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PAUL RICŒUR HISTORIA Y VERDAD FONDO DE CULTURA ECONÓMICA México - Argentina - Brasil - Colombia - Chile - España Estados Unidos de América - Guatemala - Perú - Venezuela

Historia y verdad

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Adelanto del libro Historia y verdad, de Paul Ricoeur. De próxima aparición editado por Fondo de Cultura Económica.

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  • PAUL RICUR

    HISTORIA Y VERDAD

    FONDO DE CULTURA ECONMICAMxico - Argentina - Brasil - Colombia - Chile - Espaa

    Estados Unidos de Amrica - Guatemala - Per - Venezuela

  • Primera edicin en francs, 1955Segunda edicin en francs, 1964Tercera edicin en francs, 1967Primera edicin en espaol fce Argentina, 2015

    Ricur, Paul Historia y verdad. - 1a ed. - Ciudad Autnoma de Buenos Aires : Fondo de Cultura Econmica, 2015. 419 p. ; 21x14 cm. - (Filosofa)

    Traducido por: Vera Waskman ISBN 978-987-719-071-7

    1. Filosofa de la historia. I. Waskman, Vera, trad. CDD 901

    Armado de tapa: Juan Balaguer

    Ttulo original: Histoire et Vrit ISBN de la edicin original: 978-2-02-041094-6 1955, 1964, 1967, ditions du Seuil

    D.R. 2015, Fondo de Cultura Econmica de Argentina, S.A.El Salvador 5665; C1414BQE Buenos Aires, [email protected] / www.fce.com.arCarr. Picacho Ajusco 227; 14738 Mxico D.F.

    ISBN: 978-987-719-071-7

    Comentarios y sugerencias: [email protected]

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    Prohibida su reproduccin total o parcial por cualquiermedio de impresin o digital, en forma idntica, extractadao modificada, en espaol o en cualquier otro idioma,sin autorizacin expresa de la editorial.

    Impreso en Argentina - Printed in ArgentinaHecho el depsito que marca la ley 11723

  • 7NDICE

    Prefacio a la primera edicin (1955) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11Prefacio a la segunda edicin (1964) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

    Primera parteVerdad en el conocimiento de la historia

    I. Perspectivas crticas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29Objetividad y subjetividad en historia . . . . . . . . . . . . . . . . 29La historia de la filosofa y la unidad de lo verdadero . . . 53Nota sobre la historia de la filosofa y la sociologa del conocimiento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71Historia de la filosofa e historicidad . . . . . . . . . . . . . . . . . 77

    II. Perspectivas teolgicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95El cristianismo y el sentido de la historia . . . . . . . . . . . . . 95El socius y el prjimo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115La imagen de Dios y la epopeya humana . . . . . . . . . . . . . 130

    Segunda parteVerdad en la accin histrica

    I. Personalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 155Emmanuel Mounier: una filosofa personalista . . . . . . . . 155

    II. Palabra y praxis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193Verdad y mentira . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193Nota sobre el deseo y la tarea de la unidad. . . . . . . . . . . . 225

  • 8 HISTORIA Y VERDAD

    Sexualidad. La maravilla, la errancia, el enigma . . . . . . . 231Trabajo y palabra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 244

    III. La cuestin del poder . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271El hombre no violento y su presencia en la historia. . . . . 271Estado y violencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 284La paradoja poltica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 300Civilizacin universal y culturas nacionales . . . . . . . . . . . 329Previsin econmica y eleccin tica . . . . . . . . . . . . . . . . . 346

    IV. Potencia de la afirmacin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 365Verdadera y falsa angustia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 365Negatividad y afirmacin originaria . . . . . . . . . . . . . . . . . 386

    Nota sobre el origen de los textos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 415ndice de nombres. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 417

  • A Roger Mehl

  • Primera parte

    VERDAD EN EL CONOCIMIENTO DE LA HISTORIA

  • 29

    I. PERSPECTIVAS CRTICAS

    Objetividad y subjetividad en historia

    El problema propuesto es ante todo un problema de metodologa que permite retomar por la base las preguntas propiamente peda-ggicas de coordinacin de las enseanzas; pero por detrs de este problema pueden advertirse y retomarse filosficamente los inte-reses ms importantes puestos en juego por el conocimiento his-trico. Tomo prestado de Kant el trmino inters: en el momento de resolver las antinomias de la razn entre ellas, la de la causa-lidad necesaria y la causalidad libre, se detiene para pesar los intereses puestos en la balanza por una u otra posicin; se trata, desde luego, de intereses propiamente intelectuales o, como dice Kant, del inters de la razn en ese conflicto con ella misma.

