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Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
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Impacto psicosocial de terremotos y tsunamis. Reflexiones basadas en investigaciones
posteriores al 27-F chileno
Marcelo Leiva Bianchi 1
Introducción
El viernes 11 de marzo de 2011 fuimos testigos, gracias a los medios de comunicación, de un
terremoto de gran magnitud (9.2 en la escala de magnitud de momento Richter) y de un tsunami
altamente destructivos en Sendai (región de Tohoku, Japón). Otro día 11 del mismo año aunque
del mes de mayo, un terremoto de menor magnitud (5.1 Richter) afectó a la española localidad
de Lorca en Murcia. Casi 25 años antes, en 1985, Santiago de Chile y Ciudad de México fueron
sacudidas y parcialmente destruidas por sendos sismos ambos de 8 grados en la escala Richter.
De todos estos eventos, es posible encontrar imágenes de destrucción y dolor tan características
de las catástrofes naturales. Más aún del fenómeno tsunami que, en combinación con el del
terremoto, dejan una particular huella en el ambiente y las personas que lo habitan. De hecho, si
usted no ha vivido esos eventos, pero si ha visto por televisión o Internet esas imágenes,
probablemente se ha sentido “impactada” o “impactado”… imagínese como será el impacto para
quienes han experimentado la catástrofe en carne propia.
Los habitantes de la zona central de Chile experimentaron ese impacto el sábado 27 de
febrero de 2010 (en adelante, 27-F) a las 03:34 hora local. Esa madrugada, se produjo un
terremoto de casi 3 minutos de duración que alcanzó una magnitud de 8.8 en la escala de
Richter y cuyo epicentro se ubicó a 335 kilómetros al suroeste de la capital Santiago (USGS,
1 Doctor en Psicología
Máster en Metodología de la Investigación en Ciencias del Comportamiento y de la Salud
Facultad de Psicología, Universidad de Talca
Casilla Nº 747, Talca, Chile
(56 71) 201654
Programa de Investigación en Calidad de Vida y Ambientes Saludables (VAC 600 426), Facultad de Psicología, Universidad de Talca.
Programa de Investigación Inicial (VAC 600 535), Dirección de Investigación, Universidad de Talca.
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2010). Tras el terremoto y como es de esperar dada su intensidad y ubicación, se produjo un
tsunami que azotó las costas de la zona central entre las regiones del Libertador Bernardo
O’Higgins hasta la del Bío-Bío. En Constitución (principal ciudad costera de la Región del Maule)
media hora después del terremoto, tres olas de entre 8 y 10 metros de altura devastaron la
ciudad. En Talcahuano (principal puerto de la Región del Bío-Bío), olas de hasta 5 metros
destruyeron prácticamente toda la zona pesquera (Riquelme, 2010a). En total ya sea por el
terremoto o por el tsunami del 27-F, unas 500 mil viviendas presentan daños severos que dejan
cerca de 2 millones de personas damnificadas (Riquelme, 2010b). Las víctimas fatales fueron
521 personas, con un saldo de 56 que aún continúan desaparecidas (Ministerio del Interior-
Gobierno de Chile, 2010a; 2010b). En síntesis, el 27-F tuvo innegables efectos en el ambiente
cotidiano de las personas, traducidos en distintos grados de daño en las viviendas, en el barrio y
ciudad que habitan las personas, como también en los enseres perdidos producto de este tipo de
catástrofes.
Desde el punto de vista psicológico, los terremotos son eventos muy intensos,
incontrolables, sorpresivos y que amenazan la integridad física y psicológica de las personas que
los experimentan. Cuando estas características se presentan juntas en un solo evento, se dice
que el evento produce un alto impacto psicosocial (IPS), es decir un impacto en las personas y
en las relaciones entre éstas y con su ambiente. Es decir, el IPS seguiría el sentido semántico de
las definiciones que la Real Academia de la Lengua Española hace del “impacto” como: “fuerza
aplicada bruscamente”, “golpe emocional producido por una noticia (evento) desconcertante” o
“acontecimiento, disposición de la autoridad, noticia, catástrofe, etc.” (RAE, 2011). Este evento
no sólo pone a prueba la capacidad de adaptación sino que también puede alterar la salud
mental de las personas tanto a corto como a largo plazo (Rochanakorn, 2007). La Organización
Panamericana de Salud (OPS) plantea que el impacto de una catástrofe depende de tres
factores: la naturaleza del evento (tipo de evento, duración, sorpresa y cantidad de personas
afectadas), las características personales (sexo, edad, nivel socio-económico, características
personales) y las circunstancias en donde se produce (contexto social, cultural e histórico del
evento; Rodríguez, Zaccarelli & Pérez, 2006).
