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HISTORIAS SOBRE NUESTRA MASCOTA LECTORA
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HISTORIAS DE BIGOLIBRO
“LA DESAPARICIÓN”
Bigolibro es un gracioso conejito de la familia de los
“CONEJUS-LECTORUM”, muy conocidos por las
bibliotecas escolares.
Vive entre las estanterías de nuestro colegio desde
hace tres años y durante este tiempo le han sucedido ciento
de divertidísimas y curiosísimas aventuras como la que os
contamos a continuación.
Era una mañana de otoño en la que lucía un tenue Sol y
comenzaba a hacer frío. Los niños y niñas del Colegio
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
“Berrocal-El Madroño” iban felices hacia su escuela; sabían
que verían a Bigolibro cuando fueran a visitarlo a la
biblioteca escolar. Estaban deseando que les contara una de
sus historias románticas, o de misterio, o de risa...
Pero al llegar allí no lo encontraron. ¿Qué había pasado?
¿Dónde estaba Bigolibro?
Buscamos por todas partes: encima de la mesa, debajo de
los ordenadores, delante y detrás de la estantería, entre los
libros... Pero no encontramos nada. Nada de nada.
¿Dónde se había metido nuestra mascota lectora?
Por más que buscamos por todo el colegio, por todo el
pueblo, en el casino, en el Ayuntamiento, en el súper... no lo
encontramos.
Todos estábamos muy preocupados. ¿Y si no aparecía
más? ¿Qué sería de la biblioteca escolar?
¿Os imagináis una biblioteca sin historias?
¡Eso no puede suceder! ¡Algo hay que hacer!
¿Pero qué? Si ya lo habíamos buscado por todas partes.
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
Seguro que si Bigolibro estuviese con nosotros conocería
alguna historia que nos ayudaría a la perfección a resolver el
difícil (y preocupante) caso que nos traíamos entre manos.
¿Tendríamos que buscar ayuda externa? ¿Seríamos
capaces nosotros solos?
Miles de preguntas rondaban por nuestras mentes; incluso
nos rondaban algunas respuestas, pero ninguna que pudiese
llevarnos a encontrar pistas fiables.
La tarde comenzó a echar sus cortinas sobre un cielo azul
anaranjado. Nos fuimos a casa a reponer fuerzas y el sueño
nos invadió. De repente escuchamos un ruido y nos dirigimos
hacia el lugar de donde provenía: un perrito lanudo estaba
enganchado a una cuerda, lo soltamos y con lastimeros
ladridos nos invitó a seguirle.
Todos fuimos detrás de él; íbamos por un camino de
piedras, pero piedras muy peculiares; en ellas se reflejaba la
Luna llena y las estrellas relucientes, que, esa noche, parecían
brillar más que nunca.
Seguimos por el camino y al llegar a un claro nos
encontramos con un personaje un tanto insólito. Era un
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capitán de barco, pero, ¿qué le pasaba?
Comenzamos a hablar con él; su historia nos pareció tan
sorprendente e insólita como él. Aunque sorprendidos, su
historia nos cautivó:
“Todo comenzó un luminoso día de primavera, en un
ajetreado puerto, cargando provisiones para ir a la isla de
Las Pirámides Amarillas; la tripulación realizaba las tareas
propias para el evento: bártulos, cajas de frutas y verduras,
barriles de agua, sacos de harina, cuerdas y velas de
repuesto... todo sobre la cubierta del barco, esperando a ser
bajadas a la bodega.
Sobre la proa del barco se hallaba una atractiva joven
ataviada con un traje de exploradora. Dirigía a algunos
marineros para que sus bártulos e instrumentos fueran
colocados en el lugar que les correspondía. Cuando todo
estuvo a punto, ordenó izar la bandera, soltar amaras y
orientar la proa a barlovento.
El viento soplaba a la velocidad adecuada, el Sol brillaba
y el horizonte se mostraba libre de nubes.
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La travesía comenzó y al
duodécimo día llegaron a la isla.
Al llegar a la isla se quedaron sorprendidos, nadie había
visto nada igual. La isla tenía mucha vegetación, con
enormes palmeras. Había una cascada de más de cien
metros. Los animales hablaban y se comportaban como
personas.
Cuando se bajaron del barco una conejita se acercó al
capitán, preguntaba por si alguien había visto a su pequeño
hijo, que había desaparecido.
