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HISTORIAS DE BIGOLIBRO “LA DESAPARICIÓN” Bigolibro es un gracioso conejito de la familia de los “CONEJUS-LECTORUM”, muy conocidos por las bibliotecas escolares. Vive entre las estanterías de nuestro colegio desde hace tres años y durante este tiempo le han sucedido ciento de divertidísimas y curiosísimas aventuras como la que os contamos a continuación. Era una mañana de otoño en la que lucía un tenue Sol y comenzaba a hacer frío. Los niños y niñas del Colegio

HISTORIAS DE B IGOLIBRO

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HISTORIAS SOBRE NUESTRA MASCOTA LECTORA

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HISTORIAS DE BIGOLIBRO

“LA DESAPARICIÓN”

Bigolibro es un gracioso conejito de la familia de los

“CONEJUS-LECTORUM”, muy conocidos por las

bibliotecas escolares.

Vive entre las estanterías de nuestro colegio desde

hace tres años y durante este tiempo le han sucedido ciento

de divertidísimas y curiosísimas aventuras como la que os

contamos a continuación.

Era una mañana de otoño en la que lucía un tenue Sol y

comenzaba a hacer frío. Los niños y niñas del Colegio

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HISTORIAS DE BIGOLIBRO

“Berrocal-El Madroño” iban felices hacia su escuela; sabían

que verían a Bigolibro cuando fueran a visitarlo a la

biblioteca escolar. Estaban deseando que les contara una de

sus historias románticas, o de misterio, o de risa...

Pero al llegar allí no lo encontraron. ¿Qué había pasado?

¿Dónde estaba Bigolibro?

Buscamos por todas partes: encima de la mesa, debajo de

los ordenadores, delante y detrás de la estantería, entre los

libros... Pero no encontramos nada. Nada de nada.

¿Dónde se había metido nuestra mascota lectora?

Por más que buscamos por todo el colegio, por todo el

pueblo, en el casino, en el Ayuntamiento, en el súper... no lo

encontramos.

Todos estábamos muy preocupados. ¿Y si no aparecía

más? ¿Qué sería de la biblioteca escolar?

¿Os imagináis una biblioteca sin historias?

¡Eso no puede suceder! ¡Algo hay que hacer!

¿Pero qué? Si ya lo habíamos buscado por todas partes.

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Seguro que si Bigolibro estuviese con nosotros conocería

alguna historia que nos ayudaría a la perfección a resolver el

difícil (y preocupante) caso que nos traíamos entre manos.

¿Tendríamos que buscar ayuda externa? ¿Seríamos

capaces nosotros solos?

Miles de preguntas rondaban por nuestras mentes; incluso

nos rondaban algunas respuestas, pero ninguna que pudiese

llevarnos a encontrar pistas fiables.

La tarde comenzó a echar sus cortinas sobre un cielo azul

anaranjado. Nos fuimos a casa a reponer fuerzas y el sueño

nos invadió. De repente escuchamos un ruido y nos dirigimos

hacia el lugar de donde provenía: un perrito lanudo estaba

enganchado a una cuerda, lo soltamos y con lastimeros

ladridos nos invitó a seguirle.

Todos fuimos detrás de él; íbamos por un camino de

piedras, pero piedras muy peculiares; en ellas se reflejaba la

Luna llena y las estrellas relucientes, que, esa noche, parecían

brillar más que nunca.

Seguimos por el camino y al llegar a un claro nos

encontramos con un personaje un tanto insólito. Era un

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capitán de barco, pero, ¿qué le pasaba?

Comenzamos a hablar con él; su historia nos pareció tan

sorprendente e insólita como él. Aunque sorprendidos, su

historia nos cautivó:

“Todo comenzó un luminoso día de primavera, en un

ajetreado puerto, cargando provisiones para ir a la isla de

Las Pirámides Amarillas; la tripulación realizaba las tareas

propias para el evento: bártulos, cajas de frutas y verduras,

barriles de agua, sacos de harina, cuerdas y velas de

repuesto... todo sobre la cubierta del barco, esperando a ser

bajadas a la bodega.

