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BIBLIOTECA DE AUTORES Y TEMAS TACHIRENSESSan Cristóbal, 2014

UN TESTIMONIO EN EL TIEMPO

Visión de José Antonio Giacopini Zárraga acerca de la historia de Venezuela, 1830-1958

Héctor CastilloOfelia Paredes

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UN TESTIMONIO EN EL TIEMPO. Visión de José Antonio Giacopini Zárraga acerca de la historia de Venezuela, 1830-1958

Héctor CastilloOfelia Paredes

Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, 2014

HECHO EL DEPÓSITO DE LEY

depósito leGAl: lfi482201490074ISBN: 978-980-7647-00-7diAGrAmAción y diseño Gráfico: Fredy N. Calle C. (0416) 376 83 99coordinAción editoriAl: Ildefonso Méndez Salcedo.

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Dedicatoria.......................................................................................

Agradecimientos...............................................................................

JOSÉ ANTONIO GIACOPINI ZÁRRAGA, por Ramón J. Velásquez.........................................................................................

Introducción...................................................................................... Biografía del personaje....................................................................

CAPÍTULO I Tesis de José Antonio Giacopini Zárraga: Los “ciclos históricos”.........................................................................................

CAPÍTULO IILa Historia de Venezuela................................................................

2.1. Antecedentes coloniales.................................................... 2.2. Pensamiento venezolano de la emancipación...............2.3. La Independencia...............................................................2.4. República conservadora....................................................2.5. República liberal................................................................2.6. Guerra Federal....................................................................2.7. Dominio guzmancista.......................................................2.8. Caída del liberalismo amarillo.........................................2.9. Los andinos al poder.........................................................

2.9.1. Consolidación de Cipriano Castro........................2.9.2. Juan Vicente Gómez................................................

2.10. Eleazar López Contreras.................................................2.10.1. Isaías Medina Angarita.........................................

2.11. Junta Revolucionaria de Gobierno................................

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ÍNDICE

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2.11.1. Junta Militar de Gobierno (Presidencia de Carlos Delgado Chalbaud)....................................................

2.12. Dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez................

CAPÍTULO IIIEntrevista a José Antonio Giacopini Zárraga...............................

3.1. Biografía..............................................................................3.2. Tesis de los “ciclos históricos”.........................................3.3. Venezuela en el siglo XX y sus antecedentes.................

Conclusiones.....................................................................................

Bibliografía........................................................................................

Hemerografía....................................................................................

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DEDICATORIA

A usted Don José, por permitir adentrarnos en su inmensa sabiduría.

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AGRADECIMIENTOS

A Laura Febres, nuestra tutora, por su colaboración.

A Fidel Rodríguez, por apoyarnos tan decididamente.

A Ocarina Castillo, por su valiosaparticipación.

A Ronny Velásquez,por sus acertados consejos.

A nuestras familias y amigos,por todo el apoyo brindado.

A Radio Caracas Radio, y en especial al programa La Linterna

que dirge el Dr. Diego Bautista Urbanejapor facilitarnos el material relativo al

24 de noviembre de 1948.

Y finalmente,a la Universidad Central de Venezuela,

por darnos la oportunidad de pertenecer a esta casa de estudios,

la más importante del país.

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José Antonio Giacopini Zárraga (1915-2005)Fotografía: Alfredo Allais. Caracas, 1984.

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JOSÉ ANTONIO GIACOPINI ZÁRRAGA

Es inolvidable la personalidad de José Giacopini Zárraga cuando en conversaciones de un rico castellano y de profundas reflexiones que iba regando en la descripción de situaciones y de personajes nos relataba en un momento cualquiera todo un episodio, la federación, el nacimiento del liberalismo venezola-no, el más rico anecdotario de los días de la revolución legalista o del banquero Manuel Antonio Matos, convertido en el último caudillo montando a caballo del liberalismo.

En numerosas oportunidades le pedimos que escribiera su Historia de los Andes con sus inmensas noticias del Trujillo de los Araujo, de los Baptista, los González, los Urdaneta o los Ca-rrillo, pues era una historia familiar en donde sus abuelos figura-ban siempre en la maniobra política. No quiso hacerlo, alegando que él no era historiador sino un simple abogado.

En una oportunidad logramos que el primer artífice de la historia oral venezolana, el doctor Agustín Blanco Muñoz se dis-pusiera a grabar este testimonio que no debía perder, pero tam-poco quiso hacerlo. Solamente fue al final, cuando una emisora logró grabar unos cuantos de esos episodios y al final su amigo y pariente el joven historiador Héctor Castillo y la historiadora Ofelia Paredes pudieron convencerlo de grabar en forma siste-mática estas páginas fundamentales de la historia.

Recuerdo cuando en una oportunidad en 1960 en el Salón de Actos en la Casa “Táchira”, en Bello Monte, ante un inmenso pú-blico que presidía el ex Presidente Eleazar López Contreras, dic-tó Giacopini Zárraga una conferencia sobre el último movimien-

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to armado, la Revolución Libertadora de los años 1901, 1902 y 1903 que es el capítulo final de estos acontecimientos. Empezó a las 9 de la noche a relatar su historia con una agilidad de novelis-ta y llevó y trajo los ejércitos liberales y conservadores y las tro-pas que comandaban los andinos de Cipriano Castro, Leopoldo Baptista y Juan Vicente Gómez de una manera brillante y exacta en lo militar con ameno e impecable idioma que la inmensa con-currencia allí presente se olvidó del tiempo y cuando terminó su historia con el telegrama que Gómez, desde Ciudad Bolívar, en julio de 1903 dirigía al Presidente Castro para decirle que había ganado en la jornada y que el ciclo de las guerras civiles termina-ba, cuando dijo estas palabras muchos miraron el reloj y habían pasado las doce de la noche.

José Giacopini Zárraga llegó a ser también personaje político de primera importancia en las décadas posteriores a la muer-te del Presidente Juan Vicente Gómez (1935) y figura como Se-cretario General de la Junta Revolucionaria de Gobierno que se establece en Venezuela a raíz del derrocamiento del Presidente General Isaías Medina Angarita y luego vuelve a figurar en las horas finales de la autocracia de Pérez Jiménez, en enero de 1958, como Ministro de Hacienda.

Pero durante toda su vida como profesional y como histo-riador gozó del aprecio que le daba su conducta cívica y social, de impecable pureza, la verdad de los hechos que relataba y la visión que tenía de Venezuela más allá de liberales y conserva-dores o por encima de las pasiones quien en la lucha por el poder divide siempre al país. Estas páginas de los historiadores Casti-llo y Paredes reflejan esta visión total de Venezuela.

A José Giacopini Zárraga muchos venezolanos lo creían truji-llano pero él por la rama materna era caraqueño, nació en Caracas, vivió, estudió y actuó en Caracas, pero conoció como pocos todos los rincones geográficos del país, desde Tucupita hasta el Táchira.

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Fueron sus pasos como excursionista que conocía como po-cos toda la región andina y el resto del país, y en todas partes tuvo amigos, en Cumaná, en Calabozo, en San Cristóbal. En Ca-racas se le oía con interés y respeto.

Una vez más lamentamos su negativa a escribir o a dictar su visión de la Historia de Venezuela desde el tiempo de Páez has-ta la hora de Rafael Caldera. Perdimos con su negativa muchos juicios originales y certeros sobre el dramático correr de los días venezolanos. Realmente fue lamentable.

Ramón J. Velásquez

Caracas, 16 de junio de 2009.

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INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo, hemos procurado recopilar parte de lo que es el legado intelectual del doctor José Antonio Giaco-pini Zárraga. Varios fueron los alicientes que nos motivaron a recopilar las memorias del doctor Giacopini Zárraga. Solíamos conversar eventualmente con él sobre diversos temas relaciona-dos con la historia de Venezuela, todos por demás interesantes. Aún recordamos aquella entrevista realizada al doctor Giacopini en la que el profesor Fidel Rodríguez, para ese entonces jefe del Departamento de Promoción Cultural de la Escuela de Artes de la Universidad Central de Venezuela, nos pidió participar. Ro-dríguez quedó visiblemente impresionado por el conocimiento y la capacidad memorística del entrevistado. Al salir de dicha entrevista señaló: “Ustedes deben realizar su trabajo de grado sobre este personaje. Él tiene una cantidad importantísima de datos, anécdotas y cifras que son de un valor incalculable. Más aún porque él no escribe. Todo lo tiene en la cabeza...”. Para el profesor Rodríguez lo ideal era comenzar a trabajar en la recopi-lación sistemática y ordenada de las memorias del doctor Giaco-pini Zárraga, porque según él, Giacopini “...es una persona que tiene una información única...”.

En busca de orientación sobre el personaje fuimos a conver-sar con el expresidente de la República doctor Ramón J. Velás-quez, amigo personal del doctor Giacopini Zárraga, y erudito en temas relacionados con la historia de Venezuela. En esa en-trevista le señalamos al doctor Velásquez la voluntad manifiesta que nos motivaba a realizar entrevistas sobre temas puntuales al

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doctor Giacopini Zárraga. Al respecto el doctor Velásquez nos exhortó: “Hagan ese trabajo. Vale la pena... será un gran traba-jo...”. Agregando:

“José Giacopini Zárraga es la andante memoria histórica de Venezuela. No solamente por su extraordinario dominio de nombres y apellidos, sitios geográficos, fecha de los acontecimientos y descripción de los escenarios, sino por sus originales y acertados análisis de las sucesivas situaciones que describe y el método para enlazar a través de los tiempos, las señales punteras del proceso histórico venezolano”.1

El doctor Manuel Caballero, historiador y filósofo también nos motivó a comenzar a estructurar un trabajo sobre la figura de Giacopini Zárraga. Al respecto Caballero señaló: “Dejen que Giacopini hable...”. Seguimos hurgando en cómo darle mayor peso a la investigación y gracias a las sugerencias del doctor Ve-lásquez fuimos a ver al doctor Agustín Blanco Muñoz, historia-dor de la Universidad Central de Venezuela con el propósito de oír la opinión y las sugerencias metodológicas de este investiga-dor quien ha trabajado a personajes, como Marcos Pérez Jimé-nez, Pedro Estrada y Hugo Chávez Frías, sobre la base de entre-vistas. Blanco Muñoz hizo hincapié en la necesidad de delimitar claramente la investigación en un tiempo histórico determinado, para concentrar la atención del entrevistado.

Al tener más o menos claro el panorama de la investigación, hablamos con la doctora Laura Febres, historiadora especializa-da en pensamiento político latinoamericano, sobre la posibilidad de que ella hiciese las veces de tutor académico. La profesora Febres, conocedora del personaje y conciente del amplio bagaje cultural del doctor Giacopini Zárraga, inmediatamente quiso co-nocer y participar de la investigación. La idea primera era la de realizar una estructura lógica que nos permitiese la posiblidad

1 Velásquez, Ramón J.: Giacopini Zárraga y los ciclos del poder político (I), en: Tribuna venezolana, p. 12.

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de entrevistar sistemáticamente al personaje en cuestión. Por lo general hombres de la talla de Giacopini escriben y dejan clara-mente estructurado su pensamiento. Por razones personales, si bien es cierto que Giacopini optó por no escribir en el largo cami-no de su existencia, prefirió por el contrario narrar un incalcula-ble legado intelectual sólo accesible para unos pocos que gozan del beneficio de estar cerca de él: “…Un día supe que él no tenía la costumbre de escribir y que su vocación esencial era la de ser una especie de juglar que disfrutaba del cultivo de la tradición y de la transmisión oral”.2

Asimismo, señala el doctor Ramón J. Velásquez, que el cau-dal inagotable de ideas y razonamientos de Giacopini, es de una riqueza irrefutable, sin precedentes:

“Con estas condiciones es lamentable que Giacopini Zárraga no acceda a escribir sobre estos acontecimientos que conoce al detalle, ni quiera consagrar tiempo a redactar sus análisis sobre los hechos que relata, alegando que no es historiador. Hemos fracasado igualmente con los intentos de una sistemática grabación de sus exposiciones. Sus charlas sobre cualquiera de los infinitos temas de nuestro transcurrir histórico, dictadas con el único auxiliar de su prodigiosa memoria atraen siempre numeroso público devoto que oye en silencio sus relatos”.3

De ahí la importancia de esta investigación, cuyo fin es sin duda el de aproximar a todos aquellos interesados (estudiantes, profesores, investigadores, etc.) al criterio y al conocimiento del que se hace acreedor el doctor Giacopini, y que sin duda lo con-vierten en todo un patrimonio vivo de nuestra nación.

Testigo de excepción de fechas tan importantes de nuestra historia reciente, como el 18 de octubre de 1945, o el 24 de no-viembre de 1948, o el 23 enero de 1958, son sólo algunos de los hechos que Giacopini vivió de cerca, y que detalladamente ex-2 Giacopini Zárraga, José: Un vistazo al pasado, p. 8.3 Velásquez, Ramón J.: Ob. Cit., p. 13.

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plica en este trabajo. Es esa historia que no aparece en los libros la que disfruta relatar. Esos hechos que tras bastidores ocurren y que unos pocos tuvieron el privilegio de presenciar.

El trabajo consta de una breve biografía del doctor Giacopi-ni Zárraga, en la que desarrollamos de manera puntual los as-pectos más importantes de su vida, entre ellos su educación, su participación política y su larga trayectoria como hombre del pe-tróleo; y de tres capítulos, que se dividen de la siguiente forma: el capítulo uno es una exposición e interpretación de la tesis del doctor Giacopini Zárraga sobre los ciclos históricos, enriquecida con la opinión de otros autores. El capítulo dos gira en torno a la historia de Venezuela, abarcando desde los antecendentes coloniales hasta la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, dejando el momento actual para ser desarrollado en futuras investigaciones. En el capítulo tercero, están agrupadas todas las conversaciones realizadas con el doctor Giacopini Zárraga. Anécdotas, pasajes de la vida en Caracas de comienzo de siglo, datos al respecto de la arquitectura y urbanismo, enriquecen y amenizan el relato.

Un lenguaje cotidiano y sencillo es manejado a lo largo de todo el discurso. El método empleado es el de pregunta-respues-ta, pero permitiendo libertad al entrevistado, con el fin de no sacrificar la gran riqueza anecdótica y la carga vivencial presente en cada uno de los parráfos. Un total aproximado de cuarenta entrevistas en un período de tiempo de más de un año, en su vieja casa de la parroquia Altagracia, nos permitieron recopilar un material en el que el narrador da rienda suelta a su amplia ca-pacidad para relatar episodios recordados y vividos, de singular importancia. Para tales entrevistas fue necesario establecer un cronograma de trabajo delimitado que nos permitiese lograr los objetivos planteados.

Esta última parte del trabajo (capítulo tercero), constituye el nódulo fundamental del trabajo de investigación, entre otras co-

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sas, por poseer una gran riqueza histórica, incluso literaria y por ser un material muy ameno para el lector ávido de adentrarse en la historia bajo la óptica de un venezolano, de notable participa-ción en diversos episodios de la vida del país.

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BIOGRAFÍA DEL PERSONAJE

Nacido el 4 de septiembre de 1915, Don José Antonio Giaco-pini Zárraga ha sido un hombre notable por sus dotes como na-rrador y por su extraordinaria memoria. Conocedor de diversas materias, como historia de Venezuela, historia universal, histo-ria militar, petróleo, historia política y sociología política, mun-do árabe, mundo islámico, geografía y ciencias naturales. Sin embargo, y a pesar de tan notables dotes intelectuales, el doctor Giacopini se considera a sí mismo: “Como un individuo normal y corriente a quien la vida le ha presentado algunas oportuni-dades de discreta figuración”.4 Ubicarlo hoy en día no es difícil: aún vive en la parroquia Altagracia, entre las esquinas de Cuar-tel Viejo a Pineda, el mismo sitio en donde nació hace ya 87 años. Fueron sus padres Mario Giacopini Urdaneta, natural de Valera, estado Trujillo, y de Belén María Zárraga Alcántara, natural de Caracas.

Comenzó sus estudios en el colegio que regentaba el señor Juan Nepomuceno Chaves, en la ciudad de Caracas el año 1921. Luego ingresaría en primer grado al recién inaugurado Colegio La Salle, ubicado en la esquina de Tienda Honda, siendo uno de sus alumnos fundadores. El recibirse como bachiller en el año 1934, entra en este mismo año a la Universidad Central de Ve-nezuela, a cursar la carrera de Derecho. En 1940 se recibe como Doctor en Ciencias Políticas, y luego de presentar su título ante la Corte Suprema de Justicia, esta le otorgó el título de Abogado, que lo posibilitaba para ejercer la profesión. Al recibirse de Abo-gado, comienza a ejercer su profesión en el Escritorio del doctor Carlos Sequera, en el que ya trabajaba como pasante antes de

4 Giacopini Zárraga, José: Ob. Cit., p. 119.

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concluir sus estudios. El Escritorio del doctor Sequera, que era considerado el mejor civilista de Venezuela, lo integraban ade-más de Sequera, los doctores Suárez Flamerich y Julio César Mo-rón. Sin embargo, el deseo de hacer política fue manifestándose en su persona, tanto así que es uno de los civiles que planifica y ejecuta el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945, contra el gobierno del general Isaías Medina Angarita.

Su conocimiento de la historia de Venezuela viene dado por sus ancestros, un caso parecido al de don Tulio Febres Cordero, quien dejó una importante obra escrita, en sus Mitos y tradiciones. Febres Cordero, como lo señalara Fernando Paz Castillo:

“...pertenece al grupo, clásico ya, de aquellos escritores nuestros, hijos o nietos de los héroes de la independencia, para quienes la historia y la leyenda, recogidos en las fuentes inmediatas, son como un largo presente emocionado”.5

Febres Cordero logró interpretar cabalmente “aquellos acontecimientos significativos del pasado remoto o inmediato, y que en los años posteriores han ayudado a comprender que estas historias menudas se ajustan como piezas constituyentes y esenciales de la gran historia nacional”.6 Definido por la crítica como costumbrista, Febres se preocupó minuciosamente no sólo por conservar la historia, sino de fijarla en la memoria colecti-va. En contraposición, el doctor Giacopini no se ha caracterizado por una obra escrita. No obstante, su familiaridad con la histo-ria civil y militar de la patria se le presenta desde muy niño, en su hogar. Sus gloriosos antepasados: abuelos, tíos y demás familiares participantes en las guerras de la República, fueron paulatinamente llenando su mundo de anécdotas, datos y cifras de la más diversa índole. Era el testimonio directo de aconteci-mientos relevantes de la breve vida republicana. Asimismo, el doctor Giacopini se ocupó de indagar en libros viejos, revistas y

5 Febres Cordero, Tulio: Mitos y tradiciones, pp. 7-8.6 Ibídem, p. 9.

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documentos, como quien busca en un anticuario, los más diver-sos temas en el orden político y militar.

Aficionado a la cacería, a las armas, a la equitación y al tiro, Giacopini ha sido protagonista de una vida llena de diversas fa-cetas, todas interesantes. De personalidad amable, ha sido un hombre siempre dado al entendimiento. Su especial trato hacia las gentes, lo ha hecho ser apreciado por hombres de diferentes tendencias políticas y religiosas. Ha ocupado importantes cargos tanto en el sector público como en el privado. Trabajó 43 años en la industria petrolera. Los primeros 26 años como miembro de la junta directiva, asesor del presidente y asesor de la directiva, en la compañía Shell de Venezuela. Al nacionalizarse la industria petrolera entró a Petróleos de Venezuela como asesor de la presi-dencia y del directorio, hasta su retiro y jubilación a los 77 años de edad, en 1992. Tenía ya pasados 17 años de la edad de jubilación.

En 1959 fue fundador y primer presidente de la Cámara de la Industria del Petróleo, que agrupaba a las 18 empresas ope-radoras, en la época concesionaria. En materia de las Ciencias Naturales ha sido directivo y presidente de la Sociedad Venezo-lana de Ciencias Naturales y miembro activo de la Sociedad de Ciencias Naturales de La Salle. En 1956, fue fundador de la Aso-ciación de Relacionistas de Venezuela. Presidente Honorario del Escuadrón Montado de la Guardia Nacional para la custodia del Parque de El Ávila. Fundó también la Liga Naval de Venezuela.

Ha sido expositor y conferencista en los más prestigiosos institutos docentes del país: Universidad Central de Venezuela, Universidad Metropolitana y Universidad Simón Bolívar, entre otras. Fue igualmente miembro del Consejo de Fomento de la Universidad Católica Andrés Bello. En el sector militar, su parti-cipación en los cuatro componentes de las Fuerzas Armadas ha sido vasta: Escuela de Suboficiales de Carrera y Guardia Nacio-nal, Escuela de Armas, Artillería, Blindados, Comunicaciones, Ingeniería Militar, entre otras. En el Instituto de Altos Estudios

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para la Defensa Nacional (IAEDEN), es asesor de la Dirección y asesor permanente de la Secretaría del Consejo Nacional de la Seguridad y Defensa (SECONASEDE).

Fundador y asesor permanente de FEDECÁMARAS, fue miembro de la directiva y asesor jurídico de la Asociación Mine-ra Venezolana. Es directivo de Pro-Venezuela. Ha sido directivo de la Cámara de Comercio de Caracas, de la Cámara de Comer-cio Venezolano-Española, de la Cámara de Comercio Venezola-no-Británica, de la Cámara de Comercio Venezolano-Uruguaya y asesor de la Federación Nacional de Ganaderos. En el sector público se ha desempeñado como consultor jurídico y director del Gabinete del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social; se-cretario de la Junta Revolucionaria de Gobierno, fue luego di-putado por el estado Miranda a la Asamblea Nacional Constitu-yente de 1946, en la que se desempeñó en la Comisión de Defen-sa. Posteriormente gobernador del Territorio Federal Amazonas y ministro de Hacienda. Hombre de deporte, ha sido presidente de la Comisión de Equitación del Caracas Country Club, vice-presidente de la Federación Venezolana de Deportes Ecuestres, secretario de la Asociación de Tiro del Distrito Federal y vice-presidente de la Federación Venezolana de Tiro. Numerosos han sido los reconocimientos, medallas, diplomas, botones y conde-coraciones que ha recibido. Es miembro del Consejo de la Orden del Libertador. Entre las condecoraciones recibidas figuran las siguientes: Gran Cordón del Libertador en su Primera Clase, Or-den Francisco de Miranda en su Primera Clase, Orden Andrés Bello en su Primera Clase, Cruz de las Fuerzas Terrestes, Orden Mérito Naval, Cruz de las Fuerzas Aéreas, Cruz de las Fuerzas Armadas de Cooperación, Cinta Azul de la Marina Mercante y Oficial Honorario de la Marina Mercante Nacional.

Personas que lo han tratado de cerca, dan su testimonio del amplio mundo al que el doctor Giacopini pertenece. La licencia-da Nurys Acevedo tuvo la oportunidad de registrar las memo-

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rias como petrolero del doctor Giacopini. Acevedo logró plasmar parte fundamental de los inicios de la Venezuela productora de petróleo, en la conocedora palabra del doctor Giacopini. De su experiencia, Acevedo asegura que:

“Conversar con el Dr. Giacopini ha significado recorrer a la industria petrolera nacional, a Venezuela y al mundo en un viaje más allá del siglo XX. Resulta impresionante escuchar como relata sus anécdotas y los recuerdos de sus trabajos dentro y fuera de Petróleos de Venezuela, manteniendo siempre un cuidado especial en la evocación de los nombres de aquellos que lo acompañaron y a quienes acompañó”.7

De esa experiencia editorial, que lleva por título Un vistazo al pasado, llevada adelante por PDVSA, el general Oswaldo Con-treras Maza nos manifiesta cuál es a su parecer la importancia histórica del patrimonio oral y del legado del doctor Giacopini, y cómo surgió la idea de recopilar las palabras del doctor Gia-copini:

“La idea era oír y leer a Giacopini para comprender mejor los detalles y vericuetos que han trazado la secuencia de nuestra empresa. Pero un día supe que él no tenía la costumbre de escribir y que su vocación esencial era la de ser una especie de juglar que disfrutaba del cultivo de la tradición y de la trasmisión oral. Fue entonces cuando tuve la idea de que se grabaran algunas de sus conversaciones, para después transcribirlas en un libro que recogiera y multiplicara ese testimonio a favor de quienes no tienen el privilegio de compartir su presencia”.8

Nosotros, con este trabajo, pretendemos acercar aún más a los interesados en temas históricos, de la riqueza narradora y do-cumental que representa el legado del doctor Giacopini Zárraga.

7 Giacopini Zárraga, José: Ob. Cit., p. 13.8 Ibídem, p. 8.

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CAPÍTULO I

TESIS DE JOSÉ ANTONIO GIACOPINI ZÁRRAGA:

LOS “CICLOS HISTÓRICOS”

De los diversos temas que domina el doctor Giacopini Zá-rraga, la historia política de Venezuela es uno de sus favoritos. Maneja los acontecimientos con una claridad asombrosa. Repe-tidas veces señala que periódicamente se realiza un cambio ge-neracional en la cúpula administrativa del país. Estos cambios generacionales él los ha llamado los “ciclos históricos”. Como primera premisa apela a la propia vida útil del hombre:

“...cada 35 o 40 años se produce un cambio total en que una generación de dirigentes desaparece, y se lleva consigo el ruedo político que ella creó y dentro del cual se desenvolvió y es reemplazada por otra generación de dirigentes más jóvenes, con destino histórico, con vocación de poder y que va a crear su propio modelo político”.9

Este argumento parece lógico, y puede ser demostrado en la historia reciente de Venezuela, con los 40 años de dominación andina (1901-1945), y los 40 años de democracia representativa (1958-1998).

Giacopini es del criterio de que para entender mejor los “ci-clos históricos”, debemos ir un poco más atrás, hacia la propia creación de la república en 1811. Según su idea, los jóvenes pa-tricios de aquel tiempo conocían muy bien los dos acontecimien-9 En adelante, las citas que aparecen sin explicación al pie, pertenecen al testimonio recopilado del

doctor Giacopini Zárraga, que se encuentra completo en el capítulo III de la presente investigación.

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tos más importantes del mundo occidental en la segunda mitad siglo XVIII: la Independencia de los Estados Unidos y la Revo-lución Francesa.

Para Giacopini, el error vino al concebir la Carta Magna que sanciona el Congreso el 21 de diciembre de 1811.

“Quienes están haciendo la revolución son los burgueses criollos de la Colonia, que era una clase bien informada y bien educada. Inclusive el Barón de Humboldt cuando pasó por aquí, le llamó la atención encontrar gente bien educada y bien informada, inclusive en algunas pequeñas localidades del interior”.

Ciertamente el sabio alemán emitió juicios importantes que merecen destacarse:

“Noté en varias familias de Caracas gusto por la instrucción, conocimiento de las obras maestras de la literatura francesa e italiana, una decidida predilección por la música, que se cultiva con éxito y sirve –como siempre hace el cultivo de las bellas artes– para aproximar las diferentes clases de la sociedad”.10

Para Giacopini, la juventud de la época independentista, con la mejor de las intenciones, a la hora de plantearse la creación de una Constitución que diera forma jurídica a la Nación, mezclan varios elementos doctrinarios y políticos de naciones foráneas con el objetivo de aplicárselos a nuestro país:

“...toman principios filosóficos de los enciclopedistas franceses, la trilogía de los poderes del Barón de Montesquieau, la soberanía popular de Juan Jacobo Rousseau, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa, la Constitución Federal de los Estados Unidos”.

10 Humboldt, Alejandro de: Maravillas y misterios de Venezuela, p. 97.

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Esa es la Constitución de una Nación que aún no se tiene certeza de cómo va a ser, y que como es natural se va a resistir a la aplicación de una estructura política exótica: “...se toma un modelo nacido y producido en el seno de sociedades étnicamen-te distintas, en países donde los procesos históricos, sociológicos y políticos han sido diferentes...”.

Giacopini gusta de comenzar su relato sobre los “ciclos his-tóricos” con la naciente Venezuela Republicana de 1830, y la pri-mera generación de hombres que luchan por la Independencia. Es decir, los hombres encargados de llevar adelante la gesta in-dependentista, que son los próceres que van a dominar la escena política desde 1830 hasta 1864. Es el tiempo de Páez, de Soublet-te, de los Monagas, todos héroes de la Independencia, creado-res de la República. Es el tiempo en que Venezuela comienza su aventura como nación independiente.

“Han realizado la emancipación de Venezuela y tienen derechos adquiridos ante la opinión pública para gobernar, tienen imagen y prestigio, y gobiernan. Se nota en la década que va de 1830 a 1840 el predominio indiscutible de los próceres, con el episodio fugaz de un presidente civil como fue el caso del doctor José María Vargas. Venezuela no estaba preparada todavía para gobernantes civiles. Sin embargo, los civiles, a quienes el sistema republicano que ha adoptado el país les ofrece también una oportunidad de ir a las altas posiciones de poder, aspiran a tener también participación como gobernantes”.

Indudablemente un tiempo difícil porque la estructura social aún incipiente, no llenaba las expectativas de muchos. Ya para 1864, los próceres salen de la escena, “se van al olvido, con sus glorias de Carabobo, de Ayacucho, de Junín, y se llevan consigo el modelo político que ellos habían creado: la República centra-lista y censitaria”.

Sin embargo, llama la atención la opinión que da Giacopini sobre el breve paso del doctor José María Vargas por la Presiden-

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cia de la República: “Hay el episodio insignificante y breve del gobierno del doctor José María Vargas...”. Según Giacopini, Ve-nezuela no estaba aún preparada para ser gobernada por civiles.

Pero más allá del breve gobierno del doctor Vargas, Giaco-pini cree firmemente que nuestros males están relacionados al hecho de que no hemos diseñado constituciones acordes con nuestra realidad: “Y uno de los hechos más palpables y que lo prueba de manera evidente, es la circunstancia que nosotros en 150 años de vida republicana hemos tenido 26 constituciones”. Ciertamente ha habido un fallo en nuestra forma de concebir las leyes, principalmente porque nuestros gobernantes han procu-rado crearlas más pensado en su beneficio y en el de su entorno, que en la propia esencia social y política del país. Por lo tanto nuestras instituciones no tienen el criterio propio para sostener al sistema. Al referirse a las instituciones nacionales, Giacopini es enfático: “No son respetadas, no son respetables, carecen de continuidad y de solidez. Eso da lugar al hecho de que los acto-res en la escena, a falta de la solidez de las instituciones, adquie-ran un valor desproporcionado...”.

Giacopini habla de 35 o 40 años como tiempo aproximado para que una generación de dirigentes políticos haga crisis:

“Esa generación entra en obsolescencia, toma la picada, y va a desaparecer de la escena, llevándose consigo el modelo político que ella creó. Y va a ser reemplazada por una nueva generación emergente, que va con destino histórico y con vocación de poder, que va a la vez a crear su propio sistema político. Cosa explicable porque los que se fueron encontraron una situación determinada, a la que le dieron respuesta con el modelo que ellos crearon que ahora se llevan. Y los que llegan van a encontrar una situación distinta, a la que hay que buscarle también, otro modelo político. Generalmente no son acertados ninguno de los modelos políticos que se adoptan, y eso es lo que continúa haciendo de Venezuela un país sin seriedad constitucional. Sin continuidad en las instituciones”.

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O en otras palabras, seguimos adoleciendo de una estructu-ra legal creíble y duradera. Dura esta opinión, tomando en con-sideración el criterio y el juicio de un personaje que conoce tan bien la historia nacional.

Pero indaguemos aún más en la tesis de los ciclos. Para el momento en que el Congreso Constituyente de Valencia deci-de separar a Venezuela de la Gran Colombia en 1830, Venezue-la adopta una nueva forma política: la estructura de República Centralista y Censitaria, en la que dominan la escena los pró-ceres militares triunfantes. Luego, Giacopini señala que emerge una nueva generación de dirigentes, son hombres que nacieron durante o luego de la Independencia y que nada han tenido que ver con el desarrollo de esos acontecimientos. El caso más ejem-plarizante de este hecho es el del mariscal Juan Crisóstomo Fal-cón, nacido en la península de Paraguaná, en el año de 1820. Otros protagonistas importantes de la Guerra Federal y del nue-vo tiempo son: Ezequiel Zamora, Antonio Guzmán Blanco, Fran-cisco Linares Alcántara, Joaquín Crespo, Matías Salazar, Venan-cio Pulgar, José Antonio Pulido, entre otros. “Es una generación completamente nueva, a la cual Guzmán Blanco posteriormente denominará liberales amarillos”. Al declinar esta generación po-lítica, surguirá una nueva dispuesta a llenar ese vacío de poder.

De acuerdo con Giacopini, la influencia de este grupo que domina el país desde el final de la Guerra Federal, es hasta el año 1899, cuando el general Cipriano Castro hace su entrada en Caracas al frente de la Revolución Liberal Restauradora:

“...cruza la frontera el 23 de mayo, a la cabeza de 60 hombres y en una campaña rápida, afortunada y bien conducida va a derrocar al gobierno del presidente general Ignacio Andrade, va a entrar en Caracas el 22 de octubre de 1899 y el día 23 va a recibir de manos del general Víctor Rodríguez la Presidencia de la República, el poder, porque el general Andrade, titular del mismo, se había marchado al exterior”.

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Giacopini señala que la revolución andina tiene una dura-ción de un poco más de 36 años. Es decir, los gobiernos de los generales Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, y el agregado del también general Eleazar López Contreras, porque López fue de los jóvenes soldados que vino con los restauradores. Giacopi-ni hace la salvedad de que López significa una notable evolución dentro de este período.

Para Giacopini, con el gobierno del general Isaías Medina Angarita comienza un nuevo período de los ciclos, que culmi-nará con el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958. Conviene preguntarse por qué este período es más corto. Giacopini habla de tres factores que no existían en el siglo XIX, y que a su juicio son fundamentales para entender el cambio del siglo XX. Primero, la creación del Ejército Nacional, ya sin color político y subordinado a los poderes nacionales. Se-gundo, los partidos políticos que surgen después de la dictudura de Juan Vicente Gómez, a diferencia de los partidos del siglo XIX, Conservador y Liberal “que eran partidos armados y eran en gran parte la causa de la guerra civil crónica por la que se disputaban el poder en los campos de batalla con las armas en la mano”.

Los partidos políticos que van a hacer vida pública son: la social democracia, representada por Acción Democrática; el so-cialismo cristiano, representado por COPEI; y el socialismo mar-xista, representado por el Partido Comunista. Otro factor deter-minante del siglo XX es la aparición del petróleo, que es la fuente de riqueza que vino a cambiar aceleradamente la vida del país. Según la tesis de Giacopini, estos tres nuevos factores son im-portantísimos para entender la brevedad del período 1941-1958, en el que al comienzo de dicho período, es decir el 18 de octu-bre, se da un intento no premeditado de regresar a la relación partido-ejército del siglo XIX, donde se unen el partido Acción Democrática y el grupo militar insurgente. Sin embargo, “ya el proceso formativo de los nuevos oficiales y de los ideólogos y di-

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rigentes políticos, eran totalmente antagónicos entre sí y viene la ruptura el 24 de noviembre de 1948, con la caída del presidente Gallegos”.

Luego de la caída del presidente Gallegos viene la alternan-cia en el poder del grupo militar, en cuyo seno Marcos Pérez Jiménez, al desaparecer de la escena Carlos Delgado Chalbaud, surgirá como la figura más prestante.

Al momento en que el gobierno del general Pérez Jiménez cae, los protagonistas políticos que habían luchado en contra del régimen entienden la necesidad de establecer un pacto mínimo de convivencia política que les permita sentar las bases de una democracia estable. De esta iniciativa nace el Pacto de Punto Fijo:

“...que es un pacto antimilitarista, en el sentido de celebrar un convenio en virtud del cual los partidos políticos organizados, en ningún momento aunque se hagan la oposición y tengan diferencias entre sí, llevarán las cosas al extremo de debilitar el sistema y sobre todo lograr que ninguna fuerza política reconocida y organizada se alíe con algún sector militar...”.

De esa experiencia política adversa, en la que muchos murie-ron perseguidos por dictaduras, surge el Pacto de Punto Fijo, en el que se comienza un período político que dura 40 años. Giaco-pini asegura que su teoría se la viene planteando a su amigo el doctor Ramón J. Velásquez, desde hace 20 o 30 años. Por lo tanto Giacopini asegura:

“...verán que de acuerdo a la teoría mía el cambio del siglo va a significar la aparición de una nueva dirigencia política, la desaparición de la actual con su modelo político y la aparición de una nueva dirigencia, con otro modelo político, esa es la tesis de los reajustes históricos”.

Giacopini piensa que para bien de los jóvenes, el proceso his-tórico venezolano, debería ser reescrito nuevamente, esto con el

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fin de mejorar su comprensión. Al respecto se pregunta confun-dido: “¿Qué ha ocurrido en Venezuela en el siglo XX?”. Ya que no le encuentra explicación a la situación a la que hemos llegado. Se cuestiona cómo un país rico, con una posición geográfica es-tratégica y muy bien dotado por la naturaleza esté en condicio-nes tan deplorables.

Para explicar su posición con relación a la historia, Giacopini se remonta a los tiempos de la Revolución Liberal Restauradora de Cipriano Castro, porque “es uno de los hechos históricos más importantes en la historia política del país”. Giacopini plantea que la Revolución Liberal Restauradora no fue sólo el hecho de que 60 hombres cruzaran la frontera y tomaran el poder el 22 de octubre de 1899:

“...el hecho es que la Revolución Restauradora significó el comienzo de un verdadero proceso dinástico, donde se van a suceder en el poder; con el pequeño paréntesis del trienio del 18 de octubre del 45 al 24 de noviembre del 48, cinco presidentes militares activos, hombres que se caracterizaron por entender la función de gobierno, como la necesidad de crear un país, de construir un país, las mismas etiquetas con que ellos identificaron sus procesos políticos y militares, sus empresas políticas y militares indican aquella manera de pensar”.

Para adentrarnos en cada una de estos gobiernos, es nece-sario recapitular en lo que eran sus proclamas. Para el general Cipriano Castro y los restauradores, hay que recuperar un país desbastado por la guerra civil. De ahí que su propuesta para go-bernar al país fuera la de nuevos ideales, nuevos hombres, nue-vos procedimientos. Para Castro, hay que romper con el pasado. Hay que generar una nueva forma de gobernar al país.

El general Juan Vicente Gómez plantea luego la Rehabilita-ción Nacional. Según él, hay que rehabilitar a Venezuela, porque se ha consumido en dos guerras dramáticas de cambio de siglo;

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la revolución restauradora y la revolución libertadora. Gómez, o mejor sus áulicos, pregonan la Rehabilitación Nacional, y sus fundamentos son: unión, paz y trabajo. Para Giacopini, Gómez fue sabiamente asesorado por lo que algunos han llamado las luces del gomecismo, porque tenían un criterio claro de lo que tenían que hacer. Giacopini es del criterio de que eso era lo que el país buscaba:

“...exigía en esos momentos: unión, porque la lucha entre hermanos había sido feroz; paz, porque la guerra había desbastado al país; trabajo, porque era la única manera de recuperarlo; una concepción verdaderamente clara de lo que exigía”.

Luego de fallecido el 17 de diciembre de 1935 el general Gó-mez, es el general Eleazar López Contreras quien hace una ges-tión de importancia luego de que Venezuela padeciera de varios gobiernos autoritarios. A López le tocó presidir un gobierno en condiciones difíciles. Para Giacopini, López hace una magnífica transición y su gobierno es definitivamente más avanzado. Ló-pez habla de calma y cordura. Al concluir su mandato, López entrega la presidencia al otro general y también andino: Isaías Medina Angarita. Medina manifiesta su idea de que sí debe ha-ber cambios en la sociedad, pero sin caer en apresuramientos, por eso habla de que el país debe marchar sin prisa, pero sin pausa.

Luego del golpe de Estado del 18 de octubre de 1945, viene el trienio 1945-1948, conocido también como el trienio adeco. A la caída del presidente Rómulo Gallegos toma el poder la Junta Militar de Gobierno, presidida por el comandante Carlos Delga-do Chalbaud.

Del gobierno del general Marcos Pérez Jiménez, Giacopini no duda en expresar sus más esclarecidos elogios. Para él, es la gestión gubernamental en la que se producen los índices más

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claros de progeso nacional. Tanto así que: “...uno mostraba con orgullo el pasaporte venezolano en los servicios inmigratorios del exterior, donde Venezuela conoce un período excepcional, que no tiene igual. Usted no me encuentra en toda la historia de Venezuela una cosa parecida...”. La propuesta del gobierno perezjimenista era la de la transformación del medio físico, el nuevo ideal nacional.

De estos cinco presidentes militares andinos tenemos que Venezuela entra en una etapa política distinta. Según Giacopini, ellos comprendieron cuál era la función de gobernar al país, de construir el país, y en concordancia con esa necesidad tomaron medidas para lograr sus objetivos. Lo primero que debía hacerse para lograr tal fin era pacificar, para lo cual los generales Castro y Gómez diseñan una estrategia de guerra a realizarse en todo el territorio. Es en la Libertadora donde se logra destruir mili-tarmente al caudillaje vernáculo que venía del siglo XIX, cosa que según Giacopini “no había podido lograr ni Guzmán Blan-co”, porque Guzmán logró afianzarse en el poder en alianza con los caudillos regionales. Políticamente se le destruye a través de alianzas. Según Giacopini, la Restauradora sí los eliminó, extin-guiendo al mismo tiempo el feudadismo militar y político de Venezuela.

De igual forma, con la Libertadora desaparecen los parti-dos políticos históricos del siglo XIX: conservador y liberal. Es-tos partidos, nacidos luego de la creación de la República, hacia 1840, representan la alternativa política nacional. Los conserva-dores, como el término lo indica, son las personas que están sa-tisfechas con el orden imperante, que no están interesadas en cambios drásticos de la situación política. Los liberales, por su parte, fundados por Tomás Lander y por Antonio Leocadio Guz-mán, “ellos mismos no supieron explicar su papel en la historia, porque yo rechazo aquella afirmación cínica de Antonio Leoca-dio Guzmán”. Giacopini se refiere a la célebre frase dicha por el

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viejo Guzmán de que “...si los otros hubiesen dicho Federación, nosotros hubiésemos dicho Centralismo”.

Para Giacopini, esta afirmación no tiene correlación con una posición política determinada, porque ser conservador o ser li-beral son posiciones ideológicas distintas. “El ser centralista o el ser federalista, es suscribir determinada estructura del Estado: centralista a federal, centralizado o descentralizado. Usted pue-de ser liberal y centralista; liberal y federalista; conservador y centralista; conservador y federalista”. Por eso para Giacopini los liberales no supieron explicar su papel en la Historia.

“Cuando uno analiza qué fue el partido liberal y por qué fue el partido liberal, es un movimiento no consciente de un gran sector de la vida nacional, que sintió, de hecho, en carne propia, la necesidad de armonizar las instituciones republicanas que había adaptado el país, con el nuevo país. Porque las instituciones republicanas de 1830, venían muy cargadas del lastre de la Colonia, entonces había que liberalizar la vida institucional del país, ese es movimiento liberal”.

La composición de esos partidos políticos estuvo integrada por un grupo conocedor de la creencia del grupo, de un grupo de partidarios, y de un grupo militar armado. Estos eran tiem-pos en que la disputa política se hacía circunstacialmente en los campos de batalla. “Debajo estaba la masa indiferenciada, que los llevaban de un lado a otro en sus aventuras políticas y mi-litares los dirigentes del país. Esos dos partidos: Conservador y Liberal, como vemos partidos armados, eran en gran parte la causa de la guerra civil crónica”.

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CAPÍTULO II

LA HISTORIA DE VENEZUELA

2.1. Antecedentes coloniales

La llegada de los europeos al territorio de lo que actualmen-te se conoce con el nombre de Venezuela, se realiza en el año de 1498, al tercer viaje del almirante Cristóbal Colón. En sus dos viajes iniciales, Colón no había encontrado Tierra Firme conti-nental. En la primera de sus expediciones Colón hallaría el Nue-vo Mundo, el día 12 de octubre de 1492, a una pequeña isla del archipiélago de Las Lucayas, llamada por los indios Guanahaní, a la que el marinero puso el nombre de San Salvador.

El 5 de agosto del año 1498 llega Colón al continente. Le da el nombre de Tierra de Gracia, deslumbrado por la hermosu-ra de la abundante vegetación y del caudal espeso de las aguas venezolanas. El genovés, visiblemente impresionado por lo que tenía ante los ojos, llegó a asegurar que se encontraba en el Pa-raíso Terrenal. Aún más llama la atención la descripción que en su diario hace Colón de los habitantes de la Tierra de Gracia: “Todos mancebos, de buena disposición y no negros, salvo más blancos que otros que haya visto en las Indias, y de muy lindo gesto y hermosos cuerpos y los cabellos largos y llanos, cortados a la guisa de Castilla...”.11

El almirante del mar océano no repara en elogios para con los naturales. Los describe como gentes muy tratables, conveni-

11 Colón, Cristóbal: Diario de a bordo, p. 189.

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bles y de mucha honra. Al cabo de dos siglos, José Oviedo y Ba-ños será el responsable de escribir la historia de la provincia de Venezuela. Oviedo, quien poseía dotes de poeta, establece una análoga relación con Colón cuando describe el paisaje caraqueño como similar al del mítico paraíso.

Al arribo del genovés, el territorio venezolano está poco ha-bitado. En correspondencia a los soberanos patrocinadores de España describe lo auspiciosa de su empresa: lo imponente de la naturaleza, el Paraíso Terrenal. La formación “fue sin duda, uno de los encuentros más difíciles, fecundos y globales de la historia. No hubo, acaso, otro más fortuito, inesperado, total y preñado de consecuencias”.12

Pronto los tesoros deslumbrarían a los más. López de Góma-ra al referirse a Cubagua la describe como la más rica tierra del mundo. El oro y las perlas son fáciles de transportar. Colón, por su parte, nunca ocultó su interés por estas bellezas; es el tiempo de El Dorado, la legendaria región anhelada por el conquistador. La isla de Cubagua, entre los años de 1510 y 1512 es convertida en el primer establecimiento de España en la historia de Vene-zuela, siendo en esencia un campamento de buscadores de per-las, cuya dependencia rige la Audiencia dominicana. Es efímero el tiempo de incursión en esta isla por parte del español. En 1510 ya ha comenzado el movimiento migratorio forzado de esclavos hacia el Nuevo Mundo, fundamental para lo que posteriormente será la conformación social del ser venezolano; puesto que sin la presencia del negro en estas tierras, nuestra nacionalidad sería distinta de lo que es actualmente.13

Continúa así el esfuerzo por conquistar nuevas tierras. De esta forma se abre paso el español, tanto por el oriente como por el occidente para penetrar en territorio venezolano. Desde Paria

12 Salcedo-Bastardo, J. L.: Historia fundamental de Venezuela, p. 21. 13 Ibídem, p. 86.

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hasta La Guajira recorre Alonso de Ojeda con el fin de reconocer la costa. Son los primeros tiempos de la penetración española en estas tierras. En el año 1527 llega Juan de Ampiés al occidente, a la zona de Coro. Su fama de hombre bondadoso le permite en-tenderse con Manaure, en perfecta armonía.14 Es Ampíes quien siembra la semilla de lo que será luego Santa Ana de Coro.

El 27 de marzo de 1528 el emperador Carlos V otorga licen-cia a los alemanes Jerónimo Sayler y a los hermanos Enrique, Ambrosio y Jorge Alfínger, para que puedan descubrir, conquis-tar y poblar las tierras de la costa comprendida entre el cabo de la Vela y Maracapana, incluyendo todas las islas encontradas en dicha costa, como factor de los Welser, connotados banqueros de Augsburgo, verdaderos depositarios de la potestad real. El 23 de octubre de ese año los beneficiarios otorgan todos sus poderes a Ambrosio Alfínger, quien se encontraba ya en La Española. Estas fueron algunas de las condiciones de Carlos V para el esta-blecimiento los alemanes:

“El arreglo entre las partes señala que los alemanes en el plazo de dos años fundarán dos poblaciones de al menos 300 hombres cada una, enrolarán 50 mineros alemanes para repartilos en Tierra Firme y en las islas, y construirán tres fortalezas. Se les acuerda en 4% de todo el provecho de la conquista”.15

Con posterioridad el gobernador Ambrosio Alfínger dotará a Santa Ana de Coro de cabildo, solares, iglesia y cárcel. Es Coro el primer punto poblado de lo que posteriormente será el terri-torio de Venezuela. Alfínger es el rostro visible de la domina-ción germana en Venezuela, a quienes Carlos V, acosado por los

14 Vale la pena mencionar, el comentario citado por Francisco Herrera Luque en su libro Los viajeros de Indias, sobre Juan de Ampíes: “Pedro Manuel Arcaya e Isaac Pardo coinciden en afirmar que Juan de Ampíes, primer español en Tierra Firme, fue un buen hombre. No se muestra tan entusiasta el padre Aguado cuando acusa a Juan el Bueno y a sus sesenta hombres, de saqueadores, ladrones y esclavistas. Lo que atenúe los desmanes de Ampíes es la presencia de Ambrosio Alfínger, su sucesor”, p. 440.

15 Gil Fortoul, José: Historia Constitucional de Venezuela, p. 44.

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acreedores, daría el 27 de mayo de 1528, en prenda, el territorio de Venezuela.

En febrero de 1529 se encontraban en Coro Ambrosio Alfín-ger y Bartomomé Sayler, hermano de Jerónimo, con 780 hom-bres entre alemanes, españoles, portugueses y negros de Nueva Guinea. El tiempo que ha de venir es el de la aventura y la ex-pedición. Los gobernadores alemanes se hacen acompañar para sus arriesgados viajes de conquistadores españoles entre los que destacan hombres como Sancho Briceño y Juan de Villegas. La ilusión de El Dorado es la fuerza que impulsa a estos personajes a luchar cada día contra todo tipo de riesgos. Las primeras in-cursiones de Alfínger fueron orientadas hacia el lago de Coqui-bacoa, en cuyas orillas fundó un pueblo con el nombre indígena de Maracaibo. Al volver a Coro, a los ocho meses, se encuentra a su llegada con Nicolás Federmann y Hans Seissenhoffer, ambos agentes de los Welser. A Federmann entregó Alfínger el gobier-no, para luego retirarse a Santo Domingo en procura de alivio para una vieja dolencia.

En septiembre de 1529 sale Federmann con destino al sur, y descubre la región de Barquisimeto. En marzo de 1531 vuelve a Coro y encuentra a Alfínger ratificado en el cargo de gober-nador. Posteriormente se embarca hacia territorios del Nuevo Reino de Granada. Al cabo de dos años, murió entre Pamplona y Cúcuta, en una disputa con los indios. Hoy ese lugar conserva el nombre de Miser Ambrosio. Entretanto, en Coro los empleados y colonos españoles se quejaban del trato de los alemanes. En su opinión los teutones vendían a precios muy altos la sal, las armas, los caballos y todo tipo de mercancías.

No resultó del todo provechoso el negocio para los teutones. La lengua, la idiosincrasia y las costumbres de los colonos choca-rían irremediablemente con estos extranjeros que pronto se con-vertirían en incómodos visitantes. En el año de 1556 finalmente

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se dicta la resolución por la cual los banqueros Welser, autén-ticos depositarios de la empresa expedicionaria y fundacional, quedan excluidos de la explotación de Venezuela.

Con el cargo de juez de residencia llega a Coro en octubre de 1544 el licenciado Juan de Frías, quien fuera fiscal de la Au-diencia de Santo Domingo. Preocupado en instruir juicios en Margarita y Cubagua, Frías no se encuentra en Coro a la llegada del gobernador interino Juan de Carvajal, quien en compañía de Juan de Villegas parte al sur, fundando el 7 de diciembre de 1545 la ciudad de Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción de El Tocuyo, acompañados también por Diego de Losada y Die-go Ruiz de Vallejo. Es un paso fundamental en la conquista de Venezuela. Es El Tocuyo el primer cónclave de importancia en las entrañas de Venezuela. De este punto parten expediciones a fundar nuevas ciudades en diversos lugares de la geografía. Luego de su fundación, la ciudad de El Tocuyo se convierte en centro de expediciones. En la localidad se establecieron telares y se cultivó arroz, maíz y trigo en cantidades muy importantes, tanto así que permitía la comercialización con otras ciudades como Maracaibo y Coro, y la exportación hacia La Española y Cartagena de Indias.

Luego de veintiún años salen de El Tocuyo, en enero de 1567 Diego de Losada y otros personajes quienes siete meses después fundan a Caracas. Santiago de León será el nombre dado a las tierras de los indios Caracas, donde los españoles se enfrenta-rán a la más férrea de las resistencias, en los valles de Aragua y Caracas. Francisco Fajardo, hijo de un español del mismo nom-bre, y de doña Isabel, nieta del cacique Charayma, es el hombre que en 1555 emprende un viaje de exploración, marcando un antecedente de esta ocupación. El proceso de conquista avanza con la constante arremetida de un enemigo en condiciones muy inferiores. El aborigen lucha tenazmente, pero en vano, por su libertad y su tierra.

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El 19 de marzo de 1549 Juan de Villegas tomó posesión del gobierno como capitán general. En 1552 funda la ciudad de Nue-va Segovia de Barquisimeto, y envía a Damián del Barrio para que se posesione de la vecina provincia de Nirgua, “donde aca-baban de descubrirse unas minas de oro que se llamaban de San Felipe Buría”.16

A Villegas lo sucede como gobernador Alonso Arias de Vi-llasinda, en 1553. A Villasinda lo suceden Gutiérrez de la Peña, de 1558 a 1559; el licenciado Pablo Collado, hasta 1561; el licen-ciado Bernáldez, hasta 1563; Alonso Pérez de Manzanedo, que muere en 1563; y otra vez Bernáldez, hasta 1565 en que asume Pedro Ponce de León, quien ejerce el mando por cuatro años; como interino Hernández de Chaves; Diego de Manzariego, 1570-1576; Juan Pimentel, 1576-1583; Luis de Rojas, 1583-1589; Diego Osorio, 1589-1597; Gonzalo Piña Ludueña, 1597-1600. Veamos qué opinión nos ofrece el historiador José Gil Fortoul de estos personajes: “Bajo el domino de estos gobernadores, la población española de la Provincia de Venezuela se reparte en muchas aldeas, que serán, mediado el siglo XVIII, los más nota-bles centros mercantiles”.17

En lo sucesivo aparecen Mérida, fundada en 1558 con el nombre de Santiago de los Caballeros por Juan Rodríguez Suá-rez; San Cristóbal, en 1561, por Juan Maldonado; Caraballeda, en 1568, por Diego de Losada; Nueva Zamora (Maracaibo), en 1571, por Alonso Pacheco; San Juan Bautista de Portillo de Carora, en 1572, por Juan de Salamanca; Espíritu Santo de La Grita, en 1576, por Francisco de Cáceres; Barinas, en 1567, por Andrés Varela; San Sebastián de los Reyes, en 1584, por Sebastián Díaz Alfaro; La Guaira, en 1589, por Diego de Osorio; Pedraza, en 1591, y Gibraltar, en 1592, por Gonzalo Piña Ludueña; Espíritu Santo de Guanare, en 1593, por Juan Fernández de León; La Victoria,

16 Ibídem, p. 53.17 Ibídem, p. 54.

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en 1595, por Francisco Loreto. La ciudad de Santiago de León de Caracas, que luego sería la capital de la Capitanía General, la fundó el conquistador Diego de Losada el 25 de julio de 1567.

En el ámbito socioeconómico, España intentó trasladar a América similares estructuras políticas, religiosas y económicas. En materia de arquitectura, Giacopini es de la siguiente opinión:

“...aquí han tumbado muchas cosas. Aquí no tuvimos verdaderas joyas arquitectónicas porque esto era una Capitanía General pobre, a diferencia de los virreinatos como Nueva España, Nueva Granada o el del Perú. Allí había joyas arquitectónicas de la Colonia. Aquí no; pero sí existían algunas edificaciones viejas que hubiera sido deseable conservar. Pero han tumbado muchas cosas”.

En lo alto de la sociedad encontramos a la nobleza,18 dividi-da a su vez en alta, media y baja, inclinada hacia el poder político y ocupada en las máximas posiciones de la administración. Para nuestros nobles, influidos por el espíritu de la Reconquista, hon-roso es el hombre guerrero, mas no el artesano ni el comerciante. Vive de los tributos o contribuciones que impone a sus vasallos.

A América llegan desde España jóvenes “semi-nobles” en su gran mayoría. También guerreros, clérigos, licenciados y bachi-lleres. A su arribo estos hombres deben modificar muchas de sus costumbres.

“Todos los llegados a América se considerarían señores; aquí se daba un fenómeno general de hidalguización, vale decir, de igualación hacia arriba. El conquistador sentíase miembro de la más alta categoría social, veía en los indios a sus vasallos; venía con arrogancia a enfrentarse a lo desconocido, en busca de la honra y de la fama, y a satisfacer su ambición económica”.19

18 Para ahondar en lo que se referiere al término “nobleza”, es necesario revisar el criterio manifiesto por el historiador Salcedo-Bastardo, en su obra citada anteriormente, p. 142.

19 Idem.

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Vale la pena destacar que en el ámbito académico, en el año de 1721 se autorizó la instauración de la Real y Pontificia Uni-versidad de Caracas, que comenzó a funcionar en 1725. Anterior a la universidad, desde 1641 funcionaba el Seminario Tridenti-no, para la preparación de sacerdotes en las distintas diócesis de ultramar. Nuestro Seminario Tridentino de Santa Rosa, por advocación de la peruana Santa Rosa, llegó mucho después que los Seminarios de Bogotá (1582), Santiago de Chile (1584), Lima (1591), Quito (1594). Asimismo, cabe destacar que la integración político-económico-militar del territorio venezolano estuvo fun-damentada por disposición de la Corona, que en 1776 crea la Intendencia del Ejercito y Real Hacienda; en 1777, la Capitanía General; en 1786, la Real Audiencia de Caracas; y en el orden re-ligioso, la creación de la diócesis de Mérida (1777) y de Guayana (1790), ambas dependientes a partir de 1803 del arzobispado de Caracas.

2.2. Pensamiento venezolano de la Emancipación

Hacia la segunta mitad del siglo XVIII se observa en Vene-zuela un cambio en el pensamiento con relación a lo que hasta ese momento eran los patrones tradicionales de la estructura so-cial. Los propulsores de estas nuevas ideas modernas no eran otros que los mantuanos y sus relacionados, es decir, la clase social en franco ascenso político. Aristócratas de riqueza, adqui-rida de la agricultura y el comercio.

“Trátase de un conjunto de individuos brillante en extremo, con personalidades de talla continental e intelectuales de notable capacidad creadora, algunos con valiosas obras cuya importancia las hace dignas de un estudio atento”.20

En 1728, llega a Venezuela la Compañía Guipuzcoana. Pos-teriormente, en 1750 arriban al país los Zárraga, que por su orto-

20 Pino Iturrieta, Elías: La mentalidad venezolana de la emancipación, p. 14.

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grafía y fonética se puede decir que son de origen vasco, antepa-sados del doctor Giacopini Zárraga.

“Eran dos hermanos Zárraga: José Antonio y Juan Antonio Zárraga de Mosti, de la Villa de Vizcaya. La Guipuzcoana, los envía a su agencia de Coro, que funcionaba tengo entendido en aquella casa antigua que hay en la ciudad de Coro, que se llama la Casa del Sol, porque tiene en la torre un sol sobre la puerta de entrada. Los dos hermanos Zárraga se casan allí mismo en Coro, con dos hermanas de apellido de la Colina, hijas del capitán español don Juan de la Colina, que era un hombre importante en la localidad”.

En los relatos de los más importantes viajeros de la época, como Alejandro de Humboldt, Francisco Depons y J. J. Dauxion Lavaysse, autores de obras fundamentales para la compresión de este tiempo histórico, se encuentran fieles testimonios del nuevo pensamiento y de cómo la Iglesia trata de mantener el viejo orden, a través del miedo. Véanse las penalidades que pre-gona un cura de la isla Margarita en su sermón relacionadas con el purgatorio, que Dauxion tuvo la oportunidad de escuchar:

“Allí se sienten a la vez los extremos del calor y el frío; es decir, que mientras uno tiene, por ejemplo, los pies y las manos heladas, las otras partes del cuerpo son presas de un fuego devorador. Horribles culebras se introducen en los intestinos y en las entrañas de este; mientras su vecino está cubierto de horribles reptiles que le chupan la sangre, mientras que asquerosos sapos echan su baba y sus orines en la cara de aquel. ¡El hambre y la sed, el más cruel de los tormentos!”.21

Necesariamente la influencia de la Iglesia era importantísi-ma en aquella sociedad. Para las familias importantes, tener un hijo con hábitos, o en el ámbito militar, significaba mucho. En el caso de los estudiantes caraqueños, tenían vedados un signifi-

21 Cita de Dauxion Lavaysse, J. J.: Viaje a las islas de Trinidad, Tobago, Margarita y diversas..., tomada por Pino Iturrieta en su obra citada, p. 22.

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cativo número de libros de corte revolucionario, que Francisco Depons detalla claramente:

“El Nuevo Abelardo, La Academia de las Damas, el Año dos mil cuatrocientos cuarenta, El Filósofo de buen sentido, El discurso del emperador Juliano contra los cristianos, Las Máximas políticas de Paulo III, El Diccionario de Bayle, La Teología Portátil del Abate Bernier (El barón de Holbach, bajo el nombre de Abate Bernier), La Continuación de la Historia Universal, de Bousset; La Teoría de las Leyes Criminales, de Brissot de Warville; los seis últimos volúmenes del Curso de Estudios, de Condillac; los Diálogos sacados del Moniakismo; el Tratado de Virtudes y Recompensas; los Errores Instructivos; el Diario del reinado de Enrique IV, Rey de Francia; la Filosofía Militar; el Genio de Montesquieu; la Historia Literaria de los Trovadores; la Historia Filosófica y Política del Abate Raynal; Belisario, de Marmontel; las Memorias y Aventuras de un hombre distinguido; De la Naturaleza, de Robinet; Investigaciones sobre los Americanos; el Sistema de la Naturaleza; el Sistema Social; la obras de Voltaire; las obras de Rousseau; el Ensayo sobre la Historia Universal, por Juan de Antimoine; la Historia del príncipe Basilio; la Historia y vida de Aretino; los Monumentos de la vida privada de los doce Césares, etc.”.22

En esa extensa lista referida por Depons, notamos el afán del orden establecido por preservar su dominio, ante los peli-gros de las nuevas ideas que desde otras tierras, principalmente de Cádiz, Santander y otros puertos de la península, venían a perturbar los sentidos de los más inquietos. Para José Domingo Díaz, y Narciso Coll y Prat, los culpables de la llegada de toda aquella literatura era la Inquisición de Cartagena, que “estaba como dormida”23 y no proveía de comisarios y empleados efi-cientes a su sucarsal carqueña. En su opinión, los depositarios

22 Cita de Francisco Depons: Viaje a la parte oriental de Tierra Firme en la América Meridional, tomada por Pino Iturrieta en su obra citada, p. 24.

23 Cita de Díaz y Coll y Prat: “Exposición en 1818”, en: Memoriales sobre la Independencia de Venezuela, tomada por Pino Iturrieta en su obra citada, p. 25.

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de las nuevas ideas sólo eran “aquella gavilla de sediciosos lla-mados filósofos”,24 que como único fin procuraban “la anarquía del género humano”.25

En opinión de Francisco Javier Yanes, en la mente de los ha-bitantes de toda Hispanoamérica comenzaron a fermentar gér-menes de la libertad, por la emancipación política de los Estados Unidos, y por el triunfo de la Revolución Francesa.

El doctor Giacopini nos señala otras características de la épo-ca colonial, y de la filiación política de sus antepasados:

“José Antonio Zárraga de Mosti, que es de donde yo vengo, enviuda en Coro, sin tener descendencia. Se marcha a la isla de Santo Domingo y allá contrae segundas nupcias con una hija del capitán general de la isla, una muchacha Caro y Abreu. Entonces nace en Santo Domingo una generación de Zárraga dominicanos: los Zárraga Caro. El mayor de los Zárraga Caro, Miguel Zárraga Caro, que era licenciado en leyes, es designado por la Corona de España, funcionario de la Real Hacienda en Caracas. Y entonces él llega acá soltero, y contrae matrimonio con una muchacha venezolana, de origen vascuence. Con la menor de las Aristeguieta, con la menor de las 9 musas. Con María Manuela Josefa Aristeguieta. De allí entonces vienen los Zárraga Aristeguieta y uno de ellos, el general en jefe Miguel Zárraga Aristeguieta, viene siendo uno de mis tatarabuelos. Hubo la particularidad que los Zárraga de Falcón, fueron grandes realistas como fue toda esa zona de Falcón y la ciudad de Coro, muy leales a la Corona de España. Y los de acá del centro fuimos republicanos. Ambas familias conquistaron méritos bajo sus respectivas banderas. Hasta el extremo de que don Pedro Zárraga, de los Zárraga de Falcón, después de Carabobo y por su filiación a la causa realista se marcha al exterior. A Puerto Rico primero, y después a España y va a la Corte, a Madrid y el Rey de España lo nombra capitán general de Filipinas, cargo importante”.

24 Idem. 25 Idem.

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Sin embargo, la idea de emanciparnos definitivamente de España estaba ya en la mente de muchos venezolanos de finales del siglo XVIII. Los movimientos conspirativos de Manuel Gual y José María España, en 1797, tenían el firme propósito de esta-blecer una república democrática.

“Sin duda alguna, el más perfecto y completo de los proyectos revolucionarios preparados en Venezuela fue el articulado por Juan B. Picornell, Manuel Gual y José María España. Admirable en su aspecto formal, en el cual nada se omitió, y también su coherencia, sinceridad, su idealismo sin par, sus vastísimas miras que arraigan en los venezolanos y concluyen en la Independencia”.26

El gran organizador de esta conspiración era un hombre na-cido en Palma de Mallorca, en 1759, educador reformista, de alta moral, escritor y orador insigne: Juan Bautista Mariano Picornell y Gomilla. Afiliado a la masonería universal, veía a la educación como el instrumento indispensable para el progreso de los pue-blos. Picornell, quien en Madrid trabajaba secretamente en un golpe para sustituir a la monarquía por una república democrá-tica, le es conmutada la pena de muerte por la prisión definitiva en una cárcel americana. Preso en La Guaira, por sus dotes de gente, pronto se ganaría el favor de sus propios vigilantes, quie-nes no dudaron en señalarle el favorable clima para una revolu-ción.

“El Calabozo del mallorquín devino bien pronto laboratorio de la revolución. Picornell escribe allí la más variada literatura, la cual sus amigos se encargan de copiar y difundir entre los comprometidos y simpatizantes; es la literatura para la captación y para granjear adherentes al movimiento en todos los sectores; cada pieza va dirigida, con esmerada intención, a ganar prosélitos en un área social determinada”.27

26 Salcedo-Bastardo, J.L.: Ob. Cit., p. 198.27 Ibídem, p. 199.

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Por otra parte, desde 1794, un importante grupo de habitan-tes de La Guaira se juntan regularmente para tratar asuntos rela-cionados con la política. Un rico, inteligente y culto hombre edu-cado en Bayona se empeña en relacionar a hombres de distintas capas sociales. Su biblioteca tiene fama de ser de las mejores de la provincia: se trata de don José María España. Junto a él, Ma-nuel Gual, capitán retirado, músico notable y con dominio del idioma francés y el inglés, igualmente hace esfuerzos por des-pertar a los incautos de la situación política mundial y del papel que deben jugar los nativos ante la historia.

La imprudencia del adinerado comerciante Manuel Monte-sinos y Rico, hizo que para el 13 de julio del año 1797 el gober-nador Carbonell supiese de la conspiración. Por fortuna Gual y España logran escapar. Pronto comenzarían las persecuciones y las condenas a muerte. Picornell, ha huido igualmente, y traduce en una isla del Caribe el Manifiesto introductorio a la Constitu-ción Francesa de 1793. Es sin duda, la labor más significativa de Picornell, en la que busca alcanzar al pueblo llano, con los pos-tulados de la libertad. Llama a los americanos de todos los es-tados, profesiones, colores, edades y sexos, a unirse. José María España, ha vuelto secretamente a Venezuela y al ser capturado, es ejecutado el 8 de mayo de 1799. Manuel Gual, muere igual-mente, envenenado en la isla de Trinidad, el 25 de octubre de 1800. La conspiración ha sido destrozada, pero es la semilla de lo que ocurría una década después.

Interesante por demás es la impresión que Giacopini nos da de un personaje relevante de la época:

“El Marqués del Toro era muy montador de caballo y tenía siete caballos de silla, uno para cada día de la semana. Y ya en los últimos años de su vida, que sufría grandes dolores a causa de la gota y no podía montar a caballo, se sentaba en una butaca ahí con la pierna envuelta en trapos calientes, y hacía que le desfilaran los caballos por delante. Ahí en Anauco hubo también camellos”.

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Ya entrado el siglo XIX, los criollos, renuentes a cualquier cambio político y social, fueron tomando conciencia, sobre todo los más jóvenes, de los sucesos políticos ocurridos tanto en Francia (Revolución Francesa), como en los Estados Unidos de Norteamérica (Declaración de Independencia). Al igual que los criollos norteamericanos, los nuestros paulatinamente fueron ganados por la idea de no depender más de España y de tomar el control absoluto de nuestros territorios. José Gil Fortoul, en su Historia Constitucional de Venezuela analiza con especial atención el momento histórico inmediatamente anterior al siglo XIX:

“Venía la idea revolucionaria ganando prosélitos en la Colonia por dos modos diferentes. En primer lugar, el ejemplo de los Estados Unidos y de Francia despertaba la aspiración a un régimen republicano o democrático, y determinó varias tentativas de revolución: la de negros y mestizos de Coro en 1795, la de Gual y España en 1797, la de Maracaibo en 1799”.28

Aclara Gil Fortoul que dicha aspiración de república no con-taba con el apoyo de la clase oligárquica criolla, que para ese momento representaba la única fuerza activa.

A la llegada de Francisco de Miranda a la ciudad de Coro, en 1806, no se generó en las gentes la eufórica reacción que el Precursor esperaba. Hubo de esperarse hasta los acontecimien-tos de la invasión napoleónica a España para que los patricios, confundidos, y luego de mucho deliberar, tomasen la decisión de exigirle la renuncia al Capitán General Vicente de Emparan. Aún no era el tiempo de la independencia definitiva. Los firman-tes del acta del 19 de abril de 1810 se pronunciaron por una Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII.

28 Gil Fortoul, José: Ob. Cit., p. 199.

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2.3. La Independencia

Al cabo de un año, el 5 de julio de 1811, los criollos, próce-res ya de los acontecimientos del año anterior, declaran, en “el nombre de Dios Todopoderoso”,29 la independencia definitiva de las provincias unidas de Venezuela con España. En el primer párrafo del texto fundacional se expresa lo siguiente:

“...nosotros, los representantes de las Provincias Unidas de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo, que forman la Confederación americana de Venezuela en el continente meridional, reunidos en congreso, y considerando la plena y absoluta posesión de nuestros derechos, que recobramos justa y legítimamente desde el 19 de abril de 1810, en consecuencia de la jornada de Bayona y la ocupación del trono español por la conquista y sucesión de otra nueva dinastía constituida sin nuestro consentimiento, queremos, antes de usar de los derechos de que nos tuvo privados la fuerza, por más de tres siglos, y nos ha restituido el orden político de los acontecimientos humanos, patentizar al universo las razones que han emanado de estos mismos acontecimientos y autorizan el libre uso que vamos a hacer de nuestra soberanía”.30

Para Giacopini, desde este acto mismo de establecer las ba-ses de la república, los criollos equivocan el camino hacia la es-tructuración del marco jurídico para generar un clima propicio para la estabilidad política nacional. Según su planteamiento, la comisión encargada de redactar nuestra primera Carta Magna, que la sanciona el Congreso el 21 de diciembre de 1811, no lo-gra entender la realidad de aquella sociedad desigual que ve-nía creándose al cabo de 300 años. Hombres de la talla de Juan Germán Roscio y Miguel José Sanz, por citar sólo a dos, son los responsables de establecer el marco jurídico que en lo posterior

29 Bastidas, Haydée: Acta de la Independencia del 5 de julio de 1811, en: Documentos fundamentales de la historia de Venezuela (1770-1993), p. 25.

30 Idem.

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orientaría a las instituciones y a la sociedad. Giacopini nos ilus-tra sobre este momento histórico:

“...ese estrato social por el grado de educación que decimos tenían y la capacidad de estar informado, son los que tienen noticias claras de los dos acontecimientos políticos más importantes que han ocurrido en la segunda mitad del siglo XVIII en el mundo occidental: la Independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa. Aquellos dos acontecimientos pues, impactantes para la gente que se asomaba a una nueva situación política acá, da lugar a que esta comisión, para cumplir su cometido de redactar la primera Carta Magna del país, tomen ejemplo de aquellos hechos importantes”.

Ciertamente los criollos conocían bien no sólo los dos acon-tecimientos citados por Giacopini. También sabían de los pos-tulados de la Ilustración y estaban al tanto de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Es decir, no les era ajeno el acaecer del mundo moderno, al que ellos querían alcan-zar. Giacopini nos ofrece su opinión de las primera Constitución promulgada en Venezuela:

“Con la comisión encargada de redactar nuestra primera Carta Magna, sancionada por el Congreso el 21 de diciembre de 1811, es cuando se pierde el sentido de cómo deben diseñarse las instituciones. Nuestra primera Constitución, por ser la de la Independencia, la hemos sacralizado y ha ejercido un poder determinante sobre todo el proceso constitucional posterior”.

Por ello el contenido de nuestra primera Carta Magna es un compendio de diversas Constituciones y anhelos sociales alcan-zados por otras sociedades distintas a la nuestra. Ese es quizá el error que nuestros próceres civiles cometieron. Giacopini así lo cree:

“...toman principios filosóficos de los enciclopedistas franceses, la trilogía de los poderes del Barón de Montesquieau, la

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soberanía popular de Juan Jacobo Rousseau, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa, la Constitución Federal de los Estados Unidos; mezclan eso, y dicen: ‘Esta es la Constitución de Venezuela’, que la sanciona el Congreso, como dijimos antes el 21 de diciembre de 1811”.

El Libertador mismo, hace elogios al referirse al Congreso Constituyente del año 1811, y a la posterior Constitución que este promulgara; al mismo tiempo que se lamentaba de su difícil aplicación. Sin embargo, reconoce la necesidad de hacer las refor-mas que el tiempo así ha señalado. En en su Discurso de Angustu-ra del año 1819 señaló Bolívar: “Cuanto más admiro la excelencia de la Constitución Federal de Venezuela, tanto más me persuado de la imposibilidad de su aplicación a nuestro estado”.31

De nuestras características sociales, Bolívar, atento al desa-rrollo no sólo de la guerra sino también de la colectividad en general, manifestó claramente cuál era su impresión de nuestro núcleo social, y así lo expresó, también en Angostura:

“Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo ni el americano del Norte, que más bien es un compuesto de África y América que una emanación de la Europa, pues hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus intituciones y por su carácter”.32

Interesantes por demás son los razonamientos que sobre nuestro proceso social dio el historiador Laureano Vallenilla Lanz, a comienzos del siglo XX. Para él, los postulados de los repúblicos nuestros, estaban fundamentados en sólidas bases doctrinales y filosóficas:

“...en nombre de la Enciclopedia, en nombre de la filosofía racionalista, en nombre del optismo humanitario de

31 Bolívar, Simón: Escritos fundamentales, p. 120. 32 Ibídem, p. 123.

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Condorcet y de Rousseau, como los revolucionarios de 1810 y los constituyentes de 1811, surgidos en su totalidad de las altas clases sociales, decretan la igualdad política y civil de todos los hombres libres”.33

Sin embargo, Vallenilla Lanz fue aún más allá en su tesis social venezolana. Su idea gira en torno a que la guerra misma de Independencia no fue tal. Así lo señaló enfáticamente en su libro Cesarismo democrático. Quien fuera director del periódico El Nuevo Diario, pro causa gomecista, esgrime la tesis de que fue más bien una guerra civil. Sin embargo, y ante aquella aseve-ración tan contundente, Vallenilla no quiso, y así lo manifestó, menguar en cuanto a las glorias de nuestros libertadores.

“Yo creo –y me baso para ello en el estudio circunstanciado que he hecho de nuestra historia- que, lejos de ser una deshonra para nuetros Libertadores el haber combatido casi siempre contra los propios hijos del país, su heroísmo y perseverancia cobran, por ese mismo hecho, mayores quilates”.34

Esta versión de la historia patria planetada por Vallenilla ge-neró, como es lógico, polémica, por cuanto se tenía por cierta la idea de que nuestra guerra había sido de carácter internacional. El historiador en mención no lo creía así. Pensaba, que lo más ra-zonable, dadas las variables de la sociedad del momento, que la Independencia había sido una lucha entre hermanos. Y para dar ejemplos de su versión de los hechos, señala que muchos de los hombres que comandaban montoneras delincuentes de aquellos años, si bien eran isleños y peninsulares, residían, la mayoría de ellos, desde hacía largo tiempo en estas tierras, y que por sus oficios y profesiones estaban más en contacto con el pueblo.

De las consecuencias de la guerra, Venezuela ganó en glo-rias lo que perdió en organización social. Nuestro país cambió radicalmente luego de la guerra por la emancipación de España:33 Vallenilla Lanz, Laureano: Cesarismo democrático, p. 81.34 Ibídem, pp. 20-21.

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“Mientras con la Independecia se consumaba el suicidio de una clase que en adelante cambiaría de identidad y perdería fuerza al tener que justificar su existencia adoptando los valores de los vencidos, y mientras al separarnos de España sufríamos un repliegue hacia nuestra abandonada soledad y caíamos –o empeorábamos- en el provincialismo, en el Norte de América ocurría algo completamente distinto”.35

La Independencia, proceso complejo y drástico, resultó para nosotros más larga y más cruenta que en ningún otro país del continente. Y paradójicamente, los ejércitos venezolanos cruza-ron las fronteras de casi todas las naciones de Sudamérica, en procura de sembrar la libertad y de acabar la tiranía. El gasto que nuestra nación hizo por la guerra de Independencia fue im-presionante, tanto en vidas humanas, como en bienes materiales. Así lo expresa claramente Vallenilla:

“Nosotros dimos a la Independencia de América todo lo que tuvimos de grande: la flor de nuestra sociedad sucumbió bajo la cuchilla de la barbarie, y de la clase alta y noble que produjo a Simón Bolívar no quedaba después de Carabobo sino unos despojos vivientes que vagaban dispersos por las Antillas y otros despojos mortales que cubrían ese largo camino de glorias desde el Ávila hasta el Potosí”.36

De forma tal que al Libertador le afecta particularmente el hecho de la penosa situación en la que se encuentra su adorada Caracas, luego del terremoto del año 1812, y de la crueldad de la guerra. O en otras palabras, a Bolívar le era extraño el ambiente, en comparación con lo que había sido su solaz niñez en medio de bellos paisajes y dulces ríos. Para entender la situación de la sociedad caraqueña de aquel tiempo, nada más claro que la carta que le escribiera en 1827, desde Cuzco el Libertador a su padrino don Esteban Palacios, emigrado a Europa desde los comienzos de la revolución, porque ese fue seguramente el contexto que

35 Viso, Ángel Bernardo: Venezuela: identidad y ruptura, p. 111. 36 Vallenilla Lanz, Laureano: Ob. Cit., p. 24.

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encontró Bolívar al pisar su ciudad natal luego de Carabobo, en 1821.

“Usted se encontrará en Caracas como un duende, que viene de la otra vida y observa que nada fue lo que fue. Usted dejó una dilatada y hermosa familia; ella ha sido segada por una hoz sanguinaria; usted dejó una patria naciente que desenvolvía los primeros gérmenes de la creación y los primeros elementos de la sociedad; y usted lo encuentra todo en escombros... todo en memorias. Los vivientes han desaparecido: las obras de los hombres, las casas de Dios, y hasta los campos han sentido el estrago formidable del estremecimiento de la naturaleza. Usted se preguntará asimismo, ¿dónde están mis padres?... ¿dónde mis hermanos?... ¿dónde mis sobrinos?... Los más felices fueron sepultados dentro del asilo de sus mansiones domésticas, y los más desgraciados han cubierto los campos de Venezuela con sus huesos, después de haberlos regado con su sangre... por el solo delito de... haber amado la justicia. Los campos regados por el sudor de trescientos años, han sido agotados por una fatal combinación de los meteoros y de los crímenes. ¿Dónde está Caracas?... se preguntará usted; Caracas no existe; pero sus cenizas, sus monumentos, la tierra que la tuvo han quedado resplandeciente de libertad y están cubiertos de la gloria del martirio. Este consuelo repara todas las pérdidas, a lo menos este es el mío y deseo que sea el de usted”.37

Ciertamente, de aquella brillante sociedad musical, aficiona-da a las notas armoniosas de los compositores de la Escuela de Chacao que regentaba el Padre Sojo; o de los patricios que en la casa de los Ustáriz se reunían en torno a Andrés Bello a declamar bellas poesías; aquella Caracas que encantó a personajes como el diplomático francés Luis Felipe de Ségur, o al mismo barón Ale-jandro de Humboldt, no quedaba prácticamente nada en 1827.

“En nuestra guerra de Independencia la faz más trascendental, más digna de estudio, es aquella en que la anarquía de todas

37 Bolívar, Simón: Ob. Cit., pp. 251-252.

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las clases sociales dio empuje al movimiento igualitario que ha llenado la historia de todo este siglo de vida independiente”.38

El hecho cierto es que en el pleno fragor de la guerra, el 17 de diciembre de 1819 se constituye la República de Colombia, a propuesta de Bolívar en Angostura. Luego llamada Gran Co-lombia, como estructura político-constitucional, tuvo su sede en Bogotá. El presidente Bolívar, alejado por encontrarse en las campañas del sur, era reemplazado en ausencia por el vicepre-sidente Francisco de Paula Santander. Al frente de cada uno de los departamentos, como el de Venezuela, imperaba el cargo del intendente con rango de máxima autoridad, el cual estaba a car-go del general Páez, desde 1821. Pero de cualquier forma, este orden político era temporal. No pocas diferencias se presentaron en estos tiempos, entre el poder central de Bogotá y el departa-mento de Venezuela. El reparto de funciones aún no bien deli-mitado servía de instrumento para la confusión, con el agregado de que la sociedad no había recuperado su normalidad, luego de los dramáticos hechos ocurridos entre 1812 y 1821, que signi-ficaron prácticamente la destrucción del orden social, político y económico del país.

“El triunfo de los patriotas no se alcanzó sino después de una contienda larga y sangrienta, en la cual ambos bandos no sólo recurrieron a las armas, sino a una lucha que sacudió las fuerzas sociales. Y ante los furiosos ataques de los partidarios de la unión con España, los republicanos, con una ferocidad no menos típicamente española, optaron por renegar de su propio pasado”.39

El improvisado ensayo grancolombiano generó, asimismo, resistencia en las élites sociales de Venezuela. El solo hecho de tener como capital a la distante y extraña Bogotá era motivo de irritación local. Por su parte, el general Páez, en 1824 había teni-

38 Vallenilla Lanz, Laureano: Ob. Cit., p. 27.39 Viso, Ángel Bernardo: Ob. Cit., pp. 55-56.

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do fuertes enfrentamientos con la Municipalidad de Puerto Ca-bello, por una recluta ordenada por el gobierno central con el fin de enviar refuerzos a Bolívar, quien se encontraba en el sur. Para los años de 1824-1825, Páez se convierte en personaje clave en el desarrollo de los acontecimientos posteriores. El primero de una serie de incidentes relacionados con la posterior separación defi-nitiva, se manifestó ante el hecho de llevar a efecto la orden del gobierno central con relación al alistamiento de milicias. A todo esto, Páez es destituido de su cargo, decisión que fue acogida con desagrado por la Municipalidad, que el 27 de abril de 1826 expresó su animadversión. A los tres días, en medio del caos y la violencia, la Municipalidad desconoce el gobierno constitu-cional de Bogotá y restituye a Páez en el mando militar. Entre los meses de abril y diciembre de 1826, se comienza a gestar un movimiento político en el departamento de Venezuela, conocido como La Cosiata. Luego de un período de incertidumbre y de anarquía nacional, llega Bolívar a Maracaibo, con poderes ex-traordinarios, el 16 de diciembre de 1826, y el día 1º de enero de 1827, dicta un decreto de amnistía para todos los comprometi-dos en el movimiento. Páez reconoció la autoridad de Bolívar y el Libertador lo ratificó en el cargo de jefe superior civil y militar de Venezuela. El día 4 de enero, en Valencia se lleva a efecto la reunión entre Bolívar y Páez. El 10 de enero de 1827, Caracas recibió con algarabía a ambos héroes.

En aquel tiempo residió en una vieja casona colonial de la capital, que fuera propiedad de don Felipe Llaguno, un muy in-teresante personaje del que Giacopini habla con entusiasmo:

“...la casa de Llaguno tiene algunos hechos históricos. Ahí residió el primer representante de Gran Bretaña que hubo en Venezuela, que fue sir Robert Ker Porter, que viene aquí poco después de Carabobo, por ahí en 1825-1826, y le tocó todo ese inicio de la vida republicana independiente que comienza después de Carabobo pero que se materializa ya oficialmente con el Congreso Constituyente de Valencia, de

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1830, cuando queda Venezuela desligada de la Gran Colombia. Posteriormente, siendo yo director de la Shell, mandé a reeditar esas memorias de Ker Porter, una edición que hicimos en inglés, muy buena, pues es un libro fundamental para conocer, a través de un personaje objetivo y culto europeo, cómo veían el panorama de la Venezuela de entonces, y de la Caracas de entonces, la vida social y política. Es la época de los años 20, después de Carabobo, La Cosiata, el primer gobierno de Páez...”.

Este es el tiempo de la discusión política. Los venezolanos de aquella época manejan acaloradamente ideas del más variado signo: bolivarianismo, paecismo, santanderismo; federación y centralismo; república y monarquía; patriotismo y godismo; mi-litarismo y civilismo; dependencia y autonomía. De allí la deno-minación del término Cosiata, como alguna “cosa innominada” o “embrollada”. El débil orden constitucional establecido en Cú-cuta se veía visiblemente resquebrajado por el deseo separatista de la Municipalidad de Caracas. La guerra había catapultado al general Páez a asumir la posición de líder de los destinos de la patria, y La Cosiata es el inicio del Páez político. Nada cambiaría el rumbo de los acontecimientos, ni siquiera la llegada de Bo-lívar, en 1827. Sólo la postergó hasta 1830, cuando se reúne el Congreso Constituyente de Valencia.

Desconocida Colombia, Páez es el líder de la situación. Ya lo era desde 1826, pero ahora se ha consolidado aún más en el poder. Ya no es el hombre de guerra de 1816. Ha acumulado la suficiente experiencia política para definir claramente sus pro-pósitos.

2.4. República Conservadora

En el año 1830 se reúne el Congreso de Valencia, que decide la separación definitiva de Venezuela de la Gran Colombia. Era el fin de Colombia la Grande, proyecto esbozado en un principio

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por Francisco de Miranda y llevado a efecto por Simón Bolívar. El general José Antonio Páez es quien desde 1826 viene coman-dando militarmente al país. Páez es el hombre que por méritos en la guerra y por carisma de hombre llano va a servir de cabeza visible para los intereses de la clase política dominante del mo-mento, quienes se pronunciaban abiertamente por la disociación entre nuestra patria y el resto del proyecto grancolombiano. Los hombres que rodean a Páez, conocidos históricamente como el círculo paecista de Valencia: Miguel José Sanz, Miguel Peña, etc., son los que con muchas dificultades tratan de construir un país, de establecer un orden que permita crecer a un pueblo desbas-tado por años de guerra, terremotos, epidemias, etc. El general Páez, para esta época, ya no es más el hombre “salvaje” de épo-cas anteriores. Ahora viste de levita y frac. Más aún, es el garan-te de que Venezuela no caiga en manos de algún caudillo que quiera hacerse del poder a través de las armas. Páez es el césar, el hombre que garantiza la paz en la República. Para los adu-ladores de turno, Páez es el Benemérito General, el Ciudadano Esclarecido o el Sostenedor del Poder Civil, entre otros títulos.

Es también el tiempo de las persecuciones políticas contra los militares y civiles que fueron afectos a las ideas y al pen-samiento del Libertador Simón Bolívar. Así lo explica el doctor Gicopini, que toma como ejemplo la figura del prócer Francisco de Paula Alcántara, que “era una de las tres o cuatro personas que en privado tuteaba al Libertador, porque habían sido com-pañeros en la escuela de Simón Rodríguez...”:

“Francisco de Paula Alcántara, que había sido de una lealtad extrema al Libertador y cuando se produce todo el movimiento aquí de La Cosiata, fue uno de los hombres que permanece fiel al Libertador. Eso le trajo la malquerencia de Páez, quien lo aceptaba porque era un general importante y no daba muestras de rebelión, simplemente era bolivariano. Páez llegó al extremo de formarle un Consejo de Guerra acusándolo de desleal en la persecución del realista Cisneros. El Consejo

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de Guerra no sólo lo absolvió, sino que con las probanzas militares que él presentó encontraron méritos suficientes para pedir su ascenso al grado inmediato superior, y lo ascienden entonces a general de división”.

También con Páez comienzan las autocracias en Venezuela. La autocracia, como sistema de dominación política, no es más que una vuelta al pasado absolutista, pero con una pesada car-ga de ignorancia y despotismo. Para Salcedo-Bastardo: “Si en el sistema absolutista el derecho de los individuos descansa sobre la gracia o merced real, en la autocracia todo depende de la vo-luntad del déspota, todo le es debido, desde los bienes hasta la vida”.40

Los juristas de 1830 establecen las bases de una república conservadora, mantienen el régimen esclavista y reconocen al sistema censitario de votación, que da únicamente el voto a quie-nes poseen solidez económica. Se dictan leyes, como la del 10 de abril de 1834, que claramente defienden los intereses de los sectores poderosos vinculados al capital financiero y comercial. La oligarquía conservadora cuida el terreno legal en procura de sus beneficios. Páez es el garante de la estabilidad, Miguel Peña y Ángel Quintero, son algunos de los hombres que rodean al caudillo. En medio de tensiones constantes transcurre el período 1831-1835.

Para Giacopini Zárraga, son los próceres de la Independen-cia los que dominan la escena política a partir de 1830:

“...Páez, Soublette, José Tadeo y José Gregorio Monagas. Han realizado la emancipación de Venezuela y tienen derechos adquiridos ante la opinión pública para gobernar, tienen imagen y prestigio, y gobiernan. Se nota en la década que va de 1830 a 1840 el predominio indiscutible de los próceres”.

40 Salcedo-Bastardo, J. L.: Ob. Cit., p. 363.

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El doctor José María Vargas, rector por excelencia de la Uni-versidad es designado el 9 de febrero de 1835 presidente de la República. El nombramiento del doctor Vargas como presidente de la República es un hecho poco relevante para Giacopini, pues según su criterio, eran los militares los merecedores, como se-ñala en la cita anterior, del manejo del poder: “...con el episodio fugaz de un presidente civil como fue el caso del doctor José María Vargas. Venezuela no estaba preparada todavía para go-bernantes civiles”.

Vargas, hombre acostumbrado a la tranquilidad de su labora-torio y a la calma del claustro universitario pronto se vio asecha-do por las intrigas de militares descontentos. Son los próceres de la Independencia, algunos bolivarianos y otros antibolivarianos, quienes unidos comandan el movimiento conspirativo: Santiago Mariño, Diego Ibarra, José Tadeo Monagas, Pedro Briceño Mén-dez, Justo Briceño, Luis Perú de Lacroix y Pedro Carujo, entre los militares; y civiles como: Estanislao Rendón y Andrés Level de Goda. Ellos alegan sentirse desplazados del poder y exigen que todos los cargos públicos estuviesen “...en manos de los funda-dores de la libertad y antiguos patriotas...”.41 El día 7 de junio de 1835, comienza el movimiento insurreccional en Maracaibo. Se proclama al sistema federal y al general Santiago Mariño como líder del movimiento. En Caracas la revolución se inicia la noche del 7 de julio del mismo año. Pedro Carujo es el encargado de arrestar al infortunado presidente Vargas. La historiografía ha recogido el célebre diálogo entre ambos. “El mundo es de los va-lientes”, le dice Carujo a Vargas; a lo cual contesta el mandatario: “No, el mundo es del hombre justo; es el hombre de bien, y no el valiente, el que siempre ha vivido y vivirá feliz sobre la tierra y seguro sobre su conciencia”.42

41 Banko de Mouzakis, Catalina: Revolución de las Reformas, p. 905. 42 Idem, p. 905.

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Luego del gobierno del doctor Vargas, el general Carlos Sou-blette completa el período presidencial. Posteriormente asume la Presidencia nuevamente el general Páez.

2.5. República Liberal

Con la llegada al poder del general José Tadeo Monagas, comienza lo que algunos historiadores han llamado “autocracia liberal”, que dura de 1848 a 1858. Monagas es, asimismo, el últi-mo de los caudillos-próceres de la Guerra de Independencia. Su mandato representa el fin de la dominación de una generación política. Pero también representa la llegada de la tan anhelada alternancia republicana en el poder. Fue de la mano del libera-lismo que Monagas asciende a tal ejercicio. El liberalismo traía en su seno viejos deseos de igualdad social, y asimismo, estaba representado por muchos civiles que veían lejanas sus aspiracio-nes por el dominio militar imperante. Según Giacopini:

“Cuando uno realmente analiza con detenimiento lo que fue el partido liberal, podría darse cuenta de que es un sentimiento que abarcó un sector importante de la población del país que sentía, quizás no en un proceso conciente, la desarmonía entre las instituciones republicanas tal como las había adoptado Venezuela después 1830, que tenían muchos toques todavía de la Colonia”.

El primer gobierno de José Tadeo Monagas (1847-1851) se llevó a bien con la anuencia del grupo conservador liderado por el general Páez, a pesar de las diferencias que existían entre am-bos caudillos por la separación de Venezuela de la Gran Colom-bia, y por la Revolución de las Reformas, de 1835. Este período gubernamental se caracterizará por un marcado antagonismo entre las partes: liberales y conservadores.

Pero más allá de las diferencias, Monagas acepta un cier-to tutelaje paecista al comienzo de su mandato. Este hecho se

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refleja en su primer gabinete, conformado por Ángel Quintero (Interior y Justicia), Miguel Herrera (Secretaría de Hacienda y Relaciones Exteriores), y el general José María Carreño (Guerra y Marina). Pero una política de magnanimidad empleada por el Ejecutivo, con el fin de conmutar penas de muerte y de presidio, a muchos favorecidos, entre ellos, y el más importante, Antonio Leocadio Guzmán, marcaría la separación entre los conservado-res y el régimen de Monagas.

Otro detonante de la tensa situación era los encarcelamientos como mecanismo de represión “y una situación general desesta-bilizada desde el punto de vista económico, producto de la grave crisis agropecuaria”43 que atravesaba el país, con el agregado de la carestía en el abastecimiento de los alimentos.

Luego, el 24 de enero de 1848, se presentan los lamentables hechos de violencia ocurridos en el Congreso, cuando el parla-mento, ante la fuerza de las armas, se vio obligado a ceder ante la autocracia ejercida desde el Poder Ejecutivo. La violencia desata-da en el recinto trae consigo la muerte de varios diputados, entre ellos el ilustre hacendista venezolano Santos Michelena. Páez, molesto, se sublevó en Calabozo, y fue derrotado por Cornelio Muñoz en el sitio de Los Araguatos, el 5 de agosto del mismo año. Al respecto Giacopini comenta:

“Cuando el incidente aquel de enero del 48, cuando el tiroteo al Congreso bajo el gobierno de José Tadeo Monagas, el general José Antonio Páez que ya venía teniendo diferencias con Monagas estaba en su hato de San Pablo de Paria, en el Guárico. Él tenía otro hato de San Pablo en Apure, pero donde lo tomaron estos acontecimientos fue en el área de Paria, San Pablo de Paria, zona que conocí mucho porque cacé mucho ahí, cuando eso era tierra indómita. Páez entonces como respuesta a los sucesos del Congreso, se levanta en armas y

43 Rodríguez Mirabal, Adelina: Gobiernos de José Tadeo Monagas, en: Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar, t. 3, p. 223.