Es este IPS la principal causa del aumento de problemas de salud mental posteriores a
las catástrofes: el trastorno por estrés post-traumático (TEPT), la crisis de angustia o ataque de
pánico, la depresión, el consumo excesivo de alcohol y drogas, y las conductas violentas
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(Rodríguez, Zaccarelli & Pérez, 2006; Solvason, Ernst & Roth, 2003). De hecho, después de tres
meses del 27-F, la prevalencia del TEPT en la población general fue de un 23% (MIDEPLAN,
2011); mientras que en población afectada por el terremoto y el tsunami después de seis meses,
la prevalencia fue de un 36% (Leiva, en prensa).
Pero el IPS no sólo se manifiesta en los efectos negativos en la salud mental de las
personas. Después de un evento impactante como los es una catástrofe natural, se espera que
surjan en conjunto con las respuestas traumáticas, otras de crecimiento, optimismo, aumento de
la vinculación entre las personas y fortalecimiento de las redes sociales. Diversos estudios
muestran que, si bien un 90% de quienes vivieron eventos traumáticos reportan un impacto
negativo, existe también alrededor de un 50% de personas que reportan efectos positivos; es
más, quienes reportan haber crecido como personas después de un evento impactante tienden a
presentar menores índices de depresión y estrés post-traumático, y mayores de bienestar
psicológico (Tennen & Afleck, 2005; Zoellner & Maercker, 2006). Asimismo, los aspectos
positivos y negativos del IPS pueden coexistir en las mismas personas, evaluando el mismo
evento desde ambas perspectivas (Morland, Buttler & Leskin, 2008). Probablemente, esta
capacidad de evaluar el evento positivamente está determinada por los denominados factores de
resiliencia al evento: variables que incrementan la habilidad individual para evitar las reacciones
negativas o psicopatológicas a pesar de encontrarse en riesgo de generarlas (Mash & Wolfe,
2002). De hecho, la mayoría de las personas son capaces de recuperarse rápidamente después
de una catástrofe (Galindo, 2010).
Evidencia de la existencia del IPS como un constructo observable
Hasta el momento, hemos hablado del IPS como un fenómeno a la base de respuestas
traumáticas y/o de crecimiento posteriores a eventos catastróficos. Sin embargo no es fácil
demostrar que el impacto frente a estos eventos existe como tal, aunque parezcan obvios sus
efectos en las personas. Al olvido natural o bien la negación que trae el paso del tiempo en la
conciencia colectiva, se suma el hecho de que este tipo de catástrofes en Chile y probablemente
en el resto de Lationamérica, afecta especialmente a los más pobres y postergados socialmente.
Después del 27-F, el 12% de las personas del quintil más pobre experimentaron daños mayores
o destrucción de su hogar, comparado con un 4,6% en el quintil más rico. Esto se explica porque
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son los más pobres quienes habitualmente residen en viviendas precarias o habitan en
localidades que conllevan mayor riesgo (MIDEPLAN, 2011). Por lo tanto, el IPS de estos eventos
no es el mismo en los distintos grupos de personas que componen nuestra sociedad y se diluye,
por tanto, en las conciencias y recuerdos de quienes no lo han experimentado tan fuertemente.