    Debemos proceder de la misma manera con la aparente alter-nativa que se nos propone; los intereses diversos estn representa-dos por estos dos trminos: objetividad, subjetividad, expectativas de diferente calidad y de diferente orientacin.

    Esperamos de la historia una cierta objetividad, debemos partir de la objetividad que le conviene y no del otro trmino. Ahora bien, qu esperamos bajo ese ttulo? La objetividad aqu debe tomarse en su sentido epistemolgico estricto: es objetivo aquello que el pensamiento metdico ha elaborado, puesto en or-den, comprendido y aquello que puede as hacer comprender. Esto es cierto de las ciencias fsicas, de las ciencias biolgicas; tambin es cierto de la historia. Esperamos, por consiguiente, de la historia que haga acceder el pasado de las sociedades humanas a esa dignidad de la objetividad. Eso no quiere decir que esa ob-jetividad sea la de la fsica o de la biologa: existen tantos niveles de objetividad como comportamientos metdicos. Esperamos,

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    entonces, que la historia aada una nueva provincia al imperio variado de la objetividad.

    Esta espera implica otra: esperamos del historiador una cierta calidad de subjetividad, no una subjetividad cualquiera, sino una subjetividad que sea precisamente apropiada a la objetividad que conviene a la historia. Se trata, pues, de una subjetividad implicada, implicada por la objetividad que se espera. En consecuencia, pre-sentimos que existe una subjetividad buena y una mala, y espera-mos distincin de la buena y la mala subjetividad por el ejercicio mismo del oficio de historiador.

    Eso no es todo. Bajo el ttulo de subjetividad esperamos algo ms grave que la buena subjetividad del historiador; esperamos que la historia sea una historia de los hombres y que esta historia de los hombres ayude al lector, instruido por la historia de los his-toriadores, a edificar una subjetividad de alto rango, la subjetivi-dad no solo de m mismo sino del hombre. Pero este inters, esta espera de un paso por la historia de m al hombre, ya no es exactamente epistemolgica, sino filosfica en sentido propio, por-que lo que esperamos de la lectura y de la meditacin sobre las obras del historiador es, por cierto, una subjetividad de reflexin. Ese inters ya no concierne al historiador que escribe la historia, sino al lector en particular al lector filosfico, el lector en quien ter-mina todo libro, toda obra, por su cuenta y riesgo.

    Este ser nuestro recorrido de la objetividad de la historia a la subjetividad del historiador; de una y de otra a la subjetividad fi-losfica (para emplear un trmino neutro que no prejuzga sobre el anlisis ulterior).

    El oficio de historiador y la objetividad en historia

    Esperamos de la historia una cierta objetividad, la objetividad que le conviene; la manera en que la historia nace y renace nos lo prueba; procede siempre de la rectificacin del ordenamiento oficial y pragmtico de su pasado por las sociedades tradicionales. Esta

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    rectificacin corresponde al espritu de la rectificacin que repre-senta la ciencia fsica respecto del primer ordenamiento de las apa-riencias en la percepcin y en las cosmologas tributarias de ella.1

    Pero quin nos dir qu es esta objetividad especfica? El fil-sofo no tiene lecciones para darle al historiador; el ejercicio mismo de un oficio cientfico es lo que instruye al filsofo. Debemos escu-char, primero, al historiador cuando reflexiona acerca de su oficio, pues l es la medida de la objetividad que conviene a la historia, del mismo modo que es ese oficio el que da la medida de la buena y la mala subjetividad que implica esa objetividad.

    Oficio de historiador: todo el mundo sabe que ese ttulo es el que Marc Bloch aadi a su Apologie pour lhistoire (Apologa para la historia). Este libro, por desgracia inconcluso, contiene sin em-bargo todo lo necesario para plantear los primeros cimientos de nuestra reflexin. Los ttulos de los captulos de mtodo obser-vacin histrica, crtica, anlisis histrico no nos dejan duda: marcan las etapas de una objetividad que se construye.