Sobre la proa del barco se hallaba una atractiva joven

ataviada con un traje de exploradora. Dirigía a algunos

marineros para que sus bártulos e instrumentos fueran

colocados en el lugar que les correspondía. Cuando todo

estuvo a punto, ordenó izar la bandera, soltar amaras y

orientar la proa a barlovento.

El viento soplaba a la velocidad adecuada, el Sol brillaba

y el horizonte se mostraba libre de nubes.

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La travesía comenzó y al

duodécimo día llegaron a la isla.

Al llegar a la isla se quedaron sorprendidos, nadie había

visto nada igual. La isla tenía mucha vegetación, con

enormes palmeras. Había una cascada de más de cien

metros. Los animales hablaban y se comportaban como

personas.

Cuando se bajaron del barco una conejita se acercó al

capitán, preguntaba por si alguien había visto a su pequeño

hijo, que había desaparecido.

Comentó que a su hijo le gustaba mucho la lectura y

entrar en la biblioteca de la isla.

El capitán y la tripulación comenzaron a buscar al

conejito. Ya agotados de buscar y preguntar, un monito se les

acercó. Él era el mejor amigo del conejito y había estado

jugando con él el día que desapareció de esa manera tan

extraña. Preguntó al capitán si podía acompañarlos en la

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búsqueda.

-Yo puedo deciros por dónde se fue, ¡seguidme!. Se fue

por aquí, dirección a la montaña “Las Tres Palmeras”.-dijo

el mono.

-Aquí comienza la

búsqueda-dijo el capitán-

¡formad grupos de tres y los

numeráis!.

(alto y fuerte prosiguió)

¡grupos 1 y 2: rodead la

montaña, el 3 por la

izquierda, el grupo 4 por la

derecha, y nosotros

escalaremos esta rocosa pared!

Al escalar la pared llegaron a un camino, donde

casualmente, fueron llegando poco a poco el resto de los

grupos.

-¿Cómo hemos llegado todos al mismo sitio? Ahora no

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nos dividiremos, subiremos todos juntos a la cima.

Seguían andando cuando se oyó: ¡¡Deescaansoo!!

La tripulación paró unos minutos a descansar y después

continuaron su marcha. Al llegar a un templo situado en la

cima, tan solo encontraron un papelito pegado en la puerta

que ponía:

“Adiós amigos, iré a otras partes a conocer el mundo”

Cuando todos vieron lo que la nota decía se quedaron

muy pensativos, sin saber qué decir.

El capitán propuso que se fueran al barco y que se

reunieran para comentar lo que iban a hacer ahora que

sabían lo que había hecho el conejo. La verdad es que se

quedaron todos muy extrañados de por qué había actuado

así y no le había dicho nada ni a su amigo el mono.

Decidieron marcharse todos a buscarlo, ya que pensaron

que le podía haber ocurrido algo malo. Llenaron el barco de

provisiones y emprendieron rumbo a otras partes del

mundo...”

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-¡Caramba, qué sueño he tenido!- exclamó la pequeña Ro-

¡Vaya sueño he tenido!, he vivido toda una aventura: barcos,

capitán, isla, templo... ¡Eureka! ¡lo tengo!

Y se lanzó de la cama al suelo, bajó las escaleras a toda

prisa y sin apenas saludar se bebió el vaso de zumo que sus

papás le habían preparado.

-¿Qué te pasa Ro, te noto nerviosa?- preguntó su mamá.

- He tenido un sueño extraño, pero... he tenido una idea

genial al despertarme. Tengo que contarlo en el cole, porque

puede ayudar a encontrar a Bigolibro. El pobre anda

despistado por otros mundos y creo que tengo la solución

para encontrarlo -respondió Ro.

