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29 LA IMAGINACIÓN VULNERABLE: MIGUEL HUEZO MIXCO C DIASPORA Y DESASTRES NATURALES EN LA CULTURA SALVADOREÑA omenzaré contándoles una historia. Hace unos mil setecientos años, en Para Catalina, que me hizo su huésped una remota región del mundo que ahora conocemos como Centroamérica ocurrió una terrible catástrofe. El volcán Caldera, en el centro del actual territorio de El Salvador, erupcionó convirtiendo miles de kilómetros de tierra en un infierno. 1 Como no hay testigos, lo que ocurrió es difícil de describir. Lo poco que sabemos, sin embargo, es suficiente para imaginarnos que cambió la vida en esa parte del mundo. Las espectaculares explosiones y los retumbos que se escucharon a centenares de kilómetros de distancia estuvieron acompañados de enjambres de sismos que cambiaron el cauce de los ríos y derribaron todo lo que se encontraba de pie. 2 Para los desafortunados habitantes de la zona aquello fue como un ensayo del fin del mundo. El magma produjo ríos que abrasaron todo lo que encontraron a su paso; del cráter del volcán, como de la boca de un gigante enloquecido, saltaron innumerables bombas de piedra ígnea. Los vapores y la ceniza se elevaron a kilómetros de altura, cambiaron la coloración del cielo y eclipsaron la luz del sol hasta sumergirlo todo en las tinieblas. Un espeso manto de ceniza del alto de una pierna cubrió los suelos en centenares de kilómetros a la redonda y contaminó los ríos y los estuarios aniquilando animales y vegetales. En la actualidad, cuando se excava varios metros bajo la tierra en las zonas central y occidental de El Salvador, los trabajadores de obras públicas y los arqueólogos se encuentran con un manto de tierra blanca superpuesto a otros antiguos estratos de tierra sedimentada a lo largo de los siglos. En esa capa no tan profunda se encuentra, inerme, la memoria del pavor. Nuestra imaginación, hija de los horrores del siglo veinte, sólo puede comparar aquella catástrofe con un ataque nuclear de grandes dimensiones. Millares de personas debieron perecer y otros miles fueron forzados a huir para jamás volver. Cuando se aplacaron los fuegos, algún testigo, si acaso lo hubo, pudo presenciar un panorama escalofriante: diez mil kilómetros cuadrados, mucho más allá de lo que la vista alcanza, quedaron desolados, sin rastro de vida. Para un país de gran tamaño, esa superficie, aunque nada despreciable, es sólo una pequeña pieza de su mapa; pero les pido que por

El Salvador: la imaginación vulnerable

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Los desastres naturales no están tan presentes en la memoria salvadoreña ni en sus principales representaciones estéticas, pese a ser un país con altos índices de vulnerabilidad y riesgos. Versión en español.

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LA IMAGINACIÓN VULNERABLE:

MIGUEL HUEZO MIXCO

C

DIASPORA Y DESASTRES NATURALES EN LACULTURA SALVADOREÑA

omenzaré contándoles una historia.Hace unos mil setecientos años, en

Para Catalina, que me hizo su huésped

una remota región del mundo que ahoraconocemos como Centroamérica ocurrióuna terrible catástrofe. El volcán Caldera,en el centro del actual territorio de ElSalvador, erupcionó convirtiendo miles dekilómetros de tierra en un infierno.1 Comono hay testigos, lo que ocurrió es difícilde describir. Lo poco que sabemos, sinembargo, es suficiente para imaginarnosque cambió la vida en esa parte delmundo. Las espectaculares explosiones ylos retumbos que se escucharon acentenares de kilómetros de distanciaestuvieron acompañados de enjambres desismos que cambiaron el cauce de los ríosy derribaron todo lo que se encontraba depie.2 Para los desafortunados habitantesde la zona aquello fue como un ensayo delfin del mundo. El magma produjo ríos queabrasaron todo lo que encontraron a supaso; del cráter del volcán, como de laboca de un gigante enloquecido, saltaroninnumerables bombas de piedra ígnea.Los vapores y la ceniza se elevaron akilómetros de altura, cambiaron lacoloración del cielo y eclipsaron la luz delsol hasta sumergirlo todo en las tinieblas.

Un espeso manto de ceniza del alto de unapierna cubrió los suelos en centenares dekilómetros a la redonda y contaminó losríos y los estuarios aniquilando animalesy vegetales. En la actualidad, cuando seexcava varios metros bajo la tierra en laszonas central y occidental de El Salvador,los trabajadores de obras públicas y losarqueólogos se encuentran con un mantode tierra blanca superpuesto a otrosantiguos estratos de tierra sedimentada alo largo de los siglos. En esa capa no tanprofunda se encuentra, inerme, lamemoria del pavor.

