en que Preciosa Rosa debía despertar había
llegado. Cuando el príncipe se acercó a donde estaba el muro de espinas, no había otra cosa más que
bellísimas flores, que se apartaban unas de otras de común acuerdo, y dejaban pasar al príncipe sin herirlo, y
luego se juntaban de nuevo detrás de él como formando una cerca.
En el establo del castillo él vio a los caballos y en los céspedes a los perros de caza con pintas yaciendo
dormidos, en los aleros del techo estaban las palomas con sus cabezas bajo sus alas. Y cuando entró al
palacio, las moscas estaban dormidas sobre las paredes, el cocinero en la cocina aún tenía extendida su
mano para regañar al ayudante, y la criada estaba sentada con la gallina negra que tenía lista para
desplumar.
Él siguió avanzando, y en el gran salón vio a toda la corte yaciendo dormida, y por el trono estaban el rey y la
reina.
Entonces avanzó aún más, y todo estaba tan silencioso que un respiro podía oírse, y por fin llegó hasta la
torre y abrió la puerta del pequeño cuarto donde Preciosa Rosa estaba dormida. Ahí yacía, tan hermosa que
él no podía mirar para otro lado, entonces se detuvo y la besó. Pero tan pronto la besó, Preciosa Rosa abrió
sus ojos y despertó, y lo miró muy dulcemente.
Entonces ambos bajaron juntos, y el rey y la reina despertaron, y toda la corte, y se miraban unos a otros
con gran asombro. Y los caballos en el establo se levantaron y se sacudieron. Los perros cazadores saltaron y
menearon sus colas, las palomas en los aleros del techo sacaron sus cabezas de debajo de las alas, miraron
alrededor y volaron al cielo abierto. Las moscas de la pared revolotearon de nuevo. El fuego del hogar alzó
sus llamas y cocinó la carne, y el cocinero le jaló los pelos al ayudante de tal manera que hasta gritó, y la
criada desplumó la gallina dejándola lista para el cocido.
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Días después se celebró la boda del príncipe y Preciosa Rosa con todo esplendor, y vivieron muy felices hasta
el fin de sus vidas
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Blancanieves
Los hermanos Grimm
Había una vez, en pleno invierno, una reina
que se dedicaba a la costura sentada cerca de
una venta-na con marco de ébano negro. Los
copos de nieve caían del cielo como
plumones. Mirando nevar se pinchó un dedo
con su aguja y tres gotas de sangre cayeron
en la nieve. Como el efecto que hacía el rojo
sobre la blanca nieve era tan bello, la reina se
dijo.
-¡Ojalá tuviera una niña tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de
ébano!
Poco después tuvo una niñita que era tan blanca como la nieve, tan encarnada como la sangre y cuyos
cabellos eran tan negros como el ébano.
Por todo eso fue llamada Blancanieves. Y al nacer la niña, la reina murió.
Un año más tarde el rey tomó otra esposa. Era una mujer bella pero orgullosa y arrogante, y no podía
soportar que nadie la superara en belleza. Tenía un espejo maravilloso y cuando se ponía frente a él,
mirándose le preguntaba:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
Entonces el espejo respondía:
La Reina es la más hermosa de esta región.
Ella quedaba satisfecha pues sabía que su espejo siempre decía la verdad.
Pero Blancanieves crecía y embellecía cada vez más; cuando alcanzó los siete años era tan bella como la
clara luz del día y aún más linda que la reina.
Ocurrió que un día cuando le preguntó al espejo:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
el espejo respondió:
La Reina es la hermosa de este lugar,
pero la linda Blancanieves lo es mucho más.
Entonces la reina tuvo miedo y se puso amarilla y verde de envidia. A partir de ese momento, cuando veía a
Blancanieves el corazón le daba un vuelco en el pecho, tal era el odio que sentía por la niña. Y su envidia y su
orgullo crecían cada día más, como una mala hierba, de tal modo que no encontraba reposo, ni de día ni de
noche.
Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo:
-Lleva esa niña al bosque; no quiero que aparezca más ante mis ojos. La matarás y me traerás sus pulmones
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y su hígado como prueba.
El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando quiso atravesar el corazón de Blancanieves, la niña se puso a
llorar y exclamó:
-¡Mi buen cazador, no me mates!; correré hacia el bosque espeso y no volveré nunca más.
Como era tan linda el cazador tuvo piedad y dijo:
-¡Corre, pues, mi pobre niña!
Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto la devorarían. No obstante, no tener que matarla fue para él
como si le quitaran un peso del corazón. Un cerdito venía saltando; el cazador lo mató, extrajo sus pulmones
y su hígado y los llevó a la reina como prueba de que había cumplido su misión. El cocine-ro los cocinó con
sal y la mala mujer los comió creyendo comer los pulmones y el hígado de Blancanieves.