Ro salió corriendo y subió a toda prisa una empinada calle

que la conducía al cole.

-¡He tenido una idea, tengo una idea para encontrar a

nuestra mascota lectora! -gritaba a toda voz la pequeña Ro,

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mientras sus compañeros y compañeras se acercaban a ella.

-¿Cuál, cuál? -preguntaban todos agitados

-He soñado que Bigolibro está conociendo otros mundos,

creo que tiene ganas de aventura y he pensado que podemos

buscarlo en la estantería de libros de ficción y aventura de

nuestra biblioteca escolar. Además, allí hay un libro que se

llama “La Vuelta Al Mundo En 80 Días”, quizás Bigolibro se

ha colado dentro. Si vemos el libro podemos obtener alguna

pista.

Todos los niños y niñas entraron el clase con muchos

nervios, deseando que llegara la hora de ir a la biblioteca.

Ese día todo el alumnado trabajó deprisa y muy bien, para

poder ir cuanto antes a la casa de Bigolibro

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Cuando, por fin, entraron en la biblioteca se pusieron a

toda prisa a buscar por las estanterías el mencionado libro,

pensando que podría estar dentro, pero... ooohhh, no hubo

suerte, Bigolibro tampoco estaba allí.

Viendo la cara de desilusión de todos sus compañeros, Ro

empezó a darle vueltas a su cabeza y de repente, se le ocurrió

otra idea: Bigolibro podría estar en el otro aula de biblioteca,

en el cole de El Madroño. Los profesores y compañeros

pensaron que era una idea genial, así que todos fueron allí a

buscar a nuestro amigo conejito.

Entraron en el colegio muy ilusionados, pero

desgraciadamente no lo encontraron.

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-A lo mejor ha ido a dar un vuelta -dijo la intrépida Ro.

Lo buscaron por todo el pueblo, fueron a los bares, a la

biblioteca, al Ayuntamiento, fueron hasta el Riscal, pero no lo

encontraron, aunque esta vez había dejado algunas pistas. Así

que siguieron buscando por los riscos, cuevas y montes, pero

nada.

Ya se estaba haciendo de noche, así que hicieron noche en

El Madroño. Al día siguiente continuaron buscando por todo

el pueblo, preguntaron y preguntaron, pero todas las personas

del pueblo decían que no lo habían visto.

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Decidieron ir a las aldeas a probar suerte, pero no la

obtuvieron, por tanto, después de varios días, decidieron que

debían volver a Berrocal.

Ro ya lo tenía decidido. Para buscar a Bigolibro no podían

ir en coche desde El Madroño a Berrocal; Bigolibro podría

estar escondido en cualquier sitio. Hay muchos escondites

posibles en los escasos 8 kilómetros que separan ambas

localidades. Si fueran en coche no tendrían oportunidad de

buscarlo adecuadamente.

Sería necesario bajar a los más profundos barrancos.

También sería conveniente subir a las cumbres de los

escarpados cerros para otear el horizonte.

Hay muchos caminos y veredas que parten desde ambos

lados de la carretera.

-Me viene a la cabeza -decía Ro mientras emprendían el

camino- un libro de Mark Twain que leí hace tiempo. No

recuerdo el título, pero trataba de un muchacho que vivía

impresionantes aventuras con sus amigos. ¡Sí, ya sé que el

Gallego no es el Mississipi!, donde Tom Sawyer se divertía

con su amigo Huckleberry... ¡Caramba, ya me acuerdo del

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título!: “Las Aventuras de Tom Sawyer”, ¡Cómo disfruté

leyendo sus aventuras!. Me gustaría vivir historias parecidas.

Hasta es posible que nos topemos con algún fugitivo y

tengamos los mismos problemas que Tom con el indio Joe.

-Ja ja je je ja...- reían todos sus compañeros.

Finalmente decidieron coger

unas mulas de la cuadra y se

pusieron en marcha hacia

Berrocal.