Nuestra imaginación, hija de loshorrores del siglo veinte, sólo puedecomparar aquella catástrofe con un ataquenuclear de grandes dimensiones. Millaresde personas debieron perecer y otros milesfueron forzados a huir para jamás volver.Cuando se aplacaron los fuegos, algúntestigo, si acaso lo hubo, pudo presenciarun panorama escalofriante: diez milkilómetros cuadrados, mucho más allá delo que la vista alcanza, quedarondesolados, sin rastro de vida. Para un paísde gran tamaño, esa superficie, aunquenada despreciable, es sólo una pequeñapieza de su mapa; pero les pido que por

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un momento traten de imaginarse lo queeso significa en la noción de espacio paraun habitante del país de donde vengo.Diez mil kilómetros cuadrados son lamitad de la superficie de mi país.

Pese a su gravedad la erupción fuesolamente uno de los tan frecuentes comodevastadores sacudimientos que hantenido lugar en esa tierra erizada devolcanes. Donde quiera que uno mire, elhorizonte aparece dominado por uno deesos colosos. Por diez años esos mismosvolcanes rodeados de carreteras fueronsantuarios de las guerrillas. Lasprincipales ciudades españolas del país,bautizadas con nombres cristianos (SanSalvador, Santa Ana, San Miguel, SanVicente), se fundaron siempre al lado deun volcán. Son la representación deVulcano, el terrible herrero romano. Y deZipacná, el colérico ingeniero del mundosubterráneo de los maya-quiché. Si hemosde creer en la mitología, tarde o tempranoesos volcanes erosionados por la tala delos bosques despertarán de nuevo y sufuria será como una venganza. Parecieranestar allí para recordarnos las historias delos incontables sobresaltos sufridos desdemucho antes de que fueran habitados sustórridos valles interiores. Pero en realidadesos acontecimientos, tales comoerupciones, terremotos, inundaciones,‘duermen’ en una zona de seguridad deldisco duro de nuestra memoria. Hasta losmás recientes parecen haberse olvidadodemasiado pronto. (En el último siglo hanocurrido al menos cinco terremotos.)Cuando hablo de estas cosas me viene ala memoria una experiencia personal dela guerra civil. Aunque parezca increíble,mientras los aviones a reacción y loshelicópteros UH1H del ejércitodisparaban sus interminables rondas demetralla, nosotros solíamos dormirnos porinstantes en las trincheras. Está probadoque el cuerpo sometido al estrés de la

violencia destila una sustancia querestablece cierto equilibrio sin el cual unopodría volverse loco. Como se dice, elgolpe trae su anestesia. Sólo así puedoexplicarme en parte el adormecimiento delos salvadoreños ante nuestra historia.

Volvamos a nuestro relato. Tuvieronque pasar varias generaciones para que elárea del desastre volviera a ser un lugarhabitable. Es difícil imaginarse que esalámina azul plomizo del lago de Ilopango,surcada de embarcaciones artesanales ymotos acuáticas, fuera alguna vez la bocade aquel cataclismo. Seguramente pormuchos años aquel territorio fue vistocomo una tierra maldita. Poco a poco,nuevas oleadas migratorias de gruposmayas y mexicanos comenzaron a llegara la ‘zona cero’. Existen evidencias de quealrededor del siglo VI de la era cristiana,emigrantes provenientes del norte y delsur del continente comenzaron amodificar aquel paisaje funesto.3 Ensentido estricto, la cultura renació entre lascenizas. Se construyeron entonces laschozas de barro para la plebe, y los centrosmonumentales con sus asombrosostemplos piramidales destinados para lajerarquía social más alta; se celebraronmatrimonios, negocios y también seemprendieron guerras; se fabricarontrastos de cocina y joyería; se cultivarongranos básicos y se abrieron caminos.Aquel proceso tomó siglos. Las últimasoleadas migratorias llegaron apenas conuna diferencia de trescientos años de lasprimeras expediciones españolas queincursionaron en 1524 provenientes deGuatemala. La brutalidad de aquelencuentro tiene un pálido reflejo en lasestereotipadas imágenes del Lienzo deTlaxcala,4 que es así como el portafoliosde un artista poco imaginativo.

Contrariamente a lo que proclama laleyenda romántica, las sociedadesindígenas tampoco eran un jardín de las

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delicias. Los contrastes sociales debieronser tremendos. Por ejemplo, en el sitioconocido ahora como San Andrés,5 aunos veinte minutos en automóvil desdela capital, que floreció entre los años 600a 900 de nuestra era, de aquel esplendornos quedan únicamente los vestigios delconjunto monumental en el que vivieronlos poderosos. La zona de viviendaspopulares no ha sido suficientementeexcavada, pero las investigacionesarqueológicas estiman que no fue muydistinta del conjunto de chozas de barro ycaña de Joya de Cerén6 (300 a 900 denuestra era) que los arqueólogos, con unpobre sentido de la medida, han llamado‘la Pompeya de América’. En realidad, esecaserío de agricultores no tienensemejanza alguna con aquel opulentobalneario de la bahía de Nápoles. He allíuna comparación infeliz.

