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El universo de Ken Follet

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BIOGRAFÍA DE AUTOR

Ken Follett nació en Cardiff (Gales), pero cuando tenía diez años sufamilia se trasladó a Londres. Se licenció en Filosofía en la Universidad deLondres y posteriormente trabajó como reportero del South Wales Echo, elperiódico de su ciudad natal. Más tarde, consiguió trabajo en el Evening

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News de la capital inglesa, y durante esta época publicó, sin mucho éxito, suprimera novela. Dejó el periodismo para incorporarse a una editorialpequeña, Everest Books, y mientras tanto continuó escribiendo. Fue laundécima novela la que se convirtió en su primer gran éxito literario.

Ken Follett es uno de los autores más queridos y admirados por loslectores en todo el mundo. La venta total de sus libros supera los cientocincuenta millones de ejemplares.

Está casado con Barbara Follett, activista política que fue representanteparlamentaria del Partido Laborista durante trece años. Viven en Stevenage,al norte de Londres. Para relajarse, Ken Follett asiste al teatro y toca laguitarra con una banda llamada Damn Right I Got the Blues.

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Fotos de autor, son todas de su web y royaltie free: ken-follet.com/media

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ENTREVISTA A KEN FOLLETT Su carrera despegó con la publicación, en 1978, de La isla de lastormentas. Cuando era un joven periodista, ¿alguna vez imaginó que seconvertiría en un autor de éxito? Tuve mucha suerte con mis primeros libros, pues conseguí que me lospublicaran, aunque luego no resultaran ser unos best sellers, pero ganéalgún dinero con ellos. No perdí la ilusión, aunque me decepcionó que no seconvirtieran en grandes ventas. Estaban publicados y algunas personasparecían disfrutar con su lectura; y eso era lo realmente importante para mí.Cuando terminé La isla de las tormentas sabía que se trataba de una obramucho mejor que las anteriores, y de repente el público reaccionó. Noescribí lo suficientemente bien hasta mi undécimo libro. ¿Qué le llevó a escribir su primera novela? La razón fue estrictamente económica. Mi coche se averió y no disponía dedinero suficiente para repararlo. Un colega periodista acababa de escribir unthriller y le habían dado un anticipo de doscientas libras, que era más omenos la cantidad que yo necesitaba para la reparación. Y en ese momentocomprendí que como periodista yo era del montón pero que tal vez comoescritor tenía talento.

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Ha vendido usted más de ciento cincuenta millones de ejemplares desus libros. ¿Cómo se siente ahora? Miro hacia atrás y pienso: ¿qué he hecho con mi vida? Y la respuesta es: sí,he escrito esos libros. Y me siento muy satisfecho de tener un público quecree que mis historias son realmente buenas. Es el trabajo de toda una vida. ¿Qué le motiva a seguir escribiendo? Cuando me levanto por la mañana, lo que realmente me apetece hacer estrabajar en mi libro, escribir la siguiente escena. Es fantástico poderdedicarte a algo en lo que eres bueno. Disfruto con ello, pero va mucho másallá del placer de escribir. Implica muchas más cosas: estimula miinteligencia, aviva mis emociones y me valgo de todos esos conocimientosque he ido adquiriendo sobre cómo funciona una novela y también sobre elcomportamiento humano. Todo ello forma parte de ese reto que suponetratar de seducir a los lectores. Este trabajo me motiva por completo. Los pilares de la Tierra es una novela diferente respecto a sus trabajosanteriores. Fue –todavía es– un best seller. Alcanzó la primera posiciónen la lista de los más vendidos en numerosos países. ¿Por qué escribióuna novela sobre la construcción de una catedral durante la EdadMedia? Un día visité una gran catedral, y esa visita me sobrecogió. Desde entoncesme interesé por ellas y por las gentes que las construyeron. En un momentodado, se me ocurrió que la construcción de una catedral podría convertirseen la trama de una gran novela.

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¿Cómo ha evolucionado su proceso de escritura desde los primerosaños? La tecnología ha cambiado; hemos pasado de la máquina de escribir alordenador, pero mis métodos de trabajo siguen siendo los mismos. Hago unplan detallado de la historia, luego elaboro un primer borrador y finalmentelo reescribo. Los puntos de inflexión en mi carrera como escritor fueron Laisla de las tormentas y Los pilares de la Tierra, que me hicieron llegar a unmayor número de lectores. Su proyecto actual, la trilogía «The Century», pretende explicar lahistoria del siglo XX. ¿Es eso posible? La trilogía «The Century» es mucho más ambiciosa que todo cuanto hehecho hasta ahora, y sabía que sería un proyecto difícil, una verdaderatortura… Incluso pensé: «¿Soy lo suficientemente bueno? ¿Seré capaz dehacerlo?». Y entonces me dije: «Debes intentarlo». Después de «vivir» largo tiempo en la Edad Media, tras documentarseprofusamente sobre esa época, ¿por qué ha vuelto al siglo XX? Quería escribir otra historia que tuviera el mismo impacto que Un mundosin fin, pero necesitaba distanciarme de la Edad Media. El siglo XX es elmás dramático y violento de la historia de la humanidad, y también nosresulta lo suficientemente cercano para conectar con él: al fin y al cabo, esla historia de nuestros padres y de nuestros abuelos. ¿Cuánto tiempo necesitó para recopilar la cuantiosa documentaciónnecesaria para sus tres últimos libros?

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Cuando empecé, me pasé los primeros seis meses planeando la trilogíaentera. En un momento dado, me di cuenta de que trazar todos los libroscon detalle llevaría años, y no quería que mis lectores tuvieran que esperartanto tiempo. Así que me contenté con hacer un trazado aproximado y luegome concentré en escribir el primer libro.

Empleé entre seis meses y un año para planear y escribir cada libro. Haymucho trabajo que hacer; es necesario leer mucho y documentarse sobre eltema, visitar los lugares donde transcurre la historia, y entrevistar apersonas expertas en temas relacionados con el libro. Pero no me quejo; alcontrario, disfruto intensamente con ello. ¿Una novela debe emocionar al lector? Por supuesto; el lector debe experimentar una reacción emocional ante lahistoria. Si siente tristeza o se le acelera el pulso, entonces lo hasconquistado con tu relato y deseará seguir leyendo. Un libro puede tener uncontenido inteligente, ser socialmente significativo o estar muy bien escrito,pero si no conmueve al lector, jamás será un best seller. ¿Cuál fue el libro que le hizo desear ser escritor? Cuando tenía doce años, leí Vive y deja morir, de Ian Fleming. Meimpresionó. Diez años después, cuando empecé a escribir ficción, teníaclaro que debía ofrecer a los lectores ese tipo de emoción que yoexperimentaba al leer a James Bond. ¿Cómo construye una novela? ¿Crea primero los personajes o elargumento?

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La razón por la que me lleva tanto tiempo escribir una historia es que laretoco a menudo. Empiezo con una idea, después intento averiguar por quéno funciona y cómo puedo mejorarla. Suelo releerla empezando por elúltimo capítulo y entonces resumo cada uno de ellos en una sola línea. Asíveo en qué puntos los capítulos finales no están cumpliendo las promesasque se hicieron en capítulos anteriores, algo que, para mí, es de enormeimportancia. Lo que suceda en los capítulos finales debe ser algúnacontecimiento temido o deseado por los personajes en los capítulosprecedentes. Releer la historia empezando por el capítulo final es unpequeño truco que me ayuda a no perder de vista este objetivo. Entrevista en exclusiva concedida a Librerías L.

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UNA CONVERSACIÓN CON KEN FOLLETTSOBRE EL UNIVERSO «The Century»

¿De dónde surgió la idea de «The Century»? Me emocionó la reacción de los lectores ante Un mundo sin fin y queríaescribir algo que les gustara de igual manera. Deseaba capturar la magia deaquel libro pero, dado lo mucho que me gusta el mundo medieval, no queríaencasillarme. En un momento dado, buscando la inspiración, mispensamientos me llevaron al siglo XX, el más dramático y sangriento en lahistoria de la humanidad, un drama bélico continuo contra regímenesopresores, con hordas de gente luchando por sobrevivir. Es una historia muyemocionante y es nuestra Historia. Una historia que nos ha tocado vivirdirecta o indirectamente, a través de nuestros padres y de nuestros abuelos. ¿Por qué tituló el segundo volumen El invierno del mundo? El triunfo del régimen estalinista en la Unión Soviética y de Hitler enEuropa fue una tragedia para la humanidad. La nota dominante en todo eseperíodo fue la lucha contra una tiranía que el mundo jamás había conocidohasta entonces. El título El invierno del mundo sugería claramente eseconcepto, la idea de que mis personajes luchaban desesperadamente porsobrevivir al más duro de los inviernos, uno cuyas tormentas incluían laspurgas de Stalin y el Holocausto nazi.

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La trilogía sigue los destinos de cinco familias cuyas vidas seentrelazan: americanos, rusos, alemanes, ingleses y galeses. En La caídade los gigantes situó a sus personajes entre la Primera Guerra Mundialy la Revolución rusa. En El invierno del mundo los lleva desde la GranDepresión estadounidense hasta la Segunda Guerra Mundial. En Elumbral de la eternidad hablará de la posguerra y de la Guerra Fría.¿Qué le hizo escoger a esas familias y esos países?

Era una cuestión puramente logística. Traté de centrarme en losmomentos clave de la historia: por ejemplo, los acontecimientos quellevaron al estallido de la Primera Guerra Mundial, o cómo se reaccionó (ono se reaccionó) ante el ascenso de Hitler al poder. Tenía que encontrar unaforma de describir cómo vivía la gente esos acontecimientos sin tener querecurrir a cientos de personajes, a cientos de puntos de vista. En la novela ellector sigue los destinos de un pequeño grupo de personajes, pero al mismotiempo suceden muchísimos acontecimientos: la quema del Reichstag, labatalla de Cable Street, los discursos en la Cámara de los Comunes, lasreuniones en la Casa Blanca o la guerra civil española. Todo ello requeríaque se redujera el número de personajes de manera que el lector pudieraidentificarse con ellos y espolear así el deseo de seguir sus historias. Almismo tiempo, tenía que resultar creíble que esos mismos personajesparticiparan en numerosos acontecimientos que cambiarían el destino de lahumanidad, y que estuvieran presentes en varios escenarios y en momentoshistóricos de vital importancia. Esta necesidad fue la que me llevó a escogerlos países de la novela.

Volodia Peshkov es un buen ejemplo de ello. Como ciudadano ruso, cuyopadre es un general bolchevique y diplomático, resultaba plausible queestuviera en Berlín en 1930, en España en el 37 y de nuevo en Berlín aprincipios de los años cuarenta, así como en Moscú, cada vez que a mí me

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viniera bien. Me permitía incluso situarle en Santa Fe en 1945, involucradoen los secretos nucleares. ¿Planeó toda la trama de la trilogía desde el principio? Cuando empecé, me pasé los primeros seis meses planeando la trilogía. Enun momento dado, me di cuenta de que planear al detalle los tres libros ibaa llevarme años y no quería que mis lectores esperaran tanto tiempo. Mecontenté pues con un esbozo aproximado y me concentré en el primervolumen. Esta estrategia me ha funcionado muy bien. Me resultó divertidocomprobar que el final de El invierno del mundo coincidía, en gran medida,con el de La caída de los gigantes: la mayoría de las mujeres de misfamilias estaban de pronto embarazadas. Afortunadamente, son de lo másfértiles, lo cual me ha dado muchísima flexibilidad a la hora de planear latrama del tercer volumen. ¿Qué tipo de investigación lleva a cabo, cómo se documenta? Hay, literalmente, millones de libros escritos sobre este período histórico,especialmente sobre la Segunda Guerra Mundial. Yo deseaba explicar losacontecimientos que sucedieron entonces y sabía que había cuestionesclave, temas absolutamente esenciales. Quería explicar esa historia desde unpunto de vista del todo diferente. Por ello, mi gran escena sobre elHolocausto no se centra en la exterminación de los judíos, sino en laexterminación de aquellos considerados mentalmente discapacitados; unhecho poco investigado hasta entonces. Tuve la suerte de poder acceder amuchos datos sobre el tema. No me cabía la menor duda de que iba asorprender, impactar, conmocionar a los lectores. Ese es el patrón quesiguió mi investigación: encontrar aspectos que resultaran dramáticos pero

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que no fueran clichés, y, una vez encontrados, concentrarme en ellos,trabajarlos en toda su profundidad. ¿Visitó personalmente las localizaciones? He visitado todas las localizaciones en las que transcurren las escenas másrelevantes. Muchas de ellas, como es el caso de Londres, Washington yBerlín, ya me eran familiares. También conocía muchos de los escenarios deFrancia aunque no recorrí el tramo de los Pirineos hasta España; por suertehay muchas biografías sobre el lugar y memorias escritas de gente que sí lohizo. Una de las localizaciones que me pareció especialmente interesantefue la ciudad española de Belchite, donde tiene lugar en el libro una batallaclave de la Guerra Civil española. ¿Cómo era Belchite? Fascinante, un lugar muy emotivo. Aunque han construido una nuevaciudad cerca de allí, el casco histórico de Belchite se conservaprácticamente igual a cómo era en el momento de la batalla: un monumentode guerra «viviente». Algunos de los edificios, incluyendo la iglesia de SanAgustín, permanecen todavía en pie, otros están medio derruidos. Yo habíaescrito la escena de la batalla que se produjo en la iglesia basándome en loslibros de historia y en las memorias de muchos, por lo que fue maravillosoir allí y verlo de primera mano, y comprobar cómo mi imaginacióncoincidía con la realidad. De hecho, sentí cierto miedo al pasear por lascalles donde mis soldados habían luchado, al estar en la iglesia donde misrebeldes pro-Franco habían defendido sus posiciones. En una escena habíadescrito cómo varios personajes habían asaltado la iglesia, perforado lasparedes de las casas colindantes para avanzar sin exponerse al fuego

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cruzado. Fue una experiencia increíble estar allí y descubrir agujeros en lasparedes de las casas contiguas.

También exploré las calles de Londres para poder narrar la batalla deCable Street, un intento de los fascistas británicos, bajo la protección de lapolicía metropolitana, de cargar contra la comunidad judía del East Endlondinense. Caminé por las mismas calles por las que mi personaje, LloydWilliams, caminó ese día en que los antifascistas erigieron barricadas ychocaron con la policía, que intentaba despejar la calle para que la marchapudiera continuar. A diferencia de Belchite, esa zona de Londres sí se hareconstruido, así que no se parece en mucho a cómo era en 1936. Sinembargo, la gran encrucijada que describo aún permanece ahí. Sigue siendola puerta de acceso a esa parte de la ciudad. ¿Alguno de sus personajes está basado en alguien real? El personaje de Ethel Leckwith está vagamente inspirado en EllenWilkinson, una laborista de 1924 y ministra de Educación en el gobierno deClement Attlee tras la guerra. Se la conocía como «Red Ellen»; segúnalgunos, a causa de su pelo rojo, otros afirmaban que su apodo se debía asus tendencias políticas. La red de espías berlinesa que describo está basadaen una red llamada «Red Orchestra», que estaba formada por alemanes quese oponían a Hitler y que transmitían información a Moscú. Uno de ellos,un rico playboy berlinés, Werner Franck, me sirvió de inspiración para mipersonaje. Todas las escenas en las que la Gestapo intenta localizar amiembros de esta red mientras estos emitían por radio a Rusia sucedieronrealmente. De forma parecida, la descripción de la sala de ejecución y ladecapitación de Lili están basadas en acontecimientos reales.

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Si mira atrás, ¿cuál es su opinión respecto a la política de aquellaépoca? La Segunda Guerra Mundial se vivió en su momento como una gran batallacontra el mal, y nuestras percepciones actuales de lo sucedido no hancambiado mucho. Nuestros enemigos –el imperio alemán y el japonés– eranregímenes despreciables, dictaduras militares. Durante la Primera GuerraMundial resultaba hasta cierto punto comprensible preguntarse quiénes eranlos buenos y quiénes los malos; en la Segunda Guerra Mundial esasdistinciones estaban muy claras. Así que la percepción de la gente deaquella época era bastante precisa. Por supuesto, éramos más proclives aperdonar a la Unión Soviética porque los rusos eran nuestros aliados, peroesa alianza finalizó tan pronto acabó la guerra. Sin embargo, durante unosaños a los comunistas les fue muy bien en las elecciones de ciertos paíseseuropeos, debido principalmente al papel que habían desempeñado durantela guerra. Los comunistas se habían erigido en el núcleo de la resistencia enmuchos países, habían luchado contra el régimen de Hitler en Alemania ycontra el fascismo en Francia, Italia y España, ganándose así el apoyo degentes de todos los lugares. Es interesante constatar lo rápido que cayeronen desgracia. Para cuando llegó la segunda ronda de elecciones, a finales delos años cuarenta, habían desaparecido del todo del panorama político.Desde entonces, nunca más tuvieron posibilidades reales de ganar unaselecciones democráticas en Europa. Uno de los principales temas que aborda en su trilogía es el ascenso delfascismo en Alemania. Se ha escrito mucho sobre cómo pudo sucederalgo así en uno de los países más cultos y educados del mundo. ¿Cuál essu opinión al respecto?

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En mi opinión, hubo dos factores clave. Uno fue la crisis financiera quesucedió al crack del 29, durante la cual Alemania sufrió más que ningúnotro país. Hoy en día, nos entra el pánico si la tasa de desempleo sube másallá del 10 por ciento; entonces consideramos que estamos en crisis. En1933 la tasa de desempleo en Alemania rozaba el 40 por ciento. Imagíneseusted vivir en un país donde la mitad de los hombres deambulan por lascalles en una búsqueda desesperada por encontrar algo con qué alimentar asus familias. Ese tipo de situación es la que lleva a la gente al límite.