Por su parte, la pobre niña se encontraba en medio de los grandes bosques, abandonada por todos y con tal
miedo que todas las hojas de los árboles la asustaban. No tenía idea de cómo arreglárselas y entonces corrió
y corrió sobre guijarros filosos y a través de las zarzas. Los animales salvajes se cruzaban con ella pero no le
hacían ningún daño. Corrió hasta la caída de la tarde; entonces vio una casita a la que entró para descansar.
En la cabañita todo era pequeño, pero tan lindo y limpio como se pueda imaginar. Había una mesita
pequeña con un mantel blanco y sobre él siete platitos, cada uno con su pequeña cuchara, más siete
cuchillos, siete tenedores y siete vasos, todos pequeños. A lo largo de la pared estaban dispuestas, una junto
a la otra, siete camitas cubiertas con sábanas blancas como la nieve. Como tenía mucha hambre y mucha
sed, Blancanieves comió trozos de legumbres y de pan de cada platito y bebió una gota de vino de cada
vasito. Luego se sintió muy cansada y se quiso acostar en una de las camas. Pero ninguna era de su medida;
una era demasiado larga, otra un poco corta, hasta que finalmente la séptima le vino bien. Se acostó, se en-
comendó a Dios y se durmió.
Cuando cayó la noche volvieron los dueños de casa; eran siete enanos que excavaban y extraían metal en las
montañas. Encendieron sus siete farolitos y vieron que alguien había venido, pues las cosas no estaban en el
orden en que las habían dejado. El primero dijo:
-¿Quién se sentó en mi sillita?
El segundo:
-¿Quién comió en mi platito?
El tercero:
-¿Quién comió de mi pan?
El cuarto:
-¿Quién comió de mis legumbres?
El quinto.
-¿Quién pinchó con mi tenedor?
El sexto:
-¿Quién cortó con mi cuchillo?
El séptimo:
-¿Quién bebió en mi vaso?
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Luego el primero pasó su vista alrededor y vio una pequeña arruga en su cama y dijo:
-¿Quién anduvo en mi lecho?
Los otros acudieron y exclamaron:
-¡Alguien se ha acostado en el mío también! Mirando en el suyo, el séptimo descubrió a Blancanieves,
acostada y dormida. Llamó a los otros, que se precipitaron con exclamaciones de asombro. Entonces fueron
a buscar sus siete farolitos para alumbrar a Blancanieves.
-¡Oh, mi Dios -exclamaron- qué bella es esta ni-ña!
Y sintieron una alegría tan grande que no la despertaron y la dejaron proseguir su sueño. El séptimo enano
se acostó una hora con cada uno de sus compañeros y así pasó la noche.
Al amanecer, Blancanieves despertó y viendo a los siete enanos tuvo miedo. Pero ellos se mostraron
amables y le preguntaron.
-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Blancanieves -respondió ella.
-¿Cómo llegaste hasta nuestra casa?
Entonces ella les contó que su madrastra había querido matarla pero el cazador había tenido piedad de ella
permitiéndole correr durante todo el día hasta encontrar la casita.
Los enanos le dijeron:
-Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, hacer las camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y
bien limpio puedes quedarte con nosotros; no te faltará nada.
-Sí -respondió Blancanieves- acepto de todo corazón. Y se quedó con ellos.
Blancanieves tuvo la casa en orden. Por las mañanas los enanos partían hacia las montañas, donde buscaban
los minerales y el oro, y regresaban por la noche. Para ese entonces la comida estaba lista.
Durante todo el día la niña permanecía sola; los buenos enanos la previnieron:
-¡Cuídate de tu madrastra; pronto sabrá que estás aquí! ¡No dejes entrar a nadie!
La reina, una vez que comió los que creía que eran los pulmones y el hígado de Blancanieves, se creyó de
nuevo la principal y la más bella de todas las mujeres. Se puso ante el espejo y dijo:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
Entonces el espejo respondió.
Pero, pasando los bosques,
en la casa de los enanos,
la linda Blancanieves lo es mucho más.
La Reina es la más hermosa de este lugar
La reina quedó aterrorizada pues sabía que el espejo no mentía nunca. Se dio cuenta de que el cazador la
había engañado y de que Blancanieves vivía. Reflexionó y buscó un nuevo modo de deshacerse de ella pues
hasta que no fuera la más bella de la región la envidia no le daría tregua ni reposo. Cuando finalmente urdió
un plan se pintó la cara, se vistió como una vieja buhonera y quedó totalmente irreconocible.
