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Formación del zamorano Gamarra1 Carlos Herrejón Peredo El Colegio de Michoacán Merecida atención ha recibido la figura de Juan Benito Díaz de Gamarra, polígrafo y maestro que contribuyó en primera fila a la introducción de la filosofía moderna en México, o mejor dicho, a la difusión de la modernidad en múltiples campos: la educación, la ciencia, las matemáticas, la oratoria, el arte, la espiritualidad, y desde luego, la filosofía. Esta última faceta ha sido la mayormente destacada, entre otros, por Valverde, Gaos y Junco de Meyer. La visión adecuada sobre el ilustre zamorano está demandando la atención sobre los demás aspectos de su obra, cuyos empeños y logros lo definen mejor dentro de un campo cultural e interdisciplinario más vasto. En todo caso, quedaba una laguna por llenar antes que eso: la formación de Gamarra. Los datos de su biografía, particularmente los de su biografía intelectual, eran muy escasos por lo que se refiere a su formación. Otro de sus estudiosos, Bernabé Navarro, consignaba hace diez años: “Sobre sus estudios en el Colegio de San Ildefonso y sobre quiénes fueron sus maestros, no se sabe nada[...] Cuándo entró en ese colegio de los jesuítas y cuándo lo dejó, no lo sabemos”.2 El señalamiento de Navarro fue una invitación y un reto. No sólo para encontrar su relación precisa con el colegio jesuita, sino también para reconstruir en otros aspectos piezas fundamentales de su formación, esto es, la raigambre que también explica los frutos, la raigambre que lo vinculaba al mismo terreno donde florecían simultáneamente otros adalides de la modernidad cultu- ral en nuestro siglo XVIII, los precursores de la subversión de las mentes.

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Formación del zamorano Gamarra1

Carlos Herrejón Peredo El Colegio de Michoacán

Merecida atención ha recibido la figura de Juan Benito Díaz de Gamarra, polígrafo y maestro que contribuyó en primera fila a la introducción de la filosofía moderna en México, o mejor dicho, a la difusión de la modernidad en múltiples campos: la educación, la ciencia, las matemáticas, la oratoria, el arte, la espiritualidad, y desde luego, la filosofía. Esta última faceta ha sido la mayormente destacada, entre otros, por Valverde, Gaos y Junco de Meyer. La visión adecuada sobre el ilustre zamorano está demandando la atención sobre los demás aspectos de su obra, cuyos empeños y logros lo definen mejor dentro de un campo cultural e interdisciplinario más vasto. En todo caso, quedaba una laguna por llenar antes que eso: la formación de Gamarra. Los datos de su biografía, particularmente los de su biografía intelectual, eran muy escasos por lo que se refiere a su formación. Otro de sus estudiosos, Bernabé Navarro, consignaba hace diez años: “Sobre sus estudios en el Colegio de San Ildefonso y sobre quiénes fueron sus maestros, no se sabe nada[...] Cuándo entró en ese colegio de los jesuítas y cuándo lo dejó, no lo sabemos”.2

El señalamiento de Navarro fue una invitación y un reto. No sólo para encontrar su relación precisa con el colegio jesuita, sino también para reconstruir en otros aspectos piezas fundamentales de su formación, esto es, la raigambre que también explica los frutos, la raigambre que lo vinculaba al mismo terreno donde florecían simultáneamente otros adalides de la modernidad cultu­ral en nuestro siglo XVIII, los precursores de la subversión de las mentes.

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Las raíces

“Un temperamento benigno y saludable, abundante de aguas con variedad de pescados, la tierra fértil de todo género de frutos y semillas, fecunda de ganados mayores y menores.” Así era el valle de Zamora en el siglo XVIII, según Juan Benito Díaz de Gamarra, quien nació ahí el 21 de marzo de 1745.3 Como solía suceder entonces, el uso de los apellidos era en cierta medida discrecional, de manera que nuestro personaje, por decisión propia o ajena, quedaría frecuentemente sólo con Gamarra y sin Díaz, provocan­do así confusiones a biógrafos y bibliógrafos.

El matrimonio de sus padres significó una alianza entre la agricultura del lugar representada por la criolla Ana Dávalos Martínez de Aldana y por los intereses comerciales del vasco Diego Díaz de Gamarra, casados en la misma villa del Duero el 8 de mayo de 1740.4 El padrino de este enlace y también padrino de su retoño fue un hermano de Diego que se llamaba Juan Angel Díaz de Gamarra, igualmente mercader, pero más emprendedor y afortunado, como quiera que aparece en transacciones del tiempo comprando y vendiendo, pidiendo y prestando, además de ejercer el cargo de regidor en la villa.5 La riqueza de Juan Angel serviría para asegurar una esmerada educación del ahijado y quizá para financiar, llegado el momento, proyectos de ilustra­ción y reforma.

Muy probablemente Juan Benito aprendió en Zamora las primeras letras, pues había escuela de ese nivel. Mas al parecer fue en el Colegio de San Pedro y San Pablo de México, plantel educativo de la Compañía de Jesús, donde cursó el siguiente ciclo, la gramática, española y latina, así como la retórica. La gramática se impartía en no pocos lugares de la Nueva España; por ejemplo, en el obispado de Michoacán, al que pertenecía Zamora, había una docena de colegios de gramática.6 Pero según parece, en la Zamora del niño Gamarra todavía no se fundaba institución que la enseñara.7

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En todo caso, la opción de los familiares de Gamarra por San Pedro y San Pablo implicaba generalmente la elección, como internado o seminario, de El Colegio de San Ildefonso, que com­plementaba la formación intelectual dando asesoría y repeticio­nes, al mismo tiempo que proporcionaba la específica formación seminarística. Esta elección de San Ildefonso significaba la pre­tensión de procurarle lo mejor y de abrirle mayores posibilidades para el futuro, puesto que los exalumnos del célebre colegio habían ido formando el grupo más conspicuo de profesionistas criollos.

El latín que se aprendía en México a mediados del siglo XVIII solía trasmitirse a través de apuntes o textos elementales y antolo­gías en que figuraban Cicerón, Virgilio, Ovidio y Nepote o algún otro. Se alternaban esos autores con fragmentos de la Vulgata y Santos Padres. Eso era lo mínimo; pero cuando Gamarra pisó las aulas de San Ildefonso, una corriente renovadora sacudía la insti­tución desde su raigambre lingüística. La famosa constelación de jesuítas ilustrados empezaba a imponer un conocimiento más amplio, depurado y profundo de los clásicos latinos. Probable­mente Gamarra inició los cursos de gramática en 1754. Entre ese año y el de 1757 los maestros de gramática en el Colegio de San Pedro y San Pablo fueron: José Espada, Joaquín Ibáñez e Ildefonso Corro para los incipientes o “mínimos”; José Zamorano para medianos; y Pedro Barrote para mayores; en tanto que Julián Parreño y Joaquín Leguinazabal enseñaron retórica.8

La función de la gramática latina era más formativa que infor­mativa. Como aprendizaje temprano de otra lengua, ofrecía un punto de referencia para el mejor conocimiento de la propia lengua castellana. En cuanto instrumento propedeútico, abría las puertas de un amplio sector de la cultura occidental, pues los estudios superiores de aquel tiempo seguían impartiéndose prevalentemente en latín.