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se va hacia Calabozo y hacia el Sur del Guárico, internándose en los llanos de Apure que eran sus correderos naturales. Pero resulta que ahí en Apure lo derrota uno de los grandes lanceros, el general Cornelio Muñoz. Lo derrota en el banco de los Araguatos. Por eso los opositores a Páez después, como Juan Vicente González, lo llamaban el Rey de los Araguatos. Páez derrotado busca la frontera Arauca y sale a la Nueva Granada. Sale al litoral, viene a Curazao, invade por las costas de Falcón y se interna buscando el llano nuevamente. Atraviesa el Yaracuy. Ese ejército sufrió mucho porque fue en la estación lluviosa y todo era barrizales y aguaceros torrenciales. Páez atraviesa el Yaracuy, entra a los llanos de Cojedes y en Cojedes lo derrota nuevamente otro prócer de la Independencia, el general José Laurencio Silva, en el sitio de Macagua”.

Pero la situación aún era tensa. En el interior de la República la formación de focos subversivos era constante. La economía es-taba prácticamente colapsada. En la ciudad de Coro, en julio de 1849, se levantan en armas varios caudillos quienes solicitan la presencia de Páez, que se hallaba en Curazao, quien respondió favorablemente y se incorporó a la insurrección. Luego de fuer-tes combates, Páez y otros líderes como León de Febres Cordero y Domingo Hernández, fueron reducidos a prisión por el gene-ral José Laurencio Silva.

En 1850, controlados los focos de rebeldes, el gobierno se abocó a la recuperación de la industria pecuaria y de la econo-mía en general. El 27 de mayo las cámaras legislativas cerraron sus sesiones después de haberse aprobado un importante núme-ro de leyes, entre ellas, la derogación de los honores concedidos al general Páez y su expulsión del país (25 de marzo). Como dato interesante, el 25 de julio de ese año se promulgó un decreto mediente el cual se creaba la Biblioteca Nacional de Caracas, con sede en el antiguo edificio del convento de San Francisco. Este decreto derogó a uno anterior del 13 de junio de 1833, expedido por Andrés Narvarte, vicepresidente de Venezuela, encarcarga-

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do de la Presidencia. Al finalizar el año los Colegios Electorales dieron como ganador al cargo de presidente de la República a José Gregorio Monagas, hermano de José Tadeo, quien apeló a toda su influencia para que su hermano menor le sucediera en la Presidencia.

En el período presidencial de José Gregorio Monagas (1851-1855), surge un periódico de oposición titulado El Juicio Final, de claro corte antigubernamental. Luego de recibir facultades ex-traordinarias del Consejo de Gobierno, el Poder Ejecutivo hizo presos a varios periodistas y mandó suspender el mencionado órgano informativo.44 Pronto también comenzarían los levan-tamientos armados en contra del gobierno. Valencia, Maracay, Barquisimeto y Trujillo, fueron algunas de las ciudades que se sublevaron, pero fueron controladas por el gobierno. Aún más fuerte sería la rebelión de 1853 en la ciudad de Cumaná, lidera-da por el propio gobernador de la provincia. Sin embargo, un terremoto y un maremoto contribuyeron a la desgracia de los rebeldes, quienes además fueron destrozados por José Tadeo Monagas, en Maturín, quien había ido a guerrear a favor de su hermano. Entre tanto, la economía comenzaba a restituirse por el aumento constante de los precios del café, principal producto de exportación, el cacao, el añil y el cuero de res. La medida más importante de este gobierno, fue la abolición de la esclavitud, de la cual Monagas puso el ejecútese el 24 de marzo de 1854. An-drés E. Level impulsó desde la Diputación Provincial de Caracas medidas para la conservación del samán de Güere en los valles de Aragua y al samán de la Trinidad en Caracas. En torno a este último se acordó colocar una leyenda con la suficiente inscrip-ción: “Los hijos de Caracas, henchidos de gratitud, consagran este árbol indígena y respetado por las generaciones pasadas a la memoria del Libertador Simón Bolívar”. A mediados de año, el general Páez preparaba una expedición armada, mas una epide-

44 Pérez Vila, Manuel: Gobierno de José Gregorio Monagas, en: Diccionario de Historia de Venezuela, t. 3, p. 220.

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mia pronto asolaría los campos de Venezuela: el cólera morbo, que procedente de la isla de Trinidad entraría por el oriente del país, dejando a su paso centenares de muertos.45 José Gregorio Monagas dejaría la Presidencia de la República el 20 de enero de 1855, en manos del vicepresidente Joaquín Herrera. El elegi-do para sucederle en la alta magistratura era su hermano, José Tadeo Monagas, quien en un acto más de manejo nepótico del poder, asumió el cargo el 31 de enero de 1855.

El segundo período presidencial de José Tadeo Monagas (1855-1858) nuevamente es centro de ataques de la prensa oposi-tora. Al clima de escepticismo político se le suma la renuencia de los campesinos a trabajar la tierra, y el miedo generalizado que representaba la “recluta”. Y reiteradamente también, la epide-mia del cólera desataría su furia contra la población, que esta vez se extendería desde Caracas, hacia los valles de Aragua. En su primer año de gobierno Monagas impulsará una política de con-ciliación y reconstrucción nacional. Asimismo la logia masónica Esperanza No. 37, de Caracas, y la de Carabobo, se manifestaban a favor de la amnistía general. En 1856, se presenta ante las cáma-ras lesgislativas un proyecto de reforma constitucional, que bajo la premisa de modificar la ley de división político-territorial, se buscaba quizá, la reelección del caudillo oriental. Al comenzar el año 1857, dos son las preocupaciones que aquejan a la sociedad: la reforma de la Constitución y el proceso revolucionario que se iba gestando por el descontento imperante. El 20 de abril de ese año se precipitaron los acontecimientos cuando: “...reunidas las Cámaras, y en virtud de lo dispuesto en la reforma constitu-cional, se procedió al nombramiento, como presidente para el período 1859-1861, del general José Tadeo Monagas”.46 Ante tal situación, comenzó un movimiento en torno al gobernador de Carabobo, el general Julián Castro, quien se pronunció en la ciu-dad de Valencia el 5 de marzo de 1858, en contra de Monagas,

45 Ibídem, t. 3, p. 221. 46 Rodríguez Mirabal, Adelina, Ob. Cit., p. 226.

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a cuyo gobierno llamaba de “usurpación”. Los levantamientos se repitieron en los llanos de Guárico y Cojedes, y Monagas fue abandonado por sus congresantes y allegados. Monagas logró refugiarse en la Legación de Francia en Caracas, y finalmente salir del país.

Con la llamada Revolución de Marzo, que lleva al poder a Julián Castro, se estableció una fusión entre conservadores y li-berales, cuyo fin era acabar con el nepotismo monagista. Cas-tro, hombre de pocas luces, y con un manejo errático del poder, había creado el clima justo para un enfrentamiento de grandes magnitudes. Rápidamente, las facciones se distanciaron, y los li-berales más radicales, como Zamora y Falcón, quienes habían sido expulsados del país junto con Antonio Leocadio Guzmán, el 7 de junio de 1858, se refugiaron en Saint Thomas, en procura de invadir luego a Venezuela. Del gobierno de Julián Castro, el historiador Manuel Caballero apunta lo siguiente:

“...rara vez hubo una distancia mayor entre las palabras y los hechos, entre las esperanzas y las realidades. En efecto, la fusión que debía, entre otras cosas, echar un manto de clemencia sobre el pasado, por el contrario exacerbó las pasiones hasta hacerlas desembocar en la contienda civil de la Guerra Federal (1859-1863)”.47

En un intento por reconstruir la institucionalidad, Castro reúne el 5 de julio de 1858, en Valencia una convención, con el fin de dictar una nueva constitución, en la que se adoptó, por primera vez, el sufragio universal. Dicha convención estaba ma-yormente integrada por conservadores, quienes se manifestaron a favor de una mayor presencia civil en la política, así como de la descentralización del poder. Sin embargo, cualquier intento de conciliación nacional era infructuoso. Ya los liberales planeaban resolver sus diferencias por medio de las armas. Ni siquiera el

47 Caballero, Manuel: Gobierno de Julián Castro, en: Diccionario de Historia de Venezuela, t. 1, p. 749.

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hecho de que el federalismo fuese incluido en la Constitución, promulgada el 31 de diciembre de 1858, fue razón para estable-cer acuerdos. Tampoco el establecimiento del sufragio universal, ni la prohibición de la reelección presidencial. Las diferencias entre ambos bandos eran irreconciliables, porque como lo ase-guraban los federales “...el problema no era que las leyes fuesen buenas o malas, sino de quién las hacía y ese privilegio no debía estar reservado a una minoría, sino extendido a la mayoría”.48 Al estallar la insurrección, el manejo ambiguo de la situación por Julián Castro, terminó por encender la chispa de la Guerra Federal. Luego de ser elegido presidente interino de la Repúbli-ca por la Convención de Valencia, Castro continuó gobernan-do con los conservadores. No obstante, por tratar de evitar un conflicto armado y por sus deseos de permanecer en el poder, en última instancia establece una alianza con los liberales. Es-grimiendo razones de salud se retira del Poder Ejecutivo, el 7 de junio de 1859, y deja encargado del poder a Manuel Felipe de Tovar, líder importante del Partido Conservador, quien a su vez, conformó un Gabinete que incluía al consejero íntimo del general Páez, Pedro José Rojas. Al poco tiempo de constituirse el Gabinete y de establecerse igualmente la Junta de Guerra, que incluía al propio Páez, Castro se restableció repentinamente de su padecimiento, se presentó en palacio en traje de campaña y designó un Gabinete puramente liberal, el 21 de junio de 1859. Seguidamente, Castro indultó a los federalistas, y manifestó su deseo de proclamar la Federación, si el voto del pueblo así los deseaba. Los conservadores, por su parte, al ver la desfavorable situación, deciden derrocarlo. Declarado culpable por el delito de traición, es expulsado del país.

2.6. Guerra Federal

La Guerra Federal significó para nuestro país, después de la Guerra de Independencia, el más largo conflicto bélico que haya

48 Idem.

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sufrido la nación. El país todo sufrió en todas las formas posibles. Durante cinco largos años, de 1859 a 1864, venezolanos enfrenta-dos enlutarán cientos de hogares nacionales. La Federación es el ideal pregonado para salvar a la patria de todos sus males. Para el pueblo llano, manipulado en sus deseos de igualdad y justicia, simplemente será la federación o “feberación” la encargada de solucionar los problemas arrastrados desde la Independencia. Para el propio Zamora, la Federación no sólo curaría los males, sino que incluso los haría imposibles.

No obstante tanta esperanza de gran parte de la población más humilde, la Guerra Federal, a pesar de las 350.000 víctimas, no resuelve los problemas de la pobreza y el hambre generaliza-da.49 Ezequiel Zamora, dotado de ideas básicas de justicia social, pero asimismo lleno de odios y resentimientos va a liderar en un primer momento a los federales. Su epopeya duró sólo nue-ve meses, cuando muere el 10 de enero de 1860, en San Carlos, alcanzado por una bala enemiga. En síntesis, la Guerra Federal resultó una estafa más para las clases populares. Los federales se ufanan de su situación, y se lisonjan mutuamente. Entre ellos se reparten cargos públicos, tierras, medallas, grados militares y dinero en metálico. Giacopini explica quiénes eran los líderes del momento, que representan una nueva generación política en el poder, distinta a la de la Independencia:

“De manera que el general Falcón no tuvo la menor idea o por lo menos no participó en lo que fue la Independencia. Y así tenemos entonces a los hombres de la Guerra Federal, vamos a citar los más prominentes o los que nos vienen a la mente en este momento: Zamora, Falcón, Guzmán Blanco, Alcántara, Joaquín Crespo, Matías Salazar, Venancio Pulgar, José Antonio Pulido, una generación completamente nueva, a la cual Guzmán Blanco posteriormente denominará liberales amarillos”.

49 Salcedo-Bastardo: Ob. Cit., p. 380.

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Triunfantes los federales, es Falcón el hombre que lidera y preside al grupo que se hace con el poder. Es ahora Falcón el presidente de la República, y mostrará una faceta extraña en su relación con el poder, que Giacopini detalla:

“...era una personalidad interesante. Era un hombre magnánimo. Una personalidad más bien inclinada a la bondad. Pero presentó una faceta curiosa de su carácter: al parecer no tenía vocación de poder. Dejaba encargado de la Presidencia al alterno y se iba él a sus tierras de Falcón a montar a caballo, a cazar, era muy aficionado a las dos cosas, y a enamorarse por allá”.

Pero la situación de Venezuela con los federales es catastró-fica. La decepción que trae consigo la Federación, es denunciada enérgicamente por uno de los jefes, el general José Loreto Aris-mendi, en diciembre de 1864:

“Yo me enorgullezco de haber sido consecuente con la Revolución. ¡Ah!, yo no abracé sus dogmas, yo no combatí por ella de Oriente a Occidente y de Occidente a Oriente, en cinco años, para sustituir tiranos a tiranos, ladrones a ladrones. Yo combatí para que los pueblos fuesen libres, para que la moral fuese la regla del Gobierno, para que Venezuela prosperase”.50

Para Salcedo-Bastardo, Falcón asumirá un papel para el cual no estaba preparado:

“Sin calidad verdadera para el extraordinario papel que le incumbía, inconsciente ante la tragedia, y por su medianía pasional y su despreocupación, con Falcón se pierde el Movimiento, aunque el adversario sea el derrotado militarmente”.51

Ciertamente Falcón, a pesar del duro conflicto miltar que ha-bía tenido el país, y ante la necesidad de reorganizar aquella na-

50 Ibídem, p. 381.51 Idem.

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ción, prefería la tranquilidad de su tierra coriana, a la agitación constante de la política capitalina. Para Giacopini, el mariscal no entendió que Venezuela necesitaba de un hombre que atendiese la situación de manera frontal.

De aquel vacío de poder, surgirá la unión de los liberales descontentos y de los mismos conservadores que ellos habían derrotado, para ellos juntos formar el partido de los azules, que adoptó ese nombre porque era el único color de la bandera na-cional que estaba vacante. Los liberales usaban en sus banderas el amarillo, y los conservadores en rojo, de ahí la idea de partido azul, asimismo en busca del consenso nacional.

Los azules toman el poder en 1868, encabezados por el gene-ral José Tadeo Monagas, quien muere al poco tiempo de entrar en Caracas. A la muerte del viejo prócer, es su hijo José Ruperto Monagas quien se hace del poder, hasta el 27 de abril de 1870, cuando entra a Caracas Antonio Guzmán Blanco y toma el po-der, luego de duros combates.

2.7. Dominio Guzmancista

Hijo del periodista Antonio Leocadio Guzmán, Antonio Guzmán Blanco comienza su largo dominio político y militar de casi veinte años en la República. El débil gobierno azul de José Ruperto Monagas no puede resistir ante la arremetida guzman-cista. Mas la violencia no terminaría con la llegada de Guzmán Blanco al poder, ya que tuvo que hacer frente a numerosas esca-ramuzas, como la liderada por Matías Salazar, que finaliza con la captura y posterior fusilamiento del nombrado caudillo. Tres serán los gobiernos del llamado Ilustre Americano. El Septenio, de1870 a 1877; el Quinquenio, de 1879 a 1884; y el Bienio, de 1886 a 1888, período que no concluyó. Ciertamente Guzmán Blanco transformó las estructuras de la sociedad de su tiempo.

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Una vez estabilizado en el poder Guzmán Blanco, a Venezue-la llegó un importante número de extranjeros, (no de tanta cuantía como el contingente que fue a los países del Cono Sur o a los Esta-dos Unidos) sobre todo italianos, corsos, isleños, sirios y libane-ses cristianos empujados por la presión musulmana del imperio otomano. Entre uno de estos italianos llegados está el primer Giacopini que se establece en estas tierras: Domingo Giacopini.

“Uno de los Giacopini Tori, que es el primer Giacopini que viene acá a Venezuela, es un tío abuelo mío: don Domingo Giacopini Tori. Domingo Giacopini, era oficial de marina mercante, llega a Maracaibo probablemente por allá en 1870 a bordo de un barco, le gustó la tierra, desembarcó, se internó en Los Andes y se estableció en Monte Carmelo, donde había un enclave italiano ya establecido. Allí contrajo matrimonio con una Rumbos y empezó a tener familia ya en Venezuela. Ese es mi tío Domingo Giacopini Tori, el primer Giacopini que viene a Venezuela. Fue un hombre muy trabajador, con el tiempo llegó a ser quizá uno de los hombres más acaudalados del estado Trujillo”.

Por su parte, Guzmán Blanco, se consolida en el primero de sus mandatos, conocido como el Septenio, que se compone primero de tres años de gobierno de facto. Luego vienen cuatro años de gobierno constitucional, que es el período de la Cons-titución Federal. Posteriormente, debido a su pasión parisina, Guzmán decide reducir el período presidencial a dos años. De su figura veamos qué nos dice Giacopini:

“Él, que realmente dentro del cuadro político de la época lucía como la persona de gran prestancia, y él mismo creía que él era el conductor llamado a ejercer el poder, pensó reducir el período a dos años, que él pasaría descansando en París y regresaría luego a tomar nuevamente el poder”.

Finalizado el Septenio, el dominio guzmancista continua-ría. Son los miembros del partido liberal amarillo quienes van

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a gobernar y a sucederse en el poder. No obstante, la campa-ña electoral estuvo marcada por fuertes enfrentamientos entre los partidarios de los candidatos de mayor fuerza: el general y presidente del estado Aragua (entonces denominado Guzmán Blanco), Francisco Linares Alcántara y el general y presidente del estado Coro, Hermenegildo G. Zavarce.

Como dato interesante vale destacar que paralelamente a estos acontecimientos, en el viejo continente, y particularmente en Italia se desarrollan las guerras de la unidad italiana, en las que se alista un joven con el grado de teniente, en las tropas del Rey Víctor Manuel II, Rey de Cerdeña y Rey del Piamonte, que fue el monarca que inició las guerras de la Unión. Este joven es José Giacopini Tori, futuro abuelo paterno del doctor Giacopi-ni Zárraga. Giacopini Tori quien había realizado estudios como internacionalista, casado con una condesa italiana, la condesa Faccio, es nombrado secretario de la Embajada de Italia en Vie-na, la Corte Imperial Austrohúngara, del prelado Francisco José. Resulta que al año de casados, ya desempeñándose allá en su cargo diplomático, la condesa muere de parto y muere el niño también. Y queda él preso de un gran desequilibrio emocional. Ante tan fatal acontecimiento, José Giacopini Tori decide venirse a Venezuela: “él se acuerda de las invitaciones de su hermano Domingo y que el hermano está acá en Venezuela...”. Entra a Venezuela por Maracaibo, y llega a Valera en búsqueda del su hermano Domingo establecido en Valera.

Volviendo al relato anterior, en los comicios electorales na-cionales, de los candidatos propuestos para el alto cargo, ninguno logró alcanzar la mayoría absoluta de estados como lo requería el artículo 65 de la Constitución vigente de 1874. Por tanto sería el Congreso el encargado de elegir, entre los dos candidatos que hubiesen obtenido el mayor número de votos estatales: Zavarce o Linares Alcántara. El día 27 de febrero de 1877 se celebraron los escrutinios finales que dieron ganador a Linares Alcántara,

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quien se juramentó el 2 de marzo en el cargo de presidente de la República.

El balance de la gestión gubernamental de Linares Alcánta-ra, de 18 meses de duración, estuvo determinado a alcanzar una apertura política, con el fin de permitirle a los estados un mayor papel en el control del gasto nacional, así como de derogar par-te de la legislación promulgada durante el anterior gobierno de Antonio Guzmán Blanco (1870-1877). También se propuso desta-car el llamado Decreto de la Paz, del 24 de mayo de 1877, el cual permitía el regreso de los venezolanos exiliados por la política, cuyo fin era el de pacificar al país de las divisiones partidistas. Este decreto permitió el regreso del ex arzobispo de Caracas Sil-vestre Guevara y Lira, y la reapertura del Colegio de Ingenieros, cerrado por el Ilustre Americano.

El 8 de mayo de 1877 Nicanor Bolet Peraza pide al Congreso que a Linares Alcántara se le conceda el título de Gran Demócra-ta. En acalorados debates en la Cámara de Diputados, se atacaba fuertemente a Guzmán Blanco, quien prefirió irse del país. Al co-menzar el año 1878, el presidente Linares Alcántara es elogiado a través de una intensa campaña de exaltación, que se unía a la solicitud de regreso a la Constitución de 1864, que extendía a 4 años el período presidencial. En el ambiente político se respira-ban dos corrientes: los propósitos continuistas del Gran Demó-crata y el proceso de reacción antiguzmancista.

Giacopini nos señala aspectos significativos de la persona-lidad del Gran Demócrata. Precisamente al momento en que le tocó comandar la escolta que conducirá hasta Maracay a Páez detenido, durante el gobierno de José Tadeo Monagas:

“Fue de una nobleza tal, que trató a Páez como si fuese su padre. Todas las necesidades que tenía se las cubría. Inclusive cuando llegaron a Guacara, hubo una manifestación antipaezcista, y empezaron a tirar piedras, limones y cosas...

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Entonces mandó Alcántara a formar la escolta en cuadro y se metió a caballo con Páez en el medio de la escolta y le dijo: “General, para tocarle a usted un pelo de su cabeza, tendrán que pasar por encima de mi cadáver”. Se portó de una manera tal, que cuando en Maracay se despiden, porque ahí lo entrega Alcántara a la Comisión que iba a buscarlo de Caracas. Se despidió de él Páez abrazado, llorando, se quitó su espada y se la dio...”.

A mediados de noviembre de 1878, sale hacia La Guaira el presidente Linares, y en el trayecto contrajo una afección bron-quial que lo obligó a guardar cama. Luego de nueve días de estar aquejado, el 30 de ese mes murió en la casa de la Compañía Gui-puzcuana. Los guzmancistas, apoyados por Francisco González Guinán, y con la llamada Revolución Reivindicadora, pugnan por el retorno del Ilustre Americano, y por el fin de la aventura reformista planteada por Linares Alcántara.

Luego de la extraña muerte de Linares Alcántara en el po-der, Guzmán preparaba su regreso de París. El 13 de febrero de 1879 las tropas “reivindicadoras”, toman Caracas, y el 21 Guz-mán Blanco es proclamado director supremo por los revolucio-narios. El 25 desembarcaba en La Guaira, rodeado de alegres simpatizantes. En horas de la tarde del mismo día tomó el man-do, y gobierna durante el período 1879-1884, conocido como el Quinquenio. El 26 nombró su Gabinete y anunció a la Nación su intención de modificar la Constitución.

El día 27 convocó a un Congreso de Plenipotenciarios de los estados, que reunidos llevaron adelante las reformas plantedas por Guzmán Blanco. El Congreso, sin ser constituyente, única-mente “se limitó a restaurar la vigencia de la Constitución de 1864, nombró a Guzmán Blanco presidente provisional, anuló los actos de Linares Alcántara y repuso en sus pedestales las es-tatuas demolidas”.52

52 Pino Iturrieta, Elías: Gobiernos de Antonio Guzmán Blanco, en: Diccionario de Historia de Venezuela, t. 2, p. 635.

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Posesionado Guzmán del poder, el Congreso aprobó una nueva Constitución, con las reformas planteadas por el presi-dente. A la Constitución promulgada se le conoce con el nombre de la Suiza por la introducción del Consejo Federal. Giacopini, al referirse a la nueva Carta Magna, explica el por qué de este nombre:

“...la del quinquenio de Guzmán Blanco de 1881, que en el léxico constitucional la llamábamos la Suiza, porque Guzmán Blanco en su alocución al Congreso dice: el modelo en que estamos inmersos no es el adecuado, porque en vista de los principios franco-sajones que hemos venido aplicando no han tenido los resultados esperados, vamos a adoptar principios de la República Helvética”.

El Quinquenio se caracterizó por un fuerte desarrollo de la construcción, principalmente de los ferrocarriles, como el de Ca-racas-La Guaira, y la continuación del de Valencia-Puerto Cabe-llo. La conmeración del centenario del nacimiento del Libertador Simón Bolívar, en julio de 1883, es el momento culminante de este período de gobierno. Son de destacar también la instaura-ción del telégrafo, del teléfono, la construcción de edificios pú-blicos, parques, plazas y de obras de vialidad pública. Además de templos, como la Santa Capilla, y de teatros, como el Guzmán Blanco. El Quinquenio, que comenzó con un auge económico im-portante, entre otras cosas por el repunte de la exportación del oro y del cobre, concluyó con serios problemas financieros, prin-cipalmente por la caída de los precios del café, y por una plaga de langosta que castigó a la agricultura.

Concluido su mandato, el Ilustre Americano sugirió al Con-sejo Federal pronunciarse a favor del general Joaquín Crespo para el cargo de presidente de la República.

El 27 de abril de 1884 toma la Presidencia de la República por primera vez el general Joaquín Crespo, para el período 1884-

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1886. Guzmán Blanco, por su parte, sale del país como embaja-dor de Venezuela ante varios gobiernos europeos. La crisis de la langosta recrudece y nuevamente arruina a la agricultura. Ade-más, bajan los ya deteriorados precios del café, y la crisis mun-dial repercute en Venezuela. Así transcurren los 24 meses de gobierno, entre fuertes presiones económicas. Por otra parte, en julio de 1885 se levanta en armas e invade a Venezuela Venancio Pulgar, quien en su proclama acusa a Crespo de ser “instrumen-to de Guzmán”. La rebelión fue sofocaba por el régimen, pero a un alto costo económico. En opinión de Giacopini:

“Guzmán se había decepcionado un poco por el primer gobierno de Crespo. En parte hubo una recesión económica por la baja de los precios del café, y porque también una plaga de langosta acabó con los sembradíos en el país. De manera que Crespo no tuvo unas condiciones económicas favorables. Su gobierno no se distinguió en ese sentido. Además Guzmán creyó percibir en Crespo algunas limitaciones administrativas y políticas, y creyó al mismo tiempo, que ya era conveniente que el partido liberal empezase a llevar al poder a gobernantes civiles”.

Al concluir su mandato, el Consejo Federal reeligió a Guz-mán Blanco presidente de la República para el período cons-titucional 1886-1888, en lo que se conoce como el Bienio (1886-1888). Su retorno al poder concuerda con el mejoramiento de la actividad económica y con el incremento del valor de los títulos de la deuda pública, suceso que le servirá para ocuparse de las complicaciones surgidas durante el mandato de Crespo. Guz-mán aprovechó para concluir algunas obras públicas inconclu-sas durante el Quinquenio. Adelanta los trabajos del ferrocarril Caracas-Petare y la línea férrea de la capital hacia Antímano; hace construir el puente del Guanábano y funda la Casa de la Moneda. Pero la oposición al Gobierno es cada vez más fuerte, y muchos de sus antiguos adeptos se han apartado de él. Ante tal clima, Guzmán decide dejar el poder y se marcha del país el 11 de agosto de 1887. Giacopini señala que:

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“Guzmán Blanco, que era un hábil político, percibió en el ambiente, que ya él estaba saturando un poco al país y a la opinión pública. No terminó realmente de ejercer los dos años, sino que se marchó a Europa y dejó encargado al general Hermógenes López, que terminó el período”.

Sin embargo, desde su residencia en París continuaba Guz-mán actuando como “gran elector”. Allá iban sus partidarios a pedirle opinión. El general Hermógenes López, luego de cum-plir el mandato provisional, entrega el poder al doctor Juan Pa-blo Rojas Paúl el 2 de julio de 1888, elegido para el cargo de pre-sidente de la República por el Consejo Federal de Gobierno, para un período de dos años.

Oficialmente, el 5 de julio de 1888 asume Rojas Paúl la Presi-dencia de la República, no sin enconadas disputas por parte del grupo liberal amarillo. Joaquín Crespo, al conocer los resultados del proceso eleccionario, va hacia la isla de Trinidad y luego ha-cia la de Saint Thomas, con el objetivo de invadir a Venezuela. Interceptado en alta mar por el general Francisco de Paul Páez, es detenido y conducido a La Rotunda. El 6 de diciembre de ese año el presidente Rojas Paúl se reúne en prisión con Crespo y acuerdan un armisticio. El declinar de la figura del Ilustre Ame-ricano se inicia con este pacto, que se manifiesta el 26 de octubre de 1889 cuando son derribados en Caracas sus estatuas y retra-tos, y las de su padre, Antonio Leocadio Guzmán. En los días posteriores fueron saqueadas varias de sus propiedades.

En cuanto a su obra de gobierno de tan sólo 20 meses, el período presidencial de Rojas Paúl se caracterizó por una fuerte reacción antiguzmancista, y por la consolidación de varias me-tas en el orden administrativo. Llevó adelante la construcción de varias iglesias, como la de San José, y la reforma y ornamen-tación de la ubicada en La Pastora, igualmente acondicionar las de Las Mercedes, Santa Capilla, Santa Teresa y Santa Rosalía. En su gobierno fue colocado el lienzo de Martín Tovar y Tovar de

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la Batalla de Carabobo en el Salón Elíptico del Capitolio Federal, el 5 de abril de 1889, y fue fundada por decreto presidencial la Academia Nacional de la Historia, instalada en sesión solemne por el propio presidente Rojas Paúl el 8 de noviembre de 1889. También se editó la Gran recopilación geográfica, estadística e histó-rica de Venezuela del general Manuel Landaeta Rosales.

A comienzos de 1890 comienzan a presentarse nombres para la sucesión presidencial: Raimundo Andueza Palacio, Laureano Villanueva y Jesús Muñoz Tébar, son los candidatos a la alta ma-gistratura. Sería finalmente Andueza Palacio el elegido por el Consejo Federal para el período 1890-1892.

Ministro de Relaciones Interiores de Rojas Paúl, la presiden-cia de Andueza Palacio fue recibida con universal aquiescencia. Asume el cargo el 19 de marzo de 1890, y con motivo de tan im-portante ceremonia afirma ser un demócrata de convicciones. En el país comienza una etapa de absoluta prensa libre. Existe en el país plena libertad de expresión. En el ámbito económico, el alza en los precios del café beneficia al gobierno. En el período eco-nómico 1890-1891 las exportaciones venezolanas traspasan por primera vez la cifra de Bs. 100.000.000, y el presupuesto logra el monto récord de Bs. 53.719.804. Este excedente fiscal le permite a Andueza realizar una política de propinas y gratificaciones, cuyo fin era el de hacerse de una clientela política. Durante su gobierno le tocó inaugurar muchas obras iniciadas durante pe-ríodos anteriores, como el acueducto de Barquisimeto, el tramo ferrocarrilero Aroa-Barquisimeto y el hospital Vargas de Caracas.

“Decreta la transformación de los colegios nacionales de primera categoría de Maracaibo y Valencia en universidades del Zulia y Carabobo respectivamente (29/05/1891); crea el Ministerio de Correos y Telégrafos (27/06/1891); inicia la construcción de un edificio para colegio de señoritas situado en la nueva urbanización de El Paraíso...”.53

53 Harwich Vallenilla, Nikita: Gobierno de Raimundo Andueza Palacio, en: Diccionario de Historia de Venezuela, t. 1, p. 160.

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Sin embargo, desde los inicios del gobierno de Andueza, el problema de la reforma constitucional con relación a la dura-ción del mandato presidencial siempre había estado presente. Andueza busca la anuencia de sus partidarios en el Congreso para aprobar varias reformas, entre esas reformas la que tiene el propósito de mantenerlo en el poder hasta 1894. El presidente es acusado de “continuista” por la oposición, por querer perpe-tuarse ilegalmente en el poder. Rojas Paúl es el líder de la oposi-ción que a su vez se hace llamar “legalista”.

“El 14 de marzo de 1892 Andueza Palacio lanza un Manifiesto a la nación, valiéndose de la aprobación de las asambleas legislativas estatales para proclamar la vigencia inmediata de la reforma constitucional propuesta, desconociendo de hecho, el poder del Congreso Nacional. El golpe de Estado de Andueza desata la contienda armada”.54

Joaquín Crespo, que ha permanecido en su hato de Guárico retirado, declara la guerra al gobierno, en nombre del legalismo. La Revolución Legalista ha estallado en todo el país y triunfa en diversos lugares de la geografía. Ante el caos manifiesto por la fuerza de los rebeldes, e imposibilitado el gobierno de contener el avance, el presidente Andueza decide renunciar a la presiden-cia, salir del país hacia Martinica, y dejar como encargado del Poder Ejecutivo a Guillermo Tell Villegas.

Al triunfar la Revolución Legalista, Joaquín Crespo entra victorioso en Caracas el 6 de octubre de 1892. Al día siguiente se encarga del Poder Ejecutivo. Al mismo tiempo, el nuevo ré-gimen decreta el embargo y enjuiciamiento por responsabilidad civil y administrativa de 340 funcionarios del depuesto régimen del presidente Raimundo Andueza Palacio. Esta medida agudi-zó aún más la crisis, por cuanto repercutía en importantes perso-najes de la vida nacional. Por otra parte, la revolución se negaba a aceptar las deudas contraídas por la administración de An-

54 Ibídem, p. 161.

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dueza, durante los combates de entre marzo y octubre de 1892. Ante la crisis económica, el gobierno solicita un nuevo crédito al Banco de Venezuela, que es negado por la directiva del ente financiero. Luego de una fuerte querella, finalmente el gobierno se compromete a pagar las deudas anteriormente contraídas. Al estabilizarse la situación, el Banco de Venezuela será uno de las bases de sustento del régimen crespista. Y para confirmar el de-seo del gobierno de lograr la paz política, Crespo da amnistía a la mayoría de los funcionarios del gobierno de Andueza, cuyos bienes les son repuestos el 14 de marzo de 1893. Luego de que Crespo convocara a todos los venezolanos mayores de 18 años a elegir representantes para una nueva Asamblea Constituyente, las elecciones serían por voto directo y secreto. José Antonio Ve-lutini es quien preside la Asamblea, que aprueba la gestión ad-ministrativa de Crespo, quien a su vez es confirmado para el car-go de presidente provisional de la República. La fecha para las nuevas elecciones queda establecida para el 1º de diciembre de 1893, con un nuevo período presidencial de 4 años, a comenzar el 28 de febrero de 1894. La campaña electoral, aunque intensa, se desarrolló sin contratiempos. El general Crespo gana las elec-ciones y toma posesión como presidente constitucional de la Re-pública el 14 de marzo de 1894. Sin embargo, la crisis económica se hace presente: el Tesoro está exhausto, el comercio paralizado y los artesanos sin trabajo. Por otra parte, la corrupción del régi-men es motivo de queja colectiva. El primer mandatario ha con-tratado al conde italiano Giuseppe Orsi de Monbello, arquitecto del Palacio de Miraflores, su nueva residencia privada. De igual forma, las intervenciones políticas de Jacinta Parejo de Crespo, esposa del presidente, alteran a la opinión pública nacional.

2.8. Caída del Liberalismo Amarillo

La caída del liberalismo amarillo es el título del libro que para plantear esta época histórica escribiese el historiador Ramón J. Velásquez.

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Al finalizar su período de gobierno en 1897, Crespo había garantizado que los comicios para el período presidencial 1898-1902 serían libres. El candidato de Crespo es el general Ignacio Andrade, pero el pueblo tenía notables preferencias por el ca-rismático Mocho Hernández, que aunque poco se sabía de su programa político, su imagen reflejaba la de un hombre honesto. Pronto Crespo se percata del poco arrastre popular de su can-didato. El 1º de septiembre, día de la votación, el gobierno, de-cidido a no dar el poder al Mocho, toma las mesas electorales a la fuerza. El 28 de febrero de 1898 el Congreso proclama vence-dor a Andrade, mientras el mocho se subleva ante tamaña estafa electoral. Personalmente fue Crespo a combatir al Mocho Her-nández, luego de entregarle la Presidencia a Andrade, pero en la Mata Carmelera (Edo. Cojedes) una bala lo hiere mortalmente.

Ignacio Andrade asumió la Presidencia para un período de cuatro años, el 28 de febrero de 1898. Desde el comienzo, Andra-de tuvo que hacerle frente a la oposición a su gobierno. Luego de la muerte de Crespo, el Mocho es apresado por el general Ramón Guerra, en el sitio de El Hacha (Edo. Falcón). Sólo 20 meses duró el gobierno del presidente Andrade, quien en su único mensaje a la nación, el 27 de febrero de 1899, expresaba el pavoroso es-tado de las finanzas públicas. No obstante, la aprobación en el Congreso de la reforma constitucional que buscaba sancionar la restauración de los 20 estados, fue el motivo para que Cipriano Castro iniciara, la noche del 23 de mayo de 1899, la llamada Re-volución Liberal Restauradora, que proclamaba “restaurar” la legalidad constitucional violada por Andrade.

2.9. Los andinos al poder

El débil gobierno de Ignacio Andrade, huérfano de la pro-tección del general Joaquín Crespo, quien fuera asesinado en la Mata Carmelera va perdiendo adeptos. Así llega Cipriano Cas-tro al poder. La inestabilidad política, el descenso en los ingre-

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sos fiscales y las presiones extranjeras que exigían el pago de la deuda pública, son algunos de los factores que sirven de es-cena a la invasión andina. Ante tal panorama nacional, Castro invade Venezuela desde Colombia el 23 de mayo de 1899. La propuesta del conspirador Castro se fundamenta en un cambio substancial en lo que se refiere al mando de los destinos del país. Su proclama revolucionaria habla de “Nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos”. Luego de una exitosa campaña militar, la Revolución Liberal Restauradora va ganan-do adeptos, mientras que un atemorizado presidente Andrade marcha al exilio. En su paso por Valencia, a Castro se le ha uni-do un grupo de personas que lo acompañará al comienzo de su mandato. A este grupo de personas se le conoce con el nombre de Círculo Valenciano. Giacopini expone su opinión sobre la trascendencia histórica de la Revolución Liberal Restauradora y de los cinco presidentes andinos que gobernaron durante la primera mitad del siglo XX.

“Pero la importancia de la Restauradora y de aquel proceso dinástico, es que aquellos cinco presidentes militares andinos persiguieron como objetivo, entender la función de gobierno como la necesidad de construir un país, de crear un país. Así procedieron, y para que se vea que aquello correspondía a una actitud mental del caudillo o del jefe del Estado... Debemos señalar que estos presidentes distinguieron sus empresas militares y políticas con unas etiquetas y unos principios de los cuales vamos a hablar. Esto que decimos en cuanto a la consonancia de las etiquetas con que identificaban sus empresas militares y políticas, y los principios que las sustentaban indica evidentemente una manera de pensar. Era gente que tenía en la cabeza un proyecto de país. General Cipriano Castro: Revolución Restauradora, hay que restaurar un país devastado por la guerra civil. Sus principios: “Nuevos ideales, nuevos hombres, nuevos procedimientos”.

En su primer Gabinete, paradójicamente Castro se inclina por personas vinculadas al liberalismo de siglo XIX, y deja sin

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participación al grupo andino que lo ha acompañado desde el comienzo de su travesía.

2.9.1. Consolidación de Cipriano Castro

Con Cipriano Castro en el poder, Venezuela comienza una nueva era de dominación política. El general Antonio Paredes, quien es el hombre fuerte de Puerto Cabello levanta su voz en nombre de la legalidad y en nombre del caído gobierno de Igna-cio Andrade. Pero su voz no tiene eco porque militares y políti-cos, en su gran mayoría, apoyan al nuevo régimen. Sin embargo, paulatinamente surgen diferencias entre los viejos caudillos y el presidente Castro. Diferencias que se manifiestan en la renuncia del Mocho Hernández al Ministerio de Fomento y su posterior levantamiento en armas. Luego de seis meses de combates, es derrotado este movimiento armado. Castro tiene también serias diferencias con banqueros venezolanos que se niegan a conce-derle un crédito en diciembre de 1899. Ante la negativa de los prestamistas, Castro hace presos a un grupo de ellos, que lidera el acaudalado Manuel Antonio Matos, figura máxima del Ban-co de Venezuela. Los banqueros fueron vejados, metidos en un calabozo y maltratados. Giacopini nos habla de la figura de Ma-nuel Antonio Matos:

“Era una figura de las más importantes de aquel momento en la vida nacional. Era nativo de Puerto Cabello, había tenido actuación política anterior, inclusive de rango ministerial. Socialmente era casado con doña María Ibarra Urbaneja, la hermana menor de Ana Teresa Ibarra, la esposa del presidente Guzmán Blanco. Y además era un hombre adinerado, con un gran prestigio en lo económico, tanto nacional como internacional. Este hombre resuelve enfrentarse con el general Cipriano Castro, compromete todo su patrimonio y detrás de él se agrupan los intereses extranjeros existentes en ese momento en Venezuela”.

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En octubre de 1900 se levanta el caudillo Nicolás Rolando en Guayana. En diciembre Celestino Peraza en los llanos. En fe-brero de 1901, Pedro Julián Acosta en el oriente. Juan Pietri en Carabobo. En julio, Carlos Rangel Garbiras invade la frontera del Táchira. Dichos conflictos internos hacen sobresalir la figura de un hombre hasta entonces desconocido: Juan Vicente Gómez. Con la instrumentación de nuevo armamento y de una estrate-gia unificada en torno al líder Castro, el gobierno logra paulati-namente consolidarse en el poder.

El éxito en tierra nativa en la lucha por el poder no va de igual forma que la política exterior, que resulta errática. Castro trata-rá infructuosamente de socavar las bases del gobierno conser-vador colombiano, en procura de restablecer la Gran Colombia bolivariana. Luego se enfrentará a la New York and Bermudez Company, concesionaria del lago de asfalto de Guanoco para su explotación. La compañía americana hace contacto y ofrece ayu-da al banquero Matos para que haga la guerra a Castro. La Com-pañía Francesa del Cable Interoceánico y la compañía alemana del Gran Ferrocarril de Venezuela se unen al grupo asfaltero y también brindan soporte logístico a la sublevación.

Con la entrega de un capital inicial de 100.000 dólares para la compra de un buque y armamento, la New York and Bermú-dez Company convierte a Manuel Antonio Matos en la cabeza del movimiento, que suma además a importantes caudillos re-gionales. Es la Revolución Libertadora, que comienza sus accio-nes el 19 de diciembre de 1901, con el levantamiento de Luciano Mendoza en La Victoria. Giacopini hace un balance de la tensa situación de la época:

“El año 1900 y el 1901 son pródigos en una serie de alzamientos, no articulados entre sí. Pero a fines de 1901, se condensa ya el gran frente que fue la Revolución Libertadora, el movimiento armado más grande que ha visto Venezuela después de la Independencia y de grandes consecuencias históricas, ya que

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Cipriano Castro, primero, y Juan Vicente Gómez, después, desangran al caudillaje vernáculo, lo dejan sin posibilidades de nuevas insurgencias organizadas y desacreditados militarmente ante sus seguidores y ante el país”.

Sin la unidad de criterios necesaria para la guerra, Castro triunfa en la batalla de La Victoria que terminó con la fuga de unos 14.000 enemigos el 2 de noviembre de 1902.55 En adelante el caudillaje no será capaz de generar movimientos armados de importancia. Más aún, la crecida figura de Juan Vicente Gómez persigue los restos de la insurgencia y los domina finalmente el 22 de julio de 1903, cuando toma la plaza de Ciudad Bolívar.

Mientras en Venezuela el gobierno de Castro hace esfuerzos para dominar a los caudillos, las potencias extranjeras presionan la cancelación inmediata de importantes acreencias en deuda contraída por los gobiernos anteriores a Castro. Ante la negativa de Castro a pagar, las armadas de Alemania e Inglaterra deci-den, el 9 de diciembre de 1902 invadir el puerto de La Guaira e instaurar un bloqueo a las costas venezolanas. El 12 del mismo mes, Italia se une al cerco, y luego Francia, Holanda, Bélgica, Es-paña y México. Pero Castro llama a defender la patria, se une al Mocho Hernández y encuentra receptividad en la población que ahora aclama al “Restaurador”. El gobierno busca apoyo en la gestión norteamericana en Venezuela, quienes acceden a servir de mediadores, más aún porque tienen noticias de que alemanes y británicos planean establecer asentamientos militares fijos en territorio venezolano. Finalmente, el país no fue invadido, y el 12 de febrero de 1903 se firman los Protocolos de Washington para la cancelación progresiva de la deuda.

Luego de la derrota de los caudillos y de los impases con el extranjero, Castro logra afianzarse en el poder. En 1904 reforma la Constitución para permanecer en el poder como presidente

55 Pino Iturrieta, Elías: Gobierno de Cipriano Castro, en: Diccionario de Historia de Venezuela, t. 1, p. 744.

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provisional. Al año siguiente es designado para el período 1905-1911. En este nuevo período presidencial los problemas con el extranjero continúan. Se estrena una querella con el departa-mento de Estado norteamericano, y se rompen relaciones con Francia.

A partir de 1905, al presidente Castro lo rodea el llamado Círculo Valenciano. Son conocidas las fiestas y bacanales que protagoniza el excéntrico restaurador. Castro frecuenta a la peor cortesanía, a quienes ofrece importantes consesiones petroleras y de diversa índole.56 En su cerrado círculo crece la intriga, ade-más desconfía de su vicepresidente Juan Vicente Gómez, a quien tiende una trampa política. El 9 de abril de 1906 anuncia su de-cisión de abandonar el poder y cedérselo a su fiel compañero Gómez. Entretanto, los áulicos de Castro preparan su retorno en lo que se conoce como La Aclamación. Gómez ha adividano la maniobra y se comporta como su fiel seguidor. No obstante, la salud de Castro se reciente en febrero de 1907 y debe ser operado de urgencia en Macuto.

Ante la enfermedad del presidente, dirversos grupos políti-cos pugnan por el poder: el Círculo Valenciano; el grupo andino que lidera Juan Vicente Gómez; el grupo de castristas integrado por familiares y políticos de confianza; y un grupo encabeza-do por el general Francisco Linares Alcántara, hijo. Durante la convalecencia del presidente Castro, las facciones planean sigi-losamente la eliminación física del vicepresidente Juan Vicente Gómez, episodio conocido como La Conjura. Antonio Paredes invade infructuosamente Venezuela y es fusilado en 1907, ante el estupor de la opinión pública. Castro parte el 24 de noviembre de 1908 para Alemania a someterse a otra intervención quirúr-gica. La Constitución establece que el vicepresidente Gómez se encargue del poder interinamente. Al partir Castro, tanto nacio-nal como internacionalmente se pone en marcha una confabula-

56 Ibídem, t. 1, p. 745.

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ción cuyo único fin es derrocar definitivamente al restaurador. El secretario de Estado de Estados Unidos Philander Knox, y las potencias extranjeras ofrecen su apoyo al movimiento conspira-tivo, y el 19 de diciembre de 1908 se produce el golpe de Estado que pone fin al gobierno de Cipriano Castro.

2.9.2. Juan Vicente Gómez

Para algunos intectuales de muy destacada obra, la época de Juan Vicente Gómez fue no sólo de una represión y brutalidad total, sino que en el ámbito académico el país se encontraba su-mido en el más grande de los atrasos. Así lo manifestó Mariano Picón Salas: “Podemos decir que con el final de la dictadura go-mecista, comienza apenas el siglo XX en Venezuela. Comienza con treinta y cinco años de retardo. Rehacerlo todo, reedificarlo todo, ha sido el programa venezolano de los últimos años”.57

Juan Vicente Gómez dominó a Venezuela entre 1908 y 1935. Su mandato podríamos dividirlo en tres etapas planteadas de la siguiente forma: La primera, de 1908 a 1913, consolidación en el poder e impedimento del posible regreso del depuesto presi-dente Cipriano Castro al país, y de los viejos liberales amarillos y liberales nacionalistas que se oponían a su reelección en los comicios de 1914. La segunda, de 1914 a 1922, en la que destaca la presencia de Victorino Márquez Bustillos, quien ejerce desde Miraflores como presidente provisional de la República, aunque el poder verdadero lo mantenía Gómez en Maracay como presi-dente constitucional electo y comandante en jefe del Ejército. La tercera, de 1922 a 1929, en la que Gómez ejerce por tercera vez la Presidencia constitucional y la Comandancia del Ejército, hasta 1929, al finalizar el septenio, momento en que sus partidarios aprueban una reforma constitucional para separar la Comanda-cia del Ejército de la Presidencia de la República, y para él se re-

57 Cita de Mariano Picón Salas, tomada de Salcedo-Bastardo, Ob. Cit., p. 471.

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serva el cargo de comandante en jefe del Ejército, y recomienda para la primera magistratura al doctor Juan Bautista Pérez. A raíz de una querella familiar en la que está envuelto José Rosario García, tío de Gómez, en 1931 el Congreso Nacional decide soli-citar la renuncia al presidente Pérez, modificar la Constitución, y nuevamente unir los cargos de presidente de la República y co-mandante en jefe del Ejército, cargos para los cuales es reelegido Juan Vicente Gómez por cuarta y última vez.

En cuanto a las reformas, fueron siete las veces que el Con-greso Nacional aprobó modificaciones al texto constitucional durante su mandato. La primera de estas, le sirvió en dos aspec-tos fundamentales: para consolidarse en el poder en 1909, luego de darle un golpe de Estado un año antes al ausente presidente Cipriano Castro; y para restablecer el Consejo de Gobierno, con-formado en su mayoría por liberales amarillos, antiguos estan-dartes de la Revolución Libertadora, con el fin de evitar el regre-so de Cipriano Castro al país. La Constitución Nacional de 1909 establecía un período presidencial provisional de agosto de ese año hasta el 19 de abril de 1910, fecha señalada para un nuevo período constitucional. Juan Vicente Gómez fue electo presiden-te provisional, y luego, ocho meses más tarde, en abril de 1910, presidente constitucional para el período 1909-1914. La segunda reforma constitucional tuvo como fin el de asegurar la reelección presidencial de Gómez, con el argumento de una posible inva-sión del general Cipriano Castro. Luego, el ministro de Relacio-nes Interiores, César Zumeta, promueve la creación de un esta-tuto constitucional provisorio. Posteriormente, el Congreso elige presidente temporal a Victorino Márquez Bustillos, quien venía desempeñándose como ministro de Guerra y Marina. Al apro-barse la constitución de 1914, las cámaras legislativas nombran a Juan Vicente Gómez presidente de la República y comandante en jefe del Ejército, con la salvedad de que gracias a una dispo-sición de la nueva Constitución, el presidente interino ejercerá sus funciones hasta la toma de posesión del presidente consti-

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tucional. Por esta disposición constitucional, Márquez Bustillos permanece en la Presidencia de la República por siete años, pero siempre rindiendo cuenta una vez por semana al presidente electo. Una tercera reforma constitucional tendría lugar en junio de 1922, cuando el Congreso decide restablecer las vicepresiden-cias de la República, y es electo nuevamente como presidente Gómez, para el período 1922-1929. Con motivo del asesinato de su hermano y primer vicepresidente Juan Crisóstomo Gómez, es aprobada en junio de 1925 una cuarta reforma constitucional.

Tres años después, el 22 de mayo de 1928, el Congreso rea-liza una quinta reforma constitucional, con el fin de eliminar el cargo de vicepresidente de la República. La sexta reforma cons-titucional, del 29 de mayo de 1929, sólo cambiaría de la anterior en dos aspectos relacionados con la Presidencia de la República:

“...el Congreso eligiría para el período constitucional que se iba a iniciar (1929-1936) un comandante en jefe del Ejército Nacional y la Aviación y con quien el presidente de la República que fuera electo compartiría las tareas de jefe de Estado, debiendo hacer la elección de los 2 altos dignatarios el mismo día y prestando ambos juramento ante el Congreso”.58

La séptima y finalmente última reforma constitucional fue en julio de 1931, y tenía como fin fusionar en un solo cargo al presidente de la República y al comandante en jefe del Ejército Nacional, Juan Vicente Gómez, luego de que el presidente Juan Bautista Pérez renunciara a su alta investidura.

A todas luces, con una u otra excusa, válida o no, se percibe un claro propósito de crear constituciones a la medida del gene-ral Gómez. Pero no se reduce sólo a reformas constitucionales el mandato gomecista. Durante ese tiempo se llevaron adelante importantes reformas en la vida venezolana en todas sus formas.

58 Velásquez, Ramón José: Gobierno de Juan Vicente Gómez, en: Diccionario de Historia de Venezuela, t. 2, p. 520.

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“El general Gómez pagó la deuda externa en 1930, y la interna en enero de 1935. Él murió en diciembre del 35 dejando un país totalmente pacificado, organizado, solvente y en marcha. Y además asegurada la sucesión presidencial desde que designó en 1934 como ministro de Guerra y Marina, que tenía en esa época el control de las Fuerzas Armadas, a un militar culto, guerrero, capaz de enfrentar cualquier situación peligrosa, con ánimo y con éxito, como fue el general Eleazar López Contreras”.

En el transcurso de la larga autocracia gomecista ocurrieron hechos dignos de hacer mención, por cuanto representan un cambio significactivo en lo que respecta a la forma como Vene-zuela estaba compuesta políticamente. En primer lugar, Gómez logra la casi total extinción del caudillaje vernáculo tradicional que venía operando desde el siglo anterior. Paulatinamente, a través de una brutal represión establece su idea de mando y su idea de país. Para los acólitos de Gómez, la nación no puede crecer si no alcanza la tan ansiada paz. En segundo lugar, ha hecho su aparición un recurso natural cuyo valor mundial con-vierte a Venezuela en un país económicamente privilegiado, y que permite al régimen sanear las finanzas nacionales. En tercer lugar, el gobierno lleva a cabo la construcción de una importan-te red de carreteras, y un eficaz servicio de inteligencia, que le permiten saber al dictador y a sus partidarios dónde están los posibles conspiradores que osaran desentabilizar al país. Es así como trascurren los 27 años de poder gomecista. Giacopini nos señala aspectos positivos de la cruenta dictadura establecida por Gómez.

“De tal manera que cuando muere el presidente general Gómez, Venezuela ya es el primer país exportador de petróleo y el segundo productor después de los Estados Unidos. De manera pues, que se han puesto las bases del Estado moderno en Venezuela, es un proyecto de país”.

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2.10. Eleazar López Contreras

Fallecido Gómez el 17 de diciembre de 1935, el general Elea-zar López Contreras es el hombre escogido para completar el período presidencial, hasta el 19 de abril de 1936. Ya al día si-guiente de fallecido Gómez, asume López Contreras la Presi-dencia. Era obvia la escongencia de López como presidente de la República: militar, tachirense, antiguo ministro de Guerra y Marina del régimen, y un buen desempeño como profesional. Eustoquio Gómez es el que levanta su voz en protesta por la designación del nuevo presidente. Los Gómez esperaban que la sucesión presidencial fuese una sucesión familiar. Giacopini, al hablar del gobierno del general López Contreras, asegura:

“[en] aquel país que vivía en un vacío político, el general López llena aquel espacio al frente de la institución armada regular que han creado los generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, porque no hay organizaciones políticas, no hay una clase dirigente con identidad y clase, con conciencia de clase, con solidaridad de clase. Entonces aquel vacío lo llena el Ejército regular que han creado los presidentes Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, al frente de ellos el general Eleazar López Contreras. En un momento de gran convulsión nacional como aquel su lema fue, el lógico para las circunstancias: ‘Calma y cordura’ ”.

Para iniciar una etapa distinta de la anterior, López demues-tra su voluntad al cambio. El 20 de diciembre de 1935, a menos de un mes de haber sido electo, ordena dar libertad a todos los presos políticos, a los detenidos en las carreteras y dispone el regreso de los desterrados. En esos días, fue asesinado Eusto-quio Gómez, en las oficinas del gobernador del Distrito Federal, general Félix Galavís.

No obstante las dificultades naturales de los inicios, López tiene una idea bastante clara de su papel como depositario de

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una transición hacia la democracia en Venezuela. Se refugia en los antiguos prohombres del gomecismo para no precipitar al país hacia situaciones nuevas. Prefiere ser paciente en sus mo-vimientos. Sabe que el pueblo ha estado postrado por muchos años, conoce de cerca la problemática nacional, se percata que en el país no existen organizaciones civiles en las cuales apoyar una política coherente, y por eso es que se refugia, al comienzo de su mandato, en la vieja guardia gomecista.

Al poco tiempo, el 19 de abril de 1936 es instalado el Con-greso Nacional. El día 25, el general López Contreras es electo presidente de la República para el período 1936-1943. No obs-tante, López pide reformar la Constitución; reduce el período presidencial a cinco años, prohibe la reeleción inmediata, y fija la responsabilidad del jefe del Ejecutivo común con sus ministros. Del pasado, aún quedan muchas cosas, pero por primera vez en el siglo XX los venezolanos tienen la ocasión de leer periódi-cos sin censura. En el ámbito represivo, se distancia aún más del pasado; La Rotunda cede su espacio a la plaza de La Concordia y desaparecen los grillos y las torturas. Entre tanto, la adminis-tración permite la inclusión de nuevos civiles en el manejo del poder. Muchos venezolanos eminentes, anteriormente exclui-dos tienen la posibilidad de aportar sus ideas en apoyo del país. Ciertamente se respira un aire distinto. En la opinión nacional, es bien recibido el proceder del régimen, a pesar de los proble-mas y contradicciones que surgieron entre este y las fuerzas de izquierda.

Al cumplir López su período de gobierno, en 1941 apadrina la elección de su ministro de Guerra y Marina para el cargo de presidente de la República. Es el general Isaías Medina Angarita, militar y tachirense, como él. No habrá sorpresas en el poder. La continuidad está garantizada.

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2.10.1. Isaías Medina Angarita

El general Isaías Medina Angarita toma posesión de la Presi-dencia el 5 de mayo de 1941. Medina continúa auspiciando pro-gresivamente los avances del régimen anterior. Permite la entra-da al gobierno de hombres de la generación del 28, favorece la legalización y creación de nuevos partidos políticos, y beneficia el más claro uso de las garantías constitucionales. Es una nueva forma de gobernar a Venezuela. Medina se regocija en declarar que su gobierno no tiene ni un solo preso político, ni un solo exi-liado. El presidente, quien se ha distanciado de López Contreras, ha organizado un partido político, creado por su ministro del In-terior, Arturo Uslar Pietri: el Partido Democrático de Venezuela (PDV). Asimismo, Medina ha sumado a su gestión substanciales reformas políticas, como la nueva política petrolera, la Ley de Reforma Agraria, y una primordial gestión en la construcción de obras públicas. En otros aspectos, Medina hizo esfuerzos para lograr una reforma constitucional y electoral, pero no estableció la elección del presidente de la República por votación universal y directa, tal como lo pedía la oposición.

Al final de su mandato, dado el clima de evolución y de li-bertades que había alcanzado el pueblo, la reforma lógica era el establecimiento del sufragio universal, como ya lo existía en otros países de América Latina. No lo pensó así el presidente Medina.

Por otra parte, entre la vieja guardia de generales y los jóve-nes formados en las promociones de la Escuela Militar, surgirán las disputas en el seno de la Fuerza Armada. Era un enfrenta-miento entre el pasado y el futuro del país militar, que hábilmen-te fue canalizado por el partido Acción Democrática, para sus fines de hacerse con el poder.

“Al principio era una murmuración de tipo general, que luego se va a nuclear en tres grupos que no se conocían al comienzo

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entre sí. Un grupo donde están Mario Vargas, Julio José Vargas, Edito Ramírez, y otros oficiales más. Otro grupo de los hermanos Horacio y Armando López Conde. Horacio, teniente de Aviación, Armando teniente de Fragata con vinculaciones en la Aviación y en la Armada. Y el grupo de Pérez Jiménez que reunía a los oficiales venidos de los institutos militares docentes del Perú, tanto del Chorrillos como de las escuelas de armas, escuelas de artillería, infantería y caballería. Pérez Jiménez también agrupaba a otros oficiales que no eran del Perú. Ese era el grupo a donde yo pertenecí por mi vocación militar frustrada y por mi amistad con Pérez Jiménez desde que era teniente. Era yo el único civil. Esos tres grupos se van a conocer entre sí en el año ya de 1944, y va a surgir un frente unido, ya con carácter conspirativo, lo que se llamó la Unión Militar Patriótica, con una cúpula de mando, con una exposición de motivos, con un esbozo de programa y con una fórmula de juramentación”.

El doctor Diógenes Escalante es el candidato del gobierno para el cargo de presidente de la República. Escalante, tachirense y embajador de Venezuela en Washington, es aceptado en bue-na forma por la oposición. Giacopini nos habla de las gestiones realizadas por la oposición y por el gobierno para que Escalante aceptase la candidatura:

“Viajaron a los Estados Unidos, Raúl Leoni y Rómulo Betancourt. Creo, pero no lo aseguro, que viajaron en un tanquero de la Creole. Y como ellos eran unos limpios, se llevaron, para financiar el viaje, a un amigo íntimo de ellos, Antonio Bertoreli, que sí era un hombre de muchos recursos económicos. Betancourt es el que decide a Escalante, porque a Escalante el general Medina le había asomado la candidatura y la había rechazado aduciendo razones de salud”.

Una vez en Venezuela, Escalante enferma de gravedad e inmediatamente sale del juego político. Ante tal situación, el gobierno de Medina presenta como candidato al doctor Angel Biaggini, notable abogado, pero sin brillo como político. No tar-

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daron en llegar las quejas de la oposición, que veía en Biaggi-ni una nueva imposición del poder. Y más aún porque Medina manifestaba su voluntad a establecer el sufragio directo para la elección presidencial, pero sólo a partir del próximo período presidencial. Únicamente permitía cierta amplitud en cuanto al voto: “...apenas incluye el voto directo para que los alfabetizados mayores de edad puedan elegir diputados al Congreso y conce-jales; para escoger a estos últimos se concede el voto a las muje-res mayores de ventiún años, que sepan leer y escribir”.59

La tensión política hacía prever un ambiente enrarecido. Gobierno y oposición están nuevamente enfrentados por la su-cesión presidencial. La oposición clama por elecciones libres, el gobierno señala que no hay tiempo para realizar tales cambios políticos.

En la casa de Edmundo Fernández se reúnen ambos sectores para conocerse y establecer la unión de criterios. Giacopini, por su estrecha relación con el mundo militar, sabía del deseo de la joven oficialidad de cambiar el rumbo de los acontecientos que devendrían: “Para comenzar, no fue Edmundo Fernández el pri-mer civil que estuvo al tanto del pronunciamiento, sino José An-tonio Giacopini Zárraga, en su condición de militar frustrado”.60

Esta afirmación confirma que el doctor Giacopini era parte del movimiento conspirativo octubrista. Sus infinitos contactos con el mundo militar lo hacían hombre de confianza dentro del ámbito castrense. Es esa “vocación militar frustada” de la que él siempre apela la que lo llevaba a relacionarse con los uniforma-dos. Por otra parte, para los militares Giacopini siempre ha sido un “oficial sin uniforme”. Sin embargo, los civiles se reúnen en busca del consenso necesario para hilvanar la conspiración. Gia-copini señala cómo se llevaron adelante estas reuniones:

59 Salcedo-Bastardo, J. L.: Ob. Cit., p. 479.60 Caballero, Manuel: El 18 de octubre de 1945, p. 31.

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“...hubo la primera reunión en la casa del doctor Edmundo Fernández, un médico independiente de la generación del 28, que vivía en Campo Alegre. En esa primera reunión asistieron por el lado de Acción Democrática: Rómulo Betancourt y Raúl Leoni. Y por el lado militar, jefaturando al grupo, Pérez Jiménez, acompañado de los tenientes Carlos Morales, Martín Márquez Áñez, Horacio López Conde y Francisco Gutiérrez Prado, hoy general retirado. Fernández no participó en las reuniones, sino que prestaba la casa. Para la segunda reunión, aquellos agregaron a Gonzalo Barrios y a Luis Beltrán Prieto Figueroa, y resolvieron congelar el conocimiento de aquellas conversaciones en ellos cuatro, para dos cosas: si el movimiento fracasaba, sacrificarse ellos a título personal y salvar al partido, y para evitarle a un partido democrático la sombra, la raya, de haber participado en una conspiración militar”.

Desde 1944 se viene gestando un movimiento cívico-militar, comando por Rómulo Betancourt y Marcos Pérez Jiménez, res-pectivamente, que da lugar al golpe del Estado del 18 de octubre de 1945, el cual derroca el gobierno del general Isaías Medina Angarita. Una vez derrocado el gobierno del presidente Medina, el régimen de facto se organiza con Acción Democrática como bastión preponderante.

2.11. Junta Revolucionaria de Gobierno

Al triunfar el movimiento del 18 de octubre de 1945, toma el poder una Junta Revolucionaria de Gobierno, que estaba cons-tituída por Rómulo Betancourt, como presidente, los militares Mario Vargas y Carlos Delgado Chalbaud, y los civiles Luis Bel-trán Prieto Figueroa, Raúl Leoni, Gonzalo Barrios y Edmundo Fernández. José Antonio Giacopini Zárraga es nombrado con-sultor jurídico del Ministerio de Sanidad. A continuación nos habla de esa experiencia:

“Para mí el paso por el Ministerio de Sanidad fue muy importante. Yo era el único abogado en medio de una pléyade

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de médicos especializados en Salud Pública, en Medicina Preventiva, en Sanidad... entre ellos Armando Castillo Plaza, que era una estrella de lujo. Y muchos otros como Arnoldo Gabaldón, Enrique Tejera, Arturo Luis Berti, Leopoldo García Maldonado, Demetrio Castillo, Bernardo Guzmán Blanco, y una cantidad de gente de primera. Por lo menos como 80 médicos. Yo tenía 30 años en ese momento. Me contagié de la mística sanitarista. Como te digo aquello era una pléyade de médicos y de ingenieros especializados en Ingeniería Sanitaria. Yo caí inmerso ahí y era el único abogado, me absorbí toda aquella mística, me quisieron todos ellos mucho y yo los quise mucho a todos ellos”.

Desde su instalación, la Junta Revolucionaria de Gobierno se propuso dos objetivos: moralizar la administración pública y establecer una institucionalidad democrática surgida del voto universal directo y secreto. Para estos propósitos, la Junta creó los Juicios de Responsabilidad Civil y Administrativa, cuyo fin era el de establecer responsabilidades por presuntos enriqueci-mientos ilícitos de los funcionarios en los gobiernos de Gómez, López y Medina. Por otra parte, se convocaría a una Asamblea Nacional Constituyente, con la posibilidad del voto para los ma-yores de 18 años de edad. El joven Rafael Caldera, procurador general de la nación, supervisaría los juicios, que prontamente generarían un profundo odio en la opinión pública.

Paralelamente se van generando modificaciones en el plano político nacional. Antes del triunfo del 18 de octubre, AD era sólo un pequeño partido político. Ahora, ya en el poder, se le han sumado numerosos adeptos. Giacopini presenta su idea de este fenómeno:

“Cuando AD llega al poder, era un partido pequeño, no tenía más de 30.000 militantes inscritos oficialmente. Y AD no llega como resultado de un proceso de madurez política, que les permita un triunfo electoral, sino que llega prematuramente desde el punto de vista de su formación política para ese

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momento, que un golpe militar los agarra y los pone en Miraflores. Ahí el partido creció enormemente, porque como te dije anteriormente en mi entrevista con Betancourt, la victoria tiene muchos aliados. Todo el mundo corrió a inscribirse en AD. Entonces el partido carecía de madurez”.

Sí atina Rómulo Betancourt, quien prontamente percibe la magnitud de ser gobierno y no oposición. Atrás ha quedado la época de la lucha contra la dictadura. Ahora ha llegado el tiem-po de gobernar a una nación por la que ha luchado, y por la que ha puesto su propia vida en peligro en numerosas ocasiones. De Betancourt, Giacopini manifiesta así su opinión:

“El primero que madura es Betancourt. Cuando Betancourt se ve en Miraflores, se da cuenta que ya él no es el guerrillero político que se para en una mesa, en una plaza pública a mandar a agredir personas o a saquear una casa o a una diatriba contra el enemigo, sino que ya es un hombre de Estado que tiene que medirse en su manera de actuar. Pero el partido no llegó a ese grado de madurez que él llegó”.

Giacopini nos habla de la “metamorfosis de Betancourt” para calificar la transformación que como dirigente sufrió Betan-court. Es interesante esta semblanza que nos presenta:

“En primer término, Betancourt no era militarista. Sin embargo, se fue dando cuenta del valor de las Fuerzas Armadas dentro de la vida nacional y ya vemos cuando en su segundo gobierno, cuando regresa del exilio, va haciendo una política militar que le dio estabilidad, no voy a decir si fue buena o si fue mala, pero era conveniente para la estabilidad de los gobiernos civiles que se sucedieron en los cuarenta años, que van de la ida del general Marcos Pérez Jiménez al exterior, al año 2000. Hizo una política que le aseguró estabilidad militar a esos 40 años. Agnóstico, anticlerical, libre pensador, es el hombre a quien el Vaticano le da el primer cardenal de Venezuela y es el hombre que firma con el Vaticano el modus vivendi, una cosa que venía sin solución desde los tiempos de

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la Independencia misma. Comprende además que hay una serie de fuerzas con quien conciliar. Por ejemplo, entiende lo que es el poder de los Estados Unidos. Rómulo Betancourt, que lo conocí tan de cerca, el año de 1938 habría querido ser Fidel Castro. El año 1960, ya en su segundo gobierno es el anti Castro en el Caribe y se convierte en uno de aquellos hombres que formaban el grupo que los Estados Unidos consideraban como figuras importantes...”.

A fines de mayo de 1946, el decreto 321, orientado hacia la consecución de un mayor control por parte del Estado en materia educativa, generará un fuerte enfrentamiento con los defensores de la educación privada, y en particular los colegios religiosos. Ante la reacción, la Junta se vio obligada a suspender el decreto. Los comicios para la Asamblea Constituyente proporcionaron una mayoría de 78,43% de los votos a Acción Democrática, lo cual hacía sospechar que Venezuela se estuviese orientando ha-cia un régimen de partido único, dado el fuerte dominio que AD ejercía en el movimiento sindical. El 17 de diciembre de 1946 se reunió la Asamblea Nacional Constituyente, ratificó el gobierno de la Junta, aprobó su trabajo político-administrativo y sancionó una nueva Constitución Nacional, terminando sus sesiones el 22 de octubre de 1947, luego de exaltadas discusiones; entretanto se abría un nuevo proceso para elegir al presidente de la República, a los cuerpos deliberantes y a los concejos municipales. El enton-ces presidente de Acción Democrática, el intelectual Rómulo Ga-llegos resultó electo presidente de la Républica 14 de diciembre de 1947, con el 75% de los votos.

Sin embargo, el gobierno de Gallegos tuvo que hacer frente a una parte descontenta del sector militar, en varias ocasiones. Finalmente, luego de varios días de incertidumbre, Gallegos fue depuesto por los comandantes de las Fuerzas Armadas, el 24 de noviembre de 1948. Giacopini opina al respecto:

“En el movimiento del 18 de octubre, hay un intento no consciente de redactar la situación cívico-militar que

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había desaparecido... donde hay la conjunción de Acción Democrática y un grupo militar insurgente. Pero ya en el proceso formativo de los nuevos oficiales y de los ideólogos y dirigentes políticos, eran totalmente antagónicos entre sí y viene la ruptura el 24 de noviembre de 1948, con la caída del presidente Gallegos”.

Este tiempo histórico que va desde el 18 de octubre 1945 al 24 de noviembre de 1948, se le conoce con el nombre de El Trienio Adeco (1945-1948), que al decir de muchos representó un consi-derable avance en lo que se refiere a la creación de la democracia participativa en Venezuela. Para otros en cambio, sólo fue un período histórico en el que el sectarismo de AD dominó la esce-na política nacional, con todos los males que los dominios únicos traen.

2.11.1. Junta Militar de Gobierno (Presidencia de Carlos Delgado Chalbaud)

A la caída del presidente Gallegos, un pequeño grupo de militares toma el poder en nombre de las Fuerzas Armadas. El depuesto presidente Rómulo Gallegos sólo duró diez meses ejer-ciendo. Una Junta Militar presidida por Carlos Delgado Chal-baud se constituye en Gobierno. Los otros dos miembros de la Junta son Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez.

En un primer momento, la Junta Militar de Gobierno se dedicó fundamentalmente a desmontar el aparato burocrático creado con anterioridad. En decretos promulgados para tales efectos, el 4 y el 7 de diciembre de 1948, quedaban disueltos el Congreso Nacional, las asambleas legislativas de los estados, el Consejo Supremo Electoral y los concejos municipales. Por otra parte, les fueron restituidos los bienes confiscados por el Estado a los funcionarios afectados por el Jurado de Responsabilidad Civil.

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La presencia de Delgado Chalbaud en el gobierno hacía suponer cierta estabilidad y hasta alguna rectificación con res-pecto al pasado. Al menos así lo suponían algunos medinistas, copeyanos y urredistas que participaron en cargos de gobierno. Para Acción Democrática, desplazada del poder e ilegalizada, la caída de Gallegos significaba la instauración de una dictadura militar liderada por Marcos Pérez Jiménez. El Partido Comu-nista, por su parte, logró mantener una cierta libertad de acción hasta 1950. Posteriormente, contra ambos partidos se ejercerá una fuerte represión, endurecida luego de la huelga petrolera de mayo de 1950. El 13 de noviembre de ese año va a ocurrir un acontecimiento dramático para la historia de Venezuela: el pre-sidente de la Junta Carlos Delgado Chalbaud es secuestrado y asesinado por Rafael Simón Urbina, cuyas primeras declaracio-nes comprometían intelectualmente a Marcos Pérez Jiménez. La rápida muerte de Urbina de manos de la policía hizo acrecentar las sospechas. Ante tal situación, colocar a Pérez Jiménez a pre-sidir la Junta era obviamente algo muy delicado, y crearía aún más suspicacias. Luego de varios días de incertidumbre, el 27 de noviembre de 1950 la elección se inclinó por el doctor Germán Suárez Flamerich. A partir de entonces la Junta Militar de Go-bierno cambió su nombre por el de Junta de Gobierno.

El gobierno que presidirá el doctor Germán Suárez Flame-rich, entre 1950 y 1952, tuvo dos orientaciones políticas claras. Por una parte, la acentuación de la represión, manifiesta en la huelga petrolera de 1950, el nombramiento del 31 de agosto de 1951 de Pedro Estrada en la Seguridad Nacional, el cierre de la Universidad Central de Venezuela, la reapertura del campo de concentración de Guasina, y el asesinato del secretario general de AD en la clandestinidad, doctor Leonardo Ruiz Pineda, ocu-rrido el 22 de octubre de 1952. Por otra parte, tratará de echar las bases, a través de un proceso electoral, de un Congreso Constitu-yente cuyo fin era el de dar cierta estructura política al régimen.

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En materia económica, el 30 de diciembre de 1950 se crea el Ministerio de Minas e Hidrocarburos, se decreta la instalación de una industria siderúrgica en la confluencia de los ríos Ori-noco y Caroní, y se finalizan diversas obras de infraestructura: viviendas obreras, carretras, autopistas, etc.

Se anuncian elecciones para noviembre de 1952, las que son calificadas por AD como una farsa. El ilegalizado Partido Comu-nista, URD y COPEI deciden participar. Desde la clandestinidad AD llama a la abstención y a la rebelión civil. Pese a la represión, la campaña electoral se desarrolla con relativa libertad para los partidos legales que en ella participan. El 30 de noviembre de 1952 se llevan a efecto las elecciones cuyos primeros cómputos dan victorioso al partido Unión Republicana Democrática. Sin embargo, el gobierno niega el resultado y da un golpe de Esta-do el 2 de diciembre. Son apresados y exiliados los líderes de URD, se interrumpe la difusión de datos por el Consejo Supre-mo Electoral, y posteriormente se suministran otros en lo que el gobierno aparece como ganador. Ante tal situación, el Alto Mando Militar decide nombrar al coronel Marcos Pérez Jiménez como presidente provisional, hasta el 9 de enero de 1953, fecha en la que fue ratificado por el Congreso Nacional.

2.12. Dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez

El 17 de abril de 1953, Marcos Pérez Jimenez es nombrado presidente constitucional. En su discurso del 19 de abril declara que su gobierno estaría apoyado en la doctrina del “Nuevo Ideal Nacional”. Además agregó:

“Una Nación que aspire a ocupar el sitio prominente y un gobierno digno de tal aspiración, han de señalar grandes objetivos, dedicarles plenamente energías y aptitudes, e inspirarse en un Ideal Nacional de claros delineamientos que en nuestro caso se sintetiza en la transformación del medio

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físico y en el mejoramiento de las condiciones morales, intelectuales y materiales de los venezolanos”.61

Esta fórmula política repetida por los partidarios del régi-men se podría simplificar en el siguiente planteamiento del presidente de la República: “Vamos a colocar la libertad sobre bloques de concreto y montón de libros. Seremos una nación ad-mirada y respetada por todos”.62

El 24 de abril de 1953 fue detenido el secretario general de AD en la clandestinidad, Eligio Anzola Anzola. Seguidamente se conoce la muerte de dos importantes dirigentes de este par-tido: el 20 de mayo, Alberto Carnevali fallece en prisión, y el 11 de junio, Antonio Pinto Salinas muere en un tiroteo con la Segu-ridad Nacional. La Semana de la Patria queda proclamada por decreto presidencial, a celebrarse entre los días 27 de junio y 6 de julio de cada año. En su discurso de clausura de la Semana de la Patria, el 6 de julio de 1953, Pérez Jimémez plantea:

“...lo que será la interpretación de la geopolítica, fundamentada en el estudio y comprensión de las condiciones geográficas, la riqueza de los recursos naturales y las tradiciones históricas patrias. A esa concepción, corresponderá la aplicación de una estrategia de desarrollo político (interior y exterior) que, basada en estos elementos geopolíticos, fue expresada como la propia iniciativa y decisión del gobierno con el fin de incrementar el poder del Estado”.63

El 2 de diciembre de 1953, luego de inaugurar dos obras de gran importancia (la autopista Caracas-La Guaira y el Círculo de las Fuerzas Armadas), Pérez Jiménez reitera en su discurso lo que sería el fundamento de su gestión como gobernante. En materia cultural, en 1953 se llevaron adelante cambios en lo con-cerniente a reglamentar las bases de los premios oficiales.

61 Pérez Jiménez, Marcos: Mensaje presidencial en su juramentación, en: Diccionario Multimedia de Historia de Venezuela.

62 Castillo D´Imperio, Ocarina: Los años del buldózer, Ideología y Política 1948-1958, p. 61.63 Castrillo Buitrago, Simón: Gobierno de Marcos Pérez Jiménez, en: Diccionario de Historia de

Venezuela, t. 3, p. 576.

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En 1954 el gobierno invita a regresar a los exiliados y otorga la libertad a más de 400 detenidos políticos. El 1º de marzo que-da inaugurada la X Conferencia Interamericana, en la que Pérez Jiménez, en su discurso de apertura clama por la necesidad de la unidad continental. El 17 de junio, el Premio Panamericano de Carreteras es otorgado por la Asociación de Constructores al presidente de Venezuela, como reconocimiento al trabajo reali-zado en materia vial, y en la construcción en general. Las obras a la vista para ese entonces eran las siguientes: avenidas Urdaneta y Guzmán Blanco, autopista del Este, centro Simón Bolívar, casa sindical, centro administrativo de la Ciudad Universitaria, hotel Tamanaco, cuartel de las Fuerzas Armadas de Cooperación, Ins-tituto de Nutrición, unidad residencial El Paraíso y Ciudad Ta-blitas y concha acústica, en Caracas; hotel del Lago, en Maracai-bo, hospital Médico Quirúrgico, en Maiquetía; hospital y escuela de Enfermeras, en Barquisimeto y la escuela Interamericana de Agricultura, en Rubio. Por otra parte, el régimen busca el mejo-ramiento social a través del estímulo a la inmigración europea, principalmente de España, Italia y Portugal. Dicha inmigración incide en el dinamismo urbano de la sociedad venezolana. Gia-copini esboza el sentido de traer a Venezuela personas de otros pueblos:

“Y es aquella inmigración magnífica que viene en la década del 50 al 60, constituida fundamentalmente por españoles, portugueses e italianos. Esa gente venía del exterior a mejorarnos desde el punto de vista étnico, y si quieren un ejemplo frívolo, muchas de esas reinas de belleza con que Venezuela arrasa en los concursos internacionales, vienen, en parte, de ese proceso inmigratorio y mejorador desde el punto de vista étnico. Y también desde el punto de vista de actitud ante la vida, porque era gente que venía de países donde la vida es muy competida, muy dura, y donde la productividad y el trabajo tienen una connotación que no la conocíamos aquí. De manera que es una corriente sumamente constructiva”.

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El 22 de octubre el gobierno de los EE. UU. otorga la Legión del Mérito en su más alto grado al coronel Marcos Pérez Jimé-nez. El 29 de noviembre fue inaugurado el Festival de Música Latinoamericana en Caracas, donde destacaron dos piezas de corte nacionalista: la Suite margariteña de Inocente Carreño, y la Cantata criolla de Antonio Estévez.

El 25 de marzo de 1955 la ciudad de Valencia celebró su cua-tricentenario con la presencia de Pérez Jiménez y del escritor José Rafael Pocaterra. El 1º de abril fue firmado con siete grupos industriales de Alemania, Bélgica, Francia, EE. UU., Inglaterra, Italia y Noruega, el anteproyecto para el desarrollo de la side-rúrgica nacional. Luego del discurso pronunciado por Adrianus Vermeulen, quien critica la situación del movimiento obrero en Venezuela en la V Reunión del Comité de la Industria Petrole-ra de la Organización Internacional del Trabajo, y luego de sus-pendidas las sesiones por solidaridad con el pronunciamiento de Vermeulen, Pérez Jiménez decide retirarse de la OIT. El 4 de junio Pérez Jiménez visita Perú, y deja encargado de la Presi-dencia al coronel Oscar Mazzei Carta, ministro de la Defensa. El 22 de junio el Congreso aprueba el ascenso del coronel Pérez Jiménez a general de brigada. El 27 de junio se inicia la celebra-ción de la Semana de la Patria. En el plano cultural, en la UCV se celebra un ciclo de conferencias sobre la historia de la cultura en Venezuela; y en la exposición de pintura internacional celebrada en Valencia, fueron premiados el francés Alfredo Manessier y el venezolano Pascual Navarro.64

El 2 de febrero de 1956 se realiza el convenio entre el Gobier-no Nacional y varias empresas italianas para el establecimiento de la primera planta metalúrgica venezolana. El 9 de agosto la Seguridad Nacional detiene al historiador Ramón J. Velásquez, al reportero José Gerbasi, al industrial Mario Pérez Pisani, al escritor Manuel Vicente Magallanes, al economista Guillermo

64 Ibídem, p. 578.

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Muñoz, a los peridistas Luis Esteban Rey y Horacio Chacín Ducharne, entre otros, por un supuesto atentado para matar a Pérez Jiménez. El 2 de diciembre Pérez Jiménez se dirige a la nación para anunciar su ya acostumbrada obra de gobierno, en su cuarto año en el poder: club de oficiales Simón Bolívar en Maracay, cuartel de caballería general Zaraza en San Juan de los Morros, ciudad vacacional Los Caracas, instituto de Neurología e Investigaciones Cerebrales, tramo ferrocarrilero Barquisimeto-Puerto Cabello, teleférico del Ávila, Sistema de Nacionalidad (avenida Los Próceres y paseo Los Ilustres), carretera Paname-ricana Caracas-Los Teques, unidad residencial 2 de Diciembre (actualmente 23 de Enero), hotel Bellavista en Porlamar, hotel Miranda en Coro, hotel Aguas Calientes en Ureña, aduanas y servicios portuarios en Maracaibo, cárcel de Maracaibo, repre-sa de Guárico y el dique seco de Puerto Cabello. Sin duda un período histórico marcado por la consolidación de una obra de infraestructura sólida. Giacopini nos ofrece su opinión sobre el gobierno perejimenista:

“...el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez que produce el período de más progreso nacional, donde en Venezuela, el progreso y la prosperidad, el grado de orgullo y de la identidad nacional a que se llega... uno mostraba con orgullo el pasaporte venezolano en los servicios inmigratorios del exterior, donde Venezuela conoce un período excepcional, que no tiene igual. Usted no me encuentra en toda la historia de Venezuela una cosa igual...”.

En el año 1957 la Creole Petroleum Corporation anuncia que invertirá cerca de Bs. 1.000.000.000 en el negocio petrolero. El 23 de enero, Pérez Jiménez se reúne en Caracas con el presidente de Colombia Gustavo Rojas Pinilla, quien también había llegado al poder a través de un golpe de Estado. El 29 de abril el arzobispo de Caracas Rafael Arias Blanco firma la conocida Pastoral del 1º de mayo con motivo de la fiesta de San José Obrero, que fue leí-da en todos los púlpitos de Venezuela, y que criticaba la delicada

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situación social dominante en el país. El 14 de junio, representan-tes de Acción Democrática, COPEI, Partido Comunista y Unión Republicana Democrática, acuerdan fundar la Junta Patriótica, que propone luchar por el establecimiento de un gobierno de-mocrático y respetuoso de las libertades personales en Venezue-la. El 3 de julio la Cámara del Senado acuerda ascender a Pérez Jiménez al grado de general de división. El 7 del mismo mes, Ar-gentina rompe relaciones con Venezuela por negarse a repatriar al expresidente Juan Domingo Perón, exiliado en Caracas. El 26 de julio el Congreso Nacional fija para el día 15 de diciembre de 1957 la fecha de elección del presidente de la República para el período 1958-1963. El 4 de noviembre Pérez Jiménez le anuncia al país en su mensaje especial en el Congreso Nacional, que la próxima elección presidencial sería realizada por medio de un plebiscito. El 15 se instala el Consejo Nacional Electoral. El 17 los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela se decla-ran en huelga y realizan manifestaciones en contra del anuncio del gobierno. Al día siguiente la policía y la Seguridad Nacional asaltan la Ciudad Universitaria. Quedan detenidos más de 200 estudiantes y profesores. En los días sucesivos los liceístas pro-testan enérgicamente. El 28 el gobierno de Chile suspende rela-ciones diplomáticas con Venezuela. El país todo levanta su voz en contra del plebiscito. El 13 de diciembre la Junta Patriótica llama a preparar una huelga general, posteriormente suspendi-da. El día 15 se realiza en todo el país la consulta plebiscitaria. El 17 la Junta Patriótica divulga el manifiesto titulado Unidad nacional contra la usurpación. El 20 el Consejo Supremo Electoral proclama a Pérez Jiménez presidente de la República. El 29 de diciembre la Junta Patriótica hace un llamamiento a las Fuerzas Armadas para que no permitan la fragante violación a la Cons-titución Nacional.

Para fin de año el régimen prepara las festividades acostum-bradas para tales fechas. El doctor Giacopini presenció el festejo de fin de año que daba el dictador Pérez Jiménez en el Palacio de

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Miraflores el día 31 de diciembre de 1957. Hasta altas horas de la noche permaneció Giacopini allí.

“El 31 de diciembre de 1957, como todos los años, voy yo a la despedida de año en Miraflores, que en la época del general Pérez Jiménez se celebraba con mucho protocolo, de smoking... Allí estuve conversando, lo saludé a él y a Flor, su esposa, y me enteré en las conversaciones de los diferentes grupos, que habían detenido al coronel Hugo Fuentes, comandante del Agrupamiento N° 5, que era la guarnición de Caracas, y a algunos oficiales de su entorno. Y que al coronel Jesús María Castro León, de la Aviación, le habían dado su domicilio por cárcel o por lugar de detención”.

Luego se retiraría a su casa ubicada a tan sólo una cuadra del palacio. En horas de la madrugada es despertado por las rá-fagas de ametralladora que disparan sobre el palacio. Maracay se había alzado en contra del Gobierno. Sin perder tiempo hace acto de presencia en el palacio. Giacopini Zárraga, percatándose del grado de postración en que se encontraba el gobierno, decide actuar. Un testimonio señala lo siguiente:

“En el Palacio de Miraflores no es un militar sino un civil quien elabora el Plan de Operaciones para someter a Maracay. El doctor José Giacopini Zárraga es de opinión que no debe retrasarse un ataque fulminante. El tiempo favorece a los rebeldes. Seguramente otras guarniciones están a la expectativa. El Gobierno no debe dar síntoma de indecisión porque estimula las dudas en otras unidades”.65

Al referirse al doctor Giacopini Zárraga, Laureano Vallenilla es claro en su apreciación del personaje: “Lo vemos siempre en los momentos difíciles. Cuando se distribuyen ventajas y favo-res, permanece discretamente en su cargo de la compañía Shell. Curioso personaje, Giacopini”.66 Al ministro del Interior de Pé-

65 García Ponce, Guillermo: Diario de la resistencia y la dictadura, p. 321. 66 Vallenilla, Laureano: Escrito de memoria, p. 460.

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rez Jiménez le llama particularmente la atención el proceder del doctor Giacopini Zárraga. Al respecto agrega:

“Es el Quijote de la política vernácula. Surge siempre a última hora para defender causas perdidas. Así lo hizo el 24 de noviembre de 1948. Los adecos corrían y él abogaba todavía por Rómulo Gallegos. Así procede hoy. Además ama el peligro. Sale a su encuentro. Se embriaga con el ruido de las armas y los disparos. Es su ambiente. En ese momento predomina, en su extraña personalidad, la de su ilustre ancestro, el General Francisco Linares Alcántara, el Gran Demócrata, el jefe amarillo de los Valles de Aragua, un caudillo con nombre de proclama, como observaba Guzmán Blanco”.67

Según Giacopini, lo que lo movía en ese momento a defen-der al gobierno, era su vieja amistad con Pérez Jiménez. En ple-no fragor de la lucha en palacio, Giacopini se siente cómodo en tan embarazosa situación. “Está en su elemento. En la palabra fácil desborda su afición por las artes bélicas”.68 Pérez Jiménez, primero indeciso, ante las sugerencias de Giacopini Zárraga de-cide aprobar el Plan de Operaciones. Poco a poco el país entero, al amanecer del día primero, se va percatando de que hay un alzamiento en contra del gobierno. Giacopini es de los que se encuentra apostado en los sótanos de Miraflores al lado de Pérez Jiménez. El consejero del dictador ante la inopia del momento señala: “En este momento ya todo el país está enterado que ocu-rrió una sublevación. Sin embargo, el país no sabe dónde está el Presidente de la República. Si está preso o muerto o en una Embajada. Hable y diga cuál es la situación”.69 Pérez Jiménez or-dena al ministro Vallenilla a que se hagan los arreglos necesarios para tal fin. El mensaje se trasmite. Pérez Jiménez luce seguro y firme. En parte del comunicado señala:

67 Idem. 68 Meléndez, Enrique: El otro Vallenilla Lanz, p. 321.69 Ibídem, p. 329.

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“...Quiero manifestar a la Nación que en este momento se están moviendo sobre la capital de Aragua cuatro poderosas columnas que van a actuar en diferentes direcciones y estamos dispuestos a obtener una decisión dentro de breves horas. Les manifiesto, si es que me oyen, a los sediciosos de Maracay, que su acto insensato tocará a término dentro de breve tiempo y que si no abandonan las armas serán irremediablemente aniquilados”.70

El comunicado del Gobierno da resultados positivos. Sin embargo, en Miraflores aún reina la confusión, llega la noticia de que una columna de blindados avanza por la avenida Su-cre hacia Miraflores. La información es ratificada por Giacopini Zárraga, a quien un pariente ha informado desde su casa. En el refugio antiaéreo hay temor y nerviosismo. Pérez Jiménez y Llo-vera Páez tratan de mantener el orden. Al parecer, varios altos jerarcas del régimen piensan en asilarse en alguna embajada, si-tuación que perturba a Pérez Jiménez, quien ya comienza a lucir agotado y decepcionado. Vallenilla llama a su esposa para que tenga todo listo para dirigirse a alguna embajada. Giacopini, a pesar de las contrariedades, mantiene la calma. Según él, hay que esperar. Sin embargo, lo delicado de la situación no permite mayores libertades. Giacopini, propone, ahora sí, parlamentar con los sublevados: “Soy amigo de esos oficiales. Tal vez pueda llegar a un acuerdo amistoso con ellos”.71 Los rebeldes, ante la respuesta del Gobierno y ante la falta de apoyo de las demás guarniciones deciden rendirse. Piden salir del país. Se les con-cede tal prerrogativa. Barranquilla es el destino para el asilo. El Gobierno ha ganado la Base Aérea. Al saberse la noticia en el só-tano antiaéreo de Miraflores hay manifestaciones de júbilo. No obstante la buenaventura, para Giacopini hay que tomar previ-siones: “Todavía están alzadas dos unidades muy poderosas en Los Teques. Hay que aprovechar el momento psicológico para pedir su rendición. Convendría lanzarles unos volantes desde el

70 Ibídem, p. 330.71 Ibídem, p. 340.

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aire”. Así lo ordena Pérez Jiménez al ministro del Interior. Poco a poco llegan noticias de que la situación está siendo controlada. La rebelión ha sido dominada. A Pérez Jiménez lo embarga la tristeza. Camina solo hacia una esquina y comienza llorar. Lue-go llama a cada uno de los presentes para abrazarlos: Llovera, Mazzei, Fernández, Vallenilla, Giacopini. Todos salen menos Giacopini, quien afectuosamente felicita al general por el triunfo obtenido y le pregunta, el por qué del llanto. Pérez Jiménez, muy conmovido le responde:

“Usted no tiene una idea, Don José, de cómo me siento por dentro. Estoy decepcionado. Esos oficiales me lo deben todo a mí. Yo los mandé a cursos en el exterior para que elevaran sus conocimientos profesionales. A mí me deben los ascensos. Nada de lo que me han pedido lo he negado. La modernización de los blindados y de la aviación de guerra se me debe a mí. Yo he sido quien he convertido esas Armas en lo que son hoy. Modernas y poderosas. ¡Y fíjese cómo me han pagado...!”.72

El 2 de enero no circulan los periódicos. La Junta Patriótica cree que el balance de la rebelión es positivo. Ya el Gobierno no luce inconmovible, el dictador no puede hablar más en nombre de las Fuerzas Armadas. Para Fabricio Ojeda: “La Dictadura ha sido golpeada a muerte. Lleva una honda herida en el pecho. Ya no podrá recuperarse”.73

El Alto Mando Militar es de la idea de que se debe cambiar el Gabinete, al jefe de la Seguridad Nacional, al gobernador del Distrito Federal, y nombrar sólo a militares en dichos cargos. Pé-rez Jiménez acepta la idea de equilibrar al gobierno con un 50% de militares y un 50% de civiles. Vallenilla escucha las sugeren-cias de algún soldado que lo invita a asilarse en una embajada, porque lo quieren matar. La angustia invade al ministro Valle-nilla, quien le plantea a Giacopini la situación: “Mi vida está en

72 Ibídem, p. 348.73 Ibídem, p. 356.

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peligro. Este es el momento para asilarme. Después a lo mejor tengo que hacerlo perseguido por una multitud y bajo el acoso de las piedras si es que no me matan”.74 Giacopini acompaña a Vallenilla a la Embajada de Italia cuyo embajador no quiere saber nada del asunto. La angustia está ahora a flor de piel. Fi-nalmente se dirigen hacia la Embajada del Brasil, que sí concede el asilo. Pérez Jiménez recibe la noticia con desagrado; para él Vallenilla se apresuró.