Comentó que a su hijo le gustaba mucho la lectura y
entrar en la biblioteca de la isla.
El capitán y la tripulación comenzaron a buscar al
conejito. Ya agotados de buscar y preguntar, un monito se les
acercó. Él era el mejor amigo del conejito y había estado
jugando con él el día que desapareció de esa manera tan
extraña. Preguntó al capitán si podía acompañarlos en la
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búsqueda.
-Yo puedo deciros por dónde se fue, ¡seguidme!. Se fue
por aquí, dirección a la montaña “Las Tres Palmeras”.-dijo
el mono.
-Aquí comienza la
búsqueda-dijo el capitán-
¡formad grupos de tres y los
numeráis!.
(alto y fuerte prosiguió)
¡grupos 1 y 2: rodead la
montaña, el 3 por la
izquierda, el grupo 4 por la
derecha, y nosotros
escalaremos esta rocosa pared!
Al escalar la pared llegaron a un camino, donde
casualmente, fueron llegando poco a poco el resto de los
grupos.
-¿Cómo hemos llegado todos al mismo sitio? Ahora no
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nos dividiremos, subiremos todos juntos a la cima.
Seguían andando cuando se oyó: ¡¡Deescaansoo!!
La tripulación paró unos minutos a descansar y después
continuaron su marcha. Al llegar a un templo situado en la
cima, tan solo encontraron un papelito pegado en la puerta
que ponía:
“Adiós amigos, iré a otras partes a conocer el mundo”
Cuando todos vieron lo que la nota decía se quedaron
muy pensativos, sin saber qué decir.
El capitán propuso que se fueran al barco y que se
reunieran para comentar lo que iban a hacer ahora que
sabían lo que había hecho el conejo. La verdad es que se
quedaron todos muy extrañados de por qué había actuado
así y no le había dicho nada ni a su amigo el mono.
Decidieron marcharse todos a buscarlo, ya que pensaron
que le podía haber ocurrido algo malo. Llenaron el barco de
provisiones y emprendieron rumbo a otras partes del
mundo...”
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-¡Caramba, qué sueño he tenido!- exclamó la pequeña Ro-
¡Vaya sueño he tenido!, he vivido toda una aventura: barcos,
capitán, isla, templo... ¡Eureka! ¡lo tengo!
Y se lanzó de la cama al suelo, bajó las escaleras a toda
prisa y sin apenas saludar se bebió el vaso de zumo que sus
papás le habían preparado.
-¿Qué te pasa Ro, te noto nerviosa?- preguntó su mamá.
- He tenido un sueño extraño, pero... he tenido una idea
genial al despertarme. Tengo que contarlo en el cole, porque
puede ayudar a encontrar a Bigolibro. El pobre anda
despistado por otros mundos y creo que tengo la solución
para encontrarlo -respondió Ro.
Ro salió corriendo y subió a toda prisa una empinada calle
que la conducía al cole.
-¡He tenido una idea, tengo una idea para encontrar a
nuestra mascota lectora! -gritaba a toda voz la pequeña Ro,
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mientras sus compañeros y compañeras se acercaban a ella.
-¿Cuál, cuál? -preguntaban todos agitados
-He soñado que Bigolibro está conociendo otros mundos,
creo que tiene ganas de aventura y he pensado que podemos
buscarlo en la estantería de libros de ficción y aventura de
nuestra biblioteca escolar. Además, allí hay un libro que se
llama “La Vuelta Al Mundo En 80 Días”, quizás Bigolibro se
ha colado dentro. Si vemos el libro podemos obtener alguna
pista.
Todos los niños y niñas entraron el clase con muchos
nervios, deseando que llegara la hora de ir a la biblioteca.
Ese día todo el alumnado trabajó deprisa y muy bien, para
poder ir cuanto antes a la casa de Bigolibro
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Cuando, por fin, entraron en la biblioteca se pusieron a
toda prisa a buscar por las estanterías el mencionado libro,
pensando que podría estar dentro, pero... ooohhh, no hubo
suerte, Bigolibro tampoco estaba allí.
Viendo la cara de desilusión de todos sus compañeros, Ro
empezó a darle vueltas a su cabeza y de repente, se le ocurrió
otra idea: Bigolibro podría estar en el otro aula de biblioteca,
en el cole de El Madroño. Los profesores y compañeros
pensaron que era una idea genial, así que todos fueron allí a
buscar a nuestro amigo conejito.