Así disfrazada atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los siete enanos, golpeó a la puerta y gritó:
-¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!
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Blancanieves miró por la ventana y dijo:
-Buen día, buena mujer. ¿Qué vende usted?
-Una excelente mercadería -respondió-; cintas de todos colores.
La vieja sacó una trenzada en seda multicolor, y Blancanieves pensó:
-Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer.
Corrió el cerrojo para permitirle el paso y poder comprar esa linda cinta.
-¡Niña -dijo la vieja- qué mal te has puesto esa cinta! Acércate que te la arreglo como se debe.
Blancanieves, que no desconfiaba, se colocó delante de ella para que le arreglara el lazo. Pero rápidamente
la vieja lo oprimió tan fuerte que Blancanieves perdió el aliento y cayó como muerta.
-Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la más bella. Y se fue.
Poco después, a la noche, los siete enanos regresaron a la casa y se asustaron mucho al ver a Blanca-nieves
en el suelo, inmóvil. La levantaron y descubrieron el lazo que la oprimía. Lo cortaron y Blancanieves
comenzó a respirar y a reanimarse poco a poco.
Cuando los enanos supieron lo que había pasado dijeron:
-La vieja vendedora no era otra que la malvada reina. ¡Ten mucho cuidado y no dejes entrar a nadie cuando
no estamos cerca!
Cuando la reina volvió a su casa se puso frente al espejo y preguntó:
¡Espejito, espejito, de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
Entonces, como la vez anterior, respondió:
La Reina es la más hermosa de este lugar,
Pero pasando los bosques,
en la casa de los enanos,
la linda Blancanieves lo es mucho más.
Cuando oyó estas palabras toda la sangre le afluyó al corazón. El terror la invadió, pues era claro que
Blancanieves había recobrado la vida.
-Pero ahora -dijo ella- voy a inventar algo que te hará perecer.
Y con la ayuda de sortilegios, en los que era ex-perta, fabricó un peine envenenado. Luego se disfrazó
tomando el aspecto de otra vieja. Así vestida atravesó las siete montañas y llegó a la casa de los siete
enanos. Golpeó a la puerta y gritó:
-¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo! ¡Vendo!
Blancanieves miró desde adentro y dijo:
-Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie.
-Al menos podrás mirar -dijo la vieja, sacando el peine envenenado y levantándolo en el aire.
Tanto le gustó a la niña que se dejó seducir y abrió la puerta. Cuando se pusieron de acuerdo sobre la
compra la vieja le dilo:
-Ahora te voy a peinar como corresponde.
La pobre Blancanieves, que nunca pensaba mal, dejó hacer a la vieja pero apenas ésta le había puesto el
peine en los cabellos el veneno hizo su efecto y la pequeña cayó sin conocimiento.
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-¡Oh, prodigio de belleza -dijo la mala mujer-ahora sí que acabé contigo!
Por suerte la noche llegó pronto trayendo a los enanos con ella. Cuando vieron a Blancanieves en el suelo,
como muerta, sospecharon enseguida de la madrastra. Examinaron a la niña y encontraron el peine
envenenado. Apenas lo retiraron, Blancanieves volvió en sí y les contó lo que había sucedido. Entonces le
advirtieron una vez más que debería cuidarse y no abrir la puerta a nadie.
En cuanto llegó a su casa la reina se colocó frente al espejo y dijo:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
Y el espejito, respondió nuevamente:
La Reina es la más hermosa de este lugar.
Pero pasando los bosques,
en la casa de los enanos,
la linda Blancanieves lo es mucho más.
La reina al oír hablar al espejo de ese modo, se estremeció y tembló de cólera.
-Es necesario que Blancanieves muera -exclamó-aunque me cueste la vida a mí misma.
Se dirigió entonces a una habitación escondida y solitaria a la que nadie podía entrar y fabricó una manzana
envenenada. Exteriormente parecía buena, blanca y roja y tan bien hecha que tentaba a quien la veía; pero
apenas se comía un trocito sobrevenía la muerte. Cuando la manzana estuvo pronta, se pintó la cara, se
disfrazó de campesina y atravesó las siete montañas hasta llegar a la casa de los siete enanos.
Golpeó. Blancanieves sacó la cabeza por la ventana y dijo:
-No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han prohibido.
-No es nada -dijo la campesina- me voy a librar de mis manzanas. Toma, te voy a dar una.
-No-dijo Blancanieves -tampoco debo aceptar nada.
-¿Ternes que esté envenenada? -dijo la vieja-; mira, corto la manzana en dos partes; tú comerás la parte roja
y yo la blanca.
