Galgo (2009) - Sobre La Alienación

SOBRE LA ALIENACIÓN

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ANTONIO BAEZA HENRÍQUEZ, “GALGO”

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Antonio J. Baeza Henríquez, “Galgo”.

Original de 2009 Edición actual en 2015


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Segunda Edición:

Baeza Henríquez, A. J., 2015. Sobre la Alienación. Santiago de Chile: Estudio Conífera Austral (Orig. 2009)

Estudio Conífera Austral, 2015.

“Sobre la Alienación” por Antonio J. Baeza H. se encuentra bajo una Licencia Creative Commons

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S O B R E L A A L I E N A C I Ó N


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LA IGUALDAD SIN IGUALDAD Durante toda su historia escrita, la especie humana ha declarado perseguir los ideales de justicia e igualdad. Se han acuñado hermosas frases, extensos documentos, incluso vastos sistemas legales; todo para amparar esa incesante búsqueda. Los griegos más celebres, como Sócrates o Platón, dedicaron mucho de sus ilustres vidas a definir y pensar la justicia. Los romanos, en tanto, establecieron un sistema de derecho que vino a rayar la cancha del trabajo legal para toda la Humanidad, buscando también la ansiada justicia. Se llegó a atribuir a Dios, incluso, esa facultad, y en base a eso se plantearon numerosos credos. La Revolución Francesa, gatillo de la era republicana, tomó como premisas la Libertad, Igualdad y Fraternidad, con un fuerte concepto de justicia también. La historia del ser humano tiene todo un eje relativo a esos dos conceptos –justicia e igualdad- y debido a eso hoy vemos que los Estados configuran, incluso, uno de sus tres poderes sólo para aplicar y hacer cumplir la ley, en cuanto garantía de justicia. Thomas Hobbes, quien sentara las bases del Estado soberano de la modernidad, pensó a los seres humanos en función de su plena igualdad, aunque sea ésta la semilla de la


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aniquilación de la especie humana; al ser todos iguales, todos quieren lo mismo y, en su estado de naturaleza -sin ley-, podrán matar y hacer lo que sea para conseguirlo. Hobbes planteó la necesidad en el hombre de la figura de un soberano, a quien se le ceden los derechos de administrar la fuerza, la ley y la justicia –el Estado moderno se basa en la cesión de derechos por parte del pueblo-, esperando que, en su facultad de ser poderoso, sea lo suficientemente sensato para dar a cada quien lo que se merece y castigar a quien ha obtenido más de lo que le corresponde, sea legal o ilegal esa obtención, sea legítimo o ilegítimo el castigo. Y es que siempre será legítimo, pues no es otro sino el soberano quien define, para sí, la legitimidad. Y sí, aquí calza muy bien lo que, muchos siglos antes, le dijera el sofista Trasímaco de Calcedonia a Sócrates, en el marco de la discusión acerca de qué es la justicia: “la justicia es lo que le conviene al más fuerte”. La justicia puede considerarse como un constructo, y la igualdad como un ideal constantemente mal definido y mal redefinido; la justicia nunca fue pensada en referencia a la especie, sino que siempre a un grupo selecto -autoseleccionado, por lo demás- que justificó su posición con argumentos vastos y tautológicos. Los clásicos hablaban de justicia e igualdad, pero sólo para los ciudadanos. Los esclavos, los delincuentes e incluso las mujeres eran humanos, pero no así personas. Incluso, la misma


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etimología de la palabra persona nos da ciertos signos; “persona” viene de prosopon, o máscara, e hilando más fino, fue traducido al latín como per sonare, aludiendo a cierto ser dotado de voz. Pues bien, la democracia clásica fue de personas dotadas de voz o, más bien, asignadas con una voz, por tener tierras, por tener riqueza. Y la justicia e igualdad fueron pensadas para ellos, no para el esclavo. A medida que avanzó el reloj, los seres humanos fueron ganándose su reconocimiento como personas por argumentos más sensatos, como la edad o el simple hecho de ser humano. Pero no bastaba con tener voz; también se necesitaba un oído que escuchara esa voz. La igualdad, en primera instancia, fue definida sin igualdad. Y lamentablemente, durante nuestra filogenia los sistemas han reproducido esa falla cada vez que se inventan y se reinventan. El problema del acceso siempre fue algo que los soberanos, los mercantilistas y los gobiernos tenían que limitar, justamente, para mantener su poder. Porque claro, tanto los Estados, como los mercados, encontraron la forma de condicionar el acceso de los seres humanos a los bienes para que, justamente, la gente necesitara de ellos para subsistir y, por tanto, se subyugara a una especie de capricho sustentado en el poder. En este aspecto, sería bueno hacer mención al tema de los aviadores o habilitadores del tiempo de la colonia