A unos 3 kilómetros pararon en una fuente a beber y a

darle agua a las mulas. De repente, escucharon un ruido

detrás de unos matorrales; se asustaron y salieron corriendo

hacia sus mulas. Ro cogió unas piedras, las tiró a los

matorrales y salieron cinco animales que desconocían; a esto

que pasaba un hombre a coger agua de la fuente, así que

aprovecharon para preguntar:

-¿Sabe usted qué tipo de animales son esos que han salido

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de los matorrales?

-El hombre contestó: eso son jabatos; son de la familia de

los cerdos. Se diferencian de ellos en que tienen un pelo más

basto y gordo, además de unos colmillos muy grandes. Son

capaces de mover enormes piedras de varias toneladas con su

hocico.

Después de aclarar su duda, emprendieron rápidamente su

viaje.

Unos dos kilómetros después llegaron al Gallego, un río

que comienza en Los Villares, una finca de El Álamo. Como

se acercaba la noche se metieron debajo del puente a dormir.

Cuando se durmieron, una extraña voz los despertó, venía

de detrás de unos juncos. En realidad era muy parecida a la

de Bigolibro. Todos se ilusionaron cuando vieron salir un

conejo.

-¡BIGOLIBRO!- gritaron todos

al unísono.

-Lo siento chicos, no soy

Bigolibro, soy su primo

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Bigorrevista, yo también ando buscándolo, me han dicho que

la última vez que lo vieron estaba en Berrocal- dijo el

animalito.

-Bigorrevista, ¿qué te parece si seguimos buscándolo por

todo el camino hasta llegar allí?-dijo Miguel.

-Estoy de acuerdo, pero creo que es mejor que vayamos

separados, yo podré adentrarme mejor en los campos y

preguntarle a todos los animalillos que me encuentre. ¡Ya nos

iremos informando de nuestros adelantos, suerte chicos!-

contestó Bigorrevista.

Tardaron varios días en llegar a Berrocal, ya que fueron

parando por todos los caminos y senderos.

Al llegar allí continuaban sin pistas; entonces decidieron

seguir hasta Zalamea.

Miguel decidió cortar camino por el “Cortafuegos del

Eucalipto” y los demás, con Ro a la cabeza, irían por la

carretera. Se reunieron todos en el puente del Río Tinto, pero

por mucho que buscaban no lo encontraban. Buscaron por

encima y por debajo del puente, pero lo único que

encontraron fueron nidos de palomas. Por tanto, siguieron

rumbo a La Picota. Por el camino, en la carretera se

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encontraron a diez vacas y al vaquero y le preguntaron:

-¿Ha visto usted a nuestra mascota lectora?, es un conejo

lector de color blanco que siempre lleva un libro en la mano.-

Dijo Miguel.

-No lo he visto por aquí, pasaos por La Picota para ver si

está allí. Suerte -dijo el vaquero.

Una vez en La Picota preguntaron a quienes estaban en el

bar y de camino, se pararon a almorzar.

Los camareros les dijeron que no lo conocían, ni siquiera

lo habían visto por allí.

Ante esta respuesta decidieron ir a Marigenta, al

Membrillo Bajo y al Membrillo Alto, a todas las fincas del

camino... hasta llegar al cruce.

De repente, se dieron cuenta de que las mulas estaban

demasiado cansadas para continuar, así que las dejaron en

una finca y siguieron a pie el camino de Zalamea; iban

hablando de lo importantes que eran las mulas para los

humanos, porque no sólo transportaban personas, sino

también animales, leña y otros materiales.

-¡Qué sorpresa!, aquí hay un colegio- dijeron al llegar a

Zalamea- puede que estos niños sepan algo de Bigolibro.

¡Vamos a preguntar!.

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-¿Chicos, conocéis a Bigolibro?- dijo Ro

-Si, es nuestro amigo, pero hace tiempo que no viene por

aquí y le echamos mucho de menos.-Dijo un niño.