Los conquistadores europeos seencontraron, pues, con una sociedadsumamente jerarquizada en cuya cimaestaba una abigarrada mezcla de familiasadineradas con títulos de nobleza, jefesmilitares y jerarcas religiosos, y en laspartes medias y bajas: soldados,comerciantes, cazadores, agricultores,artesanos y prostitutas. No entraré endetalles sobre los nuevos desastres queacompañaron la llegada de los europeos;bástenos por ahora mencionar lascarnicerías de la guerra de conquista, lasmuertes a causa de los trabajos forzadosy — lo peor de todo — las pestes. El primersiglo posterior a la llegada españolaprodujo una caída exponencial de lapoblación indígena.7 El país se convirtióen un campo de muerte. La malaria, lafiebre amarilla, la viruela, el sarampión yla tuberculosis, se propagaran a lavelocidad del rayo y extinguieron la vidahumana en grandes extensiones deterritorio. El relato de un clérigo de 1636es estremecedor: ‘He visto grandes

poblaciones indígenas casi destruidasdespués de que instalaron cerca de ellaslos obrajes de añil … Varias veces heconfesado a un gran número de indios confiebre y he estado allí cuando los llevande los molinos para enterrarlos’.8

Han pasado los años y en la ‘zona cero’ha tenido lugar el desarrollo de unacultura que, como en un ciclo fatal quedesafía a la imaginación, continúaviviendo bajo los signos de la diáspora ylos desastres. Pero es la imaginaciónmisma la que parece resistirse tercamentea dejar una memoria fresca de la desgracia.

Sabemos que las fuentes delconocimiento simbólico del pasado seexpresan, principalmente, de maneraliteraria y pictórica. Mi tesis sostiene queciertos orígenes del ser salvadoreño actualy de su identidad, se han configurado, yson de la manera que son, en parte por laausencia de formas de representación muyelaboradas, provenientes del arte y laliteratura, capaces de derramarse sobre elcuerpo social y de crear imágenes queproduzcan esa especie de herramientaprensil que es la memoria, sin la cual lassociedades parecen perder el pie en elpeldaño de la escalera.

En El Salvador existe una especie deletargo en el arte y la literatura — y es peoren las investigaciones científicas —respecto de nuestra historia decalamidades naturales.

¿No debiéramos los escritores, lospintores, los músicos, detenernos más amenudo en esos parajes del dolor?

Quizás no nos corresponda darrespuesta a esta interrogante con lasherramientas de la sicología o lasociología, sino, como un zahorí, con lasartes de la indagación en las corrientessubterráneas de nuestra cultura.

George Steiner dice que lo que nosrige como humanidad no es el pasado ensu sentido literal, sino las imágenes del

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pasado,9 imágenes altamente estruc-turadas que permanecen impresas ennuestra sensibilidad, casi de la mismaforma que la información genética. En elcaso de la cultura salvadoreña, lasimágenes y las construcciones simbólicasde nuestro pasado, nuestros saberes, quede cualquier manera están impresos ennuestra sensibilidad, suelen estarrelegados a lo más profundo de nuestrainconsciencia. Sabemos que en el pasadohubo terremotos, sabemos que habrá más;sabemos también que éstos se repiten conuna diabólica persistencia; sabemos quecada tantos años la sociedad salvadoreñase ve enfrentada a la interrupciónrepentina de sus actividades para excavarde manera primitiva los escombros dondehan quedado sepultados nuestros seresqueridos. Finalmente, sabemos tambiénque los desastres si bien son de origennatural, en muchos casos se producen porla mano humana: por indolencia,incapacidad o irresponsabilidad. Losabemos.

Esos saberes incapaces de otorgarnosuna actitud apropiada para enfrentarmaterial y espiritualmente las catástrofesque están por venir y que nos vuelvenmenos capaces de recuperarnos de susefectos equivalen a un no-saber.

Viendo las cosas desde un ángulopráctico, ¿por qué siguen repitiéndose lastragedias sin que aparentemente existauna voluntad capaz de crear una culturade prevenir los riesgos? En El Salvador enlos últimos cien años se han sufrido nomenos de cinco terremotos deconsiderable magnitud, sin embargo ni lascorporaciones privadas, ni el Estado ni lasuniversidades se encuentran desarrol-lando investigaciones sismológicas queayuden a diseñar respuestas ante eventosque con toda seguridad van a producirse.Tampoco existen brigadas bien

entrenadas para el rescate de víctimas. Loque ocurrió el mediodía del trece de enerodel año 2001 es una parábola del país. Enlas primeras horas después del terremoto,centenares de brazos impotentes nopudieron emprender el rescate de lasvíctimas porque no contaban con otrasherramientas que sus manos.