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chilena, quienes ejercían el negocio de abastecer a los pirquineros del desierto de Atacama, que trabajaban aislados y no podían ir como cualquier poblador citadino a comprar o adquirir víveres al negocio de la esquina. Los habilitadores, al obedecer a la estructura de mercado de monopolio –nula competencia y sin sustitutos cercanos-, no tenían fuerzas que le obligaran a regular sus precios; cobraban muy caro a los pirquineros y éstos, al no ser capaces de pagar, se iban endeudando. Y no podían dejar de hacerlo, porque necesitaban comer. A tal punto llegó el endeudamiento, que muchos pirquineros terminaron por perder sus minas al cederlas como pago a los aviadores, quienes se volvieron muy ricos al cabo de algunas décadas con la explotación de aquellos yacimientos. La familia Edwards en Chile es un claro ejemplo de dinastía burguesa que obtuvo su fortuna con este sistema. El capitalismo, en general, se fue desarrollando bajo la forma de la exclusión y el sacrificio de la atención a los asuntos públicos en pos del fomento de la actividad privada. De hecho, para Thomas Hobbes, la propiedad es la que funda la justicia, pues implica la existencia de un propietario quien necesita que se le garantice que no le sea arrebatado lo que es suyo. En base a eso, se propuso un Estado que amparara la acumulación y el derecho a propiedad, lo que luego se logró en Inglaterra en su máximo esplendor. La propiedad era de pocos, y como había


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que protegerla, la clave era limitar e incluso anular el acceso a ella. El trabajador –considerado simplemente como mano de obra- formaba parte de tal propiedad y el dueño debía retenerlo. Y retenerlo obediente y sumiso ¿Cómo? Volviéndolo dependiente, poniendo trabas y condiciones al acceso a los bienes más básicos, convirtiendo al patrón al único que puede brindarle la ración mínima de comida y habitación, cerrándole cualquier otra posibilidad por medio de la expropiación y el vaciamiento de la vida.


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UN SER SIN TIEMPO Y SIN ESPACIO Para condicionar el acceso a los bienes, como vemos, primero tuvo que haber alguien que concentrara tales recursos. Y mientras más abarque esa persona con su fórmula de acumulación de riqueza, más poder tendrá. Y para expandir ese poder, habrá que limitar el acceso a muchas personas mediante la producción de muchos más bienes; esta lógica lleva a la explotación de los recursos naturales y a una consiguiente violencia por parte de los seres humanos para con su ambiente. Mientras la actividad de aquel pirquinero iba aprovechando de una forma sensata y prudente los recursos que le proporcionaba su yacimiento -pues no necesita más que para su subsistencia y la de su actividad, a la cual solía tener mucho cariño-, el capitalista luego comenzaría a excavar la mina sin miras hacia el sustento, sino que hacia la acumulación. Ya no estaba esa relación de cariño que el ser humano tiene con su tierra que le proporciona todo para vivir, sino que el territorio pasa a ser algo para ser explotado; la tierra pasa de ser una madre, una madre tierra, a ser una esclava. Los paisajes empiezan a ser impactados, dañados; el paisaje cultural no se concibió en armonía con el paisaje natural –como sí lo pensaron los griegos al construir-, sino que invasivo, pensando solamente en la producción, y una


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producción no pensada para el desarrollo, sino que solo para la acumulación. Las lagunas se convirtieron en depósitos de desechos, los ríos en acueductos, las casas en una especie de “guarda-mano-de-obra”, y la naturaleza, en general, dejó de ser contemplada y valorada en sí, sino que sólo en cuanto un gran conjunto de recursos para explotar. Se dejó también de concebir al humano como perteneciente a un ecosistema, y se le consideró una especie incompatible con las otras animales –lo que sólo Darwin vino recién a contrariar hace relativamente poco-, lo cual es útil para eximirle de su responsabilidad hacia su medio ambiente –que, no olvidemos, le permite existir como especie- y así facilitar que lo explote y lo invada sin piedad, como algo a lo que no pertenece y que no le pertenece. Se pierde la conciencia de la definición del organismo que planteara alguna vez Francisco Varela, en cuanto el ser vivo es tal, sí y solo sí, en relación a su ambiente, del cual se diferencia pero sin dejar de pertenecer a él. El humano pasa a considerarse externo al mundo, como si fuera de otro planeta. Ya no se define en cuanto al paisaje que lo vio crecer, que lo acostumbró a ciertos climas, alimentos, árboles, animales. No reconoce el aporte que el río que pasa por su pueblo da a los suelos, al clima y a la propia gente en el verano, ni toma en cuenta –ni siquiera sabe-