La manzana estaba tan ingeniosamente hecha que solamente la parte roja contenía veneno. La bella
manzana tentaba a Blancanieves y cuando vio a la campesina comer no pudo resistir más, estiró la mano y
tomó la mitad envenenada. Apenas tuvo un trozo en la boca, cayó muerta.
Entonces la vieja la examinó con mirada horrible, rio muy fuerte y dijo.
-Blanca como la nieve, roja como la sangre, negra como el ébano. ¡Esta vez los enanos no podrán
reanimarte!
Vuelta a su casa interrogó al espejo:
¡Espejito, espejito de mi habitación!
¿Quién es la más hermosa de esta región? Y el espejo finalmente respondió. La Reina es la más hermosa de
esta región.
Entonces su corazón envidioso encontró repo-so, si es que los corazones envidiosos pueden encontrar
alguna vez reposo.
A la noche, al volver a la casa, los enanitos encontraron a Blancanieves tendida en el suelo sin que un solo
aliento escapara de su boca: estaba muerta. La levantaron, buscaron alguna cosa envenenada, aflojaron sus
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lazos, le peinaron los cabellos, la lavaron con agua y con vino pelo todo esto no sirvió de nada: la querida
niña estaba muerta y siguió estándolo.
La pusieron en una parihuela. se sentaron junto a ella y durante tres días lloraron. Luego quisieron
enterrarla pero ella estaba tan fresca como una persona viva y mantenía aún sus mejillas sonrosadas.
Los enanos se dijeron:
-No podemos ponerla bajo la negra tierra. E hicieron un ataúd de vidrio para que se la pudiera ver desde
todos los ángulos, la pusieron adentro e inscribieron su nombre en letras de oro proclamando que era hija
de un rey. Luego expusieron el ataúd en la montaña. Uno de ellos permanecería siempre a su lado para
cuidarla. Los animales también vinieron a llorarla: primero un mochuelo, luego un cuervo y más tarde una
palomita.
Blancanieves permaneció mucho tiempo en el ataúd sin descomponerse; al contrario, parecía dormir, ya que
siempre estaba blanca como la nieve, roja como la sangre y sus cabellos eran negros como el ébano.
Ocurrió una vez que el hijo de un rey llegó, por azar, al bosque y fue a casa de los enanos a pasar la noche.
En la montaña vio el ataúd con la hermosa Blancanieves en su interior y leyó lo que estaba escrito en letras
de oro.
Entonces dijo a los enanos:
-Dénme ese ataúd; les daré lo que quieran a cambio.
-No lo daríamos por todo el oro del mundo -respondieron los enanos.
-En ese caso -replicó el príncipe- regálenmelo pues no puedo vivir sin ver a Blancanieves. La honraré, la
estimaré como a lo que más quiero en el mundo.
Al oírlo hablar de este modo los enanos tuvieron piedad de él y le dieron el ataúd. El príncipe lo hizo llevar
sobre las espaldas de sus servidores, pero su-cedió que éstos tropezaron contra un arbusto y como
consecuencia del sacudón el trozo de manzana envenenada que Blancanieves aún conservaba en su
garganta fue despedido hacia afuera. Poco después abrió los ojos, levantó la tapa del ataúd y se irguió,
resucitada.
-¡Oh, Dios!, ¿dónde estoy? -exclamó.
-Estás a mi lado -le dijo el príncipe lleno de alegría.
Le contó lo que había pasado y le dijo:
-Te amo como a nadie en el mundo; ven conmigo al castillo de mi padre; serás mi mujer.
Entonces Blancanieves comenzó a sentir cariño por él y se preparó la boda con gran pompa y magnificencia.
También fue invitada a la fiesta la madrastra criminal de Blancanieves. Después de vestirse con sus
hermosos trajes fue ante el espejo y preguntó:
¡Espejito, espejito de mi habitación! ¿Quién es la más hermosa de esta región?
El espejo respondió:
La Reina es la más hermosa de este lugar. Pero la joven Reina lo es mucho más.
Entonces la mala mujer lanzó un juramento y tuvo tanto, tanto miedo, que no supo qué hacer. Al principio
no quería ir de ningún modo a la boda. Pero no encontró reposo hasta no ver a la joven reina.
Al entrar reconoció a Blancanieves y la angustia y el espanto que le produjo el descubrimiento la dejaron
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clavada al piso sin poder moverse.
Pero ya habían puesto zapatos de hierro sobre carbones encendidos y luego los colocaron delante de ella
con tenazas. Se obligó a la bruja a entrar en esos zapatos incandescentes y a bailar hasta que le llegara la
muerte.
FECHA DE ENTREGA: Viernes 5 de Octubre
TAREA EN CARPETA DE LECTURA.