Eventos como ése no pueden ser vistosde otra manera que como una derrotacultural que compromete al conjunto dela sociedad.

Volvamos al tema de la imaginación.A raíz de los terremotos de enero y febrerode 2001, la prensa realizó un esfuerzo sinprecedentes para documentar nuestropasado de calamidades naturales. Cuandose intentó encontrar su huella en laliteratura, apenas pudieron localizarse,como nubarrones en medio de un cielodespejado, unas pocas alusiones a losterremotos y demás catástrofes. El datoresulta inquietante si tomamos en cuentaque, en cambio, el dolor a causa de lainjusticia social ha captado en el últimosiglo la atención de una parte importantede la obra de nuestros mayores escritoresy escritoras. Sin embargo, el repetidocastigo de los elementos está ausente denuestra representación simbólica. Comosi la repetición fatal de la tragedia hubiesesegregado en nuestra sangre, a través delos siglos, un ácido capaz de sumir surecuerdo en un letargo. El ambiciosoobjetivo humano de perdurar, desobrepasar mediante la imaginación,literaria o artística, las fronteras de lamuerte, no ha sido capaz de regalarnosuna rienda para que nuestra memoriacabalgue a la catástrofe.

Cada época se refleja en el cuadro desu propio pasado. Cada época verifica susentido de identidad teniendo ese pasadocomo telón de fondo. La Tierra mismatiene su propia memoria: esos sedimentos

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de tierra negra, blanca, marrón, detexturas y coloraciones diversas, como laspinturas ‘matéricas’, que se aprecian en lostajos de los cerros atravesados por lasautopistas, son las circunvolucionescerebrales de su memoria. Se trata de unainformación inerte que requiere largosprocesos de excavación y deinterpretación. Los siglos que lossalvadoreños tenemos dentro de nosotrospodrían representarse como la mezcla degrandes franjas claras, otras grises yfranjas de oscuridad, una al lado de la otra,como una piel de cebra, que habla denuestra forma de ser al que sabe escuchar.Siguiendo con el símil, digamos que en lorelativo a la interiorización de la catástrofecomo parte del alma de nuestra cultura,las artes de la imaginación, la literatura,la plástica, el teatro, se encuentran en unade esas franjas de oscuridad. Quien quieraque se tome el trabajo de establecerlollegará a comprender que en una medidaimportante adolecemos de formas derepresentación altamente elaboradas quenos ayuden a despertar nuestro pasado.

Puede sonar un poco radical, pero yodiría que no sólo podemos hablar de lavulnerabilidad de nuestro entorno sinotambién de la vulnerabilidad de nuestraimaginación. Y esto no debiera entendersecomo un reproche gratuito. De pronto laevasión es una de las maneras en que laimaginación emprende la complicadareconstrucción del tejido emocional. Laimaginación no suele admitir críticas, peroquisiera concluir esta parte de miexposición diciendo que la concentradaluz que el arte y la literatura arrojan sobrelos hechos de la realidad, y en este casosobre la tragedia, son el tipo de vitalescontestaciones que también necesitannuestros ciudadanos. Deseo subrayar quelos salvadoreños todavía tenemos quedescubrir muchas conexiones con nuestro

pasado; una de ellas, como he tratado dedecirlo, es la relación con las catástrofes yel incomprensible sentido deimpasibilidad prospectiva y de amnesiaque comúnmente asumimos frente a ellas.

Quiero saltar ahora a un segundoelemento: si en la ‘piel de cebra’ de nuestramemoria las catástrofes ocupan una franjaoscura, la diáspora ocuparía una zona gris.Y esto es posible por la existencia de almenos un gran poema. No hace falta quese escriban muchas novelas, muchospoemas o innumerables obras de teatro, oque se pinten centenares de cuadros y seerijan estatuas en recordación de personas,ciudades, acontecimientos y mártires. Sinmenoscabo de la necesidad de que lashaya, un sólo gran poema donde brille elgenio es capaz de cristalizar, como en ungesto oportuno, la complejidad de la viday de los sentimientos. Voy a leer unapequeña parte de ese poema. Dice:

Anduvimos errantesAños años años anduvimos errantesLa ventisca el granizo los violentosvendavalesLas grandes bestias devoradorasNada pudo detener nuestros pasosCruzamos ríosMontesAbismos de terrorCumbres a las que nadie se atreviera antesPavorosos desiertosNada pudo detener nuestros pasosEn tierra arena roca dejamos hondashuellasJunto al mar caminamosSobre las altas sierrasDe día caminamosDe nocheSin detenernosCaminando naciendo y caminandoSoñando y caminandoPariendo y caminando