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la importancia de la flora y la fauna de su zona en el mantenimiento de los ciclos naturales y, por tanto, de la dinámica ambiental que le otorga, incluso, la posibilidad de la propia vida. Al desentenderse de su ecosistema, también se desentiende de su relación con él. No le preocupa saber lo que come, lo que realmente está comiendo, pues su tarea es producir, no reflexionar sobre lo que, de verdad, entra a su sistema digestivo. Comen carne, pero de animales mal alimentados; se priva a las especies de ganado de su alimento natural, privilegiando la producción masiva de carne. Los pollos comen vísceras de pescado y los pescados comen vísceras de pollo. Las vacas se alimentan de pastos aliñados con pesticidas, son sacrificadas en mataderos industriales con mucha crueldad –lo que no sólo es algo macabro, sino que también afecta el estado de las carnes que luego consumimos- y sus carnes son procesadas con deplorables condiciones higiénicas. Nuestros campos se intoxican y las especies ya no pueden confiar en comer desde ellos; la relación entre productores y consumidores I se deteriora, dañándose todo un eslabón de la cadena trófica. La especie humana se desentiende de la totalidad a la cual pertenece, al mismo tiempo que, como totalidad en sí, el ser humano desconoce su elemento natural y


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su papel en la ecología, desembocando en un desmedro total para su identidad. Al desconocer su dimensión ecológica, los humanos dejan de lado la sustentabilidad. Los trabajadores no pueden sino mirar al presente, lo que les permitirá vivir al día siguiente, pues su vida está en juego en su actividad laboral; al explotador de la tierra, paradójicamente, no le parece importar lo que será de ésta en unos años más. Y es que, en realidad, no le importa, pues está acumulando riqueza para cuando la tierra deje de ser productiva. Las represas hidroeléctricas se consideraron más necesarias que el curso natural de un río. El negocio del papel y el cartón primó sobre la tala indiscriminada de bosques nativos y el consecuente impacto ambiental. El humano omite también la temporalidad de su relación con el ambiente al dejar de preocuparse por la sustentabilidad. Renuncia a pensar en el mañana debido a que tiene necesidades y, sobre todo, ambiciones para el hoy. No le interesa en qué contaminado territorio vivirá en 20 años más, porque en realidad nunca vivió en él. Más bien, vivía en una especie de vasta plataforma productiva existente en el vacío, donde su territorio es, más bien, una especie de materia prima


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con ningún otro fin que no sea su usufructo. Y un usufructo por parte del otro dominador. Se ha perdido la dimensión temporal así como la espacial –no hay pasado, futuro ni territorio-, por lo que el ser humano ha llegado a autodefinirse como un ser fuera del tiempo y del espacio, fuera del mundo físico, de la historia, convirtiéndose en una herramienta de piedra, de una piedra a la que no le importa cómo nació, dónde está, dónde estuvo, cuánto ha existido, cuánto existirá. Una piedra que no tiene conciencia de sí misma. Sólo se limita a ser material de producción. A lo anterior, a la cesión de derechos, y a las limitaciones que impone el condicionamiento humano del acceso a los bienes, se agrega otra arista de la pérdida de la dimensión temporal: el tema de la administración del tiempo que no se tiene. Debido al aumento de la producción, la persona deja de tener decisión acerca de su tiempo y debe dedicar más de dos tercios de las horas de su vida sólo a producir algo que implica beneficios para otro y de los cuales no goza. Pierde tiempo y por tanto muchas experiencias, aparte de sacrificar el desarrollo de muchas otras habilidades, convirtiéndose en un ser no realizado y sólo obligado a enfocarse a producir, y para otros. No por nada, Marx habló de la alienación, en cuanto el hombre es explotado por el hombre


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y su trabajo no pertenece a sí mismo sino que al patrón. Su tiempo no es suyo, su ambiente no es suyo, ni su trabajo ni los productos de éste son suyos, ni sus derechos, ni el acceso a los bienes que necesita para subsistir.


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EL FRACASO DE LA RES ISTENCIA A LA ALIENACIÓN A mediados del siglo XIX, Marx se refiere a la ideología como este grupo de proposiciones que conciben al mundo en función de las ideas, las cuales se producen y embellecen deviniendo en una representación ilusoria de la realidad; para Marx, este es el pensamiento que prima y sostiene a la clase burguesa al hacer pasar los anhelos particulares de la clase patronal como las necesidades universales del pueblo. Dicho de otra forma, la burguesía cuenta con ideólogos, mientras que el proletariado tiene teóricos, quienes se adelantan en el conocimiento de la “realidad” sin necesidad de sobreestimar sus necesidades porque, justamente, éstas ya serían las universales de por sí. De este modo, el proletariado iría fortaleciéndose y formando conciencia revolucionaria desde los avances teóricos y el paso del tiempo, mientras que el capitalismo estaría cavando su propia tumba en su mismo proceso.