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Formación de filósofo

Gamarra emprendió los estudios de filosofía o artes en octubre de 1757, esto es, cumplidos los doce años. Seguiría en San Ildefonso, así como en San Pedro y San Pablo, institución equiva­lente a universidad y poseedora de riquísima biblioteca, bien que todos sus alumnos tuvieran que graduarse en la Real y Pontificia Universidad de México, como los de cualquier otro colegio novohispano.9

El maestro de Gamarra en los tratados filosóficos de lógica, física y metafísica fue el jesuíta José Muñoz. Había en su grupo diecinueve alumnos. Al término del curso de lógica, agosto de 1758, Juan Benito mereció este juicio: “Respondió lo bastante para probar capacidad y estudio. Fue el primero de sus condiscí­pulos que se opuso a la lógica con argumentos.” Un año después, al presentar sus apuntes de física y metafísica, siendo interroga­do sobre esas materias, “lo hizo especialísimamente bien.” Al término del ciclo escolar 1757-1759, Gamarra, al igual que otros seis compañeros, obtenía primer lugar. A nuestro zamorano tocó presentar dos actos: uno de Proemiales y otro del ciclo entero. Pero quedó fuera de la terna de compañeros que además de primer lugar, alcanzaron grado público: José Santo Isla, Francis­co Ocampo y Pedro Lavarrieta.10

El contenido general de los cursos de filosofía o artes refería temas de las obras aristotélicas desarrolladas o compendiadas didácticamente en algún manual o por el propio maestro de la materia. Por ejemplo, en el mismo Colegio de San Pedro y San Pablo el jesuita paisano de Gamarra, Diego José Abad, siendo maestro de artes en 1754 y 1755, dejó en apuntes de discípulos tres tratados filosóficos: física, metafísica y lógica.11 Conforme a estos apuntes de Abad, en física o filosofía natural se empieza con una introducción general (Proemiales) y luego se agrupan los temas en tres libros: el primero trata los principios intrínsecos primarios de los cuerpos naturales, la materia prima, la forma substancial, la unión y el todo compuesto; el segundo, las causas o

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principios extrínsecos de los cuerpos naturales; y el tercero, el movimiento, la acción, la pasión, el lugar, el vacío, el tiempo y el infinito. En metafísica, llamada “filosofía ultranatural” por Abad, se aborda el ser en común, sus atributos, el ser posible y el existente, la substancia y el accidente, la subsistencia, el opuesto al ser real o del ser negativo y quimérico, origen y acabamiento de las cosas; y el alma. En lógica, se trata la primera operación de la mente, la segunda y la tercera; la naturaleza y las propiedades de la lógica, el universal en común, la identidad y la distinción ante la operación del intelecto, cada uno de los universales, o sea, de los predicables, el género y la especie, los demás predicables; los predicamentos o categorías aristotélicas; los antepredicamentos, los predicamentos y los postpredicamentos; los Analíticos aristotélicos.

Hace falta un estudio profundo sobre esta obra de Abad. Dada su pertenencia al grupo renovador de jesuítas, no es im­probable que tras los contenidos aristotélicos y de escolástica tradicional, ya hubiera algunas orientaciones modernas. Ronan, al comentar brevemente el tratado filosófico que dejó Clavijero hacia 1765, mismo que considera a filósofos y científicos moder­nos, estima que una de las fuentes de Clavijero fue la obra de Abad, quien por otra parte escribió un libro de matemáticas y otro de álgebra.12 Es, pues, significativo que en las mismas aulas donde estudió Gamarra la filosofía ya hubiera pasado apenas dos años antes la docencia de Abad. Sin embargo, parece que el maestro efectivo de Gamarra, José Muñoz, no destacaba por su apertura a las nuevas corrientes y se atuvo más bien a la reco­mendación de la XVII Congregación General de la Compañía de 1751 a favor de la enseñanza de la física con el método silogístico,13 indicación que por otra parte saldría sobrando, si no se hubieran introducido ya —como estaba sucediendo— otras corrientes en esa materia.

Con tales supuestos Díaz de Gamarra, al cabo de poco más de dos años, concluyó los estudios de filosofía y fue a presentar

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examen a la Universidad. Sus sinodales fueron el escritor jesuíta Francisco Xavier Lazcano, el doctor José Maximiliano Velasco y el clérigo secular Juan Ignacio de la Rocha, quien andando los años, ya de obispo de Michoacán, sería primero protector y luego excomulgador de Gamarra. Recibió, pues, el zamorano el grado de bachiller en artes o filosofía el 9 de enero de 1760, llegando casi a los quince años.14 No deja de sorprender lo temprano de la edad para andar en estudios filosóficos. Podríamos pensar que necesariamente se trataba de un genio. Sin embargo, aun recono­ciendo precocidad en Gamarra, hemos de decir que tal edad, uno o dos años más, era bastante frecuente en los estudiantes de filosofía, cuyos cursos, más que carrera de especialidad, se consi­deraban ciclo propedeútico o de preparación básica general. Su sentido era proporcionar al alumno, en un nivel elemental, con­ceptos claves, teorías fundamentales e iniciación dialéctica y abstractiva, para acceder luego a otros campos del saber, o al menos para completar, después de la gramática, la preparación mínima general de un profesionista académico. Por ello, un ba­chillerato en filosofía no era raro. Muchos se quedaban allí. Para algunos otros significaba un escalón hacia otras carreras que aseguraban mejor posición y mayor realización profesional. En el bachiller zamorano había todo esto y algo más: su iniciación filosófica significaría la base, con sus deficiencias y aciertos, para ir madurando un trascendente proyecto de reforma en esos mis­mos estudios.

Tal vez por sugerencias ajenas o por ventajas prácticas, quizá también por su espíritu de insaciable saber, Juan Benito se enfiló al derecho canónico. Y así de mayo de 1760 a mayo de 1764 cursó cánones en la Universidad de México. No sabemos porqué no continuó en San Pedro y San Pablo. Sin embargo, prosiguió esos cinco años de interno en San Ildefonso, donde contó con la asesoría de Diego José Abad, que ya se encontraba en el Colegio de San Ildefonso en calidad de prefecto académico en ambos derechos y luego también en teología. En estas disciplinas el criterio de Abad fue renovador. Propugnó porque se estudiara el

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derecho en su dimensión histórica, introduciendo al efecto las obras de Juan Vicente Gravina, y —mucho antes que Hidalgo— también propugnó por la teología positiva, esto es, aquella que atiende primordialmente a las fuentes: Sagrada Escritura, Patrística, Historia de la Iglesia.15

La carrera de cánones duraba cinco años, distribuidos de tal manera, que a lo largo de todos ellos se cursara Prima de Cáno­nes; en dos de ellos Decreto; en uno, Instituta; en uno, Clementinas; y en uno, Vísperas de Cánones.16 Eso significaba que Gamarra se fue introduciendo en el conjunto de normas denominado Corpus Iuris Canonici y repartido escolarmente de la siguiente manera: en la clase de Decreto se estudiaba el material compilado por el canonista medieval Graciano a media­dos del siglo XII y dividido en tres partes: ministerios, negocios y sacramentos; en la cátedra Prima de Cánones se trataban las Decretales de Gregorio IX, compiladas a mediados del siglo XIII y que se refieren a personas jerárquicas, juicios en materia no criminal, cosas sagradas o matrimonio, penas y procedimien­to penal; la cátedra Víspera de Cánones constituía una afinación y continuación de los cinco libros de Decretales y se llamaba por eso Liber Sextus, compilado por Bonifacio VIII a fines del siglo XIII. Finalmente las Clementinas formaban otra compilación de principios del siglo XIV debida a Clemente V.17 La clase de Instituía, en cambio, era una somera iniciación al derecho civil, conforme principalmente a elementos del derecho romano, en que se trataba de personas, cosas y acciones.