El otro factor clave fue que, cuando surgió la Gran Depresión, Alemaniano tenía demasiada experiencia en cuanto a gobiernos democráticos,contrariamente al Reino Unido que poseía una tradición democrática de másde cien años, al igual que Estados Unidos. En Alemania solo había habidodemocracia durante unos quince años; no tenían fe en ella para resolver susproblemas. Estos dos factores resultaron ser una combinación mortal quecondenó el destino de Alemania. En este tipo de situación es fácil que lagente empiece a creer en la filosofía del odio, es fácil convencerles de quetodos sus problemas son por culpa de esos «extranjeros»; lo mismo da sison judíos, afroamericanos, polacos o mexicanos. Al poco tiempo, todos loshombres del lugar, reunidos en los bares, afirman lo mismo: «Es culpa suya,tenemos que deshacernos de ellos». Por desgracia, eso sucede en lasdemocracias heridas y en los lugares donde la gente está desesperada. Hoy en día existe un fuerte rechazo contra la inmigración, sentimientosultraconservadores, nacionalistas, en muchos países del mundo. ¿Creeque podría darse una nueva ascensión fascista? En Estados Unidos, por ejemplo, no creo que pueda pasar. Pero siempre quepreguntas la opinión de alguien que ha perdido sus derechos, este te diráque debería haber luchado por ellos desde el primer momento. Por esa

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razón, incluso en los lugares donde nos sentimos cómodos con nuestrosistema democrático, lugares donde nos resulta difícil creer quemovimientos de ultraderecha puedan tener lugar, tenemos la obligación dedecir rotundamente «no» cada vez que nos encontremos calificando unasituación de «emergencia nacional» como la excusa perfecta para vulnerarlibertades civiles. En USA Today se hizo una crítica de La caída de los gigantes, donde sedecía que usted se había superado a sí mismo, que los lectores iban aestar consumidos por su lectura durante días o incluso semanas, y queuna vez terminado el libro saldrían de la experiencia no soloentretenidos sino educados. ¿Sigue leyendo las críticas de sus obras?Tras tantos años de éxito, ¿sigue ilusionándole este tipo de críticas? Por supuesto que leo las críticas; son muy importantes para mí. Me gustaespecialmente cuando los lectores –en un periódico nacional o en la calle–me dicen que una vez han empezado a leer no han podido parar. Entoncessiento que he hecho un buen trabajo. Una vez, en un vuelo de Londres aEstados Unidos, me sentaron al lado de John McEnroe. Era el día despuésde su triunfo en Wimbledon y le dije: «Debes de estar harto de que te diganesto, pero felicidades». Me contestó: «¡Ah, no, no estoy para nada harto!».Así es exactamente como me siento cada vez que alguien me felicita. Muchos historiadores han escrito sobre esta época. ¿Admira a algunode ellos en particular? Richard Overy, que ha escrito mucho y muy bien sobre la Segunda GuerraMundial y el Tercer Reich, es uno de los mejores historiadores vivos,además de un gran escritor. Es de lectura fácil. Y hay una historia de la

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Segunda Guerra Mundial escrita por Max Hastings, titulada All Hell LetLoose, que se publicó el año pasado y que me gustó. Políticamentehablando, él y yo estamos en lados opuestos, pero su libro es brillante.Después de escribir El invierno del mundo siento una gran admiración porlos retos a los que se enfrentó Hastings al redactar su obra. Hizo con la noficción lo que yo intenté hacer: explicar la fascinante historia de la SegundaGuerra Mundial en un solo volumen. El invierno del mundo tiene infinidad de personajes históricos reales,que incluyen a muchos jefes de Estado. ¿Cuál es su opinión sobre loslíderes políticos de esa época? En mi opinión, Franklin Roosevelt fue uno de los grandes presidentes. Sacóa Estados Unidos de la crisis y fue un mando de primer nivel en tiempos deguerra. La gente suele olvidar que, al principio de la guerra en el Pacífico,nadie creía que Estados Unidos pudiera ganarla. Roosevelt motivó a todo elpaís y eso hizo que se girasen las tornas. Muchos pensaron que su sucesor,Harry Truman, que apoyó la creación de Naciones Unidas, sería unpresidente pésimo pero resultó ser mucho mejor de lo que habían previsto.

Tal y como se ve reflejado en el libro, creo que Ernest Bevin fue unafigura fascinante y un personaje admirable. Huérfano desde los ocho años ycon una escasa educación, consiguió superar un pasado terrible yconvertirse en uno de los mejores políticos que ha conocido Inglaterra. FueBevin quien convenció a George Marshall para establecer el Plan Marshall,que básicamente salvó a Europa de la posguerra. Clement Attlee fuetambién un gran hombre. Después de que Churchill ganara la guerra, todo elmundo asumió que este ganaría también las elecciones a Primer Ministro.Para sorpresa de todos, fue Attlee quien ganó. Y se concentró en la tarea detransformar el Reino Unido, convirtiéndolo en el país que es hoy en día. Si

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los británicos no tenemos la misma relación agonizante con el sistemasanitario que tienen los estadounidenses es debido a que Attlee se encargóde ello en 1947. Una de las razones por las que encuentro a este político tanfascinante es porque no tenía cualidades de líder tan obvias como las deChurchill: este era un gran animador, un orador brillante, con la excepcionalcapacidad de hacer que la gente se sintiese reconfortada en circunstanciasdramáticas. Attlee carecía de esa capacidad, no era un buen orador; pero fueun magnífico Primer Ministro.

¿Qué puede decirnos sobre Stalin y Hitler? Cuanto más he estudiado a Stalin y a Hitler más me he dado cuenta de loestúpidos que eran. Tomaron decisiones absolutamente equivocadas. Porejemplo, Roosevelt pudo haber llevado Estados Unidos a la guerra enEuropa, pero sabía que habría sido una medida tremendamente impopularentre los estadounidenses. Hitler se encargó de ello cuando declaró la guerraa Estados Unidos en diciembre de 1941. Fue un movimiento increíblementeestúpido por su parte. Respecto a Stalin, este ignoró numerosos informes desus colaboradores que indicaban que Alemania iba a invadir la UniónSoviética en 1941. Insistió, por el contrario, en decirle al mundo que nohabría tal invasión y se negó a que la Red Army se preparara para ello. Encualquier otro sistema que no hubiera sido una dictadura, esa decisión lehabría destruido como líder. Una de las muchas razones por las cuales lastiranías no son recomendables es, obviamente, que los tiranos tomandecisiones erróneas y nadie se atreve a decírselo. Algunos escritores viven con el miedo de que sus libros se conviertan enpelículas o en miniseries. ¿En su caso, le gustó la experiencia?

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Ver a excelentes actores dar vida a mis personajes y oyéndoles decir algunade las frases que he escrito resultó ser muy emocionante. Cuando sale bien,es fantástico. Cuando sale mal, te recorre una especie de escalofrío al verloen la pantalla. Pero tienes que correr ese riesgo. Estoy satisfecho yorgulloso de que algunos de mis libros se hayan convertido en buenaspelículas y series. El hecho de que funcionen en medios tan diferentesconfirma la fuerza de la historia. Así que, a pesar de alguna que otracatástrofe ocasional, estoy satisfecho con lo que se ha hecho. Con La caída de los gigantes, usted dijo que pretendía ante todo que loslectores disfrutaran con la historia, pero que también entendieran unoshechos que, para muchos, resultaban inexplicables. ¿Qué intencióntenía con El invierno del mundo? Creo que la gente tiene una idea vaga de cómo consiguió Hitler tomar elcontrol de Alemania. Por esa razón, El invierno del mundo se inicia en elmomento, que dura varios días, en que obtiene el poder absoluto. Muchagente me ha preguntado cómo pudo suceder algo así en una sociedad tancivilizada como aquella. En ese capítulo inicial intenté no solo mostrarcómo se vivió ese momento, sino también cómo se conjuntaron una serie dehechos que permitieron que Hitler tomara el poder: eran muy pocos los quetenían el valor de criticarlo públicamente, la mayoría estaba aterrorizadaante la sola idea de expresar su opinión. Todo ello ayudó sin duda a queHitler obtuviese el poder absoluto. Mi esperanza es que, tras leer esecapítulo, el lector reflexione acerca de las razones que explican el imparableascenso de semejante personaje. ¿Cree que alguien como Hitler podría ser elegido actualmente?

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Es difícil imaginárselo, ¿verdad? Actualmente la gente está mucho másinformada que antes. Me refiero a que disponen de mayor cantidad deinformación. En algunos casos eso es contraproducente. En su día,Roosevelt era capaz de organizar eventos de forma que nadie viera su sillade ruedas. Creo que el estadounidense medio no sabía siquiera que sufría deesa discapacidad, y tenían un gran presidente. Si se presentara ahora a laselecciones, dudo que las ganara. Tan solo veríamos fotos de él sentado en susilla de ruedas. Sin embargo, defiendo la libertad de información y no creoque debamos volver atrás en ese sentido. Un ejemplo de ello es lo que lesucede a Carla, mi personaje, cuando se da cuenta de lo que está ocurriendocon los discapacitados. No puede denunciarlo a los medios, porque no haylibertad de prensa. No puede acudir a la justicia o a la policía porque estosse hallan bajo la dominación nazi. Carla se da cuenta enseguida que esasinstituciones garantizaban la protección del individuo pero que ya nopueden hacerlo, de manera que los nazis son libres para matar a quienquieran. Ese momento de la historia refleja perfectamente mi filosofíapolítica: aunque a veces los medios abusen de su poder, la libertad deprensa es quizá una de las más importantes salvaguardas que tenemoscontra el ascenso de un nuevo Hitler. ¿Cómo le gustaría que reaccionaran los lectores ante su trilogía? El milagro de la literatura es que puedes leer una historia que sabes que esinventada, y sin embargo la vives como si fuera real. Eso es precisamente loque provoca en nosotros todas esas emociones. Nos involucramos en eldestino de los personajes aunque sepamos que no son reales. Nos saltan laslágrimas, nos estremecemos, nos impacientamos en ciertos momentos…Ese es mi propósito cuando escribo una historia. Quiero que los lectores seinvolucren emocionalmente en ella y que cuando terminen el libro tengan la

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necesidad de llamar a un amigo para decirle: «Acabo de leer un libro que teencantará». ¿Qué nos espera en el tercer volumen de «The Century»? El umbral de la eternidad empieza en 1961, con la aparición del muro deBerlín. Los personajes principales de esta historia son los nietos de lospersonajes de La caída de los gigantes. Viven la crisis de los misiles deCuba, el asesinato de Kennedy, de Martin Luther King y de BobbyKennedy, también la guerra de Vietnam, las revoluciones anticomunistas…y la historia termina finalmente con la caída del muro.

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LA TRILOGÍA «THE CENTURY» Después de La caída de los gigantes y de El invierno del mundo llega elfinal de la gran historia de las cinco familias, cuyas vidas se han entrelazadoa través del siglo XX. La familia estadounidense, la alemana, la rusa, lainglesa y la galesa son testigos y participantes en los acontecimientossociales y políticos que marcaron las agitadas décadas de los sesenta a losnoventa.

Desde el sur de Estados Unidos hasta la remota Siberia, desde la isla deCuba hasta el vibrante Londres de los años sesenta, El umbral de laeternidad narra la historia de aquellas personas que lucharon por la libertadindividual en medio del conflicto titánico entre los dos países máspoderosos jamás conocidos.

«Esta es la historia de mis abuelos y de los vuestros, de nuestrospadres y de nuestras propias vidas. De alguna forma es la historia detodos nosotros.» KEN FOLLETT

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LA CAÍDA DE LOS GIGANTES

Una gran novela que narra la vida de unas familias estadounidenses,británicas, rusas y alemanas con el trasfondo de la Primera GuerraMundial, la Revolución rusa y los profundos cambios sociales que estasconllevaron. La historia empieza en 1911, el día de la coronación del rey Jorge V en laabadía de Westminster. El destino de los Williams, una familia minera deGales, está unido por el amor y la enemistad al de los Fitzherbert,aristócratas y propietarios de las minas. Lady Maud Fitzherbert seenamorará de Walter von Ulrich, un joven espía en la embajada alemana enLondres. Sus vidas se entrelazarán con la de un asesor progresista delpresidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, y la de dos hermanosrusos a los que la guerra y la revolución les ha arrebatado su sueño de

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buscar fortuna en América. Desde Washington hasta San Petersburgo, desdela inmundicia y los peligros de las minas de carbón hasta los lujososcandelabros de los palacios de la aristocracia, pasando por los pasillos de laCasa Blanca y el parlamento de Westminster, Ken Follett nos ofrece, en sunovela más ambiciosa, un esmerado retrato de una época y de las pasionesque espolearon la vida de sus personajes.

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EL INVIERNO DEL MUNDO

La fascinante historia que empezó en La caída de los gigantes continúaen este tomo, ahora con los hijos de las familias británica, galesa,alemana, americana y rusa como protagonistas.

En el año 1933, Berlín es un foco de agitación política y social. Lady Maud,ahora la esposa de Walter von Ulrich y madre de dos hijos, publica en unarevista semanal artículos que ridiculizan al partido nazi, mientras queWalter manifiesta su oposición en el Parlamento. Sin embargo, parece quenada podrá frenar el poder ascendente del canciller Adolf Hitler. CuandoEthel Williams y su hijo Lloyd visitan a la familia Von Ulrich, todos serántestigos de la tiranía y la represión de la nueva Alemania. El dominio delTercer Reich se extenderá hasta Francia y más allá de la frontera rusa.Mientras, en Inglaterra, Lloyd Williams, activista político como su madre,

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luchará en el ejército británico para intentar frenar el avance de los nazis yse alistará en las brigadas internacionales durante la Guerra Civil española.Participará en la ofensiva de Zaragoza y en la batalla de Belchite.

En Ty Gwyn, la mansión familiar de los Fitzherbert en Gales, se alojaránlos oficiales británicos y, durante su estancia, el teniente Lloyd Williams sesentirá atraído por la mujer de Boy Fitzherbert, la rica heredera americanaDaisy Peshkov.

En esta magnífica novela épica, Ken Follett conduce al lector a través deuna Europa en ruinas, quebrada de nuevo por las guerras y los conflictosideológicos. Los hijos de las cinco familias protagonistas de La caída de losgigantes forjarán su destino en los años turbulentos de la Segunda GuerraMundial, la Guerra Civil española, el bombardeo de Pearl Harbor y la erade la bomba atómica.

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EL UMBRAL DE LA ETERNIDAD

En el año 1961, Rebecca Hoffman, profesora en Alemania del Este y nietade lady Maud, descubrirá que la policía secreta está vigilándola mientras suhermano menor, Walli, sueña con huir a Occidente para convertirse enmúsico de rock.

George Jakes, joven abogado que trabaja con los hermanos Kennedy, esun activista del movimiento por los derechos civiles de los negros enEstados Unidos que participará en las protestas de los estados del Sur y enla marcha sobre Washington liderada por Martin Luther King.

En Rusia las inclinaciones políticas enfrentan a los hermanos Tania yDimka Dvorkin. Este se convierte en una de las jóvenes promesas delKremlin, mientras su hermana entrará a formar parte de un grupo activistaque promueve la insurrección.

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A través de escenas impactantes y protagonistas fascinantes, Ken Follettnos presenta un mundo que pensábamos conocer pero que nunca más nosparecerá el mismo.

El umbral de la eternidad cierra esta gran trilogía y la crónica de un sigloturbulento. En ella vivimos la historia íntima y personal de tresgeneraciones de cinco familias, cuyas vidas fueron marcadas por dosguerras mundiales, la Revolución rusa, la Guerra Civil española y la GuerraFría, junto con los profundos cambios sociales que las acompañan.

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LAS FAMILIAS PROTAGONISTAS DE LATRILOGÍA «The Century»

Esta es una historia de amor, odio, guerra y revolución. Una trilogía quenarra la vida de cinco generaciones, sus miedos y sus alegrías, a través delos conflictos que han dado forma al siglo XX. Estas son las cinco familiasprotagonistas. LOS WILLIAMS

Los Williams son mineros de origen humilde, con un cabeza de familiasindicalista y comprometido con la lucha obrera. Todos ellos trabajan,incluido el pequeño Billy, minero desde los trece años. De puertas adentro,el padre es un hombre muy religioso e intransigente que no dudará enexpulsar de casa a su hija Ethel cuando esta se queda embarazada.

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Ethel Williams, que había sido ama de llaves en casa de los Fitzherberg, seha quedado embarazada del conde. Tras ser repudiada por su padre, seinstalará en Londres. El destino de los Williams está unido al de losFitzherbert con lazos de amor y de enemistad. Billy Williams está muy unido a su hermana y es también un luchador. Sealistará en el ejército y combatirá primero en Europa y luego en Rusia. LOS FITZHERBERT

Los Fitzherbert son una familia de aristócratas ingleses, propietarios de lasminas de carbón donde trabajan los Williams. El conde Fitz, cabeza defamilia, es un personaje respetado de la sociedad, apegado a las tradicionesy miembro de la Cámara de los Lores. En la alcoba, sin embargo, prefiere lacompañía de su ama de llaves, Ethel Williams, en lugar de la elitista y cruelprincesa rusa con la que está casado. De la unión entre Fitz y Ethel naceráLloyd, el bastardo Fitzherbert. Maud Fitzherbert, hermana de Fitz, es una mujer de carácterindependiente y activista por el sufragio femenino. Terminará contando conla ayuda de Ethel para luchar por los derechos de las mujeres. Lady Maudse enamorará de Walter von Ulrich, un espía alemán destinado en laembajada alemana de Londres. Boy Fitzherbert, hijo de Fitz, ha heredado la arrogancia de su padre, entreotros rasgos de su personalidad. Es constantemente infiel a Daisy Peshkov,su esposa.

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LOS LECKWITH-WILLIAMS

Lloyd Fitzherbert, el hijo bastardo del conde Fitzherbert y Ethel, el ama dellaves, se ha convertido en un joven de elevados ideales. Se alistará primeropara luchar contra el fascismo en la Guerra Civil española y luegocombatirá en el ejército británico, ayudando a los refugiados a cruzar lafrontera.

Cuando conoce a Daisy Peshkov se enamora de ella pero su amor soloserá posible años después, cuando vuelvan a reencontrarse y ella puedacorresponderle.

LOS VON ULRICH

Otto von Ulrich, el cabeza de familia, es un diplomático muy unido alKáiser Guillermo II y partidario de la guerra desde el principio.