Sin embargo, al morir Marx, sus seguidores dieron un giro no muy afortunado; comenzaron a crear partidos políticos, una ‘ideología’ de los trabajadores. La “revolución” no comenzó en Inglaterra, el país más desarrollado del capitalismo, como vaticinó Marx, sino que en una tierra en donde el modelo


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estaba muy poco avanzado, con una burguesía débil y, por lo tanto, incapaz de resistir una revolución proletaria; Rusia. En 1922 venció la Revolución Bolchevique, y Lenin interpreta a Marx desde una esfera partidista, convirtiéndose su visión en el marxismo-leninismo, una sólida y acabada propuesta política que, sin embargo, se fue constituyendo como “una ideología de los que no necesitaban ideología”. Marx prometía mucho con sus palabras, nos daba esperanzas de liberarnos del macabro capitalismo, pero la distorsión de sus propuestas planteada por los totalitarismos –Stalin, Pol Pot, entre otros- terminó por agregar a un monstruo a la Tierra. En la URSS el capitalismo no tenía cabida, mas los abusos siguieron existiendo. Las revoluciones que han tomado la vía armada, por su parte, han caído en no comprender la complejidad del aparato que sostiene el capitalismo, el cual va mucho más allá del poder de fuego; de hecho, es el “poder suave” el que logra que, por ejemplo, la revolución cubana y la venezolana sean vistas como dictaduras, pues ninguna de las dos ha logrado desarrollar aún una acción efectiva frente a las máquinas ideológicas. Y bueno, la oleada de gobiernos de centro-izquierda, durante la mitad del siglo XX, que tampoco fueron capaces de salvar a América Latina de los planes surgidos en la Universidad de Chicago -laboratorio del neoliberalismo- y en la Escuela de las Américas, donde EEUU preparaba a los futuros golpistas de Chile,


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Argentina, Paraguay, Brasil, etc., en el contexto de la llamada “Doctrina de Seguridad Nacional”, que más bien es una suerte de militarización de la vida pública para hacer más fácil la manipulación de los países. En Chile se dio un caso especial: El socialismo había llegado al poder mediante el voto popular –nunca antes se había logrado eso en el mundo- en 1970 con la ascensión de Salvador Allende. El gobierno sí prometía respetar las libertades que no se consideraban en Cuba, Europa del Este y la misma URSS –un modo no-armado que Fidel Castro miraba con escepticismo-, por el simple hecho de ser un gobierno electo mediante la vía democrática. Pero sucumbió frente al golpe de Pinochet. Los golpistas justificaron su intervención en la idea de que “el Estado de Derecho se había perdido”. Dicho de otra forma, el Estado “no fue capaz de imponerse” ante la crisis política. Y mucha gente, muchos sectores –incluso la Democracia Cristiana chilena y Frei Montalva, antecesor de Allende y que había dirigido fuertes reformas hacia lo popular- apoyaron la interrupción de un gobierno socialista que cargaba, más bien, con el estigma de las “dictaduras” –algunas sin comillas- de izquierda del extranjero y que, por cierto y, fundamentalmente, amenazaba intereses de acumulación locales y globales. Como vemos, la resistencia al capitalismo se planteó, pero lo hizo de una forma precipitada,


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ganándose el rechazo de mucha gente, de una buena parte del pueblo, al que, se supone, representan.

Durante el siglo XX primó el debate entre Estado-Mercado. Unos abogaban por el libre mercado, la desregulación de los precios –sólo sometidos a la lógica de mercado- y el nulo control del Estado, mientras otros eran partidarios de una economía planificada centralizadamente. Pero siempre se pensó en entidades magnas. Porque, si nos damos cuenta, tanto el Estado como el Mercado abarcan a un número colosal de personas e imposibilitan que todos participen del sistema y de sus beneficios, así como no favorece para nada la personalización –o comunitarización- de los servicios. Se hace vista gorda, desde una u otra posición. Se toman como premisas los intereses y visiones de quienes están en los roles investidos de poder –empresarios, gobernantes- y se aplica “ley pareja, no es dura” a una gran aglomeración de personas que viven en lugares muy distintos, se agrupan en comunidades muy distintas y han configurado escalas de valores, historias, traumas y actividades diversas al máximo. En países como Liechtenstein o Tuvalu, el problema anterior quizás no es tan significativo, pues son países pequeños en extensión, con población relativamente homogénea –aunque no exentos de diversidad- y con un paisaje único, lo que facilita