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Caminamos cantando y caminandoNada pudo detener nuestros pasosCon nuestra casa a cuestasEnterrando fechasEstableciendo muertos…CaminandoDirectos al destinoCaminandoCreciendo en esperanzaCaminandoAños años años caminando caminandocaminando10

Durante el curso de la historiasalvadoreña los sucesos de los que aquíhabla el poeta han tenido lugar eninnumerables ocasiones. Este poema dePedro Geoffroy Rivas titulado ‘Cuenta dela peregrinación’ contiene uno de esosextremos nerviosos cruciales en la vidasocial e intelectual de El Salvador. Laemoción, la apasionada aventura, elsentido monótono de la caminata a travésde geografías desconocidas y el ritmo delcambiante pulso de la experiencia estánpresentes en esta hermosa letanía.

¿De qué nos habla? O, mejor dicho, ¿dequiénes nos habla?

Hablemos aunque sea brevemente desu autor. Pedro Geoffroy Rivas nació aprincipios del siglo pasado en el seno deuna familia pudiente. Revoltoso,desacralizador y vanguardista, perse-guido y exiliado numerosas veces, másque por su prestigio académico comolingüista e indigenista fue por su poesíay su actitud vital que llegó a convertirseen una especie de héroe cultural paramuchos escritores anteriores a migeneración. La metamorfosis de GeoffroyRivas representa una importante‘mutación’ en la cultura salvadoreña. No

sólo porque viniendo de una familia deterratenientes abrazó las luchas socialesradicales en contra de la injusticia, sinotambién porque fue uno de los primerosen poner su mirada penetrante sobre losindígenas cultural y socialmenteinvisibilizados.

Su poema a simple vista nos habla delas antiquísimas oleadas migratoriasprovenientes del Anáhuac mexicano hastalos valles y montes del actual territoriosalvadoreño, cuando la ‘zona cero’comenzó nuevamente a poblarse. Perotambién nos habla de cosas intensamenteactuales. Al leerlo, en un contexto comoel centroamericano — y seguramentetendría resonancias en lugares comoBosnia y Afganistán — es inevitablepensar en los centenares de salvadoreñosque en este instante están hollando losdesiertos, cruzando las fronteras del‘mundo libre’ en la frontera de EstadosUnidos.

El poema, pues, habla de nuestradiáspora. La diáspora ha sido unaconstante de la historia salvadoreña.Desde la antigüedad el territoriosalvadoreño fue un lugar de paso paragrupos indígenas provenientes del nortey el sur del continente, formó parte de unespacio intermedio entre las grandescivilizaciones precolombinas y fue unlugar de mezcla de las especies vegetalesy animales del norte y el sur delcontinente. Su posición privilegiada hasido también causa de algunas de sustragedias. Ha sido un espacio dominadosucesivamente por cuatro imperios:azteca, español, inglés y estadounidense.Es difícil entender a El Salvador y aCentroamérica sin relacionarlos con esacondición geopolítica y con las lógicasimperiales que han socavado su soberaníay que también han moldeado nuestrasidentidades.

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De nuestra relación con los EstadosUnidos proviene, precisamente, unfenómeno cultural que suele serobservado con aprensión, pero que es deuna importancia capital como casininguno otro en el último siglo. Desde losaños 80 del siglo pasado la diásporasalvadoreña hacia los Estados Unidosllegó a convertirse en un agentecompletamente nuevo y trascendental enla economía y en la cultura salvadoreñas.El dinero que viene desde Estados Unidos,no en forma de ayuda gubernamentalpara el desarrollo sino directamente de losbolsillos de los emigrantes para susfamilias, es tan importante como elproducto interno bruto (PIB). Nuestrasciudades, como reflejo, son una réplicade ‘gringolandia’. La pop musicnorteamericana las hace de banda sonoraen los eventos sociales elementales y enlos multitudinarios: en el cortejo de lasparejas, en los ritos de paso (fiestas dequince años y graduaciones) y en lascelebraciones de masas (fiestas patronalesy campañas políticas).

La construcción de eso que da enllamarse el ‘imaginario cultural’,tradicionalmente enraizado enpeculiaridades históricas, religiosas,étnicas, territoriales y de una lenguacomún, simplemente ha cambiado. ElSalvador, literalmente, tiene sus ojospuestos en el Norte. Muchas de nuestrasrepresentaciones simbólicas provienen deallá. Curiosamente, con toda latrascendencia de este fenómeno para elpresente y el futuro del país, todavía noexiste un centro de estudios para lasmigraciones.

Por la vía de los emigrantesestablecidos en Los Angeles y NuevaYork, en El Salvador están emergiendonuevas identidades que contradicen la ideade una identidad fundada exclusiva-

mente en valores ‘nacionales’. Voy ademorarme un minuto más en este punto.