Su hijo, Walter von Ulrich, es amigo de la familia Fitzherbert. Se casarácon Maud cuando estalle la contienda y pasarán años separados por laguerra. Miembro de los servicios secretos de su país, luchará primero paraevitar el inicio del conflicto y luego para que este termine cuanto antes.

Carla von Ulrich, su hija, es responsable y apasionada, progresista ycomprometida. Como sus padres, defiende las libertades y lucha contra elrégimen nazi.

Su hermano Erik, por el contrario, termina afiliado al partido nazi y, apesar de un inicio prometedor, terminará decepcionado con el régimen. Conel avance de la guerra se convertirá en un comunista convencido.

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FAMILIA PESHKOV – Rusia – Estados Unidos – FAMILIA PESHKOV

Grigori y Lev, dos hermanos afincados en San Petersburgo, no pueden sermás distintos. Grigori es obrero metalúrgico. Lev anda siempre metiéndoseen líos, hasta el punto que Grigori se ve forzado a entregarle su pasaje aAmérica para salvarle la vida. Grigori se queda en Rusia cuidando de lanovia de su hermano, con quien acabará contrayendo matrimonio, y de suhijo Volodia.

Grigori participa en la revolución bolchevique y se convierte encomandante del Ejército Rojo. Volodia, el hijo que él ha criado comopropio, es un comunista convencido y una pieza clave en el espionajeinternacional. Se casará con Zoya, una científica que más tarde ayudará acrear la bomba atómica rusa.

Lev viajará primero a Gales, donde trabajará como minero, y luego setrasladará a América. Allí trabajará como chófer para un mafioso ruso yterminará casado con la hija de este. Lev y su esposa Olga solo tuvieron unahija, Daisy, una joven ambiciosa que intenta por todos los medios alejarsede la mala fama asociada a los negocios de su padre. Desea convertirse enla esposa de algún noble para medrar socialmente y termina casada con BoyFitzherbert. La guerra hará cambiar su perspectiva del mundo y la llevará ahacerse voluntaria de la Cruz Roja.

Greg Peshkov es el hijo ilegítimo de Lev y de su amante Marga. Unjoven físico que quiere dedicarse a la política y que forma parte del grupoque desarrolla y prueba la bomba atómica.

LOS DEWAR

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Los Dewar pertenecen a la alta sociedad estadounidense. Gus Dewar, hijodel senador Cameron Dewar, es asesor del presidente Wilson. Gusrepresenta el futuro, sabe que el mundo va a sufrir un cambio radical y quelos gobiernos deberán adaptarse a él. Intentará que sus amigos, losaristócratas británicos y alemanes, se anticipen a esa transformación, peroellos no aceptan que su mundo esté a punto de desaparecer. FAMILIA FRANCK - Alemania - FAMILIA FRANCK

Frieda Frank es la mejor amiga de Carla, a la que ayudará en su particularlucha contra el régimen nazi y que actuará también como espía. Su hermanoWerner, enamorado de Carla, se convertirá en espía para los rusos con elobjeto de liberar a su país del dominio nazi.

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KEN FOLLETT EN VIDEO En esta lista de reproducción puedes encontrar una serie de entrevistasexclusivas a Ken Follett, concedidas a la editorial y a sus lectores.

La típica jornada de trabajo de Ken Follett:

https://www.youtube.com/watch?v=4XyU-ATZq-k

Los personajes de «The Century»:https://www.youtube.com/watch?v=wQ1y42gMD_o

¿Debe una gran novela incluir una historia de amor?:https://www.youtube.com/watch?v=DSN_G7Yu7YM

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TODOS LOS LIBROS DE KEN FOLLETT

LAS ALAS DEL ÁGUILA Ross Perot, multimillonario norteamericano, encarga aBull Simons, coronel retirado de los Boinas Verdes yveterano de la Segunda Guerra Mundial y de Vietnam,que rescate a dos importantes directivos de su compañía

encarcelados en el Teherán revolucionario de Jomeini. Las alas del águila es una novela que ofrece emociones a raudales: lapenetración secreta en un país peligroso y convulsionado, la dramática fugade una cárcel y la azarosa huida hacia la frontera turca. Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P89423A/las-alas-del-aguila

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LA CLAVE ESTÁ EN REBECA Esta impactante novela nos lleva a las ardientes arenas delnorte de África durante la Segunda Guerra Mundialdonde las fuerzas alemanas, al mando del mariscalRommel, se enfrentan a las tropas británicas.

Al mismo tiempo, en El Cairo se desarrolla una intriga protagonizada por elservicio secreto británico y el espionaje alemán, en la que se ve implicado eljoven oficial Sadat. Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P89539A/la-clave-esta-en-rebeca

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EL HOMBRE DE SAN PETERSBURGO En 1914 el mundo estaba en vísperas de la Gran Guerra.Tanto Francia e Inglaterra, como los imperios centrales,trataban de conseguir el apoyo de Rusia...

En 1914 el mundo estaba en vísperas de la Gran Guerra. Tanto Francia eInglaterra, como los imperios centrales, trataban de conseguir el apoyo deRusia, que podía decidir el desenlace de la futura contienda. En esosinstantes cruciales de la historia, lord Walden y el joven Winston Churchillesperaban la llegada del príncipe Orlov, enviado del zar en misión secreta.Pero el príncipe no fue el único en llegar a Londres, pues un enigmáticopersonaje procedente de Siberia le seguía los pasos... Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P89424A/el-hombre-de-san-petersburgo

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LA ISLA DE LAS TORMENTAS En el año 1944, los aliados preparan en secreto una de lasmayores operaciones militares de la historia: la invasiónde la Europa ocupada por los nazis...

En el año 1944, los aliados preparan en secreto una de las mayoresoperaciones militares de la historia: la invasión de la Europa ocupada porlos nazis. Henry Faber, espía alemán, descubre que el desembarco seefectuará en Normandía e intenta llevar la noticia al alto mando alemán,pero nunca llegará a su destino... Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P89530A/la-isla-de-las-tormentas

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TRIPLE Net Dickstein, uno de los mejores agentes secretosisraelíes, tiene una misión crucial: hacer desaparecer elbarco que transporta el uranio que Egipto necesita parafabricar la bomba atómica...

Net Dickstein, uno de los mejores agentes secretos israelíes, tiene unamisión crucial: hacer desaparecer el barco que transporta el uranio queEgipto necesita para fabricar la bomba atómica. Ciertamente una misióncasi imposible, ya que egipcios y palestinos no están dispuestos acontemplar pasivamente cómo se esfuma su gran baza para inclinar a sufavor el conflicto de Oriente Medio. Una novela electrizante a partir de unsuceso real. Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P89312A/triple

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EL ESCÁNDALO MODIGLIANI Dee, una joven historiadora del arte, descubre la posibleexistencia de un cuadro desconocido de Modigliani quepuede hallarse en un pueblo italiano...

Dee, una joven historiadora del arte, descubre la posible existencia de uncuadro desconocido de Modigliani que puede hallarse en un pueblo italiano,del que informa a su tío Charles, un galerista londinense. Pero Cardwell, unacaudalado coleccionista de cuadros, pone en marcha una operación paraapoderarse del Modigliani... Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P89574A/el-escandalo-modigliani

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PAPEL MONEDA Una historia apasionante acerca de los hombres y mujeresde quienes depende la información y desinformación de laopinión pública.

Esta magnífica novela explora las corruptas interrelaciones entre el crimenorganizado, las altas finanzas y el periodismo. La acción se desarrolla a lolargo de un día normal en la sede de un periódico londinense. Cada uno delos capítulos constituye la crónica de una hora de ese día, y describe tantolos entresijos de la sala de redacción como los acontecimientos que elperiódico convierte en noticia... Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P89571B/papel-moneda

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EL VALLE DE LOS LEONES Rodeado de montañas salvajes, el Valle de los Leones esun lugar legendario de Afganistán, donde las costumbresy las personas apenas han cambiado con el paso de lossiglos.

Un escenario muy apropiado para un relato de espionaje e intrigas,protagonizado por una joven inglesa, un médico francés y un trotamundosnorteamericano, que transcurre durante la etapa más terrible de la guerracontra los invasores soviéticos. Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P83024B/el-valle-de-los-leones

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UNA FORTUNA PELIGROSA Un juego de pasiones encontradas llevado con brío, asícomo una aguda recreación de los esplendores y miseriasde las altas finanzas.

La riqueza de los Pilaster se basaba en el banco de la familia, una de lasmás sólidas y respetables instituciones financieras del Londres victoriano.En torno al consejo de administración, que preside el anciano Seth Pilaster,giran las ambiciones de la familia, sobre todo las de Augusta, su maliciosanuera, y las de Hugh, nieto de Seth. Augusta, junto a su falta de escrúpulos,cuenta con la alianza de Miguel Miranda, vástago de una brutal familia decaciques sudamericanos que desea contar con el apoyo del banco para susproyectos de dominio. La lucha entre la perfidia de Augusta y la tradiciónde honradez de Hugh marcará durante treinta años los destinos del banco. Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P83193B/una-fortuna-peligrosa

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NOCHE SOBRE LAS AGUAS Septiembre de 1939. Gran Bretaña ha declarado la guerraa Alemania. Aventureros, artistas, hombres de negocios,ciudadanos que huyen de la vejación y la miseriaembarcan en el último hidroavión que despega rumbo a

Estados Unidos, abandonando un país sobre el que planea laincertidumbre... Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P83136A/noche-sobre-las-aguas

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LOS PILARES DE LA TIERRA El gran maestro de la narrativa de acción y suspense nostransporta a la Edad Media, a un fascinante mundo de reyes,damas, caballeros, pugnas feudales, castillos y ciudadesamuralladas. El amor y la muerte se entrecruzan

vibrantemente en este magistral tapiz, cuyo centro es la construcción de unacatedral gótica. La historia se inicia con el ahorcamiento público de uninocente y finaliza con la humillación de un rey. Los pilares de la Tierra esla obra maestra de Ken Follett y constituye una excepcional evocación deuna época de violentas pasiones. Trade: http://www.megustaleer.com/ficha/L32851A/los-pilares-de-la-tierraBolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P886514/los-pilares-de-la-tierraBolsillo tv: http://www.megustaleer.com/ficha/P88914A/los-pilares-de-la-tierraEdición especial 25 aniversario trade:http://www.megustaleer.com/ficha/L343070/los-pilares-de-la-tierraEdición especial 25 bolsillo:http://www.megustaleer.com/ficha/P622834/los-pilares-de-la-tierraEdición especial 25 aniversario ebook:http://www.megustaleer.com/ficha/EL338359/los-pilares-de-la-tierra

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EL TERCER GEMELO ¿Es posible que se hayan hecho experimentos secretos declonación en seres humanos sin ser ellos conscientes? ¿Yde qué forma puede estar involucrado un candidato a lapresidencia de Estados Unidos?

Una joven científica está desarrollando una investigación sobre laformación de la personalidad y las diferencias de comportamiento entregemelos. De pronto, cuando descubre a dos gemelos absolutamenteidénticos nacidos de madres distintas, se da cuenta de que alguien intentafrenar su investigación al precio que sea. Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P895378/el-tercer-gemelo

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UN MUNDO SIN FIN Después de la publicación de Los pilares de la Tierra, KenFollett vuelve al fascinante mundo de Kingsbridge. Unretrato admirable del mundo medieval y una novelaextraordinaria que aporta una nueva dimensión a la

ficción histórica. Desde la publicación de Los pilares de la Tierra en 1989, millones delectores de Ken Follett a lo largo de todo el mundo han esperadoansiosamente este libro. Un mundo sin fin está ambientado en la mismaciudad de Kingsbridge, dos siglos después de la construcción de sumajestuoso templo gótico. La catedral y el priorato vuelven a formar la basede esta magnífica historia de amor y de odio, de ambición y de venganza,con el fondo amenazador de la Peste Negra que aniquiló a la mitad de lapoblación europea. Intriga, asesinatos, hambruna, plagas y guerras. Trade: http://www.megustaleer.com/ficha/L336560/un-mundo-sin-finBolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P993730/un-mundo-sin-finBolsillo tv: http://www.megustaleer.com/ficha/P322703/un-mundo-sin-fin

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UN LUGAR LLAMADO LIBERTAD Un lugar llamado libertad es una obra apasionante, unatrepidante novela de acción, donde brilla el talentonarrativo de uno de los autores más reconocidos denuestro tiempo.

Ser minero del carbón en la Escocia del siglo XVIII significaba servidumbrey sufrimiento. Por eso Mack McAsh se enfrentó a su amo, lo que le obligó ahuir. Para el joven comenzó una odisea, que le llevó a Londres y luego a lascolonias de América del Norte, convertidas más que nunca en esperanza delibertad. Bajo el ropaje de una trepidante novela de acción en la que afloranlos mejores sentimientos –el amor, la generosidad, la entrega a los otros–,Un lugar llamado libertad es una obra apasionante, donde brilla el talentonarrativo de uno de los autores más reconocidos de nuestro tiempo. Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P89394A/un-lugar-llamado-libertad

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VUELO FINAL De alguna manera, los alemanes están anticipándose a lasincursiones aéreas de los bombarderos británicos. Unrelato de suspense magistral y con unos personajescarismáticos que vuelven a confirmar a Ken Follett como

el maestro indiscutible del género. Hermia Mount, una inteligente analista británica, empieza a sospechar de laexistencia de una estación de radar secreta en la costa de Dinamarca. EnCopenhague, el policía colaboracionista con los nazis, Peter Flemming,intenta descubrir la red de la resistencia danesa. Entretanto, Harald Olufsen,un joven estudiante danés, se ve involucrado poco a poco en lainvestigación de Hermia. Cuando finalmente descubre la verdad, en la isladanesa de Fano, ocupada por los alemanes, no tiene manera de hacer llegarla información a Gran Bretaña. Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P83142A/vuelo-final

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EN LA BOCA DEL DRAGÓN Un terremoto de poca intensidad sacude California. Laagente del FBI Judy Maddox sabe que esta vez no se tratade un fenómeno natural; este es un seísmo provocado, unaviso al gobierno para que detenga las obras de

construcción de una presa. Casi sin pistas, la agente emprenderá una agónica carrera para descubrirquién y por qué se halla detrás de esta amenaza que puede destruirCalifornia. Ken Follett, uno de los autores más leídos de nuestros días,apasiona de nuevo con una novela que es un prodigio de dinamismo y deintriga. Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P89509A/en-la-boca-del-dragon

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DOBLE JUEGO Un hombre se despierta aterrorizado: sufre una especie deresaca y no tiene la menor idea ni de quién es ni de cómoha llegado hasta estos inmundos baños públicos. A partirde entonces tendrá treinta y seis horas para ganar la

carrera espacial. Cuando encuentra un periódico descubre que es el 29 de enero de 1958, y lanoticia del día es el tercer intento de lanzar el Explorer, el primer satéliteespacial estadounidense. Si el lanzamiento resulta fallido una vez más, laURSS dominará la carrera espacial en el futuro inmediato. Luke se pone enmarcha para averiguar su identidad, y comprende que su difícil situacióntiene mucho que ver con las relaciones que trabó años atrás en laUniversidad de Harvard, donde formó parte de un grupo de dos hombres ydos mujeres, unidos sentimentalmente entre sí pero situados sin saberlo enbandos opuestos del teatro político de la Guerra Fría. Las relaciones deamor y odio entre los cuatro protagonistas durante sus años de juventuddeterminarán sus decisiones y acciones en un duelo a vida o muerte,mientras la cuenta atrás en Cabo Cañaveral ya ha empezado. Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P89395A/doble-juego

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EN EL BLANCO Oxenford Medical, empresa farmacéutica escocesadedicada a la investigación de vacunas contra los virusmás peligrosos, se dispone a pasar las fiestas navideñasbajo un temporal de nieve. La empresa cuenta con los

sistemas más avanzados de seguridad, de modo que, a pesar de algunossustos, nadie espera ninguna incidencia. También Stanley Oxenford, propietario de la empresa, se dirige a su casapara pasar la noche con sus hijos. Los problemas entre ellos acabaránestallando, pero pronto quedarán olvidados: aunque aún no lo saben, todosellos pronto vivirán un infierno. Porque precisamente esa noche se produceel robo de un peligrosísimo virus. Los ladrones, sin embargo, quedanatrapados por el temporal. En su errática huida, llegarán al peor sitio detodos... Estremecedora, absorbente, En el blanco es una obra maestra delthriller, un género que Follett parece reinventar en cada una de sus novelas.Y esta es particularmente peligrosa: cuando se empieza no puede dejarse. Bolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P83851A/en-el-blanco

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LA CAÍDA DE LOS GIGANTES Una gran novela que narra la vida de unas familiasamericanas, británicas, rusas y alemanas con el trasfondode la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa y losprofundos cambios sociales que estas conllevaron.

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LA CAIGUDA DELS GEGANTS Una gran novel·la que narra la vida d’unes famílies americanes,britàniques, russes i alemanyes amb el rerefons de la Primera GuerraMundial, la Revolució russa i els profunds canvis socials que aquestesvaren portar. Trade: http://www.megustaleer.com/ficha/L387746/la-caiguda-dels-gegantsBolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P993587/la-caiguda-dels-gegants

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EL INVIERNO DEL MUNDO La fascinante historia que empezó en La caída de losgigantes continúa en este tomo, ahora con los hijos de lasfamilias británica, galesa, alemana, americana y rusacomo protagonistas. Narra sus luchas personales, políticas

y militares durante el auge de Hitler, la Guerra Civil española, laSegunda Guerra Mundial y los años del desarrollo de la bombaatómica. Trade: http://www.megustaleer.com/ficha/L353192/el-invierno-del-mundo-the-century-2Trade estuche: http://www.megustaleer.com/ficha/L354458/el-invierno-del-mundo-en-estucheBolsillo: http://www.megustaleer.com/ficha/P328156/el-invierno-del-mundoBolsillo tapa dura: http://www.megustaleer.com/ficha/P326077/el-invierno-del-mundo

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L’HIVERN DEL MÓN La fascinant història que va començar en La caiguda dels gegantscontinua en aquest volum, ara amb els fills de les famílies britànica,anglesa, alemanya, americana, gal·lesa i russa com a protagonistes.Narra les seves lluites personals, polítiques i militars durant l’època deHitler, la Guerra Civil espanyola, la Segona Guerra Mundial i els anysde desenvolupament de la bomba atòmica. Trade: http://www.megustaleer.com/ficha/L388217/lhivern-del-mon

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Traducción deANUVELA

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1

La policía secreta convocó a Rebecca Hoffmann un lunes lluvioso de1961.