-¿Queréis pasar a conocer nuestro colegio?- preguntó otra

de las niñas de Zalamea.

A todos les pareció buena idea, ya que nunca habían

estado en un colegio tan grande. Les pareció chulísimo, por

lo que no les extrañó que Bigolibro pudiera haberse alojado

en él.

Pero... qué gran desilusión se llevaron cuando en el recreo

empezaron a preguntar por su mascota y un niño les contestó:

− Estuvo

aquí hace media

hora

aproximadamente,

pero no lo he

vuelto a ver, la

verdad, es que

parecía que iba de

paso y no pensaba quedarse.

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HISTORIAS DE BIGOLIBRO

Cuando recibieron esa noticia, pensaron que lo mejor sería

seguir hasta Valverde, que es un pueblo aún mayor y seguro

que Bigolibro había ido allí en busca de historias; pero antes

de salir de Zalamea les pareció ver de lejos unas grandes

orejas blancas y empezaron a seguirlas, pero ya no las

pudieron ver más.

Al darse cuenta de que se les había pasado el día y no

había habido suerte, Miguel propuso que pasaran la noche en

el campo y continuaran buscando con la luz del día.

Por la mañana, despertaron con un tremendo jaleo que

había formado detrás de una montaña, ¿qué sería eso?.

Subieron a la cima de la montaña y se dieron cuenta de

que ya podían ver el pueblo de destino, así que se animaron

mucho y llegaron a Valverde rápidamente. La sorpresa fue al

llegar, cuando Ro vio un cartel de que estaban en

“Carnavales”.

Se encontraron

con un grupo de

personas, una de

ellas parecía un

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HISTORIAS DE BIGOLIBRO

conejo, por lo que lo empezaron a seguir, cada vez había más

gente disfrazada, así que empezaron a gritar:

-¡Bigolibro!, ¡Bigolibro!, le daban la vuelta a uno y otro

conejo, pero ninguno era Bigolibro.

Entonces, antes de caer en la desesperación, Ro tuvo una

fantástica idea:

¿Y si Bigolibro se disfrazó en carnavales para que nadie le

reconociese?

Cogió de la mano a Miguel y fueron rápidamente a la

plaza del pueblo. Debían reformular la pregunta y preguntar

a los habitantes, no por un conejo blanco con un libro en la

mano, sino por un animal disfrazado con apariencia

sospechosa.

Interrogaron a las personas de la plaza, pero nadie había

observado nada extraño ente los carnavaleros.

Miguel pensó que debían preguntar a las personas más

mayores, porque debido a su experiencia y paciencia suelen

fijarse más en los pequeños detalles.

¡Efectivamente! Al preguntar a un anciano oriundo de

Valverde les comentó que había observado un disfraz poco

usual: “Era un vaquero con bigotes muy largos, pies muy

grandes y patas muy cortas, pero lo que más llamaba la

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atención eran los dos orificios que tenía en su sombrero para

que salieran dos grandes orejas.

¡Por fin! Estaban tras la pista de Bigolibro, pero iba

disfrazado de vaquero.

Ro pensó que si Bigolibro se había disfrazado era porque

quería participar en los carnavales, así pues, pusieron rumbo

al teatro municipal; allí preguntaron al conserje, quien les

comentó haber visto un vaquero con grandes orejas, que no

paraba de cantar sobre lo maravilloso que son los libros.

-¡Es él, estoy seguro!-gritó Miguel- Ahora debemos ver las

chirigotas y comparsas que actúan para localizar a Bigolibro.

-¡Qué bien!-pensaron-después de tanto sufrir buscando a

nuestro amigo, vamos a poder disfrutar de la magia del

carnaval y con un poco de suerte encontrar a Bigo.