De nuevo, si nos detenemos aexaminar las ‘imágenes del pasadosalvadoreño’, es decir, las fuentes delconocimiento de nuestro ser comosociedad, comprobaremos que nuestrocurso de sentimientos habla siempre — yvoy a usar una expresión del geógrafoinglés David Browning11 — de un ‘jardínbien cultivado’, cuyo esplendor ha sidodepredado por sucesivos invasores. Ese esel idealizado y falso ‘jardín del pasadoindígena’ que en las narraciones vulgaresaparece arrasado por las expedicionesmilitares españolas; es también el ‘jardíndel progreso’ de los productores ycomercializadores del café, amenazadopor la agresión del comunismo.Aferrarnos con uñas y dientes a esas ideasdel pasado y a las acciones políticas quede ellas se derivan, es una de las fuentesde nuestras dificultades presentes.

Los emigrantes modernos estánconvirtiendo esa nostalgia en papelmojado. Aquel jardín, desde hace muchosaños probó ser incapaz de alimentar a susmoradores. En la actualidad, la zona dela capital recibe al año un flujo de unosveinte mil emigrantes del interior dondelas oportunidades de empleo o desubsistencia son significativamenteinferiores. Este movimiento alcanzónúmeros dramáticos durante los onceaños de guerra civil. La emigración fueradel país, que algunos analistas denominangráficamente como una ‘expulsión demano de obra’, viene de larga data. Unode los cuentos más estremecedores denuestra literatura, escrito por Salarrué aprincipios del siglo pasado, es el viaje deun viejo y un niño por las montañas delChamelecón hondureño llevando unfonógrafo.12 Y uno de los poemas máspopulares de la época revolucionaria

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salvadoreña, en la segunda mitad delsiglo veinte, de Roque Dalton, canta lashazañas de los salvadoreños en tierrasextrañas.13 La epopeya de los emigrantessalvadoreños penetrando la montañahondureña o construyendo fantásticasobras de ingeniería en Panamá, ocruzando a hurtadillas la frontera deEstados Unidos, no es muy distinta de laque nos habla el poema de Geoffroy Rivas:‘caminando por los desiertos … con el sol a laespalda … con el sol en los ojos … ’. Ladiáspora ha conseguido encontrar suimaginación. Entre tanto, en medio detanto ir y venir, la imaginación misma hatenido su propia diáspora.

En medio de los más de setenta milsalvadoreños que anualmente ingresan, lamayoría ilegalmente, a Estados Unidos (seestima que el 20 por ciento de la poblaciónsalvadoreña vive en el exterior),14 tambiénse encuentran, ahora como en el pasado,numerosos artistas y escritores. Lasrazones han sido principalmente el exiliopolítico y la búsqueda de oportunidadeslaborales. No voy a hablarles de lasdifíciles condiciones que enfrentan en unpaís como El Salvador una artista, unautor de obras literarias, un científico, unajedrecista o una bailarina; aunque se tratade personas cultivadas, su destino no esmuy diferente del de los hombres ymujeres con escolaridad insuficiente,criados en entornos insalubres, acechadospor catástrofes y también, pese a losnotables avances posteriores a la firma dela paz en 1992, por diversos grados deintolerancia política, racismo(principalmente hacia los indígenas),exclusión y violencia social. Nuestrahistoria ha presenciado la aplicaciónrepetida del desprecio y el odiorecíprocos entre salvadoreños nacidosiguales ante la ley, alentados por motivosa veces sustantivos y a veces triviales. La

violencia ha llegado a ser una serpientemordiendo su propio cola: ha sido causay efecto de la desesperanza y de lanecesidad de partir.

Se dice entre nosotros mismos quesomos un pueblo sin raíces, un pueblo sinidentidad. Algunos investigadores hablanincluso de una ‘identidad endeble’. Estees el tipo de tonterías que se repiten aunen boca de personas educadas. Esimposible no tener una identidad. Entérminos culturales el problema de fondono es si nuestra identidad es ‘fuerte’ o‘débil’, sino en torno a qué está construida.Nuestra identidad, o mejor dicho, nuestrasidentidades, seguirán siendo un enigmamientras sigamos volviendo la vista hacialas falsas ‘esencias’ de ese país que quedóatrás. La indagación histórica esimportante, pero quizás sea de igual omayor importancia la indagación ennuestro presente. En este sentido, nosguste o nos disguste, la salvadoreñidadforma parte de una trama más compleja:la de las sociedades dependientes en elmundo global. Nuestra dependenciarespecto del espacio político, cultural,lingüístico y territorial estadounidense es,a simple vista, una de las mayores de todaAmérica. Dicho con un trabalenguas queojalá no resulte irrepetible, probablementeno seamos los que quisiéramos, pero ellono significa que no seamos. Las nuestrasson, como todas, raíces que caminan, y connuestras piernas, maleta en mano,halando a nuestros hijos, hemos cruzado,desde hace siglos, las barreras de laestupidez, que eso son las fronteras, yhemos habitado en diversas latitudes,entre el resto de la humanidad, bajodiversas y a veces infames fisionomías:la del exiliado, la del refugiado, la delerrante, la del sin patria. Y quizás en estepunto nuestras letras estén subrayandoel rumbo de nuestro presente y el de

