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Taller literario blogs. Quería irme, escaparme de este tiempo. Tantas veces pensé últimamente en escaparme. Escaparme de la realidad, de la tecnología, del progreso, de la abundancia de todo, de la carencia de valores y afectos. Sin moverme de mi lugar, en silencio, solamente cerrando los ojos me trasladé a uno de los lugares más soñados. Un lugar en donde el tiempo parece haberse detenido hace casi doscientos años. Tomé el carruaje, cerré la sombrilla celeste y un trozo de puntilla se enredó en mis manos. ¡Qué pena! Se había descocido por tener cuidado con la pollera, porque el barro estaba por ensuciármela. Los caballos ya estaban intranquilos, pero aún se escuchaba solamente el sonido de los grillos, la brisa de la primavera. Todo era verde, no el mismo verde, no. Una gama de esperanza a mi alrededor, más claro, más oscuro, casi amarillo. Yo seguía sin abrir los ojos, si los abría corría el riesgo de ver el gris del cemento y más allá, me atormentaría el sonido de los colectivos y me encandilarían las luces

Escritos personales

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Escritos realizados por docentes.

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Page 1: Escritos personales

Taller literario blogs.

Quería irme, escaparme de este tiempo. Tantas veces pensé últimamente en escaparme. Escaparme de la realidad, de la tecnología, del progreso, de la abundancia de todo, de la carencia de valores y afectos.

Sin moverme de mi lugar, en silencio, solamente cerrando los ojos me trasladé a uno de los lugares más soñados. Un lugar en donde el tiempo parece haberse detenido hace casi doscientos años. Tomé el carruaje, cerré la sombrilla celeste y un trozo de puntilla se enredó en mis manos. ¡Qué pena! Se había descocido por tener cuidado con la pollera, porque el barro estaba por ensuciármela. Los caballos ya estaban intranquilos, pero aún se escuchaba solamente el sonido de los grillos, la brisa de la primavera.

Todo era verde, no el mismo verde, no. Una gama de esperanza a mi alrededor, más claro, más oscuro, casi amarillo. Yo seguía sin abrir los ojos, si los abría corría el riesgo de ver el gris del cemento y más allá, me atormentaría el sonido de los colectivos y me encandilarían las luces roja, verde, amarilla…corre, se hace tarde, dale, no llegas…

Mi carruaje me paseó un rato largo, frenó en la arcada principal, un atento morocho me ayudó a bajar y sin pensar me dirigí a la cocina. El agua estaba a punto, los pasteles crujientes, di un bocado, otro, un sabroso

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mate, el timbre del recreo me hizo volver… risas, más risas, me empujan, no me oyen, sólo se escuchan entre ellos, ni se miran, no saben si hay sol o llueve…Un  nuevo celular les hace poner toda la atención allí.

Y quise escaparme al tiempo en donde el tiempo era importante, en donde el mate se saboreaba y el sol se disfrutaba y abrí los ojos y perdí el hilo y aterricé en el cemento.

Rosana Colombo.

Profesora para la Educación Primaria.

La foto nos revela una imagen melancólica, detenida en el tiempo.

Es un instante poético, donde los grises y los pardos se esfuman envolviendo el carruaje. Las ramas del primer plano nos alejan del resto del paisaje, permitiendo la permitiendo la partida del carruaje que se aleja lentamente envuelto en una bruma.

Silvia Vila. Profesora de plástica.

El carruaje se aleja de la casa  en la casa dejó un mapa  un mapa para Marta  Marta, la hija de la casa.

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  Un mapa para encontrar una alhaja  una alhaja, una cadena de plata  para Marta la niña de la casa.  La niña la encontró abajo de la cama.

  Marta se adornó con la cadena de plata  e invitó a pasear a su prima Ana.  Se subieron a su carruaje color ámbar  y muy contentas se alejaron de la casa.

Andrea Abeledo. Maestra Recuperadora.

Eterna primavera.