El contenido de todos esos materiales era explicado y adicio­nado por los maestros. De modo especial se hacía necesario añadir lo dispuesto en materia disciplinar por los concilios Constanciense, Basilense, Lateranese V, y sobre todo, por el Tridentino. Asimismo, no había que olvidar los decretos particu­lares de los concilios españoles y novohispanos, singularmente los del Concilio III Mexicano. Parte de estas adiciones estaban ya integradas en un amplio curso de derecho canónico hispano e

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indiano, escrito en latín por el jesuíta Pedro Murillo y ordenado conforme a las Decretales.18

El lustro de estudios jurídicos, concluido en 1764 con el grado de bachiller en cánones, conllevó para Gamarra una visión del hombre y de la vida fundamentada sobre el orden. Estructuró la mente del aprendiz zamorano conforme a moldes que sintetizan largas tradiciones culturales del Occidente: Sagrada Escritura, Santos Padres, concilios, derecho romano, jurisprudencia, y sobre todo , el derecho eclesiástico en su apogeo medieval. Prosiguiera o no dedicado al derecho, Gamarra tenía asimilados los años de universidad. Le servirían para un doctorado. Pero más que eso, su huella se nota en el sentido de las responsabilidades y en el cuidado de las formas, en su destreza para defenderse de cual­quier impugnación, en su manera de argumentar, a veces hasta en filosofía, invocando y acumulando autoridades, bien que fuesen modernas, y finalmente, en la lucha canónica e intransigente con el obispo De la Rocha.

Los maestros de Gamarra en su carrera de cánones fueron: en Prima de Decreto, Agustín Bechi; en Vísperas de Decreto, José Pereda; en Clementinas, Andrés Llanos Valdés; y en Instituta, Bartolomé Barrientos.19 Parece que el primero de ellos ya estaba entrado en años, pues al poco tiempo se jubiló. Pereda por su parte, siendo filipense, hubo de ser uno de los nexos primeros de Gamarra con el Oratorio de San Felipe.

La estancia en San Ildefonso se había prolongado hasta por diez años, dejando en Gamarra huella profunda. De los jesuítas bebió la espiritualidad ignaciana, particularmente a través de retiros y ejercicios espirituales, prácticas que retomará en su oportunidad. De ellos también aprendió antiguos y nuevos méto­dos de enseñanza. Y aunque no todos los reformadores hayan sido sus maestros, conoció y admiró a varios en persona; pues además de Parreño y Abad, que trató más, otros se reunieron ahí en San Ildefonso el año de 1763, como Campoy y Clavijero, para tratar la

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modernidad y depuración de la filosofía, teología y demás ciencias; poner sin cursos formales, academias de ciencias y de lenguas modernas en todos los colegios de la provincia; que se redujera el sistema de los dictados (mamotretos) y que se adoptaran libros modernos de texto.20

El espíritu inquieto de Gamarra debió lamentarse de que la renovación plena llegaba cuando él terminaba sus estudios. Sin embargo no cabe duda que el zamorano bebió bastante de esa renovación a través de asesorías y conversaciones con Abad, quien dejó San Ildefonso en 1763, un año antes que Gamarra. Cabe notar que mientras éste cursaba cánones, un joven de Gua­najuato, también colegial de San Ildefonso, estudiaba con empe­ño y lucimiento la filosofía. Se llamaba Andrés de Guevara y Bazoazabal; sería jesuíta y estando desterrado en Europa, se convertiría en destacado renovador de la filosofía, particularmen­te por un texto suyo que se imprimiría repetidas veces.21

Una última cuestión sobre los años de San Ildefoso. Aunque las clases no costaban, el internado sí requería pago. La familia de Gamarra tenía solvencia para ello, particularmente por parte de su tío Juan Angel. Sin embargo, algo hubo de ocurrir hacia los últimos años de la carrera de Juan Benito, porque entonces sobrevino la necesidad de subvencionar la pensión, procurándose los ingresos de una capellanía, que al mismo tiempo contribuirían a formar la congrua sustentación para el clérigo Gamarra, puesto que a ese estado se inclinaba. Había una capellanía instituida por el general Juan de Torres en 1744. Conforme a su voluntad testamentaria, después del primer capellán nominado por él mis­mo, la habrían de gozar dos capellanes elegidos por el rector del Colegio de San Ildefonso, quien sería el patrono de la capellanía, escogiendo a dos criollos alumnos del colegio que fuesen de origen vasco y no tuviesen suficiente modo de sustentarse. El capital con que se fundaba la capellanía montaba seis mil pesos impuestos a censo sobre unas haciendas de la región de Tlalpujahua. Los réditos anuales importaban trecientos pesos, o

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sea, ciento cincuenta para cada capellán. Estos tendrían la obliga­ción de celebrar treinta misas al año en la Profesa a intención del fundador. Mas podrían ser tales capellanes aun antes de ordenar­se, en cuyo caso habrían de mandar decir las misas, pagando un peso por misa. De manera que a cada capellán le quedarían ciento veinte pesos. El 28 de abril de 1763 quedaron designados los capellanes: Juan Benito Díaz de Gamarra y su pariente José Benito Dávalos.22 Así las cosas, nuestro zamorano al salir de San Ildefonso al año siguiente, ostentaba dos bachilleratos y contaba con una capellanía.

El novel oratoriano

El hecho mismo de aspirar a la capellanía y obtenerla, declaraba que Juan Benito no pensaba entrar en la militancia jesuíta, deste­rrada ya entonces de Portugal y de Francia. Mas por otra parte deseaba vivir su vida clerical en un ambiente que favoreciera su piedad y su inclinación al estudio. El 15 de noviembre de 1764, “habiéndolo pensado con bastante tiempo”, llamaba a las puertas del Oratorio en la villa de San Miguel el Grande. Lejos de la capital del virreinato, lejos de Zamora y de Valladolid, pero en su provincia michoacana, quería ser filipense, es decir, sacerdote secular sin emisión de votos, con la peculiaridad de llevar vida en común conforme a normas y costumbres de Felipe Neri, santo de la reforma católica, caracterizado por el buen humor y el modo apacible. El motivo expresado por Gamarra en la solicitud era conseguir el provecho de su alma “con la mayor suavidad”, esto es, sin tropiezo.23 Entre los filipenses Juan Benito podría conser­var sus bienes de fortuna y podría visitar más libremente a sus familiares.

Por otra parte, el Oratorio en Nueva España tenía fama de piedad y letras. Díaz de Gamarra había conocido a varios oratorianos o filipenses desde los días de San Ildefonso, puesto

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que estudiaban ahí o en la Universidad, o bien eran maestros como José Pereda. Algunos de ellos seguramente se hacían len­guas de su correligionario Luis Felipe Neri de Alfaro, el filipense constructor del santuario de Atotonilco y piadoso sacerdote con fama de santo que atraía gentes de diversas latitudes.24

San Miguel el Grande era una de las principales poblaciones del obispado de Michoacán, como centro comercial y manufac­turero en el camino de México a las regiones norteñas y cruce de rutas entre el Bajío y las minas de Guanajuato, San Luis Potosí y Zacatecas. Lo templado de su clima, lo pintoresco de su paisaje y la calidad de sus edificios, ya hacían entonces de San Miguel un lugar intersante con todo y sus arrabales cuya población se había incrementado notablemente en la primera mitad del siglo XVIII.25 Así se descubría a los ojos del zamorano Gamarra, quien andan­do el tiempo escribiría una relación de la villa y su jurisdicción.26

La parroquia estaba administrada por el clero secular. Había también convento de franciscanos y convento de religiosas concepcionistas. Los filipenses, llegados en 1718, habían ido estableciendo casa, iglesia y colegio. El ingreso de Gamarra al Oratorio también lo fue a ese colegio adjunto intitulado de San Francisco de Sales, plantel que funcionaba además como semi­nario de la congregación oratoriana y colegio para seglares. Contaba con cátedras de gramática, retórica, filosofía y teolo­gía.27 Juan Benito quedó adscrito a la comunidad oratoriana en calidad de hermano. Durante dos años y meses muy probable­mente hubo de estudiar la teología, ciclo que le faltaba cubrir para completar la formación eclesiástica. Mas no se dedicó ente­ramente a ello, puesto que además de satisfacer las obligaciones del noviciado, hubo de impartir cátedra de gramática y temporal­mente de filosofía.28 De tal guisa, la formación teológica de Gamarra parece fue deficiente, al menos en comparación con los otros ciclos que había cubierto con plena dedicación de tiempo y en ámbito universitario.