Entraron en el colegio muy ilusionados, pero
desgraciadamente no lo encontraron.
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-A lo mejor ha ido a dar un vuelta -dijo la intrépida Ro.
Lo buscaron por todo el pueblo, fueron a los bares, a la
biblioteca, al Ayuntamiento, fueron hasta el Riscal, pero no lo
encontraron, aunque esta vez había dejado algunas pistas. Así
que siguieron buscando por los riscos, cuevas y montes, pero
nada.
Ya se estaba haciendo de noche, así que hicieron noche en
El Madroño. Al día siguiente continuaron buscando por todo
el pueblo, preguntaron y preguntaron, pero todas las personas
del pueblo decían que no lo habían visto.
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Decidieron ir a las aldeas a probar suerte, pero no la
obtuvieron, por tanto, después de varios días, decidieron que
debían volver a Berrocal.
Ro ya lo tenía decidido. Para buscar a Bigolibro no podían
ir en coche desde El Madroño a Berrocal; Bigolibro podría
estar escondido en cualquier sitio. Hay muchos escondites
posibles en los escasos 8 kilómetros que separan ambas
localidades. Si fueran en coche no tendrían oportunidad de
buscarlo adecuadamente.
Sería necesario bajar a los más profundos barrancos.
También sería conveniente subir a las cumbres de los
escarpados cerros para otear el horizonte.
Hay muchos caminos y veredas que parten desde ambos
lados de la carretera.
-Me viene a la cabeza -decía Ro mientras emprendían el
camino- un libro de Mark Twain que leí hace tiempo. No
recuerdo el título, pero trataba de un muchacho que vivía
impresionantes aventuras con sus amigos. ¡Sí, ya sé que el
Gallego no es el Mississipi!, donde Tom Sawyer se divertía
con su amigo Huckleberry... ¡Caramba, ya me acuerdo del
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título!: “Las Aventuras de Tom Sawyer”, ¡Cómo disfruté
leyendo sus aventuras!. Me gustaría vivir historias parecidas.
Hasta es posible que nos topemos con algún fugitivo y
tengamos los mismos problemas que Tom con el indio Joe.
-Ja ja je je ja...- reían todos sus compañeros.
Finalmente decidieron coger
unas mulas de la cuadra y se
pusieron en marcha hacia
Berrocal.
A unos 3 kilómetros pararon en una fuente a beber y a
darle agua a las mulas. De repente, escucharon un ruido
detrás de unos matorrales; se asustaron y salieron corriendo
hacia sus mulas. Ro cogió unas piedras, las tiró a los
matorrales y salieron cinco animales que desconocían; a esto
que pasaba un hombre a coger agua de la fuente, así que
aprovecharon para preguntar:
-¿Sabe usted qué tipo de animales son esos que han salido
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de los matorrales?
-El hombre contestó: eso son jabatos; son de la familia de
los cerdos. Se diferencian de ellos en que tienen un pelo más
basto y gordo, además de unos colmillos muy grandes. Son
capaces de mover enormes piedras de varias toneladas con su
hocico.
Después de aclarar su duda, emprendieron rápidamente su
viaje.
Unos dos kilómetros después llegaron al Gallego, un río
que comienza en Los Villares, una finca de El Álamo. Como
se acercaba la noche se metieron debajo del puente a dormir.
Cuando se durmieron, una extraña voz los despertó, venía
de detrás de unos juncos. En realidad era muy parecida a la
de Bigolibro. Todos se ilusionaron cuando vieron salir un
conejo.
-¡BIGOLIBRO!- gritaron todos
al unísono.
-Lo siento chicos, no soy
Bigolibro, soy su primo
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Bigorrevista, yo también ando buscándolo, me han dicho que
la última vez que lo vieron estaba en Berrocal- dijo el
animalito.
-Bigorrevista, ¿qué te parece si seguimos buscándolo por
todo el camino hasta llegar allí?-dijo Miguel.
-Estoy de acuerdo, pero creo que es mejor que vayamos
separados, yo podré adentrarme mejor en los campos y
preguntarle a todos los animalillos que me encuentre. ¡Ya nos
iremos informando de nuestros adelantos, suerte chicos!-
contestó Bigorrevista.