La mañana había empezado como otra cualquiera. Su marido laacompañó al trabajo en su Trabant 500 color canela. Las antaño elegantescalles del centro de Berlín aún conservaban solares arrasados por losbombardeos de la guerra, salvo allí donde se habían construido nuevosedificios de hormigón que se alzaban erguidos como dientes falsos y malemparejados. Hans iba pensando en su trabajo mientras conducía.

—Los tribunales están al servicio de los jueces, de los abogados, de lapolicía, del gobierno… de todo el mundo menos de las víctimas de ladelincuencia —comentó—. Algo así es de esperar en los países capitalistasoccidentales, pero bajo el comunismo los tribunales deberían estarclaramente al servicio del pueblo. Mis colegas no parecen darse cuenta deello. —Hans trabajaba en el Ministerio de Justicia.

—Llevamos casi un año casados y te conozco desde hace dos, pero nuncame has presentado a ninguno de tus colegas —repuso Rebecca.

—Te aburrirían —adujo él de inmediato—. Son todos abogados.—¿Hay alguna mujer entre ellos?—No. En mi sección, por lo menos, no.Hans ocupaba un puesto administrativo: designaba jueces, programaba

juicios, gestionaba los tribunales.—De todas formas me gustaría conocerlos.

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Su marido era un hombre fuerte que había aprendido a controlarse.Mientras lo miraba y ante su insistencia, Rebecca percibió en sus ojos unconocido destello de rabia, y vio que la reprimía echando mano de su fuerzade voluntad.

—Ya quedaré con ellos —dijo Hans—. Quizá podríamos ir todos a un baralguna tarde.

De los hombres que había conocido Rebecca, Hans era el primero queestaba a la altura de su padre. Era seguro y autoritario, pero siempre laescuchaba. Tenía un buen trabajo; no mucha gente disponía de coche propioen la Alemania Oriental. Los hombres que trabajaban para el gobiernosolían ser comunistas de la línea dura, pero Hans, por sorprendente quefuera, compartía el escepticismo político de Rebecca. Igual que su padre,era alto, apuesto y vestía bien. Era el hombre al que había estado esperando.

Durante su noviazgo solo dudó de él en una ocasión, y de forma muybreve. Habían sufrido un accidente de tráfico sin importancia. La culpa fuedel otro conductor, que había salido de una calle lateral sin detenerse. Cosascomo esa sucedían todos los días, pero Hans se puso hecho una furia.Aunque el daño sufrido por ambos coches era mínimo, llamó a la policía,les enseñó su carnet del Ministerio de Justicia y consiguió que detuvieran alotro hombre por conducción temeraria y lo llevaran a la cárcel.

Después se disculpó con Rebecca por haber perdido los estribos. Ella,asustada ante su afán de venganza, había estado a punto de poner fin a larelación, pero Hans le explicó que ese día no era dueño de sí mismo porculpa de las presiones del trabajo, y ella decidió creerlo. Su fe se había vistojustificada: Hans nunca volvió a hacer nada semejante.

Cuando llevaban un año saliendo, y seis meses durmiendo juntos casitodos los fines de semana, Rebecca se preguntó por qué no le proponíamatrimonio. Ya no eran unos niños: ella tenía entonces veintiocho años y él

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treinta y tres, así que fue ella quien se lo pidió. A Hans le sorprendió laproposición, pero aceptó.

En ese momento detuvo el coche frente a la escuela donde trabajabaRebecca. Era un edificio moderno y bien equipado: los comunistas setomaban muy en serio la educación. Frente a las puertas de la verja, cinco oseis chicos mayores esperaban fumando cigarrillos junto a un árbol.Rebecca no hizo caso de sus miradas insistentes y besó a Hans en los labios.Después bajó del coche.

Los chicos la saludaron con educación, pero ella sintió la avidez con queesos ojos adolescentes devoraban su figura mientras cruzaba el patio de laescuela sin esquivar los charcos.

Rebecca pertenecía a una familia con inclinaciones políticas. Su abuelohabía sido socialdemócrata y miembro del Reichstag, el Parlamento alemán,hasta que Hitler llegó al poder. Su madre, concejala del ayuntamientodurante el breve período de democracia que vivió el Berlín oriental tras laguerra, también por el Partido Socialdemócrata. Sin embargo, la AlemaniaOriental se había convertido en una tiranía y Rebecca no le veía ningunautilidad a meterse en política, por lo que había canalizado su idealismohacia la educación con la esperanza de que la siguiente generación fuesemenos dogmática, más compasiva, más lista.

Al llegar a la sala de profesores consultó el horario de sustituciones en eltablón de anuncios. Le habían doblado la mayoría de las clases, así quetendría a dos grupos de alumnos apretujados en una sola aula casi todo eldía. Ella impartía la asignatura de ruso, pero también le habían adjudicadouna sustitución de inglés. Rebecca no lo hablaba, aunque sí tenía algunasnociones gracias a su abuela inglesa, Maud, que a sus setenta años seguíasiendo una mujer batalladora.

Era la segunda vez que le pedían a Rebecca que diera una clase de inglés,y empezó a pensar en algún texto. En la ocasión anterior había utilizado uno

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de esos panfletos que repartían entre los soldados estadounidenses paraexplicarles cómo tratar con los alemanes: a los alumnos les había parecidodivertidísimo, y también habían aprendido mucho. Ese día quizá escribiríaen la pizarra la letra de una canción que todos conocieran, como el Twist,que constantemente sonaba por la radio del ejército de Estados Unidos, laAmerican Forces Network, y les pediría que la tradujeran al alemán. Nosería una clase convencional, pero sí lo mejor que podía improvisar.

La escuela adolecía de una grave escasez de profesores porque la mitaddel personal había emigrado a la Alemania Occidental, donde los salarioseran de trescientos marcos más al mes y la gente era libre. Lo mismosucedía en casi todas las escuelas de la Alemania Oriental. Y no se tratabasolo de los profesores. Los médicos podían duplicar sus ingresos emigrandoa Occidente. La madre de Rebecca, Carla, era jefa de enfermeras en un granhospital del Berlín oriental y se subía por las paredes a causa de la faltatanto de enfermeras como de médicos. Lo mismo sucedía en la industria, eincluso en las fuerzas armadas. Era una crisis nacional.

Mientras Rebecca apuntaba a toda prisa la letra del Twist en un cuadernoe intentaba recordar aquel verso que hablaba de una hermana pequeña, algoasí como «my little sis», el subdirector entró en la sala de profesores. BerndHeld era seguramente el mejor amigo que tenía Rebecca fuera de la familia.Contaba cuarenta años y era un hombre delgado y de cabello oscuro, y teníauna cicatriz lívida que le cruzaba la frente porque lo había alcanzado unfragmento de metralla mientras defendía las colinas de Seelow durante losúltimos días de la guerra. Era profesor de física, pero compartía el interés deRebecca por la literatura rusa, y un par de veces a la semana comían juntosel bocadillo a mediodía.

—Escuchad todos —dijo Bernd—, me temo que traigo malas noticias.Anselm nos ha dejado.

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Se produjo un murmullo de sorpresa. Anselm Weber, el director delcolegio, era un comunista leal: todos los directores tenían que serlo. Sinembargo, al parecer sus principios se habían visto superados por el atractivode la prosperidad y la libertad de la Alemania Occidental.

—Yo ocuparé su lugar hasta que se designe un nuevo director —siguióinformando Bernd.

Rebecca y los demás maestros de la escuela sabían que, si era cuestión decapacidades, el propio Bernd debía ser elegido para el cargo. Pero Berndquedaba descartado porque no quería afiliarse al Partido SocialistaUnificado, el SED, comunista en todo salvo en el nombre.

Por ese mismo motivo Rebecca jamás llegaría a directora de escuela.Anselm le había suplicado que se uniera al partido, pero eso era imposible.Para ella habría sido como ingresar en un manicomio y fingir que todos losdemás internos estaban cuerdos.

Mientras Bernd detallaba las medidas temporales que se tomarían parasolventar la emergencia, Rebecca se preguntó cuánto tardaría la escuela enrecibir al nuevo director. ¿Un año? ¿Durante cuánto tiempo se prolongaríaaquella crisis? Nadie lo sabía.

Antes de la primera clase abrió su casillero, pero estaba vacío. El correono había llegado aún. Quizá también el cartero se había marchado a laAlemania Occidental.

La carta que pondría su vida patas arriba todavía estaba por llegar.Impartió su primera clase, en la que comentó el poema ruso El jinete de

bronce ante un nutrido grupo de alumnos de diecisiete y dieciocho años. Erauna lección que había dado todos los años desde que empezó a trabajar demaestra. Como siempre, guiaba a los chicos hacia el análisis soviéticoortodoxo y explicaba que Pushkin resolvía el conflicto entre el interéspersonal y el deber público en favor de este último.

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A la hora de comer Rebecca llevó su bocadillo al despacho del director yse sentó al enorme escritorio, delante de Bernd. Contempló la estantería debaratos bustos de cerámica: Marx, Lenin y el dirigente comunista de laAlemania del Este, Walter Ulbricht. Bernd siguió su mirada y sonrió.

—Anselm ha sido astuto —dijo—. Se ha pasado años fingiendo ser unverdadero creyente y de pronto… ¡Bum! Se va.

—¿No te tienta la idea de marcharte? —preguntó Rebecca—. Estásdivorciado, no tienes hijos… Nada te ata.

Él miró a un lado y a otro, como si creyera que alguien podía estarescuchando, después se encogió de hombros.

—Lo he pensado… ¿Quién no? —contestó—. ¿Y tú? Tu padre trabaja enBerlín Oeste, ¿verdad?

—Sí. Tiene una fábrica de televisores, pero mi madre está decidida aquedarse en el Este. Cree que debemos solucionar nuestros problemas, nohuir siempre de ellos.

—La conozco. Es una fiera.—Dice la verdad. Además, la casa donde vivimos pertenece a su familia

desde hace generaciones.—¿Y qué piensa tu marido?—Vive entregado al trabajo.—O sea que no tengo que preocuparme por perderte. Bien.—Bernd… —empezó a decir Rebecca, pero luego vaciló.—Escúpelo.—¿Puedo hacerte una pregunta personal?—Desde luego.—Dejaste a tu esposa porque te engañaba con otro, ¿verdad?Bernd se puso tenso, pero contestó.—Así es.—¿Cómo lo descubriste?

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Él se estremeció, como si de repente hubiera sentido una punzada dedolor.

—¿Te molesta que te lo pregunte? —dijo Rebecca con inquietud—. ¿Esdemasiado personal?

—A ti no me importa contártelo —repuso él—. Se lo planteéabiertamente y ella lo admitió.

—Pero ¿qué fue lo que hizo que sospecharas?—Un montón de pequeñas cosas…Rebecca lo interrumpió.—Suena el teléfono, descuelgas y te encuentras con varios segundos de

silencio, después la persona del otro lado de la línea cuelga.Bernd asintió.—Tu pareja rompe una nota en trozos muy pequeños y los tira por el

retrete —siguió explicando Rebecca—. El fin de semana lo convocan a unareunión imprevista. Por las noches pasa horas escribiendo cosas que noquiere enseñarte.

—Ay, vaya —dijo Bernd con tristeza—. Estás hablando de Hans.—Tiene una amante, ¿verdad? —Dejó su bocadillo en la mesa; había

perdido el apetito—. Dime sinceramente lo que piensas.—Lo siento mucho.Bernd la había besado una vez cuatro meses atrás, el último día del

primer trimestre. Se estaban despidiendo y se habían deseado una felizNavidad, y entonces él la asió del brazo con suavidad, inclinó la cabeza y ledio un beso en los labios. Rebecca le pidió que no volviera a hacerlo nunca,y le dijo que le gustaría seguir teniéndolo como amigo; al regresar a laescuela en enero, ambos actuaron como si nada de aquello hubiesesucedido. Unas semanas después, Bernd le dijo incluso que tenía una citacon una viuda de la misma edad que él.

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Rebecca no quería transmitirle falsas esperanzas, pero él era la únicapersona con quien podía hablar además de su propia familia, y a ellos noquería preocuparlos. Todavía no.

—Estaba tan segura de que Hans me quería… —dijo, y se le arrasaronlos ojos en lágrimas—. Yo lo quiero.

—Tal vez sí te quiere. Hay hombres incapaces de resistir la tentación.Rebecca no sabía si Hans se sentía satisfecho con su vida sexual. Nunca

había protestado, pero solo hacían el amor una vez a la semana más omenos, lo cual ella creía que era poco para estar recién casados.

—Lo único que deseo es tener mi propia familia. Una igual que la de mimadre, donde todos se sientan queridos, apoyados y protegidos —confesó—. Pensaba que con Hans podría tener eso.

—Quizá todavía puedas —repuso Bernd—. Una aventura no tiene porqué ser el final de un matrimonio.

—¿En el primer año?—No es bueno, lo admito.—¿Qué voy a hacer?—Deberías preguntárselo. Puede que lo reconozca o puede que lo niegue,

pero así sabrá que te has dado cuenta.—Y luego ¿qué?—¿Qué quieres tú? ¿Te divorciarías de él?Rebecca negó con la cabeza.—Jamás lo abandonaría. El matrimonio es una promesa. No puedes

mantener una promesa solo cuando te va bien. Hay que mantenerla aunqueno te apetezca. Ese es su significado.

—Yo hice lo contrario. Debes de creer que actué mal.—No te juzgo, ni a ti ni a nadie. Solo hablo por mí misma. Quiero a mi

marido y deseo que me sea fiel.La sonrisa de Bernd reflejaba admiración pero también pesar.

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—Espero que consigas lo que quieres.—Eres un buen amigo.Sonó el timbre de la primera clase de la tarde. Rebecca se levantó y

volvió a guardar el bocadillo en su envoltorio de papel. No iba a comérselo,ni en ese momento ni después, pero le horrorizaba tirar la comida, como a lamayoría de quienes habían vivido la guerra.

—Gracias por escucharme —le dijo a Bernd, y se secó los ojoshumedecidos con un pañuelo.

—No he sido de mucho consuelo.—Sí, sí que lo has sido. —Y salió.Mientras se dirigía al aula de la clase de inglés se dio cuenta de que no

había preparado la letra del Twist. De todas formas, llevaba siendo maestrael tiempo suficiente para poder improvisar.

—¿Quién ha oído una canción que se llama el Twist? —preguntó en vozalta al entrar por la puerta.

Todos la conocían.Se acercó a la pizarra y cogió un trozo de tiza.—¿Qué dice la letra?Los alumnos se pusieron a gritar todos a la vez.«Come on baby, let’s do the Twist», escribió Rebecca en la pizarra.—¿Cómo se dice eso en alemán? —preguntó entonces, y durante un rato

olvidó sus problemas.En la pausa de la tarde encontró una carta en su casillero. La llevó

consigo a la sala de profesores y se hizo un café instantáneo antes deabrirla. Cuando la leyó, la taza se le cayó al suelo.

La única hoja de papel que contenía llevaba el membrete del Ministeriode Seguridad del Estado. Ese era el nombre oficial de la policía secreta;extraoficialmente, todos la conocían como «la Stasi». La carta estaba

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remitida por el sargento Scholz, quien le ordenaba que se presentara en sudespacho de la jefatura para someterse a un interrogatorio.

Rebecca limpió el líquido que había vertido, se disculpó ante suscompañeros, fingió que no sucedía nada y se fue al servicio de señoras,donde se encerró en un compartimento. Necesitaba pensar antes deconfiarle aquello a nadie.

En la Alemania del Este todo el mundo estaba al tanto de la existencia deesas cartas, y todo el mundo temía recibir una algún día. Significaba quealgo iba mal: puede que ese algo fuera insignificante, pero había llamado laatención de los vigilantes. Por lo que explicaba la gente, sabía que aducirinocencia no servía de nada. Los policías reaccionarían asegurando quedebía ser culpable de algo; si no, ¿por qué habrían de interrogarla?Insinuarles que habían cometido un error equivalía a insultar sucompetencia, lo cual también era delito.

Al leerla otra vez, vio que tenía cita para las cinco de esa misma tarde.¿Qué había hecho? Su familia era altamente sospechosa, por supuesto. Su

padre, Werner, era un capitalista con una fábrica que el gobierno de laAlemania del Este no podía tocar porque estaba en el Berlín occidental. Sumadre, Carla, era una socialdemócrata reputada. Su abuela, Maud, hermanade un conde inglés.

Sin embargo, las autoridades llevaban un par de años sin molestar a lafamilia, y Rebecca había supuesto que su matrimonio con un funcionariodel Ministerio de Justicia le habría otorgado cierta respetabilidad. Eraevidente que no.

¿Había cometido algún delito? Poseía un ejemplar de Rebelión en lagranja, la alegoría anticomunista de George Orwell, que era ilegal. Suhermano pequeño, Walli, tenía quince años, tocaba la guitarra y cantabacanciones protesta estadounidenses como This Land is Your Land. A vecesRebecca pasaba a la parte oeste de la ciudad para ver exposiciones de

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pintura abstracta. Los comunistas eran tan conservadores en cuestiones dearte como las matronas victorianas.

Se lavó las manos y se miró en el espejo. No parecía asustada. Tenía lanariz recta, la barbilla rotunda y ojos castaños de mirada intensa. Su cabelloera oscuro y rebelde, y lo llevaba bien peinado hacia atrás. Como era alta ytenía un aire escultórico, había a quien le resultaba intimidante. Era capazde enfrentarse a un aula llena de bulliciosos jóvenes de dieciocho años yhacerlos callar con una única palabra.

No obstante, estaba amedrentada. Lo que más miedo le daba era saberque la Stasi podía hacer cualquier cosa. No tenían ninguna limitación real:quejarse de ellos era un delito en sí mismo. Y eso le hizo pensar en elEjército Rojo al final de la guerra, cuando los soldados soviéticos habíangozado de libertad total para robar, violar y asesinar a alemanes, y habíanhecho uso de esa libertad en una bacanal de barbarie indescriptible.