Los cursos de teología se agrupaban en dos: la dogmática y la moral. La primera en universidades y colegios grandes contaba

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con dos cátedras: Prima y Vísperas. Era predominantemente especulativa, esto es, desarrollaba la reflexión sistemática sobre los datos de la Revelación cristiana, otorgando un amplio margen a la discusión de diversas opiniones, todo en los moldes de la escolástica según las principales escuelas: tomista, escotista y suareziana. Mas el punto de partida en muchos casos era un texto anterior a los grandes autores de tales escuelas: el Libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, autor del siglo XII, dividido en cuatro: 1) Unidad y Trinidad de Dios; 2) Dios creador y gracia; 3) el Verbo Encarnado y Cristo Redentor; virtudes y mandamien­tos; 4) Sacramentos y novísimos. En esta obra se confrontaban testimonios de la tradición cristiana en torno a los temas señala­dos buscando su congruencia y sistematización. La escuela tomista adoptó la filosofía aristotélica y edificó con ella amplios comenta­rios y sumas, comenzando por la de santo Tomás.29 Muy probable­mente fue esta escuela la que se seguía en el colegio oratoriano de San Francisco de Sales, bien que su nivel no pudiera comparar­se con el universitario. Junto a esta teología especulativa siempre había existido otra, la positiva, aquella que desarrolla más el acopio y crítica de las fuentes de la Revelación cristiana, profun­dizando el análisis directo de la Sagrada Escritura, la Patrística, el Magisterio, la Historia de la Iglesia y la filología, sin otorgar tanta importancia a reflexiones ulteriores en el marco de tal o cual sistema filosófico, ya fuera el platónico, ya el aristotélico, ya cualquier otro. En realidad teología especulativa y positiva son dos aspectos de una misma disciplina. El caso fue que desde mediados del siglo XVIII entraron en la capital novohispana corrientes que abogaban por dar mayor atención a la teología positiva, postergada en aras de la especulativa. Ya vimos como fue precisamente Diego José Abad uno de los pioneros en esa renovación.30 Si Gamarra hubiera continuado la teología estando en San Ildefonso, habría contado con tal orientación. En la provincia michoacana la renovación teológica ocurriría varios lustros más tarde y Miguel Hidalgo sería uno de sus impulsores.31 Al parecer, pues, la teología que estudió Gamarra en San Miguel

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de 1764 a 1767 correspondía a modelos más o menos rutinarios de la teología especulativa. Incluso podemos preguntarnos hasta qué punto se le exigió conocimientos teológicos, ya que con el bachillerato en cánones y un mínimo de otras disciplinas ecle­siásticas podría ser ordenado. Mas Juan Benito estaba muy jo­ven. Apenas frisaba en los veinte años. Más allá de estudios formales, aprovechó leyendo por su cuenta y con espíritu crítico.

Así, de esta primera etapa sanmiguelense, son de notar dos denuncias que presentó ante la Inquisición en 1766: una contra las obras canónicas de Van Espen y la segunda contra el verdade­ro método de estudiar de Luis Antonio Verney, conocido como el Barbadiño.32 En estas denuncias aparece Gamarra con un celo por la ortodoxia tan ingenuo como conservador. En el caso de Van Espen al novel bachiller de cánones le parecen temerarias algunas proposiciones. Ignoraba que el autor ya había sido puesto en el índice por jansenista y galicano desde 1704,1713 y 1732, así como prohibida su obra por la Inquisición en 1764. Por lo que toca al Barbadiño, Gamarra juzgó irrespetuosas ciertas expresio­nes que en realidad no ameritaban denuncia. Lejos, pues, se muestra aquí Gamarra de lo que sería a su vuelta de Europa: un admirador y realizador de las ideas del Barbadiño y un pedagogo que inculcaba respeto al soberano regalista, no obstante que continuaba su veneración por maestros jesuítas. Estas actitudes posteriores se aprecian en el reglamento o Máximas de Educa­ción que siete años más tarde redactaría para los alumnos de el colegio de San Francisco de Sales.33

Detrás de las denuncias hay un dato más importante que ellas: a los veintiún años Gamarra leía a un notable canonista moderno y se iniciaba en una de las obras claves para la ilustración ibero­americana, el Barbadiño. Más allá de la ingenuidad estaba la inquietud por obtener respuestas.

Por los años de 1765 y 1766 en el Oratorio de San Miguel había normalmente seis padres o clérigos, de seis a ocho herma­nos y uno o dos pupilos. El colegio era aparte. De los padres son

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de notar: Ramón de Arjona, Eusebio de Unzaga y otros de apellido Ramos, Salmerón, Mendizábal y Otaegui. Entre los hermanos aparecen Carlos Martínez, Juan de Dios Castilblanque, Pedro Caballero, Bernardo González, Manuel Silis y otros ape­llidados Sarabia, Helguera y Colchado. Algunos de ellos, como Carlos Martínez, fueron accediendo durante esos años al estado clerical.34

De entre los hermanos, Juan Benito tuvo un colega de trato más frecuente, Pedro Caballero, originario de Silao. Con él fue a Atotonilco el 13 de julio de 1765. Ambos llevaron el mismo calendario de vacaciones ese año, 14 de septiembre a 13 de octubre. Con él estuvo también de vacaciones algunos días de septiembre de 1766 en el rancho que la familia de Caballero poseía en el Bajío. Con él finalmente viajó a Querétaro el 7 de marzo de 1767.35 No resultaría extraño que visitaran entonces al antiguo maestro o prefecto jesuíta de San Ildefonso, Diego José Abad, residente a la sazón en el colegio queretano.

Todos los miembros de la comunidad oratoriana, clérigos y hermanos, cooperaban semanalmente a su alimentación. Quien lo hacía con un peso, quien con un peso y cuatro reales y quien con dos pesos. El zamorano Juan Benito entraba en esta catego­ría. Normalmente los pagó hasta el 17 de agosto de 1765. En seguida cubrió por adelantado varias semanas, pero luego pagó por junto hasta enero de 1766 y de ahí en adelante volvió a pagar semanalmente.36 Con estos y otros datos se advierte que Gamarra había superado la situación difícil que probablemente se presentó en su familia hacia 1763. En comparación con la mayor parte de los demás oratorianos, contaba con un respaldo económico que lo distinguía, además de su alcurnia, de su talento y de su ánimo de sobresalir; características todas que debieron resultar chocantes a más de alguno que no las tuviera. Por si fuera poco, Juan Benito, más allá de los requerimientos escolares, se había dedicado a los idiomas: “sabe entender y hablar las lenguas italiana y portugue­sa.”37 Ya pensaba en otros horizontes.