Tardaron varios días en llegar a Berrocal, ya que fueron
parando por todos los caminos y senderos.
Al llegar allí continuaban sin pistas; entonces decidieron
seguir hasta Zalamea.
Miguel decidió cortar camino por el “Cortafuegos del
Eucalipto” y los demás, con Ro a la cabeza, irían por la
carretera. Se reunieron todos en el puente del Río Tinto, pero
por mucho que buscaban no lo encontraban. Buscaron por
encima y por debajo del puente, pero lo único que
encontraron fueron nidos de palomas. Por tanto, siguieron
rumbo a La Picota. Por el camino, en la carretera se
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encontraron a diez vacas y al vaquero y le preguntaron:
-¿Ha visto usted a nuestra mascota lectora?, es un conejo
lector de color blanco que siempre lleva un libro en la mano.-
Dijo Miguel.
-No lo he visto por aquí, pasaos por La Picota para ver si
está allí. Suerte -dijo el vaquero.
Una vez en La Picota preguntaron a quienes estaban en el
bar y de camino, se pararon a almorzar.
Los camareros les dijeron que no lo conocían, ni siquiera
lo habían visto por allí.
Ante esta respuesta decidieron ir a Marigenta, al
Membrillo Bajo y al Membrillo Alto, a todas las fincas del
camino... hasta llegar al cruce.
De repente, se dieron cuenta de que las mulas estaban
demasiado cansadas para continuar, así que las dejaron en
una finca y siguieron a pie el camino de Zalamea; iban
hablando de lo importantes que eran las mulas para los
humanos, porque no sólo transportaban personas, sino
también animales, leña y otros materiales.
-¡Qué sorpresa!, aquí hay un colegio- dijeron al llegar a
Zalamea- puede que estos niños sepan algo de Bigolibro.
¡Vamos a preguntar!.
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
-¿Chicos, conocéis a Bigolibro?- dijo Ro
-Si, es nuestro amigo, pero hace tiempo que no viene por
aquí y le echamos mucho de menos.-Dijo un niño.
-¿Queréis pasar a conocer nuestro colegio?- preguntó otra
de las niñas de Zalamea.
A todos les pareció buena idea, ya que nunca habían
estado en un colegio tan grande. Les pareció chulísimo, por
lo que no les extrañó que Bigolibro pudiera haberse alojado
en él.
Pero... qué gran desilusión se llevaron cuando en el recreo
empezaron a preguntar por su mascota y un niño les contestó:
− Estuvo
aquí hace media
hora
aproximadamente,
pero no lo he
vuelto a ver, la
verdad, es que
parecía que iba de
paso y no pensaba quedarse.
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
Cuando recibieron esa noticia, pensaron que lo mejor sería
seguir hasta Valverde, que es un pueblo aún mayor y seguro
que Bigolibro había ido allí en busca de historias; pero antes
de salir de Zalamea les pareció ver de lejos unas grandes
orejas blancas y empezaron a seguirlas, pero ya no las
pudieron ver más.
Al darse cuenta de que se les había pasado el día y no
había habido suerte, Miguel propuso que pasaran la noche en
el campo y continuaran buscando con la luz del día.
Por la mañana, despertaron con un tremendo jaleo que
había formado detrás de una montaña, ¿qué sería eso?.
Subieron a la cima de la montaña y se dieron cuenta de
que ya podían ver el pueblo de destino, así que se animaron
mucho y llegaron a Valverde rápidamente. La sorpresa fue al
llegar, cuando Ro vio un cartel de que estaban en
“Carnavales”.
Se encontraron
con un grupo de
personas, una de
ellas parecía un
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conejo, por lo que lo empezaron a seguir, cada vez había más
gente disfrazada, así que empezaron a gritar:
-¡Bigolibro!, ¡Bigolibro!, le daban la vuelta a uno y otro
conejo, pero ninguno era Bigolibro.
Entonces, antes de caer en la desesperación, Ro tuvo una
fantástica idea:
¿Y si Bigolibro se disfrazó en carnavales para que nadie le
reconociese?
Cogió de la mano a Miguel y fueron rápidamente a la
plaza del pueblo. Debían reformular la pregunta y preguntar
a los habitantes, no por un conejo blanco con un libro en la
mano, sino por un animal disfrazado con apariencia
sospechosa.