El día 10 de enero Pérez Jiménez nombra un nuevo Gabinete: el doctor José Antonio Giacopini Zárraga, ministro de Hacienda. El día 15 Pedro Estrada llama al doctor Giacopini Zárraga por te-léfono desde Nueva York, ya que el general Pérez Jiménez quie-re que Estrada vuelva al país, porque según él, las causas de su exilio han sido superadas. Sin embargo, Giacopini le recomienda a Estrada: “Es mejor que no vengas. Aquí hacemos todo lo posi-ble por dominar la situación. Ya salvaste tu pellejo. Te aconsejo quedarte fuera del país. Todavía no se sabe qué puede ocurrir”.75 Ese día circula la Declaración de los intelectuales en la que, entre otras cosas, se clama por la libertad democrática.

El 16 los estudiantes se enfrentan a la policía y es clausurado el liceo Andrés Bello por orden del Ejecutivo. El 21 comienza una huelga en la prensa y posteriormente una huelga general, que obliga al gobierno a imponer un toque de queda. El 23 de enero de 1958, las Fuerzas Armadas se agrupan en torno a la idea de derrocar al régimen. Pérez Jiménez, ante el difícil panorama na-cional, decide marcharse al exterior acompañado de su familia. Una Junta Militar presidida por el contralmirante Wolfgang La-rrazábal asume el mando del país.

Caído el régimen, el día 24 de enero, el doctor Giacopini Zá-rraga hizo entrega del Ministerio de Hacienda al doctor Arturo

74 Ibídem, p. 389.75 Ibídem, p. 414.

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Sosa, ante los medios de comunicación social. Veamos cuáles eran las cifras reales que para ese momento gozaba la República en sus arcas:

“Yo le entregué a Arturo Sosa a las 10 de la mañana 2.850.000.000 de Bs. en efectivo en la Tesorería Nacional, 2.000.000.000 de US$ en las reservas internacionales. Se había realizado una labor de progreso que no había tenido igual en la historia del país, no se habían recaudado la Regalía Petrolera ni el Impuesto sobre la Renta que entraban enseguida porque era comienzo de ejercicio, y el país no debía un dólar al exterior”.

Es el final de una agitada participación política por parte de Giacopini, que señala el regreso de la clase dirigente de los par-tidos tradicionales que habían sido desplazados del poder. El doctor Giacopini Zárraga, a los pocos días volvería a su cargo como director de la compañía Shell.

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CAPÍTULO III

ENTREVISTA A JOSÉ ANTONIO GIACOPINI ZÁRRAGA

3.1. Biografía

Don José ante todo, gracias por recibirnos. Díganos, ¿cuándo y dónde nació usted?

Nací el 4 de septiembre de 1915, en la casa que ustedes tienen al otro lado de esa pared. Por eso he visto cambiar a Venezuela y he visto cambiar al mundo también.

En esta ciudad de Caracas, donde usted nació, se tumbaron muchas casas coloniales, muchas construcciones coloniales...

Sí, han tumbado muchas cosas. Aquí no tuvimos verdaderas joyas arquitectónicas porque esto era una Capitanía General po-bre, a diferencia de los virreinatos como Nueva España, Nueva Granada o el del Perú. Allí había joyas arquitectónicas de la Co-lonia. Aquí no, pero sí existían algunas edificaciones viejas que hubiera sido deseable conservar.

¿Qué recuerdo tiene usted de esa Caracas vieja?

Yo recuerdo a la Caracas de 130.000 o 140.000 habitantes de los años 20. Las dos casas nuestras, en donde estamos ahora, son la 33 y la 35. La vieja casa del patrimonio nuestro es la 33, que es una casa larga que entra desde el centro de la manzana y cruza

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como una L, por detrás de esta, en ángulo recto como una escu-dera. Esa está en el patrimonio familiar desde 1870. No existía el Palacio de Miraflores todavía. Ahí nací yo hace 86 años. Y esta, que es una casa vieja también, le hice algunos retoques para ha-cerla más confortable, la compré hace 40 años para completar el rectángulo. Mi padre, Mario Giacopini Urdaneta, de Valera, estado Trujillo; mi madre, Belén María Zárraga Alcántara, de aquí de Caracas, ligada a esos generales Alcántara de los valles de Aragua; y a los Zárraga, que eran de origen vasco, venidos cuando la Guipuzcoana. La vida mía de muchacho fue como la de cualquier muchacho de la época -por cierto, la época no era muy parecida a la de hoy-, y la formación nuestra era un poco diferente a la de los muchachos de hoy.

Hay un aspecto que nos llama la atención don José: ¿cómo era la infancia y la recreación de un niño de su época?

Nosotros éramos cuatro hermanos: Mery, la mayor, que tie-ne ya 93 años, vive acá en la casa de al lado, no le digan que yo dije su edad, pero está muy bien, no representa la edad que tiene; el segundo soy yo, que tengo 87; el tercero Carlos, al que le llevo cuatro años, sumamente inteligente y un lector incan-sable, curiosamente Carlos es muy fuerte en historia europea y particularmente en historia de las casas reales europeas, conoce toda la genealogía de los Habsburgo, de los Borbones, de todas las casas reales, puede ser inclusive un hombre de consulta; y Gustavo, que murió, era el menor de nosotros, lo vimos crecer, nos quisimos mucho, como nos queremos todos.

La infancia...

Vamos a hablar de los primeros cinco años. Ya les voy a con-tar algunas cosas singulares de esa época. Ya para 1925 tenía yo 10 años. Era una Caracas aldeana, muy hermosa, muy española

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se veía, muy colonial. Hubo una ordenanza que le quitó ese sello colonial a la Caracas de entonces, donde las casas tenían lo que se llama “aleros”. Dicha ordenanza municipal de 1924-1925 mandó a eliminar dichos aleros y a reemplazarlos con ático y cornisa. El ático es esa especie de barandilla de cemento ubicada arriba, y la cornisa una moldura que sobresale. Eso le cambió la cara a la ciudad. A mi juicio perdió mucho, y creo que probablemente la razón que tuvo la municipalidad para dictar esa medida fue que a algunas casas descuidadas como esta, se les caían los aleros o una teja y hería a un transeúnte. Esa Caracas a que me estoy refiriendo era una Caracas de 135.000 habitantes, era La ciudad de los techos rojos del famoso cronista, de quien fui amigo, Enrique Bernardo Núñez. Una ciudad plana, lo más que había eran casas que tenían un altico así, con la teja árabe roja de barro cocido, y lo único que sobresalía eran las torres de las iglesias. Esa es la Caracas, vamos a decir, de mis primeros 10 años, hasta 1925. Nosotros nos movíamos de la manera siguiente: en nuestra vieja casa aquí de Caracas vivían los abuelos maternos: el general José Antonio Zárraga Clemente, casado con Belén Alcántara Estévez. Para nosotros fueron como segundos padres. ¿Por qué? Porque mi mamá era su única hija y cuando se casó, ellos no quisieron que se separasen. Entonces mi padre, mi mamá y los dos abuelos maternos vivían juntos.

¿En qué forma cree usted que puede haber influido en su for-mación el hecho de haber vivido con sus abuelos maternos?

Eso fue muy importante para la formación de nosotros y para conocimientos históricos que tenemos Carlos y yo particu-larmente. ¿Por qué? Porque los abuelos habían tenido contacto con un pasado remoto que nos trasmitían a nosotros a través de las conversaciones, y fueron gente que conoció a Guzmán Blan-co, a Crespo, a Andueza Palacio, a Rojas Paúl, a Ignacio Andra-de, a los presidentes del pasado. De manera pues que eso fue importante dentro de mi formación. Mi padre era un hombre

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que no se graduó, pero tuvo una inteligencia natural extraordi-naria, y fue un gran conversador. De tal manera que murió de 91 años enamorando a las enfermeras que lo atendían porque siem-pre fue muy travieso. Mi padre desempeñó algunos cargos en la administración pública en posiciones claves donde tuvo acceso a información y vivió situaciones que han enriquecido mucho nuestros conocimientos históricos. Ahí tenemos el cuadro fami-liar: los abuelos maternos, a quienes llamábamos papá y mamá, y los padres a quienes decíamos papín y mamaíta. Nos quería-mos mucho, éramos una familia con las costumbres de la época. La vida nuestra se movía entre esta vieja casa donde vivíamos todos, una hacienda que está donde queda el club Los Cortijos de Lourdes. Ahí donde está la casa del club Los Cortijos, había una vieja casa de hacienda, de corredores, de techos de teja, de caballerizas, patios interiores con árboles, etc. Entonces nosotros nos movíamos entre la casa de Caracas, la hacienda y el litoral. El Macuto de la época, que era una aldea de pescadores donde había un par de viejos hoteles, la vieja Alemania de Viloria, y el casino viejo de Odüber, y algunas residencias.

Las esquinas de su casa son...

Estamos viviendo entre las esquinas de Cuartel Viejo y Pi-neda. Como me dices que te interesan las cosas del viejo Cara-cas, para empezar por ubicarte, en la esquina de Pineda, vivió el brigadier mayor don José Gabriel de Pineda, quien coman-daba la guarnición acantonada en el Cuartel Viejo, a mediados del siglo XVIII, antes de la Independencia. Ahí en esa esquina existió un cuartel, donde estaba acantonada una unidad vete-rana de tropas peninsulares: oficiales, suboficiales y soldados traídos de la península. Era una unidad regular de tropas ve-teranas, que servía como unidad escuela para ir preparando el régimen de milicias y alrededor de ella se reunían -las milicias- cuando había una emergencia, porque en ese entonces existía el régimen de milicias.

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¿Qué era el régimen de milicias?

Era la población del país en edad de poder actuar militar-mente, organizada y entrenada en tiempos de paz. Destinaban alguna parte del tiempo, sin descuidar sus labores normales, a recibir entrenamiento militar: manejo de armas, experiencia je-rárquica, organizativa, orden cerrado, etc. Era la población ci-vil entrenada militarmente. Cuando había una emergencia los convocaban y ya ellos sabían cuáles eran sus unidades, cuáles eran sus jefes, cuáles eran sus oficiales. Esas milicias se reunían y tenían como columna vertebral las tropas veteranas españolas que estaban aquí. En la esquina de Pineda hubo un cuartel don-de estuvo una unidad veterana, de esas que servían para reunir alrededor las milicias y también como unidad escuela. Cuando a mediados del siglo XVIII se construyó el Cuartel de la Trinidad, que luego se llamó Cuartel San Carlos, en honor al rey Carlos III; en el léxico de la ciudad este empezó a llamarse Cuartel Viejo y aquel el Cuartel Nuevo. Repito, en la esquina de Pineda vivió el brigadier mayor don José Gabriel de Pineda, quien comandaba la guarnición acantonada en el Cuartel Viejo. Las edificaciones cercanas son: el Palacio de Miraflores; lo que se llamó la casa de Llaguno y la casa del colegio Chaves, que eran contiguas y eran gemelas en arquitectura; la esquina del Conde; la esquina de Carmelitas. Existieron dos casas en el ángulo nordeste de la esquina de Llaguno -llamada así en memoria de un hombre muy rico de la Colonia española que vivió allí, que fue don Felipe Lla-guno-. La casa que hacía esquina, que fue la casa de don Felipe Llaguno y hacia la esquina de Carmelitas la casa del colegio Cha-ves, la fundación de Juan Nepomuceno Chaves -un colegio de señoritas- establecido en 1842, creo. Esas eran dos casas colonia-les preciosas, con patios interiores, con matas y árboles grandes, inclusive, corredores en todo el entorno del patio principal, las habitaciones eran inmensas y tenían doble patio, patio más atrás y más instalaciones hacia atrás. Yo recuerdo la casa del colegio Chaves con nostalgia. Era una casa muy bella, una joya colonial.

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Después la casa de Llaguno tiene algunos hechos históricos. Ahí residió el primer representante de Gran Bretaña que hubo en Ve-nezuela, que fue sir Robert Ker Porter, sir Robert Ker Porter, que viene aquí poco después de Carabobo, por ahí en 1825-1826, y le tocó todo ese inicio de la vida republicana independiente que comienza después de Carabobo pero que se materializa ya ofi-cialmente con el Congreso Constituyente de Valencia, de 1830, cuando queda Venezuela desligada de la Gran Colombia. Poste-riormente, siendo yo director de la Shell, mandé a reeditar esas memorias de Ker Porter, una edición que hicimos en inglés, muy buena, pues es un libro fundamental para conocer, a través de un personaje objetivo y culto europeo, cómo veían el panorama de la Venezuela de entonces, y de la Caracas de entonces, la vida social y política. Es la época de los años 20, después de Carabobo.

En el caso del valle de Caracas, ¿cómo estaba constituido el casco urbano de la ciudad?

Caracas estaba dividido en lo que se llamaba el Departamen-to Libertador, que a su vez se dividía en las parroquias urbanas y las parroquias foráneas. Las parroquias urbanas eran las que integraban el casco urbano de la ciudad, o sea: La Pastora, San José, Candelaria, Altagracia, Catedral, Santa Rosalía, Santa Te-resa y San Juan. Esas eran las parroquias urbanas, que estaban unidas entre sí. En los años 20, Caracas tendría unos 130.000 o 140.000 habitantes. Venezuela era un país de unos 3.000.000 de habitantes. Yo me asomaba a la azotea de la casa de al lado y veía hacia el sur del valle de Caracas en declive hacia la Vega del Paraíso, y veías tú aquella ciudad plana, sin edificios, con la teja árabe esa de barro cosido: la Ciudad de los techos rojos. Después tú tenías lo que se llamaba las parroquias foráneas, que eran pe-queños pueblecitos que estaban dispersos en el Departamento Libertador, del que voy a hablar. Eran pueblecitos típicos: con su plaza mayor, con la iglesia, con la casa del cura, con la calle real, con la jefatura civil, la farmacia, lo que constituía un pue-

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blo pequeño. Lo que había entre cada uno de esos pueblos eran campos de cultivo. Esas parroquias foráneas del Departamento Libertador eran: Sabana Grande o El Recreo, El Valle, Antímano, La Vega y Macarao. Eran pueblos separados completamente. De aquí de este centro urbano salían unos grandes valles llenos de haciendas, de campos de cultivo. Por ejemplo, el gran valle que había entre Caracas y Petare. El que iba, ahí donde empezaba la Ciudad Universitaria y se prolongaba hacia El Valle y terminaba allá por Turmerito, en la Mariposa, por allá abajo, por el sur. Y el que iba por acá por la avenida San Martín hacia Antímano, Las Adjuntas y Caricuao, y había un valle que era el valle del río Macarao, que era lateral. En el fondo estaba el pueblito de Ma-carao y venía el río Macarao que se formaba ahí para dar paso al Guaire. Eso era el valle. Para darte una idea de lo que era ese valle, de actividad agropecuaria, tomemos la parte que va hacia Petare: en primer término tú tenías que los pueblos eran sepa-rados por haciendas y campos de cultivo. Tú ibas de Caracas a Sabana Grande, de Sabana Grande ibas a Chacao, de Chacao ibas a Los Dos caminos y de Los Dos Caminos ibas a Petare, don-de termina el fondo del valle, por esa parte. Desde el punto de vista de la contextura y de la calidad de los suelos, esa parte del valle está dividida en sentido este-oeste en dos escalones: el es-calón superior, y el escalón inferior. El borde que los separa más o menos corresponde al trazo de lo que es hoy la Francisco de Miranda, que sería el antiguo trazo de la carretera de Caracas al Valle. El escalón superior era el pie de monte de la serranía. Ahí había particularmente cultivos de café y unas explotaciones lla-mémoslas agropecuarias, generalmente propiedad de canarios, de isleños, compuestas fundamentalmente de un establo de va-cas lecheras, cerdos, gallinas, hortalizas, árboles frutales, frutos menores y en general productos de granjas para surtir el merca-do de la ciudad. A eso lo llamábamos una estancia. Ese escalón de la parte superior, como te digo, estaba dedicado al cultivo de café. Por ejemplo, Los Palos Grandes, donde todavía hay árboles que se ven allí, son restos de los cafetales. El Parque del Este, por ejemplo, era de café.

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¿Y el escalón de abajo?

Ese ya era de la vega del río Guaire, que eran los suelos más profundos. Allí había particularmente las grandes haciendas de caña de azúcar, el cultivo más exigente. Al norte de la Univer-sidad Metropolitana quizás has visto unas ruinas de una vieja hacienda con una rueda de agua, creo que inclusive el Colegio de Arquitectos tiene algo que ver con eso actualmente. Eso era el trapiche Arvelo, la hacienda Arvelo, propiedad de don Manuel María Hernández, hermano del famoso político y general José Manuel Hernández, el Mocho Hernández.

Yo lo conocí, pues era muy amigo de mi abuelo, el general Zárraga. Más al sur, donde está la Metropolitana, era la hacienda La Urbina, que era de los Schlageter. Pero antes de los Schlageter, en los años 20, era de un francés llamado don Eduardo Perrenou, que vestía de levita negra, sombrero hongo o también llamado camarita, cadenas de oro o doradas, un paraguas. No montaba a caballo como los demás hacendados, sino en un cochecito en un quitrín que se lo manejaba un muchacho cochero. Ese era don Eduardo Perrenou, el dueño de La Urbina en el tiempo viejo. Hacia atrás, hacia el este de la hacienda La Urbina y hacia el su-reste en esa parte del cerro que está detrás de Petare estaba la ha-cienda Moreno, de café, porque La Urbina era de caña de azúcar. La hacienda Moreno tenía una casa vieja, de esas con muchas leyendas de fantasmas y de aparecidos y de cosas de esas. Luego estaba la Quebrada de Guarenas y al norte quedaba la Vega de la Quebrada, eso era la hacienda Casarapa, de Avelino Cartaya. Era de caña de azúcar en la Vega y detrás en la ladera de la se-rranía, de café. Tenía trapiche para hacer panela de papelón y alambique donde destilaban el llamado aguardiente Casarapa, que decían era muy bueno, figuraba en la lista de los productos del mercado. Bueno ahí tienen ustedes ese rincón al norte y al nordeste de Petare. Bajando entre Petare y Caracas vamos a ve-nirnos por el sur de la Francisco de Miranda. Había una gran ha-

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cienda llamada Güere Güere, que era de Pedro María Delgado, que era el padre de Carlos Delgado Chapellín, a quien yo conocí chiquito, somos muy amigos. Ese era Güere Güere, que tenía la casa de hacienda de más solera del valle de Caracas, porque era una casa colonial que inclusive conservaba lo que llamaban el repartimiento, que era donde vivían los esclavos de la hacienda, y una construcción colonial adusta, austera, muy buena la casa. Esa hacienda era de caña de azúcar. Después seguimos por el sur de la Francisco de Miranda, venía La California, de Ramón Yánez. Algunas urbanizaciones han repetido los nombres de los campos iniciales. Por cierto Héctor, tu abuelo Armando, cuando era estudiante vivió aquí enfrente, en una casa que había ahí de una sola ventana, vivió con unas hermanas y unos parientes de él. De manera que desde antes de él casarse con María Cristina había una gran relación de una fraternal amistad entre las dos familias. Armando era muy querido...

Volvamos a las haciendas.

Sí. Como te decía, La California no era hacienda, era una es-tancia de Ramón Yánez que era de ancestros canarios. Ramón Yánez tenía un establo de vacas lecheras preciosas. A mí desde pequeño me ha gustado mucho el ganado, los animales y el cam-po, y uno de los espectáculos cuando yo tenía cuatro años, era llevarme a ver las vacas de Ramón Yánez, que eran muy bonitas. El lindero por el oeste de La California era el río Tócome, el río que forma el Parque de Los Chorros, que es el mismo río que vie-ne desde la montaña formando la cadena de caídas de agua que son Los Chorros. Detrás de La California, había una hacienda de caña en la confluencia del Tócome con el río Guaire, al este del Guaire, que se llamaba Trapichito de don Antonio Santana, esa sí era de caña de azúcar. Y al otro lado del Tócome estaba la ha-cienda nuestra, de nuestro abuelo el general José Antonio Zárra-ga Clemente, donde actualmente están Los Cortijos de Lourdes, que entonces se llamaba Hacienda Lourdes. Estábamos separa-

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dos de La California y de Trapichito, por el río Tócome. Noso-tros no llegábamos, como llegaba La California a la carretera, al camino hacia Petare, porque se interponía una estancia como de unas ocho o diez hectáreas propiedad de un médico muy famo-so de la época, el doctor Manuel María Peláez, tío abuelo de los Sánchez Peláez, los mismos del poeta y del médico psiquiatra notable, Abel, que se casó con una prima de nosotros, Diana Ur-daneta Giacopini.

Estábamos en Los Cortijos de Lourdes.

Vamos viniendo de este a oeste. Después de Los Cortijos de Lourdes venía la hacienda Los Ruices, esa era de café y caña de azúcar, propiedad de dos hermanos, que eran José María Ruiz Ruiz y José María Ruiz Arvelo, de dos matrimonios. Después venía La Carlota, de Eduardo Larralde, donde es el aeropuerto. Eduardo Larralde era el padre de Alicia Larralde, muy amiga nuestra desde la infancia. Eduardo Larralde era dueño de La Carlota y Santa Cecilia que eran dos haciendas de caña que ha-bía ahí. Al norte y al este de Los Dos Caminos estaba la hacienda que llamaban Juan Díaz, y también San José, que era del emi-nente médico Fermín Díaz, padre del famoso escritor costum-brista Manuel Díaz Rodríguez. La llamaban también Juan Díaz porque el padre del doctor Díaz, venido de Canarias, se llamaba Juan Díaz, que fue el fundador de la hacienda. De Los Ruices y de La Carlota hacia acá venían las haciendas de los Sosa, ahí en Chacao. Los hermanos Sosa eran dos: Emilio Sosa y Julio Sosa. Julio Sosa, el padre de los Sosa Rodríguez, era el dueño de La Floresta y de Chuao, y Emilio Sosa, su hermano, era dueño de una hacienda que había detrás de La Floresta, sobre la ribera del río Guaire, llamada El Volcán, y del Cafetal. Después venía la gran hacienda Las Mercedes, de don Enrique Eraso, esa era la hacienda de caña más grande del valle de Caracas. La hacienda Las Mercedes tenía como doscientos tablones de caña. Nosotros usábamos una medida agraria española que era el tablón, en vez

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de la hectárea. El tablón era de ochenta por ochenta, seis mil cua-trocientos metros cuadrados. Esto porque los ochenta metros de longitud eran las cien varas castellanas.

¿De quién era Las Mercedes?

Las Mercedes era originalmente de don José Rodríguez. Don Enrique Eraso se casó con Mercedes Rodríguez. Esa hacienda tuvo varios nombres: en una época la llamaron Aguerrevere, La Trinidad, y la pusieron Las Mercedes cuando don Enrique Eraso se casó con Mercedes Rodríguez.

¿Qué nos puede decir de la zona de La Boyera o de El Hatillo?

Esos eran potreros de cerros, potreros de gamelote donde llevaban a descansar y a reponerse los bueyes de la hacienda Las Mercedes después de la temporada de siembra. Después venía la hacienda Bello Monte, de Juan Vicente Casanova, por eso la avenida Casanova. Después de Bello Monte venía lo que es ya la Ciudad Universitaria, que era la hacienda Ibarra, propiedad de los descendientes de Andrés Ibarra, el prócer, edecán del Li-bertador. De ahí seguían las haciendas hacia El Valle y las que venían por el norte de la Francisco de Miranda. Antes de seguir adelante les voy a contar una anécdota familiar: mi abuelo, el general José Antonio Zárraga, adquirió lo que son hoy Los Cor-tijos de Lourdes a fines del siglo pasado en una época en que él no estaba bien económicamente y tenía preocupaciones para cumplir con los compromisos a tiempo. Nuestra tía-abuela Tri-na Alcántara, hermana de Belén Alcántara mi abuela, la espo-sa del general Zárraga, se fue a pasar unos días con ellos allá en la hacienda, y se dio cuenta de que tenían preocupaciones y angustias, y le dijo a su hermana: “Belén, porque ustedes no le encomiendan esas preocupaciones y esos problemas que tienen a nuestra señora de Lourdes que es una advocación de la Virgen que está muy en boga y además está haciendo muchos milagros.

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Yo inclusive les voy a regalar una imagen para que la entronicen aquí”. Y les regaló una imagen que creo fue traída del santuario de Lourdes. Le hicieron su gruta de Lourdes en el patio de la casa de la hacienda, un patio muy hermoso con árboles frutales. Recuerdo que la gruta estaba adornada con caracoles y con pie-dras de mar. Se le hacían rogativas, se le celebraba su fiesta en los días correspondientes y se le rindió culto ahí, en la casa de la hacienda. Casualidad o lo que tú quieras, pero el abuelo mejo-ró económicamente de manera notable y la hacienda llegó a ser una de las haciendas más productivas y más hermosas del valle de Caracas, porque el abuelo no sólo tenía el concepto del cam-po productivo, sino del campo hermoso, también. Él por ejem-plo compraba árboles y plantas ornamentales, y las sembraba en sitios estratégicos. De manera que la hacienda Lourdes era muy bella. El abuelo me contaba, que originalmente cuando él compró esa finca, lo que compró era el sitio en donde estaba la casa vieja y unos cuatro tablones alrededor de cultivos de frutos menores. A esto se le llamaba Las Martínez. El resto de la tierra, sin cultivar, hasta llegar a unas ochenta hectáreas, se le llamaba en conjunto Saltrón. Yo me puse a investigar lo que quería decir Saltrón, y era el nombre de una familia española de origen cana-rio, que vivía en Chacao desde los tiempos de la Colonia y eran propietarios de esas tierras.

Luego el nombre se le cambia por el de hacienda Lourdes.

Con motivo de la protección de Nuestra Señora de Lourdes que fue evidente, se le cambió el nombre a la hacienda y se lla-mó hacienda Lourdes. Y Cortijos de Lourdes la llamaron cuando la hicieron club los propietarios posteriores a nosotros, cuando urbanizaron eso y crearon el club, les pareció más conveniente Cortijos de Lourdes.

La hacienda tenía su gruta de Lourdes en el patio de la casa y en el torreón del trapiche, (porque mi abuelo, como fue pros-perando, montó un trapiche de hacer panela de papelón muy

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bueno, una maquinaria de la que fabricaban los ingleses para sus ingenios de Las Antillas: Jamaica particularmente), que tenía una fonda como de pirámide truncada, decía en un sitio visible Hacienda Lourdes.

¿Y por el norte de la Francisco de Miranda?

Allí había también una serie de fincas. Donde está el bosque de Los Caobos, esa era la hacienda La Guía, una hacienda de café. Esos caobos los sembró en el siglo pasado don Bernardino Mos-quera, que era un gran dueño de hacienda y gran arborizador. Luego venía San Bernandino.

Muy bello San Bernandino.

Cómo no. Con la vieja quinta de Anauco y la nueva quinta de Anauco. La grande, que es la que está abajo, donde está el Museo de Arte Colonial, ahí se hospedó el Libertador la última vez que vino a Caracas, en 1827.

Andrés Bello le dedicó un poema muy hermoso al río Anauco.

Así es. Esa hacienda Anauco fue, inclusive después de la Re-pública, del Marqués del Toro. El Marqués del Toro era muy montador de caballo y tenía siete caballos de silla, uno para cada día de la semana. Y ya en los últimos años de su vida, que sufría grandes dolores a causa de la gota y no podía montar a caballo, se sentaba en una butaca ahí con la pierna envuelta en trapos calientes, y hacía que le desfilaran los caballos por delante. Ahí en Anauco hubo también camellos.

¿Traídos de dónde?

De Canarias, de la isla de Lanzarote en donde hay camellos. Canarias es realmente una prolongación del continente africano. En ciertas islas de las Canarias hay camellos y son usados como animal de carga. Y según una tradición curiosa, esos camellos de

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Anauco murieron de picadura de cascabel. Seguramente ellos (los camellos) no conocían la serpiente de cascabel, pues no las habría allá.

¿Y la zona de Maripérez?

Esa era una hacienda que se llamó así en recuerdo de una propietaria de principios del siglo XIX llamada María Pérez, quien fue muy caritativa, e hizo grandes aportes para socorrer a los damnificados cuando el terremoto de 1812.

¿Y Chacaíto?

Ahí estaba aquello que llamaban Sans Soucí, que tenía una casa vieja de hacienda también. Los propietarios más viejos que yo conozco de Sans Soucí, los Otáñez, eran muy amigos de la familia nuestra. Raúl Otáñez, que vivió en donde está ahora el Centro Comercial Chacaíto.

¿Y el Country Club?

Eran tres haciendas: Blandín, La Granja y Lecuna. Blandín, que es abajo. La Granja, cuya casa queda casi pegada a la Cota Mil. Y Lecuna que es hacia la avenida Lecuna. Originalmente el Country Club fue fundado particularmente por la colonia ex-tranjera que empezó a formarse aquí con esas casas de comer-cio, como los Blohm, los Boulton, luego vienen los petroleros y algunos venezolanos que giraban a ese nivel con ellos, y fundan La Quebradita, como un club particularmente de tenis y de golf. Pero ya para el año de 1929, encontraron que necesitaban un área mayor, compraron esas tres haciendas y se fueron para allá. Ese es el Country Club.

¿Y El Rosal?

El Rosal era una hacienda de café que fue originalmente del general Manuel Antonio Matos. Tenía una buena casa de hacienda.

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El general Matos era un personaje muy interesante.

Yo lo conocí personalmente porque era muy amigo de mi abuelo.

Uno de los hombres más ricos de Venezuela en ese tiempo.

Después podemos hablar de él algo.

Sí.

El Rosal era de café y fue comprada por don Enrique Eraso, después que ya era el dueño de Las Mercedes. Lo compró (El Rosal), porque tenía una buena casa de hacienda. Por acá por el norte viene Campo Alegre, que lo llamaban Pan Sembrar y era de Emilio Beiner. Después venía La Castellana. Hacia la serranía estaban San Felipe y Serrano...

El Bosque, también...

Ahí hay árboles que son los restos de los cafetales, tú ves los grandes mijaos que eran árboles que se sembraban junto al café.

¿Y Altamira?

Esa era la hacienda Dolores, que fue de un señor Eduardo Branger, muy apreciado, a quien mató un toro del establo. Él tenía un establo de vacas lecheras como era la costumbre. Ade-más, todas esas haciendas de los años 20, labraban la tierra con bueyes y tenían el establo de vacas lecheras, pues la leche que se producía ayudaba a costear los gastos de la finca, y además producían, junto con los bueyes, abono de cuadra para los cam-pos. Al parecer al toro lo estaban manejando ahí los peones, y se resistió. Entonces Eduardo Branger agarró el mecate con que lo estaban jalando pero se cayó y el toro lo pisoteó ahí. Después viene Los Palos Grandes. Imagínense ustedes que mi abuelo me contaba cuando pasábamos por Los Palos Grandes, en los finales

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del 20, principios del 30, que a él le estuvieron vendiendo Los Palos Grandes, en la época en que compró Los Cortijos de Lour-des, por 11.000 Bs. ¡El valor de las cosas, cómo cambia!

¿Qué otra hacienda recuerda por esa zona?

Vamos a venirnos del este, pero por la parte norte de la ca-rretera. Recuerdo que había una gran hacienda de caña de azú-car de La Urbina para acá, llamada Bolea, de don Carlos Osío. Esa era donde es Boleíta, por ahí. Ya hablamos de la hacienda San José de Díaz Rodríguez, que era de caña y de café. Sebucán no era hacienda, era un campo que lo compró el padre de Euge-nio Mendoza, el viejo Eugenio Mendoza Cobeña.

¿Qué nos dice de El Marqués?

El Marqués era hacienda también, pero no sé de quién era. Y al norte de Los Dos Caminos estaba una finca que llamaban Level, y había unas monjas que tenían un convento allá al no-roeste de La Urbina, o sea del Trapiche Arvelo hacia acá. Allí se cultivaba caña. Eso se llamaba Duarte.

¿Y Los Chorros?

Los Chorros comenzó como una zona residencial. Las dos zonas residenciales que comenzaron en Caracas con prioridad fueron, primero El Paraíso, que ya cuando los puentes de la épo-ca de Guzmán Blanco y Crespo cruzaron el Guaire y valorizaron esas tierras, porque las hicieron accesibles. Familias de Caracas empezaron a construir casas de campo allá, y luego eso se con-virtió en una zona residencial. Un gran promotor de Los Chorros fue el padre de Eugenio Mendoza. Como zona de vivienda po-pular: San Agustín, que comenzó sobre unas tierras que llama-ban La Yerbera. Yo me acuerdo que frente al Nuevo Circo, casi todos los años, cuando no estaba lloviendo, instalaban un Coney Island, y una vez Carlos mi hermano y yo estábamos en la gran

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rueda con nuestro abuelo, el general Zárraga que nos montó ahí... ustedes saben que la rueda se para de vez en cuando mien-tras toman pasajeros y nosotros nos quedamos unos minutos pa-rados en la parte alta, y mi abuelo me enseñó hacia adonde es hoy San Agustín que eso eran campos de malojo y de cosas de esas. Eso lo llamaban La Yerbera. Y me dijo: “Eso que tú ves allá son campos de pasto. Eso lo llaman La Yerbera. Ahí Juan Bernardo Arismendi está proyectando hacer una construcción de viviendas populares”. Fue San Agustín. En esa época, cuando había todavía mucho uso de la tracción animal, en la que los taxis de hoy eran coches de caballos, carretas de mulas. Si tenías un campo cultiva-do de pasto era como tener hoy una bomba de gasolina.

Hay un aspecto importante, que es el de las comunicaciones...

Había un ferrocarril a vapor, que era lo que se llamaba el Ferrocarril Central, que tenía su estación cerca de la estación del Colegio de Ingenieros, donde está la capillita de Santa Rosa. De-cían que era una copia en pequeño, inspirada en la arquitectura de una estación de ferrocarril que existía en San Petersburgo. Era muy bonita la construcción, con unos pilares enormes y unos corredores inmensos, muy altos los techos, y había espacios para que aguardaran el tren los pasajeros. Había las oficinas de admi-nistración, taquillas para vender los pasajes y algunos almacenes. Ese ferrocarril era de máquina de vapor y se llamaba Ferrocarril Central: iba de aquí a los valles del Tuy, creo que la estación más lejana adonde llegaba era San Francisco de Yare. Tenía ramales a Cúa, pasaba por Ocumare del Tuy, ramales a Santa Teresa y a Santa Lucía, y entre Caracas y Petare estaba electrificada la línea y había un servicio de tranvía eléctrico, por supuesto coordinado con el horario del ferrocarril. Salía un tren a vapor de aquí para los valles de Tuy en la mañana, y regresaba en la tarde otro fe-rrocarril a vapor, y en los intermedios había servicio de tranvía eléctrico. De aquí a Petare, en un sitio que llamaban Agua de Maíz, había “un desvío” que consistía en lo siguiente: se paraba

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ahí el tranvía que iba para Petare y otro lo estaba esperando por un ramal que iba a Los Dos Caminos y por lo que es hoy la ave-nida principal de Los Chorros, hasta la quinta de Schlageter, que era donde terminaba la línea del tranvía.

¿Cuándo fueron traídos esos tranvías?

Depende. Hay unos ferrocarriles muy viejos, como el Bolívar de Tucacas a Barquisimeto, ese sí era muy viejo, del siglo pasa-do. Es uno de los primeros de la América del Sur. Ese Bolívar tenía dos ramales que iban del Hacha a las minas de Aroa, a las minas de cobre, y de Palma Sola a San Felipe, otro ramal. Eso fue lo que hizo desarrollar la zona residencial en Los Chorros, pues había un servicio regular de transporte.

Era otra Caracas.

Era otra Venezuela y otra Caracas. Completamente distinta.

Esta zona del Paseo de la Independencia, era muy visitada an-teriormente.

Sí. Iban las escuelas para mostrarles a los muchachos los animales del pequeño zoológico que había ahí. Era una Caracas más segura, las puertas no se cerraban. Yo recuerdo que Alfon-so, que era un viejo encargado de traer los periódicos, abría la puerta, ponía el periódico y la volvía a cerrar, y nadie se ocupaba de la puerta.

INFANCIA. JUVENTUD

PRIMERA FORMACIÓN

Ciertamente ya tenemos todos lo puntos que habíamos pen-sado. Quizá lo único que nos faltaría sería los personajes conoci-dos que usted tuvo en su adolescencia y juventud.

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Como estamos haciendo una especie de registro de mi vida, después que hemos hecho lo de los antepasados por las cuatro ramas fundamentales, quizá valdría la pena que hiciéramos un programa sobre el proceso formativo mío. Vamos a decir, los pri-meros años. En qué influyeron los abuelos, los padres, qué tipo de lecturas, qué tipo de deportes, qué tipo de hobbies, de qué me ocupaba yo, mis estudios de primaria y de secundaria con un co-mentario detallado. Quizá el próximo programa podría ser, que ciertamente enlaza con esa generación anterior de antepasados. En qué influyó mi abuela Belén Alcántara, mi mamá Belén María Zárraga, mi abuelo el general Zárraga, mi padre Mario Giaco-pini. El tipo de lectura con que yo me fui formando. Una de las características que he tenido, es que he sido un gran lector. Fui un lector precoz y aprendí desde muchacho a apreciar la lectura.

Usted debe tener una gran biblioteca.

Extraordinariamente desordenada. Y gracias a Dios que tuve tiempo de formarla antes de que subieran los libros, porque ahora los libros son costosísimos. Yo creo que aproveché bien el tiempo.

Vamos a hablar de su formación como estudiante.

En el viejo colegio Chaves ingresé en el año de 1922 a estu-diar kindergarten. Fue allí donde yo me inicié, donde aprendí a leer y a escribir con lápiz nada más, porque no llegué a escribir con tinta todavía. Quedaba de Llaguno a Carmelitas. Allí había dos casas coloniales muy hermosas que las tumbaron cuando hicieron la avenida Urdaneta.

El colegio Chaves era originalmente para muchachas. En esa época quisieron hacer un experimento: “vamos a iniciar un kin-dergarten para muchachos varones”. El aula de clases nuestra era muy hermosa, porque era un inmenso corredor interior de esos coloniales con pilares, y teníamos un patio interior con ma-

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tas de distintas clases. Nosotros estudiábamos en dos inmensas mesas de caoba, de esas mesas que tienen inclusive cortadura, como si hubiesen picado cosas sobre ellas. La profesora se sen-taba en un extremo de una de las mesas y a los lados nos sen-tábamos los muchachos. A su izquierda estábamos los que no sabíamos leer, o que estábamos empezando a aprender a leer, y todavía no sabíamos escribir, o los que escribían ya pero nada más que con lápiz. En el costado derecho, se sentaban otros un poquito mayores que nosotros, que eran los que ya sabían leer y escribir, y escribían con tinta. Como les dije, había al otro lado un patio interior con mucha vegetación, de tal manera que no sólo había recreo, sino que muchas veces estábamos en clases y de repente decían: “Clase de agricultura”, y entonces nos íbamos a desyerbar el terrenito con la mano. Gratos recuerdos de aquello. Ese fue mi kindergarten en el año de 1922. Tenía yo siete años. A las Landáez no les dio resultado el kindergarten y lo eliminaron, de tal manera que fui de los que tuve el privilegio de estudiar en aquella época allí.

¿Qué recuerdo tiene usted de su infancia?

Como ya dije antes, nuestra familia se movía en ese trián-gulo: la hacienda, el litoral y Caracas. Les voy a contar algunos episodios importantes de ese período de mi vida. Hay uno muy importante o más importante que los otros, que es el siguiente, (cuando yo me desvíe hacia otros temas que parecen no relacio-nados con el que estamos hablando, no se preocupen porque es para sustentar lo que les voy a decir después). En el caso de la aviación en Venezuela, el primer avión que vuela sobre lo cielos de Caracas, es de un americano llamado Frank Bolland, que trae tres aviones desarmados a bordo de un barco. Viene contratado por un empresario de espectáculos de la época, muy importante llamado don Eloy Pérez. Con Bolland viene un compañero, pi-loto también, llamado Charles Höeflich. Ellos vienen en 1912 a Caracas y les ayudan a armar los aviones en el óvalo central del

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antiguo hipódromo del Paraíso, que se empezó a utilizar como campo de aterrizaje o de despegue de los aviones. Hicieron unas demostraciones sobre el cielo de Caracas que impresionaron mu-cho. Era la primera vez que la ciudad de Caracas veía un pájaro de acero en el aire, aunque no eran ni de acero, eran de madera y tela. Resulta que ellos impresionaron mucho aquí a la población. Desarmaron los aviones, fueron a Ciudad Bolívar donde repitie-ron las pruebas y de allí a Puerto España, Trinidad, y se mataron en el Green Park donde el avión no les tomó altura y pegó contra una barrera de árboles.

Aquel acontecimiento, que impresionó mucho a esa Caracas aldeana, dio lugar a que el periódico El Universal promoviese una colecta pública para comprar un avión y regalárselo al Ejér-cito de la época. La colecta se produjo, pero al parecer la persona encargada de comprar el avión no cumplió su cometido y quedó eso así.

En el año de 1920, oigan esto bien, que allí sí entro yo en acción, tenía yo 5 años, vienen aquí unos aviadores italianos. El jefe del grupo era el capitán Cosme Renella y dos pilotos, tres mecánicos, tres aviones. Se había firmado el armisticio que ter-minaba con la guerra del 14 al 18 y ellos habían hecho la guerra en la fuerza aérea. Precisamente en aquella guerra es donde se consolida el avión como un arma útil desde el punto de vista mi-litar. Renella era muy buen aviador y sus compañeros también, pero Renella era más acrobático y por eso impresionó mucho al general Gómez. La idea de Renella era convencer al general Gó-mez de fundar la aviación militar aquí para que le comprase los aviones y lo nombrase a él como instructor de los aviadores mi-litares. El general Gómez, aunque lo estimó mucho y lo admiró por sus acrobacias, no lo designó porque le llegó la onda de que Renella era parrandero y mujeriego, y entonces dijo: “es muy buen aviador, pero le falta la seriedad necesaria para formar a los muchachos”. Le compró los aviones, pero no lo nombró. Pero sí siguió su consejo y fundó la Escuela de Aviación Militar.

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¿Qué figuración tengo yo ahí? Yo tenía 5 años. Mi padre era hijo de italiano, y educado en parte en Italia por eso dominaba el castellano y el italiano y, además, era muy buen conversador. Estos aviadores encontraron en mi padre un contacto natural para que los acompañase y les sirviese de contacto en la Caracas de la época, y entonces mi padre entró en amistad con ellos y me llevaba a mí al hipódromo a ver a los aviones y a los aviadores. Yo recuerdo aquello con memoria fotográfica. Me acuerdo de los aviones de la época con unas ruedas como de bicicleta. También de los aviadores, pero como si los estuviera viendo: Renella, que era muy apuesto y los compañeros de él también, con los uni-formes de aviación de la época, unos cascos de cuero, anteojos y unos trajes que parecían más bien de excursionistas que de aviadores, con pantalones bombachos como los de montar a ca-ballo, botas trenzadas. Yo recuerdo el momento en que se elevó el primer avión y creí que aquello me podía caer encima. No me explicaba cómo una máquina de aquel peso se podía levantar. De manera que considero que aquello fue una experiencia inte-resante en mi vida.

Mi padre me decía siempre: “aquí hay la idea que Renella era italiano”. Pero Renella era ecuatoriano, nacido en Guayaquil de padres italianos. Le tocó estudiar aviación en Italia, hizo la guerra y tenía un magnífico récord de combates aéreos en los que había salido victorioso. Cuando se va de aquí a principios del año 1920, funda en el Ecuador la Escuela de Aviación Militar y Navegación Militar.

Hace como 20 años estaba yo en Quito dictando una confe-rencia en una institución que hay allá, similar al IAEDEN de acá, donde había un grupo de oficiales de la Aviación y yo dije: “voy a develar la incógnita con los aviadores sobre Renella”. Y me dijeron: “Renella era de acá de Guayaquil, hijo de padres italia-nos”. Y me preguntaron: “¿Cuándo fundaron ustedes la Escuela de Aviación?”. Les dije: “la fundamos el 10 de diciembre de 1920

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gracias a la iniciativa que Renella sembró en la mente del gene-ral Gómez”. Ellos me dijeron: “nosotros también, por consejo de Renella y bajo la dirección de él, la fundamos el mes anterior, en noviembre de 1920. De tal manera que nuestra Escuela de Avia-ción Militar se llama capitán Cosme Renella”. Luego me manda-ron fotografías de Renella, la biografía, datos sobre la Escuela de Aviación de allá.

Esos son acontecimientos importantes en su vida.

Sí. Hay otro que les va a interesar mucho: la primera vez que me llevan a mí al litoral, es el año de 1919, tenía yo cuatro años. Me acuerdo que nos fuimos a Macuto por la carretera vieja, que no es la que llamamos hoy la carretera vieja, sino otra anterior a esta, sin defensas y sin nada, donde encontraba usted carretas de mula. Nos fuimos en dos automóviles de la familia. Uno lo manejaba mi padre, quien fue uno de los primeros que manejó automóvil aquí, el otro lo manejaba otro gran volante de la fa-milia, Manuel Azpúrua Alcántara, primo hermano de mi mamá. Bueno, nos fuimos a Macuto y nos instalamos allá.

¿Cómo era el Macuto de la época?

Era una aldea de pescadores con árboles inmensos, con ca-llecitas sin pavimentar, no había tráfico automotor, una paz, una tranquilidad. Esa temporada en Macuto la recuerdo también con memoria fotográfica y ahí se produjeron en mi vida tres aconte-cimientos que son importantes en la vida de cualquier ser huma-no. Allí gané dinero con mi esfuerzo por primera vez y también allí fue la primera vez que me enamoré y fue la primera vez que se despertó en mí la atracción hacia la mujer. Les voy a relatar los detalles para que vean.

El primer dinero que gané con mi esfuerzo: estábamos un día en la puerta de la casa, 1919, mi abuelo, el general José An-tonio Zárraga; don Antonio Feo, un amigo de él que estaba tem-

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perando en Macuto también; el doctor Alejandro Rotundo Men-doza, que era el asesor legal de los negocios de mi abuelo y su íntimo amigo; y el general Francisco Caraballo. Resulta que a lo largo de esa calle, que era una calle interior de Macuto, había una súper pulpería de esas de pueblo, llamada el Cañón rayado. La llamaban el cañón rayado porque todavía estaban muy fres-cos los recuerdos de la guerra, era el año 19. Tenía pintada en la pared de enfrente un cañón de campaña con sus ruedas dispa-rando un proyectil. Esa pulpería era un abasto, pero no como los abastos modernos, sino esos abastos donde hay sacos de gra-nos, papelón, tabaco en rama y todas esas cosas. Ahí venían los campesinos de la serranía, de Galipán o a lo largo de la costa de Caraballeda, a vender los frutos de la tierra y a surtirse de cosas que llevarían luego a sus casas. Y por supuesto, en el medio de la calle de aquella pulpería había grandes arreos de burros y mulas de carga para los campesinos, porque era la manera de transpor-tarse. Esos señores que describo están sentados allí y yo, mucha-cho de cuatro años, sentado en la acera jugando con las frutas y con los tallos de las flores que caían de los árboles. Cuando de repente, allá, se escapa un burro y viene corriendo por delante de nosotros con un mecate largo que venía arrastrando. Yo, sin que nadie me dijese nada, me levanté de la acera, corrí y agarré la punta del mecate. El burro, que afortunadamente era manso, con la pequeña presión que yo le hice se detuvo. Venía detrás el dueño del burro, un isleño alto. Me acuerdo como si lo estuviese viendo, con un enorme sombrero de cogollo y le hizo mucha gracia que yo había detenido al burro que se le había escapado. Entonces me cargó, se sacó de acá del bolsillo un mediecito de plata y me lo metió en el bolsillo. Me acuerdo de la escena in-clusive con memoria olfativa porque el isleño olía fuertemente a tabaco. Entonces él se vino conmigo cargado adonde estaban los adultos, que estaban entre riéndose y preocupados porque creyeron que el burro me iba a arrastrar, y entonces comentaron entre todos el hecho. Y el general Francisco Caraballo dijo: “No le gasten ese mediecito a José, monténselo en un cuadrito porque

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es el primer dinero que ha ganado con su trabajo”. Ese es un epi-sodio de esa temporada en Macuto, 1919. Fue la primera vez que gané dinero con mi trabajo.

¿Fue la primera vez que se enamoró?

Así es. En la otra esquina de la casa, estaba temperando una familia de Caracas, que tenían una muchachita como de unos 11 o 12 años. Una rubia lo más bonita, y yo me enamoré de ella. Yo me desayunaba, salía y me sentaba en la acera enfrente a verla, mientras ella conversaba con las amigas ahí en el corredor de la casa. Jugaban damas y bordaban. Cuando ella se dio cuenta del interés que me despertaba, lo tomó en serio y decía: “Llegó mi novio”, y me cargaba, me sentaba al lado de ella mientras ella conversaba ahí, y me acariciaba. Yo viví a los cuatro años un romance de una intensidad, duró como dos meses casi, como los que he podido vivir después de adulto. Cuando aquella familia terminó su temporada se llevaron a la muchachita y yo sentí que el mundo me lo sacaban de abajo de la tierra y me entró una tris-teza que me duró varios días. Tenía yo cuatro años. Es interesan-te lo que pasó después. Transcurre mi vida, estamos hablando de 1919, más nunca la oí nombrar. Mery, mi hermana, que conocía el romance, me decía: “José, qué se hizo aquella muchachita”. Le digo: “Mery, más nunca he sabido de ella, no tengo idea”. Pasa el tiempo, en el año de 1980 estaba yo en PDVSA. Un sábado me llevan la prensa a mi cuarto, abro el periódico y aparece “ha fallecido cristianamente la señora fulana de tal. Su viudo, sus hijos, sus nietos...”. Debe haber sido una mujer muy hermosa. Tuve un choque sentimental, con el periódico en las manos me vino un ataque de llanto. Lloré. ¿Por qué lloraba yo? No la había visto más nunca. Realmente no había jugado ningún papel en mi vida. No sé si era por el tiempo transcurrido, por el recuerdo de la infancia, no sé. Pero fue un ataque de llanto como un niño. Me fui delante de un Cristo que tengo allí en la biblioteca y con un gran fervor me postré allí. No sabía ya ni cómo era ella. Cuando

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bajé del alto, Mery, mi hermana, vio que yo estaba alterado, que algo me había sucedido. Me dijo: “¿qué te pasa?”. Le dije: “mu-rió mi novia de cuando estaba chiquitico...”. Mery se conmovió mucho. Eso era un sábado y la misa del domingo se la ofrecimos. Ahí tienen ustedes el segundo episodio importante en la vida de un ser humano, el primer amor. Tercer episodio: la primera vez que sentí la atracción de la mujer, como mujer. Resulta que no se bañaba nadie en la playa. Era un país de costumbres monásticas. Había un establecimiento de baños de mar. Era una isla artificial construida como a unos 50 metros de la playa, se llegaba por un puente de madera, era una caseta inmensa de manera que trata-ba de imitar a un castillo feudal, tenía inclusive almejas arriba, y estaba dividida en baños de damas y baños de caballeros, con su respectivo portero y su respectiva portera.

¿Cómo era eso adentro?

Estaba dividido por una pared que se adentraba en el mar para que no se viera de un lado al otro. Era un espacio cercado como si fuera una piscina, pero en el mar. Cercado por una ba-randa de postes de madera, de una madera de esa que el agua endurece más. De manera que a un bañista no lo fuese a llevar una ola, o un tiburón pudiera morder a alguien desprevenido. Total, pues que había el espacio de damas y el espacio de caba-lleros. El espacio de damas que era como una piscina natural era más o menos como de 10 metros de ancho y unos 30 metros de largo, a la entrada del mar. Ahí venía la ola porque no era muro sino una baranda que protegía para que no se fuera la gente. La ola entraba y subía aquello. Tenían dos mecates de esos cables gruesos de manida tendidos así, donde los que no sabían nadar se agarraban y subían y bajaban con la ola. Resulta que se bajaba hasta allá por una escalera, arriba había una plazoleta de con-creto y alrededor unos camarotes pequeños donde la gente se cambiaba, se quitaba la ropa de calle y se ponía el traje de baño, que los trajes de baño de la época merecen un comentario aparte.

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¿Cómo era el traje de baño de la época?

Como punto previo, dada la circunstancia de que no tenía sino cuatro años, tenía el privilegio de que me bañaba en el es-pacio de las damas. Y entonces para mí era un gran espectáculo, muy recreativo. ¿Por qué? Porque esas damas que habían ido a Europa o que tenían contactos con el mundo exterior, usaban unos trajes de baño con los cuales podrían salir hoy a la pla-za Bolívar. Pero nuestras damas más sencillas de aquí, usaban lo que se llamaba un túnico, de una tela delgadita, blanca, que al mojarse se adhería al cuerpo, era transparente y provocaba una escena hasta más atractiva que el mismo desnudo. También pasaba lo siguiente, que las mujeres se agarraban del cable de manida, a veces venía la ola, les sacaba el túnico y entonces que-daban como Eva en el Paraíso. Yo, por supuesto, que a los cuatro años no tenía idea de la mecánica sexual, pero el desnudo feme-nino me producía algo, que me quedaba yo así, tieso, petrifica-do. Y se me despertaba como cierto sentimiento de culpa, que no se diesen cuenta las personas de la familia que estaban conmigo de lo que me estaba pasando. Yo no quería perder detalle y veía virando los ojos así de lado a lado, pero no volteando claramen-te. De manera que es otra cosa importante que ocurrió en mi vida. Fue la primera vez que yo sentí deseo. Se materializó ahí la famosa tesis freudiana, de que el ser humano tiene evidencias relacionadas con el sexo desde la más tierna infancia, inclusive desde que está lactando. Cuando llegaba la hora del baño al día siguiente, yo empezaba: “Llegó la hora, vamos al baño”. Y los mayores decían: “Mira cómo le gusta el mar, este va a ser mari-nero”. Ahí tienen ustedes tres experiencias importantes relacio-nadas con el litoral.

Y los amigos de su infancia, esa gente que venía a la casa, los viejos generales de la vieja guardia, los liberales amarillos...

Cómo no. Vamos a hablar de todo eso. Déjenme detallarle el cuadro familiar nuevamente: mi abuelo, el general José Antonio

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Zárraga Clemente, era nieto del general en jefe Miguel Zárraga Aristeguieta y del vicealmirante y general de división don Lino de Clemente, mi tatarabuelo. Cada persona tiene cuatro tatarabuelos. Los cuatro tatarabuelos míos fueron próceres de la Independencia.

El vicealmirante y general de división don Lino de Clemen-te y Palacios, quien fue inclusive el primer ministro de Guerra y Marina que tuvo Venezuela, cuando la Junta Suprema del 19 de abril de 1810. No digo el primer ministro de la “República”, porque la Junta Suprema fue conservadora de los derechos de Fer-nando VII. Pero creó un pequeño Gabinete donde la secretaría de Guerra y Marina, no se llamaba Ministerio, la asignaron al entonces teniente de navío don Lino de Clemente y Palacios. Se había formado en la Armada española, era un oficial de cubierta, un navegante extraordinario y artillero de primer orden. Cono-ció todos los mares del imperio español. Don Lino de Clemente encabeza la galería de ministros de Guerra y Marina. Fundó el 3 de septiembre de 1810 lo que se llamó la Escuela de Matemá-ticas, que era una Escuela donde se daba instrucción a futuros agrimensores o ingenieros y a futuros oficiales, porque como se usaba mucha fortificación en la época, se mezclaban un poco la ingeniería con el arte militar y la ciencia militar. Y el 21 de abril de 1811 fundó en La Guaira la Escuela Náutica. Aunque se lla-maba Escuela Náutica era más que eso, era una Escuela Naval porque ahí se daba estrategia naval para los combates navales y se daba artillería naval también. Esas dos escuelas, desaparecie-ron durante la guerra de independencia.

ORIGEN DE LOS APELLIDOS

ANTECEDENTES FAMILIARES

Podemos comenzar hoy con los antecedentes familiares. ¿De dónde parten sus apellidos don José?

Bueno, cómo no. Vamos a ver las cuatro ramas de mis ante-pasados. Vamos a ver los Giacopini, italianos; los Zárraga, vas-

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cuences; los Alcántara, extremeños de origen; y los Urdaneta, vascuences también. Mi nombre completo, como ustedes saben es, José Antonio Giacopini Zárraga. Vamos a ver en primer tér-mino, quiénes fueron los Giacopini. Después de transcurrida la Guerra Federal, Venezuela comienza a estabilizarse bajo el gobierno del presidente Antonio Guzmán Blanco. Viene a Ve-nezuela un contingente inmigratorio importante. No de tanta cuantía como el que fue a los países del cono Sur o a los Estados Unidos, pero sí vinieron numerosos italianos, corsos, muchísi-mos isleños, sirios y libaneses cristianos que venían empujados por la presión musulmana del imperio otomano.

Hablemos, en primer término, del origen del apellido.

Parece que los Giacopini eran originalmente una familia ro-mana y el apellido lo escribían con “b”, Giacobini. Hay dentro de esa rama de los Giacobini, el famoso cardenal Giacobini que fue secretario de aquel Papa notable del siglo XIX, que fue León XIII. Por cierto, después que murió el cardenal Giacobini, lo sustituyó otro cardenal notabilísimo, que fue el cardenal Rampolla. Una rama de esta familia, se trasladó a Toscana y allí transformaron la “b” en “p”. Y en vez de ser Giacobini, fueron Giacopini. Para no hacer la historia muy larga; Francesco Giacopini, que viene siendo uno de mis bisabuelos, se casa con una Tori, de Génova. Los Tori eran grandes navegantes, armadores, dueños de bar-cos. Conocían todos los mares de la época, recorrían todas las rutas marítimas de la época, y hay entonces los Giacopini Tori. Uno de los Giacopini Tori, que es el primer Giacopini que viene acá a Venezuela, es un tío abuelo mío: don Domingo Giacopini Tori. Domingo Giacopini, era oficial de marina mercante, llega a Maracaibo probablemente por allá en 1870 a bordo de un barco. Le gustó la tierra, desembarcó, se internó en Los Andes y se es-tableció en Monte Carmelo, donde había un enclave italiano ya constituido. Allí contrajo matrimonio con una Rumbos y empezó a tener familia en Venezuela. Ese es mi tío Domingo Giacopini

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Tori, el primer Giacopini que viene al país. Fue un hombre muy trabajador, con el tiempo llegó a ser quizá uno de los hombres más acaudalados del estado Trujillo. Hizo muchas obras benéfi-cas, como hospitales, y cosas de interés público. El tío Domingo Giacopini, hizo su patrimonio con el comercio, con el cultivo del café y con el transporte.

¿Cómo era el transporte de la época?

El transporte en esa época en Los Andes se hacía en arreos de mula. Había una época en que el transporte cobraba mucha intensidad, que era la época de la cosecha del café, cuando se sacaba de la serranía el café para traerlo a las estaciones del fe-rrocarril de La Ceiba, a los puertos del Sur del lago y enviarlo a Maracaibo, donde generalmente casas alemanas -como la casa Blohm y la Van Dissel Rode, que eran representantes de firmas de Hamburgo- tenían muy bien establecido el comercio de café. Me separo un poco de la línea familiar para señalar que, allá en el Occidente había un área servida por Maracaibo.

¿Cómo estaba comunicada Venezuela en ese momento?

En esa época Venezuela no estaba comunicada en sentido este-oeste y estaba parcelada la relación de las distintas regio-nes interiores del país con el exterior, a través de determinados puertos. Por ejemplo, Maracaibo era puerta de entrada y de salida. Por ahí venían del exterior las manufacturas. Me decía, inclusive, mi padre, que de esos enclaves italianos de Los An-des, llegaban por Maracaibo todos los productos de Italia: aceite, vino, los quesos, la pasta, la pasta de tomate. En fin, todas esas cosas características de la cocina italiana. Allí en esos puertos, Maracaibo le servía de puerta de entrada y de salida a través del lago de Maracaibo, a Los Andes venezolanos, y a los depar-tamentos norte y sur de Santander de Colombia. Allí había un complejo comercial establecido, manejado principalmente por

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firmas alemanas de Hamburgo que tenían sus representaciones correspondientes, tanto en Maracaibo como pequeñas represen-taciones en las principales ciudades de Los Andes.

¿Qué casa comercial en particular nos puede mencionar que haya negociado con su familia?

Por ejemplo, un tío abuelo mío, Ezequiel Urdaneta Amaya, era el comprador de la cosecha de café de Trujillo, para la casa Blohm de Maracaibo.

Bueno, volvamos al tío Domingo.

Tenía el negocio del transporte muy bien organizado. Era dueño como de 600 mulas de carga, organizadas, si vale la frase, “militarmente”. Once mulas con un arriero, con dos peones, tan-tos arreos, un caporal y todos esos conjuntos de transporte los manejaba un primo mío llamado Homero Giacopini, a quien lle-gué a conocer. Homero llegó a ir a caballo hasta el Tolima, en Co-lombia, en esas operaciones de comercio de transporte. Tenían como 600 mulas, la mitad descansando en los potreros reponién-dose y la otra mitad trabajando. El tío Domingo fue considera-do como uno de los compradores de mulas más calificado de la zona de Trujillo. De manera que la gente vieja de la familia nos contaba, que cuando llegaban los grandes vendedores de mulas de Falcón y de Lara, particularmente de la parte norte de Lara, muy criadora de buenas mulas, le daban siempre prioridad al tío Domingo para que él escogiera.

El tío Domingo se manejaba comercialmente en esas tres acti-vidades: el comercio, el cultivo del café y el transporte.

Efectivamente. Él hace un buen patrimonio, y llega a ser un hombre adinerado. Él enviuda allá en Monte Carmelo y enton-ces se traslada a Valera, que era otro asiento formado por los italianos y ahí se casa entonces en segundas nupcias con doña

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Porfiria Lares, y va a surgir otro grupo familiar de los Giacopini ya venezolanos: los nacidos en Monte Carmelo y los nacidos en Valera. Esa es la historia del tío abuelo que es el primer miembro de la familia que llega a Venezuela. La historia de mi abuelo, hermano menor de él, es un poco diferente y hasta tiene cierto ambiente, podríamos decir, novelesco.

Vamos con el abuelo.

El abuelo paterno, que se llamaba José Giacopini Tori, co-mienza estudios de Medicina en la Universidad de Montpellie. A la mitad de los estudios no le gusta la Medicina y se pasó entonces a la Escuela de Estudios Internacionales, de donde se graduó de internacionalista. Cuando empiezan las guerras de la unidad italiana, él se alista muy joven con el grado de teniente, en las tropas del Rey Víctor Manuel II, Rey de Cerdeña y Rey del Piamonte, que fue el monarca que inició las guerras de la Unión. Concretamente, entra el abuelo en las tropas reales comandadas por el general Cadorna. Culmina la guerra con méritos y llega a ser ascendido a capitán de Compañía. Él es uno de los heri-dos en la toma de Roma, cuando las tropas reales del general Cadorna, asedian a Roma por el costado norte. El Papa, llama al general alemán Kansler que comandaba la tropa pontificia, y le dice: “nosotros vamos a tener que defender a Roma, porque es necesario salvar el concepto hasta el día internacional. Pero si las tropas del Rey abren una brecha en las murallas, nosotros capitulamos por dos cosas: para evitarle a la ciudad los horrores de los combates callejeros y para evitar caer en poder de los gari-baldinos”, que venían avanzando por el Sur. Eran muy radicales y eran antipontificios. La Santa Sede no esperaba nada bueno si tomaban a Roma los garibaldinos. La artillería del general Ca-dorna empieza a golpear a Roma por el costado norte, se abre la brecha de Portapía, y tal como le había ordenado Su Santidad al general Cadorna, levantan bandera blanca y capitulan. Porque cuando se abre la brecha de Portapía, la infantería de Cadorna

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va al asalto y el abuelo, que comandaba una de las campañas de vanguardia, cayó herido allí.

El abuelo tenía dinero de su propio patrimonio invertido en los negocios muy prósperos de su hermano Domingo acá en Ve-nezuela. Domingo siempre le escribía que viniera a conocer la tierra de América, aunque él no tenía el menor interés en eso. Terminada la guerra, como era Internacionalista, lo nombran se-cretario de la Embajada Italiana en Viena, ante la Corte Imperial Austrohúngara del prelado Francisco José. Antes de irse a Viena, se casa con una condesa italiana, la condesa Faccio. Y resulta que al año de casados, ya desempeñándose allá en su cargo diplo-mático, la condesa muere de parto y muere el niño también. Y queda él preso de un gran desequilibrio emocional.

¿Ahí decide venirse a Venezuela?

Ante aquella situación tan dolorosa, él se acuerda de las invi-taciones de su hermano Domingo y de que el mismo se encuen-tra en Venezuela y piensa: “ante esta tristeza que me embarga, lo mejor por un tiempo, es alejarme de estos sitios donde me han ocurrido estas cosas y marcharme a Venezuela, un lugar lejano y completamente distinto donde tengo a mi hermano quien se en-cuentra ya establecido fuertemente”. Es así como llega a nuestro país, por la vía de Maracaibo, que como les dije era el puerto que servía a toda esa región del Occidente, instalándose finalmente en Valera. Al tío Domingo le dice: “Hermano, caramba, una de las cosas que yo querría es restablecer una gran amistad que me unió con un venezolano que estudiaba Medicina cuando yo se-guía también esos estudios. Yo los dejé y él se graduó de médico y regresó a Venezuela, y sé que está aquí. El doctor Luis Grego-rio Rangel Almarza”.

¿Pudo ver a su antiguo amigo?

Bueno, pues efectivamente vino el reencuentro. Se fueron al cerrito al lado de Valera a ver caer una tarde y a recordar su épo-

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ca de estudiantes. El abuelo le dice: “Dr. Rangel, yo voy a tener que disponer de quince días, porque mi hermano Domingo me va a llevar en una gira, para conocer las haciendas. Cuando yo regrese a Valera, después de ese recorrido me gustaría volverlo a ver y vamos a recordar y a fortalecer la vieja amistad”. Se va. Cuando regresa a Valera encuentra una cosa muy triste: el doc-tor Rangel ha muerto. “Vamos a darle el pésame a su familia”, dice. Va con su hermano Domingo, y cuando están sentados en el corredor interior de la casa esperando que la familia salga a recibirlos, ven pasar una muchacha muy joven y muy bella va-rias veces, por el fondo del patio. Le pregunta él a su hermano: “¿Quién es esa muchacha tan bella?”, y le dice: “Esa es la viuda de Rangel, a quien usted viene a darle el pésame”. Fue mi abuela Eulicia Urdaneta Amaya, pues se casó con él. Mi mamá Eulicia, como la llamábamos en la familia, era una mujer muy bella. La llamaban la estrella de Occidente. Nosotros tenemos retratos de ella, verdaderamente preciosa.

Nos gustaría ver esos retratos.

Mi abuela se había casado de 16 años con Rangel y al año de casada estaba enviudando, sin tener hijos. Se conocieron, se ena-moraron, él volvió a Italia, se escribieron, regresó y se casó con ella. Cuando el gobierno de Italia sabe que hay un súbdito de la Corona residente en el interior de Venezuela, lo nombran cónsul general de Italia en Valera. Que por cierto, Ramón J. Velásquez tiene en su archivo una comunicación de las autoridades locales de allá de Trujillo, a las autoridades federales de acá, quejándo-se de las intervenciones indebidas en la política local del cónsul de Italia en Valera, don José Giacopini.

¿Cuántos hijos nacieron de ese matrimonio?

De ese matrimonio nacieron tres hijos. El mayor, mi padre Mario Giacopini Urdaneta, se casó con Belén María Zárraga Al-

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cántara. Mi tía Josefa María Giacopini Urdaneta, que se casó con un médico eminente de Trujillo, el Dr. Rafael Terán. Fueron los padres de los Terán Giacopini. Y mi tía María Pía Giacopini Ur-daneta, que se casó con el Dr. Gabriel Picón Febres, de Mérida. Fueron los padres de los Picón Giacopini, José y Oscar Picón Gia-copini. Ellos se criaron en el Uruguay, porque hubo una época en que el Dr. Picón fue representante de Venezuela en Uruguay y entonces ellos se criaron allá, y los dos hermanos tuvieron caracteres distintos y trayectorias diferentes, por lo tanto. José tenía un temperamento frívolo, alegre. Allá en el Sur aprendió cosas. Tenían escuela. Fue un jugador de fútbol extraordinario. Cantaba y bailaba muy bien en la época gloriosa del tango, y una vez que vino de vaciones a Venezuela, antes de establecerse definitivamente aquí, llamó la atención como jugador de fútbol. Por ahí hay una crónica de unos partidos donde califican la ac-tuación de él: “Picón, colosal”. También vivió mucho tiempo ya adulto en el Ecuador, y se casó varias veces, dejó descendencia. Tuvo una muerte cónsona con la vida alegre que había llevado. Murió de repente presenciando una pelea de gallos en Los Te-ques, porque se emocionaba mucho, como sucede generalmente con los galleros. Ese fue José, el mayor. El menor Oscar, fue com-pletamente diferente. Con Oscar pasó una cosa muy interesante. Al Dr. Picón lo transfieren del Uruguay a los Estados Unidos, lo nombran cónsul de Venezuela en Nueva York. Oscar era dis-cípulo de los salesianos, donde se estaba destacando como un alumno excepcional. Era muy inteligente, muy buen estudiante. Los salesianos se preocuparon: “¿Cómo va a ser posible que nos lleven a Oscarcito, que lo queremos tanto? Esto va a trastornarle la marcha de sus estudios”. “Bueno, y qué vamos a hacer si nos tenemos que ir a los Estados Unidos”. “No importa, él se queda interno. Se queda en el colegio”. “Pero si no es suficiente que él quede interno. ¿Quién le va a suplir el medio familiar, que tanto lo necesita un muchacho de la edad de él?”. Entonces, un gene-ral uruguayo, que era amigo de la familia y estaba casado, y no

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tenía hijos le dijo: “No hombre, no hay problema. El hogar de Oscar se lo vamos a suplir nosotros. Nosotros vamos a hacer el papel de ustedes, para que él no se sienta ausente de un medio conocido”. Mis tíos se fueron a Nueva York. Después se separa-ron, pero Oscar siguió su carrera como estudiante. Se graduó de abogado y también desarrolló actividades industriales, allá en el Ecuador. Oscar tenía un temperamento extremadamente reli-gioso. Era un católico, pero llevado al extremo. Se casó con una muchacha uruguaya y tuvieron numerosa descendencia. Él lle-vaba una vida ejemplar desde el punto de vista de las enseñan-zas católicas, que había recibido de la orden salesiana. Su hogar era un modelo y era un individuo muy estricto. En Venezuela, desarrolló además de actividades de negocios, una vocación tre-menda de educador que tenía y fue director del liceo Yaracuy, en el estado Portuguesa.

Como un ejemplo de la vida con principios rígidos que él se había impuesto, una vez su esposa tuvo que ir al Uruguay a arreglar algunos asuntos familiares, y Oscar era el director del liceo, en Acarigua. Llegan las fiestas de fin de año y por supues-to hubo bailes, comilonas, etc. Él tenía muy buen físico, hablaba muy bien, era muy inteligente. Y entonces estaba él presidiendo la fiesta. A la hora del baile, venían las muchachas a sacarlo a bailar, y les daba las gracias y decía: “No puedo complacerlas, porque mi esposa está ausente. Si ella estuviera aquí, con mucho gusto”. Él era de una fidelidad conyugal a toda prueba.

Oscar, tuvo en un momento dado cierto atractivo hacia la política que se estaba desarrollando. Se hizo militante de COPEI. Fue un individuo de una gran lealtad al doctor Rafael Caldera. Murió siendo senador de COPEI. Fue también presidente del es-tado Cojedes. En esa época se construye el autódromo de San Carlos. Y después de la presidencia en Cojedes, vino aquí al Se-nado de la República y murió siendo senador. Bueno, allí tienen ustedes el desarrollo de la familia allá en Valera y la llegada.

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Volviendo hacia atrás: ¿qué pasa entonces con el abuelo que era cónsul general de Italia en Valera?

Se produce la vacante de la Legación de Italia aquí en Cara-cas, en tiempos del Presidente Juan Pablo Rojas Paúl, y entonces, en vista de que había un italiano, internacionalista, lo trajeron a la capital y lo nombraron encargado de negocios de Italia, mien-tras la Corona de Italia proveía allá.

Él muere siendo encargado de los negocios de Italia, en tiempos del presidente Rojas Paúl, quien, por cierto, le tomó mucho aprecio. Era uno de los diplomáticos a quien para con él tenía especial deferencia. Se inauguraba la temporada de ópera italiana en el Teatro Municipal, y entonces el presidente invitó al representante de Italia, mi abuelo, a que lo acompañara esa noche en el palco presidencial. Cuando terminó la función a la media noche, salió con los primeros síntomas de la fiebre amari-lla. Era la época en que el Caribe era mortal para los europeos. El fracaso de la primera aventura de defensa allá en el canal de Pa-namá, se debió a la fiebre amarilla y a la malaria. Eso lo tuvieron en cuenta los americanos cuando fueron a recibir el canal, pues antes de empezar las obras, realizaron una labor de saneamiento tremenda, y fue lo que permitió concluir ese trabajo.

El abuelo murió en 72 horas, esa noche lo llevaron al Hotel León de Oro, donde estaba viviendo el coronel Maggi, también de origen italiano, que era el comandante de la policía de Ca-racas. Maggi años después, trabajó con mi abuelo materno, el general José Antonio Zárraga. Ahí tienen ustedes, el relato de los Giacopini acá en Venezuela.

Y la conexión con los Alcántara, ¿viene a través de Belén Al-cántara?

Como estamos hablando de la línea paterna, vamos a termi-nar con ese tema. Mi padre era hijo de Eulicia Urdaneta Maya.

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Vamos a hablar de los Urdaneta. Los Urdaneta, de origen vasco, vienen a tierras de América en el siglo XVIII.

¿Quién fue el primer Urdaneta que llegó a Venezuela?

Era Martín de Urdaneta, que se estableció en Maracaibo. Los Urdaneta generaron aquí tres ramas. Una que se desarrolló acá en Venezuela de donde venimos nosotros. Otra en Colombia, de donde vienen los Urdaneta Peláez, y otra en el Uruguay. El apellido Urdaneta lo lleva a Los Andes, concretamente al estado Trujillo, un sobrino del general Rafael Urdaneta, el coronel Juan Nepomuceno Urdaneta Montiel. Si se duda que era de Maracai-bo, por los nombres y apellidos, queda ya identificado. Cuando el año de 1821, Maracaibo se pronuncia con la República y Ur-daneta entra a Maracaibo con tropas republicanas, el general Ra-fael Urdaneta va a tener que cumplir las instrucciones del Liber-tador e ir a la concentración en San Carlos, donde se reunieron la división que originalmente creó en Maracaibo la guardia que venía por el camino de Los Andes y de Barinas, bajo el mando directo del Libertador, y la primera división de Páez, que estaba en Achaguas. Pero vamos con Urdaneta. Rafael Urdaneta para cumplir con las instrucciones del Libertador, formó allí e incre-mentó el efectivo de sus tropas en Maracaibo. Entre otras unida-des crea el Batallón Maracaibo, donde ingresa muy joven como teniente, un sobrino de él llamado Juan Nepomuceno Urdaneta Montiel. Esa columna de los Urdaneta sale de Maracaibo va a Coro, rescatan a Coro del poder realista -es allí donde se pro-duce la intervención de la heroína paraguanera Josefa Camejo. Sigue Urdaneta a Carora, donde tienen que resignar el mando porque lo van molestando unos cálculos renales, de los cuales murió años después en París. Entonces toma el mando de esas columnas, el licenciado en Leyes y coronel Antonio Rangel, na-tural de Mérida, antepasado de José Vicente Rangel, antepasado asimismo de Carlos Rangel Guevara, el marido de Sofía Ímber, que tuvo mucha actuación en la televisión. Esa columna, ya co-

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mandada por Rangel, es dividida en dos por el Libertador. Una parte de ella se le incorpora a la división de Cedeño y combaten en el campo de Carabobo. La otra parte de la columna se incor-pora a las tropas del general Cruz Carrillo, de Trujillo, que va a cumplir una misión de diversión por los lados de Yaracuy. En las campañas de Carabobo hubo tres elementos fundamentales. La concentración que dijimos anteriormente de las tres colum-nas: la de Páez, la de Urdaneta -Rangel después- y la del Liber-tador -al mando de la guardia en San Carlos- para ir a dar una gran batalla que resultó ser Carabobo. Pero esa operación estra-tégica, estuvo también combinada con dos acciones de lo que se llama en términos militares “de diversión”. O sea, para lla-marle la atención al enemigo. Para abrirle otro frente que tenga que atender. Fueron la operación de Bermúdez desde el Oriente hasta Caracas y la operación de Cruz Carrillo por el lado de Ya-racuy, para amenazar el flanco derecho del mariscal de la Torre, que estaba en Valencia y que tiene que destacar a los generales Tello y Lorenzo a acompañar a Cruz Carrillo y eso lo lleva con efectivos disminuidos a Carabobo. En la división de Cruz Ca-rrillo es donde va Juan Nepomuceno Urdaneta Montiel. Él no estuvo propiamente en el campo de Carabobo, pero sí en una acción para ayudar. En cambio yo sí tuve otros dos antepasados, de los que hablaremos luego, en la batalla misma de Carabobo. El coronel Francisco de Paula Alcántara Piñango, y el que llegó después a general en Jefe, Miguel Zárraga Aristeguieta, que en Carabobo era muy joven. Teniente en el batallón de granaderos y al terminar la acción lo ascendieron a capitán de compañía, por valor en acción.

Vamos a seguir la trayectoria de Urdaneta, que es el apelli-do que estamos desarrollando. Después de Carabobo, la guerra que hasta ese momento se ha librado particularmente en tierra se hace costanera y marítima porque los restos del ejército español se refugian en Puerto Cabello. Ahí tienen la escuadra a su dis-posición y entonces comienza con la escuadra, una serie de des-

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embarcos en la costa de Falcón y operaciones que culminaron luego con la toma de Maracaibo por el general Morales. Y poste-riormente la batalla naval comandada del lado republicano, por el almirante José Escudilla. El antepasado nuestro, tatarabuelo nuestro Juan Nepomuceno Urdaneta Montiel, pierde una pierna defendiendo la Vela de Coro contra el general realista Carrera y Colina. Una bala de cañón le quitó una pierna. Y de ahí en adelante lo llamaron el cojo Juan Urdaneta. El cojo Juan Urda-neta se retira de la actividad militar, se va a Maracaibo y allí se casa con una viuda llamada doña Teresa Morantes de Miranda, pues había sido su primer marido un señor Miranda. Teresa Mo-rantes tenía, de su primer matrimonio, dos hijos. Eso lo vamos a ver, porque los crió Juan Nepomuceno Urdaneta Montiel. De ese matrimonio nace en Maracaibo, Ezequiel Urdaneta Moran-tes que va a ser uno de mis bisabuelos. Ahí en Maracaibo, Juan Nepomuceno Urdaneta enviuda. Y se va con sus muchachos al Tocuyo, porque lo han nombrado allí administrador de Rentas Nacionales. Allí se casa en segundas nupcias con Doña Ignacia Valcárcel Pimentel, de la cual nacen varios hijos. De ese segundo matrimonio vienen los Anzola Urdaneta, los Gabaldón Urdane-ta y también la que fue esposa de Luis Herrera Campins, Betty Urdaneta, que viene siendo lo mismo que yo: tataranieta de Juan Nepomuceno Urdaneta Montiel.

Urdaneta Montiel se va a Trujillo y ahí tiene una actuación política de importancia. Llega a ser gobernador de la provincia de Trujillo, bajo el gobierno del general José Gregorio Monagas, y en las tradiciones trujillanas lo recuerdan como un buen ma-gistrado. Está enterrado en la Catedral de Trujillo, yo he visto la tumba.

Ezequiel Urdaneta Morantes, su hijo, se va con él a Trujillo. Ahí creció y se identificó con el medio. Ezequiel Urdaneta Mo-rantes, mi bisabuelo, se casa con doña Alcira Maya Rodríguez de la Torre. Su apellido era compuesto. Venía de familia realista.

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Inclusive en la Independencia habían fusilado a su padre los re-publicanos. Mi mamá sí la conoció y era una de mis bisabuelas. Llegué a conversar con ella, porque murió de 100 años. Era una vieja elegante, alta, delgada. A los 80 años recorría su hacienda. De ese matrimonio nace entonces una rama importante de los Urdaneta de Trujillo: los Urdaneta Maya. La otra rama de Urda-neta, viene de un hermano del cojo Juan Urdaneta, llamado Fe-lipe Urdaneta Montiel, o sea hijo de mi bisabuelo y tío de Urda-neta Maya. Él se establece también en Trujillo y se casa con una hermana de mi mamá Alcira, con doña Jacinta Maya Rodríguez de la Torre. De manera que en Trujillo hay dos familias Urdane-ta Maya, y así es como se establece el apellido en Los Andes, de origen marabino.

Del matrimonio de mi bisabuelo Ezequiel Urdaneta Moran-tes con mi mamá Alcira vienen los Urdaneta Maya que fueron: Ezequiel Urdaneta Maya, que se casó con Ángela Bracho. Mi tío Ezequiel, como lo llamábamos nosotros, los que lo conocimos, no llegó a graduarse como sus hermanos. Pero era un hombre de biblioteca y un autodidacta, ellos lo tenían en Trujillo como un hombre de consulta y un hombre muy importante. También gran cultivador de café, y un hombre extremadamente ilustrado. Le quedó siempre el trauma, la preocupación, de que no se ha-bía graduado. Era el mayor y contribuyó a la formación de sus hermanos menores y a casarlos. Ese es el padre de los Urdaneta Bracho.

Después viene mi tío Enrique Urdaneta Maya, que se casó con Guadalupe Carrillo Márquez, tía de los Carrillo Batalla. Mi tío Enrique Urdaneta Maya, que era un abogado extraordinario y que tuvo una trayectoria política interesante, fue secretario del general Gómez desde el año 1917 hasta 1924, cuando un ataque de difteria lo dejó fuera de juego. Entonces el general Gómez se llevó con él al hijo mayor de mi tío Enrique, a Enrique José Urdaneta Carrillo y lo tuvo primero como consultor jurídico,

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pero inmediatamente lo tuvo como secretario privado. Y más aún cuando el doctor Rafael Requena, que era secretario de la Presidencia y había sido presidente del estado Aragua; dejó esos cargos y entonces no le nombraron sustituto, sino que Enrique José desempeñó los dos cargos de hecho. Era secretario privado y manejaba la secretaría de gobierno también, sin nombramiento oficial. Los Urdaneta Carrillo fueron muy leales al general Gó-mez y a su memoria. Enrique José estuvo al lado del lecho de muerte del general Gómez, y cuando el general López llegó al poder lo mantuvo en la secretaría, pero ya como él estaba tan identificado con el general Gómez y su gobierno, Enrique José prefirió marchar al exterior. Y estuvo un tiempo en el exterior, lo cual dio lugar a que él se casara con una prima de ellos y pri-ma nuestra también, que fue Rosario Fontiveros. Y en el exterior tuvo la oportunidad de dar una magnífica formación a sus hijos. Ahí tenemos lo respectivo a Enrique Urdaneta Maya, un hombre importante en la política, era un hombre de Estado.

Después viene mi tío Jesús Urdaneta Maya, que se casó con Teresita Chuecos. Son los padres de los Urdaneta Chuecos, una familia larga también. Mi tío Octaviano Urdaneta Maya, un mé-dico eminente de Trujillo. Ahí se cerró más el parentesco con no-sotros porque se casó con Porfiria Giacopini Lares, hija de mi tío Domingo Giacopini. De ahí vienen los Urdaneta Giacopini. Uno de ellos, Octaviano, fue compañero mío de escritorio, un abo-gado extraordinario. Ya murió, era menor que yo, nos quisimos como hermanos, era un gran abogado. De las tres hembras, mi tía María Urdaneta Maya, se casó con el general Pedro Paredes Pimentel, y de allí vienen los Paredes Urdaneta. Son además los abuelos del general Fernando Paredes Bello, que fue ministro de la Defensa y que murió en el servicio exterior, un alto oficial. Fernando era hijo de Rafael Paredes Urdaneta. Y Pedro Paredes Urdaneta, se casó con Rosa Álvarez y son los padres del general, retirado ya, Simón Paredes Álvarez. Y la otra hembra fue Celia Urdaneta Maya, que se casó con Luis Fariño. Son los abuelos de

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Jorge Maldonado Fariño, pariente nuestro muy querido. Jorge, un extraordinario compañero, un hombre muy inteligente, que inclusive tuvo una vida relativamente discreta. Ha desempeña-do cargos importantes, de confianza y ha escrito algunos libros sobre biografías de personalidades del país. Bueno, ahí tienen ustedes. Esa la rama de los Urdaneta, y por qué llegó a Trujillo.

Vamos a ocuparnos ahora de las dos ramas que vienen por la línea de mi madre, de Belén María Zárraga Alcántara. Vamos a hablar de los Zárraga y de los Alcántara. Podríamos empezar di-ciendo que todos los Zárraga que hay en Venezuela venimos de un antepasado común, en el siglo XVIII. De manera que aunque nos hemos alejado en diferentes núcleos familiares, todos los Zá-rraga que están en Venezuela somos familia y algunos grupos familiares nos reconocemos como si fuésemos más cercanos. El apellido Zárraga se encuentra particularmente en el estado Fal-cón, en Caracas y en Valencia. Los Zárraga por su ortografía y su fonética, se puede deducir que son de origen vasco. Los pri-meros Zárraga de que tenemos noticias, llegaron a Venezuela en el año 1750 con la Compañía Guipuzcoana. Eran dos hermanos Zárraga: José Antonio y Juan Antonio Zárraga de Mosti, de la vi-lla de Vizcaya. La Guipuzcoana, los envía a su agencia de Coro, que funcionaba en aquella casa antigua que se llama la Casa del Sol, porque tiene en la torre un sol sobre la puerta de entrada. Los dos hermanos Zárraga se casan allí mismo en Coro, con dos hermanas de apellido de la Colina, hijas del capitán español don Juan de la Colina, que era un hombre importante en la localidad. Juan Antonio con su esposa, tiene descendencia de donde pro-vienen todos los apellidos Zárraga de Falcón, todos esos grupos familiares, donde el apellido está muy extendido. Los Zárraga Arcaya, los Arcaya Zárraga, los Zárraga Tellería y otros.

José Antonio Zárraga de Mosti, que es de donde yo vengo, enviuda en Coro, sin tener descendencia. Se marcha a la isla de Santo Domingo y allá contrae segundas nupcias con una hija del

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capitán general de la isla, una muchacha Caro y Abreu. Enton-ces nace en Santo Domingo una generación de Zárraga domini-canos: los Zárraga Caro. El mayor de los Zárraga Caro, Miguel Zárraga Caro, que era licenciado en Leyes, es designado por la Corona de España, funcionario de la Real Hacienda en Caracas. Y entonces él llega acá soltero, y contrae matrimonio con una muchacha venezolana, de origen vascuence. Con la menor de las Aristeguieta, con la menor de las nueve musas. Con María Manuela Josefa Aristeguieta. De allí entonces vienen los Zárraga Aristeguieta y uno de ellos, el general en jefe Miguel Zárraga Aristeguieta, viene siendo uno de mis tatarabuelos. Hubo la par-ticularidad que los Zárraga de Falcón, fueron grandes realistas como fue toda esa zona de Falcón y la ciudad de Coro, muy lea-les a la Corona de España. Y los de acá del centro fuimos republi-canos. Ambas familias conquistaron méritos bajo sus respectivas banderas. Hasta el extremo de que don Pedro Zárraga, de los Zárraga de Falcón, después de Carabobo y por su filiación a la causa realista se marcha al exterior. A Puerto Rico primero, y después a España y va a la Corte, a Madrid y el Rey de España lo nombra capitán general de Filipinas, cargo importante.

Los Zárraga del centro fuimos republicanos. Vamos a hablar del grupo de Caracas, los Zárraga Aristeguieta, que fueron tres varones, Ramón, Miguel y Clemente; aunque hubo una hembra también, pero los varones tuvieron los destinos siguientes:

Ramón, muy joven, acompaña al Libertador, es uno de sus ayudantes cuando la inmigración a Oriente. Cuando los repu-blicanos se embarcan y se van al exterior, él se va en un balandro margariteño, unas naves de vela muy ágiles, se va con Soublet-te y con otros jefes republicanos y logran atravesar el bloqueo, que ya comenzaba con la escuadra de Pablo Morillo, que estaba llegando de Cumaná. Luego regresa con la expedición de los Ca-llos, con el Libertador. Hace la campaña de Guayana y la cam-paña del año 18, en la que muere, atacando la retaguardia del

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ejército de Morillo, en el paso del río Guárico, en El Sombrero. Muere muy joven con el grado de coronel.

La trayectoria de Miguel, que es el antepasado mío, es la si-guiente: la madre de los Zárraga Aristeguieta, o sea, María Ma-nuela Josefa Aristeguieta, la madre de Soublette y varias fami-lias republicanas, son expulsadas y van a vivir al exilio en Saint Thomas. Allí mi antepasado Miguel Zárraga Aristeguieta, muy joven, contribuía al sustento familiar, trabajando como ayudante de un zapatero, de un talabartero. Cuando cumple 14 años, que era la edad en que se alistaban en el ejército republicano, llega a Saint Thomas una goleta republicana a cargar parque. Él se alistó, subió a ella y vino a Oriente, donde queda bajo las órde-nes del general Mariño. Va con Mariño a la toma de Cumaná, a la toma de San Antonio del Golfo, donde lo hieren. Pero así se viene a Guayana y hace la campaña de Guayana. Termina de restablecerse en el hospital de Angostura y va entonces a la campaña de Apure, con el Libertador, y a la liberación de Nueva Granada, donde va como teniente en el Batallón de Granaderos. Está en Pantano de Vargas, en Boyacá, en todas esas batallas. Posteriormente le toca participar en Carabobo, también como teniente en el Batallón de Granaderos. Al terminar el combate lo ascienden sobre el campo de batalla a capitán de compañía, por valor demostrado en la acción. Ese es Miguel Zárraga Aris-teguieta, que después de la separación de Venezuela de la Gran Colombia, sigue militando en el ejército y desempeña una serie de cargos administrativos: intendencias, justicia militar, etc. A él lo asciende a general en jefe el Mariscal Falcón, a pesar de que era conservador. En el momento en que le ponen la presilla correspondiente, Falcón le dice: “estoy saldando una deuda que tenía Colombia contraída con usted”. Está enterrado en el Pan-teón Nacional.

El general Miguel Zárraga Aristeguieta, tenía un hermano menor que él, el general Clemente Zárraga Aristeguieta, que es

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interesante mencionarlo aunque no es antepasado mío, por la tra-yectoria que tuvo. Clemente Zárraga, estaba en Valencia cuando los republicanos triunfaron en Carabobo, y ya había cumplido los 14 años y se alista en la compañía de su hermano, al que ya habían ascendido a capitán de compañía. Allí participan en esas últimas acciones que significaron la expulsión definitiva de los ejércitos realistas del territorio nacional. Los dos hermanos van con Páez a la toma de Puerto Cabello, y participan en varias acciones. Como decíamos, Miguel mi antepasado, siguió una trayectoria más bien en justicia militar, en intendencia militar, alistamiento, cosas de esas; aunque no dejó de participar en al-gunas escaramuzas. Clemente sí participó en las fuerzas conser-vadoras como oficial. Ya con el general Antonio Guzmán Blanco, se asienta el proceso federal y el liberalismo amarillo, él se sintió mal en Venezuela y entonces emigró a la Argentina, donde lo re-cibieron con el grado de general de brigada que llevaba de aquí, y lo incorporaron al ejército argentino. Cuando estuvo de em-bajador en Buenos Aires, el Dr. Julio de Armas, amigo fraternal mío, me trajo unas fotos de Clemente Zárraga Aristeguieta, y de un general Rivas, también venezolano, en uniforme argentino, en una fiesta nacional de allá. Y me trajo los datos de que sus prendas militares estaban en un museo militar allá. Los unifor-mes, las armas, las condecoraciones y estaba enterrado en un pequeño panteón, que está en el área urbana de Buenos Aires, rodeado por las nuevas construcciones.

Miguel Zárraga Aristeguieta, se casa con una dama de ape-llido Vaquero, de allí los Zárraga Vaquero. Mi bisabuelo, José Antonio Zárraga Vaquero, era médico y de él nace mi abuelo materno el general José Antonio Zárraga Clemente, porque el médico se casa con una hija del vicealmirante y general de divi-sión Lino de Clemente y Palacios. De Lino de Clemente no he-mos hablado todavía. Ese es otro antepasado familiar. Don Lino de Clemente, era hijo del coronel español Don Manuel de Cle-mente y Palacios. Nació en Petare en la casa de la hacienda Güe-

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re Güere. La conocí mucho, porque cuando yo estaba muchacho y andaba con mi abuelo y con mi padre por esas haciendas del Este, la finca era propiedad de Pedro María Delgado, el padre de Carlos Delgado Chapellín, que fue mi amigo. Y mi padre y mi abuelo visitaban allá a Pedro María Delgado, se intercambiaban visitas de ambos lados.

Cuando Lino de Clemente cumplió siete años, su padre lo llevó a la Corte, a Madrid. Y allá culminó sus estudios e ingresó a la Armada española. Estuvo en la Armada española hasta el grado de teniente de navío, cuando pidió su retiro porque se estableció aquí en Venezuela, en Caracas, y se casó, tuvo su fa-milia. Lino de Clemente, era un extraordinario navegante y era un magnífico artillero. De tal manera que tuvo una trayectoria naval muy interesante antes de venir a Venezuela. Esa trayec-toria le hizo navegar por todos esos mares del imperio español, que era muy extenso, estaba emparentado con el Libertador y le fue muy leal. También fue uno de los firmantes del acta de la Independencia. Cuando la Junta Suprema, la del 19 de abril de 1810, que todavía no es la declaración de la independencia, sino una Junta Administradora de los Derechos de la Corona. Esa junta nombró un pequeño Gabinete, con tres o cuatro inte-grantes. No los llamaron ministros, sino secretarios: Interior y Justicia, Hacienda, etc., y a él lo nombraron secretario de Gue-rra y Marina.

Lino de Clemente participa también en las actividades na-vales de la Independencia y también en actividades terrestres, por ejemplo: en San Mateo, la primera ofensiva de Boves es re-sistida por el ejército republicano, que estaba bajo el mando del Libertador. Una de las cosas que contiene la ofensiva de Boves es la artillería republicana, comandada por Lino de Clemente. Es un gran oficial de cubierta como dije anteriormente, navegan-te y artillero. Él es el primer representante de Venezuela en los Estados Unidos. Lo designó el Libertador para que fuese allá a

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hacer contactos con el gobierno norteamericano y ejerciese cierta representación de los intereses republicanos. Cuando el Liberta-dor ve culminada la independencia de Venezuela, pensó en una expedición para la liberación de Cuba, y de Puerto Rico. La idea del Libertador era poner esa armada bajo las órdenes de Lino de Clemente. Murió acá en Caracas poco después de 1830. Desem-peñó en esa transición cargos en el Congreso y está también en el Panteón Nacional. Don Lino de Clemente y Palacios, por los Palacios era el parentesco con la madre del Libertador.

Luego viene la otra rama, que es la de los Alcántara.