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En Cuba y en España

Por el otoño de 1766 se determinó el viaje de Gamarra a Europa. Convergían tanto los intereses de Juan Benito como los de la congregación, que tenía asuntos pendientes allá. El zamorano siempre se distinguió por alcanzar nuevas metas y al Oratorio le convenía reforzar su estabilidad y adelanto institucional mediante un procurador en las cortes de Madrid y Roma, oportunidad que podría redundar en completar la formación del joven procurador en beneficio del mismo Oratorio. Por lo demás, Juan Benito no iría solo. Lo acompañaría el padre Nicolás Pérez de Arguitegui.

Con tales proyectos fue Juan Benito a su tierra natal; se despidió de sus familiares y volvió el 11 de enero a San Miguel;3® de ahí hizo el ya mencionado viaje a Querétaro y por fin salió de San Miguel rumbo a Europa el lunes 16 de marzo de 1767. Una o dos semanas después se hacía a la mar en Veracruz. Acababa de cumplir veintidós años. Entre los papeles que llevaba se registra­ban cartas dimisorias del obispo de Michoacán, Pedro Anselmo Sánchez de Tagle. En el caso esto significaba que otro obispo podría conferir a Gamarra la primera tonsura, puerta del estado clerical, así como las demás órdenes sagradas. Pronto recibió dicha tonsura, pues habiendo arribado a Cuba, hubo demora en la partida y entonces la solicitó y la obtuvo del obispo de La Habana, Pedro Morel de Santa Cruz.39

Acompañado, pues, del padre Nicolás Pérez, llegó Juan Beni­to a Cádiz en la primavera de 1767. Aquel puerto era a la sazón una de las ventanas por donde entraban a España las nuevas ideas. Ahí tenían casa los oratorianos; igualmente en Madrid, a donde verosímilmente hubo de trasladarse Gamarra a mediados de 1767. Una grave noticia se esparcía a lo largo de España en aquellos días: los jesuítas eran expulsados del imperio español por real orden, ejecutada para España en abril y para las Indias Occidentales en junio y julio. Este acontecimiento conmovió sin duda al colegial que había sido de San Ildefonso. Antiguos

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maestros y compañeros, pasarían también por Cádiz, pero en viaje muy diverso al de Gamarra.

La emulsión de los jesuítas replanteaba en España y sus domi­nios la necesidad y oportunidad de proseguir la reforma de estu­dios, colegios y seminarios que varios de ellos estaban promovien­do. Gamarra vivió aquel primer momento de vacío, que estimuló decisivamente su vocación de maestro y educador. Prepararse para esta meta fúe a partir de entonces el objetivo primordial de su estancia en Europa. La razón oficial de su viaje, hacer trámites cortesanos para afianzar el Oratorio sanmiguelense “sobre más sólidas bases”, pasaría a un segundo plano.

Es probable que en este viaje Gamarra haya visitado el país vasco, donde había parientes suyos, pues su padre Diego y su tío Juan Angel habían salido de allí a principios de siglo. Haya ido o no, es indudable que Juan Benito llegó a interesarse por una célebre agrupación de aquellos rumbos, la Sociedad Vascongada de Amigos del País, uno de los vehículos importantes en la ilustra­ción de los pueblos hispanos. Fundada en 1764 por Javier de Munibe, conde de Peñaflorida, discípulo de los jesuítas de Tolosa y gran aficionado a la filosofía y ciencias modernas, acababa de celebrar en 1766 una junta general donde se dieron a conocer adelantos y normas útiles sobre agricultura, industria y comercio; arquitectura, economía animal y economía doméstica. Entre las novedades se informó de una máquina pneumática inventada por don Manuel Gamarra.40 ¿Pariente de Juan Benito? Probable­mente. Su tío Juan Angel aparece años después como miembro desde Zamora Michoacán de la misma Sociedad de Amigos del País.41

En la Italia del siglo ilustrado

Díaz de Gamarra partió de España hacia Italia, al parecer ya sin la compañía de Nicolás Pérez, a fines de 1767 o principios de 1768.

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Iba a conocer varios puntos de la península que todavía entonces era un mosaico de diferentes estados. Sobresalían los pontificios; dos dominios borbónicos: el reino de Nápoles y el ducado de Parma; dos vinculados a la casa de Austria: el Milanesado y el gran ducado de Toscana; dos repúblicas: Génova y Venecia; y en fin, el reino de Piamonte-Cerdeña.

Desde el punto de vista cultural, se trataba de la compleja Italia del siglo ilustrado,

la de los últimos floripondios barrocos, en sus primeros decenios, la del pleno triunfo neoclásico y la de los primeros sentimentalismos prerománticos. En aquel inmenso bosque Paraíso que era toda la Italia dieciochesca, surgía una erudición nueva, la erudición grecorromana e itálica que engarzaba todas las academias, prolíficamente diseminadas por toda la península y hacía estreme­cer su banalidad convencional con un profundo sentimiento de unidad cultural e histórica.42

Es la Italia, en fin, que al llegar los jesuítas expulsos, renovaría y acrecentaría de golpe una impronta al mismo tiempo española e internacional.

El principal destino de Gamarra era Roma, donde estaría “el tiempo de un año que me detuve en aquella corte”43 Ahí tenían casa los oratorianos, célebre por albergar a sabios como Ramón Alberici, Carlos Massini, Andrés Michelli y Gaspar Saccarelli. Conocida también tal casa, porque en ella, junto a la Chiesa Nuova, llegaría a reunirse un grupo de antijesuitas con objeto de buscar su total extinción. No todos los filipenses pertenecían a ese grupo, pero ciertamente entre los concurrentes destacaba el oratoriano Próspero Bottari.44

Era el último año del pontificado de Clemente XIII, el que se había opuesto infructuosamente a la expulsión de los jesuítas, el que finalmente hubo de admitirlos en sus Estados, a donde fue­ron llegando con la primavera de 1768, dos o tres meses después de Gamarra. La mayor parte de los mexicanos quedaría en tieras

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de Bolonia o Ferrara. Juan Benito se encontró con varios de ellos, desde luego con su paisano y mentor, Diego José Abad, de quien obtuvo una parte del borrador del Poema Heroico que estaba escribiendo Abad. Mas el trato con los expulsos tenía que ser muy discreto por parte de un súbdito de Carlos III, como lo era Gamarra, a quien se le asignó un protector dentro de la corte romana, el futuro cardenal Zelada,45 enemigo acérrimo de la Compañía de Jesús, diplomático y literato relacionado con el ilustrado José Nicolás de Azara, embajador entonces de España en Roma.46

El ambiente era propicio para enredarse en intrigas y sospe­chas. Debió de pesar sobre Gamarra, pero no lo devoró. La relación con Zelada consistió en lograr una entrevista con el papa, conseguir reliquias e indulgencias y dejar en trámite un breve pontificio que se obtendría tiempo después.

El procurador estudioso

El estudio y las letras fueron refugio y realización para el filipense de Zamora. Frecuentó el Colegio Nazareno de los Escolapios y el Colegio Clementino de los Somascos.47 Ambas instituciones, alineadas en la ilustración eclesiástica del setecientos, celebraban periódica y públicamente unas sesiones llamadas academias, don­de los alumnos solían probar y lucir sus conocimientos sobre las nuevas corrientes del pensamiento y la literatura. Grandemente llamaron la atención de Gamarra estos actos públicos. Tomó nota de ellos con la esperanza de llegarlos a promover en la distante patria y acordándose que sus maestros jesuítas habían iniciado experiencia semejante abortada de tajo.