Interrogaron a las personas de la plaza, pero nadie había
observado nada extraño ente los carnavaleros.
Miguel pensó que debían preguntar a las personas más
mayores, porque debido a su experiencia y paciencia suelen
fijarse más en los pequeños detalles.
¡Efectivamente! Al preguntar a un anciano oriundo de
Valverde les comentó que había observado un disfraz poco
usual: “Era un vaquero con bigotes muy largos, pies muy
grandes y patas muy cortas, pero lo que más llamaba la
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atención eran los dos orificios que tenía en su sombrero para
que salieran dos grandes orejas.
¡Por fin! Estaban tras la pista de Bigolibro, pero iba
disfrazado de vaquero.
Ro pensó que si Bigolibro se había disfrazado era porque
quería participar en los carnavales, así pues, pusieron rumbo
al teatro municipal; allí preguntaron al conserje, quien les
comentó haber visto un vaquero con grandes orejas, que no
paraba de cantar sobre lo maravilloso que son los libros.
-¡Es él, estoy seguro!-gritó Miguel- Ahora debemos ver las
chirigotas y comparsas que actúan para localizar a Bigolibro.
-¡Qué bien!-pensaron-después de tanto sufrir buscando a
nuestro amigo, vamos a poder disfrutar de la magia del
carnaval y con un poco de suerte encontrar a Bigo.
Estuvieron viendo muchas chirigotas, comparsas, coros y
cuartetos, pero no veían a su mascota. Ya se estaban
terminando las actuaciones cuando Sofía, otra de las niñas del
cole, vio algo, ¡parecía él!. Fueron corriendo a los camerinos
y cuando lo tenían delante, Ro, muy decidida, le dijo:
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
-¡Tú eres Bigolibro!
-No, chica, yo soy
Roberto, el conejo de las
enciclopedias, siento no
ser quién buscáis.
Todos decepcionados
se dieron la vuelta para
irse, pero el conejo de las
enciclopedias los llamó y les dijo:
¡Chicos! ¿Seguís buscando a Bigolibro, verdad?
Bigorrevista me dijo el otro día que había unos niños
buscando a su mascota lectora…
Ro, muy nerviosa, le interrumpió: ¿Tú sabes dónde está?
No, pero creo que conozco a alguien que sí podría saberlo.
¿Y quién es?- volvió a preguntar Ro con mucha ansiedad.
Se trata de Bigorregistro. Él lo sabe todo sobre los libros,
así como qué libros se lee cada persona del mundo entero.
Los niños, muy ilusionados y contentos fueron en busca de
Bigorregistro, a quien no tardaron en encontrar, para
comprobar si Roberto estaba en lo cierto y él sabía dónde
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estaba Bigolibro.
A ver, a ver que busque en mi registro...-Contestó el
conejo- Bigolibro está en Trigueros, sacó un libro de la
biblioteca.
Muchas gracias Bigorregistro, estamos muy contentos con
tu ayuda, cuando necesites algo de nosotros no dudes en
preguntarnos, que te ayudaremos en todo lo que podamos.-
dijo Ro, quien, junto a sus compañeros, salió corriendo a
buscar a Bigolibro.
Cuando llegaron a Trigueros se encontraron que el pueblo
estaba en fiestas, así que se enfrentaban a una difícil tarea,
gente arriba y abajo por todas partes. Se pusieron a buscar
como locos.
Entre todo el mogollón de gente vieron una cara que... si
no era la de Bigolibro, debía de ser la de un hermano, porque
eran igualitos.
Miguel dijo: ¡Mirad, ese es Bigolibro!
Se acercaron a él todo lo que pudieron y le preguntaron
que si él era quién buscaban.
− No chicos, soy Pablo, otro conejo lector, de la misma
familia, pero no soy Bigolibro. Siento no poder ayudaros.
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
Era otra falsa pista, así que Ro y Miguel decidieron que lo
mejor sería volver al colegio porque pensaron que a lo mejor
se habían confundido en alguna y esto podía haberlos hecho
buscar en el lugar equivocado.
Una vez en el colegio, se dirigieron a la biblioteca para
analizar todas las pistas y repasar una por una; podía ser que
Bigolibro les hubiera gastado una broma y no hubiera salido
del colegio.