Actividades:
1.- Investiga datos curiosos o interesantes sobre la vida de los autores. Regístralos en un esquema, gráfica o cuadro de forma creativa. Puedes utilizar un mapa mental o bien crear una pequeña historieta con los mismos datos.
2.- ¿Viste las películas de Walt Disney basadas en estas obras?
Identifica 3 semejanzas y 3 diferencias entre la obra original y lo presentado en película. Regístralas en un cuadro comparativo. Para esto puedes utilizar imágenes para recréalo.
3.- Reflexiona: Lo textos de los “Hermanos Grimm” manejan algunos valores. Piensa cuáles y regístralos (mínimo 4) en un cuadro como el siguiente:
Valores Blanca Nieves La Bella Durmiente
4.- En LOS DOS TEXTOS se presentan algunos términos subrayados. Busca su significado y realiza un pequeño glosario con ellos.
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La gloria de los feos
Rosa Montero
Me fijé en Lupe y Lolo, hace ya muchos años, porque eran, sin lugar a dudas, los raros del barrio. Hay niños
que desde la cuna son distintos y, lo que es peor, saben y padecen su diferencia. Son esos críos que siempre
se caen en los recreos; que andan como almas en pena, de grupo en grupo, mendigando un amigo. Basta
con que el profesor los llame a la pizarra para que el resto de la clase se desternille, aunque en realidad no
haya en ellos nada risible, más allá de su destino de víctimas y de su mansedumbre en aceptarlo.
Lupe y Lolo eran así: llevaban la estrella negra en la cabeza. Lupe era hija de la vecina del tercero, una
señora pechugona y esférica. La niña salió redonda desde chiquitita; era patizamba y, de las rodillas para
abajo, las piernas se le escapaban cada una para un lado como las patas de un compás. No es que fuera
gorda: es que estaba mal hecha, con un cuerpo que parecía un torpedo y la barbilla saliéndole directamente
del esternón.
Pero lo peor, con todo, era algo de dentro; algo desolador e inacabado. Era guapa de cara: tenía los ojos
grises y el pelo muy negro, la boca bien formada, la nariz correcta. Pero tenía la mirada cruda, y el rostro
borrado por una expresión de perpetuo estupor. De pequeña la veía arrimarse a los corrillos de los otros
niños: siempre fue grandona y les sacaba a todos la cabeza. Pero los demás críos parecían ignorar su
presencia descomunal, su mirada vidriosa; seguían jugando sin prestarle atención, como si la niña no
existiera. Al principio, Lupe corría detrás de ellos, patosa y torpona, intentando ser una más; pero, para
cuando llegaba a los lugares, los demás ya se habían ido. Con los años la vi resignarse a su inexistencia. Se
pasaba los días recorriendo sola la barriada, siempre al mismo paso y doblando las mismas esquinas, con esa
determinación vacía e inútil con que los peces recorren una y otra vez sus estrechas peceras.
En cuanto a Lolo, vivía más lejos de mi casa, en otra calle. Me fijé en él porque un día los otros chicos le
dejaron atado a una farola en los jardines de la plaza. Era en el mes de agosto, a las tres de la tarde. Hacía un
calor infernal, la farola estaba al sol y el metal abrasaba. Desaté al niño, lloroso y moqueante; me ofrecí a
acompañarle a casa y le pregunté que quién le había hecho eso. "No querían hacerlo", contesto entre hipos:
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"Es que se han olvidado". Y salió corriendo. Era un niño delgadísimo, con el pecho hundido y las piernas
como dos palillos. Caminaba inclinado hacia delante, como si siempre soplara frente a él un ventarrón
furioso, y era tan frágil que parecía que se iba a desbaratar en cualquier momento.
Tenía el pelo tieso y pelirrojo, grandes narizotas, ojos de mucho susto. Un rostro como de careta de verbena,
una cara de chiste. Para entonces debía de estar cumpliendo los diez años.
Poco después me entere de su nombre, porque los demás niños le estaban llamando todo el rato. Así como
Lupe era invisible, Lolo parecía ser omnipresente: los otros chicos no paraban de martirizarle, como si su
aspecto de triste saltamontes despertara en los demás una suerte de ferocidad entomológica. Por cierto,
una vez coincidieron en la plaza Lupe y Lolo: pero ni siquiera se miraron. Se repelieron entre sí, como
apestados.