    Hay que estar agradecido a Marc Bloch por haber llamado observacin al acercamiento al pasado por parte del historiador: retomando la palabra de Simiand, que denominaba a la historia un conocimiento por las huellas, muestra que esa aparente servi-dumbre de no estar nunca ante su objeto pasado, sino ante su hue-lla, no descalifica de ningn modo a la historia en tanto ciencia: la aprehensin del pasado en sus huellas documentales es una obser-vacin en el sentido fuerte de la palabra; porque observar no signi-fica nunca registrar un hecho bruto. Reconstituir un aconteci-miento o, mejor, una serie de acontecimientos, o una situacin, o una institucin, a partir de documentos, es elaborar una conducta de objetividad de un tipo propio, pero irrecusable: pues esta re-

    1 Se ha demostrado en tiempos recientes que Tucdides distinguindose de Herdoto est animado por la misma pasin de causalidad rigurosa que Anaxgoras, Leucipo y Demcrito, por la misma bsqueda del principio de movimiento que la fsica presocrtica. Este principio de movimiento lo busca en las sociedades humanas, del mismo modo que los fsicos en las cosas de la naturaleza.

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    constitucin supone que el documento sea interrogado, forzado a hablar; que el historiador vaya al encuentro de su sentido, arro-jando una hiptesis de trabajo; esta investigacin eleva la huella a la dignidad de documento significativo y eleva el pasado mismo a la dignidad de hecho histrico. El documento no era documento antes de que el historiador haya pensado en hacerle una pregunta y, de esa misma manera, el historiador instituye, por as decir, un documento hacia atrs y a partir de su observacin; y de este modo, instituye hechos histricos. En este sentido, el hecho hist-rico no difiere en lo fundamental de los otros hechos cientficos, de los que Canguilhem deca, en una confrontacin parecida a esta: El hecho cientfico es lo que la ciencia hace al hacerse. Eso es la objetividad: una obra de la actividad metdica. Por eso esta activi-dad lleva el bello nombre de crtica.

    Hay que estar agradecido, en segundo lugar, a Marc Bloch por haber llamado anlisis, y no ante todo sntesis, a la actividad del historiador que busca explicar. Tiene mil veces razn al negar que el historiador tenga como tarea restituir las cosas tal como ocu-rrieron. La historia no tiene la ambicin de hacer revivir, sino de re-componer, re-constituir, es decir, de componer, de constituir un encadenamiento retrospectivo. La objetividad de la historia con-siste, precisamente, en esa renuncia a coincidir, a revivir, en esa ambicin de elaborar encadenamientos de hechos al nivel de una inteligencia historiadora. Y Marc Bloch subraya qu enorme por-cin de abstraccin supone un trabajo semejante; pues no hay ex-plicacin sin constitucin de series de fenmenos: serie econ-mica, serie poltica, serie cultural, etc.; en efecto, si se pudiera identificar, reconocer una misma funcin en los acontecimientos otros, no habra nada que comprender; solo hay historia porque ciertos fenmenos continan: En la medida en que su determi-nacin se opera de lo ms antiguo a lo ms reciente, los fenmenos humanos se ordenan ante todo por cadenas de fenmenos seme-jantes; clasificarlos por gneros es, entonces, poner al desnudo l-neas de fuerza de una eficacia capital (p. 74). Solo hay sntesis histrica porque, en primer lugar, la historia es un anlisis y no una

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    coincidencia emocional. Como todo otro sabio, el historiador busca las relaciones entre los fenmenos que ha distinguido. Se insistir todo lo que sea necesario a partir de all sobre la necesidad de com-prender los conjuntos, los lazos orgnicos que exceden toda causa-lidad analtica; se opondr, entonces, tanto como sea necesario, comprender y explicar. Sin embargo, no se puede hacer de esta distincin la clave de la metodologa histrica; como dice Marc Bloch: Este trabajo de recomposicin no podra venir sino des-pus del anlisis. Digmoslo mejor: no es ms que la prolongacin del anlisis como su razn de ser. En el anlisis primitivo, contem-plado antes que observado, cmo se habran discernido las rela-ciones, puesto que nada estaba distinguido? (p. 78).

    La comprensin no es pues lo opuesto de la explicacin, a lo sumo es el complemento y la contraparte. Lleva la marca del an-lisis de los anlisis que la ha hecho posible. Y conserva esa marca hasta el final: la conciencia de poca que el historiador, en sus sntesis ms vastas, procurar reconstituir se alimenta de todas las interacciones, de todas las relaciones en todos los sentidos que el historiador ha conquistado por medio del anlisis. El hecho hist-rico total, el pasado integral, es propiamente la idea reguladora de este esfuerzo. No es algo inmediato; nada es ms mediato que una totalidad: es el producto de una concepcin ordenadora que ex-presa el esfuerzo ms alto de puesta en orden de la historia por el historiador; es, para hablar otro idioma (ms cientfico), el fruto de la teora, en el sentido en que se habla de la teora fsica.