Pues bien, eso fue justamente lo que descubrimos en nuestras investigaciones
posteriores al 27-F: la existencia del IPS como un todo, como una combinación de variables
psicológicas, sociales y ambientales, más allá de las ya ampliamente conocidas respuestas
traumáticas o las más recientemente estudiadas de crecimiento personal. En cualquier caso, ya
existía evidencia científica previa que respaldaba nuestro hallazgo. Sabíamos que, después del
terremoto de Spitak (Armenia) las personas expuestas a zonas más cercanas al epicentro
puntuaron más alto en TEPT, ansiedad y depresión que aquellas que estaban más lejos
(Goenjian et al., 2000). Por otro lado, en nuestras investigaciones realizadas en personas que
vivieron el 27-F, demostramos que el número de síntomas de crisis de pánico es
significativamente mayor en personas que viven en zonas costeras que aquellas que viven en
localidades alejadas del mar (Leiva & Quintana, 2010).
Por lo tanto, era evidente la interacción entre las variables ambientales (distancia,
ubicación de la residencia) con las psicológicas y las sociales. Y, en consecuencia, el impacto de
estos eventos estaría en función de una combinación de estas variables. Por lo tanto, en teoría,
midiendo estas variables en la población afectada encontraríamos la evidencia de la existencia
del IPS. El problema estaba en el cómo.
Un método bastante extendido en la psicometría es el del análisis factorial. Sus orígenes
se remontan a 1904 cuando el psicólogo Charles Spearman establece la existencia de un factor
general que explicaría la existencia de algo que conocemos hasta hoy como “inteligencia” (Yela,
1996). Este método permite, en términos sencillos, extraer de lo que tienen en común un
conjunto de variables observadas, otra variable que evidencia justamente eso que tienen en
común. Pues bien, este método fue el que utilizamos para extraer lo común a un conjunto de
variables ambientales, sociales y psicológicas medidas entre 5 y 15 días después del 27-F en
264 adultos trabajadores de una empresa que vivieron el 27-F. En concreto evaluamos: grado de
daño de la vivienda (sin daños, grietas, caída de muros/techos o pérdida total); distancia al
epicentro de la ciudad en donde se vivió el terremoto; coste de los enseres perdidos durante la
catástrofe; y la cantidad de síntomas de la crisis de pánico señalados en el DSM-IV.
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Con todas esas variables en juego y aplicando el análisis factorial, encontramos que
efectivamente, existía una variable común a todas las variables observadas. A partir de esa
variable común cuantificada, el IPS, creamos un indicador. Según lo planteado por Leiva (2010)
ese “indicador de impacto de terremotos en las personas” (IITP) tiene unos valores mínimo,
máximo y promedio tales que caracterizan al terremoto y tsunami del 27-F como un evento
altamente impactante. En concreto y corrigiendo levemente los cálculos realizados en ese
estudio, podemos decir hoy que el indicador del IPS posee una media de 7,5 grados (2 grados
sobre la media teórica del indicador), un mínimo de 6,3 grados (el mínimo teórico es 0 grados) y
un máximo de 10,3 grados (el máximo teórico es 11 grados). Es más, si dividimos los posibles
puntajes en tres categorías (bajo, medio y alto), encontramos que nadie tuvo un IPS bajo, un
40,5% obtuvo un IPS medio y un 59,5% obtuvo un alto IPS. Estamos, por tanto, frente a un
evento de alto impacto (ver figura 1).
Esta forma de evaluar el IPS es novedosa, ya que se fundamenta en lo que diferentes
variables psicológicas y de exposición tienen en común, utilizando un método estadístico para
determinar justamente qué es lo que tienen en común. Éste método va más allá de los ya
conocidos en los cuales se asimilaba el IPS a alguna de las reacciones después de un desastre,
generalmente de tipo psicopatológica (TEPT, crisis de pánico, depresión, ansiedad, etc.). Sin
embargo, el afán de crear el indicador del IPS fue principalmente utilitario: buscábamos una
herramienta que mediante pocas preguntas (16 en total) permitiera a los equipos de salud
obtener información útil para dirigir sus esfuerzos después de una catástrofe. En ese sentido,
creemos que cumplimos con ese objetivo. Actualmente se dispone de una herramienta aplicable
rápidamente y que permitirá acceder a información importante para los equipos de atención post-
catástrofes. Y, quizás lo más interesante de nuestro hallazgo, es que es posible utilizar buena
parte de lo que comúnmente le ocurre a las personas después de un terremoto y tsunami como
una herramienta para diagnosticarlas en múltiples aspectos de su vida y no sólo en unos pocos.