¿Si Bigo no había salido del colegio, cómo es que no lo
había visto nadie? ¿Dónde se había podido esconder?
Debemos buscar minuciosamente- dijo Ro- ¡manos a la
obra!
Decidieron formar un grupo de investigación, más bien,
convertirse en detectives, porque estaba claro que Bigo no se
lo había puesto nada fácil, así
que se ataviaron con gorras,
lupas y gabardina, al estilo de
un autentico detective inglés y...
¡comenzó la búsqueda!
En una de las estanterías
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
encontraron una nota que decía:
“Queridos niños y niñas, hay veces en las que estamos
tan ocupados con nuestros asuntos, que ignoramos cosas
que están ocurriendo a nuestro alrededor y a veces las
soluciones a los problemas están más fácil de lo que
pensamos, sólo hay que esforzarse un poco, así que ánimo y
a seguir buscando”.
Buscaron entro todos los libros de colegios y bibliotecas.
Estaba claro, sólo faltaba buscar en sus recuerdos, en los
libros de su infancia. Buscaron en el libro del “Patito Feo”,
Cenicienta, El Gato Con Botas, y hasta en su preferido, El
Conejo de Pascua, pero no aparecía por ninguna página.
Se les ocurrió que no sólo podía estar en libros, también
podía estar en álbumes de fotos, álbumes de pegatinas,
cuadernos..., así que fueron a buscar entre todas esas cosas.
Estaban muy preocupados, pero se divirtieron mucho
buscando y recordando sus fotos, colecciones, etc.
Se reían mucho cuando salían disfrazados de carnavales,
de Halloween y también de Navidad...pero nada, no aparecía
por ninguna parte e incluso buscaron en revistas de todo tipo:
del corazón, de cotilleos, de famosos, la Súper-Pop, Bravo y
muchas más.
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
Como no lo encontraron ni en libros, álbumes, ni revistas,
a Ro se le ocurrió que Bigolibro podría haberse metido en el
blog del colegio para ver todo lo que se estaba haciendo en el
cole, que siempre es muy “diver” y a él le encantaba estar
allí.
Buscaron en todos los comentarios, en los “recomiendo
leer”, entre las páginas de la revista escolar digital, en las
tarjetas de felicitación y hasta en los cómics, pero no tuvieron
nada de suerte, eso sí, seguían divirtiéndose mucho y
pasándolo genial al recordar todas las actividades que habían
ido haciendo a lo largo del curso.
Al día siguiente, y sin
dejarse llevar por el
desánimo y la
incertidumbre del día
anterior, siguieron
buscando a Bigolibro. Lo
hicieron en el interior de la escuela, por el aula, entre los
libros, debajo de las mesas, las sillas, el perchero, todo
aquello que pudiera tener escondido algo debajo fue movido
de su posición original... pero seguían sin saber nada de él.
La intrépida Ro, opinó que tendrían que empezar a pensar
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
que Bigo, quizás estuviese enfadado con ellos por su escasa
lectura.
-Sería una buena idea leer más-dijo- estoy segura de que
aparecería al instante, de alguno de esos sitios en los que ya
hemos mirado en más de una ocasión, que saltaría de un
brinco sobre nuestras narices, devolviéndonos su gracia y
saber.
Pero lo que los niños y niñas no sabían era que Bigolibro
les tenía preparada una sorpresa.
Se acercaba el final del curso y este conejo tan divertido
quería sorprender a los escolares de Berrocal y EL Madroño
de una manera un tanto especial, como sólo él sabía hacer en
sus libros de aventuras.
Durante estos últimos meses había estado viajando a
Zalamea, Valverde, Trigueros… para conocer los intereses e
inquietudes de todos los niños y niñas de otros pueblos y así
poder rellenar de hermosas historias las estanterías de nuestra
biblioteca escolar.
Pensó que ya era hora de regresar y contar a sus lectores
las maravillas que había vivido durante ese tiempo, además,
sabía que debían estar preocupados por él.
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
Pero quería que su aparición fuese un tanto mágica. Así
que, como conocía muy bien al alumnado del cole, sabía que
disfrutan bañándose en la Rivera y que la magia, por otro
lado, formaba parte de sus vidas. Combinando ambos
aspectos, comenzó a idear un plan:
Dos ideas rondaban por su mente, una de ellas era
organizar una excursión a la Rivera del Molino para que el
alumnado pudiera cambiar sus aulas por un espacio natural
maravilloso, con sus cálidas aguas y su hermosa vegetación
y, de alguna manera, estar presente en la actividad a través
de juegos con su imagen, pero permaneciendo escondido en
su madriguera, situada entre el puente y la casa del
molinero.