Estuvieron viendo muchas chirigotas, comparsas, coros y

cuartetos, pero no veían a su mascota. Ya se estaban

terminando las actuaciones cuando Sofía, otra de las niñas del

cole, vio algo, ¡parecía él!. Fueron corriendo a los camerinos

y cuando lo tenían delante, Ro, muy decidida, le dijo:

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-¡Tú eres Bigolibro!

-No, chica, yo soy

Roberto, el conejo de las

enciclopedias, siento no

ser quién buscáis.

Todos decepcionados

se dieron la vuelta para

irse, pero el conejo de las

enciclopedias los llamó y les dijo:

¡Chicos! ¿Seguís buscando a Bigolibro, verdad?

Bigorrevista me dijo el otro día que había unos niños

buscando a su mascota lectora…

Ro, muy nerviosa, le interrumpió: ¿Tú sabes dónde está?

No, pero creo que conozco a alguien que sí podría saberlo.

¿Y quién es?- volvió a preguntar Ro con mucha ansiedad.

Se trata de Bigorregistro. Él lo sabe todo sobre los libros,

así como qué libros se lee cada persona del mundo entero.

Los niños, muy ilusionados y contentos fueron en busca de

Bigorregistro, a quien no tardaron en encontrar, para

comprobar si Roberto estaba en lo cierto y él sabía dónde

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estaba Bigolibro.

A ver, a ver que busque en mi registro...-Contestó el

conejo- Bigolibro está en Trigueros, sacó un libro de la

biblioteca.

Muchas gracias Bigorregistro, estamos muy contentos con

tu ayuda, cuando necesites algo de nosotros no dudes en

preguntarnos, que te ayudaremos en todo lo que podamos.-

dijo Ro, quien, junto a sus compañeros, salió corriendo a

buscar a Bigolibro.

Cuando llegaron a Trigueros se encontraron que el pueblo

estaba en fiestas, así que se enfrentaban a una difícil tarea,

gente arriba y abajo por todas partes. Se pusieron a buscar

como locos.

Entre todo el mogollón de gente vieron una cara que... si

no era la de Bigolibro, debía de ser la de un hermano, porque

eran igualitos.

Miguel dijo: ¡Mirad, ese es Bigolibro!

Se acercaron a él todo lo que pudieron y le preguntaron

que si él era quién buscaban.

− No chicos, soy Pablo, otro conejo lector, de la misma

familia, pero no soy Bigolibro. Siento no poder ayudaros.

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HISTORIAS DE BIGOLIBRO

Era otra falsa pista, así que Ro y Miguel decidieron que lo

mejor sería volver al colegio porque pensaron que a lo mejor

se habían confundido en alguna y esto podía haberlos hecho

buscar en el lugar equivocado.

Una vez en el colegio, se dirigieron a la biblioteca para

analizar todas las pistas y repasar una por una; podía ser que

Bigolibro les hubiera gastado una broma y no hubiera salido

del colegio.

¿Si Bigo no había salido del colegio, cómo es que no lo

había visto nadie? ¿Dónde se había podido esconder?

Debemos buscar minuciosamente- dijo Ro- ¡manos a la

obra!

Decidieron formar un grupo de investigación, más bien,

convertirse en detectives, porque estaba claro que Bigo no se

lo había puesto nada fácil, así

que se ataviaron con gorras,

lupas y gabardina, al estilo de

un autentico detective inglés y...

¡comenzó la búsqueda!

En una de las estanterías

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HISTORIAS DE BIGOLIBRO

encontraron una nota que decía:

“Queridos niños y niñas, hay veces en las que estamos

tan ocupados con nuestros asuntos, que ignoramos cosas

que están ocurriendo a nuestro alrededor y a veces las

soluciones a los problemas están más fácil de lo que

pensamos, sólo hay que esforzarse un poco, así que ánimo y

a seguir buscando”.

Buscaron entro todos los libros de colegios y bibliotecas.

Estaba claro, sólo faltaba buscar en sus recuerdos, en los

libros de su infancia. Buscaron en el libro del “Patito Feo”,

Cenicienta, El Gato Con Botas, y hasta en su preferido, El

Conejo de Pascua, pero no aparecía por ninguna página.