    En consecuencia, ninguna concepcin ordenadora abarcar toda la historia: una poca sigue siendo un producto de anlisis; la historia no propondr nunca a nuestra comprensin sino par-tes totales (para hablar como Leibniz), es decir, sntesis analti-cas (para retomar una expresin audaz de la Deduccin trascen-dental de Kant).

    As, de un lado al otro, la historia es fiel a su etimologa: es una investigacin, . No es, en primer lugar, una interrogacin ansiosa sobre nuestra desalentadora historicidad, sobre nuestra manera de vivir y de fluir en el tiempo, sino una rplica a esa con-

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    dicin histrica: una rplica por la eleccin de la historia, por la eleccin de un cierto conocimiento, de una voluntad de comprender racionalmente, de edificar aquello que Fustel de Coulanges lla-maba la ciencia de las sociedades humanas y que Marc Bloch llama una empresa razonada de anlisis.

    Esta intencin de objetividad no est limitada a la crtica docu-mental, como lo cree un positivismo estrecho; anima inclusive las grandes sntesis; su racionalismo aproximado es de la misma raza que el de la moderna ciencia fsica, y la historia no tiene por qu tener respecto de l ningn complejo de inferioridad.

    La objetividad de la historia y la subjetividad del historiador

    En relacin con este oficio de historiador y por tanto, en relacin con esta intencin y con esta empresa de objetividad debemos ahora situar la crtica contempornea que, desde hace medio siglo, viene insistiendo en el rol de la subjetividad del historiador en la elaboracin de la historia.

    En efecto, me parece que no se puede considerar esta subjeti-vidad en s misma sin conocer en primer lugar lo que hace: a saber, precisamente una empresa razonada de anlisis. La prudencia quiere, entonces, que procedamos a la manera de la tradicin re-flexiva, es decir, que busquemos esa subjetividad en su intencin, en su empresa, en sus obras. No hay tampoco fsica sin fsicos, es decir, sin ensayos y errores, tanteos, abandonos, encuentros singu-lares. La revolucin copernicana de Kant no consisti en una apo-teosis de la subjetividad de los sabios, sino en el descubrimiento de esa subjetividad que hace que haya objetos. Reflexionar sobre la subjetividad del historiador es buscar de la misma manera qu sub-jetividad se pone en prctica en el oficio de historiador.

    Pero si existe un problema propio del historiador, este corres-ponde a los rasgos de la objetividad que todava no hemos men-cionado y que hacen de la objetividad histrica una objetividad incompleta comparada con la que se alcanza, al menos de manera

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    aproximada, en las otras ciencias. Presentar estos rasgos sin inten-tar atenuar, al mismo tiempo, los contrastes aparentes entre esta nueva etapa de la reflexin y la precedente.

    1. El primer rasgo se refiere a la nocin de eleccin histrica; de ninguna manera hemos agotado el sentido al decir que el historia-dor elige la racionalidad misma de la historia. Esta eleccin de la racionalidad implica otra eleccin, en el trabajo mismo del histo-riador; esta otra suerte de eleccin se vincula con eso que podra llamarse el juicio de importancia, que rige la seleccin de aconteci-mientos y factores. La historia a travs del historiador solo retiene, analiza y relaciona los acontecimientos importantes. Aqu es donde la subjetividad del historiador interviene en un sentido ori-ginal respecto de la del fsico, bajo la forma de esquemas interpre-tativos. Por consiguiente, es aqu donde la calidad del interroga-dor interesa en la seleccin misma de los documentos interrogados. Ms an, el juicio sobre la importancia, al eliminar lo accesorio, crea una continuidad: lo vivido est descosido, lacerado de insig-nificancia; el relato est ligado, es significante por su continuidad. As, la racionalidad misma de la historia depende de este juicio de importancia que carece, sin embargo, de un criterio seguro. Tiene razn Raymond Aron sobre este punto cuando dice que la teora precede a la historia.