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nuestro porvenir. La diáspora de laimaginación ha tenido como uno de susefectos la incorporación al ‘canon’salvadoreño de paisajes, principalmenteurbanos, lenguajes y episodios vividospor los escritores en su diáspora porMéxico, La Habana, Managua,Washington D.C. y Nueva York. No creoexagerar cuando digo que el orden verbalde la literatura salvadoreña es global. Semueve a través de lenguas, ideologías,fronteras.

La doctora Beatriz Cortez, una jovenacadémica de origen salvadoreño queimparte clases en una universidad deCalifornia, ha sugerido que en la literaturade posguerra es posible detectar unaresistencia crítica a la idea de unaidentidad rígida que a su modo de vercontiene y deriva, eventualmente, enformas de violencia.15 Si sobre esepanorama ponemos la hoja de papelmantequilla de la literatura salvadoreña,la visión que tenemos seráirremediablemente difusa, contradictoriay, en muchos sentidos, rica. A partir dealgunas narraciones contemporáneassalvadoreñas, Cortez sugiere diversasmetáforas para aproximarnos a lasdislocadas identidades culturales. Sueloser desconfiado de la teoría en relación conla literatura y las artes, sobre todo porquetengo la impresión de que la mayoría delas veces esos juegos de palabras yartificiosas construcciones de modelossuelen volver estéril un acercamiento quees, por sobre todo, profundamenteemocional e intuitivo. Sin embargo creoque trabajos como éste y otros, como losde Rafael Lara Martínez y Silvia LucindaCastellanos, académicos de origensalvadoreño que imparten cátedras enuniversidades norteamericanas, se haemprendido un diálogo entre artistas yacadémicos, que ojalá sirva para

alimentar a esos dos polos delconocimiento a través del lenguaje comouna fuente de conocimiento.

Los desafíos para las artes y laliteratura son inmensos. A menudo seincurre en la creación de estereotiposinsufribles, del tipo buenos versus malos,o migrantes versus la policía. No siemprees así. En La diáspora,16 una novela deHoracio Castellanos Moya, se lanza másbien una mirada irónica al desoladomundo de los exiliados salvadoreños enla ciudad de México en los años de laguerra civil, y se desnuda la escoria deloportunismo que se cultiva en nombre devalores humanistas. Desde luego, no todaslas expresiones literarias provocadas porel mundo de la emigración contienen ‘elgenio’ del que hablaba hace unos minutos.No podemos condescender con lamediocridad. Pero aún en esa ‘literaturasin genio’, descriptiva, sin exigenciasestilísticas, sin personajes con densidad,apegada a las metodologías deltestimonio, han comenzado a producirsealgunas imágenes de nuestra identidadpresente, sedimentos a los que recurrirála memoria salvadoreña. Los dramas dela emigración de los campesinos ycampesinas que ante el huracán de laguerra abandonaron sus lugares, comotambién las vicisitudes de los emigranteshacia las ciudades norteamericanas, yahan comenzado a dibujarse en algunas deestas obras.

Seguramente el tiempo que tenemospor delante nos aguarda con nuevasceladas. Nuestra persistencia en tocarpuertas que con demasiada frecuencia senos cierran, pero que también se nosabren, quizás nos ha llegado acaracterizar como un pueblo que, encualquier latitud, ejerce su derecho a ser,vivir y trabajar. El odio y el miedo sonlos que deniegan los visados; bien lo

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sabemos quienes tenemos que viajar porel mundo, como invitados o comotránsfugas, con el pasaporte azulsalvadoreño. Por su historia, por sucultura, por su identidad, El Salvadordebiera convertirse en una potencia en elestudio de las migraciones y tomar partede las iniciativas internacionales quebrinden protección a los nómadas delmundo. Y ello porque, como en unacorriente sin fin, nuestros hijos — y deseguir las cosas como van, los hijos denuestros hijos — al igual que nuestrosabuelos, un buen día cerrarán tras de sí lapuerta y hollarán los caminos de ladiáspora. Al Norte o al Sur, no importa.Lo cierto es que se cumplirá el ciclo fatalde nuestra cultura. Y cuando dentro deveinte o cien años, una erupción volcánicao un nuevo deslizamiento de las placastectónicas debajo de nuestros piesderriben los sueños de una sociedadentera, ojalá estemos en mejorescondiciones para responder la preguntaque está a la base de esta larga disquisiciónmía sobre la huidiza memoria:

¿Por qué la imaginación sigueimpotente el ritmo frenético de las gráficasen los sismógrafos de nuestra tragedia?