Se les ocurrió que no sólo podía estar en libros, también

podía estar en álbumes de fotos, álbumes de pegatinas,

cuadernos..., así que fueron a buscar entre todas esas cosas.

Estaban muy preocupados, pero se divirtieron mucho

buscando y recordando sus fotos, colecciones, etc.

Se reían mucho cuando salían disfrazados de carnavales,

de Halloween y también de Navidad...pero nada, no aparecía

por ninguna parte e incluso buscaron en revistas de todo tipo:

del corazón, de cotilleos, de famosos, la Súper-Pop, Bravo y

muchas más.

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HISTORIAS DE BIGOLIBRO

Como no lo encontraron ni en libros, álbumes, ni revistas,

a Ro se le ocurrió que Bigolibro podría haberse metido en el

blog del colegio para ver todo lo que se estaba haciendo en el

cole, que siempre es muy “diver” y a él le encantaba estar

allí.

Buscaron en todos los comentarios, en los “recomiendo

leer”, entre las páginas de la revista escolar digital, en las

tarjetas de felicitación y hasta en los cómics, pero no tuvieron

nada de suerte, eso sí, seguían divirtiéndose mucho y

pasándolo genial al recordar todas las actividades que habían

ido haciendo a lo largo del curso.

Al día siguiente, y sin

dejarse llevar por el

desánimo y la

incertidumbre del día

anterior, siguieron

buscando a Bigolibro. Lo

hicieron en el interior de la escuela, por el aula, entre los

libros, debajo de las mesas, las sillas, el perchero, todo

aquello que pudiera tener escondido algo debajo fue movido

de su posición original... pero seguían sin saber nada de él.

La intrépida Ro, opinó que tendrían que empezar a pensar

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HISTORIAS DE BIGOLIBRO

que Bigo, quizás estuviese enfadado con ellos por su escasa

lectura.

-Sería una buena idea leer más-dijo- estoy segura de que

aparecería al instante, de alguno de esos sitios en los que ya

hemos mirado en más de una ocasión, que saltaría de un

brinco sobre nuestras narices, devolviéndonos su gracia y

saber.

Pero lo que los niños y niñas no sabían era que Bigolibro

les tenía preparada una sorpresa.

Se acercaba el final del curso y este conejo tan divertido

quería sorprender a los escolares de Berrocal y EL Madroño

de una manera un tanto especial, como sólo él sabía hacer en

sus libros de aventuras.

Durante estos últimos meses había estado viajando a

Zalamea, Valverde, Trigueros… para conocer los intereses e

inquietudes de todos los niños y niñas de otros pueblos y así

poder rellenar de hermosas historias las estanterías de nuestra

biblioteca escolar.

Pensó que ya era hora de regresar y contar a sus lectores

las maravillas que había vivido durante ese tiempo, además,

sabía que debían estar preocupados por él.

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HISTORIAS DE BIGOLIBRO

Pero quería que su aparición fuese un tanto mágica. Así

que, como conocía muy bien al alumnado del cole, sabía que

disfrutan bañándose en la Rivera y que la magia, por otro

lado, formaba parte de sus vidas. Combinando ambos

aspectos, comenzó a idear un plan:

Dos ideas rondaban por su mente, una de ellas era

organizar una excursión a la Rivera del Molino para que el

alumnado pudiera cambiar sus aulas por un espacio natural

maravilloso, con sus cálidas aguas y su hermosa vegetación

y, de alguna manera, estar presente en la actividad a través

de juegos con su imagen, pero permaneciendo escondido en

su madriguera, situada entre el puente y la casa del

molinero.

La otra idea que merodeaba por su cabeza consistía en

que un mago, con sus trucos de magia, realizase un número

espléndido en el que lo hiciese aparecer de una enorme

chistera.