Vamos a comenzar el origen de los Alcántara en el antece-dente familiar, con el tatarabuelo: Francisco de Paula Alcántara Piñango. Era una de las tres o cuatro personas que en privado tuteaba al Libertador, porque habían sido compañeros en la es-cuela de Simón Rodríguez, y fue muy leal al Libertador. Fran-cisco de Paula Alcántara Piñango combate en todo el proceso independentista, lo mismo que Miguel Zárraga, pero ya con un cargo de mayor jerarquía, coronel. Va a la campaña de Nueva Granada, combate en las batallas del Pantano de Vargas, en Bo-yacá, etc. Regresa a Venezuela, combate en Carabobo donde era como el tercero en jerarquía en la división de Cedeño. Estaba casado con una señora Mercedes Milló, de la cual tuvo su fami-lia legítima. Varios hijos, tres varones: Manuel Alcántara, que lo mataron los conservadores en un combate en San Sebastián.

Los otros dos fueron Ramón y Juan. De Ramón vino el co-ronel Tomás Pérez Tenreiro, que falleció siendo un oficial dis-tinguidísimo, fue como hermano mío, nos criamos juntos, y compartimos desde niños la vocación militar que él realizó y yo no. Él viene de la rama de Ramón. Y de la rama de Juan, viene Tomás Polanco Alcántara, el historiador. Nosotros nos recono-cemos como familia.

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Después de Carabobo, nombran a Francisco de Paula Alcán-tara Piñango, jefe militar y político de los valles de Aragua y sienta sus bienes en Turmero.

Él había enviudado y allí en Turmero vivía un matrimonio de apellido Linares, de los Linares de San Lázaro de Trujillo, que tenían tres hijas muy bellas. La mayor de las muchachas, Tri-na Linares, tiene un empate con Francisco de Paula Alcántara, y nace uno de mis bisabuelos, el general Francisco Linares Alcán-tara.

Este muchacho empieza a destacarse como un individuo de un carisma, de un gran valor en la guerra. Lo seguían ciegamen-te. Y entonces él va destacándose mucho al extremo de que su padre lo llama un día y le dice: “Yo he venido siguiendo tu tra-yectoria con interés, y veo que tú eres un digno hijo mío y yo quisiera darte mi apellido”. O sea reconocerlo. Y entonces él le dijo: “Yo no tengo inconveniente en aceptar su apellido y llevar-lo, pero como el primer afecto que yo conocí fue el de mi madre, yo pondré primero el de ella”. Por eso es Linares Alcántara, y no Alcántara Linares.

Mi abuela que fue la hija mayor de él, era Belén Alcántara. Hacían uso del hecho del reconocimiento. Usaban el apellido Al-cántara.

¿Qué nos puede decir del Gran Demócrata?

Él fue un hombre que tuvo rasgos de nobleza, era muy va-leroso en la guerra, era muy buen montador de caballo. Nacido en Turmero en 1825, un gran tirador y un gran cazador. Tenía la obsesión de la cacería, de tal manera que cuentan que estando en la Presidencia de la República, si tenía una gran incomodidad por algún hecho que lo había contrariado y estaba enfurecido, uno de los edecanes venía y le decía: “mire general, por ahí está un arriero que dijo que iba por allá por la quebrada tal y que vio

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un venado, y que iba...”, a lo que él decía: “¡Ay caramba, espé-rate un momento!”, y se le pasaba la rabia. “Ese es el venado en el que estoy pensando y que se me fue”, agregaba, y entonces hablaba de cacería.

Del Gran Demócrata se dicen muchas cosas, entre estas que era un hombre de un carácter muy diáfano. Un hombre de una gran nobleza.

Voy a citar dos hechos importantes en su formación. Militar, uno y en su nobleza de carácter, el otro. Cuando el incidente aquel de enero del 48, cuando el tiroteo al Congreso bajo el go-bierno de José Tadeo Monagas, el general José Antonio Páez que ya venía teniendo diferencias con Monagas estaba en su hato de San Pablo de Paria, en el Guárico. Él tenía otro hato de San Pablo en Apure, pero donde lo tomaron estos acontecimien-tos fue en el área de Paria, San Pablo de Paria, zona que conocí mucho porque cacé mucho ahí, cuando eso era tierra indómi-ta. Páez entonces como respuesta a los sucesos del Congreso, se levanta en armas y se va hacia Calabozo y hacia el Sur del Guárico, internándose en los llanos de Apure que eran sus co-rrederos naturales. Pero resulta que ahí en Apure lo derrota uno de los grandes lanceros, el general Cornelio Muñoz. Lo derrota en el banco de los Araguatos. Por eso los opositores a Páez des-pués, como Juan Vicente González, lo llamaban el “Rey de los Araguatos”. Páez derrotado busca la frontera de Arauca y sale a la Nueva Granada. Sale al litoral, viene a Curazao, invade por las costas de Falcón y se interna buscando el llano nuevamente. Atraviesa el Yaracuy. Ese ejército sufrió mucho porque fue en la estación lluviosa y todo era barrizales y aguaceros torrenciales. Páez atraviesa el Yaracuy, entra a los llanos de Cojedes y en Co-jedes lo derrota nuevamente otro prócer de la Independencia, el general José Laurencio Silva, en el sitio de Macagua. Resulta que José Laurencio Silva, en el campamento, va una noche a ver

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a Páez y le dice: “General, voy a aprovechar para presentarle al oficial que va a comandar la escolta que lo conducirá a us-ted hasta Maracay, donde lo espera una comisión del gobierno de Caracas, el capitán Alcántara”. Era mi bisabuelo, Francisco Linares Alcántara. Cuando le dijo así, Páez se inmutó, porque se había portado duramente con su padre, Francisco de Paula Alcántara, que había sido de una lealtad extrema al Libertador y cuando se produce todo el movimiento aquí de La Cosiata, fue uno de los hombres que permanece fiel al Libertador. Eso le trajo la malquerencia de Páez, quien lo aceptaba porque era un general importante y no daba muestras de rebelión, simplemen-te era bolivariano. Páez llegó al extremo de formarle un Consejo de Guerra acusándolo de desleal en la persecución del realista Cisneros. El Consejo de Guerra no sólo lo absolvió, sino que con las probanzas militares que él presentó encontraron méritos su-ficientes para pedir su ascenso al grado inmediato superior, y lo ascienden entonces a general de división.

Como Páez lo había perseguido tanto, se preocupó. “Este muchacho en el camino se va a vengar de lo que yo le hice a su padre”, dijo.

¿Qué ocurrió?

Fue de una nobleza tal que trató a Páez como si fuese su padre. Todas las necesidades que tenía se las cubría. Inclusive cuando llegaron a Guacara, hubo una manifestación antipaecis-ta, y empezaron a tirar piedras, limones y cosas. Entonces mandó Alcántara a formar la escolta en cuadro y se metió a caballo, con Páez en el medio de la escolta, y le dijo: “General, para tocarle a usted un pelo de su cabeza, tendrán que pasar por encima de mi cadáver”. Se portó de una manera tal, que cuando en Maracay se despide de él, Páez abrazado, llorando, se quitó su espada y se la dio.

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Háblenos un poco de la formación del Gran Demócrata.

Hay un episodio anterior muy interesante: él se formó desde soldado raso. Por eso cuando fue ya oficial superior y Presidente de la República, la tropa lo adoraba. Testigos presenciales nos contaban que cuando él murió, a los soldados veteranos de las guerras que lo habían seguido montando guardia, les corrían las lágrimas y lo que decían entre ellos era: “se nos murió el viejo”. Hay una cosa muy interesante en su formación: cuando ese al-zamiento de Páez, en la primera etapa, cuando Páez va allá a Apure y tiene el encuentro con Cornelio Muñoz, sucede que el gobierno de José Tadeo Monagas mandó una expedición a Occi-dente, pero pasó lo siguiente. El general José Escolástico Andra-de, prócer de la Independencia, nativo de los Puertos de Alta-gracia, era el comandante de armas en Maracaibo y secundó allá el alzamiento de Páez. Alzado Maracaibo, José Tadeo Monagas manda entonces un convoy formal para batir a José Escolástico Andrade. Ahí iba mi bisabuelo con el grado de sargento, muy joven. Esa expedición la comandaban los generales Santiago Mariño y Carlos Luis Castelli. Desembarcan en la ensenada de Castillete. Los indios, los guajiros, eran muy paecistas y en esa época La Guajira era muy poblada. Indios de guerra, porque los guajiros eran muy aguerridos. De tal manera que cuando ellos están desembarcando ven en la sabana como 5.000 jinetes indios esperándolos para batirlos. Lograron evitar el combate parla-mentando y entonces emprenden una marcha hacia Maracaibo, que fue muy penosa, porque los indios aunque no los atacaron, los hostigaban de noche. Los pozos de agua los sembraban alre-dedor con púas de madera afiladas. Como en esa época el solda-do generalmente andaba casi siempre descalzo, se inutilizaban muchos soldados porque se clavaban. Sin embargo, ese ejército llegó hasta el río Limón, que lo encontraron crecido de monte a monte. Allí esperando la crecida, se infestó de malaria. Pasaron con gran penalidad el río Limón, agarrados con sogas. Y toma-ron a Maracaibo. Es después cuando él viene hacia el centro y

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suceden todas esas cosas, de José Laurencio Silva, y Maracaibo, etc.

¿Ese era uno sus antepasados?

Sí, porque mi mamá era Zárraga Alcántara. Era nieta de él. Hija de Belén Alcántara de Zárraga, la hija mayor de Francisco Linares Alcántara.

¿Con quién se casó Linares Alcántara?

Él se casó con Belén Estévez Yánez, de Tinaquillo. Y entonces nacieron de ese matrimonio mi abuela materna, Belén Alcántara Estévez; Luisa Alcántara que se casó con el doctor Raimundo Andueza Palacio, hijo del presidente Andueza Palacio; Teresa Alcántara, que se casó con Manuel Azpúrua Huizi; Vicentica y Trina, que no se casaron. Trina murió en Curazao, trajeron los restos después acá. Y el hijo menor, que lo llamamos en la familia Panchito Alcántara, para distinguirlo del viejo. Un gran militar, también el primer oficial venezolano graduado en la Academia Militar de West Point, en la promoción de 1897.

Yo tuve oportunidad de dictar una conferencia, invitado por la Academia de West Point, en 1998. Dio la casualidad que sien-do Vicente Carrillo cónsul de Venezuela en Nueva York, fue a visitar la Academia de West Point y allí le refirieron que había un venezolano, a lo que él señaló: “ah caramba, si yo soy íntimo de la familia de él. Yo conozco al doctor José Giacopini Zárraga, que se interesa mucho por la historia, viene siendo sobrino de ese general Alcántara”. Y entonces le sugirieron que me invita-ran. La Academia me invitó a una conferencia que dicté en 1998, y aproveché para hablar de mi tío Pancho y de su trayectoria mi-litar y política. Hablé de su participación presidiendo el Consejo Asesor de la Academia Militar de Venezuela, en 1910, cuando abrieron los cursos. Y aproveché y metí a los demás oficiales ve-nezolanos graduados en West Point. El segundo fue March Du-

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plat, de Maracaibo, que fue el que mandó el cuerpo de húsares del centenario en el año de 1911, cuando el general Gómez orde-nó escoger un grupo de muchachos de las familias distinguidas de Caracas. Reclutaron un grupo de 50 o 60 jóvenes de familias distinguidas de Caracas, que tenían caballo y sabían montar. Les dieron dos o tres meses de instrucción militar para que supieran desfilar e interpretar las órdenes de mando. Eso se usó como una Guardia de Honor para todos los eventos del Centenario. Los comandaba March Duplat, de Maracaibo. El último fue Ángel Olmeta, nieto del coronel Ángel Olmeta, que había sido oficial de Pancho Alcántara. Ángel Olmeta, muy amigo mío, fue ofi-cial distinguidísimo de West Point. Inclusive dirigió la revista de West Point y se graduó con honores allá. Estuvo en el ejército venezolano hasta el grado de capitán, pero tenía una formación tan extraordinaria que creyó tener mejor porvenir, y lo tuvo efec-tivamente, en el campo civil. Se retiró honorablemente, sin nin-gún problema y el National City lo contrató para su oficina de Nueva York. De vez en cuando él venía a Venezuela, cuando yo era director de la Shell. Nos habíamos conocido cuando él era te-niente, practicando tiro en el polígono. Yo fui de los fundadores del polígono y surgió una gran amistad. Resulta que cuando Án-gel venía a Venezuela, me iba a visitar allá en la hacienda y una vez me dijo: “Caramba don José, yo tengo gran conocimiento de la vida americana y estoy muy identificado con ella. Me eduqué allá. Pero, me hace falta Venezuela. ¿Usted no cree que yo po-dría conseguir una posición en una industria petrolera?”. Él se había hecho muy diestro en administración en el National City de Nueva York. Le dije: “bueno, vamos a ver”. Se lo llevé a Bo-bby Marshall, que era director de Finanzas de la Shell. Hablaron como dos horas. Después que lo enganchó, él fue a mi oficina a darme las gracias, por haber conseguido para la Shell un hombre de aquella calidad. Entonces hizo carrera como petrolero. Fue, inclusive, fundamental en todas esas operaciones internaciona-les de la industria petrolera. Hombre de primera para las nego-ciaciones cuando se compraron las empresas. Lo quiero mucho. Él debe estar en los Estados Unidos, pero apenas llega me llama.

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¿Qué aspecto interesante nos puede comentar de March Du-plat?

Es interesante, y ya que estamos grabando, es bueno decir que March Duplat llegó hasta la posición de director de Guerra, en el Ministerio de Guerra y Marina, en el año de 1918. Se pre-senta entonces la famosa epidemia de gripe española que pro-vocó muchas muertes. A él le dio severamente, pero la superó. Entonces se acomodó, se bañó, se afeitó y se fue a visitar a la novia. Tuvo una recaída de la que no lo paró nadie, y se murió. Entonces, al coronel López Contreras lo nombraron director de Guerra, y lo ascienden a general por el año de 1922-1923, cuando lo nombran comandante de la Brigada N° 1, acantonada en Ca-racas. Son anécdotas que vale la pena mencionar para que las co-nozcan ustedes los muchachos. Creo que hemos terminado con los Zárraga y los Alcántara.

Nosotros nos criamos en el medio familiar oyendo mucha historia de Venezuela, mucha historia militar, mucha historia de la Independencia y de las guerras civiles. Eso contribuyó mucho a la formación vocacional y a la formación de la personalidad.

A nivel de los abuelos, un hombre de gran importancia en mi formación fue el general José Antonio Zárraga Clemente, el abuelo materno. Yo era el mayor de los nietos varones, quizá el nieto con quien él se entendía más y conversaba más, porque yo mostré desde muchacho una gran vocación para las cosas rura-les, para los caballos, para el ganado, y él encontraba en mí un nieto que era un interlocutor válido y un nieto al quien quería transmitir conocimientos del campo y de la ciudad.

¿Qué característica resaltante tenía el abuelo?

Una de las características del abuelo y que me despertó por él una gran admiración siempre, es que era un caballista extraor-dinario, de lo mejor que había aquí. Era gran arrendador y pre-

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parador de caballos de silla, de caballos de paso y de caballos de silla en general. Un gran coleador. Ese era el general José Anto-nio Zárraga Clemente, el dueño de la hacienda Los Cortijos de Lourdes. Mi abuela, Belén Alcántara de Zárraga, su esposa, era una especie de símbolo matriarcal porque tenía un gran poder aglutinante y era muy sociable, hablaba muy bien. Aquí en la casa vieja venían todas las damas de la familia, de manera que era una tertulia permanente donde se hablaba de las cosas divi-nas, profanas y mucho de política y de historia.

¿Eso contribuyó a su formación?

Sí. Mi padre era un gran conversador. La sobremesa era una cosa extraordinaria, el abuelo, la abuela y mi papá y mi mamá conversando y nosotros los muchachos oyendo. Aquello era una prolongación de nosotros.

Anteriormente le preguntamos por los amigos de la época.

Recuerdo particularmente a mis parientes los Pérez Ten-reiro: Tomás Pérez Tenreiro, que después llegó a coronel, fue un gran oficial, muy distinguido en las Fuerzas Armadas y en aquella época éramos como hermanos, nos levantamos juntos, jugando soldados de plomo. Él y su hermano, Francisco Pérez Tenreiro, estaban ligados familiarmente a nosotros, porque su padre era primo de mi abuela, Francisco Pérez Alcántara.

Emilio Conde Yánez, de los hijos del doctor Emilio Conde Flores. Ellos vivían en la subida de Altagracia, en una casa muy buena. Conde Flores era el primer otorrino de Venezuela para la época, era nuestro médico de familia. Me acuerdo que una vez me di una caída de una escalera y se me partió la barba, to-davía tengo la cicatriz, estaba yo como de cinco o seis años. Por supuesto, gran consternación, yo bañado en sangre. Me llevan cargado hasta el doctor Conde que tenía la clínica en la casa, su consultorio bien arreglado. Me examina y dice: “este mucha-

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cho hay que cogerle unos puntos, porque se partió bastante. ¿Le pondremos anestesia o aguantará la cosida?”. Era muy paternal y me quería mucho y me dijo: “dime una cosa, ¿tú aguantas que yo te cosa esa herida sin que te aplique un calmante?”. Yo con-testé: “el hombre puja pero no llora”. Él se impresionó mucho y exclamó: “¡este gran carajo! ¿Qué es lo que va a ser en la vida? Este es un hierro duro este muchacho”.

¿Qué otros amigos recuerda de la infancia?

A Juan Liscano, que vivía aquí enfrente, jugábamos soldados de plomo. Los compañeros de primer grado. Bernardo Marturet, Marcel Granier. En otra oportunidad les enseño la fotografía de primer grado, donde va a ver una cantidad de gente que des-pués ha tenido cierta figuración en la vida. Ese es el círculo, más o menos.

¿Qué detalles de todas estas vivencias cree usted que le pue-dan interesar a las nuevas generaciones?

En esa época de los años 20, cuando todavía era la Venezue-la que tenía ferrocarriles, había la compañía alemana, que era lo que se llamaba el Gran Ferrocarril de Venezuela que iba de aquí de Caño Amarillo a Valencia. Una época, el gerente de esa empresa, fue un alemán llamado Licoln Knoch. Era muy amante de la naturaleza y muy amante de los árboles. La concesión del ferrocarril comprendía una franja de 50 metros de cada lado de la vía y donde había una estación, una superficie mayor. Mister Knoch concibió la idea de arborizar esa zona que pertenecía a la concesión ferroviaria, por eso el parque Knoch, el parque El Encanto, en Los Teques. Él sembró árboles allí. En la estación aquí de Palo Grande tenía un vivero donde sembraba árboles que utilizaría para ese proceso que tenía él de forestar todas las tierras del ferrocarril, y también para el que quería ir a comprar arbolitos ahí. Por cierto, en esa época no existían las bolsitas de

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polietileno y se usaba lo que llamaban las barras de bambú. El bambú usted sabe que tiene nudos, entonces se cortaba la caña de bambú dejándole como un fondo y quitándole la parte de arriba y quedaba como un envase. Ahí se sembraban las semi-llas y cuando el arbolito estaba ya de transplante, como de un metro, ya la madera del bambú se había degradado y tú podrías enterrar con el envase el arbolito. Mister Knoch tenía un her-mosísimo vivero ahí, en la estación de Palo Grande y ahí iba mi abuelo y tenía largas conversaciones con él. Yo iba pequeño con el abuelo a comprar arbolitos para llevar a la hacienda, donde sembró árboles muy hermosos. Todas estas son informaciones que pueden no ser esenciales, pero que es interesante que uste-des los jóvenes las conozcan.

Dadas las circunstancias de que en Venezuela hay períodos fuertes de sequía, mister Knoch tuvo la previsión de traer parti-cularmente árboles australianos, que son muy resistentes de los largos veranos, a las largas sequías. Muchos eucaliptos, muchas gredillas, que era un árbol muy resistente a la falta de agua y muy hermoso, y las casuarinas, que también son muy resistentes a las sequías. De tal manera que esos eucaliptos que ustedes ven por ahí en la zona de Los Teques, son los recuerdos todavía de mister Knoch.

¿Cómo fue su conexión con el colegio La Salle?

La congregación de La Salle llega a Venezuela en el año de 1913, por Occidente. Ya tenían buenos establecimientos educa-cionales en Colombia. Tenían colegio en Bogotá y en Barran-quilla. Vienen a Barquisimeto en 1913 por gestiones del famoso prelado barquisimetano José Lorca Felipe Alvarado. Allí se en-cuentran con aquella burguesía de provincia: comerciantes, agri-cultores, ganaderos, careciendo de un buen colegio donde for-mar a los muchachos. En esa época era más complicado mandar un muchacho a Caracas que mandarlo hoy al exterior. Entonces

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convencen a los hermanos de establecerse allí. Era presidente del estado -en esa época no se hablaba de gobernadores sino de presidentes de estado- el general Diógenes Torrellas Urquiola, que los ayudó con alguna franquicia, quizá el terreno, y surge el gran colegio La Salle de Barquisimeto, con aquellos hermanos de leyenda. El hermano Juan, por ejemplo, que era radiestesista y con varas de avellano localizaba las lapas acuíferas en el sub-suelo. El hermano Nectario María que murió casi de 100 años. Yo estuve muy cercano a él los últimos años de su vida. Para decir dos cosas importantes del hermano Nectario María, aun-que hay muchísimas más: fue el gran difusor en Venezuela de la devoción de Nuestra Señora de Coromoto y fue además el autor de la primera historia de Venezuela verdaderamente didáctica. En los últimos años estaba en La Colina y yo lo visitaba mucho y conversaba con él. Lo acompañé inclusive cuando le impusieron su última condecoración.

Los hermanos se quedan y surge el gran colegio La Salle de Barquisimeto, donde se educaron todos los intelectuales y polí-ticos de allá de los estados de Occidente, como Gonzalo Barrios, Eligio Anzola Anzola, José Vicente Rangel, Humberto Calderón Berti, Ramón Escovar Salom, Luis Herrera Campins. Un cole-gio muy fecundo, porque formó una cantidad de intelectuales y de políticos de primer orden. Ellos empiezan a moverse más hacia el centro, fundan el colegio La Salle de Puerto Cabello, el colegio La Salle de Valencia y en 1921 vienen a la capital. Se es-tablecen en el ángulo nordeste de la esquina de Cuartel Viejo. Allí había una vieja casa colonial propiedad del famoso cirujano barquisimetano doctor Pablo Acosta Ortiz. Probablemente por la conexión barquisimetana vinieron allí. Era una hermosa casa sobre una base arquitectónica colonial. Luego se habían inserta-do algunos elementos arquitectónicos de esos característicos del segundo imperio francés, que los trajo a Venezuela la influencia de Guzmán Blanco en la segunda mitad del siglo XIX, y todas esas casas del cambio de siglo tuvieron algunos toques de esto.

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De manera que allí había una especie de híbrido: romanillas de madera con vidrios de colores, pilares macizos coloniales, co-rredores, parque con árboles. Ahí surgió el colegio La Salle de Caracas en 1921, se establecieron los hermanos, yo estaba en kin-dergarten allá en el colegio Chaves, ingresé allí en 1923 a primer grado. En esa época el año lectivo era de enero a diciembre, no era como ahora, entonces iba con el año civil: enero-diciembre. De tal manera que yo entré ahí el 7 de enero de 1923. Me pasó lo siguiente, yo me gradué de bachiller el año 1934, o sea que entre la primaria elemental, la primaria superior y la secundaria me llevé doce años en vez de diez, porque salíamos mucho a temperar al litoral, o a la hacienda, y hubo dos años en que yo hice vida campesina o vida playera allá en el litoral y no fui al colegio en todo el año, cosa de la cual no me arrepiento porque ha sido sumamente importante en mi vida. Eso me dio a mí vo-cación de ponerme en contacto con los estratos más sencillos de la población del país, de tal manera que yo puedo sentarme en la directiva de una corporación petrolera o asistir a una recepción diplomática y hablar en un caney llanero con los peones, o en la orilla de un conuco con los que están sembrando maíz o caraota. De manera que eso me dio dos cosas: un gran amor por la tie-rra venezolana y un toque que ustedes lo habrán notado en mi manera de conversar, un toque muy criollo, muy nuestro, muy nacional, yo estoy muy identificado con mi país; y, esa capaci-dad para moverme en todos los estratos sociales y moverme con éxito.

¿Hasta cuándo estuvo La Salle en Cuartel Viejo?

Hasta el año de 1925, que nos mudamos de Santa Bárbara a Tienda Honda. Yo soy de los fundadores, de cuando estaba co-menzando La Salle. Tienda Honda originalmente era un barran-co donde funcionaba una vaquera, era la época en que todavía había vacas en Caracas. Era propiedad de un isleño llamado Sa-turnino García. Los hermanos compraron aquel terreno irregular

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y los arquitectos que fueron diseñando el colegio, construyéndo-lo en etapas sucesivas, aprovecharon muy bien la irregularidad del terreno y surgió ese gran colegio. Ahí nos mudamos en 1925, ahí me gradué yo, terminé bachillerato en 1934. ¡Grandes recuer-dos de los hermanos de la época! De manera que yo he estado: kindergarten, un año en el colegio Chaves; primaria elemental, primaria superior y secundaria, en el colegio La Salle.

¿Cómo era su rendimiento estudiantil en esta época?

Yo no fui ni un estudiante de primera ni un estudiante de los últimos. Fui un estudiante normal y corriente, aunque en las me-morias del colegio aparezco como uno de los mejores. Voy a con-tarles una cosa importante, que fue definiendo ya la orientación intelectual que yo asumí en la vida: en primaria elemental y en primaria superior me destacaba ya como estudiante de historia, de geografía y de ciencias naturales. No tenía ningún problema con la matemática sencilla o la aritmética porque teníamos muy buenos profesores. Cuando llegué al primero de bachillerato, me encontré que era el viejo bachillerato francés de cuatro años, en que las matemáticas estaban repartidas de la manera siguiente: primer año, aritmética razonada; segundo año, álgebra; tercer año, geometría descriptiva; cuarto año, trigonometría; y en ter-cero y cuarto año habían además, la física y la topografía, que eran muchas fórmulas matemáticas. Ahí me di cuenta yo de que mi campo no era la matemática, sino la humanística. Empecé a sentirme deficiente en ese campo. A mí me pasaba lo siguiente, no era que yo no entendía, sino que yo soy muy imaginativo: cuando el hermano pasaba al pizarrón con la tiza a explicar un teorema o a explicar una fórmula matemática, yo me ausentaba inmediatamente con la imaginación, y estaba cazando bisontes en la América del norte, o batiéndome con los pieles rojas, ca-zando elefantes en África, porque he sido muy aficionado a la cacería y a los deportes de campo. Cuando faltaban tres meses para los exámenes yo solicitaba la ayuda de un profesor: el doc-

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tor Arturo Luis Berti, de allá de Trujillo, gente muy amiga de nuestra familia, que murió el año antepasado. Arturo Luis era en esa época estudiante de ingeniería y vivía como tantos estu-diantes de provincia en el liceo Vargas, que quedaba en el án-gulo sudoeste de la esquina de Socarrás, una vieja casa colonial muy hermosa. Ahí era él profesor en el liceo, también vigilante y vivía en el liceo, y estudiaba en la universidad ingeniería. A las siete de la noche yo iba allá y Arturo Luis con su pizarrón me agarraba y ahí si que no me podía ir para el África ni para ninguna parte. Entonces se daba el caso de que cuando venían los exámenes, con gran extrañeza para los profesores, les sacaba calificaciones de primer orden, a veces mejores que las de otros que eran más calificados que yo durante el año. Me acuerdo mu-cho que cuando presentamos álgebra con un jurado muy fuerte: Cristina Ayala, Olivares y Julio Bustamante. Hubo una raspazón y muy bajas calificaciones. Van leyendo después del examen las calificaciones y muchos que eran de los más avanzados no salie-ron tan bien parados. De repente, “Giacopini Zárraga, José An-tonio: 19”, en línea. El hermano Paulino le arrebató al examina-dor las calificaciones que yo creí que me las iba a romper. Le dijo: “deme acá esto”. Después cuando nos quedamos solos porque todo el mundo se marchó, me las tiró encima y me dice: “esto no corresponde a su desempeño durante el año en la materia”.

Ya para cuarto año Arturo Luis Berti se había graduado de ingeniero y se había ido a trabajar. Que por cierto, tengo que hacer un comentario especial a Arturo Luis, cuya memoria la recuerdo con gratitud y con gran afecto: fue el número dos en el equipo de Arnoldo Gabaldón en la lucha contra la malaria. Arnoldo Gabaldón, un hombre de primer orden, un médico es-pecializado en sanidad y en medicina preventiva, y es el hombre que produce yo diría la segunda independencia de Venezuela, cuando al dominar la malaria hace habitable las ¾ partes del te-rritorio nacional. La Dirección de Malariología en Maracay fun-cionaba como una especie de universidad internacional a donde

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venían de la India, del Brasil, de África, de todas partes a tomar luces en la lucha contra paludismo. Y no hay regionalismo en esto que voy a decir, pero el equipo cúpula de la lucha antimalá-rica en Venezuela, por casualidad o por lo que fuese, eran truji-llanos: Arnoldo Gabaldón, la figura máxima; su segundo, Arturo Luis Berti, en ingeniería sanitaria; y en administración, Salvador Castillo. La lucha antimalárica y el triunfo sobre el paludismo en Venezuela no fue sólo una cosa de tipo científico: el estudio del mal, el estudio de la dolencia, el estudio del insecto, de sus costumbres; sino un triunfo organizativo y administrativo, y de buen empleo de los fondos asignados para ello.

Volviendo a lo que les decía, ya para cuarto año no tenía yo el auxilio de Arturo Luis Berti, entonces quiero tener un re-cuerdo especial muy agradecido para un compañero mío que lo había sido desde primer grado, el doctor Luis Ramón Lander, que era uno de los mejores estudiantes de matemática del curso y que nos queríamos como dos hermanos. Luis Ramón me dice: “mira José, yo estoy enterado de que tú, cuando se aproximaban los exámenes, tres meses antes tomabas la ayuda de un profesor de matemática y sé también que este año no vas a tener al doc-tor Berti, que era el que te servía para eso. No contrates ningún profesor, porque tu hermano desde primer grado Luis Ramón, te va a explicar la matemática de cuarto año”. Y Luis, caramba, con un gesto fraternal fabricó un pizarrón con pintura negra y cartón piedra, y en la sala de su casa por allá por la Cruz Verde me daba trigonometría, física de cuarto año, cosmografía, que era pura matemática y gracias a Dios salí muy bien. Termina el bachillerato, que en esa época tenía dos cosas: después que uno presentaba el examen de cuarto año, para obtener el título de bachiller tenía que presentar lo que se llamaba un examen inte-gral, con un jurado, donde lo iban a examinar a uno en todas las materias del bachillerato. Tuve un jurado muy calificado y salí muy bien.

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¿Y luego que se recibe de bachiller, en el año 34?

Mi verdadera vocación por ancestro, por el medio familiar y por inclinación propia debido a todo eso, eran las Fuerzas Ar-madas: el Ejército o la Marina. Pero en esa época aquello eran carreras marginales, tanto así que fue una de las motivaciones exhibidas por el grupo de la juventud militar que insurgió el 18 de octubre: la subestimación en la que estaba la oficialidad. Me hicieron reflexiones en casa que yo compartí y me fui a la Es-cuela de Derecho. En esa época nos pedían a los estudiantes de derecho, dos años de pasantías en un tribunal o en un bufete acreditado. Dos abogados muy famosos de la época, amigos de mi padre que me apreciaban a mí: el doctor Luis Jerónimo Pietri y el doctor Carlos Sequera, se disputaron el llevarme a sus res-pectivos bufetes. Mi padre me dijo: “Luis Jerónimo no, porque Luis Jerónimo es un magnífico abogado pero es muy político y yo no quiero que usted sea político, sino un buen abogado. Se-quera sí, porque Sequera es un psicópata, que cuando a un ami-go de él lo nombran ministro le quita el saludo y no lo vuelve a saludar sino cuando lo botan del gobierno”. Y así era, de verdad. Entré al escritorio del doctor Sequera, que era el mejor civilista de Venezuela.

En esa época había tres grandes figuras en el podio: en De-recho Civil, Carlos Sequera, del más alto nivel; en Derecho Mer-cantil, también calzando los mismos puntos de calidad, el doctor Carlos Morales, el padre de Isidro Morales Paúl; y en Derecho Penal, el viejo doctor José Rafael Mendoza; las tres grandes figu-ras del podio. Esos tres que acabo de mencionar eran profesores universitarios y fueron profesores míos en la universidad y ade-más me formé en el escritorio Sequera, a quien acompañaba Ger-mán Suárez Flamerich, el que reemplazó años después a Carlos Delgado al frente de la Junta de Gobierno, y Julio César Morón, que era un abogado joven de Barcelona, que podía empapelar la oficina con los diplomas de sobresaliente en todas las materias:

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magnífico estudiante. Julio César me decía: “mira José, tú ves esa cantidad de sobresalientes, la razón es muy sencilla: yo era un estudiante de provincia, de recursos económicos escasos, no te-nía dinero con qué divertirme y para matar el tiempo estudiaba”. Era un decir, realmente era un magnífico abogado y a los 28 años era rico con el ejercicio profesional. Ese fue el escritorio Sequera. La otra cosa es que Sequera era un gran bibliófilo, formó la mejor biblioteca jurídica que ha habido aquí. Yo como muchacho em-pleado del escritorio, iba constantemente a los bultos postales a cargar paquetes de libros de las mejores editoriales jurídicas del mundo. Formó la mejor biblioteca jurídica que ha habido aquí.

¿Sobre qué tema versó su tesis de grado?

Mi tesis fue la primera que se discutió ante un jurado. Ver-só sobre la prescripción en materia penal, apoyado en aquella biblioteca fenomenal. El jurado estuvo constituido por el doc-tor José Joaquín González Gorrondona, que era vicerrector de la universidad; el doctor Antonio Gordils, que era el secretario de la universidad; un abogado famoso de la época, un jurisconsulto de alto nivel, el doctor Félix Angulo Ariza, que además era un latinista extraordinario; el doctor José Rafael Mendoza, que ya lo nombré, el mejor penalista de la época; y el único sobreviviente, el doctor Eloy Lares Martínez, nos encontramos a veces en actos sociales.

¿Qué calificación obtuvo su tesis?

Mi tesis fue premiada: La prescripción en materia penal. Al ju-rado le llamó la atención el apoyo bibliográfico. Claro, que yo estaba en el escritorio Sequera donde está la mejor biblioteca ju-rídica que ha habido en Venezuela. Ahí me gradué de abogado. Dos años después resolví formar tienda aparte, porque cuando uno se ha formado así, desde muchacho siempre es el muchacho dentro del grupo. Yo iba mucho al interior porque era muy afi-

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cionado a la cacería desde niño, primero con mi padre y luego ya yo solo, y conocía mucho el llano. Fui formando una importan-te clientela, particularmente de gente de provincia. Establecí mi oficina acompañado de un condiscípulo: el doctor Germán Bal-da Cantisani, también compadre mío, padrino de mi hija mayor, Carmen Teresa. Germán, como yo, también tenía una vocación militar frustrada, y ahí empezamos el experimento. Eso era para el año de 1943. Yo me había graduado en 1940.

Como de aquí en adelante vamos a hablar ya de mis primeras aventuras en la política, voy a volver a la época de estudiante, de manera de señalar algunas cosas que considero importantes. Va-mos a explicar algunas cosas sobre la universidad de la época. La Universidad Central de Venezuela se abría los años pares. Usted se graduaba de bachiller en junio de un año par, como me gra-dué yo en julio del 34, y en septiembre del 34 entré a la univer-sidad. Si se graduaba en un año impar tenía que irse a Mérida, que sí se habría los años impares, o dedicarse a otras actividades para esperar que se abriese la universidad. Esa costumbre preva-leció hasta el curso mío, ¿por qué? Porque se graduó también en el colegio La Salle, al año siguiente que yo, Eustoquito Gómez, hijo del general Eustoquio Gómez. Entonces los compañeros de curso de Eustoquito que iban a graduarse en año impar, el año 35 -no se iba a abrir la universidad- le pidieron una audiencia al general Eustoquio Gómez y le rogaron que interpusiese su oficio a ver si se podía abrir la universidad y no perder ellos el año. El general Eustoquio Gómez influyó y se abrió la universidad. Fue una cosa que benefició a las promociones posteriores, porque de allí en adelante sí se abrió en los años impares.

Otra cosa importante, es que el 17 de diciembre de 1935, muere el general Juan Vicente Gómez. Regresan todos los exi-lados políticos, entre ellos los estudiantes del 28 que se habían ido al exterior y entre los cuales estaban los que fueron después grandes líderes políticos, como Jóvito Villalba, Rómulo Betan-

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court. Ellos no se habían graduado y entraron a la universidad. Ya yo estaba en segundo año de Derecho, en el año 36. Allí se inscribió Jóvito Villalba y fuimos compañeros de curso. No nos graduamos juntos. Era la época del gobierno del general Eleazar López Contreras. Pero ellos chocaron con el gobierno del general López y fueron expulsados 47 dirigentes políticos, entre ellos al-gunos estudiantiles. A Rómulo Betancourt no lo pudieron expul-sar porque se escondió y fundó clandestinamente el PDN, que fue el antepasado de AD. Como dijo una vez en la constituyente del 47 Domingo Alberto Rangel: “desde las catacumbas del fren-te”. El segundo año se inscribió Jóvito, me acuerdo mucho y se inscribió también Rómulo Betancourt, aunque sólo en Sociología para darse la condición de estudiante y poder pertenecer a la Fe-deración de Estudiantes de Venezuela. Ese es un año de mucha politización en la universidad, porque se refunda la Federación, es la época de la edad de oro de Jóvito Villalba, como un tribuno de casta, un orador de plaza pública que sacudía a la audiencia. Varios compañeros nuestros como Luis Hernández Solís, Jóvito Villalba, González Cabrera, fueron expulsados en ese lote que salió al exterior. Me acuerdo que cuando presentamos los exá-menes en junio, ellos fueron sacados de la prisión y presentaron exámenes bajo vigilancia policial. Esa es la época en que va a producirse la gran escisión en la Federación de Estudiantes y va a surgir Rafael Caldera con la UNE. ¿Qué es lo que había pasa-do? La Federación de Estudiantes, nutrida en sus cuadros con muchos ideólogos del año 28 y grandes opositores al gobierno del presidente López, desataron una campaña que tenía algu-nos ángulos antirreligiosos, contra la Iglesia. Yo he sido siempre un católico, vamos a decir un pecador, pero con propósito de la enmienda siempre. La Federación de Estudiantes empezó con una orientación muy anticatólica. Por ejemplo, a monseñor Feli-pe Rincón González, el arzobispo, lo llamaban el “arzoníspero”. ¿Por qué? Porque monseñor Felipe Rincón González era muy amigo del general Gómez. El general Gómez sufría de las vías urinarias y una vez el arzobispo le escribió una carta aconseján-

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dole que tomase para eso cocimiento de semillas de níspero. Esa carta en los saqueos cayó en manos de alguien y la Federación de Estudiantes tuvo conocimiento, se divulgó y desde ese mo-mento al arzobispo lo llamaban el “arzoníspero”. Hubo un mitin en el Teatro Nacional, donde los oradores hicieron gala de espí-ritu más bien antirreligioso, anticlerical. Eso a mí me molestó un poco y soy el primero que se retira de la Federación de Estudian-tes, individualmente. Yo siempre he sido muy individualista. He sido independiente políticamente e ideológicamente, nunca he pertenecido a partidos políticos. Me retiré de la Federación de Estudiantes como quince días antes que se retirase Caldera y fundase la UNE. Yo nunca fui de la UNE. Fui amigo de Caldera, de Lorenzo Fernández y de Pedro José Lara Peña, los fundado-res de la UNE, pero nunca fui de la organización. Yo me retiré con una carta muy sencilla a Jóvito Villalba, que era muy amigo mío, donde le decía:

“Apreciado Jóvito:

En vista de las orientaciones que ha venido tomando la Federación de Estudiantes de Venezuela, creo que no debo permanecer en esa porque contraría mis convicciones religiosas. De manera que con mucho pesar presento mi renuncia”.

Al día siguiente publicaron eso en los periódicos, con un le-trero grande que decía: “maniobras jesuíticas”. Yo no tenía nada que ver con los jesuitas, yo era lasallista. Después sí fui amigo de los jesuitas, como lo soy ahora. Como a los quince días se retira-ron Rafael Caldera y el grupo que formó la UNE. Cada uno de ellos representaba a las tres congregaciones religiosas docentes: el doctor Rafael Caldera, a la compañía de Jesús, el colegio San Ignacio; el doctor Lorenzo Fernández, al colegio La Salle; y el doctor Pedro José Lara Peña, la orden salesiana. Yo permanecí independiente. Siempre he llevado muy buenas relaciones con todos los sectores.

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Voy a señalar algo que creo que debo hacer: cuando yo in-gresé a la universidad en septiembre de 1934, que fui a formular mi inscripción, la universidad de la época era muy sencilla, era la vieja casa colonial. En la oficina del rectorado estaba el escrito-rio del rector hacia un lado y el escritorio del vicerrector al otro lado. Estaba el doctor Plácido Daniel Rodríguez Rivero, tío del doctor Rafael Caldera, y estaba el secretario y vicerrector, doc-tor Caracciolo Parra León. Cuando después fui al escritorio de Caracciolo Parra para que me tomase los datos, me dice: “Gia-copini, ¿de Trujillo?”. Le digo: “no, yo nací en Caracas, pero mi padre sí es de Valera, del estado Trujillo, Mario Giacopini Ur-daneta”. El doctor Rodríguez Rivero que está leyendo ahí en su escritorio, levanta la vista y dice: “hijo de Mario Giacopini Urda-neta, quien fue mi secretario cuando yo era director de Sanidad Nacional. Me fue muy leal y muy eficiente. Bachiller, cuando termine de darle los datos al doctor Parra viene acá, para hablar con usted”. Cuando terminé allá me fui al lado, donde el doc-tor. Me dice: “mire, usted entra en una casa de estudios cuyo rector es el doctor Plácido David Rodríguez Rivero, que quiere mucho a su padre, porque su padre ha sido un gran amigo mío y cuando fue colaborador mío, lo hizo con mucha lealtad y con mucha mística. Usted para mí representa un caso especial, de manera que le voy a decir lo siguiente: dentro de esta casa de estudios, yo soy el rector. Yo voy a ser aquí las veces de su padre. Esa puerta queda abierta para usted a cualquier hora. Cualquier problema que usted tenga aquí en la universidad, usted entra y habla conmigo. Yo voy a hacer el papel de Mario, su padre. Y no sólo dentro de la universidad. Un muchacho joven como usted, estudiante, puede tener también problemas en su vida privada, que necesite un consejo, que necesite una ayuda, aún fuera del ámbito universitario. Usted consulta conmigo. Yo voy a hacer las veces de su padre. Ya lo sabe”. Yo recuerdo aquello con gran emoción y con gran gratitud. Una vez hablando con el doctor Rafael Caldera, que es amigo mío desde la época de estudiante, le conté esa anécdota. Se conmovió mucho y exclamó: “caramba,

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el tío”. Porque ocurrió que el año de 1923, nombraron director de Sanidad Nacional al doctor Plácido Daniel Rodríguez Rive-ro, un médico eminente de la época. Uno de los hombres que inclusive comenzó con las prácticas hospitalarias en Venezuela. Fundó un hospital no muy grande, porque la Venezuela de en-tonces no daba para más, en Puerto Cabello. Hospital-Clínica. Al frente estaba él. Lo nombraron director de Sanidad Nacional y nombró como su secretario a mi padre. Y nombró médico de ciudad, como se decía entonces, a mi tío, el doctor Octaviano Ur-daneta Amaya, el padre de los Urdaneta Giacopini, un médico eminente de Trujillo.

Usted está relatando aspectos fundamentales de la historia de la Sanidad en Venezuela.

Así es. Cuando el general Juan Vicente Gómez toma el po-der el 19 de diciembre de 1908, lo que existía en Venezuela era una oficina de salud pública creada bajo el gobierno del general Cipriano Castro, por iniciativa del famoso cirujano barquisime-tano Pablo Acosta Ortiz. Una oficina de salud pública adscrita a la prefectura del Departamento Libertador. Era prácticamente una jefatura civil, tenía rango de una jefatura civil. Cuando el general Gómez llega al poder, le quiere dar jurisdicción nacional a los programas de salud pública. Entonces convierte la oficina de salud pública en Dirección de Salud Pública, primero, y luego de Sanidad Nacional, dependiente del Ministerio de Relaciones Interiores. Ya entonces la sanidad abarca todo el país. Y ahí se van a suceder una serie de médicos eminentes: el primero fue el doctor Manuel de la Cabada; después estuvo el doctor Samuel Darío Maldonado, y la sanidad se tecnifica en Venezuela. Todos ellos fueron cumpliendo desde el primer momento una gran la-bor en materia de medicina preventiva y de salud pública. Pero la sanidad empieza a cobrar niveles ya técnicos cuando el gene-ral Gómez manda a becar a la Gran Bretaña a un joven médico de Zaraza, el doctor Luis Gregorio Chacín Itriago. ¿Y por qué lo

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manda a estudiar medicina preventiva y sanidad a la Gran Bre-taña? Porque el imperio británico, por su extensión geográfica tenía una serie de áreas que climatológicamente eran similares a Venezuela y tenían las mismas endemias, los mismos problemas de salud, los mismos problemas de parásitos tropicales. Cuando regresa Chacín Itriago tecnifica la oficina de sanidad y engancha con él al doctor Enrique Tejera, que había terminado sus estudios de Medicina en las ambulancias francesas durante las guerras del 14 al 18. Cuando vino acá empezó a trabajar con la compañía Shell y después se lo trajo Chacín Itriago a que lo acompaña-ra en la Dirección de Sanidad Nacional. Ahí se tecnificó la Sa-nidad, empezó el combate contra el Aedes Egipcies, el mosquito transmisor de la fiebre amarilla urbana, que era peligrosísimo. Se hicieron los grandes programas de “desratización”, se saca-ron los establos y las caballerizas del área urbana de la ciudad, porque eso era un criadero de moscas. Después, ya en el año 23, es Rodríguez Rivero director de Sanidad Nacional y para 1931, el general Gómez funda lo que se llamó el Ministerio de Salubri-dad, Agricultura y Cría. ¿Qué hace? Toma toda la materia de sa-lud pública que estaba adscrita a Relaciones Interiores, y toda la materia de agricultura: bosques, agua, conservación ambiental, que estaba bajo Fomento. Funde las dos cosas: Ministerio de Sa-lubridad, Agricultura y Cría. El primer ministro fue Juan París, de Maracaibo, que duró poco tiempo porque pasó a otro cargo. Luego nombraron a otro médico eminente que fue el doctor En-rique Toledo Trujillo.

La gente empezó a burlarse y a reírse de aquel híbrido atípico: Salubridad, Agricultura y Cría.

Ciertamente. Le llegó al general Gómez la noticia de que se reían y que criticaban aquello. El general Gómez dijo: “déjenlos que se rían, pero que recuerden que la primera condición para tener buena salud, es estar bien alimentado”. Ese es el Ministerio que llega cuando muere el general Gómez y va al poder el gene-

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ral López Contreras, que hace la dicotomía: Agricultura y Cría, y nombra ministro al doctor Alberto Adriani; Sanidad y Asisten-cia Social, y nombra ministro al doctor Enrique Tejera.

Ese Ministerio de Salubridad, Agricultura y Cría, otra de las cosas que inicia en Venezuela, son los estudios veterinarios. Se creó un curso para peritos agropecuarios con mucho énfasis en la veterinaria, que se fundó en Maracay, en el cual se graduaron muchos peritos que luego salieron al exterior y fueron médicos veterinarios: como Pablo Emilio Llamosas González, Gustavo Ribas Larralda, Iván Darío Maldonado. Como yo he sido muy aficionado a los caballos, conocí mucho a los cuatro grandes ve-terinarios que trajeron en esa época, antes de la muerte del gene-ral Gómez, que fueron: el doctor William Fölgessan, uruguayo, que era un gran experto en materia de equinos y lo absorbió la remonta militar; el doctor Rumigiere; el doctor Wladimir Kubes, argentino; y el doctor Willie Osott, chileno. Formaron la primera plantilla de veterinarios venezolanos, los iniciaron en la ciencia veterinaria y luego se graduaron muchos en el exterior. Toledo Trujillo estuvo en el Gabinete, hasta que murió el general Gómez.

Uno de los sanitaristas más calificados que ha habido en Ve-nezuela, ha sido el doctor Armando Castillo Plaza, un sanitarista del más alto nivel. Eso lo veremos con más detalle, cuando ha-blemos de mi desempeño político. Yo desempeñé después del 18 de octubre, dos cargos en materia de salud pública: fui consultor jurídico del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, y fui direc-tor de Gabinete de Sanidad y Asistencia Social. De la dirección de Gabinete pasé a la Constituyente del 47. Para esa época, 1947, debo anotar la circunstancia de que soy uno de los diputados sobrevivientes de aquella Asamblea. Afortunadamente no me vi en la necesidad de firmar una Constitución con la cual hubiese tenido las reservas que estoy expresando, porque al poco tiempo de estar ahí, desempeñándome en la Comisión de Defensa, se le presentó una situación muy delicada al gobierno, muy peligrosa:

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un gran frente revolucionario que acaudillaba el general López Contreras, a quien acompañaban el mayor Julio César Vargas que se había ido a la oposición, Pedro Estrada, Leonardo Altuve Carrillo, Jorge Pocaterra, el mayor Carlos Maldonado Peña, que habían sido de los del golpe del año anterior, del 11 diciembre de 1946 y se habían marchado al exterior. Ese frente revolucio-nario tenía sus reuniones en el Hotel Alamaca en Nueva York, y contaba con el apoyo del Gobierno de la República Dominicana, presidido entonces por el generalísimo Rafael Leonidas Trujillo y el Gobierno de la República de Nicaragua, presidido por el general Anastasio Somoza.

Usted actuó como director de Gabinete en la Sanidad.

Así es. Lo que sí les voy a decir a ustedes, las nuevas gene-raciones, es que como director de Gabinete, el doctor Castillo Plaza da los primeros pasos organizativos de la XII Conferen-cia Sanitaria Panamericana, que se celebró en Caracas el año 47. Ya yo no participé como miembro de la Conferencia, porque yo era secretario de la Junta Revolucionaria de Gobierno, pero sí como invitado especial. Tuve que estar en contacto en la fase organizativa, como director de Gabinete, con la Oficina Sanitaria Panamericana, con los departamentos de Salud Pública, los mi-nisterios de todo el continente. Yo me sentía, como venezolano, orgulloso y satisfecho de ver el respeto que Venezuela inspiraba en el ámbito internacional, inclusive a los americanos, como país avanzado en materia de Salud Pública y de Medicina Preventi-va. Pero era que teníamos una guardia dorada, que no se las voy a enumerar toda porque pasan de 60. Pero sí la voy a encabezar con el doctor Armando Castillo Plaza. Con los doctores Enri-que Tejera, Miguel Zúñiga Cisneros, Alfredo Arreaza Guzmán, Leopoldo García Maldonado, entre otros.

Los resultados de esa convención quedaron consignados en una colección que se llama Los Cuadernos Amarillos, yo la tengo

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completa, que es un monumento en materia de Medicina Pre-ventiva, de Medicina Tropical, de lucha contra las endemias tro-picales. De modo que ahí tienen un avance con respecto a mi vida política.

LA INCURSIÓN POLÍTICA

LA INDUSTRIA PETROLERA

Don José, usted como director de la Compañía Shell, crea el Departamento de Relaciones Públicas.

Siendo yo director de la compañía Shell de Venezuela, den-tro de mi área, entre otras cosas estaba el Departamento de Re-laciones Públicas, donde teníamos un buen servicio fotográfico, una unidad fílmica, teníamos todo lo que implica un Departa-mento de Relaciones Públicas. El de la Shell lo fundé yo.

El departamento tuvo una muchacha americana llamada Betty Lane, que tenía mucha vocación y mucho amor a su tra-bajo, ella misma era una buena fotógrafa y además llevaba im-pecablemente el archivo fotográfico. Ese personal calificado lo reuní con el director de personal. Escogimos gente de la compa-ñía que con su hoja de servicios, sus andanzas anteriores y sus conocimientos sirviesen para una disciplina como aquella. Yo trataba de estimularlos dándole importancia a su desempeño. Me interesó mucho el departamento fotográfico, que era muy modesto, pero que era un archivo muy bien llevado. Se me ocu-rrió desarrollar un buen departamento fotográfico, que no sólo registraría los acontecimientos de la compañía -retratos del per-sonal, retratos de directivos, de las plantas, de las instalaciones, de actos de inauguración, etc.- sino que también registraría fo-tográficamente cosas que en el futuro tuviesen importancia para la colectividad, aunque no fuesen directamente de la industria. Entonces fortalecí ese departamento en la forma siguiente: Con Betty Lane, muchacha que estaba trabajando allí con mucha

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honra y con mucha vocación; además, contratamos al rey de los reporteros gráficos, Luis Noguera, como miembro del personal e hicimos un contrato con un artista de la lente fotográfica, un rumano llamado Pedro Maxim, que se prestaba a colaborar con nosotros en forma especial, y a través de él registramos cosas verdaderamente artísticas.

Frente al Museo de Michelena, había una vieja casa, de esas casas del viejo Caracas como esta, donde vivió el general An-tonio Espinoza Pérez, el padre de los Espinoza Unda, que fue el último ministro de Guerra y Marina del general Ignacio An-drade. Porque cuando el avance de Castro ya estaba cercano, el ministro de Guerra titular era el general Diego Bautista Ferrer, de Oriente, un oficial muy distinguido, porque no era lo que lla-maban peyorativamente un “chopo de piedra”, sino que había seguido un curso de aplicación militar en Francia. Más aún, y hago esta digresión: el general López Contreras, me contaba que para él fue un maestro.

Volviendo a lo que decíamos del Museo Michelena: yo soy un gran aficionado a los caballos. Monté a caballo desde niño, porque me crié en hacienda y actualmente tengo 85 años. Monté hasta el año pasado. No lo hago porque la familia no me deja, creen que me puedo matar. Aunque a lo largo de mi vida como jinete he tenido accidentes de equitación como para matarme varias veces. Sin embargo, he salido ileso. A los que nos gustan los caballos, es como a los que nos gustan las mujeres. Algunas veces nos tumban, pero uno se vuelve a montar. Por ese interés que yo tengo en el mundo de los caballos, estoy suficientemente enterado de dos cosas: de que Arturo Michelena era un amante del caballo y montaba él mismo bien a caballo, y además el pintó extraordinariamente bien el caballo, que es un arte muy difícil. Ahí está por ejemplo la Pentecilea y el Vuelvan Caras, que están en el Círculo Militar. El pintar caballo es una cosa extremadamente difícil y voy a relatar aquí una anécdota. Estando yo como di-

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rector de la Shell me tocó fundar el Departamento de Relaciones Públicas, pues la Creole estaba fundando el de ellos también. Yo formulé toda la política, la filosofía, la doctrina de Relaciones Públicas de la Shell, que fue una cosa novedosa para la época y muy exitosa. Uno de los instrumentos para darle vigencia ante el público fueron los calendarios. Antes los calendarios de la Shell, eran una estampa litografiada con un cuadrito muy bonito y un pequeño calendario abajo, de esos que son como una libretica. Cuando razoné ante la directiva dije: “Yo aspiro a tener un ins-trumento que mantenga presente en la mente del público du-rante todo el año a la compañía Shell y a su emblema, la concha Shell”. El coronel Walter Forster que era el presidente de la Shell en ese entonces me dijo: “José entrevístese con el director de per-sonal, para que entre los dos escojan en el personal de la compa-ñía a aquellas personas que por los estudios que han hecho o las actividades que han realizado, los consideren ustedes aptos para realizar esa actividad. Y no tenga preocupación por el respaldo económico, nosotros necesitamos poner en pie nuestra institu-ción en Venezuela. De manera que usted eche adelante lo de los calendarios”. Y yo les dije: “miren, vamos a hacer un calendario que sea un formato igual todos los años. Hay que acostumbrar al público, que al ver desde lejos, aunque no pueda leer, digan: aquel es un calendario de la Shell”. Y usé el ejemplo del calendario de La Previsora. Es un calendario sencillo que usted lo ve des-de lejos y es de una utilidad enorme por los números. Entonces yo concebí el calendario de la manera siguiente: el formato se-ría siempre igual, lo que variarían serían las ilustraciones. Cada mes un cuadro distinto. Pero en el conjunto del calendario, los 12 meses serían sobre el mismo tema, con distintas escenas y lo único que cambiaríamos un poco sería la tonalidad del papel, en unos habría tonos amarillentos, en otros un tono café, otros verde claro, azul. Eso fue un éxito. Caímos en esto por lo de la pintura de caballos. Nosotros hicimos aves de Venezuela, flores de Venezuela, peces de Venezuela, orquídeas de Venezuela, pai-sajes de Venezuela, escenas históricas de Venezuela, copiando

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los cuadros de los grandes pintores. Y se me ocurrió un día un calendario de caballos, pero resulta que era muy difícil encon-trar un pintor de caballos. No me satisfacía nada de lo que me mostraban. Un día fui a una exposición de cuadros en el Club Venezuela, en la esquina de Mijares, y vi unos cuadritos de un pintor de caballos italiano residente aquí en Venezuela, llamado Antonino Traverso. Lo cité a una entrevista en mi oficina y le encargué el calendario de caballos que fue una belleza. Ese ca-lendario tenía caballos en libertad, caballos en el trabajo, caballos en el deporte, y teníamos los cuatro jinetes típicos de Venezuela a caballo, y con su atuendo particular, en cuadros distintos. Uno era un llanero con su atuendo domando un caballo. Otro era un hacendado de esos de los valles centrales de Aragua, de liqui-lique, panamá, y tal, en un buen caballo. Otro era un andino, remontando una cuesta con la chamarreta de lana, en el caballo, con un paisaje paramero, bello el cuadro. Y otro un jinete guaji-ro, un jinete indio, un cacique guajiro en un caballo precioso. Ese calendario fue muy bueno. Los cuadros originales se los regala-mos al regimiento de caballería Plaza N° 1. Los tenían allá en San Juan de los Morros, donde estaban acantonados.

Nos separamos de Arturo Michelena por el caballo, pero volviendo a él, estuvo ligado también al deporte hípico: el ca-ballo como centro de un espectáculo de masas. En Caracas, el general Joaquín Crespo, que era hombre de a caballo, en su pri-mer gobierno del 84 al 86 fundó un hipódromo en Sarría, que funcionó, pero del cual hay pocas noticias, yo tengo algunas. En su segundo gobierno en el año 97, funda el gran hipódromo de Sabana Grande, el cual sí tuvo bastante trascendencia y del cual se conserva bastante material. Ese hipódromo de Sabana Gran-de, estaba ubicado en lo que hoy llaman Las Delicias de Sabana Grande, más o menos calculo yo que por donde está el edificio de PDVSA. Y ese hipódromo sí tuvo trascendencia, porque allí era un espectáculo para la sociedad caraqueña. Allí tuvo caba-llos el mismo Arturo Michelena. Por supuesto, tuvo caballos el

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general Crespo, don Gustavo Sanabria, mi abuelo el general José Antonio Zárraga que era muy de a caballo. Podríamos contar la anécdota siguiente: originalmente las carreras se corrían con caballos criollos veloces. Pero creciendo la afición, quisieron re-forzar el espectáculo y empezaron a traer caballos de Trinidad, mestizos de pura sangre. Como se sabe, los ingleses a donde quiera que van han llevado su cultura: las carreras de caballos, el polo, el críquet y el whisky. En todo lo que ha sido dominio británico, ha habido hipódromo. Lo hay en Puerto España, en Jamaica, en Guyana. En Barbados se juega mucho polo, al igual que en Jamaica. De manera que ellos han llevado el caballo en deportes y en espectáculos también, a donde ha ido su bandera, y su dominio. Empezaron a traer de Trinidad caballos mestizos de pura sangre. Vino también personal de caballericeros: jockies trinitarios y venían pacas de pasto para alimentar esos caballos, para balancearles la alimentación. En Puerto España, existe una institución de mucha tradición que es Agricultural Imperial Co-rel, una institución que dedica gran parte de su esfuerzo al es-tudio de la ganadería y de la agricultura tropical. De tal manera que ellos han ensayado con el ganado de todas partes del tró-pico, con pastos, con plantas alimenticias del trópico. E impor-taron del Brasil lo que se llama el capin melao. Capin gordura, le dicen también los brasileros. Ya vamos a ver por qué esta-mos hablando de estas cosas. En las pacas de heno que trajeron para los caballos, de esos importados de Puerto España, vino la semilla de esa pajita que ustedes ven que cubre las laderas del Ávila, y que florece por el mes de noviembre y se ve como una alfombra morada, cubriendo los cerros. Del capin melao tene-mos que decir varias cosas. Primero que es una semilla invasora, de tal manera que del hipódromo de Sabana Grande conquistó todos esos cerros y usted la ve hacia La Lagunita, y tiene una característica que es la siguiente: una exudación aceitosa, oleo-sa, que produce un olor fuerte. De tal manera que los criadores de ganado lechero, los que operan una actividad lechera, no les gusta usar el capin melao como pasto, porque les puede dar mal

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gusto, mal sabor a la leche. En cambio, para engordar ganado sí es una maravilla. Esa secreción oleosa dicen que es repelente de la garrapata y de las culebras. En los potreros de capin melao, no abundan ni las culebras, ni las garrapatas. Otra característica que tiene por esa secreción, es que cuando se seca por el verano, tiene una combustibilidad extrema. Usted le tira un fósforo y es como pólvora. Eso tiene una ventaja y una desventaja. Como desven-taja, que si usted por ejemplo es criador, que tiene potreros de capin melao, no debe dejar que llegue el mayor rigor del verano, para quemar el potrero, porque se quema la semilla, hasta la raíz también. Esa es una característica que tiene ese pasto. Hay que cuidarlo así. Y la otra cosa es que como el capin melao, es muy combustible, se consume rápidamente. De tal manera que la can-dela del capin melao, no tiene la duración, ni la agresividad sufi-ciente para quemar los árboles, la vegetación alta. Él se consume rápidamente, no así el gamelote por ejemplo, que eso sí es una candela brava y agresiva. Como yo de muchacho cazaba en la sabana de Carabobo, con mi padre Mario Giacopini, que estaba empleado en Valencia, conocí a un ganadero de allí, un hombre importante, don Modesto del Castillo. Fue quien primero tuvo potreros de capin melao, especialmente sembrados para la for-mación de potreros. Y cuando cazábamos por esas sabanas, nos metíamos y salíamos con las botas como engrasadas.

Como decíamos, ese hipódromo de Sabana Grande sí tuvo bastante trascendencia para la época y concurrían ahí las fami-lias de Caracas y los aficionados a ver las carreras. Por cierto que las tribunas del hipódromo del Paraíso son las mismas del hipódromo de Sabana Grande, que se desmontaron y se arma-ron allá. El hipódromo del Paraíso funcionó hasta que surgió el de La Rinconada. Algún día podemos hacer una conversación sobre esos temas, que me son muy gratos y puedo extenderme en ellos.

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Pero volviendo a Arturo Michelena, ratifico lo que dije ante-riormente. Además de ser un gran pintor en general, era un gran aficionado al caballo y los pintaba muy bien.

Hago todo este circunloquio, para señalarles que dentro de ese plan de registrar cosas de interés para el futuro, cuando fue-ron a derribar esas dos casas, a las cuales estaba yo ligado senti-mentalmente. Esas casas, cuando las iban a tumbar, porque iban a hacer la avenida Urdaneta, como yo tenía tantos recuerdos de la zona por haber nacido y vivido aquí desde niño y además el kindergarten mío ahí en el colegio Chaves, mandé a Luis Nogue-ra, el rey de los reporteros gráficos a que me registrase con su cámara todos los aspectos arquitectónicos de las dos casas: la de Llaguno y la del colegio Chaves. Pero no solamente lo mandé a él, sino que lo mandé asistido con un arquitecto español que te-níamos en el personal de la Shell, para todo lo que significase las ayudas y consultas arquitectónicas, llamado el doctor Lino Vaa-monde, un hombre ilustradísimo. Le dije: “Dr. Vaamonde, usted me hace el favor y va con Luis Noguera, y lo asesora de manera que todas las tomas que se hagan desde el punto de vista arqui-tectónico, tengan un gran valor”. Y así fue, esas dos casas están registradas totalmente, fotográficamente. Cuando por allá, el año de 1962, por los cambios en la política petrolera del país, las compañías restringieron actividades, tratando de rebajar costos en las operaciones, cuando se van a rebajar costos en una empre-sa de esta naturaleza, una de las primeras cosas donde te cortan, es en aquellas actividades de la empresa, que no expresan en los balances económicos, ganancias monetarias. Y por supuesto que el departamento de Relaciones Públicas lo restringieron. Cuan-do íbamos a eliminar la unidad fílmica del departamento foto-gráfico, resolvimos regalarle el archivo fotográfico a la UCAB. Allá está y está muy bien organizado. En los años 90 yo estuve en contacto con el personal de la UCAB porque soy miembro del Consejo de Fomento, y les hablé mucho de mi experiencia con el archivo fotográfico. Ellos lo han ordenado muy bien.

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3.2. Tesis de los ciclos históricos

Delimitar los períodos de la historia de Venezuela ha sido una labor no siempre fácil para los historiadores. Al respecto encontramos diversas interpretaciones, las cuales no siempre coinciden. Don José, usted ha hablado en ocasiones sobre la tesis de los ciclos históricos. ¿Podría explicarnos en qué con-siste?

En la historia política de Venezuela se observa que cada 35 o 40 años se produce un cambio total, en que una generación de dirigentes desaparece, y se lleva consigo el ruedo político que ella creó y dentro del cual se desenvolvió y es reemplazada por otra generación de dirigentes más jóvenes, con destino histórico, con vocación de poder y que va a crear su propio modelo políti-co. Y es natural, porque las condiciones que encuentran los que llegan son diferentes a las que encontraron los que se fueron y los modelos políticos son adecuados a esas respectivas situacio-nes. ¿A qué se debe esto? Esto se debe al hecho de que en Vene-zuela no hemos tenido el acierto de diseñar un sistema político, un marco institucional propio. Nosotros estamos empeñados en vivir dentro de un marco institucional de origen anglo-francés que no se aviene con las características étnicas, ni con los proce-sos históricos, políticos y sociológicos que se han producido en nuestro país.

¿Se puede explicar mejor?

Vamos a remontarnos un poco en la historia, para que se vea en qué momento se produce esa pérdida de rumbo. Debo señalar que esta teoría particularmente, la estoy aplicando a la Venezuela Republicana de 1830.

¿En qué momento se perdió el concepto de cómo debían ser las instituciones por las cuales debíamos regirnos?

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Esto se puede aplicar a cualquier otro país de América La-tina, pero vamos a referirnos al caso concreto de Venezuela. Vamos a tratar de explicarlo. El hecho de que como detonante y posteriormente, a manera de reacción en cadena, se inicia y desarrolla el proceso independentista en nuestro país, es algo no generado aquí, y no ocurrido aquí. Es una consecuencia de la política europea del momento: Bonaparte en sus sueños de ex-pansión, secuestra a los Reyes de España, los lleva a Bayona, los hace abdicar, e invade con tropas francesas la península ibérica. Nombra a José Bonaparte Rey de España. Se baten en la penín-sula británicos y españoles contra franceses y entra en acefalía el imperio español. Faltando la autoridad del monarca, la fórmula más cabal para reemplazarla en estas tierras de América, o de Indias como se les llamó entonces, eran los cabildos. Esta insti-tución había venido de la península en las naves de la conquista y llevaba ya dos siglos echando raíces acá, en el Nuevo Mundo. Como dijimos anteriormente, faltando la autoridad del monarca, era la fórmula más cabal para reemplazarla.

Vienen entonces, en el caso de Venezuela, los hechos del 19 de abril de 1810 cuya consecuencia inmediata es la salida del Capitán General Vicente de Emparan y su reemplazo en el go-bierno por el Cabildo, que se constituye en una Junta Suprema, no independentista todavía, sino para administrar los Derechos de la Corona de Fernando VII.

Como en todo proceso revolucionario, surge un grupo de jóvenes activistas agrupados en la Junta Patriótica, una institu-ción que creó la Junta Suprema para fines del progreso nacional. Esa Junta Patriótica presiona a la Junta Suprema a llamar a elec-ciones. Vienen las elecciones, viene el Congreso de 1811, como consecuencia de ella la declaración de Independencia del 5 de julio y hasta allí la cosa marcha.

Con la comisión encargada de redactar nuestra primera Carta Magna, sancionada por el Congreso el 21 de diciembre

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de 1811, es cuando se pierde el sentido de cómo deben di-señarse las instituciones. Nuestra primera Constitución, por ser la de la Independencia, la hemos sacralizado y ha ejercido un poder determinante sobre todo el proceso constitucional posterior.

¿En qué se basa usted para cuestionar ese primer texto consti-tucional? Allí estaban los venezolanos más eminentes del mo-mento, los Roscio, los Ustáriz, los Tovar, los Blanco, etc.

Vamos a explicar mejor: quienes están haciendo la revolu-ción son los burgueses criollos de la Colonia, que era una clase bien informada y bien educada. Inclusive al barón de Humboldt cuando pasó por aquí le llamó la atención encontrar gente bien educada y bien informada, hasta en algunas pequeñas localida-des del interior. La comisión encargada de redactar la prime-ra Constitución: Juan Germán Roscio, Miguel José Sanz, etc.; pertenecen a ese estrato social que es donde hay noticias claras de los dos acontecimientos políticos más importantes que han ocurrido en la segunda mitad del siglo XVIII en el mundo occi-dental: la Independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa. Aquellos dos acontecimientos, pues, impactantes para la gente que se asomaba a una nueva situación política acá, da lugar a que esta comisión, para cumplir su cometido de redac-tar la primera Carta Magna del país, tome ejemplo de aquellos hechos importantes. Y entonces, “sin beneficio de inventario” como decimos los abogados, toman principios filosóficos de los enciclopedistas franceses, la trilogía de los poderes del barón de Montesquieu, la soberanía popular de Juan Jacobo Rousseau, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa, la Constitución Federal de los Estados Unidos; mezclan eso, y dicen: “esta es la Constitución de Vene-zuela”, que la sanciona el Congreso, como dijimos antes, el 21 de diciembre de 1811.

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¿Ahí se pierde completamente el rumbo?

Sí, aquella situación que se ha creado tiene dos fallas, dos debilidades. Primera falla: se toma un modelo nacido y produ-cido en el seno de sociedades étnicamente distintas, en países donde los procesos históricos, sociológicos y políticos han sido diferentes y se toma aquello para ponérselo como un sombrero a una nueva nación que va a surgir. Esa nueva nación es com-pletamente distinta, su sociedad desde el punto de vista étnico, su escenario desde el punto de vista de los procesos históricos, sociológicos y políticos que se han desarrollado en él. Entonces ¿qué pasa? Que aquello viene a resultar para esa sociedad un modelo totalmente exótico que va a provocar las resistencias y desfasamientos naturales. Esa es la primera falla.

Segunda falla: es que como dijo el mismo Montesquieu, “las instituciones y las leyes deben ser concebidas y redactadas de acuerdo a las sociedades donde se van a aplicar”. Y aquí la na-ción venezolana todavía no existe. Estábamos en el año de 1811, faltaba todo el proceso de la Independencia y todo ese reajuste histórico y dramático del siglo XIX para que se pudiese pensar en una nueva nación en los términos debidos.

De modo que aquello es un modelo que se va a aplicar en una nación que no existe todavía y que los autores de aquel modelo no saben cómo va a ser. No saben cuáles van a ser sus cualidades, no saben cuáles van a ser sus defectos, sus necesi-dades.

¿Es eso lo que ha dado lugar también a una inestabilidad ins-titucional crónica en el país?

Claro. Y uno de los hechos más palpables y que lo prueba de manera evidente es la circunstancia que nosotros en 150 años de vida republicana hemos tenido 26 constituciones.

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Detallemos cada una de estas.

Las tres constituciones del período independentista; la que hemos mencionado de 1811 sancionada por el Congreso el 21 de diciembre de ese año; la Constitución del Congreso de An-gostura de 1819; la del Congreso de Cúcuta de 1821, y ya esta-mos en la Gran Colombia en aquel momento. Las tres consti-tuciones conservadoras; la que produce el Congreso Constitu-yente de Valencia de 1830, que separa a Venezuela de la Gran Colombia; la de José Tadeo Monagas de 1857, de vida efímera, porque a Monagas lo derroca la Revolución de Marzo, cuya consecuencia inmediata es la Convención de Valencia que, a su vez, produce otra Constitución en 1858, también de corta vida porque termina la Guerra Federal con el triunfo de los federa-les y Venezuela entonces asume la forma de República Federal. Tenemos, entonces, la Constitución Federal de 1864; después viene la del septenio de Guzmán Blanco de 1874; la del quin-quenio de Guzmán Blanco de 1881, que en el léxico constitu-cional la llamábamos “La Suiza”, porque Guzmán Blanco en su alocución al Congreso dice: “el modelo en que estamos inmer-sos no es el adecuado, porque en vista de los principios franco-sajones que hemos venido aplicando no han tenido los resul-tados esperados, vamos a adoptar principios de la República Helvética”. Por eso se le llama a esa Constitución “La Suiza”, y el gran político de la época, don Vicente Amengual, se pone de pie y le dice: “General Guzmán, el proyecto es maravilloso, pero ¿dónde están los suizos?”. Después viene la de Andueza Palacio, en 1891; la de Joaquín Crespo, de 1893; las dos consti-tuciones de Cipriano Castro, de 1901 y 1904; las siete reformas constitucionales de Juan Vicente Gómez, la Constitución del año 1909, la de 1914, la de 1922, la del 25, la del 28, la del 29 y la del 31. La Constitución del general López Contreras del año 1936; la Constitución del general Medina, de 1945; la Constitu-ción del año 1947, de la Junta de Gobierno. Cuando don Rómu-

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lo Gallegos es derrocado, el estatuto constitucional provisorio por el cual se rigió la Junta Militar de Gobierno, presidida por el teniente-coronel Carlos Delgado Chalbaud, declaró vigente la Constitución del general López Contreras de 1936, con las reformas del año de 1945 del general Medina y reservó a la Junta la facultad de darle vigencia a aquellas previsiones de la Constitución del 47 que creyese conveniente. Posteriormente, vienen la de Pérez Jiménez, el año de 1953, la de 1961 del Pacto de Punto Fijo, a la cual yo le encuentro como defectos: primero, que el Estado se atribuye obligaciones que de antemano sabe que no puede cumplir; segundo, que es una Constitución, que por ser una de las mejores del mundo, es demasiado avanzada para el pueblo nuestro, para la sociedad venezolana.

De manera, ¿que nosotros no hemos tenido el juicio de diseñar constituciones acordes con nosotros?

Así es. Y luego viene la vigente, que es la “bolivariana”. Ahí tiene usted 26 constituciones en 150 años de vida republicana. ¿Qué le dice a usted esto? Que el traje no le sirve al sujeto. Que estamos dando palos de ciego todo el tiempo en materia insti-tucional. Nosotros no hemos tenido la seriedad de diseñar un sistema propio.

¿Asegura usted entonces, que las instituciones de Venezuela no son serias, no son acordes con la realidad, son pegadas con goma?

Así es. No son respetadas, no son respetables, carecen de continuidad y de solidez. Eso da lugar al hecho de que los acto-res en la escena, a falta de la solidez de las instituciones, adquie-ran un valor desproporcionado, y los actores son seres humanos y los seres humanos estamos sometidos a las leyes biológicas: 35 o 40 años es el lapso de vida útil de una persona, o de una generación.

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¿Treinta y cinco o cuarenta años es el tiempo que usted dice domina una generación política?

Correcto. En la historia de Venezuela o de la Venezuela Re-publicana, se ve de manera evidente, que cada 35 o 40 años una generación de dirigentes políticos hace crisis: se corrompe, se des-acredita, se desactualiza, envejece, muere, pierde capacidad para entender el nuevo país y por lo tanto para manejarlo. Esa genera-ción entra en obsolescencia, toma la picada, y va a desaparecer de la escena, llevándose consigo el modelo político que ella creó. Y va a ser reemplazada por una nueva generación emergente, que va con destino histórico y con vocación de poder, que va a la vez a crear su propio sistema político. Cosa explicable porque los que se fueron encontraron una situación determinada, a la que le dieron respuesta con el modelo que ellos crearon y que ahora se llevan. Y los que llegan van a encontrar una situación distinta, a la que hay que buscarle también otro modelo político. Generalmente no son acertados ninguno de los modelos políticos que se adoptan, y eso es lo que continúa haciendo de Venezuela un país sin seriedad constitucional. Sin continuidad en las instituciones.

¿Nos podría ilustrar su tesis con ejemplos históricos?

Cómo no. Cuando el Congreso Constituyente de Valencia de 1830, separa a Venezuela de la Gran Colombia, y nuestro país empieza a vivir ya con carácter individual dentro de la comuni-dad internacional, los dirigentes de turno son los generales de la Independencia. Han hecho la independencia y tienen derechos adquiridos para gobernar y gobiernan. Son, José Antonio Páez, Carlos Soublette, José Tadeo Monagas, José Gregorio Monagas. Son los creadores de la República, particularmente Páez.

¿Cuánto tiempo dura la hegemonía de los próceres?

Treinta y cuatro años que van de 1830 a 1864, cuando ha-biendo triunfado los federales, Venezuela adopta la estructura

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de República Federal y entonces emerge una nueva generación de dirigentes. Los próceres se van al olvido, con sus glorias de Carabobo, de Ayacucho, de Junín, y se llevan consigo el modelo político que ellos habían creado: la república centralista y cen-sataria. Los reemplaza una generación más joven, desligada del proceso emancipador. Los que nacieron durante él o después que él; como ejemplo podemos citar al mariscal Juan Crisóstomo Falcón, una de las figuras más preclaras de la Federación, que nace allá en la península de Paraguaná, en el hato de Tabe, en 1820 o sea, anterior a Carabobo. De manera que el general Fal-cón no tuvo la menor idea o por lo menos no participó en lo que fue la Independencia. Y así tenemos entonces a los hombres de la Guerra Federal, vamos a citar los más prominentes o los que nos vienen a la mente en este momento: Zamora, Falcón, Guz-mán Blanco, Alcántara, Joaquín Crespo, Matías Salazar, Venan-cio Pulgar, José Antonio Pulido, una generación completamente nueva, a la cual Guzmán Blanco posteriormente denominará li-berales amarillos.

¿Cuánto tiempo dura el grupo producto de la Guerra Federal ejerciendo el poder?

Duran en el poder 35 años, que se pueden contar desde 1864, año de la Constitución Federal, hasta el triunfo de Cipria-no Castro con la Revolución Liberal Restauradora, cuando cruza la frontera el 23 de mayo, a la cabeza de 60 hombres y en una campaña rápida, afortunada y bien conducida va a derrocar al gobierno del presidente general Ignacio Andrade. Entra en Ca-racas el 22 de octubre de 1899 y el día 23 va a recibir de mano del general Víctor Rodríguez la Presidencia de la República, el po-der, porque el general Andrade, titular del mismo, se había mar-chado al exterior. Y para citar en esta coyuntura un caso muy concreto y ejemplarizante de lo que estamos diciendo, el general Antonio Guzmán Blanco, que después de la Guerra Federal ha sido la figura más resaltante de la política nacional, muere en Pa-

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rís, en julio de 1899, de 72 años de edad, cuando dos hombres de 40 años: Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, el 23 de mayo pasaron la frontera y vienen marchando sobre Caracas.

¿Cuánto dura la revolución andina, con las características que la identifican y que la tipifican?

En principio, los gobiernos de Cipriano Castro y Juan Vicen-te Gómez suman 36 años, pero el gobierno del general Eleazar López Contreras, fue restaurador como los generales Castro y Gómez. Todo este proceso desde el triunfo del general Castro hasta la entrega del poder por el general López Contreras re-presenta una evolución dentro del sistema. Viene entonces un período más corto, que incluye el gobierno del general Isaías Medina Angarita y termina con la marcha al exterior, el 23 de enero de 1958, del general Marcos Pérez Jiménez.

¿Por qué este período es más corto?

Porque en el siglo XX, sobre todo en Venezuela, hay tres fac-tores que no existían en el XIX y que tuvieron que reconocerse entre sí y reajustarse de acuerdo a las nuevas circunstancias.

¿Cuáles fueron esos factores?

Primero, como consecuencia de los gobiernos de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez surge un Ejército Nacional cuyos cuadros de oficiales van a egresar de institutos docentes donde los estudios cada vez son más avanzados. Un Ejército Nacional subordinado a los poderes nacionales y sin ingredientes políti-cos.

Frente a eso van a surgir unos movimientos ideológicos doctrinarios que se van a materializar en partidos políticos en el siglo XX, como consecuencia de la desaparición de los partidos históricos, Conservador y Liberal, que eran partidos armados y

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eran en gran parte la causa de la guerra civil crónica por la que se disputaba el poder en los campos de batalla. Había un ejército conservador y un ejército liberal, o por lo menos los cuadros de oficiales para integrarlos, con la masa amorfa del pueblo más sencillo.

Entonces vamos a tener en el siglo XX dos cosas: un Ejército entre los poderes nacionales, tecnificado y sin ingredientes polí-ticos; y unos movimientos ideológicos doctrinarios: la social de-mocracia, el social cristianismo y el socialismo marxista, que dan origen a una serie de partidos políticos, siendo los tres más sig-nificativos: Acción Democrática, dentro de la social democracia; el COPEI, dentro del social cristianismo, y el Partido Comunista, dentro del socialismo marxista.

Estos dos factores: unos partidos sin fuerza armada y un ejército sin ingrediente político, se van a complementar con otro factor que no existía en el siglo XIX, que es el descubrimiento de una riqueza desconocida hasta el día anterior, como el petró-leo, que comenzó a transformar acelerada y hasta desordenada-mente todos los aspectos de la vida nacional. Estos tres factores nuevos hacen más corto el período que va del general Medina al final de Pérez Jiménez.

En el movimiento del 18 de octubre hay un intento no cons-ciente de regresar a la situación cívico-militar que había desapa-recido y se da la conjunción de Acción Democrática y un grupo militar insurgente. Pero ya los procesos formativos de los nue-vos oficiales y de los ideólogos y dirigentes políticos eran total-mente antagónicos entre sí y viene la ruptura el 24 de noviembre de 1948, con la caída del presidente Gallegos. Lo que va a ocurrir después de eso es una alternancia en el poder del grupo militar con el grupo político. Viene la Junta Militar del Gobierno que presidió el teniente-coronel Carlos Delgado Chalbaud, la Junta de Gobierno que presidió el doctor Germán Suárez Flamerich y

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el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez. Cuando el gene-ral Pérez Jiménez se marcha al exterior el 23 de enero de 1958, los grupos políticos que se han rehecho en la adversidad y que han hecho mea culpa de los errores cuyas consecuencias todos han sufrido, dan lugar, entonces, al Pacto de Punto Fijo, que es un pacto antimilitarista, en virtud del cual los partidos políticos organizados en ningún momento, aunque se hagan la oposición y tengan diferencias entre sí, llevarán las cosas al extremo de de-bilitar el sistema y sobre todo lograr que ninguna fuerza política reconocida y organizada se alíe con algún sector militar para una insurgencia. Ese es el Pacto de Punto Fijo.

Después vendrá la Constitución Federal. Primero viene el grupo militar que derroca al presidente Gallegos y luego el grupo de los políticos civiles, los partidos políticos que se han rehecho en la adversidad y toman experiencia. Logran mandar durante 40 años. Transcurridos esos 40 años se han producido los reajustes y los cambios histórico-políticos.

Esta tesis mía la conoce muy bien el doctor Ramón J. Velás-quez, con quien he conversado desde 20 a 30 años antes de pro-ducirse el cambio, le decía: Uds. verán que de acuerdo a la teoría mía el cambio del siglo va a significar la aparición de una nueva dirigencia política, la desaparición de la actual con su modelo político y la aparición de una nueva dirigencia, con otro modelo político. Esa es la tesis de los reajustes históricos.

Estos elementos son muy importantes para que las nuevas generaciones puedan entender. Partes de la historia de Venezue-la tendrán que rescribirlas, porque la han reformado completa-mente. ¿Qué es lo que ha ocurrido en Venezuela en el siglo XX? ¿Qué explicación lógica se le puede dar a todo un país rico en energía, petróleo, gas natural, hidroelectricidad, carbón, mine-rales valiosos como el hierro y el aluminio; minerales preciosos como el oro y el diamante; con una red hidrográfica estupenda

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para regadío, transporte y comunicación fluvial, hidroelectrici-dad con líneas aptas para la agricultura y la cría; donde se puede desarrollar una cría agropecuaria próspera que le daría al país algo de un gran valor estratégico como sería el autoabasteci-miento alimentario? Sobre esa actividad agropecuaria se podría también construir una agroindustria igualmente próspera hasta generar excedentes para la exportación. Todo ese conjunto de bondades que es muy difícil encontrarlas en cualquier continen-te consumadas.

Tenemos dos cosas adicionales excepcionalmente positivas, como son: la posición geográfica estratégica que asoma al Atlán-tico medio, que es la zona marítima más importante del mundo. Y un líquido llamado el petróleo con el que pagan directamente a la tesorería nacional.

Cómo se explica usted que en 40 años un país que tiene to-das esas características, que cuando es recibido por el grupo que toma el poder se encuentra solvente, sin deuda externa, con una obra de infraestructura en marcha que lo que necesita es seguirla complementando y aprovechando y, sobre todo, poniéndola a producir. ¿Qué ha pasado?

3.3. Venezuela en el siglo XX y sus antecedentes

Don José, retomemos un poco el comienzo de los liberales en el poder.

Los liberales irrumpirán contra el sistema conservador, ven-drá la Guerra Federal de los cinco años, triunfarán los federales, Venezuela adoptará la Constitución Federal de 1864, desaparece el poder de los próceres, que van al olvido con sus glorias. Du-rante esa época va a ocurrir lo siguiente: ahí se produce el gran cambio fundamental de la Venezuela republicana del siglo XIX. Aunque los federales han triunfado y se han hecho con el po-

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der, en estos cambios a veces las fuerzas derrotadas conservan suficiente fuerza para recuperar el poder. Aunque ya no se con-solidarán en él, porque la historia los ha sobrepasado y ya ellos representan una situación fuera de moda. Van a ser derrotados y van a ser reemplazados por la nueva ola que surgió. De eso tenemos el ejemplo con la recuperación del poder por los azules. Los próceres han sido reemplazados, sin embargo José Tadeo Monagas se pone a la cabeza de la Revolución Azul.

¿Quiénes eran los azules?

Surgieron durante el gobierno del mariscal Falcón, quien te-nía una personalidad interesante. Era un hombre magnánimo. Un temperamento más bien inclinado a la bondad. Pero al pa-recer no tenía vocación de poder. Dejaba encargado de la Pre-sidencia al alterno y se iba él a sus tierras de Falcón a montar a caballo, a cazar, era muy aficionado a las dos cosas, y a enamo-rarse por allá. Un país que acababa de salir de un conflicto bélico devastador como fue la Guerra Federal, necesitaba entrar en un proceso inmediato de reorganización y de recuperación. El país estaba desarticulado completamente y profundamente afectado en su economía y en su estructura social y política. Necesitaba un hombre que atendiese formalmente aquella situación y no fue Falcón. Eso da lugar a que un vasto sector del partido liberal, que lo respalda a él, se disguste con aquella situación y aban-done las filas de su partido para unirse con los conservadores a quienes ellos habían derrotado, para formar una tercera fuerza política que se llamó el partido de los azules.

¿Por qué tomaron este nombre de partido azul?

Se llamó así porque el único color de la bandera que que-daba vacante era el azul. Los liberales tenían como insignia el amarillo, los conservadores el rojo, y los azules, además de que estaba vacante el color, era la franja que unía a los otros dos,

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que era la aspiración del partido azul, una fuerza intermedia de consenso nacional. De tal manera que aquella nueva fuerza re-cupera el poder en 1868. La revolución azul estuvo encabezada en su última etapa por el general José Tadeo Monagas, quien no tiene ocasión de gobernar porque muere en la población del Valle, poco después de entrar en Caracas.

Luego viene una especie de enfrentamiento entre su hijo José Ruperto y un hijo de José Gregorio, sobrino de José Tadeo, el general Domingo Monagas. Prevaleció la corriente de José Ru-perto, quien va a ejercer la presidencia de los azules, durante un período de dos años, hasta 1870, cuando el general Antonio Guzmán Blanco los derrota en lo que se llamó la causa de abril.

Esas fuerzas que representaban en cierta forma el pasado son superadas por nuevos cuadros. Tanto generacionalmente como ideológicamente la situación del país ha cambiado. El gobierno azul es derrocado por los federales, a quienes luego Guzmán Blanco etiqueta como liberales amarillos. Desaparece el gobierno de los azules después de esos dos años de gobierno, y se consoli-da en el poder el nuevo movimiento: el federalismo y el liberalis-mo amarillo, con Guzmán Blanco que es la figura trascendental que produjo la Guerra Federal, y que gobierna en tres oportuni-dades. Lo que se llamó el septenio, o sea de 1870 a 1877...

¿Cómo se compone el septenio?

Se compone de tres años de gobierno de facto, al comienzo, y luego cuatro de gobierno constitucional, el período de cuatro años de la Constitución Federal. Pero en 1874 modifica la Cons-titución Federal y reduce el período a dos años.

¿Por qué reduce el período a dos años?

Porque Guzmán Blanco amaba mucho a París, donde tenía una buena residencia. Pensó reducir el período a dos años, que

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él pasaría descansando en París y regresaría luego a tomar nue-vamente el poder.

Dentro del marco del liberalismo amarillo y de la figura vi-gorosa del general Antonio Guzmán Blanco se van a suceder en las últimas décadas del siglo XIX una serie de acontecimientos políticos y van a rotar por el poder diversos miembros del par-tido liberal amarillo: Linares Alcántara, que choca con Guzmán porque intenta alargar el período presidencial, es decir, intenta reestablecer la vigencia de la Constitución Federal con su perío-do de cuatro años, porque realmente en dos años ningún gober-nante tiene tiempo de hacer nada. Luego de Linares Alcántara viene el quinquenio de Guzmán Blanco, desde el año 1879 has-ta 1884, dividido en un año de facto, un primer período de dos años como decía la Constitución, y una reelección por un segun-do período de dos años, lo que da el quinquenio del 79 al 84. Ahí viene la primera presidencia del general Joaquín Crespo, un bie-nio. El general Crespo, terminado su período, entrega el poder al general Guzmán Blanco, que había salido electo nuevamente, para lo que se llamó el bienio o La Aclamación de Guzmán, que es el período que va desde el 86 al 88.

Guzmán Blanco, que era un hábil político, percibió en el am-biente, que ya él estaba saturando un poco al país y a la opinión pública. No terminó realmente de ejercer los dos años, sino que se marchó a Europa y dejó encargado al general Hermógenes López, que terminó el período. Sin embargo, Guzmán Blanco desde Europa seguía siendo el gran elector, y le iban a consultar allá.

Guzmán había percibido en Crespo algunas limitaciones ad-ministrativas y políticas, y creyó al mismo tiempo, que ya era conveniente que el partido liberal empezase a llevar al poder a gobernantes civiles. Por eso recomienda como candidato al doc-tor Rojas Paúl, que va a ejercer la presidencia desde 1888 a 1890.

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A Rojas Paúl lo sucede otro gobernante civil, el doctor Raimun-do Andueza Palacio, para el período 1890-1892.

Allí Crespo rompe con Guzmán Blanco, porque no lo ha apoyado. Andueza también había reaccionado contra Guzmán y se había vuelto a presentar el mismo problema que con Linares Alcántara, que intentó reformar la Constitución para alargar el período a cuatro años. Por eso hablan del continuismo de An-dueza. Pero Crespo, que tenía vocación de poder y ya lo había probado, resolvió levantar la bandera revolucionaria.

Le llama la Revolución Legalista, porque está Andueza aten-tando contra la Constitución. Crespo, que era un buen guerrero, derrotó a las huestes de Andueza Palacio y gobierna, primero de facto y luego constitucionalmente, hasta el año 97. Vienen las elecciones y va a venir otro gobernante, que no era civil porque era el general Ignacio Andrade, pero que tenía la empacadura de un presidente civil, aunque se había batido en la guerra. Crespo respalda la candidatura de Ignacio Andrade, es la candidatura oficialista. Y se lanza como candidatura de oposición la candi-datura del José Manuel Hernández, al que llamaban el Mocho Hernández.

Andrade, sabiendo que tenía el respaldo de Joaquín Crespo, que era el caudillo de turno y de poder indiscutible, se quedó sin hacer un esfuerzo especial en pro de su candidatura.

Por su parte, el Mocho Hernández en el exilio, había visto las elecciones presidenciales de los EE. UU. en las que el presi-dente iba por los pueblos, le pasaba la mano a la gente, comía con ellos. Él hizo más o menos lo mismo. El Mocho Hernández llegó a tener una popularidad tan grande, que era una especie de veneración.

El Mocho Hernández consideró que le habían hecho fraude. Se levantó en armas y viene lo que se llamó la Revolución de

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Queipa, que era la hacienda de Luis Loreto Lima, allá en Carabo-bo. Muere Crespo en la Mata Carmelera y el Mocho es derrota-do por Ramón Guerra, que también se alza contra el gobierno de Andrade. Andrade domina el alzamiento de Ramón Guerra, pero viene luego el alzamiento de Castro, que es la Revolución Liberal Restauradora.

Tan pronto triunfa el general Cipriano Castro sobre Andra-de, nombra ministro de Fomento al Mocho Hernández, el día 25 de octubre. El 28 renunció al Ministerio y se alzó con el general Samuel Acosta, que era el comandante de la Guarnición de Ca-racas. Entre los militares que salieron a perseguirlo estaba Pan-cho Alcántara, que iba bajo las órdenes del viejo general Esteban Chalbaud Cardona. Me decía Pancho Alcántara, que en el Llano, el prestigio del Mocho era muy fuerte, particularmente en toda esa región de Carabobo y Cojedes. Llegaban ellos a las casas de los hatos y a los caseríos y encontraban los retratos del Mocho Hernández alumbrados con velas como se alumbra a José Gre-gorio Hernández.

¿Quién era Castro? ¿Cuál era su historial como político y mi-litar?

El año de 1888, siendo gobernador del Gran Estado Los An-des el doctor y general Carlos Rangel Garbiras, nombró al gene-ral Cipriano Castro como gobernador de la Sección Táchira del Gran Estado de Los Andes. Castro se distinguió mucho por su manera de gobernar y por su manera de hablarle a la gente. De tal manera que ganando prestigio viene acá al Congreso de An-dueza Palacio como diputado por el Gran Estado Los Andes y su sección Táchira. Suscribe la política de Andueza de alargar el período constitucional y se cuadra con la tendencia y con los pla-nes de Andueza. De tal manera que cuando estalla la Revolución Legalista de Crespo, hay también alzamientos de partidarios de esa revolución en el interior.

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El doctor Andueza Palacio envía dos jefes militares a Los Andes, a dominar el legalismo que ha estallado allá. En Trujillo se han alzado los Araujo y los Batista en favor de la Revolución Legalista, a pesar de que son conservadores. El doctor Victorino Márquez Bustillos, que era el presidente del Gran Estado Los Andes se pronuncia también por el legalismo, y en el Táchira se alzan Espíritu Santo Morales y el viejo Esteban Chalbaud Car-dona.