La otra idea que merodeaba por su cabeza consistía en
que un mago, con sus trucos de magia, realizase un número
espléndido en el que lo hiciese aparecer de una enorme
chistera.
Así que pensó que, tal vez, a estos chicos y chicas les
gustase que un mago visitase el Centro el día de la fiesta de
fin de curso y que llevase a cabo este número en su
actuación.
Lo tenía difícil para decidirse, porque ambas ideas eran
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
geniales.
Pero, ¿por qué tener que decidir entre ambas ideas?, tal vez se
pudieran realizar las dos.
Al fin llegó el ansiado día de ir a la rivera; nervios, emoción,
y alegría invadían a los niños, los cuales cambiarían al menos por
una jornada los pupitres y estudios por un día de baño. Algo estaba
a punto de ocurrir.
Alguien dijo: ¡Mirad en ese árbol, hay una tarjeta con el
rostro de Bigolibro!
Todos acudieron a la velocidad del rayo.
¡Es verdad, es Bigolibro!
Más allá se oyó, ¡aquí hay otro!, y así las voces se fueron
sucediendo al igual que las tarjetas de Bigolibro.
Alguien del grupo pensó en voz alta, ¿puede que sean pistas,
señales que nos está dejando para que le encontremos?
-¡Sí, sí , como las migas de pan del cuento de Hansel y
Gretel!-contestó Miguel.
-Es verdad, puede ser eso-dijo Ro.
Todos se animaron a seguir buscando a Bigolibro y
recogieron más de una veintena de tarjetas, sin embargo no
aparecía.
Uno de los niños pensó: si ha puesto las tarjetas,
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
probablemente esté aquí, ¿verdad?
Todos gritaron al unísono ¡ Bigolibro! , ¡ Bigolibro! pero
nada de nada, seguía sin aparecer y quedaron un poco
desilusionados.
Después de un largo día de baño y juego y exhaustos por el
cansancio, marcharon de nuevo de regreso hacia sus casas. Sin
embargo en la mente de todos los niños rondaba la misma
pregunta:
¿por qué no habrá aparecido Bigolibro?
Lo que ellos no sabían era que, aún les quedaba alguna
sorpresa más por vivir, ya que la vida es como un libro de
aventuras, “puedes saber como empieza pero nunca imaginar
cómo acaba la historia”.
Y así fue como ocurrió:
Celebraban el día de fin de curso y ya pocos pensaban en
Bigolibro; sólo tenían una obsesión, acabar el curso y disfrutar de
los días de baño en la piscina, de la siesta del verano y de poder
jugar en la calle hasta bien entrada la noche.
Para aquella ocasión y como premio al duro curso escolar, el
colegio contrató los servicios de un mago, y como todo buen
mago que se precie, nos deleitó con sus trucos de magia, donde no
HISTORIAS DE BIGOLIBRO
podía faltar el adivinar una carta elegida al azar por un niño, sacar
pañuelos y pañuelos de la boca, hacer desaparecer el agua que hay
dentro de una botella, hacer aparecer...
¡ Dios mío, es Bigolibro!
¡Sí, era él!
El mago hizo aparecer un conejo de su chistera y ese era
Bigolibro.
Todos enmudecieron por un instante, quedaron boquiabiertos,
perplejos... nadie pronunció palabra alguna.
Sin embargo Bigolibro sí habló, y lo hizo para recordarles
algo:
“Acaba el curso y comienza el tiempo de descanso, aún así no
debéis olvidar algo, tenéis que leer al menos tres veces por
semana”, como si de una receta prescrita por el médico se tratase,
“No podéis olvidar que detrás de cada libro hay una historia que
vivir , porque al leer lo hacéis en primera persona”.
Dicho esto, Bigolibro se despidió hasta el nuevo curso, y
dando un brinco se coló de nuevo en la chistera del mago; el mago
lo buscó, metió su mano en el sombrero pero sólo encontró una
tarjeta que decía:
“¡¡¡Hasta el próximo curso y Feliz Verano!!!”