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en gran medida la gestión de los asuntos públicos. Pero en países como Chile, Argentina, Perú, Brasil o Venezuela, debido a la diversidad de pueblos y culturas, así como a la cantidad de paisajes y realidades regionales, se necesita una política construida desde las provincias, cosa que se ha hecho en grados demasiado insuficientes, resultando los problemas mencionados recién. Es cierto, hay ciertos países chicos -como las Guayanas, Guinea Ecuatorial, Belice o varias Antillas- que no han corrido la misma suerte. Pero no olvidemos que, a diferencia de los anteriores, éstos no tienen un funcionamiento autónomo, sino que son considerados por las potencias que los dominan –explícita o implícitamente- bajo la ya mencionada vista gorda. Y es aún peor, pues caen en la categoría de colonias; ni siquiera participan de la identidad nacional de los países que les controlan; un haitiano difícilmente se consideraría francés, pero se le juzgó bajo leyes francesas y se obligó a aprender francés. Hoy, Haití es una república independiente, pero dista mucho de ser realmente autónoma, estando controlada militarmente por EEUU.


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EL DETERIORO DE LA V IDA SOCIAL Y FAMILIAR

Uno de los aspectos más notorios del ser humano inmerso en el mundo capitalista es su desenvolvimiento en círculos sociales nucleares y cerrados, dígase familia, amigos “puertas adentro” –que se juntan en las casas y no en la comunidad- y trabajo. La interacción de la familia nuclear con la familia extendida se ha visto bastante menos presente después de la década de 1980 en Latinoamérica, producto de los problemas que acarreaba reunirse con un número mediano de personas en el contexto de las dictaduras simultáneas en Chile, Argentina, Brasil y Paraguay, entre otros. Pero más allá de eso, es el ritmo de vida que ha impuesto la vida urbana a sus habitantes –un ritmo autoimpuesto, por cierto- el que ha devenido en un deterioro de los aspectos de la vida de la persona que no son, propiamente, productivos. La madre o padre de familia entrega demasiado tiempo en bandeja para la producción de bienes de cuyos beneficios no participa, comprometiendo los momentos que pueden ser aprovechados con sus hijos, o bien, descansando, desarrollando arte, haciendo deporte o cualquier actividad de ocio. Trabaja para “darle la mejor educación a sus hijos”, pasando forzosamente por alto que el primer y principal educador es ella o él mismo y


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que para eso necesita pasar tiempo significativo con sus retoños. Pretende mandarlos a los mejores colegios, pasando por alto el doble filo que implica la “educación en los valores” –muchos colegios hacen gala y publicidad de los valores para obtener alumnos-clientes, pero inculcando otras formas de relación en el aula, de las cuales no les conviene tanto hacer alarde -cacerías de deudores en las reuniones de apoderados y en la misma aula, por ejemplo-. También, trabaja para darles “lo mejor”. Compra televisores que nunca aprovecha, equipos de sonido que nunca ocupa. Le compra pomposos juguetes y consolas XBOX, PlayStation o Nintendo, mas nunca verá a sus retoños disfrutar de los movimientos de Mario Bros ni del vértigo de los juegos de autos –incluso habiendo sido gamers algunos en su juventud-; las relaciones padre-hijo se basan en intercambios superficiales de producto por agradecimiento, y pasan a transformarse en superficiales en sí mismas, perdiendo la profundidad, los temas posibles y luego la confianza, el diálogo, la información, el cuidado y la influencia en los hijos. Así como la vida familiar transcurre en la superficie, la vida en comunidad también se ha visto deteriorada. El individualismo característico de la sociedad de consumo capitalista implica la persecución de anhelos personalistas y,


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de cierta forma, egoístas. Esto está fundado en un patrón de desconfianza y suspicacia respecto a quienes rodean a la persona, en relaciones más bien nominales y quebradas desde el mismo momento en que se establecen; el ser humano inmerso en el sistema capitalista se dirige a otras personas sólo cuando éstas son útiles de acuerdo a su itinerario y sus expectativas de consumo; incluso, la vida en pareja se llega a establecer de ese modo, no pensando en la relación en sí, o bien, en lo que se refiere a los proyectos individuales, sino que, más bien, en sus implicancias en temas como la “seguridad económica” –concepto bastante iluso-. Pues bien, las relaciones se instituyen por razones superficiales y se desarrollan de forma superficial, lo que, sumado al encierro de las personas en sus ambiciones de consumo y de prestigio, deviene en la supresión de la identidad comunitaria y, por tanto, de cualquier lucha organizada significativa contra las injusticias que ellos puedan, con suerte, encontrar en la dinámica capitalista. Esto constituye otra arista de la alienación ya mencionada: el ser humano ahora se desentiende de su tribu, del grupo humano que lo vio crecer y del cual proviene gran parte de su visión de mundo; el ser humano deja de considerarse ser comunitario.