Explicación teórica del IPS
Luego de haber desarrollado el indicador del IPS, la pregunta siguiente fue de orden
explicativo y conceptual. ¿Cómo podemos entender ahora el IPS? Surgieron así tres respuestas
basadas en sendos modelos explicativos. La primera de ellas, proveniente de los modelos
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causales clásicos de la conducta social, establece que el comportamiento de la persona está en
función de los eventos ambientales, de las consecuencias de su comportamiento y de la relación
espacio-temporal entre el comportamiento y sus consecuencias (Kanfer & Phillips, 1980).
Considerando lo anterior, el evento ambiental “terremoto del 27-F” no sólo se compone del
movimiento telúrico de alta intensidad sino también por los distintos grados de destrucción de las
viviendas y la pérdida de los enseres de las personas; esto trae como consecuencia
comportamientos esperables después de una catástrofe, como son los síntomas de crisis de
pánico; a su vez, éstos síntomas podrían mantenerse en el tiempo por las consecuencias de
esos comportamientos en su medio ambiente y también por los efectos ambientales del evento.
Un segundo enfoque teórico que puede ayudarnos a entender lo que es el IPS es el de
Albert Bandura (1974). Aquí, el comportamiento, el ambiente y los factores personales
(biológicos y psicológicos) se influyen recíprocamente. Así, la información confluye desde
distintas fuentes activando mecanismos regulatorios de auto-observación en las personas; estas
actuarían de forma diferente ante los mismos estímulos en situaciones distintas. Bajo este
paradigma, el impacto psicosocial estaría modulado por variables individuales y sociales. Por
ejemplo, se ha demostrado que, después de una catástrofe, existe una asociación entre el estrés
post-traumático, la ansiedad y la depresión con variables cognitivas como el estilo de
afrontamiento del estrés (Carr et al., 1997), otras de tipo genético (Goenjian et al., 2008) y otras
de orden social como el soporte percibido, la sobreprotección y la forma de resolver conflictos
parentales (Bokszczanin, 2008).
Un tercer enfoque lo encontramos en la teorización relativa a la respuesta a eventos
traumáticos según la estructura de creencias previas de las personas que los experimentan
(Pérez-Sales, 2004; Pérez-Sales & Vásquez, 2003). En este paradigma, el evento traumático es
registrado en ciertas áreas de la memoria de la persona y afecta a las creencias respecto de uno
mismo, de los otros y del mundo. Estos esquemas básicos pueden quedar cuestionados
después del hecho traumático, lo cual trae como consecuencia que el hecho en sí sea procesado
de una manera única por cada persona. Por lo tanto, esto explicaría por qué no todas las
personas que han sufrido un hecho traumático grave desarrollen TEPT y que, incluso, tengan
respuestas de crecimiento personal posteriores al evento. Esto da pie al enfoque de los eventos
traumáticos desde la psicología positiva (Vásquez & Páez, en prensa).
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Finalmente, podemos sintetizar estos enfoques según el esquema de la figura 2. En éste
podemos observar que el evento impactante es procesado por los tres sistemas de creencias
antes mencionados. Tras éste procesamiento, la persona puede responder mediante tres tipos
de respuestas: (1) traumáticas, como por ejemplo la cantidad de síntomas de TEPT, depresión,
ansiedad, etc.; (2) de crecimiento personal, como por ejemplo el crecimiento post-traumático y la
orientación vital optimista posterior; y (3) traumáticas y de crecimiento simultáneas. De esta
manera se unificarían las visiones que la psicopatología y la psicología positiva tienen respecto
del IPS. Sin embargo, se requieren estudios aplicados que evalúen el IPS de eventos
traumáticos desde las perspectivas ambientales, sociales, psicopatológicas y desde la psicología
positiva. El desarrollo empírico de este paradigma permitirá explicar mejor la complejidad del IPS
posterior a eventos traumáticos.
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Revista Sociedad, Ciudad y Territorio, número 02 diciembre 2011
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Figura 1: Histograma del IPS con curva normal y porcentajes de personas por nivel de impacto.
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Figura 2: Modelo integrado del IPS de eventos traumáticos.