    2. Adems, la historia es tributaria en grados diversos de una con-cepcin vulgar de la causalidad, segn la cual la causa designa a veces el fenmeno que ocurri en ltimo lugar, el menos permanente, el ms excepcional en el orden general del mundo (Marc Bloch); otras veces, una constelacin de fuerzas de evolucin lenta; otras, una estructura permanente. En este sentido, la obra de Braudel El Mediterrneo y el mundo mediterrneo en la poca de Felipe II* marca una fecha desde el punto de vista del mtodo, por su esfuerzo por

    * Fernand Braudel, El Mediterrneo y el mundo mediterrneo en la poca de Fe-lipe II, 2 vols., Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1953. [N. de la T.]

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    desenmaraar y ordenar esas causalidades: plantea, primero, la accin permanente del marco mediterrneo; luego, las fuerzas par-ticulares, pero relativamente constantes de la segunda mitad del siglo xvi; por ltimo, el flujo de los acontecimientos. Este esfuerzo por escalonar las causalidades est en lnea con la empresa de ob-jetividad de la historia. Pero esta puesta en orden seguir siendo siempre precaria, porque la composicin total de causalidades poco homogneas, ellas mismas instituidas y constituidas por el anlisis, plantea un problema casi insoluble. De todas maneras, entre las causalidades que entran en la composicin, es preciso in-corporar motivaciones psicolgicas, siempre salpicadas por una psicologa del sentido comn.

    El sentido mismo de la causalidad que utiliza el historiador sigue siendo a menudo ingenuo, precrtico, fluctuante entre el de-terminismo y la probabilidad: la historia est condenada a usar, de manera concurrente, varios esquemas de explicacin, sin haber reflexionado acerca de ellos y sin haber distinguido, quiz, condi-ciones que no son determinaciones, motivaciones que no son cau-saciones, causaciones que son solo campos de influencia, facilita-ciones, etctera.

    En suma, el historiador practica modos de explicaciones que exceden su reflexin; eso es natural: la explicacin es operada, actuada, antes de ser poseda de manera reflexiva.

    3. Un nuevo rasgo de esta objetividad incompleta corresponde a lo que podra llamarse el fenmeno de distancia histrica; compren-der racionalmente es intentar reconocer, identificar (Kant llamaba a la sntesis intelectual una sntesis de reconocimiento en el concepto). Ahora bien, la tarea de la historia es nombrar lo que ha cambiado, lo que es abolido, lo que fue otro. La vieja dialctica de lo mismo y de lo otro resurge aqu; el historiador de oficio la reencuentra bajo la forma muy concreta de las dificultades del lenguaje histrico, en particular de la nomenclatura: cmo nombrar y hacer comprender en el lenguaje contemporneo, en la lengua nacional actual, una institucin, una situacin abolidas, sino usando similitudes funcio-

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    nales que se corregirn luego por diferenciacin? Evoquemos tan solo las dificultades que se vinculan a las palabras tirana, servidum-bre, feudalidad, Estado, etc. Cada una da cuenta de la lucha del histo-riador por una nomenclatura que permita a la vez identificar y es-pecificar; por esa razn, el lenguaje histrico es necesariamente equvoco. El tiempo histrico viene a oponer aqu, a la inteligencia integradora, su propia obra desintegradora, su disparidad. El histo-riador no puede escapar a esta naturaleza del tiempo, donde, desde Plotino, hemos reconocido el fenmeno irreductible del alejamiento de s, el estiramiento, la distensin, en suma, la alteridad original.

    Estamos en una de las fuentes del carcter in-exacto, e in-cluso no riguroso de la historia; el historiador no se encuentra nunca en la situacin del matemtico que nombra y, al nombrar, determina el contorno mismo de la nocin: Llamo lnea a la inter-seccin de dos superficies.

    Por el contrario, lo que hace las veces de esta actividad primor-dial de denominacin por la cual una ciencia exacta se pone frente a su objeto es una cierta aptitud del historiador para extraarse, para transportarse como por hiptesis a otro presente; la poca que estu-dia es considerada por l como el presente de referencia, como el centro de perspectiva temporal: hay un futuro de ese presente, que est hecho de la espera, de la ignorancia, de las previsiones, de los temores de los hombres de entonces y no de lo que nosotros sabemos que ocurri; tambin hay un pasado de ese presente, que es la memo-ria de los hombres de otro tiempo, y no de lo que nosotros sabemos de su pasado. Ahora bien, ese traslado a otro presente, que tiene que ver con el tipo de objetividad de la historia, es una especie de imaginacin; una imaginacin temporal, si se quiere, puesto que otro presente es re-presentado, re-portado al fondo de la distancia temporal en otro tiempo. Por cierto, esa imaginacin marca la entrada en es-cena de una subjetividad que las ciencias del espacio, de la materia y las ciencias naturales dejan fuera. Inclusive es un don raro saber acer-car a nosotros el pasado histrico, restituyendo al mismo tiempo la distancia histrica, ms an: insinuando, en el nimo del lector, una conciencia de alejamiento, de profundidad temporal.