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Un proceso interesante es el que ya mencionamos y que tiene que ver con la nuclearización de la familia. Esto no va tan de la mano con la historia del capitalismo - como sí lo está con la era de la información y la globalización - pero sí tiene relación en cuanto puede considerarse una de sus últimas huellas. Durante la primera mitad del siglo XX, en pleno capitalismo, las familias en Latinoamérica solían ser numerosas, ya sea por la pobreza en las políticas de anticoncepción y control de natalidad, ya sea por la débil y reprimida educación sexual, ya sea por premisas imperantes. Sin embargo, esta gran prole está siempre amparada por la prole de los abuelos, de la cual provienen sus padres; existe conciencia de la continuidad de la familia. La casa de los abuelos solía ser el lugar que reunía a los hijos, los nietos, los yernos, las nueras, las familias que componen la gran suprafamilia. Todas las historias que allí corrían, como la del padre cuando era niño, o la del mismo niño cuando era bebé, contribuían a consolidar el sentido histórico de la familia.

Luego de la época de la irrupción de la informática, las relaciones familiares empezaron a darse por otros medios; ya no era necesario ir donde la abuela, darle un recado y acompañarla; los avances tecnológicos permitían que se le pudiera llamar por teléfono. Ni era tan necesario jugar con los


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primos y los hermanos, porque ahora estaba el nuevo hermano: la consola de videojuegos. Ya no fue necesario reunirse con alguien para saber de él, pues los nuevos medios nos daban la información de una forma mucho más cómoda. A todo esto se le suma la gran cantidad de relaciones que se basan en el intercambio virtual de información: Con esto no nos referimos sólo a las relaciones 100% virtuales, sino que, sobre todo, a aquellas que tienen un componente relacional humano-a-humano mínimo pese a que, incluso, el contacto sea entre personas del mismo pueblo o ciudad. Las relaciones humanas se virtualizan; terminan siendo poco más que palabras escritas, emoticonos e imágenes. Las palabras dejan de complementarse con los elementos propios del encuentro interpersonal físico, lo que lleva a que mucho del sentido que se quiere expresar se malentienda. No obstante, en los últimos 5 años, es posible observar cierto avance generacional en el manejo de la doble contingencia vía TICs; se han desarrollado formas de ser más preciso en cuanto a la intención de lo que se comunica vía chat o e-mail.

Un sentido particular de la virtualización de las relaciones se da en el ejercicio del sufragio. La voz del pueblo se limita a la elección entre contadas opciones que ni siquiera son propuestas por la misma gente, sino que por las cúpulas de


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los grupos políticos. Para los gobiernos y los grupos dominantes es bastante cómodo sentir que con el sólo hecho de brindar la oportunidad de voto se está haciendo a las personas participantes de las decisiones de la comuna, distrito, circunscripción, región o país.

La virtualización tiene como base el abuso de las tecnologías intermedias entre persona y persona; tanto en el aparato electoral, como en el teléfono, los videojuegos o las redes sociales. El uso de tecnologías, en sí, no es malo. Más bien, es una muestra de la peculiar capacidad humana de generar formas más eficientes, más eficaces y menos difíciles de llevar a cabo actividades que antes resultaban complicadas, tediosas, monótonas o, lisa y llanamente, imposibles. Pero los humanos hemos abusado de la tecnología y la hemos hecho internarse y apropiarse de aspectos tan elementales como las relaciones familiares y sociales. El ser humano se subyuga a las leyes de la tecnología, del aparato, y se convierte en herramienta de su propia herramienta.

Ha habido movimientos a favor de la recomposición de las relaciones, del reencuentro de la familia, la comunidad y de muchos países, pero el principal ha estado bajo el nombre y la tutela de una institución que tiene mucha responsabilidad en el