Pasaron los años y una tarde, era el primer día de calor de un mes de mayo, vi venir por la calle vacía a una
criatura singular: era un esmirriado muchacho de unos quince años con una camiseta de color verde
fosforescente. Sus vaqueros, demasiado cortos, dejaban ver unos tobillos picudos y unas canillas flacas; pero
lo peor era el pelo, una mata espesa rojiza y reseca, peinada con gomina, a los años cincuenta, como una
inmensa ensaimada sobre el cráneo. No me costó trabajo reconocerle: era Lolo, aunque un Lolo crecido y
transmutado en calamitoso adolescente. Seguía caminando inclinado hacia delante, aunque ahora parecía
que era el peso de su pelo, de esa especie de platillo volante que coronaba su cabeza, lo que le mantenía
desnivelado.
Y entonces la vi a ella. A Lupe. Venía por la misma acera, en dirección contraria. También ella había dado el
estirón puberal en el pasado invierno. Le había crecido la misma pechuga que a su madre, de tal suerte que,
como era cuellicorta, parecía llevar la cara en bandeja. Se había teñido su bonito pelo oscuro de un rubio
violento, y se lo había cortado corto, así como a lo punky. Estaban los dos, en suma, francamente
espantosos: habían florecido, conforme a sus destinos, como seres ridículos. Pero se los veía anhelantes y en
pie de guerra.
Lo demás, en fin, sucedió de manera inevitable. Iban ensimismados, y chocaron el uno contra el otro. Se
miraron entonces como si se vieran por primera vez, y se enamoraron de inmediato. Fue un 11 de mayo y,
aunque ustedes quizá no lo recuerden, cuando los ojos de Lolo y Lupe se encontraron tembló el mundo, los
mares se agitaron, los cielos se llenaron de ardientes meteoros. Los feos y los tristes tienen también sus
instantes gloriosos.
____________________ Tomado de la Antología "El Placer de Leer y Escribir", Editorial Plaza Mayor, 2002.
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FECHA DE ENTREGA: 19 de Octubre
TAREA EN CARPETA DE LECTURA.
Actividades:
1.- Responde por escrito las siguientes preguntas:
a) ¿Crees que Lupe y Lolo se veían a sí mismos tal como los describe el narrador del cuento? ______________ . Justif ica tu respuesta:
b) ¿Qué opinas del parecido que hay entre los hijos y los padres? Habla en tu caso en particular.
c) ¿Qué es para ti la belleza y la fealdad? -Belleza: : Fealdad:
a) Según tu interpretación del texto, “La gloria de los feos” consistía en tener: b) Los niños del barrio veían a Lupe y Lolo como dos niños: c) ¿En tu comunidad conoces algún “dicho popular” que pueda aplicar a esta historia?
Escríbelo. 2.- De acuerdo a lo leído, extrae información y llena los cuadros siguientes: LUPE LOLO
FISICO PERSONALIDAD FISICO PERSONALIDAD
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Cuánto se divertían. Isaac Asimov (Rusia-Estados Unidos, 1920-1992)
Margie lo anotó esa noche en el diario. En la página del 17 de mayo de 2157 escribió: “¡Hoy Tommy ha encontrado un libro de verdad!”.
Era un libro muy viejo. El abuelo de Margie contó una vez que, cuando él era pequeño, su abuelo le había contado que hubo una época en que los cuentos siempre estaban impresos en papel.
Uno pasaba las páginas, que eran amarillas y se arrugaban, y era divertidísimo ver que las palabras se quedaban quietas en vez de desplazarse por la pantalla. Y, cuando volvías a la página anterior, contenía las mismas palabras que cuando la leías por primera vez.
-Caray -dijo Tommy-, qué desperdicio. Supongo que cuando terminas el libro lo tiras. Nuestra pantalla de televisión habrá mostrado un millón de libros y sirve para muchos más. Yo nunca la tiraría.
-Lo mismo digo -contestó Margie. Tenía once años y no había visto tantos telelibros como Tommy. Él tenía trece-. ¿En dónde lo encontraste?
-En mi casa -Tommy señaló sin mirar, porque estaba ocupado leyendo-. En el ático.
-¿De qué trata?
-De la escuela.
-¿De la escuela? ¿Qué se puede escribir sobre la escuela? Odio la escuela.
Margie siempre había odiado la escuela, pero ahora más que nunca. El maestro automático le había hecho un examen de geografía tras otro y los resultados eran cada vez peores. La madre de Margie había sacudido tristemente la cabeza y había llamado al inspector del condado.
Era un hombrecillo regordete y de rostro rubicundo, que llevaba una caja de herramientas con perillas y cables. Le sonrió a Margie y le dio una manzana; luego, desmanteló al maestro. Margie esperaba que no supiera ensamblarlo de nuevo, pero sí sabía y, al cabo de una hora, allí estaba de nuevo, grande, negro y feo, con una enorme pantalla en donde se mostraban las lecciones y aparecían las preguntas. Eso no era tan malo. Lo que más odiaba Margie era la ranura por donde debía insertar las tareas y las pruebas. Siempre tenía que redactarlas en un código que le hicieron aprender a los seis años, y el maestro automático calculaba la calificación en un santiamén.