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    4. Por fin, ltimo rasgo, pero no menor, ltimo rasgo decisivo: la historia quiere explicar y comprender en ltima instancia a los hombres. El pasado del que nos alejamos es el pasado humano. A la distancia temporal se aade, entonces, esa distancia especfica que corresponde al hecho de que el otro es otro hombre.

    Volvemos a encontrar aqu el problema del pasado integral, pues lo que los otros hombres vivieron es, precisamente, lo que el historiador procura restituir por la totalidad de la red de relaciones causales. As pues, lo que impone la tarea de comprensin integral es el carcter humano inagotable del pasado. Lo que intenta recu-perarse en una reconstruccin siempre ms articulada, en sntesis analticas siempre ms diferenciadas y ms ordenadas, es la reali-dad absoluta de lo vivido por los seres humanos en el pasado.

    Ahora bien, hemos dicho que ese pasado integral de los hom-bres de otro tiempo era una idea, el lmite de una aproximacin intelectual. Hay que decir tambin que es el trmino anticipado por un esfuerzo de simpata que es mucho ms que el simple tras-lado imaginativo a otro presente, que es un verdadero traslado a otra vida de hombre. Esta simpata est en el comienzo y en el final de la aproximacin intelectual de la que hablamos; inicia el trabajo del historiador a la manera de una primera inmediatez; opera en-tonces como una afinidad solcita respecto del objeto estudiado; renace como una ltima inmediatez al trmino de un largo anli-sis; el anlisis razonado es como la etapa metdica entre una sim-pata inculta y una simpata instruida.

    Por esa razn, una voluntad de encuentro as como una volun-tad de explicacin animan la historia. El historiador va a los hom-bres del pasado con su experiencia humana propia. El momento en que la subjetividad del historiador toma un relieve sobrecogedor es aquel en que, ms all de toda cronologa crtica, la historia hace surgir los valores de vida de los hombres de otros tiempos. Esta evocacin de los valores, en definitiva, la nica evocacin de los hombres accesible para nosotros, que no podemos revivir lo que ellos vivieron, no es posible si el historiador no est vitalmente interesado en esos valores y no tiene una profunda afinidad con

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    ellos; no se trata de que el historiador deba compartir la fe de sus hroes; rara vez hara historia sino una apologtica, casi una hagio-grafa; pero debe ser capaz de admitir de manera hipottica su fe, lo que es una manera de entrar en lo problemtico de esa fe al tiempo que se la suspende, que se la neutraliza como fe profe-sada de hecho.

    Esta adopcin suspendida, neutralizada, de la creencia de los hombres de otra poca es la simpata propia del historiador; lleva a su mxima expresin lo que llambamos ms arriba la imagina-cin de otro presente por transferencia temporal; esa transferencia temporal es tambin un traslado a otra subjetividad, adoptada como centro de perspectiva. Esta necesidad atae a la situacin radical del historiador: el historiador forma parte de la historia, no solo en el sentido banal de que el pasado es el pasado de su pre-sente, sino en el sentido de que los hombres del pasado forman parte de la misma humanidad. La historia es entonces una de las maneras en que los hombres repiten su pertenencia a la misma humanidad; es un sector de la comunicacin de las conciencias, un sector escindido por la etapa metodolgica de la huella y del docu-mento, por tanto, un sector distinto del dilogo en que el otro res-ponde, pero no un sector por completo escindido de la intersubjeti-vidad total, la cual permanece siempre abierta y en debate.

    Tocamos aqu esa otra frontera donde la objetividad de la his-toria hace aflorar la subjetividad misma de la historia y ya no tan solo la subjetividad del historiador.

    Antes de dar este nuevo paso, miremos hacia atrs y hagamos un balance.

