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EXPOESA SORIA 2013
GAMONEDA
Las hortensias extendidas en otro tiempo decoran la estancia ms arriba de mi cuerpo.
He sentido el grito de los faisanes acorralados en las ramas de agosto.
Un animal invisible roe las maderas que tambin estn ms all de mis ojos
y as se aumenta la serenidad y prevalece el olor de la mostaza que fue derramada por mi madre.
Yo convalezco en sbanas limpias que me preservan de los insectos y los cristales de mi
infancia son causa de la imposicin de una luz que les antecede en muchos das desde que
existi la solemnidad y la pureza.
En este espacio me he reunido con tu dulzura, la que traicionaste delante de mis ojos.
Ahora eres obsequioso y pacfico como el aceite que se reserva para los agonizantes;
ahora me contienes con tus manos y me descubres todos los gestos de tu rostro:
tantas veces pusiste la boca sobre las heridas, tantas te desdijiste como una liebre tenebrosa...
Asediado por un azufre que no podas soportar en los alimentos,
tantas veces me recibiste en tu mirada y me participaste una escritura de carmines abrasados,
tantas te desplomaste en mi existencia...! Fue una poca damnificada.
T invocabas al chamariz y hacas que los rboles se inclinasen sobre nosotros en tardes
inmviles mientras la polica escriba nuestros nombres.
Otros das cantabas posedo por el alcohol, que rebotaba azul sobre las mesas desgastadas por la
leja.
Una senda de aulagas conduca hasta tu casa donde siempre era invierno. Ah cmo senta tus
dientes y cunto tiempo te escuchaba, cmo esperaba tu desaparicin amndote!
(Descripcin de la mentira)
CONVOCADA por las mujeres, la madrugada cunde como ramos frescos: cuadas frtiles,
madres marcadas por la persecucin. Hay un friso de ortigas en el perfil de la maana; lienzos
retorcidos en exceso por manos encendidas en la leja y la desesperacin.
Y vino el da. Era un rumor bajo los prpados y era el sonido del amanecer. Agua y cristal en
los odos infantiles. Llega una gente traslcida y sus canciones humedecen las maderas del
sueo, humedecen la madera de los dormitorios cerrados a la esperanza.
Siento las oraciones, su lentitud, como serpientes bellsimas que pasasen sobre mi corazn.
(Era el rosario de la aurora en los mrgenes de la pureza proletaria, ante los huertos abrasados
por los ferrocarriles y los vientos.)
(Lpidas)
ALGUIEN ha entrado en la memoria blanca, en la inmovilidad del corazn.
Veo una luz debajo de la niebla y la dulzura del error me hace cerrar los ojos.
Es la ebriedad de la melancola; como acercar el rostro a una rosa enferma, indecisa entre el
perfume y la muerte.
NO TENGO miedo ni esperanza. Desde un hotel exterior al destino, veo una playa negra y,
lejanos, los grandes prpados de una ciudad cuyo dolor no me concierne.
Vengo del metileno y el amor; tuve fro bajo los tubos de la muerte.
Ahora contemplo el mar. No tengo miedo ni esperanza.
(Libro del fro)
VI LAVANDAS sumergidas en un cuenco de llanto y la visin ardi en m.
Ms all de la lluvia vi serpientes enfermas bellas en sus lceras transparentes, frutos
amenazados por espinas y sombras, hierbas excitadas por el roco. Vi un ruiseor agonizante y
su garganta llena de luz.
Estoy soando la existencia y es un jardn torturado. Ante m pasan madres encanecidas en el
vrtigo.
Mi pensamiento es anterior a la eternidad pero no hay eternidad. He gastado mi juventud ante
una tumba vaca, me he extenuado en preguntas que an percuten en m como un caballo que
galopase tristemente en la memoria.
An giro dentro de m mismo aunque s que voy a caer en el fro de mi propio corazn.
As es la vejez: claridad sin descanso.
(Arden las prdidas)
YO ESTAR en tu pensamiento, no ser ms que una sombra imprecisa;
habr existido en un instante en que la alegra y la piedad ardan en tus ojos.