También acudió Gamarra al Colegio de Propaganda Fide. Allí pudo percatarse que la filosofía moderna y las ciencias, previo bautizo para ciertos casos, entraban con paso firme a los planteles eclesiásticos. El curso del padre Francisco Jacquier, Instituía Philosophica ad studia theologica potissimum accomodata, publi­

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cado desde 1757, era el texto de filosofía en el citado colegio misionero.48 Jacquier, nacido francés en 1711, perteneció a la congregación religiosa de los Mínimos, vivió largo tiempo en Italia, particularmente en Roma, donde recibió distinciones y encargos de los pontífices. Moriría hasta 1788. El influjo y la presencia de su texto se prolongaría hasta bien entrado el siglo XIX en numerosos colegios, institutos y seminarios del mundo occidental.

Inicialmente Gamarra había planeado su estancia en Roma para unos cinco meses. En consecuencia, tenía previsto el regre­so a España hacia el mes de junio de 1768. Sin embargo, una circunstancia aparentemente fortuita cambió los planes y la vida de Gamarra. La flota española no zarparía antes de febrero del año siguiente de 1769.49 La demora en “la capital del mundo”,50 como él llamaba a Roma, le brindó una magnífica oportunidad para consagrarse a “estudiar con empeño la geometría, la arit­mética y el álgebra.” Alternó este aprendizaje con algunos trá­mites pendientes ante la Sede Apostólica y con otras ocupacio­nes piadosas o útiles.

Pues mientras otros forasteros pierden su tiempo curioseando las preciosas pinacotecas de los poderosos, las villas amenas y los pala­cios espléndidos, o se dejan llevar por una vida placentera, él por lo contrario diligentemente consagró los días y las noches a visitar las tumbas de los Apóstoles y de los mártires, a cultivar la amistad de sabios y varones piadosos, de quienes pudiera aprovechar el empeño en la piedad y en la doctrina; en fin, a leer y releer libros.51

Ya en septiembre de 1768 había comprado un lote considera­ble y selecto de volúmenes bajo la ortodoxa supervisión de los oratorianos romanos, uno de los cuales señaló ingeniosamente:

Al llevar consigo un acervo no despreciable de escogidos libros, se podrá decir con razón que el padre Benito no volvió solo de Europa, sino que tuvo a muchos doctores como acompañantes de su viaje y que llevó a América tantos maestros cuantos libros trasladaba.52

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Las gestiones ante la corte pontificia tuvieron éxito, en cuanto a la consecución de reliquias y de varios documentos: una bula del cabildo de San Juan de Letrán, por la cual se comunicaban sus indulgencias a la iglesia oratoriana de San Miguel; un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos sobre la participación de los oratorianos en las procesiones públicas; un breve de Clemente XIII que concedía indulgencia plenaria a los que visitaran, con las condiciones acostumbradas, el Oratorio de San Miguel el 23 de enero de cada año.53 Para la villa de San Miguel, Juan Benito alcanzó un rescripto del mismo pontífice, mediante el cual se confirmaba la elección que la villa sanmiguelense había hecho de San José y María Santísima en sus desposorios, como patro­nos contra rayos y tempestades.54 Para sí mismo el zamorano obtuvo licencia amplia y perpetua de leer libros prohibidos55 y dejó tramitada la dispensa de intersticios para poderse ordenar rápidamente.56

Además de los oratorianos se dice que Gamarra trató en Roma al teólogo Cerboni y al matemático Cametti.57 Obras de estos personajes aparecen luego en la biblioteca de Gamarra.58 Mayor conversación tuvo con los sabios filipenses ya menciona­dos: Alberici, Massini, Michelli y Saccarelli: “Me favorecieron con su comunicación”, diría más tarde.59 También frecuentó a una familia romana, la de Felipe Medagliaro, en cuya casa habitaban tres mujeres: una joven, su mamá y una tía. Estimaron bien a Juan Benito, quien años después seguiría recibiendo noticias de ellos.60

Doctor en cánones y editor de Abad

Gamarra emprendió algunos viajes dentro de la península itálica. Estuvo en Florencia, cuna de San Felipe Neri, donde visitó su templo y sus reliquias. Allí mismo fue víctima de un robo; entre los documentos perdidos estaba el testimonio de la tonsura reci­bida en La Habana.61 También hubo de viajar a Pisa, por cuya

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universidad obtuvo el grado de doctor en cánones,62 al parecer sin necesidad de otra cosa que un probable y festinado examen, tesis y pago de derechos. Ignoramos el tema de la tesis, que hubo de elaborar en poco tiempo. Esta rapidez en la obtención del máxi­mo grado implica un reconocimiento singular y favorable de los estudios de bachillerato que había hecho Gamarra en la Universi­dad de México, siendo colegial de San Ildefonso con la asesoría de Abad. Sin embargo, Juan Benito se sentía más llamado a la filosofía que al derecho, disciplina ésta que practicaría poco. Con todo, el doctorado europeo tenía sentido. Le otorgaba el máximo rango formal de autoridad académica oficialmente reconocido y le iba a conferir de entrada el aire de prestigio para sus inquietu­des y reformas en este Nuevo Mundo, donde siempre ha habido la propensión por rendir culto a las borlas del extranjero.

Ya mencioné como Gamarra se encontró con algunos jesuítas expulsos, en particular con Diego José Abad, de quien obtuvo copia de una parte de su Poema Heroico, aún en borrador. El encuentro verosímilmente ocurrió en Ferrara, primera residencia de Abad.63 La visita de Gamarra conmovió al jesuita, quien le tuvo esa singular muestra de afecto y confianza facilitándole el manus­crito fruto de sus desvelos. Es muy probable que Parma haya sido otro lugar visitado por Juan Benito. Gobernaba a la sazón el joven duque Fernando, quien al recibir el influjo ilustrado y regalista de sus ministros, promulgó en 1768 la “Constitución para los nuevos Estudios Reales”, consagración oficial de las tendencias filosóficas modernas y texto que serviría a nuestro zamorano como prototipo y argumento de sus innovaciones en México.64

Poco antes de partir de Roma, Juan Benito se enlutaba con la cristiandad piadosa por la muerte de Clemente XIII, ocurrida el 2 de febrero de 1769. En la primavera de ese año volvió Gamarra a Cádiz, donde mandó a la imprenta el manuscrito que le pro­porcionara Abad: diecinueve cantos de los cuarenta y tres que compondrían el Poema Heroico en su versión definitiva. La parte prematura salió a luz con el título de Musa Americana,*6 sin

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conocimiento de Abad y sin su nombre, que Gamarra veló bajo la expresión “un erudito americano”. Y aunque en el prólogo, donde ofrece la edición a los alumnos del lejano colegio sanmiguelense, menciona que se trata de un “hurto piadoso”, su nombre explícito como editor hizo que desde entonces algunos hayan interpretado erróneamente que la Musa Americana había brotado de la pluma de Gamarra, quien por otra parte no parece haber restituido públicamente el crédito a su mentor. Este no dejó de molestarse y puso las cosas en su lugar, cuando después de haber completado y limado el poema, lo editó en 1773 y 1775. De manera postuma volvió a aparecer en 1780 y 1793.66 La ruptura o el distanciamiento con Abad no parece haberle pesa­do entonces demasiado al triunfante joven zamorano. Mas llega­rían días en que un fervoroso retorno a la espiritualidad ignaciana le recordaría ese abuso de confianza.

Gamarra volvió a Madrid. De esta visita a la corte española no tenemos otras noticias que los trámites para pasar los documen­tos romanos, abril de 1769, y la obtención de otra licencia de leer libros prohibidos, otorgada esta vez por la Inquisición en julio de ese año. A principios de agosto ya se encontraba surcando el Atlántico. El 21 de ese mes arregla en La Habana un nuevo testimonio de la tonsura ahí recibida. En tal forma, suponemos que estaba de vuelta en México por septiembre de 1769, después de una ausencia de dos años y medio.