Otro ritmo, Ni se compara con el frenesí de la urbanidad,Que nos invade sin saber,Nos absorbe sin querer Y se nutre de nosotros… Sin respetar nuestra sanidad natural, Que se escapa cuando menos lo esperamos,Cuando menos lo queremos o menos lo necesitamos Dejándonos sin hojas, A la intemperie Expuestos al duro frío.Pero a sabiendas… Que nos espera una eterna primavera. A solas…

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Alejandra Macconell. Profesora para la Educación Primaria.

Era una casona antigua.

Era una casona antigua que se levantaba orgullosa y altiva, como la cresta de una ola en medio de un océano verde de hojas. La rodeaban los eucaliptos que habían plantado los primeros dueños, los abuelos de sus actuales habitantes. Allí vivía una familia con sus tres hijas. Una de ellas, Rosario, la mayor, tenía un encanto particular, que había enamorado a Francisco (el hijo del peón), desde el día que la vio por primera vez. Era un amor secreto y compartido por los dos. Ella esperaba el atardecer cuando la calma volvía, para dar un paseo con la excusa de su vocación por la pintura. Llevaba el atril y los pinceles y lo esperaba a la orilla del pequeño río que recorría el costado de la casa. Él llegaba siempre con flores, con su mejor ropa y una sonrisa de oreja a oreja. La contemplaba durante horas, mientras ella pintaba. Poco a poco, tímidamente comenzaban a hablar, el encuentro secreto, no era tan secreto porque desde la ventana de su cuarto, apoyadas en dos sillas, sus hermanas aprisionaban la cara contra el vidrio, esperando el momento de los besos.

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Rosario lo sabía y hasta le divertía saber la cara que iban poniendo. Hasta que un día el secreto llegó a oídos de su padre. Francisco debía irse, se lo había pedido su padre (el peón de estancia). Después de que Rosario lo supo, planearon todo. Francisco se iría el próximo domingo con el sulky hasta la estación. Había pedido expresamente que nadie lo fuera a despedir, dejaría el sulky atado y luego su padre lo iría a buscar. Mientras el se despedía de sus padres y sus amigos, Rosario guardó el atril y sus pinturas en el coche, y luego sin que nadie la viera se escondió en la caja con una pequeña valija que contenía lo necesario Luego francisco pasó por la casa de los dueños del campo y se despidió de todos, menos de Rosario. Todos comprendieron por qué. Emprendió su viaje hacia la estación, mientras Rosario escondida en la caja, daba su último adiós a los campos, a los eucaliptos, a los sauces que habían compartido su niñez. Subieron al tren, tan felices como fascinados por la nueva vida que los esperaba. Cuando el tren partió, dejaron una parte de sus vidas amarradas a esos árboles. Ahora todo lo nuevo los esperaba en la ciudad, pero juntos, sin secretos, se prometieron que alguna vez volverían con sus hijos a contarles su historia.

Graciela Romano. Docente de sexto grado.

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San José, 12 de abril de 1862

Amado José:

Las araucarias viven, viven en mí José. Hoy salí a ver nuestras tierras, caminé por la calle de las magnolias. Abrí mi sombrilla blanca de encaje de Bruselas y me encaminé hacia el lago en la volanta. Recordé haber dejado el dulce a medio hacer, pero me tranquilicé cuando recordé que las chicas estaban en el patio del parral y seguramente sentirían el olorcito de las confituras (esas que tanto te gustan). Mis pensamientos van hacia la sala de los espejos, donde nuestras noches son sólo nuestras.

Pienso que otros tiempos y otros lugares están destinados para nosotros en otra vida, mi amado. Éstos, los que nos tocan vivir, a veces son desoladores y otras intensos y permanentes.

Mi mente observa mis perfumeros, las finas telas, mi cocina, mis cuadros, mis enseres, mis tejidos, mi hermoso templete, mi jaula preciada con todas las aves que traes de tantos exóticos lugares, el piano, el arpa, todo es mío menos lo que más quiero. Lo que más quiero, José, debo compartirlo con la Patria, el poder, los indios, el miedo, la inmensidad, las otras, los campos…la tierra con su olor y sus sabores.

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Todo es mío, menos lo que más quiero y a veces siento que las araucarias viven en mí.

Aún así, te espero mi amado, te espero en este instante y siempre.

Tu Dolores.

Andrea Banegas. Bibliotecaria escolar.-