    Estas consideraciones echan a perder nuestro primer ciclo de anlisis sobre la objetividad histrica? Esta intrusin de la subje-tividad del historiador marca, tal como se pretendi, la disolucin del objeto? De ninguna manera: solo especificamos el tipo de ob-jetividad que surge del oficio de historiador, la objetividad hist-rica entre todas las objetividades; procedimos, en suma, a la consti-tucin de la objetividad histrica como correlato de la subjetividad historiadora.

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    Por esa razn, como contrapartida, la subjetividad puesta en juego no es una subjetividad cualquiera, sino precisamente la subje-tividad del historiador: el juicio de importancia, el complejo de es-quemas de causalidad, la transferencia a otro presente imaginado, la simpata por otros hombres, por otros valores y, finalmente, esa capacidad de encontrarse con otro de otro tiempo, todo eso con-fiere a la subjetividad del historiador una mayor riqueza de arm-nicos de la que implica, por ejemplo, la subjetividad del fsico. Pero esa subjetividad no es sin embargo una subjetividad a la deriva.

    No se dijo nada cuando se dijo que la historia es relativa al historiador. Porque quin es el historiador? As como el objeto per-cibido es relativo a lo que Husserl llama el cuerpo ortoesttico, es decir, a una sensorialidad normal, el objeto cientfico es siempre relativo a un espritu recto; esa relatividad no tiene nada que ver con cualquier forma de relativismo, con un subjetivismo del que-rer-vivir, de voluntad de poder o de lo que sea. La subjetividad de historiador, como toda subjetividad cientfica, representa la victo-ria de una buena subjetividad sobre una mala subjetividad.

    Despus del gran trabajo de la crtica filosfica que alcanz su punto extremo con el libro de Raymond Aron, es necesario quiz plantear ahora la pregunta: cul es la buena y la mala subjetivi-dad? Tal como lo reconoce Henri Marrou, que acoge sin embargo ampliamente a la escuela crtica, en un nivel superior en el nivel de esa historia a la vez ampliada y llevada en profundidad se vuelven a encontrar los valores a los que el positivismo atribua un sentido estrecho pero autntico: El progreso (en el mtodo cient-fico) se efecta por la superacin y no por reaccin: solo en apa-riencia refutamos la validez de los axiomas del mtodo positivista; siguen siendo vlidos, a su nivel, pero la discusin se sita un paso ms adelante: cambiamos de espira.2 El positivismo no superaba

    2 Henri-Irne Marrou, De la logique de lhistoire a une thique de lhisto-rien, en Revue de Mtaphysique et de Morale, ao 54, nm. 3-4, 1949, p. 257. Manifiesto aqu mi acuerdo sustancial con el libro de Henri-Irne Marrou, De la connaissance historique, Pars, Seuil, 1954 [trad. esp.: El conocimiento histrico, Barcelona, Idea Books, 1999].

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    el nivel de la crtica documental; su modelo fsico, por otro lado, era pobre y sin demasiada relacin con la fsica de los fsicos. Pero ms all de su fetichismo del hecho ya falso en la fsica, donde tampoco existen hechos que salten a la vista, el positivismo nos recuerda que ni el juicio de importancia, ni la teora, ni la imagina-cin temporal, ni mucho menos la simpata dejan librada la histo-ria a cualquier locura subjetiva; esas disposiciones subjetivas son dimensiones de la objetividad histrica misma.

    Despus de haber dicho, y bien dicho, que la historia refleja la subjetividad del historiador, hay que decir que el oficio de histo-riador educa la subjetividad del historiador. La historia hace al historiador tanto como el historiador hace la historia. Mejor: el oficio de historiador hace la historia y al historiador. En otra poca se opona la razn al sentimiento, a la imaginacin: hoy en da los reintroducimos de una cierta manera en la racionalidad, pero como contrapartida, la racionalidad por la que opt el historiador hace que la fractura pase al corazn mismo del sentimiento y de la imaginacin, escindiendo lo que llamara un yo de investigacin de un yo pattico: el yo de los resentimientos, de los odios, de los requisitorios. Escuchemos una ltima vez a Marc Bloch: Com-prender no es juzgar. El viejo adagio: sine ira nec studio no vale solo en el nivel de la crtica documental; el sentido se vuelve solo ms sutil y ms precioso en el nivel de la sntesis ms alta. Por otra parte, no hay que dejar de sealar que ese yo pattico no es nece-sariamente el que fulmina; tambin puede ser la aparente apa-ta de la hipercrtica, que denigra toda grandeza reputada y de-precia todos los valores que encuentra; esa rabia intelectual pertenece al yo pattico del mismo modo que la pasin poltica desviada del combate poltico contemporneo y remitida hacia el pasado.