Sacerdote en Valladolid de Michoacán

Al regresar a la patria, cuatro visitas eran obligadas: a su casa religiosa, que lo era la Congregación de San Miguel el Grande; a su familia en Zamora; a la Inquisición en México; y a la mitra de Valladolid. Cumplimentados los dos primeros deberes, se pre­sentó el 13 de febrero de 1770 a la Inquisición de México para exhibir la licencia que había obtenido de leer libros prohibidos y

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para solicitar se le nombrase comisario del Santo Oficio en San Miguel por ausencias y enfermedades del que lo era en propie­dad.67 Sin haber obtenido respuesta, Juan Benito se encaminó en seguida a Valladolid de Michoacán, donde se hallaba la sede del extenso obispado al que pertenecía por nacimiento y domicilio.

No era emporio agrícola ni minero, pero a Valladolid acudían clérigos, hacendados, mineros, comerciantes, buscachambas, es­tudiantes y mendigos. A Valladolid llegaba el diezmo y del juzga­do de capellanías revertían capitales a diversos puntos.68 Como magnífica expresión plástica de su rango episcopal, Valladolid levantaba entonces, ya coronadas, las airosas torres de su cate­dral. Dentro de ella la liturgia católica desplegaba su solemnidad entre retablos barrocos, obras de espléndida platería y acordes de músicos que le daban renombre. Ahí estaba la cátedra del monta­ñés septuagenario Pedro Anselmo Sánchez de Tagle, quien esta­ba concluyendo, frontero a la catedral, el Seminario Tridentino de San Pedro Apóstol.69 La orientación del nuevo plantel se ins­cribía en la línea de las reformas y fundaciones de seminarios que alentaba en España por el mismo tiempo: administración limpia y eficiente, disciplina en las costumbres, observancia del regalismo y una regular formación humanista y escolástica, preocupada por subrayar la “sana doctrina” frente a doctrinas impías; mas en muchos casos, línea rezagada ante los avances de las ciencias y la filosofía moderna.

Gamarra debió sopesar los rasgos de esta institución naciente y los de aquel otro colegio vallisoletano dos veces centenario, San Nicolás, donde a la sazón estudiaba Miguel Hidalgo, sobrino de un reconocido filipense, Vicente Gallaga y Villaseñor.70 Muchos elementos aprovechables en ambos planteles, mas el proyecto de colegio y de enseñanza que fraguaba el zamorano era otro.

El doctor Gamarra se apresuró a recibir las órdenes sagradas, motivo principal que lo había conducido a Valladolid. El 4 de marzo de 1770 Sánchez de Tagle le confirió las menores; en junio, el subdiaconado y el diaconado; y el 15 de julio ascendió al

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presbiterado. La afirmación de Ramírez de que en tres días reci­bió todas las órdenes no tiene ninguna constancia y contradice el auténtico expediente de órdenes.71 Canónicamente entre una co­lación de orden y otras debía correr un cierto tiempo llamado intersticio. A Gamarra se le dispensó parte de esos tiempos, no todo, en virtud de breve pontificio, que también eso había conse­guido, realmente sin mayor necesidad, porque el obispo tenía facultad para ello. Igualmente disponía el derecho que el orde­nando contara con algún medio o destino que le asegurase una sustentación razonable o congrua, esto es, el título de ordenación. La mayor parte de los aspirantes al sacerdocio se ordenaban a título de administración diocesana, esto es, disponibles para cual­quier destino a donde los enviare el obispo, quien por lo mismo asumía el compromiso de proveer a su sustento. Otros se ordena­ban a título de lenguas, cuando sabiendo un idioma indígena, podrían desempeñar el ministerio en las múltiples doctrinas de indios, los cuales estaban tasados para el mantenimiento de su ministro. Juan Benito, según vimos, ya contaba con otro título de ordenación desde los días de San Ildefonso: una capellanía, esto es, los réditos de un principal con la obligación de celebrar por sí o por otro algunas misas. En su caso, el capital era de tres mil pesos; los réditos, ciento cincuenta anuales, y la obligación, trein­ta misas en la Profesa de México,72 iglesia que para estas fechas ya se encontraba en manos de los filipenses. La cantidad era peque­ña, mas en realidad sólo significaba un mínimo de los posibles ingresos, que en el caso de Gamarra iban a incrementarse por sus labores magisteriales y ministeriales en San Miguel.

Simultáneamente al periodo en que fue recibiendo las órde­nes, Díaz de Gamarra concluyó ante la mitra de Valladolid su gestión de procurador del Oratorio, presentando para su recono­cimiento y ejecución los documentos conseguidos en la curia romana.73 En torno al decreto de participación del Oratorio en las procesiones, se había obtenido esta precisión: los filipenses, interpolados con el clero secular, precederían a los miembros del clero regular. Se consideraban, pues, miembros de ese clero secu­

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lar o diocesano que en el siglo XVIII se imponía sobre el regular. El significado social de esta preeminencia constituía un reconoci­miento para el Oratorio. Sin embargo, en otros momentos los filipenses de San Miguel, con Gamarra a la cabeza, se resistirían tenazmente a ser considerados como clérigos diocesanos para efectos de visita episcopal en su régimen interno.74

El mismo año de 1770 se ventiló en la mitra de Valladolid un negocio al que Juan Benito no permaneció ajeno, pues involucraba a su padre. En efecto, Diego Díaz de Gamarra necesitaba dinero “para el fomento de sus comercios” y acudía por segunda vez a solicitarlo de los caudales vallisoletanos. Obtuvo mil quinientos pesos en calidad de depósito irregular y por tiempo de cinco años.75 Coincidió, pues, la promoción sacerdotal de Juan Benito con un esfuerzo de su padre por mejorar económicamente o al menos por solventar las exigencias del nuevo status de su único hijo, el sacerdote y doctor Díaz de Gamarra y Dávalos.

Como evaluación general de la formación de Gamarra, pode­mos advertir un sustrato familiar de alcurnia pueblerina, un típico criollismo provinciano. Las estructuras escolares más lar­gas y profundas son jesuíticas: disciplina, emulación, humanismo de múltiples inquietudes, espiritualidad ignaciana, bagaje tradi­cional en el sentido de una tradición progresiva en lucha inicial con el anquilosamiento. Junto con ello, el juridicismo canónico de la universidad que lo capacitó en un antiguo y formidable sistema, mas nunca le satisfizo como realización plena. Sus cono­cimientos teológicos parecen menos vastos y menos profundos que los canónicos; pero el Oratorio de San Miguel le enseñaría otra manera de vivir el cristianismo y su cultura criolla, dentro de una pequeña comunidad en ambiente más libre y apacible. La villa de San Miguel lo convirtió de nuevo al universo provincia­no, que aprendió a revalorar, haciendo de él la plataforma de sus inquietudes, de sus viajes y de sus proyectos de reforma.

El viaje a Europa desarrolló enormemente las simientes que albergaba. Con empeño incansable, con ilusión desbordante, aprende cuanto percibe de la cultura de aquel viejo mundo en

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sus destellos otoñales. Aprende la ilustración católica en los centros de su irradiación. Aprende las infinitas lecciones de los viajes reflexivos. En su niñez y en su primera juventud había asistido al crepúsculo del barroco mexicano y en los últimos años de San Ildefonso escuchó los preludios de la modernidad, cuyos despliegues triunfantes aprendería dentro de los marcos inter­nacionales de Roma. Ahí la modernidad de la filosofía y de las ciencias, el humanismo academicista y el arte del llamado buen gusto, con su retoque de petulancia, lo marcarán definitivamen­te. El terreno estaba preparado. Detrás, no se encontraban únicamente sus sabios amigos del Oratorio romano. Hasta Italia lo había seguido la luz y la sombra de Diego José Abad. Y junto con todo esto, cuando Juan Benito Díaz de Gamarra volvía a México, había conservado un gran amor a la provincia de esta patria, un gran amor a San Miguel el Grande; puesto que tomó la resolución de hacer de este lugar un foco de luz que habría de iluminar a todo el país y a generaciones futuras.