La última clase que Rebecca dio ese día versaba sobre la construcción dela voz pasiva en la gramática rusa y fue un auténtico desastre, fácilmente lapeor lección que había impartido desde que se sacó el título de maestra. Alos alumnos no les pasó desapercibido que algo iba mal, y Rebecca seemocionó al ver que intentaban ayudarla todo lo posible, incluso haciéndolesugerencias útiles cuando se trababa y no encontraba la palabra adecuada.Gracias a su indulgencia, consiguió llegar hasta el final.

Al terminar las clases, Bernd se encerró en el despacho del director convarios funcionarios del Ministerio de Educación, supuestamente paradiscutir sobre cómo mantener la escuela abierta aunque faltara la mitad delpersonal. Rebecca no quería ir a la jefatura de la Stasi sin informar a nadiepor si decidían retenerla allí, así que le escribió una nota contándole que lahabían citado.

Después tomó un autobús que la llevó por las calles mojadas hastaNormannenstrasse, en Lichtenberg, un barrio de las afueras.

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La jefatura de la Stasi era un bloque de oficinas nuevo y horrendo. Noestaba terminado; había excavadoras en el aparcamiento y andamios en unode sus extremos. La construcción ofrecía un rostro adusto bajo la lluvia,aunque tampoco en un día de sol resultaba mucho más alegre.

Al cruzar la puerta, Rebecca se preguntó si volvería a salir de allí.Atravesó el enorme atrio y presentó su carta en el mostrador de

recepción, desde donde un hombre la acompañó arriba en ascensor. Sumiedo crecía a medida que subían pisos. Salieron a un pasillo de paredespintadas de un espantoso color amarillo mostaza y su acompañante la hizopasar a una sala vacía salvo por una mesa con superficie de plástico y dossillas incómodas, hechas de tubos metálicos. Se notaba un olor muy fuerte apintura. Allí la dejó sola.

Estuvo sentada cinco minutos, temblando y esforzándose por no llorar.Le habría gustado ser fumadora: tal vez un pitillo la habría tranquilizado.

Por fin llegó el sargento Scholz, que era algo más joven que Rebecca —ella le echó unos veinticinco años— y llevaba consigo una carpeta delgada.Se sentó, se aclaró la garganta, abrió la carpeta y arrugó la frente. Rebeccapensó que estaba intentando aparentar importancia, y se preguntó si sería suprimer interrogatorio.

—Es usted maestra en la Escuela Politécnica de Secundaria FriedrichEngels —dijo.

—Sí.—¿Dónde vive?Rebecca contestó, pero seguía desconcertada. ¿Acaso no conocía su

dirección la policía secreta? Eso tal vez explicaba por qué le habían enviadola carta a la escuela y no a su casa.

Tuvo que facilitar los nombres y las edades de sus padres y sus abuelos.—¡Me está mintiendo! —exclamó Scholz con aire triunfal—. Dice que

su madre tiene treinta y nueve años y usted tiene veintinueve. ¿Cómo pudo

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traerla al mundo cuando tenía diez años?—Soy adoptada —dijo Rebecca, aliviada al verse capaz de ofrecer una

explicación inocente—. Mis padres biológicos murieron al final de laguerra, cuando una bomba destruyó nuestra casa.

Por aquel entonces Rebecca tenía trece años. Los proyectiles del EjércitoRojo no dejaban de caer, la ciudad estaba en ruinas y ella se encontrabasola, confusa, aterrorizada. Al ver en ella a una adolescente voluptuosa, ungrupo de soldados la habían elegido de entre otras mujeres para violarla.Carla la había salvado ofreciéndose en su lugar. Aun así, aquella terroríficaexperiencia había provocado en Rebecca una actitud dubitativa y nerviosaen todo lo referente al sexo. Si Hans no se sentía satisfecho, estabaconvencida de que tenía que ser por culpa de ella.

Se estremeció e intentó desterrar el recuerdo.—Carla Franck me salvó de… —Rebecca se interrumpió justo a tiempo.

Los comunistas negaban que los soldados del ejército ruso hubierancometido violaciones, aunque todas las mujeres que habían estado en laAlemania Oriental en 1945 conocían la horrible verdad—. Carla me salvó—repitió, omitiendo los detalles polémicos—. Más adelante, Werner y ellame adoptaron oficialmente.

Scholz estaba tomando nota de todo. Aquel expediente no podía contenerdemasiada información, pensó Rebecca, pero algo debía de haber. Si tanpoco sabía el sargento sobre su familia, ¿qué era lo que había llamado suatención?

—Es usted profesora de inglés —afirmó.—No, soy profesora de ruso.—Está mintiéndome de nuevo.—No le miento, y tampoco he mentido antes —puntualizó ella con

decisión. Le sorprendió verse hablando con él de esa forma desafiante. Yano estaba tan asustada como hacía un rato, aunque quizá actuara con

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imprudencia. Puede que él fuera joven e inexperto, se dijo, pero seguíateniendo el poder de destrozarle la vida—. Estoy licenciada en Lengua yLiteratura Rusa —siguió explicando, e intentó ofrecer una sonrisa cortés—.Soy la jefa del Departamento de Ruso de mi escuela, pero la mitad de losprofesores se han ido a Occidente, y nos vemos obligados a improvisar. Poreso esta última semana he dado dos clases de inglés.

—¡O sea que tengo razón! Y en sus clases contamina las mentes de losniños con propaganda americana.

—Ah, vaya —profirió ella—. ¿Es por el folleto informativo de lossoldados norteamericanos?

El sargento leyó una hoja con anotaciones.—Aquí dice: «Tenga en cuenta que en la Alemania Oriental no hay

libertad de expresión». ¿No es eso propaganda americana?—Les expliqué a los alumnos que los americanos tienen un concepto

premarxista de la libertad muy ingenuo —contestó Rebecca—. Supongoque su informante no mencionó nada de eso.

Se preguntó quién sería el chivato. Debía de ser un alumno, o quizá unpadre al que le habían hablado de esa clase. La Stasi tenía más espías quelos nazis.

—También dice: «Cuando esté en Berlín Este, no se dirija a los agentesde policía para preguntar una dirección. Al contrario que los policíasestadounidenses, su cometido no es ayudarle». ¿Qué tiene que decir a eso?

—¿No es verdad? —repuso ella—. Cuando era usted adolescente,¿alguna vez le pidió a un vopo que le indicara cómo llegar a la estación delU-Bahn? —Los vopos eran agentes de la Volkspolizei, la policía de laAlemania del Este.

—¿No pudo encontrar algo más adecuado para enseñar a unos niños?—¿Por qué no viene usted a nuestra escuela a dar la clase de inglés?—¡Yo no hablo inglés!

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—¡Tampoco yo! —exclamó Rebecca, y de inmediato lamentó haberalzado la voz.

Sin embargo, Scholz no estaba enfadado. De hecho, en cierto modoparecía intimidado. Era evidente que carecía de experiencia, pero ella nopodía permitirse bajar la guardia.

—Tampoco yo —repitió, más calmada—. Así que voy inventando cosassobre la marcha y aprovecho cualquier material en inglés que llega a mismanos. —Pensó que era el momento de mostrar un poco de falsa humildad—. Es evidente que he cometido un error, y lo siento mucho, sargento.

—Parece usted una mujer inteligente —comentó él.Rebecca entornó los ojos. ¿Era una trampa?—Gracias por el cumplido —dijo con un tono neutro.—Necesitamos personas inteligentes, sobre todo mujeres.—¿Para qué? —Estaba perpleja.—Para tener los ojos bien abiertos, ver lo que sucede y hacernos saber

cuándo algo va mal.Rebecca se quedó estupefacta.—¿Me está pidiendo que sea informante de la Stasi? —preguntó tras

unos instantes.—Es un trabajo importante, solidario —explicó el sargento—. Y

fundamental en las escuelas, donde se forma la actitud de los jóvenes.—Ya veo.Lo que veía Rebecca era que ese sargento de la policía secreta había

metido la pata hasta el fondo. La había investigado en su lugar de trabajo,pero no sabía nada acerca de su conocida familia. Si Scholz hubiese hechoaveriguaciones sobre el entorno de Rebecca, jamás se habría dirigido a ella.

Ya imaginaba cómo debía de haber ocurrido. «Hoffmann» era un apellidomuy común, y «Rebecca» tampoco era un nombre inusual. Era fácil que unnovato cometiera el error de investigar a la Rebecca Hoffmann equivocada.

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—Sin embargo, la gente que realiza ese trabajo debe ser absolutamentehonrada y digna de confianza —siguió explicando el sargento.

Aquello era tan contradictorio que Rebecca casi no pudo contener la risa.—¿Honrada y digna de confianza? —repitió—. ¿Para espiar a sus

amigos?—Desde luego. —Por lo visto no había percibido su ironía—. Y, además,

tiene ventajas. —El sargento bajó la voz—. Sería usted una de nosotros.—No sé qué decir.—No tiene que decidirlo ahora. Vuelva a casa y piénselo. Pero no lo

hable con nadie. Debe ser un secreto, evidentemente.—Evidentemente.Rebecca empezaba a sentir alivio. Scholz no tardaría mucho en descubrir

que no era la persona adecuada para sus propósitos, y retiraría su oferta. Sinembargo, llegado ese punto ya le sería muy difícil dar marcha atrás eintentar incriminarla de nuevo por hacer propaganda del imperialismocapitalista. Tal vez lograra salir indemne de esa.

Scholz se puso de pie y Rebecca siguió enseguida su ejemplo. ¿Eraposible que su visita a la jefatura de la Stasi terminara tan bien? Parecíademasiado bueno para ser cierto.

El sargento le sostuvo la puerta con cortesía y luego la acompañó a lolargo del pasillo. Cerca de las puertas del ascensor había un grupo de cincoo seis hombres de la Stasi conversando de forma animada. Uno de ellos lesonaba una barbaridad: era alto y de espaldas anchas, iba algo encorvado yllevaba un traje de franela gris claro que Rebecca conocía muy bien. Se loquedó mirando, atónita, mientras se acercaba al ascensor.

Era su marido, Hans.¿Qué hacía allí? Su primer pensamiento, fruto del miedo, fue que

también a él lo hubieran sometido a un interrogatorio. Pero un instante

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después, por la forma en que estaban allí todos reunidos, se dio cuenta deque no lo trataban como a un sospechoso.

¿Qué, entonces? El corazón empezó a latirle con fuerza por el miedo,pero ¿de qué estaba asustada?

Tal vez su trabajo en el Ministerio de Justicia lo llevaba hasta allí de vezen cuando, pensó. Sin embargo, en ese momento oyó a uno de aquelloshombres decir:

—Pero, con el debido respeto, teniente…Rebecca no pescó el resto de la frase. ¿Cómo que «teniente»? Los

funcionarios no tenían rangos militares… ¡a menos que trabajaran para lapolicía!

Entonces Hans la vio.Ella percibió todas las emociones que asomaron a su rostro: qué fácil era

leerles la mente a los hombres. Al principio frunció el ceño, confuso, igualque si hubiera visto un objeto conocido en un contexto extraño, como unazanahoria en una biblioteca. Después abrió los ojos con espanto alcomprender lo que estaba viendo, y su boca se abrió ligeramente. Sinembargo, fue la siguiente expresión la que más desconcertó a Rebecca: susmejillas se oscurecieron con vergüenza y miró hacia otro lado con los ojoscargados de inequívoco sentimiento de culpa.

Ella no dijo nada durante unos segundos, intentando asimilar todoaquello. Después, sin entender aún lo que veía, se dirigió a él:

—Buenas tardes… teniente Hoffmann.Scholz los miró con asombro y con miedo.—¿Conoce usted al teniente?—Bastante —respondió ella, luchando por no perder la compostura

mientras una sospecha cobraba forma en su interior—. Empiezo apreguntarme si no me habrá tenido bajo vigilancia durante un tiempo.

Pero no era posible… ¿verdad?

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—¿Ah, sí? —preguntó Scholz como un tonto.Rebecca se quedó mirando a su marido esperando su reacción ante esa

conjetura, con la esperanza de que la desterrara con una risa y enseguida leofreciera una explicación inocente. Hans había abierto la boca como si fueraa hablar, pero ella se dio cuenta de que no tenía intención de decirle laverdad: al contrario, le pareció que su expresión era la de alguien queintenta inventar una historia a la desesperada pero no consigue que se leocurra nada para explicar todos los detalles.

Scholz estaba al borde de las lágrimas.—¡No lo sabía! —exclamó.—Soy la esposa de Hans —dijo Rebecca sin dejar de mirarlo.La expresión de su marido volvió a transformarse cuando la culpa dio

paso a la rabia, y su rostro se convirtió en una máscara de furia. Al finaltomó la palabra, pero no para decirle nada a Rebecca.

—Cierra la boca, Scholz.Entonces ella estuvo segura, y su mundo se desmoronó a su alrededor.Scholz estaba demasiado atónito para acatar la orden de Hans.—¿Es usted… esa señora Hoffmann? —le preguntó a Rebecca.Hans se movió llevado por el impulso de la rabia y arremetió contra

Scholz con un potente derechazo que le dio en toda la cara. El joven setambaleó hacia atrás con el labio abierto.

—Maldito imbécil —dijo Hans—. Acabas de tirar a la basura dos años demeticuloso trabajo secreto.

—Las llamadas extrañas, las reuniones imprevistas, las notas querompías en pedazos… —masculló Rebecca.

Hans no tenía una amante.Era peor que eso.Se sentía aturdida, pero sabía que aquel era el momento de descubrir la

verdad, mientras todos seguían desprevenidos, antes de que empezaran a

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contar mentiras e inventar tapaderas. Hizo un esfuerzo para no flaquear.—¿Te casaste conmigo solo para espiarme, Hans? —preguntó con

frialdad.Él se la quedó mirando sin contestar.Scholz se volvió y se alejó tambaleándose por el pasillo.—Id tras él —ordenó Hans.Entonces se abrió el ascensor. Rebecca entró justo cuando Hans gritaba:—¡Detened a ese idiota y encerradlo en una celda!Se volvió para hablar con ella, pero las puertas del ascensor se cerraron y

Rebecca apretó el botón de la planta baja.Cruzó el atrio sin ver apenas nada por culpa de las lágrimas. Nadie le

dirigió la palabra; sin duda era común encontrar allí a personas llorando.Atravesó el aparcamiento mojado por la lluvia hasta llegar a la parada delautobús.

Su matrimonio era una farsa. Le costaba asimilarlo. Se había acostadocon Hans, lo había amado, se había casado con él, y durante todo esetiempo él la había engañado. Una infidelidad podría considerarse un desliztemporal, pero Hans le había mentido desde el principio. Debió de empezara salir con ella para poder espiarla.

Era evidente que nunca había tenido intención de casarse. En un principioseguramente no pretendió más que flirtear con ella para poder meterse encasa de la familia. Pero el engaño había funcionado demasiado bien. Debióde resultarle una verdadera sorpresa que ella le propusiera matrimonio. Talvez se había visto obligado a tomar una decisión: romper con ella yabandonar la vigilancia, o casarse y continuarla. Quizá sus jefes le habíanordenado que aceptara. ¿Cómo podía haberle mentido tan a conciencia?

Un autobús se detuvo en la parada y ella subió. Avanzó con la cabezagacha hasta un asiento cerca del fondo y se tapó la cara con las manos.

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Rememoró su noviazgo. Cada vez que había sacado a colación los temasque se habían interpuesto en sus relaciones anteriores —su feminismo, suanticomunismo, su estrecha relación con Carla—, él le había dado todas lasrespuestas correctas. Rebecca había creído que los dos eran almas gemelas;tanto, que casi parecía milagroso. Jamás se le había ocurrido que pudieraestar fingiendo.

El autobús avanzó lentamente por el paisaje de escombros viejos yhormigón nuevo en dirección al céntrico barrio de Mitte. Rebecca intentópensar en su futuro, pero no lo lograba. Lo único que conseguía era volversobre el pasado una y otra vez. Recordó el día de su boda, la luna de miel,su año de casada, y de pronto lo vio todo como una obra en la que Hanshabía representado un papel. Le había robado dos años de su vida, y eso laenfureció tanto que dejó de llorar.

Recordó también la tarde en que le había pedido que se casara con ella.Estaban paseando por el Parque del Pueblo, en Friedrichshain, y sedetuvieron delante de la vieja Fuente de los Cuentos de Hadas a contemplarlas tortugas esculpidas en piedra. Ella se había puesto un vestido azulmarino, el color que más la favorecía. Hans, una americana de tweed nueva:aunque la Alemania Oriental era un páramo de la moda, él siempre lograbaencontrar buenas prendas. Entre sus brazos, Rebecca se sentía segura,protegida, valorada. Deseaba estar con un hombre para siempre, y esehombre era él. «¿Por qué no nos casamos, Hans?», le propuso con unasonrisa. Él le dio un beso. «Qué idea más estupenda», respondió.

«Fui una tonta —pensó Rebecca, esta vez con ira—, una tonta y unaboba.»

Una cosa quedaba explicada. Hans no había querido tener hijos todavía.Le había dicho que prefería conseguir primero otro ascenso y buscar unacasa para ellos solos. Antes de la boda nunca le había comentado nada detodo eso, y a Rebecca le sorprendió, puesto que ya tenían una edad: ella

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había cumplido los veintinueve años y él los treinta y cuatro. Por finconocía la verdadera razón.

Cuando se apeó del autobús estaba hecha una furia. Caminó deprisa,luchando contra el viento y la lluvia, hacia la vieja casona de varios pisosdonde vivía. Desde el vestíbulo, por la puerta abierta del salón principal, vioque su madre estaba enfrascada en una conversación con Heinrich vonKessel, que también había sido concejal socialdemócrata de la ciudaddespués de la guerra. Rebecca pasó por delante de la puerta sin decir nada.Su hermana Lili, que tenía doce años, estaba haciendo los deberes en lamesa de la cocina. Oyó el gran piano en la sala de estar; era su hermanoWalli, que tocaba un blues. Rebecca subió al piso de arriba, dondecompartía dos habitaciones con su marido.