    No hay, pues, historia sin una de la subjetividad coti-diana, sin la intuicin de ese yo de investigacin del que la historia saca su bello nombre. Porque la es, precisamente, esa dis-ponibilidad, esa sumisin a lo inesperado, esa apertura a otro, en la que es superada la mala subjetividad.

  • 42 VERDAD EN EL CONOCIMIENTO DE LA HISTORIA

    As se termina este primer ciclo de reflexiones: la objetividad nos haba aparecido en primer lugar como la intencin cientfica de la historia; ahora marca la distancia entre una buena y una mala subjetividad del historiador: la definicin de la objetividad ha pa-sado de ser lgica a ser tica.

    La historia y la subjetividad filosfica

    Una reflexin acerca de la subjetividad en historia acaso se ago- ta por estas consideraciones acerca de la subjetividad del historia-dor, por esa separacin, en el historiador mismo, de una subjetividad de investigacin y de una subjetividad pasional?

    Recordemos nuestro punto de partida y los intereses mlti-ples comprometidos en la historia: todava esperamos de la histo-ria que haga aparecer otra subjetividad adems de la del historia-dor que hace la historia, una subjetividad que sera aquella misma de la historia, que sera la historia misma.

    Pero quiz ya no corresponde al oficio de historiador, sino al trabajo del lector de historia, del amante de la historia como somos todos y que el filsofo tiene razones particulares para ser. Pues la historia del historiador es una obra escrita o enseada que, como toda obra escrita y enseada, no se termina sino en el lector, en el alumno, en el pblico. Esta recuperacin, por parte del lector fil-sofo, de la historia tal como est escrita por el historiador plantea los problemas que vamos a transitar a continuacin.

    Dejar por completo de lado el uso de la historia como entrete-nimiento, como placer de escuchar y leer cosas singulares, como un exotismo en el tiempo; aun cuando, lo hemos visto, ese movi-miento de distancia de s pertenezca a la conciencia histrica y sea, en este sentido, la etapa necesaria de un uso ms filosfico, porque si la historia no nos produjera un extraamiento, cmo encontra-ramos por medio de ella una subjetividad menos egosta, ms me-diata y, en una palabra, ms humana? Tampoco, menos an, hablar de la historia como fuente de preceptos: incluso cuando la toma de

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    conciencia de la que vamos a hablar sea una recuperacin de los valores surgidos a lo largo de la historia y sirva de alguna manera para instruirnos, o si no reducimos el uso principal de la historia a esa preocupacin didctica. La historia nos instruye ms bien de manera suplementaria, cuando la tomamos como corresponde.

    Considerar aqu, entonces, exclusivamente el uso que el fil-sofo puede hacer de la historia de los historiadores: el filsofo tiene una manera propia de terminar en s mismo el trabajo del historia-dor; esa manera propia consiste en hacer coincidir su propia toma de conciencia con un retomar o recuperar la historia.

    No oculto que esta reflexin no concuerda con todas las con-cepciones de la filosofa; creo sin embargo que vale para todo el grupo de filosofas que pueden llamarse de manera amplia reflexi-vas, ya sea que tengan su punto de partida en Scrates, en Descar-tes, en Kant o en Husserl. Todas esas filosofas estn a la bsqueda de la verdadera subjetividad, del verdadero acto de conciencia. Lo que debemos descubrir y redescubrir sin cesar es que el itinerario del m al yo3 que llamaremos toma de conciencia pasa por una cierta meditacin acerca de la historia y que ese desvo de la re-flexin por la historia es una de las maneras, la manera filosfica, de concluir en el lector el trabajo del historiador.

    Esta culminacin de la historia de los historiadores en el acto filosfico puede ser continuada en dos direcciones: en direccin de una lgica de la filosofa por la bsqueda de un sentido coherente a travs de la historia; en direccin de un dilogo cada vez singu-lar y cada vez exclusivo, con filsofos y filosofas individualizadas.

    1. La historia como advenimiento de un sentido

    Sigamos la primera pista, la de Comte, de Hegel, de Brunschvicg, de Husserl al final de su vida, de ric Weil; a pesar de las diferencias

    3 Al Yo y al Nosotros. Pero es lo mismo, porque se trata de la primera per-sona: en singular y en plural.