NOTAS

1. El presente artículo se configuró en una primera versión gracias a la promoción y al apoyo de Fomento Cultural Banamex en el marco de los eventos culturales que organizó esa institución en San Miguel Allende la última semana de octubre de 1992, con motivo de los 450 años de la fundación de la misma ciudad.

2. Navarro, “Díaz de Gamarra, representante pleno del proceso de modernidad en el México colonial”, p. 340.

3. ACM, Asuntos diversos, Leg. 83, Autos sobre la fundación de un convento de religio­sos franciscanos de la Observancia en la villa de Zamora. Año de 1782.

4. Ramírez, Díaz de Gamarra, pp. 22-23. Ibarrola, Familias, p. 88. Avila Blancas, “Algo más acerca del Dr. Gamarra”, pp. 25-28.

5. ANM, Protocolos, vol. 121, año 1764, f. 125; vol. 124, año 1766, f. 199; vol. 126, año 1768, f. 206; vol. 134, año 1772, f. 389v. AGN, Tierras, vol. 1760, exp. 1, fs. 6v-7, 16,19, 23, 26.

6. En Valladolid: El Colegio de San Nicolás, el convento franciscano, el convento agustino y el colegio jesuita de San Xavier. De esta orden también los había en Pátzcuaro, Guanajuato, Celaya, León y San Luis Potosí. En Yuriria los agustinos la

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enseñaban en el Colegio de San Pablo; en San Miguel el Grande, los oratorianos en el Colegio de San Francisco de Sales; y los franciscanos en el Colego de la Inmaculada en Celaya. En éste último había estudiado la gramática -y a la sazón seguía estudios superiores- un paisano y pariente de Gamarra, José Antonio Planearte, destacado poeta.

7. Hasta 1769 aparece constancia de un colegio de gramática: González, Zamora, p. 72.

8. Osorio, Colegios, p. 202.9. Bravo Ugarte, Historia, II, pp. 223-224.10. ASI, Vida académica, Serie Memoriales, Libro de crisis fs. 7v, 78, 80. Caja 49, exp.

14, doc. 76.11. Yhmoff Cabrera, Catálogo, pp. 21-22.12. Ronan, Francisco Javier Clavijero, pp. 41-42. Abad, Poema, pp. 777.13. Palencia, “Los jesuítas”, p. 389.14. AGN, Universidad, vol. 168, f. 8 v.15. Abad, Poema, p. 81.16. AGN, Universidad, vol. 437, Libro de probanzas de la Facultad de Cánones, 1751-

1766, fs. 305v, 320v, 331v, 128v, 83. (el libro tiene varias foliaciones).17. Stickler, Historia, pp. 197-276.18. Murillo Velarde, Cursus.19. Se infiere, confrontando los datos del Libro de probanzas de la Facultad de Cánones

con los datos aducidos en Carreño, Efemérides, pp. 597, 609, 604, 621.20. Ochoa Granados, “La Filosofía”, p. 362.21. Palencia, La Filosofía, pp. 39^6.22. ASI, Rectoría, Capellanías y Obras Pías, doc. 032, caja 14.23. Ramírez, Díaz de Gamarra, p. 23.24. Bravo Ugarte, Luis Felipe Neri.25. Burr, Perfil de una villa, p. 28. Morín, Michoacán, pp. 62, 87.26. Se trata de la relación San Miguel el Grande, México, Vargas Rea, 1950. Juan

Benito recibió el encargo de hacerla: AOSM, Carta del virrey Bucareli, México, 14 de mayo de 1777; Respuesta de Gamarra a los superiores del Oratorio que lo

comisionaron, 22 de mayo de 1777.27. Junco de Meyer, Gamarra, p. 33.28. ACM, Negocios diversos, 350, Petición de los Padres del Oratorio de San Miguel al

obispo Sánchez de Tagle, diciembre de 1766.29. Becerra López, La organización de los estudios, pp. 178-179.30. Abad, Poema, pp. 80-83.31. Méndez Planearte, Hidalgo, pp. 32-36.32. AGN, Inquisición, vol. 1064, fs. 155-160.33. Díaz de Gamarra, Máximas, pp. 70, 31.34. AOSM, Recibo semanario en que por menor consta lo que se junta [...] y comienza

desde el sábado 16 de marzo de 1765.

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35. AOSM, Recibo semanario, fs. 3,4, 8v, 11.36. AOSM, Recibo semanario, passim.37. ACM, Negocios diversos, 350, Petición de los Padres del Oratorio de San Miguel al

obispo Sánchez de Tagle, diciembre 1766.38. AOSM, Recibo semanario, fs. 10-11.39. ACM, Negocios diversos, leg. 338, año 1770, Expediente de órdenes de Juan Benito

Gamarra.40. Sarrailh, La España Ilustrada, pp. 236-241.41. Cardozo Galué, Michoacán, p. 129.42. Batllori, La cultura, p. 16.43. Díaz de Gamarra, Camino del cielo, p. 33.44. Pastor, Historia, XXXV, pp. 337-338; XXXVI, pp. 562, 576.45. Junco de Meyer, Gamarra, pp. 34-35.46. Sarrailh, La España Ilustrada, p. 370.47. Gamarra y Dávalos, Academias Filosóficas [I], 1772, Dedicatoria.48. Loe. cit.49. AOSM, Carta latina de Octavio María Borghese a los Padres del Oratorio de San

Miguel el Grande, Roma, 8 de septiembre de 1768.50. Gamarra y Dávalos, Academias Filosóficas [I], 1772, Dedicatoria.51. AOSM, Carta latina de Octavio María Borghese. Véase nota 49.52. Loe. cit.53. AOSM, Papeles del Oratorio, 1.54. ACM, Negocios diversos, año 1770, Pase del obispo Sánchez de Tagle al documento

pontificio, Valladolid, 21 de julio de 1770.55. Ramírez, Díaz de Gamarra, pp. 24-25.56. ACM, Negocios diversos, leg. 388, año 1770. Expediente de órdenes de Juan Benito

Gamarra.57. Junco de Meyer, Gamarra, p. 34.58. Herrejón, “Benito Díaz de Gamarra a través de su biblioteca”, pp. 180-183.59. Díaz de Gamarra, Camino del cielo, p. 33.60. AOSM, Papeles de Gamarra, Carta italiana de Gaspar Saccarelli a Gamarra. Roma,

22 de febrero de 1775.61. ACM, Negocios diversos, leg. 388, año 1770. Expediente de órdenes de Juan Benito

Gamarra.62. Junco de Meyer, Gamarra, p. 35.63. Abad, Poema, pp. 82-85.64. Gamarra y Dávalos, Academias Filosóficas [I], 1774, Dedicatoria.65. Cádiz, Tip. de Manuel Espinosa.66. Abad, Poema, pp. 85, 776.67. AGN, Inquisición, vol. 1144. (En la comunicación de Gamarra del 24 de febrero de

1771 hace referencia a la mencionada licencia y a la solicitud de ocupar la comisa­ría, nombrándose a sí mismo “Doctor en Sagrados Cánones por la Universidad de Pisa.”)

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