Pero tambin quiero permanecer desconocido en ti.
Desconocido. Simplemente envuelto en tu felicidad.
T distrada en tu luz y yo apenas viviente en ella, y as, imperceptiblemente amado, esperar la
desaparicin.
Aunque quiz estamos ya separados por un hilo de sombra y cada uno est en su propia luz
y la ma es la que t vas abandonando.
NO ES el grito de los pjaros ms all de las sombras
ni el temblor del azufre en la quietud de la tormenta;
no es el mercurio en mis venas
ni el espesor del verano en mi corazn.
No es nada realmente: tu rostro ha abandonado mis sueos
y no te encuentro debajo de mis prpados.
OIGO tu llanto.
Subo a las habitaciones donde la sombra pesa en las maderas inmviles, pero no ests: slo
estn las sbanas que envolvieron tus sueos.
Todo en m es ya desaparicin?
No an. Ms all del silencio,
oigo otra vez tu llanto.
Qu extraa se ha vuelto la existencia:
t sonres en el pasado
y yo s que vivo porque te oigo llorar.
ERES como una flor ante el abismo, eres
la ltima flor.
(Cecilia)
HABA
vrtigo y luz en las arterias del relmpago,
fuego, semillas y una germinacin desesperada.
Yo desgarraba la imposibilidad,
oa silbar a la mquina del llanto y me perda en la espesura vaginal. Tambin
entraba en urnas policiales. As
olvidaba los ojos blancos de mi madre.
Viva.
Parece ser.
Viva.
Ahora mismo atiendo distrado a mi estertor. No hay en m memoria ni olvido; nica y
simplemente lucidez.
Han desaparecido los significados y nada estorba ya a la indiferencia.
Definitivamente, me he sentado
a esperar a la muerte
como quien espera noticias ya sabidas.
EN el fulgor de los equinoccios, cuando descienden las apariciones y ciertos pjaros se suicidan
al amanecer,
y otros, ms tristes y lascivos, piensan, tan slo piensan, en pases negros y en las hembras
nocturnas,
entonces cesa la escritura enferma y en ti se anuncian reinas naturales,
incandescentes, fsicas.
En el fulgor de los equinoccios eres roja y solar y ests ebria; ests ebria de ti misma y tu
msica se desprende de ti.
Eres como el mar que se derrama sobre el corazn del pastor.
Tu desnudez hiende los manantiales. Ardes y, en torno a ti, giran las palomas.
T
ciega de luz, dame tu extravo, ven.
Dame tu vientre y tu demencia, ven.
Liba en mis llagas.
AM. Es incomprensible como el temblor de los lamos. Estoy extraviado pero yo s que am.
Yo viva en un ser y su sangre se reuna con mi sangre y la msica me envolva y yo mismo era
msica.
Ahora,
quin es ciego en mis ojos?
Unas manos pasaban sobre mi rostro y envejecan lentamente. Qu fue vivir entre heridas y
sombras? Quin fui en los brazos de mi madre, quin fui en mi propio corazn?
nicamente he aprendido a desconocer y olvidar. Es extrao.
Todava el amor
habita en el olvido.
EL silencio y, apenas, un temblor de palmeras. Ms all del silencio, el mar acaricia las arenas
volcnicas
y se retira a la profundidad cruzada
por espinas vivientes.
Si este instante se extendiese hasta cubrir mis manos y mi pasin fuese realmente la indiferencia
y yo permaneciese as, ciego, adivinando el perfume de las adelfas salvajes,
quiz descansase de esta extraa tarea: ser
sin voluntad de ser y sin voluntad de no ser, posedo
nicamente por una
vibracin de palmeras.
Pero maana las adelfas podran exhalar el aliento infeccioso,
digitlico, hmedo,
de sus campanas amarillas y de la germinacin oculta
en sus frutos esfricos.
Quiz mi preferencia sea
que esta noche despojada de estrellas
se resuelva en un tiempo inmvil, semejante a las arenas volcnicas
que ahora mismo acaricia tristemente el mar.
(Cancin errnea)