Así que pensó que, tal vez, a estos chicos y chicas les

gustase que un mago visitase el Centro el día de la fiesta de

fin de curso y que llevase a cabo este número en su

actuación.

Lo tenía difícil para decidirse, porque ambas ideas eran

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HISTORIAS DE BIGOLIBRO

geniales.

Pero, ¿por qué tener que decidir entre ambas ideas?, tal vez se

pudieran realizar las dos.

Al fin llegó el ansiado día de ir a la rivera; nervios, emoción,

y alegría invadían a los niños, los cuales cambiarían al menos por

una jornada los pupitres y estudios por un día de baño. Algo estaba

a punto de ocurrir.

Alguien dijo: ¡Mirad en ese árbol, hay una tarjeta con el

rostro de Bigolibro!

Todos acudieron a la velocidad del rayo.

¡Es verdad, es Bigolibro!

Más allá se oyó, ¡aquí hay otro!, y así las voces se fueron

sucediendo al igual que las tarjetas de Bigolibro.

Alguien del grupo pensó en voz alta, ¿puede que sean pistas,

señales que nos está dejando para que le encontremos?

-¡Sí, sí , como las migas de pan del cuento de Hansel y

Gretel!-contestó Miguel.

-Es verdad, puede ser eso-dijo Ro.

Todos se animaron a seguir buscando a Bigolibro y

recogieron más de una veintena de tarjetas, sin embargo no

aparecía.

Uno de los niños pensó: si ha puesto las tarjetas,

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HISTORIAS DE BIGOLIBRO

probablemente esté aquí, ¿verdad?

Todos gritaron al unísono ¡ Bigolibro! , ¡ Bigolibro! pero

nada de nada, seguía sin aparecer y quedaron un poco

desilusionados.

Después de un largo día de baño y juego y exhaustos por el

cansancio, marcharon de nuevo de regreso hacia sus casas. Sin

embargo en la mente de todos los niños rondaba la misma

pregunta:

¿por qué no habrá aparecido Bigolibro?

Lo que ellos no sabían era que, aún les quedaba alguna

sorpresa más por vivir, ya que la vida es como un libro de

aventuras, “puedes saber como empieza pero nunca imaginar

cómo acaba la historia”.

Y así fue como ocurrió:

Celebraban el día de fin de curso y ya pocos pensaban en

Bigolibro; sólo tenían una obsesión, acabar el curso y disfrutar de

los días de baño en la piscina, de la siesta del verano y de poder

jugar en la calle hasta bien entrada la noche.

Para aquella ocasión y como premio al duro curso escolar, el

colegio contrató los servicios de un mago, y como todo buen

mago que se precie, nos deleitó con sus trucos de magia, donde no

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HISTORIAS DE BIGOLIBRO

podía faltar el adivinar una carta elegida al azar por un niño, sacar

pañuelos y pañuelos de la boca, hacer desaparecer el agua que hay

dentro de una botella, hacer aparecer...

¡ Dios mío, es Bigolibro!

¡Sí, era él!

El mago hizo aparecer un conejo de su chistera y ese era

Bigolibro.

Todos enmudecieron por un instante, quedaron boquiabiertos,

perplejos... nadie pronunció palabra alguna.

Sin embargo Bigolibro sí habló, y lo hizo para recordarles

algo:

“Acaba el curso y comienza el tiempo de descanso, aún así no

debéis olvidar algo, tenéis que leer al menos tres veces por

semana”, como si de una receta prescrita por el médico se tratase,

“No podéis olvidar que detrás de cada libro hay una historia que

vivir , porque al leer lo hacéis en primera persona”.

Dicho esto, Bigolibro se despidió hasta el nuevo curso, y

dando un brinco se coló de nuevo en la chistera del mago; el mago

lo buscó, metió su mano en el sombrero pero sólo encontró una

tarjeta que decía:

“¡¡¡Hasta el próximo curso y Feliz Verano!!!”