Las dos figuras militares que Andueza manda a Los Andes a dominar la revolución son: por tierra, por la vía de Barquisi-meto, el general Diego Bautista Ferrer, con un cuerpo de ejército importante para que bata a los alzados allá en Trujillo; y por Ma-racaibo manda al general Cipriano Castro, investido con el cargo de jefe militar y político para batir allá en el Táchira a la revolu-ción. Cuando el general Castro llegó, encontró que ya el general José Rosario González estaba combatiendo a los alzados y tenía incorporado a sus tropas al general Gómez, a quien ya Castro lo conocía bien. Reconoce la jefatura de Castro, que va investido por el presidente de la República. Entre tanto, los Araujo y los Batista habían mandado un fuerte cuerpo de ejército al Táchira: 5.000 hombres bajo el mando de los generales Pedro Araujo y Blas Briceño, a quien llamaban el Chato Briceño. Invaden el Tá-chira desde Trujillo con 5.000 hombres y ya está la revolución dominando allá cuando Castro entra por los pueblos del norte, derrota en El Topón a ese ejército que se replegó y se retiró a Tru-jillo nuevamente. Luego sigue hacia el interior del estado, derro-ta a Espíritu Santo Morales, a Esteban Chalbaud Cardona y ya cuando entra a San Cristóbal tiene un ejército de 2.000 hombres con los que llega hasta Mérida, donde pudo ser el primer intento de Castro por tomar la Presidencia. Estamos hablando del año 1892. Pero cuando llega a Mérida, el comisionado de Andueza, el general José María García Gómez le dice: “Ya Crespo tomó el poder, Andueza se fue al exterior. De manera que aquí ya no hay nada que hacer. Licencie a su ejército”. Castro licencia a su

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ejército y se va junto con el general Gómez al exilio, al norte de Santander, a la zona de Cúcuta donde adquieren dos haciendas: “Buenos Aires”, el general Gómez, y “Bella Vista”, el general Castro. Permanecerán ahí exilados, desde la caída de Andueza, hasta que Castro se alza en el año 1899. Con eso termina el siglo XIX.

Don José, ¿qué significó la Revolución Liberal Restaurado-ra, que trae al poder al general Cipriano Castro, y también al general Juan Vicente Gómez, que era el segundo de aquella empresa revolucionaria que incorpora a Los Andes a todo el territorio nacional?

Los Andes era una región que se había mantenido un poco aparte del acontecer político y militar del país. Venezuela en aquella época era un país no consolidado, en proceso de integra-ción. Este proceso de integración se había producido en un sen-tido horizontal o geográfico, y vertical o social. Eso es debido al origen mismo de nuestra territorialidad. En 1777, el Rey Carlos III, por cédula real agrupa en una sola entidad -la Capitanía Ge-neral de Venezuela- a lo que eran gobernaciones desarticuladas entre sí: Caracas o Venezuela; Cumaná o Nueva Andalucía; las islas de Margarita y Trinidad, que eran gobernaciones; Guaya-na, Maracaibo, que tenían en el trasfondo Los Andes, Barinas y Apure. La voluntad del monarca de unir todas estas entidades en una sola no fue suficiente para superar desde el primer mo-mento las circunstancias de que aquellas gobernaciones llevaban ya prácticamente dos siglos viviendo independientemente unas de otras, formando personalidades, sentimientos e intereses lo-cales.

Esos localismos son los que luego se reflejan en la vida repu-blicana del país como los regionalismos: cuando se habla de los andinos, de los orientales, de los llaneros, de los zulianos. La in-tegración se había venido produciendo desde la Independencia

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y a lo largo del siglo XIX. Había quedado como última etapa la incorporación de Los Andes, donde se había venido creando un potencial de fuerza que en un momento dado encontró una ex-presión concreta, militar y política en la persona de un caudillo local, el general Cipriano Castro.

Es la Revolución Liberal Restauradora, la toma del poder. El general Castro entra a Caracas el 22 de octubre de 1899 y recibe el poder del general Víctor Rodríguez, que ha quedado encarga-do de la Presidencia, porque el titular, el general Ignacio Andra-de, se había marchado al exterior.

El expresidente Raimundo Andueza Palacio era ministro de Relaciones Exteriores. El Mocho Hernández, de Fomento. Gobernador del Distrito Federal, por muy poco tiempo, fue el general Juan Vicente Gómez. Pero digo muy poco tiempo, por-que se presentaron en el Táchira disensiones entre sus mismos partidarios. Un hermano del general Castro, el general Celestino Castro, había quedado como presidente del estado y una parte de los seguidores de la revolución no estuvo de acuerdo. Como el general Gómez, ya desde esa época tenía fama de ser un gran armonizador, lo envían al Táchira y arregló las cosas de mane-ra extraordinaria. Desarrollando así un prestigio personal allá enorme. Al extremo de que el general Castro parece que sintió un poco de celos y lo hizo venir nuevamente. Pero cuando salió de la Gobernación no lo reemplazó ni con un andino, ni con un militar de la Restauradora, sino que nombraron al general Julio Sarría, que era de acá del centro.

Él (Gómez) lo hace prisionero (al Mocho Hernández) y vuel-ve a La Rotunda, de donde lo había sacado personalmente el ge-neral Castro. El general Celestino Peraza, que lo han pasado de la Secretaría de Gobierno al Ministerio de Fomento, en reempla-zo de Hernández, se alza en el Guárico. Lo derrotan las tropas del gobierno y va preso también.

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Entonces se observa, que en julio de 1901 se produce por la frontera del Táchira la invasión del doctor y general Carlos Ran-gel Garbiras con un contingente de conservadores venezolanos -lo que se llamaba entonces Liberales Nacionalistas- apoyados con cinco batallones de línea colombianos. Se estrellaron frente a San Cristóbal, defendida por la flor y nata de los oficiales de la Res-tauradora. Inclusive ahí murió el general Rosendo Medina, el padre del general Isaías Medina. Además de eso, hay alzamien-tos allá en oriente: Nicolás Rolando, Pedro Julián Acosta. Y a todos al detal los van batiendo las fuerzas gubernamentales.

La Revolución Liberal Restauradora de Cipriano Castro es uno de los hechos históricos más importantes en la historia polí-tica del país; no es simplemente el episodio bélico de los 60 hom-bres que cruzaron la frontera y el ejército vencedor que entró en Caracas el 22 de octubre. Además, significa el comienzo de un verdadero proceso dinástico, donde se van a suceder en el poder -con el pequeño paréntesis del trienio del 18 de octubre del 45 al 24 de noviembre del 48- cinco presidentes militares activos, hombres que se caracterizaron por entender la función del go-bierno como la necesidad de crear un país, de construir un país. Las mismas etiquetas con que ellos identificaron sus procesos políticos y militares indican aquella manera de pensar. Había que restaurar un país devastado por la guerra civil. Sus prin-cipios: “nuevos ideales, nuevos hombres, nuevos procedimien-tos”. Había que romper con el pasado. Hay similitud con lo que está ocurriendo en este siglo.

El primer intento del general Castro es llevar a cabo una po-lítica de conciliación nacional. De tal manera que su primer Ga-binete no incluye ni andinos, ni oficiales de la Restauradora. Eso le dio pie a muchos adversarios del general Castro para decir que en cierta forma era inconsecuente con los principios básicos de la revolución: “nuevos ideales, nuevos hombres, nuevos pro-cedimientos”.

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Ese intento de conciliación nacional falló y no fue por culpa del general Castro, sino que los hombres que constituían aquella oligarquía militar y política que venía manejando el acontecer nacional desde los días de la Independencia se dieron cuenta de que estaban frente a un nuevo caudillo, que les había entrado sorpresivamente por la puerta del fondo y les había arrebatado el poder, y además era un hombre de carácter recio. Entonces empiezan a abandonar al general Castro y comienzan una serie de disensiones.

Se inician en el Gabinete mismo: el general José Manuel Her-nández, el Mocho, ha sido nombrado ministro de Fomento el día 23 de octubre. El día 28 renuncia al Ministerio y se alza con el general Samuel Acosta, que era el comandante de la Guarnición de Caracas, partidario de él y se van al interior y hacen un largo recorrido por el territorio nacional, hasta que el general José An-tonio Dávila los derrota en Tierra Negra.

El año 1900 y el 1901 son pródigos en una serie de alzamien-tos, no articulados entre sí. Pero a fines de 1901, se condensa ya el gran frente que fue la Revolución Libertadora, el movimiento armado más grande que ha visto Venezuela después de la Inde-pendencia y de grandes consecuencias históricas, ya que Cipria-no Castro, primero, y Juan Vicente Gómez, después, desangran al caudillaje vernáculo, lo dejan sin posibilidades de nuevas in-surgencias organizadas y desacreditados militarmente ante sus seguidores y ante el país.

Háblenos un poco más de las consecuencias de la Revolución Libertadora.

Cuando el general Castro llega a la capital se encuentra con las arcas nacionales exhaustas. Pide un préstamo a los banque-ros y se lo dan. Piensen cómo eran las magnitudes de la época: 500.000 Bs. Aquello se evaporó en poco tiempo, en un país de-

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vastado por la guerra. Pidió otro préstamo y se lo niegan. Enton-ces mete a los banqueros presos en la vieja cárcel de Caracas, lo que se llamaba La Rotunda. Y de allí los lleva entre dos filas de soldados a pie hasta la estación del ferrocarril en Caño Amarillo, con el objeto de enviarlos en tren a La Guaira y de allí embarca-dos al castillo de San Carlos, en la barra de Maracaibo. Cuando los banqueros ven en la estación del ferrocarril que la cosa va en serio, llamaron a parlamento. Vino el arreglo, salió el préstamo. Pero el general Manuel Antonio Matos, una de las grandes figu-ras del Banco de Venezuela, resolvió comprometer todo su pa-trimonio para sacar del poder a Cipriano Castro y a sus andinos.

¿Quién era Manuel Antonio Matos?

Era una figura de las más importantes de aquel momento en la vida nacional. Era nativo de Puerto Cabello, había tenido ac-tuación política anterior, inclusive de rango ministerial. Social-mente era casado con doña María Ibarra Urbaneja, la hermana menor de Ana Teresa Ibarra, la esposa del presidente Guzmán Blanco. Y además era un hombre adinerado, con un gran pres-tigio en lo económico, tanto nacional como internacional. Este hombre resuelve enfrentarse con el general Cipriano Castro. Compromete todo su patrimonio y detrás de él se agrupan los intereses extranjeros existentes en ese momento en Venezuela, que vistos con la óptica de hoy serían minúsculos, pero que en aquella Venezuela aldeana, pequeña, pobre, se veían desme-suradamente poderosos y grandes: la Nueva York Bermúdez Company, concesionaria del lago de Asfalto de Guanoco, la Compañía del Cable Francés, la del Ferrocarril Alemán y la del Ferrocarril Inglés.

Debo decir en honor al general Matos, que fue muy amigo de mis abuelos, que aquella colaboración ofrecida por las empre-sas extranjeras no fue a cambio de una contraprestación que él les ofreció, sino que fue una coincidencia de objetivos. Esta gente

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ya le había tomado temor al general Castro, a su carácter iras-cible, fuertemente nacionalista. Estaban preocupados. Ese bino-mio general Matos-intereses extranjeros, se va a conjugar con el caudillaje de la Venezuela vernácula, pero no andina: los gran-des caudillos de oriente, de Guayana, del centro y del occidente no andino, con algunas excepciones en un sentido y en el otro.

Eso fue la Revolución Libertadora, el núcleo que ya está con-solidado para la segunda mitad de 1901. ¿Cómo va a comen-zar esto? El general Matos con dinero que le da la New York and Bermúdez Company, adquiere en Europa, en Inglaterra, un vapor llamado el Ban Righ, que posteriormente en alta mar le cambiarían bandera y el nombre por El Libertador. Lo compraron a través de un agente colombiano, porque el gobierno conserva-dor de Colombia estaba enfrentado al gobierno de Cipriano Cas-tro. El Ban Righ sale de Inglaterra, cargado de parque para venir a sembrar ese parque a lo largo de toda la costa donde están los caudillos tradicionales esperando. La revolución comienza en su fase bélica el 19 de diciembre de 1901, cuando el general Luciano Mendoza, presidente de Aragua -la capital era La Victoria- se le-vanta en armas. ¿Por qué se alza Luciano Mendoza, inclusive un poco prematuramente, de acuerdo a los planes que tenían? Por-que el ministro de Guerra y Marina, general Ramón Guerra, es-taba comprometido con la revolución. Y cuando llegan noticias al gobierno de que el Ban Righ viene navegando, él se sintió muy incómodo en las reuniones de Gabinete donde se iba a tratar el tema. Entonces se fingió enfermo y se marchó. Se fue al balneario de Las Trincheras. Ya los agentes del general Castro tenían sufi-cientes elementos de información y de juicio y lo hicieron preso. Cuando Luciano Mendoza ve que hacen preso al general Ramón Guerra, dijo: “el segundo preso soy yo”, y se levantó en armas.

Castro ese día reúne en Miraflores a todo su alto mando mi-litar y a su oficialidad, para escoger el hombre que va a ir a pe-lear con Luciano Mendoza. Debo decirles que Luciano Mendoza

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en ese momento era el militar de más prestigio en Venezuela en todo el ámbito castrense, porque había derrotado al general Páez, en el último gobierno de Páez, por acá, cerca de Petare, en un lugar que llaman Chupulún. Entonces, el hombre que derro-tó a Páez, es un coloso militar de la época.

Con gran sorpresa para todos Castro escoge como jefe que va a combatir a Luciano Mendoza al general Juan Vicente Gó-mez. ¿Sorpresa por qué? Porque el general Gómez, aunque ha venido de segundo jefe de la Revolución Liberal Restauradora, ha venido en función logística. No ha mandado unidades de combate, no ha dirigido acciones de guerra, está ocupado de la función logística, administrativa.

Ese día el general Gómez, ya seleccionado por el general Castro, se reúne con los oficiales que lo van acompañar en esta empresa. Se reúnen en su casa de Bella Vista que está en una co-lina al lado de Villa Zoila. Esa fue la casa que adquirió el general Gómez cuando llegó la Revolución Liberal Restauradora triun-fante, fue su casa particular. Se reúne con la oficialidad, que va a salir con él en campaña y les dice: “bueno, mañana salimos a pe-lear con Luciano Mendoza. Si Luciano Mendoza derrota a Juan Vicente Gómez, no ha pasado nada, también derrotó a Páez. ¿Y si Juan Vicente Gómez derrota a Luciano Mendoza?”, y dejó la pregunta sin respuesta, en el aire.

Al día siguiente salió con su gente por ferrocarril. Llegó has-ta Cagua. Luciano Mendoza que estaba en Villa de Cura, al saber que avanza el general Gómez hacia allá lo viene a esperar en los callejones de La Puerta. El general Gómez le pone enfrente una fuerza de fijación que empieza a simular que es un combate serio lo que van a empeñar, y guiado por conocedores del terreno los flanquea con el grueso del ejército y le sale por retaguardia y lo derrota completamente.

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Decía el general Gómez -esto me lo contaba Florencio, su hijo- que esa noche en su campamento de Villa de Cura, por ha-ber él derrotado al hombre que derrotó a Páez, tuvo el presenti-miento de que sería presidente de la República, de que goberna-ría a Venezuela.

Ahí se va a poner en evidencia también una de las virtudes militares del general Gómez: la persecución inmediata y activa del enemigo derrotado. Va detrás de Luciano Mendoza que bus-ca ir hacia el Guárico, hacia el pueblo de Ortiz, le tira detrás una sagrada de caballería, comandada por el coronel Secundino To-rres, que lo alcanza, porque Luciano Mendoza llega a Ortiz, pero como sabe que va perseguido, busca entonces hacia occidente, hacia los llanos de Cojedes, donde estaba el general Luis Loreto Lima, que también era partidario de él. Lo alcanza, pues, Secun-dino Torres, en el río Tiznado, y le pega otra derrota. Y sigue hacia occidente Luciano Mendoza y ya no regresó, sino cuando vinieron a pelear a La Victoria a fines ya de 1902 con los grandes jefes de occidente: Gregorio Segundo Riera, Amábile Solagnie.

De ahí sigue el general Gómez hacia el llano y cuando está en Ortiz le dicen que en Aragua se ha alzado el general Antonio Fernández y que lo está esperando para batirlo en la ruta de re-greso. Pide que le consigan un baquiano que conozca bien los caminos de Aragua y le llevan a un hijo natural del general Cres-po. Le dice: “¿Usted y que conoce bien los caminos?”. “Sí, cómo no general”. “¿Usted me puede llevar a los valles de Aragua, por caminos excusados, evitando ir por el camino real?”. “Inmedia-tamente, cómo no”. “Bueno, póngase adelante”.

Le salió a Antonio Fernández por la retaguardia, como ha-bía hecho con Luciano Mendoza y lo derrotó completamente. En ese combate se le quebró la espada al general Gómez, porque subiendo una cuesta -el era un hombre pesado- se resbaló y para no desbarrancarse clavó la espada y se le quebró. En ese momen-

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to le trajeron la espada de Antonio Fernández, que había salido derrotado y había abandonado la mula, la espada, los binóculos, todo. Ahí se va iniciando el general Gómez en lo militar.

Inmediatamente, sin regresar a la capital, tiene que ir a la sierra de Carabobo, donde se han levantado en armas los gene-rales Guillermo Barráez y Augusto Lutosqui, a quienes también derrota. De allí tiene que acudir a los llanos de Cojedes, donde está alzado el general Luis Loreto Lima.

Luis Loreto Lima era el mejor jefe de caballería que quedaba en el llano, en el alto llano. Lo llamaban el general de las cinco L: Luis Loreto Lima Lanza Libre. Era terrible con sus cargas de caballería. El general Gómez entra con sus infantes a los llanos de Cojedes por los caminos ganaderos y comprende que va en una situación muy vulnerable, con el dominio que tiene el ge-neral Lima de la llanura y con sus jinetes. Entonces se refugia en El Tinaco, donde pone en las casas de las afueras, algunos puestos avanzados. Luis Loreto Lima empieza a hacer alardes con la caballería en las sabanas aledañas, provocando la salida del general Gómez. Pero Gómez no solamente no sale, sino que recoge las avanzadas, se concentra en el pueblo y se prepara a resistir particularmente en las construcciones sólidas que hay en el centro del pueblo. Loreto Lima, cuando lo ve que se recoge al pueblo, cree que es que le tiene miedo y comete una locura: tira una carga de caballería por las calles del pueblo y la infantería andina atrincherada ahí en las barras de los corrales, en las boca-calles, armadas con 71-84 máuser de 10 tiros, barrieron a la gente de Luis Loreto Lima, que cayó herido gravemente.

Cuando el general Gómez supo que estaba herido el jefe ene-migo, fue personalmente a atenderlo y le dijo: “para usted todas las garantías. Lo voy a mandar a su casa de familia en Valencia para que lo curen allá, y lo van a llevar sus mismos oficiales”. Y puso a los oficiales de Luis Loreto Lima en libertad para que lo llevaran a Valencia, donde murió al poco tiempo.

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Debo decirles que en la guerra todavía no se le habían visto a Gómez aspectos de represión exagerada. Sus tropas no saquea-ban, en primer término. En segundo lugar, era muy humanitario con los vencidos, muy caballero, eso lo mostró siempre.

Bueno, esa es la campaña del centro, primera campaña de la Revolución Libertadora. Como ustedes ven, la Libertadora es un episodio largo, de manera que hay una serie de detalles, que yo los voy a obviar, pero ustedes sí se van a llevar en la mente una visión clara del desenvolvimiento geográfico de los acontecimientos.

Cuando Gómez regresa a Caracas, lo manda el general Cas-tro a Falcón, donde se ha alzado el gran caudillo local, el general Gregorio Segundo Riera. Ya habían mandado al general Régulo Olivares, pero Olivares había fracasado frente a Riera, no lo ha-bía podido alcanzar o batir. Entonces mandan al general Gómez, que desembarca en la Vela de Coro y se adentra en el estado Falcón, detrás de Riera.

Para que ustedes vean lo que era la personalidad del general Gómez: hay un telegrama de él fechado en San Luis de la Sierra, en 1902 y dice así:

Ciudadano general Cipriano CastroPresidente de la RepúblicaPalacio de Miraflores Caracas.-San Luis de la Sierra 10.00 p.m.

Acabo de llegar a esta y estoy remontándome con los oficiales del Estado Mayor, para seguir de inmediato en la persecución de Riera, a quien llevo delante y espero batirlo al amanecer.

Y lo derrotó al día siguiente. De tal manera que cuando uste-des ven detalles de esta naturaleza se pueden dar cuenta porque este hombre pudo gobernar a Venezuela durante 27 años.

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Allí estaban unidos Riera y el gran caudillo liberal trujillano Rafael Montilla, el indio Rafael Montilla. Les voy a contar una anécdota: uno de los oficiales del general Gómez en esa campa-ña era el general León Jurado, que después tuvo gran actuación política. Había un general negro, llamado el general Epifanio Caraballo, que había sido oficial de mi tío Pancho Alcántara y oficial de Jurado, y los quería mucho a los dos y admiraba mu-cho el valor de Jurado. Siempre que iba por casa tenía grandes conversaciones conmigo. Una vez me dice: “José, qué hombre tan guapo era Jurado. Cuando peleamos al indio Montilla -Ca-raballo era muy expresivo- las balas caían como granos de maíz. Y Jurado montado en la mula, con el machete de campaña decía para adelante muchachos”, y se me quedaba viendo y como que creía que yo no me había percatado bien del peligro a que se estaba exponiendo Jurado, da un golpe en la mesa y me dice: “Y óigame una cosa que le voy a decir, el palo más grande que ha-bía ahí para taparse era la verdolaga”. Pensaría que yo creía que había unas matas de cují o de cardón que podrían atrincherarlo.

Bueno, regresa el general Gómez al centro. Sin subir a Ca-racas desde La Guaira, sigue embarcado hacia Carúpano, que está ya en poder de Nicolás Rolando, un gran jefe oriental. En la pelea de Carúpano, van en la escuadra que comanda el general José Antonio Velutini. Esa acción la perdió el gobierno e inclu-sive salió herido el general Gómez. Muchos lo atribuyen a que los planes de combate ahí los diseñó Velutini, porque el general Castro consideraba que el gran caudillo de oriente era José Anto-nio Velutini, y sí lo era. Ellos desembarcan en la llanura que está ahí al oeste de Carúpano. Las tropas de revolución montadas en las alturas cercanas, fuego graneado, les hacen una cantidad de bajas. El general Gómez es herido en un muslo en la mañana y permaneció en el campo con sus tropas hasta las tres de la tarde, cuando el general Ángel Francisco Morrison, padre de Jorge y de Eleazar Morrison, lo embarcó en la goleta San Vicente hasta Cumaná, donde lo atiende el doctor Luis Godoy, y un doctor de

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Maracaibo de apellido Montana. Luego en la cañonera Miranda lo mandan de Cumaná a La Guaira. Aquí en Caracas terminó la curación el doctor Manuel Heredia, el padre de Chicho Heredia, amigo de muchos de los que estamos aquí.

Entonces la guerra va a tomar un curso complicado que es el siguiente: a pesar de estos triunfos del general Gómez, la re-volución ha seguido conquistando gente y conquistando posi-ciones y derrotando a las autoridades gubernamentales en todo el país. Para julio de 1902, el general Castro no controla sino los tres estados andinos, las plazas de Maracaibo y Cumaná; y el cuadrilátero que podemos inscribir en Puerto Cabello, Valencia, Maracay, La Victoria, Los Teques, Caracas y La Guaira. Eso es lo que controla el gobierno, y el 5 de julio de 1902, el general Castro se lanza con una proclama épica como él acostumbraba -tenía un concepto épico de la guerra y de la historia- y nombra pre-sidente encargado al general Juan Vicente Gómez. Se declara él presidente en campaña, y sale con la escuadra a Guanta, para ver si él puede batir a la revolución, que está en oriente antes de que se le reúna con el núcleo que se está consolidando en occidente. Cuando llega a Guanta resulta que tiene noticias de que en Ara-gua de Barcelona la revolución ha derrotado a sus tropas, co-mandadas por los generales Manuel Salvador Araujo y Modesto Castro, y marcha hacia el centro a reunirse con la revolución de occidente. Por cierto, anecdóticamente: conocí personalmente, muchos años después, al general Teodoro Velásquez Méndez, que fue el que le llevó la información de Aragua de Barcelona al general Castro. El general Velásquez luego pasó a incorporarse a las tropas de mi tío Pancho Alcántara.

Cuando Castro sabe que ya viene la revolución de oriente hacia el centro y que los de occidente vienen también marchan-do, regresa y se sitúa con un ejército de 4.000 hombres entre Valencia, los valles de Aragua y Ocumare del Tuy -que era la capital del estado Miranda- para ver si tiene la oportunidad de

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batir alguno de los dos cuerpos revolucionarios, antes de que se reúna con el otro. Con el de oriente no pudo, más bien con el de oriente tuvo un suceso desagradable: las tropas del estado Miranda (en esa época por la Federación había lo que se llamaba tropas constitucionalistas de los estados, había el ejército federal dependiente del gobierno federal y las tropas constitucionalis-tas de los estados; llevaban eso al extremo de que el gobierno federal tenía que solicitar el permiso de las autoridades locales para poder establecer en un estado una guarnición con tropas federales o realizar operaciones militares) comandadas por los generales Juan Palacios y Pedro Pérez Crespo, se sublevaron y se fueron a Chaguarama donde ya estaba la revolución de oriente y se le unieron. El presidente del estado era el general José María García Gómez.

El general Castro, lo único que logra es enfrentamientos con los que vienen de occidente, cuyos tres jefes son Luciano Men-doza, Gregorio Segundo Riera y Amábile Solagnie, y un general muy famoso de Falcón, de Sabaneta, llamado el general Felipe Sierra, que era el jefe de estado mayor de Riera. Castro logra combatir al grupo de occidente, hay un combate bravo en Tina-quillo, pero de ahí en adelante la gente de occidente no se para a pelear, sino que va librando acciones de retaguardia, retardando el avance del ejército gubernamental y desprendiéndose el grue-so del ejército de ellos porque el objetivo inmediato que tienen es unirse con los de oriente, y lo logran. Se reúnen en un lugar que llaman el Topo Lucianero, ahí cerca de San Juan de los Mo-rros. El general Castro ante aquello, se repliega a La Victoria. El presidente de Aragua, es mi tío Pancho Alcántara, hijo del presi-dente Linares Alcántara. El jefe de estado mayor que cargaba el general Castro, era el general Diego Bautista Ferrer, de oriente. Me contaba el general Eleazar López Contreras, con quien tuve mucha oportunidad de hablar y fue muy amigo mío, que él era ayudante de Ferrer y me decía: “la época más fructífera para mi aprendizaje del arte y de la ciencia militar fue cuando estuve

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bajo las órdenes inmediatas de Ferrer, como ayudante de él”. Era un oficial de oriente, de Maturín, que había hecho curso de apli-cación en Francia, de manera que no era un “chopo de piedra”.

La revolución se ha unido, y hay asamblea de oficiales en Vi-lla de Cura, para decidir qué van a hacer con respecto al general Castro, cuál es el plan a desarrollar. Tienen ya 14.000 hombres, 8.000 de oriente y 6.000 de occidente. Después subirá a 16.000, cuando se incorporen Gregorito Cedeño, con la división Carabo-bo y el general Ramón Garrido, con la división Turmero. En ese momento el general Castro tiene 6.000 hombres en La Victoria: los 4.000 hombres que él llevaba y los 2.000 de las tropas consti-tucionalistas de Aragua.

Por su parte, el general Matos había desembarcado en Güiria el 15 de mayo, y llegó a Carúpano el 21 de mayo. Ahí fue don-de diseñó la organización de su ejército. Originalmente con 12 cuerpos que luego llegaron a 20. Había dos escalones superiores, lo que se llamaba el comando superior, que lo ejercía Matos y que tenía como jefe de estado mayor al general Domingo Mona-gas, hijo de José Gregorio Monagas. Luego estaba en el coman-do operativo, que era un segundo escalón, Luciano Mendoza, que llevaba como jefe de estado mayor al general Paco Batalla. Domingo Monagas tampoco era un iletrado en lo militar, había hecho curso de aplicación en Francia, lo mismo que Ferrer. Ya estaba muy viejo, lo traían en hamaca detrás del ejército, aqueja-do de una disentería que se lo estaba comiendo.

Entonces hay junta de oficiales en Villa de Cura, para ver qué decisión van a tomar con respecto a Castro. Luciano Mendo-za, que como les dije era el oficial más prestigiado y su hermano, Natividad Mendoza, optan porque hay que atacar a Castro en La Victoria. El general Matos, que es un hombre racional, culto, le dice: “Miren, yo no soy militar. Pero lo que me dijo a mí en su lecho de muerte el general Domingo Monagas, fue lo siguien-

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te. Hay que aprovechar los mayores efectivos que tenemos nosotros en materia de personal”. Suponían que Castro iba a atrincherarse en La Victoria, porque La Victoria era la puerta de Caracas en aquella Venezuela incomunicada. Ahí hacían convergencia to-dos los caminos de occidente, del sur, inclusive de oriente, por-que el estado Miranda era una zona selvática, todos esos montes de Guatopo, de Altagracia de Orituco, eran difíciles. De manera que la gente que venía de oriente, daba la vuelta por Camatagua y entraban también por Aragua y chocaban en La Victoria.

Las instrucciones que le había dado Domingo Monagas al general Matos y que él las expone son: “si Castro se atrinchera en La Victoria no hay que tratar de pelearlo allí, porque la altura y la posición de La Victoria, le ofrecen una gran ventaja para sacarle mayor partido a sus menores efectivos. A Castro hay que atacarlo entrando por los valles del Tuy y por los altos de Los Te-ques y por el abra de Petare. Como nosotros lo doblamos prác-ticamente en efectivos, lo vamos a obligar a desplegar su gente en una línea muy larga, muy delgada, muy vulnerable, que se la vamos a romper por cualquier parte. Entramos a Caracas, usted constituye gobierno, las potencias extranjeras lo van a recono-cer inmediatamente, metemos por La Guaira todo el material de guerra que creamos conveniente, y peleamos a Castro como un insurgente en el interior”. Luciano Mendoza se opone a esa tesis, que por cierto, ya el general Matos había comenzado a ejecutar, pues había mandado por los valles del Tuy al general Graffe Ca-latrava, que comandaba uno de los cuerpos de oriente.

Dos oficiales: el general Juan Pablo Peñaloza, del Táchira, a quien Matos había nombrado jefe de estado mayor superior, en reemplazo de Domingo Monagas; y el general Aurelio Valbue-na, que en la Restauradora había venido como jefe del parque del general Castro y lo conocía muy bien, le dijeron a Mendoza: “mire usted no tiene idea de la capacidad combativa de Cipriano Castro. Cipriano Castro ha derrotado en La Victoria. Se nos para

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en El Consejo, derrotado en El Consejo se para en Los Teques, derrotado en Los Teques, se para en Caracas y hay que tomarle bocacalle por bocacalle, casa por casa, esquina por esquina, ese es un hombre indomable”. Luciano Mendoza adujo su baquia-nía del lugar, dice: “mire, Castro no conoce como conozco yo La Victoria. Ahí hay una posición que a él se le va a pasar com-pletamente desapercibida, que es lo que se llama el alto de los Araguatos, el cerro de los Araguatos, que domina el calvario de La Victoria y que nosotros vamos a ocupar desde el primer día. De ahí vamos a dominar y a tomar el Calvario, y del Calvario salimos a la plaza Bolívar de La Victoria”. Matos todavía hace un último esfuerzo y le dice: “mire Mendoza, todo eso que usted dice está bien, pero le voy a hacer otra reflexión. No tenemos cartuchos suficientes para forzar las posiciones de Castro en La Victoria”. Toda la oficialidad se plegó a lo que decía Mendoza y ese fue el fracaso de la revolución.

Vamos entonces ahora a La Victoria, donde están el gene-ral Castro y el general Alcántara. Tenían buen espionaje los dos ejércitos, y estos en La Victoria tuvieron inmediatamente cono-cimiento de la decisión de marchar contra ellos allí. Destacaron hasta Casuquito al general Francisco Esteban Rangel, que era el secretario de gobierno del estado Aragua. Cambiaban la espada por la pluma, eran hombres de guerra. Mandan a Rangel con un cuerpo avanzado a Casuquito, para realizar lo que se llama exploración por el fuego, que consiste en tirotear la vanguardia enemiga sin comprometer la acción e irse replegando, nada más que para ver el poder de fuego que trae el enemigo y la dirección que lleva. Desde el 10 de octubre está Rangel allí en Casuquito.

Cuando ya se toma la decisión y viene la revolución avan-zando, el día 12 viene replegándose Rangel y ya oyen en La Vic-toria el tiroteo. Me contaba mi tío que estaban el general Castro y él en la casa de gobierno, y le dijo Castro: “Pancho, ahí viene ya replegándose la gente de Rangel, vamos a montar a caballo

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y vamos allá, para tener las primeras impresiones, qué es lo que ellos han visto”. Llegaron allá y se encontraron con Rangel, que les explicó: “sí, la revolución es muy fuerte, tiene buen poder de fuego. El grueso va marchando por aquí hacia San Mateo y unas fuerzas importantes -que eran las fuerzas coreanas de Rie-ra- vienen por acá por lo que llaman la fila de Boves”, o sea a la izquierda de donde estaba Rangel replegándose. El general Castro, me decía el tío, desde la mula corre la vista así alrededor y de repente le pregunta: “Pancho, ¿cómo se llama ese cerro que está ahí?”. Le dice: “ese es el cerro de los Araguatos”. Castro le dijo al coronel Francisco Sandoval, Panchito Sandoval, que era uno de los grandes jefes de batallón del ejército de Aragua: “ocú-peme ese cerro inmediatamente con su batallón”. Al día siguien-te, cuando la revolución atacó y va a cumplir lo que pensaba Luciano Mendoza de ocupar el cerro de los Araguatos, los echó Panchito Sandoval a plomo para abajo.

Pasa entonces lo siguiente: el día 13 es el primer ataque re-cio sobre La Victoria. Atacan por el noroeste de La Victoria, por donde viene el río Aragua, por esas haciendas de Sabaneta, por ahí a pie del cerro. Hay un ataque de 3.000 hombres comandados por los generales Lorenzo Guevara, Juan Palacios y Pedro Pérez Crespo.

El general Emilio Ribas con un batallón y con una pieza de artillería, ocupaba una pequeña altura, un terreno más alto, en el noroeste de La Victoria cerca del Calvario. El batallón Castro que lo mandaba el general Eliseo Sarmiento y las tropas constitucio-nalistas de Aragua, las comandaba el general Daniel Osío. En el abra de San Mateo está desplegada la división Táchira, porque les voy a señalar lo siguiente: cuando se puso la situación tan comprometida, el general Castro le pidió un auxilio en hombres a los tres estados andinos, 1.500 hombres a cada uno de los esta-dos andinos: La división Táchira, que la mandaba Pedro María Cárdenas; el contingente de Mérida, del general Pedro Linares;

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el contingente de Trujillo, del doctor y general Leopoldo Basti-das. Esa es la fuerza que va a aguantar la revolución, en la parte plana del valle, hacia San Mateo.

Por la parte sur está el general Ovidio Pérez Bustamante con la guardia de honor del general Castro y un batallón merideño, comandado por el general Tomás Pino. Más al sur de ellos, está el general Régulo Olivares. Hacia La Calera están los generales Manuel Salvador Araujo y Modesto Castro. Hacia el sur, hacia donde llaman el Topo de la Palma y la hacienda La Chapa, aque-lla que era de Benjamín Olivieri. Hacia el sur hay un cuerpo de tropas aragüeñas, comandado por el general Adolfo Porras. De manera que esa es la cosa defensiva alrededor de La Victoria. En el centro, en reserva, un batallón de élite, que lo mandaba el general José María Díaz, la columna de granaderos, la columna Bravos del Táchira, cuatro compañías aragüeñas de las tropas de Pancho Alcántara, y ese es el dispositivo.

Ese combate por el noroeste, el primer día de la batalla, el día 13, tanto las tropas aragüeñas, como el batallón Castro con Eliseo Sarmiento, resisten. Me contaba mi tío, que ya entrado el día, el fuego de la revolución se acercaba, se oía ya muy cerca y muy recio y le dice él a Pancho Alcántara: “Pancho vamos a ir a ver esto personalmente, vamos a montar a caballo, y nos vamos para allá, porque a mí en estos casos me gusta ver, oír, oler y to-car”. Y salen en las mulas cerro arriba. En el camino encuentran tres oficiales jóvenes a caballo, que venían huyéndole al comba-te. El general Castro le atraviesa la mula al primero, y les dice: “¿Para dónde van ustedes?”(Aquí me van a permitir las damas una mala palabra). “Para dónde van ustedes?”. “Vamos a buscar aceite para los máuser”. El general Castro les tiró un riendazo y les dijo: “Devuélvanse carajo que aquí se aceita con saliva”.

Me contaba el tío que cuando ellos tramontaron la altura, ahí mismo les silbaron las balas alrededor, el combate era tremendo.

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Y Castro le dijo a mi tío: “Pancho, vamos a desmontarnos de la mula, porque nos están tirando apuntado”. Claro, vieron dos je-fes a caballo y les empezaron a disparar. Pero Alcántara no tuvo tiempo de bajarse de la mula, le metieron un tiro de máuser por el estómago. Él me contaba que cuando le pegaron el balazo, él dijo: “Me mataron”, porque le dieron ganas de vomitar. “Me pe-garon en el estómago, me mataron”. Y en la contracción natural, le metió las espuelas a un macho gorrinero muy brioso que tenía, y de mucha fuerza, y el macho se tiró a la tierra de nadie, donde se cruzaban los fuegos del gobierno y de la revolución. Alcánta-ra se cayó y quedó enganchado por el estribo y el macho arras-trándolo. Entonces el general Castro gritó: “Atájenle el macho a Pancho”, y el general Luis Escalona, brincó la trinchera, corrió, agarró el macho por la rienda y lo que habría sido un accidente mortal, fue la salvación.

Bueno, Castro que era un hombre que tenía arrebatos épicos, dijo: “a matar los oficiales al enemigo”, y le quito el máuser a un soldado y empezó él mismo a disparar.

Hay una anécdota interesante, me gusta contar estas cosas para que ustedes que son las nuevas generaciones vean lo que es el pueblo venezolano y el espíritu de la gente nuestra. Los Alcán-tara desde la Independencia eran unos caudillos carismáticos, que eran capaces de levantar en una Venezuela despoblada 3 o 4.000 hombres de armas. Cuando saben los caudillos de los dis-tintos pueblos de Aragua que Panchito Alcántara va a pelear allá en La Victoria, empiezan a llegar con sus muchachos. Me decía el tío que fue muy conmovedor ver a la gente de San Francisco de Asís, allá de lo que llaman Garabato, cuyo jefe era un general que lo llamaban el Ciego Terán, porque había quedado ciego. El Ciego Terán venía en una mula con un lazarillo que se la traía de diestro y detrás venían sus muchachos. Alcántara le dijo a Cas-tro: “General mire, esta gente ha hecho un gran gesto, vienen vo-luntarios a ayudarnos. Porque usted no tiene un intercambio con

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ellos”. “Cómo no, inmediatamente”, señaló Castro. Entonces se reunieron con todos esos jefes y empezaron a pegarse palos de brandy. Cuando terminó la reunión, el general Castro les dijo: “Bueno, yo les agradezco mucho y vamos a ver ahora cómo se me portan, porque ustedes son de la época de los chopos de pie-dra y aquí vamos a pelear con máuser de repetición”. Ese día del combate, allá en los cerros, esos donde hieren a Pancho Alcán-tara, había una posición un poquito más abajo que cambiaba de manos: la revolución la tomaba, y el gobierno se la volvía a qui-tar y la figura central de todo aquello era un jefe con el machete de campaña en la mano, le quitaban la posición y él la retomaba, hasta que la tomó definitivamente. Castro grita: “¿Quién es ese palo de jefe que está defendiendo esa posición ahí?”, y se volteó un viejo de allá y le gritó: “Un chopo de piedra, general”.

Ese día es el 13, es el día del primer ataque. El general Gó-mez está en Caracas como encargado de la Presidencia de la Re-pública, porque el presidente está en campaña. Están con él aquí los ministros, excepto el doctor Revenga, que estaba con Castro. Pero estaban Julio Torres Cárdenas, que era el secretario de la Presidencia; don Ramón Tello Mendoza, que era el gobernador; en fin, los ministros. El general Gómez el día 13 en la mañana dio un decreto trasladando la sede del ejecutivo a Los Teques. En Los Teques estaba el doctor y general trujillano, Rafael González Pacheco, gran caudillo liberal de Trujillo y abogado de La Sor-bona, un hombre muy valeroso. Y estaba la división Trujillo de Leopoldo Batista que constaba de tres batallones de 500 hombres que eran el Bolívar, el Sucre y La Guardia. Bueno, así las cosas el general Gómez se traslada a Los Teques. Ustedes saben que en esa época no podía el presidente de la República despachar, sino de la capital, había que decretar el cambio de sede. Cuando el general Gómez sabe cómo se ha peleado en La Victoria resuelve irse para allá. Deja a Caracas con los batallones Cojedes y Mariño y el cuerpo de Policía y se va él por ferrocarril a La Victoria con los batallones Gómez y Mendoza, con una batería de campaña

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y con la división trujillana de Leopoldo Batista. En Los Teques se queda Rafael González Pacheco con sus tropas trujillanas y larenses.

Cuando llega el general Gómez allá, el 13 en la noche, el general Castro le puso bajo su mando todo el frente norte de La Victoria y él se quedó comandando el centro y el flanco del sur. El día 14 hubo cambios de disparos esporádicos. El día 15 empezaron fuertes ataques por el lado del sur y no les voy a hacer todos los detalles, voy a darles algunos, por ejemplo: una de las cosas dramáticas fue cuando las tropas de Riera, tomaron el Topo de Machano, que lo bautizaron el Topo de los Muertos, porque quedó cubierto de cadáveres. Decía el tío, que era muy dramático ver de noche las lucecitas allá donde se había peleado. Eran las mujeres quemando los cadáveres y despojándolos tam-bién, porque en aquella Venezuela paupérrima a los cadáveres los desnudaban, les quitaban todo. No voy a entrar en detalles, sino a decirles pues, que los días 15, 16, 17, 18 se combatió recia-mente en todos los frentes. El día 18, temprano en la mañana, le llega a Pancho Alcántara el general Diego Bautista Ferrer. Mi tío Alcántara estaba convaleciendo en la casa de su hermana Teresa Alcántara, casada con Manuel Azpurua Huizi. Llega Ferrer y le dice: “Doctor, vengo para que me acompañe a darle al general Castro una mala noticia”. Le dice el tío: “¿Y cuál es esa noticia?”. “Se acabó el parque, ahí están los arreos de mula en la calle real y en la plaza, esperando y los estamos engañando para que no se desmoralice la gente, pero no tenemos parque”, a lo que el tío señaló: “No, ahí hay 500.000 cartuchos del parque del estado, que me mandó el general Castro, antes de que cerraran el cerco”. Le dijo: “No, eso lo quemamos también. Tú no tienes idea de cómo se ha peleado aquí”. “Bueno, si eso es así, vamos allá”. Lle-gan a la casa de gobierno y encuentran al general Castro en ropa interior, meciéndose en una hamaca, cuando entraron les dice: “¿Qué dicen los colaboradores?”. A lo que ellos replican: “gene-ral, una mala noticia”. Castro preguntó, “¿Cuál es esa noticia?”.

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“Se acabó el parque”, le dijeron. A lo que Castro señala, “no, ahí quedan 500.000 cartuchos que le envié yo a Pancho”, “también se quemaron general”, contestaron. Entonces, una noticia como aquella, que podría a cualquier jefe haberlo desmoralizado, hizo crecer a Castro. Se tiró de la hamaca y le dijo a Ferrer: “Bueno, si eso es así, mande a bajar las tropas que están en los cerros y que formen en columnas de marcha en la calle real. Pancho Alcántara con las tropas de Aragua, se va para esa zona de las bocas del Pao y allí me esperan, porque yo me voy a abrir paso hasta Ocumare de la Costa, donde está Delgado Chalbaud con la escuadra, me embarco, entro por Los Andes nuevamente, por la vía de Maracaibo y vuelvo a tomar el control del país”, es decir, otra Restauradora. Le dice Ferrer: “General, es que no hay car-tuchos suficientes para ejecutar esa operación que usted propo-ne”. Dice Castro: “No importa, van a ver la carga a la bayoneta más grande que se ha visto en Venezuela después de San Félix”. Cuando ellos están en esa discusión, se oye una locomotora que pita, que está llegando a la estación. Ellos comprenden que es un tren que llega de Caracas y que trae auxilio. ¿Qué era lo que había pasado? La revolución tenía encargado al general Antonio Ramos de controlar la vía para que el gobierno no pasase auxilio a La Victoria entre Caracas y Los Teques. El general Antonio Ra-mos, era un guerrillero de acá de la parroquia de San José, que era un baquiano extraordinario de toda la serranía de la costa, desde Yaracuy hasta el cabo Codera. Pero fíjense lo que pasa: el doctor Julio Torres Cárdenas, que es el secretario de gobierno, está en Caracas y se consigue un calígrafo que falsifica una firma del general Matos y se la hacen llegar a Antonio Ramos que está ahí en Antímano. El mensaje decía:

General Antonio Ramos.-

Para el destino definitivo de la revolución, urge la presencia de usted con sus tropas en el cuartel general aquí en San Mateo.

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Bueno, él tenía de jefe de estado mayor a Horacio Blanco-Fombona y de segundo jefe al general Mario Márquez Rincón, de Maracaibo. Se reúnen y deliberan, y ven que “es una impor-tante comunicación del general Matos y dice que es esencial la presencia nuestra”. El espionaje del gobierno estaba alerta. Cuando ven que las tropas de Antonio Ramos, cogen la vía de La Colonia, para bajar a San Mateo, salieron de la estación de Caño Amarillo ocho vagones de parque, que los llevaba mi abuelo, el general José Antonio Zárraga, con una escolta de 15 hombres. En los historiadores hay una equivocación, cuando dicen que el general Gómez fue el que salvó La Victoria cuando se acabó el parque. No, el general Gómez estaba peleando allá y con mu-cho éxito desde el día 14. Es el 18 cuando se acaba el parque y lleva mi abuelo ocho vagones de parque. Maquinista, un señor Andrés Díaz; frenero, un señor Eugenio Machado; y 15 hombres de escolta. Cuando llegan a Los Teques, González Pacheco les refuerza la escolta: 60 hombres comandados por el coronel Jesús Rueda, y siguen de Los Teques para allá. La revolución se comu-nicaba noticias por sistemas de banderas de un cerro a otro. Ya se habían enterado de que salió un tren de parque, se supone que de Caracas. Cuando ellos van de Los Teques hacia allá notaron que el maquinista pitaba sin ningún motivo y comprendieron que era para avisarle a la revolución, entonces se trasladaron a la máquina, mi abuelo y Jesús Rueda, con un sargento y dos solda-dos y se los dejaron ahí al maquinista y le dijeron al sargento: “si el señor vuelve a pitar, usted lo hace parar la máquina, lo baja y lo fusila aquí al lado de la vía”. Por supuesto, el tren no pitó más. Sin embargo, ocurrió lo siguiente: ya las tropas de Hernández Roa, que están abajo, en Tejerías, saben que va un tren, llegaron a la estación de Trapiche el Medio, sometieron al jefe de estación, desatornillaron los rieles, los dejaron acomodados para que el tren descarrilase y obligaron a don Pablo Bello a que diera vía libre, luz verde y ellos emboscados en el monte. Ramón Alcánta-ra, pariente nuestro también, pero que estaba con la revolución contaba una cosa increíble: el tren pasó sobre los rieles destorni-

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llados y probablemente el mismo peso del tren los aguantó ahí y cuando pasó el último vagón se cayeron los rieles. Bueno, ese es el tren cargado de parque que llega a La Victoria.

Cuando Alcántara y Ferrer que están discutiendo con Castro corren a la estación, se encuentran en el andén al general Manuel Corao en una parranda con una cantidad de oficiales, comiendo sancocho de gallina y echándose palos y tal. Eran guerreros, no se alteraban durante la guerra. En la guerra amaban a sus muje-res, jugaban dados, jugaban gallos, atendían sus negocios en los ratos libres. La revolución que ya está avisada que viene un tren, lanza una carga, para tomar la estación. Esa carga la contiene la Guardia de Honor del general Castro, comandada por el general Ovidio Pérez Bustamante. El abuelo, cuando vio que la estación está bajo fuego, y que van a pelear allí, retrocedió el tren hasta La Calera, donde era la hacienda de los Urdaneta. Están en un combate bravísimo ahí, porque atacaban dos batallones de élite de las tropas de oriente, que eran los batallones de los Ducharne: Vanguardia y Vengador, formados con gente del Golfo de Paria, que eran grandes tiradores sobre todo. Resulta que está trabado el combate, y sienten ellos que de repente le rompen fuego por retaguardia a la revolución y la revolución empieza a replegarse. Era Panchito Sandoval que lo habían mandado a ocupar posicio-nes en el frente sur en un cerro que llaman El Cují. Decían que esa mañana amaneció una niebla baja sobre el valle de Aragua y cuando los revolucionarios supieron que venía un tren, filtraron los batallones por entre los cañaverales, y Panchito Sandoval los estaba viendo de arriba. Cuando comprometieron combate y él lo creyó oportuno, los cargó por la retaguardia.

Bueno, el abuelo me contaba que cuando ellos desembarca-ron ahí, de La Calera, él rodó el tren otra vez a la estación. Un muchacho de la estación: Jesús Bermúdez, vino con las llaves y abrió los vagones y en medio de una lluvia torrencial llegó el general Gómez a caballo, desnudo de la cintura para arriba, a la

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cabeza de 40 hombres bañados de agua y sacaron las primeras cajas de parque, las montaron sobre el borrén de las sillas y se fueron para los cerros a municionar a la tropa. Era ya el 18. La re-volución se dio cuenta que el gobierno estaba bien municionado, y ellos estaban mal municionados ya. Entonces rectificaron las líneas, se replegaron un poco. El general Castro mandó el día 19 a que tantearan toda la línea de la revolución. Encontraron que la revolución se había replegado pero tenían construido una se-rie de atrincheramientos tácticos, zanjas, pozos de lodo, cosas de esas, que harían que un ataque frontal costara muchas vidas. En-tonces concibe el general Castro una operación de pinzas: por el costado sur manda un cuerpo donde van los generales Modesto Castro, Régulo Olivares y Francisco Esteban Rangel, a que des-ciendan a la parte plana en Casuquito, para amenazar el flanco derecho de la revolución. Mientras, el general Gómez se va con-torneando por los cerros del norte llevando al batallón de línea, el primero de línea, la columna Bravos del Táchira, y unas tropas aragüeñas comandadas por los generales Ramón Bogado y José María Sosa. Entonces fíjense: van a caerle a la revolución por los costados y amenazarles la retaguardia. Estos que van por el sur no pudieron bajar porque la división Carabobo, de Gregorio Cedeño, se dio cuenta de que el movimiento se les plantó aquí en Casuquito y no los dejó bajar. El general Gómez sí llegó a la parte alta de la fila del Pipe y tomaron el cerro del Zamuro, que es una posición clave. Ya desde ahí las tropas del general Gómez amenazaban el flanco izquierdo de la revolución y el cuartel del general de Matos, en San Mateo, también el cuartel operacional de Luciano Mendoza, en la hacienda La Culía. Y entonces em-piezan las tropas del general Gómez a bajar a lo largo de la fila de Pipe. Pero había un obstáculo importante que era lo que se llamaba el Alto del Copey. Conozco el sitio, es como un anfitea-tro rodeado de cinco cerros y ahí estaban las tropas guariqueñas comandadas por los generales David Gimón, Sixto Bolívar, Luis Crespo Torres, hermano del general Crespo, el doctor y gene-ral Roberto Vargas, Julián Correa. Era pues muy difícil tomar el

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Copey. Es entonces cuando se concibe la operación de asaltarlo sorpresivamente al arma blanca. 40 oficiales de la división truji-llana de Leopoldo Batista, comandados por Francisco Domingo Paredes e Ifigenio Morillo. El día 1º de noviembre en la noche empiezan a escalar. Ya se sabía que el que estaba desnudo de la cintura para arriba era del grupo. Y tenían para inteligenciarse unas fogatas prendidas que las tapaban y las destapaban con unas planchas de zinc. Lo cierto pues, es que este grupo toma el alto del Copey. Ya ahí toda esa gente salió en carrera y el gene-ral Gómez bajó con su tropa al sitio ese del Copey. Entonces la revolución se va a retirar sin desordenarse. Llegan hasta Cagua donde hay consejo de oficiales y por órdenes del general Matos se va cada uno de los jefes a sus lugares de origen a rehacerse, mientras él sigue con las tropas de Riera hacia occidente, para embarcarse a Curazao y mandar más elementos de guerra.

Las tropas llaneras y los jefes llaneros que se retiran hacia el sur son perseguidos por Alcántara con las tropas de Aragua, se refugian en San Fernando de Apure, Alcántara les toma a San Fernando, siguen hacia el sur, entonces los alcanza en San Rafael de Atamaica, los derrota y hace presos a todos esos jefes guari-queños. Cuando Alcántara regresa hacia el centro, Rolando se ha establecido en Altagracia de Orituco, esperando un parque que debe desembarcar el general José María Ortega Martínez por la costa de Barlovento. Y ha puesto como avanzada en Camatagua, para que le cubra ese flanco, al general Pedro Ducharne. Cuan-do Alcántara viene del sur choca ahí con Pedro Ducharne y lo derrota. Entonces Alcántara, con las tropas de Aragua va hacia Ocumare del Tuy. Rolando, que está en Altagracia de Orituco, sale hacia el norte antes de que Alcántara le tranque el camino, porque esa zona de Barlovento era muy selvática. Entonces se le unen a Alcántara las tropas del estado Miranda, cuyo presi-dente era el general Benjamín Arria Urdaneta. Combaten cerca de Ocumare del Tuy, en un lugar que llaman Bachaquero, pero Rolando no compromete la acción, sino que sigue. Desocupaba

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un pueblo, se lo ocupaba Alcántara y así iban dando la vuelta hasta Guatire.

¿Don José, después de tanto conflicto bélico, cómo ha quedado el país ya para el período del general Gómez?

Cuando el general Gómez toma el poder, en 1908, se encuen-tra con que había que rehabilitar a Venezuela, que había sido de-vastada por dos guerras sangrientas de cambio de siglo: la Re-volución Liberal Restauradora y la Revolución Libertadora. Los tres principios básicos de la Rehabilitación Nacional: “unión, paz y trabajo”. Un analista moderno de opinión pública pensaría que el general Gómez o las luces del gomecismo, como podemos llamar a los intelectuales que lo rodearon, tenían un concepto cabal de lo que el país exigía en esos momentos: unión, porque la lucha entre hermanos había sido feroz; paz, porque la guerra había devastado al país; trabajo, porque era la única manera de recuperarlo. Era una concepción verdaderamente clara de lo que se exigía.

Luego tenemos el gobierno del general Eleazar López Con-treras, que hace una transición magnífica de gobiernos autorita-rios a gobiernos más avanzados desde el punto de vista institu-cional. Después, el general Medina, cuando ya se han sedimen-tado los ánimos: “sin prisa, pero sin pausa”, o sea, que indica que va en marcha. Viene el Trienio 1945 al 48, y luego viene el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez que produce el pe-ríodo de mayor progreso nacional. El mayor grado de orgullo y de identidad nacional al que se ha llegado. Su formulación fue: “transformación del medio físico, el nuevo ideal nacional”. En-tonces, tenemos que estos cinco presidentes militares andinos entendieron que la función de gobierno consistía en crear un país y daban los pasos necesarios para que así fuera.

Volvamos un momento sobre el comienzo del proceso. Con carácter prioritario había que pacificar el país, para después

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construir. Sin pacificación no se podía construir nada. ¿Cómo se logra la pacificación? La pacificación del país consta de tres elementos, y la realizan en etapas complementarias los generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez.

Primero: en los campos de batalla de la Libertadora, los gene-rales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, derrotan a los cau-dillos; cosa que no había podido lograr Guzmán Blanco, quien se afirmó en el poder aliándose con los caudillos. La Revolución Liberal Restauradora sí los eliminó y acabó con el feudalismo militar y político que existía en Venezuela, porque se llama feu-dalismo la combinación del poder político, económico y militar con carácter local en manos de una personalidad vigorosa o de una familia. Eso existía en Venezuela y lo acabó la Revolución Liberal Restauradora.

La parte política es la desaparición de los partidos históricos: conservador y liberal. Volvamos atrás en la historia: cuando el Congreso Constituyente de Valencia separa a Venezuela de la Gran Colombia, ejercen el poder los próceres de la Independen-cia, ya lo dijimos anteriormente. Son próceres militares. Hay el episodio irrelevante de José María Vargas, de un gran valor mo-ral, pero políticamente irrelevante por lo transitorio que fue. El grupo militar es el que ejerce el gobierno. Los civiles, a quienes se les ha presentado un modelo republicano de gobierno, que también les abre las puertas a privilegios y posiciones de poder, comprenden que para lograrlo y para poder competir con los militares tienen ellos que desarrollar también una fuerza propia que contrarreste a la fuerza armada. Esa fuerza no puede venir sino del nucleamiento y la organización. Eso es lo que da lugar al nacimiento de los dos partidos históricos, que aparecen ya en la década del 1840 a 1850. Los conservadores no necesitan ma-yor explicación: son la gente que está conforme con el estatus quo imperante, porque los favorece, no están interesados en cambios estructurales básicos, que puedan comprometer sus privilegios

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y son como su nombre lo indica, conservadores de la situación imperante.

Los liberales que nacen también en ese mismo período, fun-dados por Tomás Lander y por Antonio Leocadio Guzmán, no supieron explicar su papel en la historia. Porque yo rechazo aque-lla afirmación cínica de Antonio Leocadio Guzmán, que además induce a una gran confusión, cuando dice: “si los otros hubiesen dicho Federación, nosotros hubiésemos dicho Centralismo”. Eso además de ser una actitud cínica, es una actitud confusa y que no corresponde a la realidad. El ser conservador o el ser liberal son posiciones ideológicas. El ser centralista o el ser federalista, es suscribir una determinada estructura del Estado: centralista o federal, centralizado o descentralizado. Usted puede ser libe-ral y centralista; liberal y federalista; conservador y centralista; conservador y federalista. Por eso los liberales no supieron ex-plicar su papel en la historia. Si uno se pone a analizar qué fue el partido liberal, se da cuenta que este fue un movimiento no consciente de un gran sector de la vida nacional, que sintió, de hecho, en carne propia, la necesidad de armonizar las institu-ciones republicanas que había adaptado el país, con el nuevo país. Porque las instituciones republicanas de 1830, venían muy cargadas del lastre de la Colonia y no se correspondían con las realidades étnicas, sociológicas, históricas y políticas del país. Y eso es lo que da lugar a que surja un movimiento para liberalizar la vida institucional del país. Ese es el movimiento liberal.

Cada uno de esos partidos históricos estaba integrado por una élite autora o depositaria del ideario del grupo. Un grupo de militantes, probablemente no muy numeroso, que abrazaba determinada bandera política y en último término, por un grupo militar politizado. Al principio los partidos nacieron para que los civiles pudieran contrarrestar el factor militar. Pero luego, cada uno de ellos produjo su propio elemento militar para hacer-se más fuerte todavía y poder disputar el poder con más gente.

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Debajo estaba la masa indiferenciada, a quienes llevaban de un lado a otro en sus aventuras políticas y militares los dirigentes del país. Esos dos partidos eran en gran parte la causa de la gue-rra civil crónica.

¿Cómo desaparecen?

Estamos hablando, no se olvide, de la pacificación del país. La pacificación consta de un elemento militar que ya lo vimos (la derrota de los caudillos en la Revolución Libertadora). Ahora un elemento político: la desaparición de los partidos históricos. ¿Cómo se logra? Los gobiernos de Cipriano Castro y de Juan Vi-cente Gómez no se apoyaban sobre fuerzas políticas, sino sobre fuerzas armadas. Más aún, la actividad política fue prohibida, fue perseguida y fue castigada severamente cuando no coincidía con el pensamiento del gobierno. Esa moratoria política severa y prolongada dio lugar a dos hechos: uno positivo y otro negativo. El positivo fue la desaparición de los partidos históricos, una de las causas principales de la guerra civil crónica. Los dirigentes de estos partidos envejecieron sin oportunidad de hacer nuevos procedimientos, sin renovar los cuadros de sus respectivas or-ganizaciones. Entonces, estos partidos desaparecen por atrición. Hay un corte en el proceso histórico-político del país y como consecuencia un gran vacío político. Todo vacío tiende a llenar-se y este se va a llenar con las consecuencias de las insurgencias estudiantiles de 1928 y las transformaciones ideológicas y políti-cas que los líderes del 28 y de otros movimientos paralelos van a experimentar en los años subsiguientes. Y entonces ese vacío político en el siglo XX lo van a llenar los tres movimientos ideo-lógicos doctrinarios: la social democracia, el social cristianismo y el socialismo marxista. ¡Sin ingrediente militar! Ya son partidos desmilitarizados los que van a salir de esos movimientos ideoló-gicos. Ese es el elemento positivo.

Pero hubo un elemento negativo que trasciende hasta nues-tros días: el desafiar aquella moratoria tan severa podía signi-

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ficar para el que lo hiciese la pérdida de la tranquilidad de la libertad, de los intereses y hasta de la propia vida. Entonces eso desarrolló un sentimiento abstencionista con respecto a la políti-ca entre los sectores que tenían algo que perder, algo que cuidar, algo que preservar, algo que proteger. O sea, las clases produc-toras de riqueza del país. Entonces fue ya corriente oír decir a los padres: “Mi hijo que no se meta en política”. Yo recuerdo en esos días del año 1928, yo tenía 13 años, iba de visita a una casa de familia y entraba de la calle un estudiante efervescente, como el Alka Seltzer, excitado por las manifestaciones populares y el dueño de casa lo paraba en seco y le decía: “por favor joven, en mi casa no me hable de política, porque yo soy un hombre de trabajo”. O sea, que se consagró como cosa sine qua non la antí-tesis entre ser hombre de trabajo y hombre de política. Eso llegó hasta la médula de los huesos, hasta el extremo de que muerto el presidente Gómez y ya cuando bajo los gobiernos de los gene-rales Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita, se abrió el compás como para reestructurar nuevas fuerzas políticas, las clases productoras de riqueza no participaron en el proceso, sino que le abandonaron el campo a muchachos jóvenes con espíri-tu de aventura, con vocación de poder, que no tenían nada que perder y sí mucho que ganar en la aventura política y como es sabido, en el mundo hay tres grandes poderes que son: el Papa, el Rey y el que nada tiene que perder. Eso es lo que da lugar a la estructuración de los nuevos partidos políticos derivados de aquellos tres troncos ideológicos.

Eso se ha prolongado hasta nuestros días. Y por eso ven ustedes, pues, que las organizaciones productoras de riquezas gremiales: Fedecámaras, Fedenaga, y todo eso, no tienen una representación propia en el gobierno, ni la tuvieron durante la Cuarta República tampoco. Ese es un fenómeno negativo por-que produce dentro de la democracia una especie de democracia coja, porque le falta algo.

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La pacificación tuvo además un factor de mantenimiento que fue la creación del Ejército Nacional sin ingrediente polí-tico y subordinado a los poderes nacionales. Eso es la prime-ra fase constructiva, consecuencia del triunfo de la Revolución Liberal Restauradora. Se cerró la escuela natural militar de la guerra civil, donde se formaba un ejército cuya función natural era la guerra y fue reemplazada por un ejército de militares or-ganizados, subordinados, disciplinados. Allí tiene usted los tres factores de pacificación: uno bélico, uno político y un elemento de mantenimiento.

Como ya dijimos, los cinco presidentes militares andinos que van desde 1899 hasta el 23 de enero de 1958, entendieron la función del gobierno como la necesidad de crear un país y así lo hicieron. ¿Qué pasa después que se va el general Marcos Pérez Jiménez? Acceden al poder grupos políticos que tenían su origen remoto en las jornadas estudiantiles de 1928. Dirigentes que posteriormente experimentaron modificaciones ideológicas y políticas, en una época en que en el mundo flotaban muchas corrientes ideológicas de carácter político. Cuando este grupo se ve en posesión del poder, hay que considerar que arrastraban el trauma de haberse enfrentado a gobiernos autoritarios: prisio-nes, exilios, maltratos políticos, persecuciones.

Un paréntesis: cuando digo gobiernos autoritarios, no lo digo con sentido crítico, los gobiernos autoritarios los produce de manera natural la historia cuando los pueblos los necesitan, porque las sociedades humanas no resisten mucho tiempo el caos y el caos no lo compone sino una gran dosis de falta de autoridad.

Ese trauma que ellos arrastraban los lleva con patriotismo y con buena fe (les voy a dar el crédito) a la conclusión de que Venezuela lo que necesita en ese momento es adoptar un sistema político que le asegure al ciudadano la mayor suma de libertad y

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el mayor acervo de autodeterminación, ejercido a través de ins-tituciones producto del sufragio universal, y así nace el Pacto de Punto Fijo, como dijimos anteriormente, para contrarrestar una alianza político-militar, evitarla. Y nace también la Constitución del 61, que es una de las más avanzadas del mundo y que por eso en gran parte es desfasada con la realidad nacional, pues la colectividad venezolana desde el punto de vista político no es una de las más avanzadas del mundo, yo creo que todo lo con-trario.

Entonces tenemos, que mientras los gobernantes de princi-pios de siglo construían un país, los actuales dedicaron todo el esfuerzo y todos los recursos nacionales a construir y a imponer al país un modelo político y no un modelo de desarrollo integral. Eso llevó a una politización de la sociedad venezolana, donde la política ha suplantado a la necesidad del esfuerzo creador, al trabajo, a la necesidad de seguir construyendo un país. Aquí se habla nada más que de política, se piensa en política y existe un día, no de 24 sino de 36 horas, para pensar, actuar, hablar y es-cribir sobre política.

Yo, en una conferencia que dicté donde aventuré esta tesis, pidiéndole excusas al auditorio porque indudablemente mucha gente no comparte esas ideas. Esos cinco presidentes militares andinos, es una tesis demasiado regionalista, pero lo que pasa es que es un hecho histórico. Eso no lo puede negar nadie. Si uno representa gráficamente la Venezuela que encontró Cipria-no Castro y la Venezuela que dejó Marcos Pérez Jiménez en el 58, es casi una línea vertical, un país en ascenso. La pacificación: eso se lo podemos atribuir a Castro y a Gómez, no podía hacerse nada sin pacificar el país. La rehabilitación nacional: el general Gómez pone las bases del Estado moderno en Venezuela. Hace una realidad el Ejército Nacional que ya ha decretado Cipriano Castro, comunica al país (los grandes planes de vialidad), or-ganiza las finanzas nacionales con Román Cárdenas, se paga la

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deuda externa y se paga la deuda interna. La deuda externa del año 30 cuando todos los países estaban quebrados por la crisis del año 29, y la deuda interna la pagó en enero del 35 (el murió en diciembre del 35) dejando un país totalmente solvente y en marcha. Se crea la nueva economía, con el doctor Gumersindo Torres se inicia la legislación y una política razonable de hidro-carburos. De tal manera que cuando muere el presidente general Gómez, Venezuela ya es el primer país exportador de petróleo y el segundo productor después de los Estados Unidos. De ma-nera pues, que se han puesto las bases del Estado moderno en Venezuela, es un proyecto de país.

¿Qué es lo que pasa después? Porque después que se va el general Pérez Jiménez, Venezuela, que venía ascendiendo, em-pieza a descender hasta llegar a la situación actual. Porque toda la situación actual es provocada por la Cuarta República. La he-rencia que recibe el presidente Chávez es fatal: 80% de pobreza que ha creado la Cuarta República con su mala administración es lo que conduce al poder a Chávez. Esa es la votación que lleva Chávez al poder. ¿Qué es lo que pasa? Estos sectores políticos que toman el poder, después de la ida del general Pérez Jiménez, no piensan en un proyecto de país, sino en un proyecto político para aplicárselo al país. Ahí está la diferencia fundamental y la gente no se quiere dar cuenta. Puedo citar algunos males graví-simos en que se incurrieron. Primero: la sobredimensión del Es-tado. Un país que funcionaba con 150.000 personas en la nómina del Estado, lo llevan a más de 2.000.000, más que el Japón, que es una potencia del primer mundo, más que Francia que es un país de tradición burocrática. ¿Qué presupuesto resiste eso? Ningu-no. En el departamento de transporte de un Ministerio hay para un automóvil cinco o seis chóferes. Eso es grave, y el costo po-lítico y social para desmontar aquella maquinaria no lo resiste ningún gobierno, de manera que han creado una situación gra-vísima de carácter casi irreversible: el endeudamiento del país. Venezuela, cuando se va el general Pérez Jiménez no debía un dólar al exterior. Ahora se ha llevado el endeudamiento al in-

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finito, y hasta han trancado el juego porque no hay dinero, a pesar de ser el país que yo describí antes, con las condiciones de riqueza natural. De manera que aquí el problema realmente fue un problema de administración: la orientación del gasto hacia el gasto corriente y no hacia la inversión. La sobredimensión del Estado. La inseguridad reinante, la vida humana.

Por último, el daño demográfico que se le ha hecho a Vene-zuela, que es una cosa irreversible, si se quiere. En 1940 Vene-zuela tenía 4.000.000 de habitantes. Viene entonces la oleada in-migratoria del siglo XX. Lo primero fue la gente de la república española, por la Guerra Civil allá. Vinieron españoles de todas procedencias, pero entre otros, vascos y catalanes, que son gente muy creativa. Vienen luego los judíos. Luego con la guerra vie-nen inmigrantes de todas partes de Europa, de los países donde se está guerreando, entre los cuales vinieron muchos profesio-nales y muchos obreros especializados. Pero luego, a partir del año 50 como política de Estado, empieza a venir una corriente inmigratoria seleccionada, porque se nombraron los funciona-rios correspondientes en los consulados para seleccionar la inmi-gración. Y es aquella inmigración magnífica que viene en la dé-cada del 50 al 60, constituida fundamentalmente por españoles, portugueses e italianos. Eran gente que venían de países donde la vida es muy competida, muy dura, y donde la productividad y el trabajo tienen una connotación que no la conocíamos aquí. De manera que es una corriente sumamente constructiva.

Cuando se va el general Pérez Jiménez y regresan del exte-rior la diligencia política y la diligencia sindical que estaban en el exilio, se sorprenden al encontrar un país transformado en 10 años. El país más pujante de la América Latina.

Posteriormente, por corrupción de los servicios correspon-dientes y de los funcionarios del caso, se ha llenado el país de una población procedente del entorno, que ningún plan serio de inmigración habría traído al país. Marginalidad que vino a su-

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marse a la marginalidad propia. La Cuarta República, otra de las cosas gravísimas en que incurre, es que permite un aumen-to indiscriminado de la población sin una selección adecuada, y además, por falta de una ley, se rodea a las principales ciudades del país con unas franjas de marginalidad, con todos los defec-tos que tiene la marginalidad: promiscuidad, droga, inseguridad por la criminalidad. Ese es el saldo de la Cuarta República. Po-dríamos profundizar y detallar más, pero ese, como ustedes ven, es un saldo muy negativo. De manera que, mientras en el siglo XX usted puede trazar una línea casi vertical desde el 1900 hasta el 1958, en materia de progresos del país, en la segunda mitad del siglo XX puede trazar una línea descendente, que al princi-pio, por los recursos que heredan, y el tipo de país que heredan, tiene cierta horizontalidad, como lo que llaman en estadística: una meseta. Pero luego, coge la picada hasta caer en el cambio de siglo: 80% de pobreza.

¿Esa es la explicación que usted da a que en la segunda mitad del siglo XX, en Venezuela, un país lleno de recursos, se había caído en el 80% de pobreza?

Esa es la explicación, que no había proyecto de país, sino un proyecto político para hacérselo aceptar al país. Y todavía no hemos salido de eso. Aquí de lo que se está hablando es de eso: un proyecto político para hacérselo aceptar al país, tanto el gobierno como la oposición. Mientras no se salga de esto, el país no sale adelante.

CAÍDA DEL GENERAL MEDINA, 18 DE OCTUBRE 1945

Fecha clave de la historia de Venezuela, el 18 de octubre de 1945.

Esta fecha es muy importante porque ahí van a entrar en jue-go dos factores que no existían en el pasado: las nuevas Fuerzas

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Armadas Nacionales, y las nuevas fuerzas políticas que han sus-tituido a los partidos históricos que habían desaparecido, y eso va a coincidir con el momento en que Venezuela ya es un país petrolero importante.

El movimiento del 18 de octubre es un golpe militar real-mente, con conocimiento de una fuerza política que se había retirado de la conspiración. El 18 de octubre corresponde y se compagina con la tesis mía de los reajustes históricos de carácter periódico que fundamentalmente son de tipos generacionales. Fíjate tú, que para el 18 de octubre, han pasado 36 años de los gobiernos de Castro y de Gómez. Y han pasado todavía unos años más de Medina y de López Contreras. O sea que se da la tesis mía del reajuste de cada 35 o 40 años: aquí fueron 40 años. Es el lapso en que una generación de dirigentes envejece, muere, se desacredita, se desactualiza, satura al país con su estilo de go-bernar y el país desea cambios. Pero al mismo tiempo, ante ese sentimiento nacional, han surgido nuevas generaciones. Para el 18 de octubre hay dos nuevas generaciones desligadas del pro-ceso del siglo XIX, que son la generación civil del 28, imbuida de las ideas políticas del siglo XX -la social democracia, el social cristianismo, el socialismo marxista- y la institución armada del siglo XX, cuyos oficiales salen de institutos militares docentes, donde los estudios son cada vez más avanzados por la marcha inexorable del progreso.

La insurgencia estudiantil del año 28 sacudió profundamen-te al país, y multiplicó las críticas al gobierno de la época. Mucha literatura clandestina. Me acuerdo un periodiquito mimeogra-fiado que lo tiraban las Blanco, hermanas de Andrés Eloy, que se llamaba El Imparcial. Y además una serie de incursiones al estilo de los antiguos caudillos, como la invasión de Peñaloza por el Táchira al estilo antiguo, con una columna. Arévalo Cedeño por Arauca. Rafael Simón Urbina por las costas de Falcón. Román Delgado Chalbaud por allá por Cumaná. Y el alzamiento del ge-

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neral José Rafael Gabaldón, en Santo Cristo. Esas son cosas del año 28, y del año 29 que crean un ambiente insurreccional en el país, del cual van imbuidos los muchachos que en los años 30 van a ingresar a la Academia Militar y Naval. De manera que esos cadetes de la década del 30 al 40 ya llevan un germen ideo-lógico en la mente, distinto a los oficiales anteriores. Además, se multiplican las salidas de oficiales al exterior y siguen los térmi-nos de comparación. Se dan cuenta de que las Fuerzas Armadas Nacionales, desde el punto de vista doctrinal, organización y equipamiento, no son apropiadas para cumplir con los verdade-ros compromisos, sobre todo de tipo internacional, que requiere una institución militar. Se ve que sirven para mantener el orden público interno, para mantener al gobierno de turno.

También el aspecto económico es otro de los puntos a destacar, porque según oficiales de la época, eran muy mal remunerados.

Sí. La remuneración de los oficiales era de 12, 14 y 16 bolíva-res diarios, el subteniente, el teniente y el capitán. Y no era tanto por la estrechez económica, sino por los términos también de comparación. Un capitán ve que después de haber pasado cuatro años en un instituto militar docente gana como un chofer de casa de familia. Un teniente ve que él gana como una cocinera de casa de familia. Un subteniente ve que él gana como una muchacha de servicio de adentro. Todas esas cosas van construyendo y van creando un ambiente general de murmuración. A eso se agrega el hecho de una conversación privada que tuvo el general López Contreras con el Padre Valero, en que le dijo que él se había visto obligado a firmar el tratado del 41 con Colombia, porque nuestra institución armada no estaba preparada para una eventualidad internacional. Todo eso es lo que va creando el espíritu del 18 de octubre. Hay muchos oficiales que luego fueron octubristas como Miguel Nucete Paoli y Martín Carrillo Méndez, como Eve-lio Roa Castro, José León Rangel Barrientos, que ya en la década del 30 conspiraban.

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¿Cómo eran esas conspiraciones?

Al principio era una murmuración de tipo general, que lue-go se va a nuclear en tres grupos que no se conocían al comienzo entre sí. Un grupo donde están Mario Vargas, Julio José Var-gas, Edito Ramírez y otros oficiales más. Otro grupo, de los her-manos Horacio y Armando López Conde. Horacio, teniente de Aviación, Armando, teniente de Fragata, con vinculaciones en la Aviación y en la Armada. Y el grupo de Pérez Jiménez que reu-nía a los oficiales venidos de los institutos militares docentes del Perú, tanto del Chorrillos como de las escuelas de armas, de ar-tillería, infantería y caballería. Pérez Jiménez también agrupaba a otros oficiales que no eran del Perú. Ese era el grupo a donde yo pertenecí por mi vocación militar frustrada y por mi amistad con Pérez Jiménez desde que era teniente. Era yo el único civil.

Esos tres grupos se van a conocer entre sí en 1944, y va a surgir un frente unido, ya con carácter conspirativo, que se lla-mó la Unión Militar Patriótica, con una cúpula de mando, con una exposición de motivos, con un esbozo de programa y con una fórmula de juramentación. A fines del año 44 el gobierno aborta una insurgencia de sargentos: una sargentada muy peli-grosa, que la comandaba el sargento de primera Alexis Camejo Perdomo, que era plaza del Batallón Venezuela, acantonado en el Fuerte Urdaneta, en Catia. El gobierno descubre eso por ahí en noviembre del 44. Ese hubiese sido un movimiento de sargentos con alianza política indudablemente de izquierda. Quedaba el sector militar de oficiales fuera.

¿Qué otros grupos se sumaron al movimiento conspirativo del 18 de octubre?

A principios de 1945 un grupo de oficiales de Marina esta-ban conspirando por su cuenta. Supieron de la existencia de la Unión Militar Patriótica y mandaron una comisión de enlace que

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la constituían los tenientes de fragata Manuel Rojas, Manuel Ve-gas y Luis Ramírez. Quedaron enchufados en el movimiento.

Pérez Jiménez iba siempre a mi oficina, dos, tres veces a la semana, se aparecía después de las cuatro de la tarde. Conver-sábamos y conspirábamos, por supuesto, y luego lo acompaña-ba yo. Vivía en un viejo edificio que lo tumbaron y hoy lo han reemplazado con uno, cuya construcción está paralizada, en el extremo occidental del puente las Brisas, en San José. Se llamaba el edificio Iberia. Ahí vivía Pérez Jiménez con Flor y ahí esta-ba Margot, la hija mayor. Quinto piso sin ascensor. Nos íbamos ya en la tarde, a pie hasta allá, subíamos, me tomaba un café con ellos, y me venía para acá. A veces antes de irnos para allá, entrábamos a Santa Capilla, recibíamos juntos la bendición del Santísimo. Bien.

La primera semana de junio de 1945 llega Pérez Jiménez como de costumbre y me dice: “Dígame una cosa, ¿usted conoce a esta gente de Acción Democrática?”. Le dije: “De oídas mucho, personalmente, no, pero de oídas mucho, porque son activistas políticos que vienen actuando desde las jornadas estudiantiles del año 28, y el general López Contreras expulsó a algunos de ellos, por allá en el año 36. Ellos constituyeron un partido clan-destino llamado el PDN, que se los acaba de legalizar el gene-ral Medina bajo el título de Acción Democrática. Pero personal-mente no los conozco”. Me dice: “¿qué piensa usted de ellos?”. Le digo: “no podría emitir una opinión verdaderamente seria, porque no tengo suficientes conocimientos. Pero, ¿por qué me hace esas preguntas?”. Me dice: “porque hemos hecho contacto con ellos y parece que estarían dispuestos a colaborar”. Le dije: “me parece que abrigan ideas nacionalistas, que son un sector nacionalista y que además propician el llevar al país a formas de gobierno más modernas, más de acuerdo con la situación del mundo actual, pero no sé más nada”. Me dice: “bueno, ellos pa-rece que estarían dispuestos a colaborar. Esta semana vamos a

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tener la primera reunión. Por el lado nuestro la voy a presidir yo, como el de más jerarquía”. Pérez ya era mayor. Me agrega: “yo no era partidario de hacer compromisos con una fuerza políti-ca. Yo era partidario de tomar nosotros el control del gobierno, y luego llamar a colaborar a los mejores hombres del país, sin distingo de partido, inclusive gente de Acción Democrática, si los tiene. Pero ha triunfado la opinión de la mayoría y yo me he sometido a ello”, y me dijo “ojalá que esto salga bien”, así con displicencia.

Esa semana hubo la primera reunión en la casa del doctor Edmundo Fernández, un médico independiente de la generación del 28, que vivía en Campo Alegre. En esa primera reunión asis-tieron por el lado de Acción Democrática: Rómulo Betancourt y Raúl Leoni. Y por el lado militar, encabezando al grupo, Pérez Jiménez, acompañado de los tenientes Carlos Morales, Martín Márquez Áñez, Horacio López Conde y Francisco Gutiérrez Pra-do, hoy general retirado. Fernández no participó en las reunio-nes, sino que prestaba la casa. Para la segunda reunión, aquellos agregaron a Gonzalo Barrios y a Luis Beltrán Prieto Figueroa, y resolvieron congelar el conocimiento de aquellas conversaciones en ellos cuatro, por dos cosas: si el movimiento fracasaba, sacri-ficarse ellos a título personal y salvar al partido, y para evitarle a un partido democrático la sombra, la raya, de haber participado en una conspiración militar. Yo me acuerdo que, siendo yo el secretario de la Junta Revolucionaria de Gobierno, a veces nos quedábamos Betancourt y yo conversando en el despacho presi-dencial, y por su puesto recordábamos mucho el pasado y todos esos acontecimientos, y una tarde me dijo Betancourt: “José, le voy a confesar que la primera vez que ustedes hicieron contac-to con nosotros, la reacción mía fue de una gran desconfianza”. Le digo: “¿por qué?”. Me dice: “porque yo nunca creí que en Venezuela podía producirse un movimiento de andinos contra andinos, pero luego sí vi que la cosa iba en serio”.

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Esas conversaciones, ¿cómo se produjeron y por qué?

La esposa de Horacio López Conde, una de las figuras im-portantes de la conspiración militar, era prima hermana de la es-posa del doctor Edmundo Fernández, un médico independiente de la generación del 28. Un día, López Conde le hizo la confiden-cia a Fernández de lo que estaba ocurriendo, y Fernández le dijo: “bueno, yo respeto lo que ustedes estén haciendo, pero lo que sí les digo es que la alianza con un partido podría significar un apoyo de calles a la hora del conflicto, y sobretodo, los ayudaría a organizar y a manejar el país si tienen éxito”.

Ya el grupo militar había llegado por eliminación a que la única fuerza que se podía contactar era Acción Democrática, porque la otra era el PDV, que era el partido del gobierno, o el Partido Comunista, que estaba cuadrado con el general Medina. Fernández le dice: “si ustedes me dan autorización yo hago el puente entre los dos grupos. Yo tengo mucha confianza con los principales dirigentes de ellos”. Vino la autorización, y por eso se van a producir esas reuniones. Cuando el PDV, y por supuesto, el general Medina, lanzan la candidatura de Diógenes Escalan-te, Betancourt le dice al movimiento militar: “nosotros creemos que la candidatura del doctor Escalante es válida, y la vamos a suscribir. Escalante es un hombre forjado en el exterior, parte de su vida la ha pasado en cargos diplomáticos y es un hombre civilizado. Nosotros, si lo llevamos a la Presidencia, creemos que todas esas reivindicaciones institucionales a que ustedes aspi-ran, las conseguiremos con el doctor Escalante, sin violencia”. Y les decimos: “desmonten el movimiento, y nosotros nos vamos a comprometer políticamente con él”.

Ahí se produce el viaje para traer a Escalante.

Sí. Viajaron a los Estados Unidos, Raúl Leoni y Rómulo Be-tancourt. Creo, pero no lo aseguro, que viajaron en un tanquero

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de la Creole. Y como ellos eran unos limpios, se llevaron para financiar el viaje, a un amigo íntimo de ellos, Antonio Bertorelli, que sí era un hombre de muchos recursos económicos. Betan-court es el que decide a Escalante, a quien el general Medina ya le había asomado la candidatura y la había rechazado aduciendo razones de salud. Betancourt le dice: “pero doctor Escalante, el caso suyo es un caso de unanimidad única. Usted es el candidato del presidente, es el candidato del partido de gobierno, el Parti-do Comunista está cuadrado en esta cruzada con el presidente, y nosotros que somos la oposición venimos a ofrecernos también. O sea que sería unanimidad total”.

¿Eso es lo que convence a Escalante, la retórica de Betancourt?

Así es. Convienen en que él acepta gobernar y si sale electo gobernaría por dos años. A los dos años se retiraría por razones de salud, en esos dos años habrían modificado el sistema elec-toral y adoptado el sufragio universal, y se llamaría el país a elecciones y saldría un presidente. Ese es el convenio. Ya Acción Democrática está desconectada del golpe militar. Sabe que hay un golpe militar, pero están con la candidatura de Escalante.

¿Qué pasó con el doctor Diógenes Escalante a su llegada a Ve-nezuela?

Escalante viene y se hospedó en el hotel Ávila y se aisló mucho, no lo acompañaban ahí en sus conversaciones sino sus cuñados, los Álamo Ibarra, el doctor Manuel Egaña y personas que iban a propiciar su candidatura. Ramón J. Velásquez, que se acababa de graduar de abogado, trabajaba en el Últimas Noticias, donde ganaba algo así como 300 bolívares mensuales. Creo que Kotepa Delgado, uno de los dirigentes, allá le dijo: “Velásquez, el doctor Escalante ha venido al país, pero está completamente aislado. No ha hablado con los medios de comunicación, y usted que es paisano de él, por qué no le pide una entrevista, a ver

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si se la concede y nos anotamos ese punto”. Velásquez pidió la entrevista y la obtuvo, pero Velásquez dice que lo que le decla-ró Escalante en la entrevista no tenía ninguna importancia para prestigiar a Escalante ni para prestigiar al periódico. Entonces, él se puso a recoger todo lo que había de la vida de Escalante: pro-yectos, discursos, intervenciones en los congresos, etc. Mezcló todo aquello y con un retrato publicó a toda página en Últimas Noticias: “El pensamiento político de Diógenes Escalante”. Al día siguiente se aparece Manuel Egaña y los Álamo Ibarra allá en el periódico y le dicen: “Velásquez, venimos a buscarlo porque el doctor Escalante está agradecidísimo de lo que usted ha hecho, y sorprendido del acierto suyo. Y quiere felicitarlo y darle las gracias personalmente”. Cuando llegan allá, Escalante lo felicitó, le dio las gracias y le dijo: “pero tenga entendido que eso que usted escribió allí no se lo dije yo”. Velásquez replicó: “no, no me lo dijo doctor, pero yo comprendí, estudiando la vida suya, intervenciones anteriores en diversas circunstancias, que esa era su manera de pensar”. Le dijo Escalante: “Efectivamente, esa es mi manera de pensar en política y un hombre que sin haberme tratado íntimamente me interpreta de una manera tan cabal, en las circunstancias actuales mías, tiene que estar aquí a mi lado. ¿Qué hace usted?”. Velásquez le dijo: “yo trabajo en Últimas No-ticias y gano tanto”. Le dijo Escalante: “usted es de allá de la tierra y debe estar acostumbrado a levantarse temprano. Yo lo espero todos los días aquí a las seis de la mañana para que me ayude. No renuncie en Últimas Noticias, porque al puesto no se renuncia”.

Velásquez empezó a ir todos los días, y sería más o menos a mediados de agosto, un día le dijo Escalante a Velásquez: “esta tarde está muy bonita y hemos terminado temprano. ¿Por qué no nos vamos a dar un paseo por los alrededores de Caracas?”. Escalante tenía un carro con chofer, y agregó “hace tiempo que yo no visito los alrededores de Caracas, por ejemplo Los Cho-rros, vamos hacia Los Chorros, que hace tiempo que no lo veo”.

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Cuando iban en el camino hacia Los Chorros, le dijo: “un día de estos, Velásquez, tengo que ir al Táchira”. Velásquez le dijo: “me alegro que me lo haya dicho doctor, porque yo no me había atre-vido a sugerírselo, por respeto, pero es la tierra nativa de usted. Usted es el candidato de la Presidencia y hay que darle cierto tratamiento prioritario en estos momentos. Inclusive podemos formar allá una célula o un núcleo para iniciar la candidatura”. Le dijo Escalante: “mire Velásquez, si yo voy al Táchira lo hago por razones afectivas, no por razones políticas. Puede ser has-ta una visita triste, que yo me encuentre que muchos familiares fallecieron, muchos amigos desaparecieron, pero yo voy por ra-zones afectivas. Y a usted que es joven, le voy a dar un consejo: no mezcle nunca la política con el mundo de sus afectos, que es lo más negativo que hay, mezclar la política con el medio fami-liar, mezclar la política con la tierra donde nació”. Más equilibrio mental no se puede concebir. Se despidieron y al día siguiente llegó Velásquez como de costumbre.

Don José, como es sabido, en días posteriores, ocurriría uno de los hechos más lamentables de la historia de Venezuela, como es la enfermedad mental del candidato de consenso, doc-tor Diógenes Escalante. Ante lo cual, el Gobierno del general Medina Angarita decide postular al doctor Ángel Biaggini. Ac-ción Democrática no suscribe tal candidatura. ¿Por qué?

No. Acción Democrática no suscribe la candidatura del doc-tor Biaggini que, a mi juicio, podría haber sido hasta mejor pre-sidente que el doctor Escalante, porque el doctor Biaggini era un buen abogado en Táchira, y hacendado. Conocía la vida de pro-vincia, la política provinciana, todo eso. No se había desconec-tado del país como Escalante en muchas oportunidades. Pero, el PDV cometió el error de que cuando van a lanzar la candidatura de Biaggini, no se les ocurre ni siquiera una llamada telefónica a Acción Democrática, que los ha ayudado con tanta lealtad, y los ha acompañado en la candidatura de Escalante, para preguntar-

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les qué les parecía la candidatura de Biaggini. Acción Democrá-tica se molestó y pidió otra candidatura. Le pidieron una audien-cia al general Medina para don Rómulo Gallegos. La audiencia se produjo, y el viejo Gallegos le dijo a Medina: “¿por qué no nos ponemos de acuerdo y lanzamos un candidato de consen-so?”. Y hasta se barajaron dos nombres de personas importantes que fueron: el doctor Martín Vegas y el doctor Oscar Augusto Machado. Pero aquello no prosperó, el golpe militar había se-guido porque no estaba condicionado a la presencia de Acción Democrática. Ya estamos en el mes de septiembre donde la otra cosa importante que se produce, es la incorporación de Carlos Delgado al movimiento. Carlos Delgado era el jefe de Estudio en la Academia Militar, y como era un oficial muy culto, sin obstá-culos en su carrera, no habían querido decirle, pero el teniente Edito Ramírez, que era uno de los jefes del Pelotón en el cuerpo de cadetes, y era amigo de Delgado, dijo: “yo le voy a decir algo importante”. Y Delgado le dijo: “yo no estoy preparado anímica-mente, ni moralmente, para una cosa de esa naturaleza. Denme por lo menos 48 horas para pensarlo. Si acepto no hay problema porque estoy con ustedes, y si no acepto, tampoco, porque yo soy un caballero y ustedes no tienen nada que perder”.

¿Así se produce la incorporación de Delgado?

Sí. Fue más o menos a mediados de septiembre, ya poco an-tes del 18 de octubre.

¿Quiénes eran los ideólogos de ese movimiento?

En ese movimiento hubo dos ideólogos que fueron Edito Ra-mírez y Marcos Pérez Jiménez. Había una diferencia entre ellos. Edito quería hacer un gran esfuerzo para elaborar un programa de gobierno. Pérez Jiménez no era partidario sino de sumar el mayor número de comprometidos políticos, y trabajaba en eso. Estuvieron muy enfrentados por esas diferencias de criterios, lo

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cual ocasionó una crisis y terminó con la caída de Edito. Muchos oficiales que sentían simpatía por el general Medina no querían darle un golpe, sino que preferían que Medina hiciera la manio-bra política de dejar a un sucesor. Pero había que esperar hasta el año siguiente, hasta abril, y podría haber el problema de que se descubriera el movimiento. Tampoco se quiso esperar al pri-mero de enero, cuando hay orden general que incluye ascensos, y con ellos cambian a los oficiales de puestos y ya los comprome-tidos tenían su posición en los sitios donde estaban. Y tampoco querían interferir con las fiestas de Navidad.

Entonces se escogió la última semana de noviembre, pero el lunes 15 de octubre había habido una infidencia y el general Me-dina tuvo conocimiento del golpe, y nosotros tuvimos también conocimiento de que el general Medina ya lo sabía, porque uno de sus edecanes, Raúl Castro Gómez, que era primo hermano de Carlos Delgado sabía que el presidente tenía una lista de un golpe que iban a dar y en la que estaba supuestamente Carlos Delgado. Por supuesto, Carlos Delgado, por su personalidad, su formación en Europa y todo, era el hombre que más lucía como posible jefe del movimiento. Esa misma noche Raúl Castro Gó-mez se reunió con Carlos Delgado, y le dijo: “el general Medina tiene una denuncia de un golpe. Dice que tú estás metido en eso”.

¿Estamos hablando de qué día?

Ese es el lunes 15. El martes 16 hubo una reunión en la casita muy pobre de Mario Vargas, aquí en la calle Colombia, en Mon-te Piedad, donde concurrieron oficiales de la Guarnición de Ma-racay: José León Rangel Barrientos, Oscar Tamayo Suárez -que a pesar del ser de la Guardia Nacional, era oficial de planta en la Escuela de Aviación Militar-; oficiales de La Guaira: Roberto, el Turco Casanova y Tomás, el Mono Mendoza; y oficiales de Ca-racas: Mario Vargas, Julio César Vargas, Marcos Pérez Jiménez,

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Miguel Nucete Paoli. La reunión fue para acordar que el golpe estaba descubierto, y ver qué acción había que tomar. Se llegó a la conclusión de que al haber una detención, o al haber una or-den de acuartelamiento, el golpe se lanzaba.

¿Fue eso lo que ocurrió?

Sí.

Vamos al martes 16.

Ese mismo martes 16 hubo la idea de hacer contacto con Ac-ción Democrática, que tenía conocimiento de la conspiración, y qué ayuda podían ofrecer si se producía el golpe. No decirles que el golpe estaba descubierto, sino que había oficiales muy impacientes y que alguno podía cometer una imprudencia y soltarse la cosa como reacción en cadena. Al único de Acción Democrática que se pudo encontrar fue a Rómulo Betancourt, y entonces hubo la reunión en la quinta de la madre de Carlos Delgado Chalbaud, Luisa Elena Gómez Velutini, que era casa-da con un pintor francés, un señor de apellido Auvin. Allí con Betancourt hablaron Carlos Delgado, creo que estuvo también Edito Ramírez, Julio Cesar Vargas y López Conde. Le plantea-ron la situación y entonces Betancourt dijo: “como ustedes sa-ben, nosotros no le habíamos dicho nada al partido, yo no pue-do comprometer al partido en ausencia, de manera que denme tiempo para hablar con el CEN a ver qué dicen ellos”. Eso es el martes 16 en la noche. El miércoles 17 es el gran mitin de Acción Democrática en el Nuevo Circo, que estaba ya programado y que no tenía nada que ver con esto. Por eso es que en ese mitin la intervención de Betancourt, con extrañeza del gobierno y del partido mismo, es una especie de arenga revolucionaria, donde dice que Acción Democrática está lista para tomar el poder. Eso acusó gran extrañeza. En ese mismo momento, hay un plan para hacer preso a Carlos Delgado Chalbaud allá en la Academia Mi-litar, y mandan al director de Guerra que era el coronel Ruper-to Velasco, de allá de Falcón, oficial culto que decía discursos y

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versos y cosas de esas. Ruperto Velasco llega a la Academia con una maniobra muy torpe: una cena que no estaba programada. Los oficiales que sabían que estaba descubierto el golpe fueron muy prudentes y muy juiciosos con las copas. A la media noche Ruperto Velasco invitó a Delgado a salir de parranda. Delgado le dijo: “no puedo coronel, mañana hay exámenes aquí y yo soy el jefe de Estudio”. Al que se llevaron muy tomado fue a Ruperto Velasco. De manera que estamos en la noche del 17.