Lo primero que vio al entrar en una de ellas fue la maqueta. Hans habíaestado trabajando en ella durante todo el año que llevaban casados y suintención era construir un modelo a escala de la Puerta de Brandemburgocon cerillas y pegamento. Todos sus conocidos tenían que guardarle lascerillas gastadas. La maqueta estaba casi terminada y se alzaba sobre unamesita en el centro de la habitación. Ya había acabado el arco central y loslaterales, y solo le faltaba la cuadriga, el carro con tiro de cuatro caballosque había en lo alto, lo más difícil.

«Debía de aburrirse mucho», pensó Rebecca con amargura. Estaba claroque aquel proyecto era una forma de pasar las tardes que se veía obligado aestar con una mujer a quien no amaba. Su matrimonio era como esamaqueta, una copia endeble de la realidad.

Se acercó a la ventana y contempló la lluvia. Un minuto después, unTrabant 500 de color canela aparcó junto a la acera y Hans bajó de él.

¿Cómo se atrevía a entrar en la casa?Rebecca abrió la ventana de golpe sin hacer caso de la lluvia que el

viento arrastraba al interior.

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—¡Fuera de aquí! —gritó.Él se detuvo en la acera mojada y levantó la cabeza.La mirada de Rebecca recayó en un par de zapatos de Hans que había en

el suelo, junto a ella. Estaban hechos a mano por un viejo zapatero quehabía encontrado su marido. Cogió uno y se lo lanzó. Tuvo buena punteríay, aunque él se agachó, el zapato le dio en la coronilla.

—¡Bruja loca! —gritó Hans.Walli y Lili acudieron a la habitación pero se quedaron en el vano de la

puerta, mirando a su hermana mayor como si se hubiera convertido en otrapersona, lo cual seguramente era cierto.

—¡Tú te casaste por orden de la Stasi! —gritó Rebecca desde la ventana—. ¿Quién de los dos está loco?

Lanzó el otro zapato y erró el tiro.—Pero ¿qué haces? —preguntó Lili con voz atemorizada.—Ha perdido la chaveta… —dijo Walli con una sonrisa burlona.Fuera, dos transeúntes se detuvieron a mirar y una vecina asomó por un

portal para observarlos, fascinada. Hans los fulminó con la mirada. Era unhombre orgulloso, le mortificaba verse humillado en público.

Rebecca miró a su alrededor en busca de algo más para lanzarle y susojos se posaron en la maqueta de cerillas de la Puerta de Brandemburgo.

Se sostenía sobre una tabla de contrachapado. La levantó. Pesaba, peropodía moverla.

—Ay, madre —exclamó Walli.Rebecca llevó la maqueta hasta la ventana.—¡Ni se te ocurra! ¡Eso es mío! —gritó Hans.Ella apoyó la base de contrachapado en el alféizar.—¡Me has destrozado la vida, matón de la Stasi! —replicó.Una de las mujeres que curioseaban se echó a reír con unas carcajadas

desdeñosas y burlonas que resonaron por encima del repiqueteo de la lluvia.

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Hans se encendió de ira y miró en derredor intentando identificar el origende ese sonido, pero no lo logró. Que se rieran de él era la peor forma detortura.

—¡Deja esa maqueta donde estaba, furcia! —rugió—. ¡Llevo un añotrabajando en ella!

—El mismo tiempo que llevo yo trabajando en nuestro matrimonio —contestó Rebecca levantando la Puerta de Brandemburgo.

—¡Te lo ordeno! —gritó Hans.Rebecca inclinó la maqueta por la ventana y la soltó. La madera giró en

el aire de tal forma que la tabla quedó hacia arriba y la cuadriga hacia abajo.Parecía tardar mucho en llegar al suelo, y por un instante el tiempo sedetuvo para Rebecca. Entonces la madera se estrelló contra el pavimentodel patio produciendo un sonido similar al del papel cuando se arruga. Lamaqueta se hizo pedazos y las cerillas salieron disparadas como en unaonda expansiva, cayeron sobre la piedra mojada y quedaron pegadas allí,formando una corona de destrucción. La tabla yacía plana en el suelo; todolo que sostenía antes había quedado reducido a la nada.

Hans la estuvo mirando un buen rato con la boca abierta por laconmoción.

Cuando al fin se recuperó, señaló a Rebecca con un dedo.—Escucha bien lo que te digo —advirtió con una voz tan fría que de

repente ella sintió miedo—: te arrepentirás de esto, te lo aseguro. Tú y tufamilia. Os arrepentiréis de esto el resto de vuestra vida. Te lo prometo.

Volvió a subir al coche y se alejó de allí.

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2

La madre de George Jakes le preparó para desayunar beicon y tortitas dearándanos, todo acompañado de gachas de maíz.

—Si me acabo esto tendré que luchar con los pesos pesados —dijoGeorge.

George estaba en setenta y siete kilos y era la estrella de los pesos mediosdel equipo de lucha de Harvard.

—Come como Dios manda y deja la lucha ya —repuso ella—. No teeduqué para que te convirtieras en un tonto que se dedica a dar puñetazos.

Se sentó frente a él a la mesa de la cocina y sirvió copos de maíz en uncuenco.

George no era tonto, y ella lo sabía. Se hallaba a punto de graduarse en lafacultad de derecho de Harvard. Había terminado ya los exámenes finales yestaba bastante seguro de que los había aprobado. Ese día se encontraba enla modesta casa que tenía su madre en el condado de Prince George,Maryland, en las afueras de Washington, D. C.

—Quiero mantenerme en forma —adujo—. Puede que entrene al equipode lucha de un instituto.

—Eso sí que merece la pena.George miró a su madre con cariño. Jacky Jakes había sido guapa en sus

tiempos, y él lo sabía; había visto fotografías de cuando era adolescente yaún aspiraba a convertirse en una estrella de cine. Todavía se la veía joven,su tez era de esas pieles de color chocolate oscuro a las que no le salían

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arrugas. «Al negro de raza la arruga no amenaza», decían las mujeresnegras. Sin embargo, la boca ancha que le sonreía tan abiertamente desdeesas fotos viejas tenía ahora las comisuras vueltas hacia abajo en unaexpresión de firme determinación. No había llegado a ser actriz, y tal veznunca tuvo una oportunidad, porque los papeles de mujeres negras, escasos,solían acabar en manos de bellezas mulatas de piel clara. De todas formas,su carrera terminó antes de haber empezado cuando se quedó embarazadade George a la edad de dieciséis años. Jacky se había ganado ese rostroangustiado criándolo ella sola en una casita diminuta de la parte de atrás deUnion Station los primeros diez años de su vida, trabajando de camarera einculcándole siempre a su hijo la importancia de esforzarse, estudiar yganarse el respeto de los demás.

—Te quiero, mamá —dijo George—, pero aun así me uniré a los Viajerosde la Libertad.

Su madre apretó los labios en un gesto de reproche.—Tienes veinticinco años —repuso—. Haz lo que te plazca.—No, eso no es así. Todas las decisiones importantes que he tomado las

he hablado siempre contigo. Seguramente siempre lo haré.—Pues no veo que me hagas caso.—No siempre, pero sigues siendo la persona más lista que conozco, y eso

incluye a todos los de Harvard.—Solo lo dices para dorarme la píldora —protestó ella, pero su hijo se

dio cuenta de que estaba encantada.—Mamá, el Tribunal Supremo ha dictaminado que la segregación en los

autobuses interestatales y las estaciones de autobús es inconstitucional…pero esos sureños se empeñan en desafiar la ley. ¡Tenemos que hacer algo!

—¿Y de qué crees que va a servir que te subas a ese autobús?—Saldremos de aquí, de Washington, y viajaremos hacia el Sur. Nos

sentaremos en la parte de delante, usaremos las salas de espera que son

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«solo para blancos» y pediremos que nos sirvan en las cafeterías «solo parablancos» y, cuando se nieguen, les diremos que la ley está de nuestra parte yque los delincuentes y los alborotadores son ellos.

—Hijo, ya sé que tienes toda la razón. A mí no tienes que convencerme,entiendo la Constitución, pero ¿qué crees que ocurrirá?

—Supongo que tarde o temprano nos detendrán. Luego habrá un juicio ydefenderemos nuestro caso ante el mundo entero.

Ella sacudió la cabeza.—Espero que sea así de fácil, de verdad.—¿Qué quieres decir?—Creciste siendo un privilegiado —contestó su madre—. Por lo menos

desde que tu padre blanco volvió a entrar en nuestra vida, cuando tenías seisaños. No sabes cómo es el mundo para la mayoría de la gente de color.

—Ojalá no dijeras eso. —George se sentía herido; era la mismaacusación que le dirigían los activistas negros, y le molestaba—. Tener unabuelo blanco y rico que me paga los estudios no me convierte en un ciego.Sé lo que está ocurriendo.

—Entonces tal vez sepas que una detención sería lo menos horrible quepodría sucederte. ¿Y si la cosa se pone fea?

George era consciente de que su madre tenía razón. Los voluntarios delos Viajeros de la Libertad se arriesgaban quizá a algo peor que la cárcel.Aun así, él solo quería tranquilizarla.

—Me han dado clases de resistencia pasiva —explicó. Todos losseleccionados para el primer viaje de la libertad eran activistas por losderechos civiles con experiencia y se habían sometido a un programa deformación especial que incluía ejercicios basados en juegos de rol—. Unblanco que fingía ser un paleto sureño me llamó «negro de mierda», mezarandeó de aquí para allá y me sacó de la sala arrastrándome por los

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tobillos… Y yo le dejé hacerlo, aunque podría haberlo tirado por la ventanacon un solo brazo.

—¿Qué blanco?—Un defensor de los derechos civiles.—No era una situación real.—Claro que no. Representaba un papel.—De acuerdo —dijo su madre, y por su tono George supo que quería

decir todo lo contrario.—No sucederá nada, mamá.—No pienso decir una palabra más. ¿Vas a comerte esas tortitas?—Mírame —insistió George—. Traje de mohair, corbata fina, pelo muy

corto y unos zapatos que brillan tanto que podría usar las punteras comoespejo para afeitarme. —Solía vestir siempre con mucha elegancia, pero losViajeros de la Libertad tenían la consigna de ofrecer un aspecto derespetabilidad absoluta.

—Estás muy guapo, menos por esa oreja de coliflor.A George se le había deformado la oreja derecha luchando.—¿Quién querría hacerle daño a un chico de color tan majo como yo?—No tienes ni idea —respondió ella con una rabia inesperada—. Esos

sureños blancos no… —Para consternación de su hijo, se le saltaron laslágrimas—. Ay, Dios mío, es que tengo tanto miedo de que te maten.

George alargó el brazo por encima de la mesa y le apretó la mano.—Tendré cuidado, mamá, te lo prometo.Jacky se secó los ojos con el delantal. El chico comió un poco de beicon

solo para complacerla, porque en realidad no tenía demasiada hambre.Estaba más nervioso de lo que quería demostrar. Su madre no exageraba.Algunos activistas de los derechos civiles se habían opuesto al movimientode los Viajeros de la Libertad argumentando que provocaría violencia.

—Vas a estar mucho tiempo en ese autobús —dijo Jacky.

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—Trece días, desde aquí hasta Nueva Orleans. Pararemos todas lasnoches para celebrar mítines y concentraciones.

—¿Qué te llevas para leer?—La autobiografía de Mahatma Gandhi.George sentía que debía conocer mejor la figura de Gandhi, cuya

filosofía había inspirado las tácticas de protesta no violenta del movimientode los derechos civiles.

Su madre alcanzó un libro que tenía encima de la nevera.—Puede que esto te resulte algo más entretenido. Es un éxito de ventas.Siempre compartían libros. El padre de ella había sido profesor en una

facultad para negros, y Jacky había leído mucho desde pequeña. CuandoGeorge era un niño, los dos leían juntos las populares novelas infantiles delos gemelos Bobbsey y los misterios de los Hardy Boys, aunque todos esospersonajes eran blancos. Con el tiempo, habían cogido la costumbre depasarse los libros que les gustaban. George miró el volumen que tenía en lamano. La cubierta de plástico transparente le decía que era un préstamo dela biblioteca pública.

—Matar a un ruiseñor —leyó—. Acaba de ganar el Premio Pulitzer,¿verdad?

—Y está ambientada en Alabama, adonde vas a ir.—Gracias.Unos minutos después se despidió de su madre con un beso, salió de casa

cargado con una maleta pequeña y tomó el autobús hacia Washington.Bajó en la estación central de las líneas interestatales Greyhound, en cuya

cafetería se había reunido ya un pequeño grupo de activistas de los derechosciviles. George conocía a algunos de las sesiones de formación. Eran unamezcla de blancos y negros, hombres y mujeres, mayores y jóvenes.Además de una buena decena de viajeros de la libertad, había tambiénalgunos organizadores del Congreso para la Igualdad Racial, un par de

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periodistas de la prensa negra y unos cuantos partidarios. El Congreso parala Igualdad Racial había decidido dividir el grupo en dos, y la mitad saldríadesde la estación de las líneas Trailways, al otro lado de la calle. No habíapancartas ni cámaras de la televisión; todo era muy discreto, lo cualresultaba tranquilizador.

George saludó a Joseph Hugo, estudiante de Derecho igual que él, unchico blanco con unos ojos azules que llamaban mucho la atención. Juntoshabían organizado un boicot contra el restaurante Woolworth’s enCambridge, Massachusetts. En los locales de la cadena Woolworth’s de casitodos los estados ya no había segregación, pero en el Sur seguían separandoa blancos y negros, igual que hacían las líneas de autobuses. Joe solíadesaparecer siempre justo antes de las confrontaciones, por lo que Georgelo había catalogado de cobarde con buenas intenciones.

—¿Vienes con nosotros, Joe? —preguntó intentando que no se le notarael escepticismo en la voz.

Joe negó con la cabeza.—Solo me he acercado a desearos buena suerte.Fumaba unos cigarrillos mentolados largos con filtro blanco, y en ese

momento daba golpecitos nerviosos con uno en el borde de un cenicero delatón.

—Lástima. Eres del Sur, ¿verdad?—De Birmingham, Alabama.—Van a decir que somos forasteros con ganas de pelea. Nos habría ido

bien tener a un sureño en el autobús para quitarles la razón.—No puedo, tengo cosas que hacer.George no lo presionó. Él mismo estaba también bastante asustado. Si

empezaba a debatir sobre los posibles peligros, puede que se convencierapara no ir. Paseó la mirada por el grupo. Se alegró de ver a John Lewis, unestudiante de Teología que impresionaba por su serenidad y era miembro

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fundador del Comité Coordinador Estudiantil No Violento, el más radicalde los grupos pro derechos civiles.

El jefe de los organizadores pidió la atención de todos y se dispuso aofrecer una breve declaración para la prensa. Mientras estaba hablando,George vio entrar discretamente en la cafetería a un hombre blanco, alto, deunos cuarenta años, que llevaba un traje de hilo arrugado. Era apuestoaunque grueso, y en su rostro se veía el rubor del bebedor. Parecía unpasajero de los autobuses, así que nadie se fijó en él. Se sentó junto aGeorge, le pasó un brazo por los hombros y le dio un breve abrazo.

Era el senador Greg Peshkov, el padre de George.Su parentesco era un secreto a voces y, aunque nunca se había reconocido

públicamente, todos los que trabajaban en Washington lo sabían. Greg noera el único político que tenía un secreto así. El senador Strom Thurmond lehabía pagado la universidad a la hija de la criada de la familia; serumoreaba que la chica era suya… lo cual no impedía que Thurmond fueseun segregacionista acérrimo. Cuando Greg se presentó ante su hijo de seisaños siendo un completo desconocido para él, le había pedido a George quelo llamara «tío Greg», y jamás habían encontrado un eufemismo mejor.

Greg era egoísta y poco de fiar, pero a su manera se había ocupado deGeorge. De adolescente, el chico había atravesado una larga fase de rabiacontra su padre, pero después había llegado a aceptarlo por lo que era yhabía supuesto que tener medio padre era mejor que no tener ninguno.

—George —dijo Greg en voz baja—, estoy preocupado.—Mamá también.—¿Qué te ha dicho?—Cree que los sureños van a matarnos a todos.—No creo que eso ocurra, pero sí podrías perder tu trabajo.—¿Te ha dicho algo el señor Renshaw?

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—No, puñetas. Todavía no sabe nada de todo esto, pero no tardará endescubrirlo si te detiene la policía.

Renshaw, nacido en Buffalo, era un amigo de la infancia de Greg, ademásde socio mayoritario de un prestigioso bufete de abogados de Washington,Fawcett Renshaw. El verano anterior Greg le había conseguido a Georgeuna plaza cubriendo unas vacaciones como pasante en el bufete y, tal comohabían esperado ambos, el puesto temporal se había convertido en unaoferta de trabajo a jornada completa para después de su graduación. Eratodo un golpe de efecto: George sería el primer negro en trabajar allí sinformar parte del personal de limpieza.

—Los Viajeros de la Libertad no infringimos la ley —dijo George concierta nota de crispación en la voz—. Intentamos conseguir que la ley secumpla. Los delincuentes son los segregacionistas. Esperaba que unabogado como Renshaw lo entendería.

—Lo entiende, pero aun así no puede contratar a un hombre que hayatenido problemas con la policía. Créeme, lo mismo sucedería si fuerasblanco.

—¡Pero si estamos del lado de la ley!—La vida es injusta. Se te acabaron los días de estudiante; bienvenido al

mundo real.—¡Que todo el mundo compre su billete y revise su maleta, por favor! —

anunció el jefe.George se levantó.—No lograré convencerte para que no vayas, ¿verdad? —preguntó Greg.Se lo veía tan abatido que George deseó ser capaz de contentarlo, pero no

podía.—No, estoy decidido —respondió.—Entonces, por favor, al menos intenta ir con cuidado.George se emocionó.

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—Tengo suerte de contar con personas que se preocupan por mí —dijo—. Y lo sé.