El inspector sonrió al terminar y acarició la cabeza de Margie.
-No es culpa de la niña, señora Jones -le dijo a la madre-. Creo que el sector de geografía estaba demasiado acelerado. A veces ocurre. Lo he sintonizado en un nivel adecuado para los diez años de edad. Pero el patrón general de progresos es muy satisfactorio. -Y acarició de nuevo la cabeza de Margie.
Margie estaba desilusionada. Había abrigado la esperanza de que se llevaran al maestro. Una vez, se llevaron el maestro de Tommy durante todo un mes porque el sector de historia se había borrado por completo.
Así que le dijo a Tommy:
-¿Quién querría escribir sobre la escuela?
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Tommy la miró con aire de superioridad.
-Porque no es una escuela como la nuestra, tontuela. Es una escuela como la de hace cientos de años -y añadió altivo, pronunciando la palabra muy lentamente-: siglos.
Margie se sintió dolida.
-Bueno, yo no sé qué escuela tenían hace tanto tiempo -Leyó el libro por encima del hombro de Tommy y añadió-: De cualquier modo, tenían maestro.
-Claro que tenían maestro, pero no era un maestro normal. Era un hombre.
-¿Un hombre? ¿Cómo puede un hombre ser maestro?
-Él les explicaba las cosas a los chicos, les daba tareas y les hacía preguntas.
-Un hombre no es lo bastante listo.
-Claro que sí. Mi padre sabe tanto como mi maestro.
-No es posible. Un hombre no puede saber tanto como un maestro.
-Te apuesto a que sabe casi lo mismo.
Margie no estaba dispuesta a discutir sobre eso.
-Yo no querría que un hombre extraño viniera a casa a enseñarme.
Tommy soltó una carcajada.
-Qué ignorante eres, Margie. Los maestros no vivían en la casa. Tenían un edificio especial y todos los chicos iban allí.
-¿Y todos aprendían lo mismo?
-Claro, siempre que tuvieran la misma edad.
-Pero mi madre dice que a un maestro hay que sintonizarlo para adaptarlo a la edad de cada niño al que enseña y que cada chico debe recibir una enseñanza distinta.
-Pues antes no era así. Si no te gusta, no tienes por qué leer el libro.
-No he dicho que no me gustara -se apresuró a decir Margie.
Quería leer todo eso de las extrañas escuelas. Aún no habían terminado cuando la madre de Margie llamó:
-¡Margie! ¡Escuela!
Margie alzó la vista.
-Todavía no, mamá.
-iAhora! -chilló la señora Jones-. Y también debe de ser la hora de Tommy.
-¿Puedo seguir leyendo el libro contigo después de la escuela? -le preguntó Margie a Tommy.
-Tal vez -dijo él con petulancia, y se alejó silbando, con el libro viejo y polvoriento debajo del brazo.
Margie entró en el aula. Estaba al lado del dormitorio, y el maestro automático se hallaba encendido ya y esperando. Siempre se encendía a la misma hora todos los días, excepto sábados y domingos, porque su madre decía que las niñas aprendían mejor si estudiaban con un horario regular.
La pantalla estaba iluminada.
-La lección de aritmética de hoy -habló el maestro- se refiere a la suma de quebrados propios. Por favor, inserta la tarea de ayer en la ranura adecuada.
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Margie obedeció, con un suspiro. Estaba pensando en las viejas escuelas que había cuando el abuelo del abuelo era un chiquillo. Asistían todos los chicos del vecindario, se reían y gritaban en el patio, se sentaban juntos en el aula, regresaban a casa juntos al final del día. Aprendían las mismas cosas, así que podían ayudarse a hacer los deberes y hablar de ellos. Y los maestros eran personas…
La pantalla del maestro automático centelleó.
-Cuando sumamos las fracciones ½ y ¼…
Margie pensaba que los niños debían de adorar la escuela en los viejos tiempos. Pensaba en cuánto se divertían.
Cuentos completos I, trad. Carlos Gardini, Barcelona, Ediciones B, 2005, págs. 163-166
FECHA DE ENTREGA: 31 de Octubre.
TAREA EN CARPETA DE LECTURA.
Copia y resuelve.
1.- Busquen datos acerca del autor y realiza un resumen con la información que investigaste.