El golpe fue al día siguiente, el 18.

El día 18 de octubre, que es la fecha en que se produce el alzamiento, vamos a describirla de la manera siguiente. En pri-mer término, desde el lunes 15 que supimos que el golpe estaba descubierto, cesaron mis conexiones con el mayor Marcos Pérez Jiménez, que ejercía el cargo de jefe de la Primera Sección del Es-tado Mayor, que funcionaba en Catia, en el Cuartel Urdaneta, y me dejaron como oficial de enlace al capitán Miguel Nucete Pao-li, muy amigo mío, que era uno de los ayudantes del Regimiento de Caballería, y formaba parte de la Guarnición de Miraflores. Nucete y yo acostumbrábamos, por aquí por la esquina de Mu-ñoz, reunirnos de noche a tomar una cerveza ahí en la Cerve-cería Gambrino, del señor Mikuski. En nuestras conversaciones adelantábamos opiniones acerca de cómo iba esa semana desen-volviéndose. Yo le digo a Nucete el día 17: “Si se produce el alza-miento, ¿dónde nos alzamos en Caracas?”. Me dijo: “El Cuartel San Carlos, el Cuartel de Miraflores y la Academia Militar que son los tres sitios donde tenemos mayoría de comprometidos”. Le dije: “Bueno, yo en ese caso me incorporaría a Miraflores que me queda ahí cerca”.

Amanece el 18.

El 18 me entero de que el golpe ya va a estallar, pregunto por Pérez Jiménez, que era mi jefe de grupo en la fase preparatoria y me dicen: “El golpe va en parte por eso, porque los hicieron pre-

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sos a él y a Julio César Vargas en el Estado Mayor. Los han traí-do aquí al Ministerio donde les están tomando declaraciones”. Los envían arrestados, ellos negaron ahí en el Ministerio todo lo que les imputaban, los llevaron arrestados al Cuartel Ambrosio Plaza que era el Cuartel de Caballería que quedaba allá en San Martín, donde está ahora el Hospital Militar.

¿Cómo se sigue desarrollando el 18 de octubre?

A media mañana del 18 de octubre, como a las 9, ya están presos Pérez Jiménez y Julio Cesar Vargas. Vuelve el coronel Ru-perto Velasco, probablemente muy quebrantado por la cena esa de la noche anterior a la Academia Militar, a cumplir la misión de detener a Carlos Delgado y a Mario Vargas. El oficial que está en la guardia de prevención, cuando ve que regresa el director de Guerra que se ha ido muy tarde de allí, le avisa a los de arri-ba y ya hay las noticias de que están detenidos Vargas y Pérez Jiménez. Carlos Delgado Chalbaud, Mario Vargas, Raúl Parra García, Rómulo Fernández, que era el comandante del cuerpo de cadetes, y Edito Ramírez, que era el comandante de un pelotón del cuerpo de cadetes; detienen a Ruperto Velasco, al coronel Antonio Arévalo y teniente coronel José Venancio Lira, director y subdirector de la Academia, respectivamente. Edito Ramírez forma el cuerpo de cadetes en el patio, los arenga, y los cadetes respondieron. Queda entonces sublevada la Academia Militar. Es lo primero que se subleva el 18 de octubre en Caracas. Desde allí, el que iba a jefaturar el alzamiento en el cuartel de Mira-flores era el tercero en jerarquía al mando: el mayor Celestino Velasco Buitrago, un hombre de gran valor personal y de muy buena disposición militar. Mario Vargas los conminaba a que no lo dejaran solo, porque ya ellos se habían alzado. Pero con un gran valor y serenidad, Velasco se aguanta. Esto porque el gene-ral Medina estaba en el palacio de Miraflores con el alto mando militar considerando la situación que ya conocían, y también ese día tenían convocada audiencia para oficiales superiores, y ha-

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bía como 10 o 12 de ellos. Además, Velasco, que no era sino un mayor, no se atrevía con aquel alto mando ahí reunido a tirar la parada.

En Miraflores los que hacían de guardia presidencial eran los del Regimiento de Caballería Ambrosio Plaza #1, que consta-ba de dos grupos que se llamaban Dragones y Guías, y de a dos escuadrones cada grupo. El grupo de Dragones permanecía en el cuartel allá en San Martín, y el grupo de Guías, sin caballos, esta-ba en el cuartel de Miraflores haciendo de guardia presidencial. El comandante del regimiento que permanecía en el cuartel en San Martín, era el coronel Luis Romero Arjona, y el comandante del grupo de Guías era el coronel Marco Antonio Varela, herma-no del coronel Urpiano Varela que era el jefe de la casa militar. El segundo jefe acá era el teniente coronel Luis Acevedo Jaimes.

Cuando el general Medina se va como a las 12:30 a almorzar a la Quebradita, el coronel Marco Antonio Varela, que es el jefe en Miraflores, y veía ya el ambiente tenso, no quiso ir a almorzar al comedor de oficiales, e hizo que le llevaran su almuerzo a la habitación. Cuando se metió ya a la habitación a almorzar, en-traron detrás de él Miguel Nucete Paoli y Roberto Morián Soto, lo desarmaron y lo hicieron prisionero.

Al segundo comandante Luis Acevedo Jaimes, que se man-tenía fuera del cuartel, Celestino Velasco, en una forma natural, le dijo: “mi comandante, una llamada telefónica para usted”. Cuando entró, entre Miguel Nucete Paoli y Jorge Rincón Calca-ño, le metieron los revólveres, lo hicieron preso y lo desarmaron. Se cierra la puerta del cuartel. Ese día de se juramenta a los ofi-ciales que no estaban juramentados. Hubo uno que no se quiso juramentar y quedó detenido que fue el capitán José Leonidas Pérez. Fuimos muy amigos y después ya él retirado tenía una hacienda de ganado lechero allá en el Táchira, y cada vez que yo iba al Táchira me pasaba por lo menos un día con él allá en su

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hacienda, y recordábamos todas esas cosas. Se forma el personal de tropa en el patio, lo arengan, el personal de tropa responde, el teniente Tomás Pimentel Dalta que era el jefe del parque lo abre y se reparte ya dotación de munición como para combatir, y se ponen traje de faena los soldados.

¿Ahí se podía asegurar que estaba sublevado el cuartel de Mi-raflores?

Sí. En esto, el general Medina llega en su automóvil, y lo pa-ran, no en la acera de acá, sino en la acera del oeste. En esa época, esa acera que forma con el palacio el callejón ese que termina en el asta de la bandera, estaba constituida por una serie de casitas de estas de tráfico de la vieja Caracas, propiedad del palacio de Miraflores. En esas casitas funcionaban archivos, la consultoría jurídica, y había la #5, que en los tiempos del general Gómez era la casa a la cual él llegaba y donde dormía cuando venía a Cara-cas. Él no dormía en el palacio, sino en la casita #5 que quedaba frente a frente a la prevención del cuartel, y ahí lo acompañaba su amigo servidor de gran lealtad Eloy Tarazona. En la esquina había una casa grande muy buena donde vivía doña María Me-dina de Quintero, hermana del general Isaías Medina, casada con el doctor Pedro Quintero, los padres de los Quintero Medi-na. Esa era la acera de enfrente. Cuando regresa el general Medi-na para el auto frente a la prevención del cuartel, pero en la acera del otro lado, no en la acera del cuartel, y manda al edecán que venía de guardia con él, el capitán Rodolfo León Portillo, que después llegó a general, a que pregunte por qué a esa hora está cerrada la puerta del cuartel, y Nucete le dice: “dile al general Medina que estamos sublevados y que se marche”.

Todo eso ocurre en las puertas del cuartel.

Sí, estaba cerrada y Nucete con un fusil ametrallador en la ventanita del centinela. A esa hora la puerta del cuartel está abrierta, la cierran de noche y ponen al centinela ahí. Medina lo

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conmina tres veces desde el auto: “Nucete hágame el favor de venir acá”. Nucete: “no voy general”. A la tercera conminatoria Nucete le dice: “General, estamos sublevados, no voy a ir, retí-rese usted y evite aquí un suceso desagradable”. De manera que hubo cierta nobleza, cierto respeto a la jerarquía del presidente, porque otros lo habrían podido hacer prisionero fácilmente, o disparar sobre él, en un caso más extremo. Medina se fue.

¿Por qué Medina llega a esa hora a Miraflores?

Voy a hacer la historia completa. Era ministro de Fomento en aquel momento el general Juan de Dios Celis Paredes, que te-nía como director de Industria y Comercio a un oficial en indis-ponibilidad y retiro llamado el capitán Simón Arenas Revenga. Lo voy a nombrar porque lo que hizo Simón Arenas, no fue con-tra el honor militar, todo lo contrario, y él no era juramentado. Simón Arenas vestía civil, porque estaba en indisponibilidad, y ese día había examen en la Academia Militar, donde él era pro-fesor de Armas y Explosivos, y cuando va allá a los exámenes, encuentra la Academia sublevada. Carlos Delgado Chalbaud y Mario Vargas, como lo ven vestido de civil, le explican que hay una sublevación, le piden que se incorpore, y que como está ves-tido de civil, vaya a Miraflores y conmine a Celestino Velasco a alzar el cuartel de Miraflores, porque los van a dejar solos a ellos como los únicos sublevados. Simón Arenas sale de allí, pero en vez de irse a Miraflores se va a la Quebradita donde estaba el general almorzando y le dice lo que está pasando y la misión que le han dado a él para Miraflores. Digo esto en honra del capitán Simón Arenas porque como se ve no es ningún acto deshonroso de él, ni contra el honor militar porque él no es juramentado. Medina resuelve venirse a Miraflores. Como aparentemente el que lleva la orden o la consigna de sublevarse es Simón Are-nas, el general Medina cree que va a llegar a tiempo de parar la sublevación. Pero no es así, cuando llega encuentra que ya está Miraflores sublevado.

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¿Quiere decir que en el 18 de octubre no había odios persona-les sino la intención de tomar el poder?

Así es. Veremos dos o tres actos que indican eso. Se trataban con respeto. Lo otro que ocurre ahí en el cuartel de Mirafllores, es que se forma la tropa en el patio, se la arenga, se le explica el motivo de la sublevación y los objetivos que se persiguen y la tropa responde. Está sublevado el cuartel de Miraflores. Enfren-te quedaba el Ministerio de Guerra y Marina, al otro lado de la acera. Allí el teniente Carlos Morales, junto con Rafael Valero Martínez, Numa Cadenas y otros oficiales que estaban compro-metidos, detienen a los jefes que no estaban comprometidos, el ministro no estaba allí, que era el coronel Delfín Becerra, estaba con Medina en ese momento, o estaba en el puesto de mando que iba a ocupar Medina. Toman el Ministerio y toman la Radio Militar que funcionaba allá.

¿Con qué objeto fue tomada la Radio Militar?

La toma de la Radio Militar fue muy importante porque per-mitió varias cosas. Primero, salió al aire como radio revolucio-naria y entonces los comprometidos en otros cuerpos, o en otras guarniciones, sabían que el golpe estaba en marcha. Segundo, se captaban las órdenes que dio posteriormente el general Medina desde su puesto de mando en el Ambrosio Plaza a las guarnicio-nes leales a él, y se distorsionaban, creando confusión. Se llamó a reservistas voluntarios para que se incorporasen, con la con-dición de que fuesen reservistas, porque había un parque consi-derable, pero no se le podían entregar armas a gente que no las sabía manejar. Los primeros reservistas que llegaron fueron Ra-fael Márquez Barreto, muy buen amigo mío, y su hijo, el doctor Rafael Emilio Márquez Yánez, que ha sido una figura importan-te en el partido COPEI y en el Congreso, inclusive. El que llegó primero fue el padre de Márquez Yánez, o sea, Rafael Márquez Barreto que vino con un amigo llamado José Francisco Villaroel

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(Tico Villaroel) que se incorporó a la radio también, porque co-nocía del tema. La Radio Militar la manejaron con una devoción excepcional, el maestro técnico de Comunicaciones, Tito López Pérez, que después llegó a coronel, y lo acompañaban Franky Arteaga, Jesús Escalona y Tico Villaroel, el civil reservista que se incorporó. Otra persona que se incorpora, importante, es el ma-yor Enrique Rincón Calcaño. Acababa de llegar de los Estados Unidos, donde estaba haciendo un curso de Aplicación. Había llegado hacía dos días, no se había reincorporado todavía cuan-do se da cuenta de que hay una sublevación. Como su herma-no Jorge está en uno de los sitios de la sublevación y era uno de los tenientes jefes del pelotón allá en Miraflores, lo llama, su hermano lo informa, y se incorpora en ese momento. Entonces nosotros tuvimos la ventaja en Miraflores de que estábamos bajo el mando de dos mayores de mucho valor personal y de muy buena disposición militar que eran el mayor Celestino Velasco Buitrago y Enrique Rincón Calcaño incorporado en el curso del día 18. Cuando llegó Enrique Rincón Calcaño, Celestino Velasco le dijo: “ya sabes que aquí somos dos mayores. Si a mí me pasa algo, tú tomas el mando solo”.

Sigamos refiriéndonos a lo que ocurrió el día 18.

El día 18 se va a sublevar el cuartel San Carlos también. El jefe de la sublevación iba a ser el capitán Evelio Roa Castro. En el cuartel San Carlos había un Batallón de Infantería, creo que era el Ribas, y había dos jefes, primero y segundo jefe, que eran dos oficiales de Escuela, pero de esos oficiales rudos, troperos, que han hecho vida de cuartel, con la tropa. Eran Felipe Ordóñez, de Paraguaná, y Marcelino Ochoa, del Táchira. Ellos reciben órde-nes de detener a Evelio Roa Castro, que ya saben que va a su-blevar el cuartel. Esas órdenes les son transmitidas por teléfono, creo que por el coronel Antonio Chalbaud Cardona, que era el jefe de la zona militar. Ellos van a la habitación de Evelio Roa, lo encuentran ya preparado para empezar a actuar, lo desarman,

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lo arrestan, y lo traen entre los dos para enviarlo al cuartel Am-brosio Plaza, que es donde se van a ir concentrando todos los oficiales que se han detenido, por no afectos. Cuando ellos van a salir por la prevención con el capitán Evelio Roa Castro, el jefe de la prevención, teniente Ramón Nonato Zambrano, Zambranito, ve que vienen con el que va a ser jefe de ellos, preso, y en vez de ordenarle a la prevención rendir honores a los jefes, les dice: “fir-mes y en guardia”. Marcelino Ochoa le reclama, y Zambranito saca el revólver, mata a Marcelino Ochoa, y hiere gravemente a Felipe Ordóñez que desde el suelo saca el revólver, mata a Zam-branito y hiere gravemente al que llevan prisionero, a Evelio Roa Castro. Esa semana murieron en el Hospital Militar, que queda-ba aquí en la esquina del Poleo, tanto Felipe Ordóñez, como Eve-lio Roa Castro. Felipe Ordóñez, herido, perdiendo sangre y afec-tado por el dolor de la herida, sin embargo, era muy valeroso, se arrastra hacia el fondo del cuartel, logra agrupar ahí un poco de soldados, y abre fuego contra la prevención y contra el resto del cuartel, sin discriminar si están sublevados o no y hay una carnicería ahí. El único que conserva la calma es el subteniente Francisco Rosales Rodríguez, que agarra su sección, se sube con ella a los techos y se aísla del conflicto. Después vamos a ver el periplo que cumplió Medina cuando salió de Miraflores. En ese momento que están disparando allá en el cuartel, él está allá en el cuartel de la planta y envía dos compañías del Batallón Bolí-var bajo el mando del coronel Héctor Celis Paredes, que era el comandante del batallón, y se viene el comandante de la Briga-da, coronel Francisco Pereda Bermúdez. Ellos empiezan a atacar el cuartel. El único juego que les hacían del cuartel, era la gente de Rosales en los techos. Cuando se le agotaron las municiones a Rosales, entonces, ellos entraron, tomaron el cuartel, manda-ron a formar la tropa, empezaron a recoger muertos y heridos y a poner aquello en orden, cuando en esto se le va un tiro a un soldado y hay otra carnicería. Disparan en todas direcciones y se mata un poco de gente. Pero quedó controlado por el gobierno el

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cuartel. Reforzaron el cuartel con un Destacamento de Caballe-ría del Grupo de Dragones que estaba ahí en el Ambrosio Plaza.

Esos son los sucesos bélicos que hay al mediodía del 18 de oc-tubre.

Así es. Una vez controlado Miraflores, por el mayor Celes-tino Velasco, envía él 40 hombres de tropa bajo el mando de Miguel Nucete Paoli, y del teniente de Aviación Horacio López Conde a la Academia Militar, para reforzar con esos 40 hombres de tropa a los cadetes. Después vinieron un par de camiones de la Academia Militar, recuerdo que uno de los que venía con ellos era el entonces cadete Julio Misael Pernía que después llegó a general, y envió esos dos camiones cargados de munición para la Academia.

¿Quiénes eran los oficiales que estaban ahí con la sublevación en Miraflores?

Del grupo de Guías de la Guardia los voy a mencionar a to-dos. Del grupo del Ministerio de la Defensa, te voy a decir algu-nos, no tengo todos los nombres en este momento en la cabeza. En el cuartel de Miraflores estaban los siguientes oficiales por el gobierno: el coronel Marco Antonio Varela, jefe del grupo de Guías, quedó detenido; segundo jefe, teniente coronel Luis Ace-vedo Jaimes, quedó detenido; los dos ayudantes del Regimiento, el capitán José Leonidas Pérez, que no se quiso juramentar, que-dó detenido también; Miguel Nucete Paoli, cuya actuación fue sobresaliente, que es el otro ayudante del Regimiento, es el que se va para la Academia Militar con Horacio López Conde y 40 hombres de tropa, para reforzar a los cadetes. Los otros oficiales que estaban en Miraflores, que eran jefes del pelotón del Grupo de Guías eran Tomás Pimentel Dalta, que además era el jefe del parque; Roberto Morián Soto; José Gregorio Sánchez, que fue el que hizo preso a López Contreras; Raúl Briceño Ecker, Víctor Vivas Maldonado; esos eran los oficiales que estaban ahí.

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Relátenos ahora cuál fue la acción del general Medina después que le negaron la entrada a Miraflores.

El general Medina de ahí siguió con su edecán León Por-tillo y con Simón Arenas Revenga y un oficial retirado que le estaba pidiendo audiencia en esos días y había venido a ver si se la concedían. Era el capitán Rafael Cisneros, ahijado de nues-tro tío Pancho Alcántara. Cisneros era de Ciudad Bolívar, me quiso mucho, fuimos muy amigos y era un tirador de revólver extraordinario. Medina se va con León Portillo, con Rafael Cis-neros y con Simón Arenas Revenga. Van a donde funcionaba la Comandancia de la Guardia Nacional, de Delicias a Puente Paraíso. El comandante en ese momento era el teniente coronel Aniceto Cubillán, y la Guardia le respondió a Medina. Éste al ver la lealtad de la Guardia, se lleva a un oficial que no era de la Guardia, sino del Ejército, pero todavía como no había ofi-ciales suficientes en la Guardia, había algunos prestados por el Ejército. Se lleva entonces al capitán Braulio Paredes Meléndez, con una media docena de guardias nacionales en una camioneta como escolta, y se va a Villa Zoila que era la Escuela de Guardias Nacionales. Ahí la Compañía de Cadetes de la Guardia Nacio-nal le manifiesta su lealtad también. Estaban comandados por el capitán Manuel Ojeda Guía, un oficial de Artillería, que era el capitán de la Compañía de Cadetes de la Guardia, y que fue un hombre de un valor extraordinario. Yo lo conocí mucho, fuimos muy amigos. El director de la Escuela era el coronel Vega Cár-denas. Medina viene al Cuartel de Policía, en la esquina de Las Monjas. El comandante del Cuerpo de Policía es el mayor San-tiago Ochoa Briceño, magnífico oficial, un gran caballero, des-pués estuvo años en el servicio diplomático como embajador, un hombre muy culto, fue amigo de mi padre y muy amigo mío, y de un valor extraordinario también.

Virgilio Lovera, que era el secretario privado del gobernador don Diego Nucete Sardi, me contaba que cuando llegó Medina,

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la impresión que él sacó es que venía preso de una tremenda desconfianza, porque lo primero que se creyó es que era un gol-pe del general López Contreras, y así se divulgó. Y eso se reforzó cuando toda la plana mayor del lopecismo y toda la plana mayor del medinismo concurrieron a Miraflores, que yo le dije a Carlos, mi hermano: “este es un golpe militar, pero vamos a ver qué clase de golpe es, porque aquí se habla de un golpe de López, y de un golpe que sería el nuestro”. Nos fuimos allá a la esquina de Bolero para ver si nos incorporábamos a Miraflores y lo que vimos fue un río de gente del medinismo y del lopecismo que iban hacia el palacio, y entraban allá. Entonces dije yo: “este es un golpe de López”, y nos aguantamos.

¿Cuándo se incorporan ustedes al golpe?

Nosotros nos incorporamos cuando vimos a Roberto Morián Soto, que sí era de los juramentados, y se reunía conmigo en mi oficina. Morián hace preso al jefe de Estado Mayor y entonces nosotros nos incorporamos. De muchas de estas cosas yo no fui ni testigo directo ni actor tampoco, son cosas que sucedieron y que yo, como era parte importante en aquellos acontecimientos, pude recoger las versiones exactas de todos. Ahora, hay otras cosas en las que yo sí fui actor, y en las que sí ya hablo como testigo directo, de manera que hay que establecer esa diferen-cia. Se me había olvidado decir que cuando empiezan a llegar los medinistas y los lopecistas a Miraflores -porque los lopecis-tas creían que era un golpe del general López y que ya estaba en Miraflores y lo iban a reforzar- mientras que los medinistas creían que Medina estaba aún en Miraflores, e iban a ponerse a sus órdenes. Entonces cayeron 147 prisioneros, entre ellos, el ge-neral López Contreras, el presidente del Congreso, doctor Mario Briceño Iragorry, Arturo Uslar Pietri, que era el ministro de Re-laciones Interiores; oficiales de la vieja guardia como José María García, Vicencio Pérez Soto; oficiales de la oposición del general Gómez como Alfredo Franco, Arévalo Cedeño; sacerdotes como

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monseñor Delfín Moncada, que era el párroco de Chacao y muy lopecista, y monseñor Jesús María Pellín que era el director de La Religión y muy medinista.

Celestino Velasco mandó a la Academia Militar -donde, de hecho, estaba la más alta jerarquía del golpe, porque ahí estaba Carlos Delgado Chalbaud, y estaba Mario Vargas- prisioneros al general López, a Mario Briceño Iragorry y a Arturo Uslar Pietri. Que por cierto, Arturo Uslar, como cinco años antes de morir, me dijo un día conversando de estos acontecimientos: “Caramba José, ustedes tuvieron un éxito tan rotundo el 18 de octubre en gran parte porque el mismo 18 de octubre capturaron ahí en Mi-raflores a toda la plana mayor del lopecismo y del medinismo, y decapitaron entonces al gobierno”.

¿Qué pasa el día 18 en la tarde?

Los combates ya van arreciando poco a poco. La policía, que era uno de los mejores cuerpos de Caracas que se puede conce-bir, formado por el mayor Francisco, Pancho, Angarita Arvelo, primo hermano de Isaías Medina, y por reservistas del Ejército, particularmente sargentos y cabos. Combatió con valor y con una buena disposición militar, era más que un soldado corriente. Se van, pues, desarrollando los combates, una ofensiva del cuerpo de policías frontal contra Miraflores, durante toda la noche del 18 para el 19. La ventaja que tenía Miraflores es que se convirtió en un punto muy interesante de la resistencia de la insurrección en la ciudad de Caracas. Ya lo dijimos anteriormente: como era la Guardia Presidencial, había un parque considerable. Yo tuve la oportunidad de ver los inventarios de parque y había 5.000 fusiles de infantería FM-30, había 8 millones de cartuchos, y 32 piezas automáticas entre ametralladoras, 14-19 y fusiles ametra-lladores checos ZB-30. La cantidad de munición y la cantidad de armas automáticas le dio a Miraflores un poder de fuego muy grande. Lo dice inclusive el mayor Santiago Ochoa Briceño en sus memorias, cuando relata los sucesos de aquel día.

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El sistema defensivo de Miraflores, y la organización que se adoptó ahí, consistió en lo siguiente: primero el establecimiento de una serie de puestos de armas automáticas en determinadas localizaciones alrededor de la zona de Miraflores para contener por cualquier lado, cualquier cosa que pudiera venir. En esa época el palacio de Miraflores no ocupaba toda la manzana. La mitad de la manzana hacia acá, donde está hoy el salón Ayacu-cho y todas esas instalaciones nuevas, eran casas particulares, y había las que estaban entre el palacio y la esquina de Bolero, tenían unas platabandas ahí. En una de esas platabandas se es-tableció un puesto de armas automáticas compuesto por unas ametralladoras Hotchiss, esas del trípode 14-19, y dos fusiles ametralladores checos ZB-30. Eso estaba bajo el mando del te-niente Rafael Valero Martínez. Ese puesto de armas automáticas batía eventualmente lo que es hoy la avenida Urdaneta, que era una calle corriente, hacia El Silencio, hacia el centro de la ciudad, y eventualmente, podían cazar desde allí francotiradores si los establecía el gobierno en los edificios altos, no muchos, que ha-bía en esa zona central, que estaba bajo el control de la policía. Después había otro puesto de armas automáticas en la propia esquina de Miraflores, a nivel de la calle que batía lo que sería hoy la avenida Urdaneta. Ese lo mandaba Roberto Morián Soto y le daba apoyo desde la azotea de la casa de Regina Gómez, donde funcionaba la Dirección General de los Servicios, el en-tonces capitán Luis Brea con un fusil ametrallador ZB-30 sobre un ajuste bastante fijo que le daba gran precisión de fuego. En la esquina de Paraíso, bajo el mando del teniente Julio Táriba había un piquete de fuerza, también con un fusil ametrallador. Al pie del asta de la bandera, había otro puesto de armas automáticas, que batía a El Silencio, la colina del Calvario, y le daba apoyo de fuego a un destacamento numeroso de tropa reforzadas con re-servistas, que bajo el mando del mayor Enrique Rincón Calcaño estaba establecido entre Miraflores y la Academia Militar para mantener la comunicación entre las dos entidades sublevadas. Ese puesto de armas automáticas, que estaba al pie del asta de

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la bandera, batía toda esa zona: El Silencio y el Fermín Toro, que estaba entonces en construcción. Otro puesto, también de armas automáticas, aquí donde llaman Pagüita, de manera de contener algo que viniese por la avenida Sucre, porque el cuartel Urda-neta que estaba bajo el control del gobierno estaba en Catia, y podían venir fuerzas de allá, y también podía hacer fuego su-mándose al puesto que estaba al pie de la bandera, para apoyar a las tropas que conectaban Miraflores con la Academia Militar.

Se puede ver que era un círculo de fuego que rodeaba Mira-flores.

Sí y difícil de penetrar, porque como había tanta cantidad de munición, no solamente se hacía fuego contra objetivos concre-tos, sino que también se hacía un fuego disuasivo, por ejemplo, a algún sitio por donde pudiese filtrarse el adversario. Toda esa noche del 18 para el 19 estuvimos combatiendo, sin dormir toda la noche, porque el fuego era recio.

Vamos a tocar el 19 también.

Todavía oscuro el cielo, voló sobre Caracas un avión pilo-teado por el teniente Luis Calderón que nos hizo señas con las luces de posición, queriendo decir que Maracay había caído, que la Aviación estaba con el movimiento. Dejó ese mensaje y se fue. Eso dio mucho ánimo. Cuando amaneció, voló sobre Caracas una escuadrilla de tres North American y dos Bultiee comanda-da por el teniente Gustavo Pérez Ojeda, que se mató unos me-ses después en un accidente en la Quebrada de Tacagua. Pérez Ojeda sobrevoló Miraflores y lanzó un pañuelo lastrado con un tornillo pesado y un papel donde pedía que le informaran a la Aviación cuáles eran los objetivos que debía atacar. Por la radio se le informó: cuartel Ambrosio Plaza, cuartel y comando de la Policía en la esquina de las Monjas y cuartel San Carlos. En el cuartel San Carlos había polvorines cargados de dinamita, por-

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que no solamente había explosivos para uso militar, sino para material de obras públicas también, mucha dinamita, mucha pólvora de barrer. Cerca de los polvorines estaban los avisos de calaveras con tibias cruzadas y leyenda “no fumar”, “explosi-vos”, “peligro”.

¿Estamos hablando ya de la mañana del 19?

Sí. Cuando los soldados del Bolívar vieron las ráfagas de ametralladoras, porque no hubo bombardeo con bombas de aviación propiamente dicha, sino ráfagas de ametralladoras y granadas de mano que las tiraban por las ventanillas. Cuando los soldados del Bolívar vieron las ráfagas de ametralladoras y las granadas de mano cayendo cerca de los polvorines, creyeron que iban a volar. Y empezaron a abandonar el cuartel, y eso lle-vó al pánico, cuando uno de los jefes, no lo voy a nombrar, me perdonan, se paró en el medio del cuartel y gritó: “¡sálvese el que pueda!”. Abandonaron el cuartel, el pueblo se metió al cuartel y lo saqueó. El pueblo se armó con fusiles. En esos días un fusil de infantería nuevecito, todavía con la grasa de fábrica, se com-praba por 5 bolívares. Como el pueblo tiene una guerra crónica con la policía, que es su adversario de todos los días, al ver que había un enfrentamiento entre el Ejército y la Policía, sin que nadie se los ordenara y sin ninguna organización, empezaron a disparar sobre la policía por todos lados. La Policía que, como dije anteriormente, había mantenido un frente de ofensiva regio y coherente, cuando empezó a sentir fuego por todos lados se replegó sin desbandarse.

Celestino Velasco cuando vio que la Policía flaqueaba, pre-paró tres grupos de contraataque. Uno de ellos lo mandó con un gran valor un negro dominicano que vivía aquí arribita, llamado el capitán Belisario Megrano. Él había sido trujillista allá en su tierra y jefe de policía en Balahona del sur en Santo Domingo, durante el régimen de Trujillo. Pero se enemistaron y para sal-

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var la vida vino a Venezuela. Él formaba parte de los comités revolucionarios que conspiraban aquí contra Trujillo. Era muy amigo mío, y se la pasaba en mi oficina, y cuando vio el 18 que yo estaba metido ahí, se incorporó y fue uno de los que coman-dó una de las columnas de contraataque con un gran valor y con muy buena disposición militar, porque era un oficial muy fogueado. Otro que atacó con mucho valor en esas columnas de contraataque fue aquel famoso caricaturista de Fantoches, Ma-nuel Martínez. Y a Tomás Pimentel Dalta cuando llegó en uno de esos contraataques al centro, lo hirieron en un brazo. Bueno, como 300 policías se rindieron militarmente en la plaza Bolívar, en formación. Los trajimos por acá, pasaron en formación escol-tados por nosotros, y los encerramos en el garaje de Miraflores. Allí estuvieron encerrados. Ochoa Briceño, cuando vio que esta-ban derrotados tomó una motocicleta y huyó hacia el sur de la ciudad. Pero en San Agustín lo capturaron José Ángel Ciliberto y Antonio Pinto Salinas, y a mí me tocó recibirlo cuando llegó pri-sionero a Miraflores. Lo trajeron Leonardo Ruiz Pineda, Antonio Pinto Salinas y Ciliberto. Él (Ochoa Briceño) era muy amigo mío, venía muy abatido, en mangas de camisa, un pantalón gris y su camisa blanca. Cuando lo veo que viene tan decaído lo abracé le dije: “Santiago, estás aquí entre hermanos, levanta el ánimo porque más bien eres un hombre que se ha batido con un valor extraordinario, has salvado el concepto del gobierno con la resis-tencia y la ofensiva que tuviste. No nos dejaste dormir en toda la noche”. Y le dije a Celestino Velasco: “Aquí está Santiago que ha llegado prisionero”. Celestino Velasco le cedió su habitación, y estuvo ahí descansando.

Estamos ya en la tarde del 19.

Sí. Me acuerdo que ya esa tarde del 19 empezaron a llegar oficiales que habían estado contra nosotros, pero que ya estába-mos fraternizando todos. Llegó José Joaquín Jiménez Velásquez, que era muy amigo mío, era mayor, y era muy amigo de Ochoa

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Briceño. Como le habíamos puesto un centinela a Ochoa Briceño en la puerta de la habitación, José Joaquín me dijo: “¿quién está ahí?”. Le dije: “nuestro hermano Santiago Ochoa Briceño, que se ha batido valerosamente toda la noche”. Me dijo: “¿podría yo conversar con él?”. Le dije: “pase adelante que lo que él necesita ahora es un amigo con quien conversar”. Estuvieron ahí hasta la noche conversando.

¿Qué pasó en la Escuela Militar el día 19?

Ya hemos dicho lo que pasó el 18 cuando se sublevaron, y cuando fueron reforzados por Celestino Velasco, con tropa y con municiones. La Academia Militar estuvo bajo fuerte ataque del Batallón Rangel, la Compañía de Transmisiones del Bata-llón Francisco de Paula Avendaño, el Batallón de Ingenieros y la Compañía Autónoma de Ocumare del Tuy. No se fijaron que ha-bía una posición que los dominaba que era el Observatorio Ca-jigal. Y les amaneció el 19 tomado por los cadetes de la Guardia Nacional que, entre otras cosas, eran grandes tiradores, coman-dados por el capitán Manuel Ojeda Guía. Y pasaron un buen susto los defensores de la Academia, porque se les acabaron las municiones. En ese frente donde atacaba con fuego muy vivo y muy certero la Guardia Nacional, el gran defensor de ese cos-tado de la Academia fue el teniente Edito Ramírez, un hombre de un gran valor personal y además de ser uno de los ideólogos del movimiento, se portó muy bien también en la defensa de la Academia Militar. Martín Márquez Áñez, que entre otras cosas estableció unos morteros de 81, allí en las afueras del edificio de la Escuela, y empezó a bombardear con granadas de morteros el Ambrosio Plaza.

¿Cuáles fueron los sucesos agravantes que llevaron al general Medina a capitular?

Primero, a él lo afectó mucho cuando vio la aviación atacando los objetivos gubernamentales, lo cual indicaba que había caído

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Maracay, donde había el parque nacional a gran escala. La otra cosa es que empezaron a caer granadas de la batería de morteros de la Academia Militar sobre el Cuartel, y además él mandó un destacamento de tropa -en el que venían los tenientes Eleazar Sanguino Useche, Juan Camargo Mora y Gustavo Pardi Dávi-la- a reforzar el ataque sobre la Academia, y como éstos estaban comprometidos lo que hicieron fue ametrallar a los asaltantes de la Escuela. Todo eso desmoralizó a Medina y le mandó a abrir el calabozo a Pérez Jiménez y a Julio Cesar Vargas. También esta-ba prisionero allá en el Ambrosio Plaza, José Teófilo Velásquez, capitán, hermano del mayor Celestino Velasco, que era el que comandaba el alzamiento aquí en Miraflores. Lo capturaron jus-tamente cuando se supo que el hermano estaba allá de capitán.

Ahí es cuando el general Medina le dice a Pérez Jiménez: “Pé-rez Jiménez salga usted de aquí, que ahora el preso soy yo”.

Exactamente no sé qué palabras le dijo, pero sí le manifestó que se daba cuenta de que ellos habían triunfado y que lo único que les pedía es que tuvieran buen juicio para manejar el país y que él se entregaba prisionero. Luego, lo llevaron, al general Medina a la Academia Militar.

Hay un incidente interesante que se produce en la Academia Militar el 19 de octubre en la mañana. Resulta que los cadetes de la Guardia Nacional eran muy buenos tiradores. Había dos cadetes de la Academia, Cedeño Tabares y Porras Porras, que con una ametralladora, empezaron a disparar sobre los cadetes de la Guardia que defendían el Observatorio. Los tiradores de la Guardia los cazaron a los dos y los mataron. Cuando Carlos Del-gado vio a los dos cadetes muertos, se impresionó mucho, y le dijo al general López Contreras “usted sabe general que cuando un golpe de estos no triunfa en el primer momento, fracasa. Ese golpe ya fracasó, está muriendo mucha gente, los reportes que vienen del centro de la ciudad y de los combates alrededor de

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Miraflores dicen que hay muchos muertos, y aquí lo mismo. No solamente personal de tropa sino reservistas, civiles. Yo querría que usted hablase con el embajador americano para que él hable con el general Medina y lo convenza de llegar a un acuerdo ho-norable con nosotros y cesar los combates”. Estoy hablando por referencias, yo no estaba ahí. El general López le dijo: “Mayor Delgado, yo no puedo hacer eso. En primer término usted sabe la sospecha que hubo sobre mí de que yo era el autor del golpe. Mis relaciones con el general Medina no son como para hablar con él. Y en cuanto al embajador americano, yo no puedo dar ese paso por mi condición. Pero lo que sí le sugeriría es que llame, por ejemplo, a un hombre calificado como es el doctor Oscar Au-gusto Machado, para que él, una persona de mucho peso social y profesional, interceda con el general Medina para ver si se llega a una capitulación honrosa de ustedes”. En eso Edito Ramírez y Mario Vargas que se dieron cuenta que había un proyecto de rendirse, se plantaron de firme y dijeron: “No, donde nosotros estemos no se arría la bandera”. Delgado se replegó. A mí me de-cía Enrique Machado Zuloaga que a su casa llamaron, pero que él no sabe qué habló su papá. Su papá no salió, de manera que él no sabe lo que hablaron. Pero aquí hay un incidente que es poco conocido o no conocido.

¿Cuál es ese incidente?

Había un excadete, que además era profesor en liceos y cosas de esas, muy amigo mío, que era el profesor Florencio Chacón, de allá del Táchira, de esos que llaman un catire bachaco, con el pelo amarillo rizado y muy blanco. Florencio Chacón había sido cadete, pero no había culminado los estudios, se había ido a la docencia. Pero cuando vio la Academia sublevada, se incorporó como voluntario ahí. Resulta que Florencio Chacón se da cuenta de las conversaciones de Delgado y de que hay una desmorali-zación y una intención de capitular. Entonces dijo: “aquí vamos a caer prisioneros totalmente”. Con disimulo dejó el fusil ahí a

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un lado y se escapó. Él era muy amigo, y yo no se si era del par-tido Acción Democrática o era pro adeco. Y era muy amigo de Betancourt, que mientras se desenvolvían estos acontecimientos, estaba en San Agustín del Norte, reservado en la casa de Cho-chón Salazar. Chacón lo sabía. Entonces se fue directo allá y le dijo: “mire, el golpe se perdió, allá van a capitular. Allá están en conversaciones de capitulación”. Entonces, Betancourt agarró una máquina de escribir, metió papel con el membrete de Acción Democrática y escribió lo siguiente, como si fuese el CEN: “con profundo pesar expulsaban del partido al compañero Rómulo Betancourt por haberse metido sin consultar en una conspira-ción militar y haber implicado al partido en aquello”.

Pero siguen los combates y se ve que no hay rendición. Be-tancourt llegó a Miraflores a las 6 de la tarde, pero un poco más temprano como a las 4 ó 5 pasó lo siguiente: la gente que esta-ba en sus casas había oído por radio la capitulación de Medina, pero las tropas que estaban en las calles no lo sabían y seguían combatiendo. Hubo un momento en que a lo largo de lo que es hoy la avenida Urdaneta, que entonces era una calle angosta, tropas gubernamentales, probablemente gente del Batallón Bo-lívar que se habían salido del San Carlos, empezaron a avanzar hacia Miraflores haciendo un fuego muy vivo y protegiéndose en los zaguanes y en los portones. Nosotros empezamos a con-trarrestarlos con un fuego nutrido también, tratando de evitar que llegasen a la esquina de Santa Capilla, donde estaba el telé-grafo, que lo habían tomado en la madrugada Aníbal Velasco, hermano de Celestino, que era telegrafista. Desde todas partes se les hacía fuego. Les hacíamos fuego automático desde la es-quina de Miraflores, Roberto Morián Soto que era subteniente, en una acera acostado con un fusil ametrallador ZB-30, y yo en la otra con otro ZB-30, y nos apoyaban desde la azotea de la casa de Regina Gómez que quedaba atrás, el capitán Luis Brea Goya con un fusil ametrallador también. Cuando en esto aparece por la esquina de Paraíso Rafael Caldera, Lorenzo Fernández y Juan

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José Mendoza hijo, los tres amigos fraternales míos. Cuando ve-mos eso, había un fuego cruzado muy recio, les hacemos señas de que se paren. Cuando con el fuego de las armas automáti-cas logramos rechazar y desanimar esa gente, que ya quizá les había llegado la noticia de la rendición del general Medina, los mandamos a avanzar y yo avancé con ellos hacia el cuartel. Nos abrió la puerta del cuartel Carlos, mi hermano. Lo presenté a Celestino Velasco, que era nuestro jefe, y me acosté muy can-sado en un sofá que había ahí junto a una mesa de billar de los oficiales. Entonces se sentaron delante de mí Rafael Caldera, Lo-renzo Fernández y Juan José Mendoza hijo, a que yo les hiciera un resumen de qué era lo que estaba ocurriendo, porque la gente sabía que había habido una sublevación, que el general Medina se había rendido, pero no sonaba ninguna figura importante, y ellos creyeron que en Miraflores debía estarse gestando un nue-vo gobierno y venían a ver qué era lo que había pasado. Caldera se dio cuenta de que yo cerraba los ojos y cabeceaba y me dijo: “José Antonio, tú estás muy cansado, de tal manera que estamos cometiendo un abuso contigo. Vamos a hacer una cosa, ¿cuán-do crees tú que estarías libre como para que nos reuniésemos a analizar esta nueva situación que ha surgido con este golpe?”. Le dije: “mira, como tú sabes, el general Medina capituló. Esta noche debe constituirse aquí un nuevo gobierno que probable-mente será un ejecutivo colegiado cívico-militar, y el sábado (porque ese era el viernes 19) y el domingo lo pasaremos todavía en operaciones de consolidación y de limpieza, porque pueden quedar por ahí núcleos de resistencia”. “Yo creo -le dije-, que el lunes estaría yo libre como para reunirme con ustedes”. Me dijo: “bueno, si el lunes estás libre te espero a cenar en mi quinta de Punto Fijo, allí en La Campiña”.

¿La cena se dio?

Sí. Esa noche cenamos ahí en La Campiña: Alicia Caldera, muy amiga mía también, Rafael Caldera, Lorenzo Fernández y

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yo. Y yo les hice una pastilla de cómo había sido la conspiración y los acontecimientos. Hubo un momento en que Rafael Caldera me dijo: “José Antonio, de estos militares que han hecho emer-sión con este golpe, ¿cuál a tu juicio? ¿se le van a ir adelante a los demás?, porque siempre en estas cosas hay un beneficiario final que eclipsa a los otros”. Le dije: “el mayor Marcos Pérez Ji-ménez”. Para que tú veas como es de impredecible el futuro. Me dijo: “es un oficial oscuro, nadie sabe quién es, ni de dónde es. Los más notorios en este momento son Delgado y los Vargas”. Le dije: “los conozco a todos porque estoy con ellos desde el co-mienzo del movimiento. Pero él es el único que actúa de acuerdo a planes preconcebidos. Tiene objetivos muy claros que lograr. Tiene personalidad mesiánica. Me ha repetido varias veces que desde niño él tiene una especie de convicción de que él goberna-rá Venezuela algún día y hará labor trascendente”. Sorprendido me dijo: “¡cómo va a ser! ¿Es así?”. Le dije: “así es, él tiene per-sonalidad mesiánica, se cree predestinado al poder, y además es un gran oficial de Estado Mayor”. Esa semana después del golpe, presenté yo a Pérez Jiménez y a Rafael Caldera, y les dije: “los dos son grandes amigos míos, ojalá lo sean entre sí...”, uste-des saben cómo es la política.

Volvamos al 19.

A las 6 de la tarde estaba yo muy cansado, acostado en la acera, ahí en la esquina de Miraflores. Había allí reservistas, sol-dados, oficiales. Ya Medina había capitulado, se sabía que había llegado prisionero a la Escuela Militar y yo noté de pronto que hubo un movimiento en la esquina de Paraíso donde estaba el retén que comandaba el teniente Julio Táriba. Se abrió el retén y pasó un automóvil conducido por un joven de oriente de apelli-do Higuera, que venía, por cierto, con una boina estudiantil de esas del año 28. Yo lo tuve después de empleado conmigo en la Shell, era un dibujante extraordinario. Él venía manejando el ca-rro y se paró frente al Ministerio de Guerra y Marina. Se bajaron

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varias personas que en el primer momento yo no pude identifi-car, y luego salieron por el balcón. Aparecieron varias personas entre las cuales pude reconocer a Rómulo Betancourt y a Luis Beltrán Prieto. No te sé decir quiénes eran los otros. Betancourt se dirigió a nosotros y nos dijo: “como ustedes saben, este es un movimiento de la juventud militar, destinado a darle un nuevo orden político al país. En un caso como este Acción Democráti-ca no podía estar ausente, de manera que aquí estamos”. Y dijo unas palabras alusivas en ese sentido, pero no se atribuyó la je-fatura del movimiento. De ahí ellos se fueron. He sabido, y esto que voy a decir aquí no puedo garantizarlo, son informaciones que yo he recabado: parece que él se reunió con el CEN de Ac-ción Democrática porque el partido no sabía que ellos estaban implicados. De tal manera que hubo lugares donde el partido trató de defender al gobierno del general Medina. Él le dijo al CEN: “nosotros habíamos estado en contacto con los militares. Han dado el golpe, han triunfado, y yo quiero que resolvamos aquí cuál es la actitud a seguir. Aquí tenemos dos caminos: o nos incorporamos a ellos hoy mismo, ahora mismo y constituimos gobierno; o bien, no nos implicamos en el nuevo gobierno sino nos quedamos a la expectativa, a ver cómo se manejan ellos. Y de acuerdo a lo que resolvamos, viendo como están actuando, sere-mos adversarios o seremos aliados de ellos”. Surgió esa misma noche la idea de incorporarse al gobierno.

Ahí se va a constituir la Junta Revolucionaria de Gobierno.

Así es. De la Academia Militar bajaron en un camión de esos militares, Mario Vargas, Julio César Vargas y Carlos Delgado, y venían algunos cadetes acompañándolos. Ellos llegaron a Mi-raflores y se metieron para adentro, y llegó la gente de Acción Democrática también. Eso estaba oscuro porque habían cortado la luz con motivo de los combates, y el alumbrado era con lám-paras de gasolina. Ahí se va a constituir la Junta Revolucionaria de Gobierno. Actuó como secretario accidental Leonardo Ruiz

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Pineda. Con el nombramiento de Betancourt como presidente de la Junta, no hubo ninguna objeción, porque eso lo había asoma-do antes, inclusive Pérez Jiménez, que un día le dijo a Betancourt en una de esas entrevistas: “si nosotros tenemos éxito, el hombre de más experiencia política aquí es usted, a usted le corresponde ejercer la presidencia de la Junta”.

Queda constituida la Junta Revolucionaria de Gobierno de la manera siguiente: Rómulo Betancourt, presidente; Raúl Leoni, ministro del Trabajo y copresidente; Luis Beltrán Prieto, secre-tario de la Junta y copresidente; Gonzalo Barrios, gobernador del Distrito Federal y copresidente; y el doctor Edmundo Fer-nández, un independiente que había sido el enlace, como yo te conté, ministro de Sanidad y copresidente también.

¿Hubo algún inconveniente en esos nombramientos?

No, pero quedaba el incorporar a los dos militares que se necesitaban. Todos los techos ahí y las azoteas estaban llenas de tropas que estaban muy tensas todavía, porque en Venezuela hacía tiempo que no se combatía y los soldados eran novicios con respecto a una situación de combate y estaban muy tensos, habían visto muchos muertos y muchos heridos, y entonces se producía lo que se llama alarmas de fuego, con un gato por un tejado y un soldado que le disparaba y vomitaban fuego todas las azoteas sin un objetivo. Daba la impresión, pues, al que no sa-bía que eran alarmas de fuego, que un enemigo considerable es-taba atacando a Miraflores, y Miraflores se estaba defendiendo. Los civiles que estaban dentro del palacio constituyendo la Junta creían eso y entonces, se interrumpía el acta. En eso, Carlos Del-gado, que era un hombre con un gran sentido de la oportunidad, y con una rapidez mental extraordinaria, le dice a Ruiz Pineda: “mira esta acta tiene que salir. Hay que anunciarle ya al país un nuevo gobierno. Lo militar es muy sencillo. Hay dos estratos mi-litares en el golpe: oficiales subalternos y oficiales superiores”.

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Los oficiales superiores eran seis: Marcos Pérez Jiménez, Carlos Delgado Chalbaud, Julio César Vargas, Hugo Fuentes, Enrique Rincón Calcaño y Celestino Velasco. Los demás eran oficiales subalternos, subtenientes, tenientes y capitanes. Le dice Delga-do a Ruiz Pineda: “mira, hay dos estratos: oficiales subalternos y oficiales superiores, ambos tienen que estar representados. El oficial subalterno más destacado es el capitán Mario Vargas, ponlo ahí como miembro de la Junta, y el oficial superior que podría ser Julio César Vargas, pero como es hermano de Mario, no pueden haber dos hermanos en la presidencia. Nómbrame a mí ahí, el mayor Carlos Delgado Chalbaud, ministro de Guerra y Marina, y miembro de la Junta”. Bueno, así se hizo y cuando le-yeron esa acta empezó la ruptura con Julio César Vargas, pues él aspiraba ser miembro de la Junta. Salió por los corredores muy molesto decía: “ese tísico de mi hermano y este gran carajo de Carlos Delgado Chalbaud”.

Esa es la constitución de la Junta, y se constituyó también el Gabinete Ejecutivo.

¿A quién se nombró como ministro de Relaciones Interiores?

No se nombró ministro de Relaciones Interiores, sino que Betancourt asumió el Ministerio de Relaciones Interiores provi-sionalmente, además era el presidente de la Junta. Mario Vargas que quedó miembro de la Junta, lo nombraron además ministro de Comunicaciones, y Carlos Delgado fue ministro de Guerra y Marina.

¿Por qué no nombraron ministro de Relaciones Interiores?

Porque el candidato que tenían los adecos, temió Betan-court que tuviese rechazo militar, que era Valmore Rodríguez. Entonces Betancourt, como hábil político que era e inteligente para todas esas cosas, aguantó ese nombramiento, mientras él se sentaba y se sentía seguro. Cuando se sintió seguro en la silla,

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a la semana, nombró como ministro de Relaciones Interiores a Valmore Rodríguez. Esa es la constitución de la Junta.

Creo que nos ha dado una serie de detalles que no se encuen-tran en ninguna otra parte.

Sobre todo una evaluación desde el punto de vista militar de los acontecimientos, que tampoco se encuentran en ninguna parte.

¿Algo más?

Ocurrió lo siguiente: Pérez Jiménez no formó parte del nue-vo gobierno. Yo le dije al mayor Velásquez, al día siguiente: “Mire ya esto terminó. Aquí lo que viene es un desarrollo polí-tico posterior, yo entonces me voy para la casa, me voy a bañar, me voy a vestir y voy a meter antenas por ahí para ver cómo está desenvolviéndose la política”. Me dijo: “Vaya, y no pierda con-tacto conmigo, cualquier cosa importante que usted considere me la comunica”.

El día 20 yo estaba desayunando y llegaron Iván Darío Mal-donado, íntimo amigo mío, Tomás Enrique Carrillo Batalla, tam-bién amigo y hasta relacionado con la familia. Tomás Enrique había estado preso en Miraflores, había sido de los civiles que habían caído prisioneros. Yo no lo sabía porque yo estaba afuera en las barricadas y en los sitios de combate. Me dijeron: “Ve-nimos porque nos han llegado noticias de que tú estás impli-cado en todo esto, y queremos que nos informes qué es lo que ha pasado, pues nadie lo sabe”. Y me dijo Iván Darío una cosa extraña: “Originalmente se creyó que era un golpe militar, pero ahora hay gente del partido Acción Democrática identificados con brazaletes que dicen AD, y que están tomando posiciones de autoridad en distintos sitios y manejando las cosas. Queremos una aclaratoria sobre todo esto”. Les expliqué y les dije: “Es que Acción Democrática estaba ya implicada en conversaciones con

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nosotros. Por eso ven ustedes que en la Junta de Gobierno hay una fuerte representación de AD”. Me preguntaron: “¿Qué vas a hacer ahora?”. Les dije: “Voy a la Academia Militar donde tiene su asiento en este momento el general Marcos Pérez Jiménez, que ha sido nombrado por la Junta mayor encargado del Co-mando de la Guarnición de Caracas. Como él era mi jefe de gru-po antes del golpe, y no pude combatir bajo sus órdenes porque él fue uno de los primeros prisioneros, voy a abrazarlo y a felici-tarlo por el triunfo y a ponerme en contacto nuevamente con él”. Me preguntaron: “¿Podemos ir contigo?”. Les dije: “Sí, vénganse conmigo y se los presento”. Llegamos a la Academia, todavía ha-bía cierto riesgo en el trayecto porque habían quedado francoti-radores del gobierno que disparaban sobre la gente que iba hacia la Academia Militar o bajaban de la Academia hacia Miraflores. Cuando llegamos allá les presenté a Marcos Pérez Jiménez, los saludé a todos, fraternizamos. Allá estaba el mayor Enrique Rin-cón Calcaño, que se había portado muy bien en el comando de esa gente destacada para mantener el enlace entre Miraflores y la Academia. Inclusive habían incorporado un grupo de reser-vistas voluntarios que ya habían llegado de La Guaira. Yo me llevé aparte a Pérez Jiménez. Esto es muy importante, lo que les voy a decir, porque es la razón por la cual él no participa en el gobierno. Le dije: “¿Qué le pasó a usted, que anoche cuando se constituyó el nuevo gobierno, una persona de la importancia suya, que ha sido uno de los ideólogos de este golpe, no estaba presente? Yo creía que usted iba tener una posición destacadísi-ma en el nuevo gobierno. Le echamos de menos. ¿Qué le pasó?”. Me dijo: “Mire don José, yo le voy a confesar una cosa. Yo fui con Julio César Vargas los dos primeros prisioneros. Todo lo que ocurrió lo hicieron ustedes. Nosotros desde un calabozo oíamos la acción, pero todo el mérito es de ustedes. A mí me entró una desmoralización, que aunque el general Medina capituló ante mí, yo me sentía tan deprimido que consideraba que no tenía derecho a nada. Yo no tenía cara para, en la constitución de un nuevo gobierno, exigir una posición de gobernante. De tal ma-

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nera que yo a lo que me dedicaré ahora será a reconstruir a las Fuerzas Armadas que han quedado muy quebrantadas con el golpe de octubre y ya veremos después lo que pase”. Y le agregó a Rómulo Fernández que era capitán y que había sido el coman-dante de la compañía de cadetes: “Siéntese ahí en esa máquina que le voy a extender un nombramiento a don José. Número 1: Comando de la Guarnición de Caracas. El doctor José Antonio Giacopini Zárraga se halla al servicio directo de la Guarnición de Caracas. Guárdense como tal las consideraciones del caso”. Y lo firmó con lápiz. Ahí lo tengo, algún día de estos se los voy a enseñar.

Ahí ves tú cuál es la razón por la cual no aparece en el nuevo gobierno Pérez Jiménez. En virtud de ese nombramiento, yo, en-tre esa fecha del 20 de octubre hasta el fin del mismo mes, estuve desempeñando una serie de funciones, entre otras cosas con la compañía de teléfonos, tratando de restablecer las comunicacio-nes y entre las instalaciones y dependencias militares, porque las habían dañado con motivo del combate. Ayudando a Martín Márquez Áñez a reconstruir el cuerpo de policías porque a él lo habían nombrado comandante de la Policía. Ahí teníamos en el último piso de la Gobernación, de lo que es hoy la Alcaldía, nuestro Cuartel General, ahí dormíamos. A veces teníamos que salir en la noche en comisiones porque se presentaban situacio-nes adversas en algunos sitios. Dormíamos ahí Martín Márquez Áñez, Carlos Giacopini, el capitán José María Páez Paredes, el capitán Donato Ramón Zurita, el capitán José María Jiménez Ve-landria (compadre y como hermano mío). Y desde allí se reali-zaba la labor organizativa y al mismo tiempo se desempeñaban comisiones nocturnas para Caracas y sus alrededores. Ya para el 1º de noviembre entro yo a formar parte de los cuadros organi-zativos del gobierno.

En la segunda quincena de octubre, en medio de esas peque-ñas actividades que yo realizaba, recibo una llamada de Rómulo

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Betancourt, que era el presidente de la Junta de Gobierno, para que fuese a verlo. Eso ocurría probamente en la última semana del mes de octubre. Me dice, y voy a repetir textualmente las palabras de él: “José, lo he mandado a llamar, y permítame que lo llame José, como lo llaman a usted sus amigos los militares. Ya he sabido la actuación suya y lo importante que ella ha sido y que es usted un hombre muy decidido. De manera que quería que nos conociésemos personalmente y cambiar algunas ideas con usted. Primero, en este momento dígame algo: ¿qué pien-sa usted hacer?”. Le dije: “Yo soy abogado. Tengo una oficina en la que me he fabricado una clientela que me permite vivir modesta pero decentemente, y mucha gente en el interior. Lle-vo ya cinco años de ejercicio profesional, perdone la inmodestia, pero tuve muy buena formación en el escritorio del doctor Car-los Sequera, al lado de tres grandes abogados: Sequera, Germán Suárez Flamerich y Julio César Morón. Estoy esperando que se normalicen las cosas para volver a abrir mi oficina y continuar el ejercicio profesional, y siempre estaré a la orden de ustedes”. Me dijo: “No. Eso no es lo que yo quiero de usted. Yo de usted lo que quiero es que se me incorpore al nuevo gobierno”. Le digo: “No lo había pensado, ya entré en este movimiento por mis afi-nidades con el sector castrense del país. Por gravedad, podría decir, caí en el movimiento y participé en él, pero mi propósito posterior era volver a ejercer mi profesión”. Me dijo: “¿Usted ha pertenecido alguna vez a organizaciones políticas?”. Le dije: “Nunca. Yo soy políticamente e ideológicamente independiente. Perdóneme lo que le voy a decir, me acerco a la historia y a la sociología política con la mente en blanco, como decía Baltasar Gracián, como quien entra en un laboratorio. De manera que no tengo ningún lastre en ese sentido”. Me dijo: “Pues, entonces, us-ted va a aprender política conmigo, me gusta mucho eso que ha dicho, y le voy a dar la primera lección y ya sabe, yo quiero que usted se incorpore al nuevo gobierno. Usted ha atravesado los corredores del palacio de Miraflores teniendo que abrirse paso por en medio de un gentío: ahí hay organizaciones religiosas, de

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agricultores, de comerciantes, de empresarios, de intelectuales. En este momento nuestro gobierno tiene un respaldo masivo, la victoria no tiene sino amigos. Esa situación que estamos vivien-do hoy, no va a continuar indefinidamente. Dentro de un lapso prudencial, vamos a decir seis meses, mucha de esa gente que hoy nos busca y que hoy nos apoya serán adversarios nuestros y estarán en la acera de enfrente. Eso quiero yo que usted lo en-tienda bien”. Le dije: “Pero, ¿por qué cree usted que vamos a tener que echarnos encima tantos enemigos?”. Me dijo: “Muy sencillo. Usted no lo entiende pero yo se lo voy a hacer enten-der: esta es una revolución, y como tal va a herir personalidades, intereses y sentimientos, eso es inevitable”. Le dije: “Usted no cree que habrá alguna manera de atenuar un poco eso”. Me dijo: “No. Quítese esa idea de la cabeza. Esta es una revolución”. Me dice: “otra cosa, aquí hay que acabar con la inmoralidad, con la corrupción administrativa. ¿Cómo es posible que el sueldo del presidente de la República sean 15.000 Bs. mensuales, eso es un escándalo, eso no puede ser. Ya la Junta ha dado dos decretos importantes: uno, descalificándonos a los miembros de la Junta para una posible candidatura presidencial; y el otro, fijando la remuneración máxima de los funcionarios públicos en 4.000 Bs. mensuales incluyendo los gastos de representación. De manera que los miembros de la Junta no podemos ganar más que eso. Ese es el máximo que podrán ganar los ministros y cualquier funcionario”. Le digo: “¿A usted no le parece eso exagerado?”. Me dijo: “¿Cómo exagerado, por qué?”. Le digo: “Me parece que 4.000 Bs. mensuales para un miembro de una Junta que es un copresidente de la República, o un ministro... caramba eso no es exagerado”. Me dijo y esto que voy a decir es textualmente pala-bras de él: “Vamos a ver, ¿qué necesito yo para vivir? Mi mujer, mi máquina de escribir, un carrito y 2.000 Bs. mensuales”. Le dije: “Como ciudadano sí, pero no como jefe del Estado. Y acuér-dese usted que Venezuela es un país presidencialista. Miraflores es una casa donde llegan necesidades, pedimentos, rogativas de todo el territorio nacional. De aquí no debe salir ninguna lágrima

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que no sea enjugada, ninguna necesidad que no sea remediada, y para eso se necesita dinero. En eso no hay que caer en exage-raciones”. “¡Quítese esa idea de la cabeza, usted es muy joven! Eso es lo que tenemos que combatir, esas malas costumbres de nuestra política”, agregó. Y me dijo: “Bueno José, permanezco en contacto con usted. De un momento a otro lo voy a llamar de nuevo”.

Voy a saltar la historia para que vean en qué resultó la con-versación que tuvimos tres años después. Siendo yo secretario de la Junta Revolucionaria de Gobierno, ya electo presidente Ró-mulo Gallegos, me llama una tarde a su despacho Betancourt y me dice: “José, no habrá en el presupuesto de la Secretaría al-guna partida, en que, óigalo bien, legalmente, sin contravenir las leyes, de donde podamos pagar algunas deudas en que yo he incurrido, que realmente cuando las analizamos, no son deu-das de Rómulo Betancourt sino del presidente de la República. Soy padrino de todos los matrimonios, de todos los bautizos. Los acreedores hacen cola frente a mi casa. Le debo al boticario, al sastre, al carnicero, al panadero, a todo el mundo. Ya me da pena, pero no hallo qué hacer, no me alcanza...”. Le dije: “Don Rómulo, sentados como estuvimos aquí hace tres años, yo le observé que en ese terreno no se podía caer en exageraciones, que había que saber cuál era la realidad. Desgraciadamente, el presupuesto de la Secretaría no tiene ninguna partida que dé oportunidad de satisfacer esas deudas. Lo lamento mucho”. Me dice: “Bueno, a mí me demandarán y me embargarán el sueldo. Menos mal que en Venezuela no hay prisión por deuda”. Lo que sí te muestra eso es que éramos un gobierno honesto, por lo me-nos las grandes figuras del gobierno. No incurríamos en corrup-ciones administrativas. El presidente de la República, vean cómo estaba acosado por los acreedores.

Pasan tres o cuatro días, de pronto Betancourt me llama nuevamente y me dice: “Usted conoce al doctor Edmundo Fer-

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nández”. Le digo: “No, sé que es el independiente miembro de la Junta. No lo conozco personalmente. Sé también que fue el hombre que sirvió de enlace entre el movimiento nuestro de tipo militar y ustedes como organización política”. Me dijo: “Él lo está esperando en este momento para hablarle. Resulta que el consultor jurídico era un yerno del general López Contreras, y el mismo renunció porque no se sintió bien allí. Fernández trae las cosas de allá de su despacho sin la debida información legal. Él lo está esperando. Y acepte ese cargo porque yo tengo otros pro-pósitos con usted. Eso es provisional, considérelo así. Cuando conozca a Fernández, que es un gran caballero va a nacer entre ustedes dos una gran amistad, se lo digo de antemano”. Y enton-ces comencé a trabajar allí con el doctor Fernández.

Cuando nombran a Antonio Anzola Carrillo, que era el di-rector de Gabinete del Ministerio de Educación; me pasan a mí a la Dirección de Gabinete. Estando en ese cargo me llama un día Rómulo Betancourt y me dice: “Véngase a desayunar conmigo mañana a Miraflores”. Agregando: “Quiero que deje la Direc-ción de Gabinete, porque vamos a llamar a elecciones para una Asamblea Constituyente, destinada a darle una nueva Constitu-ción y un nuevo orden político al país y yo quiero que usted vaya como diputado. Usted es un buen abogado y muy actualizado, y su presencia ahí va a ser importante. Pero hay otra cosa más importante para mí: usted tiene toda la confianza de la institu-ción armada, es amigo personal de Delgado Chalbaud, de Pérez Jiménez, de Llovera Páez, de los Vargas, y tiene la confianza mía. El partido no está bien entendido con las Fuerzas Armadas y los debates de la Constituyente pueden crear situaciones ásperas. Yo quiero que se dirija a la Comisión de Defensa para que me sir-va de amortiguador, y en el caso de que usted crea que yo debo intervenir, usted me lo avisa. Y para tener la seguridad de que usted va a la Asamblea, lo he puesto en la plancha de mi estado, el estado Miranda. No lo puse de número uno porque usted no es miembro del partido. De número uno va un gran amigo suyo,

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Simón Ferrer, de número dos va otro gran amigo suyo, César Gil y usted va de número tres. Pero ahí vamos a meter toda la plancha. La delegación de Miranda irá por allá a ofrecerle la can-didatura que usted aceptará y yo voy a hablar con su ministro para decirle lo que estamos haciendo”. Todo eso funcionó. En mi campaña electoral por los pueblos de Miranda me acompañó como avalista mío ante el partido, aunque no me conocía, don Rómulo Gallegos en persona.

Salgo como diputado a la Asamblea Constituyente y me des-empeño allí durante un mes más o menos, pero se le presentó al gobierno de la Junta una situación militar muy difícil. Un frente revolucionario acaudillado por el general Eleazar López Contre-ras, a quien acompañaban Leonardo Altuve Carrillo, Jorge Po-caterra, Pedro Estrada, el mayor Carlos Maldonado Peña y Julio César Vargas, que se había peleado con nosotros y se había ido a la oposición. Tenían su centro de reunión en el hotel Alamaca, en Nueva York. Contaban con el apoyo del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, presidente de la República Dominicana y del general Anastasio Somoza, presidente de Nicaragua.

El gobierno de la Junta se preocupó mucho por el hecho de las relaciones militares del general López Contreras con las Fuer-zas Armadas. Particularmente las del mayor Julio César Vargas y las del mayor Carlos Maldonado Peña, en la Aviación Militar y en la Fuerza Aérea. Como yo me había distinguido desde los inicios del movimiento de octubre como uno de los hombres de choque del movimiento y había ocupado ciertas posiciones ac-tivas de vanguardia en todas las situaciones subversivas de ca-rácter violento que se presentaron, ante tal peligro de subversión me llevaron a la Secretaría de la Junta y ahí tuve un gran poder, porque yo era secretario de la presidencia colegiada, que era la Junta Revolucionaria de Gobierno, y era secretario del Gabinete Ejecutivo que se completaba con los ministros que no formaban parte de la presidencia y con el ministro de la Defensa, que era

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como hermano mío, Carlos Delgado Chalbaud. Inclusive vivía yo en esa época en la casa de él, acompañándolo en la conva-lecencia de un accidente de equitación que había tenido en el Cuartel de Caballería a mediados del año 1946.

Carlos Delgado Chalbaud, ministro de la Defensa, y Marcos Pérez Jiménez, Jefe de Estado Mayor General, resolvieron que yo, no por nombramiento oficial, sino de hecho, asumiese las funciones de secretario del Consejo Supremo de la Defensa Na-cional.

¿Qué era el Consejo Supremo de la Defensa Nacional, quién lo creó, y quiénes lo integraban?

Era un ente que creó el general Eleazar López Contreras en la Ley Orgánica del Ejército y la Armada del año 1939. Lo in-tegraban: el Presidente de la República, el Gabinete Ejecutivo, el Alto Mando Militar y la Secretaría la desempeñaba el Jefe de Estado Mayor General, que en ese momento era Pérez Jiménez. Pero Pérez Jiménez estaba muy recargado de trabajo, reestructu-rando la institución armada, que había quedado muy desarticu-lada por el golpe del 18 de octubre y creando la instrumentación necesaria para la transformación, que se había decretado ya, del Ministerio de Guerra y Marina, a Ministerio de Defensa Nacio-nal. Como estaban tan recargados de trabajo, manifestaron que de hecho podía yo manejar la Secretaría del Consejo Supremo de la Defensa. “José, que es un oficial sin uniforme, que asuma esas funciones también”, dijeron, de manera que yo tenía un gran po-der, más aún después de esa situación que se estaba viviendo. Se creó también un pequeño comité para manejar los problemas de seguridad, los problemas militares y los problemas que po-drían afectar la estabilidad, la seguridad del Estado, y quedó constituido un comité que lo integrábamos Rómulo Betancourt, presidente de la Junta; Carlos Delgado Chalbaud, ministro de la Defensa; Mario Ricardo Vargas Cárdenas, ministro de Relacio-

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nes Interiores, ambos tenientes-coroneles; y yo, secretario de la Junta Revolucionaria.

Cuando Acción Democrática va al poder, con motivo del gol-pe del 18 de octubre, es un partido que no ha llegado allí como resultado de un proceso de maduración. El golpe militar tomó al partido Acción Democrática, entonces una fuerza política mino-ritaria, y le dio responsabilidades de gobierno. Probablemente, Rómulo Betancourt fue el que primero se dio cuenta de esa situa-ción de inmadurez y empezó a cambiar. Yo fui testigo muy cer-cano de la metamorfosis de Rómulo Betancourt. Las decisiones que hubo en el partido posteriormente, a mi juicio, se debieron a gente que quería permanecer rígidamente en lo que habían sido hasta ese momento. Pero Rómulo Betancourt comprendía que una cosa era ser líder en una plaza pública y otra ser gobernante desde el palacio presidencial.

Resumiendo: ¿en qué consistió, a su juicio, la metamorfosis de Betancourt?

En primer término, Betancourt no era militarista. Sin embar-go, se fue dando cuenta del valor de las Fuerzas Armadas dentro de la vida nacional y vemos en su segundo gobierno, cuando regresa del exilio, que va haciendo una política militar que le dio estabilidad, no voy a decir si fue buena o si fue mala, pero era conveniente para la estabilidad de los gobiernos civiles que se sucedieron en los 40 años, que van desde la ida del general Marcos Pérez Jiménez al exterior, hasta el año 2000. Hizo una política que le aseguró estabilidad militar a esos 40 años. Agnós-tico, anticlerical, libre pensador, es el hombre a quien el Vaticano le da el primer cardenal de Venezuela y es el hombre que firma con el Vaticano el modus vivendi, una cosa que venía sin solución desde los tiempos de la Independencia misma. Comprende, ade-más, que hay una serie de fuerzas con quien conciliar. Por ejem-plo, entiende lo que es el poder de los Estados Unidos. Rómulo

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Betancourt en 1938 habría querido ser Fidel Castro. En 1960, ya en su segundo gobierno, él es anti Castro en el Caribe y se con-vierte en uno de aquellos hombres que formaban el grupo que los Estados Unidos consideraban como figuras importantes, de confianza, en el área del Caribe y en la América del sur: Galo Pla-za Lasso, Alberto Lleras Camargo, Rómulo Betancourt; el grupo de Puerto Rico de Luis Muñoz Marín, de Morales Carrión, de Teodoro Moscoso. De manera que Rómulo Betancourt lleva a cabo una metamorfosis en sus ideas y en su política sumamente interesante. Grandes sectores del partido se quedaban congela-dos en lo que habían sido hasta ese momento.

Todo esto da lugar a que el gobierno de la Junta Revolucio-naria al cual pertenecí yo también, no por el lado político sino por el lado militar, no fuese un gobierno que adquirió prestigio ante el país y más bien se fueron formando fuertes sectores opo-sicionistas. Más aún, los dos partidos políticos que surgen des-pués del 18 octubre, como son el partido social cristiano COPEI, con su gran líder el doctor Rafael Caldera y URD, con Jóvito Vi-llalba, con Elías Toro, inclusive con Arturo Uslar Pietri y Alirio Ugarte Pelayo. Hubo incluso un grupo dentro de URD que era conocido como el ala luminosa del partido.

Nos llama la atención algo que usted dice, que la actividad de la Junta Revolucionaria de Gobierno no redundaba en el prestigio de esta, porque entendemos que el predominio en términos de popularidad del partido de gobierno Acción De-mocrática era abrumadora en ese período, lo cual se va a de-mostrar en las elecciones tanto de la Asamblea Constituyente, como en las elecciones del 47, para escoger a Rómulo Gallegos para presidente.

Eso es cierto, lo de la popularidad, porque era un partido de masas. No lo era en el momento del 18 de octubre, después sí. Además surgió dentro del partido una segunda línea de dirigen-

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tes, porque los dirigentes principales tradicionales como Rómu-lo Betancourt, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Raúl Leoni, Gonzalo Barrios y otros más, se fueron a las posiciones de gobierno. En ese momento el partido empieza a crecer de una manera abru-madora. De tal manera que una segunda oficialidad, donde podríamos nosotros situar a Luis Augusto Dubuc, a Domingo Alberto Rangel, a Raúl Ramos Jiménez, a Carlos Andrés Pérez; toda esa gente más joven fue la que tuvo a su cargo controlar y manejar aquella masa.

Pero pasó lo siguiente: efectivamente, el partido tuvo creci-miento y el gobierno tuvo un sector importante que lo respaldó, pero al mismo tiempo el gobierno de la Junta cometió dos graves errores -que los reconoció Rómulo Betancourt en una reunión de Junta que tuvimos como un mes antes de pasarle el poder constitucionalmente a don Rómulo Gallegos- que le concitaron grandes enemistades al partido, no quizá de masas, pero sí de sectores poderosos, minoritarios, pero poderosos. Y esos dos errores fueron los Juicios de Responsabilidad Civil y el decreto 321 en materia de educación. Rómulo dijo: “Son dos hechos en que nos equivocamos y que a través de ellos logramos acumular una gran enemistad contra nuestro gobierno”.

Otro problema: debido al exclusivismo -para no llamarlo con la palabra tan fuerte de sectarismo- de Acción Democrática, los otros partidos que surgieron después del 18 octubre, ya los mencionamos, el COPEI y el URD, centraron su esfuerzo en el derrocamiento o en la salida del gobierno del partido Acción De-mocrática. De manera que cuando se produce el 24 de noviem-bre, las Fuerzas Armadas, que son las que derrocan al presidente Gallegos, han sido incitadas por esos dos partidos a dar el golpe militar. Eso lo viví yo de cerca y es así.

Cuando el presidente Gallegos llega al poder constitucional-mente, todos los que estaban en posiciones altas querían quedar

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más o menos al mismo nivel: ministros, embajadas, yo no había pensado en eso. Cuando, en esto, se me ocurre pedir que me designen gobernador del Territorio Federal Amazonas. Yo fui a visitar al gobernador saliente, mi gran amigo el capitán Miguel Nucete Paoli que lo habían traído con una malaria de tipo hema-túrico y lo iban a llevar de emergencia para los Estados Unidos porque se desangraba por los riñones. Me dice Nucete: “Caram-ba José, yo que conozco tu espíritu de aventura te digo: pide el Amazonas inmediatamente”. A mí me han gustado siempre los problemas de fronteras, las ciencias naturales, estudios etnográ-ficos y sociológicos en las comunidades primitivas y aquello me vino al pelo. Esa tarde, reunido con Rómulo Betancourt y Carlos Delgado, les dije mi deseo de ir y ellos se opusieron tenazmente, y Carlos Delgado inclusive llamó por teléfono a Mario Vargas y le dijo: “Hay que convencer a José que no se nos vaya...”. Yo le dije después a Betancourt: “Soy un hombre joven, soltero, sin obligaciones familiares inmediatas, a mí me da la impresión que esta es una época de dar ejemplos a las nuevas generaciones. Después de las posiciones altísimas que yo he tenido, irme a una frontera lejana del país, debe ser un gesto apreciado por los jóve-nes de Venezuela”. Betancourt se convenció y me dijo: “Bueno, no le diga más nada a Carlos Delgado, ni a Mario Vargas. Yo voy a hablar con el viejo Gallegos”. Al día siguiente me llamó y me dijo: “Vaya a verse con Rómulo Gallegos que está muy conmo-vido con su decisión y lo quiere abrazar y le manda a decir que ya está nombrado gobernador del Territorio”. Me he referido a la parte vocacional. La parte política de fondo era que yo veía venir el encontronazo entre el grupo militar, del cual provenía yo para el gobierno, y el grupo del partido Acción Democráti-ca, que me había dado su confianza, su afecto, su respaldo en muchas cosas y no quería verme como el jamón del sándwich en el conflicto. Y por eso me ausenté, cosa que no funcionó en la práctica, porque tres días antes del 24 de noviembre, o sea el domingo 21 en la noche recibí yo en Puerto Ayacucho un cifrado del presidente Gallegos, en que me decía: “Carlos Delgado y yo

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creemos urge tu presencia. Mañana sale avión expreso a buscar-te”. Hice un decreto encargando a mi secretario Arístides Prato de la Gobernación, fue gobernador años después, muy bueno por cierto, bajo el gobierno del presidente Leoni. Amaneció un DC-3 el lunes 22 en Puerto Ayacucho que lo piloteaba aquel ca-pitán Joaquín Villasmil -que se mató, años después, cerca de La Carlota con Oropeza Castillo y con un hermano de Salcedo Bas-tardo-, de copiloto iba Gastón Dupuy que había sido compañero mío en La Salle, y aunque yo era el único pasajero, tuvieron la gentileza de ponerme una aeromoza, muy bella, por cierto, de Los Andes, llamada Alba Contreras.

Voy a contar una anécdota: el día 11 diciembre de 1946, era yo diputado electo de la Asamblea Constituyente. Tenía tres meses viviendo en la casa de Carlos Delgado, acompañándolo, como ya dije anteriormente, en la convalecencia de un accidente de equitación que había tenido, cuando se presenta el golpe del 11 de diciembre. Un golpazo que el gobierno no se cayó y esto lo voy a decir bajo fe de juramento y, por este que está aquí. Eso me dio a mí un gran prestigio ante todos.

¿Está hablando del 11 de noviembre del 46?

Del 46, cómo no. Pasó lo siguiente: esos días posteriores al golpe, ya habían sido hechos prisioneros los jefes del golpe, gen-te importante de las Fuerzas Armadas. Permanecía yo con Car-los Delgado en su oficina ayudándolo a leer correspondencia, a contestar llamadas, porque no tenía mayor cosa qué hacer. Una tarde como a las 6 de la tarde, me dice: “Anoche no podía dor-mir de la preocupación. Estuve a punto de despertarte. No lo hice porque me dio pena, pero te voy a comunicar lo siguiente. Yo no podía dormir, pensando en el error que vamos a cometer nosotros llevando a la Presidencia de la República a Rómulo Ga-llegos. Nadie conoce a Rómulo Gallegos como yo, que viví un año con él en Barcelona de España, en su casa. Es una figura que

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enorgullece a Venezuela, que traspasa más allá su prestigio las fronteras del país como figura intelectual. Pero yo que lo conoz-co creo que nos estamos equivocando. Después de esta experien-cia que hemos tenido con este golpazo, que de casualidad no nos han tumbado, te digo que Gallegos no aguanta un golpe de la quinta parte de este. Y he tomado la decisión de comunicárselo a Rómulo Betancourt, que estamos cometiendo un error y que va-mos a corregirlo. Ya lo voy a llamar para decirle que vamos allá y quiero que tú me acompañes”. Llamó por teléfono a Rómulo y le dijo: “Voy para allá con José que te quiero comunicar algo im-portante”. Le dije: “Ten mucho cuidado, porque Rómulo es un hombre muy sagaz y puede creer que como tú tuviste importan-te actuación en el tratamiento del golpe, te han nacido ambicio-nes”. Llegamos allá y encontramos a Rómulo con su pipa, como de costumbre. “¿Qué pasa Carlos?”, le dice Rómulo. Carlos Del-gado le dijo: “Mira Rómulo, yo estaba hablando con José esto de Rómulo Gallegos. Rómulo Gallegos es una figura nacional que nos enorgullece a todos, pero no es el hombre para aguantar un golpe como este, ni menos que este. De tal que quiero que reflexiones que estamos cometiendo un gran error”. Entonces Rómulo Betancourt le dijo: “¿Y qué propones tú?”. Delgado le contesta: “Que vayas tú a la Presidencia o vaya Mario Vargas y yo los respaldo con el Ejército”. Entonces le dijo Betancourt: “Eso no puede ser Carlos, por varias cosas. Primero: nosotros tene-mos un compromiso enorme moral con Gallegos, cuando aceptó enfrentarse a Isaías Medina en el proceso electoral, comprome-tiendo su prestigio literario, su personalidad, sabiendo que iba a ser derrotado. Eso fue en 1941. Segundo: que la propaganda ya está en marcha y todo el partido está enfervorizado con la candidatura del viejo Gallegos. ¿Cómo le decimos nosotros al partido que no va a ser Gallegos? Y tercero: acuérdate que no-sotros produjimos un decreto descalificándonos para ejercer la presidencia”.

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Ante este panorama que usted está señalando, quisiéramos que nos comentara, ¿cómo se va gestando en el seno mismo de las Fuerzas Armadas una posición enfrentada al gobierno de Gallegos, que es el antecedente inmediato del mismo golpe del 24 de noviembre? Vamos a dedicar a esto unos minutos y luego sí nos gustaría que nos empezara a narrar esos días fina-les que arrancan de su viaje de Puerto Ayacucho a Caracas, y el proceso de negociaciones que tiene lugar entre el gobierno de Gallegos y los oficiales descontentos, proceso en el cual usted juega un papel central. Es decir, ¿qué es lo que hace que los militares se vayan enconando cada vez más frente al gobierno de Gallegos, hasta tomar la decisión?

Muy interesante la pregunta y hay varios factores que consi-derar. Primero: la alianza entre el grupo militar que insurgió el 18 octubre y el partido Acción Democrática, no fue propiamente negociada entre las dos instituciones, sino fue una negociación mantenida en secreto por las cúpulas de cada una de ellas. Un grupo militar de alto nivel, no muy grande y un grupo de Acción Democrática, que no fueron sino Rómulo Betancourt, Raúl Leo-ni, Luis Beltrán Prieto Figueroa y Gonzalo Barrios. De manera que fue una negociación de alto nivel de la que luego se dieron cuenta, después del triunfo, de que no estaban preparados psi-cológicamente, ni el partido ni las Fuerzas Armadas. De manera que ese es el primer factor que debemos analizar.

El otro es que el general Medina capitula, con sus Fuerzas Armadas prácticamente intactas. No han sido quebrantadas por una derrota militar verdadera, no han sido quebrantadas mate-rialmente, ni psicológicamente por una derrota. Entonces aquel Ejército está todavía fiel en lo interior a la situación que desapa-recía. El derrocamiento del general Medina lució tan fácil, que después del 18 octubre, como no había una jerarquía militar con-sagrada, todo aquel oficial que tenía bajo su mando una guarni-ción o una unidad fuerte e importante, creyó que era relativa-

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mente fácil derrocar al nuevo gobierno. Y por eso el gobierno de la Junta enfrentó una serie de conspiraciones y de alzamientos militares, a pesar de que habían eliminado todos los cuadros su-periores del ejército del general Medina, o sea prácticamente de coronel hacia arriba. Esos son factores que van creando un des-contento militar, porque en cada una de esas intentonas lo que hacía el Ministerio de Guerra y Marina, era que decapitaba el movimiento insurgente, pero mantenía a los oficiales que no ha-bían jefaturado, que eran oficiales de menos rango. Eso va crean-do un núcleo militar numéricamente importante y descontento con respecto a la nueva situación política. Aquel descontento lo estimulan los dos partidos de la oposición de la época, que esta-ban sumamente descontentos con el gobierno del Trienio.

Pero hay un pequeño misterio, porque tenemos entendido de que el gobierno del Trienio y también el de Rómulo Gallegos, teniendo en cuenta que una de las razones del descontento militar con respecto al general Medina había sido el relativo descuido hacia las Fuerzas Armadas y la preocupación por el bienestar técnico, militar y socioeconómico. Sobre la base de este precedente, el gobierno de Gallegos se preocupó mucho por atender esta situación, y si eso es cierto, si siendo tan bien tratados en varios aspectos, es un poco misterioso que ese pro-ceso de descontento madure dentro de las Fuerzas Armadas.

Eso es cierto, pero no olvidemos que se trataba de un Ejecuti-vo plural la Junta Revolucionaria, donde figuraban dos militares de rango de teniente coroneles, como eran: Carlos Delgado Chal-baud y Mario Ricardo Vargas Cárdenas. Carlos Delgado, muy institucionalista, defendía al gobierno. Carlos Delgado no tenía un prestigio militar propio, por haberse formado en el exterior y haber llegado a la institución como si dijéramos en paracaídas. Era un oficial brillantísimo y con muy buena formación en dis-tintos ramos del saber humano, pero no tenía los compañeros de aula. De tal manera que cuando se decapitaban esas insur-

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gencias contra la Junta Revolucionaria, lo que se utilizaba era el grupo de oficiales adictos a Mario Ricardo Vargas Cárdenas, que sí tenía un prestigio real en determinado sector de la oficialidad, aunque la mayoría de la oficialidad donde se iba germinando el descontento lo tildaba de pro Acción Democrática. Mario me decía a mí: “mira José, yo soy consciente de que se están come-tiendo errores en la función de gobierno, es natural, en un cam-bio como el que ha habido. Pero, para mí, la estrategia a seguir no es tratar de derrocar al gobierno, sino crearse la confianza del sector civil del gobierno y desde adentro cambiar los aconteci-mientos, sin violencia, sin conspiración y sin ir contra la posición institucional”. El grupo de Mario Vargas era de oficiales muy capaces y de oficiales aguerridos también, que estaban en posi-ciones claves.

Pero ocurrió que en el proceso de esos tres años, como Pérez Jiménez era un oficial de Estado Mayor muy calificado y eso era reconocido en aquellos momentos en la institución, y era el jefe del Estado Mayor General, le tocó organizar el nuevo ministerio de Defensa adquiriendo una capacidad de mando y de decisión sobre toda la institución armada, considerable.

Todos estos factores son los que hacen que los errores del gobierno, magnificados por los partidos de oposición, fuesen creando un enorme descontento en muchos oficiales que no ha-bían participado en el 18 octubre, sino que habían estado en el bando contrario. Aquello fue lo que creó una situación ya prácti-camente conspirativa y de insurgencia para el 24 de noviembre.

Buena parte del descontento militar que madura en el Trie-nio adeco tiene su base en oficiales que no participaron el 18 de octubre, que no estaban de acuerdo con el 18 de octubre y que simplemente se plegaron al triunfo del golpe de Estado, pero que no estuvieron nunca del todo conformes con la nue-va situación. Eso es un dato bien importante para la historia

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política venezolana. Pero ya podemos llegar al domingo 22 de noviembre.

Pero déjeme señalarle lo siguiente. Recordemos que para el momento del 18 octubre no habían sino 150 oficiales juramen-tados para el golpe, de los cuales solamente seis eran mayores: Marcos Pérez Jiménez, Carlos Delgado Chalbaud, Julio Cesar Vargas, Celestino Velasco, Hugo Fuentes y Enrique Rincón Cal-caño. Los demás eran capitanes, tenientes y subtenientes, sobre un total de más de 2.000 oficiales.

¿Dónde estaba Llovera Páez?

Llovera Páez no fue octubrista, estaba cursando Estado Ma-yor en el Perú y por eso siempre gozó de gran prestigio entre el sector medinista caído. Él tenía mucho afecto de parte de la gente de Medina porque él no había sido octubrista.

¿Era un oficial destacado?

Muy inteligente desde el punto de vista intelectual, era de primera, inclusive tenía una obra escrita sobre geopolítica y has-ta había sido seminarista. Era de mucho valor personal. Llovera era de los hombres de valor personal que había en el momento.

La otra cosa que quería señalar es que Carlos Delgado, como dije anteriormente, no actuaba sino con el grupo militar de Ma-rio, que era el que le respondía al gobierno y que como dije era un grupo calificado y ubicado en posiciones claves en aquel mo-mento.

Vamos ahora a Puerto Ayacucho.

Cuando yo llego a Maiquetía, ya la Guarnición de La Guaira estaba alzada. Hubo un grupo más agresivo que ya estaba en insurgencia: la Guarnición de La Guaira, bajo el mando del ma-

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yor Tomás Mendoza y lo acompañaban en esa actitud violenta el cuartel Urdaneta en Catia, cuya guarnición estaba comandada por el mayor Pedro Molina Herrera. Cuando yo llegué a Mai-quetía, aunque Tomás Mendoza era amigo mío, dio órdenes de interceptarme. Pero el mayor Rafael Castellanos, que comanda-ba el destacamento encargado del aeropuerto le dijo: “No, yo no intercepto al doctor Giacopini”. Por el contrario, me dio fa-cilidades para subir a Caracas. Vine a Caracas en un auto que lo manejaba un empleado de Aeropostal, miembro del partido Acción Democrática y quien me dio una visión más bien opti-mista a favor de ellos. Le dije: “En vista de eso, como yo vivo cerca de Miraflores, déjame en mi casa para saludar a la familia y me voy luego a pie al palacio”. Cuando llegué a mi casa, tuve una llamada telefónica de mi compadre el doctor Germán Balda Cantizani, asimilado a capitán en ese momento y ejerciendo la Consultoría Jurídica del Ministerio de la Defensa. Me llamó y me dijo: “Ya aquí en el Ministerio saben que tú llegaste, que vienes como negociador y te estoy llamando para decirte que te apures porque las cosas están marchando con mucha rapidez.”. Le dije: “¿Tú crees que hay un golpe inminente?”. Me dijo: “Yo no te lo podría garantizar, pero aquí dieron la orden que cuando los empleados civiles del Ministerio se vayan a almorzar a sus casas, no regresen en la tarde”. En vista de eso me dirigí a Miraflores. Pregunté por el Presidente, que siempre me recibía con mucho afecto, e inmediatamente cuando yo me anunciaba, me mandó a decir que estaba recibiendo un visitante, que al terminar se reu-niría conmigo, que mientras tanto me fuese a la Secretaría para que Gonzalo Barrios y Alberto Carnevali me informasen de la situación que se estaba viviendo. Yo la conocía a medias.

Había circulado entre la oficialidad un pliego de condiciones que debía aceptar el Presidente. Ese pliego del borrador inicial contenía los puntos siguientes: pase a retiro y no regreso al país del comandante Mario Ricardo Vargas Cárdenas, que estaba muy enfermo con tuberculosis en un sanatorio en Saranac Lake,

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en los Estados Unidos; pase a retiro del teniente-coronel Jesús Manuel Gámez Arellano, comandante del Agrupamiento No. 4 en Maracay; cambio de los oficiales de la Casa Militar; salida del país de Rómulo Betancourt; desarme de las milicias del partido; y cambio de Gabinete, reemplazándolo con un Gabinete de in-dependientes.

¿Qué firmas encabezaban ese manifiesto?

Ese era un manifiesto masivamente firmado, pero natural-mente lo encabezaba el entonces teniente-coronel Marcos Pérez Jiménez, que era jefe de Estado Mayor.

El borrador ese, lo hicieron circular entre la institución y mu-chos oficiales, por solidaridad de clase, mandaron a eliminar los tres primeros puntos, lo de Mario Vargas, lo de Gámez Arellano y los oficiales de la Casa Militar, y entonces el pliego peticiona-rio quedó en tres condiciones: Salida del país de Rómulo Betan-court, desarme de las milicias del partido y cambio de Gabinete, reemplazándolo por uno de independientes. Ese es el que le lle-van a don Rómulo Gallegos, que lo rechazó indignado.

Delgado Chalbaud, tratando de bajar la tensión que se había presentado entre el presidente y la cúpula militar, provocó una reunión de oficiales con el presidente en el cuartel Ambrosio Pla-za, en el cuartel de Caballería y la reunión no dio positivos resul-tados, porque el presidente se mostró como un maestro severo. Él era un educador severo y así actuó frente a la oficialidad, de manera que la situación empeoró en vez de mejorar. Así están las cosas en el momento en que yo llego. Una de las cosas más gra-ves es que ya hay guarniciones en insurgencia, que no obedecen órdenes de la superioridad, como son las de La Guaira y el cuar-tel Urdaneta. Como les dije anteriormente, me fui a la Secretaría para que Gonzalo Barrios y Alberto Carnevali me informasen de la situación. En esto llegó Eraclio Anzola García, uno de los

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edecanes, y me dice: “El presidente lo espera en este momento para almorzar en su comedor privado”. Nos fuimos a almorzar don Rómulo Gallegos y yo. Él siempre me mostró un gran afecto y una gran deferencia, por eso yo me empleé a fondo en esas ne-gociaciones. Cuando nos sirvieron el primer plato, lo rechazó y me dijo: “José tú comprendes que en una situación como esta yo no puedo ni comer, no tengo apetito. Vámonos a una oficina por ahí solos y hablamos del asunto”. Nos sentamos en dos butacas, pero antes de comenzar a conversar se pone de pie en una acti-tud así muy sentimental y me dice: “Mira José, antes de que co-mencemos a hablar, quiero que me contestes una pregunta por lo que vamos a hablar y por lo que está ocurriendo. Yo conozco lo que representas tú dentro de las Fuerzas Armadas, tu amis-tad íntima con toda la oficialidad y particularmente eres como un hermano de Carlos Delgado Chalbaud. Yo te quiero pregun-tar lo siguiente, en el bien entendido que cualquiera que sea tu respuesta no modifique el afecto que te tengo: en este conflicto que está planteado entre el poder militar y el poder civil, ¿con quién estás tú?”. Le dije: “Presidente, si yo no tuviese seguridad de su afecto hacia mí, yo me sentiría molesto. Recuerde que yo soy un funcionario de la rama administrativa civil juramentado ante usted y en una situación como esta no tengo opciones para escoger. De manera que dicte sus disposiciones”. Se le salieron las lágrimas, me abrazó y me dijo: “Yo de ti no podía esperar una respuesta diferente”. Entonces empezamos a hablar, que nos interrumpían a cada momento y lo ponían a él en un estado verdaderamente nervioso porque a cada rato se abría la puerta con una noticia desagradable, “que el mayor Mendoza habló por radio en La Guaira, que tomaron el Banco Venezuela, que la infantería de Marina tomó La Guaira”, etc. Él estaba muy mo-lesto y me dijo: “José, esto es tan desagradable para mí, que yo no quiero seguir hablando de este tema”. Le dije: “Yo estoy aquí obedeciendo instrucciones suyas, pero le voy a decir, yo estoy corriendo contra el tiempo. De manera que más bien vaya usted, descanse y yo tengo que moverme esta tarde para saber cuál es

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la realidad de la situación, formar una opinión personal, porque lo que sé hasta ahora, es por referencia de terceros”. Me dice: “¿Y qué vas a hacer?”. Le dije: “Tengo que ir al medio militar a ver cuál es la situación”, me dijo: “Con una condición. Después de esa lealtad que tú me muestras yo no me perdonaría si a ti te ocurriese algo malo en el cumplimiento de esas misiones”. Le dije: “No Presidente, a mí en el medio militar no me ocurre nada malo y además yo no vengo en una posición beligerante sino de negociador. Tranquilícese. Sí le voy a dar varios consejos antes de que nos separemos. Usted sabe que una cosa como esta afecta profundamente a la persona. Esto no sabemos cuánto tiempo va a durar y aún solucionado el problema siempre hay un período de convalecencia. Usted tiene que reservar, guardar sus ener-gías para la recta final y cuidarse mucho en el sentido siguiente, perdóneme que se lo diga: ya por su edad usted tiene que tener en una situación como esta al lado, a su médico de confianza para atacar cualquier síntoma que se le presente desagradable; la otra cosa, yo sé que usted es buen cubierto, recorte, porque en estas situaciones una persona de la edad suya no debe exagerar la alimentación; otra cosa Presidente, trate de dormir, trate de descansar, si las contrariedades no lo dejan dormir bien, pídale a su médico que le dé algún somnífero de esos inofensivos que se eliminan fácilmente, pero descanse mucho, conserve la fuerza para la recta final”. Entonces se conmovió muchísimo y me dijo: “Antes estaba hablando con un funcionario muy leal. Ahora te has portado no como un funcionario sino como un hijo...”. Y me abrazó calurosamente y me dijo: “Yo no olvidaré nunca este ges-to tuyo”. Ahí salí y lo dejé. Cuando voy por el corredor de Mira-flores, Raúl Nass, el director de la Secretaría, me dice: “Te llama por mi teléfono Rómulo Betancourt”, atendí y Rómulo me dice: “Caramba José, ya sé que llegó. Nosotros hemos esperado de-masiado para llamarlo a usted, pero ya me siento más tranquilo con la presencia suya aquí. ¿Cómo ve las cosas?”. Le dije: “Por lo que me han contado hasta ahora, muy delicada, muy grave”. Me dice: “No le diga eso a nadie y venga a verse conmigo”. Le

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dije: “¿Dónde lo puedo ver?”, me dijo: “Ya yo estoy reservado -eso era el lunes 22-. Usted sabe el peligro que yo corro en una situación como esta. De manera que cuando usted quiera verme hable con Raúl Nass que él lo sabe hacer llegar hasta mí”. Le dije: “Vamos a hacer una cosa, yo estoy corriendo contra el tiempo. En vez de vernos ahora, porque no me da toda la tarde para yo sacar una impresión personal y nos vemos a las 7 de la noche”. Me dijo: “Bueno, muy bien, nos vemos a las 7 de la noche”. Me separé del teléfono pensando a dónde ir, por dónde comenzar. Me acordé del general Rafael Alfonzo Ravard, que entonces era capitán al frente de la 4° sección del Estado Mayor: Adquisicio-nes y Suministros.