Greg le apretó el brazo y se marchó sin llamar la atención.George se colocó en fila frente a la ventanilla con los demás y compró un

billete a Nueva Orleans. Caminó hacia el autobús azul y gris y entregó sumaleta para que la metieran en el compartimento de equipajes. El autobúsllevaba pintado en el costado un enorme galgo, el perro que daba nombre ala compañía, y también su eslogan: QUÉ COMODIDAD VIAJAR EN AUTOBÚS… Y

DEJARNOS LA CONDUCCIÓN A NOSOTROS. George subió al vehículo.Uno de los organizadores lo dirigió a un asiento situado cerca del

conductor, a otros les pidió que ocuparan plazas interraciales. El conductorno prestó mayor atención a los viajeros de la libertad, y los pasajeroscorrientes solo parecían sentir una ligera curiosidad. George abrió el libroque le había dado su madre y leyó la primera frase.

Un momento después el jefe de los organizadores le indicó a una de laschicas que se sentara al lado de George. Él la saludó con un gesto de lacabeza, contento. La había visto ya en un par de ocasiones y le gustaba. Sellamaba Maria Summers. Iba arreglada con recato, llevaba un vestido dealgodón gris pálido con cuello cerrado y falda amplia. Tenía la misma tez deprofundo color oscuro que la madre de George, una preciosa nariz chata yunos labios que le hacían pensar en besarla. Sabía que estudiaba en lafacultad de derecho de Chicago y, como él, estaba a punto de graduarse, asíque seguramente tenían la misma edad. Suponía que la chica no solo eralista, sino también muy decidida; debía de serlo si había conseguido entraren la facultad de Chicago con dos puntos en su contra, puesto que era mujery negra.

George cerró el libro cuando el conductor puso el motor en marcha yarrancó. Maria bajó la mirada hacia su lectura.

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—Matar a un ruiseñor —comentó—. El verano pasado estuve enMontgomery, Alabama.

Montgomery era la capital del estado.—¿Cómo es que fuiste allí? —preguntó George.—Mi padre es abogado y tenía un cliente que se querelló contra el estado

de Alabama. Estuve trabajando para él durante las vacaciones.—¿Y ganasteis?—No… Pero no quiero interrumpir tu lectura.—¡Qué dices! Puedo leer en cualquier otra ocasión. ¿Cuántas veces tiene

uno la suerte de estar en un autobús, sentado al lado de una chica tan guapacomo tú?

—Madre mía —exclamó ella—. Ya me habían advertido que teníasmucha labia.

—Si quieres, te cuento cuál es mi secreto.—De acuerdo, ¿cuál es?—Que soy sincero.Maria se echó a reír.—Pero, por favor, no vayas diciéndolo por ahí —pidió él—. Acabarías

con mi reputación.El autobús cruzó el Potomac y puso rumbo hacia Virginia por la

Autopista 1.—Ahora ya estás en el Sur, George —dijo Maria—. ¿No tienes miedo?—Pues claro que sí.—Yo también.La autopista era una franja estrecha y recta que cruzaba kilómetros de

bosque de un verde primaveral. Pasaron por ciudades pequeñas donde loshombres tenían tan poco que hacer que se detenían a contemplar el paso delautobús. Pero George no miraba mucho por la ventanilla. Supo que Mariahabía crecido en una familia estricta, de las que iban siempre a la iglesia, y

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que su abuelo era predicador. George comentó que iba al templo sobre todopara tener contenta a su madre, y Maria confesó que ella hacía lo mismo.Estuvieron hablando durante todo el trayecto hasta Fredericksburg, situadaa unos ochenta kilómetros de Washington.

Los viajeros de la libertad se quedaron callados cuando el autobús entróen aquella pequeña ciudad histórica donde seguía imperando la supremacíablanca. La terminal de Greyhound quedaba entre dos iglesias de ladrillorojo con puertas blancas, pero el cristianismo no era necesariamente unabuena señal en el Sur. Cuando el autobús se detuvo, George vio los lavabosy se sorprendió de que no hubiera encima de las puertas ninguna señal queindicara SOLO BLANCOS Y SOLO NEGROS.

Los pasajeros bajaron del vehículo y se quedaron allí de pie, parpadeandocontra el sol. Al mirar con atención, George vio unas marcas de color másclaro encima de las puertas de los lavabos y dedujo que habían retirado loscarteles de la segregación hacía muy poco.

Los viajeros de la libertad pusieron en marcha su plan de todas formas.Primero un organizador blanco entró en los destartalados servicios de laparte de atrás, que claramente eran los destinados a los negros. Salió de allíileso, pero esa era la parte más fácil de la misión. George ya se habíaofrecido voluntario para ser el negro que desafiara las normas.

—Allá vamos —le dijo a Maria, y se dispuso a entrar en los lavaboslimpios y recién pintados a los que sin ninguna duda acababan de retirarlesel cartel de SOLO BLANCOS.

Dentro había un joven blanco peinándose el tupé. Miró a George en elespejo pero no dijo nada. George estaba demasiado asustado para orinar,pero tampoco podía volver a salir de allí sin haber hecho nada, así que selavó las manos. El joven se fue y un hombre mayor entró y se encerró en uncompartimento. George se secó las manos en el rollo de toalla. Ya no teníamás que hacer, así que salió.

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Los demás estaban esperándolo, y él se encogió de hombros antes dehablar.

—Nada. Nadie ha intentado detenerme, no me han dicho nada.—Yo he pedido una Coca-Cola en la barra y la camarera me la ha servido

—dijo Maria—. Creo que aquí alguien ha decidido evitarse problemas.—¿Va a ser así durante todo el trayecto hasta Nueva Orleans? —preguntó

George—. ¿Piensan actuar como si no ocurriera nada? Y después, cuandonos hayamos ido, ¿impondrán otra vez la segregación? ¡Eso echa por tierranuestro propósito!

—No te preocupes —replicó Maria—. He conocido a la gente que dirigeAlabama. Créeme, no son tan listos.

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3

Walli Franck tocaba el piano en la sala de estar del primer piso. Elinstrumento era un piano de cola Steinway que el padre de Walli manteníaafinado para que la abuela Maud pudiera tocarlo. Walli interpretaba dememoria el riff de la canción A Mess of Blues, de Elvis Presley. Era unapieza en do, lo cual facilitaba las cosas.

Su abuela estaba sentada leyendo las necrológicas del Berliner Zeitung.A sus setenta años, era una mujer delgada y de porte erguido, y llevabapuesto un vestido de cachemira de color azul oscuro.

—Se te da bien ese tipo de música —comentó sin levantar la vista delperiódico—. Has heredado mi oído, además de mis ojos verdes. Tu abueloWalter, que en gloria esté y por quien te pusieron tu nombre, nuncaaprendió a tocar ragtime. Intenté enseñarle, pero no hubo manera.

—¿Tú tocabas ragtime? —Walli estaba sorprendido—. Tenía entendidoque solo interpretabas música clásica.

—El ragtime nos salvó de morir de hambre cuando tu madre era una cría.Después de la Primera Guerra Mundial, trabajé en un club llamadoNachtleben. Estaba aquí mismo, en Berlín. Aunque me pagaban variosbillones de marcos la noche, con eso apenas llegaba para comprar pan. Sinembargo, a veces recibía propinas en moneda extranjera, y dos dólares nosdaban para vivir bien una semana.

—Vaya.

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A Walli le costaba imaginar a su anciana abuela tocando el piano acambio de propinas en un club nocturno.

La hermana de Walli entró en la habitación. Lili era casi tres años menorque él, y últimamente no sabía cómo tratarla. Desde que tenía uso de razón,su hermana le había resultado una lata, una especie de hermano pequeñopero más pesado. Sin embargo, desde hacía un tiempo Lili se había vueltomás sensata y, para complicar las cosas, a algunas de sus amigas les habíancrecido los pechos.

Walli le dio la espalda al piano y cogió la guitarra. La había compradohacía un año en una casa de empeños del Berlín occidental, dondeseguramente la había dejado en depósito un soldado estadounidense acambio de un dinero que nunca llegó a devolver. Era una Martin y, aunquele había salido barata, a Walli le parecía bastante buena. Suponía que ni elprestamista ni el soldado habían sabido apreciar su verdadero valor.

—Escucha esto —le dijo a Lili, y empezó a tocar All My Trials, unacanción con melodía bahamesa y letra en inglés que había oído en lasemisoras de radio occidentales y que, por lo visto, gozaba de popularidadentre los grupos folk estadounidenses.

Los acordes menores la convertían en una pieza melancólica y Walliestaba muy satisfecho con el lánguido punteo de acompañamiento que habíaimprovisado.

Cuando terminó, la abuela Maud miró por encima del periódico.—Tienes un acento absolutamente espantoso, Walli, querido —dijo en

inglés.—Lo siento.Maud pasó al alemán.—Pero cantas muy bien.—Gracias. —Walli se volvió hacia Lili—. ¿Qué te parece la canción?

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—Es un poco deprimente —contestó su hermana—. Puede que me gustemás después de oírla varias veces.

—Pues vaya chasco —dijo Walli—. Quería tocarla esta noche en elMinnesänger.

Se trataba de un local de música folk del Berlín occidental, situado enuna calle que daba a Kurfürstendamm y cuyo nombre significaba«trovador».

El anuncio sorprendió a Lili.—¿Vas a cantar en el Minnesänger?—Es una noche especial. Celebran un concurso donde puede tocar quien

quiera. Al ganador le dan la oportunidad de actuar de manera periódica.—No sabía que ahora se hicieran esas cosas.—No suelen hacerlo. Se trata de algo excepcional.—¿No hay que ser mayor para que te dejen entrar en esos sitios? —

preguntó la abuela Maud.—Sí, pero no es la primera vez que voy.—Walli parece mayor de lo que es —apuntó Lili.—Ya…—Nunca has cantado en público, ¿no estás nervioso? —le preguntó Lili a

su hermano.—Y que lo digas.—Deberías cantar algo más alegre.—Creo que tienes razón.—¿Qué te parece This Land is Your Land? Me encanta.Walli la tocó y Lili cantó a coro con él.Justo entonces entró Rebecca, su hermana mayor. Walli la adoraba.

Después de la guerra, mientras sus padres trabajaban de sol a sol para llevarel pan a casa, Rebecca solía quedarse a cargo de Walli y Lili. Era como unasegunda madre, aunque menos estricta.

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Además, ¡menuda era Rebecca! Walli había presenciado con pasmocómo arrojaba por la ventana la maqueta hecha con cerillas de su marido. AWalli nunca le había gustado Hans, y se regocijó en secreto cuando lo viomarchar.

El rumor de que Rebecca se había casado con un oficial de la Stasi sinsaber a lo que este se dedicaba en realidad estaba en boca de todos losvecinos. Gracias a ello, Walli había ganado cierto prestigio en la escuela,donde hasta ese momento a nadie se le había ocurrido que los Francktuvieran nada especial. A las chicas en concreto les fascinaba la idea de quela policía hubiera estado informada de todo lo que se había dicho y hechoen aquella casa durante cerca de un año.

A pesar de que Rebecca era su hermana, Walli sabía apreciar su belleza.Tenía muy buen tipo, y sus bonitas facciones transmitían bondad a la vezque carácter. Sin embargo, en ese momento se dio cuenta de que su hermanahabía llegado con cara de funeral y dejó de tocar.

—¿Qué pasa? —preguntó.—Me han despedido —contestó ella.La abuela Maud bajó el periódico.—¡Pero eso es un disparate! —exclamó Walli—. ¡Los chicos de tu

escuela dicen que eres su mejor maestra!—Lo sé.—¿Por qué te han echado?—Creo que es la forma que tiene Hans de vengarse.Walli recordó la reacción de Hans al ver la maqueta destrozada y miles de

cerillas esparcidas sobre el suelo mojado. «Te arrepentirás de esto», habíagritado bajo la lluvia, vuelto hacia la ventana. Walli se lo había tomadocomo una bravuconada, aunque si lo hubiera pensado bien se habría dadocuenta de que un agente de la policía secreta tenía la potestad de cumplir

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aquel tipo de amenazas. «Tú y tu familia», había vociferado Hans, con loque Walli quedaba incluido en la maldición. Se estremeció.

—¿No andan escasos de maestros? —preguntó la abuela Maud.—Bern Held está hecho una furia —dijo Rebecca—, pero las órdenes

vienen de arriba.—¿Qué vas a hacer? —preguntó Lili.—Buscar otro trabajo. No creo que sea difícil. Las referencias que me ha

dado Bernd son muy elogiosas y no hay escuela de la Alemania Orientalque no necesite maestros después de todos los que se han trasladado a laparte occidental.

—Tendrías que hacer lo mismo —opinó Lili.—Tendríamos que hacerlo todos —matizó Walli.—Mamá no querrá, ya lo sabes —repuso Rebecca—. Dice que hay que

enfrentarse a los problemas, no huir de ellos.En ese momento entró el padre de Walli, vestido con traje y chaleco de

color azul oscuro, algo anticuados aunque elegantes.—Buenas tardes, Werner, querido —lo saludó la abuela Maud—.

Rebecca necesita un trago. La han despedido.La abuela acostumbraba a recomendar que la gente se sirviera un trago.

De ese modo aprovechaba y se servía otro para ella.—Ya sé lo de Rebecca —contestó el padre de Walli con sequedad—. He

hablado con ella.Estaba de mal humor. Era la única explicación para que se hubiera

dirigido de manera tan descortés a su suegra, a quien quería y admiraba.Walli se preguntó qué habría ocurrido para que estuviera tan disgustado.

No tardó en averiguarlo.—Acompáñame al estudio, Walli —ordenó su padre—. Quiero hablar

contigo.

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El hombre cruzó las puertas dobles y entró en una salita de menor tamañoque utilizaba a modo de despacho. Walli lo siguió. Su padre tomó asientodetrás del escritorio, aunque Walli sabía que él debía permanecer de pie.

—Hace un mes tuvimos una conversación sobre el tabaco —empezó adecir Werner.

Walli se sintió culpable de inmediato. Empezó a fumar para parecermayor, pero había acabado tomándole el gustillo y se había convertido enun hábito.

—Me prometiste que lo dejarías —prosiguió su padre.En opinión de Walli, no era de su incumbencia si fumaba o no.—¿Lo has dejado?—Sí —mintió Walli.—¿Sabes que el tabaco apesta?—Eso creo.—Lo he olido en cuanto he entrado en el salón.Walli se sintió como un bobo. Lo habían pillado diciendo una mentira

pueril, cosa que no lo ayudaba a acercar posiciones con su padre.—Por eso sé que no lo has dejado.—Entonces, ¿para qué preguntas?Walli aborreció el tono despectivo que detectó en su propia voz.—Esperaba que me dijeras la verdad.—Esperabas poder pillarme.—Cree lo que quieras. Supongo que llevarás un paquete en el bolsillo.—Sí.—Déjalo en la mesa.Walli lo sacó del pantalón y lo arrojó sobre el escritorio con gesto airado.

Su padre cogió la cajetilla y la lanzó con indiferencia al interior de un cajón.Era un paquete de Lucky Strike, no de aquella marca alemana oriental demenor calidad llamada «f6», y además estaba casi entero.

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—No saldrás en un mes —dijo su padre—. Así al menos no frecuentarásbares donde la gente toca el banjo y fuma como un carretero.

Walli sintió que el pánico le formaba un nudo en el estómago, aunqueintentó conservar la calma y no perder los estribos.

—No es un banjo, es una guitarra. Y no pienso quedarme un mes sinsalir.

—No digas tonterías, harás lo que se te ordene.—Está bien, pero el castigo empieza mañana —dijo Walli a la

desesperada.—Empieza ahora mismo.—Pero esta noche tengo que ir al Minnesänger.—Ese es justo el tipo de lugares de los que quiero apartarte.¡Aquel hombre no atendía a razones!—No saldré durante un mes a partir de mañana, ¿de acuerdo?—El castigo no se adaptará según convenga a tus intereses. Eso

contradiría su finalidad. Su propósito es causarte molestias.Cuando su padre estaba de aquel humor, no había forma de que diera su

brazo a torcer, pero la frustración ofuscaba a Walli, que lo intentó de todosmodos.

—¡No lo entiendes! Esta noche participo en un concurso en elMinnesänger, es una oportunidad única.

—¡No pienso posponer tu castigo para que vayas a tocar el banjo!—¡Es una guitarra, viejo estúpido! ¡Una guitarra! —vociferó Walli, y

abandonó el estudio.Como era de esperar, las tres mujeres de la habitación contigua lo habían

oído todo y se lo quedaron mirando.—Walli… —dijo Rebecca.Walli cogió su guitarra y salió de allí.

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Cuando llegó a la planta baja todavía no tenía un plan, solo rabia, perosupo qué hacer en cuanto vio la puerta de la calle. Salió de la casa con laguitarra en la mano y cerró dando tal portazo que temblaron las paredes.

Una de las ventanas del primer piso se abrió de sopetón.—¡Vuelve aquí! ¿Me has oído? ¡Vuelve aquí ahora mismo si no quieres

empeorar las cosas! —oyó gritar a su padre.Walli no se detuvo.Al principio solo estaba enfadado, pero al cabo de un rato se sintió

eufórico. Había desafiado a su padre, ¡incluso lo había llamado «viejoestúpido»! Se encaminó hacia el oeste con paso desenfadado. Sin embargo,la euforia no tardó en desvanecerse y empezó a preguntarse cuáles serían lasconsecuencias. Su padre no se tomaba la desobediencia a la ligera. Dabaórdenes a sus hijos y empleados y esperaba que estos las acataran. Aunque¿qué iba a hacerle? Walli ya era demasiado mayor para recibir azotainas. Supadre había intentado encerrarlo en casa como si se tratara de una prisión,pero no lo había conseguido. En ocasiones lo amenazaba con sacarlo de laescuela y ponerlo a trabajar en el negocio familiar, pero Walli creía que erauna bravuconada. Su padre no se sentiría cómodo con un adolescente llenode rencor deambulando por su preciosa fábrica. En cualquier caso, Wallitenía la sensación de que al viejo se le ocurriría algo.