2. ¿A qué género literario pertenece este texto? 3. ¿Cuál es el tema central de la historia? 4. ¿Quiénes son los protagonistas? ¿Cómo son? 5. ¿Cómo se educan? 6. ¿Son felices? ¿Por qué? 7. ¿Te parece posible que llegue a pasar lo que plantea esta historia? 8. ¿Cuál sería el beneficio y cuáles los perjuicios de que la educación llegue a ese punto? 9. ¿Te gustaría educarte de esa forma? ¿Por qué? 10. Escribí la carta que Margie te mandaría desde el futuro.
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La pieza ausente
Pablo de Santis
Comencé a coleccionar rompecabezas cuando tenía quince años. Hoy no hay nadie en esta
ciudad -dicen- más hábil que yo para armar esos juegos que exigen paciencia y obsesión.
Cuando leí en el diario que habían asesinado a Nicolás Fabbri, adiviné que pronto sería llamado a declarar.
Fabbri era Director del Museo del Rompecabezas. Tuve razón: a las doce de la noche la llamada de un policía
me citó al amanecer en las puertas del museo.
Me recibió un detective alto, que me tendió la mano distraídamente mientras decía su nombre en voz
baja -Lainez- como si pronunciara una mala palabra. Le pregunté por la causa de la muerte: “Veneno” dijo
entre dientes.
Me llevó hasta la sala central del Museo, donde está el rompecabezas que representa el plano de la ciudad,
con dibujos de edificios y monumentos. Mil veces había visto ese rompecabezas: nunca dejaba de
maravillarme. Era tan complicado que parecía siempre nuevo, como si, a medida que la ciudad cambiaba,
manos secretas alteraran sus innumerables fragmentos. Noté
que faltaba una pieza.
Lainez buscó en su bolsillo. Sacó un pañuelo, un cortaplumas,
un dado, y al final apareció la pieza. «Aquí la tiene.
Encontramos a Fabbri muerto sobre el rompecabezas. Antes
de morir arrancó esta pieza. Pensamos que quiso dejarnos
una señal.
Miré la pieza. En ella se dibujaba el edificio de una biblioteca,
sobre una calle angosta. Se leía, en letras diminutas, Pasaje La
Piedad.
-Sabemos que Fabbri tenía enemigos -dijo Lainez-. Coleccionistas resentidos, como Santandrea, varios
contrabandistas de rompecabezas, hasta un ingeniero loco, constructor de juguetes, con el que se peleó una
vez.
-Troyes -dije-. Lo recuerdo bien.
-También está Montaldo, el vicedirector del Museo, que quería ascender a toda costa. ¿Relaciona a alguno
de ellos con esa pieza? -Dije que no.
- ¿Ve la B mayúscula, de Biblioteca? Detuvimos a Benveniste, el anticuario, pero tenía una buena coartada.
También combinamos las letras de La Piedad buscando anagramas. Fue inútil. Por eso pensé en usted.
Miré el tablero: muchas veces había sentido vértigo ante lo minucioso de esa pasión, pero por primera vez
sentí el peso de todas las horas inútiles. El gigantesco rompecabezas era un monstruoso espejo en el que
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ahora me obligaban a reflejarme. Sólo los hombres incompletos podíamos entregarnos a aquella locura.
Encontré (sin buscarla, sin interesarme) la solución.
-Llega un momento en el que los coleccionistas ya no vemos las piezas. Jugamos en realidad con huecos, con
espacios vacíos. No se preocupe por las inscripciones en la pieza que Fabbri arrancó: mire mejor la forma del
hueco.
Laínez miró el punto vacío en la ciudad parcelada: leyó entonces la forma de una M.
Montaldo fue arrestado de inmediato. Desde entonces, cada mes me envía por correo un pequeño
rompecabezas que fabrica en la prisión con madera y cartones. Siempre descubro, al terminar de armarlos,
la forma de una pieza ausente, y leo en el hueco la inicial de mi nombre.
FECHA DE ENTREGA: 09 de Noviembre.
TAREA EN CARPETA DE LECTURA.
Copia y resuelve.
1. ¿Por qué motivo llaman a declarar al protagonista? ¿Era sospechoso? Explica.
2. ¿Qué pista había dejado la víctima sobre su asesino?
3. ¿Qué deducciones habían sacado los detectives a partir de esa pista? ¿Quiénes eran los posibles
culpables?
4. El protagonista dice que encuentra la solución sin buscarla, ¿qué explicación da acerca de esto?
5. Montaldo fue arrestado como el autor del crimen, ¿por qué?
6. Hacia el final, el protagonista nos cuenta sobre la actitud del asesino:
a) ¿qué le envía todos los meses?
b)¿cuál es el mensaje implícito de los envíos?
7. ¿Qué tipo de cuento policial es? Explica con tus palabras.