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mismo problema: La Iglesia Católica. La doctrina toma como base la unidad de la familia bajo el sistema del patriarcado, y su concepto de “unidad” en la familia no se aparta de esta concepción. Se impone la imagen del padre jefe de hogar, de la madre sumisa y casera, y de los hijos obedientes; se habla de “buena comunicación” en la familia pero siempre y cuando ésta no se salga de aquel patrón. Las relaciones de la familia ideal católica son rígidas, y más que unir a la familia, la amarran y la limitan. Las comunidades católicas, en tanto, reproducen a un nivel macro la rigidez de sus núcleos familiares. Son comunidades en donde las relaciones se basan en apariencias; la gente condena y destruye al inmoral y al hereje, y a todo quien no cumpla con la dinámica establecida; el miedo a esto obliga a que las personas se construyan una imagen publicitaria de sí mismas para mostrar en sociedad. La comunidad católica esconde y reniega de la diversidad sexual, de jóvenes que han abortado, trabajadores que sufren abuso bajo patrones “siervos de Dios”, para imponer la familia conservadora como la única manera viable y correcta de salir adelante y, a la larga, presentar la vía católica como la única opción conveniente y buena de vivir. Y se pone en palabras de Jesucristo –un personaje que da lugar a muchas conjeturas fuera de su imagen celestial- la frase “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, cuando el mensaje verdadero es “Más te vale


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que sigas a nuestra iglesia como si fuera el único camino, la única verdad y la única fuente de vida”. Las intenciones de quienes dirigen la Iglesia se camuflan y esconden tras la imagen de un ser humano como Jesús de Nazaret, que no necesitaba ser hijo de una virgen, caminar sobre el agua ni resucitar de entre los muertos para ser una gran y admirable persona. Como vemos, estamos frente a un panorama sombrío frente al cual las cúpulas católicas y conservadoras no reconocen su responsabilidad y sólo pretenden ser vistas como “redentores”. Como ya dijimos, apariencias.

A todo lo anterior, debemos agregar el constante apoyo que el grueso de la Iglesia ha dado al capitalismo históricamente, pasando por alto todo efecto de éste en las relaciones humanas y descuidando la consecuencia de sus discursos. La relación entre capitalismo e iglesia se ha ido dando bajo la forma de un intercambio; la Iglesia proporciona un sustrato ideológico-espiritual al modelo, mientras que el capitalismo brinda riqueza y status al clero superior –los curas de pueblo no gozan de los privilegios, pues el clasismo se da también internamente en la Iglesia-, al mismo tiempo que garantiza la existencia prolongada de la población pobre, la cual sirve a la Iglesia para llevar a cabo labores de caridad, entendiendo esto no como una intervención, sino que como un


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simple placebo asistencialista que suple las necesidades inmediatas mas no tiene intenciones de generar competencias en el pobre para que deje de ser pobre. Esto tiene mucho que ver con una visión trascendentalista; con la idea de que el mundo terrenal es un “valle de lágrimas” y que debe ser soportado como tránsito hacia la vida eterna, la vida después de la muerte; la caridad es una “ayuda en el camino”, en el camino hacia otra vida. Por tanto, las aspiraciones de los seres humanos en este mundo se consideran irrelevantes. Es cierto, hay algunas divisiones de la Iglesia que han tenido una misión fundamental de resistencia y de verdadera preocupación por la justicia social –no por la caridad y el asistencialismo-, pero no son mayoritarias en la Iglesia y son constantemente hostigadas por los grupos poderosos. Cabe reconocer el gran aporte de la orden Jesuita, de los teólogos de la liberación, entre otros y, en Chile, por cierto, del padre Alberto Hurtado en el fortalecimiento de la actividad sindical durante los años 40’ y de la Vicaría de la Solidaridad en la protección y ayuda a los perseguidos por la dictadura de Pinochet y a sus familias.


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EL AVANCE SUPERFICIAL DE LA EDUCACIÓN La educación ha sido declarada como un importante arma para combatir la enajenación. Si se entiende como instrucción, sin embargo, tal arma se vuelve contra las personas y no hace más de reproducir las desigualdades y la alienación. Y los avances en educación en Chile han sido básicamente superficiales en este tema.

Las reformas implementadas en las últimas décadas han devenido más bien en una pantalla, en una ilusión. El paso de una educación instructiva y conductista a una educación horizontal, constructivista y con énfasis en el sentido histórico no ha ocurrido en Chile tal y como se alardea en los sectores conformistas. Los criterios de selección y evaluación, que supuestamente evalúan logros relativos a la propia construcción de mundo de los educandos, son netamente conductistas y están midiendo, lisa y llanamente, respuestas a estímulos definidos por unos pocos. En un sentido más amplio, la misma educación se está basando actualmente en una inversión para cosechar determinadas respuestas a un orden social y, por cierto, para adoctrinar a quienes estudian en la dinámica de la competencia, del miedo a la cooperación y de la aceptación los procesos que rigen el mundo actualmente. De


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hecho, el logro educativo se tiende a ver como algo individual, así como el fracaso se atribuye a ‘flojera’ o incluso ‘retraso mental’ del alumno o alumna, situándose estas concepciones muy lejos del sentido colectivo y cooperativo de la educación; otro gallo cantaría en las aulas y las políticas públicas si se comprendiera que el conocimiento se construye colectivamente y que el fracaso de un alumno es el fracaso de un sistema y de toda una colectividad al no generar un aprendizaje significativo e igualitario. La selección escolar cae en este punto e, incluso, se puede considerar una reiteración del capitalismo, al permitir que un grupo selecto aproveche el conocimiento que han construido todos. La educación –y por tanto el desarrollo- se concibe como algo individual y dirigido hacia la competencia, hacia aplastar al otro o dejarlo en el camino.