¿Dónde estaba Pérez Jiménez en ese momento?

Enfrente, en el Ministerio. Estaba despachando como jefe de Estado Mayor y Delgado estaba enfrente también. Llamé a Ra-fael Alfonzo al Ministerio. Me atendió su ayudante, el teniente Gilberto Marcano Carranza, y me dijo: “No está aquí. Llámelo a su casa que fue a almorzar allá”. Llamé a Rafael a su casa, amigo fraternal mío de toda la vida y me dijo: “Vente inmediatamente. Si no has almorzado, te espero a almorzar. Yo estoy aquí solo porque la familia se fue al litoral”. Le digo: “Salgo para allá”. Cuando voy a salir del palacio viene entrando Carlos Delgado. Nos abrazamos ahí, venía muy turbado y le dije: “Carlos ¿cómo estas?”, y me dijo: “Chico cómo voy a estar en medio de este desastre. ¿Qué vas a hacer?”. Le dije: “Voy a hablar con el Presi-dente que me llamó”. Me dijo: “¿Qué vas a hacer tú ahora?”, le dije: “Yo acabo de llegar de Puerto Ayacucho y estoy informán-dome, tú sabes que vengo como negociador.”. Me dijo: “Quiero verte esta noche, a las ocho de la noche en El Paraíso, en la casa de mi primo Alfredo Machado Gómez. Te espero esta noche”.

De ahí me voy a casa de Rafael Alfonzo, almorzamos los dos solos y lo encontré muy preocupado con la situación. Me dijo:

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“Yo pude captar, por los primeros contactos que tuve con milita-res y civiles, que había la preocupación de que pudiera presen-tarse en Caracas algo parecido a lo que ocurrió -ese mismo año el 8 de abril- en Bogotá, cuando el asesinato del doctor Gaitán. Que podía presentarse un choque sangriento entre civiles y mi-litares, y eso era lo que yo percibía tanto en los civiles como en los militares. Aquí la situación es muy difícil, tenemos quince días de acuartelamiento. Todo el mundo está con los nervios de punta. Anoche el capitán Barberi se pegó un tiro en el cuartel Urdaneta y no se mató sino que quedó ciego. De manera que estamos viviendo una situación muy difícil”. Le dije: “Yo voy a hablar entonces ya mismo. Déjame tomar el teléfono y ha-blar con Pérez Jiménez, que es con quien debo negociar”. Me dijo: “Gracias a Dios que usted vino. Usted es una persona con quien se puede tratar y con quien se puede negociar. Véngase inmediatamente. Lo espero aquí en el Estado Mayor”. Almorcé rápidamente y salí para allá. Ya el Ministerio estaba acordona-do con fuerza armada y no se podía entrar sino en determina-das condiciones. De tal modo que habían mandado al capitán Alfredo Mönch, compañero mío de deporte y de juegos desde niño, para que me acompañase al Estado Mayor. Subí con Al-fredo Mönch, me senté en el recibidor de Pérez Jiménez y lo oí a través de la pared, que estaba sumamente molesto. Hablaba en una forma que indicaba una gran irritación, no sé por qué. Mönch le avisó que yo estaba y entonces pasó para acá, tiro la puerta con mucha violencia y me dijo: “En primer término te pido que no me vengas a dar consejos”. Le dije: “Yo no le vengo a dar consejos, usted mismo me mandó a venir acá, usted sabe que yo vengo como negociador y usted es mayor de edad, yo no le voy a dar consejos”. Dijo: “Perdóneme don José, es que usted no tiene idea, las cosas cómo están aquí”. Me repitió lo mismo: “Quince días de acuartelamiento. Nos tienen los ner-vios destrozados, perdóneme”. Le dije: “Cálmese, un hombre que está en la posición que está usted, en una situación como esta no puede perder los estribos así. Pida un par de cafés y va-

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mos a hablar”. Me dijo: “Usted sabe lo que está ocurriendo...”. Le dije: “Sí, cómo no. Yo sé que ustedes le pasaron al presidente un pliego que les rechazó indignado”. Me dijo: “¿Qué pien-sa usted de eso? ¿Usted sabe el contenido?”, le dije: “Sí, cómo no. Pero vamos a negociar punto por punto: salida del país de Rómulo Betancourt. Ustedes no le pueden pedir al presidente Gallegos, dada su jerarquía intelectual, moral y de todo orden y siendo el jefe del Estado, que expulse a un ciudadano que no ha dado motivo para eso y que por añadidura es la figura más prestante del partido, y no ha cometido ninguna falta que amerite su expulsión. Eso es una falta de respeto y ustedes no pueden incurrir en eso. Vamos a hacer otra cosa: yo conozco a Rómulo y puedo hablar con él. Rómulo es un político flexible. Si a él se le explica que sería una salida del país naturalmente temporal, que en estos momentos contribuye a solucionar los problemas, Betancourt lo hace”. Me dice: “¿Usted cree que lo hace?”. Le digo: “Sí lo creo”. Me dice Pérez Jiménez: “Dígale que se acuerde que yo el año pasado tuve que salir también por diferencias y estuve fuera casi un año. Y dígale inclusive que si quiere nos podemos reunir aquí los tres a conversar”.

¿Eso le dice Pérez Jiménez?

Sí, eso me dice Pérez Jiménez. Entonces le digo: “Primer pun-to: estamos de acuerdo. Segundo punto: desarme de las milicias del partido”, le dije: “Mire Marcos: el partido no está armado. El partido Acción Democrática es un partido de gente valerosa y resignada ante los padecimientos, ante las persecuciones. Son valerosos en ese sentido, pero no es un partido guerrero en que Rómulo se va a alzar en Guatire y Raúl Leoni en Upata. Inclu-sive, teniendo el control de todas las aduanas del país durante todo este tiempo, yo le garantizo que no han metido ni un fusil”. Me dijo: “Sí están armados, los servicios de inteligencia militar lo saben”. Le dije: “Usted sabe cómo son los servicios de inteligen-cia, que para ganar puntos exageran los peligros”.

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Le dije: “Yo le garantizo que el partido no está armado. Ten-drán algunos fusiles de los que quedaron del 18 octubre, pero eso no es suficiente para enfrentar a las Fuerzas Armadas”. Luego le agregué: “Yo le voy a proponer una cosa”. Él me había dicho, al comienzo de la entrevista “usted tiene que sacar del presidente, como consecuencia de esta reunión, alguna solución. Porque ya tenemos parte de la institución armada en rebeldía. Anoche a mí me sacaron del cuartel Urdaneta a empujones e insultado. Poco les faltó para darme puntapiés...”.

¿Eso le dice Pérez Jiménez?

Así es. Y luego agregó: “Aquí estamos corriendo el peligro de que si esto no se soluciona rápido, los cuadros subalternos y los cuadros medios del Ejército van a desbordar los mandos y puede pasar cualquier cosa”. Le dije: “Mire, de acuerdo a eso que usted me dijo anteriormente, aquí hay dos cosas para poder llegar a una solución: que ustedes conserven la autoridad sobre la institución armada, y que el presidente Gallegos la conserve sobre el partido. Si el presidente Gallegos da motivo a que la fuerza pública entre a las seccionales del partido a registrarlas, que algunos hasta se opongan y les den planazos. El partido puede desconocer la autoridad del presidente y entonces sí es difícil controlar la cosa. Vamos a hacer otra cosa. Yo le voy a pro-poner otra alternativa: vamos a solucionar el impase político, y entonces después de eso se saca un aviso en la prensa, Ministerio de la Defensa, Servicio de Armamento en conocimiento de este Despa-cho que hay muchas armas en el territorio nacional en forma irregular, se hace un llamado a los ciudadanos en aras de la paz y la tranquilidad nacional a que en un plazo de un mes las devuelvan al Servicio de Armamento. Nadie será sancionado por eso... y entonces se hace eso sin referirse al partido Acción Democrática, sino a todo el que tenga armas. Y se cancelan todos los portes de armas, cuando se vuelvan a otorgar se filtran bien”. Me dijo: “Bueno, le acepto esa condición. Usted puede que tenga razón, pero acuérdese que sí están armados”.

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Usted nos está pintando un Pérez Jiménez muy angustiado por la falta de control de los mandos subalternos y medios.

Sí señor. Continúo y me dice: “¿Y el tercer punto, qué me dice?”. Le dije: “Usted me concedió los dos primeros, yo le con-cedo el tercero, porque un cambio de Gabinete es un arma políti-ca en manos de cualquier jefe de Estado, que le permita superar una crisis aún superior a esta”. Me dijo: “Oiga lo que le voy a decir: que el Gabinete sea de independientes”.

¿Él quería a toda costa sacar a los adecos del gobierno?

No. Ya va a ver. Esto que yo voy a decir va a poner a Pérez Jiménez en otra posición ante la Historia. Le digo: “Hay una per-sona muy allegada al Presidente, con mucha influencia sobre él, que es un individuo de temperamento diplomático, buen nego-ciador, buena persona y que nos puede ayudar en la convalecen-cia de este asunto. Le quiero preguntar si hay inconveniente en que él quede, a pesar del cambio de Gabinete, que es el doctor Gonzalo Barrios, secretario de la Presidencia”. Me dijo: “Usted tiene razón, yo conozco al doctor Barrios, es un hombre como usted dice: buen negociador, buena persona y no goza de mala reputación en las Fuerzas Armadas, puede quedar al lado del Presidente”; luego agregó: “Mire don José, pero esto que le voy a decir guárdeselo como carta en la manga para última negocia-ción: pueden mantener en el Gabinete hasta unos tres o cuatro miembros del partido, pero que la mayoría del Gabinete sea de independientes y con una condición: que todos los miembros del nuevo Gabinete, inclusive los miembros del partido, sean gente del más alto nivel, de primera clase. Las Fuerzas Armadas lo que quieren es apoyar un gobierno donde el Presidente no sea un hombre de partido sentado en el despacho, sino el Presidente de todos los venezolanos y rodeado de un Gabinete, de un equipo de trabajo que sea del más alto nivel. Queremos un gobierno de lujo para las Fuerzas Armadas y sostenerlo con todo gusto y con toda decisión”.

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Esa fue la negociación con Marcos Pérez Jiménez, la cual yo consideré exitosa. Seguidamente voy a comunicársela al presi-dente Gallegos. Para los que no saben eso, en esa época el Mi-nisterio de la Defensa, donde yo estaba negociando con Marcos Pérez Jiménez, quedaba donde es hoy el palacio Blanco, en el ángulo nordeste de la esquina de Miraflores, es decir, frente al palacio. De modo que yo no tuve sino que pasar a pie del Mi-nisterio de la Defensa al palacio de Miraflores y allí anunciarme al presidente, que estaba en el despacho presidencial. Cuando entré, parece que yo llevaba un rostro optimista porque me dijo: “Caramba, como que me traes buenas noticias, porque te veo alegre”. Le dije: “Como César: vine, vi y vencí”. Me dijo: “Siéntate para que me expliques”. Entonces le explico la negociación que yo consideraba admirable, que había realizado con Pérez Jimé-nez, me oye atentamente, y cuando yo termino me dice: “No lo puedo aceptar”. Le digo: “Pero presidente ¿por qué?”. Me dijo: “Yo no puedo aceptar eso, porque eso es un acto de violencia y yo no puedo ceder ante un acto de violencia. A estos seño-res en este momento, no les queda más camino que venir aquí ante mí, pedir excusas por las faltas cometidas, e ir a cumplir las sanciones disciplinarias correspondientes”. Le dije: “Presidente usted está completamente fuera de la realidad. Su gobierno está enfrentado a la institución armada que está en franca insurgen-cia, de manera que aquí hay que negociar y yo no veo que usted esté con los pies sobre la tierra”. Me dijo: “No José, yo no puedo aceptar eso”. Como yo insisto, le digo: “Acuérdese presidente, que si usted por un exceso de rigidez o por un apego romántico a ciertos principios, deja que se rompa el orden constitucional, no podrá garantizar lo que vendrá después en el país. Usted tiene una gran responsabilidad en este momento como jefe de Estado”. Me dice: “Mira José, tú te estás comportando con una lealtad tan grande y haciendo tantos esfuerzos por sostener mi gobierno que yo te debo una explicación”. Lo siguiente que diré es absolutamente cierto. Él empieza a vivir, en ese momento, en sus novelas. Se queda pensando y dice: “Yo en este momento lo

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que soy es Santos Luzardo resistiendo las tentaciones de Doña Bárbara”, y agrega: “Mira José, yo a ti te debo una explicación, y es la siguiente: a través de toda mi vida, como ciudadano en la calle, como hombre de hogar en mi casa, como maestro en la cátedra, como funcionario cuando he desempeñado cargos públicos y como escritor a través de toda mi vida literaria, yo he anatematizado con todas mis fuerzas la violencia, la he de-nunciado, la he execrado en los términos más duros. Yo, a estas alturas de la vida, y en la posición que estoy desempeñando no puedo tirar por la borda todo ese pasado mío. No puedo dar el espectáculo de ceder ante un acto de violencia. Más aún, yo no puedo presentarme esta noche en mi casa frente a Teotisde, mi mujer, con la vergüenza en el rostro de haber cedido ante un acto de violencia”. Ante esto respondí: “Presidente, sus argumentos son sumamente respetables. Yo no le puedo insistir ya como le estaba diciendo anteriormente, pero sí le pido un momento de reflexión. Reflexione cuidadosamente la decisión que está to-mando”. Me dijo: “Qué diferente eres tú a Carlos Delgado. Tú no tienes compromisos conmigo de ninguna clase. Carlos que vi-vió un año en mi casa de Barcelona, España, a quién he querido como un hijo, sentado allí donde estás tú, se lo dije esta mañana. Le dije, Carlos, paso por la amargura de que a ti, a quien he querido tanto, en el momento que más te necesito no te encuentro, porque no estás conmigo, no me lo niegues, no estás conmigo”. Le dije: “Mire presidente, yo conozco a Carlos Delgado y usted sabe que yo soy amigo fraternal de él. No lo juzgue tan a la ligera. Delgado lo que está es en una posición muy difícil, tratando de salvar su gobier-no y resistiendo él solo una presión militar de gran magnitud. Yo le respondo que Delgado no le está siendo desleal a usted”. Me dice: “Mira, como tú te has portado tan bien conmigo, si aquí llegase a haber un golpe militar, tú no tienes nada que temer, pues ellos te consideran como uno del grupo, de manera que yo te relevo de todo compromiso conmigo, para que tú no sufras las consecuencias si mi gobierno se cae”. Le dije: “No presiden-te, eso no lo puedo aceptar yo, ya estoy comprometido a fondo

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con usted y corro con las consecuencias hasta el final. Si usted tiene, en un momento dado alguna otra instrucción que darme, yo estoy dispuesto a obedecer y yo no me voy a alejar de aquí de su despacho. Voy a estar sentado allí en el corredor esperando sus instrucciones”. Me dijo: “Quiero que sepas lo siguiente, si yo tengo que reeditar el caso de José María Vargas, estoy dispuesto a hacerlo. Yo no me levanto de la silla y no renuncio tampoco. Quiero que la violencia se consuma hasta sus últimas consecuen-cias. De tal manera que si quieren arrancarme por la fuerza de la silla, meterme en una camioneta, en un avión o lo que ellos quieran o inclusive matarme, estoy dispuesto al sacrificio”.

Doctor, quisiéramos interrumpir un momento el relato para retroceder un poco al hecho que narró en la sesión anterior y que también ha narrado hoy que tiene que ver estrictamente con la situación militar, porque de acuerdo con lo que usted nos ha venido contando, habían como varios escalones de in-surgencias. Por una parte, se encontraban los más violentos, los más insubordinados, que incluso nos contaba usted que Pérez Jiménez le cuenta que lo han maltratado a él en el Cuar-tel Urdaneta y que él se siente bajo la presión de esos insu-bordinados y por lo cual era tan importante que el presidente Gallegos actuara de forma rápida en los cambios que usted y él (Pérez Jiménez) negociaron. Entonces, por una parte tene-mos un Pérez Jiménez cuya situación pareciera más ambigua de lo que se ha considerado siempre, es decir, un Pérez Jimé-nez que pareciera estar dispuesto a no tumbar a Gallegos, si el presidente Gallegos hace unas concesiones en los términos en los cuales usted negoció con Pérez Jiménez. Entonces tenemos, los más insubordinados, los más violentos, los más radicales, tenemos a Pérez Jiménez en una actitud que nos gustaría que usted ahondara sobre ella: ¿cómo la aprecia usted? Como una actitud de compromiso, una actitud dispuesto a ceder o en el fondo estaba, después de todo, decidido a derrocar el gobierno de Gallegos más tarde o más temprano. Y luego está la figura

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complejísima de Carlos Delgado Chalbaud, que es quizás la más difícil de analizar. Ya usted relata cómo el presidente Ga-llegos tiene una apreciación de deslealtad, usted la corrige y le sugiere llevarla a un punto más equilibrado, pero finalmente Chalbaud acompaña al golpe e incluso es presidente de la Jun-ta Militar que sustituye a Gallegos. Entonces a nosotros nos gustaría escuchar una consideración suya tanto de la figura de Pérez Jiménez en ese momento, hasta donde sea posible hacer-lo desde un punto de vista psicológico, y más complicado aún una apreciación suya de la figura de Carlos Delgado Chalbaud, en ese momento.

Bueno, en ese momento, lo que puedo decir de Pérez Jimé-nez es que lo encontré con bastante flexibilidad y bien dispuesto a negociar. Ya lo he dicho anteriormente, los militares le habían puesto un pliego de condiciones al presidente que logré yo en las conversaciones con Pérez Jiménez reducirlas al mínimo y el compromiso era que si se lograba algo del presidente pues ellos lo respaldarían. De manera que en Pérez Jiménez no se veía en ese momento una voluntad irreductible de derrocar al presiden-te. De manera que sí veía yo, que en efecto, sí se podía negociar con él. Con respecto a Delgado Chalbaud, era sin duda, en teoría, la figura más prestante en las Fuerzas Armadas, pero no tenía una fuerza propia. Él tuvo una magnifica formación; era un ofi-cial de primer orden, muy versado en cuestiones militares. Creo que anteriormente como que hicimos una pequeña semblanza de él, no estoy seguro, pero puedo repetirla. Yo creo que vale la pena repetirla para que se conozca bien lo que fue Delgado Chalbaud. Cuando ponen en libertad a su padre, en tiempos del general Gómez, en el año de 1927, Román Delgado Chalbaud, que había pasado 14 años en La Rotunda, con una barra de 60 libras en los pies, era indomable y el general Gómez lo previó. El general Gómez que no lo quería soltar, dijo: “Voy a soltar al compadre porque todo el mundo me lo pide, hasta don Antonio, pero les advierto lo siguiente, que a ese lo conozco yo, ese nos

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va a hacer la guerra y puede ser hasta para su mal porque pue-de perder la vida”. Profético el general Gómez, pues al desem-barcar en Cumaná, la perdió. Bueno, Carlos Delgado, mientras tanto, regresa a Francia. Tenía 16 años más o menos en esa época y continúa sus estudios allá. Se gradúa de ingeniero civil en el año de 1933 en la Politécnica de París, en la École des Travaux Publics. Y cuando muere el presidente Gómez, él regresa a Ve-nezuela, como lo hacen todos los exiliados. Durante la presiden-cia de López Contreras ha quedado encargado del Ministerio de Guerra y Marina el general Antonio Chalbaud Cardona, parien-te por los Chalbaud de Carlos Delgado. Le pide Carlos una au-diencia y le dice: “Lo que he venido yo observando del general López Contreras en su manera de concebir el país, me complace mucho, y si tengo la oportunidad de servir en su gobierno me gustaría hacerlo”. El general Chalbaud Cardona le expresa este pensamiento al general López Contreras, y entonces mandan nuevamente a Delgado Chalbaud a Francia, a la Escuela Militar de Versalles, donde se gradúa de ingeniero militar. Ya él era in-geniero civil y se gradúa de ingeniero militar y produce una tesis sobre puentes y caminos estratégicos que fue laureada. Regresa a Venezuela y lo incorporan como capitán asimilado al Servicio de Ingeniería Militar. Él estaba empeñado en ser oficial efectivo y lo ayudó mucho en eso el mayor Francisco Angarita Arvelo, hermano del general Isaías Medina Angarita. Pancho Angarita, como lo llamaban, había sido uno de los que vino con ellos en el Falke, quedó herido en Cumaná y cayó prisionero. Pancho An-garita intercedió con su hermano el general Medina, quien era para ese momento ministro de Guerra y Marina y entonces en-viaron a Carlos Delgado a Fort Knox, en los Estados Unidos, a seguir un curso de Guerra Química. Para el año 40 se presenta en Venezuela, una gran necesidad de oficiales, por la circunstancia de que aquí había habido una misión militar italiana para las distintas armas de nuestras Fuerzas Armadas. Pero con motivo de la guerra, habían sido llamados a su país de origen y además los Estados Unidos no veían con agrado, en el momento de la

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confrontación, a una misión militar italiana acá en Venezuela. Todavía no vino una misión militar norteamericana, sino que se trajo una misión militar peruana bajo la dirección del comandan-te Oscar Chávez Tapur, y le agregaron algunos oficiales chilenos que estaban aquí, como exiliados por el gobierno de González Videla, entre ellos recuerdo al coronel Ormazábal del arma de Ingeniería, que hizo una labor educativa estupenda en ese ramo en nuestras Fuerzas Armadas. Esa misión emprendió la labor de reorganizar la Fuerza Armada Venezolana: se creó el Servicio de Ingeniería Militar, o más bien se reforzó, porque ya existía desde 1931. Pero ya en 1941, con motivo de la misión de Chávez Ta-pur, se crea el Batallón de Ingenieros Francisco de Paula Aven-daño, N° 1. Había una gran necesidad de oficiales para la época. Al extremo de que se estaba sacando de fila sargentos primeros y sargentos ayudantes que mostrasen un potencial aprovechable y desarrollable, les daban un curso intensivo en el Cuartel Urda-neta de dos años, e iban a filas como subtenientes. Cuando re-gresa Delgado de Fort Knox, ya han creado el Batallón Francisco Avendaño Nº 1 y como él es ingeniero militar e ingeniero civil, lo nombran capitán-comandante de la Compañía de Zapadores del Avendaño y en la Compañía de Trasmisiones nombran al ca-pitán José Joaquín Jiménez Velásquez, hijo del famoso ministro civil de Guerra y Marina del general Gómez, doctor Carlos Jimé-nez Rebolledo, abogado eminente de Barinas, que se desempeñó 14 años frente al despacho.

Ya tenemos a Carlos Delgado como oficial efectivo. Ahí vino el 18 de octubre y todos esos episodios. Sin embargo, ubiquémo-nos en los días que preceden al 24 de noviembre. Es bueno seña-lar que Carlos Delgado, a pesar de aquella preparación tan estu-penda, porque por lo que les he dicho, se darán cuenta de lo que valía Delgado intelectual y profesionalmente. Pero como había caído en paracaídas en la institución armada, Delgado no tenía una fuerza militar propia. Yo voy a señalar a dos oficiales que fueron verdaderamente delgadistas y que estaban dispuestos a

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jugársela con él: mi pariente, el coronel Tomás Pérez Tenreiro y el hoy general Rafael Alfonzo Ravard, esos eran dos hombres muy leales a Carlos Delgado, y muy dispuestos a ir con él a cual-quier parte. Pero en el resto de la institución, Delgado no tenía el ascendiente que debería tener por su preparación.

Lo que pasa además con Gallegos es que Venezuela aún no se encontraba preparada para un presidente civil y si la Junta se sostuvo, era porque tenía además en su seno dos militares como Carlos Delgado Chalbaud y Mario Vargas. De modo pues, que esa es la situación en que vamos a dejar las explicaciones alrededor de Carlos Delgado, para que se sepa que no teniendo una fuerza militar propia en el momento en que hay un movi-miento militar unificado de gran magnitud Delgado tenía poco qué hacer en lo militar. Tenía que negociar entre su amistad y su lealtad, que creo que no se quebrantó en ningún momento para con el presidente Gallegos, y el tener que resistir aquella enorme presión militar.

Bueno, retomando el tema anterior, habíamos quedado en el final de su conversación con el presidente Gallegos, cuando este se niega a aceptar los términos de su negociación con Pé-rez Jiménez y de allí usted se niega a dejar de colaborar con el presidente Gallegos y de trabajar por el sostenimiento de su gobierno. Allí quedamos, usted siga contándonos.

Cuando yo, en vista de que el presidente Gallegos se niega a aceptar lo que se ha negociado con Pérez Jiménez y en vista de que Pérez Jiménez me ha anunciado que si no se logra una solución con el presidente los cuadros subalternos y los cuadros medios del Ejército van a desbordar los mandos y que puede pasar cualquier cosa, concibo entonces la idea de organizar en favor del presidente algo de tipo militar. Eso es sumamente im-portante.

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Yo me siento ahí en el corredor del palacio, esperando los acontecimientos, pero al mismo tiempo me pongo a reflexionar lo que me ha dicho Pérez Jiménez. Pienso que yo estoy en una posición de negociación, que me han buscado expresamente y me han traído del Amazonas para ver cómo salvar al gobierno del presidente Gallegos. Y en vista que me falla el presidente por su actitud, muy respetable, muy honorable, pero tremenda-mente rígida, irreductible y sin ninguna intención de negociar; entonces pienso que se va a producir lo que me anunció el ge-neral Pérez Jiménez, o sea que va a haber un desbordamiento de los mandos y que en Venezuela puede pasar cualquier cosa. Yo pienso: “Estoy en una posición clave y yo tengo medios en este momento como para promover algo que evite eso, ya que me falla el presidente”. Me acuerdo de lo siguiente: el entonces teniente coronel José León Rangel Barrientos, estaba encargado de la Inspectoría General de las Fuerzas Armadas por ausencia del comandante Mario Vargas, quien se encontraba enfermo en el exterior, en los EEUU. Me acuerdo que Rangel no pertenecía realmente al grupo que estaba insurgiendo en ese momento. Por el contrario, él había sido nombrado en la Inspectoría para darle a Delgado un apoyo que contrarrestase presiones de otros sec-tores militares. Pero Delgado no se llevaba bien con José León Rangel, y entonces Rangel quedó en una posición muy difícil, inclusive lo aislaron ahí en el Ministerio, a pesar de que su cargo era el inmediato después del ministro. Al extremo de que me acuerdo que a mediados del año 48, por ahí en julio, hubo con-vención de gobernadores. Vine yo del Amazonas a participar en ella, Rangel que era muy amigo mío, y estando yo afeitándome en la barbería del palacio, se asomó y me dijo: “Doctor Giacopi-ni, cuando termine ahí quiero hablar con usted”. Me dijo: “Usted sabe para lo que me nombraron a mí en la Inspectoría, para ver si yo ayudaba a Delgado a no estar tan solo ante tantas presiones, pero Delgado nunca ha tenido buena amistad conmigo y nunca se ha logrado nada con eso. Yo lo que sí veo, es venir un golpe que va a derrocar al gobierno, y yo he preparado un memorán-

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dum detallado sobre el particular y le he pedido una entrevista al presidente para exponerle la situación y pedirle, que él, como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas me respalde con su autoridad para yo ver qué pasos podemos dar en el sentido de frenar esos acontecimientos que se van a producir”. Le digo: “Tenga mucho cuidado, porque usted sabe cómo son las cosas”. Me dijo: “No, ya yo no puedo echar atrás. Porque yo le pedí una entrevista y la tengo concedida para hoy a las tres de la tarde. De manera que ya no puedo retroceder”. Esa entrevista se produjo, pero desgraciadamente el presidente lo oyó, no le dio ni apro-bación ni negativa, sino que llamó a Carlos Delgado, a quien él quería mucho, le refirió lo que había pasado con Rangel y le en-tregó el memorando de Rangel. Rangel se vio en una situación sumamente difícil, porque el grupo que iba a insurgir había ad-quirido bastante fuerza, estamos en julio del 48, y casi lo sacan del Ejército. De manera que estaba en una situación muy mala.

Yo me pongo a pensar en todos aquellos antecedentes y lle-gué a la conclusión de que si ese golpe que iba en marcha se producía, Rangel iba a pasarla muy mal, podía perder la carrera e incluso ir detenido. Cosa que realmente ocurrió un poco des-pués. Rangel, aunque era el encargado de la Inspectoría de las Fuerzas Armadas por la ausencia de Mario Vargas, tenía un po-der inmenso, una autoridad muy grande sobre el Batallón Moto Blindado Bermúdez Nº 1, que era el que hacía de guardia presi-dencial y estaba acantonado ahí en el cuartel de Miraflores, con tanques M-18 y carros exploradores, un gran poder de fuego y municionado hasta la coronilla porque era la guardia presiden-cial. Rangel, aunque ya no era el comandante de la unidad, había mantenido habitación allí y vivía allí en el cuartel con la tropa y con los oficiales con quienes tenía buen prestigio. Me voy al cuartel del Moto Blindado y le pregunto al oficial de guardia por el comandante Rangel, me dice: “Está en su cuarto en este momento”. Le digo: “Anúnciele que lo quiero ver”. Después de anunciarme, me dice: “Sí, cómo no doctor, que pase inmedia-

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tamente”. Me dice Rangel en lo que entré: “¿Qué le parece don José, se produjeron todos los acontecimientos como yo los había previsto? El presidente no tiene un hombre, ni un soldado, ni un policía que lo respalde en este momento”. Le digo: “Usted sabe que si este golpe triunfa su futuro dentro de la institución arma-da no es bueno”. Me dijo: “Soy consciente de eso, pero en este momento no tengo nada que hacer, sino plegarme a todo lo que venga”. Le dije: “¿Usted se ha dado cuenta de que usted es el hombre con más poder militar en Venezuela en este momento?”. Me dice: “Explíqueme eso, no lo comprendo”. Le digo: “Muy sencillo. A usted le responde el Batallón Moto Blindado como a un solo hombre y esta es la unidad con más poder de fuego que hay. Esta es la unidad que por ser guardia presidencial está municionada para pelear largo rato. Tiene un poder inmenso de choque. Además, su hermano Marcelino, comandante del Agru-pamiento Nº 3, con las guarniciones de Valencia, Coro y San Felipe; Marcos, su hermano, comanda el Batallón de Infantería que cuida las instalaciones terrestres de la Aviación en Maracay. Fíjese entonces lo que yo le propongo: acuérdese que es más fá-cil defender un gobierno constitucional que insurgir contra un gobierno constitucional. Si usted en este momento se pone del lado de la Constitución, de las leyes, del orden público, del pre-sidente legítimo de Venezuela, con todo ese acervo de fuerzas, imagínese lo que puede suceder, usted es el dueño de la situa-ción”. Brincó de la cama y me dijo: “Déjeme llamar a De Rosa que es el comandante de la unidad a ver qué dice él”. Llamó al entonces mayor Antonio de Rosa Alzuarte que era el comandan-te del blindado, hoy general retirado. El mismo De Rosa puede dar fe de todo lo que estoy diciendo yo aquí, porque entonces le dice Rangel: “Antonio, oiga lo que dice el doctor Giacopini”. Y entonces le echó el cuento a De Rosa. De Rosa le dice: “Don José tiene razón, vamos a actuar inmediatamente”. Le dije: “Vamos a prepararnos mentalmente en el sentido siguiente. Estamos de-fendiendo la Constitución y el orden legal. Segundo, poseemos el más poderoso aparato militar coordinado por un solo hombre,

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en este momento en Venezuela. Tercero, tenemos en frente dos oficiales que están en insurgencia que son hombres valerosos, hombres de choque con los que nos vamos a enfrentar. De tal manera que debemos ser conscientes de que podemos tener que hacer uso de la fuerza”.

¿A qué dos hombres se refería usted en ese momento?

El mayor Pedro Molina Herrera, comandando el Cuartel Ur-daneta, y el mayor Tomás Mendoza, comandando la Guarnición de La Guaira, que eran un eje unido y esos sí estaban en insur-gencia ya. Me dijo Rangel entonces: “Bueno, vamos a hacer lo siguiente. Nosotros no podemos pasar al palacio porque desde el Ministerio nos tienen bajo vigilancia. Pero usted sí. Pase allá y hable con el presidente. Dígale que como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas dé sus instrucciones y autorice todo lo que vamos a hacer. Si el presidente está de acuerdo, abrimos esta puerta que está condenada desde el 18 de octubre que comuni-ca el cuartel con el despacho presidencial. Pasamos por ahí, nos reunimos De Rosa, usted y yo con el presidente, le explicamos el plan, lo sacamos a él con la casa militar y lo mandamos a lu-gar seguro y usted, De Rosa y yo asumimos la situación. Eso sí, usted le plantea al presidente que al triunfar, cosa que de ello no hay duda, lo nombre a usted ministro de Relaciones Interiores y a mí ministro de la Defensa, para poder ayudarlo a controlar el país”. Le dije: “Yo no le condiciono mi colaboración al presidente porque lo respeto mucho. De manera que no le voy a poner con-diciones con respecto a mí, pero sí le puedo recomendar nom-brarlo a usted ministro de la Defensa. De manera que la acción tendría que ser simultánea porque puede haber comunicación entre los distintos cuerpos que tenemos enfrente y prepararse. La acción sería: rodear el Ministerio con unos carros de combate, entrar y detener a toda la plana mayor militar. No les vamos a hacer nada, son amigos todos, pero los vamos a neutralizar. Y con respecto al Cuartel Urdaneta, simultáneamente se man-

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dan 4 o 5 tanques que tomen posiciones estratégicas alrededor del cuartel. Esa operación debe ser comandada por un oficial de choque, porque lo que vamos a tener enfrente es gente peleadora también. Yo le sugiero saquemos de la casa militar al capitán Os-car Zamora Conde, que usted sabe que es un hombre valeroso, leal al presidente y amigo de nosotros, y lo pongamos al frente de esa operación. Antes que nos despidamos, quiero manifes-tarle varias cosas para que las tengamos presentes mentalmente antes de la acción que vamos a realizar: primero, recuerde usted que estamos defendiendo un gobierno constitucional, eso nos da ya una gran fuerza moral; segundo, recuerde que usted desem-peña desde el punto de vista protocolar y en el orden jerárquico, la segunda posición militar después del ministro de la Defensa, de manera que usted es una gran autoridad militar; tercero, re-cuerde que de acuerdo al inventario de fuerzas que hemos he-cho aquí, usted en este momento comanda y coordina el grupo militar más importante y más homogéneo que tenemos en este momento en medio de esta crisis político militar que ésta en cur-so. Tenga presente estas cosas mentalmente”.

Me voy. Cuando llego a casa del presidente Gallegos, le digo: “Presidente, hace rato estuvimos hablando y usted recha-zó enérgicamente y con razones que yo tengo que respetar, el ceder ante un acto de violencia. Ahora le traigo no la violencia al servicio de la Constitución, sino las fuerzas regulares del orden militar bajo el comando de usted, para salvar esta situación”. Y entonces le echo el cuento. Se queda pensando un rato y me dice: “No lo puedo aceptar”. Le digo: “Pero ¿por qué presidente?”. Me dice: “Date cuenta de lo que doy yo, la personalidad, inclu-sive internacional que yo tengo. Date cuenta la posición que es-toy desempeñando. Yo soy el jefe del Estado, yo no me puedo dirigir a los subalternos militares sino a través del órgano re-gular correspondiente”. Le digo: “Presidente parece que en este momento y usted me lo dijo esta mañana, el órgano regular no está funcionando correctamente, de manera que estamos en un

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estado de excepción”. Me dice: “Pero mira José, ¿tú te das cuenta de lo que me estás proponiendo? Yo soy el jefe del Estado. Tú me estás proponiendo abrir una puerta clandestina entre mi despa-cho y el cuartel vecino y entrevistarme allí con dos subalternos, porque son subalternos con respecto a la jerarquía superior en que yo me muevo, y entonces entrar en negociaciones con ellos para romper todo el orden y actuar en una forma completamen-te anómala”. Le dije: “No es anómala presidente, es precisamen-te las fuerzas militares leales a usted y al orden constitucional cumpliendo con su deber”. Me dijo: “No, no. Quítate esa idea de la cabeza, yo no puedo aceptar...”. Ahí ve usted cómo fracasa aquello.

Estamos todavía en la tarde del día 22, queda todavía un día y esto es casi minuto a minuto especialmente intenso. Ahora us-ted va a encontrarse nada menos que con Rómulo Betancourt, que se encuentra escondido y luego hay otra importantísima reunión en casa del doctor Alfredo Machado a donde se en-cuentra con el comandante Delgado, con el comandante Llove-ra Páez... ¿Estaba Rómulo Betancourt también?

Lo invitó Delgado a que se incorporara.

¿Cómo fue esa conversación con Rómulo Betancourt?

Como Betancourt sabía que su vida corría peligro, y para poder actuar en un momento dado libre de apremio, ya había to-mado la precaución de esconderse. De tal manera que me había dicho: “Cuando usted quiera llegar a mí, hable con Raúl Nass que él se encarga de eso”. Hablé con él y nos consiguió un ca-rro que no podía ser identificado como relacionado con el sector oficial, que lo manejó mi compañero del Colegio La Salle y de Universidad, el entonces prefecto del Departamento Libertador, doctor Luis Alfredo González Álvarez, un médico eminente des-pués. Luis Alfredo González y yo nos fuimos, de acuerdo a las

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indicaciones de Raúl Nass, a Quebrada Honda, cerca de donde llamaban el Puente Canoa. Era una casita de dos plantas propie-dad de Mario Pérez Pizanti. Cuando yo toqué en la forma conve-nida, salió Mario Pérez Pizanti, me saludó, subí y me fui al alto, donde estaban Rómulo Betancourt y Valmore Rodríguez. Allí hicimos un análisis rápido de la situación. Yo no les comuniqué el plan de Rangel porque no quise comprometer la posición de Rangel, yo no sabía qué podía suceder.

Hay un momento en que Rómulo Betancourt me dice: “Pero José caramba, yo que siempre lo he encontrado a usted en situa-ciones como estas muy optimista y dispuesto a actuar. ¿Qué es lo que le pasa esta vez?” Le dije: “Yo he hecho una evaluación de la situación y ya es muy difícil volver atrás en el campo militar”. Sobre todo le conté mi fracaso de la conversación con el presi-dente Gallegos, cuando yo le expuse el plan aceptable que había propuesto Pérez Jiménez. Le advertí también que en mi nego-ciación con el general Pérez Jiménez, yo me había comprometido a hablar con él y convencerlo de que la salida de él del país, no se la íbamos a pedir al presidente Gallegos, sino que él mismo, vo-luntariamente la iba a aceptar. Me dijo: “Muy bien en hacer us-ted esa proposición José. Yo estoy muy cansado, a mí en este mo-mento lo que me conviene es tomarme un tiempo de descanso. Yo me voy al exterior, allá me repongo y cuando pueda regresar, regreso con mucho más brío. Yo no hago en este momento aquí mayor papel”. Convenido eso me dice: “José, yo lo que sí veo en usted, es que usted es un político a la antigua. Usted no sabe las armas que puede usar la resistencia civil”. Le dije: “Sí, yo sé que la resistencia civil puede usar cierto tipo de acción, pero en este momento no veo cosa tal”. Me dice: “La huelga general, por ejemplo”. Le dije: “Comprendo que esa es un arma poderosa y que puede derrocar a cualquier gobierno o solucionar cualquier situación. Pero tal como yo he analizado lo que está ocurriendo en este momento, -y usé una expresión muy chabacana- cual-quiera de esos medios de resistencia civil se cae en el momento

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en que empiece a estornudar mister Máuser. Quítese de la cabe-za que cualquiera de esas cosas pueda dar resultado”. Me dice: “¿qué va a hacer usted ahora?”. Le dije: “Voy a entrevistarme con Carlos Delgado Chalbaud en la casa de Alfredo Machado”. Me dijo: “caramba mire, yo quiero después que usted hable con Delgado, volverlo a ver aunque sea a media noche, ya lo sabe”. Ahí nos despedimos. Cuando llegamos a la casa de Alfredo Ma-chado, ya eran un poquito pasadas las 8 de la noche, estaban allí Alfredo Machado y Eduardo Mendoza Goiticoa, compañero mío de toda la vida y como hermano mío. Él no tenía ninguna posición gubernamental, pero era un hombre importante y era bastante leal al grupo de Acción Democrática. Cuando ellos me salieron a recibir, me dice Alfredo Machado: “José, Carlos te ha llamado del Ministerio más de tres o cuatro veces impaciente, que dónde estás metido tú, que él quiere verse contigo, que que-daron en verse aquí en mi casa”. Le dije: “bueno llámalo y dile que yo ya estoy aquí”. Ellos eran primos. Entonces llegaron al poco rato Carlos Delgado y el teniente coronel Luis Felipe Llo-vera Páez. Traían como ayudantes a los capitanes Rafael Alfonzo Ravard y José Joaquín Jiménez Velásquez.

Primero les di cuenta de cuál había sido el resultado de mi conversación con el presidente Gallegos. Después lo que yo ha-bía convenido con Pérez Jiménez. Y les dije: “el presidente Ga-llegos está cerrado a la banda. No acepta ningún tipo de condi-ción. Dice que él no cede ante un acto de violencia y quiere que la violencia se consuma hasta los últimos extremos, y que está dispuesto inclusive o a reeditar el caso de José María Vargas, o aún a perder la vida si es que lo pueden ejecutar”. Dicen: “no, cómo lo vamos a ejecutar”. Les dije: “Es para que ustedes sepan el grado de dureza en que está el presidente”. Entonces Llovera se violentó con Delgado y le dijo: “Comandante Delgado, usted va a Miraflores, habla con el presidente, regresa y nos dice en el Ministerio que todo se va a arreglar, y vea lo que dice José, que el presidente no cede de ninguna manera”. Como yo vi a Del-

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gado un poco inhibido ante aquella ofensiva, dije: “Luis Felipe espérate un momento, el comandante Delgado está haciendo lo mismo que estamos haciendo todos. Todos estamos interesados en que este problema se arregle. Él está en el medio y está dán-dole esperanzas a ustedes y dándole esperanzas al presidente, de modo de ir ganando tiempo a ver si llegamos a una solución”. Agrega Llovera: “Perdón comandante Delgado, José tiene razón, perdón yo me excedí. Mira José, es que nosotros estamos en una situación, que aquí está mi renuncia en blanco, sin fecha, en lo que se arregle este problema yo renuncio y me voy de Venezue-la, porque ya yo estoy cansado de esto”.

Llovera en ese momento ¿qué cargo desempeñaba?

Subjefe de Estado Mayor, después de Pérez Jiménez. Enton-ces me dice Delgado: “dime una cosa José, yo esta noche querría hablar con Rómulo Betancourt. Tú crees que me puedas hacer hablar con Rómulo Betancourt”. Le dije: “Puedo intentarlo”. An-tes de que yo tomase el teléfono, me dijo Llovera: “Mira José, si tú hablas con Rómulo, y él está dispuesto a conversar con noso-tros, dile que él puede venir aquí, que no tiene nada que temer, nosotros somos unos caballeros. Si no quiere venir aquí, noso-tros podemos ir a donde él esté y que nos reciba rodeado de quienes él quiera, no tenemos problema”.

Llamé a Betancourt, me atendió inmediatamente. Le dije: “El comandante Delgado vería con agrado, si usted se incorpora a la reunión, y yo se lo voy a poner al teléfono para que él mismo sea el que le dé las razones y lo invite a venir”. Dije: “Carlos, aquí está Rómulo Betancourt”. Hablaron y Rómulo dijo que venía enseguida. Efectivamente, llegaron al poco rato Rómulo Betan-court, Gonzalo Barrios y Alberto Carnevali. Cuando Betancourt regresó del exilio, después de la ida del general Pérez Jiménez, se reunía mucho conmigo cuando vivía allá en la carretera de Baru-ta, todavía no era candidato presidencial. Estaba recién llegado

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y recordábamos todos estos episodios, y me dijo un día desayu-nando allá en su casa: “José, como usted va a ser el gran cronista de estos acontecimientos, le voy a dar un detalle con respecto a la reunión aquella que tuvimos la noche del 22 en casa de Alfre-do Machado, para que usted enriquezca todo el relato que pueda hacer. Cuando acepté la invitación de Carlos Delgado a incor-porarme, y me fui con Gonzalo Barrios y Alberto Carnevali, nos repartimos las misiones a cumplir en aquella conversación de la manera siguiente: yo iniciaría, yo sería el negociador, y yo me quedaría para rematar al final; Alberto Carnevali, mantendría la línea dura del partido, a quien había que convencer de cualquier cosa que se quisiese convenir allí; y Gonzalo, que es un hombre talentoso, como usted sabe, no intervendría en nada, sino calla-do la boca, evaluaría la fraseología de todos los circunstantes, vería las actitudes de todos, vería el rostro, cómo reaccionaban, para después reunirnos y hacer un análisis de la situación”.

Continuando con nuestro relato, nos reunimos allí cuando ellos llegaron, se saludaron cordialmente y, tal como me dijo pos-teriormente Betancourt, abrió él las negociaciones y dijo: “Como ustedes saben, el presidente ha rechazado la proposición que le hizo el comandante Pérez Jiménez a través de José de transar la situación con un cambio de Gabinete. El presidente está cerrado y no ha querido negociar más. Yo vengo a hablar con ustedes, a ver si nos ponemos de acuerdo. Por ejemplo, está bien eso que ustedes piden del cambio de Gabinete, pero si el presidente está resistido a eso, aquí hay que hacer una reorganización del go-bierno. Yo sé que el país no está bien. Quizá muchos goberna-dores de estado, presidentes de institutos autónomos, no lo es-tán haciendo bien y podríamos reemplazarlos. Porque yo quiero que ustedes me digan cómo le podemos nosotros explicar a un partido que ha tenido una mayoría electoral abrumadora, que puede tener mayoría en el Poder Legislativo, pero minoría en el Poder Ejecutivo, eso es inexplicable”.

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En eso, antes de que Llovera contestara, intervino, de acuer-do a lo que posteriormente me dijo Betancourt, Alberto Car-nevali y dijo: “Un momento, como punto previo: José en una conversación que tuvo con Rómulo más temprano, le explicó a Rómulo que él había convenido con Pérez Jiménez que Rómulo saldría voluntariamente del país, y Rómulo estuvo de acuerdo, pero cuando se consultó al CEN del partido, el CEN manifiesta que de ninguna manera permitirán que Rómulo en estos mo-mentos salga del país”. Entonces, Llovera Páez se puso de pie, cogió su gorra y dijo: “Señores, muy buenas noches, en vista de eso no hay nada que hablar aquí”. Dicen: “¡No, espérese un mo-mento comandante Llovera, siéntese!”.

Llovera tenía varias cosas. Primero, era muy inteligente y era un gran negociador con bastante dureza cuando era necesa-rio, con diplomacia cuando era preciso, y era muy duro para ne-gociar y muy hábil y hablaba muy bien. Y ahí cuando vio que se trancó el juego, amenazó con suspender la reunión. Dijo Rómulo Betancourt: “Miren, vamos a ver una cosa: en primer término, como se habla de un cambio de Gabinete reemplazándolo por uno de independientes, ¿qué entienden ustedes por indepen-dientes?”. Llovera le dijo: “Pues una persona que no pertenezca a ningún partido, que no sea militante de partido”. Betancourt replicó: “Para ustedes, por ejemplo, el doctor Manuel Pérez Guerrero ¿es un independiente?”. Llovera dijo: “Sí, para mí es un independiente”. Betancourt: “¿Para ustedes es un indepen-diente el doctor Édgar Pardo Stolk?”. Llovera le dijo: “Para mí es un independiente, pero casualmente no sé por qué no goza de simpatía en las Fuerzas Armadas. No lo sé”. Betancourt: “¿Para ustedes José Giacopini es un independiente?”. Llovera: “José Giacopini no es un independiente, porque José Giacopini perte-nece al grupo nuestro. De tal manera que en este momento no lo queremos ver en una posición de Gabinete”. Entonces yo le dije: “Un momento Luis Felipe, yo quiero expresar aquí lo siguiente, para que hablemos con franqueza: yo soy independiente polí-

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ticamente, pero en este momento no me siento independiente, en el sentido que no soy indiferente a la caída del presidente Gallegos, a quien aprecio y respeto mucho; y en segundo lugar, no es solamente el nexo personal con el presidente Gallegos, sino que a mí el partido Acción Democrática, sin conocerme, me llevó con sus votos del estado Miranda a la Asamblea Nacional Cons-tituyente del 47, de manera que yo no soy indiferente ante el resultado de los acontecimientos que están en curso, y suscribo lo que tú dices, que yo no soy en este momento apto para ir a ese Gabinete”. Luego agregué: “Lo que yo le decía comandante Llo-vera, vamos a cambiar una serie de gobernadores de estados...”. En ese momento se llegó a que Betancourt dijo: “Yo voy a ser un último esfuerzo esta noche. José no tuvo éxito en convencer a Gallegos de la negociación, yo voy a ver si tengo éxito, no se los garantizo”. En ese momento yo veía que las relaciones entre Betancourt y el presidente Gallegos no eran cordiales, eran ten-sas. Ellos se fueron, con la promesa de que Betancourt hablaría con Gallegos a ver si lo convencía. Llovera, se fue a hacer una llamada telefónica al Estado Mayor para actualizar las informa-ciones. Delgado me llevó hacia el fondo de la casa, con el pre-texto de tomar café y me dijo: “Mira José, en esto que vas hacer tú, tú siempre nos has acompañado”. Le dije: “Esta vez no los puedo acompañar, porque yo estoy comprometido moralmente con el presidente, de manera que yo no puedo acompañarlos”. Me dijo: “¿Y qué vas a hacer?”. Le dije: “Muy sencillo: si aquí se produce un golpe, no sé si se va a producir, tú quince minutos antes me llamas por teléfono, voy a decirte dónde voy a estar, y me indicas el lugar donde yo me debo constituir prisionero”. Me dijo: “No hombre, cómo vas a estar prisionero en un golpe militar de nosotros”. Le dije: “Esa es mi voluntad, porque yo no puedo faltar al compromiso con el presidente, ni puedo ir contra ustedes, entonces yo lo que voy a hacer es cuando yo vea que hay el golpe en marcha me constituyo prisionero donde yo crea más conveniente, si es que tú no quieres indicarme”. Me dijo: “No hombre, déjate de esas tonterías”. Cuando regresamos acá,

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oigan qué importante esto que viene ahora, Llovera ha hablado con el Estado Mayor, y lo encontramos muy tenso. Le dice a Del-gado: “Del Estado Mayor me informan que están cuadrando con republicanos españoles y con terroristas las milicias de Acción Democrática, y que podemos, ya a partir de mañana, tener un enfrentamiento serio, de tal manera que yo creo que aquí no vale la pena seguir esperando ni seguir negociando. Aquí hay que dar el golpe”. Entonces Delgado le dijo: “¿Tú crees que el golpe es inevitable.?”. Llovera le dijo: “Yo creo que es inevitable por-que aquí nos va a venir un caos si no lo hacemos”.

Ya en ese momento, ¿Betancourt había abandonado la reunión?

Sí, ya no estaba ahí. Oigan esto qué importante. Le dice Del-gado a Llovera: “Bueno, si estamos de acuerdo que el golpe va a ser inevitable y se va a producir, yo creo que en este mismo mo-mento nosotros tenemos que informar de la situación que está viviendo el país a la embajada americana”. Llovera se paró y le dijo: “De ninguna manera comandante Delgado. Venezuela es un país soberano, que no tiene que consultar sus decisiones y métodos, mucho menos una decisión de esta naturaleza pensada y meditada por las Fuerzas Armadas Venezolanas. De manera que eso no podemos hacerlo”. Y José Joaquín Jiménez Velásquez se cuadró al lado de Llovera y dijo: “Comparto la opinión del comandante Llovera”. Entonces Delgado comprendió que había cometido un error y les dijo: “Esperen un momento, no me ma-linterpreten. Ustedes saben que estamos en la zona del Caribe y Venezuela es un país de gran importancia para los Estados Unidos. De manera que yo creí, que si veíamos que la situación iba a terminar en violencia, era bueno que ellos estuvieran infor-mados primero de lo que iba a suceder, y por qué iba a suceder”. Le dijo Llovera: “No, no. De ninguna manera, quítese esa idea de la cabeza”.

Esa noche, muy cansado, me fui a dormir en mi casa, que queda a 100 metros de Miraflores y dejé instrucciones en la casa

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militar de que si había alguna cosa que ameritase que me des-pertasen, que me llamasen que yo me incorporaba enseguida. Amanece el día 23. Ese día ocurrieron varias cosas importantes: una conferencia del comandante Jesús Manuel Gámez Arellano en la casa de don Rómulo Gallegos, muy temprano. Él era jefe del agrupamiento No. 4 en Maracay, que permanecía fiel al pre-sidente Gallegos, pero que no controlaba la Fuerza Aérea. Viene de Maracay y llega de visita a la casa del presidente Gallegos directamente, y le pide que llame al comandante Delgado y que el comandante se incorpore a la reunión. Esto lo conozco por re-ferencia porque yo no fui testigo, pero voy a decir la versión que yo tengo de muy buena fuente.

Estando allí, cuando llegó Delgado, empezaron a conversar y le dijo Delgado al comandante Gámez: “Mire comandante Gá-mez, con esa actitud que usted tiene allá en Maracay, haciéndole creer al presidente que usted dispone de una fuerza con que lo va a ayudar, usted lo que hace es endurecer la posición del presi-dente para llegar a un acuerdo”. Gámez dijo: “Es que yo coman-do la guarnición de Maracay”. Delgado le dijo: “a usted en un momento dado lo neutralizan allá. Usted no le puede prometer el apoyo de la guarnición de Maracay al presidente”. Le dijo Gá-mez: “Yo soy el comandante de la Guarnición y yo la controlo.”. Entonces, Delgado le dijo: “Por ejemplo, usted no controla la Fuerza Aérea, porque eso no depende de usted”. Le dijo Gámez: “yo soy el comandante de la guarnición y si la Fuerza Aérea tiene su base ahí en Maracay, la Fuerza Aérea la pongo bajo mi control en un momento dado. De manera que despreocúpese”. Replicó Delgado: “Usted no puede hacer eso, porque esa es una fuerza que no depende de usted”. Gallegos intervino y dijo: “Bueno, como yo soy el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, yo voy a disponer aquí lo siguiente: la Fuerza Aérea que está en Maracay, ordeno que se ponga bajo el comando del comandan-te Gámez Arellano, y al comandante Gámez Arellano, pido que tenga contacto directo conmigo desde este momento sin pasar

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por los órganos regulares correspondientes”. Entonces, Gámez le dijo al presidente: “Presidente, debido a la disciplina militar y las disposiciones militares al respecto, eso tenemos que hacerlo constar en una acta.” Entonces hicieron un acta pequeña para que el ministro firmara esas instrucciones. Cuando se la pasaron a Delgado, se negó a firmar. Entonces Gallegos le dijo: “¿Por qué usted no firma eso?”. Delgado le dijo: “Porque cercena mis atribuciones como ministro de la Defensa y no estoy dispuesto a suicidarme así”. Al parecer Gámez estuvo violento y acusó a Delgado de no estar en una actitud correcta frente al presiden-te. Ahí se disolvió la reunión, en un tono de violencia. Cuando Gámez regresa a Maracay, le prepararon una emboscada en la alcabala de Mamera para capturarlo. Le avisaron a tiempo y se fue por la vía del Tuy. Y la compañía autónoma de Ocumare del Tuy lo detuvo. Lo tenían ahí retenido. Rómulo Gallegos logró que Delgado se impusiese e hiciese que Gámez quedase en liber-tad y siguiera a encargarse del comando en Maracay. Y la razón que Delgado expuso fue: “Es mejor que Gámez esté al frente de Maracay, porque en este momento dejamos a Maracay acéfalo y no sabemos qué se precipita”. Entonces dejaron pasar a Gámez, eso fue lo primero que ocurre ese día.

Lo segundo es que nos reunimos Gonzalo Barrios y yo, en Miraflores. Me dice Gonzalo: “Bueno chico, ¿qué hacemos en esto de la renuncia del Gabinete?”. Le dije: “vamos hacer una cosa: ya que el presidente está negado, tú y yo vamos a llamar a los ministros, les explicamos la situación y que ellos pongan voluntariamente su renuncia, que pongan los cargos a la orden del presidente”. Así se hizo, y los ministros firmaron la renuncia. Pero en el acta de renuncia que se redactó había ciertas manifes-taciones hacia el presidente, que en el Estado Mayor dijeron que Delgado como militar no podía firmar. Entonces mandaron de allá una redacción diferente, que también era aceptable y fuimos Gonzalo y yo -cuando todos los ministros habían firmado- al des-pacho presidencial, y dijimos: “Presidente, el Gabinete ejecutivo

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encuentra de que ellos son un obstáculo para que la situación se solucione, le ruega aceptar su renuncia para dejarle libertad a usted de negociación”. En el momento que hablamos estaba Gallegos sentado en su escritorio en el despacho presidencial su-mamente contrariado. Venía del incidente ese que había habido en su casa con Gámez y Delgado. De tal manera que nosotros le pasamos el pliego con las renuncias, lo vio así por encima, lo tiro a un lado y dijo: “Bueno, si ustedes lo hicieron, está bien”. Ahí empezó ya a radiarse la renuncia del Gabinete.

La reacción en los cuarteles ya era de burla, de ironía, se de-cía: “Ya es tarde...”. De manera que la cosa iba avanzando. Eso es todavía la mañana del 23. En la tarde del 23 se produce un acontecimiento importantísimo, regresa sorpresivamente del exterior Mario Vargas, y el mayor Tomás Mendoza que está al frente de la Guarnición de La Guaira, que ya está en un plano de desobediencia, apresa a Mario Vargas y a sus acompañantes y los llevan al comando de la guarnición. Delgado empieza a llamar a La Guaira.

Es importante hacer una evaluación final de todo este aconte-cer y un poco evaluar el papel y la figura que desempeña Ró-mulo Gallegos en todo este drama. En un diálogo que había-mos tenido a propósito de estas conversaciones con el doctor Rafael Caldera, le preguntamos que cómo había visto Caldera a Gallegos en todo esto, en todo el trayecto de su Gobierno, y Caldera nos decía que siempre lo había visto (a Gallegos) como una figura trágica, que estaba dirigido a la inmolación.

Y así lució.

¿Por qué regresó Mario Vargas, quiénes estuvieron involucra-dos en su regreso y qué pasó?

Hay la creencia general que fue el partido Acción Democrá-tica o gente del Gobierno quien mandó a buscar a Vargas. No

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fue así. Hay un personaje cuyo nombre voy a omitir, aunque muchos como Ramón J. Velásquez, Jerónimo Pérez Rascaniere, esos amigos que han hablado sobre el particular, saben a quién me refiero. Es un personaje que fue muy amigo de Mario Vargas y muy amigo mío, que tenía nexos importantes con el cuerpo di-plomático y que sin saber que yo iba a ser llamado al Amazonas, resuelve, cuando ve la situación muy grave, irse a Estados Uni-dos a contarle a Mario Vargas lo que ha ocurrido. Efectivamente, llega allá, le explica la gravedad de la situación. Después que le echa el cuento a Mario de lo que está ocurriendo se dispone a regresar a Venezuela, porque él estaba muy ligado a ciertos ser-vicios diplomáticos y tenía que estar aquí en una situación como aquella, pero resulta que no encuentra plaza en el avión. Arguye sus conexiones que indicaban que él debía venirse, pero le di-jeron que no había más camino que lista de espera. Lo máximo que podían hacer era ponerlo en el primer puesto de espera, al producirse una vacante le darían su oportunidad. Esperando ahí en el aeropuerto, de repente le dijeron que una señora que iba a viajar para Venezuela canceló el viaje, que quedaba el puesto li-bre y a la orden. Era la esposa de un alto funcionario de la época. Cuando el avión va en pleno vuelo se abre la cabina de los pilotos, donde ellos tienen una especie de antesala de descanso, sale para el pasillo del avión el entonces mayor Clemente Sánchez Valde-rrama y le dice: “Dr. hágame el favor de acompañarme y pasar a la cabina”. Cuando llega a la cabina, encuentra a Mario Vargas en muy mal estado de salud, acostado en una de las literas de los pilotos. Este señor le dice: “Pero comandante, ¿cómo hace esto?, es una locura, usted está en un estado de salud que compromete hasta su vida, ¿por qué se viene?”. Le dijo: “Después de lo que usted me contó, para mí habría sido peor quedarme en el sana-torio. Yo creo que es mejor que yo regrese a Venezuela porque si no hubiese tenido una intranquilidad que hubiese sido peor para mi salud”. Cuando llegan a Maiquetía detienen a Vargas y a sus edecanes. El jefe del destacamento conocía a esta persona que venía también en el vuelo y que había hecho venir a Mario

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y le dijo: “Usted queda arrestado, siéntese allí”. Pero este señor tenía conexiones con gente del aeropuerto y en lo que pasó uno en un automóvil, se lo llevó y se vino a Caracas.

Carlos Delgado mandó a los tenientes coroneles Sosa Puccini y Carrillo Méndez, que eran de más jerarquía que el mayor Men-doza para presionarlo a que dejara subir a Mario en libertad a Caracas. Mendoza lo que hizo fue que los arrestó a ellos también y los dejó detenidos allá. Sin embargo, la presión de don Rómulo Gallegos sobre Carlos Delgado, y de Delgado, telefónicamente, a Tomás Mendoza para que dejase subir a la capital a Mario, logra el objetivo. Entonces, Mario llega directamente a Miraflores y tenemos una reunión en el despacho presidencial donde estuvie-ron don Rómulo Gallegos por supuesto, Mario Vargas, Alberto Carnevali, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Gonzalo Barrios y yo. Antes de empezar la conversación Mario Vargas le dijo al presi-dente: “Yo querría que invitásemos a esta reunión al comandan-te Delgado también”. Gallegos llamó a Delgado y se presentó a los pocos minutos. Ahí empezó la conversación. Delgado le dijo a Mario Vargas: “Mario déjame explicarte qué es lo que está pasando. Aquí hay un movimiento de los cuadros subalternos y de los cuadros medios del Ejército que ya amenazan desbordar a los mandos y puede pasar cualquier cosa aquí. Podemos per-der el control de la situación”. Gallegos lo interrumpió y le dijo: “Carlos, espérate un momento, déjame hacerte una corrección. Mira Mario, eso que te dice Carlos Delgado es verdad, hay un movimiento de los subalternos y de los medios pero provoca-dos por maniobras de arriba. Ahora debo decirte lo siguiente: en toda esta situación difícil que estamos viviendo, Carlos ha estado con toda lealtad a mi lado, acompañándome y respaldán-dome”. De manera que Gallegos trató de establecer nuevamente la conexión entre Mario y Delgado. Ahí estamos, conversando, cuando Tomás Pimentel Dalta, uno de los edecanes, se asoma y me llama. Paso yo a la casa militar y me dice: “una llamada del comandante Llovera de allá del Estado Mayor para el coman-

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dante Delgado”. Pero como la reunión es de tan alto nivel y tan importante, tan seria, yo no me atrevo a interrumpir. Le dije: “Bueno déjame ver qué quiere Llovera”. Le digo: “Luis Felipe, qué pasa”. Me dijo: “Mira, dile a Carlos que ahora cuando regre-se al Ministerio, lo haga con muchísima prudencia, con muchí-simo cuidado, porque en la esquina, en la puerta del Ministerio hay un oficial con muchos tragos encima, muy rascado, soltando improperios contra él y amenazas y diciendo que en lo que re-grese lo va a matar”. En vista de la gravedad de lo que me dice el comandante Llovera, le digo: “Luis Felipe espérate un momento, déjame ponerte a Carlos Delgado mismo al teléfono”. Delgado le dice: “Mira, dile a ese gran carajo que me espere ahí que ya yo en lo que me desocupe voy para allá”. Volvemos al despa-cho presidencial y en ese momento no sé qué había ocurrido, el presidente Gallegos está enfurecido, de pie, lo están tratando de calmar y pide que le traigan inmediatamente un micrófono, una radio y que pongan las radios en cadena, porque va a lanzar un mensaje y lee ahí un papel, lo que va a decir por la radio. Una cosa mal escrita, más bien impropio de un hombre que manejaba el castellano como él, pero era una cosa un poco afrentosa a las Fuerzas Armadas. Entonces, Delgado le dice: “Le suplico presi-dente que no haga eso, mire que estamos negociando todavía. Eso significaría la ruptura del proceso de negociación”. Le insis-te el presidente que él va a leer eso. Delgado agarra al presidente por las solapas del paltó y le dice: “Presidente, le suplico que no lo haga”. Y entonces ve por encima del hombro del presidente y me dice: “José, tú que te haces oír por el presidente, hazme el favor, convéncelo de que no es el momento de hacer eso”. Le dije: “Mire presidente, cálmese, tenga un poco de calma. Ya re-gresó Mario, ya la cosa es distinta, haga caso a lo que dice Carlos Delgado, estamos negociando, no se han roto las negociaciones y esa intervención suya sí hecha todo por tierra y entramos en crisis final”. Le dice Delgado: “Imagínese cómo será mi situa-ción, que tengo que regresar al Ministerio y me han comunicado que me espera un oficial en la esquina para matarme, lanzando

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insultos”. Gallegos se enfureció más y dijo: “Si eso es así pues leo esto inmediatamente”. Le dije: “No, por favor presidente...”. Y logré convencerlo.

Cuando salimos Delgado y yo, toda esa zona estaba oscu-recida, ya era de noche y cuando había alarmas en esa zona, se oscurecía para evitar un ataque aéreo y para actuar con ventaja desde la oscuridad hacia fuera. Acompaño a Delgado, salimos por la puertecita esa por donde sale el presidente y le digo a Del-gado: “¿No quieres que te acompañe?”. Yo sabía que Delgado andaba desarmado, Delgado nunca usaba armas. Me dice: “No, porque pierdo autoridad, déjame ir solo”. Se va por el medio de la calle hacia el Ministerio, pero cuando yo veo la actitud del oficial que he mencionado, no quise dejar solo a Delgado, por-que iba desarmado y la actitud del otro era muy agresiva. Yo me fui por la acera. El otro cuando vio que venía Delgado por el medio de la calle, irrumpió con improperios contra él, e hizo así para sacar la pistola. Yo saque la mía y lo apunté. Yo tenía en esa época fama de muy buen tirador. Cuando yo lo apunté, soltó la pistola e hizo como que estaba muy borracho y dio unos tras-piés. Salieron del Ministerio Martín Márquez Áñez y José Grego-rio Contreras Godoy y se lo llevaron para adentro. Delgado sin decir una palabra, me abrazó estrechamente y siguió para allá. Entonces ya se va Mario Vargas, se disuelve el grupo. El presi-dente se va para su casa y quedamos Gonzalo Barrios y yo, solos en Miraflores. “Vamos a cenar, ya me avisaron que nos tenían lista la cena”, me dijo Gonzalo. Cuando íbamos por los corredo-res, se paró Gonzalo y echó un vistazo a los corredores vacíos completamente, no estaban ni los porteros en su sitio, no había un alma. Me dice: “Fíjate, las ratas abandonan los barcos que se hunden”. Nos fuimos a cenar, cenamos ahí en silencio, me dice Gonzalo: “¿qué crees que debemos hacer ahora José?”. Le digo: “¿qué se te ocurre a ti?”. Me dijo: “en una situación como esta yo creo que lo más adecuado sería que nos fuéramos a acompañar al presidente”.

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Salimos para allá para la casa del presidente Gallegos. Cuan-do llegamos a la redoma que está antes de la casa, no dejaban ya pasar los automóviles. Era una guardia del partido, ya no era po-licía porque se la habían retirado. Y entonces se paraba también simultáneamente un auto de donde se bajaron Rómulo Betan-court, Rafael Reyes, un amigo de Betancourt de mucha lealtad a él y que le era muy útil y Del Moral, el espaldero de Rómulo.

Nos bajamos Gonzalo Barrios y yo, y Rómulo me dijo: “José, ¿para dónde va usted ahora?”. Le dije: “Voy con Gonzalo a casa del Presidente Gallegos”. Me dijo: “Mire, yo voy a tener una reunión aquí en esta quinta de enfrente, cuando yo termine esa reunión le mando a avisar allá para que venga a hablar conmigo nuevamente”. Llegué allá, me reuní con los edecanes que esta-ban unos jugando dominó, otros jugando ajedrez y me acosté en un sofá a dormitar. Como a las 11 de la noche vino uno de los edecanes, el teniente Bereciartu Partidas, que después lle-gó a general y me dice: “lo llama urgentemente el comandante Mario Vargas”. Atendí el teléfono y me dice Mario: “Mira José, yo querría verte urgentemente”. Le dije: “Bueno, ya salgo para allá”. Me dice: “No, es que yo no estoy en mi casa”. Le digo: “¿Y dónde estas tú?”. Me dice: “Yo estoy aquí en Boleíta casa de fu-lana de tal, de manera que aquí te espero”. Le dije: “¿Y por qué estás allí?”. Me dijo: “Porque me han dicho que mi vida corre peligro”. Le dije: “No, ya voy para allá”. Entonces Bereciartu me dijo: “Yo mismo le manejo doctor”.

Cuando llegamos allá encontré a Mario y le dije: “Mira Ma-rio, eso que estás haciendo es un error. Acuérdate que tú eres el inspector general de las Fuerzas Armadas y nadie te ha discuti-do esa jerarquía. Si tú te pones a esconderte y a huir, hay enemi-gos tuyos que pueden aprovechar la oportunidad y te hacen un atentado. Lo que tú debes hacer es irte a tu casa, a tu quinta de Los Chorros, yo te acompaño y te dejo allá y de allí llamamos al Ministerio y le pedimos que te manden una guardia militar, y

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así ya no hay peligro de que te hagan nada”. Me dijo: “Caramba, hace falta que a uno le aconsejen”. Nos fuimos, llegamos a su quinta de Los Chorros, llamé por teléfono al Estado Mayor, ha-blé con Llovera Páez. Le dije: “Luis Felipe mira, el comandante Vargas me ha pedido que hable contigo y que le manden una guardia militar, porque como la situación está tan mala, que él no quiere estar aquí desprotegido, solo, en una quinta de Los Chorros”. Me dijo: “Cómo no, dile que ya la mandamos”. Efecti-vamente, al poco rato llegó un pequeño destacamento de policía militar. El capitán que lo mandaba subió y le dio parte a Ma-rio, se puso a sus órdenes y quedó ya protegido. Me dice: “No te vayas porque esta enfermedad me produce insomnio. Qué-date aquí, conversando conmigo, hasta que me dé sueño, y te vas”. Ahí recapitulamos todo lo que estaba ocurriendo. Me dijo: “Mira, yo veo que ya aquí no hay más nada que hacer, y yo voy a tirar una última parada. Voy a mandar un oficial de mi confian-za a Maracay, para decirle a Gámez Arellano que tenga mucha prudencia y que no provoque un derramamiento de sangre, y yo por mi parte me voy al amanecer casa del presidente Gallegos y lo invito a que me acompañe, vamos al Ministerio, se sienta él en la silla de Carlos Delgado y entre él y yo -y si podemos atraer al campo nuestro a Delgado- vemos cómo se recupera la autoridad sobre las Fuerzas Armadas. Eso es lo último que yo puedo ha-cer”. De ahí me fui entonces a dormir a Miraflores. Cuando iba saliendo encontré al sujeto este que lo había hecho venir, estaba esperando allá en la antesala para subir a verme, llegué a Mira-flores y dormí. Estuvimos esa noche Alberto Carnevali, Gonzalo Barrios y yo. Dormimos en la galería. En la madrugada sonó el teléfono, lo atendió Gonzalo, me dijo Gonzalo de allá de la cama: “José, el presidente Gallegos conmovido con tu lealtad y con tu actitud insiste en que tú tienes que ir al nuevo Gabinete”. Le dije: “Acuérdate lo que dijo Llovera Páez en la reunión allá en la casa de Alfredo Machado, que ellos no querían verme a mí por mis conexiones con las Fuerzas Armadas, en ese nuevo Gabinete. De manera que si el presidente hace eso va a ser una provocación in-

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útil. Él tendrá oportunidades de premiarme, mucho más adelan-te, cuando estemos en una situación normal, pero no ahora. Que no provoque”. Lo convenció. De repente traen los periódicos -ya estaba amaneciendo- y Gonzalo se enfurece cuando ve que han publicado en el periódico la renuncia de los ministros con el texto que había objetado el Estado Mayor. Llama al personal de secretaría, a Raúl Nass y a todos ellos, los reprende severamen-te, pero nadie le supo explicar por qué había ocurrido eso. Eso lo supe yo, muchísimos años después, como 30 años después, cuando un individuo que trabajaba en esta época en la secreta-ría me fue a visitar a mi oficina en PDVSA y recapitulando esas cosas me dice: “Doctor le voy a hacer una confesión. ¿Usted se acuerda que el texto que publicaron, que acompañaba la renun-cia de los ministros era el objetado por el Estado Mayor?”. Él era enemigo del Gobierno, pero era un empleado de la secretaría. Agregó: “Yo vi cuando ese texto lo arrugaron y lo echaron a la papelera, lo agarré y lo llevé a los periódicos”. De tal manera que esa es la historia. Eso lo supe yo 30 años después.

Luego pasa lo siguiente: ahí viene la amenaza de González Navarro, de ir a la huelga general, lo que trae un gran desconcier-to en el Alto Mando Militar. Estaba yo con Rangel en el Cuartel del Blindado, cuando llegó Llovera Páez a saludarlo, a conversar con él. Yo me aparté para dejarlos solos. Cuando se fue Llovera, me llamó Rangel y me dijo: “Mira don José, Llovera dice que la indecisión en el Ministerio es total, que no se atreven a tirar el golpe, pero que él va a volver allá, para ver si van a decidirlo o no. Agregó que ya no se podía esperar más y que si Delgado y Pérez Jiménez no se quieren lanzar, él se iba a lanzar acaudillan-do el golpe y me pidió que yo lo acompañase, y me comprometí con él”. Al poco rato llamó Llovera y le dijo: “El golpe va”.

¿A qué hora estamos doctor?

Estamos como a las 10 de la mañana. Yo me fui a Miraflores, al palacio, allí hay un grupo de personas de Acción Democrática

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y del Gobierno. Llamé al catire Suárez, que era el mayordomo, y le dije: “Como no sé cuándo vuelva a ver este palacio, acom-páñame a recorrer los principales ambientes: el Salón del Sol del Perú, el Salón de los Espejos, donde pasaron tantas horas gratas para mí, de poder, de importancia”. Cuando estaba en eso, supe que viene la orden del golpe.

¿Por qué Rangel Barrientos, que se había comprometido con usted en una operación de esas del Gobierno, ahora se compro-mete con Llovera a acompañarlo?

Porque el presidente Gallegos lo había desautorizado. Cuan-do yo veo que el golpe va, me voy para el Cuartel del Blindado, le digo a José León Rangel Barrientos: “Ya sé que vino la orden del golpe, yo vengo a entregarme prisionero, porque yo le mani-festé a Carlos Delgado que esta vez yo no los acompañaba. Mis obligaciones morales con el presidente Gallegos me lo impiden, así es que estoy prisionero”. Me dijo: “No don José, cómo va a ser usted prisionero en una cosa de estas”. Le dije: “Esa es mi vo-luntad y le pido que usted me haga prisionero”. Me dijo: “Bue-no, sí lo voy hacer prisionero, pero prisionero con honores para que oiga todas las órdenes, que se van a dar y cuando llegue la hora del almuerzo yo lo mandó a buscar para que almorcemos usted y yo solos en el comedor mío”. Laureano Vallenilla esta-ba sentado allí en un sofá, muy amigo mío de toda la vida y su padre quería mucho a mi padre. Laureano está atento a la esce-na y cuando se va Rangel, y me quedo yo solo, me dice: “José cómo es esto que tú estás preso y no estás preso, ¿qué es lo que está pasando?”. Le expliqué y él me dice: “Yo estoy aquí porque una señora muy distinguida me llamó, yo he estado en ciertas conversaciones subversivas y reuniones y me llamó esta señora y me dijo que me viniera a poner a las órdenes del comandante Rangel. Aquí estoy, ¿cómo ves tú la cosa?”. Le digo: “Aquí no hay para nadie ya. Este Gobierno se cayó y probablemente ven-drá un Gobierno militar por un tiempo”. Me dijo: “es posible que

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yo tenga una posición en el nuevo Gobierno, en este momento quiero recordarte nuestra amistad y que donde quiera que yo esté estaré a la orden tuya y además, quisiera que me acompaña-ras en cualquier cargo”. Le dije: “Bueno Laureano, es prematuro hablar de esas cosas”. Pero se lo agradecí mucho, porque Lau-reano siempre se portó extraordinariamente bien conmigo y con mi padre, a quien él quería mucho.

Bien, me voy arriba a oír las órdenes por la radio. El golpe no era fácil. Había comandantes de guarnición que no se atre-vían a lanzarse porque tenían las experiencias anteriores de que se lanzaban y arriba en la cúpula negociaban con el Gobierno y los que se habían alzado iban presos y perdían la carrera. Había muchos oficiales, no los voy a nombrar, jefes de Guarnición, que no querían atender la orden del alzamiento, temiendo una cosa de esas. En eso llega un sargento, que el comandante Rangel lo esperaba para almorzar. Cuando estábamos almorzando, llega uniformado de blanco impecable el coronel Adams, agregado militar de la embajada americana. Iba a que Rangel le diese unas entradas para la corrida de toros del domingo -se habían encon-trado en un cóctel, Rangel era muy aficionado a los toros y ha-bían hablado de eso y él le había dicho que nunca había ido a una corrida de toros, y Rangel le había prometido unas entradas. Él llega ahí a buscar las entradas, y se encuentra que está en mar-cha una sublevación. Rangel se fue y lo dejó conmigo tomando café, ya yo había terminado de almorzar y yo le expliqué qué era lo que estaba pasando. Él se marchó, pero antes de marcharse, como conocía algunos oficiales que estaban aprovisionando los tanques y preparándose en trajes de campaña, se puso a conver-sar con ellos. El grupo de Acción Democrática que había sido detenido estaba en un salón que tenía una puerta de reja como un calabozo y desde allí el doctor Edgard Pardo Stolk vio al co-ronel Adams hablando en el patio del cuartel con los oficiales, se fingió enfermo, pidió que le mandasen a buscar un médico de su confianza, que era además de confianza del presidente Gallegos

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y le dijo, mientras fingía que lo examinaban: “Vaya a casa del presidente y le dice que este es un golpe de la embajada ameri-cana, que aquí hemos visto a un agregado militar actuando”. No era cierto, yo puedo garantizar que no era cierto y que no hubo en ese golpe ninguna intervención americana.

¿Qué reacción tuvo el coronel Adams cuando usted le explicó lo que estaba pasando?

Tomó nota en una libreta de lo que yo le expliqué.

¿No dijo nada importante?

No dijo nada importante, yo se lo expliqué y lo hice quedar muy bien al presidente y me dijo: “Ya voy a mi embajada a in-formar”.

¿Usted tuvo toda la impresión de que el coronel no tenía la menor idea de lo que estaba pasando?

Tengo esa impresión. Ahí transcurre todo ese día. A medio-día detuvieron al presidente Gallegos en su casa de Los Palos Grandes y va a surgir la Junta de Gobierno.

Vuelvo a Mario Vargas. ¿Qué había pasado con Mario Var-gas esa mañana y aquello que él me había dicho que iba a hablar con el presidente y a llevarlo al Ministerio? Yo lo fui a visitar, antes de regresar al Amazonas, donde volví de gobernador. Me dijo: “Mira José, pasó lo siguiente: yo fui a hablar con el presi-dente, pero sufrí un golpe moral, muy duro, cuando le expliqué el plan que tenía que era lo último que nos quedaba y creyó que yo estaba tendiéndole una celada. Me di cuenta de eso y me fui muy abatido directamente al Ministerio”.

Estamos ya en los últimos momentos de duración del Gobier-no del presidente Gallegos, de la caída, estamos en los minutos finales de ese Gobierno.

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Ocurre lo siguiente, Mario Vargas llegó al Ministerio y Del-gado le explicó cuál era la situación y le dijo Mario Vargas: “Yo, en vista de lo que ustedes me cuentan y cómo han dejado avan-zar el proceso, a ustedes no les queda más camino ya que lan-zarse y tirar el golpe, porque si no se los van a tirar a ustedes y a todos nosotros y no sabemos lo que pasa. ¿Tú no nos quieres acompañar en la nueva Junta?”. Le dijo: “No, si yo hubiera esta-do aquí las cosas se hubieran manejado en una forma diferente, de manera que ustedes encárguense de eso”. Se fue a la oficina de al lado y muy abatido se acostó en un sofá que había allí.

Acuerdan formar la Junta Militar Llovera, Delgado y Pérez, pero los oficiales que están allí, de alto nivel, les dicen: “Para evitar problemas ustedes se encierran ahí, en una oficina y eli-gen ustedes mismos, señalan quién va a presidir la Junta, quién va a ser el presidente de la Junta”. En eso, los corredores del Ministerio estaban todos llenos de oficiales muy nerviosos por el acuartelamiento, se abre la puerta y entra un oficial que vie-ne a traer una información. Cuando él entra, ve que han nom-brado una Junta de Gobierno. Cuando sale le dice a los oficiales que están ahí en los corredores: “El golpe va, ya nombraron la Junta”. Los oficiales empujaron la puerta y se metieron en mon-tón a la oficina. Cuando Delgado ve aquello les dice: “¿Ustedes me reconocen como presidente de la Junta de Gobierno?”. Le contestan: “¡Cómo no comandante! ¿Por qué no?”. Ellos cre-yeron que eso ya estaba establecido. De manera que así como Delgado se autodesignó el 18 de octubre ministro de Guerra y Marina, y miembro de la Junta, cosa que no estaba prevista, así se designó presidente de la Junta Militar de Gobierno el 24 de noviembre.

Nosotros teníamos una versión un poco diferente a esta, según la cual Llovera Páez y Pérez Jiménez habían decidido que fue-ra Delgado.

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Yo he oído también esa versión, de manera que vamos a ser-virle al público las dos versiones, porque yo tengo esta que me la dijeron personas muy calificadas y tengo esa también.

Porque en la que usted nos dio antes fue una especie de golpe de mano que tiró allí Delgado, en medio de la confusión...

Él ya lo había hecho el 18 de octubre. Delgado era muy ágil mentalmente y de mucha garra.

Sabía adelantarse.

Sí, tenía un sentido de la oportunidad tremendo. Me han dicho eso, pero respeto la otra versión también, porque yo no estaba allí. Yo lo que estoy es transmitiendo informaciones de terceros.

¿Delgado y Gallegos no se vuelven a ver, no hay ningún en-cuentro dramático entre ellos?

No, no se volvieron a ver. Yo estoy allá en el cuartel de Mi-raflores. Delgado me llamó y me dijo: “Ya tú cumpliste con el presidente, vete a tu casa y te espero mañana a las ocho de la mañana aquí en mi despacho”. Cuando llegué al día siguiente a su despacho estaban él y Pérez Jiménez, y me dijo: “Mira, la Junta cree que tú has sido un magnífico gobernador allá en el Amazonas y además eres un hombre de los nuestros. Tú cum-pliste moralmente con el presidente y queremos que vuelvas al Amazonas a encargarte de tu gobernación. Vete a Relaciones In-teriores que allá está Llovera para darte un abrazo y ponerse de acuerdo contigo”. Así volví yo al Amazonas.

Hemos conversado sobre este tema, pero quisiéramos saber: ¿qué impresión tuvo usted de Gallegos durante este drama?

Bueno, no era un hombre cobarde, porque todas las mani-festaciones que daba eran de mucho valor y de mucha entereza

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personal, de un gran apego a los principios. Pero él, como que se había ya fijado una misión, como la de José María Vargas, que yo creo que voy a disminuir la figura de Vargas, pero Gallegos fue durante 15 días un hombre con una gran firmeza frente a la institución armada en insurgencia.

¿Y Betancourt, en estos finales, qué era de él, dónde estaba Be-tancourt ese día 24 en la mañana, por ejemplo?

Bueno, ya yo no tuve más contacto con él desde la reunión que tuvimos en la casa de Alfredo Machado. Entiendo que él se refugió en la embajada de Colombia.

¿La reunión frente a Miraflores no se dio?

No, porque yo me fui a buscar a Mario Vargas. Un incidente que puedo señalar es el siguiente: esa noche, en mi casa, como a las diez de la noche, tocaron a la puerta y llegaron Edecio La Riva, el chino Gómez Mora, Tamayo Gascue, del COPEI y me dijeron: “José, la Junta Militar nos ha dado oportunidad de algunos nom-bramientos. Le pedimos para ti a Carlos Delgado, el Ministerio de Educación. Pero Delgado nos señaló que tú has querido tener un perfil muy bajo en esto, porque tienes un compromiso moral con el presidente Gallegos, que te había nombrado negociador, pero que si te ofrecíamos una gobernación de estado, tú la acep-tarías con mucho gusto”. Yo les dije: “No, yo no puedo aceptar eso. Yo mañana voy a ver a Delgado y no sé cuáles son los planes que tiene conmigo”. Al día siguiente, antes de ir yo al Ministerio, volvió la misma comisión: “José, por favor, acéptanos la presi-dencia del estado Miranda”. Les dije: “No puedo, porque yo fui diputado por el estado Miranda llevado por los votos de Acción Democrática y eso sería una cosa inexplicable para mis electores de aquel entonces y una cosa muy fea para mí, de manera que yo no sé qué es lo que va a resolver Delgado conmigo, voy a verlo”. Delgado me dijo: “Vuelves al Amazonas”. Él y Pérez Jiménez me abrazaron, me desearon éxito y me regresé al Territorio después.

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¿Qué impresión tuvo usted de la relación entre Delgado Chal-baud y Marcos Pérez Jiménez?

En principio eran amigos y Pérez Jiménez le mostraba una gran lealtad y una gran subordinación a Carlos Delgado, y Del-gado también defendía mucho a Pérez Jiménez. De manera que el año anterior estuvo Pérez Jiménez en un exilio dorado, recorriendo todos los países del continente suramericano, que es cuando a él lo trata muy bien el general Perón allá en la Ar-gentina, y en todos los países donde estuvo, en el Perú y todo eso. Pérez Jiménez estaba caído políticamente, pero Delgado les había dicho al coronel Pérez Tenreiro y a Rafael Alfonzo Ravard: “Miren, Pérez Jiménez va a regresar, debe llegar tal día. Yo no quiero que Pérez Jiménez regrese como un individuo cualquie-ra, que nadie lo tome en cuenta. De manera que sepan que voy a dar instrucciones a que un fuerte grupo de oficiales lo vayan a recibir, que no pase desapercibido su regreso”.

Caída de la Dictadura: 23 de enero de 1958.

Don José hablemos de la caída del general Marcos Pérez Jiménez.

Pérez Jiménez llegó a tener un gran liderazgo militar, aún antes del 18 de octubre de 1945, que se basó en su superioridad profesional con respecto al resto de los brigadieres. Y eso se tra-duce luego en la importancia que él adquirió tras la caída de Gallegos y cuando las elecciones del 52 y toda esa situación que lo llevó al poder.

Pérez Jiménez en un momento dado, obnubilado por el poder, se olvida un poco de que las Fuerzas Armadas son su verdadera sustentación, el origen de su mandato. Y le da una gran prioridad a la policía política como factor de sostén de su gobierno y ésta inclusive actúa contra oficiales de las Fuerzas Armadas. Así las cosas llegan al año 1957, donde hay ya un sen-

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timiento de oposición que va extendiéndose por el país. Quizá la primera manifestación pública oficial y grave, fue la pastoral de monseñor Rafael Arias Blanco, el 1° de mayo, porque entró el gobierno de Pérez Jiménez en colisión con la Iglesia.

¿Qué consecuencias trajo este disgusto entre el Gobierno Na-cional, representado por Pérez Jiménez y la Iglesia?

Se creó un ambiente de antipatía entre el sector gubernamen-tal y la Iglesia Católica. Surge lo que se llamó la Junta Patriótica compuesta por todos los partidos y que actuó en la clandestini-dad. En esa Junta Patriótica tuvo mucha importancia desde el punto de vista de las realizaciones, el Partido Comunista.

Viene luego la celebración del plebiscito, que provocó un sentimiento de antipatía en grandes sectores del país. Y luego el movimiento militar del 1° de enero que le hizo ver al país que detrás de Pérez Jiménez no estaba monolíticamente la institu-ción armada. A partir de este momento comienzan a aparecer manifestaciones públicas de oposición en la forma de comunica-dos, de cartas públicas al gobierno. Primero unas aconsejando y luego otras criticando, pero ahí ya se ve que vastos sectores de la población y sectores organizados empiezan a actuar en contra del gobierno. Se piensa en un posible líder militar y esa figura empieza a perfilarse en Rómulo Fernández que era el jefe de Es-tado Mayor. Así nos vamos acercando al 23 de enero. El 10 de enero Pérez Jiménez cambia el Gabinete y el 13 asume el Minis-terio de la Defensa.

¿Dónde pasó usted los últimos días del año 1957?

El 31 de diciembre de 1957, como todos los años, iba yo a la despedida del año en Miraflores, que en la época del gene-ral Pérez Jiménez se celebraba con mucho protocolo. Allí estu-ve conversando, lo saludé a él y a Flor, su esposa, y me enteré que habían detenido al coronel Hugo Fuentes, comandante del

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Agrupamiento N° 5, que era la guarnición de Caracas, y a algu-nos oficiales de su entorno. Y que al coronel Jesús María Castro León, de la Aviación, le habían dado su domicilio por cárcel o por lugar de detención. Me dije: “La cosa está seria, debe haber algo en las Fuerzas Armadas”. Me vengo a dormir acá (su casa), y como nosotros estamos tan cerca de Miraflores me despierto muy temprano, con unas detonaciones fuertes. Me asomo a la pequeña azotea y veo dos aviones que pierden altura y ametra-llan el palacio, y de abajo la artillería antiaérea les dispara. Carlos, mi hermano, que se ha levantado antes que yo, viene y me dice: “Algo serio está pasando, porque ahí están unos aviones atacando Miraflores. Y además, en las cercanías de palacio, se han tomado medidas de seguridad. En las calles hay tanques”. Bajé a desa-yunar. Llama por teléfono, preguntando por mí, el coronel Jesús Manuel Pérez Morales, que era el jefe de la segunda sección del Estado Mayor, o sea la que maneja la Inteligencia. Yo le mandé a decir que no estaba. Y pensé: “¿Qué será esto?”. Me imaginé que estaba alzado algún oficial amigo mío, o eso que hacen a veces los conspiradores, que se meten una lista de Gabinetes en el bolsillo, sin decirle a uno nada. Al poco rato llama el coronel Héctor Vivas Castro, también del Estado Mayor, al que también me le negué. Yo sabía que contra mí no podía haber nada grave porque ellos sabían que mi lugar de residencia era muy cerca del palacio. Con mandar a alguien a buscarme me encontrarían. Pero en vista de eso yo quise aclarar lo que estaba pasando conmigo.

¿Qué acción tomó al respecto?

Me fui directamente a la casa de Pedro Estrada. Pedro Es-trada y yo fuimos muy buenos amigos, y en los últimos tiempos primos, porque él se casó con Alicia Parés Urdaneta, prima mía.

¿Dónde conoció usted a Pedro Estrada?

Yo conocí a Pedro en Aragua en el año 1938, en Maracay, cuando mi tío el general Alcántara era el presidente del esta-

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do Aragua, bajo el gobierno del general López Contreras. Nació una amistad que se consolidó luego en Caracas cuando él fue segundo comandante de la Policía, y nos reuníamos con mucha frecuencia en el centro de la ciudad. Y aunque militamos en ban-dos distintos, después del 18 de octubre, siempre fuimos muy leales a nuestra amistad. Y eso me fue útil, en el sentido de que yo logré aliviar la situación de algunos detenidos políticos, y hasta en algún caso, salvarle la vida a algún líder de AD.

¿Le tenía usted confianza a Estrada?