La calle por la que caminaba pasaba a pertenecer al Berlín occidental apartir del siguiente cruce. En una de sus esquinas holgazaneaban tres vopos,tres policías de la Alemania Oriental, fumando un cigarrillo. Tenían derechoa dar el alto a cualquiera que cruzara la frontera invisible, aunque resultabaimposible parar a todo el mundo ya que eran decenas de miles de personaslas que atravesaban a diario, entre ellas muchos Grenzgänger, berlinesesorientales que trabajaban en el lado occidental a cambio de sueldosmayores, que recibían en valiosos marcos alemanes. El padre de Walli eraun Grenzgänger, aunque él trabajaba para obtener beneficios, no a cambio

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de un sueldo. El propio Walli cruzaba al menos una vez a la semana, por logeneral para ir con sus amigos a los cines del Berlín occidental, dondeproyectaban películas estadounidenses con escenas eróticas y violentas, másemocionantes que las fábulas moralizadoras de las salas comunistas.

En la práctica, los vopos paraban a quienes les llamaban la atención. Lasfamilias que pretendían pasar al completo, padres e hijos juntos, teníanmuchas probabilidades de que les dieran el alto, ya que levantaban lasospecha de querer abandonar la zona oriental de manera definitiva, sobretodo si llevaban equipaje. Otro grupo de personas a quienes los voposdisfrutaban acosando eran los adolescentes, en especial si vestían a la modaoccidental. Muchos chicos del Berlín oriental pertenecían a pandillas quedesafiaban el orden establecido, como los Texas Gang, los Jeans Gang o laAsociación de Admiradores de Elvis Presley. Odiaban a la policía y lapolicía los odiaba a ellos.

Walli llevaba unos pantalones negros normales y corrientes, una camisetablanca y un chubasquero marrón claro. Consideraba que tenía un aspectomoderno, un poco a lo James Dean, pero no tanto como para que lo tomaranpor miembro de una pandilla. Sin embargo, la guitarra podía hacer que sefijaran en él. Era el símbolo por antonomasia de lo que llamaban la«incultura americana», era incluso peor que un cómic de Superman.

Cruzó la calle procurando no mirar a los vopos. Con el rabillo del ojocreyó ver que uno de ellos se había fijado en él, pero no le dijeron nada ycruzó al mundo libre sin que le dieran el alto.

Subió a un tranvía que bordeaba el lado sur del parque hasta Ku’dammmientras iba pensando que lo mejor del Berlín occidental era queabsolutamente todas las chicas llevaban medias.

Se dirigió al Minnesänger Club, un sótano situado en una calle quedesembocaba en Ku’damm y donde servían cerveza suave y salchichas deFrankfurt. Había llegado pronto, pero el local ya había empezado a llenarse.

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Walli habló con el joven dueño del lugar, Danni Hausmann, y se apuntó enla lista de participantes. Pidió una cerveza sin que nadie le preguntaracuántos años tenía. Había un montón de chicos con guitarra, igual que él,casi el mismo número de chicas y alguna que otra persona de mayor edad.

El concurso empezó una hora después. Cada participante concursaba condos canciones. Algunos de los competidores eran aficionados sin demasiadofuturo que se limitaban a tocar acordes sencillos, pero, para consternaciónde Walli, había varios guitarristas más diestros que él. Casi todos separecían a los artistas estadounidenses cuyo material copiaban. Treshombres vestidos como The Kingston Trio interpretaron Tom Dooley, y unachica morena de pelo largo y con una guitarra cantó The House of theRising Sun igual que Joan Baez y se ganó los aplausos y las ovaciones delpúblico.

Una pareja algo mayor y vestida de pana subió al escenario y escogió unacanción bucólica titulada Im Märzen der Bauer, con acompañamiento deacordeón. Se trataba de música folk, aunque no la que deseaba oír aquelpúblico. Obtuvieron una ovación inesperada, pero estaban desfasados.

Walli aguardaba su turno, cada vez más impaciente, cuando se le acercóuna chica guapa. Le ocurría a menudo. Él creía tener un rostro raro, conaquellos pómulos altos y los ojos almendrados, como si fuera mediojaponés, pero muchas chicas lo consideraban atractivo. Aquella en concretodijo que se llamaba Karolin y parecía un año o dos mayor que él. Era rubia,y su melena, larga, lacia y con la raya peinada en medio, enmarcaba unrostro ovalado. Lo primero que pensó Walli fue que era idéntica a las demáschicas aficionadas al folk, pero la sonrisa deslumbrante de aquella lo dejósin respiración.

—Iba a participar en el concurso con mi hermano y su guitarra, pero meha fallado. Supongo que no te apetecerá formar un dúo conmigo, ¿verdad?

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El primer impulso de Walli fue rechazar la oferta. Tenía un repertorio decanciones y ninguna se había escrito para un dúo, pero Karolin eraencantadora y él necesitaba una razón para seguir hablando con ella.

—Tendríamos que ensayar —dijo sin demasiada convicción.—Podemos salir fuera. ¿Qué ibas a tocar?—All My Trials y luego This Land is Your Land.—¿Qué te parece Noch Einen Tanz?No formaba parte del repertorio de Walli, pero se sabía la melodía y no

era complicada.—Ni se me había pasado por la cabeza tocar una pieza cómica —

comentó.—Al público le encantará. Tú puedes cantar la parte del hombre, en la

que le dice a la mujer que se vaya a casa a cuidar de su marido enfermo, acontinuación yo canto lo de «un baile más y ya está», y luego podemoshacer juntos el último verso.

—Probemos.Salieron del local. Estaban a principios de verano y todavía había luz, de

modo que se sentaron a ensayar en los escalones de un portal. Sus vocescombinaban bastante bien y Walli improvisó una armonía en el verso final.

Pensó que Karolin tenía una voz de contralto pura que podía levantarpasiones, por lo que propuso que la segunda canción fuera triste, paracontrastar. Karolin rechazó All My Trials porque le resultaba demasiadodeprimente, pero le gustaba Nobody’s Fault But Mine, un espiritual lento.Cuando lo ensayaron, a Walli se le erizó el vello de la nuca.

Un soldado estadounidense que entraba en el local les sonrió.—¡Dios mío, si son los gemelos Bobbsey! —exclamó en inglés.Karolin se echó a reír.—Creo que nos parecemos mucho, los dos somos rubios y tenemos los

ojos verdes. ¿Quiénes son los gemelos Bobbsey?

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Walli no se había fijado en el color de los ojos de Karolin y le resultóhalagador que ella en cambio sí lo hubiera hecho.

—La primera vez que oigo hablar de ellos —contestó.—No importa, no suena mal como nombre de dúo. Igual que los Everly

Brothers.—¿Necesitamos un nombre?—Sí, si ganamos.—De acuerdo. Volvamos dentro. Ya casi debe de ser nuestro turno.—Una cosa más —dijo ella—. Cuando cantemos Noch Einen Tanz,

tendríamos que mirarnos de vez en cuando y sonreír.—Está bien.—Como si fuéramos novios, ¿entiendes? Quedará bien en el escenario.—Perfecto.No le costaría nada sonreír a Karolin como si fuera su novia.Dentro, una chica rubia cantaba Freight Train y tocaba la guitarra. No era

tan guapa como Karolin, pero sus encantos eran más evidentes. Acontinuación, un guitarrista consumado tocó un blues con punteoscomplicados y, acto seguido, Danni Hausmann pronunció el nombre deWalli.

El chico se puso tenso en cuanto estuvo frente al público. Casi todos losguitarristas tenían sofisticadas correas de cuero, pero él ni siquiera se habíamolestado en agenciarse una, por lo que utilizaba un trozo de cuerda paracolgarse la guitarra del cuello. En ese momento deseó tener una.

—Buenas noches, somos los Bobbsey Twins —anunció Karolin.Walli tocó un acorde, empezó a cantar y descubrió que ya no le

importaban las correas. Se trataba de un vals, y él acompañó la melodíarasgueando la guitarra con desenfado. Karolin le dio la réplica en su papelde licenciosa mujer de vida alegre y Walli contestó a su vez transformadoen un envarado teniente prusiano.

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El público rió.Y algo le ocurrió a Walli en ese momento. Lo que había oído no era más

que la risita colectiva de agradecimiento de un público que apenas superabael centenar de personas, pero aun así le provocó una sensación que no habíaexperimentado antes, una sensación que se parecía ligeramente al placerque produce la primera calada de un cigarrillo.

Los asistentes rieron en otras tantas ocasiones y al final de la canciónrompieron a aplaudir con estruendo.

Aquello le complació incluso más.—¡Les gustamos! —le susurró Karolin, emocionada.Walli empezó a tocar Nobody’s Fault But Mine, rasgueando las cuerdas

metálicas con la punta de los dedos para acentuar el dramatismo de lasmelancólicas séptimas, y el público enmudeció. Karolin se transformó y seconvirtió en una mujer perdida, sumida en la desesperación. Walli observó ala gente. Nadie hablaba. Una mujer tenía lágrimas en los ojos y el chico sepreguntó si habría vivido lo que Karolin estaba cantando.

La concentración silenciosa era incluso mejor que las risas.Al final, los ovacionaron y les pidieron que siguieran tocando.Las normas establecían que cada concursante solo podía interpretar dos

canciones, así que Walli y Karolin bajaron del escenario, haciendo oídossordos a las peticiones de bises; pero Hausmann les pidió que volvieran asubir. No habían ensayado una tercera canción y se miraron, presa delpánico.

—¿Conoces This Land is Your Land? —le preguntó Walli entonces, yKarolin asintió con la cabeza.

El público coreó la canción, por lo que Karolin se vio obligada a cantarmás alto, y a Walli le sorprendió su potencia de voz. Él cantó en tono agudoy la combinación de ambas voces se elevó por encima de la del público.

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Walli estaba entusiasmado cuando por fin bajaron del escenario. AKarolin le brillaban los ojos.

—¡Nos ha salido muy bien! —exclamó ella—. Eres mejor que mihermano.

—¿Tienes tabaco? —preguntó Walli.Se sentaron a fumar mientras veían el concurso.—Creo que hemos sido los mejores —comentó él cuando acabó, al cabo

de una hora.Karolin se mostró más cauta.—Les ha gustado la chica rubia que ha cantado Freight Train —dijo.Por fin anunciaron el resultado.Los Bobbsey Twins quedaron segundos.La ganadora fue la doble de Joan Baez.Walli estaba indignado.—¡Pero si ni siquiera sabía tocar! —protestó.Karolin se lo tomó con más filosofía.—La gente adora a Joan Baez.El local empezó a vaciarse y Walli y Karolin se encaminaron hacia la

puerta. Walli parecía desanimado. Estaban saliendo cuando DanniHausmann los llamó. Tenía veintitantos años y vestía a la moda, de manerainformal, con un jersey negro de cuello vuelto y vaqueros.

—¿Podríais tocar media hora el lunes? —preguntó Danni.Walli estaba demasiado sorprendido para contestar.—¡Claro! —se apresuró a decir Karolin.—Pero ha ganado la imitadora de Joan Baez —protestó Walli, aunque

enseguida se preguntó de qué se quejaba.—Vosotros dos parecéis saber cómo tener al público contento más de una

o dos canciones. ¿Contáis con repertorio para una actuación completa?Una vez más Walli vaciló y Karolin se le adelantó de nuevo.

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—El lunes lo tendremos —aseguró.Walli recordó que su padre había pensado encerrarlo en casa durante un

mes, pero prefirió no mencionarlo.—Gracias —dijo Danni—. Os toca el primer turno, el de las ocho y

media, así que venid a las siete y media.Se sentían eufóricos cuando salieron a la luz de las farolas. Walli no sabía

qué iba a hacer respecto a su padre, pero estaba convencido de que todosaldría bien.

Resultó que Karolin también vivía en el Berlín oriental, así que tomaronun autobús y empezaron a hablar de lo que tocarían la semana siguiente.Había montones de canciones folk que ambos conocían.

Bajaron del autobús y se encaminaron hacia el parque. Karolin frunció elceño.

—El tipo de detrás… —dijo.Walli se volvió un instante. Un hombre ataviado con gorra caminaba a

unos treinta o cuarenta metros por detrás de ellos, fumando un cigarrillo.—¿Qué le pasa?—¿No estaba en el Minnesänger?El hombre evitó la mirada de Walli, a pesar de que este lo escrutó con

atención.—Yo diría que no —dijo—. ¿Te gustan los Everly Brothers?—¡Sí!Walli empezó a tocar All I Have to Do is Dream mientras caminaban,

rasgueando la guitarra que seguía llevando colgaba del cuello con unacuerda. Karolin se le unió con entusiasmo y la corearon juntos mientrasatravesaban el parque. A continuación Walli atacó el éxito de Chuck BerryBack in the USA.

Estaban cantando el estribillo a grito pelado, «Cómo me alegro de viviren Estados Unidos», cuando Karolin se detuvo en seco.

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—¡Calla! —exclamó.Walli se dio cuenta de que habían llegado a la frontera y vio a tres vopos

que los observaban con mirada aviesa bajo la luz de una farola.Walli calló de inmediato, esperando haber parado a tiempo.Uno de los policías, un sargento, miró algo más allá de Walli, quien se

volvió un instante y vio que el hombre de la gorra asentía con un brevegesto de cabeza. El sargento se acercó a ellos.

—Papeles —dijo.El hombre de la gorra habló por un walkie-talkie. Walli frunció el ceño.

Por lo visto Karolin tenía razón y los habían seguido. En ese momento se leocurrió que tal vez Hans estuviera detrás de todo aquello.

¿De verdad podía llegar a ser tan mezquino y vengativo?Sí, podía.El sargento revisó el documento de identidad de Walli.—Solo tienes quince años. No deberías estar en la calle a estas horas.Walli se mordió la lengua. No valía la pena discutir con ellos.El sargento echó un vistazo al documento de identidad de Karolin.—¡Tú tienes diecisiete años! ¿Qué andas haciendo con este crío?Aquello hizo que Walli recordara la discusión con su padre y no pudo

contenerse.—No soy ningún crío.El sargento lo ignoró.—Podrías salir conmigo —le dijo a Karolin—. Con un hombre de

verdad.Los otros dos vopos rieron en señal de aprobación.Karolin no dijo nada, pero el sargento volvió a la carga.—¿Qué dices? —insistió.—Debe de estar loco —contestó Karolin, en voz baja.El hombre se ofendió.

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—Vaya, eso ha sido una grosería —dijo.No era la primera vez que Walli veía reaccionar a los hombres de aquella

manera. Si una chica no les hacía caso, se indignaban; sin embargo,cualquier otra respuesta era considerada una insinuación. ¿Qué se suponíaque debían hacer las mujeres?

—Devuélvame mi carnet, por favor —pidió Karolin.—¿Eres virgen? —preguntó el sargento.Karolin se sonrojó.Una vez más, los otros dos policías se rieron con burla.—Deberían ponerlo en los documentos de identidad de las mujeres —

prosiguió el hombre—. Virgen o no virgen.—Basta ya —intervino Walli.—Soy delicado con las vírgenes.Walli estaba furioso.—¡Ese uniforme no le da derecho a molestar a las chicas!—¿Ah, no?El sargento no les devolvió los documentos de identidad.Un Trabant 500 de color canela se detuvo y Hans Hoffmann bajó del

vehículo. Walli empezó a preocuparse de verdad. ¿Cómo se había metido enaquel lío? Lo único que había hecho era cantar en el parque.

Hans se acercó a ellos.—Enséñame eso que llevas colgado del cuello —ordenó.—¿Por qué? —preguntó Walli haciendo acopio de coraje.—Porque sospecho que está siendo utilizado para introducir propaganda

imperialista capitalista en la República Democrática Alemana de maneraclandestina. Dámela.

La guitarra significaba tanto para Walli que se resistió a obedecer a pesarde lo asustado que estaba.

—Y si no lo hago, ¿qué? —dijo—. ¿Van a detenerme?

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El sargento se frotó los nudillos de una mano con la palma de la otra.—Sí, al final sí —contestó Hans.A Walli lo abandonaron las fuerzas. Se pasó la cuerda por encima de la

cabeza y le entregó la guitarra a Hans.Este la cogió como si fuera a tocarla, rasgueó las cuerdas y cantó en

inglés:—You ain’t nothing but a hound dog…Los vopos se desternillaban de risa.Por lo visto, hasta la policía escuchaba emisoras de música pop.Hans metió la mano por debajo de las cuerdas e intentó palpar por dentro

la boca de la guitarra.—¡Ten cuidado! —pidió Walli.La primera cuerda se rompió con un sonido metálico.—¡Es un instrumento musical delicado! —insistió, desesperado.Las cuerdas impedían que Hans pudiera inspeccionar la guitarra

adecuadamente.—¿Alguien tiene una navaja? —preguntó.El sargento rebuscó en el interior de su chaqueta y sacó una navaja de

hoja ancha que desde luego no formaba parte del equipamiento habitual, deeso Walli estaba seguro.

Hans intentó cortar las cuerdas, pero eran más resistentes de lo que habíapensado. Consiguió seccionar la segunda y la tercera, pero todo fue inútilcon las más gruesas.

—Dentro no hay nada —dijo Walli con tono de súplica—. Se nota por elpeso.

Hans lo miró, sonrió y a continuación hundió la navaja con fuerza en lacaja de resonancia, cerca del puente.

La hoja atravesó la madera y Walli gritó, desolado.

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Complacido ante aquella reacción, Hans empezó a abrir toscos agujerospor toda la guitarra. La superficie ya apenas ofrecía resistencia y la tensiónde las cuerdas hizo que el puente y la madera que lo rodeaba se separarande la tapa del instrumento. Hans arrancó el resto, y el interior de la guitarraquedó a la vista. Recordaba a un ataúd vacío.

—No hay propaganda —anunció—. Felicidades, eres inocente.Le tendió la maltrecha guitarra a Walli y este la aceptó.El sargento les devolvió los documentos identificativos con una sonrisa

burlona.A continuación Karolin asió a Walli por el brazo y se lo llevó de allí.—Venga —dijo en voz baja—. Vámonos de aquí.Walli dejó que tirara de él. Apenas veía por dónde caminaba. No podía

dejar de llorar.

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Índice

El universo de Ken FollettBiografíaEntrevista a Ken FollettUna conversación con Ken Follet sobre el universo The CenturyLa trilogía The Century

La caída de los gigantesEl invierno del mundoEl umbral de la eternidadLas familias protagonistas de la trilogía The Century

Ken Follett en vídeoTodos los libros de Ken FollettAvance El umbral de la eternidad