Enfermos incurables de olvido,nuestra actual indiferencia ante latragedia, como no sea dentro de una redde reproches y mentiras retóricas conolorcillo a mala política, nos debieraplantear no solamente preocupacionespolíticas sino también estéticas. Solemosespetar toda clase de recriminaciones engeneral bien fundadas a los políticos, peroquizás no reparamos en que el lenguaje,ese arco voltaico capaz de unir las historiaspersonales y colectivas con el pulso de laconciencia y con las devastaciones delamor y las pasiones, capaz de hundirseen los sustratos más recónditos de lamemoria, con su secuela de

perdurabilidad, no concurre al auxilio denuestra soledad, de nuestra insatisfacción,para decirnos que la vida tiene sentido enmedio de la tragedia y la vileza humana.Dormir un momento en la trinchera es,como la evasión del dolor, perfectamentelegítimo; pero por suerte no es ese el únicocamino que suele tomar la imaginación.

Aunque se me acuse de escéptico, noveo abrirse la puerta de una era deconfianza y esperanza genuinas; más bien,los futuros e inevitables retrocesos quederivarán de catástrofes y explosionessociales cuya cuenta regresiva ya hacomenzado, y que serán mensurables entérminos de índices de desarrollo humano,ingresos per capita y demás términos delas atribuladas ciencias económicas, hoypor hoy parecen abismarnos a un caminocon una sola salida: huir, a pie, en tren, anado, o a bordo del imprevisible cohetede la imaginación, pero lejos, muy lejosde aquí.

La Antigua Guatemala, agosto 2002Universidad de Canberra,Australia, agosto 2002

Ponencia en la Conferencia ‘Ladiáspora de la imaginación en AméricaLatina’, Universidad Nacional deAustralia, Septiembre 2002.

NOTAS

1 P. Sheets, ‘The Prehistory of El Salvador:An Interpetative Summary’, en F. Langey Stone, The Archaeology of Lower CentralAmerica, (Albuquerque: Universidad deNuevo México, 1984), pp. 94 y 96.

2 Sheets, ‘The Prehistory of El Salvador’.

3 Fowler y Earnest, citado por GeorgeHasemann y Gloria Lara Pinto en: ‘LaZona Central: Regionalismo einteracción’, en Historia General de

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MIGUEL HUEZO MIXCO La Imaginación Vulnerable

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Centroamérica, (Madrid: FLACSO, 1993),1 p. 161.

4 El Lienzo de Tlaxcala contienerepresentaciones de batallas entreespañoles e indígenas en Guatemala, ElSalvador y Nicaragua. Una reproducciónde las imágenes correspondientes alterritoria salvadoreño se puede ver enEscalante Arce, P.: Los Tlaxcaltecas enCentroamérica, (San Salvador:CONCULTURA, 2001).

5 San Andrés habría sido una capitalregional que llegó a dominar el fértilvalle Zapotitán. Fue descubierta en 1910.

6 El sitio Joya de Cerén fue descubierto en1976, las primeras excavaciones iniciaronen 1978 sacaron a la luz un conjuntohabitacional de pobladores comunesextraordinariamente conservado por laacción de la ceniza volcánica que pudoocurrir hace unos mil cuatrocientosaños. Ha sido declarado PatrimonioCultural de la Humanidad porUNESCO.

7 Para una visión sobre el impacto de lasepidemias en el área centroamericana enlas ‘seis dadas trágicas’ (1520–1582)véase: Christopher Lutz y otros: ‘LaConquista Española en Centramérica’, enHistoria General de Centroamérica, Tomo II,(Madrid: FLACSO, 1993) pp. 71 y ss.

8 Citado en David Browning, El Salvador, laTierra y el Hombre, 4a edición, (SanSalvador: CONCULTURA, 1988).

9 George Steiner, ‘En el castillo de BarbaAzul’, (Barcelona: Gedisa, 1998), p. 17.

10 P. Geoffroy Rivas, Los Nietos del Jaguar,(San Salvador: CONCULTURA, 1996).

11 Browning, El Salvador, la Tierra y elHombre.

12 El cuento se titula ‘Semos malos’ yforma parte del volumen Cuentos deBarro, Narrativa completa I, (SanSalvador: CONCULTURA, 1999).

13 Me refiero al ‘poema de amor’, incluídoen Historias prohibidas del Pulgarcito,(México, Siglo XXI, 1974).

14 Informe sobre Desarrollo Humano de ElSalvador, PNUD, San Salvador, 2001.

15 Original mecanuscrito, citado conautorización de la autora.

16 La Diáspora, UCA editores, primeraedición, San Salvador, 1989.