Hablábamos con mucha confianza, de tal manera que Pedro decía que yo era el mejor amigo que había tenido él, porque yo me le acercaba sin temor y sin interés. Yo le decía inclusive: “Pe-dro, ¿por qué tú no le dices a Pérez Jiménez que te releve de esta posición tan dramática que estás desempeñando aquí en la Se-guridad Nacional? Tú eres una moneda de dos caras. Eres edu-cado en buenos colegios británicos en Trinidad. Hablas inglés sin acento. Tú eres un gentleman inglés. De tal manera que tienes un lado positivo que exhibir, y ese lado está oculto. Lo que pre-valece es una imagen dramática. Dile a Pérez Jiménez que ya tú le pusiste la cosa más o menos en orden”. Y le agregué: “Ahora tengo un interés personal porque estás casado con una prima mía. Dile a Pérez que te dé otra posición donde servirlo, y no ésta”. Me dice: “Es que esta posición da mucho poder”. Le digo: “Pero te destruye también. Los aspectos positivos de tu persona-lidad no aparecen. Tú eres un hombre culto. Hay que ver lo que es la formación en una escuela británica”. Me dice: “Pero... ¿qué le puedo yo pedir a Pérez Jiménez? No me digas que una emba-jada porque yo no me voy de aquí”. Le digo: “Dile que te nom-bre gobernador del Distrito Federal. Ya la sociedad de Caracas, con todo lo negativo que hay en tu actuación te abre sus puer-tas y te recibe. De tal manera que si tú fueses a la gobernación con mi prima Alicia, tu mujer, que es muy sociable y muy bella inclusive, y conocida en la sociedad de Caracas, les abren sus

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puertas. Y si tú como gobernador del Distrito Federal te rodeas de un grupo de ingenieros especialistas en arquitectura y en ur-banismo, y conviertes a Caracas en una ciudad bellísima, porque con la autoridad que tienes y el temor, inclusive, que tú inspiras, todo el mundo te serviría con mucho cuidado de no equivocar-se. Por ejemplo, los servicios públicos de la ciudad marcharían como un mecanismo de relojería. Un subalterno no se atrevería a actuar en forma indebida. Tendrías unos buenos servicios públi-cos, una buena ingeniería municipal, el concejo municipal por las mismas razones estaría de tu lado, y como tú eres un policía nato y tienes contactos internacionales con el FBI, la Policía Francesa, la INTERPOL, tú le crearías al Distrito Federal un cuerpo de policía de primer orden, que sería la envidia de todo el continente. Inclu-sive, armado a la última moda, para que tuvieras, inclusive, una fuerza armada en tus manos, a la hora de un conflicto”. Pedro me dijo: “Caramba José, tú propones cosas verdaderamente tentado-ras. Dime otras cosas para que no sea una sola opción”. Le dije: “Ministro de Justicia. Tú tienes suficiente conocimiento y cultura para sentarte en el Gabinete con los otros ministros a discutir los grandes problemas nacionales. De manera que tú puedes ir al Ga-binete. ¿Ministro de Justicia por qué? Como te dije en la Goberna-ción, aquí te rodeas de un buen grupo de abogados, a quienes los pones en la Dirección de Culto, en la Dirección de Justicia, en Tri-bunales, en Archivos, en todas las direcciones del Ministerio, y le creas a Venezuela un Cuerpo de Policía Técnica Judicial, que sería la envidia de todo el continente”. Me dijo: “Vamos a pensarlas”. Pero pensándolas lo sorprendieron los acontecimientos. Les digo eso para que vean el grado de amistad que había entre los dos. Cuando él peleaba con Laureano Vallenilla o con Pérez Jiménez, que los dos eran amigos míos, la única persona con la que podía descargarse era conmigo. Me llamaba y me decía: “¡Este carajo de Laureano y este carajo de Pérez Jiménez, que uno no sabe por qué se sacrifica por ellos”. Ahí yo le bajaba la presión, porque lo que quería era desahogarse con alguna persona, hacerle saber lo que había tenido con ellos.

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Volvamos atrás. Quedamos en que usted decide, el 1º de enero en la mañana ir a la casa de Pedro Estrada para saber qué es lo que está pasado.

Sí. Cuando llego allá, estaban con él mi primo Ciro Urdaneta Carrillo, que era tío de Alicia, su mujer; mi primo Ezequiel Ur-daneta Braschi, que era primo hermano de Alicia; Antonio Díaz Martínez, Pedro Cruz Bajares, que era de la directiva del Banco del Caribe; Régulo Fermín Bermúdez y su padre, que era muy amigo de él. Eran de allá de Oriente, como él. Cuando yo llego y entro, se para del escritorio y me dice: “Chico, mira lo que está pasando. La terquedad de este hombre, que uno le quiere preve-nir sobre los peligros y ahí tiene. Maracay sublevado con la Avia-ción y le están atacando Miraflores”. Le digo: “¿Y las otras guar-niciones?”. Me dice: “No se sabe sino de Maracay hasta ahora, pero habrá otras guarniciones metidas en eso indudablemente”. En eso que estamos hablando, lo llama de Miraflores Laureano. Ellos hablan y le mando a decir con Pedro que yo tenía inten-ciones de irme hacia allá, hacia Miraflores. Yo me acordé de mi amistad con Pérez Jiménez, desde la época de antes del 45, desde que él era teniente. Como lo vi en dificultades, me dije: “Voy a ir a acompañarlo en este momento difícil”. Le dice Laureano a Pedro: “Pero... ¡cómo va a querer José venirse para acá, si los que estamos aquí queremos irnos de aquí!”. Al saber de mi insis-tencia, dejó saber al teléfono que me estarían esperando. Luego de colgar, Pedro Estrada me abraza y dice: “No son corrientes los hombres que oyen una plomazón y un ataque de aviación y se van para allá voluntariamente sin que nadie los esté llaman-do y sin tener nada que hacer con eso. Lo voy a mandar en mi propio carro y le voy a poner un espaldero de confianza que lo lleve hasta allá”. A la llegada del chofer, le dijo: “Usted se pone a la orden del doctor Giacopini y lo lleva a donde él le diga”. Y al espaldero le dijo: “Usted acompaña al doctor Giacopini y me responde por él. Usted va como guardián de él”. Incluso, él bajó para acompañarme hasta el carro.

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¿Qué ruta tomaron para llegar al palacio?

La avenida Bolívar que se veía solitaria. Dramático. Lo que se oía era la artillería de los aviones y la artillería antiaérea que les disparaba. Nos vamos por el túnel que entra por detrás de Miraflores y cuando vamos dando la vuelta para entrar por El Silencio a Miraflores, hay un ataque de aviación. Imagínate, era el grupo Ribas de artillería antiaérea, que eran 32 piezas au-tomáticas disparando hacia arriba. Ametralladoras de 20 mm y cañones de 40 mm. El chofer me dice: “Dr. la cosa está muy seria. ¿Seguimos hacia palacio?”. Le dije: “Sí siga. Eso no es con nosotros. Esa es la artillería antiaérea tirándole a los avio-nes”. Cuando llegamos allí donde está el asta de la bandera, me encontré recostado de un tanque a un oficial de cabellería ar-gentino, muy amigo mío, que había sido el edecán que le puso Perón a Pérez Jiménez, cuando Pérez Jiménez estuvo allá en la Argentina: el coronel Alberto Nasta, que estaba asilado aquí con otros oficiales argentinos. Le digo: “Alberto ¿qué pasa?”. Me dice: “Una sublevación militar, pero yo no conozco deta-lles. Vine aquí con Rafael Herrera Tovar, y él está allá adentro. Yo como soy oficial de caballería extranjero no quise entrar. Él está allá adentro. Debe salir de un momento a otro. Pero no sé exactamente qué es lo que está ocurriendo”. El chofer y el es-paldero se bajaron del carro, me abrazaron y me dijeron: “Mire doctor Giacopini, en cualquier cosa, cuente con nosotros. Con hombres como usted se puede ir a todas partes”. En eso sale Rafael Herrera Tovar y me dice: “Maracay sublevada y la Avia-ción sublevada, atacando. Yo voy a una comisión que me man-daron”. Entré y estaban allí Laureano, Pérez Jiménez, Mazzei, Rómulo Fernández, etc. Los abracé, los saludé. Estaban muy confundidos con el ataque de la Aviación y tratando de nego-ciar. Pérez Jiménez había mandado a su piloto de confianza Martín Parada, que estaba durmiendo esa noche en el Círculo Militar, a ver qué era lo que pasaba y resulta que Martín Parada era el jefe del movimiento en la Aviación y se quedó allá. Luego

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mandó al comandante de la Fuerza Aérea, que era el coronel Romero Viñate, y lo hicieron preso allá.

Al ver el grado de la situación, ¿qué planteó usted como solu-ción?

Yo les dije: “Aquí no hay que perder ni un minuto. Esto no es cuestión de negociar. Y le pregunto a Mazzei, que era el mi-nistro de la Defensa y muy amigo mío: “Oscar, ¿cómo están las guarniciones al respecto?”. Me dice: “Las hemos chequeado y están bien”. Subrayé: “Ataque fulminante con las cuatro guar-niciones del entorno...”. Y le dije a Pérez Jiménez: “Acuérdese que usted y yo hemos enfrentado situaciones hasta más graves que estas. Y la experiencia del pasado es que las guarniciones no comprometidas, cuando sucede una cosa de estas, se quedan a la expectativa para ver hacia dónde se carga el poder, y por ahí se van. De manera que aquí no se debe perder ni un minuto. El poder se debe cargar hacia acá, hacia donde estamos, para que las guarniciones que están a la expectativa se midan en lo que van a hacer. Hay que atacar inmediatamente”.

¿Es en ese instante en que se diseña la orden de operaciones sobre Maracay?

Así es, y el único que te la puede repetir de memoria soy yo. Yo siempre tengo en la mente la ubicación de las Fuerzas Arma-das del país, por mi vocación militar frustrada. Ataque desde Va-lencia con el Batallón Carabobo que lo mandaba el coronel Eliseo Medina Arellano, un gran oficial con curso de Estado Mayor en Chile, que se distinguía siempre en las maniobras militares. Ata-que desde San Juan de los Morros con el Regimiento de Caballe-ría Plaza N° 1, bajo el mando del teniente coronel Clemente Sán-chez Valderrama, graduado de la Escuela de Caballería del Perú. Ataque desde Caracas con el Bolívar N° 3, un batallón modelo con un gran poder de fuego, bajo el mando del coronel Simón

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Adolfo Medina Sánchez. Como el Bolívar le tenía que entrar a Maracay por el área de los grandes cuarteles, debía ir reforzado -porque podía chocar con el Bravos de Apure, que era blindado y con el Salom, que era de artillería- con una batería de 105 y con una compañía de blindados. La Armada debía desembarcar en la bahía de Turiamo al Batallón de Marina Simón Bolívar N° 1, bajo el mando del capitán de fragata Oscar Paredes López, para subir por la carretera de Ocumare y amenazar desde los cerros del norte a Maracay. Como todas las guarniciones del entorno iban a estar comprometidas en la acción, yo pensaba que la re-sistencia iba a ser tremenda, y que se iba a combatir muy duro, y podía debilitarse alguna zona de la línea de combate. Pensé traer inmediatamente de Ciudad Bolívar al Batallón Urdaneta y esta-blecerlo en San Juan de los Morros, para que sirviera de refuerzo eventual. Uno de los objetivos prioritarios era tomar las bases de despegue de los aviones. Porque mientras los aviones estuviesen en el aire, todo el mundo sabía que la revolución estaba en pie. De manera que una de las primeras acciones era impedir que despegasen los aviones.

¿Cómo se iba a lograr eso?

Cuando el Regimiento Plaza, de San Juan de los Morros, sin caballos, en vehículos a motor, avanzara, debía llegar has-ta La Encrucijada y dividirse en dos: una mitad, se quedaría en La Encrucijada para servirle de punta de lanza al Bolívar cuan-do llegase de Caracas; mientras, la otra mitad se debía ir por el sur de Maracay, a Palo Negro, y tomar la Base Libertador. El Bolívar también debía destacar efectivos para tomar el campo de aterrizaje de la Escuela de Aviación Civil Miguel Rodríguez, ubicada en la entrada de la carretera de Las Delicias. Ahí esta-ban tomados dos campos de despegue. El Carabobo que venía de Valencia, debía encontrar el túnel de la Cabrera fortificado y defendido por los sublevados, como efectivamente ocurrió. Ahí estaba el coronel Castellanos defendiéndolo, lo supimos

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después. Cuando el Carabobo llegase al túnel de la Cabrera no debía avanzar a comprometer combate porque lo podían diez-mar. A una distancia prudencial, debían bajarse de los vehículos de transporte, y desplegar el frente de batalla, esperando que la infantería de Marina que venía por los cerros del norte atacase por la retaguardia a los defensores del túnel, o los mismos que venían de Caracas atacasen a éstos, y el Carabobo pasaría y to-maría la otra base aérea. Ese plan se instrumentó en esa forma. Y para cumplir con esos objetivos, ahí mismo se dio orden de municionar las unidades.

¿En dónde se encontraba usted en ese momento?

Nos encontrábamos en los sótanos o refugios antiaéreos que están bajo el cuartel de la guardia presidencial del Palacio Blan-co. Todo eso, por debajo, está comunicado con túneles y tiene refugios antiaéreos en donde se pueden montar oficinas. Antes de irnos allá, ya nosotros experimentamos un ataque aéreo en Miraflores. Lo dice Laureano Vallenilla en su libro: “Los aviones ametrallan el sitio donde estábamos conversado con Pérez Jimé-nez... volaron los vidrios y se rompieron los muebles. Y José gri-tó todos péguense de la pared...”. Ahí mataron delante de nosotros a Pérez, el portero de Pérez Jiménez, a quien yo le grité “no se asome Pérez”, y una bala de ametralladora de los aviones le voló la cabeza y bañó de sesos a Pinzón que estaba al lado. Y otra bala de ametralladora de los aviones le sacó medio pie al teniente Luis Felipe Ramírez, que era un ayudante civil de Carlos Delga-do. Tú verás todo eso descrito en el libro de Laureano.

¿Qué sucedió luego?

Ya Pérez Jiménez nos había antecedido y se había ido a los refugios antiaéreos, ahí nos fuimos nosotros también. Hubo un momento, lo verás en el libro de Laureano, en que salieron unas llamas por el techo donde había archivos y se podía prender un

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incendio serio, yo subí con dos guardias nacionales y controla-mos el fuego al empezar. Luego nos fuimos allá junto a Pérez Jiménez.

¿Cómo se desarrollan los acontecimientos en el refugio anti-aéreo?

Ahí estábamos Pérez Jiménez y el Alto Mando Militar, y una cantidad de oficiales. Civiles estábamos, que yo recuerde, Mario Matute Bravo; Vacilio Luna, el taquígrafo de Pérez Jiménez; Lau-reano Vallenilla; Hugo Brillemburg, el presidente del Congreso; Napoleón Dupuy, compañero mío de colegio y de universidad; un joven, León Arellano. Ese era más o menos el grupo de civi-les, puede que alguno se me escape, pero en principio eran esos.

¿Cómo eran las condiciones del lugar?

Ahí hubo que improvisar iluminación, mobiliario y teléfo-nos porque esos refugios no estaban terminados. Las paredes estaban sin revestir, todavía en concreto bruto. Hubo que buscar muebles en los desvanes de Miraflores, improvisar mesas, escri-torios y sillas, y los cables de luz que colgaban.

Aún es 1º de enero.

Sí. El día va transcurriendo con todos esos episodios. Una de las cosas que llegó fue una información de un dispensario de Catia, que habían llevado allá a un oficial herido de apellido Arroyo. Se buscaron las listas de personal, y era de los oficiales del curso de Artillería del Cuartel Urdaneta. Se pidió que Arro-yo viniese a informar qué era lo que le había pasado porque la herida no era grave. Arroyo no pudo venir por los ataques de los aviones y todo eso. Después que sale la orden de operaciones, le digo yo a Laureano: “Yo creo que Pérez Jiménez debe hablarle al país por radio y televisión, porque en este momento se sabe que hay una sublevación. Saben que Maracay está alzada y que tie-

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nen el control de la Aviación, y que la Aviación Militar está ata-cando el palacio presidencial. Pero nadie sabe dónde está el jefe del Estado, si está preso, si está herido, si está en una embajada, si está fugitivo. Es urgente que Pérez Jiménez hable al público en cadena de radio y televisión”. Laureano le dijo a Pérez Jiménez: “Oiga, presidente, lo que dice José”. Pérez Jiménez, dijo: “Cómo no. En lo que los aviones nos den una tregua, ordene la cadena de radio y televisión”. Que es cuando él sale en traje de campaña rodeado de todo el Alto Mando Militar, y en una alocución enér-gica le anuncia a los sublevados y al país nacional lo siguien-te: “El resto de las guarniciones del país están con el Gobierno. Cuatro poderosas columnas marchan sobre Maracay. Si ustedes no capitulan serán exterminados”. Eso fue lo que derrotó al mo-vimiento. Cuando los jefes del movimiento en Maracay vieron a Pérez Jiménez en la televisión, en esa tónica, agarraron la “vaca sagrada”, que era el avión presidencial, y toda la jefatura del movimiento se fue para Barranquilla. Se fueron Martín Parada, que era el jefe del movimiento en la Aviación; mi primo, Fernan-do Paredes Bello; Homero Leal Torres. Los sublevados cuando vieron que los jefes se iban los trataron de frenar, les metieron camiones en la pista, pero Martín Parada, un piloto extraordina-rio despegó en media pista y se fue. Hasta les hicieron unos tiros de cañón, pero no se los pegaron.

La televisión jugó un papel importante en ese momento.

Así es. Hemos visto en dos ocasiones el poder de la televi-sión en esos casos: Carlos Andrés Pérez, el 4 de febrero; y Mar-cos Pérez Jiménez, el 1° de enero. Tengan eso en cuenta. A mí me han confesado los oficiales amigos que cuando ellos vieron a Pérez Jiménez en aquella actitud, decidieron irse. Todos ellos eran amigos míos. A mí no me habían dicho nada. Yo me puse del lado que creí que debía ponerme, porque estaba un amigo mío al frente.

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¿Cómo sigue evolucionando el 1° de enero?

Continuábamos de forma improvisada en los refugios anti-aéreos. Empenzando la noche, como a las 6 de la tarde, se manda al mayor Mirabal Borges, del Servicio de Armamento, al Cuartel Urdaneta de Catia, a retirar una munición para mandarla en un avión DC-3 que saldría de Maiquetía y volaría bajo, a lo largo de la costa, casi a nivel del mar, para que no lo detectara la aviación sublevada. Entraría por el área de Puerto Cabello para municio-nar al Carabobo que estaba en Valencia, y que necesitaba mu-nición adicional por si tenía que combatir. Va Mirabal Borges a llevar la encomienda, y regresa al poco rato y dice: “La situación del Cuartel Urdaneta es muy rara. Las unidades que estaban allí, se fueron las dos”. Y agregó: “Allí sólo está un sargento con me-dia docena de soldados haciendo guardia en prevención. Le pedí que me abriera el parque para retirar la munición, y me dijo que no tenía las llaves y que no tenía orden de entregarlas. Le pedí un teléfono para comunicarme, y me señaló que lo habían roto. Pregunté por las unidades y me contestó que se habían ido”. A mí me contó el capitán Arismendi que era uno de los sublevados del Ayacucho, que efectivamente, cuando ellos se iban, él con un fusil a culatazos rompió el tablero telefónico y los incomunicó.

¿Qué estaba ocurriendo verdaderamente?

Empiezan las conjeturas. Empiezan a circular las versiones más ingenuas. Primero, uno dijo que era una orden mal inter-pretada. Se chequeó bien como se había dado la orden, no había mala interpretación. Otro, explicó que era un gesto de solidari-dad: cuando sale la compañía de blindados, los otros se fueron junto con ellos. Ante tal argumento, alguien replicó: “¡Eso es to-talmente imposible, cómo dicen eso!”. Total, que hay una gran confusión, no se sabe qué es lo que está pasando, y continúan toda clase de conjeturas. No se sabe dónde están las unidades ni por qué se fueron. El catire Suárez que desde la época del

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general Gómez era el mayordomo de Miraflores, me dice: “Mire doctor, yo me acuerdo de lo que decía usted en estos casos. Hay que conservar las fuerzas para la recta final. Ahí hay un pequeño cuarto que no se han fijado en él porque está sin luz, está oscuro. Yo le puse cuatro camitas de campaña. Usted siempre me decía que había que dormir cada vez que se pudiera, para tener fuer-zas en el último momento. Si usted quiere, se acuesta en una de esas camas, ahí no va a molestarlo nadie. Yo lo despierto si es necesario”. Le di las gracias y me acosté.

¿Qué se sabía de las unidades desaparecidas?

Las conjeturas seguían, pero las más disparatadas. Cuando a los pocos minutos viene Laureano y se acuesta al lado, y em-pieza a comentar conmigo, en esto, el segundo comandante de la casa militar, Ramón Mármol Luzardi, que ha dejado la guardia y se la ha pasado al capitán de Navío Ginari Troconis, viene a dormir también. Cuando él se está quitando las botas, me dice: “Don José, si el Bermúdez y el Ayacucho están sublevados y se están preparando a atacarnos, de un momento a otro vamos a tener un peleón serio. Yo creo que lo prudente sería aconsejar al general Pérez Jiménez...”. Laureano que lo está oyendo, inte-rrumpe: “aconsejarle qué Mármol...”. Mármol le contesta: “Doc-tor, una embajada”. Le digo yo: “Mira Mármol, no vamos a pre-cipitarnos. Ponte las botas otra vez y vete al Estado Mayor a ver cuáles son las últimas noticias sobre esas unidades, y de acuerdo a esas noticias, te vienes a dormir, o salimos a prepararnos para combatir”. Mármol regresa a los pocos segundos, señalando que, efectivamente, estaban sublevados.

¿Ante tal panorama, qué deciden ustedes hacer?

Exhorto a Laureano a irnos hacia donde se encontraba Pérez Jiménez, que estaba en un local largo, sentado en una mesa lar-ga. Estaba él solo sentado en el centro, ahí no había más nadie.

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Cuando vamos hacia donde está Pérez Jiménez nos encontramos en el pasillo con el general Rómulo Fernández, que era el jefe del Estado Mayor, y los cuatro jefes de sección del Estado Mayor: Jesús Manuel Pérez Morales, Héctor Vivas Castro, Humberto Vivas González y Julio César Anzola Vargas. El general Rómu-lo Fernández me confirmó, que efectivamente estaban subleva-dos, y que en ese momento se disponía a darle cuenta al general Pérez Jiménez. Nos dirigimos todos hacia allá, él se paró delan-te con los oficiales y le dijo: “General, tenemos la convicción de que están sublevados”. Pérez Jiménez, le dijo: “¿Dónde están en este momento?”. Fernández señaló no tener contacto, por lo tanto desconocía el lugar. Entonces, Pérez Jiménez les dice: “Háganme una conjetura”. Y Mármol señala: “Lo lógico es que estén prepa-rándose a atacar”. Al oír esto, Pérez Jiménez dice: “Pues bueno, si están preparándose a atacarnos, aquí vamos a tener que pelear hasta como combatientes individuales”. Y se puso de pie. Agregó enfático: “Al negro Pulido Barreto, que abra las cajas de material antitanque, las granadas de carga hueca que se tiran con el fusil y pueden inutilizar a un tanque. Los oficiales que tengan un destino asignado que vayan a ocupar sus puestos. Los que no, que formen en el pasillo por orden jerárquico que voy a dar instrucciones”.

A pesar de la situación adversa, ¿Pérez Jiménez se comportó como un jefe?

Así es. En esto llega una información. Una radiopatrulla los localizó. Van en columna de marcha hacia el sur de la ciudad. Pérez Jiménez, dijo: “Van a Fuerte Tiuna a coger el material de los proyectiles perforantes para los tanques”. Y aquí quiero ex-plicar algo. Teníamos en Miraflores dos batallones de Policía Mi-litar, uno de ellos mecanizado, con 32 vehículos blindados. Los blindados de la Policía Militar estaban muy bien provistos de munición, y tenían munición perforada que atraviesa el blindaje de los otros carros. Los del Ayacucho no tenían sino munición de fragmentación, que es útil contra personal, pero no pasa los

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blindados de los otros vehículos. Por eso, a ellos les interesa-ba hacerse con la munición perforante si iban a combatir con los blindados de la Policía Militar. Esos dos batallones estaban bajo el mando del mayor José García Moreno, un magnífico ofi-cial. Dice Pérez Jiménez: “Llámeme inmediatamente al coronel Víctor Illarramendi, que es el jefe del Polígono de Tiro”. En el polígono estaba Illarramendi con cuatro compañías del servicio de armamento, constituidas por especialistas en la lucha contra blindados, en el uso de granadas, de ametralladoras y de toda clase de armas sofisticadas.

¿Usted conocía a Víctor Illarramendi?

Éramos muy amigos porque yo disparaba siempre en el po-lígono. Al establecer contacto telefónico con él, Pérez Jiménez le dijo: “Illarramendi, para allá van el Ayacucho y el blindado que están sublevados. Infiero que van a buscar la munición que tiene usted depositada. Hágale resistencia con su personal, y si no puede resistir tome las precauciones necesarias para volar el parque, y que no lo capturen”.

Al parecer, los sublevados tenían intenciones de ir hacia Fuer-te Tiuna.

No fue así. No tomaron hacia Fuerte Tiuna. Tomaron la pa-namericana. La radiopatrulla que los seguía informó que iban hacia Los Teques. Es decir, no iban camino a la munición de Fuerte Tiuna. Laureano, dice: “Hicieron como el Mocho Hernán-dez: se alzaron en la capital y se fueron para el interior”. Pérez Jiménez, furioso, dijo: “Dr. Vallenilla, cállese la boca, deje de ha-cer chistes malos que aquí estamos en una situación muy seria”.

Quedamos en que los sublevados tomaron la panamericana.

Así es. En ese momento, el mayor Raúl Antonio Croce Roa, encargado de la Comandancia de la Guardia Nacional, que era

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muy amigo mío, porque habíamos estado juntos en el Amazo-nas, me dice: “Don José, yo he hecho curso de blindado. Esta gente se fue. Nosotros deberíamos aprovechar para poner un obstáculo entre ellos y nosotros, por si tratan de devolverse, para que tengan que pelear primero allá y después los agarra-mos nosotros aquí”. A mí me pareció una buena idea y lo animé a decírselo al general Pérez Jiménez. No obstante, Croce Roa se mostraba dudoso de manifestarle su idea al presidente, dado el carácter del primer mandatario. Croce prefería utilizar el órgano regular. El oficial superior al que se dirige, el cual no voy a men-cionar por nombre, le señaló lo siguiente: “Mire Croce, ¿usted no se da cuenta del vainón en el que estamos metidos? Y ahora usted viene a proponer más movilizaciones y más cosas. Qué-dese quieto y vamos a ver cómo salimos de esta vaina”. Ante tal situación, llevé yo mismo a Croce a hablar con Pérez Jiménez. Al entrar, Croce señaló: “General, yo he hecho curso de blindado. Nosotros debemos poner un obstáculo por si se devuelven los sublevados. Que tengan que pelear allá y nosotros somos la se-gunda instancia”. Pérez Jiménez dijo: “Tiene usted razón Croce. Vámonos inmediatamente a construir esa barrera”. Por la fecha, los cadetes estaban de vacaciones. Los tres primeros cadetes que se presentaron cuando hubo la alarma fueron, mi hijo mayor, José Antonio; Alfredo Fernández Zárraga, sobrino mío; y el hijo de José Teófilo Velazco. Los dos que estaban bajo mi tutela fami-liar apenas oyeron la alarma me llamaron para ver qué hacían. Les indiqué que lo conveniente era que ocuparan sus puestos en la Academia. Esos tres fueron los primeros en llegar.

¿Cuántos cadetes se presentaron en sus puestos?

Noventa aproximadamente. A estos cadetes se les equipó para pelear. Se les agregó, a pie, sin caballo, el personal del Es-cuadrón de Caballería Negro Primero, adscrito a la Academia Militar. Y una batería de campaña de 75, bajo el mando del ma-yor Marcos Morillo. Ese fue el obstáculo que se organizó allí por si se devolvían.

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A estas alturas, ¿sabían ustedes quiénes dirigían el movimien-to?

Sabíamos que los jefes del movimiento eran Hugo Trejo y Gilmon Báez, que habían tomado al Ayacucho y al Bermúdez.

¿Quién era Hugo Trejo?

Hugo Trejo era un oficial de primer orden, graduado de Es-tado Mayor en España, y con tales calificaciones que le permi-tieron hacer una pasantía en las guarniciones españolas. En ese momento era el jefe del Departamento Académico en la Escuela de Comando y Estado Mayor. Trejo tenía mucho arrastre en la oficialidad, porque por ahí pasaban los cursos de oficiales su-periores para ascender, y como él era un oficial tan destacado, como estudiante y como experto en materia militar, ayudaba mucho a los oficiales superiores en las tesis.

De manera que Trejo era un oficial de prestigio.

Sí. Y por eso lo escogieron a él. Él había pasado la noche en un apartamento de un militante de AD. Cuando él tuvo la noti-cia de que ya habían tomado el control de las unidades, entró al cuartel. Ellos se van en columna para Los Teques. Ya allí llegó la noticia que los jefes eran Tinedo Arismendi y Gilmon Báez. Y el jefe supremo era Trejo. Resulta que a la media noche había habido una llamada de Maracay que la atendí yo. Era el coronel Abel Romero Villarte, comandante de la Aviación, a quien había mandado Pérez Jiménez a averiguar sobre la sublevación y lo habían hecho prisionero.

Es decir, Pérez Jiménez logró hablar con Romero Villarte.

Sí. Pérez Jiménez le decía: “¿Es usted realmente el coronel Abel Romero Villarte? ¿Está usted hablando libre de todo apre-mio?”. Era obvio que Romero decía que sí estaba libre, y que los

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jefes sublevados se habían ido en la “vaca sagrada”, que él había cogido el control de la Aviación.

¿Pérez Jiménez desconfiaba de la certeza de esta conversación con Romero?

Lógico. Tanto así que le dijo a Romero: “Póngame a otro ofi-cial al teléfono”. Entonces, se puso al teléfono el capitán Alberto Delgado Ontiveros, de la Aviación, muy buen piloto. Pérez Ji-ménez le repetía lo mismo: “¿Es usted realmente el capitán Del-gado Ontiveros?”. Ellos le decían a Pérez Jiménez que ya habían controlado a la Aviación. Dada esta situación, Romero Villarte le dice a Pérez Jiménez: “General, si usted me autoriza yo puedo comenzar a mandar aviones para Maiquetía”. Pérez Jiménez le responde: “¿Con qué tripulaciones los va a mandar?”. “Con las mismas de ellos general”, señaló Romero. Parece que ellos ha-bían hecho un convenio con Abel Romero, de que si el gobierno triunfaba, Abel Romero intercedía por ellos, y si la revolución triunfaba, ellos intercedían por Abel Romero. Pérez Jiménez se dio unos segundos para pensar qué hacer, y luego le dice a Ro-mero: “Pueden ir mandando aviones a Maiquetía, pero que no sobrevuelen Caracas porque les hace fuego la artillería antiaé-rea, y en Maiquetía se les va a indicar dónde deben parquear los aviones. Concentrarse en formación en un lugar que se les va a indicar por medio de la torre de control. No hagan ningún movi-miento sospechoso porque van a estar referidos por las ametra-lladoras de la Guardia Nacional”.

¿A quién más contactó Pérez Jiménez para tratar de controlar a la Aviación?

Llamó a Agustín Paredes Maldonado, que era el comandante de la Guardia, para darle instrucciones al respecto. Le señaló que iban a comenzar a llegar aviones, que no les hicieran fuego. Al poco rato empezaron a llegar aviones. Llegaron hasta 26 aviones.

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En ese momento ustedes tienen controlada a la Aviación.

Correcto. Cuando ya tenemos los aviones del lado nuestro, y por tanto no le tememos a la Aviación, se sabe que los jefes son Hugo Trejo, Tinedo Arismendi y Gilmon Báez. Le digo yo a Lau-reano: “Yo soy amigo de los tres. Ya este movimiento les fracasó, pero ellos no saben que los jefes se fueron para el exterior, y que los aviones están llegando a Maiquetía. Si Pérez me autoriza yo voy allá y habló con ellos y les hago saber que están haciendo un sacrificio inútil”. Le planteamos la situación a Pérez Jiménez, y él prefirió mandar a Marco Aurelio Moro y a Antonio de Rosa Al-suarte, que fueron jefes de esas unidades, y dejarme a mí con él. Ellos salieron y luego regresaron, y dijeron: “Esa gente tiene la moral muy baja, la tropa no sabe a dónde va ni por qué va. Como hubo licenciamiento en diciembre están escuálidos. No tienen conductores sino para diez tanques. No tienen mucha munición. Pero no quisieron aceptar los comentarios nuestros. Un civil su-girió que nos hicieran presos, pero ellos no quisieron, nos deja-ron regresar”. En eso llamó el gobernador del estado Miranda, que era el coronel José Victoriano Zambrano, para decir que ha-bía llegado allá la columna de tanques, que sí había escapado y que hablaba desde un escondite. Después de eso llama el calvo Escalona, de la Escuela de Guardias Nacionales de Ramo Verde, y dice que Trejo llegó allá con unos tanques a proponer que se le sumaran, y que tenía que hablar con los oficiales, y lo que hizo fue que desplegó a la gente en los cerros en posición de combate.

¿Pérez Jiménez, qué pensaba en estos momentos?

Él dijo: “Vamos a dormir aunque sea dos horas”. Entonces, nos fuimos a la azotea.

Recapitulemos. ¿Dónde se encontraban ustedes en ese mo-mento?

Estábamos, no en el Palacio Blanco, sino debajo del Cuartel de la Guardia de Honor. Él se asomó a la azotea, y se recostó en

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el ángulo del muro que da hacia Miraflores, y nosotros respe-tuosamente nos quedamos atrás. Él se quedó ahí un rato vien-do hacia El Calvario, sin hablar con nadie, y se veía que estaba muy triste. En eso llega la noticia de que los cañones de 155 del Ayacucho, los están emplazando en La Macarena, al mando de Trujillo Echeverría, para cañonear a Caracas. Pérez Jiménez era, lo que llaman los psicólogos, un psiclotímico. Tenía momentos en que era un buldozer que se llevaba por delante lo que le pu-sieran, y tenía momentos en que era un ratón buscando dónde esconderse. En ese momento estaba crecido por el éxito que iba logrando. Decidido, señaló: “No van a tumbar al gobierno con unos cañonazos. Que nos tiren, pero van a causar alarma en la ciudad. Llámeme a Romero Villarte para que ordene que una es-cuadrilla de bombardeo los ataque. Primero, que les lancen unos panfletos explicándoles que están perdidos, que no tienen nada que hacer”. Luego el presidente nos invitó a desayunar. Cuando íbamos a desayunar, llegó una noticia más alarmante, que ya tienen los cañones emplazados. Pérez Jiménez llamó a Abel Ro-mero y le dijo: “Ametrallamiento a fondo”. Al poco tiempo salió la escuadrilla con todos ellos. Después de un rato llama Abel Romero y dice: “Los aviones salieron, pero hay un techo bajo. Tuvieron que regresar a Maiquetía. No pueden hacer nada”. Como siguen llegando noticias alarmantes, Abel Romero le dice: “Podríamos entrar por el abra de Caracas, con la condición de que le avisen a la artillería antiaérea para que no les disparen”. Se dio esa orden. Cuando, finalmente, bajamos a desayunar, sue-na el teléfono. La noticia era que habían hecho preso a Trejo, en La Encrucijada.

Esa era una buena noticia.

Sí. Resulta que Trejo ya desmoralizado por todas las cosas que estaban ocurriendo, se percató que la tropa y los oficiales subalternos estaban dudando entre la jefatura ocasional de él y la jefatura real de aquellos, aunque estaban prisioneros. Los dos

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jefes que él tenía prisioneros, Tulio Sangado Ayala y José Anto-nio Buenaño, eran los jefes naturales. Él no tenía comunicación con Maracay, y no sabía que Maracay estaba acéfala. Se lo habían dicho, pero él no lo creía. Trejo deja a Trujillo Echeverría encar-gado del mando allá en Los Teques, toma un automóvil con los dos prisioneros y se va para Maracay, por dos razones. Primero, para ponerse en contacto y para llevar los dos jefes y quitárselos a la tropa. Cuando llega a La Encrucijada, el Regimiento Plaza ya la había tomado, y Sánchez Valderrama le dice a Trejo: “¿Qué haces tú por aquí?”. Pero los jefes que están prisioneros le hacen señas para que lo hagan preso. Efectivamente, lo hizo preso el mayor Molina Vargas. En ese momento llegó la noticia de que Trejo había caído en La Encrucijada, que estaban en libertad los dos jefes.

¿A dónde llevan a Trejo?

Lo llevan prisionero a Maracay. Se me había olvidado de-cirte que Pérez Jiménez había nombrado jefe de la operación de Maracay al coronel Roberto Casanova, que era el gobernador del estado Aragua, que era un oficial de primera.

¿Qué le piden ustedes a Trejo?

A él lo hicieron que hablase por radio para que se pacifica-sen todos los demás, y mandaron a Sánchez Valderrama con un papel de Trejo a Trujillo Echeverría, a Los Teques, para que se rindiera. Y para identificar verdaderamente, Sánchez Valderra-ma se llevó el anillo de graduación de Trejo. Cuando vamos a desayunarnos, suena nuevamente el teléfono. Agarro yo mismo el teléfono. Era Sánchez Valderrama desde Los Teques, que que-ría hablar inmediatamente con Pérez Jiménez.

¿Qué le dijo Sánchez Valderrama a Pérez Jiménez?

Le dijo que ya Trejo estaba en Maracay preso, que el resto de la columna se había rendido y que él estaba al frente de la

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situación en Los Teques. Luego, las palabras textuales de Pérez Jiménez fueron estas: “Sánchez, le doy las gracias y lo felicito por su actuación de San Juan de los Morros a La Encrucijada, de La Encrucijada a Maracay, y por su desempeño de Maracay a Los Teques y lo que acaba de hacer. Eso le será oportunamente reconocido. En cuanto a cómo deben reintegrarse a Caracas las unidades sublevadas que usted acaba de someter, déme media hora para pensarlo, y me vuelve a llamar para darle instruccio-nes al respecto”. Cerró el teléfono, se sentó en la butaca, sacó el pañuelo y se puso a llorar como un niño. Se secó las lágrimas ante nosotros que estábamos ahí viéndolo, y comenzó a llamar-nos uno a uno para abrazarnos.

¿Quiénes estaban ahí con él?

Laureano Vallenilla, un grupo de militares y yo. Luego ex-presó su deseo de avisarle al país que todo había sido contro-lado. Regresamos nosotros a Miraflores por los túneles, como habíamos ido, que como ya he dicho, el techo y las paredes es-taban de concreto, sin revestir. La iluminación era improvisada con cables eléctricos y con bombillos guindando en el aire. Y a los lados había un pasillo como de metro y medio donde dormía el personal de uno de los batallones de la Policía Militar que ha-bía estado en actividad toda la noche, y estaban descansando. Cuando llegamos Pérez Jiménez le avisó al país.

¿Qué hacen luego de la alocución a los medios?

De ahí nos vamos al despacho presidencial, y nos sentamos como en un velorio alrededor del despacho. Él me quedó al otro lado del despacho. Como nadie hablaba y aquella situación era un poco tonta, yo me levanté, y como tenía mucha confianza con él, avancé hasta donde estaba. Se puso de pie, y yo le dije: “Ven-go a reiterarle mis felicitaciones por este éxito fulminante que acaba usted de lograr, sobre un movimiento de grandes propor-

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ciones que ha podido hasta tumbar el gobierno. De manera que lo felicito muy calurosamente”. Me dijo: “Sobre todo don José, porque no ha habido mayor pérdida de material, ni de vidas hu-manas, gracias a Dios”. Le pregunté si tenía alguna instrucción para mí en ese momento, y él me dijo: “Váyase para la casa que allá lo deben estar echando de menos, y cuénteles todas las aven-turas que corrimos juntos aquí anoche. Y les lleva mis saludos. Y recuerde que tiene otra campañita en su hoja de servicios”. Lue-go, cuando voy a salir, él se para y va hasta donde estaba yo. Al acercarse le pregunto: “Tenemos suficiente confianza usted y yo. Dígame ¿qué le pasó a usted cuando Sánchez Valderrama lo lla-mó de Los Teques y le anunció el control final de la situación?”. Me dice: “Don José, cómo no iba yo a llorar. Si usted estuviese dentro de mí, se daría cuenta que soy un hombre destrozado. He sufrido la decepción más grande de mi vida. Yo no creí que las Fuerzas Armadas me hicieran eso. Por ejemplo, a la Aviación, que les di todo lo que me pidieron, y me pagan con eso. Mi pi-loto de confianza, Martín Parada. Yo estoy echo pedazos”. Le dije: “Usted es el jefe del Estado. Ha tenido un éxito fulminante que debe representar para usted un gran prestigio, pero también sabe que estas cosas tienen una convalecencia más o menos lar-ga. Usted es la clave del poder. De manera que tiene que recupe-rarse de esa depresión que me dice que tiene. No se deje abatir. Levante el ánimo, y mantenga mucho cuidado sobre su salud en este momento. Duerma bien y no deje que las preocupaciones le quiten el sueño. Tenga a su médico al lado, que lo atienda, y cualquier cosa que sienta, se lo comunica inmediatamente, por-que usted es la clave de todo”. Me abrazó muy emocionado.

¿Qué pasa con usted a partir del 2 de enero?

Yo era director de la compañía Shell de Venezuela, como ustedes saben. Me reintegré a mi trabajo, y el día 5 de enero me llama el coronel Tomás Pérez Tenreiro, pariente mío, que era el director de Extranjería, y me dice: “Cuando venga la hora de

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salida no te vayas, voy para allá, y va conmigo el doctor Edgar Sanabria que quiere hablar contigo algo importante”. Debo acla-rar aquí que Sanabria y yo nos conocíamos de toda la vida. Las dos familias fueron muy amigas, pues el doctor Jesús Sanabria Bruzual, que era el padre de Edgar, nativo de Cumaná, y un mé-dico eminente, era el médico de familia nuestro que nos atendió todas las enfermedades infantiles. Por consiguiente, Edgar Sana-bria y yo nos conocíamos desde que éramos muchachos. Como a las 5:30 de la tarde llegaron a mi oficina, y me dice Sanabria: “mire José, yo no tengo ningún interés en servir con este gobier-no, pero hay un fuerte rumor de que a usted lo van a nombrar ministro de Justicia para arreglar los problemas con la Iglesia. Aunque yo no tengo interés en ir a la administración pública, si a usted lo nombran ministro de Justicia, sí quiero que me nombre aunque sea portero, porque usted y yo sí somos políticos y arre-glamos una porción de cosas en este país”. Le dije: “En primer término, yo que soy el interesado, no tengo ninguna noticia de ese rumor. En segundo lugar, si fuese cierto que me propusiesen el cargo, primero tendría que ver si lo acepto o no. Y si lo acep-to, ¿cómo lo voy a nombrar a usted portero? Lo nombro alterno mío, un cargo de acuerdo a su jerarquía intelectual”. Eso es para que ustedes vean lo impredecible del destino humano. El que quiere ser portero del Ministerio de Justicia el 5 de enero, el 24 de enero es el secretario de la Junta Militar de Gobierno. Y cuando Larrazábal se lanza como candidato presidencial, queda él como encargado de la presidencia. Ahí ven ustedes cómo es de incier-to el porvenir...

¿Cómo se siguen desarrollando los acontecimientos?

El 9 de enero en la mañana, un contacto militar mío, me dice: “Hay una sublevación en la Armada”. Unas horas después, este contacto me llamó para informarme que ya el Gobierno había sometido el brote insurreccional, gracias a la actuación de los ge-nerales Llovera y Fernández. Subieron a Caracas con 32 oficiales

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de Marina arrestados. En la tarde me llama Tomás Pérez y me dice: “Tú sabes que las cosas no están bien. En lo que termines el trabajo, vente para la Dirección de Extranjería, que aquí tenemos el teléfono oficial, y mejores fuentes de información”. Me voy a las 5 de la tarde para la Dirección de Extranjería, y allí estaba el coronel Tomás Pérez Tenreiro, que era el director; el director de Identificación, Luis Emilio Vargas, hermano de Mario Vargas; el entonces mayor Rafael Alfonzo Ravard; el capitán de Fragata Remigio Elías Pérez; y un compadre mío, el capitán José María Jiménez Velandia, que había sido desde los tiempos de la Junta Revolucionaria de Gobierno, y hasta el último momento edecán de Mario Vargas.

¿Qué sucede a su encuentro con estos funcionarios?

Cuando yo llego me dicen: “Caramba, hay una situación muy tensa en la ciudad. Una expectativa como que va a ocurrir algo muy serio, pero nadie sabe lo que es”. Les digo: “Déjenme ir a la mejor fuente para ver si nos aclara la situación”. Llamé por el teléfono directo a Pedro Estrada, y me atiende el bachiller Castro. El bachiller Castro también era muy amigo mío, desde antes de ser miembro de la Seguridad Nacional. Él era herma-no de una señora que vivía aquí en esta cuadra, y éramos muy cercanos. Eran como las 7 de la noche, y le pido a Castro que me ponga a Pedro Estrada al teléfono. Me manifestó que Pedro no se encontraba y que estaba haciendo diligencias de tipo personal. Dejé el recado para que me llamase al llegar a la Dirección de Extranjería. Pero antes de cerrar el teléfono, le digo: “Castro, si me puedes decir, ¿qué es lo que está ocurriendo, que en la ciu-dad hay una gran expectativa, como que van a suceder aconteci-mientos de gran importancia, pero nadie sabe qué es?”. Me dijo: “A usted se lo voy a decir. Desde temprano, en el Estado Mayor, hay dos oficiales que están llamando a las guarniciones del inte-rior, para hacer una especie de frente único para algo que le van a plantear esta noche al general Pérez Jiménez. Hemos grabado

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las voces y las hemos identificado. Son el coronel Jesús Manuel Pérez Morales y el coronel Eduardo Llabanelas Carrillo”. Me in-formó, además, que no sabía cuál era el planteamiento, pero que esa noche hablarían con el presidente a nombre de la institu-ción. Luego, agregó: “Mire doctor, como lo que está ocurriendo es de tipo militar y usted tiene tanto prestigio en la institución armada, no se olvide de nosotros, que hemos sido sus amigos”. Cuando Castro me dijo eso, con la guardia baja, me percaté que la cosa estaba seria. Me dirigí a los otros y les expliqué lo que estaba pasando. En eso llama Laureano Vallenilla, ministro del Interior, habla con Tomás Pérez. El ministro nos pidió que nos presentásemos en su despacho. El despacho estaba ubicado en el Capitolio.

¿Cómo encontraron la situación al llegar al despacho del mi-nistro?

Encontramos que hay crisis de Gabinete. En el despacho de Laureano está él y su director de Gabinete, Federico Shoeleter, recogiéndole la renuncia a los ministros, que en ese momento estaban ahí. Estaban el comandante Pacanins, que era el gober-nador del Distrito Federal; el ministro de Hacienda, Pedro Guz-mán Ribera; y estaba el ministro de Sanidad, el doctor Gutiérrez Alfaro. Laureano me toma por un brazo, me lleva a la oficina contigua y me dice: “Mira José, quiero explicarte lo siguiente: el gobierno se cayó. Tú sabes que yo tengo olfato político. A Pérez Jiménez le van a poner esta noche una presión militar, y si él cede, es para salir del poder. Y si no cede, va a quedar en forma negociada pero con un poder precario. Como yo he sido la figura más discutida de su gobierno, he tomado la decisión de refu-giarme en una embajada y quiero que tú me ayudes en eso”. Le pregunté si no le parecía una decisión apresurada, y me dijo: “Tú sabes que esas decisiones hay que tomarlas en frío, y no con la gente atrás insultándote y tirándote palos y piedras. Además, no quiero someter a angustias a Elena, mi mujer, ni exponerla. De

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manera que quiero que tú me lleves esta noche a una embajada”. Al preguntarle, cuál embajada sería la más indicada, me expreso su deseo de ir a la de España, por su amistad con el embajador Manolo Valdés. Justo antes de salir, Laureano me dice: “José, en el curso del día, un oficial de las Fuerzas Armadas, a quien yo le hice un gran servicio y me quedó muy agradecido, se comuni-có conmigo para manifestarme que tuviera en la noche de hoy mucho cuidado porque a mí me iban a hacer preso o me iban a matar. Y el sargento que comanda al destacamento de la Guar-dia Nacional asignado al Ministerio, que está al lado de mi ofi-cina, le he notado una actitud rara en el día de hoy”. Entre tanto Shoeleter se encontraba recogiéndole las firmas a los ministros, y Laureano le dijo: “Voy a salir con José Giacopini a hacer unas diligencias, si cuando tú hayas recogido las firmas de todos los ministros yo no he regresado todavía, tú te vas a donde Pérez Jiménez y se las llevas”. Tomás Pérez me dijo que tuviésemos cuidado, porque salir de ahí era una operación riesgosa. Incluso me preguntó si yo estaba armado. Sí lo estaba.

En ese momento salen de la oficina del ministro rumbo a la embajada de España.

Sí. Le doy el brazo a Laureano, me pongo la pistola aquí ade-lante en forma visible y abro la puerta. Al otro lado estaban los guardias nacionales, y antes que ellos me digan nada, le digo al sargento: “Sargento, inmediatamente, el carro del señor mi-nistro”. No ocurrió nada, el carro estaba en la fuente central del Capitolio. Los guardias nacionales se portaron muy tranquilos, afortunadamente. Ya a bordo del carro, tomamos hacia el Coun-try Club. Al llegar a la embajada de España, estaba totalmen-te oscura. Parecía que no había gente. Nos bajamos, Laureano tocó, y por allá por una ventana del segundo piso una perso-na de servicio preguntó quiénes éramos. Laureano le dijo que era el ministro de Relaciones Interiores, que quería ver al señor embajador. El servicio dijo que ni el embajador ni su señora se

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encontraban presentes, porque se encontraban en una recepción oficial. Laureano pidió entrar, pero el servicio se negó.

¿A dónde deciden ir ahora?

Laureano pidió que lo llevara a la embajada de Italia, que quedaba cerca de la de España. Llegamos allá, tocamos en la embajada, nos salió el hijo del embajador, que me conocía a mí, porque yo iba mucho a la embajada, y le expliqué la situación: “Mire, ha habido un cambio político, el doctor Vallenilla viene acá conmigo porque él quería solicitar asilo político, no porque en estos momentos esté corriendo verdaderamente un peligro, sino porque no sabemos cómo pueden evolucionar las cosas”. Me expresó que sus padres no se encontraban en la embajada porque estaban junto con todo el cuerpo diplomático en la des-pedida del ministro consejero de la Gran Bretaña, Peter Estefen. Sin embargo, el joven señaló que inmediatamente llamaría a su padre y nos exhortó a que Laureano y yo pasáramos adelante. Laureano pasó y me dijo: “Vete con mi carro a casa de Carlos Aristimuño, aquí mismo en el Country Club, que Elena mi mu-jer, está esperándote allá porque yo le avisé por teléfono, antes de que viniéramos, de que tú la ibas a ir a buscar”. Lo dejé con el hijo del embajador, llegué a la casa de Carlos Aristimuño, ahí había un grupo de familiares y amigos como Johnny Rivera, los Lovera, etc., que estaban alarmados con la situación. Rápida-mente, les expliqué que venía a buscar a Elena para llevarla a la embajada de Italia donde había dejado a Laureano, y que no había ninguna amenaza inmediata, pero que sí había un cambio político y que Laureano quería, sin angustias, poner a Elena y ponerse él a salvo de cualquier mortificación. Elena se vino con-migo, trajo un maletín de mano. Cuando llegamos a la embaja-da, habían llegado ya el embajador y su esposa. El embajador, que me conocía mucho, me dijo: “Mire, doctor Giacopini, permí-tame que le observe lo siguiente. Nosotros no hemos suscrito la Convención de Montevideo y por lo tanto no podemos dar asilo

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político. Pero no se preocupe porque hablé ya por teléfono con el embajador del Brasil, que va a recibir al doctor Vallenilla y a su esposa”. Los dos me abrazaron llorando y Laureano me dijo: “En este momento yo no tengo la mente como para pensar. Pero sí quiero decirte varias cosas. Estamos tan agradecidos de ti, que yo quisiera que tú fueses el apoderado de todas nuestras cosas mientras nosotros estemos en el exterior”. Le expresé que eso ha-bría que analizarlo. Me dijo: “Como tú ves, la situación política está muy fluida. Estas son las situaciones para hombres como tú. Trata por todos los medios de llegar a la posición más alta posi-ble, porque estas son las situaciones en que tú te desenvuelves bien. Y la otra cosa, trata de hablar con Pérez Jiménez lo antes que puedas, explícale lo que yo he hecho y hazme quedar bien. Yo no tengo cerebro en este momento para decirte qué le debes decir. Yo confío en que tú lo harás con mucho juicio”. Ahí se fue-ron hasta el auto llorando conmigo. Me despedí de ellos, porque el embajador se comprometió a mandarlos con el agregado mi-litar de la embajada. Ellos volvieron a entrar y le dije a la escolta de Laureano que lo mejor era que se fueran para sus casas. La escolta estaba muy preocupada porque ellos tenían en su poder armas largas, automáticas y granadas, y temían un juicio por po-seer armas de guerra. Les dije: “Las armas que ustedes no quie-ran llevar, métanlas en la maleta del carro del doctor Vallenilla porque yo me voy a ir en él, y ustedes conserven los revólveres y las pistolas. Y se quedan en sus casas discretamente. No vayan a estar saliendo a la calle, y les voy a dar el teléfono del coronel Pérez Tenreiro que ustedes conocen, y estén en contacto con él”. Me llenaron de armas la maleta, y me fui con Correa, que era el chofer de Laureano. Para regresar a Extranjería, venía por el centro de la ciudad, que estaba desierto. En las calles se podía oír volar a un mosquito. Esas calmas que preceden a la tempestad.

¿A qué hora estamos hablando?

Serían las 10:30 u 11:00 de la noche. Le digo a Correa que sería mejor ir primero a Miraflores. Me identifiqué con los ofi-

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ciales que estaban de guardia, llegué al palacio y me atendió el mayor Ramón Mármol Luzardo, que era el segundo jefe de la casa militar. Le pedí ver al general Pérez Jiménez. Inmediata-mente entré al despacho del presidente, en donde estaban Pérez Jiménez; Soules Baldó, que era el secretario de la Presidencia; el general Oscar Mazzei, que era el ministro de la Defensa; y el coronel Alberto Paoli Chalbaud, que era el jefe de la casa mili-tar. Cuando yo entré, me dice Pérez Jiménez: “¿Qué le pasa don José?”. Le dije que venía a traerle un recado de don Laureano. “¿Y qué le pasa al doctor Vallenilla”, me dijo. Le eché el cuento del asilo político solicitado por Laureano, y Pérez Jiménez me dijo enfático: “¿Pero por qué el doctor Vallenilla hace eso? ¿El doctor Vallenilla se está volviendo loco? Yo sigo siendo el jefe del Estado y soy su amigo y él no tiene nada que temer”. Esta-ba furioso. Traté de justificar a Laureano. Le explique a Pérez Jiménez que fue una decisión tomada por lo tensa de la situa-ción política, y porque su figura era la más discutida dentro del gobierno. Y para hacer quedar bien a Laureano, inventé lo si-guiente. Le dije a Pérez Jiménez: “Me dijo además, que se siente muy satisfecho de la amistad que hay entre ustedes dos. Que como él es un hombre tan discutido y le han puesto condiciones a usted en contra de él para que salga de aquí, él quiere evitarle el problema de que se acerquen a pedirle una medida contra él y usted empiece a luchar entre la amistad y la presión en que le puedan estar poniendo. Él sólo quiso aliviarlo de cualquier preocupación, metiéndose en una embajada”. Eso parece que lo convenció. Bajó la postura y al parecer entendió que quizá era lo mejor. Le señalé que si me necesitaba estaría en la Dirección de Extranjería. Me señaló que cualquier situación se me informaría a través del teléfono, y agregó: “Usted como amigo se portó muy bien. Me parece muy bien lo que hizo”.

Cuando llegué a Extranjería y conté lo que había hecho, to-dos se sorprendieron. Bajamos al carro y sacamos el armamento. Estuve allí hasta que me dio sueño, y luego me vine para acá.

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Muy temprano, como a las 6 de la mañana, me llamó el presiden-te de la Shell, el señor S. K. Donterbill, que quería hablar conmi-go. Donterbill vivía en una quinta llamada Tolima, en la parte alta de Altamira. Ahí lo encontré con el embajador británico sir John Walker. Ambos eran muy amigos míos. El embajador britá-nico me dijo: “José, lo mandé a llamar porque yo estoy teniendo un problema. En ciudad México está el ministro de Finanzas de la Gran Bretaña, sir Davis Jekels, próximo a venir en visita oficial a Venezuela. Pero tenemos entendido que anoche hubo crisis de Gabinete, y que no hay canciller. ¿Qué hacemos? Si viene, pue-de encontrar una situación desagradable: que no haya quién lo atienda. Y si se queda, pueden interpretarlo como desconfian-za en la seguridad del país, y también es muy malo. ¿Qué se le ocurre a usted?”. Le señalé, que aunque la noche anterior había renunciado el Gabinete, ya estaría por convocarse uno nuevo. Además, lo alenté a que llamase al ministro británico, para que nos diera unas horas de plazo mientras se aclaraba un poco el panorama aquí. Me dijo: “José, usted sabe cómo es esa gente, que viven esclavos del calendario y del reloj, y no entienden lo que pueda pasar en otros países. Se nos va a molestar el minis-tro. Sin embargo, tengo la noticia de que van a nombrar canciller al coronel Tomás Pérez Tenreiro”. Le señalé que había visto a Pérez Tenreiro la noche anterior, pero que no tenía noticias al respecto, pero que si así fuese, era un nombramiento más que acertado. Llamé a Tomás y él no sabía nada al respecto.

En vez de irme a mi oficina, preferí irme a la oficina de To-más, en Extranjería. Llamé a mi oficina, y avisé dónde estaría en horas de la mañana. Como a las ocho de la mañana me llamó mi secretaria, y me dijo que me había llamado el doctor Raúl Soulés Baldo, el secretario de la Presidencia, que necesitaba ur-gentemente mi presencia en Miraflores, porque el general Pérez Jiménez me quería ver. Me llevan a Miraflores, llegué y Mármol Luzardo me hace entrar. Pérez Jiménez me saludó muy afectuo-samente y me dijo: “Mire don José, en varias oportunidades le he

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propuesto a usted, a través del doctor Vallenilla a aceptar cargos importantes en mi gobierno”.

¿Qué cargos le había ofrecido Pérez Jiménez con anterioridad?

Él una vez me ofreció la Gobernación de Aragua, conside-rando que Aragua era una plaza militar importante, y que yo tenía buenas conexiones con la institución armada. En aquella ocasión le dije que no, que yo tenía una carrera petrolera que no la quería interrumpir, y que le agradecía mucho. A los pocos me-ses me ofreció la senaduría por el estado Miranda, para llevarme a la presidencia del Congreso. Eso fue antes del plebiscito, posi-blemente estaba pensando tener un amigo en la presidencia del Congreso. En esa ocasión también me excusé.

Retomando lo que les decía, Pérez Jiménez me dijo: “Varias veces le he ofrecido cargos importantes, y usted con muy buenas razones, que yo comprendo, las ha rechazado. Pero en este mo-mento estamos en una emergencia nacional. En el centro de ese huracán estoy yo, su amigo de tantos años, y está involucrada la institución armada, donde usted goza de mucho afecto. En las emergencias se le pueden pedir sacrificios a cualquier ciudada-no, y yo le voy a pedir una cosa que comprendo que es un sacrifi-cio. Le quiero pedir que se haga cargo del Ministerio de Hacien-da. Mejor dicho, anoche con el Alto Mando Militar escogimos el nuevo Gabinete, un Gabinete grato a las Fuerzas Armadas, y lo nombramos a usted ministro de Hacienda, en la seguridad de que usted nos iba a acompañar”.

¿Qué contestó usted ante tal postulación?

Le dije: “Si usted me hubiese ofrecido eso en sus días de po-der y de gloria, yo habría rechazado como lo hice anteriormente con las otras oportunidades que me ofreció. Pero yo sé que efec-tivamente hay una emergencia nacional, que usted y las Fuerzas Armadas están envueltos en eso, y yo al amigo no lo voy a dejar

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solo en estas circunstancias. De manera que acepto y empiece a dictarme sus instrucciones. Sólo le voy a hacer un comenta-rio. ¿Por qué me nombra ministro de Hacienda? Yo no tengo antecedentes financieros”. Él me manifestó que me nombraba en ese cargo por la imagen que yo tenía ante el país, por lo que yo representaba, y por los altos cargos que había desempeñado. Agregó: “En este momento ese es el cargo para usted. Acépte-lo como una cosa relativamente provisional, que yo tengo otros proyectos con usted, de los cuales hablaremos luego”. No llega-mos nunca a hablar porque los sucesos se precipitaron.

¿Qué más habló usted con Pérez Jiménez?

Yo le dije: “Ya que vamos a navegar en el mismo barco, voy a decirle lo siguiente: la vida nos ha separado. Usted en la alta posición que desempeña, y yo en mi compañía petrolera. Hace mucho tiempo que nosotros no hablamos con la intimidad y la confianza que lo hicimos durante una época larga de nuestra vida. ¿Cuándo podríamos usted y yo sentarnos a conversar so-bre estos acontecimientos y la nueva situación mía? Porque yo sé que acepto un sacrificio. Sacrificio económico, sacrificio inclu-sive de riesgo, porque usted sabe cómo está la situación. Pero yo no dejo al amigo solo, cuando confía en mí. De manera que me gustaría que nos sentásemos como amigos que somos, a ha-blar sin tapujos, con toda franqueza a ver qué es lo que vamos a hacer, y a analizar esta situación”. Me dijo: “Mire, no me deje en suspenso. En este momento yo tengo tiempo de oír algo que usted me pueda decir”. Improvisé unas palabras conscientes del momento histórico que vivíamos en ese instante, le dije: “Us-ted ha realizado un gobierno que no tiene igual en la historia de Venezuela, desde el punto de vista del progreso material, del orgullo nacional, de la identidad nacional, de la realización de una obra de infraestructura importante. El país vive una era de prosperidad. Por otras razones que aquí no vamos a analizar, a usted se le ha formado un frente político de oposición muy am-

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plio y muy denso, que abarca desde el general López Contreras hasta Gustavo Machado. Ese es un problema político de gran magnitud para el cual yo no tengo respuesta, pero quiero suge-rirle lo siguiente. Salgamos de este cambio de Gabinete, y vamos a reunirnos usted y yo, no con mucha gente, sino con dos o tres amigos de confianza, que nosotros les asignemos buen juicio y conocimiento de la política, y vamos en ese pequeño comité a analizar la situación, y a trazar una estrategia, planes y un pro-grama de acción. Déjeme decirle otra cosa. Recuerde que yo soy amigo personal de los tres grandes jefes que le hacen oposición a usted: Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba. Cuando usted autorice yo hablo con ellos y comenzamos a con-versar. Quiero agregarle otra cosa: ¿Cómo se deja usted meter en un problema con la Iglesia, usted presidente de un país católico, y católico usted?”.

¿Qué le contestó Pérez Jiménez en relación a la Iglesia?

Me dijo: “Es que hay curas que se salen del riel y hay que apretarles las manos”. Le recordé que nosotros habíamos ido juntos a misa, y a la celebración del santísimo, que él no podía hablar así. Le hice hincapié en que ese problema con la Iglesia debía de ser arreglado. Se quedó pensando y me dijo: “Como usted sabe, eso es materia del ministro de Justicia. Pero yo sé que a usted lo quieren mucho los curas. Yo me reuní ayer con monseñor Arias, y no llegamos a nada. Hoy debíamos reunirnos de nuevo, pero tampoco puedo por las cosas como se están desa-rrollando. Cuando usted salga de aquí, vaya directamente casa de monseñor Arias, y me excusa por no poderlo recibir hoy. Y le dice que usted va como embajador personal mío, como garantía de que el problema con la Iglesia se va a arreglar. Que tenga fe en eso”. Le pedí que me diera la libertad de los sacerdotes presos, y luego de una pausa, decidió concedérmela. Inmediatamente llamó al coronel José Teófilo Velazco, que se encargó de la Se-guridad Nacional, en reemplazo de Pedro Estrada, para que él mismo los llevase al Arzobispado.

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¿Quiénes eran los sacerdotes presos?

Monseñor Delfín Moncada, párraco de Chacao; monseñor Hortensio Carrillo, párroco de Santa Teresa; el Sarratú, de Cate-dral; el padre Osilio, de Antímano; el padre Álvarez, de La Pas-tora; y monseñor Jesús Hernández Chapellín que era el director de La Religión. Al salir le dije a Pérez Jiménez que volvería en la tarde para la juramentación, y quedamos en conversar con el comité, sobre los temas tratados anteriormente.

Llegué a casa del arzobispo, y él me dijo: “Caramba José, por fin tenemos un interlocutor válido en el gobierno, una luz en el horizonte. Pero, te voy a advertir una cosa, la situación ha avan-zado mucho y está muy deteriorada. Yo voy a hacer lo posible y sé que tú lo harás también. Estaré en contacto contigo cada vez que yo lo tenga conveniente, pero esto está muy mal”. No le dije que los sacerdotes iban a salir en libertad, no fuera a ser que no se materializase la orden, y quedase yo mal. Sin embargo, en horas de la tarde llegó José Teófilo Velazco con los sacerdotes y se los entregó.

¿Estamos hablando del día 10?

Sí. Al mediodía almorcé en casa, y luego fui a Miraflores y nos juramentamos los nuevos ministros. Después de la juramen-tación, muy poca gente sabía de mi nombramiento. A mi casa llegaron algunos familiares y amigos, pero poca gente. Los ge-nerales Llovera Páez y Rómulo Fernández se vinieron conmigo a mi casa porque querían celebrar mi nombramiento. Vinimos los tres a pie desde Miraflores, nos quedamos solos en la sala y ellos me dijeron: “José, tú te das cuenta cómo está de mala la si-tuación. Lo que queremos decirte, es que a todo evento vamos a permanecer los tres estrechamente unidos”. Vino también el ca-pitán Remigio Elías Pérez, que era el presidente de la Venezola-na de Navegación, que había estado conmigo la noche anterior.

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En eso, llama por teléfono el ministro de Hacienda a quien yo iba a reemplazar, el doctor Pedro Guzmán Ribera, muy amigo de mi padre y por ende me conocía mucho a mí. Me dice el doctor Guzmán: “Dr. Giacopini, hay manifestaciones en la calle muy violentas. En mi casa están muy angustiados. Mi señora quiere que yo me vaya para la casa. ¿Usted tendría inconveniente en recibirme esta tarde misma el ministerio?”. Le dije que podía ir inmediatamente. Llegamos allá al despacho del ministro, esta-ban todos los directores y la plana mayor del mismo. Él dijo las palabras de rigor para traspasarme el Ministerio, y me di cuen-ta de que el personal lo veía con antipatía, con enemistad. Para evitar que hubiese un hecho desagradable, en las palabras con que yo recibí, hice mucho hincapié en la amistad de mi padre con él y en el conocimiento mutuo que nos teníamos desde hacía muchos años. Además, me hice eco de la versión general de que él era un buen ministro y de que yo seguiría sus pasos. En eso llaman de casa del doctor Guzmán e informan que la situación en la calle es muy violenta. Los familiares del doctor Guzmán estaban muy angustiados por las condiciones políticas y recla-maban la presencia de éste en su hogar. Después de la entrega, yo mismo acompañé al doctor Guzmán a su casa, con Remigio Elías Pérez. Atravesamos los tres la manifestación en medio de piedras y palos, nos metimos en el carro, y llegamos a la casa de él. Era casado con una hija del general Pérez Soto. Cuando llegamos allá, le dijo a su esposa una cosa que probablemente no tiene antecedentes en la historia de Venezuela: “Destapa cham-paña helada para que brindemos por el éxito de mi sucesor José Giacopini. José se ha portado conmigo de una forma tan caba-lleresca, que compromete no sólo la gratitud mía, sino les pido que la de ustedes también”. En un ambiente muy cordial, me llevó a un lado de la sala y me recordó su amistad con mi padre, y la forma en que él me había visto crecer a mí. Luego, agre-gó: “Soy muchos años mayor que usted, lo que me autoriza a aconsejarlo. Le voy a dar tres consejos importantes: Primero, yo trabajé mucho, 12 o 14 horas diarias, por eso construí al lado del

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despacho una suite que usted verá y utilizará, muy funcional, muy cómoda, sin lujos, pero muy apropiada para una persona que está trabajando constantemente”. Efectivamente, la suite se componía de un dormitorio sin lujos, pero muy elegante y fun-cional, como él me dijo, con roperos, un cuarto de duchas muy bueno, con una ducha de esas que es como una cúpula en la que uno se mete adentro y echa agua por todos lados a la presión que quiere y a la temperatura que quiere. Vi una ducha de esas en un palacio del Faruk, en Alejandría. Aparte tenía el cuarto de baño junto al despacho, y un comedor muy elegante, con su bar privado. Además, tenía un cuarto pequeño forrado con material a prueba de ruidos en los techos y en las paredes, con ilumina-ción indirecta, y donde como mobiliario solo una mesa, y una silla. Él se encerraba allí a concentrarse, a estudiar y a pensar en problemas que tenía que resolver. Me dijo: “Usted verá que esa suite está preparada para descansar y trabajar. Pero ahora que yo veo en retrospectiva cómo empleé el tiempo, veo que mal-baraté mucho tiempo dedicándome a cosas que son impropias de un ministro. Por ejemplo, a mí me llegaba un oficio que tal como estaba redactado llenaba los fines consiguiente, y no me gustaba una palabra o una frase, y me encerraba a redactar yo un nuevo oficio. Que no agregaba nada, sino que a mi gusto. Y así en otros casos de ese tipo perdí mucho tiempo que he debido emplear en cosas propias del ministro. Segundo, fui muy duro con el personal. Yo salgo del Ministerio odiado. Veía esta tarde la alegría porque yo me iba, y hasta la mala voluntad con que me observaba el personal. Una de las cosas que empiezo a admirar en usted, es su capacidad de percepción, pues se dio cuenta en el acto de la situación. Por eso, en sus palabras para recibir el Ministerio, enfatizó reiteradamente la amistad mía con usted y con su padre, y hasta elogió la labor mía como ministro. Usted con aquello detuvo cualquier reacción áspera que pudiera haber habido de algún exaltado del personal. Ha tenido que ser así porque yo fui muy duro. Encontré un despacho muy desorgani-zado y ahí había que restablecer la disciplina al precio que fuera.

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Yo le entrego a usted una maquinaria aceitada. Usted no tendrá que apretar la mano en la medida en que yo lo hice, pero no baje la guardia para que no se le eche a perder la cosa. Tercer consejo, de la mayor importancia: cargue en el bolsillo, en un papelito, al minuto, cuánto dinero hay en Tesorería, cuánto dinero hay en caja. Porque el presidente tiene la costumbre de sorprender al ministro de Hacienda y preguntarle cuánto hay en caja. La forma en que él pregunta es cuánto hay en el pote, y usted debe contestarle”. Efectivamente, en los 13 días que yo estuve allí me lo preguntó cinco veces. Ahí nos despedimos, me vine a mi casa a atender a las personas que habían venido, y al día siguiente que fue el día 11, me integré al Ministerio.

¿Qué nos puede decir de esa breve experiencia como ministro de Pérez Jiménez?

Esos 13 días los pasé viviendo en el Ministerio con una sola interrupción, el 22 en la mañana que tuve mi última entrevista con Pérez Jiménez en Miraflores. Pero la noche del 21 para el 22 fue particularmente violenta. Se nos presentó un incidente más o menos a las 11 de la noche. No sé si lo dije antes, pero cuan-do hubo el cambio de Gabinete del día 13, que el general Pérez Jiménez asumió el Ministerio de la Defensa, y volvieron a nom-brar gobernador a Guillermo Pacanins, yo era muy amigo del comandante Pacanins, y le dije: “Guillermo, yo soy como tú sa-bes el ministro de Hacienda, y estoy al lado de la plaza O´Leary, donde se desenvuelven una serie de acontecimientos violentos todos los días y todas las noches, ahí en los alrededores del Mi-nisterio. Si tú puedes mándame un piquete de policías, pero con armas largas y con una buena cantidad de munición, para no dejarme faltar el respeto en un momento dado, porque tú sabes que yo no voy a correr”. Me dice a mí Guillermo Pacanis: “No chico, bajo el mando tuyo están mejor que bajo el mando de cual-quiera”. Y me mandó diez agentes, un cabo y un sargento, todos estupendos, me respondieron admirablemente. De manera que

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ya yo con eso me sentía seguro. Yo los distribuía a la guardia por turnos, de manera que descansaran unos, mientras los otros montaban guardia. De a tres o cuatro hombres se turnaban.

Estamos aún en la noche del 21.

Así es. Como a las 11 de la noche sube uno de los policías que tenía yo abajo, de guardia, ahí hay una reja que da hacia la calle, y están los ascensores que suben a los pisos del Ministerio. Ese es el edificio que da hacia la plaza O´Leary, contrario a las torres de la avenida Bolívar, que era donde estaba entonces el Ministerio. El agente me dice: “Doctor, venimos a pedirle ins-trucciones porque ahí hay un sargento con varios soldados, que nos ha pedido abrir la reja porque van a entrar al Ministerio”. Yo tenía una metralleta suiza automática con cacerina de 40 ti-ros. Agarré la metralleta, también la pistola y le fui a ver con el agente lo que estaba pasando. Pedro Paredes Urdaneta, primo hermano de mi papá e íntimo amigo mío; y Tulio Quevedo, her-mano de Numa Quevedo, trujillanos y hombres de armas los dos, acostumbrados a lances personales y cosas de esas, eran de los que estaban ahí conmigo en el Ministerio. Cuando ven que yo agarro la metralleta y voy a bajar con el policía, dicen: “¡Con un ministro así se va a todas partes!”, pelan por los revólveres y se vienen conmigo. Cuando vamos bajando en el ascensor, yo, para mantenerle el ánimo al grupo lo digo al policía: “Ese fusil que lleva usted en la mano, ¿tiene cartucho en la recámara?”. Me dijo que no. Le dije: “Lleve cartucho en la recámara, no le ponga el seguro”. Luego, previne al resto de ir preparados porque qui-zá teníamos que abrir fuego al llegar. Cuando llegamos está el sargento como con media docena de soldados al otro lado de la reja, y los otros policías alerta. Le pregunto al sargento qué es lo que pasa. El sargento me señala que tiene órdenes de su teniente de abrir la reja y de entrar al Ministerio. Ellos eran del Batallón Bolívar, y el teniente era Camargo, que estaba en una esquina cercana. Le pedí al sargento que buscara al teniente Camargo, a

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quien yo conocía mucho, desde que era cadete. Me acuerdo que Camargo traía una bufanda en el cuello y al llegar me dice: “Doc-tor, no pasa nada malo. Lo que pasa es que en los alrededores de la plaza O´Leary hay francotiradores desde las azoteas y de las ventanas, que me han hecho algunas bajas. He visto que aquí en este edificio hay una especie de saliente de una platabanda, que quiero explorar, para ver si me da el ángulo requerido para montar ahí un fusil ametrallador y desalojarlo”. Le pregunté a Camargo si estaba o no con el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez, a lo que él respondió afirmativamente. Luego pasó, vio el lugar, no le sirvió lo que creía, se tomó un whisky y se fue. Al día siguiente lo mataron frente a la prevención de la Academia Militar.

¿Qué más ocurrió en esa madrugada del 22?

En las últimas horas de la madrugada la cosa se calmó. Fue disminuyendo el fuego y las alarmas. Como la cosa amaneció en una calma tensa, pero calma, me fui a desayunar a la casa, por-que tenía más de una semana que no iba. Yo tenía chofer a un señor de apellido Valencia, que me recomendó el mismo Pérez Jiménez, que era un sargento primero, retirado, muy valeroso, muy eficiente, diestro en el manejo de armas, y me fue muy leal. Yo no necesitaba escolta, con él estaba protejido. Él con su cara-bina, yo con mi metralleta, unas granadas de mano y nuestras respectivas pistolas, andábamos por todas partes. Resulta que como a las 7 de la mañana venimos por el túnel que sale a El Silencio, y pasamos por frente a Miraflores. Cuando vamos lle-gando, le digo a Valencia: “Vamos a entrar un momento a ver si veo al presidente”. Me atiende el segundo jefe de la casa militar, el mayor Ramón Mármol Luzardo, que luego de anunciarme, me hizo pasar. Encontré a Pérez Jiménez recién bañado y con un uniforme muy bien planchado. Lo primero que me dijo fue que se enteró que yo había pasado la noche en plena línea de fuego, y me preguntó cómo veía yo la situación, porque desde el punto

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de vista militar y policial, él percibía que habían logrado domi-nar la situación.

¿Qué le dijo usted?

Le digo: “Aparentemente sí, porque la ciudad está en calma. Pero no baje la guardia porque está anunciada y en marcha una huelga general. Los estudiantes se han repartido el libreto tele-fónico, y están creando un pánico en toda la ciudad. De manera que es muy posible que muchos establecimientos, no por espíri-tu agrario, sino por miedo, no abran. Inclusive, tengo temor que asusten a los bancos y que los mismos no abran, lo cual sería muy grave porque sería una manifestación de anormalidad grandísi-ma. De tal manera que yo dejé ya instrucciones en el Ministerio a los inspectores de banco, para que me pasen una revista por todos los institutos a ver cuál es el ánimo y qué es lo que van a hacer, y encontraré el informe de esos inspectores ahora, cuando regrese al Ministerio”. Me pidió, además, que me mantuviera en contacto con él todo el tiempo. Enseguida, agregó: “Mire, para que usted tenga las cifras oficiales. Anoche hubo 58 muertos y 154 heridos”. Luego le dije que después de desayunar en mi casa lo llamaría del Ministerio. “¿Qué otro comentario quiere usted hacerme?”, me preguntó. Le dije: “Yo en estas noches, de vez en cuando salía del Ministerio y me iba a conversar con los oficiales que comandaban los pequeños piquetes de tropa o de policía que estaban en la zona, para poder apreciar el estado de ánimo de la tropa y de los oficiales. La policía está agotada. La hemos sobregirado en el esfuerzo que hemos hecho. De tal modo que se dormían materialmente los policías sobre los fusiles. Mi consejo es, si usted lo cree conveniente, que hay que darles 48 horas de sueño y de comida, porque así no les sirven para nada, dentro de poco. Además, es un cuerpo importante, numeroso, aguerrido y que tienen un gran oficial al frente, como es el mayor Eladio Nieto Bastos. De modo que le aconsejo eso, si usted lo cree con-veniente”. Pérez Jiménez me expresó su gratitud por ese señala-

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miento, y me reiteró que lo llamase constantemente. Me fui a mi casa.

Luego de desayunar en su casa vuelve al Ministerio. ¿Cómo transcurrió ese día 22 de enero?

Ya en el Ministerio me llegaban muchas informaciones de voluntarios y amigos que me llamaban. Por ejemplo, de La Guai-ra, donde estaban los barcos de la Armada, tenía las informa-ciones que me pasaba la administración de la Aduana, que era Augusto Casado Lezama, el administrador. Yo recibía esas in-formaciones, que señalaban que había movimiento a bordo de los barcos, que prendieron las máquinas, que se hicieron a la mar, que la infantería de Marina tomó La Guaira. Eran noticias que me venían llegando. Cuando le dije a Pérez Jiménez: “Los barcos se hicieron a la mar”. Me dijo: “No se preocupe, esa es una orden mal interpretada que va a ser corregida ya”. Va trans-curriendo así el día.

¿De qué hora estamos hablando?

Serían como las 6 de la tarde. Me llama el segundo jefe de la casa militar, Mármol Luzardo informándome que el presidente quería hablarme con urgencia. Yo atendía las llamadas corrien-tes por un tablero que tenía en el escritorio. Las llamadas con el presidente, con las instalaciones militares, con los servicios de Inteligencia, las atendía y las hacía por una caseta confidencial, hermética, que había en el rincón. Como aquello estaba lleno de gente conversando, unos jugando dominó, otros ajedrez, otros leían, yo para que no me estuvieran fatigando con preguntas y obligándome a responder, leía. Recuerdo que esa noche, me leí íntegra Vidas oscuras de José Rafael Pocaterra, que no la había leído.

Pérez Jiménez me dice: “Don José, tengo un parque muy grande en Puerto Cabello que quiero retirarlo de allí ahora mis-mo. Para allá va el capitán Mota, del Servicio de Armamento de

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Maracay a retirarlo. Dígame una cosa, ¿usted me puede ayudar en eso?”. Le dije que sí. El administrador de la Aduana era Julio César Vargas, coronel retirado y amigo nuestro. Pérez Jiménez me señaló que era un parque grande, que debía conseguir como 50 camiones, y algunas gandolas, porque era material pesado. Llamé a Julio César Vargas y le expliqué que para allá iba el general Mota del Servicio de Armamento de Maracay a retirar ese parque, y que me llamara cada media hora informándome cómo se iban cumpliendo las instrucciones. Julio César me lla-maba para explicarme que ya tenían los vehículos y el personal necesarios, y que el capitán Mota había llegado. Tarde, como a las 12 de la noche me llama Julio César y me dice: “José, noso-tros cumplimos. El parque está íntegro en los camiones y en los vehículos. Pero el capitán Mota dice que no lo mueve sin ins-trucciones de su jefe, que es el coronel Pulido Barreto, el jefe del Servicio de Armamento”. Le señalé que lo mejor sería llamar a Pérez Jiménez. Lo llamé, eran ya como las 12:30 o 1:00 de la ma-drugada, y me atendió. Ese fue el único momento que le noté la voz alterada.

¿Qué le dijo Pérez Jiménez?

Me dijo: “A ver don José, dígale a Julio César que no se preocupe, que ya vamos a hablar con el negro Pulido”. Ante aquella situación le dije a Pérez Jiménez: “Mire Marcos, yo veo que la situación está mala, y usted está muy solo allá. Acuérdese de que usted y yo en el pasado hemos manejado situaciones más difíciles que estas, y hemos salido con éxito. Déjeme irme para allá a acompañarlo”. No quiso que me moviera de donde estaba, porque creía que yo le era más útil en el cumplimiento de esa mi-sión. Le expresé mi deseo de estar preferiblemente en Miraflores, y le propuse un pacto, que era el siguiente: “Si usted ve que la cosa se agrava, me llama y yo lo acompaño con mucho gusto”. Pérez Jiménez aceptó y me señaló que la orden para Julio César Vargar iba en camino.

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Cómo era la situación en ese momento.

Muy tensa. Me seguían llegando noticias preocupantes. Me llegó una por la cual decidí llamar al presidente. Me atiende en Miraflores el mayor Camacho Fortoul, hoy general retirado de la Guardia Nacional, que comandaba el Destacamento de la Guar-dia Nacional adscrito a Miraflores. Le pido a Camacho que me pase al presidente. Él me señala que el presidente había salido para su casa. Le dije: “Camacho contésteme una pregunta, si es que puede... ¿Es verdad que hay una Junta Militar de Gobier-no?”. Me dijo que hasta ese momento no. Que todo estaba pen-diente de una decisión que iba a tomar el general Pérez Jimé-nez. En ese momento comencé a llamar a la casa del general. Llamaba, llamaba y llamaba a la casa de Pérez Jiménez y nadie contestaba...

Ante tal incertidumbre, ¿qué hace usted?

Subo a Caracas. Estoy en la caseta confidencial del Ministe-rio que comenté anteriormente, cuando entra una llamada ofi-cial. Es mi primo Eleazar González Giacopini, primo a la vez de Antonio Pérez Vivas, que era ministro de Relaciones Interiores, compañero mío de curso y fraternal amigo mío. Me dice Eleazar: “Primo, el gobierno se cayó. El hombre se fue. Pérez Jiménez se fue...”. Le digo yo: “Pero... ¿cómo lo sabes tú?”. Él me dice: “Porque Antonio estaba con él y se fue también. Y me llamó para darme instrucciones sobre sus asuntos personales. ¿Qué hago en este momento? Aquí esto está solo. En el Ministerio no hay ni un portero. Yo estoy sentado en la silla del ministro hablándole. ¿Qué hago?”. Le dije: “Véngase para acá, que yo tengo aquí gen-te armada con la cual estamos asegurados. No nos falta nadie el respeto y estamos juntos”. En eso salgo y encuentro a todos los amigos que estaban ahí en el despacho, muy alarmados por la noticia de un avión que al parecer había despegado. Les pedí silencio y como comprenderán yo estaba muy impactado, y les

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dije: “Por razones que yo ignoro, el general Marcos Pérez Jimé-nez, el presidente de la República se ha marchado al exterior. Ese avión, según entiendo, lo lleva fuera del país. No sé qué ha pasado, pero lo que sí puedo asegurarles, es que mañana ama-nece una situación política completamente diferente a la que he-mos vivido hasta hoy. Quiero aprovechar la oportunidad para decirles lo siguiente. En este momento yo soy ante ustedes la representación más alta de la nación venezolana. Y quiero en esa condición, agradecerles a todos en nombre de Venezuela, en nombre del gobierno fenecido, y en mi propio nombre, la lealtad y devoción con que han estado aquí día y noche a mi lado acom-pañándome, y les voy a decir lo siguiente: tengan la tranquilidad y la seguridad de que ustedes no han servido a ningún gobierno en particular, ni a ningún jefe en particular. Aquí lo que ha pa-sado es que se ha puesto de relieve la mística de la vieja guardia de Hacienda, que ha permanecido en sus puestos día y noche sacrificando sentimientos familiares y personales, para que no se interrumpa la marcha de un despacho como este, tan importante para el país. De manera que eso merece el bien de la Patria. Yo, a nombre de Venezuela, del gobierno y en el mío propio les doy las más encarecidas gracias”.

¿Qué contestaron ellos ante sus palabras?

Me preguntaron que qué hacían ellos. Les dije que lo mejor era que se fueran a sus casas, en tanto que yo me quedaría dur-miendo en el Ministerio. “Pero es que todavía hay toque de que-da, y no todos tenemos salvoconducto”, dijo uno de ellos. Les manifesté que podían quedarse conmigo en el Ministerio aque-llos que no tuviesen el salvoconducto. Llamé a Julio Rodríguez Tellería, un pariente mío de mucho contacto con la institución armada que me estaba acompañando en esos días con mucha lealtad, y le digo: “Julio, consígase dos porteros, y vaya por to-das las oficinas retirando los retratos de general Pérez Jiménez que hay por allí en cada una de ellas. Los trae, los mete en ese

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clóset, los cierra con llave y me la da. De manera que mañana algún oportunista o algún exaltado no le vaya a faltar el respeto a uno de esos retratos”. Me fui a la azotea que da hacia El Silen-cio, muy impactado con aquellos acontecimientos, el personal se quedó respetuosamente a distancia viéndome, mientras yo recostado de la baranda miraba hacia la plaza O´Leary y hacia los bloques. Aquello tronaba como una tempestad. Se veían los trajes de mujeres en los balcones. Todas las azoteas y las plata-bandas llenas de gente y aquel rumor pero como un trueno: “Se acabó la tiranía... Se fue el tirano... Viva la revolución...”. Ahí me quedé como diez minutos hipnotizado viendo aquel repudio.

¿Qué reflexión logró usted en ese instante?

En ese momento me dije: “Esas son las veleidades de la po-lítica. Todo lo que hoy es bueno, mañana será malo. Todo lo que hoy es malo, mañana será bueno. Así es la política. Mañana será otro día”. Me fui de allí a donde estaba el personal, me apar-té con los policías que me acompañaban con una gran lealtad, a los que les distribuí los turnos de guardia, y les dije que me dejaran descansar. Sin embargo, les hice la salvedad de que si venían militares o civiles a tratar de entrar al Ministerio, me des-pertasen inmediatamente. Además les señalé: “Acuérdense que al mismo tiempo, los estoy cuidando a ustedes, porque ustedes han sido el cuerpo represivo utilizado en estos días. De manera que tienen que tener mucho cuidado. Y yo voy a estar al frente. Yo me la juego de frente con ustedes. De manera de que si trata de entrar gente al Ministerio no me dejen dormir”. Les di las buenas noches a los demás, y los que se quedaron a dormir se repartieron en las oficinas, y yo dormí hasta el día siguiente. Me levanté temprano, me bañé, me afeité y empecé a despachar. Ya en la mañana supe que me iba a reemplazar el doctor Arturo Sosa, muy amigo mío. Lo llamé por teléfono y le dije: “Arturo tengo conocimiento de que tú eres el nuevo ministro de Hacien-da. Me complace mucho, te felicito, y ¿cuándo te puedo entregar

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el despacho?”. Él me dijo: “¿Podría ser mañana 24 a las 10 de la mañana?”. Le dije que sí, que con mucho gusto. Llamé al doctor Rafael Yépez Trujillo, que era el director de Gabinete, de fino es-tro y gran intelectual, zuliano, de Maracaibo, porque yo no había retirado ningún personal del que encontré, y él era el director de Gabinete. Le dije: “Dr. Yépez, convóquese para mañana a las 10 de la mañana a todos los medios de comunicación: prensa, radio y TV, porque aquí vamos a entregar el Ministerio. Y Soriano, jefe de Tesorería, que prepare las actas correspondientes para oficializar la transferencia de fondos”. Me quedé despachando todo ese día en el Ministerio, dormí esa noche en el Ministerio, al día siguiente llegó Arturo a las 10 de la mañana, con algunos amigos. Yo lo estaba esperando con todo el personal superior, los directores y los jefes de servicios, y dije unas palabras du-rante diez minutos, poniendo de relieve la labor magnífica por el gobierno que desaparecía, y deseándole a los nuevos gober-nantes que siguieran por esa ruta de progreso, de prosperidad, de éxito y de bienandanza, para el país. Jorge Morrison, que es-taba presente me decía luego que más bien parecía que yo esta-ba recibiendo y no entregando. Las cifras fueron las siguientes. Acuérdense que las magnitudes eran diferentes porque estamos hablando de enero de 1958. Yo le entregué a Arturo Sosa a las 10 de la mañana 2.850.000.000 de Bs. en efectivo en la Tesorería Na-cional, 2.000.000.000 de US$ en las reservas internacionales. Se había realizado una labor de progreso que no había tenido igual en la historia del país, no se habían recaudado la regalía petrole-ra ni el impuesto sobre la renta, que entraban enseguida porque era comienzo de ejercicio, y el país no debía un dólar al exterior. Después que el general Juan Vicente Gómez el año de 1930, pagó la deuda externa. Inclusive, cuando todos los países del mundo estaban quebrados por la crisis del año 29, Venezuela se daba el lujo de pagar el último dólar de su deuda externa. Y después de eso ningún presidente se había atrevido a solicitar empréstitos en el exterior, porque los venezolanos de la época sufríamos el traumatismo y el mal recuerdo de cuando el 19 de diciembre de

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1902, nos bloquearon las costas de Venezuela barcos de guerra de las grandes potencias, para cobrarle al gobierno del general Cipriano Castro una deuda que no había sido contraída por él. Era la deuda que arrastraba Venezuela desde la Independencia, que se había incrementado bajo los gobiernos del general An-tonio Guzmán Blanco y del general Joaquín Crespo, que para realizar obras importantes habían solicitado empréstitos en el exterior, y que habíamos quedado, pues, con esa mala impre-sión. Ningún gobernante había solicitado empréstitos, después de aquello. El general Gómez pagó la deuda externa en 1930, y la interna en enero de 1935. Él murió en diciembre del 35 de-jando un país totalmente pacificado, organizado, solvente y en marcha. Y además asegurada la sucesión presidencial desde que designó en 1934 como ministro de Guerra y Marina, que tenía en esa época el control de las Fuerzas Armadas, a un militar culto, guerrero, capaz de enfrentar cualquier situación peligrosa, con ánimo y con éxito, como fue el general Eleazar López Contreras.

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CONCLUSIONES

Plantearse la realización de un trabajo de grado es la posibi-lidad que tiene el estudiante de poner en práctica lo aprendido al cabo de sus estudios regulares. Asimismo, es la oportunidad de contribuir al conocimiento a través de un trabajo coherente y metodológicamente bien realizado.

A lo largo de los cinco años de carrera universitaria hemos entendido el sentido de la cultura como agente de cambio social, como factor indispensable de transformación, modernización y democratización de la sociedad, que contribuye a modificar de-terminadas conductas sociales. Si tomamos en consideración el área profesional en la cual hemos sido formados como promo-tores y/o animadores culturales, y teniendo en cuenta el marco histórico/cultural y los últimos análisis y avances del trabajo cultural,76 nos propusimos la realización del presente trabajo de investigación. Sin embargo, necesario es volver a lo que se cono-ce como el perfil de la mención de Promoción Cultural:

“El objetivo fundamental de nuestra Mención es la formación crítica de esos nuevos profesionales, para la transformación de la realidad hacia la conformación de una nueva cultura, con conocimientos teóricos/metodológicos e instrumentales que les permitan el estudio sistemático de los procesos socioculturales en su dimensión teórica, histórica y empírica. Agentes útiles, igualmente, para intervenir en dicha realidad y dinamizar el proceso expresivo, estético e intelectual de los individuos, grupos y/o instituciones, en el contexto de orden simbólico y sus relaciones con el poder, y las condiciones materiales de producción y vida”.77

76 Martín, Gloria: Perfil profesional de nuestros egresados, p. 1.77 Idem.

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El trabajo de investigación llevado adelante ha sido una muestra del amplio espectro en el cual el promotor cultural debe manejarse, como agente de cambio social, cuyo fin es el de con-tribuir al mejoramiento de la calidad de vida de las comunida-des, claramente explicado por la profesora Gloria Martín en la cita anterior. Además de las ya conocidas labores profesionales dentro del trabajo cultural, bien sea como animador, promotor, planificador, gerente, docente, el promotor cultural está capaci-tado para canalizar y dar forma a un fenómeno social tan parti-cular como es el del patrimonio vivo, que por sus características fácilmente pasa desapercibido.

Largo fue el proceso de recopilación de la información. Fue-ron muchas las horas de conversación, en las que sentíamos es-tar adentrándonos en una especie de umbral hacia el pasado. Pa-radójicamente, la casa del doctor Giacopini, en donde solíamos reunirnos, está ubicada en pleno centro de la ciudad, en medio del mayor caos social y rodeada por grandes torres de concreto. La sensación, luego de más de tres o cuatro horas de entrevista, era la de haber abandonado por unas horas esa Caracas convul-sionada, y volver a la ciudad de los techos rojos. Ya al despedirnos, siempre nos abrigaba la duda, de si aquello había sido realidad, o un sueño repetible en una futura ocasión. Porque con el doctor Giacopini siempre queda algo pendiente para una próxima cita.

Claro está que quedaron muchos aspectos por tratarse y que seguramente podrán llevarse adelante en futuros proyectos aca-démicos. Es decir, el trabajo es una contribución al conocimiento de un personaje que naturalmente es capaz de llenar cientos de horas de conversaciones, y que por motivos obvios nos vimos en la necesidad de limitar. Pensamos que sería muy interesante desarrollar en el futuro una investigación que se enfrentara con la historia más reciente de nuestro país, confrontándola con la tesis de los ciclos históricos.

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Asimismo, podría hacerse una recopilación más en detalle de los conflictos bélicos sucedidos en nuestro territorio a lo largo de la historia, pues el doctor Giacopini Zárraga, pese a su con-dición de civil, siempre ha sido un gran conocedor del acontecer militar venezolano y se ha visto profundamente vinculado con dicha institución en varios capítulos de la historia de la misma.

La arquitectura, el urbanismo, las costumbres, la geografía de la Caracas de antaño, podrían ser por separado temas a desa-rrollar exhaustivamente por el personaje en cuestión. Sin embar-go, satisfechos nos sentimos por la contribución que como pro-motores culturales hemos realizado en el campo de una nueva forma de entender el patrimonio.

Con este trabajo esperamos que otros colegas de la mención se animen a descubrir “patrimonios vivos”, y que logren salva-guardar el legado fundamental que esta clase de personajes tie-nen en su privilegiada memoria.

Finalmente, para cualquier persona que decida adentrarse en la experiencia de entrevistar al doctor Giacopini sólo podría-mos aconsejarle que disfrute y abstraiga el mayor provecho de las dispersiones del doctor, porque es quizás allí donde hallará los mayores tesoros del relato.

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