Además del falso avance y de la individualización, vemos que el sector educativo se ha visto muy ligado a intenciones de lucro y que la actividad educativa en sí ha pasado a un segundo plano; ha pasado a ser un servicio por el que se paga, y no un derecho al que se debe garantizar el acceso equitativo. Es cierto, la cobertura del sistema escolar ha aumentado considerablemente, pero decir que “todos los niños tienen acceso a educación” sería incurrir en una aseveración


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que no va más allá de lo nominal y lo discursivo; una cosa es asistencia a clases, y otra muy distinta es que lo que se realice en la escuela sea realmente una actividad educativa. Por cierto, las escuelas chilenas son excelentes regimientos en donde se adoctrina y se fuerza a la adaptación, y en donde no se forman sujetos que construyan la sociedad, sino que se deja a la sociedad obtener los sujetos que necesita para mantener lo que pareciera ser su desigualdad elemental.

Frente a todo este panorama, lo más fácil sería culpar al personal del colegio –una escuela es mucho más que sólo los docentes-. Sin embargo, al darse un poco más de tiempo, podemos constatar que estos trabajadores están, más bien, con las manos atadas. Basta con pensar que se necesitan docentes tranquilos en su actividad, satisfechos con su remuneración y motivados por su medio para que el efecto del trabajo educativo recién tenga un efecto significativo. Pero estamos muy lejos de eso. Tanto el profesor como el “asistente de la educación” chileno están desvalorados, libran una constante lucha contra el desinterés de los alumnos, contra las exigencias hipócritas de los apoderados y contra una remuneración tremendamente injusta, que ni siquiera mueve la balanza frente al enorme peso de su esfuerzo. Al contrario, es este mismo el que se ve disminuido por las mismas batallas recién


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aludidas. Un trabajo que no se realiza bajo condiciones justas desgasta.

Volviendo al tema del lucro, el Estado, al conferir la responsabilidad sobre la educación a privados, queda en una posición bastante cómoda. Tal situación deja ver una confianza ciega en el mercado y sus leyes, sean éstas aplicadas incluso en un tema tan delicado como la formación de personas. Los sostenedores de Chile, por medio de la subvención otorgada por asistencia –la pantalla ideal-, obtienen bastantes ganancias, lo que les libra de preocuparse de ir más allá de la asistencia. El proceso educativo escolar de cada alumno, por tanto, es abandonado por quien –se supone- asumió la responsabilidad. A esto le sumamos lo dicho en un apartado anterior respecto a la ausencia de los padres trabajadores explotados y enajenados.

La educación es un frente del cual se conoce su potencial. Sin embargo, ha sido astutamente teñido y tomado por la lógica de exclusión y alienación. Se ha convertido en la fábrica de mentes, una fábrica que fue explícita durante siglos y que en las últimas décadas se ha sumado al discurso de un “constructivismo superficial” y del sentido histórico pero que, sin embargo, sigue operando bajo los mismos principios. La


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educación no ha dejado de ser una máquina de reproducción social, como lo dijera un tal Bourdieu hace ya bastantes años.


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LA NECESIDAD DE UNA ALTERNATIVA DE EQUID AD

Durante el curso de estas páginas se ha expuesto una visión que pude ser considerada fatalista. Sin embargo, el sentido de estos escritos, más bien, se dirige hacia el polo opuesto; hemos de reconocer que nos encontramos en una situación preocupante, pero sería patético quedarnos contemplando la injusticia sin siquiera ponerse a pensar en alguna alternativa que, a la larga, se convirtiera en solución. De hecho, quizás pensar en solucionar, en poco tiempo, el problema de la injusticia o pensar en vencer inmediatamente el capitalismo terminaría siendo desgastante; pero tenemos la opción de plantear una alternativa. Una alternativa que reencuentre al ser humano con su historia, su ambiente, con el fruto de su trabajo y, por cierto, con los otros seres humanos, pasos necesarios para sacarse la venda.


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Documents

Galgo (2009) - Sobre La Alienación